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Primer Capítulo Monografía

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CAPÍTULO I: LA MISERICORDIA DIVINA EN LA SAGRADA

ESCRITURA

1. Consideraciones.
Actualmente, hablar de misericordia resulta un poco tedioso y a veces confuso, ya que,
para la gran mayoría, ésta tiene connotaciones muy diversas, cosa que la hace para muchos
una palabra difícil, e incluso una actitud de debilidad. Es por eso que, en este primer
capítulo, quiero enfocarme lo más claro posible y con el mejor de los esfuerzos en dar una
aproximación concreta y original a este término.
En primer lugar, la «palabra latina misericordia, según su significado originario quiere
decir: tener el corazón (cor) con los pobres (miseri), sentir afecto por los pobres. A esto
apunta también el término alemán Barmherzigkeit, en decir que significa tener un corazón
compasivo.»1 Este significado de la misericordia denota en la persona, una actitud de auto
trascendencia hacia los demás, llegando incluso a olvidarse de sí, para dar prioridad a los
otros.
Podemos también afirmar que la misericordia es la «disposición a compadecerse de los
sufrimientos y miserias ajenas. Se manifiesta en amabilidad, asistencia al necesitado,
especialmente en el perdón y la reconciliación. Es más que un sentimiento de simpatía, es
una práctica.»2 Si trasladamos esto a nuestro estudio teológico y a la vida del cristiano, nos
asentamos en que, la misericordia hace parte del importante conjunto de los atributos
divinos fundamentados en el amor que une y nos lleva a tener un corazón solidario con
aquellos que tienen o pasan necesidad.
En segundo lugar, este término también asienta sus bases etimológicas en los textos
hebreo y griego respectivamente. Así, en el hebreo proviene de Rahamin y Hesed.
Rahamin, expresa el amor de madre basado en rehem que significa e indica las vísceras
o el regazo materno en los rasgos femeninos del amor entrañable de una madre hacia su
creatura, haciendo brotar de esta unión, el más puro y gratuito de los amores. 3 Este vínculo
de amor visceral, se sitúa en la parte más íntima del hombre y su sentimiento brota de
manera espontánea abierto a toda forma de cariño, y en circunstancias especiales se traduce
en actos de compasión y perdón (Sal 106, 43; Dan 9, 9).4
Hesed, por su parte, media una actitud de profunda bondad y, esta bondad entre dos
hombres implica fidelidad recíproca que se convierte en fruto de una fidelidad hacia sí
mismo y de Dios hacia nosotros mediante su compromiso de amor, no por los méritos de

1
W. KASPER, «La Misericordia, clave del Evangelio y de la vida cristiana», 29
2
«Misericordia», [acceso: 16. 03. 2017], https//:wikipedia.org
3
Cf. R. VILLA, «La misericordia en la biblia y en la tradición de la Iglesia», [acceso: 16. 03. 2017],
https//:mercaba.org/ARTICULOS/M/misericordia-en-la-biblia-y-tradicion.html
4
Cf. A. SISTI, «Misericordia», [acceso: 16. 03. 2017], https//:mercaba.org/DicTB/M/misericordia.html
cada uno, sino por su deseo y coherencia que lo hace más fuerte que el mismo pecado y
traición del pueblo de Israel.5
Este término se distingue del anterior en cuanto que no nace de un sentimiento
espontáneo, sino de una deliberación consciente que surge a consecuencia de una relación
derecho – deber entre un superior y un inferior. Fundamentalmente, significa bondad, como
se expuso anteriormente, pero de manera ordinaria, se muestra bajo la forma de la
compasión o del perdón, siempre teniendo de base la fidelidad.
Ya en el texto griego y de manera especial la versión de los LXX, el término
mayormente utilizado en ambos testamentos es , que traduce a hesed, y parte de una
profunda conmoción de ánimo traducido en gestos de compasión, bondad y misericordia.
Después del término anterior sobresale el , que traduce al rahamin, y que
subraya el aspecto exterior del sentimiento de compasión que luego se traduce en piedad y
misericordia.6
En tercer lugar, es importante tener en cuenta algunas concepciones de misericordia que
el autor Wilson Chavarro Garzón, siguiendo su experiencia académica ha podido recopilar
en su obra «Misericordia y perdón». Analizándolo, podemos llegar a las siguientes
conclusiones:7
o Es esa capacidad de sentir consideración, especialmente por los más necesitados,
brindándoles apoyo y solidaridad.
o Es sentir compasión o ternura por el prójimo que está llevando una vida
infrahumana, valorándolo como persona, como bautizado y como hijo de Dios.
o Es tener la disposición para ayudar, perdonar y promover a un hermano en
necesidad, brindándole toda la caridad que necesite, desde la caridad fraterna, e
invitándolo a vivir desde un espíritu de perdón y reconciliación.
o Es la manifestación santa, infinita y eterna de Dios quien siempre busca el bien de
las personas.
o Es tener un espíritu humilde y misericordioso que nos impulse a realizar actos
nobles sin dejarnos llevar por el pecado del orgullo, la necedad u otras realidades
inequívocas.
o Es acoger en nosotros la gracia de la salvación que el Señor nos propone.
Estas experiencias recogidas, del concepto de misericordia van en sintonía y, por tanto,
en la línea de ese sentimiento que nos brota de los más profundo de nuestras entrañas para
ayudar a quien más lo necesita, pero, no siguiendo cualquier modelo, sino el del Padre
Misericordioso.
Para concluir este vasto análisis de reflexión en torno al término de misericordia, sale a
nuestro encuentro la obra de Xabier Pikaza y José Antonio Pagola, «Entrañable Dios. Las
obras de misericordia: hacia una cultura de la compasión», en la que reconocemos que la
palabra misericordia tiene un extenso campo de significados – como lo hemos visto – pero

5
Cf. A. SISTI, «Misericordia», [acceso: 16. 03. 2017], https//:mercaba.org/DicTB/M/misericordia.html
6
Cf. A. SISTI, «Misericordia», [acceso: 16. 03. 2017].
7
Cf. W. CHAVARRO GARZÓN, «Misericordia y perdón», 8-25
de manera singular puede denotar un sentimiento, una virtud social o una experiencia
religiosa.
Como sentimiento, ubicamos a la misericordia como una emoción que se podría vincular
a las entrañas o al vientre materno (según el hebreo rahamin). Como virtud social, la
misericordia es justicia, protección a los pobres y fidelidad al pacto o alianza de Dios con
los hombres y de los hombres entre sí (según el hebreo hesed). Y como experiencia
religiosa, la misericordia es el rostro de Dios, o sea, su revelación que aparece tanto en el
Antiguo y que en el Nuevo Testamento puede utilizarse como  o 8
Ante este panorama, podemos concluir que a pesar de las muchas significaciones que
podemos construirnos de la misericordia, siempre apuntamos a que es una actitud y una
disposición de sentir con el corazón las necesidades de los hermanos que vienen a nosotros
como un don y, reconociendo que este deseo (misericordioso) brota de Dios como de su
fuente, de su iniciativa, de su santidad, de su finitud, de su permanencia, de su carácter
formativo, fraternal – familiar, y tiende de la misma manera a él como a su fin, no vacía,
sino, al modo de la lluvia que cae del cielo, empapa la tierra, la fecunda, la hace germinar y
da al hombre el pan necesario (Cf. Is 55, 10); así, su misericordia infinita regresará a Él
después de habernos hecho nosotros misericordiosos con el prójimo.

2. ENTRAÑAS DE MISERICORDIA: ANTIGUO TESTAMENTO.

Nos centramos en la tradición veterotestamentaria de la Sagrada Escritura en primer


lugar, para poder comprender de modo general la vivencia y experiencia que el pueblo de
Israel tenía con el Dios que lo liberó de la esclavitud de Egipto. En cada libro por tanto,
podemos contemplar ese rostro misericordioso de Dios que a pesar de las múltiples
incidencias, se mantiene «lento a la ira y rico en clemencia.» (Sal 103, 8).
En cuanto a este tema se refiere, el Antiguo Testamento ha tenido la característica de
presentar «un Dios iracundo y vengativo, frente al Dios del Nuevo Testamento, clemente y
misericordioso.»9 A lo largo de estas páginas, trataremos de entender estas diversas
realidades, de modo especial, en el actuar de los grandes personajes del pueblo de Israel,
pero sobre todo, tratando de descubrir la infinita misericordia de Dios.

2.1. El lenguaje de la Sagrada Escritura.


La construcción del lenguaje bíblico no puede prescindir de la realidad humana
circundante a lo largo de su composición, y mucho menos en lo que respecta al tema de
nuestro interés como lo es el de la misericordia. Como se afirmaba anteriormente, este
lenguaje apunta hacia un Dios vengativo e iracundo, partidario del exterminio y de la
muerte. Así, lo confirman algunos textos: Dt 7, 21-24; 9, 3; Jos 6, 21; 8, 1-29; 1Sam 15; Sal
58; 83; 109, entre otros muchos.

8
Cf. X. PIKAZA – J.A. PAGOLA, «Entrañable Dios. Las obras de misericordia: hacia una cultura de la
compasión», 27-28
9
M. SÁNCHEZ MONGE, «Este es el tiempo de la misericordia», 22
En un primer momento, es absolutamente necesario traer a nuestra memoria la primacía
del amor de Dios a su pueblo, para poder comprender la misericordia en el Antiguo
Testamento. Este acontecimiento en el que el pueblo de Israel experimenta que el Dios que
sale a su encuentro es un Dios verdaderamente misericordioso, que ha oído sus súplicas y
que los ha encontrado.10 Hablamos de la misión encargada a Moisés de liberar a un pueblo
esclavo en país extranjero por la misma iniciativa amorosa de Dios: «He visto la aflicción
de mi pueblo en Egipto; he escuchado su clamor…» (Éx 3, 7) Por misericordia, Dios se ha
dignado escuchar a este pueblo y por misericordia llega a establecer una alianza amorosa
marcada por la solidaridad, la bondad y la misericordia.
Claramente, el hecho de que Dios se haya autodefinido como «Señor, Dios compasivo y
misericordioso, lento a la ira y rico en clemencia y lealtad.» (Éx 34, 6), debe convertirse en
una evocación al estilo del amor de una madre por su hijo. De ahí, que en la mayoría de
textos se sugiera la imagen de un Dios que se conmueve y enternece por nosotros, como
una madre que toma en brazos a su niño, deseosa de amarlo, protegerlo, ayudarlo, etc., así
como las otras categorías que se da el mismo Dios, que se inclina sobre quien es débil y
pobre para acoger y perdonar, que sabe esperar como el agricultor hasta que se den los
buenos frutos (Cf. Mt 13, 24-30), que muestra su verdadero amor dando él, el primer paso
sin tener en cuenta los méritos humanos pues, va más allá del pecado, lo vence y lo
perdona.11
Como segundo elemento de reflexión, se nos presenta que este pueblo de Israel, el
pueblo de la alianza con Dios, no fue del todo fiel a ella, sin embargo, a pesar de todo esto,
Yahvé suscitaba hombres: profetas y jueces para que apelaran a la gran e infinita
misericordia divina y en la que finalmente, se manifestaba el triunfo del Señor y de su
misericordia (Cf. Jue 3, 7-9; 1 Re 8, 22-53; Miq 7, 18-2; Is 1, 18; 51, 4-16; Bar 2, 11-3, 8;
Neh 9). De esta manera se deja claro el papel de la misericordia «como elemento
correlativo de la experiencia interior de las personas en particular, que versan en estado de
culpa o padecen toda clase de sufrimientos y desventuras.»12
Como consecuencia de esto se tiene, pues, que la misericordia en la tradición
veterotestamentaria no es una cualidad propiamente de Dios, sino que, hace parte de la
caracterización de la vida del pueblo de Israel y de sus hijos ya que, es «el contenido de la
intimidad con su Señor, el contenido de su diálogo con él.»13
Además de este pasaje bíblico emblemático, tenemos – como lo veremos a lo largo de
este capítulo – que la misericordia de Dios está presente a lo largo de toda la Escritura y de
manera palpable en la vida del mismo pueblo de Israel. Es el mismo Dios que con su
infinita misericordia acompaña la misión de los patriarcas, conduciéndolos por caminos de
gracia y reconciliación (Cf. Gén 37-50); el que convierte a Moisés en verdadero mediador
de la misericordia que lo salvó de las aguas del Nilo; ilumina de la misma manera la labor
profética como testigos privilegiados de la misericordia continua de Dios con su pueblo,

