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Luján - RHUdeC - 2017

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Rev. Hist., N° 24, vol.

2, julio-diciembre 2017: 145 - 174


ISSN 0717-8832

Origen y evolución del presidencialismo en México. Instituciones informales, conflicto


político y concentración del poder (1824-1917)
Origin and evolution of presidentialism in Mexico. Informal institutions, political conflict and
concentration of power (1824-1917)
Diego Luján
RESUMEN
México adoptó, durante la primera mitad del siglo diecinueve, el republicanismo y el federalismo junto a
una forma de gobierno presidencialista. Este trabajo analiza el origen y la evolución del presidencialismo
mexicano desde la Constitución Federal de 1824, hasta la sanción de la Constitución de 1917. Durante
este período, el país atravesó por distintos experimentos institucionales más o menos centralizadores, en
constante tensión con el carácter federal y republicano de sus instituciones originales. Se concluye que la
inestabilidad política fue el principal rasgo del período, favorecida por una informal supremacía
presidencial, y por conflictos entre élites regionales y el gobierno federal, independientemente de las
instituciones formales que regulaban la distribución del poder.

Palabras clave: presidencialismo, México, concentración del poder, inestabilidad política, federalismo.
ABSTRACT
Mexico adopted republicanism and federalism during the first half of the nineteenth century, in
combination with presidentialism. This article analyses the origin and evolution of Mexican
presidentialism from the Federal Constitution in 1824, to the sanction of the Constitution of 1917. During
this period, the country went through more or less centralized institutional experiments, in constant
tension with its federal and republican original institutions. The article concludes that political instability
was the main feature of the period under analysis, favored by the combination of informal presidential
supremacy and territorial conflicts between regional élites and federal government, regardless the formal
institutions regulating distribution of power.
Keywords: presidentialism, Mexico, concentration of power, political instability, federalism.

Recibido: Julio de 2017.

Aceptado: Diciembre de 2017.


Magíster en Ciencia Política por la Universidad de la República (Uruguay), y candidato a Doctor en Ciencia Política
por la Universidad de San Marín (Argentina). Docente e Investigador del Instituto de Ciencia Política (Facultad de
Ciencias Sociales, Universidad de la República). Miembro del Sistema Nacional de Investigadores de Uruguay. Correo
electrónico: diego.lujan@cienciassociales.edu.uy. Este artículo se enmarca en el proyecto de investigación “Ideas,
Instituciones y Democracia. Concentración de poder e inestabilidad política en América Latina”, financiado por el
Fondo Clemente Estable de la Agencia Nacional de Investigación e Innovación de Uruguay, cuyo responsable es
Adolfo Garcé.

145
Introducción

“que no se vea en el ejecutivo latinoamericano decimonónico a seres pintorescos e inextricables.


No siempre los presidentes fueron ilustrados; pero por lo general su intención autoritaria y su
vocación mesiánica era efecto, más que causa, de la impotencia social de sus respectivos países. Y
es que durante el siglo XIX más que un poder justo se procuró un poder eficaz”
Diego Valadés Constitución y Política, p. 314

En este trabajo se analiza el origen y la evolución del régimen de gobierno presidencialista en


México, desde la etapa previa a la independencia hasta el inicio de la construcción del nuevo
Estado pos revolucionario, que se cristalizó en la reforma constitucional de 1917 que siguió a la
Revolución Mexicana. El siglo diecinueve mexicano ha sido considerado como un caso
paradigmático de inestabilidad, aún en comparación con otras experiencias latinoamericanas
decimonónicas. Luego de la independencia, y como consecuencia de los severos conflictos
políticos que serán analizados en este trabajo, “durante varias décadas la vida de la nación fue
un prototipo de inestabilidad política” 1. El extenso período analizado en este estudio decantó
institucionalmente en tres Constituciones formales —1824, 1857 y 1917— y varios
experimentos institucionales —Constitución de Apatzingán, Plan de Iguala, Plan de Ayutla, Plan
de Casa Mata, Bases para una Nueva Constitución, Constitución de las Siete Leyes, Bases
Orgánicas de la República Mexicana—. Todas estas instancias de creación de instituciones
formales estuvieron precedidas de severas crisis políticas, sociales y económicas, y de la
imposibilidad de asegurar el orden y la estabilidad en todo el territorio del país. En términos
weberianos, podría decirse que los sucesivos gobiernos no lograban imponer el control de la
violencia física legítima. Como consecuencia de ello, el país atravesó por distintos gobiernos
que cimentaron su poder (a veces efímero, otras veces incapaz de regir en todo el territorio) a
partir de prácticas e instituciones informales, que ignoraban o contradecían las instituciones
formales2.

1
Skidmore, Thomas y Smith, Peter. 1999. Historia Contemporánea de América Latina. Editorial Crítica, Barcelona, p.
242.
2
La noción de instituciones informales implica que los actores políticos se guían por una combinación de reglas
formalmente constituidas y sancionadas, y otras cuya formulación y persistencia están ancladas en prácticas y
normas culturales que no tienen una expresión formal. Para un mayor desarrollo sobre este punto ver North,
Douglass. 1990. Institutions, Institutional Change, and Economic Performance. New York: Cambridge University Press.
También Knight, Jack. 1992a. Institutions and Social Conflict. New York: Cambridge University Press Para el caso
latinoamericano ver Helmke, Gretchen, y Levitsky, Steven (Eds.). 2006. Informal institutions and democracy: Lessons
from Latin America. JHU Press.

146
Por otra parte, la sucesión de reformas constitucionales supuso la instauración tanto del
federalismo como del centralismo, en una evolución que obedeció fundamentalmente a la
inexistencia de un poder hegemónico capaz de saldar definitivamente las disputas entre las
visiones liberales y monárquicas que dividían a las élites, o si se quiere, entre federalistas y
centralistas. Desde el punto de vista ideológico, la primera constitución mexicana recibió dos
grandes fuentes: la constitución norteamericana de 1787, y la constitución de Cádiz de 1812.
Ambos antecedentes, sin embargo, no fueron adoptados automáticamente por lo
constituyentes mexicanos. Antes bien, su implantación en el contexto mexicano condicionó de
gran manera su evolución posterior, arrojando resultados diferentes a los esperados, en
particular en relación a la concentración de poder en el presidente.
Desde el punto de vista institucional, el presidencialismo ha sido el principal rasgo del
sistema político mexicano. A su vez, la sucesión presidencial se constituyó como la principal
fuente de controversia entre las distintas facciones que disputaban el poder ejecutivo. Como se
verá, los principios básicos de la institucionalidad mexicana —republicanismo, federalismo,
presidencialismo— fueron adoptados tempranamente, aunque no unánimemente. Casi hasta
fines del siglo diecinueve hubo sectores que impulsaban una forma de gobierno monárquica y
centralista. De todos modos, independientemente de las instituciones formales, los distintos
gobiernos del período —incluido el período del imperio y el porfiriato— a menudo ignoraron las
reglas constitucionales, y las reemplazaron en los hechos por instituciones informales como el
caudillismo, el compadrazgo y la desobediencia al poder formal 3. En ese sentido, los distintos
gobiernos funcionaron bajo una institucionalidad paralela y no formal, mediante pactos y
acuerdos de élites y mediante la aplicación selectiva de la ley. En buena medida, la inestabilidad
del primer siglo de vida independiente de México puede ser explicada por el escaso apego a la
constitución de un amplio sector de las élites mexicanas, y por los intensos conflictos
territoriales resultantes de las disputas entre las élites. La concentración del poder en el
presidente —ya sea bajo arreglos institucionales federalistas o centralistas—4 ha sido el común

3
Estos arreglos institucionales informales son un atributo específico de la historia política mexicana, y permiten han
subsistido hasta entrado el siglo veintiuno, bajo los distintos gobiernos del Partido Revolucionario Institucional (PRI),
en particular en lo referente a la sucesión presidencial. El “dedazo” es un ejemplo prototípico de una regla informal
que subsistió durante setenta años como una forma de sortear el efecto desestabilizador de la sucesión presidencial.
Es importante señalar el punto, porque si bien su práctica excede los límites temporales de este estudio, contribuye a
mostrar hasta qué punto las prácticas informales tienen consecuencias de largo plazo. Para un estudio específico del
“dedazo” ver Langston, Joy. 2006. “The birth and transformation of the dedazo in Mexico”. En Helmke, Gretchen y
Levitsky, Steven (Eds.) Informal Institutions and Democracy: Lessons from Latin America, p. 143-159.
4
Annino sostiene que existe un problema de conflicto de ciudadanías entre la posición de los federalistas y los
centralistas mexicanos. El autor señala que “desde el primer momento la difusión de la ciudadanía moderna consolidó
las sociedades locales más que las centrales, restando legitimidad a los nuevos gobiernos”. Asimismo, las tres

147
denominador de la historia política mexicana durante el período abordado en este estudio,
independientemente de las instituciones formales que rigieron durante el mismo.

