6 Juegos Prohibidos-Emma Green
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Intenté con los bancos, los trabajos ocasionales en los que las frituras te
acompañan hasta la cama... Pero fue imposible reunir esa cantidad de dinero y
tener tiempo de estudiar. Estaba al borde del abismo cuando Sonia me ofreció esa
misteriosa tarjeta, con un rombo púrpura y un número de teléfono con letras
doradas. Ella me dijo: « Conoce a Madame, le vas a caer bien, ella te ayudará... Y tu
préstamo estudiantil, al igual que tu diminuto apartamento no serán más que un
mal recuerdo. »
El día en el que se dirige a la entrevista de trabajo que podría cambiar su vida, Kate
Marlowe está a punto de que el desconocido más irresistible robe su taxi. Con el
bebé de su difunta hermana a cargo, sus deudas acumuladas y los retrasos en el
pago de la renta, no puede permitir que le quiten este auto. ¡Ese trabajo es la
oportunidad de su vida! Sin pensarlo, decide tomar como rehén al guapo
extraño… aunque haya cierta química entre ellos.
Todo… o casi todo. Pues Kate y Will están unidos por un secreto que pronto
descubrirán… aunque no quieran.
Juegos Prohibidos
Volumen 6
1. «DESAPARECIDO»
– Harry ha desaparecido.
No sé cuántos segundos pasaron entre la desgarradora confesión de Tristan
y la reacción de su madre, Diez, o tal vez hasta veinte. Veinte largos segundos de
silencio incrédulo. Luego Sienna se desvaneció, en la entrada, como en cámara
lenta. Se derrumbó sin hacer ni un sonido. No se desmayó realmente, sino que
simplemente estaba demasiado impresionada como para mantenerse de pie,
pronunciar una sola palabra o soltar un grito. Mi padre corrió para levantar su
cuerpo amorfo, desprovisto de toda energía y de toda emoción, y recostarlo sobre
el sillón de la sala.
Mientras que mi madrastra recupera la conciencia, la villa se ve literalmente
invadida. Por policías, socorristas, algunos hombres uniformados y otros con traje
y corbata, mujeres, jóvenes, viejos, como si toda la ciudad hubiera decidido
reunirse en nuestra casa, en medio de la noche. Sin saber cómo llegó hasta ahí, una
cobija me rodea los hombros. La que alguien debe haber intentado ponerle a
Tristan yace a sus pies. Todos sus músculos están tensos, sus puños apretados, sus
mandíbulas contraídas, y unos faros giratorios reflejan una luz azul en sus ojos,
que nunca me han parecido tan obscuros.
Desde lejos, escucho a mi padre respondiendo a las preguntas, intentando
controlar la situación, aparentemente tan calmado como siempre. Pero puedo ver
todo su desasosiego en su voz inquieta y casi ahogada. Y en su economía de
palabras, como si ya no supiera qué más decir, no cómo decirlo.
– Harrison Quinn. Tiene 3 años. No, no es mi hijo. Es de Sienna Lombardi,
mi... Mi esposa. Sí, su padre está muerto. Antes de que él naciera. No... nunca lo
adopté. Nunca hablamos de eso.
Tristan aparece entre mi padre y el hombre que toma notas en su pequeño
bloc, sin duda un detective, que sólo deja de escribir para sacar un pañuelo del
bolsillo de su pantalón y secarse la frente con él.
– Escuche, no sé quién es usted y no me importa.
– El oficial Boyle.
– Lo único que tiene que hacer es encontrar a mi hermano, continúa Tristan
ignorándolo. ¡Está perdiendo su tiempo!
– No, joven. Estoy siguiendo el procedimiento en caso de la desaparición de
un menor.
– Ya veo a lo que quiere llegar, con sus preguntas y sus cejas que no se
conforman con las respuestas. ¡Craig no tienen nada que ver con todo esto! Él ni
siquiera estaba en la casa. Y adora a Harry. Que lo haya adoptado o no, no cambia
nada. No comience a convertir a todos en sospechosos. Mi hermano menor
desapareció. Simplemente desapareció. Y usted debería encontrarlo. Encontrarlo
vivo. ¡Nada más! ¡Ése es su maldito trabajo!
La voz grave de Tristan cede y me acerco lentamente a él para impedir que
diga más groserías o se meta en problemas. El oficial se seca de nuevo la frente
respirando ruidosamente. Tiene un ligero sobrepeso, concentrado únicamente
encima de su cintura, a la que le cuesta mantener a su pantalón de traje beige. Pero
más que el calor de este principio del mes de mayo, aunque sea la 1 de la mañana,
es la tensión en la casa lo que parece darle calor. Varias gotas finas de sudor corren
bajo sus lentes sin montura.
– ¿No dicen que cada segundo cuenta cuando un niño desaparece? pregunto
en voz baja.
– Mis hombres ya están trabajando en eso, señorita...
– Sawyer. Liv Sawyer, soy su hija, digo señalando a mi padre con el mentón.
– La hermanastra del desaparecido, entonces, concluye el detective
garabateando en su bloc.
– Si así lo quiere ver.
La expresión me hiela. No sé qué es peor, que se refiera a Harry como el «
desaparecido» o que todo esto de los hermanastros vuelva a relucir en una
situación así.
– ¡Fergus! grita de repente Tristan. ¡Fergus O’Reilly estuvo aquí esta noche!
¿Hablaron con él? Tal vez...
– Él fue llevado a la estación de policía, donde está siendo interrogado en
este mismo momento, lo interrumpe el detective.
– ¿Qué fue lo que dijo? ¿Vio algo? Ese imbécil...
– No tengo permitido decirle nada sobre el tema. El Sr. O'Reilly está en
calidad de testigo. Por ahora, necesito una descripción precisa del desaparecido:
estatura, peso, color de cabello y de ojos, ropa que traía puesta. Lo más detallada
posible.
Las lágrimas se acumulan en mis ojos mientras que Tristan describe a
Harrison, su corte de cabello, sus ojos azules, su pequeña pijama de cuadros, unas
bermudas y una camisa de botones, y su cocodrilo.
– ¡Alfred desapareció también! dice poniendo su mano sobre mi nuca, con
un brillo de esperanza al fondo de sus ojos azules.
– Harry no se separa nunca de él...
– ¡Ya sé! Pero entonces eso quiere decir que se fue con él. ¡Se lo llevó, Liv! ¡Si
hubiera sido secuestrado, no habría tenido tiempo de tomar su peluche! ¡Pensó en
Alfred! ¡Tal vez sólo se fue a pasear, masticando su pata como siempre lo hace!
Con un intento de sonrisa sobre los labios, Tristan me abraza, como si
tuviera la prueba de que nada pudo pasarle a Harry. El oficial nos mira más de lo
que nos escucha. Sus pequeños ojos sorprendidos siguen los dedos de Tristan
alrededor de mi cuello, observan nuestro abrazo. Él debe ser uno de los pocos
habitantes de Key West que no sabe nada del escándalo. O bien ya lo olvidó. O es
del tipo de hombres a los que no le interesa los rumores o las historias de amor de
adolescentes.
Ruego en secreto por que sea la última opción.
Mi padre regresa de la sala con varias fotos de Harry, completas o de
retrato, solo o rodeado. El detective se las pasa una a una a la mujer al lado de él,
una castaña con el cabello peinado hacia atrás y la piel bronceada, y le murmura
que lance una Alerta de Secuestro - aparentemente no con la discreción suficiente.
– ¡Pero lo digo que sin duda no fue secuestrado! se enoja Tristan. Su
peluche...
– Usted no decide eso, joven. Quiere que haga mi « maldito trabajo », ¿no es
así? Eso es lo que haré. Necesito saber quién fue la última persona que vio al
pequeño. Y todo lo que sucedió la noche anterior a su desaparición. ¿Su
comportamiento ha cambiado últimamente? ¿Hay problemas en la familia? ¿Cómo
es que...
– ¡Problemas es lo único que hay! grita Sienna desde el fondo de la
habitación.
Ella se levanta quitándose de encima la espesa cobija que alguien también le
puso mientras se recuperaba del shock. Luego llega hasta nosotros, en la entrada.
Me doy cuenta de que la fase « Estoy demasiado conmocionada como para poder
gritar » se ha terminado. Mi madrastra necesita pasarle sus nervios a alguien, y no
puedo más que comprenderla.
Sólo me hubiera gustado que no fuera a mí...
¿Pero a quién más podría ser?
– Mi hijo mayor debía cuidar a su hermano mientras que yo estaba ocupada
en el hotel. En lugar de eso, pasó la noche con esta... esta... ¡chica! ¡Que había
decidido irse! ¡Y que regresó cuando nadie estaba! Para hacer sus cosas sucias en
secreto, como siempre!
– Sienna…, dice mi padre.
– Mamá…, suelta Tristan casi al mismo tiempo.
– ¡No, quiero hablar! ¡Y ustedes me dejarán hablar! grita.
– La escucho.
El oficial Boyle saca nuevamente su bloc y su pluma, al parecer contento de
obtener información sin tener que sacarla.
– ¡¿Nunca nos vas a dejar tranquilos?! grita mi madrastra hacia mí. ¡Ibas a
mantenerte lejos de aquí! ¡Eres tú quien le trae desgracia a la familia! ¿Qué
necesidad tenías de venir a buscarlo a media noche? ¿De meterle todas esas ideas
en la cabeza! ¡Mi bebé desapareció por tu culpa! ¡Y Dios sabe qué estaban haciendo
y por eso no escucharon nada! Despareció cuando ustedes estaban allí y ni siquiera
fueron capaces de...
– ¿Y tú dónde estabas? gruñe Tristan al lado de mí. ¿Dónde estabas mientras
que tu hijo dormía solo en su habitación? ¿Qué estabas haciendo cuando
desapareció? ¿Viste algo? ¿Escuchaste algo? ¡No, porque ni siquiera estabas aquí!
¡Tú eres su madre! ¡No Liv! ¡Ni yo!
Los gritos coléricos de Sienna resuenan en toda la villa, pero nada inteligible
parece salir de su boca. Ella se rasguña la cara y es la primera vez que su dolor y
sus gritos me parecen sinceros. Mi padre la toma por los hombros y la lleva aparte.
Sólo él es capaz de lidiar con ella cuando está en ese estado. Él me lanza un vistazo
por encima del hombro, para asegurarse de que estoy bien y le respondo
asintiendo con la cabeza y espero a que desaparezca para soltarme a llorar.
