Location via proxy:   [ UP ]  
[Report a bug]   [Manage cookies]                
0% encontró este documento útil (0 votos)
210 vistas9 páginas

Flor de Las Selvas

Descargar como pdf o txt
Descargar como pdf o txt
Descargar como pdf o txt
Está en la página 1/ 9

31/5/2019 flor_de_las_selvas

URBANEJA Achelpohl, Luis Manuel. "Flor de las selvas" en: El


Cojo Ilustrado (Caracas) (145): 15-17, 1 de Enero de 1898.

Certamen Ilustrado
De
El Cojo Ilustrado
*
Composición en prosa galardonada con pluma de oro

Flor de las selvas

Oh! bravos y oscuros poetas de mi tierra, cantadores del lugar,


salud! Vosotros que de niño habéis nutrido mi ánimo, al son de los
cuatros, en las claras noches de luna, de todas las ansiedades que se
funden en el tosco bloque del nativo ingenio, venid en mi ayuda,
pues de la hermosa comarca aguarense os traigo el negro racimo de
un moral de bejuco: una historia de amor! Ojalá os deje en el alma
lo que el fruto en la boca: un suave agridulce.

*
Aún se hallaban entumecidos los duraznales en flor, y ya Juana-
Vicenta se andaba entre los membrillales, en su bella juventud,
fresca y lozana como un resalvo. La tierra negra da buen grano, y
Juana-Vicenta, era prieta y acanelada como grano de mazorca
cariaquita, hacendosa como la hormiga y más traginadora que una
erica. Su nombre humilde, y grato como una caricia, no se venía a
los labios de las madres, sino para alabarla: "aprended de Juana-
Vicenta" -decían a las muchachas perezosas- "nunca se la ve mano
sobre mano; prepara el cazabe, lava la ropa y canta como un
pajarillo". En verdad, era locuaz como un azulejo, y eso porque en
el fondo del alma llevaba un semillero de amor.
En los tupidos membrillales recolectaba el fruto, llenaba los
sacos de los más hermosos; al roce de sus manos, las aves
sorprendidas en la semioscuridad del naciente día, echabanse a
volar chirriando; y como atolondradas, posabánse siempre delante
de ella, lo que no era de su agrado, porque el brusco despertar de
los pájaros al sobrecogerla, le robaba el tiempo, del cual no se
hallaba muy sobrada, pues con el día, que ya se le echaba encima,
según que las cuestas de Chabasquín perdían sus neblinas Sandalio
vendría por la carga.
Ya estaban los sacos hasta la boca, cuando en la vuelta arriba del
camino, donde remata la cuesta a cuyo respaldo se levanta el
rancho, una voz gruesa, sonora como el tronco de una ceiba herido
a golpe de hacha, detrás de un "arre burro" comenzó a cantar:

"Anoche a la media noche


a media noche sería,
los gallos que menudeaban
y yo que me despedía"

webdelprofesor.ula.ve/humanidades/alconber/enlaces/urbaneja/flor_de_las_selvas.html 1/9
31/5/2019 flor_de_las_selvas

