Susana Aguirre
Susana Aguirre
Susana Aguirre
Facultad
de Humanidades y Ciencias de la Educación, Universidad Nacional de La Plata.
susanaeaguirre@hotmail.com
Resumen:
Este trabajo hace foco en los cautivos indios, personajes ignorados por la historia oficial, que también fueron
víctimas acalladas, fruto de la ambivalente relación –pacífica y violenta- entre el mundo indígena y español. Se
pone énfasis en la política oficial seguida a partir de su cautiverio, atendiendo de manera especial al reparto, a
la modalidad de los depósitos, distinguiéndose aquellos emanados a partir de otras causales.
Palabras clave: cautiverio – indios – frontera – sociedad colonial
1. Introducción
El tema del cautiverio en el Río de la Plata ha sido abordado por distintos autores.
(1) Rotker enfocó su análisis en las cautivas blancas, afirmando que junto a otras minorías
negras e indias, fueron borradas de los relatos oficiales, situación que vincula con la
cuestión de la identidad. A fines del siglo XIX los grupos que detentaban el poder,
definieron el “ser argentino” a partir de una matriz eminentemente blanca y de origen
europeo, imagen en la que no cuajaban quienes desde esa visión aparecían como la
expresión misma de la barbarie. Si bien su rescate era una cuestión humanitaria, a esas
mujeres ya se las consideraba impuras dado que la mayoría procreaban hijos mestizos. Es
así como la autora explica el silencio en torno a las cautivas, asociándolo con la negación de
esa vertiente mestiza y no tan blanca en la conformación de nuestra identidad.
El tratamiento dado al cautiverio de los blancos, no ha encontrado el mismo eco
con indígenas en idéntica situación en el Río de la Plata durante el período de la colonia, a
excepción de algunos trabajos.(2) Operé aborda la temática en toda el área
hispanoamericana y si bien en la introducción reflexiona y se pregunta sobre el destino
dado a los esclavos taínos llevados por Colón a España, centra su análisis en los cautivos
blancos. Quizá este interés guarde relación con la existencia de relatos y fuentes emanadas
de los propios protagonistas, los que una vez fugados de sus captores decidieron
testimoniar su experiencia en el mundo indígena. No acontece lo mismo con los cautivos
indios, en principio porque no sabían escribir y porque sus voces también están silenciadas.
Emergen tímidamente ante la preocupación de algún alma caritativa que se compadece de
su realidad, cuando sufren la sospecha de los sectores del poder, en situación de ser
obligados al trabajo forzado, al registrarse en los fríos partes de los Comandantes de
Frontera, en suma, nada muy alejado de cuanto acontecía con los restantes grupos
subalternos, aunque en éste caso el valor agregado fue la condición de servidumbre.
En la región pampeana en el siglo XVIII y hasta fines del Virreinato, contexto y
época que nos ocupa, el cruce compulsivo hacia el exterior de la frontera fue visto con
espanto, al tiempo que factor de contaminación, pero el ingreso de los cautivos indios a la
sociedad estatal fue observado con beneplácito. Dicha instancia, que colocaba a los
indígenas frente al doble proceso de incorporación de las nuevas pautas socioculturales y
de inclusión dentro de los sectores subalternos era entendida desde la visión oficial como
un camino hacia la normalización. Para las últimas décadas del siglo XIX, el panorama
sobre el destino final de los cautivos resultantes de la conquista de la Patagonia y Chaco se
amplía y es más claro, en parte por ser noticia en los periódicos de la época, motivo de
debates parlamentarios y tema de interés de distintos autores (Austral y Aguirre, 1986;
Masés, 2002).
Nuestro análisis hace foco en los cautivos indios, personajes ignorados por la
historia oficial que, como ya expusimos, también fueron víctimas acalladas, fruto de la
ambivalente relación –pacífica y violenta- entre el mundo indígena y español. Se pone
énfasis en la política oficial seguida a partir de su cautiverio, atendiendo de manera
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especial al reparto, a la modalidad de los depósitos, distinguiéndose aquellos emanados a
partir de otras causales.