10
Cf. R. D. LÓPEZ, O.P., retiros espirituales a los seminaristas de la Arquidiócesis de Bucaramanga, 2017
11
Cf. FRANCISCO, «Audiencia General, 13 enero de 2016.»
12
DM, 4
13
DM, 4
para luego acompañar la experiencia sapiencial y poética de Israel plasmada en los salmos
y su gran riqueza cultural y social.14
Finalmente, para dejar paso a la siguiente reflexión acerca de los nombres de la
misericordia, es necesario apropiarnos a modo general del término básico que utiliza el
Antiguo Testamento para referirse a ella. Este es «hesed», que es favor inmerecido,
afabilidad, benevolencia, gracia y misericordia divinas (Sal 25, 6; 40, 12; 103, 4; Is 53, 7;
Jer 16, 5; Os 2, 21). Así, esta expresión cala en el diario vivir del pueblo de Israel no
solamente como un enternecimiento o tristeza por el sufrimiento humano sino más bien, por
la solicitud amorosa de Dios por él y que se prolonga en el tiempo, mucho más allá de la
imaginación y pensamiento humanos. Ella no es una idea abstracta sino «una realidad
concreta por medio de la cual Dios revela su amor… se trata pues, de un amor
entrañable.»15

2.2. Cuatro nombres de la misericordia.


«Moisés invocó el nombre del Yahvé. Yahvé pasó por delante de él y exclamó: “Yahvé, Yahvé,
Dios misericordioso (rehem) y clemente (hen), tardo a la cólera y rico en amor (hesed) y
fidelidad (´emet), que mantiene su amor por mil generaciones y perdona la iniquidad, la
rebeldía y el pecado, pero no los deja impunes; que castiga la culpa de los padres en los hijos y
en los nietos hasta la tercera y cuarta generación.”» (Éx 34, 6-7)

Partimos de este texto para analizar los cuatro nombres de la misericordia, pues, la
anterior cita bíblica ha sido considerada la carta magna de la misma, que «se eleva sobre el
pecado de los hombres, a quienes ofrece perdón para que ellos (pecadores perdonados)
puedan así superar su tentación anterior de idolatría, iniciando así un camino de humanidad
que responda a la misericordia.»16
Nos encontramos en esta escena por tanto, con la clara modalidad de la infidelidad a la
alianza por parte del pueblo de Israel, pues, Moisés en su primera ocasión de subida al
monte Sinaí había ido a recibir de parte de Dios las tablas de la ley y al bajar se encuentra
con que los israelitas se hallan adorando un becerro de oro, provocando de esta manera la
ira de Dios (Cf. Éx 32, 1-10). Pero, por pura misericordia divina, Moisés sube de nuevo al
monte y dialoga con Yahvé, trayendo consigo de vuelta otras tablas con la ley inscrita (Cf.
34, 4-7).
Con este presupuesto, Yahvé Dios revela su verdad con cuatro nombres de misericordia
que expondré a continuación de manera ligera, pues ya han sido trabajados un poco en el
capítulo anterior:17
1. Amor entrañable (rehem): Es la vinculación propia al vientre materno y
consecuentemente, al amor expresado por la madre para con quienes han salido de
sus entrañas. Ahora bien, un padre puede también tener rehem, pero su modelo
14
Cf. FRANCISCO, «Audiencia General, 27 enero de 2016.»
15
MV, 6
16
X. PIKAZA – J.A. PAGOLA, «Entrañable Dios…», 35
17
Cf. X. PIKAZA – J.A. PAGOLA, «Entrañable Dios…», 36-39
original es la madre. Mientras los hebreos vinculan la misericordia con el vientre
materno, los latinos lo refieren al corazón que se apiada de los miserables.

2. Amor gratuito (hen): Referido a la persona que acoge y ayuda a los hombres de un
modo gratuito. Dios es la gratuidad en modo pleno pues ella nace de su misma
misericordia. Él es hen, pues, quiere, ama y goza perdonando.

3. Fiel (hesed): Podríamos decir que esta palabra incluye las dos anteriores, añadiendo
su propia especialidad: lealtad y fidelidad (a la alianza). Ante la escena del
rompimiento de la alianza y el pecado de la idolatría, lo más justo que hubiese
podido hacer Dios sería responder de la misma manera rompiendo su pacto y
entregando al pueblo en manos de su propia destrucción, pero no, él se mantiene fiel
y leal a la misma, denotando su esencia misericordiosa.

4. Verdadero (´emet): Su verdad también es rasgo característico de Dios, pero no


como algo oculto o misterioso, sino, a modo de firmeza en el cumplimiento de la
palabra dada. La verdad en Dios, es pues, confianza plena y sin vacilaciones, no
como al estilo de las ramas de un árbol que son sacudidas por el viento. Es mantener
la fidelidad, respondiendo a la llamada de Dios que es la fidelidad eterna y que
define la vida de los hombres, que pueden y deben ser fieles entre sí, relacionándose
con entrañas de amor y misericordia.
Estos nombres de la misericordia divina según la visión veterotestamentaria, hacen
pensar que en nada tienen que ver con los conocidos esquemas moralistas que presentan a
un Dios condicionado por la ley externa; antes bien, expresan ese rostro lleno de
misericordia y cercanía de modo personal. De este modo se entiende el hecho de que Dios
ofrezca misericordia por mil generaciones y que castigue a los culpables de forma limitada,
haciendo ver que su perdón se abre a un futuro ilimitado pero sus castigos son siempre
temporales que preparan a los hombres por medio de una terapia de misericordia que los
mueva a responder de la mejor manera a ella.

2.3. La profecía: Un clamor de misericordia.


La era profética en el pueblo de Israel, designa un tiempo de vital importancia dentro de
la tradición veterotestamentaria, pues, al conocer las grandes extensiones de sus personajes,
escritos, mensajes y territorios, damos por asentada su maduración y renovación de la fe en
los israelitas en lo que respecta a radicalidad, coherencia en el culto, compromiso social,
adhesión al verdadero Dios, entre otros temas que pudiéramos catalogar de proféticos.
Sin embargo, para una tener una mejor comprensión del papel del profeta, es necesario
apuntar que este fenómeno se origina y/o se produce en un contexto social, económico y
religioso propio del pueblo de Israel, el cual durante varios años atrás había venido
gestando en sus diferentes situaciones históricas.18

18
Cf. J. SASTRE, «Profetismo», [acceso: 03. 08. 2017], http://www.mercaba.org/Pastoral/P/profetismo.htm
Teniendo en cuenta este presupuesto, surge la gran figura representativa del profeta con
dos características esenciales: por un lado, la profunda experiencia de Dios que los hace
portavoces de sus designios de salvación, y por otro, el hecho de compartir con el pueblo la
situación que se está viviendo.19 Esto los hace ver el futuro no con una mirada devastadora,
sino de renovación y gracia, ya que, siendo conscientes de su pequeñez (Cf. Jer 1, 8),
limitación e impureza (Cf. Is 66, 5), sienten la importante llamada que Dios les hace para
participar de su misión siendo intercesores y extractores de la única fuente de luz que es
Dios para su pueblo.
El profeta, de hecho posee un lenguaje muy sencillo. Él parte o se vale incluso de
sentimientos pero ante todo, de las diversas situaciones en lo que respecta a las situaciones
mencionadas en el primer párrafo. Unido a este lenguaje viene el llamado a la conversión
que se halla referenciado en la insistencia de hacer comprender el amor infinito de Dios,
que perdona y espera el cambio de su pueblo escogido. Lo mismo acontece con la
misericordia de Dios, tan predicada y anunciada por los profetas, de manera especial en
boca de Amós, Oseas, Isaías y Jeremías. Ellos, dejan entrever dentro de todos sus mensajes,
profecías y oráculos el gran amor que Dios tiene al pueblo de Israel y la constante
esperanza que guarda en ver a sus hijos nuevamente por caminos de luz en la obediencia a
la Alianza.

2.3.1. Amós, profeta de justicia en un mundo sin misericordia.


Amós, era oriundo de Técoa (Cf. Am 1,1), ubicado al sur de Jerusalén, en los confines
del desierto de Judá. De profesión era pastor como lo atestigua en su mismo libro (Cf. Am
7, 14). Fue criado en un ambiente «de austeridad y pobreza, tenía una especial repugnancia
por todo lo que significara derroche y lujo en la vida sedentaria, y así, en su predicación
aparece como el gran recriminador de los excesos de las clases pudientes y de sus
extorsiones para con los pobres.»20
Ubicamos del mismo modo su ministerio profético en tiempos de Jeroboám II (783 –
743) y de Ozías o Azarías de Judá (789 – 738).
Amós, era consciente de la elección de los israelitas por parte de Dios, quien los había
elegido «entre todas las familias de la tierra» (Am 3, 2), pero del mismo modo sabía que,
esa elección resultaría un tanto inútil si se seguían oprimiendo a los pobres:
«Venden al justo por dinero, al indigente por unas sandalias. Aplastan contra el polvo a los
pobres, oprimen a los humildes.» (2, 6-7).
«Escuchen esta palabra, oh vacas de Basán, que están sobre la montaña de Samaria, que
oprimen a los pobres y maltratan a los indigentes, que dicen a sus señores: traigan para que
bebamos.» (4, 1)

19
Cf. J. SASTRE, «Profetismo», [acceso: 03. 08. 2017], http://www.mercaba.org/Pastoral/P/profetismo.htm
20
«Amós» [acceso: 03. 08. 2017], http://www.mercaba.org/Biblia/Comentada/profetas_amos.htm
Con esta reflexión que hace el profeta se deja ver claramente la situación en el pueblo de
Israel hacia el siglo VIII a.C., que después de haber salido de la esclavitud de Egipto,
prospera haciéndose rico, aunque, a costa de los más pobres.
Del mismo modo, Amós profetizaba contra aquellos que mantenían oprimidos a los
esclavos violando las leyes del año sabático, así como los que faltaban contra el
mandamiento de «no robar». Así nos lo hace saber:
«Así dice Yahvé a Gaza: por tres delitos y por cuatro no los perdonaré, porque hicieron
prisioneros en masa y los vendieron a Edom… Así dice Yahvé a Tiro: por tres delitos y por
cuatro no los perdonaré, porque vendieron innumerables prisioneros a Edom (Am 1, 6.9).

Vemos, pues, con la presentación del mensaje profético de Amós, que el tema de la
misericordia viene a ser descubierto a raíz de toda esta problemática presentada en el
pueblo, como un mandato ético conforme al ejemplo del propio Dios y que, el no
practicarla contradeciría aquella misericordia divina. Es en Amós, donde podemos decir
que «la misericordia guarda una relación esencial y recíproca con la justicia, porque en el
fondo actúa cuidando las relaciones existentes y recomponiendo las relaciones rotas.»21

2.3.2. Oseas: Misericordia quiero y no sacrificios.


El profeta Oseas, ejerció su ministerio en Samaria, en tiempos del profeta Amós hacia el
año 760-740 a.C. Su ambiente histórico estaba marcado por una profunda prosperidad al
igual que una abundante injusticia social e idolatría. Con la figura de Oseas, «parecería que
Dios, después del fracaso de la fuerte predicación de Amós, quiso desarrollar un nuevo
método: el de confesar a su pueblo su amor fiel y misericordioso, a pesar de sus
infidelidades.»22
Dos serán los grandes temas de la predicación de Oseas respecto a la misericordia: el
retorno al amor y la lealtad al pacto.
ᴥ Misericordia, un retorno al amor: Vemos aquí claramente la situación del profeta. Como
profeta de la misericordia, denuncia al pueblo, debido a su perversión que la considera
intolerable. Por eso, Dios «se sirve de la experiencia personal de Oseas, profundamente
enamorado de una mujer que le es infiel. Le hace sentir que también él, Yahvé, quiere a
Israel con un amor apasionado, y le duele, por consiguiente, que su pueblo le abandone
para irse tras dioses ajenos.»23
Este pueblo ha decidido en plena libertad rechazar al Dios que los sacó de Egipto para
pervertirse con dioses extranjeros. Ante la arremetida de Dios: «No tendré compasión» (2,
6), se arrepiente mostrando su piedad amorosa, haciendo recapacitar al pueblo con una
pedagogía misericordiosa que se expresa en las siguientes palabras:

21
G. AUGUSTIN, «El evangelio de la misericordia» 21
22
«Oseas: el Dios fiel y misericordioso», [acceso: 09. 08. 2017],
http://www.mercaba.org/Caravias/experiencia_04.htm
23
«Oseas: el Dios fiel y…», [acceso: 09. 08. 2017], http://www.mercaba.org/Caravias/experiencia_04.htm
«Por eso, voy a seducirla: voy a llevarla al desierto y le hablaré al corazón. Allí les daré sus
viñas, convertiré el valle de Acor en puerta de esperanza; y ella responderá allí como en los
días de su juventud, como cuando subió al país de Egipto. Aquél día – oráculo de Yahvé –
ella me llamará “marido mío”; ya no me llamará “Baal mío”… Te haré mi esposa para
siempre; te desposaré en justicia y en derecho, en amor y en compasión; te desposaré en
fidelidad y tú conocerás a Yahvé.» (2, 16-18.21)

ᴥ Lealtad al pacto: Aquí, el profeta nos ofrece «una genealogía de la misericordia, que va
de la justicia y del amor apasionado a la entrega mutua, trazando una historia de ruptura
y recuperación, que se expresa en forma de amor total.»24
Sigue ante esto, el trazo de una ruptura por parte del pueblo con su Dios y que Oseas es
muy intransigente al denunciarla: «No hay en la tierra verdad, ni lealtad, ni conocimiento
de Dios, sino perjurio, engaño, asesinato, robo, adulterio y sangre tras sangre.» (4, 1-2). En
este versículo hallamos los tres gestos de falta de misericordia que en la época del profeta
estaban muy patentes, seguido de los seis pecados que se oponen al decálogo, y que son
consecuencia de la violación de la alianza misericordiosa de Dios muy marcada por la
verdad (´emunah), la lealtad (hesed) y el conocimiento (da´at) de Dios. Es por eso, que el
profeta Oseas, durante toda su predicación quiere mostrarnos el modo de superar estos
pecados e infidelidades, apelando a la misericordia divina que se va a convertir en el centro
de su ser como profeta de Dios, así como en la experiencia mesiánica de Jesús. 25 Para ello,
utiliza su sentencia célebre de la cual Jesús también hará eco en su momento:
«Porque yo quiero misericordia y no sacrificio, conocimiento de Dios, más que
holocaustos.» (6,6)

Nos queda claro, pues, que «el Dios de Oseas es, en resumen, un Dios que se arriesga a
amar a su pueblo con un amor inmenso de esposo y de padre, siempre tierno y fiel, a pesar
de sus infidelidades y sus ingratitudes. Es un Dios que sabe amar gratuitamente. Un Dios
que termina haciendo triunfar su amor.»26
Finalmente, uno de los pasajes más emblemáticos de este libro del profeta Oseas, quizás
sea el del capítulo 11, 1-4:
«Cuando Israel era niño, lo amé, y de Egipto llamé a mi hijo. Y cuanto más los llamaba,
más se alejaban de mí: ofrecían sacrificios a los Baales e incienso a los ídolos. Yo enseñé a
caminar a Efraín, tomándole por los brazos, pero no sabían que yo los cuidaba. Los atraía
con cuerdas humanas, con lazos de amor; yo era para ellos como las personas que alzan a
un niño contra su mejilla; me inclinaba y le daba de comer.»

Ciertamente, ante la sensibilidad humana, este pasaje despierta cierta conmoción, pues
desde la vida y experiencia del pueblo de Israel, el pueblo de la primera alianza, se deja
entrever – y con esto respondemos a los cuestionamientos de muchos hoy – a un Dios
totalmente compasivo y misericordioso, lento a la ira y rico en clemencia (Cf. Sal 103, 8).
Es el mismo Dios que «se muestra, por un lado, humanamente conmovedor y, por otro, se
24
X. PIKAZA – J.A. PAGOLA, «Entrañable Dios…», 49
25
Cf. X. PIKAZA – J.A. PAGOLA, «Entrañable Dios…», 50
26
«Oseas: el Dios fiel y…», [acceso: 10. 08. 2017], http://www.mercaba.org/Caravias/experiencia_04.htm
revela como completamente distinto de todos los seres humanos, como el Santo, como el
totalmente otro.»27

2.3.3. Tradición de Isaías y los rostros de la misericordia.


Recordemos primero la conocida división que sufre el libro de este profeta: primer Isaías
(1-39), segundo Isaías (40-55) y tercer Isaías (56-66). Todas ellas hacen parte de épocas
distintas pero, que están ensambladas bajo una misma influencia y tradición: el Dios que
paulatinamente va dando a conocer los rostros de su misericordia.
Siendo todavía joven «tuvo una profunda experiencia de Dios, que le marcó para toda su
vida. Vio a Dios “sentado en un trono elevado y magnífico” (6,1). Su presencia lo llenaba
todo. Al experimentar la trascendencia total de Dios y su rectitud absoluta, Isaías se siente
asombrado y tembloroso.»28 Lo expresa del siguiente modo:
«Ay de mí, estoy perdido, porque soy un hombre de labios impuros, y vivo entre un pueblo
de labios impuros, y mis ojos han visto al rey, Yahvé de los Ejércitos.» (6,5)

El primer Isaías se halla en medio de un pueblo con gran incoherencia de vida: cumplen
a cabalidad la ley, en lo que tiene que ver con los ritos; pero sin un ápice de misericordia
(Cf. 1, 12). A causa de esto, se alza la voz del profeta para proclamar que Yahvé, Dios está
harto de esta situación (Cf. 1, 11). La misma situación de Amós y Oseas, se sigue
presentando con Isaías. En esta época siguen siendo los pobres, los huérfanos y las viudas,
las víctimas de una sociedad opresora.
De su parte, el segundo Isaías, centra su mensaje en la figura del siervo de Yahvé que
promueve la libertad a su pueblo:
«Yo, Yahvé, te he llamado para la justicia, te he tomado de la mano y te guardé y te he
constituido alianza del pueblo y luz para las naciones, para que abras los ojos a los ciegos y
saques de la cárcel a los presos y de la prisión a los que moran en las tinieblas.» (42, 6-7)

Este pasaje es sin duda, una de las revelaciones de la misericordia de Dios para con su
pueblo, manifestada en la figura del siervo. Esta nueva vida querida por Dios será trazada
por el camino en libertad que emprenderá el pueblo aún en cautiverio e iluminado por la
misericordia y la esperanza en Dios Salvador.29
Por otro lado, el tercer Isaías, presenta a un Dios profundamente enamorado de un
pueblo cumplidor pero sin misericordia. A modo de ver del profeta, el verdadero culto que
agrada a Dios no consiste en otra cosa que en ayudar a los necesitados, liberándolos,
alimentándolos, hospedándolos y vistiéndolos.
«Este es el ayuno que yo deseo: romper las cadenas injustas, soltar las coyundas del yugo,
dejar libres a los maltratados, y arrancar todo yugo; compartir tu pan con el hambriento,
27
M. SÁNCHEZ MONGE, «Este es el tiempo…» 28
28
«Isaías: Dios santo a quien ofende la hipocresía y la injusticia», [acceso: 10. 08. 2017],
http://www.mercaba.org/Caravias/experiencia_04.htm
29
Cf. X. PIKAZA – J.A. PAGOLA, «Entrañable Dios…», 53
acoger en tu hogar a los sin techo; vestir a los que veas desnudos y no abandonar a tus
semejantes.» (58, 6-7)

Del mismo modo, como Jesús toma las palabras del profeta Oseas, que hemos citado
anteriormente, también lo hace retomando a Isaías en el conocido texto de Lc 4, 18-19: «El
Espíritu del Señor está sobre mí, porque me ha ungido para anunciar a los pobres la Buena
Nueva, me ha enviado a proclamar la liberación a los cautivos y la vista a los ciegos, para
dar la libertad a los oprimidos y proclamar un año de gracia del Señor.» Con esto, el profeta
realiza la revolución de la misericordia fundamentada en tres puntos esenciales: año de
gracia, liberación y consolación.30

2.3.4. Jeremías y las cuatro obras de misericordia.


La vida del profeta Jeremías fue muy tumultuosa. Ante la llamada que le hace Dios, él se
siente demasiado joven e incapaz: «Soy pequeño y no sé hablar». Sin embargo, la réplica
de Dios es tajante: «No les tengas miedo, porque estaré contigo para protegerte. Pongo mis
palabras en tu boca... Arrancarás y derribarás...; edificarás y plantarás…» (1,8-10).31
Jeremías hace presente su mensaje profético a finales del siglo VII y comienzos del VI
a.C., en los que se vivió el exilio a Babilonia. Como vemos, no en vano Jeremías se expresa
de la manera arriba mencionada ante la llamada de Dios, en la que pide ayuda y
colaboración para hacer entender al pueblo las mejores actitudes que se deben tomar ante
tantas adversidades presentes.
Siguiendo la línea de Oseas, presenta a su modo a un Dios que ama a su pueblo
apasionadamente. A pesar de esto, el pueblo sigue en su perversión aunque sobrevengan
sobre ellos los enemigos que los llevarán al destierro, cometiendo los pecados contra la
justicia: robar, matar, adulterar; y omitiendo las principales obras de misericordia: ayudar a
huérfanos, viudas y extranjeros y la liberación de los esclavos.32
Como vemos, pues, en la toda la tradición profética de la Sagrada Escritura de manera
especial, el Antiguo Testamento y los cuatro profetas que hemos considerado
anteriormente; aparecen variadas concepciones de la misericordia divina. Una buena
enseñanza de esta reflexión es que la misericordia y ayuda de Dios no se dirige a poderosos
ni orgullosos sino, a los sencillos y humildes, es decir, de una coherente y necesaria opción
por los pobres por parte de Dios y de quienes han comprendido a profundidad su mensaje y
propuesta de vida.33

2.4. Los Salmos: Una oración de misericordia.


El libro de los Salmos dentro de la tradición bíblica – judía, ha tenido vital importancia,
pues reflejan sin más, la oración autóctona del pueblo de Israel en las distintas situaciones y
30
Cf. X. PIKAZA – J.A. PAGOLA, «Entrañable Dios…», 54-55
31
Cf. «Jeremías: la fuerza del amor a Dios y al pueblo», [acceso: 10. 08. 2017],
http://www.mercaba.org/Caravias/experiencia_04.htm
32
Cf. X. PIKAZA – J.A. PAGOLA, «Entrañable Dios…», 57
33
Cf. W. KASPER, «La Misericordia…», 64
realidades vividas, dejando entrever a su paso y composición los grandes hitos históricos
que marcaron la historia de Salvación. Tanto así, que hoy día en la liturgia judía y cristiana
se siguen utilizando, meditando, y haciendo vida.
Hablando de misericordia, los Salmos «destacan esta grandeza del proceder divino: “Él
perdona todas tus culpas, y cura todas tus dolencias; rescata tu vida del sepulcro, te corona
de gracia y de misericordia” (103,34). De una manera aún más explícita, otro Salmo
testimonia los signos concretos de su misericordia: “Él Señor libera a los cautivos, abre los
ojos de los ciegos y levanta al caído; el Señor protege a los extranjeros y sustenta al
huérfano y a la viuda; el Señor ama a los justos y entorpece el camino de los malvados”
(146,7-9).»34
Como en toda la Sagrada Escritura, el tema de la misericordia no podía tener su
excepción en el Antiguo Testamento, de manera especial en boca de los judíos quienes
plasmando sus oraciones en los Salmos y su poética belleza, dejan entrever su necesidad de
perdón, protección, clemencia y ayuda, y que confiadamente la hallan en el mismo Dios
que no hace caso omiso a sus plegarias.

