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Santa Faz

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LA OTRA MONJA: SOR MARIA PIERINA DE MICHELI

Más de 90 años después de las primeras visiones de Jesús por la hermana María de San Pedro en
Tours de Francia, otras visiones Santa Faz se registraron en Italia.

El primer viernes de Cuaresma 1936, la Hermana Maria Pierina De Micheli, quien nació cerca de
Milán, Italia, informó una visión en la que Jesús le dijo:

“Deseo que mi Rostro, el cual refleja la íntimas penas de mi alma, el dolor y el amor de mi
Corazón, sea más honrado. Quien me contempla me consuela”

Informó además de visiones de Jesús y María, que instó a Sor María Pierina a hacer un escapulario
con el Santo Rostro de Jesús.

Décadas antes, la hermana María San Pedro se había referido a una moneda de la Santa Faz, que
Jesús le dijo:

“Como en un reino que se puede conseguir todo lo que se desea con una moneda sellada con la
efigie del Rey, así en el Reino de los Cielos van a obtener todo lo que desean con la preciosa
moneda de Mi Santo Rostro”.

En otra visión, la Hermana María Pierina informó que Jesús le dijo:

“Cada vez que mi rostro es contemplado derramaré mi amor en el corazón de esas personas, y por
medio de mi Santo Rostro van a obtener la salvación muchas almas”.

Informó además que Jesús quería una fiesta especial el día antes del Miércoles de Ceniza en honor
de Su Santa Faz, precedida por una novena de oración.

Después de un esfuerzo Hermana Maria Pierina logró obtener el permiso para lanzar la medalla y
su uso empezó a crecer en Italia.

Como la Segunda Guerra Mundial comenzó, muchos soldados y marineros recibieron la Medalla
de la Santa Faz como un medio de protección. Sor María Pierina murió en 1945 en el final de la
guerra.

La primera medalla de la Santa Faz fue ofrecida a Pío XII quien aprobó la devoción y la medalla.

En 1958, se declaró formalmente la Fiesta de la Santa Faz de Jesús como el martes de carnaval (el
martes antes del Miércoles de Ceniza) para todos los católicos romanos.

LA VIDA DE LA HERMANA PIERINA

La Madre María Pierina, llamada por sus padres Josefina Francisca María, nace en Milán el 11 de
septiembre de 1890.
Con 23 años ingresa a la Congregación de las Hijas de la Inmaculada Concepción de Buenos Aires,
que era una pequeña comunidad recientemente fundada por la Madre Eufrasia Iaconis.

Desde el día de su ingreso a la comunidad, guarda una amistad profunda y verdadero sentimiento
filial hacia la Madre Estanislada, que será su maestra, superiora y siempre confidente.

Entre 1919 y 1921 la Madre Pierina visita Argentina, en un breve paréntesis antes de asumir
cargos de gran responsabilidad que afronta con total dedicación a pesar de su precaria salud.

Definitivamente en Italia, es elegida Superiora de la Casa de Milán en 1928, Superiora de la Casa


de Roma en 1939 y, diez años después, Superiora Regional.

En el desempeño de sus tareas demuestra que es una mujer sumamente capaz, de una
personalidad avasallante, con una actividad febril, que sabe conjugar siempre con una intensa vida
interior.

Finalmente, después de innumerables fatigas nunca evitadas, llega el “no puedo más”.

Cuando la Segunda Guerra Mundial apenas había terminado y Roma estaba ocupada por las tropas
de los aliados, el 26 de julio de 1945 en Centonara D’Artó, a los 55 años, bendiciendo a sus
Hermanas y con los ojos fijos en el Divino Rostro, muere esta Hija de la Inmaculada.

Quien según tantos testimonios fue una persona serena, dulce, afable, dueña de sí misma en todo
su comportamiento, siempre sensible para percibir los problemas ajenos, y también confiada para
buscar su solución.

LA DEVOCIÓN AL DIVINO ROSTRO DE JESÚS

En una extensa carta que la Madre Pierina escribió al Papa Pío XII brota una piedad apasionada:

Humildemente confieso que siento una gran devoción por el Divino Rostro de Jesús, devoción que
me parece que me la infundió el mismo Jesús.

