Antecedente de La Constitucion de 1839
Antecedente de La Constitucion de 1839
Antecedente de La Constitucion de 1839
Todas las Constituciones del Perú reflejan en sí la ponderación del Parlamento en el uso
racional de su rol y poder constituyente. En efecto, en las diferentes épocas en que se hizo
necesaria la reformulación del texto constitucional, los Congresos Constituyentes tuvieron la
visión y acuerdo consensual para redactar normas de rango constitucional con la debida
orientación en materia de gestión externa del Estado y sus atribuciones que, en esta
materia, debieron corresponder a los tres principales órganos del aparato estatal: el
Ejecutivo, el Legislativo y el Judicial.
De este modo, desde los inicios de la República, las diversas Constituciones aprobadas por
los Congresos Constituyentes delinearon lo que comúnmente se llama hoy el marco
constitucional de la política exterior, estableciendo, en mayor o menor medida, un equilibrio
de poderes, propio de los sistemas democráticos. Casi siempre se asignaron roles
importantes a los Congresos constituidos respetando las tradicionales competencias que la
doctrina política le asigna al Congreso. Puede decirse entonces que a nivel normativo
constitucional, desde los inicios de nuestro período republicano, las constituciones del Perú
le han otorgado al Poder Legislativo un rol fundamental en el manejo de las relaciones
exteriores.
En este sentido, el Congreso ha tenido y tiene, en materia de gestión externa, las mismas
funciones que para la gestión interna: la función normativa, el control político y las acciones
de representación.
El 3 de agosto de 1821 el libertador José de San Martín asumió el poder político y militar del Perú con
el título de Protector, dando así origen al Estado Peruano, al que dio su primera bandera, su himno,
su moneda, así como su administración primigenia y sus primeras instituciones públicas. Pero faltaba
una Constitución política. Mientras tanto, rigió un Reglamento Provisorio.
El 27 de diciembre del mismo año, San Martín convocó por primera vez a la ciudadanía con el fin que
eligiera libremente un Congreso Constituyente, con la misión de establecer la forma de gobierno que
en adelante regiría al Perú, así como una Constitución Política adecuada.
El Primer Congreso Constituyente del Perú se instaló el 20 de septiembre de 1822, entre sus
miembros se contaban los más destacados miembros del clero, el foro, las letras y las ciencias. Ante
este congreso, San Martín renunció al protectorado y se alistó para abandonar el Perú.
Los legisladores empezaron a realizar su principal labor: la redacción de la Primera Constitución del
Perú independiente; asimismo, encargaron el poder ejecutivo a un grupo de tres legisladores, que
conformaron un cuerpo colegiado denominado la Suprema Junta Gubernativa (integrada por José de
La Mar, Manuel Salazar y Baquíjano y Felipe Antonio Alvarado).
El primer paso fue la elaboración de las «Bases de la Constitución Política», a manos de una comisión
del Congreso, integrada por los diputados Justo Figuerola, Francisco Xavier de Luna Pizarro, José
Joaquín de Olmedo, Manuel Pérez de Tudela e Hipólito Unanue. Estas «bases» fueron promulgadas
por la Junta Gubernativa el 17 de diciembre de 1822; constaban de 24 artículos, que a grandes
rasgos, declaraban que todas las provincias del Perú, reunidas en un solo cuerpo, formaban la nación
peruana, que a partir de entonces se denominaría «República Peruana»; asimismo, establecía que la
soberanía residía en la Nación, siendo independiente de la monarquía española y de cualquier otro
tipo de dominación extranjera; su religión sería la católica, con exclusión de cualquier otra; y en
cuanto al Poder Nacional, estaría dividido en tres poderes, el Legislativo, el Ejecutivo y el Judicial.
Discutido el texto constitucional, fue aprobado y promulgado por el presidente Torre Tagle, el 12 de
noviembre de 1823. Pero un día antes, el mismo Congreso dispuso la suspensión de sus artículos que
fueran incompatibles con las facultades otorgadas al libertador Bolívar, que ya se hallaba en camino
de instaurar la dictadura. En la práctica no estuvo en vigencia mientras duró el régimen bolivariano.
Esta Constitución, de inspiración liberal, se basaba en la soberanía popular: «La soberanía reside
esencialmente en la nación, y su ejercicio en los magistrados, a quienes ella ha delegado sus
poderes.» (Artículo 3). Establecía el sistema republicano de gobierno (desechando así el
monarquismo); la división de los poderes del Estado en Legislativo, Ejecutivo y Judicial; la elección de
las municipalidades; la libertad de comercio y de industria, la inviolabilidad de domicilio y el derecho
a la propiedad, sentando, además, el principio de que nadie nace esclavo en el Perú y de que todos
somos iguales ante la Ley.
Finalizado el régimen bolivariano, la Constitución de 1823 fue restaurada el 11 de junio de 1827 por
el Congreso. El vicepresidente de la República Manuel Salazar y Baquíjano, encargado del Poder
Ejecutivo, mandó a cumplirla el 16 de junio del mismo año. Rigió hasta el 18 de marzo de 1828,
cuando fue reemplazada por otra Constitución.
