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Lección 17

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Las Escrituras y la Obediencia

Métodos de Estudio Bíblico es una introducción al método


inductivo para estudiar la Biblia tomando en cuenta los pasos de
la observación cuidadosa del texto, luego su interpretación,
aplicación y correlación, más un vistazo ligero a otros métodos
que el alumno puede utilizar en el auto estudio de la Palabra de
Dios. También considera los beneficios de la lectura de las
Escrituras y explica cómo preparar, organizar y dirigir estudios
bíblicos con el fin de evangelizar y discípular.

6. Las Escrituras y La Obediencia

Todos los cristianos profesos están de acuerdo, por lo menos en


teoría, que el deber de aquellos que llevan el nombre de Cristo es
honrarle y glorificarle en este mundo. Pero, hay grandes diferencias de
opinión con respecto a la manera de hacerlo, y a lo que se requiere
para conseguirlo. Muchos suponen que el honrar a Cristo simplemente
significa unirse a alguna "iglesia", tomar parte en las actividades de la
misma y apoyarlas. Otros piensan que el honrar a Cristo significa
hablar de El a otros y dedicarse diligentemente a hacer "obra
personal". Otros parecen imaginarse que honrar a Cristo significa poco
más que hacer contribuciones generosas a su causa. Hay pocos que
se den cuenta que Cristo es honrado sólo cuando vivimos santamente
en El, y esto, andando en sujeción a su voluntad revelada. Pocos,
verdaderamente, creen las palabras: "El obedecer es mejor que los
sacrificios, y el prestar atención que la grosura de los carneros" (1ª
Samuel 15:22). No somos cristianos si no nos hemos rendido
plenamente a Jesús y le hemos "recibido como Señor" (Colosenses
2:6). Quisiera que consideraras esta afirmación con diligencia. Satán
enseña a muchos hoy en día haciéndoles creer que confían en Dios
para salvación en la "obra consumada" de Cristo, mientras que sus
corazones permanecen sin cambiar y el yo gobierna sus vidas.
Escucha la Palabra de Dios: "Lejos está de los impíos la salvación,
porque no buscan tus estatutos" (Salmo 119:155). ¿Buscas realmente
sus estatutos? ¿Escudriñas con diligencia su Palabra para descubrir lo
que ordena? "El que dice: Yo he llegado a conocerle, y no guarda sus
mandamientos, es un mentiroso y la verdad no está en él" (1ª Juan
2A). ¿Es posible decirlo de modo más claro?

"¿Por qué me llamáis Señor, Señor, y no hacéis las cosas que os


mando?" (Lucas 6:46). La obediencia al Señor en la vida, no
meramente las palabras placenteras de los labios, es lo que Cristo
requiere. ¡Qué palabra más solemne y qué advertencia más directa la
de Santiago 1:221 "Sed hacedores de la Palabra, y no tan solamente
oidores, engañándoos a vosotros mismos." Hay muchos "oidores" de
la Palabra, oidores regulares, oidores reverentes, oidores interesados;
pero, ¡ay!, lo que oyen no está incorporado a su vida, no regula sus
caminos. Y Dios dice que los que no son hacedores de la Palabra ¡se
engañan a sí mismos!

Por desgracia, ¡cuántos hay en la Cristiandad así, hoy en día! No es


que sean verdaderos hipócritas, pero están engañados. Suponen que
por el hecho de ver tan claro que la salvación es por la gracia
solamente, ya están salvos. Suponen que por el hecho de que se
hallan bajo el ministerio de un hombre que "ha hecho de la Biblia un
nuevo libro" para ellos, ya han crecido en la gracia. Suponen que
debido a que su almacén de conocimiento bíblico ha aumentado, son
más espirituales. Suponen que el mero escuchar a un siervo de Dios o
leer sus escritos, es alimentarse de la Palabra. ¡No hay tal!
Nos "alimentamos" de la Palabra solamente cuando nos apropiamos
personalmente, masticamos y asimilamos en nuestras vidas todo lo
que hemos oído o leído. Donde no hay una conformidad creciente del
corazón y la vida a la Palabra de Dios, este conocimiento
incrementado sólo va a servir para una mayor condenación. "Aquel
siervo que conociendo la voluntad de su señor, no se preparó, ni hizo
conforme a su voluntad, recibirá muchos azotes" (Lucas 12:47).