Concentración del poder y estabilidad política: federalismo versus centralismo y checks and
balances versus supremacía presidencial

En este ensayo, el origen y la evolución del presidencialismo mexicano se aborda a partir del
análisis de los textos constitucionales y la literatura historiográfica y politológica sobre el tema.
Existe una vasta tradición de análisis y estudio sobre la evolución constitucional mexicana 5,
tanto desde los estudios históricos, como del derecho y la ciencia política. Nuestro propósito no
es analizar la evolución constitucional mexicana en términos generales, sino indagar en un
aspecto particular de esta evolución, como es la adopción y adaptación del régimen
presidencialista, y su vinculación con la concentración del poder en manos del presidente. En
particular, para estudiar este tema se toma como punto de partida la propuesta de Garcé 6,
acerca del modo específico en que la difusión de instituciones tuvo lugar en América Latina.
Según este enfoque, el paradigma presidencialista norteamericano fue adaptado —y en cierta
medida reconfigurado— a partir del legado ideacional que heredaron las colonias españolas en
América. La concentración del poder presidencial ha sido destacada sistemáticamente como un
rasgo característico de la política mexicana, configurando un caso de hiperpresidencialismo7.
Para este trabajo entendemos la concentración de poder en dos sentidos. En primer lugar,
desde el punto de vista territorial, en la medida en que el poder puede estar disperso entre
regiones y estados —como en el caso ideal de la organización federal, o confederada—, o
hallarse centralizado en algún punto del territorio —como en el caso de los países unitarios, o

soberanías en conflicto (de la nación, de las provincias y de los municipios) representaban distintas visiones sobre la
ciudadanía, y esto generaba tensiones producto de las distintas tradiciones que confluyeron en los constituyentes
mexicanos. Dice Annino: “ya fueran los gobiernos federales o centralistas, la lucha política se encauzaba en un patrón
de luchas entre soberanías diferentes”. Ver Annino, Antonio. 2003. “Pueblos, liberalismo y nación en México”, en
Antonio Annino y François-Xavier Guerra (coords.) Inventando la nación: Iberoamérica siglo XIX. Fondo de Cultura
Económica, México D. F., p. 399 y 411, respectivamente.
5
Independientemente de las referencias que serán citadas más adelante, como referencias generales sobre la
evolución constitucional mexicana pueden señalarse a Sayeg Helú, Jorge. 1978. Introducción a la historia
constitucional de México. D.F.: Instituto de Investigaciones Jurídicas-UNAM. También es de gran utilidad la
publicación de la Cámara de Diputados del Congreso de la Unión, LII Legislatura. 1985. Derechos del pueblo
mexicano. México a través de sus Constituciones; 3a. ed., México, D.F. El trabajo más reciente sobre el tema es el de
Andrews, Catherine. 2017. De Cádiz a Querétaro: Historiografía y bibliografía del constitucionalismo mexicano. D.F.:
Fondo de Cultura Económica.
6
Garcé, Adolfo. 2017. “Hacia una teoría ideacional de la difusión institucional. La adopción y adaptación del
presidencialismo en América Latina durante el siglo XIX”, en Revista Española de Ciencia Política 44, pp. 13-41.
7
Casar, María. 1996. “Las bases político-institucionales del poder presidencial en México” en Política y Gobierno,
3(1), p. 61-92.

148
de tradición centralizadora—. En segundo lugar, desde el punto de vista funcional, dado que el
poder puede estar disperso entre distintas instituciones o ramas de gobierno —como el caso de
los checks and balances, propio de las constituciones presidencialistas en las cuales el gobierno
se encuentra dividido en distintos poderes— o bien concentrado en alguna de ellas —
típicamente el poder ejecutivo—.
De acuerdo a Garcé, la concentración del poder en manos de presidentes fuertes fue la
solución que los latinoamericanos encontraron frente a las condiciones políticas que debieron
enfrentar durante y con posterioridad a la independencia de la corona española. La respuesta
concentradora y centralizadora fue un reflejo motivado en la “heurística de la disponibilidad” 8,
que recortó el universo posible de soluciones institucionales al alcance de los primeros
constituyentes latinoamericanos, como señala Lempérière 9. Como veremos más adelante, tanto
la constitución norteamericana, como la constitución de Cádiz tuvieron una notable influencia
en los constituyentes mexicanos de 1823 y 1824. De la primera adoptaron el presidencialismo y
el federalismo, que serían dos atributos esenciales de la evolución constitucional y política de
México. Sin embargo, la preocupación de los constituyentes no era principalmente sentar las
bases institucionales para el desarrollo económico basado en una economía capitalista —como
en el caso norteamericano—, sino construir una nación independiente sobre cuyos caminos no
existía acuerdo entre las élites mexicanas. Además de las diferencias de propósitos y objetivos,
las diferentes tradiciones filosóficas y religiosas —algunas de ellas reforzadas por la constitución
de Cádiz, pese a su carácter liberal—, así como el modo específico de control colonial al que
había estado sometido el territorio y el pueblo mexicano, determinaron que la difusión de las
instituciones norteamericanas encontrara una recepción que les dio una forma diferente, y
determinó, en consecuencia, resultados que rápidamente divergieron de la trayectoria
norteamericana.
Desde el punto de vista institucional, y habiendo atravesado por dos breves períodos de
implantación imperial, el presidencialismo mexicano se caracterizó, durante el período
abordado en este estudio, por su debilidad formal —tanto en el aspecto funcional, en su
relación vis a vis con el poder legislativo, como en su dimensión territorial en su relación con los
poderes estatales y locales, si bien desde el ascenso de Porfirio Díaz al poder, esta relación
8
Weyland, Kurt. 2007. Bounded Rationality and Policy Diffusion. Princeton University Press, Princeton, NJ.
9
“las élites políticas de la recién nacida ‘nación mexicana’ podían inspirarse en varios modelos concretos de nación.
Contaban además con referentes políticos y jurídicos coherentes heredados de su integración durante tres siglos en
la monarquía española, más con los preceptos novedosos transmitidos por el experimento gaditano” Lempérière,
Annick. 2003. “De la República corporativa a la Nación moderna: México (1821-1860)”, en Antonio Annino y François-
Xavier Guerra (coords.) Inventando la nación: Iberoamérica siglo XIX. México D. F., Fondo de Cultura Económica, p.
317.

149
comenzó a mostrar rasgos transaccionales entre el ejecutivo federal y los ejecutivos estatales—.
Sin embargo, sobre esta debilidad formal se erigió una particular modalidad de ejercicio del
poder que muchas veces ignoró tales limitaciones formales. En los hechos, los presidentes
mexicanos gobernaron sobre la base de reglas informales que determinaron en buena medida
dos resultados: por un lado, presidentes institucionalmente débiles que imponían su voluntad
gracias a su poder militar, u otras fuentes de poder político; por otro lado fue precisamente
este modo arbitrario de ejercer el poder el que determinó en cierta forma la inestabilidad
política característica del período analizado. Cuando un presidente intentaba ignorar la
constitución y los límites formales a su poder, un movimiento contrario buscaba derrocar al
presidente acusándolo de dictador. Acto seguido, un nuevo presidente ocupaba el gobierno,
pero rápidamente se percataba de su debilidad institucional, lo cual lo llevaba inmediatamente
a sortear los límites constitucionales, dando lugar a un nuevo ciclo de inestabilidad y a una
sucesión presidencial casi permanente.
La falta de controles reales —los checks and balances en la dimensión funcional de la
concentración del poder—, sumada al extremo regionalismo que caracterizó a un federalismo
exacerbado —en la dimensión territorial— pusieron a los presidentes mexicanos en una
situación que habitualmente superaron por la vía de la violencia y el desprecio por las reglas.

México tras la independencia: la Constitución de 1824 y la adopción del presidencialismo

En general, los procesos de independencia de los países latinoamericanos fueron el resultado


de revoluciones top-down, mediante las cuales las élites consiguieron autonomizar sus
intereses de los predominantes en la península ibérica10. Sin embargo, este proceso de
autonomización no fue completo ni homogéneo entre los países, ni a lo largo del tiempo. Por
otra parte, las nuevas élites políticas que se hicieron con el poder luego de los procesos de
independencia tampoco configuraban un actor único ni homogéneo. Durante las décadas
siguientes a la independencia, numerosos conflictos tuvieron lugar entre partidarios de
distintos órdenes políticos, sociales y económicos. En general, la inestabilidad que prosiguió a la
independencia estuvo marcada por diferentes proyectos en disputa para los nuevos Estados,
cuyo origen puede hallarse en conflictos ideológicos, económicos y sociales que dividían a las
élites. En suma, salvo contadas –y fracasadas- experiencias —como los casos Hidalgo y Morelos
en México o la revolución en Haití, y ambos fueron ejemplos a no seguir—, fueron las élites

10
Anna, Timothy. 1991. “La independencia de México y América Central”, en Leslie Bethell (Ed.) Historia de América
Latina Vol. 5 La independencia. Barcelona, Editorial Crítica.

150
económicas, políticas, militares y sociales —a menudo concentradas en criollos de clase alta e
ilustrados— las que promovieron y conquistaron la independencia de la corona española 11.
Desde el punto de vista ideológico, las élites que lucharon por la independencia estaban
fuertemente influidas por el pensamiento europeo de la ilustración —como se verá,
especialmente Rousseau, y en menor medida Hobbes, Locke y Bentham— por la filosofía
cristiana de San Agustín y Tomás de Aquino y por la doctrina suareciana, por la filosofía
alemana e inglesa, y por los federalistas norteamericanos. Sin embargo, las fuentes ideológicas
muchas veces fueron mixturadas con elementos estrictamente locales, que dieron a las
revoluciones distintos tonos ideológicos12.
Las élites criollas, a su vez, disponían del control de la actividad económica y militar. Por ello,
construyeron una estatalidad que les garantizaba el acceso a los mercados internacionales, y el
control de los recursos naturales y económicos de las nacientes repúblicas. En los países
extensos y diversificados, esto supuso la necesidad de coordinación entre distintas élites
regionales, lo que generó en la mayor parte de los casos conflictos de intereses y disputas
políticas y militares que dieron lugar a la inestabilidad política que siguió a la independencia.
Asimismo, el temor de las élites a la anarquía y a la pérdida del control político y económico que
esto suponía, llevó a legitimar a gobernantes autoritarios, y a apoyar gobiernos que se
apartaban de los principios constitucionales, siendo México un caso paradigmático en este
sentido.
En este contexto, las soluciones planteadas para lidiar con el temor a la explosión social y
política de conflictos regionales, económicos, raciales, religiosos, e internacionales, fue la
concentración del poder en la figura de presidentes fuertes —no siempre bajo el amparo de la
constitución y la ley—13. La concentración del poder resultó desde un primer momento un rasgo
característico de los nuevos estados latinoamericanos, con independencia de su conformación
institucional, pues este rasgo extrainstitucional se verifica tanto en las tendencias centralistas

11
“ni en México ni en ningún otro lugar de América Latina fueron las clases populares las que determinaron la llegada
de la independencia ni la forma política que adoptaron los nuevos estados”. Ibíd., p. 45.
12
Wiarda, Howard. 2003. The soul of Latin America: The cultural and political tradition. New Heaven, Yale University
Press.
13
Wiarda sostiene que los extraordinarios poderes que concentraron los presidentes latinoamericanos fueron
producto de la herencia rousseauniana, que veía en un ejecutivo todopoderoso la única vía posible para evitar la
desintegración que amenazaba a las incipientes naciones independientes. “As Frank Tannenbaum once wrote of the
powers of the Mexican presidency, it ‘represented a cross between the absolutist tradition of the Spanish viceroys
and the equally absolutist power of Montezuma’”. Ibíd., p. 131.