Tenía doce años cuando un viernes santo esperaba en mi Parroquia mi turno para besar el
crucifijo, cuando una voz clara me dijo:

¿Nadie me da un beso de amor en el rostro para reparar el beso de Judas?

En mi inocencia de niña, creí que todos habían escuchado la voz, y sentía pena viendo que la gente
continuaba besando las llagas y ninguno pensaba besarlo en el Rostro.
Te doy yo Jesús el beso de amor, ten paciencia, y llegado el momento le estampé un fuerte beso
en la cara con el ardor de mi corazón. Era feliz pensando que Jesús, ya contento, no tendría más
pena.

Desde aquel día el primer beso al crucifijo era a Su Divino Rostro y muchas veces los labios
rehusaban separarse porque me sentía fuertemente retenida.

La experiencia se repite cuando tiene 25 años, pero con otros prodigios:

En la noche del jueves al viernes santo de 1915, mientras rezaba ante el crucifijo en la Capilla de
mi Noviciado, sentí que me decían: “bésame”.

Lo hice y mis labios en vez de apoyarse sobre un rostro de yeso, sintieron el contacto con Jesús.

¿Qué pasó? Me es imposible decirlo.

Cuando la Superiora me llamó era ya de mañana, sentía el corazón lleno de las penas y deseos de
Jesús; deseaba reparar las ofensas que recibió su Santísimo Rostro en la pasión y las que recibe en
el Santísimo Sacramento.

En este mismo Colegio de Argentina sucede otra aparición cinco anos después:

En 1920, el 12 de abril me encontraba en Buenos Aires en la Casa Madre. Tenía una gran amargura
en el corazón. Fui a la Iglesia y prorrumpí en llanto lamentándome con Jesús.

Se me presentó con el Rostro ensangrentado y con una expresión de dolor tal que conmovería a
cualquiera. Con una ternura que jamás olvidaré me dijo:

“Y Yo, ¿qué he hecho?”

Comprendí… y a partir de ese día el Divino Rostro se convirtió en mi libro de meditación, la puerta
de entrada a Su Corazón…

De tanto en tanto, en los años siguientes –continúa la carta– se me aparecía ya triste, ya


ensangrentado, comunicándome Sus penas y pidiéndome reparación y sufrimientos, llamándome
a inmolarme ocultamente por la salvación de las almas.

Entre 1920 y 1940, fecha en que data esta carta, el pedido de Nuestro Señor se sucede en
reiteradas apariciones:

“Quiero que Mi Rostro, que refleja las penas más íntimas, el dolor y el amor de Mi Corazón, sea
más honrado. Quien me contempla, me consuela”

La Madre Pierina, que es siempre la fiel confidente, se hace portavoz de este ruego.

Y poco a poco, la devoción al Divino Rostro se va consolidando de un modo concreto gracias a la


intervención milagrosa de la Santísima Virgen.
Quien ordena y dispone: un escapulario, una medalla, los medios para costearla, y una fiesta
después del martes de quincuagésima para honrar la Santa Faz.

Mientras tanto continúa la entrega o la inmolación oculta de la Madre Pierina. Como lo describe
en su diario el día 5 de septiembre de 1942:

Anoche en la Capilla le dije a Jesús: Jesús quiero ser tu gloria y tu alegría. Y Jesús me respondió.

“Ven. Te necesito. Hoy he buscado el gozo en tantos corazones y me fue negado”.

Dime Jesús: ¿Qué debo hacer para suplir los rechazos que tuviste? Jesús, envuelto en ternura, me
respondió.

“¿Quieres gozar las dulzuras de la unión conmigo o sentir la pena de mi corazón por los pecados
de los hombres?”

Lo que Tú quieras, Jesús. Y mi alma instantáneamente participó del dolor de Su corazón, dolor
imposible de traducir en palabras.

Jamás, como en ese instante, comprendí qué cosa era el pecado… ¡Oh, Jesús! Que no te ofenda yo
jamás… repara por mí, por los otros, como quieras… ¡Tómamelo todo!

Cuando volví en mí, se había cumplido el tiempo y me dispuse a retirarme. Entonces Jesús me dijo:

“¡Quédate un poco más conmigo! ¡Ya me dejas solo…!”