"Siempre están aprendiendo, y nunca pueden llegar al conocimiento


pleno de la verdad" (2ª Timoteo 3:7). Esta es una de las características
prominentes de los «tiempos peligrosos» en los cuales estamos
viviendo ahora. La gente escucha a un predicador después de otro,
asiste a convenciones y más convenciones, lee libro tras libro sobre
temas bíblicos, y nunca alcanza un conocimiento vital y práctico de la
verdad, de modo que se produzca una impresión de su poder y
eficacia en sus almas. Hay algo que se llama hidropesía espiritual, y
las multitudes sufren de ella. Cuanto más oyen, más quieren ír; beben
los sermones y los mensajes ávidamente, pero sus vidas no cambian.
Están hinchados de conocimiento, pero no humillados al polvo delante
de Dios. La fe del elegido de Dios es «conocimiento pleno de la verdad
que es según la piedad» (Tito 1:l), pero a esta fe, la vasta mayoría son
totalmente extraños.

Dios nos ha dado su Palabra, no sólo con el objetivo de instruirnos,


sino con el propósito de dirigirnos: de hacemos conocer lo que El
quiere que hagamos. Lo primero que necesitamos es un conocimiento
claro y distinto de nuestro deber, y lo primero que Dios nos exige es
una práctica concienzuda del mismo, según nuestro conocimiento. "Oh
hombre, te ha sido declarado lo que es bueno, qué pide Jehová de ti:
solamente hacer justicia, y amar la misericordia, y caminar
humildemente ante tu Dios" (Miqueas 6:8). "La conclusión de todo el
discurso oído es ésta: Teme a Dios, y guarda sus mandamientos;
porque esto es el todo del hombre." (Eclesiastés 12:13). El Señor
Jesús afirmó lo mismo cuando dijo: "Vosotros sois mis amigos, si
hacéis las cosas que yo os mando" (Juan 15:14).

1. Un hombre se beneficia de la Palabra a medida que descubre lo


que Dios le exige; sus exigencias invariables, porque El no
cambia. Es un grave error suponer que, en esta dispensación
presente, Dios ha rebajado sus exigencias, porque esto implicaría por
necesidad que sus exigencias previas eran duras e injustas. ¡De
ninguna manera! "La ley a la verdad es santa, y el mandamiento santo,
justo y bueno" (Romanos 7:12). El resumen de lo que Dios exige
es: "Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma y
con toda tu fuerza" (Deuteronomio 6:5); y el Señor Jesús repitió lo
mismo en Mateo 22:37. El apóstol Pablo volvió a decir lo mismo
cuando escribió: "Si alguno no ama al Señor Jesús, sea anatema" (1ª
Corintios 16:22).

2. Un hombre se beneficia de la Palabra cuando descubre de qué


modo tan completo y entero ha fallado en llegar a la altura de las
exigencias de Dios. Y déjeseme indicar para cualquiera que pueda
haber estado en desacuerdo con el párrafo anterior de que ningún
hombre puede ver cuán pecador es, ¡cuán corto se ha quedado de
llegar al Standard de Dios, hasta que ha tenido una visión clara de las
altas exigencias que Dios hace sobre él! En la misma medida que los
predicadores rebajan los estandardes de lo que Dios requiere del ser
humano, en la misma medida sus lectores obtendrán un concepto
falso e inadecuado de su pecaminosidad, y tanto menos se darán
cuenta de su necesidad de un Salvador todopoderoso. Pero, una vez
el alma ha percibido realmente cuáles son las exigencias que Dios le
hace, de qué modo tan completo y constante ha fallado en rendirle lo
que es suyo, entonces reconoce en qué desesperada situación se
encuentra. La ley debe ser predicada antes de que nadie esté
preparado para el Evangelio.

3. Una persona se beneficia de la Palabra cuando ésta le enseña


que Dios, en su gracia infinita, ha provisto para que su pueblo
pueda satisfacer, lo que El nos exige. Sobre este punto, también,
gran parte de la predicación de hoy día es seriamente defectuosa. Se
predica lo que puede decirse más o menos una "mitad del Evangelio",
pero que en realidad es virtualmente una negación del verdadero
Evangelio. Cristo entra en el cuadro, pero sólo como una especie de
contrapeso. Es una verdad bendita que Dios ha llenado las exigencias
de Dios en lugar de todos aquellos que creen en El, pero esto es sólo
parte de la verdad. El Señor Jesús no sólo ha satisfecho de modo
vicario los requerimientos de la justicia de por su pueblo, sino que
también nos ha dado garantías que los suyos los satisfarán ellos
mismos personalmente. Cristo ha procurado el Espíritu Santo para que
obre en ellos lo que el Redentor obró por ellos.