y luego..." ay! sóo, burro del demonio"... Y dos mojinos y uno


cano, a la entrada del rancho, se esforzaban en llevarse el tranquero
con el pecho.
A voz tan conocida, Juana-Vicenta se atortojó. ¿Acaso no se
estremecen las rientes flores de pascua, si el negro pegón,
pequeñito como un gorgojo, se acerca a ellas lascivo? Aunque
simple muchacha del campo no se hallaba desprovista de
presunción: si hubiese estado cerca de su baúl, del fondo y muy
deprisa el limpísimo espejo hubiera sacado a relucir; si en la
quebrada, se habría detenido ante algún pozo cristalino, en uno de
aquellos en que se están mirando largas horas las remotas estrellas.
Y causaban ese anhelo y tal desasosiego en el alma de la cándida
muchacha, las llamaradas de unos ojos negros y brillantes que, al
través de las brumas y los bejucos, la buscaban codiciosos y
rendidos.
Sandalio, desde el tranquero comenzó a llamar:
- Juana-Vicenta, oh! Descorre las varas pá cargá el burro ¡oh!
Vicenticáa... Andatée...!
Con lo cual la muchacha vino a abrir; corrió el tranquero
caminado delante de Sandalio, le guió al lugar de la carga. Allí si
que fue todo reír! La diligente niña se dio prisa en ayudar a
Sandalio, a Sandalio, más duro de huesos que de corazón un
quiebra- hacho; y quien en su vigorosa juventud se sentía capaz de
arremeter a todo Chabasquín, y talarlo hasta no dejar un solo
membrillal en el Aguare, si sólo en sueños lo desease aquella
muchacha, que sin mirarle se sonroja!
Sandalio, al tomar la carga, se hacia el desmayado, viendo lo cual
la muchacha venía en su ayuda. El muy taimado, por beberse los
alientos de la más preciada flor de aquellas lomas, se hubiera estado
cargando todo el bendito día. Así, cuando se llegaba a escapar el
fruto de los mal cerrados sacos, y ello sucedía con frecuencia, se
ponían ambos a recogerlos tan alegres y risueño, como era riente y
bulliciosa aquella misma mañanita. A ratos se hacían los juicios,
pero, allá en sus adentros, el estarse seriotes, les llenaba de
cosquillas, a punto de que por quitarme allá esas pajas, reventaban a
reír, sonora y estrepitosamente, así como al caer sobre los conucos
estallan alborozados los loros salvajes.
Y así en aquella alborada se vio cargado el viejo burro cano,
entre dos buenos muchachos, en cuyas almas comenzaba la
desbotonadura del amor, a la vez que en la selva olorosa cuajaban
los bermejos botones del rosal de montaña.
Terminada la tarea, echaron a andar los dos detrás de los burros,
no atreviéndose ni siquiera a mirarse; ahora pensativos y
cabizbajos como enantes alegres y juguetones. En llegando al
tranquero, Sandalio pasó con la cabeza gacha, como
apesadumbrado, y sin volverse, mientras ella corría las varas, le
dijo: "hasta la tarde", pero la muchacha sin saber qué contestarle se
le quedó mirando acodada en el tranquero. Allí se hubiese estado
aguardándole hasta la tarde, si un grueso suspiro, venido de lejos,
detrás de un "arre burro" áspero como un grito de rabia en el que se
ahogase algún dolor, estremeciéndola, no hubiera venido a sacarla
de su letárgico ensueño; y encendidas las mejillas, cual si fuesen un
webdelprofesor.ula.ve/humanidades/alconber/enlaces/urbaneja/flor_de_las_selvas.html 2/9
31/5/2019 flor_de_las_selvas

rojo botón que estallase a las ardientes caricias del sol, se alejó por
entre las frondas misteriosas de los árboles.

Razón tenían las vecinas: Juana-Vicenta no sabía estarse quieta;


