Una Historia Al Viento - Paul Brito
Una Historia Al Viento - Paul Brito
Una Historia Al Viento - Paul Brito
Paul Brito
transeúntes caminan con la cara ladeada y los ojos achinados. Un calvo agarra
los tres pelos que hace un momento lamían su cráneo; trata de pegárselos de
unos papeles y sus amigos se ríen de él. Él también se ríe, pero de una forma
angustiosa.
Parece mentira que una cosa tan inasible como el viento, tan abstracta,
uno sabe por dónde pasarán los arroyos más peligrosos de la ciudad, en
escucha en las películas del Oeste cuando está a punto de llegar el villano?
Aunque en este caso el villano y la brisa son la misma cosa, el mismo forajido
hasta ahora el “paravientos” o algo por el estilo. No queda otra que salir a la
pueden alzar tanto el oleaje que en la madrugada del 8 de marzo del 2009
telaraña.
Alguna vez, cuando yo era niño, el viento fue un soplo divino y no ese
avisaba de que habían llegado las vacaciones, les daba vida a las sábanas
colgadas en el patio de la casa (como si fueran velas de unos barcos piratas),
descorría una inmensa ventana hacia el océano. Era una madre diligente que
Céfiro, que era el rostro amable de las brisas del sur, comenzó a darle paso a
sopla hacia el mar como una persona grosera que te quiere sacar de su casa a
la fuerza. Quizá por esa diferencia telúrica, nuestro talante es más acogedor
que el de los catalanes. Y tal vez más parecido al de los andaluces, pues estos
también reciben del mar y de África un viento cálido y húmedo que, según los
una población en medio de los Alpes bávaros, para que instalara sistemas de
alimentación solar en varias unidades de telecomunicación. Allí también me
sentí exangüe y sin suelo. Al día siguiente acudí al hospital, pues seguía
un viento azuzado por el mismo efecto foehn. En los meses que estuve en
parte, me repetía que el ábrego era un niño en comparación con el zonda de las
comarcas andinas: “Se cuela más adentro, altera las emociones y hasta la
sexualidad —me dijo con tono científico—; está demostrado que incrementa
encender un ventilador para que nos meza con su zumbido. Necesitamos los
alisios tanto como ventiladores por toda la casa. Nos quejamos de su ímpetu,
pero al mismo tiempo exhalamos huracanes al hablar o reír. Acaso por eso
llegó con su ventolera, mujeres”, dice una canción que les da la bienvenida
nos recorre por dentro. Bailarla es nuestra forma maestra de torear la brisa, de
fundirnos a ella e impedir que apague la vela de nuestro espíritu. Por eso todas
las demás músicas salen de ella. Por eso en tiempos coloniales, cuando el
viento atravesaba gaitas y flautas de millo, las negras alzaban sus polleras
como alas. Y los españoles les ponían bolas de hierro en los tobillos, por si
acaso.