2.4.1. Misericordia, Dios mío, por tu bondad.


Con estas palabras empieza el conocido salmo de la Misericordia, el miserere (Sal 50),
que supone «al rey David, que llamado por Dios para apacentar al pueblo y guiarlo por los
caminos de la obediencia a la Ley divina, traiciona su misión y, tras haber cometido
adulterio con Betsabé, hace asesinar al marido. ¡Qué feo pecado! El profeta Natán le
desvela su culpa y le ayuda a reconocerla. Es el momento de la reconciliación con Dios, en
la confesión del propio pecado.»35 En la misma línea, este salmo ha sido puesto en la
liturgia de la Iglesia para los tiempos penitenciales aunque su centralidad no sea
precisamente la penitencia sino «el gozo del perdón, en la línea de Éx 34, 6-7, de manera
que podemos traducirlo: “Por tu fidelidad, concédeme tu gracia… por tu inmensa ternura
limpia mi pecado…”»36
Destacamos junto a este salmo, dos características propias de la misericordia divina
contenida en esta tradición sálmica.
 Amor personal: Descubrir la composición de cada uno de los salmos contenidos en
la Sagrada Escritura, es descubrir el paso del amor de Dios en cada uno de nosotros,
el cual con amor eterno nos ha amado y muestra su favor en beneficio nuestro de
manera personal y comunitaria. Sin embargo, es necesario que el cristiano opte por
tener una experiencia personal con ese Dios rico en misericordia. En esto, los
salmos pueden servirnos de gran ayuda pues, al vislumbrar en ellos que la creación
es la misericordia misma de Dios (Cf. 89, 2-3), que el Señor es grande en fidelidad
y lento a la ira (Cf. 145 8-9); que como un buen padre siente ternura por sus hijos
(Cf. 103, 13); que su bondad y fidelidad nos acompañan todos los días de nuestra
vida (Cf. 23, 1.6); animan al ser humano a adentrarse en el abismo profundo de la
bondad de Dios que vela por sus hijos, descubriendo del mismo modo su infinita
34
MV, 6
35
FRANCISCO, «Audiencia General, 30 marzo de 2016.»
36
X. PIKAZA – J.A. PAGOLA, «Entrañable Dios…», 72
bondad que viene siendo la expresión patente de su compromiso a favor de todos los
hombres.37

 Experiencia histórico – social: Ha de tenerse en cuenta que los salmos son ante
todo, composiciones hechas oración que dejan ver el recuerdo de las experiencias
del pueblo de Israel en los distintos momentos de su historia. Entendido así, la
particularidad individual con que algunos salmos suelen iniciar hace referencia al
colectivo del pueblo en su totalidad que reconoce la bondad y fidelidad de Dios.
Para comprenderlo mucho mejor tenemos algunos ejemplos:

«Los ojos del Señor están puestos en sus fieles, en los que esperan en su
misericordia.» (33, 18)
«Den gracias al Señor porque es bueno, porque es eterna su misericordia.» (118, 2)

«Padre de huérfanos, protector de viudas… liberador de cautivos.» (68, 6-7)

2.4.2. Los salmos de la ira.


Si Dios es infinitamente bueno, amoroso y misericordioso, ¿por qué entonces se dejan
entrever ahora salmos con tinte de ira y de imprecación? La respuesta es muy sencilla. Al
igual que la reflexión que hacíamos al inicio de este capítulo, se ha tenido la concepción de
que el Dios del Antiguo Testamento es vengativo y demás, sin embargo, se vale de la
pedagogía misericordiosa para hacer recapacitar al hombre de su mala conducta, para que
se arrepienta y viva.
Dentro del salterio encontramos varios salmos en los que Yahvé, Dios aparece como
vengativo y destruyendo a los perversos, como consecuencia de la petición insistente del
orante. Estos son algunos de estos ejemplos:
«Si me lo pides, te daré en herencia las naciones,
en propiedad la inmensidad de la tierra;
los machacarás con cetro de hierro,
los pulverizarás como vasija de barro.» (2,8-9)

«Trátalos, oh Dios, como culpables,


haz que fracasen sus planes;
expúlsalos, que están llenos de crímenes,
que se han rebelado contra ti.» (5,11)

«Rómpeles, oh Dios, los dientes en la boca,


quiébrales, Yahvé, las muelas a los leones.
¡Que se evaporen como agua que pasa,
que se pudran como hierba que se pisa,
como limaco que se deshace al andar,
como aborto que no contempla el sol!» (58,7-9)

37
Cf. X. PIKAZA – J.A. PAGOLA, «Entrañable Dios…», 72-73
Cualquier persona que se ponga de frente a estos salmos propuestos y los demás que
llevan la misma dinámica literaria como el salmo 11; 18; 35; 79; 109; entre otros, queda en
primer momento un tanto desconcertante a tal punto de querer que sean borrados de la
Sagrada Escritura, por lo mismo y tanto que hemos comentado anteriormente. Sin embargo,
con ayuda de Pikaza y Pagola38, quisiera ofrecer algunos elementos para entender un poco
mejor la finalidad de estos salmos:

a) Hay que dejar claro que este tipo de salmos son en cierta manera, una resistencia
normal a la misma misericordia de Dios, es decir, que es muy propio del corazón
humano desear el mal o incluso la muerte para aquel que lo consideramos nuestro
enemigo. Es como si estos salmos fueran la voz de nuestra conciencia que en un
momento determinado se expresa como signo de protesta frente a quien nos hace
daño.

b) Estos salmos están expresando una exigencia de la justicia que viene de parte de
Dios y la consecuente resistencia del hombre frente al plan misericordioso de Dios
que mediante la revelación de su Hijo Jesucristo, está dispuesto a perdonar y no a
castigar.

c) Siguiendo con lo anterior, estos salmos evocan la desorientación de muchos


creyentes, que en cierto modo se sienten incapaces de escuchar la palabra de Dios y
sentir su presencia en los momentos de penumbra, de desconcierto, de debilidad,
etc.

d) Son finalmente, el camino que todo creyente ha de trazarse para superar la ira y
transformarla en misericordia. En otras palabras, es en estos salmos donde Dios
expone su pedagogía, que lleva al ser humano a superar toda clase de venganzas,
pero sin ocultarlas ni mucho menos reprimirlas.

A modo de conclusión de la reflexión de la misericordia divina hecha a lo largo del


Antiguo Testamento, se puede decir que, es una certeza que la misericordia divina se
convierte en el eje transversal que atraviesa la larga tradición veterotestamentaria. Allí, una
vez más se muestra misericordioso, deja ver y manifiesta su amor entrañable y visceral con
el único propósito de que el hombre alcance su conversión. 39 Cada vez estamos
convencidos, y con los salmos proclamamos a una sola voz:

«El Señor es clemente y misericordioso,


lento a la cólera, rico en piedad,
el Señor es bueno con todos,
es cariñoso con todas su creaturas.» (145,8-9)

38
Cf. X. PIKAZA – J.A. PAGOLA, «Entrañable Dios…», 74-75
39
Cf. W. KASPER, «La Misericordia…», 66
3. ESTE ES EL TIEMPO DE LA MISERICORDIA: NUEVO
TESTAMENTO.

Después de haber reflexionado sobre el tema de la misericordia en el Antiguo


Testamento, nos adentramos a la segunda parte de este capítulo dedicada a descubrir en la
persona de Jesús, la realización plena de la misericordia de Dios, pues, «él la ha expresado,
realizado y comunicado siempre, en cada momento de su vida terrena.»40
El Nuevo Testamento es, sin más, la identificación de la persona de Jesús con la
misericordia que es Dios mismo. En otras palabras, lo que se proclamaba en el Antiguo
Testamento por medio de la primera alianza en la persona de Moisés, el mensaje de los
profetas y la oración de los salmos, se nos muestra de manera clara en Jesús, el Hijo único
de Dios, del cual toma su rostro. Así lo expresa el papa Francisco en su bula con ocasión
del año Santo de la Misericordia:
«Jesucristo es el rostro de la misericordia del Padre. El misterio de la fe cristiana parece
encontrar su síntesis en esta palabra. Ella se ha vuelto viva, visible y ha alcanzado su
culmen en Jesús de Nazaret. El Padre, “rico de misericordia” (Ef 2,4), después de haber
revelado su nombre a Moisés como “Dios compasivo y misericordioso, lento a la ira, y
pródigo en amor y fidelidad” (Ex 34,6) no ha cesado de dar a conocer en varios modos y en
tantos momentos de la historia su naturaleza divina. En la “plenitud del tiempo” (Gal 4,4),
cuando todo estaba dispuesto según su plan de salvación, Él envió a su Hijo nacido de la
Virgen María para revelarnos de manera definitiva su amor. Quien lo ve a Él ve al Padre
(cf. Jn 14,9). Jesús de Nazaret con su palabra, con sus gestos y con toda su persona revela la
misericordia de Dios.»41
De este modo, se pueden entender dos novedades: la primera es la firme ratificación de
Dios como el infinitamente bueno y misericordioso como se venía mostrando en la
tradición israelita, y la segunda – quizás la más importante en cuanto a revelación del
misterio se refiere – el hecho de que ese amor misericordioso se encarne en la persona de
Jesús:
«Con la mirada fija en Jesús y en su rostro misericordioso podemos percibir el amor de la
Santísima Trinidad. La misión que Jesús ha recibido del Padre ha sido la de revelar el
misterio del amor divino en plenitud. “Dios es amor” (1 Jn 4,8.16), afirma por la primera y
única vez en toda la Sagrada Escritura el evangelista Juan. Este amor se ha hecho ahora
visible y tangible en toda la vida de Jesús. Su persona no es otra cosa sino amor. Un amor
que se dona y ofrece gratuitamente. Sus relaciones con las personas que se le acercan dejan
ver algo único e irrepetible. Los signos que realiza, sobre todo hacia los pecadores, hacia las
personas pobres, excluidas, enfermas y sufrientes llevan consigo el distintivo de la
misericordia. En él todo habla de misericordia. Nada en Él es falto de compasión.» 42
Nos dedicaremos a abordar a Jesús como el rostro misericordioso de Dios Padre, sus
actitudes y por último, a seguir sus huellas en los evangelios de manera especial en el de
Lucas y Mateo.

40
Cf. FRANCISCO, «Audiencia General, 6 abril de 2016.»
41
MV, 1
42
MV, 8
3.1. Jesús, revelador del rostro misericordioso de Dios Padre.
Al respecto, traemos a colación las palabras del papa emérito Benedicto XVI:
«La misericordia es en realidad el núcleo central del mensaje evangélico, es el nombre
mismo de Dios, el rostro con el que él se ha revelado en la antigua Alianza y plenamente en
Jesucristo, encarnación del Amor creador y redentor. Este amor de misericordia ilumina
también el rostro de la Iglesia y se manifiesta, ya sea a través de los sacramentos, en
particular el de la Reconciliación, ya sea con obras de caridad, comunitarias e
individuales.»43
Esta revelación explícita de la misericordia divina a través de Jesús, se da como es
sabido en el misterio de la Encarnación. De este modo tan sublime proclama san Agustín:
« ¿Pudo haber mayor misericordia para los desdichados que la que hizo bajar del cielo al
creador del cielo y revistió de un cuerpo terreno al creador de la tierra? Esa misericordia
hizo igual a nosotros por la mortalidad al que desde la eternidad permanece igual al Padre;
otorgó forma de siervo al Señor del mundo, de modo que el pan mismo sintió hambre, la
saciedad sed, la fortaleza se volvió débil, la salud fue herida, y la vida murió. Y todo ello
para saciar nuestra hambre, regar nuestra sequedad, consolar nuestra debilidad, extinguir la
iniquidad e inflamar la caridad.»44
Qué misterio insondable para nosotros el hecho de que por el mismo Cristo se hace
visible el Dios creador de todas las cosas, poniendo de relieve uno de sus principales
atributos que la tradición del Antiguo Testamento llamó misericordia.
Ahora bien, el mismo Jesús confiere un significado definitivo a la tradición recibida de
la misericordia divina, pues con sus enseñanzas y hechos, hace presente al Padre entre los
hombres. Con su estilo de vida y sus acciones, nos ha demostrado cómo en el mundo está
presente el amor que se dirige al hombre y abraza todo aquello que forma su humanidad.
De la misma manera, hace de su predicación una completa exposición de la misericordia
divina mediante las parábolas que hacen expresar un poco mejor las nuevas maneras de
ternura y compasión que deben acompañar a los discípulos de Jesús. Ese Dios es a quien
Jesús revela: al Dios amor, al Dios rico en misericordia con los que lo invocan, en
definitiva, al Dios que está dispuesto a todo con tal de ganar y atraer hacia sí a sus hijos
predilectos.45