Rastreando la cuestión del cautiverio observamos que tratándose de grupos que
mostraban una tenaz resistencia a la dominación española, la captura solía complementarse
con la desnaturalización, para cortar de raíz con el problema. Así en los primeros años
fueron trasladados el cacique Telomancondic hacia el Brasil y a mediados del siglo XVIII el
cacique Calelián a España.(3) En reiteradas oportunidades el Cabildo de Buenos Aires trató
la cuestión del traslado de todos los indios pampas que integraban la reducción Jesuítica
del río Salado, a la de San Francisco Soriano en la otra banda. Posteriormente se pidió que a
los cautivos pampas se los llevara a las misiones guaraníticas, ya que el alejamiento de
Buenos Aires impediría su regreso. Se podía contar por otra parte, con la ayuda de los
caciques guaraníes para velar por el comportamiento de los cautivos.(4) Vértiz propuso
enviarlos a España para que sirvieran en los arsenales como los moros, ya que mantenerlos
recluidos en las Islas Malvinas o en parajes alejados de su hábitat, según su opinión, era
costoso.(5) A fines de 1779 dos grupos de indios que habían bajado a la ciudad con fines
comerciales, a cargo de los caciques Lorenzo Liconpagni y José Valerio, fueron enviados a
la otra banda y desde allí a Malvinas.(6) De hecho, dada la cosmovisión monística de los
indígenas, el traslado implicaba el sometimiento del grupo rebelde, algo que ya los incas
practicaban entre quienes se resistían a la incaización. De igual forma, hacia el territorio
pampeano grupos originarios fueron trasladados desde otras áreas también por haberse
resistido, vasta recordar el caso de los Quilmes, desnaturalizados de los Valles Calchaquíes,
en parte hacia Córdoba y el resto hacia Buenos Aires. Una parcialidad de malbalaes fueron
traídos hacia aquí desde la región chaco-santiagueña, por el gobernador Urizar y
Arespacochaga, siendo entregados en encomienda a José de Arregui en La Matanza, y
registrados en el empadronamiento de 1744.
La alternativa del exterminio lisa y llanamente, fue puesta sobre el tapete en
relación a los charrúas cuando el gobernador Andonaegui ordenó expedicionar contra
ellos, ordenando que se matase a quienes se resistieran, mientras que los rendidos serían
considerados prisioneros de guerra.(7) Hacia 1751 ante la tenacidad mostrada por estas
parcialidades, el mismo funcionario mandó que “se pasaran a cuchillo por no haber otro
remedio, a todos los adultos”, exceptuándose los niños de diez a doce años.(8)
En los albores de la colonia, se permitió esclavizar a los indios capturados en guerra
y allí donde su resistencia hacía peligrar el sistema colonial. No obstante, en 1737 una Real
Cédula ordenaba que sólo debieran reputarse por esclavos los indios Caribes.(9) La
reiteración de la prohibición de la esclavitud despierta la sospecha de que aún en algunas
áreas se la practicaba. En Nueva España la guerra contra los chichimecas, justificó su
esclavitud, situación que cobró mayor auge entre 1575 y 1585 (Powell, 1975:119). En ésa
área de frontera el reclutamiento de soldados era dificultoso por los bajos salarios, de allí
que el permiso de esclavizar a los indios cautivos constituyó una forma de recompensar y
al mismo tiempo incentivar su participación.
En el mismo siglo, en 1530, cuando se conoció en Venezuela y Santo Domingo la
prohibición de esclavizar indios, la reacción fue general. Se alegó la virtual despoblación de
esos dominios por la falta de interés. Cuatro años más tarde fue revocada, permitiéndose
esclavizar y herrar a los indios belicosos (Friede, 1962:14). En Perú, gran número de indios
esclavos, marcados con la “R” del rey, provenientes de Nicaragua y de Nueva España,
integraban la sociedad hispano-peruana. De igual forma, en Panamá había esclavos indios
de la costa norte de Piura (Lockhart, 1982:255-256). En Chile, la necesidad de mano de obra,
sumada a los bajos salarios de los soldados que combatían a los araucanos, fue motivo para
esclavizarlos, ya que con la venta de las piezas capturadas, incrementaban sus ingresos. De
esa forma algunos oficiales engrosaron sus fortunas (Jara, 1961:137). El primer período de
la esclavitud legal en tierras trasandinas, se dio entre 1610 y 1612, luego de un paréntesis, el
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segundo período comenzó en 1627, manteniéndose dicha práctica a lo largo del siglo XVIII
(Jara, 1961:210-214).
En el contexto del Río de la Plata, Alvar Nuñez Cabeza de Vaca, en 1544 mandó
fabricar un hierro para herrar a los esclavos indios atrapados en guerra (Torre Revello,
1941:263). De igual forma guaraníes, esclavos y sirvientes, acompañaron a Garay durante la
segunda fundación de Buenos Aires (Rodríguez Molas, 1983:141). Durante el siglo XVII y
con las malocas, fueron capturados numerosos indios, no obstante las Ordenanzas de
Alfaro prohibían su venta o trueque. Sin embargo, a los rebeldes que tomaban por asalto
los establecimientos españoles, se los podía castigar manteniéndolos prisioneros en la
cárcel pero no repartirlos. A pesar de lo dicho, los cautivos de una expedición efectuada en
1680, fueron distribuidos entre los principales participantes con el beneplácito del obispo, a
cambio de que los doctrinaran (Marfany, 1940:58).
