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Diosa Blanca

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Tras la luz de Diosa blanca:

En busca de Rogelio Treviño


R E N E É A C O S TA
María Eugenia Campos Galván
Presidenta Municipal

Rebeca Alejandra Enríquez Gutiérrez


Directora del Instituto de Cultura del Municipio

María Mercedes Macuitl Ramírez


Coordinadora de Fomento a la Lectura y Programa Editorial

Ramón Alejandro Carrillo Mercado


Programa Editorial

/CreaturaEstudio
Diseño y maquetación

Susana Cristina Perea Ochoa


Corrección y estilo

Rogelio Treviño
Arte de portada

D.R. Instituto de Cultura del Municipio


Coordinación de Fomento a la Lectura y
Programa Editorial Municipal
Av. Teófilo Borunda Norte # 1617
Chihuahua, Chih. C.P. 31000

PRIMERA EDICIÓN
AÑO 2018
PRESENTACIÓN

L
a escritura es el vehículo por excelencia para la preservación y
transmisión de una cultura. En ella han quedado plasmadas
tradiciones antiguas, estilos de vida, concepciones del
mundo y de la propia humanidad que han cruzado el umbral de
los siglos para llegar hasta nuestros días, e incluso influir en nuestra
dinámica social y política. En palabras del gran Jorge Luis Borges:
“De los diversos instrumentos del hombre, el más asombroso es, sin
duda, el libro. Los demás son extensiones de su cuerpo. (...) El libro
es una extensión de la memoria y la imaginación”. Por eso, fomentar
la lectura y la escritura chihuahuense, significa hacer trascender lo
que somos, lo que pensamos y lo que vivimos como comunidad.
El Gobierno Municipal de Chihuahua se alegra de sumarse a
esta tarea tan noble, a través del Programa Editorial del Instituto
de Cultura del Municipio, que aquí presentamos en su edición
2018. Felicitamos y agradecemos a las personas que atendieron esta
convocatoria, porque con sus letras nos ayudan a mostrar el talento
literario de nuestra tierra, que a lo largo de los años se ha ganado un
lugar en el escenario nacional e internacional.
A todos los lectores, deseamos que junto al goce que proviene de
una buena lectura llegue el conocimiento una nueva experiencia, y
que todo ello nos permita mejorar como seres humanos, para seguir
construyendo juntos un Chihuahua mejor para todos.

María Eugenia Campos Galván


Presidenta Municipal
Cuanto más capaz es uno de nombrar lo que vive,
más apto será para vivirlo y para transformarlo.
Michele Petit.

Leer es ver la realidad desde otros ojos, acceder a otras memorias


y otras visiones que nos permiten interpretar de diversas maneras,
e interactuar con los otros, alimentando la comunicación humana.
La lectura está presente en nuestro desarrollo, desde el individual
hasta el social. Fomentar la lectura, además, incentiva la escritura,
dándole rostro a un tiempo y a un lugar.
Por medio de la escritura descubrimos los cambios del lenguaje,
con ello los sociales y culturales. La escritura nos muestra los pen-
samientos sobresalientes, de hombre y mujeres, que saltan a la vista
de quien lee con las ganas de compartir palabra y cultura. Así, pues,
los libros que presentamos, en sus colecciones Nakarowari y Voces de
mi ciudad: mi barrio , se convierten en voz viva, dando rostro a nuestra
ciudad. El aliento que contiene la palabra, de las y los escritores que
publicamos, se cultiva en la estética, la belleza y el conocimiento.
Enhorabuena.

Lic. Rebeca Alejandra Enríquez Gutiérrez


Directora del Instituto de Cultura del Municipio
PRÓLOGO

El Mago, imberbe, es Principiante...


Loco en potencia...
Candidato al Camino...
Sólo el Valiente
arrebata los Cielos
del Abismo...

T
oda vida es un mandala que se teje con luces, pero también
con sombras para que nadie se gloríe. Que sean otros, pues,
los que hablen cuando el poeta haya sembrado ya sus labios
sobre los relojes de este desierto mar y canten las historias de su voz.
Porque el mismo nos dijo a sus amigos: Soy un poeta póstumo…
Este libro es un encargo personal que Rogelio hizo a Reneé un
par de años antes de su partida, recién presentada su obra reunida
La Lámpara en el Granero, fui testigo de la petición. Nadie pensaba que
estaba cercano el momento, aunque el Tarot ya le había advertido.
No fue casual que lo haya conocido en un viaje por hikuri en
mayo del ochenta y cuatro; sólo tenía un libro publicado: Lámpara
de la Piedra, el cual incluía “Líneas para Sofía”. Después vinieron
Viajero Inmóvil, La Canción en la Torre y Septentrión, con el que obtuvo su
primer Premio Chihuahua a principios de los noventas. En enero
de 1989, llegué a vivir a Ciudad Juárez y desde entonces fuimos
fortaleciendo una amistad hasta su muerte. Tenía también, en el 99,
una cita almática con Reneé, la niña Remolino de El Jardín del Vértigo,

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relación que aún persiste en sueños y cosas aún más inexplicables,
salvo por la compatía de quienes vienen juntos desde los ednios y
continúan la rama por las hojas de este libro, al goteo de la voz, el
sonido de la luz sobre el agua, un verso insuperable encontrado en el
estanque mágico de una botella lámpara.
Rogelio siempre habló como poeta, no gustaba expresar de otra
manera. Es así que no se puede hablar de él de otra forma. Más allá
de un juramento, Reneé lo hubiera escrito y, más allá de estas hojas,
lo seguirá escribiendo porque son parte de una cuerda perenne que
engarza primordial desde lo arcano los nudos de esta copa donde
se posa el cielo para beber el abismo que descubre las alas del fenó-
meno que se escribe a sí mismo. Su primera fase poética concluyó
en Septentrión.
Escrivivió La Mujer que no Fui, en circunstancias de marasmo, siem-
pre le dolió el título, lo vi llorar muchas veces. Es como morir no
estar con ella, pensar que no serás Uno sin ella nunca más. No volvió
a encontrarla en nadie a pesar de sus intentos: Canciones para Laksmi,
El Amor Sólo Cambia de Rostro. Rapsodia Para una Dama de Ladrillos fue
la muerte de su ideal físico. Finalmente la ensoñó muy adentro de
una dimensión mística, a la manera de san Juan de la Cruz, en su
último libro La Virgen en el Laberinto, mientras borraba sus pasos
conforme se acercaba. El corazón del vientre de Ella se encuentra
en la disolución, Solve et coagula. Porque fue dicho: Tú y Yo somos el
Poema. El amor es una lágrima de fuego, Semilla de Sangre de Sal,
Salamandrágora Telúrica, Panesencia, Luna Mercurial, Venus Ura-
nia, Verso Andrógino.
Treviño siempre habló en términos de Alquimia y de Cábala, cual
vestigios de una filosofía perenne que, como hilo de Ariadna, tie-
ne cauces secretos y florece siempre en almas dispuestas, las cuales

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siempre se reconocen a pesar del caos del devenir: La Poesía es Divina
o no es Poesía. La Poesía es un acto sagrado, ser poeta es algo muy grande,
siempre nos decía. Almaquia.
Reneé Naguala, Reneé Rampaguala. Mujer Caronte Xolotl
Anubis, Isis recolectando a Osiris en el mar oscuro y tenebroso del
propio corazón. Porque conocerse es horrorizarse y horrorizarse por el
cráneo florecer.
Estoy aquí y allá, en todos los instantes hablando de Yosotros,
estando de nuevo con Ustedes suturando la energía de nuestras
constelaciones. Es Ágape vivir y para siempre la eternidad de los
pequeños instantes luminosos: Glorifiquemos esos breves lapsos de luz,
me dijo, mientras mirábamos hambrientos un rebaño de palomas
pastando en un parque de Ciudad Juárez. Teníamos medio pan de
blanco para cada quien y un cuarto de aguardiente, Costeño.
Los dosmiles fue su tercera etapa creativa, incursionó en el relato
y en la plástica. Si no hubiera sido poeta hubiera sido pintor, él mismo lo
decía. En realidad, su poética siempre fue tan imaginante que pinta-
ba con palabras a la manera de una música visual. Le gustaba Yes,
grupo que Laura le hizo conocer. Hay algo siempre positivo y fan-
tástico en su poesía, que seguramente proviene de escuchar a la Gran
Afirmación y que ahora mismo yo hago rememorándolo.
Un gran trabajo de nuestra querida amiga tejiendo una bella bu-
fanda para su hijo de un Príncipe Solar, rojo reloj de hielo, mientras un
rayo observa desde la torre que ya jamás será vencida.
En un rincón secreto está Alma Clara, avatar que abanderó al
poeta en sus lides interiores de los días ardientes del trabajo consu-
mado. Ella vivía en el fondo de las piedras, me la mostró movién-
dose debajo de la superficie del piso de cemento en una ciudadela
bajo el suelo del agua. Escalinatas, torres, meandros, ejércitos de

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transeúntes, moléculas hormigas sobre bandas de Moebius. Dejó de
nombrarse Rogelio Treviño. Ahora fue para siempre Alma Clara.
Ella se parece mucho a Shiva, dios destructor de sobre todo la Ilu-
sión. De un trago disolverse como árbol que se convierte en alas. La
ilusión es lo que vemos. El amor deshizo el caos.
En estos tiempos en que todo carece de virtud, debemos observar
esas pequeñas flores en la banqueta, como diría un maestro zen. La
persistencia de la vida expresa la Voluntad de Ser. ¿Quién defiende
eso...? ¿Quién ha consagrado su lengua como espada del corazón
verdadero...? El Poeta Treviño lo hizo y nunca lo negó. No exento
de errores cruzó el estrecho pasaje de las esfinges sin titubear. Existe
una foto de su último día, con el puño en la frente y los ojos cerra-
dos, un seis de Reyes de 2012.
Hay palabras que revientan en el Cielo, hay Alguien que las escu-
cha, como dice el Zohar. La épica no es un estilo literario, es una for-
ma de vida que vienen practicando los guerreros del espíritu desde
el principio de los tiempos: Logodicea, Aristocracia del Espíritu.
Callar los labios y dejar que las letras hablen desde las piedras
olvidadas. Porque no hay amor más grande que dar la vida por sus amigos.
Om Rere, Reneé. Iteraciones de cristales vivientes, jardines sobre
las dunas de la ausencia, los labios de la fuente por el ojo en la frente
de tu estrella.

Saúl Vásquez
12/01/2018

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—¡Los hijos de Alfito tienen que conocerse algún día! — dijo la voz.
El eco hizo que las palabras resonaran en aquel recinto burocráti-
co en que yo esperaba a alguien en una sala de juntas donde, en ese
momento, sólo estábamos mi alma y yo.
Algo leía para distraerme cuando vi pasar frente al cristal a aque-
lla figura que abrió la puerta y me espetó las palabras antedichas. Me
sorprendió que alguien en Chihuahua invocara con decidida precisión
uno de los nombres, si no oculto, al menos cifrado, de la Diosa.
—¿Quién se ampara bajo el nombre de la gran Cerda blanca?—
respondí, entre divertido y asombrado.
—Soy Rogelio Treviño, hermano. Desde que leí Música lunar te
he estado buscando. Necesitaba hablar contigo. Hasta fui a buscarte
a México. Un amigo en cuya casa me hospedé prometió que me
reuniría contigo, pero los días fueron pasando sin que se concretara
nada. Me daba razones y pretextos pero al final tuve la impresión de
que le perturbaba mi insistencia. Me tuve que regresar pero, mira lo
que son las cosas: tú llegaste a mi tierra, el diálogo tenía que darse,
sólo era cosa de esperar. Ella lo dispuso así.
Alph significa blancura pero también cereal. Alphiton, cebada
perlada. Alphito era la Diosa Blanca del Cereal en su aspecto de
Cerda. En honor de la Diosa, las sacerdotisas de Artemis Alfea se
embarraban el rostro con yeso, arcilla blanca o harina de cereal. He
aquí el origen de la invocación de Rogelio al saludarme.
Hablamos mucho en esa ocasión y un poco más años después,
en Ciudad Juárez, donde hizo una noble presentación de un recital

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mío en el que se escucharon algunos cantos de la rapsodia Música
lunar. La voz del poeta y el canto extático de los derviches.
Cuando el acto terminó, ¡hablamos de El lenguaje de los pájaros,
de Farid al Din Attar, el místico poeta persa!
Así fue Rogelio conmigo. En su vida diaria desafió los valores
de la sociedad establecida, recibió la burla abierta y velada de los
apolíneos, vivió para servir a la poesía y se ofrendó a la Diosa del
mejor modo que pudo. Murió en la calle, de frío y alcohol, según
se cuenta. Es decir, la Diosa tomó su corazón en su mano de uñas
afiladísimas y lo hizo gotear la sangre más bermeja.
Renée Acosta ha preparado este libro sobre la vida y la obra de
este chihuahuense con el que el alto designio de Alfito quiso que me
encontrara dos veces en la vida. Dos veces para siempre...

Efraín Bartolomé

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Tras la luz de Diosa blanca:
En busca de Rogelio Treviño
R E N E É A C O S TA

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In memoriam a mi hermano,
mi maestro, mi brujo
mi eje, mi brújula,
mi encantador de palabras
mi carnalito, Rogelio Treviño,
por toda la eternidad.

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El personaje sagrado
El Loco, Arcano 0

Capítulo I

En la cultura hebrea el Arcano Cero, El Loco, representa al buey, el


toro, el inicio del arado y del conocimiento, el poder de la civiliza-
ción y las cosechas relacionadas con lo femenino. Rogelio Treviño
partió del arcano que representa su propio símbolo astrológico: el
toro, el cual corresponde al Arcano de El Loco y a la tauromaquia
originaria de la isla de Cnosos, donde el torero era algo parecido a
un saltimbanqui, el arlequín que hacía actos de peripecias y mala-
barismo. El arlequín es la evolución de este malabarista y antiguo
torero que se convirtió con el tiempo en Polichinela, en Arlequín,
en Pierrot. La carta de El Loco se representa en algunos diseños
vestido como un arlequín, por eso se relaciona con el espíritu locuaz
y espontáneo de la comedia, los payasos y los trovadores, así como
también con los vagabundos. Rogelio siempre estuvo consciente de
su condición de loco iluminado, de incomprendido, libre irredento
y de estar haciendo de su vida una encarnación del Arcano Cero.
La carta que representa a El Loco muestra a un joven de borda-
das vestimentas y gran alcurnia, mirando la lejanía al filo de un
barranco, como si quisiera volar o estuviera a punto de caer. Sus
únicas posesiones son un fardo de vagabundo que carga con un
basto, un sombrero con una pluma y un perro que lo sigue. Esta
carta significa espíritu, energía vital, energía del todo. La pluma de
su sombrero es de un ave fénix que tiene el don de la inmortalidad
y el resurgimiento de las propias cenizas. El perro simboliza a las
estrellas de Sirio y al psicopompo de la cultura egipcia, Anubis, pero
ya hablaremos más tarde de la estrella y su significado alquímico en

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la obra del poeta.
En el psicoanálisis arquetípico del Tarot y Jung que realiza Sallie
Nichols, explica respecto al Arcano Cero, representado por El Loco,
que subyace un gran poder primigenio, el cual, después de todo,
entre el Cero y la Nada hay sólo una diferencia de término de lo
matemático a lo filosófico. Pero en realidad hasta los físicos contem-
poráneos reconocen que el vacío físico, o la nada, es capaz de pro-
ducir algo, y tiene fuerzas inconmensurables. ¿Es posible encarnar
en la imagen de una carta de azar? Solamente si eres consciente de
que la imagen está realmente viva en ti y que vivirla es representar-
la. Acerca del Arcano Cero la describe Nichols como:

…el modo espontáneo como El Loco se enfrenta a la vida combina a la


vez la sabiduría, locura e insensatez. Cuando se mezclan estos ingre-
dientes en la proporción adecuada, los resultados son milagrosos, pero si
se mezcla la fórmula mal, todo puede acabar en un desastre. (Nichols,
p. 50)

Rogelio Treviño logró a lo largo de su vida ambos procesos, tanto


los milagrosos (La Estrella y El Mundo), como el inminente desastre
que constituye el haberse convertido en particular en este Arcano
viviente (El Diablo, La Muerte y La Torre). Pero El Loco acoge en su
virtud a todos los arcanos y sus poderes ocultos. Del libro The Grea-
ter Trumps de Charles Williams, toma Nichols su análisis y refiere
lo siguiente:

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Su energía es inconsciente y sin rumbo, pero con un claro propósito en sí
mismo. Se mueve fuera del espacio y del tiempo. Los aires de la profecía
y la poesía moran en su espíritu. Aunque vaga sin rumbo fijo, permanece
intacto a través de los años… (…) … Debido a que El Loco contiene
polos de energía opuestos, es imposible detenerlo. En el momento en que
pensamos que hemos atrapado su esencia da media vuelta, regresa a su
opuesto y se burla desde atrás. Es la combinación de su ambivalencia y de
su ambigüedad lo que le hace ser tan creativo. (Nichols, pp. 50 y 56)

Y he aquí que cierra diciendo Charles Williams ―y que esto ha-


brá de relacionarse más adelante en tanto al síndrome de Cotard―
lo siguiente acerca de dicho arcano:

Se le llama loco, pues la humanidad piensa que está loco hasta conocer-
lo; es soberano y nada, y si no es nada, entonces es un muerto viviente.
(Nichols, p. 56)

La descripción exacta de la personalidad multifacética, polivalen-


te del poeta del Septentrión, no puede ser más apegada que a la que
hacen del Arcano Cero que hacen ambos analistas. Rogelio fue todo
eso. Llevó a la vida real, en carne propia, místicamente encarnada,
la imagen del joven que intenta alcanzar al sol y lleva en la mano la
flor de Lis, en el sombrero la pluma de un fénix, una bolsa llena de
sueños y un perro, el psicopompo blanco, acompañándolo, guián-
dolo en su danza en el borde equilibrado del abismo.
Rogelio Treviño nació el 30 de abril de 1953 en una familia me-
dianamente numerosa de la que fue el hijo menor. Este hecho mar-
ca en la psicología del joven poeta una predestinación a mantener el

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niño interior vital por mucho más tiempo del que la sociedad con-
sidera necesario. Aún bien entrado en años, Rogelio tenía ciertos
aspectos de su personalidad que recordaban a la de un joven perpe-
tuo o la de un niño que mostraba sólo a los amigos más entrañables,
como es su servidora. Pero ese aspecto también se relaciona con la
figura de El Loco y el niño eterno: Sahuatoba, Piltzintli, Peter Pan,
que cantaba con la voz del gallo (el gallo, otro símbolo de El Loco)
que representa al trovador errante, The Feu, el fuego, la flama. Dice
Rogelio en Septentrión:

Y morí una infancia de veintiún años


Y cumplí a los treinta y tres la mayoría de edad
Y el infante no cambia. Tan sólo la corteza
Dura de los años me aprieta el rostro
Borrándome

Treviño significa tres viñas. En este significado quedaron mar-


cados los retos de la vida de este extraordinario poeta del norte,
poeta del septentrión: palabra cuyo significado fue revolucionado por
su gran poema épico, con ese mismo título, Septentrión. Las siete
estrellas de la osa menor, obra magna escrita para Chihuahua y que por
siempre quedó ligado a su existencia. Nunca, ni antes ni después,
ningún poeta fue más lúdico y brillante, ni más genial ni generoso,
que Rogelio Treviño para con su tierra. El Arcano Cero es también
el origen de todo, el Aleph.
Preclaro de su condición extraña al mundo, fuera de lo ordinario,
extraordinario. Rogelio, desde muy joven amó las obras clásicas y se
empapó de los alientos elegíacos, de las entonaciones celebratorias y
de toda aquella esencia mítica de la poesía, que hicieron de su con-

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ciencia poética una de las más geniales de la poesía chihuahuense
contemporánea.
Ante el entendimiento de la preponderancia fútil que las famas y
los honores le brindan a las tendencias de la moda de una literatura
banal, burda, vulgar, competitiva, cruel, nefasta, no literaria, Roge-
lio Treviño se declaró ―premeditadamente― póstumo: un poeta
para ser comprendido después de una literatura light, de una litera-
tura no-literatura, de una poesía no-poesía, que llenaba los estantes
de la gente con espíritus vulgares, los que, a causa de libros vaque-
ros, estaban impedidos para apreciar a Virgilio, a Séneca, a Marco
Aurelio, a Catulo. Es decir, Rogelio Treviño era un contestatario,
un inconforme, un revolucionario por el camino del retorno, por el
camino de la tradición latina.
Mitad Diógenes el cínico, mitad Sócrates; un tanto Allan Poe,
un poco Francois Villon; fue un Baudelaire, un Hayam, un eterno
Rimbaud. Un Dante, un Castaneda aprendiz que se convirtió en
Don Juan. Un visionario. Un Rilke. Anciano prematuro. Joven pre-
sagio. Poeta póstumo. Eso y más era Rogelio Treviño. Su primera
aparición al mundo de la poesía presagiaba la llegada del genio que
la historia chihuahuense estaba esperando.
De toda su generación, destaca por su amor entrañable a Chi-
huahua, donde vivió y murió el 6 de enero del 2012. Su poema
Septentrión marca un antes y un después en la literatura chihuahuen-
se, un antes y un después que resuena aún en su enseñanza y en la
escuela que creó entre los jóvenes como Marco Antonio Esparza,
América Zapata o Faridy Bujaidar, Jesús Alberto Carmona, Gerar-
do Robles, por mencionar sólo a algunos.
Rogelio Treviño rompe con todos los esquemas. Antes que nada,
porque al igual que Jesús Gardea, vivió la vida de un contestatario al

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sistema preestablecido. Fuera de toda taxonomía, Treviño era una
especie de poeta inusitado, ignoto ―no tanto como ígneo por su
revelación―, hecho del fuego del mito, mitocondrial y originario,
de su insólita existencia (tan insólita) que incluso llegó a ser en vida
un mito urbano, tan lleno de leyendas como un pirata del cosmos.
Tuvo la suerte de pobreza que la vida de un Diógenes el cínico exige
por su ética del desprendimiento material, por la naturaleza de su
vida en el rechazo de las cosas que no pertenecen al espíritu. Jamás
se inclinó ante la fama, ni el dinero, ni los poderes, por lo cual vivió
una vida entregada al desapego y la pobreza.
Algunos de los autores de cabecera de Rogelio Treviño son cru-
ciales para entender su vida y obra. Sin haberlos leído, no vale la
pena intentar entender sus poemas que están trenzados con las fi-
bras benditas del cabello de la dama de las trenzas verdes. Joseph
Campbell, George Dumézil, Gordon Wasson, Taisha Abelar, Mir-
cea Eliade, Rober Graves, Levi Strauss, René Guénon, Ouspensky,
Buda, el Tao, Confucio; tan sólo por mencionar algunos de los más
recurrentes. Conocía a gran profundidad la Alquimia, la Cábala, el
chamanismo, la cuántica ―la de Hawking y la de los pensadores de
la nueva era― a la perfección. Incluso hizo varias observaciones y
correcciones a los conceptos de Mortenay (Carlos Montemayor) de
su libro Cuentos gnósticos. Citaba con frecuencia a Rabelais, a Yource-
nar, Artaud, Joyce, Paz.
Lleno de un espíritu indigenista ―como Antonin Artaud―, se
consideraba un rarámuri encarnado en chabochi, y así como los rará-
muris desprecian la banalidad de la vida moderna, de las posesiones
(mundo creado por el hermano gemelo de Dios: Riablo, el diablo),
para Rogelio los bienes materiales eran caminos de autoengaño,
seguridades prefiguradas en la conciencia de quienes amaban más

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a su automóvil que a Dios; de quienes se inclinan ante políticos y
gobernadores más de lo que se inclinan ante Dios. Todo esto, pro-
bablemente de herencia cátara y gnóstica.
“¿Sabes cómo murió Edgar Allan Poe?”, preguntó el poeta Tre-
viño a un interlocutor. “Murió por alcoholismo, lo encontraron y lo
llevaron al hospital, donde murió solo. Yo soy un poeta póstumo”,
añadió el poeta, dejando a entender que él moriría como murió
Edgar Allan Poe.
Rogelio Treviño vivió y murió a sabiendas de que era, en su sabi-
duría poética, un poeta póstumo, un “loco” en el sentido platónico,
un loco socrático, un loco sagrado. Recordemos que Platón defi-
nía al poeta como un “filósofo enfermo” y por ello los desterró de
su utópica República. Y me decía Rogelio, en las raíces del sol que
titilaban entre los árboles: “nosotros estamos locos, locos de una
sabiduría sagrada. Como lo dijo Platón: el poeta es un sabio enfermo.
Somos poetas profetas. Enfermos de consciencia. La consciencia
que a los cuerdos les falta. Esos, muchacha ―me decía―, son los
engaños del mundo que nos apartan de la sabiduría. Quien busca
a Dios renunciando a las amarras terrestres está condenado a ser
considerado un loco”.
El término Fool ―loco― se deriva del latín follis (saco de viento).
El loco simboliza lo ilimitado, el saco de viento, lo que está lleno de
lo ilimitado. De ahí la consciencia de Treviño sobre su naturaleza
identificada con el símbolo del cero, el loco, lo ilimitado, la libertad
ilimitada, el Aleph, el todo.
Para partir de cero, para intentar asir el agua o atrapar el viento
es, irreconciliablemente necesario iniciar del cero, del loco, del gran
loco sagrado que fue Rogelio Treviño; del santo iconoclasta, del bu-
cólico, el iluminado, del elevado en el descenso de la desintegración

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que va hacia el todo, contradictoriamente, así como contradictorio
y congruente en su contradicción era el poeta.
El paso, la equivocidad del paso equidistante entre el personaje
literario, el personaje histórico y el personaje sagrado, lleva en to-
dos sus caminos a la descripción de la filosofía de vida del poeta.
Rogelio, como dice Artaud, el personaje es sagrado, es un mago,
un alquimista, un astrólogo, un poeta profético, un demiurgo. El
teatro es la vida. Treviño fue un profundo conocedor de la Cábala,
del Tarot, de la Astrología, de la Numerología, de la hermenéutica
sagrada. Treviño pasó la mayor parte de su vida viviendo al estilo
de un poeta sui géneris, que para Treviño era ser un verdadero poeta:
las calles.
Vendía libros para vivir, siempre tenía una biblioteca distinta y
una cada vez más basta en su interior. Vendía sus audiolibros y lu-
chó toda la vida contra el alcoholismo. Pero no solamente fue un
alcohólico, ni tampoco fue un trágico encabezado de nota roja que
lo calificaba de indigente. Rogelio Treviño fue, como lo muestra el
Arcano Cero del Tarot, un buscador incansable, ilimitado: un sabio.
Su amplio conocimiento esotérico apenas era comparable a la eru-
dición que poseía con respecto a historia, literatura, poesía, ciencia,
etcétera. Su vida entera fue una consagración a ese personaje sagra-
do que es el verdadero poeta, el poeta mítico, órfico, arcano: el loco.
Por eso todo en su vida fue un performance que representó a un solo
personaje: el Arcano de El Loco.
La relación de Rogelio y el teatro fue breve si lo vemos meramen-
te como la etapa de juventud en que formó parte de los talleres de
Octavio Trías en Ciudad Juárez. Pero si lo entendemos desde la
visión del teatro de Grotowsky y de Artaud, de que el teatro es la
vida y que el teatro habita en el templo del cuerpo del actor y no en

27
los edificios ni en las butacas, entonces estaremos entendiendo a la
perfección al personaje sagrado ―a Rogelio Treviño el actor― y
de por qué la sola aproximación a conversar con él, era estar pre-
senciando el performance del personaje sagrado cuya obra se titulaba
La vida misma del verdadero poeta Rogelio Treviño.
Fue un gran conversador que amaba conversar y ser escuchado.
Pero también sabía escuchar cuando se trataba del ramo de las co-
sas humanas. Nada más contrario a su recuerdo que pensar que
en vida fue un hombre trágico, autocompasivo, demacrado por la
melancolía, la nostalgia o la depresión de un alcohólico suicida. Ro-
gelio era un hombre risueño, casi siempre estaba sonriendo. Aun
cuando se iba a dormir, se iba quedando dormido con una sonrisa.
Era un hombre feliz, a su manera, pero feliz. Era el Juanito Man-
zana de la poesía que iba sembrando poesía donde fuera. Rogelio
era un niño perpetuo y tenía un brillo infantil en sus facciones de
hombre entrado en la madurez.
Rogelio nunca fue un poeta que se vendiera, que se prostituyera,
que no supiera quién es, que no supiera lo que es el verdadero deber
de un poeta. ¿Y cuál es el deber de un poeta posmoderno? Ninguno.
Ni siquiera se debe a la poesía ni a la belleza, ni a la ética, ni a la
estética, ni al espíritu. Por eso Rogelio se reconocía anacrónico a su
tiempo, un tiempo sin rumbo donde como Diógenes, salió con una
lámpara a pleno día buscando un hombre justo. Por eso insistía en
que él era un verdadero poeta, un poeta mítico, anacrónico, sagra-
do por la Diosa blanca que lo protegía.
Proponía restituir una ética de la estética, una po-ética del espíritu
―en una época en la que se valora más la estética que la ética―,
una poética para auténticos poetas. Y le volteó la cara a quienes en
la resonancia de los honores buscaban el aparador, las altas ventas,

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el betseller fake a la mexicana. A Treviño le daba asco esa literatura
prostituta, comercializada, creada para mantener a la gente aturdi-
da y alejada del verdadero conocimiento, para enajenarlos con la
risa idiota por la flatulencia, la risa tonta que se desata con la pala-
brota. Todo eso era lo que Rogelio aborrecía como seudo-literatura
que es. Los aborrecía por fallar a la verdad, por corromper la ver-
dad, por mentir; por su lujuria de la fama, del dinero, de la posición
seudo-moral, seudo-literaria y seudo-política; esa seudo-literatura
en su vulgaridad no podía mentir sobre su origen ignorante y mal
sano. Él siempre estuvo consciente de que era un “loco” y lo decía,
porque se sabía contracorriente y solía decir: “desconfía de lo que
le gusta a las masas”.
Rogelio era gente del pueblo. No era un poeta “cortesano”, pero
no admitía que por ser pobre y ser del pueblo se tuviera que perte-
necer, necesariamente, a las fronteras mentales de la geografía, de la
cultura, de la religión ni del dinero. Para Rogelio todo eso eran los
engaños de la materia. Era un auténtico poeta metafísico, metamaté-
rico ―como él mismo se decía―. No creía en la unilateralidad ni la
univocidad de la materia. Rogelio despreciaba a quienes fomentan
la ignorancia, el gusto estúpido, la risa estúpida, las decisiones igno-
rantes y estúpidas, la política; y también a los escritores que sirven a
una política de la ignorancia, de la risa idiota, de la risa vulgar, del
retrato sucio de la pobreza, de la exaltación de la ignorancia. Para
Rogelio eran en sus propias palabras “¡LA MIERDA!”. Y ya bien lo
había dicho Artaud, uno de sus autores que cita también al inicio de
Septentrión, y que decía en Para acabar con el juicio de Dios:
El hombre, sobre todas las cosas ama la mierda, y por la mierda ha renunciado
al espíritu. (Artaud, p. 32)
Él entendía la raza cósmica literalmente como RAZA CÓSMI-

29
CA, pueblo eterno, pueblo-espíritu, pueblo-verdad, pero ―enten-
damos la belleza de su contradicción― un pueblo-verdad que es
ensuciado por la ignorancia, por el hambre, por la miseria, por el
dolor, por la impotencia, por la locura, y que por lo tanto es una
masa en la que no se puede confiar, pues está enferma y ha sido mal
herida de muerte por el narcotráfico, las sucias políticas, la traición
rastrera de los parásitos gubernamentales. Todo eso Rogelio lo sa-
bía, y no perdía oportunidad de dar a saber su postura ante ello. No
es de asombrarnos que Rogelio no figure entre los libros de historia
de la literatura mexicana centralista, pues estuvo siempre en contra
de esa centralización. Decía: “el pensamiento no tiene centro, no se
puede centralizar el espíritu, geográficamente hablando”. Por eso
Rogelio desconfiaba de las alabanzas de la masa a una literatura
light, cuyas disonancias ruidosas estaban destinadas a perderse en
su gusto por la flatulencia.
Pero regresemos a El Loco. El loco verdadero ilumina. Rogelio
decía (cito de grabación testimonial):

El arte es espiritual o no lo es… Mi obra es mítica, no en el sentido sa-


grado de la religión institucional, yo soy anti romano, anti religioso en ese
sentido. Para mí las religiones institucionalizadas no pasan de ser como
los pinches partidos, que están partidos y las religiones están separadas…
Dios es el ser… La poesía llega más rápido y no se pone a cuestionar,
revela… Septentrión es un poema que me define como poeta, que revela a
un poeta, es un poema para mi gente, para mi pueblo, para mi tribu, es
un poema que me dejó como tarea José María Lugo. Él me dio clases, él
fue mi universidad. Te pareces mucho a mí ―decía―, si te dejas guiar
yo te voy a guiar, te daré libros que ya no tienes que andar buscando. No
te voy a enseñar a ser poeta, te voy a enseñar a conocerte, a descubrirte a ti

30
mismo en tus posibilidades. Fue maravilloso porque nunca me maltrató.
Nunca me dijo: ‘eres un pendejo, eso no se hace así’. Siempre con una
forma maravillosa de guiarme humanamente, de decirme las cosas…
Cuando se habla mucho de poesía es cuando menos hay poetas. Ahorita
no hay poesía, por eso hay tantos poetas.