revoloteaba como una mariposa, y no cesaba de trabajar en todo el
día! Si las horas la rendían en sus quehaceres, a lo que ella llamaba
hacérsele largas las horas, alguna cosa inventaba con que acórtalas;
y era entonces cuando la familia se daba el gustazo de saborear a
sus anchas algún criollo manjar. Que buena y cuan perfecta al salir
de sus manos primorosas, era la mazamorra de mazorcas
tiernecitas, cuyas apretadas hileras, al pasar por el rayo, se
deshacían en blancos hilos de leche! Cómo trascendía despertando
la gula el obscuro tequiche, esa mezcla feliz y sabrosa de la harina
de las rubias mazorcas cariaquitas, embebida en el zumo del coco
jugoso y en la cual el prieto papelón contribuye con su grato
dulzor! Nunca, pues, pudo hallársela remirándose en el bruñido
espejo, ni charloteando a las puertas de los ranchos vecinos.
- "Cosa rara" - decía la Tata- cuando el sol iba para la mitad del
día - "la muchacha está hoy como sobre candela o picáa de jején."
Las horas matutinas pasadas con Sandalio, la tenían como
alborotada, y tanto, que la Tata, acabó por gritarle:
- Vete pa casa e tu Taita!
- Pero mamá!
- Si te la pasas dándome vueltas y ya me tienes borracha!
- Si voy a hacer...!
- Qué?
- Chivato!
- ¿Pa está gastando?
- Pero si se van a podrir los cocos!
- Hacelo pues, y déjame en paz!
Y la muchacha, viéndose libre del constante aguijón de la Tata,
tomó solícita por el atajo del conuco. Nadie como ella para dar con
el fruto más hermoso! Al través del yucal, saltando como una
ardilla fue a dar entre los surcos del maizal espigado, y allí a dos
pasos, tropezó con la prodiga auyama, desparramada y frondosa, la
que, avara de su enorme fruto, lo oculta al favor de las redondas
hojas siempre verdes. Dentro de la tupida hojarasca, denunciada por
alguna próxima velluda flor amarilla, descubrió una a su gusto, tan
pesada de grande que sólo con cuatro de ellas bastaría para cimbrar
al viejo burro cano subiendo las cuesta del Aguare. De vuelta al
rancho la descuartizó, y puso las tajadas a sancochar; después
comenzó a pasarlas por el colador: goticas de oro iban cayendo en
la calmosa y tersa superficie del blanco zumo de los cocos,
preparado de antemano en una olla, tiznada por los constantes besos
de las rojas llamaradas de las chamizas. Ni un aliño olvidó Juana -
Vicenta: ni sobra de dulce, ni escasez de anís. Gracias a sus
cuidados, en pocas horas el chivato quedó tan de gusto, que, al
volver del trabajo los muchachos, alguno por el olor se fue
derechito a la cocina, y, la ya vaciada olla, con el dedo dejó limpia
de toda raspadura.

*
webdelprofesor.ula.ve/humanidades/alconber/enlaces/urbaneja/flor_de_las_selvas.html 3/9
31/5/2019 flor_de_las_selvas

Todos, capanegras y viuditas recogíanse presurosos a los


mogotes, y a la diáfana claridad de los cielos, sobre el lejano azul
purísimo, solitaria, se iba alzando la estrella de la tarde, blanca
como las nicuas y los gajos florecidos del soberbio urape.
En la cocina, reunida la familia, sirviose la comida, y en religioso
silencio se daba fin a la ración, cundo de pronto, allá, en el
tranquero, rebuznando, llegaron los burros de Sandalio. El viejo
Pantaleón soltó el plato y le salió al encuentro, y después de correr
las varas y de preguntarle por la ventana, le invitó a tomar un trago,
ofreciéndole a la vez un plato de caraotas con cecina.
- Tío! No puedo complacerlo, balbuceó Sandalio.
- Gua! muchacho! No es la primera vez que comes con nosotros.
- Pero, no puedo tío!
- Entonces, el trago...
- Y chivato -dijo Juana-Vicenta desde la puerta de la cocina.
- Bueno, prima, pa complácete.
- Arrímate pue, Sandalio! gritaba el viejo Pantaleón, mientras la
muchacha corría a la cocina en busca de alguna cosa...
Rojos son los racimos del moral de bejuco antes que el sol con
dilatadas caricias los haya sazonado; pero rojas, más rojas todavía
las mejillas de Juana -Vicenta, cuando sirvió a Sandalio un plato
bien repleto de la oliente golosina... Al más leve ruido, se llenan de
temblores los nervios potros; pero temblorosas, mucho más
temblorosas aún las manos de Sandalio, al tropezar con las de la
fresca y vigorosa muchacha: por eso fue que de sus dedos trémulos
se escapo el criollo manjar, entre el reír escandalosamente franco de
la familia. Todo por querer ocultar lo que sabían de viejo los
saltones y cuchicheaban los grillos entre las altas hierbas.