Azara aludiendo a los conquistadores del Paraguay y del Río de la Plata expresa
como distinguían el tratamiento a seguir con los indígenas vencidos en la guerra, de
aquellos que se sometían voluntariamente, situación que hemos descrito anteriormente. A
los primeros “se los repartían, y les obligaban a servir de criados (…) No se podían vender,
ni maltratarlos, ni despedirlos por malos, inútiles y enfermos: estaban obligados a vestirlos,
alimentarlos, medicinarlos e instruirlos en algún arte u oficio y en la religión…” (Azara,
1847:253). Con los otros se fundarían pueblos. Posteriormente, en el siglo XVIII el reparto
de los cautivos se volvió más frecuente.
Los empadronamientos efectuados tanto en la campaña como en la ciudad de
Buenos Aires, nos proveen información sobre la existencia de cautivos indios, lo que nos
llevó a indagar cuestiones referidas a quiénes eran esos cautivos, a qué comunidades
pertenecían, cuál era el sexo y la edad que tenían, qué rol jugaron en la sociedad de los
blancos y qué tratamiento recibieron. Entre ellos se hallaban pampas, serranos, charrúas
guenoas, minuanes, guaraníes, guanas, aucas, tapes y tehuelches. En el cuadro siguiente se
especifica a modo de ejemplo el número de indios bautizados en las parroquias La Merced
y Concepción entre los años 1776-1802.(10)
Etnias Parroquias Totales
La Merceded Concepción Parciales
Pampas 4 35 39
Charruas 27 40 67
Minuanes 7 2 9
Guaranies 2 2
Guana 1 1
Aucas 12 12
Tapes 1 1
Tehuelches 6 6
S/ especificar 30 30
TOTAL GENERAL 167
2. Cautivos en la Casa de La Reclusión
Los cautivos, por lo general eran los integrantes de la chusma, compuesta por
mujeres y niños que marchaban durante las invasiones a pie y en la retaguardia. Los
combatientes, o morían durante el transcurso de la pelea, o tenían más posibilidades de
huir. Tomados prisioneros, los indios eran trasladados a la ciudad y albergados en la Casa
de la Reclusión, donde también se alojaban a mujeres de “vida airada y escandalosa”.
Como resultado de expediciones punitivas llevadas a cabo dentro y fuera del territorio
pampeano se reunían cautivos de distintas parcialidades, entre ellas las especificadas en el
cuadro y también chiriguanos, aunque predominaban los de ésta región.(11) Los partes de
las Comandancias notificando los envíos y las certificaciones de ingreso en la Reclusión se
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reiteran, “recibí del soldado miliciano (…) dos indias pampas y una chica de edad de siete
meses poco más o menos, de orden del (…) Virrey”. (12)
En 1785 se comunicó desde la Comandancia de Frontera de Las Conchas la
recepción de un indio cautivo, natural del pueblo de Yaguarón. En éste caso se lo dejó en
manos del párroco del lugar para lograr su conversión al cristianismo.(13)
En la Reclusión las epidemias de viruelas eran frecuentes y producían estragos
entre los prisioneros. Un hijo del cacique Negro de ocho años, contrajo esa enfermedad,
razón por la que se lo mantuvo alejado para evitar el contagio de los restantes. La madre
del cacique Zorro Negro murió por dicha causa, poco antes fue bautizada y “luego se le
pusieron rosas…”.(14) Ahora bien, ¿qué política se siguió con los prisioneros? En principio
se aplicó un tratamiento diferente entre quienes pertenecían a parcialidades locales o eran
de fuera de la región. En el primer caso, preferentemente se los reservó para canjearlos por
cautivos blancos y con el resto se aplicó el reparto.
Dejando de lado las situaciones de fuga, el rescate de cristianos en poder de los
indígenas se efectivizaba, bien mediante la compra, ya fuera entregando objetos de interés
para los indios o mediante canje con cautivos retenidos en la sociedad estatal. Esta última
alternativa implicaba la permuta de personas previamente determinadas por quienes
hacían las tratativas. No obstante, aunque no mediara para la sociedad estatal la
posibilidad de elección en un canje, nunca se lo desestimaba entre los blancos, ya que
implicaba rescatar un cristiano del poder de los “bárbaros”. Algunos caciques que visitaron
la ciudad interpretaban esta situación como “que el español era bueno o miedoso, porque
les compraban las cautivas que a ellos les gustaban” (Grenón, 1929:126-127). Del lado de los
indios por el contrario, se percibe en las solicitudes de permutas un interés particular en
determinadas personas. En algunos casos, los cautivos solicitados ya habían sido
repartidos razón por la cual se trataba de individualizarlos rápidamente. La india Paula
solicitó puntualmente canjear al hijo de Fernando Polo que traía consigo por el suyo propio
-entregado previamente por las autoridades como criado a una familia de la Villa del
Luján-.(15) Se observa que las autoridades se oponían a la restitución de cautivos ya
cristianizados.(16) Con María de la Concepción, india pampa, se recomendó especial
cuidado en no permitir su regreso, ya que ella misma manifestó su interés en permanecer
entre los blancos(17). Una española que escapó de su cautiverio aseguró en Córdoba que no
era prudente el mantenimiento de las indias cautivas en la cercanía de la frontera “porque
sus deudos están siempre insistiendo, hacen daño por ellas al español”.
