Meyer, J-1. Lee Oper#6b82ee
Meyer, J-1. Lee Oper#6b82ee
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DIC 2013
Cuando Conn Stryker y Leigh Grove logran evitar, por los pelos, morir asesinadas por los
responsables de un fraude de fondos de alto riesgo, van huyendo, de escondite en escondite, a lo
largo de la costa del norte de California. La constante sombra de la amenaza planea sobre los
placeres de su relación recién iniciada y sobre las promesas de un delicioso futuro en común.
Esta excitante secuela de Primer impulso conduce a nuestras heroínas por un peligroso
viaje desde California hasta París, pasando por las mortíferas callejuelas de Karachi, Pakistán.
ISBN: 978-84-15899-10-5
Depósito legal: M-15540-2013
Queda rigurosamente prohibida sin la autorización escrita de los titulares del Copyright
bajo las sanciones establecidas en las leyes, la reproducción parcial o total de esta obra por
cualquier medio o procedimiento, comprendidos la reprografía y el tratamiento informático y la
distribución de ejemplares de ella mediante alquiler o préstamo público.
A Cheryl. Hace veinte años que formo
parte de tu delicioso mundo. Tú haces
que todo sea posible.
Agradecimientos
El sol ya estaba muy alto cuando Conn volvió a abrir los ojos y vio a Leigh durmiendo
entre sus brazos. Parecía difícil de creer que cuarenta y ocho horas antes estuvieran huyendo para
salvar la vida. Y ahora, ahí estaba ella, acostada con la mujer que venía poblando sus sueños
desde hacía meses. No quería pensarlo demasiado, así que besó la cabeza cuyo rubio cabello se
desparramaba por todas partes. Tras hacer el amor en el sofá, a duras penas habían logrado
regresar a la cama, asaltadas por una nueva acometida de lujuria.
Leigh se revolvió, hizo una serie de ruiditos y abrazó a Conn con más fuerzas. Abrió los
ojos despacio.
—Mmm... buenos días.
Se dio la vuelta y se acercó a Conn, besuqueándola. Esta respondió a las caricias y se
pusieron a retozar dulcemente durante unos instantes; el ardor amenazaba con reavivarse.
Leigh besó repetidas veces a Conn, pero cuando esta tiró de ella atrayéndola hacia sí, tuvo
una mueca de dolor.
— ¿Qué pasa?, ¿es tu hombro?
A Conn no le hubiera extrañado que el hombro de Leigh sufriera alguna contractura. Sus
ejercicios nocturnos habían sido muy atléticos, sin mencionar las magulladuras que podía haber
sufrido Leigh en manos de los hombres que las venían persiguiendo desde San Francisco, antes
de que Conn la rescatara.
Leigh volvió a besarle levemente los labios, tras lo cual posó su cabeza en la curva de su
cuello. Tras permanecer así durante unos minutos, la miró a los ojos.
—Digamos que me siento un poco dolorida. Hacía tiempo que no tenía sexo de ningún tipo
y nunca, nunca había pasado dos noches como estas. No creo que pueda repetir de nuevo ahora.
Espero que no te importe...
Parecía estar disculpándose, pero enseguida lanzó una radiante sonrisa.
—Aunque, en otras circunstancias, podría pasarme todo el día haciéndote el amor, no hay
problema. De hecho, me encantaría hacerlo.
Conn sintió que su sonrisa de respuesta se torcía un poco, pero era la mejor cara que podía
poner.
—Bueno, ahora que lo mencionas, estoy en las mismas que tú. No se puede decir
precisamente que esto haya sido un visto y no visto. —Y lanzando una mirada directa a los ojos
de Leigh, prosiguió—: Pero el deseo sigue bien vivo, créeme.
Leigh se quejó y rodó hacia ella.
— ¡Dios mío!, ¡vas a acabar conmigo! Dame la mano.
Y se la colocó entre las piernas. Conn la miró enternecida y comenzó a acariciarla.
—No puedo... lo siento. —Leigh puso su mano sobre la de Conn—. Solo quería que
comprobaras que mi cuerpo reacciona por sí solo a tu contacto. Pero ahora, basta ya de miraditas
traviesas o no llegaré viva al final del día. Ni tú tampoco, por cierto.
—Promesas... promesas...
—Pongámonos algo cómodo y ligero, que te voy a preparar el desayuno. Tú puedes ir
calentando un poco el lugar; sin ti como manta, ¡me estoy quedando helada!
Conn estaba encantada de que Leigh la correspondiera en su cariño, tenía una suerte
extraordinaria. No solo era hermosa e inteligente, sino también una amante apasionada y
cuidadosa. Y además, parecía convencida de que Conn también lo era. Leigh podía seducir a
cualquiera, hombre o mujer, pero la había elegido a ella y no paraba de demostrarle que dicha
elección ya era un hecho, no una posibilidad. Conn se atrevió incluso a confiar plenamente en la
solidez de tal elección, lo que enseguida hizo sonar sus alarmas de autodefensa, pero prefirió
ignorar las advertencias.
Tras arrastrarse fuera de la cama, localizó unos chándales limpios para ambas, se dirigió al
termostato y fue a por leña. Sonrió el escuchar a Leigh en la cocina.
Conn observaba con atención a Leigh mientras comía, relamiéndose lentamente, como si
buscara migajas imaginarias en sus labios.
— ¡Oh... Dios! —Leigh no podía apartar la mirada de la boca de Conn.
Se obligó a sí misma a dar un trago de café, intentando que su cuerpo se calmara, pero la
lengua de Conn la distraía y sintió un nuevo ardor en sus pezones, así que cruzó los brazos e
intentó adoptar una expresión seria.
—Yo... yo no sé muy bien cómo explicar esto; voy a intentar hacerlo lo mejor posible.
Nunca había tenido amante; has abierto de par en par unas compuertas que no soy capaz de
controlar. Así que, por favor te lo pido, no sigas coqueteando que...
Mientras decía esto, posó de forma espontánea su mano sobre la de Conn, como si fuera el
movimiento más natural del mundo.
Conn contempló tranquilamente sus manos y asintió.
—Disculpa. Es que yo siento lo mismo hacia ti y no puedo parar. ¡Es tan delicioso cuidar
de alguien y que ese alguien cuide de ti...! Pero seré buena...
Se mantuvieron un rato calladas; Conn se perdía en tanta intimidad.
— ¿Leigh? Acabas de decir que nunca habías tenido amante, pero estabas prometida a
Peter. ¿Acaso no lo cuentas como amante?
La sola idea de Leigh con cualquier otro, ya fuera hombre o mujer, hería en lo más hondo a
Conn; sin embargo, tenía que hacerle la pregunta.
Leigh apartó la mirada, como si meditara la cuestión.
—No es que lo haya pensado demasiado, la verdad. Peter era mi novio, mi jefe, mi
prometido, pero nunca he pensado en él como mi amante. Nunca. —Volvió a mirar a Conn a los
ojos—. Tú eres la primera y la única.
Sus manos se separaron cuando Conn suspiró y se reclinó en su asiento, sin dejar de
mantener la mirada en Leigh.
—Pues ahora tengo un problema. Supongo que me lo tengo merecido; lo mejor es que
salgamos de la casa a dar una vuelta o acabaremos haciéndonos daño mutuamente.
¿Te apetece pasear por Mendocino y después ir a un bar de mujeres en Fort Bragg, esta
noche?
— ¡Eso suena a un plan!
—Yo limpio la cocina mientras tú te duchas.
Leigh lanzó una carcajada; su mirada brillaba con la luz del mediodía.
— ¿Piensas que necesito una buena ducha? Bueno, tal vez tengas razón. No quiero
pasarme la tarde con una manada de perros siguiéndome a todas partes...
Mientras Conn secaba la encimera de la cocina, una idea cruzó por su cabeza. Tras lanzar
el trapo húmedo sobre una pila de ropa sucia en el lavadero, regresó a la casa y asomó la cabeza
en el baño.
—Oye, Leigh, ¿sabes que..., este... la...? —las palabras se extinguieron en sus labios.
Leigh estaba desnuda, inclinada sobre la ducha, intentando descifrar el funcionamiento de
los grifos y llaves. Al oír a Conn, alzó la cabeza y sonrió:
— ¿Sí?
— ¿Cómo? Oh, no que... vine a decirte... veamos... —resultaba imposible pensar—. ¡Ah,
sí!, que si sabías que la ducha también tiene un vaporizador. Puedo, eh..., puedo enseñarte cómo
funciona.
Estaba perdiendo rápidamente la compostura. « ¡Contrólate, Conn! Has prometido ser
buena.»
Leigh se incorporó y sonrió.
— ¿Un vaporizador? Oh, suena estupendo, me encanta. ¿Cómo funciona?
Y abrió la mampara de la ducha de par en par, con una provocadora sonrisa.
Conn vaciló unos instantes, pero atraída por el calor casi palpable del cuerpo de Leigh,
entró en la ducha vestida con su chándal.
—Mira, hay dos alcachofas, una en cada lado y el vaporizador en el techo. No tienes más
que apretar este botón y girar esta llave para regular el vapor. Fácil, ¿no? —explicó, mientras se
decía a sí misma: «Buena chica, has logrado hacerlo sin babear».
Pensando que había logrado salvaguardar su dignidad, se giró pero se topó con Leigh, de
frente. Con una deliciosa sonrisa, esta le dio un lento y profundo beso.
— ¿Se puede saber por qué sigues vestida?
—Pues... porque... estoy intentando ser buena chica...
Leigh sonrió burlona.
—Pues ahora explícame cómo funciona esa alcachofa de ahí.
Retrocedió, señalando detrás de ella. Conn extendió un brazo rodeándola y bajó la
alcachofa, para que Leigh no se quedara helada mientras el agua se calentaba. La temperatura fue
subiendo mientras Leigh se inclinaba hacia ella.
—Ajá. Ahora, el vaporizador.
Conn pulsó el botón del techo de la ducha y ajustó la llave en una posición intermedia.
Pero antes de que pudiera bajar las manos, Leigh ya había deslizado las suyas bajo la camisa de
chándal de Conn y se puso a acariciarle los senos, tras lo cual le quitó la prenda de un solo
movimiento y la lanzó hacia fuera, por encima de la mampara.
Conn se mecía mientras Leigh recorría sus senos con los pulgares. Sus pezones, que ya se
habían enardecido con la sola proximidad de Leigh, ahora estaban duros y erectos.
—Pero... creía que... habíamos dicho que...
—Ahora la otra alcachofa. Así, déjame a mí.
Leigh extendió un brazo por detrás de Conn, restregando así sus senos contra el cuerpo de
ella, tras lo cual se irguió de nuevo, claramente excitada, y posó las manos sobre los pantalones
de chándal de Conn.
— ¡Ups, esto está calado!
Se los bajó de golpe, arrodillándose en el mismo movimiento, e hizo que Conn diera un
paso para salir de ellos, tras lo cual los arrojó sobre la camisa de chándal. Acto seguido, envolvió
con sus brazos las caderas de Conn y besó con suavidad su vello púbico.
— ¡Por Dios, Leigh, no puedo soportarlo más!
Leigh se irguió rápidamente e hizo que Conn se apoyara en la pared.
— ¿Mejor así?
Y dirigió hacia ella el agua caliente de ambas alcachofas. Vertió gel de ducha entre
sus manos y se las frotó, antes de enjabonar todo el cuerpo de Conn.
Esta asintió, intentando respirar mientras el vapor las envolvía. Oyó la ronca voz de Leigh
en un oído, diciéndole:
—Seré buena, no te preocupes. Lo siento, Conn, pero es que no puedo evitarlo...
El vapor, el agua y la excitación hicieron que la realidad se diluyera; Conn dejó que Leigh
la acariciara, la chupara y la besara, llevándola suavemente hasta un poderoso orgasmo, al cabo
de unos minutos. Cuando por fin pudo recobrar la conciencia, se hallaba sentada en la banqueta
empotrada de la cabina de ducha, totalmente exhausta.
Vio a Leigh, sonriendo y canturreando mientras se enjabonaba su propio pelo y cuerpo,
evitando con mucho cuidado la misma zona que acababa de acariciar en Conn. Tras lograr
levantarse, Conn dejó que Leigh se topara con ella, cuando fue a posar el bote de champú.
— ¡Ups!, hola. ¿Qué tal? —dijo Leigh, mientras seguía restregándose el pelo y sonriendo,
con los ojos cerrados. Estaba hermosísima.
—Bien. Genial, de hecho. Estaba pensando en ayudarte a acabar de ducharte. Dame un
poco de gel.
—Pero ya sabes, Conn... No estoy segura de poder...
Conn deslizó con delicadeza una mano entre las piernas de Leigh, buscando la hinchazón
que sabía que iba a encontrar allí.
—No puedes andar así todo el día por ahí. Si no me dejas ahora, me pasaré el día
provocándote a cada instante. ¿De acuerdo?
Leigh jadeó en cuanto Conn entró en ella.
—Vale, vale. En cualquier caso... ¡oh... sí!
Conn hizo que se sentara en la banqueta, le abrió las piernas, se arrodilló y buscó su clítoris
con la boca, masajeándolo con la lengua y los dedos hasta que Leigh se rindió entre gritos.
Se quedaron finalmente mirándose a los ojos, entre chorros de agua tibia que corrían sobre
ellas.
— ¿Sabes? —consiguió por fin decir Leigh—, tenías razón. No podría haber aguantado
todo el día, no después de haberte hecho el amor. Pero prométeme, por lo menos, que no vamos
a montar en moto durante algunos días. Por favor.
Conn la ayudó a levantarse.
—Te lo prometo, te lo has ganado.
Y terminaron de ducharse sin mayores distracciones.
Leigh eligió cuidadosamente los vaqueros más amplios que había traído consigo. Las
semanas que había pasado con Conn y el estrés al que se había visto sometida le habían
consumido unos cuantos kilos, por lo que la mayor parte de su ropa ya entraba en la categoría de
amplia.
Conn apareció vestida con unos vaqueros oscuros, unas brillantes botas negras y un suéter
violeta y negro.
— ¡Estás increíble!
Conn entornó los ojos y se ruborizó.
—Pues te juro que he pensado: “¡Menuda sosería!». Debo de estar perdiendo facultades...
— ¿Estamos ya listas para salir? Tengo aquí las chaquetas.
Conn sacó un pequeño aparato de su mochila, lo verificó y, satisfecha, abrió la puerta
corrediza del salón y lo atravesó hasta una mesa. Colocó el aparatito sobre la mesa de manera
que solo quedaba visible una mínima parte del mismo, entre una planta artificial y una
lamparilla.
— ¿Qué es esa cosa tan pequeñita?
Conn le lanzó una mirada rápida.
— ¿Recuerdas el detector de movimientos que utilicé en tu apartamento, tras descubrir que
alguien había instalado micrófonos? Vale, pues este aparato es un paso más allá: es una cámara
digital especialmente diseñada para la vigilancia. Saca una foto ante cualquier movimiento y, en
caso de mayor actividad, saca más fotos. Luego me las puedo descargar en el portátil y
comprobar así si hemos tenido visitas.
Constató que la cara de Leigh expresaba cada vez más preocupación.
—No te preocupes, cariño. Es que soy una friki de los aparatitos, por si no te habías dado
cuenta... Esto es algo nuevo y quería probarlo. Si, por lo que sea, hace alguna foto, o más seguro
es que se trate de algún ciervo despistado o de algún mapache entrometido. Quería que supieras
cómo funciona, por si acaso en algún momento lo necesitamos. La seguridad de este lugar es
buena; la he diseñado yo misma. Esto no es más que un juguetito...
— ¿Crees que ya andan cerca? —la voz de Leigh se había convertido en un hilillo.
—Aún es pronto para preocuparnos. Incluso tal vez hayan decidido que no vale mucho la
pena ir a por nosotras; espero que así sea. De todas formas, quiero estar totalmente preparada
desde ya. Eso es todo. Hay que ser prácticas.
Conn intentaba que sus palabras sonaran despreocupadas, pero Leigh no era ninguna tonta.
—Ya, claro, por eso llevas también contigo tu cuchillo de buceo... para ser práctica.
¡Menuda metedura de pata!
—Vaya, te has dado cuenta... Es que nunca se sabe cuándo se te va a lanzar encima algún
maldito pulpo gigante...
Y llevo también el móvil especial. ¡La seguridad es cosa mía, señorita! Ah, y ya que
hablamos de ello, voy a llamar antes de irnos, para saber si hay alguna novedad sobre Dieter y
Georgia.
La simple mención de estos nombres ensombreció una conversación que había comenzado
de forma desenfadada, y Conn ya no veía el modo de recuperar el buen humor. Sabía lo
despiadado que era Dieter, así como su secuaz y amante Georgia Johnson, que había sido la
secretaria de Peter. Según Leigh, Georgia era una zorra calculadora, por lo que Conn debía ser
especialmente cuidadosa. No quería correr ningún riesgo; no con Leigh a su lado.
Conn llamó para descubrir que no había ninguna novedad de Canadá, la última ubicación
conocida de Dieter y Georgia. Leigh la abrazó y Conn le devolvió el abrazo con entusiasmo.
—Debería haber novedades en breve. Después llamamos a París, a ver si podemos
contactar con tía Jen. Le encantará tener noticias nuestras, seguro. Y a lo mejor Marina sigue
andando por ahí.
Tía Jen había volado a París para encontrarse con su pareja, Marina Kouros, que se estaba
tomando un descanso de su reportaje en Pakistán. Siendo uno de los rostros más famosos del
periodismo internacional, Marina a menudo tenía que citarse con Jen en los lugares más remotos,
para poder estar juntas, aunque esto nunca había interferido en su mutua devoción ni en su
relación con Conn. Consciente de lo mucho que Leigh se había encariñado de la tía Jen, Conn
esperaba así distraerla un poco de los miedos que acababa de suscitar la mención del nombre de
Dieter.
Deshaciendo su abrazo, Leigh la miró fijamente.
—Me encantaría hablar con ellas. A tu lado, nada me da miedo, Conn; pero no intentes
endulzarme la realidad ni sobreprotegerme.
Conn desvió la mirada, si bien la voz de Leigh volvió a reclamarla:
—Oye, mírame. Si hacemos las cosas juntas, tendremos más opciones de salir bien
paradas; no tienes por qué cargar tú con todo. Ahora me tienes también a mí. No me excluyas de
esto.
—Es que no sé... —se le escapó a Conn.
—Chitón. —Leigh atrajo a Conn hacia ella y le dio un fuerte abrazo—. No sigas con esas,
que te repetiré lo mismo tantas veces como haga falta. Ya soy una adulta y tomo mis propias
decisiones... y he decidido elegirte a ti. Y ahora, salgamos de una vez, que al final se nos hace de
noche.
Capítulo 3
Acababan de sentarse en una mesa para cuatro y de encargar unos aperitivos, así como un
vino espumoso pinot noir, cuando entró Jess por la puerta, sonrió al verlas y le dijo a la
camarera:
—Otra persona va a venir en unos quince minutos.
Leigh intentó disimular su evidente satisfacción y le preguntó a quién había invitado.
Jess la miró de frente y respondió:
—A un gigantesco Ángel del Infierno con el que he pasado la tarde en el bar... ¿A quién
crees que he invitado, Leigh?
Leigh miró a Conn de reojo, que hacía lo que podía por no regar toda la mesa con el sorbo
de agua que aún tenía en la boca.
—Bromeas, ¿no?
Jess se cruzó de brazos.
—Claro, Leigh, es una broma. He invitado a Ally. Tardé unos minutos en comprender por
qué te empeñabas tanto en que fuera a su tienda, pero ha sido una muy agradable idea. Enseguida
encontró el regalo perfecto para mi hermano y su prometida, tras lo cual nos quedamos hablando
durante casi una hora, mientras los clientes iban y venían. Es una chica encantadora y os adora, a
vosotras dos, así que decidí invitarla. Me ha hablado de un bar llamado Sirens, para tomar algo
después de la cena, ¿lo conocéis?
—Precisamente ahí pensábamos ir después de cenar —respondió Conn—. Vaya, me alegro
mucho por ti, Jess. ¡Esto promete ser divertido!
Jess lanzó una carcajada.
—Bueno, Conn, la verdad es que nunca te había visto tan sociable ni tan celestina, por lo
que adivino que la responsable de todo este cambio es Leigh. Cada vez me gusta más esta chica.
Gracias, Leigh, ha sido una buena idea.
Leigh se preguntaba si Conn le había prestado alguna vez importancia a las relaciones
sociales. Pero apartó sus temores y prefirió quedarse con lo que le había parecido un reflejo de
alegría en su mirada mientras charlaban de forma amistosa. Se sintió un poco más enamorada de
ella.
Cuando por fin llegó Ally, Jess le sirvió un poco de vino y Conn alzó su copa.
— ¡Un brindis! Por la amistad y el amor. ¡Que nunca nos falten!
Mientras todas brindaban y bebían, la expresión de felicidad y de amor de Conn hizo que
Leigh le agradeciera en silencio haber cambiado su vida por completo.
Capítulo 4
Después de la cena, siguieron a Jess y a Ally, en el Audi de Conn, hasta el bar de Fort
Bragg. Se hallaba en una parte industrial de la ciudad y contaba con un pequeño aparcamiento de
tierra y gravilla, lleno de baches; el bar se caracterizaba por sus cristales ahumados y por un
neón, apenas visible, que anunciaba su nombre: Sirens. Era un auténtico milagro que lo hubieran
encontrado. La mayoría de los escasos vehículos aparcados eran viejas furgonetas.
Una vez dentro, hallaron una larga barra, unas mesas minúsculas, unas pocas cabinas y tres
mesas de billar. Al fondo del todo había una pequeña tarima de baile y una jukebox. Tras pedirse
unas copas en la barra, Leigh y Conn se dirigieron hacia la jukebox mientras Jess y Ally elegían
una de las mesas.
— ¿Sabes?, me podría acostumbrar perfectamente a esto. —Leigh sonrió a Conn, pasando
un brazo por su cintura.
—Yo también. —Conn depositó un leve beso en sus labios—. Casi como una pareja
cualquiera, ¿no? Quiero decir, sin ocultar tu cariño a la persona que quieres. ¡Me encanta la idea!
Los ojos de Leigh brillaron.
—Espera un segundo... repite lo último que has dicho.
— ¿Qué me encanta la idea?
—No, no. Justo lo anterior.
— ¿Sin ocultar tu cariño a la persona que amas?
Leigh tiró de Conn y le susurró al oído:
—Sí, eso mismo. «La persona que amas.» Repítelo y no lo olvides, porque la persona que
amas siente exactamente lo mismo por ti, ¿me oyes?
Envuelta por los susurros de Leigh y por sus acariciadoras palabras, Conn creyó
comprender por primera vez el significado de la palabra «nirvana». Fuera como fuera ese tipo de
éxtasis, no podía ser muy diferente a lo que estaba experimentando en esos momentos. Asintió,
enmudecida.
Tras elegir una secuencia de canciones y justo antes de girarse para regresar a la mesa,
Conn se dio cuenta de que era bastante probable que Jess hubiera observado su dulce
intercambio, aunque decidió que le daba igual.
Pero al mirar hacia su colega, vio que esta estaba bastante más interesada en Ally que en
ellas dos. Estaban sumidas en una profunda conversación y parecieron sorprendidas de que
Leigh y Conn regresaran tan pronto a la mesa. Jess tenía una expresión en la cara que hacía
tiempo que Conn no le veía. Parecía más viva que nunca, disfrutando del momento. Conn miró a
Leigh, que le dedicó un guiño; evidentemente, se estaba fijando en lo mismo que ella.
Leigh tiró de su brazo y se inclinó hacia Ally y Jess para decirles:
—Nosotras nos vamos a jugar una partida de billar. Podéis venir, si queréis.
Tomó la mano de Conn y se dirigieron hacia las mesas de billar. Todas estaban ocupadas,
así que se pusieron a mirar, mientras sorbían sus aguas con gas.
Conn se apoyó en la pared con Leigh de espaldas frente a ella, envuelta entre sus brazos;
podía oler el sutil aroma a jengibre de su melena y de su piel. Estaba tan contenta que casi se
sentía toda vibrante... No, espera, ¡literalmente, sentía una vibración! “¡Qué diablos!»
Su bolsillo vibraba. Enderezándose de repente, exclamó:
— ¡Vamos! —Y se llevó a Leigh hasta donde estaban Jess y Ally—-. ¡Jess, la alarma del
Audi acaba de dispararse!, hay que...
Jess ya estaba de pie antes de que Conn hubiera acabado la frase y ambas se dirigieron
hacia la salida.
Leigh se giró hacia Ally y dijo:
— ¿Y se supone que nosotras nos tenemos que quedar aquí, o qué?
— ¡Ni hablar!
Una vez fuera, Conn vio a una montaña humana desparramada, boca abajo, sobre el capó
de su coche, no se distinguía si dormida, inconsciente o muerta. Alrededor del coche y del
cuerpo había tres mujeres muy grandes y musculadas.
— ¡Oye! —gritó Conn—, ¡Ese es mi coche!
Pero antes de dar un solo paso más, distinguió el inconfundible sonido de una bala
introduciéndose en el cañón de una escopeta. El sonido procedía de la parte trasera izquierda de
Conn. Se quedó paralizada y Jess, que acababa de salir, chocó contra ella.
Las tres mujeres que rodeaban el coche miraron de repente a Conn y Jess y se separaron,
para dirigirse hacia ellas.
Conn y Jess también avanzaron para encontrarse a mitad de camino, pensando que cuanto
más alejadas se hallaran del bar más opciones de defensa tendrían.
—Mirad, no quiero problemas. Solo quiero saber qué hace esa persona sobre el capó de mi
coche.
Una de las mujeres, totalmente enfundada en un conjunto vaquero, con unas pesadas botas
y un sombrero Stetson negro, respondió:
—Es lo más lejos que ha podido llegar. ¿Algún problema al respecto?
Ally y Leigh acababan de salir tras Jess, y Ally exclamó:
— ¡Mierda!, ¿dónde está Robin?
Todo el mundo se quedó parado y una voz respondió procedente del punto exacto donde
había sonado la carga de la escopeta.
—Aquí, cariño.
—Robin, llama al orden a tus tropas, que estas son amigas mías. —Y, tras lanzar una
mirada al coche de Conn, Ally añadió—: Y saca a Tuck del puñetero capó del coche... ¿Qué está
haciendo ahí?
Las tres mujeres que rodeaban a Conn y a Jess se miraron un tanto confusas y vacilantes,
como si esperaran órdenes.
—Oh, vale, vale. Os podéis relajar, chicas. Son amigas. Ayudad a Tuck.
Las tres forzudas adoptaron posturas y expresiones menos agresivas y se giraron hacia el
coche, para volver a estudiar la situación. Conn lanzó un suspiro de alivio, y estaba a punto de ir
junto a ellas cuando escuchó unos pasos acercándose.
Una mujer muy pequeña y fina, con una larga melena negra y unos enormes ojos oscuros,
una nariz dura y unos labios abultados y sensuales, curvados en una insolente sonrisa, salió de la
oscuridad y se plantó bajo la solitaria luz que iluminaba el aparcamiento. Con la escopeta abierta
y posada en el ángulo de su brazo, se acercó despacio a Ally y le plantó un beso en los labios.
Conn sintió como Jess, aún apoyada en su codo, se tensaba ligeramente. Entonces, la mujer
avanzó hacia Conn y le tendió la mano, que esta estrechó. Permanecieron unos segundos
mirándose, midiéndose.
—Siento lo del coche. Tuck no sabe beber; a veces, la noche acaba pronto para ella.
Estábamos buscándola. Me llamo Robin. ¿Cómo te llamas?
—Conn Stryker. Voy a ayudarlas —amagó de nuevo, y se detuvo en seco cuando vio que
Robin se volvía ahora hacia Leigh.
— ¡Diablos!, ¿qué tenemos aquí?
Conn podía sentir la sonrisa en los labios de Robin. Sabía muy bien a qué se refería. Giró
sobre sus talones para ver que Robin se dirigía directamente hacia Leigh.
Pero Ally, adelantándose, se interpuso y acercó la cara a Robin:
—Es Leigh Grove. Ella y Conn están juntas. Y cuando digo «juntas», quiero decir juntas.
Robin y Ally se quedaron unos segundos mirándose de hito en hito hasta que la mirada de
Robin recorrió a Leigh:
— ¿Es así?
—Así es. Y nos lo pasamos en grande. —Leigh notó que el cuerpo de Conn se relajaba
antes de volver a dirigir su atención hacia el coche.
—Es una pena, pero tenía que intentarlo... ¿No te parece, Ally?
La evidente familiaridad entre ellas hizo que Leigh mirara de reojo a Jess; el brillo que
poco antes relucía en su mirada se estaba apagando.
Ally lanzó lo más parecido a un gruñido:
—Bueno, ya que preguntas, me gustaría presentarte a mi nueva amiga, Jess Smith. Jess, te
presento a Robin Cruz, amiga de toda la vida y examante. —Mientras hablaba, Ally tomó la
mano de Jess. Esta la miró, luego miró sus dedos entrelazados y sonrió antes de ofrecerle la
mano a su rival.
Robin se encogió de hombros y pareció aceptar el armisticio. Se estuvieron midiendo
durante unos instantes, tras lo cual ambas se dirigieron hacia el coche, donde se estaba
desarrollando un complicado operativo de traslado.
Leigh y Ally se quedaron unos instantes observando al grupo, hasta que Jess se acercó a
Ally y le susurró:
—Gracias. La cosa pintaba fea, pero parece que sabes cómo tratar a Robin.
Ally asintió.
—Son años de práctica. Fue mi primera amante, cuando aún estábamos en el instituto.
— ¿Y qué pasó? ¿Por qué rompisteis?
Ally la miró, como si calibrara su confianza. Al fin, dijo:
—No éramos más que unas niñas y fuimos evolucionando en direcciones opuestas. Yo me
fui a la universidad y ella se quedó, estableciéndose aquí. Además, siempre le gustó ir de flor en
flor, como habrás podido observar. La ruptura fue dura pero, pasados los primeros momentos de
dolor, hemos logrado conservar una buena amistad. Nos seguimos queriendo, aunque ya no de
esa manera...
Observaron como, entre varias, lograron alzar suavemente a Tuck del capó del coche y
llevarla a la parte trasera de una de las furgonetas, donde la instalaron, cubriéndola con un par de
mantas. Las tres mujeres que habían llevado a cabo el trabajo más pesado habían empezado a
sudar, mientras que Conn, Jess y Robin se habían limitado a supervisarlo, como se evidenciaba
en su impecable aspecto.
Leigh se acercó y dijo:
—Hey, gracias a todas por ayudar. Estáis invitadas a una ronda. ¡Venga!
Tras buscar la aprobación de Robin, las mujeres comenzaron a bromear mientras se
dirigían hacia la entrada del bar. Las tres «supervisoras» siguieron al grupo y, al pasar junto a
Leigh, Conn pasó de forma posesiva su brazo sobre sus hombros.
Ally, por su parte, deslizó un brazo alrededor de la cintura de Jess mientras con el otro
tomaba la mano de Robin durante el corto trecho que las separaba de la entrada. Leigh no podía
dejar de admirar su habilidad para desactivar una situación potencialmente explosiva. Miró de
reojo a Jess, que volvía a sonreír de nuevo; tal vez no tanto como antes, pero por lo menos
sonreía. Leigh vio que Conn también estaba observando la escena, con ojos protectores y
vigilantes.
Cuando las demás ya habían entrado en el bar, Leigh posó su mano sobre el estómago de
Conn para detenerla y la atrajo hacia la oscuridad.
— ¿Qué tal está el coche?
—Bien. Y tú, ¿qué tal estás?
—Bueno, aparte de sentirme como un chuletón en una taberna de camioneros...
Y le contó a Conn todo lo que Ally le había dicho sobre Robin.
—Hay que admitirlo: Ally ha sabido manejar perfectamente a esa mujer y a Jess.
Durante un momento, Conn se quedó mirando hacia la entrada, mordiéndose un labio, tras
lo cual espetó:
—Sin lugar a dudas, Robin estaba muy interesada por ti... Es una preciosidad, a su manera:
pequeñita, delgaducha, clandestina y peligrosa. Mmm... a propósito, eso de «nos lo pasamos en
grande», ¿lo decías de verdad?
Leigh posó sus brazos alrededor del cuello de Conn, acariciándoselo.
—Ya lo creo.
Permanecieron un rato abrazadas, disfrutando de la tranquilidad nocturna.
—Tú no tienes nada de chuletón; no, en todo caso serías un filet mignon.
Leigh gimió y exclamó:
— ¡Gracias, hermanita! Volvamos dentro, que seguro que ya están liando alguna buena
bronca.
Una hora después, Tuck entró por la puerta con aspecto de cansada y resacosa, pero al ver
que todo el mundo se lo estaba pasando en grande, decidió unirse a la fiesta. Robin le reprochó
su falta de tino a la hora de buscar un lugar donde dormirla, así que Tuck se disculpó ante Conn.
Parecía tan sincera y aceptaba con tanto humor las burlas que resultaba imposible enfadarse con
ella y acabó sentándose en la mesa y charlando animadamente con Leigh y Ally mientras Jess y
Conn se dirigieron a la jukebox.
Mientras repasaban los números y títulos de las canciones, Conn se lanzó a preguntar:
—Entonces... ¿qué tal con Ally?
—Me ha... bueno, me ha invitado a pasar esta noche en su casa.
Incluso con la mínima iluminación que aportaba la jukebox, Conn pudo distinguir que Jess
sonreía y se ruborizaba, así que intentó mantener un tono neutral:
—Vaya, ¿y vas a aceptar la invitación?
—Pues no sé... Es que mañana por la mañana tengo que estar de vuelta...
Conn programó una serie de canciones, mientras buscaba con desespero qué decir. Le
hubiera gustado tener a Leigh a su lado, pues ella siempre encontraba las palabras adecuadas. Al
final, se atrevió a decir lo que pensaba:
—Yo de ti no dejaría que su furgoneta se fuera sola; si todo va bien, nos vemos las cuatro
mañana para desayunar, a eso de las once. Y, antes de irte, tal vez puedas darte una vuelta con
ella en la moto. Podemos hablar con Maggie y ver cómo está el patio... Después de todo, hace
mucho que no te tomas un día libre, ¿no?
Jess vaciló.
— ¿Y si no va todo tan bien?
—Bueno, en ese caso te vienes sola a desayunar y te vuelves en moto.
Jess permaneció callada, contemplando la jukebox.
Conn respiró hondo y prosiguió, esperando no meter la pata:
— ¿Sabes, Jess?, a Ellie le hubiera gustado que vuelvas a hacer vida normal. Incluso tú se
lo has dicho a Leigh esta misma tarde. Cuando quieres a alguien, quieres lo mejor para esa
persona. Ella querría que volvieras a tener un poco de ternura en tu vida, aunque solo sea por una
noche. No eres ninguna monja, ¿verdad?
—Tal vez tengas razón. —Jess suspiró—. Voy a ver si la invitación sigue en pie y a
aceptarla. Y espero, eh..., no decepcionarla... ¡Estoy más que oxidada en estas lides!
—Ah, si es por eso, confía en mí: tendréis suerte si no os matáis de agotamiento...
Jess la miró estupefacta y Conn se dio cuenta de que se había animado demasiado a hablar,
así que bajó la mirada y, avergonzada, sintió un ardor en las mejillas.
—Ya. Tal como me siento ahora mismo, creo que Ally va a necesitar una orden de
alejamiento... —respondió Jess, tranquilamente.
Conn soltó un bufido y le dio un leve codazo. Cuando ambas se giraron para regresar a la
mesa, se dieron cuenta de que todo el mundo estaba mirándolas. Tuck había regresado con sus
amigas. Jess agachó la cabeza y murmuró:
— ¡Vamos allá!
E invitó a Ally a salir a bailar, mientras Conn tendía la mano a Leigh, que se levantó para
ir a sus brazos y darle un enérgico beso.
—Vayamos a casa —susurró Conn al oído de Leigh—. Quiero hacer el amor.
Leigh reforzó su abrazo y la miró a los ojos.
—Yo también.
Frunciendo el ceño, añadió:
—Pero, cariño... ¿y Jess?
Conn respondió con una pícara sonrisa.
—Parece que la señorita Jess acaba de ser invitada a visitar la casa de la señorita Ally. Y
va a aceptar la invitación. Si todo sale bien, ambas vendrán mañana a desayunar.
Y después, ¿quién sabe?
Leigh parecía encantada de que su celestinaje resultara exitoso. Jess y Ally estaban
abrazadas en la pista de baile, así que se acercó a ellas para despedirse y confirmar la cita del día
siguiente.
Cuando salían, se fueron a despedir también de sus nuevas amigas, incluyendo a Robin, la
cual asió con brusquedad a Conn por un brazo y le dijo:
— ¿Esa chica está a la altura de Ally?
Su expresión no era muy amistosa.
—Esa misma pregunta te iba a hacer yo sobre Ally.
Se quedaron unos segundos desafiándose con la mirada, hasta que Robin asintió levemente
y soltó el brazo de Conn.
Cuando por fin arrancaron el coche, Conn subió la temperatura del calentador de los
asientos y salieron del parking.
—Bueno, bueno, ha sido toda una aventura. Tú y Tuck parecéis haber hecho buenas migas.
¿Cuál es su historia?
Leigh, disfrutando del confort que suponía pasar del frescor de la noche a los cálidos
asientos envolventes, cerró los ojos.
—Pues Tuck es una monja apartada, o excomulgada o como diablos se diga. Descubrió
que le gustaban más las mujeres y la botella que hacer de esclava de los curas. Personalmente,
me da la impresión de que una cosa le ha llevado a la otra, quiero decir, que su sentimiento de
culpabilidad por desear a mujeres la ha llevado a beber. ¿Quién sabe?
Se encogió de hombros.
—En cualquier caso, Robin, que cultiva maría con fines medicinales, la reparte con
generosidad a aquellas que la necesitan pero no pueden pagarla. Según Ally, en algún momento
Tuck se cruzó con Robin y se integró en la banda, cambiándose el nombre por Friday; tal vez
como el personaje de Robinson Crusoe, que es rebautizado cuando es salvado por el náufrago, no
sé. De nuevo según Ally, Tuck atiende las «necesidades espirituales» del grupo; ya sabes: un
hombro sobre el que llorar, un oído atento al que contarle tus problemas... Es además enfermera,
así que se encarga de curar todos los chichones y heridas de la banda, como probablemente
también de otros quehaceres. Todas parecen quererla mucho y cuidar de ella, aunque tiene un
serio problema con el alcohol...
Estaba a punto de proseguir su explicación cuando oyó que Conn lanzaba un resoplido, así
que abrió los ojos y vio que se echaba a reír.
— ¿Qué? ¿Qué es lo que te hace tanta gracia?
Conn lanzó hacia ella una mirada de regocijo.
— ¡Ya lo tengo! ¡Robin Hood y su banda de ladrones buenos, con Friday Tuck, casi como
Friar Tuck, el monje rechoncho compañero inseparable de Robin! ¡Menuda locura! Me siento
como si formara parte de uno de los globos de la banda de fumetas de Robin.
Leigh se quedó mirándola hasta que se dio una palmada en la frente.
— ¡Claro! Debo de estar perdiendo facultades. ¿Cómo no he caído en ello?
Conn le tomó una mano y le dijo:
—No te tortures. Son demasiadas novedades de golpe.
Siguió un tranquilo silencio, hasta que Conn halló la ruta de vuelta hacia la cabaña.
Finalmente, Leigh suspiró y dijo:
—Siento como si mi vida acabara de reiniciarse. Los colores me parecen más vibrantes, la
gente más interesante ¡y mis emociones están tan... vivas! Es maravilloso.
Siguiendo la carretera, Leigh abrió la ventanilla del coche y se quedó escuchando el sonido
de las olas rompiendo contra las rocas.
—Todo gracias a ti.
Conn apretó su mano.
—No me concedas tanto mérito. Simplemente, estás descubriendo quién eres.
—Puede ser, pero eres la única persona que quiere que sea tal como ahora soy. Gracias.
En cuanto se aproximaron a la cabaña, sus luces externas se encendieron. Conn advirtió
movimiento en su visión periférica y vio a una cierva y sus cervatillos paralizados por las súbitas
luces. Ante la elevación de la puerta del garaje, la cierva y sus crías se volatilizaron.
Si había ciervos rumiando con calma por los alrededores, era que el lugar llevaba tiempo
tranquilo, dedujo Conn. Respiró, se introdujo en el garaje y pulsó el mando para cerrar la puerta
de este. Las lucecitas verdes en el panel de control le indicaban que la seguridad de la casa no
había sido violada. Se soltó el cinturón, dispuesta a salir del coche, cuando Leigh posó una mano
en su hombro.
— ¿Sí?
Leigh vaciló.
—Tengo que decirte algo.
Conn sintió un mariposeo en el estómago.
— ¿Qué pasa? ¿Algo va mal?
—Pues que a cada minuto que pasa me enamoro más de ti. Si esto te parece exagerado, es
mejor que me lo digas ahora mismo, pues estoy alcanzando un punto de no retorno...
Conn miró a Leigh a los ojos, mientras sus alarmas internas se disparaban: la parte racional
de su cerebro le decía que era demasiado pronto para algo así; por suerte, las demás partes de su
cerebro no hicieron ni caso.
Elevó el volante del coche todo lo que pudo y reclinó el asiento al máximo. Soltó el
cinturón de Leigh, antes de reclinar también su asiento.
— ¿Y por qué querrías retornar?
Comenzaron a besarse con suavidad. Ambas mujeres estaban ardiendo y al poco
comenzaron a hurgar y abrir nerviosas botones y cremalleras, liberando carne trémula que
podían acariciar y satisfacer. Conn bajó la cremallera de los vaqueros de Leigh y palpó su vientre
con la palma de la mano, mientras sus dedos se deslizaban por debajo de sus bragas de seda,
buscando su inflamada vulva.
Leigh sintió que su cuerpo se disparaba a velocidades vertiginosas y explotó en pocos
minutos, pero su orgasmo intensificó su deseo de, a su vez, satisfacer a su amor. Se ladeó un
poco, lo suficiente para poder entrar en ella, masajeándola hasta que alcanzó un poderoso clímax.
Necesitaron varios minutos para recuperar la respiración y Leigh, casi dormida, se mantuvo
dentro de Conn.
La voz de Conn al oído la despertó:
— ¡Dios!, ¡cada vez son más fabulosos! ¿Seguro que nunca has estado antes con una
mujer? Porque, cariño, tienes un enorme talento.
Una relajada sonrisa se dibujaba en los labios de Leigh, mientras aplastaba la nariz y los
labios contra el cuello de Conn.
—He estado todo el día fantaseando con este momento y te puedo asegurar que he quedado
satisfecha.
Movió levemente los dedos que mantenía dentro de Conn.
— ¿Quieres conocer otra de mis fantasías?
V»
— ¡Mmm! Pues sí y no. Sí, quiero, de hecho, conocer todas tus fantasías; y no, no en este
preciso momento. Por mucho que me haya gustado hacerlo en el coche (y, créeme, es la primera
vez que lo hago en un coche), se me ocurre un lugar mucho más cómodo para seguir jugando,
pero no se me ocurre cómo salir de aquí sin mover tu mano de donde está. Así que, suave, mi
amor.
Se separaron dulcemente, abrochando los botones y cremalleras imprescindibles para
poder salir del coche y entrar en la casa. En cuanto se cerró la puerta, ya estaban abrazándose,
hasta que comenzó a sonar el «bip-bip» de la alarma. Conn se separó un poco y miró la pantalla.
— ¡Mierda! —resopló—. ¡Tengo treinta segundos para meter el código! Y... ¿cómo era el
código? Veamos...
Leigh se agachó sobre el lavabo, mientras Conn se debatía con el teclado, probando varias
combinaciones y maldiciendo cada vez que fallaba. Al cabo, logró dar con los números correctos
y la lucecita verde se encendió.
Conn respiró hondo.
—Nunca antes había olvidado el código. Creo que acabo de aprender el significado exacto
de la palabra «atolondra-miento». Siempre está bien ampliar lenguaje.
Leigh sonrió en la oscuridad y tomó su mano.
—Venga, que te tengo preparada una buena lección de lengua...
Cuando por fin se rindieron al sueño, varias horas más tarde, yacían en un revoltijo de
sábanas y mantas, apretadas una contra la otra para darse calor.
Capítulo 5
Envuelta en los brazos de Leigh, agitándose levemente, Conn apretó su cara contra ella,
saboreando su piel.
— ¡Mmm!, suave y saladita. ¿Has estado haciendo gimnasia, últimamente? —Su voz sonó
ronca, recién surgida del sueño.
Leigh se estrechó contra ella.
—Se podría decir algo así. ¿Qué hora es?
Conn intentó enfocar la vista en el reloj.
—Solo las nueve y media. Aún es pronto. Jugueteemos un poco...
Leigh abrió los ojos y sonrió.
— ¡Tonta de mí!, yo que pensaba que eso es lo que habíamos estado haciendo toda la
noche. Pero es un nuevo día y aún tienes recovecos y ranuras que no he explorado del todo.
Como esta... por ejemplo.
Conn gimió de placer. Tras un profundo beso, hundió su cara entre los pechos de Leigh,
que lanzó un suspiro.
—Solo espero que Jess y Ally se lo hayan pasado la mitad de bien que nosotras anoche.
Conn sacó la cabeza lo suficiente para murmurar:
—Se lo podemos preguntar, cuando vengan a desayunar.
Uno, dos y... ambas se levantaron y se miraron.
— ¡El desayuno!
Y se pusieron simultáneamente a repasar la habitación.
— ¡Oh-Dios-mío! ¡La casa está hecha un desastre! ¡Nos tenemos que duchar y yo tengo
que cocinar algo!
— ¡Y se supone que Jess va a llevarse la Ducati! —exclamó Conn—. ¡Y está hasta arriba
de mierda!
Salieron de la cama como exhalaciones, en una especie de simulacro de incendio. En
media hora, la casa ya estaba más presentable, Leigh se estaba duchando y Conn se hallaba
fuera, limpiando la moto. Mientras la restregaba bien con un cepillo, llamó a Maggie para saber
si había alguna novedad sobre Dieter; no se explayó demasiado, fue concisa y directa a lo que le
interesaba.
Cuando terminó de lavar la moto, Leigh ya estaba atareada en la cocina y ella se metió a
darse una ducha exprés. Entonces apareció la vieja furgoneta de Ally en la carretera, por suerte,
con quince minutos de retraso. Ambas estaban cortando y troceando comida en la cocina,
mientras aún recuperaban el pulso cardiaco.
La puerta del garaje estaba abierta, por lo que Jess pudo meter la furgoneta. La moto estaba
afuera, donde Conn la había dejado secándose al sol. Descendieron de la furgoneta y Ally se
acercó a admirar la moto, tomando la mano de Jess, que se acercó a abrazarla.
Desde su privilegiado mirador de la ventana de la cocina, Leigh sonrió a Conn.
—Mira, parece que todo ha ido perfecto. Vayamos a recibir a nuestras primeras invitadas.
Leigh dio un leve codazo a Conn.
—Me gusta cómo suena, ¿no?: «nuestras primeras invitadas». Vamos, cielo.
Conn se detuvo solo un segundo para paladear unas palabras tan deliciosas.
Sus abrazos de bienvenida resultaron un tanto torpes y Conn se dio cuenta de que, a plena
luz del día, la falta de conocimiento mutuo se hacía más llamativa. Se quedaron las cuatro
alrededor de la moto; Leigh y Ally lanzaban exclamaciones admirativas y, como parecía que
Leigh no acababa de arrancarse a charlar, Conn decidió tomar la iniciativa e ir directa al grano,
dirigiéndose a Jess:
—Bueno, bueno, así que ¿al final te quedas unos días o coges la moto y te vas ya?
Notó una mirada de Leigh y esperó no haber resultado demasiado brusca. ¡Todo esto de
socializarse no era tan sencillo, la verdad!
Jess pareció estudiar la cuestión, mientras un leve rubor afloraba en sus mejillas.
—Bueno, esto... creo que voy a ver si me puedo quedar unos días. Aunque no he tenido
tiempo de instalarme en ningún sitio, porque esta mañana hemos arrancado un poquito tarde...
Ya lo haré después, tras el desayuno. Le he prometido también a Ally una vuelta en la moto, ¿no
es así, Ally?
Esta lanzó una brillante sonrisa.
— ¡Ya lo creo! No te puedes marchar hasta que no sea absolutamente imprescindible.
Aclarándose la garganta, Conn sonrió a Jess.
—Perfecto, porque acabo de hablar con Maggie y le he pedido tu asistencia durante un par
de días más. Está de acuerdo.
Al ver la expresión de sorpresa en la cara de Ally, añadió:
—Maggie es nuestra... jefa.
Ally saltó en los brazos de Jess.