Tristan me toma entre sus brazos pero, por primera vez, el calor de su
cuerpo no me basta. Éste no se expande hasta mí, no me rodea, no me tranquiliza.
Mis lágrimas caen sobre su playera. Su hombro no parece lo suficientemente
amplio como para cargar con todo mi peso y el de mi culpa.
Algo se ha roto.
– Le contaré todo, termina por suspirar hacia el detective.
La joven mujer de hace rato me lleva a la cocina para hacerme un café. Y, sin
que realmente me dé cuenta, interrogarme. A algunos metros de mí, de pie en el
comedor, Tristan relata la velada, la noche, la desaparición de Harry, mientras que
el oficial Boyle llena de tinta las páginas de su bloc, con el rostro lleno de sudor. Yo
también cuento mi versión. Sin duda la misma. Sin olvidar ni omitir nada. Sin dejar
de pensar ni un segundo en Harrison, a quien no protegí por estar demasiado
ocupada pensando en mí. En Tristan, a quien le impedí cumplir con su papel de
hermano mayor al quererlo sólo para mí. En Sienna, a quien le arranqué a su hijo,
el más pequeño, el más frágil, y quien tiene todas las razones del mundo para
odiarme a muerte. En mi padre, quien también está viviendo un infierno por mi
culpa.
Yo, yo, yo... ¿Cómo pude ser tan egoísta? ¿Ponerme a mí antes que a los demás?
Estar cegada por mi deseo de volver a ver a Tristan, de poseer a Tristan, de amar a Tristan
sin que nadie se interpusiera entre nosotros?
***
Una noche en vela más tarde, Harry sigue sin aparecer. Las búsquedas de la
policía, en un perímetro de cinco kilómetros alrededor de la casa, no dieron ningún
resultado. Y esta mañana se duplicaron los elementos para retomar la búsqueda.
Ya es de día y la simple idea de que el pequeño haya pasado una noche afuera
solo, o peor, entre las manos de un enfermo, me es insoportable. Un médico se
encargó de Sienna y le administró calmantes. Por fin está dormida. Mi padre tiene
ojeras y una ligera barba rubia en las mejillas, y huele mucho a tabaco. Tristan, por
su parte, lleva una máscara de dolor y de fatiga en el rostro, jamás lo había visto
tan diferente, tan cerrado, tan alejado. Y aun tan bello, a pesar de la dureza de sus
rasgos.
Son más de las 9 cuando el oficial Boyle y su colega, la detective Cruz,
reaparecen en la casa. El cabello de ella sigue impecablemente peinado hacia atrás
en un minúsculo chongo muy apretado. Él sigue llevando puesto su traje beige
pero se quito el saco, y su camisa blanca está empapada en sudor, en la espalda y
bajo los brazos.
– Por ahora, no privilegiamos ninguna pista pero tampoco descartamos
ninguna. Secuestro, fuga, accidente, ahogamiento, enumera fríamente con sus
dedos, como si se tratara de una lista de compras.
– Y la investigación del vecindario no dio ningún resultado, agrega la joven
mujer, más simpatizante. Nadie vio ni escuchó nada anoche. Pero el aviso de la
investigación tal vez debería ayudar a que alguien hable...
– ¡Fergus! exclama Tristan interrumpiéndolos. ¡Él estaba aquí, frente a
nuestra casa, debe saber algo! ¿Qué obtuvieron del interrogatorio?
– El Sr. O’Reilly fue interrogado y salió libre anoche.
– Pero entonces, ¿qué diablos estaba haciendo aquí? ¡A media noche! ¡Justo
cuando mi hermano desapareció!
– Estaba visitando a la señorita Sawyer, que es una de sus amigas. Eso no
tiene nada de inusual.
– Pero ese bastardo corrió cuando...
– El Sr. O’Reilly declaró que tuvo miedo de usted cuando le gritó y lo
persiguió. No sabía por qué estaba enojado. E indicó que no es raro verlo en ese
estado...
– ¡Oh! ¡Ya veo! ¿Ahora yo soy el sospechoso? grita con una risa falsa.
– Tristan, intenta hacerlo entrar en razón mi padre.
Deslizo suavemente mi mano alrededor de su bíceps contraído, intentando
calmarlo también. Pero él separa su brazo y se aleja.
– ¡¿Por qué nadie está haciendo nada?! grita antes de azotar la puerta de la
villa.
– Sr. Sawyer, tendré que pedirle que mantenga a su hijastro en la casa. No
puede perturbar las investigaciones como lo hizo esta noche. Mis hombres
necesitan concentrarse.
– Y Tristan necesita respuestas, dice mi padre con una voz pausada, pero
firme. No voy a encerrarlo como si fuera un animal. Es mayor de edad y perdió a
su hermano. A menos que usted lo arreste, es libre de buscarlo.
Boyle se calla y se conforma con mostrar su disgusto con algunas
respiraciones ruidosas. Le entrego a Cruz un paquete de letreros que mi padre y yo
imprimimos anoche. « DESAPARECIDO » está escrito en negritas y en rojo, arriba,
encima de la foto de Harry y de toda la información necesaria. Aunque esté al otro
lado de la hoja, su sonrisa me llega al corazón. También le doy a la detective el
pequeño cepillo de dientes que me pidió para una muestra de ADN. Y siento que
cada segundo que pasa, cada acción nos hunde un poco más en el infierno. Nos
aleja un poco más de Harrison.
Y me aleja todavía más de Tristan…
Durante los días que siguen, toda la ciudad se pone a buscar al pequeño.
Los habitantes organizan batidas en los pantanos o en las playas, progresando en
línea, metro a metro. Algunos socorristas y buzos profesionales son enviados al
mar. Un helicóptero sobrevuela el océano, varias veces. La casa de Betty-Sue es
hurgada a fondo, al igual que las residencias de todos los que conocen a Harry. Los
cinco miembros de Key Why. Bonnie, que hace todo lo posible para ayudar.
Fergus, que se niega a contestar mis llamadas, a abrirme la puerta o a responder
una sola de mis preguntas desde que lo arrestaron y llevaron a la comisaría, como
si eso hubiera sido mi culpa. Las niñeras y el logopeda de Harry. Todos los que se
ocupan de él en su escuela privada. Las mucamas de Sienna y todos los empleados
del hotel. Romeo Rivera y todos los demás colegas de mi padre. La agencia
inmobiliaria y los Lombardi también son investigados. Pero nada.
¿Cómo es eso posible?
¿Cómo puede uno estar ahí un día, y desaparecer al siguiente, sin dejar ninguna
huella?
Los días pasan y todos perdemos la noción del tiempo, del día y de la
noche. Sienna organiza una conferencia de prensa y al fin se expresa. Frente a la
cámara, vestida, peinada y maquillada para intentar esconder su expresión
devastada, le suplica a los que sepan algo que hablen. Pide que le regresen a su
bebé. Dice que ya no tiene más lágrimas para llorar pero que tiene mucho, mucho
dinero, y que está dispuesta a pagar. Detrás de ella, mi padre permanece en
silencio, con los brazos cruzados. Y Tristan se negó a aparecer con ellos. La voz
quebrada de su madre se transmite por todas las cadenas de televisión locales, por
todas las estaciones de radio. Una foto de ella sosteniendo una foto enmarcada de
Harry a la altura de su corazón es publicada en el periódico. Extrañamente, ya
nadie habla de Tristan y yo, del beso en la gala, de los grafitis y de las riñas por el
incesto. Una historia sórdida borró a la otra. Y odio a todo el mundo, a todas esas
personas, por alimentarse de esas tragedias como si fueran una nueva distracción
en sus pobres vidas.
Desde la desaparición, veo a Tristan muy poco. Pareciera como si la vida de
todos se hubiera detenido. Pero él es quien busca a su hermano menor con más
ahínco, sin detenerse jamás. No sé cuándo fue la última vez que durmió. Ni
siquiera sé si ha comido. Creo que simplemente es incapaz de pensar en cualquier
cosa que no sea Harrison. Sienna permanece acostada en su cama la mayor parte
del tiempo, aturdida por los medicamentos. Mi padre intenta administrar como
puede el hotel que cerró, la agencia que continúa viviendo sin él, las facturas por
pagar, el mantenimiento de la casa, los curiosos que se presentan frente al portón
de la villa, los que llaman para dar información falsa esperando recibir un poco de
dinero, y a la policía que no nos dice lo suficiente. Aunque esté extenuado, sigue
preocupándose por mí. Por Tristan. Por su mujer - o lo que queda de ella.
Y creo que nunca he amado ni admirado tanto a mi padre.
Después de diez días sin noticias de Harrison, una marcha blanca es
organizada por las calles, sin que sepa quién tuvo la iniciativa. Desde el centro de
la ciudad hasta nuestra casa. Me dejo guiar por Betty-Sue y Bonnie, me pongo
encima de mi blusa la playera blanca que me dan, con la imagen de Harry. Tristan
lleva puesto lo mismo. Lo encuentro a la cabeza el cortejo. Su mirada triste se cruza
con la mía, en ella leo por primera vez desde hace mucho tiempo algunas
emociones, algunos sentimientos. Me reencuentro con mi Tristan Quinn, tan duro,
tan fuerte por fuera, incapaz de pedir ayuda, apretando los puños para no ceder,
contrayendo la mandíbula para no llorar. Pero tan frágil por dentro, tan perdido,
tan impotente. Él desliza las manos al interior de sus shorts, mirando directamente
hacia el frente. Yo meto la mía para hacer llegar mis dedos hasta su palma. Él saca
la mano. Aprieta la mía. Entrelaza nuestros dedos. Y casi hasta sonríe.
Y en sus ojos brillantes, puedo leer una pena inmensa, pero también un inmenso
amor.
Si alguien nos está mirando de soslayo en este instante, ni siquiera lo noto.
Si algunos murmullos se escuchan entre la multitud, no los escucho. O bien mi
abuela se ocupa personalmente de su caso. Pero creo que nadie lo hace. Nadie tiene
cabeza para eso. Caminamos lentamente, con los miles de caras de Harry
desplazándose detrás de nosotros, su pequeña sonrisa fija sobre torsos musculosos,
estirada sobre vientres prominentes, con una mueca extraña, sus ojos azules miran
el horizonte donde no lo encontramos, su ausencia sobre tantos cuerpos aquí
presentes. No sé si esto ayuda a Tristan, pero de repente me siento menos sola.
Menos helada, a pesar del calor del mes de mayo. Menos culpable, a pesar de todo
lo que hice.