A diferencia de su generación, Rogelio Treviño fue algo más que


un erudito, más que un sabio conocedor de los clásicos ―como
Carlos Montemayor, especialista en la cultura grecolatina―, y más
que una joven promesa que desde su primer poemario (Lámpara de
la piedra), mostró un gran conocimiento sobre la entonación celebra-
toria y de la imagen y el ritmo, sobre todo fue un artista hermético.
Él mismo fue también un mito y una leyenda, algo de lo que no
pudieron gozar sus contemporáneos, quienes, sin embargo, fueron
―además de literatos― grandes figuras de la política cultural na-
cional (Rascón Banda e Ignacio Solares) o de la erudición nacional
(Montemayor), o legendarios partícipes de situaciones históricas
como la protesta del 68 (José Vicente Anaya).
Caminaba por las calles de Chihuahua, como un personaje estra-
falario con su largo abrigo negro y su bombín anacrónico, siempre
con un libro bajo el brazo. Vivía de pedir prestado y decía: “lo que
tú me das compensa la energía del mundo. Ese es el verdadero signi-
ficado del kórima de los rarámuris. Cuando das, compensas las ener-
gías del bien y del mal, del que tiene mucho y el que tiene poco. Lo
que me das lo ganas en espíritu”. Y así era. Todas las personas que
llegamos a ayudarlo siempre tuvimos la satisfacción de esa moneda
de intercambio sagrada, la moneda que es de Dios y no del César.
Aparentemente contradictorio, en realidad Rogelio siempre fue
un hombre congruente ―radicalmente congruente― para un

31
mundo que no lo comprendía, que jamás lo comprendió, que siem-
pre lo entendió como un anormal; y al que él le respondió con su
vida y sus poemas, con palabras de santidad, con una actitud ra-
dical o quijotesca, pero que jamás se engañó a sí mismo. Treviño
comprendió tempranamente que la poesía no era solamente forma,
sino contenido, y que aún el contenido no podía desprenderse de la
vida del poeta, por tanto, vida y poesía debían estar por completo
fusionadas en una conjunción indivisible. “El verdadero poeta lo es com-
pletamente o no será”, advertía. Por eso la obra con minúsculas debía
basarse en la Obra con mayúscula y pertenecer a la iluminación, a
la teofanía. Por eso la poesía de Rogelio era más que la religiosidad,
era la mítica, y su propia vida estaba destinada a convertirse en un
mito y lo sabía.
Viajero incansable, como la carta de El Loco, Rogelio Treviño
se dedicó a viajar de todas las formas que le eran posibles, pero
nunca conoció algún país extranjero. Siempre viajó en México y
en Chihuahua. Cuando escribió Viajero inmóvil, estaba consciente de
que hablaba desde su propia experiencia de vida como viajero in-
móvil, pues viajaba también con el espíritu. Estaba consciente de
que los viajes ilustran cuando se trata de hombres del espíritu, y
decía: “Pero hay otros a los que nada más los lustran”, y reía. Roge-
lio hacía muchas bromas en las que se reía de las diferencias entre
el hombre sometido a las leyes de la vida terrena. Se reía en una
extraña combinación de bondad de un perro viejo, de un sun dog,
rayo de sol, perro sagrado; que veía con lástima a esos que se creían
exitosos o poderosos. Sobre todo se reía de la gente que creía que
su dinero los hacía valiosos y decía: “Esos son más pobres que yo”.
Y ese pensar es netamente rarámuri. Artaud también dio cuenta de
esta revelación antropológica en Viaje al país de los tarahumaras y dice

32
sobre los Tarahumaras:

… Ellos han captado los secretos de esas fuerzas en su idea de los ‘nú-
meros principios’ tan exactamente como el mismo Pitágoras lo hizo. La
verdad es que los tarahumaras desprecian la vida de su cuerpo y no viven
más que para sus ideas: quiero decir, en una comunicación constante y
casi mágica con la vida superior de esas ideas. (Artaud, Viaje al país
de los tarahumaras 287)

Y así quedó plasmado en Septentrión su trajinar en el camino


espiritual indigenista, de la que él se sentía rarámuri plenamente,
pues tuvo la guía chamánica de los rarámuris de la sierra profunda,
donde todavía se conservan los rituales antiguos y no los rituales
mezclados de la sierra alta donde están las comunidades que fueron
cristianizadas por las misiones.
Rogelio vivía con precisión en la religiosidad de la experiencia
chamánica de Carlos Castaneda. Sus exploraciones mito-poéticas,
cuántico-chamánicas quedaron plasmadas en su poema Rapsodia
para una dama de ladrillos. En Ceugant: el caballero que se venció a sí mismo,
se muestra la profunda comprensión de los cantares de gesta, de la
métrica y contenido de la literatura medieval; y en este poemario
retrata la lucha de su vida, su resistencia ante el alcoholismo, y su
triunfo ante el alcohol: putrefacción, cocción, destilación y fijación
alquímica contra el agua de fuego.
El Arcano Cero, El Loco, representa la fertilidad de su paso por
el mundo, su identificación con lo ilimitado. El bolso que carga el
viajero, un bolso cargado de viento, de magia, de libertad y de infi-
nito; fue la única y verdadera posesión material que tuvo en vida: su
libertad. He ahí la congruencia. Rogelio no hablaba de la pobreza

33
y el desapego, vivía la pobreza y el desapego. Rogelio no hablaba
de la iluminación del espíritu, vivía en la iluminación de aquel que
sacrifica todo lo material por un destino mayor. Y en sus propias pa-
labras, el primer factor de su actitud contestataria era ser un místico
que rechazaba las cosas materiales para vivir apegado al espíritu.
Alguna vez tuve que insistir en decirle que tener una estufa no era
un acto indigno, ni manchado por la vileza de la ambición y del
apego, que era una simple necesidad y que los poetas merecemos
estufas, refrigeradores, camas y calentones.
Rogelio estaba a tal punto tan desconectado del apego de las po-
sesiones que vivía en un cuartito de techo de lámina, con una lam-
parita vieja que alguien le regaló. Su cama estaba hecha de cajas
de plástico y un colchón viejo. Su mesa era uno de esos grandes
carretes de alambre eléctrico, de esos que abandonan los de la com-
pañía eléctrica. Sus libreros eran tablas separadas con ladrillos de
concreto y rejillas de frutas del mercado y su estufa era una parrillita
eléctrica. Los frascos eran vasos y las latas eran platos. Lavaba los
cubiertos desechables. Yo le regalé su primer y único reproductor
de películas y se dedicó a sacar prestadas en el video club un sin
número de títulos de películas de arte.
Su postura política, igualmente, fue siempre que la política era
una estratagema de dominación de quienes se sentían ―por su
“derecho natural” de abusadores― encumbrados sobre el derecho
de los pobres. Jamás coincidió con ninguna afiliación política. Para
Rogelio todos los políticos eran los lobos del hombre, pero conocía
a Rousseau, a Voltaire, a Marx y a Engels. Entendamos que Rogelio
era en todo sentido un humanista que, si bien pudiera ser ubicado
en la izquierda, renunciaba abiertamente a la elección de elegir por
el títere de la izquierda, por el del centro o el de la derecha. No re-

34
cuerdo que Rogelio me comentara haber votado nunca. Casi siem-
pre se le perdían las credenciales para votar. Solamente las usaba
para cuando de vez en vez, las instancias de cultura del estado le ex-
pedían algún cheque; pero en muchas ocasiones sus amigos tenían
que cambiar sus cheques endosados, porque a Rogelio le importaba
poco o nada esa clase de cosas. Y tan poco le importaban, que la
más de las veces esos cheques se repartían entre su multitud eterna
de deudas en la tiendita de la esquina y el ayudarle a la gente más
necesitada ―como si hubiera realmente gente más necesitada que
él―, y él así lo consideraba, porque decía: “Rico no es el que tiene
mucho, sino el que no necesita nada”.
Quien por su propia decisión ha tomado el camino donde no hay
camino, forzosamente se encuentra con las represalias de un sistema
que no podría aceptarlo ni entenderlo. Un sistema que no podía sacarle
nada sino versos y palabras sobre la santidad y la renuncia de la creen-
cia en el mundo físico. Por eso decía: “mi poesía es para locos”.
El Arcano de El Loco se repite a lo largo de toda su vida. Venía de
una familia desunida por el alcohol. Tuvo una fuerte relación con su
hermano Simón, a quien dedicó varios poemas. Fue Simón quien
en varios momentos tomó la decisión de proteger a su hermano y
darle espacio en su casa, en un departamento aparte, donde Rogelio
improvisaba sus muebles y llenaba sus estanteros ―hechos, como
ya se dijo, con cajas de frutas― de libros y de poemas.
Por la inestabilidad económica, perpetuo sufrimiento que lo acosó
en toda su vida, se vio obligado a vender los libros que terminaba de
leer. Fue siempre un caminante de las calles. Poetizaba en el hueco
de la noche, bajo las farolas de los parques y en múltiples ocasiones
se quedaba a dormir en las bancas, y en invierno en los albergues.
Como gran conversador que era Rogelio, hablaba de Hayam

35
como de Lezama. Comprendía a Vallejo como a los latinos. Rogelio
tenía un conocimiento completo y se enorgullecía de su vasta me-
moria. Pese al prolongado abuso del alcohol que, recurrentemente
aquejó y alegró su vida, tuvo a bien mantener su vastísima memoria
habitada con poemas, mitos, historias, versos y fechas, aún hasta el
final de sus días, conservando un buen gusto por el tabaco sin filtro.
Era un hombre muy compasivo, que en el pequeño lugar donde vi-
vía hospedaba a los alcohólicos de la colonia, tanto cuando andaba
sobrio como cuando estaba bebiendo. Era un hombre que jamás
negaba un cigarro y si tenía para comer un plato de frijoles te com-
partía la mitad. Con sus alumnos era paciente.
Rogelio no pedía limosna. Siempre pidió prestado y todos sabía-
mos que con esas ayudas él se mantenía para comprar su despensa
y entregarse de nuevo a los libros. Claramente expresó en un video
realizado por el grupo Acto Pánico, titulado “Luz de Diosa blanca”
en el 2010, que: “Ser poeta es un trabajo de tiempo completo. No
se puede ser completamente poeta un día, y al otro un poco, y al
siguiente nada. Se es o no se es poeta… Hacer verdadera poesía es
un acto sagrado, es algo muy serio”.

Fotografía cortesía de Víctor M. Leiton. Encuentro de poetas en Veracruz 2009.

36
El poeta de la piedra filosofal
El mago. Arcano I

Capítulo II

Savignies escribió en la introducción al Misterio de las catedrales sobre


Fulcanelli:

Ya en su umbral, se entretiene largamente nuestro Maestro en el papel


capital de la Estrella, en la Teofanía mineral que anuncia, con certeza,
la elucidación tangible del gran secreto enterrado en los edificios religiosos.

Como en una construcción catedralicia y majestuosa, Rogelio


Treviño se adentra en el misterio de los símbolos que representan el
asenso del espíritu por el árbol cabalístico de la vida. Hay que en-
tender, primordialmente, que Treviño era un maestro de alta magia
alquímica. El propio título de Teofanía mineral con el que titulé mi
proyecto de poética sobre la mítica de la tarahumara, proviene de
las iluminaciones que devela Fulcanelli, para quien tiene el propó-
sito inmaculado de construir la catedral pétrea, la iglesia del cuerpo
cósmico, la piedra filosofal y así comprender el verdadero misterio
de las catedrales es alcanzar la iluminación.
Desde el primer poemario publicado a la edad de treinta años en
1983, Lámpara de la piedra, el poeta revela un conocimiento y un tra-
bajo espiritual avanzado. Me arriesgo a afirmar que ningún poeta o
escritor de su generación exploró a tal profundidad los altos cono-
cimientos de los misterios revelados; por lo cual estamos verdade-
ramente ante el mayor poeta místico del Chihuahua del siglo XX y
principios del XXI.

37
Es necesario entonces, entender la poesía mística de nuestro poeta
del Septentrión desde una perspectiva mágico-arquetípica, simbólica
y mística. Considerando los múltiples ensayos y análisis críticos so-
bre su obra, pese a esto y, a conocimiento de primera mano de la
intencionalidad del artista, podemos decir que la hermenéutica de
su obra se enmarca indiscutiblemente en el marco de la literatu-
ra mística. No se trata de palabras hermosas bien elaboradas, sino
del misterio del asenso en la alquimia del espíritu, por lo cual sus
poemas son pequeños tratados herméticos, en especial los libros de
madurez Rapsodia para una dama de ladrillos, La Virgen en el laberinto y en
su primer libro Lámpara de la piedra y La ventana en el árbol.
Rogelio Treviño, el poeta metafísico, desde su primera gran empre-
sa poética dio muestra de su hábil comprensión del conocimiento
esotérico. El propio título Lámpara de la piedra refiere a través de la
imagen de la lámpara a la luz del conocimiento divino revelado, y
en la piedra habla de Malkuth (el reino físico, la materia) y del más
alta sephira (Kéter) la cual representa la luz divina manifestada en la
cúspide del Árbol de la Vida: la piedra filosofal. Recordemos, como
bien explica Fulcanelli, la piedra representa la condensación mate-
rial, por esto lámpara de la piedra significaría: el conocimiento de Dios vive
y se manifiesta materialmente en mí. Recordemos que la búsqueda de los
antiguos alquimistas era la revelación de la piedra filosofal, a través
de la visita a las moradas filosofales o estados del ser que llevan al ca-
mino de ascenso, en las sephiras, en el Árbol de la Vida que se tradu-
ce como ascenso a la iluminación reflejada en la piedra filosofal, el
oro de los místicos. Por eso dice Treviño en Variaciones sobre una dama:

38
I
Apoyada sobre la palma de las hojas
―pequeño polvo fijo que el otoño disgrega―
te contemplo
busco tu nombre en la maleta de la noche
busco
en los ojos
en los oídos
en las manos
busco
encuentro signos pájaros estrellas viento
mariposas
todo girando dentro de ti
encuentro un árbol pero no tu nombre
y apoyada en las hojas te contemplo

La dama es el Ánima Mundi, es la energía vital de todas las cosas, de


la materia, es la energía por la cual las cosas se manifiestan, es la She-
jiná: la presencia en la tradición cabalística o el espíritu santo en la
tradición judeo-cristiana antigua y precristiana, inclusive preesenia.
Así como El cantar de los cantares se nos aparece en la interpretación
como un poema amoroso e inclusive erótico, en realidad es una des-
cripción del trabajo espiritual donde la dama, la esposa, es el alma
y el esposo es Dios. El acto amoroso es la conjunción. De la misma
manera Rogelio ocultó en este poema el camino de la búsqueda
del asenso en el árbol de la vida, es decir, el anhelo del crecimiento
espiritual. La dama es la Shejiná o fuerza motora cuya energía hace
posible el maya: el mundo de lo material como lo vemos, tocamos
y entendemos. Al decir: te busco en la maleta de la noche, regresamos al

39
fardo del Arcano 0, El Loco, pero también la maleta hace referencia
al cuerpo físico. Al decir: encuentro signos pájaros estrellas viento/ maripo-
sas/ todo girando dentro de ti; entonces quedan los símbolos bien cla-
ros, pues los signos pájaro, estrella, viento y mariposa significan: ángeles,
iluminación, fuerza vital y transmutación, respectivamente. Y dice:
encuentro un árbol, pero no tu nombre. Esto quiere decir que se encuentra
al inicio del Árbol de la Vida en la primera sephira, Malkhut, la mate-
ria, el Mundo; pero no encuentra el nombre que es en la tradición
cabalística el asenso hacia Dios, develando los nombres de Dios al
escalar por las sephiras. En el segundo poema nos dice:

II
Omnímoda
plegada en la extensión de mis globos
visuales
sobre los tejados y las ramas
y el espacio interior de los sombreros
en qué punto
en qué lugar el otro
sostiene como tú la presencia
Bethel de luz
Bethel
pez en el fondo
piedra
en otro tiempo
en otra estancia
adentro del espejo me dejaste entrever
mi rostro de mujer en los cristales blandos
de la atmósfera

40
“Omnímoda = de todos los modos”, como presencia se encuentra
en todo el espacio interno como externo, y se pregunta en qué lugar
el otro, que es el espíritu de Dios padre, sostiene la presencia de la
materia. Y luego dice: “Bethel = casa de Dios”, (el cuerpo) donde
en el fondo encuentra el pez (cristo interno) piedra (materia). Este
poema habla del trabajo de búsqueda interna hacia los caminos del
asenso y la comprensión teosófica. Su rostro de mujer es el encuentro
con su alma. Ánima, Animus. Los hombres tienen alma de mujer y las
mujeres, alma de hombre. Igualmente, en el último poema, Rogelio
Treviño da una pista, a manera de tratado hermético, sobre la ini-
ciación y dice:

III

Te he buscado hacia el fondo de mi propia


maleta
hacia la otra orilla
en el desván abierto
donde el sol gesticula una mueca lechosa
te he buscado
hacia el fondo del extremo opuesto
hacia la orilla
con el desván abierto
donde la luna llena graciosa su sonrisa
sobre un fondo negro
te he buscado
hasta la negación de mis sentidos
más allá del desván
en la secreta cámara del muerto

41
El desván abierto hace referencia a Kéter, y en la interpretación
física de las sephiras del cuerpo, a la cabeza, por lo tanto, habla de la
búsqueda con la mente abierta. El siguiente verso es de mayor com-
plicación para la interpretación lineal y sin referencias herméticas y
dice: Donde el sol gesticula una mueca lechosa, y significa que ha recibido
signos de la sabiduría celestial en la referencia a la leche de virgen. El
sol es el centro de la vida espiritual y de las fuerzas de la vida. El
Loco está mirando hacia el cielo mirando al sol, como queriendo
alcanzarlo. En el Arcano El Sol es inteligencia viviente y consciente.
La entelequia que reconocían los filósofos medievales como primer
motor que es el amor, pero que es también la inteligencia univer-
sal, el universo inteligente. Como se puede ver claramente, Treviño
era un poeta solar. La mueca lechosa habla de una revelación aún
oculta, y que para mayor referencia sobre el símbolo lácteo nos dice
Fulcanelli:

… Ahora bien, sabemos que los autores antiguos llaman a la materia de


la Obra ‘nuestra magnesia’ y que el licor extraído de esta magnesia recibe
el nombre de ‘Leche de la Virgen’… La mitología la llama Libethra, y
nos cuenta que era una fuente de Magnesia, cerca de la cual había otra
fuente llamada la Roca. Ambas brotaban de una gran roca que tenía la
forma de un seno de mujer; de suerte que el agua parecía brotar como
leche de dos senos.

Más adelante dice el poeta con el desván abierto que hace referencia a
la mente abierta, y sigue: más allá del desván/ en la secreta cámara del muerto.
Todos los versos hacen referencia al trabajo de un joven iniciado en
alquimia, que en ese momento era Rogelio, un joven en la década entre
los veinte y los treinta años, en la búsqueda de su ascensión espiritual. El

42
último verso (la secreta cámara del muerto), puede iluminarnos de igual
manera las siguientes palabras de Fulcanelli:

Si la materia no es corrompida y mortificada ―dice esta obra―, no


podréis extraer nuestros elementos y nuestros principios; y para ayudarnos
en esta dificultad, os daré señales para conocerla…es preciso que se ad-
vierta cierta acidez y que aquélla tenga cierto olor de sepulcro.

La anterior cita no refiere a la muerte física, sino a la descomposi-


ción de aquel objeto de transmutación. Todo aquello que debemos
trabajar en nuestras vidas y que debe ser transmutado, debe pasar
por el proceso de la descomposición y de ahí la simbolización refe-
rente a la muerte. Así como si queremos ser dadivosos, debe morir
el egoísmo, éste no podrá ser exterminado si no se le transmuta de
plomo en oro.
Para Rogelio la “obra del artista” era tanto literal como simbólica,
en el significado alquímico, es decir, que no diferenciaba el trabajo
espiritual del trabajo literario, ambas iban paralelamente marcando
sus pasos para llegar a la gran Obra. El resultado de un espíritu
“trabajado” en el conocimiento y la práctica espiritual, en la sabi-
duría, debía dar por resultado “la obra de arte”. Es por eso que para
comprender gran parte de la obra poética de Treviño es necesario
ubicar sus símbolos en el marco del conocimiento gnóstico. Aún en
Septentrión se sigue viendo la interpretación alquímica y cabalís-
tica, como cuando dice: La sombra de los hombres en el árbol del cosmos.
Su obra cumbre: Septentrión. Las siete estrellas de la Osa Menor, des-
pliega un gran lirismo, una consumación de la palabra y el verso en
una musicalidad diamantina, característica del poeta solar. Es el pri-
mer poema épico que se escribe para Chihuahua y en él se retrata

43
una majestuosidad de sus paisajes, sin ser paisajista. Tal como dijo
Gabriel Trujillo en la introducción: “Es un poema mayor. Y aquí
mayor no implica sólo el número de sus versos o la extensión de su
aliento, sino su hechura misma, su concepción, su visión y estructu-
ra”. Desde su inicio, Septentrión despliega su magistral construcción
en el verso inicial: subterráneo Jardín de rosas vítreas/ diálogo de espejos/
Los hilos de la luz tejen y destejen el canto/ Vidrio inmenso del Norte/ Sueños
de luz/ rostros/ Memorias. Estos versos han quedado en el inconscien-
te colectivo de los chihuahuenses y han crecido como raíces en la
memoria.
Otro precedente importante a la obra de Septentrión es el poema Hikurí
de José Vicente Anaya. Aunque son dos poemas completamente dife-
rentes, nacidos de influencias distintas y motivaciones diferentes: uno
por un lado desciende de la generación beat, mientras que el otro es
más cercano a T.S. Eliot. Hikurí es un viaje que se asemeja a Aullido de
Gingsberg, mientras que Septentrión es un poema épico, cuyo lirismo re-
vela la historia de Chihuahua, entre los recuerdos y el paisaje, la historia
y la espiritualidad del Ciguri. Hikurí es alucinante, y en ese viaje místico,
metafísico, pues se desprende de los órdenes cotidianos del mundo y se
vuelve más sicodélico; por otra parte, aunque Hikurí es un poema de
largo aliento también, no es un poema propiamente épico, sino aluci-
nante, como el relato de un viaje interno. Ambos son dos grandes poe-
mas, pero Septentrión es el primer poema épico para Chihuahua. Cada
uno tiene su propio valor.
Pero regresando al tema del poeta esotérico, el Arcano El Mago,
el segundo trabajo en la escala del conocimiento del Tarot, y el nú-
mero uno, se revela cuando el hombre es capaz de hacer magia. No
fue ni una, ni dos veces, en las cuales Rogelio realizaba magia en su
vida. Intento ser clara a la manera en la que Rogelio era un mago.

44
Por ejemplo, llegaba a suceder con frecuencia que Rogelio andaba
necesitado de dinero y por medio de la fe y la invocación y confianza
en el espíritu se encontraba dinero tirado. Viajaba sin dinero, sola-
mente con lo que llevara puesto y el poder personal de ser un mago.
Su vida cotidiana se establecía en una serie de redes de conexiones
y coincidencias entre sus palabras y los hechos, donde se adelantaba
a los acontecimientos y tenía visiones del futuro. Rogelio afirmaba
que había logrado crear a través de la meditación un puente con
otras realidades paralelas. Para cualquiera medianamente conoce-
dor de la psiquiatría, habría definido esto como episodios esquizoi-
des. Pudiera ser o no ―y realmente no importa―, las definiciones
médicas occidentales al respecto, pues Rogelio vivía realmente en
una región entre dos dimensiones, en una realidad aparte y era un
hombre que se puede decir cuerdo, lúcido y constantemente altera-
do de la conciencia ordinaria, imbuido en una iluminación. Algu-
na vez llegó a comentarme que veía hadas y espíritus elementales.
Todo pudiera haber sido sólo una mera alucinación de él, pero en
una ocasión escuché la voz de un ser que Rogelio describía como un
elemental, al que llamaba cariñosamente Fratelita, que pertenecía a
una especie de elementales llamados fratelis y eran hadas. También
tengo múltiples testimonios de sus amigos cercanos que vieron o
escucharon a las fratelis cuando estaban en presencia de Rogelio.
Inclusive en el video Luz de diosa blanca, se puede escuchar cuando
canta el Yúmare Gare, que se escucha la voz de un chamán en estado
de trance mientras Rogelio canta. Ante esto se pensaría que pudo
haber sido manipulado con sintetizador, pero no es así. En la entre-
vista con uno de los realizadores ―Iván Martínez― y responsable
técnico, me explicó que la voz que se escucha entre el canto de
Rogelio no estaba en el momento de la grabación. Y claramente

45
no es la voz de Rogelio pues se escucha con claridad que él seguía
cantando esta invocación.
Entiendo que al lector esto le parezca una fantasía y no es mi
intención convencerlos de los extraños hechos paranormales que
acontecieron en vida del poeta, y del cual varias personas fuimos
partícipes. Tampoco tengo que convencer a nadie. Puede escuchar
usted, estimado lector, la canción en la siguiente dirección de You-
tube y crear sus propias impresiones de lo que allí se escucha en el
video documental: Entre la luz de diosa blanca.1
En la ocasión de la cual fuimos partícipes mi esposo y su servido-
ra, invitamos a comer a Rogelio y nos quedamos platicando hasta
tarde y comenzaba a caer la tarde, entonces fue cuando dijo: “debo
irme porque es hora de mi meditación y ya me están llamando las
fratelis”. En ese momento escuchamos una vocecita femenina y deli-
cada que dijo: “Vamos, Rogelio, se nos hace tarde”. Quedamos pas-
mados. Cuando lo vimos partir mi esposo y yo dijimos al unísono:
“¿escuchaste eso?”. Ya en ese estado de asombro nos respondimos
“sí” al mismo tiempo. De nuevo preguntamos a una voz: “¿Qué
escuchaste?”, contestando: “Vamos, Rogelio, se nos hace tarde”.
Esta clase de fenómenos extraños eran comunes y nada extraños
en la vida cotidiana de Rogelio. Él en verdad era un mago, un hom-
bre que habitaba entre dos dimensiones. Por eso él repetía: “Esto es
sólo para locos”. Todo logro espiritual es invisible. No hay medallas
al mérito espiritual, ni trofeos para el chamanismo, ni evidencia su-
ficiente. Alguna vez, cuando apenas nos hicimos amigos, allá por
1999 ―yo tendría veintidós años y acaba de publicar mi primer
poemario El jardín del vértigo―, pasó por mí a la casa donde vivía
con mi madre en la calle Ramírez y 12. Los dos estábamos traba-

1 Dirección web del video: https://www.youtube.com/watch?v=WSTkW6SG3D4

46
jando en un experimento místico-psico-cuántico para comprobar
la teoría de los arquetipos de Jung y estábamos en el asunto de que
yo iba a aprender de Tarot sin ver en ningún momento las figuras
retratadas en las cartas. El experimento consistía en que a través de
los sueños me serían reveladas las imágenes y poco a poco me las
iría explicando Rogelio. Y así fue como yo aprendí los Arcanos del
Tarot. En el primero de esos sueños se me revelaron 7 hombres en
un espacio oscuro y vacío, solamente sus figuras estaban iluminadas,
lo suficiente para hacerse visibles en aquella nada. Los 7 hombres
estaban vestidos como rabinos y usaban los caireles y las barbas dis-
tintivas de su religión. Los 7 me recibían y el séptimo me daba una
revelación ―que por más que intenté no pude recordar―, pero el
sueño quedó impregnado en mí, aún hasta la fecha.
Rogelio caminaba atento, ambos mirábamos el suelo, era nues-
tra costumbre para no tropezarnos al andar en nuestras dilucida-
ciones. Entonces me dijo: “¡Muchacha! Eso es algo muy grande.
¿Estás segura de que tenían los caireles y los sombreros?”, ante lo
que respondí: “Sí, estoy totalmente segura Rogelio, ¿por qué?, ¿qué
significa?”. “Significa que te están recibiendo como estudiante de
la luz ―explicó Rogelio, muy contento―. No cualquiera tiene un
sueño como ese”. Como íbamos caminando mirando nuestros pies,
el sol reflejaba estiradas nuestras sombras como seres alienígenas.
De pronto observé que la sombra de Rogelio no se movía simultá-
neamente a los movimientos de su dueño. Entonces, asustada, vol-
tee a ver a Rogelio para cerciorarme de lo que estaba viendo. Él ha-
blaba y hablaba y hablaba, como siempre, concentrado y contento,
emocionado con lo que iba diciendo. Yo volteaba entonces a mirar
la sombra y la sombra iba bailando. Rogelio apenas si se movía
poniendo su cigarro en la boca y su mano en el bolsillo. Miré nue-

47
vamente al suelo y veo que la sombra da un salto, chocando los ta-
lones. “¡Ah!”, solté a modo de un grito comprimido. “¿Qué pasa?”,
preguntó Rogelio. “¡Tu sombra! ¡Tu sombra!”, grité, alejándome
corriendo y me quedé más allá, asustada, parada en la esquina, a
media cuadra de él. Rogelio, confundido, continuó preguntando:
“¿Qué te pasa?”. Yo estaba en pánico y salí corriendo. Poco después
platicamos de lo que sucedió y le dije que su sombra brincó, ¡cho-
cando los talones!, como diciendo ¡Eureka! ¿Qué clase de persona
hace eso? Rogelio se río y me contó una parte del libro de Taisha
Abelar, discípula de Castaneda y de las enseñanzas de Don Juan.
En ese pasaje Taisha había observado el mismo fenómeno con la
sombra de Clara. Rogelio siempre me decía: “Lee a Taisha Abelar,
lee Donde cruzan los brujos”. Yo estaba harta. Cuando me explicó lo
de la recapitulación y los parásitos energéticos, menos quise leerla.
En otra ocasión, cuando viví en su casa de la Junta de los Ríos,
Rogelio se estaba luciendo conmigo mostrándome sus movimientos
de karate y me dijo: “¿Quieres ver un pase brujo?”, a lo que res-
pondí: “Órale!”. Ahí estaba, animada, ingenua, inocente, aniñada e
ignorante de lo que estaba a punto de presenciar. Rogelio hizo unas
respiraciones, se concentró, se tomó su tiempo, luego se arqueó por
completo como un contorsionista y pude ver que, sin dejar de estar
arqueado, se levantó su torso, como si fueran dos personas. Ante
mí estaban dos imágenes extrañas en realidad: el que estaba de pie
no era transparente, era idéntico y era como si estuviera desdobla-
do, como si fueran dos Rogelios. Luego se levantó y de repente, en
un movimiento rápido era uno solo otra vez. No daba crédito a lo
que estaba viendo. Sé que no pestañeé porque no podía hacerlo
del asombro. Pensé que aquello era algún tipo de prestidigitación o
ilusionismo, que de cualquier manera era un truco muy elaborado.

48
Este mismo fenómeno viene descrito en el libro Por donde cruzan los
brujos de Taisha Abelar.
En otra anécdota al respecto, estábamos en la presentación del
libro La lámpara en el granero. Luis Y. Aragón y su servidora éramos los
presentadores. Mientras Rogelio estaba leyendo, nosotros vimos pa-
sar volando un pequeño ser del tamaño de un pájaro, pasó rápido,
era como una sombra, pero su forma era la de un hada. Nos vol-
teamos a ver Luis y yo, me dijo: “¿La viste?”, ante lo que respondí:
“¿Tú también la viste?”. Era una de sus fratelis. Miré a mi esposo al
otro lado del recinto y él también estaba asombrado. Me hizo señas
de: “¿Viste eso?”. Los más cercanos amigos de Rogelio sabíamos
de primera mano que él estaba realizando en aquellos días ciertos
ejercicios mágicos que le permitían atravesar entre “realidades” y,
según testimonio de primera mano, había estado en contacto con
espíritus elementales: hadas, elfos y fratelis. Las personas que dijeron
haber presenciado el vuelo de estos seres durante la presentación
del libro en la Casa Redonda, Museo de Arte Contemporáneo de
Chihuahua fueron: Luis Y. Aragón, Gonzalo García Terrazas, Jorge
Guerrero de la Torre, Saúl Vázquez, Elmanidia Varela, Ricardo
Pérez Jasso, como también varios de los demás asistentes y su servi-
dora. Y a menos que todos estuviéramos alucinando podría haber
varias explicaciones paranormales a lo que sucedió, pero no una
explicación en una lógica materialista reduccionista.
Cada año, Rogelio había estado realizando sus preparativos es-
pirituales para Semana Santa. Dichos preparativos consistían en
meses de oración y meditación que empezaban desde la Navidad, el
nacimiento de Cristo, hasta la Semana Mayor, en que Rogelio se di-
rigía al desierto con rumbo a Jiménez en busca de “Los remedios”.
Los Remedios es una hacienda privada de un amigo que le permitía

49
de vez en cuando hacerse cargo de los borregos y las chivas. Así
tenía temporadas de vivir como pastor de ovejas. El solo hecho de
ser pastor regocijaba a Rogelio ―así de imbuido estaba del espíri-
tu― y después de sus oraciones y ayunos se iba al ritual de Jícuri.
En esas ocasiones visitaba a su amigo, el fotógrafo Rosendo Francis-
co Muñoz y a la poeta Edna Ojeda. Con ambos y por separado, se
iba a realizar la culminación de sus rituales, buscando a Jícuri tras
varios días de ayuno. Se tomaba todo el tiempo que fuera necesario.
Rogelio contaba que a veces Jícuri no se deja encontrar, y eso siem-
pre ocurría cuando las personas que lo buscan no son dignas de la
experiencia mística.
Rogelio no solía confesarle a todo el mundo sus experiencias
místicas, porque estaba consciente de que no todos son personas
aficionadas o profesionales de la lectura, o tienen la mente lo sufi-
cientemente abierta para darle un lugar a los acontecimientos pa-
ranormales, espirituales, místicos y de la interpretación esotérica.
Constantemente hacía por esto la diferencia entre los poetas entre-
gados a la Diosa blanca de la poesía y los poetas profanos que no
son poetas, porque él sabía que para las mentes obtusas respecto a
lo espiritual lo que no entienden lo convierten en objeto de burla.
En la última ocasión regresó a Chihuahua con una obra en mente
y parte escrita: La virgen en el laberinto y me dijo: “Esta es mi obra pós-
tuma, me fue revelado”. Al siguiente año estuvimos en el último En-
cuentro de Mujeres Escritoras en Huejuquilla y entonces tomé video de
su lectura. Hasta el momento, es el único video de Rogelio leyendo
de voz propia este documento. Tal vez aún se conserven los videos
de las lecturas realizadas en las presentaciones de libros y en los
encuentros. La lectura del poema puede encontrarse en Youtube.
Los múltiples y extraños acontecimientos que narran las personas

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que lo conocieron, terminan con la última anécdota de Marco An-
tonio Esparza ―joven escritor―, quien comparte que pocos días
antes de su funeral, Rogelio le confesó haber alcanzado a crear el
doble. Según la opinión de este testimonio, él considera que quien fue
velado y cremado fue el doble, pero que Rogelio aún está vivo. En
mi corazón, a veces, quisiera creerle. Esparza me confesó haberse
encontrado con Treviño la semana pasada al día de su funeral y
que Rogelio le dijo ―parafraseo el testimonio―: “Me han estado
pasando cosas muy extrañas, como si estuviera muerto, pero estoy
aquí ―dijo, riéndose con alegría― si te contara las cosas que me
han estado pasando. Creo que alcancé a lograr el doble”. Es preciso
mencionar que el poeta falleció el 6 de enero del 2012 y su funeral
fue a finales de febrero debido a que su cuerpo no había sido reco-
nocido hasta entonces.
Tras la muerte del poeta, mis pasos se dirigieron a la búsqueda de los
testimonios de todos aquellos amigos que lo conocieron y que fueron
testigos de estas y muchas otras experiencias interesantes en torno a
Rogelio, el chamán urbano, Rogelio el poeta y Rogelio el hombre.

Fotografía cortesía de Rosendo Muñoz. Rogelio en ceremonia previa a Jícuri en el Pegüis.

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Arkhazul, el poeta transfractal
Entrevista con Saúl Vázquez

Capítulo III

Conocí a Saúl Vázquez hace ya tantos años que no puedo recordar


con precisión. Yo tenía como veinte años y Saúl, que estaba llegan-
do a los treintas o pasándolos apenas, me parecía un señor joven,
pero un señor ya adulto. Habíamos estado conviviendo en la casa
del poeta Enrique Servín en una de las últimas fiestas que recuerdo
que hiciera en su casa de la Coronado y Cuarta, mejor conocida
por la comunidad literaria como “el jonuco”. En la vaguedad de la
memoria me parece haber jugado y perdido un juego de Go contra
Saúl, pero no solía ser una buena perdedora y creo que terminamos
discutiendo. Luego volvimos a encontrarnos en una fiesta para ir a
ver una lluvia de estrellas. En varias ocasiones durante los últimos
años volvimos a reencontrarnos gracias a Treviño. Con Saúl co-
mencé a realizar la recuperación de los textos editados e inéditos
de Rogelio. Saúl había sido uno de sus grandes amigos. Comencé a
buscarlo a través del Facebook para poder reencontrarnos. Nos ha-
bíamos visto por última vez en la presentación de la segunda gene-
ración de los mini-libros de la editorial Poetazos, en el Café Kaldi de
la calle Bolívar y, antes de ese día, en el funeral de Rogelio. Acorda-
mos de vernos. Llegó un día a mi casa de improviso. Él había estado
bebiendo, pero se encontraba bastante bien. Se veía contento de
estar reunidos nuevamente. Lo invité a pasar a mi estudio, le serví
un café para que lo tomara con mezcal y comenzamos la entrevista:

Reneé Acosta.- ¿Cómo conociste a Rogelio?


Saúl Vázquez.- Fue Ricardo Rivas quien alguna vez me llevó a

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su casa de la calle Yucatán no. 10 en la colonia Industrial. Sería en
1983. Ese día llegaron también los Eskirlos (Rodolfo, Luis, el General
y Jimmy Lozano, Q.E.P.D.). No sabía yo de qué se trataba, pero vimos
la película de Pink Floyd, La Pared. En ese tiempo yo era muy serio,
ninguno de ellos era mi amigo. Yo sólo era un invitado del Richy.
R.A.- ¿Cómo era Rogelio en aquella época? ¿A qué se dedicaba?
¿Cuáles eran sus proyectos en ese momento?
S.V.- Richy me dijo que era poeta. Richy siempre me llevaba con
artistas, músicos, pintores, gente que escribía, escuchaba buena música,
algunos estudiaban filosofía en la UACH. Tiempo después, en otras
reuniones lo escuché leer sus poemas en casa de Gabriel Ortiz, fumába-
mos yerbaniz con eucalipto y siempre había cerveza. Todo era siempre
alucinante para mí, mágico. Esa vez alguien tocaba un instrumento de
viento, creo que era Sergio, también que en paz descanse.
R.A.- ¿Quiénes eran las personas que más frecuentaba en Ciudad
Juárez?
S.V.- Aquí hay un salto temporal. Él vivió en Juárez antes de yo
conocerlo. De hecho, fue a partir de febrero de 1989 que nos hici-
mos amigos, precisamente al irme a vivir a esa ciudad, fue Richy
quien me recomendó visitarlo, conectándonos definitivamente. Por
cierto, creo que fue un día de la Amistad, jejeje…
R.A.- ¿Qué libros consideras que son las obras perdidas de Rogelio?
S.V.- Hay algunas cosas no recuperadas, espero que aún existan.
Él me dijo que una poeta de Ciudad Juárez se quedó con esos poe-
mas en un diskette, de esos que se usaban en los 90’s. Fue en un tiem-
po en que andaba muy metido en la “tomadera” [sic]... Supongo
que Dolores pensó adecuado resguardar esos poemas. La dulce nave
o La diosa botella son nombres que tienen que ver con ello. Me leyó
poemas un día en una cafetería, que creo está en la parte baja del

53
Hotel del Norte. Tal vez aún exista. Me compartió algunos, franca-
mente cifrados en términos cabalísticos; también fragmentos inicia-
les de La mujer que no fui. Hay algo muy anterior que me platicó, se
llama Música para un cuerpo, algo para ambientar una obra danzística
de Sagrario Silva... creo que con música de Rubén Tinajero. Cór-
dones para Susana (Susana Chávez, también Q.E.P.D. Ufff … cuánta
gente se ha ido). Te hablo de charlas casuales de muchos años atrás,
de manera que si nombro a alguien equivocado o no, también pue-
de aportar algo a tu rescate.
R.A.- ¿Qué proyectos fueron los que se quedaron inconclusos o
sin realizar?
S.V.- Esto sí lo sé de primera mano, porque fueron ya los años
en que creció nuestra amistad. Hablábamos de una nueva poesía,
de una poesía dinámica y multidimensional surgida de una visión
que estaba naciendo dentro de la percepción misma. Era algo que
cada quien habíamos pensado en nuestras propias experiencias, in-
cluso en experiencias compartidas. Esa visión poliédrica de un ojo
suprasensible y casi omnisciente. La nueva poesía tenía o tiene que
representar tal manera de ver. También has sido antena de esto con
tus acercamientos, me refiero a tu libro La Metafísica del ojo, que, aun-
que no he leído, ya me dice mucho del enfoque de tu intento. Aquí
hablo en términos de Castaneda y nada necesito explicar. Tal vez
para otros, pero no para ti. Pues bien, una poesía cuántica o fractal,
no lo es por utilizar un cierto lenguaje relativo a conceptos de la
física cuántica. No basta decir “cuántico” para decir que se escribe
“poesía cuántica”. Leí casi todo lo relacionado a ello en el internet.
Háganlo ustedes y ya verán que no existe “aún” tal poesía. Bien,
volviendo a la pregunta, hubo un proyecto cercano a esta forma de
visión axial, se llamaría Esferemas, el poema esférico. Por supuesto,

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no basta decir “esférico”, ni hacer caligramas redondos o tridimen-
sionales. Puede hacerse, pero más que nada, es necesario crear con
las palabras, con sus imágenes intrínsecas, con su dinámica radial,
visual para el oído interno la sensación de esfericidad. Otro proyec-
to que creo significativo fue el de Poemas andróginos, igual que lo ante-
rior, la androginia del poema no la da sólo el vocabulario utilizado,
sino la dinámica interactiva de dos esencias arcanas convertidas en
sensación a través del trabajo poético encarnado en palabra.
R.A.- ¿Cuántas obras plásticas realizó Rogelio?
S.V.- Utilizó tres técnicas: El repujado en lámina de aluminio; el
pirograbado en madera, y el marcador sobre acetato. Yo mismo le
compré cuatro que están extraviadas. Hay una en Irlanda y muchas
otras con amigos. Sí da para una exposición. Los temas, las imáge-
nes, dejaban asombrados a la mayoría. Siempre temas alquímicos,
taróticos, cabalísticos y una distorsión que era como su firma en
algunos de sus trabajos: la deformación de una mano que de pronto
crecía descomunal, hay acercamientos literarios y psicoanalíticos al
fenómeno del contraste o amplificación de la mano izquierda. Un
tema, aunque complejo, de gran interés para cualquier creador.
R.A.- ¿Qué recuerdas de la amistad de Rogelio, el Gordo Durán
y el Chato Reyes?
S.V.- No fui testigo, pero seguido los aludía. Septentrión, el uso de
tal nombre en el poema de Rogelio, me dijo que fue parte de una
obra que tenía en mente el Gordo, pero que este no sabía cómo
comenzar. Rogelio le pidió entonces usar este nombre para su co-
nocido poema. El Chato Reyes ilustró el primer libro de Rogelio:
Lámpara de la piedra. También lo menciona en La mujer que no fui.
R.A.- ¿Cuáles fueron las lecturas más importantes de Rogelio?
S.V.- Él me dijo que su maestro de lectura fue José María Chema