— ¡Yupi!
Parecían felices y Conn recibió una mirada altamente aprobatoria de Leigh. Conn se sentía
muy satisfecha.
Ambas se dirigieron hacia la casa y Leigh gritó:
— ¡Venga, tortolitas! ¡Que el desayuno ya está listo!
Conn, que le seguía el paso, se echó una carrera para adelantarla, lo que hizo que Leigh
soltara una risilla, y ambas entraron en el garaje, con Jess y Ally detrás de ellas.
Una vez dentro, Conn se dio cuenta de que sus dos amigas intercambiaban miraditas y se
reían por lo bajo.
— ¿Qué es lo que os hace tanta gracia? —Esperaba no tener el tanga asomando por fuera,
o algo así.
—Bueno, solo nos decíamos que debe de ser bien complicado conducir el Audi con los
asientos abatidos —dijo Jess—. ¿Cómo lo has logrado?
Jess se quedó mirándola con los ojos muy abiertos. Conn lanzó una rápida ojeada hacia
Leigh, en busca de ayuda, pero esta parecía totalmente absorta en el revuelto que estaba
cocinando y solo se veía su espalda agitándose. Sintió un súbito ardor escalando hacia la cara.
— ¡Oh!, ¿eso?, bueno... pues es que anoche nos surgió una... discusión... muy importante y
no nos dio tiempo ni a salir del coche. Ya sabes que el coche es un sitio estupendo para discutir
asuntos urgentes...
Ally pareció apiadarse e intervino en la conversación.
—Bueno, por si os vale de algo, sabed que, en cambio, la furgo no es un buen lugar para
tener «discusiones». Los asientos no son abatibles.
Un brillo bailaba en sus ojos mientras pasaba un brazo por la cintura de Jess. Las risas
terminaron de romper el hielo y, a lo largo del desayuno, Conn sintió que su amistad se
reforzaba.
Jess y Conn exigieron que se les dejara las labores de limpieza, así que Ally y Leigh
salieron a dar una vuelta por el jardín, en busca de los cascos de la moto. Como Conn no había
tenido tiempo de limpiarlos, ambas se pusieron a quitarles con cuidado el barro.
— ¡Vaya! —exclamó Ally— ¡están embarradísimos! Menuda ruta os habéis metido, ¿no?
Leigh no sabía muy bien qué contestar, así que se mantuvo ambigua.
—Un tanto salvaje, la verdad. Nos paramos en un 24 horas donde... donde un indeseable se
puso a seguirnos. Estaba lloviendo y Conn tuvo que hacer unas cuantas maniobras arriesgadas
para librarse de él. Por suerte, es muy buena motorista. Yo me limité a cerrar los ojos y a rezar.
Cuando por fin llegamos aquí, prácticamente tuvo que cargar conmigo hasta la casa. Fue un día
muy, muy largo.
Siguieron limpiando en silencio durante un rato, al cabo del cual Leigh preguntó:
— ¿Has conducido motos antes?
Ally sonrió.
—Oh, sí. Robin tiene una Harley. Durante una época, fuimos unas auténticas rebeldes sin
causa. Pero nunca he montado en una Ducati. ¡Esta bestia promete! ¿La habéis sacado a pasear
desde que andáis por aquí?
—No. Por varias razones, en realidad. Resulta muy llamativa y no queremos atraer
demasiado la atención y... ejem, bueno, ambas estamos un tanto doloridas de... eh, bueno, de la
ruta y todo un poco.
Cuando terminó la frase, ya estaba acabando de pulir el esmalte del casco.
— ¡Anda!, pues no había pensado en eso. Puede ser un problemilla. Le sugeriré a Jess que
nos conformemos, de momento, con una pequeña vuelta.
Era el turno de Ally de pulir cuidadosamente el esmalte de su casco, pero no hizo ninguna
pregunta sobre la muesca que tenía, provocada por una bala.
Tras limpiar los cascos, dieron un paseo entre las tupidas y altas coníferas, cuyas largas
ramas y majestuosos troncos filtraban de un modo delicioso la luz solar. El aire era limpio y
puro, con ese aroma a pino y secuoya tan característico del norte de California.
En su regreso a la casa, Ally abrió la puerta de la furgoneta y sacó de su interior un
periódico local.
—He pensado que a lo mejor os gustaría leer las últimas novedades de los alrededores.
Mira a ver si hay algo que os interesa.
Entraron en la casa justo cuando Jess y Conn estaban acabando de traer más madera para la
chimenea. Jess propuso darse un paseo en la moto y, cuando Ally le recomendó que fuera breve,
su gesto de alivio resultó casi cómico.
Conn y Leigh acompañaron a la pareja, la despidieron con un gesto de la mano y
regresaron dentro para tomar otro café junto al fuego y hojear el periódico. Leigh usaba el regazo
de Conn como almohada, mientras repasaba con atención las noticias, leyendo algunos artículos
en voz alta, aunque la mayoría los recorría solo con la mirada. A los diez minutos, Conn ya
estaba dormitando, con la cabeza colgando en el respaldo del sofá.
De repente, Leigh se enderezó en el asiento, despertando bruscamente a Conn con un «
¿Qué...?». Conn se debatió por despejarse lo antes posible, pues el tono de voz de Leigh había
disparado sus alarmas.
—Escucha esto: «Ayer por la tarde, un adolescente fue hallado inconsciente, con señales
de haber recibido una paliza, en la parte trasera de una tienda de 24 horas en la que trabajaba en
Two Forks, en la Nacional 1. Jerry Dale fue llevado al hospital local en estado crítico. Su madre,
que es la propietaria de la tienda, ha declarado no haber notado recientemente nada inusual, salvo
la visita de un desconocido que realizó un montón de preguntas a su hijo unas horas antes. La
policía ha abierto una investigación».
Conn sintió un nudo en el estómago.
—Parece el lugar donde paramos, en ruta. Están buscando la moto. ¿Dónde tengo el
móvil? —Conn se retorció para alcanzar su teléfono y llamó.
— ¡Mierda! ¡Nada! Ni siquiera estoy segura de que lleve el móvil encima...
Oyó la voz de Leigh detrás:
—No lo lleva.
Conn se giró y vio a Leigh con un móvil en la mano.
—Estaba en la furgo...
—Mierda, mierda, mierda. No te muevas de aquí, voy a buscarlas.
Fue a por su pistola Glock y a por sus prismáticos y se dirigió hacia la puerta. Pero Leigh
se había interpuesto en su camino, con las llaves del Audi en la mano.
— ¡Ni hablar de quedarme aquí! Yo te acompaño.
Conn tomó las llaves.
— ¡Vale, vamos!
Tras alcanzar la Nacional 1 en un tiempo récord, se dirigieron hacia el norte mientras
Leigh buscaba la moto con los prismáticos. Condujeron así cinco kilómetros. Nada.
—Esto no me gusta —dijo Leigh—. Ally no quería dar un paseo demasiado largo, ni Jess
tampoco. Ya deberíamos haberlas visto.
El malestar que atenazaba el estómago de Conn estaba rampando hacia la garganta.
—Pues a dar vueltas. Deja los prismáticos y busca cualquier marca de neumáticos en la
carretera o cualquier guardarraíl destrozado, sobre todo en las curvas.
Tomaron la dirección contraria, conduciendo lentamente, buscando frenadas en la
carretera. Esta era muy traicionera: estaba plagada de curvas cerradas y de repechos empinados.
En circunstancias normales, Leigh nunca se hubiera fijado en ello, pues sufría mucho vértigo,
pero ahora, buscando cualquier pista de la moto y de sus amigas, había descartado esa sensación.
Kilómetro y medio después, por fin dieron con ello: una marca de derrape y un hueco en el
guardarraíles. No había ningún vehículo en los alrededores. Conn cruzó con brusquedad toda la
carretera hasta un apartadero cercano, saltó del coche y sacó del maletero un rollo de sólida
cuerda y un maletín de emergencias. Le tendió su móvil y la cuerda a Leigh y se lanzaron a la
carrera hacia la parte rota del guardarraíles.
Mirando hacia abajo, enseguida vieron dos formas tendidas y restos de la moto. El primer
bulto, más pequeño y con el casco puesto, debía de ser Ally. El segundo se hallaba mucho más
apartado, justo al borde del acantilado, y parecía una muñeca grande y destartalada tirada sobre
las rocas. La moto no se veía por ningún lado.
Conn dijo muy seria:
—Vamos. —Dio dos pasos y se detuvo, mirando a Leigh—. Sé algo de primeros auxilios,
déjame a mí.
Esperó a que Leigh asintiera antes de continuar. Descendieron cuidadosamente por la
colina y hallaron a Ally hecha un ovillo. Conn la examinó por encima en busca de heridas
graves, y le tomó el pulso; solo halló cortes superficiales, arañazos y abrasiones, así que alzó
suavemente su cabeza con el casco puesto, con el cuidado de quien alza media docena de
huevos, para evitar toda lesión, y la giraron en bloque boca arriba. Leigh abrió la visera del casco
para asegurarse de que respirara con facilidad, sin dejar de hablar a Ally con tono tranquilizador.
Conn dijo:
—Leigh, presiónale el hombro y llámala por su nombre varias veces. Usa un tono fuerte,
pero no alarmante.
Tras unas pocas repeticiones, Ally pestañeó, tosió y comenzó a debatirse. Leigh la sujetó
repitiendo su nombre hasta que esta pudo enfocar su mirada en ella.
— ¡Leigh! ¿Qué haces...? ¡Jess! ¿Dónde está Jessie?
—Ally, tienes que mantenerte quieta. No sabemos si tu columna está dañada.
La firmeza del tono de Leigh debió de surtir efecto, pues Ally dejó de agitarse.
—A ver... me siento entera y puedo menear los dedos de los pies. —Tomó la mano de
Leigh—. Estoy bien; soy hija de médico. Ahora, id a ayudar a Jess.
Conn clavó la mirada en Leigh, segura de que entendía su exasperación por el riesgo que
acababa de correr Ally al seguir moviéndose.
— ¡Que se quede lo más quieta posible! —dijo, y girando la cabeza hacia donde se hallaba
Jess, se dirigió hacia allí.
—Ally, Conn ya se está encargando de Jess pero, ¡por favor!, no te muevas. No corramos
ningún riesgo, ¿vale?
Sin embargo, Ally ignoraba sus instrucciones e intentaba tozudamente sentarse, así que al
final Leigh la ayudó todo lo que pudo. Le dolía todo el cuerpo pero no parecía tener nada roto,
aunque necesitó ayuda para retirarse el casco.
— ¡Tengo que ir a ver a Jess! Alguien llegó de repente por detrás y nos sacó de la
carretera. ¡Todo pasó tan rápido...!
—Mejor no te muevas de aquí hasta que Conn regrese y veamos qué hacer. ¿Recuerdas
algo del coche?
Leigh intentó distraerla con preguntas; Conn ya estaba casi de vuelta. Rezó mentalmente
por Jess y dio gracias porque Ally no aterrizara en una posición tan precaria.
—Parecía un coche americano, de un azul metálico, creo. ¡Todo pasó tan rápido...! Tendrá
algún rasguño en el parachoques, un poco de pintura negra o algo así. ¿Dónde está Jess? ¿Por
qué tardan tanto?
Conn acabó de escalar las rocas y regresó.
—Necesitamos ayuda. Tiene una pierna rota y tal vez tenga heridas internas. Parece fuera
de peligro, pero creo que, en cualquier caso, el casco le ha salvado la vida, antes de salir
disparado Dios sabe dónde. Ally, ¿cuál es el número de la unidad de urgencias? Necesitamos una
tabla de rescate y tal vez incluso un helicóptero medicalizado.
Ally realizó la llamada, describiendo con precisión su ubicación y necesidades. Tras
colgar, dijo:
—Voy a llamar a mi padre; es el médico de la unidad de urgencias.
Leigh recordó entonces, de forma vaga, que Ally le había contado que Robin se dedicaba a
acoger a aquellos que recibían tratamiento con marihuana con su padre. Ahora lo comprendía.
Cuando Ally oyó la voz de su padre, rompió a llorar y tendió el móvil a Conn, que le
aseguró que su hija estaba bien y le informó de todo, aportándole las coordenadas que había
escuchado dar a Ally al departamento de emergencias.
—Eso es. Ahora nos vemos. —Finalizó la llamada y lanzó el móvil a Leigh—. Está de
camino. En cuanto se lleven a Jess, me pongo a buscar al cabrón que ha hecho esto. Tú tal vez
deberías quedarte con Ally.
Pero esta ya parecía totalmente recuperada.
—Pásame el móvil. Una llamadita y tal vez lo tengamos ya acorralado para cuando
lleguéis a Mendocino.
El brillo de su mirada delataba que hablaba muy en serio.
Diez minutos después apareció la unidad de rescate, con el padre de Ally a la cabeza. Conn
no salía de su asombro, teniendo en cuenta la complicada carretera que habían tenido que
recorrer, estrecha y sinuosa.
Mediante cuerdas y la tabla de rescate, lograron sacar con cuidado del borde de las rocas a
una Jess aún inconsciente. Exteriormente, apenas presentaba heridas, tal vez gracias al traje de
cuero en la que estaba enfundada. Inmovilizaron su pierna rota, le colocaron un collarín cervical
y la introdujeron en una camilla para llevarla hasta la ambulancia. Allí le aplicaron una
mascarilla de oxígeno y se la llevaron. Conn sabía que era bastante probable que Jess tuviera
heridas internas, pero prefirió no compartir información alarmante con sus amigas mientras no
estuviera confirmada. El padre de Ally acompañó a esta al hospital, no sin antes haber colocado
un collarín cervical como el de Jess a su protestona hija.
Cuando todo el trajín se fue calmando, Leigh se dio cuenta de que Conn estaba hablando
con una de las mujeres que habían conocido la noche anterior y que también era miembro de la
unidad de rescate. Le entregó una tarjeta profesional y se dieron un apretón de manos antes de
que el vehículo de emergencias partiera, tras lo cual Conn se dirigió al coche, donde Ally la
estaba esperando sentada.
— ¿De qué hablabais?
Conn lanzó una breve sonrisa.
—Le he preguntado si saben cómo recuperar la moto y limpiar la zona. Y resulta que
Robin y sus alegres mozas tienen un servicio de remolque, con camión plataforma y todo. Por un
precio razonable, se van a encargar de recuperar la moto y de llevársela (¡agárrate!) a su tienda,
donde pueden arreglarla o convertirla en chatarra, según el coste.
Conn cabeceó.
—Creo que Ally no bromeaba cuando dijo que Robin tenía sus negocios... ¡Esa mujer es
toda una emprendedora!
Conn posó la mano sobre el hombro de Leigh.
—Voy a tener que dejar de decirte todo el rato qué hacer o dónde estar, voy a intentarlo.
Lo siento. Ahora estoy encantada de que estés aquí, a mi lado.
Leigh tomó su mano y besó dulcemente sus dedos.
—Yo también estoy encantada de estar a tu lado. Vamos a ver si Robin ha tenido suerte y
ha dado con el cabrón.
Conn maniobró el coche para retomar la carretera y condujo hacia el norte.
Capítulo 6
Cuando pararon cerca de un viejo coche estilo Station Wagon, enfrente de la tienda de
Ally, Leigh reconoció a otra de las mujeres del bar sentada tras el volante, dando buena cuenta
de un enorme helado de cucurucho. Sonrió, se dio un golpecito en su sombrero negro de vaquera
y arrancó el coche. La siguieron.
Al poco de salir de la ciudad, se dirigieron hacia el interior, atravesando un área muy
boscosa, donde las carreteras cada vez se hacían más estrechas y el mantenimiento forestal
brillaba por su ausencia. Finalmente, llegaron a un pequeño claro donde el vehículo se detuvo, y
la conductora se bajó y se dirigió hacia ellas.
—Hola. Dejad aquí el coche. Yo os llevo, pero con los ojos vendados. No os lo toméis a
mal, pero riesgos, los mínimos. Lo entendéis, ¿no?
En realidad, Conn casi sintió alivio de no tener que continuar con su coche, que era un
vehículo veloz y ágil sobre asfalto aunque poco apropiado para el campo, y menos aún para
seguir pistas con rodadas de casi medio metro de profundidad. También entendía la necesidad de
discreción y pensó que sus formadores podían aprender mucho de estas chicas. Al apreciar cierta
intranquilidad en la cara de Leigh, le hizo un guiño y sonrió, tras lo cual se bajó del coche. Leigh
se bajó con ella.
En los cielos del oeste, el sol resplandecía con mayor fuerza, recortándolo todo con
profundas sombras.
Se pusieron las vendas y estuvieron alrededor de quince minutos dando botes, antes de
volver a pararse; la conductora les dijo que ya podían destaparse la cara. Parpadearon y lo único
que vieron fue otro desvencijado vehículo frente a un pequeño cobertizo en otro claro. La única
ventana de la choza estaba cubierta con una cortina tras la cual se adivinaba una débil luz. Conn
se preguntó distraída qué aspecto tendría realmente la casita por dentro.
Cuando por fin bajaron del coche y se pusieron a estirar las piernas, Robin salió del
cobertizo.
— ¿Cómo está Ally? ¿Y tu amiga?
Iba directa al grano, sobraban saludos. Conn tomó la iniciativa:
—Ally tiene algunos rasguños y moratones, pero lo de Jess es más grave. La han llevado al
hospital y Ally ha ido también, acompañada de su padre. Creo que todo esto ya lo sabes tú
perfectamente, más bien deberíamos ser nosotras las que te preguntáramos a ti por ellas.
Cierto brillo de admiración pareció bailar por un instante en los ojos de Robin.
—Sobrevivirán. Jess tiene una pierna rota, pero la fractura es limpia. Sufre también una
conmoción y tiene algunas costillas rotas. Por el momento creen que no tiene ninguna
hemorragia interna, aunque sigue en observación. Va a tardar en recuperarse del todo. Ally
pretende llevársela a su casa en cuanto pueda abandonar el hospital. Espero que sea una buena
idea, porque Ally es una persona que consigue lo que quiere.
Conn estaba meditando cómo gestionar la situación con Maggie y la central, cuando un
grito procedente de la choza interrumpió sus pensamientos.
—Deduzco que habéis dado con el tipo que ha hecho esto. ¿Ha compartido con vosotras
información sobre quién le ha pagado y por qué?
Robin clavó una intensa mirada en ella.
—Parece que aún necesita ciertos estímulos para colaborar positivamente. Encontramos su
coche, con restos aún frescos en su parachoques, y nos topamos con él mientras salía de un
restaurante, como si tal cosa. Así que le invitamos a seguirnos. ¡No veas qué boca más sucia!,
nos llamó de todo. No me gustan los maleducados, de ahí los estímulos que le estamos
aplicando. Estaba a punto de hacerle unas cuantas preguntas. ¿Quieres acompañarme?
—Claro. —Conn se echó a andar hacia el cobertizo.
Robin la detuvo agarrándole el brazo con firmeza.
—Pero primero quiero un poco de información de tu parte. ¿Este payaso iba a por Jess y
Ally o a por vosotras dos?
Conn lanzó una mirada hacia Leigh y acabó admitiendo:
—Ese canalla nos perseguía a nosotras, no a ellas. Por eso necesito hacerle unas preguntas.
Robin escrutó a Conn durante unos interminables segundos.
—Me vale. De momento.
Entonces se giró hacia Leigh y le dijo:
—Tuck va a venir a llevarte a nuestro cuartel general. Me ha dicho que quiere enseñártelo.
Conn y yo iremos para allá más tarde.
Apenas acababa de decirlo, cuando apareció un gigantesco Chevy Suburban y Tuck bajó la
ventanilla, sonriente.
Conn le dijo suavemente a Leigh:
—Por favor. Estaré mejor si te vas ahora con Tuck. Nos volveremos a ver en un momento.
Leigh clavó la mirada en Robin y dijo:
—Os veo ahora... a ambas.
Le dio un leve beso a Conn en los labios y escaló hasta el asiento del todoterreno, que
desapareció por un embarrado camino en el que Conn no había reparado hasta entonces.
Robin giró sobre sus talones, con las manos en los bolsillos, y sonrió mientras observaba al
enorme vehículo desapareciendo en una nube de polvo.
—Un auténtico cañón, la niña. Es usted una mujer afortunada, señorita Stryker. ¿O debería
llamarla más bien doctora Stryker? En cualquier caso, eres una mujer afortunada.
A Conn no le sorprendió que Robin hubiera hecho sus deberes; ni siquiera sabía si se sentía
mejor o peor ahora que esta la conocía. Miró hacia el cobertizo y dijo:
—Sé que soy muy afortunada y pretendo seguir siéndolo. ¿Entramos a charlar un rato?
Tuck y Leigh rodaron en silencio durante una decena de minutos. Tuck no le había pedido
que se pusiera una venda en los ojos; tampoco era necesaria, pues avanzaban básicamente entre
árboles y matorrales y cada vez era más de noche.
Cuando por fin pararon en un claro, Leigh se quedó estupefacta al ver un pueblecito. Las
casas parecían de otra época, si bien una observación más cercana permitía ver que estaban
restauradas.
— ¿Esto fue un pequeño pueblo en otros tiempos?
Tuck sonrió:
—Ajá, un pueblo minero. Llevaba años abandonado cuando Robin compró la propiedad y
comenzamos a rehabilitarlo. Tenemos cantina y una cocinera de primera. Como puedes constatar
por mi aspecto, me encanta la comida del lugar.
Tuck señaló hacia uno de los cobertizos.
—Ese es nuestro laboratorio tecnológico. Tenemos paneles solares y generadores, así que
producimos la mayor parte de la energía que necesitamos, aunque a veces pinchamos la red
general para tomar prestada un poco de electricidad extra. Pero intentamos ser lo más autónomas
posibles. Tenemos ahí dentro el último grito en lo que a alta tecnología se refiere. Alucinante,
¿no?
Leigh miraba pasmada a su alrededor, hasta que pararon frente a una casa que parecía un
granero. El pueblo era impresionante.
—Ally me ha contado que has sido enfermera. ¿Contáis también con una enfermería?
—Claro. Pero si se trata de algo más grave que coser unos puntos o recolocar una fractura
limpia, llamo a Doc, el padre de Ally. Él ha sido nuestro médico desde que Robin y Ally
estuvieron juntas.
— ¿Y hay iglesia? Quiero decir, ¿sois católicas, paganas, no sois nada, o algo?
Tuck sonrió.
—Creo que la respuesta es sí, tenemos algo así como una capilla o, mejor dicho, un lugar
tranquilo donde cualquiera puede buscar la paz del corazón. ¿O me estás preguntando si aún me
considero católica?
—Supongo que sí. —Leigh estaba fascinada.
—Ahora sigo el budismo tibetano, pero es una historia muy larga en la que no vamos a
entrar en este momento. Digamos que me ocupo también de las necesidades espirituales de
nuestra comunidad, sea cual sea el credo. Soy como una especie de capellana.
Los ojos de Tuck resplandecieron cuando propuso:
— ¿Quieres ver la cocina y conocer a la cocinera?
Leigh notó que Tuck estaba tan entusiasmada con la idea que apenas se tenía quieta.
— ¿Cuánto crees que tardarán Robin y Conn en regresar?
—Difícil de saber. Ven, que te presento a Martha.
Entraron en la casa, que parecía más bien una gran sala diáfana. Había varias mesas
repartidas y, al fondo, una máquina de café y una instalación de cocina profesional muy
completa.
Llegó hasta Leigh un aroma a pan recién hecho y a algo que se estaba cocinando; su tripa
le recordó que no había probado bocado desde el desayuno matutino. Oyeron el tintineo de
cazuelas y sartenes en movimiento, en medio de las cuales una diminuta mujer, con el pelo de un
rojo encendido, se reía y charlaba con varias ayudantes.
Cuando Tuck bramó “¡Martha!», la mujer se dio la vuelta, le dedicó una amplia sonrisa y
saludó con la mano. Apartó una sartén, se limpió las manos en su delantal y se acercó a ellas.
—Quiero que conozcas a Leigh —dijo Tuck—. Le estoy dando una vuelta por el pueblo
mientras Robin y su compañera tienen una reunión.
Los amistosos ojos verdes de Martha apreciaron a Leigh mientras se estrechaban las
manos.
—Hey, encantada de conocerte. Venga, Tuck, sé buena con ella: está tan delgada que
podría salir volando de un solo soplo. ¿Te apetece una buena rebanada de pan recién sacado del
horno con un poco de mantequilla y de mermelada casera? Prepararé también un poco de té.
Tuck sonrió y Leigh comenzó a salivar.
—Gracias, suena delicioso.
En efecto, todo se deshacía en la boca deliciosamente. Leigh no era consciente de lo
hambrienta que estaba hasta que se puso a comer. Una vez llena, Tuck dio buena cuenta del
resto. Martha sonreía.
— ¿Ves? Una mujer que disfruta de lo que le gusta. Bueno, la mayor parte de las veces...
Hubo allí un guiño personal entre ella y Tuck que Leigh pasó educadamente por alto,
mientras admiraba la impecable cocina.
Unas ruidosas pisadas interrumpieron la conversación; entró una de las mujeres que
acompañaban la noche anterior a Robin.
—Oye, Mar, necesitamos un par de bolsas de hielo para Robin y su amiga, que han tenido
una entrevista movidita.
Pero las mujeres no parecían muy preocupadas, y Martha fue a la hielera y se pudo a reunir
varias bolsitas pequeñas.
Leigh, en cambio, se levantó de forma instantánea.
— ¿Dónde están? ¿Están bien?
La mujer cogió el hielo y se encogió de hombros.
—Sí. ¿Eres Leigh? Tu amiguita me ha ordenado que te encuentre y te lleve para allá.
No parecía ofendida por hacer de mensajera, más bien parecía divertirse.
—Sígueme. ¡Hey, Tuck!, ¿por qué no traes algo de comida para todas? Para cinco, gracias.
Volvió a mirar a Leigh y le dijo como el que no quiere la cosa:
—Vamos, te llevaré adonde están.
Atravesaron la polvorienta calle, que estaba llena de rodadas de neumáticos y olía a
gasolina, para dirigirse a la casa principal del pueblo, que presentaba dos alturas. Estaba
iluminada de forma dispersa con lamparitas amarillas situadas sobre las puertas y brillaban
algunas luces detrás de las cortinas. Conn y Robin se hallaban en el porche que rodeaba a la casa.
Conn estaba sentada en una silla-columpio, balanceándose distraídamente mientras hablaba.
Leigh subió las escaleras, Conn sonrió y dio una palma- dita en la almohadilla que había
vacía a su lado. Leigh se sentó, tomó su mano y notó que Conn se estremecía. Tenía los nudillos
magullados e inflamados. La mujer que había traído a Leigh tendió una bolsa de hielo a Conn y
otra a Robin.
— ¿Qué ha pasado?
Conn se aplicó la bolsa en la mano y suspiró aliviada; Robin hizo lo mismo. Ambas
soltaron una risita al mismo tiempo.
Pero Leigh se estaba empezando a enojar ante tanta complicidad y falta de información.
— ¿Recuerdas el problemilla de falta de colaboración que teníamos con nuestro invitado?
—terminó explicando Robin—. Bueno, pues se volvió a repetir en cuanto el tipejo vio a Conn y
se dio cuenta de que había fallado el golpe. Así que se puso a llamarla de todo, aunque tu amiga
no parecía en un principio muy impresionada; según ella, todo eso ya se lo han llamado muchas
veces antes.
Robin se inclinó hacia delante con un brillo danzando en su mirada.
—Pero cometió el grave error de decir algo muy, muy feo sobre ti y... ¡bum! ¡Nariz rota!
El muy idiota... Eso sí, a partir de entonces se volvió muy respetuoso contigo.
Leigh se echó hacia atrás en el columpio, apoyando un hombro y un brazo en Conn, y posó
una mano sobre su hermoso muslo, masajeándolo.
— ¿Y tú, Robin, cómo te has hecho esa herida en la mano?
Conn respondió por ella:
—Eso ocurrió justo antes de llevarlo al sheriff. Nuestro amigo no pudo evitar dedicar uno
de sus feos comentarios a Ally, así que Robin le soltó un buen derechazo que le saltó varios
dientes. Entre esto y las otras técnicas de estímulo del diálogo, logramos la información que
queríamos. Al final, ya pedía que lo entregáramos a los cálidos brazos de la justicia.
Leigh observaba a Robin mientras Conn hablaba y notó que desviaba la mirada cuando
esta narraba su defensa de Ally. «Interesante», pensó.
—Entonces, ¿al final habéis logrado saber quién lo contrató?
Un frustrado suspiro de Conn confirmó sus temores.
—No es más que un matón de alquiler. Pegó una paliza al chaval para conseguir la
información, tras lo cual el miserable hizo una llamada y le dijeron que buscara la moto y nos
eliminara. En cuanto localizó la moto con dos mujeres encima, fue a por ellas, dando por hecho
que éramos nosotras. Pero, evidentemente, las descripciones que le dieron de las dos debieron de
ser muy precisas, pues en cuanto me vio entrar, se dio cuenta de su error.
— ¿Sabes si han localizado también la casa?
—A él solo le ordenaron buscar la moto y acabar con sus ocupantes; otros se encargarían
de todo lo demás. Tengo que contactar con Maggie y ponerla al día. Tras eso, recogemos las
cosas, las metemos en el coche y nos largamos; esta misma noche. Conozco un sitio donde
podemos estar seguras durante unos días, mientras pensamos un plan.
Robin intervino:
—Podéis quedaros aquí. Creedme, nadie entra en el pueblo sin nuestro permiso.
Conn cabeceó.
—Gracias por la invitación, pero no es posible. No estamos seguras del alcance de todo
esto; lo que comenzó como un simple fraude puede tener implicaciones mucho más profundas.
Miró a Leigh y posó la mano que aún tenía cubierta de hielo sobre su mano.
—Desde aquí no puedo mover mis contactos sin comprometer este lugar.
Robin sonrió con orgullo.
—No te creas, contamos con unos equipos técnicos de cifrado de lo más sofisticados.
—No lo suficiente, créeme; mi gente tiene lo que necesitamos.
— ¿Federales? —La sonrisa de Robin se esfumó y la frialdad de su mirada resultó
inquietante.
—Ajá.
—Entonces, dame una buena razón para que os deje marchar de este lugar con vida.
Capítulo 7
Conn no se inmutó. Leigh dejó la mano muerta sobre su muslo y la miraba fijamente.
—No estoy vinculada al departamento antidrogas DEA, ni tengo ningún interés en
delataros; todo lo contrario: sería contraproducente para nosotras. Contar con un lugar con el que
nadie pueda relacionarnos nos resulta muy valioso. Y vosotras podéis contar con un contacto
dentro, si alguna vez lo necesitáis. Es todo lo que puedo ofrecer.
Robin se apoyó en el respaldo de la mecedora, pero seguía sin sonreír.
—Este lugar está lo bastante perdido como para no atraer la atención. Todos los que lo
conocen guardan el secreto. Es un refugio.
—Lo entendemos. Y lo apreciamos.
Robin se giró hacia Leigh.
— ¿Y tú? —Esta vez, no había nada insinuante en su pregunta.
—Totalmente de acuerdo.
Siguió un momento de silencio total.
—Comamos algo, antes de que os vayáis.
Estaban a punto de irse, cuando Robin les dio un número de teléfono para llamar
directamente en caso de emergencia, añadiendo que para cualquier otro asunto bastaba con que
contactaran con Ally. Intercambiaron apretones de manos; Robin retuvo la mano de Leigh
demasiado tiempo para el gusto de Conn, aunque esta optó por hacer la vista gorda.
Se sentía aliviada de salir ilesas del lugar, pues había visto cómo las gastaba Robin cuando
«entrevistaron» al matón. Había logrado sacarle, de forma eficiente y despiadada, toda la
información que querían, así que Conn no dudaba que Robin fuera capaz de matar para proteger
su guarida y a su gente. Conn sospechaba que estaba haciendo todo esto por Ally y se preguntaba
si esta era consciente de la amiga que tenía.
— ¡Hey, despierta! Que Tuck nos está esperando. —Leigh tiró suavemente de su brazo,
arrastrándola hacia el coche.
— ¿Mmm? Oh, disculpa. Vamos, salgamos de aquí.
El regreso hasta su coche lo realizaron sin venda en los ojos. Al pasar junto al cobertizo,
Conn notó que ya no había nadie. Robin había dicho que llevaba al tipo al sheriff, pero Conn no
hubiera apostado mucho al respecto, aunque, en cualquier caso, tampoco se iba a poner a
investigarlo.
Cuando regresaron a su coche, se despidieron de Tuck con un abrazo; se quedaron mirando
hasta que las luces traseras del vehículo de aquella desaparecieron por el polvoriento camino.
Entonces, Conn sacó una pequeña linterna para comprobar que nadie hubiera hecho nada en su
coche. La capa de barro que lo cubría hubiera revelado cualquier manipulación, así que la
inspección resultó relativamente sencilla.
Tras hallar su camino de vuelta a la ciudad, localizaron el hospital para hacer una visita a
Jess, que estaba dormida en su habitación. Tenía la pierna escayolada y parecía bastante
controlada. Ally estaba sentada a su lado; sonrió y les hizo un gesto para que pasaran.
Conn preguntó en voz baja:
— ¿Qué tal está?
V»
—Sobrevivirá. Mi padre me ha dicho que su buena forma física probablemente nos haya
salvado a ambas. Tuvo reflejos para ladear el golpe, de manera que sufrimos menos impacto que
la moto. Yo salí despedida enseguida, pero Jess permaneció en la moto y dio vueltas con ella;
por suerte, pudo soltarse antes de que se despeñara por el acantilado. Me ha salvado la vida.
Leigh lanzó una mirada hacia Jess y después miró a Ally.
— ¿Y tú, qué tal estás, Ally?
—No tengo más que algunos cortes y contusiones. Pero me sigue doliendo todo y
probablemente necesite un buen chute de aspirinas para salir mañana de la cama; por lo demás,
estoy bien. ¿Habéis sacado algo en claro del tipo que nos atacó?
—Se trata de un matón que os confundió con nosotras dos —explicó Conn—. Así que ha
llegado el momento de largarnos de aquí. ¿Cuándo calculan que Jess podrá salir del hospital?
—Cuanto antes mejor —respondió con tono grogui una voz procedente de la cama—. Odio
los hospitales.
Jess intentó sonreír, mirándolas a través de las rendijas de sus hinchados párpados. Sus
labios parecían terriblemente secos, así que Ally la ayudó a beber unos sorbos de agua mediante
una pajita. Tras lo cual, se agachó, depositó un beso en su frente y se quedó de pie junto a ella,
posando una cariñosa mano en su brazo.
—Bienvenida de nuevo a la vida, Jess. Ya te estábamos echando de menos.
Conn y Leigh se acercaron a Ally, junto a la cama.
—Eso. Y a ver si dejas ya de hacer acrobacias con la moto, Jess —bromeó Conn—, solo
para impresionar a una chavala.
Jess tomó la mano de Ally
— ¡Pero qué chavala! ¿Y tú cómo estás, Ally?
—Estoy bien. Mi padre me ha dicho que estarás como nueva en unas seis semanas. La
fractura de la pierna ha sido limpia y tus costillas han quedado un poco maltrechas, pero no están
rotas. Y, afortunadamente, tienes una cabezota bien dura.
—Mierda. ¿Han atrapado al hijo de perra que nos atropelló?
Conn se acercó a la cama.
—Eso se lo puedes agradecer a Ally. Llamó a Robin y, para cuando Leigh y yo regresamos
a la ciudad, ya se habían hecho con él. En realidad, iba a por nosotras, pero os confundió. Lo
siento mucho, Jess. No nos dimos cuenta del riesgo que corríais hasta que ya hacía tiempo que os
habíais ido. Así que nos lanzamos en vuestra búsqueda y os localizamos.
— ¡Bastardo! No te sientas culpable, Conn. De todas formas, yo me iba a ir en moto. De
haber ocurrido en otro lugar, puede que ahora estuviera muerta. Lo que más rabia me da es haber
implicado a Ally en todo esto.
Ally apretó la mano de Jess.
—No digas eso. Yo no me arrepiento de nada. En cuanto sea posible, te vienes conmigo a
mi casa para acabar de recuperarte. Me he pedido dos semanas de vacaciones en el trabajo. A
propósito, ¿no tenéis una jefa que se llama Maggie?
Jess y Conn se miraron a la vez.
— ¡Mierda, mierda, mierda! Tengo que hacer una llamada —Conn salió de repente de la
habitación.
Leigh se quedó mirando la puerta y Ally preguntó:
—Y ahora, ¿se puede saber qué pasa?
Jess, por su parte, enseguida se había quedado dormida y, al parecer de Leigh, de manera
conveniente. Se encogió de hombros y dijo, evasivamente:
—No lo sé.
Ally prosiguió:
—Pues es que llamó una mujer, con un tono de voz poco dado a las tonterías, preguntando
por Jess y friéndome a preguntas. También quería saber por dónde andaba Conn (aunque la
llamaba doctora Stryker).
Leigh eludió la cuestión.
—Creo que tenían que contactar con ella.
No tenía ni idea de cómo había logrado Maggie dar con ellas. Mientras esperaban el
regreso de Conn, Leigh preguntó a Ally cómo había logrado vacaciones sin cerrar la tienda. Ally
sonrió.
—Bueno, la tienda es propiedad de mi familia. Mi padre se va a ocupar de ella; me ha
dicho que me merecía unas vacaciones. Creo que sabía que, en cualquier caso, me las iba a
tomar.
Jess murmuró, con los labios inflamados:
—Unas vacaciones...
Justo entró Conn, empujando la puerta.
—Bien, Jess: tienes permiso para quedarte con Ally por lo menos dos semanas.
Evidentemente, Ally ya ha hablado con Maggie sobre esto. Pero tienes que permanecer en
contacto mediante tu portátil y tu móvil.
Leigh y Ally chocaron sus palmas en el aire.
—Leigh, nos tenemos que ir. Estoy segura de que ya andarán buscando la casa. Ally, ven
con nosotras, así te llevas la furgoneta y las cosas de Jess. En la carretera es mejor que te
sigamos, así, si alguien nos está vigilando, irá a por nosotras, no a por ti.
—Esperad, yo me encargo de proteger a Ally... —dijo Jess mientras luchaba por
mantenerse despierta y su voz se iba apagando.
—La escolta la aportamos nosotras —anunció una voz desde la puerta que hizo que todas
se giraran: era Robin—. Así vosotras podéis marcharos adonde queráis y Ally no quedará
desprotegida.
Jess dejó caer la cabeza sobre la almohada.
—Gracias. Te debo una.
Robin miró a Ally y dijo, en voz baja:
—Ya lo creo que me la debes.
Una sonrisa atravesó la linda y lisa cara de Conn, que no apartó la vista de la carretera.
— ¡Oh!, no es más que otro de mis aparatitos. Es una cámara dotada de visión nocturna
que vigila si nos están siguiendo.
Leigh estudió la pantalla y miró hacia atrás. Tan solo veía faros. Volviendo a mirar la
pantalla, se dio cuenta de que podía apreciar los tipos de coche y a veces más detalles. Conn
pulsó otro botón y la pantalla hizo un zoom en el vehículo más cercano.
— ¿Cómo que eso «vigila si nos están siguiendo»? Querrás decir más bien que «nos
permite vigilar», ¿no?
La sonrisa de Conn se amplió.
—No, lo he dicho bien: eso vigila, analiza e identifica los vehículos, registra las distancias
y el tiempo que llevan detrás de nosotras, comparando los resultados con esquemas
predeterminados, y si alguno de ellos parece demasiado pegado a nuestro culo, nos avisa con una
alarma. Entonces podemos decidir qué hacer.
— ¿Qué quieres decir? ¿Algo así como apretar otro botón oculto y lanzarle un misil?
—Todavía no, pero estoy en ello...
—Cielo, eres de lo que no hay. Me alegro de tenerte cerca.
Pero Conn perdió la sonrisa y se concentró en la carretera.
—Pues no te alegres tanto, que ya casi te matan una vez y casi matan también a Ally y a
Jess. Aún hay muchas cosas que hacer para resolver este lío.
Leigh acarició el hombro de Conn.
—-Estamos juntas y eso es una combinación muy potente. Ahora cuéntame cómo funciona
este trasto y en qué tengo que fijarme. Quiero saber usarlo. Y, cambiando de tema, ¿adónde
vamos, exactamente?
Conn recuperó la sonrisa.
—A South Lake Tahoe. A un pequeño escondite para lesbianas que a cualquiera que
pretenda seguirnos le costará un montón encontrar, y mucho más aún entrar ahí. Tras hablar con
Maggie llamé a las propietarias. Tenemos todavía un par de horas de carretera por delante.
— ¿Te contó Maggie cómo han asesinado a Peter? Pobrecillo, era sin duda un arrogante y
codicioso, pero tampoco merecía morir solo por ser un especulador.
Conn no suavizó su respuesta ni un ápice.
—Alguien le disparó en la cara a bocajarro antes de meterlo en el retrete de su oficina.
Leigh se quedó muda durante unos instantes. Su mano apretaba la de Conn reflexivamente
y, por fin, sintió de repente toda la pena que hasta ahora la preocupación le había evitado.
—Entiendo que debe de ser duro para ti. Es bueno que llores, cielo. Lo entiendo.
Y Leigh rompió a llorar, balbuceando entre sollozos:
—No, no puedes entenderlo. Estábamos prometidos, diablos. Pero cuando me anunciaste
su muerte, en la casa de tu tía, no sentí nada especial, como si te cuentan el fallecimiento de un
conocido lejano. Ahora, cuando pienso que a ti también te podría pasar cualquier cosa... Estoy
muy asustada.
Tres horas después se detuvieron en una señal de stop, en un cruce donde tomaron la
carretera del lago. Abriendo unos ojos soñolientos, Leigh vio pasar a toda velocidad algunas
tiendas y comercios cerrados y se dio cuenta de que era ya muy tarde. Mientras dormitaba, Conn
debía de haber activado los calentadores de asientos, pues se sentía muy a gusto, aunque afuera
parecía apretar bastante el frío. Comprobó que el termómetro del automóvil marcaba cero
grados, tras lo cual vio que el suelo del exterior estaba espolvoreado de una fina capa de nieve.
No mucho después de haber abandonado la interestatal, Conn volvió a girar, esta vez
alejándose del lago, y se metieron en un vecindario tranquilo y sumido en la oscuridad. Unos
cuantos giros más y acabaron en una estrecha carreterita que moría frente a una valla de madera.
Conn saltó fuera del coche, tecleó un código en un panel que había en la parte derecha de la valla
y se puso a esperar mientras resoplaba por lo bajo y sus pies crujían en la escarcha. En cuanto la
puerta se deslizó laboriosamente a un lado, regresó al coche y entraron despacio, esperando a que
la puerta se cerrara tras ellas.
Había algunos focos instalados en altos pinos para iluminar la propiedad. Conn paró y
comenzó a salir del coche, dejando los faros delanteros encendidos.
—Quédate un momento y no te asustes —le dijo a Leigh en voz baja.
Tras cerrar la puerta del coche, caminó unos tres metros frente al automóvil y silbó
suavemente. Leigh vio de repente, fascinada y paralizada, una mancha pálida y fantasmal
avanzando hacia Conn. Era puro blanco, con cuatro patas; primero pensó que se trataba de un
perro enorme, tal vez un pastor alemán. Pero las patas eran demasiado largas y el cuerpo y la
cabeza no se correspondían. El animal se detuvo a unos cuatro metros de Conn y Leigh pudo oír
que esta se ponía a hablarle, aunque no podía entender qué decía.
Se quedó observando la cara del animal, iluminada por los focos: ¡era un lobo! De repente,
este dio un brinco y se abalanzó sobre Conn, tirándola al suelo. Conn se quedó tendida e inmóvil,
con el lobo sobre ella; este abrió las fauces y atrapó entre ellas la cara de Conn.
Capítulo 8
Paralizada por la impresión, Leigh no pudo hacer otra cosa más que quedarse mirando,
intentando gritar, horrorizada. Vio que el animal volvía a abrir sus fauces, liberando la cara de su
amada, y le daba golpecitos con su hocico. No se veía sangre por ningún lado. Conn se enderezó,
empujando el poderoso pecho del lobo, y el animal respondió apresándole un brazo. Conn lanzó
una suave risa y se revolcaron un rato por el suelo, gruñéndose mutuamente.
Leigh oyó que Conn la llamaba, así que tomó aire y abrió con mano temblorosa la puerta.
Conn se puso de pie y se sacudió el polvo.
—Ven, ponte a mi lado, que quiero presentarte a un amigo.
Leigh cerró los ojos y murmuró para sí:
—Confía... confía...
Mientras obligaba a sus pies y cuerpo a obedecer, Conn tomó su mano y la tendió para que
el lobo la olfateara.
—Loup, esta es Leigh. Es muy buena y muy importante para mí. Es de las nuestras. Leigh,
este es Loup; es el amo del lugar.
Loup olfateó la mano y la apresó suavemente entre sus fauces, aunque enseguida la soltó y
se sentó.
Se oyó una acogedora voz, procedente de fuera de la zona iluminada por los focos.
—Bienvenidas a Sally’s Place. Veo que ya habéis hecho buenas migas con el comité de
bienvenida.
Apareció una mujer pequeñita y fuerte, con el pelo castaño y rizado, que abrazó a Conn,
estrechó la mano de Leigh y se quedó junto a Loup, rascándole las orejas. Conn deslizó su brazo
alrededor de la cintura de Leigh.
—Vuestra cabaña está lista, Conn. Instalaros y ya hablaremos mañana. Me alegro de que
vengas con alguien, en esta ocasión. Tendré que comunicar a tu club de fans que ya no estás en
el mercado... ¡Ah!, y recuerda cerrar la puerta con llave, o Loup hallará una manera de reunirse
con vosotras. Nos vemos mañana, y encantada de conocerte, Leigh.
La mujer salió de la parte iluminada y llamó a Loup, que pareció indeciso pero acabó
siguiéndola, meneando el rabo. Conn se dirigió a la cabaña, que tenía una bombilla encendida en
el porche, y descargaron sus pertenencias.
Mientras iban y venían con sus maletas y bolsas, Leigh dijo:
— ¡Menudo susto de muerte! Pensé que te iba a comer enterita. ¿Por qué hace como que
muerde a las personas?
—Es la forma que tienen los lobos de saludar—explicó Conn—. Usan la boca para ello.
Cuando hacen que muerden significa que te aceptan como parte de los suyos. Es además un lobo
muy besucón. Se podría decir que es el único macho que muchas de las mujeres que vienen aquí
dejan que se acerque a ellas a menos de tres metros.
—Es un animal soberbio.
Conn le acarició la nuca con la nariz y se la mordisqueó con un suave gruñido.
—Tú sí que eres soberbia.
Leigh lanzó una risa y se giró en sus brazos.
—Así que aquí es donde has aprendido eso. ¿Significa que me aceptas como una de las
tuyas?
— ¡Ya lo creo! Miembro de honor y todo. ¿Quieres que te enseñe el ritual de iniciación?
Volvió a mordisquear el cuello de Leigh y se lo lamió; Leigh sintió un creciente ardor en la
tripa. Necesitaba a Conn.
—Sííí. Pero no antes de darnos una buena ducha. Tú estás cubierta de saliva de lobo y de
agujas de pino y yo estoy llena de mugre... ¿Caben dos en la ducha?
Los ojos de Conn brillaron.
— ¡Vaya!, pues no, apenas cabe una... Si acaso empieza tú mientras yo acabo de descargar
el coche. ¡El ritual de iniciación comienza en veinte minutos!
Leigh se cuadró e hizo un rápido saludo militar.
— ¡Señor!, ¡sí, señor!
Chocaron mutuamente los culos y cada una se puso con su tarea.
Veinte minutos después, ya estaban acurrucadas bajo una manta eléctrica, pero Leigh la
apagó.
—Prefiero que me calientes tú con tus abrazos. ¿No te parece?
Se dieron un profundo beso, tanteándose, hasta que Leigh se dejó llevar por su deseo de
tocar. Solo la sensación de contacto, piel contra piel, ya la llevó al borde de la explosión;
hurgando en Conn halló su clítoris inflamado y se mantuvo inmóvil durante un instante, antes de
entrar en ella y de acariciarla al ritmo de su propio cuerpo.
Conn jadeó y abrió las piernas todo lo que pudo, invitándola a llegar más lejos, más hondo.
Pasando una pierna sobre el muslo de Conn, Leigh se apretó contra ella, humedeciendo
toda su piel. La respuesta de Conn incrementó su excitación.
— ¡Sigue!, ¡más adentro! No pares, por favor.
Leigh profundizó, apretando y frotando el clítoris de Conn con el pulgar. Según Conn
comenzó a correrse, moviéndose contra la mano y el cuerpo de Leigh, esta siguió el ritmo de su
amante pero retuvo la mano cuando sintió que sus músculos internos se contraían alrededor de
sus dedos.
