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Fallo Del Caso Tizza

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SUPREMA CORTE DE JUSTICIA - SALA SEGUNDA

PODER JUDICIAL MENDOZA

CUIJ: 13-04879377-5/1((018602-32546))
FC/ TIZZA ANTONIO SEBASTIAN Y GONZALEZ ZARATE CELESTE
YANINA P/ HOMICIDIO CALIFICADO POR EL VINCULO EN
CONCURSO REAL CON DESOBEDIENCIA JUDICIAL (32546)
(32546/18) / RECURSO EXT.DE CASACIÓN
*104963532*

En Mendoza, a los ocho días del mes de enero del año dos mil
veintiuno, reunida la Sala Segunda de la Suprema Corte de Justicia en acuerdo
ordinario, tomó en consideración para dictar sentencia definitiva la causa CUIJ n°
13-04879377-5/1 caratulada “F. c/ TIZZA, ANTONIO SEBASTIÁN Y GONZÁLEZ ZÁRATE,
CELESTE YANINA P/ HOMICIDIO AGRAVADO POR EL VÍNCULO EN CONCURSO REAL CON

DESOBEDIENCIA JUDICIAL (32.546/18) S/ RECURSO EXT. DE CASACIÓN”.

De conformidad con lo determinado en audiencia de deliberación


quedó establecido el siguiente orden de votación de la causa por parte de los
señores Ministros del Tribunal: primero, Dr. OMAR A. PALERMO, segundo Dr.
JOSÉ V. VALERIO y tercero Dr. MARIO D. ADARO.

La defensa técnica de Celeste Yanina González Zárate a fs.


1141/1146 vta. y 1166/1167 vta., y la defensa oficial de Antonio Sebastián Tizza a
fs. 1153/1157 vta. y 1160/1162 formulan recursos de casación e
inconstitucionalidad respectivamente contra la sentencia n° 747 pronunciada por
el Segundo Tribunal Penal Colegiado de la Primera Circunscripción Judicial, por
cuanto condenó a los nombrados a la pena de prisión perpetua luego de que el
jurado popular constituido en autos los considerase culpables del delito de
homicidio agravado por el vínculo (art. 80 inc. 1 del CP) y del delito de lesiones
leves calificadas por el vínculo en el caso de Tizza (art. 89 en función del art. 80
inc. 1° del CP), por los que se los acusaba en los autos n° P-32.546/18 y P-
36.628/18 respectivamente.

De conformidad con lo establecido por el artículo 160 de la


Constitución de la Provincia, esta Sala se plantea las siguientes cuestiones a
resolver:

PRIMERA: ¿son procedentes los recursos interpuestos?

SEGUNDA: en su caso, ¿qué solución corresponde?

TERCERA: Pronunciamiento sobre costas.

SOBRE LA PRIMERA CUESTIÓN, EL DR. OMAR A. PALERMO, DIJO:

1.- Sentencia recurrida

La decisión impugnada condenó a los acusados a la pena de prisión


perpetua a raíz de que el jurado popular constituido en autos conforme a las
previsiones de la ley 9.106 los encontró culpables del homicidio de V.G. –v.
registros audiovisuales, primera audiencia del 07/09/2019, 03:28 am–. La
sentencia n° 747, obrante a fs. 1133/1132, da cuenta de las instrucciones iniciales
impartidas al jurado –v. fs. 113/116 vta.–, de las instrucciones finales que se
proporcionaron una vez clausurado el debate –v. fs. 1116 vta./1130–, del
veredicto del jurado –v. fs. 1130 y vta.– y de la individualización de pena
efectuada por el juez técnico –v. fs. 1130 vta./1131–.

En oportunidad de leer las instrucciones iniciales al jurado popular,


el juez explicó el hecho acusado a Sebastián Tizza y Celeste González del
siguiente modo: «Expediente n°32.518. El primer caso que se investiga en este
expediente es el siguiente: se acusa a ambos (a Celeste González y a Sebastián
Tizza) para una fecha aproximada 15 de abril de 2018 aproximadamente a las
4.40 hs. […] en Tupungato, en la ruta provincial n° 89 sin número callejón Pérez
Bonfant. Lo que se acusa es a ambos de haber omitido la asistencia médica
oportuna en relación al hijo de ambos, V.G.T., quien había recibido golpes que le
ocasionaron lesiones, y […] de haber llevado a tiempo al menor a un centro
asistencial médico, el niño no hubiera muerto. Este hecho ha sido calificado por
la fiscalía […] como comisión por omisión del delito de homicidio calificado por
el vínculo […]» –v. registro audiovisual de la cuarta audiencia del día 02/09/19,
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min. 04:19 y ss.–.

También les explicó que «[a]demás, en este expediente 1 hay un


segundo caso en el que se acusa sólo a Sebastián Tizza, […] por no haber
cumplido una orden de prohibición de acercamiento que había sido dictada por
el Primer Juzgado de Instrucción de Tunuyán, en relación a su hijo V.G.T. (…).
Este delito fue calificado por la fiscalía como desobediencia a la autoridad. […]
Hay un segundo expediente […], entre el 14 y el 18 de febrero del 2018, y en la
misma dirección de Tupungato, aquí se acusa también a ambos -a Celeste
González y Sebastián Tizza- de haber omitido tomar los recaudos oportunamente
para evitar que su hijo, V.G.T. recibiera maltrato físico que le provocó lesiones
leves. No tomaron los recaudo s para evitar que su hijo recibiera lesiones. Este
hecho fue calificado por el fiscal como el delito de comisión por omisión del
delito de lesiones leves calificadas por el vínculo» –v. mismo registro audiovisual,
hasta min. 07:40–.

Durante el debate, el representante del Ministerio Público Fiscal


formuló dos modificaciones en la plataforma fáctica. La primera de ellas tuvo
lugar durante la cuarta audiencia del día 04/09/19, en la que, mediante la
invocación del art. 392 del CPP, afirmó que «Tenemos aquí la investigación de
tres hechos. El que ocurre en febrero 14 y 18 con lesiones leves, y el que ocurre
posteriormente hacia el 15 de abril de 2018. Aquí aparecen dos hechos, que es
que se incumple con la orden de no acercamiento, y el asesinato, la muerte, el
homicidio de V.T. Sobre este segundo hecho estamos señalando específicamente,
sr. Presidente, que los hechos no estaban cometidos por golpes NN y no
identificados -cosa que ocurría hasta el momento de esta audiencia- sino que tras
la declaración de la señora Celeste González, ella expone una situación puntual:
que es que Tizza golpearía a su hijo en un momento dado, en un determinado
lugar, y que ella lo vio golpeándolo estando el niño sobre la cama y Tizza parado
a su lado golpeándolo con los puños en el abdomen. Relató ella -y me remito
brevitatis causae- toda las circunstancias que se motivaron en este contexto
(como está siendo grabado y el documento es digitalizado, me remito en ese
sentido). A posteriori de ello, si bien esto podría decirse que antes no lo teníamos,
porque ella sólo había hecho una denuncia, no estaba ingresado en el debate,
aparece recién en el debate tras su declaración, se suman declaraciones de los
peritos psicólogos […]. La acción concretamente entonces del señor Tizza había
sido ejecutar acciones violentas con su cuerpo, golpeando al menor, y que estos
golpes son los que en definitiva le llevan y provocan a horas, la muerte a este
niño» –v. registro audiovisual, min. 01:10:00 y ss.–.

Luego, en la primera audiencia del día 06/09/19, el fiscal afirmó


que «por los mismos argumentos que se expusieron respecto de la adaptación de
la figura de acción, y no de comisión por omisión, respecto del homicidio, voy a
hacer este pedido de modificación también para el caso de las lesiones que se
imputan al señor Sebastián Tizza, entendiendo que deben ser dentro de la
modalidad también de acción y no de comisión por omisión. Los fundamentos, me
remito brevitatis causa a los mismos que hemos manifestado con anterioridad»
–v. registro audiovisual, min. 02:47 y ss.–.

2.- Recursos de casación e inconstitucionalidad

2.a.- Recurso de la defensa particular de Celeste Yanina González


Zárate

La impugnación planteada por la defensa de la imputada se funda


en dos agravios principales: uno apuntado a señalar la nulidad del veredicto del
jurado, y otro a demostrar que el jurado se apartó notoriamente de la prueba
rendida durante el juicio.

En relación con la nulidad del veredicto, la defensa afirma que el


presidente del jurado, al ser preguntado por el juez si habían llegado a un
veredicto, dijo que «Fue muy difícil la resolución. Muchos no estuvimos de
acuerdo. Otros sí. Otro no.» para luego leer un veredicto de culpabilidad por el
delito más grave atribuido a su defendida.

Alrededor de esa circunstancia, la defensa construye 6 argumentos


a partir de los cuales el veredicto sería nulo:
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i) el veredicto es contradictorio porque si unos estuvieron de


acuerdo y otros no, entonces no se alcanzó la unanimidad requerida por el art. 33
de la ley 9.106. Decir que la duda a la que refiere el presidente se refiere al
estancamiento con respecto a cargos menores no obedecería a una interpretación
contextual y sería ingenuo.

ii) La severidad de la acusación requiere que se extreme la garantía


de la imputada a un juicio justo, que incluye un veredicto de culpabilidad
unánime.

iii) Como en nuestro sistema no existe el «Jury Poll» –encuesta al


jurado que permite consultar a cada miembro si el veredicto leído es suyo–,
cobran especial relevancia las palabras del presidente del jurado sobre la
inexistencia de unanimidad. Sobre la unanimidad no puede haber dudas, pues es
una garantía del acusado.

iv) Las circunstancias que rodearon la deliberación son relevantes


para afirmar que el veredicto no fue unánime: la deliberación terminó a las 3 am
de un sábado, luego de una semana de extenuantes jornadas de 10 horas de juicio.
La nocturnidad del procedimiento pudo hacer que la voluntad de los jurados
estuviera viciada por el cansancio y la presión de algunos miembros por sobre
otros, como lo señaló el presidente. No sólo él estuvo en desacuerdo, sino -según
sus palabras- también otros jurados. La doctrina estadounidense ha expresado que
la falta de asertividad pone en riesgo la validez del veredicto: «The validity of a
verdict is put in jeopardy when a juror gives an equivocal, ambiguous,
inconsistent, or evasive answer. Similar concerns arise when the juror´s assent is
reluctant or conditional» (en “The Jury Poll and a Dissenting Juror: When A
Juror in a Criminal Trial Disavows Their Verdict in Open Court”, J. Marshall
Law Rev., vol. 35, Isue 1, Article 2, Fall 2001, Karl Moltzen).

v) La defensa invoca un argumento de teoría del derecho, según el


cual una norma jurídica es siempre válida y no puede ser nula, pero sí anulada.
Los vicios que puedan afectarla podrán llegar al extremo de que la regla que se
presenta como norma no lo sea en absoluto, pero siempre es necesario el
pronunciamiento del órgano que, por lo menos, debe decidir que tal regla no es
una norma. Ancla el argumento con cita de «Teoría General del Derecho y del
Estado», de Hans Kelsen, y agrega que es la teoría del tipo la que revela que el
defecto interno del acto lo invalida y entorpece la cosa juzgada. Luego señala que
un acto es nulo cuando la incongruencia entre lo actuado y el tipo procesal es
magnitud tal que la individualidad final que éste asigna no aparece en aquél.

vi) Funda jurídicamente la nulidad en los artículos 197 a 199 y 416


del CPP, 33 de la ley 9.106 y en la parte dogmática de la Constitución Nacional.

En segundo orden, la defensa de González Zárate afirma que el


jurado se apartó notoriamente de la prueba pues en esta causa procedía al menos
una condena atenuada. Entiende que existen varios indicadores de violencia de
género que no se tuvieron en cuenta al momento de resolver la causa, que está
probado que la acusada era una madre diligente con su hijo y que no lo agredió.
La acusación se basó en la omisión de cuidados al menor, pero todos los testigos
declararon que el menor era cuidado por su madre, con lo que no puede
endilgársele que omitiera cuidados mínimos. El apartamiento de la prueba y la
omisión de valoración del contexto de género son, a criterio del defensor,
evidentes. La violencia de género era tan evidente que el Fiscal imputó el delito de
amenazas al acusado Tizza respecto de la coimputada González Zárate. El
acusado descalificaba e insultaba a su pareja y a V.G, en su momento le pidió que
abortara al niño y ejercía violencia de género, lo que no fue valorado por el
jurado.

En último lugar, el recurrente solicita la declaración de


inconstitucionalidad de la condena a prisión perpetua por vulnerar la
progresividad de la pena, la reinserción y el fin reformador de la pena. Efectúa
reserva del caso federal.

2.b.- Recurso de la defensa oficial de Antonio Sebastián Tizza

La defensa pública plantea recurso de inconstitucionalidad contra la


pena de prisión perpetua impuesta por la sentencia recaída en autos. Considera
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que tal pena colisiona con el principio de culpabilidad por el acto, con la división
de poderes, el mandato resocializador de las penas privativas de la libertad, el
principio de estricta legalidad y la prohibición de imponer penas crueles,
inhumanas y degradantes.

Sobre el principio de culpabilidad, afirma que una pena fija supone


una relación estandarizada entre el individuo y el hecho cometido, que omite las
circunstancias particulares que impliquen un agravamiento o morigeración del
reproche que debe dirigirse al individuo.

Según la defensa, tal pena también colide con la división de


poderes en un estado republicano, pues prescribir una única pena posible para
todos los casos que encuadran dentro de una figura legal supone vedar al juez la
posibilidad de conocimiento respecto de la pena aplicable. Ello implica que el
legislador se arroga conocimiento de causas pendientes en transgresión a la
división de poderes y lo previsto por el art. 116 de la CN.

La prisión perpetua también aniquilaría el mandato resocializador


contenido en el art. 18 de la CN y 5.6 de la CADH. La perpetuidad también
contradiría el principio de estricta legalidad, ya que el derecho a la
individualización de la pena se obstaculiza pues no existe certeza de que al cabo
de 35 años se pueda acceder a la libertad condicional.

Por otra parte, la perpetuidad transgrediría la prohibición de


imponer penas crueles, inhumanas y degradantes, en contraposición con el art. 16
de la Convención contra la Tortura. Explica que ello es consecuencia de la
magnitud de la pena –por lo menos, 35 años de duración– y de la incerteza
respecto de la posibilidad de acceder a salidas, que además dependen de informes
de la dirección del establecimiento y de peritos que pronostiquen la reinserción
social, así como de la observancia con regularidad de los reglamentos carcelarios.
De no darse esos requisitos, el acusado permanecerá detenido de forma indefinida.
No existe un día de inexorable liberación en este tipo de pena, no siendo suficiente
la mera posibilidad de acceso a la libertad condicional en un futuro incierto.
Afirmar la constitucionalidad de la prisión perpetua porque ésta puede tener fin en
algún momento, sin que ese momento esté precisado, implica vaciar de contenido
práctico a las normas constitucionales y convencionales orientadas a proteger los
derechos básicos del ser humano. Los jueces, en virtud del mandato de certeza
–consecuencia del principio de legalidad–, tienen la obligación de comunicarle al
imputado el hecho por el que se lo condena, su participación en el mismo y las
pruebas que lo demuestran, la ley infringida, la pena aplicable y el modo de
cumplimiento.

La pena de prisión perpetua es inconstitucional de modo genérico,


pero también en el caso concreto. Agrega la defensa que el acusado solamente ha
sido tenido en cuenta por el sistema penal cuando ha quebrantado la ley: no
importó antes, pues no fue incorporado en programas de inclusión social; ni
importará después, en la etapa de ejecución de la pena. Ignorar esas
circunstancias, reductoras de la culpabilidad, implicaría actuar de modo
irreflexivo y estandarizado a la hora de individualizar la pena aplicable.

Además, afirma que Tizza tiene 23 años, por lo que recién se


encontraría en edad de reunir los requisitos del art. 13 del CP para la libertad
condicional a los 58 años, a lo que debe agregarse que la expectativa de vida se
reduce por las condiciones de vida del sistema penitenciario. En el caso concreto,
Tizza agotará su expectativa de vida en prisión, encierro que habrá consumido su
capacidad productiva y tornará ilusoria su resocialización.

Considera que debe tomarse en consideración la escala prevista


para el tipo penal básico del art. 79 del CP, por tener una referencia directa con el
caso en juzgamiento y contar con un margen de amplitud suficiente para valorar la
sanción aplicable, debiendo realizarse un juicio de determinación de la pena como
prevé el art. 38 de la ley 9.106.

Efectúa reserva del caso federal.

3.- Dictamen del señor Procurador General

En oportunidad de dictaminar sobre las impugnaciones planteadas,


el señor Procurador General considera que deben ser rechazadas.
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3.a.- Respecto del recurso de casación formulado por la defensa de


Celeste Yanina González Zárate, sostiene que procede desde el punto de vista
formal, aunque no desde el procesal. Explica que en autos se ha dado acabado
cumplimiento con el procedimiento previsto por la ley 9.106 y que se aplicaron
debidamente las disposiciones relativas a las instrucciones dadas al jurado en
forma verbal y escrita, dejándose constancia de que las partes manifestaron su
conformidad con las mismas. Advierte que en las instrucciones finales se dejó
claro que el veredicto debía ser unánime, que cada uno de los miembros del jurado
debía decidir el caso por sí mismo luego de haber considerado toda la prueba y de
haberla discutido con los demás jurados. También se plasmó que el jurado debía
intentar llegar a un veredicto unánime siempre que todos y cada uno de los
miembros pudiera hacerlo tras haber tomado su propia decisión. Contrariamente a
lo que sostiene el recurrente, también se explicó al jurado qué hacer si no se
alcanzaba unanimidad luego de las deliberaciones, indicando con claridad que
debía ser informada la situación al juez técnico, que discutiría con las partes el
curso a seguir.

De ello colige el Procurador General que no hubo inducción ni


presión alguna al jurado sobre el sentido al que debía llegar el veredicto. Además,
los letrados de las partes manifestaron su acuerdo con las instrucciones y no
formularon disidencias ni oposiciones.

Respecto del pretendido apartamiento de las pruebas por parte del


jurado, refiere que la crítica constituye una mera discrepancia con el veredicto,
que no luce arbitrario. En las instrucciones se detalló que la decisión debía basarse
en toda la prueba presentada durante el juicio y en la deliberación las personas que
integraron el jurado emitieron sus opiniones y llegaron a un veredicto unánime de
culpabilidad. La condena de Celeste Yanina González Zárate por el delito de
homicidio agravado por el vínculo no resulta arbitraria, sino lógica y consecuente
con las pruebas rendidas.

