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Dios y La Patria Se Lo Demanden Redencio

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Dios y la Patria se lo demanden. Redención y tragedia en Antígona Vélez.

José Andrés Carbel Olivera

Antígona Vélez1 es una obra de teatro escrita por Leopoldo Marechal, un importante
escritor argentino que suele ser considerado dentro del martinfierrismo. Siguiendo a María
Rosa Lojo2, consideramos que dicho grupo de escritores argentinos fundan una manera de ser
“modernos”, respondiendo de alguna forma al reclamo acerca de lo que implica ser
argentinos. Con un lenguaje despojado de lirismo e impregnado del hablar criollo, sus
búsquedas rondarán la pampa y el suburbio urbano.

Hablando en particular de Marechal, no creo que dichas temáticas sean meros ropajes
para contar (las mismas) historias universales, sino que hay aquí una auténtica vocación por
formular las problemáticas nacionales del propio tiempo. El estreno mismo de esta obra
realizado el 25 de Mayo de 19513 en medio de los festejos patrios llevados a cabo en tiempos
de gobierno peronista impiden una lectura que tienda a abstraerla de los acontecimientos
sociales y políticos de su época.

II

Situada al norte del Río Salado, en medio de una loma se encuentra “La Postrera”, la
estancia donde sucederán los acontecimientos. Al comenzar la obra, nos encontramos con que
la familia de los dueños ha sufrido dos bajas: Martín e Ignacio Vélez han muerto en batalla.
Antígona, el único personaje que conserva el nombre del drama original de Sófocles, se
encuentra igualmente dolida por la muerte de uno y del otro. Completan la familia Carmen
Vélez, quien ocupa un lugar secundario en los acontecimientos; y el padre, de quien se dice
que ha muerto sableando indios años antes.

1
Marechal y Monges, Antígona Vélez.
2
Lojo, «La configuración de una poética moderna en la vanguardia de los años veinte».
3
Hack de Smith, «Antígona debe morir. Muerte y simbología en Antígona Vélez de Leopoldo Marechal».
Sin embargo, las dos muertes no son iguales. Mientras Martín Vélez murió atravesado
por una lanza en el pecho combatiendo los indios, Ignacio Vélez murió tiroteado comandando
el ataque indígena, el malón. Esta traición cometida por Ignacio, quien abandonó la estancia y
se pasó de bando, hace que Don Facundo Galván, quien se encuentra a cargo de la estancia,
decida dejar su cuerpo tirado en el campo de batalla e impidir que sea enterrado.

Sin embargo, Antígona hace caso omiso a dicha prohibición invocando una ley no
escrita. La ley divina (cristiana) que obliga a dar sepultura a todos los muertos, sin importar
quién sea. Su corazón, partido en dos mitades, sólo podrá encontrar paz una vez que sus dos
hermanos puedan descansar.

Al día siguiente, cuando Lisandro Galván (hijo de Don Facundo) llega a la estancia e
informa que Ignacio ha sido enterrado al costado del río, lo que monta en cólera a su padre
que inmediatamente procede a buscar a quien lo desobedeció. Rápidamente dan con
Antígona, quien no se ha preocupado por disimularlo.

Así ordena Facundo que Antígona parta de la estancia, que se encuentra aún sitiada
por los indios, en el mejor caballo que haya disponible. Antes del acto final, nos encontramos
con un excurso en que Lisandro recuerda a Antígona sus aventuras amorosas, las que ella
termina desoyendo. Esa misma tarde, ambos parten hacia el sur y son asesinados por los
indios.

Finalmente, al día siguiente llegan las tropas de los blandengues de Rojas, quienes
vencen a los indios y los hacen retroceder al sur del río Salado. Al avanzar recuperan los
cuerpos de Lisandro y Antígona, quienes son enterrados en la estancia por orden de Facundo.

III

Como vemos, la trasposición de Antígona a tierras pampas, vino acompañada no sólo


de cambios de nombres y de escenografía, sino que alteró el propio sentido dramático de la
historia. La introducción de la religiosidad católica se halla muy presente, al punto que apenas
al comenzar la obra nos encontramos con una comparación entre Martín Vélez y Jesús, ambos
muertos por una lanza en el pecho4.