Constitución Política del Perú de 1826
La Constitución para la República Peruana de 1826, más conocida como la Constitución Vitalicia, fue
la segunda carta política del Perú, elaborada por Simón Bolívar y de tendencia conservadora. Fue
aprobada por los colegios electorales de la República, ante la imposibilidad de que se reuniera un
Congreso Constituyente, siendo promulgada por el Consejo de Gobierno presidido por el mariscal
Andrés de Santa Cruz el 30 de noviembre de 1826, por ausencia de Bolívar. Su juramentación pública
se dio el 9 de diciembre de ese mismo año, segundo aniversario de la batalla de Ayacucho. Una de las
principales estipulaciones de esta Constitución era el establecimiento de un presidente vitalicio o de
por vida, cargo reservado para Bolívar. Éste impuso también una Constitución similar a Bolivia y
planeaba hacer lo mismo en la Gran Colombia. Pero la reacción antibolivariana que estalló en el Perú,
así como en los demás países «bolivarianos», trastocó sus proyectos. La Constitución Vitalicia del
Perú estuvo en vigor solo 50 días, pues fue suspendida ni bien cayó el régimen bolivariano, el 27 de
enero de 1827.
La Constitución Vitalicia, redactada por el mismo Bolívar, no fue discutida por Congreso alguno, ni
tampoco se convocó a la consulta popular, como aparentemente había ofrecido Bolívar, sino que se
sometió su aprobación a los 58 Colegios Electorales de la República. El 18 de agosto de 1826 lo
aprobó el Colegio Electoral de Lima, y sucesivamente, la de provincias, con excepción de Tarapacá,
que se remitió al Colegio Electoral de Arequipa. Fue pues aprobada de manera unánime, con la
condición de que Bolívar fuera el primer presidente vitalicio del Perú. Luego el Consejo de Gobierno
del Perú declaró el 30 de noviembre de dicho año que
La Constitución Vitalicia era la Ley Fundamental del Perú y el Dictador Simón Bolívar el Presidente
Vitalicio de la República.
Ya el 26 de dicho mes la había aprobado el Congreso boliviano, que luego eligió a Antonio José de
Sucre como presidente vitalicio de Bolivia, con la condición de que Bolívar ejerciera el poder supremo
cada vez que hiciera acto de presencia en su territorio.
Aprobada así la Constitución Vitalicia, fue juramentada en ambos países, el Perú y Bolivia, el 9 de
diciembre de 1826, segundo aniversario de la batalla de Ayacucho. En Lima la ceremonia fue opaca,
en medio de la indiferencia y el rechazo popular. Se dice que se arrojaron monedas a los presentes,
obligándoles a que gritaran ¡Viva la Constitución! ¡Viva el Presidente vitalicio!». Pero algunos
burlonamente respondieron: ¡Viva la plata!. Por entonces Bolívar ya no se hallaba en el Perú pues
había partido a la Gran Colombia dos meses atrás, atendiendo los urgentes llamados de sus
seguidores, que veían con pavor que su creación geopolítica se desmoronaba.
Principales disposiciones
Esta Constitución era en realidad una adaptación, con algunas enmiendas, de la constitución
Napoleónica del año VIII.
El Poder Judicial, que en teoría debía ser independiente y estaría representado por la
Corte Suprema y demás tribunales.
El Poder Legislativo, que tenía una estructura complicada. Constaba de tres cámaras:
los tribunos, los senadores y los censores, cada una con 24 miembros. «Los tribunos
debían durar cuatro años; los senadores, ocho; y los censores eran vitalicios.
Correspondían al Tribunado las atribuciones tradicionales de las Cámaras populares
en materias hacendarias y políticas; al Senado la legislación civil y eclesiástica y la
nominación de los más altos funcionarios; y a los Censores, la instrucción y la
fiscalización política y moral».1
El Poder Ejecutivo, con un Presidente Vitalicio (que naturalmente debía ser Bolívar),
aunque pasando previamente por la formalidad de ser designado por el Congreso;
luego se reservaba dicho Presidente el derecho de designar a su sucesor.
Completaban este poder un Vicepresidente y tres ministros de estado.
La tercera Constitución Política del Perú fue, como su antecesora, de tendencia liberal. Fue discutida
y aprobada por el segundo Congreso General Constituyente del Perú reunido de 1827 a 1828, siendo
promulgada el 18 de abril de 1828 por el Presidente Constitucional de la República, mariscal José de
La Mar. Su juramentación pública, fijada para el día 5 de abril, fue diferida a raíz de un tremendo
terremoto que asoló Lima el 30 de marzo. La ceremonia se realizó finalmente el 18 de abril, en los
cuatro ángulos de la Plaza Mayor, en la plazuela de la Constitución y en las plazuelas de San Marcelo
y San Lázaro.
Esta constitución ha sido considerada la “madre” de las constituciones del Perú, porque sirvió de
modelo a las mismas, hasta muy avanzado el siglo XX. En lo civil puso término a ciertos rezagos de la
vida colonial como los empleos hereditarios, mayorazgos, vinculaciones y privilegios. Se abolió la
tortura y las penas infamantes y solo hubo pena de muerte en los casos de homicidio calificado. En lo
político estableció la elección indirecta del presidente y el vicepresidente, para un período de cuatro
años, inmediatamente renovable; cámaras de senadores y diputados, cuya renovación se efectuaría
cada dos años por tercios y mitades, respectivamente; creación de un Consejo de Estado, al cual se
encargaba la misión de observar y asesorar al poder ejecutivo; creación de las Juntas
Departamentales, como medio de satisfacer y atenuar las tendencias federalistas. Pero
especialmente debe resaltarse que esa Constitución autorizó al Presidente de la República suspender
las garantías constitucionales e investirse de facultades extraordinarias, por un tiempo determinado
y con cargo de informar al Congreso acerca de las medidas adoptadas durante el ejercicio de dichas
facultades. Finalmente, ofreció el fomento de las industrias y la educación, la realización de
estadísticas, la civilización de los indígenas y el apoyo a la inmigración, entre otras buenas
intenciones que poco o nada se materializaron.
