4.1.a Régimen Político Gómez-Zapata-Henríquez, CEP 2016 125-157
4.1.a Régimen Político Gómez-Zapata-Henríquez, CEP 2016 125-157
4.1.a Régimen Político Gómez-Zapata-Henríquez, CEP 2016 125-157
Régimen político
Propuesta inicial sobre régimen político
Gastón Gómez
E
ste esquema –muy elemental– debe leerse teniendo en cuenta que todo
análisis prospectivo sobre un sistema de gobierno involucra inevitablemente
otros aspectos que se relacionan directamente. Como demuestran la teoría y
la ciencia política contemporáneas, el tipo y profundidad de la cultura y prácticas
democráticas, el sistema electoral, los tipos, coaliciones y la idiosincrasia de los
partidos políticos influyen e inciden en los sistemas de gobierno. No cabe duda de
que el “régimen democrático” se relaciona –aunque hay desacuerdos en cómo– con
los sistemas de gobierno. Ahora, cuando ese análisis e intento de revisión tiene
que ver con el gobierno de un país, se requiere agudizar esas ideas, porque cada
sistema o régimen posee enormes particularidades derivadas –como es obvio– de
su evolución histórica diversa, posee instituciones que se nutren de la experiencia
de generaciones, tiene una cultura y praxis concretas, etc. Las ideas de la teoría y
la ciencia política en análisis prospectivos orientan, pero el tipo de juicio que se
requiere supone el conocimiento de la realidad de cada sistema, punto de partida
para su revisión.
Como es de perogrullo, este esbozo no pretende hacerse cargo del régimen
político chileno (es decir, de todas las cuestiones que la teoría y la ciencia política
implican). No comparto la idea de que si no revisamos el régimen político (la
totalidad de él) no podemos modificar el sistema de gobierno. La historia política
de Chile demuestra exactamente lo contrario en 1833, 1891, 1925 y 1942, por
ejemplo. Me parece que hay buenas razones para pensar lo contrario: cambios al
sistema de gobierno modifican aspectos fundamentales del régimen político y bien
orientados permiten contribuir a la calidad de la política. En este texto, redactado
para los debates del CEP, y tomando en cuenta nuestra historia institucional y
las ideas teóricas generales, trazaré algunos derroteros y rasgos adversos que pre-
senta el sistema de gobierno presidencialista vigente, para proponer modificarlo
(y ofrecer un esbozo de ello).
— 135 —
Propuestas constitucionales
Para este esbozo crítico y prospectivo, voy a entender por sistemas, tipos
o regímenes de gobierno, aquellos que se describen como “modelos clásicos” por
los especialistas. Prácticamente todos los países poseen sistemas que varían en
aspectos significativos, pero ellos no alcanzan a constituir un modelo. Aunque los
especialistas no están muy de acuerdo en todo, inevitablemente cada modelo de
sistema posee algunos rasgos adscriptivos y otros específicos. El mejor ejemplo de
lo que quiero decir son las diferencias entre el sistema de gobierno “presidencial”
en EE.UU. y en Chile o en América Latina. En el primero, el sistema descansa
en tres o cuatro supuestos que atenúan los rasgos ejecutivos y autoritarios que
supone el presidencialismo: partidos políticos no ideológicos ni de cuadros, un
Estado federal que admite competencias significativas en los Estados miembros y
la ausencia de “poderes exorbitantes” del Presidente sobre el Congreso. En cambio,
el sistema presidencial en Chile –si es que se le puede llamar genuinamente así–
evolucionó como un reforzamiento de los poderes formales presidenciales, con
facultades no habituales del Presidente sobre el Congreso, y con un sistema de
partidos (de varios y otros en permanente formación) ideológico que nos recuer-
da, tal vez con un énfasis muy significativo en el contexto de América Latina, los
partidos tipo europeos, con un Estado unitario. Es muy difícil, en consecuencia,
asimilar con claridad “el” régimen clásico de EE.UU. con los llamados regímenes
presidencialistas –algo peyorativo–, en particular el chileno. Intentaré, entonces,
que se entienda que estoy haciendo referencias a los aspectos centrales de los
modelos comparados de sistemas de gobierno (no a sus particularidades) y luego,
en el caso chileno, aludo a sus rasgos distintivos, todo esto puesto al servicio de
este trabajo.
