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Pobre Gente

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«—¡Pobre gente!

No es repugnancia el sentimiento que me inspiran, sino el de una


inmensa piedad. Entre todos los misterios de la vida humana hay uno que yo he
penetrado;
el grande, el cruel tormento de nuestra existencia, proviene de que estamos eternamente
solos, y todos nuestros esfuerzos, todos nuestros actos no tienden sino a huir esa soledad
en que vivimos.
Esos enamorados al aire libre que acabamos de ver sentados en esos bancos tratan,
como, nosotros, como todas las criaturas, de hacer cesar ese aislamiento, aunque sólo
sea durante un minuto: pero permanecen y permanecerán siempre solos, y nosotros
también. Unos se aperciben más que otros de esa verdad; pero todos la comprenden.

¡Desde hace algún tiempo sufro yo el abominable suplicio de "haber comprendido", de


haber descubierto la espantosa soledad en que vivo, y sé que nada, ¿entiendes?, nada
puede hacerla cesar! ¡Sea cual fuere lo que intentemos o hagamos, cualesquiera que san
los impulsos de nuestro corazón, el grito de nuestros labios, el abrazo de nuestros
cuerpos, estamos siempre, siempre solos!

Yo te he arrastrado esta noche a este paseo para no volver tan temprano a mi casa,
porque sufro horriblemente de la soledad que allí me rodea. Sí, te he arrastrado conmigo
por eso; y ¿de qué me sirve? Yo te estoy hablando, tú me escuchas y estamos uno al
lado del otro, pero solos. ¿Me entiendes?

"Bienaventurados los pobre de espíritu", dice la Escritura. ¡Ellos tienen la ilusión de la


felicidad; no sienten nuestra solitaria miseria, no vagan como yo, por la vida, sin otro
contacto que el de los codos, sin otra alegría que la egoísta satisfacción de comprender,
de ver, de adivinar y de experimentar sin tregua ni reposo esa eterna sensación de
aislamiento!

Me encuentras algo loco, ¿verdad?

Escúchame. Desde que he sentido la soledad de mi ser, me parece que voy


hundiéndome cada día más en un sombrío subterráneo,
cuya salida no veo, cuyo fin no conozco y que no tiene fondo quizá. Y allá voy, sin
nadie a mi alrededor, sin ningún ser viviente que me acompañe en ese tenebroso viaje.
Ese subterráneo es la vida. A veces oigo ruidos, voces, gritos… marcho a tientas hasta
esos rumores confusos, pero jamás logro saber de dónde parten; no encuentro jamás a
nadie, ni tropieza la mía con otra mano en esa obscuridad que me rodea. ¿Me
comprendes? Hombres hay que han adivinado este atroz sufrimiento».

Guy de Maupassant - La mancebía (¡Solo!).

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