Durante su permanencia en la Reclusión a los cautivos se los hacía trabajar, por
ejemplo en la actividad textil. En 1787, el encargado de dicha casa, solicitó la “jarcia”
existente en los Reales Almacenes, para entretenimiento de las mujeres recluidas. Ofrecía
pagarla a razón de veinte reales, vendiendo luego la estopa a siete pesos el quintal.(18) Más
interesante aún es la noticia de que un vecino había puesto por su cuenta, y con el
beneplácito del encargado, cinco telares con sus tornos, para que las cautivas trabajaran. La
ganancia obtenida con la venta de los productos, se repartiría por mitades entre el
particular, Francisco Gonzáles Taboada y la Casa de Reclusión.(19) El acuerdo contemplaba
que el particular enseñara previamente a las mujeres a hilar y desmotar la lana. El negocio
dio sus frutos ya que cada telar producía por día, ocho cobertores vendidos a razón de
nueve reales cada uno, es decir, la ganancia diaria era de nueve pesos, suma no
despreciable si tenemos en cuenta que el salario de un peón oscilaba entre seis y siete pesos
al mes, según los trabajos. Años antes se habían fabricado allí mismo, ocho mil varas de
“jerga” con destino a las tropas de Don Pedro de Ceballos.(20)
Mientras permanecían en la Reclusión, los cautivos recibían vestimenta, ya que la
mayoría ingresaba según consta, con sus atuendos típicos. De esta forma se entregaron en
1785, cuarenta y cuatro vestuarios por orden del Virrey, cuyo costo –seiscientos diecisiete
pesos- se afrontaron con fondos del Ramo Municipal.(21) No podemos conocer
fehacientemente si los gastos declarados por el encargado eran reales o los incrementaba ex
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profeso, sospecha que también es válida en relación a lo producido por los telares de las
reclusas. Bien pudo mediar un acuerdo ilícito entre el funcionario y Taboada para obtener
de esa forma mayores ganancias para sí.
En 1785, estaban en la Reclusión desde hacía ocho años seis indios ya bautizados
pertenecientes al cacique Alquimón y cinco del cacique Tomas sumados a once niñas, diez
indiecitos y treinta mayores de ambos sexos, capturados durante la entrada general
efectuada un año antes.(22) Para la misma fecha se enviaron desde Luján ochenta y cinco
cautivos de distintas edades.(23) Durante la estadía en esa institución eran frecuentes las
fugas ya que las indias salían a lavar al río, situación que era aprovechada en algunos casos
para no regresar.(24)
El crecido número de indios con su correspondiente gasto de mantenimiento por
parte del gobierno, sumado a la evaluación de que había más cautivos de este lado de la
frontera que cristianos en poder de los indios, puso sobre el tapete la estrategia del reparto,
tal como se venía practicando en Mendoza. Esta cuestión se corresponde con un período de
paz, en parte derivada de la política de obsequiar a los indios amigos.(25)
3. Los Repartos
Los cautivos fueron repartidos entre familias radicadas en la ciudad o campaña de
Buenos Aires, “en depósito”. En ocasiones se repartieron entre los mismos integrantes de
las tropas que los habían capturado, como premio por destacarse durante el desarrollo de
la partida.(26) Caso contrario, se hicieron a favor de aquellos particulares que los
solicitaban.(27) ¿Qué requisitos debían reunir las familias beneficiarias de los depósitos
según el criterio de las autoridades? En principio asumir el compromiso de educar
cristianamente a los indios, alimentarlos y vestirlos. Asimismo previo a la entrega, se
averiguaban sus antecedentes y costumbres.(28) Así vemos que María Rosa de
Rivadeneira, alegando ser una viuda honesta solicitó tomar a su cuidado una o dos
“chinas” charrúas de las que estaban en la Residencia.(29) A Francisca Zavala se le denegó
la entrega de una india, en éste caso internada en el Colegio de San Miguel por “ser pobre,
sin casa” y trabajar su marido como carretero o peón, de todo lo cual se infería el riesgo que
corría la india.(30)
En 1790 María Ruiz Moreno solicitó una o dos indias pampas de la Reclusión,