El milagro grande y glorioso de la salvación es que los salvos son


regenerados. En ellos tiene lugar una obra transformadora. Su
conocimiento es iluminado, su corazón es cambiado, su voluntad es
renovada. Son hechos "nuevas criaturas en Cristo Jesús" (2ª Corintios
5:17). Dios se refiere a este milagro de gracia de la siguiente
manera: "Pondré mis leyes en su mente, y las escribiré en su
corazón" (Hebreos 8:10). El corazón ahora está inclinado hacia la ley
de Dios: se le ha comunicado una disposición que responde a las
exigencias de la ley; hay el sincero deseo de guardarla. De esta
manera el alma vivificada puede decir: "Cuando dices: Buscad mi
rostro, mi corazón responde: Tu rostro buscaré, oh Jehová" (Salmo
27:8).

Cristo observó no sólo una perfecta obediencia de la ley para la


justificación de su pueblo que cree, sino que también ganó para ellos
la provisión de su Espíritu, que era esencial para su santificación, y
que era lo único que podía transformar a las criaturas carnales y
hacerles posible el rendir obediencia aceptable a Dios. Aunque Cristo
murió por los "impíos" (Romanos 5:6), aunque encuentra a los impíos
(Romanos 4:5) cuando los justifica, sin embargo no los deja en su
abominable estado. Al contrario, de un modo efectivo les enseña, por
Su Espíritu a negar la impiedad y los deseos carnales (Tito 2:12). De
la misma manera que el peso no se puede separar de una piedra, o el
calor del fuego, tampoco se puede separar la justificación de la
santificación.

Cuando Dios perdona realmente a un pecador en el tribunal de su


conciencia, bajo el sentido de esta gracia asombrosa el corazón es
purificado, la vida es rectificada, y el hombre entero es santificado.
Cristo "se dio a sí mismo por nosotros para redimirnos de toda
iniquidad y purificar para sí un pueblo de su propiedad, celoso de
buenas obras" (Tito 2:14). De la misma manera que la sustancia y sus
propiedades, causas y efectos necesarios están inseparablemente
conectados, también lo están una fe salvadora y una obediencia
concienzuda a Dios. De aquí que leemos de la "obediencia de la
fe" (Romanos 16:26).

Dijo el Señor Jesús: "El que tiene mis mandamientos y los guarda,


éste es el que me ama" (Juan 14:21). Ni en el Antiguo Testamento, ni
en los Evangelios ni en las Epístolas admite Dios que acepta el amor
de nadie que no guarda sus mandamientos. El amor es algo más que
un sentimiento o una emoción; es un principio de acción, y se expresa
en algo más que expresiones dulzainas, es decir, requiere actos que
agraden al objeto amado. "Porque éste es el amor de Dios, que
guardemos sus mandamientos" (1ª Juan 5: 3). Oh, lector, te engañas
si crees que amas a Dios y no tienes un deseo profundo y no haces un
esfuerzo real para andar en obediencia delante de El.

Pero, ¿qué es la obediencia a Dios? Es más que la ejecución


mecánica de ciertos deberes. Puede que' uno haya sido criado por
padres cristianos, y bajo ellos haya adquirido ciertos hábitos morales,
y sin embargo, el que uno se abstenga de tomar el nombre del Señor
en vano, y el ser inocente de robar, no significa que obedezca el tercer
y el octavo mandamiento. Otra vez, la obediencia a Dios es mucho
más que el actuar conforme a la conducta de su pueblo. Puedo ser
huésped de una casa en la cual se observa estrictamente el día del
Señor, y por respeto a ellos, o porque yo creo que es bueno y
prudente descansar un día a la semana, me abstengo de trabajar en
este día, y sin embargo ¡no estoy guardando el cuarto mandamiento!
La obediencia no es sólo la sujeción a la ley externa, sino el rendir la
voluntad a la voluntad de otro. Así, pues, la obediencia a Dios es el
reconocimiento en el corazón de su soberanía; de su derecho a
ordenar y mi deber de cumplir. Es la completa sujeción del alma al
bendito yugo de Cristo.

Esta obediencia que Dios requiere puede proceder sólo de un corazón


que ama a Dios. "Todo lo que hagáis, hacedlo de corazón, como para
el Señor" (Colosenses 3:23). La obediencia que procede del deseo de
obtener favores de Dios es egoísta y carnal. Pero, la obediencia
espiritual y aceptable es dada con agrado: es la respuesta espontánea
del corazón y la gratitud por el cuidado y amor de Dios por nosotros
que son inmerecidos.