Conn gimió pronunciando el nombre de Leigh. Al cabo de unos momentos recuperó el
aliento, sin dejar de moverse con suavidad.
—Dios, nunca pensé que...
—SSSS, no digas nada. Descansa. Has estado increíble, maravillosa, fabulosa. Gracias.
— ¿Gracias? —Conn por fin abrió ligeramente los ojos—. Debería ser yo más bien quien
te diera las gracias a ti, amor mío...
Leigh sonrió en la oscuridad y besó el cuello de Conn. Su cuerpo se movió de forma
instintiva hacia su pelvis, pero lo retuvo conscientemente, pues deseaba que Conn disfrutara de
su orgasmo el mayor tiempo posible.
—Gracias por permitirme darte amor, por entregarte a mí. Cuando me dejas darte placer,
alcanzo el séptimo cielo...
Permanecieron calladas durante un rato; Conn meditaba lo que Leigh acababa de decir. La
continua excitación de su amante le indicaba que había estado reteniendo su propio placer, así
que apretó su pelvis contra ella, que reaccionó con un gemido.
Conn acarició la espalda de Leigh, ondulando suavemente con ella, y pasó sus manos por
sus firmes glúteos, separándole las piernas para que rodearan sus caderas. Primero rozó con los
dedos el húmedo y anhelante repliegue y luego los deslizó dentro.
— ¡Oh, Dios mío! ¡Oh, Dios...!
Conn mantuvo el movimiento, y Leigh entornó los ojos y clavó las uñas en los hombros de
Conn, mientras arqueaba el torso y hundía la pelvis una y otra vez. Conn deslizó entonces una
mano entre sus cuerpos y presionó con firmeza el clítoris de Leigh, que se corrió casi de
inmediato, gritando su nombre, «Constantina», mientras se desplomaba.
Una vez calmada la respiración, Leigh rodó al lado de Conn y se quedaron acariciándose
lánguidamente. Leigh estaba molida y Conn no se hallaba mucho mejor. Justo antes de quedarse
dormida, Conn se dio cuenta de que nunca le había gustado que la llamaran por su nombre
completo, pero a partir de ahora le sonaría muy diferente.
Cuando Leigh abrió los ojos, una tenue luz se filtraba entre las cortinas echadas. Sentía un
sorprendente calor. Entonces escuchó una voz hablando en voz baja en la otra habitación; se dio
una vuelta y vio que Conn no estaba junto a ella, pero que había puesto la manta eléctrica.
— ¿Conn?
El nombre sonó desafinado. Leigh se estiró y movió las piernas para despertarse, con la
impresión de no haberse movido ni un milímetro tras caer dormida.
Escuchó a Conn diciendo:
—Vale, cuanto antes mejor. Es tu principal prioridad, así que no escatimes en medios.
Espera, no cuelgues, que seguro que quiere saludarte.
Conn entró, vestida con prendas de lana y con una enigmática sonrisa en la cara. Se acercó
a la cama, lanzando a Leigh una mirada que expresaba mucho más que los buenos días. Leigh
intentó responder, pero aún se sentía aletargada.
Conn pareció recordar de repente que llevaba un móvil y se lo tendió a Leigh,
acariciándole la mano al entregárselo.
—Alguien quiere saludarte.
Leigh miró el teléfono y se tuvo que aclarar la garganta antes de decir:
—Ejem... ¿hola?
La voz del otro lado le sonó familiar.
— ¿Qué tal todo?
— ¿Patrick? ¿Eres tú? ¿Dónde andas?
—En Washington D.C., dejándome la piel en mi nuevo empleo mientras tú estás por ahí
retozando con mi nueva jefa... Aquí se está mucho mejor que en Boston. A propósito, ¿y tú
dónde andas, cariño?
Leigh se fijó en el revoltijo de sábanas y recordó de repente la noche anterior,
enterneciéndose.
—Bueno, eh... estoy en California, no puedo revelarte exactamente dónde.
—Vale. ¿Te lo estás pasando bien, por lo menos?
—Bueno, si no fuera porque casi me matan y nos están persiguiendo, estaría encantada.
El tono de voz de Pat cambió al punto.
— ¡Oh, cielo, he estado tan preocupado por ti! El trabajo que Conn me ha dado conlleva
un permiso de acceso especial a información confidencial, así que he estado al tanto de vuestras
evoluciones. Sabiéndote junto a Conn, estaba seguro de que te encontrarías bien. ¿No es así?,
¿todo bien?
Leigh no pudo evitar sincerarse con él de golpe.
— ¡Oh, Patty, estoy tan enamorada...! Nunca me había sentido así con nadie. Por muy
aterradora que sea la situación, nunca he sido tan feliz. Ella es... sencillamente maravillosa.
Pero Pat, de repente, sonó cauteloso:
—Bueno, me gusta oír eso. Sí, muy bien. Vale, espero verte pronto.
— ¿No estás solo? ¿No estará siendo grabada, la conversación?
Leigh se despejó bruscamente del todo y sintió un nudo en el estómago.
—No estoy solo y no lo sé. Más vale ser prudentes. Me alegro mucho, Leigh. ¿La otra
persona siente lo mismo?
—Creo que sí.
—Sí, yo también lo creo. Bueno, tengo que volver al trabajo. Nos vemos pronto, cielo.
Cuídate. Chao.
Leigh se quedó mirando el móvil mientras lo doblaba y lo dejó en la mesita de noche. Oyó
un carraspeo en la puerta y vio a Conn sujetando dos humeantes tazas de té. De hecho, parecía
sumida en la contemplación de las tazas; Leigh sabía que lo había oído todo y el nudo en su
estómago se tensó. ¿Y si la conversación había sido grabada? ¿Y si Conn no quería que su vida
privada se mezclara con su vida profesional? ¡Qué estupidez!, evidentemente que no quería que
se mezclaran. ¿En qué estaba pensando?
Respiró hondo, para intentar calmar su ansiedad.
—Buenos días.
Cuando Conn le tendió una taza, Leigh notó que le temblaba un poco el pulso, y se
preguntó si estaría enojada con ella por haber gritado su amor a los cuatro vientos en una
conversación tal vez grabada. Debería haberse dado cuenta de que Conn desearía un poco de
discreción.
— ¿Estás...? —el tono de Conn era muy cauto.
Leigh soltó lo primero que le vino a la cabeza:
— ¿... embarazada? Es posible, después de lo de anoche...
Conn abrió la boca, pero volvió a cerrarla. Parecía como si estuviera tragando aire. Leigh
sonrió y miró a su amante con serenidad.
— ¿... enamorada de ti? Claro, ¿cuántas veces tengo que repetírtelo?
—Pero ¿estás segura?
Su voz era dulce, aunque esa mirada...
—Nunca he estado tan segura de algo en toda mi vida. Nunca.
Leigh se alzó sobre los codos y se dio cuenta de que tenía los pechos al aire cuando Conn
los cubrió con la manta eléctrica y se sentó en la cama.
—Mira, Conn: necesito saber qué sientes tú en realidad. No paras de preguntarme si estoy
segura y yo no paro de repetirte que sí. ¿Acaso hay algo que no me has contado? ¿Por qué
insistes en preguntármelo una y otra vez? ¿No habrás decidido que esto no es para ti más que
buen sexo y poco más? Dímelo de corazón.
Sintió que la cara le ardía mientras Conn parecía estudiarla. Conn solía necesitar su tiempo
para ordenar sus pensamientos y pasarlos a palabras, pero siempre había sido honesta con Leigh.
—Precisamente por eso te he tapado los pechos —Conn depositó un leve beso en sus
labios—, porque no quiero que pienses que el sexo tiene algo que ver con mis palabras. Y por
eso te he preguntado si estás segura. Yo... yo estoy enamorada de ti. Verdadera, loca y
profundamente enamorada. Quiero estar siempre contigo. Nunca le he dicho nada parecido a
nadie ni creo que vuelva a hacerlo a otra persona que no seas tú. Y es que, ¿sabes Leigh?, estoy
asustadísima.
Se quedó mirándose las manos, fuertemente apretadas en su regazo. Leigh las cubrió con
sus propias manos.
—Son las palabras más bonitas que he oído nunca. Yo también estoy asustada, pero por
muchas otras cosas, no por lo nuestro. Mientras siga contigo, me atrevo a lo que sea. Ven aquí,
anda.
En el movimiento de dar un gran abrazo a Conn, la manta volvió a deslizarse y la mano de
Conn apretó uno de sus pechos. Se quedó sin aliento y tiró de Conn hacia ella, de manera que se
tendió a su lado, encima de la manta.
— ¿Conque el sexo no tiene nada que ver con esto? —susurró Leigh.
Se miraron a los ojos y Leigh le desabrochó el top de lana, deslizando una mano dentro
para sentir la plenitud de sus senos. Cubrió uno con la palma mientras jugueteaba con el pezón,
para endurecerlo, tras lo cual se lo metió en la boca y acabó de desabrocharle la chaqueta. Apartó
la prenda a un lado y se puso a atender también el otro pecho.
—Bueno... tal vez un... un poco.
Conn jadeaba y gemía y Leigh se puso encima de ella, besándole los labios y el cuello. Se
sentó y le quitó el resto de la ropa.
—Quiero conocerte en el sentido bíblico de la palabra —dijo Leigh con tono ronco—.
Quiero saborearte.
—No estoy muy segura que la Biblia... —Conn suspiró— se refiriese a eso exactammm...
Leigh la hizo callar con un profundo beso. Se besaron prolongadamente, explorándose
labios y boca, orejas y cuello. Leigh fue descendiendo poco a poco por el cuerpo de
Conn, lamiéndolo y chupándolo, excitándolo con su lengua y sus labios. Con la rodilla,
abrió las piernas de Conn y se instaló entre ellas.
Sus castaños rizos púbicos ya estaban empapados de deseo y, en cuanto Leigh separó las
piernas, pudo ver los inflamados labios y el clítoris.
— ¡Dios!... eres tan hermosa...
Se puso a acariciarla primero con los dedos y después con la lengua. Unas caricias tan
pausadas y lánguidas que Conn suplicaba más. Leigh observaba sus reacciones a cada
movimiento, lamía, olfateaba, saboreaba cada matiz íntimo a medida que Conn se acercaba al
éxtasis. Ralentizaba el ritmo y después lo aceleraba, más rápido y más fuerte. Hasta que oyó:
—Ahora, Leigh... ¡Ahora!
Mientras intensificaba el movimiento de su lengua y dientes, enervando de placer la
pulposa carne que llenaba su boca, el cuerpo de Conn se arqueaba, tenso y tembloroso, hasta que
comenzó a contonearse y sobresaltarse en orgásmicos espasmos. Leigh continuó hasta que Conn
le rogó que parara; entonces liberó a su amante, echó la manta sobre ambas, y se tendió a su lado
hasta que Conn recuperó el aliento.
— ¿Ha sido lo bastante gráfico?
Leigh resopló.
—Ha sido mucho más que bíblico.
Tras permanecer unos instantes abrazadas, Conn murmuró:
—Ya sé que soy una pesada, pero, ¡Dios mío, criatura!, ¿estás segura de que nunca habías
hecho esto antes? Ha sido in-cre-í-ble.
—En realidad, no es la primera vez que lo hago —sonrió Leigh—. Ya lo he hecho con una
mujer de la que estoy desesperadamente enamorada. Pero es que... ahora estoy comenzando a
conocer mejor su cuerpo y ella a confiar más en mí. Además, siempre he sido una alumna
aplicada.
Volteándose hacia ella, Leigh posó la cabeza en su mano.
—Ella sabe que la quiero y que siempre podrá confiar en mí, porque nunca voy a herirla ni
a abandonarla. Así que, ya ves, es realmente...
Conn acalló sus palabras con besos. Los temores que atenazaban a Leigh unos momentos
antes se disiparon por completo.
Capítulo 9
Leigh abrió la puerta principal y aspiró el aroma a pino. Tras intentar absorber hasta el
último átomo de un cielo claro como el cristal, así como la leve brisa que soplaba entre las
coníferas, se giró para regresar dentro y descubrió una nota doblada y pegada en la puerta.
Habían escrito «Stryker», así que la cogió sin abrirla y entró en la cabaña.
Se la tendió a Conn, que estaba cepillándose sus espesos rizos castaños, y acompañó el
movimiento de un orgulloso beso. Cuando se separaron, Conn la miraba de forma interrogante.
—Por si todo este lío está a punto de terminar...
Conn abrió la nota y la leyó en voz alta:
—«Llama a Maggie.» Vale, es que cuando hablé con ella en el hospital le dije que íbamos
a venir aquí. —Se quedó examinando la nota—. El mensaje es posterior a mi llamada a Pat; se
supone que él es mi contacto, salvo que haya alguna novedad urgente. —Comprobó su móvil—.
¡Mierda!, tengo una llamada perdida. Por muy bueno que sea este aparato, no siempre funciona
bien en zonas de montaña...
Conn lanzó una sonrisa tranquilizadora.
—Oye, tal vez hayan capturado a Dieter y a Georgia.
Se metió en la habitación, donde parecía contar con mejor cobertura, y, a los pocos
minutos, estaba sumida en una profunda conversación, así que Leigh prefirió dejarla sola.
Se puso a limpiar la cocina, ordenó un poco el saloncito y trajo más leña del porche. Estaba
atacada, imaginándose todo tipo de situaciones, así que se sintió aliviada cuando por fin terminó
la llamada.
Cuando Conn se acercó a Leigh, su rostro era impenetrable; le rodeó la cintura con sus
brazos y dijo:
—Todo sigue más o menos igual. Era solo una puesta al día y un recordatorio de que
tenemos que estar contactables. Voy a llevar siempre el móvil encima. Venga, vayamos a comer
algo y te lo cuento todo.
Depositó un beso en su frente y ambas permanecieron abrazadas durante unos instantes,
tras lo cual se dirigieron en silencio hacia el coche.
Después de pedir un desayuno de productos ecológicos en una cafetería con vistas al lago
Tahoe, se quedaron mirándose por encima de las tazas de café y Leigh pasó un dedo por el borde
de la suya.
— ¿Por dónde quieres empezar?
—El negocio de Peter está liquidado y no solo debido a su fallecimiento. Los federales han
entrado en su oficina y han requisado todos sus documentos, pero todo parece indicar que
Georgia y Dieter se llevaron lo que pudieron antes de largarse. Por lo que Pat ha podido
averiguar hasta ahora, tendieron una trampa a Peter para que pareciera el responsable de todo,
tras haber inflado artificialmente algunos fondos de alto riesgo y haberlos vendido antes de que
toda la mierda empezara a salpicar.
Leigh asintió mientras Conn hacía una pausa, antes de proseguir.
—Peter debió de darse cuenta de todo y se enfrentó a ellos. Probablemente no tuviera ni
idea de con qué tipo de gente estaba tratando; de haberlo sabido, seguro que se hubiera esfumado
para salvar el pellejo. Pero todo esto no es más que una suposición, Leigh, y es muy probable
que nunca sepamos con exactitud qué ocurrió. En cualquier caso, la ejecución fue muy
profesional.
— ¿Y fue cometida por el hombre que intentó matarnos a nosotras? —Solo era una
pregunta retórica, pues el desasosiego de Leigh delataba que ya conocía la respuesta—. ¿Peter
fue torturado antes del tiro de gracia?
—Sí, ¿cómo lo sabes?
—Porque eso es lo que ese asesino me prometió a mí... una tortura larga y lenta... —clavó
la mirada en la mesa mientras repetía—, larga y lenta.
Conn se sintió abrumada por un sentimiento nuevo y poderoso: el miedo a que pudiera
sucederle algo a Leigh y la necesidad de protegerla. Y sabía que este tipo de sentimientos
suponía un peligro para ambas; después de todo, ella siempre había sido tan eficaz porque no
tenía miedo. Tenía que calmarse y pensar, aunque deseaba fervorosamente volver a matarlo, esta
vez no con el cuchillo sino con sus propias manos desnudas.
— ¿Conn?, ¿estás bien?
—Yo... sí, pero es que cuando recuerdo...
Leigh posó su mano sobre la suya.
—Está muerto, Conn. Gracias a ti, ahora estamos seguras. ¿Lo conocías?
La conversación y el contacto con Leigh la ayudaron a sobreponerse.
—Sí, era alemán, se llamaba Gunter Schmidt, pero se le conocía como Hatch. Era un
asesino a sueldo con conexiones con varias organizaciones terroristas.
Leigh vio llegar a la camarera por el pasillo con el desayuno que habían encargado y retiró
rápidamente la mano, no sin antes ver que esta se había percatado de ello y sonreía.
—Conn, aquí llega el desayuno. Necesitamos un respiro, así que no hablemos de esto hasta
que salgamos de aquí, ¿te parece?
Conn asintió y se reclinó en el asiento mientras la camarera les servía el desayuno.
— ¡Ah!, Maggie ha hablado con Jen. Está bien; está en París, visitando a viejas amigas.
Marina ha regresado a Karachi hace dos días. A ver si me acuerdo de hacer algunas fotos por
aquí y se las envío por correo electrónico. De todas formas, la llamaremos después.
Leigh sonrió, encantada de cambiar de tema.
Tras conducir por la carretera que rodeaba al lago Tahoe, giraron a la izquierda, alejándose
de la orilla y adentrándose en el bosque. Localizaron un aparcamiento, tomaron una mochila
ligera, metieron un par de botellas de agua y se pusieron a seguir una pista que llevaba a algunas
vistas muy hermosas del lago. Las montañas se estaban vistiendo de otoño; las hojas mudaban de
color y soplaba una brisa vivificadora.
Tras media hora de marcha, Conn se desvió de la pista para tomar un estrecho sendero
silvestre abierto por los ciervos, donde no había señales de pisadas humanas. Cuando llegaron a
su punto más alto, Conn enseñó a Leigh su lugar favorito: una gran roca, el doble de alta que una
persona. Gateando un poco y con la ayuda de Conn, ambas llegaron a la cima del mundo.
Leigh estiró los brazos en cruz y dio una vuelta de 360 grados.
— ¡Qué bárbaro!, ¡nunca había visto nada parecido! ¿Cómo has descubierto un sitio así?
Conn se sentó, apoyándose en unas rocas y observando a Leigh.
—Llevo años pateándome estas pistas y caminos, y un día simplemente decidí seguir a un
ciervo. Suelo venir aquí a pensar, sola. Es la primera vez que se lo enseño a alguien.
Leigh se puso de cuclillas frente a Conn y le dijo:
—Gracias. Gracias por compartir tu lugar secreto conmigo. Guardaré el secreto. Siempre
será tuyo.
—Ahora es nuestro; nuestro para siempre.
Leigh sonrió con cada parte de su ser.
—Eres consciente, por supuesto, de que me acabo de volver a enamorar de ti.
Conn la miró con timidez.
—Y yo de ti.
Se tendieron en una ligera mantilla que Conn llevaba en la mochila, abrazadas y
escuchando los sonidos del bosque y de los animales. Los pájaros y ardillas ya parecían haber
olvidado que estaban ahí e incluso oyeron el trote de un ciervo pasando al pie de la roca.
Cuando Leigh volvió a abrir los ojos, el sol comenzaba a bajar en el cielo y el aire
refrescaba. Despertó suavemente a Conn, recogieron sus cosas y Conn ayudó a Leigh a
descender de la roca.
Según bajaban tranquilas por el sendero, Conn se detuvo ante un paisaje y sacó unas
cuantas fotos, tras lo cual ajustó el temporizador de la cámara para que ambas aparecieran en una
foto. No tenían aún ninguna juntas y a Conn le hacía mucha ilusión. De repente, sonó una voz
femenina detrás de ellas:
— ¿Queréis que os la saque yo?
— ¡Oh, gracias! —respondió Leigh ipso facto—. Estaría genial.
Conn sonrió y le tendió la cámara a la mujer. Señaló el disparador y estaba a punto de
explicarle qué botón había que pulsar, cuando la paseante dijo:
— ¿Strike?, ¿Stryker?, ¡Conn Stryker!
Conn se quedó mirando unos ojos que le resultaban familiares pero que no acababa de
ubicar.
—Soy Andy, Andrea Jensen, de Stanford. ¿Qué tal estás?
Las piezas encajaron de golpe. Andy fue la única chica que la defendió cuando se produjo
aquel lío con Gwen. Después, permanecieron en contacto durante una época, aunque no se
habían vuelto a ver desde que Conn abandonara Washington D.C.
— ¿Andy? ¡Diablos! ¡Cuántos años! ¡No puedo creerlo!
Se abrazaron con cierta torpeza, pues el contacto nunca había sido el fuerte de Conn. Esta,
de repente, recordó la presencia de Leigh.
—Oh, lo siento. Menuda maleducada soy. Andy, esta es Leigh Grove; Leigh, esta es
Andrea Jensen, una vieja amiga de la universidad de Stanford.
—Llámame Andy, por favor. —Y estrechó con entusiasmo la mano de Leigh—. Así me
llaman los amigos. Pero ahora dejadme que os saque la foto prometida. ¿Cómo funciona esto
exactamente?
Conn se lo explicó, repasando unas fotos anteriores, y ella comentó:
— ¡Chica, menuda cámara! Parece que te siguen gustando los aparatitos. Leigh, pareces
una modelo.
Mientras Andy seguía trasteando con el aparato, mirando algunas fotos, Conn pellizcó
juguetona el costado de Leigh, que dio un respingo y un gritito:
— ¡Constantina Stryker! ¡Para ya!
Andy levantó la vista.
— ¿Constantina? Creía que solo tu tía tenía permiso para llamarte así...
— ¿Te acuerdas de eso? —Conn estaba estupefacta.
—Recuerdo un montón de cosas de ti. No sé si lo sabes, pero eras una persona notable ya
en aquella época. Vale, juntaos un poco.
Leigh y Conn posaron; esta pasó despreocupadamente un brazo por los hombros de Leigh.
Andy hizo una foto y dijo:
—Perfecta. Saquemos unas cuantas fotos más. ¡Venga, haced algunas posturitas!
Comenzaron a empujarse y a hacer muecas, mientras Andy disparaba la cámara. En un
momento dado, cada una se perdió en los ojos de la otra. «Clic.»
¡Mucho mejor! Conn, colócate detrás de Leigh y pasa los brazos alrededor de su cintura.
Así lo hizo, y el contacto despertó unas sonrisas naturales. «Clic.»
—Muy buena. Parecéis hechas la una para la otra.
Andy las miró por encima de la cámara y preguntó:
— ¿No es así?
Ambas se separaron un poco para mirarse a los ojos. «Clic.»
—En todos los sentidos —dijo Conn.
«Clic.» Sintió que Leigh apretaba de forma afectuosa su brazo.
Andy sonrió:
—Perfecto, porque hacéis una pareja estupenda. Me alegro mucho por ti, Conn.
Conn se relajó. «Clic.»
—Gracias, Andy.
La sonrisa que intercambiaron indicaba el renacer de una amistad. Más tarde, cuando
llegaron al coche, como Andy y Conn se habían pasado todo el camino charlando animadamente,
Leigh, con espontaneidad, la invitó a cenar con ellas. Andy aceptó, proponiendo un lugar en el
lago que no estaba muy lejos de su cabaña.
Justo antes de separarse, Andy se giró hacia Conn y le preguntó:
—Oye, ¿has sabido algo de Gwen?
Conn se puso tensa.
—No, ¿debería?
—Bueno, ha pasado por dos matrimonios y ha desplumado a sus maridos todo lo que ha
podido y más. Y es que, precisamente, tiene una casa por aquí, ganada con mucho sacrificio en
una de sus batallas campales, también llamadas divorcios. Y como todos los miembros de la
antigua pandilla conocen tu exitosa trayectoria profesional, me sorprende que no haya intentado
llevarte también a ti al huerto.
—Pues te puedo asegurar que sus posibilidades son mínimas, por no decir que nulas.
—Conn trazó una tirante sonrisa, molesta ante tal idea—. Además, ¿no es hetero?
—Dejémoslo en que la tendencia sexual es lo de menos para ella; ¡los negocios son los
negocios! Bueno, ¿nos vemos a las siete? Ya me encargo yo de reservar y llevaré también a
alguien, ¿os parece bien?
— ¡Genial! —exclamó Leigh—. Nos vemos. Vámonos, cariño.
La palabra «cariño» tuvo un efecto balsámico en los nervios a flor de piel de Conn.
Arrancó el coche y saludaron con la mano mientras dejaban a Andy atrás.
Circularon sin decir palabra durante un rato. Conn no paraba de darle vueltas a
pensamientos agradables sobre Andy y desagradables sobre Gwen.
—Cuéntame algo de Andy. ¿Cuándo os conocisteis?
— ¿Cómo? Ah, eh... pues en primero de carrera. Estaba en mi residencia de estudiantes y
en mi grupo de estudios. Siempre fue muy maja conmigo, supongo que porque era la única
novata, el resto eran mayores. Bueno, en aquella época me parecían muy mayores, claro.
— ¿A qué edad entraste en la universidad?
—A los dieciséis. Es que nunca estuve cómoda en el instituto; el ambiente me parecía, no
sé... muy estúpido. Eso y que, además, no veía el momento de abandonar mi pueblo y de
instalarme por mi cuenta. Quería estar cerca de Jen y Marina, que eran las únicas personas que
me hacían feliz, así que solicité una admisión adelantada en Stanford y superé las pruebas.
— ¿Y estabas en un grupo de estudios?
Conn sintió un tic en la comisura de los labios.
—En realidad, no tanto porque lo necesitara, pues la mayor parte de los estudios me
resultaron relativamente sencillos, sobre todo las materias de ciencias. Pero la chica que Andy ha
mencionado, Gwen Edwards, me invitó a unirme al grupo para que les echara una mano, pues
siempre he tenido facilidad para explicar problemas complejos.
—Ajá, ¿y entonces eras también amiga de Gwen Edwards?
Una pregunta tan directa le sorprendió con la guardia baja, por lo que tartamudeó:
—No... eh... solo era... —se detuvo para considerar qué le estaba preguntando Leigh
exactamente—. Bueno, sí, se podría decir que fuimos amigas. Ella fue simpática conmigo, me
integró en su grupo. A estas alturas, ya te habrás dado cuenta de que no suelo tener muchos
amigos cercanos. Creía haber hallado una en Gwen, pero no tardé en descubrir que me estaba
usando de mala manera. La ayudé con sus exámenes, incluso la ayudé con sus ligues. O tal vez
debería decir más bien que me metió en sus líos de faldas.
Este último comentario pareció suscitar toda la atención de Leigh.
— ¿Cómo?
Conn volvió a tensarse, recordando esa penosa época.
—Pues que yo, la pipiola e inexperta lesbiana aún virgen, me enamoré perdidamente de
ella y no me enteraba de nada. Ella me liaba para esas citas dobles con tipejos de las
fraternidades a los que pretendía impresionar y yo, como una boba, acudía con tal de
complacerla. Así que soporté todos sus baboseos e intentonas de meterme mano por estar cerca
de Gwen.
Leigh notaba con total claridad el tono de vergüenza que teñía su voz.
—Una y otra vez, hasta que acabé hartándome y me negué a acudir a las citas. Entonces
Gwen comenzó a venir a mi habitación a flirtear conmigo, excitándome, dándome un beso,
rozándome, prometiéndome de todo. Y, al final, yo siempre cedía. Más tarde descubrí que su
caché había subido enteros al ofrecerme a mí como parte del pack; los más salidos estaban ya
apostando por quién lograría desflorarme...
La voz de Conn transmitió a Leigh todo el dolor de su corazón.
—Un día que llegaba un poco más temprano de lo habitual a la reunión del grupo de
estudio, les oí nombrarme y me detuve a escuchar en el pasillo. Se estaban riendo de mí,
bromeando sobre mi encoñamiento con Gwen; la única persona del grupo que salió en mi
defensa fue Andy. Así que abandoné el grupo y no volví a dirigirle la palabra a Gwen ni a nadie
más del grupo, salvo a Andy. Y mandé a la muerda la universidad, como antes había mandado a
la mierda el instituto. A los diecinueve ya estaba haciendo las maletas y marchándome a Boston.
Esta es toda mi patética historia en la universidad. Que sepas que te has echado de novia a un
típico caso de fracaso escolar...
Se detuvieron frente a la puerta de entrada de la propiedad de Sally y, cuando Conn hizo
amago de bajar del coche, Leigh la retuvo tomándole un brazo.
—Me he echado de novia a alguien que con dieciséis añitos estaba sola en una universidad
de prestigio y que lo único que quería era tener una amiga. Y por eso te utilizaron. No hay nada
de lo que avergonzarse. ¿Cómo ibas a saberlo? Me imagino lo que se debe de sentir cuando te
utilizan para ligar con unos salidos; es horrible. Me hubiera gustado estar ahí para darle una
buena patada en el culo a esa zorra.
Conn respondió con la voz embargada por la emoción:
—Eres consciente, por supuesto, de que acabo de volverme a enamorar de ti...
Leigh sonrió al escuchar las mismas palabras de antes y completó el juego:
—Y yo de ti. Nunca pares de repetírmelo.
— ¿Te apetece que entremos para seguir contándonos cosas?
—No. —Leigh pasó la lengua suavemente por su labio superior—. Me apetece que
entremos para echarte el polvo de tu vida.
Conn tomó un poco de aire.
—Vuelvo en dos segundos.
Brincó fuera del coche, echó una carrera hasta la puerta, marcó el código y a los pocos
minutos ya estaban en la cabaña.
Capítulo 10
Conn estaba tendida entre sábanas desechas, escuchando el sonido de la ducha. Se suponía
que Leigh y ella habían quedado con Andy dentro de una hora, pero no estaba segura de poder
reunir las fuerzas suficientes para salir de la cama.
Se estiró y se puso de espaldas, con las manos cruzadas bajo la cabeza y los ojos cerrados.
«Siempre pensé que lo de echar el polvo de tu vida no era más que una forma de hablar... Pero
no, mira tú.»
Apenas habían entrado en la cabaña, se arrancaron toda la ropa y dieron rienda suelta al
deseo, primero en el sofá y luego en la cama. Solo pensarlo hacía que el cuerpo de Conn
reaccionara de nuevo.
Notó de repente como las sábanas se deslizaban hacia abajo y una cálida boca recorrió sus
pechos, arrancándole unas risas. Gimió y abrió los ojos. Leigh la estaba mirando, con la lengua
lista para otro asalto.
— ¡Oh!, ¡si estás despierta! Yo que pensaba aprovecharme un poco de ti...
—Cariño, si volvemos a los jugueteos no llegaremos al restaurante... ¡Se lo he prometido a
Andy!
Leigh la miró con cierta solemnidad.
— ¿Y siempre cumples tus promesas?
—Sí, siempre. Además, ¿no tienes hambre? O... ¡tienes otro tipo de hambre!
Y tiró de Leigh haciéndola caer en la cama, donde forcejearon durante unos minutos,
haciéndose cosquillas y tronchándose de risa.
— ¡Vale, vale! ¡Para! ¡Me rindo! No, en serio, también creo que debemos acudir a la cita.
Y... ¡me muero de hambre! —Leigh apenas podía pronunciar bien, en pleno ataque de risa.
El efecto de las cosquillas fue remitiendo y se quedaron abrazadas durante unos instantes,
hasta que Conn suspiró.
—Lo mejor es que me dé una buena ducha, a ver si me despeja un poco.
Apenas había cruzado la puerta del baño cuando oyó a Leigh llamándola.
—Dime.
—Me has llamado «cariño»; es la primera vez que lo haces. Me gusta.
Conn se asomó por la puerta.
—Te quiero.
Leigh entornó los ojos y se tambaleó, dejándose caer de nuevo sobre la cama.
— ¡Métete en la ducha, muchacha, o no llegaremos nunca!
Conn se cuadró y vociferó:
— ¡Señor!, ¡sí, señor!
Según se vestía, Leigh decidió prepararse por si se animaban luego a salir de copas. Se
maquilló, pero con sutileza y naturalidad; era la primera vez que lo hacía desde que había dejado
su trabajo. Al final, iba a sacar algún provecho de todos sus años de modelo.
Cuando Conn salió de la ducha, Leigh ya estaba en la otra habitación, así que se vistió
rápidamente y se aplicó un poco de rímel y de brillo de labios. En cuanto entró en el saloncito, se
quedó de una pieza.
Leigh estaba esperándola de pie frente a la chimenea; llevaba puestos unos vaqueros
oscuros y botas de piel de serpiente. Su holgada camisa color ciruela, tan solo abrochada en la
cintura, apenas cubría una ceñida camiseta blanca con cuello en V El conjunto insinuaba la
suavidad de sus senos de manera muy excitante.
Cuando sus miradas se cruzaron, lo único que vio en los ojos de Leigh fue su amor por
ella.
—Eh..., bueno, hay que ir saliendo... ¡Dios, Leigh, estás impresionante!
—Muchas gracias. Uau, tú tampoco estás nada mal.
Conn había elegido unos pantalones negros de cuero y una vaporosa camiseta azul que
acentuaba su larga y fina figura, aportando cierto toque peligroso a su aspecto. El tono bronceado
de su piel hacía resaltar el azul de sus ojos.
Llegaron al restaurante con tan solo unos pocos minutos de retraso. Las condujeron hasta
su mesa, donde Andy y su invitada se levantaron para saludarlas, estrechándose las manos.
A Conn, la amiga de Andy, presentada como Sarah Ashland, le resultaba vagamente
familiar. Aunque, de hecho, era su nombre, más que su aspecto, lo que le sonaba más. Era
pequeña y menuda, de un rubio casi blanco y pálidos ojos azules; miraba a Conn como si la
conociera.
—No te acuerdas de mí, ¿verdad? —Sarah sonrió.
—Pues no, disculpa, no acabo de ubicarte, aunque me da la impresión de que nos
conocimos hace ya mucho tiempo.
—No pasa nada. Yo también estaba en Stanford, pero tres cursos por detrás de ti, aunque
tenemos más o menos la misma edad. Tú eras la responsable de un grupo de debate del primer
año, en el que yo estaba. Por la época, claro, tú ya eras una veterana.
Conn asintió.
—Nos tenías a todos embobados. ¿No te diste nunca cuenta de lo estúpidos que éramos?
Recuerdo que nos pasábamos notas entre nosotros sugiriendo preguntas para hacerte al final de
la clase, simplemente por retenerte un poco más.
Estas palabras transportaron a Conn a sus años de universitaria veterana, cuando se
convirtió en asistente del profesor de física para una clase de primero. El profesor Weiser solía
bromear diciendo que necesitaba sus ojos de caramelo para encandilar a los estudiantes y acudía
a Conn siempre que era posible.
— ¿Así que lo hacíais a propósito? ¡Y yo que no paraba de quejarme de que nunca me
había topado con un grupo tan torpe...! Durante las lecciones, parecía que ibais más o menos
siguiendo el hilo, pero la cantidad de preguntas redundantes durante los debates...
Sarah y Andy se rieron y Andy añadió:
—Cuando Sarah me habló de su encaprichamiento por una asistente del profesor y me la
describió, no necesité que me diera el nombre. Conn, no tienes ni idea de la cantidad de fantasías
que despertaste durante tus años universitarios...
Conn se ruborizó y la candidez de esta reacción enterneció a Leigh, que rozó su rodilla con
la pierna por debajo de la mesa. Conn respondió rozando a su vez la rodilla de Leigh.
—Bueno, bueno, eso explica muchas cosas. Llegué a pensar que era una profesora nefasta,
aunque, luego, vuestras calificaciones resultaron muy positivas; no entendía nada, la verdad...
Se acercó un camarero y pidieron una botella de Zinfandel. Se concentraron en la carta
pero, para cuando llegó el vino, la curiosidad de Leigh era ya incontenible.
— ¿Así que estáis juntas? —La sonrisa de respuesta de ambas la animó a lanzar una
segunda pregunta—. ¿Desde la universidad?
—Bueno, aunque en realidad nos conocimos en la facultad, en aquella época no nos
prestamos demasiada atención —respondió Andy—. Pero hace un año nos volvieron a presentar
y una cosa llevó a la otra, como se suele decir.
—Ajá, ¿y quién os volvió a poner en contacto?
De repente, ambas mujeres parecieron incómodas, per-turbadas. Leigh se enderezó en el
asiento y dijo:
— ¿He metido la pata? —lanzando una mirada a Conn, que parecía tan perpleja como ella.
—No, claro que no —respondió Sarah—. Es que... bueno, ejem, fue mi hermana quien nos
volvió a presentar. Bueno, mi medio hermana, en realidad. No nos llevamos muy bien, pero el
caso es que fue ella quien nos presentó...
Su voz se fue apagando hasta convertirse en un hilo al final, mientras dirigía una mirada
suplicante a Andy. Esta tomó aire y forzó una sonrisa.
—Su media hermana es Gwen. Por eso sé qué ha sido de ella estos últimos años. Por
mucho que intentemos evitarla, las obligaciones familiares hacen que reaparezca en nuestras
vidas de vez en cuando. Ahora ya lo sabéis, espero que no nos retiréis la palabra...
Leigh permaneció enmudecida, observando cómo los ojos de Conn se helaban y su
mandíbula se tensaba por momentos. Leigh apretó su muslo por debajo de la mesa y Conn lanzó
un suspiro.
—Si a mí me hicieran responsable de lo que hacen todos los miembros de mi familia, mi
vida sería un infierno. Andy, tú fuiste la única que me defendió. Sarah, podemos escoger a
nuestros amigos, pero no a nuestros familiares. Brindemos por las viejas amigas y por las
nuevas; me alegro de estar con vosotras.
Andy y Sarah parecieron tan aliviadas que Leigh pensó que iban a estallar los vasos en el
aire, con el entusiasmo del brindis.
Por fin llegó la cena y se concentraron en la misma hasta el momento del postre y del café.
Sarah, que había lanzado varias ojeadas furtivas hacia Leigh mientras cenaban, acabó
preguntándole:
—Pues el caso es que tu cara me suena. ¿Has sido modelo alguna vez?, ¿has aparecido en
portadas de revistas, o algo así?
Leigh miró a Conn, que acababa de levantar la vista hacia ella, y respondió, ruborizándose:
—Sí, me pagué la universidad posando como modelo. En realidad, fueron tan solo unos
años, pero de vez en cuando gente con muy buena memoria visual me reconoce aquí y allá.
Sarah lanzó una sonrisa radiante.
— ¡Qué bueno! No me ha sido difícil reconocerte porque, durante una época, fuiste mi
modelo favorita; no parabas de aparecer en portadas. Me alegra mucho que ahora estés con
Conn; me alegro mucho por las dos.
Y volvieron a brindar. Sarah preguntó:
—Y... ¿cómo os conocisteis?
Leigh no sabía muy bien qué responder, así que se giró hacia Conn.
—Nunca te he oído contarlo, así que te toca a ti.
—Nos conocimos a través de mi tía Jen —explicó Conn, con toda naturalidad—. Leigh era
su asesora financiera y se hicieron amigas. Por aquella época, ella estaba prometida y fue a pedir
consejo a Jen cuando... eh..., cuando rompió con su novio. Nos conocimos poco después y,
bueno, como decís, una cosa lleva a la otra y aquí estamos.
«Bueno, tampoco es que haya dado muchos detalles...», pensó Leigh, lanzando una mirada
a Conn, que le sonrió cándidamente.
A Sarah le debió de sonar de lo más natural, pues preguntó:
—Vaya, ¿y cuándo os disteis cuenta de que estabais enamoradas?
Leigh se adelantó:
—Bueno, darse cuenta y aceptarlo son dos cosas muy diferentes, en realidad. Cuando miro
hacia atrás, me doy cuenta de que me enamoré de Conn desde la primera vez que posé los ojos
en ella. Pero claro, por aquella época yo aún pensaba que era hetero. Esto retrasó un tanto la
marcha de los acontecimientos.
Se entabló una conversación fluida, de manera que decidieron seguir charlando en un bar
cercano. Era Andy quien lo conocía, así que Conn la siguió con el coche.
De camino, Leigh no paraba de contemplar el enérgico perfil de su amante.
—Me caen bien, estas dos mujeres. Me encanta escuchar historias sobre ti procedentes de
personas que te han conocido. Eres una persona muy buena, Conn; estoy orgullosa de estar
contigo.
Sabía que sus halagos iban a hacer que Conn se sonrojara, así que añadió:
—Cielo, te vas a tener que acostumbrar a que te cuente continuamente cómo me siento. Ya
sea bien o mal, la cosa es hablarlo.
Conn la miró:
—Ya lo sé y me encanta que me lo digas todo. Nadie, salvo Jen y Marina, lo hacen; vamos,
solo la gente que es realmente importante para mí. Cuando me cuentas lo que piensas, le doy más
importancia y me apetece que hablemos de ello. Es cierto que no es que esté muy acostumbrada
a hablarlo todo, pero contigo me parece más sencillo.
Llegaron a un aparcamiento bastante lleno y Andy y Sarah dieron antes con una plaza
libre, así que aparcaron y saludaron con la mano, indicando que iban pasando al bar mientras
Conn buscaba algún hueco. Una vez hallado, la pareja permaneció un momento sentada y
hablando.
—Me pareces encantadora, cada vez que te veo esquivar el tema de tu pasado como
modelo, ¿sabes? —dijo Conn—. Ya he conocido a unas cuantas modelos y siempre he pensado
que no tienen mucho en su linda cabecita. Tú, en cambio, no te das ningún aire en lo que a esa
parte de tu vida se refiere, lo que me parece admirable.
Dicho lo cual, lanzó una traviesa sonrisa.
—Pero yo sí que me voy a dar aires... ¡Mi chica es modelo!, ¡me he ligado a una chica de
portada!
Echó la cabeza hacia atrás, tronchándose de risa mientras repetía la cantinela. Salieron del
coche y se dirigieron hacia el bar, con Leigh rogándole que parara de una vez.
** *
Conforme entraron en el bar, Leigh buscó con la mirada los baños y, dándole a Conn un
rápido beso, le señaló los mismos y se dirigió hacia allí.
Conn se quedó parada, con las manos metidas en los bolsillos traseros mientras buscaba
con la vista a Andy y Sarah. Sintió de repente una mano en el codo y giró sonriente, pensando
que se trataba de Leigh, pero lo que vio le hizo tragarse la sonrisa de golpe. Ahí estaba plantada
Gwen Edwards, mirándola de una manera que hizo que se sintiera como un ratón frente a una
serpiente cascabel.
— ¡Conn!, ¡qué bueno volver a verte! ¡Cuánto tiempo! ¿Sabes que Andy también está por
aquí? Venga, ven, ¡nos tenemos que contar un montón de cosas! Andy está ahí, con mi hermana
Sarah.
Agarró a Conn por la mano y la llevó hasta donde estaban sentadas Andy y Sarah, cuyo
aspecto era la angustia personificada.
Conn se transformó de repente en una torpe quinceañera, incapaz de resistirse a los deseos
de Gwen. Se sentó en la mesa y Gwen tomó una silla de una mesa cercana.
— ¡Estás fabulosa! ¡No puedo creerlo!, ¡ha pasado tanto tiempo desde la última vez que
nos vimos...!
Cuando Leigh por fin salió del baño y buscó a Conn y a sus amigas por el bar, a la primera
que vio fue a Andy, así que se dirigió hacia la mesa. Pero, de repente, vio que había otra mujer
sentada al lado de Conn, muy al lado de Conn. Así que Leigh se detuvo antes de llegar y se
quedó estudiando un poco la extraña escena: Andy y Sarah estaban totalmente rígidas y lo más
lejos posible de las otras dos; Conn parecía casi catatónica, como ida. La desconocida posó la
mano sobre el brazo de Conn y esta se quedó mirándola como si acabara de aterrizar ahí mismo
un marciano. « ¿Qué diablos...? ¡Espera!, mucho cuidado... ¡Creo que estoy a punto de conocer a
la infame Gwen!»
Necesitó algunos segundos más para hacerse con la situación e idear un plan de acción. Se
movió de manera subrepticia para poder ver la cara de Gwen y observar las interacciones que se
desarrollaban en la mesa. Aunque «interacciones» no parecía precisamente el término más
adecuado; «asalto y derribo» fue lo primero que le vino a la mente a Leigh.
Gwen no paraba de hablar y las demás solo respondían; su mirada tenía un brillo
predatorio y daba la sensación de que Conn iba a ser la próxima presa. Esta parecía una frágil
niñita ahí sentada, oteando desesperada hacia los baños.
«Ya está bien. Es hora de rescatar a mi amor.» Y Leigh adoptó un papel para el que había
sido entrenada desde su más tierna infancia, observando a su madre, superando con elegancia
puestas de largo y otras galas de alto copete y conociendo a toda la gente bien de cada lugar.
Sumando a esto toda su experiencia como modelo, reunió suficiente voltaje para deslumbrar a
todo el mundo a su alrededor y se transformó en Leigh Grove, la chica de las portadas de moda.
«A la gente como Gwen le encanta toda esta muerda... ¡Mi madre estaría orgullosa de mí!»
Se alzó en toda su altura, tiró del escote de su camiseta para insinuar aún algunas curvas
más y caminó directamente hacia la mesa, con la mirada clavada en Conn, que, estupefacta, la
vio acercarse. Leigh le guiñó un ojo, rodeó sinuosamente la mesa hasta situarse detrás de ella y
plantó de modo posesivo las manos sobre sus hombros. Las deslizó hacia abajo, casi hasta rozar
las cimas de sus senos, y, abrazándola, besó sonoramente su mejilla, tras lo cual se echó hacia
atrás para contemplar los ojos como platos de las ahí sentadas.
—Perdonad, estaba empolvándome la nariz... No, en serio, estaba mirando unos trapitos.
¿Me he perdido algo?
Y clavó la mirada en Gwen, como si la viera por primera vez, dedicándole una
deslumbrante sonrisa. Puro glamour. Tras lo cual deslizó la mirada hacia la mano de Gwen, que
estaba posada sobre el brazo de Conn y que se retiró como si acabara de recibir un calambrazo.
Leigh adelantó su mano hacia ella.
—Hola, soy Leigh, la pareja de Conn.
Con la excusa del apretón de manos, se inclinó un poco más y se percató de que Gwen
lanzaba una rápida ojeada hacia sus pechos y su cuerpo. «Perfecto», pensó.
—Ejem... soy Gwen Edwards, una vieja amiga de Conn. De Stanford.
Enfatizó la última palabra, como intentando retomar el control de la situación.
Leigh amplió su encantadora sonrisa. ¿Quería jugar?, pues iban a jugar.
— ¡Vaya, otra chica de Stanford! ¡Estoy rodeada! Una pobre yanqui como yo...
Gwen se envalentonó, creyendo tomar la delantera.
— ¡Oh!, ¿y en qué universidad has estudiado? —preguntó, con ciertos aires.
—En Harvard; bueno, solo la diplomatura. La licenciatura la saqué en Wharton. ¿Y tú,
dónde te has licenciado?
El maquillaje de Gwen pareció perder lustre.
— ¿Yo?, eh..., bueno, en realidad no he hecho licenciatura... Es que me casé.
— ¿Con un hombre? ¡Eso sí que debe de ser divertido! Ahora nos lo cuentas, Gwen.
¿Alguien quiere una copa?
Leigh paseó la mirada por la mesa, viendo que Sarah estaba a punto de estallar de risa y
Andy simulaba un ataque de tos. Ambas apenas si lograron sacudir negativamente sus cabezas.
En cuanto a Conn, aunque boquiabierta, seguía muda.
Gwen contraatacó a la desesperada:
— ¿Así que vienes de mirar ropa? ¿Y qué puede ponerse una en un antro como este?
—dijo con arrogancia, mientras barría con una mirada de desprecio a toda la clientela del lugar.
La sonrisa se esfumó al instante de la cara de Leigh, que replicó, agachándose sobre Conn:
—Pues he encargado una camiseta especial para Conn, en la que pone: “¡Ojo!, propiedad
privada —dijo mientras dibujaba la frase, haciendo círculos con el dedo por los pechos de Conn;
se detuvo y bajó la mano para escribir la siguiente línea—. Intrusos serán tiroteados».
Lanzó otra brillante sonrisa.
— ¿Te gusta la idea?
Gwen se levantó de golpe, casi derribando la silla.
—Me encanta... Bueno, me tengo que ir. Encantada de haberte vuelto a ver, Conn.
Encantada de conocerte... Leigh. En otra ocasión ya charlamos un poco más. Chao.
Salió del bar casi corriendo. Leigh se golpeó las palmas, como desempolvándose, mientras
contemplaba la silueta a la fuga.
—Chao, encanto.
Una dienta cercana comenzó a aplaudir y, al poco, se fueron uniendo más, de manera que
todo el bar acabó lanzando vítores. Es evidente que debían de conocer ya a Gwen.