ofreciendo a cambio vestirlas, educarlas y “tenerlas con recogimiento” y Francisca Xaviera
Dávila peticionó otra de 16 a 18 años. En estos casos, el Director de la institución adujo
tener noticias sobre las señoras a quienes calificó como de “conocida y acreditada conducta
para poder doctrinar y dar buen ejemplo a cualquier persona que tengan a su cargo”,
aconsejando la entrega de las indias “para aliviar a la Real Hacienda de la pensión diaria
que sufre por la subsistencia”.(31) Los repartos en la época que nos ocupa se reiteran y
afectaban a distintas parcialidades. A María –india tape- se aclaró que se le concedió la
libertad para servir a Doña Luisa de Lara, otra pasó a servir a María Ortiz pero huyó, dos
indias pampas fugitivas de la Reclusión fueron halladas sirviendo en las estancias; como
observamos la historia se repite.(32)
De la documentación consultada no surgen los plazos del depósito, por lo expuesto
se puede considerar que eran de por vida, en tanto no mediaran causales que dieran lugar
a suprimirlo, es decir malos tratos, incumplimiento de lo pactado, previa denuncia de
algún alma humanitaria y piadosa. En Nueva España, los Chichimecas fueron depositados
inicialmente por el término de seis años, de acuerdo al criterio de la Audiencia de Nueva
Galicia (Powell, 1975:78). En la práctica el depósito implicaba para el indígena una
situación lindera con la esclavitud, se diferenciaba por la ausencia de venta. En el seno de
la familia que lo recibía, estaba obligado a servir en cualquier tarea, aunque desempeñaron
por lo común aquellas inherentes al servicio doméstico, ya que el mayor número de
depositados era el de mujeres y niños de corta edad. Por sus servicios no percibían salario,
sólo como se dijo educación cristiana, alberque, vestimenta y alimentación. Para Powell, el
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depósito en Nueva España “servía como pantalla de una esclavitud virtualmente
inevitable, que era como el pago - al menos parcial- por servicios militares y como un
castigo a los saqueadores”.
En el contexto pampeano, a fines del siglo XVIII el reparto de cautivos indios no
sólo se practicó para beneficiar a los efectivos militares que los habían capturado, sino
también a personas que integraban el grupo de la denominada “gente decente”.El Marques
de Avilés entregó varias mujeres e indios charrúas y minuanas, entre personas “pudientes
y de buenas costumbres…” (Lastarria, 1914:274). Sin duda, el depósito redituaba al
receptor en tanto accedía al beneficio de una mano de obra permanente y barata, amparado
en una actitud humanitaria.
En los repartos se trataba de respetar el ya disminuido grupo familiar, entregando
los hijos junto con sus madres, aunque no siempre se cumplió. Una vecina que tenía a su
cargo una cautiva charrúa, manifestó al Virrey la inquietud en que se hallaba la india por
haber sido separada de su pequeña hija, depositada con otra familia. En este caso, se
ordenó que la niña fuese a vivir junto a su madre para mantenerla contenta y se convirtiera
“cuanto antes a la fe católica”.(33)
En la tercera década del siglo XIX, el estudioso Alcide d´Orbigny durante su paso
por Carmen de Patagones observó como los pobladores del lugar compraban cautivos a las
distintas parcialidades para tenerlos como criados en sus casas o estancias, “envían
también las jóvenes indias a sus amigos de Buenos Aires, donde se prefiere mucho ese tipo
de criadas esclavas, porque, aunque el país sea libre, los indios obtenidos por ese medio
son obligados a un servicio personal, al cual sólo se pueden sustraer huyendo” (d’Orbigny,
1999:332-333). El testimonio es harto elocuente en cuanto a la condición precaria en la que
quedaban colocados los cautivos a los que venimos aludiendo y de cómo la práctica del
reparto y servidumbre indígena estaba internalizada en la sociedad estatal desde la colonia,
manteniéndose durante el período independiente. Contaba con el beneplácito de la gente y
lo que es peor aún de las autoridades, que con total naturalidad lo aceptaban.