151
como federalistas14, el principal conflicto institucional del período posterior a la independencia,
y que marcó —las más de las veces violentamente— la política latinoamericana durante el
período. Según Valadés el centralismo favoreció la concentración del poder en el ejecutivo por
razones obvias, pues ideológicamente era afín a un poder central fuerte. Lo paradójico es,
según el autor, que los federalistas no eran menos favorables a concentrar el poder en
ejecutivos fuertes, pues
“la tendencia natural en Estados recién surgidos y urgidos de cimentar su propio poder,
llevaba inexorablemente a contrarrestar toda acción o tendencia que pudiera significar la
atomización de la autoridad, máxime si esta atomización sólo podía traducirse en el
fortalecimiento de grupos de poder regional dentro de un Estado nacional. La posibilidad de
que emergieran, con este motivo, señoríos semejantes a los existentes en el medioevo
europeo, habría desnaturalizado rápida y peligrosamente las posibilidades reales de un
afianzamiento de la independencia nacional en cada uno de los países latinoamericanos” 15.

A partir de la invasión francesa de España, y el ascenso al trono de José Bonaparte se


produjeron una serie de movimientos y tensiones en el territorio de Nueva España —del mismo
modo que en la mayor parte de las colonias españolas en América—. El proceso
independentista de México abarcó unos once años y presentó distintos actores centrales, y
disímiles tónicas ideológicas, desde Hidalgo y su revolución indígena y campesina del Grito de
Dolores en 1810, llevada a cabo en nombre de Fernando VII, seguida por Morelos y su plan de
gobierno parlamentarista bajo la invocación de la Virgen de Guadalupe, hasta Iturbide y su Plan
de Iguala, donde se proponía una monarquía católica independiente gobernada
provisionalmente por la Constitución de Cádiz. Este proceso complejo y errático cristalizó
finalmente en la independencia de México, formalmente adoptada el 27 de setiembre de 1821.
La revolución de Hidalgo no prosperó debido a la radicalidad de sus propuestas y del temor que
éstas representaban para las élites políticas, religiosas y económicas. Algo parecido sucedió con
el intento de Morelos, pues en su programa se incluía la reforma agraria, impuestos a la
riqueza, reformas sociales y un gobierno parlamentarista, entre otras reivindicaciones. El temor
a lo sucedido en Santo Domingo (Haití) y en la primera revolución de Hidalgo ofició como un
desestímulo para que las clases altas apoyaran la independencia de México 16.

14
“en ambos casos se produjo, a manera de común denominador y como premisa esencial para la subsistencia misma
del Estado, el fortalecimiento del poder presidencial”. Valadés, Diego. 1987. Constitución y política. Universidad
Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Jurídicas, p. 214.
15
Ídem.
16
Para autores como Wiarda, las revueltas de Hidalgo y Morelos terminaron quizás con el único intento
independentista genuino que podría haber implantado el liberalismo en América Latina. Agotadas esas dos

152
Con Iturbide se produjo un cambio que alineó a las élites con la lucha independentista, pues
sus propuestas eran mucho más moderadas en el plano social. En este caso, podría decirse que
la independencia era consistente con los intereses de las élites y, viendo que era un proceso
que tarde o temprano deberían aceptar, éstas prefirieron controlarlo mediante un proceso de
independencia moderado y gradual. El Plan de Iguala culminó con la consagración del Imperio
Mexicano, y con Iturbide como primer emperador. No es un hecho menor que la primera forma
política que tomó la nueva nación haya sido la de un imperio, y no una república 17. Sin
embargo, esta solución tuvo corta vida, pues el imperio fue sustituido unos años después por la
república, cuando Santa Anna junto a otros líderes que habían protagonizado el proceso de
independencia no toleraron el giro autoritario de Iturbide. El movimiento que buscaba
desplazar a Iturbide estaba liderado por Santa Anna pero se conformaba por los líderes
militares de todo el país y las diputaciones provinciales, las cuales se constituyeron “en un
movimiento republicano y federalista extremadamente descentralizado que venció, por
muchos años, cualquier intento por reconstituir una autoridad central respetada y
obedecida”18. La rebelión de los líderes tuvo éxito e Iturbide se exilió al tiempo que se proclamó
la República Federal de los Estados Unidos Mexicanos, en 1824. Este fue quizás el primer
evento de una serie que se repetiría durante todo el siglo diecinueve en la cual un gobernante
era desplazado por otros líderes que se oponían al carácter autoritario de su gobierno.
Con el fin del imperio llegó la república, la cual “se consideraba lo apropiado”19, en particular
para un sector de la ilustración local que había tenido contacto con la obra de los federalistas, y
la experiencia de gobierno norteamericana 20. Lempérière sostiene que “cuando se frustró la
esperanza de establecer una monarquía constitucional en México, el régimen republicano se

experiencias, el liberalismo no pudo abrirse paso en América Latina en general, y en México en particular. En cambio,
lo que prosperó fue la independencia llevada a cabo por elementos conservadores (Iturbide, en el caso mexicano)
que fueron capaces de llevar adelante la independencia de España sin amenazar a las élites con despojarlas de sus
riquezas, derechos y privilegios. Este es el punto central que permite a Wiarda explicar por qué América Latina nunca
pudo alcanzar el liberalismo, aunque sí la independencia.
17
Incluso se repetiría durante el Segundo Imperio (1862-1864) en ocasión de la intervención francesa que propició el
acceso al trono de Maximiliano de Habsburgo.
18
Lempérière 2013. “De la República corporativa”, p. 320.
19
Bazant, Jan. 1991. “México”, en Leslie Bethell (Ed.) Historia de América Latina Vol. 6 América Latina Independiente,
1820-1870. Barcelona, Editorial Crítica, p. 111.
20
Es interesante notar que este punto recoge lo que Weyland define como un mecanismo de “promoción”, uno de
los cuatro mecanismos causales detrás de la difusión de políticas y de instituciones. La “promoción” se caracteriza
por la difusión vertical —de un país central a uno periférico— de ciertas concepciones sobre lo apropiado de
determinados arreglos institucionales. En este caso, la república era una realidad en un país muy influyente en ese
momento como Estados Unidos por lo que la difusión de la república, y también del modelo presidencialista siguen el
patrón identificado por Weyland.

153
impuso inmediatamente como la única opción posible”21. Sin embargo, pese a la instauración
de la república, los antiguos realistas no desaparecieron. Más bien dieron lugar a una nueva
división —ahora dentro del republicanismo—, entre federalistas y centralistas. Obviamente los
antiguos monárquicos eran los centralistas, quienes “abogaban por un régimen fuerte y
centralizado, una reminiscencia del virreinato”22. Esto sentó las bases de un nuevo clivaje —al
igual que en otros países de América Latina— que marcaría profundamente la primera etapa de
creación y evolución institucional de México, y se imbricaría con el otro clivaje relevante que es
el que dividía a liberales de conservadores.
Antes de que triunfara definitivamente la república las clases altas y los gobernantes
debieron enfrentar el riesgo de desintegración territorial de México, pues lo que sería
Centroamérica se separó definitivamente, lo mismo que otros estados mexicanos como
Guadalajara, Oaxaca, Yucatán y Zacatecas. Esta amenaza estuvo presente durante un extenso
período en el cual no existía un poder central lo suficientemente fuerte como para garantizar la
estabilidad territorial, y puede haber oficiado, en el largo plazo, como un incentivo a la
concentración del poder en el presidente. En este caso el federalismo aparece como un
equilibrio para garantizar la unión y la autonomía regional a la vez. Es importante tener
presente que el tradicional regionalismo de México determinó que el federalismo fuese más
radical que el de Estados Unidos23.
Ya bajo la nueva Constitución, entre 1828 y 1830 se sucedieron varios presidentes en un
contexto de estancamiento económico, levantamientos militares y conspiraciones políticas. En
las elecciones de 1833 fue electo presidente Santa Anna con un Congreso dominado por
radicales que llevaron a cabo reformas liberales (que afectaban especialmente a la Iglesia, al
recortarse muchas de sus atribuciones y privilegios). Dado el descontento popular Santa Anna
suprimió la mayor parte de las reformas liberales, por lo que el país ingresó en una etapa
marcada por el cumplimiento parcial y discrecional de la ley24. La búsqueda de solucionar
problemas mediante la reforma constitucional fue una constante, y buscaba moderar el
federalismo radical originado en la autonomía de regiones poderosas. Conjuntamente con las
disputas entre las élites gobernantes en relación al grado apropiado de concentración de poder
en el ejecutivo —en la dimensión funcional que hemos señalado anteriormente—, el excesivo
21
Lempérière 2013. “De la República corporativa”, p. 321.
22
Bazant, Jan. 1991. “México”, p. 111.
23
Vázquez, Josefina. 2013. “De la independencia a la consolidación republicana”, en Nueva historia mínima de
México. México D. F., El Colegio de México, p. 270.
24
“desde 1829 privaba la inconstitucionalidad. El congreso había violado varias veces la ley suprema, el ejecutivo
sólo funcionaba con poderes extraordinarios, y la debilidad de la federación dificultaba el funcionamiento del
gobierno”. Ibíd. p. 280.

154
federalismo propició un segundo nivel de disputas entre las élites regionales y el gobierno
federal —en la dimensión territorial— que pudo haberse convertido en un factor generador de
inestabilidad política25.

