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Serie Xena La Despiadada # 2

Melissa Good
Índice

Sinopsis
Créditos
Capítulo uno………………………………………………………. 7
Capítulo dos……………………………………………………….. 43
Capítulo tres……………………………………………………….. 80
Capítulo cuatro…………………………………………………... 120
Capítulo cinco……………………………………………………. 161
Capítulo seis………………………………………………………. 192
Capítulo siete……………………………………………….…..... 222
Capítulo ocho...…………………………………………….…..... 252
Capítulo nueve……….…………………………………….…..... 284
Capítulo diez…………….………………………………….…..... 315 3
Capítulo once………………..…………………………….…..... 347
Capítulo doce…………..………………………………….…..... 382
Capítulo trece………………..…………………………….…..... 415
Capítulo catorce………………………………………….…..... 449
Capítulo quince…………..……………………………….…..... 483
Capítulo dieciséis………………………………………….…..... 514
Capítulo diecisiete……..………………………………….…..... 545
Capítulo dieciocho……………………………………….…..... 580
Capítulo diecinueve…………..………………………….…..... 614
Capítulo veinte…………………………………………….…..... 647
Capítulo veintiuno…………..…………………………….…..... 687
Capítulo veintidos…………..…………………………….…..... 725
Capítulo veintitres…………..…………………………….…..... 765
Capítulo veinticuatro.……..….………………………….…..... 806
Capítulo veinticinco.…….……………………………….…..... 846
Capítulo veintiseis…………..…………………………….…..... 881
Capítulo veintisiete.………..…….……………………….…..... 915
Capítulo veintiocho.………..…………………………….…..... 954
Capítulo veintinueve………..……………..…………….…..... 995
Capítulo treinta……………....……………..…………….…..... 1032
Biografía de la Autora ………………………………………… 1106
Sinopsis

Xena la Despiadada se encuentra frente a una avalancha de cambios en su


reino desde que se estableció y nombró heredero. Pero justo cuando las cosas
se vuelven aburridas, un extraño del Este viene a desafiar el trono de Xena y le
ofrece una opción que ya no es posible.

4
Créditos

Traducido por Pangea

Corregido por Andre-Xi, LisV y Nyra

Revisado por Nyra

Diseño de portada, plantilla y documento por LeiAusten

Título original Queen of Hearts

Editado por Xenite4Ever 2019


5
Nota previa de traducción:

En la primera parte de la serie, Atalía traduce muskrat como Ratón almizclero,


yo he decidido su traducción literal de “rata almizclera” por dos cuestiones. El
animal es realmente una rata, por tamaño y constitución. Es originaria de
América, por lo que no existía en Europa en la época. Es muy parecida a lo
que en España conocemos como rata de agua. Personalmente no me
parece un animal bonito, si alguna vez os habéis encontrado con una creo
que me entendéis, ¿no?

Por otro lado, es Xena la Despiadada, así que le pega mucho el llamar a
Gabrielle rata, solo a ella le puede parecer un animal entrañable.

6
Parte 1

El río gorgoteaba suavemente a la luz del sol, discurriendo tranquilamente más


allá de un área de rocas cubiertas de musgo bajo un arce. Tumbada sobre las
rocas, con los dedos de los pies chapoteando en el agua, tomando el sol,
estaba una figura rubia desaliñada, vistiendo una simple túnica azul que le
llegaba justo por encima de sus rodillas.

Una mariposa aterrizó en un tallo cercano, y la figura volvió la cabeza y la


observó mover sus alas, apareciendo una suave sonrisa.

—Hola. —Gabrielle saludó al insecto—. ¿No es un gran día? Apuesto a que te


alegra que finalmente haga el suficiente calor para salir y volar, ¿eh? —Por fin,
un día cálido después de un largo y duro invierno. No había palabras para
describir lo contenta que estaba Gabrielle, podía salir sin su grueso abrigo de
piel y sus pesadas polainas y sentir el aire fresco en la mayor parte de su piel.
La mariposa despegó del tallo y revoloteó sobre su cabeza, mientras Gabrielle 7
cruzaba las manos sobre su estómago y simplemente la miraba, agradecida
por la paz, la tranquilidad y el cálido sol bañando su cuerpo. Un golpetazo. Un
sonido de arrastre. Gabrielle apenas tuvo tiempo de cubrirse la cabeza antes
de que una pared de agua fría del río le cayera encima, trayendo un fuerte
olor a pescado y verde, y el sonido de una risa baja y traviesa—. ¡¡¡Yahhh!!! —
Soltó un grito, mientras el agua fría sacudía su piel.

—¡Ah, eh, eh! —Un cuerpo largo y poderoso se presionó sobre las rocas y sobre
ella, tirando gotitas de hielo sobre su rostro mientras la miraba con ojos pálidos
y una sonrisa libertina—. ¡Qué Hades estás haciendo aquí tirada como un
tronco, patética rata almizclera! —gritó.

Gabrielle se sacudió el cabello húmedo de los ojos. Levantó la mano y acarició


la mejilla de Xena, capturando un puñado de gotas brillantes.

—Esperándote.

La figura tensa y musculosa sobre ella se detuvo antes de acercarse, mientras


una sonrisa se formaba en el rostro anguloso de Xena.

—Tú. —Chocó su nariz con Gabrielle—. Eres una pequeña embustera.

—¿Yo?
—Tú. —Xena se deslizó hacia la roca junto a ella, sus largas piernas se
extendieron por el borde—. Aquí estoy yo, haciendo mi mejor esfuerzo para
entrenar un poco mis patadas en el culo y, ¿qué haces tú? —Arrojó un puñado
de agua a la mujer más joven, esperando con una ceja arqueada.

Gabrielle parpadeó cuando las gotitas la golpearon.

—¿Qué?

—¿Qué de qué?

—¿Qué hago? —Gabrielle se acercó y apartó con cuidado el húmedo y


oscuro cabello de los ojos de Xena, trazando sus cejas con un suave dedo—.
Estoy segura de que no lo hice a propósito.

La sonrisa de Xena se volvió sarcástica.

—Claro que sí. —Echó un vistazo alrededor del lindo día—. Me conviertes sin
piedad en una borde y obsesa sexual. Es un complot, lo sé.

Gabrielle frunció el ceño, después de un momento.

—¿Borde y obsesa sexual? —inclinó la cabeza hacia un lado—. Tú no eres 8


borde.

—Ah. Así que veo que no niegas lo de obsesa sexual. —Xena rio
disimuladamente—. Así que, de todos modos ¿qué estabas haciendo?

La mujer rubia estiró sus piernas cruzadas y recogió un pequeño saco cerca
de la roca en la que estaba sentada.

—Estaba buscando bayas —explicó—. Y luego vi este bonito lugar, así que
me senté y me puse a pensar en una historia que iba a contar más adelante
y yo... mpfh.

—Cállate. —Xena se abalanzó sobre ella, aplastándola contra la roca y


besándola.

Gabrielle respiró con dificultad mientras Xena levantaba la cabeza un


momento y se lamió los labios.

—Vale. La verdad es que estaba aquí echada soñando despierta contigo —


admitió, con una sonrisa tímida—. Pero ¿no es un gran día? ¡Siente este sol!

—Embustera. —Xena se inclinó hacia adelante y la besó de nuevo—. Sí, es un


gran día. Por fin pude montar mi maldito caballo y no tuve que envolverme
como una abuela. —Se tiró del otro lado de la roca y se levantó, estirada al
sol con un suave estallido de articulaciones—. ¡Ya era hora! —Se sacudió, y la
túnica de lino carmesí que cubría su cuerpo se soltó a regañadientes de su
piel para gotear en el suelo a su alrededor—. Ha sido un largo invierno.

—Sí. —Gabrielle saltó de la roca y la siguió a través de la hierba espesa del río,
sus tallos rozaban sus piernas dejando atrás un aroma de riqueza cálida y
verde—. Pero también hubo partes buenas. Como tu cumpleaños.

Xena se detuvo y miró por encima del hombro con expresión severa.

—¿No hablamos ya de todo esto de “no debes mencionar mi cumpleaños”,


Gabrielle?

Gabrielle asintió.

Xena desplegó ambos brazos y alzó ambas cejas.

—Pero tuvimos una fiesta.

—¿Y?

Gabrielle alcanzó a su alta compañera y la cogió de la mano.

—Xena, no podemos pretender que no tuvimos una fiesta. ¿No te divertiste?


9
—¡Ese no es el tema! —dijo Xena—. ¡Maldita sea, soy la reina y dije que nada
de cumpleaños! —anunció en voz alta, asustando a un par de pájaros azules
en un árbol cercano—. No me jodas pequeña...

—Si hoy es un día tan agradable, ¿por qué estás tan gruñona? —preguntó
Gabrielle, cambiando un poco de tema—. ¿No te gustó lo que te hice para el
desayuno? —Le preguntó a la reina—. Pensaba que sí.

—Sí —admitió Xena—. Pégame por ser una gruñona. —Echó un vistazo
alrededor—. Bonito día, linda rata almizclera, finalmente tenemos un poco de
sol, tengo que montar mi caballo... ah. Ya sé porque es.

—¿Por qué?

Xena exhaló con satisfacción.

—Todavía no le he dado una paliza a nadie hoy. —Giró la cabeza y miró a


Gabrielle—. Ese es el problema. —Flexionó sus manos, apretando una de
Gabrielle en el proceso—. Creo que quiero un buen combate cuerpo a
cuerpo. ¿Qué piensas de mi contra los guardias de la torre? ¿Yo contra los
guardias de las murallas?
—Creo que ya los golpeaste ayer —respondió Gabrielle—. ¿No podemos
simplemente pasear por el jardín? Creo que algunas plantas ya están
floreciendo.

—Voy a azotarte.

—Creo que hay esas pequeñas naranjas agrias que te gustan mucho, en la
esquina. —La mujer rubia continuó, sin inmutarse—. Y podría sacar mi vara, si
quisieras enseñarme un poco más —ofreció—. No fui tan mala los últimos siete
días, ¿verdad?

—Gabrielle. —La reina soltó su mano y dejó caer su brazo sobre los hombros
de Gabrielle—. Eres una rata almizclera muy afortunada, ¿lo sabías? Eres muy
afortunada de que te ame como una loca.

Gabrielle hizo una pausa y rodeó a la reina con los brazos y la abrazó.

—Lo sé —dijo—. Eso es sobre lo que estaba soñando despierta antes de que
me mojaras entera.

—¿Y después te salpiqué? —Pero Xena estaba sonriendo con los ojos fijos en
su compañera. 10
—Síp.

La reina rio suavemente.

—Naranjas agrias y tu maldita vara, ¿eh? —Suspiró—. Está bien. Vámonos. Pero
no recojas flores para mí, ¿de acuerdo?

—Está bien. —Gabrielle la soltó—. ¿Me enseñarás ese movimiento desde


atrás?

—Tal vez.

Caminaron juntas a través de los árboles, hacia el elevado muro de piedra


que marcaba el borde de la fortaleza que llamaban hogar. Una pequeña
puerta estaba abierta, franqueada por cuatro hombres armados que
llevaban túnicas con cabezas de halcón amarillas prominentes en el pecho.

Mantuvieron la vista hacia adelante cuando las dos mujeres empapadas se


acercaron y se cuadraron de hombros para saludar a Xena.

—Majestad.

—No. Pastor desaliñado. —Xena indicó su forma húmeda—. Controla tus ojos.
—Pasó al lado del hombre sin decir una palabra más mientras este abría los
ojos con sorpresa y la seguía con la mirada—. Debería arrancarte la cabeza
por permitir algo así en palacio.

—Hola. —Gabrielle lo saludó, mientras se deslizaba detrás de Xena—. Fiebre


primaveral. Todo irá bien.

—¿Qué sabrás tú sobre la fiebre primaveral, pequeña cola de cordero? —


replicó la voz de Xena—. Vamos. Bien podrías secarte antes de que te tenga
toda mojada de nuevo.

Gabrielle trotó en pos de la reina, sus pies descalzos rozaban ligeramente el


suelo de piedra. Las paredes de piedra de la muralla de la fortaleza las
rodearon por varios pasos, hasta que pasaron al patio interior lleno de
actividad.

Soldados, carretas, arrieros, labradores, todos parecían moverse a la suave luz


del sol mientras la fortaleza volvía a la vida después de la larga, oscura y fría
estación. Por todas partes las mujeres sacudían la ropa y limpiaban rincones,
las voces se alzaban animadamente.

El ambiente era agradable. Gabrielle sonrió, a pesar de lo húmeda que


estaba, y de lo frío que era el fuerte viento que soplaba contra ella. El invierno
11
había tenido su propia magia, pero estaba contenta de que los días se
alargaran por fin y el mal tiempo se desvaneciera dando paso a una hermosa
primavera.

Muchas cosas habían cambiado. Gabrielle se enderezó un poco cuando


pasaron junto a los sirvientes, y los hombres agacharon la cabeza para mirarla.
Una gripe se había llevado muchas vidas entre los esclavos, y había rostros
nuevos casi en todas partes donde miraba. El fuego había destruido dos de
los castillos de los nobles, y ahora vivían de la misericordia de Xena en la
fortaleza, y los lobos habían arrasado algunas de las propiedades más lejanas,
trayendo pérdidas inesperadas.

También había muchas cosas que permanecían igual. Las intrigas de palacio,
los chismes, algún que otro peligro, pero el reino se había calmado durante el
largo invierno y parecía aceptar a Xena de nuevo como su ama. El mal
conocido, había dicho uno de los nobles, cuando pensó que Xena no podía
oírlo.

Por suerte para él, Xena lo había tomado como un cumplido. Gabrielle siguió
a la reina a través de las puertas interiores y subió por la gran escalera, a las
habitaciones de primer nivel que había elegido hacía ya tantos meses.

—Oye, espera.
—Oye, no. —Xena mantuvo la puerta abierta para ella de todos modos, y
luego la siguió adentro, sus manos ya se desabrochaban la túnica y se la
quitaban por la cabeza. La cálida luz del sol que entraba por las ventanas
delineó su cuerpo esbelto y fibroso durante un breve momento, antes de pasar
a través de las sombras cerca de la gran cama. Al principio, había
cuestionado la elección del lugar, pero durante los meses de invierno
realmente le había gustado, sobre todo porque los paneles de vidrio
emplomados permitían que el clima frío impregnara la habitación y
proporcionara una verdadera apreciación de los baños calientes y
acurrucarse junto al fuego. Deshonrosamente decadente. Pero le había
resultado imposible decirle que no a los mimos de Gabrielle y para el final del
invierno había decidido que ser tratada como una reina no era tan malo para
ella. No se lo hubiera admitido a nadie, por supuesto. Dejó la túnica húmeda
sobre un perchero en la esquina y se dirigió a la sala de baño, donde se
encontró con Gabrielle, que venía en otra dirección y que ya llevaba una
toalla suave y esponjosa—. Ahhh —levantó una mano—. Desnúdate primero.

Gabrielle le tendió la toalla, luego se quitó obedientemente su propia ropa, y


se detuvo sorprendida cuando la reina comenzó a secarla rápidamente
comenzando con la parte superior de su cabeza despeinada.
12
—Oye. Se supone que soy yo la que debo hacerte eso a ti.

—Cállate. Soy la reina y yo establezco las reglas. —Le dijo Xena—. Además,
¿cuál de nosotras se enferma? —Gabrielle miró tímidamente desde debajo de
sus pálidas cejas—. Haces trampa. —La reina la miró indulgente—. Además,
fue mi culpa, ¿recuerdas? Te he mojado. —Le secó las orejas a la mujer rubia—
. Lo último que necesito es tener que corretear de nuevo tras tus estornudos.
—Estudió a Gabrielle, sonriendo ligeramente ante la mirada clara y honesta
que le devolvía—. Te diré algo.

—¿Qué? —Las manos de Gabrielle agarraron la parte inferior de la toalla, y


comenzó a frotar la piel de Xena con ella.

—Olvidémonos de flores y de patear culos. —Xena apoyó los antebrazos en


los hombros de Gabrielle—. Entremos a esa bañera, y asustemos a los sirvientes.
—Acarició con el pulgar el cuello de Gabrielle, mientras la mujer más pequeña
se acercaba y su piel desnuda se presionaba contra ella—. Podemos golpear
a la gente más tarde.

Gabrielle deslizó sus brazos alrededor de Xena y acarició su piel.

—Podríamos practicar esas cosas de lucha en la bañera.


—La última vez que hicimos eso, tuve hematomas en el culo durante una
semana. —Xena se acercó a ella y levantó a Gabrielle, sintiéndola reír—. Tú y
tu conejito saltarín.

Se dirigieron a la sala de baño, en medio de risitas y besos y el reflejo disperso


de la amistosa luz del sol que hacía eco a la risa en brillantes y luminosos
destellos de primavera.

Gabrielle bajó trotando los escalones hacia la biblioteca, sintiéndose bien


restregada y satisfecha, con una sonrisa temblorosa en su rostro mientras
caminaba con confianza por las filas de pergaminos que se alzaban a cada
lado de ella. Podía oler el olor a almizcle de las pieles y los estantes de madera,
y la nitidez de la tinta cercana.

—¿Jellaus?
13
—Ah. —Apareció una figura desgarbada y de estatura media a la vuelta de
la esquina—. A pesar de que el sol brilla en el exterior, haces que la habitación
sea más brillante. —Inclinó la cabeza en una reverencia—. Y buenas tardes a
ti, Gabrielle.

Gabrielle aceptó el cumplido con una sonrisa.

—¿No es un gran día? —preguntó—. Me encanta la primavera.

—Como a todos nosotros. —Jellaus, músico de la corte y bardo de la reina,


respondió—. Fue bueno sentir calor en estos viejos huesos por fin, eso seguro.
¿Te vi saliendo con su Majestad muy temprano?

—Algo así. —Gabrielle coincidió—. Salí a pasear, ella estaba dando botes por
todos lados. Ya sabes cómo es.

El músico se rio con facilidad.

—¡Efectivamente! Sacas a la niña que hay en ella, Gabrielle, no hay de qué


avergonzarse. —Dio un paso atrás y le hizo un gesto para que se acercara—.
¿Necesitas más pergamino?, ¿tinta? Sé que has estado trabajando duro
durante estos últimos largos días de invierno.

Gabrielle negó con la cabeza.


—No, me queda algo, gracias. Lo que realmente necesito es... Escribí algo, y
me preguntaba si podrías hacer una canción con eso.

Jellaus le sonrió afirmando.

—Nada —dijo sinceramente—. Nada en absoluto me daría un placer mayor.

—Bien. —La mujer rubia se sonrojó un poco y lanzó una mirada avergonzada—
. Probablemente deberías verlo primero. —Cruzó los brazos sobre su pecho—.
Lo escribí para Xena.

—¿En serio? —Jellaus ladeó la cabeza—. Nunca lo habría imaginado.

Era difícil saber si estaba bromeando, pero Gabrielle pensó que sí.

—De todos modos, lo bajaré más tarde, solo quería preguntarte antes de
hacerlo.

El músico de la corte le puso una mano en el hombro.

—¿Sabes que podrías ordenármelo, mi señora?

Gabrielle, de hecho, lo sabía remotamente en algún lugar de su cabeza. Sin


embargo, nunca lo pensó en serio. 14
—Realmente no soy una dama —afirmó con franqueza—. Es mucho mejor
simplemente preguntar a la gente de buenas maneras, ¿sabes?

Jellaus se rio.

—Ah, Gabrielle. —La miró con cariño—. Los dioses se bendigan a sí mismos por
el regalo que has sido para su Majestad —dijo—. Debo tenerlo para ti en el
festival de la siembra, por lo tanto, en tres semanas —añadió—. Es el primer
gran baile del año, y sería apropiado tener una nueva canción para
semejante ocasión.

Gabrielle asintió en silencio. El primer gran baile del año, y su verdadero debut
como consorte de Xena. Estaba más que un poco nerviosa al respecto. Hubo
cenas públicas durante el invierno, pero habían sido austeras, sombrías y poco
festivas. Entre la enfermedad y los lobos, la gente no estaba de humor para
festejar, y Xena... Xena había reservado sus fiestas para sus habitaciones
privadas.

Gabrielle tomó aire y lo soltó. La temporada de frío había sido larga, cierto,
pero en muchos sentidos también había sido muy educativa y al menos ahora
podía caminar con un vestido sin tropezarse con él.

—Eso sería genial, Jellaus. Va a ser un gran evento.


El músico asintió.

—Es verdad. Antes vi los carros llegar desde algunas de las regiones periféricas.
También ha sido una temporada larga y fría para ellos. —Caminó hacia la
entrada de la biblioteca, guiando suavemente a Gabrielle por el brazo—.
Creo que su majestad tendrá mucho trabajo por hacer, ahora que el sol ha
vuelto a nosotros.

Salieron de la biblioteca y entraron al salón principal, donde una docena de


sirvientes estaban ocupados sacudiendo los tapices que colgaban de la
pared y barriendo el suelo. Las grandes puertas de madera en la parte
delantera estaban abiertas de par en par, y una brisa fresca de primavera
soplaba, aireando el olor rancio a humo de leña y paja vieja.

—Lady Gabrielle. —Uno de los sastres de la corte la vio y se apresuró a ir hacia


ella—. ¿Un momento de tu tiempo, por favor?

—Te dejaré con ello entonces. —Jellaus continuó mientras ella aflojaba el paso
a regañadientes.

—Jellaus... ¿Vendrás más tarde? —dijo la mujer rubia—. Creo que Xena
también quería preguntarte algo.
15
El juglar se volvió mientras seguía caminando, hizo una reverencia y se giró de
nuevo sin perder el paso, antes de cruzar entre dos de las limpiadoras que
trabajaban duro, y desapareció en una esquina del pasillo.

Gabrielle lo vio desaparecer antes de volverse a regañadientes al sastre.

—¿Sí? —Miró al hombre con una leve aprensión. Era pequeño, con la cara un
tanto apretada y ojos parpadeantes, y constantemente hacía girar sus dedos
el uno contra el otro en un giro inquieto.

—Su majestad me ha encargado que le prepare un vestido para la fiesta de


primavera, mi señora —dijo el hombre—. ¿Puedo ser tan osado como para
preguntar de qué color lo desea?

Color. Gabrielle frunció un poco el ceño y miró hacia un lado, todavía insegura
de la mayoría del complicado protocolo de la corte.

—Um… —Hizo una pausa—. ¿Su Majestad te sugirió un color?

—Verde Primavera, mi lady. —El hombre aportó inmediatamente.

—Suena genial. —La mujer rubia respondió igual de rápido—. Me gusta el


verde. Mucho —asintió—. ¿Algo más?
—Sí, mi señora. Necesito sus medidas —dijo el hombre—. Tomará solo un
momento. ¿Me permite ir con usted a sus habitaciones?

Con un suspiro, Gabrielle asintió.

—Está bien. —Hizo un gesto para que la guiara—. Pero hagámoslo en tu taller.
Si solo va a ser un minuto... Tengo que llevar una cosa a su Majestad y sabes
que no le gusta esperar.

—¡Oh! No. Será muy rápido. Lo prometo —dijo el sastre apresuradamente—.


Ciertamente. Muy rápido. Solo un momento... de verdad. —Casi corrió delante
de ella hacia la puerta interior y la abrió, mirándola ansiosamente mientras ella
le alcanzaba y la atravesaban.

Los pasillos interiores eran un pequeño laberinto en sí mismos, pero Gabrielle


los conocía desde su breve tiempo como sirvienta. Conocía los giros más allá
16
de la gran cocina y caminó con confianza por el suelo cubierto de juncos,
consciente de los ojos blindados que la miraban con cuidado.

Había desconfianza allí, y miedo, y no poca envidia, y lo sabía. Ella, que había
sido una de ellos, de hecho, la última de ellos, ahora estaba a la derecha de
la reina en una vida de comodidad y privilegios con la que los demás sólo
podían soñar.

Qué injusto les debe parecer a ellos. Gabrielle miró por la puerta abierta al
pasar y vio a un círculo de trabajadores de la cocina agazapados en círculo,
pelando tubérculos. De hecho, le había llevado un tiempo dejar de sentirse
culpable constantemente e, incluso ahora, había momentos en los que le
costaba creer todo lo que había cambiado su vida en tan poco tiempo.

Una vida nunca soñada. Nunca buscada. Y, sin embargo, aquí estaba.

—Aquí, mi Lady. —El sastre corrió delante de Gabrielle y abrió la puerta de su


pequeña habitación, una habitación llena de telas y pieles, pedazos de pieles
y carretes de hilos cuidadosamente hilados—. Por favor, por favor... será solo
un momento. —Gabrielle se acercó a un tosco taburete y se sentó encima. Al
mirar a su alrededor, sospechó que la mayoría de los clientes del sastre se
tomaban medidas en sus majestuosas habitaciones de las plantas de altas del
castillo, pero a ella realmente no le importaba. Xena tendía a hacer temblar
las manos de la gente, y el sastre a menudo tenía alfileres en las suyas.
Gabrielle había aprendido, pasmada, como el sentido del humor a menudo
malvado de su reina y amante, solía acabar en vergüenza o leve sufrimiento
para otros, por lo que estaba más que contenta de permitir que el quisquilloso
hombre consiguiera lo que necesitaba de ella aquí en privado. El sastre se
acercó y ella se irguió, viendo su propio reflejo en un espejo cercano. Aunque
su cabello estaba recortado con cuidado para enmarcar su rostro, y su cuerpo
estaba cubierto con seda, todavía veía a una campesina desaliñada
mirándola y se preguntaba nuevamente si la elección de Xena había sido la
más sabia. No había elegido amar a Gabrielle. Ella lo valoraba cada momento
de cada día. Su elección de hacer de Gabrielle su consorte y forzarla a
desempeñar un papel que realmente no sentía en su corazón, era algo que
tenía dentro—. Tiene una figura encantadora, mi señora. —Le dijo el sastre—.
Simplemente encantadora. Tan simétrica.

Gabrielle descubrió que su atención volvía rápidamente hacia el hombre.

—Um... gracias. —Se miró en el espejo—. Si tú lo dices —agregó en voz baja.

La estación del invierno le había dado la oportunidad de ganar un poco de


peso y debajo de la seda sus huesos ya no destacaban contra su piel, pero,
17
siguiendo el ejemplo de la reina, había trabajado duro para mantener ese
músculo campesino y mientras Xena alegremente golpeaba a personas, ella
simplemente ejercitaba su cuerpo de varias maneras duras, moviendo sacos
de grano en el establo o bloques de armaduras en la sala de prácticas de la
reina.

Así que sus hombros se habían ensanchado un poco, lo suficiente como para
equilibrar su perfil y, aunque era inútil con el bastón que Xena le había dado,
al menos ya no la derribaba tan a menudo como lo hacía antes.

—Voy a crear algunos pliegues aquí, ¿sí? —dijo el sastre—. Y cojo un poco por
aquí, ¿no cree? —Recogió la tela de la bata que llevaba con los dedos
cautelosos, tirando de ella alrededor de su cintura—. ¿Esto le complace?

Gabrielle miró el resultado.

—Claro. —Se encogió de hombros insegura del efecto que él estaba


buscando—. Me parece bien. —A decir verdad, odiaba llevar vestidos
elegantes. Xena dijo que a ella tampoco le gustaban, pero Gabrielle
sospechaba que la reina decía eso porque creía que se ajustaba a su imagen.
Había visto a Xena acicalarse con sus trajes majestuosos lo suficiente como
para saber que encajaban con su ego independientemente de lo que dijera
al respecto. Xena era divertida de esa manera. No era inusual que viniera de
una sesión larga y sudorosa con su espada y deseara trenzarse el pelo después
del baño, y ponerse su bata de seda. Gabrielle a menudo se encontraba
encantada con la naturaleza dual de su amante y nunca muy segura de la
reacción que obtendría de la impredecible mujer. Lo cual estaba bien para
Gabrielle. No le importaba mirar a Xena con su hermosa ropa, o con su
armadura, o sin nada en absoluto, dado el caso. La reina era sencillamente
hermosa y, después de todo, los vestidos a veces demasiado complicados
eran divertidos de desenredar al final de un largo día—. ¿Eso es todo?

—Solo una cosa más, mi señora. —El sastre tomó una medida desde su cadera
hasta los dedos de sus pies—. Ya está, todo terminado, y gracias.

Gabrielle escapó con cierto alivio y se agachó para salir por la puerta,
dirigiéndose al pasillo. Tenía que encontrar pasteles, y hacerse con una jarra
de hidromiel, y ya podía ver las cejas levantadas de Xena esperándola
mientras volvía a la habitación para que pudieran concluir su descanso de la
tarde.

18

Xena había descubierto que ponerse cabeza abajo era lo suficientemente


difícil como para ser un desafío, y lo suficientemente fácil como para no hacer
que su piel se llenara de sudor. Comenzó cerca de una pared, lanzándose de
cabeza para aterrizar en sus manos y mantener el equilibrio mientras sus pies
rozaban la superficie de la piedra.

Tardó un minuto, mientras sus reflejos luchaban para acostumbrarse a la nueva


postura. Podía sentir la tensión en su centro hasta que su cuerpo se ajustó y
flexionó un poco los hombros para aliviar la rigidez de las articulaciones.

Tenía un cuerpo fuerte y lo sabía. Pero sus brazos estaban mucho más
acostumbrados a manejar armas que a levantar su peso, y esa era una de las
razones por las que estaba haciendo lo que estaba haciendo, ya que nunca
se sabía cuándo necesitarías una ventaja en alguna parte.

Había sido un invierno tranquilo. Demasiado tranquilo para ella. Aparte de


unas cuantas riñas intrascendentes, todos se habían llevado bien y no había
descubierto ni siquiera una mínima conspiración que sofocar, durante toda la
larga temporada de frío.
No era tan estúpida como para pensar que era un repentino cambio de
actitud hacia su persona. El único cambio de actitud en el que confiaba era
en el suyo, y ahora era consciente de que tenía más que perder que en
mucho tiempo. Así que solo era una cuestión de eso, de tiempo.

Sacudió la cabeza para quitarse el pelo de los ojos, luego giró lentamente en
un medio círculo y examinó la habitación.

Diferente perspectiva. Se podía ver debajo de los muebles de una manera


que no se podía hacer del derecho. ¿Había pelusas de polvo? ¿Arañas?

No. Xena sonrió, sospechando que ninguna pelusa escapaba de los ojos
celosos de Gabrielle y las arañas sabiamente se mantenían fuera de las
esquinas. Sin embargo, se sorprendió al encontrar, entre otras cosas, un gato
debajo de la cama.

—¡Oye! —El animal la miró con recelo, parpadeando con sus ojos
almendrados. Era gris, con pelaje mullido y con visiblemente mala actitud—.
¡Fuera! —Xena dio unos pasos adelante y el gato bufó. Aceptando el desafío,
la reina se adelantó, flexionó sus brazos y sacudió su cuerpo hacia adelante
con un equilibrio admirable—. ¿Me bufas a mí? ¡He tenido cosas más 19
aterradoras que tú, para las galletas del té! —gritó, enseñando sus propios
dientes—. ¡Yahh!

Los ojos del gato casi se salieron de sus órbitas y giró la cola y se escabulló de
debajo de la cama, lejos de la ruidosa aparición que se acercaba cuando
salió disparado hacia la puerta con un grito de indignación.

—¡Yahhh! —Gabrielle dejó escapar un grito de sorpresa—. ¡Yah! ¡Qué! ¡Oye!


¡Ayuda! —Levantó sus manos instintivamente y se las encontró llenas de pelo
y garras afiladas—. ¡YOW!

Xena reaccionó sin pensar, dándose la vuelta y lanzándose por encima de la


cama con los brazos extendidos. El gato había saltado a las manos de
Gabrielle, y la estaba arañando, y Xena agarró su cola y tiró de ella hacia
atrás mientras se estrellaba contra su consorte y ambas se caían sobre el suelo
alfombrado en una maraña de extremidades y cuerpos cubiertos de pieles y
seda.

El gato aulló enojado, clavando sus garras en la alfombra y comenzando a


correr, solo para ser tirado hacia atrás cuando llegó al final de su cola aún
sostenida por los fuertes dedos de Xena.
Xena arrojó al gato lejos de ella y se tumbó de espaldas, mirando al techo y
sacudiendo la cabeza cuando Gabrielle se derrumbó lentamente sobre ella,
sacudiendo los hombros con una risita irreprimible.

—Voy a tener que torturar a alguien. —Se mordió el interior de su propio labio,
para evitar unirse a su compañera—. Inmediatamente.

—Q... ¿por qué? —logró decir Gabrielle.

Xena se cubrió los ojos con una mano.

—Estoy desarrollando sentido del humor. Tengo que cortar eso de raíz o ¿quién
sabe qué pasará después? —Finalmente permitió que la risa emergiera, todo
su cuerpo temblaba con ella durante un largo rato mientras yacían juntas en
la luz de la tarde.

—Chico. —Gabrielle finalmente se limpió los ojos.

—Supongo que todo ese sexo te ha dejado ciega —comentó Xena—. Si al


menos tuvieras mis años.

—Oh... borfpf. —Gabrielle se frotó la cara y rodó, extendiendo sus piernas—.


Cielos... ¿De dónde vino ese gato? —preguntó—. ¡Chico, me ha asustado! 20
La reina se acercó y la pellizcó.

—No, no fue así.

—Ay. Xena.

Xena se rio maliciosamente.

—Estaba debajo de la cama —dijo—. Estaba buscando tus paños menores


que arrojé allí antes.

Gabrielle volvió la cabeza y miró a la reina, con los ojos muy abiertos.

—¿¿Lo estabas??

—No. Estaba erguida cabeza abajo.

La mujer rubia se dio la vuelta sobre su vientre y comenzó a arrastrarse hacia


la gran y lujosa cama.

—Los encontraré... por el amor de Dios, Xena... no deberías andar por debajo
de la cama... ¡eres la reina!
Xena cruzó las manos sobre el estómago, su larga longitud se relajó en el suelo
mientras disfrutaba viendo a Gabrielle buscando debajo de la cama.
Comenzó a reírse suavemente y cruzó las piernas en sus tobillos.

—Así que, ¿dónde están mis pasteles?

—Um... —Gabrielle se movió para mirar hacia atrás—. En la otra habitación. Te


escuché gritar así que yo... um... —Se rascó la nariz con un dedo, ya que se le
había metido algo de polvo—. Pensé que estabas en problemas.

—Gabrielle, Gabrielle, Gabrielle. —La reina movió los dedos—. ¿Cuántas


veces tengo que decirte que nunca me meto en problemas?

—Tu eres el problema. Lo sé.

Xena la señaló con un dedo.

—Ven aquí.

Gabrielle se asomó debajo de la cama. Luego miró a Xena de nuevo.

—Estabas tomándome el pelo, ¿eh?

La reina se rio entre dientes. 21


—Me encanta verte mover el trasero. Ven aquí. —Con una expresión irónica,
Gabrielle se arrastró de vuelta a donde la reina estaba despatarrada y se
colocó junto a ella, la alfombra de lana le hacía cosquillas en la cintura
desnuda mientras se le abría la túnica. Podía ver la travesura y el buen humor
en la cara de Xena, y le hizo sonreír a pesar de que había sido víctima de su
pequeña broma. Había notado que los estados de buen humor se habían
vuelto más frecuentes. Xena solía estar de mal humor en el mejor de los casos,
y sus estados de ánimo eran volubles. Podía estar riéndose un minuto, y luego
ahogando a un noble en el siguiente, pero durante el invierno, Gabrielle había
percibido cierta tendencia en ella a sonreír y relajarse un poco más,
especialmente cuando estaban en privado. Como ahora. Xena rodó sobre su
costado y apoyó su cabeza en una mano—. Entonces —dijo ella—.
Abandonaste mis pasteles para salvarme de un pequeño gatito. Maldita sea,
esa es la romántica Gabrielle.

La nariz de Gabrielle se arrugó cuando sintió que se sonrojaba, calentando su


rostro y provocando otra risa de su compañera.

—No se suponía que fuera romántico —protestó—. Estaba tratando de


protegerte.
—Lo sé. —Xena se acercó y le apartó el claro cabello de la cara con
sorprendente dulzura—. ¿Has visto a ese sastre inútil? —preguntó, en un brusco
cambio de tema—. Le dije que sería mejor que te hiciera algo bueno o que
iba a cortarle los dedos.

Al ver esos ojos azules que la miraban, Gabrielle sintió que empezaba a
derretirse sobre la superficie de lana que había debajo de ella, la
conmovedora consideración casi le impidió respirar por un momento. Estaba
acostumbrada a las bromas de Xena, y el agudo ingenio y los repentinos
enojos, pero estos atisbos de algo mucho más profundo aún la seguían
sorprendiendo.

Un poco intimidante.

Entonces la reina sonrió y le pellizcó la nariz, y las cosas volvieron a la


normalidad.

—Sí, hablé con él. —Gabrielle asintió—. Está haciendo algo verde, con
pliegues. Creo. —Alargó la mano y jugó con el cinturón de terciopelo que
ataba la bata de Xena—. Estoy segura de que será bonito.

Xena tomó impulso y se puso en pie. Esperó a que Gabrielle se pusiera en pie
22
a su lado y luego pasó un momento cerrando los cordones de su túnica de
lino.

—¿Sabes cuál será la parte más divertida de esa fiesta?

—¿El postre? —Dulces y verdes ojos parpadearon inocentemente hacia ella.

—Gamberra rata almizclera. —Xena se inclinó y la besó—. Aparte de eso. Voy


a decidir quién mantiene sus concesiones de tierras esa noche. —Apoyó los
brazos en los hombros de Gabrielle—. Tengo que hacer eso una vez al año. No
hay nada como asustar a todos para pasar una noche divertida, ¿eh?

Gabrielle puso sus manos en las caderas de la reina.

—¿Quieres decir... puedes quitarles sus casas?

—Síp.

—Hm…

Xena miró con cariño la cabeza clara que descansaba sobre su pecho.

—Estás a salvo —dijo ella—. Solo pongo de patitas en la calle a los tontos que
me cabrean.

—Oh.
La reina se aclaró la garganta.

—Y los idiotas incompetentes que no pueden gestionar la tierra —añadió, con


un leve encogimiento de hombros—. No es solo un ejercicio de mi gran ego.

—No pensé que lo fuera.

—Todos los demás lo hacen. —Xena inyectó una nota de oscura ironía.

Gabrielle pensó en eso. Recordaba, de una manera vaga, cómo en cada


cosecha había sentido la tensión de sus padres cuando el terrateniente se
acercaba para recoger su parte y contar las ovejas.

Recordó la forma en que el hombre los miraba, con ojos juzgadores y críticos.
No sabía de qué se trataba, pero recordaba tener miedo porque sabía que
sus padres lo tenían. ¿Era esto lo mismo?

Si alguien era un mal agricultor, ¿eso significaba que no se merecían un hogar,


un lugar y un poco de pan para conservarlos?

¿Qué hubieran hecho si su padre no hubiera sido tan astuto y hubiesen


perdido la choza en la que habían vivido? ¿Tendrían que irse a vivir al bosque,
en los refugios improvisados que una vez había visto allí, con rostros afligidos 23
que miraban desde ellos?

Gabrielle frunció el ceño y pensó en algo que Xena le había contado una vez,
sobre esclavos realmente más libres que los hombres libres. Tenía que admitir
que había cierta lógica en que lo entendiera mejor que la mayoría. Había una
cierta paz en no tener que tomar decisiones, ¿no?

—¡Oye! —Gabrielle saltó, a pesar del hecho de que había sentido las costillas
de Xena moverse mientras inhalaba para gritar—. ¡Yow!

—Deja de pensar. —Xena la empujó hacia la puerta de la cámara exterior,


donde esperaban los pasteles y el hidromiel—. Te quedarás ciega.

Gabrielle apartó los pensamientos y, de buen grado, se dirigió hacia la


brillante y hermosa habitación. Sin importar cuáles fueran las decisiones de
Xena, sabía que la reina tenía su propia y peculiar lógica sobre ellas y, en
cualquier caso, en franca honestidad, sabía que dónde estuviera el hogar de
la reina, estaría el suyo también.

Si era en esta habitación ricamente amueblada, bueno, pues lo era.

—Tenían esos pasteles de nueces tostadas que te gustan —le dijo a la reina—
. Y puedo hablarte sobre mi poema ahora.
—¿Tienes que hacerlo?

—Es sobre ti.

Xena seleccionó una nuez de la parte superior de la masa y se la comió.

—¿Otra vez?

—Le pedí a Jellaus que lo convirtiera en una canción —le dijo Gabrielle con
timidez—. Para la fiesta.

La reina se detuvo a medio masticar.

—¿Es pastelosa? —Gabrielle asintió—. Te voy a hacer gritar como a ese gato.

La luz de las antorchas ondeaba sobre las murallas mientras Xena se paseaba
por ellas de un lado a otro, la penumbra del crepúsculo proyectaba sombras 24
tenues sobre la piedra y delineaba vagamente su alta forma.

En lo alto, un cielo parcialmente nublado revelaba estrellas centelleantes que


pasaban junto a mechones gruesos de algodón gris y, mientras respiraba
profundamente, encontró un rastro almizclado de lluvia en el aire.

—Ah.

Xena caminó hasta el borde del muro y puso sus manos sobre él, mirando
hacia la larga extensión de terreno que descendía desde su fortaleza hasta el
rápido río que corría abajo.

Se sentía nerviosa. Había un cosquilleo en el aire que podría ser una tormenta
que se aproximaba, pero rozaba su piel con una sensación premonitoria que
había aprendido a no ignorar años atrás.

Se acercaba una tormenta. Pero no de las que mojan. Para su sorpresa, Xena
no estaba segura de cómo se sentía al respecto. Esperaba aburrirse, como
solía hacerlo al final del invierno, y ansiosa por que la primavera le trajera caras
nuevas, cosas nuevas...

Sangre nueva. Sonrió en la oscuridad. La primavera generalmente significaba


algún tipo de pelea, ya fuera interna como alguien intentando matarla, o
externa, ya que algún señor de la guerra cercano decidía probar suerte con
ella antes de que el clima se aclarase lo suficiente como para realizar una
incursión decente.

Xena apoyó la barbilla en sus muñecas. No estaba tan aburrida como siempre
lo había estado en el pasado. De hecho, casi hubiera preferido que el invierno
hubiera durado un poco más. Había empezado a disfrutar perversamente del
intento vacilante de mala poesía de Gabrielle, y se había convertido en una
fascinación buscar y descubrir los pequeños obsequios que su consorte
escondía para ella en sus habitaciones.

Una pequeña canasta de frutas secas, una bufanda de lana, unas zapatillas
nuevas, Xena nunca sabía qué sería, y así, este pequeño misterio en su vida la
intrigaba inmensamente.

—Señora.

—¿Sí? —Xena no se volvió, reconociendo la voz—. ¿Qué trae a un viejo


aburrido como tú en una bonita noche como esta, Lastay?

—Es hermosa, cierto. —Su heredero estuvo de acuerdo, dejando pasar la


insulsa broma—. Es bueno poder salir a pasear y no tener que envolverme en
una pesada capa. Ciertamente ha sido un invierno largo y frío. —Se apoyó en
25
la pared junto a ella—. Muy largo de hecho.

—¿Tu esposa todavía vomita? —inquirió Xena—. Supongo que eso es para que
vayas preparándote para el renacuajo, ¿eh?

—Estamos esperando ansiosamente el nacimiento de nuestro hijo, señora. —


La voz del hombre tenía un ligero toque de reproche—. Será una gran alegría
para los dos.

—Apuesto a que será una gran alegría para ella —dijo Xena—. Es quien está
haciendo todo el trabajo.

—Ejem. —La reina se rio entre dientes, su atención estaba atrapada en la luna
que salía de detrás de las nubes e iluminaba de plata el suelo delante de la
fortaleza. Había siluetas impasibles en la hierba, y si inclinaba la cabeza hacia
un lado, podía escuchar el suave mugido del ganado masticando los nuevos
brotes primaverales—. ¿Le han resultado difíciles los meses fríos, señora? —
Lastay puso sus manos sobre la piedra—. Parecía que no tanto como en el
pasado, a mí al menos.

Las fosas nasales de Xena se agitaron levemente.

—¿Quieres decir ahora que me atienden regularmente en la cama? —lo miró


por el rabillo del ojo—. Que agudo por tu parte notarlo.
—Señora. —Lastay se aclaró un poco la garganta.

La reina se rio.

—Entonces dime, Lastay, ¿cuántos lameculos has coleccionado hasta ahora?


Tengo una apuesta.

El duque entrelazó sus poderosos y cuadrados dedos.

—Ha sido un momento interesante para mí —reconoció—. Como tal vez sepa,
fui un paria antes de que me concediera el honor de ser su heredero, y de
encontrarme siendo el objeto de tal... emm...

—¿Cortejo de depravados?

Lastay se río entre dientes.

—Señora, usted no sufre de ninguna delicadeza cortesana, eso es seguro.

—No tolero chorradas, Lastay —dijo Xena—. Es una de las razones por las que
me odian tanto. Ambos lo sabemos. Viven para el baile y yo pisoteo sus pies.

—Eso es así. —El duque coincidió, medio girándose para enfrentar a Xena. Se
apoyó contra la pared, su forma rugosa cubierta de lino y seda nudosa—. No 26
fui una elección muy popular para ellos, pero creo que, en verdad, hay alivio
de que tengas un heredero, y la continuidad del reino esté asegurada.

Xena mantuvo su atención en la oscuridad que los rodeaba.

—Es un alivio para mí —dijo finalmente me forma escueta—. Disfruta de la


adulación, Lastay. Por los dioses que yo nunca lo hice. —Su mirada se volvió
reflexiva por un momento—. Creo que ambos ganamos con ello.

Lastay asintió de nuevo.

—Me parece que si —dijo—. ¿Está contenta, señora?

Xena permaneció en silencio por un momento, luego, lentamente, asintió.

—Creo que lo estoy. —Sonrió levemente—. Por ahora. —Con un movimiento


repentino, saltó hacia arriba y presionó su cuerpo sobre el muro, dejando que
sus piernas colgaran mientras estaba sentada al borde de una gran caída.

Lastay miró alrededor nerviosamente.

—Señora, tenga cuidado.

—No quiero. —La reina respiró del rico aire primaveral—. Creo que tendremos
problemas esta estación, Lastay. Hay una batalla en el viento.
—¿Aquí? Seguramente…

—Fuera. —Xena indicó el río—. Ha sido demasiado tranquilo, demasiado largo.

El duque la miró con ojos dubitativos, viendo cómo el cabello oscuro se movía
hacia atrás con el viento, que también arrugaba la ropa de seda de Xena
alrededor de su cuerpo.

—Lo que usted diga. —Murmuró.

—Lo digo. —La reina asintió—. Y si no surge nada, iré a conquistar a alguien. —
Saltó de nuevo, esta vez balanceándose sobre el muro mientras caminaba en
relajado equilibrio—. Si te quedas en un lugar el tiempo suficiente, la gente se
acomoda, Lastay. Empiezan a pensar que pueden tomar un poco de aquí,
picar algo de allí... a veces tienes que romper algunos huevos o, de lo
contrario, terminaras con algunos podridos.

Lastay caminó junto a ella, a salvo detrás del muro.

—Hemos estado en paz por un tiempo, sí. —Estuvo de acuerdo—. Le ha dado


al reino la oportunidad de crecer y prosperar. Eso no es tan malo, creo. —Su
rostro se tornó pensativo—. Pero también es cierto... nuestra seguridad está 27
garantizada por la reputación de su majestad.

—Apuesto tu culo a que así es —dijo Xena—. Y al igual que la gente de aquí
se olvidó de eso con Bregos... ¿cuántos de los de fuera también lo han
olvidado? —Se volvió y lo miró, con las manos en las caderas—. Ya está
corregido, Bregos no está. ¿Crees que alguien por ahí tendrá ideas, pensando
que él era el poder aquí?

Lastay cruzó los brazos sobre el pecho.

—Bregos hizo campaña en tu nombre. —Xena miró hacia afuera, mientras la


luna asomaba detrás de una nube y la dibujaba en plata—. Tuvo éxitos, la
temporada pasada.

—Es cierto —dijo la reina—. Pero, ¿cuánto más grandes podrían haber sido?
—preguntó—. ¿Y si yo hubiera estado al frente del ejército? —Las nubes se
abrieron, y extendió sus brazos para aceptar el elogio de las estrellas que
centelleaban sobre sus cabezas—. ¿Te lo imaginas?

Lastay la estaba mirando en estado de shock, perdido en la reina que tenía


cara de estar muy lejos de él.

—Majestad, seguramente me está gastando una broma —balbuceó—. No


tendrá intención de irse... ¿a liderar al ejército otra vez?
Xena se quedó mirando al exterior un momento, luego se giró y saltó del muro
con gracia, aterrizando suavemente junto a Lastay. Se apoyó contra la piedra
y cruzó los tobillos.

—¿No quieres dirigir este lugar por un tiempo? Pensé que lo habíamos resuelto.

El duque pareció aturdido.

—La verdad sea dicha, señora —dijo finalmente—, no lo había pensado, al


menos en tan poco tiempo.

Xena se apartó de la pared y le palmeó el hombro enérgicamente.

—Échale un par de huevos —sugirió—. Y comienza a acostumbrarte a la idea


—Pasó caminando junto a él, cruzando las almenas hacia las escaleras más
alejadas, caminando rápidamente entre rayos de luz de luna hacia las
sombras.

Lastay dejó escapar un suspiro y negó con la cabeza. Luego se volvió y


caminó en dirección opuesta, al pasillo principal.

28

Gabrielle metió su pluma en el tintero sobre el escritorio y se detuvo, pensando,


antes de seguir escribiendo cuidadosamente en el pergamino que tenía
delante.

Una vela parpadeaba cerca, iluminando su tarea, y ella articuló las últimas
líneas de lo que acababa de escribir mientras chupaba pensativa el extremo
de la pluma.

Las cámaras reales estaban muy silenciosas. Xena había salido a dar un paseo
por las murallas y las ventanas a su alrededor estaban ahora oscuras. A lo
lejos, podía oír el débil sonido de las puertas cerrándose, y un tintineo de vajilla,
pero en las cercanías solo se oía el ligero roce de los arbustos fuera del cristal
y el suave chisporroteo del fuego que ardía en la chimenea.

Primavera, sí, pero las habitaciones de piedra guardaban durante mucho


tiempo el frío del invierno y tenía los pies metidos en zapatillas calientes que se
sentían suaves y cómodas contra su piel.
Gabrielle movió los dedos de los pies, hizo una pausa, luego añadió las últimas
palabras y dejó la pluma, soplando suavemente las letras mientras se secaban
pasando de negro intenso a ocre oscuro.

—Bien... —releyó su poema—. Me pregunto si es demasiado cursi. —Se mordió


el interior del labio—. Xena odia las cosas sensibleras, pero yo no puedo escribir
sobre sangre todo el tiempo. —Un suave golpe llamó a la puerta. Gabrielle
saltó de su taburete y trotó hacia la entrada, deslizándose a través del
majestuoso espacio público y alcanzando la alta y ornamentada puerta
doble. Abrió el pestillo y tiró de la hoja más cercana—. ¿Hola?

Había un soldado allí, parecía nervioso. Llevaba una bolsa de suave cuero, y
pestañeó a Gabrielle con verdadero sobresalto.

—Um... — tartamudeó—. ¿Me han dicho que viniera? ¿A ver a la reina?

—Está bien. —Gabrielle miró rápidamente a la cabeza de halcón en el pecho


del hombre—. No está aquí ahora. ¿Hay algo en lo que pueda ayudarte?

El hombre miró a su alrededor.

—Mi nombre es Devon —dijo—. Soy el fabricante de armaduras. El capitán dijo 29


que viniera aquí, ya que la reina quiere algún trabajo.

Ah. Gabrielle dudó.

—Bueno, puedes entrar y esperarla.

Los ojos del hombre se abrieron de par en par.

—No, mi señora. Esperaré en los escalones, por allí. Gracias. —Se apartó de la
puerta, dejando a Gabrielle allí parada con una expresión perpleja,
arrastrando los pies apresuradamente hacia atrás hasta que golpeó algo
grande y cálido—. Eh... vigile por dónde… ¡ah!

Xena ladeó la cabeza, mientras miraba al hombre desplomarse en el suelo,


dejando caer su bolsa y cubriéndose la cabeza con los brazos.

—¿Yo? —señaló su propio pecho—. ¿Que vigile por dónde VOY?

—¡Ah! Ah! ¡No la toqué, er! ¡Lo juro! ¡Lo juro! ¡Dioses ayudadme!

Xena se puso las manos en las caderas y lo miró. Luego miró a Gabrielle, que
estaba observando desde la puerta.

—Si eres el armero, tengo suerte de que no hayamos perdido a la mitad del
ejército la temporada pasada. Tienes los sesos de una maldita cerda.
—¿Seeeeeeñora?

Xena pasó por encima de él y negó con la cabeza.

—Vete de una puñetera vez. Dile a Brendan que dije que lo olvide. —Empujó
a Gabrielle hacia dentro mientras se acercaba, y cerró la puerta detrás de
ella cuando entró en los aposentos reales—. Idiota.

Gabrielle se mantuvo prudentemente fuera de su camino.

—Parecía un tipo extraño —expresó—. ¿Querías que te arreglaran algo?


Podría llevarlo al cuartel por ti.

—No. No si eso es una muestra de lo que haría con ello.

La mujer rubia juntó sus manos detrás de su espalda.

—Bueno... creo que acabas de asustarlo, Xena. Tal vez podrías darle otra
oportunidad... Quiero decir, si realmente necesitas que se ocupen de tus
cosas.

Xena había ido hasta el baúl que había contra una pared, que tenía tantos
golpes y marcas que parecía fuera de lugar en la opulencia de la habitación. 30
Puso sus manos sobre la parte superior, luego miró de reojo a su consorte.

—No estaba aquí por mí. —Pillada por sorpresa, Gabrielle solo podía
pestañear. La reina se dio vuelta y se sentó en el baúl, con el pelo cayendo
salvaje sobre sus ojos—. Ven aquí. —Le tendió una mano—. Hablemos. —
Gabrielle se acercó y la tomó de la mano, apretándola y dándole la vuelta,
luego besó suavemente los nudillos de Xena en un movimiento tan automático
que las detuvo a ambas, y simplemente se miraron durante un largo momento.
Entonces Xena exhaló un poco—. Estoy considerando hacer algo
potencialmente letal y posiblemente muy estúpido —comentó.

—¿Lo estás? —Gabrielle se sintió sorprendida, y un poco inestable—. ¿Por qué?

—¿Por qué no? —respondió la reina—. La vida es corta. Tengo que divertirme
mientras pueda. Mi idea de diversión es ir a la guerra.

Gabrielle estudió la alfombra un momento.

—Entonces... —Miró a Xena—. ¿Es por eso que quieres que tenga una
armadura? ¿Así podré ir contigo?

Xena asintió.
—Algo así, sí. —Observó la cara de la mujer rubia, viendo una docena de
expresiones que se difuminaban a través de ella, fascinada por toda esa
complejidad—. ¿Qué piensas sobre eso?

¿Qué pensaba al respecto?

—Creo que me voy a ver bastante tonta con una armadura, pero si puedo ir
contigo, no me importa —dijo Gabrielle—. Pero... no lo entiendo... ¿alguien nos
está atacando?

—No.

—Oh.

Xena se miró las botas de cuero y las gastadas hebillas centellearon


tenuemente a la luz de las velas.

—¿Recuerdas lo que me dijiste la primera vez que me viste con mi armadura?


—Gabrielle asintió en silencio—. Tenías razón. Eso es lo que soy —dijo la reina—
. Soy una guerrera. Quiero pelear. Quiero salir y buscar pelea con alguien, no
esperar a que alguien traiga la pelea aquí. —Flexionó su mano libre—. Te
quiero conmigo. Pero no puedo prometer que no salgas herida. O que la 31
palmes, para el caso.

Gabrielle miró la ornamentada habitación y pensó en todas las lujosas


comodidades. Recordaba cómo había sido cuando habían estado tan
brevemente en el camino antes del invierno, y lo difícil que había sido.

Que incómodo La mujer rubia reflexionó sobre eso. Por otro lado...

—No tenemos que llevar ningún vestido de volantes con nosotras, ¿verdad?
—Xena resopló y sus hombros comenzaron a temblar—. Donde quiera que
vayas, voy, Xena. —Gabrielle le sonrió—. Y apuesto a que termino obteniendo
algunas historias realmente buenas. Lo hice la última vez.

La reina la abrazó.

—Esa es mi rata almizclera. —Le dio un beso en la cabeza—. Incluso no te


obligaré a ponerte un sombrero de hojalata.

Un cambio. Gabrielle abrazó a Xena. Un cambio estaba bien, siempre y


cuando lo enfrentaran juntas.
—¡Ay! —Gabrielle golpeó el suelo con fuerza, el aire salió de sus pulmones
mientras perdía el control de su vara y esta se alejaba rebotando por el suelo
de piedra—. ¡Pedos de cerdo!

Al otro lado de la habitación, Xena se apoyó en su propia vara y rio,


sacudiendo la cabeza con remordimiento.

—Lo siento.

La mujer rubia sacudió su mano palpitante y la examinó, haciendo una mueca


ante la piel visiblemente enrojecida a la luz de las antorchas del salón de
prácticas. Luego dejó caer el brazo y miró a su adversaria, con los hombros
caídos en abatimiento.

—Xena, creo que soy bastante inútil con esto. ¿Puedo intentar lanzar piedras
o algo así?

—¿Qué te hace pensar que serías mejor en eso? —La reina se acercó y se
agachó junto a ella, entonces, aparentemente se lo pensó mejor y se sentó a
su lado, deslizando su vara entre las piernas—. No eres tan mala.

—Sí, lo soy. —Gabrielle miró tristemente sus botas de cuero. 32


—No, no lo eres. —La reina se apoyó en sus manos—. Deja de discutir conmigo.
Estoy al mando aquí, en caso de que lo hayas olvidado —añadió—. Eres
completamente inepta contra mí.

—Sería completamente inepta contra la cocinera. —Su consorte suspiró—.


Pero sí, verte no hace que sea más fácil.

Xena levantó su vara con un pie, luego se relajó sobre su espalda y comenzó
a hacer malabarismos con sus pies, manteniéndola en el aire con
despreocupada facilidad.

—Gabrielle, he estado haciendo esto desde que tenía la edad suficiente para
mear sola. Te aseguro que no quieres haber vivido mi vida.

Gabrielle pensó en eso por un momento.

—No —admitió—. Tienes razón. Pero realmente me gustaría simplemente ser...


—frunció el ceño—. Solo ser buena en algo. —Hizo una pausa—. En cualquier
cosa.

Xena volvió la cabeza.

—Puedo pensar en algo en lo que eres buena. —Arrastró las palabras,


mostrando una mueca traviesa—. Y créeme, eso no es muy común. —Pateó
la vara hacia el techo, y se sentó, alcanzando detrás de ella para atrapar el
arma y volver a colocarla junto a ella.

—Xena. —Gabrielle la miró desde el flequillo despeinado—. Eso no es algo que


pueda contarles a todos, ¿sabes?

—¿Por qué no? —Los ojos verdes de la mujer rubia se abrieron de par en par—
. Cocinar no es un crimen —dijo la reina, sus propios ojos se ampliaron con
fingida inocencia—. ¿No era eso en lo que estabas pensando?

—Ugh. —Gabrielle se recostó sobre su espalda—. Me pillaste.

Xena se rio entre dientes, luego se acercó para darle a su consorte un masaje
en el vientre.

—Eres tan fácil —bromeó—. Pero, de hecho, eres bastante buena en eso
también, así que deja de gimotear.

Gabrielle se encogió de hombros, como si una roca hubiera caído entre ellas.

—No estoy lloriqueando, ¿verdad? —preguntó—. No era mi intención... creo


que estoy cerca del ciclo. Tal vez eso es todo.
33
La reina se puso de pie y pinchó a su compañera con una bota.

—Razón de más para moverse —dijo—. Ninguna de nosotras estará de humor


para hacer esto mañana. —Colocó la vara sobre sus hombros y caminó hacia
el otro lado de la sala de práctica, mirando de soslayo la habitación grande
y vacía con una sensación de adusto afecto. Era un lugar frío y húmedo,
venciendo los mejores esfuerzos de las antorchas e, incluso en verano, el lugar
nunca había sido realmente cómodo. Apropiado, porque Xena lo había
utilizado para perfeccionar sus habilidades marciales, enfocándose
intensamente en sus ejercicios y en los movimientos repetitivos que la
convertían en una maestra, y cualquier distracción exterior hubiera sido
molesta para ella. No había buscado comodidad: la habitación no tenía
nada en el suelo y nada en las paredes excepto los candelabros y, sin ninguna
lógica, a menudo dejaba las ventanas abiertas para dejar que la brisa soplara
y refrescara su piel empapada de sudor. Había sido su único y verdadero
sanctasanctórum. No se había autorizado a nadie a subir allí. A nadie se le
había permitido verla con todo su crudo autocastigo que la dejaba a menudo
de rodillas exhausta, demasiado débil para mantenerse erguida. Gabrielle
había sido la primera persona a la que había dejado entrar—. Vamos, rata
almizclera. —Xena giró su cuerpo hacia derecha e izquierda, flexionándose un
poco—. No tengo toda la noche. Hay lugares a donde ir, personas a las que
aterrorizar, y a tí para extasiar... ya sabes cómo es esto.
La mujer rubia se puso de pie y se sacudió el polvo antes de ir a recoger la
maltratada vara del rincón de la sala. Se tomó un momento para recuperarse,
luego levantó la vara para apoyar su cuerpo y trató de calmarse.

Esa fue la parte difícil, con Xena. Cuando vino hacia ti, lo primero que debías
haber hecho era dominar el intenso deseo de salir corriendo.

—Ey. —Xena se le acercó, inclinada hacia un lado—Luego tuviste que


descifrar cómo detener su vara, cuando la hizo oscilar, sin que te golpeara en
la cabeza—. Se buena —pidió Gabrielle, mientras enfocaba sus ojos en el
arma de Xena y en el punto medio de su cuerpo.

—Bwahaha. —La reina atacó, golpeando su vara contra la de Gabrielle


mientras miraba a la chica luchar para bloquearla.

Aunque amaba mucho a su consorte, incluso Xena tuvo que admitir que, en
el campo de la coordinación, Gabrielle se había llevado la peor parte.
Simplemente no tenía el instinto de pelear, y por eso todo lo que hacía era
solo a base de intensa concentración y esfuerzo.

Xena no había pensado en pelear en, probablemente, veinte años. Su cuerpo


simplemente sabía qué hacer y podía confiar en él para que actuara y la
34
defendiera en casi cualquier situación. No estaba segura de sí su consorte
alguna vez desarrollaría siquiera un atisbo de eso, por lo que enseñarle a
pelear era como enseñar a nadar a un gato callejero.

—¡Oo! —Gabrielle casi tropezó, ya que olvidó recoger el extremo de su vara,


y casi se lanzó de cabeza. Se recuperó a duras penas, luego agarró con más
firmeza la vara y volvió a enfrentarse a Xena mientras la reina avanzaba y
atacaba.

Por supuesto, ella solo estaba jugando, apenas golpeando con su arma para
no herir a su adorable y pequeña compañera de cama. Lo último que quería
hacer era eso: quería que Gabrielle pensara que los ejercicios eran más
divertidos que la tortura.

—Bien —la felicitó, ya que había desviado el ataque.

Gabrielle deslizó las piernas un poco más y movió tentativamente su vara, y al


final chocó contra la de Xena.

—¿Está bien? —Flexionó los dedos, la breve túnica de lino que estaba usando,
delineaba un cuerpo que al menos se había hecho más fuerte con el paso de
los meses y más capaz de soportar el maltrato de Xena.
Xena suavemente invirtió su vara y se sorprendió gratamente cuando su
adversaria rubia siguió el movimiento e hizo lo correcto, contrarrestando la
dirección y enfrentándose con ella mientras sus varas se cruzaban frente a
ellas.

—Oye... ¡no está mal!

Solo para llegar hasta este punto con ella había sido agonizante. Xena se
había preocupado por dos razones. Una, porque el desafío a su
temperamento era significativo, y le gustaban los desafíos.

Dos…

—Ajá. —Gabrielle volvió a golpear, e increíblemente, se agachó a tiempo


para esquivar el golpe que Xena lanzó a la parte superior de su cabeza. Saltó
hacia atrás torpemente y, sin pensar realmente en ello, impulsivamente giró la
vara hacia las rodillas de la reina.

Absorta en sus pensamientos, Xena reaccionó por un pelo demasiado tarde


para evitar que la vara crujiera contra un lado de su pierna, como un agudo
aguijón.
35
—¡Cielos! —gritó sorprendida—. ¡Ay!

Dos, quería que Gabrielle fuera capaz de defenderse, incluso si eso significaba
ser golpeada.

Gabrielle se detuvo en seco, arqueando las cejas de forma cómica.

—Oh por los dioses... ¿estás bien? —dejó caer su vara y se lanzó hacia
adelante, cayendo de rodillas para examinar la pierna de Xena—. Xena, lo
siento mucho, ¡no tenía intención de hacer eso!

—¡Déjalo ya! —La reina la golpeó en la cabeza—. ¡Por supuesto que quisiste
hacerlo! ¡Ese es el objetivo de esto, Gabrielle! ¡¡Se supone que debes enviar al
Hades a la persona que va detrás de ti!!! —Ahogó una risa al ver la triste
consternación en la cara de su consorte—. ¡Hazme daño, nena! —En lugar de
eso, Gabrielle se inclinó y le dio un beso donde la había golpeado. Xena se
arrodilló y le dio unas palmaditas en la mejilla—. Bueno. Ve a sentarte y déjame
liberarte de tus problemas. Podemos hacer otra ronda cuando este cansada.
—Dejó que sus dedos permanecieran, trazando suavemente los redondeados
pómulos de Gabrielle y encontrando que sus labios se movían en una sonrisa
mientras la mujer rubia la miraba—. Sonríe, rata almizclada. Conseguiste
tocarme.

Gabrielle arrugó la nariz.


—Te dejaste.

La reina negó con la cabeza. Luego se levantó y caminó hacia un espacio


despejado, intercambiando la vara por su espada tendida en el suelo. Sacó
el arma de su funda y dejó que la hoja descansara momentáneamente contra
su frente, antes de soltar suavemente la funda y comenzar a calentar.

Gabrielle cruzó las piernas por debajo de ella y apoyó los codos en las rodillas,
contenta de sentarse y mirar. No creyó ni por un momento que Xena no se
hubiera dejado recibir un golpe solo para hacer que se sintiera mejor, pero...
en cierto modo... el solo hecho de saberlo la hizo sentir mejor.

Xena estaba haciendo sus cosas a cámara lenta, con las que siempre
comenzaba. Tenía ambas manos en su espada, y estaba haciendo figuras
con ella en el aire, moviéndose con cuidado a través de los ejercicios con los
ojos fijos en un oponente imaginario.

Mientras movía la espada en círculo, se giró en la dirección opuesta, su cuerpo


se dibujó a la luz de las antorchas mientras la luz y la sombra se movían sobre
su piel.

Hermosa. Exhaló Gabrielle.


36
En un suspiro, Xena cambió su rutina, pasando de cámara lenta a rápida
como un rayo en un abrir y cerrar de ojos, soltando una mano de la espada
mientras daba cuchilladas en una serie de ataques rápidos antes de rotar la
hoja desde su mano derecha hacia su izquierda y comenzando todo de
nuevo.

Increíble. La mujer rubia no negó la envidia que sentía, sin importar lo que Xena
había pasado para lograrlo. Sacudió la cabeza ligeramente mientras Xena
giraba la espada en círculos a su alrededor y luego se lanzaba hacia el cielo,
volteándose hacia atrás mientras llevaba el arma.

¡Zas!

—¡Ouch! —Xena logró recuperar el equilibrio y se detuvo de un salto,


golpeándose la oreja en medio de la maniobra—. ¡Hijo de bacantes! —Frotó
la marca, que picaba mucho más que la de su pierna, y echó un vistazo a
Gabrielle, que tenía una expresión apropiadamente sombría en su rostro. No
se ríe. Tenía que estar muy enamorada para dejar entrar a la chica y que la
viera golpearse en la cara, eso era seguro—. ¿Quieres venir a besar esta
también? —preguntó, poniendo una mano sobre su cadera—. Mi sigue
resonando la cabeza.
Gabrielle se levantó y se acercó, poniéndose de puntillas para tocar
suavemente la oreja de la reina.

—Está toda roja. —Esperó a que Xena inclinara su cabeza, luego besó la oreja,
sintiendo la calidez de la lesión contra sus labios mientras la respiración de la
reina le hacía cosquillas en la piel de su cuello—. ¿Mejor? —Xena se frotó la
nuca, los ecos del golpe aún resonaban dentro de sus oídos. Un fuerte deseo
de simplemente dejarlo, y regresar a sus habitaciones se despertó en ella;
había sido un largo día y había decidido comenzar a entrenar al ejército
mañana. Gabrielle puso sus brazos alrededor de la reina y la abrazó—. Eres
tan increíble. Me encanta verte hacer esto.

—¿Incluso cuando parezco una idiota?

—Nunca lo pareces —le aseguró su consorte—. Al menos... no tanto como yo


cuando trato de jugar con esa vara.

Oh bien. Xena le dio unas palmaditas en la espalda ligeramente.

—¿Quieres ver eso de nuevo, pero bien hecho esta vez? —Esperó a que su
consorte la liberara, luego dio un paso atrás y comenzó el ejercicio de nuevo,
esta vez con la espada en su otra mano.
37
Por si acaso.

Xena apoyó los codos, sus ojos estudiaban el mapa en la gran mesa de
trabajo iluminada por el sol de la mañana. Estaba hecho de pieles, bien
raspadas y cosidas cuidadosamente, y notó que las marcas garabateadas en
ellas necesitaban, tristemente, una puesta al día.

—Bien, bien. —La reina sacó su daga de la funda y raspó ociosamente un


punto—. Ya es hora de actualizar este viejo... sorprendentemente los bichos
no se lo han comido.

—¿Me estabas preguntando algo? —Gabrielle apareció por su lado derecho.

—Sí —dijo Xena—. Te estaba pidiendo que me quites la ropa.

Gabrielle miró a su alrededor, a la majestuosa y casi vacía sala del trono.


—Está bien. —Se encogió ligeramente de hombros, buscando un lazo en la
manga de Xena—. Eres la reina.

—Hm. —La reina en cuestión estudió los finos dedos que se deslizaban bajo la
tela alrededor de sus muñecas—. Que hacer, que hacer —suspiró—. Sé la
reina, escandaliza a los nobles... sé la reina, escandaliza a los nobles... joder,
es difícil ser yo algunos días.

En privado, Gabrielle no pensaba que a Xena le resultara difícil ser Xena en


ningún momento. Dobló su mano alrededor de la de la reina y miró el mapa.

—¿Qué es esto?

—¿Qué pasó con lo de desvestirme?

—¿De verdad quieres que lo haga? —Gabrielle volvió la cabeza y miró a


Xena—. Pensé que habías mandado llamar a Brendan.

—Tal vez le guste mirar. —La reina se rio entre dientes—. No, pequeña rata
almizclera. No quiero que me desnudes y me fuerces. —Gabrielle se aclaró la
garganta, mirando de refilón a los guardias de la puerta—. Ahora, de todos
modos. —Un brillo travieso brilló en los ojos de Xena—, y para responder a tu 38
pregunta, eso es un mapa. —Extendió su mano libre sobre él—. Es mi mapa.

Gabrielle se apoyó en la mesa y examinó las pieles.

—Es bonito —comentó, trazando las líneas a lo largo de un extremo—. ¿Lo


hiciste tú?

—Lo hice yo —dijo la reina—. En más de un sentido. Este es el mapa que utilicé
para conquistar las tierras en las que estamos ahora y las que están al otro
lado de la montaña. —Tocó un punto—. Ahí fue donde acampé con mi
ejército la noche antes de que invadiéramos.

—Ah. —La mujer rubia estudió las marcas—. ¿Por qué allí?

Por qué allí. Xena echó su vista atrás. Podía recordar que era un día frío de
otoño, con un toque de lluvia en el aire mientras se movían entre los árboles y
despejaban el paso, viendo el fértil valle desplegándose ante ellos.

—Había un deslizamiento allí —dijo—. Montones de rocas en las que


podríamos escondernos.

—¿Te escondiste? —Gabrielle la miró con curiosidad.

Una leve sonrisa cruzó la cara de la reina.


—No queríamos que nos vieran venir, Gabrielle. —Giró la cabeza y miró a su
consorte—. Es más fácil matar a la gente de ese modo.

—Oh.

Xena cogió su daga de nuevo y raspó la piel.

—Tengo que actualizar esto para poder usarlo nuevamente —dijo—. ¿Ves esta
área en blanco aquí? —Señaló a un lado de la piel—. Voy a rellenar eso,
Gabrielle. Va a ser mío.

Solemnemente, Gabrielle estudió el lugar en blanco.

—¿Tuyo?

—También puedes tener parte —dijo la reina.

—Pero… ¿no tenemos suficientes cosas? ¿Necesitamos más?

Xena se volvió y la miró con una ceja arqueada. ¿La chica estaba
bromeando? Examinó la cara de Gabrielle, se volvió hacia ella en abierta
pregunta, sin rastro de cinismo evidente.

—Déjame hacerte una pregunta —dijo—. ¿Cuántas ovejas eran suficientes? 39


Gabrielle se dispuso a reflexionar sobre eso, dejando a Xena en paz para
raspar las posiciones de las tropas que había marcado en la piel, el suave
sonido de la hoja raspando contra la piel sonaba fuerte en la habitación.

Un suave golpe llamó a la puerta. El guardia en cuestión miró a Xena, y ella lo


saludó con la mano. El hombre se acercó a la puerta y la abrió para revelar la
figura fornida de Brendan.

—¿Señor?

El capitán de la tropa entró.

—¿Señora? —Ignoró al guardia—. ¿Me buscabas?

—Sí. —Xena continuó su trabajo—. También quería que Gabrielle me


desnudara, pero creo que tendré que conformarme contigo, ¿eh?

—¿Señora?

La reina levantó la vista.

—Olvídalo. Escucha. Quiero que empieces a prepararte para la campaña —


dijo—. Quiero salir después del festival.
Brendan se acercó lentamente a su mesa. Subió los peldaños y miró el cuero
que la cubría, con los bordes ligeramente deshilachados por los costados.

—Ah. —Tocó la solapa con los dedos—. No había visto esto en mucho tiempo.

—Demasiado tiempo. —Xena tomó una pluma y escribió unas palabras en el


mapa—. Quiero llenar los espacios vacíos. —Era consciente de que Gabrielle
se acercaba, el toque cálido de la parte superior de su consorte contra su
codo la distraía un poco—. Así que poned vuestros culos en marcha. —Sabía
que Brendan la estaba mirando, y supuso que Gabrielle también lo hacía, por
distintas razones. Después de dejar que el silencio continuara por un rato,
levantó la vista bruscamente—. ¿Alguien tiene algún problema?

Su capitán de la tropa se mordió el interior del labio.

—No hay problema, señora —respondió—. Solo estoy sorprendido, como


todos. Creía que había dicho en el camino de vuelta que no iba a hacer esto
nunca más.

Ah.

—Mentí. —Xena volvió a estudiar su mapa. 40


—Entonces... ¿Qué hay aquí? —Gabrielle se dirigió al lugar en blanco—. ¿Es
aquí a donde va ese pequeño sendero, en la parte trasera del jardín? —Trazó
una línea más allá de las murallas de la fortaleza, hasta la base de un
montículo verde—. Allí está esa gran colina, y la torre allí.

—Solía ser tierra estéril —dijo Xena—. Pero se ha instalado en los últimos años...
algún saco de mierda que se cree el dueño de los bosques de más allá.
Comenzaremos allí. —Se inclinó sobre la mesa—. Quiero tomar desde aquí...
—Su dedo viajó sobre la parte en blanco hasta el final—. Hasta aquí. Antes del
final de la temporada.

Brendan se rascó la cabeza.

—Siempre enviabas a Bregos por ese camino. —Señaló el lado opuesto del
mapa—. Parece que lo hizo bien. Tenemos algunas tierras buenas. —Su voz
era cuidadosamente tímida—. Al menos, sabemos qué es lo que hay por allí.

—Exactamente por eso no quiero ir en esa dirección —dijo Xena—. No tengo


la intención de caminar sobre los pasos de alguien sin talento y con la cabeza
de un alfiler en la entrepierna. —Miró directamente a Brendan—. Así que
actúen juntos, y comiencen a planificar una campaña la antigua usanza. A
mi manera.
Brendan dio un paso atrás, se llevó el puño al pecho e inclinó la cabeza.

—Así se hará, señora —anunció con voz firme—. Puede contar con nosotros.

—Uno, dos, tres…

—¿Señora?

Xena le hizo un gesto con la mano y negó con la cabeza. Ella esperó hasta
que la puerta se cerró detrás de él antes de volverse hacia Gabrielle, que
todavía estaba estudiando el mapa con ojos pensativos.

—Entonces.

—¿Entonces? —Su consorte se volvió hacia ella.

—Entonces, ¿qué otras cosas ridículas vas a decir sobre mi repentino deseo de
destruir y saquear? —preguntó la reina—. Brendan ya piensa que estoy
chiflada.

Gabrielle se acurrucó junto a ella y deslizó su brazo por la reina para acabar
enredando sus dedos con los de Xena mientras besaba suavemente su
hombro. 41
—No creo que él piense que estás chiflada.

—Claro que lo hace.

—Creo que se está preguntando por qué quieres ir donde es peligroso y


aprovechar la oportunidad de conseguir más cosas cuando ya tienes mucho.

Xena miró fijamente al otro lado de la sala en silencio, antes de darse la vuelta
y ponerse pegada a Gabrielle.

—Porque la vida no es más que una gran oportunidad, Gabrielle —le dijo a su
consorte—. Y si dejas de querer, empiezas a morir. No tengo intención de morir
pronto. —Entrechocó la cabeza con la mujer rubia, luego se desenredó y
caminó alrededor del borde de la mesa, extendiendo los brazos. Sobre la
camisa de seda blanca que llevaba puesta, se había puesto la armadura de
su casa, por primera vez desde que se había retirado. Franjas negras de cuero
suave y cota de malla: no era algo con lo que lucharía, pero se convertiría en
el filo de la navaja y serviría para recordar a todos que su portadora no era un
general de papel. Cubría su larga forma hasta la mitad del muslo y se
abrochaba con una doble hebilla de cabeza de dragón en su cintura y la
opresión le hacía sentirse bien después de todos esos años de túnicas de seda
y borlas. Brendan pensó que estaba chiflada. Eso estaba bien, porque él había
recordado correctamente que ella dijo que ya no lucharía más. Ya no más
campo de batalla. Ahora tendría generales para salir a luchar por ella, morir
por ella. Ganar para ella. Era lo que hacían las reinas, ¿verdad? Xena apretó
los puños ligeramente, luego los soltó. Era lo que hacían las reinas, y durante
un tiempo, ella había vivido en esa mentira al máximo, tomando sus placeres
de donde quería, llevándose a súbditos favorables a su cama, dejando que
Bregos saliera y ganara la tierra, ganara los laureles, y ganara la gloria. Bien.
Xena puso sus manos en las caderas. Al Hades con eso—. Gabrielle, te advertí
sobre mi verdadero yo, ¿no? —Unos brazos se cerraron a su alrededor, y Xena
sintió un suave calor cubriéndole la espalda. Miró hacia abajo y vio que la
cabeza de Gabrielle se asomaba por debajo de su brazo, y, a pesar de todo,
la hizo sonreír—. ¿No fue así?

La mujer rubia se deslizó delante de ella y se mantuvo agarrada alrededor de


su cintura.

—Me dijiste quién creías que eras realmente, sí.

Una oscura ceja se alzó.

—¿Oigo escepticismo en esa vocecita tuya de ratita almizclera? —Xena


entrelazó sus dedos detrás del cuello de su consorte—. No me digas que 42
después de todo lo que has visto de mi naturaleza despiadada y sanguinaria,
dudas de mí, Gabrielle. —La luz se derramó por la ventana y resaltó la pálida
cabeza de Gabrielle, calentando sus ojos con un fuego interno que parecía
arder a través de Xena—. Dime que soy mala, rata almizclera —susurró la reina,
tocándole cara con la palma de una mano.

—Te amo —respondió Gabrielle con voz suave.

—No es lo que he pedido. —Xena aceptó las palabras de todos modos,


entendiendo el mensaje detrás de ellas—. Pero supongo que es un comienzo.
—Se inclinó y dio un beso a los labios que esperaban, degustando la pasión
sobre ellos mientras su cuerpo se salía de control y se acercaba a la mujer
rubia.

Bueno, eso era implacable...

Las manos de Gabrielle se deslizaron debajo de su armadura y, sin previo aviso,


la hebilla se aflojó.

Y entonces sí que fue implacable.


Parte 2

Gabrielle cerró las puertas tras ella y se detuvo por un momento, apreciando
la belleza del jardín antes de continuar adentrándose. Sujetó firmemente con
una mano el asa de una canasta grande, y comenzó a dar un paseo por el
rico y fragante espacio.

El jardín del castillo era un lugar especial para ella. Allí había pasado muchos
momentos maravillosos con la reina, por supuesto, pero más que eso,
representaba para ella un lugar donde estaba al cargo.

—Oh. —Gabrielle olió el aroma embriagador de los melocotones, y rodeó el


árbol mirando hacia las ramas. Al cargo de verdad. Fue la que les dijo a los
jardineros qué plantar, y decidió dónde poner las ricas y sabrosas hierbas y los
fragantes árboles frutales con los que sabía que podría deleitar a Xena—. Ah.
—Encontró un espécimen maduro y, desprendiéndolo con cuidado, lo colocó
en su cesta. Xena le había dicho, por lo menos una docena de veces, que 43
tomaría sus comidas en el comedor del cuartel y que no le importaba, pero
Gabrielle sabía que eso no era cierto. No estaba segura de cuál de las dos
disfrutaba más de las comidas que cocinaba, pero eso le daba un claro
propósito al que no estaba dispuesta a renunciar. De ninguna manera. Era la
esclava liberada. La consorte de Xena, la llamaban. Pero Gabrielle sabía que,
en el fondo, era una hija de pastores con pocas habilidades y, aparte de
Xena, pocas perspectivas—. Veamos qué tenemos aquí... ¿bayas? —Se metió
debajo de un espeso arbusto verde y buscó entre las hojas, divisó un grueso
grupo de frutos negros y azules que colgaban allí—. Ahah... Te tengo. —Cogió
las bayas, y luego se acercó al lugar donde se habían plantado las especias
en unos estantes de madera, exudando una mezcla de aromas en el aire. Le
había llevado un tiempo, por supuesto, hasta que supo qué le gustaba a Xena.
Hubo una serie de experimentos fallidos, pero en general, no le había ido mal
y no pasó mucho tiempo antes de que la reina hubiera prescindido hasta de
las protestas más vacías y en su lugar simplemente aceptara las ofrendas,
deleitándose aparentemente al ser sorprendida cuando Gabrielle podía
apañárselas. Y de veras, amaba deleitar a la reina de cualquier manera que
pudiera. Gabrielle sonrió, mientras agregaba dos fragantes flores a la canasta.
Hoy había planeado un buen pescado frío para el almuerzo, con algunas
frutas y nueces frescas. El sol había calentado el castillo y le había quitado un
poco el frío, así que pensó que a Xena le podía gustar, especialmente si ponía
un trozo del pastel de miel que había dejado al lado de la chimenea.
Cualquier cosa dulce era una apuesta fácil. Gabrielle buscó entre los arbustos,
recogió algunas bayas más, y luego se volvió hacia la sección donde había
plantado tubérculos y raíces. Se arrodilló junto a la primera fila y hundió sus
conocedores dedos en la tierra, sintiendo una mezcla de humedad y calor
que la hizo asentir a sí misma con aprobación. Luego se detuvo y estudió la
fila—. Me pregunto si voy a llegar probar esto. —Murmuró, recordando las
palabras de la reina—. De todos modos, ¿cuánto tiempo dura una guerra?

—Gabrielle.

La mujer rubia se giró y levantó en un solo movimiento, dejando la canasta


donde estaba mientras se preparaba para problemas con la voz
desconocida.

—¿Sí? —miró alrededor cautelosamente—. ¿Quién es?

Muy lentamente, una figura emergió de entre dos arbustos, manteniéndose


lejos de ella. Era una mujer, apenas una niña en verdad, con la vestimenta
desgastada pero robusta de un esclavo de cocina y con los pies descalzos.
Tenía el pelo oscuro y pecas, y miraba fijamente a Gabrielle cuando se 44
encontraron sus miradas.

—No me recuerdas, ¿verdad?

Gabrielle se relajó un poco. De hecho, la cara le era familiar, pero su vida


había estado tan centrada en los últimos meses que tuvo que sacudir los
recuerdos un poco para descubrir quién era la chica.

—Eso no es cierto —dijo mientras caía en la cuenta de quién era—. Te


recuerdo. Simplemente no esperaba verte aquí.

La chica la miró.

—¿Cómo me llamo? —Desafió a Gabrielle con voz suave.

Una de las cosas que Gabrielle había encontrado para ocupar los momentos
ociosos era una nueva habilidad para imaginar cosas en su mente mientras
pensaba en historias para contarle a Xena. Ahora los nombres en los
pergaminos antiguos tenían cara para ella, y ahora encontró la habilidad de
emparejar la cara con el nombre que había pronunciado por última vez
mucho antes de las heladas.

—Celeste.
Celeste cogió una hoja del arbusto que tenía cerca y la hizo rodar entre sus
dedos.

—Esto es divertido. Supuse que te habías olvidado por completo de nosotros.


—Hizo una pausa—. Lo que queda de nosotros, más bien. —Sus ojos se
movieron hacia la cara de Gabrielle—. ¿Sabías que la mitad de la gente de
las cocinas murió durante el invierno?

Gabrielle asintió.

—Lo sabía —dijo—. La enfermedad.

Celeste hizo una pausa y luego asintió.

—¿Pensaste en todos nosotros allá abajo? —preguntó—. ¿Lo hiciste alguna


vez? Tú eras uno de nosotros, hace tiempo.

¿Había sido alguna vez parte de ellos? Gabrielle echó la vista atrás, a su
llegada al reino y tuvo que preguntárselo. Pensó en esos primeros días
terroríficos y su bienvenida en las cocinas inferiores.

¿Amabilidad? Sus labios se crisparon. La única amabilidad que había


encontrado era de Toris, que había resultado ser un mal como nunca había 45
imaginado.

—Claro. —La mujer rubia dejó que sus manos descansaran sobre sus muslos—
. Pienso en las personas que casi me matan —dijo—. Pienso en aquellos que
traicionaron a Xena y dejaron entrar a los hombres de Bregos.

La otra mujer miró nerviosamente alrededor.

—Eso no es lo que quería decir.

Gabrielle medio se encogió de hombros.

—Es la verdad. No tenía amigos allí —dijo—. Incluso después de que conseguí
que Xena te salvara, en el cuartel... todos me odiaban.

—Eso no es cierto.

—Tengo cicatrices para probarlo. —Gabrielle se llevó la mano a la cabeza


tocándose la cicatriz encima de la sien.

Celeste se sonrojó.

—No lo entiendes... fue... no tuvimos elección —protestó—. Dijeron que


moriríamos si no lo hacíamos.
—Siempre se tiene elección. —Gabrielle levantó su cesta—. Yo tuve elección
y la elegí a ella. —Hizo un gesto hacia las puertas—. Ahora tengo que irme. —
Caminó hacia adelante con determinación—. Disculpa.

La esclava retrocedió un paso, mirándola con cautela mientras se acercaba,


luego pasó rozándola dirigiéndose a la entrada del jardín.

—Gabrielle... espera. —A mitad de camino, Gabrielle se detuvo y miró por


encima del hombro—. ¿Es verdad? —preguntó Celeste—. ¿Va a ir a la guerra?

Ahora ¿por qué estaba preguntando? Quiso saber Gabrielle. Había aprendido
lo suficiente de las intrigas de la corte durante los últimos meses como para
desconfiar de preguntas raras e inocentes. Pero Xena había sido muy pública
en sus intenciones, por lo que vio poco daño al responder.

—Eso es lo que he oído —dijo.

—¿Vas a ir tú también?

Una pregunta aún más extraña.

—Sí —dijo Gabrielle—. Por supuesto que voy.


46
Celeste se alejó lentamente de ella, manteniéndola a la vista antes de
agacharse entre dos espesos arbustos y desaparecer. Las ramas se agitaron
un poco al pasar, luego se quedaron quietas, y el aire se llenó de nuevo con
el suave zumbido de los insectos y la solitaria canción de un pájaro.

Gabrielle miró el vacío lugar brevemente, antes de negar con la cabeza y


continuar, cerrando las puertas detrás de ella tomando un soplo de aire
primaveral mientras trataba de apartar de su mente a Celeste y sus
inquietantes preguntas.

Ya de camino a la fortaleza, se detuvo de nuevo cuando escuchó el sonido


rítmico de cascos que venían hacia ella, se apresuró al reconocer el ritmo y
comenzó a sonreír.

—Pero, señora. —Stanislaus se retorció las manos—. Apenas es primavera... los


terratenientes aún no se han recuperado de la estación fría. ¿Si les pido todas
sus provisiones... porque... de qué van a proveer a su gente?
—Maldita sea si me importa. —Xena repasó algunos pergaminos, sin prestar
mucha atención a su senescal—. A nadie le importó cuando Bregos pidió el
año pasado.

—Fue una temporada mucho más amable el año pasado, Señora.

Xena lo miró.

—¿Estás sugiriendo que es culpa mía? —preguntó en tono sedoso.

Los ojos de Stanislaus se abrieron de par en par.

—¡Oh no! ¡Señora! —cruzó ambas manos en un gesto de amparo—. Por los
dioses, no. Solo estaba diciendo lo que todos saben.

La reina se apoyó en sus codos, estudiándolo con los ojos entornados. Había
sido un invierno duro, sin duda, pero no tenía intención de esperar hasta que
comenzaran las primeras cosechas para empezar.

—Envía la orden —dijo con una nota final en su voz—. Diles que envíen lo que
tengan y, si no es suficiente, entonces iré a buscar lo que necesito.
Personalmente —añadió.
47
El senescal parpadeó y se tocó la barba nerviosamente.

—Como desee, Señora —dijo finalmente—. Enviaré a los mensajeros de


inmediato. —Esperó, mirándola a la cara—. ¿Eso es todo lo que desea de mí
por ahora?

Xena lo miró.

—Desearía que tu cabeza se cayera y rodara por el suelo —dijo—. ¿Qué te


parece?

Rápido parpadeo.

—¿Seeeeñoraaa?

—Vete. —La reina lo despidió agitando una mano—. Antes de que me


autocomplazca al instante. —El senescal se dirigió rápidamente hacia la
puerta y salió, dejando a Xena en su soledad. Ella se rio por lo bajo y volvió a
sus pergaminos, abriendo uno y estudiándolo.

»Veamos —Su frente se arrugó al leer las palabras escritas en él. Listas, en su
mayoría. Notas a si misma de hace mucho tiempo recordándole lo que
necesitaba por término medio para la destrucción y el saqueo—. Sal. —
Chasqueó los dedos—. Olvidé decirle que la consiga. —Chasqueó la lengua
y garabateó una nota en una hoja de pergamino. Luego hizo una pausa y
miró al otro lado de la habitación, permitiéndose una incertidumbre que
nunca le mostraría a nadie más—. Maldita sea, espero no haber olvidado
cómo hacer esto —murmuró—. Siento como si mi cabeza hubiera estado
dormida durante años. —Repasó los pergaminos de nuevo y miró uno. Este
contenía un conjunto de diagramas, equis y garabatos y lo estudió, asintiendo
una o dos veces para sí misma. Formaciones de tropas, escritas por su mano
más joven después de la conquista del reino y dejadas acumulando polvo en
el fondo de su cofre de campaña. Acumulando polvo—. Creo que yo también
he estado acumulando polvo. —Xena dijo con un suspiro. Negó con la cabeza
e hizo algunas anotaciones más, levantando la vista cuando alguien llamó a
la puerta.

»La próxima vez colgaré un brazo arrancado en esa maldita cosa. ¿Siii? —Su
voz se elevó en la última palabra—. ¿Qué?

Después de un momento, la puerta se abrió lentamente, y el guardia se asomó


al interior.

—¿Señora?

—Aquí no —le dijo Xena—. Lo siento —El hombre la miró desconcertado. Xena 48
suspiró de nuevo—. ¿Sí?

El guardia miró a su alrededor.

—Señora, hay un hombre aquí, dijo que es un armero y que lo mandó llamar.
—Se dirigió a un aplique en la pared—. ¿Debería dejarlo pasar?

Ah.

—Sí —respondió Xena, brevemente—. Pero solo si es más brillante que el último.
De lo contrario, voy a colgarlo de la ventana por sus partes nobles.

El guardia desapareció, y por un largo momento hubo silencio. Xena se apoyó


en los codos otra vez, preguntándose qué estaba sucediendo fuera de la
puerta. ¿Su guardia le estaba haciendo una prueba al hombre? ¿Diciéndole
que corriese por su vida? ¿Corriendo con él por su vida? ¿Almorzando?

La puerta se abrió y entró un hombre alto y delgado con ropa de cuero. Tenía
barba y bigote bien recortados y los brazos y muñecas gruesos y poderosos
de un trabajador del metal.

—Su Majestad. —Se adelantó y se arrodilló frente a su mesa—. Me honra más


allá de mi posición.
Ahh! Xena rodeó la mesa y puso las manos en las caderas. Ahora esto le
gustaba más.

—Eso está por verse —le dijo—. Necesito que hagas una armadura.

El hombre alzó la cabeza y la miró con sus nublados ojos grises.

—La armadura de su majestad no necesita el trabajo de estas manos. —Se


levantó—. Es un buen trabajo.

La reina le sonrió con franqueza y abierto goce.

—Puede que te deje conocer a mi caballo. Tienes cabeza —comentó—. La


armadura es para mí adorable, si bien marcialmente deficiente, compañera
de cama —dijo—. Por lo tanto, tiene que ser mejor que la mía.

—¿Mejor, Majestad?

Xena asintió.

—Tiene que mantenerla con vida —dijo bruscamente, con voz mortalmente
seria—. Porque hace cosas estúpidas como interponerse en el camino de las
flechas que van dirigidas a mí, y maldita sea si ella se va a lastimar en mi 49
nombre. ¿Entiendes?

El armero medio sonrió, su cabeza se agachó nuevamente.

—Sí, Majestad —dijo—. Entiendo.

Un pequeño silencio.

—¿Cuál es tu nombre? —preguntó Xena.

—Jonas, Majestad.

—Bienvenido al camino al Hades, Jonas.

—Gracias, Majestad.

Gabrielle se arrodilló junto al fuego, tarareando suavemente mientras


trabajaba, con una oreja atenta para escuchar los ruidos de la habitación
exterior. Xena estaba allí hablando con algunos hombres, y podía oír la voz de
la reina flotando hacia donde estaba arrodillada, las palabras inaudibles pero
la música de su voz clara como una campana.

Le encantaba escuchar hablar a Xena. Incluso cuando estaba maldiciendo,


le gustaba, y las pocas veces que Xena le había cantado eran sus momentos
más queridos por encima de todos los demás.

Hermosa.

Removió la sopa, y entonces se enderezó al oír acercarse los pasos de Xena.


Se volvió y una sonrisa cruzó su rostro cuando la reina apareció en la entrada
de sus habitaciones privadas, apoyada contra la puerta y haciendo un gesto
con un dedo hacia ella.

—Hola.

—Hola —dijo Xena—. ¿Ocupada?

Gabrielle se secó las manos cuando se puso de pie.

—Solo estaba preparando el almuerzo —respondió—. ¿Me necesitabas para


algo?
50
—Placer hedonista —respondió la reina rápidamente—. Pero por ahora, solo
quiero que vengas preparada para algo sexy.

Gabrielle suspiró para sus adentros, pero dejó el paño de cocina y se dirigió a
la puerta, pasándose los dedos por el cabello para peinarse.

—No pensé que el sastre lo tendría listo aún... Hablé con él ayer mismo.
Supongo que quiere tenerte contenta, ¿eh?

Xena la tomó del brazo y la detuvo suavemente.

—¿Tenerme contenta? —La mujer de pelo oscuro la miró bruscamente—.


¿Tienes algo en contra de verte guapa?

—No... no, yo... —Gabrielle dudó—. No quise decir eso, por supuesto que me
gusta, de hecho yo ... —Se calló cuando el dedo de Xena tocó sus labios.

—No. —La reina dio un toque con su dedo a la boca de su consorte—. No hay
mentiras, ¿recuerdas? No empieces eso conmigo, Gabrielle. No necesito tu
verborrea como el resto de estos perdedores que solo dicen lo que quiero
escuchar. —Gabrielle sintió que su corazón latía a doble velocidad. Xena
observó la cara de la mujer rubia, viendo el miedo y la incertidumbre apenas
ocultos, acechando allí—. ¿Qué te pasa?

Gabrielle tragó saliva, pero mantuvo la mirada fija en la de Xena.


—Solo quiero que seas feliz —pronunció—. Así que, si vestirme bien te hace
feliz, entonces estoy contenta de hacerlo —No es una mentira.

—Pero no te gusta. —La reina la presionó—. ¿Verdad?

Después de un momento, la mujer rubia inclinó levemente la cabeza.

—No realmente, no —admitió—. Quiero decir... está bien, pero prefiero vestir
con tus colores, o solo con esto. —Indicó la túnica de algodón—. Lo siento.

—¿Por qué?

Ahora, Gabrielle miró hacia abajo.

—No quiero decepcionarte —dijo—. No creo que realmente esté hecha para
esto de ser consorte.

Xena le dio unas palmaditas en la mejilla.

—Pamplinas. —Se inclinó y la besó en los labios—. Eres la mejor consorte que
he tenido. Así que ponte los calcetines de piel de oveja, pastora, y ven aquí.
Quiero que te envuelvas de encaje rosa para cenar esta noche.

Sin mover un músculo, Gabrielle hizo una mueca. 51


—Está bien. —No le gustaba el rosa, y tampoco había pensado que le gustara
a Xena, pero con la reina, nunca se sabía—. ¿Puede ser de color rosa oscuro
al menos?

—Nenaza. ¿No te gusta el encaje rosa?

—Realmente no.

—¿Qué tal si te rizamos el cabello? —Xena bromeó—. Te verías adorable.

Gabrielle se relajó un poco, dándose cuenta de que le estaban tomando el


pelo.

—De acuerdo, si también te lo rizas tú —dijo, mientras caminaban juntas por la


sala de audiencias de Xena. Xena refunfuño un poco—. Y tú me dejas
trenzarlo.

—Oh, te estás pasando —le advirtió la reina, mientras pasaban por las pesadas
cortinas hacia donde se había instalado la mesa de trabajo de Xena, y dos
hombres estaban esperando—. Voy a azotar tu lanudo trasero por eso más
tarde.
Gabrielle sonrió, mientras se acercaban a los dos desconocidos, y se enderezó
un poco cuando el más cercano, un hombre alto y barbudo, la estudió
atentamente.

—Hola —murmuró cautelosamente.

¿Dos? Rayos.

Ambos hombres se inclinaron.

—Mi lady.

Xena rio disimuladamente.

—Muchacho, los engañó a los dos. —Ella alborotó el cabello de Gabrielle, y


sonrió, quitándole importancia al comentario—. Esta es Gabrielle —miró a los
dos hombres—. Nunca ha estado antes en una guerra, así que quiero que la
preparéis con todo lo que va a necesitar.

Los hombres se inclinaron de nuevo.

—Será un honor, Majestad —dijo el más bajo de los dos con voz profunda.

Las orejas de Gabrielle se animaron. Eso sonaba mucho más interesante que 52
el encaje rosa.

—¿Quieres decir como la tuya? —le preguntó a la reina—. ¿Me tomas el pelo?
—Pensó en el peto de cuero y las placas protectoras, y sus ojos se iluminaron—
. Guau.

La reina puso sus manos en las caderas.

—Buenoo —alargó la palabra—. Vas a tener que compartir mi cama y mi


tienda, pero sí. Y todo lo demás. —Se encontró algo desconcertada por la
enfermiza excitación escondida en la cara de su consorte. Con un leve
movimiento de cabeza, se dirigió a los hombres—. No escatiméis —les indicó—
. Ella tendrá lo mejor.

Ambos trabajadores sonrieron.

—Por supuesto, Majestad. —Jonas se inclinó otra vez—. ¿Su gracia lleva
armas?

—Bueno... — titubeó Gabrielle.

—Una vara. —Xena respondió por ella—. Y es bastante buena con un


tirachinas. — Acercó a Gabrielle a los dos hombres—. Asegúrate de que lo que
le pones le permite moverse. —Ahora la voz de la reina se puso seria—. Tiene
buenos reflejos.

—¿Yo?

—¿Placa y cadena, entonces, Majestad? —dijo Jonas con voz enérgica—.


Creo que sería adecuado para ella. Tiene los hombros para eso.

Gabrielle se miró cada hombro.

—¿Yo?

—Sí. —Xena estuvo de acuerdo—. Eso funcionaría. Así que ve y empieza. No


tenemos mucho tiempo. —Golpeó a Gabrielle con su cadera—. Eddars,
necesita capas enceradas, y botas que mantengan sus pies secos. Hazlo bien.

—Majestad. —El hombre más bajo le ofreció un brazo—. Su gracia, ¿me hace
el honor? Esté segura de que cuidaremos bien de usted.

Guau. Gabrielle trotó hacia delante de buena gana, su corazón se elevó ante
las palabras de la reina. Se sentía tan bien por ser realmente parte de lo que
estaba pasando, apenas sabía qué pensar, y aceleró el paso cuando salieron
de la habitación de la reina y se dirigieron al pasillo. 53
Xena los miró irse, la sonrisa de su rostro se tornó un poco burlona mientras
caminaba de regreso a su mesa de trabajo y ponía sus manos sobre ella.

—Podría haberle prometido gemas y envolturas doradas, y no la hubiera


hecho tan feliz como al ofrecerle su propia cota de malla. Que chiflada.

—¿Majestad? —Stanislaus había entrado, y titubeó—. ¿Me estaba hablando?


—preguntó—. He enviado mensajeros y, Señora, un jinete se acerca, el
guardia envió un mensaje.

—¿Desde el oeste? —preguntó Xena bruscamente.

—No lo sé, señora —respondió el senescal—, sube por el camino principal.

—Haz que me lo traigan —dijo Xena, enrollando algunos de los pergaminos y


atándolos con movimientos eficientes—. Ahora las cosas están empezando a
suceder. Puedo sentirlo, ¿Y tú, Stanislaus? El mundo entero está despertando
a nuestro alrededor.

El senescal la miró con perplejidad momentánea.

—Sí, señora —dijo—. Estoy seguro de que es como dice. —Cubrió con una
ligera capa la silla alta cerca de la puerta—. Como pediste, señora. Volveré a
atender los muchos detalles de la preparación.
Xena puso los ojos en blanco, luego se acercó a las ventanas y miró hacia
afuera, poniendo sus manos en la jamba a cada lado. El sol entraba a
raudales en la habitación y la inundó, levantando su ánimo aún más. Vio
cómo la brisa agitaba las flores del jardín y descubrió que disfrutaba de sus
colores.

Lejos, captó un sonido que la hizo sonreír aún más. El suave ruido sordo de los
luchadores practicando en el patio, acompañado por los gritos roncos de los
hombres.

Sí.

De repente, la fortaleza se sintió pequeña a su alrededor, y sintió un impulso


salvaje de estar fuera de sus paredes, bajo el amplio cielo azul y lejos de la
corte y de todas sus galas.

Quería ser libre. Quería estar al borde del peligro, donde cada momento de
cada día traería cosas nuevas y podría ver el sol elevarse sobre tierras
desconocidas cada mañana.

Xena apoyó la cabeza contra el cristal calentado por el sol, comprendiendo


de manera profunda la excitación que había sentido en Gabrielle cuando su
54
consorte partió con los armeros. Ella no sabía lo horrible que sería estar fuera,
de campaña, pero no importaba, como tampoco le importaba a Xena, que
sin duda lo sabía.

Le había preguntado a Gabrielle qué recordaba del viaje que habían hecho
antes de la helada, y sus respuestas le habían dicho a Xena todo lo que
necesitaba saber.

Recordaba los cielos cristalinos, y las estrellas, y la paz del fuego de la tarde.
No el frío, la miseria del clima, el miedo y la angustia que ambas habían
pasado.

Buena señal.

—Señora.

La reina exhaló.

—Sí, ¿Jellaus?

—¿Tiene que ir la pequeña contigo? —preguntó el músico de la corte, con voz


suave.

Xena miró las flores.


—Sí —respondió, en un tono igualmente suave—. Oh sí.

—¿No sería mejor dejarla aquí a salvo? —insistió Jellaus—. Ella es un alma tan
gentil.

Xena se volvió y se apoyó contra el cristal.

—Ella es mía —dijo la reina rotundamente—. No quiere que la deje aquí —Miró
al músico a la cara—. Adelante, pregúntale.

Él suspiró.

—No es necesario, señora. Sé que es cierto —dijo Jellaus—. Solo temo por ella,
eso es todo.

—El miedo no tiene sentido —comentó la reina—. Puedes morir en tu cama si


una de esas arañas te atrapa, Jellaus. Si salimos y morimos, al menos moriremos
haciendo algo y con un poco de suerte, será rápido. —El trovador suspiró de
nuevo. Xena lo miró—. ¿Quieres ir tú también? —adivinó—. ¿Cansado de
hacer canciones sobre flores y estúpidos pájaros?

Sus labios se crisparon.


55
—Y ratoncillos —murmuró—. Ah, señora.

La reina simplemente rio con malicia, y se volvió hacia el sol.

Guau. Gabrielle se detuvo por un momento, apoyándose contra la pared y


sintiéndose un poco abrumada. No tenía idea de que se necesitaran tantas
cosas para ser un guerrero. Sacudió su cabeza, luego se arregló la túnica, un
poco descolocada por su sesión con los armadores. Pero chico, va a ser genial
tener todas esas cosas cuando estemos caminando por ahí.

Emocionante. Pero también daba un poco que pensar, ya que el armero la


midió cuidadosamente para todas las cosas que necesitaría para protegerla
mientras estuvieran fuera en campaña, y le miró sus manos durante lo que
pareció una eternidad para encajar un pequeño puño sobre ellas.

Definitivamente, daba que pensar.


Sin embargo, el almuerzo había pasado, y el sol comenzaba a arquearse
hacia el oeste y era hora de hacer algo de ejercicio. Se apartó de la pared
de piedra y caminó por el sendero alejándose de la torre principal, pasando
junto al herrero ocupado en su yunque y dos hombres atareados
construyendo cajas.

Había un aire de expectación que incluso ella podía sentir, casi un zumbido
de energía presente mientras se abría paso a través de las áreas de trabajo y
le recordaba la mirada que había visto en los ojos de Xena mientras hablaba
sobre los preparativos para la batalla.

La guerra era terrible, le había dicho Jellaus, y sin embargo... Recordó la


batalla en las puertas, y su corazón se aceleró, incluso a través del horror por
el derramamiento de sangre.

Y aun así...

Gabrielle se deslizó por la puerta del establo y esquivó los postes colgantes de
bridas y tachuelas, bordeando cuidadosamente el gran recinto que contenía
el semental negro de Xena mientras se dirigía al recinto más pequeño de al
lado. 56
Dentro del recinto había un pony, su espalda apenas igualaba en altura a los
ojos de Gabrielle, su pelaje blanco con grandes parches rojizos irregulares lo
hacían un tanto fuera de lugar junto a sus vecinos más elegantes.

—¡Hola, Parches! —La cabeza del pony se levantó de donde estaba


masticando heno en la esquina, y se giró y acercó a ella, empujando la
peluda cabeza contra su pecho en un evidente cálido saludo—. ¿Cómo
estás? —e rascó detrás de las orejas y sonrió, sintiendo un profundo afecto por
el animal—. ¿Quieres ir a dar un paseo? —Parches sacudió la cabeza, y
Gabrielle le puso las riendas, luego abrió la puerta de su recinto y lo condujo
hacia la puerta. Cuando pasaron por el establo de Tiger, el gran semental silbó
y asomó la cabeza por el borde, resoplando sobre ellos. Gabrielle hizo una
pausa y le dio unas palmaditas en la nariz—. Lo siento chico grande, estás
fuera de mi alcance. Tu mamá estará aquí dentro de un rato, ¿vale? —Sonrió
con ironía ante el malhumorado tirón de cabeza, y continuó, empujando la
puerta para abrirla y saliendo a la luz del sol con su agradable corcel. Fuera,
los trabajadores ocupados apenas la miraban, acostumbrados ya a su
presencia cerca de los animales favoritos de la reina. Dos de los guardias, sin
embargo, se apresuraron hacia adelante—. Esperad muchachos —gritó
Gabrielle—. Solo voy a entrar al cercado de hierba.

Uno de los guardias miró hacia el campo.


—Está bien, mi señora —dijo—. Entonces, ¿Su majestad vendrá pronto?

—Sip, ella acaba de terminar una reunión. —Gabrielle hizo una pausa—. ¿Estás
listo para que te monte, Parches? —El pony la miró con lo que no podía ser
más que una sonrisa, pero se mantuvo quieto como una roca mientras ella se
agachaba un poco, luego saltó y se alzó balanceando una pierna sobre su
lomo y subiéndose al animal—. Buen chico. —Gabrielle le dio unas palmaditas
en el cuello, mientras acomodaba sus piernas alrededor de su peludo y cálido
costado y se enderezaba, relajando su torso como Xena le había enseñado.
Se sentía bien ahora que se había acostumbrado a eso—. Vámonos. —Apretó
las piernas contra él y tomó las riendas con una mano, dejando que la otra
cayera sobre su muslo mientras avanzaban por el patio del establo hacia el
pasto interior. Realmente, el pequeño cuadrado era solo un patio de ejercicio,
pero sabía que allí estaba a salvo para practicar el montar a caballo y a Xena
no le importaría que la esperara allí. Estaba justo en el medio de las murallas
de la fortaleza, rodeado por los establos que se extendían por ambos lados y,
cuando entraron en el espacio, dos mozos de cuadras que conducían a una
yegua castaña la saludaron con la mano. Gabrielle les devolvió el saludo,
luego chasqueó la lengua hacia Parches y le apretó un poco los costados,
recompensada por el pony que amablemente se ponía a trotar. El truco,
57
había averiguado Gabrielle, era relajarse. Cuanto más tenso estabas, más
rebotabas y rebotar no era divertido. Disfrutaba de la brisa fresca que soplaba
contra ella y de la sensación de libertad que tenía cuando cabalgaba.
Completamente diferente de cuando a veces iba detrás de Xena sobre el
amplio lomo de Tiger. Entonces era solo una pasajera, la mayoría del tiempo
se agarraba para salvar la vida cuando el gran semental corría por la hierba,
su cara enterrada en la tela sobre la espalda de la reina con la esperanza de
no perder su agarre. Montar a Parches era totalmente diferente. Ella tenía el
control, bueno, más o menos, y mucho más cerca del suelo para subir, y podía
montarlo a pelo donde Xena siempre montaba a Tiger con silla de montar. De
todas las cosas que la reina le había enseñado durante el invierno, esta era la
que más le gustaba. Gabrielle se inclinó hacia adelante y apretó con más
fuerza, riendo un poco cuando Parches inmediatamente aceleró a medio
galope, y luego a galope, su pelo arremetía hacia atrás mientras se
regodeaba en la sensación de estar a punto de volar—. ¡Whoo hoo! —Parches
resopló y sacudió la cabeza, desbocándose ligeramente sobre el suelo, sus
pequeños cascos levantando pequeños trozos de tierra mientras giraba
ágilmente alrededor de las marcas revueltas del paso de los caballos más
grandes, respondiendo mientras Gabrielle lo instaba a ir más rápido. Al final
del cercado aminoró la velocidad del caballo, y lo hizo andar en círculos
varias veces mientras hacía cabriolas sobre la rica tierra batida. Con la presión
de una rodilla, lo envió en otra dirección, arqueando su espalda mientras veía
a los mozos llevar a una de las nuevas yeguas al cercado con ellos—. ¡Oh,
mírala, Parches! ¿No es bonita? —La yegua tenía una fina cara huesuda y
amables ojos marrones, y les relinchó cuando el hombre la dejó en libertad
para correr. Gabrielle giró a Parches para mantenerla a la vista, y exhaló
maravillada cuando el caballo pareció recoger la luz en su pelaje dorado y
reflejarla en su melena y cola blancas plateadas—. Guau. —Parches movió la
cabeza como si estuviera de acuerdo, resoplando a la yegua trotando hacia
ella mientras esta galopaba a su alrededor. La yegua redujo la velocidad
cuando se acercaron y sacudió la cabeza, alzándose un poco y mirándolos
con recelo.

»No, está bien. —Gabrielle le tendió una mano—. Solo queremos decirte hola,
bonita, chica bonita —Podía ver que el caballo era joven, y había un toque
salvaje en ella—. No te haremos daño. —Después de recelar un momento, la
yegua le olisqueó la mano y luego le mordisqueó las yemas de los dedos
mientras Parches extendía la cabeza y sus fosas nasales se dilataban—. Este es
Parches. —Gabrielle presentó al pony—. Es mi amigo, y es un héroe, ¿lo sabías?
—La yegua miró al pony momentáneamente, luego sacudió la cabeza en el
58
aire y los esquivó, rompiendo a galopar mientras se dirigía hacia el final del
recinto—. ¡Oye! ¡Ten cuidado! —Instó a Parches a seguir a la yegua—. ¡No
vayas tan rápido! —El pony respondió yendo tras la yegua y acelerando
rápidamente mientras la perseguía, ambos animales se movían a una
velocidad peligrosa hacia la alta valla en el extremo del patio de ejercicios,
que separaba el área del establo del resto del espacio de trabajo—. ¡Hey! —
Gabrielle afianzó más sus piernas a los costados de Parches, su preocupación
por la yegua superaba a su propio interés. Guio al pony hacia la yegua
corriendo rápidamente, tomando la ruta más corta hacia la valla con la
esperanza de que pudieran alejarla—. ¡Hey! —gritó lo más alto que pudo,
consciente de unos gritos masculinos igualmente fuertes detrás de ella—.
¡Para! —La yegua los ignoró a todos, corriendo hacia la cerca como si
esperara atravesarla. Gabrielle instó a Parches, pero sabía que no llegarían a
tiempo. Siguió adelante de todos modos, negándose a desistir de la
persecución—. ¡Oye! ¡Oye! —Oyó cascos detrás de ella, pero estaban lejos.
Gabrielle miró frenéticamente a su alrededor cuando se acercaban a la valla
y de repente notó un movimiento en su visión periférica, un borrón, constante,
energía animal que no estaba allí, luego estaba allí, luego la valla venía hacia
ella y sintió que Parches comenzaba a resbalar y ella se inclinaba hacia el otro
lado y eran salpicados por tierra y la yegua estaba relinchando y se detenía y
el borrón llegó hasta ellos y luego...

—¡Qué demonios creéis que estáis haciendo! —La voz de Xena puso fin a la
confusión, cuando la reina se aferró al cuello de la yegua en medio de la
carrera y tirándose sobre el lomo de los caballos mientras la yegua se resistía y
relinchaba en señal de protesta—. ¡Ya basta, puta!

Oh chico. Gabrielle logró que Parches se detuviera justo a tiempo, su rodilla


rozó contra la valla cuando el pony se apartó de la yegua.

—¡Xena! —la llamó—. Solo estaba...

—¡Ahora estoy ocupada! —La reina tenía las manos muy ocupadas, mientras
la yegua hacía todo lo posible por tirar a su indeseable jinete contra la valla—
. ¡Discúlpate más tarde! —Tenía razón. Gabrielle se concentró en alejarse de
la desbocada yegua y consiguió que Parches girara en círculos, viendo a los
mozos corriendo por el cercado hacia ellos con cuerdas. Xena había
conseguido que sus piernas se cerraran alrededor de los costados de la yegua,
y tenía una mano firmemente agarrada a la melena plateada de seda, su otra
mano defendiéndose de la valla que amenazaba con golpearla. 59
»Vamos, pequeña perra —gruñó inclinándose hacia adelante para atrapar el
ojo de la yegua—. ¡Basta ya! —El ojo marrón rodó en dirección a ella, y la
yegua mostró sus dientes, arqueando su cuello y golpeando la pierna de
Xena. La reina se acercó y agarró la nariz del caballo, pellizcando con fuerza
cuando el musculoso cuerpo se retorció debajo de ella—. Dije... —Bajó la voz
e inyectó una buena dosis de tono maníaco homicida—. Para. —Los dientes
de la yegua se apretaron, e intentó soltar su cabeza del agarre de la reina,
pero Xena se aferró, y después de un momento en tablas, el caballo dejó de
intentar golpear a su jinete contra la cerca y se alejó—. Eso está mejor. —Xena
la soltó, y se preparó para el tirabuzón que sentía se estaba formando entre
sus piernas—. Oh, vamos. —Sintió al animal estallar bajo ella, girando media
vuelta en el aire y estando peligrosamente cerca de lanzar al suelo de cabeza
a la reina. La fuerza de la yegua era sorprendente. Xena se concentró en el
contacto que sintió a lo largo de sus piernas, cerrando los ojos mientras seguía
el movimiento y luego, rápidamente se echó hacia atrás cuando el caballo
comenzó una serie de saltos salvajes. Ay. La reina abrió los ojos y empezó a
buscar una estrategia de salida. Tenía cariño a sus entrañas y, a este ritmo, se
le iban a salir por la nariz—. Está bien… está bien... cálmate. ¡Me voy a bajar!
—La yegua giró y comenzó a correr, luego se detuvo cuando el círculo de
mozos de cuadra se acercó. Relinchó y se puso de pie sobre sus patas traseras,
pateando el aire con sus patas delanteras y resoplando con ira. Xena se
agarró con ambas manos y comenzó a relajar el agarre de sus piernas,
temiendo que el animal cayera de costado—. ¡Yahhh!

Gabrielle salió de su parálisis e instó a Parches a que avanzara, colocando al


pony entre los mozos y la yegua.

—¡Deteneos! —gritó con urgencia—. ¡La estáis asustando!

—¡NO, no lo hacen! —gritó Xena indignada.

—¡A ti no! —gritó Gabrielle—. ¡Al caballo!

—¡Majestad! —gritó el primer mozo de cuadra—. ¡Déjala ir! ¡La atraparemos!

Xena suspiró y agarró con más firmeza la melena de la yegua.

—Oh seguro —murmuró—. Que todos vosotros veáis a un caballo vencerme,


sí, claro. ¿Qué sigue, empiezo a tejer? —alzó su voz—. ¡Simplemente no os
entrometáis!

La yegua relinchó y bajó sus patas a tierra, con las orejas hacia atrás y
mostrando los dientes. Luego, con un violento tirón, giró y se dirigió hacia la
cerca, aparentemente con intención de romperla. 60

Gabrielle agarró la melena de Parches, atrapada entre querer hacer algo


para ayudar a Xena y no saber qué hacer. Observó con creciente horror
cómo el caballo corría hacia la cerca, aparentemente decidido a intentar
atravesarla.

—Oh... ¡Tiene que parar! —Sin pensarlo más, apretó los costados de Parches y
liberó su cabeza, instándolo a seguir a la yegua corriendo. El pony respondió
con entusiasmo, pasando del trote al galope al momento. Se inclinó sobre el
cuello del pony y se limpió la mano libre en la pierna, apretando los dedos
mientras mantenía su vista en la silueta apurada de Xena—. ¡Xena! —El
nombre desgarró su garganta. Vio que la reina medio giraba el cuello del
caballo y, brevemente, apareció un destello azul hielo cuando Xena la miró.
¿Eso fue una sonrisa? Los ojos de Gabrielle se abrieron de par en par cuando
vio a Xena agarrar a la yegua por el cuello y soltar sus piernas, arrojándose del
animal justo cuando llegaban a la cerca. El cuerpo de la reina fue lanzado
lateralmente, y el animal se alzó al mismo tiempo. El resultado fue que el agarre
de Xena tiró de la cabeza del caballo hacia un lado y provocó que su propio
cuerpo la siguiera, y ambas se estrellaron contra el suelo en una maraña de
oro y negro y espeso polvo marrón—. ¡Xena! —gritó Gabrielle de nuevo,
tirándose de Parches cuando el pony llegó deteniéndose con un derrape. Ella
golpeó el suelo corriendo y trepó por el terreno lleno de baches hasta donde
el caballo estaba luchando, su cuello estaba cogido por el poderoso agarre
de Xena—. ¡Xena! —No hubo respuesta. El cuerpo de Xena estaba medio
atrapado debajo de la yegua, y su cabeza estaba presionada contra la crin
del animal mientras luchaba para evitar que rodara por completo sobre ella.
Gabrielle esquivó las patas de la yegua mientras alcanzaba el hombro de
Xena, tensa y cubierta de polvo—. ¡Xena!

—¡Oye! —gritó la reina de repente—. ¡Conozco mi maldito nombre!

—¡Yahh! —Gabrielle casi salta hacia atrás—. ¿Estás bien?

Xena afianzó su agarre alrededor del cuello del caballo, mientras el animal
intentaba morderla.

—Estupenda —gruñó—. ¡Échate atrás, idiota! ¡Esta maldita cosa va a rodar y


aplastarnos a los dos! 61
En lugar de alejarse, Gabrielle cayó de rodillas sobre la cabeza del caballo,
peligrosamente cerca de los dientes.

—Oye, con calma, chica.

—¡Gabrielle! —siseó Xena.

—Shh... Xena... ¡la estás asustando! —Gabrielle extendió la mano y tocó la


cabeza inquieta de la yegua—. Vamos, solo deja de gritarle, y se calmará. —
Hubo un silencio peligroso, y después de un momento, Gabrielle levantó la
vista y vio a Xena fulminándola con una mirada que fácilmente podría cuajar
la leche. Luego tuvo que apartar la vista cuando la yegua comenzó a
moverse de nuevo—. Chica relájate. Con calma. —Pasó un brazo por debajo
del cuello del caballo, consciente de los dientes cerca de su hombro—. Está
bien, la tengo, Xena... ¿puedes salir?

—¿Sabes algo, Gabrielle? —dijo la reina, en un tono tranquilo—. Eres


jodidamente afortunada de que te amo más que a mi sentido común, porque
de lo contrario tendría que matarte. —Entonces, Gabrielle sintió que ocurrían
muchas cosas. Fue agarrada por el pescuezo y el caballo tiró de la cabeza
liberándose de sus brazos y luego el suelo se movía y ella se estaba moviendo
y oyó los cascos del caballo golpear los postes de la cerca cuando fue
lanzada de cabeza para aterrizar en la tierra cerca de Parches cuando Xena
se unió a ella un momento después, aterrizando con una gracia consumada
sobre ella mientras la yegua se ponía en pie y salía disparada. Los mozos de
cuadra corrieron tras ella, dejando atrás a las dos mujeres en el suelo. Después
de una breve pausa, Xena levantó una mano y se limpió un poco de tierra de
la mejilla, luego giró la cabeza y terminó mirando a Gabrielle, que estaba en
silencio—. ¿Merece la pena que te pregunte qué Hades pensabas que
estabas haciendo?

Gabrielle tiró de sus piernas cruzadas debajo de ella en la tierra.

—Bueno. —Cogió una pequeña piedra y jugó con ella—. Solo estaba
haciendo lo que pensé que podría ayudar. —Echó un vistazo a la reina—. No
quería que el caballo te lastimara.

Xena suspiró.

—Bien. —Imitó el tono de su consorte—. Me mordió varias veces, así que


tendrás que mimarme sin piedad más tarde. —La reina se puso de pie
lentamente, haciendo una mueca cuando apoyó el peso en la pierna que
había quedado atrapada debajo del caballo—. Ven.

Gabrielle se levantó rápidamente y se puso a su lado, deslizando un brazo


62
alrededor de su cintura.

—Eso fue increíble —dijo, mientras comenzaban a caminar lentamente por el


campo, Parches deambulaba detrás de ellas—. La forma en que simplemente
saltaste sobre ella... Guau.

—Siii. —Xena se sentía como si todos los huesos de su cuerpo estuvieran rotos—
. ¿A que soy impresionante?

—Mucho.

La reina miró al otro lado del campo, aliviada de ver el caballo atado y
rodeado por los mozos. El animal luchaba contra ellos con uñas y dientes y, a
pesar de lo que acababa de pasar, Xena no pudo evitar sentir cierta
admiración por la yegua.

—Pateadora de culos —comentó—. Buena sangre.

—¿Incluso después de hacerte daño? —Gabrielle también miró a la yegua—.


Realmente es muy bonita.

—Sí. —Xena suspiró—. No es culpa suya. Ese temperamento viene con el linaje.
—Hizo una pausa y estudió a la yegua—. No me di cuenta de que Lastan
estaba trayendo su stock.
Gabrielle escuchó el cambio en su tono.

—¿Conoces a ese caballo? —preguntó—. Oh, ya me acuerdo... en la carrera.


El Duque tenía un caballo como este, te gustó.

Xena alteró su camino y se dirigió hacia donde estaban los mozos.

—Su abuela era mía —dijo, después de un momento—. Cuando me retiré,


pensé que también se lo merecía y la envié a la casa de Lastan. —Observó
cómo el caballo pateaba ferozmente, golpeando a uno de los mozos en la
rodilla con un sonido audible—. Es descendiente suya, eso es seguro.

—Ella es luchadora de verdad. —Notó Gabrielle—. ¿Era tu caballo así


también?

Xena permaneció en silencio por unos pocos pasos, luego medio negó con la
cabeza.

—Sí. —Se detuvo y se volvió, mirando a Gabrielle—. ¿Qué te hizo hacer lo que
hiciste, con ella? —preguntó, con una repentina determinación—. Es solo un
caballo. ¿Por qué perseguirla?

La mujer rubia parpadeó y desvió su mirada a un lado. 63


—No lo sé —tartamudeó, después de una pausa—. Estábamos aquí montando
y ella salió con nosotros... me dejó acariciarla, y luego... —Gabrielle miró a la
reina—. Era como si estuviera tan desesperada por ser libre. No le importaba.
Simplemente fue hacia esa cerca como si fuera más importante para ella que
vivir.

—Eh eh. —Xena la miró—. ¿Y tú ibas a... levantarla y arrojarla por encima de
la valla?

Gabrielle frunció el ceño.

—No iba a hacer eso, Xena —dijo—. Solo estaba tratando de evitar que se
lastimara, supongo... tal vez... no lo sé. —Hizo una pausa—. No debería tirar su
vida de esa manera.

Xena parecía pensativa, luego se encogió de hombros.

—Está bien, lo que sea. —Continuó hacia la yegua—. Qué bueno que no
pudiste alcanzarla de nuevo. Probablemente habrías perdido un brazo y eso
habría arruinado mis noches de placer por un tiempo. —Todavía le dolía el
cuerpo, y se detuvo justo antes del grupo de mozos que trabajaban duro,
ahora tenían tres cuerdas en la yegua, una de ellas en sus patas traseras. El
gran caballo dorado estaba obviamente furioso, con los ojos en blanco y
abundante espuma saliendo de su boca. Xena miró a la yegua, y cuando sus
ojos se encontraron con los del animal, los recuerdos se dispararon y la
tomaron por sorpresa con una fuerza desgarradora. Se quedó quieta, y
exhaló, recordando ese último adiós—. Maldita sea.

—¿Qué sucede? —susurró Gabrielle—. ¿Estás herida de verdad? ¿Debo


buscar ayuda?

—Nah. —Xena se frotó la cara con una mano. Luego la dejó caer y se soltó
del agarre de Gabrielle, caminando hacia donde los mozos estaban
trabajando—. Esperad muchachos.

Todos los mozos se detuvieron y se volvieron.

—Señora. —Uno de ellos se adelantó, limpiándose las manos con


nerviosismo—. Señora, no pensábamos que fuera a salir corriendo así, lo juro.
Si le ha lastimado, diga la palabra y la reduciremos.

Xena simplemente hizo un gesto mientras rodeaba en círculos al caballo, el


resto de los mozos retrocedieron para dejarle espacio. Ellos la miraban con
incertidumbre, y ella solo podía imaginar su propio aspecto después de luchar
contra la maldita bestia que casi la aplasta.
64
Demasiado para la dignidad de la reina. Podía ver grandes arañazos en las
partes de sus brazos que no estaban cubiertos por la cota de cuero y el aroma
de la rica tierra se aferraba fuertemente a ella.

Ah bueno. La reina se acercó a la cabeza de la yegua, ahora atada


firmemente al poste de trabajo.

—Está bien niña. —Conscientemente bajó el tono voz, más tranquilo, sin
crispación—. No quieres que tenga que hacer algo drástico, ¿verdad? —El
caballo la fulminó con la mirada, medio en cuclillas, incluso atada como
estaba. Sus patas delanteras atacaron, tratando de golpear a Xena, pero la
reina se quedó allí parada, confiada en su seguridad. —Ahora, vamos. ¿A
dónde crees que te lleva eso, eh? —se acercó un poco más y tendió una
mano. Por un momento, la yegua se detuvo y pareció estudiarla. Animada,
Xena bajó la mano y la giró hacia un lado, alzándola hacia el hocico del
animal—. Sé amable, y te quitaré esas cuerdas. Te gustaría eso, ¿eh? —La
yegua se apartó de ella, tan lejos como las cuerdas lo permitían. Xena hizo
una pausa y mordisqueó el interior de su labio. Había empezado mal con el
animal, pero no era la primera vez que cometía ese error, ¿verdad? Tal vez la
bestia necesitaba un poco de tiempo para tranquilizarse—. Llevadla al interior
de los establos —les dijo a los mozos—. Ponedla en el box grande, donde
guardamos a Tiger el año pasado. Eso debería contenerla.

—Señora. Como desee.

—Dadle alimento, y dejadla estar. Nadie debe meterse con ella. ¿Me
entendéis? —Xena se volvió para mirarlos—. Hacer que el herrador la revise.

—¿Señora?

Xena resopló suavemente y se sacudió el polvo las manos.

—Acaba de tener a una maniaca chillona colgando de su cabeza y tirándola


al suelo. Asegúrate de que no se lastime. —Sus ojos captaron un movimiento,
y se volvió para encontrar a Gabrielle detrás de ella, mirando al caballo y
ofreciéndole algo en la palma de la mano—. ¿Qué es eso? —Cogió la mano
de la mujer rubia.

—Solo una manzana —respondió Gabrielle—. Pensé que podría gustarle. Se


ve sedienta, y son realmente jugosas.

—Más tarde. —Xena le dio la vuelta y comenzó a caminar hacia los establos—
. O dásela a tu muñeco de trapo de allí. A él también le gustan. 65
—No es un muñeco de trapo. Es un gran caballo. —Gabrielle podía sentir la
confusión en la mujer que tenía al lado, y sabía que hacer una pregunta
directa enloquecería a Xena. Bueno, en cualquier caso, se enojaría aún más
de lo que estaba—. Lo siento si hice algo tonto antes. —Decidió pedir disculpas
en su lugar—. De verdad que solo estaba tratando de ayudar.

Xena la rodeó con el brazo otra vez.

—Lo sé —dijo—. Gracias.

Gabrielle la miró.

—¿No estás enfadada?

—No. —La reina suspiró un poco—. Me habría dado una patada en el culo si
le sucediera algo a ese caballo. Hiciste lo correcto. —Volvió la cabeza y miró
a Gabrielle—. Incluso si no tenías ni idea de lo que estabas haciendo.