Cabe preguntarnos si las autoridades civiles y eclesiásticas encargadas de velar por
el cumplimento de las obligaciones de las familias, realmente se preocuparon en constatar
qué sucedía realmente. Al respecto, se han encontrado casos en que los depósitos quedaron
sin efecto, tal fue la situación del Alférez Esteban Hernández de la Villa de Luján al
comprobarse las marcas que tenía en su cuerpo la india minuana a su cargo, por el castigo
“feroz” del que era objeto con frecuencia. Fue la india a quejarse y por no saber el idioma
español, “mostró las partes castigadas que estaban lastimadas: muslos, asentaderas,
brazos”. Se envió un recado a su ama para que la tratase bien, pero al reincidir en el mal
trato y quejarse la criada tres veces, recién se inició un interrogatorio a testigos,
coincidiendo todos en los dichos de la damnificada. No sólo la castigaba su ama sino
también otra criada, con una “guasca” al parecer algunas veces cuando se le enseñaba la
doctrina.(34) De igual modo, dos indias pampas prófugas de sus amas, no fueron obligadas
a servir en las mismas casas porque sus patronas las maltrataban.(35) Al Alcalde del
partido de Areco se le solicitó un informe reservado sobre el trato que recibía un indiecito
de corta edad en la casa de Santiago Navarro, si se lo vestía y educaba cristianamente. Caso
contrario, se autorizaba al funcionario a sacarlo y enviarlo a la ciudad en virtud de sus
años.(36)
En 1801 y como consecuencia de las acciones punitivas efectuadas en la otra banda
del Río de la Plata, gran número de cautivos minuanes y charrúas se trasladaron a Buenos
Aires, en total cincuenta y dos prisioneros, cuatro hombres, veintitrés mujeres y veinticinco
criaturas.(37) Varios vecinos de la ciudad se presentaron ante las autoridades a peticionar
indios en depósito, teniendo libertad para elegir el sexo. Según consta en la documentación
de la Casa de Reclusión, ese mismo año fueron repartidos treinta y cuatro chinas grandes,
diez medianas y veintiún chicos, mientras que alrededor de cuarenta y ocho indias pampas
se negaron a servir por no separarse de las demás.(38)
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Más allá de las tareas que les asignaban en las casas queda por ver si los cautivos se
adaptaban con facilidad a su nuevo destino. No fue siempre así ya que las fugas fueron
frecuentes. Desde la óptica de la sociedad colonial la resistencia a “normalizarse” era
condenada, aunque desde nuestro enfoque lo interpretamos como la intransigencia del ser
humano a someterse a la servidumbre. Para impedir que las fugas se convirtieran en un
fenómeno masivo y favorecer el disciplinamiento de los cautivos se impuso sanción a toda
persona que los auxiliara o los sedujese.(39) No obstante lo expuesto, con frecuencia se los
recibía en otra casa por el interés de su servicio, lo que daba origen a más de un pleito entre
las partes involucradas, con intervención del Protector de los Naturales.(40) Blas Pedroza-
lenguaraz de los indios que venían a comerciar a Buenos Aires- se presentó a denunciar a
un blandengue de la Compañía de Ranchos, por robarle y esconder un indiecito.(41)
Asimismo, Miguel González Noriega denunció la fuga de un indio de diez años llamado
Ignacio, que lo servía. Para favorecer su captura presentó por escrito su descripción física
“poco más o menos retaco, cara ancha, de color bastante blanco, con chaqueta de bayetón,
color que tira a carmelita, calzón de triple ordinario azul y con gorra de pisón overo”.(42)
Observamos que cuanto más desenvueltos eran los cautivos en sus tareas mayor apetencia
despertaban en los ajenos, así lo expresa claramente una vecina al explicar la fuga de la
india a su servicio, la que hasta la edad de trece años no tuvo codiciosos “pero apenas la
vieron útil y de buen servicio empezaron a seducirla…”(43)
El reparto abría la puerta hacia la asimilación de los indígenas a la sociedad estatal
insertándolos como trabajadores serviles sin percepción de salario alguno, y en una
situación más que precaria. Al respecto se han encontrado reclamos de ropa, en mérito a
los servicios prestados por indios en casas de familia, pero no se especifica si
originariamente fueron depositados. Una india que cambió de amo con el acuerdo del
Protector de los Naturales, reclamó de su patrona en pago por sus estipendios durante los
años en que la había servido “una pollera, una manta y dos jubones de bayeta…”(44) De
igual forma otro indio, luego de tres años de trabajo recibió “un poncho, calzoncillos y un
gorro”.(45) En Córdoba también el servicio doméstico de las casas particulares estaba a
cargo de indias cautivadas en guerra, especialmente calchaquíes. Realizaban todo tipo de
tareas dentro de la casa, acarreaban el agua y acompañaban a las señoras durante sus
salidas a la calle (Grenón, 1924:37-38). Una Real Cédula del 19 de mayo de 1785 ordenaba
que se pagara puntualmente a los “artesanos, jornaleros, criados y acreedores alimentarios,
de comida, posada y otros semejantes”. Oficialmente era conocido el inconveniente que
“las clases poderosas, distinguidas y privilegiadas” ocasionaban a los grupos subalternos
por el retraso en que se pagaban sus servicios. Según se expresa en éste documento, los
criados tenían derecho a reclamar un 3% más de la suma que se les adeudaba desde el
momento de la reclamación judicial.(46) El documento es más que ilustrativo, los sectores
pudientes no sólo pagaban salarios bajos sino que lo efectivizaban con sumo retraso, al
punto de llamar la atención de las autoridades.