La Constitución de 1824: republicanismo, federalismo y presidencialismo

La primera constitución republicana de México independiente fue sancionada en el año 1824, y


establece una república representativa conformada por diecinueve estados, cuatro territorios y
un Distrito Federal, con religión oficial católica, y división del gobierno en tres poderes, con
primacía del legislativo. El ejecutivo quedaba en manos de un presidente y un vicepresidente, y
el poder judicial estaba conformado por los tribunales y una suprema corte de justicia. El voto
era restringido y el presidente era electo por las legislaturas de los estados, en una elección
indirecta.
En la Constitución de 1824 tuvo gran influencia la constitución de Estados Unidos, pero
también la de Cádiz, de modo que no hay acuerdo acerca de cuál de estas fuentes resultó más
importante26. Rabasa señala las diferencias entre Filadelfia y Cádiz como una diferencia de
objetivos27. La primera buscaba promover el capitalismo, y como tal dar certezas necesarias
para su funcionamiento. Mientras, la segunda buscaba una forma de gobierno que garantizara
mejor su dominio, no capitalista. Se podría decir que la constitución norteamericana brindaba
las bases institucionales para el desarrollo del capitalismo, mientras que Cádiz brindaba las
bases institucionales para el desarrollo de una sociedad no capitalista, pero sí liberal en el
sentido de gobierno constitucional con reconocimiento de derechos individuales.
El liberalismo de Cádiz fue moderado, y no radical como en la revolución francesa o
norteamericana. Nunca estuvo en cuestionamiento la monarquía. Al respecto, Rabasa destaca
que “[e]n Cádiz, aun dentro del grupo radical, nunca se dejó de pensar en el rey, y sólo se
quería dentro de esta idea, limitar su omnipotencia y repartir la soberanía entre monarca y
Cortes”28. Esto podría explicar el por qué el poder tradicional —monarca, clero, estamentos—
siguió ejerciendo su influjo incluso décadas después de sancionada la constitución de Cádiz, y

25
“El desafío zacatecano y la amenaza de secesión texana generalizaron la percepción de que el federalismo
favorecía la desintegración del territorio nacional” Ibíd. p. 281.
26
Al respecto, ver Rabasa, Emilio. 2004. Historia de las constituciones mexicanas. Universidad Nacional Autónoma de
México, Instituto de Investigaciones Jurídicas; Córdova Vianello, Lorenzo. 2005. “Introducción al análisis del sistema
presidencial”, en D. Valadés y D. Barceló Rojas (Coords.) Examen Retrospectivo del Sistema Constitucional Mexicano.
Instituto de Investigaciones Jurídicas, UNAM; Vázquez, Ibíd.
27
Rabasa, Emilio. 2004. Historia de las constituciones, p. 64.
28
Ibíd., p. 65.

155
en cierta medida refuerza la idea de Lempérière del carácter corporativo de la república
mexicana.
Como se señaló con anterioridad, más allá de Cádiz, el otro antecedente inmediato de la
Constitución de 1824 es la constitución norteamericana. Es ampliamente aceptado que dicha
constitución ejerció una influencia notoria sobre los constituyentes mexicanos, a quienes se ha
incluso tratado de “copistas”. Sin embargo, la adopción de los principios constitucionales
norteamericanos, y la mixtura con los principios españoles de Cádiz, no estuvieron exentos de
interpretaciones y adaptaciones29. Rabasa sostiene que "[a]unque se acepte que el concepto o
la idea política provino de tierras extrañas, lo interesante habrá de ser el señalar cómo cobró
nacionalidad a nuestro medio, esto es, cuál fue la interpretación mexicana de las ideas que
revolucionaron al mundo en el siglo XVIII"30. En la misma línea, Córdova Vianello señala: “el
modelo adoptado reproduce casi en sus términos al documento constituyente norteamericano.
No se trató de una adopción fácil ni fortuita. El temor a concentrar el poder en manos de un
individuo siempre estuvo presente en la mentalidad de los forjadores de la nación mexicana” 31.
El federalismo fue el principal rasgo de la Constitución mexicana de 1824. Marcaría la
historia política de México, al igual que el republicanismo —a pesar de los vaivenes propios del
siglo diecinueve, que incluyeron el breve período del imperio de Maximiliano de Habsburgo—.
El federalismo fue adoptado explícitamente en esta primera Constitución —ya estaba presente
en el antecedente del Acta Constitutiva— y obedeció a varios factores. En primer lugar, y como
ya fue destacado, era la difusión de la constitución norteamericana la que marcaba la necesidad
de copiar sus instituciones, como una forma también de copiar su prosperidad. Pero también
era la reacción contra la frustrada constitución de Cádiz y su carácter centralista —aunque
liberal—, puesto de manifiesto en el fracaso del gobierno encabezado por Iturbide. Por otra
parte, los estados presionaban para imponer esta forma de organización política pues
garantizaba su autonomía, a la vez que les permitía obtener protección del gobierno federal y
del resto de las provincias de la federación32. Este último punto es muy relevante, pues inicia la
disputa entre aquellos que eran proclives a la centralización del poder —centralistas,
monarquistas y a la postre conservadores—, y los que promovían la dispersión del mismo —
federalistas, republicanos y a la postre liberales republicanos—.

29
“La mayoría de los constituyentes de 1823-1824, aunque se referían de manera obsesiva a la constitución
federalista norteamericana, se inspiraron espontáneamente en un republicanismo sui generis que siempre había sido
parte integrante del ideario monárquico” Lempérière Ibíd. p. 320.
30
Rabasa, Emilio. 2004. Historia de las constituciones, p. 84.
31
Córdova Vianello, Lorenzo. 2005. “Introducción al análisis”, p. 205.
32
Rabasa, Emilio. 2004. Historia de las constituciones, p. 115.

156
Es interesante notar que las dos principales fuentes que tuvieron los constituyentes de 1824
—la constitución norteamericana y la de Cádiz— fueron experimentos exitosos en su tiempo y
en su lugar. Estados Unidos era ya un país próspero y con estabilidad política, mientras que
España había logrado deshacerse de la monarquía absoluta como forma de gobierno, al menos
hasta la reacción monárquica. Ambos modelos eran considerados exitosos por los
constituyentes, y en la heurística de la disponibilidad, eran los modelos a seguir 33.
La Constitución de 1824 dio lugar a la “primera república” mexicana, la cual tuvo un carácter
efímero, y una impronta “corporativa”, como señala Lempérière. En algún sentido, puede
decirse que la Constitución de 1824 no es estrictamente liberal, debido a su carácter
corporativo, y que el liberalismo político recién va a expresarse como tal en las leyes
constitucionales que suceden a esta constitución a partir de 1835. Pese a su importancia, la
Constitución inaugural tuvo corta vida, ya que rigió por unos diez años. En 1835 se dictan las
“Bases para una nueva Constitución” por parte de un constituyente no electo directamente,
sino devenido del Congreso. Con este nuevo documento, el federalismo quedó a un lado y
México entró en la etapa del centralismo.

Las “Siete Leyes” y la etapa centralista

Un elemento que tuvo importante influencia en este período de centralismo es la amenaza


exterior, materializada en la pérdida de Texas a manos de Estados Unidos y en la amenaza de
ocupación francesa. Este factor favoreció en cierta medida la centralización y la concentración
del poder en presidentes dictatoriales, que actuaban al margen de la constitución. Tanto la
dimensión territorial como la funcional experimentaron, durante la etapa centralista, una
importante concentración del poder. La necesidad de una reforma constitucional se plasmó en
las Siete Leyes, un instrumento constitucional de carácter centralista, en 1836, que no llegó a
conformar una nueva Constitución propiamente dicha, pues no rigió en todo el territorio
mexicano. Junto con la “Constitución de las Siete Leyes” se conformó un nuevo orden

33
Al respecto Lempérière señala tres posibles fuentes de inspiración para los constituyentes de 1823 y 1824, pero no
menciona entre ellas a la Constitución de los Estados Unidos. Específicamente dice Lempérière: En 1821 los
fundadores de la nueva nación podían inspirarse en tres modelos nacionales recientes refiriéndose a la nación
española ya extinguida y basada en el reconocimiento de la soberanía del Rey; la nación francesa nacida en 1789
basada en principios contractualistas según la cual individuos libres y soberanos decidían asociarse para conformar
una comunidad política; y por último la nueva nación española emanada de la Constitución de Cádiz, basada en la
soberanía de las cortes que representaban al pueblo”. Lempérière 2013. “De la República corporativa”, p. 319. Sin
embargo, como ya se señaló, existe debate sobre las fuentes y los modelos que inspiraron a la Constitución de 1824,
y otros autores sostienen, que la constitución norteamericana fue un modelo muy influyente y determinó nada
menos que la adopción del presidencialismo como régimen de gobierno.

157
constitucional que, además del carácter centralista, introdujo innovaciones institucionales
como la creación de un “Supremo Poder Conservador” que se añadía a los poderes legislativo,
ejecutivo y judicial. En los hechos, este nuevo poder tenía la facultad de supervisar todo lo
actuado por el resto de los poderes, y podía anular cualquiera de estas actuaciones. Existe una
polémica sobre el carácter conservador o liberal de las Siete Leyes, pues tiene elementos de
ambas tradiciones. Sin embargo, el carácter centralista es innegable. Además la constitución de
las Siete Leyes recortaba la representación política, pues se consideraba que la misma generaba
inestabilidad, al permitir la expresión de voluntades discordantes. Mediante el voto censitario,
sólo los propietarios o quienes pagaban impuestos estaban habilitados para votar y ser votados.
Los estados perdieron autonomía y, como departamentos, sus gobernadores eran designados
por el ejecutivo nacional. También hubo otros elementos centralizadores como el control de la
hacienda pública, la extensión del mandato presidencial de cuatro a ocho años 34, y la supresión
de la vicepresidencia.
Paradójicamente, el centralismo se impuso como un reflejo ante la amenaza exterior, pero
no logró impedir la pérdida de territorio. Lo que no había ocurrido bajo el federalismo, se dio
bajo el centralismo, cuando se produjo la pérdida del estado de Texas. Además, decisiones
desafortunadas del gobierno, e intervenciones extranjeras —norteamericana y francesa—
generaron una parálisis económica que se agravó durante el período centralista. Como
consecuencia de ello, “antes de que se cumpliera el primer periodo presidencial algunos
buscaban solución a los problemas en una monarquía ‘con un príncipe extranjero’, o en la
dictadura militar”35. Como se ve, lejos de asegurar la integridad territorial y la estabilidad, el
centralismo estuvo asociado con la inestabilidad política, social y económica.
En 1842 una junta de notables redactó las Bases Orgánicas, que eliminaron al Poder
Conservador y restauró la representación que había sido recortada bajo las Siete Leyes. En las
elecciones de 1843 resultó electo nuevamente Santa Anna como presidente, y tuvo severos
conflictos con el Congreso dominado por federalistas. Estos conflictos entre los poderes
ejecutivo y legislativo llevaron a Santa Anna a pretender disolver el congreso, pero no tuvo
éxito, y el congreso junto a otros poderes destituyó a Santa Anna. Estos sucesos muestran
claramente que el presidente no era institucionalmente poderoso, pues no fue capaz de
deshacerse de un congreso hostil. En cambio, la debilidad institucional fue compensada, como

34
Pese a la introducción de estas modificaciones, el poder ejecutivo siguió teniendo limitaciones formales para su
accionar. Vázquez señala que “aunque el periodo presidencial se amplió a ocho años y se suprimió la vicepresidencia,
el ejecutivo continuó siendo muy débil, ya que estaba sometido al Poder Conservador, al Congreso y al Consejo de
Gobierno”. Vázquez, Josefina. 2013. “De la independencia a la consolidación”, p. 281.
35
Ibíd., p. 287.