El Congreso General Constituyente del Perú (el segundo de la historia republicana peruana) se instaló
el 4 de junio de 1827, con 83 diputados elegidos por provincias, incluyendo a Maynas. Su primer
presidente fue el clérigo Francisco Xavier de Luna Pizarro. En armonía con el decreto que le diera
origen, este Congreso derogó la Constitución Vitalicia, repuso en parte la Constitución de 1823 e
inició la discusión de una nueva carta. Si bien sus bases fueron tomadas de la Constitución de 1823,
se las enriqueció con las instituciones legales que la experiencia aconsejaba.
En cuanto a la elección presidencial, resultó triunfador el mariscal José de La Mar, contando con el
apoyo de Luna y los liberales. A La Mar se le considera como el primer presidente constitucional del
Perú.
Un importante tema que se discutió en esta Constituyente fue la aplicabilidad del sistema federal.
Luego de arduos debates, los legisladores consideraron que aún no era conveniente implantar ese
sistema, que a su juicio podría favorecer la anarquía y la fragmentación territorial, teniendo en
cuenta el peligro internacional que todavía representaba Bolívar y la Gran Colombia en el norte. Pero
como teóricamente eran partidarios del federalismo, crearon las juntas departamentales, que debían
ser la base de futuros parlamentos, y establecieron que cinco años después la Constitución debía ser
reformada, suponiendo que ya para entonces se verían resultados que hicieran factible la
instauración del federalismo. Por el momento triunfó pues, el régimen unitario.
Aprobación y promulgación
Los congresistas dieron la nueva Constitución el 18 de marzo de 1828, siendo promulgada el mismo
día por el presidente La Mar. Su juramentación pública, fijada para el día 5 de abril, fue diferida a raíz
de un tremendo terremoto que asoló Lima el 30 de marzo. La ceremonia se realizó finalmente el 18
de abril, en los cuatro ángulos de la Plaza Mayor, en la plazuela de la Constitución y en las plazuelas
de San Marcelo y San Lázaro. La ciudad se hallaba intransitable por los escombros.
La Constitución Política de la República Peruana de 1834
Fue la cuarta carta magna del Perú, que fue discutida y aprobada por la Convención Nacional,
nombre que adoptó un Congreso Constituyente que se reunió en Lima entre 1833 y 1834. Fue
promulgada el 10 de junio de 1834 por el presidente provisorio de la República, general Luis José de
Orbegoso. De carácter liberal, fue solo en realidad una enmienda o corrección de ciertos artículos de
la Constitución de 1828, tratando de limitar los excesos del caudillismo militarista. Otro de sus
propósitos fundamentales fue allanar legalmente el camino de la federación del Perú con Bolivia,
tema entonces de candente actualidad. Solo estuvo en vigencia poco menos de un año, debido a las
convulsiones políticas que se desataron en el Perú, previo al establecimiento de la Confederación
Perú-Boliviana.
Antecedente
Los legisladores que redactaron la Constitución liberal de 1828, habían acordado que luego de cinco
años debía reunirse una Convención Nacional con la misión de hacer una reforma constitucional de
manera total o parcial. En el mismo texto constitucional quedó consignada tal disposición:
Art. 177º.- En julio del año de mil ochocientos treinta y tres se reunirá una Convención Nacional,
autorizada para examinar y reformar en todo o en parte esta Constitución.
La razón que arguyeron los legisladores de 1828 era que en el lapso de cinco años la experiencia
daría mejores ideas para administrar la República y por lo tanto al cumplirse dicho período sería
necesario realizar cambios o reformas. Aunque en realidad, el principal interés de dichos legisladores
era dar tiempo para la instalación de un régimen federal, vista la factible federación con la república
vecina de Bolivia. Debemos señalar que la República Peruana nació bajó una estructura unitaria,
aunque buena parte de sus primeros legisladores simpatizaban con el régimen federal. El unitarismo
se impuso por cuestiones prácticas.
Culminado pues, el plazo de cinco años en 1833, el mandato de la reforma constitucional debía ser
cumplido. Gobernaba entonces el general Agustín Gamarra, cuyo período presidencial ya vencía, por
lo que las elecciones de los miembros de la Convención Nacional coincidieron forzosamente con las
elecciones para Presidente y para un Congreso Extraordinario. Esto último conllevaba una
complicación, pues simultáneamente funcionarían dos cuerpos legislativos, cuya pugna sería
inevitable. Sin embargo, mientras que las elecciones de los convencionales se realizaron sin mayor
problema, las elecciones presidenciales y parlamentarias se frustraron por una serie de dificultades.
La Convención Nacional se instaló en Lima el 12 de septiembre de 1833. Fue elegido como su primer
presidente el ciudadano Francisco de Paula González Vigil. Luego ocupó dicho cargo el famoso clérigo
Francisco Xavier de Luna Pizarro, quien por efecto de sucesivas elecciones mensuales, lo ejerció del
12 de diciembre de 1833 hasta el 12 de marzo de 1834. Tanto Vigil como Luna eran liberales, con lo
que quedó evidente que dicha ideología sería la dominante en la Convención Nacional.
El 20 de diciembre de 1833, finalizó el período constitucional del presidente Agustín Gamarra. Como
no se había elegido a su sucesor tras frustrarse las elecciones presidenciales convocadas meses atrás,
la Convención Nacional (congreso constituyente) acordó elegir a un presidente provisorio. Gamarra y
los conservadores apoyaron la candidatura del general Pedro Bermúdez; por su parte, los liberales
que dominaban la asamblea apoyaron al general Luis José de Orbegoso, un militar menos autoritario,
a quien Francisco Xavier de Luna Pizarro, el célebre clérigo liberal que presidía la asamblea, lo tenía
como a un hijo. Otro candidato fue el general Domingo Nieto. Realizada la votación en el seno de la
Convención, Orbegoso obtuvo 47 votos, Bermúdez 37 y Nieto solo uno.
