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Resumen Cap 6 CAMERON

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Cap 6.

Nacionalismo e imperialismo económicos

Las políticas económicas de las naciones-estado en el período de la segunda logística de Europa


tenían un doble propósito: construir una potencia económica para fortalecer el Estado y usar el
poder de éste para promover el crecimiento económico y enriquecer a la nación.

Para perseguir sus objetivos, los que elaboraban las políticas tenían que enfrentarse con los deseos
contrapuestos tanto de sus propios súbditos como de las naciones-estado rivales.

En los tiempos medievales, los municipios y otras unidades de gobierno locales habían poseído un
amplio poder de control y regulación económicos. Imponían peajes y aranceless sobre los bienes
que entraban y salían de sus jurisdicciones. Los gremios locales de mercaderes y artesanos fijaban
los salarios y los precios, y, por otra parte, regulaban las condiciones de trabajo. Las políticas de
nacionalismo económico representaban un traspaso de esas funciones del nivel local al nivel
nacional, en un intento del gobierno central por unificar el Estado tanto económica como
políticamente.

Al mismo tiempo que buscaban imponer una unidad económica y política a sus súbditos, los
soberanos de Europa competían agresivamente entre sí por extender su territorio y controlar sus
posesiones y su comercio de ultramar. Lo hacían en parte para hacer a sus países más
autosuficientes en tiempos de guerra, pero el mero intento de ganar más territorio o comercio a
expensas de otros a menudo llevaba precisamente a ella. De este modo, el nacionalismo
económico agravó los antagonismos que habían engendrado las diferencias religiosas y las
rivalidades dinásticas entre los soberanos de Europa.

1. Mercantilismo un termino incorreto

Adam Smith describió las políticas económicas de su tiempo (y de siglos anteriores) con un único
título: el sistema mercantil. Desde su punto de vista, estas políticas eran perversas porque
interferían con la libertad natural de los individuos y daban lugar a lo que los modernos
economistas llaman mala distribución de recursos. Aunque las condenó por insensatas e injustas,
intentó sistematizarlas (de ahí el término de sistema mercantil), en parte, al menos, para poner de
relieve su absurdidad. Inspirado principalmente en ejemplos británicos, declaró que las políticas
eran concebidas por los mercaderes e impuestas subrepticia mente a los soberanos y gobernantes
que ignoraban los asuntos económicos.

Igual que los mercaderes se enriquecen en la medida que sus ingresos exceden a sus gastos, las
naciones, argumentaban ellos (según la construcción de Smith), se enriquecerían siempre que
vendieran más a los extranjeros de lo que ellas compraban fuera, considerando la diferencia, o la
balanza comercial, en oro y plata. De ahí que favorecieran las políticas que estimulaban las
exportaciones y penalizaban las importaciones (todo lo cual favorecía sus propios intereses
privados), para crear una balanza comercial favorable para el conjunto de la nación.
Durante más de un siglo, en 1776, el término sistema mercantil tuvo una connotación peyorativa.
En la última parte del siglo XIX, sin embargo, un buen número de historiadores y economistas
alemanes, entre los que destaca Gustav von Schmoller, invirtieron por completo este concepto.
Para ellos, nacionalistas y patriotas que vivían el despertar de la unificación de Alemania bajo la
hegemonía de Prusia, el merkantilismus (mercantilismo) era sobre todo una política de
construcción del Estado (Staatsbildung) llevada a cabo por prudentes y benévos gobernantes, de
los que Federico el Grande era el mejor ejemplo. En palabras de Schmoller, el mercantilismo en
esencia no es más que construcción de Estado, no construir Estado en sentido estricto, sino
construir Estado y economía nacional al mismo tiempo.

A pesar de las similitudes, cada nación tenía una política económica particular derivada de las
peculiaridades de las tradiciones locales y nacionales, las circunstancias geográficas y, lo que es
más importante, el carácter del propio Estado. Los que abogaban por un nacionalismo económico
proclamaban que sus políticas eran concebidas para beneficiar al Estado.

Pero, ¿qué era el Estado? Iba desde la monarquía absoluta, como la de Luis XIV y la mayoría de las
otras potencias continentales, a las repúblicas burguesas de Alemania, Suiza y las ciudades
hanseáticas. En ningún caso, todos, o siquiera una mayoría de los habitantes, participaban en el
proceso de gobierno. Puesto que el nacionalismo de las primitivas naciones-estado descansaba en
una base de clase, no popular, la clave de las diferencias nacionales en política económica debería
buscarse en la diversa composición e intereses de las clases dirigentes.

En Francia y otras monarquías absolutas, los deseos del soberano estaban por encima de todo.

Aunque pocos monarcas absolutos comprendían o sabían evaluar los asuntos económicos, estaban
acostumbrados a que sus órdenes fueran obedecidas. La administración diaria de los asuntos la
llevaban a cabo ministros y funcionarios menores que apenas tenían más conocimiento de los
problemas de la tecnología industrial o las empresas comerciales,
y que reflejaban las opiniones y actitudes de su señor. Los complejos reglamentos para el
funcionamiento de la industria y el comercio añadían coste y frustración en los negocios y
fomentaban el desinterés.
En las cuestiones importantes los monarcas absolutos sacrificaran el bienestar económico de sus
súbditos y los cimientos económicos de su propio poder a causa de la ignorancia o la indiferencia.
De este modo, a pesar de su gran imperio, el gobierno de España gastaba siempre más de lo que
ingresaba, maniataba a sus mercaderes y su poder decaía sin parar. Ni siquiera la Francia de Luis
XIV, la nación más poblada y poderosa de Europa, fue capaz de soportar la continua sangría de su
riqueza en pos de la consecución de las ambiciones territoriales del rey y el mantenimiento de su
corte. Cuando éste murió, Francia se hallaba al borde de la bancarrota.

Las Provincias Unidas, gobernadas por y para los ricos mercaderes que controlaban las
principales ciudades, siguieron una política económica más racional. Al vivir principalmente del
comercio, no se podían permitir las políticas restrictivas y proteccionistas de sus vecinos más
grandes. Establecieron en su interior el libre comercio, recibiendo de buen gradoen sus puertos y
lonjas a los mercaderes de todas las naciones. En el imperio holandés, en
cambio, el monopolio de los comerciantes holandeses fue absoluto.
Inglaterra estaba más o menos en una posición intermedia dentro de este espectro. La
aristocracia terrateniente establecía lazos matrimoniales con miembros de familias comerciantes
poderosas, así como con abogados y funcionarios relacionados con el mundo mercantil; y desde
hacía tiempo grandes mercaderes desempeñaban un papel destacado en el gobierno y la política.
Tras la revolución de 1688-1689, sus representantes en el Parlamento asumieron el máximo poder
del Estado. Las leyes y los reglamentos que elaboraron concernientes a la economía reflejaban un
equilibrio de intereses, al satisfacer a terratenientes y agricultores, a la vez que fomentaban los
productos manufacturados nacionales y presta-ban apoyo a los intereses de la marina mercante y
del comercio.

2. Los elementos comunes

En la Edad Media, la mayoría de los señores feudales, especialmente los soberanos, poseían
arcas de guerra, que literalmente eran eso: enormes arcas blindadas en las que acumulaban
monedas y lingotes para financiar hostilidades, previstas o inesperadas.
En el siglo XVI, los métodos de financiación del gobierno eran algo más refinados, pero la
preocupación por la abundancia de reservas de oro y plata seguía presente.