Tampoco puede tener acogida, a criterio del Procurador General, la


pretensión del quejoso de que el veredicto viola las instrucciones sobre valoración
probatoria, que solamente denota su disconformidad. Puede afirmarse, a su
entender, que el jurado dictó su veredicto luego de apreciar debidamente el plexo
probatorio contemplando la exposición de las pruebas de cargo y descargo y
contando con los argumentos que la defensa ahora reitera.

En relación con el planteo de inconstitucionalidad que el recurrente


incluye en su escrito, afirma el Procurador General que el mismo debe ser
rechazado en el plano formal pues el párrafo de escasos renglones en que se funda
no se autoabastece como fundamento de la inconstitucionalidad pretendida.
Tampoco expresa cuál es la norma atacada como inconstitucional, con lo cual las
condiciones de procedencia previstas por el art. 489 del CPP no se ven
satisfechas.

Por tales razones, considera que debe rechazarse el recurso de


casación y el planteo de inconstitucionalidad formulado por la defensa de Celeste
Yanina González Zárate.

3.b.- Sobre el recurso de inconstitucionalidad interpuesto por la


defensa de Antonio Sebastián Tizza, afirma que desde una perspectiva externa el
mismo procede formalmente, aunque debe ser rechazado en el plano sustancial.

Estima que la pena de prisión perpetua no puede equipararse a una


pena cruel e infamante, en tanto el condenado puede acogerse a los beneficios de
la ejecución condicional y al régimen de progresividad de la pena. También
sostiene que el fin resocializador no es el único que motiva la pena, que también
atiende a fines de prevención general y especial, de modo que quien comete un
delito de la magnitud y gravedad que el que se juzgó en autos sufre una
consecuencia proporcional prevista en el texto constitucional. Se trata del máximo
reproche previsto en el CP para quienes desprecian la vida ajena de determinadas
maneras, por lo que la culpabilidad es por el hecho cometido y no en base al autor.
No hay, en ese sentido, violación alguna al principio de legalidad en esta pena,
según su criterio.

Respecto de la dificultad para la reinserción social del condenado,


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explica que ello no significa que sea imposible y que es el sistema de ejecución de
la pena el que tiene que efectuar previsiones en ese sentido mediante el
otorgamiento –durante el cumplimiento de la pena– de recursos a los acusados
para que la resocialización no sea una ilusión. Pretender que la pena no sea en sí
proporcional al hecho es adoptar una posición abolicionista que siempre
encontrará razones para considerar infamante y cruel a la sanción. La pena no es
en sí, según entiende el Procurador General, infamante y cruel, sino proporcional
al hecho cometido, pues responde al principio de culpabilidad.

Por otra parte, tacha de indefinida y dialéctica la crítica según la


cual la prisión perpetua no constituye una sanción cuantificable, pues la libertad
condicional puede otorgarse a los 35 años. Sostiene que la pena perpetua es una
consecuencia lógica para delitos que, como éste, merecen una respuesta
proporcional del Estado.

En virtud de tales razones, propicia el rechazo del planteo de


inconstitucionalidad de la pena prevista por el art. 80 inc. 1° del CP.

4.- La solución del caso

Puesto a resolver los recursos de casación e inconstitucionalidad


planteados en autos, corresponde adelantar que, según creo, debe hacerse lugar a
la impugnación casatoria interpuesta por la defensa de Celeste Yanina González
Zárate y, en consecuencia, anular parcialmente la sentencia cuestionada y rechazar
el recurso de inconstitucionalidad de la defensa de Antonio Sebastián Tizza.

En relación a esto último, debo señalar que la cuestión


constitucional ha sido resuelta por la Suprema Corte de Justicia en el plenario
tramitado bajo los autos n° CUIJ 13-05365349-3/1 caratulado «Incidente en autos
F. c/ Ibañez Benavidez Yamila M. y Ortiz Rosales Maximiliano E. p/ homicidios
calificados (159312) p/ plenario», al cual corresponde hacer remisión.

Ha quedado claro que Antonio Sebastián Tizza y Celeste Yanina


González fueron condenados por un jurado popular a la pena de prisión perpetua
como autores responsables del homicidio de su hijo en común de un año y nueve
meses de edad. El jurado entendió que de la muerte del niño V fueron
responsables tanto el padre como la madre. El padre por haberle causado la
muerte mediante golpes de puño. La madre por no haber evitado la muerte de su
hijo encontrándose en posición de garante institucional respecto de este último.
Tal como adelanté, en mi opinión corresponde hacer lugar al recurso de casación
formulado por la defensa de Celeste Yanina González Zárate y, en consecuencia,
anular parcialmente la sentencia dictada en autos, solo en lo que a ella respecta.

En cambio, no será objeto de revisión la condena de Antonio


Sebastián Tizza puesto que la misma no ha sido recurrida y porque, además, no es
alcanzada por efecto extensivo del recurso de la acusada. Por lo tanto, la sentencia
que afirma que Tizza fue el ejecutor material del homicidio de V. debe ser
confirmada. Ello significa que la nulidad del juicio llevado a cabo en contra
Celeste Zárate no tiene como consecuencia la impunidad del hecho. Ello es así no
solo porque no se revisará la situación procesal del condenado como autor
material, sino porque lo que se debe ordenar es la realización de un nuevo juicio,
no la absolución de la acusada. Se ha garantizado así el derecho de acceso a la
justicia, pues se ha cumplido con los deberes estatales de investigar y sancionar
hechos que ocurren en el marco de la jurisdicción nacional con el fin de evitar su
impunidad. Sin embargo, la obligación del Estado de no dejar impune un hecho
tan grave como el de autos no autoriza la condena respecto de quien no se ha
demostrado su culpabilidad. Sobre ello haré referencia en lo que sigue.

1. Consideraciones generales

Esta es una sentencia muy difícil de escribir por diversas razones.


Por un lado, porque es innegable que la muerte de un niño resulta siempre un
hecho conmovedor, que genera un profundo dolor y una inmensa tristeza. Y ello
es así también para quien debe juzgar sobre las responsabilidades que pudieran
corresponder por esa muerte. Sin embargo, la gravedad del hecho trasciende lo
emocional, pues matar a un niño constituye quizás la mayor forma de negación de
la personalidad de un ser humano. Se trata entonces de un hecho de trascendencia
institucional. Por otro lado, a la extrema gravedad del hecho debe sumarse una
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dificultad adicional, a saber, que existe una muy alta probabilidad de que la mujer
acusada por no evitar la muerte de su hijo haya sido condenada por errores
judiciales. Dicho de otro modo, se advierte la posibilidad seria de que una persona
inocente haya sido injustamente condenada. A lo expuesto debe agregársele otra
particularidad de no poca importancia: el hecho fue juzgado por un jurado popular
que declaró la culpabilidad de la imputada por unanimidad. Ello obliga a extremar
los cuidados para poder llegar a la mejor solución posible. Paso a referirme
brevemente a ambas cuestiones planteadas.

1.1. La gravedad del hecho y su trascendencia institucional

La muerte de un niño a causa de los golpes que recibió de su padre


nos debe interpelar como sociedad. La gravedad del hecho viene dada no solo por
el vínculo familiar del autor con la víctima, sino por el estado de absoluta
indefensión física y psíquica en la que se encontraba esta última. La
vulnerabilidad de un niño de un año y nueve meses de edad es tal que no solo está
impedido de resistir los golpes sino que carece incluso de la posibilidad de
comprender el significado de una agresión. No hace falta ofrecer demasiadas
razones para entender que un hecho de semejante gravedad tiene importantes
consecuencias tanto individuales como sociales.

Es que a través del Estado nuestra comunidad se ha comprometido


internacionalmente en proteger los derechos fundamentales de los niños, niñas y
adolescentes contra toda forma maltrato (art. 19 de la Convención de los Derechos
del Niño). En este sentido, en el Plan de Acción de la Cumbre Mundial a favor de
la Infancia de 1990, UNICEF decía que «no hay causa que merezca más alta
prioridad que la protección y el desarrollo del niño, de quien dependen la
supervivencia, la estabilidad y el progreso de todas las naciones y, de hecho, de
la civilización humana». Pues bien, la muerte de V., como la de tantos otros niños
y niñas, nos obliga a cuestionarnos si como comunidad en general y como Estado
en particular, hemos estado a la altura de esos compromisos asumidos.

Por ello, la cuestión no se agota en la imputación de culpabilidad


penal al padre o la madre de la víctima, sino que también debe analizarse la
posible corresponsabilidad social que pudiera existir en casos como el traído a
juicio. Que un padre mate a su hijo a golpes supone el máximo fracaso de las
instancias sociales de reconocimiento recíproco que existen entre las personas
(HONNETH, La lucha por el reconocimiento. Por una gramática moral de los
conflictos sociales, Barcelona, 1997, pp. 118 y ss.). Las familias, la escuela, el
trabajo, como tantos otros ámbitos de la vida en común son estructuras sociales de
reconocimiento en las que los contactos dejan de ser anónimos e interpersonales y
pasan a ser espacios en los que las personas pueden ser reconocidas por aquellas
personas a quienes a su vez y al mismo tiempo reconocen (SILVA SÁNCHEZ, Malum
passionis, Barcelona, pp. 24 y ss.). El homicidio de V. pone dramáticamente de
manifiesto la ruptura de esas estructuras de reconocimiento que el Estado está
obligado jurídicamente a garantizar.

Por último, como dificultad adicional para el juzgamiento del caso,


no puede negarse la importancia que tiene el problema de la violencia de género
que lo atraviesa. En efecto, la ruptura de las estructuras de reconocimiento
recíproco también se explica por el impacto que tienen los condicionamientos
socioculturales emergentes del sistema hegemónico en el que las instituciones
mencionadas se encuentran ancladas. Expresado con toda claridad, en el momento
de determinar las responsabilidades no puede prescindirse de considerar las
violencias contra las mujeres y su estrecha vinculación con la asignación
estereotipada de roles y los mandatos de género, pues se trata de otro de los
factores que contribuyen a la configuración de un contexto general donde se
produce aquel quiebre de estos ámbitos sociales en los que las personas se
reconocen entre sí. Dicho brevemente, las violencias contra las mujeres
constituyen un modo de negación de su personalidad.

1.2. La importancia de las instrucciones al jurado y el alto


riesgo de que la condena a perpetuidad recaiga sobre una mujer inocente.

Quizás una de las razones por las que las decisiones del Poder
Judicial son cuestionadas por buena parte de la ciudadanía sea su «déficit
original» de legitimidad democrática, en razón de que sus integrantes, a diferencia
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de lo que ocurre con el resto de los poderes del Estado, no están sometidos al voto
popular (ver al respecto mi voto en el fallo plenario sobre la constitucionalidad de
la prisión perpetua). Sin embargo «no es solo la debilidad democrática de origen
sino la falta de democratización del proceso de diálogo con la ciudadanía» lo que
explica la razonabilidad de esos cuestionamientos. Gargarella atribuye estas
dificultades de diálogo entre el Poder Judicial y la ciudadanía a que «los jueces –y
muy en particular los de la Corte Suprema– tienden a ser seleccionados entre los
sectores más pudientes de la sociedad (los más ricos, los que han tenido acceso a
una mejor educación), mientras que muchos de los individuos involucrados en los
litigios provienen de sectores sociales más bien bajos. La combinación de estas
diferencias tiende a dificultar las instancias de diálogo» («El nuevo
constitucionalismo dialógico frente al sistema de frenos y contrapesos», Revista
Argentina de Teoría Jurídica, 14, 2, 2013, p. 21). Yo creo que ello no es así. No es
que los integrantes Poder Judicial provengan de una casta privilegiada. Por el
contrario, se trata de una institución que ha ido conformándose a sí misma con sus
particulares características debido, fundamentalmente, al carácter endogámico del
proceso de selección de magistrados que fomenta su integración con personas que
ya forman parte del Poder Judicial y que, en consecuencia, inevitablemente
reproduce sus mismas prácticas y lógicas.

Una forma de modificar estas estructuras endogámicas es la


implementación de jurados populares que, en tanto derecho de la comunidad a
juzgar a su pares, constituye una pieza fundamental en una concepción de justicia
deliberativa y ocupada por generar vínculos entre la comunidad y la
administración de justicia. En la medida en que la ciudadanía reconozca a las
decisiones del jurado como «propias», es menos frecuente la crítica social contra
las sentencias pronunciadas mediante este procedimiento.

Por ello he expresado mi absoluto respaldo al juicio por jurados y


he subrayado muchas de las ventajas que presenta. Esta institución, muy joven en
nuestra historia judicial, tiene una enorme trascendencia en términos de apertura
de la justicia, pues es un modo de construir legitimidad democrática en torno a las
decisiones judiciales. Esa legitimidad se erige tanto en el plano procedimental
como en el epistémico. Procedimentalmente, el juicio por jurados asegura un
método de selección de jueces igualitario y representativo, que permite a la
ciudadanía controlar y participar en la toma de decisiones públicas, a la vez que
optimiza la garantía de imparcialidad. En el aspecto epistémico el jurado fortalece
el valor democrático de las decisiones judiciales en razón del mayor número de
personas involucradas en la toma de decisión, del método deliberativo por el cual
llegan a sus conclusiones, y de la unanimidad exigida como requisito para
considerar culpable, o no culpable, a la persona acusada (conf. «Petean Pocoví»).
En otras palabras, el juicio por jurados implica el compromiso de la comunidad
con la tarea de conocer el Derecho, analizar los hechos que les son expuestos y las
alegaciones de las partes, y llegar deliberativamente a una decisión en la que sus
concepciones morales, políticas y culturales son primordiales. Esta tarea conlleva
un ejercicio democrático y una instancia de aprendizaje respecto del modo en que
funciona la tarea del Poder Judicial.

Ahora, que el jurado popular constituya una herramienta


fundamental de diálogo institucional entre el sistema de justicia y la ciudadanía no
significa que pueda prescindirse de las reglas debido proceso legal. En este
sentido, la tarea que el Poder Judicial está obligado a desempeñar sigue siendo
fundamental, pues a través de las instrucciones se le suministra al jurado el
camino lógico-jurídico que debe seguirse para llegar al veredicto de inocencia o
culpabilidad. Por ello, el debido proceso constituye una garantía no solo para el o
la acusada sino también para la comunidad en general, incluidas las personas
víctimas, pues una grave violación de las garantías constitucionales puede frustrar
la adecuada satisfacción del derecho de aquellas de acceder a la justicia. La
memoria de V. se honra con un juicio justo a su madre y no con una condena a
como de lugar, sin que se le haya proporcionado al jurado popular las
instrucciones mínimas que se deben cumplir para imputar una muerte por omisión
y sin que se haya puesto seriamente en su consideración las graves cuestiones de
género que evidentemente atravesaron el caso.
SUPREMA CORTE DE JUSTICIA - SALA SEGUNDA
PODER JUDICIAL MENDOZA

Lo insinuado en el párrafo precedente se explica en que, en el


juzgamiento de la madre de la víctima, Celeste Yanina González Zárate, se
advierten una serie de vicios graves que generan la alta probabilidad de que su
declaración de culpabilidad y su condena sean erróneas. Dicho brevemente, existe
en el caso de autos un riesgo de error judicial, inducido por falta de instrucciones
precisas al jurado, que puede tener como consecuencia dramática la condena a
prisión perpetua de una persona posiblemente inocente. De este modo, estamos
ante un escenario en el que al mal que significó la muerte de V., le siga otro mal,
la condena a prisión perpetua a su madre, pese al riesgo de que ella no sea
culpable. Por ello, es necesario salir de esta situación paradojal en el que el hecho
y la intervención del sistema de justicia aparecen como una sucesión irracional de
males. La salida de esta paradoja es la realización de un nuevo juicio a la acusada
con un jurado que cuente con instrucciones claras que le permitan llegar a la
verdad, reduciendo al mínimo las posibilidades de error.

En resumen, en el caso de autos el posible error no es imputable al


jurado popular, sino a la falta de claridad en las instrucciones que se le
suministraron, en particular, en materia de imputación mediante omisión y
violencia de género. La subsanación de ese error no puede ser la confirmación de
la sentencia, sino su anulación y la realización de un nuevo juicio.

Por otra parte, la realización de un nuevo juicio con todas las


garantías constituye la mejor manera de defender el juicio por jurados. Las
falencias son normales en un sistema que lleva muy poco tiempo de
implementación. Pero el sistema no se perfecciona ocultando sus defectos o sus
problemas de funcionamiento, sino visibilizando los mismos y procurando su
corrección. En este sentido, es decisiva la tarea que debe desempeñar el Poder
Judicial, en particular los jueces y juezas, especialmente a través de las
instrucciones que se imparten al jurado. Para ello se requiere que tanto las partes,
como los jueces y juezas, estén muy bien formados, no solo respecto al
procedimiento aplicable, sino fundamentalmente en Derecho penal y en Derechos
humanos.
Es que ya no se trata de servirse de la propia formación para
resolver el caso técnicamente, sino de poner dicha formación a disposición del
jurado para que éste pueda resolver, conforme a su íntima convicción, pero con las
mejores herramientas jurídicas con las que se puede contar. Todo ello torna más
difícil la tarea que debe desempeñar el juez o jueza en este tipo de juicios. Para
poder instruir correctamente a un jurado popular no especializado en la materia, se
debe saber más, no menos. Solo así el juicio por jurado será un procedimiento que
acerque el sistema de justicia a la ciudadanía. Si no propiciamos la incorporación
de reglas de imputación claras en las instrucciones al jurado, se corre el riesgo,
como en el caso que aquí se enjuicia, de que la determinación de la culpabilidad o
su inocencia se vuelvan, como decía Enrique Gimbernat, una cuestión de lotería.
Sin embargo, la imposición de una pena de prisión perpetua, que determina el
ámbito de competencia del jurado en nuestra provincia, debería depender de algo
más racional que una mera cuestión de azar.

La preservación del juicio por jurados populares mediante la


confirmación de una condena a perpetuidad a una mujer cuya culpabilidad ha
quedado lejos de ser demostrada, no solo supone una instrumentalización
deshumanizante de la acusada, inadmisible en un Estado democrático de Derecho,
sino que implica un efecto contrario al que se pretende conseguir. De este modo,
en lugar de lograrse una defensa eficaz del sistema, se contribuye a la erosión del
bien más preciado del juicio por jurados y que estamos obligados a preservar: su
legitimidad democrática.