Orbegoso asumió el poder el 21 de diciembre de 1833, contando con la aprobación del pueblo pues
su ascensión significaba el término del gobierno de Gamarra, que se había desgastado por su
autoritarismo. Pero los partidarios de Gamarra, que continuaron controlando los puestos claves del
poder, hostilizaron al nuevo gobierno con la intención de derribarlo e imponer en su reemplazo a
Bermúdez. Alegaron que la presidencia de Orbegoso era ilegal pues no le correspondía a la
Convención Nacional elegir al Presidente.
Temiendo un golpe de estado, Orbegoso decidió refugiarse en la Fortaleza del Real Felipe, en el
Callao, el 3 de enero de 1834. Allí instaló la sede de su gobierno y comenzó a relevar a los
gamarristas de los altos mandos del Ejército. En respuesta a esta acción, la guarnición de Lima se
sublevó al día siguiente y proclamó Jefe Supremo a Bermúdez. Acto seguido, las tropas bermudistas
sitiaron la fortaleza del Callao.
A nivel nacional, la autoridad de Bermúdez fue acatada por algunas guarniciones. Pero su ejército
empezó a sufrir deserciones, más aún cuando llegó la noticia de que Arequipa, la ciudad más
importante del Perú después de Lima, se pronunciaba a favor de Orbegoso.
El 28 de enero de 1834, una parte de las fuerzas bermudistas que sitiaban el Callao emprendió la
retirada a la sierra, en vista de lo infructuoso de dicho sitio. La población de Lima, temiendo que los
bermudistas, a su paso por la capital, se entregarían al saqueo, se puso en pie de lucha, armándose
con piedras y unos cuantos fúsiles. Se produjeron choques en las calles de la ciudad. Al anochecer,
llegó el resto del ejército que sitiaba el Callao, encabezado por la célebre Mariscala (la esposa de
Gamarra), que iba vestida de hombre, disparando y alentando a los suyos. La población se mantuvo
firme, repeliendo el ataque de los bermudistas. Según el historiador Basadre, era la primera vez en la
historia peruana que el pueblo de Lima se enfrentaba con éxito al ejército.
Bermúdez y sus partidarios, viendo que ya nada tenían que hacer en Lima, continuaron su marcha a
la sierra. En la mañana del día siguiente (29 de enero) ingresó Orbegoso triunfalmente en Lima,
siendo
La campaña de Arequipa
En Arequipa, el general Nieto, al frente de sus tropas, reunió al pueblo en la Plaza de Armas. Entre
lágrimas, según el relato de testigos, dio a conocer el golpe de estado de Bermúdez y anunció su
deseo de defender el orden constitucional hasta las últimas consecuencias. Asumió el comando
militar del departamento. Contaba con el asesoramiento del célebre deán Valdivia.
En Puno, el general Miguel de San Román, prefecto del departamento, se declaró a favor de
Bermúdez y reunió diversas fuerzas para marchar hacia Arequipa. Los arequipeños, llenos de
entusiasmo, aunque mal armados, se prepararon para la lucha. A la vista de la ciudad blanca se
libraron los combates. En un primer encuentro librado en Miraflores, el 2 de abril de 1834, Nieto
venció a San Román, quien se vio obligado a replegarse hacia las alturas de Cangallo. Nieto se dejó
arrastrar por San Román a una entrevista; las negociaciones no llegaron a buen término y solo
sirvieron a San Román para ganar tiempo. El día 5 de abril, Nieto atacó a San Román en Cangallo y
parecía que ganaba el combate, cuando un contraataque de los bermudistas cambió la situación. Las
fuerzas de Nieto se retiraron en desorden y San Román ocupó Arequipa.
Por entonces, se hallaba en Arequipa la escritora feminista Flora Tristán, quien en sus
Peregrinaciones de una paria, relata el ambiente que se vivió en la ciudad y cómo la alta sociedad
cambiaba súbitamente de lealtad de acuerdo hacia donde iba el viento de la victoria. El escritor
Mario Vargas Llosa, en su novela El paraíso en la otra esquina, recrea también este episodio de la
guerra civil en Arequipa, haciendo énfasis en la ridiculez que suponía, según su óptica europeizante,
el enfrentamiento de minúsculos ejércitos pobremente vestidos y armados, al mando de oficiales
incultos, que cambiaban de bando constantemente. Naturalmente, hace una excepción: el muy
ilustrado oficial Clemente Althaus, venido de Alemania.
Mientras tanto, en Lima, la Convención Nacional reanudó sus labores y dio amplias facultades a
Orbegoso para poner fin a la guerra. El 20 de marzo de 1834, Orbegoso dejó el mando al supremo
delegado Manuel Salazar y Baquíjano y, al frente de un reducido ejército, marchó a la sierra central,
hacia Jauja, en persecución de Bermúdez. En dicho escenario, ya se hallaba el general Guillermo
Miller enfrentando a los bermudistas.
Si bien Orbegoso tenía bajo su mando a oficiales competentes como José de la Riva Agüero, Mariano
Necochea, Guillermo Miller, Antonio Gutiérrez de la Fuente, Blas Cerdeña, Francisco de Paula Otero y
Felipe Santiago Salaverry, sus fuerzas eran muy débiles y heterogéneas.
Por su parte, Bermúdez, también con un pequeño ejército pero formado por veteranos disciplinados,
emprendió la retirada del valle de Jauja en dirección de Ayacucho para unirse con el general Frías,
prefecto de ese departamento. No gozaba del apoyo popular; tampoco sus tropas sentían apego
hacia él, ya que no se preocupaba por alentarlos ni de satisfacerles en sus necesidades. Uno de sus
principales oficiales, el general José Rufino Echenique, cuenta en sus memorias que acordó con Frías
deponer a Bermúdez una vez que terminaran con Orbegoso; los acontecimientos posteriores
modificarían su plan inicial pero no su idea primordial.