La ley que invoca Antígona Vélez no es una ley mal habida, una ley que rinda cuentas a
algún dios infernal como en la obra se Sófocles, sino que es la ley del único Dios. Un espíritu de
redención inunda el conjunto de la obra, que se encuentra a mitad de camino entre una
tragedia griega y una alegoría al sacrificio cristiano. De esta manera, el sabor amargo que aún
queda en la boca por la muerte de Lisandro y Antígona es complementado con un sentimiento
de esperanza por su entierro. Las palabras finales de Don Facundo, quien afirma que todos los
hombres y mujeres que habiten esa tierra serán sus nietos, quienes “cosecharán en esta
pampa el fruto de tanta sangre”5, interrumpen el ahogo producido por la tragedia. Un aire de
reconciliación ronda la obra hacia su final.

IV

“Nuevas lecturas del Martín Fierro (…) hicieron que yo considerase al poema, no ya en tanto
que “obra de arte”, sino en aquellos valores que trascienden los límites del arte puro y hacen
que una obra literaria o artística se constituya en el paradigma de una raza o de un pueblo, en la
manifestación de sus potencias íntimas, en la imagen de su destino histórico.” 6

Preciso es requisar cuál es el destino histórico de nuestro pueblo, qué valores intenta
poner de relieve Marechal a través de la reescritura del drama antiguo. A tal fin en esta
recurriremos a otros textos del autor: su análisis del Martín Fierro, una interpretación de
Megafón o la guerra realizada por Zulma Palermo7 y una visita a los dos poemas que
conforman “La Patriótica”8.

En “Simbolismos del Martín Fierro” Marechal hace hincapié en que el texto de


Hernández está dirigido a la conciencia nacional del pueblo argentino, un pueblo mestizo y
4
Marechal y Monges, Antígona Vélez, 16.
5
Ibid., 63.
6
Marechal, «Simbolismos del Martín Fierro», 79.
7
Palermo, «Megafón o la conciencia del símbolo (A propósito de Megafón, o la Guerra)».
8
Marechal, «La Patriótica».
gaucho. Busca de esta manera narrar la épica nacional, donde luego de la afirmación de la
independencia el pueblo es traicionado por las clases dominantes e intelectuales
extranjerizantes. El gaucho, tratado como elemento de perturbación, como inadaptado a la
civilización y rebelde, pertenece para Marechal a un orden anterior, tradicional, que fue
perturbado por esa traición. Su rebeldía es en realidad lealtad a su pueblo, que es mancillado y
le son negadas sus posibilidades históricas de florecimiento. El grito de alerta que muestra la
historia de Fierro es un rescate del ser nacional que le devuelve el protagonismo al pueblo,
una misión por cumplir que se evidencia al final del texto con la partida de Fierro y sus hijos a
los cuatro vientos, es decir su diseminación por los rincones de nuestra patria.

La vuelta a la acción de Fierro comienza antes de ello para Marechal, con el rescate que
hace de la Cautiva. Aquí podemos ver dos elementos que nos servirán para el análisis de
Antígona Vélez. En primer lugar, una constante es que repetitivamente asocia nuestro autor a
la mujer con la patria, con el drama nacional. Aquella mujer mancillada y martirizada es para
Marechal la patria, y su rescate comienza el rescate patriótico. En segundo lugar, podemos ver
cómo si bien Marechal atribuye la traición al pueblo a las clases dominantes, es el indio quien
ocupa en los acontecimientos un lugar de dominación, de ataque a la patria argentina. El acto
de redención patriótica, así como en Antígona, pasa por la subordinación del indio al pueblo
argentino, criollo y mestizo. Heredero del legado colonial. El tránsito por lo indígena es tan
sólo un estadio, que puede ser purificante, pero constituye tan sólo una parada en la búsqueda
de la afirmación del pueblo, quien para afirmarse necesita acabar con ese pasado indígena.

Tomando al análisis de Zulma Palermo nos interesa profundizar entonces en algunos


elementos que hacen a la construcción de lo que es nuestra historia nacional para Marechal.
Ella menciona al Autodidacto de Villa Crespo como la esencia de lo popular, cuya formación
proviene de las más diversas fuentes y de esta manera encarna una forma nacional de asumir
la cultura occidental y universal9. Es decir que para Marechal el pueblo argentino estaría
constituido por su peculiar forma de asumir lo occidental, en aquel mestizaje que
necesariamente implica nuestra historia americana. Yendo más allá, para Marechal la síntesis
de lo nacional sólo puede hacerse en Buenos Aires, ya que es el único centro de
universalización de la República. El pueblo argentino es el pueblo criollo, aquel que ha estado
en mestizaje desde la colonia hasta aquí, y se ha autoafirmado en la independencia. Es este el
único pueblo argentino.