Leigh amagó una reverencia y un giro para saludar al público, cuando oyó por detrás unos
extraños ruidos: se trataba de Andy y Sarah boqueando en busca de aire mientras aporreaban la
mesa; las lágrimas se les saltaban de los ojos. Conn, por fin sonriente, mantenía la mirada en la
puerta, que aún hacía vaivenes tras la salida de Gwen.
Leigh se dirigió tranquilamente hacia su silla, le dio la vuelta y se sentó a horcajadas
apoyando los brazos en el respaldo y mirando a sus amigas.
— ¿Decíamos...?
— ¿«Propiedad privada»...? —logró decir Conn—. ¿«Intrusos serán tiroteados»...?
Leigh respondió con los párpados semicerrados:
—Aja. ¿Algún problema con ello, muñeca?
—Ninguno, pedazo de tortillera chunga —respondió por fin Conn—. ¿Te marcas un baile
conmigo?
— ¿Conque tortillera, eh? Sí, definitivamente, creo que me gusta. Bailemos. Pero recuerda:
llevo yo.
“¡Uau!», exclamaron todas en la mesa.
Capítulo 11
Resollando y sudando, Leigh se esforzaba por seguir el paso de Conn mientras corrían por
una pista que rodeaba el lago y que habían tomado cerca de su cabaña. Conn se había despertado
bien pronto y había levantado a Leigh para hacer un poco de jogging.
Tras la escenita con Gwen, varias dientas del bar habían insistido en invitarla a copas así
que, cuando por fin regresaron a la cabaña, Conn tuvo que sujetarle dulcemente la cabeza
mientras Leigh expulsaba en la taza del váter lo que le quedaba do cena.
Si bien Conn había dejado de beber unas cuantas horas antes que Leigh, ambas mujeres se
despertaron resacosas. Conn aseguró entonces que la mejor cura consistía en sudar todo el
alcohol y beber mucha agua; aunque la única manera de convencer a Leigh fue prometiéndole un
potente desayuno a base de grasa tras la carrera. La teoría de Leigh era que la grasa absorbía el
alcohol, aunque eso no parecía convencer mucho a Conn.
No obstante, acordó con Leigh ir al restaurante a desayunar, pero corriendo. Lo que
«olvidó» mencionar era que se hallaba a unos cinco kilómetros de distancia, por un terreno lleno
de subidas y repechos.
Cuando Leigh se dio cuenta del engaño, intentó acercarse a Conn para estrangularla, pero
la traidora lograba siempre escapar de sus garras.
— ¡Cariño... si lo hago por tu bien! Hace tiempo que no hacemos un poco de deporte. Más
tarde, me lo agradecerás.
Entre jadeos y resoplidos, Leigh logró replicar:
— ¡Oh, sí, claro... que te lo voy a agradecer!... Estoy pensando... formas de agradecértelo
que... incluyen dolorosos... castigos corporales... Si te pararas un poco... te lo podría agradecer...
ahora mismito... cielo...
—Mmm, ¿conque dolorosos castigos corporales? ¡Promesas, siempre promesas, cariñito!
Venga, que ya no queda tanto. Recuerda el fabuloso desayuno que te vas a pedir; ¡todo lo que tu
tóxico cuerpecillo desee! ¡No te pares!
Reprimiendo sus urgentes deseos de pararse y volver a vomitar bajo el pino más cercano,
Leigh siguió moviendo de forma mecánica las piernas. Al cabo de un rato comenzó a sentirse
algo mejor, aunque, por supuesto, no estaba dispuesta a admitirlo.
— ¿Cielito? ¿Exactamente..., a qué te refieres con eso de... « que ya no queda tanto»? Es
para ajustar bien... mi ritmo, ¿sabes?
Conn se giró y siguió corriendo de espaldas, sin esfuerzo aparente.
— ¡Oh!, pues un par de kilómetros o así. Justo después de esa colina que ves en el
horizonte. Poca cosa ya, capullito de alelí...
Le dedicó una cándida sonrisa, se giró y aceleró su ritmo. Leigh contempló las hermosas y
musculosas piernas de Conn alejándose con rapidez; hubiera querido gritar, pero no tenía fuerzas
para ello. Anoche, Conn se había librado de las últimas rondas porque le tocaba conducir de
vuelta.
— ¡Mi-er-da! —exclamó—. Nunca más... ¡Esto me pasa... por dármelas... de heroína!
¡Así... me lo agradecen!
Lanzó el último comentario hacia Conn, aunque esta no debió ni de oírlo, pues acababa de
desaparecer tras una curva.
Era tan pronto que no se habían cruzado con ningún otro corredor; esa era otra de las
quejas de Leigh. “¡Menudas horas intempestivas para ponerse a sudar!»
Al doblar la curva, dos fuertes brazos la tomaron en volandas entre risas, dándole un buen
vaivén hasta que la depositaron suavemente en el suelo.
— ¡Siempre serás mi heroína, cariño! No lo olvides. Siempre.
Conn besó la frente de Leigh, que jadeaba y se colgaba de ella.
— ¿Significa eso... que ya... no puedo... estrangularte?
—Puedes hacerme lo que quieras; soy toda tuya.
Leigh resopló:
—Vale..., pues descartamos el estrangulamiento. Vayamos a comer algo... Tú guías...
melocotoncito...
Conn la soltó y esprintó, gritando:
— ¡Pues sígueme, trocito de cielo...!
Tras beber litros y litros de agua, y tomarse una aspirina, Leigh comenzó a pensar en el
pantagruélico desayuno que se iba a pedir. Estaban en su cafetería preferida. Miró hacia Conn,
que estaba sumida en la lectura de un mensaje en su móvil.
— ¿Quieres casarte conmigo?
Las palabras surgieron tan espontáneas de los labios de Leigh que ella misma se sorprendió
y casi miró hacia un lado, como para ver quién acababa de hablar. Pero los ojos de Conn seguían
pegados a la pantalla del móvil.
— ¿Mmm?
«No me ha oído. Aún puedo desdecirme... Pero no lo voy a hacer.»
Conn pareció arrancarse a sí misma del móvil y, sin llegar a mirar directamente a Leigh,
preguntó:
— ¿Qué has dicho?
— ¿Quie-res ca-sar-te con-mi-go?
Leigh notó que Conn, aunque abría ligeramente la boca, tampoco se quedó boquiabierta.
«Esto podría ser una buena señal.»
—En California no podríamos hacerlo de forma legal: el intento quedaría bloqueado en los
tribunales durante años...
Leigh sintió un nudo en el estómago. « ¿Significa eso que no?», pensó. Se enderezó en el
asiento y volvió a intentarlo:
—Bueno, pues otra vez: ¿quieres casarte conmigo?
Conn permaneció inmutable, cerró el móvil y lo posó en la mesa. Se inclinó sobre esta y
miró a Leigh directamente a los ojos.
—Sí. Cuando sea y donde sea, sí.
De repente, detrás de Conn sonó un carraspeo que hizo que ambas mujeres pegaran un
respingo. Ahí estaba plantada la misma camarera del día anterior, sosteniendo una bandeja y con
los ojos bañados en lágrimas. Tras servir la mesa, vaciló un momento y se ruborizó antes de
decir:
— ¡Felicidades! ¡Me alegro tanto por vosotras...!
Abrazó a ambas y volvió corriendo al trabajo. Leigh se encogió de hombros.
—Bueno, pues supongo que esto ya lo hace oficial; nuestra amiga nos ha dado su
bendición.
Cuando regresaban andando a la cabaña, juntas y calladas, Conn acabó preguntando, sin
levantar la mirada del suelo: — ¿Significa eso que estamos prometidas?
—Cariño, ya sé que he sido yo quien lo ha propuesto, pero si te digo la verdad no sé muy
bien qué contestarte. Si lo planteamos en términos tradicionales, pues sí, supongo que estamos
prometidas. Tú acabas de comprometerte a pasar el resto de tu vida a mi lado. ¿Qué se siente?
Leigh también estaba tratando de hacerse a la idea. Caminaron un poco más.
—Bien, me siento bien, salvo...
— ¿Salvo qué? —Leigh se preparó para lo peor.
—Salvo que pretendas tener una de esas «relaciones abiertas»; de esas en las que cada una
puede tener sus líos personales pero siempre acaba volviendo a casa... Yo no quiero eso ni quiero
estar con nadie que no sea contigo, punto. Me dolería demasiado.
Leigh obligó a Conn a mirarla a la cara y le dijo:
—Pero, a ver: ¿por qué querría yo estar con otra mujer teniéndote ya a ti? Si te he
propuesto matrimonio es porque te quiero toda enterita sola para mí y solo quiero entregarme a ti
para el resto de mi vida. Estoy enamorada de ti, Conn. Nunca le he dicho esto a nadie más que a
ti. No quiero estar con nadie que no seas tú. ¿Te parece lo bastante claro?
Una tímida sonrisa cruzó la cara de Conn.
—Pues ahora... yo es que no sé qué hacer. ¿Qué quieres que hagamos ahora?
Leigh entrecerró los ojos y susurró:
— ¿Has hecho alguna vez lucha grecorromana bajo la ducha?
Conn comenzó a sonreír y, de repente, Leigh se puso a correr gritando:
— ¡Tonta la última!
Y se dedicaron a perseguirse entre sí hasta llegar a la cabaña, tirándose y empujándose para
entrar la primera e incluso intentando pasar las dos a la vez por la puerta de entrada. Entonces
Leigh reparó en una notita que había prendida en la misma, dirigida a las dos.
Cuando la abrió, Conn ya estaba en el baño abriendo el agua de la ducha. Leigh le indicó
que no se desvistiera aún.
—La nota dice que miremos las noticias, en cualquier canal. Es de Sally.
— ¿Por qué no miras si hay un mando a distancia? Estaré fuera de la ducha en cinco
minutos.
Leigh se puso a mirar por todas partes y acabó aceptando que tal vez no hubiera ningún
mando en la cabaña. Así que encendió un pequeño y viejo televisor que habían ignorado hasta
entonces, poco convencida de que ni tan siquiera funcionara. Tras unos instantes de
calentamiento, apareció una imagen, un tanto temblorosa. Era un anuncio, así que se puso a
buscar un canal de noticias. De repente, una foto de Marina llenó toda la pantalla.
— ¿Conn? ¡Ven, es algo sobre Marina!
El volumen estaba tan bajo que no podía oír apenas nada, así que se puso a buscar el
regulador de sonido.
—Probablemente Marina haya logrado sacar a la luz otra noticia bomba... ¡Esta mujer es
increíble!
Conn apareció envuelta en una toalla, lista para meterse en la ducha.
—Ajá, esa es Marina.
El televisor por fin sonó: “¡Noticia de última hora! Marina Kouros, la galardonada
periodista internacional, y su cámara Jim Stone han sido secuestrados. Se hallaban en Pakistán
realizando un reportaje cuando unos asaltantes desconocidos han atacado su vehículo, disparado
al conductor, que murió en el acto, y se los han llevado a un paradero desconocido. No se ha
vuelto a saber nada sobre el asunto desde hace cinco horas. Las autoridades locales han abierto
una investigación».
Antes de que el periodista acabara su breve locución, Leigh había rodeado con el brazo la
cintura de Conn. Esta se había quedado petrificada y pálida desde las primeras palabras.
— ¡No es posible! —exclamó Leigh—. Marina es una de las periodistas más famosas y
respetadas del mundo. ¡Es tan popular que nadie se atrevería a hacerle nada!
Leigh estaba abrumada entre la incredulidad y la preocupación por Conn.
—Voy a por el portátil; en Washington sabrán qué diablos está pasando —dijo Conn
secamente—. Lo mejor será...
Sin terminar la frase, Conn intentó romper su parálisis. Entonces Leigh colocó una mano
sobre su pecho, suavemente pero con firmeza.
—No, Conn, espera. Antes tienes que llamar a Jen, a París, y enterarte si conoce ya la
noticia. Ahora te necesita.
Conn pareció reparar en Leigh por primera vez; sus ojos mostraban miedo.
—Pero... ¡pero tengo que hacer algo!
— ¡Por supuesto! Primero llama a Jen y asegúrate de que esté bien. Luego ya te puedes
duchar y, cuando salgas, pensamos algún plan. Algo se nos ocurrirá.
Leigh vio lágrimas rodando por las mejillas de Conn y la abrazó con fuerza.
—Está bien, niña, resolveremos esto juntas. Todo saldrá bien.
Conn se apretó a Leigh con desesperación; su cuerpo temblaba de miedo y rabia.
Tras llamar a Jen, se dieron una ducha y se sentaron a la espera de noticias; se quedaron
pegadas a la televisión durante lo que quedaba de día y parte de la noche.
Leigh no logró que Conn comiera algo. Ya por la noche, Sally apareció con Loup y con
una buena fuente de espaguetis y las invitó a ir a la sala común, donde el resto de los huéspedes
estaban siguiendo las noticias en una pantalla gigante. Leigh le dio las gracias, pero le dijo que
en esos momentos preferían estar solas.
Finalmente, hacia la medianoche apagó el televisor y obligó a Conn a acostarse,
recordándole que dejaban el móvil encendido y a mano. Se desvistieron y Leigh se acostó
abrazando a Conn, intentando transmitirle su calidez, amor y seguridad.
Cuando Conn por fin logró relajarse y dormirse, Leigh seguía despierta, con el corazón
dolorido, preguntándose cuál sería el precio a pagar por la libertad de Marina.
Capítulo 12
El tecleo en el ordenador era lo único que se oía en la habitación; Conn buscaba noticias
relacionadas con Marina. Leigh leyó y releyó por enésima vez el mismo párrafo de un libro que
había tomado de la biblioteca de la cabaña, que hubiera podido perfectamente estar al revés sin
que ella se hubiera percatado. Enfundadas en negro, ambas mujeres estaban listas para salir;
Leigh había insistido en acompañar a Conn, aunque solo fuera para quedarse todo el rato sentada
en el coche.
— ¡Nada nuevo! No hay más que refritos de las mismas noticias ya pasadas...
— ¿Y eso significa algo?
Conn suspiró y dijo:
—Esto no me gusta. Está demasiado tranquilo.
Leigh sintió mariposeos en el estómago y, harta del mismo párrafo, lanzó el libro sobre la
mesa. Conn comprobó el reloj.
— ¡Hora de llamar a Maggie!
Cerró el portátil y llamó, intercambiando con ella solo unas pocas palabras. La
conversación duró menos de un minuto, de principio a fin, pero dicho minuto podía determinar
sus vidas.
—Nos vamos a Tahoe City, en la orilla norte, hasta un embarcadero —explicó Conn—.
Hemos quedado al final del muelle dentro de cuarenta minutos. Vamos.
Se montaron en silencio en el coche. Conn metió en la guantera unos prismáticos de visión
nocturna y una cámara digital con una lente de rayos infrarrojos. Llevaba también encima su
cuchillo de buceo y una pistola.
Leigh la miró, sintiéndose pequeña e indefensa. Conn lo notó y no le gustó la sensación,
así que, de una mochila que había detrás del asiento, sacó un objeto fino, de unos quince
centímetros de largo y de un negro nacarado, y se lo tendió a Leigh, que se puso a analizarlo,
preguntándose para qué servía.
Conn lo colocó adecuadamente en la palma de Leigh, indicándole:
—Presiona la parte rugosa de arriba... con cuidado.
Lo hizo y salió, como una centella, una hoja acerada y pulida.
— ¡Una navaja automática! Nunca había visto ninguna antes. ¿No están prohibidas?
Conn no respondió.
—Oh, gracias. —Leigh tragó saliva; el miedo estaba afectando a su capacidad para
razonar. Sintió su cuerpo tan frío como la hoja de la navaja.
—Quédatela, pero solo para usarla en defensa propia o para ganar tiempo antes de huir. No
dejes que nadie vea que la llevas encima. Familiarízate un poco con ella mientras llegamos al
embarcadero.
Leigh la examinó más de cerca y reparó en unas letras grabadas en el mango: «CS».
— ¿Te la han regalado?
—Sí, fue un regalo de un hombre con el que trabajé. Él me enseñó a usarla antes de irnos
juntos a una misión, a una de tantas. El cuchillo me salvó la vida, pero, por desgracia, yo no pude
salvar la de él.
—Lo siento mucho, Conn.
—Bueno, ambos éramos conscientes de los riesgos que corríamos. En cualquier caso,
ahora ya es tuya; quiero que la lleves contigo.
Conn hablaba sin mirarla, obviamente furiosa por los recuerdos que acudían a ella.
—No, Conn, debes llevarla tú. Tal vez la vuelvas a necesitar para salvar la vida y yo quiero
que regreses sana y salva de donde sea que te envíen.
La moral iba empeorando por momentos. Estaba ocurriendo de verdad, no se trataba de
una mala película de acción y tiros, aunque Leigh lo hubiera preferido, desde luego.
Conn sonrió con cierta tristeza.
—Le he dicho a Maggie que esta va a ser mi última misión. Seguiré con mi negocio legal y
colaboraré aportando información, pero nada más. Quiero estar fuera.
Leigh agradeció la decisión de Conn, aunque no pudo evitar la pregunta:
— ¿Y no puedes rechazar ya esta misión?
—No lo sé, tengo mis dudas. En cualquier caso, ellos mismos me consideran más valiosa
llevando una vida normal y llamándome solo cuando soy la única persona que puede desempeñar
una misión. En todo caso, esta será la última, sí o sí. Bueno, vamos, no podemos llegar tarde.
Mientras Conn arrancaba el coche, Leigh le dio un fuerte abrazo y lo deshizo para sentarse
y encarar la fría noche.
—Vamos.
Conn condujo a gran velocidad hacia la orilla norte del lago Tahoe, superando los repechos
y curvas con agilidad, mientras Leigh se ocupaba de controlar la vigilancia trasera y de
familiarizarse con la navaja automática, intentando contener su ansiedad.
— ¿Por qué algunos coches aparecen en rojo, otros en verde y otros en amarillo?
—El verde significa que es la primera vez que el aparato identifica al coche; el amarillo,
que no es la primera vez, pero que está dentro de los parámetros razonables; el rojo, que el
aparato lo ha registrado demasiadas veces o que se está acercando demasiado rápido. ¿Hay
alguno en rojo?
—Pues sí... ¿y ahora qué hacemos? —Aunque Leigh estaba angustiada, intentaba mantener
un tono normal de voz.
—Pulsa este botón y toca al vehículo en rojo en la propia pantalla. El aparato va a localizar
dónde lo ha registrado anteriormente y también va a aportar una estimación de riesgo...
Leigh miró la pantalla, tocó el coche en rojo y leyó:
—«Volvo, modelo antiguo, color claro, visto dos veces en los últimos veinte minutos.
Nivel de riesgo: mantener vigilancia.»
—Bueno, pues no le quites el ojo y mira a ver si puedes usar tu retrovisor para vigilarlo.
Leigh se dedicó entonces a seguirlo tanto por la pantalla como por el retrovisor, intentando
hacer coincidir la imagen del aparato con los faros que destellaban en el espejo. Justo cuando lo
estaba logrando, el vehículo giró por una secundaria hacia el lago.
—Se ha ido.
—Bien. El aparato ya lo tiene registrado como sospechoso y ha guardado sus datos. Si
volviera a aparecer, lanzaría una señal de alarma. Buen trabajo. Ya estamos llegando.
Tras estudiar la pantalla un poco más, Leigh preguntó:
— ¿Cuánto de preciso es este bicho? ¿Nunca da falsos positivos?
—Rara vez. —Conn le lanzó una mirada de aprecio—. Solo se dan algunos problemas en
caso de mal tiempo; una lluvia torrencial, una buena nevada o vientos muy potentes pueden
generar distorsiones en los registros.
Tras pasar Tahoe City, Conn siguió una larga y oscura carretera y, cuando llegó a su final,
se echó a un lado. No había más coches ni ningún edificio cercano. Estrictamente reservado para
los residentes, el embarcadero era visible desde un campo blanqueado con unos cuantos
centímetros de nieve. Estaban esperando a Conn; cualquier intruso hubiera tenido muy difícil
pasar desapercibido. Dirigió sus prismáticos nocturnos hacia el muelle y vio a una solitaria figura
al final del mismo.
—Hay alguien plantado al final del embarcadero—susurró—. ¿Será Maggie?
Entonces se dio cuenta de que Leigh estaba usando el zoom de la cámara digital con
infrarrojos para intentar distinguir la figura; ¡era sin duda una chica con ideas!
—Ajá... Sí, parece ella —dijo Conn.
— ¿Y qué pasaría si alguien tuviera un rifle con una lente de este tipo?
—Mmm... bueno, estoy segura de que el área está controlada.
—No sería entonces buena idea que yo fuera para allá y me presentara directamente.
— ¡Ni se te ocurra, Leigh! ¡Podrían dispararte!
Leigh sonrió.
—Oh, bueno es saberlo. ¿Puedes entonces traerla hasta el coche y presentarnos? Después
de todo, ella sabe un montón de cosas de mí y yo no sé ni qué aspecto tiene.
—La verdad, no creo que sea una buena...
Leigh la interrumpió tomando su mano.
—Está a punto de enviar a la mujer que amo a una misión peligrosa... Quiero mirarla a los
ojos.
Tras unos segundos de vacilación:
—Se lo sugeriré.
Conn salió en silencio del coche.
—Tal vez quieras que Leigh escuche esto, también le atañe a ella. Apostaría a que está en
ese coche, ¿no?
— ¡Mierda, Maggie, es una civil! No podemos implicarla. No vas a usarla para conseguir
lo que quieres...
—Eso ya no está en mis manos, Conn. Sabes perfectamente que, cuando obtuvo toda esa
información de la oficina de Peter Cheney (cosa que, a propósito, hizo bajo tus instrucciones),
nos aportó, sin darse cuenta, la pista que buscábamos sobre una red de terrorismo internacional.
Eso nos permitió evitar que se hiciera con una linda suma de muchos ceros, mediante fraude
especulativo, dinero que iban a usar para financiar sus operaciones terroristas. Mira, aquí hace
mucho frío y no me apetece andar repitiéndolo todo, así que vayamos a tu coche y os lo cuento
allí. Los acontecimientos se han precipitado.
Conn asintió aturdida, Maggie susurró algo al micrófono oculto en su manga y ambas se
echaron a andar hacia el coche.
Leigh, en efecto, había estado observando la escena desde la distancia y, cuando vio que se
dirigían hacia el coche, hizo acopio de todo su valor para hacer frente a la misteriosa Maggie.
Pero no estaba preparada para el gesto que traía Conn en la cara ni para el hecho de que
Maggie se colara directamente en el asiento de atrás y dijera:
—Señorita Grove, me llamo Maggie Cunningham. Me hubiera gustado conocerla en
circunstancias menos graves.
Se retiró un guante y le tendió la mano. Con espontánea educación, Leigh se la estrechó.
—Por favor, llámame Leigh. A mí también me hubiera gustado.
Maggie se recostó pesadamente en el asiento y Leigh rozó un brazo de Conn para llamar su
atención.
— ¿Por qué no encendemos los calentadores de asientos? Seguro que Maggie tiene frío.
Leigh esperaba que este pequeño detalle banal distendiera un poco el ambiente, aunque de
poco sirvió para ella, pues se notaba cada vez más nerviosa.
Después de que Maggie explicara lo que acababa de hablar con Conn, Leigh dijo:
— ¡Vaya!, ¡es genial!, ¿no? Me refiero a lo de haber evitado un fraude financiero.
Miró a Conn buscando una confirmación de su entusiasmo, pero esta no se inmutó.
—Sí, lo es. En la Comisión de Valores y en el FBI aún lo estamos celebrando. De hecho, te
debemos una. Pero esto no acaba aquí. Dieter y esa mujer, Johnson, que aún no hemos logrado
localizar, están relacionados con algo mucho más gordo. En el ámbito del terrorismo global, a
menudo se dan extraños compañeros de cama. Algunos tienen razones religiosas para intentar
derrocar a nuestro gobierno; otros, razones ideológicas para expulsarnos de áreas estratégicas; a
otros, finalmente, les importa todo una mierda, con tal de acumular dinero y poder. Cada uno
piensa que los otros son idiotas, pero idiotas útiles, y así se forman pequeñas alianzas,
fraternidades coyunturales. Intercambian información, recursos y cadáveres. Un hombre bomba
por aquí, un asesinato por allá, un fraude financiero para seguir engrasando la maquinaria... A fin
de cuentas, todo se reduce a poder, codicia y odio; incluso a menudo, en nuestro propio bando.
Tal vez no seamos tan malos como ellos, aunque es solo una cuestión de grado.
Maggie se frotó la cara, como intentando aclararse las ideas, y le dijo a Conn:
—Lo que es importante tener claro es que estas «fraternidades» son precisamente eso: la
mayor parte de sus miembros son hombres. Las mujeres, con algunas llamativas excepciones, no
son más que peones y se mantienen en los márgenes. Vale, basta ya de geoestrategia de salón;
esta es la situación: el caso es que vosotras dos habéis desatado una buena tormenta que ha
cobrado vida propia. Los hemos jodido a base de bien y ahora quieren venganza. Y saben que
hay dos mujeres en el origen de su problema: vosotras dos. Así que han contactado con la
agencia de noticias de Marina ofreciendo un trato: tú y Leigh a cambio de ella. El intercambio se
hará en Pakistán, dentro de cinco días.
— ¿Cómo?, ¿y por qué quieren también a Leigh? Ella no ha actuado de forma consciente.
En realidad, los hemos pillado por la torpeza del propio Dieter. Y, en todo caso, es mi equipo
quien ha ido a por ellos. Leigh queda fuera de todo esto. Iré yo sola. Además, ni siquiera
sabemos si Marina sigue viva.
Conn apretaba con fuerza las mandíbulas. Leigh se daba cuenta de que Maggie estaba
observándola, observándolas, y dijo con calma:
—Deja que termine de hablar, cariño.
—Hemos verificado que Marina sigue viva, por lo menos lo seguía ayer mismo. Y
pensamos que seguirá a salvo mientras la consideren una buena moneda de cambio. También
sabemos que su fotógrafo, Jim Stone, ha sido ejecutado.
Conn boqueó sorprendida.
— ¡Jim! ¿Lo sabe Jen?
—No, la agencia de noticias aún no lo ha difundido.
— ¿Y qué pasará si aceptamos el intercambio? —preguntó Leigh.
—Nuestra idea es liberaros, en cuanto Marina esté a salvo. No vamos a permitir que se nos
escapen.
—Vale, pero... ¿quién sabe cuáles son sus intenciones? ¿Y si nos matan inmediatamente?
¿O si prefieren violarnos y torturarnos?
Leigh no se podía quitar de la cabeza al hombre que había estado persiguiéndola. Ya sabía
de qué madera estaban hechos...
— ¡Olvídalo! De ninguna manera te vas a meter tú en esto. O voy sola o no hay
intercambio.
La cara de Conn era como una roca. Leigh intervino a su vez, mirando a Maggie a los ojos;
el énfasis de su tono de voz le sorprendió incluso a ella misma.
—Responde a mi pregunta: ¿qué harían con nosotras?
Maggie le devolvió la mirada con firmeza.
— ¿Que qué harían contigo? Eres una infiel y los has jodido bien. Seguirán el clásico
método de violación y tortura, antes de matarte; probablemente, todo ello en presencia de Conn.
Leigh se tuvo que tragar la bilis, que amenazó con llenarle la boca, y se quedó mirando a
Conn, que estaba ahora más pálida que la luna.
— ¿Y a Conn? ¿Qué le harían a ella?
—Ella es el premio gordo. Aunque no sea tan conocida como Marina, su fama dentro del
mundo del espionaje, junto a todo el daño que les ha hecho a lo largo de los años, la convierten
en una presa muy valiosa. Pueden intentar venderla al mejor postor, o bien sacarle toda la
información posible para venderla después y un montón de cosas más que ni nos imaginamos.
Después de todo eso, si no lográramos rescatarla a tiempo, su final sería como el tuyo.
Todas permanecieron en silencio hasta que Leigh dijo algo que ni ella misma se creía
capaz de decir:
—Creo que lo más inteligente es lo que está planteando Conn. Si yo voy también y no
podéis rescatarnos, si algo sale mal, podrían servirse de mí para controlar fácilmente a Conn. En
cuanto a mí, podrían conseguir con facilidad lo que quisieran. Además, yo no estoy entrenada,
así que sería un lastre para la misión.
Leigh se estaba poniendo mala por momentos. Conn retomó su labor de convencer a
Maggie:
—Leigh tiene razón y lo sabes, Maggie. Hazles esta oferta: yo y nadie más; la aceptarán.
Solo asegúrate de poner a Marina a salvo antes de intentar rescatarme. Ya sabes que estoy
entrenada para escapar del mismísimo infierno.
Y tendió una mano entre los asientos para forzar a Maggie a aceptar el plan sin poner más
pegas. Maggie se la estrechó.
—De acuerdo; suena razonable. La operación «Furor de Tormenta» ya está pues en
marcha. Saldrás de Reno dentro de tres días; yo misma me encargo de llevarte hasta allí. Pero
recuerda: Dieter Reinhold y Georgia Johnson siguen por ahí, en paradero desconocido. Puesto
que fracasaron en su misión anterior, probablemente estén intentando a la desesperada recuperar
puntos ante sus empleadores; la única manera de congraciarse con ellos consiste en llevarles
vuestras cabezas en bandeja de plata. Aunque tú te vayas a Pakistán, ellos pueden seguir
buscando a Leigh.
Conn no respondió, aunque Leigh podía apreciar el baile de fibras de los músculos de sus
mandíbulas.
Maggie dijo, mientras abría la puerta trasera:
—Chicas, cuidaos. Llamaré para dar las últimas instrucciones y noticias, Conn. ¿Leigh?, lo
más prudente sería incluirte en algún programa de protección de testigos hasta que Conn pueda
regresar a tu lado.
Pero Leigh quería hablarlo un poco con Conn antes de comprometerse a nada.
—Déjame que lo piense un poco, Maggie. ¿Me mantendrás informada en todo momento?
—Por supuesto.
Leigh la miró con firmeza a los ojos.
—Prométemelo.
Maggie lanzó a Conn una sonrisa admirativa.
— ¡Esta chica vale, ya lo creo! —Y, dirigiéndose de nuevo a Leigh—: Lo prometo.
Maggie acabó de abrir la puerta y apareció de repente un vehículo por detrás del Audi;
pero antes de que esta se subiera, Leigh saltó afuera y se dirigió hacia ella; intercambiaron unas
breves palabras y Maggie se fue.
Cuando Leigh regresó al coche, el silencio en el interior resultaba atronador. Al cabo de un
tiempo, Leigh exclamó:
— ¡Operación Furor de Tormenta! ¿Hay que dar siempre esos nombres peliculeros a las
misiones?
Conn suspiró.
—Pues parece que sí.
Puesto que Leigh no parecía, a primeras, dispuesta a revelarle lo que acababa de decirle a
Maggie, Conn arrancó el motor y retomó la carretera de regreso a la cabaña. Al poco, sonaron
tres breves pitidos y ambas miraron hacia la pantalla, donde vieron aparecer el mismo vehículo
que había estado siguiéndolas antes. El aparato les advirtió de un nivel de riesgo de
«emergencia».
—Muy bien, pues vamos a asegurarnos —dijo Conn.
Leigh comprobó su cinturón de seguridad. Conn aceleró levemente y cambió varios
carriles. El vehículo sospechoso estaba detrás de otros, pero, al cabo de unos pocos segundos,
también cambió de carril. Leigh pulsó varios botones del aparato.
—Volvo, modelo antiguo, color claro.
— ¡Mierda! —Conn no estaba de humor para juegos.
La carretera se redujo a dos carriles y vieron que el parpadeo rojo se mantenía detrás de
ellas, unos coches más atrás. Pasaron de largo desvíos a varios pueblos y ellas mismas se
desviaron hacia la orilla sur, sin embargo el parpadeo seguía detrás, aunque manteniendo
siempre una distancia prudencial.
—Quiere saber adónde nos dirigimos.
De repente, Conn señalizó un giro hacia la izquierda y entraron en el aparcamiento de un
área de servicio. Puesto que aún no habían podido identificar visualmente al vehículo, miraron la
pantalla para asegurarse de que se tratara del mismo registro. Al cabo de unos segundos, un
coche entró y el aparato confirmó la identificación. Se trataba de un Volvo gris conducido por un
hombre.
—Leigh: sal y entra en la tienda. En unos minutos, regreso a recogerte.
—Ni pensarlo, Conn. Solo me quedan tres días contigo, así que no me voy a arriesgar a
perderte de vista antes de tiempo por un imbécil. ¿No podemos simplemente despistarlo?
Conn iba a ponerse a discutir, pero la mirada de determinación en la cara de Leigh le hizo
desistir en el empeño. Tal vez tuviera razón y no era momento para heroicidades. Así que lanzó
un guiño a Leigh y le dijo:
—Vale, eso es lo que haremos.
Dieter acababa de aparcar y de apagar el motor, cuando el coche azul arrancó de repente y
desapareció del aparcamiento. Apenas si le dio tiempo a ver qué dirección tomaba.
— ¡Scheisse! (1)
Ahora que sabía que lo habían pillado, su único pensamiento era atraparlas y acabar con
ellas. Arrancó. “¡Estúpidas zorras!» Si no hubieran matado a Hatch, lo hubiera hecho él con sus
propias manos por haberlas dejado escapar.
Giró a la derecha, abandonando la carretera principal e internándose en una oscura calle
llena de árboles, y pisó el acelerador hasta el fondo. Apenas si pudo ver las luces de los frenos
del Audi girando hacia la izquierda y desapareciendo en una esquina. Lo siguió, intentando ganar
terreno.
Se estaba acercando. Un par de curvas más y ya podría... ¡nada! « ¿Dónde se han metido?»
Ralentizó, se detuvo y paró el motor. Bajó la ventanilla y se quedó sentado, tendiendo el oído.
Podía oír el característico ronroneo del coche de Conn, pero no lo veía por ningún lado. El ruido
se fue alejando. ¡Estaban circulando sin luces! Ya no se oía nada; se habían detenido.
«Cerca, tienen que estar cerca...» Deslizó su pistola debajo del asiento y sacó una potente
linterna. No quería arriesgarse a que lo sorprendieran con un arma, si alguna patrulla de policía
lo paraba, al ver el haz de luz bailando por los alrededores.
Volvió a arrancar el coche y examinó metódicamente toda la calle, con la ventanilla
bajada, buscando el coche en cuestión o huellas de neumáticos aún frescas que le indicaran hacia
dónde habían ido. Se estaba helando y cabreando cada vez más, pues no quería poner la
calefacción, para evitar el ruido. “¡Las muy putas! ¡Esta me la van a pagar!» Si no conseguía
hacerse con ellas, iban a ir a por él. Tenía que matarlas y demostrarlo: tomar fotos de sus cuerpos
desnudos y acribillados de balas. Llevaba incluso encima una cámara Polaroid; una digital no
valía, era demasiado fácil de manipular. Las cosas, había que hacerlas bien.
***
Leigh y Conn observaron, desde detrás de un muro, el lento paso del Volvo.
Tras deslumbrarlo con sus largas, habían recorrido como una exhalación las pocas calles
que las separaban de la cabaña de Sally, donde, como no podían esperar a teclear el código y que
la valla se abriera, habían girado por la larga calle y aparcado detrás de un muro que formaba
parte de un área comercial. Ambas habían saltado inmediatamente fuera del coche; si lo
localizaba, no era cuestión de quedarse sentadas como unas tontas.
Vieron que el Volvo aceleraba de repente, dirigiéndose hacia la carretera principal.
Suspiraron a la vez y se apoyaron contra el muro, dejándose caer para descansar un rato sentadas
sobre el helado suelo.
— ¿Haces esto... a menudo? Porque parece... que se te da muy bien... —dijo Leigh,
mientras intentaba recuperar el aliento.
—En realidad, no. Pero he sido entrenada para ello y el coche ha sido elegido precisamente
por su agilidad. ¿Qué te ha parecido lo de las últimas manzanas?, ¿conduciendo sin luces?
Leigh podía adivinar una sonrisa en el tono de voz de Conn.
—Déjame que lo piense un poco, mientras recupero el ritmo cardiaco... Pero ¿cómo has
logrado hacerlo sin que saltaran las luces de los frenos?
—Puedo desactivarlas de forma manual. Es un pequeño extra que he apañado yo misma en
el coche, por si las moscas... Aunque hasta ahora no lo había usado nunca.
— ¿Y conducías con los prismáticos nocturnos o qué?
Leigh había estado tan preocupada por su vida que ni se había fijado.
—Qué va, demasiado aparatoso. Simplemente, asomé la cabeza fuera del coche,
adivinando un poco por dónde se podía ir.
Leigh notó una punta de engreimiento en su voz.
—Bueno, bueno, estás hecha toda una súper espía. De todas formas, gracias por no intentar
cargarte al tipo; es algo que llevo muy mal, solo pensar en... da igual; en cualquier caso, gracias.
Tomó la mano de Conn y se la acercó para besarle las yemas de los dedos.
—No hay de qué; tenías razón, ha sido lo más prudente. ¿No lo has reconocido, cuando lo
hemos deslumbrado? Era Dieter.
—Aunque solo lo conozco de haberlo visto un par de veces en la oficina, era él, sí. Me
pregunto dónde andará Georgia.
Leigh seguía aplicando besos en la mano de Conn, girándola para rozar su palma con la
punta de su lengua. Conn se retorció.
— ¿Esa?, probablemente preparándole la cena a su hombre. Oye, tal vez deberíamos entrar
el coche e ir a la cabaña. Además, estoy dejando de sentir ya el culo. ¿Cómo va el tuyo?
Leigh miró hacia arriba y, acercándole su cara a la de Conn, le dio un profundo beso.
—También necesita calorcito; los besos suben la temperatura varios grados, ¿sabes?
¿Vamos para allá?
—Claro. Tú te ocupas de la verja y yo del coche.
Pasaron el resto de la noche dándose calor mutuo.
Capítulo 14
Leigh observaba a Conn mientras esta hablaba, con los ojos clavados en su plato vacío,
evitando su mirada.
—Y ahora piensas que, puesto que Jen intenta disuadirte, yo también voy a hacerlo. Por
eso no me lo querías contar, ¿no es así?
Conn se limitó a asentir, con la vista ahora perdida en las copas de vino medio llenas.
Leigh soltó sus manos.
— ¿Cuándo has recibido ese correo? —se esforzó por mantener un tono comedido.
Conn tardó varios segundos en responder.
—Ayer.
Leigh se sentía cada vez más furiosa.
— ¿Por qué no me lo has contado, Conn? ¿No crees que cosas como estas también tienen
que ver conmigo?, ¿con mi vida? ¡Diablos, Conn! ¡Te he declarado mi amor!, ¡y tú me has
correspondido! ¡Te quiero, Conn! ¿No te parece esto suficiente para que merezca un poco de
confianza?
—Yo solo... yo no... nunca pensé...
Leigh se alzó de repente y golpeó la mesa con las dos manos.
— ¡Pues piénsalo un poco, ahora!
Y se volvió a sentar con la misma brusquedad y repitió, con más calma, pero como
quien ha perdido el aliento:
—Piénsalo un poco, ahora.
—Lo siento, Leigh, no quería de ninguna manera...
Leigh la cortó de nuevo, volviéndose a levantar.
—Necesito unos pocos minutos para pensar. Dame unos pocos minutos...
Y salió de la habitación, cerrando la puerta tras ella con suavidad. Conn se quedó
petrificada en la mesa; no sabía qué hacer. Así que se puso, automáticamente, a recoger la mesa,
lavar la vajilla y colocar cada cosa en su sitio. Nunca se había sentido tan perdida. Oyó unos
sollozos en el cuarto de al lado, de modo que se acercó a la puerta y llamó con los nudillos.
Como no obtuvo respuesta, repitió la llamada. Nada. Por fin, bajó la mano hacia el picaporte, con
la esperanza de que no estuviera bloqueado. El picaporte giró.
La habitación estaba a oscuras y Leigh estaba en la cama, hecha un ovillo, abrazándose las
piernas. Conn se tendió a su lado y la envolvió con su propio cuerpo, sintiendo el
estremecimiento de su amada según estrechaba su abrazo. Al cabo de unos pocos minutos, el
temblor fue cediendo.
—Leigh, ¡lo siento tanto...! Para mí, no hay nadie más importante que tú; lo que pasa es
que a veces no sé cómo hacer las cosas. Si quieres que no me vaya, no me iré. Haría cualquier
cosa por ti, cualquier cosa...
Leigh se giró y la abrazó con todas sus fuerzas, hundiendo la cabeza bajo su barbilla.
—Yo también lo siento, Conn. Desde que nos entrevistamos con Maggie, estoy
aterrorizada. He intentado quitarle hierro al asunto, distraerme con el entrenamiento y olvidarme
de todo cuando hacemos el amor, pero el miedo siempre vuelve. Yo, a veces, tampoco sé cómo
hacer las cosas. Nunca nadie ha significado tanto para mí como tú. Aunque intento no pensarlo,
vivir al día, no puedo evitar preguntarme: « ¿Y si algo sale mal?».
Conn besó la frente y las mejillas de Leigh, saboreando la sal de sus lágrimas, mezcladas
con las propias.
—Cuando he recibido ese mensaje de Jen, me he sentido perdida, por primera vez en mi
vida, Leigh. Esta situación puede acabar con todas nosotras. ¡No sabes cuánto odio a esos
terroristas solo por esto! Si voy y todo sale como está planeado, vuelvo como una heroína y todo
eso. Si no voy, estoy segura de tenerte a ti y de tener a Jen, aunque nunca podré quitarme de la
cabeza la idea que podría haber salvado a la única persona en el mundo que significa para Jen lo
que tú significas para mí. ¿Cómo podría vivir con eso? ¿Cómo podríamos vivir con eso?
Leigh permaneció unos instantes callada.
—Así que pensaste en resolver el problema tú sola. Cielo, al no hacerme partícipe de tu
decisión, estás cavando una brecha entre ambas. Si, independientemente de cómo acabe todo,
hasta más adelante no descubro que me has ocultado todo esto, me sentiría mucho más herida
que ahora, eso puedo asegurártelo.
Unas lágrimas se deslizaron por las mejillas de Conn.
— ¡Es que no sé qué hacer! Quiero que sigamos juntas, cueste lo que cueste. Antes, nunca
había pensado en el futuro ni me había preocupado por nadie que no fuera yo misma. ¡Dime qué
debo hacer, Leigh!
Leigh estrechó su abrazo y dejó que llorara. Al cabo de un rato, dijo:
—Eso no puedo decírtelo, cariño; lo entiendes, ¿no? Es tu decisión, pero tienes que
hacerme partícipe de todo el proceso. Por favor.
Se aferraron una a la otra en la oscuridad.
—Conn, si yo no estuviera en tu vida y Jen te enviara ese mensaje, ¿qué harías?
—Pues... aunque me encanta saber que me quiere tanto, hubiera aceptado la misión e
intentado rescatar a Marina. Es una civil, una rehén. Me han entrenado para este tipo de misiones
y es a lo que me he comprometido... bueno, hasta ahora al menos.
Sus palabras se quedaron flotando entre ellas.
—Pues entonces esa debe ser tu decisión. Cuando estés ahí, haz las cosas bien para
asegurarte de que Marina sale ilesa. Yo, por mi parte, te prometo seguir sana y salva, esperando
tu regreso. Pero tú debes prometerme que volverás.
Leigh se sorprendió a sí misma, expresando una seguridad que en realidad no tenía; sabía
que eso era «lo correcto», si bien lo que su corazón deseaba realmente era salir huyendo con
Conn.
Sintió unos suaves labios frotando sus mejillas.
—Te lo prometo. Volveré.
Conn mantuvo el abrazo un minuto más.
— ¿Leigh? Hay algo más que tengo que decirte.
— ¿Qué? —Leigh sintió que se le encogía el estómago.
—Solo... eh... solo por si acaso, te he nombrado albacea y principal beneficiaria de mis
bienes. Salvo cierta suma que he apartado para Jen, todo el resto sería tuyo.
— ¿Cómo?, si yo no quiero...
Conn estrechó el abrazo e insistió:
—Espera, Leigh, escucha: cada vez que yo, o cualquiera de nosotros, sale de misión,
siempre hay un riesgo. Es casi una costumbre dejar las cosas de casa bien atadas. Hasta ahora,
siempre le había dejado todo a Jen, pero esta vez hay alguien aún más importante en mi vida,
alguien a quien quiero como si fuera yo misma. Ahora estás tú. No le des más importancia, solo
es dinero y algunos bienes más, todo lo que tengo. Por favor, acéptalo. Por favor.
Leigh estaba llorando tan fuerte que no podía hacer otra cosa más que asentir. Conn
encendió la manta eléctrica, levantó a Leigh y la metió bajo las sábanas, se despojó con rapidez
de la ropa y volvió a recostarse a su lado.
Leigh le dijo:
—Cariño, ayúdame a desnudarme.
Ambas se movieron bajo el calor de la manta, quitando ropa, tras lo cual se abrazaron y
besaron; besos suaves y dulces que hicieron que el mundo desapareciera. Los besos fueron
incrementando la pasión y acabaron alcanzando el clímax a la vez. Finalmente, se rindieron en
los brazos del sueño, poco antes de que amaneciera.
La mañana pasó volando. Conn, muy nerviosa, propuso salir a correr y entrenar un rato,
pero a Leigh no le apetecía mucho: dijo que lo único que quería era estar junto a ella, no
intentando huir de ella. Además, ya no iba a mejorar mucho más en una sola sesión.
Leigh sugirió entonces hacer un desayuno especial, pero no puso muchas ganas en ello,
pues tampoco tenían mucha hambre. Así que salieron a dar una vuelta, cogidas de la mano;
hablaron del tiempo y jugaron con Loup. También él parecía haber captado la tensión en el
ambiente y se mostraba mucho más manso de lo habitual.
A la vuelta, se tumbaron juntas, en silencio, y comenzaron a acariciarse; Leigh suspiró:
—Mi corazón está brillando, Conn. Es por ti.
Conn marcó una pausa, mirando a Leigh a los ojos.
—Hay como una vibración entre nosotras, entre nuestros cuerpos.
Leigh se separó suavemente, lo justo para notar lo que parecía una luz dorada flotando
entre ambas, como en un sueño.
—He leído algo sobre esto en la poesía persa; creo que lo llaman el baile espiritual del
amor...
Conn susurró al oído de Leigh:
—«El amor es la alquimia del alba. Cien mil relámpagos en una nube y, dentro de mí, la
majestad del amor, derramando un océano que inunda a todas las galaxias».
Leigh se quedó flotando en las palabras de su amada.
—Rumi. No me puedo creer que justamente hayas citado ese poema. Tú eres mi galaxia,
Conn; mis estrellas, mi alba y mi anochecer.
Conn parecía totalmente extasiada, ebria de pasión, y dijo:
—Cuando te beso, siento que nos unimos en una nueva dimensión; es la fusión de nuestras
almas.
Y la besó con infinita ternura y exquisitez. Perdiéndose en los ojos de Conn, Leigh
tomó sus dos manos y musitó:
—Este ha sido nuestro enlace espiritual; a partir de ahora, siempre estaremos juntas,
incluso a miles de kilómetros de distancia...
Cuando Leigh pensó en ello más tarde, el contacto físico fue tan intenso como siempre,
pero, sobre todo, fue su unión espiritual la que le arrebató el aliento. El tiempo pareció detenerse
y se fundieron la una en la otra.
***
Permanecieron una eternidad tendidas la una al lado de la otra. Leigh besó uno de los
párpados de Conn, luego el otro y, finalmente, la sedosa piel que cubría su corazón.
—El primer pensamiento; el último pensamiento; siempre en mi corazón.
Conn hizo lo mismo y repitió:
—El primer pensamiento; el último pensamiento; siempre en mi corazón.
Se ducharon y se prepararon para el viaje. Metieron sus cosas en el coche y se despidieron
de Sally y, por supuesto, de Loup, que se puso a aullar de modo lúgubre en cuanto la puerta se
cerró tras ellas.
Conn condujo hasta el restaurante acordado, donde apenas revolvieron un poco la comida
en sus platos; Leigh sentía náuseas solo ante la idea de tener que tragar algo. Tomó la mano de
Conn por debajo de la mesa y esta pareció tan apenada como ella misma.
A las seis, un gran todoterreno negro entró en el aparcamiento y se detuvo, pero no apagó
los faros ni el motor. Maggie bajó y se quedó junto al vehículo; Leigh dejó dinero en la mesa y
ambas salieron del establecimiento. Pasaron primero por el Audi, de cuyo maletero Conn tomó
una pequeña mochila. Dio un fuerte abrazo a Leigh y un profundo beso, retardándose un poco en
sus labios.
—El primer pensamiento, mi amor. Cuídate. Te quiero.
Leigh quiso que sus palabras quedaran grabadas en el corazón de Conn.