—Um, está bien.

—¿Confusa?

—Sí.
—Bien. —Xena empujó la puerta que daba a los establos abiertos—. Veamos
en qué otro problema podemos meternos, ¿de acuerdo?

El fuego crepitaba suavemente, sus profundidades doradas se reflejaban en


los pálidos ojos que lo observaban por encima del borde de una copa de
plata de la que se emanaba suavemente un poco de vapor.

Xena tomó un sorbo de vino caliente, luego bajó la copa de nuevo, sintiendo
el suave tirón del peine mientras Gabrielle pasaba las púas por su pelo. El tacto
se sentía bien contra su cuero cabelludo, e inclinó su cabeza hacia atrás
mientras su consorte movía sus dedos a través de su flequillo.

—Así.

Gabrielle la miró.
66
—¿Te sientes mejor ahora?

—¿Qué te hace pensar que me sentía mal antes? —Xena dejó que la parte
posterior de su cabeza descansara sobre el estómago de la mujer rubia—. Soy
más fuerte que esa maldita potranca.

Gabrielle pasó sus dedos por el cabello de la reina otra vez, frotándolos
suavemente alrededor de sus sienes y viendo sus ojos aletear.

—Estabas muy callada. Pensé que tal vez te sentías mal. —Acarició la mejilla
de Xena—. O furiosa.

—Nah. —Xena estaba disfrutando completamente de la atención—. Ese


mensajero me molestó, pero lo superé.

—¿Sobre las granjas en ruinas?

La reina asintió.

—Bastardos. Apuesto mi pezón izquierdo a que es la escoria de Bregos.

Gabrielle comenzó un lento masaje en su cuello y hombros.

—Espero que ganes esa apuesta —murmuró—. Me gusta ese.


Los ojos de Xena se abrieron y miró a su consorte, una ceja oscura y finamente
arqueada se alzó bruscamente hacia arriba, para encontrar a su consorte
sonriendo traviesamente hacia ella.

—Eres una pequeña guarra, tú. —Se encontró devolviéndole la sonrisa—. Pero
ya sabes, pensé que estaba de camino al desfiladero, así que derribaré a dos
buitres con un solo golpe.

—Esa pobre gente. —La expresión de Gabrielle se puso seria—. Especialmente


esos niños... Xena, es terrible cómo se quedaron fuera a la intemperie. ¿Por
qué no los trajeron aquí? Los hubieras dejado entrar, ¿no es así?

Xena estudió la cara iluminada por el fuego sobre ella, sus ángulos
redondeados ligeramente dorados.

—¿Olvidas con quién estás hablando? —preguntó, después de una breve y


divertida pausa—. ¿Por qué iba a acoger a un montón de niños hambrientos?

Las manos de Gabrielle se quedaron quietas.

—¿Los dejarías morir fuera de las puertas? —preguntó, mirando atentamente


el fuerte perfil—. ¿De verdad? —La reina reflexionó sobre la pregunta—. No 67
creo que lo hicieses —dijo la mujer rubia, después de un largo silencio—. No los
dejarías allí.

¿Podría hacerlo? Xena se molestó al darse cuenta honestamente de que ya


no sabía la respuesta a esa pregunta.

—Teniendo en cuenta cómo nos conocimos, me sorprende que pienses eso


—comentó, viendo el cambio de expresión en el rostro de su consorte,
mientras se distanciaba un poco—. Pero te digo una cosa, ni los condenados
dioses saben que Hades haría ahora.

Gabrielle volvió a mirarla. La expresión de Xena era tranquila y pensativa, no


enfadada, y aunque el momento en que se vieron por primera vez todavía le
causaba dolor en el corazón, aprovechó este momento y lo dejó a un lado
para valorarlo seriamente.

—Creo que los acogerías. —Se inclinó y besó la cabeza de Xena con suave
reverencia.

Xena sonrió con ironía.

—Creo que me morderías los tobillos hasta que lo hiciese —dijo—. Pero no tiene
sentido hablar de eso porque, de todos modos, sus propios padres dejaron
que estiraran la pata en la nieve.
Gabrielle negó con la cabeza.

—Horribles como lo fue mi padre... No creo que él hubiera hecho eso. —En
privado, Xena tenía sus dudas. El despreciable padre de Gabrielle la había
golpeado, había violado a su hermana y las había dejado fuera en el frío... La
reina paró, mientras las últimas palabras resonaban suavemente en su
conciencia—. ¿Xena?

—¿Sabes una cosa? —murmuró la reina—. Creo que debería ir a buscar a esos
bastardos que dejaron a esos niños en la nieve y los mataron. —Hizo una pausa
y luego levantó la vista—. ¿Crees que es una buena idea?

La mirada atónita en el rostro de Gabrielle casi la hizo sonreír. Xena sabía que
su repentino cambio de corazón tenía más que ver con su afecto por su linda
compañera de cama que con cualquier ablandamiento de sus puntos de
vista, pero era divertido ver los asombrados ojos de todos modos.

—¿Podrías hacer eso?

—Es una historia mejor que la de dejar a los niños fuera de las puertas, ¿eh? —
Xena estudió la cara de su consorte—. Ese es el problema de tener un
cuentacuentos por aquí... siempre tienes que asegurarte de que se vea tu
68
lado bueno, ¿sabes? —Gabrielle rodeó el cuello de Xena con sus brazos y la
abrazó suavemente, exhalando en la parte posterior de su cabeza. Podía
sentir la suavidad del cabello de la reina contra su mejilla, y después de un
momento de silencio, los dedos de Xena rodearon su brazo y apretaron
ligeramente y, simplemente, permanecieron así juntas—. Entonces —dijo la
reina, después de haber pasado el tiempo suficiente para hacerla sentir un
poco incómoda—. ¿Tienes alguna buena historia sobre doncellas sexis en
peligro?

Gabrielle se enderezó y se pasó el dorso de la mano por los ojos, luego


comenzó a peinar los cabellos de Xena otra vez.

—Conozco uno donde una doncella en peligro es salvada por una reina sexy.
¿Eso cuenta?

—Heh. —Xena se rio por lo bajo—. Me encanta esa historia.

Lo mismo hizo Gabrielle, pero por razones muy diferentes a las de su amante.

—¿Quieres que cuente esa? Recordé algunas cosas más el otro día que quería
poner en ella. —Terminó de peinarla y luego trenzó los oscuros cabellos en un
nudo flojo.
—Mm. Claro. —Xena parecía perdida en el contacto otra vez, su cabeza
descansaba ligeramente contra el cuerpo de Gabrielle, sus ojos un poco
desenfocados.

Gabrielle la observó por un minuto, luego puso una mano en el hombro de la


reina.

—¿Estás segura de que te sientes bien?

Los ojos azules la miraron bruscamente.

—¿Parezco enferma?

La mujer rubia negó con la cabeza.

—Solo triste —respondió—. ¿Estás pensando en ese caballo?

Xena se levantó inesperadamente y se alejó del fuego, dándole la espalda a


Gabrielle y cruzando hacia las ventanas para mirar al exterior. Puso sus manos
sobre el alféizar y se inclinó hacia el vidrio emplomado, su aliento empañaba
la superficie débilmente.

Gabrielle permaneció donde estaba, después de haber aprendido de la peor 69


manera que cuando la reina necesitaba espacio, lo necesitaba. En lugar de
seguirla, recogió la pequeña bandeja de platos de su merienda y la llevó a la
alcoba, donde una de las camareras la recogería por la mañana.

Volvió al fuego, acercando el vino un poco más al calor y sacudió los cojines
de la silla favorita de la reina, levantó la gruesa colcha que estaba sobre el
respaldo y que Xena a veces ponía sobre sus rodillas cuando hacía frío y la
enderezó.

Era carmesí, y estaba toscamente tejida, tenía un patrón uniforme de franjas


azules y verdes a lo largo. A Gabrielle le gustaba la tela, y a menudo pasaba
los dedos por la superficie gastada que le traía vagos recuerdos de su hogar.

Una simple tela de pastores.

—¿Qué te hizo decir eso? —preguntó Xena, desde la esquina—. ¿Sobre el


caballo?

Gabrielle tomó la invitación y cruzó la habitación para pararse junto a la reina,


mirando hacia el cielo oscuro, sin luna y las tenues sombras en la noche.

—Has estado muy callada desde entonces. Pensé que tal vez estabas
pensando en eso.
—¿He estado callada? —Xena la miró. Gabrielle asintió—. Sí, bueno. —La reina
se volvió y se apoyó contra el vidrio—. No estaba pensando en ese caballo.
Así que olvídate de eso.

—Está bien. —La mujer rubia presionó su nariz contra la ventana—. Esos tipos
de la armadura fueron increíbles, Xena. No sabía que tenías que llevar tantas
cosas ahí fuera. —Exhaló en el cristal, luego presionó las puntas de sus dedos
en el vaho resultante, haciendo unos ojos y una nariz—. Me están haciendo un
equipo de cocina plegable y también unas botas realmente fantásticas.

—Les dije que cuidaran de ti —dijo Xena—. Pero esto no va a ser un paseo por
el jardín, rata almizclera.

—Lo sé. Recuerdo cuando subimos a la montaña. Fue difícil —dijo Gabrielle—
. Pero me gustó. Hasta que nos atacaron, quiero decir.

—Hasta que yo nos metí en una trampa, quieres decir. —La reina suspiró—. Sí,
eso fue divertido. Me encantó cada minuto de eso, por supuesto que sí. —Se
apartó del cristal—. Venga. Vamos a la cama. Estoy cansada de pensar. —
Merodeó por la habitación y fue al lavabo de plata, hundiendo sus manos en
él y salpicando su cara con el agua fría. Gabrielle se acercó obedientemente 70
a la cama grande y lujosa que compartían y se sentó sobre ella, quitándose
los suaves botines y soplando la vela de su mesilla. Había sido un largo día y se
sentía un poco cansada, y más que un poco inquieta por el malhumor de
Xena. Le dio dolor de estómago. Gabrielle movió los dedos de los pies y luego
metió sus piernas en la cama, estirándolas a lo largo de la gruesa cubierta, y
la superficie fría se calentó rápidamente sobre su piel. Se reclinó contra las
almohadas y cruzó las manos sobre el estómago, mirando por el rabillo del ojo
mientras Xena se secaba la cara con un trozo de tela antes de darse la vuelta
y dirigirse hacia la cama para unirse a ella. Incluso con un sencillo movimiento,
llenaba la imaginación de Gabrielle. Esperó a que la reina se sentara en la
cama y se estirara junto a ella, antes de darse la vuelta y, simplemente agarrar
la mano de Xena y la apretarla. Xena estudió el dosel de la cama
brevemente—. No vamos a esperar al festival —dijo—. Nos vamos tan pronto
como los suministros estén listos.

Gabrielle sintió que su corazón se saltaba un latido.

—¿Por qué?

—Porque quiero —dijo Xena—. Algo me está fastidiando para salir.


—Está bien. —La noticia era aterradora y un poco abrumadora—. Trataré de
estar lista —murmuró—. Sin embargo, Stanislaus dijo que aún hay mucho por
hacer.

Xena mantuvo sus ojos enfocados hacia arriba.

—Si, lo sé. —Su voz era un poco áspera. Aclaró su garganta—. ¿Asustada?

Gabrielle tuvo que pensar en eso.

—No... um... —Hizo una pausa—. Preocupada, supongo. Sobre todas las cosas
que no sé. —Observó el perfil de Xena, viendo una expresión que le resultaba
extraña. Se movió un poco más cerca, viendo los ojos de la reina parpadear
un par de veces—. Y que tal tú.

Xena giró la cabeza y se encontró con la mirada de Gabrielle.

—¿Sabes en qué estaba pensando antes? —preguntó—. En la abuela del


caballo. —Su voz bajó, apaciguadora—. La amaba como una loca.

—Me lo imaginaba.

La reina se puso de lado, por lo que estaban una enfrente de la otra. 71


—Se la di a Lastay porque temía que le sucediera lo mismo que a Lyceus. —
Exhaló lentamente—. Maldición, eso duele. Ella era la última de mi familia.

Las lágrimas ardían en los ojos de Gabrielle, y deslizó su mano por el brazo de
la reina, reconociendo un momento de sinergia con ella al recordar aquella
primera y horrible noche que había pasado en la fortaleza después de ver
morir a Lila.

—Lo siento.

—Yo también. —El cuerpo de Xena se relajó, casi en una depresión—. Unos
lobos la cogieron. Un par de años después. Nunca tuve la oportunidad de
decirle adiós. —Acarició las sábanas de seda y las velas proporcionaron la luz
suficiente para que se miraran—. Ver esa potra hoy... trajo todo eso de vuelta,
supongo... me recordó que voy a salir y arriesgar todo de nuevo y...

La reina dejó de hablar, sus ojos vagaban más allá de la cara de Gabrielle.

Gabrielle no estaba segura de qué decir. Suavemente giró la mano de Xena


y besó la palma, luego cruzó sus dedos alrededor de ella. Casi podía sentir la
tristeza y la agitación dentro de la mujer de cabello oscuro, y eso la sorprendió.

—Estabas tratando de mantenerla a salvo.


—Sí. —Xena se movió, y acercó a Gabrielle, envolviéndola con sus brazos
mientras se acurrucaban juntas en el medio de la cama—. O tal vez solo me
estaba engañando a mí misma. —Colocó la cabeza de Gabrielle sobre su
hombro y suspiró—. No habría sido la primera vez. Tal vez no sea el última.

¿Y qué significaba eso?, se preguntó Gabrielle.

Xena le mordió la oreja, y la pregunta se volvió irrelevante. Por ahora.

El amanecer encontró a Xena de pie en las almenas, observando las primeras


horas del día en la fortaleza ante ella. Desde donde estaba, podía ver los
barracones, y alrededor de ellos había evidencias de la próxima campaña,
desde los carros que se estaban construyendo hasta los yunques temporales
dispuestos a un lado para los armeros que ya estaban ocupados golpeando
escudos y armas. 72
El bullicio era familiar y ordenado, y ella asintió con la cabeza un par de veces
mientras veía abrirse la puerta del cuartel y los hombres salían corriendo
llevando espadas y arcos de práctica con un aire de estoica resolución.

Estaba vestida con su gastado equipo de práctica. Pronto iría al patio de


prácticas de los barracones, y se uniría a los combates, cruzando esa línea
como ya había hecho anteriormente y comprometiéndose en las batallas
para terminar de un modo que solo se hablara de ello, y dar las órdenes que
faltaban.

Dejaría de ser la reina y volvería a tomar el cargo de conquistadora, y se


encontró sintiendo una mezcla de emoción y aprensión al respecto.

Después de un momento, golpeó la parte superior de la pared, dio la vuelta y


se dirigió hacia las escaleras, las hebillas de su gambesón tintinearon
suavemente mientras subía los escalones de dos en dos, con las raídas y
pesadas botas que llevaba puestas rozando contra la piedra.

El peso de su espada sujeta a los agarres en su espalda, le resultaba familiar y,


sin embargo, extraño. Aunque a menudo la usaba en sus entrenamientos
nocturnos, rara vez la llevaba puesta, prefería simplemente llevarla consigo a
la cámara de la torre y guardarla al volver.
Llegó al final de la escalera y comenzó a cruzar el patio delantero, su
repentina presencia provocó una leve conmoción cuando los trabajadores
que sofocaban bostezos mientras caminaban se dieron cuenta de quién se
estaba cruzando en su camino y se apresuraron a inclinarse y reverenciar.

Xena pasó junto a ellos, silbando suavemente por lo bajo. Se acercó a las
puertas abiertas de la pared que separaba los barracones del área
doméstica, y atravesó el portal de madera y metal con la sensación de que
estaba entrando en un espacio diferente.

Cuando entró por la puerta, varios de los soldados la vieron y se pusieron


firmes, preparándose y llevándose un puño al pecho para saludar. Xena
levantó su mano en reconocimiento, luego se detuvo cuando Brendan salió
del barracón más cercano, aparentemente convocado por una llamada, y
se acercó a ella.

—Señora. —El viejo soldado la saludó con el mismo puño en alto, pero su
movimiento no había sido estudiado y era natural y, como tal, parecía mucho
más sincero—. Bienvenida.

—Espero que digas eso después del simulacro —comentó Xena, en un tono 73
agradable, mientras lentamente daba media vuelta, examinando el trabajo
en progreso.

—Xena. —Brendan bajó la voz mientras usaba el nombre de la reina—.


Aunque nos molieses a palos hasta dejarnos sin sentido, serías igualmente
bienvenida y lo sabes.

Xena giró la cabeza para estudiarlo con una ceja levantada, que sostuvo
momentáneamente antes de estallar en una sonrisa muy libertina.

—La mayoría de vosotros sois unos pervertidos bastardos —le dijo, su voz se
volvió enérgica—. Muéstrame lo que se ha hecho hasta ahora.

Brendan asintió como si hubiera esperado la petición, y luego se volvió y


comenzaron a caminar juntos.

—Conseguí casi tres legiones completas —dijo mientras pasaban frente al


primer conjunto de yunques—. Tenemos una veintena de hombres que han
venido entre ayer y hoy, después de que oyeron que estábamos en
movimiento.

Xena hizo una pausa, cuando vio a Jonas trabajando sobre su yunque, estaba
tan concentrado que no había notado el revuelo y el repentino silencio a su
alrededor. Ella se acercó y lo observó trabajar por unos momentos, mientras
formaba cuidadosamente otro pequeño anillo y lo colocaba en su lugar.

—Bonito.

Él se sacudió y se volvió.

—¡Majestad!

Xena se acercó más y levantó una esquina del cuadrado de cota de malla,
examinando su calidad. Los anillos eran pequeños y apretadamente tejidos,
en una doble capa gruesa y, sin embargo, flexible. Dejó que cayera sobre su
mano, asintiendo con la cabeza ya que apenas podía ver su piel a través de
ella.

—Buen trabajo.

Jonas agachó la cabeza un poco.

—Pondré escamas de cuero desde aquí... —Tocó su propio pecho—. Y hasta


aquí. —Indicó su parte superior del muslo.

Xena asintió. 74
—Ella monta a caballo —le advirtió—. Coloca una tira de cuero en el interior
de las piernas. Ahórrale al maldito caballo un poco de dolor.

—Si señora. Ella nos lo dijo. —Jonas concordó en voz baja—. Para ser honesto,
esto es nuevo para mí, equipar a un alma tan gentil.

La reina permaneció en silencio por un momento y luego resopló suavemente.

—Imagina cómo me sentí haciéndole el amor. —Les dirigió a los hombres una
sonrisa malvada—. ¿Siguiente? ¿Tienes algunos hombres fabricando flechas
trabajando horas extras, Brendan?

—Sí, señora. —El viejo soldado se rascó la mandíbula, simulando una sonrisa—
. Así es. El mayor problema que tuvimos es obtener las plumas para ello.

—¿En serio?

Se alejaron de los yunques, hacia un círculo más pequeño donde había cuatro
bastas mesas alineadas en un cuadrado, con hombres que trabajaban en dar
forma a las varillas de madera y les colocaban puntas de hierro y plumas
recortadas.

—Los malditos mercaderes las retenían para vendérselas a los tipos elegantes,
para almohadas. —Brendan negó con la cabeza—. ¿Qué le parece?
Xena, que tenía varias de las almohadas antes mencionadas en su cama,
asintió con gravedad.

—Terrible. —Cogió una varilla y la miró a lo largo, complacida con la rectitud


de la misma. Tocó la madera bien curada y miró a Brendan—. Esto no vino del
bosque ayer.

Un centelleo tenue e irónico brilló en el ojo que le quedaba a su viejo capitán.

—He estado secándola desde antes de las heladas, señora.

Xena sonrió y dejó la varilla.

—¿Qué tenemos ahora? —Hizo un gesto con la mano a los fabricantes de


flechas, los cuales se habían detenido y se habían cuadrado al acercarse
ella—. Lo primero que tenemos que hacer es acabar con esa mierda —le dijo
a Brendan—. No hay tiempo para que la gente deje de trabajar cada vez que
toso.

Continuaron hacia los terrenos de prácticas.

—Haré correr la voz, señora —dijo Brendan—. Los hombres lo saben, la mayoría
de ellos, pero estos trabajadores todavía no. 75
Xena alzó la vista cuando el sol salió de detrás de las paredes y bañó el recinto
en calor. Sintió que la luz tocaba su piel y, cuando pasaron las hileras e hileras
de barracones, las puertas comenzaron a abrirse y los hombres comenzaron a
salir en tropel para seguirlos.

Con su sencillo atuendo y sus botas de trabajo, Xena no destacaba entre ellos.
Sintió como su corazón se disparaba repentinamente al sentir que pasaba de
lo que ahora parecía un sueño a lo que sabía que era su propia realidad
personal.

Se sentía bien cubierta con cuero y tela áspera, y sentía la pesadez de las
botas alrededor de sus pies en lugar de las sedas y zapatillas livianas que había
estado usando en los últimos años. Se sentía bien al respirar el aroma del metal
calentado por el sol, del cuero y del estiércol de caballo, y escuchar los
resoplidos de los honrados trabajadores a su alrededor.

Se detuvo justo antes del campo de prácticas y se volvió para mirar a la


multitud de soldados que los seguían. Permanecían en silencio, con la mirada
fija en ella mientras esperaban, sus cuerpos cubiertos de cuero acolchado y
cota de malla, las caras barbudas y un buen número de armas colgando
alrededor de sus cuerpos.
—¿Todos listos para salir? —La voz de Xena resonó sobre el ruido de los
estandartes ondeando al viento sobre su cabeza. —Un grito sin palabras le
respondió—. Bien. —La reina se giró y se dirigió al patio de prácticas, sus manos
ya temblando en espera de sus propias armas en ellas. Extendió sus brazos a
los lados recogiendo la luz del sol con una sensación de absoluto placer
sensual—. Es bueno estar de vuelta en el negocio de patear culos.

A su lado, Brendan sonrió, pero guardó silencio. Dio media vuelta y caminó
hacia atrás, colocando los dedos entre sus dientes y silbando, dirigiendo con
gestos de sus manos a las tropas a sus puntos de partida en el campo.

Él sabía que el amor hacía cosas raras a la gente. Había observado a Xena
durante los meses de invierno mientras vagaba por la fortaleza, Gabrielle
nunca estaba lejos de su lado. Había esperado que la reina volviera a sus
hábitos anteriores, pero en lugar de eso, había evitado la corte, había evitado
las reuniones de nobles y le había dado la espalda a la política del reino
mientras se centraba en esta nueva fascinación en su vida.

Era casi como si el trono hubiera dejado de ser importante para ella y, aunque
Brendan era lo suficientemente astuto como para saber el peligro de eso, era
lo suficientemente soldado como para alegrarse por el bien de Xena con ello.
76
Estaba convencido de que la corona había succionado su alma. Solo había
sentido tristeza al ver a su antigua comandante replegarse más y más en su
torre, sin amigos, sin otra cosa que su creciente afición al vino y su sombra
solitaria luchando en la torre.

Fue como ver morir a un querido amigo y no poder hacer nada por él. Brendan
miraba ahora la alta figura a su derecha mientras tomaba una lanza y la
colocaba sobre sus anchos hombros, girando su cuerpo para aflojarlo.

Seguía siendo una guerrera, incluso después de todos estos años en la corte.
Él asintió para sí mismo. Incluso el embotamiento de la mente que producía el
poder no le había quitado eso, pero sabía que esta vez el invierno había
reavivado algo más que un simple interés por el mundo que la rodeaba.

Los dioses mismos bendecían a esa pequeña. El viejo soldado exhaló. No se


molestó por la insistencia de Xena en llevar a su consorte a la campaña con
ellos, pero el hecho de saber que la vida de Gabrielle era de importancia letal
para su reina, pesaba sobre sus hombros.

Sabía lo importante que era Gabrielle para este renacido líder, que ahora
lanzaba perezosamente lanza tras lanza, con un poderoso movimiento por
encima de la cabeza para golpear a los objetivos de paja en el campo.
¿Xena lo sabía? Él la miró por el rabillo del ojo. ¿Veía ella la nueva
vulnerabilidad que representaba Gabrielle?

Ah bueno. Brendan respiró hondo y soltó el aire. Recuperar a su líder


compensaba el riesgo, al menos para él.

—¿Xena?

La reina se volvió hacia él.

—Mierda, menos mal que llevo una espada a caballo. Si contaras conmigo
para golpear algo con esas cosas, estaríamos ya muertos. —Dirigió a los
objetivos una mirada irónica—. Nunca fui buena en eso.

Brendan se acercó a ella.

—El combate cuerpo a cuerpo está listo. —Señaló el campo—. ¿Estás lista
para un poco de diversión?

Xena desenvainó su espada, y extendió su brazo, girando la hoja en su mano


antes de batirla en un círculo, haciendo que el mismo aire cantara.

—Oh, sí. —Terminó de presumir y dejó que la hoja descansara sobre su 77


hombro—. Hagámoslo. —Se abrió paso a través de los arremolinados soldados
hasta quedar en el medio de ellos, y comenzó a gritar órdenes, dirigiendo el
campo de batalla mientras los hombres comenzaban a agruparse a ambos
lados de una trinchera central—. ¡Quédate allí... no idiota, tu otra izquierda!

Uno de los hombres al lado de Brendan levantó su escudo.

—¿Deberíamos darle a su Majestad uno de estos, señor?

Brendan se rio entre dientes secamente.

—Hijo. —Él palmeó al hombre en el hombro—. No necesita nada de eso.

—¿Señor?

—Solo espera. Ya lo verás.

Gabrielle encontró un buen lugar en la torre, con una gran vista del patio de
prácticas. Apoyó los pies en el banco y apoyó el codo en el alféizar de la
ventana, descansando la barbilla en su brazo mientras fijaba sus ojos en la alta
y corpulenta figura del centro, su altura y su largo cabello la hacían sobresalir
de los soldados a su alrededor.

Una parte de ella quería estar allí, pero otra parte de ella sentía que esto era
algo muy personal, muy privado para Xena y no quería entrometerse en eso.

Todavía.

Había llegado a entender que había esta violencia en su amada, que lejos de
avergonzarse, Xena se regocijaba.

Ahora, vio como comenzaba la batalla simulada, y Xena saltó sobre una roca
en el centro del campo y apuntaba con su espada, dirigiendo a los hombres
unos contra otros y casi podía sentir la felicidad en el corazón de la reina.

Los hombres se adelantaron, y en un abrir y cerrar de ojos, Xena estaba fuera


de su roca y en el interior de la batalla, su espada se movía con fuerza mientras
hacía retroceder a un escuadrón de hombres, girando y agachándose
mientras otros dos entraban por el costado y luego sorprendió a los dos con
una patada circular que envió sus armas a volar.
78
Gabrielle podía oír la risa.

Observó el combate cuerpo a cuerpo un momento más, luego se mordió el


labio inferior, luchando con la decisión de quedarse donde estaba, o bajar y
unirse a la lucha. Sabía que tenía muy poco tiempo para aprender incluso los
conceptos básicos, y convertirse menos en una carga y más en un activo
cuando estuvieran en medio de una batalla.

—Hola, Gabrielle.

Se giró y encontró a Jellaus detrás de ella.

—Hola. —Señaló el campo—. Xena está allá abajo.

—Lo sé. —El juglar rio entre dientes, sentándose a su lado—. Las historias ya se
cuentan en las cocinas. —Miró por la ventana—. ¿Seguro que estás lista para
eso, pequeña?

—No —respondió Gabrielle, bajando la barbilla—. Sé que no lo estoy. Pero


aprenderé.

Jellaus la miró, con un toque de tristeza. Su rostro amable cambió mientras


miraba la lucha de abajo.

—Sí —dijo finalmente—. Me temo que lo harás, Gabrielle.


Gabrielle aparentemente no lo escuchó. Ella se levantó, dándole unas
palmaditas en el hombro.

—Voy a ver qué puedo aprender ahora mismo. ¿Nos vemos más tarde?

El trovador asintió, mientras la veía alejarse, su pálido cabello rebotando un


poco mientras corría.

—Entonces. —Suspiró—. ¿Qué nota pondrá fin a esta canción, hm? —Se puso
de pie y cruzó los brazos sobre el pecho—. Supongo que será mejor que
empaquete, que idiota soy.

Negando con la cabeza, se fue.

79
Parte 3

—Por favor, manténgase quieta su Gracia.

Gabrielle intentó sofocar sus inquietudes sin mucho éxito cuando la cota de
malla le cubrió los hombros. Se sentía extraña, flexible pero estrecha, los anillos
se sentían fríos contra su piel, pero de una manera cálida a la vez.

O tal vez el hecho de que el armero tuviera que tocarla y empujarla la estaba
haciendo sentir un poco más acalorada de lo necesario. Después de todo,
apenas conocía a Jonas.

—Lo siento.

Jonas levantó la vista, con una breve sonrisa.

—Aprieta un poco, lo sé. Tendrá una prenda interior de cuero para suavizar tu
piel, pero eso aún no está listo.
80
Cuero y metal. Gabrielle se preguntó brevemente cómo se iba a sentir una
vez que salieran al mundo y tuviera que caminar por allí.

—¿Va a ser muy pesada?

—No, su Gracia. —Jonas se enderezó un poco y movió los anillos sobre sus
hombros, dejando la prenda y estudiándola críticamente—. ¿Cómo se siente?

Gabrielle levantó los brazos y se movió un poco, girándose con su nueva


armadura. Levantó las manos y sintió rara la unión de los eslabones alrededor
de sus brazos.

—Es un poco... muy... apretado... —Vaciló, tocando el lugar—. Aquí.

Jonas se arrodilló y la tomó del brazo, extendiéndolo y estudiando la manga.

—Ah. —Se puso a trabajar para desvincular una hilera de anillos—. Mis
disculpas, su Gracia. Deme un momento. —Trabajó en las uniones con una
pequeña herramienta, con cuidado de no pellizcarle la piel—. Calculé mal su
envergadura allí. Mis disculpas.

—¿Mi qué?

—Solo un momento, se lo ruego.


—Está bien. —Estaba contenta de quedarse allí parada mientras él trabajaba,
mirando su reflejo en el espejo. Los anillos mostraban un plateado oscuro
ondulante sobre los hombros y por los costados, pero sobre el pecho y la
espalda, estaban cubiertos por pequeños pedazos de escamas de cuero
superpuestas de bella forma en un profundo verde bosque.

También había un collar de cuero que protegía su cuello de las uniones, y un


cinturón con una hebilla de calavera oscura brillante para abrochar la cosa
alrededor de su cuerpo.

—Ahí. ¿Está mejor?

Gabrielle levantó sus manos otra vez, cerrando los dedos sobre un inexistente
bastón e imitando el movimiento.

—Sí —asintió con la cabeza al no sentir ninguna constricción—. Mucho.

—Bien. —Jonas se puso de pie y la rodeó—. ¿Se le adapta bien, su Gracia?

De hecho, no se sentía especialmente agraciada. Gabrielle caminó hacia el


espejo, sintiéndose un poco extraña moviéndose en su nuevo equipo. Tocó los
anillos con una mano, trazando su intrincado trenzado. 81
—¿Fue difícil de hacer? —Sus ojos se encontraron con los de él en el reflejo del
espejo.

—Eh. —Jonas levantó un hombro—. Es un trabajo minucioso, la verdad —dijo—


. Pero no tan grande como algunos, ya que su Gracia es de delicada estatura.

Gabrielle se volvió y lo miró.

—Soy baja, quieres decir —dijo, con una sonrisa.

—No solo eso. —El hombre le devolvió la sonrisa—. Mis encargos son en su
mayoría para soldados, lacayos, tipos muy grandes, es así —respondió—.
Como los anillos se hacen uno a uno, es más fácil completar un conjunto para
su Gracia que si hubiera sido para otro.

—Ah. —La mujer rubia se miró a sí misma—. Es hermoso —Tocó uno de los
pedazos de cuero—. Me gusta mucho.

La cara barbuda del armero se rompió en una amplia sonrisa.

—Fue difícil —admitió—. Para hacerla de una calidad que me gustara en una
quincena, pero si le agrada, me satisface. —Le ajustó con destreza el
cinturón—. Las polainas se abrochan así, aquí en la rodilla, y las botas, ¿le
hacen sentir bien?"
Servicialmente, Gabrielle pateó los pies, sintiendo el flexible cuero flexionarse
alrededor de sus tobillos. De hecho, las botas se sentían muy bien, aunque
sospechaba que tendría que usarlas un poco para evitar algunas ampollas.
Le llegaban a las rodillas, y desde la parte superior de la bota hasta su trasero,
una ancha tira de cuero suave protegía el interior de sus piernas.

—Se sienten bien.

—Bien. —El armero asintió—. ¿Puede sentarse en esa banqueta de allí y ver si
no le tiraran cuando esté montando?

Gabrielle se acercó al banco acolchado y se sentó a horcajadas sobre él,


metiendo las botas donde los estribos las sostendrían. Se enderezó un poco y
se echó hacia atrás como lo haría en su silla de montar, tratando de imaginar
cómo sería montar todo el día con el nuevo equipo.

Era difícil, porque no podía imaginarse lo que sería montar todo el día vestida
con cualquier otra cosa, así que supuso que tendría que vivir con lo que sea
que fuera.

—Se siente bien. —Se volvió y miró a Jonas, pillándolo sonriéndole—. ¿Qué
pasa?
82
—Nada, su Gracia. —El hombre se aclaró la garganta.

—¿Lady Gabrielle? —La puerta se abrió, y entró Eddars, con sus brazos llenos
de cosas—. Ah, Jonas. Me alegra que estés aquí. Su Majestad te está
buscando.

Jonas miró sorprendido.

—¿A mí? —Miró a Gabrielle con cierta aprensión—. ¿Le ha desagradado algo,
su Gracia?

Gabrielle estaba tan sorprendida como él.

—No. —Ella negó con la cabeza—. Tal vez quiere que hagas algo más... ¿Tal
vez para ella? —sugirió—. Estaba trabajando allí en su equipo antes de que
entraras. —Señaló la habitación lateral, donde Xena había movido su cofre
de armadura.

Jonas miró hacia la puerta en cuestión, luego hacia el otro hombre.

—Estoy seguro de que la reina no necesita de mi humilde toque en su


armadura.

Eddars se encogió de hombros.


—No lo sé. Su majestad estaba fuera en el gran salón, es mejor que la atiendas
y descubras por ti mismo lo que desea.

Con expresión aprensiva, el alto armero se dirigió a la puerta y la atravesó,


cerrándola detrás de él y dejando a Gabrielle a merced de Eddar. Se levantó
del taburete y trotó hacia donde él estaba ordenando sus diversas cargas y
las miró.

—Oo.

Levantó una capa de cuero, adornada con algún tipo de pelaje.

—Esto primero, creo, su Gracia. —Él sacudió la capa— ¿Puedo fijarla sobre
usted?

—Claro. —Gabrielle tomó un pliegue de la capa cuando el armador se la puso


sobre los hombros, y con cuidado abrochó el broche en el frente—. Guau. —
La capa era una piel bien ablandada, con una superficie exterior cerosa y
cubría eficientemente hasta la parte superior de sus botas—. Es preciosa.

—Gracias, su Gracia. —Eddars le sonrió radiante—. El artesano que la hizo


estaba muy contento de que fuera para usted. Él cortó los lados aquí, ¿ve? — 83
Indicó el lado—. Para que le cubra bien mientras monta.

—Oh, sí. —Gabrielle tocó suavemente el pelaje de su mejilla—. Es tan suave.

—Ardilla, su Gracia.

—Oh. —La mujer rubia hizo una mueca—. Ojalá no me hubieras dicho eso. Me
gustan. Creo que son lindas. —Echó un vistazo a su reflejo de nuevo, ocultando
su regocijo por la figura sorprendentemente apuesta que la miraba. Pasó los
dedos por su cabello y lo liberó del cuello de la capa—. Esto es genial, gracias.

—Y ahora, ¿su ropa de viaje?

Con una sonrisa, Gabrielle se volvió hacia la pila, apreciando que no se veía
un volante en nada.

Jonas se apartó de la entrada y vio a la reina de pie bajo el gran arco,


discutiendo con un alto cortesano.
O, en verdad, no estaba discutiendo, estaba gritando, y el noble, vestido de
seda, estaba asintiendo e inclinándose tan rápido como podía. Incluso sin
tener en cuenta el encogimiento, la reina sobrepasaba al hombre por un buen
palmo y, de pie en el pasillo, vestida con pantalones de montar y un llamativo
sobretodo carmesí, parecía literalmente el doble de grande.

Hermosa. Exhaló Jonas.

—¡Ahora, lárgate! —Xena terminó con un fuerte ladrido—. Si no puedes cumplir


lo que prometiste, encontraré a alguien más para mantener sus tierras. ¿Me
sigues?

—¡Majestad! —El hombre cayó de rodillas—. ¡Me está arruinando! ¡Mi familia
se morirá de hambre!

—¿ME SIGUES? —repitió la reina—. ¡Se lo daré a mi maestro de armaduras allí...


él tiene más talento en su rótula que toda tu familia!

—¡Señora! ¡Pide demasiado!

—Escúchame. —Xena agarró al hombre por el cuello—. Financiaste a Bregos


el año pasado. No pienses que no lo sé. Tú fuiste su patrocinador. 84
El noble se puso rojo, después blanco cuando los dedos de Xena se apretaron.

—S... augh.

—Así que es mejor que apoquines lo que he pedido o vas a pagar por eso con
algo más de caballos y pieles, ¿entiendes? —dijo Xena con frialdad.

—S... sí.

Xena lo soltó, limpiándose la mano en las polainas con una expresión de


disgusto.

¿Maestro de armaduras? Las orejas de Jonas se despertaron, y miró


rápidamente a su alrededor para ver si Xena podría estar refiriéndose a
alguien más en el gran salón. Al ver que no había otro hombre presente, se
afirmó un poco más valiente en el pasillo cuando el noble se escabulló,
seguido por el odio en los ojos azules de Xena.

Después de un momento, la reina resopló y negó con la cabeza, antes de


volverse para mirar a Jonas.

—Ahí estás. —La expresión de Xena era tempestuosa, y ella lo fulminó con la
mirada—. ¿Dónde Hades estabas?
—Señora. —Jonas se inclinó y tocó su pecho—. Estaba adaptando su nueva
armadura a su hermosa consorte.

—¿A sí? —La reina se animó de inmediato—. ¿Le ha gustado?

—Creo que sí, su Majestad.

Xena puso sus manos en sus caderas.

—¿Dónde pusiste las escamas?

—Aquí. —Jonas tocó sus hombros y pecho, luego su vientre y muslos—. Dejé
los lados abiertos, y corté los lados para montar. —Se tocó el costado de la
pierna.

La reina asintió.

—Bueno. Tendrá que acostumbrarse a llevarla.

—Ella dijo lo mismo —el armero asintió—. Creo que lo hará bien con eso
puesto, si se me permite decirlo, Majestad. Tiene fuerza, lo hará bien.

—Claro que sí. —Sin embargo, la reina pareció complacida—. Tiene que tratar
conmigo. Tendría algo roto ya si no fuera así —Le lanzó a Jonas una mirada 85
astuta—. ¿Ya le has dado el marcacerdos?1

—No, su Majestad.

La reina asintió en silencio para sí misma.

—Está bien. —Hizo una pausa—. Yo podría... —Su mirada se apartó de la suya,
y cruzó el pasillo—. Dámelo. Se lo daré yo.

Jonas la estaba mirando.

—Muy bien, Majestad —respondió en un tono tranquilo—. ¿Deseaba algo de


mí? Eddars así lo indicó.

Por un momento, Xena parecía perdida en sus pensamientos, pero se sacudió


y se concentró en él otra vez.

—Si —dijo—. Pero vamos a solucionar esto primero —añadió—. Entonces, a ella
le gustó, ¿eh?

—Eso creo, Majestad.

Xena se dirigió a las cámaras reales.

1
Pigsticker en el original, es una manera vulgar de decir cuchillo.
—Bueno, no tiene ni idea sobre el equipo de campaña así que será mejor que
vaya a echarle un vistazo. Vamos. —Indicó a Jonas que debía seguirla, y luego
empujó con fuerza las puertas, enviándolas volando hacia atrás para golpear
la pared con un fuerte golpe—. ¡Huelo a oveja!

Gabrielle levantó la vista de la inspección de una cesta y sonrió. Se apartó de


la mesa y extendió los brazos, levantando los bordes de la capa para que
Xena pudiera ver su nueva armadura.

—¡Mira lo que trajo Jonas, Xena! ¡Es genial!

—Deja que juzgue yo eso. —Xena se acercó. Abrió la capa y se la quitó del
cuello a Gabrielle, luego la rodeó, mirando atentamente la armadura que
cubría su delgada figura—. Hm. —Dado el poco tiempo, honestamente, no
esperaba un trabajo de auténtica calidad, sin importar lo que había dicho, o
lo que Jonas había prometido. Sin embargo, mientras pasaba la mano por los
eslabones que cubrían el hombro de Gabrielle, se sorprendió al ver el trabajo
y admiró el ajuste de las escamas que se superponían sobre el pecho y la
espalda de la mujer rubia. Difícil, en una mujer, como ella debería saber mejor
que la mayoría—. Agradable. —Se volvió a Jonas, mirándolo con aprobación.
Se dio la vuelta para mirar a Gabrielle, hizo un pequeño ajuste en su clavícula,
86
guiñándole un ojo y acariciándola debajo de la barbilla al terminar—. Me
gusta.

Los ojos verdes la miraban atentamente. Los labios de Gabrielle se torcieron


en una sonrisa vacilante.

—¿Mejor que los volantes rosas?

Xena dejó que su mirada se moviera deliberadamente de la cabeza de


Gabrielle a sus pies cubiertos de cuero y luego volvió a subir.

—Mucho mejor —dijo con una sonrisa—. Te ves condenadamente sexy, de


hecho. —Un rubor predecible. Xena miró a los dos hombres—. ¿Ambos están
de acuerdo? —Jonas miró a Eddars quien lo miró directamente, ambos pares
ojos se agrandaron. La reina sonrió—. Estáis jodidos de cualquier manera. Elegir
una.

—Sí, Majestad. —Los dos hombres dijeron, al unísono—. Muy sexy —añadió
Jonas—. Le pido perdón, Su Gracia.

Gabrielle no creía que realmente se viera sexy, pero no iba a impedir a nadie
que lo dijera. Sin embargo, podía ver por la expresión de Xena, que la reina
realmente aprobaba la armadura, y eso la hacía feliz, en cualquier caso.
—¿Quieres ver todas las otras cosas que trajeron?

—Más tarde. —Xena le hizo un gesto con el dedo a Jonas—. Ven conmigo —
Caminó hacia su antigua sala de armaduras—. Ahora obtendrás tu
recompensa por ser un artesano y hacer un trabajo imposible en una
quincena.

—¿Señora?

—Obtienes más trabajo.

—Ah.

Jonas se detuvo en la entrada, sus ojos se agrandaron un poco cuando vio la


pequeña sala de trabajo. En el centro, una mesa de madera estaba cubierta
con piezas de armadura y entre ellas había herramientas muy familiares para 87
él. ¿Tenía la reina otro armero? Quizás estaba disgustada con él.

Sus ojos se iluminaron un poco.

—¿Algo está mal, Majestad?

Xena fue detrás de la mesa y se sentó en un taburete, apoyando los


antebrazos sobre la mesa.

—Sí. —Tiró de las placas que cubrían la parte delantera de su pecho y sus
hombros—. ¿Ves esto?

Animado, Jonas se acercó y miró la armadura.

—Maravillosa mano de obra, su majestad —murmuró.

—Gracias —dijo Xena—. Este trozo de aquí, baja por mi espina dorsal. Quiero
un enlace de cota de malla entre él y las hombreras.

Jonas se acercó más cautelosamente, contra la mesa. Estudió las piezas.

—Para mantener esta parte en su lugar, ¿es eso lo que tiene pensado,
Majestad? —preguntó, tocando el protector de la espalda, que era
visiblemente más nuevo que el resto de la armadura.
—Sí. —La reina recogió la armadura—. Me estoy volviendo una anciana vieja
perra, así que esto evitará que mi espada me golpee el culo y que algún
cerebro de cerdo descontento me apuñale por la espalda. —Suspiró,
entornando los ojos un poco—. En fin.

Jonas miró de un lado a otro de la habitación.

—Seguramente, Su Majestad está gastándome una broma —dijo


amablemente—. Pero, en cualquier caso, sería un gran honor hacer la cota
de malla que necesita. Me siento muy honrado.

Xena le dirigió una mirada irónica.

—Hacer esto me tomará más tiempo de lo que pensaba. Me estoy quedando


sin tiempo para el resto de cosas. Hazlo antes del atardecer de pasado
mañana. ¿Me sigues? —Jonas la miró fijamente, con los ojos como platos—.
¿Ocurre algo?

—Majestad. —Jonas miró la armadura—. Perdóneme, ¿pero esto es obra


suya? ¿Ha hecho esto? —Indicó la pieza de metal recientemente martilleada.

Xena miró a su alrededor. 88


—Sí —respondió, medio encogiéndose de hombros—. ¿Tienes algún problema
con eso? —Vio como los ojos del hombre crecían asombrados, y casi se
replanteó su opinión sobre él—. Si vas a convertirte en un idiota, sal de aquí
antes de que te rompa el brazo.

—Perdonadme, Majestad —murmuró Jonas—. ¿Puedo tomar las piezas para


medirlas?

—Mídelas aquí —le dijo Xena—. Vuelvo enseguida. —Se levantó y salió a
grandes zancadas de la sala de trabajo, dejando escapar un agudo silbido
mientras traspasaba la puerta.

Jonas dejó escapar un suspiro, y se detuvo un buen rato antes de sujetar


cuidadosamente una de las piezas de la armadura y rotarla entre sus dedos,
admirando el preciso martilleo y la base de cuero cuidadosamente esculpida.

—Por los dioses.

Sacudiendo la cabeza, sacó un trozo de pergamino y comenzó a medir la


pieza con su palmo, haciendo marcas en el pergamino con un trocito de
carbón.
Gabrielle encontró a la reina en las almenas y se dirigió silenciosamente hasta
pararse junto a ella mientras contemplaban la puesta de sol.

—Eso es muy bonito. —Apoyó la barbilla en la parte superior del muro.

—¿El que? —Xena parecía estar pensativa, sin su habitual energía nerviosa.

—La forma en que la luz se ve en esos edificios. ¿Ves? —Gabrielle señaló la


superficie naranja iluminada.

La reina estudió la azotea.

—No —respondió brevemente—. Pero me alegra que te guste.

Gabrielle se acercó un poco más.

—¿Sabías que incluso hicieron una cota para Parches? —dijo—. Está 89
realmente mono.

Xena se dio la vuelta y se apoyó contra la pared, después de un momento, se


deslizó hacia abajo y se sentó en la piedra, palmeando la superficie junto a
ella con una mano.

—Siéntate. —Servicialmente, Gabrielle lo hizo. Se sentaron una al lado de la


otra en un cómodo silencio por un momento, luego la reina apoyó la cabeza
contra la pared y volvió la mirada hacia su acompañante—. Sabes que esto
no va a ser un paseo por el jardín.

La mujer rubia la miró.

—Um... Ya me lo imagino —dijo.

—¿Todavía estás asustada?

Gabrielle pensó en la pregunta.

—¿Debería estarlo?

—Sí.

—¿De verdad?

Xena levantó una rodilla y apoyó el codo sobre ella.


—Esa es una pregunta detestable, Gabrielle —respondió, en tono pensativo—
. Ya sabes. Estoy algo… —se rascó la ceja—. Maldición sí sé qué. Uno pensaría
que nunca he hecho esto antes.

Gabrielle estudió sus botas.

—¿Estás segura de que es lo correcto? —dijo—. Tal vez eso es en lo que estás
pensando.

—Nah. —La reina hizo una mueca—. No daría un culo de rata por eso. Quiero
ir a matar gente y obtener el botín. —Cogió una piedra pequeña del suelo y
la arrojó al otro lado de la almena, rebotando contra la pared del fondo y
mirándola pasar—. Creo que solo estoy... —Dejó que su mano cayera sobre su
rodilla—. Espero recordar cómo hacerlo bien.

—¿Bien?

Xena asintió.

—¿Alguna vez has hecho algo realmente bien, y luego vuelves a hacerlo y ya
no eras tan buena en eso?

—Um. —Gabrielle resopló—. No. No soy bueno en nada, ¿recuerdas? 90


—Para ya —dijo bruscamente la reina—. Ahora estoy tratando de ser insegura.
No estás ayudando.

Gabrielle se preguntó qué estaba pasando con su alta compañera.

—Lo siento. —Se disculpó. En lugar de decir cualquier otra cosa, se acercó y
tomó la mano de la reina y la apretó, acariciando los poderosos dedos con el
pulgar.

—Si hago algo estúpido, no se lo contarás a nadie, ¿no? —dijo Xena, de


repente—. No pondrás eso en una historia, ¿verdad? —Se volvió y se enfrentó
a Gabrielle, con expresión seria.

Gabrielle estaba estupefacta. Miró a la reina, con los ojos muy abiertos. De
todas las cosas por las que creía que Xena estaba preocupada, esa ni siquiera
se le había pasado por la cabeza.

—Uh... —balbuceó—. Bu... ¿Yo? —su voz se elevó en la última palabra casi en
un chillido.

—Tú. —Xena ahuecó su mejilla—. Narradora de historias.

Gabrielle exhaló suavemente.


—Nunca haría nada para lastimarte, Xena —susurró—. Dejaré de contar
historias. —Sintió que los dedos en su mejilla se contraían un poco ante sus
palabras—. P... por favor no digas que no puedo ir contigo. —La expresión de
Xena cambió, y su cabeza se inclinó un poco hacia un lado—. Solo quiero
estar contigo. —Gabrielle sintió miedo, de repente—. No le diré nada a nadie.
Te lo prometo Xena. Lo prometo, por favor, solo que... no me hagas quedarme
aquí sola.

Lentamente, la reina se inclinó hacia adelante hasta que sus cabezas se


tocaron.

—Si hago esto bien —dijo—. Vas a terminar odiándome.

Gabrielle recordó, de repente, un momento en el castillo por la noche,


cuando había dejado que el horror de lo que estaba haciendo la reina la
dominara. Ahora, el riesgo que Xena había corrido para tranquilizarla
comenzó a tener un poco de sentido.

—Nada podría hacer eso. —Levantó su mano, y acarició la mejilla de Xena.

—No quiero que me odies —dijo Xena, con una rara tranquilidad—. Lo quiero
todo, Gabrielle. Quiero liderar a mi ejército, patear el trasero de todos, no
91
cagarla y no hacerte pensar que soy una...

—Solo quiero estar contigo. —Gabrielle la interrumpió con inusual


atrevimiento—. Todo lo que sea necesario, lo haré.

Xena la miró a los ojos.

—¿Lo que sea? —La mujer rubia asintió. Xena se inclinó y sacó algo de la parte
superior de su bota. Lo acercó y lo hizo girar para atrapar los últimos rayos del
moribundo sol, que brillaba contra la empuñadura de una espada pequeña—
. Vas a ser la persona más cercana a mi espalda —Gabrielle sintió que le
faltaba el aliento de repente, el miedo a quedarse atrás fue expulsado por un
miedo de otro tipo. Miró la empuñadura, centrándose en la cabeza de halcón
en el pomo—. Tómala.

Levantó su mano y lentamente la cerró alrededor del metal envuelto en cuero.


Encajaba en su mano, pero casi se estremeció cuando Xena retiró la funda y
expuso la longitud de la hoja.

—Oh.

—¿Puedo confiar en ti, Gabrielle? —preguntó Xena, suavemente—. Si alguien


viene a por mí, ¿podrás detenerlos? —Gabrielle miró más allá de ella, a la
pared teñida por el crepúsculo. Podía oler el humo de leña de las cocinas y,
a lo lejos, escuchar los habituales sonidos del castillo por la noche. Escuchó un
suave crujido, y se preguntó si se estaba rompiendo su alma, antes de volver
a mirar a Xena, sabiendo que la reina estaba esperando a que hablara—. Ya
sé que morirías por mí —dijo Xena—. Eso no es lo que quiero. Quiero que vivas
por mí y me mantengas con vida. ¿Puedes hacer eso, pastora?

¿Podría?

Gabrielle sacó la espada completamente de su funda y la examinó,


levantándola ante sus ojos. Era corta, no más de la mitad de larga que la de
Xena, y no parecía tan pesada. Después de un momento, volvió la mirada
hacia su acompañante.

—Lo haré.

Xena podía ver su propio reflejo en esa espada. Estaba bastante segura de
que era más probable que se la clavara en el culo a que Gabrielle hiciera
algo útil con eso, pero era la intención lo que contaba, ¿no?

—No te me mueras, Gabrielle —dijo seriamente—. He hecho muchas cosas


podridas en mi vida, pero hacerte matar es lo que me mandará al Tártaro. Lo
digo en serio.
92
Gabrielle levantó ligeramente la cabeza. Su expresión cambió un poco, de
sombría a algo más amable.

—Lo entiendo. —Deslizó la espada de nuevo en su funda—. Haré todo lo


posible para asegurarme de que ambas estemos bien.

Xena sospechaba que fracasaría. Sin embargo, ella había tirado los dados
mucho tiempo antes y era hora de dejar de ser tan malditamente sensiblera y
simplemente hacerlo.

—Bien. —Se apoyó contra la pared y colocó su brazo sobre los hombros de
Gabrielle, dejando la espada en sus manos. Todavía estaba preocupada por
parecer una idiota. Pero ahora confiaba en que no lo sería en manos de
Gabrielle, ya que sabía que, de todos modos, la adorable pelo de trapo,
tendía a dejar de lado los detalles más grotescos y sus lapsos ocasionales de
locura. Ella no quería que dejara de contar historias, solo quería verse bien en
ellas—. ¿Gabrielle?

—¿Hm?

—No uses eso para cocinar.


—No lo haré. —Finalmente, Gabrielle sonrió, colocando la espada al lado de
su pierna—. ¿Ya estamos listas?

—Como siempre lo estaremos. —Xena revisó sus preparativos—. Supongo que


terminaremos quedándonos aquí para ese maldito festival de todos modos. —
Tenía la intención de irse antes, pero los suministros simplemente no llegaban
lo suficientemente rápido y sabía que empezar expoliando a su propio pueblo
no era inteligente.

—Me alegro.

La reina la miró.

—¿Has cambiado de opinión sobre los volantes de seda?

Gabrielle negó con la cabeza.

—Quería que oyeras mi poema —dijo—. El que Jellaus convirtió en una


canción.

—Uh oh.

—Vale la pena ponerse un vestido por eso. 93


—Uh oh.

Gabrielle apoyó la cabeza en el hombro de Xena y sonrió, arrojando su futuro


a las mismas aguas inciertas que su reina parecía estar prediciendo. Lo que
sea que pasó, pasó.

Lo que sea.

Xena subió los escalones hacia el vestíbulo principal, dejando la oscuridad


dispersada de estrellas tras ella. Una mirada a derecha e izquierda mostraba
un espacio vacío y resonante, la mayor parte del castillo ya se había ido a la
cama y solo podía escuchar el suave y ocasional sonido en algún otro lugar
rompiendo el silencio.

Se detuvo frente a las puertas de sus habitaciones, admitiéndose a sí misma lo


mucho que le pesaba el largo día, ahora que este finalizaba.
—No es una buena señal. —Chasqueó la lengua, sacudiendo la cabeza
mientras abría la puerta y entraba.

La cámara exterior estaba vacía, como esperaba. Pero la puerta del interior
estaba parcialmente abierta, y pudo ver el reflejo tenue de la chimenea en su
superficie, y percibió el olor de ropa limpia y cera de vela que se filtraba a
través del aire.

La hizo detenerse y reflexionar, solo por un segundo, si la decisión de


abandonar el castillo e ir a saquear valía la pena frente a dejar esta nueva y
acogedora vida que había desarrollado en los últimos meses.

Molesta pregunta. Xena la rechazó y fue hacia la puerta, mirando a través de


ella con una leve sonrisa de anticipación. La cámara interior estaba iluminada
con velas, y en la mesa baja, cerca del fuego, había una bandeja con una
jarra y dos vasos, y dos cuencos de fruta pulcramente cortada.

—¡Oh, has vuelto! —Gabrielle salió de la sala de baño, con el cuerpo cubierto
por un ligero atuendo transparente que se adhería a su cuerpo e hizo que la
sonrisa de Xena se ensanchara—. ¿Cómo están todos los soldados?

—Maldito si me importa. Ven aquí. —Xena entró en la habitación y le tendió


94
las manos. Esperó a que Gabrielle cruzara el suelo alfombrado, y luego la
abrazó cuando sus cuerpos se encontraron—. ¿Qué has estado haciendo?

—Solo estaba escribiendo en mi diario, nada en realidad —dijo Gabrielle—.


¿Te apetece un baño?

—¿Huelo como si necesitara uno? —inquirió la reina—. No estaba teniendo


sexo con los caballos.

Gabrielle se rio suavemente, acariciando la clavícula de Xena.

—Eres tan divertida —dijo—. No hueles a caballo en absoluto. Acabo de


encontrar un jabón nuevo y pensé que te gustaría. —Retrocedió un paso,
tomó las manos de Xena y la arrastró suavemente hacia la sala de baño—.
¿Vamos a ver?

La reina se dejó arrastrar a la cámara de baño, donde una opulenta y


humeante bañera estaba esperando, el olor se elevaba medio picante, y
medio algo más.

—Ah. —Xena consideró el hecho de que sus oportunidades de un ostentoso


baño iban a ser limitadas a partir de ahora y decidió que estaba demasiado
vestida para la ocasión—. Me gusta.
Las manos de Gabrielle cogieron el cinturón que sujetaba su túnica y lo
desabrocharon.

—Pensé que te gustaría. —Desató uno de los cinco lazos que cerraban la
camisa—. Empaqué un montón de eso.

Xena le permitió desnudarla, mientras pasaba sus dedos por el pálido cabello
de Gabrielle.

—¿Estás empacando esa bañera también? Los caballos te morderán el culo.

—Um... no. —Gabrielle desató el último lazo—. Pensé que solo tendríamos que
improvisar. —Le quitó la túnica a Xena, se agachó detrás de ella y se volvió
para colocar la prenda sobre uno de los lavabos antes de volver su atención
a los cordones de las polainas de la reina, dejando a la mujer más alta
desnuda hasta la cintura.

—¿Ohh lo hiciste? —Xena se inclinó y le dio un ligero beso al cuello de su


compañera. Vio la forma de sonrisa rápida en el rostro de Gabrielle, una
reacción típica que mezclaba inocencia y deseo y le hacía cosquillas a la
reina en las uñas de los pies—. Eres tan malditamente linda. —Gabrielle alzó la
vista, sus ojos se iluminaron desde dentro ante esas palabras, cada vez más
95
brillantes mientras Xena tomaba su cara con ambas manos y acariciaba su
mandíbula con sus pulgares. Era un enfoque total en ella que la reina
apreciaba de una manera profunda y que a veces no entendía del todo—.
Vamos a mojarnos.

La sonrisa de la mujer rubia adquirió un toque de picardía.

—¿Ahora mismo?

Xena las giró a los dos y se sentó en el borde de la bañera.

—Tendré tiempo de sobra para mojarme las botas. —Empezó a soltarlas, luego
se detuvo cuando Gabrielle se hizo cargo de la tarea, dejándola libre para
descansar sus codos sobre el mármol y disfrutar del ligero vapor que le bañaba
la espalda.

—Oí hablar a los nobles hoy, en el pasillo. —Gabrielle habló mientras


trabajaba, arrugó la frente al desatar un nudo en los cordones de la bota—.
No podría decir si estaban contentos con lo que estamos haciendo o no.

La reina miró a lo largo de su torso desnudo, observando sus costillas moverse


mientras tomaba aliento y lo soltaba.
—Es avaricia versus avaricia, Gabrielle —comentó—. Quieren quedarse con lo
que tienen y quieren obtener lo que traerá la conquista. —Gabrielle le quitó
una bota, lanzando una mirada traviesa a su acompañante mientras pasaba
las yemas de sus dedos por la planta de su pie descalzo—. Gggabrieelle —
Xena farfulló en advertencia.

—Lo siento. —La mujer rubia fingió arrepentimiento y comenzó a trabajar en la


otra bota—. Pero, ¿cómo pueden esperar obtener más si no ayudan al
ejército? —preguntó—. Eso no tiene sentido.

—No. Es la naturaleza humana. Por definición, eso no tiene sentido. —La reina
suspiró—. Estúpidos bastardos.

Gabrielle le quitó la otra bota a Xena, luego se levantó y le agarró las polainas,
dándoles un tirón.

—Creo que el agua se está enfriando —dijo—. Ciertamente es mucho mejor


caliente... ¿no crees?

—¿Sabes lo que pienso? —comentó la reina—. El baño es solo una cortina de


humo. —Cruzó los brazos sobre el pecho y arqueó una ceja mientras
observaba cómo un rubor le recorría el cuello a su compañera—. Creo que
96
solo querías desvestirme.

—Tienes razón. Sí. —Gabrielle respondió con facilidad, consciente del calor y
de los ojos azules que la miraban—. Eres tan bonita, me encanta verte —
admitió—. Y creo que un baño es una buena excusa, ¿no?

Xena soltó una risita suave, de pie y dejando que Gabrielle le quitara las
polainas cuando se acercó para quitarle el vestido a la mujer rubia por su
cabeza.

—Vamos, rata almizclera. Ya estás. —Rodeó a la mujer más pequeña con un


brazo y colocó sus piernas sobre el borde de la bañera, arrastrando a Gabrielle
con ella mientras ambas se deslizaban en la pila de mármol con un
considerable chapoteo.

Gabrielle estaba riendo cuando salió a la superficie, sacudiendo la cabeza y


enviando pompas volar, el ligero y alegre sonido retumbaba en el mármol.

—Oh chico. —Escupió—. No esperaba eso.

—Ah, ahora sabes por qué fui una déspota tan exitosa. —Xena extendió sus
largas piernas y se apoyó contra la pared de la bañera—. Nunca hice lo que
los demás esperaban —suspiró—. Espero no haber perdido ese toque... joder
que vieja me siento hoy.
—¿Por qué? —Gabrielle se deslizó y se sentó junto a ella, enjabonando un
poco una esponja y frotando los hombros de su compañera de baño—. No
pareces vieja. —La tranquilizó—. Quiero decir, nunca lo pareces, pero
especialmente hoy cuando llevabas ese atuendo tan mono.

—¿Un atuendo mono? —Xena voluntariamente se permitió distraerse—. No se


suponía que fuera mono.

—Bueno, te ves muy bien con eso —le dijo Gabrielle—. Creo que es sexy.

—Hmph. —La reina se deslizó un poco en el agua, dejando que le llegara casi
hasta la barbilla—. Sí, bueno... todo lo que sé es que estoy cansada. No
recuerdo que eso haya sucedido antes. —Respiró el aire cálido y perfumado,
y se relajó, mientras la esponja de Gabrielle trabajaba laboriosamente en su
piel—. Y todavía no hemos partido. —Cerró los ojos, sacudiendo su cabeza.

La mujer rubia se reclinó de lado junto a Xena, observando su perfil mientras la


enjabonaba suavemente.

—Me cansé solo de verte —dijo—. Quiero decir, golpeaste a todos esos tipos.
¿Te imaginas cómo se sienten? —Recordó haber visto a los soldados salir del
campo, cubiertos de sangre, barro y sudor—. Todos hablaban de ti.
97
Un ojo azul se abrió y la estudió.

—Lo hicieron, ¿eh? —Gabrielle asintió—. ¿Qué estaban diciendo?

—Bien. —El agua tintineó suavemente mientras enjuagaba la esponja y


agregaba más jabón, luego volvió a su labor—. Piensan que eres increíble con
tu espada.

—Lo soy —dijo Xena—. ¿Qué más?

—Que eres tan rápida cuando te mueves que no pueden atraparte.

La reina sonrió.

—Es bueno escuchar eso —reconoció—. ¿Algo más?

—No pueden entender cómo haces ese salto que haces.

—Ah. —Xena levantó los brazos del agua y los extendió a ambos lados del
borde de la bañera—. Ahora bien, esa es una pregunta con una respuesta
larga y ardua. —Estiró su cuerpo, sintiendo la rigidez desvanecerse a medida
que el calor penetraba profundamente en sus huesos—. Deja que sigan
suponiendo.
Gabrielle se relajó y se acomodó sobre las piernas de Xena, a horcajadas
sobre ellas mientras trabajaba. Sabía cómo Xena hacía sus saltos, y era algo
que sabía que ella nunca reproduciría, por lo que se rio sola al escuchar a los
soldados hablar sobre ello.

No había sabido qué hacer con el largo y pesado rollo de arpillera que estaba
a lo largo de la pared de la torre, hasta que vio a Xena levantarlo sobre sus
hombros y empezar a trabajar con él.

Agacharse y saltar. Agacharse y saltar con esa cosa sobre los hombros ya era
suficientemente increíble hasta que Gabrielle intentó levantar una esquina y
se dio cuenta de que probablemente pesaba el doble que ella.

Increíble. Inconcebible la fuerza que conllevaba hacer lo que hacía Xena, y


la constante e interminable práctica que realizaba con ella casi cada vez que
subían a su vacía y fría cámara de entrenamiento.

—No creo que lo adivinen —dijo.

—Nah. —La reina suspiró—. Es más fácil pensar que es un truco —Reflexionó—
. Ah, me acostumbraré una vez que estemos allí afuera. He estado viviendo
demasiado mullida durante todos estos años. —Dejó que sus ojos se cerraran
98
de nuevo, entregándose al toque con la esponja de Gabrielle que pasaba
lentamente de funcional a erótico.

Sí, estaba echada a perder. Xena sintió que su respiración se acortaba


cuando la superficie ligeramente áspera se deslizó desde su clavícula y rodeó
sus pechos. A su cuerpo le habían gustado mucho las atenciones de Gabrielle
y, aunque su rubia compañera de cama ciertamente no era la moza más
experimentada, era...

Ungh.

La tibieza estalló en calor, mientras el cuerpo de Gabrielle se amoldaba


suavemente al de ella, y su muslo se deslizaba entre los de la reina, una presión
ligeramente insistente. Eso casi la hizo jadear. Sin embargo, se rindió, dando la
bienvenida a la quemazón cuando la mujer rubia se inclinó hacia adelante y
sus labios se encontraron, con una leve insinuación de menta en su boca
mientras sus lenguas exploraban.

Se sentía un poco fuera de control, pero eso lo hacía aún más tentador, y
Xena podía sentir su cuerpo rendirse ante el anhelo, deseando la liberación
que sabía que Gabrielle le daría.
¿Hedonista? Nunca lo había negado, pero siempre había sido capaz de
disciplinarse en sus excesos y, de algún modo, esta pequeña hija de pastor la
había sobrepasado y la tenía comiendo de su mano, abriéndose paso a través
de Xena a un nivel casi aterrador.

La esponja vagó hacia abajo, y ella dejó de preocuparse por eso, el placer
superó cualquier reserva ya que el agotamiento del día fue sustituido por una
oleada de energía sexual.

Gabrielle estaba muy concentrada en ella y había aprendido bien lo que le


gustaba a Xena. Sus atenciones eran seguras y persistentes, provocando
toques que hicieron que su cuerpo se retorciera al poco tiempo y su mente se
alejara de sus inquietudes y se adentrara en un espacio sensual que movía sus
propias manos.

Bien.

Tal vez podrían encontrar una manera de llevar la maldita bañera.

Nunca lo sabría hasta que lo intentara, ¿verdad?

Lejos, Xena oyó los suaves tonos de clarín del cuerno de la tarde, haciendo 99
sonar el reloj por primera vez en mucho tiempo, y sonrió. Todo saldrá bien,
pensó, antes de perder toda coherencia. Todo saldrá bien.

Gabrielle hizo una pausa cuando entró en las cocinas, ladeando la cabeza
para escuchar el caos. Atravesó la puerta y apoyó la espalda en la pared,
absorbiendo las voces a su alrededor.

El centro de la gran sala había sido despejado, y ahora estaba lleno de cajas
y paquetes envueltos, con más paquetes, cestas, fanegas y artículos sueltos
diseminados a su alrededor. Tres hombres estaban de pie entre las cajas
agitando sus brazos y gritando, y dos mujeres estaban en la periferia de todo
gritándoles a su vez.

—Dios mío —murmuró Gabrielle para sí misma—. Esta no es forma de organizar


las cosas. ¡A Xena le va a dar un ataque!

Eso era lo último que quería que sucediera. Tomando una respiración
profunda, se apartó de la pared y caminó hacia el centro del caos.
—Disculpe.

—¡Maldita mujer, te dije que no sirve! —gritó el hombre más cercano a las
cajas, sin prestar atención—. ¡No se puede empaquetar así! —Agarró una de
las cajas y la tiró al suelo, esparciendo el contenido—. ¿Ves?

—¡Ahora deja eso, Machus! —Una de las mujeres le regañó—. ¡Deja eso!
¡Limpiarás eso con la lengua a tu ritmo! —Hizo un gesto hacia el desastre—. No
nos corresponde a nosotros saber cómo alimentar a un ejército. ¡Ese es tu
trabajo!

—¿Mi trabajo? ¡Es tu problema si no hay comida para ellos! —gritó Machus—.
¿Quieres que su majestad te muestre cómo empacar una caja?

—Disculpe.

—¡No te hagas la rata conmigo, sucio peluquín!

—Sucio peluquín, ¿eh? No fue lo que dijiste en la posada, ¿verdad? —El


hombre puso sus manos en las caderas—. Ahora ponle mala cara al ejército,
¿quieres? Vete al Hades, Hina.

—Al Hades vas tu directo, Machus... ¡Miserable parásito! ¡Yendo a robar el 100
estiércol, no te creas que no lo sabemos todos! —La mujer respondió de
inmediato, un murmullo bajo se alzó detrás de ella—. ¿El ejército? Eres del
ejército tanto como que esa pequeña...

Gabrielle respiró hondo y abrió la boca.

—¡HEY! —gritó. Cuando los ecos se desvanecieron, ella estaba parada en un


lado de la pila de suministros en un mar de silencio, mientras los ojos de todos
se volvían hacia ella y se daban cuenta de quién estaba entre ellos. La
atmósfera relajada, aunque caótica, desapareció, reemplazada por un
miedo incómodo, y Gabrielle asimiló eso por un instante antes de cuadrar sus
hombros y obligarse a dar un paso adelante—. Bien, ahora mira —dijo—.
Realmente no tenemos tiempo para pelear sobre esto. Nos iremos pronto, y
esto tiene que estar listo.

La mujer la miró, luego miró hacia otro lado.

—Como diga, su gracia —murmuró.

—Sí. —El hombre estuvo de acuerdo, mirándose los pies.

Gabrielle los estudió.


—Solo lo decís —dijo, en un tono casi coloquial—. Pero no me estás
escuchando realmente, ¿o sí? —Nadie respondió, simplemente
permanecieron en lúgubre silencio, atrayendo ahora la atención del resto de
la cocina—. Sabes que la gente va a depender de estas mercancías, cuando
todos nosotros salgamos de aquí, todo tiene que estar correcto. —Gabrielle
sintió un curioso flashback al escuchar la voz de su madre ordenando la
despensa, resonando en algún lugar de sus desvanecidos recuerdos—. Así que
creo que lo primero que hay que hacer es arreglarlo para que no se
desmorone si recibe un golpe. Como él estaba diciendo. —La mujer rubia pasó
por encima de los desparramados paquetes y se dejó caer sobre una rodilla,
clasificando entre ellos—. Si ponemos esto aquí...

—Aquí, que esta pas... —El anillo de observadores silenciosos se apartó para
permitir que Stanislaus los adelantara—. Por qué... uh...

Gabrielle levantó la vista.

—Gabrielle —enunció su propio nombre cortésmente—. Xena me ha puesto


al cargo de asegurarme de que su espalda esté cubierta. Creo que eso
significa asegurarme de que tenga todas las cosas que necesita, ¿no?
101
—Ah... —Stanislaus parecía perdido—. Mi señora, ¿puedo acompañarla a las
cámaras reales... Creo que es hora de tomar el té. —Echó un vistazo al
personal de cocina—. Estas buenas personas tienen trabajo que hacer.

Gabrielle lo miró fijamente. Luego se volvió y miró las cajas.

¿Debería dejar pasar esto? Dejar que “estas buenas personas” continuasen
desparramando paquetes de cosas que podrían necesitar cuando salieran.

—No, gracias —respondió cortésmente—. Prefiero quedarme aquí y arreglar


esto. —Hizo una pausa—. ¿Quieres ayudarme?

Ahora se cambiaron las tornas. Las fosas nasales de Stanislaus se ensancharon,


y miró alrededor de nuevo, esta vez más furtivamente.

—¿Su gracia? —Bajó la voz—. ¿Ayudarle?

—Por supuesto. —Gabrielle comenzó a apilar las cajas—. Mira, todo esto es
diferente. No tiene sentido poner el grano junto a los pinchos de cocina, ¿o sí?
Nunca los utilizas con grano. —Levantó la vista cuando no hubo respuesta,
para encontrarse con que Stanislaus se había ido, y el círculo de trabajadores
de cocina la miraban boquiabiertos—. Bien, ¿no?

Machus, para darle crédito, se recompuso el primero.


—Ah... bueno, sí, mi lady. —Se aclaró la garganta—. Quiero decir... no, mi lady,
no... no lo haríamos y eso es lo que estaba diciendo, ¿ve?

Gabrielle le sonrió.

—Creo que tenemos que arreglar esto. —Se levantó, sosteniendo un paquete
de esteras de paja dobladas—. Así que te digo que... ¿por qué no trabajamos
juntos para organizar las cosas? —Se volvió y miró al resto de los trabajadores—
. ¿Tenemos más mercancías? —La incómoda desconfianza casi podía olerse
en la habitación. También podía sentir una ira subyacente, y se preguntó por
un momento si, ciertamente, no estaba cometiendo un gran error. Aunque
pensándolo bien. Levantó la barbilla y los contempló, preguntándose cuál de
ellos había estado del lado de Bregos, y cuál había estado en... Una tenue
sonrisa se dibujó en sus labios. Cuales habían estado de su lado. Ella y Xena—
. Bien —dejó que el paquete descansara contra su cadera—. Podemos hacer
esto de la manera más fácil, o podemos hacerlo de la manera más difícil, e iré
a buscar a Xena. —Fue como arrojarles cubitos de hielo. Podía ver el espasmo
en sus cuerpos mientras hablaba el nombre de la reina, escuchando en su
propio tono una casual familiaridad que sabía que los sacudía—. Prefiero no
hacer eso. Está ocupada en este momento —añadió—. Así que vamos a 102
empezar aquí, de modo que cuando ella venga a ver lo que estoy haciendo,
verá cuánto hemos progresado. ¿De acuerdo? —De cubos de hielo a
atizadores calientes. Había más miedo a Xena que malicia contra ella, y
Gabrielle sabía que por el momento estaba a salvo. Por fin, dos de las mujeres
se pusieron en movimiento, acercándose cautelosamente para unirse a ella y
arrodillarse en la dispersión de cajas, manteniendo los ojos apartados mientras
comenzaban a clasificarlas—. ¿Qué es eso de allí? —Gabrielle señaló un área
de almacenamiento, medio escondida detrás de montones de cajas. Se
volvió a medias, pero se detuvo cuando captó las miradas furtivas que se
intercambiaban—. ¿Detrás de esas cajas?

—No es nada —murmuró una de las mujeres más pequeñas.

Gabrielle apoyó las manos en el montón de madera y se apoyó en los pies,


empujando contra las pesadas cajas con una fuerza rápida y segura.

—¡Mi lady! —El arriero se apresuró a llegar a su lado—. ¡Por favor, déjeme!

Las cajas se movieron lo suficiente para que ella asomara la cabeza en el área
oculta, que estaba llena de paquetes, jarras, cajas y provisiones, claramente
escondidos fuera de la vista. Se apartó y miró a los trabajadores, todos
miraban al suelo negándose a devolverle la mirada.
El arriero dejó caer sus manos, luego se encontró con los ojos de Gabrielle y
débilmente, casi de modo fatalista, se encogió de hombros.

Ocultando, ¿eh? Gabrielle sabía que Xena se pondría furiosa si lo supiera, pero
había sido una niña pequeña y hambrienta que estaba de pie en la choza de
sus padres, viéndolos abandonando todo por asaltantes rudos y vulgares, y
sintió que un breve entendimiento la llenaba.

No era para tanto.

—Bueno, supongo que tenemos mucho que empacar, ¿eh? —comentó


alegremente—. A Xena le va a gustar esto. —Se sacudió las manos y miró a su
poco dispuesta audiencia—. ¿Qué tal si comenzamos?

Machus se frotó un lado de la nariz, luego se encogió levemente de hombros


en dirección al resto.

—Lo mejor es hacer lo que dice la señora, amigos —dijo en pocas palabras,
mientras comenzaba a reorganizar las cajas.

Las mujeres observaron en sombrío silencio, luego negaron con la cabeza y se


reunieron a su alrededor, empujando cosas aquí y allá con gestos de enojo. 103
Deliberadamente, Gabrielle pasó por encima de la pila de cestas envueltas y
se adentró en la despensa, haciendo todo lo posible por ignorar las miradas a
su espalda mientras estudiaba las provisiones que forraban las paredes.

¿Qué llevarías a la guerra? Extendió la mano y tocó una jarra envuelta en


cordel, y trató de imaginar estar cerca de una de esas fogatas.

—¿Cuánto de esto tenemos? —Se volvió y miró a la mujer más cercana en


cuestión.

—Eso es aceite, mi señora —la mujer respondió con rigidez—. No es el vino de


su Majestad.

Gabrielle inclinó la cabeza hacia un lado.

—Lo sé —respondió—. ¿Cuánto tenemos?

La mujer vaciló, presionando sus labios. Finalmente le dio a Gabrielle un breve


asentimiento con la cabeza.

—Doce más como ese.

¿Doce? Gabrielle estudió la jarra de aceite de oliva frunciendo el ceño.


—Está bien, toma esas cajas de allí. —Dirigió, señalando un conjunto de
cajas—. Y llénalas con paja.

—¿Mi lady? —La mujer sonaba incrédula—. No enviaremos buen aceite con
gente como...

Gabrielle se volvió y la miró.

—¿Qué?

La mujer, como era de esperar, guardó silencio, dándose cuenta de lo que


casi había dicho.

Machus se levantó torpemente y se movió entre ella y la ahora visiblemente


erizada Gabrielle.

—Vamos, su Gracia, no le haga caso. Es una furcia sin sentido, nunca ha salido
de la cocina —dijo en voz alta—. Quiere el aceite, ¿eh? Se dice que usted es
una maravilla para la cocina. Será una buena lección, ¿eh?

La multitud se separó, de repente, y una delgada forma se abrió paso.

—Senna quiere la harina, ¿qué es todo esto...? oh —Celeste se detuvo y vio a 104
Gabrielle—. ¿Qué estás haciendo aquí?

Los ojos verde-pálido, en un rostro extrañamente más maduro enmarcado por


el pelo corto barrieron la habitación.

—Representando los intereses de la Reina, por lo visto —respondió Gabrielle—


. Parece que no todos están dispuestos a obedecer sus órdenes.

Se hizo un silencio tenso y sus palabras resonaron suavemente en un espacio


que ya no era tan seguro para nadie.

—Su Majestad.

Xena levantó la vista de sus notas.

—Entra —saludó a Jonas con relativa cordialidad—. ¿Tienes las cosas?

Jonas cruzó la habitación rápidamente, con un pequeño paquete envuelto


en sus manos.
—Sí, señora. —La tranquilizó—. Solo necesito fijarlo, si puedo.

Xena extendió su mano.

—Dame.

Dejó el paquete sobre la mesa y retrocedió un paso, colocando las manos


detrás de su espalda mientras Xena dejaba su pluma y desenvolvía el
paquete, sacaba dos tiras largas de malla y las extendía.

—Hm. —La reina se apoyó en los codos y estudió la malla. Era otro ejemplo de
entrelazado ordenado, con los bordes forrados con anillos dobles en un
pesado metal gris opaco—. Bien. —Hizo un gesto hacia la pequeña habitación
a un lado—. Coge la otra mitad, y luego puedes hacer lo que falta conmigo.

Soltando su respiración contenida, Jonas tomó cuidadosamente las dos tiras.

—Muy bien, Majestad —murmuró—. Seré rápido al respecto.

—Buena idea. —La reina volvió a escribir—. Con mi reputación nunca se sabe
cuándo podría tener un ataque de cólicos intestinales y entonces ¿dónde
estarías tú?
105
—¿Señora?

Xena lo miró, una ceja oscura, finamente arqueada, se alzó bruscamente. Él


captó el mensaje y se retiró a su taller, desapareciendo detrás de la puerta
cuando alguien llamó a la puerta exterior. Dejó la pluma que acababa de
tomar y levantó su espada, sacándola de su funda con un susurro de acero
sobre cuero.

Volvieron a llamar. La reina hizo girar la espada y se dirigió hacia la puerta,


abriéndola y preparándose para clavar su espada en quien fuera que
estuviera haciendo el molesto sonido.

Su mano llegó hasta su costado, y se detuvo.

—Maldita sea. —Exhaló con frustración—. Stanislaus, has estado a punto de


morir.

El senescal estaba encogido con los ojos como platos.

—¡Señora! —Soltó consternado—. ¡Solo vengo a advertirle! ¡Por favor! ¡Qué he


hecho!

Xena se volvió y se dirigió de nuevo a su escritorio, sacudiendo la cabeza.


—¿Qué? —Cogió una piedra de afilar cuando llegó a su taburete y se dejó
caer sobre él, apoyando la hoja de su espada en la superficie rugosa y
raspándola con un chirrido.

Vacilante, Stanislaus entró y se mantuvo prudentemente cerca de la puerta.

—Majestad, debes hacer algo, te lo ruego. Tus esforzados esclavos de las


cocinas están tratando de organizar las cosas de la manera que las necesitas,
y...

—¿Mis qué? —Xena lo miró divertida—. ¿Qué has estado bebiendo? La


mayoría de esos bastardos ni siquiera han empuñado una escoba durante la
última luna.

—Majestad, es tu... —Stanislaus dudó—. Estoy seguro de que ella lo hace con
la mejor de las intenciones, es una niña muy dulce, pero en realidad... ¡para
organizar los suministros! ¡Majestad! ¿Será un desastre?

Xena se detuvo en medio de un golpe de afilado y lo miró.

—¿De qué Hades estás balbuceando?

—Lady Gabrielle —dijo el hombre—. Seguramente, Su Majestad sabe de lo 106


que hablo... ¿tal vez fue una pequeña broma? ¿Enviarla allí para hacer una
graciosa broma?

La reina bajó su espada.

—Para. —Levantó una mano—. ¿Me estás diciendo que Gabrielle está en el
almacén con las cabras y las gallinas?

Stanislaus pareció aliviado.

—Por supuesto —dijo—. ¿Pero su Majestad no lo sabía? ¿Quizás no estás


satisfecha?

Xena se inclinó hacia atrás y puso sus manos alrededor de su rodilla.

—¿Me estás diciendo que mi sexy esclava sexual está abajo diciéndole a
todos lo que quiero empacar? —sonó incrédula—. ¿Mi pequeña y rubia
calientacamas? —Tendió su mano más o menos al nivel de la cabeza de
Gabrielle.

—Sí, Majestad. —El senescal cruzó sus manos, luciendo satisfecho de sí mismo—
. Estoy seguro de que sabes bien las consecuencias... con la partida del
ejército tan pronto.
Bien, bien. Xena admitió que estaba, de hecho, sorprendida. No había
esperado que la pequeña rata almizclera tomara la iniciativa y se
entrometiera en los vertederos, pero luego, eran las cosas que no se esperaba
de Gabrielle las que le resultaban más divertidas.

—Maldita sea, claro que las sé —respondió enérgicamente. Stanislaus sonrió—


. Significa que probablemente no tenga que comer esos malditos pasteles de
avena a lo largo de todo el reino. —Xena sacudió las manos y envainó su
espada—. Diles a esos idiotas que, si no hacen todo lo que ella les dice, los voy
a arrastrar a la mayoría de ellos con mi caballo por los caminos ¿Me sigues?

Stanislaus suspiró.

—Señora.

La reina se rio suavemente, mientras se iba.

—Apuesto a que empaca mucha miel.

107

Gabrielle se detuvo en lo alto de la escalera de la cocina que conducía a la


vieja torre y se sentó, apoyando el hombro en la fría piedra mientras flexionaba
sus cansados dedos y exhalaba.

—Chico. —Su voz resonó suavemente por el pasillo, y ella deslizó sus botas un
paso más, haciendo una mueca ante la incomodidad del cuero nuevo. Por
encima de sus hombros, la alta y arqueada ventana que había en la pared
mostraba la luz de la tarde y sintió un profundo cansancio debido a un largo
día de trabajo que hacía ya un mes que no experimentaba. Con una mirada
débil e irónica, examinó sus manos, la palma de su mano derecha raspada y
enrojecida donde se había sacado una astilla—. Ya no estoy acostumbrada
a esto, ¿eh? —Solo el vacío pasillo le devolvió la voz y se alegró en silencio de
tener un momento de paz después del día de labor, permitiéndose un
momento adicional de satisfacción mientras revisaba su progreso. Una sonrisa
apareció cuando puso sus manos sobre los riñones y estiró su cuerpo,
flexionando los dedos de los pies y exhalando. Un buen día. Gabrielle inclinó
la cabeza hacia atrás y miró hacia el techo en arco de piedra, viendo cómo
las sombras se oscurecían cuando el sol comenzaba su descenso detrás de los
muros. A su izquierda, escuchó un suave crujido cuando la puerta del paseo
exterior se abrió, permitiendo que entrara una luz dorada. ¿Peligro? Una
ráfaga de viento sopló contra su espalda, agitando la tela alrededor de su
cuerpo y enfriando su piel un poco. Podía oír el leve roce del cuero contra la
piedra y aguzó los oídos para escuchar los pasos detrás de ella. Pasos rítmicos,
con un perceptible pavoneo. Gabrielle sonrió por puro reflejo y se volvió a
medias, para ver una figura alta y cubierta con seda acercándose a ella.

—¡Imagina encontrarte aquí!

—Qué.

Una voz baja y musical retumbó sobre ella.

—¿Has estado haciendo algo, mi pequeña rata almizclera? —Xena llegó a la


pared y se apoyó contra ella, cruzando con indiferencia sus tobillos mientras
miraba a su amante—. ¿Hm?

Gabrielle inclinó su cabeza hacia atrás y miró hacia la imponente figura de la


reina, dejando que la imagen llenara sus sentidos y sintiendo como su corazón
se alegraba ligeramente.

—He estado abajo —admitió, mirando su túnica manchada de suciedad—. 108


¿Me he metido en problemas?

Xena se echó a reír de repente, un ligero sonido de auténtico regocijo que se


le había ido haciendo cada vez más natural y se sentó junto a Gabrielle en los
escalones y apoyó los codos en las rodillas.

—¿Tú? —Miró a su compañera—. ¿Mi pequeña inocente dulce encanto?

La cara de Gabrielle se arrugó en una mueca avergonzada.

—No lo soy.

—¿No eres qué? ¿Inocente, dulce o encantadora? —preguntó la reina—.


Rata almizclera, créeme que lo eres. —Se acercó y apartó suavemente el
cabello de la cara de Gabrielle—. No, no estás en problemas. Causas
problemas. Sabes cuánto me gusta eso.

La sonrisa de la mujer rubia volvió.

—Todos estaban tan desorganizados por todo. Quería hacerlo bien para ti. —
Se apoyó en el toque de Xena—. Además, quiero ayudar a hacer cosas. No
solo estar mirando.

Xena entendió esa sensación de manera vaga. Lentamente, asintió con


expresión pensativa.
—¿Encontraste su escondite?

Gabrielle la miró, un poco sorprendida.

—¿Qué?

—Su alijo. ¿Las cosas que estaban escondiendo? —La reina la miró
intensamente—. ¿Lo encontraste? —Supo la respuesta viendo esos ojos verdes
y abiertos con sorpresa, y el leve movimiento en su mandíbula que cayó
ligeramente, pero esperó, curiosa por lo su amante respondería.

—¿Lo sabías?

Ah. No era lo que esperaba que ella dijera.

—Claro —dijo Xena—. Realmente no crees que un grupo de campesinos


ignorantes sean más inteligentes que yo, ¿verdad? —Estudió la figura sucia y
desaliñada de Gabrielle—. Ahora, vamos.

Gabrielle estaba muy confundida. Había esperado que Xena estuviera


molesta, enfadada con la gente de la planta baja que le ocultaba cosas y,
en cambio, parecía algo divertida.
109
—¿No estás enojada?

La reina se encogió de hombros.

—Sé que estoy presionando mucho para salir pronto —dijo—. Naturalmente,
tratarían de salvar algunas cosas, yo lo haría.

—¿Lo harías?

—Por supuesto.

Gabrielle la miró con ojos desorbitados.

—No te preocupes. —Xena le dio unas palmaditas en la mejilla—. Lo


compartiría contigo. —Comenzó a reírse de la expresión estupefacta en el
rostro de la mujer rubia—. Ah, tienes razón. —Fue a ponerse en pie—. Déjame
matar a algunas docenas de ellos. Tenemos tiempo antes de la cena. Vamos.
—Y comenzó a bajar los escalones, tarareando en voz baja.

—Buh... buh... bu... ¡Xena! —Gabrielle perdió todo control sobre su lengua—.
Va... bbu... no, espera! —Se puso en pie y corrió tras la mujer más alta, bajando
los escalones apresuradamente para alcanzar a la reina justo cuando llegó
abajo—. Qu... espera! No... uh... Xena, um... espera un momento...

Xena se detuvo en la puerta de las cocinas y miró a su alrededor.


—¿Qué? —preguntó—. ¿Quieres ayudar?

—No... no, Xena, escucha. Yo no estaba... No quise decir que debieras hacerle
nada a nadie, solo era... —Gabrielle la agarró suavemente del brazo, ya había
aprendido que los movimientos bruscos hacían que la reina se crispara—.
Pensé que estarías enfadada, y me sorprendió que no lo estuvieras. Por favor,
no hagas daño a nadie.

Xena se volvió a medias y la miró.

—¿De verdad crees que iba a hacerlo? —Su voz se elevó por la sorpresa—.
Vamos, Gabrielle. Estaba bromeando. Relájate. —Le dio unas palmaditas a su
compañera de cama y abrió la puerta con una patada—. Pensé que ya me
conocías mejor.

Gabrielle la siguió adentro, con las tripas revueltas por una tremenda mezcla
de emociones. De hecho, era muy difícil saber cuándo Xena estaba
bromeando, porque la verdad era que Xena hacía cosas terribles con el
mismo humor negro y brusco con el que hacía bromas y, aunque deseaba
conocer el corazón de la reina. así como Xena parecía pensar que debería...

Ella no lo conocía.
110
—¡Su majestad! —Machus estaba terminando de atar el último paquete, todo
su cuerpo cubierto de mugre. Cayó de rodillas, mientras el resto del personal
de la cocina se apresuraba a unirse a él, los cucharones volaron y las ollas
cayeron al suelo mientras todos se apresuraban a reconocer la presencia de
Xena.

Xena se detuvo en el centro del espacio de carga despejado, girando la


cabeza hacia un lado y luego hacia el otro para barrer la habitación con una
mirada fría y azul. Las grandes puertas que conducían al patio estaban
entreabiertas, y el olor de los caballos entraba a la deriva, dos pilas de cajas
cerca de las puertas, las últimas que debían ser cargadas.

Los estantes a su alrededor estaban vacíos. Recordaba haber pasado por allí
unos días atrás y verlos llenos de suministros, cajas apiladas contra las paredes
y fardos alineados en los pasillos. Ahora, las losas estaban limpias, y las
despensas estaban desnudas y vacías.

Dejaría atrás pocas provisiones. Xena se lo reconoció a sí misma, mientras


miraba a su alrededor y veía la acusación silenciosa y resentida en las caras
de quienes no podían valerse por sí mismos, y dependían de ella para todo lo
que tenían.
Así que nada. Tendrían que arreglárselas.

Sin comentarios, la reina caminó hacia las puertas y abrió los enormes paneles
con un empujón casual, saliendo a la luz del atardecer y encontró seis
vagones alineados delante de las cocinas, todos ellos repletos de cajas, pacas
y paquetes.

Las cargas ya estaban amarradas para viajar, y en los lados de madera de los
vagones estaban escritas unas líneas en un estudiada y cuidadosa caligrafía
que la reina reconoció.

Se dio la vuelta y colocó sus manos en las caderas, mirando a Gabrielle que
la había seguido en silencio desde la cocina.

—¿Hiciste eso? —Indicó los carromatos con un pulgar.

Gabrielle tiró de las manos a su espalda, tímidamente.

—Bueno. —Aclaró su garganta modestamente—. Les dije cómo poner las


cosas —dijo—. Y qué cosas, y les ayudé, pero...

Xena se paseó por los vagones y miró dentro de ellos, disfrutando


completamente del sentido de orden y lógica que podía apreciar en la 111
colocación de las cargas. Qué increíblemente inesperado.

—¿Dónde aprendiste a hacer eso, rata almizclera? —preguntó con


indiferencia, apoyando un codo en el borde de una robusta rueda.

Gabrielle se adelantó y puso sus manos en el borde de la carreta, con una


expresión sorprendentemente pensativa.

—Solía tener que colocar la cosecha, en casa —admitió—. Guardar todo para
el invierno, ya sabes, y tener cuidado de las pieles de oveja, y todo eso.

—¿Tú?

La mujer rubia asintió.

—Éramos solo Lila, mamá, y yo —dijo—. Yo era la mayor.

Xena se volvió y miró las marcas.

—¿Eso también?

Gabrielle sacó un pergamino enrollado de su cinturón y se acercó a donde


estaba Xena.
—Marqué lo que va en cada uno de los vagones —explicó—. ¿Ves aquí? Así
no tendremos que perder el tiempo cuando nos paremos y tengamos que
sacar las cosas.

—Uh huh. —La reina gruñó—. Interesante.

Gabrielle la miró con algo cercano a la aprensión.

—Ya sé que organizar un pequeño redil no es cómo manejar un ejército,


pero...

—¿Sabes algo?

Gabrielle hizo una pausa y dobló el pergamino.

—No, ¿qué?

Xena puso su mano sobre el hombro de Gabrielle y la miró directamente a los


ojos.

—Cada vez que rasco tu superficie, sale oro. Esto es condenadamente


increíble —dijo—. Tengo soldados saliendo de mi culo, algunos buenos, otros
malos, pero vales más que todos ellos por lo que hiciste aquí. 112
¡Guauu! Gabrielle sintió que se le abrían los ojos de par en par ente el
inesperado elogio.

—Estoy... —tartamudeó—. Me alegra que te guste. —Sintió que sus hombros se


relajaban, y el cansancio del largo día se desvaneció, reemplazado por un
sentimiento cálido y feliz que puso una sonrisa en su rostro y descubrió que era
un eco en Xena—. Creo que hice que la gente se enojara bastante.

—Estoy segura de que lo hiciste. —La reina la acercó más y le dio un beso en
la cabeza—. Pero vas a seguir haciéndolo, porque voy a decirles a todos que
eres la maestra del campamento en este maldito ejército. —Pasó un brazo por
el hombro de Gabrielle mientras se dirigían hacia la cocina—. Y eso realmente
va a molestar a todos.

—Oh.

—Excepto a mí.

—Oh. Bueno, supongo que está bien entonces. —Gabrielle sabía que
probablemente acababa de meterse en más problemas de lo que nunca
había imaginado—. Espero hacerlo bien.
Xena podía ver al personal de la cocina mirándolas mientras entraban, aún
con ese profundo resentimiento en sus ojos y sabía sin lugar a dudas que llevar
a Gabrielle con ella era la mejor idea que había tenido hasta ahora.

—Será mejor sembrar —les dijo, mirando severamente hacia atrás—. O va a


ser una primavera muy larga masticando hierba.

—Su Majestad. —Machus todavía estaba de rodillas, sosteniendo su gorra


contra su cuerpo—. Es verdad, solo hemos dejado aquí provisiones para siete
días.

—¿Y?

—Es duro, Majestad. —El hombre respondió valientemente.

—No, no lo es —respondió Xena, pasando la mirada por la habitación—. Salir


con un ejército, luchar y morir y ver cómo los hombres pierden su cabeza es
duro. Todo esto es para recuperar tierras y riquezas para que todos ustedes
puedan sentarse aquí y comer hasta saciarse de lo que les doy. —Una quietud
silenciosa se instaló en la habitación. Incluso Gabrielle estaba inmóvil, pegada
a Xena—. Será mejor que vuelva —añadió la reina, ensanchando sus ojos
burlonamente, antes de guiar a Gabrielle hacia los escalones y desaparecer
113
por encima de ellos, dando un portazo y enviando ecos por toda la torre tras
ella.

Gabrielle abrazó con sus doloridas manos su taza de té y bebió un sorbo,


contenta por este momento de recogimiento antes de tener que ponerse su
vestido recién terminado y prepararse para el banquete. Estaba en su propia
pequeña cámara, con su escritorio a un lado y su ropa detrás de ella y se
sentía bien simplemente por estar sola por un breve tiempo con sus
pensamientos y el aroma de la menta que se enroscaba alrededor de su
rostro.

Estaba muy cansada. Tuvieron una larga cena antes de poder descansar,
pero no cambiaría las alabanzas de Xena por su trabajo.

Pensar en ello la hizo sonreír de nuevo, y tomó un largo trago de té,


arropándose con la bata y acercándose un poco al fuego para protegerse
del frío al salir de su baño caliente, saboreando el momento un poco más, ya
que sabía que pronto tendría pocos como este.

Maestra del campamento. Gabrielle se cubrió los ojos y no pudo sofocar una
risita. Xena había dicho que tenía que ser la maestra del campamento,
porque señora del campamento daría a todos una idea absolutamente
equivocada, pero por el bien de los dioses...

Ah bueno. Realmente ella no quería ser llamada la Señora de nadie.

Entonces... ¿por qué todos llamaron así a Xena? Sus pensamientos vagaron
mientras se relajaba en su silla. ¿Le gustaba a Xena? ¿Por qué dejó que todos
la llamaran así si ella pensaba que era algo malo?

¿O le gustaba porque era algo malo?

Parecía algo que le gustaría a Xena, que la llamaran algo malo o travieso
porque pensaba que a Xena le gustaba que todo el mundo pensara que así
era realmente. Gabrielle sabía que tenía una vena miserable, pero algo en
su interior le hacía creer que había algo en Xena que era bueno, honesto y
verdadero sin importar que ella dijera lo contrario.
114
Era la parte de ella que caminaba detrás de Gabrielle y ponía sus manos sobre
sus hombros y le besaba la parte superior de la cabeza, sin ningún motivo.

Era la parte que se aseguraba de que Gabrielle tuviera todo lo que


necesitaba, y más, y nunca escatimó en darle ropa, pergaminos y todas las
cosas bonitas que tenía esparcidas por su pequeña habitación.

Era la parte que amaba y apreciaba a Gabrielle de una manera que nunca
antes había sentido en toda su vida, ni de su familia, ni de nadie.

Xena la despiadada. La mayor parte del tiempo. Gabrielle giró la cabeza un


poco al oír a la reina revolviéndose en la habitación contigua, los movimientos
impacientes tan típicos de ella, el sonido aparente de la capa cayendo sobre
el tocador y el leve siseo de molestia cuando los pasos se acercaron a la
puerta.

Después de una breve pausa, la cabeza oscura de la reina se asomó a su


habitación, el pelo levemente desaliñado oscureciendo parcialmente un ojo
pálido.

—Oye. ¿Qué estás haciendo?


Gabrielle giró la cabeza para mirar y ver si sus extremidades habían empezado
a hacer algo extraño sin que ella lo supiera. Luego volvió su mirada a la cara
de Xena.

—Tomando un té. ¿Quieres algo? Tengo agua aquí.

Xena entró y se acercó a su pequeña chimenea, y se dejó caer en el sillón


junto a ella con un gruñido hosco.

—No, no quiero un maldito té —gruñó—. Quiero salir de aquí.

—Bien. —Gabrielle se levantó y se acercó al fuego, tomó una taza, puso unas
hojas de té y luego vertió el agua caliente sobre ellas—. Nos vamos mañana,
¿verdad?

—Sí. —Xena hizo una pausa—. ¿Qué estás haciendo? —preguntó


malhumorada—. ¿No te dije que no quería ningún maldito té?

Gabrielle roció una buena cantidad de miel en la taza y la revolvió, luego se


giró y se acercó a donde Xena estaba sentada, le entregó la taza y se posó
en el brazo de la silla, estirándose para apartar el cabello de la reina de sus
ojos. 115
—Parece que estás de mal humor.

—Estoy de mal humor. Lo has pillado. —Xena bebió un sorbo de la taza de


todos modos, cuando sintió su cuerpo reaccionar al toque de su amante—.
Así que no me hagas la pelota. No voy a caer en eso.

Gabrielle colocó el dorso de sus dedos contra la mejilla de Xena, que era
fresca y la piel parecía un poco áspera.

—Te amo —dijo inesperadamente—. Estaba pensando en eso cuando


entraste.

Ojos azules la fulminaron con la mirada.

—Estoy de mal humor, y trato de seguir así. Deja de sabotearme. —Observó la


tensa piel a ambos lados de la boca de la mujer rubia y sus ojos cálidos y dejó
todo eso como una estúpida causa perdida—. ¿Ves? Ese es el problema.

—¿Cuál es el problema?

Xena se relajó y apoyó la cabeza contra Gabrielle.

—No puedo ser mala cuando estás cerca —dijo—. Me haces sentir demasiado
bien.
—¿Eso es malo?

—Eso es malo para alguien que tiene que ser una bastarda y liderar un ejército,
sí. —La reina suspiró—. Algún idiota me dijo algo mientras venía hacia aquí y
me cabreó muchísimo y en el momento en que entré y te miré, lo olvidé.

Gabrielle no estaba segura de lo que se necesitaba en este punto. ¿Una


disculpa?

—Lo siento. —Se aventuró—. No lo hago a propósito.

—Claro que lo haces. —El tono de Xena era más resignado que enojado—.
Pero quiero que me prometas que no serás tan buena conmigo frente al
ejército. Esos hombres tienen que entender que soy cruel e implacable.

Gabrielle sospechaba que había mucho sobre formar parte de un ejército que
iba a aprender a partir de mañana y de lo que no tenía ni idea hoy.

—Um, está bien —dijo—. Pero... ¿no es más como que no deberías ser amable
conmigo si se supone que eres cruel e implacable?

Xena no respondió, sus ojos aparentemente fijos en las llamas bajas de la


chimenea. Después de un largo silencio, echó la cabeza hacia atrás y miró a 116
Gabrielle, con una honestidad tranquila y abierta que hizo que la mujer más
pequeña contuviera la respiración.

—Tienes razón —dijo— Debería.

Gabrielle sintió una sensación de profundo miedo dentro de ella, la vacilante


inseguridad que hacía que sus entrañas se apretaran.

—O... bien —tartamudeó, duras imágenes se proyectaron en su mente—. Está


bien —añadió, en un tono más suave—. Si es lo que tienes que hacer.

La reina examinó el expresivo rostro justo por encima de ella, viendo


desaparecer el humor y el cariñoso afecto, reemplazado por la aprensión y un
terror furtivo que le hizo entender lo bien que comprendía Gabrielle que su
futuro descansaba directamente en las manos de Xena.

No solo la vida, sino esta frágil felicidad que compartían pendía sobre ellas.
Xena suspiró suavemente.

—Dime, Gabrielle. ¿Es por eso que estás haciendo todas estas cosas extra?
¿Para qué así tal vez no tenga la idea de encerrarte en el armario y dejar que
te pudras mientras estoy por ahí saqueando y asesinando? —Los músculos de
la mandíbula de Gabrielle se tensaron, y se quedó muy quieta. Los ojos agudos
de Xena la miraban y se sintió atrapada de repente. La acusación era
incómodamente cercana a la verdad y se sentía tan mal del estómago que
temía vomitar incontrolablemente si abría la boca—. ¿Lo es? —Xena la
pinchó, la intensa mirada de la reina era casi insoportable. Después de un
momento, Gabrielle asintió lentamente, sin decir nada. Xena frunció los labios,
luego exhaló, sacudiendo la cabeza en silencio durante un largo período de
tiempo, mientras el fuego crepitaba suavemente en la chimenea. Finalmente
miró hacia Gabrielle, que simplemente estaba sentada allí, mirando al suelo—
. Eres una idiota. —En lugar de responder, Gabrielle solo asintió de nuevo con
entumecida aceptación—. ¿Sabes por qué eres una idiota? —Gabrielle negó
con la cabeza después de una breve pausa. Xena se levantó y caminó por la
habitación, llegando al hogar y dándose la vuelta para mirar hacia atrás. Los
afligidos ojos de Gabrielle se encontraron con los suyos y pudo ver el repentino
eco de los fragmentos de una niña esclava a la que casi habían disparado
delante de ella en lugar de la sensual y alegre compañera de la que había
llegado a depender. A Gabrielle no le había importado entonces. Se había
enfrentado a Xena y le había respondido porque esperaba la muerte, o algo
peor, y no había visto nada mejor en su vida. Xena recordaba ese sentimiento,
recordaba haber bebido lo suficiente como para ahogarlo durante esas
largas noches a lo largo de los años, cuando sentía que su propia vida estaba 117
perdiendo su significado. ¿Entendía el miedo de Gabrielle? Silenciosamente,
interiormente, se rio burlona de sí misma, sabiendo la respuesta muy, muy bien.
Tanto—. Eres una idiota porque parece que no te das cuenta de que me
arrancaría el corazón si te dejara. —Xena giró y salió de la habitación,
cerrando de golpe la puerta entre sus cámaras.

Gabrielle se dejó caer lentamente en el suelo y se sentó allí, con la cara


enterrada entre las manos.

Stanislaus se quedó allí de pie, con una expresión atónita en su rostro.

—¿Cancelar el banquete, Majestad? —repitió—. ¿Es eso, disculpe, lo que me


ha dicho?

—Cancélalo. —Xena continuó escribiendo en un pergamino—. El ejército se


va mañana. No tengo el tiempo, la paciencia ni la energía para entretener a
un grupo de perros de caza inútiles que no hacen más que gimotear y
rebuznar como burros ante mí.

La mandíbula del senescal se cerró, luego se abrió de nuevo.

—Muy bien Majestad —murmuró—. Como desee. —Hizo una reverencia y


retrocedió hacia la puerta—. Como desee.

Xena esperó a que la puerta se cerrara, y lentamente dejó de escribir, se


quedó mirando su pergamino antes de cerrar los ojos y levantar una mano
para apoyar su cabeza sobre ella.

La puerta cerrada de la habitación más pequeña a su derecha la golpeó con


silenciosa acusación y, después de un momento doloroso, arrojó la pluma
contra la pared opuesta y se levantó, dirigiéndose con pasos decididos hacia
donde Stanislaus había desaparecido tan oportunamente.

Pero después de unos pocos pasos se encontró yendo a la puerta entre ella y
Gabrielle en su lugar, el dolor en su pecho se alzó casi estrangulándola.

Apoyó las manos en la puerta, sorprendida de verlas temblar, y luego murmuró


un flojo juramento mientras empujaba el panel y entraba, deteniéndose en la 118
silenciosa oscuridad interior.

Ahora, era su turno de tener miedo, y lo tenía. Sus ojos escanearon el interior,
su corazón latía tan fuerte en su pecho que no podía oír ningún otro sonido a
su alrededor. El diván bajo estaba vacío, y lo mismo las sillas delante del fuego.

Abrió la boca, con la garganta seca, para pronunciar el nombre de Gabrielle


cuando vio la figura pequeña y encorvada en la esquina, cerca de la pared
más alejada. Exhaló, su aliento fluía entre sus labios.

Vacilante, se acercó, oyó los sollozos suaves y sofocados cuando llegó al lugar
y se arrodilló, incapaz de evitar estirar la mano y, antes de darse cuenta,
estaba sentada en el suelo recogiendo a Gabrielle en sus brazos y tirando de
ella. en su regazo.

¿Estaba llorando? Xena se sorprendió al descubrir que sí y agradecida de que,


en lugar de resistirse al contacto, Gabrielle simplemente se acurrucó en él,
haciéndose una bola en su abrazo con un sonido desesperado y suave que
debería haber sido profundamente aterrador.

A Xena no le importó.

Lo que fuera en lo que se había convertido ahora, no era lo que había sido y
ya no sabía a dónde iba y por qué quería llegar allí.
Nada tenía sentido.

Nada.

119
Parte 4

El ruido de la lluvia contra la ventana lentamente aligeró el sueño de Gabrielle,


hasta que el sonido inusualmente cercano mezclado con la posición en la que
estaba, la sacó de un sueño profundo y sin sueños a una extraña y
preocupante realidad.

Estaba oscuro, y ella estaba medio en el suelo y medio tumbada en lo que se


dio cuenta que eran los brazos de Xena y, por un momento, se sintió muy
confusa tratando de descubrir qué estaba pasando hasta que recordó lo que
había sucedido.

Su corazón se hundió, cuando la puerta resonó en su mente y casi entró en


pánico hasta que su disperso cerebro tomó el control de nuevo, y respiró
profundamente el aroma de Xena.

Estaba bien. No estaba aquí sola. 120


Dejó que se le escapara el aliento y sintió un eco del miedo que le puso la piel
de gallina por un instante, y antes de que esto la bloqueara, se calmó con el
recuerdo de Xena volviendo a ella, sosteniéndola y diciéndole que todo
estaría bien.

Estarían bien.

Qué noche. Gabrielle no estaba lo que se dice cómoda, pero tampoco iba a
moverse. La repentina pelea la había golpeado con tanta fuerza y, había sido
tan inesperada, que en su interior todavía temblaba y todo lo que de verdad
quería hacer era acurrucarse allí en la oscuridad y no tener que enfrentar el
día.

Era duro. Estaba tan feliz de ser parte de la vida de Xena y tan temerosa de
que todo terminara de un momento a otro y perdiera lo que se había
convertido en lo más importante de su mundo.

Amaba a Xena. No tenía idea de qué haría si la reina perdía el interés por ella
y se iba con otra persona, tan profundamente estaba perdida en ese amor.

El dolor todavía resonaba suavemente dentro de ella, y cuando lo pensó


comenzó a llorar otra vez, las lágrimas se filtraban impotentes de sus ojos. El
sueño que había tenido solo la había hecho sentir más agotada y parpadeó
silenciosamente, sintiendo las calientes lágrimas caer por sus mejillas.

—Oye.

Gabrielle casi se mordió el labio inferior, saboreando la sangre dentro de su


boca.

—Uhm —pronunció suavemente—. Lo... sie... —Tomó aliento—. S... s... —El
tartamudeo se apoderó de ella y, simplemente, dejó de intentarlo, cerrando
la boca y sorbiendo un poco en su lugar.

Xena se movió un poco.

—¿Estás bien? —Gabrielle asintió, después de una breve pausa, sin apenas
atreverse a respirar cuando sintió los dedos de Xena envolver la parte posterior
de su cabeza—. No suenas bien.

La sombría y callada preocupación que había en el tono casi hizo que


Gabrielle se desmayara, tanto contraste con la forma en la que Xena le había
hablado antes. Esta no era la mujer burlona y enojada que había hecho
añicos su compostura; esta era la compañera que poco a poco había llegado 121
a conocer.

Confiar.

Amar más de lo que amaba la vida. Se lamió los labios, amargos por el sabor
del cobre en ellos y sintió que su cuerpo se relajaba un poco.

—Yo... uh... —Apenas podía hablar, tenía la garganta tan cerrada por el
llanto—. No fue mi intención hacerte enfurecer.

—Lo sé. —La voz de Xena sonó muy cansada—. No eres una... en realidad no
eres una idiota. Yo mato gente cuando estoy furiosa.

Gabrielle pensó en eso, sabiendo lo cierto que era.

—N... no —susurró— Simplemente no quería enfurecerte porque no quería que


estuvieras triste —admitió—. No... no por eso.

La oscuridad ocultaba por completo las facciones de Xena.

—¿Crees que te mataría? —preguntó la reina—. ¿Si me enfadase lo suficiente?

—No.

—¿En serio?

La extraña conversación solo la estaba haciendo sentir más agotada.


—Sí —respondió débilmente Gabrielle—. No creo que alguna vez me vayas a
hacer daño a propósito.

Xena guardó silencio por un momento después de eso y se sentaron juntas en


la penumbra, hasta el fuego se había reducido a solamente brasas.

—Nunca te haría daño a propósito —dijo Gabrielle de repente—. Solo quiero


que seas feliz. —Podía sentir la respiración de Xena—. Solo quiero amarte. —
Sintió que las lágrimas volvían a aparecer, cálidas sobre la piel de su mejilla.

La reina apretó suavemente sus brazos un poco más a su alrededor,


colocando su cabeza debajo de la barbilla de Xena mientras las mecía a las
dos por un tiempo. Escucharon la tormenta afuera, la lluvia golpeaba contra
la ventana con una fuerza constante, pero con un ritmo que era casi relajante.

Estaba arrullando a Gabrielle de nuevo para que se durmiera, y dejó que sus
ojos se cerraran, dejando atrás la tensa incertidumbre por un momento
mientras se quedaba medio dormida, deseando de nuevo que la noche fuera
eterna e interminable. Esto era la paz, aquí, en este momento, en este lugar, y
era bueno simplemente vivirla.

La voz de Xena la sorprendió, saliendo como lo hizo de la tormenta, tan gentil


122
que casi no la escuchó.

—No tenía ni idea de lo que era ser feliz hasta que te conocí —la reina
reflexionó—. ¿No es increíble?

Gabrielle se tomó un momento para recordar su vida antes de Xena. Antes de


que los traficantes de esclavos atacaran su aldea, mataran a sus padres y las
tomaran cautivas a Lila y a ella; antes de la larga y aterradora caminata hacia
la fortaleza.

Antes de pararse en el patio y observar a Lila morir, su cuerpo perforado por


una larga y negra flecha que interrumpió su grito de miedo y envió sus
apretadas manos alejándose de ella en aterrada súplica.

Antes ella lo había perdido todo.

—Yo tampoco —susurró Gabrielle, con la más leve de las sonrisas—. ¿No es
increíble?

Encontró todo.

—Las dos somos tontas del culo —comentó Xena, pero incluso en la oscuridad
la sonrisa de regreso era evidente—. Ninguna de nosotras debería dirigir nada.
Deberíamos estar retiradas pastoreando en las colinas en algún lugar
recogiendo flores y bailando a la luna llena.

—¿Podemos ir a hacer eso?

Xena apoyó la cabeza contra el cristal de la ventana, sintiendo el tintineo de


la lluvia en la parte posterior de su cráneo.

—¿Quieres decir renunciar a todo esto, y solamente vagabundear por el


bosque?

—Sí.

Xena sintió el retumbar del trueno contra sus omóplatos y se encontró


deseando a Hades que el día siguiente no comenzara pronto, en medio de
una tormenta, con ella al mando jodiéndolo todo.

—¿Quieres decir, renunciar a todo este lujo? —Soltó una mano de Gabrielle y
palmeó el suelo de piedra.

—Sí.

¡A la mierda! 123
—Si meto la pata lo suficiente y perdemos, acabaremos como vagabundas
sin hogar o muertas —comentó la reina—. Luego supongo que eso es algo que
desear, ¿eh? —Sintió que Gabrielle se movía y se acurrucaba más cerca de
ella, y su inquietud interior comenzó a disiparse lentamente al darse cuenta de
que las cosas no estaban tan mal como había pensado.

Gabrielle no la odiaba todavía.

—¿Xena?

—¿Sí? —La reina sintió una lenta sensación de resignación que se apoderaba
de ella, ya que el día siguiente se acercaba cada vez más con cada oscuro
instante, acercándose al amanecer que anteriormente esperaba ansiosa—.
¿Qué pasa, rata almizclera? Lo siento si te he asustado.

—¿Podemos ir a sentarnos en la cama? Me estoy congelando.

En algún lugar de su interior, Xena encontró la risa, y se entregó a ella mientras


lentamente enderezaba su cuerpo y se levantaba, haciendo una mueca ante
los chasquidos de protesta de sus articulaciones y su columna vertebral que se
realineaba.

—Oh, condenados dioses, me estoy haciendo vieja —gimió—. Me siento


como la abuela de alguien.
Gabrielle meneó cautelosamente la cabeza hacia un lado y luego hacia el
otro, oyendo unos pequeños chasquidos.

—No te ves como la abuela de nadie —respondió con cautela—. No como


ninguna de las que recuerdo, de todos modos.

—Gracias. —Xena le puso una mano en el hombro—. Creo.

Su cuerpo estaba helado ahora que ya no estaba presionada contra Xena, y


caminó hacia la pequeña mesa y tomó la vela.

—Déjame ir delante.

—¿Por qué? —Xena se acercó por detrás de ella y tomó la vela—. Puedo ver
bien. Vamos. —Colocó su brazo sobre los hombros de Gabrielle y abrió el
camino a través de la puerta entre la pequeña habitación de la mujer rubia y
la más grande más allá.

—¿Puedes? —Gabrielle forzó la vista, pero no podía ver nada más que
sombras tenues y grises—. Yo no puedo ver nada.

Xena giró la cabeza y miró a su alrededor, la cama y los muebles de su cámara


interior se destacaban como sólidos contornos plateados contra las pálidas 124
paredes.

—¿No puedes ver nada? —preguntó distraídamente—. ¿Nada?

Gabrielle estiró su brazo de repente cuando sus piernas chocaron con la


cama.

—¡Oh! —Se giró y levantó la vista hacia lo que imaginaba que era la cabeza
de Xena—. No veo nada. Ni siquiera a ti.

Aunque podía ver los ojos de Gabrielle moviéndose en su dirección, Xena


estaba fascinada al darse cuenta de que no se estaban enfocando y para
comprobarlo, agitó su mano frente a la cara de la mujer más pequeña y no
obtuvo respuesta.

Ella misma podía distinguir la cara de su compañera fácilmente.

—Que me aspen. —Xena murmuró, un repentino destello de memoria le


devolvió la cara de Lyceus, en un pasillo muy oscuro, tan desgarradoramente
claro para sus ojos, y para nadie más.

“Los ojos de búho de Xe”. Ly siempre los había llamado así, medio envidioso y
medio bromeando, cuando les resultaban muy útiles para sacarlos de los
malditos pozos y túneles en los que se guarecían por la noche.
A lo largo de los años, había olvidado lo diferente que era a veces.
Ciertamente, había sido fácil olvidarse de esas habilidades ya que ahora no
las necesitaba, aparte del manejo de su espada y la habilidad de matar sin
titubear o arrepentirse.

Era fácil olvidar cuánto habían dependido de ella sus jóvenes vidas, el oído
más sensible que cualquier perro, sus reflejos y esos ojos.

—¿Xena? —La voz de Gabrielle fue gentil—. ¿Estás bien? —Si las hubiera
recordado, ¿habría importado? ¿Podría haber parado esas reveladoras
peleas y haber olido esa punta de cobre en el más leve viento y tal vez haberlo
salvado?—. ¿Xena? —Cálidas manos presionaban contra su estómago, y
apartaron su mente del pasado. Este no era Lyceus, y ella ya no era un espíritu
salvaje e imprudente. La pregunta era, si no era eso, entonces ¿qué era? Xena
le dio una palmadita en el brazo a su compañera de cama, luego la empujó
hacia atrás sobre la cama y se unió a ella, estirando su rígido cuerpo sobre el
suave colchón por última vez en lo que podría ser un largo tiempo. Realmente,
ella ya no sabía quién era, nunca más. Tal vez era por eso que estaba por
todos lados, cabreando a los nobles, enloqueciendo a los hombres y
volviendo loca a Gabrielle. Se había metido de lleno en un papel que creía 125
acertado, y ahora que estaba predicando con el ejemplo, había descubierto
que tenía dudas incluso si el ejército no las tenía. ¿Y si…? Xena tiró del lujoso
edredón sobre ambas y se resignó ante la idea de que estaba
intercambiando una vida de certezas aburridas, aunque agradables, por algo
mucho más oscuro, más peligroso, lleno de dificultades y dolor, y posible ruina.
¿Qué derecho tenía, en realidad, para arrastrar a Gabrielle a eso? ¿Solo por
su propio consuelo?—. ¿Xena?

—¿Mm?

—¿Estás bien?

—No —suspiró la reina—. Estoy loca.

Una pausa.

—Oh.

Xena miró hacia el dosel de la cama.

—Gabrielle, nunca te pregunté si realmente querías hacer esta mierda de


guerra, ¿verdad?

—Um... no, pero...


—Bueno, ya sabes, ya no eres una esclava. Así que escucha. —La reina cuadró
sus hombros—. No pensaré menos de ti si te quedas aquí, ya sabes, y tal vez
dirigir este lugar mientras estoy fuera.

—Uh.

—Estar de campaña es duro —dijo Xena, en voz baja—. Muchos hombres


morirán antes de que yo termine. Las tierras podrían ser quemadas, las aldeas,
como la tuya... podrían ser destruidas. Podría saquear las cosechas de la mitad
del reino para apoyar la lucha si tengo que hacerlo. ¿De verdad quieres ver
eso? Ahora lo digo en serio.

—Xena...

—Lo sé... en tu corazón, quieres ir, pequeña —susurró Xena suavemente—. Sé


que quieres... pero hay cosas que ninguna persona en su sano juicio debería
hacer y que ninguna persona en su sano juicio debería ver y tú eres la persona
más sensata que conozco. —Hizo una pausa—. No quiero que pierdas esa
cordura y te vuelvas una chiflada como yo. ¿Lo entiendes?

Silencio desde las sombras. Luego una exhalación.


126
—Lo entiendo.

Xena exhaló en silencio, asintiendo con la cabeza.

—Entonces, ¿qué dices, Gabrielle? ¿Quieres ser la reina?

Hubo un leve movimiento, casi como si Gabrielle se hubiera reído levemente.

—Digo que me lleves contigo —respondió—. Donde vayas, voy, Xena. Incluso
si es al Tártaro.

Xena tuvo que sonreír.

—Estás segura de lo que dices, ¿verdad?

—Sí.

—Última oportunidad…

—Misma respuesta.

Bien, Que carajo.

—Está bien, rata almizclera. —Xena arrojó sus dados al viento—. Entonces,
mañana nos vamos a la guerra. No digas que no te lo advertí. —De repente,
Gabrielle se movió y se levantó, inclinándose hacia adelante y encontrando
los labios de Xena en lo que para ella era oscuridad total. Besó a la reina con
silenciosa pasión, luego se dejó caer sobre el colchón y se metió debajo de
las sábanas, dejando a una reina confundida a su lado mientras la tormenta
tronaba fuera de las ventanas—. Chiflados. —Xena cerró los ojos, con un
suspiro—. Estamos todos chiflados.

La aurora rompió sobre un paisaje todavía tormentoso, las nubes grises sobre
sus cabezas combinaban con las paredes grises de la fortaleza mientras el
ejército comenzaba a congregarse ante las puertas ignorando el clima.

Los carros estaban siendo desplegados a un lado, y las puertas del establo
estaban abiertas de par en par, los mozos movían animales hacia afuera con
briosa motivación a pesar de que el sol apenas había salido detrás de la
gruesa capa de nubes.

Dentro del establo, Gabrielle estaba de pie al lado del puesto de Parches, 127
dándole de comer puñados de hierba que había cogido fuera.

—¿Cómo va eso, Parches? —El pony masticó su ofrenda con expresión


pensativa, acercándose para empujarla un poco en una búsqueda evidente
de más botín. Él ya estaba usando su nuevo abrigo, su grueso tejido atado
alrededor de su pecho y debajo de su vientre, y su silla de montar estaba lista
encima del poste. Gabrielle puso en orden su crin, y le rascó las orejas,
respirando hondo y sintiendo la extraña sensación de su armadura
constriñendo su cuerpo—. Espero que esto realmente no sea tan pesado
como parece —le dijo al pony en un tono confiado—. Se siente muy raro. —
Raro, pero no incómodo. Gabrielle se apartó del establo y estiró los brazos,
moviéndolos de un lado a otro mientras intentaba acostumbrarse a su nuevo
atuendo. Había dormido más después de su charla de anoche, y realmente
no se sentía tan mal a pesar de la hora temprana y el pésimo clima. Había una
clara excitación en el aire, y aunque no había visto a Xena desde que habían
tomado un desayuno rápido, tenía la sensación de que la reina se había
sosegado y estaba de mejor humor. Al menos, eso esperaba—. Parches,
vamos a salir y tener una aventura. ¿Qué te parece? —Caminó por el establo
y miró alrededor, feliz de que no hubiera mozos que la interrumpieran mientras
levantaba la silla de Parches del poste y se la colocaba sobre su lomo. El pony
se mantuvo amablemente quieto mientras le abrochaba la correa del pecho,
luego se arrodilló para alcanzar debajo de él y agarrar la del abdomen. Fue
una de las primeras cosas que le enseñó Xena, junto con el paciente peinado
del grueso pelaje de Parches y el meticuloso cuidado de sus pezuñas. Conocía
todas las partes de sus arreos y cómo sujetarlos, compartiendo una afinidad
por los animales similar a la de Xena. Gabrielle tensó la correa y la abrochó,
dando un pequeño tirón a la silla para asegurarse de que estuviera segura.
Dejó que sus manos descansaran sobre Parches y miró las elaboradas mangas
verdes atadas firmemente alrededor de sus muñecas, que se ajustaban
debajo de su armadura y amortiguaban su piel. Se sintió bien. Se sentía
diferente, tener la cota puesta con la armadura sobre ella. Había sentido un
poco de cautela al tener los eslabones sobre su piel, ya que en un ligero
descuido habían pellizcado los pequeños y finos pelos de su brazo entre el
metal y había chillado, para diversión de Xena. Ahora los enlaces se
deslizaban sobre la tela y descubrió que el atuendo se sentía bien y
sospechaba que se acostumbraría rápidamente.

»Al menos eso espero —Gabrielle metió la mano en la brida de Parches—.


¿Estás listo para salir, Parches? Vamos a buscar a tu amigo Tiger, ¿vale? —Sacó
al pony de su puesto, compartiendo un momento de melancolía en su nombre
al dejar atrás su cómodo entorno. Aunque era difícil para ella viajar, sería
128
doblemente duro para su montura y esperaba haber guardado suficientes
golosinas para él en sus bolsas como para compensarlo. El aire húmedo y frío
le golpeó la cara cuando salía al patio, y se detuvo un momento ante el
organizado movimiento frente a ella, sintiéndose un poco incómoda, y más
que un poco fuera de lugar.

—Buenos días, mi lady. —Uno de los soldados la reconoció e hizo un saludo


sencillo y casual con la mano en el pecho—. Hermoso día para marchar, ¿no
es así?

Gabrielle alzó la vista y luego sonrió con ironía.

—Si tú lo dices.

El hombre, que a primera vista no era mucho más viejo que ella, le devolvió la
sonrisa.

—Mi papá diría, es bueno estar dentro, ya que solo puede mejorar, ¿eh?

Ese comentario sorprendió a Gabrielle que podía recordar a su madre


diciendo casi lo mismo.

—Sí —estuvo de acuerdo—. Bueno para la lana. —El soldado inclinó su cabeza
hacia atrás y se rio, continuando su camino con su carga de escudos.
Gabrielle condujo a Parches al sendero sintiéndose un poco mejor. Todos los
hombres que la rodeaban, cualquiera que fuera su tarea, llevaban en alguna
parte de su equipo la insignia de la cabeza de halcón que hacía juego con la
hebilla de su cinturón y ahora notó que en los escudos también la habían
pintado recientemente. La marca de Xena, la cresta amarilla contra el negro
que revoloteaba sobre la torre superior de la fortaleza ahora se veía en todas
partes en las sobrevestas de los caballos, y en la armadura de los hombres, y
en ella. Gabrielle se dio unas palmaditas en la hebilla y miró a su alrededor,
estirando el cuello para ver si podía ver a Xena, o al menos a su gran semental
negro en alguna parte.

»¿Los ves por algún lado, Parches? —Parches resopló amablemente,


abriéndose paso por el camino batido con sus pulcras pezuñas grises.
Gabrielle le dio unas palmaditas en la mejilla, luego su corazón dio un vuelco
cuando vio a Xena a través de los carros, la reina sentada en una postura
relajada a lomos de Tiger que se erguía sobre una pequeña elevación desde
donde estaba observando todo. Gabrielle se hizo a un lado y frenó a Parches
hasta detenerlo, apoyando su brazo en el lomo del pony mientras
simplemente se quedaba allí, mirando a Xena en toda su gloria marcial. La
reina vestía su armadura, el cuero negro y el metal bruñido perfilaban su largo
129
cuerpo, y llevaba un hermoso manto negro que la rodeaba con la cabeza de
halcón enmarcada en la espalda. La empuñadura de su espada era visible
justo detrás de su oreja derecha, y escondida detrás de su rodilla estaba la
funda que sostenía el arma redonda de metal. Gabrielle estaba fascinada.
Tiger se pavoneó en su sitio, y Xena se relajó y fue con él, lo condujo
pulcramente en círculos y luego retrocedió unos pasos, la maniobra hizo
sonreír a la reina—. Está bien. —Gabrielle se volvió y se enfrentó a Parches—.
¿Estamos listos para ir, Parches? —Tomó las riendas con una mano y puso su
pie en el estribo, saltando un poco subió a la silla con un suave gruñido—.
Muchacho... De verdad que prefiero montarte desnudo, Parches. —El pony
estiró la cabeza y la miró desde debajo de sus pobladas cejas. Gabrielle se
levantó y empujó el costado del pony—. Adelante, vayamos donde Xena y
veamos qué está tramando. —Trató de relajarse mientras cruzaban el
atestado patio, con soldados que se levantaban o se apartaban
graciosamente de su camino mientras les daba sonrisas e intentaba no
llevarse a nadie por delante.

Xena la vio venir, y medio giró a Tiger, apoyando una mano en su muslo
cuando se acercaron, sus brillantes ojos azules estudiaban a su compañera
atentamente.
—Gabrielle.

—Sí, su majestad. —Gabrielle detuvo a Parches junto al gran semental,


sintiéndose casi cómicamente empequeñecida por él—. Estoy lista.

Una de las oscuras cejas de la reina se levantó.

—¿Lo estás?

—Bien. Tan lista como puedo estar —admitió Gabrielle, irónicamente. Ella miró
a su alrededor, cuando las tropas comenzaron a reunirse en grupos grandes,
y los carros comenzaron a crujir en línea. Cuatro legiones, y todos eran
hombres, se dio cuenta, se preparaban para marchar bajo el estandarte de
Xena, y frunció el ceño un momento, tratando de recordar cuántos había
habido cuando las tropas de Xena lucharon contra Bregos. ¿Había menos
ahora? Gabrielle recordó que Xena había dicho durante el invierno, que
algunos soldados se habían unido al ejército, pero que también sabía que
algunos habían muerto por enfermedad y que era difícil saber si eran más o
menos que antes. Definitivamente, había más de los que habían viajado la
última vez. Se volvió y miró a Xena, que estaba sentada allí mirándola en
silencio—. ¿Cómo se va a la guerra, de todos modos? —preguntó—. ¿Vas por 130
el camino hasta que encuentres a alguien para pelear y lo haces?

Ambas cejas de Xena se dispararon, y levantó una mano enguantada para


sofocar una risa.

—No. —Aclaró su garganta, y movió a Tiger para que estuvieran una al lado
de la otra—. Lo primero que haremos es cubrir el terreno entre aquí y la
frontera, y ocuparnos de esos malditos asaltantes pulgosos. —Flexionó las
manos—. Entonces veremos cuál es la mejor manera de hacerlo.