Al responderle yo que había pasado el tiempo que me indicara mi director espiritual, Su Rostro se
iluminó.

“¡He aquí mi gloria! ¡La obediencia!”, me dijo.

“Deseo que mi Rostro, el cual refleja la íntimas penas de mi alma, el dolor y el amor de mi
Corazón, sea más honrado. Quien me contempla me consuela” (primer viernes de Cuaresma de
1936).

En 1937, mientras oraba y “después de haberme instruido en la devoción de su Divino Rostro”, le


dijo:

“Podría ser que algunas almas teman que la devoción a mi Divino Rostro, disminuya aquella de mi
Corazón. Diles que al contrario, será completada y aumentada.

Contemplando mi Rostro las almas participarán de mis penas y sentirán el deseo de amar y
reparar.

¿No es ésta, tal vez, la verdadera devoción a mi corazón?”

Dos copias medievales tardías de la Imagen de Edesa. La imagen de la izquierda es el Santo Rostro
de Génova desde finales del siglo 14, el derecho es el Santo Rostro de San Silvestro
Estas manifestaciones de parte de Jesús se hacían siempre más insistentes.

En mayo de 1938, mientras reza, se presenta sobre la tarima del altar, en un haz de luz, una bella
Señora: tenía en sus manos un escapulario, formado por dos franelas blancas unidas por un
cordón.

Una franela llevaba la imagen del Divino Rostro de Jesús y escrito alrededor: Ilumina Domine
Vultum Tuum super nos (Ilumina, Señor, Tu rostro sobre nosotros); la otra, una Hostia circundada
por unos rayos y con la inscripción: Mane nobiscum Domine (Quédate con nosotros Señor).

Lentamente se acerca y le dice:

“Escucha bien y refiere al Padre Confesor. Este escapulario es un arma de defensa, un escudo de
fortaleza, una prueba de misericordia que Jesús quiere dar al mundo en estos tiempos de
sensualidad y de odio contra Dios y la Iglesia.

Los verdaderos apóstoles son pocos. Es necesario un remedio divino y este remedio es el Divino
Rostro de Jesús.

Todos aquellos que lleven un escapulario como éste y hagan, si es posible, una visita cada martes
al Santísimo Sacramento, para reparar los ultrajes que recibió el Divino Rostro de Jesús durante su
Pasión. Y que recibe cada día en la Eucaristía, serán fortificados en la fe, prontos a defenderla y a
superar todas las dificultades internas y externas.

Además, tendrán una muerte serena bajo la mirada amable de mi Divino Hijo”

En el mismo año, Jesús vuelve a presentase todavía chorreando sangre y con tristeza:

“¿Ves cómo sufro? Y sin embargo, de poquísimos soy comprendido. ¡Cuántas ingratitudes de parte
de aquellos que dicen amarme!

He dado mi corazón como objeto sensibilísimo de mi gran amor por los hombres y doy mi Rostro
como objeto sensible de mi dolor por los pecados de los hombres: quiero que sea honrado con
una fiesta particular el martes de Quincuagésima, fiesta precedida de una novena en que todos los
fieles reparen conmigo, uniéndose a la participación de mi dolor.”

En 1939, Jesús de nuevo le dice:

“Quiero que mi Rostro sea honrado de un modo particular el martes.”

La Madre Maria Pierina de Micheli sentía el deseo de Nuestra Señora más y más fervientemente
de cumplir con el pedido.

Ella obtuvo el permiso de su director espiritual y aunque no tenía ningún medio financiero, se puso
a la tarea a petición de Jesús y María.
Obtuvo el permiso del fotógrafo Bruner para hacer copias de la Sábana Santa, reproducida por él,
y recibió el permiso para hacerlo por la Arquidiócesis de Milán el 9 de Agosto de 1940.

Pero sigue esperando más medios financieros, pero la fe de la reverenda Madre lo pudo.

Una mañana vio sobre una pequeña mesa un sobre: lo abrió y encontró 11.200 liras italianas.

El diablo, enfurecido por esto, cayó sobre su alma para asustarla y prevenir la distribución de las
medallas: la tiró al suelo en el pasillo y escaleras abajo, rasgó las imágenes y fotos de la Santa Faz,
pero ella dio a luz a todo.