3.1.1. El nombre de la misericordia: Jesucristo.


Gracias al misterio insondable de la Encarnación, el Hijo de Dios se ha hecho uno como
nosotros y la misericordia misma ha establecido su morada entre los hombres. Y lo que es
lo mejor, tiene nombre propio: Jesucristo. Más aún, se le puede encontrar y reconocer.46
Como ya se ha dicho, la mayor muestra de revelación de la misericordia de Dios, está en
la vida, persona, hechos, acciones y palabras del mismo Jesús. Él se muestra misericordioso
con todos, con Zaqueo (Cf. Lc 19, 1-10); con la samaritana (Cf. Jn 4, 5-26); con el ciego de
nacimiento (Cf. Jn 9, 1-40), entre otros, quienes «movidos por la sola curiosidad y el deseo,
43
BENEDICTO XVI, «Regina Coeli, 30 abril de 2008.»
44
SAN AGUSTÍN, «Sermón 207, 1: PL 38, 1042.»
45
Cf. DM, 2-3
46
Cf. M. SÁNCHEZ MONGE, «Este es el tiempo…» 38
se encontraron con Jesucristo y experimentaron gratuitamente el perdón de sus pecados y la
recuperación de la propia dignidad.»47
Sin embargo, hay que mencionar que a pesar de ser él mismo la misericordia encarnada,
no se atribuye para sí solo esta tarea, antes bien, desea hacer partícipes a sus discípulos en
esta laudable labor pidiéndoles que practiquen y vivan el amor misericordioso con todos y
sin discriminación alguna: «Ámense los unos a los otros como yo los he amado.» (Jn 13,
34); «Sean misericordiosos como su Padre es misericordioso.» (Lc 6, 36). Con esto, damos
por entendido que Jesús es el rostro de la misericordia de Dios que se comunica
procesualmente en las acciones de sus discípulos.48
Esta «obligación» - por decirlo así, no en modo imperativo – la ha recalcado el papa
Francisco en su magisterio y de manera insistente a la humanidad cristiana. Es tarea
nuestra, convertir nuestra mirada y enclavarla en la persona misma de Jesús y de modo
inaudito y seguro en su rostro misericordioso por el que, como en un lago de aguas
cristalinas se deja entrever la profundidad del amor trinitario. Allí mismo radica su misión:
en revelar el misterio del amor divino en su plenitud pues, «Dios es amor.» (1 Jn 4, 8); y
ese amor se ha hecho tangible en la vida y la persona de Jesús.49
En últimas, lo bueno y extraordinario de tener la plena conciencia de que el nombre de la
misericordia divina es Jesucristo es que, es él mismo quien la anuncia «de forma definitiva
y para todos. Él abre el acceso a Dios no solo a unos cuantos justos, sino a todos; en el
reino de Dios hay sitio para todos, nadie es excluido.»50

3.1.2. La actitud misericordiosa de Jesús de Nazaret.


Es propio del actuar de Jesús ser compasivo y misericordioso con todo tipo de personas,
sobre esas actitudes está marcado su mensaje e invitación a construir el reino de Dios.
Concretamente, vamos a ver a un Jesús que se encuentra con tres clases de personas en las
que sintetizamos el amor desbordante del Hijo de Dios.51
 Jesús misericordioso con los pecadores: Esta clase de personas son por así decirlo,
las más necesitadas de la misericordia de Dios. Recordemos las palabras del Bautista: «He
ahí el cordero de Dios que quita el pecado del mundo.» (Jn 1, 29). Ellas nos permiten
comprender un poco mejor los primeros destinatarios de la actitud misericordiosa de Jesús.
Al iniciar si ministerio público, Jesús proclama la llegada inminente del Reino de Dios,
con la invitación a la conversión de los pecadores (Cf. Mt 4, 17); de la misma manera que
lo vemos perdonando pecados a quienes están enfermos como una consecuencia de la
recuperación de la salud física (Cf. Mc 2, 1-12). Como si fuera poco, integra al elenco de
sus seguidores a un hombre llamado Leví, catalogado por muchos de pecador y como
sentido de gratitud, éste organiza un festín al que llegan pecadores y publicanos.

47
M. SÁNCHEZ MONGE, «Este es el tiempo…» 38
48
Cf. C. MONGARDI, «El rostro de la misericordia del Padre», [acceso: 16. 08. 2017],
https://www.mexico.xaverianos.org
49
MV, 8
50
W. KASPER, «La Misericordia…», 73
51
Cf. M. SÁNCHEZ MONGE, «Este es el tiempo…» 39-44
Lo mismo pasa con Zaqueo donde se queda en su casa y perdonando de corazón a
quienes parece que no merecen el perdón de Dios ante los ojos del mundo: la mujer
pecadora (Cf. Lc 7, 36); a Pedro que lo niega (Cf. Lc 22, 61); a sus propios verdugos (Cf.
22, 34); al buen ladrón (Cf. Lc 23, 42-ss), entre otros.
 Jesús misericordioso con los enfermos: Ellos también fueron objeto directo de la
misericordia de Jesús. Esta tarea la descubrimos en la sinagoga, en la cual desenrollando el
libro del profeta Isaías, hace suyas estas palabras en las que viene a dar vista a los ciegos,
liberar a los oprimidos, proclamar un año de gracia del Señor (Cf. Lc 4, 18-ss). Su
ministerio lo comienza según los relatos evangélicos, realizando innumerables curaciones
(Cf. Mc 1, 32-34). En esta actitud frente a los enfermos se destaca sobre todo las curaciones
hechas en sábado, pues tras ellas se logra ver que la misericordia divina está por encima de
las cargantes leyes judías (Cf. Mc 3, 1-6).
Sobre todo, es el evangelio de san Lucas, quien pone de relieve esta actitud maravillosa
de Jesús para con aquellos que se hallan necesitados de la misericordia de Dios. Su
lenguaje, sus términos, sus matices y demás, hacen comprender el gran favor inmerecido de
Dios hacia el hombre sufriente: su perdón y misericordia, que no se queda solo en el plano
físico sino que trasciende a lo espiritual, dando a entender que «el pecado es la peor
enfermedad del hombre.»52
 Jesús misericordioso con las mujeres: Cada día el judío en tiempos de Jesús,
rezaba de la siguiente manera: «Bendito sea Dios, porque no me ha creado gentil, porque
no me ha creado mujer, porque no me ha creado ignorante.»53
Es importante que se conozca el contexto y la situación de la mujer en este tiempo, para
poder entender claramente la actitud misericordiosa de Jesús sin llegar a caer en la
tentación del juzgamiento. En resumidas cuentas, no valían absolutamente nada para la
sociedad judía, eran consideradas inferiores al varón y vulnerables; sus deberes serían
siempre las ocupaciones del hogar (cocer, moler trigo, tejer, hilar, cocinar, lavar el rostro,
las manos y los pies del hombre, etc.), no tenían los derechos que un varón; su testimonio
no era aceptado como válido; en otras palabras, no tenían lugar o sitio alguno en la vida
social.54
Ante este panorama, un poco lúgubre sobre la mujer, Jesús no duda un instante en
acercarse a ellas, las acoge, las elogia y les asegura el perdón como en el caso de la mujer
pecadora (Cf. Lc 7, 36-50). De su grupo de seguidores hacen parte muchas mujeres que ven
en el mismo Jesús, un hombre del cual se pueden fiar y devolver su dignidad perdida; no
escuchan de sus labios palabras despectivas, ni exhortaciones a vivir sometidas a sus
esposos. Ellas lo acompañan incluso hasta su deceso en el sepulcro y para las mujeres
fueron las primeras apariciones del Resucitado con su misión de comunicar a los discípulos
la Buena Nueva, ya que de manera especial, María Magdalena, la llamada «Apóstol de los

52
M. SÁNCHEZ MONGE, «Este es el tiempo…» 41
53
L. SWIDLER, «Mujer y judaísmo», [acceso: 17. 08. 2017], https://www.descubriendoalcreador.com.html
54
Cf. J. A. PAGOLA, «Jesús, aproximación histórica», 213-214
apóstoles»,55 «fue a comunicar la noticia a los que habían vivido con él, que estaban tristes
y llorosos. Ellos, al oír que vivía y que había sido visto por ella, no le creyeron.»56
En conclusión, nos unimos a las palabras de A. Sisti, cuando afirma:
«En realidad, la vida pública de Jesús es todo un despliegue de amor y misericordia, frente a
todas las formas de miseria humana, con todos aquellos que física o moralmente tenían
necesidad de piedad y compasión, de ayuda y sostén, de comprensión y de perdón, por los
que él no solo acude a su poder de hacer milagros, sino que se enfrenta incluso a la
mentalidad estrecha y hostil del ambiente, con tal de hacer el bien y sanar a todos (Hch 10,
38). Médico de los cuerpos, por consiguiente, pero, sobre todo, de las almas (Mc 2, 17),
como lo demuestra su actitud llena de indulgencia y de favor con los pecadores, que
encuentran en él a un amigo y con los que no tiene ningún reparo en tratar, a pesar de los
recelos de muchos, llegando incluso a sentarse a su mesa (Lc 5, 27-32; 7, 36-50)» 57

3.2. Misericordia Mesiánica: Evangelio de Lucas


Hay que empezar diciendo que, «los cuatros Evangelios dan testimonio de que Jesús,
antes de iniciar su ministerio, quiso recibir el bautismo de Juan el Bautista (Cf. Mt 3, 13-17;
Mc 1, 9-11; Lc 3, 21-22; Jn 1, 29-34). Este acontecimiento imprime una orientación
decisiva a toda la misión de Cristo.» 58 Sin embargo, desde el inicio de este ministerio hay
que resaltar de la misma manera su manifestación «como el Mesías que se hace cargo de la
condición humana, movido por la solidaridad y la compasión.»59
Dentro de la tradición sinóptica, resaltamos en un primer lugar el Evangelio de san
Lucas, que resume con mucha certeza el mensaje de Jesús entorno a la misericordia,
llegando al punto de ser catalogado como el «evangelio de la misericordia.» Por tanto, es
necesario acotar que para Lucas, la misericordia «es la perfección de la esencia divina.
Pues, lejos de condenar, Dios perdona; da y regala en una medida generosa, apretada,
colmada, rebosante.»60
Al narrar Lucas, la historia de la misericordia divina a lo largo de todo su evangelio, nos
introduce de modo circundante en la dinámica central de todo el Nuevo Testamento. Ella,
se expresa en los relatos de la infancia, en su anuncio mesiánico y en las parábolas como
expresión patente del Reino de Dios.
En primer lugar, los relatos de la infancia con los que se abre el evangelio de san Lucas,
acompañados de los dos himnos que cantan a la misericordia divina: el Benedictus (Cf. 1,
68-79) y el Magníficat (Cf. 1, 46-55); ofrecen verdaderamente una sentida alabanza
centrada en la infinita misericordia de Dios, revelada por Jesús para nuestra salvación.
El canto puesto en boca de Zacarías al reconocer la grandeza de Dios en el momento del
nacimiento de su hijo Juan, es expresado en un momento crucial de la historia de Israel:
55
CONGREGACIÓN PARA EL CULTO DIVINO Y LA DISCIPLINA DE LOS SACRAMENTOS, «Apostolorum
Apostola», [acceso: 17. 08. 2017].
56
J. A. PAGOLA, «Jesús, aproximación histórica», 234
57
A. SISTI, «Nuevo diccionario de Teología Bíblica», [acceso: 17. 08. 2017].
58
FRANCISCO, «Audiencia General, 6 abril de 2016.»
59
FRANCISCO, «Audiencia General, 6 abril de 2016.»
60
W. KASPER, «La Misericordia…», 74
«Bendito sea el Señor, Dios de Israel,
porque ha visitado y redimido a su pueblo,
suscitándonos una fuerza de salvación,
en la casa de David su siervo,
según lo había predicho desde antiguo por boca de sus santos profetas.

Es la salvación que nos libra de nuestros enemigos


y de las manos de todos los que nos odian,
ha realizado así la misericordia que tuvo con
nuestros padres
recordando su santa Alianza
y el juramento que juró a nuestro padre Abrahán.

Para concedernos que, libres de temor,


arrancados de la mano de los enemigos,
le sirvamos con santidad y justicia
en su presencia, todos nuestros días.

Y a ti, niño, te llamarán profeta del Altísimo,


porque irás delante del Señor
a preparar sus caminos,
anunciando a su pueblo la salvación,
el perdón de sus pecados.

Por la entrañable misericordia de nuestro Dios,


nos visitará el sol que nace de lo alto,
para iluminar a los que viven en tiniebla
y en sombra de muerte,
para guiar nuestros pasos
por el camino de la paz.»

Así expresado, este cántico representa una lectura profética de la historia del pueblo de
la primera alianza, en otras palabras, Zacarías iluminado por el Espíritu de Dios, descubre
el sentido último de los acontecimientos que han sido guiados sólo por la mano poderosa de
Dios y en los que felicita al nuevo precursor que preparará la venida del Mesías, todo por la
entrañable misericordia de Dios.61
De otro lado, tenemos el cántico expresado en los labios de María, la Virgen, como
signo preclaro de la piedad iniciada en el Antiguo Testamento con Ana. El contexto se da
en que, una vez dada la anunciación del ángel y con el Hijo de Dios en su vientre, sale
presurosa a visitar a su prima Isabel, quien la reconoce como Madre de Dios y
bienaventurada por el hecho de haber creído en las palabras del Señor; a lo que María
responde de manera profética:
«Proclama mi alma la grandeza del Señor,
se alegra mi espíritu en Dios mi Salvador;
porque ha mirado la humillación de su esclava.
61
Cf. M. SÁNCHEZ MONGE, «Este es el tiempo…» 55
Desde ahora me felicitarán todas las generaciones,
porque el Poderoso ha hecho obras grandes por mí:
su nombre es santo
y su misericordia llega a sus fieles
de generación en generación.