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Lugo. Le dejaba de tarea leer una pila de ocho o diez libros, para
después comentarlos… nada de que “los leí a medias”. Los clásicos,
alquimia, mitología, religión, sufismo, hinduismo, zen, gnosticismo,
cábala, psicoanálisis, por supuesto poesía, novela y últimamente sobre
cuántica, etc., o etcétera, como solía decir. Siempre fue un gran lector.
R.A.- ¿Qué puedes contarnos acerca del aspecto mágico reli-
gioso en la concepción espiritual de Rogelio? ¿Quiénes y qué eran
las Fratelis?
S.V.- Es un tema bastante complejo. Sus padres fueron muy cató-
licos. La Virgen. La Misa. El Padre Porras. Su último poemario: La
Virgen en el laberinto… su percepción sufrió un cambio en los finales
años [sic]. Percibió algo y primero comenzó a dibujarlo. El piso era
una especie de frontera en cuyo debajo existía otro mundo... llega-
mos a verlo juntos, la profundidad más allá de la superficie. Quería
dibujarlos, a la manera de quien los fotografía para poder dar tes-
timonio. Había un problema técnico que finalmente resolví para
que él pudiera traer las imágenes de ese mundo al otro lado. Fueron
los acetatos. Pasó días y noches dibujando sobre el suelo, usando
los acetatos como pantallas o visores. Fue ahí cuando me habló de
Almaclara y de las Fratelis. Son energías que se personifican según
el perceptor. Pero hay cierta unidad de carácter y contenido en las
descripciones de quienes las han visto. Puedo hablar más de esto,
pero son mis interpretaciones, una mezcla de lo que he leído aquí y
allá con las descripciones de Rogelio entendidas a mi manera y con
mis inevitables prejuicios.
R.A.- ¿En qué revistas publicó Rogelio?
S.V.- Creo que primero fue en Palabras sin arrugas, Metamorfosis (re-
cién resucitada), Synthesis, Entorno (de la UACJ), Solar y otras que no
recuerdo. No buscaba demasiado ser publicado. Lo invitaban y él

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aportaba algo.
R.A.- ¿Conoces de alguna otra publicación que haya hecho Rogelio?
S.V.- Hizo un libro con su amigo, el pintor Antonio Ochoa de
edición casera, un poemario que se llama Ceugant, el hombre que se
venció a sí mismo. Es muy diferente a los demás libros de Rogelio, está
en verso. Me dijo que lo escribió en una noche. Estaba en trance,
como si alguien se lo dictara. Debe ser así, ya que todos saben que
siempre usaba el verso libre.
R.A.- ¿Qué recuerdas de la etapa de Palabras sin arrugas?
S.V.- Aún no conocía a Rogelio, aunque llegué a ver algunos
ejemplares. Eran jóvenes, algunos periodistas, mujeres también, ha
pasado mucho tiempo.
R.A.- Platícame acerca de los dibujos de Zesati, ¿se pueden con-
seguir?, ¿salieron publicados alguna vez?
S.V.- Zesati es un gran dibujante, siempre me ha gustado su obra,
onírica y fantástica. Supe que estaba usando el aerógrafo pintando
a color, ya que antes hacía viñetas con tinta china. Muchos años sin
verlo. No fuimos amigos. Ilustró algunos poemas de Roger como
La canción en la torre. Alguna vez compré esa viñeta. Pero la perdí,
maldición… Hay una publicación de la UACH con algunos de sus
dibujos ochenteros. También hay obra diseminada en la revista Syn-
thesis y otras.
R.A.- ¿Quiénes fueron las grandes mujeres de la vida de Rogelio?
S.V.- Laura y sus hijas. Lo vi llorar por ellas muchas veces…
R.A.- ¿Cómo recuerdas la lucha de Rogelio contra el alcohol?
S.V.- Siempre luchaba contra eso. Tuvo muy buenas temporadas
sin beber. Cuando no tomaba solía ser más alegre y hacer planes.
Leía mucho más, escribía también más. Era siempre brillante to-
mado o sin tomar, salvo cuando la “tomadera” ya llevaba días y

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entraba una especie de letargo y desidia y ese afán de seguir y seguir
a como diera lugar.
R.A.- ¿Qué me puedes decir del proyecto La casa quemada?
S.V.- Cuando pasó lo del incendio lo encontré afuera de Logos,
fuimos a ver la casa quemada y nos quedamos tres días entre el
hollín y vigas carbonizadas. Tiempo después me dijo que quería
escribir un libro que se llamaría La casa quemada, aunque pienso que
después no quiso recordar el asunto.
R.A.- Rogelio trabajó en Ciudad Juárez con un pintor. ¿Qué sa-
bes acerca de esta relación de trabajo y sus obras?
S.V.- Fue “chícharo” [sic] de Miguel Ángel; en esa temporada
dejó de beber. Me dijo que Miguel Ángel fue su benefactor en ese
tiempo. Imagino que es una gran persona. Rogelio estaba muy
agradecido con él. Le consiguió un departamento, muebles.
R.A.- ¿Qué grandes figuras de la literatura y el arte nacional es-
tuvieron vinculadas con Rogelio?
S.V.- Alguna vez me dijo que Juan José Arreola le había regalado
su máquina de escribir. En un encuentro literario conoció a Edmun-
do Valadés. Amanecieron tomando y caminando por el malecón.
Fue amigo de Carlos Montemayor, Ignacio Solares, Jesús Gardea,
Efraín Bartolomé, Víctor Hugo Rascón Banda, José Vicente Anaya,
Alí Chumacero, Roberto Ballarino, José María Lugo. Me dijo que
Carlos Monsiváis escribió una reseña de su libro Lámpara de la piedra,
en La Jornada, cuando recién lo publicó la UNAM.
R.A.- ¿Cuál fue su relación con Alí Chumacero?
S.V.- Sé que Chumacero estuvo varias veces en Ciudad Juárez en
la cervecería La Brisa, donde se realizaban lecturas. Tal vez ahí se
conocieron. Pero en ese tiempo no éramos amigos, sólo conocidos
a la distancia.

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R.A.- ¿Qué relación tuvo Rogelio con el historiador Francisco R.
Almada y con José Fuentes Mares?
S.V.- Hay algunas cosas que desconozco, pero me dijo alguna vez
que solía conversar con ellos cuando era un muchacho. Mi informa-
ción, con algunas lagunas, es a partir de 1989, cuando nos hicimos
amigos.
R.A.- ¿Hubo críticas positivas sobre la obra de Rogelio? ¿Quiénes
las realizaron? ¿Fueron publicadas?
S.V.- Comenté más arriba lo de Monsiváis. Quedó también entre
los cien personajes del siglo del estado de Chihuahua. Los amigos
mencionados arriba, sabían de la calidad de su obra y seguramente
también hablaron de ello.
R.A.- Háblanos sobre las experiencias sagradas de Rogelio en
Oaxaca.
S.V.- Fueron cosas de su juventud... me dijo que con un par de
amigos se fueron a Oaxaca de raid [sic]... eran hippies, querían co-
mer hongos y lo hicieron. Pajaritos, Derrumbe [sic]. Comían man-
gos que cortaban de los árboles, dormían en la playa. Los trataron
bien, eran unos chicos viviendo su experiencia.
R.A.- Platícanos de las experiencias en el Tutuguri de Rogelio en
la Tarahumara.
S.V.- Tenía especial admiración por Antonin Artaud. Viaje al país
de los Tarahumaras es un libro que induce a la experiencia mágica. Esa
parte es muy antigua., Rogelio siempre buscó lo mágico y siempre
hubo magia a su alrededor. No conozco este fragmento.
R.A.- ¿Es cierto que Rogelio estuvo en Avándaro?
S.V.- No lo creo, al menos no me platicó sobre tal cosa. En su viaje
al sur sí estuvo en Valle de Bravo, tal vez fue lo que quiso decir.

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R.A.- ¿Es cierto que Rogelio conoció a la hija de María Sabina en
su experiencia con hongos en Oaxaca?
S.V.- Desconozco el dato, pero en ese tiempo María Sabina aún
vivía y si estuvieron ahí es probable.
R.A.- ¿Qué buscaba Rogelio a través de la experiencia con en-
teógenos?
S.V.- La cultura sesentera siempre buscó la experiencia mágica,
los libros de Huxley, Michaux, Castaneda, Wasson. La influencia
Beatnik, Burroughs y tantos otros visionarios, no sólo de la expe-
riencia, sino también de la literatura, la música y el arte en general.
Era básicamente imposible que un joven poeta no aspirara a experi-
mentar otras visiones, otras dimensiones. Un libro de Cábala inicia
con esa sentencia: “Ve te”. Ve hacia ti mismo. El clásico pitagórico
Conócete a ti mismo nunca pasará de moda para el ser que se busca a
sí mismo. “¿Y usted, trabaja sobre sí mismo…? Porque yo trabajo
para mí misma…” [sic], frase reiterada con que termina uno de sus
relatos de El amor sólo cambia de rostro.
R.A.- Platícanos de la relación de Rogelio con Ricardo Pérez Jaso.
S.V.- Se conocieron a los 14 años en el Pentatlón. Ricardo era
gimnasta, excelente en el potro con arzones. Rogelio era karateca de
certámenes. Ricardo prefirió la bebida. Rogelio se hizo poeta, aun-
que siempre mantuvo aptitudes físicas, todavía recién [sic] podía
levantarse del piso estando acostado con sólo proyectar con fuerza
los pies y caer casi parado. Era bueno para los golpes jejeje…
R.A.- ¿Qué recuerdas de los últimos días en la vida de Rogelio?
S.V.- Lo miré en el ICHICULT. Una amiga suya de Jiménez le
regaló 100 pesos, unos cigarros Delicados, una botellita [sic] y tal vez
algo de comer. Luego nos acompañó al centro, se fue a comprar
unos lentes al Pasito. Tenía la mirada apagada. Sentía que ahora

60
había una barrera entre nosotros. Ni él ni yo podíamos hacer nada.
Después de tanto tiempo de caminar juntos de día o de noche en
Chihuahua o en Ciudad Juárez. Cada quien tomamos nuestro ca-
mino. Así fue.
R.A.- ¿Considerarías que la muerte de Rogelio fue un suicidio
grupal?
S.V.- No. Siempre decía: “Soy borracho, pero no pendejo”. Se
fue debilitando y esa noche hizo más frío, aunque estaban cerca de
donde dormían... a veces entra un sopor que te cierra los ojos y eres
capaz de dormirte en las mismas vías del tren.
R.A.- ¿Cómo afectó a Rogelio la muerte de la poeta Susana Chávez?
S.V.- Tenía casi tres años sin tomar. Un año antes de su propia
muerte me dijo llorando que habían matado a Susana. Ahí fue
cuando volvió a la tomada. Es curioso que ambos murieron en no-
che de Reyes.
Saúl y yo seguimos platicando después de la entrevista. Poco a
poco en el calor de los recuerdos, de la música de Pink Floyd que
siempre le fascinó a Rogelio, comenzamos a recordar más y más
cosas. Saúl fue uno de los grandes amigos de Rogelio, uno de sus
hermanos con quien compartió una relación verdaderamente pro-
funda, que fue también un poco un discípulo, un condiscípulo, un
colega y un cómplice de los buenos y malos momentos. Otra de las
cosas más valiosas de su testimonio es que Saúl tiene una memoria
privilegiada, recuerda tantos detalles de su convivencia con Rogelio
al paso de los años, desde los años 80’s, al punto que platicar con él
era revivir a Rogelio, traerlo de vuelta a la vida. Entre otras cosas
comenzamos a hablar y en esa soltura de la charla, fresca, amena,
comencé a tomar nota de todo aquello que me decía al calor de
unas cervezas y el ambiente de la música de Pinky:

61
S.V.- Le compré cuatro pirograbados a Rogelio. Yo no le dije
cómo hacerlos. En donde yo sí le di pautas que le encantaron, fue
en la técnica de los acetatos, misma que utilizó para sus visiones
de Almaclara en el piso de su departamento. Una vez fue Aragón
con Lorena Borja y vieron lo que Rogelio estaba haciendo con los
acetatos. Y a mí me comentó Rogelio que Aragón le dijo: “Estás
haciendo cosas más cabronas que yo”.
»Cuando Treviño iba en una temporada muy jodido y lo cita-
ba Aragón, Rogelio tenía que bajar desde la Industrial a la Guay
[sic], porque allí almorzaba Aragón. Y le compartía la mitad de su
desayuno a Rogelio. Escribió por aquel entonces un poema para
Lorena. Yo le sugerí nombrarlo Introspección de la materia y le puso
algo como La materia tiene conciencia. Yo tengo el original. Y era por
la onda abstracta que maneja la pictórica de Lorena. Entonces fue
cuando surgió Versalia para Dina que se transformó en Cuaresma para
un sepulcro. Porque sucede que Dina (Lorena Borja) presentó una
exposición y Rogelio escribió algo para esta presentación. Escribió
algo parecido para Aragón que se llamó Las casas habitadas, dedicado
a los atlantes de Aragón. Entonces, ahí en Las casas habitadas volvió
a utilizar el concepto que había utilizado para Dina. Era algo como
Onirismo matérico, pero no era ese el nombre, ni Materismo onírico. Y
me dijo que cuando estaban desayunando esa vez en la Guay [sic],
Aragón se había quedado fascinado, que ese concepto no lo había
encontrado ni él mismo.
»Hace mucho tiempo atrás tuvo un proyecto para Sebastian, el es-
cultor. Sebastian le regaló una réplica de una escultura que Rogelio
vendió en El Paso, Texas, a $5,000 dólares. En ese tiempo era cuan-
do todavía no se divorciaba de Laura [sic]. Entonces Sebastian le
pidió que le hiciera un trabajo porque iba a presentar una serie de

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12 esculturas que tenían que ver con el calendario y Rogelio escri-
bió un texto que se llamaba Piedra cúbica.
R.A.- ¿Y fue publicado?
S.V.- Fue publicada una parte, porque yo leí en Vértice un frag-
mento de Piedra cúbica. Esa revista era de una chava que se llama Pa-
loma San Juan y le interesaba la literatura. Aquello fue a principios
de los noventas. Sebastian le dijo: “Oye, cabrón, ni yo había tenido
la perspectiva que me das sobre mi propia obra”, de manera que ya
cuando se separó de Laura, anduvo en México y vivió una tempo-
rada breve en el estudio de Sebastian. Él ya era una figura mundial,
tenía obras en Osaka, Japón, en Australia, en Canadá; más las obras
de Monterrey, Torreón, México ―el Caballito, nuevo―. Incluso
me platicó que estaba haciendo unas obras, Sebastian, que en el
puerto de Veracruz eran estructuras que las metía debajo del agua
con electricidad, que generaba una electrólisis y las sales del mar se
le pegaban, generando una textura granulosa, como si les hubie-
ran echado arena. Y nosotros inventamos una idea que le íbamos a
enviar a él, que se llamaban esculto-lámparas. Porque yo descubrí
el concreto transparente. Estábamos soñando con el patrocinio de
Sebastian; pero Rogelio siempre hacía una chingadera [sic], que
terminaba siendo corrido; pero eso nunca te lo decía. Total de que
algo pasó que quedó mal con Sebastian… total de que hay una obra
para Sebastian [sic], titulada Piedra cúbica, que correspondía también
al Zodiaco. La entrada de la obra que iba a hacer Rogelio fue Piedra
cúbica, pero por aquel tiempo fue que terminó con su matrimonio.
R.A.- ¿Laura fue el gran amor de la vida de Rogelio?
S.V.- Sí, por supuesto. A mí me dijo que la conoció en el Parque
Revolución. Andaban Yolanda Abud, Antonio Ochoa, Jesús Arza-
ga, Ricardo Pérez Jasso.

63
R.A.- Platícame más de la relación con Jasso.
S.V.- Del 89 para acá, yo te hablo de primera mano. Ellos eran
camaradas desde chiquillos de la Colonia Obrera. Rogelio estaba
en un trío, eran Chuy Ayub, Ricardo y Treviño. Eran un trío musi-
cal. De broma se decían el Trío Miseria. Entonces era el árabe, Chuy
Ayub, un bato muy cabrón, que también se fue por la peda [sic]. En
ese tiempo en el Parque Revolución andaba de moda un grupo de
práctica física, que se llamaba el Pentatlón; porque había un barrio
enfrente que le decían “el pantano”; pero en el Pentatlón había gen-
te de otros barrios, y ahí se daban los pleitos entre los muchachos de
otros barrios. Entonces, Ricardo Pérez Jasso en ese tiempo tenía 14
años y era una estrella de la gimnasia a manos libres. Uno al otro se
admiraba por sus cualidades. Otro personaje de ese tiempo era Na-
dia. Había sido su novia en la secundaria. Ahí fue donde la conoció.
Ella también es amiga de Ricardo Pérez Jasso. Pero también tuvo
otras novias. Anduvo con Belinda Russek. Sus amores fueron Mar-
garita Gómez Salas, Lorena Terrazas, Carmen Parra y Belinda.
»Una vez le dijo Edmundo Valadez a Rogelio: “usted es el único
que me ha aguantado la peda”. En aquel tiempo no había nada de
inseguridad. Podías salir a las playas de Mazatlán y paseabas y pis-
teabas [sic]... no tenías miedo de que te llevaras una botella de vino
y te parara la policía. A mí me platicó Rogelio que se amanecieron
él y Edmundo Valadés.
R.A.- ¿Qué recuerdas de la relación de Rogelio con Valadés?
S.V.- Estoy seguro de que hablaron de la vida en términos de es-
critores. Ellos iban hablando de la magia de la vida, de los pasos, de
la luz, de que va a amanecer. Esa vez que se vieron en el encuentro
se hicieron amigos, pisteando [sic] en la madrugada en la playa.
De un escritor a otro escritor. En los últimos tiempos me empecé a

64
acoplar con Rogelio y con Vinicio Chaparro. Traía un proyecto de
bonsáis con la Segunda Cultura. Resulta que Ollantay, hijo de Aragón,
traía un proyecto con Slim para Santa Eulalia. Entonces Carlos
Slim le había dicho a sus arquitectos, entre ellos Ollantay: “Vamos
a hacer un pueblo de artistas allá en Santa Eulalia, en las galeras
abandonadas de los mineros. Las habilitamos y la convertimos en
un Montparnase, patrocinados y becados, cerca de Chihuahua para
que se dediquen a hacer arte”. Y era un proyecto que traían ellos.
A mí me lo platicó Rogelio. Hasta fueron allá. Hasta dos años des-
pués salió lo del proyecto del pueblo mágico. Yo hice el proyecto de
investigación, pero al final resultó que no se hizo por que entraron
los del Tec de Monterrey. En eso andaba Rogelio.
R.A.- ¿Qué hay con los poemas andróginos y el esferema? ¿Qué
significa poema andrógino?
S.V.- Decir andrógino es decir una cualidad inherente, no sólo a la
creación sino a la palabra, la palabra es creación. La palabra es ver-
bo, es creación. La palabra verbo es superior a la palabra: palabra,
en el sentido de que verbo es palabra viva, no palabra “palabra”.
Cualquier palabra es palabra. Pero decir palabra verbo es palabra
viva. ¿Qué significa eso? ¿Qué significa decir palabra viva? La his-
toria humana, cristiana, que es la que más se acerca al significado
de verbo, como palabra, no de palabra como verbo, sino de verbo
como palabra; y que lo especifica de una manera grandiosa en el
Zohar, en la página 60, donde dice: “La palabra fue una especie de
herramienta que le fue dada al ser para expresarse”, y en medida
que el ser se expresa en la palabra; y que es lo que llamamos Treviño
y yo la logodisea, la Odisea, el viaje, de la palabra como ente sagrado
y como entidad que te va a hacer, como ente que forja al ser. El ser
se forja en la medida en que forja al ser como palabra, como verbo.

65
Porque verbo estamos diciendo que es palabra viva, no palabra hu-
mana, palabra viva. La historia del Ser, no se concibe sin la historia
de la palabra, sin el génesis de la palabra, sino hasta el siempre
génesis. Debe haber un poema que se llame nacimiento sin fin, que
es la logodisea de la que estamos hablando. Nacimiento sin fin es el ser
naciendo a través del ser de la palabra. Y claro que tenía que haber
una muerte sin fin para que hubiera un nacimiento sin fin, para que
hubiera un nacimiento de vida sin fin. Logodisea es después la trayec-
toria que puede ser expresada sin palabras, solamente percibiendo.
Logodisea es la trayectoria de la palabra haciéndose verbo. Palabra se
queda corta. En el principio fue el verbo y el verbo estaba con Dios
y el verbo era Dios.
En las palabras de Saúl sentí recuperada una parte del espíritu
de Rogelio, además del propio espíritu de Saúl que es también un
hombre extraordinario, quien a su vez también ha padecido del al-
coholismo, pero ha sabido dominarlo, con sus momentos terribles y
sus instantes de gloria e iluminaciones. Sentí que en ese momento
recuperé a un hermano del alma. Hicimos un pacto de amistad que
para mí, desde ese momento es irrompible. Mi hermandad con Saúl
fue consagrada con un choque de manos con el que se abrazaron
nuestros espíritus.
Ahora con los datos que me había dado Saúl tenía nuevas pistas
de dónde podrían encontrarse algunas obras perdidas. Comencé a
alojar la esperanza de recuperar el poema Música para un cuerpo en
los archivos personales de Rubén Tinajero. Mi siguiente parada era
hablar con Ricardo Pérez Jasso. La amistad de Rogelio y Ricardo se
había extendido a través del tiempo, desde los tiempos del Pentat-
lón. Tenía que reencontrarme con Ricardo.
Recuerdo que había visto a Ricardo el día del funeral de Rogelio.

66
Estuvo aquella noche en la funeraria La Paz, acompañando a su
hermano Rogelio, habiendo pasado en breves días por el duelo de
la muerte de su hermano Salvador, quien fuera encontrado muerto
al lado del cuerpo de Rogelio. Estaba con ellos el día de la muerte
de ambos, por eso era tan importante entrevistar a Ricardo. Al día
siguiente del funeral, después de la misa fúnebre, una vez que nos
despedimos del cuerpo del gran poeta, nos fuimos todos a convivir
y a enfrentar nuestro duelo en el bar Mogavi, a sugerencia del poeta
Marco Antonio Esparza. Llegamos al bar, era un lugar sucio, de
esos que tienen un aire de pobreza, donde llegan a refugiarse to-
dos los alcohólicos furtivos del centro de la ciudad de Chihuahua.
Para ese momento, la violencia en Chihuahua ya había tenido va-
rias manifestaciones en matanzas en bares. Meses después hubo
una balacera ahí mismo. Mi esposo estaba nervioso, no me soltaba
del brazo y me daba ―como siempre― toda su fuerza, su luz, su
protección y oración. Yo también hice una oración de poder para
permanecer en ese lugar, que en efecto era un verdadero “antro de
mala muerte”. Estuvimos ahí toda la tarde recordando a Rogelio.
Estaban Ricardo Pérez Jasso, Marco Antonio Esparza, José Contre-
ras “el poeta”, América Zapata, Faridy Bujaidar y tal vez alguien
más, pero recuerdo todo tan borrosamente por las lágrimas, tan
borroso por los tragos que compartimos para “olvidar”, como si
el alcohol realmente pudiera borrar aquello que había sucedido.
Estuvimos platicando de Rogelio toda la tarde. Y recuerdo clara-
mente un momento en el que Ricardo me dijo: “Rogelio me hizo
prometerle algo, algo que no puedo decir”. Yo le pregunté: “¿Qué
fue lo que pasó?”. No me quiso responder. Me dijo con lágrimas en
los ojos: “Prometí no decirle a nadie”.

67
Las palabras de Ricardo resonaron en mi mente durante mucho
tiempo. ¿Qué era aquello que Rogelio le pidió que no revelara?
¿Acaso la muerte de Rogelio no había sido accidental? ¿Acaso su
muerte era el resultado de un planificado suicidio? Todo era tan
raro. Ricardo fue el último en ver con vida a Salvador, su hermano,
y a Rogelio. Durante el funeral comentó el amigo e historiador Jesús
Vargas, que había una nota del día de la muerte de Rogelio en el
diario La parada digital. En efecto. Nadie habíamos visto aquella nota
donde se veía una fotografía de Rogelio siendo atendido por los
paramédicos, junto al cuerpo sin vida de Chava Pérez Jasso y otro
desconocido, del que nadie ha podido dar razón. Algunos dicen
que salió con vida, pero en el diario decía que dos de ellos estaban
muertos y que uno de ellos ―Rogelio―había sido remitido con
vida aún al Hospital Central a Urgencias.

Fotografía de archivo. Rogelio en Ciudad Juárez.

68
El león rojo y el león verde:
El encuentro de los contrarios para alcanzar la
Calcinatio.
Arcano de La Templanza

Capítulo IV

Largo tiempo tenemos de estar muertos


Y vivimos muy mal un corto número de años

S. de Amorgos
Epígrafe de su libro Tiempo secreto

Para interpretar la obra de Rogelio Treviño, no basta con dejarse


llevar por la beldad de sus imágenes y la grandeza de sus metáfo-
ras o su música magistral. Estamos ante la poesía del último poeta
“maldito” de la historia de Chihuahua, de lo cual estaba consciente
y se reconocía como tal en lo romántico de su estilo de vida, aun-
que su obra está muy lejos de poder ser calificada de malditista. La
radicalidad de vida de este clochard se entreteje con una gran tradi-
ción de la simbología de todas las religiones. Hesiodo, Boas, Eliade,
Campbell, Dumézil, Callois, Max Müller, Frazer, Ovidio, Wasson,
Fulcanelli, y un sin número más de mitólogos, historiadores y an-
tropólogos forman parte del gran bagaje cultural y simbólico en
el que se basa su obra. Intentar penetrar en ella sin estas bases de
conocimiento es por completo inútil.

69
El solo título de su primera obra nos revela a un joven promete-
dor (tenía aproximadamente 28 años al momento de la edición) y
es Lámpara de la piedra. Un título muy ambicioso, como él reconoció
años después. La piedra (Fulcanelli) nos refiere a la base concen-
trada de las sustancias de la obra: mente, cuerpo, espíritu, cuerpo
etérico, alma. La piedra ―la filosofal, por supuesto― no puede
lograrse sin poner en lucha la fuerza de los contrarios y trascender
tras la quema para la condensación que por fin petrifique el objeto
de su transformación: el alma. La lámpara es la guía que nos ilumi-
na y nos revela los caminos sinuosos o engañosos por los que transi-
tamos en la vida. Por ejemplo en Variaciones sobre una dama:

1
Apoyada sobre la palma de las hojas
―pequeño polvo fijo que el otoño disgrega―
Te contemplo
Busco tu nombre en la maleta de la noche
Busco
En los ojos
En los oídos
En las manos
Busco
Encuentro signos pájaros estrellas viento
Mariposas
Todo girando en ti dentro de ti
Encuentro un árbol pero no tu nombre
Y apoyada en las hojas
Te contemplo

70
¿Quién es la dama de la que habla? Es la dama, la diosa, la She-
jiná a la cual la busca entre las cosas materiales y la fuerza de los
sentidos y por eso encuentra signos, pájaros ―los pájaros son los
ángeles o las palabras que los ángeles pronuncian, léase el lenguaje
de los pájaros Rene Guénon―, estrellas ―la estrella es la revela-
ción iluminada para el estudiante de luz―, viento ―el viento es la
variable de la circunstancialidad, la libertad del caos, cosmos, caos-
mos de las cosas―, mariposas ―transmutación―. Todo girando en
ti dentro de ti (claramente se revela la totalidad de la diosa inmanente
al mundo). Encuentro un árbol pero no tu nombre (es el árbol de la vida,
pero el nombre de la esposa de Jehová fue borrado de la historia y
maldecido como diabólico o fuerza maligna del universo. Cosa más
falsa. Y su nombre es Amnáh) y apoyada en las hojas te contemplo (la
divinidad se muestra claramente en todo lo existente).
Como pueden ver, los poemas amorosos de Rogelio surgen pensa-
dos en San Juan de la Cruz, donde aparentemente encontramos un
poema de amor a la mujer amada, se encuentra la revelación oculta
de la Shejiná, la Diosa madre, la fuerza activa generadora del univer-
so. En la expulsión del paraíso ella, la Diosa, que es madre, se fue con
sus hijos para poder seguirles proveyendo de todo lo necesario para
vivir y descendió, se hizo la tierra y la naturaleza, y se hizo el parto y
la multiplicación de todas las cosas (naturaleza esencial de la madre
todo proveedora), convirtiéndose en los manantiales. Esto no lo estoy
interpretando al margen. Rogelio me lo explicó en varias ocasiones.
Por otra parte, la mitología regional de los rarámuris ―escasa-
mente revelada por los indígenas, pues la consideran su más im-
portante tesoro― fue de gran influencia en la obra de Rogelio.
Inclusive la anterior descripción del descenso de la diosa y su trans-
mutación en la tierra misma, también se encuentra como parale-

71
lismo en el mito de Eyerúame, madre de los rarámuris, Diosa Pa-
dre-Madre por excelencia, esposa de Onorúame que, juntos hacen
un Dios andrógino. Principalmente en Septentrión refleja distintas
etapas de la historia regional y de su propia historia al inicio del
poema. Él solía hablar haciendo referencias y relaciones hiladas a
los hilos conductores de sus dilucidaciones, esto también se ve al
inicio de La mujer que no fui como cuando dice:

Señora de cabellos lunares, escribo en la orilla del mundo, observando


su rostro en la mejilla de zafiro. Voluble en la maquinaria galerada del
movimiento. Altiva cerda. El mes que le corresponde es febrero. Jana
hermana de Jano, Dios de las puertas solsticiales. Primavera e Invierno.
Madre, hermana y esposa tejedora del alma; mi oración triple se ovilla en
el ombligo de la luna. Puedo verla en su aspecto terrible; lee un libro frente
a mi ventana, recargada en el muro. Pero, ¿qué lee Señora? Tal vez la his-
toria de sus hijos, dioses y hombres. Desde el ángulo donde me encuentro
no puedo ver la tapa. Gira sobre nuestras cabezas de la rueda del destino.
Metza-Meztili-Alfito-Alba-Blanca. Pero basta lo más seguro es que esté
muerto bajo su Arco de plasta. Acaso se pregunte, el cómo es posible y el
por qué un vil hombre de las ciudades muertas, se atreve a cantarle.

Así eran los diálogos con Rogelio. Eran un constante salto de pensa-
mientos, de un lado al otro de la historia, de los mundos, de los mitos y
las creencias, entre paralelismos mitológicos y verdades ocultas.
Otra faceta crucial en la interpretación de la obra treviñana es la
presencia de la historia de Chihuahua. Rogelio admiraba inmensa-
mente a James Joyce y recurría a él como ejemplo del escritor que
escribió sobre Dublín e hizo una gran obra. También amaba a Juan
Rulfo, inclusive hablaba de la influencia poderosa de ambos autores

72
en su obra. Cuando escribe Septentrión: las siete estrellas de la Osa Menor,
Rogelio comparte en el video documental Entre luz de Diosa Blanca que
estaba pasando por un periodo de escasez económica ―como siempre
fue en toda su vida― y que fue la guía de José María Lugo (un poeta
de origen nicaragüense que se quedó en Chihuahua y que también era
un gran hermetista, y maestro personal de Rogelio en la hermética) la
que lo impulsó a escribir este poema de largo aliento.
La escritura de Septentrión fue posterior a la aparición del poemario
Hikuri de José Vicente Anaya, con quien se estableció una rivalidad
que en realidad nunca existió en el corazón de Rogelio; incluso Ro-
gelio dedica Septentrión a José Vicente. Pero ciertamente José Vicente
Anaya fue el primero en escribir poesía en lengua rarámuri en este
poema. Esta idea es retomada por Rogelio en su obra magistral y
eleva cantos que por su gran oído musical, se elevan en el tono ha-
ciendo de Septentrión el equivalente a Chihuahua de La suave patria.
En 1991 recibe el Premio Chihuahua de poesía por este libro.
La fecha real de escritura varía, pues en las memorias, durante las
charlas de café, Rogelio cambiaba la versión. En algunas ocasiones
había escrito el poema en una brevedad considerable de tiempo.
En otras versiones se había tomado años su escritura. De cualquier
manera, Septentrión aparece editado en 1993 en una editorial inde-
pendiente, AZAR, la cual es de Rubén Mejía, con un dejo de resen-
timiento a la Institución de Cultura local por no haberlo publicado.
Sin embargo, esta obra rebasa todas las expectativas de la poesía de
su tiempo y la edición es agotada casi al momento de su aparición.
Aproximadamente, en el 2002 vuelve a sacar una edición de Septen-
trión en versión de audio libro. Pero existen dos versiones grabadas,
la que conocemos en el audio libro y la versión grabada en los años
ochenta con Ricardo Urías.

73
En el 2005 escribe y realiza la versión en audio libro de Poema no
humano para Cíbola que originalmente se llamaba solamente Cíbola.
Por aquellas fechas fue integrado en una antología de la UNAM
titulada del mismo modo y entonces es que decide cambiar el nom-
bre. Este poema, según revela el autor, era el “hermano negro” de
Septentrión. En el primero, el autor hace una épica celebratoria a
Chihuahua, en el segundo es un poema de corte de protesta social,
en la que revela un aborrecimiento a su tierra, a su miseria, a su
crueldad. Aun cuando el autor afirma en el documental que abo-
rrece la poesía social, Cíbola es un poema inintencionadamente de
protesta, y pese al pesimismo oscuro de Cíbola, el poema se levanta
como una protesta digna, harta, que sobrepasa su momento y se
vuelve más poderoso en los tiempos de oscuridad que ahora vive el
país entero, con la llegada de las políticas militaristas. Vale la pena
mencionar o sugerir su lectura para estos tiempos sombríos y reeva-
luar la lucidez premonitoria de este poema poderoso y magnífico,
pese a su tristeza y resentimiento.
En ese mismo año, escribe Rapsodia para una dama de ladrillos y aquí
encontramos un retorno a la poesía de San Juan de la Cruz, su goce
en el discurso de doble sentido, donde la apariencia de un poema
amoroso, una balada para una dama, se convierte en el velo de Isis
que oculta a la otra dama, la de las escaleras al cielo. ¿Por qué una
dama de ladrillos? Porque la dama de ladrillos es la materia. El la-
drillo es en efecto la apariencia de limitación que genera los muros,
pero también es la solidez de su construcción la que nos encierra a
las limitaciones físicas; y también es la vida, la fuente esencial de la
presencia de todas las cosas. Y dice así:

74
Alma mía despierta si aún estás dormida
En la concavidad vitélica del día
En las dos hélices
No eres indispensable en la tertulia
De este cuarto biogénico
¿por qué sueña contigo de una manera
Colectiva el ADN?
¿por qué un miedo bioquímico e inalterable
Piensa en ti?
¿de dónde vienen esos rayos ilógicos
Azules
No pensados?

Rogelio sembró intencionalmente en toda su obra verdaderos ma-


nuales, guías de ascensión de la conciencia. Por ello el título de La
lámpara en el granero, cuyo significado es el de la iluminación en el
seminario, donde yacen las semillas. Tenía claro que la vida no era
más que un proceso en el cual la semilla debía germinar o ser rein-
tegrada a las fuerzas cósmicas que alimentan la vida. Para Rogelio
esto significaba alcanzar el despertar de conciencia durante la vida
y convertirse en protagonista del proceso proteico de la existencia,
o convertirse en la energía que alimenta este gran “Minecraft kár-
mico”, el retorno a la nada que “nadea”. La canción en la torre, La
ventana en el árbol, son títulos con un significado hermético, aunque
éste último yace entre sus obras desaparecidas.
No ha habido en la tradición poética chihuahuense un poeta de
mayor “oscurantismo” e iluminación que Rogelio. Pero como to-
das las palabras de luz, las que están predestinadas a elevar la con-
ciencia de los hombres (la sombra de los hombres en el árbol del cosmos)

75
conlleva también el peso de ser incomprendido. Y en ese sentido se
vuelve anacrónica su poética. Una poesía que surge en un momento
de confusión donde el grito, llámese vangard, mercadotecnia, blog,
Twitter, Facebook, generan un marasmo de voces que nadie escu-
cha, que se likea y se olvida con la misma facilidad de un click desti-
nado al olvido colectivo. Como dijo Paz: “Nadie permitirá nunca
que nadie sea alguien”. Y es la propia poética de Paz la que cerró las
puertas a toda poética que pudiera erigirse en la entonación elevada
de los grandes poetas que Rogelio admiraba, como Eliot, Whitman,
Blake, Saint John Perse, Rilke. Todo se disuelve y se devuelve a la
nada que nadea de una mexicanidad ramplona que ya no admite
entonaciones celebratorias, ni místicas. La semilla poética de Roge-
lio, como la de tantos otros poetas mexicanos, fueron exterminadas
de un sistema político cultural de una “cultura para la reparación
del tejido social”. Cuando para Rogelio la poesía se trataba de una
reparación del tejido interno espiritual de cada individuo.
La nota que aquí comparto es para la publicidad de la presenta-
ción de la antología La lámpara en el granero que Rogelio y yo trabaja-
mos durante cinco años en una extenuante labor de recuperación de
textos y captura digital que su servidora realizó, así como la gestión
para su edición. Todo realizado entre su servidora y Rogelio Trevi-
ño. Al salir la edición ni siquiera se me dio el crédito de mencionar-
me después de las horas y noches enteras sin dormir que trabajé con
Rogelio para rescatar su obra en esta antología. Como es costumbre
en México invisibilizar a las mujeres, se normaliza que la mujer sir-
va como secretaria, transcriptora, promotora y gestora o traductora
de la obra escrita por hombres, para posteriormente eliminar a la
mujer de los créditos. Mis noches de desvelo no recibieron ni eso, ni
el crédito ni la mención de mi nombre, que fue borrado y eliminado

76
de las páginas oficiales del libro en la edición del 2009, siendo que
yo fui quien gestionó los trámites para que saliera a la luz.
Yo trabajaba en el departamento de Literatura y no me corres-
pondían las ediciones del Instituto, pero tampoco hubo la sensibi-
lidad de género por parte del maestro Mario Saavedra García y
del entonces encargado del departamento editorial, el licenciado
Armendáriz, ni de ningún otro alto funcionario de otorgarme el
crédito de recuperación, digitalización y corrección de los textos,
así como del trabajo de gestión que fue exhaustiva durante varios
años para que finalmente en el 2009 saliera a la luz dicha antología.