Esto originó una forma rudimentaria de política económica, conocida como bullonismo; el intento
de acumular dentro de un país tanto oro y plata como fuera posible, y prohibir expresamente su
exportación, bajo pena de muerte. Los vanos intentos de España de administrar con moderación su
tesoro del Nuevo Mundo son el ejemplo más claro de esta política, pero la mayoría de las
naciones-estado poseía una legislación similar.

Dado que pocos países europeos poseían minas que produjeran oro y plata (y aquellos
que las tenían, principalmente en el centro de Europa, se vieron forzados a cerrar por el
aluvión de metal español de mediados del siglo XVII), el objetivo primordial de las exploraciones y
las colonizaciones fue la adquisición de colonias que las poseyeran. Una vez más, la abundancia
española era el modelo a seguir. Las colonias de Francia, Inglaterra y Holanda producían poco oro
o plata, así que el único modo de obtener suministros de metales preciosos para esos países
(aparte de la conquista y la piratería, a la que también recurrieron) era a través del comercio.

De acuerdo con esto, según señaló Adam Smith, los mercaderes se permitieron influir
en los consejos de Estado, y fueron ellos los que concibieron el razonamiento de una balanza
comercial favorable. Un país sólo debía vender y no comprar nada de fuera de sus fronteras. En la
práctica, sin embargo, esto es claramente imposible, y se planteó la cuestión: ¿Qué debe
exportarse y qué importarse? A causa de la enorme incidencia de las malas cosechas y las
periódicas épocas de escasez, los gobiernos buscaban abundante abastecimiento de grano y otros
alimentos en el interior, prohibiendo generalmente su exportación. Al mismo tiempo, fomentaban
los productos manufacturados no sólo para tener algo que vender en el extranjero, sino también
para aumentar su autosuficiencia ampliando la gama de su propia producción.

Para fomentar la producción nacional se alentaba, asimismo, la fabricación nacional con la


concesión de monopolios y con subvenciones a las exportaciones. Cuando el país no disponía de
las materias primas necesarias, éstas podían importarse sin tener que pagar impuestos de
importación, en contraposición a la política general proteccionista. Las leyes suntuarias (leyes
reguladoras del consumo) intentaban restringir el consumo de mercancías extranjeras y promover
el de los productos nacionales.

La posesión de una gran marina mercante se valoraba porque obtenía dinero de los extranjeros a
cambio de los servicios navales y fomentaba las exportaciones nacionales proporcionando un
transporte barato . Además, dado que la principal diferencia entre un buque mercante y uno de
guerra era el número de cañones que llevaba, una gran flota mercante se podía convertir en
armada en caso de guerra. La mayoría de las naciones tenía leyes de navegación que procuraban
restringir el transporte de importaciones y exportaciones a los barcos propios, y que en otros
aspectos promovían la marina mercante.

Los gobiernos fomentaban las flotas pesqueras como un medio para formar marinos e incentivar la
industria de la construcción de barcos, además de hacer a la nación más autosuficiente en cuanto
al abastecimiento de alimentos y proporcionar productos para la exportación.
La importancia que se otorgaba a las marinas mercantes obedecía en último término a la noción de
que existía un volumen de comercio internacional fijo y definitivo. Según Colbert, el principal
ministro de Luis XIV, el comercio total de Europa lo efectuaban 20.000 barcos, de los cuales más de
tres cuartas partes pertenecían a los holandeses. Colbert argumentaba que Francia podía
aumentar su participación con sólo hacer disminuir la de los holandeses, objetivo que estaba
dispuesto a conseguir por medio de la guerra.

Los teóricos de todas las naciones subrayaban la importancia de las posesiones colonia-
les como un elemento de riqueza y poder nacional. Aun cuando las colonias no tuvieran.

En el siglo XVII, la flota mercante holandesa era la envidia de Europa, y Amsterdam, su puerto
principal. Este cuadro contemporáneo, de Jacob van Ruisdael, muestra el ajetreado puerto en
acción.

Minas de oro y plata, podían producir bienes inexistentes en la metrópoli que podían utili-
zarse en ella o venderse en el extranjero. Las especias de las Indias, el azúcar y el ron de
Brasil y las Indias Occidentales, y el tabaco de Virginia servían para tales propósitos.

Normalmente no tenían una definición tan clara y sencilla y nunca gozaronde adhesión universal;
mucho menos constituyeron una teoría o sistema para guiar las acciones de los gobernantes. En la
práctica, la legislación y otras intervenciones de los gobiernos en la esfera económica consistían en
una serie de medidas que solían carecer de rigor económico y que con frecuencia producían
resultados perjudiciales no deseados, como muestra el siguiente examen.

3. España y la América española

En el siglo XVI, España era envidia y azote de las coronas de Europa. Como resultado de
alianzas matrimoniales dinásticas, su rey Carlos I (1516-1556) no sólo heredó el reino
de España , sino también los dominios de los Habsburgo en Europa Central, los Países Bajos y el
Franco Condado. Por otra parte, el reino de Aragón incluía Cerdeña, Sicilia y toda Italia al sur de
Roma, y el de Castilla aportaba el recién descubierto, todavía por conquistar, imperio de América.
En 1519, Carlos se convirtió en el Sacro Emperador Romano Carlos V.

Este formidable imperio político parecía descansar también en sólidas bases económicas. Aunque
los recursos agrícolas españoles no eran los mejores del ganado merino
era muy cotizada en toda Europa, poseía algunas ind, habían heredado el elaborado sistema árabe
de horticultura en Valencia y Andalucía, y la lana ustrias florecientes, entre las que destacan las del
paño y el hierro. Las posesiones de Carlos en los Países Bajos presumían de ser las más avanzadas
en agricultura y de tener las industrias más prósperas de Europa. Los dominios de los Habsburgo
en Europa Central contenían, además de sus recursos agrícolas, importantes yacimientos de
minerales, como podían ser hierro, plomo, cobre,
estaño y plata. De forma espectacular, el oro y la plata de su imperio del Nuevo Mundo
empezaron a fluir hacia España en grandes cantidades en la década de 1530, flujo que fue
aumentando sus cotas de manera constante hasta la última década del siglo, para decaer
en el XVII.
La economía española no logró progresar; de hecho, retrocedió a partir más o menos de la mitad
del siglo,y el pueblo español pagó el precio en forma de menor nivel de vida, aumento de la
incidencia del hambre y la peste, y, por último, en el siglo XVII, despoblación. Aunque se han
aducido muchos factores para explicar la decadencia de España, las ambiciones exorbitantes de sus
soberanos y la miopía y contumacia de sus políticas económicas fueron responsables de ello en
gran medida.

Carlos V consideraba su misión reunificar la Europa cristiana.

La Corona obtuvo una fuente inesperada de ingresos con el descubrimiento del oro y la
plata de su imperio americano. Las importaciones anteriores a 1530 apenas fueron significativas,
pero después aumentaron de forma constante desde aproximadamente un millón deducados al
año en la década de 1540 a más de ocho millones en la de 1590. (Las cifras se refieren sólo a las
importaciones legales, sujetas a impuestos; las importaciones ilegales debieron de alcanzar casi
otro tanto.) Como se ha apuntado, el gobierno se quedaba con alrededor del 40% de las
importaciones legales. Aun así, en los últimos años del reinado de Felipe II la parte
correspondiente a metales preciosos no llegaba al 20 o el 25% de sus in-
gresos totales.