—Te estaré esperando; no tardes en volver a mí. No puedo querer a nadie más. Siempre en
mi corazón.
Conn se separó y subió al todoterreno, detrás de Maggie, que saludó con la mano, pero con
una expresión solemne. En cuanto el vehículo desapareció de su vista, en dirección hacia Reno,
comenzó a nevar. Leigh pensó que la nieve correspondía perfectamente a su estado de ánimo.
Subió al Audi entre suspiros, echó el cierre de seguridad y comprobó los diversos
indicadores, antes de arrancar. “¡Mierda!», no podía creerlo: el coche no tenía casi gasolina.
Habían estado tan liadas con mil cosas que se les había pasado comprobar lo más evidente.
Primero pensó en detenerse de camino, en alguna estación de las que había fuera de la ciudad,
aunque, sabiendo lo particular que era Conn con su coche, lo reconsideró y optó por regresar a la
única gasolinera donde estaba segura de disponer de la marca de combustible favorita de Conn.
Le daba un poco igual retroceder algo: tenía todo el tiempo del mundo y ese pequeño gesto le
hacía sentirse un poco más cercana a su amada.
Ya en la gasolinera, salió de un salto para rellenar el depósito. El coche estaba inmaculado,
pues lo acababan de lavar justamente el día anterior. Se habían dedicado a sal-picarse la una a la
otra, quedándose heladas, mientras Leigh clamaba al cielo por la injusticia de tener que lavar el
coche un día que ni los pingüinos salían a la calle. El recuerdo de la frase « ¡La venganza es un
plato que se sirve frííío!», que pronunció a la vez que atacaba a Conn con sus gélidos dedos, le
hizo sonreír, mientras echaba gasolina.
Tras retirar la boquilla del depósito, reajustar el tapón y cerrar la tapa, sintió un bulto en el
bolsillo; se trataba de la navaja automática, tan reconfortante como perturbadora, pues le
recordaba por qué se dirigía ahora hacia el pueblo de Robin, y los peligros que les aguardaban a
las dos. Conn también le había dejado la pistola Glock, oculto bajo el asiento. Leigh tenía la
esperanza de no tener que usarla en ningún momento.
Entró en la tienda de la gasolinera y compró algunos tentempiés para el viaje: unos
refrescos, patatas fritas y caramelos; básicamente, cafeína, sal, grasas saturadas y azúcar; su dieta
de cuando era estudiante, las típicas guarrerías que lograban reducir su ansiedad y combatir el
estrés. «Comida basura. ¡Diablos!, para cuando Conn me vuelva a ver, me habré puesto como
una foca y toda llena de granos.»
El dependiente registró sus compras, mientras Leigh se quedó contemplando la oscuridad
exterior.
— ¿Viaja usted de noche? —le preguntó, con una sonrisa.
A juzgar por su dentadura, aspecto y forma física, los productos de la tienda debían de
constituir su fuente nutritiva básica.
—Sí. ¿Sabes si prevén mucha nieve?
—No se sabe muy bien, pero he oído que puede estar acercándose una buena...
Una maltratada televisión en blanco y negro parpadeaba a su espalda.
—Genial.
Tenía casi quinientos kilómetros por delante; por prisa que se diera, no iba a llegar antes de
la medianoche. Desde luego, iba a ser un viaje muy, muy largo. Con todos esos alegres
pensamientos en la cabeza y un ritmo latino en su iPod, conectado al sistema de sonido del
coche, salió de la gasolinera y giró hacia la Nacional 50, en dirección a la Bahía de San
Francisco.
Leigh conducía, cantaba y bebía, mientras la temperatura exterior iba bajando
drásticamente y cada vez nevaba con mayor intensidad, a medida que la carretera iba
ascendiendo. Tenía que pasar un puerto de montaña antes de bajar hacia el océano. Con ese
tiempo endemoniado, el sistema de vigilancia trasera hacía cosas raras; Leigh casi se tragó su
propia lengua del susto, cuando de repente, sin ton ni son, el aparato soltó un zumbido de alarma,
que se repitió hasta tres veces, tras lo cual se quedó como muerto, transmitiendo solo parásitos.
Bajó del todo su volumen, porque le estaba volviendo loca, y tuvo que poner en práctica
maniobras de conducción especial. Conn le había enseñado a conducir en circunstancias
climáticas extremas, y el coche contaba con un sistema de estabilización que, en teoría, evitaba
los derrapes en prácticamente cualquier escenario; tenía ganas de probarlo.
Cuando por fin llegó al puerto, las condiciones habían empeorado, si cabía; apenas había
visibilidad. Se topó con una patrulla de tráfico, que le dio el alto para obligarla a poner las
cadenas, aunque les explicó que no las necesitaba, pues contaba con tracción en las cuatro ruedas
y unos neumáticos especialmente anchos. El patrullero le dijo que tenía suerte, pues tenían orden
de cerrar la carretera en media hora, para que pasaran los quitanieves.
El mal tiempo seguía volviendo loco al sistema de vigilancia trasera, así que prefirió
apagarlo hasta que dejara de nevar. Cuando perdió altura, la nieve se transformó en lluvia fuerte
y viento, así que volvió a probarlo, pero el problema persistía, por lo que decidió apagarlo
definitivamente. Aguzó su atención, lanzando continuas ojeadas a los espejos y retrovisores,
fijándose en los escasos vehículos esparcidos en la amplia carretera.
El entusiasmo, un tanto forzado, con el que había iniciado el viaje, se estaba esfumando.
Daba igual que cambiara continuamente de canción o de canal musical: todo acababa, de alguna
manera, recordándole a Conn. Así que apagó también la música.
“¡Diablos!, nunca imaginé lo que significa enamorarse, Conn. Ya puedes mover el culo
rapidito de vuelta para acá... ¡Esto es horrible!» Leigh se sentía fatal y se sorprendió
sermoneándose en voz alta sobre si era una adulta o qué. Se sintió ridícula.
—Vaya, cuando hablo en alto, la voz que escucho es la de la mujer madura.
Entonces se dio cuenta de que estaba a punto de pasarse de largo la salida que había
previsto tomar para atajar hacia Mendocino.
— ¡Mier-daaa!
Pegó un frenazo, el vehículo logró corregir el derrape, y atravesó de golpe dos vías para
tomar la salida correcta. Volvió a frenar en una curva cerrada, retomó el control y desaceleró
para recuperar una conducción normal. Justo entonces, sonó el tono de su móvil y Leigh dio un
respingo, sobresaltada. El teléfono se le escapó de las manos un par de veces antes de que
pudiera hacerse con él y pulsar el botón.
— ¿Hola?
A pesar de la escasa calidad de la conexión, su interlocutora enseguida detectó el tono
inquieto de su voz.
—Hola, ¿todo bien?
— ¡Oh, Conn! ¡Te quiero tanto y te echo tanto de menos...!
Las palabras brotaron tan atropelladas que Leigh no pudo corregir su tono lloroso; se dio
una patada mental en su propio culo.
—Yo también te echo de menos. Ya me parece que hace semanas que nos hemos separado.
¿Por dónde andas ahora?
—Mierda, pues justo antes de tu llamada, he estado a punto de perder la salida para atajar
por Cloverdale. Aquí no para de llover, lo que me está retrasando un poco...
—Escucha, el tramo entre Cloverdale y la Nacional 1 ya suele tener un tráfico infernal
durante el día; por la noche, no quiero ni imaginármelo. Cuando llegues a la 101 norte, desvíate
hacia Guerneville, justo después de pasar Santa Rosa. Una vez ahí, toma la salida Russian River,
hacia la costa. Si a esas alturas ya estás cansada, mejor quédate a dormir ahí. En el área
comercial de Lakewood puedes cenar y alquilar una habitación. Basta con que te asegures de que
nadie te está siguiendo. Por lo demás, tampoco hay prisa. ¿Has llamado ya a Ally y Jess?
—Aún no; estaba esperando a estar más cerca. Este tiempo es una auténtica mierda; he
tenido que apagar el sistema de vigilancia trasera, porque no paraban de sonar zumbidos y
parásitos...
— ¿Cómo? Cada vez te oigo peor, cariño... Te volveré a llamar cuando aterricemos y
pueda contarte más cosas... No sé si me oyes bien, pero... ¡te quiero!, ¡chao!
— ¿Conn?, yo también... —la conexión se interrumpió— te quiero...
«Vale, pues vayamos a Russian River.» Abrió con los dientes una bolsa de patatas, luego
una lata de refresco y puso la radio en marcha, buscando el parte meteorológico.
Capítulo 15
La lluvia comenzó a amainar una hora después, mientras Leigh entraba en una bien
iluminada estación de servicio en Guerneville, donde tenía que reponer de nuevo gasolina.
Cuando se giró para recolocar la boquilla en el depósito, le pareció percibir algo por el rabillo del
ojo, por lo que miró hacia la carretera, pero estaba vacía. Pasaban algunos coches, pero todos se
perdían en la oscuridad de la noche. Se sentía incómoda, a la par que hambrienta y
malhumorada. La comida basura hacía tiempo que se había consumido y los niveles de azúcar en
su sangre se habían desplomado.
«Qué mejor que una lugareña para recomendarme algún buen lugar», se dijo, mientras
miraba a la que atendía en la tienda, una mujer regordeta con el pelo corto de color ceniciento,
que estaba sentada dentro sonriéndola; así que Leigh le devolvió la sonrisa y entró.
—Hola. Necesito la llave del baño, así como algún consejo de dónde cenar. Mi amiga me
ha recomendado el área de Lakewood. ¿Vale la pena?
La mujer amplió aún más su sonrisa.
—Sí, no está mal. También tienen cuartos bastante decentes. E incluso un bar con
discoteca. ¿Le gusta bailar?
—No sin mi amiga; es que es muy buena bailarina.
«Toma ya. Creo que con esto ya he respondido a su pregunta.»
La mujer le tendió la mano y se presentó: se llamaba Deanna y era la propietaria del
negocio.
—Pues es que suelen acudir ahí bailarinas muy buenas; y creo que te van a caer un montón
de invitaciones. Dime, ¿tú y tu amiga vais en serio?
Leigh descubrió que se sentía bien hablando de Conn.
—Mucho.
— ¿Y se parece a ti?
— ¡Oh, no! Está tan buena que quita el hipo.
—Ajá... ¿y se supone que tú no?
La mujer simplemente bromeaba; no estaba flirteando y a Leigh le apetecía hablar con
alguien, aunque solo fuera un minuto.
—No tanto como ella. Ahora mismo vuelvo.
Tras pasar por el baño, mientras Leigh firmaba la nota de la tarjeta, la mujer le hizo una
propuesta:
—Escucha, acabo mi turno dentro de una hora. ¿Te parece si me doy un garbeo hasta
donde estés y te invito a una copa? A esas alturas, necesitarás un poco de ayuda para quitarte a
las rapaces de encima...
— ¿Perdón?
—Las rapaces: mujeres a la caza; son despiadadas. Y tú, cariño, sin duda, pareces una
buena presa...
Leigh lanzó una carcajada y se sonrojó.
—Bueno, en realidad debería llegar a la costa esta misma noche. Pero si, por lo que sea, al
final decido quedarme, me encantaría invitarte yo a una copa. Y gracias por la información, has
sido muy amable. Me llamo Leigh.
—Trato hecho, Leigh. Hasta luego... si es que nos vemos.
Volvieron a estrecharse las manos y Leigh se marchó.
Al llegar al área de Lakewood, el aparcamiento estaba casi lleno. Como no le apetecía
dejar el Audi fuera, en la oscuridad, se sintió aliviada cuando descubrió que tenían una especie
de servicio de aparcacoches. Cuando se acercó, fue recibida por una persona de sexo indefinible
y por lo menos tan alta como Conn.
— Hola. Necesito dejar el coche cerca y a la vista; es que creo que me están siguiendo.
¿Puedes vigilármelo un poco? Vuelvo en menos de una hora —dijo, tendiéndole un billete de
cincuenta.
Lo aceptó con una gran sonrisa.
—Eso está hecho. ¿Se trata de un perseguidor o de una perseguidora?
Su ronco tono de voz tampoco aclaraba mucho sobre su género.
—Perseguidor, y probablemente conduce un Volvo gris. Mira, tampoco estoy segura de
que me estén siguiendo, pero me gustaría tener el coche seguro y a mano, por si acaso. ¿De
acuerdo?
En la oscuridad de la noche, lo único que podía ver de la otra persona eran sus ojos, que
eran oscuros y serios.
— ¿Ha tenido usted problemas con él con anterioridad?
—Ya lo creo.
—No se preocupe, tendré siempre un ojo rondando al coche. Bonita pieza; aporta al lugar
un toque de distinción.
—Gracias. Por cierto, me llamo Leigh —dijo, tendiendo una mano.
—Phyl. Un placer conocerte.
Leigh cenó una hamburguesa y ensalada y bebió un café solo, para despertarse un poco.
Hizo un rápido repaso mental de su situación: se sentía agotada, asustada y echaba terriblemente
en falta a Conn.
Deanna llegó justo cuando estaba pagando la cuenta.
— ¿Hasta dónde tienes que ir?
—Hasta Mendocino.
— Deberías quedarte aquí esta noche a descansar un poco. Con este tiempo tan revuelto, te
queda por lo menos una hora hasta allí. ¿Hay alguien esperándote?
— Sí, tendría que llamar. ¿Sabes si hay algún teléfono por aquí? Mi móvil no funciona
bien.
—Puedes usar el de la oficina —propuso Deanna, con una sonrisa—; la directora es mi
pareja.
Leigh llamó entonces a Ally desde la oficina, pero le saltó el contestador. El móvil de Jess
tampoco estaba activo. Esperaba que Ally y Jess escucharan pronto su mensaje, ya que no sabía
con exactitud cuál era la dirección de Ally. Se planteó, durante unos segundos, la posibilidad de
parar a hacer noche en Guerneville; la verdad, no obstante es que debía llegar lo antes posible a
la costa, para tranquilizar a Conn, en cuanto aterrizara en París y la llamara. Así, su amada
tendría una preocupación menos.
Deanna la acompañó hasta el aparcamiento, donde Phyl (deletreó su nombre y resultó
escribirse con «y») le presentó su informe:
—Poca cosa, Leigh. Me he mantenido vigilante y han pasado algunos coches de color
claro, incluso tal vez algún Volvo, pero ninguno con esas características se ha detenido aquí.
Aunque el caso es que, en una ocasión, me dio la impresión de que alguien me observaba,
aunque probablemente no fuera más que eso, una impresión; además, a veces, hay gente que se
me queda mirando. Tú no bajes la guardia. ¿Hay alguien esperándote?
Leigh asintió y escudriñó el aparcamiento con nerviosismo, mientras esperaba a que Phyl
le acercara el vehículo.
Se despidió de Deanna y de Phyl, internándose en la oscura carreterita de dos carriles,
mientras su autoconfianza flojeaba un poquito más. “¡Venga!, el último empujón del viaje...»,
pensó para insuflarse ánimos. Cuando llegara, no tendría más que conectar con Robin, instalarse
y a esperar. Pero la cena se le revolvía en el estómago y sentía náuseas cada vez que pensaba en
el peligro que aguardaba a Conn. Así que expulsó enérgicamente todos esos pensamientos de su
cabeza.
De repente, algo atrajo su atención en el espejo trasero: unos faros. No podía ni echarse a
un lado para dejar pasar al vehículo: ¿y si se trataba del Volvo? Miró sin demora hacia la
pantalla, pero la niebla y la lluvia habían vuelto a inutilizarla. El coche se fue acercando, sin
prisa pero sin pausa.
La alarma se disparó justo cuando recibió un fuerte choque por detrás: el coche la acababa
de embestir. Tenía puestas las largas, inundando al Audi con su luz. El Volvo repitió la
acometida, empujando a Leigh hacia el borde de la carretera. La muchacha gritó y asestó un
pisotón al freno, pero como el asfalto estaba resbaladizo, apenas logró retener un poco el coche.
Su mente iba a cien por hora; dio un golpecito al acelerador, suficiente para desatascarse y
recuperar el control del vehículo.
Sin embargo, el Volvo lanzó un nuevo embate que no pudo evitar. El tiempo pareció
ralentizarse, mientras sus ruedas traseras perdían agarre sobre la escurridiza carretera y el coche
se sumía en un lechoso vacío. Se quedó parcialmente suspendido, con las ruedas delanteras en el
aire.
Leigh oyó que abrían la puerta de un coche y se quedó mirando, a través de la ventanilla, a
una figura que se acercaba: se trataba del hombre que las había perseguido en Tahoe; del hombre
que había ordenado la ejecución de su prometido; del hombre que las quería muertas.
Cuando se detuvo a la altura de su ventanilla, sonriente, Leigh lo miró a los ojos y pisó el
acelerador, lo que la propulsó fuera de la carretera, entre los árboles y arbustos.
Tras un segundo de caída libre, comenzó a chocar y a raspar el vehículo contra toda la
floresta, segando de raíz pequeños árboles y matorrales fantasmales que surgían de la nada. De
repente, vio un enorme tronco muerto caído justo delante e intentó sortearlo. Pero el coche había
ido ganando velocidad, y comenzó a derrapar cuando maniobró con los frenos para recuperar
tracción e intentar, en vano, evitar la catástrofe. El impacto hizo saltar los airbags y Leigh quedó
atrapada en blanco y casi asfixiada por el olor a pólvora de sus detonadores.
Cuando el coche por fin se detuvo, Leigh sintió un dolor en el pecho y estómago,
provocado por la horquilla del cinturón de seguridad; no podía ver nada, así que se puso a
debatirse contra la tela de los airbags, logrando desinflarlos. Aunque el interior del coche se
había quedado a oscuras, los faros delanteros seguían luciendo y el motor en marcha. “¡Apaga
los faros! ¡Desaparece!»
Logró, a tientas, dar con el botón en el salpicadero y pronto se quedó sumida en una
oscuridad absoluta. Apagó el motor y se vio envuelta en un silencio tan espeso como la niebla
que la rodeaba.
Debido a la inclinación del coche, se había quedado medio colgando y no era capaz de
abrir la puerta del conductor; la del acompañante estaba aplastada contra el tronco. «La puerta
trasera del otro lado puede que esté libre», pensó. Se debatió por liberarse del cinturón de
seguridad, pero le costaba respirar y notó un agudo dolor en el brazo izquierdo; sentía además
leves vahídos.
Oyó voces fuera; una de ellas, femenina y conocida. Estaban gritando. Una luz cegadora
barrió el coche y Leigh intensificó su lucha contra el cinturón de seguridad.
— ¡Ahí!, ¡ahí está! ¡Vamos!
Sonó entonces una voz masculina, seguida de ruidos de pisadas y de improperios que se
iban acercando. Por fin el cinturón cedió y Leigh cayó, aterrizando dolorosamente sobre la caja
de cambios, antes de aplastarse contra la ventanilla del acompañante. Ignoró el zumbido que
sentía dentro de su cabeza e intentó trepar entre los asientos delanteros para alcanzar la parte
trasera del coche, pero este se balanceó, desequilibrándola.
Vio dos linternas fuera y oyó a sus portadores discutiendo sobre cómo abrir la puerta del
coche. Un esfuerzo más y Leigh por fin logró alcanzar la parte trasera del mismo, haciendo que
el vehículo basculara y que cesara el griterío de fuera. Un haz de luz barrió el coche y oyó unos
cuchicheos.
Leigh, jadeando por el esfuerzo, logró girarse con mucho dolor para poder mirar lo que
pasaba fuera, pero todo estaba negro como el carbón. Intentó abrir la puerta trasera, pero no
logró desbloquearla; cayó en la cuenta de que tenía cierre centralizado. Se paró a pensar: si
lograba abrirla y dejarse caer, el coche podía venírsele encima inmediatamente después, si con el
movimiento perdía el punto de equilibrio. En cuanto a la caída en sí, no sabía si podía ser de
medio metro o de cinco, aunque estaba segura de que no estaba suspendida sobre un acantilado,
sino solo sobre la pendiente de una colina; bueno, estaba casi segura.
De repente, unos fuertes golpetazos la arrancaron de sus cálculos. La culata de una pistola
estaba golpeando repetidamente la ventanilla del conductor. El cristal de seguridad parecía
sólido, pero ¿cuánto tiempo aguantaría? Se aferró al asiento delantero y tiró de él con todo su
peso, lo que hizo que el coche volviera a bascular y los culatazos cesaran.
Leigh siguió sacudiendo de modo frenético el asiento, hasta que un haz de luz la
deslumbró.
— ¡Para! ¡Deja de mover el coche, es peligroso! Vamos a sacarte de ahí. No te muevas,
vamos a ayudarte.
« ¿Cómo? ¿Acaso es otra gente? ¿Vienen a rescatarme?» De repente, vio un destello de
esperanza e intentó dominar el pánico y recuperar la voz.
— ¿Quiénes sois? ¡Dejadme que os vea las caras!
Siguió una breve pausa y la respuesta:
—Señorita, no hay tiempo para chorradas. Si desbloqueas las puertas, podremos ayudarte a
salir.
El ligero acento alemán de la voz hizo que se le disparara de nuevo la adrenalina.
— ¡No!, ¡mostradme las caras!
Leigh volvió a colgarse del asiento. El haz de luz seguía enfocándole la cara, que ella se
cubrió para protegerse los ojos. Entonces la luz se desvió e iluminó una pistola que estaba
apuntándola directamente. El recuerdo de la pistola pasó de forma fugaz por su mente, pero sabía
que estaría muerta antes de amagar siquiera cualquier movimiento brusco.
— ¡Ojo con lo que haces!; ladéate y abre las puertas del coche, ¡vamos! Nadie va a venir a
rescatarte, señorita Grove; no hay nadie más por los alrededores. ¿No prefieres jugártela con
nosotros que acabar muriendo aplastada en el coche?
« ¡Dieter!»
—Me necesitáis para congraciaros de nuevo con vuestros jefes, ¿no es así?
Leigh escuchó una dura risa femenina procedente de detrás de la pistola; ya la había
escuchado otras veces.
—Buenas noches, Georgia. Te lo estás pasando en grande, ¿eh?
La voz de Dieter sonó cortante:
—La señorita Grove es muy astuta. No obstante, parece olvidar que ella también nos
necesita. Si eres buena y colaboras, no te haremos nada hasta que os entreguemos, a ti y a la
Rambo de tu amiguita, a mis jefes. Una vez hecho, será cosa vuestra el negociar con ellos la
libertad. Así que, no nos lo pongas difícil, anda.
«Quieren a Conn, claro. Dieter no tiene ni idea de dónde puede andar. Si me voy con ellos,
pueden acabar descubriendo...»
—Georgia me está apuntando con un pistolón, ¿por qué debería fiarme de vosotros?
—Georgia hace lo que yo le ordene. De momento, no va a disparar.
Leigh escuchó como un resoplido y la pistola se agitó levemente. Estaba luchando contra
el pánico que, agazapado en su estómago, amenazaba con apoderarse de ella; la verdad es que no
tenía muchas opciones. Entregarse a ellos era la muerte segura, así que tenía que jugársela
lanzándose al vacío. En cualquier caso, lo primero que tenía que hacer era desbloquear las
puertas.
El árbol crujió de forma siniestra y el coche se inclinó un poco más. Si el árbol cedía, el
vehículo se iba abajo con él... ¡y con ella dentro! «Bueno, es otra opción más para escapar; no
estoy como para descartar nada.»
—Vale, acepto, pero tengo que alcanzar la puerta del conductor para desbloquear el
sistema centralizado. Dadme un minuto y retroceded un poco.
Entonces vio una mano asiendo la palanca de la puerta.
— ¡He dicho que retrocedáis!, salvo que queráis que el coche os arrastre en su caída... Voy
a intentar abrir algunas de las ventanillas, por si la puerta estuviera atascada. ¿Vale? Dieter, ¡dile
a tu zorra que se eche para atrás de una vez!
Se produjo una breve y colérica discusión y la mano acabó soltando la palanca. Cada
segundo era precioso. Leigh avanzó lenta y penosamente, sujetándose en el respaldo del asiento
y usando sus piernas para arquearse y alcanzar el botón de cierre centralizado, frente al asiento
del conductor. Simuló un poco de torpeza, intentando así ganar tiempo y fuerzas, mentalizándose
para lo que iba a hacer. «Primero, las ventanillas de la parte derecha; luego, el cierre de la
puerta.»
— ¡Venga!
— ¡Lo estoy intentando!
Apenas podía controlar los temblores de su mano, y, en cuanto palpó el panel de control de
cierres, pulsó un botón y se bajó la ventanilla trasera izquierda. “¡Mierda! ¡La otra!». Probó con
otro botón, sin lograr nada. «Este debe de estar roto.» Siguió palpando, pero sin dar con los
demás botones, mientras el coche comenzaba a inclinarse de nuevo. Intentó hacer un poco de
contrapeso echándose ella hacia delante; dio entonces con otro botón y la ventanilla del
conductor comenzó a bajarse.
Al ver que la linterna se volvía a acercar a ella, resistió la tentación de saltar ya y se puso a
pulsar todos los botones que veía. Cuando por fin escuchó el clic que indicaba la liberación
centralizada de los cierres, notó una mano de hierro agarrándole el brazo y tirando de ella a
medida que el coche se inclinaba al lado contrario.
Volvió a sentir el pánico rampando desde su estómago y vomitó sobre la mano; Dieter
lanzó una maldición y aflojó su presa lo suficiente para que Leigh se liberara y cayera en un
asiento trasero. La fuerza de la caída hizo que el coche basculara demasiado como para recuperar
de nuevo su posición y comenzó a irse poco a poco hacia atrás, inclinándose fatalmente hacia el
oscuro vacío, como un barco abierto en brecha hundiéndose con lentitud en las profundidades
oceánicas. Leigh no pudo sino rezar por que el vacío que la esperaba no supusiera su muerte.
Capítulo 16
Leigh recuperó el conocimiento cuando alguien tiró de ella por los brazos, a través de una
densa maraña de matorrales y zarzas. Sofocó un gruñido, dándose cuenta, instintivamente, que lo
que más le interesaba era hacerse la inconsciente. Sintió un agudo dolor taladrándole el hombro
izquierdo, si bien hasta donde podía determinar en semejantes circunstancias, el resto de su
cuerpo parecía más o menos indemne, aunque las piedras y las zarzas no paraban de rasparla y
de arañarla.
Abrió una rendija de un ojo e intentó ubicarse un poco, pero no podía ver gran cosa.
Escuchaba la trabajosa respiración de quienes la arrastraban colina arriba, en medio de la lluvia;
pues eran dos personas y las escasas palabras que intercambiaron no fueron muy amistosas.
Estaban discutiendo y, aunque a veces hablaban en alemán, conocía perfectamente el tema de
debate.
Leigh se puso a repasar las opciones. Si lograban llevarla hasta su coche, podía darse por
muerta, pero antes intentarían sonsacarle dónde se hallaba Conn. La colina cada vez se ponía
más empinada y los bufidos y resoplidos de sus captores delataban que, a no muy tardar, tendrían
que pararse a descansar un poco. Esa iba a ser su única oportunidad. No sabía si la navaja
automática seguía en su lugar o no: ahora no podía comprobarlo. En cualquier caso, en breve lo
sabría.
En su penoso ascenso, la arrastraron por unas rocas puntiagudas que le arrancaron un grito
e hicieron que se retorciera de dolor. Se detuvieron de golpe y Leigh añadió lo que esperó que se
pareciera a un gemido inconsciente antes de volver a dejar su cuerpo totalmente muerto. La
soltaron con rudeza y la parte baja de su cabeza golpeó la tierra. Tiraron de ella agarrándola por
las solapas de la chaqueta, hasta llevarla a sus pies y Georgia acercó su cara a la suya.
— ¿Te crees que todo esto es un jueguecito? ¡Lo estás jodiendo todo, bruja!
Georgia se echó para atrás para golpearla, pero Dieter atrapó su brazo en el aire.
— ¡No! La necesitamos consciente. Si ahora la golpeas, tendremos que seguir cargando
con ella. Venga. Alguien puede haber presenciado el accidente. No vamos a estar solos
eternamente.
Georgia dedicó a Leigh una mirada feroz.
— ¡Te vas a enterar, zorra! Hatch era un monaguillo, comparado conmigo. Te la tengo
jurada. Y ahora, ¡venga, menea el culo!
La obligaron a ir a trompicones colina arriba, pero Leigh tropezó, cayó sobre su hombro
herido y soltó un alarido de dolor. Dieter le tapó la boca con rudeza, mientras la alzaba en
volandas. La lluvia les chorreaba por la cara, mientras él la reñía, gruñendo con las mandíbulas
apretadas.
— ¡A callar! Venga, tira.
Leigh comenzó a subir con mucho trabajo; el lacerante dolor del hombro y un insoportable
zumbido en la cabeza la tenían aturdida. Estaba, además, comenzando a sentir un calor pegajoso
que le bajaba por la nuca y la espalda. De repente, oyó unas sirenas en la lejanía y se preguntó si
tenían algo que ver con ella.
Sentía las piernas muy pesadas y tropezaba a menudo, acudiendo a su brazo bueno para
volver a levantarse. La niebla y la lluvia no remitían, mientras las sirenas seguían
aproximándose. Miró hacia la cima de la colina, donde se veía ya un parpadeo de luces
entremezclándose con la niebla. Acercándose un poco más, tal vez pudiera gritar y huir hacia las
luces.
Como si leyera su pensamiento, Dieter le clavó el cañón de la pistola en la espalda. Rodeó
su cuello con un brazo de hierro y la obligó a alzar la barbilla y a mirarlo; a pesar de toda la
lluvia, aún podía oler el vómito en su brazo.
—Si intentas huir, te pego un tiro en la columna; ya no sentirías nada, pero aún podría
sacarte toda la información que necesito, así que pórtate bien.
Le pegó un empujón, alejándola de las luces intermitentes. En el vaivén, Leigh tropezó con
una piedra y, en las maniobras para no volver a caer al suelo, sintió la navaja automática, que
seguía en su lugar. Dio dos pasos más y se dejó caer sobre las rodillas, plegándose en dos hasta
que la frente tocó el suelo. Usó torpemente la mano de su brazo tocado para hacerse con la
navaja y pasarla a la mano buena. Cuando sintió su peso en ella pensó en Conn y recuperó el
valor; tosió de forma ruidosa mientras, con disimulo, sacó la hoja; era ahora o nunca.
Georgia la agarró por la chaqueta y tiró violentamente de ella para ponerla de pie, pero en
cuanto Leigh recuperó la verticalidad, le hizo un profundo tajo en un muslo. Georgia la soltó
como si nada hubiera ocurrido y miró hacia abajo, momento que Leigh aprovechó para echarse a
correr. Aunque Georgia la agarró por el pelo e intentó tirar de ella hacia atrás, Leigh se revolvió
y le rebanó la mano; Georgia lanzó un grito y perdió pie, cayéndose hacia atrás.
A todo esto, Dieter aún se hallaba un poco más abajo en la colina, debiéndose de preguntar
qué diablos estaba ocurriendo. Leigh se lanzó a correr cuesta abajo, aunque alejándose de Dieter,
que se puso a gritarle que se detuviera, pero ella continuó, haciendo zigzags y trompicones, no
tanto como habilidosa maniobra evasiva sino más bien porque no era capaz de poner
correctamente un pie tras otro. Tenía la esperanza de que, si se le ocurría disparar, el estampido
por lo menos atrajera la atención del equipo de rescate.
El suelo era desigual y resbaladizo y, cada vez que rodaba por él, sentía como si un punzón
le atravesara el hombro. En su primera caída, perdió la navaja. “¡Mierda!» Se puso a tantear a
ciegas a su alrededor, hasta que la encontró, la dobló rápidamente y la metió en el bolsillo. La
lluvia, mezclada con sudor, le corría por toda la cara. «Notepares- notepare-notepares», se
repetía.
Al cabo de unos minutos, el terreno se estabilizó, lo que le permitió recuperar un poco el
equilibrio. Se detuvo un instante a escuchar y oyó gritos lejanos, así como ruidos de maquinaria.
Le hubiera encantado dirigirse hacia el equipo de rescate, pero temía tropezar con sus
perseguidores de camino. De hecho, oyó unos pasos distantes que iban acercándose y reanudó la
huida.
Entró en una parte más boscosa del valle, por lo que se vio obligada a frenar un poco el
ritmo, para evitar troncos y ramas. Los árboles eran largos y finos, por lo que no permitían
esconderse detrás de ellos; los matorrales eran espesos, lo que hacía su avance más ruidoso. Se
volvió a parar a escuchar; Dieter y Georgia seguían a cierta distancia, así que adoptó el ritmo de
sus pasos y se olvidó del ruido, mientras buscaba con la vista una casa, un coche o cualquier
lugar donde esconderse.
Conn le había enseñado cómo evitar las derivas en círculos dentro de un bosque y contaba
además con la brújula del reloj; la miró y se dirigió hacia el norte, lanzando su brazo bueno hacia
delante para evitar colisiones. Vio, de repente, algunas masas más oscuras que parecían chozas o
cabañas abandonadas y pensó en entrar en alguna y esconderse, pero la idea de quedar atrapada
en un espacio desconocido le hizo descartarla.
Volvió a pararse a escuchar: cada vez se acercaban más. Aceleró el paso, ganando
velocidad, pues parecía haber dado con un área despejada de árboles. Ya estaba logrando poner
más distancia entre ellos, cuando tropezó con el tronco de un árbol caído, cayendo al suelo con
tal violencia que volvió a perder el conocimiento.
La cabeza le daba vueltas y no tenía ni idea de cuánto tiempo llevaba allí tendida. Pero, de
repente, todos sus sentidos volvieron a ponerse totalmente alerta: estaban cerca, casi encima.
Levantó la cabeza entre la densa hojarasca y ramas que rodeaban al tronco podrido, descubriendo
que estaba casi enterrada en la frondosidad. En cuanto se moviera, podían descubrirla, así que
reposó suavemente la cabeza y se concentró en hacerse invisible.
Dieter y Georgia, que parecían estar justo al otro lado del tronco, estaban discutiendo de
nuevo.
—Necesito ir a un médico. Me vuelvo al coche. Nos vemos después —el tono de voz de
Georgia se aproximaba a la histeria.
— ¡No!, anda por aquí cerca, lo siento. Si no logramos dar con ella ahora, ya será
demasiado tarde; estaremos perdidos.
Georgia se rio con desprecio.
—Quieres decir que estarás tú perdido. Tendría que haberme distanciado de ti antes.
Después de todo, por lo que sabemos, parece ser que ya van a tener a su amiga.
Leigh, por no moverse, casi ni respiraba. Alguien se sentó con todo su peso en el tronco.
—Me ha sajado también una pierna; no para de sangrar. ¡Larguémonos de aquí!
Leigh oyó un leve clic; se tensó y tuvo que reunir toda su voluntad para no revolverse y
salir corriendo. “¡Relax, relax! Eres invisible...»
Georgia exclamó, incrédula:
— ¿Qué haces?, ¿te has vuelto loco? ¡Con todo lo que he hecho yo por ti! Podría haberte
dejado hace tiempo, pero me he quedado... ¡Te quiero!
La voz de Dieter le puso a Leigh los pelos de punta; hubiera jurado que estaba sonriendo.
—Cariño, es que te has convertido en un lastre. ¿Y qué le contamos al médico?, ¿te has
parado acaso a pensarlo? No dejas de lloriquear y de montar un numerito por cuatro gotas de
sangre. ¿Qué quieres que haga?
Escuchó un susurró de hojas y se imaginó a Dieter avanzando, implacable.
—Tendría que haberme desecho de ti en San Francisco; soy demasiado blando. No me
dejas otra opción que resolverlo ahora y aquí. Está oscuro, no hay un alma; no descubrirán tu
cuerpo antes de que las alimañas del bosque hayan dado buena cuenta de él. Chao, chao, amor...
Leigh escuchó un alarido al lado suyo y varios disparos tan cercanos que la ensordecieron
durante unos instantes. Aterrorizada, rogó por que no la descubrieran ni hirieran de rebote.
Una bala silbó a una decena de centímetros de su cabeza y alguien aulló. Un instante de
silencio y el tronco crujió, como si algo pesado se hubiera desplomado encima, tras lo cual Leigh
escuchó un nuevo disparo. Un soplo de aire removió las hojas secas alrededor de Leigh, mientras
sentía un peso muerto cayendo sobre sus piernas, hundiéndola aún más en su lecho. Mantuvo la
cara enterrada y se mordió el labio inferior, intentando ignorar los últimos estertores de agonía.
— ¡Estúpido bastardo! ¡Mira lo que me has obligado a hacer!
La voz de Georgia sonó ahogada pero satisfecha. De repente, se puso a gritar:
— ¡En cuanto a ti, puta, volveré a por ti, no te preocupes! Me las pagarás; ahora, de
momento, necesito un médico...
Leigh oyó el interruptor de una linterna y se quedó paralizada, consciente de que Georgia
iba a enfocar a su última víctima.
—Y tú, payaso, seguro que la noticia de tu muerte en las secciones de sucesos me aporta
una buena recompensa. Eso si te encuentran antes de que te merienden los bichos de por aquí...
El haz de luz volvió a apagarse y los pasos se fueron alejando, entre risitas.
Leigh aún permaneció unos minutos petrificada, con miedo a moverse. Hasta que no dejó
de oír totalmente a Georgia, no alzó la cabeza, respiró hondo unas cuantas veces y se obligó a
mirar, por encima de su hombro, el cuerpo que la mantenía clavada al suelo. Dieter yacía
patiabierto sobre sus piernas y con los brazos extendidos. Aún se escuchaba algún hipo y siseo
procedente de su garganta, pero Leigh sabía que ya estaba prácticamente muerto, así que se
concentró en liberar sus piernas. Toda la adrenalina bombeada en sus venas en las últimas horas,
y sobre todo, en los últimos minutos, se estaba disolviendo y sintió una enorme flojera.
Logró arrastrarse a unos pocos metros de distancia de Dieter. Revuelta por el hedor a
sangre y otros fluidos que habían empapado sus pantalones, sintió arcadas, aunque no tenía ya
nada en el estómago que pudiera expulsar. La cabeza le daba vueltas y el hombro le palpitaba de
dolor, pero estaba viva.
Luchó para ponerse de pie y tardó un minuto en orientarse y decidir hacia dónde ir. «Lo
más lejos posible de Georgia.» A pesar de la escasa luz, podía adivinar el árbol caído y el
cadáver tendido a su lado, así como el rastro de maleza destrozada que había dejado Georgia a su
paso. Miró la brújula del reloj y pensó: «Vale, ella se ha ido por ahí, hacia el oeste; pues yo me
voy por ese otro lado, hacia el norte».
Tras cruzar, a ritmo lento, la parte llana del bosque, comenzó a subir de nuevo, por lo que
tuvo la esperanza de encontrar otra carreterita. Sentía las piernas muy pesadas y no podía
concentrarse demasiado en nada. Había vuelto a una zona de hierba blanda y poco más podía
saber, pues la niebla era tan densa que no veía a un palmo de distancia. De repente, el firme del
suelo cambió tanto de naturaleza que a punto estuvo de perder el equilibrio.
— ¡Asfalto! ¡Una carretera! ¡La civilización! —exclamó, en voz alta.
Oyó un coche en la distancia, pero la niebla amortiguaba y distorsionaba el sonido y no
podía saber por dónde llegaba, hasta que tuvo prácticamente encima el resplandor de sus faros,
avanzando como dos proyectiles. Leigh dio un brinco hacia fuera de la carretera y el coche pasó
de largo, casi rozándola; sus piernas siguieron corriendo por la inercia del impulso, con la cabeza
hacia delante, hasta que se chocó contra una valla y cayó hacia atrás, incapaz de evitar la caída.
Se quedó ahí tendida, mirando a la nada y sollozando en silencio. «Ya está bien. No aguanto
más. Ya no aguanto más.»
Finalmente, se sentó, se sonó la nariz y se la limpió con la manga de la chaqueta, hasta que
oyó un suave resoplido entre los arbustos a su izquierda. Cuando levantó los ojos, vio a un perro
enorme agachado y mirándola. « ¿O es un lobo?»
— ¿Loup?
Capítulo 17
Conn estaba sentada en el cómodo asiento del avión, con-templando la oscuridad a través
de la ventanilla. Había intentado dormir, pero tenía la cabeza a cien por hora, pensando en todo
un poco: su misión, Marina, su tía Jen, su infancia con ellas, su entrenamiento, su carrera; y,
sobre todo, pensaba en Leigh.
Su mente se puso a girar en torno a cada detalle de su amada: sus ojos, la música de su risa,
el tacto de su piel, la pasión mutua, la bondad de su corazón. Pensar el Leigh era lo único que le
aportaba un poco de paz, a pesar de lo cual le costaba concentrarse; algo estaba interfiriendo...
— ¿Conn?, oye, ¿Conn?
La voz de Maggie la sacó de sus cavilaciones.
— ¿Mmm? ¿Qué pasa?
—Aterrizamos en unos veinte minutos y hemos quedado con Jen media hora después.
Entonces por fin podrás llamar a Leigh —le dijo Maggie, dedicándole una sonrisa divertida.
— ¿Qué te hace pensar que eso es lo primero que voy a hacer?
Aunque sabía que eso era exactamente lo primero que iba a hacer. En realidad, solo quería
hablar de Leigh, escuchar su nombre. No pudo ni siquiera ocultar una sonrisa. ¡Qué vergüenza!
—Cariño, podrías escribirte en la frente: «Quiero a Leigh Grove». Lo estás pasando mal,
¿no es así?
Conn miró a Maggie con cautela, temiendo que la estuviera juzgando, pero hablaba con
mucha naturalidad, así que se relajó:
—Nunca me había sentido así antes, Maggie. Nunca había estado enamorada. Nuestra
separación ha sido el momento más duro de toda mi vida; la echo muchísimo de menos.
Los ojos de Maggie se tornaron cálidos, aunque esta se mostraba un tanto sorprendida, ya
que Conn no acostumbraba a compartir sus sentimientos más íntimos. Conn sospechaba que los
años de experiencia que tenía Maggie en ocultar celosamente sus propios sentimientos y
reacciones la hacían ahora más comprensiva.
—Se trata ciertamente de alguien muy especial, Conn. Y, por lo que he podido observar,
ella también está enamoradísima. Desde luego, me dejó muy clarito y sin rodeos que tengo que
devolverte pronto y bien entera.
— ¿Cuándo te dijo eso?
—La misma noche que nos conocimos en el embarcadero. Justo después de salir de tu
coche, ¿no te acuerdas?
Conn recordó entonces que Leigh se había bajado rápidamente detrás de Maggie; casi
había olvidado esa escena.
Ahora recordaba también que, cuando regresaban a la cabaña, Leigh hizo un comentario un
poco enigmático: «Maggie parece una buena persona; espero que sepa mantener sus promesas».
Una hora después, ya estaban en el alojamiento donde las esperaba Jen. Se trataba de un
edificio de cuatro plantas, propiedad del Departamento de Estado norteamericano, usado para
este tipo de asuntos. Contaba con seis enormes suites, dos por planta a partir de la segunda y,
aunque la planta baja parecía el vestíbulo de un hotelito, todo el complejo estaba dotado de lo
último en cuanto a tecnología de seguridad.
Conn abrazó a Jen con efusividad, feliz de volver a estar con ella; Maggie las dejó solas en
la sala de estar, y se fue a indagar las últimas novedades.
— ¡Oh, Conn! ¡Me alegro tanto de verte, pero me entristece tanto la razón de tu visita...!
—dijo Jen—. Insisto en que reconsideres tu decisión. Eres como nuestra hija, y estoy segura de
que Marina tampoco lo aprobaría.
Conn le cogió la mano y se sentaron en un sofá.
—Yo soy lo único que ellos quieren para negociar. No quieren dinero, así que me temo que
no tenemos otra opción, tía Jen. Tenemos un plan para salvarme en cuanto Marina esté en lugar
seguro. Leigh y yo hemos hablado largo y tendido al respecto y hemos llegado a la conclusión de
que este plan es nuestra única esperanza.
Al mencionar el nombre de Leigh, Jen se acercó a Conn y le preguntó con suavidad:
— ¿Por qué no ha venido también Leigh? Podría haberse quedado aquí, conmigo,
esperándote.
Conn cabeceó con firmeza.
— ¿Las dos juntas? Ni pensarlo, sería algo demasiado goloso para los terroristas, que
harían cualquier cosa por capturaros a ambas de un solo golpe. Prefiero que cada una esté segura
por separado. Aunque, si por mí fuera, me encantaría que hubiera venido conmigo. Yo... tía Jen,
¡estoy tan enamorada de ella...! Tengo la sensación de que mi vida está comenzando de nuevo.
—Y está claro que ella también te quiere —Jen le apretó la mano—. Pude verlo en su
mirada, desde el primer día que os conocisteis. Estoy feliz por ti, corazón. A Marina también le
encantaba la idea de veros juntas... y ahora... ahora...
Las lágrimas que Jen llevaba días reteniendo comenzaron entonces a brotar, y Conn la
apretó contra su pecho.
—Todo irá bien, tía Jen. Nos la traeremos de vuelta y la semana que viene estaremos las
cuatro en la casa de Bolinas. Voy a llamar a Leigh ahora mismo, para avisarle de que ya he
llegado, y así puedes hablar tú también con ella un poco. Después, repasaremos el plan y nos
pondremos en marcha.
Conn sacó el móvil, pulsó los números y el aparato sonó hasta que saltó el contestador.
Conn colgó y repitió la llamada, pero esta vez marcando algunos números más para que
puenteara el contestador e insistiera en la llamada. Estuvo sonando un buen rato, distrayendo la
atención de Conn de todo lo que la rodeaba. Al cabo de un tiempo, que le pareció una eternidad,
por fin alguien cogió la llamada, para gran alivio suyo. Lanzó un guiño a Jen y preguntó con una
sonrisa:
— ¿Leigh? ¿Leigh? ¿Dónde andas, cariño?
De repente, Maggie entró en la sala de estar a paso rápido, pero se detuvo en seco al ver la
expresión que acababa de adoptar el rostro de Conn. Esta dejó caer el móvil y Maggie lo recogió
rápidamente y preguntó:
— ¿Quién es?
Lanzó una mirada a las dos mujeres que estaban sentadas en el sofá. Al otro lado de la
línea le respondió una voz brusca e impaciente:
—Por segunda vez: soy el sheriff del condado de Sonoma. ¿Y usted?, ¿usted quién es?
— ¿Por qué tiene usted el móvil de mi amiga?
—Fue hallado en la escena de un accidente de coche. La matrícula del mismo está
registrada a nombre de Constantina Stryker. ¿Es esta la dueña de este móvil? Haga usted el favor
de colaborar, señora.
Maggie tuvo que pararse a respirar hondo, mientras parpadeaba repetidas veces.
—El móvil pertenece a una mujer llamada Leigh Grove, que era quien estaba conduciendo
el coche hasta Mendocino, a petición de la doctora Stryker. ¿Está herida?
—Si le digo la verdad, no tengo ni idea. No hemos hallado a nadie dentro del vehículo; tan
solo hemos encontrado restos de sangre y de vómito. Hay otro coche arriba, en la cima de la
colina, pero también está abandonado. No hemos localizado aún a nadie en los alrededores.
¿Sabría usted...? ¡Oiga!, ¿me escucha?
Conn reclamó el teléfono cuando Maggie murmuró: «No han encontrado a Leigh», y habló
con un tono totalmente controlado:
—Soy la doctora Stryker. ¿Cómo que no encuentran a la señorita Grove? ¿Dónde ha
ocurrido el accidente?
Conn escuchó una breve descripción del lugar y del estado en que había quedado el Audi,
y sintió un vuelco en el corazón cuando le describieron el otro coche abandonado: «un viejo
Volvo de color gris».
—Escúcheme con atención, señor... ¿cómo se llama usted?
—Leonard Wicks.
—Wicks, escuche: la señorita Grove es una testigo esencial en un caso criminal y
recientemente han atentado repetidas veces contra su vida. El coche que usted describe como
abandonado ha sido detectado varias veces rondándola. Es muy importante que considere esto
como un caso criminal y que la localice lo antes posible. No importa qué hilos tenga que mover
para ello, pero ¡hágalo ya!
—Señorita... ejem, doctora Stryker, entienda que yo no tengo autoridad para movilizar a
todos mis hombres solo por una llamada telefónica. Haremos lo que esté en nuestras manos,
pero...
Maggie, al ver que Conn estaba empezando a perder el autocontrol, tomó el teléfono:
—Señor Wicks, en dos horas tendrá usted ahí a un equipo forense del FBI al completo.
Dentro de veinte minutos recibirá usted una llamada de alto nivel autorizando toda la operación.