9
Palermo, «Megafón o la conciencia del símbolo (A propósito de Megafón, o la Guerra)», 143.
En “Megafón…” recurre también Marechal a la imagen femenina como personificación
de la Patria de forma directa a través del personaje Patricia Bell10. Su pareja es el pueblo, lo
que nos remite a la misma metáfora de Fierro salvando a la cautiva. A la vez, la guerra ocupa
un lugar central en tanto que las batallas ayudan al pueblo a liberarse de la falsa historia.

La Conquista del Desierto aparece denunciada nuevamente en esta obra. La lectura


que podemos extraer es que la acción de avanzar sobre la frontera fue parte de la afirmación
nacional del pueblo, pero traicionada por el patriciado que se apropió de lo conquistado. Aquí
queda más claro que el enfrentamiento con la oligarquía será posterior, un volver a conquistar
aquello que ya le hemos despojado al indígena, como puede verse en las palabras de Gregoria
Igarzábal: “Cuando murió mi padre, nos dejó a todos una consigna: no soltar la llanura,
defender este imperio, convertirlo en una tierra del hombre y en una ciudad del hombre”11.

Megafón muere, y repite aquí la lógica de Antígona Vélez donde la muerte se


transforma en mensaje de salvación para todos los hombres. La salvación del pueblo
argentino, que tiene que ver con la afirmación de su propia voluntad y la defensa de la patria
de todo embate extranjero comienza allí donde empieza el sacrificio individual.

Civilización o barbarie es una dicotomía que recorre el campo político y cultural


argentino desde la publicación de El Facundo de Domingo Sarmiento, tal como lo estudió
Maristella Svampa12. Esta pareja conceptual, permitió como ninguna otra sintetizar anteriores
dicotomías y ponerse al servicio de la legitimación de un nuevo orden social y político. La
mención de lo “bárbaro” se constituye como un fantasma que recorre nuestras sociedades,
dando cuenta de la fragilidad de lo social. Sea a través de la construcción del otro como aquel
que debe ser superado, enfatizando el rol revolucionario y activo de la empresa civilizatoria, o
sea sobre la defensa de una civilización establecida, una sociedad dada, esta pareja conceptual
ha permitido justificar a lo largo de nuestra historia la exclusión de todos aquellos que
perturbaron un orden impuesto por las clases dominantes.

10
Ibid., 145.
11
Citado en Ibid., 153.
12
Svampa, El dilema argentino.
Difícil sería situar en un punto temporal fijo a Antígona Vélez. Sin embargo, la
localización física y la referencia a los blandengues de Rojas, nos localiza a fines del siglo XVIII,
en tiempos aún coloniales. Si bien cuando Sarmiento inaugura esa dicotomía han pasado ya
varios años, su potencia está justamente en la capacidad de irradiar pasado y futuro. La
necesidad de poblar el desierto, de civilizar e incorporar al orden mundial a nuestras pampas,
se encuentra tanto en la voluntad colonial de extenderse territorialmente como en las
discusiones acerca del nuevo orden por venir en que participa Sarmiento. Nuestra patria,
admitiendo como único pasado su legado colonial no es más que un desierto a ser poblado.

El indio, la amenaza de perturbación de dicho orden. La expresión pura de esa


barbarie. Si atendiéramos tan sólo a los elementos hasta ahora reseñados, deberíamos
concluir entonces que el relato de Marechal se inscribe en la larga historia de discursos
civilizatorios argentinos. Legitimación de la exclusión del otro en nombre de una civilización
criolla, gestada en Europa occidental y pretendidamente universal. De esta manera la
redención cristiana, la afirmación sacrificial de la voluntad del pueblo, se pone a disposición
de la legitimación de este relato histórico. Sin embargo, debemos retomar por fin la tragedia,
el drama que da sentido y tensiona esta lectura.