Brendan se subió a un robusto castrado gris, con melena y cola gris oscuro.

—Señora —saludó brevemente—. El maestro de caballos pide tener unas


palabras contigo, si quieres.

—Dile que venga —dijo Xena—. Si él es del tipo tímido, le dices que puede
quedarse aquí y tejer cestas.

—Señora. —Brendan giró su montura y se alejó, dando media vuelta, dobló


una esquina cerca de los establos y desapareció, mientras Xena pateaba sus
botas para liberarlas de los estribos y dejaba que sus pies colgaran.

—¿Qué pasa si no encontramos a nadie para pelear? —Gabrielle insistió en su


línea de preguntas—. ¿Seguiremos adelante?
Xena la miró.

—¿Cuál es el objetivo de esta conversación?

—Solo estoy preguntando.

—Nunca solo preguntas. —La reina sonrió, tomando el aguijón de las


palabras—. Siempre tienes algo cocinando dentro de esa linda cabecita
tuya. —Extendió la mano y alborotó el cabello de Gabrielle—. Si no
encontramos a nadie, tomaremos toda la tierra por la que vamos a marchar,
pero no cuentes con eso. —Echó un vistazo más allá del ejército, hacia las
murallas—. Hay algo ahí fuera.

—¿Qué tipo de algo?

Ah. Excelente pregunta. Xena no sabía qué la impulsaba en su interior y la


hacía dirigirse a la frontera, solo sabía que era fuerte, y que era molesto, y que
estaba anulando incluso su autoindulgente impulso de permanecer en la
fortaleza con todos sus placeres hedonistas.

—Eso es lo que quiero averiguar.

Uno de sus placeres más hedonistas frunció el ceño y jugó con sus riendas, 131
luciendo inocente y particularmente atractiva con su armadura prolijamente
fabricada.

—Bien, es algo bueno detener a los invasores, de todos modos.

Xena se acercó y recolocó el borde de la nueva capa de su compañera,


impaciente ahora por seguir su camino y no merodear por el patio mientras
los nobles miraban desde los muros.

—Sí, al menos me divertiré un poco antes de tener que empezar a trabajar


duro —concordó—. Y puedes inventar una buena historia sobre cómo defendí
a los niños sin hogar, ¿de acuerdo?

Gabrielle asintió, después de una breve vacilación.

—¿Qué va a pasar aquí? —preguntó—. ¿A toda esta gente, si te estás


llevando al ejército?

Ah. Otra excelente pregunta. Xena decidió acercarse a su maestro de


caballos para distraerla. Dirigió a Tiger hacia el establo y lo interceptó.

—Sheldon.
—Señora. —El hombre la saludó—. Es la nueva potranca, Señora. Ha roto su
puesto de nuevo, y temo dejarla aquí con los jovenzuelos. —Se limpió las
manos en los pantalones de cuero—. En verdad es muy fogosa.

Xena tomó aliento ante esta inesperada complicación.

—¿La potra de Lastay? —dijo—. Enviarla de regreso a él.

El maestro de caballos ladeó la cabeza.

—¿Señora? —Parecía confundido—. Fue su hombre quien dijo que la


potranca era suya... el otro día, es un hecho.

¿Como?

—¿Qué?

—Guau, eso fue amable por su parte. —Gabrielle se había introducido en la


conversación, su pony asomó la cabeza por debajo del cuello de Tiger
mientras pasaba—. Es un caballo tan bonito, Xena.

—Ah, y tú has sido quien le dio manzanas, ¿verdad? —El maestro de caballos
le sonrió a Gabrielle—. El mozo de caballos dice que te ha cogido cariño. 132
Xena volvió la cabeza y miró a su joven amante.

—¿Has estado jugando con ese caballo? —gruñó—. Te dije que la dejaras en
paz. —Frunció el ceño al maestro de caballos—. Enviarla de vuelta a Lastay.
No la necesito aquí. —Ella se movió, y Tiger reaccionó a su agitación,
moviéndose en un círculo rápido, sacudiendo la cabeza—. ¡Para!

El maestro de caballos dio un paso atrás.

—Como diga, señora —murmuró—. Enviaré a mi hijo y a uno de los hombres


mayores con... er... por los dioses, espero que puedan manejar al animal. Ella
es sin duda una luchadora. —Se giró y se dirigió hacia el establo, sacudiendo
la cabeza mientras caminaba.

—Idiotas. —Xena volvió a controlar a su semental—. Lo último de lo que


necesito preocuparme es de una maldita... —Hizo una pausa, mientras
Gabrielle desmontaba a su pony—. ¿Dónde Hades vas?

Gabrielle le entregó las riendas.

—¿Puedes quedarte con él? Solo quiero decir adiós al bonito caballo si la estás
enviando lejos —explicó—. Solo será un segundo.
—Q... —La mano de Xena se cerró alrededor de las riendas instintivamente—.
¿Decirle adiós a un maldito caballo? ¿Qué pasa contigo?

La mujer rubia se encogió de hombros ligeramente.

—Me gusta. —Le dirigió a Xena una sonrisa tímida—. Ella me recuerda a ti. —
Con eso, se escabulló detrás del maestro de caballos, dejando a su reina
sentada allí en su gran caballo con la boca abierta lo suficiente como para
verla, y sus manos llenas de riendas de pony—. Vuelvo enseguida.

—Te recuerda... —Xena dejó que las palabras se apagaran, cuando Gabrielle
desapareció detrás de la puerta del establo—. Pequeña rata de granero. —
Miró hacia abajo cuando algo le dio un golpecito en la pierna, y encontró a
Parches mirándola con reproche—. ¡¿Qué?! —El pony mordisqueó algo y
negó con la cabeza. Tiger resopló y también negó con la cabeza. Xena puso
los ojos en blanco y miró hacia el cielo gris—. Esto está comenzando, por los
malditos dioses, genial —exhaló en voz alta—. Maldición.

Un trueno retumbó, como en respuesta a ella, la risa de los dioses que la hizo
mascullar en silencio para sí misma otra vez.

Maldición.
133

Pareció tomar una eternidad, pero finalmente estaban en marcha, y se


dirigieron por el camino largo y sinuoso que los llevaría primero al río, y luego
fuera de la fortificación hacia lo desconocido.

Gabrielle se colocó la capa e hizo todo lo posible por relajarse en su silla,


estirando las piernas y escuchando el leve crujido del cuero mientras
cabalgaba al lado de Xena, al frente de la primera sección del ejército.

No delante del todo, notó. Había alrededor de una docena de soldados


montados a caballo a la cabeza, o en vanguardia, como Xena había dicho
que era, asegurándose de que las cosas estuvieran bien antes de que el resto
los siguiera. También había soldados que viajaban a cada lado de ellas,
aunque era difícil decidir si solo estaban allí o se suponía que eran
guardaespaldas.
Detrás de ellos, las legiones marchaban impasibles, y más atrás, los vagones
de suministros rodaban seguidos por una tropa de guardias que llevaba la
retaguardia.

El camino estaba mojado por la lluvia de la noche anterior, y el cielo sobre su


cabeza parecía amenazar con aumentarla en cualquier momento. Pero aun
así, incluso con todo eso, Gabrielle sintió una sensación casi de alivio cuando
atravesaron las puertas de la fortaleza y salieron al aire libre, con el viento
húmedo que barría contra ellos.

Le revolvió el cabello y el cuello de piel de su capa y se alegró de que Parches


se mantuviese firme mientras chapoteaban a través de un charco espeso y
fangoso en el centro del camino.

Todo había comenzado con una notable falta de ceremonia, pensó. Había
esperado que al menos los ocupantes del castillo se asomaran a los muros
para despedirlos, pero aparte del Duque, que se había arrodillado en el barro,
y había estrechado sus manos con Xena, todos los demás, aparentemente,
habían encontrado algo mejor que hacer.

Se había sentido extraña, como si todo el mundo le estuviese dando la 134


espalda al ejército, cuando en realidad, iban a salir al mundo a traer cosas
para las mismas personas que los ignoraban. Gabrielle frunció el ceño.

Eso es lo que estaban haciendo, ¿no?

No estaba segura de cómo Xena se sentía al respecto. La reina había estado


relativamente callada desde que habían partido, su cuerpo estaba
repantigado en la silla de montar, y sus manos descansaban casualmente
sobre sus muslos mientras Tiger caminaba por el camino con la cabeza
bastante libre.

Parecía relajada, pero mientras Gabrielle observaba, los dedos de la reina


fueron a peinar la melena de Tiger, luego a los lazos de la silla de montar, luego
a los extremos de las riendas en un extraño movimiento que desmentía su
postura aparentemente relajada.

Xena realmente no parecía aburrida, parecía estar pensando en algo, y


Gabrielle decidió que estar callada y dejarla hacer eso, era probablemente
una buena idea por el momento. Tenían todo el día para caminar, y ella volvió
su atención al paisaje circundante, ya que normalmente no cabalgaban por
allí y había nuevas flores de primavera para contemplar.

Azules y amarillas, muy bonitas, con abejas de aspecto rechoncho


revoloteando sobre ellas. Gabrielle se inclinó un poco hacia adelante y vio
como un colibrí intercambiaba espacios con la abeja, sus alas se movían tan
rápido que no podía distinguirlas siquiera.

Asombroso. Se enderezó en su silla de montar y volvió a mirar hacia delante,


observando cómo el camino se inclinaba hacia el río mientras los truenos
retumbaban sobre sus cabezas.

—Gabrielle.

Sorprendida, levantó la mirada hacia Xena, que estaba medio vuelta en su


silla de montar observando.

—Oh. ¿Sí?

—¿Recuerdas ese juego de palabras que jugamos una vez?

Juego de palabras, juego de palabras... qu... oh

—¿El de cuando estabas herida? —dijo Gabrielle—. ¿El juego de adivinanzas?


—Vio a Xena asentir—. Claro, lo recuerdo. Ganaste.

—Naturalmente. —La reina sacudió su capa y la sacó de detrás de su bota—


. Así que hagámoslo de nuevo. —Se dio la vuelta y examinó las tierras por las 135
que se movían, complacida de ver campos arados a ambos lados hasta el río
y más allá.

A medida que pasaban uno, los trabajadores ocupados entre las


plantaciones levantaron la mirada, luego se acercaron a la orilla del camino
para verlos pasar. Uno de los jóvenes saludó con la mano, y un soldado le
devolvió el saludo y dejó escapar un silbido mientras el observador gritaba.

—¿Qué era eso? —preguntó Gabrielle, mirando por encima de la alta forma
de Tiger.

—Parientes. —Xena respondió brevemente, luego miró hacia atrás—. O tal vez
son amantes. ¿Quién sabe? —Bajó la vista hacia sus manos cubiertas con los
guanteletes, los dedos de una de ellas se sujetaron ligeramente alrededor de
sus riendas, y suspiró ante la extraña sensación de llevar los guantes después
de tanto tiempo.

Todo se sentía un poco raro. Ella siempre había montado, pero había algo
diferente sabiendo que al final de este día, y el siguiente, y el siguiente, y el
siguiente, no habría ningún establo cálido al que pudiera llevar a Tiger, y sin
darse un respiro de la sensación de la silla de montar y el viento contra su cara.

—¿Quieres ser la primera? —La voz de Gabrielle la distrajo—. En pensar en


algo, quiero decir, ¿o quieres que empiece yo?
Distracción. Exactamente lo que necesitaba.

—Vas tú. —Xena luchó contra el impulso de intentar rascarse el picor entre sus
omóplatos que estaban cubiertos por la armadura y su espada. El cuero
proporcionaba una buena protección, y estaba bien cortado y ajustado, pero
también se sentía un poco raro constriñendo su cuerpo y podía sentir como
aumentaba su irritación por las pequeñas y quisquillosas dudas que su mente
le estaba lanzando—. Hazlo rápido.

—Está bien —dijo Gabrielle—. Tengo algo.

—¿Ya? No lo creo.

—Sí. —La mujer rubia le aseguró—. Vamos, adivina.

—¿Animal o planta? —Xena comenzó, sintiendo el cambio en el cuerpo de


Tiger mientras empezaban a descender por la pendiente larga y gradual
hacia el río. Ahora podía ver delante de ellos el puente donde se había unido
a la corte para saludar a Bregos en su regreso a casa como su general, y
recordó aquel frío día de otoño con una claridad repentina y sombría. ¿Fue
entonces cuando empezó a sentirse irrelevante? Recordaba el sabor agrio de
la bilis en el fondo de su garganta mientras luchaba contra la envidia que
136
había sentido por la bienvenida que su general recibía, el amor que la gente
siempre le negaba a ella. ¿Fue entonces cuando decidió que él tenía que
morir?

—Planta.

—La apestosa. —Supuso Xena, sabiendo por la rápida y fácil sonrisa en la cara
de su compañera que había errado el tiro—. Está bien, ¿es un árbol, un arbusto
o algo más pequeño?

—Um... —Gabrielle se rascó la nariz—. Sí.

—Ggggaabbbriellle.

—Es un arbusto y algo más pequeño. —Los ojos de la mujer rubia brillaron—.
No es un árbol. —Alargó la mano y apoyó la mano en la bota de Xena—.
¿Xena?

¿Un arbusto y algo más pequeño? La reina la miró.

—¿Sí?

—Sé que va a haber grandes historias antes de que regresemos. —Le dijo
Gabrielle—. Estoy tan contenta de que me hayas dejado ir contigo.
—¿Intentas distraerme de adivinar tu arbusto? —La reina levantó una ceja
escéptica—. Apuesto a que tiene algo que ver con las bayas.

—No. —Gabrielle le apretó la pantorrilla a través del pesado cuero—. Solo


quería que supieras lo feliz que me hace estar aquí, ir contigo... y que me dejes
compartir tu vida.

Ahh. Dividendos del amor. Lo curioso era, reflexionó Xena, que la inocente
niña realmente quería decir lo que decía, y aunque sabía que las historias con
las que regresarían no eran algo que Gabrielle disfrutara contando, el saber
que había venido con ella voluntariamente ponía una sonrisa en su rostro.

—Gracias. —Dejó caer su mano para cubrir la de Gabrielle—. Sin replicas,


listilla. Lo digo en serio.

Los ojos de Gabrielle se iluminaron, y sacó su lengua para atrapar las primeras
gotas de lluvia que finalmente comenzaban a caer, mientras se levantaba la
capucha con la otra mano.

Xena se limitó a reír, dejando su cabeza descubierta mientras la tormenta


estallaba y el viento soplaba directo a su cara mientras miraba al frente sin
pestañear. Y entonces, asintió para sí misma, está empezando, está
137
empezando, y donde acabe puede que ni siquiera importe.

Detrás de ellas, las tropas iniciaron una canción de marcha, voces graves y
ásperas en contrapunto al trueno que retumbaba sobre sus cabezas y,
después de un momento, Xena se unió, con su mente ocupada pensando en
lugares para acampar, gente a la que aterrorizar y plantas que podrían ser
arbustos o no con los que responder.

Xena apartó la solapa de su tienda y se agachó para entrar, parpadeando


para proteger sus pálidos ojos de la lluvia que los aguijoneaba. En el interior se
detuvo, sus sentidos fueron asaltados por el olor a cuero y pieles mezcladas
con vino espaciado caliente y velas encendidas.

—¿Gabrielle?
—Aquí. —Una húmeda figura rubia, descalza y vestida con una túnica clara,
apareció detrás del jergón doble cubierto de pieles que les servía de cama—
. Déjame tu capa... Tengo la mía secándose aquí en la parte de atrás.

La reina, agradecida, se encogió de hombros dejando caer el cuero


empapado y se lo entregó, enderezándose y mirando a su alrededor el interior
poco refinado que le gustó.

—Agradable. —Se sentó en una silla y comenzó a desatar sus botas, contenta
de la alfombra de viaje y de las pesadas pieles de cuero que evitaban la lluvia.
Estaba empapada, con capa o sin capa, la lluvia había continuado durante
todo el día y ahora sentía que su armadura de cuero se había convertido en
parte de su piel, la humedad había facilitado el ajuste del cuero a medida
que avanzaba el día y ella se acostumbró a usarla de nuevo—. Ha sido un
buen día.

Gabrielle se acercó con un pedazo de lino y secó gentilmente el cabello de


Xena, moviéndolo hacia atrás y acariciando las gotas de lluvia de su rostro.

—¿Lo ha sido? Todo el mundo parece un poco gruñón.

La reina se rio, evidentemente sin compartir el sentimiento.


138
—Lo superarán, —Capturó una de las manos de Gabrielle y mordisqueó la
palma—. Noté que los cocineros estaban felices —dijo—. Preguntándose
quién había empacado todos los suministros que ellos pensaban que no
tendrían.

—Heh. —Gabrielle sonrió—. Apuesto a que podemos encontrar más cosas por
el camino, como esas hierbas que vi hoy.

—Apuesto que podemos. —Xena se quitó una bota y la dejó caer, luego
comenzó con la otra, solo para hacer una pausa cuando Gabrielle se arrodilló
y la sorteó sus manos, tomando los cordones con sus propios dedos y
desatándolos—. Oye. —Le dio un golpecito a la mujer rubia en la cabeza—.
No eres mi sirviente. Puedo quitarme mis propias botas.

—Xena. —Gabrielle la miró—. Eres la reina, y me gusta hacer cosas por ti. ¿No
te gusta que la gente haga cosas tan agradables como esta? —Deslizó la otra
bota y cruzó las manos alrededor del frío pie de Xena, masajeándola con
dedos cálidos.

Los ojos de Xena se entrecerraron, pero una sonrisa también acechaba.


—Estoy jodida, no importa lo que responda, pequeña pícara rata almizclera
—la acusó—. Si digo que sí, arruinas mi dura reputación de tres años y si te digo
que no, dejarás de hacerlo y maldito si quiero que lo hagas.

—No se lo diré a nadie.

—Sí, sí. —Xena se reclinó en la silla, un inteligente trozo de madera y correas


de cuero que se metía en una pequeña maleta para viajar y aún la sostenía
con una comodidad aceptable—. Quiero hablar con mis capitanes después
de que les den la comida a todos. Vi un poco de descuido hoy que no me
gusta.

Gabrielle tocó la armadura que cubría la rodilla de Xena, y la estiró para


desabrochar la gastada correa.

—Bueno, es algo nuevo para ellos... y encontraron ese gran ciervo... Supongo
que se emocionaron.

—Hmph. —Xena comenzó a quitarse la pechera—. Sin excusas. La pierna rota


de ese idiota nos retrasó y me hizo perder dos hombres para llevarlo de regreso
a la fortaleza. No podemos permitirnos cosas así. —Se quitó la armadura de
metal por la cabeza y la colocó cuidadosamente sobre la alfombra, cogiendo
139
el lino del hombro de Gabrielle para secarse el cuello—. Todo por un maldito
venado.

—Olía muy bien. —Gabrielle terminó de quitar la armadura de la pierna y


cogió el lino de vuelta, secando las piernas de la reina.

—¿Les dijiste cómo hacer las cosas bien, al menos? —Xena alborotó su cabello
mientras se ponía de pie, se desabrochaba la parte delantera de su cuero y
lo soltaba mientras caminaba por la tienda hasta su baúl de ropa—. Me alegro
de tener un conjunto de estos de sobra. Maldita sea. —Se quitó el empapado
cuero y lo colocó sobre el poste central mientras sentía que Gabrielle se
acercaba detrás de ella. En el medio de la tienda había una parcela de tierra
desnuda y allí estaba la estufa de campamento, que irradiaba un calor
reconfortante contra su piel desnuda al abrir el baúl y agarrar el conjunto de
cuero seco. Lo sacudió mientras se le secaba la espalda y se detuvo para
escuchar la lluvia antes de ponérselo—. A las cosechas les encanta esto. A mí,
no.

Gabrielle tomó las ropas húmedas y las dejo secar junto a las suyas.

—Escuché a los soldados hablar sobre establecer una guardia —dijo—. Pero
todavía estamos cerca del castillo.
—Fuimos atacados en el castillo antes del invierno, ¿verdad? —Xena se puso
sus pieles secas y se acercó al baúl, sentándose y sacando la espada de su
funda para limpiarla—. La mitad del maldito ejército huyó, Gabrielle. Están por
ahí en alguna parte y tienen muchas razones para no gustarles.

—Hm.

Un golpe sonó en el poste afuera.

—¿Sí? —gritó Xena.

—La cena, Su Majestad. —La respuesta sonó ligeramente ronca y alta para
hacerse oír por encima de la lluvia.

—Tráela aquí antes de que se moje —dijo la reina. Cuando la solapa de la


tienda se abrió, sonrió con malicia—. Pero cierra los ojos, estamos desnudas y
despellejé al último idiota que vio el trasero de Gabrielle.

El soldado se congeló, volvió su cabeza y casi soltó la bandeja que estaba


sosteniendo para cubrir su rostro dejando escapar un sonido de gárgaras.

—Xena. —Gabrielle corrió por la alfombra y atrapó un extremo—. Eres muy


mala. —Ayudó al inquieto soldado hasta la mesa plegable cerca de la estufa. 140
La reina inspeccionó la punta de su espada con satisfacción.

—Apuesta tu trasero a que lo soy —comentó—. De hecho, ya es hora de que


todos lo recuerden —añadió en voz baja.

—Mmmmajestad. —El soldado bajó la cabeza—. A... ¿algo más que le


plazca?

Xena lo consideró.

—Nada sobre lo que puedas hacer algo. Largo. —Señaló la solapa con su
espada—. Dile a Brendan que lo quiero aquí en media marca de vela, ¿me
entiendes?

—Majestad. —El hombre se inclinó y huyó, dejando la solapa de la tienda


ondeando al viento tras él.

Xena dejó que su espada descansara sobre su hombro mientras sus ojos se
detenían en la figura vestida de lino de Gabrielle que se dibujaba a la luz de
la estufa.

Como si la sintiera, la mujer rubia volvió la cabeza y se encontró con los ojos
de Xena.
—¿Lista para la cena?

Xena le sonrió, bajando su espada y haciendo un gesto con un dedo hacia


ella.

—Sí. Ven aquí, chuletita de cordero.

—Xena.

—Oye. Tú eres la que dijo que yo era la reina, así que deja de jugar con eso y
pon tu trasero aquí.

Gabrielle dejó la carne de venado para hervir a fuego lento y obedeció,


esperando que todo ese desollamiento fuera solo una broma de Xena.

Por si acaso.

141
Xena se envolvió con su capa mientras llegaba al borde del campamento,
una hilera de árboles espesos que los protegían del camino y cortaban el
viento que silbaba a través de sus ramas. Pasó con cuidado entre dos enormes
troncos y contempló el temprano y tenue gris del amanecer, inhalando
profundamente el aire fresco de la primavera.

Sabía bien en su lengua, intenso en rocío y pino, y se encontró mirando al día


que empezaba con una sensación de placer y un toque de emoción
punzante. Se sentía bien estar fuera, y se deleitó con el roce de largas ramas
contra sus manos mientras avanzaba por el bosque.

A su derecha, podía ver la guardia del lado frontal del campamento, dos
soldados apoyados sobre troncos medio caídos y uno arriba en las ramas de
un árbol alto, con las piernas enganchadas alrededor de la corteza mientras
su cabeza giraba lentamente en un práctico barrido.

Con una leve sonrisa, Xena emergió de entre los árboles, caminando sobre la
hojarasca y el suelo húmedo mientras el primer canto de los pájaros llegaba
suavemente a sus oídos.

Hoy se sentía un poco más ella misma. O su viejo yo en cualquier caso. El cuero
había comenzado a sentirse más natural, y se estaba acostumbrando de
nuevo al peso de su espada sobre los hombros. Se sintió un poco rígida por
haber cabalgado todo el día anterior, pero al menos había dormido bastante,
la extrañeza del jergón se compensaba con la ahora cómoda familiaridad del
cálido cuerpo de Gabrielle acurrucado contra el suyo.

Se sintió bien al saber que tenía todo un día de nuevas experiencias por
delante. Increíblemente bueno saber que no tenía cortesanos con quienes
tratar, ni nobles a quienes escuchar, ni intrigas palaciegas que vigilar.

Aquí, solo tenía el ejército, y sus soldados, y los problemas del camino, y
montaba a su lado una joven rubia medio loca que le gustaba hacerla reír y
la amaba como nadie más lo había hecho nunca.

¿Eso no era mucho mejor que los aduladores duques y zapatillas de seda? La
reina se rio en silencio. Con lluvia o sin lluvia, estaba condenadamente
contenta de estar allí ahora que lo estaba.

Una mariposa, de un gris fantasmagórico en el amanecer, revoloteó


repentinamente frente a ella y antes de darse cuenta ya la había atrapado
en su mano, sus dedos se cerraron alrededor del insecto en un movimiento tan
rápido que incluso ella no lo pudo ver.

Instinto. Profundo como el hueso. Exhaló y abrió los dedos, liberando a la


142
mariposa que se iba tambaleante mientras sus ojos la seguían hasta que
desapareció en la penumbra.

—Supongo que todavía conservo mis viejos reflejos, ¿eh? —murmuró en voz
baja, sacudiendo la cabeza un poco antes de continuar.

Xena se detuvo detrás de la guardia y se apoyó en un árbol, sin ser detectada


por los hombres. Un centelleo brilló en sus ojos cuando se inclinó y recogió una
pequeña piedra, haciendo malabares por un momento en sus dedos antes
de azotar su brazo hacia un lado y enviar el misil volando para golpear al
guardia más cercano en el culo.

El hombre saltó y maldijo, girándose hábilmente y desenvainando su espada


mientras sus ojos recorrían el bosque, congelándose de par en par cuando se
encontró cara a cara con la figura alta y desgarbada que lo observaba.

—¡Por los dioses! —gritó, cayendo de rodillas—. ¡Majestad!

Xena miró rápidamente a los otros dos guardias. El que estaba en el suelo
estaba tentado de girarse y mirarla, pero el que estaba en el árbol se había
quedado mirando hacia adelante, con los ojos alerta en el claro, más allá de
los árboles.

Así que.
—Ven aquí. —Xena señaló al hombre al que había golpeado con la piedra. El
hombre se puso de pie y caminó acercándose, con pie vacilante ante ella a
la luz del amanecer que se filtraba lentamente, teniendo apenas la
oportunidad de enderezarse antes de que Xena se apartara del árbol y se
moviera con asombrosa velocidad, amartillando su puño y golpeándolo en la
mandíbula con un sonido que hizo eco a través de los árboles y envió pájaros
volando en todas direcciones. Cayó como una piedra. Xena bajó su brazo y
miró al otro hombre—. Tú eres el vigía. —Dio un paso sobre el soldado caído,
acechando a su compañero que estaba congelado en su sitio, mirándola—.
¿Sabes lo que los soldados enemigos le hacen a personas como tú, que se
distraen con personas como yo?

—Yo... —tartamudeó—. Lo siento, señora.

—No. —Xena golpeó, sus dedos alrededor de su garganta cortándole el aire


mientras lo balanceaba contra el árbol—. Estas muerto. —Su visión periférica
le dijo que el vigía en lo alto del árbol había mantenido su puesto, eso la
apaciguó un poco. Observó cómo el soldado al que sujetaba se ponía blanco
y luego comenzaba a tener arcadas, su pecho se sacudía mientras trataba
de respirar. Sus ojos se nublaron, y la miró con desesperación, sin encontrar 143
nada de consuelo en los pedazos de hielo que lo estudiaban—. Gente como
tú mata a buenos soldados. —Le dijo Xena—. Eso no funciona conmigo. —El
hombre forcejeó más fuerte, pero el agarre de Xena era inflexible, cuando
escuchó un crujido detrás de ella y supo que tenía público. Sería una buena
lección. Vio que el rostro del soldado se oscurecía, y sus ojos se deslizaron
hacia algo detrás de ella, luego volvieron a su rostro y de repente sintió una
presencia en su espalda que sabía que no era un soldado. Fue imposible
describir ese sentimiento. Solo sabía que los ojos a su espalda no eran los ojos
que ella quería que viesen esa escena—. Así que. —Soltó su agarre, y el
hombre se desplomó en el suelo, jadeando tan fuerte que la hizo
estremecerse—. Lección uno. —Se negó a darse la vuelta y enfrentarse a lo
que estaba detrás de ella—. Cuando vigilas, vigilas. ¿Lo entiendes? —El
hombre la miró, con la mano en su garganta. Después de un momento, asintió
frenéticamente, con la boca abierta pero sin emitir ningún sonido—. Bien —
Xena echó la cabeza hacia atrás y miró al otro centinela.

»Brendan, promociona a ese tipo y dale cincuenta dinares —Se sacudió las
manos y se volvió, finalmente, sin sorprenderse al encontrar a Gabrielle
asomándose desde detrás de un árbol hacia ella.

—Sí, señora. —Brendan se movió rápidamente a su lado y arrastró al hombre


medio ahogado a sus pies, dándole la vuelta y propinándole una buena
patada en el trasero—. Vamos gilipollas. Da gracias a tu madre que no has
acabado alimentando a los peces del río por ser tan malditamente estúpido.

El hombre se tambaleó, acompañado de su desventurado compañero que


todavía sostenía su mandíbula cuando los árboles se animaron con soldados,
murmurándose unos a otros y respetuosamente agachando la cabeza en
dirección a Xena.

—Majestad —dijo uno.

—Xena. —La reina se interpuso en su camino y lo detuvo en seco—. Aquí no


hay majestad —alzó la voz—. Eso va para todos vosotros. Mi nombre es Xena.
Usadlo. —Los soldados la observaron, pero ninguno fue lo suficientemente
valiente como para tomar la palabra. Los vio dispersarse, luego giró de nuevo
para enfrentar a Gabrielle. La mujer rubia estaba vestida con su armadura,
con su cabello pálido húmedo por el lavado y había dejado su capa atrás al
correr para ver qué estaba pasando. Xena observó cuidadosamente esos ojos
verdes, ignorando el bullicio de los soldados a su alrededor. Tenían una
curiosidad visible, un toque de aprensión, pero ningún miedo y ella se relajó un
poco, contenta de haber decidido no romperle el maldito cuello a ese
idiota—. Buenos días, rata almizclera.
144
—Guau. —Gabrielle avanzó entre los troncos de los árboles y se puso a su
lado—. No sabía a dónde habías ido, así que yo…

—Fui en busca de problemas y los encontré —la reina mostró una sonrisa
irónica—. Debes tener cuidado caminando por el campamento, rata
almizclera. Puede que te tomen por un cordero y te cojan para el desayuno.

—Xena, no me parezco en absoluto a un cordero. —Gabrielle miró al guardia,


que seguía observando fijamente al claro—. ¿Qué está buscando? —Decidió
no mencionar a los otros soldados, mientras su estómago se relajaba
lentamente del shock de ver a Xena estrangular a uno de ellos.

—A mis enemigos. —La reina colocó su brazo sobre los hombros de Gabrielle—
. Dependemos de ellos para mantener a salvo al ejército, para advertirnos si
alguien nos ataca. Tienen que hacerlo bien.

Gabrielle asintió con la cabeza, después de una breve pausa.

—Al igual que nuestros guardias en el castillo.

—Correcto.

—Pero terminas manteniéndonos a salvo la mayor parte del tiempo tú misma.


Xena suspiró, y se rio suavemente en voz baja.

—Cuando quieres que algo se haga bien... —dijo—. Confiaré en ellos para que
vigilen al ejército, pero solo confío en mi para vigilarme. —Hizo una pausa—. Y
en ti.

—Me siento a salvo. —Gabrielle respondió de inmediato—. Pero apuesto a


que el ejército se sentiría más seguro si les prestaras más atención. —Pasó su
brazo por la cintura de Xena mientras caminaban a través de los árboles hacia
la zona principal del campamento.

—Apuesto a que lo harían.

—Los carreteros vinieron a desmontar tu tienda.

—Nuestra tienda.

Gabrielle la miró y sonrió.

—Me aseguré de tener todo empacado antes —dijo—. Pensé que querrías
empezar temprano.

—Pensaste bien. —Atravesaron el anillo exterior del vivaque 2 del ejército, la 145
mayoría de los hombres ya estaban arrodillados junto a sus petates y los
estaban atando para cargarlos. No habían levantado tiendas de campaña,
los sacos de dormir tenían una cubierta de cuero encerado, pero Gabrielle
podía ver que había algunos que habían escogido el lugar equivocado para
dormir y estaban empapados, algunos temblando en el frío de la mañana.
Xena también lo notó. Se desvió hacia ellos, parándose en medio de una
pequeña depresión en el suelo, que habría sido casi invisible en el crepúsculo
en el que habían acampado. Pateó suavemente a uno de los hombres en el
hombro—. Oye.

Todos en el claro se congelaron. Gabrielle estaba fascinada, porque sabía


que habían escuchado a Xena decirles que no la llamaran más que por su
nombre, y pudo ver que la M se contraía en los labios de todos pero que no
salía.

El joven al que había pateado la miró directamente, su cabello rubio húmedo


pegado a su piel.

—S... es.... Um… —Xena levantó una ceja hacia él—. Señora. —Terminó
débilmente—. ¿Estoy haciendo esto mal? —Indicó el petate.

2
Vivaque.- Campamento improvisado, en este caso de tropas.
Xena hizo una mueca como si hubiera pisado algo.

—¿Señora? —repitió—. Oh dioses. Matadme ahora. —Ella lo agarró por el


hombro y lo ayudó a ponerse en pie—. Ven conmigo, pequeña basura. —Se
dirigió hacia los fuegos de cocinar—. El resto de vosotros, idiotas mojados,
también vienen. —Gabrielle esquivó a los nerviosos soldados y también los
siguió, deslizándose junto a Xena y pasando por encima de la gruesa capa de
hojas—. Cuidado de no mojar a Gabrielle. —Xena advirtió al soldado que
sujetaba—. Gotea en otro lugar.

—Sí, señora. —El soldado respondió dócilmente.

—Solo yo puedo hacer que Gabrielle se moje. —La reina continuó, en tono de
conversación—. Es bueno ser la reina, ¿eh?

—Xena. —murmuró Gabrielle—. No creo que quieran escuchar cosas así.

—Claro que sí. —Xena se dirigió hacia el área de cocina, y se detuvo,


empujando al soldado más cerca del gran fuego en el centro—. A secarse. —
Se volvió y señaló a los demás—. Todos vosotros, se secan antes de que
terminen enfermando como perros porque yo no soy su madre y no voy a estar
limpiando ninguna nariz. ¿Me siguen?
146
—Sí, ma... —El soldado se mordió la lengua y se tragó la palabra cuando se
encontró en su nariz la espada a Xena.

—¿Qué?

El joven se detuvo torpemente.

—Sí... um... Xena.

Xena giró su hoja hacia un lado y le dio unos golpecitos en la mejilla.

—Buen chico —dijo—. La próxima vez, todos vosotros escogen mejores lugares
para dormir o los dejaré en la próxima granja que encuentre. —Se volvió y les
miró—. ¿Entendido?

Ellos asintieron.

—Lo siento, Xena. —Brendan llegó desde donde había estado hablando con
el maestro de caza—. Niños, la mayoría. —Se paró al lado de Xena y observó
a los jóvenes soldados reunirse alrededor del fuego—. Nuevos.

—Mm. —Xena colocó su brazo sobre los hombros de Gabrielle—. La rata


almizclera también es nueva, y tuvo la sensatez de dormir fuera de la lluvia,
¿no es así? —dijo, intencionadamente—. No tenemos mucho tiempo para
convertirlos de idiotas a algo útil, Brendan. Trabaja más duro en eso.

—Sí —asintió el capitán—. Todavía quedan unos cuantos días antes de llegar
a la frontera. —Se giró y comenzó a gritar órdenes, mientras el resto de los
hombres comenzaban a acercarse al fuego, donde los cocineros se
alineaban para servir generosas raciones de gachas calientes y pan de viaje
con jarras de cerveza mañanera.

Xena los observó brevemente, luego señaló una roca cercana y condujo a
Gabrielle hacia allí.

—Entonces. —Extendió la mano y tomó una jarra de cerveza de una cocinera


que pasaba y bebió un sorbo de ella—. ¿Lista para montar todo el día?

Gabrielle flexionó una pierna, luego la otra. Estaban rígidas, cierto, y dolían un
poco, pero nada como la primera vez que había montado, y se sentía
bastante bien.

—Creo que sí —dijo—. Tal vez tengamos mejor tiempo.

Xena inclinó la cabeza hacia atrás y estudió el cielo del amanecer. 147
—Lo tendremos —dijo—. Hoy va a ser un buen día. —Se inclinó hacia adelante
y le dio un beso sin prisas a Gabrielle—. Puedo sentirlo.

Gabrielle sintió el calor de un serio sonrojo en su piel cuando pilló a los soldados
observándolas y de repente se dio cuenta de cuántos muchachos había en
el ejército y cómo ellas dos estaban a la vista de todos.

—Um... Xena...

La reina se rio maliciosamente y le pasó la lengua por la nariz.

—Definitivamente va a ser un buen día.

Gabrielle se había bajado de Parches para recoger algunas setas cuando


escuchó el grito, lejos, por delante del ejército. Se levantó rápidamente y miró
por encima del pony, viendo a los jinetes más próximos a ella girarse y
comenzar a moverse.
—Uh, oh, Parches. —El pony alzó su cabeza de la hierba que estaba comiendo
y miró la conmoción, los tallos verdes sobresalían cómicamente de su boca.
No parecía peligroso, Gabrielle podía ver a los soldados más cercanos y
parecían más intrigados que alarmados, así que se tomó un momento para
esconder sus setas antes de volver a montar a Parches y lo guio hacia el otro
extremo del campo abierto donde se habían parado a descansar. Podía ver
a Xena sobre el oscuro lomo de Tiger dirigiéndose también en esa dirección y
en lugar de llevar a Parches hacia el revuelo, lo orientó hacia la reina. Xena a
caballo era un espectáculo digno de ver. Todo su cuerpo se movía con el
movimiento del caballo y parecía ser parte del animal cuando Tiger
galopaba, diferente de los soldados que eran buenos jinetes, pero no en su
liga. Gabrielle le envidiaba esa comodidad sin esfuerzo en la silla de montar,
con ganas de verse y sentir de la misma manera cuando se aferraba a Parches
en un marco mucho más pequeño, pero sabiendo que pasaría mucho tiempo
antes de que nada de eso sucediera—. Adelante, Parches... ve a buscar a
Tiger. ¡Vamos! —El pony, habiendo pasado un día más o menos relajado
paseando a la sombra de Tiger por el camino empedrado, estaba dispuesto
a obedecer y rápidamente se movió de un paseo a medio galope, y luego a
galope sobre la espesa hierba mientras los soldados dispersos también 148
comenzaban a converger. Cerca del frente del ejército, varios estaban
agrupados y cuando Xena llegó, se separaron y dieron un paso atrás, para
darle a la reina espacio para ver qué estaba pasando. Gabrielle observó
atentamente el lenguaje corporal de su amante, contenta de ver por la
inclinación de su cabeza que parecía más curiosa que enfadada. Parches
redujo a trote cuando se acercaron y vio a los soldados que se volvían para
mirarla mientras se acomodaba en el círculo junto a Xena, su hombro
golpeaba ligeramente la rodilla de la reina—. ¿Qué está pasando?

—Buena pregunta. —Xena se apoyó en la parte delantera de su silla de


montar—. ¿Escar? —Se dirigió al hombre en el centro del círculo, que estaba
inclinado, obviamente recuperando el aliento de correr—. Escúpelo. Si
estamos siendo atacados, ya estamos muertos.

El hombre se enderezó.

—Fuego. —Salió—. En el horizonte, y saliendo de los árboles. Escuché ruidos.

Gabrielle miró a Xena, que parecía pensativa.

—Estaba lloviendo anoche —dijo—. Parece raro que un incendio comience


ahora.

La reina la miró.
—Y la gente cree que solo te seduje por esa linda cara —dijo—. Los incendios
comienzan cuando los gilipollas los inician. —Se enderezó—. Nos ponemos en
movimiento. —Ordenó, levantando la voz—. Brendan, adelántate con un
escuadrón hasta el lugar y veamos qué está pasando.

—¡Moveos! ¡Ya oísteis al general! —Brendan hizo girar su castrado gris y se alzó
en los estribos, agitando un brazo hacia las tropas—. ¡A moverse!

Xena retrocedió su montura y empujó su capa hacia atrás dejando al


descubierto la empuñadura de su espada.

—Ya era hora de que sucediera algo emocionante por aquí —murmuró—.
Rata almizclera, no voy a gastar mi aliento diciéndote que te quedes aquí,
pero quédate cerca de mí, ¿de acuerdo?

—Oh, sí. —Gabrielle también tenía una sensación de entusiasmo, mientras se


aseguraba de que todo estuviera atado a la silla y seguía a Xena. Ella
realmente no sabía lo que estaba pasando, pero si las cosas ardían,
independientemente de por qué, no solía ser nada bueno. El sonido de sus
cascos hacía que hablar fuera imposible, pero Gabrielle hizo todo lo posible
para mantenerse al lado de Xena, dado que Parches era mucho más 149
pequeño que el enorme semental de la reina—. ¿Qué crees que es? —gritó.

—Problemas —gritó en respuesta Xena, cuando alcanzaron a la parte


principal del ejército y estos se apartaron de su camino como por arte de
magia. No era como si los hombres se inclinaran ante ella, simplemente se
apartaron del camino como por instinto, aunque les daban la espalda y no
podían ver quién venía.

Gabrielle dejó de intentar comprenderlo y se concentró en quedarse con


Xena, mientras la reina se inclinaba y guiaba a su montura a través de la
multitud con desplazamientos de su peso y apretones de sus poderosas
piernas.

Ella principalmente se aferraba e intentaba no caerse. Supuso que Xena tenía


una ventaja, ya que había estado montando toda su vida, pero, aun así, se
estaba enfadando consigo misma por no ser capaz de sentirse cómoda.

Tiempo, Xena le había dicho que simplemente le llevaría tiempo, y también le


había dicho que podía ver que Gabrielle tenía una forma natural de montar,
así que lo conseguiría con el tiempo.

—¡Ja! —El grupo de avanzada pasó con estruendo delante de ellas y ahora
estaba coronando la pequeña elevación. El grupo aceleró el paso y uno de
los hombres medio girado en su silla de montar saludaba al resto del ejército.
Xena se rio, disfrutando del ajetreo mientras alcanzaba a la oleada de jinetes
y pasaba junto a ellos, Gabrielle serpenteaba animadamente a su lado.

En realidad, era ridículo: un pony que cabalgaba en medio del ejército, su


abrigo blanco y cobrizo que parecía tan fuera de lugar como una muñeca
de trapo en la armería... Xena lo sabía. Sabía que el ejército también la miraba
con recelo, pero hasta el momento, Gabrielle estaba manteniendo su parte
del trato, y no había solicitado un trato especial.

Como ahora. Estaba instando a su pequeña montura junto a Xena, con la


mandíbula apretada por la concentración, de vez en cuando se sacudía la
cabeza para quitarse el flequillo de los ojos.

Adorable. La reina suspiró, volvió a centrarse en el trabajo que tenía entre


manos, liderar a su ejército. Se acomodó un poco más en la silla y soltó una
mano de las riendas, secándose la palma mientras examinó el terreno delante
de ella, viendo ya las llamas y el humo que se elevaba por encima de los
árboles.

¿Solo un incendio?

—¡Mercancías! —Ahhhh. No. Xena sofocó una risa cuando extendió la mano
150
por encima de su cabeza y sacó su espada, bajándola hacia atrás con la
empuñadura apoyada contra su muslo—. ¡Gabrielle, mantén baja la cabeza!

—¿Más de lo que ya está? —Xena se rio otra vez, y sintió que su garganta se
tensaba un poco, al ver lo que su guardia de avanzada había visto, figuras
que entraban y salían de las llamas, y escuchó en el viento los gritos de los
moribundos. La sangre corrió a cada centímetro de su piel cuando su cuerpo
respondió y sintió que su corazón comenzaba a latir más rápido, los instintos
de guerrera estallando con una alegría salvaje—. ¡Xena! ¡Mira! —Los ojos de
Gabrielle estaban muy abiertos—. ¡Están haciendo daño a esa gente!

—¡Sí! —gritó Xena—. ¡Y en un minuto nosotros vamos a hacerles daño a ellos!


Así que mantén tu maldita cabeza agachada, y si grito PATO, tu ¡PATO!

—¡CUAC! —Gabrielle agarró sus riendas e intentó no asustarse, al ver a los


hombres a caballo rodeando lo que se percató que era un pueblo en llamas.
Los jinetes entraban y salían disparando ballestas y blandiendo espadas,
aunque estaba demasiado lejos para ver a que estaban golpeando.

Una ráfaga de viento llegó hasta ella, y estuvo a punto de ahogarse por el
hedor, un humo espeso que tenía un toque de carne quemada que la golpeó.
Esto no era una broma.
La gente estaba muriendo allí.

Xena instó a Tiger más rápido, y cuando llegó incluso el grupo de avanzada
se apartó para dejarla pasar y luego se precipitaron tras ella, mientras las líneas
desiguales se enderezaban en una cuña de ataque con ella a la cabeza.
Ahora podía ver a los asaltantes con claridad, quienes un momento después
la vieron a ella, y los gritos aumentaron cuando los jinetes dieron media vuelta
y se volvieron para enfrentarlos.

Xena soltó un grito, el sonido se le escapó de la garganta cuando sacó la


espada y soltó las riendas por completo, liberando su otra mano y deseando
tener una maza.

Se encontró con el primer atacante que se le acercó mientras le lanzaba una


pica a la cabeza y ella se agachó antes de pensar siquiera en ello, sintiendo
la brisa cuando la pértiga pasó por encima de ella y vio el cuerpo del hombre
desequilibrado mientras trataba de recuperarse del lanzamiento.

Estúpido. La reina aprovechó su oportunidad y enterró su espada en su pecho,


sintiendo el acero rechinar contra las costillas mientras dejaba caer la pica y
gritaba, sus brazos se balanceaban y agitaban mientras su caballo chocaba 151
contra el de ella.

Liberó una bota del estribo y arremetió con ella, pateando al hombre fuera de
su silla de montar y fuera de la hoja de su espada en un movimiento ordenado.

—¡Yah! —Le gritó al caballo, quien se apartó de ella y se sacudió, pateando


al hombre que rodaba debajo de él y saltando. Xena volvió a colocar su
espada en posición y sintió que el siguiente se acercaba a ella, gotas de
sangre salpicaban su cara haciéndola parpadear. Aroma cobrizo. Podía oler
la sangre mientras arrojaba a Tiger contra dos de los asaltantes y luego lo
giraba en su lugar, indicándole que pateara mientras los dos incursores se
encontraban totalmente ocupados tratando de mantenerse en sus caballos.
Xena giró de nuevo y arrojó su espada desde su mano derecha hacia su
izquierda, luego le dio un golpe de revés al hombre que se movía junto a ella,
golpeando con la espada en la parte posterior de su cuello donde terminaba
su casco. Sintió el crujido en todo el brazo mientras destrozaba su espina
dorsal, y solo le tomó un empujón con su antebrazo hacer caer al indefenso
tipo a la tierra. Gritos. La cabeza de Xena se movió rápidamente, viendo a sus
hombres enviar a los invasores corriendo en todas direcciones, ninguno
trataba de acercarse a ella otra vez. Se sintió casi un poco decepcionada,
mientras giraba a Tiger en un círculo apretado, una molesta sensación en la
nuca. ¿Qué era? ¿El fuego? ¿Los asaltantes? ¿Aldeanos muertos? Qui… oh—
. ¡Gabrielle!

—¡Aquí! —Una voz detrás de ella, y Xena rápidamente volvió a Tiger, sin
perderse la mirada enojada que el semental le daba con todos los giros.

—Lo siento —murmuró, mirando hacia donde Gabrielle estaba arrodillada


junto a su montura, mirando algo en el suelo—. ¿Qué es? ¡No te bajes de tu
maldito caballo, Gabrielle!

La mujer rubia se puso de pie y caminó hacia ella, guiando a Parches por sus
riendas. Se detuvo y le ofreció lo que tenía en la mano, sus ojos escudriñaron
el rostro de Xena con silenciosa intensidad.

—Encontré esto.

Xena tomó el objeto y lo examinó.

—Una moneda de campaña —murmuró, limpiando la superficie contra sus


mallas.

—Se le cayó a ese tipo. —Gabrielle estaba mirando fijamente al primer


hombre que Xena había matado—. La vi salir volando. 152
La reina le dio la vuelta. La moneda era uno de los trozos comunes de metal
golpeado que el ejército usaba cuando se movía a través de territorios
desconocidos, toscamente perforado, servía para comprar pequeñeces,
comodidades en el camino cuando se pasa por las ciudades más pequeñas.
Un lado tenía acuñado un árbol, el otro...

El labio de Xena se crispó, mientras reconocía la forma de una cabeza.

—Bregos. —Miró a Gabrielle—. Te dije que valías tu peso en perlas, ¿no?

Gabrielle acariciaba el cuello de Parches, apoyando la mejilla en el áspero


abrigo del pony.

—No... no lo creo. Eso es un montón de perlas.

La reina se inclinó y le acarició la cabeza.

—Lo vales —dijo—. La mayoría de mis hombres habría pasado esto por alto. —
Puso la moneda en su bolsa de silla y se volvió, mirando lo que quedaba de la
refriega. Un escuadrón de sus hombres recorría el perímetro de la ciudad en
un movimiento de barrido que la hizo asentir en señal de aprobación.
Maldición, se había sentido bien. Flexionó sus manos, deseando que hubiese
durado más. Su sangre aún hervía, y podía sentir la energía que recorría su piel
al repasar su corta batalla. Los asaltantes habían sido soldados mediocres,
pero ella ya estaba repasando lo que había hecho y quería mejorarlo. Se
sentía un poco oxidada. No había sido tan natural para ella como solía serlo.
Con un suave gruñido, sacó un paño de su alforja y lo desdobló—. Vierte algo
de agua sobre esto, ¿quieres?

Gabrielle respondió de inmediato, cogiendo el odre de su anilla y abriéndolo,


derramando un buen chorro sobre la tela.

—¿Así está bien? —preguntó.

La reina colocó el paño sobre su palma y pasó la hoja de su espada sobre la


superficie, limpiando la sangre.

—Perfecto. —Terminó su tarea y examinó el metal, notando las mellas en el


borde que tendría que arreglar más adelante—. Huesos del pescuezo —
suspiró, sacudiendo la cabeza—. Los odio. —Gabrielle tragó saliva, luego se
volvió y bebió un trago de agua antes de cerrar el odre y volver a colgarlo de
la silla de Parches. Apoyó sus manos en el cuello del animal y miró hacia la
hilera de árboles en los que habían acampado, sin querer girarse y ver la
destrucción del pueblo al otro lado—. Arriba —dijo Xena mientras observaba 153
el pueblo en llamas—. Vamos a ver qué más podemos averiguar. —Volvió a
colocar su espada en la funda con un suave silbido y un clic, y guardó la tela—
. Y si hay algo que salvar de ese desastre. Caos. Gabrielle se subió a Parches.
Bueno, Gabrielle, querías ir con ella. Le suplicaste que te dejara ir con ella.
Pensabas huir detrás de ella si te dejaba atrás. Así que ahora estás aquí.
Levantó la cabeza y le dio un pequeño empujón a Parches para que siguiera
a Tiger. Así que acostúmbrate y sé útil. Sin vomitar—. ¿Has dicho algo? —
preguntó Xena—. Tienes cara rara.

—No. —La mujer rubia se enderezó—. Estoy bien contigo. Vamos.

—Ajá. —Xena instó a Tiger a un galope, cuando pasaron junto a una dispersión
de cadáveres—. ¿Hambrienta?

Gabrielle solo la miró.

—Es una broma.


Mientras se movían hacia el centro de lo que había sido un pueblo pequeño,
pero bien cuidado, la destrucción era cada vez más espeluznante. Xena
encontró sus ojos atraídos por los cuerpos quemados, amarrados a postes
fuera de los restos de las cabañas y la crueldad inherente de las muertes
incluso le hizo alzar sus experimentadas cejas.

Iba a la cabeza, con Gabrielle a su lado y sus capitanes cabalgando en


silencio detrás de ellas. Aparte de los asaltantes muertos y moribundos, no
habían visto ningún habitante vivo de la ciudad, y estaba empezando a
suponer que eso no iba a cambiar.

Graneros y vallas habían sido destruidos. Las casas y los refugios ardían por el
área. A un lado, un carro había sido incendiado lleno de gente, y ahora solo
quedaban los cuerpos carbonizados y la madera. El hedor era considerable,
e incluso Xena no era inmune a eso.

—Ven. —Ordenó a una Gabrielle de cara blanca.

Gabrielle condujo a Parches hacia el costado de Tiger y extendió la mano


impulsivamente para agarrar la pierna de Xena, no queriendo nada más que
una especie de consuelo en medio todo el horror. 154
—Esto es terrible.

Xena miró a su alrededor, sintiendo una ira totalmente personal y egoísta por
la destrucción de lo que, de hecho, era su propiedad.

—Tienes razón. —Metió la mano en su bolsa de silla y sacó un pequeño saco,


extrajo algo de él y se lo ofreció a su compañera—. Aquí. Chupa esto.

Gabrielle lo miró con recelo.

—¿Qué es?

—Jengibre.

La rubia mujer arrugó la cara.

—De verdad que no me gusta el jengibre.

—¿Te gusta vomitar?

Gabrielle tomó el caramelo y se lo puso en la boca, chupándolo en silencio


mientras cabalgaban. El sabor llenó sus sentidos, un poco dulce y un poco
picante, y sintió su estómago asentarse como por arte de magia. Guau. Miró
a Xena con respeto, notando que la mandíbula de la reina se movía, aunque
su rostro estaba impasible ante todos los restos carbonizados.
—Gracias.

Xena se giró para mirarla, sacando la lengua y mostrando su propio caramelo


antes de cerrar nuevamente la boca y tirar de Tiger hacia el centro de lo que
una vez había sido una ciudad. Ahora no había nada más que muerte frente
a ella, y estaba malditamente furiosa por eso.

—Brendan.

Su capitán avanzó, su cara tan impasible como la de ella.

—Bastardos —comentó, girando su cabeza para escupir cuidadosamente en


el suelo—. Buenos para matar.

—¿Alguno de ellos quedó con vida?

—Pocos —admitió Brendan.

Xena cruzó las manos sobre el puente de su silla de montar.

—Coge a quien esté vivo y átalo en los árboles a lo largo de aquel camino.
Asegúrate de que se desangrarán.

—Si. 155
—Xena.

La reina volvió la cabeza, mientras uno de los jóvenes soldados se acercaba


a pie, con un corte largo e irregular en la cara.

—¿Qué? —preguntó, con tono entrecortado.

—Hay un... —Vaciló—. Hemos encontrado un montículo de roca, o algo así,


hacia la ladera de allí. Tiene una tapa de piedra sobre él. Me imaginé que
había algo dentro.

Xena sopesó un momento. La gente no solía poner tapas de roca sobre algo
a menos que estuvieran tratando de proteger o guardar alguna cosa debajo.

—Brendan, toma un escuadrón y ábrelo. Podría haber algo de grano o


provisiones que pudiéramos usar.

—Sí. —El hombre mayor chasqueó la lengua y su montura se adelantó—.


Bladas, Eskar, coged a los prisioneros y haced con ellos lo que el general ha
ordenado. Vosotros tres, venid con nosotros. —Comenzó a caminar hacia la
ladera, con el soldado más joven corriendo para mantenerse al ritmo de los
caballos.
Xena esperó a que se fueran, luego se volvió y miró a Gabrielle, que estaba
allí sentada en silencio, mirando el cuello de su pony.

—¿Qué piensas?

Gabrielle dudó un momento.

—Estoy tratando de no pensar —admitió—. Es todo tan horrible. —Finalmente


miró a Xena—. ¿Por qué pasó esto? ¿Qué hizo esta gente para que todos
fueron asesinados así?

Xena se inclinó hacia delante y exhaló, soplando el flequillo de su frente


mientras reflexionaba sobre la pregunta.

—Quizá hicieron algo para tocarles los huevos —reflexionó—. Tal vez querían
algo y la ciudad no se lo dio. Ocurre a veces. La gente es estúpida y terca.

El comentario tenía un toque de conocimiento personal y Gabrielle decidió


no seguir con el tema por el momento.

—¿Qué vamos a hacer?

—Bien. —La reina se quitó un poco de barro del labio inferior y lo sacudió lejos 156
de ella—. Normalmente diría que vamos a matarlos a todos, pero lo hemos
hecho bastante bien, así que supongo que seguiremos adelante y
buscaremos algo más para atacar. —Miró hacia abajo y vio que Gabrielle la
miraba—. Tu preguntaste.

—Quise decir, qué vamos a hacer con todo esto... — Gabrielle dejó que sus
ojos vagaran por los cuerpos calcinados—. Con estas personas.

Xena arrugó el ceño.

—Gabrielle —dijo—. Están muertos.

—Lo sé, pero...

¿En qué Rio Estigio estaba pensando ella? Xena miró rápidamente a su
alrededor.

—Lo único que podríamos hacer es darles una pira funeraria, Gabrielle. Ya
tienen una. —Comenzó a dirigir a Tiger hacia la ladera más halagüeña—.
Ahora, vamos.

Gabrielle la siguió, tratando de mantener los cuerpos fuera de su visión


periférica. Comprendió, en cierto modo, lo que Xena estaba diciendo.
Después de todo, los aldeanos ya estaban muertos, y no había nada que
pudieran hacer al respecto, pero aun así...
Todavía.

—¿No podrías decir algo? —Alcanzó a Xena—. ¿Como una oración o algo?

Xena detuvo a Tiger tan de repente que casi se deslizó hacia atrás hasta sus
cuartos traseros.

—¿Qué? —rugió—. Gabrielle... en caso de que no lo hayas notado, no soy la


sacerdotisa de nadie.

—Pero eres la reina.

Xena arreó a su caballo hacia adelante otra vez.

—Solo ven. —Negó con la cabeza—. No voy a decir ni una maldita oración.
Puedes ir tu a decir una si quieres. Es muy probable que los dioses sean más
propensos a escucharte que a mí. —Gabrielle frunció el ceño mientras la
seguía. ¿Eso era cierto? Sabía que Xena no adoraba a ninguno de los dioses,
y en realidad, tampoco tenía mucha experiencia en esa área. Ella sabía sus
nombres, pero sus padres solo habían estado a regañadientes en sus
homenajes y ella nunca había visto realmente ningún beneficio de ellos.
Bueno. Se alegró cuando se alejaron de la plaza, y dejaron atrás el horror de 157
la fosa crematoria, moviéndose a través de chozas en su mayoría
desplomadas y muebles rotos hacia los sonidos de hombres trabajando, y una
serie de crujidos agudos—. Ah. —murmuró Xena—. Casi abierto.

Gabrielle miró más allá de ella, vio una puerta de piedra situada en la ladera
de la colina, con un grupo de soldados de Xena frente a ella, empujando una
gran rueda de piedra redonda que bloqueaba la entrada. Cuando la piedra
rodó a un lado, los hombres miraron curiosos hacia dentro, uno se acercó con
una antorcha para ver qué había dentro.

—Atrás, todos. —Brendan había visto a Xena acercándose, y rápidamente se


hizo cargo, tirando de los soldados hacia atrás y despejando la abertura para
que Xena la inspeccionara—. ¿General?

Xena desmontó, avanzando con gracia sinuosa y tomando la antorcha de la


mano del soldado mientras agachaba la cabeza con aparente poco interés.
Sus ojos parpadearon cuando se acostumbró a la oscuridad, luego dio un
paso hacia adentro y se irguió tanto como pudo, sosteniendo la antorcha a
un lado para arrojar luz sobre el contenido.

Ojos parpadearon hacia ella, llenos de miedo, y se encontró frente a un grupo


de niños, algunas bolsas y cajas, y unos pocos barriles

—Bien.
—Por favor... No nos mates —susurró uno de los niños, mientras la miraban
horrorizados—. No hemos hecho nada.

—No os va a hacer daño. —Gabrielle se deslizó junto a ella y se acercó al


pequeño grupo—. Está bien. —Lentamente se puso de rodillas y tendió una
mano—. Está bien.

Enfrentados al rostro más amable de Gabrielle, los niños se relajaron, y uno se


adelantó hacia la mujer rubia.

—¿Quién eres? —preguntó el niño, tan cubierto de hollín que era imposible
saber si era niño o niña.

—Me llamo Gabrielle —respondió—. ¿Cuál es tu nombre?

—Sache —dijo el niño—. Este es Mele, mi hermano. —A la luz de la antorcha,


de repente, pudieron ver que era una niña—. Nuestra familia son los
panaderos.

—Ya no. —Xena se volvió y le indicó a Brendan que entrara—. Sácalos de aquí
—dijo brevemente—. Mira lo que hay en las cajas.

Los niños se apartaron de los soldados, claramente aterrorizados de ellos 158


cuando entraron y comenzaron a explorar la cámara.

—Está bien —repitió Gabrielle—. No os lastimarán. Esa es Xena, la reina, y estos


son sus soldados —explicó—. Ella se asegurará de que ahora estéis a salvo.

Xena se acercó y se agachó junto a su compañera de cama, dándoles a los


niños una mirada adusta.

—¿Qué ha pasado? —preguntó—. ¿Por qué esos hombres atacaron tu


pueblo?

—Xena. —Gabrielle pronunció en voz baja.

—Escucha, no tenemos tiempo para ser niñeras. —Le dijo la reina y miró a los
niños—. ¿Bien?

Sache la miró con los ojos muy abiertos.

—No lo sé —respondió—. No sé por qué vinieron. Mamá acaba de meternos


aquí y ha dicho que volvería por nosotros cuando se hubieran ido. —Miró de
Gabrielle a Xena y de vuelta—. ¿Puedo ir a buscarla ahora? Quizás ella lo
sabe.

Oh dioses. Gabrielle sintió de nuevo como se revolvían sus tripas. Fuera no


quedaba nada. No quedaba nadie. Estos niños no tenían familia, ni hogar...
Nada.

Los repentinos recuerdos de ser esa niña en un pasado no lejano se reflejaron


vívidamente en su mente, y se dio la vuelta, abrumada por eso. No quería ver
las miradas en sus ojos cuando se dieran cuenta de lo que ella ya sabía.

Todo el mundo estuvo callado por un momento, y supo que todos estaban
mirando a Xena, y ella no sabía, realmente no sabía lo que la reina iba a
decirles.

Esperaba que fuera amable, pero se acordó de sus primeros días en el castillo
y sabía que había un lado cruel en Xena que ella misma había sufrido.

—Escuchadme. —La voz de Xena rompió el silencio—. Todos vosotros. —Un


roce de bota contra la roca—. Esos cabrones de los que te ocultaron tus
padres destruyeron vuestros hogares y mataron a vuestras familias. —Su voz
era firme y, sin embargo, no tan fría como las palabras hubieran parecido—.
No queda nada allí fuera. —Los niños comenzaron a llorar. Gabrielle también
lo hizo, agachando la cabeza y mordiéndose el labio para ocultarlo—. No
podéis cambiarlo, así que dejad de llorar. —Xena continuó—. Vuestros padres
dieron su vida para que estuvierais a salvo, y lo estáis. Iréis a un lugar donde 159
cuiden de vosotros, ¿lo entendéis? —Brendan se giró y la miró, sus cejas
canosas se alzaron sorprendidas. Xena se encontró con su mirada, luego sus
ojos se movieron hacia la cabeza inclinada de Gabrielle, luego de vuelta a su
rostro. Ella levantó ambas manos y las dejó caer en muda elocuencia, y lo miró
cuando tuvo la audacia de sonreírle—. Sácalos de aquí. Envía un carro a la
fortaleza con seis hombres. ¿Entendido?

—Sí. —Brendan se arrodilló junto a la sollozante niña, que lo miraba


suplicante—. Todo irá bien pequeña. Su Majestad se asegurará de que todo
salga bien.

Xena emitió un sonido a medio camino entre un gemido y un cacareo, luego


se encontró siendo abrazada gentilmente por Gabrielle cuando la mujer rubia
se giró y enterró su rostro en el pecho de Xena. Al menos era una escasa
recompensa por el destrozo total de su imagen.

—Mamá. —Sache se balanceaba hacia adelante y hacia atrás, abrazándose


a sí misma—. Mamá —repitió suavemente—. ¿Por qué te llevaron? ¿Por qué?

Por qué. Xena miró tristemente por encima del hombro de Gabrielle. Sí. ¿Por
qué?

—Xena. —Uno de los soldados se enderezó, desde donde había estado


arrodillado en la parte posterior del refugio—. Mira. —Era uno de los hombres
mayores, uno de los veteranos, y cuando levantó la vista y vio lo que colgaba
de sus dedos, ambos sabían la respuesta a la pregunta de por qué.

La luz de las antorchas parpadeó sobre las cadenas doradas y una única
piedra grande colgando de ellas, la respuesta a una pregunta que engendró
una docena más.

Dioses. Xena exhaló. Los dioses sean condenados.

160
Parte 5

El crepúsculo los encontró a unas pocas leguas más allá, en un lugar abierto,
algo salvaje, lejos de las zonas habitadas. No habían encontrado más
incursores en su viaje, pero tampoco a más personas, solo dos pueblos
abandonados, vacíos de todo y de todos.

Xena estaba sentada a lomos de Tiger, en una pequeña elevación que daba
al campamento. Se apoyó en su silla de montar y contemplaba sombríamente
como se montaba el campamento, mientras los cocineros trabajaban para
preparar el fuego y los soldados se agrupaban en escuadrones esparcidos
entre los árboles.

Acampar en campo abierto sería más fácil para todos, lo sabía. También sabía
que colgar su culo en la amplia explanada para que cualquiera disparara era
increíblemente estúpido, por lo que decidió tolerar las dificultades de dispersar
a los hombres entre los árboles en aras de la seguridad. 161
A un lado, en el centro de cuatro grandes árboles justo al lado del arroyo,
podía ver a los hombres que levantaban su tienda, la carreta en la que estaba
su equipo estaba siendo descargada bajo la atenta mirada de Gabrielle.

Se preguntó brevemente si llevaba demasiada mierda con ella. ¿Era justo que
los hombres tuvieran que trabajar tan duro para levantar su refugio después
de pasar todo el día en el campo?

Nah. Xena desechó la idea. Masticaba reflexivamente un tallo de hierba


mientras pensaba en las aldeas vacías y en los campos yermos por los que
pasaron. Esta siempre fue la parte más dura del reino, de hecho, ahí se había
escondido con su primer ejército antes de asediar la fortaleza y tomar el
control.

Maleza, tierra pobre... Xena miró a su alrededor. El tren de esclavos que le


había traído a Gabrielle había venido por allí y sabía que en algún lugar fuera
del camino principal, en uno de los desiguales senderos en los que ahora
crecía vegetación, estaban los restos destruidos, de lo que una vez fue la casa
de su amante.

Probablemente no quedaba nada. Un largo invierno y una primavera húmeda


habrían borrado la mayoría de los restos de la vida humana de la tierra, pero
probablemente todavía quedaban algunas cosas. Se preguntó si Gabrielle
querría detenerse allí y comprobarlo.

Xena pensó que no. No después de ver su rostro al observar los restos de la
primera ciudad y el triste vacío de la última. Se había vuelto más silenciosa a
medida que avanzaba el día, y había acabado solamente cabalgando al
lado de Xena con la cabeza un poco baja y una expresión triste en su rostro.

Era difícil decir cuál de ellas se sintió más aliviada cuando Xena finalmente
mandó detenerse y tenían algo más que hacer además de escuchar los
cascos de los caballos en el camino.

Hablando de cascos de caballos. Xena levantó la mirada cuando oyó unos


que se acercaban, y vio que Brendan se dirigía hacia ella. Se sentó en silencio
y esperó a que él se uniera a ella, detestaba renunciar a un lugar tan
agradable tan pronto.

—¿Problemas?

Su capitán medio se encogió de hombros.

—Parece que no, la verdad. —Él imitó su pose, inclinándose hacia delante en 162
su silla de montar—. Mal invierno en estos lugares, ¿eh?

Los ojos de Xena adquirieron cierto brillo.

—Mal invierno, seguro. Pero los malos humanos lo empeoraron. Alguien hizo
que esas ciudades fueran abandonadas.

Brendan asintió, como si no estuviera sorprendido.

—Bregos.

Xena metió la mano en su bolsa y encontró la moneda, entregándosela.

—Gabrielle la encontró. —Remarcó, sus labios se curvaron en una sonrisa—.


Creo que el estúpido bastardo trató de mantener a sus desertores durante el
invierno. No tenía más alternativa que saquear. —Sus ojos se estrecharon—. La
pregunta es, ¿por qué no nos enteramos?

El viejo soldado canoso gruñó, volteando la moneda una y otra vez entre sus
dedos.

—Es gracioso que estuvieran con él —comentó finalmente—. La gente


pensaba que él era el bueno.

—Bien. —Xena se irguió en su silla de montar, viendo la constante progresión


de cuerpos alejándose de su tienda, esto significaba que la instalación
probablemente estaría completa—. Sabían que yo era mala, pero no hay
nadie que nos diga que le dieron a él. Aparentemente no fue suficiente. —Tiró
un poco de su guantelete—. Me pregunto qué otras sorpresas encontraremos.
—Brendan resopló y cogió las riendas, mientras Xena comenzaba a moverse
hacia el campamento. El sol acababa de ponerse, y las sombras púrpuras
sacudían los campos en barbecho con un tono sombrío cuando los dos jinetes
descendieron por la pendiente hacia el grupo de árboles que tenían delante.
Un viento frío alborotaba las ramas, y cuando se acercaban al campamento,
dos hombres que estaban de centinelas montados a caballo comenzaron a ir
en otra dirección, para tomar posición en un terreno más elevado, en la colina
donde Xena había estado observando—. Vigilad el paso de allí. —Xena señaló
un pliegue en las colinas—. Podría haber corrido la voz de que estamos aquí.

—A sus órdenes. —El guardia más cercano asintió—. Buenas noches, M... —
Tosió un poco—. Xena.

La reina le lanzó una sonrisa deslumbrante.

—Buen chico. —Le dio unas palmaditas a Tiger en el cuello mientras


continuaban, riendo suavemente en voz baja—. Me pregunto cuánto tiempo
les llevará superar eso.
163
Brendan se rio también.

—Hablando del camino, puedo asegurar —dijo—, que los has encantado a
todos, Xena. Como en los viejos tiempos.

Xena recordaba los viejos tiempos, antes de convertirse en reina cuando vivía
con el ejército en el campo y prácticamente todas las noches se llevaba a
alguien a la cama con ella. Deambulaba por el campamento después de
que los fuegos ardían bajo y hacía su elección, sabía que los hombres habían
competido por ello.

Agradable. Bueno para el ego

Pero eso era entonces, y esto era ahora, y no creía que Gabrielle fuera del tipo
de chica a la que le gustara compartir. Ciertamente, en cualquier caso, ella
no lo era.

—No todo es como en los viejos tiempos —dijo la reina mientras pasaban entre
dos fogatas de la unidad—. No estaba pillada entonces.

Brendan se rio de nuevo.

—Entonces ¿Cómo está la pequeña? ¿Tomándose un respiro? La vi en la


cueva, pobrecilla.
—Ella está bien —dijo Xena, luego se quedó en silencio. Pasaron el resto del
camino atravesando el campamento, hasta el centro donde estaba su
tienda. Estaba rodeada por los cuatro lados por tropas y pasó un momento
preguntándose si pensaban que la estaban protegiendo o esperaban que
ella los protegiera. Ah bueno. Hizo detener a Tiger y giró su pierna sobre su
cabeza, sacando la otra bota del estribo y deslizándose hasta el suelo con un
salto moderadamente elegante. Le entregó las riendas a un mozo que se
apresuró a agarrarlas, luego pasó junto a dos hombres que llevaban cubos de
agua y se acercó a la lona de su tienda. Detrás de ella, podía oír cómo se
cortaba madera y el suave choque de armas. Con un leve asentimiento,
agarró la solapa de su tienda y la retiró, agachando la cabeza para entrar.
Sorprendió a Gabrielle, que estaba sentada en un pequeño taburete
plegable cerca del brasero, con las manos cruzadas frente a ella y la cabeza
inclinada—. Oye.

La mujer rubia alzó la vista.

Hm. Con la frente arrugada de nuevo. Xena la miró dudosa y luego abrió los
brazos en señal de invitación. Captó la expresión de gratitud antes de que
Gabrielle terminara aplastándose contra ella, y supuso que había hecho algo 164
bien. Maldito si supiera por qué, pero el abrazo feroz que estaba recibiendo
definitivamente era una buena señal.

—Oh, Xena. —Gabrielle simplemente se deleitó con la cálida fuerza que la


envolvía. Después de un día lleno de experiencias escalofriantes, había estado
esperando este momento desde que se detuvieron—. Estoy tan feliz de que
estés aquí.

Xena decidió que también estaba muy contenta de estar allí.

—Ah, vamos, rata almizclera. —De todos modos, disfrutó el contacto—. No te


conviertas en una pastorcilla de ovejas tan pronto, ¿eh? Acabamos de
empezar.

—No lo hago, yo solo... —La mujer rubia suspiró—. Ese primer lugar fue tan
horrible.

Xena la condujo de regreso al brasero y la sentó de nuevo en su taburete.

—Empeorará —le dijo—. Eso era solo un montón de cuerpos quemados y un


poco de sangre. —Caminó hasta el cuenco de madera preparado cerca del
camastro doble y se quitó los guantes, dejándolos a un lado antes de sumergir
las manos en la palangana y salpicar una buena cantidad de agua fresca en
su cara—. Espera a ver tus primeros gusanos.
—Ugh —murmuró Gabrielle—. Los he visto, gracias.

—¿En serio? —Xena miró por encima de su hombro, mientras alcanzaba la


pieza de lino que descansaba cerca—. ¿Encontraste algo en los pastos?

—No. —Xena enarcó una ceja en una pregunta elocuente. Gabrielle se movió
y juntó las manos otra vez—. Mi madre me envió con un poco de pan, una vez
—respondió con voz distante—, para mi abuela, vivía detrás de nosotros. Entré
en su casa, y ella... supongo que ya se había ido hacía unos días.

Xena dio media vuelta y la miró, olvidando la toalla de lino de su mano.


Examinó intensamente la cara de Gabrielle.

—Eso es asqueroso.

—Lo fue. Sí. —Gabrielle estuvo de acuerdo—. Tuve pesadillas al respecto


durante mucho tiempo —reflexionó sobre eso—. Todavía las tengo, de vez en
cuando.

Xena se acercó y se sentó en el taburete contiguo al suyo. Trató de imaginar


cómo sería ser una niña pequeña y encontrar algo así y fracasó
rotundamente. Su propia infancia estaba llena de diferentes pesadillas. 165
—La vida apesta a veces —comentó.

—Mm. —El silencio se alargó y se hizo un poco incómodo. Gabrielle finalmente


se aclaró la garganta y se movió—. Pero ya sabes, encontrar a esos niños fue
genial —dijo—. Me sentí tan mal por ellos, pero se lo hiciste más soportable.
Eso fue maravilloso.

Xena estudió el brasero, extendiendo sus manos vacilantemente y sintiendo el


calor contra sus palmas.

—Simplemente los envié a la torre —dijo—. Probablemente no recibirán un


tratamiento mucho mejor al que recibiste tú, Gabrielle. No tienen nada —
Gabrielle se levantó y fue a buscar la pequeña tetera de viaje y la colocó en
el brasero. Puso dos tazas en el banco junto a ella y sacó un paquete de su
cinturón, lo abrió y sacó algunas hojas que colocó en las tazas con dedos
temblorosos. Dándose cuenta de que había dicho algo malo, Xena se levantó
y se puso detrás de su compañera, inclinándose y dándole un beso en la parte
superior de la cabeza—. Déjame quitarme esta plancha. Siento que me estoy
oxidando. —Caminó hacia el baúl de ropa y comenzó a quitarse la armadura.

Un suave golpe llegó desde el soporte de la carpa.

—¿Xena?
—Adelante. —La reina se sentó en el baúl para quitarse la armadura de la
pierna.

Brendan entró.

—Mirando fuera encontré un alijo. —Levantó una mochila sucia—. Enterrado


debajo de uno de los robles. —Lo llevó a donde estaba sentada Xena—.
Bregos seguro, mira.

Xena se asomó al interior, luego metió la mano y sacó un trozo de tela


doblada, llena de manchas oscuras y bordes oxidados. Lo dejó desplegar
colgando de sus dedos, un fondo morado con una media luna plateada y
una espada.

—Aja. —Soltó el estandarte y lo vio aletear hacia el suelo—. El estandarte de


batalla más feo que haya visto nunca.

Gabrielle vertió cuidadosamente agua caliente sobre las hojas de té,


contenta de la distracción.

—¿Eso significa que todavía está aquí afuera con su ejército? —preguntó.

—¿Te refieres a la mitad de mi ejército? —Los ojos claros de Xena se 166


entrecerraron un poco.

—La mitad inútil —Brendan agregó con un bufido.

La mujer rubia agitó suavemente las tazas, olfateando el vapor para juzgar
cuán empapadas estaban las hojas. Quería el calor suave del té
desesperadamente, y se sintió culpable por desear que Brendan se fuera para
poder estar a solas con Xena. Había algo que quería decirle.

—¿Vas a ir a buscarlo?

Xena se quitó los brazaletes y los puso sobre el baúl.

—No será necesario —dijo, brevemente—. Si él está por allí fuera, vendrá a
buscarme.

—Tch. —Brendan hizo un sonido—. Gilipollas. —Recuperó el estandarte y la


guardó en el saco—. Voy a guardar esto para ti, Xena. Vigilaremos bien esta
noche. —Dio media vuelta y se fue, con la solapa columpiándose ligeramente
tras de él y permitiendo una ráfaga de aire fresco y el aroma de dulces flores
nocturnas.

Xena se sacó por los hombros la armadura y la dejó en el suelo antes de


reunirse con Gabrielle junto a la estufa de campamento. En lugar de sentarse
a su lado en el taburete, se sentó detrás de ella y rodeó con sus brazos la
cintura de la mujer más pequeña, extendiendo sus botas más allá de las suyas.

Apoyando la mejilla contra la espalda de Gabrielle, sintió la inhalación, y


luego su cuerpo se relajó y la mano de Gabrielle cubrió su muñeca y la apretó.
Sabía que, en algún nivel, de un modo primario, ambas se entendían incluso
cuando a veces parecían estar muy alejadas.

—Escucha.

—Yo primero. —Gabrielle la interrumpió inesperadamente—. Xena, no importa


lo que pasé, si esos niños encuentran lo que yo encontré allí, los dioses los
habrán bendecido.

A Xena personalmente, no le gustaba el sentimentalismo pegajoso, pero era


lo suficientemente inteligente como para no hacer callar a alguien a quien
amaba sinceramente y lo dirigía hacia ella a intervalos regulares.

—Les envié la orden para que se ocuparan de ellos —dijo a modo de


información—. Pero no se le digas a nadie. Ya has destruido mi imagen.

Gabrielle respiró hondo para responder, pero ambas se sacudieron cuando 167
un fuerte grito estalló afuera, Xena se puso de pie y agarró su espada en el
camino de salida de la tienda, antes de poder decirse una palabra más entre
ellas. Después de una pausa por la conmoción, la mujer rubia salió disparada
hacia la apertura, se detuvo en medio del recorrido y agarró su vara, luego
corrió tras la reina hacia la reunión nocturna.

Xena se metió en el centro del caos, solo para descubrir que no era tan
caótico como sonaba por los gritos. Cerca de la fogata principal, cinco de sus
guardias estaban de pie y rodeaban a una figura desaliñada y enlodada que
estaba medio encorvada con las manos atadas a la espalda.

—¿Qué está pasando?

Los guardias giraron y la vieron, sus rostros se iluminaron.

—Encontré a este tipo. —El más viejo apuntó con una daga al prisionero—.
Tratando de colarse en el campamento.
Xena sonrió.

—Entretenimiento antes de la cena. Me encanta. —Giró su espada con una


mano—. Mejor que esos bailarines con volantes en el culo de cualquier otro
día. —Examinó al prisionero, que la estaba mirando con sorpresa—. Te
recuerdo. —Apuntó su arma hacia él—. Eres uno de los lameculos de Bregos.

Los guardias miraron a Xena, luego al hombre, agarrándolo mientras


intentaba alejarse de la alta y amenazante figura de la reina.

—¿A dónde vas, perro? —El guardia más viejo se rio—. ¿Pensabas colarte sin
que nos diéramos cuenta?

El hombre se lamió los labios.

—Solo estoy buscando trabajo —murmuró, en un tono ronco, sus ojos


recorriendo todo excepto la cara de Xena.

—Tenías trabajo —dijo Xena—. Tú eres el que eligió huir de él. —Envainó su
espada y, en cambio, sacó su daga, acercándose a él—. Pero oye. Soy una
tía indulgente. Te aceptamos de vuelta.

Si un dragón se hubiera materializado en el campamento y empezara a bailar 168


claqué, no habría recibido una respuesta más asombrada por parte de los
soldados que miraban. Estaban todos boquiabiertos, incluso los nuevos
reclutas. Gabrielle se coló entre ellos y se acercó a Xena, con ambas manos
agarradas a su vara.

—Guau. Pero ¿y si es un espía? —preguntó.

Xena giró la cabeza y la miró.

—¿Tienes que hacerlo?

Gabrielle parpadeó hacia ella.

—¿Hacer qué? —dijo ella—. Yo no estaba haciendo nada, aún.

La reina simplemente dio media vuelta y agarró al prisionero por el pelo. Le


echó la cabeza hacia atrás y le puso la daga al cuello.

—Por supuesto, aceptamos que vuelvas. Pero primero me vas a contar todo
lo que has estado haciendo desde la última vez que te vi.

El hombre tragó saliva.

—M... Me matarás.

Xena se encogió de hombros.


—Todos tenemos que morir alguna vez —remarcó—. Vamos, desembucha.

El prisionero sacudió un poco la cabeza, al menos tanto como pudo con los
dedos de Xena agarrando su cabello largo y pálido.

—N... salimos, hicimos alguna incursión... La mitad murió de hambre —dijo con
voz ronca—. Pasó la diarrea.

—Idiota —dijo la reina—. Sigue.

El hombre miró más allá de ella.

—Entonces llegaron las tormentas —dijo—. Poco quedó de nosotros. No sé más


después de eso. Fui por mi cuenta. —Sus ojos finalmente se alzaron hasta el
rostro de la reina—. He estado escondido, hasta hoy.

Él estaba mintiendo. Xena lo sabía, del mismo modo en que sabía el clima que
vendría, el movimiento y el cambio en la batalla mientras estaba inmersa en
ella. El problema era saber qué clase de mentira: una pequeña, como no
querer decirle que había participado en el ataque a la ciudad, o una grande,
como que realmente estaba espiando para Bregos y que el otro ejército
estaba cerca esperándola. 169
Ella miró su rostro, que era el de un jovencillo, carente de cicatrices, y estudió
su constitución menuda. Lo recordaba como un lacayo anodino en las tropas
de Bregos, más un relleno que un luchador. Inútil para ella, y probablemente,
inútil para Bregos también.

No tenía sitio para personas inútiles. Sus dedos se crisparon en la empuñadura


de su daga, y vio como los ojos se cerraban en reacción cuando sintieron el
movimiento, y ella casi cortó su garganta antes de captar otro movimiento,
este a su derecha.

Um. Por otra parte.

—Brendan. —Retiró su cuchillo y lo enfundó en un rápido movimiento—. Ponlo


a hacer algo. Si puedes encontrar que. —Le soltó el pelo y se limitó a evitar
restregarse la palma de la mano en las polainas.

—A sus órdenes. —Brendan parecía sorprendido y escéptico—. Si tú lo dices,


Xena.

—Lo digo —declaró la reina—. Pero, antes de nada, siéntalo y sácale cada
detalle, incluso el color de los calcetines de Bregos a día de hoy. —Dio un paso
atrás para dejar que el guardia cogiera al hombre, que estaba parpadeando
como si no pudiera creer lo que estaba escuchando—. Sácalo de aquí.
Brendan se paró frente a ella y bajó la voz.

—Puede jugárnosla dos veces —dijo—. O ser todavía peor.

Xena lo miró a los ojos.

—¿Me estás cuestionando? —mantuvo su voz ligera, pero había un filo en ella
y sabía que lo había escuchado—. Es un poco tarde para empezar con eso
ahora, viejo —dijo—. Ahora, sácalo de aquí.

—Si. —el capitán asintió brevemente y se volvió, señalando a los guardias—.


Ya escuchasteis, moveos. Atadlo al árbol que está allí, primero le sacaremos
la tontería.

La reina oyó los murmullos bajos, y vio muchas cabezas sacudiendo levemente
cuando los soldados se dispersaron. Esperó a que se despejara el espacio a su
alrededor antes de volverse y mirar a Gabrielle que la observaba en silencio.

—¿Algún comentario? —Gabrielle negó con la cabeza y se enderezó,


agarrando su vara y esperando que Xena comenzara a regresar a su tienda.
Tenía la espalda rígida y dolorida, y quería sentarse tranquilamente un rato—.
¿Estás pensando en algo? 170
—No —dijo la mujer rubia—. Solo estoy cansada.

Xena le puso una mano en el hombro y la dejó allí mientras cruzaban el


campamento, dejando atrás grupos de soldados que la miraban de reojo por
no haber matado al espía que encontraron tratando de colarse en el
campamento. Ella no estaba segura de por qué no lo había hecho, excepto
que, sus instintos le habían dicho que no lo hiciera y estos, por lo general, eran
correctos.

¿No lo eran?

Siguió a Gabrielle dentro de la tienda, y tomó la vara de sus manos,


colocándola en la esquina mientras veía a su compañera cruzar la habitación.
Creyó detectar una ligera cojera, y cuando la mujer rubia fue a recoger las
tazas de té que esperaban, vio una definida mueca.

—Ey.

—Ey. —Gabrielle le llevó una de las tazas—. Ha sido un día muy largo, ¿eh? —
Se pasó los dedos por el pelo—. Creo que iré a ver qué están preparando, y
traeré algo para nosotras. ¿Suena bien?

—No.
—¿No?

—Siéntate. —Xena la empujó hacia las sillas de campamento—. Déjame ir a


hacer mi trabajo. —Se giró y se dirigió a la solapa de la tienda, inclinando la
cabeza y examinando el área—. ¡Jas!

Uno de sus soldados más viejos respondió levantándose y corriendo hacia ella.

—¿Sí?

—Tráeme una bandeja con algo de lo que sea que tengan, cocinado o no —
ordenó Xena—. Y un odre de vino.

—A sus órdenes. —Se alejó a buen ritmo.

Xena volvió a meter la cabeza y bebió un sorbo de té, se acercó, se sentó al


lado de Gabrielle y extendió sus largas piernas hacia el fuego. Se sintió más
que un poco frustrada y le sacaba de quicio tener tantas cosas que le
arrojaban dudas desde todas las direcciones.

Ella pensaba que sería más sencillo aquí fuera. Solo el ejército y ella, y algunos
desconocidos, pero sospechosos enemigos por ahí para vencer. Fácil. Pero
estaba encontrado las cosas más complicadas de lo que solían ser y las 171
elecciones más difíciles.

Maldición.

—Ha sido un largo día —respondió a la pregunta anterior de Gabrielle—.


Apuesto a que más largo para ti que para mí.

Gabrielle tenía ambas manos alrededor de su taza y bebió un poco más de


té antes de contestar.

—Ha sido mucho que asimilar —admitió—. Pero estoy de acuerdo con eso.

Xena la miró por encima del borde de su taza.

—¿Ah sí?

Gabrielle asintió.

—No soy una niña. Sé por qué estamos aquí Xena. —Levantó los ojos de su
taza y miró a la reina—. Así que, si querías hacerle algo a ese tipo, podrías
haberlo hecho.

Ambas cejas oscuras de Xena se levantaron.

—¿Me estás cuestionando ahora? —preguntó bruscamente—. He estado


decidiendo matar personas o no desde que llevabas pañales, niña. No
necesito tu permiso. —Se levantó y fue al baúl, dejando la taza de golpe y tiró
de los cierres de sus cueros liberándolos—. No sé lo que Hades está mal con
todos vosotros. ¡Tal vez tenía una jodida buena razón para no cortarle la
estúpida garganta a ese bastardo! —El eco del grito se desvaneció, y ella se
volvió para mirar a Gabrielle—. ¡No tuvo nada que ver contigo!

Los ojos verde mar parpadearon hacia ella varias veces.

—Está bien —respondió—. Lo siento. Me lanzaste una mirada tan graciosa ahí
fuera que pensé que sí. —Dejó la taza y se levantó, caminando hacia la solapa
de la tienda y desatándola mientras se oían pasos apresurados acercándose.

—Mirada graciosa. Ya te daré a ti una mirada graciosa. —Xena se sentó en el


baúl, pero en lugar de continuar quitándose la armadura, dejó que sus manos
cayeran sobre sus rodillas y frunció el ceño—. ¿Es eso lo que piensa la gente?
¿Qué me has convertido en una anciana blandengue?

Gabrielle, que había cogido la bandeja de su salvador y se había girado para


dejarla, se volvió y la miró. Sus cejas se arrugaron.

—¿Qué?
172
—No importa. —La reina se levantó y le cogió la bandeja, llevándola a la mesa
del mapa y dejándola caer con una atípica falta de gracia—. Tal vez debería
salir y desollar vivo a ese mierda para que nadie piense que algo anda mal
conmigo. —Abrió y recuperó algunos de los platos, sin siquiera mirar lo que
había en ellos hasta que sintió una cálida presencia en su espalda, y Gabrielle
puso su mano allí, apoyando su mejilla en el hombro de Xena. No habló,
simplemente se quedó allí, frotando ligeramente la espalda de Xena mientras
la reina dejaba descansar las manos sobre la mesa y apoyaba su peso en
ellas. Después de una breve pausa, Xena apartó la bandeja y se levantó,
girándose y recostándose contra la mesa mientras apretaba a Gabrielle en un
abrazo áspero, cerrando los ojos y rindiéndose a su necesidad del contacto.
El aliento de Gabrielle le calentó un lado del cuello, y deliberadamente dejó
de lado la irritación por el momento. No hacía las cosas por ninguno de ellos—
. Ven aquí —dijo Xena—. ¿Quieres ver a dónde vamos? —arrastró a Gabrielle
hacia donde estaba el mapa—. Sirve un poco de ese maldito vino... Hará que
tenga más sentido para ti.

Gabrielle sonrió, y alcanzó el odre mientras se acomodaba en la mesa frente


a la reina.

—Gracias —dijo—. Lo siento, antes te hice enfadar.

Xena tomó su copa y bebió un trago, lamiéndose los labios pensativamente.


—Tenías razón. —Miró tristemente el vino—. No quería terminar tu día
empapándote de sangre. —Levantó la vista después de un momento de
silencio, para encontrar a Gabrielle mirándola con una expresión
dolorosamente dura—. Enséñame a ser amable, ¿eh?

La expresión de la mujer rubia se suavizó y sus ojos se entibiaron.

—Gracias —dijo—. Lo digo muy en serio.

La emoción en las palabras hizo vibrar su alma. Xena chocó el borde de su


copa con la de su compañera y extendió una mano sobre el mapa, dejando
que las decisiones ya tomadas, malas o no, quedaran en el pasado.

—Mañana será otro día—dijo—. Así que bien podríamos estar listos para esto.

El cuerno nocturno tocó el cambio de guardia mientras vaciaban sus copas,


y la noche se asentó sobre el campamento dejándolo a la luz de las
antorchas.

173

Gabrielle asomó cautelosamente la cabeza fuera de la solapa de la tienda y


miró a su alrededor, encontrando un campamento lleno de murmullos previos
al amanecer y espesa niebla perfumada de pino. Escuchó por un momento,
antes de salir a la tenue luz, con una palangana en una mano.

—Ahora —murmuró para sí misma—. ¿Cuál es el camino a ese arroyo? —Miró


hacia un lado, luego hacia el otro, luego, con un leve encogimiento de
hombros, se movió hacia su izquierda. Los árboles parecían silenciosos
centinelas al pasar junto a ellos, extendiendo una mano para rozar la húmeda
corteza mientras se abría paso con cuidado por el terreno irregular.

Estúpido, de verdad. Gabrielle suspiró, mientras se abría paso alrededor de


una roca. Debería haber pensado en traer agua para su baño de la mañana
anoche, pero con todo lo que sucedió lo había olvidado. Lo bueno es que me
he acordado antes de que Xena se despierte.

Sus oídos captaron el sonido del agua corriendo, y sonrió para sí misma con
un leve triunfo. Pasó entre dos árboles inclinados y olió el agua antes de verla
apresurarse sobre las rocas cubiertas de musgo justo delante de ella. Con un
leve suspiro de alivio, se arrodilló junto al arroyo e inclinó el borde de su
palangana en la corriente, parpadeando un poco mientras gotas de agua
saltaban de la superficie y le salpicaban la cara.

Era más frío que refrescante, ya que el aire de la primavera aún era frio.
Gabrielle mantuvo la palangana donde estaba hasta que se llenó, luego la
colocó con cuidado entre dos rocas mientras se pasaba la manga por la cara.

Un ruido sordo la hizo sacudirse, pero comenzó a respirar de nuevo una vez
que reconoció un hacha golpeando un árbol, y junto con ella escuchó el
traqueteo de ollas en el área de cocina. Con una mueca irónica por su propio
nerviosismo, levantó la palangana y se giró, caminando de nuevo hacia la
tienda de la reina con la palangana apretada contra su pecho chapoteando
un poco.

No estaba realmente asustada de las tropas a su alrededor. Sabía que sabían


lo que Xena sentía por ella y generalmente la trataban como a una zapatilla
de cristal.

—¿Su gracia?

Por ejemplo. Gabrielle miró a su derecha.


174
—Buenos días. —Le dio al soldado una cálida sonrisa—. Solo cogiendo poco
de agua para la reina.

—Puedo llevarla por ti? —preguntó el joven—. Es un gran balde el que tienes
allí.

Gabrielle lo consideró, luego negó con la cabeza.

—No, lo tengo, gracias. Es solo hasta allí. —Pasó junto a él y subió por la
pequeña elevación hasta el lugar donde el campamento de Xena estaba
apartado, el aire cada vez más liviano a su alrededor. Justo cuando llegó a la
puerta, la solapa se hizo a un lado y Xena salió disparada, con la mirada
aguda y rastrillando los alrededores—. ¡Oh!

—Ga... —la reina cerró sus mandíbulas con un clic audible cuando vio su
objetivo. Sus fosas nasales se dilataron y aflojó los puños—. ¿Dónde Hades
estabas? —Gabrielle la miró, luego bajó la mirada hacia al balde y luego
volvió a mirar a Xena con perplejidad—. Oh, cállate. —Xena dio un paso atrás
y apartó la solapa—. Entra ahí. —Esperó a que Gabrielle pasara antes de
volver su atención a las tropas cercanas—. Diles a los cocineros que se pongan
en movimiento. Quiero estar en el camino en una marca de vela —ordenó—.
¿Lo pillas?
—Si. Señora. —El soldado prescindió de toda familiaridad y se alejó al trote,
presumiblemente en busca de Brendan. Su voz había corrido, sin embargo, y
los pequeños susurros en la tenue luz del amanecer ahora se aceleraban y los
silbidos comenzaron a sonar.

Xena escuchó por un momento, luego gruñó satisfecha y se giró para entrar
en su tienda, parándose un momento debajo de la solapa mientras miraba a
Gabrielle poniendo sus cosas de baño cuidadosamente junto al lavabo.

—Oye.

Gabrielle volvió la cabeza.

—Lo siento —le dijo—. Me olvidé de traer esto anoche. Simplemente fui al
arroyo por eso... No quería despertarte. —Se volvió a tomar el jabón de la bolsa
de viaje de Xena—. Creo que va a ser un buen día... una vez que la niebla se
haya levantado.

Xena se acercó y se sentó en la cama, dejando que sus manos descansaran


en el borde mientras estudiaba sus botas.

—¿Sí? —dijo—. Eso es genial. Tal vez no todo el mundo esté de tan mal humor 175
al final del día. —Reflexionó sobre eso, luego se recostó en la cama y cruzó las
manos sobre el estómago—. ¿Quieres hacerme un favor?

—Claro. —Gabrielle se secó las manos y se acercó a ella, sentándose en la


cama—. Lo que sea.

La reina estudió el techo de su tienda como si estuviera leyendo algo en la


superficie. Sus ojos se movieron de un lado a otro, antes de que finalmente los
cerrara a medias y mirara a Gabrielle.

—Despiértame la próxima vez.

La mujer rubia arrastró un poco la bota por la alfombra.

—¿Tenías miedo de que hubiese huido?

—No —respondió Xena.

—¿Pensaste que alguien me había secuestrado?

—Si alguien te secuestra bajo mis narices y no me doy cuenta y no me


apuñalan en el corazón al salir, me hubiera apuñalado a mí misma. No —dijo
la reina—. Solo hazme un favor y despiértame, ¿vale? Deja de hacer
preguntas sobre eso.
Gabrielle se acostó de lado junto a Xena, observando su perfil y viendo una
vulnerabilidad medio escondida allí que no se había esperado. Si Xena no
había pensado que había huido, o que la habían cogido, ¿por qué
preocuparse porque ella no estaba allí?

¿Por qué? Extendió la mano y tocó la mejilla de la reina.

—Está bien —dijo—. Si quieres que lo haga, lo haré.

—Bien. —Su compañera giró la cabeza hacia ella—. Ahora que le dije a todos
que me quiero ir antes de que salga el maldito sol, creo que será mejor que
nos lavemos, ¿eh?

—¿Quieres que te lave? —Los ojos de Gabrielle brillaron un poco.

Xena la fulminó con la mirada.

—Escucha, chuletita. —Extendió una mano y agarró la nariz de Gabrielle—.


Tengo suficientes problemas de imagen sin que tú los empeores. ¿Me pillas?

—Queo que tu maf pidado a mí.

La reina comenzó a reírse y la soltó. 176


—Así es. —Dejó caer la mano hacia la cama, pero se quedó allí mirando a
Gabrielle en lugar de levantarse—. ¿Cómo os lleváis tú y ese pequeño diablo?
—preguntó—. Bobo, o Charcos, o como sea que lo hayas llamado.

—Parches. —Gabrielle rodó sobre su espalda y estiró sus piernas—. Él es genial


—dijo—. Creo que necesito acostumbrarme a todo esto de montar a caballo.
Me duele un poco la espalda.

—Aja —asintió Xena—. Creo que te vi cojeando ayer. Recuérdame que mire
tu silla de montar cuando montemos. —Con un suspiro, se sentó y sacudió la
cabeza hacia adelante y hacia atrás, frotándose el cuello e hizo una mueca—
. Maldito dolor de cabeza. —Se levantó y fue a su equipo, hurgando en el—.
¿Me dejaste beber demasiado anoche, rata almizclera?

Gabrielle también se levantó y fue hasta el brasero, acercando el recipiente


de agua a las brasas para que se calentara.

—¿Estuvimos bebiendo anoche? —preguntó en un tono desconcertado—.


Creo que sólo tomamos sidra con la cena.

—Ah. Ese es el problema. No estuve bebiendo anoche. —Xena se acercó con


una taza de viaje en la mano y levantó la olla, vertiendo el agua lentamente
en ella, y olfateando el vapor resultante con cautela—. Tienes que evitar que
haga eso. Me hace despertar más perra que el infierno y me da... —Se detuvo,
y tomó un sorbo de la taza en su lugar—. De todos modos, vamos a lavarnos y
prepararnos para ser soldados.

Gabrielle puso sus brazos alrededor de Xena y la abrazó.

—Está bien. —Fue a la palangana y mojó su paño, agregando un poco de


jabón antes de lavarse la cara con él. Se dio cuenta de que Xena estaba a su
espalda, podía oír el sonido del agua girando en la taza.

Se acercaron unos pasos a la tienda. Xena se giró, el suave sonido de las pieles
moviéndose claro en el silencio mientras la reina caminaba hacia la abertura
y se quedaba dentro.

—¿Quién es?

—Brendan.

Xena abrió la solapa para dejar entrar a su capitán. Brendan tenía la cabeza
mojada y su armadura de cuero también estaba húmeda, pero el robusto
soldado estaba de buen humor y alzó una mano para saludar a Gabrielle
cuando esta se volvió y le saludó con la mano. 177
—Una buena mañana, ¿eh? —dijo Brendan—. Va a ser un buen día, Xena.
Deberíamos pasar un buen rato hasta el final. —Dejó que su mano descansara
sobre la empuñadura de su espada, que llevaba en la cadera—. Le
sonsacamos algunas cosas a ese bastardo anoche. Cosas de campamento,
pequeñas cosas. Es un donnadie, ¿verdad?

—Sí —Xena asintió—. Era una mierda.

—Sí. —Los ojos de Brendan se clavaron en Gabrielle que le devolvió la


mirada—. Me di cuenta de eso, y me aseguré que él supiera que no
estábamos buscando ese tipo de cosas aquí.

Xena se acercó a la palancana y sumergió sus manos en ella, arrojando una


buena porción de agua en su cara y enviando gotitas a todas partes. Se
restregó la piel, luego parpadeó cuando un trozo de tela se interpuso en su
camino y pestañeó mientras Gabrielle retiraba suavemente el líquido con olor
a musgo de su piel.

—¡Oye! —gruñó.

—Nada más —continuó Brendan—. Es un inútil miedica. No sé de qué nos


puede servir, excepto...
—¿Excepto? —Xena se secó las manos en la tela que le había pasado su
compañera, y se volvió, apoyada contra el poste central y mirándolo con los
ojos entrecerrados—. No me digas que puede cocinar.

Su capitán resopló.

—Le gustan los caballos —dijo—. Sin embargo, no estoy seguro de que sepa
algo sobre ellos.

Xena cruzó sus brazos sobre el pecho.

—Tráelo aquí —ordenó—. Descubriré lo que sabe y lo que no sabe antes de


permitirle pulir un estribo —dijo—. Si podemos hacerlo útil, tal vez nadie piense
que me he vuelto loca por no destriparlo como a un pez. —Brendan tuvo la
amabilidad de no responder a eso. Levantó su mano y escapó por la solapa
de la tienda, dejando atrás a su gruñona reina y su desconcertada
acompañante. Xena fulminó con la mirada la piel en movimiento por un
momento antes de volverse y mirar a Gabrielle—. ¿Crees que me estoy
volviendo loca?

—No. —Gabrielle terminó de restregar sus brazos desnudos—. ¿Por qué iba a
pensar eso?, ¿Porque no mataste a alguien? Soy ya la que dice que matar
178
personas no siempre es la respuesta. —Se secó la piel y se acercó a Xena—.
¿Por qué deberías avergonzarte de salvar la vida de alguien o de ayudar a
esos niños, Xena? —Buena pregunta. Xena le quitó la tela y lentamente se
limpió las manos con ella—. Es como avergonzarse de ser una buena persona.
—Gabrielle puso su mano sobre el brazo de Xena—. No deberías ser... Xena,
puedes ser una fuerza tan positiva...

—Shh. —Xena le cubrió la boca con una mano—. No sigas por ahí, Gabrielle.
Te lo advierto. —En silencio, la mujer rubia simplemente la miraba—. NO soy
una buena persona. —La reina enunció las palabras lenta y
cuidadosamente—. Y NO QUIERO ser una buena persona. ¿Entiendes eso? —
Después de un momento, Gabrielle negó con la cabeza. Xena dejó caer su
mano con un suspiro de exasperación—. Maldición. Voy a ir a matar algo. Tal
vez eso ayude con mi dolor de cabeza. —Se giró y salió de la tienda,
agarrando su espada mientras pasaba junto a su baúl de armas y dejaba que
la solapa golpeara tan fuerte como fuera posible detrás de ella.

Gabrielle sabía que solo tenía un poco de tiempo antes de que Xena
regresara, y tenían que empacar la tienda, y continuar. Pero fue a su baúl y
sacó un pergamino, sentándose y tomando su pluma, las palabras
cosquilleaban con tanta fuerza detrás de su lengua que no podía esperar
para expresarlas.
Era difícil decir quién estaba más feliz de llegar por fin al paso, los soldados, los
caballos o Xena. El camino hacia él, estaba lleno de guijarros de pizarra y con
el desnivel, había sido una subida difícil para todos. Los soldados habían
desmontado cuando Xena lo había hecho, y se abrieron paso hacia arriba,
con las botas deslizándose entre las piedras sueltas mientras luchaban por
mantener el equilibrio y ayudar a sus monturas a avanzar.

Xena los detuvo justo por debajo de la hendidura en las montañas que era el
comienzo del paso, recordando la última vez que había guiado el camino en
un paso y estuvo a punto de conseguir que la mataran a ella y a los demás.

Odiaba todo aquello que sucedió.

—Tomaros un descanso —ordenó, contenta de apoyarse en el alto hombro


de Tiger, mientras el semental simplemente se paró, recuperando el aliento. 179
Un crujido de pasos la hizo mirar a un lado, divisando a Gabrielle acercándose.
Al ser más ligera maniobraba fácilmente entre las rocas, al igual que su
caballo—. Bien, bien.

—Hola. —Gabrielle redujo la velocidad hasta detenerse y le dio unas


palmaditas en el cuello a Parches—. ¡Lo conseguimos!

—Mm.

Gabrielle se volvió y miró hacia atrás. El ejército estaba desparramado por el


sendero, con los cuerpos vueltos hacia los lados contra la pendiente que
bajaba y bajaba hacia la llanura fluvial de donde habían venido, terminando
en una altura que la sorprendió.

—No pensé que estuviera tan alto —admitió—. El río parece tan pequeño.

Xena se acercó y apoyó los antebrazos sobre Parches, mirando la escena.

—Recuerdo estar parada aquí —dijo—. Me preguntaba qué gran botín podría
sacar en estas tierras. —Gabrielle jugueteó con las riendas de Parches, pero
guardó silencio—. Pensé que no mucho —reflexionó la reina—. Mira todo ese
maldito matorral. —Su compañera se movió junto a ella.

—¿Ves esa colina de allí, con el árbol torcido? —señaló hacia abajo, a la
derecha de donde estaban, un buen camino para bajar la pendiente.
—Sí —dijo Xena, después de una pausa—. ¿Ese era tu hogar?

Gabrielle puso su mano sobre la desaliñada espalda de Parches.

—Es donde solía vivir. —Su rostro era sombrío—. Es de donde soy, supongo. —
Xena soltó el odre del cinturón, lo destapó y se lo pasó a su compañera.
Observó en silencio cómo Gabrielle lo cogía y sorbía un largo trago,
apartándolo de sus labios y mirando a lo lejos pensativa durante un momento.
Luego se volvió y tosió violentamente, expulsando el trago sobre las piedras y
haciendo que las orejas de Parches se movieran de un lado a otro con
alarma—. ¡Cof! —retrocedió tambaleándose un paso, tosiendo de nuevo—.
¡Cof cof cof!

La reina se rio.

—Te distrajo ese viejo lugar, ¿eh? —Se acercó y le dio a Gabrielle una fuerte
palmada entre los omóplatos—. Vamos, Gabrielle, no puedes dejar tu trasero
en el pasado. Tenemos cosas que hacer, y un tesoro que saquear. —Cogió el
odre de vuelta y tomó un sorbo mucho más prudente de aguardiente,
lamiéndose los labios y levantando las cejas hacia la mujer rubia—. Cosa
buena, ¿verdad? 180
La lengua de Gabrielle estaba demasiado entumecida para responder, cogió
su propio odre de agua y tragó apresuradamente algunos tragos, tratando de
apagar el fuego que hacía que le lloraran los ojos.

—¡Dioses! ¿Qué es eso? —Se las arregló para decir con voz ronca,
recomponiéndose y verdaderamente distraída de sus pensamientos previos.

Xena colgó el odre con un lazo de la silla de Tiger.

—¿Qué es esto? —extendió su cuerpo, midiendo la posición del sol en el


cielo—. Es el Fuego de Xena. Eso es lo que es —le dijo a su compañera—. Hace
un par de años decidí probar suerte en la fabricación de cerveza, y eso es lo
que salió.

—Um. —Gabrielle finalmente sintió el hormigueo comenzar a desvanecerse


dentro de su boca.

—¿En serio crees que se puede beber eso? —Se sintió tan dudosa como
sonaba. El líquido tenía un gusto como... Bueno, al demonio si supiera a qué
sabe—. Realmente no fue... uh... quiero decir, sé que lo hiciste tú, así que tiene
que ser bueno, pero...

—Pero es un gusto adquirido. —La reina la miró, una leve sonrisa apareció en
su rostro—. Como yo.
Bueno, no había forma de que Gabrielle pudiera discutir eso. Simplemente
bebió otro trago de agua y retrocedió un poco, caminando para aliviar los
músculos ligeramente contraídos en sus piernas. La escalada había sido más
de lo que pensaba, pero la había capeado mejor de lo que había esperado,
así que todo salió bien. Sin embargo, se alegraba de que estuvieran en la
cima, y ahora veía como Xena hacía señas a algunos de los soldados.

El fuego de Xena. Gabrielle tuvo que reírse de sí misma. Chico, ¿me enamoré
de eso o qué? Todavía podía saborear la quemadura a lo largo de los bordes
de su lengua y solo podía imaginar lo que habría sentido si realmente se lo
hubiera tragado. Caminó hacia donde Parches estaba pacientemente de
pie, el pony husmeaba entre las rocas en busca de una brizna perdida de
hierba.

—Sí, no hay mucho aquí, ¿eh muchacho?

—Pffpht. —Parches resopló y se movió unos pasos más arriba en la ladera,


llegando al lado derecho de Tiger. El gran semental lo miró, estirando el cuello
para olfatear las orejas del pony, luego se volvió para mirar a Xena mientras
consultaba con sus capitanes.
181
Gabrielle también lo hizo, centrándose en las manos grandes y poderosas de
Xena mientras dibujaban formas en el aire ante los ojos embelesados de los
hombres.

El fuego de Xena. La mujer rubia exhaló lentamente. Si ella es un gusto


adquirido, seguro que no me costó mucho cogerlo. Recordó su primer
encuentro de verdad tan clara e intensamente, que su corazón comenzó a
latir más rápido solo de pensarlo. La forma alta de Xena, dando un paso detrás
de ella, esa voz aterciopelada rozando cada nervio.

—¡Gabrielle!

Whoops.

—Lo siento. —Gabrielle puso su pie en el estribo y montó a Parches, dándole


una palmada en el cuello—. Sólo estaba…

—¿Pensando? —Xena se recolocó sobre la silla de montar—. ¿Otra vez?

—Inventando poesía sobre tus manos. —La reina se detuvo, y arqueó la ceja.

—¿Qué? —Gabrielle insto a Parches para que comenzara a caminar por el


sendero, siguiendo a la media legión de soldados que ya habían pasado junto
a ellas mientras había estado soñando despierta. Comenzó a silbar por lo bajo
cuando pasó junto a Tiger, mirando a su alrededor con una expresión tan
inocente como le era posible—. Voy a enseñarte a silbar con otra parte de tu
cuerpo si empiezo a escuchar esos poemas, pequeña rata almizclera. —Xena
la alcanzó, y caminaron juntas, incorporándose al paso de un ritmo ordenado.
Las paredes de roca se levantaron a su alrededor, pero no eran los
acantilados de las tierras fértiles en las que habían viajado antes.

Eran más suaves y redondeados, desgastados por los omnipresentes vientos y


cubiertos de matorral apenas enraizado. Iban tranquilos ya que había pocos
lugares para esconderse, y después de unos minutos montando, Xena se relajó
y comenzó a pensar en la salida del paso.

Había pasado mucho tiempo, tanto en años como en vivencias, desde que
había hecho esta ruta. También había realizado algunos viajes en la otra
dirección, evitando esta, razonando haber visto todo aquello antes, ¿por qué
retroceder?

De hecho ¿Por qué ahora? Xena dejó caer una mano sobre su muslo mientras
se relajaba con el paso rítmico de Tiger. El semental negro era uno de los más
grandes entre los caballos del ejército, y tenía un temperamento susceptible y
a menudo mala actitud. Lo adoraba en extremo, y aunque él se había
tomado su tiempo antes de que lo domara, realmente disfrutaba montándolo
182
y sintiendo la sensación de poder que desprendía el gran animal.

Sin embargo, nunca le habría contado eso a nadie. Para sus súbditos, para las
tropas, Tiger era solo su caballo de guerra. Nada especial, y tan peligroso estar
cerca, que te jugabas la vida solo con intentar asearlo.

Él no se había convertido en un objetivo.

Xena escuchó un silbido desde el frente, y rápidamente se alzó en sus estribos,


usando su altura y la de Tiger para ver más allá de las tropas frente a ella. Podía
ver a los hombres detenerse, y chasqueó con la lengua, avanzando a través
de la multitud cada vez más espesa.

Gabrielle se apresuró a seguirla, contenta de que Tiger hiciera un surco lo


suficientemente grande para que ella pasara fácilmente. Mantuvo a Parches
a la cola del semental, ya que sintió la creciente excitación a su alrededor.

—¡Xena! ¡Son ellos! —la voz de Brendan era inconfundible—. ¡Esos bastardos
están delante de nosotros! ¡Atacando una caravana de mercaderes!

Xena detuvo a Tiger al lado del grupo de avanzada, que se había mantenido
detrás de una pila de rocas justo en una curva en el paso que impedía que
fueran vistos, esquivó con su caballo hacia donde el vigía estaba agachado
en una parte baja de la roca, mirando por encima de él.
—¿Qué ves?

—Dos veintenas, tal vez más. —El hombre hizo una mueca, sin volver la
cabeza—. Están robando toda la caravana, bastardos. Es grande. La más
grande que he visto esta temporada.

Xena se acercó sigilosamente a la roca y se puso de pie en la silla de montar


de Tiger, luego se agachó un poco y saltó, agarrando dos asideros y
poniéndose junto a él.

—¿A sí? —Examinó el área debajo del paso, su ritmo cardíaco se aceleró al
ver el enorme séquito y los hombres atacándolo. La caravana intentaba
defenderse, los hombres con media armadura intentaban desesperadamente
luchar contra las tropas, pero no tenían mucho éxito, y podía escuchar los
gritos de los mercaderes cuando los atacantes los derribaban—. Sabía que
iba a ser un buen día —dijo la reina, antes de girarse y soltar su agarre,
aterrizando en la silla de Tiger y silbando en un tono bajo, pero estridente—.
Vamos a movernos. Ahora mismo, montad, y masacradlos. —Se dejó caer en
la silla de montar y desenvainó su espada, mientras los hombres se separaban
para dejarla pasar a su lugar al frente—. Levanta el estandarte. —ordenó,
oyendo el revoloteo de la seda al golpear el viento cuando dobló la curva, y
183
el aire le revolvió el pelo—. ¡Heeeeyah! —Puso en marcha a Tiger hacia
adelante, consciente por el rabillo del ojo de un pony pequeño y desaliñado
tras ella cuando el ejército se puso en movimiento y se dirigió hacia la curva y
el paso.

Gabrielle estaba demasiado nerviosa como para hacer otras cosas aparte de
aferrarse a las riendas de Parches y permanecer lo más cerca posible de Xena.
Podía sentir que el suelo comenzaba a temblar mientras los caballos se movían
de un paseo a medio galope, y alrededor suyo los soldados estaban
preparando sus armas para la batalla y asegurando su agarre a los caballos
bien entrenados.

Era terrible y, sin embargo, también era maravilloso, porque sabía que iban a
ayudar a las personas atacadas y evitarían que los lastimaran o los mataran.
Apretó sus rodillas sobre Parches, y el pony resopló mientras se mantenía a la
par con sus hermanos y hermanas mayores mientras recorrían la curva y
bajaban el último trozo del paso hacia el camino inferior.

Xena giró su espada para que la hoja quedara detrás de ella, se mantuvo un
poco a un lado cuando sintió los pies de Tiger golpear tierra firme y sólida y
comenzó a acelerar. El viento sopló con fuerza contra ella, y ella se regodeó
en él, porque sabía que arrastraba los sonidos del ejército y los enviaba de
regreso al desfiladero, haciendo que sus objetivos casi no se dieran cuenta de
su próximo ataque.

Pronto lo descubrirían. Hizo un gesto para dividir el ejército a derecha e


izquierda, y dirigir a los de la derecha directamente al grueso de lo que
quedaba del ejército de Bregos.

¡Maldita sea! SABÍA que terminaría siendo un gran día.

Una vez que estaba en el medio de la batalla, Gabrielle se dio cuenta de


golpe que no tenía ni idea de qué hacer en el medio de una batalla. Todo
parecía muy desorganizado y caótico, los hombres y los caballos volaban
junto a ella a gran velocidad y todos chillaban y gritaban mientras seguían a
Xena a un choque de espadas y cuerpos resoplando.

Era fortuito y peligroso, y apenas pudo evitar ser aplastada entre dos de los
184
caballos de guerra más grandes mientras luchaba por mantenerse al lado de
Xena.

Estaban en la primera cuña que se dirigía contra los asaltantes, y los asaltantes
reaccionaron con lentitud, girándose en estado de shock cuando fueron
atrapados por los hombres de Xena mientras trataban de desarmar los carros
mercantes. Llevaban media armadura, más roídas y oxidadas que las de los
hombres de la reina, y por supuesto sus corazas de cuero carecían del símbolo
de la cabeza de halcón dorado.

Sin embargo, ellos se dieron cuenta. Gabrielle vio que los ojos de un hombre
casi salían de su cara cuando se volvió para mirar a Brendan, justo antes de
que se volviera irrelevante cuando la espada de Brendan lo alcanzó justo en
la nuca y le cortó el cuello.

Gabrielle tuvo que apartar la mirada cuando Brendan simplemente pateó el


cuerpo hacia un lado, y fue tras otro asaltante. ¿Qué estaba haciendo ella
aquí? Ni siquiera había traído su vara porque Xena había tenido miedo de que
se la quitaran y la golpearan con ella.

Un agujero se abrió en la multitud, y ella y Parches lo atravesaron, recuperando


el costado de Xena mientras la reina se precipitaba hacia donde había más
enemigos, que estaban sacando cajas de un carro volcado. Por accidente,
ella envió a Parches hacia adelante y se estrelló contra uno de los hombres,
derribándolo y dándole a Xena la oportunidad que estaba buscando.

—¡Gracias! —La reina gritó sobre su hombro—. ¡Mantén baja tu maldita


cabeza!

—¡De acuerdo! —Gabrielle golpeó su hombro contra el carro volcado y


apartó a Parches a un lado, tratando de mirar a su alrededor y verlo todo,
absorbiendo la escena con un poco de emoción. Todo era tan rápido y tan
salvaje. Xena usó su estatura y la de Tiger como gran ventaja, sorprendiendo
a dos hombres que estaban agarrando cosas de la parte trasera de uno de
los carros al bajar su espada sobre sus cabezas, enviando sangre y astillas de
hueso por todas partes. Cayeron bajo los cascos de Tiger cuando la reina sacó
su bota del estribo y pateó a un tercer hombre justo a la maza de Brendan.
Sangre. Gabrielle vio morir al hombre ante sus ojos y dejó de ser emocionante
cuando se dio cuenta de que lo conocía del castillo. Le había oído hablar de
su hijo pequeño. Ella vaciló, sus rodillas se tensaron un poco en los costados de
Parches mientras Xena avanzaba, alejando a más soldados de los carros. Un
grito la distrajo, y miró a través de los tablones de madera para ver a una mujer
trepando por la parte trasera, con la camisa medio desgarrada y el brazo de 185
un hombre enganchado alrededor de su cintura. Sin pensar realmente,
Gabrielle tiró de Parches y lo envió de cabeza hacia los dos.

»¡Aquí! —Le tendió una mano a la mujer—. ¡Ponte detrás de mí! —Con los ojos
desorbitados, la mujer estaba más que ansiosa por obedecer y medio saltó,
medio se tumbó sobre los cuartos traseros de Parches mientras Gabrielle
empujaba al hombre de detrás de la espalda de la mujer, liberando su brazo
mientras empujaba a Parches hacia adelante y el se balanceaba y caía del
carro al suelo. Ella corrió al otro lado del carro, tratando de mantener a
Parches bajo control mientras la mujer se movía detrás, y media docena de
soldados casi se estrellaban contra ellas. De algún modo se las arregló para
levantar a la mujer y hacer que se acomodara mientras presionaba contra el
carro, tratando de mantenerse fuera del camino de todos—. ¿Estás bien?

—¡Malditos bastardos! —La mujer jadeó—. ¡Nos dijeron que no viniéramos aquí!
¡Deberíamos haber escuchado!

Gabrielle se agachó cuando dos soldados que luchaban se estrellaron contra


los tablones de madera, se cayeron de los caballos al carro y amenazaban
con rodar sobre ella. Tiró de la cabeza de Parches otra vez y lo golpeó con los
talones, volviendo a la parte trasera del carro cuando el último de los soldados
de Xena pasó y entró en la lucha.
Realmente, no era un combate. Los hombres de Xena superaban en número
a los asaltantes cuatro a uno y la mayoría iban a caballo, donde los asaltantes
estaban en su mayoría a pie. Gabrielle pudo ver a los que estaban en la parte
delantera comenzando a correr, y exhaló ligeramente sabiendo que todo
terminaría pronto.

Envió a Parches detrás del último de los soldados, sintiéndose culpable de


repente cuando se dio cuenta de que no podía ver a Xena y le había
prometido que no se apartaría de ella.

—Espera un momento. —Le dijo a la mujer—. Estarás bien.

—¡Bastardos! —repitió la mujer—. Es un paso seguro, dijeron. Solo dales unos


barriles de cerveza... ¡Malditos sean!

Gabrielle vio un destello de cabello oscuro ondeando y puso a Parches en


movimiento.

—¡Espera! —Advirtió, mientras esquivaba a dos hombres combatiendo a pie,


empujando sus lanzas el uno contra el otro. Un hombre resbaló, y vio la punta
de la lanza demasiado tarde haciéndola girar a un lado cuando la golpeó en
el pecho, casi tirándola de Parches por el impacto repentino y violento—.
186
¡Ahh! —El golpe la dejó sin aliento. Agarró con fuerza a Parches mientras se
sentía retorcerse y deslizarse a un lado y luego con la misma rapidez estaba
siendo alzada, y la presión sobre su pecho había desaparecido y podía oler
sangre, cuero y carne de caballo caliente. De alguna manera, a pesar de
todo, sabía que el agarre en su espalda era Xena, incluso sin ver los flancos
oscuros de Tiger o escuchar su voz. Había algo sobre su presencia que
Gabrielle podía sentir—. ¡Xena!

—¿A quién esperabas, a Afrodita? —le gritó la reina—. ¿Qué Hades estás
haciendo?

—¡Intentaba no molestar!

Xena se inclinó detrás de Gabrielle y aprovechó a las mujeres de grandes ojos


detrás de ella. La levantó de Parches y la arrojó sobre la cama del vagón, junto
con otras dos mujeres que estaban acurrucadas juntas.

—Ahí. Quédate —le dijo—. Porque sé que esta cosa no lo hará. —Se giró y se
quedó en sus estribos, repasando la batalla.

Si es que la hubo.

—Demasiado breve, joder. —Xena suspiró—. Malditos cobardes... míralos


correr.
Gabrielle se palpó con cuidado el costado, aliviada por tener solo una
contusión en vez de haber sido atravesada por la lanza. La punta había
golpeado en su armadura y se había torcido, ni siquiera había estado cerca
de penetrarla. Se volvió para ver qué estaba mirando Xena, pero la reina ya
estaba dando un quiebro con su caballo a un lado, sombreando sus ojos para
ver mejor.

No había más peleas alrededor de ellas. Los hombres estaban empezando a


retroceder hacia donde estaba Xena, el suelo estaba lleno de cuerpos y se
veía una salvaje sacudida a lo lejos mientras las hierbas se cerraban alrededor
de los asaltantes que se retiraban y eran perseguidos por algunos de los
hombres de la reina.

—Guau. —Uno de los soldados estaba limpiando su hacha de batalla en una


manga rasgada—. Ha sido un buen calentamiento, ¿eh?

Xena todavía estaba parada en sus estribos.

—Se dirigen al siguiente valle —dijo, llevándose los dedos a los labios y dejando
escapar un silbido largo y penetrante, luego se detuvo antes de silbar dos
veces más—. Así que no mataremos a todos hasta que sepamos hacia dónde 187
se dirigen.

Gabrielle puso su mano en el borde del carro, y miró hacia allí.

—Estaréis bien ahora. —Tranquilizó a la gente que estaba dentro—. No tengáis


miedo.

La mujer que había apartado del asaltante se arrastró hacia un lado y puso
sus manos sobre ella, mirando más allá de Gabrielle hacia la forma alta de
Xena.

—¿De verdad es ella? —preguntó—. ¿Xena la despiadada?

Xena finalmente se sentó de nuevo y cogió un trapo de su alforja, limpiando


la longitud de su espada y tornando el metal de carmesí a reluciente. Tenía el
cabello revuelto por el viento y barro a lo largo de una pierna y cadera.

Gabrielle estudió a su amante y suspiró.

—Sí —dijo—. Es ella.

Xena miró a su alrededor, como si sospechara que estaban hablando de ella.


Guio a Tiger con sus rodillas hacia donde Gabrielle estaba esperando, y frunció
el ceño a las personas del carro.
—¿Os han dicho algo? —Se dirigió a ellas—. ¿Qué os pidieron?, ¿qué os
prometieron a cambio?

Los mercaderes solo la miraban fijamente con los ojos como platos en silencio.

Gabrielle vio que las manos de Xena se contraían y se aclaró la garganta.

—Um... Está bien, bueno, esta es Xena, y es la reina. —Les presentó a su


amante—. Y vosotros sois... Um... —Esperó por una respuesta, pero nadie
respondió—. Estabais hablando hace un minuto. Sé que no sois mudos.

—Puedo hacerlo de otra manera. —Xena se giró— Venid y sacad vuestras


lenguas. —Se acercó al carro.

—Xena.

—¿Qué? —La reina frunció el ceño a la gente—. No necesito idiotas que no


pueden hablar a mi alrededor. Nunca tuve ese problema contigo, ¿verdad?

—Majestad. —La más vieja de las mujeres del carro finalmente habló—.
Perdónanos. No esperábamos encontrarte aquí en el camino —explicó.

Xena sacudió la cabeza para quitarse el pelo de los ojos. 188


—Responde a mis preguntas —ordenó—. ¿Quiénes eran esos tipos? —señaló
con la punta de su espada hacia abajo por donde habían venido—. ¿Veníais
por aquel camino?

La mujer más joven a la que Gabrielle había rescatado se inclinó sobre sus
rodillas.

—¿No los conoces, Majestad? —preguntó—. Qué raro, dijeron que eran tus
hombres. —Ignoró el intento de la mujer mayor de callarla—. Nos prometieron
“paso seguro” a tu fortaleza. Luego nos atacaron cuando no quisimos pagar
su moneda.

Los ojos de Xena se entrecerraron. Dejó que su espada descansara contra su


pierna mientras se enderezaba en la silla de montar, con la cara enfadada.

—No. —Gabrielle decidió que probablemente era hora de decir algo—. Esos
son algunos hombres que desertaron del ejército de Xena antes del invierno.
—Dejó que su mano descansara sobre la madera—. Encontramos algunos
pueblos que fueron destruidos por ellos allá atrás... Xena se asegurará de que
eso no vuelva a ocurrir.

—Di eso otra vez. —La reina murmuró.

—¿Qué? —la mujer rubia volvió la cabeza.


—Cállate. —Xena sintió que Tiger se movía debajo de ella con inquietud, sus
fosas nasales se reflejaban en la sangre seca en el suelo—. Quédate aquí —le
dijo a Gabrielle—. Voy a ver qué queda de este patético desastre. —Dio vuelta
a su caballo y se alejó, rompiendo al galope casi de inmediato.

Gabrielle la miró brevemente, luego se volvió hacia el carro. La mayoría de los


comerciantes se habían unido a ellos, reuniéndose en un conmocionado
grupo mientras el caos se acallaba, y el alcance de las pérdidas comenzaba
a ser obvio.

—Todo irá bien ahora. —Les dijo.

—¿Cómo nos habéis encontrado? —preguntó la mujer mayor—. ¿Qué está


haciendo ella aquí?

—Bueno, la cosa es así. —Gabrielle repasó el pasado reciente—. Te contaré


cómo llegamos hasta aquí, y lo que estamos haciendo, y por qué ya no tienes
que preocuparte por estar a salvo.

189

La caravana mercante estaba destrozada. Xena cabalgaba arriba y abajo,


revisando los carromatos y preguntándose qué Hades iba a hacer con ellos.
La mayoría tenía daños en sus ruedas, los que estaban al frente de la línea,
más cerca de donde los había alcanzado, estaban medio derrumbados en el
suelo con los yugos destrozados, y algunos de los bueyes habían muerto.

Idiotas. La reina se dio una palmada en el muslo en señal de irritación. ¿Qué


habían estado pensando los hombres de Bregos? ¿Cómo pensaban
arreglárselas para llevarse el botín de los mercaderes, a la espalda?
¿Colgando de las colas de sus caballos?

Sabía que Bregos no era tonto. Había tenido suficiente éxito en el campo
como para que ella respetara, al menos, sus habilidades estratégicas, aunque
a menudo dejaba de lado su capacidad de juicio. ¿Esos hombres iban por su
cuenta? Sabía que lo habían abandonado los más hambrientos, los más
pequeños y los más insatisfechos con su mando.

Quizá es que eran así de estúpidos. Tiró de Tiger al lado de uno de sus
capitanes, un hombre mayor con la cara profundamente marcada.
—Qué desastre, ¿eh Andar?

El hombre negó con la cabeza varias veces.

—Hay un montón de mercancías que necesitan allá atrás —dijo—. Lástima. No


podremos aprovechar la mayor parte de ellas. No para el viaje, no nos sirven.

Xena colocó una pierna sobre su silla de montar e hizo una mueca cuando su
columna vertebral crujió al girarse.

—Sí, maldita sea. —Repasó el largo desorden de destrucción. Los mercaderes,


aquellos que no fueron lastimados o asesinados, estaban trabajando
alrededor de los carros tratando de salvar algo, con la ayuda de los soldados
de Xena. Sus instintos la empujaban a seguir a los hombres de Bregos. Sabía
que se dirigían a alguna parte, y pensó que, donde sea que estuviese, lo
encontraría, y cuando lo encontrara, lo mataría, y el día sería mucho más
brillante a partir de ese momento. Pero mientras tanto, tenía que lidiar con
esto. Dejar las provisiones aquí estaba fuera de discusión, y liberar sus propios
carros para llevarlas también estaba fuera de discusión. La única opción que
le quedaba era hacer que sus hombres arreglasen las carretas y cargar todos
los bienes que pudieran con los bueyes que quedaban. Eso significaba que 190
estaría atrapada aquí todo el día y eso la estaba jodiendo. Sin embargo, Xena
era, sobre todo, realista—. Está bien —les indicó a otros dos de sus capitanes
que se acercaran—. Montad el campamento.

—¿Señora? —El hombre más cercano la miró.

Xena lo golpeó por pura molestia.

—Cállate, idiota —gruñó—. Andar, acamparemos aquí. Diles a los herreros y a


todos los que puedan usar una herramienta que se acerquen y vean qué
pueden hacer con estos malditos carros. Si tenemos que cortar árboles, envía
un escuadrón para que lo haga y que arrastre los troncos a través del paso.

—A sus órdenes. —Andar asintió—. Arreglarlos, ¿no? —dijo—. Es verdad, es


mejor que quemarlos, estoy pensando, y el castillo obtendrá el beneficio de
los bienes.