4. Nos beneficiamos de la Palabra cuando no sólo vemos como


un deber el obedecer a Dios, sino que en nosotros es obrado
amor para sus mandamientos... "Bienaventurado el varón... que en
la ley de Jehová tiene su delicia y en su ley medita de día y de
noche" (Salmo 1:1,2). Otra vez leemos: "Bienaventurado el hombre
que teme a Jehová, y en sus mandamientos se deleita en gran
manera" (Salmo 112:1). Es una verdadera prueba para el corazón el
encararse sinceramente con estas preguntas: ¿Doy realmente tanta
importancia a sus "mandamientos" como a sus promesas? ¿No
debería ser así? Sin duda, porque tanto los unos como los otros
proceden de su amor. El cumplimiento en el corazón de la voz de
Cristo es el fundamento de toda la santidad práctica.

Aquí quisiéramos de nuevo pedir al lector que con amor y sinceridad


se fije bien en este punto. Todo hombre que cree que es salvo y que
no tiene amor genuino a los mandamientos de Dios se está
engañando. Dijo el salmista "¡Cuánto amo yo tu ley!" (Salmo 119:97).
Y también: "Por eso amo yo tus mandamientos. Más que el oro; más
que el oro muy fino" (Salmo 119:127). Si alguien objetara que esto era
bajo el Antiguo Testamento, preguntamos: ¿Suponéis que el Espíritu
Santo produce menos cambio en los corazones de aquellos que son
regenerados ahora que antaño? Pero un santo del Nuevo Testamento
nos ha dejado su testimonio también: "Me deleito en la ley de Dios
según el hombre interior» (Romanos 7: 22). Y, querido lector, a menos
que tu corazón se deleite en la «ley de Dios", hay algo que va, mal en
ti; sí, es de temer que estés muerto espiritualmente.

5. Un hombre se beneficia de la Palabra cuando su corazón y su


voluntad se han entregado a todo los mandamientos de Dios. La
obediencia parcial no es ninguna obediencia. Una mente santa
renuncia a todo lo que Dios prohíbe, y escoge y practica todo lo que
Dios requiere, sin ninguna excepción. Si nuestra mente no se somete
a Dios en todos sus mandamientos, no nos sometemos a su autoridad
en nada de lo que nos manda. Si no aprobamos nuestro deber en toda
su extensión, estamos muy equivocados si nos imaginamos que nos
gusta alguna parte de ellos. Una persona que no tiene principio de
santidad en él, puede no sentirse inclinada a muchos vicios y sentirse
atraída a practicar muchas virtudes, porque percibe que los primeros
son acciones inapropiadas, y las últimas son, en sí, acciones
hermosas, pero la desaprobación del vicio y aprobación de la virtud no
proceden de la disposición de someterse a la voluntad de Dios.

La verdadera obediencia espiritual es imparcial. Un corazón renovado


no escoge entre los mandamientos de Dios: el hombre que lo hace no
ejecuta la voluntad de Dios, sino la propia. No nos hagamos ilusiones
sobre este punto; si no deseamos sinceramente agradar a Dios en
todas las cosas, no queremos agradarle verdaderamente en ninguna.
El yo debe ser negado; no meramente algunas de las cosas que
quiere, ¡sino el vo en sí! La indulgencia voluntaria de algún pecado
conocido quebranta toda la ley (Santiago 2:10,11). "Entonces no sería
yo avergonzado, cuando considerase tus mandamientos" (Salmo
119:16). Dijo el Señor Jesús: "Vosotros sois mis amigos, si hacéis
todas las cosas que yo os mando" (Juan15:14): si no soy su amigo,
entonces he de ser su enemigo, puesto que no hay otra alternativa
según Lucas 19:27.

6. Nos beneficiamos de la Palabra, cuando el alma es encaminada


a orar fervorosamente pidiendo gracia para poder obrar. En la
regeneración, el Espíritu Santo comunica una naturaleza adecuada
para la obediencia a la Palabra. El corazón ha sido ganado por Dios.
Hay ahora un deseo profundo y sincero de agradar a Dios. Pero, la
nueva naturaleza no posee ningún poder inherente, y la vieja
naturaleza o «carne» lucha contra ella, y el diablo se opone. Por ello el
cristiano exclama: "Porque el querer el bien lo ~ tengo a mi alcance,
pero no el hacerlo" (Romanos 7:18). Esto no significa que es un
esclavo del pecado, como era antes de la conversión; pero, significa
que, no encuentra cómo realizar plenamente sus aspiraciones
espirituales. Por ello ora: "Guíame por la senda de tus mandamientos,
porque en ella tengo mi complacencia" (Salmo 119:35). Y otra
vez: "Afianza mis pasos con tu palabra, y ninguna iniquidad se
enseñoree de mí" (Salmo 119:133).