Él hace proezas con su brazo:


dispersa a los soberbios de corazón,
derriba del trono a los poderosos
y enaltece a los humildes,
a los hambrientos los colma de bienes
y a los ricos los despide vacíos.

Auxilia a Israel, su siervo,


acordándose de su misericordia
– como lo había prometido a nuestros padres –
en favor de Abrahán y su descendencia por siempre.»

Siguiendo estas hermosas líneas, se encuentra de manera clara el papel de la


misericordia de Dios, que se reconoce de generación en generación, sobre todo, para
quienes permanecen fieles al Señor y acogen su Palabra; porque sabemos que Dios
«mantiene su misericordia, es decir, mantiene su palabra, es fiel a su promesa, siendo así
fiel a sí mismo.»62

Vistos estos dos cánticos que ensalzan la misericordia divina, se concluye que, esta
misericordia hecha vida y mostrada con rostro concreto en Jesús, no se convierte en un
mero acontecimiento anclado a la historia de la humanidad, sino en un momento oportuno
en la vida de los hombres, o lo que sería lo mismo decir, en el kairós de Dios en cada
persona y en cada acontecimiento que se abre hacia el Reino de Dios.63

En segundo lugar, tenemos el anuncio mesiánico. Éste, gira en torno a la promesa


mesiánica de Isaías 61, 1-3, traído al contexto actual de la época de Jesús y de sus
coterráneos. Aquí tenemos el texto:
«Entró en la sinagoga, tomó el libro y encontró el pasaje donde está escrito:
“El Espíritu del Señor está sobre mí;
por eso me ha ungido para evangelizar a los pobres;
por eso me ha enviado:
para ofrecer la libertad a los presos y devolver la vista a los ciegos;
para enviar en libertad a los oprimidos
y proclamar el año de gracia del Señor”.
Enrolló el volumen y dijo: “Hoy se ha cumplido esta escritura”.» (Cf. Lc 4, 16-21)

Jesús, es el ungido de Dios, el Mesías, quien posee el Espíritu del Señor para proclamar
el mensaje de salvación, expresado en las promesas de la misericordia: buena noticia a los

62
X. PIKAZA – J.A. PAGOLA, «Entrañable Dios…», 93
63
Cf. G. AUGUSTIN, «El evangelio de la misericordia» 27
pobres, libertad a los presos, vista a los ciegos, libertad a los oprimidos y año de gracia del
Señor.

Teniendo así la situación, podemos decir que este anuncio mesiánico está implicado
dentro de una acción propiamente liberadora que trasciende límites o fronteras y que acoge
tanto a judíos como a extranjeros, pues, así como Jesús anuncia el mensaje de la
misericordia del Padre, también se dedica a vivirlo, se compadece de los enfermos y los
atormentados, etc.64

En tercer lugar, compartimos la gran riqueza de las parábolas consignadas en este


evangelio. Hay que recordar, sin embargo, que las parábolas son «un procedimiento
literario frecuentemente utilizado por Jesús para ilustrar sus enseñanzas… Lucas presenta
un conjunto denominado “parábolas de la misericordia”, debido a que es uno de los temas
más característicos de su evangelio.»65

Es a través de las parábolas donde «Jesús interpreta bellamente para nosotros el mensaje
de la misericordia del Padre»,66 y en donde la memoria de la humanidad a lo largo de los
siglos ha descubierto el gran amor del Creador hacia su creatura.

Nos detendremos de modo especial en dos parábolas que han marcado sobremanera la
conciencia cristiana en los últimos siglos: el Buen Samaritano (Lc 10, 25-37) y el Hijo
Pródigo (Lc 15, 11-32).

La parábola de Lc 10, 25-37, se suscita en un largo camino de Jesús hacia Jerusalén, la


ciudad santa. Allí, un maestro de la ley lo aborda para ponerlo a prueba preguntándole
¿Qué he de hacer para alcanzar la vida eterna? Y ante la respuesta de Jesús, el hombre
quiere saber cuál tipo de persona debe considerar como prójimo, tanto para amarla como a
sí mismo. Finalmente, después de escuchar esta hermosa parábola, Jesús increpa al maestro
de la ley para que se responda a sí mismo a la pregunta planteada sobre ¿Quién es mi
prójimo? Y le invita a hacer lo mismo, cambiándole con esto su mentalidad un poco miope.

Aquí, Jesús pone de relieve la extremada compasión de aquel hombre que se hace
verdadero prójimo de quien está herido a la vera del camino. Viendo la escenografía de la
parábola, se contrasta el hecho de que Jesús quiera colocar de modelo de misericordia a un
samaritano ya que si miramos, notamos que convergen en ella un sacerdote, un levita y un
samaritano. «Los dos primeros son figuras relacionadas al culto del templo, el tercero es un
judío cismático, considerado como un extranjero, pagano e impuro.»67

El papa Francisco, comenta esta parábola de manera jocosa al decir:

«En el camino de Jerusalén a Jericó, el sacerdote y el levita se encuentran con un hombre


moribundo, que los ladrones habían asaltado, saqueado y abandonado. La Ley del Señor en
situaciones símiles preveía la obligación de socorrerlo, pero ambos pasan de largo sin
64
Cf. W. KASPER, «La Misericordia…», 73
65
M. SÁNCHEZ MONGE, «Este es el tiempo…» 57
66
W. KASPER, «La Misericordia…», 74
67
FRANCISCO, «Audiencia General, 27 abril de 2016.»
detenerse. Tenían prisa... El sacerdote, tal vez, miró su reloj y dijo: «Pero, llego tarde a la
misa... Tengo que celebrar la misa». Y el otro dijo: «Pero, no sé si la ley me lo permite,
porque hay sangre y seré impuro...». Se van por otro camino y no se acercan. Y aquí la
parábola nos da una primera enseñanza: no es automático que quien frecuenta la casa de
Dios y conoce su misericordia sepa amar al prójimo. ¡No es automático! Puedes conocer
toda la Biblia, puedes conocer todas las rúbricas litúrgicas, puedes aprender toda la teología,
pero de conocer no es automático el amar: amar tiene otro camino, es necesaria la
inteligencia pero también algo más... El sacerdote y el levita ven, pero ignoran; miran, pero
no proveen. Sin embargo, no existe un verdadero culto si no se traduce en servicio al
prójimo. No olvidemos nunca: frente al sufrimiento de mucha gente agotada por el hambre,
la violencia y las injusticias, no podemos permanecer como espectadores. Ignorar el
sufrimiento del hombre, ¿qué significa? ¡Significa ignorar a Dios! Si yo no me acerco a ese
hombre, a esa mujer, a ese niño, a ese anciano o a esa anciana que sufre, no me acerco a
Dios.»68

Ayudados por esta intervención del papa, podemos distinguir al mismo hombre que cayó
en manos de los ladrones, en tres situaciones completamente distintas.
Vemos en primera instancia, a un hombre malherido que al bajar de Jerusalén a Jericó,
cae en manos de ladrones que lo dejan medio muerto. De su nacionalidad no sabemos nada,
lo que suponemos que era un judío. Lo que llama la intención aquí, es un hombre que se
halla sin fuerzas, sin esperanza de vida, a menos de que algún transeúnte lleno de
compasión le auxilie.

En segunda instancia, entrevemos a un hombre abandonado, a pesar de que han pasado


ya dos hombres: un levita y un sacerdote. Ellos, aunque saben que aquel hombre es
conciudadano, dan un rodeo y pasan de largo para no sentirse comprometidos y le niegan su
ayuda.

En tercera instancia, se logra ver al mismo hombre pero socorrido por un samaritano,
nada más y nada menos que un extranjero que tiene compasión de aquel hombre, se acerca,
curó sus heridas, lo vendó, lo montó en su cabalgadura y lo llevó a una posada pagando por
él y dando de más por si hacía falta. Vemos en este samaritano a un hombre que ha
comprendido el verdadero mensaje de la misericordia de Dios y se hace uno con su
hermano que sufre, con su prójimo, que no se mide por lazos de familiaridad o grados de
simpatía, sino su necesidad real por la que está pasando.69

De este modo, nosotros que nos convertimos en actuales oyentes de la Palabra de Dios,
no debemos dejar resonar en los oídos la misma pregunta del maestro de la ley, ¿Quién es
mi prójimo?, sino más bien, ¿Quién está necesitado de que yo me acerque y me haga su
prójimo? Así, es posible comprender el actuar de la misericordia de Dios en la vida
personal, pues, cuando nos sentimos convencidos de esto, se aprende a tomar con seriedad
y respeto a quien(es) sufre(n), sin importar razas, ideologías, lugares de procedencia, etc.

Finalmente, el evangelista pone en boca del Maestro, la gran invitación y recomendación


para todo el que se sienta tocado por la misericordia divina: «Vete, y haz tú lo mismo» (v.

68
FRANCISCO, «Audiencia General, 27 abril de 2016.»
69
Cf. M. SÁNCHEZ MONGE, «Este es el tiempo…» 67
37). Descubrir el regalo y el compromiso que se puede sacar de esta parábola tiene que ser
en nosotros una preocupación diaria, como lo exhorta el papa Francisco:

«Esta parábola es un regalo maravilloso para todos nosotros, y ¡también un compromiso! A


cada uno de nosotros, Jesús le repite lo que le dijo al doctor de la Ley: «Vete y haz tú lo
mismo» (v. 37). Todos estamos llamados a recorrer el mismo camino del buen samaritano,
que es la figura de Cristo: Jesús se ha inclinado sobre nosotros, se ha convertido en nuestro
servidor, y así nos ha salvado, para que también nosotros podamos amarnos los unos a los
otros como Él nos ha amado, del mismo modo.»70

Siguiendo esta misma línea «misericordiosa» del evangelio de san Lucas, nos hallamos
con otra de sus parábolas: la conocida como el Hijo pródigo (Cf. Lc 15, 11-32). He aquí, el
punto álgido de la narración:

«Estando todavía lejos, su padre lo vio y tuvo misericordia y, corriendo, se echó a su cuello
y lo besaba. El hijo decía: “Padre, he pecado contra el cielo y contra ti…” Pero el padre dijo
a sus criados: “Pronto, traigan un vestido primero y vístanlo… porque este hijo mío estaba
muerto y ha revivido, estaba perdido y lo hemos encontrado”. Y comenzaron a celebrarlo.
El hijo mayor estaba en el campo. A la vuelta, cerca ya de casa, oyó la música y el baile;
llamó a un criado y le preguntó qué pasaba. Él contestó: “Ha vuelto tu hermano y tu padre
ha mandado matar el ternero cebado, porque ha recobrado a su hijo sano y salvo”. Él se
indignó y se negaba a entrar.» (Lc 15, 20-28)

En la anterior parábola, el samaritano ayuda al herido sin ni siquiera conocerlo. Cosa


distinta pasa en esta donde el padre misericordioso acoge al otro porque es precisamente su
hijo a pesar de las primeras vicisitudes por las que pasa al inicio del relato. De suyo, esta
parábola describe sin más, «el drama que se desarrolla entre el amor del padre y el
descarrilamiento del hijo que, viviendo de forma libertina y disoluta, dilapida la parte que le
corresponde de la herencia paterna, perdiendo así sus derechos filiales y la posibilidad de
reclamar al padre lo que legalmente le correspondía»; 71 además que nos hace «conocer la
misericordia infinita de Dios.»72

Surge al igual que la anterior en un contexto muy particular. Me refiero de modo


particular al escándalo que Jesús provocaba en los fariseos y escribas por el solo hecho de
comer y relacionarse con publicanos y pecadores. Ante esta pretensión, Jesús se defiende
no hablando de sí, sino de su Padre por medio de este lenguaje de las parábolas.

Ahora bien, detengámonos un poco en cada uno de los detalles que nos ofrece esta
parábola para descubrir así el mensaje desconcertante de un padre que se desborda en
misericordia.

