Louise Glück
Louise Glück
Louise Glück
Había una vez una pequeña manzana que no quería ser manzana. Ella en realidad admiraba a las
estrellas, y deseaba con todas sus fuerzas ser estrella. Se pasaba las noches contemplando el cielo
y suspirando:
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Una mañana observó a unos pájaros volar hacia las nubes y les preguntó desde su pequeña rama:
– Las estrellas no duermen. Están llenas de luz y por la mañana no puedes verlas por culpa de la
intensa luz del sol, que hace que parezcan invisibles. Pero están allí, y continúan brillando también
por el día.
Cada vez sentía más y más deseos de ser una estrella y tener esa luz tan intensa día y noche.
– Las estrellas están en continuo movimiento- respondió el viento- ¡Son muy rápidas!
– ¡Qué maravilla!- pensó la manzana, que se dio cuenta de que ella en cambio estaba bien sujeta a
una rama del árbol – ¡Cómo me gustaría ser estrella!
Y el tiempo pasó, y la manzana iba madurando y creciendo, pero cada día que pasaba, seguía igual
de triste, pensando en lo maravilloso que sería ser estrella y no manzana.
Y un caluroso día de verano, una familia que había salido de excursión al campo, decidió parar a
comer bajo la sombra del manzano, que estaba repleto de frutos maduros. Como no habían
llevado postre, sacudieron el árbol y cayeron las manzanas más maduras. La niña recogió la más
hermosa.
Todos admiraron la bella forma de estrella que la manzana tenía como corazón. Y ella que quería
ser estrella, la llevaba dentro y había sido incapaz de darse cuenta.
El granjero y la mula
Un día, un granjero escuchó un espeluznante sonido al pasar junto al pozo que tenía en el exterior
de la casa. Era un pozo abandonado, que el hombre no utilizaba, y estaba seco, sin agua. Al
asomarse, descubrió que su mula se había caído al pozo, y estaba asustada y magullada.
El hombre, sin saber muy bien qué hacer, llamó a su vecino por si podía ayudarle a rescatarla. Y
éste, después de observar bien la situación, la profundidad del pozo y la situación en la que se
encontraba el animal, le dijo:
– Lo siento, amigo, creo que no se puede hacer nada por ella. Lo mejor es que la sacrifiquemos
para ahorrarle una agonía mayor.
– Oh, qué lástima- contestó el granjero- Tenía mucho cariño a mi mula. ¡Qué desgracia!
Ambos fueron a por palas, porque pensaban enterrar al animal en el pozo y así tapar el agujero
para que no volviera a pasar aquello con ningún otro animal.
– Empecemos cuanto antes, dijo el granjero-. Y, diciendo esto, ambos empezaron a tirar tierra al
pozo.
La mula, al sentir la primera pala de arena en el lomo, se extrañó. Miró hacia arriba y le volvió a
caer más arena encima. Entonces se asustó. Se dio cuenta de que su amo no la intentaba salvar,
sino que quería enterrarla.
Al principio a la mula le entró un ataque de pánico, y comenzó a rebuznar y a dar coces sin parar.
Entonces, se dio cuenta de que al hacer eso, la arena caía al suelo, y al aplastarla con las pezuñas,
se formaba un pequeño montículo de arena sobre el que podía pisar con firmeza. Entonces se
tranquilizó y pensó:
– ¡Esto es lo que tengo que hacer! Mi amo me está ayudando lanzando arena y puedo utilizarla.
Tengo que concentrarme bien…
La mula comenzó a repetir el mismo movimiento cada vez que sentía la arena sobre su lomo.
Sacudía bien el cuerpo, daba una coz y pisaba la arena. Una y otra vez. Y a pesar del cansancio, no
dejaba de repetirse:
– ¡Venga, que puedes conseguirlo! ¡Lo estás haciendo muy bien! ¡Ya queda menos ¡Vas a
vivir! ¡Vas a salvarte! ¡No queda nada! ¡Un poco más!
Y así, poco a poco, la mula fue subiendo más y más. Y cuando el granjero y su vecino la vieron
aparecer por la boca del pozo, apenas podían creer lo que veían. Empezaron a dar saltos de
contentos y a felicitar a la mula por haber sido tan inteligente.
la rana sorda
Un día un grupo de ranas caminaba por un bosque cuando dos de ellas cayeron en un pozo muy
profundo. Las demás ranas se reunieron alrededor y vieron que no podían rescatarlas. ¡Era
demasiado profundo!