Aquí contestaremos a una pregunta que las afirmaciones anteriores ha


sugerido en algunas mentes: ¿Se afirma aquí que Dios requiere
obediencia perfecta por nuestra parte en esta vida? Contestamos: ¡Sí!
Dios no establece Standard más bajos delante de nosotros que éste
(ver 1ª Pedro 1: 15). Entonces, ¿alcanza estos Standard el cristiano?
¡Sí y no! Sí, en el corazón, y es al corazón que Dios mira (1ª Samuel
16:7). En su corazón, toda persona regenerada que tiene amor
verdadero a los mandamientos de Dios y desea, de modo genuino,
conservarlos completamente. Es en este sentido, y sólo en éste, que
el cristiano es experimentalmente «perfecto». La palabra "perfecto",
tanto en el Antiguo Testamento (Job 1:1 y Salmo 37:37) y en el Nuevo
Testamento (Filipenses 3:15), significa «recto», "sincero", en contraste
con "hipócrita".
"El deseo de los humildes escuchas, oh Jehová; Tú confortas su
corazón, y tienes atento tu oído" (Salvo 10: 17). Los "deseos" del santo
son el lenguaje del alma, y la promesa es: «El cumplir el deseo de los
que le temen» (Salmo 145:19). El deseo del cristiano es obedecer a
Dios en todas las cosas, para ser conformado a la imagen de Cristo.
Pero, esta voluntad sólo puede ser realizada en la resurrección.
Entretanto, Dios, por la gracia de Cristo, acepta la voluntad por el
hecho (1ª Pedro 2:5). El conoce nuestro corazón y ve en su hijo un
amor genuino a sus mandamientos y un deseo sincero de cumplirlos, y
acepta el ferviente deseo y el cordial esfuerzo en lugar de la ejecución
precisa (2ª Corintios 8:12). Pero que nadie que viva en desobediencia
voluntaria saque una falsa paz y pervierta para su propia destrucción
lo que ha sido dicho para el consuelo de aquellos que desean de todo
corazón agradar a Dios en todos los detalles de sus vidas.

Si alguien pregunta: ¿Cómo puedo saber si mis "deseos" son


realmente los que corresponden a una alma regenerada?,
contestaremos: La gracia salvadora es la comunicación al corazón de
una. disposición habitual para actos santificados. Los "deseos" del
lector deben ser probados así: ¿Son sinceros y fervientes de manera
que realmente "aspiras a la justicia" (Mateo 5:6) y "suspiras por
Dios" (Salmo 42:l)? ¿Son operantes y eficaces? Muchos desean
escapar del infierno; sin embargo, sus deseos no son bastante fuertes
para llevarlos a odiar lo que inevitablemente les llevará al infierno, es
decir la voluntad de pecar contra Dios. No aborreciéndolo, tampoco se
apartan de ello. Muchos desean ir al cielo, pero no de tal forma que
entren por la puerta estrecha y sigan "el camino estrecho" que
conduce allí. Los verdaderos "deseos" espirituales usan los medios de
gracia y no se ahorran esfuerzo para ponerlos por obra, y
continuamente y en oración siguen adelante hacia el blanco que tienen
delante.

7. Nos beneficiamos de la Palabra cuando, incluso ahora,


disfrutamos del premio de la obediencia. "La piedad para todo
aprovecha" (1.a Timoteo 4:8). Por medio de la obediencia purificamos
nuestras almas (1.a Pedro 1:21). Por medio de la obediencia
conseguimos que Dios nos escuche (La Juan 3:22), de la misma
manera que la desobediencia es una barrera a nuestras oraciones
Isaías 59:2; Jeremías: 5:25). Por medio de la obediencia obtenemos
manifestaciones preciosas e íntimas de Jesucristo para el alma (Juan
14:21). Cuando andamos por el camino de la sabiduría (la completa
sumisión a Dios) descubrimos que "sus caminos son caminos
deleitosos, y todas sus veredas, paz" (Proverbios 3:17). "Sus
mandamientos no son gravosos" (1.a Juan 5:3), y "en guardarlos hay
gran galardón" (Salmo 19: 11).

Los Beneficios de la Lectura de la Biblia por A.W. Pin

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