VI

Si nos quedáramos sólo con su comienzo, podríamos explicar Antígona Vélez desde
una oposición entre los principios que esgrimen Antígona y Don Facundo. Entre la ley divina
suprema que indica a los hombres dar santo sepulcro a sus muertos para que descansen en
paz; y la ley de los hombres que impide hacer esos honores a quienes traicionen a los suyos.
La ley divina: justa. La ley del desierto: necesaria. Sin embargo, una vez desobedecida la orden
Antígona comprende a Facundo y asume su condena en pleno acuerdo. Su condena al
destierro, es necesaria sin ser injusta, ya que no decide su muerte sino que la entrega a la
voluntad divina.

La redención de la que venimos hablando, hace que Antígona pague con su muerte el
drama que, de otra forma, sería irresoluble. La tragedia aparece como tal desde el momento
en que uno de los dos hermanos traicionó a los suyos, y de esta manera impidió a su pueblo
agarrarse a la tierra y poblar el desierto. De esta manera, enfrenta Ignacio al resto a un
callejón sin salida. Enterrándolo lo admiten aún como uno de los propios, dando rienda libre a
todo aquel que esté pensando en desertar y pasarse de bando. Sin enterrarlo, son ellos
mismos quienes dejan de reconocerse como tales y la distinción con los indios se vuelve
imposible si no se respetan los mandatos divinos. Sea cual sea la salida, la negación de su
destino como pueblo parece la única opción posible. La imposibilidad de realizar la empresa
civilizatoria.

Antígona impide que se cometa este acto barbárico con su hermano al no enterrarlo y
allí halla la paz, entendiendo que con su propia sangre pagará el precio de los actos cometidos
por su hermano. De esta manera produce un efecto de reconciliación, ya que es cumplida la
ley divina, universal y misericordiosa; y la ley de los hombres, dura y pensada para construir
un nuevo orden, un futuro para su pueblo.

Esta es la ambivalencia que recorre la obra de Marechal de la que venimos hablando.


La ambivalencia entre el relato redentor que justifica y legitima y la tragedia irresoluble. El
sacrificio de Antígona brinda tranquilidad en la promesa de una patria futura donde nacerán
sus nietos. Sin embargo, no es una épica despojada de conflicto, sino que germina allí donde
no crecen las flores. El pensamiento trágico es el único capaz de atestiguar el dolor que
implica agarrarse a una tierra que no es la propia, y conquistar un desierto poblado de
pampas. La construcción de la patria criolla necesariamente da cuenta del dolor y la dureza de
sus leyes. De la cantidad de mandatos divinos que son puestos en cuestión, de la promesa de
felicidad que es una y otra vez arrebatada y eyectada hacia el futuro. Y hablamos sólo del
dolor de los propios, de los amores que no pudieron florecer y los muertos que no pueden ser
enterrados.

VII

“La Patria no ha de ser para nosotros / nada más que una hija y una
miedo inevitable, / y un dolor que se lleva en el costado / sin palabra ni grito.”13

13
Marechal, «La Patriótica», sec. Descubrimiento de la patria.
Nos queda aún pendiente retomar el poema La Patriótica que mencionamos
anteriormente. A través de este texto, buscamos entender cuál es la patria que busca Marechal
sea redimida.

En la parte primera, “Descubrimiento de la patria”, Marechal realiza un recorrido de


quien conoció su patria en Maipú, es decir, fuera de la ciudad porteña. Aparece mencionada de
distintas formas: “un dolor que aún no tiene bautismo”; “un dolor que aún no se sabe su
nombre”. “Una niña de voz y pies desnudos”; “un retoño de niñez / en el Sur aventado”. Una
vez descubierta, quiere él comunicar a los demás hombres de su existencia, pero no lo oyen.
Así comprende que para ese “peligro que florece” que “debe ser una provincia de la tierra y el
cielo” todavía no es tiempo: “La Patria no ha de ser para nosotros / una madre de pechos
reventones; / ni tampoco una hermana paralela en el tiempo / de la flor y la fruta; / ni
siquiera una novia que nos pide la sangre / de un clavel o una herida.”