2. Las razones de la nulidad del juicio: la revisión de las


instrucciones y la garantía del doble conforme

La cuestión a determinar es si el jurado contó con los elementos


técnico-jurídicos que se le debían facilitar para poder establecer la responsabilidad
penal de la acusada. En lo que sigue se intentará demostrar por qué entiendo que
se ha obstaculizado la posibilidad de que se pueda ofrecer una respuesta justa en
un caso de gravedad extrema. Según creo, al jurado se le privó de acceder a
categorías jurídicas conceptuales, principios constitucionales y convencionales y
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pautas hermenéuticas cuyo conocimiento era necesario para poder decidir sobre la
responsabilidad de González Zárate. En efecto, las instrucciones dadas respecto al
enfoque y contenidos de géneros y las reglas de imputación suministradas para los
delitos de comisión por omisión fueron decisivamente deficitarias para la solución
del caso. Ello sesgó la posibilidad de que el jurado pudiera evaluar de manera
holística las circunstancias en las que se cometió el crimen y determinar si existían
elementos que podrían haber influido en la definición sobre la responsabilidad
penal de la acusada.

Por diversas razones, este déficit en la intervención judicial ha


tenido consecuencias especialmente relevantes para el juzgamiento del caso. En
primer lugar, la incorporación del enfoque de géneros constituye un imperativo
constitucional y convencional ineludible. No está sujeta a la discrecionalidad de
las partes o del juez o jueza su observancia, sino que se trata de un deber estatal
cuyo incumplimiento puede generar responsabilidad internacional. Brevemente, el
sistema de justicia debe garantizar el enfoque de géneros. El juicio por jurados no
constituye una excepción a esta regla: las instrucciones al jurado deben
contemplar las cuestiones de género que plantee el caso. En segundo lugar, debido
a la falta de incorporación de este enfoque a las instrucciones, nos enfrentamos a
la posibilidad de que una mujer haya sido re-victimizada por un sistema penal que
la hace cargo de un hecho del que podría no ser responsable, a saber, la muerte de
su hijo. Existen indicadores de violencia por razones de géneros y otros elementos
cuya valoración desde tal perspectiva debió haber sido puesta a consideración de
la ciudadanía. La existencia de una instrucción abstracta y formal sobre esta
cuestión en realidad le privó materialmente al jurado la posibilidad de determinar
si González Zárate también fue víctima de la violencia que mató a su hijo y qué
consecuencias pudo tener ello en la determinación de su responsabilidad. Y, en
tercer lugar, la escasez en las directivas sobre género pudo haber incidido en la
imputación de la conducta omisiva que se le reprocha a la acusada, pues la
violencia de género puede incidir tanto a nivel de tipicidad como a nivel de
culpabilidad en el delito de comisión por omisión.
Por ello se propicia aquí la anulación del juicio y la realización de
un nuevo debate, de conformidad con lo ordenado por el art. 41 de la ley 9.106 de
Juicio por Jurados Populares, que dispone que en este procedimiento se aplican
las reglas generales del recurso de casación contra las sentencias condenatorias
que prevé el Código Procesal Penal, entre las que se encuentra la anulación de la
resolución por vicios procedimentales (conf. arts. 486, 474 inc. 2 del CPP). Es que
el derecho de la ciudadanía a juzgar a sus pares debe ser compatible con la
garantía convencional del doble conforme. Dicho de otro modo, también la
sentencia dictada por el jurado popular puede ser revisada en su totalidad en
segunda instancia.

Ahora, en la solución propuesta se sostiene el criterio de esta Sala


según el cual es atribución del tribunal de casación tratar el motivo casatorio que
más convenga a la solución del caso, en razón de que la ley adjetiva no establece
un orden de procedencia que imperativamente deba seguirse en el examen de las
causales de impugnación extraordinaria (L.S. 183-188; 202-001; 269-234, entre
otros). Es por ello que centraré el análisis de la presente causa en omisiones que se
advierte en las instrucciones impartidas al jurado en relación al delito de
homicidio agravado por el vínculo en comisión por omisión, punto en el que
estimo se encuentra circunscripto el thema decidendum y que conduce a la
anulación parcial de la resolución cuestionada.

En lo que sigue me ocuparé de fundamentar la nulidad que he


anticipado. Para ello, procederé del modo que sigue. En primer lugar, identificaré
el modo en que el enjuiciamiento llevado a cabo ha invisibilizado la posible
violencia de género de la que Celeste González ha sido víctima. Para ello,
explicaré brevemente qué implica el juzgamiento penal con perspectiva de
géneros, recuperaré los indicadores de violencia de género que se advierten en la
presente causa y revisaré las instrucciones que se impartieron al jurado.

En segundo lugar explicaré de qué modo la ausencia de perspectiva


de géneros impacta en la consideración del delito de homicidio agravado por el
vínculo de que se ha acusado a Celeste González. Luego de dar cuenta
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brevemente de algunas implicaciones dogmáticas del delito en cuestión relevantes


en este caso, revisaré las instrucciones impartidas al jurado y mostraré las
falencias que advierto. Por último, esbozaré algunas conclusiones.

2.1. Las instrucciones puramente formales al jurado en materia


de violencia de género

2.1.1. El enfoque de géneros como mandato constitucional y


convencional

El juzgamiento de la acusada no se puede transformar en una forma


de perpetuar institucionalmente la instrumentalización de las mujeres. En este
sentido, juzgar con perspectiva de géneros constituye una necesidad consecuente
con la asunción de la idea de que el género ha sido históricamente un factor de
sometimiento. Por esta razón nuestro país ha asumido el compromiso político,
legislativo y constitucional de no reproducir, erradicar y sancionar las violencias
contra las mujeres.

Constituye entonces un deber del sistema de justicia adecuar su


accionar funcional al enfoque de géneros. Ese deber surge de modo indiscutible de
la normativa constitucional y legal nacional, así como del Derecho Internacional
de los Derechos Humanos y la jurisprudencia de los organismos internacionales
especializados. Sumado a ello, el principio de igualdad ante la ley impone la
obligación de analizar los conflictos a resolver desde un enfoque libre de los
condicionamientos hegemónicos –que, a su vez, se expresan de diferentes formas
y en distintos momentos– (v. «Zurita Ábrego»). En definitiva, en nuestro sistema
jurídico, para juzgar los conflictos en los cuales las mujeres son víctimas de
violencias en sus distintas manifestaciones, es necesario adoptar un punto de
partida crítico, que ponga en evidencia que la realidad se encuentra atravesada por
patrones de dominación que reproducen la discriminación de las mujeres.

Tal es el fundamento que atraviesa a la Convención para la


Eliminación de todas formas de discriminación contras las mujeres (CEDAW) y,
por tanto, el presupuesto desde el que nacen las obligaciones estatales: el
reconocimiento de la discriminación estructural e histórica hacia las mujeres. Esta
discriminación entronca en una cultura reproducida durante siglos desde la que
han surgido las normas, las instituciones, así como las relaciones interpersonales y
las cosmovisiones que las personas tenemos del orden social. Es por ello
fundamental comprender la extendida hegemonía de un orden desigual para lograr
identificar la imperiosa necesidad de su visibilización y deconstrucción.

Lo expuesto ayuda a comprender que tanto las y los operadores


judiciales, como las personas que integran los jurados populares hemos sido
socializados en un orden de características patriarcales que ha conducido a la
naturalización de estas prácticas. El Estado y sus agentes tienen la responsabilidad
de incorporar el enfoque de géneros en todas sus intervenciones, pues es
justamente el Estado el sujeto comprometido internacionalmente en el deber de
garantizar los derechos de las mujeres, así como la erradicación de toda forma de
discriminación. Es por ello que el deber de capacitación de todos los funcionarios
públicos en género y violencia contra las mujeres ha sido recientemente
normativizado a nivel nacional mediante la ley 27.499 (Ley Micaela), a la cual la
provincia adhirió mediante la ley 9.196, así como esta Suprema Corte de Justicia
mediante la Acordada n° 29.318. Pues bien, el jurado no puede estar exento de
esta obligación constitucional, en la medida en que no se puede suponer que per
se tendrá una mirada sensible al género. Por esta razón se le debe ofrecer al jurado
instrucciones que le permitan identificar indicadores de posibles violencias hacia
las mujeres.

2.1.2. Los indicadores de violencia de género que presenta el


caso

El caso traído a esta instancia casatoria presenta aspectos que


permiten advertir que el juzgamiento de la acusada con un enfoque de géneros es
ineludible, en razón de que pudo resultar decisivo para la determinación de su
eventual responsabilidad penal. En este sentido, cabe recordar que la acusación
sufrió una variación sustancial: al comienzo del juicio, en oportunidad de leer las
instrucciones iniciales al jurado popular, el juez técnico explicó que tanto Tizza
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como González estaban acusados de haber matado a su hijo por omisión. Es decir,
se los acusó por no cumplir sus deberes de cuidado como progenitores del niño,
puesto que no se sabía quién había causado las lesiones fatales. Sin embargo, a
raíz de la declaración que Celeste González prestó durante el debate el
representante del Ministerio Público Fiscal modificó la acusación respecto de
Tizza, a quien atribuyó haber ocasionado las lesiones que acabaron con la muerte
de V. La acusada dijo que, al ingresar al cuarto donde estaba su hijo llorando, vio
cómo Tizza lo golpeaba. De manera que Tizza fue acusado de lesionar y causar la
muerte de V., y González de no realizar las acciones necesarias para salvarlo.

La revisión de la prueba que se produjo en el debate aporta algunas


circunstancias que no pueden ser dejadas de lado, en la medida que se trata de
elementos indicadores de que la relación entre González y Tizza estaba atravesada
por violencia de género. Como se sabe, es obligación del Estado advertir
indicadores que den cuenta de que una mujer puede ser víctima de violencias
representa.

Sobre este último punto la CIDH advierte que todavía no se percibe


una comprensión de la relación entre las diferentes formas de violencia que
pueden ser perpetradas contra las mujeres, ya sea física, psicológica, sexual,
económica, simbólica u otra. Esto resulta en tratos discriminatorios y re-
victimizantes, en quejas que no son tomadas con la debida consideración, en
investigaciones realizadas sin la seriedad adecuada lo cual impacta la recolección
y valoración de las pruebas y las calificaciones legales utilizadas, e incluso, en
sentencias judiciales atravesadas por profundos sesgos machistas (CIDH, 2019,
Violencia y discriminación contra mujeres, niñas y adolescentes. Buenas prácticas
y desafíos en América Latina y el Caribe, OEA).

Por ello, incorporar el enfoque de géneros implica justamente


atravesar todas las miradas por la desigualdad estructural a la que han estado
sometidas las mujeres, particularmente en las relaciones interpersonales.

En cumplimiento de este el mandato convencional debe tenerse


presente, en primer lugar, cómo la acusada describió su vínculo con Tizza. En este
sentido, explicó que, a poco de conocerse, ella quedó embarazada. Tizza le pidió
que abortara y ella decidió continuarlo tras recibir el apoyo de su propia familia.
Contó que Tizza aceptó que lo continuara, pero le advirtió «que no jodiera», y
señaló que durante el embarazo Tizza no se hizo presente –v. audiencia 05/09/19,
IV parte-continuación, min. 02:00 y ss.–. González también manifestó que Tizza
solía insultarla y gritarle cuando discutían, y que hacía lo mismo con el bebé, a
quien retaba, gritaba e incluso llegaba a “zamarrearlo” en tal contexto –v.
audiencia 03/09/19, II parte, min. 40:00 y ss.–. En su primera declaración ante uno
de los fiscales que instruyó la causa, Ricardo Facundo Garnica, manifestó lo
mismo: que Tizza le propinaba malos tratos y la insultaba –v. audiencia 03/09/19,
I parte, min. 10:35 y ss.–.

Incluso del relato de la acusada surgen otras formas de las


violencias que le ejercía Tizza, tales como el control de sus redes sociales y enojos
fundados en razón de conversaciones que la acusada mantendría con otras
personas –v. audiencia del 03/09/19, II parte, min. 10:00 y ss; y audiencia del
audiencia del 05/09/19, IV parte-continuación, min. 22:00 y ss. y 44:00 y ss.–.

Estas circunstancias permiten advertir que el vínculo que


mantenían Tizza y González a raíz del hijo en común estaba mediado por
violencias por razones de género.

En segundo lugar, la disparidad de poder en el vínculo entre Tizza y


González surge de la causa de que se reunieran el día del hecho. Según declaró
González, ella prestó a Tizza un teléfono para poder mantenerse comunicados y,
por su parte, facilitar las comunicaciones necesarias en relación a V., y Tizza la
citó para que le explicara el contenido de mensajes que atribuía a otros varones
con los que el sospechaba que ella mantendría relaciones sexoafectivas. Al hablar
sobre el tema Tizza –quien, según la declaración de la acusada estaba enojado–
dijo que había borrado los mensajes. Luego Celeste González señalaría que, a su
juicio, Tizza agredió al niño el día del hecho porque pensaba que no era su hijo –v.
audiencia del 05/09/19, IV parte-continuación, min. 02:00 y ss.–. Las escenas de
celos a pesar de que ya no mantenían una relación de pareja sino un vínculo en
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razón del hijo en común que tenían, también debe ser considerada al momento de
definir el contexto en el que producen los hechos y evaluar la posterior conducta
de González.

Un tercer indicador de que la relación entre los acusados podría


estar mediada por el género surge de los dichos de González al ser detenida.
Según el fiscal que instruía la causa, González declaró en esa oportunidad que ella
y Tizza habían mantenido una discusión por ciertos mensajes de texto en un
teléfono que ella le prestó; y que al ser ambos detenidos en el calabozo de la
Comisaría 20 de Tupungato, Tizza la amenazó y le dijo que si hablaba iba a atacar
a su padre y sus hermanos –v. audiencia 03/09/19, I parte, min. 12:35 y ss.–.

Asimismo, según los dichos de la acusada, Tizza ya le había


realizado una amenaza en similares términos cuando ella lo ve golpeando a su hijo
e interviene para poner en resguardo al niño –v. audiencia del 03/09/19, II parte,
min. 16:30 y ss–, oportunidad en la cual él la tomó del cuello.

Si bien en las instrucciones se hace una referencia meramente


formal a la cuestión de género, es evidente que estos indicadores no fueron
debidamente advertidos al jurado o fueron soslayados. Por ello es importante
considerar que las violencias enumeradas en la Convención de Belém do Pará y
en la ley 26.485 se presentan de distintos modos, algunos más fácilmente
observables –que la tomara del cuello cuando ella advirtiera la violencia hacia V. o
que la amenazara con tomar venganza con su familia– o bien otros más
naturalizados y por ello menos observables (el control del celular, los celos, el
abandono en el embarazo y en la crianza de V.). Un indicador refiere a
circunstancias que pueden permitir inferir la existencia de violencias. Su
identificación es lo que permite dejar de invisibilizarlas.

2.1.3. Sobre la falta de la perspectiva de género en las


instrucciones al jurado

Pese a los claros indicadores de una relación desigual de poder


entre Tizza y González, las instrucciones no incluyen valoraciones que permitan
garantizar el juzgamiento de la acusada con perspectiva de géneros. La compulsa
de la audiencia en la cual las partes litigaron las instrucciones da cuenta de que, en
el modelo de instrucciones elaborado por el juez y facilitado a las partes para que
las controlaran y formularan observaciones, no había ninguna instrucción al
respecto. La defensa de González solicitó en al menos tres oportunidades que se
incluyera una instrucción sobre perspectiva de géneros, a lo que tanto el
representante fiscal como la defensa de Tizza se opusieron. El juez incluso le
solicitó a la defensa de González que aclarara a qué violencia de género se refería
–v. audiencia del 06/09/19, «Establecimiento de las instrucciones entre las
partes»–. Tras la insistencia de la defensa y la reserva de casación, el juez accedió
a incluir una cláusula al respecto. La misma se encuentra en un apartado sobre el
modo en que debe valorarse la prueba titulado «Prueba presentada por la
defensa» y expresa: «[4] Violencia de Género: deberán prestar atención a la
posible violencia de género sobre la acusada y su incidencia en la conducta
atribuida» (v. sentencia, fs. 1121).

Sin embargo, la violencia de género ejercida sobre la acusada no ha


formado parte real del objeto de la investigación Ahora, si ello es así ¿cómo el
jurado podía tener en cuenta los problemas de violencia de género que presenta el
caso si nunca le fueron explicitados? ¿cómo podría hacerlo mientras las
instrucciones que reciben sugieren su consideración solo respecto de la prueba de
la defensa, en lugar de plantearlo como un principio rector que debe atravesar la
lectura del conflicto en su integridad -conforme lo dispone el ordenamiento
jurídico vigente-? Por otra parte ¿puede el jurado analizar la incidencia de esta
situación en la conducta atribuida, si no se lo instruye sobre el modo de realizar tal
examen?.

La respuesta a estos interrogantes debe ser negativa por las


siguientes razones. En primer lugar, para dar cumplimiento al citado mandato
legal, constitucional y convencional se debe garantizar que en todo caso que
deban juzgarse hechos que involucren a mujeres –ya sea como víctimas o como
acusadas– el jurado conozca en lenguaje claro y sencillo las disposiciones legales
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relevantes. Principalmente, y como estándar mínimo, las que emanan de la


CEDAW, la Convención de Belém do Pará y la ley 26.485; como así también los
criterios jurisprudenciales que surgen de casos emblemáticos similares al que se
estuviere juzgando. Es el jurado mismo quien, con conocimiento de los
instrumentos y herramientas jurídicas pertinentes, debe encontrarse en posición de
evaluar el caso a la luz de la perspectiva de géneros y determinar si existen
circunstancias relevantes para la solución del asunto. La falta de acceso a tal
información impide ab initio que en el juicio se incorpore una mirada sensible al
género y, en consecuencia, que ello repercuta en la decisión que en definitiva se
adopte.

En segundo lugar, debe destacarse que ni la investigación del hecho


ni la producción de prueba durante el debate tuvieron como objeto analizar la
posible existencia de violencia de género por parte de Tizza hacia González
Zárate; y si acaso ello influyó en la conducta reprochada a la acusada. Ello a pesar
de que –según el Fiscal de Instrucción de Valle de Uco, Ricardo Facundo
Garnica– la acusada había puesto en conocimiento del Ministerio Público Fiscal el
hecho de que cuando entró a la habitación donde estaba el niño, vio a Tizza
golpeándolo en el estómago con el puño cerrado, ella interfirió y en ese instante
Tizza la tomó del cuello y luego el pequeño falleció a pesar de los intentos de su
madre por darle respiración boca a boca. La acusada, según el fiscal, explicó en
aquella oportunidad que el ataque había sido producto de una discusión con Tizza
por ciertos mensajes de texto que ella se enviaba con otro hombre, que Tizza la
maltrataba e insultaba, y que luego del suceso Tizza la amenazó en dos
oportunidades con atacar a su padre y sus hermanos. Este representante de la
acusación pública –llamado como testigo en el debate– declaró que a su juicio no
se advertía una situación de violencia de género que ameritase la intervención de
la Secretaría de Violencia de Género –v. registro audiovisual día 3/09/2019, I parte
debate, min. 2:12 y ss.–

Sin embargo, del relato de la acusada ante el fiscal surge un


elemento que pudo haber sido relevante en la resolución del caso. Me refiero a la
posibilidad de que el homicidio de V. podría tener las características de un
femicidio vinculado, previsto en el art. 80 inc. 12 del Código penal, que amenaza
con prisión perpetua a aquel que mata con el propósito de causar sufrimiento a
una persona con la que se mantiene o ha mantenido una relación de ascendiente,
descendiente, cónyuge, ex cónyuge, o persona con quien mantiene o ha mantenido
una relación de pareja, mediare o no convivencia. No obstante, ninguna línea de
investigación se cursó en tal sentido, pese a que de la secuencia de los hechos
surge que el motivo por el cual Tizza podría haber propinado la golpiza mortal a
V. pudo haber sido para vengar el enojo que le produjeron los mensajes
encontrados en el celular de la acusada, conducta que debió ser contextualizada en
la situación de violencia de género que -como ya se analizó- atravesaba la relación
existente entre ambos. No afirmo que los hechos hayan ocurrido de esta manera.
Solo señalo que la falta de perspectiva de género en el análisis del caso y en las
instrucciones le ha impedido al jurado advertir estos matices que pudieron tener
una enorme relevancia en la resolución del caso.