La marcha termina frente a nuestra casa, por oleadas infinitas. Antes de irse,
algunos dejan peluches frente al portón. Otros platos de comida, con una nota para
Sienna. Otros más, dibujos de niños o mensajes para Harry: « Regresa rápido », «
Te estamos esperando », « Siempre hay esperanza », como si esos deseos y esos
regalos pudieran ayudarlo a regresar. Mi padre les agradece, con los ojos húmedos.
A veces da noticias de mi madrastra, « demasiado débil para participar, pero feliz
por esta muestra de solidaridad ».
– ¡¿Cómo te atreves a aparecer por aquí?! grita de pronto Tristan detrás de
mí.
Lo veo atravesar la multitud y atrapar a Fergus del cuello, quien ni siquiera
se resiste.
– ¡Te vimos merodeando en nuestra casa esa noche! ¡Te vimos irte
corriendo! ¡Intenté detenerte, maldito, y ni siquiera te detuviste! ¡No sé qué le
contaste a la policía, pero a mí me vas a decir la verdad!
Tristan, furioso, arrastra a Fergus hasta el portón y lo aplaca violentamente
contra la puerta. Llego corriendo a ellos, a la vez preocupada por que una pelea
explote, enojada con mi mejor amigo por su mutismo y sintiendo impulsos
violentos asaltándome también.
– ¿Qué le hiciste, maldita sea? ¿Qué le hiciste a mi hermano? grita Tristan a
algunos centímetros del rostro del pelirrojo.
– ¡Nada, se los juro!
– ¡¿Cuándo terminarás por dar una explicación?!, le suplico que hable.
– Suéltalo, Tristan, se interpone mi padre.
Algunos policías, encargados de cuidar la marcha, llegan para separar a los
dos chicos y dispersar la multitud. Poco después llega también el oficial Boyle,
quien nos seguía en auto, y nos hace entrar a la villa.
– Quería hablar con Liv... dice Fergus entre sollozos una vez que entramos.
– ¡Todos estamos aquí para escucharte, joven! A menos que prefieras que
hagamos esto en la sala de interrogación...
Los ojos de Tristan, de mi padre, del oficial y los míos se clavan en él. No
puede retroceder. Y aunque quisiera, no creo que tenga la fuerza.
– Lo lamento, yo...
– ¡Ya dilo! se impacienta Tristan, a quien mi padre le impide acercarse más.
– No le hice nada a Harrison, ni siquiera lo vi esa noche.
– ¡¿Entonces qué diablos hacías aquí?! insisto. ¿Por qué te niegas a
responder, Fergie?
Fergie. Ese apodo afectivo se escapó de mi boca, en un grito ronco, casi en
contra mía. Desamparado, aquél que pensaba que era mi mejor amigo termina por
hablar. Sonrojándose hasta la raíz del cabello y temblando con todo el cuerpo.
– Sólo quería espiarlos a Tristan y a ti, confiesa agachando la cabeza. Para
asustarlos... Las llamadas, la carta anónima, el grafiti... Fui yo.
– ¡¿Qué?!
– ¡¿Eh?!
– ¡Mierda!
– ¡¿Pero por qué?!
Siento como si la Tierra dejara de girar bajo mis pies. Y luego volviera a
arrancar a toda velocidad. Inhalo profundamente para no ceder ante el vértigo,
para mantenerme de pie, mientras que poco a poco, las piezas del rompecabezas
encajan.
– La agencia inmobiliaria de mi padre quebró por culpa del tuyo... No creí
que esto llegaría tan lejos, Liv. Sólo creí que si tu familia tenía problemas, la
agencia de tu padre sufriría las consecuencias. Y que mi padre podría salir un poco
adelante. Es su mayor competencia. Lo tomó todo. Y nosotros no teníamos nada
más. ¡Sólo quería ayudar a mi familia!
– ¡¿Destrozando a la mía?! ruge mi padre, fuera de sí.
– Le pido perdón, Sr. Sawyer. No sé por qué hice eso. Por qué no me detuve
antes. Me involucré demasiado y... Le juro que yo soy culpable de la desaparición
de Harry. Eso es lo que venía a decirles. Y ya sé que debí haberlo hecho hace diez
días. Pero tenía tanto miedo...
– ¡Eres una basura, O’Reilly! silba Tristan entre sus dientes apretados.
Tienes suerte de que este policía esté aquí...
– Fergus… ¡¿Cómo pudiste hacerme esto?!
– Lo lamento tanto, yo...
– ¿Por qué te fuiste corriendo cuando Tristan te vio?
– Ni siquiera sabía que Harry había desaparecido. Pensé que había
descubierto que los estaba espiando, que iba a golpearme por eso.
– Créeme, si pudiera lo haría...
– Sr. O’Reilly, mintió en una declaración oficial, interviene el oficial Boyle
enfadado. Debió contarnos eso desde su primer interrogatorio.
– Creí que nadie me creería, que eso me convertiría en un sospechoso...
– ¿Tiene más información que darnos sobre la noche de la desaparición?
insiste el policía con su bloc en la mano.
– No, ya les dije todo. No vi nada. Estaba obscuro. Les juro que les diría si
hubiera visto al pequeño. O a alguien más.
« Alguien más... » ¿Pero quién?
2. 17 días
Diecisiete días. La tierna voz de Harry se calló hace más de dos semanas, la
investigación no ha avanzado en nada y, sin él, sin el pequeño rostro bajo el corte
infantil, la villa ya no tiene alma. Aparte de los inspectores que nos visitan - cada
vez con menos frecuencia - y los gratines y otros platos de lasaña que dejan en
nuestra puerta, nada parece moverse entre estas paredes.
Sienna toma medicamentos como si fueran dulces. Craig no deja de fumar.
Tristan aprieta la mordida. Yo cierro los ojos con fuerza para intentar hacer
desaparecer la realidad. Pero cuando los vuelvo a abrir, la pesadilla sigue igual de
viva.
Toda la isla parece funcionar en cámara lenta. Los letreros siguen
firmemente pegados en todas las vitrinas, pero nadie se atreve realmente a
mirarlos. Los habitantes murmuran el nombre de Harry en todas las
conversaciones, pero en voz cada vez más baja. Por las tardes, las calles se vacían
más rápido de lo normal, ya que todos regresan a sus casas para cuidar a sus
querubines.
Ignoro si la gente sigue teniendo fe, pero nosotros sí. Sienna, Craig, Tristan y
yo sí. A pesar de todos los rencores, al menos tenemos eso para mantenernos
unidos. El amor que le tenemos al pequeño. La esperanza que sigue aquí, en
nosotros, más fuerte que la duda, que el miedo. ¿Es una locura pensar que después
de diecisiete días encontraremos vivo a nuestro pequeño desaparecido, con
perfecta salud y su sonrisa tímida y conmovedora sobre los labios? Seguramente.
Pero no perdemos la esperanza. Porque es insoportable imaginar lo contrario.
Pensar que su vida ha terminado, con tan sólo 3 años. Eso sería demasiado injusto.
Inaceptable.
***
***
***
***
***
A partir del día siguiente, el video de Sienna es difundido por todas las
cadenas nacionales. Todos decidieron transmitir justo el momento en que se
derrumba. Luego en el que Tristan se escapa. Todos remarcan las torpezas de una
y la hostilidad del otro. En los periódicos y en los sitios de Internet, se pueden leer
artículos y leyendas de fotos que insisten hasta en la menor falla:
« Ignoramos por qué no toda la familia estaba reunida ese día. »
« El padrastro y la hijastra no quisieron hacer declaraciones. »
« El hijo mayor no pudo contener su rabia. »
« No parece haber dicho todo lo que estaba en su corazón. »
« Los millones no siempre bastan para regresar a un niño a casa. »
Y ésos sólo son algunos comentarios. Mi padre tenía razón. Algunos
periodistas siguen merodeando la villa, durante los días siguientes. Algunos
intentan hacer hablar a Tristan cada vez que entra o sale, con preguntas tontas
acerca de la investigación. Otros me siguen hasta mi auto cuando intento ir a la
agencia. Otros más filmaron cuando mi padre intentó hacer que se fueran, hasta
que la policía llegó. Siento que la situación ya se nos salió de las manos. Y que las
respuestas que esperan ya no sólo conciernen a un pequeño desaparecido.
La semana siguiente, los artículos se multiplican, los periodistas parecen
haber hurgado todo, revuelto todo, y la verdad parece cada vez un poco más
deformada:
« El rockstar de la ciudad tiene un temperamento fuerte y no solamente contra la
prensa. En Key West, Tristan Quinn ya es conocido por varias agresiones, a compañeros, a
padres de alumnos y a oficiales de la policía. Varios testimonios reportan igualmente peleas
en bares o en fiestas con alcohol, al igual que problemas con chicas menores durante
conciertos ofrecidos por su grupo, los Key Who. El historial académico del joven no es
mucho más brillante: después de ser expulsado del liceo a los 15 años, fue enviado a un
internado privado durante tres años y no salió de ahí con un certificado. Finalmente
podemos informar que su licencia de manejo le fue retirada, por una razón todavía
desconocida. »
¡Son los Key Why, cretino!
¡Y Tristan obtuvo su certificado, sólo que se negó a ir a esa estúpida
ceremonia de graduación! Jamás golpeó a nadie excepto por Kyle Evans, que lo
tenía bien merecido. ¡Y si casi nunca conduce es porque su padre murió en un
accidente! En cuanto a las chicas menores, pff...
Todos esos comentarios me hacen hervir por dentro, pero eso no cambiará
nada. Mi madrastra no se salva:
« Sienna Lombardi, la businesswoman viuda y vuelta a casar casi de inmediato. »
« Treinta y nueve años y dos maridos ya, de los cuales uno murió cuando ella estaba
embarazada, y dos hijos de los cuales uno ha desaparecido, una noche en la que ella no
estaba en casa. Estamos lejos de la esposa y madre modelo que aparenta ser. »
Y yo, espero que Sienna esté demasiado cansada como para navegar por
Internet.
En cuanto a mi padre, fue inmortalizado agitando los brazos para ahuyentar
a un fotógrafo frente a la villa. Así es la imagen, y la leyenda:
« Craig Sawyer, director de una agencia inmobiliaria en auge, ha triunfado en los
negocios. ¡Pero en su vida privada ha perdido el control! »
¿Cómo pueden mirarse al espejo después de hacer un trabajo tan
asqueroso? ¡No saben nada de mi padre!