Fotografía de archivo. Octubre 2009, nota para la presentación de la antología


La lámpara en el granero

77
La casa quemada
Arcano XVI. La Torre Devastada

Capítulo V

Conocí a Rogelio finalmente un día mientras acudió a tomar un


café con su esposa por aquella época ―Carmen Barbabosa―,
también poeta. Yo estaba trabajando en un lugar como promotora
cultural, el lugar se llamaba Café Matices. Aquel día no recuerdo
quién me dijo: “Ahí está el poeta Rogelio Treviño”. Yo había leído
la nota hace años de cuando ganó el premio Chihuahua por La
mujer que no fui en novela. Lo admiraba. Quería que mi obra fuera
tan grande como describía aquella reseña donde hablaban de su
obra. Quería conocerlo realmente. Así que cuando lo vi retirarse del
lugar me fui persiguiéndolo y le dije: “Disculpe, ¿es usted el poeta
Rogelio Treviño?”. Me contestó: “Así es”. Yo le dije: “Yo también
soy poeta”, y luego, no lo sé, no lo pensé, como un simple impulso,
recuerdo que tomé su mano y me hinqué frente a él y agaché mi
cabeza en forma de reverencia, tal vez demasiado arcaica, a la ma-
nera de un joven y valiente escudero andante frente a un mago. A
su esposa no debió caerle nada en gracia mi espontáneo pero sofisti-
cado saludo y reverencia. En realidad supe que siempre sintió celos
de nuestra amistad. Yo era una joven de veintidós años, llena de la
pasión de los cofrades poetas de la tradición de los románticos y los
malditos. Aunque nunca fue una pelea, años después Rogelio me
diría que esos celos fueron parte del por qué se divorciaron apenas
unos meses más tarde.
Rogelio y yo nunca tuvimos una relación de pareja. Mi madre
veía de mala manera que un hombre de su edad se juntara conmigo.
Muchos años tuvo la impresión de que Rogelio y yo éramos pareja.

78
Incluso estuvimos viviendo juntos por un lapso breve de tiempo en
el 2002 en su casa de la Industrial. Nos sentábamos frente a frente,
con nuestras máquinas Olivetti y nos poníamos a escribir. Ahora lo
recuerdo con gracia, porque él siempre me estaba interrumpiendo
para compartirme sus avances. ¡Lo hacía todo el tiempo! Eso me
desesperaba. Luego me pedía que yo compartiera lo mío, ¡y luego
tomaba ideas de mis ideas! Todo eso me hace reír ahora, me con-
mueve y me llena el corazón de alegrías. Porque Rogelio siempre
supo darme alegrías nunca antes vistas, y me temo, que nadie des-
pués de él podrá ocupar su lugar. Rogelio fue un regalo de la vida.
Todo aquello sucedió en la casa quemada. Rogelio solía tener
muy pocas cosas. A la manera de un Diógenes el cínico, eliminaba
todo aquello que no era indispensable. De esa manera logró vivir
con un par de cosas. Eso siempre fue para mí una de las cosas más
admirables de Rogelio.
Aún lo extraño. Lo extraño todos los días. Recuerdo el día en que
fui a reconocer su cuerpo al C-4. Fuimos mi esposo y yo hasta las
instalaciones a las afueras de la ciudad, cerca de donde está la feria
de Santa Rita. Nos dijeron los de vigilancia que debíamos ir a reco-
nocerlo primero en fotos y que no podría entrar a las instalaciones
nadie más que los familiares. Nosotros fuimos. Fui mirando por la
carretera los cerros de aquella tierra a la que tanto amó y le cantó.
Iba pensando: “Que no sea él, que no sea”. Por otro lado mi lógica
y mi intuición me estaban gritando: “Es él, sabes que es él, no puede
ser nadie más que él. ¿Por qué te avisarían que fueras a reconocerlo
si no fuera él?”. Luchaba contra mis pensamientos, como si de solo
pensarlo… como él creía, por una fuerza de visualización, como si
de solo creer pudiera cambiar las cosas.
“Mira muchacha, estoy leyendo a Michio Kaku”, me dijo, lleno

79
de entusiasmo un par de años antes a las afueras de mi trabajo, en
los jardines. “¡He descubierto ―dijo apasionadamente― que no
sólo se puede cambiar el futuro, también se puede cambiar el pasa-
do con la mente! ¿Sería eso posible?”. Lo miraba como siempre lo
miré, como una niña que mira a un mago sacando un conejo del
sombrero. Lo escuchaba atentamente. Sí, tal vez sí era posible que
el viaje en el tiempo fuera posible a través de la mente, que no se
tratara de algo corporal y físico. La máquina del tiempo implicaba
el viaje de materia en la mente universal que es el tiempo ¡fascinan-
te! “Todos nosotros no somos más que viajeros del tiempo-mente”,
afirmó. “Este cuerpo que tenemos ahorita es una manera de ma-
nifestarnos, pero después sigue el viaje. Nos aferramos a la única
manera que hemos entendido y entendemos nuestra realidad ¡que
no es real! ¿Te imaginas lo horrible que sería ser uno, lo que uno sea
que es, por un tiempo indefinido? ¡Eso sería el infierno! Yo no quie-
ro ser Rogelio Treviño, con mis defectos y mis errores cometidos,
por siempre. ¿Qué clase de dios de amor haría algo como eso?”.
Años antes supe que su casa se había quemado una noche. Algu-
nos comentaron que fue porque estaba tomando y fumando. Otros
dijeron que no tenía luz y que las velas crearon el accidente. Otros
dijeron que se inspiró en aquel poema que decía: “Préndele fuego
a todo, préndele fuego a tus problemas, que la verdad no es infla-
mable”. Sé que el recuerdo está dañando gravemente el poema de
Incendio general de nuestro amigo, pero la verdad es que nadie fue
a ayudarlo. La entrevista con Saúl me confirmó que había estado
durmiendo entre los escombros.
Me levanté una mañana de domingo. Tomé una cubeta, una es-
coba, una bolsa de jabón y un frasco de pinol y me fui caminando
hasta la casa de Rogelio, cantando un himno eclesiástico de amor,

80
que me llenó de la fuerza necesaria para hacer lo que iba a hacer: res-
catar el espacio donde vivía mi amigo. Y canté, canté con fuerza. Hasta
que en un momento no me importaba si me veían o no, si creían que
estaba loca o no. No importa. No importan. Nunca importan.
Cuando llegué no había nadie. Había caminado como una loca
cantando himnos hasta su casa y él no se encontraba. Pensé: “¿Qué
haré?”. Después de un rato decidí hacer lo que había ido a hacer.
Me puse a limpiar. Encontré que todas sus pocas cosas, sus muebles,
su televisión, su colchón, todo estaba incinerado. Y de repente su-
cedió algo asombroso: encontré sobre un mueble de madera unos
escritos calcinados en las orillas, con las letras intactas. Era un texto
completamente legible. Se trataba de su poema Poematrón y mi Dis-
persión simultánea. Ambos hablaban de la espiritualidad y de Dios, sin
ser discursos eclesiásticos o evangélicos de ningún tipo. Ni siquiera
hablaban del Dios cristiano, sólo era de Dios, Dios como lo con-
cebíamos, demasiado raro, grande, inverosímil y extraño para ser
nombrado. Rescaté por un tiempo estos escritos. Luego no recuerdo
cómo fue que los perdí. Ahora me arrepiento de no haberlos recu-
perados. También era cierto que las orillas eran carbón, y bueno…
no sé por qué no recuperé lo que pude cuando pude. Siento tanta
culpa al respecto, que tal vez mi única manera de enmendarlo sea
escribir todo esto.
Luego pasó un tiempo en que se me desapareció y no volví a verlo.
Supe que su familia lo había internado en un grupo de rehabilita-
ción. Cuando salió de allí fuimos Enrique Servín y yo a visitarlo
al nuevo espacio, en otro de los cuartos de la casa que no se había
quemado. La casa quemada la estuvo rehabilitando su hermano Si-
món, y así fue como Rogelio perdió el derecho sobre esa casa. Pero
Simón le permitía habitar en la otra casa habitable.

81
Rogelio nos platicó que en el centro de rehabilitación todos los
días los agredían los guardias, que era como estar en la cárcel. Que
vivió un infierno internado allí. Siempre quiso escribir su testimonio
de vida y pensaba en titularlo La casa quemada. Pero nunca lo hizo.
En parte porque su vida se vio alentada con la ayuda que comencé
a darle. Yo siempre estaba pidiendo invitaciones a encuentros na-
cionales e internacionales del país, y por lo general me respondían
mis solicitudes, pero por mi trabajo en el Instituto Chihuahuense de
la Cultura no se me permitía ausentarme demasiado. Además no
tenía el apoyo económico para asistir. Así que decidí pasarle todas
las invitaciones que me hicieran a Rogelio y a través de los fondos de
literatura, encaminarlo a que se fuera dando a conocer más y más
su poesía. Hice lo que pude, siempre hice lo que pude. Y si estuviera
vivo no me habría cansado de ayudarle.
Yo sabía que de alguna manera algunos de los medios de comu-
nicación habían hablado de aquello de que Rogelio sabía que iba
a morir como Edgar Allan Poe. Ese había sido un pensamiento re-
cesivo en la vida de Rogelio. Inclusive Enrique Servín llegó a co-
mentar que en la novela La mujer que no fui él había comentado algo
acerca de su propia muerte, como si hubiera sido una especie de
mandamiento o una fijación que ocupaba su mente desde hacía
tiempo. Aunque Rogelio nunca fue una persona de carácter suici-
da, ni depresivo, se veía por otra parte que él no se negaba que esa
era una posibilidad, una triste posibilidad que él concebía como un
fracaso en su trabajo espiritual. De las muchas conversaciones que
tuvimos él sabía que si recaía, esa recaída sería absoluta. Algunas
veces me llegó a comentar que en las revelaciones e iluminaciones
de las que era objeto, durante sus largas temporadas de noches en-
teras de oración, había recibido la revelación de su propia muerte

82
en donde se le mostraban dos líneas alternativas en el tiempo. Él
sabía claramente que si retomaba el alcohol esto lo llevaría a morir
en una calle de hipotermia y de alcoholismo. La otra opción lo mos-
traba falleciendo de más de ochenta años con muchas más glorias
cosechadas a su paso y con la fama y el reconocimiento nacional
que no obtuvo en vida. La versión de morir como Edgar Allan Poe
no era un plan suicida, pienso yo, era un camino a vencer, una línea
temporal a cambiar, una amenaza de muerte.
Pensé en tantas cosas mientras íbamos por la salida a la carretera
que lleva al C-4. De allí nos dijeron que no podíamos entrar, que
debía ir a reconocer el cuerpo en las fotografías del forense en las
oficinas del canal. Desgraciadamente así fue. Pocos años después
habría de emprender otra búsqueda tras el rastro del poeta. De-
bía encontrarme con Ricardo para saber qué había sucedido en
los últimos momentos de su vida. Gracias a Saúl y a “el poeta” José
Antonio Contreras, pude ubicar a Ricardo. Se ubicaba en un puesto
de libros a las afueras de la Junta de Aguas, frente al Parque Lerdo.
Ahí fue donde pude encontrarlo finalmente. Nos pusimos de acuer-
do para ir nuevamente al Café del Paseo, ya que estaba cerca de
mi casa. Llegamos al café y ahí aprovechamos para pedir unos ca-
fés americanos y comenzar nuestra entrevista. Ricardo se veía muy
bien, tenía ya bastante tiempo sin tomar, según me dijo. Su rostro se
veía contento y sereno. Comenzamos la entrevista.

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Entrevista a Ricardo Pérez Jasso
Arcano XIII. La Muerte.

Capítulo VI

Reneé Acosta.- ¿Cómo conociste a Rogelio?


Ricardo Pérez Jasso.- Era 1967, en invierno. Yo asistía a
una institución militarizada, el Pentatlón, y llegó preguntándome:
“Cómo se le hace aquí para entrar”. Teníamos 14 años y después
arreglamos lo de inscribirse y formarse en filas. El primer ejercicio
o instrucción era ir por las calles entre la 20a e Independencia, en
las calles aledañas hacíamos nuestros ejercicios de defensa personal
y de instrucción militar, que era propia para una institución milita-
rizada. Ahí fue nuestra adolescencia.
R.A.- ¿Cómo empezaron a ser amigos?
R.P.J.- Cuando llegó ahí al cuartel esperando que llegaran las
autoridades, estábamos en la calle y llegó por atrás y me pico las
costillas y, ¿sabes qué me dijo? Fue un: “Órale cabrón”. Se juntaban
todas las primarias de Chihuahua, porque hubo un ejercicio gim-
nástico manejando hulas [sic] y en el momento en el que había un
ensayo general, él estaba a un lado de mí con un hula. Y ahí fue que
le di la dirección del Pentatlón. Ya traía condición física. Y fíjate, lo
más curioso que en esos momentos, bueno, unos días después, me
dijo: “¿Y a ti qué te gusta?”. Yo le dije que la guitarra. Y él me dijo:
“Pos yo tengo unas rolas [sic]”. Y me dijo que a los 8 años escribió
su primer poema para el Día de la Madre, y salió seleccionado. Y
me lo leyó, pero era todavía un poema de un niño. Pero como que
algo pasó, porque ya cuando nos conocimos en el 67 y juntarnos en
el Penta y que yo ya tocaba la guitarra y él cantaba [sic], antes de
que empezara a escribir poesía él escribía canciones. Como siem-

84
pre fue bien enamorado... una vez le hizo una canción a Micaela
Solís. Fue la canción que más me gustó, porque aún recuerdo unos
fragmentos. Pasando la segunda adolescencia él me decía: “Eso ya
pasó”. Se enamoró demasiado de ella. Yo pienso que fue su primer
amor, porque me lo comentaba tanto, tanto, allá como a los 14, 16
años. Una vez me la presentó, ella como de 14 años o 15. Me ima-
gino que fue uno de sus enamoramientos primeros.
R.A.- Platícame más de sus amores.
R.P.J.- Me hablaba de una que quiso mucho también: Esperanza,
pero como que quedó así, borroso, pero la quería; porque a los 16
años pasamos por los pentatletas y pasamos por su casa y salió su
mamá y le dijo su mamá: “Pos anda con su novio”. Y él contestó:
“Ah, pues es lógico”. Se enamoró mucho de ella.
»Después hicimos mucho deporte, cuando estábamos militariza-
dos a los 16, hay algo especial [sic]… yo vivía en la Gómez Farías
con mi familia, y platicaba mucho con mi papá y mi mamá, pero
resulta que íbamos al pentatlón... durábamos horas y horas ahí en
entrenamiento, luego se iban todos y nos quedábamos él y yo. Y de
repente andaba noviando con una hermana mía a escondidas (ríe) y
que los encuentro ahí en la Quinta y Gómez Farías. Fingían haberse
encontrado casualmente y yo andaba celoso porque andaba con mi
hermana. Y yo le reclamaba: “¿Por qué andas con mi hermana?”, y
él me contestaba: “Ya estamos en edad”.
»En aquellos tiempos andábamos de vagos y nos fuimos una vez
a Camargo, de puro raid [sic]. Fuimos a los filtros de Camargo, allá
por 1970. Somos de la misma edad, tendríamos como 18 años. El
caso es que en Meoqui se nos acabó el dinero y anduvimos ran-
cheando de raid hasta llegar a Camargo, y con un hambre tremen-
da. De ahí lo más bueno es que nos detuvimos en Meoqui y nos

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acogió una familia, y comenzó Rogelio a declamarnos sus primeros
poemas. Cuando empieza a escribir Rogelio su poesía fue entre el
68 y el 70. Me acuerdo de algunos versos. Yo la dejé pasar, ese era el
título de uno de sus primeros. Ese se lo pedían mucho en los ranchos
y en las fiestas aquí en Chihuahua. En Chihuahua en los 70’s, sobre
todo en el 69, en las fiestas caseras... fíjate, estaban Héctor Varela
y Sergio Loya, íbamos y nos invitaban a fiestas y siempre le pedían
sus poemas... le pedían Yo la dejé pasar. Un poema de sus princi-
pios, pero gustaba mucho porque hablaba de una quinceañera y los
primeros versos decían: con el orgullo de tus quince años pasaste junto a mí,
como retando al hombre que te miró pasar, y lo demás era paja. Pero ese
verso era encantador para todos. Ese era su primer poema que le
pedían que lo recitara. Ya se juntaba con nosotros Antonio Ochoa.
Siguió haciendo poemas y los mostraba. Los que eran poetas en
esos tiempos eran Ochoa, Varela y Loya, eran la generación. Anto-
nio Ochoa decía cuando mostraba Rogelio sus poemas: “Está muy
nerudiano”. Sí era muy influenciado. Y una vez me dio un cuader-
no lleno de poesías escritos a mano, pero es que ya empezaba a es-
cribirlos, porque al principio nomás los platicaba, igual que las can-
ciones. Allá por el 68 decidió y dijo: “Ya no voy a hacer canciones,
ya mejor nada más voy a hacer poesía”. Cuando me da el cuaderno
lo leí, eran varias. Todavía traía esa frescura de la adolescencia y se
lo enseñé a una novia que yo tenía en el Parque Revolución, y no te
doy el nombre porque los hermanos son políticos y los conocen muy
bien, de la Liga del 23 de Septiembre; bueno, se los enseñé y ella se
los enseñó a sus hermanos, uno de ellos que todavía tiene una posi-
ción política dijo: “Escribe bien”. Nomás a mí me daba sus escritos
Rogelio. Casi toda su producción pasó por mis manos, desde que
empezó a escribir, hasta Septentrión, ya cuando entrado a cierta ma-

86
durez, ya a los 21 [sic] nos metimos en un área muy conflictiva en el
conocimiento. Es cuando empieza a darle a lo hermético. Cuando
escribe Lámpara de la piedra ya traía mucho bagaje.
R.A.- ¿Cómo comienza a escribir con Lámpara de la piedra?
R.P.J.- Lámpara de la piedra… cuando lo escribe me lo enseña y
era algo muy rústico, no estaba bien editado, como que le quitaron
versos y cosas, y después se corrigió... pero ya estaba muy inmerso
en las ciencias herméticas, hablo de la filosofía y del arte; y en ese
tiempo todavía joven que le enseñaba mucho [sic], acuérdate que
le interesó todo eso de la alquimia, toda la ciencia hermética. Iba
antes de con Chema Lugo, también muy avanzado en esa literatura,
iba con mi papá a ver cómo estaba eso de la alquimia. Él no sabía
qué era eso de la alquimia y él me aseguraba que aprendió más de
mi papá que de los libros. Cuando corrobora a Chema Lugo, que
conoce a mi papá, estuvieron de acuerdo. Después me dio una se-
rie de libros que los leímos juntos y todo eso. Lo sorprendente fue
cuando estuvo trabajando como velador en la secundaria federal en
Tamborel e Independencia. Ahí empezó a escribir, ya estaba ges-
tándose Septentrión, estuvo también Viajero inmóvil y La mujer que no
fui, que sí tuvo el tiempo suficiente para escribir.
R.A.- ¿En ese tiempo él ya vivía con Laura?
R.P.J.- Sí. Todavía. Ahí hay momentos muy trágicos con su ma-
trimonio. Laura era muy comprensiva, pero también Rogelio tenía
otro lado, era posesivo de su trabajo, celoso, y gracias a ello tuvo la
oportunidad de tener tiempo, cuando trabajaba de velador. Yo me
quedaba noches enteras allí, utilizaba todo, material y todo para
escribir. Y sí hubo situaciones en que descuidaba, no de una manera
extremosa, pero sí descuidaba el hogar. Era muy hogareño, pero
a veces como que estaba y como que no estaba y el trabajo como

87
escritor sí lo absorbía. Había algo que, en aquel tiempo nos juntá-
bamos muchos amigos artistas y a todos les daba cabida, no escati-
maba en nada para ofrecerles lo que tuviera, pero también exigente
que lo trataran bien cuando tenía carencias. Tenía un dicho con el
Gordo Durán que era: “Al artista nos tienen que mantener”. Pero
eran jóvenes. Era una expresión tal vez un tanto caprichosa, como
si fuera una obligación de los demás mantener al artista, cuando
en realidad querían decir que nos tenían que ayudar, no tanto de
ser conchudos [sic]; porque Rogelio era espléndido, si tenía dinero
lo repartía, ayudaba, no escatimaba nada, ni en la comida ni en el
dinero. Era muy noble él, pero también traía su contraparte. Era
caprichoso, quería que las cosas fueran como él decía, quería mere-
cerlo todo realmente. Se sentía que él no debía sufrir, pero también
aceptaba el sufrimiento, porque sí sufrió. Imagínate, pasamos vi-
vencias existenciales de mucha carencia, ambos. Llegamos a andar
buscando comida en la calle. Otras veces en momentos ya así muy
difíciles, llegué a estar mucho tiempo en su casa de la Industrial,
y salíamos a buscar de comer. Entonces hubo carencias terribles,
pero fíjate que siempre estuvo en una posición de no abandonar su
trabajo como escritor.
»Era vital y tenía un afán de conocimiento que quería hasta
aprender joyería para aprender los colores del oro. Pero ya traía la
alquimia, todo lo que leía de alquimia pensaba que era así tal cual,
y tenía un conocimiento de una manera tan intelectual que se dio
cuenta, en los últimos años, antes de que muriera, unos 15 años
atrás, de que no era así la alquimia; porque una vez le dijo mi papá,
es que la alquimia es tu mente, no los metales en sí. Él quería saber
por qué el cobre tenía ese color, la plata, el oro tenían ese color. Y
yo creo que allí tenía algo de una búsqueda del último por qué. Ahí

88
se encontró.
»En la música era buen cantante, cuando le puse música a su
poema “agua de madera” y hay otra canción, no la recuerdo, ahí
viene en alguno de sus escritos otra canción. En el video viene gra-
bada esa canción... Había otras pero las dejó inéditas. Pensábamos
grabarla con Domingo Hermosillo, fue él quien le grabó Septentrión,
pero ya no alcanzamos a ir.
R.A.- Me decías que hubo momentos muy trágicos con Laura.
R.P.J.- Habría cosas que no me gustaría comentar. Es que Rogelio
tuvo sus fallas, y graves, con la familia, llegó un momento dado en el
que él no pudo superar la separación; pero antes tuvo que pasar por
cosas graves. Laura no lo dejó nomás porque se aburrió, ya llevaba
un encadenamiento de no aportar para la familia, en lo económico,
para solventar la situación iba con toda la gente que le rodeaba, con
los amigos, a pedir préstamos para poder llevar el sustento, hasta lo
elemental; y eso fue durante mucho tiempo, todavía las hijas eran
unas niñas. Laura fue perdiendo la confianza, tuvo que trabajar
ella. Es duro decirlo, y sin embargo fue cuando el tiempo de mayor
producción de escritura se dio. Entre Rogelio y yo nunca hubo fric-
ciones graves, los últimos años que estuvimos conviviendo, al con-
trario, nos protegíamos, porque sabíamos que andábamos perdidos.
Como me lo platicó él, yo concluyo, que dentro de lo familiar ya no
pudo volver con Laura, jamás lo recibió. Y así se mantuvo y nunca
lo superó. Tuvo momentos de sobriedad, siguió trabajando y en una
recaída pues ahí quedó, con mi hermano. Yo andaba con ellos.
R.A.- ¿Qué sucedió el día de la muerte de tu hermano y Rogelio?
R.P.J.- Andábamos juntos, salimos de la casa del Valle de la Ma-
drid. Caminamos hasta el Centro, en el camino fuimos tomando,
conseguíamos en el camino donde se pudiera. Y nos quedamos a

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dormir con un amigo que tiene una cochera techada, abierta, un
abogado que tiene su despacho ahí. Nos levantamos a las 6:00 por-
que el frío era intenso y nos levantaba. Nos levantamos y todavía
estaba oscuro con esa cruda espantosa, en búsqueda del trago, y
nos paramos y dice Rogelio: “vamos a la colonia, a la industrial”,
porque ahí en una tienda le regalaban un cuartito de alcohol. Yo
dije: “no, yo aquí me quedo”. Y ya, desde las 6:00 am todavía esta-
ba oscuro. Esa vez nos quedamos ahí porque era riesgoso, no había
camiones, teníamos que cruzar como cuatro colonias. Entonces no
volvieron ese día, y no volvieron ni al día siguiente ni al siguiente. Y
como se juntaban en el parque Lerdo, los que los conocían por ahí
nos dijeron que los habían subido [sic] los del municipio.
»Al mes y medio encontraron a mi hermano tus familiares. Fue la
esposa de Chava a reconocerlo. Yo fui con Pepe a la funeraria en lo
de Treviño, sólo que Chava murió unas horas antes. Rogelio murió
en el hospital y había otro que creo que era vecino de Rogelio de la
Industrial. Dijeron que salió en las noticias de la radio. Se comuni-
caron con Osvaldo, porque acababa de morir otro abogado escritor
y escribió que Rogelio murió como había querido. Que Rogelio dijo
que quería morir como Edgar Allan Poe. A Osvaldo le pregunté por
su poesía y dijo que escribía de una manera oscura. Para muchos
sería oscuro, pero para mí estaba claro.
R.A.- ¿Tú crees que se haya dado un pacto suicida entre ellos?
R.P.J.- No, no se lo esperaban. Porque una semana antes me de-
cía Rogelio: “Tú vas a morir primero”, por la manera en que está-
bamos viviendo, agarrábamos la borrachera. Y me decía que yo iba
a morir primero porque me descuidaba mucho. La depresión ya la
traía de mucho tiempo, pero como mantenía el humor, se ponía a
veces solemne ante la vida y ante la muerte, por eso me hablaba de

90
la muerte, no porque supiera que iba a morir, sino porque sabía que
estábamos viviendo de una manera disipada. Tenía la esperanza de
conseguir trabajo en ICHICULT, pero no podía presentarse a tra-
bajar porque su estado no se lo permitía. Todos andábamos igual.
Pero sí, sí sufría. Se veía el sufrimiento y la depresión. Pero siempre
mantuvo todo el tiempo un sentido del humor, no se dejaba caer.
Hacía un esfuerzo, tenía esperanza. Y hablaba mucho de Dios.
R.A.- ¿Cómo fue su última noche?
R.P.J.- Mientras estábamos acostados en ese frío tremendo, plati-
caba sobre prospectos de trabajo con Fermín, decía que todo se iba
a componer, que tenía que ir presentable, que le había dado Fermín
un taller de $8,000 pesos mensuales. Y andaba muy animado por
eso. Tenía resistencia, aunque se sentía mal, no reflejaba… bueno,
sí se veía demacrado, pero tenía ánimo todavía. Incluso decía, ya
andando ahí en el taller “tú me vas a ayudar”, porque los últimos
escritos empezó a entregar un cuento por mes, y yo le ayudaba a
corregir los borradores y me decía: “si consigo otra beca, vamos a
trabajar otra vez juntos”. Y ahí quedó, porque realmente lo de Fer-
mín no se dio. Yo ya no regresé a donde estábamos en la cochera de
Castrejón, incluso platicó una noche con el abogado y le declamó
un poema. Nos dijo: “Aquí pueden quedarse las veces que quieran”.
Y a los dos días fue la última vez que nos quedamos ahí. Y nos que-
dábamos porque se nos pasaba el camión y era riesgoso irse a pie
hasta allá. Nos levantábamos temblando de cruda y de frío. Lo malo
es que se quedaron dormidos.
R.A.- ¿Qué pasó con eso del frasco morado de alcohol industrial?
R.P.J.- Yo le preguntaba por qué, porque él tomaba del azul, no
del rojo. Pero él me decía que pegaba más rápido y más fuerte. No
fue tanto la hipotermia, sino el alcohol. Varias veces compraba de

91
ése y le decía: “no compre de ése, al rato compramos el rojo”. Mu-
chos me han dicho que lo que compraron estaba adulterado. Les
dieron un pisto adulterado. No, ni el Tonayan lo adulteran, más
bien fue el alcohol de ése. En la defunción de mi hermano viene
paro cardíaco, no hipotermia, todos dicen que por hipotermia. Y
Rogelio era lo que acostumbraba, no tomar del rojo. Y ese es pe-
ligrosísimo. Y no hay frascos morados de alcohol. Rogelio ya no
tomaba ni cerveza ni pisto, puro alcohol. Cuando ibas a visitarlo a
la industrial compraba ese azul.
R.A.- ¿Descartarías por completo el suicidio?
R.P.J.- Completamente. Ambos tenían ganas de vivir. No fue sui-
cidio. Su objetivo en ese momento era buscar el trabajo con Fer-
mín. Rogelio sabía que ya andaba mal. Se le perdía la memoria,
tenía lapsos de amnesia. Fíjate que ahí hay algo, él quería mantener
siempre el buen humor, pero por tiempo sí sufría, sí era depresivo.
Yo pienso que trataba de disfrazarla, pero ya conmigo lloraba. In-
cluso tenía alucinaciones, aun sin beber. Su mundo, lo traía en las
lecturas, las vivía y llegaba a ver cosas. Eran seres que podían tener
figura humana, pero horripilantes, como me los describía. En un
momento dado yo lo vi tan patológico y en dos o tres ocasiones, que
llegaba a su casa y me lo encontraba hablando con esos seres, solo.
Yo lo entendía de una manera y lo aceptaba, y él seguía hablando
con ellos, estando yo ahí.
»Él se formó un mundo que llegó a visitar. Hasta les ponía nom-
bres a esos seres. Había un nombre, la región que es muy común:
la tierra de nadie. Todos hemos oído esa expresión, pero él le puso la
tierra de nadie. Y se topó con gente humanoide, con rostros incon-
cebibles. Llegó un momento que para llegar a esto tuvimos alguna
conexión, por medio de figuras geométricas y nos comunicábamos.

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Una vez se le reveló la muerte de mi papá que fue y se le presentó,
lo vio en Juárez. Le dijo a Laura: “Se acaba de morir el papá de
Ricardo”, y vino a Chihuahua, por esa revelación. Tuvo muchas
revelaciones. Tuvimos comunicación a través de la distancia con
figuras geométricas. A lo que quiero llegar es que llegué a pensar
que era esquizofrenia [sic]. En ese momento toda la gente lo consi-
deraría esquizofrenia. Pero llegó el momento en que dos personas
ven lo mismo… yo los vi.
Él lo veía por todos lados, los veía en el piso de su casa y era como
si el piso fuera de vidrio y los veía, veía el otro mundo. Juntos llega-
mos a ver en las paredes y en el piso esas criaturas, vi su mundo, vi
lo que él veía. Pero como para decir “no estamos alucinando, fui su
testigo, entré a su mundo”. Yo le decía “estoy viendo esto y esto y
esto”, sin que él me platicara nada y Saúl también lo vio. Era como
ver una pantalla en la pared y le decía: “Estoy viendo esto y esto y
esto”. Todo tenía un sentido, un significado, un símbolo. Y en el
piso fue otro mundo y Saúl día y noche [sic] viendo eso en su casa
de la Industrial. Eran seres, había uno que lo nombraba (aparte
de Almaclara, era la reina de ese mundo) era un tipo de un solo pie,
se llamaba Piltzintli. Tenía un solo pie y se recargaba en la pared.
Era como tener un monitor en el piso y me decía todo lo que él iba
viendo y veía a uno de ellos con una esfera que le daba y tenía que
tragársela. Era como una iniciación de esos seres para Rogelio... era
una asamblea de esos seres en su mundo. Yo lo vi. Y esto a nadie
se lo he platicado, porque dije yo [sic]: “Si eso ve Rogelio”, y pensé
es esquizofrenia. Y de una u otra forma me decía: “Es cuando es-
tás en el umbral, o te pierdes o… te quedas ahí, o te mueres, o te
quedas en ese mundo y te mueres”. Y él sabía que podía quedarse
o podía morir y me decía: “Tú ya sabes qué hacer”. Porque yo lo

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estaba cuidando y me decía: “¿Quieres entrar conmigo?”. Incluso
me presentó a todos los demás y les decía: “Este es otro iniciado”.
Saúl también conoce de esto porque también vio y vivió cosas. De
las cosas de esos seres horripilantes eran gente buena, eran nobles,
tenían un feo aspecto, pero te enseñaban cosas. Almaclara se me pre-
sentó, su rostro era del tamaño de todo el cuarto. No fue una noche,
ni un día, fueron varios. Llegamos a estar cinco días sin comer y sin
dormir viendo este mundo, con estos seres. Y sólo se daban a ciertas
horas, desde el atardecer hasta el amanecer. Y no dormíamos.
»Y mira, como estábamos muy metidos en los mismos libros de la
filosofía hermética y todo eso, todos los libros que para la gente son
raros. Imagínate con Chema Lugo, él era otro loco, eran nuestras
pláticas sobre esos mundos. Al principio traíamos toda la literatura
de Gourdief, Ouspensky.
R.A.- ¿Las obras de él, dónde quedaron?
R.P.J.- Alberto Aguilar tiene sus pirograbados, le compró varios.
Tiene una tienda de abarrotes. Tecnológico, pasando el Tec de
Monterrey, es un almacén con trailers, porque tiene hasta trailers.
Él tiene mucha obra de pirograbados.
R.A.- ¿Quién crees que pueda tener Alquimagen?
R.P.J.- No sé, tal vez Laura, su sobrina, porque ella es la que re-
cogió todo.
Aquí Ricardo Pérez Jasso quiso continuar con el tema de las vi-
siones del otro lado de la realidad que experimentaban con Rogelio
Treviño, no sé si a manera de Tulpas o verídicamente como una ex-
periencia a la manera de Don Juan, de experimentar otra realidad.
Este mismo testimonio lo mencionó Saúl Vázquez, y aunque a mí
Rogelio me llegó a invitar a sus sesiones yo nunca pude asistir. Y si
bien puedo tener mis dudas acerca de estos testimonios, acerca de

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la realidad de estas visiones, puedo confirmar que con Rogelio se
veían alteraciones de la realidad, quizás tulpas. Así continúo Pérez
Jasso con su testimonio y dijo:
R.P.J.- En el parque de enfrente veíamos seres de los bosques,
veíamos hadas y duendes y en el cielo veíamos guerras y huestes
peleando. Y me acordaba de situaciones bíblicas, peleándose en las
regiones celestes, entre demonios y ángeles. Todo eso lo vi junto
con él. Y cosas así, a veces se me hacía algo Apocalíptico... que ha-
bría señales en el cielo. Todo eso lo recordaba. Y al levantarse a las
4:30 de la mañana a orar. Y esperar a las 6:00 de la tarde para ver
otra vez lo mismo. Eso duró varios días. Y como que Saúl ya sabía.
Porque llegaba él y ahí se esperaba Saúl parado y yo me quedaba
sentado también y Rogelio clavado sin decir nada, desconectado y
yo también me desconectaba, pero yo hacía el esfuerzo por salirme,
porque no tenía caso para mí todo eso. Como que había saturado a
la fantasía. Haz de cuenta de que a veces estabas en el infierno pero
sin que te hiciera daño, como que lo podías manejar. Al principio
se me quitó el miedo. Y como que Saúl ya sabía todo eso porque,
no creo que nos siguiera la corriente, porque él también veía todo
eso. Y no faltó uno que le dijera: “es que abriste puertas”. Llegaba
Simón y en esos momentos era el mundo real y nosotros en el otro
mundo. Le decía Rogelio: “ven a presentarte a mis amigos” y Simón
le seguía la corriente, porque no veía nada. Pensaba que ya había
perdido la razón.
Ricardo quería seguir platicando pero se nos había terminado el
tiempo. Debía ir a atender el puesto de libros y nos despedimos y
quedamos pendientes de reencontrarnos para ir por unos libros. Me
había dejado impactada su versión de que el último día de Rogelio él
estuviera hablando de sueños y proyectos, como siempre, como cada

95
día de su vida, con el mismo entusiasmo con el que siempre esperó
que las cosas fueran mejores, que mejoraran para él y para quienes
lo rodeaban. Esa idea de imaginarlo soñando con que las cosas iban
a mejorar, de alguna manera no coincidía con otras versiones que lo
mostraban muy deprimido y bastante consciente de que iba a morir
pronto. Inclusive en los últimos poemas que rescaté gracias a Sagrario
Silva, de su último cuaderno de poesías, se puede ver que Rogelio sí
estaba consciente de que su muerte estaba muy próxima.