Por último, corresponde resaltar que la circunstancia de que la


relación entre los acusados se encontrase atravesada por violencia de género
puede tener importantes consecuencias para la imputación de la omisión a Celeste
Yanina González Zárate. De esto me ocuparé en el apartado siguiente.

2.2. Sobre los déficits de las instrucciones respecto a las reglas


de imputación en materia de omisión impropia

En anteriores pronunciamientos he señalado que el juicio por


jurados es compatible con la garantía del doble conforme únicamente si posibilita
la revisión de la valoración de la prueba, el cumplimiento de normas de
procedimiento y la aplicación del derecho. Ello implica, en punto a las
instrucciones que se imparten al jurado, dos requisitos centrales: que deben
anticipar los problemas que pueden presentarse en el plano de la valoración de la
prueba, así como en el de la aplicación del derecho; y que deben ser claras (conf.
«Petean Pocoví»).

Ello por cuanto las instrucciones que se imparten al jurado son


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esenciales para asegurar el debido proceso. Esto ha sido destacado por la Corte
Suprema de Justicia de la Nación, que ha sostenido que «es perfectamente posible
cuestionar una resolución de un jurado en base a la incongruencia entre
precedentes o premisas (afirmaciones y pruebas) y conclusión (culpabilidad o
inocencia)» y que «los representantes del saber técnico se encargan de controlar
que el camino hacia la decisión se encuentre balizado conforme a reglas
procesales previas y precisas (debido proceso adjetivo); y los representantes de la
opinión popular se encargan de construir una conclusión prudencial sobre la
base del sentido común (debido proceso sustantivo)» (conf. CSJN, «Canales»,
cons. 19 y 20).

El rol que cabe al juez técnico en el juicio por jurados está


asociado, tal como lo ha sostenido la CSJN, a la dirección y control del proceso.
En nuestro sistema procesal de diseño acusatorio el juez es el director del proceso
(arts. 3 y 23, Ley 9.106), y las partes se encuentran habilitadas para proponer y
discutir en audiencia las instrucciones que se imparten al jurado. Sin embargo, el
hecho de que el sistema de enjuiciamiento sea acusatorio no implica que el juez se
vea limitado a elegir pasivamente entre las propuestas de las partes las
instrucciones que se impartirán al jurado u homologar aquellas cláusulas sobre las
que no haya desacuerdo, puesto que sobre el juez recae el deber de controlar la
legalidad del procedimiento, que debe ajustarse a los estándares del debido
proceso legal. De hecho, según la ley local es el juez es quien decide en forma
definitiva cuáles son las instrucciones a impartir a los jurados (art. 32, Ley 9.106).

Las instrucciones sobre el homicidio agravado por el vínculo en


comisión por omisión no explicaron siquiera mínimamente sus elementos
esenciales. La imputación de ese delito requería de reglas mucho más precisas,
que debieron ser tenidas en cuenta y que, además, era posible explicar al jurado en
lenguaje sencillo y claro.

Como se sabe, el delito de homicidio agravado por el vínculo


-delito por el que se condenó a Tizza y a González- constituye un delito de
infracción de deber. Esto significa que autor no puede ser cualquier persona, sino
solo quien tiene la calidad especial requerida por el tipo. En el caso del delito que
constituye el objeto de este proceso, solo puede ser autor el ascendiente de la
víctima. En cuanto a las características de los delitos de infracción de deber hay
que decir que lo decisivo en ellos no es el dominio de la ejecución del hecho, sino
la infracción de un deber especial extra típico, de tal modo que la agravación del
delito se explica por la infracción de este deber positivo. Pues bien, en la medida
en que lo determinante no es el dominio del hecho sino la infracción del deber, es
autor del delito tanto aquel que, teniendo la calidad especial requerida por el tipo
penal, lleva a cabo personalmente la acción típica (aportes de autor) colabora con
el ejecutor (autor pese a que los aportes son de partícipes) o no evita la realización
del hecho (omisión). Dicho con un ejemplo: el padre es autor del homicidio
agravado de su hijo de diez años tanto si le dispara con su arma (ejecutor), como
si le entrega el arma a un tercero para le dispare (autor pese a que su aporte es de
partícipe), como si no evita el suicidio de su hijo (autor mediante omisión).

De esas tres formas de realización del delito de infracción de deber,


a Tizza se lo acusó de la modalidad comisiva -matar a su hijo personalmente
mediante golpes- y a Celeste González de la modalidad omisiva del delito de
homicidio agravado por el vínculo. Esto significa que a González se le imputó un
delito de comisión por omisión, es decir, el no evitar la muerte de su hijo estando
en posición de garante. Los delitos de comisión por omisión requieren de ciertas
condiciones que el jurado debe conocer para luego analizar si las pruebas
producidas en el debate permiten tener por acreditados los extremos necesarios
para atribuir a la persona acusada el delito en cuestión.

Ahora ¿qué instrucciones se impartieron al jurado para que pueda


cotejar si la madre del niño V. no evitó su muerte, encontrándose en posición de
garante? Las instrucciones en punto al delito de homicidio agravado por el vínculo
que se impartieron al jurado se encuentran a fs. 1124/1125 y vta. de autos. En lo
que al delito atribuido a Celeste González interesa, las instrucciones contienen
explicaciones genéricas. Así, bajo el título «La Comisión por omisión» se señala
que a Celeste González se la acusa de «no haber hecho lo que era su deber para
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evitar el resultado», y se explica que «la ley impone responsabilidad penal a


quien tenía la obligación de hacer algo y el no haberlo hecho produce el
resultado delictivo» (fs. 1124 vta.). Luego, en un apartado titulado «Deber de
garante» se refiere que ciertas personas tienen la obligación de garantizar auxilios
a terceros, y que entre esas personas se encuentran los padres y madres, que deben
«alimentar, proteger y cuidar a sus hijos e hijas menores de edad. Si por
incumplir con esa obligación el hijo [la hija] muere, los padres y madres
responden penalmente por esa muerte». Y finalmente se explica en qué consiste la
intención de matar, tanto mediante acción como omisión.

Al igual que ocurre con las instrucciones referidas en el apartado


anterior sobre el juzgamiento con perspectiva de género, las vinculadas a la
imputación mediante omisión, que pueden resultar decisivas para determinar la
responsabilidad de Celeste González, contienen solamente generalidades que
invisibilizan puntos centrales que deben ser tomados en consideración.

El caso presenta diversos problemas en materia de omisión que


debieron ser tenidos en cuenta en las instrucciones al jurado tanto por las partes
como por el juez técnico, pues resultan determinantes para establecer o no la
responsabilidad de la acusada. De ningún modo puede validarse una sentencia a
prisión perpetua en el que los principales problemas de imputación no han sido
tenidos en cuenta por el jurado porque ni las partes ni el juez se lo hicieron
conocer. No es posible transformar al sistema de justicia en un homologador
formal de sentencias arbitrarias a las que se llega mediante instrucciones
deficientes para resolver los problemas que plantea un caso. El juez o la jueza de
un sistema acusatorio no puede ser un escribano que observa las injusticias y
luego las avala sin corrección alguna. En el medio está una mujer condenada a
prisión perpetua sin que se haya agotado el análisis de todos los problemas que
atraviesan su situación procesal.

Frente a la posible injusticia de una condena tan severa a una


persona que puede resultar inocente, la cuestión determinante es establecer los
límites de la función judicial en el sistema acusatorio. ¿Qué debe hacer el juez en
casos como el que nos ocupa en el que las partes no plantearon los principales
problemas de omisión, lo cual ya ex ante podía derivar en una resolución injusta?
¿Está obligado a avalar un procedimiento incompleto o debe formular las
instrucciones que le puedan aclarar al jurado los problemas que tiene que
resolver? La pena de prisión perpetua que está en juego en estos casos nos obliga
a extremar los cuidados. Es importante subrayar que no debe perderse de vista que
estamos viviendo una transición de un sistema mixto, en el que las partes no
tenían una participación activa, a un sistema acusatorio en el que las partes lo son
prácticamente todo. En el medio de esta transición están las dificultades para las
partes, pero especialmente para la defensa técnica, de adaptarse a un sistema que
requiere de ella una intervención mucho más activa y que enfrente tiene un
adversario poderoso, con más y mejores armas. Pues bien, en medio de esta
transición el juez o la jueza no puede limitarse a homologar instrucciones que
omiten cuestiones fundamentales que pueden derivar en una condena basada en
errores judiciales.

En cuanto a los problemas de omisión que plantea el caso y que no


fueron correctamente explicados en las instrucciones al jurado se pueden
distinguir los siguientes. Por un lado, el caso presenta problemas en el ámbito del
tipo objetivo que no fueron advertidos al jurado en las instrucciones. Por otro
lado, en cuanto al tipo subjetivo, no se le hizo conocer al jurado la posibilidad de
imputación a título de imprudencia. Asimismo, en el ámbito de la culpabilidad, no
se vinculó la problemática de género que plantea el caso con las causas de
exculpación o con las circunstancias extraordinarias de atenuación del art. 80
último párrafo del Código penal. Lo explicamos.

2.2.1. Los déficits de las instrucciones en el ámbito del tipo


objetivo del delito de omisión impropia

La imputación del tipo objetivo de los delitos de omisión impropia


requiere el cumplimiento de los siguientes requisitos que no fueron tenidos en
cuenta en las instrucciones dadas al jurado:

1) Situación generadora de deber: situación de peligro para el bien


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jurídico que se debe proteger que genera la obligación de una acción de


salvamento.

2) No realización de la conducta debida: pese a su deber de actuar


el obligado no lleva a cabo la conducta debida.

3) Capacidad individual de acción: el omitente tiene que tener


poder de hecho para el salvamento y pese a ello no actuar.

4) Posición de garante: el omitente debe estar en estrecha relación


con el bien jurídico, sea por su comportamiento anterior, sea por el vínculo
especial que lo une a él.

5) Imputación del resultado: para que se le atribuya el resultado al


omitente que se encuentra en posición de garante como si lo hubiera causado, es
necesario que se demuestre en el juicio que la conducta debida que se omitió
habría evitado la producción del resultado con una probabilidad rayana a la
certeza.

Si se comparan los requisitos del tipo objetivo que aquí solo han
sido sucintamente expuestos, con las instrucciones que se le dieron al jurado, se
advertirá las graves falencias de las mismas. Estos déficits no son meras
abstracciones dogmáticas, sino que pudieron tener una incidencia gravitante en la
determinación de la responsabilidad de González en caso de haber sido
correctamente explicadas al jurado.

Así, en cuanto a los primeros requisitos del tipo omisivo, si bien


González advirtió el momento en el que Tizza golpeaba al niño, de modo que se
configuró en la situación generadora de deber, no ha quedado claro en las
instrucciones cuál era la conducta debida que tenía que llevar a cabo la acusada.
Dicho de otro modo, no se ha establecido claramente qué es lo que debía hacer
González que finalmente no hizo. En este sentido, hay circunstancias que ponen en
tela de juicio que González haya omitido su deber de actuar. Por un lado, a partir
de su declaración -cuya credibilidad fundamentó el cambio en la acusación
respecto de Tizza- surge que fue González quien, al entrar en la habitación donde
estaba su hijo V. llorando, detuvo el ataque que Tizza le estaba propinando. Ello
incluso a riesgo de ser ella misma lesionada, pues Tizza la tomó del cuello para
amenazarla con dañar a sus familiares si acaso hacía público lo que había visto.
Por otro lado, González también habría intentado revivir al niño cuando este se
desvaneció tiempo después de cesado el ataque hasta que finalmente lo llevó al
hospital -v. declaración de Ricardo Facundo Garnica, audiencia 03/09/19, I parte,
min. 06:00 y ss.; declaración de González, audiencia del 03/09/19, II parte, min.
03:16 y ss.-. No queda claro entonces cuál es la conducta que omitió la acusada.
Quizás si se hubiera explicado al jurado cuál era la conducta debida con claridad,
éste podría haber llegado a una conclusión diferente. El jurado contaba con
pruebas de que González detuvo la golpiza que recibía su hijo, lo asistió
brindándole el agua que solicitaba y cambiando su ropa cuando vomitó, intentó
revivirlo cuando se desvaneció y lo llevó al hospital, de modo que sólo podría
acusársela de haberlo llevado cuando era demasiado tarde.

Las instrucciones al jurado también fueron deficitarias en cuanto a


la determinación de la capacidad individual acción o el poder de hecho que tenía
la acusada por llevar a cabo un comportamiento salvador distinto al realizado. La
capacidad individual de acción no se da cuando al destinatario de la norma le es
imposible físicamente llevar a cabo la acción esperada. Sin embargo, no es preciso
que la incapacidad de acción se dé en términos absolutos y en todos los aspectos,
sino que debe ser apreciada en la concreta situación, cuando alguien no puede
hacer nada razonable o que tenga sentido para cumplir el mandato. La incapacidad
de acción no se vincula con cuestiones de dolo, justificación ni culpabilidad sino
que alude a la posibilidad física de realizar la conducta debida.

Pues bien, la cuestión es si las instrucciones al jurado tuvieron en


cuenta si González tenía o no la posibilidad física de llevar a su hijo al hospital
antes de lo que lo hizo. Para ello no puede dejar de valorarse que, según su
declaración, no circulaba en un vehículo propio, sino que la había llevado su padre
hasta la casa de Tizza -v. audiencia 05/09/19, IV parte-continuación, min. 06:00 y
ss.-. Además, el lugar donde ocurrió el hecho se trata de una zona rural, alejada de
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centros urbanos y de medios de transporte público en horario nocturno. A ello se


suma que González se encontraba sola, en la casa del agresor de su hijo -quien
tenía interés en que no se descubriera el caso-, que estaba amenazada y había
sufrido violencia física por parte de Tizza vinculada directamente con la situación
del niño, y que se encontraban presentes alrededor de trece personas de su familia
-quienes mintieron en el debate para proteger a Tizza, v. alegato de clausura fiscal,
audiencia del 06/09/19-. De manera tal que las posibilidades de González de ir
antes al hospital se veían seriamente limitadas. De hecho, fue uno de los tíos de
Tizza quien llevó a González y su hijo V. al nosocomio cuando ya había fallecido.
Según el relato de la acusada, los familiares de Tizza llamaron a un tío que no se
encontraba en el lugar -se desconoce dónde vivía- por lo que, considerando la
ruralidad y la hora, la demora era al menos posible. Además, si los presentes
llamaron a una persona ajena a la vivienda para trasladar al niño, ello demuestra
que no contaban con movilidad propia para socorrerlo.

Por lo demás, en la versión de González, no contradicha en el juicio


y valorada por el Ministerio Público Fiscal a los fines de modificar la acusación
contra Tizza, se explica suficientemente qué hizo después de los hechos de
violencia y mientras esperaba a que llegase al lugar el tío que la llevaría al
hospital, puesto que conforme a su relato ella atendió al niño luego de agresión de
Tizza -interrumpida, como se dijo, mediante su intervención-, le dió agua, advirtió
que vomitaba y lo cambió y limpió; y cuando transcurrido un tiempo el niño se
desvaneció, ella intentó revivirlo mediante ejercicios de respiración boca a boca
mientras esperaba que los busquen para ir al hospital. Es decir, le habría
proporcionado los únicos cuidados que tenía a disposición en el contexto en que
se encontraba. Además, lo hizo en soledad puesto que no tan sólo se encontraba
bajo la amenaza de Tizza sino que, además, no contó con la colaboración de los
familiares del agresor del niño. En suma, las instrucciones no han tenido en cuenta
el hecho de que es al menos probable que González haya hecho lo que fue capaz
de hacer teniendo en cuenta el contexto en el que trascurrió el suceso lesivo.

También la cuestión de género pudo haber incidido en la


determinación de la capacidad individual de acción. Por esa razón debieron haber
formado parte de las instrucciones al jurado. En efecto, debió formar parte del
análisis la cuestión de si podía exigírsele a la acusada una conducta
supererogatoria. No puede afirmarse sin más que la mujer tenía capacidad de
llevar a cabo una acción de salvamento si estaba expuesta a soportar la violencia
de Tizza. En otras palabras, el ultra posse nemo obligatur (más allá de lo que
puede nadie está obligado) debió formar parte de las instrucciones al jurado para
que al menos evaluara estas circunstancias. Exigir una conducta heroica a la
acusada implica reproducir un estereotipo de género que establece como
expectativa de conducta que la mujer deba «tolerar ciertos menoscabos» para
preservar la «paz familiar» y hacer honor al vínculo de comunidad de vida (conf.
HOPP, Cecilia M., 2017, «“Buena madre”, “buena esposa”, “buena mujer”:
abstracciones y estereotipos en la imputación penal», en Di Corleto (coord.)
Género y Justicia penal, Ed. Didot). Por esta razón, resultaba relevante que el
jurado contara con instrucciones respecto de este punto pues así podría haber
evaluado si Celeste González Zárate, quien se encontraba en la casa del agresor de
su hijo junto con numerosos familiares de éste, sin medios de movilidad propios y
en horas de la noche, tenía no una potencial sino una real capacidad de acción
para llevar con mayor premura al niño al hospital.

Hasta aquí se ha dejado establecido que el caso presenta problemas


evidentes en materia de realización de la conducta debida y de capacidad
individual de acción que no fueron mínimamente advertidos al jurado. Por ello no
ha quedado despejada fuera de toda duda razonable la imputación de un
comportamiento omisivo. Sin embargo, también se observan dificultades en
cuanto a la imputación del resultado, esto es, la atribución de la muerte del niño a
la omisión de la acusada.