Tras tocar Huancayo, Bermúdez continuó su marcha hacia Ayacucho, seguido muy de cerca por el
orbegosista Miller. Las avanzadas de ambas fuerzas se encontraron cerca de Huancavelica. Como
resultado de la escaramuza, Miller se vio obligado a replegarse a Huaylacucho (al oeste de
Huancavelica). Mientras tanto, Orbegoso llegaba a Jauja, y sabedor que Miller se preparaba para un
encuentro con las fuerzas enemigas, le envió en su auxilio dos batallones.
La batalla de Huaylacucho
Huaylacucho, surcado por profundos barrancos, era un terreno desventajoso para los orbegosistas.
Pero aun así, Miller dispuso su línea, colocando a la derecha al batallón Pichincha, al centro al
batallón Lima y a la izquierda al batallón Zepita (bajo mando de Felipe Santiago Salaverry) con los
escuadrones de caballería que mandaba Loyola. En total sumaban unos 1.350 hombres.
Al amanecer del día 17 de abril una columna de bermudistas a las órdenes del general Frías avanzó
hacia la vanguardia del ala derecha de Miller; éste, para frenar el ataque, mandó primero al
comandante Solar con una compañía y luego al batallón Pichincha como apoyo. Pero los bermudistas
lograron repeler el contraataque y tomaron la barranca.
Los orbegosistas, sometidos a fuego convergente e incesante, vieron perdida la situación y optaron
por retirarse. Casi en desorden, procedieron a cruzar el río y muchos perecieron ahogados. Al
contemplar el desastre, Salaverry avanzó por la izquierda con el batallón Zepita y consiguió detener a
los bermudistas, facilitando la retirada de los suyos y salvándolos así de una destrucción completa.
No intervino la caballería orbegosista, pero el general Frías, creyendo que podía ganársela (pues
anteriormente había sido jefe de ella), se acercó con un oficial y cinco soldados, pero Loyola cargó
sobre ellos y los destrozó. Frías fue muerto de un lanzazo. Loyola reunió y organizó a los dispersos.
En el bando orbegosista se contabilizaron en su bando 50 muertos y unos 32 heridos, así como 200
dispersos. Bermúdez no persiguió a los orbegosistas, quienes se reagruparon y se replegaron a
Izcuchaca (norte de Huancavelica).
Si bien en este encuentro de armas hubo movimientos tácticos, cargas de caballería y unos cuantos
disparos, no puede decirse que esta acción fuera una batalla en el sentido cabal del término, pero la
historiografía peruana tradicionalmente lo ha denominado así.
El abrazo de Maquinhuayo
La acción de Huaylacucho no decidió nada. Se esperaba un encuentro definitivo, pero fue entonces
cuando Echenique convenció al resto de oficiales bermudistas para llegar a un acuerdo pacífico con
Orbegoso, prescindiendo de Bermúdez. Todos ellos estaban conscientes de estar al servicio de una
causa perdida, pues se veían repudiados por todas partes y sin recursos para continuar la lucha.
Procedieron pues, a deponer a Bermúdez y de inmediato enviaron emisarios al campamento de
Orbegoso. El 24 de abril llegaron al llano de Maquinguayo, a 24 km al norte de Jauja, donde
encontraron a los orbegosistas en formación de batalla. Luego de colocar sus armas en pabellones,
ambos ejércitos avanzaron hasta encontrarse y se estrecharon en fraterno abrazo. A este episodio
singular de la historia peruana se conoce como el abrazo de Maquinhuayo. Los bermudistas o
gamarristas reconocieron así la autoridad de Orbegoso.
Guerra contra la Confederación Perú-Boliviana
En los inicios de la Confederación, las fuerzas peruanas al mando de Felipe Santiago Salaverry se
enfrentaron a las fuerzas confederadas durante la Guerra entre Salaverry y Santa Cruz que terminó
con la derrota y fusilamiento de Salaverry. Posteriormente, la Confederación Perú-Boliviana se
enfrentaría a la Confederación Argentina, dirigida por Juan Manuel de Rosas, por la disputa de
territorios en el altiplano. Temporalmente, el ejército de Andrés de Santa Cruz logró prevalecer.
La guerra terminaría con la victoria de las tropas del Ejército Unido Restaurador, conformado por
chilenos y peruanos restauradores, determinando la disolución de la Confederación Perú-Boliviana y
el fin del gobierno de Andrés de Santa Cruz en
Las ideas de unión tenían un amplio respaldo en el sur del Perú, dados los importantes lazos
económicos y políticos que unían a esta región del Perú con Bolivia. Arequipa y Cuzco, interesadas en
romper el liderazgo político de Lima en los primeros años de la república, eran las ciudades que se
mostraban más inclinadas hacia el proyecto de una Confederación.
En Bolivia había ascendido al gobierno Andrés de Santa Cruz quien impulsó una serie de medidas
reformistas, logrando el progreso de su país. Santa Cruz era el propulsor de una confederación con el
Perú por lo cual obtuvo partidarios en el Perú, así como en el resto de América.
Tras la independencia, en Perú se vivía épocas de guerras internas entre diferentes caudillos que se
peleaban por el poder.
En 1833 el general Luis José de Orbegoso era elegido presidente provisorio del Perú. En su gobierno,
siguiendo con el problema interno que sufría el país tuvo que enfrentar a caudillos
como Bermúdez y Gamarra en una guerra en 1834 que finalizó el 24 de abril de ese año con
el Abrazo de Maquinhuayo en la que se reconocía la definitiva autoridad de Orbegoso.