—Un hombre inteligente. —La reina comentó chistosa—. Haces que mi


corazón palpite. —Agitó su mano—. Moveos. Quedarme atascada aquí al aire
libre no es mi idea de una fiesta. Tú y tú, venid conmigo. —Señaló a varios
hombres—. Veamos si hay algo por lo que debamos preocuparnos.
Giró en redondo a Tiger y se dirigió hacia el final de la caravana, con los ojos
ya puestos en el espeso matorral donde habían desaparecido los hombres de
Bregos.

Solo porque la diversión de todos los demás había terminado, no significaba


que la de ella tuviera que acabar, ¿verdad?

191
Parte 6

Gabrielle vaciló mientras observaba a Xena alejarse, dividida entre el deseo


de seguirla y el deseo de quedarse atrás y ayudar a los mercaderes.
Lógicamente, sabía que sería más útil aquí que seguir a la reina, pero solo
tardó un momento antes de subirse a Parches y mandarlo a galopar tras Tiger.

Sabía cómo arreglar carros, había visto a su padre y a otros en el pueblo


hacerlo con la frecuencia suficiente, pero sospechaba que los soldados, y
definitivamente los comerciantes, no la escucharían. Xena, por otro lado, de
vez en cuando lo hacía, así que, les dio la espalda a las tropas y siguió a la
reina por la hierba, continuando el sendero dejado por los invasores.

Habían dejado caer cosas mientras corrían, vio una espada a un lado y un
poco de cuerda, pero no tuvo tiempo de detenerse cuando vio que Xena
aceleraba delante de ella. Iba rodeada de soldados y Gabrielle no estaba
segura de sí sabía que iba detrás de ella, por lo que instó a Parches a andar 192
más rápido, ansiosa por no quedarse atrás.

Inesperadamente, Parches tomó impulso y saltó en el aire, asustándola y casi


haciéndola caer.

—¡Whoa! —gritó, agarrándose a la crin erizada, cuando aterrizaron y estuvo a


punto de golpearse contra el animal y aplastarse la cara—. ¡Por qué has
hecho eso! —El pony simplemente continuó, y miró detrás de ella,
descubriendo una forma oscura que yacía en el césped justo detrás. ¿Un
tronco? Gabrielle se volvió y miró hacia adelante, decidiendo resueltamente
que era un tronco y no un asaltante caído. Si era un tronco, Parches era un
pony muy inteligente y ahora sabía que podía confiar en el para que no se
topara con nada de eso. Si no lo era... Bien—. Vamos Parches. —Gabrielle
colocó sus piernas con más firmeza alrededor del cuerpo del pony y se inclinó
hacia delante, mientras sus rápidos pasos la acercaban al grupo de
exploradores de Xena. El último soldado la escuchó acercarse y se giró, su
mano fue a la empuñadura de la espada hasta que la reconoció y el
movimiento se convirtió en un gesto de reconocimiento.

Aliviada, soltó una mano y le devolvió el saludo, viendo la cabeza de Xena


volverse cuando sonó un silbido bajo. El grupo disminuyó la velocidad, se
separó, y se encontró cabalgando a través de un pasillo de caballos con la
reina esperándola al final.

—Oye. —Xena la saludó cuando se acercó—. No me digas que no querías


quedarte allá ayudando a la gente.

Gabrielle la miró mientras cabalgaban.

—Ya hay mucha gente ayudando —dijo—. Quería estar contigo.

Xena sonrió abiertamente, pero giró la cabeza y se mantuvo ocupada


siguiendo el accidentado camino que los asaltantes habían tomado para
llegar al vagón.

Delante de ella, vio una zona despejada, levantó una mano y redujo el paso
de Tiger mientras se acercaban, un poco alzada sobre los estribos para
examinar el lugar con cautela. Sin embargo, solo vio maleza aplastada, por lo
que, continuó avanzando, tirando de Tiger hasta que llegó al centro y lo hizo
girar en círculo.

Desde el camino, con el alto matorral sería casi invisible, y supuso que esa era
la razón, por la cual, los asaltantes lo habían usado como campamento. Había 193
una hoguera tapada apresuradamente en el centro, y las pertenencias
diseminadas alrededor daban fe, que sus dueños se habían ido rápido.

Hm. Xena desmontó y caminó hacia el fuego, tirando de un guantelete y


colocando su palma sobre la capa de tierra. Un calor revelador confirmó sus
sospechas, y se puso de pie, golpeando suavemente el guantelete contra su
muslo mientras revisaba los rescoldos.

—Oportunistas. Interesante.

—¿Qué quieres decir? —Gabrielle se había bajado de Parches y unido a ella—


. Eran desorganizados, eso es seguro.

Xena entornó los ojos.

—Recoged cualquier cosa útil —ordenó a los soldados—. Mirad con cuidado...
Especialmente cualquier pergamino. —Se volvió y caminó hacia el otro lado
del campamento, había marcas en la tierra, un sendero estrecho que se
alejaba—. Eso explica por qué fueron a por los bueyes.

—¿Sí? —Gabrielle estaba completamente perdida, pero de todos modos


siguió los pasos de Xena—. ¿Por qué mataron a los bueyes... querían filetes
para la cena? —Xena volvió la cabeza y miró por encima del hombro,
levantando una ceja hasta el límite. Gabrielle parpadeó hacia ella—. Lo
siento. Esa es la única razón que se me ocurre. Tal vez, es porque tengo
hambre.

Xena se volvió y observó a los soldados buscar.

—Pensé que estaban atacando la caravana para obtener provisiones —dijo—


. Pero ahora... creo que estaban aquí por algo más.

—¿Por nosotros? —Gabrielle se atrevió a adivinar.

Mm. Xena agitó su mano sin guantes.

—Estaban tratando de destruir la caravana. Evitar que llegase a la fortaleza,


pero tuvieron una sorpresa.

—¿Cómo lo sabes?

La reina se rio sin humor.

—Tengo muchas habilidades —dijo, arrastrando las palabras.

—Oh. —Gabrielle decidió buscar en su pequeño pedazo de terreno algo


interesante—. Está bien. —Arrastró su bota contra la tierra, y se movió un poco
hacia la maleza, empujando las hojas a un lado para mirar entre ellas. Después 194
de un momento, sintió un tirón en la parte posterior de su armadura, y se volvió
para encontrar a Xena mirándola—. ¿Qué pasa?

—¿No quieres oír lo inteligente que soy? —preguntó la reina.

Gabrielle se enderezó.

—Claro. —Se sacudió las manos—. Lo siento, pensé que habías terminado de
explicar. —Se disculpó.

Ejem. Xena se giró e indicó el campamento.

—Esto ha estado ocupado mucho tiempo. ¿Ves las depresiones alrededor de


los bordes y cuán duro es el suelo? —Esperó a que Gabrielle asintiera—.
¿Hueles el pozo de la basura? —observó la arruga de la nariz de la chica—.
Bueno, ¿por qué poner un campamento aquí? No hay agua, ni caza, ni
refugio... a menos que, simplemente no te gusten los idiotas que envías aquí.

—Oh. Está bien. —Gabrielle hizo una pausa—. ¿Por qué?

—Lo que sí tiene, es esa roca de allí. —Xena señaló una roca apenas visible—
. Si te subes en ella, obtienes una buena vista del paso, y cualquier cosa que
se mueva a través de él. —Separó la maleza con las manos y reveló la piedra,
que tenía profundas marcas de desgaste en ella—. Y fue utilizada para eso.
Gabrielle se acercó y examinó la roca con fascinación.

—Guau. Mira eso. Pero, ¿por qué eligieron este lugar? ¿Pensaban que
vendríamos? —Levantó la mirada hacia Xena—. Creía que no decidiste el
camino hasta que era casi la hora de partir.

—Exactamente —dijo la reina—. Así que estaban esperando que la gente


entrara y no saliera. —Se volvió y miró hacia el camino—. Nos han estado
atacando todo el invierno, y ni nos dimos cuenta. —Se apoyó contra la piedra
del vigía—. Si no hubiera ordenado que se llenaran las despensas con la
cosecha... maldición. Los jodidos nobles me presionaban para mandar todo
fuera... para vender.

Gabrielle apenas podía creer lo que estaba oyendo.

—¿Crees que lo sabían? ¿Estaban metidos en eso? —preguntó—. Pero eso...


enviamos suministros a la mayoría de ellos durante el invierno. Tendrían...

—Sí. —Xena expulsó una breve risa—. Bien, descubriremos cuándo volvamos,
cuánto y cuándo lo sabían. —Se volvió y comenzó a caminar—. Vamos.
Veamos qué otras pistas podemos encontrar.
195
Gabrielle la siguió de buena gana. El camino era angosto y cerrado por una
maleza espesa, pero mientras caminaba, incluso sus ojos inexpertos
detectaron largas ramas rotas y piedras movidas, e indicaban que el sendero
había estado en uso por más que un corto tiempo.

Esto era emocionante e interesante. Era como un acertijo, y ella estaba allí
viendo a Xena resolverlo.

—Oye, ¿Xena?

—¿Mm?

—¿Habrían matado a todos esos mercaderes? —preguntó Gabrielle, mientras


se adentraban en el matorral y avanzaban hacia un grupo de espesos pinos.

—Probablemente —dijo la reina—. Los pararon para averiguar qué llevaban,


y una vez que lo averiguaran, probablemente, tenían órdenes de hacerlo
inutilizable de cualquier forma que pudieran. —Dio un paso alrededor de un
árbol—. Ah —gruñó—. Eso es lo que estaba buscando.

—¿Qué? —Gabrielle asomó la cabeza por el brazo de la reina—. Oh. Un pozo.

—Mm. —Xena se agachó junto a las rocas inexpertamente apiladas, recogió


una y la examinó de cerca. Las piedras estaban redondeadas y mientras
miraba el fondo, vio un poco de coloración verde—. Interesante. —Se volvió
hacia Gabrielle, que se había agachado junto a ella—. Esto es una piedra de
río.

Reconociendo la forma redondeada, la mujer rubia asintió.

—Deben haberla traído con ellos —coincidió—. Son buenas para los pozos,
porque son pesadas y el agua pasa a través de ellas, no hay esquinas para
que se agarre. —Cogió la piedra de los dedos de Xena y frotó el borde de su
pulgar sobre ella, su expresión se hizo más pensativa.

—¿Por qué Gabrielle? —Xena apoyó el codo sobre el hombro de su


compañera—. No tenía idea de que no eras virgen, junto con todo lo demás.
—Se rio al ver los ojos de la mujer rubia—. Así que ahora dime, pastora, ¿dónde
está el lugar más cercano del que podrían haber venido?

—¿Qué te hace pensar que sé de uno? —respondió Gabrielle en voz baja.

—Tengo muchas habilidades.

La mujer rubia dejó la piedra y miró a su compañera.

—Hay un río... No sé si es lo que estás buscando, pero hay piedras como está
allí —dijo—. No está lejos de donde estamos. 196
¿Tan peculiar era el mundo? Xena se balanceó sobre sus talones y reflexionó.
Parecía demasiado increíble que Bregos eligiera la antigua casa de su
amante como base, sin duda no a propósito. No creía haber mencionado a
nadie de dónde había venido su antigua esclava.

Pero la vida era chistosa algunas veces. La reina se encogió de hombros y se


levantó, arrastrando a Gabrielle con ella. Una villa abandonada y vacía era
tan buena como cualquier otra cuando buscabas refugio, lo sabía muy bien.

—Está bien. —Dio un paso alrededor del pozo y avanzó más, sus ojos captaron
rastros entre los árboles, más allá de la tierra pisoteada cerca del pozo. Al
borde del follaje más espeso, se detuvo y miró hacia atrás.

—Hazme un favor, ¿quieres?

—Claro —respondió Gabrielle.

—Vuelve corriendo y diles a los guardias a dónde vamos. No es que los


necesite tropezando detrás de mí, pero sería de mala educación que crean
que han perdido a la reina y sean azotados por ello.
—Bien. —Gabrielle se giró y trotó de vuelta en la dirección por la que habían
venido—. No te vayas sin mí, ¿de acuerdo? —le gritó por encima del hombro—
. No quiero perderme ninguna de tus habilidades.

Xena hizo un suave ronroneo en el fondo de su garganta, pero volvió sobre sus
pasos y comenzó a inspeccionar el suelo alrededor del pozo, en lugar de
zambullirse en los árboles como su inquieto temperamento la instaba. Vio un
destello de metal cerca de las piedras y se arrodilló de nuevo, despejando el
barro y la hojarasca del objeto.

Era la cubierta del extremo de una daga. La levantó y le sacudió la suciedad,


ladeando la cabeza al reconocer la punta. No era de Bregos, pero sí del tipo
que había traído con el ejército de su última campaña. Baratijas, pero si la
memoria no le fallaba, los hombres que había traído con él, estaban orgullosos
de esto, porque eran diferentes a los que llevaban los hombres de Xena.

Por supuesto, el acero que llevaban sus hombres cortaba de verdad las cosas,
pero aparentemente eso no tenía ninguna importancia para los pequeños
fanáticos. Xena giró el trozo de metal, viendo dónde se había desprendido el
mango del cuerno, el borde torcido se resquebrajó y se desmoronó bajo su
toque.
197
De repente, sus sentidos se pusieron alerta. Era consciente de un cambio en el
aire detrás de ella y del suave roce del cuero contra el barro, y una inhalación
de aire, justo cuando dejó caer el trozo de daga y se volvió, sintiendo su
cuerpo reaccionar instintivamente mientras levantaba una mano frente a ella,
en lugar de desenvainar su espada.

No lo pensó. Xena no tenía parte consciente en la decisión y así era


exactamente como tenía que ser, ya que, atrapar la flecha en lugar de sacar
su espada y exponer su pecho, le salvó la vida. Sus dedos se cerraron
alrededor de un eje que se movía rápidamente y lo soltó mientras sacaba su
daga de la funda de su muñeca y la enviaba en la dirección opuesta.

Un suave lamento confirmó su puntería y sonrió, ahora, sacando su espada y


avanzando hacia los árboles, con una mano en guardia frente a ella para
atrapar cualquier otra molestia emplumada. Escuchó un estruendo en el
arbusto y alteró su curso, saltando sobre un arbusto bajo y levantando su
espada, cuando vio un movimiento, errático y vacilante en el otro lado.

Con un grito triunfante, inició un rápido ataque hacia abajo, mientras sus ojos
despejaban las hojas y encontraban su objetivo, solo sacudió su brazo a un
lado mientras su cerebro procesaba lo que estaba viendo, desvió la estocada
de su objetivo aterrizando a la izquierda de este.
Unos aterrorizados ojos abiertos como platos la miraban, enmarcados por
cabello castaño corto y lacio, en una cara demasiado joven como para
apenas ser de un adolescente. La boca del niño se abrió y jadeó, con las
manos apretadas alrededor de la empuñadura que sobresalía de su vientre
donde su objetivo la había enterrado.

En el suelo, a su lado, estaba el arco con que disparó la flecha que Xena
atrapó, y también, había una pequeña bolsa de caza junto a él. En un
instante, sus sentidos captaron todo eso, y su miedo inicial a un error estúpido
disminuyó cuando volvió toda su atención a su víctima.

Realmente, era apenas mayor que un niño. Eso no cambió el hecho de que
había intentado matarla, y Xena se negó a sentir simpatía por él.

—Supongo que elegiste el cerdo salvaje equivocado para dispararle, ¿eh? —


Se arrodilló a su lado y lo giró bruscamente. Él gritó, pero ella le apartó las
manos de la empuñadura del cuchillo y puso sus dedos alrededor,
sacándoselo con un tirón rápido y constante que transformó su lloriqueo en un
grito. Desapasionadamente, limpió el cuchillo en sus polainas mientras el chico
se agarraba el vientre y chillaba, deslizando la daga en su funda mientras
escuchaba pasos de botas corriendo detrás de ella—. Por aquí.
198
Gabrielle salió disparada de entre los árboles como si tuviera la total intención
de hacer algo militarmente útil, completa con su gran vara ondeando en el
aire. Se detuvo cuando vio la escena, Xena la observó atentamente mientras
la mujer rubia miraba al niño, luego miraba el arco y después, la miraba a ella.

Había dos posibles preguntas que Gabrielle podía hacerle. Una continuaría su
relación, y la otra, probablemente la terminaría. Xena se encontró incapaz de
adivinar cuál sería y así, en ese momento del baile de sus almas, experimentó
una sacudida del corazón que la mareó.

—¿Estás bien? —soltó Gabrielle.

Xena se sentó sobre sus talones, insegura de si iba a reír o llorar.

—Oh sí. Estoy genial. ¿Cómo estás tú? —murmuró—. Mira lo que descubrí aquí.
Un pequeño cordero con una asquerosa picadura en la cola.

Gabrielle puso su mano sobre el hombro de Xena, y miró al niño, que aún
estaba acurrucado en el suelo, agarrándose el estómago.

—¿De dónde ha venido? —preguntó—. ¿Está con Bregos?

Xena miró a los árboles durante un largo rato antes de sacudirse las manos y
sintió que su ritmo cardíaco volvía a asentarse.
—Supongo que lo averiguaremos. —Giró la cabeza cuando llegó el guardia—
. Lleva esta basura al campamento y retenlo allí. Si no se desangra hasta morir,
podría obtener algo útil de él. —Se puso de pie cuando los soldados agarraron
a su joven víctima y lo levantaron, un hombre cogió su arco y sacudió la
cabeza con una expresión de disgusto. Esperó a que arrastraran al niño antes
de volverse y mirar a Gabrielle—. Pensé que sentirías lástima por la pequeña
basura.

Gabrielle frunció el ceño.

—¿Por qué? —preguntó—. Trató de herirte... ¿Por qué sentiría lástima por él?

Ah. La reina exhaló. Entonces es eso, esa es la línea roja, ¿verdad? Se preguntó
si Gabrielle se había dado cuenta de que la había cruzado.

—Solo una idea. Ahora que tenemos a los chicos con nosotras, veamos qué
otras sorpresas podemos encontrar. —Palmeó a Gabrielle en el hombro y
comenzó a caminar hacia delante, pasando por encima del arco olvidado y
alejándose de los árboles con su pequeña banda mientras el sol se movía a
través del cielo en lo alto, bañándolos con su luz.
199

Gabrielle dejó de caminar cuando sintió que la mano de Xena se agarraba a


su hombro. Esperó a que la reina se acercara y luego señaló una densa mata
de arbustos que apenas se veía a través de los árboles.

—El río pasa justo por allí.

—Lo sé —dijo Xena—. Puedo olerlo. —Se movió más allá de Gabrielle—. Así
que ahora, la perra con el metal puntiagudo va primera y tú te quedas detrás
de mí. ¿Vale?

—No eres una perra.

Xena se rio.

—Oh, sí que lo soy. —Desenvainó su espada y comenzó a avanzar—. En fila,


mantente alerta. —Avisó a los soldados detrás de ella—. No sé lo que nos
vamos a encontrar. —De repente, se le ocurrió a Gabrielle que eran un grupo
bastante pequeño para entrar, donde tal vez estaban escondidos muchos de
los hombres de Bregos. No recordaba exactamente cuántos se habían ido,
pero sabía que parecían muchos cuando lo hicieron, y siempre podrían haber
reclutado más desde entonces. Seis personas no parecían ser un número
seguro, especialmente, porque ella era una de las seis y no podía hacer
mucho para luchar contra nadie. Pero, por otro lado, tenían a Xena con ellos,
así que posiblemente estaba bien. Apretó con más fuerza su bastón, cuidando
de no golpear a la reina con el extremo, y siguió a Xena hacia el río. No era su
parte del río. Estaban bastante más abajo de los vados que había conocido
cuando era niña y del torrente ondulante que pasaba rápido por la pequeña
orilla donde se había arrodillado para llenar su jarra todas las mañanas. Estaba
contenta de eso, no deseaba estar cerca de lo que sabía, sería una cáscara
vacía con nada más que recuerdos quemados. No quería volver allí. Xena
sostuvo su espada hacia atrás, sus dedos se agarraron ligeramente alrededor
de la empuñadura, mientras pasaba por el último árbol y emergía a la orilla
del río. Sus ojos se movieron sobre la superficie, y corrigió su evaluación, ya que
el cauce era más de un arroyo que de un río, quizá la envergadura de seis
caballos de una orilla a otra, pero bajaba a un ritmo decente. Pisó una roca
cubierta de musgo cerca del borde y estudió el agua atentamente. Estaba
oscura y embarrada, y cuando se arrodilló y extendió sus sentidos, captó una
bocanada de basura y hedor en su superficie—. No lo toques —ordenó, 200
parándose y moviéndose fácilmente río arriba.

La siguieron en fila de a uno y, lentamente, un silencio descendió sobre ellos


mientras seguían su ejemplo, dando pasos con cuidado mientras los conducía
por el arroyo hacia una curva empinada que apenas podían ver delante.

Xena sintió una clara sensación de placer al practicar su técnica favorita de


caza. La brisa fresca sopló contra su rostro, olió a humanidad y eso la hizo
sonreír. A pesar de todas las incertidumbres que había sentido hasta ahora,
esto al menos, era algo que recordaba bien, y dejó que las preocupaciones
del día se desvanecieran a su alrededor, mientras se concentraba en moverse
silenciosamente, la emoción que se despertaba lentamente, erizando los
pelos de sus antebrazos.

Era mucho mejor que ser reina, la verdad. Sentada en un castillo sobre una
silla mohosa y dura, ¿cómo lo había soportado todo este tiempo? Las orejas
de Xena se sacudieron cuando captó débiles sonidos en el viento. Esto era
vivir ¿a que sí? Exhaló lentamente, sacudiendo la cabeza.

—¿Pasa algo? —susurró Gabrielle, acercándose justo detrás de ella.

—No. —la reina cambió su espada de mano—. ¿Hueles eso?

Gabrielle olfateó obedientemente.


—Todo lo que puedo oler es a ti —dijo después de un momento—. ¿Eso era lo
querías decir?

—¿Huelo mal?

—No.

—Entonces no era lo que quería decir.

—Oh.

Xena se detuvo en una parte más ancha del camino, para permitir que su
compañera se acercara a ella.

—Mira. —Señaló al agua, que llevaba un remolino de restos más allá—. ¿Ves
eso?

Gabrielle asintió.

—Es basura. —Coincidió.

—Basura de ejército —dijo la reina—. Eso la hace diferente. Los aldeanos


nunca tirarían la ropa así.
201
Los soldados se pararon pacientemente detrás de ella, sus cabezas no
dejaban de moverse mientras miraban el bosque a su alrededor. Uno pisó las
rocas cerca del agua, y extendió su espada, enganchando un poco de los
restos y acercándolos para que Xena la inspeccionara.

Guau. Gabrielle miró la masa empapada. Apenas podía ver lo que era, y Xena
lo supo de inmediato.

—Tienes razón —dijo—. Esas son ropas de hogar. —Una escena brilló en su
mente, en la pequeña hoguera de su familia y su madre doblando
cuidadosamente sus ropas para guardarlas—. Nunca las habrían arrojado al
río.

Xena asintió.

—Está bien, escuchen. —Miró a los soldados—. Quiero saber cuántos hay y
como están distribuidos. Entonces podemos traer al resto de los chicos y
acabar con ellos. —Levantó una mano y tocó la nariz de Gabrielle con su
pulgar—. Pégate a mi culo, rata almizclera.

Gabrielle sonrió inesperadamente.


—Qué suerte la mía —respondió, apretando los labios mientras amortiguaba
una sonrisa al ver que Xena abría los ojos de par en par—. ¿No lo creen así? —
preguntó a los soldados.

—¡Silencio! —Xena los miró a todos. Reunió toda la dignidad que pudo y les
dio la espalda, abrochándose la capa, por si acaso alguien tenía la graciosa
idea de mirar cualquier otra cosa que no fuera a dónde se dirigían. Escogió su
camino y comenzó a caminar de nuevo, sus ojos vieron un angosto sendero,
casi invisible, que se alejaba del arroyo y se internaba en el bosque. La luz del
sol se inclinaba ahora a través de las hojas, comenzando a tornarse de un rico
y cálido color dorado cuando pasaba el mediodía y se movía a lo largo de su
arco hacia la noche. Se metió entre los altos troncos y conscientemente, se
volvió más silenciosa, aguzando su oído mientras escuchaba los primeros
indicios de humanidad por delante. La maleza era espesa y se deslizó entre
las ramas, haciendo pausas cada pocos pasos para que el sonido de sus
pisadas no bloqueara sus sentidos. Los pájaros se habían callado a su
alrededor, una indicación definitiva del cercano asentamiento. Aflojó el paso,
colocando sus pies con más cuidado, sintiendo cerca algo que no era parte
del bosque. Levantó una mano, la movió hacia adelante presionando contra
el tronco de un árbol alto cuyas ramas se extendían perezosamente a cada
202
lado. Lentamente, deslizó su cabeza alrededor del árbol y miró más allá del
tronco. Como había sospechado, había un puesto de guardia allí, dos
hombres sentados en troncos, uno tallando un poco de madera de modo
aburrido, el otro reclinado sobre sus manos, mirando las hojas sobre sus
cabezas. Eran jóvenes y anónimos para ella, sus rostros ni siquiera le sonaban
del cuartel. Xena estudió el área tras ellos y más allá, sin detectar otras figuras
cercanas. Así que tenía dos idiotas aquí, ¿y ahora qué hacer con ellos? Si
simplemente los noqueara, sabrían que estaba cerca y no estaba segura de
querer que supieran eso todavía. Si les cortaba la garganta, por agradable
que fuera, también probablemente, indicaría que estaba cerca, y eso
asustaría a Gabrielle. Si los rodeaba, podrían acercarse por detrás. Si les
pasaba por encima, no podría resistir la tentación de tener a sus hombres
orinando en sus cabezas.

»La vida algunas veces es un saco de excremento de cerdo, ¿no? —murmuró


en voz baja, justo cuando un gran estornudo ahogado sonaba detrás de ella.
Los dos guardias saltaron, sacando sus espadas y echando a correr hacia los
árboles, detrás de los cuales estaban escondidos. Xena puso los ojos en blanco
y se agachó detrás del tronco, soltando un grito salvaje mientras se enzarzaba
con el primer guardia, entrechocando su espada con la de él, bloqueando su
arma mientras intentaba frenar su carrera y fracasaba, chocando
directamente contra ella y rebotando para tropezar hacia atrás. Sus ojos se
abrieron como platos mientras el resto de los soldados salían de detrás del
árbol y atacaban. Xena fue tras su víctima inicial sonriendo cuando vio por la
mirada en sus ojos que él sabía cuán grandes eran sus problemas en ese
momento. Estaba segura que dejarlo vivir sería inútil, así que lo atravesó,
sintiendo la rechinante sensación del acero sobre los huesos cuando su arma
penetró su pecho y ensartó su corazón. Se desplomó sobre la tierra y siguió
adelante, buscando otro objetivo, pero sus hombres ya se habían ocupado
del otro guardia, y ahora, estaban buscando más allá del tronco en el que
habían estado sentados, una sensación de excitación surgió en ellos cuando
el olor a sangre se elevó en el claro. Xena saltó a la parte superior del tronco
y se dejó caer al suelo en el otro lado. Una pendiente corta y cubierta de
musgo conducía hacia un pequeño valle, y podía ver el humo que se elevaba
desde el centro de él.

»Está bien. —Hizo un gesto a los dos hombres más cercanos a ella—. Coged
los cuerpos y ponedlos en el río. —Su largo dedo señaló a un tercer hombre—
. Limpia y ordena este pequeño pozo de mierda, y que parezca que no ha
pasado nada.
203
—A sus órdenes. —Los hombres se pusieron a trabajar.

—Tú. —Xena giró la cabeza y miró a Gabrielle, que estaba cerca parada de
pie en silencio—. Ese sonido que hiciste mató a esos hombres. ¿Te das cuenta
de eso?

Los ojos de Gabrielle se posaron en su rostro con repentina y recelosa


conmoción.

—Pe...

—Fuiste tú, ¿verdad? ¿O uno de mis hombres se agarró la entrepierna primero?


—La mirada de la mujer rubia se movió hacia los cuerpos inertes que eran
arrastrados, y luego miró a Xena horrorizada—. Aquí fuera no es un juego. —
La reina dio media vuelta y comenzó a caminar entre los árboles examinando
el bosque durante varios segundos, antes que su mente realmente
reconociera lo que estaba viendo. No estaba enojada de verdad con
Gabrielle por estornudar, después de todo, la gente lo hacía, y no le
importaba matar a los soldados, solo odiaba que la elección hubiera sido
tomada de esa manera.

Dio varios pasos más antes de mirar detrás de ella, encontrar a Gabrielle
siguiéndola, con los ojos fijos en el suelo, y su cara pétrea e inexpresiva.
Un brillante intento de compostura arruinado completamente por las lágrimas
que rodaban sin control por sus mejillas.

Xena suspiró y siguió avanzando, molesta porque un poco de agua podía


hacer mucho para arruinar lo que había resultado ser un día muy agradable.

El puesto de guardia estaba sorprendentemente lejos del campamento


principal. Xena había liderado el camino por casi una marca de vela, antes
de empezar a escuchar voces y el sonido de la madera siendo cortada a
través de los árboles en frente de ella. Levantó la mano para detener el
avance detrás, luego desabrochó su capa y la extendió en dirección a
Gabrielle.

—Sostén esto.

Gabrielle tomó la capa y Xena dio un largo paso hacia el último árbol, se
204
agachó y luego saltó para agarrar la rama más baja y se subió. Después de
tomarse un momento para recuperar el equilibrio, caminó a lo largo de la
rama, colocando sus botas con cuidado cuando la rama se balanceó un
poco.

En el extremo, donde la rama del árbol se extendía a la siguiente antes que


ella cruzara, se detuvo y se volvió para mirar para atrás, viendo a sus seis
hombres agazapados en los arbustos, observando atentamente a su
alrededor. Recostada contra el tronco del árbol en el que estaba subida,
estaba Gabrielle, con la capa de Xena sobre su brazo, sus ojos mirando hacia
la distancia sin ver.

No había dicho una palabra desde que habían partido de nuevo. Ni siquiera
un gruñido o un carraspeo, ni siquiera cuando Xena se dirigió directamente a
ella.

La reina sospechaba que iba a tomar algún esfuerzo revertir eso, pero si
aprendía la lección como Xena había intentado, valdría la pena.

¿Verdad?

Xena frunció el ceño, al reconocer una sensación de inquietud que estaba


ligada a la expresión sombría en el rostro de su amante, y al hecho, de que
ella misma no estaba contenta con eso. Xena. Se dio una palmada en la
cabeza, giró y continuó, saltando de un árbol a otro y moviéndose a lo largo
de la larga rama en dirección al centro.

Lo primero es lo primero. Tendría tiempo más tarde para hacer las paces.

Cuando llegó al tronco, lo rodeó hasta una rama en el otro lado presionando
sus manos contra la corteza y sintiendo su aspereza contra las palmas. Se
detuvo entonces, mientras miraba a su alrededor y podía ver debajo, donde
un gran grupo de hombres rodeaba una gran hoguera.

Estaban demacrados y parecían cansados. La ropa que llevaban estaba


desgarrada y sucia, y la nariz de Xena se arrugó cuando una ráfaga de viento
llevó su olor hasta ella. La mayoría llevaba barba, muchos tenían cortes y
heridas visibles que eran testimonio de un invierno muy duro.

Estaban concentrados en la olla, y ajenos a cualquier otra cosa a su alrededor.


Sospechaba que podría ponerse a bailar y cantar una canción de taberna en
la rama sobre ellos y ni se moverían. Las miradas hundidas en sus caras la
hacían sospechar que no habían comido en mucho tiempo.

—Conseguimos hacer fuego —dijo un hombre, con una tos ronca.


205
Varios a su alrededor se lamieron los labios, y luego, curiosamente, miraron
alrededor como avergonzados. Xena estaba con cara satisfecha apoyada
contra la corteza mirando, no del todo segura de lo que estaba pasando.
Aparentemente, parecían estar preparándose para una comida, pero había
una avidez y un interés en sus maneras que hacían punzar sus instintos de
alarma.

¿Qué estaban haciendo?

Hubo un gran revuelo en la parte posterior de la multitud, y se levantó un


murmullo de excitada conversación. Xena se movió con cuidado alrededor
del tronco y dio unos pasos a lo largo de la rama, manteniendo las hojas a un
lado con una mano para poder ver mejor. Tres hombres estaban luchando por
levantar una olla llena de agua y colocarla en la hoguera y varios sacaron
dagas, mirando más allá del fuego hacia la parte de atrás desde donde
venían los ruidos.

Xena se adelantó un poco más, tratando de ver qué era el ruido. Podía ver a
un grupo de hombres empujándose hacia adelante, y luego, los otros los
estaban ayudando, la excitación era incontenible. Llegaron a la hoguera y de
repente la multitud se separó, y vio a dos de los hombres, con una figura atada
entre ellos, su piel pálida pero sucia, desnuda, excepto donde las cuerdas la
cruzaban.

¿Que? La reina parpadeó, y luego lo hizo otra vez, cuando se dio cuenta de
que era una niña a la que habían atado, con cabello castaño, y ojos grandes
y aterrorizados. Ella estaba luchando débilmente, pero su boca estaba
amordazada y cuando fue empujada hacia adelante, los hombres se
adelantaron ansiosamente, uno de ellos alcanzando y probando el agua de
la olla.

—¿Qué Hades? —susurró la reina. Xena había visto muchas cosas en su vida.
La tortura, la necesidad, la depravación y pequeños trucos sucios que harían
gritar como bebés a soldados hechos y derechos, pero una cosa que nunca
había experimentado era el canibalismo y por eso, le tomó casi cien latidos
antes de darse cuenta que eso era lo que estaba a punto de ver. Y luego se
dio cuenta que sólo pensarlo la horrorizó por completo, justo antes de soltar
las hojas y saltar hacia adelante, soltando un grito fuerte y urgente, mientras
caía por el aire hacia la multitud, justo cuando arrojaban a la chica a la olla y
avivaban el fuego. Esperaba que sus hombres vinieran corriendo. Había
demasiadas dagas y hombres que estaban frenéticos para que ella se 206
mantuviera indemne. Sacó su espada cuando aterrizó y comenzó a
balancearse. Era como cortar entre espesos matorrales, los hombres casi no
se daban cuenta de su presencia mientras se arremolinaban alrededor de la
olla de cocción y vislumbraba brevemente a la chica que se sacudía
violentamente.

»¡Hijo de bacante! ¡Alejaos de ella, malditos cabrones pervertidos! —Xena


cortó un brazo y pateó a su dueño directo al fuego. Un hedor a carne
quemada subió y eso envió a la multitud al límite. Comenzaron a desgarrar el
cuerpo que todavía se retorcía mientras Xena luchaba por acercarse a la olla,
el olor de la suciedad y del pelo quemado revolvían su estómago—. ¡Yahhhh!
—Un grito de respuesta llegó a sus oídos dulce como un baklava3 y blandió su
espada hacia la cabeza de un hombre en su camino, la hoja se clavó
repentinamente en el hueso de su cráneo. Impaciente la sacó, y un fuerte
chasquido sonó cuando su codo golpeó algo, mientras su brazo se
balanceaba hacia atrás. Se dio media vuelta y vio sangre y cabello pálido, y
luego Gabrielle se desplomó, cayendo como un saco entre la multitud de
hombres.

3
Baklava.- Pastel de pistachos o nueces con miel.
»Oh —Xena exhaló—. Eso ha sido una cagada. —Dio media vuelta y metió la
mano en la olla, sintiendo el agua hirviendo contra su piel mientras agarraba
a la niña y la acercaba al borde de la olla, oyendo el chisporroteo mientras su
piel desnuda tocaba el hierro caliente.

Entonces, uno de sus hombres que estaba a su lado agarró a la niña, sus ojos
enormes y horrorizados como sabía que también estaban los suyos y sintió una
fuerte espalda que presionaba contra la suya mientras caminaba hacia
donde Gabrielle había caído y la sujetaba con una pierna a cada lado de su
cuerpo desplomado.

—¿Qué hacemos? —gritó el hombre a su espalda—. ¡Animales!

Xena luchó contra dos hombres que estaban arañando el cuerpo de la niña,
con los ojos tan fijos que no prestaron atención a su espada cortándolos en
pedazos, ni a la sangre que ahora corría por todos lados. ¿Qué hacemos? Sólo
conocía una solución para esta situación particular.

—¡Matadlos a todos! —gritó, ignorando el hecho de que estaban superados


en número diez a uno—. ¡Morid! ¡Morid todos, bastardos!

Algunos de ellos estaban destrozando al primer hombre que ella había


207
matado. Xena vio que dos de sus hombres los atacaban con hachas de
guerra y se mantuvo firme en su lugar, destripando a un hombre que intentaba
alcanzar a la niña y luego tirando de su espada hacia atrás, batiéndola sobre
su cabeza para cortar la cara de un segundo hombre.

—Xena, son demasiados —dijo el hombre a su espalda—. ¡Están locos!

Xena no tenía dudas de su coraje. Tampoco tenía dudas sobre su propia


inteligencia.

—Cúbreme. —Envainó su espada a pesar de la sangre derramada sobre esta


y se arrodilló, recogiendo el cuerpo inmóvil de Gabrielle en sus brazos y
levantándola. Su rostro estaba cubierto de sangre—. ¡Vámonos! ¡Al río!

El resto de los hombres formaron una cuña a su alrededor y lucharon en su


camino hacia la línea de árboles, perdiendo a la mayoría de sus atacantes
que se volvían hacia el fuego y su otra víctima.

—Es abominable, Xena. —Uno de sus hombres gruñó mientras corrían.

Xena contuvo el aliento teñido con la sangre de su amante y lo expulsó.

—Mierda de héroe de pacotilla —murmuró en respuesta, sintiendo que le


castañeteaban los dientes.
Maldición.

Gabrielle se despertó lentamente con el olor a vino especiado y cuero en las


cercanías. Tomó aliento e intentó abrir los ojos, con resultados muy variados.

—Ay.

—No te muevas.

La voz de Xena sonaba cansada, pero tranquila, y podía sentir la suavidad de


las pieles del camastro bajo sus dedos, por lo que Gabrielle pensó que estaban
a salvo.

—Qu... —Le dolía mucho la cabeza, y solo podía abrir un ojo, pero eso no
ayudó mucho, porque algo estaba cubriendo el otro y bloqueaba su vista—.
Qu... 208
Arrimó una vela, y sintió la presencia de Xena, la calidez de su cuerpo
acercándose mientras se inclinaba sobre el jergón y su perfil oscuro entró en
la visión limitada de Gabrielle.

—¿Me haces un favor? —También le dolía la garganta. Gabrielle se limitó a


asentir y a esperar—. No hablemos sobre lo de hoy hasta mañana.

Después de un momento, Gabrielle asintió de nuevo, le dolía tanto la cabeza,


que no hablar era en realidad una idea muy atractiva. Recordaba lo que
había sucedido hasta cierto punto, ese punto fue el repentino ataque de Xena
al campamento que los había hecho correr a todos.

Recordaba haber encontrado la forma alta de Xena y luchar por ponerse a


su lado.

Recordaba haber visto a la niña siendo hervida.

Luego recordó haber escuchado un crujido, luego... nada. Obviamente,


había sido herida en la pelea. Miró a Xena, recordando lo que había sucedido
antes y súbitamente, se alegró de que no se hablara de eso hasta el día
siguiente.
Quizás mañana estarían tan ocupadas que tampoco podrían hablar de eso.
Quizás Xena olvidaría el día de hoy, ya que las cosas seguramente estarían
muy agitadas.

—Parches, ¿está bien? —logró decir con voz ronca, pensando que era una
pregunta segura.

—Está bien. —Xena sonrió—. Tú vas a estar bien. Simplemente te golpeaste la


cara con algo duro y puntiagudo y tienes los ojos hinchados.

Gabrielle asintió, ya que eso era más fácil. Después de un incómodo silencio,
volvió a mirar a Xena, los pálidos ojos de la reina reflejaban destellos a la luz
de las velas.

—Lo siento.

—Cállate.

La mujer rubia presionó sus labios y dejó que su ojo se cerrara.

—Deberías enviarme de vuelta al castillo —dijo.

—Sí, debería. —Xena estuvo de acuerdo. 209


Gabrielle mantuvo el ojo cerrado, pero podía sentir el calor húmedo
acumulándose debajo de sus párpados cerrados. Esperó a que Xena
continuara, pero la reina no parecía tener nada más que decir y se quedaron
allí sentadas juntas en silencio, solo la agitación de la vela entre ellas.

Xena se reclinó en su silla de campaña, sus largas piernas extendidas y sus


manos detrás de la cabeza. Podía escuchar mucha actividad fuera, pero por
ahora, no tenía deseos de ir a verlo. Se estaba en paz aquí, dentro de su
tienda, con el brasero siseando suavemente, y el cercano olor a vino caliente.

Junto a su pierna derecha, Gabrielle estaba durmiendo en su camastro, con


una mano enredada en la colcha que la cubría y la otra en la parte superior
de la misma, con sus nudillos rozando el muslo de Xena.

Xena observó la cara de su amante, sus ojos recorriendo el hematoma


hinchado en su nariz y el párpado aún cerrado, pero también notó el estado
enrojecido del lado ileso, este indicaba que había derramado algunas
lágrimas. Incluso durmiendo, la cara de la mujer rubia estaba tensa y, mientras
la reina la miraba, casi podía sentir el malestar en sus propias entrañas.

Eso la molestó. Sabía que no debía ninguna disculpa por su rudo discurso o por
su involuntario codazo, pero estaba enojada, por encontrarse a sí misma con
el deseo de evitar que Gabrielle se disgustara, aunque era correcto que lo
hiciera.

Ugh. Xena miró con dolor el techo de la tienda. El amor era condenadamente
demasiado complicado. Odiaba su dependencia, la obligación que le
dejaba y la ambivalencia que producía. No tenía lugar aquí en medio de una
campaña.

Un toque casi la hizo saltar, antes de mirar hacia abajo para ver los dedos de
Gabrielle rodeando su rodilla. Se quedó mirando la mano, pensando
detenidamente sobre cómo ese contacto la hacía sentir en su interior. ¿Valía
la pena arriesgar todo por eso? Continuó volviendo a la pregunta, pero ahora,
mientras la formulaba, de repente sintió que conocía la respuesta y quería que
fuera sí, y no no.

El único ojo bueno de Gabrielle se abrió, parpadeó y le miró a la cara. Sin 210
pensarlo, Xena extendió la mano y le acarició el lado ileso de la cara,
absorbiendo la expresión de simple y muda gratitud que obtuvo por ello.

—¿Qué voy a hacer contigo? —Gabrielle se encogió de hombros débilmente,


luego miró hacia otro lado—. ¿Sabes una cosa? —Xena golpeó suavemente
la barbilla de la mujer rubia con un dedo. Esperó a que Gabrielle la mirara—.
Sería mejor para las dos si enviásemos tu bonito culito a la fortaleza. —Vio la
reacción en el ojo verde inyectado en sangre—. Pero si lo hiciera, te extrañaría
tanto que no sería capaz de pensar con claridad. —Los dedos de Gabrielle se
tensaron en su pierna—. ¿Cómo diablos dejé que pasara esto? —se preguntó
Xena en voz alta, suspiró y sacudió la cabeza—. De todos modos, escucha.
Fue mi codo con el que te topaste, así que, la próxima vez, ten cuidado,
¿quieres? Tengo una contractura allí del tamaño de una nuez ahora.

Gabrielle apoyó la mejilla sobre la almohada y observó la cara de la reina,


medio en sombras, medio iluminada, acariciando el momento de la cruda
humanidad de Xena.

—Lo siento —dijo después de una larga pausa—. Por todo.

Xena parecía entender lo que estaba diciendo.

—Yo también. —Los pálidos ojos se levantaron—. Pero no te voy a mandar de


vuelta. —Cubrió la mano de Gabrielle con la suya y la apretó—. Así que
tendremos que vivir con lo que sea que pase. —La cara de Gabrielle se
transformó en una sonrisa pequeña e indecisa—. O morir con eso. Lo que sea
—añadió la reina, levantando sus manos unidas y besando los nudillos de
Gabrielle. Se acercaron unas pisadas, pero la reina no se movió, ni siquiera
cuando el cortés golpe sonó en el exterior de la tienda—. ¿Sí?

—¿Has llamado por nosotros, señora? —respondió la voz de Brendan.

¿Lo había hecho? Oh sí.

—Vamos, entra. —La solapa se abrió y los hombres entraron, una docena de
ellos. Todos sus capitanes de tropa, quienes se agruparon cerca de su mesa
de mapas y trataron de no mirar a ninguna de las dos—. Informe —dijo Xena,
en un tono claro.

Brendan se aclaró la garganta.

—Tenemos la mayoría de los carros arreglados —dijo—. Estamos listos para


partir por la mañana. La mayoría de las partes se remendaron, aunque
perdimos algunas tonterías y cosas así, estaban rotas y eso.

—Bien. —Xena cruzó los tobillos—. Manda cuatro hombres junto con ellos. Con 211
un poco de suerte, se encontrarán con los pobres bastardos que envié el otro
día y pueden ir todos juntos.

—A sus órdenes. —Su capitán estuvo de acuerdo—. Hicimos lo correcto por


ellos. Los hombres tenían algunos dinares, les compraron una o dos cosas para
darles monedas de carretera. Los bastardos se quedaron con todas por
dejarles pasar.

Xena resopló.

—¿Alguien acepta llevar a esa niña? —preguntó después de un momento—.


Tiene algunas quemaduras graves, pero con un poco de suerte, al menos
podrá aguantar hasta la fortaleza.

Brendan asintió, sus labios se apretaron.

—Pobre desgraciada —dijo—. El guía de la caravana dijo que la vería allí. No


ha dicho una palabra todavía, está atolondrada, creo.

—Como mínimo —dijo Xena—. Podría terminar idiota. Quizá ya lo era antes.

—No lo creo, M... Xena. —Uno de los otros capitanes más jóvenes dijo
inesperadamente—. Ella no ha dicho mucho, sí, pero la he estado observando
cuando la cuidaban y es consciente de lo que pasa. —Echó un vistazo
alrededor con timidez—. Hubiera sido mejor para ella, tal vez, si no se diera
cuenta.

—Cierto —gruñó la reina—. Bueno. Mañana nos desviaremos un poco y


eliminaremos a todo ser viviente de ese pozo de mierda que vi hoy —
anunció—. Sin sigilo, sin estrategia, simplemente entramos cabalgando y
damos rienda suelta. ¿Todos me entienden?

Los hombres asintieron sombríamente.

—¿No quieres simplemente echarlos? —preguntó Brendan, con un toque de


vacilación—. Parecían más locos que peligrosos, por lo que todos dijeron.

—No —respondió Xena—. No quiero echarlos. Quiero arrasarlos. —Miró a los


hombres—. Estaban comiendo niños, Brendan. Estoy de vuelta de todo, y si
algo escandaliza a mi viejo trasero lleno de cicatrices de batalla, debe ser
enviado al Hades. ¿Entiendes?

Brendan asintió.

—Sí.

Uf. La reina se estremeció en recuerdo. 212


—Ciertamente no voy a dejarlos aquí, para que se aprovechen de los pocos
pobres bastardos que quedan viviendo por esta zona. Así que diles a todos
que afilen sus armas y que estén listos. Saldremos al amanecer.

—Sí —repitió Brendan—. Lo haremos, Xena. —Hizo una pausa—. Los


comerciantes nos han dado algo de comida buena. Los hombres traerán algo
para ti.

—Para nosotras. —Xena aún tenía la mano de Gabrielle en la suya y la apretó


ligeramente—. Gabrielle trabajó duro durante el día. Trae tres de todo. —
Gabrielle miró a los hombres con su ojo bueno. Apenas podía distinguirlos en
las sombras y se preguntó qué estaban pensando en ese momento acerca de
Xena, y sobre ella, y sobre cómo estaba yendo todo. No era lo que esperaban,
pensó. De hecho, no era lo que ella había esperado, y probablemente
tampoco lo que Xena esperaba. Pero la vida era así, y cuando perdiera la
noción de ese hecho, solo tenía que pensar en la niña que arrojaron a esa olla
para comprender que las cosas siempre podrían ser peores—. Eso es todo.
Largo —Xena despidió a los hombres y esperó a que se fueran antes de volver
su atención a la figura en el camastro—. ¿Algo que comentar?

Gabrielle negó con la cabeza.


—No, realmente no.

Xena arqueó las cejas.

—¿Nada? ¿También crees que debería dejar solos a esos tipos?

La mujer rubia sostuvo su mirada durante un largo momento, antes de negar


con la cabeza.

—Eso fue horrible —dijo—. No puedo imaginar nada más horrible que eso.

—¿Incluso más que un montón de gente muerta?

—Incluso.

Hm. Reflexionó Xena.

—Tú y yo estamos de acuerdo en un problema moral. Creo que he oído a


Hades teniendo una pelea de bolas de nieve en alguna parte. —Se acercó y
gentilmente giró la cabeza de Gabrielle hacia la luz, estudiando su herida.
Aparte del ojo hinchado, le había dado a su amante en la nariz y de ahí
provenía la mayor parte de la sangre. Al principio pensó que se había roto,
pero ahora podía ver que la hinchazón se había reducido y volvía a tener una 213
forma más normal—. Respira —instruyó Xena, mirando las aletas de la nariz de
Gabrielle que se abrían un poco mientras obedecía—. ¿Todavía
congestionada?

—Sí —murmuró Gabrielle—. Como si tuviera un resfriado, pero sin tenerlo. —


Parpadeó un poco, haciendo una mueca cuando su párpado cerrado se
abrió—. Ow. —Extendió la mano y tocó su ojo, sintiendo la protuberancia de
la hinchazón—. Tal vez necesito una armadura para mi cabeza.

—Tal vez. —Xena se inclinó hacia delante, moviendo su mano a un lado


mientras besaba suavemente el punto en el que había golpeado su codo.
Oyó a Gabrielle inhalar sorprendida, luego sintió la mano de la mujer rubia
tocar su cuello, los dedos acariciando suavemente su piel. Ella movió la
cabeza un poco y sus labios se encontraron, un dulce calor que calmó la
inquietud oscura y nerviosa que había sentido desde que habían regresado al
campamento. Sí, valía la pena. Alzó un poco la cabeza y miró a Gabrielle a
los ojos. Luego se enderezó de nuevo cuando oyó que alguien se acercaba
a la tienda, y tocó los labios de la mujer rubia con la yema de su pulgar—.
¿Sabes que es lo peor de todo esto?

Gabrielle miró alrededor de la tienda, a sí misma, luego a Xena, sus cejas


pálidas se alzaron bruscamente.
—No —dijo—. ¿Qué?

—No me viste sacar a esa niña de la olla. —Xena resopló deliberadamente—.


Jodidas felicitaciones si me las digo a mí misma. —Hizo un gesto con la mano
al guardia que asomaba a la tienda, oliendo su encargo en forma de algo
asado y sabroso—. Ponlo en la mesa. Me encargaré de ello.

El hombre dejó la bandeja y salió de nuevo.

—Debería ir a preparar eso. —Gabrielle comenzó a sentarse, solo para


encontrarse sujeta con una mano casual, pero inflexible—. Estoy bien, de
verdad Xena.

—Uno de estos días vamos a tener que poner en marcha lo de “Soy la reina y
tú haces lo que yo digo” para que funcione la cosa. —Xena ignoró sus
protestas y se levantó. Caminó hacia la bandeja y examinó su contenido—. Es
jodidamente bueno que decidieron no hacer ternera hervida, ¿eh? —miró a
su alrededor y le dirigió a Gabrielle una sonrisa libertina—. ¿Hambrienta?

La cara de Gabrielle se arrugó en una mueca.

—¿Hay fruta? 214


La reina soltó una risita, baja y profunda en su garganta.

—¿Alguna vez te he dicho cuánto se parecen las cerezas a los globos oculares
cuando los arrancas?

—Xena.

—¿Quieres un poco de pan? Creo que eso es bastante inofensivo. —Xena


arrojó un par de cosas en uno de los cuencos de madera y volvió al catre. Le
dio a Gabrielle un poco de pan de viaje, y esperó a que lo mordiera—. A
menos que empiece a hablar sobre moler huesos para obtener harina, es
decir.

Gabrielle dejó de masticar, y solo la miró.

Xena se metió una baya en la boca y masticó, haciendo un guiño a su


compañera.
El alba llegó y trajo consigo una espesa niebla. La pesada nube gris y blanca
cubría el paisaje, lo que hacía que su perfil fuera misterioso y satinado. En la
tenue y brumosa luz, el silencio reinaba en el bosque, ya que ni el viento ni el
canto de los pájaros lo rompían, el único movimiento era el ocasional
asentamiento de la niebla, que revelaba un arbusto o la silueta oscura de un
tronco antes de oscurecerse nuevamente.

La hondonada en el fondo de la pendiente estaba completamente cubierta,


nada se movía en la aldea silenciosa y en ruinas que había en el centro, y el
único sonido era un singular ronquido y el suave crepitar de un fuego
moribundo.

Cuando la luz pasó del crepúsculo al gris apagado, una brisa por fin sopló
entre los árboles enviando los remolinos de niebla hacia la parte superior de la
colina que conducía a la hondonada para revelar una figura inmóvil a
caballo, negra como la tinta en la sombra y oscurecida por las líneas de una
capa larga y pesada.

Un pájaro matutino trinó soñoliento.

—Vamos —dijo Xena, quedándose quieta mientras el ejército pasaba 215


rápidamente a su alrededor, moviéndose en tres direcciones hacia el valle en
una carrera silenciosa y mortal. No había gritos, ni sonidos de triunfo, solo el
crujido de las prendas de cuero y el ligero golpeteo de las botas contra el rocío
humedeció la tierra.

Tardó un centenar de latidos antes de que todos pasaran a su lado, y colocó


sus manos sobre el cuerno de su silla de montar y miró pensativamente al valle,
ladeando la cabeza para escuchar cómo los sonidos de destrucción
comenzaban a llegar.

—No vas a... Um... —Gabrielle acercó a Parches a su lado.

—No —dijo Xena en voz baja—. Ya deshonré ayer mi acero lo suficiente. Esto
no es una batalla, es la reina dictando sentencia.

Gabrielle se quitó la capucha de la capa, y la refrescante brisa levantó el


pálido cabello de su frente.

—¿Sabes si todos allí abajo eran así?

—No, y no me importa —la reina respondió—. Si no lo estaban haciendo,


estaban mirando y dejando que ocurriera, y a mi entender, es lo mismo. —Se
recolocó la capa alrededor con un movimiento de impaciencia, luego miró
de reojo a su compañera—. Es tu aldea la de allí abajo.
Para su sorpresa, Gabrielle negó con la cabeza.

—No.

Xena giró en su silla de montar.

—Pensé que dijiste…

La mujer rubia jugaba un poco con la crin erizada de Parches.

—Es el siguiente pequeño valle —dijo finalmente con tono reacio—. El camino
está justo más allá de esa gran roca en la cresta, pero no quiero ir.

Hm. Xena volvió a mirar hacia el frente.

—Sí, con estos tipos por aquí, yo también lo pasaría por alto. —Acomodó sus
botas un poco más firmemente en los estribos. Un grito ronco sonó de repente,
cortado a la mitad, y luego oyó el sonido de pasos corriendo—. Vamos...
Vamos... ah. —El golpe distintivo de un hacha enterrándose en la espalda de
un ser humano llegó a sus expertos oídos y ella asintió con aprobación—.
Bonito.

—¿Crees que ese chico era de aquí? —preguntó Gabrielle, de repente—. ¿El 216
que te atacó?

Xena impulsó a Tiger por la ladera, examinando distraídamente los árboles.


Podía ver las ruinas, solo los contornos de las casas, y lo que podría haber sido
una valla, pero fueron solo sus agudos ojos los que le permitían distinguirlos de
la corteza musgosa y la maleza a lo largo de la cresta.

—Lo dudo.

Gabrielle la siguió, tratando de despertar sus recuerdos de cómo había sido


este lugar antes. Solo una ciudad vecina, recordó. Una a la que su padre las
había llevado una o tal vez dos veces, para el festival de la cosecha. La
recordaba sobre todo por los pocos momentos de placer que ella y Lila
habían pasado allí, las dos sentadas una al lado de la otra mirando el baile
mientras compartían un precioso pastel de miel.

Recordó que eran tiempos mucho más inocentes y pensó que incluso podría
haber sido feliz entonces. Era difícil de decir. Con un suspiro, acercó a Parches
junto a Tiger y resistió el impulso de frotarse los ojos doloridos.

—¿Crees que pensó que eras de aquí?


Hm. Xena se recostó en su silla de montar cuando la niebla comenzó a
disiparse y las sombras se convirtieron en soldados que se dirigían hacia ella
cuando el sol se asomó sobre la cresta y los bañó de luz.

—Interesante reflexión. —Esperó a que el primer hombre la alcanzara—. ¿Y


bien?

—Ya está hecho —dijo el hombre—. Estaban dormidos, todos ellos. —Bajó la
cabeza y avanzó más allá de las dos mujeres, extendiendo la mano para
agarrar un puñado de hojas y frotarlas a lo largo de su espada manchada de
rojo.

—Ha sido una buena matanza, su Majestad —dijo el segundo hombre—. Ese
lugar era malvado, no es un error. —Estaba limpiando un hacha de batalla
bien usada—. Cosas malas, allí.

—Cosas malas aquí, a veces. —Xena señaló su propio pecho—. Vamos,


Gabrielle. Veamos si puedo conmocionarme dos días seguidos. —Instó a Tiger
con los talones y se dirigió hacia la ladera—. Esto me desconcierta.

Gabrielle no estaba del todo segura de querer o necesitar ver el pueblo, pero
siguió a Xena de todos modos.
217
—¿Lo hace? —preguntó ella—. Quiero decir... Bueno, me desconcierta, pero
casi todo lo hace.

—Los hombres atacan los carros —dijo la reina—. Seguimos por el camino al
que intentaron regresar, y encontramos a un niño aparentemente
cazándome... a mí. —Hizo comillas con los dedos—. Luego rastreamos de
dónde vino, y encontramos lo que pensé que era un puesto de guardia.

—Uh huh.

—Mato a esos tipos y sigo el camino desde donde están, y encuentro un


pueblo lleno de caníbales, que podrían haber sido algunos de los tipos que se
fueron con Bregos, pero seguro que no eran los que atacaron los carros.

—Ah. —Gabrielle murmuró— Eso es desconcertante.

—Entonces, ¿a dónde fue el resto de los atacantes? —preguntó Xena—. Es


casi como si ellos... —dejó de hablar y guardó silencio, entrecerrando los ojos.

—Como si ellos ¿qué? —Gabrielle se acercó a ella mientras atravesaban los


árboles y entraban en la devastación de lo que una vez había sido una ciudad
pobre, pero con vida.
—Más tarde —dijo la reina—. Porque si estoy en lo cierto, voy a estar realmente
cabreada. —Pasó junto a varios soldados más que salían de la hondonada y
se detuvo al llegar a lo que había sido la entrada al pueblo, sus pensamientos
momentáneamente olvidados, cuando sus ojos vieron de lo que estaba
hecha la rudimentaria puerta. Gabrielle se quedó sin aliento—. Dos malditos
días seguidos. —Xena tranquilizó al ahora inquieto Tiger al pasar por la entrada
de hueso, los huesos largos cubiertos de algas unidos entre sí con lo que
parecían ser intestinos y que probablemente lo eran. Podía ver cuerpos en la
hojarasca, y los pasó de largo al ver a un grupo de sus hombres delante de
ellas. Claramente, la pelea había terminado. Había hombres muertos por
todas partes, pero difícilmente Xena podía imaginar un hedor peor incluso
cuando empezaran a descomponerse. Un vistazo detrás de ella confirmó su
sospecha de que Gabrielle no estaba lidiando con la vista muy bien, y
lamentó su decisión de investigar en persona—. ¿Quieres volver?

Gabrielle tenía una mano sujetando firmemente sobre su boca y estaba verde
donde no estaba pálida. Negó con la cabeza, no, a pesar de eso, y guio a
Parches justo al lado de la forma alta de Tiger.

—¡Xena! —Oyó la voz de Brendan—. ¡Encontré algo aquí! 218


—Sí, sí. —Xena desmontó y se acercó a la multitud de hombres, que se separó
al acercarse—. Sea lo que sea, hazlo rápido porque creo que tenemos otras
pr... —Se detuvo a media palabra cuando llegó al frente de la multitud y vio
a sus hombres agrupados. Ella parpadeó, luego se volvió instintivamente y
agarró a Gabrielle, tapándole los ojos mientras tiraba de la mujer rubia contra
ella y apoyaba la cabeza en su hombro—. Tres veces en dos días —dijo
brevemente—. Estoy en racha. Espero que se acabe. —En el centro del corro
de soldados había una pila de cuerpos humanos, a la mayoría le faltaban
varios trozos. El hedor era indescriptible e incluso Xena, que había visto cosas
peores en el campo de batalla, estuvo a punto de echar su desayuno—.
Enciende un fuego —consiguió decir—. Quémalo todo.

—Ya lo he hecho. —El rostro de Brendan estaba pálido bajo su porte estoico.

Los cuerpos habían sido apilados en montones y algunos eran arrastrados


cerca de la hoguera de donde salía una columna de humo.

—Supongo que estaban empacando para irse. —Xena echó una ojeada a
Gabrielle, quien no mostraba signos de resistirse a su lado benevolente—.
¿Todo lo demás está hecho?
—Sí. —Brendan se tapó la boca con la manga cuando una ráfaga de viento
agitó el hedor—. Encontramos algunos que podrían haber sido parásitos de
Bregos, pero no del tipo combatientes.

Xena asintió.

—Vamos a acabar aquí. Tengo la sensación de que esto no es lo que parece.


—Echó un vistazo a su alrededor—. Sea lo que sea. Las cosas no cuadran. —
Colocó su capa alrededor de Gabrielle—. Salgamos lo antes posible. —Los
soldados parecían más que complacidos de obedecer y se separaron
rápidamente, alejándose del hoyo de huesos tan rápido como pudieron. La
reina echó un vistazo más a la pila, luego se giró y comenzó a caminar hacia
donde estaban los caballos, liberando a Gabrielle para que mirara hacia
adelante mientras daba la espalda a los cuerpos—. Todo bien.

Gabrielle se quitó el cabello de los ojos y exhaló. Uf. Se inclinó hacia adelante
mientras ascendían por la ligera pendiente.

—No puedo esperar para salir de aquí.

—Yo tampoco. —Xena miró alrededor furtivamente, para asegurarse de que


nadie estuviera escuchando.
219
—Xena, ¿cómo pudo pasar esto? —preguntó la mujer rubia, mientras llegaban
a sus monturas que esperaban pacientemente—. Sé que fue un invierno difícil,
pero no fue solo la falta de comida, por el amor de los dioses, había ovejas y
cabras por ahí fuera que podrían haber atrapado o conejos, o...

—Las personas son más fáciles de atrapar que los peces —dijo Xena—. Pero sí,
tiene que haber algo más que un pequeño rugido en la barriga para hacerte
sobrepasar el límite de esa manera. —Recogió las riendas de Tiger y se preparó
para montar.

—Era horrible. Es como si estuvieran clasificando chuletas de cordero en ese


agujero. —Gabrielle negó con la cabeza. —Apenas puedo creerlo.

Xena se detuvo.

—¿Viste eso?

—Justo antes de que me agarrases, sí. —Gabrielle puso su pie en el estribo y se


subió a Parches. Ugh.

—Oh. —La reina parecía avergonzada—. Lo siento, yo estaba... pensé que...

—Sí, fue realmente dulce de tu parte, pero demasiado tarde.


Xena se aclaró la garganta y se subió a la silla.

—Bueno, ¿por qué Hades me dejaste hacer eso entonces? —preguntó—. ¿Si
ya habías visto la maldita cosa?

Gabrielle se acomodó y miró a Xena.

—Uh, ¿Xena? —Guio a su pony más cerca—. Si realmente crees que me


molesta tener mi cara presionada contra tus tetas, tenemos que hablar.

Atrapada en el acto de tomar un trago de agua, Xena respondió escupiendo


el trago sobre la cabeza de Tiger, haciendo que el semental se asustara. Se
limpió la boca con el dorso de la mano y giró la cabeza para mirar a su
compañera con el rabillo del ojo, con ambas cejas elevadas hasta la línea del
cabello.

—Tú, pequeña rata almizclera.

Gabrielle inclinó la cabeza y le lanzó una sonrisa un poco torcida debido a sus
moretones. Puso una mano sobre la rodilla de Xena y luego, se inclinó hacia
delante y la besó, a pesar del barro que le cubría las polainas.

—Gracias —dijo—. Esto es tan horrible que tengo que seguir pensando en lo 220
que es bueno en mi vida para superarlo y tú eres la mejor parte de eso.

Xena parpadeó hacia ella, pillada con la guardia baja. Levantó la vista al oír
que el ejército volvía hacia ellas y, por un momento, extendió la mano sobre
la mejilla de Gabrielle.

—Igualmente —dijo, luego juntó las riendas y chasqueó la lengua hacia Tiger,
haciéndolo avanzar mientras los hombres salían de entre los árboles.

Detrás de ellos, un suave crepitar se convertía en un rugido y la niebla en el


suelo era reemplazada por el humo que se elevaba entre los árboles. Brendan
se acercó a Xena, girando la cabeza para escupir en el suelo.

—Bastardos.

—Mm.

—¿Crees que hay más por aquí, Xena?, —preguntó el capitán de la tropa—.
Podríamos ir a buscarlos.

—No. —La reina negó con la cabeza—. Tan pronto como todos salgan de allí,
cabalgaremos hacia el paso. Sin parar.

—¿Xena?
Pálidos ojos azules fijos en él.

—¿Comencé a hablar en Sirio y no me di cuenta? —dijo Xena—. ¿Qué parte


de eso no entendiste, viejo?

—A sus órdenes, haré que los hombres se muevan. —Brendan giró su caballo
y se dirigió por donde había venido. Dejó escapar un agudo silbido y comenzó
a gritar órdenes mientras los hombres lo alcanzaban—. ¡Vamos! ¡Vamos!
¡Movimiento!

Xena volvió a colgar el odre de su silla de montar.

—¡Brendan! —gritó por encima de su hombro—. Voy a hacer que el


campamento se mueva. Te veo en el camino.

—¡Xena!

—Vamos. —La reina le indicó a Gabrielle que la siguiera—. Cabalguemos. —


Instó a Tiger a galopar, escuchando las pequeñas pezuñas de Parches
golpeando rápidamente mientras los perseguía—. Lugares a donde ir... Gente
a la que aterrorizar... —Xena murmuró en voz baja—. Solo esperemos que esté
equivocada y no estemos en el lado feo de eso. 221
Parte 7

Xena se sentó a lomos de Tiger, apoyando los codos en su silla de montar


mientras esperaba impaciente que el movimiento comenzara detrás de ella.
Delante de donde estaba, podía ver el final del valle que pasaba por los límites
de su reino, y aunque las tierras estaban vacías y silenciosas, sus sentidos
hormigueaban como arañas que se arrastraban sobre ella y realmente no
estaba disfrutándolo.

A un lado, Parches estaba mordisqueando hierba tranquilamente, su jinete


deambulaba entre los arbustos aparentemente en busca de algo. Xena
mantuvo a su compañera en su visión periférica, pero la dejó con sus
divagaciones mientras se contenía para no dar la vuelta y gritar al
campamento.

El sol estaba avanzando sobre sus cabezas y ella quería estar fuera de sus
fronteras antes de que empezara a inclinarse hacia el oeste, para tener 222
suficiente tiempo de enviar exploradores y planear una ruta segura antes de
que cayera la noche.

Ah. Oyó el crujido de las ruedas moviéndose por fin. Con un gruñido, se
enderezó y medio giró, viendo el campamento moviéndose detrás de ella a
lo largo del camino lleno de baches.

―¡Oye, rata almizclera! ―gritó―. ¡Pon tu trasero en el enano desaliñado y


muévelo!

Gabrielle salió trotando de la maleza de inmediato, metiendo algo dentro de


la bolsa colgada a su cinturón.

―Está bien, estoy llegando.

―¡Oye! ¡No delante de los hombres! ―Xena se giró y se acomodó en su asiento.

―¿Qué?

La Reina rio para sí misma.

―No importa. ―Esperó a que Gabrielle se acomodara de nuevo en la silla de


Parches, luego giró a Tiger y comenzó a descender la pequeña elevación en
la que estaba sentada para ocupar su lugar al frente del ejército―. ¿Qué has
encontrado?
―¿Hm? ―Gabrielle se acercó a ella, todavía jugueteando con su bolsa e
intentando no dirigir a su pony hacia Tiger―. Oh, solo algunas hierbas. ―Se
acomodó y miró hacia adelante―. ¿A dónde vamos?

―Al Hades.

La mujer rubia digirió esto en silencio.

―¿Vamos a bajar por el río Estigia para llegar allí? ―preguntó―. Eso va a ser
duro para los caballos, ¿no? ―preguntó, después de un breve momento de
reflexión.

Xena estaba contenta de la distracción.

―Crearás una historia malditamente buena ¿no? ―preguntó―. ¿Vas a hacer


una sobre esos devoradores de niños?

―¿Puedo omitir lo de recibir un golpe en la nariz? ―Gabrielle se frotó la cara


en reflejo, haciendo una tierna mueca. Una vez más podía ver por ambos ojos,
pero su respiración todavía estaba congestionada, y todavía le dolía todo―.
Y me perdí la parte realmente buena. Tendrás que contarme eso.

Xena inclinó a Tiger hacia el frente y lo instó a dar un paseo sin rumbo. Estaba 223
contenta de que se estuvieran moviendo, pero deseaba que hubieran dejado
ya el valle desolado y salido al otro lado. Ya sabía lo que tenía aquí, lo que le
interesaba era lo que no sabía y era conocer lo que sucedía fuera de sus
fronteras.

Un movimiento muy por delante le llamó la atención e inclinó la cabeza hacia


atrás, observando pequeñas motas en el aire a la deriva en un círculo
perezoso. Estaba demasiado lejos para identificar qué tipo de pájaros eran,
pero el patrón no le parecía de caza.

Y bien. Mientras cabalgaba, Xena comenzó a revisar su armadura, apretando


con más fuerza las hebillas que la sujetaban a su cuerpo, y volviendo a colocar
sus varias dagas en sus fundas. Echó un vistazo a Gabrielle, notando la vara
metida debajo de su rodilla a lo largo del cuerpo del pony.

Inútil más que nada. Xena lo sabía. Pero apreciaba la idea y la atención que
Gabrielle se había tomado al llevar esa vieja cosa a todas partes. Dirigió su ojo
experto a la armadura de su compañera, luego volvió su atención al terreno
delante de ellas.

Brendan se acercó a ella.

―Todos en movimiento y sin problemas, Xena.


―Por fin. ―La Reina replicó―. Si no lo supiera bien, pensaría que la mitad de
ellos son los inútiles y parlanchines nobles del reino.

―Dales un poco de tiempo para acostumbrarte al ritmo ―aconsejó su


capitán―. Los chicos pueden manejarlo, los cocineros y demás nunca lo
habían hecho antes.

―Sí, sí. ―Xena levantó su odre de agua y tomó un sorbo del contenido,
deteniéndose con el pitorro en los labios y la boca llena. Lentamente, volvió
su cabeza hacia un lado y miró a Gabrielle, que estaba mirando de vuelta
inocentemente. La reina tragó, luego volvió a poner la piel en su gancho―. Tú.
―Se lamió los labios―. Estás jodida.

―¿No te gusta? ―Gabrielle estaba tratando de no sonreír.

Xena se lamió los labios otra vez, y sacudió la cabeza, preguntándose dónde
en el Hades la pequeña canalla había sacado leche en medio de estas tierras
salvajes. También había un toque de dulzor en ella, sospechaba que algo de
su celosamente atesorada miel.

―Mujerzuela. ―Podía saborear la intensidad de la misma en su lengua, y eso le


enojó un poco. Se relajó en su silla de montar y palmeó el hombro de Tiger,
224
mirando hacia adelante a lo que podrían encontrar abajo―. ¿Estos bastardos
que encontramos? ―dirigió su atención a Brendan―. Tengo una teoría.

El viejo soldado ladeó la cabeza, con las riendas cogidas con una mano y su
postura encorvada con la facilidad de un jinete experimentado.

―Pensé que estaban para fastidiarnos ―dijo―. Bregos no tiene suficientes


hombres para atacarnos en una batalla de verdad, así que los envió a la
periferia.

―Mm… ―la reina gruñó―. Es probable que sea así… Pero no es lo que creo
que está pasando. ―Giró en su silla de montar cuando un grito se elevó desde
la parte trasera―. ¿Ahora qué?

Brendan giró y se puso de pie sobre los estribos.

―¡Ah, mira allí! ―Señaló, donde un grupo de hombres salían de los árboles para
atacar el flanco del ejército―. Bastardos… ¿Ves? ―Soltó un grito―. ¡Vamos
chicos! ―Se dejó caer en la silla de montar y se fue hacia allí―. ¡A por ellos!

Xena estaba levantada en sus estribos, sabiendo que estaba demasiado lejos
para que los arqueros que podía ver en los árboles la alcanzaran.
―Quédate detrás de mí ―ordenó a Gabrielle, mientras miraba la acción, el
pequeño grupo de ataque se desplegaba para cubrirse detrás de los
frondosos matorrales y acribillaban con flechas a sus tropas y al indefenso
equipo de apoyo.

Dos de los arrieros cayeron rodando de los asientos de los carros con gritos
roncos, y Xena de repente dudó de su decisión de dar la espalda al valle
obviamente problemático y avanzar hacia lugares desconocidos que tiraban
de ella en la otra dirección.

Gabrielle escuchó por una vez, permaneciendo cerca del lado de Xena con
una mano apoyada en la pantorrilla de la reina.

―¡Oh! ―Vio al arriero alcanzado respirar con dificultad―. ¡Pero él no está


luchando con ellos! ―dijo―. ¡Xena! ¿Por qué harían eso? Él es solo…

―Sí. Así que mantente detrás de mí porque eres mucho más un objetivo que
lo que era él. ―Xena desenvainó su espada, su agitación recorría sus rodillas y
provocó que Tiger moviera sus grandes pezuñas con nerviosismo―. ¡Bajad
todos de los carros! ―gritó con toda la fuerza de su voz―. ¡Poneos detrás de
ellos! ―los arrieros no perdieron el tiempo en obedecer, saltando de sus 225
asientos y zambulléndose detrás de los grandes transportes rodantes. Xena vio
las flechas cambiar sus objetivos, y maldijo, enviando a Tiger al galope―.
¡Quédate conmigo, Gabrielle!

―¡No me digas! ―Gabrielle estaba haciendo su mejor esfuerzo, moviendo a


Parches al otro lado de la reina y urgiéndole a mantener el ritmo―. Vamos,
Parches… ¡No querrás que te golpee una de esas cosas! ―Se mantuvo a la
sombra de Tiger, incapaz de ver lo que estaba sucediendo hasta que pasó
frente a uno de los equipos de carros, y entonces, de repente, Xena se detuvo
y se arrojó de su caballo al suelo.

Confundida, Gabrielle viró bruscamente y se dirigió al otro lado del carro para
darle un refugio a Parches, mientras ella mantenía la cabeza baja y miraba
frenéticamente a la parte posterior del grupo para ver qué estaba haciendo
la reina.

Lo que la reina estaba haciendo era estar de pie allí en medio de una lluvia
de flechas, su espada moviéndose tan rápido que Gabrielle no podía verla,
solo un borrón mientras lanzaba los proyectiles lejos de los animales. Pudo ver
el perfil agudo, la mandíbula apretada cuando Xena se movió a un lado para
bloquear una flecha con su espada, y extendió la mano para agarrar otra en
el aire que venía del lado opuesto.
Era asombroso. Era increíble, y lo que era más importante era que Xena estaba
haciendo eso, arriesgando su vida para proteger a los caballos detrás de ella.

―¡Fuego! ―Brendan tenía una línea de arqueros preparada y dispararon una


descarga, luego volvieron a cargar como una segunda línea, escondidos
detrás de la maleza, disparando de nuevo―. ¡Fuego!

Después de unos minutos, las flechas disminuyeron gradualmente, y mientras


lo hacían, una legión de jinetes salió disparada de detrás de los carros y tronó
hacia los emboscadores, disparando con ballestas mientras se mantenían
agachados tras el cuello de los caballos. Sin embargo, sus objetivos se habían
ido, los arbustos y los árboles ahora estaban vacíos, con nada más que hojas
agitándose insolentes para marcar dónde habían estado los emboscadores.

Xena silbó, y mientras Tiger galopaba, ella se agarró a su silla y se alzó con un
movimiento ágil y fluido mientras colocaba su espada en la funda y
cabalgaba por la línea de suministro.

―Está bien… ¡Vamos! ¡Preparaos para movernos! ―ordenó―. Poned los


cuerpos en los vagones y ¡vamos!

Gabrielle agarró las riendas de Parches y salió cautelosamente de detrás de


226
las grandes ruedas, observando al resto de los trabajadores hacer lo mismo.
Uno de los hombres se enderezó lentamente negando con la cabeza, sin
darse cuenta de que estaba detrás de él.

―Por los dioses, ¿viste eso, Helfan? ―Le dio una palmada en el brazo a su
vecino―. ¿La viste? ¡Como nada con esas flechas! ¡Salvando los caballos!! ¡Los
caballos! ¿Lo viste?

―Silencio, Lars ―dijo el hombre―. Todos lo vimos. Mantén la boca cerrada, hay
oídos escuchando.

El hombre se volvió y vio a Gabrielle allí parada. Sus ojos se agrandaron.

―¡No significa nada malo de la reina, créeme! ―Tartamudeó―. ¡Soy honesto!

Gabrielle le sonrió.

―Lo sé ―dijo―. También lo vi… Fue asombroso ―dijo―. Ni siquiera podía ver su
espada, se movía tan rápido. ―Levantó la mano, y acarició el cuello de los
caballos más cercanos―. No estoy segura de qué era más increíble… Eso, o
cómo sacó a esa pobre niña de la olla en esa aldea… Eso también fue
impresionante.
―Mm. ―Los carreteros se estaban reuniendo lentamente a su alrededor―.
Escuchamos eso ―dijo Lars―. Oí que ella se enfrentó a todos por su cuenta.

Gabrielle asintió.

―Lo hizo. Yo lo vi. ―Estiró el cuello para mantener a Xena a la vista―. Ella estaba
en un árbol, mirando para ver lo que estaban haciendo, y cuando vio lo que
estaba sucediendo, saltó directamente sobre todos y comenzó a luchar.

―¡Gabrielle! ―La voz de Xena se elevó sobre el murmullo de los conductores―.


¡Trae tu trasero aquí!

―Lo siento. Tengo que irme. ―Gabrielle se subió al lomo de Parches―. ¿Pero
sabéis qué? Creo que debéis tener cuidado. A esos hombres de allá afuera
no les importan las personas valientes. ―Chasqueó la lengua y condujo a
Parches alrededor del carro, en dirección a la alta forma de Xena. Llegó hasta
la reina justo cuando lo hizo Brendan, yendo hacia la izquierda de Xena―. Está
bien, estoy aquí.

―Xena, tomaré un escuadrón e iré tras esos bastardos ―dijo Brendan―.


Avanzan furtivamente detrás de nosotros… besugos.
227
―No. ―Xena negó con la cabeza―. Trae a los hombres, y sigamos avanzando
hacia el desfiladero.

―Pero…

―Solo hazlo ―dijo Xena bruscamente―. Estamos perdiendo el tiempo aquí.


Están tratando de hostigarnos… Están tratando de desviarnos de nuestro
rumbo.

Brendan acercó su caballo.

―Xena, no podemos dejar ir a esos bastardos. Volverán a dispararnos ―bajó la


voz―. ¿Dónde está el sentido de esto?

―Brendan.

―Xena. ―El rostro del viejo capitán era serio. Se acercó a la reina, más cerca
del peligro que sabía que se estaba formando detrás de esos ojos azules―. No
podemos dejarlos atrás.

Gabrielle vio los ojos de Xena estrecharse y rápidamente se agachó bajo el


cuello de Tiger, empujando a Parches entre su reina y el capitán de su reina,
que estaba en peligro.
―Espera. Brendan ―dijo―. Creo que Xena tiene razón. —Fue una interferencia
ridícula, y tal vez incluso Gabrielle lo sabía. Brendan la miró, sus labios se
crisparon mientras luchaba por contener las palabras para responderle—.
Creo que están tratando de evitar que nos vayamos. Creo que están tratando
de distraernos. ―Gabrielle habló rápidamente―. Quieren que los sigamos.

Brendan la miró por un largo momento, luego miró a Xena que estaba sentada
sobre Tiger mirando a Gabrielle como si fuera una nueva especie de conejo
que se había puesto de pie y había comenzado a hablar.

―¿Cómo Hades sabes eso? ―preguntó la reina―. No te dije lo que estaba


pensando. ―Hizo una pausa―. ¿O sí?

―Simplemente tiene sentido. ―Gabrielle no se detuvo a pensar en lo que


estaba diciendo―. Es como… Todo lo que sucedió… como el ataque al
convoy. No se llevaron provisiones, solo hicieron que nos tuviéramos que
enfrentar con ellos, y luego nos llevaron a esa aldea… y ahora salen de esos
arbustos y disparan a nuestros carros para frenarnos y después huir. Como si
quisieran que los siguiéramos.

Fue un largo discurso. Brendan se rascó la mandíbula al final y miró a Xena. 228
―Exactamente. ―Xena cerró su mandíbula después de la palabra, con un
ligero chasquido cuando sus dientes golpearon.

El capitán asintió.

―Tiene sentido entonces. ―Levantó el puño, apretó contra su pecho y se giró,


luego se dirigió hacia los arqueros reunidos, que estaban recogiendo las
flechas caídas y preparándose para partir tras los emboscadores―. ¡Formad!
―Gritó por el campo―. ¡Alinearos para salir!

Xena lo miró irse, antes de girarse y mirar a Gabrielle.

―Hablé mientras dormía.

―Um… ―Gabrielle se pasó la mano por el pelo―. Bueno, a veces lo haces, pero
no sobre eso ―confesó―. Al menos creo que estás dormida ―añadió, en voz
baja.

Xena arqueó las cejas.

―Guarda eso para más tarde ―dijo― Ahora bien… ¿Cómo lo supiste? ―Se
inclinó y se encontró cara a cara con su compañera―. Desembucha.

La mujer rubia abrió la boca para responder, luego se detuvo para pensar.
Finalmente, solo se encogió de hombros.
―No sé… Simplemente tenía sentido para mí. Como una historia.

―Como una historia. ―La reina exhaló de frustración―. Guarda eso para más
tarde también. ―Tiró de Tiger en un círculo apretado―. Vamos antes de que
decidas que eres un oráculo y tenga que empezar a pagarte por los
comentarios ―soltó un grito y señaló hacia el final del valle―. ¡MOVEOS!

Estaban a mitad del valle antes de que llegara el ataque. Xena lo sintió antes
de que sucediera, y giró su caballo poniéndose de pie sobre sus estribos,
dejando escapar un agudo silbido y lanzando su puño al aire en señal de
advertencia.

El ejército reaccionó sin vacilación esta vez, los jinetes corrieron para rodear
los carros de suministros mientras los arqueros rápidamente encontraban
refugio en los montículos y rocas a la orilla del camino, sus cabezas girando 229
hacia el lugar del que venía el ataque.

Xena lo sabía. Se sentó firmemente en su silla de montar y condujo a Tiger


hacia el revoltijo de rocas que acababan de pasar. Una andanada de flechas
salió disparada desde allí, pasando sobre su línea de arqueros en un amplio
arco. Los hombres de Xena respondieron al fuego, pero no había nada visible
a lo que disparar, ya que las rocas proporcionaban una excelente cobertura.

Gabrielle vaciló, luego eligió la prudencia e instó a Parches a bajar por el lado
protegido de los carros, manteniendo la cabeza baja, pero no lo suficiente
como para que Xena quedara fuera de su vista. El suelo frente al terreno
pedregoso era de grava suelta y escarpada, y vio salir de él otra lluvia
fulminante de flechas.

―Quédate abajo ―dijo la mujer rubia, mientras pasaba frente al carro más
grande, deteniendo a Parches mientras se quedaba detrás del tablero y ponía
sus manos sobre él, mirando por encima de la madera mientras el movimiento
a su alrededor se hacía incierto y caótico. Una flecha acertó a un soldado en
la garganta y se tambaleó hacia atrás, tropezó con la carreta y se volvió,
gritando roncamente mientras tiraba del eje enterrado profundamente dentro
de su cuello. Otra flecha silbó detrás de él, golpeando la rueda del carro no
muy lejos de la mano de Gabrielle. Sus ojos se fijaron en el astil, y parpadeó
ante las plumas que lo sujetaban, un destello de memoria que recordaba una
escena de terror y fascinación iluminada por velas, donde una flecha similar,
con las mismas plumas, sobresalía de la piel ensangrentada de la espalda de
Xena. Un shock para sus ojos. Un shock para sus sentidos, dejarse llevar por la
necesidad tan personal de Xena de esa manera, cruzar una línea tan
rápidamente, y en un momento tan crucial cuando su propia partida de la
fortaleza había sido apenas un rumor. Un capricho de las Parcas que la hizo
sacudir la cabeza nuevamente solo de pensarlo. Terminó siendo un momento
decisivo para ambas. Todavía podía oler el agudo aroma cobrizo mezclado
con hierbas y sentir la presión de su mano alrededor de la daga que se
apoyaba en la espalda de Xena mientras comprendía adónde la estaba
llevando su corazón. Nunca miró hacia atrás.

»¡Xena! ¡Cuidado! ―Gabrielle dejó escapar un grito y sus ojos se abrieron de


par en par cuando vio a Xena apartar de golpe dos flechas mientras una
tercera rozaba su pelo, llevándolo al viento. Vio a la reina que agachaba
ágilmente la cabeza a un lado, y luego su mano se deslizaba por su cuerpo,
un objeto brillante centelleó hacia el escondrijo rocoso.

Se oyó un grito ronco. Xena sonrió y miró a su alrededor, vio a Gabrielle detrás 230
del carro y le dedicó una gran sonrisa de aprobación.

―¡Buena chica! ―gritó, mientras continuaba por la fila―. ¡Sigue moviéndote!


¡No te pares! ¡Haz que esos carros se muevan de nuevo!

Uh oh. Gabrielle vio que los ojos de los hombres se abrían de par en par.
Rápidamente, extendió la mano y sacó la flecha de la madera, doblándola
con fuerza para quitar la punta antes de guardarla en su alforja. Se alejó del
carro mientras los conductores se apresuraban a agarrar las bridas de los
caballos, manteniéndose detrás de los carros y comenzaban a moverlos.

Gabrielle se dio cuenta de que iban a la contra de los soldados, porque Xena
les pedía que huyeran de una pelea. Pasó entre dos de los carros y siguió a la
reina, que estaba instando a las tropas a abandonar sus posiciones y dirigirse
al camino.

―¡Loca! ―Uno de los hombres negó con la cabeza―. Algo está mal con su
majestad, es la verdad.

Gabrielle vaciló, luego corrió tras Xena, esperando que fuera un blanco lo
suficientemente pequeño como para ser ignorado por sus atacantes. Evadió
a varios de los soldados que retrocedían, disparando sus flechas contra las
rocas mientras otra descarga se arqueaba hacia ella, algunas zumbaban
peligrosamente cerca.
―¡Gabrielle, agáchate! ―Brendan galopaba hacia ella, su espada
balanceándose en su mano―. ¡Rápido!

La mujer rubia vio que Xena giraba la cabeza al oír esas palabras, y su
expresión alertó a Gabrielle del hecho de que estaba en peligro real. Giró a
Parches y lo empujó hacia los carromatos, pero incluso mientras cambiaba de
dirección, sintió un fuego ardiente en la parte posterior de su cuello, y se lanzó
hacia adelante con un grito ahogado, casi haciendo perder el equilibrio al
pony.

Justo después de eso, dos impactos en su costado casi la derribaron de su


montura y sintió que soltaba las riendas justo cuando el retumbar de los cascos
hacía eco en sus oídos y fue arrancada de la silla de Parches en el aire.

Dolorida y muy desorientada Gabrielle se revolvió con las manos justo cuando
aterrizó sobre su estómago con la cabeza golpeando contra un hombro en
movimiento, cubierto de pelo. Sintió un agarre que se relajaba en su cinturón
justo antes de ser azotada bruscamente en el trasero, haciéndola gritar de
sorpresa.

―¡Moveos! ―La voz de Xena estaba justo encima de ella―. ¡Solo seguid 231
moviéndoos! ¡Me ocuparé de las malditas flechas!

Oh chico. Gabrielle simplemente aguantó, haciendo una mueca cuando la


zancada de Tiger sacudía su cuerpo a cada paso. Sentarse sobre un caballo
era una cosa, y tumbarse sobre sus hombros era algo completamente distinto,
y para nada cómodo.

―Xe…

―¡Chitón! ―Xena le azotó de nuevo―. ¡Ni un jodido movimiento!

Gabrielle podía oír algo que pasaba por su cabeza, un zumbido que era casi
como alas de pájaros, acompañado de suaves silbidos y golpes y el ocasional
sonido de madera que se partía. ¿Flechas? Decidió que quedarse muy quieta
era una buena idea.

―¡Lo siento!

Xena no tenía tiempo para debatir sobre los méritos de su amante. Tenía una
mano sujetando a la mujer rubia y la otra estaba totalmente ocupada
desviando una lluvia de flechas, en lo que había tenido éxito hasta ahora,
aunque sus hombros empezaban a doler un poco.

―¡Retroceded! ―ordenó a los soldados frente a ella―. ¡Moved vuestros culos


por el camino antes de que los filetee! —Los hombres no estaban contentos
con darle la espalda a los arqueros. Xena realmente no los culpó, pero alguien
tenía que ser la reina, y por lo visto era su papel en esta vida―. ¡Vamos! ¡Vamos!
―Pateó a un hombre en el hombro, mientras éste dudaba―. ¿No confías en
mí?

El hombre retrocedió, todavía disparando su ballesta, antes de que finalmente


diese la vuelta y se dirigiera hacia los carros que se movían lentamente,
pasando las rocas hacia el final del valle. Los jinetes ya estaban dando vueltas
alrededor de la parte trasera de los carros, colocando sus bestias en el lado
más alejado de la madera mientras los conductores apuraban a los animales
hacia adelante.

Las flechas seguían volando. Xena sabía que no podía desviarlas para
siempre, por lo que decidió un enfoque más directo. Apretó sus rodillas
alrededor de Tiger y lo dirigió directamente hacia las rocas, soltando un grito
salvaje mientras lo espoleaba al galope.

Loca, puede ser. Xena se agachó cuando una flecha salió volando cerca de
la cima de las rocas y estuvo a punto de golpearla. Una descarga más llegó
hacia ellas, una maraña de proyectiles afilados que volaban sobre ella,
algunos rebotaban en su armadura y otros rozaban la piel de sus brazos
232
desnudos y musculosos mientras movía su espada en un círculo apretado.

Las grandes pezuñas de Tiger esparcieron la roca suelta, y él se abalanzó


hacia las rocas, moviendo la cabeza mientras Xena apretaba su agarre con
las piernas y se inclinaba hacia adelante, peinando las rocas con atención
mientras se abalanzaban hacia delante, casi llegando a las rocas antes de
escuchar los sonidos de pies corriendo y rompiendo ramas.

¿Ir tras ellos? Una risa irreflexiva brotó del lado más oscuro de Xena, y ella instó
a su montura a subir la última pendiente, intentando perseguir a los atacantes
hasta que oyó un leve susurro de la figura que yacía delante de su silla de
montar, y el sentido común se apoderó de ella.

Y una flecha casi reforzó eso. Xena apenas la desvió, mientras giraba la
cabeza de Tiger y comenzaba a bajar la pendiente, para seguir a los últimos
que pasaban del ejército.

―¡Xena! ―La voz de Brendan sonó en advertencia, pero los cascos de Tiger se
deslizaban sobre las piedras sueltas y ella no se atrevió a hacer un movimiento
rápido ya que desequilibraría al caballo y caerían todos al suelo indefensos.
En cambio, agachó la cabeza y se cuadró sobre su silla de montar,
protegiendo la cabeza del animal y su carga prácticamente indefensa.
Una flecha dirigida directamente al cuello del semental le golpeó y ella le dio
un silencioso agradecimiento a su nuevo armero, cuyo trabajo
probablemente había salvado su espalda, si no su trasero. Giró la cabeza para
ver a un hombre grande parado en el claro, levantando su arco para disparar
de nuevo con una actitud de suprema insolencia.

Burlándose de ella.

Xena estuvo a punto de dar la vuelta a su caballo para dirigirse hacia él, pero
después de un momento, soltó su mano del cinturón de Gabrielle y desenvainó
su daga, lanzándola a toda velocidad con un torcido gesto, obligándolo a
agacharse rápidamente y zambullirse detrás de una roca.

―Bastardo.

Brendan cabalgó hasta ella.

―Xena, ¿estás bien? ―Él dio un paso de lado con su caballo y ella cabalgó
hacia adelante, la lluvia de flechas disminuyó momentáneamente.

La reina estiró el brazo hacia atrás y sacó la flecha de su espalda, examinando


la punta con gesto adusto. Estaba manchada de negro y no creía que fuera 233
con carbón. Se lo llevó a la nariz, olfateó con delicadeza y se sintió aliviada de
que el olor fuera acre, pero sin ningún rastro de cobre.

―Sí. ―Señaló el camino―. Larguémonos de aquí.

―¿No quieres simplemente eliminarlos? ―preguntó Brendan, en un tono


tranquilo―. Dejándolos detrás de nosotros para que nos disparen al azar…
Xena ―miró hacia atrás, mientras ponían distancia entre ellos y las rocas―. Ese,
ese último, estaba apuntándote.

―Con veneno. ―La reina coincidió―. Justo lo que me molesta y me haría


perseguirlo, ¿eh? —Brendan suspiró y negó con la cabeza―. Déjalos ―Xena le
dio un golpecito a Gabrielle en el hombro―. ¿Quieres levantarte ahora?

Gabrielle levantó lentamente la cabeza, que estaba carmesí por estar


colgada hacia abajo.

―Estoy un poco mareada.

―Sí, pero te quiero de todos modos. ―Xena la levantó, mientras alcanzaban a


la retaguardia del ejército―. Vamos a buscar a ese enano tuyo ―dijo―. Y
vamos a buscar más problemas para meternos. ¿Suena divertido?

―Um…
―Pensé que te gustaría. La próxima vez mantén tu trasero detrás de los carros.

―Está bien ―respondió Gabrielle.

Xena exhaló, mirando alrededor con una expresión irónica.

―¿Por qué no me lo creo ni por un minuto?

―Um.

―Sí. Um esto.

Xena sintió que la sensación de anticipación aumentaba a medida que se


aproximaba al final del valle, contenta de dejar la molesta maleza detrás de
ella con toda su variedad de residentes repugnantes y cobardes
emboscadores.
234
El ejército había salvado su orgullo colocando arqueros en la parte trasera del
último carro, con sus arcos apuntando al camino detrás de ellos para
desalentar a cualquiera que intentara ir tras ellos. Hasta ahora había
funcionado, y les habían dejado recorrer el camino en paz.

El final del valle estaba cubierto de espesos bosques, y zigzagueaba a la


derecha antes de inclinarse hacia abajo como si quisiera ocultar a la vista lo
que estaba más allá hasta el último momento. Xena, impaciente, quería llegar
allí y verlo, sus nervios estaban erizados, y el instinto que la impulsaba hacia lo
desconocido se hacía cada vez más intenso.

Le daban ganas de cabalgar alrededor del ejército y despotricar contra ellos


para que se apresurasen, con una sensación de urgencia agitando cada fibra
de su ser.

―¿Xena?

Hablando de agitación.

―¿Sí? ―Xena se obligó a tener paciencia y miró a su compañera―. ¿Cómo


está tu cuello? ―Observó el vendaje limpio que se veía bajo el pálido cabello
de Gabrielle.
―Está bien. ―Gabrielle se refrenó para no estirarse y meter los dedos en el
vendaje―. Quema… se siente como si tuviera un carbón caliente en ese
punto.

―No, no es así.

Gabrielle levantó la vista hacia ella.

―¿Tú sabes cómo se siente esto?

La reina asintió, pero no dio más detalles.

―Entonces, ¿querías algo, o solo estabas practicando pronunciando mi


nombre para tu historia?

Gabrielle frunció el ceño, luego su expresión se aclaró.

―Oh, sí ―dijo―. ¿Qué hay más allá de esa curva de allí? ―Se removió en su silla
de montar, flexionando un poco las rodillas hacia adelante. Todavía le dolían
el pecho y el vientre, y la flecha que ardía le molestaba de verdad, pero se
mordió la lengua, porque no quería irritar aún más a Xena.

―Problemas ―Xena respondió sucintamente. 235


¿Cómo lo sabía Xena? Gabrielle se inclinó hacia adelante, apoyando su peso
en la parte delantera de la silla para darle un poco de descanso a su espalda.
Todo había estado en silencio desde el último ataque, y el ejército se había
asentado para seguir marchando y todos estaban comenzando a relajarse
nuevamente. Podía escuchar conversaciones casuales a su alrededor y en el
carro a la cabeza, algunos de los cocineros estaban haciendo bocadillos para
repartir.

Y, sin embargo, Xena pensaba que estaban en problemas.

Gabrielle miró a la reina por el rabillo del ojo. Xena estaba, de hecho,
actuando un poco nerviosa. Había reubicado su espada un par de veces, y
jugaba inquieta con las riendas de Tiger, su postura corporal tensa y sus ojos
vigilantes.

¿Era realmente peligroso o Xena reaccionaba de manera exagerada? Sabía


que la reina le daba muchas vueltas a lo que les había sucedido la última vez,
cuando no había llevado a un ejército, sino a una columna de sus hombres a
una trampa y casi los habían matado a todos.

Bien. Gabrielle frunció los labios. Realmente casi consiguió que la mataran
para sacarlos a todos vivos. Xena se había mantenido firme y luchó contra los
atacantes dándose cuenta casi demasiado tarde de que no era a sus
hombres a los que atacaban, sino solo a ella.

Bregos la había querido muerta. Xena le había confesado mucho más tarde
que había estado cerca de darle la bienvenida a la muerte, ya que había sido
tan estúpida ante sus propios ojos como para meterse de cabeza en la
trampa. Pensaba que hubiera sido un final apropiado para su vida.

Gabrielle no lo creía.

―Si el problema es este camino, ¿por qué vamos por él?

Al principio, pensó que Xena iba a darle una respuesta sarcástica. Lo hacía a
menudo, pero con mayor frecuencia cuando no tenía una respuesta
realmente buena a lo que Gabrielle preguntaba. Pero Xena se inclinó hacia
atrás y enganchó una pierna sobre su silla de montar, tomando su odre y
bebiendo pensativamente antes de contestar.

Gabrielle sabía que eso significaba que obtendría una respuesta seria. Le
gustó eso. Le gustaba cuando Xena la tomaba en serio, ya que muy pocas
personas lo hacían.
236
―Si lo ignoramos ―dijo la reina―. Y, o vuelves a la fortaleza, o vas por el otro
lado, el problema todavía seguirá aquí.

Bueno, eso ciertamente tenía sentido.

―Correcto. ―Gabrielle asintió―. Pero tal vez irá por el otro lado.

Xena sonrió, sombríamente.

―Gabrielle, escúchame ―dijo―. Si hay algo que he aprendido en mi vejez es


que nunca, nunca, le tienes que dar la espalda a los problemas ―Inclinó la
cabeza y miró a su compañera―. Nunca van en la otra dirección.
Especialmente no a mi alrededor.

Eso también tenía sentido.

―No eres vieja ―dijo Gabrielle―. No sé por qué dices eso todo el tiempo.

Xena se rio suavemente, desenganchando la pierna y volviendo a erguirse en


su silla. Por el rabillo del ojo vio a los miembros de su guardia personal
acercándose a cada lado, con actitud estudiada e informal mientras el
ejército se acercaba al estrecho recodo que tenían delante.

Todos guardaron silencio, el sonido de los cascos de los caballos en el áspero


y rocoso sendero ruidoso y resonante, y el crujido de las ruedas de los carros
en los oídos. Gabrielle comenzó a sentirse un poco nerviosa, y se acercó más
a Xena, sintiendo la creciente tensión a su alrededor.

Despacio, casi de manera distraída, Xena revisó las dagas atadas a varias
partes de su cuerpo y armadura, terminando con un movimiento informal de
su capa para exponer la hermosa arma redonda enganchada a su cinturón,
sus joyas hacían guiños en la luz de la tarde.

Los soldados a su alrededor también se estaban preparando, encorvando


arcos y agarrando mazas, y Gabrielle se encontró respirando un poco más
rápido en reacción, ya que el contraste entre la energía nerviosa que la
rodeaba y el entorno pacífico por el que se movían contrastaban rígidamente
entre sí.

Una vez más, tuvo que preguntarse qué se suponía que debía hacer si de
repente algo malo les sucedía, y tenían que luchar de nuevo. ¿Xena tendría
que rescatarla, o sacarla de en medio, siendo nada más que una molestia
para la reina?

Esperaba que no. Con retraso, Gabrielle desató su gran vara y logró sacarla
de debajo de su pierna sin caerse de la silla. Lo colocó sobre sus muslos, 237
estudiando la superficie de madera ligeramente rayada sobre la que curvaba
sus dedos.

Realmente tenía un tacto agradable. Podía sentir las marcas de talla bajo su
toque, donde Xena había utilizado su daga de pecho para darle forma a un
hueco donde descansar la mano de Gabrielle, para que supiera por dónde
sostenerla cuando la estaba usando para evitar que Xena la golpeara en la
cabeza. cuando practicaban.

―¿Qué estás haciendo con eso?

La mujer rubia alzó la vista.

―Um. Solo sosteniéndola.

Xena la estudió.

―¿Me haces un favor?

―Cualquier cosa.

―No me golpees en el culo con eso.

―Nunca lo haría. ―Gabrielle se sintió mejor por llevarla fuera, ya que todos los
demás a su alrededor se estaban preparando para una pelea. Podía sentir
como la tensión aumentaba a medida que se acercaban más a la curva y,
justo antes de llegar allí, oyó el sonido distintivo de Xena sacando su espada
de la funda sujeta a su espalda, un suave susurro que terminó en un sonido
metálico. Casi podía oler el metal, un aroma rico y complicado que le
recordaba un poco a la sangre. Lo cual también tenía sentido. Apretó con
más fuerza su vara y aseguró su trasero en la silla de montar, decidiendo que
estaba lista para lo que fuera que iban a encontrarse cuando doblaran la
última curva y vieran que había más allá. Se movieron hacia la curva, y
cuando los soldados se cerraron a su alrededor, levantaron sus armas
preparándolas, sus ojos parpadearon detrás de los cascos de cuero y metal
que les protegían la cabeza. Se le ocurrió preguntarse por qué Xena, que
después de todo era la reina, tampoco tenía un casco de metal para proteger
su cabeza. Gabrielle alzó la vista hacia su compañera, y vio que una mirada
de severa vigilancia se apoderaba de su expresión mientras su barbilla se
alzaba y sus ojos se movían constantemente mirando al frente con feroz
intensidad. La reina había dicho que se dirigían hacia problemas. Bien.
Gabrielle apretó con más fuerza su gran vara y puso una expresión tan feroz
como era capaz en su rostro cuando doblaron la última curva del camino y el
final del valle estaba frente ellos. Xena detuvo a Tiger, y los soldados se
detuvieron apresuradamente detrás y a su lado, mirando más allá de la 238
imponente figura de la reina hacia la larga llanura que tenían delante. Por un
momento, sólo se oía el viento agitando la espesa hierba cerca de los pies de
los caballos. Entonces Gabrielle carraspeó suavemente―. Esto es… Um…
―Ladeó la cabeza―. Bonito.

Xena barrió con la mirada de un extremo a otro la ausencia de cualquier


ejército atacante o cualquier otra cosa más amenazante que un búho
cazando. Realmente no sabía lo que había estado esperado…

Vale. Eso no era verdad. Había estado esperando la escena que había visto
en sus sueños el mes anterior, un valle cubierto de tropas desconocidas y una
amenaza para su reino en la que realmente podría hincar sus dientes. El peligro
por el que había conducido a su ejército durante la última semana,
ignorando, quizás erróneamente, los ataques de un enemigo conocido en su
prisa por llegar a este desconocido.

Y bien.

Xena dejó que su espada descansara sobre su hombro, mientras se tragaba


sus palabras.

―Sí ―dijo―. No está mal. ―Sus rodillas se apretaron alrededor del cuerpo de
Tiger y comenzó a avanzar otra vez―. ¿Quieres que le ponga tu nombre?
―Um… No, gracias. En realidad, no. ―Gabrielle se sintió un poco
decepcionada, lo que la sorprendió cuando pensó en ello por un minuto.
Siguió a Xena mientras la reina sacaba al ejército del valle y lo llevaba al
amplio espacio abierto.

Xena resopló suavemente, envainando su espada mientras estudiaba su


nuevo entorno.

Había un río que lo atravesaba, y largas hileras de hierbas, coronadas con


varios tonos de flores y, a la luz de la tarde, era bastante bonito de verdad,
incluso a sus ojos. Las aves revoloteaban sobre él, y había un aire de paz que
los rodeaba y le provocaba picazón en los ojos.

Maldición.

Xena estaba sentada en una roca al borde del río, mirando la puesta de sol.
239
Detrás de ella, en un claro, el ejército estaba preparando el campamento
para pasar la noche de una manera algo arisca y gruñona que reflejaba
bastante bien su propio estado de ánimo.

Mañana por la mañana vadearían el río, una tarea que no era fácil, y luego
continuarían cruzando las tierras del otro lado hacia una cadena de colinas
en el horizonte. Era tranquilo, y con una sensación agreste, y Xena sentía que
la tierra no había sido cultivada o habitada durante mucho tiempo, trayendo
una pregunta obvia a su mente de ¿por qué no?

¿Por qué no? El río era ancho y estaba lleno de peces, algunos de los cuales
colgaban junto a la hoguera esperando para alimentar a su ejército. La tierra
era fértil, y la maleza rocosa del valle anterior no se veía por ningún lado.

¿Por qué malvivir con cuatro ovejas escuálidas cuando se puede plantar una
buena cosecha aquí? Xena se rascó la nariz, sintiéndose desconcertada. Giró
la cabeza cuando Brendan se acercó a ella y se sacudió las manos en las
mallas.

―¿Por qué Hades no hay granjas aquí?

Brendan miró a su alrededor, como si apreciara el entorno por primera vez.


―Buena tierra. ―Estuvo de acuerdo―. Supongo que como nunca dijiste de
venir aquí, nadie lo hizo. ―Se apoyó en una roca cerca de la suya―. Buen
pasto.

Xena reflexionó sobre eso por un momento.

―¿Quieres decir que gobierno a gente tan estúpida? ―inquirió. Brendan se


encogió de hombros. La reina lo estudió por el rabillo del ojo―. ¿Los hombres
todavía se están quejando?

Brendan se encogió de hombros de nuevo.

―No se están quejando en serio ―dijo―. No sienta bien dejar a los enemigos
detrás de nosotros. ―Miró al otro lado del río―. Los hombres tienen familias allá
atrás, aquí los estamos dejando solos.

―Están a salvo. Esos rezagados no se acercarán a la fortaleza ―discrepó Xena.

El capitán de la tropa miró atrás, hacia el valle.

―Sin embargo, podrían guardar ese paso si tenemos que volver a través de él
rápidamente.
240
Xena levantó una rodilla y apoyó el codo sobre ella, dándole una mirada larga
y constante.

―¿Estás diciendo que vamos a volver corriendo? ―preguntó con tono plano―.
Creo que no aprecio esa idea de mi liderazgo, Brendan. —Brendan rehusó a
encontrarse con su mirada. Dio una patada a una roca incrustada en la tierra
cerca del río y mordió un poco de hierba, el metal de su armadura sonó
suavemente mientras se movía. La reina suspiró y negó―. Lo que sea. ―Se
calló, y después de una breve espera, su capitán se alejó de nuevo, ya que
aparentemente no tenían nada más que decirse el uno al otro.

Lo cual no era exactamente cierto, pero era el final de un largo día y Xena
realmente no tenía ganas de lidiar con soldados susceptibles y expectativas
decepcionantes. Miró a su alrededor, y vio a Gabrielle que venía hacia ella,
moviéndose a través de las hierbas junto al río con paso lento y prudente.

Xena sospechaba que estaba tratando de no cojear.

―Hola.

―Hola. ―La mujer rubia se acercó a su lugar de descanso y sacó las manos de
la espalda, tendiéndole un puñado de flores silvestres―. Estas son para ti.
La reina tomó las flores, dobló sus largos dedos alrededor de los tallos y observó
su vibrante color pensativamente.

―¿De qué trata todo esto? ―preguntó―. ¿Parecía que necesitaba un puñado
de mala hierba o algo así?

―No. ―Gabrielle se apoyó contra la roca, su hombro rozó el muslo de Xena―.


Eran simplemente hermosas, como tú, así que decidí elegir algunas y dártelas,
eso es todo. ―Dejó descansar la cabeza contra el costado de la reina y
observó cómo la puesta de sol brillaba en la superficie del río.

Xena colocó su brazo sobre el hombro de su compañera.

―Todos los demás aquí piensan que estoy tarada, y tú me traes flores y me
dices lo bien que me veo. ¿Qué Hades haría sin ti, mi amiga? ¿Hm? ―Sintió a
Gabrielle exhalar, y escuchó el más mínimo de los resoplidos de ella―. Ha sido
un jodido largo día, ¿no? —La rubia cabeza asintió—. ¿Cansada? —Gabrielle
asintió de nuevo—. ¿Dolorida? —Una débil vacilación, luego un tercer
asentimiento—. Yo también ―dijo Xena―. Entonces, ¿por qué no vamos tú y
yo y hacemos que los demás se sientan mejor? ―Alborotó el cabello de
Gabrielle un poco―. Puedo arreglar tus nudos y puedes decirme lo maravillosa 241
que soy ya que he hecho poco más que cagarla los últimos siete días y hacer
que el ejército piense que ya no valgo para esto.

Gabrielle la abrazó.

―Eso suena genial ―admitió―. Estoy realmente dolorida.

Xena estaba más que contenta de dejar de preocuparse por el mañana para
concentrarse en este problema aquí y ahora junto a ella. Se deslizó de la roca
y rodeó a Gabrielle con un brazo, dirigiéndola hacia el campamento y lejos
del ancho y revuelto río.

Los hombres la observaban mientras pasaba a través de ellos, con su amante


y un puñado de flores y Xena tuvo que preguntarse, realmente, qué era lo que
estaba haciendo allí.

Caminaron hacia la tienda real y se metieron dentro, intercambiando el rico


atardecer rojizo por el interior iluminado por velas. Xena se acercó a la mesa
para lavarse, vertió agua de una jarra en una taza de viaje y luego metió en
ella su puñado de hierbajos.

Echó un vistazo detrás de ella, mirando a Gabrielle mientras la mujer rubia se


acercaba a su pequeño cofre de pertenencias y se arrodillaba junto a él,
luego se inclinó sobre él durante un largo y doloroso momento.
Inmediatamente, Xena cruzó la tienda y se arrodilló junto a ella.

―Hey. ―Puso sus manos sobre los hombros de Gabrielle y la ayudó a


enderezarse―. Ven aquí rata almizclera… ¿Qué pasa? No pensaba que
estabas tan dolorida. —Ella medio guio, medio levantó a Gabrielle y la ayudó
a sentarse en su camastro―. Acuéstate. —Sin resistencia, la mujer rubia
obedeció. Eso inquietó a la reina, que esperaba al menos la simbólica protesta
habitual de su amante. Enderezó los miembros de Gabrielle, luego puso una
mano en su muslo―. ¿Dónde te duele más?

Gabrielle puso la mano sobre su estómago.

―Lo tengo agarrotado… estaba bien cuando estábamos montando.


―Murmuró―. Pero desde que nos detuvimos… es como si me hubiera pasado
una rueda de carro por encima.

Xena hizo una mueca, mientras desabrochaba el cinturón que sostenía la


armadura de Gabrielle. Se lo quitó y luego desabrochó la sobrevesta de cuero
y la dejó a un lado.

—¿Te duele cuando respiras?


242
―Un poco. —La reina le quitó la camisa acolchada que su amante llevaba
debajo de su armadura y contuvo la respiración cuando vio los extensos
moretones debajo de ella. Una oscura mancha moteada se extendía desde
las caderas de Gabrielle hasta sus pechos, más o menos del mismo color que
la que todavía adornaba su rostro y, después de un momento, Xena exhaló
casi con terror cuando se dio cuenta de que la mayor parte del daño había
sido por su propia mano—. Tumbada me siento un poco mejor ―ofreció
Gabrielle―. Supongo que el quitarme ese cinturón también ayuda.

―Sí. ―Xena no se había sentido como un completo fracaso en mucho tiempo.


Podía recordar el momento, de hecho, cuando se sentó en un suelo de piedra
muy fría al lado de un cuerpo muy frío y rígido con el que una vez compartió
sus pensamientos más íntimos. No había podido proteger a nadie cercano a
ella. Pero al menos no lo había lastimado con sus propias manos. Desde que
dejaron la fortaleza no había estado haciendo otra cosa que cagarla y en
algún momento tendría que preguntarse cuándo se daría cuenta el ejército y
simplemente se volvería contra ella. Si no lo habían hecho ya. En silencio, se
volvió y se sentó en el suelo de la tienda, reclinándose contra la cama―. Lo
siento por eso, Gabrielle ―murmuró―. No fue mi intención hacerte eso.
Hubo un silencio detrás de ella, pero podía sentir un débil e intermitente tirón
en su cabello y luego el calor cuando la mano de Gabrielle se enroscó
alrededor de su hombro.

―Lo sé… Intentabas salvarme ―dijo Gabrielle―. No es culpa tuya. Debería


haberme quedado donde me dijiste.

Xena miró a través de la tienda, sintiéndose muy cansada.

―Siempre es mi culpa ―respondió―. Tiene que ser mi culpa, Gabrielle. Soy la


reina. —La calidez detrás de ella aumentó de repente, cubriendo la parte
posterior de sus hombros cuando sintió el aliento de Gabrielle contra la parte
posterior de su cuello―. Tengo algunas hierbas… Te las daré. Te dejará dormir.

Gabrielle recorrió con su dedo la parte posterior del cuello de Xena, respirando
su aroma y simplemente disfrutando de la cercanía. Había estado tan
incómoda todo el día que era pura dicha quedarse quieta en presencia de
Xena, y dejar que el dolor disminuyera un poco.

Le dolía la cabeza y le dolía el cuerpo, y le dolía la espalda donde la flecha la


había golpeado, pero no había penetrado su armadura. Y su cuello aún le
dolía, donde la flecha había rozado, arrancando un trozo de su piel y algo de
243
pelo.

Había estado bien mientras montaba, había tenido a Parches para distraerla,
y todas las cosas nuevas para mirar y a Xena para vigilar, pero una vez que
había desmontado y tuvo que esperar a que montaran la tienda, comenzó a
pasarle factura el largo día.

Sabía que Xena estaba muy molesta por algo, pero no creía que fuera por
ella o al menos, no era por algo que había hecho. Solo podía decir por el
lenguaje corporal de Xena y por el tono en su voz, que su amiga estaba
sufriendo tanto como Gabrielle y que realmente no sabía qué hacer para
arreglar eso.

Ergo, las flores. Sabía que a Xena no le gustaban especialmente las flores, pero
sabía que la reina entendía que había amor detrás de ellas, y Gabrielle supo
por la emoción cambiante en su rostro cuando las tomó que ese sentimiento
era lo que Xena necesitaba en ese preciso momento.

Ahora, Xena dio media vuelta y la hizo rodar de nuevo sobre su espalda,
tocando suavemente los puntos doloridos en su abdomen. Gabrielle estaba
contenta de dejar descansar su cabeza sobre la almohada, tan cansada que
ni siquiera tenía hambre para cenar.
―¿Tendremos que nadar al otro lado del río?

―Sí ―respondió Xena suavemente―. Pero no en unos días.

Gabrielle miró el perfil de la reina, sombrío y serio a la luz de las velas.

―Pensé que cruzaríamos al otro lado mañana.

―Lo íbamos a hacer. ―Xena cerró la camisa acolchada y se apoyó en la


cama estudiando a su compañera―. Pero tengo algunas cosas de las que
quiero ocuparme ahora. Así que nos quedaremos aquí hasta que eso esté
hecho. ¿Te parece bien?

―Pensé que tenías prisa por continuar.

―Cambié de opinión ―dijo la reina―. Lo que probablemente significa que no


estoy completamente obsoleta como señora de la guerra, ¿eh?

Gabrielle miró la cara de su amiga. Había una compleja combinación de


emociones allí, pero Xena nunca era simple. Impulsivamente, extendió su
mano y la puso en la mejilla de la reina, sintiendo la presión sobre su piel
mientras Xena se apoyaba en el toque.
244
―Te amo.

La expresión de Xena se suavizó, y una reacia sonrisa apareció en su rostro.

―¿A pesar de que te he molido a palos regularmente? Pervertida rata


almizclera.

―No a propósito ―dijo Gabrielle, y luego bajó los ojos―. Conozco la diferencia.

Xena tomó la mano de Gabrielle y besó la parte de atrás de sus nudillos.

―Hazme un favor. ―Esperó a que la mujer rubia volviera a mirarla―. Quédate


aquí y relájate. Tengo que golpear algunas cabezas y comenzar mi nuevo
plan. ¿Me has entendido?

Gabrielle sonrió brevemente.

―No, pero me quedaré aquí de todos modos. Lo prometo ―dijo―. ¿Volverás


pronto?

Xena resopló suavemente por lo bajo.

―Tal vez. ―Besó otra vez la mano de Gabrielle y después la soltó, levantándose
y sacudiéndose levemente―. Descansa un poco. Puede que tengas que
darme hierbas cuando regrese. ―Se pasó las manos por el pelo y apartó la
solapa de la tienda.
Gabrielle la miró, retorciéndose un poco para ponerse más cómoda en el
camastro.

―Me pregunto qué quiso decir con eso.

Xena caminó lentamente por el campamento, golpeando ligeramente el eje


de una flecha contra su pierna. Cuando llegó al centro del campamento de
soldados, encontró un árbol caído y se sentó sobre él, ordenando sus
pensamientos mientras esperaba que todos se dieran cuenta de que estaba
allí.

No pasó mucho tiempo. Después de solo un momento, los soldados


comenzaron a girarse hacia ella, olvidándose de sus petates y del equipo en
sus manos mientras intercambiaban miradas entre ellos y corría la voz.

Xena simplemente esperó en silencio, incómodamente consciente de que


245
había permitido que su ego anulara su juicio, y que arriesgaba la lealtad de su
ejército al olvidar un simple principio.

En la fortaleza, ella era la reina. Allí fuera, como les había dicho sin rodeos, solo
Xena y la líder de un ejército que tenía que ganarse esa posición cada minuto.
No podía asumir que todos seguirían simplemente obedeciéndola porque les
había dado buenos motivos para pensar que su juicio podría no ser tan
confiable.

No habría disculpas. No estaba en su naturaleza, y eso solo conseguiría que


los hombres se sintieran más incómodos con ella. Pero ya era hora de
comenzar a actuar como la líder de campo que ella misma suponía que era
y hablara con los soldados como una de los suyos.

Una multitud se reunió a su alrededor, hombres que aparecían entre los


árboles para agacharse cerca, mientras otros se sentaban en el suelo frente a
donde estaba sentada. Xena esperó a que los números se duplicaran, luego
se movió y apoyó los codos en las rodillas, sosteniendo el palo entre sus manos.

Brendan apareció, y se acercó a ella, arrodillándose y apoyando sus manos


sobre su rodilla mientras él también esperaba a que ella hablara.

―Está bien ―dijo Xena―. Ahora que estamos aquí, con nuestras condiciones.
Un pequeño picor de reacción atravesó a los hombres, no tanto como un
sonido, sino una agitación que sonó como un crujido de cuero y un suave
tintineo de cotas de malla. Levantando la mirada, captó las expresiones en los
rostros de los hombres más cercanos a ella y se dio cuenta de su desconcierto
al notar que había una voluntad de creer que no había esperado.

―Sí. ―Brendan comentó, plácidamente―. No esperábamos dejarlos.

Xena colocó el extremo de su palo en la tierra delante de sus botas.


Rápidamente dibujó el valle, y el matorral que acababan de dejar.

―Está bien. ―Estudió su obra de arte y luego agregó algunos detalles más―.
Tenemos algo de tiempo. Pensaba que estaríamos ocupados una vez que
llegáramos aquí, pero al salir temprano nos ha dado un poco de tiempo de
planificación. —Los hombres se miraron unos a otros, obviamente perdidos.
Miraron a Brendan, cuyo rostro estaba serio para evitar que se le notara que
tampoco tenía ni idea de lo que Xena estaba hablando—. Así pues. ―La reina
siguió hablando―. Tenemos un día o dos para enviar a tres equipos de vuelta
a ese valle y limpiar la escoria. ―Dejó que sus ojos se movieran hacia las caras
que la miraban―. ¿Alguien interesado? ―El alivio que vio en muchos ojos hizo
que su nariz se arrugase y mentalmente se dio una patada en el culo tan fuerte
246
como pudo―. Quiero tres equipos de veinte cada uno, irán aquí, aquí y aquí
―Indicó las instrucciones en su mapa―. Todos los demás van a trabajar en el
vadeo del río ―Hizo una pausa―. Conmigo. —Los hombres dudaron, luego
comenzaron a asentir lentamente—. Sabemos que tienen la mayor presencia
aquí. ―Xena dibujó un círculo―. No esperarán que volvamos, ―dijo―. Así que
esta noche regresamos por el valle y entramos en esta área antes del
amanecer. Supongo que los encontraremos reunidos allí, probablemente
para seguirnos.

―Parece que sí. ―Brendan estuvo de acuerdo―. Llegamos por aquí, no nos
van a ver. ―Tocó un lugar cerca del final del valle―. Debería ser rápido.

Xena asintió.

―Reúne a los tres equipos ―le dijo a su capitán―. Haz que salgan una marca
de vela después del anochecer ―instruyó a Brendan―. Y escuchad todos
vosotros. ―Volvió su atención a los hombres―. Esto es solo barrer con todo.
Necesito a cada uno de vosotros para lo que vamos a enfrentar delante que
nosotros. No os descuidéis. ―Esperó hasta que todos comenzaron a asentir,
luego clavó su palo en el suelo en el medio del dibujo―. Todo bien. Al resto de
vosotros los quiero listos para buscar comida. Quiero todos los recursos que
podamos encontrar empacados en esos vagones antes de cruzar el río.
Los hombres se dispersaron, pero ella permaneció sentada allí mientras
Brendan se inclinaba más cerca, estudiando su dibujo mientras la luz
comenzaba a desvanecerse. Esperó a que se despejara un espacio alrededor
de los dos, antes de mirar sombríamente a su reina.

―Xena, no hay necesidad de hacer eso solo por un poco de chismorreo.

―No ha sido por eso. ―Xena apoyó el codo sobre su rodilla y apoyó la barbilla
en su puño―. Acabo de decidir sacar la cabeza de mi culo.

Para su crédito, Brendan no negó ni pareció avergonzado por sus palabras.

―No pensé eso.

―Claro que sí. Todos lo hacen ―dijo la reina―. No había un hombre en todo el
maldito campamento que no pensara que había dejado las habilidades de
liderazgo que antes tenía en el dormitorio del castillo ―dirigió a su capitán una
mirada directa―. Así que déjalo.

Brendan la miró con sorpresa.

―Han sido muchos cambios para todos nosotros, Xena ―dijo―. Nadie duda de
ti. 247
―Yo dudo de mí. ―Xena se levantó, sacudiendo un poco sus hombros para
acomodar su armadura―. Y eso es algo peligroso, viejo. Muy peligroso ―Se
sacudió las manos y se alejó, caminando sobre el tronco en su camino de
regreso a su tienda.

Brendan puso su pulgar en la tierra junto al boceto, mientras dos de los otros
soldados se acercaban a él.

―Tienes una oportunidad, Ev, de dejar tu huella ¿eh? ―dijo en tono casual―.
Maj no es estúpida.

―Buena oportunidad. ―El hombre asintió―. Debe haber sido el plan todo el
tiempo, ¿eh?

Brendan estudió el dibujo.

―Sí. ―Estuvo de acuerdo, sin levantar la vista―. Siempre era su estilo. Nunca
digas todo hasta que necesite ser dicho. ―Se puso de pie y se sacudió las
manos—. Así que, pongámonos en marcha. Elige a tu escuadrón
rápidamente, antes de que Maj cambie de opinión y haga el trabajo ella
misma.
―Sí. ―Ev asintió―. Es verdad. Vamos. ―Hizo un gesto a su compañero―. Vamos
a afilar las espadas.

―Esperando la oscuridad esta noche. ―El hombre estuvo de acuerdo―. Por


supuesto, una buena oportunidad.

Se alejaron, dejando a Brendan de cara al sol poniente, entrecerrando los ojos


silenciosamente.

Xena se detuvo en la entrada de su tienda, apoyándose contra el soporte


delantero mientras miraba dentro. Gabrielle estaba acurrucada dormida en
el camastro, todavía con su armadura desabrochada. La reina no quería
despertarla, pero tampoco quería quedarse fuera de su tienda, así que
después de un momento, entró y caminó silenciosamente.

Con cuidado, en el otro lado de la tienda, Xena comenzó a desabrochar su


248
armadura, aflojando la placa del pecho y quitándosela por su cabeza
mientras una ráfaga de viento aleteaba la falda de la tienda y enfriaba sus
omoplatos, húmedos de sudor donde habían descansado los pesados trozos.

Se sintió un poco dolorida, y flexionó los brazos, haciendo una mueca por la
rigidez de los músculos de su espalda. No había habido muchas peleas,
recordó, así que en… Ah. Atrapando las malditas flechas. Flexionó las manos
y las giró, examinando las marcas de arañazos en sus palmas de los ejes y las
plumas. Apenas recordaba la acción, solo un remolino de movimiento y su
cuerpo reaccionando por el instinto que le había llevado años construir.

Bueno, al menos eso todavía funcionaba.

Se desabrochó los brazaletes y se los quitó, luego se volvió y se sentó en el


taburete de campamento cerca del brasero para desabrocharse la
armadura de la pierna, frotándose con el pulgar a lo largo de un tajo cerrado
que no recordaba haber recibido. ¿Habría sido en la primera pelea, o la
segunda?

Sacudiendo la cabeza, la reina se desabrochó las botas y se las quitó,


lanzándolas a un lado mientras estiraba los pies hacia el fuego, vestida ahora
solo con sus pieles. Quería lavarse un poco, pero eso significaba levantarse y
chapotear, así que se quedó dónde estaba, estirando el brazo para alcanzar
un odre de vino y acercárselo mientras tanto. Sorbió el vino temprano y duro
sin probarlo realmente, dejando que su cabeza descansara contra el tronco
y permitiendo que su mente se quedara en blanco después de un día largo y
difícil.

Sin embargo, después de un momento de silencio, sus orejas se crisparon


cuando oyó un débil sonido que venía de su durmiente compañera y ladeó
la cabeza hacia el jergón mientras se repetía. No era un gran llanto, y no era
un quejido, pero con un poco de imaginación podría haberlo sido y antes de
que realmente pensara en ello, Xena estaba al otro lado de la tienda
arrodillada al lado de Gabrielle.

De todos modos ¿Qué Hades estaba haciendo? La reina apoyó los codos en
el camastro.

―¿De dónde sale toda esta mierda de niñera Xena? ―preguntó en voz alta―.
Solía pisar hormigas. Mierda, solía pisar cachorros. Ahora me siento como si los
estuviera amamantando.

―Oh… Xena! ¡No! ―Soltó Gabrielle, de repente. Las manos de la mujer rubia
temblaban, y su respiración era desigual, y mientras la reina la observaba, 249
inhaló de nuevo con fuerza, y el grito se repitió.

Ah.

―Oye. ―Xena tiró gentilmente de la oreja de Gabrielle―. Nada de malos


sueños, pachucha rata almizclera.

Los ojos de Gabrielle se abrieron con confusión, y miró a Xena sin comprender,
luego su expresión se aclaró y exhaló aliviada.

―Xena. ―Levantó su mano y envolvió sus dedos alrededor del antebrazo de la


reina―. Estás aquí. —Xena miró a la derecha, luego a la izquierda, luego a sí
misma antes de volver a mirar a Gabrielle. Su ceja se elevó con delicioso
sarcasmo—. Lo siento… por supuesto que estás ―murmuró la mujer rubia. Se
restregó la cara con una mano, sus dedos temblaban un poco―. Ugh. Gracias
por despertarme.

―¿Estás bien? —Después de un momento, Gabrielle asintió, apretando los


labios formando una delgada línea. Xena sabía que su amante tenía malos
sueños a veces. Por lo general, hablaba de ellos, pero a veces no, y se dio
cuenta de que este era uno de esos momentos. Reina o no, nunca había sido
capaz de sacarle una explicación y no estaba de humor para intentarlo esta
vez. Podía ver que Gabrielle aún temblaba, así que recurrió a algo en lo que
tenía un buen grado de confianza cuando se trataba de hacerla sentir mejor.
Funcionó bien. Gabrielle prácticamente se arrastró sobre su regazo mientras
Xena se levantaba y se inclinaba sobre la cama, extendiendo sus brazos y
ofreciendo un abrazo que fue correspondido muy fácilmente. Sin embargo,
era difícil decir cuál de ellas lo necesitaba o lo apreciaba más―. ¿Cómo te
sientes? ―preguntó Xena, después de un largo momento, sospechando que
en realidad podría ser ella quien más lo necesitaba.

Gabrielle apoyó la cabeza en el hombro de Xena.

―No muy bien ―admitió, después de una pausa―. Pensé que tal vez si me
echaba una siesta me sentiría mejor, pero creo que no fue una buena idea
después de todo. ―Se tocó el estómago―. Ay.

Xena reorganizó sus largas extremidades, trepó hasta el camastro y acunó a


Gabrielle en sus brazos.

―Relájate, rata almizclera. No te muevas. Estas bastante machacada.


―Apoyó la mejilla contra el cabello de su amante―. Como la mayoría de la
gente a la que he molido a palos.

―No hiciste eso ―dijo Gabrielle―. Deja de decir eso como si fuera por tu culpa
―añadió―. No quería que me dispararan flechas.
250
―Sí, lo sé. ―Xena exhaló―. A veces te miro y recuerdo a mi hermano, eso es
todo ―dijo―. Sé que hice lo correcto, pero verte aquí como si mi caballo te
hubiera pateado de arriba abajo no me hace sentir muy bien.

―Mmph. ―Gabrielle gruñó suavemente, pensando en cabalgar por la


mañana. Solo la imagen la hizo sentir mal del estómago, y silenciosamente
enterró su rostro en el hombro de Xena, tomando consuelo donde podría
encontrarlo. Tal vez Xena la dejaría viajar en los carros. Eso parecía bastante
seguro―. ¿Oye, Xena?

―¿Siiiii?

Gabrielle vaciló, mientras una punzada de inseguridad la pinchaba.

―Gracias por despertarme.

―Ya lo habías dicho.

―Sí, lo sé. ―La mujer rubia respondió―. Pero era un muy mal sueño, y estoy muy
contenta de que me hayas despertado ―Rodeó a la reina con los brazos―. No
te preocupes por los moretones. Estoy segura de que mañana estarán bien.