Las dos ranas, movidas por un impulso de supervivencia, comenzaron a saltar, intentando salir del
agujero, pero el resto de ranas les gritaban desde arriba:
Las dos ranas siguieron saltando, aunque una de ellas comenzó a desanimarse cada vez más…
– ¡No saltéis más! – gritaban aún más fuerte sus compañeras- ¡No podéis salir! ¡Asumid vuestro
destino!
Las ranas gritaban y hacían gestos con los brazos para que las ranas se dejaran morir sin más.
Y una de ellas, al final cedió y cayó al suelo, en donde al fin murió.
Sin embargo, la otra rana seguía saltando cada vez más, con más fuerza, con más intensidad… y en
uno de sus grandes saltos, consiguió alcanzar el borde del agujero y salir al exterior.
Las demás ranas la miraron boquiabiertas, sin saber qué decir. Estaban realmente sorprendidas de
que aquella rana hubiera conseguido salir del agujero, a pesar de que todas le decían que lo
dejara…
– ¿Cómo es que has conseguido salir?- le preguntó una de ellas- ¿No escuchabas cómo te
decíamos que pararas?
Y la rana, se encogió de hombros, les hizo señas para explicar que era sorda, y les dijo con signos
que quería darles las gracias por haber confiado en ella. La pobre rana sorda se pensaba que en
lugar de decir que parara, le estaban dando ánimos para que consiguiera salir.
Poemas
Crepúsculo
Pastoral
El sol se alza sobre la montaña.
A veces hay neblina,
pero el sol siempre está detrás
y la neblina no se le iguala.
El sol quema su camino a través de ella
como la mente venciendo la estupidez.
Cuando se disipa la neblina, ves la pradera.
Nadie entiende realmente
la ferocidad de este lugar,
la manera en que mata gente sin razón,
solo para no perder la práctica.
Así que la gente huye, y, por un rato, lejos de aquí,
son exuberantes, rodeados de tantas opciones.
Pero ninguna señal de la tierra
alcanzará nunca el sol. Si discutes
ese hecho, estás perdido.
Cuando vuelven, están peor.
Creen que fallaron en la ciudad,
no porque la ciudad no cumpliera sus promesas.
Culpan a su crianza: la juventud se acabó y están de vuelta,
silenciosos, como sus padres.
Los domingos, en verano, se apoyan contra la pared de la clínica,
fumando. Cuando se acuerdan,
recogen flores para sus novias,
esto hace felices a las chicas.
Creen que es un lugar bonito, pero extrañan la ciudad, las tardes
llenas de compras y conversaciones, lo que haces
cuando no tienes dinero...
A mi entender, te sale mejor quedarte;
así, los sueños no te hieren.
Durante el atardecer, te sientas junto a la ventana. Donde sea que vivas,
puedes ver los campos, el río, realidades
a las cuales no puedes imponerte;
para mí, es seguro. El sol se alza; la neblina
se disipa para revelar
la montaña inmensa. Puedes ver el pico,
lo blanco que es, incluso en verano. Y el cielo es tan azul,
punteado por pequeños pinos
como lanzas,
cuando te cansaste de caminar,
te echaste en la hierba.
Cuando te levantaste de nuevo, por un momento pudiste ver dónde
habías estado, la hierba estaba resbaladiza ahí, aplanada
con la forma de tu cuerpo. Luego, cuando volviste a mirar,
fue como si nunca hubieras estado allí.
Mediados de la tarde, mediados del verano. Los campos se extienden para
siempre, pacíficos, hermosos.
Como mariposas con sus marcas negras,
las amapolas se abren.
Tributarios
Todos los caminos del pueblo coinciden en la fuente.
Avenida de la Libertad, Avenida de las Acacias,
la fuente se levanta en el centro de la plaza;
en los días soleados, arco iris en la orina del querubín.
En el verano, las parejas se sientan al borde de la alberca.
Hay espacio para muchos reflejos,
la plaza está casi vacía, las acacias no llegan hasta aquí.
Y la Avenida de la Libertad está yerma y austera; su imagen
no puebla el agua.
Entremezcladas con las parejas, madres con sus hijos pequeños.
Vienen aquí para hablar entre sí, quizás
encontrarse a algún joven, ver si resta algo de su belleza.
Es un momento triste cuando miran hacia abajo: el agua no las anima.
Los esposos están trabajando, pero por algún milagro
todos los jóvenes amorosos están siempre libres,
se sientan al borde de la fuente, salpicando a sus queridas
con el agua.
Alrededor de la fuente, hay racimos de mesas metálicas.