Para empeorar las cosas, los ingresos totales raramente igualaban los enormes gastos del
gobierno. Esto forzó a los monarcas a recurrir además a una tercera fuente de financiación:
el préstamo. (También se habían servido de otros medios, como vender títulos nobiliarios a
ricos comerciantes, pero esto suponía sacrificar los ingresos fiscales que se podían obtener
durante largo tiempo a cambio de una única ganancia monetaria.) El préstamo no era una
novedad para los monarcas españoles, como tampoco para otros. Isabel y Fernando, por
ejemplo, ya se habían endeudado para financiar su exitosa guerra contra Granada; y, según
la leyenda popular, Isabel empeñó sus joyas para financiar el viaje de Colón. Pero con Carlos y
Felipe el déficit financiero se convirtió en una práctica regular, como la adicción a una
droga. De hecho, Carlos, al principio de su reinado, había pedido prestadas inmensas sumas
a los Fugger y otros banqueros alemanes e italianos para sobornar a los electores que le
nombraron Sacro Emperador Romano. Los intereses de esas deudas, y de otras que contrajo,
aumentaron de forma continua. Los acreedores entre ellos, banqueros flamencos y españoles, así
como alemanes e italianos, e incluso algunos mercaderes y nobles obtuvieron contratos que
estipulaban ingresos fiscales particulares o participaciones en los siguientes cargamentos de plata
americana como garantía para sus préstamos. En 1544, dos tercios de los ingresos anuales
ordinarios estaban comprometidos para el pago de las deudas, y en 1552, el gobierno suspendió
todos los pagos de intereses. En 1557, la carga se había hecho tan pesada que el gobierno se negó
a pagar una parte sustancial de sus deudas, suceso denominado a menudo bancarrota nacional.
Sin embargo, los gobiernos, a diferencia de las empresas, no se liquidan cuando quiebran. Lo que
se hizo fue reorganizar las deudas a corto plazo como obligaciones a largo plazo, reducir el
principal y el tipo de interés, y comenzar el ciclo de nuevo, pero siempre con condiciones más
onerosas para el prestatario. En ocho ocasiones (en 1557, 1575, 1596, 1607, 1627, 1647, 1653 y
1680), los Habsburgo españoles declararon la bancarrota real. Las consecuencias fueron siempre
las mismas: pánico financiero, la quiebra efectiva y la liquidación de muchos banqueros y otros
inversores, y la interrupción de las transacciones financieras y comerciales ordinarias.
La mala gestión financiera no era el único modo en que el gobierno ponía trabas a la
economía, aunque muchas de sus intervenciones estuvieran motivadas por necesidades fiscales.
Ya se ha mencionado el favoritismo real en beneficio de la Mesta, el gremio de los propietarios de
ganado ovino .
Este favoritismo culminó en un decreto de 1501 que reservaba a perpetuidad para el pasto de las
ovejas toda la tierra en donde habían pastado siempre, sin tener en cuenta los deseos de los
propietarios. Con tales medidas, el gobierno sacrificó los intereses de los agricultores y, en última
instancia, de los consumidores, a cambio de un aumento en los impuestos sobre los privilegiados
propietarios de ganado lanar.

Una medida similar fue la tomada por Fernando e Isabel en 1494 al crear el Consulado 4
de Burgos, un gremio mercantil, y conferirle el monopolio del comercio en la exportación de
lana en bruto. Burgos, aunque era un mercado floreciente, estaba a más de ciento cincuenta
kilómetros del puerto más próximo. Toda la lana destinada a la exportación, procedente de
cualquier parte de España, tenía que pasar por Burgos, transportándose desde allí, en recua
de mulas, hasta Bilbao, donde se embarcaba hacia el norte de Europa. Los mercaderes de
Burgos obtuvieron de esta forma un monopolio colectivo del producto de exportación más
valioso de España, a costa de los productores nacionales tanto como de los consumidores
del norte. El Consulado de Burgos sirvió además como modelo para la Casa de Contratación
instalada en Sevilla menos de una década después para controlar el comercio con América.

A lo largo de su reinado, Fernando e Isabel favorecieron la extensión del control


gremial, y por tanto del monopolio, para aumentar los ingresos fiscales. Sus sucesores, no
menos apurados financieramente, no hicieron nada para limitar ese control.

La ausencia de cualquier política económica sistemática de largo alcance queda ilustra-


da gráficamente por la historia de dos de las más importantes actividades económicas de
España: la producción de cereal y la fabricación de paño.
La producción de cereal, aun obstaculizada por los privilegios concedidos a la Mesta, prosperó
durante el primer tercio del siglo XVI a consecuencia del aumento de población y de una leve alza
de precios provocados por la afluencia inicial de la riqueza americana. Al acelerarse la subida del
precio, el gobierno respondió a las quejas del consumidor imponiendo precios máximos en el
granopara hacer pan en 1539. Como los costes continuaron incrementándose, el resultado fue que
las tierras de labor se dedicaron a otros propósitos distintos del cultivo de grano, con lo que la
escasez del mismo se agudizó. Para contrarrestarla, el gobierno admitió grano extran jero, antes
prohibido o sujeto a altos aranceles, libre de impuestos; sin embargo, esto desanimó todavía más a
los cultivadores de cereal. Muchas tierras dejaron de producir por completo, y España se convirtió
en un importador habitual de grano.

La situación de la industria del paño fue más o menos la misma. A comienzos del si glo XVI España
exportaba paño de calidad a la vez que la lana en bruto. La expansión de la
demanda nacional y, en especial, la de las colonias en América, elevó tanto los costes como
los precios. La oferta no podía satisfacer la creciente demanda. En 1548, el paño extranjero
se admitía libre de impuestos y en 1552 se prohibió la exportación (excepto a las colonias)
del paño nacional. El resultado inmediato fue una severa recesión en la industria del paño.

La prohibición de exportarlo se levantó en 1555, pero para entonces la pérdida de los mercados
extranjeros y el aumento de los costes producido por la inflación habían privado a
España de su ventaja competitiva. España siguió importando paño hasta el siglo XIX.
Como puede imaginarse, con una política económica inteligente, Carlos V podría haber
creado una prosperidad duradera para su vasto imperio, convirtiéndolo en un área de libre
comercio o en una unión aduanera. Sin embargo, no hay indicio de que tal idea jamás cruzase por
su mente.
En primer lugar, cada región, principado y reino dentro del imperio era consciente de sus propias
tradiciones y privilegios, y probablemente se habrían resistido a semejante iniciativa. Más
importante aún: desde el punto de vista del que hace la política,
el monarca dependía demasiado de los ingresos aduaneros como para abolir los aranceles y
peajes interiores en el comercio entre los diversos componentes del imperio. Incluso después de la
unión de las coronas de Castilla y Aragón, los ciudadanos de una trataban como extranjeros a los
de la otra; cada una mantuvo sus propias barreras arancelarias frente a laotra, e incluso conservó
su sistema monetario. El resto de las posesiones de los Habsburgo no estaba en mejores
condiciones. Los mercaderes e industriales de los Países Bajos debieron su importante penetración
en los mercados españoles a su superior competitividad más que a ningún privilegio especial.

Incluso con su política religiosa, los monarcas españoles consiguieron dañar el bienestar
de sus súbditos y debilitar las bases económicas de su propio poder.