En la segunda parte, “Didáctica de la patria”, Marechal le escribe a un tal Josef, donde


el narrador indica lo que ha aprendido en el poema anterior: “la infancia de la Patria jugará
todavía / más allá de tu muerte (yo lo aprendí hace mucho)”14. Habla aquí de aquellos que lo
precedieron, de la historia de un pueblo traicionado por aquellos que “nos legaron un tiempo
sin destino”. Así lo invita a convertirse en patriota no sólo de la tierra, sino también del cielo.
“Hazte pilar, y sostendrás un día / la construcción aérea de la Patria”. Lo llama a convertirse
en héroe terreno y santo divino.

La patria se presenta como ausencia en todo el poema. Es siempre algo que será en el
mañana. En la primera parte, es un dolor aún sin nombre, una patria que aún no ha nacido.
Esa patria parece ser la que habita Antígona, aquella donde es tan sólo una niña inocente que
no ha logrado ingresar en la historia. En la segunda patria, por culpa de aquellos que
impidieron su realización, ella ya no es una niña pero tampoco es aún una novia, sino que
debe ser esperada y honrada a través de gestos sacrificiales.

La dimensión futura aparece una y otra vez, eyectando la realización del pueblo con su
tierra y su patria hacia un horizonte lejano. Sin embargo, en la medida en que la reconciliación
se hace posible a través de una redención legitimadora del dolor, por medio de la aceptación
del destino (y la afirmación mediante el sometimiento del bárbaro en Antígona), su discurso

14
Ibid., sec. Didáctica de la patria.
se transforma en un discurso reaccionario. En tanto que tal, contribuye a contener las
tensiones constitutivas de nuestra nación antes que a desarrollarlas, a silenciarlas antes que a
extenderlas en un sentido liberador.

La recuperación de este pasado hispano contribuye a una matriz de pensamiento que


podemos denominar “nacionalista”15. En este caso se configura como una tendencia
tradicionalista con un componente de base religioso y fundamento teológico, que invita más a
un moralismo ejemplar que a la reparación del drama fundante de nuestra historia.

VIII

Hay un dolor que no tiene nombre en la pampa. Nombrarlo quizás sea llevar la obra
más allá de sí, pero es una metáfora potente para pensar la tragedia que ella trabaja. Como
bien llama la atención Hack de Smith16, en la Antígona de Marechal no hay incesto. El
entrecruzamiento de sangre no aparece mencionado. No hay pecado alguno ya que ni
Antígona ni ninguno de sus hermanos es fruto de una relación incestuosa. No hay ningún
malparido.

Si hay un origen que en nuestra patria nunca es mencionado, es el origen mestizo.


Argentina, la más europea de las naciones latinoamericanas, no puede mirarse a un espejo y
reconocer en su tez oscura ni una gota de sangre indígena. El drama que recorre Antígona,
podría estar (y no necesariamente lo está, sino que más bien buscamos jugar con tan sólo su
posibilidad) atravesado por esta historia. La historia de la colonialidad misma, donde hombres
españoles vinieron a poblar nuevas tierras, y se emparejaron o simplemente tuvieron hijos
con sus esclavas o sirvientas indias. ¿Es esa la sangre que recorre las venas de Antígona, de
Martín o Ignacio Vélez? Su padre murió sableando indígenas, ¿su madre quién era?

15
Seguimos aquí la reconstrucción que hace de este discurso Ighina en «La literatura nacionalista argentina:
Creación y desarrollo de proyectos Político-culturales del nacionalismo Argentino (1930-1975)». Si bien el
autor no analiza en particular a Marechal como representante de ese discurso, creemos que es posible
explicarlo al interior de dicha “matriz de pensamiento” que a través de una determinada recuperación de la
herencia colonial y en alianza con un “tradicionalismo católico” contribuye a sostener el orden social
dominante.
16
«Antígona debe morir. Muerte y simbología en Antígona Vélez de Leopoldo Marechal».
El dolor que no puede ser nombrado en las pampas es el dolor de una patria que aún
no ha nacido, pero que para nacer dolió una y otra vez. En la expropiación de tierras, en la
masacre y el exterminio. En la sangre y el llanto criollo, mestizo, mulato, indio, blanco. Aún en
la sangre, el sudor y el llanto de turcos, judíos, españoles, italianos, armenios y muchos otros
llegados en el siglo XX. Más aún, el dolor que no puede ser nombrado es aquel que no permite
fundar una nación occidental y cristiana tal como las élites nacionales la quisieron. ¿Es ese el
dolor que recorre las pampas en la obra de Marechal? ¿Es ese el drama que, sin ser dicho,
estructura una tragedia que no llega a redimirse?