Le sugiero que, mientras tanto, proteja con mucho cuidado la escena del delito y haga las
llamadas necesarias para reunir a todas sus unidades de búsqueda y rescate. Es muy probable que
la señorita Leigh Grove se halle en grave peligro. ¿He sido suficientemente clara?
— ¡Sí, señora!
—Perfecto. Le iré llamando cada pocas horas para que me vaya informando de la
situación. Lleve siempre el teléfono encima.
—De acuerdo. A propósito, ¿cómo se llama usted?
—Coronel Margaret Cunningham. Hasta luego.
Se instaló en la sala de estar un silencio atronador, hasta que Jen dijo:
—Tienes que regresar, cariño. Cuando la encuentren, te va a necesitar.
Conn no respondió y Maggie permaneció callada. Conn luchaba desesperada por aclararse
las ideas.
—Ahora no. Si ha pasado lo peor... sería absurdo que además también perdiéramos a
Marina. Nosotras solo somos útiles aquí; ahí, que sean las autoridades las que hagan su trabajo.
Maggie, llama a Jess y pregúntale si han oído algo sobre Leigh, y dile que quiero recuperar mi
coche, una vez que el equipo forense haya acabado su trabajo. Pídele que encargue a la banda de
Robin que lo recoja. Y Jess se encuentra ya totalmente recuperada: quiero que coordine la
operación y que sea nuestro enlace sobre el terreno.
Conn marcó otro teléfono.
—Vale, pero ¿a quién llamas ahora?
—A Pat Hideo. Es el mejor amigo de Leigh y querrá estar informado; además, quiero que
acuda ahí alguien de mi compañía, por si puede ser de alguna ayuda.
El aire estaba cargado de miedos y de emociones inconfesables, mientras cada una hacía
sus llamadas. Jen se dirigió a la cocina para preparar algo de cena y, acaso también, por ocuparse
en algo.
Media hora después, mientras se comían unos sándwiches mixtos, Maggie les resumió los
últimos datos:
—Jess me ha dicho que Ally tenía en su contestador un mensaje de Leigh de las diez de la
noche. Intentó responder, pero no había cobertura. Teniendo en cuenta lo montañoso de la zona,
tampoco se preocuparon mucho por ello. Poco después se produjo un apagón eléctrico debido a
la tormenta, así que supusieron que de momento no iban a recibir llamada alguna. En su primer
mensaje, Leigh decía que iba a detenerse a cenar en Guerneville y que luego seguiría ruta para
pasar ya la noche con ellas. Al no verla llegar, pensaron que al final había decidido quedarse a
dormir en Guerneville, debido al mal tiempo. De hecho, Ally y Jess no estaban preocupadas
hasta que las he llamado. Jess sigue con muletas, pero Ally se encarga de llevarla en coche y de
contactar con Robin por el tema del Audi. A propósito, ¿quién es esa tal Robin?
Conn apartó la mirada de Maggie.
—Una amiga de Ally que está reparando la Ducati. Ella y sus amigas pueden encargarse
del coche, tienen una grúa con plataforma.
Maggie se dio cuenta de que Conn le estaba ocultando algo, pero no quiso presionarla,
cosa que esta le agradeció.
—Pues yo he hablado con Pat y está de camino desde Washington D.C. Pondremos todos
nuestros medios, entre ellos lo último y más sofisticado en telecomunicaciones, a disposición de
los investigadores.
Y, desganadas y taciturnas, siguieron revolviendo en el plato lo que probablemente era una
comida deliciosa.
— ¿Qué hora es? —preguntó Conn—. ¿Podemos volver a llamar ya?
Maggie lanzó una ojeada a su reloj.
—Solo ha pasado una hora. Démosles algo más de tiempo para que se hagan con el lugar y
para que Jess pueda llegar ahí. Todo el mundo está haciendo todo lo posible, Conn.
—Pero ¿y si está herida y en manos de...?
Conn se alzó de golpe, dejando caer con estrépito el tenedor sobre el plato, y abandonó la
mesa para dirigirse al baño.
Conn se había acostado e intentaba dormir, cuando oyó a Maggie entrar y decir que Jess y
Ally acababan de llegar al lugar y que iban a coordinar el operativo, elaborando informes cada
hora. Los forenses también acababan de llegar con más unidades de búsqueda y rescate.
Conn permaneció tumbada en la cama, con los ojos abiertos, intentando controlar la
respiración. Finalmente, comenzó a dormitar, hasta que lanzó un grito que la despertó a ella
misma. Acababa de soñar que Leigh la llamaba pero Conn no podía llegar hasta ella. Cuando Jen
corrió a su habitación, se la encontró cubierta de sudor y jadeante, con la cara bañada en
lágrimas.
Dejó que Jen la abrazara, reconfortándola, mientras Conn susurraba:
—Tenías razón, debí traerla aquí, para que se quedara contigo. Yo soy la responsable de
todo esto, mierda, yo soy la responsable...
Se estremeció, atravesada por una punzante pena. Jen la mantuvo apretada contra su pecho.
—Cielo, has hecho lo que considerabas más adecuado. No le des más vueltas; Leigh no lo
haría. Tenemos que mantenernos despejadas y tranquilas.
Conn permaneció temblorosa en los brazos de su tía, esforzándose por recuperar la calma,
hasta que por fin logró hablar:
— ¿Cuánto tiempo he estado durmiendo?
—Pues un par de horas, amor. ¿Quieres que te traiga algo?
—No. Voy a darme una ducha y a cambiarme. Si se produjera cualquier novedad...
—En cuanto sepamos algo, tú también lo sabrás, no te preocupes.
Durante las siguientes cuatro horas, los informes periódicos no revelaron nada nuevo, así
que se ocuparon de repasar el plan para liberar a Marina.
Se suponía que el intercambio se iba a producir en Karachi, Pakistán. En principio, los
secuestradores querían una cita en un lugar más remoto, pero acabaron aceptando la populosa
ciudad pakistaní gracias a la insistencia de Conn, que sabía que en zonas menos habitadas los
terroristas tenían ventajas. En una gran ciudad siempre contaba con más posibilidades de ser
rescatada.
De repente, sonó el teléfono, aunque no había ningún informe previsto hasta media hora
después. Se miraron mientras Maggie se apresuraba a contestar.
—Hola. Sí... oh... ¿a qué hora? ¿Cómo... está identificado? Tomad fotografías claras y
enviádmelas cifradas. ¿Algo...? Vuelve a llamar en cuanto... sí. Se lo diré.
Colgó y las miró.
—Han descubierto un cadáver... masculino.
Jen y Conn se reclinaron en el sofá y Conn preguntó:
— ¿Identificado?
—Aún no. Ronda la cincuentena, pelo gris. Varios disparos en el pecho y uno en la cabeza.
Jess aún no ha podido verlo debido a su pierna, pero ha pedido fotografías que nos enviará por
correo electrónico. De momento, solo tiene la información que le han transmitido por walkie-
talkie.
—Dieter Reinhold. Tal vez Georgia Johnson no estuviera con él y tal vez haya sido Leigh
quien le ha disparado.
—Tal vez. Jess me ha mencionado también otra cosa: parece que hay huellas de pisadas
alejándose del cadáver en dos direcciones diferentes y tienen diferentes tamaños. Unas son más
pequeñas y ligeras, pero las otras también podrían ser de mujer y parece como si uno de los pies
se arrastrara un poco. Hay rastros de sangre en ambas. Jess sabía que esta información te
interesaría tenerla lo antes posible; estaba muy excitada.
Conn sintió un destello de esperanza y una leve sonrisa se dibujó en la comisura de sus
labios.
—Más pequeñas y ligeras... Entonces Georgia Johnson probablemente también se hallaba
presente. Tal vez Leigh logró herirla en una pierna con la navaja automática. Si alguien es capaz
de salir airosa de una situación así, esa es Leigh... es mucho más inteligente que los otros dos,
eso seguro.
“¡Así me gusta, cariño! ¡Nunca te rindas!», pensó.
—La encontramos pronto—dijo Maggie—. Pero si está herida... bueno, parece que el mal
tiempo está amainando, lo que debería facilitar la labor de los investigadores...
Solo faltaban veinticuatro horas para que el intercambio tuviera lugar, y el avión iba a
venir a recogerlas en breve. Conn rezaba con fervor por lograr información definitiva antes de
irse y por que fuera favorable. Pero si Leigh había muerto, solo esperaba ya que Marina pudiera
regresar sana y salva, porque en lo que a ella se refería, le daría igual volver o no.
Capítulo 18
— ¿Dónde estoy?
Cuando Leigh miró a su alrededor, todo parecía desenfocado. Una mujer alta y delgada
estaba mirándola.
—Estás en un monasterio y estás a salvo, aunque herida. Me llamo Elaine. Por favor,
intenta no moverte demasiado. Ahora vendrá una enfermera a cuidarte, aunque tal vez necesites
ir a un hospital.
— ¡No!... ¡Ay!... No, por favor.
Leigh volvió a cerrar los ojos y se dejó llevar por el agotamiento que le había provocado el
amago de resistencia, pero la voz, suave y con un leve acento, la devolvió de nuevo a la realidad.
—No te preocupes. Tienes un buen corte en la base del cráneo y creo que tienes fiebre, así
que tal vez sea inevitable visitar un hospital. El Perro Fantasma fue quien te trajo hasta nosotras.
Leigh sonrió y pensó: “¡Loup!». Se relajó y cerró los párpados: estaba a salvo. Al cabo de
unos segundos, oyó una voz como en la lejanía:
—Loup; qué bien que conozcas su nombre. ¿Y el tuyo, cuál es tu nombre?
Sin embargo, Leigh se sentía demasiado cansada para contestar.
Lo siguiente que oyó fue un par de golpes en la puerta y a la mujer diciendo:
—Buenos días. Me alegra verte de nuevo. Hemos hallado esta mañana a una joven herida
dentro de nuestra propiedad. Necesitamos tu ayuda.
Leigh lo veía todo envuelto en una neblina; la enfermera entró en la habitación, la tarima
crujía a su paso.
—Claro, claro. Veamos qué tenem... ¡Vaya por Dios!
La enfermera juntó las manos y se quedó mirando a Leigh, quien pensó que le resultaba
familiar, pero era incapaz de fijar la mirada.
La enfermera comprobó rápidamente las vendas y el hombro, le tomó el pulso y, girándose
hacia Elaine, le pidió algunas mantas más. Mientras tanto, Leigh se había vuelto a dormir.
El ruido de la puerta abriéndose volvió a despertarla y oyó a la enfermera preguntando:
— ¿Puede quedarse aquí?
—El Lama dice que nos vamos a ocupar de ella siempre y cuando permanezca fuera de
peligro y no necesite hospital.
Leigh notó que la enfermera se sorprendía, pero no le dio demasiada importancia, pues
estaba intentando recordar de qué le sonaba.
—Bueno, tiene un hombro bastante maltrecho; puede que se haya fracturado algo. No hay
indicios de conmoción cerebral, aunque será necesario aplicarle unos puntos de sutura en el corte
que presenta en el cráneo; nada complicado. Tiene también un poco de fiebre, tal vez neumonía
o alguna infección, así que le extraeré un poco de sangre y comenzaremos un tratamiento de
antibióticos. Pero si no responde inmediatamente al mismo, tendremos que llevarla al hospital de
Mendocino. En su estado actual, lo mejor va a ser que llame a Doc para que venga a verla.
Elaine asintió, como si conociera bien a Doc. Leigh seguía intentando enfocar la vista en lo
que la rodeaba y, concentrándose en la enfermera, dijo al fin:
— ¿Tuck? ¿Eres tú, Tuck?
Tuck sonrió y dijo:
—Ya lo creo, nena. Cuánto tiempo. —Y, echándose hacia atrás, añadió—: Elaine, te
presento a Leigh Grove; Leigh, esta es Elaine Richmond. Ha sido ella quien te ha encontrado y
quien me ha llamado.
Leigh intentó tenderle una mano a Elaine, aunque apenas logró levantarla y esta,
adelantándose, le dio un suave apretón.
—Bienvenida, querida: pero ahora debes descansar.
Leigh tuvo un acceso de tos, así que Tuck le dio un vaso de agua para que lo bebiera a
sorbitos. Conforme el agua le iba refrescando la garganta, una idea le hizo alzar la cabeza.
—Tuck, es importante que le hagas llegar un mensaje a Conn: dile que estoy bien.
— ¿Dónde está? La llamo ahora mismo.
La inquietud de Leigh fue incrementándose según intentaba escudriñar a su alrededor.
—Mi móvil, necesito mi móvil...
— ¿Elaine?, ¿su móvil? —preguntó a su vez Tuck.
Esta se inclinó sobre Leigh.
—Lo único que te hemos encontrado encima ha sido un cuchillo y un reloj; no había
ningún móvil. En cualquier caso, tampoco serviría de mucho: aquí no hay cobertura.
— ¡Oh, Dios mío! Y ahora, ¿cómo puedo contactar con ella? Es imprescindible que sepa
que estoy bien. Estará muy preocupada...
E hizo amago de salir de la cama. Tuck la sujetó con suavidad pero también con firmeza y
la obligó a volver a recostarse. Estaba demasiado débil para resistirse. Unas lágrimas
comenzaron a deslizarse por sus mejillas.
— ¡Tuck! ¡Conn está en el extranjero y tiene que saber de mí lo antes posible! Te lo
suplico: localiza a Ally y a Jess; Jess puede contactar con ella. Por favor, por favor...
—Cálmate, cielo. Ya me encargo de contactar con ellas, no te preocupes. Te prometo que
le haré llegar a Conn noticias tuyas. Ahora, descansa o tendré que llevarte al hospital; no estoy
bromeando.
—No, al hospital no... Es demasiado peligroso. Yo... localiza a Conn... dile que estoy
bien... —Demasiado exhausta para seguir hablando, Leigh volvió a dejarse llevar por el sueño.
Tuck le acarició la mano y se levantó.
—Bueno, pues tengo que hacer unas cuantas llamaditas. ¿Puedo usar vuestra línea o...?
—Puedes usar la línea para residentes. Es de uso limitado, pero esto es una emergencia.
Sígueme.
Tuck salió apresuradamente tras ella, contagiada por la sensación de urgencia que le había
transmitido Leigh. Llamó primero al pueblo, pero nadie cogía el teléfono. No llevaba encima el
número de Robin, así que se armó de paciencia, segura de que alguien acabaría descolgando al
otro lado. En efecto, al cabo de un rato sonó un irritado « ¿Hola?».
—Hola, soy Tuck. Gracias por atender. ¿Dónde está todo el mundo?
La voz se tornó amistosa:
—Oh, hola, Tuck. Pues, si te digo la verdad, no lo sé muy bien. Estaba en mis faenas
cuando, de repente, vi que todas se marchaban con prisas.
—Mierda. ¿Tienes el número de móvil de Robin?
—Pues no, lo siento. ¿Quieres que le deje algún mensaje?
Tuck soltó un suspiro y se apretó el puente de la nariz, intentando pensar algo rápido.
—Vale. Dile a Robin... ¿puedes anotarlo?
Esperó a que la mujer buscara un papel y un bolígrafo.
—Dime.
—Dile a Robin que estoy con Leigh Grove y que está bien. Dile que tiene que hacerle
llegar esta información a Ally lo antes posible, que es muy importante. Oye, ¿sabes cómo se
llama la tienda donde trabaja Ally?
Al otro lado de la línea se oían continuos trazos y murmullos.
—Ally... muy... importante... Mmm, ¿no se llama European Down Shop o algo así? Prueba
en el número de Información. ¿Algo más?
—Solo asegúrate de que Robin lea la nota en cuanto vuelva. Gracias.
Tuck colgó e intentó conseguir el número de teléfono de la tienda de Ally. Hacía tan solo
unos años, un operador local le hubiera resuelto rápidamente todas sus dudas, pero la persona
que la atendió tenía un claro acento sureño y ni remota idea de cómo ayudarla si no le deletreaba
con exactitud el nombre de la tienda. “¡Inútil!»
Tras colgar, Tuck regresó a ver a su paciente, para extraerle sangre y acabar de limpiar y de
suturar su herida.
Leigh estaba tan cansada que apenas se despertaba. Le dio una dosis de antibióticos y
confió a Elaine unas píldoras. Aún tenía que visitar a unas cuantas personas más que también la
necesitaban, debido a la ausencia del médico rural, así que ya llevaría la sangre al laboratorio de
camino a casa, después de volver a ver a Leigh. Una de las integrantes de la comunidad de Robin
era técnica de laboratorio en el hospital y podía llevar a cabo los análisis sin necesidad de abrir
ningún informe.
Había hecho lo que había podido, así que relegó a Leigh a un segundo plano para
concentrarse en el resto de las visitas del día.
Capítulo 19
Conn y Maggie aterrizaron en una base militar cercana a Karachi, la capital oficiosa de
Pakistán y su corazón comercial. Se iban a quedar ahí hasta justo un poco antes del amanecer,
cuando se había acordado que tuviera lugar el intercambio. Ni los terroristas se arriesgaban a
andar por las calles de esta ciudad por la noche, pues las diversas bandas de delincuentes podían
asaltarlos. Los pandilleros, que crecían en un entorno absolutamente desesperado, no entendían
de lealtades ni de otros códigos y llevaban a cabo una guerra propia.
Aunque, en cierto modo, hubiera sido preferible que Marina hubiese caído en manos de
estas bandas, pues, por lo menos, estas podían comprarse. Sus secuestradores, en cambio,
obedecían órdenes de fuera y estaban dispuestos a dar la vida para cumplirlas, pues de ello
dependía la supervivencia y el honor de sus propias familias.
Conn y Maggie fueron conducidas a un pequeño edificio de la base que albergaba a los
oficiales militares y de inteligencia; Conn conocía a muchos de ellos, a pesar de lo cual estos
mantuvieron un comportamiento cuidadosamente reservado, propio de la gravedad de la
situación. Les mostraron una lúgubre habitación, provista de dos catres, una pila, un retrete y un
espejo de pared. Maggie se fue a solucionar algunos trámites, dejando allí a Conn, que
necesitaba unos momentos de privacidad y concentración.
Al cabo de un cuarto de hora, Maggie regresó y se dejó caer con todo su peso sobre uno de
los catres; Conn estaba tendida en el otro, boca arriba y con un brazo cruzado cubriéndole la
cara.
—Vale. La Operación Furor de Tormenta se inicia al amanecer. Partimos dentro de tres
horas, con una escolta armada, para llevar a cabo el intercambio. Siempre cabe la posibilidad de
que se dejen llevar por la codicia y pretendan hacerse con ambas; por supuesto, nosotros también
pretendemos liberaros a las dos.
Conn apenas le estaba prestando atención.
— ¿Hay alguna novedad?
—No. Jess me ha dicho que están investigando en el monasterio, pero de momento, nada
más.
Conn permaneció callada durante algunos minutos; el aire de la habitación estaba cargado
de efluvios de tabaco y sudor.
—Está viva; sé que está viva, puedo sentirlo. Tienes que encontrarla, Maggie, y decirle
cuánto la quiero. Quiero que me lo prometas.
—Se lo dirás tú misma, en cuanto regreses.
—Prométemelo.
—Te lo prometo. Y también te prometo a ti que regresarás.
Conn sonrió levemente, mientras mantenía el brazo sobre la cara para protegerse los ojos
de la cruda luz de la bombilla que colgaba del techo.
—Vale, solo quería comprobar que todo está claro; pero ya sabes: primero hay que rescatar
a Marina y luego a mí.
Maggie lanzó un suspiro y apagó la luz, tras lo cual se dejó caer en el catre; su aterrizaje
levantó una fina capa de polvo que hizo que Conn tosiera. Se quedaron así tendidas durante un
rato.
— ¿Maggie?
— ¿Mmm?
—Ya sé que nunca he sido... bueno, como una amiga ni nada parecido. Pero ahora quiero
que sepas... que aprecio todo lo que estás haciendo.
La voz de Conn se quebró en la última palabra y se quedó callada, incapaz de continuar.
—No hay problema. Intenta dormir un poquito, Conn.
—Gracias.
— ¡No!
Leigh se convulsionó en la cama, como dando un traspié, y se alzó de golpe, cubierta de
sudor y lanzando una mirada salvaje a su alrededor. No sabía dónde se hallaba. Pistaba oscuro y
la tenían cautiva; debía huir de ahí. Notó un dolor abrasador atravesándole la pierna; se la agarró
y gritó.
De repente, alguien pronunció su nombre y unas manos intentaron tranquilizarla con
suavidad. Ella se debatió con la intención de escapar, pero la persona la retenía, llamándola por
su nombre e intentando calmarla. Se sentía demasiado débil para seguir luchando mucho más;
con la respiración entrecortada, le dijo a la persona que necesitaba ayuda.
Al final, se dejó caer sobre la cama, llorando y escuchando confusamente una serie de
voces a su alrededor, mientras sentía algo frío y húmedo en su frente. Las voces sonaban
preocupadas; no podían ayudarla, ni siquiera podía ayudarse ella a sí misma. Se dejó arrastrar
por un sueño muy pesado, convencida de que algo terrible estaba a punto de ocurrir.
— ¿Cómo? ¡Pero qué coño me estás contando! ¡No me jodas! ¿Dónde está? ¿Que no está
en el escáner? ¿Cómo que no? ¿Y Kouros, dónde está? ¿Está bien? ¡Traedla para acá ya! ¡Y
encontrad a Stryker, carajo!
Maggie estrelló el teléfono contra la mesa, lo alzó y volvió a estrellarlo. Por último, lo
arrojó, haciéndolo añicos contra la pared de enfrente.
— ¡Mierda! ¡Mierda! ¡Mierda!
Se inclinó sobre la mesa, para mirar los restos. La sala se quedó totalmente muda y el
empalagoso ambiente se volvió incluso aún más denso; nadie se atrevía a mover un dedo, todos
desviaban la mirada.
Se frotó la cara con las manos, para intentar controlarse un poco, y gritó:
— ¡Necesito un nuevo teléfono ahora mismo! ¡Sargento, intente descubrir algo en ese
dichoso escáner! ¡Muévase!
La sala se agitó de repente en una febril actividad, aunque Maggie sospechaba que algunos
ni sabían qué estaban haciendo, pero nadie quería convertirse en la diana de su próxima
explosión de ira. Muchos miraban ansiosos a un hombre que intentaba con desespero localizar
algo en el escáner, mientras otro salía corriendo en busca de otra unidad de telecomunicaciones.
— ¡Todo el mundo, un poco de atención!
La sala se congeló por segunda vez en dos minutos. Maggie tomó aire y dijo:
—Hemos recuperado a Marina Kouros. Están trayéndola para acá. Parece que está bien.
Las escasas exclamaciones triunfales murieron de forma prematura; Maggie no había
acabado.
—En cuanto a Stryker, la hemos perdido. Quiero decir, que no sabemos dónde está. Se ha
producido un tiroteo y parece que ha sido herida. Los terroristas han huido, ¡y no se sabe cómo
diablos han logrado llevársela con ellos!
Sabía que estaba hablando a gritos, ¡pero se sentía tan frustrada...! Tenía que controlarse un
poco y actuar con rapidez, antes de que fuera demasiado tarde.
—Comenzad a buscar por todas partes. Contactad con vuestras fuentes de información.
Comprobad los rumores que corran por Internet, cables de prensa, etcétera. Creo que la
liberación de Kouros ya ha sido anunciada. ¿Alguna novedad en el escáner?
El sargento sacudió negativamente la cabeza. Una oficial de inteligencia atendió el
parpadeo procedente de un aparato de telecomunicaciones militar, escuchó y se acercó a Maggie.
—Coronel, la señorita Kouros se niega a recibir asistencia médica; antes quiere hablar con
el oficial al mando.
Maggie fue hasta el teléfono y se quedó de pie, lista para la acción.
—Aquí la coronel Cunningham. ¿Señorita Kouros? Sí. Tiene que someterse a un chequeo
médico por si... claro... claro. Estaré ahí en quince minutos.
Le devolvió el aparato a la oficial.
—Consígame un vehículo y un conductor; nos vamos al hospital de la base.
A los cinco minutos, ya estaban llegando ahí y vieron entrar, a toda velocidad, a una
caravana de cinco ambulancias. Dentro las esperaba toda una tropa de camilleros. Maggie supo
entonces que había habido bajas en el intercambio de fuego. Los camilleros comenzaron a cargar
con soldados, algunos heridos, varios muertos.
Cuando el oficial al mando de la operación sobre el terreno bajó de un salto de su vehículo,
con un brazo vendado de forma improvisada, aún goteando sangre, y la saludó mecánicamente,
Maggie se cuadró, intentando borrar toda expresión de su rostro, y le devolvió el saludo.
— ¿Situación? —preguntó Maggie, mientras acompañaba al oficial hacia los médicos que
lo estaban esperando.
—La Operación Furor de Tormenta ha resultado parcialmente exitosa. La señorita Kouros
está bajo nuestra custodia, pero hemos perdido a la doctora Stryker; han logrado llevársela. Lo
tenemos todo grabado. Ambas mujeres coincidieron en el centro del puente, deteniéndose ahí e
intercambiando algunas palabras, pero durante no más de cinco segundos, pues uno de los
secuestradores les gritó que siguieran avanzando y así lo hicieron. La señorita Kouros avanzó a
paso rápido, mientras que la doctora Stryker lo hacía despacio. Los secuestradores se pusieron
entonces nerviosos y comenzaron a disparar al aire. Tras lo cual, dispararon al suelo, a su
alrededor. Cuando uno de los disparos le alcanzó en la pierna, se desató un maldito infierno. Así
que intentamos cubrir a Stryker, mientras sacábamos a Kouros de ahí. Ellos tuvieron más bajas
que nosotros, pero, de alguna maldita manera, lograron arrastrarla hasta una furgoneta y
desaparecer con ella. No quisimos disparar al vehículo, por miedo a perjudicarla. Al final,
lograron escapar entre la multitud. ¡Mierda! Lo siento mucho, señora.
Maggie escuchó todo el relato con la mandíbula chirriando de frustración, hasta que
llegaron a la sala de emergencias.
—Han hecho lo que estaba en sus manos. Ahora, cúrese usted. Necesito ver la grabación lo
antes posible y, ya sabe, quiero un informe completo. ¿Qué tal está la señorita Kouros?
—Está que echa pestes. Me ha dicho que los médicos pueden irse al carajo, que ella
necesita hablar con usted. Me gusta... —sonrió con cierta timidez, mientras se limpiaba el sudor
que le empapaba la cara, cuyo tono empeoraba por momentos.
Maggie reclamó un médico, esperó a que tendieran al joven oficial en una camilla y entró
en el hospital con él, buscando a Marina. A juzgar por el jaleo procedente del pabellón de
urgencias, la rescatada debía de hallarse ahí dentro. Maggie fue siguiendo los gritos que
resonaban por los pasillos, hasta dar con el cuarto en cuestión.
— ¡Aleje eso de mí! ¡No me van a tocar hasta que hable con la oficial responsable de
rescatar a Conn Stryker! ¡No, no me van a sacar sangre, no me van ni a tomar el pulso, y si me
muero aquí mismo, será responsabilidad suya! ¡Y ahora, encuentren a la oficial!
Maggie no pudo evitar una sonrisa. Aunque nunca había coincidido con la reportera, Jen y
Conn le habían contado en París unas cuantas historietas suyas que demostraban que la diminuta
mujer era pura dinamita. Ahora, observando a los médicos corriendo confusos por toda la sala,
Maggie no dudó de la veracidad de las anécdotas.
—Señorita Kouros, soy la coronel Margaret Cunningham, la responsable de esta operación.
Celebramos su regreso.
La mujer pivotó sobre sí misma y clavó los ojos en Maggie.
— ¿Dónde está Conn?
—No lo sabemos. Tenemos que hablar. ¿Por qué no deja a estos médicos que le hagan un
rápido chequeo y después nos sentamos a analizar la situación y a redactar un informe?
—Estoy perfectamente —replicó Marina con un tono cortante—. ¿Dónde podemos hablar?
Solas y sin micrófonos ni aparatos de escucha. Ahora.
Mientras Maggie y Marina se medían con la mirada, la coronel notó que la reportera había
perdido peso y parecía cansada, pero sus ojos brillaban con la misma pasión que la había hecho
famosa a lo largo de los años.
— ¿Puede usted caminar?
Marina asintió, así que Maggie le dijo al médico que iba a ser solo un momento; este lanzó
las manos hacia arriba, en un gesto de desesperación, y abandonó de manera airada la habitación.
Mirando a Marina, Maggie se dirigió hacia la salida del hospital.
Una vez fuera, se fueron alejando de los edificios, hasta que se detuvieron, dándoles la
espalda. Maggie advirtió:
—Lo más probable es que nos estén observando con prismáticos y solo Dios sabe con qué
otros aparatos.
Marina lanzó una sonrisa traviesa.
—Soy una griega hablando en inglés; es casi imposible que puedan comprenderme
leyéndome los labios. Por otro lado, mientras nos movamos continuamente y nos tapemos la
boca de vez en cuando, lo van a tener muy difícil; al menos a mí me ha funcionado años atrás.
Añadamos a esto el viento que sopla aquí fuera y, aunque nos apunten con los aparatos de
escucha más sofisticados, no van a lograr obtener gran cosa.
—Parece usted muy familiarizada con el tema, ¿no?
Marina se encogió de hombros.
—En mi negocio, una exclusiva puede decidir una carrera profesional. A veces ocurre.
— ¿Y qué tiene que contarme tan importante que no puede escuchar nadie más que yo?
—Hay un montón de vidas que dependen de que usted guarde en secreto lo que le voy a
contar. Las vidas de muchas mujeres. Me tiene que prometer que no lo va a desvelar a nadie, por
lo menos durante un tiempo más bien largo.
Maggie se tensó. Era militar y del servicio de inteligencia, no podía prometer tal cosa.
Marina debió de entenderlo, leyendo su lenguaje corporal, así que insistió.
—Si esto sale a la luz antes de que Conn sea rescatada, será ejecutada y toda una serie de
mujeres serán perseguidas. Las torturarán, las violarán y, al final, las matarán. Y terminará toda
posibilidad de colaboración por parte de las que consigan sobrevivir, lo que reducirá
drásticamente nuestras posibilidades de futuros rescates. ¿Me entiende? No puedo arriesgarme a
que esto suceda; ni usted tampoco.
—Pero toda la información que gestionamos en los servicios de inteligencia se mantiene en
la más estricta confidencialidad... —protestó Maggie, aunque era totalmente consciente de lo
comunes que eran las filtraciones; más comunes cuanto mayor fuera el valor de la información.
La expresiva mirada que le devolvió Marina le hizo saber que ella también era consciente.
—De acuerdo, de acuerdo. Tiene mi palabra. Ahora, ¿qué le dijo a Conn cuando se
cruzaron?
Marina la estudió, como si sopesara cada una de sus palabras, y al cabo dijo:
—Solo me dio tiempo a decirle una palabra, una clave. — ¿Cuál?
—Azadi. Significa «libertad».
Capítulo 20
Elaine apareció poco después para dar una vuelta con Leigh por los terrenos del
monasterio. Le entregó una banda de tela para sujetar el brazo de Leigh a modo de cabestrillo.
Por lo menos, le quedaba una mano libre.
Según iban paseando por una larga avenida, siguiendo una hilera de árboles frutales y de
rosales, cuyo colorido se estaba marchitando con la estación, fueron pasando toda una serie de
edificios que guardaban sus obras, tanto artísticas como de naturaleza más práctica, así como de
templos de hermosas estupas doradas que contenían numerosas ruedas de oraciones.
Las soberbias construcciones, la abundante vegetación y la laboriosidad de los habitantes
del monasterio le resultaban admirables, pero Leigh no podía evitar verlo todo a través de un
velo de temor y preocupación; una parte importante de ella estaba ausente, con Conn: su
corazón. Se esforzó, no obstante, por parecer interesada en lo que estaba viendo.
— ¿Por qué no organizáis visitas guiadas? Sería una buena manera de recolectar dinero
para vuestros proyectos, ¿no?
Elaine mantenía la mirada perdida en el horizonte.
— ¡Oh, no! Piensa que, si cualquiera pudiera entrar aquí pagando, ¿cómo afectaría eso a
toda la energía que nos rodea en cada momento? Cada persona tiene su propio tipo de energía.
¿En qué se convertiría esto?
Siguieron caminando en silencio durante unos momentos, mientras Leigh meditaba las
palabras de Elaine.
—Elaine, ¿por qué me dejáis quedarme aquí? Ya he escuchado a varias personas comentar
que no es nada usual que permitáis la estancia a alguien que no sea budista, o por lo menos
«espiritual».
Se sentaron sobre los escalones de granito de un templo que se alzaba hasta cinco alturas
sobre ellas.
—Bueno, si te digo la verdad, no lo sé. Simplemente, el Lama ha dado su consentimiento.
— ¿Y ha dicho cuánto tiempo me puedo quedar?
Elaine la miró con ecuanimidad.
—No. Hasta que llegue el momento de irte, supongo.
Leigh apreció esa filosofía tan sencilla.
— ¿Te ha contado Tuck alguna novedad sobre Conn?
El dolor que atravesó a Leigh debió de reflejarse en su rostro, pues Elaine posó una mano
sobre la suya y dijo:
—Lo siento. No quería apenarte.
—No, no pasa nada. Iba a contártelo. Está desaparecida y aún no saben ni dónde buscarla,
ni siquiera si sigue viva. Pero yo sé que lo está. Lo sé.
Leigh estudió el rostro de Elaine durante unos instantes, convencida de que, si había
alguien que podía comprender sus intuiciones, era esta mujer.
—Antes de que Conn partiera, tuvimos una experiencia que solo soy capaz de describir
como una unión espiritual Desde entonces, puedo sentir su presencia, a veces puedo incluso oír
su voz. Supe que estaba herida antes de que me lo dijeran, de la misma manera que ahora sé que
sigue viva.
—Bien. Pues entonces necesitará más que nunca tu amor y determinación para hallar la
manera de regresar a ti —dijo Elaine, y señaló hacia su izquierda—. ¿Ves ese enorme y viejo
roble frente a ese templo? Muchos dicen que es la mayor fuente de energía de todo el
monasterio. Tu comunicación con Conn puede ser más viva ahí.
Leigh regaló una sonrisa a Elaine, aliviada y agradecida por su comprensión.
—Me gustaría quedarme aquí hasta que vuestro Lama decida que es tiempo de irse. Me
gustaría trabajar, ocuparme en cosas, aunque de momento no creo que pueda hacer mucho; tal
vez pequeñas tareas que descarguen un poco a otros. ¿Sería posible?
—Eso estaría muy bien, pero ¿por qué no esperas mejor hasta mañana? Hoy ya has hecho
suficiente ejercicio con el paseo.
Conforme regresaban hacia el edificio principal, donde estaba la residencia, pasaron junto
a un enjuto viejecillo atareado en sacar tierra a paletadas de la parte trasera de una destartalada
furgoneta.
Elaine se detuvo y le dijo:
—Bill, te presento a Leigh. Le gustaría ayudar en el jardín, hasta donde le permita su
hombro herido. ¿Puedes encontrar alguna tarea ligera para ella?
Bill mostró una cálida sonrisa y asintió.
— ¡Seguro! ¿Por qué no vienes mañana por la mañana y vemos qué se puede hacer?
¿Sabes descapullar rosas marchitas?
— ¡Claro!, aprendí a hacerlo cuando aún no me tenía en pie. Y cualquier otra cosa que
pueda hacer con una sola mano, me encantaría.
—Bien. No te preocupes, que yo me encargo de tenerte ocupada. Nos vemos mañana.
De vuelta al edificio principal, Leigh seguía pensando en otras tareas que pudiera hacer;
quería pagarles de alguna manera toda su amabilidad. Y además, curiosamente, sentía que
permanecer ahí era la mejor manera de ayudar a Conn. Su destino estaba ahora en otras manos.
Desde una ventana, lanzó una mirada hacia el roble del que le había hablado Elaine.
Conn gruñó e intentó girarse, pero un agudo dolor en el muslo le cortó la respiración. No
veía nada; esperaba que porque no hubiera ventanas ahí, no porque se hubiera (pie- dado ciega.
Quiso valorar su estado intentando alzar las manos hacia la cara, cuando descubrió que las tenía
encadenadas, así como los pies, con otra cadena entre medias. Al intentar levantar las manos, tiró
de forma involuntaria de los pies, lo que le recordó dolorosamente que tenía una pierna herida.
Se puso boca a arriba, como pudo, e intentó aclararse las ideas. « ¿Qué coño ha pasado?
Ah, sí. La maldita operación Furor de Tormenta se ha convertido en Tormenta Jodida.» Tenía la
esperanza de que por lo menos Marina hubiera logrado ponerse a salvo antes de que comenzara
el infernal tiroteo.
Sentía unas punzadas latiendo en su pierna y, palpándose con cuidado la zona, notó un
trozo de tela húmedo y pegajoso que la envolvía. Era evidente que alguien había intentado
detener la hemorragia, pues, aunque le dolía horrores, la herida ya no sangraba. El disparo no
debió de haber afectado a ninguna arteria. Apartó de momento de su cabeza la idea de una
infección.
Puesto que no veía, pudo concentrarse más fácilmente en sus otros sentidos. Flotaba cerca
un olor a aceite de cocinar ya rancio, así como el hedor a cuerpos sucios y sin lavar, pero no olía
a orina ni a excrementos, por lo que debían de contar con un retrete en otro lugar; ¿tal vez una
oportunidad para escapar?
Parecía hallarse sola. Reuniendo fuerzas, comenzó a extender los brazos hacia el frente,
tanteando, y, al poco, tocó un muro. No podía estirar del todo los brazos, así que intentó sentarse
y estirar las piernas al frente. Maniobra dolorosa que no pudo completar, pues el cuarto no era lo
bastante grande para ello. «Así que se trata de una especie de cubículo. ¿Sería aquí donde tenían
secuestrada a Marina? Dios, espero que no. ¡Menuda pocilga!» Volvió a olfatear el aire en busca
de algún resto de olor procedente de su otra madre adoptiva, pero enseguida se arrepintió del
intento.
Preguntándose cuánto tiempo llevaba ahí, se dio cuenta de que le habían quitado su reloj.
Suponía que llevaba menos de doce horas. Junto a las nueve horas de diferencia horaria entre
California y París, más las cuatro horas adicionales hasta Karachi, no tenía ni siquiera claro en
qué día se hallaba.
Sintió un peso en el corazón al pensar lo lejos que se encontraba de Leigh y sufrió incluso
náuseas recordando que ni siquiera sabía si estaba a salvo o no. «Viva, sé que está viva, y ella
seguramente también sienta que yo sigo viva. Tengo que escapar de aquí y regresar a casa.
Tengo que encontrarla.»
Se acordó, de repente, del dispositivo localizador que la doctora le había implantado antes
de partir de París. «Tal vez estén a punto de rescatarme.» Intentó palpar el punto donde se lo
habían puesto pero solo halló dolor y vendas húmedas.
“¡Mierda! El disparo lo ha jodido... ¡No me lo puedo creer!» Le entraron ganas de reírse a
carcajada limpia, de lo ridícula que resultaba la situación. «Estos cabrones no acertarían a un
elefante a dos metros, con esos viejos rifles de la Guerra del Peloponeso que usan, y van y atinan
en un aparato del tamaño de un grano de arroz... Si no fuera tan absurdo, estaría impresionada.
¡A la mierda!, ¿qué más puede salir mal? No te preocupes, que enseguida te vas a enterar...»
Acababa de oír varios pares de botas, así como pisadas más ligeras, subiendo por unas
escaleras. La conversación era muy escueta, como órdenes dadas en urdu, el idioma de la zona.
El receptor de las instrucciones apenas decía nada, y Conn se preguntaba si estaban hablando de
ella. Como las voces se iban acercando, recuperó la posición en la que se había despertado,
fingiendo que estaba inconsciente.
Alguien abrió la puerta de golpe y encendió una linterna. Parecieron pararse un momento
en la puerta, como escudriñando dentro, y los goznes chirriaron. Oyó entonces un par de pesadas
botas acercándose y lanzó un grito y un insulto al hijo de puta que acababa de patearla, incapaz
de ver nada más que sus viejas botas militares de fabricación rusa. Enfocaron la linterna en sus
ojos.
El grupito parado en la puerta estalló en carcajadas, seguidas de varios movimientos fuera,
así como de una voz más suave. Una pequeña mujer cubierta con un burka apareció entonces en
el borroso campo visual de Conn y se puso a hablar rápidamente, tomando la linterna y
enfocando su pierna herida.
Antes de irse con los demás hombres, el que la había pateado exigió algo y señaló hacia los
pies de Conn. Se quedaron solas.
La mujer le retiró el trozo de tela que le cubría la herida y cortó un poco de su pantalón
caqui, tras lo cual examinó la herida y la lavó con un líquido tibio y jabonoso. Conn solo podía
verle las manos, que, aunque eran jóvenes, se movían sin vacilaciones. Sacó una especie de
polvo que esparció por la herida recién lavada. No dolía. « ¿Antibióticos, tal vez?» Volvió a
envolver la pierna con una banda de tela limpia y retrocedió, como si estuviera estudiándola.
Conn había soportado todo el doloroso proceso de limpieza y vuelta a vendar sin proferir
ni una sola queja, aunque estaba empapada en sudor por el esfuerzo de autocontrol del dolor. La
mujer extrajo un trozo de torta de pan de los pliegues de su ropa y se lo tendió a Conn, que lo
aceptó con un gesto de agradecimiento, sospechando que justo detrás de la puerta había alguien
vigilando que no les permitiría conversar. Así que, aunque conocía algunas palabras de urdu, se
limitó a lanzarle una mirada de gratitud por el trato.
La mujer le retiró entonces los grilletes de los pies y comenzó a quitarle las botas; cuando
Conn hizo un gesto para detenerla, ella alzó una mano, señaló hacia la puerta y luego hacia sus
botas. Era evidente que el hombre que la había pateado acababa de decirle que quería las botas
de Conn.
Tenía sentido: podían tener una talla parecida y sus botas eran nuevas y de diseño
occidental. Además, descalza sería más inofensiva, o eso pensaban ellos.
Agotada, no se resistió al despojo de las botas. Tomó el pan ofrecido y lo ocultó dentro de
su camisa, por la parte de atrás, para que los guardias no lo vieran, y se preparó para volver a la
oscuridad total.
La mujer le recolocó los grilletes, recogió su material y se dispuso a salir pero, justo antes
de hacerlo, se agachó hacia Conn y murmuró algo, tras lo cual se volvió a erguir rápidamente y
golpeó la puerta con los nudillos. El guardia abrió y se rio cuando vio las botas, cabeceando con
satisfacción. Siguió un portazo, un ruido de cadenas y unos pasos alejándose.
Se estiró hacia atrás, sacó la torta de pan y se puso a mascarlo con calma y a conciencia,
para que su cuerpo aprovechara hasta la última de sus calorías. ¿Quién sabía cuándo iba a volver
a comer algo? Se puso a pensar sobre la mujer y la palabra que le había dicho. «Azadi.» Era la
misma palabra que le había susurrado Marina al oído cuando se cruzaron brevemente en el
puente. Sospechó que se trataba de una especie de clave. Conn sonrió en la oscuridad. Eso
significaba que era probable que fuera a salir de ahí y pronto.
Tras acabar la mitad del trozo de pan, volvió a esconder el resto en su camiseta,
reservándolo para más tarde. Se tendió en los repulsivos harapos que componían su cama y se
concentró en recuerdos de Leigh: cuando paseaban juntas por la playa, cogidas de la mano;
cuando se reían de alguna broma íntima; o su rostro, cuando miraba a Conn con un amor y una
aceptación incondicionales. Recordó también su enlace. Rogó mentalmente por que Leigh se
encontrara bien y le pidió paciencia; se volverían a ver pronto. Y se quedó dormida.
Capítulo 21
Al siguiente día, Leigh se levantó con el sol y se vistió con unos vaqueros y una camiseta
prestados; Mike le dejó también un amplio jersey de franela para que no se quedara fría hasta
que el sol ganara un poco de fuerza. Elaine le trajo té y galletas, la ayudó a envolverse bien el
brazo al hombro y a colocarse el jersey por encima.
Entonces la acompañó hasta donde se hallaba Bill, en la caseta de jardinería, donde este le
dio unos guantes, una podadora y un cubo.
Trabajó durante tres horas seguidas, parando solo para quitarse el jersey cuando empezó a
hacer calor. Las banderas de rezo plantadas en línea en las avenidas ondeaban al sostenido ritmo
de la brisa oceánica, lanzando oraciones al cosmos a cada ondulación. Leigh sabía exactamente
hacia dónde se dirigían las suyas.
Su espalda y su hombro comenzaban ya a quejarse, cuando Elaine se acercó con un vaso
de agua. Leigh se estiró con cuidado y se bebió toda el agua en escasos tragos.
— ¡Válgame Dios!, ¡llevo aquí tres horas sin parar y apenas se nota en los rosales! Debo
de estar un poco lenta. ¿Cuántas rosas tenéis aquí?
Elaine se rio.
—Cientos de rosales, tal vez más de mil, de diversas variedades. Pareces ya un poco
cansada, así que ¿por qué no lo dejamos ya por hoy y comemos algo? Puesto que aún sigues
tomando antibióticos, probablemente sea buena idea limitar tu exposición al sol. Además, Tuck
se pasará por aquí en breve.
—Supongo que tienes razón. Si sigo, es probable que en vez de mejorar me haga más daño
que otra cosa.
Tras comer algo, se dirigía hacia su habitación cuando oyó que la llamaban por su nombre;
Tuck se acercó bamboleándose y le dio un delicado abrazo.
—Tengo noticias frescas. Entremos.
Estaba muy sonriente, así que el corazón de Leigh se puso a palpitar desbocado.
— ¿De qué se trata? ¿Ya la han encontrado? ¿Está bien? —Estaba tan emocionada que
apenas era capaz de quitarse los zapatos antes de entrar en la habitación.
—Tranquila, tranquila, que ahora te cuento todo lo que sé. —Tuck se sentó en otra cama
igual que la de Leigh—. Jess nos ha contado que han tenido noticias de los secuestradores.
Aseguran tener a Conn y han presentado una serie de exigencias.
Leigh dio un brinco y se volvió a sentar inmediatamente, pues el hombro acababa de
recordarle que no debía realizar movimientos bruscos.
— ¡U-uf, qué daño!... ¿Y en qué consisten las exigencias? ¿Puedo ir para allá?
Tuck la miró con cierta inquietud.
—Bueno, te cuento lo que Jess me ha contado. Parece ser que han acordado una suma de
dinero en concepto de rescate, pero también, y este es el punto jodido, piden a cambio la
liberación de algunos terroristas encarcelados.
De repente, el soplo de esperanza pareció esfumarse; Leigh sabía perfectamente que
Estados Unidos nunca accedía a intercambios de prisioneros y varios rehenes habían sido
ejecutados debido a esta política.
—Por otro lado, de momento no han enviado ninguna grabación que demuestre que tienen
a Conn viva —prosiguió Tuck—. Esta es la situación en este momento. Nuestras autoridades les
reclaman alguna prueba audiovisual y están intentando limitar la negociación a términos
monetarios. Jess no tenía por qué contarnos todo esto, que es información confidencial, pero lo
ha hecho.
— ¿Y los medios?, ¿han sacado algo del nuevo secuestro?
La mirada de Tuck relució.
—Sí. Marina, finalmente, ha hecho declaraciones al respecto que están convirtiendo a
Conn en una auténtica heroína. Gracias a su brillante trayectoria profesional y a su aspecto físico,
los medios se están volcando en la noticia. Te he traído algunos periódicos, aunque, si lo
prefieres, podrías pasar un día fuera, quedar con Jess y Ally, ver las noticias...
Leigh la miró con mucha cautela; la sola idea de abandonar el remanso de paz en el que se
hallaba la inquietaba, aunque tampoco estaba muy segura de por qué.
—Por otro lado, hasta ahora Jess ha logrado a duras penas mantener al sheriff alejado, pero
tarde o temprano... Vamos, que ya están amenazando con presentarse aquí, en el monasterio.
—No, eso no puede ser. Romperían toda la armonía.
—Lo sé —dijo Tuck con suavidad—. Así que piénsalo, ¿vale?
—Y luego... ¿podría regresar aquí?
Tuck se encogió de hombros.
— ¿Por qué no lo preguntas?
—Lo voy a hacer. En cualquier caso, tengo que ir a la ciudad y comprarme algo de ropa.
Esta gente es muy generosa, pero tampoco andan sobrados... ¿Tal vez alguien puede llevarme a
dar una vuelta? —De repente, se lo ocurrió algo—. ¿Qué ha sido del Audi?
Tuck sonrió.
—Robin y la banda lo han recuperado, a sugerencia de Conn. Ahora mismo está en
cuidados intensivos. Jess está echando un cable.