Los monarcas siguieron una política similar en lo que respecta a la otra minoría religiosa, los moros
musulmanes. Cuando capituló el reino moro de Granada, los Reyes Católicos
decretaron una política de tolerancia religiosa hacia los moros (contraria a su casi simultánea
persecución a los judíos); pero en menos de una década también empezaron a perseguirlos.

En 1502 decretaron su conversión o expulsión. Como la mayoría eran humildes agricultores,


carecían de recursos con los cuales emigrar y se convirtieron en cristianos de palabra, los moriscos
Siguieron en el país durante más de un siglo, apenas tolerados, algunos todavía fieles a su religión
original; realizaban mucho trabajo útil, especialmente en

las ricas provincias agrícolas de Valencia y Andalucía. En 1609, otro gobierno español,
para enmascarar la noticia de otra derrota militar en el extranjero, ordenó la expulsión de
los moriscos. En realidad, no todos fueron expulsados, pero sí muchos de ellos, y el gobierno se
privó así de otro recurso económico muy necesario.

La política española hacia su imperio americano fue tan miope y autodestructiva como
la interior. Tan pronto como la naturaleza y el alcance de los descubrimientos del Nuevo
Mundo empezaron a atisbarse, el gobierno impuso una política de monopolio y control estricto.

En 1501 se prohibió a los extranjeros (incluidos catalanes y aragoneses) asentarse o comerciar con
las nuevas colonias. En 1503 se creó en Sevilla la Casa de Contratación con
el monopolio del comercio. Todos los barcos mercantes tenían que navegar con los convoyes
armados, como ya se ha dicho. Estos convoyes, aunque muy caros e ineficaces, consiguieron uno
de sus objetivos principales: la protección de los cargamentos de lingotes. Hasta 1628 los
holandeses no interceptaron una flota con su cargamento; los ingleses lo hicieron de nuevo en
1656 y 1657, provocando cada vez una importante crisis financiera.

Las políticas de monopolio y restricción demostraron ser tan impracticables que el gobierno pronto
tuvo que dar marcha atrás.

En 1524 se permitió a los mercaderes extranjeros


comerciar con América, aunque no asentarse allí. Esto proporcionó tantos beneficios a los
mercaderes italianos y alemanes que, en 1538, el gobierno canceló esta política y restableció el
monopolio para los castellanos. Pero muchas de las empresas castellanas que participaban en el
comercio a través de la Casa de Contratación en realidad eran meras fachadaspara los financieros
extranjeros, en especial genoveses. De 1529 a 1573 se permitió a los barcos de otros diez puertos
castellanos comerciar con América, pero estaban obligados a declarar su cargamento en Sevilla y a
desembarcar allí el que trajeran de vuelta; así pues, el incremento de los costes restó buena parte
de la eficacia que pudiera haber tenido este permiso. En cambio, las políticas de monopolio y
restricción fomentaron la evasión y el contrabando, tanto de españoles como de otros
exportadores. En 1680, como resultado de la sedimentación del río Guadalquivir, que impedía a los
barcos grandes llegar hasta Sevilla, el monopolio del comercio americano se trasladó a Cádiz; pero
para aquel entonces los cargamentos de lingotes eran ya un mero goteo. Los días de gloria habían
acabado.

La política dentro del imperio no fue mucho más lúcida. El comercio intracolonial no se fomentó,
aunque alguno hubo, especialmente entre México y Perú. Los viñedos y los olivares se prohibieron
oficialmente para beneficiar a los productores y exportadores nacionales. Aunque se permitieron
algunas industrias, como la de la seda en Nueva España (México), la política general fue reservar el
mercado de bienes manufacturados de las colonias para los productores de la metrópolis; pero, al
sufrir las propias industrias de España más o menos un continuo declive se acabó produciendo el
efecto contrario, pues se estimuló la demanda de los productos de sus rivales europeos.

La esencial absurdidad de la política económica colonial de España tiene su mejor exponente en el


tratamiento de su única posesión en el Pacífico, las islas Filipinas. Aunque estaban dentro de la
órbita portuguesa, como determinó la línea de demarcación papal, las Filipinas se convirtieron en
posesión española en virtud del descubrimiento de Magallanes.

Los filipinos y otros pueblos asiáticos comerciaban entre ellos y con áreas vecinas del continente,
entre ellas China; pero el único comercio con Europa que las autoridades españolas permitían era
indirecto, a través de Perú y de la propia España. Cada año un solo barco (en principio, aunque
también había contrabandistas), el galeón de Manila, salía desde Acapulco, cargado principalmente
de plata procedente de Perú y México, con destino a China y otros puntos de Asia. El viaje de
vuelta requería dos años; el barco pasaba el invierno en Manila, donde cargaba especias, sedas y
porcelanas chinas, y otros productos orientales de lujo. Los bienes que no se vendían en los
mercados mexicanos o peruanos se enviaban por tierra a Veracruz, donde eran recogidos por la
flota 8 para el viaje a España. No resulta sorprendente que pocas mercancías pudieran soportar el
alto coste de semejante itinerario.

4. Portugal

Una de las hazañas más destacadas de la época de expansión de Europa fue que Portugal,
un país pequeño y relativamente pobre, consiguiera hacerse con el dominio de un vasto imperio
marítimo en Asia, África y América. A comienzos del siglo XVI, la población de Portugal apenas
alcanzaba el millón de habitantes. Fuera de las pocas y pequeñas ciudades la economía era
predominantemente de subsistencia. A lo largo de la costa, las ocupaciones
no agrícolas más importantes eran la pesca y las salinas. El comercio exterior era de poca,
aunque creciente, importancia. Las exportaciones eran casi enteramente de productos primarios:
sal, pescado, vino, aceite de oliva, fruta, corcho y cuero. Las importaciones consistían en trigo (a
pesar de su poca población y de su orientación agrícola, el país no era autosuficiente en grano) y
productos manufacturados, como paño y objetos de metal.

¿Cómo un país tan pequeño y atrasado pudo adquirir el dominio de su inmenso imperio
con tanta rapidez? La pregunta no tiene una respuesta sencilla o breve. Muchos factores
estuvieron implicados, pero no todos en la misma medida. Uno fue la buena suerte: en la época en
que Portugal hizo su irrupción en el océano Índico, los gobiernos de aquella zona estaban
debilitados y divididos de forma poco usual por razones independientes de los acontecimientos de
Europa. Otro factor, menos accidental, pero de todas maneras fortuito, fue el conocimiento y la
experiencia que los portugueses habían acumulado en el diseño de barcos, las técnicas de
navegación y todas las ocupaciones con ellos relacionadas herencia prolongada del trabajo y la
dedicación del príncipe Enrique. Otro factor es aún más especulativo, pero no deja de ser
importante: el celo, el valor y la rapacidad de los hombres que se aventuraron a través de los
mares al servicio de Dios y de su rey, y en busca de riquezas.