Se destaca como primer elemento, la figura del hijo menor que después de hacer una
atrevida petición a su padre – en la que exige la parte de la herencia que le corresponde –
emprende un camino que sin saberlo terminará en una desgracia progresiva, a tal punto –
como se presentía – de comer hasta de las algarrobas de los cerdos que cuidaba, para no
70
FRANCISCO, «Audiencia General, 27 abril de 2016.»
71
W. KASPER, «La Misericordia…», 76
72
FRANCISCO, «Audiencia General, 11 mayo de 2016.»
morir de hambre. Esta particularísima situación lo lleva a reflexionar acerca de su identidad
religiosa y personal especialmente, pues, en su mente no está precisamente la figura paterna
sino su afán de tener algo qué comer como sí lo tenían los jornaleros en su casa.

Frente a esta situación ya conocida del hijo menor, el padre no duda en conmoverse en
su interior al ver a su hijo todavía lejos, a tal punto que se echa a correr, lo abraza y lo llena
de besos. Lo podemos resumir de la siguiente manera:

«La acogida del hijo que regresa se describe de un modo conmovedor: “Estaba él todavía
lejos, le vio su padre y, conmovido, corrió, se echó a su cuello y le besó” (v. 20). Cuánta
ternura; lo vio cuando él estaba todavía lejos: ¿qué significa esto? Que el padre subía a la
terraza continuamente para mirar el camino y ver si el hijo regresaba; ese hijo que había
hecho de todo, pero el padre lo esperaba. ¡Cuán bonita es la ternura del padre! La
misericordia del padre es desbordante, incondicional, y se manifiesta incluso antes de que el
hijo hable. Cierto, el hijo sabe que se ha equivocado y lo reconoce: «He pecado... trátame
como a uno de tus jornaleros» (v. 19). Pero estas palabras se disuelven ante el perdón del
padre. El abrazo y el beso de su papá le hacen comprender que siempre ha sido considerado
hijo, a pesar de todo. Es importante esta enseñanza de Jesús: nuestra condición de hijos de
Dios es fruto del amor del corazón del Padre; no depende de nuestros méritos o de nuestras
acciones, y, por lo tanto, nadie nos la puede quitar, ni siquiera el diablo. Nadie puede
quitarnos esta dignidad.»73

Un padre de este talante, que tiene la capacidad de tener una mirada amplia frente a las
situaciones concretas y detalladas, devuelve el anhelo de esperanza a un hijo
completamente desahuciado; produce del mismo modo una conmoción en lo más profundo
de su ser que lo hace salir al paso de las miserias de su propio hijo.

Como segundo elemento destacamos al otro hijo, al mayor, que también se encuentra
con el padre. Éste, al enterarse del gran ruido, decide llamar a uno de los criados y
preguntar el motivo; al enterarse de que es por causa de su hermano despilfarrador se niega
a entrar, a lo que el padre se ve en la «obligación» de salir a su encuentro; «el hijo mayor
responde con recriminaciones y reproches. El padre no se inmuta, y cuando, por fin, puede
tomar la palabra, es para decir afectuosamente: “hijo mío” (v. 31).»74

A modo de síntesis, este hijo mayor se puede catalogar y/o valorar con el siguiente
criterio:

«También él necesita descubrir la misericordia del padre. Él ha estado siempre en casa,


¡pero es tan distinto del padre! A sus palabras le falta ternura: «Hace tantos años que te
sirvo, y jamás dejé de cumplir una orden tuya... y ¡ahora que ha venido ese hijo tuyo...» (vv.
29-30). Vemos el desprecio: no dice nunca «padre», no dice nunca «hermano», piensa sólo
en sí mismo, hace alarde de haber permanecido siempre junto al padre y de haberlo servido;
sin embargo, nunca ha vivido con alegría esta cercanía. Y ahora acusa al padre de no
haberle dado nunca un cabrito para tener una fiesta. ¡Pobre padre! Un hijo se había
marchado, y el otro nunca había sido verdaderamente cercano. El sufrimiento del padre es

73
FRANCISCO, «Audiencia General, 11 mayo de 2016.»
74
M. SÁNCHEZ MONGE, «Este es el tiempo…» 60
como el sufrimiento de Dios, el sufrimiento de Jesús cuando nosotros nos alejamos o
porque nos marchamos lejos o porque estamos cerca sin ser cercanos.

El hijo mayor, también él necesita misericordia. Los justos, los que se creen justos, también
ellos necesitan misericordia. Este hijo nos representa a nosotros cuando nos preguntamos si
vale la pena hacer tanto si luego no recibimos nada a cambio. Jesús nos recuerda que en la
casa del Padre no se permanece para tener un compensación, sino porque se tiene la
dignidad de hijos corresponsables. No se trata de «trocar» con Dios, sino de permanecer en
el seguimiento de Jesús que se entregó en la cruz sin medida.» 75

Como tercer y último elemento, sobresale el padre que desconcierta sorprendentemente


por su bondad. Frente a la situación de los dos hijos por separado, el padre sale a su
encuentro con amor y misericordia, un padre que da, levanta, cura, indulgente, perdona,
redime, etc., un padre así, en verdad desconcierta a cualquiera.

Al respecto, san Ambrosio comenta:

«No carece de significado que Lucas nos haya presentado tres parábolas seguidas: la oveja
perdida que se había descarriado y fue recobrada; la dracma perdida que fue hallada; el hijo
pródigo, al que daban por muerto, que fue recobrado con vida, para que solicitados por este
triple remedio, nosotros curásemos nuestras heridas. ¿Quién es este padre, este pastor, esta
mujer? ¿No es Dios Padre, Cristo, la Iglesia? Cristo que ha cargado con tus pecados, te
lleva en su cuerpo; la Iglesia te busca; el Padre te acoge. Como un pastor, te conduce; como
una madre, te busca; como un padre, te viste de gala. Primero la misericordia, después la
solicitud, luego la reconciliación.

Cada detalle conviene a cada uno: el Redentor viene en ayuda, la Iglesia asiste, el Padre
reconcilia. La misericordia de la obra divina es la misma, pero la gracia varía según
nuestros méritos. La oveja cansada es conducida por el pastor, la dracma perdida es hallada,
el hijo vuelve donde su padre plenamente arrepentido de su mala vida…» 76

Del mismo modo, el papa Francisco hace referencia a estas parábolas diciendo:

«Cada uno de nosotros es esa oveja perdida, esa moneda perdida; cada uno de nosotros es
ese hijo que ha derrochado la propia libertad siguiendo ídolos falsos, espejismos de
felicidad, y lo ha perdido todo. Pero Dios no nos olvida, el Padre no nos abandona nunca.
Es un padre paciente, nos espera siempre. Respeta nuestra libertad, pero permanece siempre
fiel. Y cuando volvemos a Él, nos acoge como a hijos en su casa, porque jamás deja, ni
siquiera por un momento, de esperarnos con amor. Y su corazón está en fiesta por cada hijo
que regresa. Está en fiesta, porque es alegría. Dios siente esa alegría cuando uno de
nosotros, pecadores, acude a Él y pide su perdón.»77

También el papa Benedicto XVI, ha comentado esta parábola:

«En esta página evangélica nos parece escuchar la voz de Jesús, que nos revela el rostro del
Padre suyo y Padre nuestro. En el fondo, vino al mundo para hablarnos del Padre, para
75
FRANCISCO, «Audiencia General, 11 mayo de 2016.»
76
SAN AMBROSIO, «Tratado sobre el evangelio de san Lucas», [acceso: 28. 08. 2017],
https://www.books.google.com.html
77
FRANCISCO, «Ángelus, 15 septiembre de 2013.»
dárnoslo a conocer a nosotros, hijos perdidos, y para suscitar en nuestro corazón la alegría
de pertenecerle, la esperanza de ser perdonados y de recuperar nuestra plena dignidad, y el
deseo de habitar para siempre en su casa, que es también nuestra casa.

Jesús narró las tres parábolas de la misericordia porque los fariseos y los escribas hablaban
mal de él, al ver que permitía que los pecadores se le acercaran, e incluso comía con ellos.
Entonces explicó, con su lenguaje típico, que Dios no quiere que se pierda ni siquiera uno
de sus hijos, y que su corazón rebosa de alegría cuando un pecador se convierte…» 78

En conclusión, podemos decir que, esta parábola del hijo pródigo «expresa de manera
sencilla, pero profunda la realidad de la conversión»79, a la vez que es «la expresión más
concreta de la obra del amor y de la presencia de la misericordia en el mundo humano». 80
Así entendida, esta parábola se convierte y se constituye en el «contenido fundamental del
mensaje mesiánico de Cristo y la fuerza constitutiva de su misión.» 81 Esto nos hace
comprender y reflexionar en última instancia, la gran necesidad de misericordia en nuestra
época.

3.3. Catequesis de Misericordia: Evangelio de Mateo


En nuestra reflexión acerca de la misericordia divina, también hay que destacar al
evangelista Mateo. Su obra termina con seis obras de misericordia que deciden el juicio de
Dios y la vida de los hombres (Cf. 25, 31-46). Estas, forman por así decirlo, un verdadero
catecismo activo de la misericordia, el cual iremos a profundizar en los siguientes párrafos.
Presentamos en este momento, cuatro análisis de la misericordia divina consignadas en
Mateo que ayudan a recrear el mensaje de Jesús, teniendo en cuenta lo que se ha dicho
desde el Antiguo Testamento.
3.3.1. Bienaventuranzas, obras de misericordia: Nos centramos de manera
especial en el capítulo 5, 3-9 de este evangelio. Estas bienaventuranzas constituyen «un don
de Dios, pero también un proyecto de vida humana.»82
En boca de Jesús, las bienaventuranzas evocan la presencia misma de Dios, que empieza
a vivir en lo concreto de la realidad humana, es decir, se siente su presencia entre los
hombres. A diferencia de este mismo pasaje consignado también en Lucas, Mateo las
convierte en un proyecto de vida que se expresa en obras concretas de la misma
misericordia de Dios. Ellas son:
«Bienaventurados los pobres de espíritu, porque de ellos es el Reino de los cielos.
Bienaventurados los que sufren, porque serán consolados.
Bienaventurados los mansos, porque heredarán la tierra.
Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia, porque serán saciados.
Bienaventurados los misericordiosos, porque alcanzarán misericordia.
Bienaventurados los limpios de corazón, porque verán a Dios.

78
BENEDICTO XVI, «Ángelus, 16 septiembre de 2007.»
79
DM, 6
80
DM, 6
81
DM, 6
82
X. PIKAZA – J.A. PAGOLA, «Entrañable Dios…», 103
Bienaventurados los constructores de paz, porque serán llamados hijos de Dios.» (Mt 5, 3-
9)

Respecto a las bienaventuranzas, Benedicto XVI, hace la siguiente alusión:

«En la tradición bíblica, en efecto, la bienaventuranza pertenece a un género literario que


comporta siempre una buena noticia, es decir, un evangelio que culmina con una promesa.
Por tanto, las bienaventuranzas no son meras recomendaciones morales cuya observancia
prevé que, a su debido tiempo – un tiempo situado normalmente en la otra vida – se obtenga
una recompensa, es decir, una situación de felicidad futura. La bienaventuranza consiste
más bien en el cumplimiento de una promesa dirigida a todos los que se dejan guiar por las
exigencias de la verdad, la justicia y el amor. Quienes se encomiendan a Dios y a sus
promesas son considerados frecuentemente por el mundo como ingenuos o alejados de la
realidad. Sin embargo, Jesús les declara que no solo en la otra vida, sino ya en esta,
descubrirán que son hijos de Dios, y que desde siempre y para siempre Dios es totalmente
solidario con ellos.»83

De este modo, se puede entender el conjunto de las bienaventuranzas como un programa


de vida práctico, sencillo y esperanzador, que contengan en sí, sentimientos de consuelo,
ternura y compasión que sepan despertar en quien las haga vida, una adhesión sincera y
veraz a la persona de Jesús, a su proyecto por instaurar el Reino y la justicia, a su mensaje
liberador y salvador; en últimas, al compromiso eclesial – misionero vivido por cada
bautizado.
Estas palabras de las bienaventuranzas, hacen pensar también en que la misericordia de
Dios hacia sus creaturas, es proporcional a la que es practicada por ellas con los demás. Sin
embargo, esto no es concebible, pues, es necesario acoger la misericordia de Dios para
poder ser misericordiosos. Así se entiende: «Bienaventurados los misericordiosos, porque
alcanzarán misericordia»; en el sentido concreto de un amor desinteresado al prójimo.
Dietrich Bonhoeffer, en su libro «El precio de la Gracia: el seguimiento» hace una buena
interpretación de esta bienaventuranza:

«Estos desposeídos, estos extranjeros, estos carentes de poder, estos pecadores, estos
seguidores de Jesús viven ahora con él incluso en la renuncia a su propia dignidad, pues son
misericordiosos. Como si no tuviesen suficiente con su propia aflicción, con su propia
carencia, se hacen partícipes de la aflicción de otros, de la bajeza de otros, de la culpa de
otros. Sienten un amor irresistible por los pequeños, los enfermos, los desdichados, los
humillados; por las víctimas de la violencia; por los que sufren y son excluidos
injustamente; por todos aquellos que se angustian y apenan; y buscan a quienes incurren en
pecado y culpa. Ninguna aflicción es demasiado profunda, ningún pecado demasiado
terrible para que allí se haga presente la misericordia. Las personas misericordiosas regalan
su propio honor a los deshonrados y echan sobre sí mismas la deshonra de estos. Cabe
encontrarlas al lado de publicanos y pecadores y asumen de buen grado la ignominia de
frecuentar su compañía. Sacrifican el mayor bien del ser humano – la dignidad y el honor
personales – y son misericordiosas. Solo conocen una dignidad y un honor: la misericordia
de su Señor, lo único de lo que viven. Él no se avergonzó de sus discípulos, fue un hermano
para los seres humanos, cargó con su deshonra hasta la muerte en cruz. Tal es la

83
BENEDICTO XVI, «Mensaje para la Jornada Mundial de la Paz, 1 enero de 2013.»
misericordia de Jesús, lo único de lo que quieren vivir quienes están vinculados a él, la
misericordia del Crucificado.»84

De esta manera, cada uno debe tener misericordia con su prójimo porque está recibiendo
o ha recibido misericordia en su propia persona. Ya lo recomienda el apóstol Pablo cuando
escribe: «Como el Señor los perdonó, perdónense también ustedes.» (Col 3,13).