En los empadronamientos del siglo XVIII muchos indios figuran como “criados” o
“esclavos”. Es posible que la mayoría hayan sido repartidos –previa captura- e ingresados
al servicio doméstico en las condiciones señaladas anteriormente. Por otra parte, el
concepto de criado se nos presenta como una categoría amplia e incluiría, si nos atenemos a
la Real Cédula citada, a otros individuos servidores domésticos no surgidos del cautiverio
y que percibían un salario a cambio de sus tareas. De igual forma la práctica del “depósito”
no guardaba vinculación sólo con los cautivos que nos ocupan, se aplicó también con
mujeres de vida escandalosa o amancebadas, con hijos separados del seno de los hogares
para evitar el mal ejemplo de sus padres.(47)
Hacia 1796 en la parte sur de la ciudad estaban radicados, según las autoridades,
muchos malvivientes, en especial mujeres indias, negras libres y de mezcla, dedicadas a
tratos ilícitos. Los funcionarios dispusieron depositarlas con familias “respetables”, si bien
pocos vecinos accedieron a tomarlas bajo su custodia.(48) Los curas de las parroquias y los
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alcaldes eran los encargados de certificar la conducta de los pobladores de los barrios o
feligresía. Así, el amancebamiento, el no cumplimiento de los deberes cristianos, el trato
ilícito y toda nota que no se correspondía con lo dictaminado desde el grupo hegemónico
eran causales para ordenar un depósito. En este sentido, ocasionalmente una orden de la
autoridad civil podía quedar anulada ante la certificación favorable del sacerdote.(49) Al
mismo tiempo personas de escasos recursos solían depositar a sus hijos para que a cambio
de sus servicios, la familia que lo tomaba continuara con su crianza. Un matrimonio
indígena, debido a la extrema pobreza en que vivían decidió entregar en depósito una hija.
(50)
4. Conclusiones
Recapitulando brevemente lo expuesto observamos que el cautiverio indígena fue el
resultado de las expediciones punitivas llevadas a cabo desde la sociedad estatal sobre sus
territorios y se tradujo en una modalidad de incorporación forzosa a la socio-cultura
colonial. Los capturados por lo general eran siempre niños y mujeres, representantes de
distintas parcialidades tanto de fuera de la región pampeana, como charrúas, guenoas,
minuanes y otros, como provenientes de ella, los cuales eran mayoría. Como cautivos en el
interior de la frontera, el primer paso fue su alojamiento en la Casa de la Reclusión y su
destino final dependía de varios factores. En primer término para quienes no pertenecían a
las comunidades locales se aplicó de forma inmediata el reparto, no hemos encontrado
constancias de canje en estos casos.
Para los cautivos provenientes de las comunidades de la región , la política a seguir
dependió de situaciones coyunturales en las cuales incidieron por un lado las relaciones,
pacíficas o no, que mediaran en ese momento entre la sociedad indígena y estatal y el
número de cautivos blancos del otro lado de la frontera, factor que decidía la posibilidad
de establecer canjes y por otro, el gasto ocasionado al Estado por el mantenimiento de los
cautivos indios.
La desestimación del canje abría la instancia del reparto. En esta circunstancia se
esgrimía oficialmente como objetivo principal el argumento de la enseñanza religiosa de
los indios, desde allí a cargo de los particulares beneficiarios de los depósitos. Se reforzaba
el proceso de normalización ya iniciado durante la estancia en la Reclusión mediante la
incorporación de pautas y normas de la socio-cultura receptora. Al abordar la estrategia del
reparto debemos detenernos en su significación, en primer término para el particular
beneficiario del mismo y en segunda instancia para el indígena depositado. Para el primero
el depósito se traducía en una disponibilidad de mano de obra permanente a cambio de
alojamiento, vestimenta y comida. La segunda obligación representa para la época
abordada un gasto mayor, no obstante hay que tener en cuenta que la elección de la misma
quedaba en sus manos y por lo tanto también la instancia de abaratar el gasto. Los pleitos y
denuncias entablados entre los favorecidos y otros particulares nos informan del interés en
poseer criados sirvientes originados en el cautiverio y de su beneficio.
Los beneficiarios de los depósitos correspondían a un grupo reducido de gente.
Fueron militares, funcionarios o civiles catalogados como “gente decente”. En algunos
casos los cautivos no entraron previamente a la Reclusión sino que su reparto se efectuó
entre quienes integraban las partidas expedicionarias hacia el exterior de la frontera, lo que
podría interpretarse como una forma de retribución complementaria por sus servicios,
frecuente en otras áreas de frontera
Para los cautivos, el reparto representaba una servidumbre sin término, ya que los
depósitos no especificaban la durabilidad. Salvo que mediaran quejas o acusaciones, las
autoridades no controlaban formalmente la inserción de los depositados en el seno de las
familias. El reparto acentuaba la atomización de las comunidades y del núcleo familiar ya
disminuido con la captura, situación que atemperaba la posibilidad de resistencia. Esta se
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tradujo acotadamente en fugas, no incorporación de normas o comportamientos esperados
desde la óptica de la sociedad estatal, lo cual acentuó su estigmatización.