En la primera oleada de descubrimientos y éxitos en Asia, los portugueses descuidaron


un tanto sus posesiones en África y América. El comercio de las especias y sus subsidiarios
prometían rápidas y abundantes ganancias para el rey y también para el pueblo, mientras
que el desarrollo de los sofocantes e inexplorados trópicos de Brasil y África constituían
claramente aventuras a largo plazo, caras e inseguras. En el siglo XVI, en conjunto se estima
que una media anual de unas 2.400 personas, la mayoría hombres jóvenes y en buenas
condiciones físicas, salió en busca de fortuna a ultramar, sobre todo hacia Oriente. En el decenio
de 1530, sin embargo, la Corona de Portugal llegó a alarmarse por las actividades de
los filibusteros franceses a lo largo de la costa brasileña, y se propuso consolidar colonias
portuguesas en el continente. El rey hizo concesiones de tierras a particulares, no muy distintas de
las que hiciera la Corona inglesa a lord Baltimore y William Penn en el siglo XVII, esperando
asegurar así la presencia de colonos con pocos gastos por su parte. Sin embargo,
las primeras colonias no arraigaron; la población india local, escasa, primitiva y con frecuencia
hostil, no proporcionaba ni mercados para la producción portuguesa ni trabajo seguro para la
economía brasileña. No sería sino hasta el decenio de 1570, con el trasplante
de la caña de azúcar desde las islas Madeira y Santo Tomé, y de las técnicas para su cultivo
con trabajo de esclavos africanos, que Brasil pasaría a formar parte integrada en la economía
imperial. Poco después, en 1580, Portugal pasó a la Corona de España, y aunque Felipe II prometió
conservar y proteger el sistema imperial portugués, éste tuvo que sufrir depredaciones de los
holandeses tanto en Oriente como en Occidente. Los planes de Portugal para el desarrollo y la
explotación del imperio africano se fueron posponiendo repetidamente hasta el siglo XX.

El monopolio legal del comercio de las especias por parte de la Corona portuguesa dio
origen a expresiones burlescas, como la de Rey de los ultramarinos y Potentado de la
Pimienta, pero la realidad oculta tras esos términos era bastante diferente de lo que sugieren. En
primer lugar, Portugal nunca se aseguró un control efectivo de las fuentes de suministro de
especias. Es cierto que en los primeros años de su explosiva entrada en el océano Índico
interrumpió completamente el transporte tradicional por tierra de las especias hacia el
Mediterráneo oriental, privando por tanto temporalmente a los venecianos de su lucrativo
comercio de distribución; pero las rutas tradicionales acabaron restableciéndose y a finales del
siglo XVI tenían un volumen de comercio mayor que nunca, superior, incluso, que el de las flotas
portuguesas.
Para esto hubo dos razones principales. Primero, los portugueses, sencillamente, estaban poco
extendidos. Incluso en el apogeo de su fuerza marítima, en el decenio de 1530, sólo poseían unos
300 navíos, y algunos de ellos se empleaban en las rutas de Brasil y África. Resultaba imposible
vigilar la mayor parte de dos océanos con tan pocos hombres y barcos. Segundo, la Corona se vio
obligada a confiar en funcionarios reales para reforzar su monopolio o en contratistas que
arrendaban o «cultivaban» una parte de él. En ambos casos cundieron la ineficacia y el fraude. Los
funcionarios reales, aunque provistos de amplios poderes, no estaban bien pagados, y con
frecuencia complementaban sus magros salarios aceptando sobornos de los contrabandistas o
efectuando ellos mismos el comercio ilegal. Los contratistas de la Corona, por supuesto, tenían
grandes incentivos para violar sus contratos siempre que les fuera posible.

El comercio de las especias era el más visible, pero constituía sólo una de las ramas del
comercio que los reyes portugueses intentaron monopolizar por razones fiscales. Ya antes
de la apertura de la ruta de El Cabo, la Corona portuguesa monopolizaba el comercio con
África, cuyas exportaciones más valiosas eran el oro, los esclavos y el marfil. Con el descubrimiento
de América la demanda de esclavos se incrementó, y los reyes portugueses
fueron los primeros en beneficiarse de ello; los verdaderos comerciantes de esclavos eran
contratistas que operaban bajo licencia de la Corona, a la que pagaban una parte de los beneficios.
En el siglo XVIII, el descubrimiento de oro y diamantes en Brasil proporcionó a la
Corona un nuevo Eldorado. Como hiciera anteriormente, intentó monopolizar el comercio
y prohibió la exportación de oro de Portugal, pero sin éxito. Los buques de guerra ingleses,
que gozaban de un estatus especial en aguas portuguesas en virtud de ciertos tratados, eran
los vehículos comunes del comercio de contrabando.

Los intentos de la Corona de establecer monopolios no se limitaban a los productos exó-


ticos de India y África, sino que se extendían a productos básicos nacionales, como la sal y
el jabón y, entre los más lucrativos, el tabaco de Brasil. Y lo que la Corona no podía monopolizar
intentaba gravarlo. Esta tentativa fue notable con la principal exportación de Brasil, el azúcar; no
obstante, todas las mercancías que tenían algo que ver con el mercado internacional o
intraimperial estaban fuertemente gravadas. A comienzos del si glo XVIII, casi el 40% del valor de
los artículos transportados legalmente desde Lisboa hasta Brasil representaba derechos de aduana
y otros impuestos.

El motivo tanto del monopolio como de los impuestos era, desde luego, obtener ingresos
para la Corona. Pero, dada la ineficacia y venalidad de los agentes reales, la evasión era
relativamente fácil y estaba bastante extendida. Además, cuanto más altos eran los impuestos,
mayor era el incentivo para evadirlos, lo que suponía un círculo vicioso para la Corona. En
consecuencia, los reyes portugueses se vieron forzados a pedir prestado, al igual que habían hecho
los monarcas españoles. En su mayoría pedían prestado a corto plazo y con intereses altos contra
futuras entregas de pimienta u otras mercancías fácilmente vendibles.

Los acreedores eran casi siempre extranjeros italianos y flamencos o los propios súbditos del rey,
los cristianos nuevos.

Los cristianos nuevos era el eufemismo que se aplicaba a los ciudadanos portugueses
con antepasados judíos. Algunos de ellos se convirtieron realmente al cristianismo, pero
muchos mantuvieron en secreto sus viejas creencias y costumbres o, al menos, era sospecha
general que así lo hacían.

Finalmente, Portugal obtuvo su propio brazo de la Inquisición, y su celo por conservar y promover
la única fe verdadera rivalizaba con el de su equivalente español. Se animaba a los ciudadanos a
denunciarse unos a otros; la identidad del informador no se revelaba y la carga de la prueba
correspondía al acusado. Incluso actos tan inocentes como ponerse camisa o blusa limpia en
sábado podía usarse como prueba de creencias proscritas. Como resultado de las prácticas de la
Inquisición, una atmósfera de mutua sospecha y desconfianza infestó la vida portuguesa durante
siglos, y Portugal perdió mucha riqueza, muchos trabajadores cualificados y muchos profesionales,
que decidieron marcharse a países más tolerantes, los Países Bajos en particular.

5. Europa Central, Oriental y Septentrional


Todo el centro de Europa, desde el norte de Italia hasta el Báltico, se encontraba nominalmente
unido en el Sacro Imperio Romano.

La guerra de los Treinta Años causó una gran destrucción, pero, comenzando con el acceso al trono
de Federico Guillermo, «el Gran Elector», en 1640, una sucesión de capaces dirigentes convirtieron
Branden burgo-Prusia en una de las naciones más grandes y poderosas de Europa, precursora de la
Alemania moderna. Entre los medios que utilizaron, se hallaban algunos de los instrumentos
habituales de la llamada política mercantilista, tales como los aranceles proteccionistas, la
concesión de monopolios y las subvenciones a la industria, e incentivos a empresarios y
trabajadores cualificados extranjeros para asentarse en sus poco poblados territorios (sobre todo
hugonotes franceses tras la revocación del Edicto de Nantes en 1685); pero más importante para el
éxito de su empeño fue la cuidadosa administración de los propios recursos del Estado. Gracias a la
centralización de su administración, la exigencia de contabilidades estrictas por parte del cuerpo
de funcionarios profesionales que habían creado, el cobro puntual de los impuestos y la austeridad
en los gastos, los Hohenzollern instauraron un eficaz mecanismo estatal bastante excepcional para
la Europa de su tiempo. Su único derroche digno de mención era el ejército, que a veces se llevaba
más de la mitad del presupuesto del Estado.