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Capítulo VII
Arcano XV. El Diablo

“Feliz aquel que haya encontrado el camino de su casa:


en lo sucesivo ya no tendrá nada que desear.”
Emmanuel D´Hoogvorst

Ya me llené de estar sin mí


Ahora voy a vaciarme para recuperarme
Al fondo de mí mismo.
Rogelio Treviño

Anotación al margen del libro El héroe de las mil caras


Fechado: 24 de octubre del 2001

La gran artista y maestra de estudios herméticos, Remedios Varo,


lanzó el siguiente mandamiento de trabajo espiritual: Conoce el en-
tramado personal de tus símbolos, siendo finalmente un giro al principio
socrático de: Conócete a ti mismo y una vida sin reflexión no vale la pena
vivirse. Rogelio no sólo era un maestro erudito sobre los temas de la
literatura clásica grecolatina, española, medieval y universal; tam-
bién era un gran astrólogo, alquimista, cabalista y nahual, conoce-
dor profundo del poder de las plantas enteógenas, de la mitología
prehispánica americana y de todos los ramos de la teología. Fue
un conocedor experimentado de toda la obra ―sobre todo― de
Castaneda, la cual practicaba en carne propia.
Gracias a Saúl Vázquez, conservo hoy en mi biblioteca los dos to-
mos personales de astrología de Rogelio, y tienen las observaciones

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que les hizo a cada proceso y transición en las posiciones celestes.
Tal vez por ello el maestro llegó a afirmar en varias ocasiones: yo no
soy un hombre que no sepa quién es. Sabía perfectamente cuál era su Ar-
cano, cuál era su símbolo, cuál era el nódulo central de poder que le
encaminaba sus pasos para salir siempre bien librado del abismo al
perseguir al sol, cargado de sueños y protegido por el psicopompo y
por la pluma del Fénix que siempre lo haría resurgir de sus cenizas.
Pero también sabía que llegaría el día que la pluma se perdiera y
solo le quedaría el psicopompo para surcar las aguas celestes en su
camino de retorno al universo.
Tenía ganas de verlo. Regresé a Chihuahua tras enterarme de ha-
ber obtenido la beca estatal de creadores en la categoría de jóvenes
por la propuesta de ensayo sobre obra artística hermética de chi-
huahuenses Teofanía mineral. Básicamente el proyecto estaba inspira-
do en Rogelio, pero agregué a varios autores que coincidían con la
búsqueda hermética como Luis Y. Aragón, Benjamín Domínguez,
José Vicente Anaya, Carlos Montemayor. Viajé a Chihuahua para
firmar mi contrato diez días después de la fecha de muerte de Roge-
lio, lo busqué pero nadie me daba razón. Me decían que lo habían
visto en condiciones de hambre, enfermedad y miseria preocupan-
tes. Inclusive me comentaron haberlo visto en la conmemoración a
la muerte de Susana Chávez y que se le veía deprimido, con man-
chas amoratadas en la piel, hinchado y triste del estado en que se
encontraba.
Para algunos, Rogelio murió de tristeza. Para otros murió de po-
breza e hipotermia. Sólo yo sé que murió de amor. La muerte de
Susana fue el motivo por el cual rompió con casi una década de
abstinencia y esta vez ya no pudo recuperarse. Había pasado ya
por muchos períodos de su vida internado en los centros de rehabi-
litación ―todos― en la cárcel y en el manicomio. De todos salió

98
blindado por el escudo de su poder personal, por el brillo de su
elocuencia, la transparencia de su memoria y la mágica presencia
de lo sagrado en sus palabras. De todos esos sitios horribles e inde-
seables para un hombre de vida modesta y más para un hombre de
conocimientos y entregado a la vida espiritual, Rogelio salió triun-
fante, provocando admiración, amor y respeto entre las autoridades
de los centros de rehabilitación, con la clara convicción de que su
presencia en ese lugar no podía ser más que una triste pirueta de la
vida, que lo había convertido en el santo bufón de los condenados
(el poder expandido del Arcano Cero encarnado) y así fue como
regresó a la libertad.
Cuando yo le solicité que me permitiera internarlo, sus ojos se
llenaron de lágrimas y me dijo: “Reneé, tú sabes que soy un hombre
libre. Ya no podría soportarlo una vez más. Reneé, por favor, no me
internes. No lo soportaría”. Y se soltó llorando. No pude. Sencilla-
mente no pude hacerle eso. Me resquebrajó el corazón, ese corazón
en el que él habitó como en su propia casa ―porque lo era― y
que era un corazón de madre, más que el de una amiga. No pude.
Debí hacerlo, pero no tuve el valor para encerrarlo. Y sé que la
historia sería completamente distinta. Sé que no estaría escribiendo
estas palabras. Sé que pude lograr que el 1% de probabilidades fue-
ra posible y habitar juntos en el único universo en el que no moría
de hipotermia en la pobreza y por la degradación del alcoholismo.
Lo sé. Pero no pude hacer nada. No podía forzarlo. Era un adulto,
aunque siempre en mi corazón fue y seguirá siendo en parte un
niño desamparado, un niño de Dios, un Piltzintli, Sahuatoba “el
eterno adolescente, señor de las flores y los hongos de la mirada
maravillosa”.
Rogelio escribió hasta los últimos días de su vida, en que el alcoho-

99
lismo lo atrapó, esta vez de manera definitiva. Volvió a beber debido
a la muerte de Susana Chávez, asesinada el 6 de enero del 2011;
Rogelio encontró en el alcohol una salida para enfrentar el duelo por
Susana. Con ella vivió durante un par de años, aproximadamente en
el 2007 en Ciudad Juárez, Chihuahua. A ella le escribió el poemario
perdido Listones para Susana. En la misma fecha de la muerte de Susa-
na, un año después, encontraría Rogelio su último destino.
Aún hasta en sus últimos días estaba escribiendo mientras bebía
alcohol de uso medicinal, estos poemas que al parecer tenía pen-
sados incluir en algún poemario, así lo muestran los manuscritos
fechados en invierno del 2011 ―recuperados gracias a la bailarina
Sagrario Silva― donde subraya el título Poemas de invierno. Aunque
de estos sólo pudieron ser rescatados cuatro poemas.
Estos fueron sus últimos poemas. Creo que el poema dedicado a
Meny ―Manuel― contiene un sentimiento muy claro acerca de
su conciencia de mortandad, tan cercana. Ese poema es firmado
en la noche de navidad del 2011 y su muerte tuvo ocasión el día
entre el 6 y el 7 de enero del 2012. En parte aún está esa ilusión de
encontrar el amor, que siempre tuvo toda su vida. Rogelio era un
hombre enamorado del amor. Aun cuando su gran amor fue Laura,
la madre de sus hijas Dafne, Xitlalli y Ambar, con la separación que
(según describe Ricardo Pérez Jasso) fue principalmente por mo-
tivos de su pobreza y el alcoholismo, siempre me pareció claro en
mi trato por casi doce años de amistad, que Rogelio siempre estuvo
buscando el amor. El testimonio de Ricardo fue revelador en sen-
tido de que hasta el último momento Rogelio estuvo soñando con
recuperar su vida, esperando que se pudiera reanudar su taller de
poesía para el ICHICULT, porque su director, Fermín Gutiérrez, le
ofreció un pago de $8,000 pesos mensuales. Éste habría sido el pago

100
más alto que habría recibido en toda su vida. Y nunca se logró.
Después de ver a Ricardo organicé una cita para reencontrarme
con Meny. Según las indicaciones que me había dado Saúl, era po-
sible recuperar un poco de su obra plástica, de los repujados y piro-
grabados que realizaba en madera. Además de que la amistad con
Meny también fue una de sus más importantes. Tanto así, que entre
los últimos poemas, y me parece que es el más dolido de todos, se lo
dedica a Meny. En este poema expresa claramente: No me dejéis morir.
Debía buscar y encontrarme con Meny. No tenía idea de cómo
poder encontrarlo. Pero fue como todo en la vida de Rogelio y en
nuestra amistad, con esa magia como nos encontrábamos, como la
maga en Rayuela, fue la casualidad que me reunió con Meny justa-
mente. Estaba caminando por los jardines del ICHICULT y estaba
buscando precisamente un ejemplar de Lámpara en el granero. Le di
algunas indicaciones de dónde podía encontrar un ejemplar en ven-
ta, pues la obra estaba agotada desde el 2008 o 2009. Quedamos
de vernos para hacer la entrevista. Sabía que todo lo que pudiera
revelarme Meny sobre la vida de Rogelio, tendría matices más lumi-
nosos que aquellos de sus últimos días, pero también sería una mi-
rada diferente sobre otro ángulo de la vida de Rogelio, otra etapa,
otra perspectiva. Nos encontramos en la calle Bolívar y después de
varios intentos de hacer funcionar mi computadora, decidimos tras-
ladarnos a mi departamento cercano a la Quinta Gameros, relativa-
mente, un poco más cerca de la Iglesia de la Soledad. Caminamos
y disfrutamos de los últimos rayos de luz del invierno. Hablamos
sobre Rogelio, sobre la dificultad de dejar de fumar, de enfrentar el
vicio del cigarro. ¿Cuántos cigarros habré fumado con Rogelio? Me
agrada saber que a él nunca le preocupó dejar el cigarro, que vivió
fumando hasta el último día sin preocuparse de ese tormento, de

101
esa culpa, de esa auto persecución; saber que siempre fluyó sin an-
gustias al respecto, que igualmente murió joven, pero tranquilo. Yo
aún sigo buscando una oportunidad de dejar el cigarro, de ampliar
mi vida o al menos de mejorar mi calidad de vida. La vida no posee
ninguna clase de garantías. Tuve un amigo en filosofía que se esfor-
zó muchísimo para dejar de fumar y se accidentó y murió a los 24
años. Rogelio nunca se preocupó por nada de eso y vivió lo que te-
nía que vivir y falleció al tiempo en que sabía que iba a fallecer, y no
fue por el cigarro. Meny y yo estuvimos platicando de eso. Platica-
mos del gusto que era fumarse un buen cigarrillo al lado de Rogelio,
de prender un cigarro tras otro y platicar en ese ámbito como fuera
del tiempo, como fuera de esta aparente realidad, en donde hasta se
podía fumar como si no existiera la nicotina, ni los cientos de quí-
micos adictivos y cancerosos, etcétera. Era simplemente como volar
en una nube perfumada de tabaco. Meny me dejó fumar uno de mis
dos cigarros diarios y comenzamos la entrevista.

Entrevista con Meny, Jesús Manuel García

Reneé Acosta.- ¿Cómo fue tu relación con Rogelio?


Meny.- Yo a Rogelio, cuando trabajábamos en el CONALEP.
Roberto Córdoba era el director, yo tenía rato trabajando ahí como
intendente y entró Rogelio como prefecto. Entonces me lo presentó
Roberto. Un día estábamos parados afuera de la puerta, a los cuatro
días de conocernos y no me acuerdo de que estábamos platicando,
pero yo hice mención de Don Juan, mezcalito, el tiranito [sic]... no sé
qué mencioné de Castaneda, y ahí fue el click. Me preguntó: “¿Ya
viajaste en Jícuri, y te lo das?”. “Sí”, le contesté. Ante esto él dijo:
“Bueno pues ahorita nos damos un toque” [sic]. Y ahí empezó todo.

102
A veces salíamos juntos, conocí a su esposa, a sus hijas, siempre me
refirieron muy bien. En su casa siempre fui bien recibido, y era recí-
proco porque yo también le tomé mucha estima.
»De alguna manera, Rogelio para mí era su amistad. Los títulos
y sus logros como poeta fueron posteriores a años de que fuéramos
amigos. Entonces mi relación con Rogelio, si te lo digo, claro, fue
siempre de amistad, en el sentido de que cuando yo lo conocí no era
el poeta famoso, y que lo saludaban en la calle como poeta. Para mí
siempre fue mi carnalito, el Treviñin. Lo agarraba y le sacudía la pe-
lona [sic]. Conocí a su esposa Laura, a su mamá, a Xitlalli, a Ambar
recién nacida. Yo te hablo del 82, más o menos. Entonces lo que nos
ayudó mucho es que trabajábamos juntos y nos veíamos a diario.
»Y como te digo, hicimos click ese día. Nos dábamos el toque,
jugábamos ajedrez, me encantaba escucharlo platicar, platicar con
él [sic], porque te hacía ver las cosas diferente, te cambiaba la visión
del mundo. Tenía un acetato de Paco de Lucía, la portada era gris y
estaba la foto de Paco de Lucía mirándose las manos y tú llegas y ves
el disco, entonces una vez me dice: “Mira, se está viendo las manos
y está diciendo ‘mira Dios lo que me diste, qué don me has dado en
estas manos’”. Entonces ya no veías la foto igual, ya no la volvías a
ver igual. Aprendí viendo las cosas diferentes, Rogelio te cambiaba
la visión. Y te pongo ese ejemplo de cosas que con él fui aprendien-
do. A mí no me tocó estar cuando ganó el Chihuahua, no estaba yo.
Ya cuando vine me dijo que se lo había ganado. “¡Ah, que buena
onda!”. Sí me acuerdo de cuando sacó el viajero inmóvil. Me dijo:
“Que al pedo [sic] que viniste, mira”. Había una caja ahí en su
mesa y me dice: “Mira, me acaba de llegar”. Abrió un libro y me
lo dedicó, recién que le acababa de llegar de Zacatecas. Entonces,
pues de una amistad muy abierta, muy sincera, muy sin hipocresías

103
[sic]. Definitivamente siempre nos hablamos bien y todo. Mi papá
le regalaba sus máquinas de escribir. Cuando supo que mi papá era
mecánico, desde la primera vez le encantó como le dejó su máqui-
na, una Remington negra que tenía. Le encantaba, era su máquina
favorita. Yo a Rogelio lo vi trabajando en esa Remington haciendo
las copias para mandar a concursos. Había que machetearle [sic]
a la máquina de escribir. Pero siempre con las ganas de escribir. Él
decía “yo soy poeta y a echarle los kilos”.
»Siempre me recibió bien en su casa, muy abierto, todavía casado
con Laura. También lo vi con su segunda esposa, vivía en Cuauh-
témoc, con Carmen. Tenían una paletería en el Centro y Rogelio
tenía un Volkswagen. Era tremendo. Pude haber disfrutado muchas
cosas con él, pero siempre con la inercia de andar de vago de aquí
para allá.
»Pues yo te resumo mi amistad como algo muy espontáneo. Has-
ta la fecha nunca tuve un problema con él, ningún resentimiento,
siempre me trató bien, siempre lo traté bien. Alguna vez llegó pedo
[sic]. A mi mamá no le gustaba la gente que toma, pero con Rogelio
nunca se molestó. Le daba ternura porque era chaparrito. Yo nunca
imaginé que a mi chavo le gustara escribir, pero gracias a mi hijo me
tiene muy presente el recuerdo de Rogelio, mi buen Roger. Y siempre
el recuerdo es agradable, nunca un sentimiento malo, siempre lo
recuerdo con mucho cariño. Y siempre fue una amistad muy espon-
tánea y muy verdadero [sic], desde entonces hasta la fecha.
»Un día me dijo: “Tienes que platicar con mezcalito”. Traía yo
un relajo allá con las estrellas, pero es cierto, me recibió bien y todo,
porque antes de leer a Don Juan, yo había tenido contacto con los
hongos alucinógenos y a Jícuri. Cuando leí a Don Juan comprendí
que eso no era un juego y que no eran tonteras. Me acuerdo de

104
aquella vez que me dijo: “Tienes que ir a la Perla a hablar con mez-
calito”. Me dio la dirección de cómo llegar y cuando regresé, al otro
día me dijo: “¿Cómo te fue... te recibió?”. “Sí”, le dije. “¿Trajiste?”,
preguntó. “Sí”, respondí y le regalé unas cabezas [sic]. Siempre fue
un poquito aventurero. Le dio mucho gusto saber que fui, me dijo:
“¿No te dio miedo?”. Le dije que fui con precaución, ya no como
anteriormente, ya iba con otra idea; y todo y más o menos traté
de hacer el ritual de Don Juan. Y sí, no tuve problema. A él le dio
mucho gusto. Me dijo: “Es que eres bien buena onda”. Estaba muy
contento de que me recibió bien Jícuri, y que le traje unas cabezas.
Meny se explayó de tal manera y con tal alegría acerca de Ro-
gelio, que prácticamente no hubo necesidad de preguntarle nada,
sino simplemente escucharlo. Así terminó la entrevista. Me invitó a
un performance que habían planeado su hijo y América Zapata, pero
ya no pude asistir porque enfermé de varicela. Durante mi conva-
lecencia comencé a reunir los textos, las anotaciones, las entrevistas
realizadas, los apuntes y todas las observaciones. Ante la necesidad
de tener que estar en cama durante por lo menos quince días y estar
en aislamiento en cuarentena, decidí que era un buen momento
para seguir contactando a otras figuras importantes de la vida de
Rogelio por vía digital.

105
106
La resurrección
Arcano XX. El Juicio Final.

Capítulo VIII

La madrugada del 6 de enero del 2012, durante uno de los invier-


nos más gélidos que ha tenido Chihuahua ―ese año se congelaron
los árboles y reventaron todas las tuberías de agua de la ciudad, el
Municipio levantó cientos de animales congelados de las calles―,
Rogelio salió con dos amigos en búsqueda de alcohol, aproximada-
mente alrededor de las 4:45 de la mañana (el diablo). A esas horas
sólo Dios sabe a dónde fueron a buscar, encontrando un frasco de
alcohol de tapa morada de uso industrial y completamente veneno-
so para el consumo humano. Alrededor de las 10:00 am los vecinos
vieron a los tres hombres en un estado lamentable y llamaron a
la ambulancia. Los servicios de paramédicos hicieron caso omiso
de varias llamadas que se realizaron durante todo el día. Duran-
te la madrugada del día 7 fueron recogidos. Uno de ellos, identifi-
cado como Salvador Pérez Jasso, yacía sin vida. El otro individuo
desconocido y que no pudo ser identificado estaba en condiciones
cercanas a la muerte, aunque algunos testimonios aseguran que so-
brevivió. Rogelio aún respiraba, pero estaba al borde del paro respi-
ratorio. Fue conectado a un respirador y llevado al Hospital Central
en donde falleció finalmente por un estado de cirrosis, complicacio-
nes respiratorias por una neumonía a causa del frío e hipotermia.
Su cuerpo fue ingresado al C4 de la ciudad de Chihuahua el día
8 de enero del 2012.
Apenas unos meses antes había ido a visitarme a Durango, donde
estuve viviendo un año. Fue en el mes de junio en Victoria de Du-
rango, donde llegó sin mayor maleta ni posesión que un cuaderno

107
de notas y la medalla que había recibido como Creador Emérito
por parte de las autoridades Culturales de Chihuahua. Con esa me-
dalla, como si fuera un escudo mágico, fue consiguiendo “avento-
nes” de los camioneros que lo llevaron hasta Durango.
Mi esposo le leyó los tránsitos y progresiones de su carta astral y en
ese lenguaje incomprensible para un no conocedor de la astrología,
pero profundamente claro para especialistas como ellos lo eran, le
dijo: “Tienes dos caminos: 1.- sigues tomando como lo estás hacien-
do y no pasas de este año, a lo mucho te mueres en los primeros días
de enero. Si te va bien, pierdes una pierna o algún miembro, pero
tú sabes perfectamente lo que significa esta posición; o 2.- tomas la
alternativa de dejar de tomar y pasando este tránsito tan negativo
por tu carta, estarás instalándote en una vida completamente llena
de fama, riqueza, viajes, satisfacciones, amor y una larga vida hasta
bien entrados los ochenta y quizás hasta los noventa años. ¿Entien-
des lo que te estoy diciendo, Rogelio?”, le dijo mi bien amado, Jorge
Guerrero de la Torre.
Durante esos días yo le dije a Rogelio: “tú sabes perfectamen-
te que estás corriendo un grave riesgo mortal”. A lo que Rogelio
respondió: “Reneé, me voy a morir”. Ante lo que respondí: “Sí,
Rogelio, te vas a morir, todos nos vamos a morir algún día. Pero
de ti depende que no sea de este modo y no sea ahora. Tú puedes
hacer la diferencia. Déjame que te interne en un centro de rehabili-
tación”, y agregué: “Te hemos conseguido un lugar que ni siquiera
es un centro de rehabilitación, es casi un spa, te llevaré cigarros a
diario y libros y café, pero tienes que decidirlo ya”. Rogelio mira-
ba pensativo hacia el suelo. Sabía que no me iba a hacer caso. Le
dije entonces: “Será que en este y en todos los multiversos siempre
he luchado para que no termines así”. “¿Así cómo?”, preguntó él.

108
Me enojé y le dije: “¡Que en todos los universos posibles, en una
probabilidad de 99% de 100 siempre te mueres borracho y de hipo-
termia!”. Rogelio nunca había tenido miedo a la muerte. Esta vez
el Arcano Cero estaba siendo demolido por la torre devastada en
concordancia con el diablo y la muerte.
Rogelio siempre afirmó no tenerle miedo a la muerte, y que su
miedo era a no tener tiempo de alcanzar a crear el doble. Me remito
nuevamente a Artaud para hacer clara esta misteriosa aseveración
de Treviño:

Los tarahumaras no temen la muerte física: el cuerpo —dicen— está


hecho para su desaparición; es la muerte espiritual lo que ellos temen y no
en un sentido católico, aunque los jesuitas hayan pasado por allí. Estos
indios tienen la tradición de la metempsicosis: y es la caída ulterior de su
doble lo que temen por encima de todo. No tener conciencia de lo que es,
de lo que puede llegar a ser, es exponerse a perder su doble. ES arriesgarse
a sufrir más allá del espacio físico una especie de caída abstracta, que
el principio humano desencarnado vague a través de las altas regiones
planetarias. (Artaud, Viaje al país de los tarahumaras, p. 288)

Algunos dijeron verlo un día antes de su sepelio. Fueron muchas


las personas que lo habían visto caminando por los jardines y los
parques. Inclusive unos sobrinos de él afirmaron haberle prestado
veinte pesos en la primera semana de febrero, apenas unos quin-
ce días de que se les notificara de su muerte. Facundo me platicó
durante el funeral de Rogelio que lo acababa de ver hace apenas
quince días caminando por la calle del Parque Lerdo.

109
Nuestro amigo el pintor que trabaja en la Quinta Gameros, me
dijo haberlo visto una semana antes del funeral ―Rogelio ya tenía
para entonces casi dos meses de haber fallecido―, y que estuvo pla-
ticando con varias personas del equipo y que permaneció con ellos
hablando como siempre lo hacía, como si estuviera dictando una
gran conferencia magistral, desde las 11:00 am hasta las 2:00 pm.
Marco Antonio Esparza, autor del video Entre luz de Diosa Blanca,
me platicó al encontrarlo meses después del funeral de Rogelio, que
él había estado platicando con él unos días después de la fecha de
la muerte del poeta. Que la conversación había estado girando en
torno a las experiencias extrasensoriales que Rogelio había estado
teniendo esos últimos días y que le confesó a Esparza: “Creo que
por fin alcancé el doble. Tengo la impresión de que estoy muerto
y que logré el desdoblamiento definitivo. Me han estado pasando
cosas muy extrañas últimamente”. Según dice Esparza fueron las
palabras de la última conversación con Rogelio.
Tuve la triste suerte, que tal vez, pienso, así fue como lo quiso
Rogelio, de ser yo quien fuera a reconocerlo a las oficinas de las
autoridades. No se me permitió la entrada al C4 y fui remitida a las
oficinas para el reconocimiento de las fotografías de las personas sin
identificar. Allí encontré la fotografía tranquila, aún con esa mue-
ca serena que guardaba como cuando dormía profundamente. Su
cuerpo había estado congelado desde el 6 de enero hasta el 22 o 24
de febrero que fui a reconocerlo.
Y digo que tal vez fue la suerte que él así lo quiso, pues dentro de
sus muchos trabajos chamánicos decía haber alcanzado la facultad
de viajar en los sueños, como lo hacen los sabios hechiceros de la
sierra y de otras etnias mexicanas.
Rogelio hablaba de sus viajes astrales y hacía varias predicciones

110
del futuro que llegó a hacerme. Por los primeros días de enero tuve
un sueño en el que Rogelio me decía: “Reneé, que bueno que vas de
regreso para Chihuahua (en aquel momento aún estaba en Duran-
go), necesito que me hagas un último favor: quiero que vayas a Chi-
huahua y vayas por mi cuerpo y se lo entregues a mi familia. Nadie
sabe que estoy muerto”. Cuando él me decía esto en el sueño, yo
me preguntaba si estaba soñando. Él decía que el primer paso para
despertar era preguntarse si estabas soñando. Pensé, “estoy soñan-
do”, pero si estoy soñando, puede ser que sea cierto. Pensé: “ahora
sí se ha metido en un problema grande, a ver cómo hacemos para
solucionar esto” (ese fue mi razonamiento onírico). Mil pensamien-
tos pasaban por mi cabeza buscando una solución y él interrumpió
mis pensamientos diciendo: “Es el último favor que te voy a pedir.
Me tienen ahí, congelado”, dijo triste, mirando al suelo, y agregó:
“Me tienen congelado como a un pavo”, dijo, haciendo una mueca
y luego soltó una risotada, como solía reírse con esa risa fácil. Luego
me miró a los ojos y dijo por último: “Después de esto ya no vol-
veré a pedirte nada. Ya no voy a molestarte más. Es el último favor
que te voy a pedir”. Y desperté de este sueño, con la sensación de
que debía hacer lo que él me indicó. Tenía poco dinero y Jorge me
dijo: “Debes estar impresionada por la noticia de que encontraron
el cuerpo de tres alcohólicos indigentes. Pero no ha de ser nada.
Rogelio sabe cuidarse. Él está bien”. Sin embargo, me quedé con el
pendiente, pero traté de tranquilizarme de ese presentimiento reve-
lado en el sueño que no me dejaba dormir.
Tanta era mi preocupación, mi intuición de lo que había suce-
dido, que pocos días después viajé a Chihuahua. Llegué el 10 de
enero y anduve preguntando a todos por Rogelio. Varias personas

111
me afirmaron haberlo visto el día anterior, con ello se calmaron mis
sospechas. Regresé a Durango para preparar la mudanza de regreso
a Chihuahua con mi esposo. Sólo pudimos regresar hasta mediados
de febrero. Apenas terminé de vaciar la última caja y de instalarme
en la nueva casa, cuando me habló desde el Instituto Chihuahuense
de la Cultura, mi amigo Iván Carlos para decirme que estaba la
sospecha de que Rogelio había muerto y que fuera a buscarlo.
Tuvo un sepelio humilde, como humilde fue toda su vida. Asistie-
ron algunos amigos. Hubo tristeza pero sin desgarramiento. Todos
sabíamos que eso podía pasar. No hubo sorpresa. Se realizó un ho-
menaje póstumo en el recinto del Teatro de Cámara Fernando Saa-
vedra el 30 de abril del 2012, fecha de su natalicio; y se le brindaron
todos los honores de los que un gran poeta puede gozar. En vida se
le brindó un homenaje por su obra y se realizó la publicación de
su obra reunida, de la cual faltaron muchos poemarios perdidos en
la vida vagabunda de su trajinar por este mundo, un mundo que
nunca lo comprendió y que él vivió con humildad y con alegría de
ermitaño, y a la cual correspondió con una obra maravillosa digna
de ser recordada.
Sus cenizas fueron esparcidas por sus hijas en la Sierra Tara-
humara, tal y como él siempre lo quiso. Regresó a las barrancas,
con sus rostros de ancianos de piedra que miran la inmensidad del
Cañón de las Barrancas del Cobre. Se reintegró su cuerpo físico a
aquel lugar que tanto amó, con sus pinos siempre verdes, sus nubes,
su inmensidad y lejanía.

112
Fotografía cortesía de Gabriel Ortiz. Esta foto fue tomada según el testimonio a pocos días (tal
vez horas) de su muerte. Esta es la última fotografía
de Rogelio Treviño y él no se dio cuenta de que se la estaban tomando. Yo logré recuperar los
papeles que tiene entre sus manos, son Poemas de invierno.

113
Capítulo IX
Las aguas recobradas

Entrevista con Lorena Borja

Días antes de comenzar a sentir los síntomas de resurgimiento de


la varicela a causa de una reacción de mi sistema inmunológico por
vacunarme de la influenza, fui a encontrarme con la pintora Lo-
rena Borja, de quien yo sabía había sido una musa para Rogelio y
uno de sus últimos grandes amores. Estaba muy interesada en verla
para recuperar algunos textos que yo sabía que ella debía tener,
pues eran escritos que Rogelio había redactado para su obra y para
ella, en calidad de musa inspiradora. Nos encontramos en la terraza
del Mesón de Catedral, fue un gusto reencontrarnos pues teníamos
algunos meses sin vernos. Generalmente nos encontramos en las ex-
posiciones de pintura que se presentan en la ciudad, y que muy se-
guido asisto a estas manifestaciones artísticas, así como al teatro y a
los recitales y conferencias. Pero teníamos tiempo de no vernos. Me
sorprendió lo fluido de la conversación y de todas las declaraciones,
también sentí que, a través de su relación con él, de sus recuerdos
a su lado, sus experiencias tan personales, venía de regreso muchos
aspectos de la personalidad de Rogelio, su ánimo siempre alegre.
Así fue como empezamos la entrevista:

Entrevista con Lorena Borja

Reneé Acosta.- ¿Cómo conociste a Rogelio?


Lorena Borja.- Lo conocí en el ambiente plástico, poético, y lo
empecé a tratar en una exposición que tuvimos el maestro Aragón
y yo. Ahí fue donde comenzó a surgir la amistad.

114
R.A.- ¿Cuál fue tu impresión?
L.B.- Me agradó su personalidad, aguerrido difícil, un reto tra-
tarlo. Fue lo que más me llamo la atención de él, que no era nada
convencional. Pues el coincidir en algunas o varias cosas, la cuestión
del arte, de la poesía, el trabajo creativo, lo que implica, que no pue-
des ser ni pintor ni poeta, como él comentaba: de fin de semana. La
plática de él la disfrutaba bastante. Platicábamos de poesía, de sus
hijas, de su matrimonio, de los amigos en común, de Juárez, pues
es que como teníamos muchos amigos en común yo creo que eso
nos llevaba horas. Nos encontramos también en Juárez, que fue un
reencuentro muy agradable. No recuerdo en qué exposición, pero
iba con un sombrero muy exótico. Generalmente traía el bombín,
pero como era verano traía un sombrero como vaquero con el ala
enroscada. Ese encuentro lo recuerdo bien. Nos dimos un fuerte
abrazo y le pregunté: “¿cómo andas?”, a lo que él contestó “¿cómo
andas tú?, yo ando muy bien”. Era cuando andaba “línea”. Me
comentó que estaba escribiendo, que estaba contento. Yo nunca lo
escuché quejarse, decir “estoy mal”, “estoy triste”, “estoy enfermo”.
Nunca lo escuché quejarse. Sólo decir que no traía lana, era lo que
comentaba. Al otro día nos vimos, fue al hotel, desayunamos juntos.
Platicamos de todo y de nada. Después no recuerdo, comencé a ir
a su casa, a veces en la tarde o en la mañana, caminábamos por
el parque, antes de que se viniera la violencia. Eran tardes muy
agradables, cruzamos ese parque mil veces. Prácticamente era una
cosa de su poesía, un monólogo, ser su oído. Escuchaba todo lo que
había escrito, siempre me leía. Y era un placer escucharlo porque él
siempre se sentaba en su escritorio y yo en un sillón viejo, pero có-
modo. Y ya empezaba a leer su poesía. Yo le decía “explícate” y se
enojaba. Me gustaba hacerlo enojar. Después se hizo más estrecha

115
la amistad, ya teníamos más cosas que comentar. Le preste libros de
arte que él devoraba. Siempre me los entregó con un ligero olor a
cigarros delicados. Cada libro que le presté me lo entregaba. Nunca
se quedó con ningún libro, aunque todos decían que se quedaba
con los libros. Todo lo que le presté siempre me lo regresó. Con
él aprendí a fumar delicados. Tomábamos Coca-Cola. Íbamos a
cenar. Luego empezó a escribir sobre mis cuadros. Nos veíamos por
las tardes en la galería Las Ánimas. Nos gustaba ir a escuchar músi-
ca ahí. Tomábamos café, aunque él siempre traía hambre, una vez
pedimos algo y compartimos la ración.
»El mismo trato lo llevó a decir que me amaba, nunca supe cómo,
qué tipo de amor, porque jamás hubo un acercamiento, contacto.
Siempre teníamos distancia en eso. Él me decía que me amaba. Me
escribió varias cartas. Pero nunca hizo por acercarse, ni me tomaba
de la mano, siempre se portó como un caballero antiguo. Porque era
un caballero. Tuve también el placer de escucharlo cantar, escuchar
sus canciones. Una voz extraordinaria. Fueron algunas tardes de
guitarra con el Jasso y la voz de Rogelio. Fue un privilegio haberlo
escuchado y haberlo disfrutado de esa manera.
»Mucho del material recuerdo, también [sic], las cosas que tenía él
algunas veces le compré cintas para su máquina [sic]. Le llevé unas
hojas tamaño oficio que no le gustaban porque prefería las tamaño
carta. Finalmente las cortó una por una con una regla. Recuerdo
sus correcciones impecables... si había alguna corrección, siempre
era impecable. Recuerdo sus panchos que hacía [sic]. Fue una vez
que le dieron un premio y empezó que quería tomar, empezó necio.
Finalmente me levanté y dejé que se fuera. Pensó que lo iba a abor-
dar en ese momento [sic] y yo nomás le dije adiós. Al día siguiente
me reclamó muy enojado y yo le dije que yo no estaba acostumbra-

116
da a tolerar niños berrinchudos. Una de las cosas que recuerdo son
los desayunos con Aragón y él... era una cuestión de resistencia. Se
querían mucho. Juntos éramos una bomba de tiempo. Eran pláticas
que se subían de tono, buscando la palabra adecuada para un poe-
ma, a veces uno quería tener la razón sobre la historia, los griegos, y
cada uno defendía su punto de vista, y finalmente tan amigos como
siempre. Y terminaba la discusión, pero era prácticamente ellos dos.
»Hay una anécdota que recuerdo bastante de que buscaban las
piedras flotantes. Uno decía muy poéticamente la cuestión de una
piedra flotante. Y les digo yo: “aerolitos”. Voltean los dos encabro-
nados a verme. Los dos estaban en trance y los saqué de su concen-
tración. Prácticamente fueron muchas tardes de convivir con él.
»Yo me comencé a alejar cuando empieza lo de la violencia y
me daba miedo ir a visitarlo a su colonia. A veces era un ambiente
denso, cuando estaban todos sus amigos. A mí me gustaba verlo solo
o con Jasso. Era cuando estaba en un ambiente agradable, cuando
llegaban todos sus amigos se me hacía pesado el ambiente. Siempre
fue un caballero, un caballero. Cuando él traía dinero siempre que-
ría pagar y se molestaba cuando no aceptabas. Y cuando no traía
dinero era claro, no tenía ese tipo de problemas. Fuimos al cine en
una ocasión, fuimos a ver El extraño caso de Benjamin Botton. Tenía mu-
cho tiempo Rogelio de que no iba al cine. Disfrutaba como un niño.
En una navidad le daba mucha risa, porque todo mundo le llevó
comida, y porque tenía mucho qué comer, le daba risa. Me gustaba
su mesa que era un carrete de cables de electricidad, improvisado.
Sí, y sus latitas de frijoles o de chiles como platos, muy práctico. Se
peleaba conmigo porque quería tacos de tripa del mercado y yo no
quería ir a comer eso. Finalmente le ganaba yo. Yo lo invitaba al
Degá. En la rapidez con que escribía me impactaba. Otro de los

117
detalles era que él no me decía Lorena, me decía Dina. Hizo varias
canciones. Las acomodaba, tomaba de otras canciones y me decía:
“la Dina inmovile en su automovilé”, y se reía cuando la cantaba.
»Me escribió una carta que se llamaba Carta urgente a Dina, y
era una cuestión de que o lo aceptaba o no lo aceptaba, en esa
cuestión de amor. Yo me alejaba. Luego me hablaba y yo no podía
resistirme a su amistad, pero nunca fue de otra manera, de una
manera carnal.
Él me preguntaba que qué signo era yo. Él era Tauro. El toro y
la virgen. Yo le decía “¿cuál toro, cuál virgen?” de una manera de
hacerlo enojar. Luego agarraba la onda. Pero fíjate que a pesar de
que caminábamos y me hablaba de los pájaros y la luz, yo le decía
“¿cuál luz, cuáles pájaros?”. Y yo siempre trataba de hacerlo enojar.
A veces me lograba salir con la mía, pero esto le daba vuelo poético
y eso me gustaba. Es que fueron tantas cosas. De salir a platicar, a
comer. Él me decía que nos fuéramos a Europa, que se quería ir
de aquí. Me decía “vámonos”. Hicimos planes para ir a ver unas
pinturas rupestres cerca de Cuauhtémoc. A Europa era una locura.
Eran planes y planes que nunca hicimos. A mí se me antojaba ir
con él a ver las pinturas rupestres, pero nunca hubo la oportunidad,
el compromiso de decir “ahora”. Lo disfruté mucho en todos los
sentidos. Me gustaba más cuando escuchaba su voz leyendo poesía.
»Mucho tiempo tuvo mi obra en su casa y escribió mucho. Es-
cribió algo para mí en la revista Solar, fue por una exposición y él
hizo ese texto y lo publicó. De ahí empezó la amistad muy fuerte.
Prácticamente lo veía a diario. Caminábamos por las calles de Chi-
huahua. Nunca lo percibí yo pesado como muchas personas lo cata-
logaban. Era muy humano. Yo así lo percibía, con una sensibilidad
increíble. Nunca, es que yo no sé… no lo veía enojado. Era berrin-

118
chudo como un niño. Una vez me tocó verlo enojado reclamando
un cuadro que le habíamos prometido Aragón y yo. Porque el trato
era ese. No le podías prometer algo y no cumplírselo, porque él, lo
que prometía siempre lo cumplía. Supe de su vida cuando recién se
casó, de sus artes marciales, de sus trabajos en la playa en Baja Ca-
lifornia o La Paz, junto con su amigo Antonio Ochoa. Porque ellos
se conocieron desde niños.
»Fuimos a muchos eventos juntos. Tengo muchas fotos de él, tex-
tos. Quien te puede proporcionar de cuando era chavo es Antonio
Ochoa. Incluso sus hijas llevan una muy buena amistad con él. Co-
nocí también a Laura. Me platicaba mucho de Laura. Y se sentía
bastante orgulloso de sus hijas. Xitlalli fue la que se inclinó por el arte,
que hacía críticas de que necesitaba sufrir más. Imagínate, estábamos
tardes, mediodías, imaginando, él con su poesía, yo con mi pintura.
Siempre hubo planes de hacer algo juntos. Nunca se consolidó.
Acerca de Cuaresma para un sepulcro, intenté preguntarle a Lorena y
ella me contestó:
L.B.- Él utilizaba su amor, su pasión para llevarlo al sufrimiento.
Recuerdo que entre las pláticas hablábamos mucho de ti, de los
poetas chihuahuenses. Quiénes eran los verdaderos poetas para él.
A quién quería, a quién no. A Luis Y. Aragón lo quería mucho.
Generoso siempre. Puntual. Me tocó en una ocasión verlo enfermo,
con fiebre. Y, aun así, ese día estaba enfermo, estaba dormido, lle-
gué y yo no sé cómo le hizo, pero se levantó. Estaba con él un joven
que había ganado el premio Chihuahua de poesía, Saúl. Era de los
que más lo toleraban. Empezamos a platicar y al rato a cantar, me
gustaba mucho que me cantara “La llorona”. Y había una canción
de él: “usted me enseñó a ser como usted y yo le enseñé a ser como
yo y todo acabó…”, algo así. Me decía “suéltate” y me hacía cantar.