En 1835 se ocasiona otro problema ya que alegando la acefalia en que había quedado el poder a
causa del viaje del presidente provisional Luis de Orbegoso al sur, el general Felipe Santiago
Salaverry se autoproclamó como Jefe Supremo de la República desconociendo a Orbegoso el 23 de
febrero de 1835 y extendiendo paulatinamente su autoridad en el resto del país. Orbegoso se
replegó hacia el sur e instaló su precario gobierno en Arequipa.
Por otra parte, entre el general Gamarra que se encontraba desterrado en Bolivia y el general Andrés
de Santa Cruz planeaban ante la crisis en Perú una confederación entre ese país y Bolivia.
Para esto Gamarra se comprometió a ingresar al Perú por Puno y ocupar el Cuzco para comenzar el
plan; por su parte Santa Cruz se comprometió a obtener el apoyo de Arequipa y la eliminación de
Orbegoso.10
Alarmado por la presencia de Gamarra en suelo peruano, Orbegoso solicitó el auxilio de Bolivia,
haciendo uso de una autorización del congreso dada durante la guerra civil de 1834, que le permitía
solicitar ayuda extranjera en caso de que la República atravesara serio peligro. Santa Cruz se mostró
interesado en esta propuesta, que le pareció muy ventajosa, y decidió entonces dejar de lado sus
tratativas con Gamarra.11 Hay que destacar que Orbegoso desconocía los acuerdos entre Santa Cruz y
Gamarra.
La alianza entre Orbegoso y la Bolivia de Santa Cruz se firmó el 15 de junio de 1835, y por él se
acordó que Santa Cruz pasaría al Perú con sus fuerzas, como acto preparatorio para el
establecimiento de una Confederación entre Perú y Bolivia. Ese mismo día 5000 soldados bolivianos
al mando del mismo Santa Cruz cruzaron la frontera peruano-boliviana para apoyar a Orbegoso.
Gamarra se enfureció con el giro tomado por Santa Cruz, hasta hacía poco su aliado, y por su parte se
alió con Salaverry para hacer frente a la invasión boliviana, siendo el primero en salir en campaña.
Pero Santa Cruz lo derrotó en la batalla de Yanacocha (13 de agosto de 1835). Gamarra fue tomado
prisionero y deportado. Quedaron entonces frente a frente Santa Cruz y Salaverry.
Santa Cruz y Orbegoso se pusieron de acuerdo sobre la estrategia a seguir: el primero, al mando del
ejército boliviano, iría contra Salaverry, quien avanzaba hacia Arequipa; y el segundo marcharía
a Lima con las fuerzas peruanas, precedida por las avanzadas del ejército santacrucista.
A pesar de que el mandato de dos años que el Congreso le había conferido en 1833 ya había vencido,
Orbegoso volvió a ejercer el poder por algún tiempo más. En ese lapso emprendió campañas de
pacificación en el norte y centro del país, relativamente fáciles.
El 9 de mayo de 1837 la Confederación fue oficialmente promulgada por los representantes de las
tres regiones en el Congreso de Tacna, antecedida por las pertinentes decisiones de dividir el Perú en
dos estados y aunársele la República de Bolivia. Ese mismo día, Santa Cruz tomó el poder como
Supremo Protector de la Confederación Perú-Boliviana, quedando Orbegoso como presidente del
Estado Nor-Peruano que se crearía. Santa Cruz estableció como sede de gobierno el Palacio de
descanso del Virrey Pezuela, en Lima.
En Perú y Bolivia hubo un cierto descontento por las medidas administrativas de cómo se iba a
conformar la Confederación demorándose la ratificación de acuerdos. En Bolivia un congreso rechazó
sumarse a la Confederación y luego de varias reuniones esta se unió recién el 3 de mayo de 1838.
Epilogo
El gobierno del Perú pagó al gobierno de Chile la deuda contraída por el servicio prestado por el
ejército chileno en la campaña restauradora, así como reconoció las acciones de los oficiales de Chile
otorgándoles premios y condecoraciones del ejército del Perú.
El Ejército de Chile estaría acantonado en el Perú para evitar alzamientos contra el nuevo gobierno
hasta octubre de 1839.
Los oficiales peruanos que sirvieron al ejército de la Confederación fueron retirados de la lista de
militares del Perú, entre ellos se encontraban los mariscales Guillermo Miller, Mariano
Necochea, José de la Riva Agüero, Blas Cerdeña; los generales de división Francisco de Paula
Otero, Luis José de Orbegoso, Domingo Nieto y los generales de brigada Manuel Aparicio, José
Rivadeneira, Juan Pardo de Zela, Domingo Tristán y Pedro Bermúdez.
La Batalla de Yungay no tiene en la memoria histórica del Perú la misma importancia que tiene en
Chile. Mientras en este último país se la recuerda como un hito fundacional de la nación chilena, en
el Perú no se conmemora oficialmente, ya que las guerras de la confederación se vivieron más como
una guerra civil que como una guerra externa.
Esto se debe, en parte, a que el Perú estaba profundamente dividido durante la época de la
confederación. La élite costeña que gobernaba el Perú desde Lima –militarmente representada por el
caudillo cuzqueño Agustín Gamarra– vio en el proyecto confederado una amenaza a su alianza
económica con Chile, la que mantenía a través de un comercio por el Océano Pacífico. Las elites
costeñas de Lima y el norte del Perú veían con agrado el apoyo de Chile (país que tenía sus propios
intereses para intervenir en el conflicto, ver doctrina Portales). Por otro lado estaban las élites de la
sierra y costa sur peruana, vinculadas cultural y económicamente con el Alto Perú desde la colonia,
en donde el proyecto de la Confederación Perú-Boliviana era respaldado.