También hicieron buen uso de sus dominios, que incluían, además de explotaciones agrícolas,
minas de carbón, fundiciones de hierro y otras empresas productivas; gracias a una buena
administración y una cuidadosa contabilidad, tales dominios llegaron a producir más del 50% de
los ingresos totales del Estado. Pero, pese a la eficiencia y el poder estatales, la economía del país
era sólo moderadamente próspera para los patrones de su tiempo. La inmensa mayoría de la
población activa todavía se dedicaba a una agricultura de baja productividad y Prusia estaba lejos
de ser la gran potencia industrial en que se convertiría a finales del siglo XIX.

SUECIA:

Durante los siglos XVI y XVII, Suecia desempeñó un papel de gran potencia política y militar que
resulta sorprendente considerando su pequeña población. Su éxito resultó en parte de su
abundancia de recursos naturales, especialmente cobre y hierro, ambos esenciales para la
potencia militar, y en parte de la eficacia administrativa de su gobierno. Los monarcas suecos
consiguieron pronto un grado de poder absoluto dentro de su reino sin rival en Europa, incluso
comparándolo con estados absolutistas como Francia y España. Además, utilizaron su poder en
general de forma inteligente —con la excepción de sus temerarias incursiones militares, que al
final les llevaron a la derrota y a la retirada final—, al menos en la esfera económica. Abolieron los
peajes y aranceles internos que en otros países obstaculizaban el comercio, regularon los pesos y
medidas, instituyeron un sistema tributario uniforme y llevaron a cabo otras medidas que
propiciaron el crecimiento del comercio y la industria. No todas lo fomentaron en igual medida —
por ejemplo, se restringió el comercio exterior en Estocolmo y algunos otros puertos—, pero en
conjunto dieron total libertad a los empresarios, tanto nativos como inmigrantes (especialmente
holandeses y valones, que trajeron consigo artes y conocimientos especiales, además de capital),
para desarrollar los recursos de Suecia. En el siglo XVIII, tras el declive de su poder político, Suecia
se convirtió en el principal proveedor de hierro del mercado europeo.

6. Francia
El ejemplo arquetípico del nacionalismo económico fue la Francia de Luis XIV. Este monarca
encarnaba el símbolo y el poder, pero la responsabilidad de diseñar y aplicar la política recayó
sobre su primer ministro durante más de veinte años (1661-1683), Jean-Baptiste Colbert. La
influencia de Colbert fue tal que los franceses acuñaron el término colbertisme, más o menos
sinónimo de mercantilismo.

Colbert intentó sistematizar y racionalizar el control del aparato de Estado sobre la economía que
heredó de sus predecesores, pero nunca lo consiguió del todo, ni para su propia satisfacción. La
razón principal de este fracaso fue su incapacidad para extraer suficientes ingresos de la economía
con los que financiar las guerras del rey y su extravagante corte. Eso, a su vez, en parte fue
consecuencia del caótico sistema de impuestos francés que Colbert fue incapaz de reformar.

En principio, según la teoría medieval de la monarquía, se suponía que el rey debía mantenerse
con la producción de sus dominios, aunque sus súbditos, actuando a través de asambleas
representativas, podían otorgarle ingresos «extraordinarios» en casos de emergencia, como la
guerra. De hecho, al final de la guerra de los Cien Años varios de esos impuestos «extraordinarios»
se habían convertido en parte permanente de los ingresos reales.

A fines del siglo xv el Rey obtuvo mantener y aumentar los impuestos por decreto sin el
consentimiento de ninguna asamblea representativa.

Hacia finales del XVI, como consecuencia del incremento de los impuestos, de la inflación de los
precios y del crecimiento efectivo de la economía, los ingresos reales por impuestos se habían
multiplicado por siete en el curso del siglo y por diez desde el final de la guerra de los Cien Años,
en 1453. Pero tampoco fue suficiente para cubrir todos los gastos de guerras entre los reyes Valois
de Francia y los Habsburgo que abarcaron los primeros sesenta años del siglo XVI, y las guerras
civiles y religiosas posteriores. De esta forma, los reyes se vieron obligados a recurrir a otros
recursos para obtener fondos, tales como el préstamo y la venta de cargos.

Los monarcas franceses ya se habían endeudado en la Edad Media, especialmente durante la


guerra de los Cien Años, pero hasta el reinado de Francisco I (1515-1547) la deuda real no se
convertiría en una característica permanente del sistema fiscal. A partir de ahí comenzaron a
endeudarse exponencialmente. Se fue empeorando todo y más aun las condiciones de los
prestamos.

Además de los préstamos, la Corona obtenía ingresos a través de la venta de cargos (jurídicos,
fiscales y administrativos). La venta de cargos no era desconocida en otros lugares, pero en Francia
se convirtió en una práctica habitual. En el momento esto genero un beneficio, pero a largo plazo
se convirtió en un problema ya que se crearon mucha cantidad de cargos sin ninguna función. Puso
en estos cargos a hombres incompetentes, e incluso sin ningún interés en desempeñar sus
deberes, estimulando así la ineficacia y la corrupción.

También tuvo que recurrir a la empresa privada para obtener el grueso de los impuestos, a través
de la institución de los campesinos recaudadores. Creo impuestos como las aides (impuestos
indirectos aplicados a una amplia gama de mercancías), la odiada gabelle (originalmente un
impuesto indirecto sobre la sal, que se hizo fijo sin tener en cuenta la cantidad de sal comprada o
consumida), y en especial los numerosos aranceles y peajes que se obtenían del tránsito de
mercancías, tanto dentro del país como en las fronteras.
Colbert deseaba reformar este sistema, mediante la abolición de los aranceles y peajes internos,
pero la necesidad de ingresos de la Corona era demasiado grande, y no pudo hacerlo.

Tambien se intentó por medio de una “oposición” cambiar este sistema pero no se logró.

Aparte de sus tentativas de reformar y aumentar los ingresos del sistema fiscal, tanto Colbert como
sus predecesores y sucesores intentaron incrementar la eficacia y la productividad de la economía
francesa del mismo modo en que un sargento instructor trata de intensificar el esfuerzo de sus
soldados. Promulgaron numerosas órdenes y decretos con respecto a las características técnicas de
los artículos manufacturados y la conducta de los mercaderes. Fomentaron la multiplicación de
gremios con la intención expresa de mejorar el control de calidad, aunque su objetivo real era
obtener más beneficios. Subvencionaron las reales fábricas [manufactures royales] para proveer a
los señores de la realeza de artículos de lujo y también para establecer nuevas industrias. Por
último, para asegurar una balanza de pagos «favorable», crearon un sistema de prohibiciones y
altos aranceles proteccionistas.