Los ojos azul claro de Xena brillaron un poco.


―Será mejor que así sea, o te ataré a las ramas de un árbol y te dejaré aquí
―advirtió―. Así que cúrate rápido.

Gabrielle la miró.

―Lo haré.

―No estoy bromeando ―dijo la reina.

―Lo sé.

Xena se inclinó y le dio un largo y apasionado beso en los labios.

―Bien. ―Se relajó, alejando las decepciones de los últimos días por el
momento―. Te verías estúpida colgada en un árbol.

―Lo sé.

―Pero ¿sabes qué?

―¿Qué?

―De todos modos, te amaría más que a mi caballo.

―Guau. 251
―No tienes ni idea.
Parte 8

Gabrielle abrió los ojos, mirando al frente con perplejidad al ver una raya de
brillante luz que entraba por la solapa medio abierta de la tienda y oyendo los
sonidos distintivos del campamento afuera.

Estaba tumbada de lado, y giró la cabeza rápidamente cuando se dio cuenta


de que estaba sola en la cama cubierta de pieles y comenzó a buscar señales
de la presencia de Xena.

Ah. La armadura de la reina estaba cuidadosamente doblada sobre su


soporte, y su equipo de baño estaba allí, cerca de la palangana. Con un
suave gruñido, Gabrielle dejó que su cabeza cayera sobre la almohada otra
vez y estudió la franja de luz del sol en su lugar, increíble en su cálida y vivaz
luminosidad.

―Guau. ―Se dio la vuelta después de un minuto, mordiéndose los labios para 252
ahogar un grito mientras su cuerpo protestaba por el movimiento―. ¡Oh, ay!
―Era como si cada centímetro de su cuerpo estuviera siendo pinchado con
algo afilado y se echó hacia atrás sobre su costado, mientras las lágrimas
brotaban de sus ojos.

Cuando pudo volver a abrirlos, vio un odre de agua posado en un taburete


cerca de su mano, con una nota al lado. Tenía la boca seca como un hueso,
pero primero cogió la nota, la desplegó con una mano y la acercó para leerla.

Oye. Bebe lo que hay en la bolsa, y mantén tu culo en la cama o lo azotaré


hasta que esté en carne viva. X

Gabrielle sonrió, a pesar de su incomodidad, y metió la nota debajo de la


almohada antes de extender la mano y tomar el odre del taburete.
Gorgoteaba y era bastante pesado, así que lo apoyó en el borde del
camastro mientras sacaba el tapón.

Obviamente, Xena había colocado las cosas para su comodidad.


Obviamente, la reina esperaba que Gabrielle permaneciera dando vueltas
en la cama, presumiblemente hasta que se sintiera mejor. Obviamente, ella
también tenía una idea de lo mal que se sentiría Gabrielle al despertarse.

Tomó un trago del odre, luego se detuvo al notar el sabor a musgo de las
hierbas en su lengua. El sabor no era desagradable, pero tampoco era del
todo agradable, sin embargo, recordó la nota, así que siguió bebiendo de
todos modos.

Al menos, apaciguó su sed. Tan pronto como acabó, volvió a poner el tapón,
y tan pronto como lo hizo, sintió una oleada de reacción en ella por las hierbas
que había bebido con el estómago vacío. No era del todo un mareo, era más
como cuando bebió demasiado rápido de algo demasiado fuerte para ella y
el mundo retrocedió inesperadamente.

Extraño. No era realmente incómodo, porque lo otro que hizo fue relajar su
cuerpo al mismo tiempo. Mientras se hundía en el colchón, sus músculos se
relajaron y el dolor disminuyó considerablemente y exhaló de alivio, cerrando
los ojos un momento de agradecido amor por la consideración de su reina.

Por supuesto, Xena rechazaría la idea de que había sido muy considerada,
pero el hecho era que a menudo se mostraba muy considerada,
especialmente cuando pensaba que nadie la estaba mirando.

Gabrielle volvió a abrir los ojos y vio unas pocas motas de polvo flotando a
través de la luz del sol. ¿Qué había pasado? se preguntó, un poco aturdida.
¿Por qué todavía estaban junto al río? ¿Xena había tenido noticias de más 253
problemas en el valle?

Escuchó los sonidos que llegaban de la apertura de la tienda. Los crujidos y el


sonido de la madera que se cortaba eran fuertes y claros, en algún lugar
alrededor. También podía oír las voces de los hombres y el sonido del río
cercano; todo sonaba normal y casi ordinario.

No parecía peligroso, y tampoco parecía que el ejército se estuviera


preparando para moverse. Entonces, ¿qué había cambiado?

Gabrielle sintió que un letargo tranquilizador se apoderaba de ella, y le


costaba evitar que sus ojos se cerraran otra vez. ¿Esperaría Xena que se
levantara y ayudara con… lo que sea… que estaba sucediendo afuera? Tocó
la nota con las yemas de sus dedos. No, ella claramente quería que Gabrielle
se quedara en la cama.

De hecho, le dio sus hierbas para que se quedara en la cama. Gabrielle


parpadeó. Entonces supuso que no irían a ningún lado demasiado pronto.

Finalmente decidió que tal vez Xena había cambiado de opinión.

―Estoy segura de que hay una buena razón para eso. ―Gabrielle dejó que sus
ojos se cerraran, incapaz de mantenerlos abiertos por más tiempo―. Xena
siempre tiene una buena razón para todo.
Xena volvió la cara hacia el viento, examinando el trabajo que estaban
realizando delante de ella. Los vagones de suministros se habían colocado
todos juntos en una fila, y se habían retirado sus yugos. Los soldados estaban
trabajando con los carreteros para sujetar los carros juntos, dejando el carro
guía con su yugo intacto, pero añadiendo seguros y cuerdas a los costados
de los vagones y dejándolos extendidos por el suelo.

Cerca del río, más hombres estaban apartando las rocas del camino para
dejar espacio libre para que los carromatos pudieran pasar, y ya una pequeña
extensión de postes se extendía hacia el río con trozos de tela adheridos
marcando el camino.

La reina estaba moderadamente satisfecha con el progreso. Podría haber


ordenado al ejército que cruzara el río sin preparación, pero en los viejos
254
tiempos había aprendido que preparar un vado decente por el que pudiera
regresar era una prudente precaución, sin importar que le hubiera dicho a
Brendan lo contrario.

No era muy de retractarse, pero lo hacía cuando tenía que hacerlo. Siempre
es mejor salir por patas y patear culos al día siguiente, que morir por tu ego,
¿no?

Xena apretó sus rodillas alrededor del cuerpo de Tiger, y lo dirigió hacia el paso
del río. Iba vestida de seda, con una túnica de terciopelo carmesí que dejaba
al descubierto los brazos al sol primaveral y había aprovechado la
oportunidad para lavar sus pieles y dejarlas secar en la tienda.

Se preguntó si Gabrielle se habría despertado ya, y por un momento casi giró


la cabeza de Tiger para ir a ver.

―No. ―Negó con la cabeza, sin dejar de hablar―. El trabajo primero, entonces
puedes hacer de niñera. —Tiger sacudió la cabeza y resopló. Cuanto más
trabajaba esa mañana para preparar el camino, más se convencía Xena de
que había tomado la decisión correcta. Las tropas estaban más felices, los
carreteros estaban mucho más felices, los esclavos que se había traído no
estaban felices exactamente, pero ya no se encogían de miedo, los soldados
que había enviado de vuelta al valle probablemente eran delirantemente
felices y había logrado todo eso sin dejar de lado la verdadera razón por la
que lo hizo, quería que su amante descansara―. Maldición, Xena ―se dijo a sí
misma―. Tal vez no lo perdiste y te volviste estúpida después de todo. ―Dirigió
su caballo hacia donde estaban los vagones y comenzó a avanzar por la
línea, inspeccionando las uniones con ojo crítico―. Pon bien esa arandela de
unión. Agrietarás la madera si no lo haces.

El hombre que la sostenía la miró.

―Está atascada, señora. ―Levantó la arandela de hierro, con una expresión


de disculpa―. El herrero ya está viniendo.

Lentamente Xena pasó su pierna por encima del cuello de Tiger y se deslizó
del lomo del animal, aterrizando con un ligero salto mientras se sacudía las
manos. Se acercó al hombre y tendió su mano hacia la pieza, sopesándola
cuando se la entregó tímidamente.

Enroscó sus manos alrededor del metal, luego levantó los antebrazos para que
los eslabones entrelazados estuvieran casi a la altura del pecho antes de
girarlos en direcciones contrarias, sus bíceps sobresalían mientras sentía que su
cuerpo se ponía a la altura de las circunstancias, sus hombros se tensaron 255
mientras forcejeaba con la arandela incrustada de óxido.

Después de un segundo, se dio cuenta de dos cosas. Una, que había atraído
a una multitud con asombrosa rapidez, y dos, que estaba a punto de quedar
como una completa idiota.

Una rápida mirada alrededor, le dijo que lo segundo no era una opción,
especialmente desde que vio la cabeza de Gabrielle saliendo
inquisitivamente de su tienda no muy lejos.

Maldición. Xena cerró los ojos y se concentró en su loca tarea, sintiendo un


dolor en sus hombros mientras se esforzaba contra el metal inmóvil,
preguntándose por qué Hades no había esperado por los condenados dioses
al herrero.

Escuchó un suave sonido detrás de ella, y su cuerpo reaccionó con


inesperada violencia, sus manos buscaron sus armas instintivamente a pesar
de que en realidad no las llevaba encima. Con un crujido, la arandela se
retorció y se soltó, y ella la dejó caer mientras se giraba, levantando los brazos
para evitar el ataque que había escuchado acercándose a ella.

Tiger le olfateó el pecho desconcertado, frotándose contra ella mientras Xena


dejaba caer las manos sobre la cabeza del animal y aflojaba sus apretados
puños. Se inclinó hacia delante y lo miró a su gran ojo líquido.
―Tienes suerte de que me gustes, o serías la cena de esta noche, gran
bastardo. —Sin embargo, mantuvo la voz baja y le dio un beso al caballo en
la nariz antes de volverse y enfrentar a la multitud de nuevo. Bajó la vista a la
arandela ahora abierta y levantó sus cejas―. ¿Esperas a que la vuelva a armar
también? Lo siento. Solo un truco de feria por día desde la coronación. Está
en mi pergamino de proclamación.

Todos los hombres la miraban con los ojos muy abiertos.

―Guau. ―El hombre al que le había quitado el metal finalmente murmuró―.


Con tanta fuerza para guiarnos, seguramente tomaremos lo que queramos
donde sea que vayamos. ―Se arrodilló, y casi reverentemente recogió los
gruesos trozos de metal, sosteniéndolos con cuidado en sus manos―. Gracias,
majestad.

La vida realmente era increíblemente estúpida a veces. Sin embargo, Xena


inclinó la cabeza amablemente, y levantó un dolorido brazo para despedir a
los observadores.

―Está bien, ¡manos a la obra! ¡No tenemos toda la luna para esto!

Los hombres se dispersaron, hablando entre ellos en tonos bajos y excitados.


256
Xena sostuvo la pose un momento, luego dejó caer la mano y ahogó un
gemido cuando se dio la vuelta y comenzó a regresar hacia su tienda.

―Ay, ay ay… ―pronunció, mientras su sobrecargado cuerpo protestaba―.


Pensándolo bien, soy muy idiota. ―La solapa de su tienda estaba una vez más
vacía, y cuando ató las riendas de Tiger al árbol más cercano, se frotó un codo
con la mano opuesta, la articulación caliente y ya dolorosa al tacto―. Xena la
idiota despiadada ―murmuró, en voz baja. La tienda estaba en silencio, y
asomó la cabeza dentro, mirando a su alrededor mientras sus ojos se
ajustaban a la semioscuridad―. ¿Rata almizclera?

―Por aquí ―respondió Gabrielle, metida debajo de las pieles con su cabeza
sobre la almohada.

Xena entró y dejó que la solapa se cerrara.

―¿Viste mi nota?

―Ajá.

―¿Te bebiste las hierbas?

―Ajá.
La reina se acercó y se sentó en uno de los taburetes.

—El fin del mundo. Está nevando en el Hades. ―Suspiró―. Y apenas he arañado
la superficie de personas para matar y torturar.

Gabrielle frunció el ceño.

―¿Eh?

Xena apoyó los antebrazos en las rodillas.

―Hiciste lo que te dije que hicieras. ―Miró a su amante―. Estoy esperando que
Afrodita entre en cualquier momento y me pida consejos sobre sexo.

Gabrielle decidió que realmente no había nada que ella pudiera decir para
responder a eso. Excepto…

―Apuesto a que podrías darle unos pocos.

Xena se detuvo a mitad del movimiento.

―¿Cómo lo sabes? ―balbuceó―. ¡Solo has tenido sexo conmigo y con una
oveja!
257
―¡Nunca hice nada con una oveja!

―Mmm… Hablas en sueños.

―Y tú también.

Xena tomó aliento para continuar la discusión, luego se detuvo, considerando


el relativo nivel de experiencia de las dos.

―Mujerzuela.

Xena se paró de espaldas al fuego, sus ojos explorando el camino desde el


valle detrás de ellos. Estaba oscuro, silencioso y vacío, con solo la luna para
iluminarlo, pero sus ojos no tenían problema en distinguir los contornos de las
rocas y los barrancos entre donde estaba y de dónde regresarían sus soldados.

No esperaba verlos esta noche. Le había dicho a Brendan que hicieran una
incursión de tres días, y confiaba plenamente en que su antiguo capitán
aprovecharía cada momento de esos tres días para correr desenfrenado por
las colinas con los hombres sedientos de sangre.

Eso era bueno. Se había llevado a la mayoría de los ansiosos con él y les daría
la oportunidad de sacar la histeria de batalla de sus cuerpos. Tendrían un éxito
espectacular, por supuesto, y su confianza en la misión y en ella sería
restaurada.

Xena asintió para sí misma. O no lo harían, y ella tendría que hacer ajustes,
adaptarse y seguir adelante. Caminó hacia el perímetro del campamento,
viendo a los guardias mirarla por el rabillo del ojo, aprobando la colocación
de la vigilancia y el orden del campamento.

No le sorprendía. Lo había organizado ella. Dobló la esquina y comenzó a


caminar hacia el centro del campamento, donde la mayoría del ejército
estaba reunido alrededor de la gran hoguera. El olor a pescado para cocinar
y sopa rara flotaba en el aire, y el rico olor fuerte de la cerveza que lo
acompañaba.

Nada sofisticado. Xena se dirigió silenciosamente detrás de donde los


cocineros estaban repartiendo porciones en cuencos de madera y miró por 258
encima del hombro de una mujer con vago interés.

―¡Vamos, dame un poco de espacio, ya…! ¡¡¡Ah!!! ―La mujer miró a su


alrededor y terminó en un chillido agudo―. ¡Oh!

―¡Hey! ―Le gritó Xena―. ¡Derrama eso y te cortaré las manos! —La mujer se
quedó helada, la sopa goteaba de su cucharón, sus ojos enormes como
huevos de gallina. Su labio comenzó a temblar―. Es una broma ―Xena le
brindó una agradable sonrisa―. Continúa. ―Caminó hacia el otro lado de la
cocina y se acercó a las grandes parrillas, solo para darse cuenta de que no
tenía nada para poner la comida, a menos que quisiera poner las cosas
calientes en sus manos ahuecadas―. No es un buen plan, Xena. ―Chasqueó
la lengua―. Tal vez deberías ordenar que te decapiten.

―¿Señora? ―Uno de los cocineros se volvió hacia ella―. ¿Necesita algo?

Xena puso sus manos en sus caderas.

―Una bandeja ―dijo.

―¿Una bandeja, Majestad? ―repitió el cocinero.

―Una bandeja ―dijo la reina―. Quiero sentarme en ella, y presentarme a mi


pequeña y descarada amante para la cena. ¿Tienes una por aquí?
El hombre la miró, luego miró alrededor, claramente queriendo estar a la altura
de las circunstancias. Caminó hacia una pila de suministros y comenzó a sacar
cosas de allí, mientras dos de sus compañeros vagaban para reunirse con él.
Se giró y sostuvo algo.

―La más grande que tenemos, Majestad.

Xena cruzó los brazos sobre el pecho y lo miró con las cejas fruncidas. Una
tapa de barril de metal curvada y golpeada como si hubiera montado su
caballo sobre ella durante unas horas y después hubiera sido arrojada por un
precipicio.

Varias veces.

No estaba segura de si debía sentirse insultada o solo reírse, y se decidió por


arrebatársela de la mano al cocinero, y sin una mirada para apuntar, la lanzó
con un zumbido por el aire.

Golpeó un barril, luego rebotó y golpeó una roca, dos soldados se apartaron
del camino mientras pasaba junto a ellos y se dirigió hacia el fuego, pasando
a través de él prendiendo sus bordes mientras volvía directamente hacia la
cabeza de Xena.
259
La reina se dejó caer sobre una rodilla con gracia, estirándose para agarrar la
bandeja giratoria cuando regresó, la hizo rebotar en el aire y luego la sostuvo
por el centro mientras giraba sobre un dedo, sus bordes todavía ardiendo por
la vieja grasa que tenía incrustada.

Fue un momento sorprendentemente entretenido, y Xena lo disfrutó al


máximo, riendo cuando la bandeja se detuvo y se asentó en las puntas de sus
dedos chisporroteando. Se levantó y miró por encima del hombro a los
cocineros, que estaban allí de pie mirándola con asombro.

―Puedo trabajar con esto. ―Sus palabras provocaron fuertes silbidos y sonrió,
mientras se acercaba y arrojaba la bandeja a la parrilla―. Pero mi viejo trasero
canoso no encaja en eso, así que ponle un poco de pescado y hazlo rápido.

Se acercó a un tronco cercano y se sentó sobre él, estirando las piernas y


cruzando los tobillos. Los sonidos del campamento volvieron a crecer a su
alrededor, y finalmente tuvo la sensación de que estaba volviendo a su
antigua vida con algún tipo de equilibrio.

Se sentía bien estar en medio del ejército. Se sentía bien estar en el


campamento, rodeada de soldados y trabajadores en lugar de los
afeminados nobles y los aburridos guardias. Se sentía bien al vestirse con cuero
y armadura en vez de sedas y zapatillas bordadas.

―¿Majestad? ―Los cocineros habían regresado con su bandeja, que ahora


estaba prácticamente cubierta de pescado y tubérculos asados, con un plato
de sopa humeante en el centro.

Xena se levantó y se detuvo al acercarse dos soldados.

―¿Sí?

―¿Podemos llevar eso por ti, Xena? ―preguntó el que estaba a la cabeza, con
timidez.

―Por supuesto ―dijo la reina, esperando que lo cogieran antes de dar la vuelta
y dirigirse hacia su tienda. Pasaron a través de grupos de soldados que tenían
sus propias cenas, y aunque ninguno se puso de pie, todos la saludaron con
aprobación y Xena tomó ese aplazamiento no declarado como un vino
dulce.

―Ojalá hubiéramos sido llamados para la incursión ―dijo el hombre más


cercano a ella y que sostenía la bandeja―. Fueron muy afortunados. 260
―Tendrás tu oportunidad ―respondió Xena.

―Entonces, ¿crees que hay más de ellos? ―preguntó el segundo hombre―.


¿Cruzando el río?

Los ojos de Xena barrieron las sombras a su alrededor mientras caminaba.

―Creo que hay más de algo por ahí fuera ―dijo cuando llegaron a la tienda―.
Y vamos a encontrarlo. ―Apartó la solapa, echó un vistazo dentro, antes de
que les hiciera un gesto para que entraran―. Olvidaros de lo que hay allá atrás.

Los hombres sonrieron cuando entraron. Xena miró alrededor durante un largo
momento antes de que ella también sonriera, y los siguió.

Gabrielle miraba el baile irregular de las llamas del brasero sin ningún deseo
de hacer otra cosa. Podía oír los sonidos del campamento fuera, pero
parecían apagados, y sus dedos se movían lentamente a lo largo de las pieles
en las que estaba acostada de un modo casi hipnótico.
Xena se había ido hacía un rato, y esperaba que la reina volviera pronto
porque el hecho de tenerla cerca hacía que Gabrielle se sintiera mejor. Al
menos entonces, sabía lo que estaba pasando. O… Una leve sonrisa curvó los
bordes de sus labios.

Al menos Xena sabía lo que estaba pasando. Se lamió los labios, saboreando
un poco de vino y hierbas en ellos preguntándose si tenía hambre. No se sentía
como si la tuviera. Recordaba haber tomado algo de sopa antes, pero
ciertamente no estaba segura de eso. ¿Fue sopa? ¿O fueron las hierbas?

La sopa tenía hierbas. Aunque no sabía a vino.

La miel sabría bien. Tal vez Xena encuentre algunas bayas para ponérsela.
Podía chupar la miel de las bayas y pensó que su maltratado cuerpo podría
aguantarlas.

Las hierbas le estaban quitando el dolor, pero aún podía sentirlo, haciendo
que se le cortara la respiración cada vez que se movía y tenía un débil dolor
de cabeza que era suficiente para mantenerla despierta y estar molesta.

Ni siquiera quería pensar en historias, o recordar sus aventuras hasta ahora.


Estaba en ese punto donde se preguntaba si sus aventuras siempre iban a ser
261
tan dolorosas, y si lo fueran…

Suspiró.

La solapa se abrió y Xena asomó la cabeza, luego dio un paso atrás y dos
soldados entraron llevando algo. Se acercaron y lo dejaron sobre la mesa
cuando la reina reapareció, volviendo la cabeza para mirar a Gabrielle y
sonreírle.

Mm. Gabrielle amaba esa sonrisa. Los hombres se fueron, y Xena se acercó al
camastro, se arrodilló y puso su mano sobre la cabeza de Gabrielle.

Podía notar el olor a humo en la ropa de la reina y sus dedos dejaron las pieles
y se extendieron hacia la manga de la camisa de lino que Xena llevaba
puesta. La tela se sentía suave al tacto y eso le gustaba.

―¿Tienes ganas de comer?

―No ―respondió Gabrielle con sinceridad.

―Muy mal ―dijo la reina―. Vas a hacerlo de todos modos, aunque tenga que
masticar yo todo primero y escupirlo en tu garganta.

Eso la hizo reaccionar. Gabrielle volvió la cabeza y miró a su amante, con su


alto cuerpo esbozado a la luz del fuego.
―Ew ―murmuró―. Eso suena asqueroso.

―Probablemente. ―Xena se apartó el pelo de la frente―. El pescado puede


ser demasiado, pero hay algo de sopa allí que seguramente puedas tragar.

Sopa. Hm.

―¿Podría tomar un poco de leche? ―preguntó Gabrielle, mirándola a la cara.

―De mí no puedes ―respondió la reina―. “Xena la Moocelous4” no suena igual.

Por desgracia, Gabrielle comenzó a reír, agarrándose a su cintura impotente


mientras el movimiento la sacudía de dolor hasta que Xena la tomó en sus
brazos y la mantuvo quieta, ambas todavía riendo mientras el agarre se
convertía en un suave abrazo, y luego ambas se detuvieron para respirar.

Gabrielle exhaló.

―Sopa, ¿eh?

―Mmhm.

―Está bien.
262

Gabrielle se acomodó en una postura erguida sentada en el camastro,


dejando que sus pies descansaran en el suelo mientras el dolor de su tripa
disminuía. El sol entraba de nuevo en la tienda, tentándola a levantarse de la
cama casi tanto como su necesidad de bañarse.

En cualquier caso, se sentía mejor y, después de una breve pausa para


recobrarse, se levantó, enderezándose muy lentamente mientras estiraba el
calambre de su espalda por permanecer tanto tiempo en la cama. Aún le
dolía, pero el dolor se había reducido a algo que podía soportar sin las hierbas,
por lo que había persuadido a Xena de que no las necesitaba para no tener
que perder otro día entero en ese confuso crepúsculo.

Contra todo pronóstico, pensó, Xena había estado de acuerdo, solo por la
expresión cambiante de su rostro cuando se lo había dicho, a pesar de que la

4
N.T. Xena de Moocelous.- Hace referencia a Moo-velous, de manera informal, una vaca lechera que dice
Marvelous, Maravilloso. Se usa en tarjetas de felicitación. En inglés el título es Xena the Merciless así que sería
una mezcla de ambas palabras.
reina la había estado obligando a tragar cosas con sabor a moho todo el día
anterior.

Así que aquí estaba. Gabrielle se acercó cautelosamente al lugar donde


estaba la palangana, sumergió sus manos en el agua y se la echó en la cara.
El líquido fresco se sintió maravilloso, y se frotó la piel con él durante un rato
antes de tomar un pequeño cuadrado de lino y el trozo de jabón que Xena
había dejado cerca.

Se quitó con cuidado su camisa de dormir, colocándola sobre el soporte que


sostenía la armadura de Xena. Los moretones en su pecho eran un poco
alarmantes, y pasó el paño húmedo sobre ellos con celeridad, pasando a sus
brazos y hombros ya que, de todos modos, su parte media estaba demasiado
sensible para presionarla. Tuvo que dejar el paño y apoyarse contra la
cómoda por un momento cuando un movimiento al estirarse casi la hizo
doblarse.

―¡Ay! ―Cerró los ojos hasta que el dolor se desvaneció de nuevo―. Dioses, esto
apesta.

Suspiró después de unos minutos, se enderezó y sumergió las manos en el agua 263
otra vez, levantándolas y empapando su cabeza con el frío líquido, haciendo
una mueca mientras se empapaba el cabello y enfriaba su cuero cabelludo.

Con determinación, agregó un poco de jabón y se frotó durante un minuto,


luego enjuagó el jabón apenas teniendo tiempo para dejar que sus codos
volvieran a apoyar sobre la cómoda ya que el dolor era demasiado fuerte
para soportarlo.

―¿Qué Hades estás haciendo?

Todavía inclinada, Gabrielle volvió la cabeza y vio la apertura de la tienda


ocupada con la forma alta de Xena, las manos de la reina plantadas en sus
caderas y una expresión exasperada en su rostro.

―¿Lavándome? ―respondió―. Un poco.

―¿Un poco? ―Xena se acercó y se unió a ella en la cómoda―. Parece que


estás a punto de caerte.

―Duele ―admitió Gabrielle―. Pero también lo hace estar allí tumbada.


―Lentamente se incorporó de nuevo, tomando un poco de aire mientras una
brisa desde la solapa abierta enfriaba su piel desnuda y húmeda―. Quería ver
lo que estabas haciendo.
Xena estaba en una especie de dilema. Como sanadora, sabía que debería
volver a tirar a su linda amante en la cama y hacer que se quedara aquí. Sin
embargo, dado que ella había pasado su propia cantidad de tiempo herida
y sabía que nunca trataría de mantenerse a sí misma en la cama, era difícil
estar demasiado enojada con la pequeña diablilla.

―Oh, querías, ¿verdad? ―Alargó la mano, agarró un trozo de lino y comenzó


a secar a Gabrielle―. ¿Vas a salir ahí así?

―Bueno, pensé secarme primero… Oh. Quieres decir desnuda. ―Gabrielle


tardó en entender el chiste―. Um… No, no, no pensaba.

―Lástima. ―La reina alborotó el cabello rubio húmedo de su amante―. Pero


ya que estás despierta, vamos a ponerte una camisa y te mostraré lo que he
estado haciendo y puedes decirme lo lista que soy.

―Está bien. ―La expresión de Gabrielle se iluminó. Cogió el lino cuando Xena
fue al baúl de ropa y lo abrió, hurgando en su interior―. ¿Ya ha vuelto
Brendan?

―No. ―Xena seleccionó una túnica ligera y suelta y regresó con ella―.
Mañana. Así que será mejor que estés lista para cabalgar, rata almizclera
264
―Puso la camisa sobre la cabeza de Gabrielle y la ayudó a pasar los brazos
por las mangas―. Porque tenemos que irnos.

―¿A dónde vamos? ―Gabrielle tiró de los cordones apretándolos a su cuello y


los ató.

Xena dio un paso detrás de ella y le pasó un peine de madera por el pelo.

―Pasado el río, a través del siguiente valle y a través de esas colinas hay una
ruta hacia el puerto marítimo más grande que hay por aquí.

―Está bien.

―Vamos a ir allí y tomaremos el control ―dijo la reina―. En este momento, es


un puerto libre.

Gabrielle no había esperado una respuesta tan directa a su pregunta.

―Es… ¿Es de dónde venían esos mercaderes? ―Terminó de arreglar su ropa y


esperó, mientras las caricias continuaban por su cabello―. ¿De ese lugar?

―Sí ―respondió Xena―. Una vez que controle eso, controlaré todo el comercio
río arriba y la costa. Empezamos desde allí.
Gabrielle se giró frente a la reina, mirando su rostro medio iluminado, medio
sombreado.

―¿Dónde terminamos?

Xena sonrió.

―Buena pregunta ―dijo―. Ponte las botas. Tal vez terminemos en algún lugar
al otro lado del arcoíris. Nunca se sabe.

Nunca se sabe. Gabrielle reflexionó. Que cierto eso en realidad.

El sol se sentía bien, y ella se alegró de estar allí poco tiempo después mientras
permanecía cerca del río y observaba lo que estaba pasando allí.

Era increíble. Gabrielle sacudió la cabeza otra vez, mientras se recostaba en


la piel caliente y peluda de Parches. Increíble lo que Xena había hecho en
265
solo un día y medio. El río tenía dos líneas sólidas de postes que guiaban
aproximadamente un tercio del camino, luego una línea de troncos
encadenados desde allí a través de las profundidades, hasta otro tramo de
sólidos postes cerca de la otra orilla formando un canal para cruzar.

El suelo en este lado del cruce ya había sido despejado y allanado para
permitir el paso de los carros y, si entrecerraba los ojos, podía ver hombres al
otro lado del río con dos caballos y un tronco de arrastre haciendo lo mismo
en ese lado.

El olor a alquitrán hirviendo pasó junto a ella, y giró la cabeza para ver a los
hombres que trabajaban alrededor de los vagones, untando el exterior de las
superficies de madera con chismes negros y pegajosos.

―Guau.

―¿Qué piensas? ―Xena se detuvo junto a ella.

―Eres asombrosa.

―Además de eso.

Gabrielle observó cómo avanzaba el trabajo.

―Está muy organizado.


La reina se rio.

―Así es como debería ser, rata almizclera. Un ejército desorganizado es uno


muerto. Aprendí eso a muy, muy temprana edad. —Un grito hizo que las dos
se volvieran, y Xena se estiró más para mirar más allá de la hoguera hacia la
parte posterior del campamento—. Ahora qu… Caballos.

―¿Caballos? ―Gabrielle miró a Parches, luego a la reina.

―Caballos. Vienen por allí. ―Xena comenzó a caminar de regreso al


campamento.

―¿Quieres montar a Parches? ―Gabrielle la llamó―. Es bastante rápido. —La


reina se volvió, corriendo hacia atrás y haciéndole un gesto grosero antes de
darse la vuelta otra vez y continuar con largas zancadas potentes e
inquietas―. Supongo que no. ―Gabrielle condujo a Parches a un tocón y trepó
a él, agarrándose a la espalda desnuda de su caballo y enderezándose. Era
incómodo, pero no insoportable, apretó las rodillas y lo guio tras la reina.

Afortunadamente, la marcha del pony era calmada, y solo rebotó un poco


cuando pasaron esquivando los carros para unirse a una oleada de hombres
que también se dirigían hacia allí.
266
Al doblar la hoguera ya podía ver más allá del borde del campamento, y justo
como había dicho Xena, venían caballos. Reconoció la bandera que sostenía
el primero, y los gritos se convirtieron en vítores cuando los hombres del
campamento dieron la bienvenida a sus compañeros que regresaban.

Los cabecillas levantaban y bajaban sus puños. No estaba segura de lo que


significaba eso, pero los vítores se hicieron más fuertes por lo que pensó que
no era nada malo. Gabrielle se inclinó un poco hacia adelante y después de
un momento, localizó a Xena.

La reina saltó a un árbol caído y corrió por el inclinado tronco, dejando


escapar un silbido mientras lo hacía. Antes de que nadie a su alrededor se
diera cuenta de lo que estaba sucediendo, Tiger apareció de la nada,
corriendo entre la multitud y pateando en todas direcciones.

Xena alcanzó la parte superior del árbol y se impulsó por el aire, aterrizando
en la espalda del semental mientras pasaba como un cohete debajo de ella,
afianzándose en la silla y girando la cabeza del animal con un tirón en su crin.

―¡Yeahhh! ―Soltó un grito y lo condujo hacia el ejército que se aproximaba.

Los hombres se apartaban de su camino lo más rápido que podían,


despejando convenientemente el camino para Gabrielle sin tener realmente
la intención de hacerlo. Chasqueó la lengua a Parches mientras trataba de
mantener a Xena a la vista, todavía negando por las acrobacias de la mujer.

―¿Cómo hace eso?

Parches resopló y se puso a medio galope detrás de su gran amigo negro.

―¡Xena! ―Brendan estaba en la vanguardia alzado en sus estribos. Ya estaba


lo suficientemente cerca para que Gabrielle viera la alegría en su rostro, y era
obvio que los hombres a su alrededor estaban de muy buen humor.

―¡Dije tres días! ―respondió Xena, a mitad de camino para encontrarse con
ellos―. ¿Tan rápido te aburres?

―¡Tengo algo más! ―Brendan se quitó el yelmo y lo levantó―. ¡Tenemos a


Bregos!

Xena se recostó en Tiger, por suerte sus rodillas estaban apretadas con fuerza
o la sorpresa la habría enviado de cabeza a los arbustos.

¿Bregos?

―¿Vivo? ―le gritó. 267


―¡Por ahora, Señora! ―Su capitán canto al estilo tirolés su respuesta―. ¡Por
ahora!

Ahhhh. Xena hizo un pequeño baile de deleite, casi asustando a su caballo


que se encabritó. Ahora las cosas estaban mejorando de verdad.

―¡Sí! ―Alzó su puño en el aire―. Me pregunto de cuántas maneras diferentes


puedo matarlo.

Sii.

―Cuéntame. ―Xena se obligó a relajarse en su silla de campamento,


entrelazando los dedos detrás de su cabeza mientras miraba a Brendan
quitarse los guantes―. Quiero oír todos los detalles.

Gabrielle estaba sentada sobre la cama, con las piernas cruzadas debajo de
ella y una tablilla de madera apoyada en su regazo. Tenía un pergamino, una
pluma y tinta, y estaba esperando tomar notas como quería Xena, contenta
en todo caso de estar sentada de nuevo.

El capitán del ejército se sentó en un taburete frente a Xena y carraspeó.

―Fue así, Xena ―dijo―. Fuimos a través del paso, ¿sí? Esos bastardos estaban
reunidos y creando problemas, no se esperaban que nos precipitásemos sobre
ellos.

Xena asintió, con una expresión de complicidad.

―¿Iban a venir detrás nuestro? ―preguntó Gabrielle.

Brendan la miró.

―No nos paramos a preguntárselo ―respondió sin rodeos―. Solo cogí las tropas
y los arrasamos. ―Miró a Xena―. Los matamos a todos.

―Bien ―dijo Xena― ¿Y después qué?

―Bien. ―Brendan medio se encogió de hombros―. Me dijiste que me quedara


fuera por tres soles, así que tenía que encontrar algo más para que hicieran
los hombres. Les pregunté si querían ir a ocuparse de los caníbales, y todos 268
estaban a favor, así que nos fuimos para allá.

Gabrielle jugueteó con su pluma, sumergiendo la punta en la tinta y dibujando


un pequeño círculo en el pergamino. Pensó en los atacantes muriendo, allí a
la luz del amanecer. Pensó en lo que hubiera sido haber estado con ellos en
la pelea, con todos los gritos y la sangre, y se alegró de no haber estado.

―¿Encontraste a más de ellos? ―La voz de Xena cortó sus divagaciones.

―Echaron a correr al vernos llegar ―dijo Brendan―. Pero los seguimos, ya ves,
al siguiente valle y encontramos un nido de ratas como nunca lo has visto.

¿En el siguiente valle?

―¿Al otro lado de donde los encontramos? ―preguntó Xena―. ¿Justo pasada
esa cresta?

―Sí ―respondió Brendan―. Debía haber otro pueblo allí, supongo, solo
quedaban un par de viejos muros. De todos modos, entramos allí y se desató
el Tártaro…

El siguiente valle. Gabrielle levantó la vista y se encontró a Xena mirándola, y


supo que Xena sabía en qué estaba pensando.

―¿Queda alguien de la vieja ciudad, o solo escoria?


―No vimos a nadie de ellos. ―Brendan parecía no darse cuenta de la
comunicación silenciosa―. Pero tampoco estábamos buscando. ―añadió,
con un débil bufido―. No llevábamos allí más de una marca de vela y estaban
por todos lados, haciendo ruido como locos.

―Está bien. ¿Después qué? ―dijo Xena―. ¿Te retiraste?

―Sí ―dijo Brendan―. Volví a la línea de árboles, solo para reagruparnos y


luego…

Su hogar. Gabrielle intentó imaginar cómo había sido. Recordó que había un
par de calles de chozas de adobe con techos de paja. Algunas vallas torcidas
y gallinas caminando entre los postes.

El pozo en el que casi se ahoga.

―Así que estaban refugiándose allí, ¿esa era su base? ―La voz de Xena se
elevó un poco―. ¿Cuántos?

El pequeño valle detrás de donde había vivido, donde había sido castigada
tantas veces.

―Tres veintenas por lo menos ―dijo Brendan―. Estoy seguro de que no se 269
esperaban que apareciésemos por allí. Creo que suponían que los otros tipos
nos estaban siguiendo, pero…

―¿Estaban planeando algo o solo acampaban allí?

Gabrielle dejó escapar su aliento lentamente. Sin embargo, no todo había sido
malo. Había un pequeño claro cerca del río en el que ella y Lila solían jugar, y
las flores silvestres florecían por todos lados en primavera, y el lugar despejado
en la ladera en el que ella se tumbaba por la noche, solo para mirar las
estrellas.

―Levantaron algunas almenas ―dijo Brendan―. Me parece que estaban


construyendo una base.

Recordó la noche que en ella y Lila habían sido llevadas. No había quedado
mucho después de que pasaron los esclavistas y le prendieran fuego.

―Entonces, ¿qué? ―preguntó la reina―. ¿Os atacaron o qué?

―Se atrincheraron para defenderse ―dijo el capitán del ejército―. Dimos una
vuelta alrededor y entramos por el otro lado. Dejé un escuadrón en el frente
para hacerles pensar que les estaba asediando.
―Bien. ―Xena lo felicitó―. ¿Encontrasteis algo allí que valga la pena aparte de
a ese bastardo?

Gabrielle recordó los gritos que habían dejado atrás, y el terror que había
sentido cuando las cuerdas le habían dado vueltas alrededor del cuello y las
manos ásperas la habían empujado.

―Estas de aquí.

―Hm…

Algo en el tono de Xena la hizo alzar la vista otra vez. Vio a la reina inclinar su
cabeza examinando algo en la palma de su mano. Eran pequeñas y
redondas, y se dio cuenta de que las reconocía.

―Oh… ¿No son eso perlas?

Xena movió los dedos, haciendo que los objetos chocaran ligeramente en su
palma.

―Sí que lo son ―respondió―. Ahora, ¿de dónde crees que las consiguió Bregos?
―Reflexionó―. ¿Y cuándo?
270
Gabrielle se levantó lentamente de la cama, dejando su pequeño escritorio
antes de acercarse a donde estaba sentada Xena. A la luz del exterior, las
perlas habían adquirido un resplandor y belleza que la fascinaba.

―Guau.

―Te gustan, ¿eh? ―Xena le dedicó una mirada afectuosa―. Típico.

―Son hermosas. ―Gabrielle asintió―. De verdad que me atraen las cosas


bonitas, ¿qué puedo decir?

Xena se detuvo a media respiración y enarcó las cejas. Lanzó una mirada a
Brendan, que se tapó la boca para amortiguar una sonrisa, luego se aclaró la
garganta y trató de ignorar el hecho de que estaba bastante sonrojada.

―Bien. Bueno, lo primero que tenemos que averiguar es de dónde sacó estas,
y segundo… ―Sus labios se curvaron en una de sus típicas sonrisas―. Dónde
podemos conseguir más.

―¿Crees que te lo dirá? Ni siquiera ha tosido en todo el camino hasta aquí


―dijo Brendan―. Pensé que tal vez le habías cortado la lengua en lugar de
otra cosa aquella vez.

―¿Él te ha reconocido? Sabe quién lo tiene, ¿verdad?


Brendan se rio abiertamente, un sonido lleno de alegría que retumbó en la
tienda.

―¡Oh! ―dijo―. Sí. Él lo sabe ―le aseguró a la reina―. Cuando atravesamos las
murallas allá, él me miró, se dio la vuelta e intentó esconderse. ―Puso sus
manos en sus caderas―. Los hombres lo encontraron en un almacén de grano,
detrás de una caja.

―¿Estás de broma? ―Xena rio disimuladamente―. Dioses, ojalá hubiera estado


allí para verlo.

―Xena, si hubieras estado allí, el hombre habría cavado un agujero en su


propia mierda y se habría escondido.

―Probablemente. ―La reina le pasó las perlas a Gabrielle―. Aquí, pon esto con
el resto de tu colección, dulce chuletita de cordero parlante. ―Apoyó los
codos en los brazos de la silla y agitó los dedos―. Así que. ¿Lo tienes atado
cerca de las letrinas?

―Sí.

Xena sonrió. 271


―Bueno. Déjalo ahí por una marca de vela, déjalo pensar que lo ignoro y dale
la oportunidad de relajarse. Entonces lo traes aquí.

―Sí. ―La voz de Brendan cambió a pesar de que la palabra era la misma. El
significado oscurecido―. ¿Aquí, Xena? ―Sus ojos se movieron hacia Gabrielle,
luego hacia la reina―. Podríamos montar un sitio para ti, a un lado.

Por un momento, Xena casi descarta la oferta. Luego se detuvo y miró a su


amante.

―¿Te importa si mato a ese bastardo aquí? —Gabrielle parpadeó, obviamente


sorprendida. Xena no esperó a que respondiera―. Nah, solo voy a exprimir
cualquier rastro de inteligencia que le quede aquí. Lo mataré frente a los
hombres ―dijo― ¿Te gusta ese plan, Brendan?

El capitán asintió vigorosamente.

―Era lo que iba a decir, Xena. Después de todo, los hombres deberían verlo
morir, como el perro que es, en el montón de basura al que pertenece. Puta
escoria de mierda. ―Se sacudió las manos y se puso de pie―. Iré a dar las
órdenes. Los hombres están de buen humor esta noche, sin duda, y más desde
que vieron que el vado del río está listo.
―Buen trabajo, Brendan. Diles a los hombres que estoy condenadamente feliz
con ellos ―respondió la reina―. Esto es solo el comienzo de lo que está por
venir. —Brendan saludó y salió de la tienda dejando a Xena y Gabrielle a solas.
Después de un momento de silencio, Xena extendió su mano y se dio unas
palmaditas en el regazo con la otra―. Ven aquí.

Gabrielle obedeció, poniendo su brazo alrededor del cuello de Xena mientras


toqueteaba las perlas.

―Están pasando muchas cosas.

―Un montón de cosas buenas ―dijo Xena―. Esto ha sido algo muy, muy bueno,
Gabrielle. Responde a una pregunta que muchos tenían en mente.

―¿En el ejército?

La reina asintió.

―No esperaba que Brendan lo encontrara, pero a veces los dioses solo hacen
que las cosas sigan tu camino, ¿sabes a qué me refiero? ―observó el perfil de
Gabrielle―. Pero tengo que matarlo esta vez.

Gabrielle asintió. 272


―Sí, me lo figuraba.

―No tienes por qué mirar. ―Xena apartó el cabello pálido de su amante―.
Tampoco tienes que estar aquí cuando lo torture ―dijo―. Puedes salir a buscar
flores, nueces o lo que quieras por el bosque.

No, no tenía que hacerlo.

―Quiero estar aquí ―respondió Gabrielle―. Quiero saber por qué estaba
donde estaba y qué hizo ―dijo―. Quiero saber por qué pasó todo el invierno
aquí fuera, y por qué permitió que esa gente hiciera esas cosas horribles tan
cerca.

―Ah. ―Xena gruñó―. Sí, yo también.

―Y sobre las perlas.

La reina sonrió brevemente.

―Está bien ―dijo―. Quédate si quieres. Supongo que si aún no te has dado
cuenta de qué voy ahora, es que no tienes remedio.

Gabrielle la abrazó.

―Creo que no tengo remedio de todos modos ―dijo―. Estaré bien.


―Mm. ―Xena abrazó a su amante y miró más allá de ella, a través de la solapa
de la tienda al sol de la tarde―. Ya veremos, rata almizclera. Ya veremos.

Casi se había puesto el sol antes de que Xena enviara a buscar a Bregos.
Gabrielle sacudió un poco el polvo del abrigo de cuero de su armadura, el
cual le habían dicho que se pusiera cuando dos soldados reorganizaron un
poco la tienda siguiendo las instrucciones de la reina.

La silla de campo de Xena, previamente asentada al lado del brasero, había


sido colocada sobre cuatro medias cajas resistentes y envuelta en un
abundante pelaje de felpa, con su armamento de batalla colocado
alrededor de la base y su espada en la parte trasera.

La mayoría de sus trastos habían sido movidos contra las paredes de la carpa,
despejando un espacio en el centro frente a la silla elevada. Ahora dos 273
antorchas estaban plantadas a cada lado, parpadeando y arrojando rizos de
humo a través del agujero abierto de la chimenea en la parte superior de la
tienda.

Todas sus pequeñas cosas personales, habían sido escondidas, incluso la


palangana, y Gabrielle sintió una clara diferencia en lo que el espacio
representaba ahora.

Se dio la vuelta y cogió un peine, pasando las púas por su cabello para alisarlo
un poco. Con la inminente llegada de Bregos, estaba contenta de llevar
puesta su armadura, a pesar de que había necesitado la ayuda de Xena para
ponérsela sobre su magullado y dolorido torso.

También se había puesto sus pesadas botas de montar, y flexionaba los dedos
de los pies mientras se acomodaba en un taburete en la parte trasera del
improvisado trono de Xena, colocando su pluma y tinta sobre la prensa de
ropa junto a una hoja nueva de pergamino.

―Está bien. ―Xena entró, haciendo una pausa para mirar alrededor de la
tienda con los puños cerrados sobre sus caderas―. Esto funcionará.

Gabrielle apoyó el codo en el baúl de ropa. Xena también se había puesto su


armadura completa después de cepillar los oscuros cueros y quitarles el polvo
del viaje. La reina era ahora una visión en negro y metal, su arma redonda en
la cintura y las puntiagudas dagas en los lugares más insólitos.

Definitivamente, la armadura hacía que Xena se viera mucho más grande de


lo que era. Delineaba y extendía sus ya anchos hombros, y las capas de metal
y cuero firmemente ajustadas hacían más evidente su poderoso cuerpo. Los
cueros acababan en sus muslos, y la armadura de sus piernas comenzaba en
sus rodillas, y había suficiente carne a la vista para hacer alarde del hecho de
que ella tenía la habilidad de mantenerse entera sin cubrirse.

Impresionante.

―Está bien, chicos. Es suficiente. ―Xena les dijo a los hombres―. Id y montad
guardia fuera.

―Señora. ―El más cercano saludó, y ambos se marcharon en silencio.

Xena la miró.

―¿Lista, rata almizclera? ―Sus ojos azules adquirieron un brillo sardónico―.


Última oportunidad de salir disparada… Recuerda la última vez que te advertí.

Gabrielle la recordaba. Pero ya fuera por el agravamiento de sus heridas o 274


simplemente porque algo estaba cambiando dentro de ella, realmente no
sentía la necesidad de darle la espalda a esto.

―Gracias ―le dijo a la reina―. Estoy bien.

―Hmm.

―Te ves realmente…

―Si dices que me veo bonita con esto, te voy a besar sin sentido. ―Xena rodeó
el trono del campamento, y arregló un poco las pieles.

―Oh, por supuesto que te ves bonita con eso ―respondió Gabrielle de
inmediato, sonriendo cuando la reina la miró de arriba a abajo―. Y sexy.

―Por eso Gabrielle… ―Xena se acercó y se apoyó contra el baúl, mirándola


con una pequeña sonrisa en la cara―. Me gusta la forma en que estás
creciendo, ¿lo sabes?

―¿Te gusta? ―respondió Gabrielle, con voz suave―. ¿No me estoy volviendo
demasiado descarada?

―Nunca ―le aseguró la reina―. Cuanto más descarada, mejor. Me encanta


cuando alguien puede sorprenderme y has estado haciéndolo mucho
últimamente ―Exhaló, ladeando un poco la cabeza―. Ahí viene. Así que
escucha. ―Se acercó y tomó la mano de Gabrielle―. Quiero decir que…
escuches. No hables. No le digas ni una palabra. ¿Me sigues?

Gabrielle no creía tener nada que realmente quisiera decirle a Bregos. Las
pocas veces que lo había visto le pareció falso, y se preguntó si él había sabido
sobre el atentado contra su vida, o si había estado detrás de eso.

―Vale.

―No importa qué. ―Insistió Xena―. Es importante, ¿entiendes? Hay información


que necesito de él y no me la va a decir si cree que voy a matarlo, así que
tengo que ser ladina.

Ladina. Eso significaba que Xena iba a ser sutil y, honestamente, Gabrielle no
creía que la reina fuera muy buena en eso.

―Me quedaré aquí, callada como un ratón ―prometió―. A menos que me


digas que diga algo.

―Todo bien. ―Xena se enderezó, inclinándose para darle un beso en los labios
antes de alejarse para sentarse en su trono improvisado, colocando los codos
en los brazos del sillón y adoptando una postura relajada. 275
―¿Quieres un poco de vino? ―Sugirió Gabrielle―. Parece que necesitas algo
en tus manos.

Un ojo azul giró en su dirección.

―¿Además de mi espada, quieres decir? ―Xena sonrió brevemente―. Sí, ¿hay


algo por ahí? Dame una copa. —Gabrielle recogió un odre y sacó una de las
ornamentadas copas que los hombres habían sacado, llenándola y
levantándola con una mano mientras deslizaba algo más en la otra. Se
acercó a la reina, cuidando de no derramar el vino, y le ofreció la copa―.
Gracias.

―Y… ―la mujer rubia se movió rápidamente, levantando su mano y tocando


la oreja de Xena―. Tengo algo más aquí para ti…

―¡Oye! ―Los ojos de la reina se abrieron de par en par―. ¿Qué estás haciendo?

―Es un aro para la oreja 5…con esas perlas que me diste. Lo tenía hecho para
ti, pero yo estaba… ―Gabrielle terminó de apretarlo―. De todos modos, ya
que él tenía esas perlas, pensé que sería bueno si viera que tú también tienes
algunas.

5
Ear cuff en el original.- No es un pendiente propiamente dicho, más bien un aro de presión.
La oreja de Xena se contrajo y la reina la miró, con las aletas de la nariz un
poco dilatadas.

―No puedo verlo ―dijo al oír a los hombres acercándose.

―Yo sí puedo. No te preocupes Se ve hermoso ―le dijo Gabrielle―. Ahora me


iré allí atrás y me estaré callada. ―Se movió rápidamente de vuelta a su
taburete y se sentó en él, observando a Xena levantar una mano para tocar
su nuevo adorno.

Era bonito. Habían cogido las perlas y las habían envuelto con plata y oro,
formando pequeñas copas en las que estaban engarzadas las redondas
gemas. El metal enroscado alrededor de la oreja de Xena, centelleando a la
luz de las antorchas mientras destacaba las perlas como diminutas brasas
brillantes.

Xena la miró. Luego se rio suavemente y bebió un sorbo de vino, inclinando la


copa en dirección a Gabrielle antes de enderezarse y girar la cabeza,
mientras la solapa de la tienda se llenaba con la fornida figura de Brendan.

―¿Sí?
276
―Su majestad ―dijo su capitán, con una voz nítidamente formal―. Pediste que
te trajera aquí al prisionero.

―Así lo hice. ―Xena apartó los pensamientos de ojos verdes y perlas, y extendió
sus piernas, cruzándolas por los tobillos―. Tráelo, Brendan.

Brendan saludó, luego se giró y mantuvo la solapa a un lado, haciendo un


gesto a alguien fuera. Observó cómo dos hombres arrastraban a un tercero y
lo pasaban por la entrada de la tienda dejando caer su carga frente a Xena
como si fuera un cerdo atado.

Podía haber sido otro por la suciedad y la mugre que cubría el cuerpo del
hombre. Xena apenas podía reconocer a su antiguo general, tuvo que
parpadear un par de veces y concentrarse arduamente antes de poder ver a
la figura alta y orgullosa en la forma acurrucada cerca de sus pies.

―Bien. —Bregos la miró, y ahora no había duda. Su rostro no había cambiado,


llevaba una espesa barba y el cabello salvaje alrededor. Sus ojos estaban
llenos de odio y solo por eso, ella lo habría reconocido. Aparte de eso, no
quedaba mucho de él. Pesaba quizás la mitad que cuando lo había visto por
última vez, y su cuerpo estaba retorcido sobre sí mismo, no podía decir si era
por la forma en que estaba atado o porque quedó así después de que ella le
clavó su cuchillo en la ingle y le cortó una mano. Ciertamente era
sorprendente que hubiera sobrevivido a aquello. Xena sonrió y tomó un sorbo
de su vino―. Mira lo que los gatos han arrastrado hasta aquí ―dijo―. Un gran
pedazo de basura apestosa. ―Se levantó y sacudió la barbilla hacia los
soldados, que retrocedieron obedientemente―. No voy a decir que apuesto
a que no pensabas volver a verme porque te quedaste por aquí por alguna
razón, Bregos.

―¡Tú! ―dijo con tono áspero.

―Halagador, pero mierda de caballo ―respondió Xena―. Por otro lado,


siempre fuiste lo suficientemente estúpido como para dejar que tu ego se
interpusiera al poco cerebro que tenías, ―Caminó alrededor de él, y él giró su
cabeza para mirarla, deteniéndose cuando vio a Gabrielle sentada allí
tranquilamente mirando. Él la miró, tensando su mandíbula. Xena le dio una
patada—¡Presta atención, imbécil! ―dijo bruscamente.

Él se volvió y la miró.

―¿Por qué? ―preguntó―. Mátame. Termina de una vez.

La reina se arrodilló junto a él con un crujido y choque de cuero y metal. Agarró


un mechón de su pelo demasiado largo y descuidado y le echó la cabeza
277
hacia atrás.

―¿Quieres que lo haga? ―preguntó con tono ligero―. ¿Te enferma estar aquí
frente a mí? —Él tomó aliento como si fuera a escupirle en la cara―. Ah, ah,
ah. ―Xena le advirtió, suavemente―. Puedo matarte muy lentamente, pedazo
de nada. Arrancarte una pulgada cuadrada de piel cada marca de vela y
dejarte expuesto al sol para que te queme y queme, y no puedas hacer otra
cosa aparte de gritar. —Bregos la miró fijamente a los ojos—. Sabes que puedo
―dijo la reina―. Y por alguien que me traicionó, lo haré, y disfrutaré de cada
momento. ―Sus ojos se estrecharon―. Morir es fácil. Demasiado fácil para ti.

Sus ojos cambiaron ante eso, y ella pudo ver como su respiración aceleraba.

―No fui yo quien te traicionó ―dijo él después de una larga pausa―. Ya estabas
muerta para todos ellos. Les convencí para que me dejaran intentarlo a mi
manera.

―¿A tu manera? ―Xena se rio―. Oh, ¿te refieres a que me vencías en esa pelea
y te quedabas al mando?

―Hubieras vivido.

―Hola, ¿eres idiota? ―Xena tiró de su cabeza hacia atrás otra vez―. No
necesitaba tu ayuda para eso ―le gritó―. Todo lo que hiciste fue darles una
razón para quererme muerta y debería haberte matado en el campo ese
maldito día.

Ojos inyectados en sangre la miraron desde la cara demacrada de Bregos.

―Entonces, ¿por qué no lo hiciste?

Xena se levantó abruptamente y volvió a su asiento, recogió su copa de vino


y bebió de ella.

―¿Por qué no lo hice? ―respondió―. Porque no eras la cosa más importante


que me sucedió ese día. ―Miró brevemente a Gabrielle, que todavía estaba
sentada increíblemente tranquila en su taburete con las manos entrelazadas
en su regazo―. Solo te quería fuera de mi vista para poder ocuparme de algo
que me importaba mucho más.

Gabrielle sonrió ligeramente, como para sí misma. Xena se preguntó si estaría


recordando ese día como ella. Recordando ese beso, y esa flor, y cómo había
cambiado su vida de forma aplastante.

Oh, bueno.

―Entonces eres una pardilla ―dijo Bregos―. Eres la pardilla que todos dicen 278
que eres.

Xena volvió a centrar su atención en él.

―Mm… Entonces es por eso que tú eres el que está en el suelo y yo soy la que
está tratando de decidir cómo sacarte las entrañas por las orejas de la manera
más lenta posible ―dijo―. Bonito.

Su ex general medio se puso de lado y la miró fijamente.

―Al menos moriré sabiendo que me he vengado de ti, Xena. ―Le sonrió―.
Incluso si no lo veo… Lo sabré y moriré riéndome de ti.

Un escalofrío recorrió la espina dorsal de Xena, ese casi conocimiento le hizo


comprender las sensaciones viscerales que la habían llevado desde la
fortaleza a este camino en medio de esta tierra salvaje.

―No creo que te vayas a reír ―comentó en tono suave.

Él se rio.

Xena no.
Gabrielle salió de la tienda y miró a su alrededor, finalmente vio a Xena
aparentemente disfrutando del atardecer cerca del río. Flexionó la mano
alrededor de su vara y comenzó a seguirla, mirando de reojo al grupo de
hombres ocupados en un árbol cercano cuando pasaba.

Tenían a Bregos, y lo estaban atando al tronco. Estaba luchando débilmente,


pero estaba amordazado, y los hombres, en su mayoría, lo ignoraban mientras
apretaban las cuerdas que lo sujetaban. Vio a Gabrielle y dejó de luchar,
mirándola mientras pasaba junto al árbol con ojos poseídos e intensos.

Se preguntó de qué iba todo eso. Apenas había tenido tiempo de hablar con
Bregos antes de abandonar la fortaleza, y no creía haber hecho nada para
llamar su atención así. ¿Lo había hecho? Gabrielle pensó en aquellos primeros
días, y se dio cuenta de que realmente no recordaba a nadie más que a
Xena.
279
Tener miedo de Xena. Estar enojada con Xena. Enamorarse de Xena. Más o
menos en ese orden, y así de rápido.

Pensativa, Gabrielle bajó por el sendero que conducía a la orilla del río y vio
la sacudida de los hombros de Xena, lo que significaba que la reina la había
oído acercarse.

―Hola. ―Rodeó la roca sobre la que Xena estaba apoyada y se unió a ella,
contenta de descansar después del, un poco doloroso, paseo.

Xena inclinó la cabeza y la miró.

―¿Hay alguna razón para que te hayas arrastrado hasta aquí?

―Por supuesto. ―Gabrielle puso la vara entre sus rodillas y frotó su dedo pulgar
sobre la superficie de madera―. Tú estás aquí ―dijo ella―. Y es una hermosa
puesta de sol.

Xena volvió a mirar hacia el frente, mirando al otro lado del agua.

―Sí, lo es. ―Estuvo de acuerdo―. Así que, ¿qué piensas?

―¿Sobre qué? —Xena volvió la mirada hacia ella, levantando una ceja.
Gabrielle se sintió algo halagada de que le preguntara, y de una manera tan
directa que le hizo pensar que Xena de verdad quería oír la respuesta—. Está
tramando algo. —La reina gruñó con completa elocuencia—. Dijo que se ha
vengado de ti. ¿Qué crees que significa? ―preguntó Gabrielle―. Pensaba que
ya lo había hecho, más o menos, antes. Cuando nos atacaron, y resultaste
herida. —Xena no respondió. Tenía los brazos cruzados sobre el pecho y una
expresión pensativa en el rostro―. Quiero decir… Casi mueres, Xena.
―Gabrielle continuó, sintiendo una presión en la garganta―. Esos tipos nos
habrían matado a todos… Si alguien necesita vengarse de alguien, eres tú, no
él.

La reina asintió.

―Lo sé ―dijo―. El problema es que está tan condenadamente satisfecho de


que va a morir guardando el secreto de lo que sea que haya hecho que no
hay mucho que yo pueda hacer para conseguir que hable.

―Ah.

Xena se puso de pie y dejó que sus brazos cayeran por los costados.

―Entonces, ¿sabes qué?

―¿Qué?

La reina balanceó su cabeza hacia adelante y hacia atrás, haciendo crujir un 280
poco su cuello antes de limpiarse las manos en las polainas y sacar su daga.

―Quiero llevarte a la cama, así que voy a matarlo y terminar con esto de una
vez. ―Hizo girar el cuchillo entre sus dedos y comenzó a caminar hacia el árbol.

Gabrielle se quedó mirando el río, parpadeando por un momento, antes de


tener que decidir si girarse y seguir a Xena o no. Era tentador, tan tentador
simplemente quedarse sentada donde estaba, dejar que sus dolores
amainaran y observar el atardecer mientras Xena iba y hacía lo que Xena iba
a hacer detrás en ese árbol.

―¡Xena! Xena! ¡Xena! ―De repente, muchas voces masculinas se alzaron,


haciendo eco en el claro.

―No tienes que mirar ―dijo Gabrielle en voz alta―. Xena así lo dijo. Dijo que no
tenía por qué estar allí, que no tenía que verlo morir, que no tenía que verla
hacer lo que fuera que le vaya a hacer. ―Podía escuchar el creciente cántico
cada vez más fuerte detrás de ella, y antes de que pudiera darse cuenta,
estaba girándose, respondiendo a ese hormigueo en el aire y la vibración en
sus entrañas al querer estar con Xena, ser parte de lo que estaba haciendo.

Lo que fuera que fuese ese algo.


Pudo ver la forma alta de Xena abriéndose paso entre la multitud de soldados
que coreaban y ella la siguió, usando la vara para apoyarse mientras
alcanzaba a la reina y caminaba junto a ella en silencio mientras los soldados
se separaban para dejarlas pasar.

Se acercaron al árbol cuando el cántico se desvaneció, y un silencio de


espera se impuso. Ahora el área estaba llena de soldados, y más allá de ellos,
Gabrielle podía ver a los arrieros, los cocineros y los otros sirvientes que Xena
había traído consigo.

Recordó que Bregos también les había afectado. Los había incitado a unirse
a su revuelta contra Xena, y debido a eso, como Xena había vencido al final,
muchos de ellos habían muerto fuera de las murallas cuando los expulsó de la
fortaleza. Los hombres habían perdido hijos. Las mujeres habían perdido
maridos. Los sirvientes que estaban con ellos eran los que se mantuvieron
firmes, los que ayudaron a Gabrielle a abrir las puertas para dejar salir al
ejército, los que habían demostrado su lealtad de la forma más básica y que
esa lealtad en algunos casos había dividido familias y linajes de manera
inesperada.

Ahora Xena estaba de pie, allí bajo la luz moribunda del día que la bañaba
281
de carmesí mientras hacía el papel, no de una asesina, sino de la vengadora
que Gabrielle podía ver reflejado en los ojos de los hombres y mujeres que la
rodeaban.

Ella era su reina. Ella había sangrado por ellos, arriesgado su vida por ellos, y se
lo había jugado todo para defender su lugar y el lugar de todos, en contra del
hombre que ahora estaba atado al árbol, mirándolos a todos con un odio
hirviente y feroz.

Xena miró a Bregos brevemente. Luego miró a las tropas.

―Esto es un traidor ―alzó la voz―. Quién nos traicionó. —Nos. Gabrielle se


enderezó un poco, viendo a Bregos mirar a Xena. En sus ojos había un hambre
detrás de la enemistad y ella entendió que, en algún nivel, no todo había sido
odio por parte de él y ahora, cuando sus ojos se volvieron hacia Xena y su
rostro se arrugó en reacción, ella sabía por qué―. Él nos traicionó, y causó la
muerte de muchos de vuestros hermanos en armas, a quienes llevó por un
camino muy, muy estúpido. ―Xena dio un paso adelante, un movimiento
ligero, casi saltarín―. Porque él es un hombre muy muy estúpido. —Bregos
luchó contra la mordaza, mordiéndola mientras intentaba arrancarla de entre
sus dientes. Xena dio otro paso hasta tenerlo a su alcance. Hizo una pausa y
reflexionó, con la cabeza inclinada hacia un lado, dejándolo esperar y que se
preguntara qué iba a hacer. Pero no mucho tiempo. Con un leve
encogimiento de hombros, ella lanzó con una voltereta en el aire la daga de
su mano izquierda a la derecha, y con un movimiento circular arqueó la
espalda y giró su brazo en un arco apretado que terminó con la daga
enterrada justo debajo de su caja torácica, en el centro del pecho de Bregos.
Él se sacudió con fuerza, en estado total de shock. Xena lo miró directamente
a los ojos―. Esto es lo que debería haber hecho. —Ella tiró de su brazo hacia
atrás en la dirección opuesta, abriéndole el pecho y liberando un abundante
chorro de sangre roja sobre su mano. Esperó a que su cuerpo dejara de
arquearse y luego lanzó el cuchillo de nuevo a su mano izquierda moviéndose
hacia delante y golpeando su mano contra el cuerpo con una fuerza salvaje.
Los ojos de Bregos se pusieron en blanco mientras la sangre corría fuera de su
cuerpo.

»Solo piensa. ―Xena se acercó, metiendo sus manos a través de los pulmones
que sentía contra sus dedos―. Tienes todo el tiempo en el Hades para cagarte
de miedo sabiendo que haré esto de nuevo allí ―Agarró el corazón palpitante
y cerró su agarre alrededor, tirando hacia atrás con todas sus fuerzas―. Así que
adiós, cabrón. —Arrancárselo fue más fácil de lo que había imaginado, y ella
lo sacó, un amorfo trozo de carne que todavía latía, chorreando sangre sobre
282
ella, sobre el suelo y sobre todos los que estaban al alcance. El cuerpo frente
a ella se desplomó en sus ataduras, y ella dio un paso atrás levantando su
mano y mostrando su contenido. Miró la vibrante carne, luego la arrojó a la
ligera lejos de ella para aterrizar en el suelo.

»Hmph. ―Dejó que su mirada viajara constantemente alrededor de la


multitud―. En realidad, no pensaba que tuviera uno de esos. Se aprende algo
nuevo todos los días, ¿no? —El cántico comenzó, después de un largo rato de
conmoción. Su nombre, una vez más, sonaba a través del campamento. Xena
se deleitó un momento, antes de volverse y mirar a la mujer rubia que estaba
a su lado. Gabrielle tenía ambas manos alrededor de su vara, y estaba de pie,
firme como una roca al lado de Xena, con la mayor parte del cuerpo
salpicada de sangre. Miró a Xena a través de pecas rojas oscuras y estudió
con gravedad la cara de la reina. Xena la miró con gravedad.

»Así pues ―dijo la reina―. ¿Estás lista para los riñones a la parrilla de la cena?
―Movió los dedos de su mano derecha, que estaban cubiertos de sangre
carmesí―. ¿Raro?

Gabrielle estaba atrapada entre una arcada, una risa y lágrimas. Se repuso
aclarando su garganta, y mirando al hombre ahora muerto en el árbol.
―Él causó daño a muchas personas ―dijo―. Me alegra que ya no pueda volver
a hacerlo.

Xena levantó su otra mano para agradecer el canto, su humor negro


desapareció.

―Yo también ―dijo, en voz baja―. Ahora solo nos queda averiguar con qué
tormento del Tártaro él nos va a recibir. ―Cerró el puño y el canto se
desvaneció―. Todo bien. Sacad la basura y vamos a cenar. Salimos mañana
así que todos estad listos para el amanecer.

Se levantó una gran ovación, y luego los hombres comenzaron a dispersarse,


varios se dirigieron hacia el árbol y desenvainaron sus cuchillos para bajar el
cuerpo.

Xena observó por un momento, luego se dio la vuelta y se dirigió a su tienda,


con cuidado de pisar los restos de carne hechos jirones en el suelo y girar su
tacón sobre ellos a su paso.

283
Parte 9

Gabrielle estaba de pie junto a Parches mientras ambos examinaban el cauce


del río, contemplando su superficie agitada por las ondas impulsadas por el
viento a medida que pasaba junto a ellos.

—Hm. —Puso un brazo sobre el cuello del pony—. Seguro que está fría,
Parches. —Al menos había salido el sol. Levantó la vista hacia donde estaba
asomando sobre los árboles y extendió su mano para atrapar su calor en la
frialdad de la mañana, contenta de tener puesta su armadura y la ropa
interior de manga larga que protegía su piel de la dura superficie. También se
alegró de no haberla llevado puesta la noche anterior, ya que la sangre que
había lavado fácilmente de la armadura seguramente no habría sido lo mismo
con la camisa, y ponérsela húmeda no habría sido divertido en absoluto.
Llevarla manchada de sangre era algo en lo que ni siquiera pensaba. Se
apoyó contra el cálido costado de Parches y exhaló, sintiéndose todavía muy 284
rígida y dolorida y no le apetecía montar. Se había despertado con dolor de
cabeza y malestar estomacal, pero había apretado su mandíbula con fuerza
y se había obligado a prepararse para partir como estaban haciendo todos
los demás. El ejército ya estaba moviéndose a su alrededor, reuniéndose
cerca del cruce y trabajando para colocar los vagones ahora flotantes en
posición. Todos estaban ocupados, y sus pabellones habían sido empacados
y agregados a la fila de suministros que esperaban para cruzar el río. Xena
estaba al otro lado del camino, a lomos de Tiger, trotando de un lado a otro y
gritando órdenes como si nada pudiera hacerse correctamente sin su
intervención. Lo cual podría ser cierto, pensó Gabrielle, pero sospechaba que
los soldados más experimentados de su reina, habían hecho esto antes al
menos una vez y se preguntó si Xena no estaba siendo demasiado “doña
angustias” al respecto. Sin embargo, desde luego que no iba a preguntarle
sobre eso—. Parches, ¿estás listo para nadar? —Le preguntó a su greñudo
amigo—. ¿Sabes siquiera nadar? —El pony estaba masticando un puñado de
hierba y la miró por encima del hombro, los tallos sobresalían de entre sus
labios. Su expresión parecía escéptica y Gabrielle se rio un poco con eso,
bastante segura de que ella tampoco tenía muchas ganas de la dura prueba.
Un fuerte y largo silbido llamó su atención, y echó un vistazo para ver a Xena
sentada con las manos en las caderas, mirándola directamente—. Uh oh… —
suspiró—. Creo que eso iba por nosotros. —Llevó a Parches hacia un tronco
caído y se subió a él, ahorrando a su cuerpo el estrés de montar de una
manera más convencional. Se acomodó en la silla y recogió las riendas—. De
acuerdo, vámonos. —Obedientemente, su montura comenzó a avanzar,
deambulando entre la maleza con un paso afortunadamente suave, mientras
se dirigía hacia la pequeña elevación en la que estaba situada la reina.
Gabrielle se inclinó hacia delante y tensó las rodillas un poco, ubicando el
centro de equilibrio sobre las botas para que su cuerpo no se moviera
demasiado con los pasos de su pony. Era soportable. Por poco. Levantó la
vista hacia Xena mientras se acercaba hasta ella, y se dio cuenta al momento,
de que no se estaba engañando en absoluto, sino que más que impaciencia,
encontró un irónico entendimiento en los ojos de la reina—. Hola.

—Ir en el carro sería peor —le dijo Xena—. Sólo intenta aguantar.

—Lo haré —dijo Gabrielle—. Estoy bien.

—No, no lo estás. —La reina se acercó y le revolvió el pelo—. No te sientas


obligada a mentirme como todos los demás. —Volvió la cabeza y observó el
campo—. ¡Todo bien! ¡Vamos a movernos! —Bramó, casi haciendo retumbar
las orejas de Gabrielle.
285
Todos empezaron a moverse, los soldados a ambos lados de los carros tiraban
de ellos hacia el agua con cuerdas atadas a anillas a los lados. Xena observó
por un momento, luego llevó a Gabrielle a un hueco en la fila y se colocaron
detrás de una línea de carros y delante de una gran masa de tropas.

Gabrielle exhaló y se preparó para viajar. Ya que se movían lentamente, no


estaba tan mal, y después de un momento se relajó un poco y se enderezó,
mirando al ejército moverse frente a ella. Hubo un chapoteo cuando la
primera fila de jinetes entró en el agua, y el resoplido de los caballos también
se elevó, mientras los animales sentían el frío mordisco del agua.

—Brr… —Ella ya podía sentirlo, y sus dedos de los pies se curvaban dentro de
sus botas mientras, anticipando el chapuzón. El saber que iba a pasar la mayor
parte del día secándose no la hacía sentirse muy feliz.

—Entonces… —Xena mantuvo un ojo en el progreso de los carros y el otro en


su compañera—. ¿Has oído algo bueno sobre lo que hice anoche?

Gabrielle encontró su atención desgarrada por su propia incomodidad, y


revisó todas las cosas que había escuchado antes de responder.

—Bien —dijo—. Creo que lo que más escuché es que ninguno había visto
hacer antes a nadie lo que tú le hiciste a él.
—Ajá. —La reina asintió—. Me gusta un poco de originalidad en mi forma de
matar. ¿Qué más?

—Que se lo merecía. —Gabrielle pensó por un momento en cómo se sentía—


. Yo también lo pienso.

—¿De verdad? —preguntó Xena, mirándola cuando el primero de los carros


llegó al vado. Los primeros soldados estaban a medio camino a través del río,
sus caballos nadando en la fuerte corriente, pero guiados por las cuerdas y los
postes.

La mujer rubia asintió brevemente.

—Quiero decir... —Hizo una pausa—. Supongo que eso suena muy frío, y soy
tan hipócrita por sentirme así después de haber hablado tanto de que matar
no es la manera de hacer las cosas.

—Mm…

El primer vagón entró en el agua, su exterior alquitranado le permitía flotar.


Gabrielle se distrajo momentáneamente por el bulto y meneó un poco la
cabeza. 286
—Nunca hubiera pensado en hacer eso —dijo—. ¿Cómo se te ocurrió?

Xena arrugó la frente.

—La verdad es que no lo pensé, para ser honesta.

—¿En serio?

—Nah, solo quería que muriera rápido y estoy aburrida de cortar la cabeza a
la gente —dijo la reina—. Pero teniendo en cuenta que tienes problemas para
matar hormigas, no me sorprende que no se te haya ocurrido.

Gabrielle movió su cabeza hacia su compañera.

—Uh… —Hizo una mueca—. Me refería a los vagones. —Señaló el tren—. Lo


siento… estaba pensando en lo inteligente que eras por eso… No sobre… Uh…
él.

—Oh. —Xena se rio suavemente—. Una de mis muchas habilidades es la


construcción de barcos. —Se alzó sobre sus estribos para observar el
progreso—. También lanzo un sedal de pesca cojonudo… recuérdame eso
más adelante y puede que tengamos algo serpenteante para cenar.

Gabrielle se preguntó si había algo que Xena no hiciera bien.


—Vale. —Se retorció un poco más en la silla de montar mientras se acercaban
al vado, el terreno estaba pisoteado y embarrado. Al otro lado del río, las
primeras tropas habían salido del agua y se estaban desplegando, y un
escuadrón de hombres comenzó a cabalgar como avanzadilla. En realidad,
todos los hombres estaban muy contentos con la elección de Xena para el
destino de Bregos. La nariz de Gabrielle se arrugó cuando se acercaron al
agua, inclinándose hacia atrás cuando Parches comenzó a bajar por la
pendiente que los hombres habían hecho en el río. Podía oler el penetrante
aroma de la mezcla del estiércol de los caballos con el sudor de los hombres
y las bestias. Asqueroso. Su estómago que ya le molestaba antes, se revolvió,
y tuvo que tragar varias veces mientras el puñado de galletas y el agua que
había desayunado amenazaba con salir. Se arrastró hacia adelante junto a
su silla de montar cuando Parches llegó al agua, sus peludas patas salpicaron
al entrar mientras resoplaba y sacudía la cabeza. Ahora podía ver la corriente
empujando contra las patas de su montura causando que tropezara un poco.
Le dio unas palmaditas en el hombro con ansiedad.

»Tranquilo Parches. Tómatelo con calma, ¿vale? —Miró hacia el río con la
esperanza de que su pony pudiera conseguirlo ayudado por los soportes.
287
¿Era el momento de mencionar que en realidad no era una buena nadadora?

—¡Parad! —Xena detuvo a Tiger y levantó su mano, volviéndose y agitándola


hacia las tropas detrás de ella que también se detuvieron. Esperó a que cesara
el movimiento, antes de volverse y mirar a Gabrielle, que la estaba mirando
con una expresión abatida, aunque desconcertada—. Déjame hacerte una
pregunta.

Gabrielle miró a su alrededor.

—Bien, claro.

Xena se inclinó hacia un lado y bajó la voz.

—Después de anoche, ¿alguien aquí todavía piensa que soy una


blandengue?

La mujer rubia parpadeó varias veces.

—Uh… no. —Negó rápidamente con la cabeza—. No… No, no lo creo. Todos
estaban realmente…Uh…

—¿Estás segura? —¿Estaba segura? Gabrielle se sentía demasiado enferma


del estómago como para decidir entre una cosa u otra, pero asintió de todos
modos. Xena medio giró en su silla de monta—. Bien —dijo—. Saca tu pie del
estribo del otro lado y mueve la pierna hacia este lado.

Desconcertada, Gabrielle hizo lo que le dijo, acabando sentada en su silla de


lado en un equilibrio algo precario.

—Está bien —dijo—. ¿Y ahora qué? —miró a Xena con una expresión perpleja,
mientras estaban paradas juntas en la corriente y el viento frío las azotaba.

La reina acercó un par de pasos más a su caballo y luego le ofreció el brazo.

—Agárrate. —Esperó a que Gabrielle se estirara y le agarrara el brazo, luego


con indiferencia agarró su cinturón con la otra mano y la levantó de Parches—
. La pierna por encima. Muévela. —Gabrielle se subió a la silla de Tiger frente
a la reina, demasiado sorprendida para prestar atención al dolor en sus tripas.
Sintió el brazo de Xena rodearla con una reconfortante estabilidad y se
recostó contra el cuerpo alto detrás de ella con una sensación de alivio tan
significativa que casi le hizo soltar algunas lágrimas de los ojos—. Muy bien
entonces. —Xena ató las riendas de Parches a una de sus anillas—. ¡Moveos!
—Empujó a Tiger hacia el agua—. Las cosas que tengo que hacer para
proteger mi imagen por aquí —añadió con un chasquido de su lengua—. 288
Debería haber traído algunos gatitos para asar.

—Gracias. —Gabrielle echó la cabeza hacia atrás y miró a su amante—. Eres


tan impresionante.

—Lo sé. —La reina sonrió con suficiencia—. Todavía te vas a mojar, pero al
menos sé que no te caerás de ese maldito enano y no me harás nadar tras de
ti.

Gabrielle sintió que el agua le cubría las botas, pero a salvo como estaba,
apoyada contra el cuerpo de Xena con el agarre de la reina sobre ella, el frío
era una molestia soportable en lugar de la amenaza que podría haber sido.
Tiger también estaba mucho más arriba del suelo, y tuvo tiempo de cruzar sus
manos alrededor del brazo de Xena antes de que el agua golpeara sus rodillas
y comenzara a empapar sus polainas.

—¿Xena?

— ¿Siiiii?

—Realmente, no serías capaz de asar gatitos, ¿verdad?

—Nah. —La reina hizo una mueca cuando el nivel del agua del río se elevó y
le pegó en el culo—. Los pelos se te cuelan entre los dientes. Es un desastre.
Gabrielle volvió a inclinar la cabeza y la miró.

—¿Eso es a lo que te referías cuando dijiste que no sabías cocinar? Deberías


haberlo afeitado primero.

—Ohhh… Lo vas pillando. —Xena sonrió y comenzó a tararear en voz baja, lo


suficientemente contenta para dejar su reino definitivamente a su espalda, sin
importar qué problemas surgirían ahora. Echó un vistazo detrás de ella, donde
la mayor parte del ejército comenzaba a entrar en el río, y luego volvió a mirar
hacia delante, apoyando la barbilla en la cabeza de Gabrielle mientras Tiger
comenzaba a nadar, con Parches agitándose a su lado.

Avanzaban a través de un espeso campo de hierbas altas cuando el sol


llegaba a su punto más alto. Gabrielle todavía estaba sentada en la silla de
montar de Tiger, con las polainas casi secas y el ánimo levantado por haber 289
pasado la mañana entre los brazos de Xena.

La reina estaba relajada detrás de ella, respirando con un movimiento lento y


uniforme mientras la larga hierba le llegaba hasta sus botas, habiendo
permanecido en silencio el último rato.

Gabrielle se preguntó si querría escuchar una historia.

—Oye, ¿Xena?

—¿Mm?

—¿Quieres jugar a un juego de palabras?

—¿Parecía aburrida? —preguntó la reina—. Tal vez solo quería echarme una
siesta.

Gabrielle volvió la cabeza y miró a su compañera.

—¿Estabas durmiendo? —preguntó con tono sorprendido. Estudió la cara de


Xena y detectó una leve falta de atención en sus ojos—. ¿En serio?

Xena se rio y se encogió de hombros, mirando alrededor como avergonzada.

—Hace calor, me mantuviste despierta hasta tarde ayer por la noche, y no


hay mucho más que hacer, así que sí. —Estiró su cuerpo y luego se relajó de
nuevo en la silla, mirando más allá de la fila de carros hacia el frente del
ejército.

—No sabía que podrías dormir montada a caballo —dijo Gabrielle—. ¿Qué
pasa si te caes?

Xena cogió el odre de su montura y bebió un sorbo, girando el líquido en su


boca antes de tragarlo. No se había quedado dormida a caballo desde hacía
mucho, pero tampoco había estado cabalgando todo el día desde hacía
mucho.

Tal vez se estaba volviendo un carcamal después de todo.

—No te caes —respondió—. Al menos, yo no me caigo. Tú probablemente lo


harías.

—No, no lo haría. —Gabrielle se movió un poco, y puso sus manos sobre las de
Xena—. No contigo aquí. ¿Cómo podría caerme? —Miró por encima de la
cabeza rítmicamente balanceante de Tiger. El tiempo se había templado, era
un día soleado y brillante y la luz se derramaba sobre la larga llanura por la
que viajaban. A su alrededor podía oler la hierba magullada y los animales a
su alrededor, y la mezcla de cuero y metal de su armadura y la de la reina—.
290
Todo esto es muy bonito.

—Es aburrido. —Xena resistió la tentación de patear sus talones contra los
costados de Tiger—. Olvidé lo mucho que odiaba esta parte para llegar a
algún lado —exhaló—. Solía… —Se detuvo y echó a reír, sacudiendo la
cabeza—. De todas formas. ¿Qué era eso de un juego?

Gabrielle dejó que su pulgar acariciara distraídamente la parte superior del


dedo índice de la reina.

—¿Solías qué? —Echó la cabeza hacia atrás y miró hacia arriba—. ¿Hacías
juegos de palabras, como nosotras?

Xena miró atentamente a su alrededor, mirando a la derecha, y luego a la


izquierda, antes de inclinar la cabeza para que sus labios estuvieran cerca de
la oreja de Gabrielle.

—Solía hacer punto.

La mujer rubia parpadeó. Luego parpadeó de nuevo.

—¿Hacías punto? —repitió, como si las palabras estuvieran en algún idioma


extranjero—. No te refieres a… Mi madre solía hacer punto. —Su nariz se
arrugó—. No te refieres a eso. —Xena arqueó las cejas—. ¿O sí?
La reina se aclaró la garganta.

—Olvida que lo mencioné —dijo—. O tendré que ir a buscar algunos bebés


conejo y arrancarles la cabeza con los dientes o algo así. —Hizo la parodia de
estudiar el terreno a su alrededor, sombreando sus ojos y mirando hacia la
distancia donde las llanuras lentamente se convertían en colinas bajas de
nuevo.

Gabrielle jugueteó con un poco de la crin de Tiger, echando un vistazo hacia


el lado donde Parches iba caminando, sacudiendo su cabeza cuando los
tallos de hierba le hacían cosquillas en la nariz. De vez en cuando, Tiger lo
miraba, y se imaginaba que el gran semental murmuraba por lo bajo acerca
de los ponys que se iban de rositas mientras él tenía que transportar el doble.

—Oh bien. —Le dio unas palmaditas en el cuello. Luego se volvió a medias y
alzó su mirada a Xena—. Entonces, ¿qué hacías…

—Calcetines —dijo concisa la reina. Después se metió los dedos entre los
dientes y soltó un silbido largo seguido de dos cortos. Hubo un revuelo en las
líneas delante de ellas, al momento la distintiva figura de Brendan se separó y
dio un rodeo hacia ellas. 291
—Calcetines. —Gabrielle intentó imaginar a Xena cabalgando junto con su
ejército, con su armadura y su espada, y sus botas embarradas, y sus agujas
de madera para tejer haciendo calcetines—. ¡Ay!

—¿Qué pasa? —Xena la miró con atención.

—Acabo de provocarme dolor de cabeza.

La reina le dio un beso en la parte superior de su aparentemente dolorida


cabeza, justo cuando Brendan llegó a su lado.

—¿Qué tan lejos están los exploradores? —preguntó, en un tono profesional.

—Cuatro leguas —dijo el capitán de la tropa—. Tuve el último reporte hace


media marca de vela. No hay nada más adelante. Está muy tranquilo.

—Maldición. Qué mierda —suspiró Xena—. Haz que los hombres se coman sus
raciones en la silla de montar. Quiero seguir avanzando. Que vayan a los
carros si necesitan algo. —Estudió la línea que se extendía delante de ella—.
Necesitamos recuperar el tiempo que perdimos allá atrás.
—Ah, Xena. Sin duda fueron minutos bien gastados —protestó Brendan—. Me
saqué de la silla un cadillo6 del tamaño de un huevo de gallina. —Se desplazó
por la silla de montar—. No fue tiempo perdido en mi opinión.

Xena hizo un gesto exagerado de sopesar la idea.

—Bien —dijo con un pequeño aspaviento de desdén—. No perdimos ningún


suministro en el cruce del río, así que supongo que valió la pena construir el
vado, en cualquier caso. No estaba realmente preocupada por Bregos. —
Brendan arqueó las cejas—. Pero nos deja menos basura que limpiar más tarde
—concluyó la reina.

—También le dio a Gabrielle un poco de tiempo para recuperarse, ¿eh? —Los


ojos del viejo capitán brillaron—. Por suerte para ella, estábamos atrapados
con todo eso.

Las fosas nasales de Xena se tensaron, y miró a su capitán con los ojos
entrecerrados.

—¿Estás insinuando que mantuve al ejército matando el rato y te envié a una


búsqueda inútil solo para darle tiempo a mi consorte?
292
—Ah, no majestad. —Brendan negó solemnemente con la cabeza—. De
ningún modo.

Xena sospechaba que estaba siendo manipulada. Miró a Gabrielle, que tenía
la cabeza inclinada hacia un lado, con una expresión perpleja en el rostro.

—Tú no piensas eso, ¿verdad? —la mujer rubia volvió la cabeza y miró a su
alrededor— Bien… No importa. Brendan, arranca. —Xena reconocía una
batalla perdida cuando la veía—. Solo por eso, seguiremos hasta la salida de
la luna, no me importa si los caballos terminan caminando entre árboles y los
murciélagos se cagan en nuestras cabezas.

—Sí. —Brendan asintió, haciendo un guiño a Gabrielle—. ¿Está teniendo un


buen viaje, su gracia?

Para ser sincera, Gabrielle estaba un poco cansada del viaje. Sin embargo.

—Estoy aprendiendo un montón de cosas, gracias —respondió—. Es


sorprendente todo lo que Xena puede hacer. —El viejo capitán miró a su reina,
luego se limitó a saludar y se alejó, con su estilo sobre el caballo casi tan natural
como el de Xena. La reina soltó una breve risa, sus brazos rodearon el cuerpo
de Gabrielle y la abrazó nuevamente. Tenía muchas ganas de seguir con el

6
Cadillo.- Semilla cubierta de pinchos que se queda pegada en la ropa.
horario previsto durante el día, y su mente ya estaba más allá del
campamento de esa noche, hacia lo que encontrarían cuando cruzaran las
colinas y se prepararan para atacar la ciudad portuaria. Eso la estaba
excitando un poco, y si se esforzaba, ya podía oler el latón, la carne de
caballo y las antorchas de los hombres, y escuchar los gritos de bravuconería
resonando en sus oídos más allá del plácido silencio de la llanura. La ciudad
se sorprendería y quedaría atónita. Habían sido vecinos relativamente inocuos
durante años, y el puerto era un lugar popular para los barcos cuando tenían
bienes para comerciar con destino a las mesas de Xena. Durante años, había
invertido sus energías militares, o más bien sus generales, en la dirección
opuesta. Habían hecho un trabajo respetable, añadiendo alianzas y
coaliciones a su reino sin perder un alto porcentaje de sus reclutas y sin ir
demasiado lejos como para provocar represalias masivas. No estaba mal.
Pero Xena no había llegado donde estaba, haciendo lo mismo una y otra vez.
Quería la ciudad portuaria por dos razones, una, la que le había contado a
todos, y la otra, porque antes de que lo matara de manera espectacular, su
último maestro de espías le había contado algo muy interesante sobre los
rumores de que los hombres habían oído que Bregos no quería que hablaran
de ello. Así que, vería lo que encontraría cuando comenzara a dirigirse en la 293
dirección en que todos le habían dicho que solo eran tierras vacías, nada que
ver, nada que le interesara. En la dirección que Bregos había descartado por
carecer de importancia.

»¿Xena?

La reina bajó la vista hacia su adorable y cálida silla de montar.

—¿Sí?

—Sé que quieres seguir hasta que oscurezca, pero ¿podríamos parar solo
para… Bueno, ¿por una bebida o algo así? —preguntó la mujer rubia—. ¿Solo
para caminar un poco?

—Estamos caminando.

—Um… Los caballos están caminando.

—Ah. —La reina miró a su alrededor—. ¿Te duele el culo?

—Sí. Un poco.

—¿Quieres que lo bese para que se mejore?

—Um… ¡Oh… Ohhh!... ¡Yow!

—Mejor que tejer calcetines, ¿no?


—Agh…

Esta vez, Xena eligió el lugar para acampar con mucho cuidado. Se alejó de
los centinelas y se detuvo, comprobando las líneas de visión hasta la hoguera
principal asentada en una curva de la colina oculta del camino.

El ejército estaba acampado en una hondonada más allá, igualmente oculta.


Xena estaba de pie en sus estribos y observó la escena, luego asintió con
satisfacción antes de girar a Tiger y regresar al campamento.

Sintió la diferencia de actitud mientras se abría paso a través del


campamento, una creciente tensión, pero de grado bajo, a la que dio la
bienvenida probablemente tanto como lo hacían los hombres.

La lucha estaba más adelante, y pronto. Xena se dirigió hacia donde estaba
Brendan y le hizo un gesto para que se acercara. Cuando su capitán llegó y
294
puso su mano sobre su estribo, ella se apoyó en su silla de montar y lo miró a
los ojos.

—Esta noche, quiero una partida de reconocimiento —dijo—. Vamos a ver a


qué tipo de problemas nos enfrentamos.

Brendan asintió con la cabeza.

—Sí, cuando la luna se ponga —dijo—. Llevaré a los hombres yo mismo.

—No, tú no. —Xena sonrió brevemente—. Iré yo. A ver si alguien es lo


suficientemente valiente como para ofrecerse voluntariamente para “eso”. —
Se enderezó y echó la pierna por encima del cuello de Tiger, deslizándose
hasta el suelo y ofreciendo sus riendas a un mozo que se acercó a toda prisa.
Dejó a Brendan allí de pie mientras caminaba entre los árboles, mirando a
izquierda y derecha mientras pasaba junto a las pequeñas hogueras en los
diversos campamentos, todas ordenadas y limpias—. Bien —murmuró para sí
misma, echando la cabeza hacia atrás para revisar el cielo que se oscurecía
lentamente, empezando a aparecer estrellas parpadeantes entre las ramas
que un viento fresco agitaba. Podía oír cómo se afilaban las armas, y le
recordó que tenía su propia tarea que hacer en ese sentido. Cambió de
rumbo y se dirigió a su tienda, recién instalada entre dos enormes robles. Asintió
al guardia que estaba fuera de la solapa y se metió dentro, sus ojos se
ajustaron a la luz de las velas mientras miraba a su alrededor—. ¿Gabrielle?

—Aquí mismo. —Su amante emergió de un rincón llevando un brazado de lino


doblado.

—Creí haberte dicho que metieras tu culo en la cama. —Xena puso sus brazos
en jarra.

Gabrielle se sentó en un taburete cerca del brasero, dejando el montón de


ropa en su regazo.

—Bien. —Cruzó sus manos y miró fijamente a la reina—. Lo intenté. —Las cejas
de Xena se alzaron. Caminó hacia la cama y palmeó las pieles que la cubrían,
dando pequeños golpes para comprobar su estructura. Luego se volvió y miró
a Gabrielle en una pregunta obvia—. Lo que de verdad quiero es un baño —
respondió la mujer rubia—. Estoy muy cansada de oler como un caballo.

—Ah. —Xena se rio por lo bajo—. Me gusta como huelen los caballos —Se
encogió de hombros.

—A mí también —coincidió su amante—. Pero me gusta que el olor se quede 295


en el caballo y no me siga a casa —exhaló—. Así que pensé que podría
encontrar un poco de agua y… Um…

Xena se acercó y se sentó a su lado, extendiendo sus largas piernas sobre la


alfombra de viaje y mirando sus botas salpicadas de barro.

—Voy a ir con una partida de reconocimiento esta noche para ver a lo que
nos enfrentamos —dijo—. No tiene sentido limpiarse para ensuciarse
nuevamente.

Gabrielle asimiló esto.

—Oh. —Frunció el ceño—. Supongo que tienes razón.

La reina entrelazó sus dedos y los puso detrás de su cabeza mientras estiraba
su cuerpo, cruzando los tobillos mientras miraba el techo de la tienda.

—¿Cansada?

—No, estoy bien.

Xena ladeó la cabeza hacia un lado.

—Cállate y deja de mentirme o te cubriré de miel y te sentaré en un


hormiguero de hormigas rojas.
La mujer rubia la miró en silencio. Después de un momento, logró sonreír,
agachando la cabeza en reconocimiento.

—Estoy cansada —admitió—. Y me duele casi todo, pero no quiero perderme


salir contigo esta noche.

Xena sacudió sus botas.

—Me vuelves loca —informó a su compañera—. ¿Por qué Hades querrías salir
en medio de la noche a caballo si te sientes como una mierda?

Bien, era una buena pregunta. Sinceramente, Gabrielle no tenía ganas de ir a


ninguna parte en un corto plazo y sospechaba que Xena lo sabía.

—No creo que estés loca —objetó—. Solo tienes cosas que hacer y no quiero
perderme nada.

—Mmm… —La reina juntó las yemas de los dedos y los apoyó contra sus labios
mientras miraba a Gabrielle por encima de las puntas—. Si te pidiera que te
quedes aquí y te relajes, ¿Lo harías? —Estudió las emociones contradictorias
en el expresivo rostro frente a ella— ¿Qué tal si dijera por favor?

—No lo haces mucho. 296


—No, no lo hago —coincidió Xena—. Así que es mejor que prestes atención
cuando lo hago.

Gabrielle alisó con su mano la parte superior del montón de ropa.

—Yo… —miró a hurtadillas a Xena—. No quiero que nadie piense que soy una
gallina.

—¿Una qué?

—Una gallina —dijo Gabrielle—. Ya sabes, ¿cómo una persona débil e inútil?

—¿¿¿Tú???

—Sí —dijo la mujer rubia en serio—. Todos esos tipos del ejército, y todo eso. No
quiero que piensen que soy solo esta pequeña… gallina.

La reina comenzó a reírse disimuladamente.

—Gabrielle, me mantienes completamente ocupada sexualmente. Nadie


piensa que eres una gallina. —Se rio con más fuerza cuando su compañera se
puso roja como un tomate—. Hay un montón de tipos ahí fuera con los que
solía dormir que te tienen total admiración.

—Oh… qué… ¡¿Qué?!


—¿Sabes cuántas personas ni siquiera podían salir de mi tienda por la
mañana? —preguntó Xena—. Tienes suerte de que no dejen ofrendas a
Afrodita detrás de ti.

Gabrielle se sintió mareada, imaginando a todos esos tipos pensando que ella
era…

—Oh, dioses. Uhm… está bien. Me quedaré aquí —logró balbucear—. De


todos modos, no quiero salir y ver a esos tipos en este momento.

Xena se rio con más fuerza, sujetándose el estómago y medio rodando por el
taburete.

Gabrielle sacudió una de las toallas de lino y se la puso sobre la cabeza,


dejando su vista fuera de la reina y el espacio iluminado por velas que la
rodeaba. Apoyó los codos en las rodillas y la barbilla en los puños, y esperó a
que se detuviera el embarazoso ruido.

Era tan loco. No creía haber hecho nada realmente especial y, de hecho, se
había preguntado si Xena no solo le seguía la corriente cuando estaban juntas
en la cama.
297
El borde de la lona se levantó, y un par de brillantes ojos azules la miraron
desde el hueco.

—Oye. —Gabrielle sintió que se sonrojaba de nuevo. Xena extendió su mano


hacia el espacio abierto—. Vamos —dijo—. Vi un pequeño manantial en mi
camino de regreso desde la guardia delantera. Vamos a lavarnos.

—Oh bien. —Gabrielle tomó la mano de la reina y dejó que le quitara la tela
de encima de la cabeza. Un frío manantial no era realmente lo que tenía en
mente, pero en ese momento estaba dispuesta a tomar lo que pudiera
conseguir.

Y después de todo, ¿qué tan frío podría estar con Xena allí?

No estaba frío en absoluto, como se vio después. Gabrielle contuvo el aliento


con un pequeño y sorprendido sonido sin augurar nada bueno mientras metía
los dedos del pie en el agua oscura y la encontró cálida al tacto.
—Oh. Está caliente.

Xena estaba sentada sobre una roca, despojándose de su armadura.

—Por supuesto que está caliente —dejó sus brazaletes al lado de su armadura
de pecho y comenzó a trabajar en sus botas—. No creerás que soy tan
estúpida como para disfrutar metiendo mi culo en agua helada, ¿verdad?

Gabrielle se sentó en el borde del estanque y metió los pies descalzos,


exhalando de puro placer. El aroma del agua estaba cubierto de musgo y
tenía un fuerte toque mineral, pero el calor aliviaba los dolores de sus piernas
y no le habría importado si oliera a corral de ovejas.

—Mm.

Xena dejó sus botas a un lado y se puso en pie, quitándose los pantalones y
dejándolos caer. Salió de ellos y entró en el estanque, deshaciendo sus
vendajes y tirándolos sobre la armadura.

—Ahh. —Se abrió caminó con cautela hacia el centro del estanque, contenta
cuando notó el fondo relativamente suave—. Agradable.

Gabrielle encontró sus ojos capturados por la forma ágil de la reina, perfilada 298
a la luz de la luna.

—Sí —murmuró—. Preciosa.

La reina la miró.

—¿Me hablas a mí, chuletita? —preguntó, apareciendo una extraña media


sonrisa—. ¿O sobre mí? —Miró hacia abajo a su propio cuerpo desnudo y
volvió a mirar a Gabrielle.

—Sí. —Gabrielle movió los pies en el agua—. Eres tan bonita.

Xena puso sus manos en sus caderas y miró a su compañera.

—Eres una pequeña rata almizclera aduladora. Entra aquí. —Vadeó hasta
donde Gabrielle estaba sentada y recogió un puñado del agua
amenazante—. Si no…

Gabrielle pilló el mensaje. Se desabrochó el cinturón que sujetaba su túnica y


la dejó resbalar por los hombros, añadiendo sus propios vendajes antes de
deslizarse en el agua cálida e inmediatamente cayó de rodillas, dejando que
el líquido la cubriera hasta los hombros.

—Oh Guau.
—Es mejor que una toallita empapada en rotgut,7 por supuesto —asintió
Xena—. Qué bueno que vi el musgo.

—¿Por qué está caliente? —preguntó de repente su amante—. ¿Lo has hecho
tú?

La reina ahuecó un puñado de agua y dejó que se escurriera entre sus dedos.

—Lejos de la costa, una vez que pasemos por estas colinas, verás una
montaña, en medio del agua.

¿Una montaña? De repente, la idea de ver lugares y cosas desconocidas para


ella despertó el interés de Gabrielle.

—¿En serio? —dijo—. Pero ¿qué tiene eso que ver con el agua caliente?

—Es un volcán. —Xena sonrió ante su reacción—. Por la noche, podrás ver la
parte superior encendida.

—¡Guau!

Xena se sentó junto a ella, deslizándose hacia atrás para descansar sus
hombros contra la pared de roca del estanque mientras el penetrante calor 299
mineral penetraba en sus huesos. Esperó hasta que Gabrielle se unió a ella, y
luego le dio un codazo a la mujer rubia en las costillas.

—Esta fue una maldita buena idea.

La mujer rubia se hundió un poco más, cerrando los ojos felizmente mientras el
manantial relajaba los dolores por todo su cuerpo.

—Oh, guau —repitió—. Esto es casi tan bueno como cuando me besas.

Xena volvió la cabeza y sopló a la oreja rosada cerca de su hombro.

—¿Estás segura? —preguntó—. Tal vez es mejor que eso. —Giró a medias su
cuerpo y estudió a su compañera por un momento, antes de inclinarse y
probar su teoría. Un suave toque le calentó la piel en lo alto de la parte interior
de su muslo cuando Gabrielle se volvió hacia ella, y sonrió cuando volvió a
besar a Gabrielle—. Espero que sea tu mano —murmuró— O esto va a ser más
excitante de lo que ninguna de nosotras puede soportar.

—Lo es. —Gabrielle rozó su cuerpo contra el de la reina—. Después de todo,


tengo una… um… reputación que mantener, ¿verdad?

Xena rio disimuladamente al sentir la mano de Gabrielle subir más.

7
Rotgut.- Matarratas, bebida alcohólica muy fuerte y de baja calidad.
—Qué suerte tengo. —Ahuecó el pecho de Gabrielle con una mano y frotó su
pulgar sobre el pezón de la mujer rubia—. O tal vez la suertuda eres tú… Porque
yo también.

La luna se puso, y el paisaje estaba cubierto por la oscuridad. Sobre la cresta


cerca del camino, un pequeño grupo de jinetes emergió de los árboles,
reuniéndose en un grupo antes de dirigirse hacia las colinas conducidos por
un caballo visiblemente más grande y uno notoriamente más pequeño que
los otros.

Xena se cubrió con su capa oscura y se la metió debajo de la rodilla.

—Ponte tu capucha —dijo—. Esa cabeza tuya se verá a seis leguas.

—Pero no puedo ver con ella. —Gabrielle, sin embargo, tiró de la tela para
cubrir sus mechones rubios—. Además, Parches es parcialmente blanco.
300
—No me lo recuerdes —la reina suspiró—. Ahí está esa locura, haciendo su
desagradable aparición de nuevo.

Gabrielle se abotonó la capa para que cayera a ambos lados de ella,


cubriendo los costados de Parches. Luego volvió a colocar las rodillas y miró
hacia delante, a las profundas sombras de la noche que estaban
atravesando. El aire era fresco, y sintió un arrebato de excitación mientras se
dirigía a lo desconocido con Xena.

Se sentía bien. El baño le había ido bien, y aunque todavía estaba dolorida, el
impulso de ver y explorar estaba anulando la incomodidad y se alegraba de
que Xena hubiera experimentado uno de esos cambios de humor
inexplicables y le hubiera pedido que la acompañara después de todo.

Ella era divertida de esa manera. Pasaba horas diciéndole a Gabrielle todas
las razones que había para que no hiciera algo, y advirtiéndole que no
desobedeciera, y luego, cuando llegaba el momento, se daba la vuelta y le
decía que se diera prisa y se preparara para ir.

Surrealista. Gabrielle se preguntó qué habría ocurrido si hubiera dicho que esta
vez no quería ir. ¿Lo habría aceptado Xena o estaría cabalgando sobre la
parte trasera de Tiger, atada a la espalda de la reina como un jabalí vestido?
Interesante pregunta. Dirigió a Parches para que siguiera la estela de Tiger,
mientras Xena salía del camino y se internaba en la hierba, y el sonido de los
cascos de los caballos se amortiguaba al hacerlo.

Los soldados a su alrededor iban vestidos con una armadura oscura, y el pelaje
de sus caballos también era oscuro, aunque pocos eran de un negro tan
profundo como el semental de la reina. Solo su pony destacaba del resto, y
Gabrielle estaba preocupada por eso después de lo que Xena había dicho.

No quería que le sucediera nada a Parches. El pony se había ganado su


cariño, y le gustaban sus payasadas y su lindo pelaje desaliñado, tan diferente
de los otros caballos. Era inteligente, y era valiente, y era mucho más cómodo
de montar para ella que Tiger, eso era seguro.

Agradable como había sido montar delante de Xena, le dolían las piernas a
raíz de eso.

—¿Oye Xena?

—¿Oigo?

—¿Podremos ver el volcán esta noche? 301


La reina se rio.

—Tal vez. —Miró hacia adelante, escogiendo su camino cuidadosamente—.


Ya veremos. —Cabalgaron a través de la oscura noche durante dos marcas
de vela, en un galope suave que devoraba el terreno con una velocidad
engañosa. Xena se detuvo solo una vez para orientarse y observar el pliegue
de las colinas a las que se dirigía, sus agudos ojos enfocados en las sombras
buscando cualquier movimiento fuera de lugar. No había nadie—. Está bien.
—Volvió la cabeza y habló a los soldados que la rodeaban—. Este es el plan;
una vez que pasemos por ese desfiladero, vamos a estar a la vista del puerto.
Tendremos que estar en el camino por un tiempo, a esta hora no deberíamos
encontrarnos con nadie.

—Sí, pero, ¿si nos lo encontramos? —preguntó Brendan.

—Si lo hacemos, solo deja que Gabrielle hable —le dijo Xena—. Ella es la
esposa de un rico comerciante en camino a hacer algunas compras.

Los ojos de Gabrielle se abrieron de par en par con cierta sorpresa, ya que
conocía tanto del plan como el resto de ellos.

—Buena idea. —Brendan estuvo de acuerdo—. Cuénteles un buen cuento


entonces, su Gracia.
—Correcto —la reina continuó—. Tan pronto como pasemos el estrecho, nos
dirigiremos hacia los bosques en el lado costero y subiremos por allí, hay un
camino angosto que podemos tomar, en el que no deberían vernos. —Todos
los hombres asintieron. Gabrielle simplemente se rascó la cabeza y esperó no
tener que poner a prueba sus habilidades de interpretación ya que no tenía
una idea real de cómo se suponía que actuaba una rica comerciante, solo
tenía experiencia con nobles aristócratas y esclavos campesinos. Continuaron
avanzando, la atmósfera se volvió cada vez más tensa a medida que se
acercaban al paso, y tuvieron que moverse del refugio de los árboles hacia el
camino de nuevo, exponiéndose a cualquier persona que viniera en la otra
dirección. A esta hora de la noche, Xena sabía que cualquiera que anduviera
por los caminos o bien era un problema, o lo andaba buscando. No estaba
del todo segura de cómo clasificaría a su pequeña banda, pero aflojó su
espada en su funda y comprobó sus dagas por si acaso. Se detuvo justo
debajo del paso y levantó su mano, ladeando la cabeza e inclinando sus
orejas contra el viento. Los hombres y Gabrielle, esperaron en silencio, mientras
la reina se alzaba en sus estribos y enfocaba sus sentidos hacia el frente de
donde estaban, buscando problemas más adelante. Después de un largo
rato, volvió a sentarse, y sacudió su cabeza hacia el paso, marchando sobre 302
Tiger con el resto de ellos siguiéndola. El sonido de sus cascos en el camino
parecía ruidoso, y Gabrielle miró a su alrededor nerviosamente mientras todos
comenzaban a avanzar a través del paso. Era más un pliegue torcido entre las
colinas, nada parecido a los desfiladeros más cercanos a la fortaleza. Aquellos
tenían altos acantilados a cada lado, y grietas irregulares en las que
cualquiera podía esconderse para una emboscada. Sin embargo, estas eran
simples y suaves colinas que se inclinaban levemente a cada lado, con un
camino abierto entre ellas, perfectamente adecuado para los cargados
carros de los mercaderes ambulantes y sus lentos bueyes. El camino interior a
su reino. Xena aceptó un momento de duda, preguntándose si no iba a
disparar una flecha a su propio culo haciendo esto. Controlar la ciudad
portuaria claramente le daría una ventaja por un lado, pero, por el otro, podría
ahuyentar el comercio.

»Maldita sea —suspiró Xena—. ¿Podrías dejar ya tanta chorrada indecisa?

Gabrielle se acercó a ella.

—¿Has dicho algo? —preguntó en voz baja.

—No —la reina murmuró—. Shh… —Poco tiempo después habían pasado el
pliegue y se encontraron frente a un tramo de carretera oscura y vacía. Xena
lo estudió, echó la cabeza hacia atrás para mirar el cielo y decidió cambiar el
plan—. Nos quedaremos un rato por aquí —dijo—. Decidiremos el mejor
momento. Es más tarde de lo que quería.

Brendan asintió.

—Sí. —Hizo un gesto al resto de los hombres para que avanzaran, y


continuaran por el camino. A ambos lados, grandes masas de bosque se
extendían hasta otro conjunto de colinas, y al final del camino, podían ver que
la pendiente descendía hacia la costa—. Lo bueno es que estamos poniendo
un pie aquí —le comentó Brendan en voz baja—. Esto es un gran agujero en
nuestra espalda.

Xena lo miró.

—Exacto —dijo después de una breve pausa—. No podría dejarlo así. Hemos
tenido suerte.

—Sí. —El viejo capitán estuvo de acuerdo—. Parece tranquilo.

—Es tarde —dijo la reina—. Debería estarlo. —Movió la cabeza de un lado a


otro, captando los sonidos normales de la noche a su alrededor, los grillos en
la hierba y el susurro de la vida silvestre moviéndose entre los árboles más allá. 303
Xena hizo una pausa. ¿Era la vida silvestre? De repente, tuvo otro momento
de duda, al darse cuenta de que estaba dando por sentado que sus
habilidades iban a ser tan confiables como solían ser, a pesar de que hacía
mucho tiempo que no las usaba en medio de la naturaleza. ¿Los estaba
conduciendo a una trampa, otra vez? Se le secó la garganta y estuvo a punto
de detener a Tiger, cuando descubrió una senda natural entre los árboles no
muy lejos—. Salgamos del camino. —Indicó la senda—. Quiero asegurarme de
que el camino costero todavía está por aquí. No vamos a desfilar por el
camino con el maldito ejército.

Se desviaron del camino un cuarto de marca de vela más tarde y viajaron por
una pequeña pendiente hacia los árboles. Apenas habían llegado allí cuando
el sonido de los cascos los hizo volverse a todos, retrocediendo rápidamente
hacia los árboles cuando una figura a caballo apenas visible apareció en el
camino, trotando a un ritmo constante, aunque sin prisas, en la dirección de
dónde venían.

Todos los hombres miraron a Xena con algo de temor.

—Podría habernos visto, seguro —murmuró uno—. Los dioses nos bendicen con
esos oídos.
Xena estaba sentada tranquilamente sobre el lomo de Tiger, mirando al
solitario jinete. Aunque era difícil ver los detalles, podía distinguir su contorno, y
el bulto sobre su hombro y la forma en que se sentaba en la silla de montar le
indicaba que no era un mercader ocioso de camino al mercado.

Interesante.

—Jax —proyectó su voz suavemente—. Síguelo.

Uno de los soldados, un veterano, asintió y se retiró del grupo.

—¿Solo seguirle? —preguntó, conteniendo a su caballo por un momento.

Los ojos de Xena eran incoloros a la luz de las estrellas.

—Asegúrate de que no vuelva por aquí —rectificó—. Pero me gustaría saber


a dónde va y qué está haciendo antes de que lo destripes.

—Sí, Majestad. —El hombre hizo un gesto leve de despedida, y comenzó a


alejarse, manteniéndose al borde de los árboles mientras avanzaba en
paralelo con el jinete.

Satisfecha, Xena observó el camino un poco más, para asegurarse de que el 304
solitario jinete estaba realmente solo, antes de darse la vuelta y partir hacia el
bosque, esperando que los árboles no hubieran crecido tanto que impidieran
a los caballos pasar entre ellos.

Cuando sintió que la oscuridad del bosque se cerraba a su alrededor, sus


hombros se relajaron y fue capaz de concentrarse en encontrar el camino, en
lugar de pensar en el que habían dejado recientemente.

Suerte. Ella había tenido suerte otra vez. Pero ¿cuánto tiempo podía depender
de la suerte para encubrir lo que estaba empezando a sospechar que podría
ser una decadencia letal de sus dotes de mando?

Bien.

—Por los dioses, esto es espeluznante. —Gabrielle habló de pronto—. No


puedo ver nada.

—Todo irá bien, su gracia. Xena puede ver perfectamente —le dijo Brendan,
con una leve risa en su voz—. Maldito si eso no nos libró de los dioses sabe qué
en los viejos tiempos.

Xena dejó que sus ojos exploraran el bosque, las ramas eran tan gruesas que
bloqueaban la luz de las estrellas y dejaban el espacio debajo del dosel en lo
que eran, para sus ojos, sombras plateadas y grises. A pesar de todo, los
troncos y la maleza estaban claramente delineados a sus ojos, y estaba
agradecida de que eso, al menos, parecía estar cumpliendo con las
expectativas.

—Sí, estamos bien —concluyó—. Sólo sígueme.

—No hay problema. —Gabrielle se acercó y agarró firmemente el estribo de


Xena—. Me alegro de no poder ver todas esas arañas.

La cabeza de Xena se alzó de golpe y sus fosas nasales se tensaron.

—¿Qué?

—¿Qué?

—¿Qué te hizo mencionar a las arañas?

—¿No hay siempre arañas? —preguntó la mujer rubia, razonablemente—.


Pero está bien, si puedes verlas, ¿verdad?

Los ojos de Xena se abrieron al máximo, y comenzó a mirar furtivamente


alrededor.

—Por supuesto. 305


—Entonces estamos bien, ¿verdad?

—Sí, estamos genial. —Xena sacó su espada de la funda y aferró la


empuñadura—. Solo mantén la cabeza baja.

—Está bien.

—Y no me hagas cosquillas en la pierna si te gusta tener la cabeza sobre los


hombros.

—Um…

Xena maldijo entre dientes cuando su capa se enredó en una maraña de


ramas por enésima vez. El bosque se había vuelto mucho más denso desde la
última vez que había estado allí y apenas podía abrirse paso a través del follaje
mientras dirigía el camino entre los árboles. Ahora iban a pie y podía oír a
Gabrielle justo detrás de ella, la mano de la mujer rubia se aferraba con fuerza
a un pliegue de la capa de Xena mientras la seguía pegada a su sombra.

—Cuidado con ese palo.

—Está bien. —Gabrielle no podía ver absolutamente nada excepto la vaga


sombra que era Xena frente a ella. Se acercó más a la reina y deseó que el
bosque terminara, escuchando las suaves maldiciones de los soldados detrás
de ella mientras luchaban por abrirse paso—. ¿Estamos llegando ya?

¿Cómo iba a saberlo? Xena miró por delante de ella, viendo solo ramas
entrelazadas como oscuras y plateadas molestias y deseando haberse
quedado en su tienda.

—Pronto —dijo—. Oye. Pásame ese palo tuyo, ¿quieres?

Gabrielle lo hizo de buena gana. Eso liberó su otra mano para encontrar un
lugar en la cadera de Xena, e inmediatamente se sintió mejor con ese
contacto adicional.

—Va a ser difícil llevar al ejército a través de esto, ¿no?

Xena estaba ocupada golpeando ramas en una muerte astillada. 306


—No —gruñó—. Si me toca los huevos lo suficiente, reduciré todo esto a
cenizas, malditos sean los dioses.

—Oh.

La reina estaba contenta de que solo fuera primavera. Si fuera verano, las
ramas hubiesen estado llenas de savia y la vara que estaba empuñando
habría rebotado hacia atrás golpeándola en la cabeza y haciendo que su
humor fuese aún peor de lo que ya era.

Avanzaba con todas sus fuerzas, haciendo palanca para separar dos
delgados troncos para pasar su alto cuerpo, deslizándose entre ellos y
encontrándose afortunadamente en un espacio más amplio y abierto. Echó
su cabeza hacia atrás y vio estrellas en lo alto, su luz plateada proyectaba
sombras a su alrededor.

—Bien.

Gabrielle se deslizó por la abertura, parpadeó un poco y se frotó los ojos. Aquí,
a la luz de las estrellas, podía distinguir el contorno de Xena, y al levantar la
vista vio los ojos pálidos que la observaban.

—Me gusta más esto.


Xena sonrió a medias y luego apartó a Gabrielle para dejar espacio al resto
de los soldados. Una vez que se unieron a ella, se volvió y los miró, con un brazo
sobre los hombros de Gabrielle y el otro enroscado alrededor de la vara.

—Estamos a mitad de camino —dijo brevemente. Ninguno de los hombres dijo


una palabra, pero el quejido silencioso fue claro. Xena no se lo tuvo en cuenta,
ya que ella misma protestaba por dentro—. Simplemente seguidme de cerca.
—Les aconsejó, antes de dar la vuelta y dirigirse al otro extremo del pequeño
claro, dejando que una mano descansara sobre el tronco del árbol más
cercano y se inclinó hacia delante.

Podía oír los suaves sonidos de los animales moviéndose delante de ellos, pero
eso había sido así durante todo el viaje. Los sonidos se detendrían cuando se
acercaran, y se reanudarían cuando pasaran, y eso sabía que era normal.

Su nariz se contrajo, y captó el olor a almizcle, y luego, por debajo, el aroma


agradable, débil e irregular de sal en el aire. Cerró los ojos y exhaló, ese olor
que le traía lo mejor y lo peor de sus recuerdos.

—¿Xena? —Gabrielle puso la mano en su espalda y se inclinó acercándose—


. ¿Qué está mal? 307
¿Y cómo sabía ella que pasaba algo? Xena volvió la cabeza.

—Nada. Solo comprobando la salida —le dijo a su compañera—. ¿Alguna vez


has visto el océano, rata almizclera?

Gabrielle negó con la cabeza de inmediato.

—No… pero realmente me gustaría —dijo— Una vez, escuché a un hombre


contarle a la gente sobre eso y sonaba asombroso.

Asombroso.

—Lo verás. —Xena comenzó a abrir paso hacia adelante otra vez—. Vamos.

—Justo detrás de ti. —Gabrielle reanudó su agarre, y se pegó a la reina,


agachándose cuando las ramas las golpeaban. El hecho de solo seguirla le
dio mucho tiempo para pensar sobre las cosas. Como lo almizclado que olía
el aire, y lo aterrador que era caminar a través de la oscuridad con todo tipo
de cosas crujiendo y moviéndose a su alrededor. Esperaba que todo
terminara antes de lo que Xena pensaba. Esperaba que los caballos
estuvieran bien allí donde los habían dejado, con solo un soldado para
protegerlos. Era un terreno salvaje, y estaba un poco preocupada por
Parches—. ¿Oye Xena?
—¿Sí?

—¿Eso es un búho?

La reina se detuvo y miró a su alrededor.

—¿Dónde? —Ladeó la cabeza cuando vio dos grandes ojos amarillos


brillantes mirándolos—. Ah. —Estudió los ojos, que parpadeaban lentamente,
como si la criatura la estuviera evaluando. Después de un momento, pudo
distinguir el contorno de su cabeza gruesa y su cuerpo cuadrado—. Sí.

—Guau.

Xena le lanzó una mirada y después sacudió la cabeza y siguió abriéndose


paso entre las ramas.

—Vamos.

Gabrielle miró al búho un momento más antes de seguirla. Los pájaros grandes
siempre la habían fascinado, y era lo más cerca que había estado de uno.

—Se supone que son realmente inteligentes —dijo—. Conozco una historia
sobre un búho. ¿Quieres oírla? 308
—Por supuesto. —Xena apalancó la vara contra un conjunto de ramas,
astillándolas mientras apoyaba su peso—. Mejor que escucharme a mí misma
maldecir. Empieza a hablar.

—Bueno, había una vez un búho… —Gabrielle se alegró de la distracción y de


la oportunidad de ser útil. Pensó que los hombres también estarían contentos
con algo para pasar el rato, y alargó la historia un poco más, agregando
algunos detalles y una paloma como el interés amoroso del búho. En realidad,
no era más que un cuento para niños, lo había escuchado de un
cuentacuentos ambulante hacía mucho tiempo, que se había detenido en su
pueblo una noche y había intercambiado algunas historias por un plato de
estofado y una jarra y, sin duda, se había ganado el valor de su cena.
Recordaba estar sentada junto al fuego en la sala común de la posada,
mucho más allá de su hora habitual de acostarse, simplemente escuchando
todas esas extrañas y nuevas imágenes que salían de la boca del hombre y
que habían encendido en ella el deseo de poder hacer lo mismo—. Así que
un día, el búho y la paloma estaban caminando cerca del arroyo, y llegó un
lobo hambriento… —Bardo. Ahora tenía un valor, pero en su familia había sido
una maldición y tocó con la lengua la cicatriz en el interior de su labio por el
golpe que había recibido la primera vez que su padre la había sorprendido
haciéndolo. Todos los hombres estaban en silencio, escuchándola, ya no
maldecían ni en voz baja—. El lobo dijo; “Búho, eres un sabio del bosque, y lo
respeto, pero tengo hambre, por lo tanto, me comeré a tu compañera” —dijo
Gabrielle—. Pero el búho extendió sus alas, abrió su pico y voló directamente
hacia el lobo, directamente a sus dientes y sus garras, y se escuchó un ruido
horrible.

—El búho era idiota —dijo Xena—. Las palomas son un cuarto de dinar por
docena.

Gabrielle rascó ligeramente la espalda de la reina con los dedos.

—El lobo era enorme, y el búho no tenía ninguna posibilidad —continuó—.


Pero fue valiente, y siguió luchando, y de repente, la paloma voló y comenzó
a picotear los ojos del lobo.

—¡Bien por ella! —dijo el soldado más cercano.

—No hay forma de que una paloma pueda picotear los ojos de un lobo. —La
reina negó con la cabeza—. ¿De dónde sacas estas cosas?

—Bueno, si tú fueras una paloma, picotearías los ojos de un lobo —dijo


Gabrielle razonablemente. 309
—¿Si yo fuera una qué? —Xena detuvo su implacable mutilación de follaje y
fulminó con la mirada a su amante, quien arruinó el momento dándole un
desapercibido abrazo—. Ya te daré yo paloma, pequeña… —Se dio la vuelta
y empujó más allá de un denso matorral, casi perdiendo el equilibrio cuando
cedió y tropezó con un sendero blanco que doblaba la anchura de sus
hombros.

—Oh. —Gabrielle salió corriendo detrás de ella—. ¡Lo encontraste!

Xena se apoyó en la vara.

—Por supuesto que sí. —Disimuló su sorpresa, dándose cuenta de que se había
adentrado en el bosque en un ángulo más profundo de lo que había
pensado. Ahora, fuera de los árboles, podía ver el borde irregular de la
elevación que ocultaba la costa, y, al darse la vuelta, la alejada entrada que
permitiría pasar al ejército con un poco de orden—. Ahí. ¿Veis?

Los hombres asintieron, mirando a su alrededor.

—Buen camino pues, Xena —dijo uno—. Podría llevar a todo el ejército aquí,
nadie vería nada.

—Exactamente —asintió la reina—. Está bien, sigamos adelante, ahora que


podemos avanzar. —Comenzó a caminar por el sendero, patéticamente feliz
de poder avanzar sin obstáculos de nuevo, incluso si era por un camino
estrecho entre setos y un bosque—. Así que. ¿Terminarás de contarnos cómo
la palmó el búho?

Gabrielle se colocó la capa sobre los hombros y se pasó los dedos por el pelo
para quitarse las ramitas y hojas que se le habían enredado.

—Bueno, no lo hizo —dijo—. Mira, la paloma cegó al lobo, y este soltó al búho
porque le tenía miedo a la oscuridad. —Xena puso los ojos en blanco, fuera
de la vista de los demás—. Así que el búho y la paloma escaparon al bosque,
y se convirtieron en héroes para todos los otros animalitos que tenían miedo
del lobo. Xena puso los ojos en blanco otra vez—. Y así, supongo que la
moraleja de esa historia es… —La voz de Gabrielle fue repentinamente
diferente, un poco más profunda—. Que, con amor, todo es posible.

La reina podía sentir el silencio detrás de ella, mientras las palabras de su


consorte se desvanecían silenciosamente en las sombras, transformando un
cuento tonto de niños en una verdad que martilleaba en su nuca mientras
pensaba en lo que realmente significaban esas palabras para ella.

¿Sabía Gabrielle, realmente lo sabía, cuán relevantes eran esas palabras? 310
¿Entendía que solo ese minúsculo detalle fue el que había impedido a Xena
ceder a la persuasión de la muerte, bajo esa montaña, todos esos meses
atrás?

Había estado tan cansada. Tan avergonzada por llevarlos a esa trampa. La
muerte hubiera sido muy bienvenida, en lugar de enfrentar esa vergüenza,
salvo que había tenido que escuchar esa vocecita suplicándole que no se
fuera.

Su orgullo se rindió sin siquiera un gemido simbólico.

—Sí, supongo que eso es verdad —dijo la reina, con una ligera sonrisa—. Ahora
piensa en algo menos cursi y más sangriento antes de que empiece a vomitar.

—Xena.

—Vamos, venga, en mitad de la noche en un bosque lleno de arañas no hay


tiempo para ser cursi. —La interrumpió Xena.

—Bien. —Gabrielle dio un paso extra para seguir el ritmo—. Me sé una sobre
un jabalí verrugoso.

Los hombres detrás de ella comenzaron a reírse.


—¿Un jabalí verrugoso? —La voz de Xena era una mezcla de resignación e
incredulidad.

—Es sangrienta. Créeme.

La brisa soplaba refrescándolos y agitando sus capas mientras bajaban por el


sendero. Xena alzó el rostro hacia ella, mientras avanzaban, una mezcla de
arena y rocas que se movía débilmente bajo su peso con un suave crujido.

Gabrielle la alcanzó, habiéndose quedado sin historias por el momento.

—¿Qué es ese olor? —preguntó, levantando una mano en el viento.

—Agua.

La mujer rubia frunció el ceño.


311
—Nunca había olido agua como esta antes —objetó.

—No. —La reina se rio suavemente—. Nunca antes has visto agua como esta,
créeme. —Sacudió su nariz ante la familiaridad—. Escucha, ¿oyes eso?

Gabrielle inclinó la cabeza, al principio no oyó nada más que sus propios
pasos.

—No, bueno… —Hizo una pausa, fue entonces cuando detectó algo más.
Detrás del susurro del bosque a su derecha, y el sonido del viento contra los
matorrales a su izquierda, escuchó algo extraño. Algo suave y rítmico, un
rugido y un estruendo que no se parecía a nada que ella hubiese escuchado
antes—. ¿Qué es?

Xena llegó a un hueco en el matorral, y se dio la vuelta, dándole un codazo a


Gabrielle.

—Trepa allí. —Indicó la subida—. El resto de vosotros, esperad. Tomaros un


descanso.

Desconcertada, Gabrielle miró a la reina, luego sacudió la cabeza e hizo lo


que le dijeron, fue hacia la subida y comenzó a trepar por ella. Había
avanzado unos pasos antes de escuchar a Xena detrás de ella y luego una
mano la agarró por el cinturón y la cargaron como si fuera un saco.
—¡Urf!

—No tenemos todo el día —dijo la reina, cuando llegaron a la cima de la


subida y se encontraron con la fuerza del viento que venía del océano—. Allí.

—¿Allí qué? Yo… —Gabrielle logró poner sus pies en el suelo y se puso de pie,
apartando los pliegues de la capa que cubrían su cabeza mientras volvía la
cara hacia el viento. El olor era mucho más fuerte ahora y podía ver por qué—
. ¡Oh mis dioses! ¡Guau!!!

Ante ellas se extendía un escarpado rocoso que se precipitaba hacia lo que


a ella le parecía una superficie sin fin, cambiante, llena de reflejos blancos y
movimiento, reflejando la luz de las estrellas de vuelta a ellas en un torbellino
de agitadas olas.

Parecía que no acababa nunca, desde la curvada línea de costa que


sobresalía delante de donde estaban hasta donde alcanzaba su vista en esa
dirección.

—Eso es el mar —comentó Xena—. Agua hasta más allá de lo que puedes ver,
y no puedes beber ni una gota.
312
Gabrielle era reacia a volver la cabeza.

—¿De Verdad? ¿Por qué?

—Está lleno de sal —respondió la reina—. Un asco para viajar. Ahí está tu
maldito volcán. —Señaló una sombra en el horizonte—. ¿Ves?

Gabrielle parpadeó un par de veces, luego miró fijamente la sombra, viendo


un repentino resplandor en la parte superior y un destello de chispas estalló en
las nubes sin forma.

—Guau —murmuró—. Parece una especie de fogata por la mañana.

Xena había cruzado los brazos sobre su pecho, sus ojos contemplando al mar
y sus misterios con una enigmática calma.

—Sí —dijo—. Vamos. Aún tenemos terreno por recorrer. —Se giró y comenzó a
bajar la cuesta, usando la vara para facilitar su descenso. Por un momento,
Gabrielle se quedó sola frente al viento, y permitió que la sensación de estar
al borde de toda esa vasta incógnita la llenara, cerrando los ojos y
extendiendo sus brazos mientras llenaba sus pulmones con ese extraño aire
picante. Esto era lo que esperaba. Esto era lo que su imaginación había
estado ansiando, imágenes, sonidos y olores para alimentar su ojo interior con
nuevas posibilidades—. Gabrielle.
—Lo siento. —Se giró y trotó detrás de su compañera, quien esperaba
impaciente unos pocos pasos más abajo de la ladera—. Es tan asombroso.

Una respuesta sarcástica se asomó a sus labios por un momento, entonces,


Xena sonrió en su lugar, recordando con retraso su propia reacción ante esa
vista. Rodeó a Gabrielle con un brazo mientras se deslizaban y volvían a trepar
por el sendero para reunirse con los soldados.

—Tal vez te lleve a navegar en él algún día.

Gabrielle sonrió como reacción, envolviendo con su brazo la cintura de la


reina mientras se unían a los demás.

—Impresionante.

Xena se echó a reír mientras se abría paso por la curva del camino más allá
del hueco en el matorral, y comenzaba a descender una ligera pendiente
que sabía que los conduciría a la llanura y la ciudad portuaria, que era su
objetivo final. Se relajó un poco, sacudiendo la cabeza para echar atrás su
pelo revuelto por el viento y olfateó ligeramente cuando el viento cambió otra
vez, esta vez viniendo del lado de la tierra.
313
De inmediato, se puso rígida.

—Esperad. —Levantó la mano y se detuvo en medio del camino mientras sus


sentidos luchaban para dar sentido a la nueva información que se filtraba en
ellos. Se esperaba árboles y tierra, y tal vez ganado. Encontrar el olor de los
hombres, y los caballos, y las pieles de las tiendas de campaña le sorprendió,
y consideró las posibilidades cuidadosamente antes de hablar—. Está bien —
dijo finalmente—. Ahora aquí está lo que veníamos buscando.

