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Gadamer - Hombre y Lenguaje

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Carlos Grande Hermenéutica Prof.

Miguel Fernández

Hombre y lenguaje
No hay mejor introducción que la que hace el propio Gadamer cuando recuerda la noción
aristotélica de la naturaleza humana, un ser dotado de logos. Esto nos remite invariablemente, y
como Gadamer mismo empieza a preguntarse a la par en su ensayo, a la discusión con la que
abríamos el curso de Hermenéutica: ¿cómo es que el lenguaje, si es tan importante, no tuvo ni la
atención ni el primado de la reflexión filosófica?
Así, pues, logos fue interpretado en la tradición mayormente como razón y pensamiento y,
alcanzando lugares inusitados en la modernidad cuando Descartes subordina todo a la certeza
inconmovible del cogito, como conciencia que termina tomando, como veíamos, el primado del
pensamiento filosófico. De este modo, la interpretación cartesiana gobernó, precisamente, como
conciencia y subjetividad espontánea, condición de posibilidad para cualquier investigación
científica ulterior y, así, el lenguaje quedó subsumido como objeto de la estructura de la
conciencia —que esto último es una aserción más de índole fenomenológica—. Pero decir esto,
entonces, es por lo menos aseverar que la conciencia es una condición a-lingüística, previa al
propio lenguaje.
Si logos no significa sólo razón, pensamiento o conciencia, y, como Gadamer decía, en otro
sentido significa propiamente lenguaje, ¿en qué consistiría un lenguaje que no se encasillara en
los límites de la conciencia, la razón y el pensamiento? Ahondemos con una simple frase, que,
incluso, tiene el peligro de ser escueta:
En todo nuestro pensar y conocer, estamos ya desde siempre sostenidos por la interpretación
lingüística del mundo, cuya asimilación se llama crecimiento, enseñanza. En este sentido el
lenguaje es la verdadera huella de nuestra finitud. Siempre nos sobrepasa. La conciencia del
individuo no es el criterio para calibrar su ser.1
El enunciado al que hago alusión está resaltado por mí. Y decía simple frase porque,
paradójicamente, ésta nos invita a escribir páginas enteras; y, si bien las frases que la acompañan
en la cita son de suma relevancia, lo que me compete en este breve escrito es ahondar, aunque
sea en poco grado, en esta pequeña sentencia.
¿En qué sentido sería el lenguaje la huella de nuestra finitud? Las oraciones “accesorias” a la
cita nos dan un brío: en primer lugar, el lenguaje es el testimonio de nuestra finitud puesto que,
como hemos matizado, la conciencia —mi yo— jamás podría dar cuenta del lenguaje. No hay

1
Hans-Georg Gadamer. Verdad y Método II. Sígueme: Salamanca, 2010, p.149. Los subrayados son
míos.

1
Carlos Grande Hermenéutica Prof. Miguel Fernández

una precondición a-lingüística que determine al lenguaje. El lenguaje me desborda y, sin


embargo, vivo en él como vivo en el mundo. Así, en cierto modo el mundo también me
sobrepasa. Si, entonces, hemos dado cuenta de que el lenguaje no se subsume a las categorías
dominantes del pensamiento —y empero las posibilita—, ¿cómo interpretar nuestra finitud?
Gadamer dice en otro lado que «Todo hablar humano es finito en el sentido de que en él yace la
infinitud de un sentido por desplegar e interpretar». 2 Ahora es conveniente retomar los tres
puntos capitales de Hombre y lenguaje, propios del ser del lenguaje: el autoolvido, la ausencia
del yo y, finalmente, la universalidad del lenguaje.
Del primero punto es menester decir que, en cuanto más nos sumergimos en el ser del
lenguaje más inconsciente y más vivo se vuelve éste: en lo dicho se esconde no solamente lo
externo, lo inmediato, sino todo un entramado de sentidos subyacentes coherentes a un mundo y
a una tradición —pero, precisamente, sentidos siendo aún «subterráneos»—; del segundo,
resaltemos una cita que bien pudo tomar el papel capital de este ensayo: «Hablar es hablar a
alguien»,3 y, por ende, existe un interlocutor, un otro a quien le hablo y de quien puedo dejarme
decir cosas. Puedo, por tanto, salir de mí mismo, dialogar. Dialogar, con todo lo hasta ahora
reflexionado en este punto, implica la excedencia de los límites de la conciencia premeditada que
subsume unitariamente, dialogar es desbordar y, para ello, se necesita de la alteridad; y, del
último punto, así como lo dicho en el lenguaje conlleva una inconsciencia y una desaparición del
mismo, la universalidad del lenguaje expresa un decir al que nada puede sustraerse. Es, pues,
imposible dejar de decir: no podemos dejar de hacer alusiones. Lo dicho supone lo no-dicho, lo
que se puede decir, y todo decir conlleva una motivación, y esto no es poca cosa. Que haya una
motivación en todo decir posibilita las preguntas y las respuestas,4 y esto es consistente con la
ausencia del yo: hablar es hablarle a un interlocutor, es preguntarle y es recibir preguntas;
además, la motivación del decir, como implicación de preguntas y respuestas, no define el
sentido último del lenguaje, no es algo acabado, algo que, precisamente, puede ser abarcado por
una unidad sintética.
La universalidad el lenguaje respeta el misterio del lenguaje, el misterio del diálogo y, por
tanto, de fondo también, el misterio del otro, de la alteridad.

2
Hans-Georg Gadamer. Verdad y Método I. Sígueme: Salamanca, 2012, p. 549.
3
Hans-Georg Gadamer. II…, op.cit., p. 150.
4
Y, de este modo, dialogar, preguntar y responder, implica una infinitud, sentidos inagotables.

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