Para que el resultado muerte pueda imputarse a una omisión como


si hubiera sido causada por esta última, es necesario que se tenga por cierta en el
juicio la hipótesis de que, de haberse llevado a cabo la conducta debida, el
resultado no se hubiera producido. Vinculado lo expuesto con el caso de autos:
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solo puede imputarse a González la muerte de su hijo si pudo probarse con una
probabilidad rayana a la certeza que de haber llevado al niño al hospital antes de
lo que lo hizo la muerte de V. no se hubiera producido o al menos sus
posibilidades de salvamento hubieran aumentado considerablemente.

Pues bien, ni las pruebas producidas en el debate ni las


instrucciones acercadas al jurado apuntan a determinar si el niño se hubiera
salvado en caso de haber llegado antes al hospital. Como puede advertirse, se trata
de un déficits de enorme trascendencia, pues constituye la prueba decisiva para la
imputación del homicidio como delito consumado y, sin embargo, nada se dice al
respecto. La relevancia jurídica de esta dificultad de saber si el niño se hubiera
sido salvado en caso de que la omisión atribuida a González no hubiera tenido
lugar, debió al menos ser puesta en conocimiento del jurado. Tampoco hay
directivas que reflejen que la posibilidad de salvamento debía tener una alta
probabilidad de evitación del resultado. En las instrucciones se debió brindar
información suficiente para dejar claro que a González se la acusó de no haber
actuado correctamente y que, de hacerlo, el resultado no se hubiera producido.

2.2.2. La problemas a nivel de tipo subjetivo

Las instrucciones hacen una muy breve referencia al dolo en tanto


intención de la realización típica del hecho, sin que se haga referencia a los
medios de prueba con los que se acredita dicha intención. Sin embargo, no se
advierte por qué razón no se ha incluido en las instrucciones al jurado la
posibilidad de que éste evalúe la existencia de un homicidio imprudente solo
respecto a la acusada. En efecto, como se sabe, parte de la doctrina afirma que en
este tipo de casos de «convivencia peligrosa», la responsabilidad por omisión
consiste en mantener al hijo común en el ámbito de peligro, puesto que ello
implica asumir la contención del riesgo proveniente del otro progenitor. Esa
asunción tendría lugar desde el momento en que padre o madre advierte la
existencia de un riesgo «nuevo» proveniente del otro, que se proyecta sobre el
hijo, es decir, cuando la convivencia futura se convierte en un «foco de peligro»
(conf. ROBLES PLANAS, Ricardo, 2012, “Los dos niveles del sistema de intervención
en el delito. El ejemplo de la intervención por omisión”, InDret, p. 16). Pues bien,
esta posibilidad se lleva mejor con la imputación a titulo de imprudencia que de
dolo, especialmente si este último es definido como la intención de cometer delito.
Sin embargo, de esto no fue advertido el jurado a través de las instrucciones
respectivas. Es decir, al jurado no se le ofreció esta alternativa que puede tener
asidero sobre la base de las pruebas producidas en el juicio.

Por lo demás, incluso la posible imprudencia de la acusada también


aparece como lejana. En todo caso, si la imputación por imprudencia resulta
difícil de sostener, que queda para la imputación dolosa por la que ha sido
condenada la acusada.

2.2.3. La falta de instrucciones sobre cuestiones que pueden


excluir o atenuar la culpabilidad en los delitos de omisión impropia.

En el ámbito de la culpabilidad hay dos cuestiones que pudieron


tener relevancia en la resolución del caso y no fueron tenidas en cuenta en las
instrucciones o solo formaron parte de ella de modo puramente formal. Me
refiero, por un lado, a la posible incidencia de la cuestión de género en la
determinación de la exigibilidad de una conducta a la llevada a cabo por la
acusada. La carencia de instrucciones precisas sobre juzgamiento con perspectiva
de géneros puede tener fuerte impacto en este punto. Las definiciones sobre el rol
de garante -relevantes al atribuir un delito de omisión impropia- deben ser
contextualizadas: no pueden ignorar que las muertes por violencia intrafamiliar
suelen suceder dentro de un ámbito de violencia ejercida por el agresor -en este
caso, Tizza, acusado de dar muerte comisivamente al niño- que también incluye a
la mujer. Dicho en otras palabras, no tomar en cuenta la violencia de género
implica mantener una expectativa de conducta que la mujer víctima de esa
situación no puede cumplir. Los problemas desarrollados en el punto anterior
deben ser analizados de manera contextual, puesto que la descontextualización y
una concepción estereotipada e ideal de «buena madre» generan creencias que no
son esperables en la realidad por parte de mujeres sometidas a violencia (conf.
HOPP, Cecilia M., op. cit., pp. 15-45).
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Por otro lado, la cuestión de la violencia de género y la situación de


vulnerabilidad de la acusada debió ser incluida en las instrucciones respecto a la
posible aplicación de las circunstancias extraordinarias de atenuación que prevé el
último párrafo del art. 80 del CP. Es que, según se ha podido advertir de los
elementos obrantes en autos, Celeste González es una mujer de una vulnerabilidad
extrema, proveniente de una familia humilde, quien fue madre joven pese a las
objeciones del padre de su hijo -que le sugirió abortar-, el que no la acompañó
durante el embarazo ni estuvo presente en la crianza del niño; en defninitiva, una
mujer sometida a un contexto de violencia por razones de género por parte de
Tizza y a quien, en un ámbito que no era el propio de su casa y su familia, le
mataron a su hijo de menos de dos años de edad a los golpes y la condenaron a
prisión perpetua por no haber evitado esa muerte.

Sin embargo, la instrucción que se impartió al respecto no contenía


ninguna referencia que permitiera al jurado vincular esta figura con la situación de
González. Por el contrario, se trató de instrucciones genéricas que aludían al caso
de que el homicidio hubiera sido cometido «por piedad, a pedido de la propia
víctima, para evitar una prolongada agonía y/o grave sufrimiento» o a «cualquier
otra circunstancia extraordinaria que se presente en el caso concreto y que, a
juicio del Jurado, racionalmente deba atenuar la pena» -v. fs. 1125 vta./1126.
Pues bien, la instrucción reseñada no da cuenta de los problemas de culpabilidad
que presenta el caso, en tanto de considerarse probada la imputación de la muerte
a la omisión, debió instruirse al jurado sobre el posible impacto de la violencia de
género de la que habría sido víctima la acusada, en la determinación del grado de
culpabilidad.

En definitiva, la violencia de género puede tener influencia en el


ámbito del tipo objetivo, en la determinación de la capacidad individual de acción,
o en el ámbito de la culpabilidad, sea mediante su posible exclusión, a través de la
teoría de la inexigibilidad, o mediante su atenuación, en el caso de autos, mediante
la aplicación de las circunstancias extraordinarias de atenuación. Ninguna de estas
alternativas fue seriamente acercada al jurado por medio de las instrucciones
respectivas.

2.3. Conclusiones

Las críticas expuestas no suponen un cuestionamiento a la


actuación del jurado popular sino a la actividad judicial respecto de las
instrucciones que se le suministraron a aquél. Las mismas no tuvieron en cuenta
los problemas que presenta el caso a nivel de tipicidad objetiva, pues no ha
quedado en claro cuál era la conducta debida que la acusada no realizó; no se
formularon instrucciones tendientes a acreditar la capacidad individual de acción
de la acusada para haber llevado a cabo una conducta distinta a la que realizó; no
fue objeto de instrucciones una cuestión clave, como es la determinación de la
prueba de la conexión causal entre la omisión y el resultado que permita explicar
la imputación del homicidio consumado a la acusada. El jurado tampoco fue
instruido para que identifique y valore la violencia de género en el vínculo
existente entre Tizza y González, lo que pudo tener incidencia en la imputación de
culpabilidad por el delito de omisión impropia que se le atribuye, o en la
atenuación de la mismas a través de las circunstancias extraordinarias de
atenuación previstas en el último párrafo del art. 80 del Código penal.

Lo expuesto ha dejado demostrado que no se trata de planteos


dogmáticos abstractos, apartados de la solución del caso. Por el contrario, de
haber sido tenidos en cuenta estos planteamientos por las instrucciones, quizás
otro hubiera sido el resultado del juicio con el mismo jurado. Pues bien, la sola
posibilidad de que la prisión perpetua impuesta a Celeste Yanina González Zárate
haya recaído sobre una persona inocente, justifica la nulidad de la sentencia y la
realización de un nuevo juicio.

Por las razones expuestas, propongo al acuerdo admitir el recurso


de casación formulado por la defensa de Celeste Yanina González Zárate y anular
parcialmente la sentencia n° 747 pronunciada por el Segundo Tribunal Penal
Colegiado de la Primera Circunscripción Judicial, sólo en lo que respecta a la
condena de la recurrente.
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ASÍ VOTO.

SOBRE LA MISMA CUESTIÓN, EL DR. JOSÉ V. VALERIO, EN DISIDENCIA

DIJO:

4.- La solución del caso

Puesto a resolver las cuestiones propuestas por las defensas en el


caso, coincido con la solución a la que arriba el voto preopinante en relación con
el recurso de inconstitucionalidad planteado por la defensa de Antonio Sebastián
Tizza y la considero extensiva al recurso de inconstitucionalidad interpuesto por la
defensa de Celeste Yanina González Zárate, aunque adelanto que disiento con mi
colega de Sala en el voto preopinante en relación con el recurso de casación
formulado por la defensa de la acusada.

En cuanto a la disidencia referida en el párrafo precedente, debo


formular algunas consideraciones preliminares que considero pertinentes en
cuanto a los motivos que me han persuadido a adoptar esa decisión en el sentido
invocado.

En primer lugar, estimo que la dinámica propia e inmanente del


sistema de enjuiciamiento por jurados populares, presenta matices y
connotaciones que revelan notas esencialmente vinculadas al modelo acusatorio-
adversarial que adopta nuestra legislación procesal local para los procesos
penales. Es, quizás, el mecanismo judicial en el que más se evidencian las notas
que hacen estrictamente al contradictorio, donde cada una de las partes, desde su
respectiva posición, elabora su propia teoría del caso e implementa su estrategia a
fin de hacer prevalecer sus pretensiones ante el jurado popular. En esa dialéctica
de enfrentamiento en la litigación sobre la marcha y el resultado del proceso, ante
el juez técnico los miembros que conforman el jurado aparecen absolutamente
marginados de la contienda procesal, pero están sumergidos en una posición de
expectativa frente al desarrollo de las diversas técnicas de litigación, discursivas
(alegatos) y probatorias (examen y contraexamen de testigos) desarrolladas por las
partes.
Ello impone la necesidad más que nunca de que cuando se analicen
y se controlen aspectos procedimentales y jurídicos de un juicio por jurados, la
mirada analítica no debe prescindir de aquellas cualidades someramente
reseñadas, aplicando y proyectando en esa labor revisora metodologías propias de
sistemas de enjuiciamiento criminal de tipo inquisitivo/patriarcal, o mixto,
fundado en la escrituralidad y el expediente. Esto que digo, no significa de modo
alguno disminuir ni cercenar la tarea de control sobre el normal y regular
cumplimiento de las normas legales que contienen aquellos principios que rigen el
debido proceso legal, pues es absolutamente cierto que aquellos son consagrados
no sólo respecto de los sujetos acusados de la comisión de un hecho delictivo,
sino, también, para quienes resulten víctimas de los mismos y, además, para la
ciudadanía en general.

En segundo lugar, estimo que lo antedicho también se proyecta a la


etapa de impugnación casatoria de un veredicto alcanzado por un jurado popular.
En la lógica adversarial, so pretexto de revisar ampliamente el proceso que
concluyó con el pronunciamiento cuestionado, no podemos prescindir de analizar
y dar una acabada respuesta a todos y cada uno de los reales y efectivos motivos
de impugnación que han sido invocados por aquella parte que se considera
agraviada por la decisión adoptada. Pues precisamente, son sus cuestionamientos
los que habilitan y limitan la etapa extraordinaria de revisión, y los que deben
contar con una razonada respuesta de parte de quienes tenemos, dentro de esos
límites recursivos, la competencia para resolver en el caso concreto. Esa es la
inteligencia que, al respecto, prevé el rito penal, al referir que «[e]l recurso
atribuirá al Tribunal de Alzada el conocimiento del proceso sólo en cuanto a los
puntos de la resolución a que se refieran los agravios» (art. 462, párr. 1° del
CPP).

En síntesis, la revisión amplia admitida jurisdiccionalmente a partir


de Casal, siempre es dentro de los límites fijados por los agravios expresados por
el recurrente en función del art. 41 de la ley 9106 y no ad libitum del Tribunal
revisor.
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En tercer lugar, continuando con la línea precedentemente expuesta,


debo referirme a cómo debe desempeñar el tribunal de impugnación dentro del
ámbito de su competencia de Alzada. En este punto, y dada su antigua y destacada
tradición en materia de juicio por jurados, conviene aquí destacar que la Corte
Suprema de Justicia de Canadá sostuvo que «[e]l Tribunal de revisión no debería
actuar como “el jurado n° 13” o simplemente darle curso a una vaga inquietud o
a una duda persistente basada en su propia apreciación del registro taquigráfico
escrito del debate. Tampoco debería determinar que un veredicto es arbitrario
simplemente porque el tribunal de apelación tenga una duda razonable basada en
su revisión del registro taquigráfico». Lo antedicho implica -con la salvedad de
que en nuestro sistema local la alusión al registro taquigráfico del debate debe ser
entendida en referencia al soporte audiovisual de registración de las audiencias en
que se sustancia el juicio, que permite un mejor y más amplio examen, pero
resulta enteramente aplicable al caso- que la revisión en casación de los veredictos
de culpabilidad del jurado, si bien configura un reaseguro a favor del acusado
contra las condenas erróneas, «debe ejercerse con una gran deferencia por el rol
de determinación de los hechos que efectúa del jurado» (ver fallo “R. v. W.H.,
2013 SCC 22, [2013] 2 S.C.R. 180”).

La «regla de la deferencia», es decir del respeto que merece la


decisión del jurado popular, que en el ejercicio de la soberanía reservada
constitucionalmente y no delegada, en un juicio único y público, con control
adversarial de las partes en la selección (deselección) en la audiencia de voir dire,
como al ingreso de la prueba, con inmediación y ejercicio efectivo de la técnica
del examen y contraexamen de los testigos y de litigación de las instrucción
finales, y lo que significa la poderosa deliberación secreta de los doce miembros y
veredicto unánime, es común a todos los lugares donde se lleve adelante este
sistema de enjuiciamiento, que está consagrado en el art. 24 de la Constitución
Nacional. Como en la declaración del art. 4 de la Constitución de Mendoza, donde
se reconoce que la soberanía reside esencialmente en el pueblo y que, de ella,
emanan todos los poderes. Por estas razones constitucionales, debe regir la regla
de la deferencia en los juicios por jurados populares.
En cuanto a la regla según la cual los jueces técnicos no deben
actuar como el jurado n° 13, en nuestro sistema nace de los arts. 33, 34, 35, 36 y
37 de la ley 9.106, donde se establecen las condiciones y forma de deliberación y
votación del jurado, en la cual no puede intervenir, participar o presenciar en
modo alguno ningún juez técnico, ni ninguna otra persona, sino sólo los doce
miembros del jurado que deliberan y dictan el veredicto en forma unánime, con el
que en definitiva se declara culpable o no culpable al acusado en nombre del
pueblo (art. 37), salvo el caso de jurado estancado (art. 34). A tal punto que existe
la absoluta reserva de opinión (art. 36).

Esta regla en instancia de revisión implica la no intromisión en el


veredicto, esto es en la decisión del jurado, por parte del tribunal revisor. Así,
aquella decisión del jurado popular sólo podrá ser revocada bajo el argumento de
que es arbitraria o que no puede ser respaldada por la prueba producida cuando es
imposible la conclusión a la que llegaron. En otras palabras «no es el rol del
tribunal revisor “rejuzgar” el caso y arribar a “su” propia valoración de los
hechos. Esto es, el tribunal revisor debe otorgar el debido respeto a la ventaja de
inmediación que tiene el determinador de los hechos. El estándar también acepta
que personas razonables puedan llegar a tener puntos de vista diferentes sobre la
misma prueba y todavía ser inmunes a una revisión exitosa. Este es
particularmente el caso en donde el veredicto depende de prueba circunstancial e
indiciaria. Diferentes determinadores de los hechos pueden extraer diferentes
inferencias de la misma prueba; inferencias que todavía caen dentro del alcance
de razonabilidad y que, por lo tanto, son inmunes a una revisión recursiva» (caso
“Owen”, Corte Suprema de Nueva Zelanda, caso “Kurt John Owen vs. La Reina”,
SC 25/2007 [2007] 102 NZSC, fallo citado y traducido en Binder, Alberto M y
Harfuch, Andrés, “El juicio por jurados en la jurisprudencia nacional e
internacional”, colección “Jurados y participación ciudadana en la
administración de justicia – 05”, volumen “c”, 2021, en prensa).

A diferencia de las sentencias de los jueces técnicos (unipersonales


o en colegio) que deben hacer exposición concisa de los motivos de hecho y de
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derecho en que se basen (inc. 2 del art. 411 del CPP) y donde es posible seguir el
camino argumental recorrido para adoptar la decisión y ejercer el control, y donde
se puede y se debe identificar los defectos en el análisis que llevaron al juez a una
conclusión arbitraria, en la revisión del veredicto de un jurado la regla del secreto
de la deliberación impide conocer las razones por lo que impone un plus de
esfuerzo y es más difícil, porque «[r]equiere que la corte recursiva, sin contar
con la ventaja de la expresión de las razones, revise la prueba y, en una medida
limitada, revalore la prueba en términos de su razonabilidad. (Caso “Owen”, ob.
cit.)., lo que a su vez permite cumplir mucho mejor y en forma objetiva la
revisión amplia, ya no será sobre el discurso de la valoración de la prueba, sino en
el análisis directo de la prueba para saber si la solución (veredicto) arribada es
posible.

Las preocupaciones de los jueces de revisión, sus dudas «no son


suficientes para anular el veredicto del jurado por arbitrario». Siempre que el
«[…] veredicto fue aquel en el cual este jurado debidamente instruido, actuando
legalmente, podría razonablemente haber rendido» (caso “Biniaris”, “R. vs.
Biniaris”, Corte Suprema de Justicia de Canadá, [2000] 1 S.C.R. 381, voto
preopinante de la jueza y jurista internacional Louise Arbour, fallo citado y
traducido en Binder, Alberto M y Harfuch, Andrés, “El juicio por jurados en la
jurisprudencia nacional e internacional”, colección “Jurados y participación
ciudadana en la administración de justicia – 05”, volumen “b”, 2020).