—¿Majestad? —preguntó uno de los hombres, vacilante.

La reina comenzó a avanzar, moviéndose ahora con más cautela. Levantó


una mano para que guardaran silencio y se dirigió al borde de los árboles,
donde pudieron ver una abertura. Aminoró la marcha cuando llegó, y colocó
su cuerpo detrás del último árbol antes de asomarse, el gris perla débil del
amanecer delineaba las llanuras debajo de ellos.

Y, entonces, exhaló lentamente. A la tenue luz, se reveló un ejército que se


extendía por las llanuras en todo su brutal y funcional esplendor, su origen,
intención y dirección se enfocaban claramente en el valle por el que ellos
acababan de venir.

—Por los dioses —susurró Brendan—. Por los dioses, tú lo sabías. —Volvió la
cabeza hacia Xena—. Toda esa urgencia.
—Lo sabías —soltó Gabrielle—. Dijiste que algo estaba aquí afuera.

Así que lo hice. Xena apoyó la mejilla contra la corteza, repasando la masa
de hombres, fácilmente triplicaba el tamaño de su propia fuerza.

—Bueno —suspiró—. Estaba buscando un desafío.

—Por los dioses que has encontrado uno —exhaló Brendan.

—Mm… —Su reina estuvo de acuerdo—. La próxima vez quizá solo intentaré
aprender croquet en su lugar. Esta va a ser una perra más grande que yo.

Gabrielle se quedó mirando al ejército, y tragó saliva, insegura de querer toda


esta nueva experiencia de una manera tan gráfica.

—Ay madre.

—Mm… —Xena sintió un momento de irónico autoconocimiento—. Supongo


que descubriremos si mi reputación vale para algo, ¿eh? —murmuró—. Justo
me sirve para demostrártelo, Gabrielle. Ten cuidado con lo que pides.

—Ostras.

—Hm… 314
Parte 10

Miles de cosas estaban pasando por la cabeza a Xena mientras se abría paso
a través de los árboles con los que habían luchado tan arduamente antes,
dirigiéndose de vuelta hacia los caballos.

¿Seguían los caballos allí? ¿Los han encontrado los exploradores del ejército?
¿Por qué los comerciantes no dijeron nada sobre una invasión? ¿Cómo pudo
haber sido tan…? ¿Y qué? La reina apartó un poco de musgo de su camino
con un movimiento impaciente. Había sentido que había algo ahí fuera,
prácticamente había vuelto loco a todo el mundo para salir y encontrarlo, y
¿quién sabe? Aquí estaba.

No llevaban allí mucho tiempo. No olía a una larga acampada, y ella no había
visto estructuras permanentes, solo tiendas de cocina para viaje y algunas
bolsas de agua colgando, y eso la hacía preguntarse si su sincronización había
sido tan perfecta que los había encontrado justo cuando comenzaban su 315
camino.

Increíblemente absurdo. Casi tan absurdo como cuando Bregos terminó


ocultándose en las cloacas de la ciudad natal de Gabrielle.

Los hombres que caminaban detrás de ella, guardaban silencio, su estado de


ánimo era sobrio ya que sin duda se daban cuenta de que su campaña de
primavera se había convertido en algo completamente diferente.

Gabrielle también avanzaba en silencio pegada a los talones de Xena, una


vez más sujetando su vara y usándola para caminar.

Todos estaban muy serios, pensó Xena, como correspondía dada la situación.
Aguantó el sombrío silencio por unos pasos más, antes de mirar hacia atrás.

—Oye —habló en tono normal—. Tómatelo con calma, ¿quieres? Me estás


haciendo creer que dudas de mi capacidad para sacarnos de este maldito
lío.

Gabrielle se retorció a su lado al arañarse con un inoportuno árbol.

—Creo que todos estamos tan atónitos de que supieras todo sobre ellos —
explicó—. O… bueno, al menos yo estoy atónita. —Xena resopló—. Pero, Xena,
eso es realmente increíble —insistió la mujer rubia—. ¿Cómo lo supiste?
Recuerdo que me dijiste en el castillo que sabías que algo iba a atacarnos.

¿Cómo lo había sabido? Xena se puso de lado para pasar entre las ramas más
grandes. Hubo indicios, sí, noticias de nuevos comerciantes que venían de
lejos husmeando, y la escasez de los comerciantes ocasionales que siempre
había esperado de la ciudad portuaria. Las caravanas mercantes habían
llegado, pero en menor cantidad, y los viajeros solitarios se habían
desvanecido dejando esta ruta notablemente vacía.

Había sentido que algo no estaba bien respecto a eso, pero era invierno, y los
pasos eran difíciles, y podría haber sido una coincidencia de todos modos.
Después de todo, tal vez había mercados más lucrativos, río arriba, más allá
del puerto.

Entonces, ¿qué había puesto esa pesadilla en sus pensamientos? Xena casi
había creído que era su propia inseguridad, justo hasta que el viento había
golpeado su cara haciendo las imágenes demasiado reales. Miró a su
alrededor, luego miró a su compañera más pequeña.

—Maldición si lo sé —admitió con un susurro irónico—. A veces simplemente 316


tienes una sensación en tus entrañas. —Gabrielle se quedó pensativa, luego
asintió ligeramente mientras comenzaban a atravesar la última fila de árboles.
Ya casi estaba amaneciendo, y la impenetrable oscuridad había sido
reemplazada por una luz gris y brumosa que mostraba cómo de frondoso era
el bosque y lo increíblemente inteligente que había sido Xena al guiarlos a
través de él. A ambos lados del sendero que habían tomado se veían
barrancos llenos de rocas, y Gabrielle sacudió la cabeza de nuevo
asombrada mientras observaba cómo sus botas arrastraban los pedazos de
madera que habían quitado de su camino—. Shh… —Xena levantó su mano
y disminuyó la velocidad, mientras se acercaban al borde del bosque—.
Asegurémonos de que no haya sorpresas esperándonos. —Se detuvo por
completo y se volvió—. Todos… —Sus ojos se dirigieron directamente a la cara
de Gabrielle—. Quedaos aquí. —Una vez que estuvo relativamente segura de
que iba a ser obedecida, se dio la vuelta y comenzó a caminar nuevamente,
esta vez con mucha más precaución. Por un momento, se sintió extraña, y
luego, como si los años pasados de desvanecieran de sus sentidos, se encogió
de hombros y recordó cómo era ser el explorador del que el ejército
dependía. Sintió que su respiración era lenta, siguiendo el patrón del viento a
su alrededor mientras se movía al ritmo de las ramas a cada lado de ella,
envolviéndose con su capa el cuerpo para ocultar sus armas y armadura.
Concentró su atención delante suyo, moviendo rápidamente los ojos de un
lado a otro de la línea del borde de los árboles buscando un movimiento que
no encajara allí. Su oído se aguzó, captando un leve susurro, y maldijo el aire
inmóvil que permanecía mudo del revelador olor de los caballos. Se quedó
quieta, escuchando, captando el suave susurro de nuevo, pero era
demasiado vago para identificar la fuente. ¿Caballos? ¿Hombres esperando
para ensartarla con una lanza? Xena se rio silenciosamente ante su
bravuconería y volvió a avanzar otra vez, agachándose bajo una rama
colgante y, como medida de precaución, sacando su daga de la funda del
antebrazo y cerrando los dedos alrededor de su delgada y equilibrada
empuñadura. En medio de estos árboles, con ramas tan cerca de ella, su
espada sería inútil. La daga, con su afilado borde doble y su sangradera
central, estaba a solo un movimiento de muñeca de una protección más
efectiva. No estaba segura de que sirviera de mucho si terminaba frente a una
línea de ballestas, pero no sería la primera vez y dudaba que fuera la última,
tampoco. Su suerte parecía correr de esa manera.

»Está bien —murmuró para sí misma—. Veamos qué tenemos. —A su


alrededor, el bosque estaba en silencio, sin siquiera un pájaro o un grillo para
distraerla del estrecho camino que tenía delante. Descendió por el camino,
con las botas instintivamente silenciosas sobre la tierra esparcida mientras sus
317
instintos de lucha se despertaban y su piel comenzaba a hormiguear. Delante
de ella había dos árboles, con suficiente espacio entre ellos para que pudiera
pasar. Apuntó hacia ellos, moviéndose de tronco en tronco para mantener la
mayor parte posible de su cuerpo oculta a cualquiera que mirara desde
afuera. Justo cuando llegó a los árboles, dejó que su capa se deslizara por su
hombro, liberando el brazo que sostenía la daga suavemente entre sus dedos
mientras apoyaba su otra mano en el tronco del árbol del borde del bosque y
asomaba con cautela la cabeza, mirando al descuidado claro donde habían
dejado los caballos. Estaba vacío. Xena maldijo en voz baja y estudió el suelo
frente a ella, observando la alta hierba en busca de cualquier señal de
movimiento, y girando la cabeza un poco para escuchar tan claro como
fuera posible cualquier señal de problemas. Nada. Detrás de ella, como para
escarmentarla por su lentitud, un pájaro estalló con su canto casi haciendo
que Xena irrumpiera en el claro con todos los pelos de punta. Apenas
consiguió reprimir el impulso de darse la vuelta y atravesar al pequeño
bastardo con su daga y decidió ir al grano en su lugar. Con osadía, salió a la
luz del amanecer, barriendo los árboles de alrededor con los ojos justo cuando
un movimiento a su izquierda la alertó y sus reacciones se desencadenaron en
una respuesta violenta. El repentino movimiento fue grande y ella soltó la daga
y buscó su espada antes de darse la vuelta completamente para enfrentarlo,
desenvainando la espada y extendiéndola en un barrido. Dejó escapar un
grito cuando su mente reconoció a lo que estaban reaccionando sus instintos
y apenas asustó a su caballo que esquivó a la izquierda justo cuando le
hubieran cortado las orejas.

»¡Estúpido bastardo! —Tiger resopló y saltó del suelo con las patas delanteras,
sacudiendo la cabeza ante la reacción a su saludo. Xena envainó su espada
mientras se defendía de la cabeza del semental, agarrándolo por la crin y
gruñendo en su oreja. Miró más allá de él para encontrar a Parches trotando,
y detrás del pony, como si los dirigiera él, el resto de los caballos. La reina los
vio acercarse, contenta de que parecieran ilesos, después miró detrás de ella
para encontrar el espacio vacío entre ella y el bosque. Miró a los caballos,
luego al bosque—. Eligen una mierda de ocasión para escucharme de
verdad, ¿eh? —Suspiró mientras se daba la vuelta y caminaba hacia los
árboles—. ¡Salid aquí!

Retrocedió cuando apareció Gabrielle, mirando a través de su rubio flequillo


con una expresión muy similar a la de su pony.

—Bueno, dijiste…
318
—¿Y cuándo te importó eso alguna vez? —Xena se volvió y estudió las
praderas. Sabía que el desafío ahora era hacer que todos regresaran al
campamento del ejército sin revelar su presencia. El camino por el que habían
cabalgado antes del bosque ahora le parecía demasiado expuesto, dada la
creciente luz del día.

¿Debería salir por patas de allí y esperar lo mejor, o tratar de encontrar algún
otro camino de regreso, con peligros desconocidos? ¿Debería dividir el grupo
y enviarlos de vuelta uno a uno?

Gabrielle pasó por delante de ella, dejando que sus manos descansaran sobre
las caderas de Xena antes de dirigirse hacia donde Parches estaba ahora
impasible comiendo hierba.

—Chico, me alegro de ver a estos muchachos. —Abrazó a su pony por el


cuello—. Hubiera sido una caminata muy larga de regreso.

Xena estudió a su amante, que estaba de espaldas a ella, dejando que sus
ojos recorrieran el conjunto de sus hombros.

—Está bien. —Hizo un gesto de mirar el cielo—. No podemos arriesgarnos a


perder nuestra ventaja sobre ellos. —Se inclinó sobre Tiger e indicó una
elevación a la derecha de donde estaban, casi en la pendiente del camino—
. Nos quedaremos allí durante todo el día, volveremos al campamento una
vez que oscurezca.

Brendan asintió.

—Sí, buena idea —dijo—. ¿Enviamos al chaval para advertirles, tal vez? Uno
debe llegar a ellos y decirles que se mantengan ocultos. Menos mal que nos
hiciste acampar en los árboles, Xena.

—Mmm… —La reina miró al soldado en cuestión—. Sí, pero quítate la


armadura. Si te atrapan, mejor que seas un cabrero. —El soldado se llevó el
puño al pecho y comenzó a quitarse la resistente armadura de cuero y la cota
de malla. Xena lo observó un momento, luego se acercó a donde Gabrielle
estaba parada y se inclinó sobre ella, poniendo sus manos sobre el lomo
Parches a ambos lados de su amante—. ¿Y bien?

—¿Qué vamos a hacer ahora? —preguntó Gabrielle suavemente—.


¿Vendrán y nos atacarán?

—Parece que ese es su plan —dijo Xena—. Así que tenemos que encontrar la
manera de detenerlos y hacerlos regresar al lugar de donde hayan venido.
319
Gabrielle se giró para mirarla y se recostó contra la peluda piel de Parches
mientras estaba presionada vientre contra vientre con la reina. Miró a los ojos
de Xena, y le dirigió una pequeña sonrisa.

—Estoy segura de que lo resolverás —dijo—. Pero chico, había muchos de ellos
allí, ¿eh?

Seguro que sí.

—Bah. —Xena se encogió de hombros—. El tamaño no lo es todo. —Sonrió a


su amante—. Como he descubierto.

Gabrielle se sonrojó, y sus ojos bajaron brevemente, y luego volvieron a


levantarse.

—Cuando lleguemos a las rocas de allí, puedo hacer un poco de té. Traje un
paquete de hojas en mi bolsa —dijo—. Creo que les gustaría a todos… ha sido
una larga caminata.

—Mmm… —reflexionó Xena—. Va a ser mucho más larga —advirtió—. Así que
vamos a ponernos en movimiento. —Cogió las riendas de Tiger y se subió a la
silla—. Cuanto antes nos pongamos a cubierto, mejor. —Señaló una ruta hacia
la elevación—. Quédate cerca de los árboles.
El soldado más joven, ahora vestido con sus calzas y camiseta, se balanceó a
bordo de su desnudo caballo.

—Majestad, les daré el aviso —dijo—. Y también, voy a estar atento a Jax, él
debería estar yendo tras nosotros ahora.

Xena asintió, levantó su mano despidiéndolo, esperando que él llegara al


borde del bosque antes de dar media vuelta y dirigirse hacia su escondite
elegido, los mismos miles de pensamientos aun zumbando en su mente.
¿Estaba escondiéndose solo para retrasar el momento en el que tener que
decidir qué hacer?

Miró de reojo a Gabrielle, que estaba sentada sobre el lomo de Parches,


inclinada sobre su montura mientras el pony caminaba junto a Tiger. Después
de un momento, la mujer rubia se enderezó, soltando un largo suspiro y
levantando una mano para frotarse los ojos. No, era peor que eso.

—Afeita a los gatitos primero, ¿eh?

—¿Dijiste algo?

—No. 320

Gabrielle se arrodilló junto al diminuto y oculto fuego y vertió el agua hirviendo


de la lata sobre las hojas que había aplastado con cuidado en el fondo de la
taza de viaje de Xena, aspirando el aroma de las hierbas que se alzaba
bañando su rostro.

Estaban en el lado de sotavento de la elevación, tanto del bosque, como del


camino invisible desde donde ella estaba sentada, lo que significaba que
también estaban fuera de la vista de cualquier observador.

El sol se extendía sobre el paisaje, y una brisa fresca soplaba contra su cuerpo,
recordándole una vez más lo cansada que estaba. Sus ojos le ardían y era
difícil mantenerse centrada cuando todo lo que realmente quería hacer era
acurrucarse en cualquier sitio y dormir.
Esto no era como el campamento al que estaba acostumbrada con el
ejército. Los soldados habían maneado8 a sus caballos en un pequeño parche
de hierba y habían elegido lugares desde donde observar, dejándola
jugueteando con el fuego una vez que se había encendido después de
aceptar su oferta de hojas de té.

Xena había elegido una roca plana tal alta como ella para sentarse, la
posición le daba una vista del camino que se dirigía a la ciudad portuaria y se
había acomodado sobre ella de espaldas al fuego con expresión un poco
distante mientras miraba hacia la parte baja de la pendiente.

Gabrielle se sintió un poco fuera de lugar. No queriendo entrometerse en los


pensamientos de Xena y no sintiéndose cómoda sentada con los soldados,
decidió llevarle a Xena su té, y luego quedarse un rato con Parches en el área
bañada por el sol.

Agregó un poco de miel de su pequeña reserva y removió el té, se puso de


pie lentamente y caminó hacia donde Xena estaba sentada, sosteniendo la
taza con ambas manos. La reina miró a su alrededor mientras se acercaba, y
Gabrielle estuvo a punto de tropezar y tirar el té cuando se encontró atrapada
en esa pálida mirada azul.
321
—¡Oops!

Xena soltó una risa breve, extendiendo la mano para sostenerla y tomar la
taza.

—Gracias, rata almizclera. —Se deslizó y acarició la roca a su lado—. Ven


arriba.

Gabrielle miró la roca, luego a Xena y luego a sí misma.

—¿Debo ponerme de pie encima de mi caballo primero? —Inclinó la cabeza


hacia atrás y escudriñó a la reina—. ¿Cómo se supone que voy a subir allí?

La reina pudo escuchar el pequeño asomo de exasperación en la voz de su


compañera, y eso la intrigó. Dejó su taza y colgó sus piernas por el otro lado
de la roca, colocando a Gabrielle entre ellas.

—Agárrate. —Gabrielle solo tuvo tiempo de agarrarse de las piernas de Xena


antes de que esta las cerrara firmemente a su alrededor tensando los músculos
de sus muslos y alzara a su amante en el aire, observando como sus ojos se
abrían como platos mientras estiraba sus piernas. Luego lentamente se tumbó

8
Manear.- Poner maneas a una caballería, atar sus patas delanteras para que no puedan salir corriendo.
sobre su espalda en la parte superior de la roca, cargando aún con
Gabrielle—. Ahí está.

Gabrielle se puso de pie al ser liberada, y enseguida se sentó junto a la reina.

—Gracias —dijo con un pequeño suspiro. Estiró las piernas y observó cómo el
sol creaba patrones cálidos en la tela sobre ellas.

Xena tomó su taza, bebió un sorbo de té y se recostó para apoyarse contra la


pared de roca que tenía detrás y cruzar los tobillos.

—Voy a escalar el lado de esta colina aquí. ¿Estás lista?

Gabrielle volvió la cabeza y miró a Xena.

La reina esperó, simplemente mirándola a la cara.

—No mucho —admitió la mujer de cabello rubio—. Probablemente me caiga


y termine allí abajo en una docena de trozos. —Apuntó al pie de la escarpa.
Se apoyó en los codos otra vez, acercando sus piernas hasta cruzarlas debajo
de ella—. Lo siento.

—Ahh… —Xena estiró su brazo y pasó los dedos por el cabello de Gabrielle— 322
. Buen movimiento, rata almizclera. Finalmente dimos un paso adelante en
lugar de estar dando vueltas la una con la otra. —Vio a Gabrielle mirándola
con el rabillo del ojo con una leve aprensión, y agregó una sonrisa para
tranquilizarla.

—¿No vas a escalar la pared? —preguntó Gabrielle, después de un momento


de vacilación.

—No. —La reina tomó otro sorbo de su té—. Voy a sentarme aquí y tratar de
pensar un plan de batalla.

—¿Te vas a quedar justo aquí? —preguntó Gabrielle—. ¿Durante un tiempo?

—Claro.

—Genial. —La mujer rubia se recostó de costado y apoyó la cabeza en el


muslo de Xena, exhalando con gozoso alivio mientras cerraba los ojos—. Estoy
tan cansada que me bizquean los ojos.

Xena rápidamente miró a su alrededor y luego a esta inesperada invasión de


su espacio personal. Los demás soldados evitaban mirarla, y ella se sintió un
tanto izada en su propia horca por el resultado de sus propias burlas. Cuando
había convencido a Gabrielle para que subiera a la roca, su intención había
sido la de acurrucarse, pero maldita sea, se suponía que debía haber sido
según sus propios términos.

Gabrielle puso su mano sobre la rodilla de Xena, frotando la superficie justo


encima de la pesada armadura que cubría la articulación. La parte posterior
de su cabeza estaba apoyada sobre el estómago de Xena y antes de que
pudiera pensar en ello, la reina pasó sus dedos a través de los finos mechones
rubios otra vez, descartando la incongruencia de todo.

Cuando el cuerpo de su compañera se relajó y sus ojos se cerraron, Xena pudo


sentir como una extraña sensación de paz caía también sobre ella y, mientras
tomaba un sorbo de su taza, sus pensamientos empezaron a ponerse en
orden, los instintos largo tiempo dormidos volvieron a la vida cuando estudió
el terreno delante de ella.

Era raro tener que cambiar de la mentalidad de un atacante a la de un


defensor. Xena no era tan tonta como para no darse cuenta de que eso era
exactamente lo que era ahora, su fuerza era lo único que se interponía entre
los invasores y su reino.

Así que no habría ataque a la ciudad portuaria. La reina tachó esa 323
ambivalencia de su lista. Tal vez tenía un día para armar un plan para derrotar
al otro ejército y descubrir cuál era su apoyo para que no hubiera sorpresas
desagradables después.

Sus ojos recorrieron las laderas, encontrando lugares para colocar tropas, y
lugares donde construir rápido refugios para que se escondieran los arqueros.
Podía enviar una fuerza a través del camino que habían encontrado y
emboscarlos desde un costado, e incluso podía retroceder detrás del paso, y
esperar para emboscarlos allí.

Lo único que no podía hacer era enfrentarlos cuerpo a cuerpo. Xena tenía
confianza en sí misma y en sus hombres, pero las probabilidades se inclinaban
en su contra, y un ataque a gran escala acabaría con muchos cadáveres y
no tenía muchos de sobra.

Condenado Bregos. La reina maldijo en voz baja. Maldijo al hombre por


fracturar a su ejército justo en el peor momento posible y…

Xena parpadeó, su cuerpo se quedó inmóvil mientras sus ojos hojeaban


rápidamente el paisaje casi sin ver. Oyó la risa de Bregos en su cabeza, y sintió
un escalofrío bajar por su espalda. ¿Era eso lo que él había querido decir?
¿Que la había vendido? ¿Los vendió a todos?
Mantuvo su suave caricia en el cabello de Gabrielle. Después de un minuto o
dos, sacudió la cabeza y volvió a escanear el horizonte. Bregos no había sido
tan agudo como para pensar a tan largo plazo. Sobreviviendo en la maleza,
probablemente alguien le había hecho una oferta a cambio de información,
y él había aprovechado la oportunidad.

Brendan se acercó a su improvisado trono y apoyó sus brazos en él. Miró a


Gabrielle, que ahora estaba profundamente dormida sobre la pierna de
Xena, y luego sonrió a su reina.

—Cállate —respondió Xena cordialmente—. Me alegro de no haber escogido


tener una serpiente como mascota otra vez.

El viejo capitán se rio entre dientes, luego se puso serio.

—Calculo que deberían comenzar a enviar patrullas por aquí, Xena. Me


sorprende que aún no lo hayan hecho.

—Mm…

—No lo entiendo.

Xena bebió lo que quedaba de su té. 324


—Estaban esperando algo —dijo—. Probablemente un informe de nuestro
baboso ex general.

Brendan reaccionó un poco sorprendido.

—¿Crees que él estaba con ellos? —preguntó— ¿Un traidor? —Parecía


dudar—. No lo tomaba por uno de esos, Xena. Amaba esta tierra.

—Exactamente —dijo la reina secamente—. ¿Por qué andar por aquí todo el
invierno? No creerás que iba a llamar a las puertas en el solsticio de primavera
y traerme flores, ¿verdad?

Brendan negó con la cabeza.

—Bastardo.

Un suave silbido imitando a un pájaro les hizo ponerse alerta. Los ojos de Xena
captaron primero el movimiento, y señaló el camino al otro lado del bosque,
donde una fuerza montada emergía y se dirigía hacia ellos.

—Nos has gafado, maldito seas.

Brendan maldijo en voz baja, mientras primero dos, luego cuatro y luego ocho
pares de caballos aparecieron a la vista, montados por jinetes armados que
se desplegaron mientras observaban los árboles en una actitud de alerta
vigilancia.

—Pasan al siguiente valle, seguro que nos encuentran.

—Mmhm. —Xena estuvo de acuerdo—. Parece que conocen su negocio. —


Flexionó su mano—. Así que supongo que no llegarán al próximo valle —
añadió—. Diles a los hombres que se quiten la librea y preparen sus armas.

—¿Eh?

Los ojos de la reina brillaron.

—Se supone que es una banda de incursores en el maldito valle, Brendan. —


Le pateó en el hombro—. Así que vamos a atacar. —Vio que su capitán se
retiraba, luego agitó una bota con satisfacción—. Siempre es bueno provocar
la primera sangre. Recuerda eso, Gabrielle.

Ajena a este pedacito de sabiduría, Gabrielle continuó en sus sueños, sin


despertarse cuando Xena puso su brazo sobre los hombros dormidos y sus ojos
azul pálido observaron a las tropas con una expectación sin disimulo.
325

Gabrielle se sintió muy llamativa cabalgando delante de los soldados y Xena


hacia el camino. No estaba del todo segura de que este plan fuera realmente
bueno, pero era cierto que Xena no le había dado otra opción, así que aquí
estaba, encima de Parches, dirigiéndose hacia este escuadrón blindado que,
por ahora, no los había visto.

Estaba asustada. Se sintió muy expuesta, y por primera vez desde que
abandonaron el castillo, se dio cuenta de que las posibilidades de que no
viviría para volver eran cada vez mayores.

De repente, los vieron, y ella contuvo la respiración cuando el último grupo de


soldados montados del ejército enemigo giró en sus sillas de montar para ver
cómo se acercaban lentamente.

Detrás de ella, los soldados hablaban despreocupadamente, como si fueran


la guardia doméstica de la esposa del mercader que se suponía que ella era.
Xena estaba cerca detrás de ellos, su capa cubría su armadura y se había
recogido el oscuro pelo en un nudo para ocultarlo.
Gabrielle vio cómo toda la fuerza enemiga se detenía y se volvió para
esperarlos. Mantuvo sus manos en las riendas, descansando contra el cuerno
de la silla de montar y deseó fervientemente estar todavía durmiendo en el
regazo de Xena y que todo fuera una especie de sueño extraño.

—Mantente templada.

Le llegó la voz de Xena, baja pero vibrante. Gabrielle se concentró en tomar


respiraciones profundas, y trató de imaginar cómo actuaría la esposa de un
comerciante si estuviera en el camino en medio de la naturaleza, suponiendo
que la esposa de un mercader estuviese realmente en el medio de la nada,
por supuesto.

Pero Xena contaba con ella. Así que Gabrielle intentó mantenerse relajada,
estudiando al grupo de soldados que tenía delante. Todos llevaban armadura
de malla y llevaban una sobrevesta roja, con algún tipo de diseño en negro
delante, y se veían muy organizados y en forma.

No como todos los hombres de Xena, de hecho, reflexionó Gabrielle. Su


ejército tenía buena armadura, y todos cuidaban bien sus armas, pero
obviamente su equipo era de diferentes campañas y épocas, y algunos 326
llevaban armaduras de escamas de cuero como la de ella, mientras que otros
llevaban cota de malla, y otros de placas de metal.

Los soldados enemigos tenían barba uniforme y su piel era de un tono más
oscuro, como si hubieran pasado mucho tiempo bajo el sol. El que estaba más
cerca de ella levantó la mano en su dirección.

—Alto. —¿Qué haría la esposa de un comerciante? Gabrielle mantuvo las


riendas flojas y permitió que Parches siguiera caminando como si no hubiera
escuchado al hombre, aunque creyó haber escuchado una risa familiar y
melódica detrás de ella. El soldado avanzó un poco por delante de sus tropas,
y se cruzó directamente en su camino—. ¡Espera ahí!

Gabrielle continuó cabalgando, oyendo los cascos acercándose un poco


más a ella y reconociendo los distintivos bufidos de Tiger. Podía ver al hombre
mucho más claramente ahora, y notó que llevaba una cadena de plata
alrededor de su cuello. ¿Eso significaba que él estaba al cargo?

El resto de los soldados se habían girado y ahora se aproximaban en un círculo


irregular, observando su llegada con ojos cautelosos. Gabrielle esperó hasta
que los cascos de Parches pisaron el camino antes de frenarlo, deteniéndolo
casi cara a cara con el caballo del capitán enemigo.

—Hola.
El hombre la miró.

—¿Qué camino llevas? —preguntó bruscamente. Su voz tenía un acento


extraño a sus oídos, pero después de todo, ya que esto era lo más lejos que
había estado de su lugar de nacimiento, eso no significaba mucho.

—¿Qué? —preguntó Gabrielle.

—¿Qué camino llevas? —repitió el hombre, echándole una mirada rápida a


su viejo guardia.

Gabrielle miró a la derecha, luego a la izquierda y luego detrás de ella. Volvió


su mirada hacia el soldado.

—¿Cuántos hay por aquí? —preguntó, en un tono razonable—. Sólo veo uno.
¿Hay algún otro camino que conozcas?

El hombre tiró de las riendas de su caballo, que estaba sacudiendo la cabeza.

—¿En qué dirección estás viajando? —aclaró—. No esperábamos ver a nadie


en el camino. ¿A dónde te diriges? —Su voz se volvió más insistente—. ¿Al mar
o hacia el interior?
327
—¿Por qué quieres saberlo? —replicó Gabrielle, siendo consciente por sus
agudos sentidos de que Xena se estaba acercando lentamente por su
derecha, y de algún modo sabía que la reina estaba satisfecha con ella—.
¿Quién eres tú de todos modos, y qué estás haciendo aquí? —preguntó,
levantando un poco la voz—. Nunca antes había visto trajes como ese… ¿De
dónde eres, y hacia dónde vas?

—Eso no es asunto tuyo —dijo el hombre—. ¿Vives por aquí?

—Tengo negocios que atender. —Gabrielle intentó sonar como algunas de las
esposas de los nobles que había escuchado por el castillo—. Por favor, déjanos
pasar.

Los soldados enemigos se habían acercado para escuchar, mirándola con


curiosidad mientras toqueteaban sus armas.

—Nosotros también tenemos negocios —dijo el soldado principal—. Haz que


tu guardia baje sus armas. Es mejor que vengas con nosotros. —Hizo un gesto
a los otros hombres—. Cogedlos.

—Yo no haría eso si fuera tú. —Gabrielle comenzó a retroceder con Parches—
Realmente, yo…
Los ojos del soldado miraron por encima de ella, después detrás de ella y
cuando la mano del hombre iba hacia la empuñadura de su espada,
Gabrielle sintió un movimiento a su derecha e instintivamente se aplastó sobre
el cuello de Parches cuando Tiger pasó junto a ella y hubo ruido, y gritos y
choques metálicos. y justo en su oreja, el sonido de una ballesta.

Fue repentino, y muy violento, y tuvo que forzarse a sí misma para levantar la
cabeza y asomarse sobre la cabeza de Parches, para encontrar a los soldados
enemigos luchando ferozmente contra Xena y su fuerza mucho más pequeña.

Caos. Movimiento arbitrario y una vez más ella estaba perdida en él,
impotente e inútil en el cuerpo a cuerpo donde sus compañeros y Xena
estaban batallando.

Brendan estaba a pie junto a ella, disparando sobre sus monturas al fondo de
la batalla, liberando y recargando su ballesta con una precisión impasible.
Gabrielle lo miró por un minuto, luego se volvió y vio a Xena en una horrible
pelea con dos de los soldados enemigos y dos más cargando directamente
contra ella y…

Ciertamente ella no sabía que le estaba pasando, pero lo siguiente que supo 328
era que se estaba tirando de Parches y deslizando su vara fuera de sus
soportes mientras se lanzaba hacia los cuatro hombres que se abalanzaban
sobre Xena.

Xena estaba completamente ocupada con la espada de un hombre


presionando contra la suya, y la maza del segundo que acababa de desviar
con una patada y no tenía un brazo de sobra para agarrar al tercer hombre
a punto de chocar contra el costado de Tiger.

—¡Yah! ¡Bastardo! —Gabrielle levantó su vara y pasó a la fuerza entre los


caballos en movimiento, apuntando al tercer hombre y golpeándolo en el
brazo tan fuerte como pudo, ajena a su propia seguridad. Le vio girar la
cabeza, y se dio cuenta de que era el hombre a cargo cuando se tiró a un
lado, echándose una mano a donde lo había golpeado. Le golpeó de nuevo,
y luego otra vez, mientras él trataba de arrastrar la cabeza de su caballo y
alejarse de ella, levantando su espada, pero incapaz de obtener un ángulo
sobre ella mientras lo golpeaba en el costado con el extremo de su vara. Otro
hombre se lanzó sobre ella. Ella se giró y empezó a retroceder, pero el otro
extremo de su vara golpeó algo duro, y luego el hombre que la perseguía
corrió directamente hacia la vara cuando ella tiró de él y casi tropieza. El
caballo del soldado se alzó sobre sus patas traseras y él cayó de espaldas y
Gabrielle simplemente se libró de ser pisoteada por el caballo cuando el
animal pasó desbocado a su lado. Miró frenéticamente a su alrededor y
encontró cuerpos a ambos lados de ella y a Xena a cierta distancia de pie
sobre sus estribos para enfrentarse al ataque a toda velocidad de un soldado
enemigo, con una lanza, dirigiéndose directamente hacia ella. Gabrielle se
congeló, la escena frente a ella se ralentizó mientras observaba cómo la
punta de púas de la lanza se dirigía directamente hacia el pecho de Xena, y
cuando el nombre de la reina fue arrancado de su garganta, Xena giró su
hombro hábilmente y dejó que la punta pasara por delante de ella, luego se
enderezó y barrió su espada con un movimiento de revés que atrapó el cuello
del hombre justo por encima de su armadura y separó su cabeza de sus
hombros con un sonido como de ramas que se quiebran. La cabeza voló libre
y dando una voltereta en el aire, y la vio rebotar a menos de un palmo de ella
con horrorizada fascinación, los ojos girando y sus párpados aleteando
mientras la sangre salpicaba por todas partes. Un grito. Giró la cabeza para
ver a los dos últimos soldados partir azotando a sus caballos, volviendo por
donde habían venido cuando dos de los hombres de Xena los persiguieron.
Brendan soltó un largo silbido, y los hombres se separaron, despejando el
camino para que una flecha bien colocada sacara al primero de los dos de
su silla. Empezó a cargar de nuevo, pero Xena soltó un silbido y se puso en pie 329
sobre sus estribos, desenganchándose el arma redonda de la cadera y
echándola a volar con un movimiento casi despreocupado de su muñeca. La
luz del sol se reflejó en el arma, enviando destellos brillantes por todas partes
mientras se deslizaba sobre el pasto, atrapando al corredor solitario en la parte
posterior de su cuello y detonando en un halo de sangre, después,
increíblemente, dibujó un arco mientras el hombre caía de la silla, para volver
girando de regreso a descansar en el puño de Xena cuando la atrapó con
una mano enguantada. Por un momento, se hizo el silencio en el pequeño
campo de batalla. Entonces Xena olfateó, y dejó que su arma redonda
colgara de nuevo en su gancho después de limpiarla el borde de su capa.
Medio giró en su silla de montar para mirar a Gabrielle.

»Bien, bien. —Gabrielle puso en el suelo el extremo de su vara y se apoyó en


ella, mientras miraba a su alrededor. Los hombres de Xena cabalgaban hacia
ellas, y se dio cuenta de que todos la miraban con expresiones muy
peculiares—. La rata almizclera tiene colmillos. —Xena se rio por lo bajo—.
¿Quién lo hubiera adivinado? —Se estiró y alborotó el cabello de Gabrielle—.
¿Estás bien?

Gabrielle determinó que realmente se sentía como si fuese a vomitar. Caminó


hacia donde Parches estaba parado y se apoyó contra él, enterrando su cara
en el grueso abrigo de su cuello mientras sentía que todo su cuerpo
comenzaba a temblar.

Brendan se acercó para pararse al lado de Tiger, colocándose la ballesta


sobre su espalda.

—Valiente esa pequeña —comentó suave—. Fue directa a por ellos.

Xena estudió el resultado de su emboscada, considerándose relativamente


satisfecha.

—Ojalá las guerras fueron tan fáciles. —Se deslizó desde la espalda de Tiger y
se sacudió el polvo de las manos, limpiándose un poco de sangre seca
mientras caminaba hacia donde Gabrielle estaba de pie y la abrazó.

—Eh… ¿Estuvo mal? —preguntó Gabrielle— ¿Lo que hice?

—No. —Xena le dio un cálido abrazo, al Hades con sus hombres—. Lo hiciste
genial. —Liberó a la mujer rubia lo suficiente para que se diera la vuelta y
quedar cara a cara—. Mantuviste a esos bastardos enfocados justo donde los
quería hasta que estábamos en sus caras. Buen trabajo. —Gabrielle intentó no
mirar a todos los cadáveres a su alrededor—. Y luego. —Xena se inclinó y tocó 330
su frente con la de su amante—. Y luego, finalmente le has dado uso a ese
maldito palo.

—Solo quería mantenerlos lejos de ti.

La reina sonrió.

—Lo sé. —Bajó la voz—. Gabrielle, hay dos tipos de personas. Corredores y
luchadores. No es algo que tú elijas.

Gabrielle recordó, un poco, cómo se sentía al mover su vara e intentar hacer


daño a alguien.

—Creo que no soy una luchadora —admitió, conteniendo un suspiro


tembloroso—. Simplemente no sabía qué más hacer.

Xena inclinó la cabeza y le dio un beso a su amante.

—Exactamente. —Le dio unas palmaditas en la mejilla—. Súbete al enano.


Mientras estemos por aquí más nos valdría montar, en caso de que envíen a
alguien a recordarle a este grupo lo que se suponía que debían hacer.

—¡Todos a los caballos! —ordenó Brendan, balanceándose sobre su propio


caballo—. Dejad los cuerpos donde están. Dejaremos que se pregunten.
Gabrielle se subió lentamente en el lomo de Parches, levantando la vara que
había dejado apoyada contra el hombro de su pony. Lo miró, luego miró a
Xena, viendo a la reina mirarla. Sabía que los hombres también la estaban
mirando, y ahora había algo un poco diferente en sus ojos cuando lo hicieron.
¿Era respeto? Gabrielle exhaló, mientras torpemente metía la vara debajo de
su muslo en sus soportes. No creía haber hecho nada para ser respetada.

—¿Ves? —dijo Xena, su voz arrastrada por el viento—. ¿Para qué Hades
necesito un ejército? Tengo a Gabrielle la Rata Almizclera Loca custodiando
mi culo.

Gabrielle logró sonreír, ante los silbidos bajos de aprobación, y decidió dejar
de lado los sentimientos hasta que tuviera tiempo de sentarse tranquilamente
y resolver qué hacer con ellos, ya que sabía que en realidad no era una
luchadora, y Xena parecía creer que no era una corredora.

Tal vez solo estaba chiflada. Eso probablemente lo explicaría todo.

331

Xena se alegró de ver el campamento del ejército cuando pasó junto a la


franja de árboles que lo ocultaba del camino. Ya estaba pensando en cómo
mover las tropas y dónde colocarlas, y la idea de la guerra que se avecinaba
había dejado atrás sus incertidumbres para convertirse en un núcleo de
excitación vibrante.

Sintió el mismo nivel de excitación cuando entró en el campamento, los


hombres se estaban preparando alrededor de la hoguera central y una
ovación se alzó cuando la vieron.

Desmontó y le entregó las riendas de Tiger al mozo de cuadras que había


corrido hasta ella, se quitó los guanteletes mientras giraba en un círculo
elegante, aprobando la actividad a su alrededor.

—Me alegra ver que no todos salieron a pescar mientras yo no estaba.

Brendan desmontó junto a ella, también de evidente buen humor.

—No para la cena, en cualquier caso. —Él se rio entre dientes— ¿Salimos al
anochecer, entonces?

Xena asintió.
—Doble turno en las flechas —dijo—. Vamos a necesitar hasta la última de
ellas.

—Sí.

El torbellino de movimiento rodeó a Gabrielle mientras bajaba tranquilamente


de Parches, y murmuraba un agradecimiento al hombre que vino a llevárselo.
Sacó su vara de sus soportes y caminó junto a los hombres atareados afilando
espadas y golpeando abolladuras de las armaduras, pasando entre árboles
altos y llenos de musgo hasta que llegó a la tienda de Xena y entró.

La carpa estaba silenciosa y fresca, la gruesa piel ocultaba la mayor parte de


la luz y dejaba el interior en una sombría y ocre paz. Gabrielle se acercó a uno
de las sillas de campamento y se sentó sobre ella, dejando que sus pies se
deslizaran hacia adelante acunando su vara en el hueco de su brazo.

Estudió la superficie del objeto, estirando lentamente la mano para tocar las
abolladuras cercanas de un extremo y las marcas de roce en el lugar donde
había golpeado al soldado. Los eventos de la mañana ahora le parecían un
sueño, y se esforzó por recordar lo que había sucedido, y lo que había dicho.

Recordó estar asustada, y luego solo ser consciente sin tiempo para cualquier
332
otra cosa excepto para seguir su corazón directo al lado de Xena a pesar de
la pelea. ¿Dónde se había ido su miedo entonces? ¿Había pensado siquiera
en lo que pasaría si el soldado al que había golpeado se hubiera dado la
vuelta y la hubiera destripado? Gabrielle exhaló y apoyó la mejilla contra el
bastón.

—No entiendo lo que me está pasando —dijo en voz alta—. No soy una
luchadora. No quiero pelear con nadie ni golpear a otras personas. Yo no soy
esa clase de persona.

Se recostó contra el poste de soporte central, y decidió descansar unos


minutos antes de comenzar a preparar las cosas para cuando Xena volviera.
Estaba segura de que la reina querría un lavado, y algunas ropas limpias para
ponerse, y…

Xena se detuvo en la entrada de su tienda, manteniendo la solapa a un lado


mientras miraba dentro. La luz del sol detrás de ella se derramaba sobre la
forma pequeña y desaliñada dormida contra el poste de la tienda, la vara
acunada en sus brazos.

Con una leve risa, entró y dejó que la solapa se cerrara, se acercó al baúl de
ropa y se sentó en la parte superior apoyando los codos en las rodillas.
—Ay. —Enderezó la espalda y se frotó la punta del codo donde había
apoyado contra la armadura de su rodilla, luego se desabrochó la pieza y se
la quitó, dejándola a un lado para desabrochar la otra. La mitad de ella quería
despertar a Gabrielle para poder hablar con ella y averiguar qué estaba
pasando dentro de esa pequeña cabeza de rata almizclera. Pero la otra
mitad, esa molesta niñera, se dio cuenta de que la chica necesitaba
descansar un poco si Xena esperaba que volviera a subir a su pony enano al
anochecer en unas pocas marcas de vela y saliera a la guerra con ella. Así
que se mantuvo en silencio mientras se quitaba la armadura, poniéndose de
pie para desabrochar su capa y ponerla medio doblada sobre el baúl de
ropa. Desenganchó su espada y la dejó encima, acariciando cariñosamente
con los dedos la desgastada empuñadura mientras repasaba la reciente
emboscada que había organizado. Había funcionado perfectamente. La
cháchara de Gabrielle les había permitido ponerse dentro del alcance de la
espada de los soldados, y su amante había distraído tanto a los bastardos que
ni siquiera sabían qué los había golpeado cuando Xena y sus hombres
atacaron. Perfecto. Brillante. Ni siquiera había perdido a un hombre por un
padrastro y los habían matado a todos. Ella no podría haber pedido un
resultado mejor si hubiera pensado en uno y luego, para rematar, tener a 333
Gabrielle poniéndose adorablemente violenta para defenderla. Perfecto.
Xena se desabrochó las botas, una sonrisa apareció en sus labios. Se las quitó
y movió los dedos de los pies, lanzando el calzado suavemente a un lado
mientras se ponía de pie y desabrochaba la armadura de su pecho. El metal
estaba salpicado de sangre, y pensó en dejarlo así para cabalgar hacia la
batalla, luego arrugó la nariz y la dejó junto al lavabo para que la limpiaran.
Metió las manos en la palangana y las levantó, frotándose la cara con el
líquido y pasándose las manos mojadas por el pelo. Cuando volvió a poner los
dedos en el agua, se tiñeron de rojo, y se dio cuenta de que el pequeño
recipiente no iba a ser suficiente. Oh bueno. Cogió una pieza de lino y se limpió
la cara, luego se la pasó por los brazos limpiando lo mejor que pudo la
suciedad de la batalla. Tenía la sensación de que la iban a empapar con más
sangre más tarde en la noche, así que ¿lavarse no sería una pérdida de
tiempo? Se volvió a medias, echó un vistazo a Gabrielle, luego se rio por lo
bajo y continuó lavándose. Cuando terminó, se secó las manos con el lino y lo
dejó caer al lado de la palangana, luego se acercó a donde Gabrielle estaba
despatarrada y se arrodilló junto a ella. Durante un breve tiempo, simplemente
estudió a su amante, fijando en su mente la dulce inocencia de su expresión,
antes de sujetar a Gabrielle por los hombros y debajo de sus rodillas, y ponerse
de pie con ella en sus brazos. Tan profundamente dormida que ni siquiera se
movió, su respiración era lenta y regular cuando Xena cruzó la tienda y se
arrodilló de nuevo, dejándola sobre el jergón cubierto de pieles. Desabrochó
la hebilla de la cabeza de halcón que sostenía la armadura de Gabrielle,
luego desabrochó los cordones laterales y le quitó las pesadas escamas de
cuero de su cuerpo. Había manchas de sangre en el cuero. Xena se estiró y la
colocó junto a la suya para limpiarla, luego se apoyó en sus antebrazos y
estudió la camisa interior igualmente manchada de sangre que llevaba
Gabrielle. Podía quitársela, razonó, pero sabía que probablemente
despertaría a Gabrielle, aunque no le quitara la armadura, ya que la rubia era
muy sensible al toque de Xena en su piel desnuda. Por otro lado, sospechaba
que a Gabrielle no le gustaría dormir con una prenda manchada de sangre.
Con un suspiro, Xena se estiró sobre ella y desató los lazos del cuello de la
camisa y comenzó a juntarla en sus manos, sus nudillos rozando las costillas de
la mujer rubia dando como resultado una inmediata agitación y la apertura
de sus ojos—. Oye.

—Uhm… — Gabrielle parpadeó confundida—. B… Q…

—Shh… —Xena puso un dedo sobre sus labios—. Solo te estoy quitando la
ropa.

Gabrielle parpadeó un par de veces más.


334
—¿Sólo? —preguntó finalmente, estirando la mano para frotarse los ojos—. Yo
estaba soñando contigo.

—Naturalmente. —Xena le quitó la camisa por la cabeza y la arrojó junto a la


armadura— Estaría bastante cabreada si estuvieras soñando con alguien más.
—Se inclinó y le dio a Gabrielle un beso en los labios—. Ahora, vuelve a la
cama. Solo tienes una marca de vela o dos antes de que tengamos que volver
a montar. —Los ojos de Gabrielle expresaron su reacción ante eso sin
necesidad de palabras. Xena levantó su mano y trazó los moretones que aún
se desvanecían en la cara de su amante, sintiendo la presión cuando
Gabrielle se inclinó hacia su toque y un poco de sorpresa cuando de repente
la empujaron hacia abajo para otro beso más largo. Inesperado, pero no
desagradable. Sintió que la lengua de Gabrielle se burlaba de la suya y sus
pulmones se llenaron con el aroma de la mujer rubia, mezclado con un poco
de cuero y pony todavía aferrado a su piel—. Pensé que estabas cansada. —
Le susurró al oído.

—Lo estoy. —Gabrielle respondió con sinceridad—. Pero eres mejor que dormir
para eso.

—Ohhh… —Xena se rio maliciosamente—. Me encanta cuando me hablas


sucio.
—¿Eso es sucio?

Xena se rio de nuevo, luego respiró irregularmente cuando los labios de


Gabrielle volvieron a reclamar los suyos. Su cuerpo reaccionó al sentir el calor
de las manos de Gabrielle a través de su cuero, cedió al tirón y se deslizó sobre
el camastro, cayendo sobre su amante mientras la ponía de lado.

—Ven aquí.

Gabrielle no necesitó que se lo dijera otra vez. Empezó a trabajar en los


cordones que sostenían los cueros de Xena mientras sentía que la rodilla de
Xena se deslizaba entre las suyas, y la reina tiraba lentamente del cordón que
le ajustaba las polainas alrededor de la cintura.

Quería esto. Dio la bienvenida a los labios de Xena que se movían de su cara
al cuello, mordisqueando suavemente su punto de pulso haciendo que se
acelerase. Su cuerpo anhelaba dormir, pero su alma ansiaba más la intimidad,
necesitándola como un apoyo contra lo extraño y el miedo que podía sentir
cada vez más cerca de ella.

No importa cuál fuera el peligro, sabía que podía encontrar seguridad en esto,
en las dos, y apartó los cueros de los poderosos hombros de Xena mientras la
335
reina se quitaba las calzas y le cubría el pecho con una mano, frotando el
borde de su pulgar sobre su pezón.

Podía oler el tenue olor a cobre de la sangre en la piel de Xena, pero ese
conocimiento se perdió en su conciencia mientras tiraba de los cueros de la
reina más allá de sus caderas y Xena se deshizo de ellos con un movimiento
sinuoso, luego presionó su cuerpo contra el de Gabrielle con prisa de calidez
sensual.

Podía oír la respiración de Xena acelerarse, y comenzó a arder en sus propias


entrañas mientras exploraba el cuerpo de la reina y la mano de Xena se
deslizaba por el interior de su muslo.

Irían a luchar de nuevo esta noche. Tal vez incluso se encontrarían con el otro
ejército antes del amanecer del nuevo día. Tal vez la pelea sería horrible.

Quizás saldrían heridas.

Gabrielle sintió una presión creciendo en su interior, y jadeó suavemente


cuando el toque de Xena se volvió burlón e íntimo.

Tal vez, como Xena le había dicho una vez, era mejor vivir la vida en cada
momento en el que estabas.
—Dioses.

—Ya les gustaría. —La reina rio disimuladamente—. Y lo que sea que estés
haciendo allí, sigue haciéndolo.

—Eres la reina.

—Ohhh.

Xena apoyó un pie en la rama de un árbol cuando se sentó en un tronco


caído, tomando una cucharada de estofado del cuenco de madera que
descansaba en su mano. A su alrededor, el campamento había recogido y
estaba listo para moverse; los hombres se tomaban el último momento para
alimentarse y beber agua.

Su tienda estaba empacada en su vagón, y ella estaba vestida de nuevo con 336
su cuero recién cepillado y su armadura pulida, atendida por Gabrielle a pesar
de sus argumentos en contra ya que quería que su amante descansara.

Todo el tema de “tú eres reina” parecía tener sus límites. Xena arrancó un
pedazo de pan y lo sumergió en el estofado, tomando un bocado y
disfrutando del rico y sencillo sabor que provenía de la olla común llena de la
caza de los días anteriores.

Comida sencilla, comida campesina, pero a lo largo de los años había


descubierto que, ya sea por preferencia o simplemente por haber nacido así,
su cuerpo la toleraba mejor que las elaboradas recetas llenas de florituras
lujosamente emplatadas de la cocina del castillo.

Gabrielle se había dado cuenta de eso de inmediato, para alivio de ambas,


ya que las comidas sencillas eran todo lo que la chica sabía hacer por razones
muy obvias. Había sido un invierno muy agradable ya que disfrutaba siendo
atendida y Gabrielle parecía disfrutar haciendo cosas por ella y ciertamente
les dio un descanso a los catadores que no tuvieron que arriesgarse a morir
por una temporada.

Funcionó para todos.

Xena se metió el último trozo de pan en la boca y levantó su jarra, tomando


un trago de cerveza. Vio a Gabrielle que regresaba de la cocina e iba a soltar
un silbido, cuando, como si de algún tipo de magia se tratara, la mujer rubia
levantó la cabeza y la giró para mirar directamente a Xena, cambiando sus
pasos en dirección a la reina. Llevaba un cuenco y una copa en sus manos,
apoyando la copa mientras se sentaba en el tronco al lado de Xena y
comenzaba a deshacer los trozos de carne de su estofado.

—Supongo que estamos listos para irnos, ¿eh? —Miró hacia la luz carmesí del
sol poniente—. Bonita puesta de sol.

Xena miró atentamente hacia el oeste. Estudió la luz y los árboles tras los que
desaparecía, y el cielo a su alrededor.

—¿Qué tiene eso de bonito? —preguntó después de un momento.

Gabrielle se detuvo a medio masticar.

—¿Eh? —tragó apresuradamente—. El cielo —dijo—. Son todos esos colores, y


el sol ocultándose detrás de los árboles… Es hermoso —añadió—. ¿No crees?

La reina seleccionó un poco de carne de su plato y la mordió.

—No —respondió—. De hecho, no. Es solo un maldito cielo, y algunos estúpidos


árboles, y un montón de color. —Se chupó los dedos pulcramente, mirando 337
por encima de ellos a Gabrielle—. Termina de comer. Ya casi estamos fuera
de aquí.

La mujer rubia se metió un trozo de estofado en la boca y lo masticó.

—Bueno, está bien —dijo, después de un breve silencio—. Entonces, ¿qué


crees que es bonito?

Xena dejó el cuenco y recogió su jarra.

—Mi caballo —dijo—. Mi espada.

—Ah.

—Tú. —Xena le guiñó un ojo y vació su jarra. Se levantó y dio la vuelta a la


jarra, colocándola sobre la cabeza de Gabrielle antes de darle una palmadita
en la mejilla y alejarse contoneándose—. ¡Date prisa! —Llamó detrás de ella,
mientras se dirigía hacia donde Tiger esperaba no tan pacientemente.

Gabrielle estiró su brazo y cogió la jarra, su cara todavía hormigueaba por la


suave palmadita.

—¿Yo? —bufó y negó con la cabeza—. Esa puesta de sol es mucho mejor que
yo, Xena. —Apoyó la barbilla en su puño—. Especialmente después de que
apenas he dormido en los últimos dos días. Me siento como un mojón de oveja.
La idea de volver a montar toda la noche le hizo sentir dolor solo de pensarlo.
Su magullado cuerpo se había aliviado un poco por su corta siesta y su sesión
amatoria, pero ahora, mientras trataba de prepararse para viajar, deseó
haber tenido un poco más de tiempo para dormir.

Suspiró y siguió con su estofado, contenta de que estuviera caliente a pesar


de todo. Sospechaba que tardaría en tener otra comida y aprovechó al
máximo esta, limpiando el cuenco con el bollo entero de pan que le había
quitado a los cocineros.

La puesta de sol volvió a llamar su atención y se quedó sentada allí


contemplándola mientras terminaba su jarra de cerveza y el cielo sobre ella
comenzaba a oscurecerse en el crepúsculo.

Era bonito. Los ricos colores lo pintaban todo en tonos profundos, y se permitió
un largo momento de pacífica introspección, un último momento de paz antes
de reunir fuerzas y ponerse de pie, estirando su cuerpo cubierto con la
armadura y darse un empujón a sí misma.

—¿Su gracia?

Gabrielle se volvió y se encontró con uno de los mozos de cuadra que sostenía
338
las riendas de Parches. El pelaje del pony había sido limpiado y cepillado, y
estaba ensillado y listo para partir.

—Oh. Gracias —sonrió al mozo—. Estoy segura de que él lo ha agradecido de


verdad.

El mozo le sonrió.

—Él es bueno, lo es —dijo el hombre—. Su Ma… —Hizo una pausa y una


mueca—. Quiero decir…

—Está bien. —Gabrielle se acercó y rascó a Parches entre los ojos, sonriendo
cuando el pony le empujó con el hocico en el estómago—. Ella solo quiere
que todos la traten como a uno de los soldados, eso es todo.

La cara del mozo se arrugó de confusión.

—Pero ella es la reina.

—Sí, lo sé. —Gabrielle tomó su odre y enjuagó el cuenco y la taza con un poco
de agua— ¿Ibas a decir algo sobre ella?

El mozo dio unas palmaditas a una alforja al otro lado del pony.
—Tenía que colgar esto para ti —dijo—. Va a ser un largo viaje esta noche, he
oído. —Levantó una mano, se agachó bajo las ramas de los árboles cercanos
y desapareció.

Gabrielle colocó sus utensilios y se deslizó hacia el otro lado de Parches,


abriendo la alforja y mirando dentro. El aroma del pan y la fruta subió hasta
ella y metió la mano dentro para encontrar misteriosos paquetes envueltos de
diferentes cosas también.

—Oh… —Parches volvió la cabeza y la miró—. Creo que hay un par de


manzanas aquí para ti también. —Gabrielle encontró su buen humor
restaurado mágicamente por este pedazo de consideración por parte de su
reina. Sería una noche larga y dura, seguro, pero Xena lo haría soportable de
alguna manera. Ella siempre lo hacía. Gabrielle condujo al pony cerca del
tronco en el que había estado sentada y trepó a él, colocándose sobre la silla
de montar con más o menos torpe gracia. Al menos no se había caído, puso
sus pies en los estribos y arregló las riendas antes de enderezarse y comenzar
a buscar a Xena. En su lugar, encontró a Brendan saliendo de entre los árboles,
dirigiéndose hacia ella. Esperó a que el capitán de la tropa se reuniera con
ella y le dirigió una sonrisa amistosa mientras se acercaba al hombro de 339
Parches y apoyaba la mano en él—. ¿Hora de irse?

—Sí. —Brendan asintió—. A partir de ahora el viaje será más duro.

Gabrielle estudió su rostro.

—Me lo imagino —dijo—. ¿Vamos a luchar pronto?

El capitán de la tropa dio unas palmaditas en el cuello a Parches.

—No falta mucho —dijo—. Lo probaste esta mañana, un poco. ¿Qué te


pareció?

¿Qué le pareció? Gabrielle movió su pierna, sintiendo el bulto de su vara


debajo de su rodilla.

—Fue aterrador —admitió finalmente—. Pero estuvo bien. Hicisteis la parte


difícil.

Brendan la miró en silencio, con sus ojos grises firmes e intensos.

—Tengo un buen líder —dijo—. Excepto que el único punto ciego de su


Majestad es ella misma. No cuida de sí misma, ¿eh?
Gabrielle escuchó un silbido, alzó la vista y miró por encima de la cabeza de
Brendan para ver a Xena a un lado de la columna principal del ejército,
mirando en su dirección.

—Algunas veces, supongo —dijo—. Sin embargo, es una gran luchadora.

—Es la mejor —dijo el capitán—. Pero incluso los mejores necesitan a alguien
que los cuide… Y tú lo hiciste, por supuesto.

—Oh, bueno…

—Gabrielle. —Brendan se inclinó hacia adelante—. Aquel tipo la hubiera


herido si no llegas a hacer lo que hiciste. Ella lo sabe. Nos preguntábamos,
algunos de nosotros, por qué te había traído, y ahora lo sabemos.

—P…

—A ninguno de nosotros nos hubiera permitido hacer eso. —Le dio una
palmadita en la pierna—. Pero eres su amuleto de la suerte, ¿verdad? Mientras
estés con ella, ella estará bien.

Gabrielle lo vio alejarse un poco desconcertada, para nada segura de que


Xena estuviera de acuerdo o incluso apreciara esa opinión. Chasqueó la 340
lengua y Parches comenzó a caminar, dirigiéndose hacia donde estaba Xena
impaciente esperando para salir.

El sol se estaba poniendo detrás de ellos, mientras avanzaban a través de los


árboles, los cascos de los caballos y las ruedas de carros sonaban suaves y
apagados en el crepúsculo venidero. Asustaba un poco, como si se movieran
de la luz a la oscuridad y por un momento Gabrielle se preguntó si eso no era
más cierto de lo que pensaba.

Se puso al lado de Xena, levantando la vista para ver el contorno agudo de


la reina perfilado en la luz que se desvanecía, viendo allí una expresión sombría
que la hizo estirar la mano y tocar la pierna de su compañera.

—Gracias por las provisiones de la bolsa.

La expresión de Xena se relajó y sonrió.

—Tengo que ocuparme de mi rata almizclera —dijo, luego se puso seria de


nuevo—. Pase lo que pase ahora, quédate a mi lado, ¿de acuerdo?

—Por supuesto —respondió Gabrielle—. Como una garrapata —añadió—. No


puedes deshacerte de mí.
Xena puso su mano sobre el hombro de Gabrielle y la apretó, luego salieron
de entre los árboles, hacia el camino y se adentraron en la oscuridad.

Era mucho más aburrido montar de noche que durante el día. Gabrielle tenía
poco que mirar a su alrededor, y nada que le hiciera dejar de pensar en lo
cansada que estaba mientras se balanceaba con los pasos rítmicos de
Parches.

Se preguntó si Parches estaría cansado de caminar, como lo habría estado


ella. ¿Se cansaba la mitad, porque tenía cuatro patas para compartir el
trabajo, o dos veces más cansado por esa misma razón? Cuando ella
caminaba, ambas piernas se cansaban, así que pensó que probablemente
era la última. ¿Era justo hacer que la llevara? En general, Gabrielle era muy
realista sobre el lugar de los animales domesticados en su vida habiendo
341
nacido en una familia de criadores de ovejas, pero había llegado a pensar en
Parches casi como en una persona, con su linda personalidad y maneras
divertidas.

—¿En qué piensas?

La voz de Xena la sobresaltó y casi le hace caerse de Parches.

—Um. —Gabrielle aclaró su garganta un poco—. Me preguntaba si mi caballo


me odiaba porque lo estoy montando todo el tiempo.

La reina se movió en su silla de montar, las correas de cuero crujían


suavemente a la tenue luz.

—¿Por qué debería? Yo no lo hago —respondió en un tono seco.

—Pero yo no… oh. —Gabrielle se frotó el puente de la nariz—. Urff. Sí. Bueno.
Lo pillo.

—Sí, lo haces, de forma regular. —Xena se rio entre dientes—. Suertuda.

Ah bueno. Hablar de sexo era más divertido que preguntarse sobre los pies de
Parches, supuso.
—Mi madre habló con Lila y conmigo una vez acerca de cómo sería cuando
nos casáramos y todo eso —contó—. No sé quién estaba más avergonzada,
si ella o nosotras.

—¿Ella te habló sobre el sexo?

—No —dijo Gabrielle—. Sabíamos sobre el sexo. Crecimos con ovejas. —Metió
la mano en el saco detrás de ella y sacó una manzana—. Ella nos dijo lo que
teníamos que hacer para tener felices a nuestros esposos.

Xena extendió el brazo y le puso la punta del dedo en la oreja, convencida


de repente de que podía sentir lo que había dentro de esa cabeza.

—¿Querías casarte? —preguntó, en un esfuerzo por cambiar el tema a algo


menos extraño—. Tener hijos, criar ovejas, dormir con ovejas, ¿todo eso?

—Xena. —Gabrielle dio un mordisco a la manzana—. Vamos a dejar algo


claro. Todo lo que hacíamos era esquilar a las ovejas, y luego, algunas veces
nos las comíamos. No dormíamos con ellas, ni las guardamos en nuestros
dormitorios, ni teníamos relaciones sexuales con ellas, ni las lavábamos ni nada
de eso. ¿Vale? —Xena se rio de nuevo. Gabrielle guardó silencio durante un
breve momento, mientras masticaba su bocado de manzana, pensando en
342
lo que su compañera le había preguntado—. No estoy muy segura de lo que
quería —admitió finalmente—. Lila quería eso. A ella le gustaba emperifollarse,
tanto como podíamos, de todos modos, y jugar con muñecas.

—Pero a ti no, ¿eh?

—Cazaba ranas y quería ser un pirata —dijo Gabrielle—. Un invierno escuché


a un chico que estaba de paso hablar de piratas y, por un tiempo, yo quería
ser uno después de aquello.

Xena echó la cabeza hacia atrás y se rio.

—Eras el bicho raro de la aldea.

—Sip.

La reina siguió riendo, extendiendo la mano para tomar la manzana de los


dedos de Gabrielle y robar un bocado, antes de devolvérsela.

—Yo nunca tuve tiempo para pensar en nada de eso —dijo—. Éramos muy
jóvenes cuando incendiaron nuestra casa. Nunca se me ocurrió pensar en lo
que quería ser después de aquello. Estaba demasiado ocupada aprendiendo
a ser una zorra e intentando no morir a cada minuto.

—Suena realmente aterrador.


Xena se encogió de hombros.

—Tenía a Ly conmigo —dijo—. Al menos estábamos juntos en eso. —Miró hacia


la oscuridad—. Pasamos buenos ratos, cuando no nos pateaban hasta
dejarnos medio muertos.

Gabrielle enrolló entre sus dedos un mechón de la crin de Parches, luego se


inclinó hacia adelante y le ofreció el resto de su manzana.

—Entonces tuviste ventaja sobre mí —dijo después de que el pony aceptó la


golosina—. Me dieron una paliza de muerte cuando me pillaron haciendo
algo que no era la idea de mi padre de lo que debería estar haciendo y me
encerraron.

Xena estudió a su compañera por el rabillo del ojo, sorprendida por la


declaración. Sabía que su familia había tratado mal a su compañera, pero
siempre se había negado a hablar de ello antes.

—¿Él dejó esas marcas en tu espalda? —preguntó, en un tono casual.

—Sí.

—¿Por qué? 343


Gabrielle no respondió durante un buen rato. Cabalgaba al lado de Xena, su
cara era casi una máscara a la luz de la luna. Por fin, después de que habían
comenzado a descender por la ladera hacia el largo valle que se extendía
más allá, exhaló, medio girando la cabeza para mirar a Xena.

Xena estaba cabalgando, con la cabeza ligeramente inclinada hacia abajo


aguzando el oído en dirección a ella. Solo esperando, con una paciencia muy
sorprendente en ella.

Hizo sonreír a Gabrielle, un poco.

—Había estado recogiendo los restos de lana, haciendo algunos pequeños


juguetes y vendiéndolos por un poco a los niños de los alrededores.

—Ah. Una comerciante nata.

La mujer rubia resopló.

—Apenas. Sin embargo, ya había rascado lo suficiente y en mi cumpleaños fui


y compré un par de botas hechas por el curtidor, unas nuevas. La primera cosa
nueva que tuve —dijo—. Las quería tanto.

—Mm…
—Las llevé a casa y mi padre las vio —Gabrielle hizo una pausa—. Dijo que le
había robado el dinero que había pagado por ellas. Porque era su casa y todo
lo que supongo… en fin. —Sus hombros se sacudieron—. Me llevó al corral de
ovejas, me ató y me golpeó la espalda con un látigo.

Xena abrió la parte superior de su odre y tomó un largo trago de él. Se secó
los labios con el dorso de su guantelete y miró a su compañera con ironía.

—¿Sabes qué?

—¿Qué?

—Tu padre era un bastardo más grande que yo. —Le pasó el odre a Gabrielle,
quien tomó un trago—. Lo siento, amiga mía —dijo, con un suspiro—. Ya es
bastante malo cuando gilipollas desconocidos te sacan el polvo, pero es peor
si se trata de un familiar.

Gabrielle le devolvió el odre.

—Sí. —Se lamió los labios—. Me quedé allí tanto tiempo llorando y gritando
porque me dolía mucho y había trabajado tanto para nada —Su voz vaciló—
. Casi deseé que me hubiera matado. 344
Caminaron en silencio por un momento.

—Me alegro de que no lo hiciera —dijo Xena— No me gustaría haberme


perdido el conocerte.

Un leve resoplido vino de la dirección de Gabrielle.

—Gracias —murmuró—. Sabes que, aparte de todo lo demás, eres la primera


en mi vida que realmente me trató como a una persona.

Xena ahora se encontraba bien y realmente distraída del largo viaje.

—Me enamoré de ti.

—Antes de eso. —Gabrielle sonrió de todos modos, visible a la brillante luz de


la luna—. Cuando estabas haciendo que Stanislaus me diera esa ropa y todo
eso, entonces.

—Estaba enamorada de ti entonces.

Gabrielle la miró.

—¿Lo estabas? —sonó asombrada.


—Mm… —Xena asintió con indiferencia—. Casi desde el momento en que te
conocí, mi culo se había ido a la tierra de Afrodita. —Se inclinó hacia atrás en
su silla de montar—. Me asusté mucho.

Ahora era el turno de Gabrielle.

—¿Por qué?

—No tenía ningún control sobre nada de eso —respondió la reina—. Sabes
cuánto disfruto con eso.

Gabrielle lo sabía.

—Creo que yo también —dijo, encontrando el viaje mucho más interesante


de lo que se había podido esperar—. Y me sentí tan mal por eso, al principio.

—¿Por tu hermana?

Gabrielle asintió en silencio. Luego carraspeó de nuevo.

—Pero no pude evitarlo —añadió—. Esa noche yo casi… fue como si mi


corazón se partiera por la mitad.

La noche en la que casi se fue. Xena había bloqueado deliberadamente esa 345
noche en su mente por varias razones diferentes, una de las cuales era el
hecho de que casi se había ido.

—Sí. —Miró más allá de Gabrielle—. Está bien, suficiente basura sensiblera.
¿Tienes una buena historia?

Gabrielle la miró, y luego una repentina expresión de compasión apareció en


su rostro. Empujó a Parches más cerca de Tiger y puso su mano en la rodilla de
Xena.

—Lo siento.

—¿Por qué? —dijo Xena—. Escucha, podríamos terminar peleando antes de


que termine la noche. ¿Tienes listo ese palo?

La mujer rubia se inclinó y besó la piel del muslo de Xena, desnuda entre sus
cueros y su armadura de rodilla.

—Algo así. —Se enderezó—. Lo haré lo mejor que pueda.

Xena se aclaró la garganta y asintió.

—¿Tienes más de esas manzanas?

—Seguro.
—Xena. —La voz de Brendan salió de la oscuridad, y un momento después, el
capitán cabalgaba hacia ellas—. Se ve fuego más adelante.

—¿Cerca? —La reina se puso rígida.

—Lejos.

Xena se enderezó y asintió, esta vez con fuerte firmeza.

—Reduzcamos el ritmo. Trae a los líderes de escuadrón aquí, y pasa la voz por
la línea de cerrar el pico.

—Sí. —Brendan tiró de las riendas de su caballo y se alejó.

Xena y Gabrielle se miraron.

—¿Ojalá estuviéramos todavía en la cama? —preguntó la reina, con una


sonrisa libertina.

—Sí.

—Pelea duro de verdad y haré que vuelvas a hacer esos ruidos.

—¿Lo prometes? 346


—Lo prometo.
Parte 11

Xena estudió las antorchas delante de ellos, reunidas en un círculo alrededor


del lugar donde habían tendido la emboscada a la avanzadilla. La luna se
había puesto y la llanura estaba sumida en la oscuridad sólo rota por las luces
parpadeantes que se movían erráticamente de un lado a otro.

—Está bien, escuchad —les dijo a los capitanes de tropa, agrupados


estrechamente a su alrededor—. Brendan, toma diez hombres y rodea hasta
el otro lado.

—Lo haré.

—Eran, toma otros diez y sube por el lado más cercano. —Xena continuó—.
Después... 347
—Xena, mira. —Brendan le tocó el brazo—. Se están yendo.

La reina observó el movimiento, cómo las antorchas tomaban un rumbo


determinado perfilando una columna que comenzó a alejarse de ellos con
ritmo decidido.

—Ah. —dijo después de una pausa—. Está bien, cancela lo anterior. Vamos a
ponernos en movimiento para estar preparados si deciden regresar a través
de esa abertura con un ejército. —Una tenue orden recorrió la fila de hombres
y la oscuridad se llenó del sonido de caballos en movimiento y pisadas
amortiguadas cuando el ejército respondió al mandato de Xena. Ella se volvió
hacia Brendan—. Deja los suministros y los vagones aquí. Haz que se
establezca el campamento y estén listos para la acción. —Sin decir una
palabra, Brendan se dio la vuelta y desapareció en la oscuridad mientras los
soldados comenzaban a separarse del resto. Estaban en el linde del bosque,
con los carros escondidos detrás de la primera línea de árboles con toda la
protección posible dadas las circunstancias. Xena recorrió con la mirada los
desplazamientos en la oscuridad, antes de mirar a la mujer rubia sentada al
otro lado de ella—. Y bien.

Gabrielle la miró.
—¿Sabes qué?

—¿Qué?

—Se puede dormir sobre un caballo. —La voz de la mujer rubia sonó algo
sorprendida—. Es bastante bueno.

Xena sonrió, sin ser vista en la oscuridad.

—¿Te sientes mejor ahora?

—Sip.

—Bien. —La reina recogió sus riendas—. Ahora mantente despierta. Vamos a
avanzar rápido. —Presionó sus rodillas contra los costados de Tiger y salieron
de entre los árboles, mientras el ejército se movía a su alrededor. Era casi
fantasmal, meditó, todos esos caballos oscuros y hombres con armadura
inundando las pálidas praderas. El castillo parecía muy lejano. Xena tiró de
uno de sus guanteletes un poco más y repasó su plan dentro de su cabeza
otra vez, debatiendo si enviar una fuerza a través de la ruta trasera, era una 348
buena o mala idea en este momento. El ejército enemigo sabía que algo
estaba pasando al encontrar a su guardia de avanzadilla muerta en el
camino. Ella sospechaba que el líder enemigo iba a tener que tomar una
decisión difícil, mover sus fuerzas a oscuras y arriesgarse a no saber qué había
al otro lado, o esperar hasta el amanecer y arriesgarse, y lo que fuera que
mató a sus hombres estuviera cada vez más cerca emboscándolo.
Interesantes opciones. Xena se reclinó hacia atrás en su silla de montar y pensó
qué elección tomaría ella si fuera su caso, luego se dio cuenta que su ejército
avanzaba por la noche y eso era una buena indicación de lo qué haría. Podía
sentir la garganta un poco seca, y esas pequeñas sacudidas en su vientre.
Estaba atrapada entre la esperanza de que el capitán enemigo fuera
cauteloso y les diera tiempo para prepararse, y el deseo de su sed de sangre.
Se moría de ganas de que fuera tan imprudente como ella y llevara la pelea
hasta ellos en un enfrentamiento antes del amanecer. Tenía que pillarlos en
lugares cerrados. No tenía los soldados suficientes para enfrentarse en campo
abierto, pero pensó que, si podía alcanzarlo en el paso, donde tenía que
luchar con una línea de frente limitada, podría controlar la batalla con bajas
razonables. Bajas razonables. Xena miró a Gabrielle, que cabalgaba
tranquilamente a su lado, moviendo la cabeza de un lado a otro mientras
miraba a través de la penumbra—. ¿Tu costura ha mejorado?
—¿Qué? —Gabrielle flexionó las manos, y exhaló, viendo un toque de
escarcha en el frío aire de la noche—. Oh, bueno... no he tenido mucho
tiempo para practicar —admitió—. ¿Qué te hizo pensar en eso?

—Solo me preguntaba. —La reina lentamente dejó que su mirada barriera el


suelo delante de ellos—. Si empiezan a trincharme en rodajas, podría necesitar
que me cosas. —Esperó por una respuesta, y no obtuvo ninguna, así que miró
hacia abajo otra vez.

—¿Qué?

Gabrielle estaba mirándola con los ojos verdes ligeramente abiertos.

—Vamos, Gabrielle. —Xena se rio un poco—. Me has visto desnuda lo


suficiente como para saber que no salgo ilesa de las peleas. —Su rostro se
retorció al recordar su última verdadera lesión de batalla, antes de que
terminara tomando la fortaleza—. Apuesto a que haces un mejor trabajo que
el bastardo que me cosió la espalda.

Gabrielle parecía estar pensando en eso. 349


—¿Saldrán heridas muchas personas?

—Sí —respondió Xena rápidamente—. La gente será herida y morirá. Es parte


del paquete. Es por eso que lo llaman guerra, no baile de salón. —Se inclinó
hacia adelante e insto a Tiger a ir más rápido—. Vamos. —Parches no necesitó
instrucciones. Inició un galope para mantenerse al ritmo de su gran amigo y se
abrieron paso a través de las tropas en movimiento, primero por los soldados
de infantería que se acercaban a la línea de jinetes cerca del frente. Los
caballos despejaron el espacio para Tiger. Una buena cantidad de animales
estaban castrados, pero el núcleo de soldados a caballo, los que Xena había
entrenado personalmente, también montaba sementales entrenados para
luchar junto a sus jinetes. Le mostraban un cauteloso respeto a la montura de
la reina y se mantenían alejados de su camino. Su temperamento era casi tan
malo como el de Xena, y superaba en altura al resto de monturas por al menos
una mano. Mordisqueó el aire al llegar al frente y dio un pequeño salto, como
si quisiera asegurarse de que su jinete estuviera despierta—. Deja de hacer eso
—Xena le dio una palmada en el cuello. Se acomodaron al ritmo de la línea
de vanguardia, un marcado amblar9 que devoraba el terreno con eficiencia.
Miró a derecha e izquierda, para ver la larga fila de soldados montados que
se extendían a cada lado de ella, el exterior de un enorme recuadro que
mantenía a las tropas de a pie en el centro.

Era una forma segura de viajar, y dejar que las tropas montadas protegieran
a los arqueros y soldados de infantería en el medio, desde donde podían
responder a cualquier ataque repentino, pero también significaba que las
tropas no montadas tenían que apresurarse para seguirles el paso.

También significaba, por supuesto, que tenían que esquivar la mierda de


caballo que quedaba atrás. Xena consideró su posición en lo alto, en el frente,
con una sensación de irónica satisfacción. Amaba a los caballos, y era realista
acerca de su carácter físico, pero ir a pie hasta las rodillas de estiércol no era
su idea actual de diversión.

Se acercaron al camino, y Xena instó a Tiger a que subiera, aferrándose con


las rodillas mientras el semental se preparaba y saltaba sobre la pequeña
zanja que corría a un lado del camino, que se extendía en una franja pálida
frente a ella, rota a corta distancia con las manchas oscuras, que sabía que
350
eran los cuerpos del enemigo.

Las antorchas habían desaparecido más allá del borde de las colinas, y solo
la luz de las estrellas proyectaba su tenue brillo plateado sobre el paisaje. Miró
a su izquierda, al ver la curva del bosque que se inclinaba hacia la costa y
levantó su mano, silbando suavemente.

Brendan se giró bruscamente hacia ella y se acercó.

—¿Señora?

—Toma cincuenta hombres —decidió Xena—. Bajad por el camino costero.

Brendan hizo una pequeña mueca.

—Es un camino difícil, sin que nos guíes.

9
Amblar o paso de andadura.- En referencia a un animal; andar moviendo a un tiempo la mano y la pata trasera
de un mismo lado.
—Arréglatelas. Rompí suficientes ramas para que puedas pasar con los
caballos —respondió Xena—. Cuando llegues al final, averigua qué hacer y
hazlo.

Brendan asintió.

—Lo haré. —Levantó la mano y chasqueó los dedos, luego soltó dos silbidos.
Veinte jinetes se despegaron, y en un frenesí de movimientos algo confuso, los
arqueros y soldados de infantería se reordenaron para seguir.

Xena silbó, la línea se cerró de nuevo y continuaron.

Gabrielle observó a los soldados irse, medio deseando que ella y Xena fueran
con ellos. Quería volver a ver el océano, y toda la charla de Xena acerca de
que tenían que coserla, le estaba provocando dolor de estómago. Montar a
través de la oscuridad la estaba poniendo nerviosa y empezaba a desear solo
una mañana normal con un pequeño desayuno que esperar con
impaciencia.

Aunque había descansado un poco en el viaje al valle, le dolía el cuerpo y la 351


cabeza en la parte posterior del cráneo por el constante movimiento, algo
que el aire frío no mejoraba. Tomó un trago de agua de su odre y después lo
ató de nuevo a su silla exhalando y dándole una palmadita en el cuello a
Parches.

—Buen chico.

—¿Has dicho algo? —preguntó Xena.

—No a ti, no —dijo Gabrielle—. Nunca te llamaría chico.

—¿Qué?

—¿Cuánto tiempo crees que nos llevará llegar a dónde vamos? —preguntó
Gabrielle, para distraer a Xena y así no terminar hablando de sexo frente a los
otros soldados otra vez.

—Justo antes de la mañana —respondió la reina—. Quiero que los arqueros


suban a esas elevaciones, y que los caballos estén detrás de esa cresta, antes
que empiece a aclarar el día, siempre y cuando no tengamos capullos que
nos disparen a través del paso antes de eso.
—¿Crees que sucederá?

—Tal vez. —Xena calculó mentalmente el tiempo que le tomaría a la partida


de la exploración regresar e informar, y cuánto tomaría mover un ejército de
ese tamaño. Incluso utilizando campos base, sin pabellones, a menos que su
homólogo fuera muy muy bueno, ella creía que tendrían tiempo para dominar
el paso—. Mantén la cabeza baja, por si acaso.

—¿Por cuánto tiempo? —Gabrielle estudió el cuello de Parches—. Eso es


realmente incómodo. Sigo golpeando mi frente en su melena.

Xena ahogó una carcajada, aunque el tema ciertamente no era tan


gracioso.

—Espera hasta que te diga. —Miró hacia adelante, viendo los cuerpos que
habían dejado en el camino cada vez más cerca, el aroma de la sangre y la
descomposición le llegaba débilmente en el viento que soplaba en su rostro.

Sus ojos volvieron a hojear el camino, luego estudió las figuras inertes con
atención. 352
—Dame tu ballesta. —Ordenó al hombre que estaba a su lado—. Veamos si
he mejorado con el paso de los años. —Estiró su mano y tomó el arma que se
le ofrecía, dejando caer las riendas mientras la amartillaba.

Gabrielle la miró con perplejidad.

—¿A qué vas a disparar?

Xena alzó la ballesta y colocó el listón contra su mejilla, mirando por el hueco
hacia las sombras que tenían delante.

—Un capricho.

—¿Qué?

Su dedo tensó el gatillo y se concentró en relajar su cuerpo, observando cómo


la punta de la flecha se movía al ritmo de los pasos de Tiger. En el tercer
cambio descendente, ella soltó el mecanismo, devolviendo el arma a su
dueño mientras alcanzaba a desenvainar su espada.

Un momento, y lo sabría.
Y en un momento, lo supo. El cuerpo que yacía en el camino se retorció, y ella
soltó un grito, y el camino se vio repentinamente inundado de hombres y
caballos que los atacaban con picas, espadas y flechas que salían a toda
velocidad de la oscuridad para atravesar sobrevestas, armaduras y carne.

En cierto modo, se sintió reconfortada al saber que sus instintos todavía


sonaban como una campana en invierno. Sin embargo, no tuvo tiempo para
disfrutar la idea cuando envió a Tiger a lanzarse hacia los soldados enemigos
y esperaba que su abrigo negro la mantuviera invisible a los arqueros el tiempo
suficiente para que ella...

Maldición. Xena sintió la quemazón cuando una flecha rasgó la carne en la


parte superior de su hombro. Levantó su espada y se encontró con la del 353
primer jinete que descendía, girando la muñeca y desviando el golpe hacia
un lado, luego girando la hoja en un círculo rápido y golpeándola contra las
costillas del jinete mientras pasaba a su lado.

Sintió el acero rechinar contra los huesos y utilizó su movimiento y una sacudida
rápida para liberar su espada cuando un sexto sentido la hizo agacharse
mientras sentía una flecha arrancar un mechón de su cabello.

Ooh... Demasiado cerca. Xena no se imaginaba a sí misma con un corte de


pelo corto. Bajó un poco su postura sobre la espalda de Tiger, y
convenientemente, se encontró enfrentada contra un lacayo con una pica
que estaba esforzándose para clavar la punta en el cuello de su caballo.

Metió su espada entre su rodilla y el costado de Tiger y extendió la mano para


agarrar la pica, haciéndose con esta, cuando su punta tocó la carne.
Sobresaltado, Tiger retrocedió y casi la derriba mientras el piquero tiraba en la
otra dirección.

Solo sus poderosas piernas la salvaron. Apretó sus pantorrillas contra el costado
de Tiger y se retorció sobre su lomo, luchando por sacar la pica de las manos
del hombre. Él empujó hacia adelante y estuvo a punto de clavársela a ella
en el ojo, pero Tiger se opuso a su presencia y golpeó con ambas patas
delanteras, alejando la cabeza de Xena de la punta y clavando un enorme
casco en la ingle del piquero.

—¡Sí! ¡Buen chico! —Xena tiró de la pica y la giró en la mano, luego la levantó
y la lanzó volando hacia la multitud de cuerpos empujando y luchando con
la esperanza de estar lo suficientemente cerca, dada su notoriamente mala
puntería, como para no destripar a uno de sus hombres. Mala suerte,
comenzar una guerra así. Xena vio su pica entrar en un pecho con una
sobrevesta blanca, y sonrió aliviada mientras sacaba su espada y comenzaba
a lanzar estocadas a la cabeza y los hombros de un hombre que intentaba
cortarle el costado. Una maza, saliendo de la oscuridad, golpeó la cabeza del
hombre mientras ella lo sorteaba y destripaba al soldado que intentaba
disparar al portador de la maza por la espalda. Su hombre gritó, Xena gritó en
respuesta y reconocimiento, y siguieron adelante. Tiger se estrelló contra otro
caballo y se invirtió su posición de repente, siendo ella la que luchaba por su
vida cuando el otro jinete se encontró con su espada con poderosa
competencia. Podía ver los ojos atentos detrás de su casco mientras él
lanzaba su peso en el ataque. Demasiado cerca para balancear su espada, 354
Xena se dobló y arremetió con su cuerpo contra él, golpeando con su cabeza
la placa frontal del casco inclinado con un resonante estallido. Desenvainó
una daga y esquivó su salvaje sacudida, enterrando la punta en el pecho del
hombre, a la vez que lo golpeaba de nuevo en el mentón con su cabeza
haciéndolo caer hacia atrás de su caballo. El animal se asustó, y Xena agarró
sus riendas, sosteniéndolo mientras pateaba y se resistía, golpeando útilmente
a dos de los soldados de su propio bando y mandándolos al suelo pataleando.
Xena soltó al animal y lo golpeó entre los ojos con la empuñadura de su
espada, casi haciendo que se cayera. Se precipitó lejos de ella, creando un
torbellino de oscuro caos mientras se giraba, levantaba su espada y soltaba
su bota del estribo mientras un cuerpo volador golpeaba el suyo y apenas
tenía tiempo de levantar la rodilla para bloquear la arremetida. Tuvo un gran
impacto en la armadura de su rodilla. Hizo una mueca cuando escuchó el
acero raspando contra el metal y se retorció con fuerza para empujar al
hombre antes de que la hoja dejara la dura superficie y se hundiera en la piel
de su muslo. ¿Por qué había decidido no usar polainas, otra vez? ¿Sexy o algo
así?.

»Grr. —Xena lo alcanzó con el codo debajo de la barbilla y lo volteó en el aire,


golpeando su cuello con su espada en un movimiento incómodo que, sin
embargo, fue efectivo para producir un chorro de sangre que se arqueó casi
hasta su cabeza. El hombre cayó sobre las caderas de Tiger, y el semental se
sacudió y pateó sus patas traseras, haciéndolo rodar y caer al suelo. Xena hizo
retroceder al semental y miró a su alrededor en busca de su próximo
problema. La línea del frente de sus tropas estaba completamente ocupada,
con tal vez una docena de jinetes y otros tantos hombres a pie, pero una larga
fila de sus hombres se había plegado alrededor de la parte posterior de los
combatientes, encerrándolos en un círculo de destrucción. Sabían que
estaban condenados. Xena podía verlo en sus sombríos y medio ocultos
rostros, y la escena a su alrededor se ralentizó un poco mientras rápidamente
ponía en orden sus opciones. ¿Retirar a sus hombres y enviar a los
supervivientes a lloriquear a su señor, o asegurarse de que nadie vivía para
contar de su presencia? ¿Ego? ¿Seguridad? Xena exhaló. Maldita sea, me
estoy haciendo vieja. Negó con la cabeza y luego alzó la voz.

»¡Matadlos a todos! —ordenó—. ¡Ahora! —Ella misma hizo un ejemplo,


levantando su espada en alto y bajándola directamente sobre la cabeza de
un soldado enemigo, abriendo su cráneo, en una explosión de astillas de
casco y cráneo. Dos de los jinetes hicieron una carga desesperada hacia ella
al escuchar las palabras. Sintió un repentino estallido de júbilo que la tomó por 355
sorpresa, y aceptó el desafío, de pie sobre sus estribos mientras giraba su
espada con una mano y desenganchaba su chakram con la otra, desafiando
a los ballesteros a dispararle. Ellos se atrevieron. Atrapó las flechas con el borde
del chakram y las desvió a un lado, luego, se encontró con dos hombres que
se precipitaban sobre ella por la izquierda y la derecha, atacando la espada
con la suya y atrapando la maza del otro dentro del círculo de su arma
redonda. Los caballos pasaron, mientras los hombres forcejeaban con ella, y
se las arregló para permanecer en la silla de montar, por muy poco, mientras
tiraba de la maza hacia un lado y desviaba una cuchillada con el borde de
su espada. Soltó un grito de nuevo, cruzó los brazos y ensartó al enemigo del
lado derecho con su espada, mientras acuchillaba con el borde de su
chakram la cara del que estaba a su izquierda. La sangre brotó por todas
partes, deleitándola. Los dos hombres se cayeron gritando, y dio vueltas a su
caballo, un detalle molesto tiraba de su conciencia, solo para encontrar a la
pequeña molestia a pocos caballos de distancia detrás de ella, haciendo un
gran esfuerzo para mantenerse fuera del camino.

»¡Gabrielle! —La mujer rubia comenzó a avanzar hacia ella, pero los ojos de
Xena se abrieron de par en par, al ver a un soldado enemigo aparecer en la
oscuridad, con la espada en alto, a un brazo de distancia de su amante. Un
ronco grito de advertencia surgió de su garganta, pero ella estaba luchando
contra la repentina caída de Tiger, cuando un soldado moribundo tropezó
frente a él y supo en su corazón, que ningún esfuerzo por su parte la pondría
frente a ese maldito soldado a tiempo. Ella gritó de nuevo, una maldición
confusa que dividió el aire e hizo que las cabezas giraran. Gabrielle medio giró
la cabeza y vio al hombre, y la espada ensangrentada que iba directa a su
cara, mientras intentaba tirar de Parches hacia un lado y sus cascos
resbalaban sobre el barro empapado en sangre de la superficie del camino.
Ningún lugar a donde ir. Los soldados caídos que bloqueaban a Xena ahora
también la bloqueaban a ella y no tenía sitio para dar la vuelta y no podía
escapar y... Desesperada, se giró en su silla de montar y levantó el brazo con
el que sujetaba su vara para protegerse la cara. El extremo de la vara osciló
con su movimiento y el barro manchado salió proyectado sin control y golpeó
al soldado enemigo justo en el lado de la cabeza. Su estocada se amplió, casi
rasurando la oreja de Parches y Gabrielle se echó hacia atrás con sorpresa,
provocando que la vara volviera para golpearlo en el puente de su nariz
haciendo que el soldado agarrara su casco con sorpresa.

—¡Ahh! —Gritó la mujer rubia en estado de shock, mientras él se derrumbaba


y caía pesadamente contra el costado de Parches, antes de deslizarse por las 356
patas del pony y aterrizar en el barro con un chapoteo. Su espada cayó,
deslizándose a un lado y mientras ella lo miraba en estado de shock, estaba
rodeada por una hilera de hombres con sobrevestas de halcón, soltando gritos
de aprobación, mientras formaban una guardia a su alrededor y la repentina
presencia de una figura encapotada, que se envolvió alrededor ella y la
arrastró fuera de su caballo en un desconcertante torbellino de cobre y
almizcle. Por un segundo, Gabrielle pensó que había una tormenta sobre sus
cabezas, mientras un estruendo golpeaba sus oídos hasta que se dio cuenta
de que eran los latidos de su corazón y el de Xena retumbando como dos
tambores gemelos enloquecidos—. ¡Mierda! —jadeó—. ¡Mierda!

Xena le dio una serie de palmadas sin sentido en la espalda, trabajando duro
para recuperar el aliento de la repentina conmoción y la aún más, repentina
transformación de su adorable compañera de cama, en una desventurada e
involuntaria defensora de su propia piel de una manera tan inesperada.

—Gracias.

—¡Uf! —Gabrielle exhaló en la piel de su cuello—. ¿Por qué?

Xena la abrazó con un momento de sincera gratitud.


—Cumpliste tu promesa.

—¿Eh?

—No importa. Olvídalo. Vamos a limpiar el desastre. —La reina la liberó—.


Desnudad los cuerpos. —Ordenó, su voz se elevaba sobre los sonidos de
batalla que se desvanecían. El encuentro la animó inmensamente—. ¡Vamos
a movernos!

—Xena.

La reina se detuvo, cuando estaba a punto de pisar al adversario caído de


Gabrielle.

—¿Sí? —Gabrielle estaba aferrada a su capa, blanca como una sábana


ahora que la luz de las estrellas perfilaba sus rasgos, respirando rápida y
fuertemente—. ¿Qué? ¿Estás herida? —Xena bajó la voz con preocupación,
de cara a su amante—. ¿Qué es?

Los ojos de la mujer rubia se dirigieron al soldado. 357


—Yo lo hice.

—¿Qué?

—Lo maté.

Xena la miró por un momento, luego echó la cabeza hacia atrás y se rio.

—Pequeña boba. —Rodó el cuerpo del hombre con su bota—. ¿Lo crees
porque hago que parezca tan fácil que los hombres mueran por un golpe en
la cabeza? —Ella se inclinó y sacó una daga del cuerpo, metiéndola de nuevo
en su funda antes de recuperar una segunda, y luego una tercera—. Vamos.
Aún no eres Gabrielle “La Asesina de las Llanuras”.

Gabrielle dejó caer la cabeza hacia adelante para impactar con la armadura
de pecho de Xena con un golpe.

Xena le dio una palmada en el trasero y silbó en busca de su caballo, oliendo


la sangre y la muerte en el viento.

Pero no por el momento.


Xena estaba de pie sobre una roca, el viento que soplaba a través del
desfiladero le azotaba el cabello hacia atrás, mientras esperaba al amanecer
y sus ojos examinaban lentamente el despliegue de tropas.

Al final, tuvieron tiempo suficiente para establecer a sus hombres donde los
quería, enviando a los jinetes a ambos lados del camino detrás de la curva de
la colina y encontrando crestas y grietas para esconder a los ballesteros.

La mitad de la fuerza estaba en el lado más cercano del paso, y la otra mitad
en el lado opuesto, y cuando el cielo del este comenzaba a ponerse rosado
con el amanecer, había conseguido colocar a sus arqueros de arco largo
espaciados en la ladera que daba a la abertura.
358
Había tenido tiempo de detenerse y pensar después de haber enviado a diez
hombres a explorar el paso, y que le avisaran antes de que el ejército enemigo
avanzara. Sin embargo, el viento no traía el sonido ni el olor de un ejército, y
no estaba segura de sí estaba decepcionada o aliviada, de tener al menos la
oportunidad de desayunar antes de continuar con el derramamiento de
sangre.

Las pequeñas prioridades de la vida. Se volvió y caminó hasta el borde de la


roca y se dejó caer en el espacio abierto, aterrizando con un ligero salto en el
suelo áspero y musgoso. Se sacudió las manos y caminó hacia el pequeño
risco que había elegido como propio.

Los carros habían quedado atrás con sus comodidades, pero mientras
caminaba hacia la cima de la escarpa y bajaba al semicírculo de la ladera
protegida debajo de ella, encontró a Gabrielle sentada en el suelo ante un
fuego pequeño sin humo, que calentaba cuidadosamente algo dentro de
una olla de viaje.

Su vara estaba en el suelo a su lado, y Xena pasó por encima, para sentarse
en el otro lado, doblando sus largas piernas y apoyando los codos sobre sus
rodillas.
—¿Qué tienes ahí?

Gabrielle levantó la vista de la olla.

—Es un estofado —dijo—. Tengo un poco de pan de viaje, y pensé que te


gustaría un desayuno caliente. —Su voz era suave y un poco ronca, y volvió a
concentrarse en la olla, removiendo su contenido con cuidado.

—Me apetece —respondió Xena—. Gracias.

Gabrielle removió un poco más, luego miró a Xena de reojo. A pesar de su


bravuconería y sus idas y venidas, podía ver las líneas de cansancio en la cara
de su compañera y parecía contenta de sentarse tranquilamente en silencio,
con una excusa para no hacer nada más que esperar a que Gabrielle
terminara lo que estaba haciendo.

—¿Qué estaban haciendo esos muchachos en el camino? —preguntó, solo


para pasar el tiempo—. ¿Con esos palos?

—Cubriendo nuestras huellas —respondió Xena rápidamente—. Me gustan las 359


sorpresas, siempre y cuando no me estén pasando a mí. —Exhaló un poco y
se frotó la parte superior del brazo, donde una venda cuidadosamente atada
cubría el corte que había sufrido en la pelea.

Le dolía, pero de una manera superficial y punzante, era más molesta que
dolorosa, pero había muchas cosas pequeñas que la molestaban así y sabía
que, uno de los inconvenientes de tener que esperar era tener que
reconocerlas.

Gabrielle cogió un cuenco, lo llenó con una cucharada de burbujeante guiso,


puso un trozo de pan de viaje encima y se lo ofreció a Xena.

—A mí también —dijo ella—. Odio las sorpresas cuando las tengo.

—¿Sí?

—Sí. —La mujer rubia tomó su propio cuenco y puso algo del guiso restante en
el—. Supongo... que porque la peor parte de crecer en mi familia, fue no saber
nunca lo que vendría antes que llegara. Podías hacer lo mismo dos veces, y
una vez estaría bien, y la siguiente vez recibirías una paliza por ello. Todo fue
tan... Um...
—Arbitrario. —Xena estaba contenta de sentir la comida caliente llenando su
tripa. Se desharía de una molesta incomodidad al menos y le daría a su cuerpo
algo para ocupar su atención y evitar que lloriqueara tanto. Sospechaba que
se había ablandado de muchas maneras que no tenían nada que ver con
pelear, y estaba empezando a darse cuenta de que se había quedado sin
tiempo para adaptarse.

¿Eso no apestaba? La reina exhaló, preguntándose si todo esto iba a ser parte
de esos “ojalá no hubiera hecho eso” y demás cosas, sobre las que
reflexionaba durante la noche con vino fuerte.

—Sí —dijo Gabrielle—. Arbitrario. Esa es una buena palabra para eso. Huh. Tú
no eres así —agregó Gabrielle, como una ocurrencia tardía.

Xena alzó la vista sorprendida.

—¿No lo soy? —preguntó levantando la voz—. No me estarás diciendo que


piensas que soy aburrida, ¿verdad?

La mujer rubia mojó el pan en su cuenco y mordió el extremo con una 360
expresión seria.

—¿Cómo podrías ser aburrida, Xena? —preguntó—. Tienes toda la energía del
mundo dentro de ti.

La reina la miró con ironía.

—No, ahora mismo. —Echó un vistazo a su alrededor para asegurarse de que


nadie más estuviera al alcance del oído—. Su alta y poderosa majestad, no
quiere nada más que estar acurrucada en una cama de plumas contigo en
este momento.

Gabrielle mostró una sonrisa libertina ante eso.

—¿Ves? —dijo ella—. Eso seguro que no sería aburrido.

—¿Incluso si solo estuviéramos durmiendo? —Los ojos de Xena brillaron un


poco.

—Incluso. —Su acompañante estuvo de acuerdo—. Pero eso no es lo que


quería decir. Tú no eres... —se arrastró un poco más cerca de donde estaba
sentada Xena—. Confío en ti.
Xena masticó lentamente un bocado de estofado tanto tiempo que era
carne no identificable mientras pensaba en eso.

—¿Confías en mí? —preguntó en un tono ligeramente sorprendido—. ¿De


Verdad?

—Sí.

—¿Por qué?

Parecía una pregunta seria, por lo que Gabrielle pensó seriamente antes de
responder.

—Simplemente lo hago —dijo finalmente—. En mi corazón sé que, incluso si


haces algo terrible, es porque sabes que hay una razón para ello. —Tomó el
cuenco vacío de Xena de sus manos y lo rellenó, devolviéndolo a los dedos
de la reina que no se habían movido ni una pulgada—. Confío en eso.

Xena sintió el calor del guiso a través del cuenco traspasando a sus manos
cansadas. 361
—Eso podría ser lo mejor que me hayas dicho alguna vez —reflexionó—.
Excepto, cuando dices te amo. —Gabrielle sonrió—. Esa es la base de la
lealtad del ejército —añadió Xena inesperadamente—. Confianza. —Sus ojos
se desenfocaron un poco, mientras empujaba un poco de carne con la punta
de su cuchillo—. Tienes que seguir ganándote esa confianza, ¿lo sabías,
Gabrielle?

—¿Es difícil? —Gabrielle observó el rostro de su compañera, medio iluminado


por las leves sombras del fuego. Xena alzó la vista y sus ojos se encontraron.

—¿Cuándo todos los demás confían en ti más de lo que tu confías en ti mismo?


Sí. —Sus labios se retorcieron un poco—. Puede apestar. —Realmente no sabía
por qué le estaba contando a Gabrielle todo eso, después de todo, lo último
que necesitaba la chica era saber que la persona en quien confiaba estaba
un poco asustada. Sin embargo, si había aprendido una cosa, era que había
que decir las palabras cuando estaban listas para salir. Esperar no servía, y en
la guerra, esperar a menudo significaba nunca, como había sido para ella
con Lyceus. Recordaba su última despedida demasiado bien. Los ojos de Ly
brillaban mientras él la tomaba el pelo, con algún secreto que dijo le contaría
sobre un vaso, entre sus cosas especiales, más tarde durante la noche; solo
que no había habido más tarde para él. Solo un final frío, en un suelo frío, en
un pasillo indiferente que se había llevado su secreto con él a la oscuridad de
la muerte. Sus ojos estudiaron la cara de Gabrielle—. No tienes profundos y
oscuros secretos que guardes, ¿verdad?

La mujer rubia dejó el cuenco y se levantó, caminando alrededor de la forma


sentada de Xena para arrodillarse y deslizar sus manos bajo las pesadas placas
de armadura mientras masajeaba la piel de debajo.

—No para ti —le dijo a su amante—. ¿Por qué?

—Solo me preguntaba. —Xena inclinó la cabeza y aceptó la atención,


sintiendo que los músculos de su cuello se aflojaban bajo el toque de
Gabrielle—. ¿Tienes lista tu palo para la próxima ronda, Asesina?

Gabrielle exhaló, su aliento calentó la parte posterior de la cabeza de Xena.

—Yo... no sé —admitió en voz baja—. No sé si quiero hacer eso. —Siguió


masajeando—. No sé si puedo. —Bajo de las yemas de sus dedos, podía sentir
a Xena tomar aire lentamente y luego soltarlo. Los músculos estaban tensos, y 362
podía sentir extrañas áreas de calor, donde un poco de presión causó que
Xena se sacudiera. Contusiones, probablemente. Había visto varas y mazas
descendiendo sobre el cuerpo de la reina y tenía oscuras manchas moteadas
y arañazos por todas las partes del cuerpo, que Gabrielle podía ver—. Me
siento un poco enferma solo de pensarlo.

Xena dejó su cuenco, de nuevo vacío, en el suelo y se echó hacia atrás, para
que sus cuerpos se apretaran uno contra el otro. Inclinó la cabeza hacia atrás
y miró a Gabrielle con seriedad.

—Tienes que mantenerte con vida —dijo— Si eso significa, meter esa maldita
vara en el agujero del culo enemigo y retorcerlo para arrancarles las tripas, lo
haces.

Gabrielle hizo una mueca y tragó saliva.

—Pe...

—Te necesito. —La reina la interrumpió—. Más de lo que tú necesitas ser


inocente.
Las manos de Gabrielle se calmaron, y miró a Xena a los ojos, mientras la
cabeza de la reina descansaba sobre su pecho.

—¿Es esa la cosa más bonita que me has dicho alguna vez? —preguntó un
poco vacilante.

—Sí. —Gabrielle se inclinó y besó a Xena en los labios. Podía oler la sangre que
manchaba la armadura de la reina, y el olor a almizcle del cuero y a caballo
que las cubrían a ambas, y todo eso simplemente no importó cuando rodeó
con los brazos a su amante y la abrazó tan fuerte como pudo. Un suave silbido
hizo a Xena ponerse rígida en su abrazo y soltó apresuradamente a la reina
mientras se ponía de pie, sacudiendo los hombros para colocarse la armadura
cuando uno de los guardias se acercó a la cima del risco y las miró
detenidamente—. ¿Vienen?

—Por la entrada más alejada, señora —informó el hombre—. Al completo.

Xena se pasó las manos por el pelo y flexionó los dedos.

—Vámonos. —Se dirigió a su posición privilegiada con Gabrielle trepando 363


detrás de ella, el extremo de su vara golpeando el suelo como la pata trasera
de un conejo hiperactivo—. Hora de poner los dinares en la mesa y ver quién
sale con ellos.

Xena observó el acercamiento entre dos rocas, sus ojos se movían de un lado
a otro cuando apareció la primera línea de soldados enemigos.

Ah. Estaban tensos, y alerta, la primera fila de jinetes con armadura completa
y cascos y los caballos con sobrevestas de cuero hasta los corvejones, un muro
protector con lanzas de empuje que se erigían con amenaza.

La reina se apoyó contra la roca, su superficie era calentada por el sol


plácidamente ascendente. Miró a su izquierda y luego a su derecha, viendo
los ojos de su capitán fijos en ella, esperando sus señales. Detrás de ella,
Gabrielle estaba de pie, sujetando su vara, esperando que ocurriera algo,
para poder estar aún más asustada y confusa.

Pobre chica. Xena miró a su compañera por el rabillo del ojo. Tenía las manos
alrededor de su vara, y estaba apoyando su mejilla contra ella, sus hermosas
pestañas delineadas en el sol de la mañana.

—¿Lista?

Gabrielle la miró y sonrió con ironía. Xena le hizo un gesto para que avanzara,
y ella llegó al lado de la reina, mirando por la abertura al ejército que se
aproximaba.

—¿Qué va a pasar?

—Bien. —Xena apoyó sus manos en la roca, su brazo rodeó convenientemente


a Gabrielle—. Voy a dejar que pasen por aquí, y...

—¿Lo harás?
364
—Claro —dijo la reina—. Y entonces...

—¿A todos ellos?

Xena frunció el ceño.

—¿Vas a dejar que termine de contarte lo lista que soy o qué? —se quejó—.
No, no a todos. Solo a algunos de ellos. Lo suficiente como para hacerles daño
de verdad —señaló—. Ahora mira, ¿ves esa fila? Ellos esperan problemas.
Entonces los dejamos pasar.

—Está bien.

Gabrielle decidió dejar de hacer preguntas y simplemente disfrutar de estar


cerca de Xena. Cambió la vara a su mano derecha y colocó su brazo
izquierdo alrededor de la cintura de la reina, sabiendo que muy pronto, se
separarían por el caos que pudiera suceder y que quizás no tuviera la
oportunidad de disfrutar de esa simple paz por un tiempo.

—Entonces, cuando atraviesen el paso y no pase nada, bajan la guardia. —


Xena se rio por lo bajo—. Y luego, les atacamos.
Parecía tan simple.

—¿Qué pasa si se dan cuenta que estamos aquí primero?

—Los atacaremos de todos modos —respondió Xena—. Así que silencio ahora,
y solo mira. —Extendió sus dedos contra la roca, manteniéndolos quietos
después de eso. —El viento soplaba hacia ellos, y ahora traía el sonido de los
soldados que se acercaban, el estruendo de los caballos, y el choque de
armaduras y armas, pero no de voces, mientras los hombres que venían hacia
ellos escuchaban en un silencio tenso. No estaban nerviosos, solo alerta. Xena
podía ver la confianza que tenían en sus propias habilidades marciales y
admitió que, si hubiera estado en su lugar, probablemente se sentiría casi de
la misma manera. Estudió la fila principal de caballos, observando la postura
fácil del jinete, y su movimiento con los animales y dándose cuenta de que iba
a enfrentarse a unos verdaderos soldados a caballo, sin otra opción. Los
primeros enfrentamientos con los exploradores habían sido fáciles, pero, se
había adelantado a ellos y este lote que venía hacia ella, estaba preparado
para problemas y había tres por cada hombre que tenía. Xena sintió que su
corazón comenzaba a latir más rápido, y su piel se erizó cuando sopló la brisa, 365
consciente de los ojos fijos en ella por parte de los hombres a ambos lados.
Golpeteó sus dedos índices contra la roca, y en una silenciosa ola, una señal
fue pasada y sus oídos captaron el sonido de los arcos que se tensaban, el
susurro de las plumas siendo arrastradas rozando con las orejas, cayendo
nuevamente el silencio después de un momento. La primera línea de soldados
pasó su primera línea de arqueros. Sus cabezas giraban lentamente, mirando
a derecha e izquierda, pero las rocas escarpadas y los pinos raquíticos hicieron
bien su trabajo, y los cascos en movimiento siguieron moviéndose, sin
embargo, luchaba por no contener la respiración, mientras los jinetes se
acercaban a la cornisa, en la que estaba parada y trató de no pensar, en que
él podía mirar directamente a la brecha y verla. Entrecerró los ojos mientras los
hombres se acercaban a donde estaba y golpeteó con el segundo dedo de
su mano derecha. Una oleada de movimiento se alejó por la línea, y sus
soldados se arrastraron contra las rocas, y se echaron al suelo, mostrando a las
tropas enemigas, una línea limpia y vacía al final del paso, mientras
avanzaban hacia ella. Gabrielle estaba completamente silenciosa a su lado,
el agarre que tenía alrededor de la cintura de Xena se tensó cuando los
soldados enemigos pasaron por delante, y el segundo, luego el tercero, y el
cuarto, y el quinto pasaron. Cuando el séptimo llegó a su altura, Xena tuvo un
momento de duda al preguntarse si el rumbo más sensato para todos sería
dejar pasar al ejército y no aventurarse a una confrontación cara a cara. Los
hombres morirían aquí, si no lo hacía ella. Ah bueno. La reina enderezó sus
hombros, y levantó ambas manos de la roca, dejándolas caer con un audible
golpe—. No puedo vivir para siempre, ¿verdad?

—¿Qué? —preguntó Gabrielle, justo cuando el aire se llenaba con el silbido


de las flechas, y los gritos de los hombres, mientras el ataque comenzaba en
serio—. Q...

—Quédate donde estás —ordenó Xena, levantando su mano derecha y


apretando su puño, mientras las tropas cerca de la cima del paso se
levantaban y alzaban sus arcos, soltando flechas a la línea de caballos—. No
es hora para que nos divirtamos todavía. —Gabrielle observó aturdida, cómo
los soldados enemigos se movían y rápidamente levantaban escudos sobre
sus cabezas para protegerse de la lluvia de flechas que caía sobre ellos. En
medio de las líneas, los caballos caían, con los ojos en blanco y altos gritos
desde sus gargantas mientras las flechas les perforaban los costados. Las
paredes estrechas del paso impedían que los hombres se batieran en retirada,
mientras los soldados detrás, trataban de subir y ayudar, y los hombres que
estaban delante se encontraron atrapados por una fila de hombres a pie 366
vestidos de negro y armados que se deslizaron entre sus filas y se ponían manos
a la obra con espadas cortas y dagas en medio de la confusión. Xena dejó
escapar un silbido. Desde la cresta por encima de ella, una fila de hombres
saltó, aterrizando sobre los escudos levantados y tirando a los hombres de sus
caballos, pero ahora las líneas enemigas se estaban acercando y
comenzaron a disparar, ejes precisos se enredaban entre los árboles y algunos
encontraron sus objetivos. La reina vio su primera pérdida cuando una de las
flechas pasó entre las rocas y atrapó a uno de sus exploradores en la
garganta, haciéndolo caer sin un sonido y al ver la sangre del chico, admitió
que su período de gracia había terminado y su suerte seguía su curso.
Cuidadosamente aflojó el brazo de Gabrielle de su cintura y dio un paso atrás,
dejando escapar otro silbido antes de desenvainar su espada y dar un largo
paso para después agacharse y saltar a la cima de la roca, donde había
estado escondida, aterrizando encima y girando su espada, en un círculo
sinuoso mientras gritaba en desafío. El ejército llenó el paso, y mientras se
movía hasta el borde de la roca y se preparaba para saltar a la lucha, divisó
a un grupo de soldados con cascos emplumados, a mitad de camino en las
líneas que estaban trabajando para mantener el control de las tropas. Sus
capitanes. El instinto alzó su espada y ella la azotó de derecha a izquierda,
haciendo a un lado flechas bien apuntadas mientras su presencia era notada
por las tropas de abajo. Desde el punto en que estaba parada, podía ver el
flujo con precisión, y aunque tenía la intención de saltar hacia las líneas, se
detuvo y levantó una mano para hacer una seña, mientras sostenía su espada
lista para protegerse. Un silbido a su izquierda. Miró hacia allí y vio una hilera
de jinetes atacando a sus soldados de infantería. Ella soltó un silbido, y sus
arqueros respondieron con una lluvia de flechas que golpearon sus objetivos,
pero no penetraron la gruesa armadura. Sus hombres quedaron atrapados
contra las rocas, y sin mayor consideración, Xena saltó a la siguiente cresta, y
cuando los jinetes se acercaron, se arrojó sobre ellos en una brillante muestra
de completa idiotez, dándose cuenta justo cuando sus pies dejaban la piedra.
El aire pasó corriendo junto a ella, y levantó su espada cuando se estrelló
contra dos de los hombres, concentrándose en mantener sus brazos en
movimiento cuando casi se quedó sin respiración y sintió manos agarrándola
y la sensación del frío acero contra la parte de atrás de su pierna. Se retorció
pateando al medio caer, entre dos caballos, estirando una mano para
agarrar el cuerno de la silla de montar del más cercano, mientras reforzaba el
agarre de su empuñadura y la levantaba de su cabeza para bloquear una
espada que se precipitaba sobre ella y sintió que rozaba el lado de su mano
mientras seguía moviéndose, con su peso tirando del caballo hacia un lado.
Una figura se le acercó entre los dos caballos y soltó el cuerno de la silla, a la 367
vez que ponía los pies en el suelo justo a tiempo, para encontrar su espada
con la de ella, arqueando la espalda y tomando impulso, y lo obligaba a
retroceder un paso. Un cosquilleo, y esquivó su siguiente barrido y se giró
deslizándose hacia un lado cuando una lanza perforó el suelo junto a su bota,
fallando por centímetros. Sacó su daga y la enterró en su adversario en el
suelo, sacudiendo su cabeza hacia un lado, mientras su espada le cortaba un
mechón de su cabello, y sintió un aguijón en el borde de su oreja. No hay
tiempo para preocuparse por eso. Xena siguió moviéndose, sintió una fuerte
presencia en su espalda y se arrodilló y tiró de cabeza bajo el cuerpo de los
caballos, alejándose del suelo rocoso con una mano, mientras volvía a poner
sus pies en el suelo y se giraba, poniéndose de pie y llevando su espada hacia
arriba para encontrarse con la hoja descendente de un jinete que pasaba
como un trueno. Levantó su mano libre y sus dedos se cerraron sobre un eje
de flecha, y la tiró a un lado mientras se daba la vuelta y agarraba su
empuñadura con las dos manos, girándola firmemente, la punta de su espada
cortaba el protector facial del hombre que venía hacia ella y luego la
enterraba en el hombro de un segundo, cuya lanza raspaba a lo largo de sus
costillas dejando un dolor abrasador detrás. Argh. Xena dio un paso atrás,
luego escuchó su nombre resonar e hizo lo único posible, cayendo plana y
rodando hacia un lado cuando un gran peso se estrelló donde había estado
hacía medio segundo. Sintió otra acometida que se acercaba a ella, y se puso
de pie y giró en círculos otra vez, cortando a derecha e izquierda con su
espada para despejar el espacio suficiente para enderezarse. Destripó a un
hombre, luego miró más allá de él, para ver una enorme roca dividida por la
mitad en el suelo. No hay tiempo para preguntas. Se dio la vuelta y agarró al
brazo de un soldado montado mientras él golpeaba su espada contra la
armadura de su hombro y lo sacó del caballo, casi perdiendo el equilibrio
mientras caía sobre ella, justo cuando veía una hoja que se dirigía hacia su
cara mientras se tambaleaba hacia un lado. Como no quería perder ninguno
de sus globos oculares, Xena soltó su espada y agarró a su adversario a
caballo, colocándolo sobre su hombro y en el camino de la hoja que se
acercaba. Vio un casco patear su espada lejos, y se arrojó detrás, pasando
entre cuatro patas móviles y aterrizando con fuerza en el suelo rocoso,
mientras dos de sus propios hombres formaban una pared frente a ella,
dándole tiempo para poner su mano en la empuñadura y ponerse de pie otra
vez. Un cuerno. Xena no estaba segura de quien estaba más contento de
escucharlo, si el enemigo o ella, y soltó un grito y blandió su espada mientras
sus líneas se lanzaban hacia adelante y el ejército invasor comenzaba a
retroceder. Las filas de arqueros se abrieron paso y se arrodillaron para cubrir
la retirada, y Xena dejó escapar un silbido mientras se arrojaba a un lado, 368
aprovechando la oportunidad para enterrar su daga en una espalda,
alejándose mientras miraba por encima de las líneas, viendo que la mayor
parte del ejército enemigo ya había retrocedido del paso. Frente a ella, los
hombres seguían combatiendo, los jinetes del enemigo y sus propios guerreros,
y el paso estaba lleno de cuerpos caídos, tanto humanos como equinos. La
hilera de arqueros enemigos retrocedió lentamente, protegida por hombres
armados, espaciados uno a uno con ellos en la línea. Dispararon sin parar, y
los hombres de Xena se ocultaron detrás de las rocas bajo el fuego que se
extinguía. Xena mantuvo la espalda apretada contra la piedra hasta que
doblaron la curva del paso, y las últimas peleas se fueron apagando. Los ruidos
de batalla se desvanecieron. Sobre sus cabezas, aparecieron unos pocos
pájaros carroñeros, dando vueltas perezosamente. Xena exhaló, y dejó que la
punta de su espada descansara en el suelo, levantando la mirada para ver a
Gabrielle sentada en la roca por encima de ella, pareciendo
apropiadamente asustada y ansiosa, pero a salvo—. ¿Estás bien? —Gabrielle
asintió, pero guardó silencio.

Así pues. La reina escupió un poco de polvo de su boca mientras miraba al


último de los jinetes enemigos ir tras sus compañeros en retirada. Golpeó su
espada contra la armadura de su rodilla y la liberó de trozos de sangre y hueso
mientras subía la cresta y reunía a sus tropas alrededor. Ahora comienza la
parte difícil.

Gabrielle se frotó los ojos por el humo que salía del campo de batalla, y se
movió un poco para estar detrás de una roca que bloqueaba lo peor. Había
un hedor acre e intentó no pensar en la pila de cuerpos quemados en el
centro de todo.

Xena estaba de pie con sus capitanes, alrededor de una roca que le servía
de apoyo a un trozo de cuero extendido, mientras marcaba con una pluma
llena de tinta. Después de una pausa, Gabrielle decidió ir y ver lo que estaba
diciendo, por lo que, se deslizó cuidadosamente entre los soldados que
escuchaban y se acercó al lado izquierdo de la reina. 369

En el cuero había un dibujo tosco, pero entendible, del paso, con marcas a
cada lado de un extremo al otro. Los largos dedos de Xena estaban
extendidos sobre el mapa mientras la reina hacía aún más marcas en la curva
de su dedo índice y pulgar.

—Está bien. —Xena le echó a Gabrielle una rápida mirada, luego volvió su
atención al mapa—. Quiero que veinte hombres junten tantas rocas de buen
tamaño como puedan encontrar, y comiencen a construir posiciones de
protección para los arqueros, aquí y aquí. —Gabrielle miró el mapa,
preguntándose qué iba a pasar después. ¿El enemigo vendría a atacarlos?
Parecía probable—. Necesito otros veinte exploradores para encontrar
lugares donde ocultarse en las paredes del paso —dijo Xena—. Señales
usuales. Si algo se mueve, silbar y matar.

—¿Qué pasa con los escarpados superiores, Señora? —preguntó uno de los
capitanes, un hombre corpulento con una espesa barba cobriza—. Difícil,
pero podría tener uno o dos hombres allí.
Xena inclinó la cabeza hacia atrás y miró la pared. Había algunos nichos,
cierto, pero la escalada sería realmente endemoniada y no veía un camino
fácil para bajar.

—Puedes intentarlo. —Le dio permiso—. Haz que lleven una cuerda con ellos,
y dejen una línea abajo.

—Sí.

—Empieza con eso y recoge todo lo que podamos encontrar en el paso, pero
vigilad vuestros culos —advirtió la reina—. Hay suficientes escondites para que
un arquero use, entrando desde ese lado.

Los hombres se dispersaron a sus tareas, dejando a Xena y Gabrielle a solas


junto a la roca. Xena hizo algunas marcas más en la piel, luego dejó la pluma
y flexionó los dedos. Ugh.

Gabrielle volvió ligeramente la cabeza para evitar mirar la pira. Tomó la mano
de Xena y se la frotó.
370
—¿Volverán?

Xena apoyó la cadera contra la roca.

—Depende de lo estúpidos que sean —respondió—. No hay modo de


atravesar este paso con este lado defendido y que no te pateen el culo —Sus
ojos se movieron hacia la pira—. Perdieron cien hombres. Yo perdí veinte. A
menos que el tipo que los dirige tenga que quitarse las sandalias para contar
más de diez, están estancados.

—Oh.

—Por supuesto, nosotros también. —La reina continuó con tono irónico—. No
puedo ir tras él sin tropezar con lo mismo en ese lado. Así que probablemente
estamos buscando una larga pelea de gallinas, picoteándonos hasta que
alguien grite; Tío10.

—¿Quién es el tío?

10
N.T.- En el original “yells uncle”, “Grite Tío, o diga Tío”; juego de palabras que significa rendirse.
Xena se rio débilmente, una simple sacudida de su cuerpo. Luego exhaló y
rodó los hombros, haciendo una mueca por la dolorosa rigidez que se había
acumulado en ellos.

—¿Puedes traerme mi alforja? —le preguntó a su amante—. ¿Y el odre de


vino?

—Por supuesto. —Gabrielle levantó la mano de Xena a sus labios y besó los
nudillos, luego soltó a la reina y se dirigió hacia la ladera protegida donde
habían dejado sus cosas. Xena se apoyó contra la roca y dejó que sus manos
cayeran sobre sus muslos. Veinte perdidos, y diez más enviados de vuelta al
campamento con otros diez más de sus jinetes que con suerte dejarían sus
cargas y se reunirían con ellos antes de que el sol pasará del punto medio.
Cien de ellos habían muerto, cierto, pero Xena se puso seria por las pérdidas
que había sufrido entre sus hombres, dado que habían estado resguardados
y tenido la ventaja. Sabía que era la primera batalla, que algunos enfrentaban
en mucho tiempo, pero, aun así. Repasó la batalla en su mente, analizando
su proceder y dándole vueltas a los errores que había cometido, uno de las
más importantes, había sido su estúpida inmersión en la batalla en lugar de 371
mantenerse apartada para dirigir a sus tropas. Un viejo defecto. El peor, cierto.
Siempre, más un guerrero que un general, Lyceus se lo había dicho una vez, lo
que significaba un extraño cumplido y ella lo había tomado como tal, pero
ambos también habían reconocido la verdad. Levantó la vista cuando
Gabrielle regresó, le cogió la alforja y la abrió para buscar un atado de
paquetitos cuidadosamente doblado. Gabrielle estaba de pie, sosteniendo el
odre de vino—. Entonces, si no van a venir a por nosotros, y nosotros no vamos
a ir tras ellos...

Xena sacó la taza de viaje y vertió un paquete de hierbas en ella, luego tomó
la bota de vino de las manos de Gabrielle y la destapó, exprimiendo un chorro
del rico líquido rojo sobre las hierbas.

—No dije que no íbamos a ir tras ellos.

—Oh.

Dio vueltas al vino en su taza, mezclando bien las hierbas antes de tragar el
contenido en tres largos tragos, llenando la taza de nuevo y bebiendo para
quitar el regusto de su boca.
—Simplemente no nos alinearemos como un montón de blancos de paja y
marcharemos como hicieron ellos.

Gabrielle se sentó en una roca cercana, apoyando sus manos en la superficie


calentada por el sol.

—¿Tienes que ir al frente y que la gente te apuñale todo el tiempo? —


preguntó—. Es realmente aterrador.

—Nah. Es divertido. —Xena sirvió otra copa de vino y se la ofreció a su


acompañante—. Ten, te ves sedienta.

Gabrielle tomó la taza y bebió un sorbo.

—Quise decir que me da miedo.

La reina se sentó a su lado, extendiendo sus largas piernas con un débil roce
de piedras sueltas. Dondequiera que no hubiera armadura, había
magulladuras y cortes y ahora ella los sentía.
372
—Te da miedo, ¿eh? —Volvió sus manos, mostrando un feo corte en su palma,
y un pinchazo cerca de su muñeca con la punta de un cuchillo—. Sí, supongo
que sí.

—¿No te duele? —la mujer rubia se estiró para tocar la piel cortada.

Xena permaneció en silencio por un momento, pensando.

—Lo hace —admitió—. Pero no cuando sucede. Tú solo... simplemente vas


más allá. Pasando el dolor.

—¿Estabas asustada, haciendo eso?

—No.

—¿En serio?

Xena trató de recordar si alguna vez había tenido miedo, luchando. Tal vez
cuando comenzó, hace todos esos años.
—Simplemente no sientes nada —le dijo a Gabrielle—. Estás en el medio de
todo y lo haces. Peleas, matas, te mantienes con vida... no hay tiempo para
estar asustada o dolorida —suspiró y flexionó las piernas—. Eso viene después.

—Creo que esos tipos sabían que eras tú —comentó Gabrielle de repente—.
Todos querían llegar a donde estabas y atraparte.

Xena ladeó la cabeza.

—¿Sí? —Agarró la copa de vino a medio terminar de las manos de Gabrielle y


tomó un trago.

—Pude verlos. Los tipos en la parte trasera estaban haciendo señales con sus
manos, enviando más soldados a donde estabas. —Su amante pateó un poco
los talones contra la roca—. Entonces fue cuando elegí a algunos de nuestros
chicos y comencé a rodar esas piedras grandes sobre ellos.

Xena escupió el vino que tenía en la boca contra la otra roca, rociándola de
color borgoña.
373
—¿Qué? —balbuceó, girando la cabeza para mirar a la inocente de pelo
fregona sentada a su lado—. ¿Cuándo fue eso?

Gabrielle parecía medianamente complacida consigo misma.

—Cuando vi a todos esos tipos viniendo para tratar de atraparte —explicó—.


Elegí a tres de nuestros muchachos y rodamos esas grandes rocas sueltas sobre
ellos, y los hicimos regresar.

Xena recordó algo grande aterrizando detrás de ella.

—¿Es por eso que gritaste mi nombre? —Su voz se elevó con incredulidad—.
¿Casi me eliminas con una de esas malditas cosas?

Grandes ojos verdes la miraron con adoración.

—Te mueves tan rápido —dijo ella—. Fuiste por un lado y pensamos que ibas
por el otro lado así que... —Se encogió un poco de hombros—. Solo quería
hacer algo para ayudar y no creí que mi vara fuera muy buena.

Xena se cubrió los ojos por un minuto, luego abrió los dedos y miró a Gabrielle
a través de ellos.
—¿Sabes una cosa? —dijo—. Tú y yo hacemos una jodida buena pareja. —
Negó con la cabeza y se rio entre dientes. Gabrielle sonrió, ruborizándose. Las
risas de la reina se desvanecieron y dejó su taza, desabrochándose la
armadura de su pecho—. Está bien. Ahora necesito que me hagas otro favor.
—Se quitó la armadura—. Me he tragado esa mierda, así que, seré capaz de
soportar que me cosas, empieza a hacerlo.

—¡Oh! —Gabrielle se puso de pie, sus ojos se abrieron de par en par ante el
sangriento desastre en la parte delantera del hombro de Xena—. Ugh... ¡Guau,
eso se ve terrible!

Mm. Xena observó la herida.

—Lástima que no me golpearon en la cabeza. Es lo más duro de mí.

Gabrielle agarró su odre y comenzó a enjuagar la sangre.

—Creo que deberías quedarte conmigo y tirar rocas la próxima vez.

—¿Y perderme toda la diversión? 374


—¡Xena!

—Tu roca, yo troceo. ¿Qué te parece?

Xena se paseaba de un lado a otro, recordando una vez más por qué odiaba
los asedios. Odiaba esperar por algo, y quedarse esperando que algo
sucediera, para ella era igual que apuñalarse a sí misma en el tobillo con una
pica de hielo.

Caminó hacia su roca favorita y saltó hacia arriba, agarrando el borde de la


roca con sus manos y subiéndose a la parte superior. Se puso de pie y miró a
su alrededor, estudiando la disposición del ejército. Los arqueros se habían
establecido a cada lado del paso, cuatro líneas, protegidos detrás de rocas y
árboles con infantería y piqueros metidos en medio y preparados.
Los caballos habían sido llevados a la seguridad detrás del ejército, Xena no
veía sentido arriesgar a los valiosos animales en el estrecho espacio. Había
colocado a sus luchadores montados al borde del paso, listos para brindar
apoyo si un ataque llegaba hasta el final.

No es que les gustara, ciertamente. Los guerreros a caballo, como Xena,


preferían estar al frente de la acción haciendo una escabechina en el
enemigo y dejando que los hombres a pie y arqueros liquidasen a enemigos
individuales, pero en la situación actual, tenía que usar sus recursos donde
tenían más sentido.

Se movió hasta el borde de la roca y miró a través del paso. El ángulo impedía
su visión completa, por lo que, colocó exploradores en las paredes del recodo,
y pudo ver el débil destello del sol en la armadura del hombre más cercano,
sabiendo que él podía ver al segundo grupo de exploradores en el interior del
codo, mirando hacia abajo a través del paso.

Hasta ahora, había estado tranquilo. Su enemigo había instalado un vigía en


su lado del paso como lo había hecho ella, y se figuró que estaban sentados
allí, tratando de resolver qué hacer, al igual que ella. Estaba segura que la
375
gran pregunta en sus mentes, era quién iba a dar el primer paso, enviar la
primera salida, correr el primer riesgo.

Su decisión de enviar a Brandon por la ruta trasera ahora parecía más


profética que caprichosa, y Xena se preguntó brevemente si no habría alguna
influencia divina que instigara sus instintos ya que todas sus locas y ridículas
decisiones desde que había dejado la fortaleza habían salido bien.

Incluso las hechas por las razones equivocadas. Había escuchado a los
hombres maravillados de cómo su elección del momento era tan preciso, los
había llevado exactamente al lugar correcto, en el momento justo para
detener al ejército enemigo, en un lugar donde los números no los ayudaban.

Se puso las manos en las caderas y volvió a examinar a sus tropas. Los hombres
repartían raciones de viaje y se acomodaban para vigilar y casi podía sentir la
confianza cuando la vieron de pie allí y una ola de saludos casuales recibía a
su mirada.

Xena les devolvió el saludo y suspiró.


Idiotas. Dio media vuelta y fue al final de la roca, bajándose de ella y
aterrizando con una sacudida que sintió desagradablemente en cada hueso.