Finalmente, encuentro un artículo de primera plana, titulado « Quinn-
Sawyer: dos familias, ¿cuántos secretos? » e ilustrado por una foto robada de Tristan y
yo, abrazados en el patio, el día de la entrevista de Sienna. Justo debajo de la
imagen, esta pregunta: « Aparte de la desaparición de Harry, ¿hay algo más que los una?
»
Mi corazón se detiene y siento cómo me sonrojo, hiervo por dentro, no muy
lejos de explotar. Los ataques hacia mi padre, mi madrastra, las mentiras sobre la
reputación de Tristan, las indirectas y las pseudo-frases impactantes las acepto.
¿Pero utilizar un drama familiar para llegar a eso? ¿Ensañarse con nosotros dos,
con Tristan y conmigo, con todo lo que más amo? ¡Hacer a un lado a Harry para
centrarse en esa pseudo-historia de incesto, aparte de todo lo que estamos
sufriendo ya! Todo eso me da náuseas.
Dejo la habitación y corro a la planta baja. Me parece que mi padre ya
regresó, pero Tristan todavía no. Y debo hablar con él a toda costa antes que...
Demasiado tarde. En medio de la escalera, escucho la televisión lanzando horrores.
Frente a ella, encuentro a Sienna, de pie, con la mano en la boca abierta. Y mi
padre, detrás de ella, sosteniéndola por los hombros para impedir que se caiga.
Cuando notan mi presencia, sus reacciones son tanto diferentes como extremas. Mi
padre palidece, cierra los ojos y luego camina lentamente hacia mí, como hacia un
animal herido al que no se quiere hacer huir. Mi madrastra, por su parte, se pone a
correr y gritar, como si toda su fuerza, toda su voz y toda su rabia le hubieran
regresado de pronto.
– ¡Me quitaste a un hijo aun cuando no tenías derecho! ¡El segundo está
desaparecido, por culpa tuya! ¡¿Y todavía encuentras una forma de manchar el
nombre de mi familia?! ¿Qué te he hecho para merecer esto? ¡¿Qué te hice, Liv?!
¡Craig, di algo! ¿Cuándo van a dejar de destruir todo, ustedes dos?
Mi padre rodea mi hombro con su brazo y me lleva con él, hacia el jardín
trasero, mientras que Sienna llora y vocifera. Una vez fuera, él enciende
rápidamente un cigarrillo, con sus dedos temblorosos, antes de susurrarme:
– No está pensando nada de lo que dice. Es la furia hablando. Y furia no es
más que una etapa del duelo, Liv. Nada más. Tengo que ir a ocuparme de ella.
– Ya sé..., suspiro.
– ¿Segura?
– Sí, papá. Ve, te necesita.
Él tira su colilla, me da un beso en la frente y regresa a la casa.
Tristan, te necesito tanto...
4. 48 días
***
La voz del animador me rompe los oídos, pero guardo mis comentarios
para mí. Sienna está tirada frente a la tele, con un paquete de papas fritas en la
mano, mientras que yo le preparo un sándwich digno de ese nombre. Lechuga,
tomates, un poco de atún y mayonesa. Si alguien me hubiera descrito esta escena
hace un mes y medio, no lo hubiera creído.
Mi madrastra - o lo que queda de ella - estalla de risa tras una broma ultra
pesada y luego se inclina hacia mí apretando el nudo de su bata:
– ¿Sabes cuándo regresará mi hijo? ¿El que no perdí?
Con la mejilla llena de migajas, se obliga a sonreír, pero sus ojos no tienen
nada de jovial. Pongo el pedazo de pan encima del sándwich y se lo doy, junto con
un vaso de agua.
– Tristan no debe de tardar. Hoy era la primera vez que iba a ensayar.
– Mejor, suspira rechazando su cena. Quiero que regrese a su vida.
El teléfono fijo suena, sobre la mesa baja, y como cada vez que eso pasa,
Sienna-el-Deshecho se transforma en Sienna-la-Guerrera. Se levanta de un salto
para lanzarse por el aparato frente a mí. Sigue creyendo que recibirá una buena
noticia, algún día...
¿Yo? Ya ni sé...
Su rostro cambia de color varias veces, luego cuelga después de decir sólo
estas palabras:
– En cuarenta minutos. Entendido. No nos moveremos de aquí.
Mientras que ella se baña para ponerse presentable, yo me encargo de
convocar a los dos ausentes de la casa. Desde la recámara principal de la cual dejó
la puerta abierta, Sienna me grita todo y nada a la vez:
– ¡Si no llegan en menos de media hora, que ni pongan un solo pie en esta
casa!
Luego:
– ¡El oficial Boyle no me dijo nada preciso, pero su tono era bueno!
Y finalmente:
– Prepara sándwiches para todo el mundo, Liv. ¡Los hombres tendrán
hambre!
Cenicienta. Eso es todo lo que soy para ella. Pero en este instante, me da lo
mismo que me trate como la esclava de la casa. Que se imagine que a mí no me
mueve nada por dentro la simple idea de que el detective principal nos anuncie
una noticia. La que sea. Sienna puede hablarme y tratarme como quiera. Como una
madre que ha perdido a su hijo. No hay dolor más grande que el suyo.
Mientras que mi padre sale corriendo de su agencia inmobiliaria, Tristan me
responde que acaba de pasar el portón. Llego con él afuera, en el patio frontal,
ignorando los gritos del torbellino, que continúa dándome órdenes desde el baño
de la planta baja.
– Parece estar bien... ¿Qué está pasando?
La voz aguda me sigue el rastro, inclusive desde la regadera, inclusive
cuando ya estoy afuera. Termino por azotar la puerta de la entrada detrás de mí.
No más Sienna. Tristan lleva puesta la playera de Led Zeppelin que me envió
cuando estaba en París. Todos los recuerdos regresan a mí y no puedo evitar
observarla. La tela obscura moldea cada músculo de su torso, de sus brazos. Es
hipnotizante.
– ¿Liv? me pregunta el rockstar.
– ¡Perdón! Boyle llamó. Según lo que entendí, nos va a visitar en treinta
minutos.
– ¿No dijo nada más?
– Tu madre habló con él. Pero al parecer no.
– Más malditos misterios... suspira pasándose la mano por el cabello.
No me atrevo a preguntarle si creo que eso es buena señal o no. No me
atrevo a preguntarle nada más, para ser honesta. Cuando Tristan quiera hablar
conmigo, sabe dónde encontrarme. El resto del tiempo, lo dejo vivir en paz. Es
mejor así.
Para él…
Su estuche de guitarra cuelga negligentemente de su hombro, a punto de
caerse. Abro la puerta para dejarlo pasar.
– Entra, eso debe pesar.
– Al contrario, no sabes el peso que me quita de encima...
Llega a la entrada, deja su instrumento y estira la nuca mirando hacia
ambos lados con la cabeza.
– ¿Tocaste?
– Sí.
– ¿Cantaste?
– No, murmura mirándome intensamente. No logro hacerlo.
– Tu voz regresará.
Me odio inmediatamente por haber susurrado esas palabras.
– ¿Y él, Liv? ¿Acaso él regresará? replica Tristan señalando con el dedo la
foto enmarcada de Harry.
Su pregunta no tiene nada de agresivo, nada de cruel. Casi hasta es infantil,
ingenua. Como si Tristan hubiera comprendido que luchar contra lo inevitable no
llevaba a ninguna parte. Como si al fin reconociera su impotencia. Para la mayoría,
eso nos tomó cerca de una semana. Para él, un mes y medio. Eso es lo que se llama
tener fuerza de carácter…
Craig llegó dos minutos antes que el oficial Boyle y la detective Cruz. Nos
instalamos en la sala, rogando por una buena noticia. Un brillo de esperanza, al
menos... Los dos policías van directo al grano, por primera vez. Nada de palabras
inútiles.
La joven mujer con el cabello peinado hacia atrás saca una bola de plástico
de su maleta. Una bolsa que contiene un elemento clave en la investigación, dice
suavemente. Y de pronto, la Tierra tiembla bajo nuestros pies. Todos nuestros ojos
se desorbitan, nuestras bocas se entreabren, pero ningún sonido logra salir. No
durante los primeros segundos. Y luego Tristan es el primero en hablar,
inclinándose hacia el objeto en cuestión.
¿Habla? No. Ruge.
– ¡Alfred! ¡Mierda! ¡¡Alfred!!
Efectivamente es él, el pequeño cocodrilo desgastado, encerrado en su bolsa
para no destruir ninguna pista que pueda ser útil a la investigación. Sienna se
deshace en lágrimas, Tristan intenta tomar el peluche, pero el detective lo detiene
en seco.
– ¡Esperen! Hay que manipularlo lo menos posible. Sólo necesito que me
confirmen.
– ¡Es él! grita Sienna. ¡Le decimos que ése es Alfred!
– Pueden observarlo más de cerca, para reconocer un detalle, cualquier cosa
que lo haga único, agrega la detective con una voz suave.
Tristan y yo estudiamos más de cerca el montón de pelos verdes. Tengo el
corazón estrujado y un nudo en la garganta. Ver a Alfred sin Harry es doloroso. El
peluche está muy sucio, mojado, pero logro distinguir lo que quería.
– La pata delantera... murmuro. Está rota.
– ¿Y?
– Harry siempre la estaba masticando, explica Tristan con una voz sombría.
Constatar eso nos congela la sangre. No logro decidir si este hallazgo es algo
bueno o malo. Las suposiciones chocan en mi mente, me levanto y le doy vueltas a
la habitación para intentar ver más claro. Durante este tiempo, Tristan también
lucha, con la cabeza escondida entre sus manos. Finalmente, Boyle rompe el
silencio dirigiéndose a su colega:
– Cruz, puede llevarse la evidencia a la comisaría.
– ¿Podemos saber más? ¿Dónde encontró el peluche? pregunta de repente
mi padre, con una voz intimidante.
– A alrededor de siete kilómetros de aquí.
– ¡¿Siete?! piensa en voz alta Tristan.
Él se encuentra nuevamente entre nosotros. Se levantó y se recargó contra la
pared, al igual que yo. Muy cerca de mí.
– Sea honesto, Boyle. Díganos lo que piensa realmente.
El policía mira a Tristan con cierto respeto y luego le responde:
– El laboratorio comenzará a analizar las muestras esta misma tarde, pero
pienso que la prueba está ahí. Harry fue secuestrado. Un niño de 3 años no recorre
siete kilómetros a pie. No solo. No en la carretera donde encontramos la evidencia.
– Se llama Alfred... solloza Sienna, abrazada por mi padre.