«El ejercicio de revisión […] es considerablemente más difícil


cuando se le requiere […] determinar la supuesta arbitrariedad de un veredicto
alcanzado por un jurado. Si no hay errores en la imputación, como debe
suponerse, no hay forma de determinar la base sobre la que el jurado llegó a su
conclusión. Pero esto no exime al tribunal de revisión de la necesidad de
articular las bases sobre las cuales considera que la conclusión alcanzada por el
jurado fue arbitraria. No es suficiente que […] [se] haga referencia a una vaga
inquietud o a una duda persistente basada en su propia evaluación de las
pruebas. Mientras que una "duda persistente" puede ser un poderoso detonante
de un escrutinio minucioso de la prueba, no es, sin mayor articulación de las
bases para dicha duda, una base adecuada sobre la cual interferir con las
conclusiones del jurado» (Caso “Biniaris”, ob. cit.)

En cambio, para revertir el veredicto, «[…] se debe articular la


base sobre la cual se llega a la conclusión de que el veredicto es contrario a las
exigencias de una apreciación judicial de la evidencia. En otras palabras, si,
después de revisar las pruebas al final de un juicio libre de errores que terminó
en condena, el juez […] se queda con una duda persistente o con un sentimiento
de inquietud, esa duda, que en sí es insuficiente para justificar una interferencia
con la condena, puede ser una señal útil de que el veredicto no fue alcanzado
judicialmente. En ese caso, la corte […] debe seguir adelante con su análisis”
(Caso “Biniaris”, ob. cit., el destacado me pertenece).

Es decir “teniendo en cuenta todas las pruebas, el jurado pudo en


forma razonable haberse convencido de acuerdo al estándar probatorio de más
allá de duda razonable que el recurrente era culpable de todos los cargos” (Caso
“Owen”, ob cit.).

Entonces, sólo «la propia arbitrariedad del veredicto será evidente


para el juez revisor entrenado y con formación jurídica cuando, bajo todas las
circunstancias de un caso determinado, [cuando] la determinación judicial de
los hechos excluye la conclusión alcanzada por el jurado» (Caso “Biniaris”, ob.
cit., el destacado me pertenece).

«La apreciación judicial de la prueba se rige por reglas que dictan


el contenido obligatorio exigido a las instrucciones que se deben impartir al
jurado. Estas reglas se expresan a veces en términos de advertencias y/o de
ciertas instrucciones con carácter obligatorio o facultativo, mediante las cuales
un juez del juicio transmitirá el resultado de su acumulada experiencia judicial al
jurado, que, por definición, es nuevo en este ejercicio» (Caso “Biniaris”, ob. cit.).

El juez técnico «no actúa como un "decimotercer jurado", ni está


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"usurpando la función del jurado" […] [cuando] [a]l concluir que ningún jurado
debidamente instruido y actuando judicialmente podría haber condenado, la
corte revisora inevitablemente está concluyendo en que estos jurados que
condenaron no deben haber estado actuando judicialmente» (Caso “Biniaris”, ob.
cit.).

Conforme lo señalado, la primer pregunta que debemos formularnos


es ¿con las evidencias utilizadas en el juicio es posible arribar al veredicto
condenatorio al que llegó el jurado? Debe quedarnos claro que no se trata de la
búsqueda de la contestación correcta sobre la relación jurídica entre la prueba y el
veredicto, porque ello es intromisión, sino sólo si es posible dentro de las
probables y racionales opciones la habilita la prueba el veredicto. Si la respuesta
es afirmativa, la decisión no fue arbitraria, ni carece de sustento en la prueba,
aunque no compartamos la decisión; en consecuencia, no puede revocarse la
sentencia condenatoria por defecto de valoración de prueba (ver al respecto, mi
voto en el precedente «Petean Pocovi»).

Ello por cuanto «[…] la corte revisora debe guardar especial


deferencia al buen juicio y al sentido común colectivo del jurado. […] [C]uando
la corte de apelaciones revisa un veredicto de culpabilidad por arbitrariedad
siempre debe tener en cuenta que el jurado usualmente emplea cualidades
especiales para la muy siempre dificultosa tarea de determinar dónde está la
verdad. Y cierto es que las cortes de apelación pueden no compartirla” (Corte
Suprema de Justicia de Canadá: R.v.W.H., 2013 SCC 22, [2013] 2 S.C.R.).

En este sentido se ha pronunciado la la CSJN al destacar que el


examen de la resolución del jurado puede cuestionarse a partir de un análisis de
las premisas en que se fundamenta y la conclusión a la que arriba: «[el veredicto
del jurado] no impide una adecuada revisión de lo decidido, toda vez que la
verdadera fundamentación no radica en la expresión escrita de razonamientos,
sino en la coherencia entre las afirmaciones de las partes, las pruebas y el
sentido de la sentencia. [...] Pese a la ausencia de fundamentación escrita, es
perfectamente posible cuestionar una resolución de un jurado en base a la
incongruencia entre precedentes o premisas (afirmaciones y pruebas) y
conclusión (culpabilidad o inocencia). Siendo pertinente recordar, mutatis
mutandi, que esto es así por cuanto el Tribunal ya remarcó que “la propia
Constitución no puede interpretarse en forma contradictoria, o sea, que el
principio republicano de gobierno impide entender un dispositivo constitucional
como cancelatorio de otro” (Fallos: 328:3399, considerando 24)» (v. CSJN,
«Canales», considerando 19).

La otra pregunta a formulamos es ¿con la presentación de las teorías


del caso por las partes en sus alegatos y las instrucciones, el jurado tuvo los
instrumentos mínimos necesarios y esenciales para poder válidamente deliberar y
dictar aquel veredicto posible según la evidencia? Si la respuesta es afirmativa, no
puede revocarse la sentencia.

A lo señalado, debo agregar en cuarto lugar que comparto los


términos utilizados por Profesor Adolfo Alvarado Velloso en su descripción del
método acusatorio de debate, los que considero aplicables para todo tipo de
enjuiciamiento por juicio por jurados. En relación a ello, expresa el destacado
doctrinario que como característica del sistema acusatorio en lo penal, el juez es
un tercero que, como tal, es impartial, es decir, que no es parte, y aclara que si el
juez no es parte, lógicamente no debe ni puede hacer las tareas propias y
exclusivas de las partes como afirmar, alegar, impugnar, etc., y que no le preocupa
ni interesa al juez la búsqueda denodada y a todo trance de la verdad real (conf.
Alvarado Velloso, Adolfo y Alvarado, Mariana,“Textos de Teoría General del
Proceso. Los sistemas de enjuiciamiento judicial”, Editorial Astrea, Buenos
Aires, 2015, Tomo 2, págs. 136/137; ver también los precedentes de esta Suprema
Corte de Justicia “Mopardo Dupoux” y “Flores González”, entre otros).

Si el juez actuara de otro modo, sería regresar al sistema


inquisitivo. Lo que sucede tanto cuando el juez asume una actividad oficiosa
siendo juez y acusador a la vez, y por ende, realiza él mismo la búsqueda de la
verdad real, llegando a creer que sólo resulta factible encontrarla por medio de la
confesión, convirtiéndola de tal modo en la reina de las pruebas, o cuando se
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encarga el propio juez de buscar las pruebas que necesitaba para respaldar el
convencimiento de su acusación (conf. autor y obra citada, págs. 84 y 88/89).

Como también sucede cuando lo hace a la inversa, es decir, en


aquellos casos en que es el juez quien realiza la actividad oficiosa de juez y
defensor a la vez en la búsqueda de satisfacer una vaga inquietud o una duda
persistente basada en su personal y subjetiva apreciación de lo ocurrido en el
debate, aspirando a descubrir o elaborar argumentos justificatorios (reales o
imaginarios) de dudas, cuestionamientos o nulidades, a partir de la introducción
de planteos u objeciones ajenas a las pretensiones de las partes.

De acuerdo a todo lo antedicho, podemos concluir en este pasaje en


que el carácter total de la revisión no implica per se que el examen que el tribunal
del recurso realice respecto de una sentencia o de un veredicto de culpabilidad,
deba ir más allá de las cuestiones planteadas por la defensa, porque al tratarse de
un derecho que su titular ejerce en la medida que la decisión impugnada le causa
agravio, resulta incorrecto intentar derivar de la garantía en cuestión una exigencia
normativa que obligue a controlar aquellos extremos del fallo que el recurrente no
ha sometido a revisión del tribunal examinador. Salvo, claro está, que se detecten
evidentes y groseras irregularidades en la realización de actos procesales dentro
del marco de debido proceso legal, cuya apreciación determine la necesidad y el
interés jurídico en la anulación de la actividad viciada (art. 198, 199 ss y cc del
CPP.) y siempre con el debido respeto a la regla de la deferencia.

Sentado cuanto precede, vale recapitular aquí que la impugnación


casatoria incoada por la defensa de la acusada González Zárate se basa en dos
puntos de agravio: la nulidad del veredicto por violación de la regla de
unanimidad (a), y el apartamiento de la prueba producida por parte del jurado (b).

a.- En relación con lo primero, entiendo que los agravios


formulados por la defensa no pueden tener acogida favorable en esta instancia. El
planteo pretende sostener la tesis de que el veredicto es contradictorio pues, si
como el dijo el presidente del jurado, «unos estuvieron de acuerdo, y otros no»,
entonces no se alcanzó la unanimidad requerida por el art. 33 de la ley 9.106. A
juicio de la defensa, no se puede afirmar que esta «duda» se haya referido a los
cargos menores por los que podían optar, porque ello no obedecería a una
interpretación contextual. Argumenta que la gravedad de la acusación implica
extremar las garantías -entre ellas, la de unanimidad-, máxime considerando que
nuestro sistema jurídico no prevé el sistema de encuestas personales al jurado
-Jury Poll-. Apoya su posición en las circunstancias en que se llevó a cabo la
deliberación -que terminara a las 3:00 horas de un sábado, luego de extenuantes
jornadas de debate- y en jurisprudencia estadounidense que exige asertividad al
veredicto. En base a ello, plantea su nulidad.

Ahora bien, a mi juicio la crítica no resulta procedente. Para ello,


explicaré por qué, de la expresión del presidente del jurado referida por la defensa,
no se deriva la falta de unanimidad que el impugnante plantea.

La revisión de las constancias de la causa muestra que respecto de


las acusaciones de lesiones agravadas por el vínculo respeto de Celeste González
y desobediencia a la autoridad sobre Sebastián Tizza el jurado no llegó a
unanimidad, y así lo manifestó expresamente: «Sr. Juez: El jurado no llegó a la
unanimidad en el Hecho n° 2 respecto de la acusada Celeste González» (fs.
1112), «Sr. Juez: El jurado no llegó a la unanimidad en el Hecho n° 3 respecto
del acusado Sebastián Tizza» (fs. 1112). En cambio, en relación a las acusaciones
de homicidio agravado por el vínculo respecto de Tizza y González y de lesiones
leves agravadas por el vínculo sobre Tizza, se manifestó con claridad
declarándolos culpables (v. fs.1108/1110). Las expresiones del presidente del
jurado durante la audiencia de lectura del veredicto, donde dijo que «[f]ue muy
difícil la resolución. Muchos no estuvimos de acuerdo. Otros sí. Otro no.», sólo
pueden entenderse como demostrativas de las dificultades de la labor deliberativa
propia de un cuerpo colegiado, como de la gravedad y complejidad de los hechos
sometidos a decisión y la variedad entre veredictos por unanimidad y estancados.

Debe tenerse presente que la deliberación que lleva adelante el


jurado puede implicar votaciones sucesivas, como parte del proceso en el que
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comparan posiciones, valoraciones de pruebas y argumentos. Sin embargo, la


votación decisiva es la final, la que se produce con el acuerdo unánime de todos
los miembros del jurado o cuando -por no lograr acuerdo- así lo declaran. En el
caso que nos ocupa se verificaron ambos supuestos. Respecto de algunos hechos
el jurado alcanzó unanimidad y así lo expresó; mientras que en otros casos hizo
saber la falta de acuerdo.

Concretamente, respecto del denominado “Hecho N° 1”, el jurado


encontró al acusado Antonio Sebastián Tizza culpable del delito de homicidio
agravado por el vínculo por comisión, haciendo lo propio respecto de la acusada
Celeste González Zárate en cuanto al delito de homicidio agravado por el vínculo
por omisión. Mientras que, en cuanto al denominado “Hecho N° 2”, encontró
culpable al acusado Tizza respecto del delito de lesiones leves agravadas por el
vínculo. Por su parte, el presidente del jurado expresó que no se había alcanzado
unanimidad respecto de la acusada González Zárate con relación al “Hecho N° 2”,
planteando idéntica solución en cuanto al acusado Tizza en el “Hecho N° 3” en el
que se le atribuía el delito de desobediencia a la autoridad. (ver fs. 1108/1112).
Respecto a esos últimos delitos, el juez técnico -de conformidad con lo dispuesto
por el art. 34 de la ley 9.106- preguntó al acusador si continuaría con el ejercicio
de la acusación, la o que el representante fiscal contestó en forma negativa (ver
fundamentos, fs. 1130 vta.).

Lo decisivo para esta instancia es verificar la corrección


procedimental de la deliberación, que en este juicio ha cumplido los requisitos
legales. Que el presidente del jurado haya relatado -a título personal- que la
decisión fue difícil y que hubo desacuerdos parciales, no debe ser entendido como
una expresión jurídicamente orientada. Precisamente la deliberación tiene como
presupuesto la diversidad de la composición del jurado y las diversas y plurales
posiciones asumidas por cada uno de sus integrantes, de manera tal de posibilitar
el intercambio de razones y arribar -o no- a un acuerdo. La tarea de control de este
proceso no puede ser fragmentada ni omitida bajo la pretensión de ceñirse a
descontextualizadas palabras del presidente del jurado.
Por el contrario, su manifestación debe ser comprendida a la luz de
lo que expresó luego de destacar la dificultad de la deliberación: «[f]ue muy difícil
la resolución. Muchos no estuvimos de acuerdo. Otros sí. Otro no, pero bueno,
llegamos a esto» -v. primera audiencia del día 07/09/19, min. 05:10-. Dejó claro
que habían arribado a la solución que luego leyó, la que comprendió el voto
unánime del jurado sobre algunos hechos, así como la ausencia de esa cualidad
luego de la deliberación efectuada en ciertos hechos. La circunstancia temporal
que alega la defensa -que fueran las 3:00 horas de un sábado- y la alusión al
cansancio del jurado, no constituyen consideraciones que permitan dudar de la
labor deliberativa llevada a cabo. De hecho, la defensa podría haber realizado
observaciones al respecto en su oportunidad, lo que no hizo. Pero más allá de esta
falta de oposición, lo cierto es que ni el eventual cansancio del jurado, ni la hora
en la que deliberaron, son factores que puedan ser considerados per se
determinantes de su decisión, ni en beneficio ni en perjuicio de los acusados. No
hay regla lógica, ni de la experiencia práctica alguna, que permita asociar
inexorablemente lo uno con lo otro; en todo caso, ese condicionamiento debe ser
probado por quien lo alega.

De esta manera no puede sostenerse, como lo hace el recurrente,


que exista falta de asertividad en el veredicto. Descartada esta premisa, decaen los
demás argumentos: no es relevante que nuestro sistema jurídico no prevea el Jury
Poll que invoca la defensa, ni expedirse sobre la relación entre garantías
procesales y gravedad de las acusaciones. El veredicto es inequívoco y respeta
esencialmente las exigencias de unanimidad establecidas en la ley 9.106.

b.-En segundo orden, la defensa de González Zárate afirma que el


jurado se apartó notoriamente de la prueba pues en esta causa procedía, al menos,
una condena atenuada por circunstancias extraordinarias de atenuación. Solución
a la que arriba tras mencionar que existían indicadores de violencia de género que
se hicieron evidentes y que, a su criterio, no se tuvieron en cuenta por los
miembros del jurado al momento de resolver, manteniendo con ello su propia
teoría del caso, la que fue exhibida y mantenida a lo largo del todo el juicio, y
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presentada expresamente al jurado tanto en los alegatos de apertura como de


clausura del debate. Es decir que la defensa encuadra su pretensión en esta
instancia en el inc. d) del art. 41 de la ley 9.106: «cuando la sentencia
condenatoria […] se derive de un veredicto de culpabilidad del Jurado que sea
arbitrario o se aparte manifiestamente de la prueba producida en el debate». Tal
como anticipé, a mi juicio, el planteo resulta improcedente. Veamos.

Concretamente, la defensa invoca: i) la declaración de la Lic.


Urbani, del ETI, que dijo que Tizza no podía revincularse con el niño, sino sólo
con su madre; ii) el testimonio de Macarena González, hermana de la acusada, que
dijo que Celeste González se había preocupado por la salud de su hijo luego de
verle manchas en su abdomen; iii) el testimonio del padre de la acusada, Segundo
González, por cuanto declaró sobre el estado anímico de su hija luego de conocer
la noticia del fallecimiento del niño; iv) la declaración del Dr. Fernández, que
sostuvo que Celeste González era una madre ideal, y que le había llamado la
atención que tuviera los controles médicos de su hijo al día y que consiguiera
turnos en el Hospital Notti, a pesar de la barrera instrumental que significara vivir
alejada, en el medio rural; y en el mismo sentido las declaraciones de Pinto y
Valenzuela; v) el testimonio del Dr. Profili, del CMF, que explicó que la acusada
era una persona vulnerable en razón de sus condiciones mentales «medio-bajas»;
vi) la declaración de la Lic. Messina, del CMF, que dijo que Celeste González era
inmadura, y que ello podía conducir a sumisión, y habló de angustia y llanto en su
entrevista; y, vii) la existencia de «varios indicadores de violencia de género» que
no fueron tenidos en cuenta.

A partir de los elementos de prueba enumerados, la defensa afirma


que se ha acreditado que la acusada era una madre diligente con su hijo y que no
lo agredió. Explica que la acusación se basa en la omisión de cuidados respecto
del niño, pero que todos los testigos declararon que V.G.T. era cuidado por su
madre, de modo que no puede endilgársele que omitiera cuidados mínimos.
Además, afirma que la violencia de género que sufría Celeste González era tan
evidente que el fiscal llegó a imputar el delito de amenazas contra ella a Tizza,
quien además la descalificaba e insultaba y le había pedido que abortara al niño.
Todo ello, a juicio de la defensa, no ha sido valorado por el jurado.

Entiendo que los motivos de agravio planteados por la defensa no


resultan suficientes para motivar una crítica -que en esta instancia se pueda
conceder- contra el veredicto del jurado.