Ow. Murmuró, haciendo una pausa para mirar alrededor de la protegida


hondonada bordeada por las rocas en un lado, y un espeso grupo de árboles
en el otro, un lugar tan bueno como cualquier otro, para reflexionar sobre qué
hacer a continuación.

En un lugar soleado no lejos de ella, Gabrielle estaba sentada con los brazos
alrededor de las rodillas mientras observaba unas mariposas, su cabello pálido
se agitaba con la brisa y brillaba con el resplandor de la tarde.

Xena se desvió hacia donde estaba y se dejó caer junto a ella, apoyando un
codo en la roca contra la que estaba sentada su compañera.

—¿Qué estás haciendo?

Gabrielle extendió su mano, con la palma hacia arriba, y sonrió cuando una
mariposa aterrizó sobre ella.
376
—¿No son bonitas? —dijo—. Tantos colores.

La reina observó los insectos, reprimiendo su impulso inicial de aplastarlos en


deferencia a los sentimientos de su compañera de cama.

—Disfrútalas mientras puedas. Voy a enviar un escuadrón a través del paso


esta noche. No voy a estar esperando por aquí hasta el invierno.

Gabrielle la miró.

—¿Vas a ir con ellos?

Xena vaciló, mordiéndose el interior del labio.

—Quiero hacerlo —admitió—. Solo sigo preguntándome cuán inteligente es


en sí, la persona que se supone, es el cerebro del equipo, si sigue metiendo la
cabeza en el camino de un hacha.

Tenía buenos capitanes, sin duda, pero la verdad de la situación, era que ella
conocía el plan, la única que lo conocía, y el ejército, probablemente se
desmoronaría sin ella para centrarlos. No era la mejor manera de llevar tropas,
pero era su manera de hacerlo y en esta etapa de su vida no era probable
que cambiara.

Sus ojos se deslizaron hacia la cara de Gabrielle. Mucho.

La mujer rubia volvió la mano, y la mariposa se acercó a sus dedos, posándose


en el borde de su pulgar.

—Pero tú eres la que más sabe —dijo después de un momento—. Creo que
nuestros muchachos se sienten muy bien al respecto, como si supieras qué
hacer cuando sucede algo.

—¿Sí? —Xena también lo pensó, pero era interesante que su compañera


militarmente inexperta lo hubiera notado. Pensó sobre eso. Por supuesto, su
compañera militarmente inexperta había liderado a algunas de sus tropas en
la batalla de esa mañana arrojando piedras a los soldados enemigos, así que
nunca se sabe, ¿verdad? Gabrielle tenía talento para sorprenderla así.

—Sí. —Gabrielle asintió un poco—. Estaba escuchándolos hablar —añadió—.


Entonces, ¿puedo ir contigo? 377
—¿De verdad quieres ir?

—Sí, si vas tú.

Xena apoyó su cabeza contra su brazo levantado, apoyando su mejilla contra


sus bíceps.

—Bueno, si vas, será mejor que duermas algo primero —aconsejó—. No quiero
que caigas dormida y alertes al enemigo con tus ronquidos.

Gabrielle observó a su amiga insecto revolotear y concentró toda su atención


en su compañera.

—¿Ronco? —preguntó—. No pensé que lo hiciera. —Estudió la cara de la


reina—. Tu no lo haces.

—Viejo hábito de guerrero —dijo Xena—. Porque solo los viejos que no roncan
sobreviven.

—Ah —dijo Gabrielle—. ¿Así que vas a descansar también?


—No puedo. —La reina negó con la cabeza—. Malo para la imagen. Todos
piensan que no necesito dormir. —Hizo una pausa, y sonrió un poco—. Aunque
saben que paso mucho tiempo en la cama.

—Bien. —Gabrielle estudió a su compañera con seriedad, luego se estiró y se


arrastró hacia donde la reina estaba descansando, acurrucada sobre su
costado y apoyando su cabeza sobre la pierna de Xena—. No tenemos una
cama, así que supongo que tendré que sacar lo mejor de ella.

—P...

—Es agradable y tranquilo, me alegro de que eligieras este lugar. —Gabrielle


acarició suavemente la piel arañada por encima de la armadura de la rodilla
de Xena—. Supongo que cuándo estás en una guerra, realmente aprecias
unos minutos de paz, ¿no?

Xena no respondió, pero después de un momento sintió que los dedos de la


reina se deslizaban por su cabello, y cierta tensión en la poderosa pierna bajo
su mejilla se relajó. Gabrielle comprendía, de manera vaga, la impaciencia
inquieta que podía sentir en su amiga, pero también, se encontró 378
preguntándose junto con la reina, cuando la toma de todos estos riesgos iba
a alcanzarla.

Xena era una luchadora increíble. Incluso Gabrielle, que había visto alrededor
de una docena de peleas reales en su vida, se daba cuenta de eso. Era como
una tormenta de viento imparable en medio de la batalla, totalmente
diferente al resto del ejército y había tenido una buena demostración de eso
al principio del día.

Nunca dejaba de moverse, y se movía rápido, pasando de luchar con una


persona a patear a otra, o usar su espada, o detener una lanza, o... Era como
si no tuviera que pensar en nada de eso, donde Gabrielle podría ver a los otros
soldados hacer una pausa, en medio de lo que estaban haciendo, para
decidir qué hacer a continuación, o alejarse de su enemigo para intentar otra
táctica hacia ellos.

Con Xena, no había nada de eso. Era implacable, y después de unos minutos
de pelear, los soldados enemigos estaban muertos, en el suelo o
retrocediendo, y aunque los capitanes enemigos habían instado a sus
hombres a perseguir a Xena, después de algunas oleadas hacia ella, Gabrielle
pudo ver claramente el ímpetu desvanecerse, mientras veían a sus
compañeros caer bajo la ferocidad de la reina.

Así pues, Xena era solo una persona, pero como era quien era, hacía una gran
diferencia en la lucha y sospechaba que lo sabía, y era por eso, que quería
estar en la batalla en lugar de liderarla.

Era una pregunta interesante y difícil, porque Gabrielle sabía que su amante,
también era muy buena diciéndole a la gente qué hacer y cuando estaba
peleando, no había nadie más que lo hiciera realmente y aunque los hombres
de Xena parecían saber que tenían que hacer, también hubo momentos en
que necesitaron a alguien a cargo.

—¿En qué estás pensando? —preguntó Xena.

—¿Cómo sabes que estoy pensando en algo? —Gabrielle sintió como su


propio cuerpo se relajaba, mientras Xena acariciaba distraídamente la piel
alrededor de sus sienes.

—Acabas de poner esa divertida mirada en tu cara, de cuando estás 379


pensando —dijo la reina—. Como una oveja estreñida.

Gabrielle comenzó a reír suavemente.

—Xena, ¿alguna vez has visto una oveja estreñida? —inquirió—. No tienen una
cara diferente.

—Estás evitando mi pregunta, rata almizclera.

Esa era la otra cosa sobre Xena. En ocasiones era muy ingeniosa, lo
suficientemente como para darle pequeños cortes donde menos se los
esperaba.

—Estaba pensando en ti —admitió Gabrielle—. Acerca de lo que has dicho


antes sobre estar en medio de todo.

—Ah.

—Es complicado para ti, ¿no? ¿Queriendo estar a cargo y también hacerlo
todo?
Xena comenzó a reír silenciosamente, una evidente sacudida de su cuerpo
contra la parte posterior de la cabeza de Gabrielle.

—Me haces sonar como una chiflada —suspiró—. Pero sabes que tal vez lo soy
—añadió—. Quiero hacerlo todo. Hades, lo quiero todo. ¿Eso es mucho pedir?

Gabrielle sonrió con los ojos medio cerrados.

—Eres tan divertida.

Realmente Xena no creía que fuera divertida en absoluto.

—Entonces, ¿qué piensas? —cambió de tema—. ¿Te gusta más esto que
pasar el rato en el castillo?

Su compañera se dio la vuelta sobre su espalda, para poder mirar la cara de


Xena, y cruzó las manos sobre su estómago.

—Bueno. —Movió sus pies calzados con botas—. Era mucho más cómodo en
el castillo. Mm. —Xena tuvo que estar de acuerdo con eso—. Había menos 380
bichos y menos piedras, y podíamos quedarnos más en la cama.

—Todo muy cierto —la reina admitió—. Especialmente la última parte —Puso
su mano sobre la mejilla de Gabrielle.

—Extraño tus despertares matinales. —Sonrió cuando la superficie debajo de


su palma se calentó—. Y echo de menos nuestra bañera. —La expresión de
Gabrielle se volvió seria—. Pero creo que eres más feliz aquí, haciendo esto. —
Miró a la cara de la reina con calma—. Es más difícil y más peligroso y
aterrador, pero yo... —Vaciló—. Aquí cada día es diferente —Los ojos azul claro
de Xena la estudiaron en silencio—. No es que estar contigo fuera aburrido. —
Gabrielle enmendó apresuradamente—. Incluso cuando no estábamos
haciendo nada en absoluto.

No era aburrido, no.

—¿Sabes lo que pienso? —dijo Xena—. Creo que mi vida era un coñazo total
hasta que te conocí. Tú me despertaste.

Gabrielle parpadeó sorprendida.

—¿Yo?
—Mm. Tú. —La reina dejó descansar su cabeza contra la superficie de la
roca—. Que locura, ¿eh? Haz que tu culo se duerma antes de que lo azote —
ordenó, poniendo fin a la conversación—. Tenemos una ajetreada noche por
delante.

Gabrielle obedientemente cerró los ojos, durmiéndose fácilmente a pesar de


la brillante luz del sol que las rodeaba. Estaba empezando a acostumbrarse a
esta nueva vida y aprendiendo a vivir el momento, y si tenía que ser
totalmente sincera, tendría que admitir que era mejor que andar vagando por
el castillo.

Incluso sin la bañera.

381
Parte 12

Xena abrió los ojos, parpadeando un poco desorientada mientras su mente


luchaba por conciliar la brillante luz del sol, en la que había estado hacía un
momento, con el plácido crepúsculo que ahora bañaba el claro en el que
estaba.

—¿Qué Hades?

—¿Qué pasa?

Miró hacia abajo para encontrar a Gabrielle mirándola, con las manos
cruzadas tranquilamente sobre el estómago y los ojos un poco soñolientos.

—¿Qué quieres decir con que pasa? —preguntó con irritación—. ¡Me quedé
382
dormida!

Gabrielle asintió con la cabeza.

—Lo hiciste —coincidió—. ¿Te sientes mejor ahora?

—¿Me sentía mal antes? —Xena gruñó—. Esto no es nada gracioso.

Su compañera se estiró, arqueando su cuerpo antes de volver a sentarse en


la hierba.

—Vamos, Xena. Tienes que dormir alguna vez. Todo el mundo lo hace —dijo
con tono de lógica—. Especialmente si vas a salir con los soldados más tarde,
vi a algunos de ellos durmiendo. ¿Por qué tu no deberías?

—Porque yo soy la reina —declaró Xena.

—¿Hay alguna regla que diga que las reinas no necesitan dormir?

Los ojos de la reina se estrecharon.

—Cállate. —Flexionó las manos y miró a su alrededor, ladeando la cabeza


para escuchar el área que las rodeaba. Podía oír los suaves sonidos del
ejército a su alrededor, el tintineo de armaduras, el murmullo de voces, y no
muy lejos, el chasquido y chisporroteo de un fuego.

Su nariz se arrugó cuando le llegó el aroma de la carne cocinándose, y sintió


que su estómago rugía y su cuerpo salía lentamente de su reciente sueño. Los
dolores de la batalla se habían desvanecido, y aunque se negaba a admitirlo
ante Gabrielle, el descanso le había sentado bien, aliviando el cansancio que
había estado intentando empujar a un lado antes y aclarando su mente.

Por supuesto que necesitaba dormir. Sabía eso, y que Gabrielle y el resto del
ejército también lo sabían, pero odiaba categóricamente quedar en una
posición vulnerable y estar dormida era casi igual de malo.

—Te ves realmente adorable cuando duermes.

La distraída atención de Xena regresó a su compañera.

—¿Qué?

Gabrielle le sonrió. 383


—¿Qué vas a hacer con los soldados esta noche? —cambió de tema—. ¿Solo
vas a comprobar la situación?

Xena apoyó la cabeza contra la roca y resistió el impulso de volver a echarse


una siesta, ya que el campamento estaba tan obviamente en orden, y aún
tenía tiempo, antes que la oscuridad los alcanzara.

—¿Qué voy a hacer esta noche? —reflexionó la reina—. Bueno, ya que, no


puedo echarte un polvo hasta que hagas esos ruiditos chillones, supongo que
tendré que conformarme con ver qué problema puedo causarles a esos
bastardos del otro lado del paso.

Gabrielle pensó en eso.

—¿Por qué?

—¿Qué?

—¿Por qué quieres ir a iniciar un problema?


Xena la miró como si a su compañera de cama le hubiera crecido una tercera
mano justo en el medio de su frente.

—¿Te diste un golpe en la cocorota mientras estabas arrojando piedras? —


preguntó—. ¿O ese pequeño enano te sacudió los sesos?

—Supongo que no entiendo de qué va la guerra —respondió Gabrielle—. ¿No


puedes simplemente reunirte y hablar con esos tipos? —dijo—. Tal vez no
quieran pelear.

Tal vez fue el suave crepúsculo o su siesta. Xena se encontró en la inusual


posición de tener suficiente paciencia para escuchar los balbuceos de su
amante y no simplemente despacharla con una palmada en el culo.

—Está bien. —Cruzó los tobillos—. ¿Crees que empacarían toda esas
armaduras y armas, y entrarían en las tierras de otras personas solo para
charlar con ellas?

—Bueno...
384
—Xena. —Un soldado apareció al borde de su claro—. Le ruego me disculpe,
Majestad. —Desvió la mirada y medio se giró. Xena lo miró.

—¿Me veo particularmente como una reina sentada aquí en la tierra, con mi
amante en el regazo o qué? —preguntó—. Escúpelo. ¿Cuál es el problema?

El hombre la miró de reojo.

—Los centinelas han hecho señas, dijeron que vieron algo, tal vez, un
movimiento hacia nosotros, hacia adelante —dijo—. Volvieron de nuevo, pero
no están seguros de lo que sigue.

—Ah. —Xena asintió, complacida—. Estupendo. Aprendes más cuando


alguien te ataca, que cuando los atacas. Vamos a ver qué tienen en mente.
—Le dio una palmada en el brazo a Gabrielle—. Ponte en movimiento,
chuletita de cordero, antes de que empiece a mordisquear tus bordes.

Por un momento, Gabrielle se negó a moverse, una diminuta sonrisa apareció


cuando desafió a la reina a cumplir su amenaza. Luego, cuando los ojos de
Xena se entrecerraron, se enderezó y se puso de rodillas, levantándose
cuando Xena le dirigió un chasquido burlón de sus dientes.
—¡Ostras!

—Te voy a dar ostras, pequeña y sucia rata almizclera. —Xena se puso de pie
y estiró el cuerpo, gruñendo un poco mientras sus hombros chasqueaban en
su sitio. Pasó los dedos por su cabello y se sacudió para acomodar la
armadura, luego comenzó a caminar hacia la colina con Gabrielle detrás.
Podía sentir la energía en aumento a medida que cruzaba las líneas y le hizo
alegrarse de haber perdido la cabeza y haber echado una siesta para poder
disfrutar el zumbido de la anticipación, en lugar de solo soportarlo. Percibió
una ausencia a su lado, y giró en un elegante círculo mientras caminaba,
localizando a Gabrielle corriendo hacia ella desde donde estaban los
suministros—. ¿Qué estás haciendo?

—Esto. —Gabrielle tenía una mano por encima de su cabeza, sus dedos se
cerraban sobre algo. Le ofreció a la reina el contenido de su otro puño—.
¿Rollo de carne?

Xena cogió el objeto y lo mordió, masticando mientras caminaba. ¿Qué


estaba haciendo el enemigo? ¿Simplemente enviando una incursión como
ella había planeado hacer, o algo más? Alargó el paso mientras subía por la
385
cresta y comenzó a caminar hacia el desfiladero, mientras las largas sombras
del crepúsculo se derramaban frente a ella.

Esperaba que fuera algo furtivo e interesante.

—Estoy de humor para una buena pelea —informó a Gabrielle—. Pero mantén
tu cabeza baja. No sé lo que están haciendo esos bastardos. —Terminando su
rollo, revisó sus armas mientras se dirigía a la primera estación de guardia,
asegurándose que no había perdido ninguna daga mientras descansaba.
Gabrielle sopesó su vara y se consideró tan preparada como podía. Siguió a
Xena mientras descendían por la pequeña pendiente, con cuidado de no
resbalarse sobre las rocas sueltas mientras caminaba. Estaba oscureciendo,
pero aún había luz suficiente para poder ver los contornos de los guardias, con
la cabeza medio vuelta para ver a Xena mientras se acercaba. No estaba
segura de la reina, pero ella se sentía mejor después de descansar un poco.
Pensó que Xena también lo hacía, ya que su expresión parecía menos
cansada, y había más de su habitual bote en sus pasos. El hecho de que no
quisiera descansar le parecía una locura, pero se figuró que solo era una de
esas extravagancias de Xena, que surgían cuando estaba frente a otras
personas. A veces, en verdad era una persona diferente cuando estaban a
solas. Gabrielle echó a trotar para seguir el ritmo mientras Xena bajaba el resto
de la pendiente y entraban en la primera estación de guardia. Aquí había
media docena de soldados, todos con capas oscuras y armas envueltas en
cuero negro—. ¿Qué me cuentas? —preguntó Xena, cambiando su voz a un
tono más bajo.

—Una señal desde el relevo, Majestad —dijo el hombre más cercano—.


Parece que se están preparando para atacarnos.

—Delicioso. —Xena le sonrió—. Está bien, no os mováis. Regresaré. —Se


sacudió la capa y comenzó a caminar hacia el punto de relevo, la estación
de guardia delantera tenía vista directa de las líneas del frente enemigo. Las
sombras eran largas y las aprovechaba al máximo, manteniéndose cerca de
la pared de roca y del espeso matorral que enmascaraba su distintivo perfil.
Los pelos de la nuca se le erizaron y se detuvo, volviendo la cabeza contra el
viento y ensanchando sus fosas nasales. El paso estaba en silencio, demasiado
silencioso, pensó, y desenvainó su espada después de una breve vacilación,
luego continuó—. Quédate detrás de mí —le advirtió a Gabrielle.

—Está bien. —Gabrielle toqueteó nerviosamente su vara.


386
Xena respiró hondo, tratando de descifrar los mensajes en aire. Bajo el olor de
los hombres, los caballos y el humo de leña, detectó algo acre, y medio
familiar, despertando algo en lo profundo de su memoria que trató de
desentrañar y darle sentido.

Delante de ella, podía ver su puesto de avanzada, las rocas que sobresalían
para proporcionar un buen refugio a los hombres escondidos detrás de ellas,
y uno le hacía señas mientras se acercaba. Se deslizó a través de las rocas y
pasó a la fuerza entre dos troncos, llegando hasta los hombres cuando la
última luz comenzó a desvanecerse.

—¿Cuál es el problema?

—Allí, señora.

Xena miró por encima del borde de las rocas, y vio un resplandor breve e
intermitente que se iluminó mientras lo observaba, y luego volvió a apagarse.

—¿Cuánto tiempo?

—Dos marcas de vela —respondió el hombre—. Comenzó cerca del


atardecer.
Xena envainó su espada, luego levantó la vista y se agachó un poco, saltando
y agarrándose a la rama más baja del árbol, en que se refugiaban. Se
incorporó en el espeso follaje, luego buscó un asidero y comenzó a abrirse
camino hacia la parte superior.

Gabrielle se acomodó junto al tronco y miró hacia arriba, observando a su


amante mientras se subía a lo más alto.

—¿Necesita un impulso para subir allá arriba, su gracia? —preguntó el soldado


a su lado—. Suba, no hay problema.

Gabrielle le brindó una lánguida sonrisa.

—Gracias, pero creo que la esperaré aquí —dijo—. No estoy realmente loca
por trepar a los árboles. —Vio a los soldados observar al enemigo—. ¿Cómo te
llamas?

—Tab —le contestó el hombre de inmediato. Era joven, no mucho mayor que
ella, y también compartían el mismo cabello liso y pálido.
387
—¿Esta es tu primera vez?

Gabrielle parpadeó hacia él.

—En... ¿qué? —preguntó lentamente.

El soldado la miró durante un largo rato, después su cara se tiñó de un


profundo tono rojo.

—Está bien, no importa. Olvida que pregunté eso. —Gabrielle inclinó la


cabeza hacia atrás y clavó los ojos en la incesante escalada de Xena, apenas
capaz de distinguir su silueta en la creciente oscuridad, y contenta de que esa
misma oscuridad ocultara su propio sonrojo—. Wow... ¿A qué altura va?

Xena agarró una delgada rama y la apartó a un lado para tener una vista
clara del campamento enemigo. Para su sorpresa, pudo ver escuadrones de
hombres moviéndose por las líneas del frente, y se dio cuenta de que existía la
posibilidad de que su adversario hiciera un asalto nocturno completo.

Se sintió estupefacta, y por un momento envidiosa, dado que había decidido


tomar la ruta segura y no hacer lo mismo.
—Maldita sea —murmuró, inclinándose hacia adelante para estudiar los
movimientos. Hombres, no caballos, por lo que ellos pensaban igual, y la brisa
soplaba en su cara otra vez trayendo ese olor extraño y acre que...

Los ojos azul claro de Xena se abrieron de par en par. Se dio la vuelta y soltó
las ramas, dirigiéndose hacia abajo lo más rápido que podía sin caerse y
esperando que nadie fuera lo suficientemente tonto como para estar sentado
debajo del árbol.

—¿Qué pasa? —soltó Gabrielle.

—Muy malas noticias. —Xena tenía un soldado por el hombro—. ¡Alejaos de


esos malditos árboles, todos vosotros! —Gritó en voz alta—. ¡Rocas! ¡Poneos 388
detrás de las rocas! Arqueros, ¡muévanse! ¡No uséis el matorral como refugio!
—Gabrielle no tenía una idea real de lo que estaba sucediendo, pero sabía
que Xena estaba realmente preocupada, por lo que fuera que había
descubierto. Se colocó detrás de una de las rocas fuera del camino de Xena,
y observó a la reina dirigiendo a sus tropas, la nota de ferviente urgencia en su
voz era algo nuevo en la experiencia de Gabrielle. Ella había visto a Xena de
muchas formas. Triste, enojada, exasperada, feliz... pero incluso en la situación
extrema que habían vivido durante la casi insurrección, nunca había visto a la
reina asustada por algo hasta este momento. Guau. Era difícil imaginar lo que
sería tan horrible como para asustar a Xena. Gabrielle abrió mucho los ojos.
¿Había un dragón en el ejército enemigo? Había oído hablar de dragones,
pero nunca había imaginado que fueran reales. ¿Podrían serlo? ¿Qué
significaba eso para su ejército si fuese así? Gabrielle no creía que ni siquiera
el don de mando de Xena pudiera vencer algo así, ¿significaba que se
rendirían?—. ¡Muévete! —gritó Xena—. Corta esas ramas, y ponlas en una pila,
¡aquí, apúrate! —Un grupo de soldados estaba dando hachazos a los
raquíticos árboles, arrastrando ramas con crujidos apresurados. Arrastraron las
ramas y las amontonaron en el espacio abierto entre donde estaba ella y la
cresta donde se escondían la mayoría de los arqueros—. ¡Moveos! —La reina
los perseguía implacable—. ¡Poned esas rocas en su lugar! —Gabrielle decidió
quedarse donde estaba y mantenerse callada. Había un saliente de roca a
un lado de ella, y una roca en frente, y ella se retorció en el rincón que
formaban con su vara firmemente apoyado a su lado.

»Y... —Xena de repente dio una vuelta en el sitio, sus ojos inspeccionaron el
área intensamente hasta dar con Gabrielle. La miró por un segundo, luego
señaló—. ¡Perfecto! —apareció una breve sonrisa—. ¡Copien todos a la rata
almizclera! —Gabrielle se encontró inesperadamente siendo el foco de
atención, y logró sonreír débilmente y sacudir su báculo mientras los soldados
a su alrededor luchaban por imitar lo que había hecho—. ¡Poned los escudos
sobre vuestras cabezas! —bramó Xena—. Dispararán flechas prendidas. ¡No
las toquéis ni dejéis que os toquen! ¡El fuego quemará cualquier cosa que
golpee!

—Entonces, ¿fuego de los dioses, Xena? —respondió uno de los capitanes


mayores—. ¿Es lo que trajeron con ellos esos bastardos?

—Sí. —La reina giró en círculo, satisfecha por fin, al ver a los arqueros
agachándose detrás de las repisas despojadas rápidamente del follaje, y los
árboles desarraigados se apilaban entre filas de soldados cuando la oscuridad
de la noche se cernía sobre ellos—. Recuerdas eso, ¿verdad Defan?
389

—Sí. —El capitán respondió con tono sombrío—. Lo recuerdo.

—Bien. Así que cuéntaselo a todos estos chicos mientras esperamos. —Xena le
empujó hacia las líneas y luego se dirigió decidida hacia el refugio de
Gabrielle—. Deja sitio, rata almizclera. —Se deslizó en el pequeño espacio con
su amante—. Hijos de bacante.

—¿Lo son? —preguntó Gabrielle, sintiéndose nerviosa porque sabía que la


reina lo estaba—. ¿Es por eso que tienes miedo?

—¿Qué? —Xena la miró de cerca.

—Pareces realmente asustada de ellos, así que penssfrfr. —Gabrielle miró por
encima de los dedos de Xena que estaban cubriendo su boca.

—Yo. —La reina se inclinó hacia ella—. Nunca. Estoy. Asustada —dijo
lentamente—. ¿Entiendes? —Gabrielle asintió. Xena la liberó—. Nunca digas
eso delante de los hombres —dijo—. Ni siquiera lo insinúes. Tienen que creer
que soy tan estúpida como para no tener miedo de nada, así me seguirán. —
Dio un golpecito a la nariz de Gabrielle—. ¿Me sigues?
—A cualquier lugar —respondió Gabrielle—. ¿Pero son bacantes de verdad?
He escuchado historias sobre ellos y me preguntaba si había alguno, en el otro
ejército —dijo—. Y es por eso que estaba... Um... Interesada.

—No —exhaló Xena, apoyando sus antebrazos en la roca—. Lo que tienen, lo


que yo olí... es como el fuego, pero no se puede apagar. —Flexionó las
manos—. Sólo lo he visto una vez, pero perdí la mitad de un ejército y todos
esos cuerpos en llamas son algo que nunca olvidaré sin importar en cuantas
batallas he estado. —Gabrielle guardó silencio, absorbiendo las palabras—.
Así que ahí está tu respuesta, Gabrielle —continuó la reina, en un tono
tranquilo y serio—. Para eso estaban aquí, buscando conocer gente nueva y
hacer nuevos amigos.

Um... Gabrielle sintió que un escalofrío le recorría la espalda.

—¿Tienes algo de esa... cosa?

Xena exhaló de nuevo.

—No —negó con la cabeza—. Nunca pude descubrir cómo hacerlo — 390
admitió—. Puedes comprarlo... Hubo un tipo que pasó la última temporada de
calor tratando de venderme un poco, pero yo no... —Sus labios se torcieron—
. No pensé que iba a necesitarlo y es peligroso simplemente tenerlo cerca. No
estaba buscando que mis aposentos ardieran a mi alrededor.

—Oh. —En la penumbra, Gabrielle podía ver el perfil de Xena, y podía sentir la
tensión en el cuerpo presionado contra el de ella—. Sí, supongo que tiene
mucho sentido —murmuró, recordando sus primeros meses en la fortaleza—.
Hubieras tenido que llevarlo contigo todo el tiempo.

Mm. Xena escuchó con atención, pero los sonidos seguían siendo distantes, y
le faltaba el ruido de cascos de caballos que la alertarían sobre la
aproximación del ejército.

—Con mi suerte, lo habría dejado caer en el ropero y habría puesto veinte


años de mierda en fuego permanente. —A pesar de las circunstancias,
Gabrielle tuvo que reír, aunque se llevó la mano a la boca para sofocar las
risas. Después de un momento, Xena se rio también, aunque la breve diversión
terminó en un profundo suspiro—. Si tienen esto, ¿qué más tienen? —reflexionó,
casi en un suspiro—. ¿Qué otros trucos debería estar buscando?
—¿Tienen dragones? —preguntó Gabrielle—. Pensé que tal vez los tenían.

Xena se giró completamente y la miró.

—¿Tienen qué? —preguntó—. Gabrielle, ¿podrías vivir en el mundo real, por


unas pocas marcas de vela por mí? Los dragones no existen. —Hizo una pausa,
mirando más de cerca a su compañera—. De todas formas ¿Dónde has oído
hablar de ellos?

—Historias —dijo Gabrielle—. Había un tipo que solía pasar en el invierno y nos
contaba muchas historias sobre dragones, bacantes y centauros y todo tipo
de cosas —dijo—. Supongo que tampoco existen, ¿eh?

Xena volvió a centrar su atención en el paso.

—Los centauros sí —admitió.

—¿Sí? ¿Los has visto?

La reina se frotó las manos y se inclinó aún más contra la roca. 391
—Sí. Los he visto. —Miró fijamente hacia la oscuridad—. Espero que no tengan
ninguno con ellos —añadió—. Cuando vengan hacia nosotros, mantienes tu
cabeza baja y te quedas detrás de la roca.

—Está bien. —Gabrielle asintió, todavía pensando en el centauro—. ¿Cómo


era?

—¿Qué?

—El centauro... ¿Era realmente mitad hombre y mitad caballo?

Xena intentó recordar en su mente la imagen que le había vuelto, de un


pasado lejano a una persona casi desaparecida.

—Después de que Ly y yo fuimos capturados, nos llevaron al pozo de lucha de


esclavos —dijo, sin oír ningún avance del otro ejército—. En el camino pasamos
por un sendero a través del bosque, y cuando lo estábamos cruzando, vimos
a un puñado de ellos, con algunas amazonas, justo entre los árboles.

—¡Amazonas!
—Sí —dijo Xena—. Un montón de mocosas con aspecto achaparrado y
excrementos de pájaros por todas partes. De todos modos, los centauros, sí,
tenían medio caballo en la parte trasera y un tipo grande y feo en la
delantera.

—Guau—exhaló Gabrielle—. Eso es tan asombroso. Ojalá pudiera ver un


Centauro.

Xena la recorrió con la vista.

—Si perdemos esta guerra y eres capturada, es posible que te vendan a esas
Amazonas. Podrías pedirles que te enseñen uno. —La mujer rubia se puso muy
seria, y se calló, agarrando con más fuerza su vara y acurrucándose en el
rincón de la roca un poco más. Apoyó su barbilla en su antebrazo y observó
la oscuridad. Xena podía oír el ruido de los cascos contra la piedra a lo lejos,
y una brisa refrescante le traía el olor de la guerra en la nariz. —Aquí vienen —
dijo, luego dejó escapar un silbido bajo y penetrante. A su alrededor, el sonido
de los hombres moviéndose y las armas preparadas resonó en el aire, y con
una sensación de suave premonición, desenvainó su espada y dejó que su
punta se apoyara entre sus pies mientras agarraba la empuñadura con ambas
392
manos. Gabrielle permaneció en silencio en su lugar. Xena movió los hombros
para acomodar su armadura, y miró de reojo a su compañera—. ¿Gabrielle?
—la otra mujer giró su cabeza hacia Xena, la débil luz de la luna se reflejaba
en sus ojos—. Nunca dejaría que te llevaran —declaró Xena sencillamente.

Gabrielle ahora podía oír los caballos que se acercaban y tiró de su capucha
y se la abrochó.

—No dejaría que me llevaran —le dijo a la reina—. No me importa si tienen


dragones.

Dragones. Xena se preparó y lanzó dos silbidos a sus tropas con la esperanza
de haber hecho lo suficiente para prepararlos y recordar cómo sacarlos de lo
que ella sospechaba, sería un Hades con muchos problemas.

—Bueno, Xena, querías una guerra.

—¿Has dicho algo? —preguntó Gabrielle.

—Dije, ten cuidado con lo que pides —respondió la reina cuando apareció la
primera fila de jinetes, perfilada con una luz verde y ardiente de antorchas que
sostenían por encima de sus cabezas—. ¿Sabes qué es lo único en mi vida que
nunca pedí?

—¿Qué?

—A ti. —Xena se metió los dedos entre los dientes y silbó tan fuerte como pudo,
dos sonidos cortos y dos largos mientras los pernos de ballesta delineados en
fuego verde se dirigían hacia ella—. ¿No es divertida la vida?

Um

—Me agacho.

393
Gabrielle se agachó. Bajó su cabeza detrás de la roca y sostuvo firmemente
su vara oyendo el silbido y el grito de flechas, mientras Xena la presionaba a
su lado, atrapándola con cuidado contra la piedra. Eso estaba bien para ella,
y miró la cara de la reina, apenas visible a la luz de la luna.

¿Saltaría Xena y correría hacia la lucha de nuevo?

Esperaba que no.

El sonido agudo de una flecha golpeando la roca la hizo saltar, y miró más allá
de su escondite, para ver cómo un pequeño arbusto se incendiaba cuando
el eje rebotaba y aterrizaba en las hojas. El fuego se elevó, un color feroz y
verdoso diferente a todo lo que alguna vez había visto antes.

Podía sentir el calor, y el olor era aceitoso y extraño.

Un fuerte sonido hizo que se sacudiera de nuevo, y cuando escuchó a Xena


maldiciendo, no pudo quedarse abajo por más tiempo. Levantó la cabeza y
miró por encima de la roca, sus ojos se abrieron como platos, cuando vio que
el montón de ramas cerca de ellas estallaba en llamas.

—¡Guau!
Los soldados enemigos cabalgaban a través del paso, agitando las antorchas
sobre sus cabezas y soltando gritos salvajes. En medio latido, todo el paso
parecía arder, el calor los envolvía y las chispas comenzaron a volar por todas
partes.

Xena se acercó y tiró de la capucha de Gabrielle sobre su cabello.

—Mira. —Señaló a través del paso, donde una pared de fuego se estaba
acercando a ellos—. ¿Qué dijiste de malas noticias?

—¿Van a quemarlo todo? —Gabrielle miraba fijamente, con los ojos muy
abiertos—. ¿Qué vamos a hacer? —miró a Xena—. No vas a pelear contra
ellos, ¿o sí?

El perfil de Xena estaba inmóvil y silencioso, mientras observaba la destrucción


frente a ella.

—No. —Metió los dedos entre los dientes y volvió a silbar, luego se agachó
apresuradamente detrás de la piedra mientras una ráfaga de flechas
encendidas salpicaba las rocas a su alrededor—. No estoy buscando morir 394
hoy. —Uno de los soldados enemigos giró la cabeza y agitó su antorcha hacia
sus seguidores. Un grito hizo que ambas miraran, y Gabrielle se quedó sin
aliento, cuando uno de sus soldados salió tambaleándose de su refugio, con
la cabeza y los brazos iluminados por el implacable fuego verde. Se dejó caer
al suelo y rodó, pero las llamas simplemente giraron alrededor de él sin
apagarse, hasta que sus gritos se convirtieron en balbuceos jadeantes, su
ballesta salió despedida de sus manos para estrellarse contra las rocas. Xena
escuchó a los soldados enemigos gritar, y echó la cabeza hacia atrás sobre
las rocas para ver una línea de diez que se dirigían hacia ella—. Por otro lado
—murmuró—. Creo que estoy en problemas. —El fuego cercano los delineaba
claramente, y Xena se dio cuenta de que había sido reconocida. Observó la
hilera de caballos que tronaban hacia ella, alentados cuando dos, cayeron
de sus sillas alcanzados por sus arqueros. A un lado, vio una espesa mancha
de sombras que se desprendía de las rocas y se dirigía hacia los jinetes, con
sus soldados de infantería intentando arrojarse a una trampa mortal solo por
ella. No estaba bien. No era su estilo, reina o no reina. Xena se desabrochó la
capa y comenzó a quitársela, pero se detuvo cuando Gabrielle la agarró del
brazo y tiró—. ¿Qué? —preguntó bruscamente—. No tenemos tiempo para
charlar.
—¡Por allí! —señaló Gabrielle—. Si vamos dando la vuelta por detrás de ese
fuego, hay un lugar donde podrías... ¡Whoa! —Gritó Gabrielle, mientras era
sacada completamente de detrás de la roca y arrastrada por el suelo a gran
velocidad—. Qu... ¡Ay! ¡Oh!

—¡Cierra la puta boca y corre!

Xena debatió simplemente agarrando a su compañera, luego se dio cuenta,


que con los caballos alcanzándolas no serviría de nada su espada. Se agachó
junto a una roca y se colocó detrás de la furiosa línea de fuego justo cuando
los jinetes llegaban y se detenían allí sin poder forzar a sus monturas más allá
de las llamas.

—¡Estoy corriendo! —Gabrielle se encontró siendo empujada por delante de


la reina y se protegió la cara del calor de las llamas.

No les impidió dispararles. Xena sintió que algo le golpeaba la espalda y, sin
pensarlo dos veces, se quitó la capa y la dejó caer hacia atrás, sintiendo un
calor abrasador en la parte posterior de sus brazos que esperaba no fuera a
más. 395

Una segunda flecha aterrizó delante de ella y la saltó por encima, agarrando
a Gabrielle mientras se colocaban de manera que, el grueso de la madera en
llamas, quedara entre los soldados y ellas. Xena vio el agujero escondido que
Gabrielle había querido decir y se metieron en él, justo cuando dos de sus
propios arqueros doblaban la otra esquina.

—¡Prended vuestras flechas! —gritó Xena—. ¡Disparad las malditas cosas a


ellos!

Los dos hombres se adelantaron.

—¡Sí, Majestad! ¡Teníamos que envolver las cabezas! —Uno de ellos se inclinó
hacia adelante y dejó que la punta de una flecha envuelta en hierba se
prendiera en las llamas—. ¡Me alegro de que no la alcanzaran! —Se echó
hacia atrás e insertó cuidadosamente el eje en su ballesta, levantándola y
apuntando más allá de los árboles hacia la oscuridad.

Xena saltó a la parte alta de la roca para ver más allá del fuego protegiendo
sus ojos del brillo. Podía sentir el calor golpeando contra su piel y había tanta
luz y tantos pedazos de oscuridad en movimiento, que le era muy difícil saber
lo que estaba pasando.

Tenía la pared protectora de fuego que sus enemigos habían encendido tan
amablemente entre ellos y la mayoría de sus tropas, y ahora podía oír el sonido
de ballestas que disparaban desde las rocas a su alrededor, mientras los
soldados enemigos eran perfilados por las llamas y ubicados por las antorchas
que sostenían.

—¡Xena!

Ah, en toda vida debería haber una pequeña rata almizclera. Xena se giró y
se dejó caer de rodillas cuando una andanada de flechas encendidas pasó
sobre su cabeza, rebotando contra las rocas detrás de ella y cayendo al suelo.

—¡Gracias! —la reina levantó su mano e hizo una señal y una línea de
ballesteros se movió de las rocas hacia ella—. ¡Sigue cuidando de mí, nena!

Los hombres tomaron posición alrededor de la roca donde estaba Xena y


comenzaron a devolver el fuego. Xena soltó un silbido, luego vio a uno de sus 396
jinetes abriéndose paso.

—¡Coge las cuerdas para escalar! —gritó—. ¡Empápalas en agua! ¡Rápido! —


El hombre salió corriendo, esquivando una lanza. Xena se levantó y trató de
hacerse una idea de cómo iba la batalla. Sabía que había muchos
combatientes enemigos allí afuera, las antorchas que llevaban eran motas
brillantes en la oscuridad y podía oír los caballos, los hombres y las armas
chocando. Podía ver a algunos de sus arqueros, y algunos de sus guerreros,
¿pero y el resto? Esperaba que la hubieran escuchado y estuvieran dejando
que los arqueros atacaran desde la distancia y no fueran tan estúpidos, como
a veces lo era ella, que estaba tan ansiosa por meterse en la lucha que
pasaba por alto el sentido común. Un grupo de sus hombres se dirigían hacia
ella ahora, cruzando por detrás de las llamas mientras el enemigo cabalgaba
por delante con frustración, tratando de encontrar un modo de llegar donde
estaba Xena. La reina saltó de su roca y se encontró con ellos colocándose
en círculo alrededor de ella. Sus ojos estaban muy abiertos, y ella podía sentir
la tensión nerviosa sobre ellos—. Está bien, aquí es donde pateamos culos —
dijo—. Escuchad.

Gabrielle estaba asustada y emocionada por turnos. Podía ver todos esos
cuerpos en movimiento y oír a los hombres peleando, pero era muy difícil saber
qué estaba pasando de verdad. Sin embargo, estaba muy contenta de que
Xena no hubiera empezado a pelear contra los hombres a caballo.

De hecho, estaba realmente contenta de que Xena estuviera pegada a ella.


El humo del fuego hacía que le picaran los ojos, así que, se movió a un lado
de su escudo de rocas y se giró a medias apartándose del resplandor.

Un caballo gritó de dolor, y pensó en Parches a salvo en su pastizal al otro lado


del paso. Se preguntó si él estaría pensando en ellos, escuchando todo ese
ruido o si simplemente estaba comiendo hierba y tal vez durmiendo una siesta.

Miró hacia arriba cuando Xena regresó, y luego se movió hacia un lado
cuando la reina se unió a ella detrás de la roca.

—¿Cómo va?

—Maldito si lo sé —respondió Xena—. Todavía no estamos muertos y aún no


hemos perdido, así que no va mal del todo.

—Oh. 397
Xena saltó de nuevo encima de la roca, después se acercó al borde y saltó
hacia el siguiente saliente, agarrándose de la esquina y alzándose hacia una
posición más alta. Sin embargo, se abstuvo de enderezarse mientras miraba
por encima de las llamas y vio flechas que se dirigían hacia ella.

—Maldita sea. —Xena se arrodilló y sacó su espada de su funda, bloqueando


las flechas con su espada y desviándolas cuidadosamente. Podía ver más allá
de la curva, y su corazón se hundió un poco cuando vio a una línea de sus
soldados de infantería en medio de los soldados a caballo enemigos,
luchando valientemente, pero siendo abatidos e incendiados uno por uno—.
Idiotas —Una flecha de ballesta estuvo a punto de clavarse en su pecho, y
decidió que estar de pie perfilada contra las llamas tampoco era demasiado
brillante. Frustrada, bajó de un salto y aterrizó junto a Gabrielle, que estaba
investigando una de sus flechas desviadas, que aún ardía cerca—. Mantente
alejada de eso.

—Lo estoy. Solo quería verlo —dijo Gabrielle—. ¿Viste algo allí arriba?

—No. —La reina suspiró—. Me está volviendo loca. Realmente no puedo ver lo
que está pasando, y no puedo decirle a la gente qué hacer. La vida
simplemente va cuesta abajo rápidamente. —Tamborileó con sus dedos
contra la roca—. Bien, quédate aquí. Voy a provocar algunos problemas.

—¡Ten cuidado! —soltó Gabrielle, mientras la reina desaparecía alrededor de


la roca, dirigiéndose a la lucha. Esperó un segundo, luego recogió su vara y se
dirigió tras Xena, razonando que en realidad no había aceptado quedarse
atrás, ¿verdad?

Rodeó las rocas justo a tiempo para ver a Xena salir a un pequeño espacio
despejado con los árboles ardientes detrás de ella y el ejército al frente. Se
quedó mirando incrédula cuando la reina agitó sus brazos hacia el enemigo
y soltando un fuerte grito.

¿Xena se había vuelto loca?

—¡Oye, patéticos soldados! —gritó Xena—. ¿Me queréis? ¡Venid aquí! ¿Os
creéis que podéis cogerme? ¡No hay suficientes pelotas en todo vuestro
ejército para hacerme nada, aparte de reír!

La primera línea de jinetes la vio, y después de un segundo, dieron la vuelta a 398


sus monturas y se dirigieron hacia ella, gritando triunfantes. Xena se quedó allí
mirándolos, con la espada apoyada en su hombro, la postura de su cuerpo
insolentemente divertida.

Las llamas de la madera que aún ardía a su derecha, la perfilaban claramente


a los hombres que se aproximaban, su cuerpo alto y delgado en su armadura
ajustada era inconfundible.

Gabrielle se detuvo detrás de ella, y levantó su vara, sosteniéndola cruzada


delante de su cuerpo en una postura que casi parecía marcial. Tragó saliva, y
vio a los caballos tronando hacia ellas, con la esperanza de que cuando
llegaran al borde de donde Xena estaba de pie, lo que fuera que sucediera,
al menos, fuera rápido.

Xena extendió sus brazos en señal de bienvenida, indicando al enemigo que


avanzara con un gesto de sus dedos. Se echó a reír cuando cruzaban a la
zona llana delante de ella y corrían hacia las cuerdas casi invisibles extendidas
por el suelo, enredándose alrededor de los cascos de los caballos y
enviándolos al suelo.
Los soldados de encima salieron rodando sobre sus espaldas, algunos se
habían prendido fuego con sus propias antorchas. Uno intentó arrojar la suya
hacia Xena, pero la punta se enganchó en una cuerda y volcó, aterrizando
en un compañero.

La segunda fila de caballos intentó detenerse, algunos se amontonaron sobre


sus compañeros derribados, dos intentaron saltar sobre ellos, pero cuando
Xena levantó su espada, una línea de arqueros apareció detrás y les disparó
a quemarropa.

Los caballos en pie entraron en pánico y los soldados trataron frenéticamente


de girarlos, olvidando su objetivo y olvidando las antorchas que aún tenían en
sus manos. Uno de los soldados dejó caer su antorcha y golpeó el costado de
la montura de un compañero, el caballo corcoveó y salió disparado en la
dirección opuesta, comenzando una retirada ayudada por otra descarga de
los hombres de Xena.

Gabrielle salió corriendo para ponerse al lado de Xena.

—¡Están huyendo! 399

—Por supuesto. —Xena la miró, aparentemente no sorprendida por su


presencia—. Te vieron con ese palo. Yo también saldría corriendo —señaló—.
Pero mira allí.

Gabrielle miró. Mientras los caballos corrían, algunos sin jinetes, se agitaban y
resoplaban, y después de un momento se dio cuenta de que la madera
ardiente a la que habían prendido fuego estaba siendo arrastrada tras ellos.

—¡Oh! —se quedó sin aliento, mirando los troncos ardientes golpear las rocas,
llevando el caos a las filas del enemigo—. ¿Tu hiciste eso?

—Por supuesto. —Xena había enfundado su espada, y ahora estaba de pie


bajo la luz parpadeante, con las manos en las caderas—. Me gané ese trono,
Gabrielle. —Cuanto más rápido corrían los caballos, más rápido los seguían los
troncos en llamas, y más intentaban frenéticamente salir del camino las tropas
que iban detrás. Ahora el fuego trabajaba contra ellos, un peligro mayor para
el ejército enemigo que para el de Xena, escondido en sus refugios de piedra
por orden urgente de su reina. Un grito se elevó desde las filas de Xena cuando
los hombres se dieron cuenta de lo que estaba sucediendo, y ahora llovieron
flechas sobre el enemigo que huía lo más rápido que podía. Gabrielle colocó
el extremo de su vara contra el suelo rocoso y los observó alejarse, aturdidos
por la súbita reversión. Se giró y miró a Xena, viendo la leve sonrisa que
formaba en los labios de su compañera, y el pequeño asentimiento de su
cabeza, mientras ella también observaba la retirada—. Volverán —predijo
Xena—. Pero apuesto a que la próxima vez se lo pensarán dos veces antes de
usar esa cosa contra mí. —Colocó un brazo sobre Gabrielle—. No hay arma
en la tierra, rata almizclera, que pueda vencer al arma que tenemos dentro
de nuestro cráneo.

Gabrielle podía oler el hedor de la batalla, y ahora, escuchar los gritos de los
heridos mientras el ejército enemigo desaparecía más allá de la curva, de
vuelta a sus líneas.

—¿Hay realmente algún sentido en todo esto, Xena?

Xena escuchó los mismos gritos, y frunció los labios.

—¿Sentido? —exhaló—. No tiene sentido, amiga mía. Esto es solo lo que


hacemos. —Le dio un apretón en los hombros a Gabrielle—. Los pájaros
vuelan, los jabalíes se tiran pedos, nosotros nos matamos unos a otros. Así son 400
las cosas.

Apareció uno de los guardias, con la cara sucia por el hollín de los fuegos.

—He ido más allá de la curva, Xena —informó—. Hay muchos de los nuestros
en el suelo. —La reina asintió, mirando a su derecha.

—Tengo una pira aquí preparada. Poneos con ello. —Se dio la vuelta y
comenzó a caminar hacia el terreno más elevado, arrastrando a Gabrielle
junto con ella—. El próximo movimiento es mío.

Resultó que el siguiente movimiento fue de la naturaleza. Gabrielle se secó la


lluvia de los ojos y se acurrucó un poco más contra las rocas, mirando la capa
extendida sobre su cabeza en busca de un poco de refugio.
La tormenta había comenzado de repente, sorprendiendo a los hombres que
recorrían el campo de batalla. Sin embargo, no había apagado los restos del
fuego de los dioses, que finalmente se estaba quedando sin nada que quemar
en el claro cercano.

Eso era muy raro. Gabrielle se inclinó hacia atrás y por un momento observó
las llamas parpadear firmemente bajo la lluvia, antes de acomodarse
nuevamente, intentando ponerse un poco más cómoda. Con la lluvia había
llegado un viento frío del norte, y estaba vacilando entre estar agradecida por
el refugio de su capa extendida por encima y querer envolverse nuevamente
con ella.

Brr. Se frotó los brazos y movió los húmedos dedos de los pies, ladeando la
cabeza para escuchar mientras captaba la voz de Xena en el viento.

La reina no sonaba muy feliz. Gabrielle desenredó su pequeña bolsa y sacó


una pera ligeramente arrugada. La mordisqueó y deseó que Xena saliera de
la lluvia y le hiciera saber lo que estaba pasando. No creía que fueran a ir tras
el otro ejército esta noche con este clima, pero con Xena, ciertamente, nunca
se sabía con certeza.
401

También deseó tener algo de té. Pero sus cosas de cocina habían regresado
con Parches en sus alforjas, así que se las arregló con su pera y un trago de
agua de lluvia ahuecando sus manos y pensó en la pelea que acababan de
ganar.

Le había parecido muy confuso mientras sucedía, y tenía la sensación de que


Xena había estado improvisando a medida que avanzaba, pero a pesar de
eso, había tomado las decisiones correctas y volvieron a ganar.

Los hombres estaban asombrados. Gabrielle los había oído hablar y pensaban
que el Dios de la Guerra había tocado a Xena, tan seguros de su liderazgo
que estaban listos para seguirla hasta el Hades y regresar.

—¡Rata almizclera!

Ah

—¡Aquí! —Gabrielle asomó su cabeza hacia la lluvia otra vez, y luego la siguió
con un brazo que agitaba—. Justo donde me dejaste.
Xena caminaba trabajosamente por el suelo mojado y carbonizado, la lluvia
empapaba sus pieles y goteaba por las puntas de su pelo largo y oscuro. Tenía
un odre de vino en una mano, y lo golpeaba suavemente contra su pierna
mientras caminaba hacia donde estaba refugiada Gabrielle.

—¿Manteniéndote seca?

—No, ciertamente no. —Gabrielle se movió a un lado para hacer sitio cuando
la reina se unió a ella, sintiéndose mucho más caliente cuando su pequeño
refugio se llenó con la presencia de Xena—. Guau, es una tormenta de las
buenas, ¿eh?

—Bah. —Xena le entregó el odre—. Tómate un trago de esto. —Se inclinó


hacia atrás contra la roca y apoyó los codos en las rodillas mientras un fuerte
trueno retumbaba en lo alto—. ¿No es divertida la guerra?

Gabrielle bebió un sorbo con cautela, parpadeando de placer y sorprendida


por el vino caliente y picante que salió.

—Oh guau. Es genial. —Suspiró contenta, mientras el cálido líquido se 402


deslizaba por su garganta—. ¿Crees que esto es divertido? —le devolvió el
odre.

Xena sorbió de él, tragando y sacando la punta de una lengua purpúrea


mientras consideraba la pregunta.

—Es divertido —reflexionó—. Ya sabes, solía pensar en pasar la noche bajo la


lluvia, dormir en las rocas y me había convencido a mí misma, que era en los
viejos tiempos. —Echó un vistazo a su pobre y rudo refugio—. Pero ¿sabes
algo?

—Que un colchón de plumas es más agradable. —Gabrielle asintió


solemnemente.

—Puedes apostar tu culo a que sí. —Xena le devolvió la piel—. Hades, me


conformaría con mi maldita tienda.

—Me gusta tu tienda.

—Te gusta todo lo mío. —Bromeó la reina, sacudiendo sus dedos para librarlos
de las gotas de lluvia—. Entonces, ¿qué piensas de la pelea?
—Creo que eres brillante.

Xena la miró de reojo.

—¿En serio? —sonrió con satisfacción.

—En serio —reconoció Gabrielle—. Eso fue increíble. Pensé que nos iban a
matar a todos y tú hiciste que se volviera contra ellos. Eso fue realmente
inteligente —le aseguró a la reina con tono serio—. ¿Cómo pensaste en todo
eso?

Xena permaneció en silencio, aparentemente considerando las palabras de


Gabrielle. Finalmente se encogió de hombros y cruzó las manos.

—Eso es lo que hacen los generales —dijo—. El ejército depende de la persona


que lo encabeza, y proponga un plan para hacer que ganen.

—Ellos realmente creen en ti. —Gabrielle se acercó un poco más y apoyó la


mejilla en el brazo de Xena—. Estaba realmente asustada, pero ahora no lo
estoy. 403
—¿No? —La reina se apoyó contra ella—. ¿Por qué?

¿Por qué?

—Porque simplemente sigues adelante hasta que ganas —dijo la mujer rubia—
. No importa qué, si necesitas hacer un hoyo en una montaña, o ir río abajo
encima del tronco de un árbol, o engañarlos a todos. No quieres perder.

Xena extendió sus piernas lo mejor que pudo en el pequeño espacio, sus botas
presionaban contra la roca del otro lado.

—En su mayor parte es verdad —concordó en voz baja—. A veces tengo


suerte, o ideas medio tontas y son correctas, a veces soy demasiado terca
como para darme por vencida.

Gabrielle sonrió débilmente.

—Yo creo en ti.

Xena la miró.
—Eres idiota —dijo en tono suave—. Pero es por eso que te quiero tanto.

—¿Porque soy idiota?

La reina colocó un brazo sobre sus hombros y lo apretó.

—Así que piensas que soy brillante, ¿eh? —fue en una dirección diferente—.
Ya sabes, solía sentarme en mis pieles por la noche y pensar en lo que el otro
tipo iba a hacer, y lo que yo haría y tratando de preparar pequeños escenarios
de batalla.

—Guau.

Mm. Xena se rascó la nariz.

—El sexo es mucho más divertido —concluyó—. Pero al menos comprendí


cómo pensar diferente y eso es lo que me salva el culo la mayor parte del
tiempo.

—¿Diferente? 404
—Diferente a lo que otras personas conservan en sus mentes.

Xena se inclinó y le dio un beso en los labios, luego se giró un poco y le dio
otro, distrayéndolas de manera efectiva de la lluvia a mares. Sintió que las
manos de Gabrielle calentaban el cuero sobre sus costillas y, durante un largo
y dichoso momento, todas las incomodidades se desvanecieron.

Entonces la lluvia comenzó a caer más fuerte, goteando por las rocas y
corriendo sobre las puntas de las botas de Xena. Aunque sus cabezas estaban
protegidas, nada más lo estaba y Gabrielle sintió un nuevo escalofrío, en la
parte posterior de sus piernas mientras el agua corría hacia el paso. Exhaló,
mirando a Xena mientras un trueno retumbaba nuevamente.

—En verdad, esto no es muy divertido.

Los labios de Xena se retorcieron en una triste sonrisa.

—No. No lo es —estuvo de acuerdo—. No cuando preferirías estar en otro


lugar. —Revisó el exiguo refugio con ojo desaprobador—. Maldita sea, ¿dónde
hay una cueva con aguas termales cuando la necesitas?
Oo. Gabrielle imaginó eso en su cabeza, y sus fosas nasales se ensancharon.

—Chico, eso se sentiría bien.

La reina se rio entre dientes.

—Sí, lo haría. —Agachó la cabeza afuera, la lluvia salpicaba su piel mientras


la miraba con los ojos entrecerrados—. Pero no creo que vayamos a encontrar
una, así que vamos a ver qué más podemos desenterrar. —Salió del refugio y
se levantó, medio girándose para bloquear el clima con su espalda, cuando
Gabrielle se unió a ella y recogió su capa—. Buena cosa para evitar enfriarse.
—Gabrielle hizo una pausa con la prenda en sus manos.

—¿Te gustaría ponértela? —preguntó ofreciéndosela—. Quiero decir, tú eres


la reina.

—Ponte esa maldita cosa. —Xena puso sus manos sobre la roca—. ¿Sabes lo
estúpida que me vería con eso colgando a la mitad de mi culo?

—No soy tan baja. —Sin embargo, Gabrielle se abrochó la capa alrededor del 405
cuello, contenta de su protección cuando el viento la golpeó con una ráfaga
de agua. Se subió la capucha y la apretó con fuerza, luego siguió a Xena,
cuando la reina comenzó a subir por la ladera de la colina, parpadeando con
fuerza para ver a través de la penumbra y la lluvia. Pasó junto a soldados en
refugios improvisados, muy parecidos al de ella, envueltos con capas, o
valiéndose de salientes de roca, los hombres se apiñaban debajo masticando
las raciones de campaña mientras la tormenta rugía a su alrededor—.
¿Intentarán volver ahora esos otros tipos? —preguntó Gabrielle, mientras
alcanzaba a la reina—. Para sorprendernos, quiero decir.

—Tal vez, pero lo dudo. —Xena siguió subiendo, escogiendo sus pasos con
cuidado mientras la roca suelta se deslizaba bajo su peso—. Este clima trabaja
contra ellos tanto como contra nosotros, tal vez más, porque nosotros estamos
en modo defensivo, y tratar de atacar cuando no se puede ver es bastante
estúpido.

—Oh. —Gabrielle olfateó, y parpadeó con más lluvia en sus ojos—. Sí, eso tiene
sentido. Se estremeció cuando un relámpago iluminó el cielo, y sintió que se le
erizaba el pelo—. ¡Oh!
—No te preocupes. Soy más alta que tú. Me freirá primero. —Xena entrecerró
los ojos al desvanecerse la luz y gruñó—. Ah. Nos hizo un favor. —Cambió de
dirección y se dirigió hacia un saliente rocoso, el suelo abrasado por el fuego
de los dioses estaba echando a perder sus botas.

Resbalando, logró llegar hasta el saliente que había divisado y se agarró a la


roca áspera y húmeda para estabilizarse, mientras le tendía la mano a
Gabrielle para ayudarla a subir la última pendiente. Luego se agachó debajo
de la cornisa y cortó la lluvia.

No era mucho refugio, solo dos esquinas de roca con un poco de techo, pero
había un poco de piedra seca para sentarse en la esquina trasera y estaban
a resguardo del viento y la lluvia. Xena asumió que era lo mejor que iba a
conseguir, y se dio la vuelta, contemplando el paisaje oscuro y lluvioso con
restos chisporroteantes de fuego de los dioses con una expresión especulativa.

Gabrielle se quitó la capa y encontró una pequeña grieta en la roca para


colgarla lejos del suelo. Se frotó las manos y miró a su alrededor.

—Esto es agradable. 406

—Mentirosa.

—Está bien, es más agradable que sentarse bajo una roca en un charco. —La
mujer rubia se enmendó amablemente—. Tengo algunas peras. ¿Quieres una?

—Uh huh. —Xena captó algo moviéndose desde la otra dirección, y se volvió
para mirarlo. Dos carros avanzaban hacia el ejército, los caballos avanzaban
lentamente impasibles en medio del clima, con figuras encorvadas en los
asientos del conductor y caminando a su lado. Mientras, vio a los soldados salir
de sus refugios y dirigirse hacia ellos.

Hm.

Gabrielle se acercó a ella.

—¿Son de los nuestros?

—Más nos vale. —La reina observó, cruzando los brazos sobre su pecho. Los
soldados llegaron a los carros, y luego se volvieron para escoltarlos, y asintió—
. Supongo que lo son —dijo—. Con un poco de suerte, alguien tuvo una
tormenta de ideas y enviaron los suministros que pedí.
Ambas permanecieron juntas mientras los carros avanzaban lentamente
hacia donde estaba acampado el ejército, y los hombres se reunieron a su
alrededor cuando se detuvieron. Incluso a través de la lluvia, a la luz de los
relámpagos, estaba claro que lo que sea que los carros llevaban era
bienvenido y Xena se relajó cuando comenzó la descarga.

Dos soldados se separaron de la multitud y comenzaron a caminar hacia


donde se habían refugiado, llevando un paquete entre ellos. Hicieron un
progreso constante y llegaron al voladizo en poco tiempo, patinando los
últimos pasos mientras las dos mujeres intentaban agarrarlos.

—¡Majestad!

—¿Qué? —gritó Xena, sorprendiendo a todos, mientras arrastraba al más


cercano de ellos, del cogote dentro del hueco—. ¿Qué tienes aquí?

Los hombres dejaron su paquete, mirando a Xena con timidez.

—El campamento lo envió para usted, Majestad —dijo el que ella había
agarrado—. Pensamos que podrías quererlo aquí. 407
Gabrielle se había arrodillado junto al bulto y lo estaba desatando.

—Fue muy amable por su parte —dijo.

—No, no fue así. Soy la maldita reina —replicó Xena—. Será mejor que hayan
enviado algo bueno o los mandaré a todos a la mazmorra cuando
regresemos. —Dirigió a los soldados una mirada severa—. ¿No?

—Sí, Majestad —ambos respondieron al unísono.

—Xena. —Gabrielle abrió el paquete—. Oh mira. Es tu equipo de repuesto.


Está seco. —Ella miró a su compañera—. Y tu capa extra, la pesada.

La reina miró hacia abajo, luego miró a los soldados.

—Id allí y diles que le digan a quienquiera que haya empacado esto, que
obtendrá una granja y su libertad cuando regresemos. ¿Me escuchas?

—Sí, Majestad. —Los hombres asintieron.


—Ahora perdeos —concluyó Xena, pero con una sonrisa—. Id a conseguir
algo de lo que sea que Hades hayan enviado.

—Gracias por traer esto. —Gabrielle les sonrió—. Fue muy amable por vuestra
parte.

—Gabbbrrriiieeeelllleeee...

—No hay de que, su Gracia. —Los hombres le devolvieron la sonrisa, mientras


se agachaban bajo la lluvia y medio se deslizaban, medio corrían hacia los
carros.

Xena llevó el paquete de vuelta al refugio seco y se sentó, mientras Gabrielle


la seguía y se unía a ella. Junto con su equipo de repuesto había otro para
Gabrielle, y... Mm. Sacó un paquete que olía a pan dulce y se lo entregó.

—Mira a ver qué es eso.

Gabrielle dejó su ropa seca a un lado y se acomodó con las piernas cruzadas
para abrir el paquete. En el interior, encontró panecillos dorados que emitían 408
un aroma de nueces y miel.

—Oh, guau —dijo—. Se ve genial.

Xena estaba secándose la cara con un trozo de lino.

—Seguro.

—Supongo que debería comerme alguno antes que tú, por si acaso, ¿eh?

La reina se detuvo y la miró a través del flequillo húmedo.

—¿Qué?

Gabrielle levantó el paquete.

—No es de lo común —dijo en voz baja—. Y no lo he hecho yo.

Ah. Aunque Xena no había dado importancia a esa regla desde que habían
salido de la fortaleza, se dio cuenta de que el argumento de Gabrielle era
válido. Molesto como una vaca muerta en el calor del verano, pero válido. La
reina apoyó los codos en las rodillas y miró tanto al paquete como a su
amante.

La decisión inteligente sería lanzar la maldita cosa bajo la lluvia. Sin embargo,
Xena estaba hambrienta, y sabía que su compañera también, y si estabas en
medio de una tormenta, con un ejército después de sobrevivir a un ataque
con Fuego de los dioses, ¿cuál era el relativo riesgo de comer pastel de miel
de todos modos?

—Te diré algo. —Xena se acercó y partió un trozo—. Vamos a comerlo juntas.
—Esperó a que Gabrielle tomara un pedazo, luego la saludó con el suyo—.
Tengo que tomar algunos riesgos en la vida, ¿verdad? —Solemnemente,
Gabrielle le devolvió el saludo, luego ambas dieron un mordisco al pastel y lo
masticaron, mirándose a los ojos lo mejor que podían, dada la oscuridad.
Después de un momento, Xena se lamió los labios—. No está mal —dijo—. Pero
el tuyo es mejor —Le guiñó un ojo, y volvió a rebuscar en el paquete.

Gabrielle masticó más despacio, saboreando el sabor de la miel y las especias


en el pastel mientras miraba a la reina, comprendiendo que acababan de
compartir algo más significativo, que la posible comida envenenada. Tocó su
409
ropa doblada y seca y la invadió un sentido de pertenencia, que la sorprendió
y pensó que tal vez, finalmente había encontrado su lugar donde menos lo
había esperado.

Terminó su pastel y dejó lo que quedaba en el paquete, poniéndose de pie


para desabrocharse la armadura. Un trueno retumbó sobre sus cabezas, pero
la lluvia torrencial descendió por la pendiente y dejó su refugio seco mientras
ella se quitaba la cota de escamas y la dejaba a un lado.

De repente, Xena se desplomó a un lado, y comenzó a agarrar su garganta,


jadeando. Gabrielle dejó caer lo que tenía en sus manos y saltó hacia donde
estaba tumbada la reina, haciéndola rodar sobre su espalda y acariciando su
cara frenéticamente.

—¡Xena!

La reina la miró y luego le guiñó un ojo.

—¿Sí? —Sonrió ante la expresión de su compañera—. ¡Te engañé!

¡Uf! Gabrielle se derrumbó sobre ella en alivio.


—¡Ovejas!

—Jejeje.

Xena se relajó lo mejor que pudo, con las piernas estiradas sobre el suelo
rocoso y la espalda apoyada contra la pared de piedra. Después de una
larga discusión, decidió aguantar la tormenta y esperar al menos hasta por la
mañana, por lo que aceptó la oportunidad de descansar y, a regañadientes,
se aprovechó de ello.

Podría haber dirigido un ataque a través del paso. Los soldados la habrían
seguido gustosamente, si lo hubiera hecho, y habría ganado el elemento
sorpresa, especialmente después de rechazar al ejército enemigo durante su 410
turno de atacar, pero la oscuridad, y el clima lo desaconsejaban, por lo que
decidió, no arriesgar su fuerza más pequeña, sin importar cuál fuera la posible
ventaja.

Además, les dio a sus hombres la oportunidad de descansar después de luchar


dos batallas, y le dio la oportunidad de pensar la estrategia. Miró a Gabrielle,
que estaba tendida boca arriba, con la cabeza apoyada en la armadura
escuchando la lluvia.

—Oye.

La mujer rubia la miró.

—Hola.

—¿Por qué no estás durmiendo?

Gabrielle se frotó la cara y se encogió de hombros.

—Estoy cansada, pero no tengo sueño —explicó—. Estaba pensando en la


pelea.
—¿Qué estabas pensando?

—Esos tipos estaban bastante seguros de que iban a ganar con esa cosa,
¿no?

Xena cruzó las piernas a la altura de los tobillos.

—Seguro —dijo—. Hubiera sido así. En esta parte del mundo... Realmente no
esperas encontrar personas que lo hayan experimentado antes. —Hm—Me
quemé el trasero con eso —continuó la reina—. Antes de cruzar el mar a este
lugar...

—Espera.

—¿Qué?

—¿Cruzaste el mar?

Xena se rio brevemente.


411
—Sí, lo hice —dijo—. Huyendo lo más rápido que pude de un enorme ejército
de asnos usando Fuego de los dioses para quemar todo a su paso. —Su perfil
se iluminó de repente por un rayo—. Desafortunadamente para ellos, pusieron
al descubierto su flota de barcos y yo estaba entre los barcos y ellos. Cogí los
barcos y se quedaron atrapados.

—Oh.

—Así que vine por aquí —dijo la reina—. No tenía nada cerca de lo que
necesitaba para luchar contra ese ejército, y pensé que les llevaría un tiempo
construir nuevos barcos.

—Guau. —Gabrielle se dio la vuelta y se enfrentó a Xena—. ¿Lo hicieron?

—Ciertamente lo hicieron. —Xena sonrió a medias—. De hecho, se los robaron


a alguien y me siguieron más furiosos que Hades. Me alcanzaron cerca de la
costa.

—¿Y?

La reina cruzó los brazos sobre su pecho.


—No eran tan listos como se creían. Habían robado barcos mercantes. Les
reventé sus planes con las catapultas que habían dejado a bordo y terminé
enviando a la mayoría de ellos al fondo del mar.

—Entonces ganaste.

—Sí.

—Guau —repitió Gabrielle—. Entonces, ¿qué les dijiste?

—Nada. —Xena se rio suavemente en voz baja—. Navegué alrededor de los


barcos en círculo y los vi ahogarse. Fue entonces cuando comenzaron a
llamarme la Despiadada.

—Oh. ¿Cómo te llamaban antes?

—¿Qué no me llamaron antes? —respondió Xena. Se agachó y se movió un


poco, acostándose junto a Gabrielle—. Me pregunto cómo me llamarán
después de esto.
412
—¿Xena la Magnífica?

—Qué tal Xena la Idiota —respondió la reina—. Será mejor que regresemos
con algunas historias realmente buenas para contar sobre mí.

Gabrielle entrelazó sus dedos, sus manos descansaban sobre su estómago


mientras se recolocaba sobre su espalda otra vez.

—Ya tengo algunas historias increíbles —protestó—. Esa chica que salvaste en
esa aldea, y encontraste a Bregos, y...

—¿Vas a decirle a la gente cómo lo maté?

—Sí.

Xena se colocó de costado, extendiendo la mano para pasar sus dedos por
el cabello de Gabrielle.

—¿De Verdad?

—Sí —respondió Gabrielle—. Era una mala persona, y lastimó a mucha gente,
y creo que fue porque dejó que su corazón tomara las decisiones por él.
—¿Qué?

La mujer rubia volvió la cabeza y sus ojos se encontraron.

—Creo que estaba enamorado de ti.

—Estaba enamorado de la reina. —Xena negó con la cabeza—. No de mí. Él


quería poder.

Gabrielle se alzó sobre su codo y se puso casi nariz con nariz con Xena.

—No lo creo. Creo que él te quería. Pude verlo en su cara cuando te miró y
conozco ese sentimiento.

Xena parpadeó, su cabeza cayó un poco hacia adelante.

—Juju. Descarada rata almizclera —murmuró—. Pero ¿sabes qué? ¿Las


miradas que te lanzó? Podrías tener razón. —Inclinó su rostro y se besaron, las
rocas tintinearon un poco cuando se deslizaron juntas y sus cuerpos se
encontraron. 413
Se sintió maravilloso. Xena deslizó una mano por debajo de la holgada camisa
de lino de Gabrielle y le tocó la piel caliente, las puntas de sus dedos
recorrieron las protuberancias de sus costillas, que se expandieron
bruscamente, cuando sus lenguas se encontraron y se exploraron entre sí.

Otra buena razón para no atacar esta noche. La reina sintió que se le
encendían las entrañas cuando los dedos de Gabrielle tiraron de los cordones
que sujetaban sus cueros y después de una breve pausa, la piel ceñida se
aflojó y un cálido toque se enroscó alrededor de su pecho.

Xena sabía mejor que la mayoría, que, en la guerra, cada momento contaba
porque podría ser el último. Así que hacer el amor con Gabrielle aquí, en este
lugar, en este momento, le parecía menos raro. Levantó la camisa de la mujer
rubia y sintió que sus pieles se despegaban de sus hombros cuando los labios
de Gabrielle mordisquearon suavemente su clavícula.

¿Gabrielle era consciente de eso? Xena acarició el interior del muslo de su


amante y un sonido suave y subvocal le susurró al oído. ¿O Gabrielle trataba
cada momento como si fuera precioso? Xena inhaló de manera desigual
cuando su pezón fue capturado y provocado.
¿Acaso importaba?

—Te amo —Gabrielle se detuvo y susurró—. Mucho.

—Sí. Yo también te amo —respondió Xena. Importaba más que cualquier otra
cosa. Sintió a Gabrielle quedarse quieta—. Siempre.

Por un momento, simplemente se quedaron quietas, respirando al mismo ritmo,


escuchando el eco de la lluvia. Entonces Xena deslizó su mano más arriba, y
el maravilloso hormigueo volvió a su pecho, y continuaron, la piel desnuda
presionando contra la piel desnuda.

Podía sentir que la respiración de Gabrielle se volvía irregular y ladeó un poco


la cabeza para mordisquear el borde de su oreja, mientras su cuerpo
cambiaba y se movía, respondiendo a los seductores toques y mordiscos que
le provocaban un gemido suave y perceptible en su garganta.

El largo invierno, le había dado a su amante la oportunidad de aprender


realmente lo que le gustaba, y Gabrielle se había tomado el aprendizaje muy
en serio. Sabía exactamente dónde estaban las áreas más sensibles de Xena 414
y sabía exactamente qué hacer con ellas.

Ungh. Xena sintió que se le tensaba el vientre. Como eso.

El aire frío rozó su desnuda cadera cuando la mano de Gabrielle se movió


hacia arriba y sobre ella, y su rodilla se deslizó entre las de Xena y se rindió a la
caricia suave pero insistente, su cuerpo hambriento por la liberación.

Entonces, ¿a quién le importaba si estaban tumbadas sobre una pila de


rocas? En este momento ella ni siquiera podía sentirlas.
Parte 13

Los primeros rayos del amanecer se derramaron sobre el borde la cresta,


iluminando ligeramente el paso y persiguiendo las sombras grises de las rocas
mientras el ejército se agitaba en sus actividades de la mañana. Los sonidos
rompieron la quietud. Un hacha golpeó en la madera. El sonido del acero
contra una piedra de afilar. El choque de sartenes. El roce de las botas de
cuero contra la roca y el bajo estruendo de las voces de los hombres mientras
las tropas se juntaban y trabajaban en una variedad de tareas.

El olor de la muerte reciente estaba en la brisa, mezclado con humo de leña


y humanidad y el extraño olor a pino del bosque cercano.

Xena hizo una pausa, luego hundió sus manos en el charco de agua de lluvia
que había encontrado justo fuera de su improvisado refugio. Bajó la cabeza y 415
se echó una buena cantidad en la cara, con los ojos abiertos de par en par al
sentir el frío tocar su piel.

El sabor mineral, y el frío la sobresaltaron, y se mordió la lengua antes de soltar


un grito de protesta.

Nada digno de una reina.

Qué manera de mierda de despertar. De todos modos, se frotó varias veces


la cara con el líquido helado, contenta que el sol se asomara a su espalda
dándole un poco de alegría a la penumbra de la madrugada, mientras
intentaba terminar de despertar de mala gana a todo su cuerpo, contenta
porque, al menos, no estaba lloviendo.

Le dolían los huesos por haber estado sentada en el granito durante toda la
noche, la piedra absorbía incluso el calor que le proporcionaba el cuerpo de
Gabrielle, e incluso deseó en silencio una maldita almohada de plumas para
poner el trasero.

Paciencia.
Enderezándose, sacudió sus manos para deshacerse del exceso de agua, y se
volvió, para encontrar una pieza de lino que se le ofrecía.

—Ah. Gracias. —Aceptó el trapo y se secó la cara con él, dando un paso
hacia un lado mientras lo hacía—. El elegante lavabo de granito es todo tuyo.
—Xena hizo un gesto grandilocuente hacia el charco mientras su compañera
lo miraba cautelosamente—. Venga. Es genial

Gabrielle le brindó una triste sonrisa mientras metía los dedos en el agua.

—Brrr.

—Mm. —Xena estuvo de acuerdo. Se apoyó contra la pared de roca


examinando el suelo empapado. Todavía estaba solo con su cuero, el
conjunto seco que le habían enviado la noche anterior y flexionó los dedos de
los pies dentro de botas, afortunadamente igual de secas. El paso era un
desastre. Entre los parches quemados de matorral y los cuerpos parcialmente
quemados que quedaban después de la tormenta, era una visión
desagradable e hizo que la nariz de Xena se arrugase. Miró a su derecha
cuando uno de sus capitanes llegó hasta ella y sacudió su barbilla ante el 416
desastre—. Tenemos trabajo por hacer.

—Sí. —Dev estuvo de acuerdo—. Mala noche. Sin embargo, los mantuvo a
todos allí quietos.

Xena asintió.

—¿Cuáles son las novedades del puesto avanzado?

—Se han quedado detrás de sus líneas —dijo Dev—. Resguardándose de la


lluvia, como nosotros, supongo. —Estudió el paso, mientras el sol comenzaba
a llenarlo de mala gana—. ¿Es nuestro turno de atacarlos ahora? —Su voz
sonaba esperanzada—. Patearemos sus traseros el doble, ahora a nuestro
modo.

La reina estiró su cuerpo, considerando la pregunta.

—Limpiad el desorden —ordenó—. No necesitamos eso a nuestras espaldas.


Después... Sí. Pasa la voz para afilar las armas, nos vamos de caza.

—Majestad. —Dev saludó casualmente, luego se dirigió hacia abajo,


deslizándose sin prisa para volver con sus compañeros.
Xena se echó a reír y se estiró de nuevo, poniendo sus manos detrás de ella y
flexionando sus hombros mientras trataba de soltar un poco sus huesos que
protestaban.

—¿Me haces un favor?

—Lo que sea. —Gabrielle parpadeó con algunas gotas en sus pestañas,
mientras se daba palmaditas con el agua en la cara.

—Averigua cómo podemos empacar un colchón de plumas en nuestras


alforjas. —Xena giró la cabeza y se frotó la parte posterior del cuello—. Eres
una cosita brillante. Sé que puedes resolverlo. —Flexionó las manos y las apoyó
en las caderas—. Todo bien. Es hora de ponerse las cosas afiladas.

—¿Te gustaría algo para desayunar? —Gabrielle recogió la toalla desechada


de la reina y se secó con ella mientras seguía a Xena hacia la esquina de las
rocas—. Podría ir a buscar algo.

—No me cabe la menor duda que lo harías —respondió Xena secamente—.


Venga, adelante. De lo contrario, todas esas quejas me distraerán de pensar 417
en todas las cosas brillantes, que voy a conseguir que el ejército haga.

Agitó su mano indicando a Gabrielle que fuera mientras ella se agachaba de


vuelta a su refugio y se dirigía hacia donde estaba su armadura.

—Está bien. —Gabrielle puso el lino en una piedra para que se secara y miró
su propia armadura—. ¿Te vas a quedar aquí?

Xena miró alrededor con su armadura de hombros en las manos.

—Tal vez. —Movió sus cejas—. Depende de si traes algo realmente bueno o
no.

No era exactamente lo que estaba preguntando, pero Gabrielle sonrió de


todos modos y salió a la luz de la mañana dejando atrás su armadura, segura
que su amante la vigilaría por ella. Volvió la cara hacia el sol, con actitud
despreocupada a pesar de la batalla que Xena parecía estar planeando.

El aire era frío, pero llevaba su camiseta acolchada, que le llegaba hasta la
mitad de los muslos y las polainas, e iba lo suficientemente abrigada para
acercarse al grupo de hombres que rodeaban el área desordenada con las
provisiones. La vieron mientras se acercaba y se abrió un camino hasta la
comida, tan rápido como una sacudida de cola de cordero.

—¡Buenos días!

—Buenos días, su gracia. —El cocinero del día le tendió un pedazo de madera,
con una buena cantidad de carne seca, rodajas de fruta y dos porciones de
pan de trigo—. ¿Será suficiente?

—Por supuesto. —Gabrielle cogió la madera—. Pero ¿dónde está lo de Xena?


—preguntó con una mirada inocente mientras se detenía confundida y
miraba la fuente. Los otros soldados la miraron con incertidumbre, relajándose
cuando ella soltó una risita y rechazó la oferta de otro montón de comida—.
Sólo bromeaba. Esto es genial, gracias.

El cocinero parecía aliviado.

—Hemos oído que eres una buena cocinera, su gracia —dijo—. Su majestad
habla muy bien de ti.
418
Gabrielle inclinó la cabeza hacia un lado. Sabía que Xena estaba conforme
con lo que solía poner delante de ella, pero no creía que lo mencionara a sus
tropas, ¿verdad?

—Bueno, sé una cosa o dos, claro —dijo modestamente—. Me alegra que


Xena aprecie mis habilidades. —Se produjo un pequeño silencio después de
eso. Gabrielle repasó sus palabras, y decidió irse antes de que el rubor le
subiera a la cara—. Ah, sí, gracias de nuevo, adiós. —Se escapó con su plato,
sin atreverse a mirar hacia atrás, mientras subía por la pendiente hacia donde
Xena estaba esperando—. Oh dioses.

—¿Qué? —Xena se giró con sus manos ocupadas ajustando una hebilla
cuando entró.

—¿De verdad les dijiste a los chicos que sé cocinar?

Xena se detuvo a mitad del movimiento mirando a Gabrielle con una


expresión que mezclaba diversión con un toque de culpa.

—¿Qué?

La mujer rubia dejó la tabla y comenzó a ordenar el contenido.


—Fui a por esto y los muchachos de allí, dijeron que les comentaste que soy
buena cocinera —explicó—. Así que, me preguntaba... ¿Qué es exactamente
lo que les dijiste?

—Ah. —Xena terminó de apretarse la armadura—. Eso.

Gabrielle la miró.

—¿Eso qué?

La reina se rio en silencio.

—Sí, les dije que sabías cocinar. —Caminó hacia donde estaba Gabrielle y
tomó un pedazo de la carne seca, dándole un mordisco y masticando la dura
sustancia—. Y que, es algo que aprecio entre tus otras, —Alargó la mano y
trazó el borde de la oreja de su amante—, habilidades.

—Oh.

Xena observó las emociones encontradas en la cara de su amante. 419


—¿Por qué no te relajas? —Le dio un golpecito con el codo—. Estaba
dándoles una paliza a un montón de ellos durante la última gran tormenta que
tuvimos y Brandon me estaba dando pena porque se estaba haciendo el
duro.

—Uh...

—Así que les dije que era por tu culpa.

—¿Por mi culpa? —Gabrielle puso sus manos en sus caderas y se enfrentó a la


reina—. ¿Cómo podía ser eso por mi culpa?

Xena mordisqueó su pan.

—Tuve que entrenar como una loca todo el invierno para evitar que tu maldita
comida, se me quedara pegada en las caderas. —Sus ojos brillaron un poco,
observando la expresión de su amante—. Es lo que hay.

—Oh. —Gabrielle frunció el ceño un poco—. ¿Es tan malo?


—Nah. —La reina negó con la cabeza—. Fue algo jodidamente muy bueno,
porque significó que estaba preparada para esta campaña. —Señaló con su
pan a Gabrielle—. Y todo es por tu culpa.

Impactante, la verdad. Tener que trabajar tan duro después de las últimas
temporadas de un aflojamiento gradual. Después de todo, esos vestidos
ocultaban una multitud de pecados, y últimamente le había resultado más
fácil aceptar las distracciones de las maquinaciones de su corte y la
fascinación por sus viticultores como una excusa para dejar ciertas cosas a un
lado, al menos hasta cierto punto.

Pero Gabrielle había introducido una distracción de una magnitud


completamente diferente y se había dado cuenta rápidamente que tenía
que decidir, entre intensificar su entrenamiento o renunciar a los mimos de su
amante, y dada la inesperada adicción de su cuerpo a estos últimos, lo
primero parecía el camino más fácil de tomar.

La necesidad de enseñarle a su compañera de cama, adorable pero


descoordinada, cómo pelear también resultó ser beneficioso para ambas, y
después de un tiempo, las cosas se convirtieron en un equilibrio agradable de
420
esfuerzo e indulgencia, e hizo que los meses fríos pasaran rápidamente.

Fue solo con la llegada de la primavera, cuando se dio cuenta de que la


decisión la estaba alentando a sacar al ejército pronto, y esa elección ahora
había adquirido mucha más importancia en el gran esquema de cosas. Así
que, tal vez, los Destinos simplemente le estaban dando una patada en el
culo.

—Wow. —Gabrielle masticó lentamente un poco de fruta—. Supongo que no


es tan terrible —dijo—. Estoy contenta de poder hacer algo medianamente
bien, de todos modos.

—Deberías estarlo. —Xena dejó la carne y cogió un trozo de fruta en su lugar,


con un pedazo de pan para atraparla—. Maldición, desearía que hubieras
preparado tú el desayuno, te lo aseguro —añadió en voz baja, haciendo una
mueca ante el sabor fuerte y ahumado—. Recuérdame que haga que vayas
allí y les des algunas lecciones.

Gabrielle masticó laboriosamente un poco de carne seca, que sabía


principalmente a humo y un poco de sal. No estaba muy buena, y tuvo que
tragar dos veces para pasarla.
—Está bien. —Cambió a la fruta, decidiendo guardar la carne para más
tarde—. Se lo que quieres decir. Esto está bastante malo.

—Uh huh. —Xena estuvo de acuerdo—. Los hombres hambrientos comen


cualquier cosa, pero luchan mejor con el estómago lleno, cuando no han
tenido que pelear para desatascar la cena antes.

Gabrielle sintió que era una declaración muy sensata. Tomó un cuenco y puso
la carne seca dentro, luego tomó el odre de vino que colgaba de una grieta
en la roca cercana y vertió lo suficiente en el cuenco para cubrir la carne.

Repasó los resultados, tapó la piel antes de volverla a colgar y luego usó la
punta de su pequeño cuchillo para mover la carne en el vino, presionándola
un poco con la punta.

—Esto no estaría tan malo si lo pongo en un guiso con algunas raíces y esas
bayas que te gustan.

—Cállate a menos que comiences a encender un fuego y encuentres esas


bayas —le dijo Xena—. ¿Hay alguna razón por la que estás arruinando un vino 421
perfectamente bueno con eso?

—Solo estoy probando algo.

—Uh huh. —Xena tragó lo que quedaba de su pan y fruta, se colocó la capa
sobre los hombros y la ató en su sitio—. Quédate aquí y sigue probando. Voy
a ir a despertar a las tropas.

Gabrielle continuó pinchando la carne mientras giraba la cabeza para ver a


la reina alejarse. Xena tenía un andar muy sexy, incluso a su abiertamente
parcial modo de ver. Muy poderosa y rítmica y casi se apuñaló a sí misma en
el pulgar, cuando su cuerpo comenzó a reaccionar ante la forma en
movimiento que podía notar a través del contorno de la capa de Xena.

—Oveja. Deja de hacer eso.

Forzó su atención a su tarea, después de todo, tenía que mantener esta nueva
reputación a la altura, y si podía hacer algo comestible con los cueros de
caballo seco que le habían dado, entonces tal vez, podría pasar a su siguiente
tarea de conseguir meter un colchón de plumas en una alforja.

El día parecía que iba a ser muy atareado.


Xena trepó el último tramo empinado y se acomodó al lado de los guardias
en el puesto de vigilancia avanzado. Los dos hombres estaban mirando hacia
adelante, estudiando las líneas enemigas como halcones gemelos, incluso
mientras uno de ellos tomaba un lento trago de un odre de agua.

Xena los observó por un momento, luego, golpeó de modo informal en el


hombro al que tenía el odre de agua y este le pasó el recipiente sin mirar. Ella
tomó un sorbo, luego se lo devolvió, esperando a que se lo llevara de nuevo
a los labios.

Él lo hizo.

—Gracias —comentó Xena con tono coloquial, agachándose a un lado, 422


cuando un chorro de agua salió de la boca del hombre, por encima del
hombro, cuando se giró bruscamente para mirarla.

—¿Qué te pasa, no habías visto a una perra antes?

—¡Señora! —El hombre tosió—. No pensaba que usted...

—Por supuesto que sí. —Xena pilló al otro guardia mirándolos por el rabillo del
ojo, se le acercó y le dio un golpecito en la oreja, él volvió a mirar hacia
adelante rápidamente—. No pensabas que los ruidos que salían de mi tienda
por la noche eran cánticos, ¿verdad?

—¿Señora? —El hombre realmente chilló, mientras ella se inclinaba más cerca
para ponerse a su nivel y le clavaba la miraba.

—No importa. —Xena se puso de rodillas y colocó las manos a ambos lados
de la abertura donde los hombres estaban escondidos, sofocando una risa
mientras ambos inhalaban bruscamente y se quedaban inmóviles—. Veamos
qué tenemos aquí, ¿eh? —Había movimiento en el campamento enemigo.
Podía ver el ligero movimiento de las puntas de las lanzas y escuchar el suave
y amortiguado murmullo de los caballos. ¿Estaba ese maldito bastardo
preparándose para atacar de nuevo? Frunció el ceño cuestionándose a sí
misma, por no lanzar su propio ataque antes—. No vale la pena, que te pateen
el culo por culpa del sexo.

—¿Señora?

—Cállate. —La reina le empujó para apartarlo de su camino—. Ve y dile al otro


puesto de guardia que algo se nos viene encima. Todo el mundo a formar.

El guardia decidió que escapar era la mejor parte del valor, y se dio la vuelta
y salió en desbandada del puesto, sin más palabras, trozos de roca resbalaban
debajo de sus botas, mientras medio se deslizaba, medio caía al sendero
inferior.

El otro guardia se protegió los ojos y se acercó lo más posible a Xena, mientras
miraba las líneas enemigas.

—¿Otro intento, su Majestad? —cuestionó—. Parece imprudente.

Xena lo miró, reconociendo al guardia que había mantenido su puesto en el


bosque y no se había distraído. 423
—Imprudente, o un tonto obstinado —respondió con franqueza—. Ninguno de
los dos tiene sentido común, basándome en lo que he visto hasta ahora.

El hombre asintió.

—Parecen una tropa regular.

—Mm. —la reina observó la agitación intensamente—. Tienen fuego de los


dioses, buen orden, buena armadura... para seguir tirándosenos encima o
significa que creen que los dos últimos fracasos son un golpe de suerte, o están
siendo dirigidos por un megalómano arrogante. —El hombre gruñó—. Y yo no
sé “nada” sobre eso, ¿verdad? —Xena se rio entre dientes con ironía. Captó
movimiento en el centro de las líneas enemigas, antes de poder continuar su
comentario, y se puso tensa cuando los troncos de los árboles erigidos a toda
prisa se hicieron a un lado y salió un contingente de caballos—. Ah.

Era un grupo pequeño, y después de un momento, el latido de su corazón se


ralentizó y estabilizó, cuando se dio cuenta de que lo que venía hacia ella era
un enviado, no un ataque. El jinete principal sostenía un palo con un
estandarte ondeando en la brisa, y mantenía a su caballo a un paso
constante, su armadura estaba cubierta por una rica capa escarlata.
Cinco hombres cabalgaban detrás de él, cuatro rodeando al quinto cuya
vestimenta era un poco más fina, y era el único que no llevaba casco de
batalla.

Xena parpadeó, luego parpadeó nuevamente y se inclinó aún más hacia la


roca.

—¿Es una mujer, majestad? —le preguntó el guardia, levantando la voz con
sorpresa—. ¿En el medio?

—Claro que sí —respondió la reina—. ¿Cuáles son las probabilidades, hm?


¿Dos perras insoportables y furiosas en el mismo paso y enfrentándose una
contra la otra? —El guardia exhaló, emitiendo un vago sonido efervescente
con los labios. El jinete en el centro era, de hecho, una mujer, por lo que ella
podía ver. Sentada en la silla de montar, tenía el pelo rojo encendido y su pose
era tan arrogante como la de Xena a caballo, y en ese momento de
revelación, ciertamente la situación se había vuelto un poco más
interesante—. Bien, bien.

—¿Sabe algo de ella, Majestad? —preguntó el guardia—. Se hablaba de esa 424


reina en el este, oímos hablar de ella antes de la temporada fría, ¿podría ser
ella de quien hablaban?

Xena estudió atentamente a los jinetes que se aproximaban.

—No —dijo, después de una breve pausa—. He visto gente del este. No se
parecen a ella. —Hizo un sonido similar al que había hecho el soldado—. No
he visto ese estandarte antes.

—Ninguno de aquí lo había visto —dijo el guardia—. Estuvimos hablando de


eso después de la batalla de anoche.

Bien. Xena revisó sus opciones, y terminó golpeando la roca con una mano.

—Veamos qué están tramando. —Se dio la vuelta y se dirigió hacia el borde
de las rocas, colocando sus dedos entre sus labios y dejando escapar un largo
silbido, seguido por dos más cortos. No tenía mucho tiempo, y miró la curva en
el camino con ojos impacientes, hasta que una línea de sus propios jinetes se
movió acercándose, unas leves gotas de agua resbalaban sobre ellos,
reflejando la luz del sol matutino en los abrigos recién lavados y las pieles
humanas. Cada uno con distinta armadura. Sin nada que coincidiera, salvo la
cabeza de halcón plantada en algún lugar y la capacidad uniforme de los
jinetes que hablaba de experiencia y del tipo de entrenamiento exclusivo de
Xena. Sonrió solo de verlos, pero no tuvo tiempo de saborear eso, dio un paso
fuera de la cornisa del puesto de guardia y se dejó caer en el aire, su plan ya
avanzaba casi más rápido que ella. Se sintió insegura. Sintió que las cosas se
escapaban de su control, y justo cuando había acomodado sus pensamientos
lo suficiente como para dirigirse a sus jinetes, su sentimiento se confirmó
cuando un nuevo conjunto de cascos resonó detrás de ellos. Cascos
pequeños. Cascos de pony. Xena llegó hasta la tropa montada en el mismo
momento, en que Parches aparecía a toda velocidad doblando la esquina,
con su pelaje blanco y teja brillando al sol mientras la cabeza de su jinete se
asomaba detrás de sus orejas, dorada y distintiva. La reina suspiró—. Hasta
aquí los planes —suspiró—. Dev, separa a los hombres. Hay seis jinetes que
vienen hacia nosotros, parece una partida para hablar.

—Sí —dijo Dev—. ¿Quieres que te traiga al chico grande?

Xena se quedó quieta por un momento, luego sonrió.

—No —dijo justo cuando Gabrielle llegó sobre su montura peluda—. Voy a
425
pregúntales lo que quieren. Solo voy a escuchar.

Agarró la brida de Parches y lo condujo a un saliente irregular, poniéndose


detrás de él y ocultándose de la vista.

—Sí. —Dev señaló a los jinetes, que se extendieron por el paso, y se quedaron
quietos, mientras el ruido del enemigo acercándose resonaba ruidosamente
contra las rocas—. ¡Sacad las armas!

Los jinetes cambiaron su postura, sacando espadas y mazas y colocándolas a


descansar sobre sus alforjas, listas para la acción.

—Xena —susurró Gabrielle—. ¿Qué está pasando? —Miró más allá de los
soldados, sin ver mucho más que tintineantes colas de caballo y espaldas
tensas.

—Ni idea —respondió su reina—. Eso es lo que intento averiguar.

—¿Por qué estás aquí?

—¿Por qué estás tú?


Xena asintió, como si esperara esa respuesta.

—Cuando lleguen al recodo, simplemente míralos. No hables, no hagas nada,


solo míralos —le instruyó—. Aquí está pasando algo que no consigo entender.

Gabrielle podía ver los caballos acercándose a ellas.

—¿Es ese el tipo al mando? —dijo, viendo un destello de ropas doradas en


medio del enemigo. Daba miedo, pero los soldados estaban entre ella y los
malos, y después de todo, Xena estaba a su lado.

—No es un tipo al mando.

Gabrielle parpadeó, sus ojos se centraron en el dorado, y luego registraron el


rostro pálido y elegante por encima, ahora visible mientras la hilera de caballos
disminuía la velocidad.

—Oh —dijo después de un largo momento—. ¿Qué quiere ella?

Xena ladeó las orejas y se apoyó en la roca, sus dedos retorciendo las riendas 426
de Parches.

—Tal vez quiere intercambiar recetas contigo.

La extraña mujer detuvo a su caballo.

—¡Quién bloquea mi camino! —gritó con voz fuerte e impaciente—. No tengo


tiempo que perder con desaliñados subalternos. Dile a tu presunto líder que
estoy dispuesta a hablar con ella.

—Um... no creo que quiera cocinar —murmuró Gabrielle, mirando nerviosa a


la fila de soldados, que simplemente se sentaban en sus monturas,
aparentemente aburridos—. Ella suena como... Um...

—Yo —dijo Xena—. ¿No? —Gabrielle no respondió, cuando los ojos de la mujer
se deslizaron repentinamente más allá de los soldados y cayeron sobre ella, el
arrogante rostro se contrajo un poco en reacción cuando sus miradas se
encontraron. Le dio la impresión de una fiera fría y calculadora y una belleza
helada, e hizo que se le revolviera el estómago y apretó las manos en la silla
de montar de Parches—. ¿Quieres ser la reina hoy? —Xena vio la rigidez del
cuerpo de su compañera, y supuso que la habían visto—. ¿Decirle que eres
yo?
—Uh uh. —Gabrielle gruñó, sacudiendo su cabeza mínimamente—. Es
aterradora.

—¿Quién pregunta? —respondió Dev en un tono perezosamente insolente—.


No sé si su Majestad querrá hablar con unos vagabundos al punto de la
mañana.

—¿Más aterradora que yo?

Los gélidos ojos dejaron de mirarla y Gabrielle pudo respirar nuevamente.


Había el doble de sus muchachos entre ella y el enemigo, pero podía ver sus
caras, y allí no había miedo. Tuvo la sensación de que sus oponentes se
consideraban la fuerza superior.

—Trae a tu líder aquí, o un millar de hombres estarán sobre ti antes de que el


sol esté una mano más arriba —dijo la mujer—. Decide ahora o muere.

Gabrielle miró por el rabillo del ojo a Xena. El rostro de su amiga y amante no
mostraba alarma, una leve sonrisa se dibujaba en sus labios.
427
—¿Y ahora qué? —murmuró, mientras caía el silencio y todos parecían estar
esperando.

Esperando por ella, estimó Xena, teniendo un irónico momento de gratitud por
su papel como centro de esta particular rueda del Destino, y al mismo tiempo
deseando que simplemente pasara de largo.

Sumergirse en una bañera caliente hubiera sido mucho más divertido. Levantó
la vista hacia Gabrielle, poniendo una expresión lo más seria posible.

—Quieta. Aquí —pronunció ambas palabras claramente—. ¿De acuerdo?

—No —susurró Gabrielle—. Pero lo haré de todos modos.

—Como si me lo fuera a creer. —Xena se dio unos golpecitos en la rodilla,


luego soltó a Parches y se volvió, comenzando a escalar la pared que aún la
ocultaba de los soldados enemigos.

Gabrielle suspiró y trato de pasar lo más desapercibida posible, pegada


contra la pared de roca, mientras esos penetrantes ojos volvían a fijarse en
ella.
—¿Crees que puedo escalar esta pared detrás de ella, Parches? —Su pony
resopló—. Sí. Yo tampoco.

Xena subió más arriba del puesto de vigilancia, manteniendo el borde de la


pared de roca entre ella y el contingente enemigo que seguía esperando.
Podía sentir el granito pinchándole las palmas de sus manos, pero hasta ahora.
la escalada había sido manejable y había llegado hasta un punto donde
podía ver el interior del paso.

Los seis jinetes seguían allí, enfrentados contra sus doce hombres y una rata
almizclera. Podía ver la cabeza de Gabrielle asomando desde las rocas, y el
impaciente movimiento de los cascos de los caballos enemigos y calculó que
tenía muy poco tiempo antes de que alguien hiciera algo estúpido. 428

Una moneda en el aire en cuanto a quién sería. Xena apoyó su cuerpo sobre
la cornisa y comenzó a descender por el otro lado, presionando su cuerpo
contra la roca y quedándose en las sombras tanto como podía. Estaba en un
ángulo que les impedía verla fácilmente, pero, todo lo que hacía falta era una
mirada hacia el horizonte y alguien notaría una gran araña oscura
aferrándose a la ladera.

Entonces probablemente le dispararían en el culo. Xena se deslizó a lo largo


de una pequeña grieta, luego se deslizó en una hendidura y avanzaba
lentamente hacia el suelo del paso, cuando oyó la risa de sus propias líneas
detrás de ella. Eso podría ser bueno o malo, pero se alegró de la distracción
cuando se encontró metiéndose en un espeso matorral espinoso cuyas puntas
afiladas penetraban incluso en su armadura.

Sofocando una maldición, envolvió el borde de su capa alrededor de sus


manos y liberó las espinas de su piel calculando la distancia que le quedaba
por recorrer con un gemido silencioso. Sin embargo, ahora cerca del suelo,
tenía más posibilidades de moverse sin ser vista, por lo que siguió adelante,
razonando que cada punzada de espina le conseguiría un beso de Gabrielle
para curarlo.
Gabrielle vio desaparecer a su reina, y luego agarró rápidamente las riendas
de Parches cuando el pony decidió que estaba aburrido de las rocas y se
dirigió hacia un trozo de hierba dispersa detrás de la hilera de soldados a
caballo de Xena.

—¡Sss! ¡Para! —siseó suavemente.

El pony se limitó a negar con la cabeza y siguió caminando, deteniéndose


justo detrás del alto alazán castrado de Dev y estirando el cuello para
mordisquear los pocos tallos que se asomaban entre las rocas.

Se sentía el peligro aquí. Gabrielle escudriñó con cautela a través de las


robustas formas de los caballos para mirar a los combatientes enemigos. El 429
hombre que llevaba el estandarte en el frente estaba visiblemente
impaciente. Los cuatro soldados que rodeaban a la mujer también estaban
recelosos, sus manos descansaban sobre las empuñaduras de sus espadas
mientras movían y giraban sus cabezas observando todo a su alrededor.

En contraste, los hombres de Xena estaban relajados en sus sillas de montar,


bloqueando el camino a través del paso y confiando en su capacidad para
mantener su posición. Dev medio giró la cabeza cuando Parches se
entrometió en la línea, sus ojos hojearon detrás de Gabrielle en un movimiento
rápido y furtivo.

Miró a Gabrielle. Ella sostuvo su mirada y luego miró brevemente hacia arriba
como si mirara hacia el cielo. Sus labios se contrajeron y volvió a mirar al frente,
inclinándose hacia adelante y aflojando sus botas en sus estribos.

—¡¡Esperando!! —dijo de repente la mujer enemiga en voz alta, aguardando


que los ecos se desvanecieran mientras inclinaba la cabeza y miraba a
Gabrielle con una expresión altiva, el desdén en su voz hirió inesperadamente
a la mujer rubia.
—Es un nombre gracioso. —Gabrielle se escuchó a sí misma respondiendo,
como si las palabras vinieran de otra persona. Ella casi miró a su alrededor
para ver de quién—. No debes ser de por aquí.

Todos los soldados de Xena se rieron. Dev giró en su silla de montar para
mirarla, su postura permaneció relajada.

—Bien dicho su gracia.

Bueno, ya que ella había empezado algo... Gabrielle alentó a Parches hacia
adelante, los hombres se apartaron para dejarle sitio. Mientras lo hacía, vio los
ojos del enemigo enfocándose en ella, y se dio cuenta de que tenía su
atención.

—No estoy segura de que estás esperando. Seguramente no esperarás que la


reina va a perder el tiempo encontrándose contigo, ¿verdad? —Levantó la
barbilla, poniendo tanta de su propia arrogancia en su voz como pudo.

Lo cual no era mucho, desde luego, pero podía decir que de todos modos
estaba haciendo enojar a la líder enemiga. Podía verla más claramente 430
ahora, y bajo su abundante y vivo cabello había un rostro fuerte y de extraña
forma, y ojos que se inclinaban un poco hacia arriba.

Inusual y exótica, y se comportaba como una guerrera, aunque incluso desde


donde estaba, Gabrielle podía decir que la mujer estaba un poco por debajo
de la altura de Xena.

—Espero que la inepta líder del grupo de harapientos donnadies venga


cuando la llamo —dijo la mujer, mirando directamente a Gabrielle—. No
espero que niñas campesinas respondan por ella.

Metida entre los soldados Gabrielle se sentía bastante segura.

—Pues que mal, de verdad —respondió con tono coloquial—. Sin embargo,
va a ser una gran historia, ¿no? Si somos un grupo de harapientos donnadies
y te dimos una paliza, quiero decir.

Por el rabillo del ojo, vio a Xena aparecer repentinamente detrás del enemigo,
levantándose del matorral como una sombra, sus cueros oscuros y su capa
gruesa absorbiendo la luz del sol mientras comenzaba a moverse hacia los seis
jinetes.
A la vista de sus hombres y de Gabrielle, y, sin embargo, tan silenciosa que ni
siquiera los caballos enemigos giraron una oreja en su dirección. Apenas pudo
evitar que sus ojos se agrandaran en reacción al atrevimiento de Xena y tuvo
que preguntarse qué demonios estaba haciendo la reina.

La voz de la mujer tenía un sonido extraño.

—Hazte un favor, campesina. Dale un mensaje a tu... —Hizo una pausa—.


Reina. —Los hombres a su alrededor se rieron entre dientes—. Que, si ella
quiere sobrevivir más allá de esta puesta de sol, se presentará ante mí antes
de que mi paciencia se agote.

A Gabrielle le resultó casi imposible no ver acercarse a su amante, pero obligó


a sus ojos a fijarse en la líder enemiga. Los hombres a su alrededor se habían
separado un poco para que la mujer pudiera ver mejor y ahora, mientras
miraba a través de sus filas, vio que Xena levantaba la mano y hacía el gesto
giratorio que solía usar cuando Gabrielle estaba contando una historia y
quería que avanzara hasta las partes buenas.

O lo que Xena consideraba las partes buenas, que por lo general incluían 431
cualquier cosa con sangre y gritos.

—¿Sabes lo que creo? —La mente de Gabrielle iba a mil por hora—. Creo que
pensaste que iba a ser algo fácil y...

—Cállate, campesina —gritó la mujer bruscamente—. No me importa lo que


creas.

—¿Por qué no? —Gabrielle guio a Parches hacia delante unos pasos. Detrás
de la mujer enemiga, el último jinete se puso rígido, luego se inclinó sobre su
montura mientras retrocedía un paso—. Debería importarte puesto que soy la
persona que le contará a todos cómo Xena te venció.

—¿Tú? —La mujer se rio.

—Es como dijo el hombre, mi señora. —El soldado más cercano habló—. Se
creen que son mucho más de lo que son. —Se adelantó unos pasos, junto con
otros dos.

—¡Ahora, deja de perder nuestro tiempo! Esta es tu única oportunidad de


evitar vuestra propia matanza. Tráenos a tu líder o volveremos y os borraremos
de la faz de la tierra.
—Ya lo intentasteis —dijo Gabrielle—. Pero en realidad no os fue muy bien,
¿verdad?

—Esto es inútil —dijo la mujer.

—No lo es. —Un divertido y vibrante susurro dijo a su derecha, cuando un rayo
de sol destelló en la espada de Xena, a pocos centímetros del cuello de la
mujer.

—Ah, ah, ah... —Xena advirtió a los soldados enemigos, quienes se giraron y
comenzaron a desenvainar sus espadas—. Esas manos arriba o estornudo y
esto se pone aún más feo de lo que ya es. —Los hombres miraron a su líder,
quien tenía la sensatez de quedarse quieta, solo girando levemente su cabeza
para examinar a la intrusa sentada a caballo a su lado. Xena tenía su brazo
estirado a la mitad de su cuerpo, y los ojos de la mujer bajaron hasta la punta
de la hoja que la amenazaba, que permanecía firme como una roca, incluso
mientras el momento se alargaba. Después de aguantar la respiración un
buen rato, la líder enemiga levantó una mano ligeramente, y los soldados
volvieron a colocar sus armas, observando el cuadro con ojos recelosos y
enojados. Xena los comprobó a todos con su visión periférica, sin dejar de
432
mirar a la mujer que estaba a su lado. Dejó que esperaran hasta que estuvo
segura de que estaban a punto de hacer algo estúpido; luego, con una
sacudida de su muñeca, movió la punta de la espada horizontalmente,
cortando un mechón de cabello de la mujer antes de dejar que la hoja se
deslizara cuidadosamente en su vaina. La líder enemiga se contrajo,
aguantando un estremecimiento, luego giró su caballo para enfrentar a Xena,
poniendo distancia entre ellas con estudiada despreocupación.

»Y bien. —Xena estudió a su adversaria en un relajado silencio, sus manos


descansaban ligeramente sobre sus muslos desnudos, el caballo enemigo
quieto y obediente debajo de ella—. Querías hablar —dijo después de una
pausa—. Habla. Tengo mejores cosas que hacer con mi tiempo que sentarme
aquí en compañía de imbéciles pretenciosos.

La mujer miró más allá de Xena, al cuerpo del guardia que había mandado
por su caballo que ahora yacía en la tierra más allá de ellos. Luego volvió su
atención a la figura alta y de cabello oscuro con una armadura muy gastada
frente a ella y cruzó las manos sobre el cuerno de su silla.

—Ese era un buen hombre —comentó—. No me gusta perder buenos


hombres.
—Entonces no deberías haberlo traído —respondió Xena—. Esto es la guerra.
La gente muere.

Sorprendentemente, la mujer simplemente asintió.

—Y sin embargo, la muerte debería valer para algo —dijo—. El precio de la


vida de ese hombre ha sido una lección para mí. He aprendido que no puedo
confiar en todas las cosas que me dijo alguien en quien confío. Así que tú eres
a quien llaman Xena.

Xena no sintió que esto requiriera una respuesta.

—Si estás buscando a Bregos —dijo—. No te molestes.

—No lo buscaba a él. —La otra mujer sonrió débilmente—. Te estaba


buscando a ti —dijo—. Y ahora sé por qué. —Ella acercó su caballo un paso
más—. Ahora tienes dos opciones. Mi ejército es mucho más grande que el
tuyo, ambas lo sabemos. —Su rostro tembló ligeramente—. Y esto es solo mi
vanguardia. Tenemos el puerto y el río.
433
Oh, oh. Xena simplemente se encogió de hombros en respuesta, a pesar de
la punzada de aprensión ante las palabras de la mujer. Podía estar mintiendo,
pero de alguna manera, Xena no creía que lo hiciera.

—¿Y? —respondió en un tono suave—. No te ha ayudado hasta ahora.

—No te sobreestimes. Para mis hombres, sois solo una distracción.

Mm. Xena le devolvió el disparo.

—Hicimos a la parrilla montones de ellos anoche. Espero que se hayan


entretenido.

—Podríamos luchar hasta que te gane. —La otra mujer estuvo de acuerdo—.
Pero creo que no eres tan estúpida, así que tengo una mejor opción para ti.
—Clavó sus ojos afilados y oscuros en Xena—. Si tienes las agallas para venir a
mi campamento y descubrir qué es. —Xena se rio—. Te garantizo tu seguridad
—dijo la mujer.

Xena se rio con más fuerza, recostándose en su silla y cruzando los brazos sobre
su pecho.
—¿Tú vas a garantizar “mi” seguridad?

La mujer se enderezó, oscureciendo su expresión.

—Puedo —dijo ella—. Yo soy Sholeh, y mi padre es el rey de Persia. Te estás


jugando la vida con tus burlas, te lo advierto. —Sus hombres se movieron
buscando sus armas y los hombres de Xena reaccionaron al movimiento,
mientras las espadas raspaban las vainas y las rocas resbalaban bajo ansiosos
cascos.

Ah. Las fosas nasales de Xena se hincharon. Persia. No era bueno. Vio a
Gabrielle sacar su vara, y se dio cuenta de que se pondría muy feo
rápidamente, y aunque sus hombres superaban en número al enemigo aquí,
decidió no hacer apuestas.

—Tranquilos. —Despidió a sus hombres—. Solo son cinco. —Sus hombres


envainaron sus espadas a regañadientes, aunque Gabrielle mantuvo su vara
preparada, y los soldados enemigos la miraron y mantuvieron las suyas fuera.
Xena inclinó la cabeza hacia un lado y miró a la princesa persa—. ¿Quieres
perder cinco más? —preguntó—. ¿O esa garantía no era más que aire 434
caliente del desierto?

Sholeh la miró pensativamente durante un largo momento, luego hizo un gesto


para que sus hombres se retiraran.

—Entonces vendrás con nosotros.

—No. —Xena desmontó de su caballo robado, quitándose el polvo de las


manos mientras se dirigía a sus propias filas, ignorando a los soldados a cada
lado de ella—. Voy a almorzar. Tal vez me deje caer por allí más tarde. —Cruzó
entre los dos últimos jinetes enemigos, desafiándolos a tocarla, manteniendo
la cabeza alta, de espaldas a su enemigo—. Gracias por el paseo a caballo.

—Esta será tu única oportunidad, Xena. —Sholeh la observó alejarse—. Te


destruiremos.

Xena levantó una mano y saludó, cuando alcanzó a Parches, que estaba por
delante del resto de sus hombres por un caballo de largo. Se dio la vuelta,
puso el brazo sobre el cuello del pony y se apoyó contra él, sintiendo que la
mano de Gabrielle le tocaba la espalda de inmediato.
Después de una pausa, Sholeh hizo señas a sus hombres, y retrocedieron por
el paso, rodeando el cuerpo caído de su camarada sin detenerse. El caballo
sin jinete soltó un relincho, después se dio la vuelta inseguro y siguió a sus
compañeros de establo por la curva fuera de la vista.

—Guau. —Gabrielle exhaló—. Eso es...

—Un problema. —Xena se volvió y se enfrentó a sus hombres—. Estamos muy


jodidos.

—¿Lo estamos? —preguntó su amante.

—Oh, sí. —La reina asintió—. Venga. Vamos a ver si puedo encontrar una
manera de salir de este lío. —Caminó de nuevo hacia el ejército con su mano
sobre la brida de Parches—. Sabía que debería haberme quedado en la
cama.

435

Xena ajustó la última de sus dagas en su bota antes de enderezarse, dándole


una palmadita en el hombro a Tiger, mientras este movía sus grandes cascos
sobre el suelo rocoso. Exhaló, reconociendo la bola de tensión en sus tripas y
consideró de nuevo las opciones abiertas.

Después de un momento de frustración, simplemente levantó las manos y


caminó hacia una roca, sentándose y mirando al otro lado del paso, mientras
el sol de la tarde la bañaba en un calor engañosamente alegre.

Un suave ruido de piedras sueltas la hizo buscar con la mirada, para encontrar
a Gabrielle trepando por la pendiente hacia ella, su cabello rubio brillando en
ese mismo sol. Tenía su vara en la mano, y la estaba usando para mantener el
equilibrio mientras subía la última pendiente y se unía a Xena en su pequeña
meseta.

—¿Te importa si me siento aquí contigo?

Xena resopló.
—¿Te detendría si te dijera que sí?

Gabrielle juntó sus manos alrededor de su vara y miró en silencio a su amiga


sentada.

—Sí.

Xena se dio cuenta de que su pequeña compañera de cama se veía mucho


más seria de lo que solía estar, y pensó si había algo mal con ella.

—Siéntate. —Señaló la roca—. ¿Qué ronda por tu cabeza?

—Tú.

—Naturalmente. —La reina estuvo de acuerdo.

Gabrielle se sentó junto a ella.

—¿De verdad vas a ir al campamento de esa mujer?

A lo largo de los meses, Xena se había dado cuenta que, a diferencia de la


436
mayoría de las personas, su adorable compañera era capaz de decir mucho
más con el tono de su voz, que con las palabras que decía, aunque hablaba
constantemente sobre casi todo.

También podía escuchar el débil tono áspero de Gabrielle y generalmente


significaba que estaba estresada o molesta, lo que parecía una reacción
normal dadas las circunstancias.

—No estoy segura de tener otra alternativa —respondió, lentamente—.


Podemos detenerlos aquí, pero si sigue enviando ataques, terminaremos
perdiendo a largo plazo.

Gabrielle se apoyó contra su vara.

—¿No podemos simplemente escapar?

—Podríamos, —La reina estuvo de acuerdo—. Pero ellos vendrían


rápidamente detrás de nosotros y terminaríamos sin nada de todos modos...
Podría retenerla en el paso de montaña hasta darnos tiempo de llegar a la
fortaleza, pero después estaríamos de nuevo en la misma situación.
—¿Qué crees que quiere?

Xena flexionó una rodilla y la rodeó con ambos brazos.

—No lo sé —admitió—. No necesita una alianza, no tenemos tantos recursos


como para eso. Probablemente solo quiere matarme, —Gabrielle tragó
saliva—. Tal vez intente seducirla, —Sopesó Xena—. Eso podría darme unos
pocos minutos más. —Gabrielle tragó saliva de nuevo. Xena la miró—. ¿Qué
crees tú que quiere? —preguntó, fascinada por la mezcla de emociones en el
rostro de su acompañante.

—A ti —respondió Gabrielle suavemente—. Creo que por eso sus hombres iban
detrás de ti durante la lucha.

La reina lo consideró por unos minutos.

—Podría ser. Bregos podría haberle pagado para deshacerse de mí —dijo


finalmente—. Tal vez, ella me lleve y deje a todos los demás en paz. Podría
enviar al ejército de vuelta a casa, quizá valga la pena. —Vio que Gabrielle
apretaba sus manos alrededor de la vara—. Pero supongo que no lo sabremos 437
si no pongo mi culo en movimiento para averiguarlo. —Gabrielle volvió la
cabeza y miró hacia arriba—. ¿Vienes conmigo? —preguntó Xena después de
otro largo silencio entre ellas—. Parecía que vosotras dos os caísteis bien y creo
que deberíamos molestarla tanto como podamos antes de descubrir qué
tiene en mente.

Inexplicablemente, Gabrielle de repente pareció profundamente aliviada, y


asintió.

—Quiero ir contigo —dijo—. No me importa lo que ella haga.

Sintiéndose un poco aliviada, Xena rodeó a Gabrielle con el brazo y la atrajo


hacia sí, dándole un beso en la parte superior de la cabeza y disfrutando del
simple afecto de ese gesto.

—Esta es mi chica —dijo—. Tú y yo juntas vamos a dar un paseo al Hades, lo


sabes, ¿verdad?

Gabrielle dejó su vara a un lado y se volvió a medias, poniendo sus brazos


alrededor de Xena y la abrazó.
—Te amo —dijo después de un minuto—. No me importa a dónde vayamos,
siempre y cuando vayamos juntas.

Tontorrón, pero la hizo sentir mucho menos sola y deprimida ante la idea de
entrar en un campamento enemigo, por lo que Xena no lo cuestionó. Aceptó
el abrazo y la emoción, y rodeó la parte posterior del cuello de Gabrielle con
su mano libre, saboreando el consuelo que le proporcionaba.

Se sentaron juntas mientras el sol comenzaba a inclinarse hacia el oeste, hasta


que Xena finalmente suspiró y le dio a su acompañante una palmadita en la
espalda.

—Está bien. Vámonos. —Sorbiendo un poco, Gabrielle se enderezó y la soltó,


pasándose el dorso de la mano sobre los ojos—. ¿Qué es todo eso? —Xena le
tocó un lado de la cara, húmeda de lágrimas—. ¿Has cambiado de opinión?

—No. —La mujer rubia se puso de pie, y tiró de su armadura para colocársela
un poco más derecha—. Déjame ir a buscar a Parches. —Cogió su vara y
comenzó a bajar la ladera, mirando hacia atrás por encima del hombro varias
veces, como para comprobar si Xena todavía seguía allí. 438

Xena permaneció sentada en la roca, volvió la cabeza cuando oyó que se


acercaban otros pasos. Divisó a Dev dirigiéndose hacia ella, con la armadura
cuidadosamente cepillada, y su pecho adornado con un revestimiento negro
que llevaba su escudo.

—¿Qué demonios es eso? —preguntó mientras se acercaba—. ¿Hay un desfile


del que nadie me ha hablado?

Dev hincó una rodilla inesperadamente a sus pies y puso sus manos sobre la
otra.

—Una docena de nosotros, Majestad, iríamos con usted —dijo—. Por favor,
déjenos.

—¿Pedí una escolta? —preguntó la reina bruscamente.

—No. —Su capitán negó con la cabeza—. Pero la necesitas, y es un honor


para nosotros.
Xena estudió su rostro, la mejilla derecha profundamente marcada con
cicatrices obtenidas en acto de servicio. Este no era un niño irresponsable
persiguiéndola, ignorante del final del juego que estaban jugando.

—Está bien —respondió—. Iremos todos y haremos el idiota juntos. Que alguien
traiga los odres de vino.

—Majestad. —Puso su puño sobre su pecho.

—Sigue así y te haré que te quedes aquí para cocinar —advirtió Xena.

—Xena. —Enmendó con una sonrisa.

—Vete. —Su reina le devolvió la sonrisa—. Reúne al resto de los idiotas en el


paso, déjame que prepare a esta enorme bestia —dijo—. Dev, dile al resto de
los hombres que, si no volvemos, se dispersen.

—Sí. —Dev asintió, no sorprendido—. Ellos ya lo saben.

—Hay cuevas, en las montañas interiores, hay alijos que dejé allí. Pueden vivir 439
de eso hasta que todo esto pase —dijo Xena con seriedad.

—Sí —repitió.

—Ve. —Xena le dio una palmada en el hombro—. Terminemos con esto. Ya


ha pasado la mayor parte del maldito día. —Dev se puso en pie y saludó de
nuevo, antes de girarse y caminar por la colina hacia el campamento. Xena
lo vio irse, luego se levantó y se sacudió, caminando hacia donde Tiger estaba
esperando y le acarició el cuello—. ¿Estás listo para esto, chico? Tú eres el
único que no tiene nada que decir, ¿verdad?

Tiger frotó el hocico contra su pecho, su cálido aliento le hacía cosquillas en


la piel. Echando un vistazo rápido a su alrededor, Xena se inclinó y le dio un
beso en su suave nariz antes de agarrar la brida y comenzar a llevarlo por la
pendiente hasta donde podía ver a Gabrielle y su pony esperándola.

Sentía una extraña mezcla de emociones mientras conducía su caballo hacia


el paso. Asco, por estar en ese maldito lugar como estaban. Vergüenza por
tener que entrar en el campamento de su enemigo y ponerse a su merced.

Tristeza, por estar llevando a otros a las bolas de Hades con ella.
Orgullo, porque ellos querían ir voluntariamente.

Gabrielle se volvió para mirarla cuando llegó al pie de la colina, extendiendo


una mano para palmear la nariz de Tiger cuando se detuvo junto a ella.

—Tengo una manzana. ¿Quieres la mitad?

—Claro. —Xena se impregnó de la normalidad, mientras caminaban juntas


una al lado de la otra, con sus caballos siguiéndolas. Aceptó su mitad de la
fruta y la mordió, la carne crujiente se incrustó contra su lengua. Delante de
ellas, podía ver a su escolta formando, y con un último suspiro, dejo su suerte
en manos del destino.

—¿Quieres que te cuente una historia? —preguntó Gabrielle mientras


montaban.

—Por supuesto. —Xena era consciente de que el ejército se estaba reuniendo


a su alrededor, y cuando tiró de Tiger para dar vuelta hacia el otro lado del
paso, los hombres a su alrededor, los arqueros y lacayos, los jinetes de
caballería que estaba dejando atrás, todos se arrodillaron. Xena se detuvo, 440
sorprendida. Miró a Gabrielle, que le devolvía la mirada con una expresión
sombría—. Mantén eso un minuto —dijo, haciendo una señal a los jinetes para
salir.

El paso estaba silencioso, solo el sonido de sus caballos cuando el pequeño


grupo se movió entre los hombres. Sin canticos, llamadas, o movimiento, solo
combatientes polvorientos con una armadura muy usada, arrodillados en
homenaje mientras pasaba junto a ellos.

¿Estaban los Destinos riéndose de ella? Xena alzó la cabeza con orgullo e hizo
un gesto vago, aunque grosero, en dirección al cielo. Los dejó reír. Esperaba
que acabaran atragantándose.

Le costó un rato, pero Gabrielle finalmente sintió que su estómago se calmaba


mientras cabalgaba junto a Xena. Iban a un ritmo relajado y señorial, casi
como si hubieran salido al paseo de la tarde cerca de la fortaleza, en lugar de
dirigirse directamente hacia un campamento enemigo.

Sabía que la mayor parte de eso era teatro. Aunque la cara de Xena estaba
relajada, Gabrielle podía ver en su postura corporal, que era todo lo contrario
y se preguntaba si la reina, igual que ella, quería salir corriendo hacia la otra
dirección.

Habían pasado su último puesto de guardia, y ahora se acercaban al primero


del lado enemigo, una línea de hombres visible a lo largo de la última curva
del paso, antes que abrirse a la meseta inferior.

¿Como sería su recepción?, se preguntó Gabrielle. ¿Les atacarían los soldados


enemigos tan pronto como estuvieran a su alcance? Se dio cuenta de que
Xena estaba guiando a Tiger para que ella y el gran caballo negro estuvieran
entre los guardias y Gabrielle, así que, tal vez eso era lo que la reina pensaba
que pasaría.

Sin embargo, ellas iban al frente. No como cómo la líder enemiga que había
aparecido detrás de los soldados a caballo. Xena y Gabrielle estaban en la 441
parte delantera de la línea, sin un portador de estandarte pavoneándose
frente a ellas.

Gabrielle se estiró y le dio unas palmaditas en el cuello peludo a Parches


cuando los guardias aparecieron más claramente a la vista, y pudo ver una
fila de soldados montados detrás de ellos bloqueando el camino.

—¿Van a pelear con nosotros? —le preguntó a Xena.

—Tal vez. —Xena se esforzó por mantener su cuerpo relajado en su silla cuando
este quiso reaccionar a la tensión y su mano apremiaba por agarrar la
empuñadura de su espada—. Les pateé el culo cuando vinieron a por
nosotros, lo más probable es que, por lo menos, quieran golpear un poco mi
orgullo primero.

Gabrielle la miró.

—¿Vas a dejarles hacer eso?

—Nope. —Xena jugueteó con un mechón de la crin de Tiger—. Creo que no.
—Las palabras hicieron sonreír a Xena—. Estás segura de que has llegado a
conocerme, ¿eh? —Se alegró de la distracción, ya que, la línea de jinetes
enemigos se veía cada vez más grande en su visión periférica.

Gabrielle le dirigió una sonrisa irónica.

—Xena, me va a llevar el resto de nuestra vida juntas para llegar a conocerte


de verdad.

—Nah, soy una simple chica de campo —discrepó la reina—. Me calaste


después de la primera luna que dormimos juntas. La parte más jodida,
también. —Vio un movimiento en el frente de las líneas enemigas, luego una
docena de hombres lentamente comenzó a moverse hacia ellos—. ¿Cómo lo
hiciste?

Gabrielle miró nerviosa a los soldados que se aproximaban, y luego volvió a


Xena, quien levantó su mano despreocupadamente e hizo ese gesto circular.

—Oh. Uh. —Pensó en la pregunta—. ¿Cómo lo hice? —se preguntó—. No lo


sé. Supongo que simplemente te observé todo el tiempo e intenté averiguar
qué harías a continuación, o qué querrías, o... 442
—Recuerdo la mañana en que desperté y pusiste el té en la mesita de noche
—dijo Xena—. Nadie más se había atrevido nunca a hacer eso. Hubiera
matado a cualquiera que lo intentara. —Gabrielle pensó en esa mañana,
recordando bien la sensación vertiginosa, aterradora, maravillosa y extraña
que había sido caminar en silencio hasta el dormitorio de Xena, y verla dormir,
mientras dejaba su taza y su plato y se deleitaba con la nueva sensación de
pertenecer a alguna parte y a alguien. La confidente, la amiga, la amante de
Xena, a quien apreciaba abiertamente, esta reina salvaje e ingobernable que
se había convertido en la persona más importante en la vida de Gabrielle en
tan poco tiempo—. Está bien. —La voz de Xena ahora era tranquila, y seria—.
Aquí viene nuestra fiesta de bienvenida. Solo relájate y déjame a mí la
conversación.

Gabrielle observó a los soldados acercarse por el rabillo del ojo y se alegró de
simplemente asentir con la cabeza. Los hombres que venían hacia ellos, no
parecían estar de muy buen humor y estaba bastante segura que Xena los
manejaría mejor.

Xena levantó su mano e hizo una señal casual, luego dejó caer el brazo otra
vez mientras guiaba a Tiger por el paso derecho hacia los soldados enemigos.
Su caballo era una media cabeza más alto que los suyos, y aprovechó al
máximo la ventaja que le daba, enderezándose un poco en su silla de montar
para aprovechar también al máximo su estatura.

Los dos jinetes de en medio eran los hombres que la líder enemiga había
llevado con ella, y abarraban mazas cruzadas en su silla de montar mientras
avanzaban.

Xena se preguntaba, a medida que se acercaban cada vez más, si


simplemente iban a atacarla, y francamente, ya que eso conduciría a un
montón de derramamiento de sangre y una carrera de regreso a sus propias
líneas, casi esperaba que lo hicieran.

Cuando se encontró con la mirada arrogante del tipo al frente, tuvo un


momento nostálgico deseando estar de vuelta en su castillo, tumbada con
Gabrielle en un lujoso y cómodo diván escuchando la última balada de
Jellaus. Lamentaba que él hubiera decidido quedarse atrás después de todo.

—¡Alto! —Gritó el soldado enemigo en el medio.


443
—¡No! —Gritó Xena en respuesta, decidiendo que iba a sacar tanta diversión
como pudiera de la situación—. ¡Aléjate de mi camino o te arrancaré los
labios!

Gabrielle sintió que sus ojos se agrandaban, y agarró su vara, bastante segura
de que la llamarían para usarla en un futuro muy cercano. Podía ver cuán
enojado estaba el soldado enemigo, e instó a Parches a acercarse más a Tiger
cuando Xena se movió en su silla de montar y se sujetaba con las rodillas,
liberando sus manos de las riendas.

Eso significaba, según había aprendido, que Xena iba a buscar sus armas o
agarrar partes de la anatomía de Gabrielle y era fácil adivinar cuál de las dos
cosas iba a suceder allí. Envolvió sus riendas alrededor de una mano y apretó
su vara con la otra, ensayando en su mente los movimientos que necesitaría
hacer para sacarla de su soporte sin golpear a Parches en la cabeza.

—¡Dije alto! —gritó el soldado de nuevo.

—¡Y yo dije NO! —Xena hizo una seña a los hombres detrás de ella, y apretó
las rodillas, el paso de Tiger se convirtió casi en una cabriola—. Así que mueve
tu trasero, chaval.
Gabrielle en verdad se preguntó. ¿Eran todos esos gritos algo bueno o malo?

—¿Oye, Xena?

—¡Ocupada!

—Pero...

Xena se giró para mirarla.

—¿Qué? ¡Hazlo rápido!

Gabrielle instó a Parches junto a la reina.

—Hay un montón detrás de estos tipos... ¿Vamos a luchar contra todos ellos?

Xena la miró, luego miró a las líneas enemigas, que se estaban acercando a
ellos, viendo la inminente lucha que se avecinaba. Los doce hombres habían
sacado sus armas y una gran parte de la carnicería parecía ser muy inminente.

Maravilloso, excepto que de repente, se dio cuenta de lo increíblemente


444
estúpido que era todo y de que probablemente morirían.