Es allí donde te sientas cuando estás viejo,
más allá de las intensidades de la fuente.
La fuente es para los jóvenes que aún quieren verse a sí mismos.
O para las madres que necesitan mantener distraídos a sus niños.
Cuando hay buen clima, algunos ancianos merodean entre las mesas.
La vida es simple ahora: coñac un día, café y cigarrillos otro.
Para las parejas, está claro quién está en las afueras de la vida, quién
en el centro.
Los niños lloran, a veces pelean por juguetes.
Pero allí está el agua, para recordar a las madres que aman a esos niños;
que ahogarse sería terrible para ellos.
Las madres están cansadas todo el tiempo, los niños siempre pelean,
los esposos en el trabajo o rabiosos. No viene ningún joven.
Las parejas son como una imagen de algún tiempo lejano, un eco
que llega, vago, desde las montañas.
Están solas en la fuente, en un pozo oscuro.
Han sido exiliadas del mundo de la esperanza,
que es el mundo de la acción,
pero el mundo del pensamiento aún no se ha abierto para ellas.
Cuando lo haga, todo cambiará.
La oscuridad cae, la plaza se vacía.
Las primeras hojas del otoño ensucian la fuente.
Los caminos ya no coinciden aquí;
la fuente los ahuyenta, los devuelve a las colinas de las que vinieron.
Avenida de la Fe Rota, Avenida de la Decepción,
Avenida de las Acacias, de los Olivos,
el viento llenándose de hojas plateadas,
Avenida del Tiempo Perdido, Avenida de la Libertad que acaba en piedra,
no al borde del campo, sino al pie de la montaña.
Novelas
Fragmentos de una cuarentena
(diario de marzo y abril de 2020)
Una semántica del encierro. Una forma de variar los hábitos en el encierro. Qué difícil. Si vuelvo a
estas líneas no es buen síntoma.
De La montaña mágica: “Hora tras hora, el espacio crea transformaciones interiores muy
semejantes a las que provoca el tiempo, pero que, de alguna manera, superan a éstas”. ¿Esta cita
podría darme señales para los textos propios?
Viernes 10 de marzo. Muy contaminado de libros para estar sin ellos. Esta es mi tercera noche en
Jamundí, municipio cercano a Cali, en casa de mi hermana Griselda, acostumbrándome de nuevo
al calor, los mosquitos y esta lluvia nocturna que aviva el calor. Vine con poca plata, mis hermanos
me pagaron el pasaje. Vine solo, con cuatro libros y un morral medianamente lleno. Ahora mismo
avanzo y casi termino una antología de cuentos de Uslar Pietri. Agradable reencuentro con sus
relatos. Cuando regrese a Bogotá buscaré otros libros suyos en la Biblioteca Luis Ángel Arango (si
es posible, en medio de todo). Este viaje solitario me ha permitido una lentitud en el ánimo para
pensar en los planes futuros. Debo tomar decisiones junto a Geraudí, para definir nuestra
residencia, bien sea en una zona más apropiada de Bogotá, o un cambio de clima, hacia Cali o
Jamundí. Es necesario un cambio de espacio, donde invirtamos el mismo presupuesto actual. No
más. Espero a que llegue mi hermano Rubén para acompañarlo al trabajo y luego iremos a Cali, en
la noche (un largo viaje, me ha dicho) a la granja del jefe. Griselda le dirá a una amiga que me
compre el pasaje Cali-Bogotá, para el domingo en la noche. Quería irme el sábado, pues ya temo el
avance del coronavirus. Ya hay casos en Colombia, algunos en Bogotá.
Sábado 11 de marzo. Un mes más de la muerte de mi papá. Hoy no he salido de casa, mejor dicho,
no salí. Griselda me dejó desayuno, una arepa grande. Desayuno aunque me levanté muy tarde.
Lavé toda mi ropa sucia. Terminé de leer Los escapados, entrañable novela de Evelio Rosero (quien
habla en la novela es un niño de unos once años, las aventuras propias de la edad, el primer amor,
las rivalidades, un viaje temerario con un compañero de estudio, todo circundado por la muy
probable pérdida del año escolar).
Martes 17 de marzo. Anoche, una lucha para controlar un ataque de pánico. Ya me había pasado,
hace ocho años. Qué difícil bajarle el ritmo al corazón. Temor al contagio. Debo serenarme. El
pecho se sentía como si no hubiese nada más: sólo el corazón en alguna parte, sosteniendo el
ruido interior. Una forma de serenidad, me parece, podría estar en el orden, en las pequeñas
tareas diarias. Desde lavarse las manos hasta releer, con más calma, Las lanzas coloradas.