Tal como he afirmado al comienzo de este voto, y en los


precedentes «Petean Pocoví» y «Ortega Ragonesi», la tarea de este Tribunal
queda circunscripta a un doble análisis. Por una parte, a una evaluación «externa»
o «formal» del juicio, es decir, de la corrección jurídica de los actos procesales
que preparan la decisión del jurado, tales como la selección y constitución del
jurado; las decisiones y acuerdos sobre elementos probatorios; la elaboración de
instrucciones iniciales y finales al jurado; entre las más relevantes. En este caso,
tal revisión -en los puntos de agravio manifestados por el recurrente- ha sido
realizada en el punto (a) de este voto.

Sin perjuicio de ello, y aunque en la recurrencia no han sido motivo


de agravio las instrucciones, estimo pertinente destacar aquí que el veredicto de
culpabilidad alcanzado respecto de la acusada por el delito que se le imputa
-homicidio agravado por el vínculo por omisión- no se vislumbra en esta etapa
como la resultante de un condicionamiento proveniente de las instrucciones dadas
a los integrantes del jurado popular. No se comprueban aquí que existan errores u
omisiones esenciales con la capacidad de condicionar la decisión del jurado, de
manera tal de inclinarlo o volcarlo hacia la culpabilidad de la imputada. Dicho en
otros términos, no se advierten en el caso la presencia de “errores perjudiciales”
en las instrucciones, esto es, de errores u omisiones del juez en las instrucciones
impartidas a los miembros del jurado popular con la entidad necesaria, esenciales,
para condicionar en algún sentido - culpabilidad o no culpabilidad- su decisión;
vicio que, de verificarse, tornaría procedente tanto el recurso casatorio como la
justificación de la realización de otro juicio. Ello en el entendimiento de que
cuando la cantidad y/o calidad de errores sobrepasa lo tolerable dentro del marco
de las garantías que hacen al debido proceso legal, se pierde confianza en el
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resultado del juicio y, de este modo, es posible considerar que las personas
enjuiciadas no han tenido un juicio justo e imparcial, resultando entonces
merecedoras de un nuevo juicio.

En este sentido, bien vale destacar que difícilmente existen


instrucciones perfectas, todas pueden contener errores y/u omisiones de distinta
gravedad e intensidad, y precisamente es el tribunal de casación quien debe
decidir, finalmente, si el error u omisión del juez en las instrucciones fue
sustancial o perjudicial y que condicionó decisivamente el veredicto del jurado,
sea éste de culpabilidad o de no culpabilidad. En esa labor de revisión, en
conclusión, cualquier error, defecto, irregularidad o divergencia que no afecte
derechos sustanciales debe ser desestimada.

La compulsa de las instrucciones especiales impartidas comprueba


una especial vocación y empeño del juez técnico en suministrarles a los miembros
del jurado las herramientas necesarias respecto del derecho que resultaba aplicable
al caso. Así, no solamente les indicó cuáles eran los delitos por los cuales, según
el órgano fiscal, se los acusaba a los imputados, sino que, además, en un lenguaje
llano, claro, directo, desprovisto de las complejidades propias del léxico jurídico,
de extensas argumentaciones y del vicio academicista, les explicó cuáles eran los
componentes típicos propios de las figuras penales en juego. De esta manera, les
aclaró en qué consistía la acción en el delito de homicidio agravado por el vínculo,
así como también, y dada la mecánica y el comportamiento de cada uno de los
agentes acusados en el hecho principal investigado, puntualizó su explicación en
cuanto a los delitos de omisión por comisión y en el deber de garante (ver fs. 1124
y vta.).

Repárese que el contenido de estas instrucciones definidas


finalmente, que surge presente en el modelo escrito elaborado al efecto por el
propio juez técnico, y que les fuera facilitado a las partes para su control y
formulación de observaciones, en ningún momento recibió reparos del
representante fiscal ni de los defensores de los acusados, quienes manifestaron su
expresa conformidad con las mismas (ver fundamentos, fs. 1113). Ni durante la
audiencia en que se litigaron las instrucciones, ni en esta fase extraordinaria de
impugnación ante nuestro Tribunal, los letrados han alegado la presencia de
déficit sobre las instrucciones. Al respecto, cabe mencionar que constituye un
requisito legal de procedencia para el recurso de casación contra un veredicto de
culpabilidad, cuando específicamente se alega como motivo casatorio el
condicionamiento del jurado por las instrucciones impartidas por el juez, que el
contenido de las mismas haya sido cuestionado oportunamente por la parte
interesada, y efectuado la pertinente reserva de casación en su caso (art. 41, inc. c
de la ley 9106). Objeción que, según surge de la compulsa de las constancias
actuadas de la causa, no se ha producido en autos, porque a la falta de
cuestionamiento oportuno de las instrucciones le siguió, necesariamente, la
inexistencia de protesta previa de casación.

Aquí debo señalar que las partes son escuchadas por el juez técnico
en sus propuestas de instrucciones en el marco de una audiencia en la que,
precisamente, se debaten cómo se debe explicar la ley, el derecho constitucional y,
fundamentalmente, cómo se deben valorar los distintos medios de prueba y tener
por probados los hechos alegados (art. 32 de la ley 9106).

A su vez, también corresponde destacar que ninguno de los


miembros del jurado se ha visto desprovisto de analizar la conducta atribuida a la
acusada con las herramientas y la información necesaria respecto de la posible
existencia de violencia de género sobre la misma. Muestra cabal de lo que estoy
diciendo es que la teoría del caso elaborada por la defensa se centralizó en
demostrar a los miembros del jurado la presencia de indicadores de violencia de
género de parte de Tizza contra González Zárate.

En efecto, respetando el orden de los actos procesales que se fueron


sucediendo a lo largo de la marcha del proceso, se comprueba con facilidad que
desde el momento en que se desarrolló la audiencia de la selección del jurado
(voir dire), alegatos de apertura, examen y contraexamen de los testigos, alegatos
de clausura, pasando por las litigación de las instrucciones al jurado, hasta la
tramitación de la impugnación casatoria en esta etapa extraordinaria de revisión,
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incluyendo los argumentos vertidos por esa parte durante la celebración de la


audiencia in voce (art. 480 del CPP), la defensa desarrolló su estrategia de
litigación haciendo especial referencia a aspectos vinculados a la problemática
señalada. Posición que reiteró –aún escuetamente- en su escrito recursivo.

Así, posicionados en el marco de selección de jurados, los letrados


defensores de González Zárate iniciaron el interrogatorio a los precandidatos
consultándolos acerca de «¿quiénes de ustedes consideran que, en el ámbito
familiar, no existe una igualdad de condiciones entre el hombre y la mujer?» (ver
registros audiovisuales, “audiencia 02/09/19”, 00:54:50). Luego se les preguntó
sobre «¿quiénes de ustedes opinan que los hombres y las mujeres son iguales?,
reformulando luego la consulta en los siguientes términos ¿quiénes de ustedes
opinan que son diferentes?» (00:55:33). Allí, tras las expresiones de algunos
miembros del jurado, uno de los abogados defensores particularizó el intercambio
de preguntas y respuestas con candidatos específicos, a quienes, entre otras, le
preguntó acerca de la influencia de la desigualdad biológica en los distintos
ambientes de la vida de hombres y mujeres. (01:00:30), así como de los roles de
cada uno de ellos en el desenvolvimiento familiar (01:10:05). Finalmente, en
cuanto aquí importa destacar, tras retornar al interrogatorio genérico, la defensa
introdujo el tema de la violencia de género. Posicionada desde allí, el letrado
defensor, entre otros aspectos, consultó «¿quiénes de ustedes creen que, aquellas
mujeres que dicen haber sufrido violencia de género, en muchas ocasiones, en
realidad, se están haciendo las víctimas?» (01:18:18), luego preguntó «¿quién de
ustedes piensa que la violencia de género respecto de las mujeres le produce una
afección en sus emociones, o sea, que se ve emocionalmente afectada si sufre
violencia de género?» 01:24:40). Allí, ante la respuesta de una de las
precandidatas -la identificada con el número 47-, agregó, «¿consideras que esta
mujer que es víctima de violencia de género podría tener la cabeza fría para
tomar decisiones?» (01:25:30).

En sentido coherente y coincidente, ese aspecto central de la teoría


del caso de la defensa de la acusada González Zárate –violencia de género- quedó
patentizada con la inclusión en las instrucciones finales dadas al jurado, de una
cláusula al respecto. De la compulsa pertinente se colige que las instrucciones, en
el apartado dedicado al modo en que debe valorarse la prueba, en el acápite
titulado «Prueba presentada por la defensa», se introduce como instrucción que:
«[4] Violencia de Género: deberán prestar atención a la posible violencia de
género sobre la acusada y su incidencia en la conducta atribuida» (v. sentencia,
fs. 1121).

Ahora bien, ya durante el juicio propiamente dicho, la defensa de la


acusada hizo permanente hincapié en la situación de violencia de género que
padecía su representada a manos del acusado, exhortando al jurado a través de sus
alegatos de apertura, a que tuvieran en cuenta aspectos circunstanciales que, a su
criterio, colocaban a la acusada en el rol de víctima del padre de su hijo, que
mantenía una relación tóxica y verbalmente violenta con aquél, que la amenazó al
momento de ser aprehendidos, entre otras circunstancias (ver registros
audiovisuales, “audiencia del 02/09/19”; ver también link oficial del Poder
Judicial de la provincia de Mendoza, https://www.youtube.com/watch?
v=sWLQGYsh7C0, a partir de 01:44:50).

Posición que ratificó en sus alegatos de clausura, cuando lisa y


llanamente sostuvo que la estrategia defensiva era demostrar que González Zárate
era víctima de violencia de género, enumerando nuevamente la existencia de
indicadores de ello, tales como la vulnerabilidad de su representada, la celotipia y
la violencia verbal y económica que ejercía sobre ella el acusado, además de una
conducta manipuladora (ver registros audiovisuales, “audiencia del 06/09/19”, ver
también link oficial del Poder Judicial de la provincia de Mendoza,
https://www.youtube.com/watch?v=ttdAI7F8nbw, a partir de 02:12:45). A lo
cual, cabe agregar que también el defensor puso en conocimiento de los miembros
del jurado la concepción asumida por la Corte Interamericana de Derechos
Humanos sobre la violencia de género, así como cierto contenido proveniente de
los instrumentos internacionales referidos a la cuestión, tales como la Convención
de Belém Do Pará (02:23:05) Incluso se encargó de describir en qué consiste el
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denominado ciclo de la violencia, en el que, según expresó, se atraviesan


sucesivas etapas que se trasladan desde la “tensión, a la reconciliación” y, luego,
a la “agresión” (02:27:15).

De esta manera, entonces, mal puede predicarse, como lo propone


el defensor, que el jurado se apartó de la prueba porqué omitió ponderar los
indicadores presentados al efecto. En ese sentido, quedó demostrado que no sólo
el defensor les suministró a los miembros del jurado popular las herramientas
necesarias para apreciar y ponderar el material probatorio en el contexto de los
hechos, sino que, además, el propio juez técnico, lo hizo expresamente mediante
la referida instrucción especial «deberán prestar atención a la posible violencia
de género sobre la acusada y su incidencia en la conducta atribuida» (fs. 1121).
De manera tal que, la alegada omisión del jurado sobre la cual la defensa
estructura su queja casatoria, a la luz de la compulsa de las constancias
comprobadas de la causa, constituye una mera discrepancia personal del
recurrente que, como se vio, no encuentra otro sustento más que en su visión del
modo en que, soberanamente, los integrantes del jurado popular desarrollaron la
tarea de valoración de la prueba producida durante el juicio.

En esta inteligencia debe destacarse que este Tribunal está llamado


a realizar un examen de razonabilidad «interna» entre las premisas que componen
el razonamiento y su conclusión -lo que me ocupa ahora-. Dentro de este doble
espectro, las partes pueden plantear aquellos puntos que pretenden que formen
parte del objeto de revisión. Sobre este último punto, el delicado análisis que a mi
entender está encomendado al tribunal revisor implica –para satisfacer
acabadamente las exigencias de «doble conforme» establecidas por el art. 8.2.h de
la CADH y 14.5 del PIDCP– un estudio serio de la plausibilidad de las
acusaciones a partir de las pruebas producidas en el debate. De ninguna manera
esto supone superponerse a la labor del jurado ni reeditar instancias previas al
juicio, sino evaluar la posible existencia de lagunas entre la acusación, prueba e
instrucciones que hayan pasado inadvertidas al jurado. Sólo de este modo, según
mi modo de ver, es posible garantizar que el veredicto de culpabilidad del jurado
no sea arbitrario ni se aparte manifiestamente de la prueba producida en el debate,
tal como ordena el art. 41 de la ley 9.106 y el debido proceso (ver al respecto lo
señalado en el precedente «Petean Pocovi»).

Además, debe tenerse en cuenta, tal como he sostenido en anteriores


pronunciamientos, de manera consistente y reiterada, que no existen diferencias
en la valoración probatoria según quienes sean las partes o cuales sean las pruebas
a valorar, sino que en todos los casos la prueba debe valorarse en contexto. En los
casos de vulnerabilidad o asimetrías de poder, siempre deben tenerse en cuenta
estas situaciones dentro del contexto. De esta manera, se asegura el principio de
igualdad en la valoración de la prueba con relación a todas las personas. Principio
de igualdad consagrado en el art. 16 de la Constitución Nacional y, con mayor
profundad, en el art. 7 de la Constitución de Mendoza (conf. «Brancello Urbón»,
«Cruz Caporiccio», «Merlo Lassa», «Quiroga Morales», «Ojeda Pérez»,
«Vázquez Tumbarello», entre otros, a los que me remito en lo pertinente).

En efecto, he referido que «[e]n materia penal el método de análisis


con perspectiva de género que debe ser utilizado cuando la mujer es víctima de
un delito, es para asegurar que la ley, que es igual para todas las personas, sea
también aplicada con igualdad de trato ante ella, evitando la discriminación por
usos y costumbres derivadas de la cultura estereotipada patriarcal –como poder
ideológico, que se vale de la posesión de ciertas formas de saber, información o
códigos de conducta, incluso por la posesión de ciertos bienes que le dan la
primacía a algunos varones sobre los restantes integrantes de cada grupo de
pertenencia de varones, mujeres y niños/as; y entre los varones al primigenio;
como de los varones sobre las mujeres y de éstas sobre los niños/as–, para
ejercer una influencia sobre el comportamiento de los demás e inducir a los
miembros del grupo a efectuar o no efectuar una acción, o machista –como
ejercicio o manifestación de la fuerza o económico, que se impone por la
asimetría entre los varones y de estos con las mujeres–, como capacidad de
determinar el comportamiento de los demás; pero ambos imponen rígidos roles
que contribuyen a instituir y mantener sociedades desiguales, divididas entre
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fuertes y débiles, ricos y pobres, como de sabios e ignorantes (ver Bobbio,


Norberto, “Estado, Gobierno, Sociedad”)».

Es decir que «[e]ste método de análisis es para asegurar que la


conquista de la igualdad consagrada en el art. 16 de la CN, donde además de ser
iguales las personas ante la ley y esta una misma para los habitantes, en los
hechos tenga una acción y fuerza uniforme (art. 7 de la Constitución de
Mendoza). Este método de análisis con perspectiva de género, para asegurar la
igualdad de trato, significa que, en la investigación y juzgamiento de los hechos
delictivos, la hipótesis preliminar investigativa, la recolección de elementos,
búsqueda de evidencias, como su cotejo y valoración, que determinan la teoría
del caso, la teoría de la prueba y la teoría jurídica que le corresponde, debe
efectuarse en contexto. Ello, como debe hacerse con relación a todos los hechos
delictivos en el sistema de justicia. Es decir, que la perspectiva de género es un
método que pretende garantizar un trato igualitario, sin discriminación, ni
prejuicio» (ver al respecto «Zurita Ábrego»).

En el caso bajo examen, más allá de que una de las personas


responsables del homicidio investigado y juzgado sea una mujer, lo cierto es que
debemos tener en cuenta que la víctima de ese delito es el menor V.S.G.T. De este
modo, la valoración de la prueba no puede prescindir, además, del enfoque
diferencial de víctima, según la ley de Derechos y Garantías de las Personas
Víctimas de Delitos (27.372), que aquí tiene un componente que amplifica su
condición de tal, dado por el mayor grado de vulnerabilidad que emerge
específicamente de su edad: un niño de un año y nueve meses a la fecha de su
fallecimiento. Por lo que se impone se aplique, con relación a él, la debida
perspectiva del interés superior del niño, por la edad, debiendo actuase con la
debida diligencia reforzada especial que el caso requiere.

En definitiva, la valoración de la prueba debe responder a este


principio de igualdad constitucional que todos los tratados de derechos humanos
-con y sin jerarquía constitucional- consagran expresamente. Los jueces, en las
directivas que imparten al jurado, deben asegurar el principio de igualdad en la
valoración probatoria que lo despoje de estereotipos y prácticas relacionadas con
la cultura patriarcal inquisitiva, con la xenofobia o con cualquier otra forma de
discriminación. En el juicio por jurado esto implica también que las instrucciones
finales deban ser claras, precisas y atinentes a lo que debe deliberar y decidir el
jurado, según las teorías del caso de cada parte y la prueba a examinar y valorar,
evitando innecesarios academicismos y/o confundir al jurado, de manera tal de
suministrarle a sus integrantes las herramientas necesarias para ponderar
adecuadamente los diversos condimentos circunstanciales que rodean
contextualmente los hechos sobre los que deben pronunciarse.

Dicho esto, y focalizándonos ahora en los concretos motivos de


agravio alegados por la defensa, entiendo que la queja incoada resulta
improcedente en esta instancia pues se basa en un equívoco probatorio. El
argumento reconstruido antes pretende instalar las premisas «la imputada Celeste
González Zárate era una madre diligente» y «que sufría violencia de parte de su
entonces pareja», para de ello derivar que «no puede ser condenada por omisión
de cuidados respecto de su hijo». Ahora bien, según entiendo, las premisas
debidamente cotejadas y valoradas con los elementos de prueba no permite
derivar lógica y necesariamente como única la conclusión a la que arriba la
defensa. Aun cuando se admitiera que las pruebas que invoca la recurrente
demuestran que la acusada era en general una progenitora responsable -inferencia
que no está exenta de objeciones o valoraciones diversas-, ello no resultaría
suficiente para conmover la conclusión de que, el día del hecho por el cual fue
acusada, omitió cumplir los deberes y obligaciones de cuidado que le eran
exigibles dada su responsabilidad parental, según las disposiciones legales
pertinentes (arts. 638, 639 ss y cc, en especial, arts. 646 a 670, todos del
CCyCN).