Los reyes franceses comenzaron a intentar centralizar su poder sobre el país, y con ello el control
de la economía, después de la guerra de los Cien Años. Luis XI (1461-1483) prohibió a los
mercaderes franceses acudir a las ferias de Ginebra y, al mismo tiempo, concedió privilegios
especiales a las de Lyon, lo que pudo contribuir al crecimiento de éstas.

Tambien hubo alta demanda por parte de la aristocracia, de los exquisitos bienes de consumo que
el rey y sus oficiales. reclutaron a artesanos italianos y los establecieron en reales fábricas
privilegiadas para la producción de seda, tapices, porcelana, cristalería de lujo y similares; estas
industrias tuvieron una importancia cultural y artística significativa en los siglos siguientes, pero, a
excepción de la industria de la seda, su impacto económico inmediato fue nimio. Las guerras civiles
de religión que tuvieron lugar desde 1562 hasta 1598 provocaron muchos daños y destrucción, e
hicieron imposible una política económica consistente y coherente.

Medidad del duque de Sully, primer ministro de Enrique IV:

Dos medidas principales:

-En el Edicto de Nantes, Enrique IV concedió una tolerancia limitada a los protestantes (Sully fue
uno de los principales consejeros que persuadió al monarca de que se convirtiera al catolicismo
para fortalecer su posición en el trono, pero él mismo siguió siendo protestante)

- Por otra parte, arbitrariamente, por decreto, redujo el principal y los tipos de interés de las
elevadas deudas reales —en realidad, una declaración de bancarrota parcial por parte del trono.

El más famoso de los logros de Sully fue la elevación del rendimiento de los monopolios reales en
la producción de salitre, pólvora, municiones y especialmente sal. Estos monopolios habían
existido en los códigos durante varias décadas, pero su ejercicio había sido descuidado; Sully los
hizo observar con rigor, con el resultado de que el rendimiento de la gabelle, por ejemplo, casi se
dobló durante su permanencia en el cargo.

Richelieu y Mazarino los sucesores de Sully como primeros ministros de Luis XIII y Luis XIV.
Carecían tanto de interés como de habilidad en los asuntos económicos y financieros. Siendo su
principal objetivo (tras el mantenimiento de sus propias posiciones) el engrandecimiento de
Francia en el área internacional, permitieron que las finanzas del Estado volvieran poco a poco a
las deplorables condiciones que imperaban antes de Sully. La primera labor de Colbert, por tanto,
fue restaurar cierta apariencia de orden en las quebrantadas finanzas estatales, lo que hizo, de
forma característica, abrogando alrededor de un tercio de la deuda real. Sin embargo, el renombre
histórico de Colbert deriva de sus ambiciosos aunque infructuosos intentos por regular y dirigir la
economía.

Uno de los objetivos principales de Colbert fue hacer de Francia un país económicamente
autosuficiente. Con este fin promulgó en 1664 un extenso sistema de aranceles proteccionistas;
cuando vio que esto no mejoraba la balanza de pagos, recurrió en 1667 a aranceles aún más altos,
prácticamente prohibitivos. Los holandeses, que llevaban una gran parte del comercio francés,
tomaron represalias a su vez con medidas discriminatorias. Tales escaramuzas comerciales
contribuyeron al estallido de una guerra real en 1672, pero ésta llegó a un punto de estancamiento
y, en el tratado de paz que siguió, Francia se vio obligada a restaurar el arancel de 1664.

Promulgó detalladas instrucciones que cubrían cada paso en la manufactura de cientos de


productos. También creó cuerpos de inspectores y jueces para hacer cumplir las regulaciones, lo
que aumentó considerablemente los costes de producción. Los productores, así como los
consumidores, se oponían a ellas e intentaban eludirlas, pero, en la medida en que se lograba
imponerlas, también dificultaban el progreso tecnológico. La Ordenanza de Comercio de Colbert
(1673), que codificó el derecho mercantil, fue mucho más beneficiosa para la economía.

Colbert, aunque católico incondicional, apoyó la tolerancia limitada que concedió a los
hugonotes el Edicto de Nantes. Sin embargo, a su muerte, su débil sucesor consintió la decisión
de Luis XIV de acabar con la herejía protestante, lo que culminó en la revocación del edicto en
1685 y la consiguiente huida de muchos hugonotes hacia regiones más tolerantes. Este hecho,
junto con la continuación del asfixiante paternalismo de Colbert y las desastrosas guerras del rey,
sumergieron a Francia en una seria crisis económica de la que no emergería hasta después de la
guerra de Sucesión española.

7. El prodigioso crecimiento de los Países Bajos

La práctica económica holandesa difiere mucho de las demás naciones-estado europeas., por
dos razones:

Primero, la estructura de gobierno de la República Holandesa era muy diferente de la de las


monarquías absolutas de la Europa continental.

Segundo, la economía holandesa dependía del comercio internacional en mucho mayor grado que
la de cualquiera de sus vecinos más grandes.

Comercio:

Los holandeses establecieron su dominio mercantil a comienzos del siglo XVII y éste fue creciendo
hasta por lo menos mediados de siglo. La base de su superioridad comercial se encontraba en los
llamados «negocios-madre», que eran aquellos que conectaban los puertos holandeses con otros
del mar del Norte, el Báltico, el golfo de Vizcaya y el Mediterráneo. Dentro de esa región los barcos
holandeses constituían tres cuartos del total. Del Báltico traían grano, madera y pertrechos navales
que eran distribuidos por Europa Occidental y Meridional a cambio de vino y sal de Portugal y del
golfo de Vizcaya, de sus propios bienes manufacturados, sobre todo tejidos, y de arenques. La
pesca del arenque ocupaba un lugar único en la economía holandesa, con una cuarta parte de la
población dependiendo de ella directa o indirectamente. El arenque seco, ahumado y salado
gozaba de gran demanda en una Europa siempre escasa en carne fresca.

Los holandeses se especializaron en transportar las mercancías de otros junto con sus
exportaciones de arenque, pero también exportaban otros productos propios. La agricultura
holandesa, aunque ocupaba una proporción bastante menor de mano de obra que la de otros
lugares, era la más productiva de Europa y se especializó en productos de alto precio, como la
mantequilla, el queso y los cultivos industriales. Los Países Bajos carecían de recursos naturales,
como carbón y minerales, pero importaban materias primas y productos semielaborados, como
paño de lana en bruto de Inglaterra, y los exportaban ya acabados.

La industria de la construcción naval, desarrollada hasta un alto nivel de perfección técnica,


dependía de la madera del Báltico.

Se beneficiaron en gran medida de la inmigración libre desde otras partes de Europa.


Inmediatamente después de la revuelta holandesa, gran cantidad de flamencos, brabanzones y
valones, la mayoría de ellos mercaderes y artesanos cualificados, inundaron las ciudades del norte.

La facilidad con que Amsterdam accedió a su categoría de principal centro distribuidor de Europa
fue resultado, en parte, de la afluencia de mercaderes y financieros desde la decaída Amberes, que
aportaron su experiencia capitalista y su capital líquido. Durante los años siguientes, los Países
Bajos continuaron absorbiendo capital, tanto financiero como humano, gracias a la afluencia de
refugiados religiosos de los Países Bajos del sur, judíos de España y Portugal, y, a partir de 1685,
hugonotes de Francia. Estas migraciones contribuyeron a una política de tolerancia religiosa en los
Países Bajos única en su tiempo. Aunque los fanáticos calvinistas intentaron imponer
ocasionalmente una nueva ortodoxia religiosa, la oligarquía mercantil logró mantener la libertad
religiosa, a la vez que económica, para católicos y judíos, así como protestantes.