158
ya se ha señalado, por el abuso de poder a partir de arreglos informales que le permitían al
presidente un margen de maniobra mayor que el que le otorgaba la ley.
En este panorama tuvo lugar un asunto muy importante que es la aparición de los primeros
partidos políticos mexicanos. En 1849 los monarquistas y radicales crean el Partido
Conservador, y los federalistas se agrupan en el nuevo Partido Liberal. El lento proceso de
incorporación de un mayor número de ciudadanos a la vida política, agitado en este período
por la restauración de la representación abolida por las Siete Leyes, significó un incentivo para
la formación de partidos políticos. Desde luego, en un contexto propio de un régimen
oligárquico —una oligarquía competitiva en términos de Dahl 36—, los partidos eran todavía
partidos de notables, que se aglutinaban fundamentalmente en torno a principios generales, y
en particular en torno a caudillos.
Durante este período continuó la inestabilidad y la sucesión de gobiernos breves y débiles.
La situación era paradójica, pues el gobierno centralista era, sin embargo, muy débil
políticamente37. Todo el período centralista estuvo plagado de inestabilidad y conflicto entre
poderes, así como de amenazas internas y externas, y un clima de levantamientos y disputas
por el poder. En 1854 se produjo un estallido que pronunció el Plan de Ayutla que desconocía al
gobierno de Santa Anna y exigía la restitución de la república representativa federal. Sin
embargo, Santa Anna se mantuvo hasta 1855 en el poder.
Con la Revolución de Ayutla culmina el período centralista iniciado por las Siete Leyes. De
acuerdo a Medina Peña “la Revolución de Ayutla fue el umbral de acceso al poder de una nueva
generación liberal, dividida ahora entre puros y moderados”38. Esta división propició la
constitución de 1857 en la cual los distintos énfasis liberales encontraron una fórmula
transaccional que dejó, sin embargo, más satisfechos a los moderados 39. La constitución de
1857 adoptó los típicos principios liberales, aunque fue moderada y por ello dejó insatisfechos a
liberales radicales y conservadores. Como se observa, las élites que perseguían distintos
modelos no constituían actores racionales unificados, sino que presentaban diferencias internas

36
Dahl, Robert. 1971. Polyarchy: Participation and Opposition. New Haven, Yale University Press.
37
La sucesión de gobiernos que no gobernaba, y cuya duración se extendía por poco tiempo agitó el reclamo de
reformas que dotaran al presidente de mayor poder institucional. Sobre ese punto, Vázquez señala que “[p]ara
entonces todos los partidos habían llegado a la conclusión de que era necesario un gobierno fuerte”. Vázquez,
Josefina. 2013. “De la independencia a la consolidación”, p. 295.
38
Medina Peña, Luis. 2002. “Porfirio Díaz y la creación del sistema político”, Documento de Trabajo Nº 22, CIDE,
México, p. 2.
39
La distinción entre liberales (moderados) y radicales es analizada, entre otros, por Wallerstein, quien observa en la
Revolución Francesa el origen de las tres ideologías fundamentales de la modernidad: conservadurismo, liberalismo y
radicalismo. Ver Wallerstein, Immanuel. 2004. World-systems analysis: An introduction. Duke University Press, p. 52.

159
importantes, influidas también por el cambio doctrinario global que estaba sufriendo el propio
liberalismo, desde una base filosófica y política hacia un liberalismo económico de base
cientificista que resultaría predominante durante las décadas posteriores. Este cambio
doctrinario ha sido cuidadosamente estudiado y documentado por autores como Laski y
Hobsbawm entre otros40, y tuvo consecuencias importantes en la forma en la que el
federalismo y el centralismo fueron concebidos dentro del propio campo liberal, así como la
relación entre estos arreglos institucionales y el presidencialismo. En particular, la división del
bando liberal entre radicales y moderados es crucial para la resolución del conflicto que daría
lugar a la Constitución de 1857.

La Constitución de 1857: retorno del federalismo y reformas liberales

Como vimos, el ordenamiento constitucional que se inicia con las Siete Leyes tuvo un carácter
centralista, como reacción a los problemas que se habían suscitado bajo la Constitución
federalista de 1824. En ese sentido, la Constitución de 1857 restaura el federalismo, al tiempo
que recorta todavía más el poder presidencial, pues le impone una serie de controles por parte
de otros poderes del Estado —principalmente del Legislativo, que pasó a ser unicameral— que
redujeron sus ámbitos de decisión autónoma41. Esta primacía del legislativo sobre el ejecutivo
ayuda a explicar, en buena medida, la continua vocación de gobernar sin tomar en cuenta a la
Constitución por parte de los presidentes de este período.
La Constitución de 1857 adopta, según Lempérière, a diferencia de su predecesora de 1824,
un carácter anti-corporativo42. Según la autora se pasó del “federalismo corporativo” de la
constitución de 1824, a un “centralismo liberal” durante el período centralista, para pasar a un
“federalismo anti-corporativo y liberal” con la Constitución de 1857. Además, como ya
mencionamos, la nueva constitución restaura el federalismo, e introduce formalmente los
derechos de las personas43. Es una constitución donde predominaron elementos liberales, que
por otra parte fueron mayoritarios en la Constituyente. El centralismo abolido fue

40
Hobsbawm, Eric. 2010. La Era del Capital: 1848-1875. Buenos Aires: Crítica. Ver también Laski, Harold. 1961. El
Liberalismo Europeo. D.F.: Fondo de Cultura Económica.
41
Córdova señala que “[e]l Legislativo recibe en esta Constitución no sólo las atribuciones que por definición le son
propias, sino además, toda una serie de controles sobre la actividad del presidente, que lo hacen asemejarse a un
poder parlamentario en un régimen presidencialista, entorpeciendo continuamente la actividad del Ejecutivo”.
Córdova, Arnaldo. 2000. [1972]. La formación del poder político en México. D.F.: Ediciones Era, p. 17.
42
Lempérière 2013. “De la República corporativa”, p. 325.
43
“El federalismo que empezó en 1823 dando vida a una república ‘representativa y popular’ que era ante todo
católica y corporativa, acababa en 1860 por ilustrar un régimen liberal fundado en los derechos individuales y en la
neutralidad de la esfera pública en materia de religión”. Ibíd., p. 330.

160
responsabilizado de la situación caótica del país, y el artículo 40 —que restauró el
federalismo— fue aprobado por unanimidad, y una vez más se hace notoria la influencia de las
constituciones norteamericana y gaditana 44.
Otra novedad importante fue la eliminación del Senado, pasándose a un poder legislativo
unicameral. La aprobación de esta modificación se dio por escaso margen en la votación del
constituyente, y el Senado fue reimplantado por decreto presidencial en 1874, bajo el gobierno
de Lerdo de Tejada.
En cuanto al poder presidencial, la Constitución de 1857 establece el procedimiento para
llevar a juicio político al Presidente —ya existía en la Constitución de 1824, pero se modificó su
redacción— en caso de “los delitos de traición a la patria, violación expresa de la Constitución y
ataque a la libertad electoral”. También resultó importante la separación de la Iglesia del
Estado. Este punto generó un intenso debate entre los constituyentes, pero finalmente se
impuso el proyecto liberal de secularización del Estado, que luego sería llevado a la práctica
bajo el gobierno de Benito Juárez.
La Constitución de 1857 no colmó las expectativas de los liberales “puros”, y tampoco de los
conservadores. La moderación de la nueva carta no permitió que la misma fuese defendida por
ninguno de los dos bandos, y el país se dividió en dos gobiernos 45. El primero, conservador, bajo
la presidencia de Zuloaga, y con el apoyo del ejército y asentado en el Distrito Federal y la
mayor parte del país. El segundo, liberal, bajo la presidencia de Juárez, con el apoyo de milicias
liberales y con asiento en Veracruz. Fueron años de inestabilidad y luchas internas que
terminaron con Juárez en el gobierno, pero incapaz de detener la invasión francesa, que
culminó –como ya hemos señalado- el Imperio Mexicano y con Maximiliano de Habsburgo
como emperador.
La Constitución de 1857 otorgaba al Legislativo supremacía sobre el Ejecutivo, pese a lo cual
Juárez había fortalecido informalmente la presidencia durante la guerra contra el Imperio. Al
restaurarse la República, la vigencia de la Constitución hacía que nuevamente el Legislativo
retomase el control del gobierno. Por ello Juárez intentó la restitución del Senado —dado que
su representación federal le otorgaba la posibilidad de contrapesar a la Cámara de Diputados—,
lo cual consiguió recién durante el gobierno de su sucesor.

44
“El capítulo de los derechos humanos fue tomado de la Declaración francesa de los Derechos del Hombre y del
Ciudadano, del Bill of Rights norteamericano, algo de la Constitución de Cádiz y lo disperso de la Constitución de
1824”. Rabasa, Emilio. 2004. Historia de las constituciones, p. 171.
45
“La presentación de grandes novedades pareció exagerada para algunos (los conservadores) o insuficiente para
otros (los liberales)” Ibíd., p. 248.

161
En suma, a una época centralista y de gran inestabilidad política le sucedió otra, también
inestable, pero esta vez con carácter federal y liberal. La derrota de las tropas imperiales
suprimió la vía monárquica definitivamente. La reelección indefinida de Juárez —hasta su
muerte en 1872— generó la reacción de Porfirio Díaz, quien se pronunció en contra de su
permanencia en el poder, y a su extremo personalismo y concentración del poder.
Paradójicamente, el ascenso de Porfirio Díaz se produce desde un discurso que buscaba
recortar el poder presidencial, y que propiciaba la no reelección del ejecutivo. La Constitución
de 1857 motivó una profunda división entre los mexicanos, y dio inicio a una etapa de
inestabilidad política y social. La supremacía formal del legislativo frente al ejecutivo, seguida
por la supremacía presidencial informal puede haber sido uno de los factores de inestabilidad,
al propiciar la lucha entre los poderes para prevalecer en las decisiones y el liderazgo político.