IX

El largo recorrido que hemos realizado, buscó dar cuentas de un pensamiento


complejo como el que Marechal plantea en su Antígona Vélez. Lo situamos en una
determinada perspectiva acerca de la patria y el pueblo, buscando llamar la atención tanto de
la trama misma que devela dicha orientación (la construcción de los personajes y los
conflictos que ellos atraviesan) así como poner en relación con otras expresiones de su
pensamiento, sea a través de sus poemas o novelas, para comprender cabalmente lo que se
hallaba en juego. A la vez, diversos intérpretes aportaron elementos valiosos para realizar
dicho análisis, a la vez que le fuimos incorporando elementos más generales de análisis del
recorrido nacional, complementando y poniendo en contexto la perspectiva marechaliana.

Así es que identificamos en la ambivalencia entre relato redentor y exposición trágica


la imposibilidad de conciliar dos perspectivas disímiles presentes en la obra. De un lado, la
legitimación de un orden civilizatorio a través de un sacrificio que a la vez que justifica lo
pasado da fuerzas y permite construir un futuro. De esta manera, el pueblo debe sacrificarse
en la construcción de una patria futura, bajo acciones individuales que favorecen la
reconciliación de un orden social cruel pero necesario. Del otro la sinceridad brutal que
reconoce aquel dolor infinito que recorre nuestra pampa y le da voz, lo muestra en su
desgarro. Aquí encuentra expresión el dolor que da nombre a nuestra patria, el dolor de un
pueblo que para ser en el futuro se condena a un sufrimiento presente irresolublemente. Así
identificamos un relato nacionalista de base teológica conviviendo con una crítica, un tanto
silenciosa, que carcome la propia redención.
El presente texto no pretendió poner en el banquillo de los acusados a nadie, sino dar
cuenta de la complejidad de nuestra historia nacional a través del drama analizado. Señalar
las limitaciones de un relato nacionalista que pretendió nombrar la conquista como una forma
de poblar el desierto. Desierto que para ser conquistado necesitó del exterminio de sus
habitantes, sus culturas y sus lenguas. Señalar dichos problemas no nos evita enfrentarnos a
los mismos problemas que se enfrentó Marechal. ¿Cómo hacer de esta tierra una nación?
¿Cómo dar a este pueblo una patria, una tierra donde florezcan las flores, algo más que sangre
y llanto?

No renegamos aquí del relato redentor, sino de la orientación política que asume
cuando silencia aquellas voces sojuzgadas históricamente y se construye a través de
operaciones simbólicas que tienden a reconciliar espiritualmente aquello que aún se
encuentra materialmente irresuelto. En cualquier caso, la redención revolucionaria a la que
abonamos no estaría despojada del sacrificio heroico de un pueblo. Pero con ello no alcanza,
sino que requiere que la afirmación de la voluntad de su pueblo no excluya sino que incluya a
todos aquellos que lo conforman.

En ese sentido, coincidimos con la mirada depositada sobre el futuro con la cual nos
invita Marechal a pensar la patria, creyendo que otra patria es posible. Creemos que dicha
patria sin embargo no puede afirmarse en un relato homogeneizante y centrado tan sólo en el
acontecer de un pueblo criollo, heredero del legado español y colonial, en la misión
civilizatoria que excluyó a cuanto bárbaro apareciese. Más bien, debería recuperar y dar voz al
sufrimiento del conjunto de los pueblos que convivieron y edificaron nuestra tierra. Aquella
patria que sea nombrada y redimida, no sólo ni principalmente a través de una elevación
espiritual individual sino de una solución material colectiva que impida seguir derramando
tanta sangre y tantas lágrimas en nuestras pampas.

Cabe traer a colación entonces el pensamiento de José Carlos Mariátegui, quien ya


observó esta cuestión en Perú. Si bien el exterminio indígena que atravesó nuestro país nos
pone ante otras problemáticas, la persistencia de estas culturas y de estos sujetos en la
historia (y la sangre) criolla nos obliga a tomarlos en cuenta. La crítica que hace Mariátegui en
diversos artículos periodísticos17 al tradicionalismo por recuperar tan solo una parcela de la
historia peruana sería replicable aquí. La invitación que tenemos es entonces la de construir la

17
Compilados en Mariátegui, Peruanicemos al Perú.
patria futura a partir del pasado, pero no recuperando tan sólo el legado colonial que
fracciona la tradición nacional. Un pasado estrecho en comparación con las historias
ancestrales por recuperar de pampas, tehuelches, ranqueles, mapuches y cuantos pueblos
habitaron nuestras tierras durante siglos.