Tuck aprovechó para hacer un chequeo a fondo del estado de Leigh y para retirarle ya los
puntos de la cabeza. Tras lo cual le pasó el número de móvil de Jess, por si acaso, y se fue, pues
tenía que atender otras tareas.
Leigh se tendió en la cama, totalmente agotada.
« ¿Conn, dónde estás? Espero que estés bien, cielo. Te quiero.»
Se despertó de un sueño en el que Conn la reconfortaba envolviéndola en sus brazos, e
intentó retenerlo todo lo que pudo hasta que la realidad de su solitaria cama se hizo innegable.
Lanzó una pensativa mirada hacia fuera. Con las ideas más claras, salió a los jardines en busca
de Elaine y le explicó todo lo que tenía que hacer fuera, preguntándole si podría después
regresar, al cabo de unos pocos días.
—Por supuesto. El Lama ya me ha avisado de que ibas a necesitar salir por un tiempo y me
ha dicho que puedes volver después.
Leigh se limitó a mirarla, comprendiendo que era mejor no preguntar. Así que se despidió
de Elaine, fue al teléfono y llamó a Jess.
Por la mañana, cuando un brillante sol acariciaba ya los terrenos del monasterio, Leigh se
dirigió a la salida con Elaine, que se asomó fuera y examinó la carretera. No había nadie a la
vista.
—Esperaré aquí hasta que estés segura, dentro del coche.
Emocionada por tanta atención, Leigh la abrazó.
—Nunca te podré agradecer lo suficiente todo lo que estás haciendo por mí.
—No hace falta; tengo una nueva amiga, amable y simpática, ¿qué más puedo pedir? Y las
rosas cada vez tienen mejor aspecto. Solo te pido una cosa, querida, que no tardes en regresar. Y
cuídate. A veces, el mundo de ahí fuera puede sonar al principio un poco desafinado.
Leigh iba a preguntarle a qué se refería cuando, de repente, aparecieron Ally y Jess y
saltaron fuera de la furgoneta para darle un abrazo. Leigh se giró para hacer las presentaciones
pero descubrió que Elaine ya se había ido y que la puerta del monasterio estaba cerrada.
Aunque Jess aún necesitaba apoyarse en un bastón para caminar, ambas presentaban un
aspecto estupendo y parecían muy enamoradas. Leigh se alegraba mucho por ellas, aunque, al
verlas así, su corazón sangró por Conn y deseó en sus adentros que en breve pudieran volver a
reunirse las cuatro como hacía apenas un par de semanas.
Tras ponerse los cinturones de seguridad y arrancar, Jess tomó la palabra:
—Bueno, ¿qué quieres hacer, entonces? Repasemos un poco la agenda. Tenemos que
llevarte a la oficina del sheriff y, además, hay unas cuantas personas a las que les gustaría verte;
pero, aparte de la inevitable entrevista con las autoridades, el resto depende de ti.
—Quiero que me contéis todo lo que tenga que ver con Conn. Tuck me ha hablado de
grabaciones, noticias, etcétera. Necesito saberlo todo, Jess. También necesito comprar algo de
ropa. Me gustaría además ver a Robin y comprobar cómo están el coche y la moto, aunque esta
última tendrá que esperar a que regrese Conn...
De repente, un espeso silencio inundó el coche. Leigh se fijó en que Ally, en el asiento de
atrás, no despegaba los ojos de la carretera.
— ¿Qué pasa? ¿Ha pasado algo? ¡Contadme!
—No, precisamente es que no ha pasada nada —respondió Jess al instante—. No hemos
vuelto a tener noticias de los secuestradores, desde su primer contacto y nuestra respuesta...
—Respuesta que habrá sido negativa al intercambio de prisioneros políticos, ¿no es así?
—Sí. Pero estamos trabajando desde otras perspectivas, gracias a Marina.
Esto llamó la atención de Leigh.
— ¿Qué perspectivas?
Jess vaciló, pero Ally la animó con la mirada. Se encogió de hombros y se rio.
— ¡Qué diablos! Como alguien, especialmente Maggie, se entere de todo lo que os estoy
contando a vosotras dos, no me van a dejar ni las bragas puestas...
—Conn es mi amor y mi alma gemela. Cuéntame todo lo que sabes —no lo estaba
pidiendo.
—Marina le ha contado a Maggie que ella pudo sobrevivir porque varias mujeres la
cuidaron. Su cultura desaprueba que los hombres se ocupen de las necesidades de las mujeres.
Según Marina, aunque la mayoría de las mujeres eran bastante bruscas y no disimulaban su rabia
y resentimiento por tener que cuidar a una occidental infiel, lo hacían de todas maneras. Pero
había una, más joven y amable, con la que empezó a establecer comunicación.
Jess marcó una pausa, llena de suspense, y prosiguió:
—La muchacha hablaba inglés y, con el tiempo, le contó a Marina que formaba parte de
una especie de grupo clandestino de rebeldes, todas mujeres. Marina tiene la impresión de que se
trata de mujeres que, de alguna manera, han sobrevivido a todo tipo de atrocidades y horrores y
han formado algo así como una red secreta para defenderse y ayudar a otras. De hecho, estaban
planeando la huida de Marina cuando se produjo el intercambio; lo que ahora esperamos es que
puedan aprovechar esos planes para ayudar a Conn a huir.
Leigh sentía unas palpitaciones tan fuertes que se sorprendió de que sus amigas no las
oyeran
—Solo hay un problema —añadió Jess.
El corazón de Leigh se detuvo.
—El plan preveía disfrazar a Marina con un burka, para que pudiera salir de ahí. Como es
mediterránea y pequeñita, podía dar el pego. Pero Conn alcanza el metro ochenta y, por si no lo
habíais notado, tiene los ojos más bien azules. Además, todo indica que está herida.
Leigh cerró los ojos y se reclinó en el asiento, y notó que Jess se giraba hacia ella. Cuando
volvió a abrirlos, Jess mostraba una leve sonrisa.
—Conn es una mujer de recursos, Leigh. Siempre tiene previstas todas las opciones,
incluso las más jodidamente impensables.
Leigh casi dio un bote en el asiento.
— ¿Cómo?, ¿qué quieres decir?
—Hace años que conozco a Conn y hemos coincidido en varias misiones. Siempre tiene un
plan B y siempre lleva consigo de todo, incluido algún disfraz —Jess comenzó a contar con los
dedos—: antibióticos, por si resulta herida; lentillas marrones, para cambiarse el color de ojos; e
incluso un bigote falso.
— ¿Un bigote? —Leigh estaba boquiabierta—. ¿Para disfrazarse de hombre?
—Ajá. Siempre lo tiene previsto, por si es capturada. En este caso, no puede huir bajo un
burka, pero algunos de sus captores tienen su misma talla. Si consigue su ropa y un gorro, puede
lograrlo, sobre todo si cae en sus manos algún arma. La mayoría de la gente, cuando ve una
pistola, no se fija mucho en el rostro de quien le apunta con ella. Esa sería la forma más segura
de hacerlo.
Leigh frunció el ceño.
—Vale, y una vez fuera, ¿cómo diablos sale del país?
—Bueno, esa es la segunda parte del problema, también valorada durante los preparativos.
Acudir a las autoridades locales resultaría, cuando menos, bastante arriesgado: ¿quién sabe a
quién hacen el juego en realidad? La opción más convincente consiste en intentar negociar con
algunas de las mafias callejeras que controlan el tráfico de drogas y entienden bien el lenguaje de
los dólares. Lo más seguro es que cuenten con vías clandestinas de salida del país, o eso es al
menos lo que esperamos.
Todas estas novedades eran más de lo que Leigh podía esperarse. Todos las divagaciones
que había pronunciado cuando aún se debatía con la fiebre; los canturreos de las ruedas de
oraciones; las peticiones lanzadas al cielo en cada ondulación de las banderas de oraciones; cada
pensamiento dedicado a Conn, día y noche, mientras aún yacía convaleciente; cada pétalo y cada
rosa arrancada... parecía que todas esas plegarias y promesas por fin comenzaban a hallar
respuesta. Con el ánimo más alto desde que se separara de Conn, casi rompió a llorar, de puro
alivio. Pero solo casi. Se prometió no llorar hasta que no tuviera a Conn en sus brazos.
Mirando el perfil de Jess, notó sin embargo la tremenda tensión de sus mandíbulas.
— ¿Hay algo más?
La furgoneta iba casi brincando por las carreteritas locales.
—Pues que desconocemos la gravedad de su herida. Que le implantamos un localizador,
pero nunca ha llegado a funcionar, por lo que, de momento, no nos queda otra que esperar a que
algo ocurra.
Según bajaban por la colina, Leigh sintió que se le revolvía ligeramente el estómago. Miró
hacia el horizonte y vio que, aunque donde ellas estaban lucía un buen sol, la costa estaba sumida
en la niebla. Recordó a Conn, abrazándola con ternura y amor, y envió un mensaje al cosmos
para llegar hasta su amada.
Capítulo 22
Conn supuso que habían pasado ya varios días desde que tuvo ese breve encuentro con la
mujer que le susurró la palabra en clave. Aunque todas las mujeres que la atendían llevaban un
burka, la mayoría eran más fuertes, de manos envejecidas, y no eran, desde luego, tan amables.
Parecía que les molestaba tener que cambiarle las vendas, pues no escatimaban en brusquedades
y rudos empujones para acabar lo antes posible, poco preocupadas por la limpieza de la herida.
También tenían que acompañarla al retrete y no apartaban la mirada de ella en ningún momento,
lo que parecía disgustarlas especialmente. La mayoría de las veces, Conn se esforzaba por
permanecer impasible, pero cuando se ponían demasiado insoportables, les clavaba miradas
amenazantes o incluso les pega- ha algún grito, descubriendo que enseguida se acobardaban.
Los hombres que la custodiaban parecían fascinados tanto por su talla como por el color de
su pelo y de sus ojos. Era más alta que la mayoría de ellos, lo que parecía intimidarlos un tanto.
Supuso que nunca debían de haber visto a nadie de ojos azules, salvo tal vez en la televisión.
En cuanto a su herida, no parecía mejorar, sino, al contrario, se estaba infectando y
comenzaba a notar fiebre. Necesitaba con urgencia unos antibióticos, probablemente difíciles de
encontrar en esa parte del mundo; en cuanto a los que había en su cápsula secreta, no eran fáciles
de conseguir con la vigilancia constante a la que la tenían sometida sus hostiles guardas. Un día
por fin volvió a aparecer la muchacha de la primera visita; la reconoció por sus manos y por la
amabilidad de su trato.
Conn llevaba tiempo hablando a todos sus raptores, para que se acostumbraran a oírla
continuamente y también para comprobar cuáles de entre ellos comprendían inglés. Así que se
dedicaba a lanzar bromas, a hablar del tiempo o incluso a insultarlos con una sonrisa en la cara.
Se fue dando cuenta de que la mayoría de ellos no entendían nada, pero unos pocos sí.
Cuando no estaba segura de ello, daba por hecho que lo comprendían. Con esos era con los que
tenía que tener más cuidado, pues eran los más astutos.
Por suerte, con respecto al guardia de ese día, estaba segura de que no entendía palabra de
inglés, aunque se preguntaba si la muchacha conocía este idioma. Aunque el burka dificultaba la
comunicación, Conn, como siempre, no paraba de hablar; le contó cosas de su vida, de qué parte
de Estados Unidos procedía e incluso le hizo comentarios un tanto maliciosos sobre algunos de
los guardas. Al poco rato, se dio cuenta de que, de vez en cuando, la joven se estremecía
silenciosamente de risa debajo del burka e incluso, en una ocasión, tuvo que llevarse una mano a
la boca para reprimir una carcajada. “¡Eureka!»
Conn pudo apreciar, tras una parte más translúcida del velo, una amplia sonrisa
acompañada de una blanca dentadura. La muchacha colocó un dedo frente a la boca de Conn,
para que dejara de bromear.
Esta se calló y le devolvió la sonrisa. Le susurró «azadi» y se tendió en su catre,
sintiéndose de repente cansada y dolorida.
La mujer le retiró con suavidad las vendas y enfocó la linterna en la herida. Conn escuchó
un brusco resoplido que vino a confirmar lo que se temía: tenía que conseguir antibióticos lo
antes posible.
— ¿Cómo te llamas? ¿Puedes llevarme al baño?
La chica se sentó sobre los talones y se alzó, ayudando a Conn a levantarse. Esta lo hizo
con torpeza, sosteniéndose casi sobre una sola pierna. Intentó pasar un brazo por su hombro, para
poder caminar, pero los grilletes se lo impidieron. La mujer llamó a la puerta para que el guardia
les abriera.
Este lanzó una ojeada a la herida y puso cara de asco. Así que, cuando le pidió que le
retirara a Conn los grilletes de las manos para que esta pudiera apoyarse en ella y llegar hasta el
baño, el guardia lo hizo rápidamente y les indicó, con un gesto, que le siguieran, cosa que
hicieron a trompicones. El guardia se paró en el umbral del baño, las dejó pasar y cerró la puerta
tras ellas. Se trataba de un cuartito bastante inmundo para los estándares occidentales, pero que
tampoco estaba tan mal para lo que solía darse por allí.
La muchacha le dio la espalda, dedicándose a intentar sacar un poco de agua caliente del
grifo, mientras Conn usaba el retrete y se extraía de su interior un objeto del tamaño de un
tampón. Cuando se volvía a subir los pantalones, la chica se giró y se quedó estupefacta, con la
tela de la venda colgando de una mano.
Conn sabía que se estaba arriesgando mucho; sin embargo, ya no tenía elección.
Desenroscó rápidamente la pequeña cápsula y volcó su contenido en la palma de la mano: un
montoncito de pastillas, así como otra cápsula más pequeña, y tendió el brazo para que la
muchacha pudiera verlo. Cuando esta se acercó para examinarlo a través del velo, Conn
murmuró:
—Son antibióticos. Los necesito. Por favor, no me descubras.
La mujer señaló con el dedo la otra cápsula.
«Bueno, vale», pensó Conn.
—Lentillas marrones y un bigote falso.
Cabeceó y lanzó a Conn una mirada interrogante.
—Para mi huida.
La muchacha se alzó sobre la punta de los pies y murmuró a su oído:
—Tómate rápido una de las píldoras y vuelve a esconder el resto para más adelante. Sé
paciente.
Tenía un inglés excelente, con un ligero acento británico o indio. Conn asintió e hizo
enseguida lo que le había recomendado, tras lo cual se puso a hablar sin parar, mientras la
muchacha le limpiaba la herida a toda prisa, haciéndole incluso un poco de daño, y se la volvió a
vendar lo mejor que pudo. Conn incluso sobreactuó un poco con sus quejas, para asegurarse de
que el guardia apostado al otro lado de la puerta creyera que estaba siendo convenientemente
torturada. Mientras profería lamentos e insultos, le guiñaba un ojo a su salvadora para que se
diera cuenta de que estaba montando un poco de show. Aunque el sudor que le cubría todo el
cuerpo, desde luego, era bien real.
Justo cuando estaban a punto de alcanzar el picaporte para regresar a la celda, un guardia
diferente abrió la puerta de golpe; se trataba de uno de los más astutos y desalmados.
— ¡Silencio! —vociferó en inglés—. Hasta de hablar. ¡No tienes nada que decir!
«Perfecto, así que este sí habla inglés», pensó Conn mientras se disculpaba:
— ¡Vale!, ¡vale! Lo siento. Mierda, una solo trata de socializarse un poc...
Pero el guardia retrocedió y alzó el rifle, apuntándola al corazón; Conn levantó las manos,
se calló y se fue cojeando hasta la celda.
Al entrar, el hombre le lanzó los grilletes y señaló a la mujer, indicándole que se los
volviera a poner. Ella obedeció mientras él vigilaba de cerca la operación, se quedaba con las
llaves y comprobaba sus cierres, haciéndole un gesto a la muchacha de que saliera ya de ahí.
Cuando se marchaba, al ver que la atención del guarda se había dirigido momentáneamente hacia
la ventanita, se inclinó un poco hacia Conn al pasar y musitó:
—Zehra. Me llamo Zehra.
Tras el portazo, Conn se tendió sobre el catre, sintiendo ya los efectos de los antibióticos y
susurrando en la oscuridad:
—Zehra. Sácame de aquí, Zehra. Déjame que regrese a casa con mi chica. Lo necesito ya.
Entonces Conn se puso a meditar sobre su urgente necesidad de regresar con Leigh.
¿Acaso no confiaba en que la estuviera esperando? ¿Temía que conociera, de repente, a otra
persona? No, se dio cuenta, para su sorpresa, de que los celos no tenían nada que ver con ello.
Desde aquel momento tan mágico, justo antes de marcharse hacia París, sus celos se habían
esfumado. Simplemente, quería regresar a su amada, a su maravillosa otra mitad.
Pensaba todo el tiempo en Leigh, hasta tal punto de que a veces creía incluso escucharla,
diciéndole que dentro de poco volverían a estar juntas. Conn se dio cuenta de que cualquiera
podía interpretarlo como un efecto de un encierro demasiado prolongado, pero ella sabía, con
seguridad, que Leigh estaba realmente con ella en esos momentos.
—Leigh, te necesito, necesito ahora toda tu fuerza —murmuró Conn.
Solo pensar en Leigh las aproximaba un poco. «Puedo incluso oler su fragancia.» Conn
acudió a ciertas técnicas de respiración profunda que solía usar para relajarse. Enfocó toda su
entrenada atención en Leigh. «Quiero abrazarte, Leigh. ¿Puedes oírme?» Conn se fue deslizando
hacia un estado de profunda relajación, superando la dimensión del tiempo y los límites del
sueño.
Leigh se sentó en el suelo, con la espalda pegada al enorme roble. Elaine le había contado
cómo alcanzar un estado de armoniosa quietud mediante una antigua técnica de meditación.
Cerró los ojos, concentrándose tan solo en su respiración, según entraba y salía de su cuerpo. En
el ojo de su mente solo existía Conn. Inspiró, dirigiendo el aire al estómago, y fue entonces
cuando la vio. Espiró, concentrándose totalmente en su imagen, y fue cuando la oyó, un trémulo
hilo de voz:
—Leigh, te necesito.
A través de un horizonte sin tiempo ni espacio, Leigh envió su respuesta:
—Yo también te necesito, Conn.
De repente, una deslumbrante luz dorada inundó el ojo de su mente, como si de una
aureola se tratara, en medio de la cual Conn yacía adormecida en una cama.
—Estoy aquí, amor mío. Despierta.
Leigh se vio a sí misma atravesando los reflejos de la luz dorada e inclinándose para besar
a Conn. Leigh se sintió entonces fulminada por un estremecimiento electrizante y el beso ganó
en intensidad y deseo.
Las manos de Conn acariciaron la espalda desnuda de Leigh, atrayéndola hacia sí.
—Quiero estar dentro de ti, Leigh.
—Ya estás dentro de mí, todos los días y todas las noches, Conn.
Leigh se apretó contra la pelvis de Conn hasta que sintieron el palpitar simultáneo de sus
clítoris.
—Te quiero, Leigh.
La promesa de su amor fue haciéndose cada vez más ardiente.
—Te siento en mis profundidades. ¿Cómo es eso posible?
En ese momento, Leigh se estaba imaginando a sí misma dentro de Conn, agitándose y
satisfaciéndola.
— ¡Leigh!, ¡oh, Leigh!... ¡más rápido!, ¡más fuerte!
Su acto de amor se fue convirtiendo en un torbellino de energía en el que cada una llenaba
a la otra con su esencia espiritual, abismándose poco a poco en sus profundidades, sintiendo una
humedad aterciopelada empapando cada uno de sus movimientos, arrastrándose mutuamente
cada vez más al fondo.
—Te estoy llenando con todo mi ser, Conn.
—Y yo te estoy entregando mi alma.
Juntas, derivaron en energía pura que ascendía y danzaba hasta que Leigh oyó la música
del éxtasis, resonando en su corazón, al fusionarse.
— ¿Leigh? Despierta, cariño. Creo que estás soñando. Es mejor que vuelvas dentro.
Leigh se quedó estupefacta, al abrir los ojos y ver a Elaine de pie delante de ella, mirándola
con un gesto divertido.
— ¡Oh!, ¡sí!, claro.
Mientras se levantaba, sintió que las mejillas le ardían y, en el regreso a la residencia con
Elaine, prefirió permanecer en silencio; su amiga tampoco le preguntó.
El bronco sonido de unas risotadas masculinas sacó a Conn de sus ensoñaciones,
devolviéndole con rudeza a la desagradable realidad. Los guardias estaban cambiando turno y
bromeando entre sí. Conn volvió a sentir el rancio hedor a cerrado de su celda. Mirando a la
oscuridad, sonrió y susurró:
— ¿Te ha gustado, mi amor?
Conn repasó mentalmente lo que tenía y qué necesitaba. Su herida por fin estaba
curándose, gracias a las medicinas y a que cada vez era más frecuente que, en lugar de esas
viejas brujas, fuera Zehra quien viniera a curarla. Algún día tenía que preguntarle cómo lo había
logrado.
Puesto que hablar demasiado podía atraer la atención de los vigilantes, habían desarrollado
ya una especie de comunicación propia, compuesta de señales con las manos, unas pocas
palabras sueltas y algo más que Conn definía como intuición, a falta de otra palabra. Zehra tenía
un plan de fuga y le aseguró que lo iban a llevar a cabo durante la siguiente semana.
Un ruido de pasos en las escaleras arrancaron a Conn de su intento de recrear mentalmente
sus paseos con Leigh por la playa. Notó que estos tenían una cadencia desconocida para ella y
llegaban fuera del horario habitual. Ella estaba esperando a Zehra, pero algo raro pasaba.
De repente, la puerta se abrió de forma violenta, una luz la enfocó deslumbrándola y,
mientras se tapaba los ojos, alguien la arrastró fuera, hasta la salita del apartamento, lanzándola
sobre una silla, cerca de la mesa cuadrada donde solían instalarse los guardias.
En un primer momento, Conn mantuvo la cabeza baja, mientras sus ojos se acostumbraban
a la luz, por lo que pudo examinar, con cierta sorpresa, los pies del desconocido, plantados
debajo de la mesa: calzaba unos caros zapatos europeos. “¡Vaya!» Miró a su alrededor, buscando
al vigilante, que se hallaba detrás de ella, con una mano posada sobre la culata de su pistola; este
sí le resultó conocido, sobre todo cuando vio sus propias botas calzadas en sus pies. «Ajá.»
El hombre plantado delante de ella era aproximadamente de su talla y vestía de manera
tradicional, con la cabeza cubierta y envuelto en una amplia túnica. Le habló en un inglés
intachable; sin duda, se trataba del responsable al mando. A Conn le sonaba su voz, tal vez del
primer día de su captura.
— ¿Está usted disfrutando de su estancia entre nosotros, doctora Stryker?
Parecía como si la sonrisa en sus labios fuera un ente independiente de sus oscuros y fríos
ojos. Su barba rala y canosa apenas lograba tapar un cutis arrasado por pequeños cráteres y
cicatrices.
—Bueno, es mejorable, la verdad; tengo algunas sugerencias al respecto, ¿tienen hoja de
reclamaciones?
El hombre se quedó mirándola durante un instante.
—No se preocupe. En breve le vamos a buscar otro alojamiento.
Conn se cuidó muy mucho de que sus ojos revelaran sus sentimientos y preguntó:
— ¿Han llegado ya a algún acuerdo monetario satisfactorio para ustedes a cambio de mi
liberación? La verdad es que no me importaría prescindir de su hospitalidad —dijo y, haciendo
un gesto con la cabeza hacia el guardia, añadió—: En cuanto a las botas, se las pueden quedar de
recuerdo.
Los ojos del desconocido echaron chispas de rabia y la abofeteó con brutalidad. Aunque
vio venir el golpe y lo hizo rodar, moviendo la cabeza en el mismo sentido y difuminando así
parte de su impacto, simuló haberse quedado inconsciente un rato, para ganar un poco de tiempo.
No le estaban dando buenas noticias.
—Vosotros, los yanquis, pensáis que todo se puede resolver con dinero. Pero vuestra
arrogancia será vuestra perdición, ¿no os dais cuenta? Alá guiará nuestros pasos para destruiros.
Conn necesitaba saber qué estaban planeando hacer con ella, así que decidió seguir
provocándolo.
—Sí, vale, muy escalofriante, pero como los negocios de Alá también tienen un coste,
¿habéis llegado a algún precio?
—Hemos decidido no negociar con yanquis: simplemente les hemos enviado una nota con
nuestras exigencias, pero ahora tenemos otros planes para la ilustre doctora Stryker.
—Vamos, que me habéis vendido a un mejor postor, ¿no?
Logró mantener un tono impasible, pero se le revolvió el estómago. Ahora no podía
permitir que la llevaran a otro lado.
Alguien golpeó suavemente la puerta y el guardia dejó pasar a Zehra, indicándole que se
mantuviera a un lado. Ambos hombres la ignoraron y Conn ni se atrevió a mirarla. El hombre
sentado frente a ella volvió a sonreír.
—La hemos vendido a otro soldado de Alá, alguien que la aprecia de verdad en todo su
valor. Me ha dicho que guarda usted muchos secretos y que, una vez que los haya compartido
con él, se deshará de usted de la manera más embarazosa posible para su gobierno.
Conn tenía la mente a cien por hora. Fuera quien fuera el desconocido, sabía de su otra
vida. Si la entregaban a otros, su plan de fuga se venía abajo.
— ¿Cuándo me trasladan y adónde voy? —le preguntó directamente, mirándolo a los ojos.
El lanzó una carcajada:
— ¡A sus órdenes! Pues pronto y lejos, muy lejos. A un lugar donde a nadie se le ocurrirá
buscarla.
Y se echó hacia delante, con gesto travieso, para susurrarle a Conn, aunque en un tono lo
bastante alto como para que todos lo oyeran:
—Creo que tienen además otros planes para usted, de naturaleza... más íntima, digamos,
que tampoco me importaría presenciar, para ser sinceros.
Pero Conn no se inmutó.
—Pensaba que vosotros, los valientes soldados de Alá, nunca tocaríais a una perra infiel
occidental. ¿No mancillaría eso vuestras diminutas colitas?
Su cara se ensombreció de ira.
— ¡Ni sabes de lo que hablas! Violar a las infieles es casi un deber sagrado, por repugnante
que nos resulte. Contamos con un buen repertorio para humillaros. Las mujeres occidentales sois
demasiado...
De repente, Conn oyó como un gorjeo estrangulado procedente de donde se hallaba el
guardia; giró la cabeza y vio que este abría los ojos de forma desmesurada y se desplomaba
bruscamente, cayendo contra la pared y deslizándose hasta el suelo, tras dejar un rastro de sangre
en la misma.
El desconocido hizo amago de levantarse, gritando: « ¿Qué...?», pero Conn volcó la mesa
sobre él, lanzándose encima en el mismo movimiento. Logró derribarlo mientras se enganchaba
con las manos a su cuello, apretándolo con todas sus fuerzas. Cuando cayeron al suelo, perdió
por un momento su presa, debido a la limitación de movimientos que le imponían los grilletes. Él
se revolvió y le asestó a Conn un puñetazo en la mandíbula, aturdiéndola un poco. Tras una
breve lucha, el hombre logró ponerse encima de Conn, intentando a su vez asfixiarla.
Conn sabía que no quería matarla, pues le resultaba muy valiosa viva. También era
consciente de que se trataba de su última oportunidad para escapar. Al fin, logró maniobrar para
pegarle un rodillazo en los genitales; el desconocido gruñó de dolor y aflojó un poco su presa,
pero al poco volvió a apretar aún con más fuerza, totalmente fuera de sí. Esta vez parecía
dispuesto a matarla.
De repente, sonaron dos disparos que volaron parte de la cabeza del hombre. Este se
derrumbó flácido sobre Conn.
— ¡Quítamelo de encima!
Zehra apareció y lo hizo rodar hasta que quedó boca arriba. Conn salió gateando aunque,
debido a las cadenas, necesitó ayuda para ponerse de pie. Zehra, metiendo una mano en el
bolsillo del guardia, halló las llaves y le liberó rápidamente las manos y las piernas. Conn por fin
pudo erguirse del todo, por primera vez desde que había sido capturada, y respiró hondo, estiró la
espalda y carraspeó para aclararse la garganta. Entonces valoró la situación de una ojeada y
exclamó:
— ¡Uau, vaya! Recuérdame que nunca me meta contigo...
Zehra ignoró la broma y acució:
—Hemos tenido suerte de que viniera justo ahora y con su guardaespaldas. Aún no había
conseguido un par de zapatos de tu número. Pero queda poco para el próximo cambio de guardia,
así que hay que apresurarse...
A Conn le sorprendió la sangre fría de la muchacha; sin duda, ya había matado antes.
Tenían tarea por delante. Zehra había logrado hacerse con el kit completo de ropa de
hombre, incluyendo un turbante. Conn se fue al baño y se puso las lentillas y el bigote falso
usando el espejo. Después se recogió la melena bajo la camiseta y se puso la ropa de hombre.
Tras colocarse el turbante, tiró un poco de él para taparse la parte inferior del rostro, tras lo cual
se puso las gafas de sol que acababa de quitarle al guardia.
Zehra, que se había puesto a recolectar los casquillos de bala y a limpiar el cuchillo en la
ropa de uno de los cuerpos, se detuvo cuando Conn entró.
— ¿Entonces?, ¿cómo me ves?
Zehra la miró de arriba abajo, le quitó las gafas de sol, le descubrió la parte inferior de la
cara y examinó sus ojos, ahora marrones.
—Increíble. Solo necesitas ya las botas. Venga, que no nos queda mucho tiempo.
Recuperaron las botas de Conn del cadáver del guardia, mientras esta se prometía
mentalmente que, en cuanto estuviera a salvo, las arrojaría bien lejos. Pero ahora estaba
encantada de recuperarlas. Las calles de Karachi no eran famosas precisamente por su higiene.
Estaba a punto de decirle algo a Zehra, cuando escucharon unos pasos en la escalera. Conn
se colocó rauda detrás de la puerta mientras Zehra se arrodillaba al lado del cuerpo del líder y se
puso a lanzar gritos y lamentos. Los pasos se detuvieron a la entrada durante unos instantes, el
guardia reventó la puerta de una patada y se quedó plantado bajo el umbral, apuntando con una
pistola.
Tras escuchar unas pocas explicaciones de Zehra, entró con cautela, pero incapaz de
despegar los ojos del cadáver y de la desconsolada mujer. La apartó de forma despectiva con el
cañón de su arma y se inclinó sobre el cuerpo, para lanzar la última mirada de su vida; Zehra le
aplicó su pistola al oído y disparó dos veces, por lo que el guardia se desplomó sobre su líder. La
pistola volvió a desaparecer entre los pliegues de su burka.
Conn estaba estupefacta; estaba a punto de noquear al guardia, con la idea de ponerle los
grilletes y de encerrarlo en la celda. Así que alzó un par de ojos interrogativos hacia Zehra, que
se irguió y la miró desde detrás del burka.
—Teníamos dos opciones —explicó—: la primera nos concede hasta seis horas de margen
hasta el próximo cambio de guardia; la otra, tal vez veinte minutos, hasta que el guardia hubiera
recuperado la conciencia y se pusiera a hacer el ruido suficiente para llamar la atención... ¿Estás
lista?
—Tomo nota. Salgamos de aquí.
Abandonaron la sala en silencio, bajaron las escaleras y desaparecieron por las animadas
callejuelas de Karachi.
Dos días después, Maggie recibió una nota en su despacho de Washington. La tuvo que
leer hasta tres veces, tras lo cual se echó pesadamente hacia atrás, masajeándose los cabellos con
las manos. Se sentía absolutamente agotada.
La nota contenía la traducción de una noticia de un periódico de Karachi. Este informaba
que, el día anterior, habían hallado a un tal Nawaz Nidal, así como a dos de sus más cercanos
colaboradores, muertos a tiros en un apartamento de la cuidad. El artículo sugería que se podía
tratar de un caso de asesinatos seguidos de suicidio.
« ¿Suicidio?, ¡y una mierda!», pensó Maggie. Sus servicios de inteligencia ya le habían
informado de que sospechaban que Nidal estaba detrás de los secuestros. Se había también
difundido el rumor de que había vendido a Conn al mejor postor, excluyendo de la puja al
gobierno estadounidense. Se le ocurrían varios gobiernos y grupos terroristas dispuestos a pagar
una bonita suma por ella.
«Así que, o bien Conn está callejeando por Karachi, buscando un medio para regresar a
casa, o bien alguien no ha querido pagar el precio y ha preferido hacer las cosas a su manera.
¡Mierda!»
Hizo unas cuantas llamadas, convocó una reunión estratégica urgente y puso en alerta
máxima a sus fuentes y contactos en la ciudad pakistaní, prometiendo una jugosa recompensa
por cualquier dato sobre Conn.
Estaba absorta, mirando por la ventana cómo la lluvia iba empapando la ciudad, cuando
giró al escuchar un leve golpe en la puerta; entró Jess Smith. Le habían asignado trabajo de
despacho, hasta que estuviera totalmente recuperada para el trabajo de calle.
— ¿Alguna novedad? —preguntó Maggie.
—Aún no, pero estamos intentando establecer comunicación con el grupo de mujeres del
que nos ha hablado Marina. Vamos a dar con ellas, más temprano que tarde, Maggie; no pueden
haberse esfumado. Algo tiene que ocurrir en breve; espero que a nuestro favor. Solo pensar en
tener que dar a Leigh una... mala noticia, me pone enferma...
— ¿Sigue en ese monasterio? Pero ¿qué diablos anda haciendo ahí?
—Según ella, cortando rosas y enviando plegarias por la liberación de Conn.
—Mmm, pues bien, tal vez las plegarias hayan hallado respuesta... Bueno, en cualquier
caso, probablemente esté más segura allí que en ningún otro lado. Leigh no deja de ser un
apetitoso blanco... Lo que me recuerda: ¿sabemos algo de la tal Johnson?
—No. Parece haberse metido en algún remoto agujero. A ver si, con un poco de suerte, no
encuentra la salida...
—Ya, estaría bien... —Maggie volvió a girar la cabeza, esta vez para mirar a Jess
directamente a los ojos—. Saluda a Ally de mi parte.
— ¿Qué quieres decir?
Maggie se encogió de hombros.
—Ten cuidado. No vayas a crearte falsas esperanzas. Y ahora puedes irte ya a comer.
Jess le lanzó un guiño y desapareció, apenas cojeando ya.
Capítulo 23
Leigh regresó al monasterio tras un par de días de ausencia, durante los cuales había
acudido a la oficina del sheriff para prestar declaración. Al poco de regresar, se deshizo de su
cabestrillo y se puso a trabajar con un grupo de mujeres, cavando y creando parterres alrededor
del nuevo templo que estaban construyendo. Aprovechó una breve pausa para dirigirse a una
fuente a beber, tras lo cual se puso a dar vueltas estirando un poco la espalda y hombros y
recordando la conversación que había mantenido con Ally el día anterior.
Leigh estaba sonriendo bajo el sol, cuando Elaine interrumpió sus dulces pensamientos.
—Hola. Pareces feliz. ¿Estás disfrutando del siempre duro trabajo de cavar y plantar?
Y se sentó a su lado.
— ¡Oh, no!, quiero decir... sí. Bueno, lo cierto es que me resulta muy placentero. Es muy
extraño, Elaine, es como si pudiera sentir todas esas pequeñas flores y lo felices que son
simplemente estando aquí. Suena un poco a chifladura, ¿no?
Y se rió de forma tímida.
—No es ninguna chifladura. En un lugar como este te puedes abrir a todo y absorberlo.
Entonces un nubarrón cubrió el corazón de Leigh y Elaine lo notó.
—Pero te gustaría poder compartir todo esto con Conn, ¿no es así?
Leigh se giró hacia ella, sorprendida.
— ¿También puedes leer la mente?
—Oh, no, en realidad no. —Elaine lanzó una ligera risa—. Mira, a mí también me encanta
compartir este lugar con mi familia y amigos, y con Mike. Sé lo mucho que la echas de menos.
¿Por qué no lo compartes con ella?
Leigh se quedó mirándola sin saber muy bien qué pensar.
— ¿Hablas en serio? Quiero decir, a menudo le he enviado mi amor y mis plegarias...
«Y luego está ese increíble sueño bajo el roble...»
—Claro que hablo en serio. Nunca bromearía con algo tan importante para ti.
— ¿Pero cómo...?
Elaine se levantó y se sacudió el polvo.
—Venga, ven, es hora de volver al trabajo. Esta noche, después de la cena, te enseñaré
cómo. Ya tienes una conexión muy intensa con ella, así que te resultará fácil.
Leigh estaba muy intrigada. Aunque su parte racional no podía aceptar cosas así, su parte
espiritual se llenó de ánimo y esperanza; inconscientemente entusiasmada, casi terminó ella sola
uno de los parterres antes de que oscureciera.
Elaine llamó a su puerta una hora después de la cena; traía una vela, un poco de incienso y
una pera de los árboles frutales del monasterio.
—Bueno, te voy a enseñar cómo se hace, así todas las noches podrás contarle lo que te ha
pasado durante el día. Pero empecemos por algo más sencillo.
Leigh asintió lentamente, aunque un tanto decepcionada. «Oh, venga, no pasa nada por
probar. Tampoco sé muy bien qué esperaba yo de esto, ¿un móvil con Conn al otro lado?»
Encendieron la vela y el incienso y Elaine le dijo que concentrara su vista en la vela e
inspirara hondo para relajarse. Al cabo de unos pocos minutos, le dijo que sintiera su respiración,
cómo entraba el aire e iba llenando totalmente sus pulmones. Cuando Leigh le indicó que ya se
sentía relajada, Elaine le puso la pera en una mano diciéndole que le diera un mordisco.
Leigh lo hizo y saboreó la dulzura y textura de la fruta. Atendiendo a las instrucciones, le
pegó otro mordisco y se concentró en su disfrute, deteniéndose en cada matiz.
—Ahora, retén en tu mente el placer de ese sabor y piensa cuánto te gustaría compartirlo
con Conn. Envíale todo tu placer y tu amor. Envíaselos... ahora.
Leigh, concentrada en la voz de Elaine y en el delicioso sabor de la pera, le daba de vez en
cuando otro mordisco para intensificar sus sensaciones. Pero, sin darse cuenta, la pera había
desaparecido, aunque ella seguía enviando su amor a Conn. Cuando, por fin, volvió a abrir los
ojos, era Elaine quien había desaparecido.
— ¡Dios...!
Se levantó y apagó la vela, consumida casi por completo, se arrastró hasta la cama y se
durmió al instante.
A la mañana siguiente, se levantó a buena hora, y se dio un paseo por los terrenos del
monasterio, aspirando la fresca brisa marina y extremadamente sensible a todo lo que la rodeaba.
Estaba oliendo una hermosa rosa anaranjada, cuando percibió, por el rabillo del ojo, como una
mancha blanca; miró y vio a un lobo blanco parado a un par de metros de ella.
— ¡Loup!, ¿qué tal estás?
Le sonrió y avanzó un paso hacia él; pero este retrocedió un poco.
— ¿Loup?, pero si soy yo, Leigh. Soy de la manada, ¿te acuerdas de Conn?
El lobo se sentó y ladeó una oreja hacia ella, así que Leigh también se arrodilló en el sitio,
colocó las manos en su regazo y se puso a esperar a que fuera él quien se acercara. Estuvieron
mirándose a los ojos durante una eternidad, hasta que ella se aproximó y le acarició detrás de las
orejas. El lobo bostezó y rascó el suelo con una zarpa, tras lo cual le lamió y mordisqueó
suavemente el brazo. Leigh cerró los ojos y el lobo le dio un lametazo en la nariz.
Oyó unos pasos, abrió los ojos y vio que Loup se había desvanecido. Se levantó y sonrió.
«Te lo juro, Conn, que he podido sentirte ahí, con el lobo. ¿Dónde estás, cielo?»
El día transcurrió rápido aunque sosegado y Leigh fue animándose cada vez más,
disfrutando de la labor a medida que se sentía fortalecida y cada vez más llena de energía. En su
parada de media tarde, Elaine vino a sentarse de nuevo a su vera.
— ¿Entonces?, ¿te gustó la pera de anoche?
—Si te digo la verdad, no creo que haya disfrutado tanto comiendo una fruta en toda mi
vida. Fue delicioso.
Elaine asintió.
—Envié a Conn todos esos sentimientos y sensaciones, y todo mi amor. No sé si le han
llegado, pero yo me sentí fenomenal.
Leigh notaba que su voz se suavizaba, cuando pensaba en Conn.
— ¿Y no has sentido su presencia rondándote hoy?
Leigh estuvo a punto de preguntar cómo era eso posible, pero se retuvo.
—Bueno, en realidad lo que ha estado rondándome esta mañana ha sido Loup. Y juraría
que he sentido a Conn, dentro del animal. Tal vez es que me recuerda a ella...
—Ah, eso explicaría muchas cosas. Acabo de hablar con el Lama y me ha dicho que te
agradece todo el trabajo hecho. Me ha dicho también que has recibido un mensaje y que es hora
de que partas.
— ¿Cómo? Yo... no... es que pensé que me iba a poder quedar un poco más. —El
estómago de Leigh se tensó con anticipación—. ¿Qué ha dicho exactamente?
—Que tu destino te espera al otro lado de estos muros. No ha comentado nada más.
—Pero... ¿cuándo me tengo que ir?, ¿ahora mismo?, ¿tengo que llamar a alguien para que
venga a recogerme?
Elaine sonrió y le posó una mano en un hombro.
—No te preocupes por eso, Leigh. Todo llega en su momento. Seguro que te has dado
cuenta de que el tiempo transcurre a otro ritmo en este lugar. Ve pensando en lo que necesites y
haciendo los preparativos. No hay ninguna prisa, salvo que tú la sientas. Sobre todo, presta
atención a tu capacidad para conocer las cosas y confía en ella. Te veo en la cena.
Leigh se dirigió de inmediato al teléfono, esperó su turno y marcó el número de Ally.
—Hola, Ally, soy Leigh.
— ¡No puedo creerlo! Justamente estaba pensando cómo hacer para contactarte.
— ¿Para qué? —Leigh retuvo el aliento.
—Jess acaba de llamar. La persona que sospechaban había secuestrado a Conn acaba de
ser hallada muerta, junto a dos secuaces. La prensa local lo califica de «asesinatos seguidos de
suicidio», pero es posible que forme parte de la huida de Conn... ¿Leigh, estás ahí?
El corazón le dio un vuelco a Leigh. Esta logró responder:
—Yo... ¡sí! ¿Algo más? ¿Se ha sabido algo de ella?
—No, por lo menos desde la última llamada de Jess, pero esta me ha prometido
mantenerme puntualmente informada. Estoy segura de que hay más cosas que no puede contar.
Cambiando de tema, ¿por qué llamabas?
— ¿Qué? ¡Oh!, es que... ha llegado el momento de dejar el monasterio. ¿Puedes venir a
recogerme?
— ¡Claro! ¿Cuándo quieres que pase por ahí? ¿Te quedarás conmigo? —su voz era todo
excitación.
Leigh sonrió al teléfono.
—Pues, si puedes, mañana por la mañana. Y me encantaría quedarme contigo. Nos vemos.
Colgó y fue a su habitación, con la cabeza y los ánimos en efervescencia. Cogió su toalla y
neceser, bajó casi de un salto hasta las duchas y regresó a los quince minutos. Se tendió entonces
en la cama y repasó con todo detalle los numerosos acontecimientos del día.
«Algo va a pasar. Puedo sentirlo.» Lanzó una ojeada por toda la habitación, planeando
mentalmente cómo recoger sus cosas. En la estantería situada a la derecha de la pila de agua fría
había dejado varios papeles, básicamente documentos que le había entregado el sheriff. Reparó
entonces en el sobre que contenía sus objetos personales recuperados del Audi y se lo llevó a la
cama, rompió el sello y volcó los contenidos en su regazo. Ahí estaba: el móvil especial.
Intentó encenderlo pero la batería estaba descargada. «Mierda.» Revolvió entre las demás
pertenencias, localizó el cargador y lo conectó a un enchufe de la pared. Sabía que el monasterio
carecía de cobertura, pero una vez que Ally la recogiera...
Apagó la luz y, en medio de la oscuridad, tomó una pera que había recolectado esa misma
tarde, y se concentró para enviar todo su amor a Conn y decirle que tuviera cuidado y que
regresara a sus brazos. El sueño fue apoderándose de ella poco a poco.
Capítulo 24
***
Maggie estaba en su despacho, reclinada sobre la silla. Con la mirada perdida en el vacío,
se dio un golpecito en el muslo con el bolígrafo, que voló de un rebote hasta el escritorio.
Descolgó el teléfono y pulsó la extensión de Jess.
—Aquí Jess —respondió esta, con voz irritada.
—A mi oficina. Ahora.
Subió el tono de voz:
— ¡Señora! ¡Sí, señora!
Cuando Jess pasó al despacho, Maggie miraba distraída hacia otro lado.
—Pasa. Cierra la puerta.
— ¿Alguna novedad?
—No, mierda. Es como si hubieran desaparecido de la faz de la tierra. La policía las está
buscando, pero también los secuestradores, al igual que quien desee una buena recompensa. El
problema es, creo yo, que Conn no sabe de quién fiarse ni tiene manera de comunicarse con
nosotras. Me pone enferma que la Operación Furor de Tormenta se haya quedado a medio
acabar.
— ¡Mierda! Me siento tan impotente aquí, sentada tras una estúpida mesa...
— ¿Has estado alguna vez en Karachi?
Jess se enderezó de repente en su silla.
—Sí, varias veces.
—Pues ya sabes que es un sitio muy peligroso, cada vez más. Tengo un plan pero necesito
voluntarios.
—Cuenta conmigo. ¿En qué consiste?
—Como dicen: si Mahoma no va a la montaña, la montaña irá a Mahoma. Estamos
reuniendo a gente que Conn conoce para que se dejen ver por las teteras, bazares, mercadillos...
por lugares que puedan frecuentar cuando se mezclan con las multitudes. Estoy suponiendo que
sigue con la mujer que pensamos que le ayudó a huir. Ni Conn sería capaz de pasar
desapercibida y sobrevivir en las calles de Karachi durante tanto tiempo sin la ayuda de alguien.
—Ya, ya lo había pensado yo también. Pero el tiempo pasa muy rápido, hay que
espabilarse. No pueden ocultarse eternamente.
—Salimos para allá esta misma noche. Llama a quien se te ocurra que pueda valer para la
misión, que yo me encargo de los trámites. En cuanto a los detalles logísticos de la operación, ya
los abordaremos en el propio vuelo. Tendremos que situar a gente en los mercadillos y en los
lugares a los que puedan acudir en busca de comida.
—Salvo que sea su cómplice quien se encargue de todo eso —objetó Jess—. Para ella es
un terreno muy arriesgado.
Se quedaron calladas durante un largo minuto, hasta que Jess chasqueó de repente los
dedos.
— ¡Maggie!, ¿y si recurrimos a Marina? Ella y Jen siguen en París y hablo con ella por
teléfono por lo menos dos veces al día. ¿Y si regresa a Karachi y lleva a cabo un reportaje
especial? En directo, con mucha publicidad, entrevistas con funcionarios del gobierno,
asegurando la difusión en todos los medios de comunicación. ¡El gran regreso de Marina!
Maggie se paró un segundo a pensar y exclamó:
— ¡Jess, es una buenísima idea! Voy a hacer unas llamadas y volamos primero a París.
Necesitaremos un gran equipo para la cobertura y mil ojos para buscarla entre las multitudes. ¡En
marcha! Y recuerda: solo voluntarios, nada de retorcer el brazo a nadie.
Cuando salían en coche del monasterio, Ally le anunció: —Leigh, Jess se ha ido.
Leigh giró la cabeza casi ciento ochenta grados.
— ¿Qué quieres decir?
—Me ha dejado un mensajito diciéndome que tiene asuntos importantes que atender y que
va a estar inaccesible durante unos cuantos días. Que me quiere y poco más.
El tono de voz de Ally estaba cargado de angustia y de algo más. De repente, dio un
iracundo palmetazo en el volante.
— ¡A la mierda! ¡Me siento una auténtica inútil! Tú, como yo, sabes que todo esto tiene
que ver con Conn. Se trata de algo peligroso y yo me tengo que quedar aquí sentada, esperando,
como una soberana imbécil.
—O a lo mejor no. —Leigh estiró la mano hasta el asiento de atrás, cogió la pequeña
mochila, se la colocó en el regazo y se puso a revolverla hasta que encontró el móvil.
—Es el «móvil mágico». Está encriptado y programado con todo tipo de números de
seguridad. Así que... ¡nos queda el comodín de la llamada al público!, a ver si logramos algo de
información. Sigue conduciendo hasta que consigamos una señal potente.