Toleró y se sacrificó en todo para que la Santa Faz pudiera ser honrada.

Maria Pierina logra hacer acuñar una medalla en lugar del escapulario. El 7 de abril de 1943, La
Virgen se le presenta y le dice:

“Hija mía, tranquilízate porque el escapulario queda suplido por la medalla con las mismas
promesas y favores: falta solo difundirla más.

Ahora anhelo la fiesta del Santo Rostro de mi Divino Hijo: díselo al Papa pues tanto me apremia. La
bendijo y se fue.”

La medalla se difunde con entusiasmo. ¡Cuántas gracias se han obtenido! Peligros evitados,
curaciones, conversiones, liberación de condenas…

Invitamos a todos a llevar la medalla y rezar, diariamente, 5 Glorias al Santo Rostro de Nuestro
Señor.

ORACIÓN (con aprobación eclesiástica)

Dios Uno y Trino, Padre, Hijo y Espíritu Santo, que hiciste brillar los dones de tu gracia en el alma
de la humilde Sor Maria Pierina De Micheli, y quisiste que en el silencio y en la obediencia fuera la
consoladora del Divino Crucificado y la misionera de la Santa Faz de Jesús, haz que también
nosotras sigamos con gozo el camino de la caridad, para gloria tuya y bien del prójimo.

Por los méritos de tu sierva, concédenos la gracia que te pedimos, a fin de que por su eficaz
intercesión, se manifiesten para nuestro ejemplo y consuelo, las heroicas virtudes que ella practicó
generosamente en esta vida y podamos venerarla un día sobre los altares. Así sea.

+Gilla Vicente Gremigni- Arzobispo – Obispo de Novara

NOVENA AL SANTO ROSTRO DE JESÚS

Mi alma tiene sed del Dios vivo ¿cuándo veré Su Rostro?


…Quisiera que mis hijas -y los devotos- se distinguieran en ardor práctico, amoroso, generoso en
honrar el SANTO ROSTRO de nuestro JESÚS, dolorido por los pecados de los hombres… de todos…
de los nuestros… pero especialmente de aquellos que tendrían que ser sus imitadores…

¿Qué haremos? Si miramos profundamente aquel divino Rostro, nos hablará al corazón, nos hará
partícipes de las amargas penas.., y nos dirá: consuélame al menos tú, que dices que me amas, que
eres toda mía…

– pausa –

…entremos con Jesús en el huerto de los olivos y contemplemos con amor y contrición los dolores
de su Corazón, en Su Santo Rostro.

…unámonos a la divina Víctima, ofreciéndonos por todas las personas del mundo para ser con EL
auténticas almas reparadoras, en unión con la Virgen Inmaculada, primera Reparadora.

Canto

Oh Santo Rostro ultrajado por nosotros, no te acuerdes más de los fallos de la tierra, no te
acuerdes más, de tu último grito un día en el Calvario acuérdate, acuérdate Jesús, acuérdate,
acuérdate, oh Rostro de Jesús.

Oración

¡Oh! amabilísimo Jesús, que quisiste sufrir tanto en Tu Santo Rostro, por nuestro amor, vuélvenos
a mirar benignamente e imprime en nuestros corazones Tu divina semblanza, para que nuestra
alegría sea sufrir por Ti.

Gloria al Padre…

¡Oh! dulcísimo Jesús, que en Tu Rostro divino has sido golpeado, maltratado, humillado por
nuestro amor, haz que el desprecio y la humillación sean nuestra porción predilecta.

Gloria al Padre…

¡Oh! manso Jesús, que en Tu Divino Rostro sudaste sangre por nuestro amor, concédenos la gracia
de sufrir por tu amor y así volver a ser mirados por Ti.

Gloria al Padre…

¡Oh! Santo Rostro de Jesús, mientras esperamos el feliz día de poderte contemplar en la gloria del
Paraíso, queremos procurarte tanta gloria y deleitar Tu mirada divina.
Tu mirada velada sea nuestro paraíso aquí en la tierra, las lágrimas que lo velan las recogeremos
para salvar tantas almas e inflamar los corazones con Tu amor. Amén.

Santo Rostro de Jesús míranos con Tu Misericordia.

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