El porfiriato: dictadura y consolidación del Estado mexicano

Para cuando Porfirio Díaz asumió el poder, el republicanismo y el federalismo se habían


impuesto definitivamente. El liberalismo, en cambio, tuvo un derrotero menos lineal46. Autores
como Wiarda47 sostienen que el liberalismo nunca arraigó verdaderamente en América Latina
en general, y en México en particular. Otros autores 48 consideran que sobre el último tercio del
siglo XIX en México el republicanismo y el liberalismo se encontraban afianzados, y habían
dejado una huella en la sociedad 49. Desde luego, buena parte de las controversias sobre el
carácter liberal de los gobiernos de la época se debe al ya mencionado viraje desde un
liberalismo doctrinario y filosófico, hacia un liberalismo de corte economicista, anclado en la
capacidad del conocimiento científico para garantizar el progreso de la sociedad. Porfirio Díaz
sería un fiel exponente de este último liberalismo, lo que se verificaría en el carácter autoritario
y de corte cientificista en el que pretendió basar su obra de gobierno. Díaz se había levantado
en armas, al desconocer las derrotas electorales que había sufrido a manos de Juárez y de

46
“Al principio, no parecía representar nada nuevo en política. Después de todo, era un producto del movimiento
liberal. Pero según pasaba el tiempo, se hizo evidente que era un liberal con algunas diferencias” (Skidmore y Smith
1999: 247).
47
Wiarda, Howard. 2003. The soul of Latin America.
48
Vázquez, Josefina. 2013. De la independencia a la consolidación; Mahoney, James. 2003. “Long-Run Development
and the Legacy of Colonialism in Spanish America” en American Journal of Sociology, 109(1), p. 50-106.
49
De hecho, Mahoney, basándose en la clasificación llevada a cabo por Palmer, clasifica a México como 1 (valor
máximo) en relación a la fuerte presencia de élites liberales. Asimismo, el autor asigna el mismo puntaje a la
presencia de fuertes élites conservadoras. Esto ratifica la idea de que ambas élites se disputaban el control del
gobierno de un modo incompatible con una solución transaccional o por imposición. Ver Mahoney, James. 2003.
Long-Run Development, p. 66; Palmer, David. 1977. "The Politics of Authoritarianism in Spanish America", en James
Malloy (ed.) Authoritarianism and Corporatism in Latin America, Pittsburgh, University of Pittsburgh Press, p. 377-412

162
Lerdo. En ambas ocasiones, lo había hecho a partir de un discurso contrario al autoritarismo, a
la reelección que propiciaba el centralismo y el exceso de poder por parte del Presidente, en
desmedro de los poderes Legislativo y Judicial 50. La posición inicial de Díaz era asombrosamente
favorable a la dispersión del poder, no sólo en relación a la dimensión funcional —al promover
el fortalecimiento de los poderes judicial y legislativo—, sino también en la dimensión
territorial, al promover equilibrios entre el gobierno central y los gobiernos de los estados51. Sin
embargo, luego de su primer período en el que respetó su idea anti reeleccionista, Díaz se
encargó de construir un régimen autoritario, y remover toda restricción constitucional para
continuar en el poder durante treinta años.
Por otra parte, la primera parte del porfiriato estuvo orientada a la consolidación y la
pacificación nacional, en la medida en que el país había estado inmerso en conflictos internos y
externos durante más de cincuenta años. La modernización social y económica del país durante
el período fue muy importante52. Lo paradójico del extenso gobierno de Porfirio Díaz radicó en
la unión, aparentemente inconsistente, de ideas liberales con una práctica autoritaria. El
positivismo se reflejó en los “científicos” de su gobierno, hombres de su gabinete que
pretendían aplicar el método científico a la resolución de problemas sociales. Esta extraña
mixtura de liberalismo y gobierno fuerte fue característica de este grupo 53. La curiosa
combinación de liberalismo y autoritarismo no será extraña en la historia de América Latina,
pero tiene en el porfiriato un antecedente notable. En cierta forma, la constatación de esta
díada inesperada pone en duda la tesis de Wiarda según la cual el autoritarismo y la
inestabilidad aparecen vinculados a la falta de arraigo de las ideas liberales en el continente. En
todo caso, cabría afirmar que en América Latina existió un liberalismo que propiciaba la libertad
individual y la autonomía personal y por tanto ponía énfasis en los derechos individuales, pero
no existió republicanismo en el sentido del respeto por el imperio de la ley y la separación de
poderes.

50
Speckman Guerra, Elisa. 2013. “De la independencia a la consolidación republicana”, en Nueva historia mínima de
México, D. F., El Colegio de México, p. 337.
51
Al respecto, Skidmore y Smith sostienen que: “Díaz demostró ser un genio de la política […] otorgó a los caudillos
regionales espacio para maniobrar y los alentó para que lucharan entre ellos […] En pocas palabras, formó con
paciencia el poder del gobierno federal donde contaba: en el ejército y en la policía”, Historia Contemporánea de
América Latina, p. 247.
52
Knight, Alan. 1992b. “The peculiarities of Mexican history: Mexico compared to Latin America, 1821–1992”,
Journal of Latin American Studies, 24(S1), p. 102-103.
53
Ibíd., p. 352.

163
Pese a su postura inicial54, Porfirio Díaz concentró notablemente el poder político 55, pasando
el resto de los poderes a tener una existencia sólo formal56. Durante el porfiriato, la evidencia
de concentración del poder en el ejecutivo es contundente 57. Tampoco existía pluralismo
político, si bien existían actos electorales, pues la represión y el control eran casi totales, al igual
que el fraude, el amedrentamiento y otras formas de control sobre el comportamiento de los
votantes. Porfirio Díaz utilizó tanto la persuasión y la negociación, como el “compadrazgo”, la
cooptación y la represión para lograr sus objetivos políticos58. En tal sentido, el porfiriato no
constituyó un período exclusivamente autoritario o dictatorial, sino que la forma específica que
adquirió el gobierno de Díaz fue variable durante los más de treinta años que se mantuvo en el
poder.
Luego de las elecciones de 1910, y tras intensas disputas por la sucesión —alentadas por la
edad de Díaz, y por su propia indefinición sobre su voluntad de perseguir una nueva
reelección— Díaz fue electo nuevamente presidente, acompañado de Ramón Corral en la
vicepresidencia. En particular, las disputas entre distintas facciones del régimen estaban
centradas en la sucesión, pero a la vez representaban visiones diferentes del gobierno y la
política. Mientras los “científicos” propiciaban un gobierno basado en el positivismo
cientificista, y una administración profesional y racional, otro grupo —los “Reyistas”—
proponían refundar el Partido Liberal —que había llevado a Díaz al gobierno— y refundar sus
bases programáticas. Al decidirse Díaz por el grupo de los “científicos”, los “Reyistas” pasaron
decididamente a ser una dura oposición al régimen porfirista. El resultado de las elecciones de
1910 propició el levantamiento de grupos contra el gobierno de Porfirio Díaz, proceso que

54
“[Díaz] enarboló una bandera antiautoritarista y anticentralista, pues rechazaba el excesivo poder del presidente
de la república frente a los poderes legislativo y judicial y frente a los gobiernos estatales. Además de oponerse a la
reelección, pugnó por reducir las facultades del ejecutivo a los límites establecidos por la constitución y, en
contraparte, por fortalecer los gobiernos de los estados o de los pueblos y, en este caso, por respetar su derecho
para elegir a sus autoridades municipales y decidir sobre sus asuntos internos”, Speckman Guerra, De la
independencia a la consolidación republicana, p. 337-338.
55
Para ilustrar la concentración de poder desde la dimensión territorial durante el porfiriato, Skidmore y Smith
señalan que “Díaz y sus consejeros podían seguir una política económica coherente porque habían creado el
gobierno centralizado más efectivo que había visto México desde la independencia. La toma de decisiones estaba
centralizada en Ciudad de México, a expensas de los caudillos regionales o locales”, Historia Contemporánea de
América Latina, p. 249.
56
Speckman Guerra señala sobre este punto: “en esta segunda etapa resulta más obvia, aunque no nueva, la
violación a la autonomía de los poderes legislativo y judicial. Como ya se dijo, los legisladores y magistrados, tanto
federales como estatales, eran prácticamente nombrados por el presidente o sus allegados”, De la independencia a
la consolidación republicana, p. 355.
57
Ver Speckman Guerra, De la independencia a la consolidación republicana; Valadés, Constitución y política, p. 218.
58
Speckman Guerra, De la independencia a la consolidación republicana, p. 343-348.

164
culminó con la llamada Revolución Mexicana, que lo obligó a abandonar el poder en 1811, y a
exiliarse en Francia.

La Revolución Mexicana

Previamente a las elecciones de 1910 Francisco Madero creó el Partido Nacional


Antireeleccionista. Sin embargo, fue encarcelado y exiliado en Texas, desde donde llamó a la
lucha armada. El movimiento armado creció por todo el país, limitando la reacción del ejército
nacional, y forzando al régimen porfirista a firmar los Tratados de Ciudad Juárez, lo cual
significaba la renuncia de Díaz, y en los hechos, el triunfo de la Revolución. Sin embargo, este
triunfo traería consigo el ascenso de algunos de sus protagonistas, como Pascual Orozco,
Pancho Villa y Emiliano Zapata. A su vez, este ascenso implicó la activación de clases bajas
rurales y trabajadores de baja calificación — como mineros y campesinos— cuyas
reivindicaciones escaparon del mero carácter antireeleccionista de la primera etapa de la
Revolución59.
El gobierno interino que sucedió a Díaz debía preparar el país para las nuevas elecciones,
para las cuales Madero había refundado el Partido Antireeleccionista, convirtiéndolo en el
Partido Constitucional Progresista. El gobierno interino no colmó las demandas de los líderes
rebeldes, básicamente orientadas a la demanda de tierras, lo cual generó problemas con los
principales líderes de la Revolución. Madero ganó las elecciones y prosiguió con la política de
ignorar estas demandas, pese a lo cual su breve gobierno generó un profundo recambio en el
elenco gobernante: “la salida de Díaz trajo, a la vuelta de algunos meses, la transformación de
casi toda la pirámide de poder” 60.
Del mismo modo que ocurriría con la Constitución liberal de 1857, las reformas propuestas
por Madero no dejaron satisfechos ni a los empresarios y hacendados, ni a campesinos y
trabajadores. Todos consideraban insuficientes las reformas61. Los levantamientos armados de
orozquistas y zapatistas reivindicaban la solución a sus demandas de tierras.
Tras el asesinato de Madero, Huerta asumió la presidencia pero también fue derrocado por
los rebeldes —algunos ex-maderistas— que lo acusaban de encabezar un gobierno
conservador, aliado con empresarios y hacendados. En relación a la composición social de los
distintos levantamientos, otro rasgo central de la historia mexicana que se remonta al período
colonial, es el carácter popular de los mismos. A diferencia de otros casos latinoamericanos

59
Garciadiego, Javier. 2013. “La revolución”, en Nueva historia mínima de México, D. F., El Colegio de México, p. 408.
60
Ibíd., p. 413.
61
Ibíd., p. 416-417.