Hay muchos especialistas que han criticado con fuerza el tipo de sistema
de gobierno presidencial en Chile (desde Lastarria en adelante). Algunos de
esos diagnósticos, como sabemos, le atribuyen un papel significativo en el tipo
y desenlace de la crisis política de 1973. Valenzuela incluso sugiere que con un
régimen parlamentario la crisis no se habría dejado caer (Valenzuela 1990). De
hecho, la proposición de gobierno del llamado Grupo de los 24 para proponer
cambios al gobierno (por uno mixto) parte de una idea similar: el tipo de gobierno
fue clave en la crisis de 1973, en un contexto de un sistema de partidos plural
que se plasmaría mejor en un modelo de gobierno semipresidencial. En los años
90, a la vuelta de la democracia, se llevó a cabo una intensa discusión de elites
sobre el tema del mejor sistema de gobierno para un régimen político como el
— 136 —
Régimen político / Propuestas iniciales
— 137 —
Propuestas constitucionales
— 138 —
Régimen político / Propuestas iniciales
— 139 —
Propuestas constitucionales
— 140 —
Régimen político / Propuestas iniciales
— 141 —
Propuestas constitucionales
— 142 —
Régimen político / Propuestas iniciales
— 143 —
Propuestas constitucionales
— 144 —
Régimen político / Propuestas iniciales
— 145 —
Propuestas constitucionales
— 146 —
Régimen político / Propuestas iniciales
que sea el Congreso. Lo importante son los mecanismos de control que existan
entre ellos ( JE y JG) y entre el ejecutivo y el legislativo ( JG y Cámaras). El JG
debería ser propuesto por el JE al Congreso o Cámara y aprobado por mayoría,
debiendo ser uno de sus miembros, para permitir el control de la ciudadanía
sobre él y la coalición, al menos a través de elecciones (algo que no se podría
lograr si fuera elegido por el Presidente sin apego a las mayorías, resultando una
proyección de la autoridad presidencial). El Presidente debiera tener la facultad
de disolver la Cámara política o el Congreso, sólo una vez en su período, y así
convocar a la ciudadanía a arbitrar cuando ello sea imposible de lograr desde la
Presidencia. Por su parte, el JG debe ser expresión de las mayorías políticas (así
como el conjunto de ministros). Si los Presidentes actuales han debido recurrir
a figuras significativas del Parlamento para llevarlas al gobierno y fortalecer sus
estructuras ejecutivas, liderazgo y capacidad de gestión, es debido a las falencias
del régimen presidencialista y a la necesidad de gestionar políticamente el Estado
de cara a una ciudadanía cada vez más activa (¿podrían haber ministros que no
hayan sido elegidos en el Congreso?). Los mecanismos de control del Parlamento
sobre el JG y los ministros debieran ser los clásicos del gobierno parlamentario,
y viceversa: censura, confianza constructiva estilo español o alemán, y disolución
(validada por el JE). Los ministros centrales del gabinete deben ser miembros
de las Cámaras pero, tal vez, debe considerarse que otros puedan ser reclutados
desde la sociedad civil.
Naturalmente, hay dos preguntas de fondo: ¿cómo se asegura la coope-
ración (y destrabar los conflictos) entre JE y JG? y ¿cómo se construyen incen-
tivos para asegurar la lealtad política razonable de los partidos o la coalición
mayoritaria del JG? Parte importante de la primera pregunta se relaciona con
dos cosas: una, el sistema debe establecer una división del trabajo ejecutivo que
es (o debe ser), en lo medular, lo más clara posible; dos, la potestad del JE de
disolver la Cámara contribuye a alinear los estímulos de cooperación necesarios.
La segunda parte de la pregunta tiene que ver, más bien, con los mecanismos
del régimen parlamentario, los que sitúan a la ciudadanía en posición de decidir
las controversias. ¿Son suficientes estos mecanismos? La idea central es que el
electorado puede, en los dos casos, ser convocado a decidir y con ello atenuara
la rotación y la frivolidad, aunque por cierto, nada puede evitar que el electorado
se equivoque.
— 147 —
Propuestas constitucionales
— 148 —
Régimen político / Propuestas iniciales
— 149 —
Propuesta inicial sobre régimen político
Patricio Zapata
S
e me ha pedido que entregue mi opinión sobre cuál debiera ser el sistema
de gobierno a consagrar en una eventual nueva Constitución chilena.