Esta toma de partidos no estaba exenta de prejuicios racistas, como los poemas satíricos del escritor
peruano Felipe Pardo y Aliaga contra "el indio Santa Cruz" y "el cholo Santa Cruz", jefe e ideólogo de
la Confederación Perú-Boliviana, a quien Pardo llegó a llamar el "Alejandro Guanaco" (en alusión
a Alejandro Magno y a un auquénido típico de los Andes) y el "conquistador ridículo".
Las acciones de los generales Manuel Bulnes y Ramón Castilla decidieron la batalla en favor de los
restauradores, quienes desalojaron el cerro Pan de Azúcar, cruzaron la quebrada del río Áncash y
derrotaron al Ejército Confederado. Andrés de Santa Cruz, el mandatario de la Confederación, afirmó
que la deserción del coronel Eusebio Guilarte Vera influyó en el resultado del combate.
Fuerzas enfrentadas
El Ejército Confederado contaba con un total de entre 4052 soldados (1521 de ellos eran bolivianos)
y 6100 hombres. El general Andrés de Santa Cruz, si bien era un notable administrador y político, era
un militar medio, que en esta ocasión no contaba entre su estado mayor a dos de sus mejores
generales, el británico Francisco Burdett O'Connor y el alemán Otto Philipp Braun, veteranos ambos
de las guerras de independencia hispanoamericana que se habían distinguido en las anteriores
campañas de Santa Cruz primero contra Salaverry y luego en el frente argentino.
El Ejército Restaurador contaba con un total de entre 5267 soldados (4467 chilenos y 800 peruanos) y
5302 hombres (4280 chilenos y 1022 peruanos de los batallones Huaylas y Cazadores del Perú),
según relación del Estado Mayor General. A favor de los restauradores se encontraban oficiales de
gran experiencia en combate como el general y futuro presidente peruano, Ramón Castilla, además,
el general en jefe del Ejército restaurador era Manuel Bulnes y el jefe del Estado Mayor, José María
de la Cruz, ambos chilenos; los generales de las divisiones del ejército restaurador eran los
peruanos Juan Crisóstomo Torrico, Juan Bautista Eléspuru, Juan Francisco de Vidal y Ramón Castilla.
A pesar de que la batalla se libró por cuerpos y no por divisiones, los generales peruanos condujeron
el despliegue de las tropas.
La batalla
Los confederados se detienen en Carhuaz, al igual que los restauradores en jornadas en que «se
dormía, y se comía mal, y se caminaba siempre en medio de la lluvia».
Ambos ejércitos, deciden dirimir una situación que se prolonga demasiado, y en la madrugada del 20
de enero el ejército restaurador pone en marcha desde San Miguel hacia Yungay las cuatro divisiones
que incluyen infantería, caballería y artillería.
La noche del 19 de enero Santa Cruz había enviado al coronel Manuel Rodríguez Magariños para
observar las acciones de los restauradores, pero Magariños mantiene una conversación con el líder
restaurador Agustín Gamarra.
Santa Cruz envía al general Anselmo Quiroz con 600 soldados a las cumbres del cerro Pan de Azúcar,
desde donde puede dominar todo el terreno. A lado de la quebrada del río Áncash se encontraba por
la derecha la división del general Ramón Herrera y por la izquierda la de José Trinidad Morán. Al
medio la artillería y detrás de ellos la caballería al mando del general José María Pérez de Urdininea.
Separan a los dos ejércitos, un llano poco largo, encerrado entre el río Santa, y la Cordillera, y en
cuyo fondo se destacan, como en avanzada los cerros empinados de Áncash, Punyán y Pan de
Azúcar, detrás de cuales, se esconde la barranca profunda del río Áncash. Sigue después una
plazoleta de 350 metros de ancho, por 600 de largo, y a continuación las trincheras confederadas. El
caserío de Yungay cierra el cuadro
Consecuencias
El triunfo en esta batalla es recordado por el Ejército de Chile con el Himno de Yungay, y en el Perú
con la creación del Departamento de Ancash, zona donde se realizó la batalla de Yungay,
reemplazando al antiguo Departamento de Huaylas.
La batalla de Yungay no tiene, en la memoria histórica del Perú, la misma importancia que tiene en la
de Chile. Mientras que en el primero no se conmemora oficialmente, ya que las guerras contra la
Confederación se vivieron más como una guerra civil que como una guerra externa, en Chile se la
recuerda como un hito fundacional de la nación.
La Constitución conservadora (1839)
El Perú arrastraba casi veinte años de continua agitación: la guerra de independencia, la dictadura
bolivariana, el gobierno de La Mar, la invasión a Bolivia, el conflicto con la Gran Colombia, el golpe de
Gamarra y su despótico gobierno, la guerra civil entre Orbegoso y Bermúdez, la sublevación de
Salaverry y las guerras de la Confederación. Lo que se quería no era una Constitución modelo, un
Gobierno perfecto o garantías extraordinarias. Lo que el Perú necesitaba era orden y paz. Para ello,
se requería un Poder Ejecutivo eficiente, menos política y más administración.
En lo relativo a la religión, se reiteraba lo que decían las Constituciones de 1823, 1828 y 1834, acerca
de que la Religión oficial era la Católica, Apostólica y Romana, sin permitir la tolerancia de otros
cultos.