119
Pues imagínate esos momentos. Por más que tratara de describirlos
es imposible, esas vivencias con Rogelio. Ese disfrutarlo, verlo, sus
correcciones, sus lecturas, los leía y los corregía. Era muy discipli-
nado, le gustaba escribir en las mañanas y ya tenía algo escrito.
Llegaba a mediodía y era como una cuestión ritual de sentarme y
escucharlo. Su espacio era humilde pero muy limpio, muy ordena-
do. Me llamaba la atención su forma de vestir. En alguna ocasión
dijo que de niño le decían: patas de tildillo, que son unos pajaritos
que están en los ríos con unas patas flacas, largas, largas. Porque
dice que tenía las piernas muy largas.
»A veces me llamaba enojado si le decía que iba a ir y no iba. Me
ponía como la chancla cuando me hablaba por teléfono. Y llegaba
y ya no había enojo, ya no había nada. O sea como que la cosa era
sacar el enojo por teléfono. Al otro día me reportaba y me recibía
muy bien, siempre.
»Yo percibía que me amaba, pero jamás de una forma de acoso.
Siempre se declaraba de una forma tan fina, tan poética, que te
llega hasta la médula espinal. El sentir ese amor y no poder corres-
ponderle de la misma manera, a veces pienso yo que, qué maravi-
llosa oportunidad de poderlo disfrutar. No tanto de ser casada, sino
de no poder sentir ese amor a ese hombre. Porque de quererlo, lo
quiero. Pero sí me hacía sentir una forma de cariño, pero a veces
me aterraba porque sentía que lo lastimaba, pero yo lo necesitaba y
él me necesitaba. Él intentaba darme celos con otras mujeres y me
decía que había visto a no sé quién, y bueno….
»Ya después yo me retiré por esa cuestión de no dañarlo más, de
no lastimarlo. Me llamaba, ponía excusas para no ir, pero sobre
todo era la violencia que comenzaba a suscitarse y yo no era tan
valiente para entrar a su colonia. Y le fui perdiendo la pista. Sabía

120
de él siempre por el maestro Aragón. No lo llegué a ver borracho.
Antes de tratarlo. Se veía como un mago con un abrigo largo negro.
En los años en que yo llegué a tratarlo nunca lo vi borracho, mal.
R.A.- La Virgen en el laberinto surge en la cuestión de que tu signo
es Virgo…
L.B.- El insistía mucho en esa cuestión. Uno de sus poemas que
recuerdo es el de Los hombres de paja. Pero nada más hasta ahí, ya no
recuerdo más. Nunca llegó a pedirme dinero. Sabía de sus necesida-
des pero nunca me llegó a pedir, y nunca se lo di. Lo invitaba a comer.
»Yo creo que de los hombres que he conocido, Rogelio fue al-
guien que te inspira, que te pone a trabajar, te pone a disfrutar más
lo que haces y ver que alguien valore tu trabajo como lo valoraba
él. Él siempre me decía: “es que si vas a pintar, pinta, pero pinta tu
sufrimiento, que tus piedras hablen, que tus piedras sean poesía”.
Eso comentaba mucho. Y me decía: “eres una gran poeta”, cuando
estaba frente al cuadro. Fue una experiencia muy agradable que tu-
viera mi material en su casa, el cuidado que recibía. Yo creo que fue
el mejor museo, su casa, ¿qué más puedes pedir? Cuando quieres a
tu trabajo que alguien lo esté resguardando de ese modo. Y a la vez
que se ponía a escribir. “¿Y por qué los grises?”, me preguntaba. Y
él comenzaba a hablar de los grises. En una de mis exposiciones que
se iba a llamar “meditación en la caverna”, al final se quedó en una
obra, y de ahí él se fue hacia la bóveda celeste.
»A pesar de que era duro, a mí nunca me llegó a agredir, me
incomodaba a veces el hecho de que él pensara que me ocupaba a
ciertas horas. Él me exigía que pintara siempre, siempre. Los fines
de semana, él odiaba de que fuera uno artista de ratos libres. Pero
se desesperaba a veces. A mí me dio libros. Algunos libros, no de
él. De él siempre fueron hojas sueltas, incluso con su letra tengo

121
ahí unos. También él me comentó acerca de sus rehabilitaciones,
de que en algunas ocasiones tenían que amarrarlo para no seguir.
Había algo, decía: “conocerse a sí mismo es horrorizarse”. Eso me
insistía mucho, que me conociera. Pero esto iba cuando comentaba
la cuestión del alcoholismo. Todo lo que había pasado, la pérdida
de algunos amigos, de la madre de sus hijas; es que era mucho más
profundo, no me puedo… habría que escucharlo, por más que trato
de recordar sus palabras. Creo que por ahí está escrito en alguna de
sus cartas.
»Disfrutaba mucho cuando íbamos a las exposiciones, sus comenta-
rios. Él iba muy seguido a la facultad de filosofía y letras, me comenta-
ba que le habían hecho unas entrevistas, pues de los maestros de ahí,
a Rubén Tinajero, de bellas artes, pero tenía un gran cariño por él. Yo
lo disfrutaba mucho cuando íbamos a las lecturas. Yo nunca llegué a
escuchar una expresión negativa hacia Rogelio. Creo que finalmente
todos lo reconocimos como poeta. Con Antonio Ochoa vivió mu-
chas cosas en Ciudad Juárez. Más de su vida personal. ¡Qué escasos
los espíritus como Rogelio!, fue un ser tan extraordinario, pese a sus
puntos negativos, que hoy los veo como virtudes. Sus explosiones, su
resentimiento a no ser suficientemente reconocido, que de repente le
salía. Me tocó más disfrutar lo bueno de Rogelio, sus canciones, sus
pláticas, el arte, las caminatas, todo se disfrutaba con él. Las mañanas
eran diferentes, las tardes eran diferentes.
R.A.- ¿Alguna vez llegaste a experimentar situaciones paranor-
males con él?
L.B.- No. Cuando leía era un mago. Indudablemente que te
transportaba hacia otra dimensión hablar con él, pero sí había una
necesidad de llamarlo o acudir, no sé si él me llevaba a tocar su
puerta, esa magia que podías encontrar en su escritorio y en su si-

122
llón viejo y su máquina, sus hojas tamaño oficio que él cortaba. Él
me comentaba acerca de las hadas. Me hablaba de presencias. Yo
lo tomaba así, es que a lo mejor ya entrabas en su mundo y lo veías
normal, te involucrabas tanto que dejabas de percibir esos detalles
y te involucrabas en una magia que era el momento. Porque había
instantes que no decíamos nada, él simplemente escribía y no se
emitía ninguna palabra; sin embargo, había una sensación de paz,
de respirar profundo y que el oxígeno te llega a todas tus células.
A lo mejor eso, ¿no? La magia del sol cuando se ven sus rayos en
las partículas que flotan, que dejamos de admirarlas y las vemos,
sin verlas, sin sentirlas. Cuando estabas con Rogelio todo era sentir.
Sentir el hilo de los árboles, de las hojas, el caminar y sobre todo en
esta época, que vas pisando las hojas secas.
R.A.- Del lado chamánico de Rogelio, ¿qué puedes decir?
L.B.- No lo viví mucho. A lo mejor no lo percibí. A lo mejor
estaba tan involucrada que todo era tan normal. Probablemente
esa época de las hadas ya no me tocó. Pero sí vi las cosas diferentes,
todos los sentidos estaban más alerta. Se te van las horas sin sentir,
se te va la vida, las responsabilidades, todo.
»Tal vez en aquellos momentos, me estoy preguntando qué habría
sido la vida entre Rogelio y yo si yo lo hubiera amado como él que-
ría. ¿Qué hubiéramos hecho juntos? El haber seguido esa cuestión
de sus inquietudes de explorar otros mundos, de viajar, de ir a Es-
paña, que le llamaban mucho la atención y yo le decía: “Nos vamos
juntos con cupiditos flotando y nosotros brincando”. Se reía mucho
y se enojaba.
»Es que tengo en la mente todas esas canciones de él. Sus veranos,
sus inviernos. Cómo olvidar su risa, el sonido. Sus ojillos como dos
brasitas, dos brasas, recuerdo sus zapatos, sus botines. Me llamaban

123
la atención. Lo indispensable para vivir. Esta forma tan austera, sin
necesidad más que su máquina de escribir, sus hojas, su cinta; era
su vida. Recuerdo, para mí la cuestión visual, de llegar a su puerta,
su candado, tengo más imágenes visuales. Me llamaba la atención
que tuviera que introducir una llave con un candado en lo alto, esa
mesa, incluso su cama es lo único que se requiere para estar bien.
Yo lo veía que estaba bien en ese tiempo.
»Lamentaba mucho el incendio que había tenido y su material
perdido. Me gustaba su espacio donde vivía. También ahí conocí a
Tomás Chacón. Eran dos cuartos, su mesa, todo muy sencillo. Al-
gunas reuniones con sus amigos que, bueno hubo un mal entendido
con Saúl. Estábamos comentando, platicando él y yo, pero él estaba
en el viejo sillón y yo por mis dificultades para escuchar (tengo un
implante) le pedí que se acercara y el chavo se pone en cuclillas y
Rogelio pensó que me estaba faltando al respeto, que era otro tipo
de acercamiento. Y se molestó con Saúl, incluso cortó su amistad y
luego lo aclaré que en ningún momento él intentó más que la pláti-
ca y ya, lo volvió a incorporar a su círculo de amistades. Podríamos
decir que era celoso y posesivo.
»A mí me impresionaba esa cosa de los libros, le encantaba Al-
berto Burri. Se fascinó con su arte, su austeridad. Y si de alguna
manera le llamaba la atención la figura se fue hacia lo abstracto y
lo disfrutó o encontró ese sabor al abstracto. Yo lo veía fascinado.
Y estaban en italiano esos libros, pero Burri fue el que le gusto más.
»Sebastian de alguna manera se lo llevó, lo tuvo un tiempo ahí con
él, al parecer no se sentía muy cómodo, Rogelio era un nómada, no
podía estar en ningún lugar. Comodidades y esas cosas las dejaba
atrás y él seguía surcando calles. Para mí era un nómada. Creo que
donde permaneció más era en su casa, su espacio. Y es que fueron

124
tantas cosas, todo era cuestión de arte. Algunos poetas de Juárez sí le
marcaron su línea. Lo respetaban como poeta, pero como persona
había una línea que, que no lo dejaban acercarse más.
R.A.- ¿Cómo fue para ti el día que nos enteramos de su muerte?
¿Cómo te enteraste?
L.B.- No recuerdo con exactitud. Creo que Xitlalli me llamó y me
preguntó algo, que iban a venir. Luego yo me comuniqué contigo,
pero… para mí las cuestiones de dolor no son tan fácil, romper
en llanto, es cuando menos puedo llorar, es cuando me pongo más
tensa, pero es muy difícil para mí llorar en los momentos de gran
dolor, tal vez después, pero no en el momento en que recibo la no-
ticia. Siempre estuve con la esperanza de que fuera un error, como
ya tenía un tiempo de haberle perdido la huella, sin comunicación.
Sabía de las condiciones en que se encontraba. Sabía por Aragón
de que llegaba a los desayunos a la Guay [sic] ahí con él. Me dijo
que lo había visto mal. El maestro Aragón fue de los que empezó
a extrañarlo. Dejó de verlo y se preguntaba dónde estaba, porque
de alguna u otra forma llegaba con él y me dijo que lo había visto
en condiciones terribles. Incluso me dijo que un día no lo quisieron
atender por verlo así y que Aragón les dijo: “¿Qué no ven que es el
más grande poeta de Chihuahua?”.
»Rogelio, al principio que me conoció, pensaba que no estaba
comprometida con el arte, como que lo agarraba de hobby. Con el
tiempo se fue dando cuenta de que el compromiso que siento, que
tengo, es real, que a veces no estoy exponiendo constantemente o
que no soy tan sociable.
»Imagínate esos momentos en el Museo Casa Redonda, platican-
do con Luis, cuando estaba con Rogelio hablábamos de Luis, y con
Luis de Rogelio. Hablábamos de la técnica, también se cuestionaba,

125
y fue cuando él vio el compromiso con el arte, que vamos, no nece-
sitas estar en concursos. A mí no me interesan tanto esas cuestiones,
comentábamos después de una exposición que, lejos de sentirme
bien, era más bien una cosa que me deprimía bastante y él me daba
cientos de explicaciones de por qué pasaba eso. Vamos, el gran ca-
riño que siento por Aragón, hablábamos de eso, de lo mágico, ese
era nuestro mundo. “Mi hermano es un poeta”, decía. Y los veías
juntos y sacaban chispas.
»No se diga de las mañanas que han pasado juntos. Necesitas mu-
cho valor para aguantarlos a los dos juntos. Yo no había fumado
cigarrillos sin filtro, con él fumé los delicados, esa sensación extraña
en los interminables cafés.
»Me imagino ese cuarto lleno de humo y la cuestión tan delicada
de la poesía, el sonido de la máquina, la voz de Rogelio. La alegría
que le daba que le regalaran un mueble, las películas que veía.
»Esa vez del cine era como ir con un niño.
R.A.- ¿Qué es lo que más extrañas de Rogelio?
L.B.- Esas tardes, su voz, la poesía, escucharlo cantar, su risa. Lo
conocíamos en el terreno de la poesía pero en el de la cantada, mu-
chos desconocen su voz extraordinaria, que lo escuchabas cantar a
las nueve de la mañana, que no sabías de dónde sacaba esas fuerzas.
Que ya se iba, que quién sabe cuándo iba a volver, que había ido a
Parral, a Durango, al D.F. Si sus fuerzas se lo hubieran permitido,
hubiera caminado por todo el mundo, así lo imagino yo.
»Apreciaba mucho lo que le regalabas, pero en sí el acto, no lo
material, porque después nunca sabía dónde quedó lo que le habías
regalado. Para que guardara sus cosas le regalé una mochila roja.
Material para que trabajara. Le regalé una bufanda también, ha
sido de los pocos hombres para los que he tejido. Para él y para Luis

126
Y. Aragón. Él en cambio te daba mucho. En su tiempo, en su espa-
cio. Te escuchaba, pero a él le gustaba llevar la batuta. Tenías que
escucharlo y todo lo que le dijeras era poesía. Eso criticaba mucho
Rogelio, que le faltaba mucha lectura a las poetas.
»En esa cuestión de la insistencia de la lectura, comencé a lle-
varle libros. Algunos los había leído, pero yo soy visual y tenía que
enfocarme a lo visual. Y muchas veces le comentaba que tenía que
leer pero muchas veces para pintar tenía que despojarme de todo,
dedicarme al sentir, claro que sirve; pero tenía que despojarme de
las lecturas para pintar, quedaría una obra fría. Y esa es la obra que
yo trabajo. Por mucho que lees, por mucho que hayas visto la obra
debe aterrizar en lo que has visto, sentido y de la vida misma de
todo. Y ahí empieza y sí fue una cuestión de sentirme así un poquito
mejor la cuestión de llevarle libros que no se consiguen aquí, pero
siempre quería más y más y más. La cuestión de la plástica y el abs-
tracto lo comienza a concebir diferente.
»Recuerdo mucho su risa.
R.A.- ¿Qué platicaban acerca de la vida y la muerte?
L.B.- Lo veía cansado, más que platicar. Lo veía cansado, con una
cierta necesidad de paz, me imagino que tenía muchos conflictos
internos, muchos demonios, como los llaman los literarios. Pero que
era muy difícil para él expresarse de esa manera. Tal vez sólo con
la muerte podía descansar de esa carga que llevaba, pero no por la
cuestión de las pérdidas que pudo haber tenido, de la separación de
sus hijas, yo no lo veía así. Como que eran otro tipo de conflictos.
Qué pasaba, si te pudieras meter en el cerebro de Rogelio, como
veía, como sentía, porque esa necesidad de surcar calles, de surcar
el mundo, no, no, no lo puedo entender. Porque le gustaba incluso la
soledad. Se sentía solo: pues no, porque la buscaba. Incluso lo pien-

127
so, aferrarse del gran amor que sentía tenerme si se hubiera conso-
lidado, no sé en qué hubiera terminado, en odio, ¿en qué?… no sé.
R.A.- ¿Crees que al final haya sido un acto de suicidio, su muerte?
L.B.- No lo sé. No sé tampoco qué lo llevó a tomar nuevamente.
Creo que me retiré muy a tiempo, porque no hubo un desgaste en el
amor, ni en la amistad, se quedaron flotando los buenos recuerdos.
No vi nada de lo malo, no lo vi borracho, no… nada más lo vi can-
sado. Me habló dos, tres veces, yo ya no fui. Tal vez fue el percibir
que ya no debía de estar ahí. Que ya se había cumplido. Momentos
difíciles van y vienen, porque qué bueno, ya no lo vi deteriorado. Y se
quedó ahí, en los buenos tiempos, discutiendo sobre arte. ¿Quién po-
dría haber salvado a Rogelio? No había quién lo salvara de su muerte.
Terminamos la entrevista y me dirigí de regreso a casa. Aún es-
taban muy frescas las visiones de la memoria tan visual de Lorena.
Era como si me hubiera transportado de regreso a la casa de la
Industrial donde Rogelio estuvo creando en sus últimos tiempos.
Aquella casa humilde donde la mesa era un carrete de cables de
la junta de electricidad pública, y sus trastes eran botes, frascos de
vidrio y latas. Su pequeña casa tan pobre pero limpia siempre, como
su corazón.
Estuve buscando cómo conectarme con quien fuera el último gran
amor de la vida de Rogelio: Mariángel Paz Paredes. La conoció en
el encuentro de escritores de Veracruz. En aquella ocasión me in-
vitaron a mí a asistir, pero como mis compromisos de trabajo en el
Instituto de Cultura de Chihuahua me restringían mis actividades
extra laborales fuera de la ciudad, decidí aprovechar la invitación
para cedérsela a Rogelio. No perdía la oportunidad de invitarlo a
cualquier propuesta que se presentara, ya que yo no podía asistir.
Además disfrutaba de poder brindarle esa ayuda a Rogelio, que era

128
como mi hermano y de quien deseaba profundamente que llegara a
recibir el reconocimiento que él se merecía. Recuerdo que cuando
regresó de Veracruz fuimos mi esposo y yo a recogerlo al aeropuer-
to. Regresó con un sombrero de paja y estaba muy entusiasmado.
Me dijo que se quería casar con Mariángel y que se iría a vivir a
Veracruz. Ahora que lo pienso, otra habría sido su historia. Muy
probablemente estaría vivo y estaría viviendo con ella, además de
que en Veracruz fue recibido como el gran maestro poeta que era.
Creó una gran expectativa en todos los que lo conocieron y fue
altamente valorado.
Sí, tal vez esa habría sido otra línea temporal muy diferente. Al
año de su muerte supe que Mariángel publicó Lunas de orozen, textos
póstumos de Rogelio. Luego supe por Federico Corral Vallejo que
estos textos eran mensajes de celular, más que poemas escritos pro-
piamente como tal, y que eran las conversaciones entre Rogelio y
Mariángel. De cualquier manera consideré valioso recuperar esos
textos e integrarlos. Me comuniqué con Mariángel a través del Fa-
cebook. Me parecía difícil entablar comunicación con ella, pues no
sabía cómo tratar el hecho de que Rogelio no se decidiera a casarse
con ella. ¿Qué podría decirle yo? ¿Debía acaso decirle algo sobre
eso? ¿Cómo explicarle que en realidad el problema del alcoholismo
de Rogelio, su eterna necesidad de libertad y varios factores de su
personalidad, intrínsecamente, no eran compatibles con el sueño
del matrimonio? Acordamos planificar en conjunto un homenaje
a Rogelio para el día de su natalicio, el 30 de abril. Aunque inevi-
tablemente estábamos supeditadas a las decisiones de los recursos
gubernamentales para llevarlo a cabo.
El canto del antiguo llanto y Las aguas robadas me las había mencionado
antes Rogelio. Como casi todos los proyectos solía comentármelos

129
como planes para crear a partir del título de un poema todo un poe-
mario. De ahí que exista entre sus conocedores la impresión de que
Rogelio dejó muchos poemarios dispersos. En realidad muchos eran
solamente poemas dispersos, poemas que planificaba convertirlos
en títulos de poemarios. Aquí me surge una pregunta acerca del
trabajo Alquimagen. Según los testimonios de Faridy Bujaidar, duran-
te el funeral comentó que tenía un cuaderno completo de poemas,
que se titulaba Alquimagen. También yo supe que ese proyecto surgía
a partir de la experiencia con Luis Y. Aragón y que inclusive era un
trabajo inspirado en su obra pictórica. Faridy aseguró haber visto el
cuaderno. ¿Acaso ese cuaderno es el mismo que yo recibí de manos
de Sagrario Silva? Pues aquel pequeño cuaderno que me entregó no
podía ser un poemario completo, incluso sólo contenía unos cuan-
tos poemas breves y dispersos, pero entre ellos estaba efectivamente
uno titulado “Alquimagen”. Había mucho qué buscar, mucho por
preguntar. Si realmente había algún poemario completo titulado
Alquimagen, este sería probablemente su poemario póstumo.
Este poema se encontraba dentro de los archivos privados de Ro-
gelio en su email, del cual yo tengo acceso ―porque le ayudé a
hacerlo― y le ayudaba con frecuencia a administrarlo. Fue así que
encontré también el texto que escribió Luis Y. Aragón para la pre-
sentación de la antología personal: La lámpara en el granero.

130
131
Rogelio Treviño y sus Arcanos.
Ensayo de Luis Y. Aragón para La lámpara
en el granero

Capítulo X

Los más notables personajes de la literatura y la poesía en Chi-


huahua han colocado la obra de Treviño como una piedra angular
de nuestra poesía, es una piedra angular metafórica, simbólica, es-
piritual, verbal.
Un testimonio de la inteligencia, la voluntad, la ira, la humildad,
el escepticismo, el dolor, la lucidez, el desahogo: un grito silencioso.
Se ha dicho y se ha escrito bastante; es un reconocimiento que
proviene de distintas y distantes latitudes.
Yo agregaría que él es de los pocos seres que se atreven a recorrer
descalzos y declamando en las riberas del río “Leta”, allí, donde
bajan a beber las sombras del inframundo. A veces me lo imagino
como en aquel cuadro que vi de niño, titulado El Ánima Sola, ejecu-
tado por pintores anónimos; yo recorría los pasillos del convento de
San Miguel del Milagro junto a Cacaxtla, donde están los frescos
del encuentro de dos fuerzas (Ocelott vs. Cuauhtli), de pronto me vi
frente a la imagen de un ser envuelto en fuego que parecía cantar,
me dio la impresión que era un bardo o bate atormentado, y que
las llamas gastronómicas, en vez de quemarlo, excitaban, cocina-
ban e iluminaban su voz y su palabra; al tiempo que lo sitiaba una
atmósfera iridiscente de brasas chisporroteantes, un éter de luces o
luciérnagas fantasmagóricas.
O como decía Gorostiza: “…Que oculta mi conciencia derrama-
da mis alas rotas en esquirlas de aire mi torpe andar a tientas por el
lodo por el dios inasible que me ahoga”...

132
Cuando me adentré en los espectrales callejones que propone la
obra poética de Rogelio; lo vi rodeado de aquel fuego purgatorial de
los aspirantes a la gloria o al averno. (El Hades o Eleusis).
Yo soy amante de la poesía desde que hurgaba en la librería de
la antigua tienda de mi abuela Raquel, junto a las bodegas donde
embotellaban el vino que venía en barricas de madera de lejanos
viñedos, aún siento el aroma de libros a los que me asomé desde mi
remota infancia, mezclado con los vapores del vino de consagrar.
Considero que hay poetas eruditos que esgrimen el verbo y la len-
gua con gran maestría; pero me siento más atraído por aquellos que
por medio de sus metáforas logran que yo perciba imágenes; es el
caso de la obra de Rogelio; a veces con un verso visualizo un cuadro,
por eso al leer este libro se llenó mi mente con multitud de bocetos
o dibujos, que sería una labor titánica el realizarlos.
En los días en que recibí el legajo de papeles sobre La Lámpara, yo
estaba trabajando en una serie de cuadros sobre el tema del “Tarot
de Ibis”; Alma Montemayor fue la culpable, limpiando sus cajones
encontró entre otras cosas las cartas del Tarot, que simplemente
no quería seguir guardando y me las regaló, con los instructivos
correspondientes para leerlas y predecir el futuro (ella tendría sus
motivos). Yo al analizarlas me propuse hacer mi versión pictórica a
manera de exegeta. Relacioné La lámpara de Rogelio con la figura
de una carta donde se ve un personaje de apariencia egipcia que
sostiene una lámpara encendida.
Es el Arcano noveno del Tarot asociado con la palabra, El Er-
mitaño. Habla del mundo espiritual, intelectual, físico, la función
humana del Arcano IX, tiene el número deífico, es el dígito mayor
que posee la propiedad exclusiva, de que al ser multiplicado por
todo número, da el producto involucionado: da siempre IX. A la
región de las cuatro dimensiones en que las vibraciones mentales y

133
astrales de toda especie se hacen efectivas y corresponde como esca-
la perfecta del IX. Se refiere a los grados vibratorios que se miden
por décavas y octavas.
Pronto imaginé la llama ardiente sobre un escenario desde los
nichos del fondo que están en espera de las estatuas, hasta los rayos
que se dirigen a todos los rincones como al vértice púbico que el
fotógrafo encuentra entre las piernas del ángel, que le muestra un
mundo interior del macro y el micro cosmos, es un cuadro donde
el poeta esconde su cabeza y parte de la cámara bajo un lienzo que
deja al descubierto sus desnudeces.
La lámpara sigue siendo el símbolo de introspección que requiere
el ser para alejarse de la cotidianeidad y asomarse a lo desconocido
que es el arte.
Leemos en la página 69:

Instante
Anclado sobre el mundo
Contemplando dibujos de pájaro
Imperceptibles para los ojos que no sueñan
Despierto en el océano
Flotante
En el ombligo de la noche
Anillo que circunda los bordes radiantes de la atmósfera
Parado sobre el mundo
Reconocido al tacto
Y por ese sentido que ningún labio nombra
Fundido
En el abrazo profundo de la muerte
O prendido al centro de la coruscante caja de la sombra…

134
Todas estas metáforas me ofrecen visiones surreales, así fue el
génesis del cuadro de la contraportada para el libro que hoy pre-
sentamos, donde hay una serie de ángeles montados, abrazados,
enredados, en malabares y contorsiones sobre los rayos de luz, que
en los extremos se tornan sólidos como tubos, de donde salen des-
pavoridos ácaros y ratones asustados.
Rogelio, entre los efluvios vaporosos del vino y más de 400 “tocht-
lis” (conejos en náhuatl) en su conciencia, hace unos años cayó en
los vericuetos laberínticos del Tarot, es un creyente en los Arcanos.
Aprendió adivinación como los arúspices (que leían el destino en
las vísceras del sacrificado), los agoreros, los videntes de la antigua
Etruria (que comentó Marco Tulio Ciccerone). Arcano, ese ser que
puede manejar las artes ignotas, como el acto de comer o beber, que
está en su sangre, en su cuerpo y en su alma; su misión es destruir a
Garuk y Terok (los antinatura), criaturas maléficas que suelen nacer
de una mala fusión de dos mundos; o sea que cuando se corrompe,
un Arcano se convierte en un Guruk.
Desde que yo me asomé a la dimensión de Ibis, tratando de inter-
pretarla, se han realizado 12 cuadros que no tenía proyectados; en
ocasiones siento que mis pinceles sólo obedecen las voces de los Arca-
nos y no las mías. Eso creo que también sucede con los escritos de Ro-
gelio: él simplemente invoca a sus espíritus de lo oculto, cuya paterni-
dad nos hermana. Ellos nos han influenciado, tanto en el contenido
de este libro como en mis dibujos en la portada y la contraportada.

135
Yumare Gare
El canto mito

Capítulo XI

Es la precipitación del cuerpo


Al cuarto de los cuerpos
Las cosas permanecen en otra dimensión

Testimonios de muerto
Rogelio Treviño

La historia de la canción de “Yumare gare” tiene varias versiones


y todas ellas contadas por el mismo Rogelio. Una de ellas viene
contada en el video Entre la luz de Diosa blanca; en la penúltima parte
se puede escuchar a Rogelio cantando esta canción, misma que in-
troduce al video.
Según el lingüista, poeta y políglota, Enrique Servín, Yumare gare
no tiene significado. El yumare es la celebración sagrada en la que se
reúnen los rarámuris a tomar tesgüino en un patio de una casa, don-
de rezan por la salud y el bienestar de los allí reunidos. Gare, según
el traductor, no tiene sentido en la frase.
Rogelio contaba acerca de cómo aprendió la canción del “Yuma-
re Gare”: 1.- Le fue enseñada por un sipaáme (chamán) de la Sierra
Tarahumara, durante una ingesta ritual del Jícuri en la baja Tara-
humara, siguiendo la ruta de Artaud. ―Hecho que está registrado
en la segunda parte del poema Septentrión: las siete estrellas de la osa
menor―. 2.- Le fue revelada por el propio Jícuri durante un ritual

136
y significa el festejo del espíritu iluminado. En esta experiencia el
propio espíritu de Jícuri se le presenta a Rogelio durante el éxtasis y
se presenta a él cantando: Yumare gare. Cuando el poeta regresa ilu-
minado, recuerda la canción claramente en su mente, repitiéndose
de manera incesante. 3.- Se lo enseñó un anciano Tarahumara en
un autobús. Estaba siendo maltratado por el chofer y Rogelio salió
a defenderlo y le dice al chofer: “ya quisiera usted tener el conoci-
miento de Jícuri y de Riosi”. Sorprendido el rarámuri al escuchar
que Rogelio sabía de esto, le enseñó la canción, como una forma de
celebración de encontrarse con un espíritu despierto. En todas las
versiones el “Yumare Gare” es una canción de celebración e invo-
cación al espíritu divino.
La canción del “Yumare Gare” era cantada por Rogelio especial-
mente cuando estaba contento, y también la cantaba en sus lecturas
de Septentrión.
Sean ciertas o no cada una de las distintas versiones del origen de
la canción “Yumare Gare”, ésta poseía un poder mágico de invoca-
ción y de concentración de las fuerzas místicas del maestro.
Siendo la especialidad de la música una fuerte influencia en la
vida de Rogelio, decidí encaminar mis pasos para entrevistar a uno
de los músicos más relevantes en la vida del poeta del septentrión,
Rubén Tinajero. Acordamos encontrarnos en las instalaciones de
Bellas Artes.

Entrevista a Rubén Tinajero

Reneé Acosta.- ¿Cómo conociste a Rogelio Treviño?


Rubén Tinajero.- A Rogelio lo conocí con un grupo de ami-
gos que nos juntábamos hace muchos años, que era Ricardo Pérez

137
Jasso, todo un personaje, que es su compadre; Rodolfo Borja, en
aquel entonces tenía su estudio de los Skirla; y se juntaba en aquel
entonces Heriberto Ramírez. Unos hacíamos música, otros poesía,
otros discutíamos sobre filosofía, obviamente con unas cervezas en
la mano y pues era la época de jóvenes. Acababa de nacer Dafne,
y Xitlalli estaba chiquita. Él vivía en la Industrial y trabajaba en la
Secundaria 1, y en aquel entonces era muy productivo, sobre todo
en imágenes, como que tenía mucho tiempo para pensar, para estar
solo. Hace como unos 35 años.
R.A.- ¿Recuerdas de las obras que él mencionara en aquella época?
R.T.- No recuerdo. De los nombres de los libros no, pero creo
que estaba escribiendo Septentrión. Pero era muy disperso. Él me
agarraba, tenía varios amigos que éramos sus cofres, que iba y nos
entregaba documentos. Me encargó Lámpara de la piedra, Música para
un cuerpo y La mujer que no fui.
R.A.- ¿Todavía los conservas?
R.T.- No, porque en su loquera, ires y venires etílicos, cuando re-
gresaba se iba a buscar las obras, y luego no sé si tenga algo. Necesi-
taría buscar. La última vez que metió sus obras a concurso anduve yo
buscando y saqué todo y le dije: “Ya no lo vayas a perder”.
R.A.- ¿Cómo describirías a Rogelio?
R.T.- Era una persona muy creativa, demasiado sensible a las cir-
cunstancias, a las cosas del mundo, en el sentido de que era muy in-
adaptado en muchos sentidos. No podía mantener un trabajo. Yo le
dije que no se saliera de la secundaria porque le daba mucho tiempo
para escribir. Cuando él se salió de ese trabajo salió pensando en el
gran escritor. En aquellos tiempos su alcoholismo no era tan evidente.
Cuando ya no tuvo trabajo fijo le fue muy difícil sostener a su familia,
tuvo un bache creativo. Nunca se volvió a encontrar, en cuanto a la

138
adaptación de su vida de escritor y solvencia económica, sobre todo
cuando tienes una familia hecha. Él iba y venía en esos momentos
de fugas etílicas, de la realidad y que en esas fugas fue muy creativo
también, y también en el regreso, porque le planteaba una realidad
contrastante. Su proceso creativo era en ese venir y venir, cuando
llegaba a la realidad se enfrentaba a su inadaptación, siempre quiso
vivir de las letras y en este país es difícil. Siempre estuve insistiendo
que el estado debería tener ciertos mecanismos para proteger a sus
verdaderos creadores, y siempre al director de cultura en turno habla-
ba por esos escritores y artistas como Rogelio. Esa era la característi-
ca de Rogelio, que su vida misma, su personalidad sensible, siempre
eso sí, si se hundía en la depresión nunca lo expresaba. Siempre que
se despedía decía: “Sé feliz”. Esa era su frase de despedida. Era un
pensador profundo que se iba a descubrir esencias que no cualquiera
descubría en lecturas.
»Cuando discutíamos o platicábamos de lecturas era muy acucioso
en su percepción de las esencias de lo que estaba… también en la vida
real… era perceptivo a las cosas esenciales y eso se expresaba en su
creación, en su obra, porque no es un escritor simple, no es sencillo,
su pensamiento es profundo en muchos sentidos, espirituales, esotéri-
co, sicológico. Yo por eso, teníamos una frase Heriberto Ramírez y yo
en el sentido de que Rogelio no era un poeta, era el poeta. Esa frase
no recuerdo en qué momento salió. De hecho cuando falleció estába-
mos en la decisión de ir a reconocerlo Heriberto, tú o yo. Me mandó
un mensaje Heriberto que decía: “il poeta è morto”.
»Heriberto me decía que fuéramos él y yo en la mañana, 8 o 9 am,
para ir a reconocerlo. Pero le dije que podía después de mediodía y en
ese lapso de tiempo fue que él me avisó.
»Era un personaje. Su psicología, su proceso creativo interno era

139
muy interesante. Discutíamos de cuestiones musicales. Él siempre
quiso que le pusiera música a sus poemas. El poema en sí tiene su pro-
pia música, su melodía, un ritmo muy claro y yo le decía que su rít-
mica es muy compleja y que era difícil de musicalizar, y nomás quedó
por allí una poesía que le puse música y que nunca me llegó a gustar
como había quedado, porque no, la poesía es un lenguaje particular,
con ciertas características melódicas, cuadratura, para que fuera fácil
de musicalizar. En esas cuestiones discutíamos sobre música y poe-
sía y siempre quiso experimentar el contrapunto, y le explicaba que
eran dos melodías y no sé si en alguna poesía él experimentaba esta
cuestión del contrapunto trasladado a la poesía. Incluso hasta aluci-
nábamos un espectáculo musical poético, y le decía que debía nacer
junto. Eran tantas las cosas que se nos ocurrían y no llegaron a cuajar,
y él hizo sus cosas aparte sobre la polifónica y la contrapuntística. Es
compleja su obra, es profunda, en todas las perspectivas, hasta la más
simple eran citas, símbolos, signos que maneja, que son pluricultura-
les, y por lo tanto y multisemióticos pueden significar para diferentes
bagajes culturales cosas diferentes. Era un ávido lector y se metía con
cosas de todo tipo, fractales, todas estas cuestiones.
»Yo pienso que así es como era, era respetuoso, a pesar de que sus
ires y venires en el alcohol lo transformaban; lo transformaban, él de-
cía que se ponía negro, que andaba en la negrura cuando tomaba.
Cuando entraba con sus demonios y todo aquello que traía de la
realidad, aun cuando el alcohol lo usaba para escapar de esa reali-
dad que no podía asumir como una persona normal, sus relaciones
interpersonales le provocaban conflictos, sobre todo la sobreviven-
cia. Cuando se iba al alcohol vivía esos demonios en el alcohol, en
un refugio extraño, porque le salía una poesía negra con esos demo-
nios, cargada o recargada. Y a pesar de que llegó a los extremos, al

140
más extremo que puede tener un ser humano dependiente de una
sustancia; a pesar de eso era respetuoso.
»En una exposición de Héctor Jaramillo y Engelbert, él llegó bas-
tante ebrio y empezó a discutir y a decir, le salía esa agresión que
guardaba y en esa ocasión le dije: “No manches [sic], Treviño, es
la exposición de tus amigos, si en verdad los quieres respeta la cir-
cunstancia del espacio y vete”. Y me dijo “pos acompáñame”. Y
nos fuimos a una banquita de la Bolívar y ahí comenzamos a ha-
blar de sus demonios, de sus procesos creativos, muchas cosas que
decía que estaba escribiendo no las estaba escribiendo, nomás las
pensaba, porque él alucinaba mucho la metáfora y les daba vueltas,
y luego tardaba en vaciarlo. No se sentaba a escribir como muchos
por disciplina. Él no, él andaba en la calle, andaba pensando, donde
anduviera, y siempre traía la poesía y luego ya lo bajaba. Ese es el
Treviño que yo conocí durante estos últimos treinta y tantos años.
»Siempre que iba a Juárez o a Camargo con Rosendo Muñoz, pa-
saba por aquí, luego me buscaba, nos echábamos la platicada, una
ayudadita económica y se iba. Fue una amistad que mantuvimos
por mucho tiempo. Era un amigo que frecuentaba.
»Le gustaba mucho la música, yo me acuerdo que con los Skir-
la era un lugar común donde nos juntábamos muchos. En aquella
época yo había dejado la música clásica y me había ido a la rebelión
del canto nuevo y la música de protesta, y entonces, yo me acuerdo
que Rodolfo Borja se ponía a cantar y yo me ponía a improvisar
sobre sus canciones... Ahí también llegó a estar el Mandis, antes de
que se fuera a estudiar. Tocábamos lo que fuera, pero yo era de una
generación más debajo de Rodolfo y de Rogelio. No recuerdo. En
aquel entonces yo era un chavalito.
R.A.- ¿Qué pasó entre Rogelio y Rodolfo?