— 151 —
Propuestas constitucionales
— 152 —
Régimen político / Propuestas iniciales
2. El diagnóstico
El problema constitucional chileno es primero, y principalmente, un proble-
ma de régimen político; y si es –también– un problema de sistema de gobierno,
que lo es, ello es así en la medida que el tipo peculiar de sistema presidencial que
tenemos (hinchado tanto en lo funcional como en lo territorial) impacta negati-
vamente sobre la calidad de nuestro régimen democrático.
Pienso, en efecto, que nuestro sistema constitucional, que gracias al pro-
ceso político post 1988 devino en legítimo, y ha sido calificando, por lo mismo,
en aquello que Robert Dahl llama “poliarquía” o David Held llama “paradigma
pluralista”, no alcanza, sin embargo, a satisfacer los requerimientos de ideales
democráticos más exigentes. Que son, por lo demás, aquellos estándares que
demandan, crecientemente, nuestros tiempos y nuestras sociedades.
El juicio crítico al orden constitucional actual, desde la democracia, no
necesita apelar a una pretendida mejor democracia antes de 1973. Le basta con
observar lo que ha sido el proceso democratizador planetario de las últimas dé-
cadas y lo que son las necesidades y requerimientos de nuestra propia sociedad.
Es frente a esas exigencias que el texto constitucional hoy vigente se mues-
tra crecientemente más desfasado e insuficiente. Cada vez son más evidentes las
limitaciones de un modelo que, estructuralmente, fue pensado y diseñado por
personas que no tenían auténticas convicciones democráticas. Los muchos es-
fuerzos posteriores a 1988 por ir reparando y corrigiendo esta falla estructural no
han llegado todavía a restablecer en plenitud la idea del gobierno de las mayorías,
el principio de la igualdad política, el valor de la deliberación republicana y el
reconocimiento a espacios de participación ciudadana directa.
— 153 —
Propuestas constitucionales
— 154 —
Régimen político / Propuestas iniciales
1 No conviene olvidar, por lo demás, que por cada presidencialismo latinoamericano que,
entre 1945 y 1975, desembocó en revoluciones y Pinochets, hay otros tantos parlamentarismos
europeos que, entre 1920 y 1940, terminaron en guerras civiles y Mussolinis/Hitlers. La única
conclusión razonable, obviamente, es que cuando un continente está en el medio de una con-
frontación total, todos los sistemas de gobierno, presidenciales o parlamentarios, van a crujir.
— 155 —
Propuestas constitucionales
— 156 —
Régimen político / Propuestas iniciales
nunca haya sido una realidad efectiva, pero es un ideal normativo de la tradición
republicana en el que vale la pena insistir).
El Parlamento es el espacio institucional en que las pretensiones de libera-
lismo y democracia se pueden conjugar. Así lo entendía Hans Kelsen.
Para los liberales del “miedo”, tipo Judith Shklar, el Parlamento tendrá
sentido, principalmente, como instrumento del gobierno limitado. Entendiendo
el papel de “freno al abuso” que pueden y deben jugar las asambleas legislativas,
pienso, empero, que el Parlamento no puede ser visto sólo como un dique. Tiene
que ser, también, un cauce.
Los radicalmente iliberales, tanto los de izquierda como los de derecha,
no le asignan ningún valor al Parlamento. Unos, los demócratas robespierranos,
creen poder sustituirlo por algún tipo de asambleísmo de base o democracia
plebiscitaria. Otros, los autoritarios del orden, siempre preferirán un Führer (no
nos olvidemos que Schmitt despreciaba los Parlamentos, pues ese sería, en su
opinión, el lugar en que se expresa la diversidad que impide la unidad nacional y
donde las clases discutidoras eluden tomar las decisiones difíciles).
En este contexto de fortalecimiento de un Parlamento más representativo,
el principio de reserva legal recuperaría su sentido originario. Estaríamos dando
vida a la idea según la cual existen ciertos asuntos que, por incidir en la situación
de nuestros derechos fundamentales, no pueden sino ser discutidos y resueltos en
un foro donde todos estemos representados y donde los debates de significación
moral se lleven adelante en lógica de “fuego lento”, sin atajos ni decretazos.
3. Ideas
Comienzo anticipando mi conclusión: parece conveniente introducir un
conjunto de modificaciones al presidencialismo chileno que, preservando su
esencia y conservando sus activos fundamentales, propenda, sin embargo, y simul-
táneamente, al fortalecimiento de la institución representativa clásica (Congreso
Nacional), a una profunda descentralización política y a la incidencia ciudadana
directa en las decisiones políticas fundamentales.