A pleno sol, repentinamente, se aglomeraban inmensos


nubarrones plomizos en el cielo; de sus fúnebres senos saltaban
culebreando líneas de rojos y azules contornos, en medio de la
brusca sonoridad de los truenos perdidos en el vasto cielo del
trópico. La tierra exhalaba todo el ardor de sus entrañas, apenas
humedecidas por los gruesos goterones recientes; negros
garrapateros guarecianse presurosos en los más espesos mogotes;
por todas partes, misteriosos ruidos, resquebrajaduras de hojas
secas bajo los vientres blanquecinos de los grandes matos verdes;
crujir de gajos en medio de la bronca ensordecedora de los vientos
encauzados en los canjilones de la sierra.
En la quebrada, las mujeres muy deprisa comenzaban a recoger
la ropa; y sacando Juana-Vicenta la de sus hermanos, la restregaba
sobre una peña, sin dar oídos a las voces alarmadas de las
lavanderas. Restregaba sin cesar e introducía la pieza en el agua
corriente, y la retorcía al sacarla sobre si misma y la echaba en el
montón de la batea.
Aguas crecidas del Aguare; ventolinas que venís de lejos,
decidme; ¿qué espera Juana-Vicenta en la quebrada, bajo un negro
cielo que parece echarse sobre la tierra?
La muchacha sólo mira hacia las bocas del Aguare; su rostro
resplandece de alegría! Alguien viene quebrada arriba... Es él,
webdelprofesor.ula.ve/humanidades/alconber/enlaces/urbaneja/flor_de_las_selvas.html 4/9
31/5/2019 flor_de_las_selvas

Sandalio! Ya esta cerca. Trae arrollado los pantalones más arriba de


las rodillas y en una mano las alpargatas de colores...
- Juana-Vicenta!
- Sandalio!
Si las temerosas lavanderas no hubiesen abandonado el sitio,
habrían tenido hilo bastante para estarse destejiendo, todo el año, la
madeja de la murmuración. Tal fue el regocijo de los muchachos al
verse el uno junto al otro.
- Anda Vicenta, - decía Sandalio, arrastrando la batea fuera del
agua - mira que nos coje la creciente, pues la llovizna arrecia en las
cabeceras.
Dábase prisa la muchacha en recoger la ropa, cuando de repente
se precipitaron impetuosas las aguas de la quebrada, atropellándolo
todo, roncando como un monstruo, rompiéndose en borbotones y
espumarajos al chocar contra los peñascales. Apenas tuvieron
tiempo para ponerse fuera del alcance de las aguas, cuando ya toda
la comarca aguarense se había convertido en un solo torrente. Tras
de relámpagos y truenos que parecían ir saltando de precipicio en
precipicio, gruesos chaparrones de agua doblegaban los empinados
maizales: engendrabanse turbios manantiales donde antes florecía
el yucal y la negra caraota, enredada sobre sí misma, se envolvían
en guirnardas de morados pensamientos. Masas de cerro
desplomabanse al abismo, entre ruidosos sacudimientos, como si la
serranía entera tambaleara sobre sus estribos graníticos.
En el fondo del barranco, los muchachos iban cediendo terreno a
las aguas de la quebrada, salidas de madre; sus inmensas oleadas
rompianse sobre el último palmo de tierra cedido, en medio de los
gritos lastimeros de Juana -Vicenta y los saltos de jaguar acorralado
de Sandalio, arrastrando de breñal en breñal a la muchacha.
Perseguidos, amenazados siempre, lograron aislarse en una obscura
grieta, tupida de bejucos. Ya en salvo, sonreían ante el recuerdo del
peligro pasado y tiritando de frío se buscaban el uno al otro, como
dos pichones ateridos, como a los troncos llenos de savia las
parásitas perfumadas.
Allí Sandalio trataba de consolar a Juana-Vicenta; y ella,
intranquila y llorosa, no deseaba sino estar con los suyos. Pero, ¿la
tierra no se estremece al primer chubasco? ¿A las caricias del sol,
no cuaja el grano que dormita el sueño de la vida en los senos
misteriosos de la coa? ¿No abre a sus besos el bruñido estuche de
oro muerto donde guarda corales, cundeamor, y no se encienden los
rosales y las mejillas morenas a sus soplos de fuego? Pues bien, a
las caricias de Sandalio, se iba abriendo la flor del alma en Juana-
Vicenta, y al anterior desasosiego sucediase dulcísimo abandono.