141
R.T.- No sé. Entre muchos de sus amigos, de sus buenos ami-
gos hubo rompimientos porque Rogelio no era una persona muy
estable, y en esos desequilibrios, no mucha gente lo soportaba o
no tenían empatía o no sé, pero sí, yo recuerdo que muchos se le
fueron, el alcohol va cerrando puertas y la verdad no sé qué pasaría
entre Rodolfo y Rogelio, lo que sí yo recuerdo es que fue una época
muy padre entre Heriberto, Rodolfo y Rogelio y se juntaban a jugar
ajedrez, tal vez porque había mucho silencio, yo no era dado a ese
silencio en los partidos de ajedrez.
»Los que yo recuerdo que nos mantuvimos años y años como
amigos fue Rosendo Muñoz, y luego Heriberto, yo, que recuerdo
que mucha gente se les hacía muy extraño en la última época cuan-
do estaba en el departamento de la UACH de difusión en la Quinta
Gameros. Durante los últimos 10 años él iba a visitarme y no lo
dejaban entrar al principio, por su apariencia; después yo les di la
instrucción de que lo dejaran pasar, tomado o no. Y que era respe-
tuoso, porque siempre fue respetuoso. Ya en las ultimas épocas ya
no hallábamos qué hacer con él, andaba muy mal. Luego yo salí de
la Quinta y luego él anduvo todavía otros tres años por aquí. Lue-
go me venía a buscar a la UACH... ya en las últimas andaba muy
deteriorado. De hecho falleció con el hermano de Ricardo Pérez
Jasso, que también era mi amigo, era joyero. El hermano y Pérez
Jasso eran buenos orfebres, y ellos siempre estuvieron permanentes
con él.
R.A.- De las últimas fechas de él, ¿qué puedes recordar?
R.T.- La verdad no hubo cambios muy significativos. Es que él
tenía una manera de decir las cosas que no dejaba notar la depre-
sión como tal. Ni en su juicio ni en el alcohol. Porque él siempre fue
muy positivo, siempre le trataba de ver el lado positivo a las cosas,

142
aunque siento que en su interior debió tener bastantes conflictos,
porque su vida no fue muy fácil. A partir de que dejó su trabajo esta-
ble, siempre fueron muchos altibajos. Le daba mucho gusto cuando
iba a publicar, o a concursar o cuando Sebastian le regalaba una
obra o Fermín; eso se me hace interesante de Treviño que siempre
mantuvo un vínculo con los artistas visuales y los músicos. No sé,
él nunca me lo dijo, la discusión que yo tenía con él… A mí me
encanta la poesía, y claro, allí tengo mis poesías, muy personales.
Él indagaba en la poética de cada uno de los lenguajes artísticos, en
los musicales, por ejemplo, y se inventaba cosas muy extrañas de la
música, que a veces yo no las entendía y las discutíamos y lo mismo
sucedía con las visuales. Yo recuerdo su relación con el maestro Ara-
gón, que también es un poeta en muchos sentidos, y se entendían
bien, tan bien, Aragón y Treviño por esa polisemia, porque la obra
de Aragón está plagada de significaciones, es un acucioso buscador
de signos en los griegos, los renacentistas; las cosas de Aragón, las
compartía con Treviño, sobre todo Treviño andaba buscando nue-
vos rumbos de su poesía en la poética, que le proporcionaban otras
áreas, otras artes, la música y las visuales eran su mayor fuente de
relax o abreviamiento para enriquecer su visión de la vida, del mun-
do, fue muy amigo del Chato Reyes, por ejemplo. El Chato Reyes era
el lado de las artes visuales que se juntaba con nosotros, de repente
caía por ahí Dolores Guadarrama, pero tenía otros compromisos.
»Él tuvo una relación muy estrecha con el Chato Reyes, que no se
sabe qué fue con su obra, quedó perdida. Era como una especie de
autoconformación en la que nos ayudábamos a formarnos, porque los
poetas hablaban sobre lo que veían y los discutíamos desde diferentes
perspectivas o visiones. Pero sí, él era muy complejo en su pensamiento.
R.A.- ¿Recuerdas algunas frases que fueran muy representativas

143
de él?
R.T.- “Ando negro”, “sé feliz”. Era muy picaresco, muy vivara-
cho, sus ojos siempre transmitían brillo de vitalidad, era vivaracho,
era vivo, lo que más transmitía eran sus ojos, mucha vida, mucho
brillo, a pesar de cuando andaba en la loquera, sus ojos eran muy
brillantes, decían muchas cosas. No era muy crítico de los demás
escritores, como que él era para él, para su mundo. Mundo poético,
su mundo en el sentido amplio y no era muy dado a hacer crítica de
otros escritores. En el sentido intelectual ni en el emocional, no era
muy dado a esas cuestiones. Nuestras pláticas siempre eran sobre
lo que andaba haciendo, lo que había leído, qué quería hacer. En
nuestra relación nunca nos metimos en discusiones que no fueran
enriquecedoras mutuamente. Yo me acuerdo en aquellas loqueras,
él y Ricardo Pérez Jasso, tuvo mucha relación con la gente de filoso-
fía, y discutía sobre Ouspenski, Merani, buenos y sanos o también
con unas copas, y eran discusiones largas sobre muchas cosas. No
recuerdo nunca haberme enojado con él a reserva de aquella vez
de la Quinta Gameros, que entendió que ese no era el lugar ni las
circunstancias donde debería de estar.
R.A.- ¿Recuerdas la última vez que lo viste?
R.T.- Sabes que cuando él traía el alcohol lo veía muy poco, fre-
cuente, pero poco. Platicábamos porque él más bien buscaba la ma-
nera de seguir y a veces yo le ayudaba con algo y se iba a seguirle el
cotorreo. Las últimas fechas batalló mucho y no quería salir, le perdí
la huella como un medio año, más o menos, pero eran muy breves.
Como la última vez duró en el alcohol y lo vi una o dos veces, y no,
no era fácil platicar cuando andaba así, más bien él hablaba porque
andaba creando en sus mundos. Pero sí llegamos a pensar que ya no
salía, él llegó a decir que ya no quería salir, Heriberto y yo le conse-

144
guíamos y le insistíamos en quererlo internar, pero él dijo que ya no
quería volver a pasar por ese tránsito. Y uno también tiene su vida
y ya le habíamos hecho muchas veces la lucha. Ya Xitlalli había ve-
nido a exponer acá, era complicada la relación con él en el sentido
de que la convivencia con un alcohólico es difícil, pero ya no era el
flujo aquél de diálogos donde nos retroalimentábamos y se decían
cosas, poco a poco nos fuimos encerrando en nuestra propia vida.
No sé qué tan productivo fue al final de sus días, pero creo que sí
decayó. Y es que en la vida del artista en general se tiene una forma
diferente de percibir la vida, y caía, deprimía mucho en el hecho de
no ganar concursos, que batallaba para que le publicaran y porque
la poesía era su vida, todos esos obstáculos también le afectaban
anímicamente.
»Recuerdo que una de las últimas veces fue a sacar copias para
mandar a un concurso, allí conmigo. Yo recuerdo que mi secre [sic]
le tenía miedo y yo la hice, si no que lo quisiera, que lo respetara,
porque varias veces le sacábamos las copias para los concursos. Eso
fue como dos años antes de que volviera a tomar, pero sí, duré como
menos de un año sin verlo, porque venía a visitarme con Pérez Jas-
so. Lo vi como en el mes de noviembre con el hermano de Ricardo.
»Había momentos mágicos, porque él era un poeta espontáneo de
como surgía la idea, pero era de la expectación del mundo. Cuando
él estaba en la secundaria en la noche, tenía toda la noche para pla-
ticar con él, cuando era velador, y yo recuerdo como cuando está-
bamos acostados en el césped boca arriba, platicando. Él empezaba
a ver las puntas de los pinos y, de esas imágenes, las recuerdo con
el rocío, visualmente, él comenzaba a percibir imágenes visuales y
empezaba a conformar metáforas interesantes. Y después de que él
estuvo allí cantándonos su poesía, improvisando, mientras improvi-

145
saba metáforas nos cantaba con su poesía, porque no era otra cosa
que estarnos cantando. Pasó el tiempo, luego yo vi esas imágenes
que él nos estuvo cantando de manera espontánea en La lámpara de
la piedra. La leí o no sé si al leerlas me evocó aquellas imágenes que
él me cantó ―en el sentido metafórico de la palabra―. Le iban
llegando en ese momento de imagen y luego creativo, luego el len-
guaje hablado y esa reciprocidad entre la imagen visual y la poesía
era muy interesante, porque obviamente como cualquier arte era
mucho más bello lo que él nos decía que lo que veíamos.
»Eran momentos mágicos, como sincronizaciones poéticas, en el
sentido más amplio de la palabra. Él decía las cosas y uno afirmaba:
“así es, así es exactamente”. Él podía decirlo, era tan acuciosa su
mirada, tan profunda su manera de ver la vida, que él capturaba esa
esencia de lo que estuvieras viendo, platicando, y te traía esa esencia
y evocaba la poética de esa cosa; y había una, no sincronicidad, sino
identificación con lo que uno percibía y lo que él decía. Cuando vi
el libro del poema ése, me evocó esas mismas imágenes en las que
había esa sincronía, empatía, identificación poética. Él sacaba la
esencia de las cosas, las ponía en palabras y uno se identificaba con
esas esencias, era una especie de empatía poética de lo que él podía
decir. En el fondo es como el artista logra evocar, no necesariamen-
te sentimientos, emociones, imágenes, sensaciones conceptos, y eso
obviamente el verdadero artista es el que logra evocar y encontrar
esas esencias y poderlas explicitar en cualquier lenguaje artístico. Yo
creo que por eso tenía tanta afinidad con la obra de Aragón.
R.A.- ¿Tú platicaste con Ricardo acerca de qué pasó el último día?
R.T.- Rogelio cuando andaba en su bien [sic] junto con Chava
Pérez Jasso, entre los dos le reclamaban a Ricardo su alcoholismo
y trataban de sacarlo del alcoholismo, pero lo irónico fue que ellos

146
fallecieron juntos. Chava no era tan enfermo de alcoholismo, y lo
más triste y lamentable es que yo le reclamé a Ricardo cuando en-
contramos a Treviño, después de que falleció, yo le reclamé a Ri-
cardo porque no había dicho que su hermano andaba con Rogelio.
Ricardo sabía que Rogelio había muerto hace un mes y cacho, por-
que a su hermano lo encontraron pocos días después. A Ricardo, la
culpa, no lo sé, porque su relación con Treviño siempre fue perni-
ciosa por la enfermedad que los dos padecían. La paradoja fue esa,
que aquellos que quisieron salvar a Ricardo del alcohol, y Ricardo
que sabía que había fallecido su hermano nunca avisó hasta que
luego lo encontraron más de un mes después. Fue una muerte y post
mortem muy negro, muy lamentable, muy triste. Incluso la mamá
de mis hijas, que quería mucho a Treviño, porque bueno, ella sabía
que guardaba una relación, él estuvo en la boda de nosotros, me
reclamó el por qué no lo habíamos buscado, por qué no lo había-
mos salvado, por qué no lo habíamos ayudado, porque ella quería
mucho a Treviño, y yo le expliqué que no se podía, no se pudo, no se
pudo. Se nos perdió. Varios lo intentamos. Murió de la manera más
triste. Dice Ricardo que no dolorosamente. Porque Ricardo Pérez
Jasso y su hermano Chava, anduvieron juntos el día que fallecieron.
Entonces Ricardo sabe todo cómo fue. Dice que no sufrió, ¿quién
sabe?, pero las circunstancias… si estuviéramos en el siglo XIX se-
ría un símbolo de la tragedia, del romanticismo, de una vida… su
muerte es para una obra romántica del siglo XIX. Su inadaptación,
su incomprensión llegó a ese extremo. La mamá de mis hijos recla-
mó que no lo comprendimos. Se le ayudó hasta donde se pudo.
»El estado y sus políticas culturales en poco o en nada ayudan al
artista, en el sentido de identificar sus verdaderos artistas, en este caso
EL POETA. Heriberto reconocía en él AL POETA y no es el único.

147
Hay muchos casos como pintores, artistas visuales que no logran vivir
del arte, yo siento que al estado le faltan políticas públicas para poder
darle forma y sustento de vida a muchos artistas que les debemos su
legado, les debemos su patrimonio artístico de nuestra sociedad.
R.A.- ¿Cuándo encontraron a Chava Jasso?
R.T.- A chava lo localizaron en el C-4 dos días después. Yo le
reclamé a Ricardo y él no me contestó. Le dije que si él sabía que
estaban juntos ¿por qué a nadie le había dicho que andaban juntos?
Me platicó todo, de que andaban quedándose en el Cerro de la
Cruz, y Ricardo les dijo que se fueran a la casa, porque estaba ha-
ciendo frío, y Rogelio y Chava se fueron al porche donde los encon-
traron. Su muerte está para una ópera romántica del siglo XIX. Él
sabía que se había muerto su hermano y avisó a su familia. Porque
a Chava lo encontraron dos días después. Pero ni la familia de Pérez
Jasso, ni Pérez Jasso hizo nada para avisarle a la familia de Treviño.
Tampoco sé cómo se dieron cuenta de que estaba ahí. Yo supe que
se compraron una droga que era azul, que le encontraron en las
manos a Chava. Y allí no se sabe si murieron por la hipotermia o
por la droga. Y me dijo que los había dejado allí en esa cochera, y
que él se había ido a la casa del Cerro de la Cruz. No sé si porque
siguió en el alcohol, o porque tenía miedo, no sé por qué, pero an-
duvo más de un mes y cacho sabiendo que Rogelio estaba en el C-4.
»Heriberto y yo llegamos a la conclusión de que Rogelio ya no
quería vivir, que ya no podía dar otro paso más. Me dijo Heriberto
que le dijo que le conseguía que lo internaran. Y Rogelio dijo que
no podría soportar volver a pasar por la rehabilitación y le dijo:
“Pues es que de otra forma te vas a morir”. “Pues ni modo”, con-
testó él. Fue muy raro. Esperábamos un desenlace así. A mí lo que
me causó asombro fue que muriera con el hermano de Pérez Jasso.

148
Quién sabe qué los enganchó. No había muchas cosas que compar-
tieran entre ellos, desde el punto de vista artístico: él era ingeniero,
orfebre, tenía un taller de joyería. ¿Quién sabe?
»Chato Reyes, Treviño, Remigio Córdoba, que murió en la tromba
[sic], fueron personajes. Tenían rasgos comunes en su manera de
entender la vida, de abordar la vida. Me quedé con ganas de tener
un cuadro de él. Era otro que me vendía sus obras de arte. La ver-
dad lo de las artes plásticas no se le dio.
R.A.- ¿Tienes obras plásticas de Rogelio?
R.T.- Una o dos, de pirograbados. Rogelio en la búsqueda de Jí-
curi encontraba fósiles. Me trajo a un compa que vendía una vasija
de Paquimé, y no la compré porque barnizó la obra arqueológica.
Luego vino y me vendió un fósil de ammonite. Luego me trajo a un
compa que hacía fractales, hermosísimos. La verdad no le di impor-
tancia a esos pirograbados como obra plástica. Luego llegaba y me
pedía su obra. Recuerdo que me llegaba con sus pirograbados y ni
se los compraba.
R.A.- ¿Tienes fotos de él o que se hayan tomado juntos?
R.T.- No sé, tal vez la mamá de mis hijas.
Terminamos la entrevista con la promesa de que Rubén pudiera
encontrar entre sus papeles y archivos algún trabajo inédito de Ro-
gelio. Pero como en casi todas las ocasiones, el tiempo hace estragos
en los archivos, personajes y los ajenos. Pasa el tiempo y todo aquello
que uno mismo no se afanó en preservar se va perdiendo en manos
de los amigos. Y si a los más apasionados egotecólogos se les van las fotos
del pasado de sus juventudes, a los menos afanados en las cosas de la
vanidad se les va perdiendo todo al cabo de la vida. Así ha pasado con
casi todo lo que alguna vez formó parte de las evidencias documen-
tales del paso de Rogelio por este mundo. Pero entre más me afanara

149
en seguir con las entrevistas podrían aparecer evidencias y materiales
inéditos, que era lo que más me interesaba preservar. Así fue como
llegué con Ramón Gerónimo Olvera, con quien tenía pendiente des-
de hace meses tomar registro de esa entrevista.

Fotografía cortesía de Heriberto Ramírez. Tomada por J. Ch. Marín en 1992.

Entrevista a Ramón Gerónimo Olvera.


Quería entrevistar a Ramón Gerónimo Olvera desde hace tiem-
po. Recuerdo que Rogelio y Ramón eran buenos amigos y éste úl-
timo tenía una opinión interesante acerca de Treviño. Lo definía
como un Dandy, tal vez porque el poeta del Septentrión tenía el buen
gusto de vestir con abrigo negro largo, al estilo de los poetas ro-
mánticos del siglo XIX. Usaba bombín que siempre le recordaba
los cuadros de Magritté, aunque solía decir que el significado del

150
bombín había cambiado radicalmente hacia el otro extremo de lo
que quiso decir Magritté. Viene a mi mente aquel viaje que tuvimos
a la Ciudad de México. Estuvimos en el museo de arte contempo-
ráneo en el Interior del Palacio Nacional de Bellas Artes. En aquel
momento tenían una exposición de originales de René Magritté.
Había en el museo varias instalaciones en homenaje a la obra de
este pintor. Caminamos entre sus cuadros y vimos los bombines de
sus personajes como sombras, como otros, otros siempre otros, en
una multitud de hombres con bombín y sin rostro.
Rogelio usó un bombín que mandó a hacer especialmente, y que
según recuerdo, el sombrerero lo hizo con especial afecto para Roge-
lio. Por más que he buscado aquel artefacto peculiar que hacía desta-
car al poeta cuando caminaba por las calles y leía en los parques, ja-
más he podido recuperarlo. Por más intentos que hice de preguntar y
rastrear el paradero del sombrero del poeta, jamás pude encontrarlo.
Después de saber cómo fueron los últimos días de vida de mi esti-
mado amigo, sé con claridad que posiblemente el sombrero se per-
dió en una de sus muchas travesías urbanas, luchando contra la po-
breza, contra la opresión de la realidad material de las cosas, contra
toda posibilidad de hundirse, luchando a mil voces contra corriente,
sosteniéndose únicamente en el recuerdo de sus grandes poetas, de
sus clásicos, en donde encontraba el único refugio posible para un
mundo en el cual se encontraba como otro suicidado de la sociedad,
como lo fuera Artaud, a quien tanto admiró y tantas veces releyó.
Caminé por las calles, las mismas calles que nos vieron llorar y an-
dar sin paz y sin rumbo. Miré el túnel de la calle independencia que
él no llegó a conocer. Pensé en aquello en lo que habían convertido
las calles nuestras de nuestros tantos días. No habría podido creer en
lo que se convirtió aquel centro urbano, todo tan distinto.

151
Me dirigí entonces a la Mediateca Municipal, donde había que-
dado de verme con Ramón Gerónimo. Me recibió con gusto en su
oficina y comenzamos la entrevista casi con informalidad, con todo
el tiempo de conocernos. A Ramón lo conocí cuando tenía yo tenía
unos diecinueve años. Por aquel entonces yo tenía uno de mis pri-
meros trabajos. Repartía el periódico de la Jornada en las oficinas
de Gobierno y en el Congreso del Estado. No era un trabajo com-
plicado ni pesado, un poco tedioso y nada más.
Yo visitaba a Margarita Muñoz, otra ilustre poeta chihuahuense,
que trabajaba en difusión cultural de Gobierno del Estado en sus
oficinas en el Palacio de Gobierno. Allí me presentó a Ramón, de
quien me había dicho que era un niño prodigio, que se había ga-
nado varios premios de oratoria política y declamación; por cierto
contaba entre sus logros el haber sido ganador nacional de oratoria
y haber dado un discurso en Cuba frente a Fidel Castro, criticando
el sistema comunista. Ramón era sólo un año menor que yo, así
que aquello era verdaderamente un logro para alguien de su edad.
Además era poeta, eso lo hacía más interesante.
Con el paso de los años volví a encontrarme a Ramón con frecuen-
cia, pues estudiamos en la UACH, aunque en distintas generacio-
nes. Ramón estudió la carrera de Filosofía escolarizada cuando yo
estudiaba la carrera de Letras, de la cual me salí después de un par
de meses y me fui a viajar a la Ciudad de México. Cuando regresé
de mi árido viaje por los submundos de “la libre”, en el ambiente
de los artesanos viajeros de México y la capital, Ramón ya había se-
guido avanzando, aunque no puedo recordar si ya había terminado
la carrera, pero estoy casi segura de que ya conocía a Rogelio o al
menos lo había leído, pues hablamos de su obra en varias ocasiones.
Septentrión y La mujer que no fui lo habían hecho legendario. Sabía que él

152
habría de compartirme algo importante sobre sus anécdotas de vida
y obra de Rogelio, y así fue como empezamos la entrevista.
Reneé Acosta.- En diversas ocasiones llegaste a comentar que
Rogelio Treviño era un Dandy, ¿podrías extenderte en esta percep-
ción que tenías de Rogelio?
Ramón Gerónimo Olvera.- La estética del Dandy, Poe, Baude-
laire, nos muestra a un individuo que se muestra en su individua-
lidad, de una manera ambigua, por un lado, y su posición estética
extravagante, que Rogelio la tenía, con su moñito, con su bombín,
haciendo gala cuando fumaba. Era un guiño de lo popular a la
masa, y en ese sentido Rogelio era un dandy, tenía claro el personaje
de sí mismo, con lo que le gustaba de la masa y que detestaba de la
masa y se ve en su poesía. En ese sentido, Rogelio era un dandy que
le gustaba caminar por las calles y atraer miradas, pero al mismo
tiempo como el dandy, se daba tiempo para ser un poeta maldito.
»Creo que Rogelio llevó al poeta maldito hasta sus últimas conse-
cuencias, eso lo podemos celebrar en su impresionante poesía, pero
quienes fuimos sus amigos nos duele que el personaje llegara hasta tal
grado como fue su desenlace.
»Rogelio, el poeta, fue un hombre muy generoso. Rogelio es de esos
casos que le agradezco a la vida. Su amistad llegó de la mano de mi
padre, porque ahora que los veo juntos en sus retratos me da gusto.
Una vez me invitó al Oasis, la cafetería de Futurama universidad y
allí me regaló engargolado Septentrión. Rogelio el poeta era generoso,
porque te leía y te hacía comentarios. Con las toneladas de poesía que
leyó, sus charlas eran conferencias.
»Alguna vez me comentó que debía de tener cuidado con mi ego.
Tenía razón, si nos ponemos universalistas o esotéricos… le dije que
tenía razón. Después me vio y me dijo: “Qué bueno que atendiste

153
el ego, porque a un joven poeta se lo puede tragar. Porque el poeta
tiene esas palabras mágicas que lo conectan con otra dimensión de la
realidad y puede tener el lado negativo de que se sienta superior a los
demás”. Para Rogelio era superior el poeta, pero no se debía de sentir
así. Mis libros siempre se los regalaba, siempre los leía y siempre los
comentaba. Tenía una virtud poco frecuente y era que como lector
separaba al poeta de la persona, pero también sin hacer un santo de
él, tenía el defecto de que conforme el estado de ánimo juzgaba, y un
día alguien podía ser un chingón y otro día sobre el mismo texto solía
ser miserable. Tampoco es para juzgarlo, pero así era. Todo lo que me
señalaba era sobre obra publicada.
R.A.- Anécdotas que tú recuerdes de Rogelio.
R.G.O.- Me acuerdo cuando le dieron el premio al Creador Emé-
rito, andaba pisteando [sic] y me lo topé en la facultad de artes y nos
comimos un caldo con Lito y me dijo que le iban a hacer el homenaje,
pero que quería que yo lo acompañara como presentador, pero que
no le interesaba que fuera un presentador más y que le metiera co-
mentarios de lo que pensaba. La inicié abriendo con Septentrión. Mo-
numentales primeros versos, como todo poema largo, debe ser fuerte
en el inicio. Rogelio llegó servido y cuando lo sientan en primera fila,
escondió el trago que traía en una Fresca de toronja. Luego dijo: “Es-
tos primero me premian, luego me esconden el trago”. Y se rio entre
enojado y burlándose. Ese tono de Rogelio era maravilloso.
»Las mejores charlas que llegué a tener con Rogelio fue en los jar-
dines del CIDECH. Yo propuse hacer una escultura de Rogelio en
los jardines: pierna cruzada, fumando, bombín de siempre como in-
vitando a sentarse a platicar con él. A mí, Rogelio me descubre y me
da ángulos para entrar a Pound, es una de mis grandes gratitudes. La
última vez que lo vi estaba muy triste, hacía mucho frío. Fui con Paty

154
al Oxxo de la once y me abordó con el clásico: “¿Carnalito, traes 20
lanas?”. Compramos unos tamales y me comí algo con él. Me dijo:
“Estoy leyendo a Pound, yo no pierdo el tiempo leyendo a pendejos
[sic]”. Y era un Rogelio muy mal, abotagado, pero totalmente lúcido
y lúdico hablando de poesía. A quien yo le decía Roger Rabit, y él
aguantaba vara y se reía y cotorreaba [sic].
»Otras veces nos gustaba ir a comer a los pollos de la Aldama. Y le
gustaban las mollejas. Pistié [sic] poco con Rogelio. En un encuentro
en Ciudad Juárez, cuando Rogelio vivía en Juárez, ni lectura tenía
programada, y estábamos varios, incluyendo a Barquet, y él hablaba
de Pessoa y de los heterónimos. Era un poeta con toda la fortaleza
intelectual y el instinto animal. La poesía necesita el instinto animal,
si no acaba en una mamada [sic] de la academia. La obra de Rogelio
nos viene a advertir de un gran talento muy al margen de lo que se
supone es el camino, que esto es falso, que traza la academia para
un gran poeta. Rogelio se tomó muy en serio eso que nuestro amigo
Pavesse llamaba el oficio de vivir y sólo quien se toma en serio el oficio
de vivir hace poesía trascendente. El cabrón [sic] vivió con los riesgos
y los excesos de vivir.
»Fíjate que el 90% con Rogelio era encontrarnos. Un recuerdo
que yo quisiera tener de Rogelio, y que lo tengo, cuando se hizo la
antología de la Siqueiros, él antologó a los becarios. Andaba fresco,
dinámico, además de su humor chinga quedito, era como la lluvia moja
pendejos, yo recuerdo a ese Rogelio totalmente positivo, echado pa’de-
lante [sic]. A mí sí me molestó, cuando la muerte de Rogelio, dos
posturas: una de un amarillismo nefasto que se encargó de vender
que Rogelio solo fue un teporocho, anormal y genio, y Rogelio no fue
un gran poeta por ser un ser así; fue gran poeta por tener el talento,
el don. Pero esa visión de nota roja amarillista, me parece nefasta. La

155
otra que no me gustó fue la de que nunca se le apoyó; sabemos que
Rogelio en esos estados no se dejaba ayudar, y no se dejaba ayudar,
y vuelvo al inicio de la entrevista, porque era la ética del poeta mal-
dito. Rogelio no se dejaba internar. Que una que otras veces que se
le ayudaba y si se lo sugerías, “ardía Troya”. Siente uno feo, pero es
cierto. Y por desgracia hubo ese lucro, y que hubo lucro político y
una sobre explotación del personaje del poeta maldito, de gente que
en su vida lo ha leído y que por verlo en la calle lo conocían. Por eso
tu trabajo me parece crucial para mostrarnos a un escritor completí-
simo y a un escritor que no era sólo un poeta maldito, era una parte
de Rogelio, pero no era lo central. Sí había el bohemio, pero no era
la única cosa que era. Rogelio poeta es monumental, único para las
letras chihuahuenses. La literatura nacional tiene otros referentes, y
Montemayor lo advierte en La lámpara en el granero, que Rogelio en la
literatura chihuahuense juega en otra cancha. Con Rogelio se corre
el riesgo de Novo, de que hay quienes se van por las anécdotas y se
olvidan del gran legado que dejó. Es muy riesgoso dejarnos llevar por
los medios y el sensacionalismo, que sólo se hable del personaje y no
se hable de la obra.
R.A.- ¿Cómo concibes Septentrión?
R.G.O.- Aunque se enoje José Vicente Anaya, Septentrión es único.
Estamos ante un gran poema, no sólo por el aliento sino por la profun-
didad que Rogelio alcanza. Tiene los elementos del largo aliento de
la literatura universal. Es deslumbrante, tiene un inicio deslumbrante.
Tiene ese gran inicio, pero además tiene algo que Paz decía del ver-
so de gran aliento, tiene ruptura, está lleno de rupturas en el plano
lingüístico, en lo rítmico, una red rítmica en el plano temático. “Son
ruptura, pero a la vez reconciliación”, decía Paz. Y es un poema con
el poeta ante su mundo concreto. Y eso que se llama reconciliación y

156
que en Rogelio se ve en esos regresos a la autobiografía. Rogelio nos
escribe el gran poeta épico de Chihuahua, ojo, de un Chihuahua que
Rogelio entiende como uno que no tuvo una cultura sedentaria, sino
nómada. Septentrión es un poema nómada. Pero mientras hace esto
hay una reconciliación de Rogelio con la infancia, concreta, biográ-
fica. Y voy a saltar de Piedra de sol a Septentrión: cuando estamos por
los caminos del lenguaje, y de pronto lo rompe Paz para hablar de
Madrid, la guerra civil y el bombardeo; Rogelio hace algo similar,
está el gran canto nómada y de pronto le llega el puntual recuerdo de
la infancia del Padre Porras y en un maravilloso acto entra el humor
chinga quedito de Rogelio y entra su humor: “el padre porras, porras,
porras”. Esas reconciliaciones son propias de un genio de la poesía.
»No soy un experto en el esoterismo, sin embargo, creo que el
esoterismo de Rogelio lo mismo está pegado a Gurdieff que a Jung,
y me detengo en Jung. Yo no sé hasta donde literalmente Rogelio
tuviera creencias concretas en el esoterismo, desconozco. Pero Ro-
gelio encontró en lo esotérico el único espacio en este mundo mer-
cantilista, hipercapitalista, de consumo. Encontró el único espacio
donde la palabra tiene sacralidad, tiene respeto total por el poder de
la palabra. Ya no llevó acabo al esoterismo, pero mantiene intacta
la sacralizada de las palabras y las imágenes, en el ritual, a través del
ritual, y la poesía de Rogelio está llena de rituales. Otro recuerdo
que me llega: una vez cuando iba a ir a Colombia, nos vimos en
el Coliseo, allí estabas tú. Me dijo que tenía que leerme el I Ching
antes de que me fuera a Colombia y me salió en el I Ching que me
iba a ir a un río muy convulso y difícil, pero que el zorro lo iba a

157
cruzar con la cola limpia, y aquí lo interesante es que yo me iba a
Colombia a estudiar la literatura del narcotráfico; y entonces si bien
soy ateo, me gustaría pensar que esa reunión en la que estuviste tú,
no era sino parte de un ritual esotérico de poetas, con ese respeto
que tenga del esoterismo, con las distancias, pero también con el
respeto de la sacralización. Para mí hay unos poemas de Rogelio, no
recuerdo, los que le hace a Samalayuca ―precisamente Samalayuca
es el nombre―. Cìbola no me convence, me parece que no lo logra
cuajar, porque le gana un cierto deseo panfletario cuando habla de
los Bukis, pero se le cae. Rapsodia para una dama de ladrillos me fascina.
Pero no más que Samalayuca. Yo entrevisté a Rogelio alguna vez
en la estación de radio. Igual la publicó el Heraldo, la voy a buscar.
Muchas veces Rogelio era consciente del papel que jugaba como
poeta sin ser soberbio, pero sabía lo que estaba haciendo. No es el
caso de aquellos que hacen obras maestras y no tienen ni idea, todos
pensamos en Rulfo, que cuando hizo Páramo no sabía. Rogelio, sin
ser la gran obra de nuestra era, sí sabía lo que estaba haciendo al
hacer su obra fundamental.
R.A.- ¿Considerarías piedra angular a Septentrión?
R.G.O.- Hasta donde puede ser regional la poesía, si existe algo
como literatura chihuahuense, es la obra cumbre de la literatura
chihuahuense. Finisterra es maravilloso, pero no habla del imagina-
rio chihuahuense. Ventana abierta de Cortázar no habla de geogra-
fía, ni de los imaginarios, Septentrión es tan maravilloso, y viene del
reconocimiento de lo popular. Rogelio aborrecía la muchedumbre
pero valoraba lo popular, ciertos giros idiomáticos de los albures, y
demás, del doble sentido y que acaba en la literatura, por eso es di-
ferente a la muchedumbre. Popular es Piporro, Omar Chaparro es
muchedumbre. Eso es muchedumbre, lo popular como lo auténtico.
Que tiene ingenio, que tiene algo.

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Foto de Reneé Acosta. Rogelio y Ramón fuera del Teatro F. Saavedra en el funeral de
Víctor Hugo Rascón Banda.

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Foto de Reneé Acosta. Rogelio, Reneé y Ramón. Esta es la única foto que tengo de los tres juntos.

160
Caminos del retorno

Capítulo XII

Encaminé mis pasos sobre las minas del retorno, sobre las huellas
dejadas en los recintos subterráneos de Samalayuca. Caminé en-
tre las hiedras y los huizaches, para encontrarme, reencontrarme y
honrar la memoria de mi buen hermano de espíritu. ¿Quién fue?
¿Por dónde caminó? ¿Qué caminos recorrió para encontrarse con
Jícuri, dios abuelo y joven perpetuo?
Él, quien era un lector ávido de autores como Eliade, Guénon,
Campbell, Jung, Dumézil, etcétera; sabía que había profundizado
sobre la cultura antropológica y sicológica de las religiones y los
mitos. Rogelio aseguraba que había ido a explorar la Sierra Tara-
humara y que había estado en Oaxaca y había probado los hongos
con María Sabina. Pudiera ser que Rogelio añadía a sus anécdotas
anhelos que nunca realizó. Lo que sí fue cierto, es que Rogelio fue
a la Sierra Tarahumara para encontrarse con el rito del peyote, al
cual jamás llamaba peyote, sino por su nombre cariñoso y sagra-
do: Jícuri, o por el nombre que le dan los huicholes, venadito azul.
También supe que estuvo varias veces en Real de Catorce y que
participó de varias ceremonias. Otro de sus destinos de procesión
ceremonial era cerca de la antigua ciudad de Huejuquilla, hoy Ciu-
dad Jiménez y que es en “Los remedios”.
Rogelio veía en “Los remedios” un centro de poder y citaba re-
curriendo a los estudios de Gutierre Tibón en varias ocasiones,
hablando del ombligo del mundo, de los centros ceremoniales, la
montaña sagrada, los centros de poder. Él buscaba ir a “recargarse”
de estas energías de la tierra y terminar con la ceremonia de Jícuri.

161
Inclusive en Septentrión, al inicio de la segunda parte se puede leer
una experiencia que tiene con un sipaáme tarahumara. Sin la refe-
rencia no se entiende igual y puede interpretarse como una mera
metáfora, pero lo que Rogelio narraba en esos versos eran experien-
cias reales y verídicas de cuando descubrió el Jícuri.
La última vez que tuve oportunidad de ir a conocer la experiencia
del Jícuri con Rogelio, fue en el último encuentro de mujeres poetas
de Huejuquilla, al que acudimos juntos. Lamentablemente yo sabía
que la experiencia de Jícuri no es algo que resulte intrascendental, o
del que te puedas reponer físicamente para estar al día siguiente en
la oficina; y yo en aquellos días estaba a cargo del “departamento”
de literatura del Instituto Estatal de Cultura. Ahora al mirar hacia
atrás… me arrepiento. Si hubiera sabido que esa sería la última
oportunidad de vivir esa experiencia con Rogelio, no lo habría pen-
sado dos veces. Desgraciadamente nadie sabe cada mañana cómo
será su atardecer.
Yo sabía que no todas las experiencias místicas de Rogelio con en-
teógenos sagrados habían sido propiamente “sagradas”. Sabía que
cuando era más joven, había ido a conocer estas experiencias con
sus amigos de juventud. Indudablemente quien realmente podía ha-
blarme de esta etapa de su vida era Ricardo Rivas Urías, personaje
de la cultura chihuahuense, el cual, además, pertenece a la ilustre
familia Urías, de la cual surgieron revolucionarios, intelectuales, ar-
tistas, cineastas, etcétera.
Así fue que decidí realizar mi búsqueda hacia el pasado a través
de los ojos de Ricardo, quien fuera por mucho tiempo uno de los
amigos más cercanos y con quien Rogelio convivió y vivió en su
casa por largas temporadas. Imagino toda esta etapa con la música
de Pink Floyd, de los grupos musicales que ellos escuchaban, y por

162
supuesto con la música del grupo de rock chihuahuense Skirla, cuyo
principal integrante prefirió no ser entrevistado.
Una vez que entablé relación con Ricardo y que quedamos de
vernos en su casa sentí como si hubiera viajado a un recuerdo leja-
no. No podía recordar que yo había estado ya hace años atrás en
casa de Ricardo, pero no por Rogelio, sino por un querido amigo
en común que también ha fallecido. Comenzamos a platicar, insta-
lándonos en su estudio.

Entrevista a Ricardo Rivas Urías

Reneé Acosta.- ¿Podrías compartirnos la anécdota de cuando


se conocieron?
Ricardo Rivas Urías.- Estaba haciendo una investigación acer-
ca del Jícuri. Era como en el 83. Íbamos a ver los libros en las libre-
rías de usados. Rogelio siempre encontraba libros que le interesa-
ban. En aquellas épocas no se podían conseguir los libros o la buena
música, y siempre eran caros. Yo aprendí a leer y a escribir por él, si
no hubiera sido por él no lo hubiera hecho.
R.A.- ¿Recuerdas las anécdotas en relación con el Jícuri?
R.R.U.- Una vez fuimos al bosque de Aldama, los que nos jun-
tábamos siempre, el Skirla, Saúl Vázquez, a veces algún otro invita-
do extra, pero nosotros éramos los que siempre andábamos en esas
andadas, de experimentos. Una vez fuimos y era de noche, se nos
ocurrió caminar y era luna nueva, habíamos comido Jícuri, caminá-
bamos sin ver, no se veía nada. Llegamos a un punto en que alguien
dijo: “¿Qué es esto?”. No sabíamos dónde estábamos, habíamos
topado con unos caballos, y los estábamos tocando, porque nadie
podía verlos. Fue muy alucinante encontrarnos con esos caballos.