– ¡Antes ni lo soportabas! se enfada Tristan. ¿Y ahora quieres que lo llamen
por su nombre?
– ¡Tristan!
Lo tomo del brazo y lo obligo a dejar la sala conmigo. Para mi gran sorpresa,
no se resiste y acepta seguirme hasta su habitación. Una vez que cerramos la
puerta, lo empujo a su cama y descubro que una sonrisa le atraviesa el rostro.
– ¿Te divierte ser cruel? ¿No crees que tu madre tiene suficiente dolor de
por sí?
– Liv…
– ¿Por qué necesitas enterrar más el cuch...
– Liv…
– Francamente, eso es algo indigno de ti...
– ¡SAWYER!
– ¿Qué?
– ¡Hay una esperanza!
– ¿Una esperanza de qué?
– ¡De que esté vivo! No fue un accidente. ¡No se ahogó no sé dónde, no lo
atropellaron, no se lo comió un cocodrilo hambriento! ¡Si está secuestrado, todavía
podemos encontrarlo!
– Tristan…
– Un poco de esperanza, Liv. ¡Es todo lo que pido! Todo lo que esperaba...
Aunque estoy menos segura que él de que esto tendrá un final feliz,
sucumbo ante su alegría. Hay que decir que su sonrisa es contagiosa. Sus ojos
temibles. Y esa sonrisa.
¿Ya hablé de su sonrisa...?
Sus manos rodean mi cintura y me jalan bruscamente hacia su cama. Lanzo
un grito de sorpresa y me hace callar besándome. Su boca es dulce, sabe al refresco
que acaba de tomar, hace algunos minutos.
– ¿En verdad crees que podemos festejar? le pregunto entre dos besos.
– No tengo otra opción, Liv. O creo en eso, o me vuelvo loco...
– Entonces yo también quiero creer contigo... murmuro rozando sus labios.
***
Cincuenta días.
– ¡No olviden la marcha blanca organizada esta tarde, en conmemoración
del pequeño Harry Quinn! Vengan y demuestren su apoyo, vístanse de blanco. La
cita está fijada a las 8:30 de la noche frente al palacio de gobierno de la ciudad. ¡No
sé ustedes, pero nosotros estaremos allí! ¡Apresúrense, es en menos de una hora!
El locutor de la radio no deja de recordar el programa de la tarde. En mi
auto, me doy cuenta de que el tiempo apremia. Acelero, le toco el claxon a un
conductor que intenta rebasarme mientras habla por teléfono, luego tomo el
camino que lleva a la villa. Paso rápido a mi habitación y estoy lista con mi top
blanco y mis jeans más blancos. Por primera vez, obedezco las reglas. Por primera
vez, tengo ganas de darle gusto a todo el mundo, hasta a Sienna.
Tristan llega conmigo a la cocina, mientras me como un yogurt a toda
velocidad.
– ¿Estabas aquí? pregunto asustándome.
– Así como lo ves... ¿Todavía no estás lista, Sawyer?
– ¿Y tú?
– Casi, suspira quitándose la playera verde frente a mis ojos.
Obviamente, tengo que sonrojarme como niña tonta al encontrarme frente a
su torso de dios griego. Y obviamente, él tiene que hacer un comentario sobre esto.
Una mirada insolente más tarde, se dirige al cuarto de lavado y regresa con una
playera blanca con cuello en V.
– Un rebelde que respeta las reglas... Eso es casi tan sorprendente como
sexy, murmuro tomando las llaves de mi auto.
– Todo esto fue organizado para Harry. No tengo ganas de dar un
espectáculo.
– ¿Te llevo, Quinn?
– Nunca he subido a tu auto, dice de repente como si en este instante se
diera cuenta de ello.
– No. Y siempre me he preguntado si algún día lo harás.
– Entonces creo que ese día es hoy.
– Digamos que lo haces por Harry.
– Sí, por Harry.
Nuestras sonrisas se estiran tímidamente y caminamos en silencio hasta mi
auto. Una vez que enciendo el motor, Tristan y yo apenas si intercambiamos
algunas palabras. Por más que esté tan cerca físicamente, su mente está en otra
parte. Normal, cuando me estaciono, nos damos cuenta de que centenas, si no es
que miles de personas se están reuniendo para honrar a su pequeño hermano
desaparecido.
– Sabes, no vienen con la esperanza de que lo encontremos, dice al ver la
multitud vestida de blanco. Vienen para decirle adiós. Para intentar seguir
adelante. Todos están convencidos de que está muerto...
– Nosotros somos los únicos que seguimos creyendo.
– Sí, pero somos los únicos que saben quién es en verdad. En nuestro lugar,
él estaría aquí, gritando nuestros nombres con su voz estridente, comiéndose las
consonantes, sin importarle lo que los demás piensen. Él hubiera sido el último en
dejar de creer. En dejar de esperarnos. Mierda... Harry...
Una lágrima corre por su mejilla. Por varios segundos, Tristan observa la
calle repleta de personas a través de la ventanilla. Luego se seca el rostro con el
revés de la mano, me da un beso muy cerca de los labios y sale de mi auto soltando
un « ¡Hasta pronto Sawyer! ».
Bonnie llega en ese mismo momento - comprendo que hizo que Tristan
huyera - y nos alejamos un poco de la gran plaza. Francamente no tengo una buena
reputación en esta ciudad. No desde que mi historia con Tristan fue revelada.
Mucho menos desde que su hermano fue secuestrado mientras nosotros lo
estábamos cuidando. Y menos aún desde que salieron artículos difamatorios y
reportajes televisivos no muy favorecedores... Entonces mejor evito cruzar
miradas. Provocar el sarcasmo, la maldad gratuita y las agresiones. Estoy aquí por
Harry, no puedo ni pensar en iniciar un escándalo.
Hay cada vez más personas alrededor de nosotros, algunas banderolas que
se izan encima de nuestras cabezas son particularmente conmovedoras. Y ver el
rostro del pequeño por todas partes, sobre las playeras, sobre las pancartas, me
recuerda cuánto lo extraño. Las emociones me inundan y Bonnie me abraza por un
minuto, mientras me controlo. Luego Betty-Sue nos encuentra por milagro en
medio de toda la gente y aterrizo entre sus brazos. Mi abuela me muestra el
colgante en forma de corazón que lleva alrededor del cuello y me informa que lo
talló de esa vulgar piedra especialmente para Harry, convirtiéndola en una
preciosa joya. Luego la marcha comienza lentamente y mi padre me llama a mi
celular para decirme que me una a ellos a la cabeza del cortejo.
– ¿Betty-Sue está contigo?
– Sí, pero nos quedaremos atrás…
– ¿Qué? ¡No, ni pensarlo! ¡Liv, vengan con nosotros! ¡Si hay un momento
para ser una familia unida, es ahora!
– La gente me detesta, susurro para no llamar la atención. Arruinaré todo...
De repente, adivino que el teléfono cambia de mano y es una voz ronca y
amenazante la que se dirige a mí:
– Sawyer, trae tu pequeño trasero aquí ahora mismo o iré a buscarlo yo
mismo...
– Tristan, ya sabes cómo es la gente...
– ¡No me importa! ¡Yo te protegeré! ¡Golpearé al primero que diga o haga
algo en contra tuya!
– Yo…
– Liv, te juro que si no haces esto por mí, por Harry, por tu padre... y hasta
por mi madre... Liv, esta vez no te lo perdonaré.
Se escuchan rumores y algunos silbidos cuando llego a la cabeza del cortejo,
al lado de Tristan. Claramente, no soy la persona más apreciada de Key West, pero
nadie me agrede verbal o físicamente durante los tres kilómetros que recorremos.
Una vez que llegamos frente al océano, sobre la inmensa playa de arena
blanca que bordea la isla, Sienna y Tristan encienden los primeros globos de
Cantoya. Conmovidos, se voltean hacia la multitud y, en algunos minutos, todas
las velas son encendidas. Sienna es la primera en soltar el suyo, seguida por
Tristan. Luego por todos los demás, incluyéndome a mí. Un millón de globos
vuelan, como un millar de Te amos dirigidos a Harry. Mis mejillas están
empapadas en lágrimas, miro el cielo suplicándole que nos los regrese.
De pronto, un movimiento de la multitud me transporta hacia la derecha,
me encuentro lejos de los míos y todos me empujan. Una vez. Dos veces. Cada vez
más fuerte. Me volteo y me encuentro frente a un hombre fornido, que me insulta
cruelmente y continúa con su camino. Otro más hace lo mismo. Recibo sus
palabras de frente, en medio de esta multitud, me empujan como si fuera una
muñeca de trapo, no se detienen. Escucho « incesto », « arrastrada » y otras cosas
peores. Nunca me habían tratado así, ni había visto tanta cobardía. Esta vez, dos
chicas se plantan frente a mí y me observan de la cabeza a los pies, con una mueca
de asco. Cuando se van riendo, no olvidan escupirme.
Harry hubiera odiado ver eso. Miro a todos lados, aturdida, y finalmente
veo a Tristan, a una decena de metros de allí. Lo veo decirle algunas palabras a su
madre al oído y no tengo la fuerza para romper ese momento. Entonces admiro
por última vez el cielo lleno de estrellas y me abro camino para salir de la multitud.
Me tardo una eternidad en liberarme y, detrás de mí, percibo vagamente una voz
pronunciando mi nombre. Seguramente alguien que quiere quemarme el cabello o
arrancarme las uñas. Ignoro esas llamadas y busco el mejor camino para salir de
este infierno.
Finalmente, una vez separada, lo escucho claramente. Tristan. Sin aliento,
con las mejillas rojas y fusilándome con la mirada.
– ¿Por qué no me dijiste que te estaban insultando? ¡Una niña tuvo que
venir a avisarme para que lo supiera! Mierda Liv, ¿quién soy yo para ti?
– Harry es lo que importa, no yo. Estoy perfectamente bien, regresa con
Sienna.
– ¡Deja de hacer eso! ¡De huir de mí! ¡Me vuelve loco! gruñe Tristan
inclinándose hacia mí. ¡Quiero que te quedes CONMIGO!
Él rodea mi rostro con sus manos y me besa a la fuerza. Luego sus manos
aprisionan mis caderas y me levantan. Aterrizo entre sus brazos contra mi
voluntad, me resisto, pateo, muevo los brazos, pero es demasiado fuerte para mí.
Tristan me lleva hasta la pequeña cabina en la entrada de la playa, la que está
reservada para los salvavidas y los vigilantes, para después encerrarme adentro. Él
se queda afuera.