Para ser ciudadano, se debería ser peruano (en cualquiera de ambas clases), mayor a 25 años, saber
leer y escribir, excepto los indígenas y mestizos hasta 1845, y pagar alguna contribución. Se
suspendía su ejercicio por ineptitud física o mental, por ser deudor quebrado o moroso al Tesoro
Público, por estar procesado y por llevar una vida escandalosa. Se perdería la ciudadanía por una
sentencia que impusiese pena infamante, por naturalización en otro Estado, por aceptar honores de
otro Estado sin autorización del Congreso, por quiebra fraudulenta, por votos religiosos, y por la
rebelión contra el Gobierno legítimo, y sólo se podría recuperar la ciudadanía por rehabilitación del
Congreso, salvo los votos religiosos o la traición a la Patria.
Los requisitos de elegibilidad eran distintos en cuanto a edad y renovación de sus miembros, pese a
lo cual, tenían poderes semejantes. Un diputado, mayor de 30 años, duraría 6 años en su puesto, con
renovación por tercios cada 2 años. Un senador, mayor de 40, duraría 8 años, con renovación por
mitades cada 4 años.
La Constitución de 1839 introdujo dentro de nuestro ordenamiento constitucional dos figuras: una
que ha durado hasta nuestros días, es la inmunidad parlamentaria, pues los representantes no
podrían ser arrestados sino hasta 3 meses después de finalizadas las sesiones del Congreso. El otro,
duró hasta 1879 y fue que el Congreso tendría reuniones bianuales.
En lo referente al Poder Ejecutivo, su Jefe Supremo era el Presidente de la República, cuyas
atribuciones eran reforzadas notablemente, al igual que su mandato, que pasaba de 4 a 6 años, sin
reelección inmediata. El Presidente de la República, que debía reunir las mismas calidades que un
Consejero de Estado o un Senador, era elegido por los Colegios Electorales, por mayoría absoluta, en
escrutinio supervisado por el Congreso en una sola sesión. Responsable de sus actos administrativos,
esta responsabilidad se hacía efectiva al final de su mandato. Esto último, fortalecía la posición
fáctica del Presidente, además de reducir la liberalidad de los representantes, que también fue
limitada con la concesión de facultades extraordinarias al Ejecutivo para suspender garantías
constitucionales, que pese a tener que contar con el Consejo de Estado, sirvió para poder mantener
el orden frente a las asonadas, pronunciamientos y montoneras tan típicas del siglo XIX peruano.
Como dijimos, las facultades del Presidente de la República en la Constitución de Huancayo fueron
muy amplias comparado con las anteriores, aunque sin llegar a los extremos de la Constitución
Vitalicia. Se encargaría de conservar el orden interior y seguridad exterior de la República, hacer
cumplir las leyes y las sentencias judiciales, aparte de requerir la pronta administración de justicia, de
convocar a elecciones y al Congreso ya sea de forma ordinaria o extraordinaria. Se introdujo dentro
del constitucionalismo peruano, la figura del Mensaje Presidencial al inicio de las sesiones del
Congreso, y se le concedió potestad legislativa mediante la facultad de dar decretos y órdenes. El
Presidente dirigía las fuerzas de mar y tierra, declaraba la guerra y hacía la paz con aprobación del
Congreso, nombraba a la mayor parte de los funcionarios públicos, y podía observar los proyectos de
ley que le pase el Congreso, oyendo previamente al Consejo de Estado.
Sobre los Ministros, se limitaban a un máximo de 4 ministros, que debían tener las mismas calidades
que un Senador. Se rescataba la incompatibilidad entre la función ministerial y la congresal, además
de confirmar el refrendo ministerial y la responsabilidad correspondiente, y se les exigía una
Memoria sobre su despacho, para la apertura de las sesiones del Congreso. Podían concurrir a los
debates de las Cámaras, retirándose antes de las votaciones. De esta forma, el poder del Presidente
sobre sus Ministros creció al punto que en 1848, José Gregorio Paz Soldán afirmó: “El Presidente está
persuadido que sus Ministros son simples secretarios que deben autorizar lo que él dispone sin
concederles, muchas veces, la menor participación en sus medidas. Porque como puede removerlos,
se cree autorizado para no respetarlos, y cree también que son empleados suyos y no de la Nación”.
Como en la Constitución de 1834, la de 1839 recogió la figura del Consejo de Estado, un ente asesor
del Presidente de la República, encargado de velar por la observancia de la Constitución y las leyes,
acordar sesiones extraordinarias del Congreso, y de dictaminar sobre los proyectos de ley del
Presidente y en los casos que éste lo requiriese. Conformado por 15 personas miembros o no del
Congreso, su Presidente y dos vicepresidentes eran electos por el Congreso y duraba lo que una
Legislatura ordinaria.
En lo relativo al régimen interior de la República, la Constitución de 1839 suprimió los organismos
locales, pues suprimió las Municipalidades, mantuvo la desactivación de las Juntas Departamentales,
se limitó a mantener el sistema de prefectos, subprefectos y gobernadores, y además creó unos
funcionarios administrativos, con facultades judiciales, ejecutivas y de seguridad pública: los
intendentes de policía, designados por el Poder Ejecutivo y convertidos en único órgano de autoridad
local.
La Constitución de 1839 contenía además, un título especial sobre la observancia y reforma de la
Constitución, creando un núcleo duro de reforma, referido al gobierno popular representativo,
fundado en la unidad, responsable y alternativo, y la separación de poderes. Sobre la reforma
constitucional, se seguía una forma parecida a la de la Constitución Vitalicia, con la diferencia que la
propuesta podía ser hecha por cualquiera de las Cámaras, y una vez cumplido el procedimiento,
bastaría mayoría absoluta para aprobar la reforma. Por este procedimiento tan complicado, Pareja
dice que en la práctica, hacía a la Constitución inmutable.