Las aguas volvían a sus cauce estrecho; por el cielo despejado


corrían nubecillas ligeramente grises; los árboles semejaban vestir
nuevas hojas de un verdor más tierno; la tierra fresca y oliente,
como rejuvenecida, llamaba a la vida. Juana -Vicenta y Sandalio,
con rostro en los cuales la felicidad resplandecía, iban camino del
rancho, y detenidos a cada paso por los vecinos, recibían sus
saludos con la dulce placidez de las buenas almas. El uno al lado
del otro soñaban despiertos, así como sueñan, en su sana juventud,
webdelprofesor.ula.ve/humanidades/alconber/enlaces/urbaneja/flor_de_las_selvas.html 5/9
31/5/2019 flor_de_las_selvas

los muchachos del trópico. Cuando Juana -Vicenta oía a Sandalio,


lo escuchaba plácidamente, pues sus palabras se le filtraban en el
alma, subes y cariñosas, como cosas de viejo conocidas: todas
aquellas voces gratas las había sentido en medio a los rumores de la
selva, en alguna tarde diáfana, bajo un cielo gloriosamente azul, en
la nube, en el aire, en el gajo florecido, en el tremolar de las espigas
que brotan enhiestas en los manchones de silvestres espadillas.

Ya había cerrado la noche, y la familia sentada a la puerta del


rancho, a la rojiza luz del candil, escuchaba de boca de Sandalio,
cómo Ovejon el de los cortos y merinos cabellos, amarillos como el
azufre, se las había para convertirse en negro humillo, o en
chispeante guarataro, o en haz de seca leña, cuando de cerca le
asediaban los comisarios. -A la cárcel- decía Sandalio,- una vez
llevaron a Ovejon, y a media noche sintieron ruido los soldados en
su calabozo; pero solo vieron una araña peluda subirse por la
húmeda pared.
- Jesús! -exclamó la Tata, santiguándose.
El viejo Pantaleón se rascaba detrás de la oreja, y los muchachos,
echándola de valentones, reían de miedo. Juana-Vicenta, desde el
quicio de la puerta, oía como enmudecida; para ella no había más
que Sandalio en la tierra; oyéndole pasaría toda la vida, adormecida
y feliz. ¿Acaso los turpiales, cantando sin cesar en la rama que
sostiene el nido, no embelesan a la vistosa compañera?

Aunque Sandalio no se acercaba al rancho de sus tíos, sino


cuando algún negocio especial lo llevaba a él, por eso no dejaba de
ver a Juana -Vicenta, ni de estarse con ella sus buenos ratos
sentados, allá en la quebrada, sobre el tronco carcomido de un viejo
sauce, colgándoles las piernas hasta las aguas; charlando quedito,
remirabanse en el agua corriente, como enamorados de sí mismos,
abandonabanse el uno en los brazos del otro, como lirios de una
misma cepa a un solo tallo unidos. Se amaban como Dios manda,
buenamente, como el azulejo a la rama más alta, como el lagarto al
sol, como la tierra sedienta a la gotita de agua.