– ¡Así ya no te escaparás! me dice a través de las tablas de madera.
– ¡Déjame salir de aquí!
– No.
– ¡Tristan!
– Ni en sueños, Sawyer.
– ¿Cómo obtuviste la llave?
– Fui yo quien organizó esta marcha. Y aquí estaban guardados los globos
de Cantoya.
– Pero creí que... Esta marcha... ¡Ni siquiera querías participar al principio!
– ¡Algo tenía que suceder! Para que los medios regresaran y no nos
olvidaran. ¡Para que siguieran con la investigación! ¡Y obtuvieran nuevos
testimonios!
– ¡Pudiste habérmelo dicho!
– No. Era más divertido que no lo supieras.
Traducción: « Me burlé tranquilamente de ti. »
– ¡Ábreme o empezaré a gritar! lo amenazo pateando la puerta.
– Grita, te lo ruego.
– Por favor, Tristan…
– Ya estoy harto, Liv. De tener que luchar por Harry. Por ti. Por nosotros…
– Entonces dejemos de pelear, murmuro. Déjame salir y hagamos las paces.
– No.
– ¡¿Por qué?!
– Porque tengo una mejor idea...
La puerta se abre estrepitosamente y se vuelve a cerrar con un ruido seco.
Tristan está aquí. Adentro, conmigo. Después de escuchar un ruido de llave, veo
cómo se abalanza sobre mí, quitándose la playera blanca. Me aplaca contra la
madera, me besa ferozmente, pasa sus manos bajo mi top y luego bajo mi sostén.
Jadeo entre sus labios.
– ¿Esto es lo que quieres, Liv? me pregunta su voz ronca.
– Sí…
Apenas resoplé mi respuesta antes de que mi top desapareciera, seguido por
mi sostén de encaje blanco. De repente, sus labios, su boca, su lengua, sus palmas,
sus uñas están por toda mi piel y mis suspiros se pierden en la noche.
– Te extrañé tanto…
Resoplo esta frase sin pensarlo, mientras que Tristan me devora con sus
besos. Luego se detiene, aplaca su mano sobre mi boca y sus ojos azul marino me
fusilan.
– No hables, Liv. No pienses.
Después de haber verificado que estaba dispuesta a cooperar, él libera mi
boca. Lentamente, su palma desciende acariciando mi cuello, mi pecho, mi vientre
desnudo, para llegar hasta mis muslos, contra mis jeans.
– Te deseo. Tú me deseas a mí. Y ahora eso es todo lo que importa.
Asiento en silencio, aturdida por su intensidad, excitada por su voz viril. su
tono autoritario, su respiración que roza mi rostro.
– Ya no quiero pensar más... gruñe.
Su mano sube bruscamente, entre mis piernas, puedo sentir su calor y la
costura de mis jeans frotando contra mi clítoris. Este repentino contacto me hace
gemir. El vigor y la urgencia de sus gestos multiplican mi deseo.
– Ya no quiero hablar... susurra muy cerca de mi boca.
Me ahogo en su mirada febril, Tristan se mordisquea el labio y me derrite.
Un fuego se enciende, en mi parte baja. Jalo el cinturón de sus shorts para aplacarlo
contra mí. Nuestras bocas chocan de nuevo, se besan con pasión, casi con saña. Y
nuestros cuerpos se imantan en silencio.
La mano impaciente de Tristan se desliza bajo mi pantalón. Y yo tengo la
misma idea al mismo tiempo. Nuestros brazos se enredan, nuestras pieles se
electrizan, nuestras caricias se responden y pierdo la cabeza. Su sexo esta duro bajo
mi palma, erguido contra su vientre. Mi intimidad se enciende bajo sus dedos.
Luego Tristan interrumpe nuestros besos apasionados para mirarme directo a los
ojos. Un brillo de desafío pasa por su mirada, su mirada se llena de esa insolencia
que tanto amo. Y me acaricia, nuevamente, de arriba a abajo, de izquierda a
derecha, en círculos demenciales. Me olvido de todo por un instante, suelto un
gemido. Luego aprieto mis dedos alrededor de su erección. Él me responde con un
gruñido sonoro, antes de sonreír.
No sé si estamos jugando a « ¿Quién se vendrá primero? », pero esto me
gusta. Amo su pasión y su provocación. Amo la audacia que despierta en mí. Amo
sentir sus músculos tensándose cuando aprecia lo que le hago. Amo ver mi cuerpo
arqueándose muy a mi pesar, cuando sucumbe ante sus caricias. Amo nuestras
aprisionadas bajo la tela, como si no tuviéramos tiempo que perder
desvistiéndonos. Amo el fuego que arde bajo nuestra ropa. Amo nuestras pieles
desnudas. Y más que nada, amo a este Tristan, que ya no quiere hablar ni pensar.
Sólo hacer el amor conmigo, en esta casa de madera, donde lo único que importa
es su deseo y el mío.
– Liv…, suelta su voz grave.
Y amo tanto escucharlo pronunciar mi nombre, cuando ya no hay nada más que
decir...
Su mirada brillante me desafía nuevamente. Su mano izquierda se aplaca
estrepitosamente contra la puerta, justo al lado de mi rostro, como si intentara
retomar el control. Y su mano derecha se hunde en mis bragas, hasta que desliza
un dedo dentro de mí. Esta vez, ya no logro pensar en nada más, concentrarme,
seguir acariciándolo. Es demasiado bueno. Demasiado intenso. Sabe que ya ganó.
Su hoyuelo se marca y un segundo dedo acompaña al primero. Pierdo el piso.
– Más fuerte…
No sé quién suspiró esta orden. Tal vez yo. Sí, porque Tristan se arrodilla,
hace saltar mi botón con un gesto seco, baja mis jeans blancos a lo largo de mis
piernas, toma salvajemente mis nalgas y luego desliza mis bragas por mis caderas
y muerde mi flanco mientras se deshace de toda mi ropa, con gestos presionados,
impetuosos, incansables.
Cuando se endereza, es él quien se quita los shorts y los bóxers y lanza sus
tenis por la habitación. No necesitamos hablarnos para ponernos de acuerdo: lo
urgente es desnudarnos. Lo urgente es sentir su piel contra la mía. Su cuerpo
contra el mío. Más fuerte .
Sin dudarlo, sin un gramo de pudor o de timidez, tomo su sexo con la mano
para guiarlo hasta mí. Para rozarlo contra mi clítoris encendido. Para suplicarle a
Tristan que me tome. Que alivie mi ardor, que sacie mi necesidad vital de él. Y no
necesito esperar.
Él desliza sus manos bajo mis muslos, me levanta del suelo, enreda mis
piernas alrededor de su cintura y me aplaca con fuerza contra las tablas de madera.
Nunca me había sentido tan mujer, tan ardiente de excitación, como entre los
brazos de este chico musculoso, poderoso, desbordante de virilidad. Y nunca había
tenido tanta sed de él. Creo que podría morir aquí y ahora si no hace lo que estoy
esperando.
Pero él lo sabe. Su sexo erecto se acerca a mí. Contengo el aliento. Y Tristan
entra en mí, con un movimiento sensual de la pelvis. Ya no respiro. Mi corazón se
detiene. Mi cuerpo arde en llamas. Él se queda así por un instante, hospedado en
mi feminidad, por largos y deliciosos segundos, disfrutando de este placer tanto
como yo.
Corrección: podría morir aquí y ahora si su cuerpo se separara del mío.
Quisiera que se quedara ahí por siempre. Quisiera que nos convirtiéramos
en uno mismo, por siempre. Sólo para poder sentir este óptimo bienestar, esta
sensación de abandono, esta sublime evidencia. Enlazo mis brazos alrededor de su
cuello, pego mis senos contra su torso, deslizo mis dedos en su cabello y mi lengua
en su boca. Cada centímetro cuadrado de mi cuerpo se fusiona con el suyo. Y
podría hasta llorar de lo delicioso que se siente.
Pero mi cruel amante aprovecha para alejar su pelvis de la mía. Y me
penetra de nuevo, un poco más fuerte, un poco más adentro. Mientras me besa
apasionadamente. Lo recibo en mí, sorprendida pero contenta por esta iniciativa,
antes de susurrarle « Más… ». Este chico tiene el talento de saber mejor que nadie,
mejor que yo misma, lo que deseo en el fondo.
Acaricio sus bíceps tensos mientras que él se hunde en mí. Lo escucho
gruñir entre dos besos. Lo miro deseándome, poseyéndome, colmándome. Me dejo
llevar por el ritmo de sus maravillosas puñaladas. Me olvido de todo, ya no soy
más que un torbellino de sensaciones inauditas, un concentrado de suspiros y de
gritos, una mitad de este tórrido encuentro donde nada está prohibido.
Sólo una mitad de él.
– Tristan…, balbuceo cuando el placer me sumerge.
– Espera... No tan rápido...
– ¿Por qué? pregunto casi suplicando.
– Espérame, Liv.
Su voz ronca, ahogada, me desarma. Leo una emoción extraña al fondo de
sus ojos azules. Como una especie de nostalgia inconfesable, un deseo de que este
momento sagrado no se detenga nunca, de evitar llegar al final lo más que se
pueda. Tristan se detiene en seco, deja deslizar mis piernas sobre las suyas hasta
que mis pies regresan al suelo. Retrocede algunos pasos, desnudo,
endiabladamente sexy, con sus músculos marcados y su sexo tenso. La fuerza que
emana de todo su cuerpo contrasta con la ternura de su mirada, casi triste. Tal vez
desesperada. Al grado que me pregunto su me está mirando así por última vez...
De repente me siento vulnerable. Terriblemente desnuda. Y terriblemente
sola. Mi temperatura corporal cae a una velocidad vertiginosa, mis pezones se
endurecen más por el frío que por el placer. Mi corazón golpea igual de fuerte,
pero tal vez sea por el miedo.
– Míranos, Liv...
– Es todo lo que hago.
– ¿Cómo te parecemos?
– Bellos.
– ¿Tristes?
– Tal vez... un poco.
– ¿Locos?
– Siempre, le sonrío tímidamente.
– ¿Por qué? me pregunta volviendo a jugar.
– Porque no puedo hacer otra cosa que no sea estar loca por ti.
– Y no puedes evitar volverme loco también, suspira.
– ¿Ahora sí tienes ganas de hablar?
– No. ¿Tú?