ADELANTO: EL MAL BURGÉS, DE RUBÉN CANTOR
por Rubén Cantor
Editorial Montea
Bienvenido a Caradura, cuna de la Dependencia de México, más famosa hoy en día por haber
sufrido el robo masivo de televisores que tiene a los caradurenses en shock. ¿Qué hacer sin tele?
El Detective, aficionado de Blade Runner y Clint Eastwood, comienza una investigación que lo lleva
hacia el Tipo, la única persona que conserva su pantalla y quien vive con su hámster. El pueblo se
organiza para vigilar ese aparato haciendo guardia afuera de la casa del Tipo. La búsqueda de las
televisiones sacude Caradura y motiva a los habitantes a contar sus historias, las cuales resultan
más interesantes que sus programas favoritos. Un drama de tintes bíblicos que cimbra las
costumbres de un pueblo cuyo principal monumento es un mingitorio gigante.
CAPÍTULO 1: LAS TELES
El que no pudo ver Superagente 86 padeció parálisis facial; su vecino estrelló la cabeza contra la
pared de tablarroca; su primo sacó a toda la descendencia de la cama para que dieran con el
aparato faltante; su jefe despidió en el acto al guardia de seguridad mientras lloraba en el rellano
de la escalera; su mejor amigo casi se asfixia con su propio vómito; su compañero de la oficina
entró en un estado de negación que lo llevó a encender el microondas y fingir que cambiaba de
canal cada que agregaba un minuto al calentamiento; su padre le marcó por teléfono para intentar
explicarse por qué eran las nueve de la mañana y no había cumplido con su cuota matinal de doce
infomerciales, lo cual el hijo no logró responder por su reciente parálisis facial.
El que se perdió su telenovela salió dando gritos por la calle en busca de su válium con 250
canales. Por desgracia no encontró rastro de la transmisión en la colonia. Si hubiera tenido
condición física se habría cerciorado de que ningún habitante de Caradura amaneció con
televisión.
CAPÍTULO 1.5: LU
El Detective oye Vangelis al manejar por Caradura. Aprendió a ser Detective gracias a películas
como Blade runner y El halcón maltés; para ingresar al cuerpo de policía bastó un examen de
conocimientos básicos.
Le duele el robo este día en particular porque es final de temporada de CSI: Miami, por ello
descargó su arma hacia el cielo. Como eran sus únicas balas, optó por dejar la pistola en casa.
Ha dividido al escuadrón de policía por zonas para peinar el pueblo. Dejó su colonia para sí mismo,
esto es personal. No tiene sospechosos ni pista alguna. Fue un robo limpio.
–¿Cómo robas todos y cada uno de los televisores de Caradura en una madrugada sin dejar rastro?
–lo piensa y descarta la magia enseguida. Las primeras llamadas de emergencia llegaron a las seis
de la mañana y la última vez que se vio al aparato fue a las cuatro de la madrugada, lo que deja un
rango de dos horas para la rapiña. El Detective tiene que pasar por un té verde para acomodar sus
ideas, la cocacola nunca le ha gustado y el café le destruye el estómago.
–¿Qué tal van las investigaciones, poli? –le pregunta el tendero.
–No quiere saberlo –responde más por ignorancia que por la gravedad del asunto mientras
destapa la lata
–Sin la tele se me hace eterno el día aquí en la tienda… –se le quiebra la voz en la frase final– Por
favor, ayúdenos, no estamos hechos para esto.
Da un trago antes de hablar:
–Créame que lo entiendo. Haremos lo que esté en nuestras manos.
Se dirige a la puerta y nota que el vendedor tiene una barra de chocolate ya deshecha en la mano,
un placebo que suple al control remoto.
Si el Detective fuera religioso, pensaría que la desaparición de las televisiones fue cosa del Diablo,
o del mismo Dios castigándolos por tanto pecado. Mas cree en lo terrenal y su postura lo obliga a
ponerse a trabajar.
–¿Por dónde empezar?
Recuerda en ese momento una llamada que subestimó al inicio pero que ahora resulta la única
cuerda a la cual asirse en este despeñadero.
–Oficina de policía de Caradura.
–Hay una luz en una ventana, alguien está viendo la televisión, ¡alguien tiene televisión! –se
escuchó una voz eufórica que se paró en seco.
–A ver, cálmese, dígame la dirección –preparó la libreta y la pluma.