Una mañanita, cuando se esponjaban todos los botones al sol, y


la sana alegría de vivir, comenzando en el trinar de las aves, llegaba
hasta el hombre, acariciadora y persuasiva, como diciéndole "toma
tus herramientas y vete a la montaña: el guayabo salvaje aguarda
tus golpes de hacha" Sandalio, el enamorado de Sandalio, se
presentó en el rancho de sus tíos, terciada sobre el ancha espalda la
carabina y hosco el ceño, bajo el sombrero de amplias alas.
Algo grave debía sucederle, para presentarse tan de mañana
cargado de todas sus armas. A sus bruscos "buenos días" el viejo
Pantaleón, que asentaba el filo de su machete en una piedra, se lo
quedó mirando como perplejo. ¿Qué ha sucedido, Sandalio?
exclamó de pronto.
webdelprofesor.ula.ve/humanidades/alconber/enlaces/urbaneja/flor_de_las_selvas.html 6/9
31/5/2019 flor_de_las_selvas

En aquel instante, el viejo evocaba todos los recuerdos de su


juventud; se veía en el muchacho: cómo él, una mañana había
trocado la chícura por la carabina, y dejando las lomas perfumadas
del Aguare, se había ido lejos, muy lejos! Siempre lo mismo: la
eterna revolución! Como si a la tierra le fuera necesaria ración de
sangre cuando se están las cosechas desgajando en las matas. Se
daba cuenta cabal de la guerra: robados sus animales; pudriéndose
la cosecha en el suelo; sus muchachos huyendo; el rancho saqueado
por todos! "Dime, Sandalio, dime" insistió el anciano.
- Ya se lo voy... mi tío.
No, no! La guerra, sobrino! ¿Crees tú que sacas mucho con eso?
Que te maten y te roben los animales! Pa nosotros el chopo y el
plan, ¿y pa ellos...?
El viejo conocía toda la injusta y trágica historia. ¿Acaso hoy, el
siervo venezolano ignora la faena siniestra de los señores? Por eso
hierve y rebosa en su seno la onda prolífica de no tardías
reivindicaciones! Todo lo despreciado será enaltecido. Del seno de
las madres no saldrá más "el carne de cañón," así como del numen
del poeta no surgirán más himnos sino para la tierruca amada y las
muchachas hermosas.
- No, mi tío -replicó Sandalio -lo que tengo que decir es en
familia....
Y toda ella lo rodeo. En los semblantes paseabanse el asombro.
Con las bocas abiertas aguardaban sus palabras. Juana-Vicenta
temblaba de miedo; ella, como su padre, había creído que Sandalio
cogería el monte. No se daba otra cuenta de la guerra, sino que
Sandalio se quedaría en una loma, lejos, muy lejos de ella, para
siempre, y como contaba su padre que habían quedado muchos,
para festejo del insaciable zamuro.
- Tío - por fin dijo Sandalio- ¡qué guerra! La única guerra es que
unos cuantos vagabundos, junto con el comisario, me fueron a
matar, y me han macheteado todo el cafetal!
- Pues da parte a la autoridad!
- Pero si usted lo sabe muy bien, mi tío: el Jefe Civil esta tibio
conmigo por la embarranca del pollino.
- Entonce no hay na que hace, sobrino.
- Si. Eso es: déjame matá.
Pero, evita, hombre!
- Que evite? Por eso es que estamos así, en este país; porque si el
Jefe Civil quiere compra todo el maíz pá él, y el cafecito también...!
Caramba! ni esclavos! Todo el año trabajando pa que él tenga
caballo, y si no, lo sacan a uno en limpio!
- Pero, hijo ¿qué va a hacer uno en estos montes?
- Pues...No dejase mata!
- Pues bien, esa es otra cosa tuya.
- Por eso vengo casa de usté: pa que me preste los muchachos!
- Si estamos sacando yuca!
- Yo lo acompaño después, tío: usté sabe que el trabajo con gusto
rinde...
- Bueno, Sandalio; pero no te vayas a exponer por cuatro matas...
- No, tío; yo quiero que me acompañen po que si algo sucede le
avisen corriendo...
La familia toda callada. De nuevo la Tata siguió rayando yuca.
Juana-Vicenta respiraba a todas sus anchas; los muchachos, como
webdelprofesor.ula.ve/humanidades/alconber/enlaces/urbaneja/flor_de_las_selvas.html 7/9
31/5/2019 flor_de_las_selvas