De pie en medio de la casita, Tristan se frota vigorosamente el cabello, se
mordisquea el labio inferior, sin que sepa si esto es por nervios o sólo para
provocarme. Su erección no se debilita. Intento no mirar ahí, pero mis ojos curiosos
me traicionan. Y él me ve. La expresión de su rostro vuelve a ser de orgullo, de
arrogancia, de provocación.
– Lejos... A mí me parece que estamos lejos, comenta.
– Demasiado lejos…, asiento, pero sin dar un paso.
Él cruza los brazos sobre su pecho, como si dijera « Ven a buscarme si te
atreves », pero no cedo.
– Para alguien que no quiere pensar, creo que no lo estás haciendo muy
bien...
– Y para alguien que te quiere hacer gozar, pero no de inmediato... ¿Cómo
lo estoy haciendo?
– Maravillosamente. Ya me enfrié por completo.
– Ven.
Su sonrisa retorcida se amplía, su hoyuelo se marca y me ofrece su mano.
– Ya no quiero, me resisto sólo para molestarlo.
– Mentirosa.
– Manipulador.
– Vuélveme loco, Liv.
Su mano se desliza sobre su vientre, inclina ligeramente la cabeza hacia un
lado y se divierte acariciando sus abdominales que no puedo tocar.
Bastardo…
Me lanzo, recorro los pocos metros que nos separan corriendo y le salto
encima. Literalmente. Mi cuerpo desnudo choca contra el suyo. Él se derrumba
bajo mi peso amortiguando nuestra caída. Me encuentro a horcajadas sobre él,
extendido en el piso. Y su risa gutural estalla en el lugar.
– Creo que ya nadie está lejos, digo con una sonrisa, casi fanfarroneando.
– Pero seguimos igual de locos..., me responde acariciando mi cabello.
Luego me jala hacia él para besarme. Apasionadamente. Y hace renacer el
fuego entre mis piernas. Su sexo roza mi muslo. Sus manos dibujan mis curvas, a
lo largo de mis costados, para detenerse en mis caderas. Sus dedos aventurados
tamborilean sobre la piel fina y terriblemente sensible de la ingle y luego se
inmiscuyen entre mis labios. Mi clítoris se inflama de placer.
– ¿Sigues fría? me pregunta burlándose.
Es mi turno de aplacar mi mano contra su boca. Sus ojos sonríen en lugar de
su boca. Me acaricia regocijándose. Me caliento en silencio. Y me hundo en su
mirada brillante, donde se mezclan amor y deseo. Ternura y locura.
Ardiendo por dentro, separo su mano aventurera para dejar a mi intimidad
directamente frente a su sexo. Pero Tristan me voltea de un golpe seco y retoma el
control. Sensual y audaz. Es él quien separa mis piernas con su rodilla. Quien
desliza mi muslo a lo largo del suyo y lo acomoda sobre su cadera. Quien se acerca
peligrosamente a esta fusión que tanto espero.
Me penetra con un golpe contundente, sin dejar de verme. Suelto un grito
agudo. Vuelve a hacerlo. Clavo mis uñas en su nalga. Me toma, un poco más
salvajemente. Lo atrapo por la nuca para saborear su lengua. Me la niega, hunde su
rostro en mi cuello, mordisquea mi piel, el lóbulo de mi oreja. Su aliento cálido me
da escalofríos. Sus puñaladas me hacen ver las estrellas.
Nuestro encuentro cuerpo a cuerpo se acelera, nuestros sexos se imantan, se
mezclan, se fusionan por completo. Esto me parece evidente de nuevo. Él y yo.
Tristan y Liv. Quinn y Sawyer. Lo prohibido que sin embargo parece tan justo. La
alquimia perfecta. Y nuestros placeres que aumentan, nuestros gritos que se
responden, su aire que respiro, mi cuerpo que él hace suyo, esta impresión de
pertenecerle. Él gruñe, ruge, tiembla entre mis piernas. Soy yo quien le pide que
me espere. Ya casi llego. Es tan delicioso. Tan grande. Un orgasmo demencial.
– Juntos..., resoplo cuando despego.
Tristan aprieta con todas sus fuerzas mi cuerpo que tiembla. Se instala en
mí, por última vez, antes de abandonarse. Nuestros orgasmos estallan para
convertirse en uno solo. Nuestros corazones laten uno contra el otro. Y nuestros
labios se unen en un último beso.
Una lágrima corre por mi mejilla. De emoción, de embriaguez, por este
amor tan fuerte que podría ser el último.
5. 80 días
Ochenta días.
Harry, donde sea que estés, cuídate.
– Feliz cumpleaños, querida, me dice Betty-Sue ofreciéndome una taza de su
tisana mágica. ¡Julio! ¡Qué bello mes escogiste para nacer!
– Este año no, abuela...
– ¿Cómo que « este año no »? ¿¿Y cómo que « abuela » ??
Sus ojos en blanco y su boca apretada me hacen sonreír, pero la carcajada
que está esperando no llega. Me levanto con dificultad de su sillón, del cual cada
centímetro cuadrado está ocupado por animales de todo tipo de pelaje y después
llego hasta la mesa donde ella se encuentra sentada. Elijo una silla cómoda y le
hago una señal de que su sermón puede comenzar. Mientras tanto, Filet Mignon ha
tomado mi lugar en el sofá.
– Liv, pequeña, tienes que reaccionar. Harry ya no está, pero tu vida apenas
está comenzando...
– ¡Dices eso como si estuviera muerto!
– Ya sabes que el tacto no es lo mío, suspira. Todos los días ruego por que el
pequeño encuentre el camino de regreso a su madre, su hermano, su familia, su
casa. Pero mientras tanto...
– ¡Mientras tanto, seguiremos buscándolo! ¡Creyendo que regresará!
– Liv, ¡despierta! ¡Diecinueve años es la edad en la que todo es posible!
Deberías explorar el mundo en vez de...
– ¿En vez de qué?
– Liv…
– ¿Qué estás insinuando? ¿Que debería abandonar a Harry? ¿Dejar a...
Tristan? alzo el tono sintiendo cómo un sabor amargo se expande en mi boca.
La pelea verbal se detiene. Los dedos de Betty-Sue tamborilean sobre su
taza, ella mira al vacío, sin lograr encontrar la respuesta. Finalmente, termina por
murmurar:
– No debes olvidarte, Liv. Es lo que quería decirte. Deja de culpabilizarte. O
si no, terminarás por apagarte completamente...
Una lágrima corre por mi mejilla. La primera desde hace una decena de
días. Antes de eso, ya no podía llorar. Mi cuerpo había dejado de producir
lágrimas.
Ochenta días.
– A veces, hay que irse para regresar mejor..., concluye tristemente la hippie.
Consciente de haberme conmovido, me dirige una mirada llena de
compasión, luego acaricia la enorme cabeza del mastín inglés que babea sobre sus
rodillas. Yo me levanto, tomo mi bolso y dejo la casa de la felicidad.
Últimamente, la felicidad de los demás me repugna.
Hay otro cumpleaños que no celebramos en junio: el de Harrison. Hubiera
cumplido cuatro años. Ninguno de nosotros pudo contener las lágrimas ese día. La
idea de celebrarle un año más de vida a un pequeño que tal vez no vuelva a soplar
ni una sola vela más es simplemente abominable.
En la mente de las personas, Harry siempre tendrá tres años.
Se acabaron los reporteros amarillistas y los paparazzi del demonio frente al
portón. Por lo menos. Desde hace algunas semanas, la desaparición de Harry pasó
a segundo plano, cuando un incendio devastó a una villa cerca de aquí y acabó con
todos sus habitantes. Estaciono mi pequeña SUV en el patio y salgo de ella sin
mucho ánimo. Una mirada hacia el piso superior y me cruzo con la de Tristan, con
el torso desnudo detrás de su ventana. Sus ojos permanecen clavados en los míos,
tan intensos como indescifrables. Le sonrío tímidamente, pero es imposible saber si
me está sonriendo de regreso. Se lleva su taza de café a los labios y me sorprendo a
mí misma salivando.
Y no es precisamente por el café...
Bajo la mirada para cerrar mi auto y la elevo de nuevo. Decepción. Tristan
ya no está. Suspiro y entro en la villa, sin hacerme más preguntas. Estoy harta de
hacerme ideas de todo. Finalmente, ya me acostumbré a que se me escape entre los
dedos. Su necesidad de soledad sigue igual de presente, inclusive ochenta días
después. Nuestros momentos de ternura y de complicidad siguen igual de fuertes,
si no es que más intensos. Pero se han vuelto cada vez más escasos. Como si
Tristan me amara realmente, pero no se autorizara a amarme todo el tiempo.
Y no puedo reprocharle nada.
Sobre la barra de la cocina está escrito « Feliz cumpleaños, Oliva verde » con
M&M’s, encima de un corazón más cúbico que redondo. Poco importan las
imperfecciones, sonrío como tonta admirando su obra de arte. Imagino el tiempo
que debió haber pasado mi padre calculando la distancia ideal entre los dulces y
alineando los de arriba mientras que los de abajo rodaban en todos los sentidos.
– ¿Así que no dormiste aquí, Sawyer?
Presa del pánico, lanzo un trapo sobre los chocolates para que Tristan no los
vea y me volteo hacia él, recién salido de la ducha, con el cabello y la nuca todavía
húmedos. Huele divinamente bien. Maldición.
– Estaba en casa de Betty-Sue, digo recargándome contra la barra, mientras
que él pone los codos en ella.
– Ya sé, sonríe insolentemente. Y vi el mensaje de tu padre. Me comí una
parte de tu corazón, es por eso que tiene una forma tan rara.
Su indolencia parece sorprenderle a él mismo. Tristan se endereza de
repente, se pasa la mano nerviosamente por el cabello y luego agrega suavemente:
– Feliz cumpleaños, Liv Sawyer. Diecinueve años...
– Ya estamos iguales..., resoplo.
– Sí.
Silencio incómodo. Él se niega a mirarme a los ojos y yo me obstino a buscar
su mirada.
– Hace calor aquí, ¿no?, digo de pronto.
– Ven, vamos por aire fresco...
Su mano toma la mía y me guía hacia la entrada. Lo sigo, con el vientre
lleno de mariposas, emocionada por lo que me espera. No importa lo que sea,
mientras esté con él.
El chico malo me mira de soslayo, como si dijera « ¿Qué puede estar
pasando por la cabeza de esta rubia? », luego me lanza mis llaves del auto y se
niega a decirme a dónde me lleva. Bueno, a dónde lo llevo yo, técnicamente.