LIBERTAD HOLANDESA:

La preocupación holandesa por la libertad era real, se opusieron a las pretensiones de España de
controlar el Atlántico occidental y el Pacífico, a las de Portugal de hacer lo propio con el Atlántico
sur y el océano Índico, y a las de Gran Bretaña relacionadas con los «mares británicos».

El compromiso de los holandeses con la libertad en asuntos de política comercial e industrial era
ligeramente más ambiguo. En general, las ciudades (que eran las unidades efectivas) siguieron la
política de libre comercio. No había aranceles que gravaran las exportaciones o las importaciones
de materias primas o productos semiacabados que tenían que ser procesados y reexportados; los
aranceles e impuestos de los artículos de consumo estaban destinados a obtener ingresos, no a
proteger las industrias nacionales. El comercio de metales preciosos, en particular, era totalmente
libre, en sorprendente contraste con la política de otras naciones. Amsterdam, con su banco, su
bolsa y su favorable balanza de pagos, se convirtió rápidamente en el emporio mundial del oro y la
plata; se ha calculado que entre un cuarto y la mitad de las importaciones anuales de plata del
Imperio español finalmente acababan en Amsterdam, incluso durante la guerra de la
Independencia holandesa. La libertad era también la regla en la industria. Aunque existían los
gremios, ni estaban tan extendidos ni eran tan poderosos como en otros países; la mayoría de las
industrias importantes operaban enteramente fuera del sistema gremial. Más restrictivas, en
cambio, eran las regulaciones impuestas por las ciudades más grandes en los distritos que las
rodeaban, lo que impidió el crecimiento de industrias rurales. La excepción más importante a la
ausencia de regulaciones en el comercio y la industria holandeses la constituyó el «Gremio de la
Pesca», sancionado por el gobierno, que regulaba la pesca del arenque. Sólo se permitía a los
barcos de cinco ciudades tomar parte en la «Gran Pesca» (diferente de la de arenque fresco local
para el consumo doméstico).

8. INGLATERRA- Enrique VIII (1509-1547)

También, la economía que se aplicaba en Inglaterra era muy distinta de la que se aplicaba en los
Países Bajos y en las monarquías absolutas continentales.

Mientras que el carácter general de las políticas económicas de otras naciones europeas se
mantuvo más o menos constante desde el inicio del siglo XVI hasta el final del XVIII, las de
Inglaterra y Bretaña sufrieron una evolución gradual que correspondía a la evolución del gobierno
constitucional. Por otro lado, mientras que en la mayoría de los países continentales el absolutismo
real aumentó durante los siglos XVI y XVII, en Inglaterra tuvo lugar una evolución opuesta, que
desembocó en el establecimiento de una monarquía constitucional bajo control parlamentario a
partir de 1688.

En Inglaterra, las demandas fiscales de la Corona condujeron a repetidos conflictos con el


Parlamento hasta que éste triunfó finalmente. A diferencia de las asambleas representativas del
continente, el Parlamento inglés nunca había renunciado a su prerrogativa de aprobar nuevos
impuestos. Aunque las cuestiones económicas y financieras no fueron las únicas causas, ni siquiera
las más importantes de la guerra civil inglesa, la pretensión de Carlos I en la década de 1630 de
gobernar sin el Parlamento y recaudar impuestos sin su aprobación, fue un factor no desdeñable
en el estallido de la insurrección armada.

Tras la instauración de Guillermo y María en 1689 como monarcas constitucionales, el Parlamento


asumió el control directo de las finanzas del gobierno y en 1693 instituyó formalmente una deuda
«nacional» distinta de las deudas personales del soberano.

La llamada Revolución Gloriosa de 1688-1689 constituye un momento decisivo no sólo en la


historia política y constitucional, sino también en la historia económica. En el caso solamente de
las finanzas públicas, el decenio de 1690 vio, además del establecimiento de una deuda pública, la
creación del Banco de Inglaterra, una nueva acuñación de moneda nacional y el surgimiento de un
mercado organizado para valores tanto públicos como privados.

En el curso de los siglos XV y XVI, las exportaciones de paño basto e inacabado, monopolio de los
Mercaderes Aventureros, sobrepasaron las de la lana en bruto. El mercado principal para este
paño eran los Países Bajos, donde se acababa, se teñía y se reexportaba por toda Europa. En 1614,
un mercader, sir William Cokayne, concejal de la ciudad de Londres y confidente (o prestamista)
del rey Jaime I, convenció a este último para que revocara el monopolio de los Mercaderes
Aventureros, prohibiera la exportación de paño sin teñir y concediera un monopolio de
exportación de paño acabado a una nueva compañía de la que Cokayne, por supuesto, era el
miembro dirigente. El razonamiento se basaba en que los procesos de acabado eran las ramas más
lucrativas de la manufactura textil; reservándolas para Inglaterra, el proyecto incrementaría el
empleo y los ingresos nacionales, aumentaría los beneficios reales procedentes del impuesto de
exportación y asestaría un golpe a los holandeses. Pero éstos tomaron represalias, prohibiendo la
importación del paño teñido de Inglaterra; además, los oficios de acabado y teñido requerían
artesanos altamente cualificados, de los que Inglaterra carecía en buena medida. En 1624,
presionado por la Cámara de los Comunes, el gobierno dio completa libertad para el comercio de
paño. Las exportaciones de paño disminuyeron, se extendió el desempleo en la industria de la
lana y sobrevino una depresión general. En 1617, el gobierno restauró el monopolio de los
Mercaderes Aventureros, pero la crisis comercial continuó, exacerbada por el renovado estallido
de guerra en el continente.

En la segunda mitad del siglo XVII la Compañía de las Indias Orientales empezó a importar de India
unas telas baratas, ligeras de peso y de colores brillantes llamadas calicos, que rápidamente se
hicieron populares. La industria de la lana persuadió en 1701 al Parlamento para que aprobara la
primera Ley de Calico, que prohibía la importación de tejidos de algodón estampados. Entonces
creció con rapidez una nueva industria: la del estampado de artículos de algodón importados. La
industria de la lana se alarmó de nuevo, y en 1721 el Parlamento aprobó de buena gana una
segunda Ley de Calico que prohibía lucir o consumir artículos de algodón estampado. Esto, a su
vez, estimuló una industria textil nacional del algodón basada en algodón en bruto importado que
acabaría siendo la cuna de la llamada revolución industrial. Hacia finales de siglo, la manufactura
del algodón había desplazado a la de los artículos de lana para convertirse en la principal industria
británica.
En resumen, el crecimiento del poder parlamentario en Gran Bretaña a expensas de la monarquía
trajo aparejado un orden mayor en las finanzas públicas, un sistema de impuestos más racional
que cualquier otro que pudiera hallarse en Europa y una menor burocracia estatal. El ideal aún era
el de una economía «regulada», como en el continente, pero los medios de regulación eran
bastante distintos. El control parlamentario fue más eficaz en las relaciones económicas con el
mundo exterior (facilitado por la naturaleza insular de Gran Bretaña) y el Parlamento siguió una
política de nacionalismo económico estricto. En el interior, aunque el Parlamento deseaba
controlar la economía, careció en general de capacidad para hacerlo. Como consecuencia, los
empresarios británicos disfrutaron de un grado de libertad y oportunidades prácticamente único
en el mundo.

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