En este punto no puede desconocerse que uno de los principios


fundamentales que rigen la responsabilidad parental viene determinado por el
interés superior del niño, pues precisamente la responsabilidad parental
«constituye una función en cabeza de ambos progenitores destinada a satisfacer
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las necesidades del hijo, teniendo como preocupación esencial su interés


superior» (Herrera, Marisa, Comentario al artículo 638 del CCyCN, en:
Lorenzetti, Ricardo (Dir.), «Código Civil y Comercial de la Nación Comentado»,
tomo IV-Arts. 594 a 723, Ed. Rubinzal-Culzoni, Buenos Aires, 2015).
Precisamente, el principio «interés superior del niño» (artículo 3, párrafo primero,
de la Convención sobre los Derechos del Niño y artículo 3 de la Ley Nº 26.061 de
Protección Integral de los Derechos de las Niñas, Niños y Adolescentes ), es
promovido en todo el Código Civil y Comercial de la Nación «de modo que
signifique la plena satisfacción de sus derechos» y, «cuando exista conflicto de
intereses de las personas menores de edad frente a otros derechos e intereses
igualmente legítimos, prevalecerán los de los primeros» (Herrera, Marisa. ob. cit.,
págs. 573/574; cfr. artículo 5. inc 2, Ley 26.061).

Véase, no se encuentra en tela de juicio -ni resulta competencia de


jueces o jurados, conforme al principio de reserva (art. 19, CN)- si Celeste
González Zárate era o no una madre competente. Tampoco resultan relevantes, a
los efectos de establecer sus deberes como madre, las características del vínculo
que mantenía con Tizza -una relación intermitente, con situaciones confusas
respecto del cuidado del hijo que tenían en común, en la que se intercambiaban
mensajes violentos.-. Pues de lo que se trata aquí es de analizar la valoración y
adjudicación de los hechos que ha realizado el jurado, al haber estado presente
durante todo el debate y haber visto y escuchado la prueba a medida que esta se
desplegaba según las estrategias de litigación de las partes. Examen en el cual este
Tribunal de Impugnación debe necesariamente obrar con especial cautela con el
jurado, respetando la regla de la deferencia, sobre todo en la valoración de la
prueba testimonial producida, de manera tal de no incurrir en una intromisión y
con ello en el vicio de parcializar o descontextualizar la decisión alcanzada en el
veredicto impugnado, entendiendo al jurado popular como el adjudicador de los
hechos en el juicio y que en ningún momento a esta Sala le está permitido actuar
como el jurado 13.

En concreto, a Celeste González Zárate se la acusaba de que, hacia


el 15 de abril de 2018 se presentó con su hijo en la casa de Antonio Sebastián
Tizza, que allí el niño sufrió golpes severos y que ella omitió realizar los cuidados
necesarios para evitar que muriera. Ello, de acuerdo a lo antedicho, debe insertarse
y apreciarse en el contexto en el que tales hechos ocurrieron, pues sólo así es
posible analizar y examinar adecuadamente las conclusiones alcanzadas en orden
a la responsabilidad penal que le fuera enrostrada y atribuida a la acusada en los
presentes obrados. Labor que, al efectuarla, no puede prescindir de la perspectiva
analítica de niño y víctima, conforme los lineamientos anteriormente expuestos.

Según se desprende de las diversas probanzas rendidas en autos,


aquel suceso criminoso sucintamente descripto luce precedido de una serie de
circunstancias fácticas con decisiva incidencia causal en el suceso mortal que
culminó con la vida del menor víctima las que, al integrar la teoría del caso de la
acusación, y algunas de la propia defensa, fueron presentadas a los miembros del
jurado, conformando la valoración fáctica realizada. En este sentido, surge de los
propios dichos de la acusada que al momento de tomar conocimiento de haber
quedado embarazada de Tizza, cuando lo puso en conocimiento de esa situación,
éste le pidió que abortara y ella decidió continuar con el embarazo (ver registros
audiovisuales, “audiencia del 05/09/19, parte IV”, a partir de 00:02:00).
Asimismo, también resulta acreditado que hasta los ocho meses de edad, cuando
se inicia el contacto personal entre Tizza y el menor a instancias de González
Zárate, éste no presentó ningún tipo de lesiones. Es precisamente en esa etapa de
la vida del menor, donde aparecen las primeras lesiones constatadas en el cuerpo
del niño, que dieron lugar a la instrucción de los autos n° P-36628/18,
imputándoseles ese delito -lesiones leves agravadas por el vínculo- a ambos
progenitores, y por el que, a la postre, el jurado popular encontrara culpable al
acusado en el debate.

En ese contexto, en el que intervinieron diversos organismos


estatales, hubo una orden de prohibición de acercamiento que impedía el contacto
de Tizza con el menor que no fue respetada, desde que la propia acusada trasladó
a su hijo a la casa que habitaba el acusado, pese a la presencia de nuevos
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indicadores de violencia de parte del progenitor. Fue así como, en la fecha


indicada precedentemente, González Zárate no controló la situación ni la
seguridad de la integridad física de su hijo, y Tizza le ocasionó los golpes severos
a la víctima que determinaron el desenlace mortal, omitiendo aquélla cumplir con
sus deberes propios de su posición de madre para evitar el resultado lesivo.

En este orden contextual, nada relevante resultan las pruebas que


tiendan a acreditar un determinado concepto de la acusada, pues nuestro sistema
penal no se basa en la atribución de responsabilidad por el modo de conducción de
la vida -esto sería un «derecho penal de autor», propio de sistemas jurídicos
autoritarios-, sino en el llamado público a responder por hechos concretos. En
base a estas consideraciones, entiendo que debe rechazarse el agravio.

Sin embargo, tampoco se encuentran libres de objeciones las


premisas mismas que aspira instalar la defensa y que se admitieron al solo efecto
de analizar el razonamiento que pretendía sostener. Dicho claramente: de las
pruebas enumeradas no se concluye necesaria y únicamente que Celeste González
fuera una madre diligente, ni que estuviera sometida a violencia de género por
parte de Antonio Sebastián Tizza, con relación a las circunstancias de tiempo y
del hecho atribuido; ni que, esta segunda premisa defensiva, haya tenido una
efectiva incidencia en la conducta atribuida, tal como lo alega el defensor.
Construcción argumentativa que, como se dijo, constituyó el núcleo central de su
teoría del caso, que fue receptado en las instrucciones cuando específicamente el
juez explicó al jurado que «deberán prestar atención a la posible violencia de
género sobre la acusada y su incidencia en la conducta atribuida» (fs. 1121) y
finalmente, reeditado en esta etapa de revisión.

La valoración probatoria que lleva a cabo el jurado popular es lo


determinante en el caso, y solamente puede ser revocada cuando sea arbitraria o
manifiestamente se aparte de la prueba producida en autos -conf. art. 41 inc. d),
ley 9.016-.

Luego, los testimonios de Macarena González y Segundo González


-hermana y padre de la acusada-, de los que la defensa pretende concluir que en
una oportunidad Celeste González se había preocupado por la salud de su hijo y
que había mostrado una respuesta emocional ante la noticia de su muerte,
constituyen pruebas que el jurado escuchó y pudo valorar y contrastar con otras.
En concreto, al jurado se le hizo saber -lo hizo la misma Macarena González- que
luego del incidente en el que la acusada había mostrado preocupación por
moretones en el abdomen de su hijo, diferentes organismos institucionales
dispusieron medidas para desvincularla del niño, que incluyeron el traspaso de su
cuidado a Macarena González. Por otra parte, la declaración de Segundo González
sobre el estado anímico de Celeste González al conocer la noticia del
fallecimiento fue contrastada con lo señalado por la Dra. Natalia Bravo, que notó
ausencia de expresiones en la acusada en esa oportunidad -v. audiencia I del
03/09/19, min. 01:27:40 y ss.-, y con otras pruebas que destacaron la frialdad
emocional de la acusada, como la declaración del psiquiatra del CMF, Dr. José
Profili -v. audiencia I del 04/09/19, min. 01:02:42 y ss.-.

Asimismo, de la declaración de Yamila Urbani (ETI) no surgen


elementos que permitan controvertir la conclusión del veredicto, pues aún cuando
se asumiera que erróneamente le dijo a Tizza que podía revincularse con González
Zárate -por desconocer la prohibición de acercamiento dispuesta en sede penal-, la
autorización no era extensiva al niño, circunstancia que la profesional aclaró
expresamente -v. audiencia II del 03/09/19, minuto 01:25:50 y ss.-.

Por otra parte, el argumento de la defensa según el cual de la


declaración del Dr. Fernández surgía que Celeste González era una madre ideal,
porque le había llamado la atención que tuviera los controles médicos de su hijo al
día y que consiguiera turnos a pesar de sus dificultades, es llanamente sesgado. La
compulsa de la audiencia muestra que el médico efectivamente expresó que le
sorprendía que estuvieran hechos todos los controles, porque en la periferia es
complejo encontrar turnos en Hospital Notti, dado que sistema público está
desbordado y más complejo es aún en la parte pediátrica, sumamente concentrada
en ese hospital. También le pareció que Celeste González era una madre dedicada
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en los controles de su niño -v. audiencia III del día 03/09/19, min. 02:00:10- y
sostuvo que no imaginaba maltrato «desde la evaluación de la historia clínica,
pero que no podía decir cómo sería desde otros puntos de vista. Sólo en el
aspecto médico “puede decirse que es una mamá dedicada”. No sabía que estaba
bajo supervisión constante» -v. registro audiovisual, min. 02:03:10-.

Por último, de las pruebas sobre las condiciones mentales de la


acusada y su inmadurez la defensa pretende construir una personalidad sumisa y
derivar de ello que Tizza la sometía a violencia de género. Bien, el jurado -que en
definitiva es quien se expide sobre las cuestiones de valoración probatoria- ha
tenido a la vista también pruebas que afirmaban lo contrario, como la declaración
de la Lic. en Psicología María Gabriela Cordera, del EPI de Tupungato, que dejó
claro que Celeste González no aludió a violencia de género en su entrevista, que
tampoco surgía tal situación de ningún informe o acercamiento y que tampoco los
informes del PPMI (Programa Provincial de Maltrato Infantil) referían a violencia
de género -v. audiencia II del 03/09/19, minuto 57:00 y ss.-. Esto impide
considerar que el veredicto del jurado fuera arbitrario o que se apartara
manifiestamente de la prueba producida en el debate.

Para finalizar, y del modo en que lo adelantara al comienzo del


presente análisis, también advierto que la defensa no manifestó objeciones contra
las instrucciones que fueron impartidas al jurado respecto de la valoración de
prueba y de consideraciones de perspectiva de género, ni hizo reserva de acudir en
casación. Como tampoco ha sido un agravio de recurrente. Este aspecto no puede
pasar desapercibido en esta instancia, desde que no constituye una cuestión que
este tribunal de impugnación pueda ingresar en el tratamiento de algo que no ha
sido planteado por la parte interesada, porque no tiene competencia para ello.
Asimismo, quedó suficientemente acreditado que fue, a instancias del pedido
formulado por el defensor de la acusada González Zárate, que se incorporó una
instrucción especial vinculada a la perspectiva de género en la valoración
probatoria, respecto de cuyo contenido la defensa tampoco hizo objeción ni
reserva alguna.
En conclusión, como advertí up supra, debemos formularnos en
primer lugar la siguiente pregunta: ¿con las evidencias utilizadas en el juicio es
posible arribar al veredicto condenatorio al que llegó el jurado? Como entiendo,
según lo analizado, que la respuesta es afirmativa, por cuanto no queda excluida la
posibilidad de la conclusión arribada, tengo que la decisión del jurado no fue
arbitraria, ni carece de sustento en la prueba. En consecuencia, desde esta primera
respuesta, no puede revocarse la sentencia condenatoria por defecto de valoración
de prueba.

Ahora bien, aun cuando no ha sido motivo de agravio, la otra


pregunta que debemos formulamos es ¿con la presentación de las teorías del caso
por las partes en sus alegatos y las instrucciones, el jurado tuvo los instrumentos
mínimos necesarios y esenciales para poder válidamente deliberar y dictar aquel
veredicto posible según la evidencia? Como estimo también que la respuesta es
afirmativa, entonces, desde esta segunda respuesta, tampoco puede revocarse la
sentencia.

En definitiva, con todo lo antedicho, estimo suficientemente


demostrado que el agravio asentado en un notorio apartamiento de la prueba por
parte del jurado no puede ser acogido en esta instancia.

Por las razones expuestas, y en forma concordante con lo


manifestado por el señor Procurador General, considero que debe contestarse de
manera negativa a la primera cuestión planteada. Por ello, los recursos planteados
por la defensa de Celeste Yanina González Zárate y Antonio Sebastián Tizza
deben ser rechazados en esta instancia, debiendo confirmarse la decisión del
jurado popular y la sentencia del Segundo Tribunal Penal Colegiado de la Primera
Circunscripción Judicial.

ASÍ VOTO.

SOBRE LA MISMA CUESTIÓN, EL DR. MARIO D. ADARO, EN VOTO

AMPLIATORIO, DIJO:
SUPREMA CORTE DE JUSTICIA - SALA SEGUNDA
PODER JUDICIAL MENDOZA

Puesto a resolver la cuestión en tratamiento, comparto la solución a


la que se llega en el voto que antecede. No obstante ello, estimo pertinente realizar
algunas consideraciones relativas a las herramientas que se deben proporcionar a
los miembros del jurado popular a fin de acompañar el proceso de aprendizaje en
un contexto de permanentes cambios socioculturales.

En efecto, el jurado es parte de una sociedad que se encuentra en un


proceso de cuestionamiento, de deconstrucción de modelos y redefinición de sus
costumbres, valores y formas de entender las relaciones interpersonales, en
especial, en temas vinculados a cuestiones de género. Es por ello que frente a este
constante cambio de paradigma que experimenta la sociedad, en particular en el
ámbito socio cultural -al que se debe prestar especial atención por su necesaria
incidencia en la interpretación de los hechos y de las distintas normas que los
regulan-, entiendo necesario la incorporación de nuevos modelos de aprendizaje
que potencien las habilidades de los miembros del jurado para resolver los
posibles casos conflictivos sobre los que deban deliberar, tanto en el aspecto
probatorio de los hechos que conforman el objeto procesal, como en su correcto
encuadre jurídico.

Es decir, la complejidad de las situaciones sociales al igual que los


abordajes jurídicos-normativos requiere de la adopción de nuevas formas del
entendimiento, de comprensión. Ello implica generar o adoptar mecanismos o
herramientas de impacto cognitivo y en el lenguaje que permita una interpretación
íntegra y sencilla de hechos, pautas y normas.

En tal sentido, entiendo que resulta de utilidad la herramienta de


design thinking o pensamiento de diseño. Ello en tanto es una metodología
utilizada por los diseñadores para resolver problemas complejos que, en vez de
centrarse en éstos, se orienta a la acción, propiciando el avance hacia la creación
del escenario de futuro preferido. (García de la Serrana, Jorge Irigaray, «Design
thinking: qué es, características y fases», 27/7/20, EAE Business School- Harvard
Deusto, en: https://retos-directivos.eae.es/design-thinking-que-es-caracteristicas-
y-fases/).
Con ello surgió recientemente en Standford el movimiento legal
desing thinking. Él implica la aplicación sistemática de la metodología design
thinking al ámbito jurídico. Su principal característica se centra en que el eje se
encuentra en el usuario, y en la posibilidad de realizar prototipos acordes a cada
usuario (experiencia usuario), lo que permite lograr un sistema legal inclusivo
(conf. The Technolawgist, Legal Design: el lavado de cara del derecho, 17/6/2019,
en: https://www.thetechnolawgist.com/2019/06/17/legal-design-el-lavado-de-cara-
del-derecho/).

Esta herramienta y metodología es altamente utilizada, a nivel


global, también en los ámbitos de educación y capacitación, ya que permite que
problemáticas o situaciones y/o documentos complejos puedan ser interpretados, a
través del design thinking, en formato de sencillo entendimiento, comprensible y
empático.

Ahora bien, partiendo de la premisa que los integrantes del jurado


popular carecen de conocimientos teóricos jurídicos, a mi entender, al proceso que
se viene instaurando de la utilización de un lenguaje claro y sencillo en el proceso,
y en particular, al momento de producirse las instrucciones iniciales y finales
impartidas al jurado (ley 9.106, arts. 20, 32, 33 y 34; Manual de información
ciudadana sobre juicio por jurado -ver pags. 15, 16 y 17-), es menester -para su
mayor comprensión- la implementación de las herramientas metodológicas
descriptas, a fin de conformar adecuadamente el conocimiento sobre el cual los
integrantes del jurado cimienten un juicio de convicción sobre la responsabilidad
de los acusados.

En virtud de las razones expuestas, estimo que en cumplimiento de


las obligaciones que nos competen, resulta necesario la constante innovación,
capacitación e implementación de las distintas herramientas que posibiliten la
adaptación a esta nueva etapa de cambios disruptivos, tanto a los operadores
jurídicos profesionales como a los integrantes de un jurado popular.

ASÍ VOTO.

S OBRE LA SEGUNDA CUESTIÓN , EL D R . O MAR A. P ALERMO , DIJO :


SUPREMA CORTE DE JUSTICIA - SALA SEGUNDA
PODER JUDICIAL MENDOZA

Atento el resultado de la votación en relación a la cuestión


anterior, corresponde omitir pronunciamiento sobre este punto, puesto que
se ha planteado para el eventual caso de resolverse afirmativamente.

ASÍ VOTO.

Sobre la misma cuestión, los D RES . J OSÉ V. V ALERIO Y M ARIO


D. A DARO adhieren al voto que antecede.

S OBRE LA TERCERA CUESTIÓN , EL D R . O MAR A. P ALERMO DIJO :

Atento al resultado a que se arriba en el tratamiento de las


cuestiones que anteceden, corresponde imponer las costas a la vencida y
diferir la regulación de honorarios profesionales para su oportunidad.

ASÍ VOTO.

Sobre la misma cuestión, los D RES . J OSÉ V. V ALERIO Y M ARIO


D. A DARO adhieren al voto que antecede.

Con lo que se dio por terminado el acto, procediéndose a


dictar la sentencia que a continuación se inserta.

S E N T E N C I A:

Por el mérito que resulta del acuerdo precedente, la Sala


Segunda de la Suprema Corte de Justicia

R ESUELVE :

1.- Rechazar los recursos de inconstitucionalidad planteados


por las defensas de Antonio Sebastián Tizza y de Celeste Yanina González
Zárate.

2.- Rechazar el recurso de casación formulado por la defensa


de Celeste Yanina González Zárate.

3.- Tener presente la reserva del caso federal efectuada.

4.- Imponer las costas a la vencida y diferir la regulación de


honorarios profesionales para su oportunidad.

5.- Remitir los presentes obrados al Tribunal de origen, a sus


efectos.

Regístrese. Notifíquese.

DR. JOSÉ V. VALERIO DR. MARIO D. ADARO


Ministro Ministro

DR. OMAR A. PALERMO


Ministro

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