resignados, iban tras de Sandalio, y el viejo Pantaleón asentaba su


machete sin atreverse a mirar a su mujer. Estaba lleno de contento. -
¡Caramba! Si no era la guerra! exclamaba sonreído, dándole vueltas
a la hoja sobre la piedra...

Cuando se acercan las cosechas, y en ruido estalla, en el frondoso


guamo, el nidal de los pericos, la culebra tigra se viene presurosa y
del nidal se adueña. Pero, al chillar de los recién nacidos, acude la
madre diligente, y después de lucha vana, revoloteando sin cesar,
desconsolada, la pérdida lamenta del caro albergue de su cría y sus
amores. En la risueña juventud, cuando para todo hay un canto en
nuestras almas, se llega de improviso el infortunio y amarga el
regocijo, así como al alegre nidal de los pericos sorprendió la voraz
culebra. La desgracia, de pronto, plegaba sus negras alas sobre la
espaciosa frente de Juana-Vicenta. Ésta, creyéndose morir,
enloquecida de desesperación, clamaba sollozando: -¡Virgen del
Carmen! ¡Santo Cielo! ¿qué me hago?... A la virgen prometía sus
pendientes de oro, su crucecita de plata, flores y humildes velas con
que alumbrar y embellecer el altar; todo cuanto puede ofrecer a la
divinidad misericordiosa una humilde muchacha del campo, sin
más tesoro que el inmenso tesoro de su amor. Desesperabase: el
viejo Pantaleón la mataría! La Tata, allá en el monte se lo contaría
todo. "Oye -le diría -todo el mundo lo sabe!" Sí, se lo diría muy
claro: los muchachos se besaban mientras ellos dormían la siesta...
Sosteniendo entre ambas manos la ardorosa frente, gemía la
pobre niña, como sus hermanas las soy-solas en los tupidos
carrizales. No veía, en su honda pesadumbre, otro refugio que
Sandalio, así como en las noches de invierno el menudo gusanillo
de luz, refulgente como una migaja de oro, es la única claridad que
vislumbra el viandante y lo guía sobre la tierra obscura. La
desventurada, en cuanto cerró la noche, dejó el rancho, ataviada con
el liquiliqui y los pantalones de uno de sus hermanos; amarrado
sobre la nuca el de madraz, bajo el sombrero de cogollo de amplias
alas, con el machete de rozar en la diestra, cual efectivo peón
conuquero, de esos que llevan siempre, en los labios, aires nativos.
Larga era la caminata. Chabasquín arriba, se estaba el plantío de
Sandalio, en la cuesta más pendiente, por lo que bebía más sol en el
verano y mejor se empapaba en el invierno.
Iba tan deprisa Juana-Vicenta, que en la obscuridad de la noche,
al pasar por los ranchos vecinos, las mujeres, al ver su sombra
manchando el resplandor rojizo del candil, se santiguaban, cual si
fuese un alma en pena, y los perros, al salirle al encuentro, se
revolvían gruñendo a echarse cerca de sus amos. Atolondrada,
llevaba en la cabeza tantas cosas que decirle a Sandalio, como
cocuyos parpadeaban en la masa borrosa de la sierra. A veces se
sentía tentada a retroceder; pero era tanto el miedo a sus padres, que
emprendía de nuevo la carrera, perseguida por la inquietante
fantasmagoría de su exaltada imaginación. Sobre las lomas, veía la
lucecita errante, que el pueblo llamaba la luz del "Tirano Aguirre";
tras de sí sentía pasos y apretaba el andar, y no era otra cosa que el
viento susurrando en los olorosos membrillales. En los troncos, en
las sombras, le parecía estarse Ovejón en asecho, y si algún
webdelprofesor.ula.ve/humanidades/alconber/enlaces/urbaneja/flor_de_las_selvas.html 8/9
31/5/2019 flor_de_las_selvas