–¡La luz está aquí! ¡La luz está aquí!
Obras de Teatro
Mateo no quiere ponerse los calcetines. Obra de teatro sobre la autonomía
Obra de teatro para que los niños sean autónomos
Esta obra de teatro corta cuenta la historia de un niño pequeño llamado Mateo quien aprendió a
ponerse los calcetines él solito cuando apenas era un bebé. Resulta que nuestro amigo Mateo era
muy perezoso y también muy ingenioso, así que, como nunca le apetecía ponerse sus calcetines, le
hizo creer a sus papás que se le había olvidado cómo hacerlo. ¿Qué creéis que pasará? ¡Vamos a
descubrirlo!
Personajes: Mateo, su mamá y su papá.
Lugar en el que transcurre la acción: una casa.
Se abre el telón. Se ve a Mateo en su habitación justo antes de tener que salir a la escuela. Se le ve
hablando él solo.
Mateo: ¡Qué pereza! No tengo ganas de ponerme los calcetines, ni los zapatos... (Da vueltas de un
lado para otro de la habitación pensativo). ¡Ya sé lo que puedo hacer! Les haré a creer a mamá y
papá que no sé ponerme solo los calcetines ni los zapatos. (Coge su calzado y va a la cocina donde
están sus padres haciendo el desayuno).
Papá: Hola, hijo, ¿aún no te has vestido?
Mateo: Es que me cuesta mucho ponerme los calcetines.
Mamá: ¿Lo has intentado? Si antes sí sabías hacerlo.
Mateo: (Pone cara triste) Es que me cuesta mucho.
Papá: No pasa nada yo lo haré por ti.
Mateo: (Pone cara feliz pues ha logrado su objetivo).
En la siguiente escena, Mateo está en casa de un amigo. Para poder jugar sobre la alfombra ha de
ponerse unos calcetines de andar por casa.
Mateo: (coge los calcetines y se los pone) ¡Ya estoy listo! Vamos a jugar.
Mamá: (pone cara de 'te he pillado') ¿No decías que no sabías ponerte tu calzado?
Mateo: (Se ruboriza pues han descubierto su mentira) Lo siento, no debí mentir, es que hay veces
que me da pereza hacer las cosas.
Mamá: Lo sabemos, pero has de ser responsable de tus cosas y solo pedir ayuda cuando en verdad
lo necesitas. (Le da un beso a su hijo y este se va a jugar con su amigo).
Una noche en la granja. Teatro infantil para ser más autónomo
Representación teatral para niños sobre la autonomía
En esta obra de teatro los profesores de un colegio organizan una salida a la granja para que los
niños se diviertan y también aprendan a hacer cosas ellos solos como vestirse, hacer la cama o
lavarse los dientes.
Lugar en el que transcurre la acción: una casa o una escuela.
Personajes: Almudena en el papel de profesora, Alba, Lucas, Carlota y Andrés. Se puede adaptar
para incluir a cuantos más niños mejor.
Almudena: Chicos, es hora de subir al autobús, decir adiós a los papás. Estaremos de vuelta
mañana a la hora de comer.
Alba: ¡Qué emoción!
Lucas: Yo estoy contento pero también un poco nervioso. Tendremos que hacer las cosas nosotros
solos.
Almudena: (Está al lado de los niños) No os preocupéis ya veréis que no es tan difícil.
Los niños y los profes llegan a la granja dispuestos a pasárselo en grande.
Carlota: (Abre su maleta) ¡Voy a ordenar mi ropa!
Andrés: Yo me voy a lavar los dientes y a ponerme las botas para salir al campo.
Alba: Yo ya casi estoy, solo me queda atarme los cordones de los zapatos pero no se hacerlo bien,
¡siempre se me desatan!
Lucas: No pasa nada, yo te ayudo.
Almudena: Lo veis chicos, ¿a qué no es tan complicado hacer estas cosas? Además, siempre podéis
pedir ayuda como acaba de hacer Alba.
Carlota: Tienes razón, lo que pasa es que hay veces que pensamos que no lo podemos hacer bien y
al final nos ponemos nerviosos.
Andrés: A mi también me pasa, sobre todo cuando me tengo que poner el pijama y estoy súper
cansado.
Almudena: Os entiendo, a mi de pequeña me sucedía lo mismo, por eso una salida a la granja
ayuda mucho, es divertido y tenéis la oportunidad de hacer cosas como los mayores.
Los amigos se van a hacer las actividades en la granja. Salen de escena.