Esta propuesta supone, entonces, preservar la esencia del presidencialismo
chileno. Por lo mismo, tanto la Jefatura de Estado como la Jefatura de Gobier-
no seguirán entregadas al ciudadano que triunfe en elección directa y sufragio
universal.
— 157 —
Propuestas constitucionales
Los diputados son elegidos por cuatro años en simultáneo con el Presidente.
Una Cámara de Diputados elegida en base a 33 distritos plurinominales que
elegirían un mínimo de tres y un máximo de ocho parlamentarios, adicionándose
un distrito uninominal para la representación de los chilenos que residen en el
extranjero. En total, un diputado por cada 100.000 personas (175 aprox.).
Tendríamos distritos más chicos que con la reforma recién aprobada, man-
teniendo el mismo proporcionalismo moderado.
Un Senado de la República elegido a nivel nacional, en colegio electoral
único, por sistema proporcional y voto de lista. Para tener representación en el
Senado las listas, o candidaturas independientes en su caso, deben obtener más
del 10 por ciento de los votos válidamente emitidos. Total: 30 miembros, elegidos
por parcialidades; 15 en cada elección. Los senadores duran ocho años.
Eventualmente, el Senado podría ser Cámara revisora sólo para algunos
asuntos (por ejemplo, aquellos que irrogan gasto, los que inciden en la división
territorial del país y aquellos que suscitan un debate constitucional).
— 158 —
Régimen político / Propuestas iniciales
4.4.1. El Congreso debiera ser quien calificara las urgencias. La otra alternativa
es circunscribir la facultad presidencial de poner urgencia a un máximo
simultáneo de dos proyectos en cada una de las Cámaras.
4.4.2. Los embajadores debieran ser ratificados por la mayoría del Senado.
4.4.3. Los Ministros de la Corte Suprema, el Contralor General de la República
y Fiscal Nacional deben ser ratificados por la mayoría del Senado.
4.4.4. Todos los Ministros del Tribunal Constitucional debieran ser nombrados
por el Congreso Nacional: seis por la Cámara de Diputados y seis por el
Senado. Se eligen de a tres, en una sola votación, y por nueve años.
4.4.5. Mantendría la iniciativa exclusiva presidencial, pero sólo en relación a los
proyectos que directamente irroguen un mayor gasto público o modifiquen
a la baja la recaudación tributaria.
— 159 —
Propuestas constitucionales
— 160 —
Otras propuestas sobre régimen político
Miriam Henríquez
S
i se realiza un breve y simple diagnóstico del diseño y funcionamiento del
régimen de gobierno previsto por la Constitución Política, es posible obser-
var una serie de problemas que justificarían introducir cambios al régimen
presidencialista reforzado o hiperpresidencialismo chileno, los que resumiré a
continuación:
1.1. En nuestro régimen presidencialista, el Presidente de la República
concentra en gran medida el poder del Estado por razón de su carácter de Jefe de
Estado y también de Jefe de Gobierno. En contraste con el Congreso Nacional,
quien –como expresó Gastón Gómez– “tiene un rol legislativo y fiscalizador pero
no tiene la responsabilidad institucional de gobernar”. De esta manera, el Con-
greso Nacional aparece debilitado frente al Gobierno, generándose un régimen
de hegemonía presidencial desequilibrado con rasgos más o menos autoritarios.
1.2. En un régimen presidencialista, si el Presidente de la República pierde
apoyo electoral durante el mandato y/o si no cuenta con mayoría parlamentaria,
se genera una crisis y una confrontación polarizada que puede derivar en crisis
institucionales. El bloqueo institucional –o ingobernabilidad– no tiene solución
en el sistema presidencialista.
1.3. En nuestro régimen presidencialista las funciones del Presidente de la
República se encuentran reforzadas y son exacerbadas respecto de las funciones
del Congreso Nacional. Así, a las facultades de Jefe de Estado y Jefe de Gobier-
no, se suman atribuciones de nombramiento de autoridades relevantes (jueces,
embajadores, comandantes en jefe de las FF.AA., ministros del Banco Central,
Contralor General de la República, integrantes del Tribunal Constitucional,
Fiscal Nacional, etc.) y de control de la función legislativa (veto, iniciativa de ley,
— 161 —
Propuestas constitucionales
— 162 —
Régimen político / Otras propuestas
— 163 —
Propuestas constitucionales
— 164 —
Régimen político / Otras propuestas
— 165 —
Propuestas constitucionales
— 166 —
Régimen político / Otras propuestas
— 167 —