Ally pisó el acelerador hasta que Leigh dijo:
—Ya puedes levantar el pie, tenemos buena cobertura.
Probó primero con el número de Conn, pero cuando escuchó el contestador diciendo que
no iba a estar disponible durante unos días, colgó bruscamente.
—Mierda. Esto no ha sido buena idea. —Leigh no pudo evitar que su voz temblara—. Era
la voz de Conn...
—Sigue intentando —le urgió Ally, suavemente.
La próxima llamada fue a Maggie. También respondió el contestador. Después a Pat. Lo
mismo.
— ¡Están todos confabulados! Tiene que tratarse de Conn.
Se quedaron sentadas, mirando a través del parabrisas, durante unos minutos, hasta que
Ally murmuró:
— ¿Hay más números en ese cachivache?
Leigh se concentró en el aparato, deseando dar con algo, cualquier cosa.
—Bueno, hay otro más... el número de Jen cuando estaba en París, esperando a Marina.
Pero seguro que ya se han ido. Pero, bueno, intentémoslo. Total, tampoco se me ocurre otra cosa.
Al cabo de dos timbrazos, alguien descolgó.
— ¿Está Jen Stryker?, de parte de Leigh Grove.
Miró a Ally esperanzada.
— ¿Jen? Soy Leigh. Bien, gracias. ¿Estás con Marina? ¿Dónde está? No, no he visto nada
en la televisión. ¿Cómo? ¿Cuándo?
Leigh agarró con brusquedad el brazo de Ally para mirar su reloj.
— ¿Hace cuánto? Vale, pero... ¿hace cuánto exactamente? Te vuelvo a llamar ahora.
—Cerró el móvil y miró a Ally—. ¿Tienes el pasaporte en regla?
—Mmm, sí...
—Pues nos vamos a París.
Cuando Conn se agitó en el abarrotado almacén en el que habían logrado entrar la noche
anterior, el estómago le rugía de hambre. Intentó estirarse, pero se dio primero contra una pared
y después contra Zehra, que estaba hecha un ovillo a su lado. Esta se sentó, golpeándose
inmediatamente la cabeza contra un cubo colgado sobre ella. Conn estaba segura de que acababa
de maldecir en urdu.
— ¡A levantarse!, que hace una mañana preciosa —exclamó Conn—. Creo que voy a salir
a hacer un poco de jogging, luego me daré un buen baño caliente y me tomaré un gran desayuno;
o uno más bien escaso, o tal vez ninguno...
El local estaba oscuro; la única luz que había era la que entraba a través de las ranuras de
las tablas. Vio a Zehra entre las tinieblas y juraría que estaba sonriendo.
—Sí, eso suena bien. Aunque a correr vas a salir tú solita. Pero el baño caliente... ¡eso sí
que sería un lujo! Y lo del desayuno... tampoco suena mal.
— ¿Nos queda algo de dinero?
—No mucho. Habrá que volver a robar algo. Quédate aquí; ya me ocupo yo.
Hizo amago de levantarse, pero Conn la retuvo.
—Diablos, tengo que salir de aquí, sentir un poco el aire, aunque solo sea un ratito. Y estas
lentillas las tendré que tirar mañana mismo, así que déjame salir contigo. Por favor, no lo
aguanto más.
Zehra asintió lentamente, aunque imponiendo instrucciones estrictas.
—Vamos al mercado. Pero tú te quedas afuera con la pistola a la vista, así la gente no se
atreverá a mirarte a la cara. Con las gafas siempre puestas y el turbante tapándote parte de la
cara. Quédate mirando las vitrinas de las tiendas.
Y solo un rato, luego vuelta al almacén, hasta la noche. Y, sobre todo, no hables con nadie.
Conn sonrió, recordando el lío que había armado algunos días antes, cuando intentó usar
las cuatro palabras de urdu que conocía, delatándose así inmediatamente como occidental. Por
suerte, lograron desaparecer entre la muchedumbre antes de que unos soldados se acercaran,
alertados por los gritos de un tendero.
—Confía en mí. Mudita me quedo.
Se acercaron a un mercadillo y Zehra se detuvo a regatear con uno de los comerciantes.
Conn se quedó mirando las televisiones de una tienda; todas estaban sintonizadas en el mismo
canal. De repente, apareció en todas la imagen de la misma persona.
Conn se pegó a la vitrina: ¡se trataba de una foto de archivo de Marina! Tras lo cual
pasaron a una entrevista. Marina hablaba y miraba a la cámara. Lo siguiente en aparecer fue una
vieja foto de Conn. “¡Oh, mierda! ¿Esto de qué va?»
De repente, alguien le tocó un brazo y Conn se giró violentamente. A punto estuvo de
derribar a Zehra. Esta se agarró de su brazo, se incorporó y le dio a entender que tenían que
largarse cuanto antes.
Conn la siguió hasta su diminuto refugio como una zombi.
—He visto a Marina en la televisión y luego han puesto una foto mía. Tenemos que salir
para descubrir qué está pasando.
Zehra se retiró el burka y sonrió, toda excitada.
—No hace falta: la plaza estaba llena de estos panfletos —respondió, tendiéndole a Conn
un papel con una foto de Marina.
— ¿Qué pone?
—Va a hacer un programa en directo en la plaza central mañana al mediodía. Quiere
volver a Pakistán y demostrar a la gente que no tiene miedo. Habrá entrevistas con políticos y
ese tipo de cosas. Es muy valiente.
— ¡Claro! ¡Eso es! Nos están buscando y ofreciendo la manera de sacarnos de forma
segura. Así, ante la mirada de medio planeta. ¡Sí, señora!
Se quitó las lentillas y las lanzó por el suelo. Le picaban los ojos pero se sintió aliviada.
— ¡Vamos a salir de aquí!
Sin embargo, Zehra no parecía compartir su entusiasmo.
— ¿Qué pasa?
—Ellos no me conocen. Si me acerco, lo más probable es que me disparen y nadie se dé
cuenta. —Zehra hizo un gesto de resignación—. Te llevaré ahí y me marcharé. Es lo mejor.
—No. Tú te vienes conmigo a Estados Unidos. Te lo he prometido y yo siempre cumplo
mis promesas. Quiero que conozcas a algunas amigas mías, sobre todo a Leigh. Además, no te
puedes quedar aquí.
Zehra suspiró, aunque poco convencida.
—Me gustaría conocer a Leigh. Entonces, ¿nos vamos mañana?
—Mañana nos vamos.
Como a lo largo de toda la noche, al amanecer la plaza donde iba a tener lugar la
retransmisión era un hormiguero de actividad. La agencia de Marina se encargaba de aportar
imágenes a los principales medios de todo el planeta. No fue difícil de vender; todos podían oler
ya la sangre.
Jess sujetaba un portapapeles y llevaba auriculares puestos, haciendo que trabajaba de
técnica. Pero no solo estaba conectada al equipo técnico: le bastaba con pulsar un interruptor
para comunicar con los demás miembros del operativo. Y vigilaba constantemente a los
enjambres de curiosos que se arremolinaban por el lugar desde el comienzo de todo el montaje.
Aparte de los guardias uniformados que rodeaban las instalaciones, había voluntarios
armados que Conn conocía y que estaban dispersos entre los numerosos periodistas, haciéndose
pasar por tales. E incluso entre los periodistas de verdad, muchos de ellos eran conocidos de
Conn, que la habían entrevistado en el pasado.
A medida que el sol iba ascendiendo en el horizonte, la actividad iba intensificándose.
Marina llegó hacia las diez, fuertemente escoltada, y entró en un camerino para maquillarse y
repasar el guión. Allí se encontró con el hombre que iba a entrevistarla, un colega que conocía
desde hacía años. Ambos eran conscientes de los riesgos y posibilidades de la retransmisión y
llevaban puestos chalecos antibalas. También sabían que serían afortunados si les disparaban a
los chalecos; los francotiradores apuntaban siempre a la cabeza, sistemática y dramáticamente.
— ¿Cómo te sientes, Marina? —le preguntó su colega—. Yo, si tuviera que volver aquí,
después de todo lo que has pasado, estaría nerviosísimo.
Marina le reprendió en tono cariñoso.
—Parecería que la entrevista ya ha comenzado, Aslam.
—Un periodista siempre es un periodista, supongo —dijo, encogiéndose de hombros—. Lo
pregunto porque yo no sé si sería capaz de hacer lo que tú estás a punto de hacer hoy.
—Entre nosotros: estoy aterrada. No sé si hubiera aceptado hacerlo si no fuera por la
posibilidad de recuperar a Conn. Es como mi hija, Aslam.
—Lo que explica sin duda tu disposición a regresar aquí. Aunque yo te lo agradezco
mucho. Independientemente de tus razones, significa mucho para la gente que no les tengas
miedo a esos despreciables individuos.
—Lo sé. De hecho, llevaba tiempo meditando hacer esto, pero no acababa de decidirme.
No hay como un poco de motivación externa, ¿no?
Se quedó pensando en Conn y en todo lo que estaba en juego.
— ¿Sabes?, te podría hacer a ti la misma pregunta. Esta retransmisión puede resultar muy
peligrosa para ti también. No tenemos ni idea de qué pueden estar preparando nuestros amigos
terroristas para hoy. ¿Por qué lo haces? Seguramente estés en la cima de tu carrera; podrías haber
enviado a otro periodista y haberte quedado viéndolo tranquilo desde el sofá de tu casa.
Aslam se sonrojó levemente. Con su abundante pelo blanco y sus hermosos rasgos semitas,
llevaba años siendo la cabeza visible de su cadena.
—Supongo que no podía soportar la idea de no estar aquí en persona. A veces, quedarse en
casa resulta demasiado comodón. Además, ya empiezo a estar un poco harto de estos miserables
que se esconden detrás del islam para justificar toda su envidia y odio. Se han apoderado de mi
religión y la están arrastrando por el fango. Esta es mi manera de decir que no estoy dispuesto a
seguir tolerándolo.
—Eres un buen hombre, Aslam.
Un golpecito en la puerta les avisó de que faltaban solo diez minutos para entrar en antena.
Al poco, otro golpe precedió la entrada de Maggie, que les estrechó las manos. Lo primero que
hizo Marina fue preguntarle:
— ¿Ha habido suerte?, ¿alguna pista de ella?
—Nada aún —respondió Maggie, cabeceando—. Pero si está en la zona, acabará
apareciendo. Sabe que esta es su oportunidad; hallará alguna forma de llegar hasta nosotros.
Estoy segura. La parte de preguntas de la audiencia probablemente sea el momento más propicio.
Todo el mundo está en su puesto y sabe qué es lo que hay que hacer. Solo espero que
consigamos dar con ella antes de que ellos lo hagan.
Poco antes del inicio programado de la retransmisión, Zehra, sin que nadie se diera cuenta
y con toda la naturalidad que aporta la experiencia, se coló dentro del perímetro de seguridad y
se fue aproximando al área prevista para el público que iba a hacer preguntas a los reporteros. Se
detuvo un momento y miró hacia atrás, para verificar que Conn la siguiera, cuando vio que se
abría el paso a unos cuantos individuos de talla imponente. Una nueva prueba de que estaban
buscando a Conn. Siguió moviéndose hasta justo la entrada del área de público, donde se volvió
a parar para esperar a Conn. Al cabo de unos segundos, notó una presencia detrás de ella.
Conn miraba a su alrededor, admirada por todo lo que veía. Identificó por lo menos a
cuatro conocidos entre el público, así como a Jess y a varios «periodistas». Uno de ellos era de
hecho realmente periodista, pero de una de las revistas técnicas más áridas que había leído. Lo
más cerca que había estado antes ese hombre de una intriga internacional era hojeando el Sunday
mientras se tomaba un café.
Examinando al equipo técnico, vio al joven programador de su empresa con el que se había
cruzado una vez y que no la había reconocido; estaba tirando de un cable y mirando hacia el
público. “¡Dios mío!, ¿de dónde ha salido toda esta gente?»
Consciente de que habían venido todos con el objetivo de localizarla, estaba estupefacta de
hallarse allí, pasando entre ellos como si tal cosa. Bastaba con que estableciera contacto de forma
discreta con uno de ellos sin provocar mucho revuelo. Estaba, pues, a punto de acercarse a Jess,
cuando se quedó paralizada por el frío contacto de un cañón en su espalda.
—No mueva ni un músculo, señorita Stryker, y nadie saldrá herido. Tengo ahora mismo a
un montón de gente entre la multitud con sus armas preparadas; a una señal mía, acribillarán a la
señorita Kouros. Así que ahora saldremos tranquilamente de aquí y volverá usted a estar bajo mi
custodia.
Comenzó la retransmisión; los focos apuntaron a los dos periodistas sentados en una
tribuna. Tras las bienvenidas y agradecimientos habituales, Marina se puso a hablar. En breve
pasarían al turno de preguntas del público.
En el puesto técnico, los monitores mostraban las imágenes captadas por las dos cámaras
que estaban barriendo al público. Pat vigilaba la cámara uno y Maggie la cámara dos.
— ¡Stop cámara dos! —ordenó de repente Maggie—. Retrocede. Ahí. Ese alto con gafas
de sol y la parte baja de la cara tapada. Zoom. ¡Mira, se está bajando las gafas! ¡Es ella! Tiene
los ojos azules. Envía a Jess para allá.
El técnico transmitió las instrucciones.
— ¡Espera! Está retrocediendo. ¿Qué está pasando? ¡Fuera el zoom! ¿Quién es ese que
está pegado a ella? Dile a Jess que hay alguien sospechoso que parece tener a Conn bajo control.
Detrás de ella y a su derecha. ¡Precaución máxima!
Comenzaron las preguntas del público. Zehra alzó una mano, se giró hacia atrás para hacer
una señal a Conn y vio que esta se bajaba las gafas y miraba de soslayo hacia su derecha.
Siguiendo la dirección de su mirada, Zehra vio a una persona detrás de ella. Así que se lanzó
atropelladamente para hacerse con el micrófono.
—Señor Abdullah, me gustaría saber cómo es posible que permitamos la presencia de
todos esos terroristas entre nosotros, ahora mismo y aquí mismo, en este programa.
La multitud fue enmudeciendo. Al cabo de unos segundos, Aslam Abdullah respondió:
— ¿A qué se refiere usted exactamente, señorita?
—La doctora Constantina Stryker, la secuestrada, se halla entre el público y está siendo
amenazada ahora mismo por un terrorista llamado Farooq Syed. ¡La señorita Stryker está aquí
mismo! —dijo, señalando hacia Conn y Syed.
Se desató entonces un auténtico caos. Conn se arrancó el turbante y las gafas,
descubriéndose los ojos y el cabello, y Jess, que había ido avanzando de forma discreta hacia
Conn, se puso a gritar y a empujar a la gente para despejar el camino. Alguien aterrizó sobre la
espalda de Syed y lo placó contra el suelo; su arma se disparó. Entonces, la multitud entró en
pánico: algunos intentaban acercarse a mirar y otros huir del lugar, mientras los guardias se
precipitaban hacia la tribuna, rodeando a Marina y a Abdullah justo cuando comenzó el tiroteo.
Las cámaras, abandonadas por los asustados operadores, se habían quedado fijas en el
punto donde se había visto a Conn por última vez, cuando alguien gritó:
— ¡La han dado! ¡La han dado! ¡Ayuda!
La pantalla se fundió en negro.
En una habitación de París todos los ojos estaban clavados en la pantalla en negro. Al cabo
de unos instantes, apareció una pantalla de ajuste, que se mantuvo casi un minuto hasta que entró
de repente un locutor que, un tanto descolocado, se puso a hablar en un tono bajo.
—Ejem... señoras y señores, hemos perdido la conexión desde Karachi, Pakistán. Estamos
intentando recuperarla. Por lo que sabemos... se ha producido un ataque terrorista. Nos ha
llegado información de disparos, posiblemente haya heridos, incluso tal vez muertos. Pero, en
estos momentos, aún no podemos confirmar nada. Volveremos a informar en cuanto nos sea
posible. Por favor, manténganse atentos a la pantalla.
Cuarenta minutos después, Leigh fue al baño, cerró la puerta y apoyó su peso en ella,
rompiendo a llorar. Al cabo de un rato, se salpicó un poco de agua en la cara y salió para seguir
viendo la televisión. Cuando volvía, alguien estaba subiendo el volumen.
— ¡Ultima hora! Nuestro equipo sobre el terreno nos informa de que nuestros reporteros,
Aslam Abdullah y
Marina Kouros, están sanos y salvos. Sin embargo, hay rumores, no confirmados, de varios
heridos y dos muertos.
Nadie se movió.
—Sí parece confirmado, en cambio, que varios miembros del equipo técnico han resultado
heridos por los atropellos derivados del pánico y que el presunto terrorista Farooq Syed ha
muerto por aplastamiento de la multitud. También nos dicen que la doctora Constantina Stryker,
secuestrada a cambio de la liberación de Marina Kouros, ha muerto debido a las heridas
provocadas por Syed, aunque este último dato aún no ha sido confirmado. Seguiremos
informando.
Leigh se levantó del sofá y se dirigió hacia la habitación, pero se desmoronó antes de
alcanzar la puerta.
Treinta y seis horas después, justo antes del amanecer, Leigh se paseaba ausente por la
suite. Los guardias seguían ahí y se preguntó confusamente por qué no se habían ido ya.
Salió al balcón, desde el cual se podía ver la Torre Eiffel, y se quedó contemplando las
parpadeantes luces de la ciudad y el cielo aclarándose por detrás. Al ruido de unos vehículos
acercándose, miró hacia abajo y vio una creciente actividad en la entrada; pero se dio la vuelta
con indiferencia, extrañada de que la vida continuara como si nada, cuando para ella todo
acababa de hacerse añicos.
De regreso a su habitación, se tendió en la cama y se quedó mirando el techo mientras las
lágrimas rodaban por sus mejillas, sin hacer nada por detenerlas. De repente, oyó trajín en la otra
habitación seguido de un suave golpe en su puerta. Lanzó un suspiro, pensando que seguramente
se tratara de Marina, que venía a hablarle de Conn, y desvió la mirada hacia la ventana. No
quería ver a nadie, aunque sabía que era inevitable.
—Pasa —dijo, cerrando los ojos.
La puerta se abrió y alguien se acercó hasta la cama y le dijo, como un susurro:
—El primer pensamiento; el último pensamiento; siempre en mi corazón.
Leigh dio un respingo en la cama.
— ¿Conn?
—Buenos días, cielo. Ya he vuelto.
Leigh se quedó mirando a la persona que estaba de pie frente a ella; aunque bastante más
delgada con respecto a la última vez que se habían visto, se trataba sin duda alguna de Conn.
— ¡Dios mío! ¡Estás viva!
Y Leigh, tirando de ella, la tumbó en la cama, a su lado, y se puso a examinarla en la
penumbra. Comenzó a palpar con cuidado el cuerpo de su amada, para asegurarse de que no
estaba soñando. Conn no decía palabra, dejándose tocar. Mientras, Leigh lloraba; el torrente de
lágrimas parecía imparable.
—Si quieres, puedes comprobar también que tenga todos los dedos de las manos y de los
pies. En total, deberían de sumar veinte.
— ¡Oh, Dios! ¿Es necesario...?
Conn se rio suavemente entre dientes.
—No, amor mío, está todo en su sitio y en perfecto estado.
—Creí que te había perdido, que te habías ido para siempre. ¿Estás bien de verdad?
¡Dijeron que te habían disparado! ¡Que estabas muerta! ¿Qué sé yo? ¡Te quiero tanto...!
—Yo también te quiero, cariño. Y también pensaba que te había perdido. Pero estamos las
dos bien, con todo el futuro por delante. Estamos bien.
Se abrazaron con fuerza, besándose y susurrándose. Al poco, Leigh ya se había calmado lo
suficiente para poder preguntar:
— ¿Y Jess? ¿Ha venido contigo?
—Sí. Supongo que Ally y ella están ahora mismo como tú y yo. Una cosa, cariño...
Pero Leigh se echó hacia atrás, para poder mirar los ojos de Conn, esos lindos ojos que
ahora tenía enfrente.
—Sí, la respuesta es sí.
Conn lanzó una sonrisilla.
—Siempre me haces lo mismo y me acabo olvidando de lo que iba a pedirte...
Tras unos segundos, en los que cada una se perdió en la presencia de la otra, Conn terminó
diciendo:
— ¡Ah, ya! Que quiero que conozcas a alguien especial: a Zehra, la mujer que me ha
salvado la vida. La he sacado de Pakistán porque allí tenía los días contados... Bueno, ya te lo
explicaré con detalle más tarde.
— ¡Claro! ¿Dónde está? ¿No estará, la pobrecilla, esperando sola ahí fuera?
—No. Se ha quedado con Jen y Marina para que yo pudiera venir a verte a solas. Aunque
conoce a Marina de cuando estaba secuestrada, supongo que se estará preguntando dónde me he
metido. De momento, soy la única persona que conoce en esta parte del planeta.
—Pues preséntamela.
Conn tomó la mano de Leigh y fueron a la sala de estar, donde Marina estaba mimando a
Zehra y Jen merodeando alegre por la cocina. El ambiente era absolutamente jovial. Incluso los
guardaespaldas, por lo habitual tan expresivos como una roca, estaban sonriendo y bromeando.
Pero cuando Leigh entró en la salita, de la mano de Conn, se interrumpió toda la cháchara
y Zehra se levantó tímidamente y sonrió. Leigh soltó por un momento la mano de Conn y se
dirigió hacia la muchacha. “¡Vaya, si es una cría!»
Detrás de ellas, Conn hizo las presentaciones.
—Leigh, esta es Zehra. Me ha rescatado y ayudado a salir de Karachi. Zehra, esta es Leigh,
mi pareja.
Zehra la miró con un aire torpe y vacilante, como no sabiendo muy bien qué hacer, pero
Leigh no lo dudó: rompió la distancia entre ambas y la abrazó con dulzura. Pudo sentir, a través
de la ropa militar que le habían dado y que le sobraba por todas partes, lo increíblemente delgada
que estaba la muchacha.
—Gracias. Nunca podré agradecértelo bastante, que hayas traído de vuelta a Conn. Ahora
ya formas parte de mi familia. ¡Bienvenida!
Jen, que se había parado en el umbral de la puerta a contemplar toda la escena, anunció,
con los ojos brillantes:
— ¡Venga, todo el mundo a comer! ¡Es hora de celebrarlo!
Por fin, tras cuatro horas de febril actividad, todas volaron a Estados Unidos en un avión
militar, tras lo cual las condujeron directamente hasta un edificio de máxima seguridad en
Washington D.C., por lo habitual usado para labores de información.
Ally y Leigh, que se habían quedado en una salita de espera, se miraron con cansancio y
Ally dijo:
—Parece mentira que hace tan solo unos días estuviéramos las dos en nuestro pequeño y
tranquilo Mendocino... Aunque tampoco me importaría volver a París algún día, pero en
circunstancias menos estresantes, desde luego. —Dicho lo cual, suspiró y añadió—: ¡La verdad,
estoy que no me aguanto por tener a Jess para mí sola por una temporada! ¿No te ocurre lo
mismo?
Leigh entornó los ojos.
— ¡Ay!, ¿tú crees que llegará ese día alguna vez?
Justo entonces, Conn y Jess entraron de regreso de su reunión con Maggie, con aspecto
demacrado aunque feliz.
Leigh sonrió cuando Conn preguntó:
— ¿A qué día os referís?
—Estábamos preguntándonos cuánto hace que no hemos tenido la oportunidad ni de
sentarnos a charlar tranquilamente, las dos, a solas —contestó Leigh, comiéndose a su amada
con la mirada.
— ¡Oh! —Conn se sonrojó y se giró hacia Jess, que estaba sonriendo con malicia—. Es
gracioso que lo preguntes, porque acabamos precisamente de negociar unos pocos días para...
mmm... pues eso, no hacer nada. Es decir, un margen antes de tener que ponernos con el análisis
y evaluación de la operación y antes de que desmientan de forma oficial los rumores sobre mi
muerte. —Conn marcó una pausa—. Bueno, «negociar» tal vez no sea la palabra más adecuada;
habría que hablar más bien de «suplicar».
— ¿Y lo habéis logrado?, ¿unos días de permiso? —preguntó Leigh—. Porque si no os los
han concedido, dejadme probar a mí, de verdad...
Y fingió que sacaba unas garras.
Conn agachó la cabeza; Leigh no podía verle los ojos.
—Bueno, sí y no. Sí, tenemos dos días de descanso, pero Maggie ha insistido en una
condición.
Leigh preguntó, a través de sus dientes apretados:
— ¿Se puede saber qué condición?
—Que no salgamos fuera de este complejo. No podemos arriesgarnos a que nos identifique
un periodista o cosas por el estilo. ¿Cómo lo veis?
Leigh tardó un momento en asimilarlo; sus ojos se convirtieron en rendijas y preguntó a
Conn:
— ¿Sin salir? ¿Y puede venir gente a visitarnos?
—No, ni hablar. Estaremos las cuatro solas. El lugar está bien aprovisionado. No podremos
ver ni siquiera a Maggie, Jen o Zehra. Máxima seguridad, ya sabes.
—Así que nos veremos obligadas a entretenernos entre nosotras.
Conn se colocó las manos tras la espalda y pegó un sal- tito.
— ¡Ajá, en efecto!
Leigh se giró para decirles algo a Ally y Jess, pero des-cubrió que ya se habían esfumado,
así que volvió a girarse hacia Conn y preguntó:
— ¿Y cuándo comienzan exactamente esos dos días de... no hacer nada?
—En cuanto lleguemos a nuestra habitación... ¿Qué te parece?
Leigh lanzó a Conn una expresiva mirada.
—Pues que cuanto antes, mejor. Larguémonos antes de que te ponga en evidencia delante
de toda tu gente...
— ¡Oh, Dios! Entonces, creo que lo mejor es que nos vayamos ya.
—Un momento, ¿y qué pasa con Zehra?
—No te preocupes por ella, está todo previsto. De hecho, Zehra intervino en el final de las
negociaciones con Maggie, apoyando que no nos molestaran bajo ningún concepto.
Leigh estaba segura de que Zehra y ella iban a convertirse en buenas amigas.
Se acercó a Conn y le susurró al oído:
—Te quiero en mis brazos, desnuda, dentro de exactamente treinta minutos. Si no estás,
empiezo sin ti. —Y finalizó la frase con un rápido mordisquito en el lóbulo de su amante.
Tras lo cual, desapareció por la puerta.
Capítulo 26
Conn se revolvió y comenzó a girarse boca arriba, cuando oyó una leve queja de protesta
muy cerca de su oído. Abrió de repente un ojo, preguntándose si había acabado pegándose a
Zehra dentro de su madriguera nocturna. Lanzó un suspiro de alivio y alegría cuando se dio
cuenta de que se trataba de Leigh y, entonces, lo recordó todo. Relajada por la intimidad,
depositó un beso en su frente. Esta respondió con un gruñido de satisfacción y con un beso por
encima de sus pechos, seguido de otro en un punto ya familiar de su cuello.
Leigh se revolvió a su vez, montándose encima de Conn, aunque sin abrir los ojos.
Entonces sus labios y sus manos iniciaron un trabajo exploratorio. Conn comenzó también a
tocar a Leigh, pero esta se puso a horcajadas sobre ella y apartó con suavidad sus manos a un
lado.
—No, ahora soy yo quien te tiene secuestrada. Eres toda mía. Después ya vendrá tu turno
—susurró Leigh, con voz aún adormilada.
Así que Conn se abandonó a las sensaciones de ser tocada y lamida, masajeada y chupada
hasta alcanzar un estado de loco deseo. Su amante también estaba húmeda de pasión y tan
cercana como ella al mismo éxtasis que Conn estaba sintiendo aproximarse, a medida que Leigh
intensificaba el ritmo de sus movimientos. Finalmente, Leigh se abatió para encarnizarse en su
vulva con la boca y Conn explotó en una lluvia de estrellas, gritando el nombre de Leigh.
Leigh entonces volvió a montarse a horcajadas sobre ella para darle suaves besos y
abrazarla con fuerza mientras
Conn lloraba, mientras ambas lloraban dulces lágrimas de alivio y felicidad.
Al cabo de un rato, Conn movió a Leigh a un lado y se puso a hacerle el amor con
suavidad. Rebuscaba con dedos expertos los rincones favoritos de su cuerpo, recreándose en
ellos y en su húmeda y cálida hinchazón, deslizándose dentro mientras mordisqueada y
succionaba sus lindos pechos. Luego se besaban y susurraban, hasta que Leigh ya no pudo seguir
hablando; Conn mantuvo la tensión mientras Leigh se corría una y otra vez, totalmente entregada
a su contacto.
Finalmente, se durmieron entrelazadas y sin moverse durante varias horas, hasta que la
necesidad de afecto físico volvió a manifestarse, reclamando de nuevo la carne de la amada.
Capítulo 27
Dos semanas después, Conn estaba sentada en el borde del baño mientras Leigh le estaba
dando los últimos retoques a su maquillaje. No paraba de quejarse.
—Lo que tú quieras, pero voy a acabar pareciendo una fulana...
Leigh le tendió el espejo y Conn se quedó sorprendida, mirándose.
—Oye, pues tampoco ha quedado tan mal... ¿No me ves como «chica portada»?
Leigh siguió ignorándola.
—Ahora, frunce esa boquita; toca pintalabios.
Conn la frunció obediente, recibiendo un profundo beso de recompensa. Cuando por fin se
separaron, Conn tomó aire y exclamó:
— ¡Y yo que estaba esperando un pintalabios y me encuentro con tu lengua! Bueno,
tampoco es para quejarse, la verdad...
—Claro, es que una vez que te pinte con esto va a pasar un rato largo hasta que te pueda
volver a besar, así que, esta era la última oportunidad... ¿No te parece?
Los ojos de Leigh centelleaban.
—Mmm, me parece. ¿Cuánto tiempo crees que va a durar todo esto? ¡Odio las fiestas de
gala!
En este caso, se trataba de una fiesta organizada en honor a Conn y patrocinada por los
senadores de California. Desde que aparecieron las noticias desmintiendo su muerte, se había
convertido en una especie de heroína nacional. Los medios habían dado mucho bombo al detalle
de que amigos suyos de todas partes habían arriesgado sus vidas para intentar rescatarla. Al
principio, Conn se había resistido ferozmente a esta idea de una fiesta en su honor, pero cuando
supo los esfuerzos que mucha gente estaba volcando en ella, acabó dando su brazo a torcer,
aunque se aseguró de que Zehra también tuviera un papel protagonista en la misma, como
luchadora por la libertad, un valioso reconocimiento que le garantizaba su permanencia en los
Estados Unidos.
Lo que había comenzado como una modesta iniciativa entre amigos, como agradecimiento
hacia aquellos que habían arriesgado la vida acudiendo a la retransmisión en Karachi, acabó
convirtiéndose en un evento de altos vuelos al que ningún político, de cualquier color y signo,
podía permitirse faltar. Conn empezaba a sentirse como el trofeo de una cacería que no entendía.
Lanzó una mirada a Leigh y le preguntó:
— ¿Has vuelto a hablar con tus padres?
—Bueno, cuando mamá se ha enterado de quién eres exactamente y de quiénes van a
acudir a la gala, ha pasado de amenazarme con desheredarme a que tal vez se dejen caer por
aquí. —Leigh suspiró—. Es una mierda, ya lo sé, pero bueno, por otro lado, me apetece mucho
que os conozcáis.
Conn se dirigió hacia la habitación para vestirse, mientras decía:
—Espero que vengan.
Se detuvo y lanzó a Leigh una mirada maliciosa.
—Ya sabes que puedo ser bastante encantadora cuando quiero. Y si eso no basta, estoy
forrada y tengo bastante poder —se encogió de hombros—. Que ellos elijan qué Conn prefieren.
Leigh cabeceó.
— ¡Esa es mi chica! —exclamó y, dirigiendo la mirada hacia el techo, dijo—: Gracias,
gracias, gracias.
La fiesta estaba ya a rabiar de gente cuando la invitada de honor hizo su aparición. Los
flashes de las cámaras y los focos destellaban a medida que su limusina se acercaba a la entrada.
Pat Hideo abrió la puerta y salió una Conn arrebatadora, con su esmoquin de Armani y un
chaleco púrpura sin camisa debajo. Saludó y sonrió de forma encantadora a la multitud y Leigh
asomó una larga y estilizada pierna, aceptando la mano de Conn para salir. Llevaba un vestido
largo de terciopelo del mismo color que el chaleco de Conn, con un top que cubría justo sus
partes más estratégicas, envolviendo deliciosamente su cuerpo. Llevaba unos pendientes de
diamantes y zafiros, así como un solitario de zafiro colgando del cuello. El tercer dedo de su
mano izquierda lucía un anillo de diamantes y zafiros, con un enorme zafiro en el centro.
—Sujétate bien; que esto va a ser como una montaña rusa —susurró Conn al oído de
Leigh, entre un metralleo de flashes.
—Está todo controlado —respondió Leigh, lanzando su mejor sonrisa.
Pasó su brazo por el de Conn y entraron en la fiesta.
Leigh y Conn no se levantaron hasta el mediodía del día siguiente, y lo hicieron entre
gruñidos y quejas cuando los incesantes golpes en la puerta principal obligaron a Leigh a coger
su almohada y a envolverse la cabeza con ella.
—Pero ¿a quién demonios se le ocurre dar la lata a estas horas? —protestó Conn—. ¿Se
puede saber qué hora es?
— ¿Mmm? —fue toda la respuesta de Leigh.
Conn realizó un esfuerzo sobrehumano para abrir los ojos y enfocarlos en el reloj de la
mesita.
—Mierda. Las doce. Mediodía.
La llamada insistía. Conn murmuró:
—No, si tú no te preocupes, ya voy yo...
A punto estuvo de caerse de la cama; estaba llegando a la puerta cuando oyó la
amortiguada voz de Leigh.
— ¡Espera!
Conn hizo una mueca y respondió:
— ¿Y ahora qué?
—Pues que estás desnuda...
Conn se miró.
—Mmm, sí. ¡Un segundo! —gritó hacia la puerta, cosa de la que se arrepintió
inmediatamente: la cabeza estuvo a punto de estallarle.
Los golpes cesaron. Conn fue tambaleándose hasta el vestidor y se puso a revolver en sus
cajones, en busca de un par de sudaderas. Se puso una y la segunda la lanzó encima de un bulto
semicomatoso que había en su cama y que farfullaba algo así como: «Sed... Tengo mucha
sed...».
Conn se precipitó hacia la puerta y aplicó la cara a la mirilla. Aunque no veía a nadie,
volvieron a sonar los golpes, lo que solo podía significar una cosa.
—Buenos días, Zehra —dijo Conn, abriendo la puerta.
La diminuta muchacha entró correteando y se lanzó sobre el sofá, donde se hizo con el
mando a distancia y encendió la televisión.
— ¡Mirad, mirad! ¡Somos famosas! La Operación Furor de Tormenta es famosa. Tú y
Leigh sois famosas y yo también. Estamos en todas las noticias. ¡Leigh!, ¡ven a ver esto!
Y subió el volumen del aparato.
— ¡Hey, hey, hey!, ¡bájalo un poco, por piedad!
Leigh cruzó la puerta y Conn regresó de la cocina con un gran vaso de agua y unas
aspirinas.
Zehra se puso a hablar animadamente a una Leigh medio muerta, que intentaba
desesperada mantenerse erguida en el sofá y aparentar interés, a pesar de su palidez.
Conn cabeceó con cuidado y regresó a la cocina para complementar la aspirina con un
Alka-Setzer, que Leigh le agradeció en lo más profundo con su enrojecida mirada.
Zehra también había traído algunos periódicos, así como el último número de la revista
People, que sacaba a Conn y Leigh en portada. La foto, que aparecía también constantemente en
la televisión, las mostraba saliendo de la limusina en la gala de la noche anterior. Pierna y escote,
joyería deslumbrante, miradas mutuas y grandes sonrisas.
Leigh, desesperada, extendió un brazo y se hizo con el mando, quitando el sonido del
aparato.
— ¡Uf!, mucho mejor así —suspiró—. Bueno, Zehra, puesto que pareces conservar todas
tus facultades intactas, tal vez podrías hacernos un breve resumen razonado de los
acontecimientos de anoche, así como de su interpretación en los medios de comunicación de
masas.
El esfuerzo retórico debió de agotar a Leigh, pues se fue inclinando poco a poco hasta
quedar medio tendida en el sofá, aunque con los pies aún en el suelo.
—Buena idea —apoyó Conn—. En algún momento alrededor de la tercera copa de
champán, todo se volvió un tanto brumoso...
Mientras decía esto, Conn levantó con suavidad a su sufriente amada y, deslizándose bajo
ella, le abrazó la cabeza. Ahora que tenía una buena almohada, Leigh puso mejor cara.
—Bueno, pues todo fue muy excitante. ¡Probablemente conocí a la mitad de las personas
más poderosas del planeta! ¡Un montón de senadores y congresistas haciendo cola para hacerse
una foto conmigo! ¡Increíble! Y entonces entró el Presidente y... ¡me dio la mano! ¡No me lo
podía creer! Los flashes no paraban de saltar por todas partes.
Conn cerró los ojos y sonrió. No quería desilusionar a su joven amiga, revelándole lo que
significaba realmente ser la estrella del día y en qué consistía el juego político de las fotos. «Ya
lo descubrirá por sí misma más tarde...»
—Aunque, en realidad, muchos de los políticos parecían más interesados por el fotógrafo
que por mí...
«... ¡O más pronto!»
—Pero lo que más me gustó fue charlar con las personas que llevaban las cintas púrpuras.
Me contaron un montón de anécdotas sobre Conn y por qué se presentaron voluntarios para la
misión. No sabía que el joven que se abalanzó sobre la espalda de Farooq, haciéndole disparar al
aire, trabaja para Conn. Creo que está... que está... ¿cómo se dice?...
—«Colado» —apuntó Leigh.
— ¡Eso es!, que está colado por Conn. Aunque, en realidad, Leigh se puso tan dulce con él
cuando lo abrazó y le dio las gracias que es posible que ahora esté colado por las dos.
Leigh lanzó un lamento. Zehra, sin inmutarse, prosiguió su crónica.
—Me gustó especialmente Pat Hideo y su chico, Ted. Tras devolverle la cartera, tuvimos
una conversación encantadora. Me contó todo sobre su amistad con...
Conn abrió un ojo de repente y dijo:
—A ver, a ver. Volvamos un poco para atrás, a la parte esa de «tras devolverle la
cartera»...
Conn mantuvo la mirada clavada en Zehra e incluso Leigh hizo el esfuerzo de alzar la
cabeza y lanzarle una enrojecida ojeada. Zehra bajó la mirada hacia sus manos.
—Bueno, es una habilidad que aprendí en las calles de Karachi, la de robar carteras; a
menudo suponía la diferencia entre comer y no comer. Pero, en cualquier caso, en la fiesta solo
robé unas pocas y las devolví todas... —terminó diciendo Zehra, con evidente satisfacción.
— ¿Robaste carteras en...? ¡Oh, Dios mío! —exclamó Conn, dejando caer la cabeza contra
el cojín del sofá.
— ¿Y qué tal con Pat? —preguntó Leigh.
—Bueno, ¡Pat fue el único que me pilló! Me gusta. Es inteligente. Y no es muy alto, así
que puedo hablar con él sin fastidiarme el cuello. Me presentó a Ted, que en cambio sí que es
muy alto, y nos sentamos en una mesa a charlar un rato. Ted me dijo que, cuando estuviera en
California con Jen y Marina, le avisara para que me hiciera una visita. ¿No es encantador?
Leigh gruñó algo.
— ¿En quién más te fijaste? —preguntó Conn, mientras se anotaba mentalmente:
«Recordatorio: acabar con esta afición de Zehra por los bolsillos ajenos».
—Bueno, me cayeron muy bien los padres de Ally y tu padre parecía muy majo, Conn. En
cuanto a los padres de Leigh, mmm, bueno, se los veía un poco incómodos. Tu madre, Leigh, es
muy atractiva; ya sé de dónde has sacado tu belleza. Os miraba a las dos muy a menudo, sobre
todo cuando había fotógrafos dando vueltas.
—Ya, pude sentir sus ojos taladrándonos unas cuantas veces —comentó Leigh, recogiendo
las piernas y haciéndose un ovillo, mientras se giraba para hundir su cara en la tripa de Conn,
mientras esta le acariciaba el pelo.
—De hecho, creo que a tu madre le gusté —dijo Conn—. Parecía incluso educada, las
pocas veces que hablamos.
—Claro —replicó Leigh—, debió de calibrar rápidamente tus joyas y toda la atención que
suscitabas. Como te descuides, te puedes convertir ipso facto en su nueva mejor amiga o incluso
en su nueva hija.
Zehra intervino, apaciguadora.
—Tal vez solo necesite hacerse un poco a la idea, Leigh. En mi país, te hubieran matado
por demostrar abiertamente tu amor por otra mujer. Cuando te miraba, no había frialdad en sus
ojos, sino confusión. Dale un poco de tiempo, aún debe de sentirse superada por todo esto.
Sin dejar de acariciar la melena de Leigh, Conn dijo:
—Yo pienso lo mismo, cielo. Es probable que tu madre esté haciendo lo que puede. Y tú
siempre serás su hija, pase lo que pase. Tal vez con el tiempo...
Tras una pausa, Zehra anunció, triunfante:
—Bueno, me tengo que ir. Hoy volamos a ¡California!: surferos cachas y mujeres
desnudas, bebiendo cerveza y todo eso...
Conn y Leigh gruñeron al unísono y Leigh, clavada al sofá, dijo con voz amortiguada:
—Zehra, prométeme que cuando llegues a California dejarás de pasarte todo el día viendo
la tele. Tienes que descubrir por ti misma cómo es en realidad la vida ahí. ¿Vale? Además, te
informo de que vas al norte de California; allí los surferos y las mujeres llevan todo el día el
forro polar puesto.
— ¿Qué es un «forro polar»?
La única respuesta que obtuvo fue un flojo gesto con el brazo de Leigh.
—Ya lo descubrirás—dijo Conn—, ¿Con quién vuelas?
—Veamos: Jen y Marina, claro; Ted y Ally. Y esos dos amigos de Jen que vinieron a la
fiesta. Me lo contaron todo sobre la casa de Jen y cómo colaboraron en su reparación.
—Que tengas un buen viaje, querida. Nos volveremos a ver pronto. Podrías venir a pasar
una temporada con nosotras, en Mendocino.
—Me encantaría. Bueno, pues nos vemos...
Zehra vaciló, Leigh se debatió por levantarse y le dio un cálido abrazo, al que siguió el de
Conn. Zehra no quería deshacerlo.
—No te preocupes, pequeña. Estarás bien.
Una lágrima rodó por una mejilla de la muchacha.
—A veces, todo esto es demasiado para mí. Y me siento un poco sola.
Conn la apretó suavemente y dijo:
—Lo sé. Pero una vez que te instales con Jen y Marina en California, las cosas se
estabilizarán y podrás ir pensando en tu futuro. Es un cambio muy fuerte para ti. Date un poco de
tiempo. Déjame que te lleve de vuelta al apartamento de Marina. Vamos.
Mantuvo un brazo protector rodeando los hombros de Zehra mientras se dirigían hacia la
salida. Leigh se quedó mirando a las dos amigas hasta que el teléfono la sacó de sus
ensoñaciones. Era Marina, preguntando por Zehra.
—Ella y Conn se dirigen hacia tu apartamento. Creo que está un poco intimidada...
—Es normal —respondió Marina—. ¡Todo es tan nuevo para ella...! Y hasta ahora siempre
tenía a Conn a su lado, en cambio ahora...
—Marina, ¿debería preocuparme? Quiero decir, Conn está muy volcada en que Zehra esté
lo más a gusto posible. Tal vez te parezca una quejica absurda, pero salvo los pocos días que nos
concedieron tras el rescate, hemos estado prácticamente todo el tiempo con Zehra. No me
malinterpretes, es una chica maravillosa, ya lo sé, pero... incluso cuando me quedo a solas con
Conn, la noto... distante. No sé muy bien qué pensar. Vaya, siento darte la lata con mis
inquietudes.
—No, para nada; precisamente Jen y yo nos preguntábamos el otro día qué tal estarías
llevando tú este tema. Creo que Conn se siente muy responsable por haberse traído a
Zehra a los Estados Unidos. Por eso está haciendo todo lo posible para que las cosas le
vayan bien a la muchacha. También es posible que aún esté sufriendo un poco de jet lag, tú me
entiendes; de readaptación después de una misión tan complicada y prolongada. Dale tiempo,
cariño. Tú eres la única que hay en su corazón, créeme. Se lo noto en la mirada, es algo genético.
Leigh sonrió ante la referencia de Marina a Jen. —Gracias, Marina. Te quiero mucho. Nos
vemos dentro de poco en California. Que tengáis buen viaje.
—Yo también te quiero, cariño. Y no te preocupes. Volverá a ti.
—Sí, supongo que soy una tonta. Adiós.
Quince minutos después, Leigh estaba en la cocina, limpiando la encimera con cierta
desgana, cuando sintió los brazos de Conn rodeándola, seguidos de un beso en la nuca. Unos
suaves labios cosquillearon su oreja y Conn murmuró:
—Mmm, me temo que tengo a mi amor un poco olvidado... Leigh dobló el cuello,
consciente de que se estaba ruborizando.
— ¡Oh!, no he caído en que Marina iba a hablarlo contigo.
Conn hizo girar a Leigh y ladeó su barbilla. — ¿Por qué no me lo has dicho directamente a
mí?
—Yo... entiéndelo; si la situación fuera a la inversa, yo actuaría igual que tú. Solo que...
Conn ¡fue tan duro estar lejos de ti...!, ¡tan duro no saber si estabas viva! que yo... Conn la
abrazó con fuerza y le dijo:
—Había momentos en que podía sentirte conmigo. Sabía que estabas ahí. Eso me permitió
aguantarlo todo, Leigh.
Me despertaba sintiéndote cerca. Mi cabeza no puede explicarlo, pero mi corazón sí puede
sentirlo.
Leigh suspiró. «Por supuesto.» Apretó a Conn con todas sus fuerzas y la soltó, diciendo
con suavidad:
—Me voy a duchar. Luego es tu turno. Tengo un regalo para ti.
Le dio un leve beso en los labios y se fue al baño. Conn se quedó mirándola. « ¿Qué me
tendrá preparado ahora? Y, sobre todo, ¿por qué no me ha invitado a la ducha?», pensó Conn
mientras se dedicaba a recoger un poco la habitación. Al poco, Leigh reapareció, en bata,
despidiendo una suave fragancia y con una misteriosa sonrisa en los labios.
— ¡Venga! ¡Tu turno!
A los veinte minutos, Conn salió limpia y seca. La habitación estaba a oscuras, con las
persianas bajadas, unas cuantas velas encendidas y el delicado perfume de incienso flotando en
el aire.
— ¿Leigh?, ¿dónde estás?
—Aquí, detrás de ti.
Conn se giró para descubrir a Leigh con la bata medio suelta, mostrando lo justo para
resultar arrebatadora.
—Métete en la cama, cariño.
Conn se despojó de la toalla y se subió a la cama.
—Túmbate y cierra los ojos. Prométeme que no los abrirás.
—Te lo prometo.
Conn se quedó ahí tendida, estremeciéndose por adelantado. Notó a Leigh tumbándose a su
lado.
—Abre la boca.
Obedeció vacilante y sintió un trozo de algún tipo de fruta en su lengua.
—Saboréala... lentamente.
Conn cerró la boca y comenzó a mascar.
— ¡Pera! Una maravillosa pera. ¡Mmm, deliciosa!
Pero había algo más. De repente, se sintió transportada al cubículo de Karachi, sintiendo la
presencia de Leigh. Abrió de repente los ojos, exclamando:
— ¡Leigh!, ¿pero cómo...?
—Ssst. Vuelve a cerrar los ojos.
Conn los volvió a cerrar, preguntándose qué ocurriría a continuación.
—Abre la boca otra vez.
Esta vez la boca se llenó de algo increíblemente suave, aún con regusto a pera, aunque con
el inconfundible tacto de la piel de Leigh, de uno de los pechos de Leigh, de Leigh toda ella.
Tanteó y exploró con la lengua, moviendo el cuerpo y buscando los puntos sensibles.
Leigh respondió a sus anhelos y se lamieron mutuamente las heridas, miedos e inseguridades
abiertos por la separación.
Por último, se quedaron tendidas, abrazadas y exhaustas, mientras las velas iban
extinguiéndose.
—Bienvenida, amor mío —dijo Leigh—. Te he echado de menos.
Conn le besó un párpado.
—El primer pensamiento.
Luego el otro párpado.
—El último pensamiento.
Y, por último, los labios.
—Siempre en mi corazón.
Aunque no podía ver la sonrisa de Leigh, la sentía