Como se hacía notar anteriormente, Cristo crucificado es la misericordia de Dios que se


extiende hasta lo más íntimo de nuestras miserias. Por Cristo, el Padre acepta esa nuestra
humanidad debilitada y pecadora. Pero, ¿Cuál es la recompensa de aquellos que han sido
misericordiosos? San Juan Crisóstomo, responde de la siguiente manera:

«A primera vista, parece que la recompensa es igual al bien que se ha hecho, pero en
realidad es infinitamente más grande. Los hombres ejercitan la misericordia como hombres
y obtendrán, en cambio, la misericordia del Dios del universo. La misericordia humana y la
divina no son iguales: hay entre ellas tanta distancia como entre la maldad y la bondad.» 85

3.3.2. Tres pilares: misericordia, oración, ayuno: Ubicamos esta reflexión en el


capítulo 6, 1-18 de san Mateo. Estas tres, deben consolidarse mucho más en la vida del
creyente que las practicadas por los mismos fariseos y escribas. Del mismo modo,
misericordia, oración y ayuno, deben situarse en la línea de la acción humana manifestada
en las obras que expresan su fe en cada momento de su existencia.86

Es así, que, la primera de ellas, tiene consigo un sentido de fidelidad a la alianza y de


ayuda a quienes más lo necesitan. No se trata pues, de una limosna privada o para que nos
vean, sino más bien, una solidaridad completamente activa con una exigencia de
comunicación de los bienes al ejemplo del Dios rico en misericordia y verdad. Ella deja ver
a un hombre y una mujer solidarios que viven para los demás desde sus posibilidades.

Entablada de esta manera la relación con el prójimo, nos preocupamos por la relación
con Dios manifestada en la oración. Esta, tendrá pleno sentido a los ojos de Dios, si se
fundamenta en la justicia y la misericordia, en otras palabras, la oración es la expansión de
la misericordia, es una forma de tener misericordia, de acompañar a Dios en el acontecer de
cada día.

Con estas dos anteriores, se da paso a la tercera que es el ayuno. Él debe convertirse en
la base de la alegría de todo creyente, no al estilo de los fariseos que demacran su rostro
para que la gente lo note. El llamado ante todo es a practicar un ayuno de misericordia
frente a aquellos que sufren para ayudarlos de la mejor manera. El mejor texto que explica
el ayuno es quizás el de Is 58, 5-10:

«Este es el ayuno que quiero: alimentar a los hambrientos, abrir las cárceles injustas…»

84
D. BONHOEFFER, «El precio de la Gracia: el seguimiento», 86
85
SAN JUAN CRISÓSTOMO, «Comentario a Mateo 15, 4.»
86
Cf. X. PIKAZA – J.A. PAGOLA, «Entrañable Dios…», 107
Sobre estos pilares, entonces, es necesario sostener la vida cristiana a modo de exigencia
social que busque la igualdad, la misericordia nacida del interior del corazón humano y el
deseo de consolidar una sociedad justa que atiende las necesidades de sus hermanos.

3.3.3. «Perdónense unos a otros» y el mandamiento del amor a los enemigos:


Cuando leemos los textos que siguen al Sermón de la Montaña en Mateo, oímos en boca de
Jesús una exigencia casi imposible de llevar a cabo, casi parecida al pasaje del capítulo 6
del evangelio de san Juan o discurso del pan de Vida, donde finaliza preguntando a sus
discípulos que si ellos también quieren irse, dejando clara la gran crisis de fe en la persona
de Jesús por la que llegó a pasar el pueblo y sus más íntimos amigos.87

Esta exigencia se ve sopesada en la no resistencia a quien hace el mal, en la abolición de


la conocida ley del talión, reemplazada por la de poner la otra mejilla a quien lo abofetea,
entre otras. Ante los ojos humanos, esto resulta en gran medida descabellado. Sin embargo,
es importante resaltar – por decirlo así – el gran mensaje de este gran sermón: «Amen a sus
enemigos y oren por quienes los persiguen», al igual que la petición del Padrenuestro de
pedir a Dios el perdón de las ofensas como también nosotros perdonamos a aquellos que
nos han ofendido (Cf. Mt 6, 12).88

Sin duda alguna, la exigencia más difícil de Jesús, es el amor a los enemigos y es ese
amor precisamente el que se va a convertir en uno de los principales mandamientos para el
cristiano. Ya lo atestiguaban los Santos Padres como san Clemente: «Quien no ama a quien
lo odia no es cristiano»89; Tertuliano: «El amor a los enemigos es ley fundamental»90; y san
Juan Crisóstomo que lo considera «suprema quintaesencia de la virtud.»91

Hay que añadir además, que no ha sido fácil para los creyentes y para la misma Iglesia,
realizar este amor a los enemigos anunciado por el mismo Jesús. Diariamente, se ven
situaciones muy marcadas por el odio, la rivalidad y el ansia de poder que cauteriza los
corazones bondadosos y muchas veces misericordiosos. Súmese a esto, las terribles
abominaciones del siglo XX. Frente a todo esto, es necesaria una nueva comprensión del
actuar humano que debe dejarse guiar por la misma Palabra de Dios en los que la
misericordia y el perdón, además de provenir del mismo Creador, también son realizables
mediante la razón humana.

3.3.4. Rasgos de la misericordia divina: Cerramos este hermoso abanico de


análisis de la misericordia con algunos elementos que nos proporciona el mismo evangelio
de Mateo con relación a la misma.

En primer lugar, Mateo nos muestra una misericordia capaz de perdonar los pecados,
sacando al hombre de su honda miseria. Muchas veces, este anhelo de misericordia que de
por sí tiene el ser humano, se puede ver truncado o adormecido. Es necesario tener en
87
Cf. A. CHÁVES, Sacramentos II, apuntes de clase, 2017.
88
Cf. W. KASPER, «La Misericordia…», 139
89
SAN CLEMENTE, «Segunda Carta capítulo 13.»
90
TERTULIANO, «De la paciencia 6», pdf.
91
SAN JUAN CRISÓSTOMO, «Homilías sobre el evangelio de san Mateo.»
cuenta además, que la misericordia de Dios no es simplemente una manifestación más de su
benevolencia sino el rostro del amor de Dios que libremente se da al hombre.92

En segundo lugar, una misericordia gratuita, pues, es el mismo Dios quien toma la
iniciativa de perdonar y lo hace sin ningún precio. A la pregunta que le formula Andrea
Tornielli al papa Francisco de ¿Por qué Dios no se cansa nunca de perdonarnos? Éste le
responde:

«Porque es Dios, porque Él es misericordia, y porque la misericordia es el primer atributo


de Dios. Es el nombre de Dios.

No hay situaciones de las que no podamos salir, no estamos condenados a hundirnos en


arenas movedizas, en las que, cuanto más nos movemos, más nos hundimos. Jesús está allí,
con la mano tendida, dispuesto a agarrarnos y sacarnos fuera del barro, del pecado, también
del abismo del mal en que hemos caído… Jesús nos espera, nos precede, nos tiende la
mano, tiene paciencia con nosotros. Dios es fiel.

La misericordia será siempre más grande que cualquier pecado, nadie puede ponerle un
límite al amor de Dios cuando perdona. Basta con mirarlo a él, basta con levantar la mirada
concentrada sobre nuestro yo y nuestras heridas y dejar al menos una grieta a la acción de
su gracia.»93

Y en tercer lugar, una misericordia paciencia y condescendiente. Jesús al anonadarse y


sin hacer alarde a su categoría de Dios (Cf. Fil 2, 6-11), trajo consigo la misma misericordia
del Padre hasta llegar incluso a la muerte y una muerte de cruz. Esta misericordia por tanto,
aparece sencilla, paciente, fraterna, condescendiente, basada no en puros sentimentalismos
sino en la propia persona de Jesús que es misericordia encarnada.94

Es pues, una misericordia que es capaz de llegar a la profundidad del corazón humano y
hacerle descubrir que todo él debe ser instrumento de la misma vida de Dios, de tan gran
profundidad que alcance la sensibilidad integral (sentidos, órganos, todo el ser) para que
como santa Faustina pueda expresarse el verdadero sentir de la misericordia en el ser
personal:

«Ayúdame, oh Señor, a que mis ojos sean misericordiosos, para que yo jamás recele o
juzgue según las apariencias, sino que busque lo bello en el alma de mi prójimo y acuda a
ayudarle.
Ayúdame, oh Señor, a que mis oídos sean misericordiosos, para que tome en cuenta las
necesidades de mi prójimo y no sea indiferente a sus penas y gemidos.
Ayúdame, oh Señor, a que mi lengua sea misericordiosa, para que jamás hable
negativamente de mi prójimo, sino que tenga una palabra de consuelo y de perdón para
todos.
Ayúdame, oh Señor, a que mis manos sean misericordiosas y llenas de buenas obras, para
que sepa hacer sólo el bien a mi prójimo y cargar sobre mí las tareas más difíciles y
penosas.

92
Cf. M. SÁNCHEZ MONGE, «Este es el tiempo…» 83
93
FRANCISCO, «El nombre de Dios es misericordia, una conversación con Andrea Tornielli», 96
94
Cf. MV, 1
Ayúdame, oh Señor, a que mis pies sean misericordiosos, para que siempre me apresure a
socorrer a mi prójimo, dominando mi propia fatiga y mi cansancio. Mi reposo verdadero
está en el servicio a mi prójimo.
Ayúdame, oh Señor, a que mi corazón sea misericordioso, para que yo sienta todos los
sufrimientos de mi prójimo. A nadie le rehusaré mi corazón. Seré sincera incluso con
aquellos de los cuales sé que abusarán de mi bondad. Y yo misma me encerraré en el
misericordiosísimo Corazón de Jesús. Soportaré mis propios sufrimientos en silencio. Que
tu misericordia, oh Señor, repose dentro de mí.
Tú Mismo me mandas ejercitar los tres grados de la misericordia. El primero: la obra de
misericordia, de cualquier tipo que sea. El segundo: la palabra de misericordia; si no puedo
llevar a cabo una obra de misericordia, ayudaré con mis palabras. El tercero: la oración. Si
no puedo mostrar misericordia por medio de obras o palabras, siempre puedo mostrarla por
medio de la oración. Mi oración llega hasta donde físicamente no puedo llegar. Oh Jesús
mío, transfórmame en Ti, porque Tú puedes hacer todo.» (Santa Faustina Kowalska, «Diario:
La divina misericordia en mi alma»).

De este modo, abonamos el camino de comprensión bíblica acerca de la misericordia,


para adentrarnos a su reflexión sistemática que nos ayudará en gran medida a mirarla de
modo más laudable, especialmente en el magisterio pontificio y en la realidad circundante.

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