Notas
(1) Mayo, 1985; Socolow, 1992; Rotker, 1997; Operé, 2001; Jones, 1983.
(2) Rodríguez Molas, 1983. En este trabajo se trata con amplitud la temática.
(3) En su traslado se tiró al agua y pereció ahogado. Sánchez Labrador, 1936:97.
(4) Archivo General de la Nación (En adelante A.G.N.). División Colonia. Sección Gobierno de Buenos Aires,
1783-1789.
(5) A.G.N. Correspondencia Vértiz-Galvez, 1781.
(6) A.G.N. Comandancia de Fronteras de Luján, 1792-1796, Legajo 17.
(7) A.G.N. Compañía de Jesús, 1746-1756, Legajo 6.
(8) A.G.N. Montevideo, 1728-1751.
(9) A.G.N. Reales Ordenes, 1737-1746.
(10) La Merced , Rollos N° 587790, 587791, Concepción rollo n° 611230. Microfilmación existente en el
Arzobispado de Buenos Aires
(11) A.G.N. Casa de la Reclusión, 1778.
(12) A.G.N. Comandancia de Fronteras de Buenos Aires, 1768-1788.
(13) A.G.N. Comandancia de Fronteras de Las Conchas, 1761-1790.
(14) A.G.N Casa de la Reclusión, 1785.
(15) A.G.N. Comandancia de Fronteras de Luján, 1757-1778.
(16) A.G.N. Comandancia de Fronteras de Buenos Aires, 1768-1788 y 9-1-4-3-
(17) A.G.N. Casa de la Reclusión, 9-25-2-5
(18) A.G.N. Asuntos Legales, Buenos Aires 1787-1788
(19) A.G.N. Solicitudes Civiles, 1787.
(20) Ibidem
(21) A.G.N. Interior, Leg. 21, exp.3
(22) A.G.N. Casa de la Reclusión, 9,21-2-5
(23) A.G.N. Comandancia de Fronteras de Luján, 1779-1784
(24) A.G.N. Casa de la Reclusión, 9-21-2-5
(25) A.G.N. Interior, 1785, leg 21,exp.3
(26) A.G.N Comandancia de Fronteras 1757-1809 y Comandancia de Fronteras de Luján, 1757-1778
(27) A.G.N. Asuntos Legales, Buenos Aires,1799-1800
(28) A.G.N. Comandancia de Fronteras de Buenos Aires, 1789-1798 y Comandancia de Armas, 1784-1797
(29) A.G.N. Asuntos Legales, Ídem
(30) A.G.N. Solicitudes Civiles, 9-12-9-10
(31) A.G.N. Buenos Aires, 1789-1798
(32) A.G.N. Casa de la Reclusión, 9-21-2-5
(33) A.G.N. Comandancia General de Armas, 1779
(34) A.G.N. Comandancia de Fronteras de Luján, 1797-1801
(35) A.G.N. Solicitudes Civiles, 9-12-9-10
(36) A.G.N. Comandancia de Fronteras 1757-1809
(37) Telégrafo Mercantil, Rural, Político, Económico e Historiográfico del Río de La Plata. Buenos Aires, Real
Imprenta de Niños Expósitos, 1801,p.252
(38) A.G.N. Casa de la Reclusión, 9-25-2-5
(39) A.G.N. Comandancia de Fronteras, 1779
(40) A.G.N. Asuntos Legales, Buenos Aires, 1783-1784 y 1789-1790, Tribunales, leg 101, exp 24
(41) A.G.N. Comandancia de Fronteras de Buenos Aires 1789-1801
(42) A.G.N. Solicitudes Civiles 1790
(43) A.G.N. Tribunales Administrativos Leg. 4, exp 117
(44) A.G.N. Interior, Leg 30, exp 14
(45) A.G.N. Asuntos Legales, Buenos Aires, 1779-1800
(46) A.G.N. Cedulario de la Real Audiencia I, p.68-73
(47) Archivo Histórico de la Provincia de Buenos Aires C 13 A 1 Leg 2 N° 8 y Leg 6 N° 7 y 13; A.G.N.
Comandancia de Fronteras de Las Conchas 1761-1790, Asuntos Legales, Buenos Aires 1791-1794, Tribunales
Administrativos Leg 8, exp 225 y Leg 13, exp 367
(48) A.G.N. Comandancia de Fronteras, Buenos Aires 1789-1801
(49) A.H.P.B.A. C 13 A 1 Leg 2 N° 8 y A.G.N. Tribunales Administrativos Leg 13, exp 367
(50) A.G.N. Tribunales Administrativos Leg 56, exp 6
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Fecha de recibido: 15 de noviembre de 2006.
Fecha de publicado: 25 de abril de 2007
Mundo Agrario. Revista de estudios rurales, nº 13, segundo semestre de 2006.
Centro de Estudios Histórico Rurales. Universidad Nacional de La Plata
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