163
Era mucho dialogar, hacer apuntes… las experiencias sirven de in-
fluencia para desarrollar ideas.
R.A.- ¿Te tocó estar en las sesiones de los poetas muertos en el
cementerio de Dolores?
R.R.U.- No, a mí no me tocó ir. Pero sí sabía que alguna vez fueron.
Una vez fui con Rogelio al cementerio, pero no recuerdo qué pasó. A
veces uno estaba en otro estado, no muy consciente. No puedo recor-
dar. Alguna vez fui, pero no logro recordar. De lo que sí me acuerdo
es de la época que me tocó en el principio de los 80’s y los 90’s. El
otro inseparable era el Chato Reyes, excelente pintor. Y él sí era un
creador de anécdotas curiosas, siempre estaba en un estado de cons-
ciencia muy acrecentado, casi llegando a la inconsciencia. También
las anécdotas con Sergio Durán, que éramos los que nos juntábamos
ahí, cuando vivía enfrente del arroyo en la junta de los ríos.
R.A.- Tienes material inédito grabado de Rogelio, ¿podrías ha-
blarme de eso?
R.R.U.- Resulta que un buen día me habla Rogelio o llega a mi
casa (no recuerdo bien), con Carbajal, el escultor. Todavía no era
tan famoso Sebastian. Dijo: “Queremos ver si vamos a saludar a tu
tío Luis Urías”. Fuimos a buscarlo y no lo encontramos. Ya traíamos
unas cervezas y ese día tocaba Serrat. Dijo Rogelio: “vamos a ver
si nos dejan entrar, aunque sea para conocerlo”. Fuimos al teatro
de los héroes. Entró Rogelio para ver si estaba un amigo para que
nos dejara entrar. Le dijo a Sebastian que consiguiera a alguien que
los dejara entrar. Fuimos a buscar a Moy. Pero esa es una anécdota
aparte. Total, que compramos más alcohol y nos fuimos a dar la
vuelta, bien despreciados porque no pudimos entrar a ver a Serrat.
Y comenzamos a platicar y le platicó a Sebastian que acababa de
escribir una obra, era Septentrión. Y le dijo Sebastian: “¿Por qué no

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se juntan los dos y lo hacen juntos?”. Yo le había platicado de todo
mi trabajo anterior haciendo programas de radio y grabaciones,
programas educativos y radionovelas cuando trabajé en la radio ofi-
cial. Ya le platiqué todo lo que hacíamos con actores y con efectos
acerca de las historias clásicas del país en radionovela. Tenía mucha
experiencia en eso, no sólo como operador, sino como productor.
Entonces él comentó: “¿Por qué no hacen eso con ambientación y
con la voz de Rogelio y yo se los pago?, pero les pago con una obra
mía y es para ustedes dos”. Y nos pusimos a hacerlo en el estudio
que teníamos en ese entonces con Rodolfo. Rodolfo no tuvo nada
que ver en esa producción. Ya cuando lo terminamos se lo llevó
Rogelio a México y vio a Sebastian, que le regaló una obra de más
de un metro de alto. El asunto ahí fue cuando de repente ya nadie
supimos de Rogelio, porque desapareció con todo y obra. Supimos
que la vendió en el Paso, Texas, a mucho dinero. Duró entre Juárez
y el Paso con una borrachera de tres meses y regresó con las manos
vacías. Lo bueno es que Sebastian sí le entregó la obra. Me llegué
a juntar una o dos, tres veces con Sebastian por medio de Rogelio,
pero eso fue hace como treinta años.
R.A.- Platícame del proceso creativo entre ustedes.
R.R.U.- Yo ya tenía mucha experiencia trabajando en grabación
y producción de audio y de música, y pues lo único fue enseñarle a
Rogelio cómo hablar en el micrófono, cómo modular, cómo hacer
que sonara, e irlo guiando para que todo fuera fluyendo de una
manera agradable y no de una manera monótona. La obra que
tengo está protegida de ruido, pero está la voz de Rogelio muy bien
desarrollada. Obviamente yo lo dirigí. Le pusimos ambientación y
música de fondo. Esta obra nadie la conoce, a lo mucho la conocen
cinco personas. Esta es la primera grabación. No es la que se pu-

165
blicó. Incluso tiene diferencias del texto al audio. Incluso grabamos
una canción original que la grabó otro amigo de la infancia, que fue
director de Bellas Artes, su tío fue mi maestro de música en toda mi
infancia. Hay algunas diferencias entre el texto publicado y esta gra-
bación. Aún no publicaba en AZAR, que fue en el 87 esa edición.
R.A.- ¿Entonces esta es la versión original de Septentrión? Ya que
entre algunos lectores, como Enrique Servín, comentan que la obra
publicada no es el Septentrión original, que le faltan partes. ¿Esta-
ríamos entonces ante la obra original?
R.R.U.- Sí puede ser, porque de hecho tiene una duración como
de más de treinta minutos, dura como cuarenta minutos. A mí el
día del homenaje que tocó Skirla, me dio mucho coraje cuando vi
al que leyó Septentrión, se notó que nunca lo había leído. Me dio una
desesperación. Si hubiera estado Rogelio allí le habría dado el miso
coraje. Me gustaría corroborar, pero no estoy seguro, me parece que
tengo cargada una grabación de trabajo y otra con la voz completa-
mente limpia, celosamente guardada. Sin modificar el texto original
obviamente. Tengo una serie de apuntes que hicimos Rogelio y yo
durante la grabación. Necesito buscar. Tengo originales de cancio-
nes de amigos que ya son famosos y las tengo guardadas.
R.A.- ¿Tienes canciones de Rogelio?
R.R.U.- Sí, mi compadre Tena le hizo música a dos poemas de
Rogelio y los tenemos grabados. No los terminamos, está muy bá-
sica la grabación, fue de prueba, de muestra para nosotros, pero
nunca se publicó ni se terminó nada por el estilo. Uno es el poema
que decía “tu efímero reflejo”.
R.A.- Estuviste en los momentos más prolíficos de la vida del au-
tor. ¿Qué anécdotas podrías compartir al respecto?
R.R.U.- Los 80’s hasta los 90’s. Había veces en que en aquel en-

166
tonces trabajaba como velador de la Secundaria Federal No. 1, y
había veces que se le hacía tarde y ya era de noche, y allí íbamos to-
dos y nos quedábamos en la secundaria, hacíamos nuestra reunión
literaria-musical-alucinógena. Íbamos y veníamos allí. Él cubría va-
caciones o por tiempos. No estaba siempre allí. Estaba casado con
Laura. Cuando ya andaba muy mal, le decía Laura: “Vas a ver, me
voy a casar con un judicial para que te dé más coraje”.
»Pasé varios años que prácticamente vivía allí con Rogelio y cuan-
do no vivía con él, él vivía con nosotros, con Rodolfo y conmigo.
Compartía mucho de lo que hacía. Por aquella época llegaba el
Gordo Durán, tenía una finta de malo de película. Era un excelente
escritor. Muy buen amigo, nos juntábamos mucho.
»Recuerdo que incluso conseguí unas grabaciones de música ra-
rámuri y la ponía siempre cuando estaba escribiendo. Cuando no
era eso escuchaba su grupo favorito y los escuchaba unas veinte
veces, eran Jethro Tull y Pink Floyd, Fresh Aire. Esporádicamente,
digo esporádicamente [sic], llegó allí Enrique Servín u otros que
llegaban con él de visita, pero yo digo que era esporádico, porque
yo estaba allí todos los días. Salía del trabajo o de la escuela y me iba
con Rogelio. Los fines de semana, como tenía carro, nos íbamos al
campo con Rodolfo y todos en bola, casi todos los fines de semana.
R.A.- ¿Tú recuerdas de los años del Cat House?
R.R.U.- Yo fui protagonista de muchas épocas del rock chi-
huahuense. Desde el 82, cuando existía el Sótano, que era el esta-
cionamiento del Bancomer de la Universidad y Riva Palacio, que
tocaba Skirla. Treinta años tocando los Skirla, haciendo música.
Allí hay otra historia. Fui el ayudante creativo de Skirla por 25 años,
la mano derecha de Rodolfo… hasta hace poco que yo empecé a
hacer lo mío relacionado con la música, pero seguimos siendo muy

167
buenos amigos. Me da un escalofrío nomás de acordarme de aque-
lla época, éramos hermanos, amigos, el agregado era Chato Reyes.
»El que grabó el corrido fue Rubén Tinajero, para esa grabación
de Septentrión. Toda la voz de Rogelio está grabada en alta calidad,
toda la secuencia como es, no está en pedacitos, hay unas ediciones,
pero las tengo anotadas en un guión que hicimos.
»El Cat house fue un bar de rock local, los gerentes eran Rodolfo
y una amiga, que era precursora del feminismo en Chihuahua. ¿Sa-
bes quiénes fueron mis testigos de boda? Fueron Rogelio, Rodolfo
y otro amigo que se llama Enrique Zúñiga, fueron mis testigos de
civil, hace 30 años prácticamente. Para que te des una idea. Mi
esposa Silvia conoce toda esa trayectoria. Yo soy de los que siempre
nos juntábamos mucho en familia. Íbamos al campo, no teníamos
hijos, el hijo mayor nació en el 91, ya te estoy hablando de todas
esas anécdotas de los 80’s.
»Siempre que me acuerdo de Rogelio escucho el Thick as a brick de
Jethro Tull. Hay un personaje muy importante en esas anécdotas,
que es Rodolfo Borja, pero a él no le gusta que lo menciones sin su
permiso. Yo siempre fui el Richi, para Rogelio era Richeliu o Richelius.
»Siempre querían correr a Rogelio porque llegaba ebrio, siempre
fue el monstruo ebrio del acople, él y el Chato Reyes. El Chato Reyes
era de los que estaba ebrio todos los días, con alcohol, mariguana, y
prácticamente porque era pobre y no alcanzaba para más. Una de
sus anécdotas más conocidas es que cuando la policía lo veía en la
calle les decía: “¡Déjenme, ignorantes! ¡Ustedes no han escuchado a
Pink Floyd, ni han leído!”.
R.A.- ¿Qué opinas del aspecto místico de Rogelio?
R.R.U.- De hecho yo tengo ciertas aptitudes, las que tengo para
mi trabajo, las considero verdaderamente mágicas, como algo que

168
te nace. Después descubrí con todas las lecciones de Rogelio, descu-
brí que era un alquimista, ahí el sentido místico. Un alquimista no
es el que hace oro, cualquier artista que convierte la nada en una
obra palpable y buena, se puede considerar como un alquimista. Y
también trabajar con otras gentes para lograr a esa mística de llegar
al momento creativo para esa transformación.
R.A.- ¿Qué aprendiste de Rogelio?
R.R.U.- Lo principal: la amistad. Una amistad muy chingona
[sic], profunda, no una amistad como muchos que dicen: “Yo me
acoplo con él”… La amistad fue profunda de conocernos todo y
adivinarnos el pensamiento. Eso es importante precisamente para
lograr transformar las cosas o las ideas. Aprendí a ver las cosas des-
de un punto de vista más humanamente natural. A saber separar
la falsa mística de la mística verdadera del ser humano como ser
humano, y saber apreciar que la falsa mística es pura basura. De
hecho yo tengo mi propia religión, yo soy mi propio dios, mi propio
mesías, mi propio salvador y eso lo aprendí de Rogelio. No necesi-
tas de muletas místicas para desarrollar tu interior. En cuestiones
prácticas a leer y a escribir, leer, saber qué leer y, por lo tanto, a
saber escribir en el arte de la escritura. Poco lo he practicado, pero
es gracias a Rogelio. Me creó esa necesidad de leer y escribir. Por
ejemplo, en aquella época nos aventamos todo lo de Gurdieff ­―
que por cierto el traductor oficial de muchos volúmenes fue mi tío
Luis―. Hay muchos libros que dicen que fue traducido por él, no
sé cuántos. Ouspensky, Fulcanelli, pues todos los magos. Elliot, Lo-
vecraft, fueron mis principales influencias. Todos los de Castaneda.
Me metió en el rollo de la investigación de los estados de conciencia
incrementada, no tanto por drogarse, sino por experimentar y ver
que podía uno transformar en ese estado y desarrollar. Aprendí a

169
leer a Borges. A Octavio Paz, lecturas importantes que cuando yo
conocí a Rogelio había leído a los clásicos, todos en mi familia se
dedican al arte. A mí de muy chico me pusieron a leer a los clásicos
a fuerzas. Y le agarré cariño a la lectura.
»De los últimos años de Rogelio yo me empecé a separar de él,
porque para mí era muy difícil compaginar con su estado ya incons-
ciente en el que vivía. Pero aun así lo veía. Recuerdo que una vez
me fueron a pedir dinero él y Saúl. Estaba todo hinchado Rogelio.
Me dijeron que se había caído por las escaleras del seguro social.
Estaban sucios y ebrios. A mí siempre se me hizo muy difícil verlo
así de esa manera, de veras no lo buscaba ya. De hecho creo que se
juntaba con un tío político mío, con Urtiaga, muy famoso de aquí,
falleció por alcoholismo. Es el padre de mi primo más querido.
»¿Sabías que cuando fue el asalto a Madera, estuvieron escondi-
dos aquí Gámiz, Uranga y no recuerdo quién más? Mi tía Margarita
estuvo en ese movimiento, estuvo casi tres años en la cárcel de Santa
Martha en el Distrito Federal. Pero bueno, eso es punto y aparte.
R.A.- Me platicabas de las experiencias en Jícuri con Rogelio.
R.R.U.- Lo más importante de todo, no sé por qué, a mí se me
dio el don de poder manejar eso muy bien, aunque yo no fui el di-
rector, a mí me dirigieron otras personas, y resultó que tenía mucha
facilidad para manejar todo eso. La primera vez que fuimos a cortar
Jícuri, toda la gente decía que estaba muy cabrón [sic] encontrarlo.
Yo ya había leído todo Castaneda, todavía no terminaba de escri-
bir toda su obra, Castaneda apenas llevaba cinco libros y yo me
los sabía todos. Y siguiendo las enseñanzas de cómo tratar y sentir
todo eso para encontrarlo correctamente, y tratarlo con respeto y
cariño. Se me dio que cuando yo llegué, encontré siempre. Íbamos
y traíamos kilos, muchos kilos de Jícuri. No lo vendíamos. Era solo

170
para nosotros. Y lo más curioso de todo es que hay mucha gente que
no ha sabido cómo utilizar todo eso, y yo nunca tuve problemas ni
con el sabor ni con la experiencia ni con la intensidad, al revés. Se
me hace muy curioso, era una facilidad, con ciertas habilidades de
ver y saber manejar tu “yo extracorpóreo”, que lo único que necesi-
tas es un pequeño conocimiento para encenderlo. Y yo creo que la
principal persona que me llevó allí fue Rogelio. Rogelio decía: “Este
chavo sabe dónde es y dónde hay”. Siempre íbamos y siempre traía-
mos y lo compartíamos con amigos que tenían la afinidad. Algunos
inmediatamente te rechazan cuando no hay afinidad.
R.A.- ¿Qué es lo más mágico que te sucedió con Rogelio?
R.R.U.- Es difícil, fue todo, haber compartido la parte que yo
considero más creativa de su existencia como escritor con él; que es
entre los 80’s y los 90’s. No te puedo decir alguna experiencia, hay
muchas. Sabes, yo creo que toda esa etapa de mi vida fue la más
mágica, yo creo que aprendí a ser yo, en mi crecimiento personal;
por ejemplo, yo no soy de los que les gusta disfrazarse para vender-
se, si le gusto a alguien, chido [sic], si no, adiós. Jethro Tull es básico
para Rogelio, pero hay una serie de bandas importantes para él,
como Yes.
R.A.- De los legados místicos de Rogelio, ¿qué puedes contar?
R.R.U.- Leímos a todo Jung, el estudio del I Ching. Me volví un
lector del I Ching, cabrón [sic]. Yo creo que sí puedo. Ahora mi hija
ya está encaminada. El Tarot es más básico que el I Ching, pero
afortunadamente la lección que yo aprendí del I Ching yo lo sabía
por mi madre, pero no sabía hasta que me impuso a leer a Jung y
los tratados de la sincronía universal del I Ching. Entonces entendí
por qué podía entender y ver lo que salía, lo que realmente, no lo
que decía el I Ching, sino la referencia de la lectura de las personas.

171
»Tuve experiencias muy gruesas y sobre todo que de tene ese tipo
de habilidad, lo peor es el bullying de la gente que te cree loco.
Mientras estuvimos haciendo la entrevista, de vez en cuando inte-
rrumpíamos espontáneamente para escuchar música de Jethro Tull
y de pronto se veía en el rostro de Ricardo la nostalgia y todos los
recuerdos que venían a su mente, como de pronto eran más y más
las imágenes revueltas en los velos de la memoria. Escuchamos la
grabación de Septentrión en la versión original de Ricardo. En reali-
dad no pude distinguir que tuviera ninguna variación sobre la ver-
sión que todos conocemos y que fue publicada en AZAR la primera
vez, escuché la grabación leyendo el ejemplar simultáneamente. Y
aunque pudiera ser que esta versión tenga una idea planificada por
ambos, y por tanto única, al escucharla no me pareció encontrar
ninguna parte que fuera diferente o nueva a la versión conocida. Lo
que sí es que me mostró varios ejemplares de las primeras ediciones
de Lámpara de la piedra, publicada en Zacatecas en Práxis dosfilos y la
edición con correcciones a errores de edición de Septentrión de la ver-
sión de AZAR, que en realidad, debo decir, no es diferente a la ver-
sión de la edición de la Nave de Saidah, editores de Antonio Ochoa.
Planificamos sacar la reedición de La lámpara en el granero y otra
obra reunida inédita de Rogelio con el disco con la grabación ori-
ginal que trabajaron juntos de Septentrión y que en esta versión la
experiencia musical de Ricardo hace que sea un documento único
e invaluable. Luego vino el desastre de César Duarte y los proyectos
se quedaron empolvados en el tintero esperando algún día resurgir
para concretarse.

172
Fotografía Reneé Acosta. Presentación de La lámpara en el granero 2009. Casa Redonda.

173
La piedra mercurial, el agua petrificada

Capítulo XIII

La primera obra que nace a la luz y que podemos llamar su obra


de juventud es Lámpara de la piedra. Con ella inicia su recorrido
poético y nos da perfecta presencia de lo que será el corpus de una
poética diamantina, diamante negro. La luz y la presencia, el agua,
agua lustral, agua mercurial, en que se nombran, se muestran, apa-
recen en todo momento, en cada verso, en una trama de imágenes
recurrentes: los espejos, el agua, la luz, el sol, el árbol; todo ello son
ecos y resonancias de una misma pieza poética que se tradujo a sí
misma en lo ancho de su obra.

Regreso

Delfín
Pupilas recién adquiridas
En la plancha metálica del agua
Sumerges hasta la transparencia
Los pliegues endurecidos de una cáscara
Sucia
Gesticulas
Las partículas también gesticulan
En la habitación iluminada por la
Esencia
Te veo cruzar el patio
Mueves las manos sorprendida
Al contemplar tu rostro en los residuos

174
De la lluvia
Ahora estás aquí
Te alejas
Mientras un grito fluye bajo el agua

En esta ópera prima ya se encuentran los primeros esbozos del


poeta que esperó la madurez para cumplir con su llamado. Tenía
treinta años cuando apareció este libro en las ediciones La plancha del
colectivo Palabras sin arrugas, en la cual formaron parte grandes poetas
de su generación y que son representativos de la época entre los 80’s
y 90’s. Aun cuando Rogelio reconocía lo ambicioso del título por
ser una lámpara de una piedra que todavía no había alcanzado, ya
en el poema de “Ciervo” se expresa una ansiedad de aspiraciones
espirituales inusitadas para el apenas joven poeta.
El ciervo es un símbolo de la mitología y la religiosidad de las
culturas indígenas, principalmente del norte de México. Para los
huicholes es venadito azul, cuya sangre se vierte en las arenas y se
transforma en Jíkuri, carne de dios, mensajero de las divinidades
celestes. En la mitología compartida entre los Pimas, los Tarahuma-
ras y los Huicholes, una cierva es la madre adoptiva de Sahuatoba,
quien también es Piltzintli. La cierva le enseña hablar en todas las
lenguas de los animales y es vínculo de comunicación entre su ma-
dre, la estrella del amanecer Chi´lisópoli.

175
Ciervo

Las ramas de sus cuernos


Sostienen la copa de la noche
Sus pezuñas blancas sobre la alfombra
Se contemplan radiantes
¿me sería permitido
Cantar la música celeste
Que producen en sus cuernos
Las horas?
Levanto la palabra ciervo entre mis manos
La imagen
Siervo
Construyo el altar
El poema la ofrenda
Mi pequeño tributo a Dios
Por la segunda cara de la muerte

El joven poeta, iniciado en las cosas sagradas, se pregunta con


humildad si podrá alcanzar a describir siquiera el roce de las crestas
entre las hojas del árbol de la vida. En su obra el agua y el mercu-
rio se fusionan, el agua es la mente en estado de claridad, por eso
su permanencia a lo largo de toda su obra. En “Monolito lácteo”
ocurren juegos de palabras que no pueden describirse como me-
ros calambures burdos, antes bien demuestran una musicalidad y
aliteración en su primera etapa, y ya sin abigarramiento y con la
mesura necesaria para llegar a un “menos es más” de la palabra por
cada palabra. Sencillamente el primer verso nos otorga una pista,

176
un signo, de que el poeta ya desde entonces conocía bien la poesía
de lenguaje de la poesía norteamericana reciente: Bruce Andres,
Vito Acconci, Carl Andre, Clark Coolidge, Altieri, y por supuesto,
el principal de todos en la memoria treviñana: T.S Eliot. No hubo
ni un solo momento en su trayectoria en la cual no reapareciera la
influencia de Tierra baldía. Inclusive estuve a punto de quedarme
con su último libro subrayado y con apuntes al margen. Nos dice el
poeta del septentrión lo siguiente:

Monolito lácteo

Claridad del lenguaje que renace siempre


Fénix
Pájaros peces en el agua mental
En la memoria rémora
El acuario de hueso
La palabra
Pronuncio amor y el mar la mar me envuelve
Digo río y sonrío al descubrirme río
De imágenes
Pez
Piedra en el profundo río de la vía láctea
Pájaro
Lo sé
Ahora el lenguaje resplandece
Las palabras siempre están en su sitio

177
En todo momento Treviño se muestra como un poeta solar, de
allí su eterna admiración al poeta chiapaneco Efraín Bartolomé.
Agua y sol son casi sinónimos, agua y espejo se transparentan, se
fusionan, se vuelven una sola unidad metafórica a lo largo de toda
su vida poética: en el agua del sol / ―recuerdo―/ vino y tocó en mi roca tu
presencia/ aún como una túnica/ te imaginé desnuda/ nuestros rostros rodaron
hacia lo invisible/ sobre las rosas del jardín/ al viento nuestro cuerpo/ crecía
con la atmósfera/ labio sobre labio/ el barco de la luna ancló sobre la lengua/
boca/ te recuerdo/ sentada sobre el pasto me amaste/ sobre la sala de los olmos/
donde también amé.
Para ese mismo año aparece su segunda obra Líneas para Sofía y se
distinguen los rasgos de un poeta novel, pero con hambre de cre-
cimiento en el arte de la palabra. Esa Sofía es la del conocimiento
sagrado. No hay ninguna musa que no sea la propia sabiduría. Por
eso comienza el libro ―como él decía, por el infierno de Dan-
te― por el nigredo, con la muerte en el poema “Testimonios de
muerto”, en él se distinguen los rasgos del joven bardo que asemeja
a la carta del Loco en la que un doncel mira el sol y carga en sus
hombros un maletín de trotamundos esperando alcanzar al sol a la
orilla peligrosa del vacío.
En 1985 publica Tiempo secreto. Este libro es probablemente el
más minimalista de todo el conjunto y se aúna a la etapa orienta-
lista de estudios sobre mística, tanka y haikú en el cual se aglutinan
pensamientos dispersos, concentración emocional y un proceso de
madurez y renacimiento. Aparece entonces otra nueva recurrencia
expresada en torno a la inmovilidad probablemente derivada de
una relectura y reincorporación de la filosofía eleata, de los preso-
cráticos y los clásicos grecolatinos: Zenón, Pitágoras, Euclides. La
inmovilidad refleja una fusión del entendimiento de Parménides

178
frente al pensamiento taoísta; confucionismo frente a la teoría de
las mónadas; el zen como la forma oriental de la física-cuántica,
por eso escribe Viajero inmóvil. En Viajero inmóvil ya se presentan los
primeros signos del síndrome de Cotard, del desprendimiento del
cuerpo y el viaje inmóvil sobre la conciencia de la mente donde él
se reconoce verdaderamente, cartesianamente, siendo quien piensa
que es pensado por sí mismo y a la experiencia cotidiana como una
experiencia del espíritu.
Para 1987 aparece su obra angular, la que marcaría su vida por
entero: Septentrión, las siete estrellas de la osa menor. Para ese momento
Rogelio ya había sido partícipe de las mayores revelaciones en su
mística arcana siguiendo los caminos de Artaud por la Sierra Tara-
humara. En la opinión personal del autor, este poema es el primer
poema épico escrito para Chihuahua. Aunque en realidad difiero
del marco genérico en el que lo califica como épico, Septentrión se
populariza en el ámbito local por sus resonancias musicales, su pai-
sajismo, sus referencias históricas y culturales de la región. El poema
incluye un rescate histórico de uno de los corridos de la revolución
en Chihuahua. Pese a la mención (un tanto enumerativa) de los da-
tos históricos de la época revolucionaria, el poema no alcanza del
todo (a mi parecer) la definición de épico, desgraciadamente, pues
era un motivo de gran orgullo para Rogelio, y aun en la película do-
cumental que se realizó en el 2010, hace mención de este supuesto
que sostuvo durante toda su vida de haber escrito el primer poema
épico de la historia de Chihuahua.
El poema inicia con un largo epígrafe de Viaje al país de los tara-
humaras que llega a convertirse en un pastiche, pues es ya parte del
poema. Acto seguido, tiene una línea en tarahumar que provoca
una atmósfera religiosa:

179
(onorúame) siné rawé tétire b u k a mapu suwimea gawí

Subterráneo jardín
De rosas vítreas Diálogo de espejos

Los hilos de la luz tejen y destejen el canto


Vidrio inmenso del norte
Sueños de luz memorias
Rostros frutas de luz
Sobre la sombra de los hombres
En el árbol del cosmos

Las estrellas del carro corrieron en la noche


Girando sobre la página del sueño

¿Cómo reconocerme? ¿Cómo llegar a los ojos de la infancia?

A través del cristal


Aquellas tardes de verano sordas
Transparentes llenas de voces
Verdes
Huecos llenos de sombra tejidos por la luz
Golpes remetidos sobre las banquetas

Aquella pierna saliendo del muro


Esa agua del Templo corriendo
Precipitadamente por la caverna de la noche

180
Mina Coelestia tu estrella irrumpe
Como un faro para los náufragos Alas
Cinco de la mañana Maris Stella
Mar de rosas de arena Agua del viento
Estrella refractada en el estanque seco
Del
Pensamiento
Vuelvo
Retorno
Caigo

La musicalidad del poema es impecable en toda esta primera par-


te y en la primera mitad de la segunda parte en Ciguri, corona de la
piedra. Casi al final se rompe, se cae, se convierte en crónica y por lo
tanto en narrativa y en ese momento es que deja por un momento
de ser poema, para ser una enumeración crónica de datos históri-
cos. Y es a esta parte de Septentrión a la que Rogelio se refiere como
épica. Estrictamente hablando, cuenta con las características que
por definición técnica constituye a un poema épico: tema heroico,
legendario o histórico, referencia bélica, escrito en verso. Sí, pero
se puede perfectamente escribir una narración en verso sin que sea
poesía, y escribir poesía sin división de versos sin que sea ni narra-
ción ni prosa poética. De manera que, siendo puristas, la parte final
es una enumeración narrativa y no poema. Esto se llama prontuario
de batalla. Por tanto, si la parte final no es poesía, no puede ser un
poema épico estrictamente hablando, ni por definición. Este aspec-
to “épico” en parte, nos lleva a un texto intertextual que, si bien es
novedoso en el contexto de la literatura escrita en el Chihuahua de
su época, no nos lleva directamente a la descripción de un poema

181
(ni aún en prosa) y por todo lo que es el poema, tampoco se definiría
como poema épico.
Para que Septentrión hubiera sido un poema épico habría tenido
que narrar poéticamente las batallas. No habría podido prescindir
de los personajes históricos como personajes principales del poema
en el sentido clásico: Iliada, Odisea, Eneida, Mío Cid, por ejemplo.
Habría tenido que poetizar la historia, pues no basta con versificarla
para hacer de ella un poema. Pero esto lo vemos solamente en las
últimas dos cuartillas de la versión original y cuatro de la versión
impresa en la Lámpara en el granero. Y si bien no es un poema perfecto
en su totalidad, la mayor parte del mismo ha cautivado a la crítica
literaria y, sobre todo, la más difícil de lograr, la del corazón del pue-
blo. Y es que Septentrión cautiva por el encanto de su composición
sinfónica, el meticuloso tejido de sus imágenes y sus aliteraciones,
por su entonación de poesía de alto nivel sin tocar lo heroico y por
eso más cercana al lector contemporáneo. Lo cual no habría sido
posible en un poema emulado de las formas clásicas, como sucede
con Ceugant: el caballero que se venció a sí mismo. La estructura de todo el
poema es completamente moderna.
En el inicio de la segunda parte de Ciguri corona de la piedra la entra-
da aparece ante nosotros como una breve narración de su encuen-
tro con los chamanes de la Sierra Tarahumara, y que pese a su for-
ma narrativa, sigue siendo auténticamente poesía (si somos puristas)
para provocar una expectación diferente al interior del poema.

182
Ciguri corona de la piedra

¡Sulfuro mental! ―dijo― Eso es lo que tú buscas. Un cielo de ilea-


litas coruscaba en la mesa Los ojos les brillaban al ritmo de la lámpara
¡Sulfuro mental! ―dijo para sí mismo― ¿Puedes traerme? No. Aun-
que fuerte, su cabello era el de un hombre que frisaba en los sesenta. No
puedo ―dijo― En sus manos centelleó la ileanita. Nos está prohibido.
¿Quién te lo prohíbe? ―Tronó la voz del hombre regordete clavando la
mirada esmeralda a través de los lentes en la cara del viejo ―¡pos quién!
― Le dijo poniendo la ileanita sobre la mesa. Las sombras temblaron
al gorjeo de la lámpara: ¡pos Jícuri! ―Tronó la madera de la silla al
movimiento de sus PIES DE PIEDRA.

Este libro es el que mayor número de reediciones obtuvo en vida


del poeta. Inclusive realizó un par de versiones de audio libros, al
igual que Poema no humano para Cíbola editado en el 2005. Para lle-
varlo a cabo hizo una extensa investigación de los historiadores y
archivos originales de la época de donde logró extraer el corrido
con el que cierra el poema. De manera que en realidad es un poema
intertextual; inclusive hay un momento en el que se introduce una
influencia de Juan Rulfo.
En 1987 aparece La canción en la torre, una obra que ya desde su
título oculta una revelación arcana: “El nombre del señor es una
torre fuerte. El pensador correcto entra en ella y está salvado”. La
torre es la versión del templo que ha sido fortalecido para la batalla
contra las cosas del hombre y del diablo. La carta del Tarot de El
Diablo era explicada por Rogelio como una fuerza que ocurre en
todas las cosas, las fuerzas ambivalentes del bien siendo activadas

183
gracias a la presencia del caos, el mal, el desorden. Aún en su poé-
tica, Treviño introduce el poder de esta carta como contrapeso del
gran poema solar que es Septentrión y solía afirmar que Poema no hu-
mano para Cíbola era exactamente esa fuerza negativa y, por tanto, el
hermano gemelo, el hermano negro de su obra cumbre.
En 1998 publica la obra galardonada con el Premio Chihuahua
de Novela La mujer que no fui. Esta obra se convierte en el principal
referente autobiográfico que existe del poeta. Se quedaron en el tin-
tero un buen número de novelas que el autor ya no tuvo tiempo de
escribir, de las cuales uno de sus títulos notables habría sido La casa
quemada, en la cual pensaba explorar temas delicados de su vida, la
lucha contra el alcohol, la violación a los derechos humanos de los
internos en los centros de rehabilitación y una declaratoria de vida
frente a la adversidad. Pero la falta de recursos y el carecer de una
casa dónde vivir, hicieron que Rogelio emigrara a Ciudad Juárez,
y luego estuvo otra temporada viviendo ―como ya se indicó an-
tes― como pastor de borregos en la Hacienda de los Remedios,
donde creó sus últimos poemarios Rapsodia para una dama de ladrillos,
Caosmos, La virgen en el laberinto. También escribió narrativa por aque-
llas épocas y produjo el libro El amor solo cambia de rostro, pero fue de
lo último que escribió en la casa quemada.
La mujer que no fui refleja por su carácter autobiográfico la perso-
nalidad de Treviño en toda amplitud. Este libro es posterior a su
separación de Laura y por ello está impregnado de un dejo de ais-
lamiento y de lucha de reconciliación consigo mismo. Todo el libro
demuestra el dolor del hombre abandonado. Hombre de un solo lado
aparece también junto a la edición de Solar de 1998 incluido en La
mujer que no fui, Memorias de un insomne. El propio subtítulo Memorias
de un insomne quedó como un proyecto separado de La mujer que

184
no fui, pero por el hecho de haber aparecido en la edición y dado
que Rogelio se daba el lujo de producir muchas ideas, aunque solo
llegara a escribir algunas, es que jamás se llevó acabo.
En 1991 escribe Luz de ámbar y Samalayuca (siete poemas para la desa-
parición). En 1997 escribe Canciones para Laksmi. El corpus de la obra
está consumado. Estos libros caminan sobre los mismos cánones de
toda su obra. La voz del poeta está bien definida y la contención
de la pasión espiritual permanece en tonos de una poesía elevada,
a veces adoratoria o ensimismada. Samalayuca es dedicado al hijo que
perdió con Laura antes de su separación definitiva, por lo cual el
tono es más el de una elegía.
Aproximadamente, del 2007 hasta el año de su muerte en el 2012,
entabla una fuerte relación de amistad con el Pintor Luis Y. Aragón,
para quien escribió varios ensayos poéticos sobre su obra pictórica.
Asimismo, realizaron un proyecto conjunto La música de los números,
que habría de acompañar una edición de poesía e ilustraciones de
obra de Aragón. Es con él que conoce a la pintora Lorena Borja,
para quien escribe Andrómina. Cuaresma para un sepulcro, Líneas para la
sinfonía de una dama. Rogelio tuvo una época de enamoramiento de
Lorena Borja y de su obra, y ese amor lo mantuvo en una vitalidad
productiva que se verá también reflejada en El amor sólo cambia de
rostro. Le escribió varios ensayos. Aunque su amor platónico siempre
fue platónico, fructificó en obra. Él mantuvo siempre cerca estos
poemas y tenía el proyecto de llevarlos a edición en el 2011.
En Rapsodia para una dama de ladrillos en 2005, puede verse con cla-
ridad una importante renovación en la voz poética de Treviño que
se lanza sobre un retorno a las búsquedas vanguardistas, liberada de
todo prejuicio snobista de estatus de los cánones contemporáneos. Y
de dicha liberación se vierte sobre una voz vertiginosa, alterada, eu-

185
fórica, polimórfica, no antes vista en su obra. Este poema encontró
una crítica completamente polarizada en la polémica de un puris-
mo aferrado a los cánones de lo que ahora es moderno y la opinión
de un público más joven, más desenfadado y más comprometido
con la pasión, la forma y los movimientos necesarios para preservar
esta rara joya que es el aliento espontáneo, natural, embebido y vi-
brante, por encima de la contención minimalista propia de la poesía
de Edgar Lee Masters.
Rogelio cumplió con su compromiso en este mundo. Nos dejó un
legado de obra poética y narrativa que aún debe ser rescatada. Esto
es un testimonio de las aguas recuperadas, de la búsqueda sobre los
pasos del poeta y un intento de acercar la obra de Rogelio Treviño
a las nuevas generaciones cada vez más enfocadas en un soliloquio
entre ellos mismos y cada vez menos interesados en la obra de los
autores de su región de generaciones anteriores a la suya. Espere-
mos que este libro sirva para la aproximación y el rescate de un poe-
ta extraordinario, que difícilmente volveremos a ver a un Rogelio
Treviño en estas tierras en medio siglo, como él dijo.
Rogelio dejó obra inédita como es La virgen en el laberinto, El amor
solo cambia de rostro, Agua petrificada, La música de los números, Caosmos,
Andrómina, Líneas para la sinfonía de una dama, Cordones para Susana. Casi
toda su obra pictórica de grabados sobre madera se encuentra per-
dida, así como otros poemarios que jamás pudieron ser recupera-
dos, como son Almaclara, Alquimagen, Poematrón, Música para un cuerpo
(inspirado en Sagrario Silva). Gracias al apoyo de la beca PECDA
de investigación artística logré recuperar varios poemas sueltos y las
obras La diosa botella, La música de los números, Cuaresma para un sepulcro,
Diez poemas para Aragón, Poemas de invierno. Pero estoy segura de que, si
hay un poeta chihuahuense actualmente en riesgo de desaparición

186
187
R E N E É AC O STA
ÍNDICE

Capítulo I
El personaje sagrado El Loco. Arcano 20
Capítulo II
El poeta de la piedra filosofal El mago. Arcano I 37
Capítulo III
Arkhazul, el poeta transfractal Entrevista con
Saúl Vázquez 52
Capítulo IV
El león rojo y el león verde: El encuentro de los contrarios
para alcanzar la Calcinatio. Arcano de La Templanza 69
Capítulo V
La casa quemada Arcano XVI. La Torre Devastada 78
Capítulo VI
Entrevista a Ricardo Pérez Jasso. Arcano XIII. La Muerte 84
Capítulo VII
Arcano XV. El Diablo 97
Capítulo VIII
La resurrección. Arcano XX. El Juicio Final 107
Capítulo IX
Las aguas recobradas. Entrevista con Lorena Borja 114
Capítulo X
Rogelio Treviño y sus Arcanos. Ensayo de Luis Y. Aragón
para La lámpara en el granero 132
Capítulo XI
Yumare Gare, El canto mito 136
Capítulo XII
Caminos del retorno 161
Capítulo XIII
La piedra mercurial, el agua petrificada 174
Este libro se terminó de imprimir en el año 2018
Consta de un tiraje de 500 ejemplares

Impreso y hecho en México en


Litográfica IMAP, S. A. de C. V.

Av. Octavio Paz No. 185


Complejo Industrial Chihuahua
Chihuahua, Chih.
Tel. (614) 481-01-55

www.imapcolor.com

PRIMERA EDICIÓN
AÑO 2018
de obra por las condiciones accidentadas de su vida torrencial, vo-
látil, aérea, ese es Rogelio Treviño. Sólo espero que la presente obra
sirva como una brújula, un faro, para futuros investigadores de la li-
teratura chihuahuense. Aún estamos al pendiente de la apertura de
la cápsula del tiempo de Ciudad Juárez que yace en la plaza del Tin
Tan, justo debajo del quiosco, donde varios testimonios me asegura-
ron que Rogelio depositó un documento grueso con sus obras com-
pletas hasta el momento, por lo cual se podrían estar recuperando
textos inéditos de incalculable valor para la literatura chihuahuense.
La placa que señalaba la cápsula del tiempo fue robada, pero a pe-
sar de esto, allí permanece en la oscuridad y el silencio, guardada
frente a los ojos de todos, entre el sonido de los autos y la actividad
de la plaza, la obra de uno de los más extraordinarios poetas que ha
dado nuestra tierra, esperando el día de ser desenterrada. Tan sólo
el tiempo nos dará una respuesta.

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