aguaitacamino dejaba en la calmosa serenidad de la noche flotar su


seco grito, se le oprimía el corazón, creyendo habérselas con alguna
bruja voladora.
Cuando se vio cerca del rancho, emprendió a correr, sin hacer
caso de los ladridos de los perros, y al llegara a la puerta comenzó a
golpearla con el machete, a la vez que con voz enronquecida
llamaba a Sandalio. -"Sandalio: abre. Soy yo!" A tales golpes y
voces los de adentro respondían mañosos: "Da tu nombre y te
abriremos!"
A tanto llamar, sus hermanos, que aún no habían dejado de
acompañar a Sandalio, vinieron a abrir, armados de sus machetes,
tambaleándose de miedo; pues creían habérselas con la enemiga
gente del comisario. Despacio y con sigilo entreabrieron la puerta,
pero de repente, tras un fuerte empellón, se precipitó en el interior
Juana -Vicenta, sin cuidarse de la resistencia que le oponían los de
adentro, hasta dar con Sandalio, en el extremo de un corredor, a la
puerta de su cuarto, quien, ya en guardia, con la carabina
acomodada en el hombro y los ojos puestos en la mira, a la
agonizante luz del candil, con voz cavernosa en la que se traducía el
pánico de que estaba poseído, le pregunto por dos veces
consecutivas: ¿quién eres? ¿qué quieres? -Ya lo diré a ti solo, en el
oído" respondía la voz ronca de la muchacha. Y ella se abalanzaba
al mismo tiempo con los brazos en alto, resuelto y persuasivo el
gesto.
Retrocedía Sandalio, y ella, viéndose seguida de cerca, acosada
por sus hermanos, de tiró hacia Sandalio, como para echársele al
cuello en amorosa caricia; pero el infortunado, dilatada la pupila
por el terror, desconociéndola en el traje varonil, le gritó: "¡párate!"
y halando del gatillo de la carabina, salió un relámpago, y cayó
tendida la pobre niña sobre el pavimento, arrancada para siempre a
los goces de la vida, en la mitad del apogeo de los amores de su
juventud, destrozado el exuberante seno, en cuyas fresas la erica de
los campos se hubiera emborrachado de amor...
-"Me has matado" - exclamó la desventurada, mientras Sandalio,
reconociéndola, le preguntaba anhelante: ¿Vives? Respóndeme!
¿Vives, mi vida?... Pero ¿qué buscabas aquí, con ese vestido?...
- Y me lo preguntas? contestó ella con voz apagada, y prosiguió
murmurando entre suspiros de agonía: "Quería, mi hijito... quería
quedarme aquí... contigo... los dos solitos para toda la vida"...
Y la muchacha, así como se mueren dulcemente las nícuas
besadas por el sol, se moría sonreída y tranquila en los brazos de
Sandalio, entregándole su alma enamorada con la última caricia de
su boca...
¡Oh! lomas perfumadas del Aguare!... cuesta altas del
Chabasquín, donde casi salvaje crece y fructifica el oloroso
membrillal, y nunca faltan duraznales en flor! El más hermoso de
tus frutos se desprendió de la rama sin que la acuciosa hormiga, ni
el locuaz azulejo llegasen a descubrir si se hallaba en sazón...!

webdelprofesor.ula.ve/humanidades/alconber/enlaces/urbaneja/flor_de_las_selvas.html 9/9

También podría gustarte