165
donde el elemento popular —campesino, indígena— no fue un atributo destacable y
permanente, en México siempre fue un aspecto central de las revoluciones, ya sean
independentistas —como en el caso de Hidalgo y Morelos—, o por reivindicaciones regionales o
de clase —como en los casos de Orozco, Villa y Zapata—.
El triunfo contra el régimen de Huerta significó el ascenso de tres corrientes: los
constitucionalistas —representados por Carranza—, los villistas y los zapatistas. Los
desacuerdos internos llevaron nuevamente al conflicto, resultando triunfadora la corriente
constitucionalista, y encabezando Carranza el gobierno. El nuevo gobierno se dio la tarea de
redactar una nueva Constitución para dar forma al Estado posrevolucionario.
La gobernabilidad continuó siendo un problema, pues la concentración del poder actuaba
como reflejo para obtener mejores condiciones de gobernabilidad62. Hasta cierto punto, este
reflejo es explicado por la herencia cultural e ideológica colonial, que ya ha sido señalada, en
virtud de la cual se naturalizaba la respuesta concentradora frente al riesgo de anarquía o
ingobernabilidad63. Una vez más el riesgo de disgregación territorial ofició como un incentivo
para la concentración del poder en el presidente: “era necesario preservar la legitimidad y el
consenso, y extenderlo a toda la nación; sobre todo, se requería cohesionar las fuerzas políticas
y regionales, terminando con los riesgos de levantamiento o de fragmentación territorial”64. De
hecho, como ya fue señalado, uno de los principales problemas de la política mexicana durante
el período analizado fue la imposibilidad de establecer un régimen legítimo ante la existencia de
distintos proyectos en disputa. La inestabilidad puede provenir de la imposición —la cual no fue
posible, pues ninguno de los proyectos rivales alcanzó a imponer su hegemonía sobre el otro—,
o del consenso —lo cual tampoco fue posible, precisamente por el carácter concentrador y

62
Sobre este punto, Annino señala: “Es evidente que la dinámica de la república mexicana no podía ser la de la
Francia de la burguesía triunfante o la de la joven república norteamericana. [En México] el liberalismo cumple la
función de legitimar las expectativas de lucha de actores tan distintos como los comerciantes, las comunidades
indígenas o grupos militares. Nadie queda excluido de esta legitimidad […] Es igualmente explicable que el problema
de la gobernabilidad sea un problema muy difícil de resolver por el mismo proceso que la originó: porque los
gobiernos centrales no heredaron la soberanía directamente de la monarquía, como en Francia o Estados Unidos,
sino que la recibieron de los herederos legítimos, es decir de los cuerpos territoriales que siempre se sintieron libres
de romper los vínculos de subordinación”, Annino, Pueblos, liberalismo y nación en México, p. 411.
63
“Existía un problema de gobernabilidad; por ejemplo, en la constitución el equilibrio de fuerzas no favorecía al
ejecutivo, con lo cual era difícil que el presidente controlara la oposición de las corporaciones o que sometiera a los
poderes regionales; por ello Juárez y Lerdo concentraron un poder mayor que el instituido por la ley”, Speckman
Guerra, De la independencia a la consolidación republicana, p. 342.
64
Speckman Guerra, De la independencia a la consolidación republicana, p. 342.

166
excluyente con que conservadores monárquicos y liberales republicanos ejercieron el poder
cuando les fue posible—65.
Los últimos veinte años del extenso período de gobierno de Porfirio Díaz dejaron expuesto
definitivamente el pasaje del discurso dispersador y desconcentrador del poder, hacia un
ejercicio concreto cada vez más concentrador del poder presidencial. Este período se
caracterizó por “un acentuado centralismo y por un gobierno cada vez más personalista y
autoritario por parte de Porfirio Díaz”66.

La Constitución de 1917 y la institucionalización de la revolución

La Constitución de 1917 es el producto del triunfo de la corriente constitucionalista encarnada


en el gobierno de Venustiano Carranza. El triunfo sobre las facciones de Pancho Villa y Emiliano
Zapata determinó que la Revolución Mexicana tuviera un punto de inflexión. La
institucionalización de un nuevo régimen requería la elaboración de un nuevo orden
constitucional, diferente al de 1857. Algunas de las demandas sociales que originaron la
Revolución se hicieron presentes en la nueva Constitución, por ejemplo en el reconocimiento
de algunas formas colectivas de propiedad de la tierra así como derechos sociales y a los
obreros, y en la existencia de diversos ámbitos de intervención estatal en la economía y la
sociedad67. Por otra parte, y a diferencia de la Constitución de 1857, el nuevo ordenamiento
cristalizaría el predominio del poder ejecutivo, frente al resto de los poderes públicos. Este es
un punto importante, porque marca posiblemente el inicio de la supremacía formal del
ejecutivo, que hasta el momento se encontraba formalmente subordinado al legislativo,
aunque informalmente concentraba un gran poder.
Ya con Obregón en el poder, se consolida el nuevo Estado posrevolucionario, que no era
propiamente democrático, pero sí incluyente. Era autoritario y concentrador pero hacía
concesiones a las clases populares. Obregón gobernó como caudillo pero logró pacificar el país
y estabilizó el gobierno luego de mucho tiempo.
Con el nuevo ordenamiento constitucional se llegó a estabilizar política y económicamente
el país, si bien con importantes prevenciones en términos de lo que puede considerarse un
régimen democrático propiamente dicho. Como señala Garciadiego: “Puede decirse que por

65
“La complejidad de la historia política de México se debe, entre otras razones, al hecho de que conoció no el
desarrollo complicado de un solo proyecto, sino una solución de continuidad entre dos republicanismos que la
tradicional oposición entre liberales y conservadores no explica satisfactoriamente”, Lempérière, De la República
corporativa, p. 320.
66
Speckman Guerra, De la independencia a la consolidación republicana, p. 342.
67
Garciadiego, Javier. 2013. “La revolución”, p. 450-451.

167
entonces comenzó una nueva etapa histórica, no exenta, obviamente, de cambios y problemas,
pero que se caracterizaría por su considerable concordia social y estabilidad política –aunque
no por ser democrática– y por varios decenios de crecimiento económico”68.
Por último, el problema de la fortaleza relativa de los poderes regionales, que ya ha sido
mencionado, también tiene incidencia en el surgimiento del estado posrevolucionario y en la
forma específica que este adoptó, pues la creación de un centro poderoso en el ejecutivo fue,
en parte, un intento de lograr una hegemonía capaz de imponerse sobre los distintos poderes
regionales69.

Consideraciones finales

Una serie de consideraciones merecen ser destacadas en el estudio del origen y la evolución del
presidencialismo mexicano. En primer lugar, es notorio que el poder ejecutivo mexicano ha ido
incorporando, formal e informalmente, un considerable poder a lo largo del tiempo. El
presidencialismo mexicano ha sido calificado como un caso de “hiperpresidencialismo”, en el
cual el poder ejecutivo “ha logrado anular la acción del conjunto de instituciones políticas que
la Constitución concibió y estableció para compartir y contrabalancear el poder presidencial” 70.
Al menos hasta finales del siglo veinte, el poder del Presidente ha logrado permear en el resto
de las instituciones y poderes del Estado mexicano, logrando de algún modo desarticular los
frenos y contrapesos propios del modelo original estadounidense. Sin embargo, la
concentración de poder en el ejecutivo no ha sido impulsada principalmente por las
instituciones formales, sino por el ejercicio concreto del poder o, en otros términos, por
instituciones informales71. Entre estas se cuentan el desconocimiento liso y llano del orden
constitucional, el avasallamiento de otros poderes del Estado, la cooptación de voluntades, el
fraude, las prácticas autoritarias y el particularismo. Estas prácticas, profundamente arraigadas

68
Garciadiego, La revolución, p. 467.
69
Como sostiene Aboites Aguilar: “Si bien el surgimiento del PNR guarda estrecha relación con el asesinato de
Obregón, también debe verse como un episodio más del esfuerzo por formar un Estado fuerte. Como principal
ingrediente, éste debía contar con un centro político capaz de ejercer autoridad plena sobre los diversos grupos
sociales dispersos a lo largo del territorio nacional. El centro sería el gobierno federal, encabezado por el presidente
de la República. Durante el siglo XIX los grupos gobernantes habían fallado en la consecución de ese objetivo
político”, Aboites Aguilar, Luis. 2013. “El último tramo 1929-2000”, en Nueva historia mínima de México, D. F., El
Colegio de México, p. 471.
70
Casar, Las bases político-institucionales, p. 62.
71
Para una interpretación sobre el modo en el que las instituciones informales moldearon las democracias
latinoamericanas, ver O’Donnell, Guillermo. 1996. “Otra institucionalización. La democratización y sus límites,
después de la tercera ola, la política”, en Revista de Estudios sobre el Estado y la Sociedad No. 2.