Durante una media hora, tomamos los peores caminos, los más sinuosos, los más
complicados. Yo sigo aguantando al volante, y él se convierte en un GPS humano.
Intento comprender sus cambios de dirección al azar y no hundirme en la arena, y
él parece igual de perdido que yo, antes de llegar por fin - y de milagro - a nuestro
destino.
– No conoces aquí, ¿verdad?
Me lanza una sonrisa cómo sólo él sabe hacerlo y luego se dirige a la
minúscula cala, justo abajo de un camino arenoso. Lo miro recorrer la pendiente,
pisando el suelo caliente hasta el agua turquesa, con su silueta a la vez musculosa
y esbelta dibujándose bajo el sol ardiente.
Vuelvo a enamorarme instantáneamente. Diez veces, cien veces, mil veces
seguidas.
Y durante medio segundo, llego a creer que está feliz. Gracias a esta isla,
pero también un poco gracias a mí.
– ¿Crees que iré a buscarte, Sawyer? me grita desde abajo quitándose la
playera rojo vivo.
Río, embriagada por la belleza del lugar paradisiaco que cobra vida frente a
mis ojos y por el hombre que creo que nunca había amado tanto. Luego me lanzo,
con los brazos abiertos, y corro hasta él. En bóxers blancos, Tristan me atrapa al
vuelo, me aplaca contra sus abdominales de hierro y me besa apasionadamente.
Luego mis pies regresan al suelo, mi playera y mis shorts chocan contra la arena y
sus labios ávidos se encuentran con los míos. Excitados y sin aliento, nos besamos
como nunca, llenos de este amor tan hermoso que nos corre por las venas.
Respirando con dificultad, me separo de él e intento lanzarme al agua, él me
detiene y me dice al oído:
– O lo hacemos al mil por ciento, o mejor no lo hacemos, Sawyer…
Sus ojos vivos se clavan en mi cuerpo y comprendo lo que quiere decir. Él se
deshace de sus bóxers a la velocidad de la luz, yo termino de desvestirme y me
meto al agua con él, totalmente desnuda, totalmente libre, totalmente loca por él. El
agua es tibia, salada, me envuelve con un suave estupor y me dejo llevar por los
brazos de mi titán durante una pequeña eternidad.
Su piel contra mi piel, nada me parece más importante.
– Hace un año, Liv... Día a día, murmura su voz ronca.
– ¿Qué?
– Te besé por primera vez, frente a todo el mundo, pretendiendo odiarte,
dice casi sonriendo frente a este recuerdo. Pero no podía hacer nada, ya te amaba.
– No tanto como yo...
Mi voz se quiebra de la emoción. Y sus demonios regresan. En medio de
este océano turquesa, lo siento alejarse de mí. Me aferro con más fuerza a sus
hombros, le doy un beso en el cuello. Quisiera que se quedara conmigo. Un día.
Una hora. U n minuto más. Quisiera que su mente no divagara ahí donde tanto le
duele. Quisiera ser la que le permita superar su dolor. Sólo que esa persona no
existe. Que nada, ni siquiera mi amor, podrá curarlo de lo que le sucedió a Harry.
– Liv, esto me está matando... murmura de repente, con una voz sorda.
– ¿Qué?
No puedo evitar imaginarme lo peor. Presiento que un momento clave de
mi vida está sucediendo en este instante, aquí mismo. Y tengo tanto miedo de
perderlo, tanto miedo de que se me escape, que me veo tentada a huir. Pero su
mirada tan azul, tan pura, tan conmovedora me obliga a quedarme. A pelear por
él, de una u otra forma.
– Esta culpa, retoma entrecerrando los ojos por el dolor. Ese peso que siento
sobre mí.
– Ya sé... Pero quiero ayudarte, apoyarte, curarte. Al menos puedo
intentarlo, ¿no?
Mis ojos están llenos de lágrimas, ya no controlo nada.
– Ése es el problema, Liv, estando contigo siento como si lo traicionara.
– ¡No!
Gimo, con el corazón partido en dos. Esta vez, comprendo que la decisión
está tomada. Que por más que luche por nosotros contra viento y marea, desafíe a
los astros y a los dioses, el resultado será el mismo. Tristan me está dejando. Pero
me aferro, porque es un reflejo humano. Un instinto de supervivencia.
– Por favor. Por favor, no lo hagas...
– Te amo tanto, Liv…
Me doblo en dos, con el cuerpo agitado por los sollozos. Él coloca la mano
bajo mi rostro, lo levanta suavemente y me obliga a mirarlo. Sus ojos y sus mejillas
están empapados, su rostro está tan tenso que su hoyuelo aparece. Y la cabeza
comienza a darme vueltas.
– Escúchame, Liv, necesito que comprendas.
Su voz es tan baja, tan profunda, como si saliera del fondo de su alma. Es la
primera vez que Tristan me suplica algo. Entonces aprieto la mordida, ignoro las
lágrimas que me ciegan y espero la sentencia.
– Te amo tanto... Podrías hacerme tan feliz que terminaría por olvidar, dice
de repente con un sollozo ronco y devastador. Y no puedo hacer eso... No puedo
olvidar a mi hermano.
Marca una pausa, inhala profundamente y retoma, con una lágrima
atravesando sus labios:
– Liv, tú y yo nos amamos casi demasiado.
Nueva pausa. Su voz es cada vez más inaudible. Mi corazón ahora está
destrozado.
– Harry ya no tiene a nadie. Le debo al menos eso. No renunciar nunca...
Las palabras se pierden en mi mente, me quedo muda, como adormecida.
Pero en el fondo, lo comprendo. Y respeto su decisión. Nunca había sentido tanto
dolor en mi vida, pero no es nada comparado con la suerte de Harry. Entonces me
rindo y asiento.
– De acuerdo. Si eso es lo que quieres.
Renuncio a él, a lo más bello que me haya pasado en la vida, para que
encuentre la forma de sanar sus heridas, de perdonar. Ahora me doy cuenta de que
conmigo no lo logrará nunca. Le hago una señal con la cabeza, para que sepa que
estoy con él. Que no siento ningún rencor. Sólo una inmensa tristeza. Un vacío
abismal bajo mi pecho.
Salimos del agua, tomados de la mano. Me pongo la playera y mis shorts sin
nada abajo y subo como un robot al auto. Tristan me acompaña en silencio y
regresamos a la villa sin decir ni una sola palabra. Sólo intercambiamos algunas
miradas, llenas de amor y de... resignación. Mis lágrimas siguen su camino durante
todo el trayecto, acariciando mis mejillas, mi mentón, para llegar a morir en mi
cuello. Los sollozos ya cesaron.
Las dos puertas de la SUV resuenan detrás de nosotros. Subo las escaleras
que llevan a la villa y me volteo bruscamente hacia él. Un último beso. Sólo uno.
Sus ojos se clavan inmediatamente en mis labios entreabiertos, lo tomo de la nuca y
lo jalo hacia mí. Su boca se presiona contra la mía, como si su unión fuera la cosa
más natural del mundo. Y, para mi gran sorpresa, yo soy la primera en retroceder.
Rompo este beso, le dirijo una última mirada cargada de miles de emociones y
paso por la puerta sin mirar atrás.
Se terminó.
Conocí a mi alma gemela a los 18 años. La perdí a los 19.
***
– Oliva verde, levántate, ¡llevas dos días sin ver la luz del sol!
Mi padre viene a abrir las cortinas y ardo bajo la luz como un vampiro
frente al sol. Gruño, gimo, doy vueltas sobre mi almohada empapada de lágrimas,
intento volver a dormirme. Craig jala mi cobija y viene a sentarse a mi lado.
– ¡Liv Sawyer! ¡Háblame!
– No tengo nada que decir..., murmuro con mi rostro pegado a la pared.
¿Y detrás de la pared? Ya no hay nadie... Tristan ha dejado la villa...
– Ya comprendí lo tuyo con Tristan.
Su frase, aunque sea dulce, me atraviesa. Y mi corazón se rompe de nuevo.
– Sienna y yo decidimos dejar de fingir. Nos ocupamos de todo lo necesario
y ya está arreglado.
– Ustedes... ¿se divorciaron?
– Sí. No me puedes decir que estás muy sorprendida…
Me siento sobre la cama, paso la mano por mi cabello enredado y hago una
mueca. La capa de plomo que me acaba de caer sobre la cabeza me da ganas de
gritar. Pero sólo por dentro. Ya no tengo la fuerza para hacerlo en voz alta.
– Regresaremos a Francia, pequeña..., me susurra mi padre probablemente
pensando que me está dando la mejor noticia del siglo.
– ¿Cuándo? pregunto con una voz neutra.
Mi corazón se detiene, mi sangre se congela y mi mente se vacía. Siento
vértigo. Ya no intento comprender nada, sólo sigo la corriente.
– Esta noche. Betty-Sue pasará a verte, vamos a preparar tus cosas juntos y
regresaremos a nuestro nidito.
– Tú… Tú…, digo buscando las palabras. ¿Crees que algún día
regresaremos a vivir aquí?
– Ésa será tu decisión, querida.
Me da un beso en la mejilla, me pasa revista y luego me da un golpecillo en
el hombro, como si dijera « ¡Te urge una buena ducha y una restauración de
fachada! ».
Tristan. Betty-Sue. Bonnie. Harry. Finalmente, la lista de los que voy a
extrañar no es muy larga. Sobre todo porque en este momento, realmente se limita
a un solo nombre.
T_ _ _ _ _ _
***
No lo volví a ver, antes de irme. Pasé a su habitación, mientras que Betty-
Sue lloraba ruidosamente y corría tras mi padre que cargaba las maletas. Toqué sus
paredes con la punta de los dedos, miré a todas partes, sentí cómo mi corazón se
detenía ahogándose en su olor. Entonces salí muy rápido, porque el dolor
comenzaba a ganarle a la resignación. Llevándome un solo recuerdo de él, además
de todos los que vivirán en mi mente por siempre.
Su playera de Led Zeppelin, que huele tan delicioso y que aprieto contra mi
corazón mientras el avión despega.
Tristan Quinn, te juro que nadie nunca te remplazará.
A los 15 años, él era mi peor enemigo. A los 18, mi primer amor. A los 25, nos
volvemos a encontrar, por la más triste coincidencia de la vida... Sólo que se ha
convertido en todo lo que más odio. Que debo vivir con él nuevamente. Que los
dramas nos persiguen y que ninguno de los dos ha logrado seguir adelante.
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