La crítica de Antígona Vélez nos llama la atención acerca de reconstrucciones


parcelarias que pretenden dar voz a los sufrimientos nacionales. Nos invita, a la vez, a
desconfiar de redenciones sacrificiales apresuradas. Sin embargo, el desafío no es pequeño
para todos aquellos que buscamos construir una nueva patria para pueblos libres. Leer a
contrapelo la historia, analizar una y otra vez la forma en que aparecen los otros expresados,
quizás no sean el mejor aporte a erradicar y redimir el sufrimiento humano del pasado y del
presente. Sin embargo, dicha tarea es imprescindible si lo que nos motiva es clausurar heridas
que permitan encontrar al pueblo con su tierra, es decir, con su patria.

“Con otras palabras, en la idea que nos hacemos de la felicidad late


inseparablemente la de la redención. Lo mismo sucede con la idea del pasado, de la que la
historia hace asunto suyo. El pasado lleva un índice oculto que no deja de remitirlo a la
redención. ¿Acaso no nos roza, a nosotros también, una ráfaga del aire que envolvía a los de
antes? ¿Acaso en las voces que dejaron de sonar? ¿Acaso las mujeres a las que hoy cortejamos
no tienen hermanas que ellas ya no llegaron a conocer? Si es así, un secreto compromiso de
encuentro está entonces vigente entre las generaciones del pasado y la nuestra. Es decir:
éramos esperados sobre la tierra. También a nosotros, entonces, como a toda otra generación,
nos ha sido conferida una débil fuerza mesiánica, a la cual el pasado tiene derecho de dirigir
sus reclamos. Reclamos que no se satisfacen fácilmente, como bien lo sabe el materialista
histórico”18.

Julio de 2016

18
Benjamin, Sobre el concepto de Historia. Tesis y fragmentos, 22-23. Cursivas en el original.
Bibliografía:

Benjamin, Walter. Sobre el concepto de Historia. Tesis y fragmentos. Ciudad de Buenos Aires:
piedras de papel, 2007.
Hack de Smith, Viviana. «Antígona debe morir. Muerte y simbología en Antígona Vélez de
Leopoldo Marechal». En Magister 20 aniversario, Instituto Superior Particular
Incorporado No. 4031 «Fray Francisco de Paula Castañeda», 23-26, 2008.
Ighina, Domingo. «La literatura nacionalista argentina: Creación y desarrollo de proyectos
Político-culturales del nacionalismo Argentino (1930-1975)». Diálogos - Revista do
departamento de História e do Programa de Pós Graduacao em historia 10, n.o 1 (2006):
189-95.
Lojo, María Rosa. «La configuración de una poética moderna en la vanguardia de los años
veinte». Inti. Revista de Literatura Hispánica, 1999.
Marechal, Leopoldo. «La Patriótica», s. f.
———. «Simbolismos del Martín Fierro». En El «beatle final» y otras páginas no recogidas en
libro, 79-92. Capítulo 93. Buenos Aires: Centro Editor de América Latina, 1981.
Marechal, Leopoldo, y Hebe Monges. Antígona Vélez. 2. ed. Colección literaria LyC (leer y
crear) 47. Buenos Aires: Ed. Colihue, 2007.
Mariátegui, José Carlos. Peruanicemos al Perú. 1. ed. Leer nuestra América, biblioteca de
pensamiento latinoamericano. Buenos Aires: Ed. El Andariego, 2007.
Palermo, Zulma. «Megafón o la conciencia del símbolo (A propósito de Megafón, o la Guerra)».
Megafón. Revista interdisiplinaria de estudios latinoamericanos, 1975.
Svampa, Maristella. El dilema argentino: civilización o barbarie: de Sarmiento al revisionismo
peronista. Colección La Cultura argentina. Buenos Aires, Argentina: El Cielo por
Asalto : Imago Mundi, 1994.

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