168
en la cultura política mexicana, han propendido al fortalecimiento del ejecutivo por la vía de los
hechos.
En segundo lugar, cabe resaltar el profundo impacto que ha tenido la elección de los
constituyentes de 1824, que adoptaron el presidencialismo como forma de gobierno. Si, como
señalábamos recién, el presidente resultó fortalecido con el paso de los años y los gobiernos,
fue necesario que previamente existiera un presidente. ¿Por qué los constituyentes optaron por
el modelo presidencialista? Algunas respuestas –tentativas- hemos sugerido. Sin embargo, el
porqué de la adopción del presidencialismo no es evidente, y está sujeto a debates e
interpretaciones. Desde luego, la influencia del modelo norteamericano no puede
desconocerse. Sin embargo, otras condiciones confluyeron para lograr el resultado conocido. La
tradición hispánica de gobiernos fuertes —autoritarios— y la propia tradición indígena
propiciaban la creación de un gobierno cuyo vértice tuviera autoridad suficiente para
imponerse sobre otros poderes. Pero para ello resulta necesario que estos otros poderes
existan. Y existían. De hecho, la adopción del presidencialismo puede ser vista como una
respuesta institucional a una situación de desgobierno, y de riesgo de desintegración territorial
—incluso exacerbada por el carácter radical del federalismo—. En consecuencia, en 1824 los
constituyentes buscaron crear un gobierno fuerte. Que lo hayan logrado o no es tema de
debate, igual que hasta qué punto este gobierno aseguró la estabilidad política, pero es
bastante claro que esa era su intención 72.
En tercer lugar, la divergencia histórica en los resultados obtenidos por el presidencialismo
norteamericano y el mexicano debe ser matizada a la luz de diferencias en la configuración
inicial de ambos casos. Para empezar, la sociedad norteamericana que forjó el presidencialismo
original se caracterizaba por una considerable homogeneidad, en la medida en que se trataba
principalmente de una sociedad de granjeros individuales, y casi en su totalidad inmigrantes. La
sociedad del México colonial era, por el contrario, mucho más compleja y heterogénea, dividida
por cuestiones raciales, y en buena parte era una sociedad conformada por vastos grupos de
población nativa, que coexistía con la élite peninsular y criolla. Por otra parte, la sociedad
norteamericana era básicamente igualitaria, conformada por pequeños propietarios y

72
Según Córdova Vianello: “la adopción del sistema presidencial significó un parteaguas histórico, una determinación
que debe explicarse en el contexto histórico en el que se presentó: el nacimiento de una nación profundamente
dividida, incomunicada y amenazada. La presidencia fuerte […] fue una institución necesaria para edificar el país
sobre las cenizas del Estado virreinal”, Córdova Vianello, Introducción al análisis del sistema presidencial, p. 207. Por
su parte, Córdova señala: “podría afirmarse que la causa fundamental de que en buena parte del siglo XIX privara la
anarquía en las actividades productivas y en las relaciones políticas residió en la falta de un poder político
suficientemente fuerte como para imponerse en todos los niveles de la vida social”, Córdova, Arnaldo. 2000. [1972].
La formación del poder político en México. D.F., Ediciones Era, p. 10.

169
empresarios familiares, a diferencia de la forma básica de propiedad propia de la colonia
española, que consistía en familias criollas y peninsulares que eran propietarias de grandes
extensiones de tierra y de los principales recursos naturales y económicos. La forma de la
propiedad de la tierra influyó considerablemente sobre las diferencias entre México y Estados
Unidos. Mientras en Norteamérica —particularmente en las colonias nor-atlánticas— la tierra
estaba distribuida de manera uniforme entre pequeños propietarios, en México el latifundio —
bajo la forma de haciendas— generó una élite —primero española y luego criolla— de
propietarios y una enorme masa de indígenas y mestizos que, al no ser propietarios, trabajaban
por su subsistencia en las haciendas. Esta mano de obra estaba disponible para la movilización
política por parte de los caudillos locales, jefes militares con asiento en un determinado
territorio, que por lo general provenían de las familias propietarias. Adicionalmente, los pueblos
de las colonias norteamericanas tenían una importante experiencia previa de autogobierno 73,
elemento ausente en las colonias españolas en América. Los habitantes de las colonias
británicas administraban sus asuntos locales, y se encontraban fuertemente influidos e
inspirados por los sucesos de la gloriosa revolución. En cambio, las colonias españolas —entre
ellas, Nuevo México— tenían una experiencia muy acotada de autogobierno, en particular
luego de las reformas administrativas que habían tenido lugar desde el siglo dieciocho bajo la
Casa de Borbón. Finalmente, las trece colonias que dan origen al presidencialismo
norteamericano buscaban crear un poder central acotado, y colocar en los gobiernos de los
estados el principal poder político de la federación. En cambio, el federalismo mexicano tuvo
desde el origen el afán de crear un poder central vigoroso, que lograra homogeneizar por la vía
de la imposición, lo que era naturalmente diferente.
En cuarto lugar, un rasgo no menos importante que el presidencialismo para la historia
política mexicana es el federalismo. Durante todo el siglo diecinueve, y parte del siglo veinte la
primera fuente de conflicto político fue la existencia de poderes regionales fuertes, frente a la
debilidad relativa del poder central74. Este es un rasgo definitorio del ejercicio del poder y de la

73
Vázquez, Josefina. 2013. De la independencia a la consolidación, p. 265.
74
“El período comprendido en los dos primeros tercios del siglo XIX, llamado por los ideólogos porfiristas [...] como el
‘periodo de la anarquía'’, contempla un Estado nacional que lo es sólo de nombre, sin control efectivo sobre la
población y el territorio, sin autoridad y contendido por una miríada de poderes locales cuya autonomía era el signo
indudable de la debilidad de los poderes centrales. Por otra parte, es también indudable que los dos grandes campos
ideológicos, que sólo por convención se ha dado en llamar ‘partidos’, el conservador y el liberal, buscaban, cada uno
con soluciones políticas radicalmente opuestas, el remedio a los males del país en la unificación del mismo mediante
la creación de un verdadero Estado nacional”, Córdova, La formación del poder político, p. 9. En relaci ón a la
debilidad relativa del gobierno federal frente a los gobiernos estatales Lempérière afirma que “durante toda la
primera república el gobierno más débil, menos provisto de recursos y menos obedecido fue el gobierno general de
la nación. Según una lógica propia del federalismo extremo y radical que prevaleció en México en 1823 bajo la

170
cultura política mexicana, que dio origen a un federalismo exacerbado en un primer momento,
y a sucesivos intentos de domesticarlo, con mayor o menor éxito por parte de los sucesivos
gobiernos centrales, lo que finalmente cristalizaría a medias durante los gobiernos de Benito
Juárez y de Porfirio Díaz. En ese sentido, federalismo y presidencialismo —los dos rasgos
centrales del régimen de gobierno mexicano— pueden ser vistos como una solución de
equilibrio frente a la fragmentación de las élites —regionalismos— y al caudillismo y su
consiguiente riesgo de desintegración. Pese a esta caracterización, no deberíamos pensar que el
equilibrio resultó estable. Antes bien, se trató de un equilibrio sumamente inestable pues, a
diferencia del ejemplo estadounidense, donde ambas instituciones se acompasaron de modo
relativamente armónico dando lugar a un extraordinario período de crecimiento económico y
estabilidad política, en México el federalismo y el presidencialismo impulsaron dinámicas
políticas conflictivas. El federalismo, implantado en un territorio cuya tradición regionalista se
encontraba desarrollada con profundidad durante muchos años exacerbó la reivindicación de
autonomía y soberanía regional, mientras que el presidencialismo buscaba concentrar en una
figura el suficiente poder como para aplacar las reivindicaciones impulsadas por el federalismo.
En consecuencia, la trayectoria política mexicana estuvo marcada fuertemente por esta tensión.
Las concepciones liberal y conservadora que impulsaban distintas formas de presidencialismo,
no pudieron imponerse unilateralmente. Tampoco existió una solución transaccional. Buena
parte de la inestabilidad que presentó el siglo diecinueve se debió precisamente a la
imposibilidad de cada una de estas concepciones de lograr imponer su hegemonía sobre la otra.
Finalmente, resulta importante destacar otras consideraciones sobre la concentración del
poder en el presidente. Bajo las presidencias de Benito Juárez y especialmente de Porfirio Díaz
aumentó significativamente la concentración de poder en el ejecutivo, lo cual permitió la
consolidación definitiva del poder central, alcanzando finalmente el Estado mexicano su
carácter de tal. Es decir, el proceso de concentración de poder ocurrió a la vez —en parte como
causa, y en parte como consecuencia— del proceso de consolidación del estado mexicano, y es
imposible disociar ambos fenómenos. Por una parte, la imposibilidad previa a Juárez de
consolidar un único proyecto nacional socavó la posibilidad de desarrollar el estado. Pero, al
mismo tiempo, el escaso desarrollo relativo del estado central impidió efectivamente derrotar a
los poderes locales, lo que a su vez impidió lograr la definitiva consolidación de un proyecto
nacional que promueva el desarrollo económico y social. A diferencia de lo ocurrido en Europa
o en los Estados Unidos, en donde el proceso de unificación territorial y político había sido

presión de los pueblos, el Ejecutivo federal quedó paralizado por la amplitud de los poderes del congreso y la
parquedad de sus propias atribuciones”, Lempérière, De la República corporativa, p. 325.

171
concurrente con la expansión del mercado como esfera independiente del estado, dando lugar
a verdaderos mercados nacionales —antes que a los propios Estados-nación—, en México la
falta de desarrollo económico generó un proceso diferente. Era necesario que el Estado creara
el mercado —y el desarrollo económico—, pero para ello era indispensable crear un Estado por
una vía alternativa a la europea y norteamericana 75. En consecuencia, el ritmo de expansión
estatal se vio refrenado hasta tanto el estado central pudiese finalmente emerger como la única
fuerza capaz de imponer hegemonía sobre el resto de los actores con cierto poder. Ello ocurrió
durante el último tramo del siglo diecinueve y principios del veinte, cuando Juárez —y
posteriormente Díaz, y más tarde la Revolución Mexicana— logró que el estado central pueda
imponer sus decisiones sobre los distintos proyectos que perseguían los poderes locales y
corporativos. Desde luego, para que este proceso de expansión estatal se produjese, fue
necesaria una concentración de poder en el ejecutivo sin precedentes, que permitiese al
gobierno central la capacidad de imponer sus decisiones con independencia de otros poderes
parciales. En definitiva, concentración, expansión estatal y modernización fueron procesos
encadenados, que permiten explicar la trayectoria específica de la construcción del estado
mexicano, y diferenciarla a su vez de las trayectorias que inspiraron su institucionalidad básica.

Fuentes
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 Plan de Iguala y Tratados de Córdoba
 Constitución Federal de los Estados Unidos Mexicanos de 1824
 Bases y Leyes Constitucionales de la República Mexicana (Las Siete Leyes)
 Las Bases Orgánicas de la República Mexicana
 Acta Constitutiva y de Reformas
 Constitución Federal de los Estados Unidos Mexicanos de 1857
 Constitución Federal de los Estados Unidos Mexicanos de 1917

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75
Córdova, La formación del poder político, p. 2.

172
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