—Mantén ese pensamiento. —Se giró y cogió el chakram de su cadera


preparando la muñeca. y cuando los soldados enemigos rompieron en un
galope, lanzó el arma voladora. Reflejó al sol y los sobresaltó, el primer hombre
tiró de la cabeza de su caballo cuando el arma redonda atravesó sus líneas,
cortando la parte delantera de su túnica mientras pasaba a toda velocidad.
Se echó hacia atrás, y la línea de ellos rompió en confusión, hombres
agachados y medio cayendo de sus sillas para evitar ser cortados. Su líder
levantó su mano con su maza y comenzó a gritar, pero el chakram pasó
girando cortándole en el brazo, haciendo que soltara el arma, luego se inclinó
perezosamente curvando su trayectoria hacia Xena, quien lo atrapó en su
enguantado puño. El resto de sus hombres se detuvieron en una fila justo
detrás de ella, y ahora estaban sentados observando cómo los soldados
enemigos recuperaban el control de sus caballos y su líder se llevaba una
mano al sangrante antebrazo mirando a Xena. Xena mantuvo el chakram a
la vista—. No estoy jugando —dijo en tono serio—. Mis hombres ya os han
vencido en batalla dos veces. O nos tratáis como los invitados que vuestra
princesa afirmó que éramos, o nos daremos la vuelta y volveremos a daros
otra paliza. Tú eliges.
El capitán enemigo se puso tenso.

—No habéis...

—Lo hemos hecho. —Xena lo ignoró—. Déjate de chorradas. Maté a tu grupo


de avanzada, embosqué a tu emboscada, evité que avanzaras por este paso
y rechacé tu intento de quemarnos. Así que vuelve con la chica que está de
verdad al mando, o bien nos escoltas hasta ella o nos enfrentaremos con las
armas. —Todos los soldados enemigos estaban escuchando. Gabrielle echó
un vistazo a ambos lados, donde todos sus soldados también escuchaban,
con la cabeza bien alta. Xena se movió hacia adelante, dejando que el
chakram descansara sobre su pierna mientras la brisa le apartaba el pelo de
la cara y agitaba suavemente su capa—. ¿Qué va a ser?

Los soldados enemigos miraron a su líder, quien miró a Xena un largo rato.
Luego giró a su caballo.

—Muy bien —dijo—. La grandiosa te invitó solo a ti, te escoltaremos entonces,


como ella desea.
445
—No, no lo harás —respondió Xena—. Nos escoltarás a todos, o me daré la
vuelta y me iré por donde he venido. —Su voz era firme y seria—. No más
tonterías.

El capitán la estudió en silencio. Luego giró su caballo y comenzó a caminar


hacia sus líneas.

—Espera aquí —respondió por encima del hombro—. Veré cuál es la voluntad
de la grandiosa.

—Nenaza —resopló Xena, relajándose en su silla y volviendo a colocar su


chakram en su cinturón. Cogió el odre y bebió un sorbo—. Que alguien
empiece a contar hasta mil. —Ordenó a sus hombres—. Ese es todo el tiempo
que estoy dispuesta a esperar.

—Uno. Dos. Tres. Cuatro... —Dev comenzó a contar obedientemente, lo


suficientemente alto como para que los soldados enemigos lo escucharan.

Gabrielle aflojó su agarre de su vara y miró a Xena.

—Eso estuvo genial.


—Lo fue, ¿no? —comentó la reina—. Gracias.

Gabrielle miró a su alrededor.

—¿Por qué? —preguntó, en un tono desconcertado—. Solo te hice una


pregunta.

—Ah. —Xena ahora estaba bastante segura de que no iban a ser atacados,
al menos no de inmediato—. Tu pregunta me hizo cuestionarme, y eso
probablemente nos ha sacado de un gran berenjenal.

—Oh. —Gabrielle estudió la lanuda crin de Parches por un momento—. ¿Qué


es un berenjenal?

Xena reprimió una respuesta, ya que el gran idiota estaba regresando a través
de las líneas. Lo miró por el rabillo del ojo, y reprimió una risa ante su expresión
de haber chupado un limón. No estaba segura que entrar en el campamento
enemigo fuese algo positivo, pero si él pensaba que era algo malo,
probablemente significaba que no le cortarían la garganta, al menos por el
momento. 446
—Doscientos seis, doscientos siete... —Dev seguía contando impasible. Miró a
Xena cuando el soldado enemigo se acercaba—. ¿Majestad?

—Suficiente. —Xena se relajó en su silla de montar, y esperó, mientras el


soldado frenaba a su caballo a escasa distancia de la nariz de Tiger—. ¿Bien?

—Seguidme —dijo, brevemente—. Todos vosotros.

—Buena elección —respondió Xena. Dejó las riendas de Tiger sueltas sobre su
cuello mientras lo guiaba tras del capitán enemigo, usando solo sus rodillas y
dejando que sus manos descansaran sobre sus muslos desnudos—. Vamos,
Gabrielle. —Obligó a sus hombros a no ponerse rígidos mientras traspasaban
las líneas enemigas y los pelillos de su nuca se erizaron en reacción al hosco
resentimiento—. Asegúrate de tomar buenas notas, para que puedas contar
historias sobre cuán patético es este grupo.

—Lo haré —respondió Gabrielle, manteniendo a Parches lo más cerca que


podía de su gran amigo sin chocar con él. Se puso nerviosa, cuando
atravesaron el final del paso, y el otro ejército los rodeó. Había muchos más
hombres allí de los que había visto en su campamento, y todos eran grandes,
tenían muchas armas y parecían cabreados.
Los hombres de Xena se agruparon en dos filas detrás de ella, uno comenzó a
silbar cuando pasaron el puesto de guardia y los jinetes enemigos se volvieron
para seguirlos.

Gabrielle tuvo que preguntarse, ya que estaban rodeados de guerreros


enemigos, si lo que estaban haciendo era remotamente una buena idea.
Podían, reconoció, ser asesinadas en cualquier momento, pero había visto la
cara de Xena mientras la reina se había quedado pensando en ello, y
comprendió que Xena conocía el riesgo, y aceptó la idea, que podría estar
sacrificando su vida para salvar a los hombres atrás en el paso.

Era absolutamente heroico. ¿Y qué decía eso de que ella estuviera aquí? Echó
un vistazo a los soldados que observaban. ¿Eso la convertía en un héroe
también? ¿O solo en una tonta cegada de amor?

—Oye. —Xena estaba mirándola—. Gracias por estar aquí.

Gabrielle se acercó y le dio un apretón en la pantorrilla a la reina.

—Donde vayas, voy —dijo, dejando los pensamientos sobre héroes para 447
después—. ¿Qué crees que va a pasar ahora?

Xena miró por encima de la cabeza de Tiger y vio un gran pabellón en la tenue
ladera justo fuera del paso en el otro extremo. Podía ver una gran guardia a
su alrededor, y extendiéndose a través de las llanuras abiertas hasta el río,
ahora podía ver largas filas de suministros avanzando, y carros de apoyo por
docenas y docenas que se dirigían hacia ellos.

Inmenso. No tres veces, sino probablemente diez veces más que los soldados
que tenía, incluso sin contar a los sirvientes y trabajadores que viajan con ellos.
Este era el ejército con el que siempre había soñado, en lugar de lo que había
decidido, cuando la oportunidad de tomar y mantener lo que había ganado
llegó.

—Creo que vamos a estar atascados entre el Hades y una pared de roca. Eso
es lo que creo que va a pasar —le dijo Xena con una sonrisa breve e irónica—
. ¿Pero sabes qué?

—¿Qué?

Xena puso su mano sobre el hombro de Gabrielle.


—Si se pone demasiado aterrador, empezaremos a enrollarnos y los hombres
escaparán por detrás y se llevarán al resto del ejército. —Le dio unas
palmaditas en la espalda a su amante—. Estaremos bien.

—Uerm...

—Solo vive el momento, mi amiga. Espero que en tu vida no haya demasiados


como este.

—Uerm.

448
Parte 14

Fueron conducidos a través del grueso del ejército, pasando por las cocinas y
las áreas de oficios, hombres que afilaban espadas y herreros que herraban
caballos. Xena asimiló las escenas a su alrededor mientras fingía no hacerlo,
notando el gran sentido del orden y el aire de severa profesionalidad en los
hombres por los que pasaba.

De manera casual, se encontró con los ojos de algunos de ellos, otros se


volvieron para mirarlos fijamente mientras pasaban. Guerreros duros y
experimentados, eso hacía que Xena se sintiera aún más orgullosa de sus
tropas, por haberlos detenido y expulsado.

A un lado, pasaron por un área llena de heridos, los sanadores estaban


arrodillados entre ellos. Se extendía desde el borde del ejército hasta los 449
acantilados, otro mudo testimonio de la dura lucha por la que habían pasado.
Xena se sentó un poco más erguida, y por el rabillo del ojo vio a sus hombres
hacer lo mismo.

Escudriñó los rostros que la miraban desde la multitud, cuidando de hacer


contacto visual con todos los que pudiera, con una leve sonrisa jugando
alrededor de sus labios. Eran curiosos, la mayoría de ellos, soldados rasos que
eran bastante jóvenes, pero bien armados y aparentemente disciplinados.

Muy diferente de los hombres que tenía con ella. Los camaradas de Dev eran
mayores, como él, curtidos por años de pelear y vistiendo buena armadura,
pero sin ningún tipo de coincidencia en el estilo o el color.

Como la misma Xena. Su equipo estaba finamente elaborado, las juntas eran
perfectas, las placas moldeadas a su forma y su ajuste de guante, pero tenía
años de abolladuras y arañazos que veía como una señal de lo que había
hecho para llegar a donde estaba. No era porque no pudieran haberle
fabricado una nueva, ni comprar algo nuevo para las tropas, era más porque
valoraba las cosas de quienes hicieron bien su trabajo y sobrevivieron.
Los soldados enemigos delante de ella se detuvieron unos minutos más tarde,
en un espacio pequeño y despejado debajo del ornamentado pabellón. Su
líder se volvió y miró a Xena mientras se preparaba para desmontar.

—Esperarás aquí.

Xena lo estudió.

—Tal vez —concedió—. Pero no tardes mucho. Me aburro fácilmente. —Pasó


una pierna sobre el cuello de Tiger y se deslizó hacia abajo, aterrizando
suavemente sobre sus pies y sacudiéndose las manos—. Vamos. Muévete. —
Aconsejó al hombre, que se había detenido para mirarla—. No tenemos todo
el día. —Él desmontó y se dirigió hacia el pabellón sin responder, pero su
espalda estaba rígida por la ira. Xena se limitó a reír mientras rodeaba a
Parches, llegando a la rodilla de Gabrielle y dándole una palmadita—. Y bien,
¿qué piensas?

—¿Sobre qué? —Gabrielle era consciente de que el resto de los hombres


desmontaban a su alrededor, siguiendo el ejemplo de su reina. Los soldados
enemigos comenzaron a reunirse alrededor, y vio que sus chicos estaban 450
formando un círculo alrededor de ella y Xena. Xena puso los ojos en blanco y
miró a su amante—. Bien. —Gabrielle decidió quedarse sobre Parches, ya que
era la única manera en la que podía ver algo con todos los soldados que la
rodeaban. El ejército estaba disperso en todas direcciones a su alrededor, y
ella estaba un poco abrumada por el tamaño de este. Había más gente a su
alrededor en este momento de lo que nunca había visto en su vida—. Está un
poco abarrotado.

—Sí, lo está. —Xena estuvo de acuerdo, apoyando su codo en el cuello de


Parches—. Probablemente voy a tener que ir a hablar con la princesa en un
minuto.

Gabrielle vio al soldado que regresaba.

—Sí, me lo imaginaba.

Xena puso su mano alrededor de la rodilla de Gabrielle.

—Quiero que te quedes aquí, y hagas algo por mí mientras descubro lo que
ella quiere —dijo.

Gabrielle frunció el ceño.


—Preferiría ir contigo.

—Lo sé —dijo Xena—. Yo también lo preferiría, pero necesito que te quedes


por aquí y... Um... —Echó un vistazo a un lado, por donde un grupo de soldados
enemigos se acercaba—. Habla.

—¿Qué hable?

—Ya sabes. —La reina la codeó. Gabrielle la miró, con una expresión perpleja.
Xena sacudió la cabeza en dirección a la multitud—. ¿Para qué te oigan?

El capitán enemigo regresó a su caballo.

—Su magnificencia te verá ahora —dijo en voz alta—. Date prisa. No le gusta
que la hagan esperar.

—¡Gabrielle! —siseó la reina—. ¿Lo pillas?

Gabrielle miró a la multitud, luego su expresión se aclaró.


451
—Oh —dijo—. Quieres que cuente historias sobre ti.

Xena se aclaró la garganta y se volvió.

—Te ha costado un poco —dijo, dejando que el capitán y su amante


decidieran con quién estaba hablando. Con un movimiento de hombros, se
colocó su capa y comenzó a caminar hacia el pabellón.

El soldado se interpuso en su camino.

—Tus armas se quedan aquí. —Levantó su mano—. Todas ellas.

Xena consideró la petición, luego se encogió de hombros, y caminó hacia


donde estaba sentada Gabrielle.

—Guárdame esto, ¿quieres? —Estiró el brazo por encima de su cabeza,


desenganchó su espada y la tendió sobre los brazos extendidos de Gabrielle.
Luego desenganchó el chakram y lo dejó caer en la alforja de Gabrielle, antes
de quitarse las dagas y ponerlas en la armadura de su amante—. ¿Lo tienes
todo?

Gabrielle asintió con la cabeza, muy seria.


—¿No es peligroso para ti dejar esto aquí?

Xena le dio unas palmaditas en la rodilla.

—No puedo dejar esto. —Agitó los dedos—. Estaré bien. Simplemente
comienza a hablar.

Se dio la vuelta y comenzó a caminar nuevamente, con la esperanza de no


tener que lamentarse por su bravuconería. Tenía una fe respetable en sus
habilidades marciales y sabía que era más peligrosa sin armas que la mayoría
de las personas con muchas de ellas, pero en medio de un ejército no era
conveniente correr riesgos innecesarios.

Podía sentir los ojos de Gabrielle mirándola, casi como un calor entre sus
omoplatos, y sonrió ante eso cuando llegó hasta el capitán enemigo, que
esperaba en el camino. Realmente quería tener a la pequeña chiquilla con
ella, pero había sido honesta en su petición de historias y esperaba que
Gabrielle contara las realmente buenas.

—¿Cómo sé que has dejado todas tus armas? —El capitán todavía estaba en 452
su camino, su gran cuerpo bloqueando el paso.

—No lo sabes. —Xena siguió caminando hacia él—. Solo puedes fiarte de mi
palabra.

Estaban casi nariz con nariz, antes que él retrocediera un paso, a


regañadientes, y despejara el camino para que ella caminara. Pasó junto a él
sin mirarlo y comenzó a subir la cuesta, consciente de los ojos de los hombres
a ambos lados.

Gabrielle dejó que la espada descansara sobre sus muslos, su corazón


retumbaba en sus oídos mientras veía a Xena alejarse hacia la magnífica
tienda que contenía la amenaza desconocida en la que podía sentir que su
amante se metía.
Entendía lo que Xena quería que hiciera, pero en lo único en que podía pensar
era en lo que iba a suceder allí dentro, en un lugar que no podía ver. ¿Qué
pasaría si le tendían una emboscada a Xena?

¿Y si la princesa no estaba de verdad allí, pero sí un grupo de soldados, y


tenían armas las cuales su amante había dejado atrás?

Ovejas. Gabrielle bajó la mirada hacia la espada que sostenía en sus brazos,
y cambió su peso, abrazándola mientras sus ojos seguían a Xena por la última
pendiente hacia el pabellón. Se acercó a la solapa y entró como si fuera suya,
y la mujer rubia contuvo la respiración por un momento, mientras observaba
las paredes y escuchaba con atención, buscando cualquier señal de lucha.

Pero estaba tranquilo, y, aun así, después de un momento volvió a mirar la


espada en su desgastada funda de cuero, los anillos de latón que la sujetaban
a la espalda de Xena abollados e igualmente desgastados. Puso su mano en
la empuñadura y frotó con su pulgar la pesada pieza que protegía la mano
de Xena, su superficie era vieja y muy usada, pulida hasta un brillo profundo.

Esta espada. Gabrielle la estudió. Estaba empapada con la sangre de 453


muchos, incluso en su corta experiencia con ella, y, sin embargo, tenía una
belleza noble, el cuero intrincadamente enlazado alrededor de la
empuñadura y la pesada bola al final haciendo de contrapeso. Sabía que, si
la sacaba de su funda, la hoja sería de un gris plateado profundo y bruñido, y
si la miraba con los ojos entrecerrados, casi podía ver las manchas de sangre
de todas las batallas que de algún modo seguramente se habrían filtrado en
el metal.

Había visto a Xena sentarse pacientemente, limpiando y afilando esta hoja


cada vez que la usaba, ocupándose con una atención seria que estaba en
desacuerdo con su actitud habitual. Esto significaba algo para ella, al igual
que el arma redonda en la alforja de Gabrielle, y comprendió de repente la
muestra de confianza que Xena le había dado al dejarla a su cuidado.

—Buena hoja. —Dev había acercado su caballo hasta ella—. Buena la mano
que la maneja.

Gabrielle lo miró, recordando la petición de Xena.


—Recuerdo la primera vez que la vi practicando con esto —dijo, proyectando
su voz solo un poco—. Fue increíble. Nunca pensé que alguien pudiera
moverse tan rápido, o con tanta elegancia.

—Sí. —Dev estuvo de acuerdo—. Cuando estábamos en campaña, si


teníamos suerte, nos mostraba uno o dos movimientos después de la cena. Sin
embargo, nunca vi que nadie hiciera lo que ella hace.

—¿Te refieres a volar esa cosa por el aire? —Gabrielle vio que los soldados
enemigos se acercaban—. ¿Y cómo salta tan alto como el techo? Lo sé. Es
increíble.

—La he visto saltar de una pared de espaldas mucho más grande que aquella
de allí. —Uno de los otros hombres intervino amablemente—. Nunca ha fallado
un golpe.

—Bueno, como cuando salvó a esa chica de los caníbales. —Gabrielle giró a
Parches para quedar de frente a los hombres—. ¿Estuviste allí para verlo?

—No. —Dev negó con la cabeza—. ¿Qué pasó? 454


—Bueno, deja que te cuente...

Xena hizo una pausa, lo justo para tomar aliento y cuadrar los hombros antes
de apartar la solapa de la tienda y entrar, dejando que sus ojos recorrieran el
interior antes de dejar caer la tela detrás de ella y que disminuyera la luz.

En el interior estaba oscuro, con el sol moteado que entraba por la tela, dos
globos de cristal colgantes para vela colgaban a ambos lados de un fino
escritorio de madera. Detrás del escritorio estaba sentada Sholeh, mirándola
con ojos fríos e intensos, con las manos apoyadas en la superficie del escritorio
a cada lado de una taza.
Xena miró deliberadamente otra vez alrededor, notando los cofres, tapices,
pieles y atavíos que hablaban de una gran riqueza y una atención a la
comodidad. Finalmente, ladeó la cabeza hacia Sholeh y levantó una ceja.

—¿Qué quieres?

La mujer detrás del escritorio se reclinó en su silla cubierta de piel y miró a Xena.
La luz se reflejaba en su ardiente cabello y con sus extraños ojos y rostro
anguloso, la hacía exótica y extraña, y un poco peligrosa.

—Eres bastante grosera.

—Lo soy. —Xena estuvo de acuerdo. Dio un paseo alrededor de la tienda,


dándole la espalda deliberadamente a su adversaria mientras examinaba
uno de los globos para velas. Estaba hecho de vidrio de colores, y encontró el
tinte azul agradable de mirar—. ¿Eso es todo lo que querías saber? —Se volvió
para mirar a Sholeh.

Sholeh juntó las puntas de sus dedos y los apretó contra su barbilla, sus ojos fijos
en la figura alta y sombría frente a ella. 455
—Bregos me habló extensamente sobre ti —dijo—. Me dijo que eras una gata
salvaje con los modales de un cerdo.

Xena cruzó los brazos sobre el pecho y frunció los labios.

—Yo diría que se acerca bastante —dijo—. Pero eso fue un cumplido viniendo
de un idiota como lo era él.

—Era —reflexionó Sholeh—. ¿Está muerto?

—Exacto. —Xena sintió una punzada en la columna vertebral por la expresión


en la cara de su adversaria, y comprendió de repente que estaba cercando
a alguien que era posiblemente tan peligroso como ella—. Por otro lado, él ya
sabía que lo estaría si yo lo atrapaba.

—Él lo sabía. —Sholeh se puso de pie y rodeó su escritorio, acercándose a


Xena. Caminaba con una gracia poderosa y sinuosa, y un vistazo a sus manos
mostraba que no era ajena a las armas—. Aunque no esperaba que lo
atraparas. Pensó que yo llegaría primero. —Xena se quedó dónde estaba. Su
estatura aquí era una ventaja, y ella lo sabía. Sholeh se detuvo, lo
suficientemente lejos de ella como para no tener que levantar el cuello para
mirarla. La cabeza de la pelirroja llegaba justo al hombro de Xena, y aunque
tenía una complexión atlética, era mucho más delgada—. No pareces
molesta por su traición —dijo Sholeh—. Él pensaba que estarías desolada.

Sus ojos estudiaban atentamente a su adversaria.

Xena se rio de repente, el sonido llenó la habitación.

—Me traicionó mucho antes de conocerte —dijo—. Bregos estaba fuera por
Bregos. Vendería su alma a cualquiera con monedas. Yo solo era una
conveniente bolsa de dinero para sus aventuras.

—Eso es muy interesante —dijo la mujer persa—. Tan inesperado. —Se giró y se
retiró a su escritorio, apoyada en él para enfrentar a Xena—. ¿Mataste a
Bregos?

—Sí.

Sholeh asintió, como para sí misma.


456
—¿Cómo?

—Lo destripé y le arranqué el corazón —respondió Xena, con una sonrisa


agradable—. Mis hombres lo encontraron escondido en un estercolero. Él
estaba orgulloso de sí mismo por habernos vendido.

—Mm. —Sholeh ahora cruzó los brazos sobre el pecho, reflejando la postura
de Xena—. No eres lo que esperaba encontrarme, una gata salvaje del
campo de batalla. —Miró a Xena de pies a cabeza con el más mínimo indicio
de una sonrisa cruzando su rostro—. Podría matarte.

—Podrías intentarlo. —Xena dejó que una sonrisa surcara su cara—. Muchas
otras personas lo han hecho.

—Puedo imaginármelo muy bien. —Sholeh se apartó de su escritorio y caminó


alrededor lentamente, exponiendo su espalda a Xena. Puso sus manos sobre
la superficie del escritorio y se apoyó en ellas—. Pero tengo una idea mejor. No
tiene sentido desperdiciar incluso un talento rudo y grosero como el tuyo.

—¿Qué… —Xena se acercó y apoyó las manos en el lado opuesto del


escritorio, poniendo su cabeza al nivel de su oponente—… quieres? Porque o
vas al grano, o me llevo a mis hombres y mi bardo y encuentro un lugar más
divertido en el que estar.

Sholeh no retrocedió. En todo caso, se inclinó un poco más hacia adelante.

—Creo que te quiero a ti —respondió con una fina sonrisa—. Tienes talentos
que necesito. Os haremos a ti y a tus hombres un sitio aquí —añadió—. Y
podemos discutir cómo podemos trabajar mejor... eh... juntas.

Xena frunció levemente el ceño.

—¿Quieres que nos unamos a tu ejército?

Sholeh mantuvo sus ojos fijos en la cara de Xena.

—Podemos colaborar. Seguramente esa es una oferta mucho más atractiva


que ser masacrada, ¿no es así?

Xena sintió que le erizaban los pelos de la nuca.


457
—Para ambas —dijo—. Podemos hablar de eso, por supuesto.

La persa sonrió más ampliamente.

—Bien —dijo—. Estoy segura de que esto será interesante para ambas.

Interesante.

—Sí —dijo Xena—. Estoy segura que lo será.

La voz de Gabrielle se fue apagando cuando vio que las dos mujeres salían
del pabellón y se paraban juntas brevemente, antes de comenzar a bajar
hacia donde estaba el ejército. Se le secó la garganta cuando vio lo amistoso
que parecía todo, y sintió un momento de inseguridad enfermiza mientras
observaba a la líder enemiga hablar tan informalmente con Xena.
Quizás se llevaban mejor de lo que Xena había esperado. Tragó saliva. Tal vez,
Xena había encontrado a alguien que se parecía mucho más a ella.

Quien tenía mucho más que ofrecer que una pastora palurda.

Mientras los soldados a su alrededor se volvían para mirar a las dos mujeres,
Gabrielle se encontró siendo objeto de su atención, la líder enemiga
señalándola y haciendo una pregunta a Xena.

No podía oír lo que decía Xena, pero la expresión en el rostro de la otra mujer
era claramente desdeñosa, y el movimiento que hizo con su mano fue de
desprecio, como si estuviera espantando una mosca. Le dijo algo a Xena,
luego volvió su atención a los soldados.

Gabrielle sintió que su cara se calentaba de vergüenza, y tuvo que apartar la


mirada, perdiendo el par de tranquilos ojos azules que la miraban fijamente,
mientras enfocaba su atención en la espada que aún sostenía en sus brazos.

—¡Guerreros de Persia, atendedme! —dijo la líder enemiga—. Les doy la


bienvenida a estos visitantes en nuestro campamento como amigos, y ya no 458
como enemigos.

—¿Eh? —gruñó Dev—. Supongo que su majestad ha cautivado a otra.

Gabrielle sintió ganas de vomitar. Pero agarró con más firmeza la hoja que
descansaba en sus brazos y se enderezó, obligando a sus ojos a centrarse en
Xena, casi sobresaltándose cuando encontró a su reina mirándola
directamente, ignorando el discurso de la princesa.

La expresión de Xena era insondable. Pero, un segundo antes de volver su


atención a Sholeh, inclinó la cabeza y le guiñó ligeramente un ojo a Gabrielle
y tomó ese exiguo consuelo en su corazón mientras esperaba descubrir lo que
iba a pasar.

—Haced un lugar para nuestros nuevos aliados. —Sholeh estaba dando


órdenes—. Os parecerán extraños, estoy segura, pero pronto serán parte de
nosotros. —Los soldados no discutieron. Empezaron a deambular, los
capitanes daban órdenes mientras los hombres empezaban a cambiar las
cosas de sitio para hacer espacio en el centro del campamento. Sholeh se
volvió hacia Xena—. Instruye a tus hombres para que se unan a nosotros. Lo
mejor es hacerlo antes del anochecer, así no habrá malentendidos.
Xena hizo una pausa y luego asintió.

—Buena idea. —Ella se adentró en el revuelo y se dirigió hacia el pequeño


grupo de sus soldados. Los hombres de Sholeh se separaron para dejarla pasar,
y ella les dio una breve inclinación de cabeza mientras pasaba entre dos de
los caballos y llegaba al lado de Dev.

Él se inclinó y ella le habló en voz baja, con las manos presionadas contra el
costado de los caballos.

—Xena —dijo él cuando ella terminó, sus ojos no dejaron de mirarla.

—Solo vete. —Xena le dio una palmada en la rodilla—. Todo irá bien. —Se
apartó de él y se giró, acercándose a la cabeza de Parches y rascándole la
frente—. Oye, enano.

Dev tiró de la cabeza de su montura y comenzó a abrirse paso entre la


multitud. Volvió a mirar a Xena cuando llegó al borde de su guardia, y sacudió
su cabeza hacia él indicándole que continuara. Con visible renuencia, lo hizo,
sacudiendo la cabeza mientras dirigía a su caballo hacia la abertura del paso. 459
—¿Quieres que te lo devuelva? —preguntó Gabrielle, después de un
momento de silencio.

—Te ves bien con eso. —La reina se apoyó contra Parches—. Escuchadme
todos. —Dejó que su voz se transmitiera—. Acomodaros y relajaos. Nos
uniremos a estos tipos en la campaña de Sholeh, encabezándola hacia el río.
—Con cautela, los hombres asintieron. Gabrielle se limitó a permanecer
sentada en su silla de montar en silencio—. Eso es todo —dijo Xena—. Retiraos,
echad un vistazo alrededor y familiarizaros con la forma en que hacen las
cosas. —Esperó un momento, cuando nadie se movió—. ¿Ahora? —sugirió,
con un toque más ácido en su tono, resoplando cuando los soldados
finalmente comenzaron a bajar de sus caballos murmurando unos con otros.

—Xena —gritó Sholeh. Xena volvió la cabeza, pero permaneció apoyada


contra el pony—. He pedido que me lleven la cena a mis habitaciones. Únete
a mí. —Ordenó Sholeh, dando en voz baja una última orden a su capitán más
cercano y caminando con pasos largos de vuelta al pabellón.

Xena suspiró y se volvió, dándole la espalda a Gabrielle.


—Engánchame eso, ¿quieres? —Sintió las manos de Gabrielle tocar su
espalda, y después de un momento de titubeo se dio cuenta de que estaban
temblando—. Tenías razón, ¿sabes?

—¿A sí? —respondió Gabrielle, con voz ronca.

—Sí. —Xena se giró, sintiendo el peso de la espada caer en su sitio. Puso sus
manos a ambos lados de su amante y la miró a los ojos—. Sobre lo que ella
quería. —Gabrielle tragó saliva y solo asintió—. Quiere que yo sea su capitana,
en el camino para tomar el control de esta parte del mundo —continuó
Xena—. Por lo visto, le gusta mi estilo. —La reina hizo una pausa—. Ella es lo
que siempre quise ser yo. —Gabrielle sintió un dolor en el pecho tan intenso
que casi se mareó. Se preguntó si sería su corazón rompiéndose,
comprendiendo que estaba viendo lo más importante de su vida deslizándose
entre sus dedos. Sin embargo, ¿no era esto lo que siempre había esperado?
Incluso desde el principio, había pensado que Xena encontraría a alguien más
interesante, e incluso podía ver que esta princesa persa era muy, muy
interesante. Ni siquiera podía culpar a Xena—. No piensa mucho de ti —
continuó Xena, luego se detuvo al ver la expresión de Gabrielle y su respiración 460
temblorosa y rápida. Su amante no la miraba, estaba mirando más allá de
ella—. ¿Gabrielle?

—Sí. —La respuesta fue solo un susurro.

—Estamos en una situación difícil.

—Lo sé.

Xena estudió la forma dolorosamente tensa y las lágrimas que podía ver
temblando en la comisura de los ojos de su compañera.

—Siento haberte traído aquí conmigo —suspiró.

—Yo también.

Gabrielle deseó haber estado en otro lado. Incluso deseó estar en casa en
Potedaia, siendo golpeada por su padre y rodeada de ovejas malolientes.
Sintió una presión sobre su pierna, y miró hacia abajo, sorprendida de ver la
cabeza de Xena descansando allí, con un ojo azul que la miraba.
Había algo tan franco en ese gesto que la hizo dejar de respirar. Estaban
rodeadas por caballos, y era casi como si ella y Xena estuvieran solas en el
paso, incluso los sonidos del ejército parecían desvanecerse.

—No estaba buscando que nos mataran a todos hoy —dijo Xena después de
una larga pausa.

—Xena... —dijo Gabrielle suavemente—. Por supuesto que no.

—Pero lo haré —le susurró su amante—. Porque no puedo cambiar quien soy.

La mujer rubia no pudo evitarlo. Puso su mano sobre la mejilla de Xena y apartó
la angustia, respondiendo a la mirada en los ojos de la reina.

—No has matado a nadie —dijo ella—. Tú... has hecho un trato con ella,
¿verdad? Todos van a estar bien, ya no pelearemos con ellos.

Xena exhaló.

—Eso es lo que ella quiere —dijo—. Yo a su lado, nuestros ejércitos juntos, 461
hacerse con el poder del resto del mundo. —Su aliento calentaba la pierna
de Gabrielle a través de la tela—. Esa es una jodida fantasía.

Gabrielle dejó de respirar de nuevo.

—Pero pensé…

La reina rio débilmente.

—Pensé que me conocías mejor que eso. —Una sonrisa irónica torció sus
labios—. Gabrielle, no soy la segundona de nadie.

—Bueno... yo como que sabía eso, pero...

Xena levantó la cabeza y miró directamente a Gabrielle a los ojos.

—Y tampoco tú. —En ese momento, su tambaleante mundo volvió a asentarse


en su órbita normal, mientras las palabras resonaban dentro de su mente,
enmarcadas por el azul intenso de los ojos de Xena que llenaban su visión junto
con una oleada de alivio total. Tampoco tú. Era incapaz de hablar, pero vio
que la mirada de Xena se suavizaba y que todo lo que podía hacer era
permanecer en su silla de montar, mientras su cuerpo ansiaba abrazar a la
reina y aferrarse como una idiota—. A veces eres un poco idiota, ¿lo sabías?
—dijo Xena—. Eres condenadamente afortunada porque estoy enamorada
de ti.

Lo mejor que pudo hacer fue mostrar algo parecido a una sonrisa. Después de
un momento de silencio, durante el cual Xena miró a su alrededor con
cautela, se aclaró la garganta y pensó que era mejor que dijera algo.

Cualquier cosa.

—Entonces, ¿qué vamos a hacer? —preguntó.

—No tengo ni puñetera idea —suspiró la reina—. Ni una puñetera idea. —Miró
a su alrededor de nuevo, luego a su compañera—. Probablemente vamos a
terminar muriendo, si no logro encontrar la manera de escabullirnos de aquí.
—Observó a Gabrielle asentir en respuesta—. No te importa una mierda en
este momento, ¿verdad? —Gabrielle negó con la cabeza, incapaz de reprimir
otra pequeña sonrisa—. Tonta rata almizclera. —Xena tuvo que devolverle la
sonrisa de todos modos, consciente que los hombres estaban regresando, y el
tiempo para conversaciones encantadoras y sentimentales había terminado. 462

Ahora tenía que descubrir qué Hades hacer.

Maldición.

Gabrielle le tendió una mano llena de hierba a Parches, observándolo


mientras le quitaba los tallos de los dedos, moviendo un poco la cabeza
mientras masticaba. Sabía que él podía encontrar su propio almuerzo, pero
deseaba desesperadamente tener algo que hacer, algo en que centrar su
atención mientras los hombres se acomodaban a su alrededor.

Por ahora, habían delimitado con estacas una pequeña área para ellos. Los
soldados de Sholeh se arremolinaban a su alrededor, dedicados a sus
actividades en el campamento, pero ellos eran el centro de atención y la
hacían sentir incómoda.
Bueno, más incómoda de lo que ya estaba, de todos modos. Gabrielle exhaló,
y le rascó a Parches entre sus orejas, inclinándose cerca de él.

—Me asusté mucho por un momento, Parches —murmuró—. Pensé que tú y


yo íbamos a tener que marcharnos, ¿sabes? —Algo la golpeó en la espalda y
se volvió, medio esperando encontrar a Xena allí, pero era Tiger, olisqueando
interesadamente la hierba que sostenía—. Oh, eres tú. —El gran caballo de
Xena se acercó, acariciándola con el hocico. Separó un poco de hierba y se
la tendió, sonriendo mientras el pelo de sus labios le hacía cosquillas en la
palma—. Eres tan hermoso —le dijo al gran semental—. No tan hermoso como
tu mamá, pero bueno. —Parches la empujó indignado—. Oh, tú también eres
precioso. —Gabrielle lo tranquilizó—. Me alegro que estén aquí para hacerme
compañía, porque ya saben, esos otros soldados me ponen un pelín nerviosa.

—¿Su gracia?

Gabrielle se volvió y encontró a uno de sus soldados allí, tendiéndole un


paquete envuelto.

—Oh hola. ¿Qué es eso que tienes? 463

—Pan, su gracia —dijo el hombre—. Ellos están preparando la cena, pero


preferiríamos tener la nuestra.

Gabrielle tenía que estar de acuerdo.

—¿Podrías hacerme un gran favor? —Cogió el paquete y lo miró a los ojos—.


¿Podrías por favor llamarme Gabrielle?

Por un momento, pensó que iba a protestar, luego sonrió.

—Como desees, Gabrielle —dijo—. ¿Tienes alguna otra historia para


contarnos, sobre aquello del agua? —preguntó con optimismo—. Parece que
pasaron más cosas de las que nosotros escuchamos la última vez.

—Por supuesto —dijo Gabrielle, después de una pausa—. Claro, vamos allá y
estaré encantada de contarte otra historia.

Se alegró de esta nueva distracción, mientras que Xena se había ido con dos
de los hombres a explorar el campamento. Llevó su paquete de pan al lugar
donde el resto de los soldados estaban sentados en círculo, alrededor de una
pequeña fogata, y todos la saludaron con sonrisas y una bienvenida informal.
Se sintió bien por ser parte de ellos. Gabrielle se sentó en un trozo de tronco
cortado y colocó sus botas debajo de ella, movió sus hombros bajo su
armadura de cuero mientras se acomodaba con el pan sobre su rodilla.

Como Xena había dicho, se había acostumbrado a llevar la armadura. Era


natural sentir la constricción de las placas alrededor de su pecho y la presión
del cinturón con la hebilla de cabeza de halcón alrededor de su cintura. Ya
no sentía el peso, y las polainas y las botas se habían vuelto familiares y muy
cómodas.

Los hombres que estaban al frente también se sentían cómodos con su


pesado equipo, los rostros sin afeitar se mostraban recelosos, pero se relajaron
mientras compartían el pan que traían y lo tostaban un poco, dando, al igual
que ella, algo de aderezo a esta difícil situación, a última hora de la tarde con
la luz del sol inclinándose sobre ellos.

No hablaban sobre dónde estaban, ni dónde estaba Xena o qué iba a pasar.
Los hombres simplemente charlaban sobre el clima y la altura del río, dándole
la oportunidad de masticar su pan mientras escuchaba.
464
De repente, encontró un punto de familiaridad, un recuerdo de ella yendo al
pozo en busca de agua, pasando junto a los trabajadores del campo
tumbados a la sombra cerca de allí, oyendo la misma charla relajada e
insignificante y observó con la misma benévola apreciación de alguien que
pertenecía a donde estaba, y era aceptada.

Gabrielle mordisqueó su tostada mientras pensaba en eso, y sobre cómo


nunca se había sentido así en la fortaleza. Incluso sabiendo que Xena la quería
allí, y que todos respetaban los deseos de la reina, nunca sintió que los muros
de piedra fueran realmente su hogar.

Se preguntó si Xena también se sentía así. Pero claro, ella nunca había tenido
un hogar de verdad, no desde que era una niña pequeña, así que, ¿quién
sabe?

Gabrielle al menos estaba contenta que no parecía haber peligro inmediato


de una batalla violenta y, tal vez, incluso podrían descansar por la noche,
antes que ocurrieran más cosas malas. No tenía ninguna duda de que
ocurrirían. Solo la idea de esa mujer ordenando a Xena que cenara con ella...
Grr. Ahora que había superado el miedo a que Xena se estuviera deshaciendo
de ella, estaba luchando con un nuevo conjunto de díscolas emociones que
involucraban a Sholeh, sus despectivos ojos, su andar deliberadamente sexy,
y el interés que obviamente tenía por Xena.

¡Puaj!

—Oye... Ah... ¿Gabrielle?

Oh bueno, ya basta de eso de todos modos.

—¿Sí? —Gabrielle levantó la vista, para encontrar a su nuevo amigo soldado


tomando asiento junto a ella—. ¿Sabes? creo que te recuerdo de la pelea,
cuando retomamos el castillo el año pasado.

El hombre sonrió.

—El primero en salir por las puertas fui yo —dijo—. Después que las abrieras.

—Todos estábamos allí —dijo otro soldado—. Estaba más rabioso que una 465
gallina mojada, echábamos de menos salir con su Majestad. Podría habernos
llevado, eso seguro.

—Por supuesto que podría haberlo hecho. —Gabrielle se enderezó un poco, y


respiró hondo, aprendió de Jellaus durante los largos meses de invierno cómo
proyectar su voz para contar historias—. ¿Os gustaría saber cómo escapamos
de las montañas y río abajo?

—Por supuesto.

—Sí.

Gabrielle dejó que sus manos descansaran sobre sus rodillas y miró más allá de
ellas brevemente, con los ojos un poco desenfocados al recordar el terror y la
emoción de aquella época, y lo asustada que había estado, y lo valiente que
Xena había sido y...
—Buena organización. —Xena refunfuñó mientras caminaba por el sendero
rocoso que conducía desde el paso hasta el centro del campamento. El
ejército de Sholeh se extendía hasta la mitad del río, ocupando toda la
cuenca del delta y una vez que mermaban las rocas desde el paso, no había
nada más que tierras abiertas y despejadas frente a ellos. Ningún lugar para
esconderse, ningún lugar donde pudiera llevar fácilmente a los hombres y a
Gabrielle y escabullirse, tendrían que caminar o montar durante una marca
de vela antes de que estuvieran fuera de la vista incluso de noche, a menos
que tuviera suerte y cayera una tormenta. Aparte de eso, estaban siendo
vigilados muy, muy de cerca. Independientemente de las palabras de Sholeh,
sus hombres no habían recibido a Xena con los brazos abiertos y sabía que
cualquier movimiento por su parte provocaría una alarma muy rápidamente.
Estaban despejando un gran espacio no lejos de donde su pequeña banda
se había plantado, para el resto de su ejército. No era la mejor ubicación, pero
tampoco era la peor. Los hombres de Sholeh se alejaban de allí a
regañadientes, y Xena se relajó un poco cuando entró en el área abierta,
contenta de que estuviera libre de la presión de tantos hombres 466
moderadamente hostiles. Era casi como estar de vuelta en la fortaleza. Miró a
su alrededor, localizando primero los caballos y después la figura distintiva de
Gabrielle sentada en un tronco con el resto de los hombres que la rodeaban.
Estaba contando una historia. Xena podía decirlo, no solo por su postura y la
forma en que movía sus manos, sino por la embelesada atención de su
audiencia. Allí a la luz del sol, parecía resplandecer, su cabello rubio atrapaba
los rayos y dibujó una breve sonrisa en el rostro de Xena. Muy breve—. Está
bien. —Se frotó la parte posterior del cuello, sintiendo sonar un hueso—. Vamos
a fingir que estamos impresionados con estos bastardos antes de tener que ir
a bailar con la princesa de hielo allá arriba.

—Al menos esa te está respetando —comentó uno de sus hombres después
de una breve pausa—. O lo parece, de todos modos.

—¿Me respeta? —Xena lo miró con ironía—. Si me respetaras de esa manera,


te arrancaría las pelotas. —Negó con la cabeza y pasó por encima de una
pila de cuerdas, agudizando el oído para captar la voz de Gabrielle. Un grupo
de soldados de Sholeh estaba allí escuchando también lo que estaba
diciendo, y se preguntó qué historia se estaría inventando la linda ratita
almizclera. En ese momento, Gabrielle volvió la cabeza y vio a Xena
acercándose y su rostro se arrugó en una sonrisa e hizo que los que
escuchaban se dieran la vuelta y miraran para ver qué la causaba. No era
mucho lo que Xena podía hacer aparte de un gesto de reconocimiento, y lo
hizo, fue un poco embarazoso, pero Hades, estaban en medio de un ejército
que quería aplastarla como a un insecto. ¿A quién le importaba?—. ¿Qué les
estás contando, rata almizclera? —preguntó cuándo llegó al círculo—. ¿Mis
diez posturas favoritas en la cama?

Gabrielle se sonrojó, sus hermosas cejas resaltaban contra su piel, y dejó de


hablar a mitad de una palabra mientras los soldados sofocaban una risa a su
alrededor.

—¡Xena! —Le dirigió a la reina una lastimosa mirada—. ¡No digas eso!

Xena se movió hacia el centro del círculo y se sentó en el tronco al lado de


Gabrielle.

—Eres tan chuletita de cordero. —Todos estos tipos saben lo que es el sexo.
Relájate. —Colocó su brazo sobre su amante—. ¿Todos encuentran este lugar
agradable?
467
El soldado más cercano a Gabrielle se encogió de hombros.

—Un lugar como cualquier otro —dijo—. Será mejor cuando el resto de nuestro
grupo esté aquí.

—Sí. —Otro soldado asintió—. Es como estar desnudo ahora mismo.

—No van a venir. —Xena sonrió, como si estuvieran conversando sin


problemas. Todos se callaron y la miraron fijamente, a excepción de Gabrielle,
que cruzó las manos—. Sigue hablando —ordenó la reina—. Fingid que no
acabo de decir eso. —Dos de los hombres se volvieron a medias y comenzaron
a discutir, uno de los cuales le dio un empujón amistoso al otro. Los otros
salieron de su conmocionado silencio y el nivel de ruido volvió a subir. Xena
observó a los guardias de Sholeh que no estaban vigilando darse media vuelta
después de un momento, y se relajó un poco—. Solo tenéis que confiar en mí
con eso —dijo en voz más alta, forzando una carcajada—. ¿Verdad,
Gabrielle?

—Correcto. —Gabrielle estuvo de acuerdo, sintiéndose nerviosa de nuevo.


—Así que relajaos y alimentaros —continuó Xena—. Voy a averiguar cómo
encajamos en este circo con la chica a cargo, y continuaremos desde allí.
¿Entendido?

—Sí.

—Sí, Majestad.

—Y tú... —Xena se giró y estiró su mano hasta la mejilla de Gabrielle y se inclinó


para besarla en los labios con sincera y franca pasión—. Sigue contando
historias hasta que regrese. ¿Me sigues? —Gabrielle dejó escapar un suspiro
vacilante, pero asintió—. Buena chica. —Xena la mordió ligeramente en la
nariz, luego la besó de nuevo, solo porque le hacía sentir bien.

El capitán de Sholeh se abrió paso entre la multitud y se detuvo al lado de


Xena. Miró a las dos mujeres que estaban sentadas en el tronco y su labio se
contrajo con disgusto.

—Vendrás conmigo a su presencia —dijo—. Aunque no eres digna siquiera de


limpiar las pezuñas de sus caballos. 468
Xena se equilibró contra Gabrielle y le dio una patada con ambos pies,
alcanzándolo detrás del tobillo con uno y golpeándolo en la rodilla de la
misma pierna con el otro, arrojándolo bruscamente hacia atrás para aterrizar
sobre su trasero en la tierra.

Comenzó a agarrar un arma, pero ella se levantó finamente y le dio una


patada en el pecho, derribándolo y luego pisando su vientre mientras sacaba
la espada de su vaina, golpeando la daga de su mano mientras la
desenvainaba, mandándola girando a un lado.

—Cuidado —advirtió suavemente—. O me olvidaré que ahora somos aliados.


—Pasó por encima de él pisándolo y comenzó a caminar—. Encontraré el
camino por mi cuenta, gracias. —Envainó su espada y sacudió los hombros,
esperando que a Sholeh no le importara un poco de brusquedad en sus
invitados porque no estaba de humor para ser amable.

A ningún nivel.
La paciencia aún no era virtud cuando Xena llegó a la tienda, así que, hizo
una pausa al llegar a la solapa, considerando cómo esperaría que alguien se
aproximara a ella si este hubiera sido su espacio. El antagonismo constante
era algo que le resultaba muy natural, pero en realidad había aprendido de
Gabrielle que a menudo un momento de cortesía obtenía inesperadas
recompensas.

Y bien. Xena golpeó el poste de soporte con la parte posterior de sus nudillos
y esperó, sus orejas recogieron el movimiento dentro de la tienda, un momento
antes que la solapa se moviera y revelara una figura débilmente iluminada.

—Me estaba preguntado —dijo Sholeh—. Qué clase de criatura estaba


picoteando el poste de mi tienda.

—Un jabalí salvaje —respondió Xena—. Espero que no estuvieras esperando 469
un conejito.

Sholeh la estudió con una expresión neutra, luego dio un paso atrás e hizo un
gesto a Xena para que avanzara.

—Los conejos no me interesan —dijo—. Pero me encanta un buen pedazo de


carne de cerdo. Entra.

Oh, oh. Xena empezó a preguntarse en qué se estaba metiendo, antes de


entrar y dejar caer la solapa de la tienda detrás de ella. Ahora había algunas
velas más, iluminando el interior con un rico brillo dorado, y se detuvo
brevemente para dejar que sus ojos se acostumbraran de la luz más fresca del
exterior.

El interior de la tienda también se había reorganizado. Por un lado, había una


mesa baja, con almohadas alrededor y una bandeja cubierta encima. Detrás
de eso, ahora se veía lo que había estado oculto por una solapa, una cama
de viaje de madera ricamente labrada.

Oh oh.
—Entonces, ¿qué tienes en mente? —Xena caminó hacia una silla de
campaña de cuero tensado entre postes de madera, y se sentó, extendiendo
las piernas y cruzando los brazos sobre su pecho.

Sholeh fue a su escritorio y quitó el tapón a una botella de vino. Vertió algo del
contenido en dos copas, las cogió y le ofreció una a Xena mientras se
acercaba a donde estaba sentada.

—Ten. —Xena aceptó la copa, dándole vueltas con desinterés mientras


estudiaba a su oponente. Sholeh iba vestida de modo informal con cuero y
pieles, las prendas extrañamente cortadas y casi parecía una armadura sin ser
realmente funcional. Llevaba mangas de color óxido alrededor de sus
muñecas que imitaban los brazaletes que llevaba Xena, pero los brazaletes
de la persa eran de cuero suave y flexible y probablemente no pararían ni un
cuchillo de mantequilla si se presionaba sobre ellos. Llevaba un corsé de corte
bajo que dejaba al descubierto la mitad superior de sus senos, y unos
pantalones largos y sueltos que mostraban el gusto exótico oriental. Era
atractiva, y lo sabía, y Xena se sorprendió al descubrir que en realidad no le
afectaba este sutil espectáculo montado en su beneficio. Siempre se había 470
considerado una mujer que reconocía algo bueno cuando lo veía, y Sholeh
era poderosa y sexy y debería haber sido justo del gusto de Xena. Por así
decirlo. Xena tomó un sorbo de vino, encontrándolo fuerte, y con un sabor
ligeramente picante. Mantuvo su expresión casual mientras Sholeh daba
vueltas a su alrededor, un recuerdo repentino saltó en su cabeza, de ella
haciendo lo mismo con Gabrielle. Sintió que Sholeh se detenía por detrás,
como ella se había detenido detrás de su nueva esclava, y sabía que solo su
espesa mata de pelo oscuro impedía que se vieran los pelos en punta de su
nuca, como los de Gabrielle. Interesante perspectiva. Había pasado mucho,
mucho tiempo desde que había estado en presencia de alguien que no solo,
no estaba impresionado por ella, sino que pensaba que la tenía cogida por
las pelotas. Por así decirlo—. Mis hombres dicen que no hay señales de tu
ejército. —Sholeh finalmente habló, quedándose detrás de Xena—. ¿Podrían
haber malinterpretado tus órdenes?

—Lo dudo —respondió Xena honestamente—. Normalmente son muy buenos


en lo de prestarme atención. Tiendo a matarlos cuando no lo hacen. —Tomó
otro pequeño sorbo de vino, su aroma picante le hacía cosquillas en la nariz—
. Tienen mucha gente de apoyo para poner en marcha. Puede que no estén
aquí hasta la mañana.

—Interesante.
—¿Tienes prisa? —Xena echó la cabeza hacia atrás, mirando a Sholeh con
una sonrisa libertina.

La persa le devolvió la sonrisa.

—Aún más interesante —comentó—. Ven. Continuemos durante la cena. Yo


me encuentro famélica.

—Yo me encuentro a mí misma con ambas manos y a veces a una malvada


vieja gruñona. —Xena se puso de pie—. A cada cual lo suyo, supongo.

Sholeh se giró para mirarla, con la cabeza inclinada hacia un lado,


observando a Xena pasar junto a ella y elegir un lado de la mesa,
depositándose sobre la pila de almohadas, con el aire de una regia gata con
las zarpas llenas de barro.

Después de un momento, se sentó al otro lado de la mesa frente a Xena.

—A ver si podemos aclarar alguno de tus misterios, Xena. ¿De dónde vienes?
—Levantó la tapa de la bandeja y reveló platos de carnes y frutas, todos con 471
aromas ricos y exóticos.

—Del Hades, si le preguntas a la mayoría de las personas. —Xena seleccionó


una uva, y la mordisqueó, manteniendo sus ojos en la cara de Sholeh—. ¿Qué
hay de ti? —Las velas titilaban a su alrededor, emitiendo un suave y rico aroma
en el aire, con un toque de incienso que podía sentir en la parte posterior de
su lengua.

Sholeh la miró fijamente.

—Creo que mi curiosidad tiene prioridad sobre la tuya —destacó—. Así que te
sugiero que respondas a mi pregunta, o esta será una comida corta.

Sacó una pequeña y delgada daga de su muñeca y pinchó delicadamente


un trozo de carne, la luz de las velas parpadeaba en la hoja.

—No vengo de ningún lugar —respondió Xena, entrelazando sus dedos—. No


conocerías el nombre si lo dijera y, de todos modos, hace mucho tiempo que
es polvo y maleza.

—¿Es eso así? —Sholeh extendió su cuchillo con su carga hacia su invitada—.
Prueba esto. Mi cocinero se enorgullece de ello.
Había peligro allí. Pero Xena se alzó y puso su cara a corta distancia del
cuchillo, tomando el bocado de la punta con un leve chasquido de dientes.
Se acomodó de nuevo, masticando la carne antes de tragársela.

Era más dulce de lo que esperaba, con muchas especias que no reconoció.

—No está mal.

Sholeh pinchó un poco de carne para ella y pasó un momento saboreándola,


haciendo que Xena esperara mientras tragaba con calma.

—Sabe a hogar. Al palacio de mi padre —dijo—. Aunque no era del gusto de


mi madre. Ella vino de un lugar diferente.

Xena sacudió su daga de muñeca a su mano, con su filo oscurecido por el uso
y los años. Pinchó un poco de la carne, luego un poco de fruta en la punta y
se la llevó a los labios.

—Mi madre fue destripada cuando yo era una niña. —Sacó el trozo de fruta y
lo masticó—. Nunca conocí a mi padre. —La persa se detuvo, sus cejas 472
finamente arqueadas y oscuras se levantaron un poco. Xena comió la carne
de su cuchillo, y lamió la hoja, sus ojos enigmáticamente divertidos—.
¿Pensabas que estaba bromeando sobre lo del jabalí salvaje? —preguntó—.
Podría haber sido amamantada por los lobos con los que crecí en un agujero,
en el que tenías que luchar para salir o morir.

Sholeh levantó lentamente su copa y bebió de ella, observando a Xena por


encima del borde superior.

—Así que ahí es donde aprendiste a pelear —reflexionó—. Yo empecé con el


combate de una manera más habitual. Soy el único hijo de mi padre.

—Una pena para él. —Xena arrastró las palabras—. Los persas no son mucho
de mujeres arrogantes.

Los ojos de Sholeh se entrecerraron.

—Me estas poniendo de mal humor.

Xena realmente no creía haber tenido la intención de hacerlo, ya que, había


estado en esta parte del mundo lo suficiente, como para escuchar las historias.
Estudió la cara de Sholeh, viendo de nuevo la extraña hipocresía.
—No fue un insulto. —Finalmente dijo—. Me metí en una de las peleas más
grandes de mi vida porque conocí a una, y soy una mujer arrogante.

La persa se refugió detrás de su copa otra vez y el silencio se alargó mientras


ambas pinchaban la comida y la atmósfera se volvía más cargada entre ellas.

Finalmente, Sholeh se estiró para servir más vino en sus copas.

—¿Ganaste?

—Estoy aquí —respondió Xena, con una leve sonrisa—. Eso es algo de lo que
Bregos se olvidó. —Cambió de postura, cruzando las piernas y descansando
los codos sobre ellas mientras cortaba cuidadosamente un trozo de fruta
cocinada.

Las cosas picantes estaban bien, pero el sabor era raro a su paladar y se
encontró deseando un plato de guiso de cordero de Gabrielle y uno de los
rollos crujientes en su lugar.

—¿Es extraño no tener una familia? —preguntó Sholeh, de repente—. No me 473


lo puedo imaginar.

Xena tomó un sorbo de vino y lo giró en la boca antes de tragar.

—No sé. ¿Es extraño tener familia? No puedo imaginarme eso. Tenía dos
hermanos. Uno murió por mí y maté al otro. Nunca le vi mucho sentido.

Sholeh se levantó y deambuló hacia su escritorio, su lenguaje corporal


mostraba nerviosismo.

—No tengo hermanos ni hermanas —comentó—. Ahora, tal vez me alegro de


eso.

Xena se giró para mantenerla a la vista, apoyándose contra un poste de


soporte y abandonando su plato. Cruzó los tobillos y pensó en que vendría
después, cuando Sholeh cogió una fusta de monta y la acarició con sus
dedos.

¿Era del tipo que le gustaba rudo? Xena sintió que esos ojos se alzaban y se
fijaban en ella, el suave roce del cuero contra la piel llegaba a sus oídos.
¿Asumía que a Xena también?
¿Por qué no? La mayoría de los demás lo hacían. No podía contar las veces
que había llevado a un infeliz a su cama y este le había asegurado
fervientemente que podía soportar cualquier cantidad de dolor incluso antes
de que se hubieran acercado a la cama.

Idiotas.

—Y bien.

—Sabes, mi madre estaría fascinada por ti. —Sholeh se acercó, apoyándose


contra otro de los soportes, directamente frente a Xena—. Ella es de Chin. Un
premio de guerra de mi padre. —Acarició la fusta pasándosela por la palma
de la mano—. No creo que vea demasiado sentido a la familia tampoco. —
Dio un paso más, sus botas finamente hechas casi tocaban las bastas y
enlodadas de Xena, y su expresión adoptó un toque de depredador—. Pero
ella sí me enseñó muchas cosas, —dijo—. Principalmente sobre cómo obtener
lo que quiero cuando lo quiero.

Xena permaneció donde estaba, esforzándose duramente para mantener su


postura relajada cuando sus instintos de batalla se estaban desatando, 474
reaccionando a la seductora amenaza que se le acercaba.

—Aprendí eso por mi cuenta —dijo—. Pero descubrí que a veces es más
importante saber qué es lo que quieres que cómo obtenerlo.

Sholeh sonrió.

—Sé lo que quiero.

Oh oh. Consideró que había llegado el momento de pescar o de nadar, y


tenía muy poco tiempo para averiguar que sería más peligroso.

—Yo también. —Se debatió sobre si levantarse, y luego decidió que estaba
mejor donde estaba.

—Ven aquí, Xena. —Sholeh dobló su dedo—. Sellemos nuestra asociación


como deberían hacerlo los guerreros.

¿Pesca?

¿Cebo?
Xena mostró la sonrisa más sexy de la que era capaz.

—Cuidado con lo que pides. —Alcanzó la barra del soporte y se levantó,


arqueó la espalda y flexionó las manos mientras sentía la sangre moverse
hacia su piel. Avanzó hacia el centro de la tienda, viendo una expresión de
placer hambriento aparecer en la cara de Sholeh—. Yo muerdo.

—Entonces supongo que veremos cuál de nosotras tiene los dientes más
afilados. —La fusta estalló en el aire, cortando una llama de vela en dos y
haciendo saltar una sola chispa—. De rodillas.

Ah, hah. Va a ser una noche muy larga.

475
—Eso va a ser un problema.

Sholeh levantó la mano y puso la punta de su fusta contra la garganta de


Xena.

—¿Problema?

Xena lo ignoró.

—Tendrás que romperme las piernas para hacer que mi cabeza esté más
cerca del suelo.

—Puedo hacerlo.

—Puedes intentar hacerlo.

Sholeh se rio.

—¿De verdad crees que tienes algún poder aquí, Xena? Mi ejército nos rodea.
Con un chasquido de mis dedos, morirás tres veces.

—No te salvará el culo.


Un pequeño chasquido y al final de la fusta creció un colmillo, ahora
presionado contra la piel de Xena.

—¿Y ahora?

La expresión de Xena, ligeramente divertida, no cambió.

—Todavía no lo haré —dijo—. Soy difícil de matar, y una perra vengativa como
no lo creerías. —Mantuvo su respiración lenta incluso mientras sentía las leves
y profundas sacudidas de sus músculos al forzar nuevamente a su cuerpo a
mantenerse inmóvil.

Sholeh la miró fijamente fascinada.

—Podría rajarte la garganta solo por capricho. ¿No te das cuenta? —presionó
un poco y el diente mordió la carne de Xena provocándole sangre—. ¿Eres
tonta? ¿O crees que lo soy yo?

Xena exhaló, dejando una pizca de espacio entre su cuello y la cuchilla y


levantó el brazo con un movimiento vacilante para agarrar la fusta, 476
retorciéndola de la mano de Sholeh mientras movía rápidamente su otro brazo
que se alzaba y golpeaba su palma contra el esternón de la otra mujer,
lanzándola hacia atrás en un arco corto y potente, despejando el espacio
entre ellas.

Sholeh se tambaleó hacia atrás y giró en el mismo movimiento, levantando


algo del costado de su escritorio y dando la vuelta para disparar una flecha
de ballesta a quemarropa justo en el pecho de Xena.

La mano de Xena atrapó la flecha a unos milímetros de su tripa, y volvieron a


mirarse fijamente en un cuadro inmóvil. Giró la flecha de la ballesta entre sus
dedos y sonrió, meneando una ceja a su oponente.

—¿Qué sigue? ¿Tienes algunas piedras que quieras arrojarme? —Se burló de
Sholeh—. Guarda tus juguetes. No soy una puta consentida de la corte.

La persa bajó la ballesta lentamente, sus ojos no dejaron la cara de Xena.


Cogió su elegante y curva espada de su escritorio y ajustó la mano en la
empuñadura, mientras retrocedía de cara a su oponente.

—Tu desafío me excita —dijo—. Eres una oponente más digna de lo que
pensaba. Excelente.
Xena se puso las manos en las caderas.

—¿Vamos a ir a dos de tres para ver quién es la mejor? No saques eso si no


quieres perderla.

Sholeh desenvainó su espada y arrojó la vaina detrás de ella, azotando la


espada en un apretado ocho mientras avanzaba hacia Xena, con una
peligrosa sonrisa en su rostro.

—Veremos quién termina rindiéndose, jabalí. Desenvaina tu espada.

Ajá. Bueno, al menos se iba a divertir antes de que todo se fuera al Hades.
Xena dejó caer sus manos y meneó los dedos, apartando su enfoque de la
cara de Sholeh y ampliando su visión para estudiar sus movimientos.

Diversión peligrosa. Su dominio de la espada era evidente, pero Xena se sintió


aliviada de que el combate se trasladara a un terreno en el que se sentía
mucho más cómoda. Levantó sus manos y le hizo señas con los dedos a Sholeh
para que se acercara.
477
—Ven aquí, pequeña —dijo—. Veamos qué es lo que tienes.

—¡Como te atreves! —Sholeh entró al ataque, enfrentándose con nada más


que las manos desnudas de Xena. Su espada envistió hacia su oponente y
surcó el aire donde había estado el cuerpo de Xena, mientras la mujer más
alta se apartaba de su camino con sinuosa facilidad—. ¡Ah! —Xena se rio
suavemente, y entrecerró los ojos, cuando finalmente buscó la empuñadura
de su espada detrás de su cabeza y sintió sus dedos cerrándose sobre su
familiar forma.

—¡¡¡¡¡Baarrruuuuuu!!!!!

Era difícil decir en realidad quién era la más afortunada, cuando el sonido de
un cuerno atronó cerca, rompiendo su intenso retablo y haciendo que Sholeh
se girara para mirar hacia la solapa de la tienda, dejando escapar una
maldición baja y gutural.

—¿Y ahora qué?

Xena dejó que sus puños se relajaran extendiendo lentamente los dedos, su
cuerpo temblaba bajo su cubierta de cuero mientras sus reflejos de lucha se
calmaban un poco. Se lamió los labios y esperó que el cuerno significara
alguna distracción morbosa.

—¿Algún problema?

Sholeh levantó su mano en un gesto de silencio, y abrió la solapa con su fusta.

—Será mejor que sea algo urgente, Phenosah. De lo contrario, pagarás por la
interrupción.

—Su excelencia. —Una voz baja y masculina respondió desde afuera—. Traigo
noticias de su padre.

Xena sintió un profundo afecto por este desconocido persa. Le había dado
tiempo para dar un paso atrás y hacer un balance de lo que estaba
sucediendo, un momento demasiado fluido y demasiado peligroso que había
sido interrumpido antes de que se hubiera visto forzada a elegir uno de los dos
desagradables caminos.

—¿Mi padre? —Sholeh miró rápidamente hacia atrás a Xena—. Ve a tu 478


campamento. Mandaré a buscarte de nuevo. —Señaló la salida más alejada
del pabellón—. Por ahí.

Desde luego su ego estaba recibiendo una paliza, pero para variar, Xena dejó
que su buen juicio se hiciera cargo y saludó informalmente a su adversaria
guiñándole un ojo, y saliendo por la solapa hacia la reunión de la noche, con
un escalofrío de alivio que no pudo reprimir.

No le tenía miedo a Sholeh. La mujer se autoproclamaba una guerrera y su


cuerpo demostraba que no era una mentira, pero Xena estaba muy segura
de la arrogancia, de su propia competencia marcial, y sabía que la persa no
era un peligro para ella en un combate cara a cara.

Sin embargo. Xena echó un vistazo alrededor a los miles de soldados que la
rodeaban, sus ojos la miraban con curiosidad mientras pasaba entre sus
ordenadas filas y por sus legiones, pasando por máquinas de guerra con armas
de lanzamiento masivo y bosques de lanzas afiladas con cariño.

Estaba en la guarida del león. Sholeh esperaba que se doblegara a sus


deseos. Xena creía que se mordería su propio brazo antes de ni siquiera pensar
en ello, y eso la dejaba...
Los dejaba, ya que tenía a esos once hombres y a Gabrielle, mirando de frente
a la muerte si se negaba a aceptar los deseos de los persas. La arrogancia era
una cosa, pensar que podía abrirse camino en medio del ejército con
Gabrielle echada sobre sus hombros era algo completamente distinto.

Incluso ella no era “tan” arrogante.

Si hubieran luchado, habría habido solo unos pocos resultados posibles. Habría
derrotado a Sholeh y se hubieran hecho amigas, habría derrotado a Sholeh y
tendría al ejército bajo sus órdenes, y habría vencido a Sholeh y, en el proceso,
la hubiera herido o matado y luego habría hecho que el ejército la persiguiera
y la troceara en pedazos muy pequeños, después de hacerle sin motivo
alguno cosas horribles a su cuerpo.

No puso mucho interés en la opción de amigas. Según su experiencia, dos


perras dominantes y obstinadas, generalmente solo podían acabar
mordiéndose la una a la otra hasta la muerte, así que, probablemente hubiera
acabado muerta o muerta, con solo la satisfacción de vencer a Sholeh para
demostrarlo.
479
Satisfactorio, pero en última instancia sin sentido.

En la oscuridad, divisó la hoguera de su grupo, la evidencia de sus ojos fue


respaldada por el sonido de la voz de Gabrielle en el aire, mientras su consorte
estaba sentada contando una historia a su pequeño grupo de hombres cuyos
contornos estaban casi ocultos en las sombras.

Mientras se acercaba, Gabrielle dejó de hablar y se dio la vuelta, sus ojos


miraron a través de la oscuridad directamente a los de Xena, haciendo que
la reina casi se parase en seco de la impresión por la diferencia elemental
entre la mujer que acababa de dejar y la que la estaba esperando.

Con una leve sonrisa, entró al campamento, levantando una mano para
saludar a los soldados que se removieron sorprendidos y se apartaron para
dejarle paso. Cruzó hasta donde estaba sentada Gabrielle y se arrodilló junto
a ella, descansando su brazo casualmente sobre la rodilla de su amante
mientras miraba alrededor al resto.

—Bien.
—¿La cena no era de su gusto, majestad? —aventuró uno de los soldados—
Tengo algo de sopa aquí si es lo está buscando.

—La cena me hizo escupir una bola de pelo —dijo Xena—. Y todo lo que podía
pensar era en chuletas de cordero. —Miró de reojo a Gabrielle—. Pero
escuchad. La próxima vez que me llamen allí, voy a hacer una escena, y con
un poco de suerte, será suficiente para sacarnos de aquí.

Gabrielle la rodeó con su brazo, un calor reconfortante desproporcionado al


gesto.

—¿Recularemos hasta el paso, Majestad? —preguntó el mismo soldado, en un


tono dudoso.

Xena negó con la cabeza.

—Es el último lugar al que quiero ir —dijo—. Nos dirigiremos hacia el agua y nos
llevaremos a estos bastardos lo más lejos posible de nuestro hogar.

Todos los soldados asintieron. Todos ellos entendieron exactamente lo que 480
estaba diciendo. Incluso Gabrielle estaba asintiendo con la cabeza, cuando
no estaba poniéndola sobre el hombro de Xena y por una vez, tuvo la
experiencia de compartir un plan y hacer que todos estuvieran totalmente de
acuerdo con él.

—Si vas a provocar una escena, ¿cómo vas a escabullirte con nosotros? —
Gabrielle habló, arruinando el momento por completo—. ¿No correrán todos
hacia donde estés?

Ah bueno.

—Simplemente tienes que confiar en mí —dijo Xena—. Todos vosotros


simplemente comenzáis a avanzar y ya os alcanzaré. ¿Todos lo habéis
entendido? —Silencio—. ¿Entendido? —repitió Xena.

Silencio. Finalmente, Gabrielle se aclaró la garganta.

—Creo que solo lo estás diciendo porque vas a asegurarte de que nos
escapemos, incluso si tú no lo haces.

Xena se rascó la ceja.


—¿Volvemos otra vez a eso de “yo soy la reina y tienes que hacer lo que te
digo”? —suspiró con exasperación—. Esto no es una decisión grupal.

—La pequeña tiene razón, Xena —dijo uno de los soldados mayores—.
Ninguno de nosotros es un recluta. Sabemos el trato. No queremos escapar si
tú no estás con nosotros. —Se levantó y se acercó al pequeño fuego, llenando
un cuenco de madera con sopa y llevándoselo para ella—. No puedo hablar
por todos, pero mi vida no vale la tuya.

Xena tomó el cuenco y lo estudió, tratando de llegar a una respuesta


inteligente para el sentimiento, y fracasando por completo, porque en un nivel
profundo entendía la honestidad de eso. Finalmente volvió a mirar hacia
arriba.

—Todos escaparemos —dijo—. No puedo morir aquí. Es a mí a quien van a


perseguir, no a vosotros, y por supuesto a ti tampoco. —Miró a Gabrielle—. Así
que como dije, solo tenéis que confiar en mí.

El silencio esta vez tenía un sabor diferente. Xena levantó el cuenco de sopa
y bebió por su borde, disfrutando su sabor mientras le lavaba las extrañas 481
especias de su lengua, que casi se mordió cuando Gabrielle se inclinó y le dio
un beso en la mejilla.

—Los soldados de por aquí piensan que eres increíble —le susurró Gabrielle al
oído.

Xena miró a sus hombres que las rodeaban.

—Maldita sea, espero que sí —respondió—. Yo soy quien les paga.

—Ah, ah. —Gabrielle se apoyó contra ella—. No nuestros muchachos. Los otros
muchachos —Puso sus labios cerca de la oreja de Xena, haciéndole
agradables cosquillas—. Todos estaban hablando después de que empujaste
a ese tipo grande al suelo.

—Ahhhh —reflexionó Xena pensativa—. Bueno, no es tan interesante.

—Pensé que te gustaría escuchar eso.

—Pensaste bien. —Xena volvió la cabeza y le dio un rápido beso a su


amante—. Ahora solo tienes que hacer lo que te digo que hagas y saldremos
de aquí. —Miró a la mujer rubia—. ¿De acuerdo?
Gabrielle estudió su rostro durante un largo momento, luego sonrió.

—De acuerdo.

Entonces eso estaba resuelto. Xena exhaló. Ahora solo tenía que descubrir
cómo hacerlo de verdad, sin tener que cortarse a sí misma en pequeños
pedacitos primero.

482
Parte 15

Xena desató la correa de la cincha de Tiger, dejándola caer al suelo antes de


levantar su silla de montar, girar un poco y dejarla en el suelo, justo debajo de
un árbol pequeño y achaparrado.

Se giró hacia el semental, solo para encontrar a Gabrielle retorciéndose


delante de ella, con un poco de lino en la mano con el que comenzó a
restregar el oscuro pelaje del animal.

—Oye.

—¿Oye qué? —dijo Gabrielle—. Ya he terminado con Parches. Él es mucho


más pequeño. —Limpió el polvo de la piel de Tiger, sonriendo un poco cuando
Xena se unió a ella. Luego bajó la voz—. ¿Tenemos que quitarles estas cosas? 483
¿Qué pasa si tenemos que salir rápidamente?

Xena agarró un cepillo y comenzó a cepillar el espeso y oscuro pelaje que


tenía delante.

—Si dejamos los arreos puestos, el resto de estos muchachos comenzarán a


preguntarse el por qué —dijo—. Si los quitamos y nos ponemos cómodos, ellos
también lo harán.

—¡Oh! —Gabrielle miró por encima de Xena, viendo a algunos de los soldados
de Sholeh alrededor de su propia fogata, fingiendo no vigilarlas. Ya estaba
avanzada la noche y las estrellas estaban en su totalidad, sobre sus cabezas,
la luna era lo suficientemente brillante como para que pudiera ver a una
buena distancia de donde estaban—. Eso tiene sentido.

—Gracias.

Xena trabajó el lomo de Tiger, sintiéndose cómoda con los movimientos


familiares mientras trataba de librarse de su impaciente nerviosismo, mientras
esperaban. Tal vez, ella esperaba, los dioses sean maldecidos, si la perra de
encima de la colina decidía que quería una segunda ronda.
Se movió alrededor de Gabrielle y comenzó con el cuello del semental, echó
un vistazo al pabellón, ahora rodeado de guardias de Sholeh y lleno de
sombras mientras se encontraba dentro con los líderes de combate.

Eclipsada por una nota de papi. Xena era lo suficientemente humana como
para sentir un poco pisoteado su ego por eso, pero le daba un poco más de
tiempo para resolver las cosas, pensó que a la larga no era tan malo.

Y no había mucho que pudiera hacer al respecto de todos modos, a menos


que quisiera solo irrumpir allí y...

Xena se detuvo, apoyando su brazo contra el cuello de Tiger, y estudiando a


los guardias con una mirada especulativa. Hm. Construyó la imagen en su
cabeza, imaginándose a sí misma subiendo la pendiente hacia la tienda y
enfrentándose a los guardias, tal vez, matando a uno o dos, luego entrando a
la tienda y exigiendo...

La reina se rio por lo bajo con ironía. Exigiendo ropas para tapar los agujeros
de su cuerpo que el resto de los guardias le harían disparándole flechas en el
culo. 484

—¿Qué es tan gracioso?

—Nada. —Xena negó con la cabeza, y continuó cepillando. Los soldados


enemigos la miraban de reojo, y sabía que se estaban preguntando sobre ella,
por qué limpiaba su propio caballo si tenía hombres allí para hacerlo, y por
qué dejaba su equipo entre los otros si era, en verdad, su reina. Pensó en eso
por un minuto. Por supuesto, si hubiera tenido elección, habría levantado una
tienda de campaña y se habría ganado algo de privacidad, pero como no
lo la tenía, nunca se le ocurrió que debería separarse de sus hombres—. Se
está haciendo bastante tarde, ¿eh?

Xena miró hacia su izquierda.

—Sí. —Estudió la cara de Gabrielle, iluminada desde un lado por la luz de un


fuego cercano.

—¿Cansada?

—Sí —dijo su rubia compañera—. Pero no creo que pueda dormir aquí —Miró
a su alrededor—. Es como si fuera a suceder algo, en cualquier momento. —
Sus hombros se levantaron y se relajaron mientras respiraba profundamente—
. ¿No es así?

Xena se volvió y se apoyó en el hombro de Tiger. Tenían el árbol y el caballo


entre ellas, el ejército en un lado, un parche de maleza rocosa en el otro, y eso
era toda la privacidad que iban a conseguir.

—No lo sé.

Gabrielle miró aprensivamente más allá de ella, hacia el pabellón.

—¿Crees que ha cambiado de opinión?

Una leve sonrisa apareció en los labios de Xena.

—¿Quieres que lo haga? —preguntó, viendo los ojos de Gabrielle caer un


poco y sus hombros medio encogerse—. Vamos rata almizclera. Hazme sentir
especial y dime que estás celosa.

Pillada con la guardia baja, Gabrielle solo podía quedarse de pie mirándola 485
de vuelta, con la mandíbula un poco caída mientras intentaba pensar una
respuesta.

—Buh...

—¿Quieres decir que no? —Los ojos de Xena se agrandaron con fingida
inocencia.

—No... Pe... yo... —La mujer rubia dejó de hablar y frunció el ceño.

—Tal vez debería llevarte allí conmigo —reflexionó la reina—. Podríamos hacer
un trío —añadió—. ¿Qué piensas? —Los ojos de Gabrielle se agrandaron, y sus
fosas nasales se dilataron. Incluso a la tenue luz, Xena vio que el pequeño
parpadeo y la arruga que se formaba en la frente de su amante, y alargó la
mano para pellizcarle la nariz—. Relájate. Estoy bromeando —dijo—. Deja de
volverte loca.

Gabrielle cruzó los brazos sobre el pecho y se inclinó también contra Tiger.

—Eso es lo que ella quiere, ¿no? —dijo—. ¿Hacer eso contigo?


—Seguro —dijo la reina—. Quería que me arrodillara y la hiciera feliz. —
Gabrielle parpadeó y sus fosas nasales se encendieron de nuevo. Xena soltó
una risa y se encogió de hombros—. Ya sabes cómo es con nosotras los
déspotas —dijo arrastrando las palabras—. Las otras personas solo existen para
nuestro placer. —Le dio a Tiger una palmada en el costado—. Parecía suponer
que yo aceptaría.

—¿Querías? —Xena se limitó a mirarla, con ambas cejas subiendo hasta la


línea del cabello—. No creo que quisieras —añadió apresuradamente
Gabrielle—. Te gusta estar al mando. —Miró a su alrededor—. Pero oye, es muy
tarde. Podríamos sentarnos allí y simplemente relajarnos un rato, ¿verdad?

Xena la miró con una sonrisa vaga e irónica en el rostro. Se apartó del costado
de Tiger y le hizo señas a Gabrielle para que la siguiera, pasando el brazo por
encima de los hombros de su compañera, mientras la alejaba de los caballos
hacia el árbol achaparrado bajo el que había dejado su silla de montar.

Se sentaron juntas en la escasa hierba, apoyándose contra el cuero y de cara


al pequeño fuego donde el resto de los hombres de Xena estaban agrupados.
Varias cabezas se giraron hacia ellas, mientras se acomodaban, luego
486
volvieron a su conversación baja cuando la reina les hizo señas con la mano y
estiró las piernas.

Se estaba haciendo tarde, y ahora Xena estaba apartando de su mente las


ganas de que Sholeh pusiera las cartas sobre la mesa, esperando que se
mantuviera ocupada el resto de la noche para que no tuviera que lidiar con
ella hasta la mañana.

Lo que probablemente significaba que, no tendría que lidiar con ella hasta
que volviera a caer la noche, que era una buena oportunidad para que Xena
pudiera provocar un altercado y poner en marcha su plan sin tener que jugar
al juego de Sholeh.

¿Realmente le importaba tanto? Xena volvió a abrazar a Gabrielle y tuvo que


admitir, al menos para sí misma, que sí. Ella no era una puritana, y los dioses
sabían que había tenido su parte y más de experiencias sexuales salvajes,
pero...

Gabrielle se acurrucó junto a ella, calentando un lado de su cuerpo de una


manera muy agradable.
Pero.

—No.

Xena se recostó contra la silla de Tiger, sintiendo que la tensión de un día muy
largo provocaba dolores en sus huesos. Por mucho que quisiera que se fueran
de donde estaban, quería quedarse un poco más y simplemente relajarse un
poco.

—¿No qué? —dijo Gabrielle, después de una larga pausa.

—¿Huh?

—Has dicho “no” —aclaró la mujer rubia—. ¿No qué?

Xena tuvo que pensar por un minuto antes de recordar de qué había estado
hablando.

—Ah. —Cogió su odre y bebió un sorbo—. No quería tener sexo con ella.
487
—¿No querías?

—Nop. —Xena flexionó los dedos de sus pies dentro de sus botas y se alegró
de sentirlos—. Hubiera terminado siendo un desastre para los dos. Demasiada
mierda por medio.

—Oh. —Gabrielle frunció el ceño—. ¿No pensaste que era guapa?

La reina se encogió de hombros.

—Estaba bien. Diferente. —Echó un vistazo a su compañera—. ¿Y tú?

—Pienso que ella cree que lo es —dijo su compañera—. Es bastante odiosa,


de todos modos.

—Yo también lo soy.

—No, no lo eres.

—Oh, dame un respiro, Gabrielle, por supuesto que lo soy. —Xena se rio—.
¡Oye, Ardos! —Llamó a uno de los soldados, el cual se giró y medio se incorporó
para mirarla—. ¿Soy odiosa?
—¿Señora??? —Sus ojos se abrieron como platos.

—¿Soy-yo-ODIOSA? —repitió Xena—. ¡Miente y te arrancaré la maldita lengua!

—Xena, sé amable. —Gabrielle le dio un codazo—. Está bien, está bien, eres
odiosa. ¿Contenta? —La reina la miró fijamente, luego hizo un puchero con el
labio inferior y puso cara triste—. ¡Xena!

La mujer alta y de cabello oscuro se rio maliciosamente, disfrutando


abiertamente.

—Vamos, Gabrielle. Ríete, ¿sí? La vida apesta y podríamos morir aquí en


cualquier momento. —Le recordó a su compañera—. Tómatelo con calma. —
Gabrielle realmente no tenía ganas de reír, o tomarse con calma ese asunto,
pero logró sonreír, y golpeó el hombro de la reina con la cabeza. La tensión
constante era agotadora, y se sentía un poco, como lo había hecho al
principio en el castillo cuando todo era aterrador y cada momento podía
llevar a algo malo. Estaba contenta de que Xena estuviera aquí. No quería
pensar en cómo sería estar sola en medio del enemigo sin ella, sabiendo que
estaba en esa tienda con esa mujer haciendo... Lo que sea—. ¿Sabes por qué 488
realmente no quería tener sexo con ella? —preguntó Xena de repente con sus
labios no muy lejos de la oreja de Gabrielle—. Adivina

Ugh.

—¿Te hizo enfadar?

—Nop.

—¿Te dijo algo malo?

—Nop.

—¿Olía a oveja mojada?

—Nop.

—Está bien. Me doy por vencida. ¿Por qué? —Gabrielle se desplazó un poco,
quitando una piedra de debajo de su pierna y tirándola a un lado, haciendo
todo lo posible para dejar de lado, la incomodidad del duro suelo. Sabía que
Xena estaba tratando de distraerla, pero había tantas cosas de qué
preocuparse que ella...
—Ella no eras tú.

Gabrielle hizo una pausa y luego levantó la vista.

—Q... ¿Qué?

Xena tiró de la oreja de Gabrielle.

—¿Hay algo mal aquí? ¿Necesitas un lavado como de costumbre? —Bromeó


con su amiga—. No me digas que te sorprende escucharme decir eso.

¿Lo hacía? Gabrielle pensó sobre eso. En realidad, era difícil comprender que
Xena la prefiriera frente a una exótica, poderosa, que aparentemente no olía
a oveja, princesa, la cual tenía un gran ejército y quería llevársela para
gobernar el mundo.

Estudió el rostro anguloso que la miraba, viendo la travesura en el brillo de sus


ojos y esa sonrisa pícara, cada centímetro de su cuerpo cubierto de polvo del
suelo emitía ese aire de energía pura e impenitente única en ella.
489
—No, supongo que no —dijo finalmente Gabrielle—. Tu casi nunca haces lo
que la gente espera que hagas, así que, supongo que eso tiene sentido. —
Golpeó a la reina con la cabeza de nuevo—. Pero gracias, es muy amable de
tu parte decirlo de todos modos.

Xena se rio entre dientes.

—No puedo creer que me estés llamando amable. —Suspiró con fingida
exasperación—. Toda esa narrativa se está desperdiciando. Es una maldita
vergüenza. —Miró despreocupadamente a su derecha, hacia el pabellón
iluminado por antorchas. Los guardias de alrededor no mostraban signos de
movimiento, y se echó hacia atrás otra vez después de un minuto e inclinó la
cabeza para mirar las estrellas en su lugar.

Era una noche hermosa, clara para un cambio y los diminutos puntitos de luz
se extendían de horizonte a horizonte. Xena de pronto recordó haber estado
tumbada en el campo, cuando era mucho más joven, y ver a esas mismas
estrellas recorrer el cielo noche tras noche, describiendo sus raros pero
marcados patrones.

—Esas son preciosas, ¿verdad? —Gabrielle siguió su mirada, dejando que su


cabeza descansara ligeramente sobre el hombro de Xena—. Lila y yo... —Se
detuvo un momento—. Solíamos escabullirnos por la noche y, a veces, mirar el
cielo y encontrar imágenes en las estrellas.

—¿Lo hacías?

—Sí, —Señaló Gabrielle—. ¿Ves ese conejo?

Xena movió su cabeza para poder ver hacia donde señalaba el brazo de
Gabrielle, estudiando el parche de luces.

—No.

—¿No?

—No.

—¿En serio? Yo si lo veo, mira, sus orejas están ahí, y una cola. ¿No puedes
verlo? —preguntó Gabrielle—. Es tan bonito, que casi puedo imaginarlo
dando saltos, masticando un trébol... ¿No lo ves?
490
—No. —Xena negó con la cabeza—. A mí me parece un gran Tiger viejo y
gordo.

—Xena.

—Lo siento. —La reina volvió la cabeza y luego todo su cuerpo, envolviendo
su brazo alrededor de Gabrielle y besándola—. Soy nueva en esto de tópicos
románticos. Venga.

—Erf.

—¿Sabes lo que puedes hacer con la cola de un conejito?

—Ohh.
Era muy tarde en la noche o temprano en la mañana, dependiendo de cuál
fuera la perspectiva. Xena todavía estaba recostada en el suelo, con la
cabeza apoyada en la silla de montar. Gabrielle estaba acurrucada contra
ella profundamente dormida, ambas cubiertas con la capa de Xena.

El campamento estaba en silencio. Pequeños fuegos ardían bajo, dispersos a


su alrededor y la charla había terminado, permitiendo que el sonido de las
antorchas cerca del pabellón bajara por el campo, trayendo consigo el
aroma de especias e incienso.

En calma. Pacífico. Y, sin embargo, algo había sacado a Xena de su inquieto


sueño, la había despertado y puesto alerta allí, antes de que amaneciera,
mientras dejaba que sus sentidos se agudizaran para detectar qué podría
haber sido.

A su izquierda, podía oír los caballos moverse, solo un poco, un pesado casco
golpeando contra el suelo rocoso en un descontento equino. Pero eso era
ordinario y de esperar, al igual que los suaves ronquidos de los hombres y el
susurro del viento a través del paso.
491
Xena no sentía ningún deseo de levantarse y ponerse en marcha; aunque el
suelo era duro e incómodo, el calor del cuerpo de Gabrielle acomodado
sobre ella, lo hacía soportable y dejó que su cabeza descansara nuevamente
sobre la superficie de cuero de su silla.

La tranquilidad continuó, y estaba a punto de cerrar los ojos cuando su oído


se aguzó al detectar un sonido fuera de lugar en el silencio de alrededor.

Un suave roce, cuero contra piedra. Pasos con un deliberado sigilo tan débiles,
que hubiera sido fácil pensar que lo estaba imaginando, si no se hubiera
pasado buena parte de su vida esperando y repeliendo ataques contra su
vida.

¿Era este otro? Xena repasó las señales que ahora estaba recibiendo, una
bocanada de sudor y cuero en el viento, un toque de miedo y otro débil roce
de una aproximación lenta.

El acercamiento venía de atrás. Xena reprimió el impulso de volverse y mirar,


extendiendo lentamente la mano bajo su capa y sacando la daga de su
funda mientras la última pizca de sueño abandonaba su cuerpo y era
reemplazada por una oleada de cálida energía.
Deslizó una pierna fuera de su capa, apartando la tela encerada de su bota
y asegurándose que tenía espacio para mover su brazo. Luego se quedó
inmóvil nuevamente, cerró los ojos y esperó.

Con los ojos cerrados, los sonidos y los olores se intensificaron, y ahora los
sonidos apagados del campamento se volvieron mucho más claros, mientras
los filtraba para determinar la magnitud de la amenaza que podía sentir
acercándose.

Los pasos se acercaban, cada levantamiento estudiado y cuidadoso, la


colocación de un pie producía solo la mínima evidencia, pero ahora, sonaba
tan fuerte a sus oídos como si el idiota hubiera estado golpeando un palo
contra un árbol cercano.

Se preguntó si era un granuja de la corte de Sholeh, tratando de ganar puntos


con los capitanes del ejército, o un asesino enviado por la propia princesa. Sus
dedos jugaban ligeramente con la empuñadura de su daga, confiando que
la posición en que estaba, obligaría al atacante que se acercaba, a ponerse
casi a su lado para causar un daño significativo.
492
El árbol y la silla de montar bloqueaban cualquier disparo de flecha decente,
y su perfil bajo la hacía un pésimo objetivo, en cualquier caso. El asesino
tendría que rodear el árbol y atacarla rápidamente, probablemente saltando
sobre ella e intentando apuñalarla.

¿Con una daga, como tenía ella, o una espada? Xena había notado que la
mayoría del ejército llevaba espadas curvas y elegantes, comunes en su tierra
de origen, que eran mortales en la batalla, pero notablemente inútiles en las
peleas en el suelo, por lo que pensó, si el hombre valía algo, la atacaría con
una daga, o en el peor de los casos, con una espada corta.

Y bien.

Gabrielle se movió un poco, y se acurrucó más cerca, su brazo se cerró


alrededor del estómago de Xena y una pierna se deslizó hacia arriba
atrapando las suyas. Xena miró su adorable pelofregona y, con un suspiro, le
dio unas palmaditas en la espalda, soltando su daga para levantar la mano y
cubrir la boca de Gabrielle al mismo tiempo.

Los ojos de su compañera se abrieron alarmados, parpadeando y mirando a


Xena.
—Shh. —Xena apenas exhaló la orden. Gabrielle asintió después de un
momento, y tomó aliento cuando liberó su boca. Xena se llevó un dedo a los
labios, luego lentamente bajó la mano y volvió a agarrar su daga, cuando oyó
un movimiento, no muy lejos del árbol bajo el que se refugiaban. Podía sentir
el cuerpo de Gabrielle tenso contra ella, su respiración aumentaba, entonces
le dio una reconfortante palmadita en la espalda. Más cerca. Xena sintió un
hormigueo en sus sentidos cuando el intruso se movió hacia la zona en la que
estaban acampando. Su propia respiración se aceleró apenas un poco, y se
obligó a cerrar los ojos y depositar su destino en la confianza de sus propios
instintos. Oyó que las botas rozaban ligeramente la hierba, a continuación, el
casi imperceptible sonido de una mano apoyándose contra las nudosas
ramas del árbol bajo el que estaban. Ahora podía oír la respiración y el suave
roce de una cuchilla al ser extraída del cuero. Unos pocos latidos de largo,
demasiado corto para una espada y Xena cerró sus dedos firmemente
alrededor de su daga y esperó, sintiendo al asesino moverse alrededor del
árbol y a la vista. Mantuvo su respiración estable, consciente del corazón de
Gabrielle, que latía rápidamente donde su amante estaba presionada contra
ella. Una sombra cayó sobre su rostro, bloqueando la tenue luz de las estrellas
y supo que el asesino estaba parado sobre ella, el olor a cuero, sudor y acero 493
ahora era casi abrumador y sintió una vacilación, percibió el miedo mientras
el hombre, se preparaba a sí mismo para atacar. Gabrielle estaba asustada.
Xena trató de recordar un tiempo en que se había sentido así, y no pudo, pero
dejó el tema cuando el acero la atacó y simplemente dejó que su cuerpo
reaccionara al ataque, abriendo los ojos mientras su bota golpeaba en
ascenso, atrapando al hombre en la ingle mientras este dirigía su cuchillo
directamente a su pecho. Él tosió, pero eso no detuvo su impulso y empujó su
brazo hacia adelante con una intención cruel. Bloqueó la hoja con la suya, un
movimiento rápido y complicado que la hizo alegrarse de haber escogido su
daga cuando el arma del hombre se deslizó contra la suya y se detuvo en la
defensa. Su peso cayó sobre ella por completo, pero respiró hondo y lo
empujó hacia atrás, alzando su cuerpo de encima, de vuelta al aire, y tirando
del brazo del cuchillo con fuerza a un lado mientras el tipo luchaba por
recuperar el equilibrio. Dio otra patada hacia arriba, forzando al asesino a
retroceder un paso, luego comenzó a levantarse del suelo para ir a su
encuentro. Sin embargo, un movimiento apresurado la detuvo, y se relajó
cuando tres de sus hombres agarraron al asesino por la espalda y lo arrojaron
al suelo, uno de ellos clavó la rodilla acorazada sobre el brazo que sostenía el
cuchillo, con fuerza suficiente para enviar el sonido de un hueso roto a través
del claro. El aspirante a asesino respiraba con dificultad mientras se retorcía y
luchaba para liberarse. Pero los soldados de Xena lo sujetaron en sombrío
silencio cuando un cuarto encendió una antorcha en la hoguera y la luz
iluminó a todo el grupo. Xena se quedó dónde estaba, enderezándose un
poco en su posición sentada, pero manteniendo su postura relajada. Vio a
algunos de los hombres de Sholeh removiéndose y girándose a mirarlos
cuando la luz llamó su atención e hizo un gesto a sus hombres para que
levantaran al atacante.

»Veamos qué clase de bobo enviaron aquí. ¿Hmm? —La antorcha reveló un
rostro barbudo, viejo, hosco y con el ceño fruncido. El hombre iba vestido con
cuero oscuro y armadura, su intento de acercarse con sigilo también era
evidente en el hollín que oscurecía su piel y los trozos de piel de animal
envueltos alrededor de las uniones de su armadura. No lo había ayudado.
Xena desenvolvió su capa, exponiendo la cabeza despeinada de Gabrielle,
y reprimió una sonrisa mientras su amante miraba alrededor con precavida
confusión—. Mira lo que he encontrado, rata almizclera. Una serpiente.

Como punto a su favor, Gabrielle logró recuperarse con un nivel de dignidad


aceptable y cruzó las piernas debajo de ella, mientras se pasaba los dedos
entre el pelo para darle una apariencia de orden. Contempló al aspirante a 494
asesino por un momento, con la cabeza ligeramente inclinada hacia un lado.

—En serio no esperabas que eso funcionara, ¿verdad?

El hombre la fulminó con la mirada.

—No ha escuchado tus historias, supongo. —Xena cruzó los tobillos—. ¿Qué
clase de uniforme es este? ¿El de los tipos vagando con sus propios asuntos?
—El hombre permaneció en silencio—. ¿Ignorando las órdenes de tu líder? —
Xena lo presionó—. ¿Sabes lo que les ocurre a los hombres de mi ejército que
intentan eso? —Después de un poco más de silencio, se puso en pie, aburrida
de teatros improductivos. Se colocó su capa y envainó su daga—. Vamos,
Gabrielle.

—¿A dónde vamos? —Gabrielle se puso en pie.

—Tú, yo y los muchachos vamos a llevar a la serpiente hasta la princesa persa


y descubriremos cuál es el problema. —Decidió Xena—. Vamos.

Se volvió y comenzó a subir la cuesta. Podía ver el anillo de guardias todavía


alrededor de la tienda de Sholeh, pero el espacio entre donde estaba ella y
la carpa estaba prácticamente vacío.
Avanzaron de manera constante. Gabrielle caminaba a su lado, dos soldados
arrastraban al asesino detrás de ellas, y el resto de los hombres formaban un
círculo alrededor, con antorchas en alto mientras avanzaban entre los
sorprendidos campamentos hacia la cumbre.

Su avance fue tan repentino que llegaron hasta el anillo alrededor del
pabellón antes de que los soldados comenzaran a apresurarse para
interceptarlos y Xena se encontró cara a cara con el guardia personal de
Sholeh, quien desenvainó su espada curva y la tendió hacia ella.

Xena sacó su propia espada, y siguió caminando.

—No pasarás —dijo el hombre—. La más grande no debe ser molestada.

—Yo tampoco quería ser molestada —dijo Xena en voz alta—. Pero una de tus
pequeñas mascotas aquí decidió intentar apuñalarme mientras dormía. —
Giró su espada y le dio un golpecito a Gabrielle en el pecho—. Quédate atrás,
cosa linda. No te queda bien el rojo.

—¡Alto! —advirtió el hombre—. El ejército te rodea. No seas tonta. 495


—Demasiado tarde. —Xena se lanzó a un ataque que finalmente le permitió
liberar la energía contenida que se había ido acumulando desde que se
había despertado. Cerró ambas manos alrededor de su empuñadura y la
batió con fuerza, golpeando la hoja contra la de él y empujándolo hacia atrás
un paso—. Voy a soportar muchas cosas, pero no a personas que intentan
apuñalarme. Me divierto así.

El hombre paró su golpe y se movió hacia un lado.

—Espera.

—No espero. La paciencia es una virtud que nunca entendí. —Xena se


enfrentó a él otra vez, obligándolo a retroceder un paso más mientras
zigzagueaba su espada en una apretada figura de ocho—. Lucha o apártate,
amigo. Voy a pasar de cualquiera de las dos maneras.

—¡No sabemos nada de ningún ataque! —El hombre se defendió a sí mismo—


. ¿Qué locura es esta? ¡Guardias a mí!

Los hombres de Xena sacaron las armas y se cerraron detrás de su reina,


excepto los dos que todavía sostenían al asesino. Detrás de ellos, las tropas
estaban avanzando, pero por ahora, el foco estaba en el capitán de la
guardia y su alta y elegante adversaria atrapado entre dos líneas de
antorchas.

Sus espadas chocaron, y mientras lo hacían, la tapa de la tienda se abrió de


golpe y apareció Sholeh, vestida con una hermosa bata de seda, pero con el
pelo revuelto de un modo casi cómico.

—¿Qué sucede aquí? —soltó un considerable chillido—. ¿Quién perturba mi


descanso?

El capitán de guardia se apartó de su adversaria y medio se giró al oír la voz


de su ama. Levantó una mano en dirección a Xena.

—¡Ella cuenta una patraña descabellada, mi princesa!

Sholeh miró fijamente la figura alta de Xena, la luz de la antorcha brillando con
fuerza sobre su espada desenvainada y delineando el extraño grupo detrás
de ella.
496
Rodeándolos había legiones de sus tropas, esperando una palabra para
atacar.

Gabrielle sintió que el viento agitaba su cabello, mientras permanecía allí en


ese extraño e incómodo silencio, escuchando el chasquido de las antorchas
y los soldados jadeando detrás de ella. Podía sentir que algo iba a suceder en
cualquier momento y se sorprendió por sentirse aliviada, que la tensa espera
iba a terminar de una manera u otra.

¿Morirían? Sí, quizás. Agarró con más firmeza su vara, que apenas recordaba
haber cogido y traído consigo y se apartó el pelo de los ojos, contenta de
haber tenido la oportunidad de, al menos, descansar un poco.

Estaba soñando con ovejas cuando Xena la había despertado, y estaba muy
contenta por eso, porque era uno de esos sueños, en que estaba atrapada
en medio del maldito rebaño y por todas partes, había lana grasosa y
pestilente y no muy agradable.

Por supuesto, despertarse para encontrar a alguien tratando de matarte


tampoco era muy agradable, pero Xena lo había arreglado todo, así que,
aquí estaban.

Sholeh extendió las manos.

—Quédense quietos, todos ustedes.

—Que mandona, ¿no? —Xena comentó en tono coloquial en medio de todo


ese silencio que siguió. Envainó su espada con un movimiento casual de su
brazo y luego dejó que sus manos descansaran sobre sus caderas—. Encontré
a una pequeña rata tuya arrastrándose por los alrededores de mi fogata.
Pensé que la querrías de vuelta.

La espalda de la mujer persa se puso rígida.

—No sé de qué estás hablando —dijo—. ¿Cómo te atreves a acercarte a mis 497
habitaciones?

Detrás de ella, apareció el mensajero alto, sosteniendo en su mano la


empuñadura de una larga y hermosa espada.

—Mi princesa, ¿qué es este alboroto?

Un diminuto y perverso brillo apareció en los pálidos ojos de Xena.

—Antes prácticamente me has acorralado para mantenerme en medio de


ellos —dijo—. ¿Qué pasa, te ha comido la lengua el gato?

Gabrielle se mordió el labio inferior hasta casi sangrar cuando vio que la cara
de Sholeh se congelaba y su espalda se ponía rígida, adivinando que
seguramente Xena había golpeado un punto sensible.

—¿Qué? —balbuceó el hombre—. ¿Qué es lo que dices? —Dio otro paso


adelante—. Princesa, ¿Quiénes son estas personas?

—¿No te contó acerca de sus delirios de conquista? —preguntó Xena con una
sonrisa libertina en su rostro.
—Vigila tu lengua a no ser que quieras perderla. —Rechinó entre dientes
Sholeh, mirando a su alta adversaria—. Bantar, vuelve adentro. Puedo
encargarme de esto. —Le hizo un gesto imperioso y él, de mala gana,
retrocedió hacia la entrada de la tienda, con los ojos fijos en Xena—. ¿De qué
va esto?

—Mpmh. —Gabrielle emitió un minúsculo sonido, no era una risa, ni una tos, y
luego se aclaró la garganta y se hizo a un lado, revelando al aspirante a
asesino—. Este hombre intentó matarnos —anunció.

Todos la miraron fijamente, y Xena apartó su alta figura de en medio, para que
pudieran verlo bien. Se cruzó de brazos y decidió que se estaba divirtiendo,
independientemente del peligro que los rodeaba.

—¿Qué? —Sholeh dio un paso adelante—. ¿Quién es ese?

—Bueno, él no es uno de nuestros muchachos —pronunció Gabrielle—. Pero


se deslizó en nuestro campamento en la oscuridad de la noche e intentó
apuñalar a Xena. —Hizo una pausa—. No le salió bien.
498
Sholeh caminó entre sus líneas de guardias y se acercó, levantando su mano
cuando los hombres hicieron un movimiento para seguirla. Pasó rozando a
Xena y se acercó al asesino. Cuando llegó a los dos hombres que lo sostenían,
extendió su mano en busca de una antorcha.

El hombre de Xena la miró, luego reclinó la cabeza e hizo contacto visual con
su reina. Xena sacudió su cabeza hacia él, y solo entonces entregó su
antorcha, mirando a Sholeh directamente a la cara mientras lo hacía.

—Tu insolencia podría ser letal —le informó Sholeh.

El soldado se encogió de hombros.

—Soy de Xena —dijo—. Todo es letal.

La persa lo estudió, luego se volvió y miró a Gabrielle, que estaba de pie a un


lado.

—Oh, categóricamente yo también soy de Xena —le aseguró Gabrielle—. ¿Es


este chico tuyo? —Señaló al asesino—. Ya estaba medio cojo, de veras.
Sholeh se paró y miró hacia abajo al hombre. Él tenía la cabeza inclinada
hacia arriba, y la estaba mirando fijamente, con una expresión muy tranquila.

La expresión se desvaneció cuando la princesa bajó la antorcha y empujó el


extremo encendido a su cara, prendiéndole fuego y quemando su carne en
un largo momento de horror.

El rostro de Sholeh no cambió de expresión, incluso cuando los hombres de


Xena soltaron los brazos del hombre y este cayó a sus pies, su cuerpo se
retorcía y sacudía en silenciosa agonía. Lo miró desapasionadamente.

—Él no es nada mío —dijo—. No tolero el fracaso. —Levantó la vista hacia


Gabrielle otra vez, mientras arrojaba la antorcha, esperando claramente que
alguien la atrapara. Luego se dio la vuelta y se dirigió hacia donde estaba
Xena—. ¿Buscas desafiarme? —Se detuvo frente a la mujer más alta—. Me
hablas con falta de respeto delante de mis hombres. ¿Qué harías con alguien
así en tu ejército, Xena?

Por un largo momento, Xena no respondió. Dejó que el sonido de las antorchas
y el movimiento del ejército a su alrededor llenaran el aire de la noche. 499

—Depende —dijo finalmente—. Sobre por qué estaban siendo irrespetuosos.


Tal vez me lo tuviera merecido.

Los ojos de Sholeh se entrecerraron.

—¿Qué estás diciendo? —preguntó en voz baja.

—Nada. —Xena abrió mucho los ojos en fingida inocencia—. Tú preguntaste,


yo respondí. Pero te diré una cosa. —Giró la cabeza hacia un lado y miró al
hombre ahora muerto—. Le habría hecho algunas preguntas a ese bastardo
antes de cargármelo.

—Mm —gruño Sholeh.

—A menos que ya supiera las respuestas. —La voz de Xena fue más profunda
y un poco más fuerte—. Te dije que no soy fácil de matar. Si eso es lo mejor
que puedes hacer, estás perdiendo el tiempo con este excelente ejército. —
La persa se quedó inmóvil. Xena se imaginó que iba a pasar la siguiente marca
de vela, ya fuera peleando por su honor o luchando por su vida, y solo estaba
esperando a ver en qué dirección, iba a saltar Sholeh. Captó un movimiento
por el rabillo del ojo y respiró hondo antes de darse cuenta de que era
Gabrielle cuando la mujer rubia se acercó a ella. Uno de estos días. Xena
obligó a sus piernas a relajarse y se volvió hacia Sholeh—. Entonces, ¿qué va
a ser? —preguntó, deseando que el teatro de la mañana terminara—. Yo no
soy tu juguete. ¿Quieres trabajar conmigo? Bien. De lo contrario, me voy de
aquí.

—¿Realmente crees que tienes esa opción? —preguntó Sholeh, en voz baja.

—Sí, tengo esa opción —respondió Xena, igual de seria—. Mi vida y sus vidas...
—Extendió su brazo para indicar a sus hombres, y, a Gabrielle—. Me
pertenecen. No a ti.

Sholeh sacó su larga y curvada daga.

—Tu ejército no está de camino, ¿verdad?

—No.

—Entonces iré y los destruiré —dijo Sholeh—. Después de destruirte a ti.


500
—Puedes intentarlo. —Xena volvió a su estrategia anterior—. Pero pensé que
necesitabas toda la ayuda que pudieras obtener para gobernar el mundo.
¿Te has olvidado de eso?

La persa lo consideró por un momento, luego encogió sus elegantes hombros.

—Parece que no eres lo que estaba buscando después de todo. —Se dio la
vuelta y caminó hacia su tienda, levantando una mano mientras lo hacía, y
haciendo una señal—. Mátalos. Me vuelvo a mi descanso.

—Ya era hora, joder. —Xena puso los dedos entre los dientes y lanzó un agudo
silbido—. Vamos, chicos, venid a por mí. —Se dio la vuelta y desenvainó su
espada, mientras el campamento estallaba en movimiento a su alrededor, sus
hombres se juntaron inmediatamente en un círculo cerrado.

Desde la pendiente descendente, podía oír el estruendo de los caballos y miró


a un lado, viendo a Tiger a la cabeza abriéndole camino. Soltó otro silbido, y
el semental relinchó en respuesta, golpeando con sus cascos a derecha e
izquierda mientras los hombres se apresuraban a salir de su camino.
El resto de los caballos estaban detrás de él y en la confusión, Xena se dio
cuenta de que realmente tendrían la oportunidad de subirse en ellos, y si lo
hacía... Bueno...

—¡Xena! —Mejor que un cencerro. Xena se giró y dejó que su instinto


reemplazara a sus nervios, cuando sintió que algo le venía desde atrás y
levantó su espada, justo a tiempo para desviar una lanza que volaba
directamente hacia ella. Barrió con su brazo y atrapó el arma, invirtiéndola
con un giro de su muñeca y enviándola de vuelta por donde había venido—.
¡Parches!

Xena sintió que se acercaba algo mucho más grande, y se dio media vuelta
justo a tiempo para agarrar la brida de Tiger cuando el semental corcoveó,
casi pateando a uno de sus hombres en la cabeza.

—¡Deja de hacer eso imbécil! —Dio un largo paso y luego saltó sobre la
espalda de Tiger, levantando rápidamente su espada para desviar una
flecha. Caos. Xena tiró de la cabeza de Tiger y vio a Gabrielle trepando a la
espalda de su pony, mientras sus hombres interrumpían sus apresuradas
batallas para subirse a sus propios caballos. Como era la única
501
verdaderamente montada, envió a Tiger por la línea divisoria entre los
hombres y el ejército que se aproximaba, arrojando su espada de su mano
izquierda a la derecha y cambiando las riendas al mismo tiempo y golpeando
de vuelta el hacha de la mano de un hombre. Sí. Las flechas estaban
comenzando a llenar el aire, y vio dos líneas de tropas formando y dirigiéndose
hacia ellos—. ¿Listos? —gritó.

—¡Sí! —Sus hombres le gritaron.

—¡No tenemos elección! —añadió Gabrielle, exhalando sin aliento mientras


guiaba a Parches tras la forma en movimiento de Xena.

—¡YA!

Xena dejó las riendas de Tiger flojas, esperando que el caballo tuviera el
sentido común de no meter un casco en un agujero y enviarlos a ambos a la
tumba. Se abrió camino hacia donde habían estado durmiendo,
agradeciendo mentalmente, al que fuera de sus hombres que había pensado
en ponerle la silla de montar a Tiger y engancharle sus bolsas.
La única oportunidad que tenían era la velocidad. La única esperanza que
tenían era mínima. Xena soltó un grito salvaje y cortó dos flechas en el aire,
sintiendo la fría humedad de la noche golpeando su piel.

Al menos ella mantendría su promesa.

No iban a lograrlo. Incluso Gabrielle podía ver eso cuando los jinetes del
ejército corrían tronando hacia ellos con la intención de cortar su escape. Las
fosas nasales de Parches se abrían, mientras reaccionaba al peligro que lo
rodeaba y tuvo un momento para asimilar la, ahora muy real, posibilidad de
morir.

Y en ese momento, se dio cuenta de que estaba bien con todo. Los últimos 502
días habían estado tan llenos de terror y ansiedad, que el simple hecho de
saber que eso iba a terminar de una manera u otra era algo tranquilizador.

Tan estrambótico. Gabrielle se concentró en mantenerse lo más cerca posible


de Tiger y se preparó para luchar cuando el ejército se cerró alrededor de
ellos. Estaba contenta de estar con Xena. Estaba aún más contenta de que
Xena no hubiera vuelto a esa tienda con esa mujer.

Agarró su vara, sujetándola con un firme agarre en torno al rayado y golpeado


palo, aunque estaba rodeada por los hombres de Xena y no estaba en peligro
mortal inmediato y realmente no creía que pudiera hacer mucho con la
maldita cosa de todos modos.

Vio a Xena enfrentarse a un jinete que venía directo a atravesar sus filas, su
caballo más grande golpeaba violentamente a un lado a los demás, mientras
luchaba por alcanzar a la reina, con las manos alrededor de una enorme
hacha de batalla cuya hoja, ya manchada, centelleaba a la luz de las
antorchas.

Ah. Era el tipo al que Xena había derribado. Gabrielle sabía que eso iba a
causar problemas. Impulsó a Parches con los talones y preparó su vara,
mientras se abría paso hacia donde Xena estaba peleando con el tipo en
serio.

Estaba casi al lado de la mujer más alta cuando una avalancha de


movimiento estalló a un lado de ella y casi fue arrojada de Parches hacia atrás
cuando dos hombres y caballos luchando se estrellaron contra ellos.
Desesperada, sacó su vara de entre la pata del caballo enemigo y la suya y
puso sus manos alrededor, golpeando fuertemente al animal en las costillas
con el extremo.

Parches se tambaleó a un lado, pero se despegaron y tiró de la vara hacia


ella y gritó cuando el pony se lanzó al galope cuando Tiger comenzó a
moverse más rápido. Con ambas manos en su vara, se encontró cayendo
hacia atrás, y apenas pudo agarrarse de su silla de montar para levantarse
cuando escuchó su nombre, claramente.

¿Qué significaba? Se congeló, insegura de qué hacer y solo eso le salvó la


vida cuando una flecha pasó sobre su cuerpo, casi quemándole el estómago
y continuó para golpear a uno de los soldados enemigos que luchaban cerca.
Su cabeza golpeó contra el trasero de Parches, y éste la empujó hacia
503
adelante, recuperó el equilibró, luego sintió algo que se le acercaba y se
agachó y pateó instintivamente a su montura.

El cuerpo más pequeño de Parches se escabulló entre dos de los caballos más
grandes, y en medio de todos los gritos y el movimiento Gabrielle vio la forma
oscura y distintiva de Tiger. Una lanza rozó su pierna, y sintió una punzada en
la espalda y lo siguiente que supo fue que todos corrían, rápido, bajando la
ladera.

Ella aferró su vara con una mano, agarró las riendas de Parches con la otra, y
apretó las rodillas como Xena le había enseñado. Ahora estaba rodeada por
los hombres de Xena, pero podía sentir la ansiedad a su alrededor y escuchar
el feroz desafío en los repetidos y fuertes gritos de Xena.

Parches soltó un relincho mientras traspasaban algunos matorrales, y Gabrielle


sintió las espinas tirando de la tela de las mangas de su camisa. Oyó el sonido
del acero al encontrarse con el acero, y al levantar la vista vio que la luz de la
luna se reflejaba en la espada alzada de Xena mientras descendía.

Algo le salpicó, luego siguieron avanzando y oyó el grito de un caballo y tres


de los soldados frente a ella se separaron, dejando un espacio abierto para
que pudiera ver al frente. Sus ojos se abrieron ante las filas de tropas que se
dirigían hacia ellos con sus lanzas levantadas y luego su vista fue bloqueada
nuevamente por los soldados apretados.

Esto era una locura. Gabrielle se concentró en mantener a Parches tan cerca
de Tiger como fuera posible y preguntándose cuántos minutos les quedaban
antes de que chocaran con el enemigo y esas lanzas comenzaron a
atravesarles y...

Esperaba que fuera rápido. No quería hacer mucho daño, y no quería ver sufrir
a ninguno de sus compañeros soldados, ni a Xena...

Una punzada golpeó su pecho, y se tragó el nudo en su garganta y tuvo un


momento de ira irracional hacia el enemigo, y el caos, y la vida que parecía
estar golpeándola tan cruelmente.

Pero luego suspiró y agarró su vara con más firmeza y recordó que al menos
había tenido el invierno pasado y el conocimiento de un amor que poca
gente podía experimentar, y de todos modos Xena estaba delante y nunca
sabías qué pañuelo iba a sacarse de la oreja la reina de la manera más 504
inesperada.

—¡IZQUIERDA! —Gritó Xena, tan increíblemente fuerte que hizo vibrar sus
tímpanos y sintió que Tiger se pegaba tan fuerte contra ella que casi golpeó a
Parches cabeza abajo por la pendiente, y todo el grupo giró y se dirigió en
una nueva dirección mientras el ruido del ejército se hacía cada vez más y
más fuerte. Gritos. Gabrielle escuchó el sonido de algo rompiéndose, y luego
una descarga de flechas los roció, una de ellas se deslizó para clavarse con
impactante fuerza en el costado de su silla de montar. Con los ojos muy
abiertos, colocó sus brazos cerca de su cuerpo y esperó que su armadura la
protegiera de cualquier otra. De pronto, pudo oler el agua, y apenas tuvo
tiempo de meter la vara bajo el brazo y agarrarse mientras Parches se
sumergía en una orilla fangosa y en el agua fría que ondulaba contra ella—.
¡DERECHA! —Gabrielle consiguió que Parches cabeceara a un lado justo
antes de ser golpeada por los caballos al otro lado de ella y se encontró hasta
la cintura en el agua, su pony medio nadando y medio corriendo en una
neblina helada que se le metió en los ojos y llenó su boca. Uno de los soldados
desapareció a su izquierda, y solo alcanzó a ver brevemente una lanza, y los
ojos en blanco del caballo antes de que desaparecieran, una extraña
salpicadura cálida golpeó su hombro antes de que fuera aclarado por el frío
otra vez. Algo pasó junto a su oreja, y se agachó instintivamente, luego tuvo
que aguantar mientras Parches se desviaba hacia un lado, mientras el hombre
frente a ella se caía del caballo con una flecha en la nuca. Gabrielle trató de
agarrarlo mientras su cuerpo era empujado hacia atrás por la corriente, pero
la parte de su camisa fue arrancada de su agarre por el agua rápida y tuvo
que soltarla. Era duro. Se sintió tan indefensa. Estas personas, estos hombres
que había empezado a conocer estaban muriendo a su alrededor y en este
momento, con todas las flechas y lanzas y gritos parecía no haber esperanza.
Solo estaban prolongando el final. ¿O no?—. ¡IZQUIERDA!

Gabrielle los sintió cambiar de nuevo, y pudo ver los ojos de Parches rodar de
miedo mientras luchaba a través del agua, cada vez más profunda y enfocó
su miedo en él, dándole palmaditas en el cuello y llamándolo para animarlo.

—¡Vamos, Parches! —De repente, estaban cercados. Sintió la presión de los


caballos a su alrededor y luego una mano agarró la parte posterior de su
armadura, medio levantándola de su silla de montar.

¡No! —Se agarró a Parches con fuerza—. ¡Déjalo seguir! —El agarre se relajó.
No podía ver nada. La oscuridad se cerró a su alrededor y pudo oler el
penetrante e intenso aroma del musgo y los cuerpos apretados contra ella, los
505
hombros de caballo presionando contra los de ella, y atrapándola
dolorosamente mientras su pony luchaba por mantener sus pies. El agua la
abrumó, luego el olor a barro la alertó brevemente antes de que la salpicaran,
con una ola de frío húmedo, vio que un brazo se estiraba hacia abajo y
agarraba uno de los lados de la brida de Parches mientras el agua caía a su
alrededor y sintió que el pony cambiaba de natación a escalada, el ángulo
de subida casi la hizo caer hacia atrás de su grupa—. ¡CUIDADO!

No había mucho más que pudiera hacer. Gabrielle enroscó sus manos
alrededor del borde de su silla de montar y apretó con más fuerza el cuero
mojado, sintiendo la tensión en sus hombros mientras estaba inclinada casi en
vertical, mirando hacia arriba a una masa de animales en apuros que
amenazaban con caer sobre ella.

Grandes y enormes sombras se alzaban a su lado y por un momento Gabrielle


casi se rindió ante el terror de todo eso, cuando escuchó un ruido horrendo
detrás de ella, y sintió sobrevolar algo sobre su cabeza que se convirtió en un
puño que la agarraba a su derecha.

La presión se hizo insoportable y sintió que sus hombros comenzaban a ceder


cuando Parches, de una sacudida, la recolocó en su asiento. Sintió que algo
le golpeaba la espalda, el pony reunió fuerzas y se lanzaron hacia arriba en
una ráfaga de frío helado y calor nauseabundo mientras el olor a cobre y
musgo se entremezclaban en su nariz.

Luego fue lanzada hacia adelante, estaban en posición vertical, el agua se


había ido, estaban corriendo en una mezcla de respiraciones fatigosas y
maldiciones, y de lo único que realmente era consciente era del agarre de
Xena en el cuello de su armadura y la sensación de aire seco y fresco en su
cara.

De lo que vendría después, no tenía idea. Todo lo que podía hacer era resistir
firme y esperar.

506
—Esperad. —Xena giró a Tiger y lo hizo detenerse, sintiendo que su caja
torácica se agitaba gravemente bajo sus rodillas. El resto de su pequeña
fuerza obedeció con gratitud, tanto hombres como caballos se alegraron de
tener un pequeño momento de descanso mientras se acurrucaban detrás de
un grupo de rocas en la mitad de la pendiente, ahora eran ocho en lugar de
los catorce con los que habían comenzado. Xena se apoyó en la piedra y miró
más allá, a las fuerzas que se agolpaban en el extremo opuesto del arroyo.
Sabía que tenían que seguir adelante, pero también, que los caballos estaban
al borde del colapso y todos necesitaban un momento para simplemente
pararse y recuperar el aliento. Incluso ella. Xena podía sentir que le temblaban
las manos por el frío del agua y el esfuerzo, y se las metió debajo de los brazos
para calentarlas tratando de ignorar los moretones que había sufrido en la
pelea. Le dolían los hombros por mantener a raya a los soldados a caballo de
Sholeh el tiempo suficiente para que escaparan, y había sufrido un corte largo
en una pierna que dolía como un loco. Que desastre. Tenían poco tiempo. La
pequeña grieta que había encontrado para escapar del arroyo sería
vadeada, se despejaría demasiado pronto, y ya había dejado seis cuerpos
tras ella. Solo era cuestión de tiempo. Podría haberse girado y plantar cara,
junto al agua, pero algo la había impulsado a avanzar, y a pesar de la
persistente sensación de que solo estaba prolongando lo inevitable, había una
parte, que simplemente no estaba lista para darse por vencida. Sintió un
repentino calor contra la piel de su muslo y bajó la vista para encontrar a
Gabrielle recostada en silencio contra ella, su piel salpicada de sangre y barro
estaba pálida bajo la suciedad. Tenía los ojos cerrados y parecía solo querer
el contacto, aunque sonrió un poco, cuando Xena dejó descansar una de sus
manos sobre la cabeza de su amante. Sospechaba que esta, era una historia
que su adorable y sorprendentemente valiente compañera de cama no iba
a terminar contando a nadie, excepto quizás al barquero de la laguna Estigia
cuando subieran a bordo—. Un agradable paseo —comentó, mientras los ojos
de Gabrielle se abrieron parpadeantes para mirarla—. Lo has hecho bien, rata
almizclera.

—Todo lo que hice fue aguantar. —Opuso Gabrielle—. No hice nada útil.

—Te agarraste —le dijo la reina—. La cosa más jodidamente útil que podías
hacer por mí. ¿Sabes que hubiera pasado si te hubieras caído?

Gabrielle suspiró, su aliento calentó la piel de Xena.

—Probablemente me hubieran pisoteado y habría muerto —dijo—. Aunque


me siento como si me hubieran pisoteado de todos modos. 507

—Ambas habríamos muerto —le dijo Xena—. Hubiera sido un final romántico,
aunque estúpido, para mi impresionante vida, ¿eh? Cortada en pedazos
protegiendo a mi compañera en un agujero de barro. —Limpió un poco de
sangre de la mejilla de Gabrielle—. Habrían dicho, chico, esa Xena... sabía
pelear, pero maldita sea, murió como una idiota perdidamente enamorada,
¿eh? —Los ojos de Gabrielle se llenaron de lágrimas mientras miraba a Xena
en silencio, con una emoción tan intensa, que por un breve segundo hizo que
el horror de la noche se desvaneciera. Entonces Xena miró hacia otro lado, y
bajó por la pendiente y exhaló—. Está bien, el tiempo de descanso ha
terminado —les dijo—. Vamos a seguir tan lejos como podamos. —Tomó las
riendas de Tiger—. Cuando nos alcancen, simplemente nos llevamos a tantos
de ellos con nosotros como podamos.

En silencio, se volvieron, los cansados caballos tropezaron un poco mientras


comenzaban a subir otra vez hacia una neblina apenas coloreada con el
amanecer.
Xena se agazapó detrás de una roca, su mano protegía sus ojos de la lluvia
mientras observaba la línea triple de soldados enemigos que barría la ladera
debajo de ella, cubriendo cada pulgada cuadrada de terreno. Todavía
estaban muy abajo de donde se escondían, pero sabía que era solo cuestión
de tiempo, ya que el camino que había elegido no había sido el mejor.

Estaban en una gruesa franja de árboles, en el borde de una pronunciada


pendiente llena de rocas y piedras desprendidas de los acantilados cercanos
que bordeaban el mar. El ejército de Sholeh estaba buscando un poco a la
derecha del camino que habían tomado, por una ruta más lógica y al menos
les daba otra breve oportunidad para recuperar el aliento para que
descubriera adónde ir.

Si se mantenían en el camino tendrían que dejar atrás a los caballos. Xena


quería hacer eso tanto como quería cortarse el pie izquierdo, pero el camino
508
era imposible para los animales y apenas era su única esperanza de durar un
poco más.

Xena miró sus manos arañadas y cortadas, flexionándolas. ¿Valía la pena?


Quizás debería simplemente ponerse de pie aquí, y terminar de una vez. Echó
un vistazo detrás, estudiando el pequeño grupo de soldados agazapados
junto a las rocas, y la figura inmóvil de Gabrielle junto al fangoso y exhausto
Parches.

¿Había alguna razón para prolongar este juego hasta el amargo final?

Sí. La reina exhaló con fuerza. Luego se puso de pie y se dirigió hacia la ladera
donde el resto del grupo estaba esperando. La lluvia caía contra ella, pero la
veía como una amiga, ya que los ocultaba mucho más de lo que lo hubiera
hecho la luz del sol de la mañana.

Gabrielle alzó la vista cuando se acercó, su pálido cabello oscurecido por la


lluvia y pegado a su cara. Tenía sus brazos alrededor del cuello de Parches, y
sus ojos lo decían todo mientras veía acercarse a Xena.
—¿Nos vamos ya? —preguntó con un claro indicio de tristeza en su tono—.
¿Subimos por el acantilado?

Xena se recostó contra el árbol bajo el que se refugiaba, contenta de tener


un descanso de la lluvia torrencial que enfriaba su piel.

—Bien. —Miró a los hombres, que rápidamente se reunieron a su alrededor—.


Podríamos empezar a escalar, sí. —Se calló y la lluvia sonaba muy fuerte en las
hojas a su alrededor—. Pero prefiero ver si podemos encontrar un camino a lo
largo de esa cresta de allí. —Señaló, improvisando todo sobre la marcha
cuando vio la mirada en los ojos de su amante—. Llevamos los caballos con
nosotros. Nunca se sabe cuándo podríamos necesitarlos. —Los hombres
asintieron, mostrando alivio en sus rostros. Eran jinetes, y sentían por sus
animales casi lo mismo que Xena sentía por Tiger—. Para el almuerzo, si no hay
otra opción. —Todos se volvieron y la miraron fijamente—. Solo bromeaba. —
Xena produjo una risita macabra—. Prefiero comerme mi silla de montar.

—Oye eso Parches, tú también vienes. —Gabrielle abrazó al pony,


aparentemente haciendo oídos sordos al humor negro de su compañera de
cama—. No te dejaremos atrás. Lo prometo.
509

Y al parecer, Gabrielle sentía lo mismo por su pequeño enano. Xena se acercó


y alborotó el cabello mojado de su compañera. La lluvia, al menos, había
lavado todo el barro y las manchas de batalla, pero podía ver la tensión y el
agotamiento en la cara de la mujer rubia y logró sonreír de verdad por el bien
de Gabrielle.

Gabrielle soltó a Parches y la abrazó en su lugar, esa calidez se sentía


maravillosa con todo ese frío y humedad. Xena le devolvió el abrazo,
haciendo caso omiso de las miradas de los hombres que las rodeaban,
aunque las expresiones eran simplemente cansadas y divertidas en lugar de
resentidas.

Toma tus abrazos donde puedas encontrarlos, ¿eh? Xena envolvió su brazo
alrededor de los hombros de Gabrielle y sacudió su barbilla en dirección a la
cresta.

—Vamos.
Cogió las riendas de Tiger y comenzó a guiar el camino, moviéndose con
cuidado sobre el suelo rocoso para que el semental pudiera encontrar su
equilibrio.

La lluvia no lo estaba poniendo fácil. El suelo estaba lleno de agua y tierra


suelta, el barro se deslizaba por las botas mientras avanzaban entre los árboles.
Sin embargo, los troncos se alzaban a su alrededor, bloqueando lo peor del
clima y protegiéndolos de la vista, y después de un cuarto de marca de vela,
se había establecido en un progreso constante.

Si mantenía la espalda inclinada, razonó Xena, era casi un poco pacífico.


Barrió el bosque delante de ella, sin sorprenderse que se volviera más denso,
ya que era una continuación de la espesa vegetación por la que habían
atravesado la noche en que encontraron el camino.

Apenas había espacio suficiente entre los árboles para pasar con los caballos,
pero con esa luz, también era el único lugar decente en el que podían evitar
ser detectados, al menos por el momento.

Xena tiró de Gabrielle un poco más cerca y la apretó mientras subían juntas 510
una pequeña cuesta, agachándose entre un árbol y un arbusto grueso y
pesado.

—Espera. —Gabrielle tiró de su compañera para detenerla—. Aguarda un


momento. —Xena la soltó y observó con desconcierto, mientras se apresuraba
entre los arbustos y comenzaba a hurgar en ellos. Echó un vistazo a los
soldados, que estaban haciendo una pausa y se mantenían vigilantes, sus
expresiones silenciosas y meditabundas. Habían dejado a seis amigos atrás. La
reina sabía que todos los hombres que la acompañaban comprendían los
sacrificios que exigía la guerra, y que ellos también andarían por ese último
paseo pronto, pero aun, así y todo, dolía. A ellos, y a ella. Sacar a algunos, de
en medio de un gran ejército fue un logro asombroso para su orgullo, pero
eran buenos hombres y siempre dolía saber que no había conseguido sacarlos
a todos. ¿Estaban mirando a Gabrielle y pensando que algunos de ellos
habrían sobrevivido si no la hubieran estado protegiendo? Xena esperaba que
no, ya que, había estado a la cabeza arriesgando su cuello allí mismo con
ellos. Dudaba que hubiera supuesto una diferencia de todos modos, excepto
que tal vez, hubiera optado por simplemente colocarse de espaldas contra
un árbol y defender su posición en su lugar—. Aquí. —Gabrielle emergió, con
un montón de hojas enganchadas entre sus mechones rubios húmedos.
Extendió ambas manos, ahuecadas, hacia Xena—. ¡Coge algunas! Xena miró
el botín. Gabrielle llevaba entre sus manos un buen puñado de grandes y
rollizas moras y ella cerró la mandíbula a un comentario sarcástico y se limitó
a tomar unas cuantas—. Venid muchachos —llamó a los soldados—. Podéis
tomar un puñado también.

Los soldados se apiñaron cerca y vieron lo que Gabrielle había encontrado.


Las voces murmuraron en reconocimiento, cuando tomaron una o dos, pero
luego comenzaron a buscar entre los arbustos por sí mismos, recogiendo sus
propios racimos antes de que comenzaran a moverse de nuevo.

Absurdo. Xena se metió otra baya en la boca y negó con la cabeza, mientras
Gabrielle la alcanzaba y estaban una al lado de la otra.

—Justo lo que necesitaba.

—¿Desayunar? —preguntó Gabrielle.

—La lengua morada. —La reina sacó la suya y, efectivamente, estaba teñida
de un color profundo—. Oye, tal vez pueda hacerles eso a los matones Persas
y les asuste. ¿No crees? —Uno de los hombres cercanos soltó una risita y luego 511
guardó silencio. Xena continuó comiendo su aperitivo, pensando en lo que
probablemente vendría después.

—Oye, ¿Xena?

—¿Qué?

—¿A dónde vamos?

Xena las guio a ambas rodeando un grueso tronco cubierto de musgo.

—Lejos de esos tipos que intentan matarnos —dijo—. Y abajo hacia el río.

Gabrielle pensó en eso.

—¿No están los tipos malos junto al río?

—Siiii. —La reina estuvo de acuerdo—. Los malos están en todas partes. Están
detrás, delante de nosotros, y a ambos lados. —Terminó la última de sus
bayas—. La única salida real que tenemos es el único camino por el que yo
no os llevaría.
—Retroceder por ese camino.

—Siii.

Gabrielle consideró esto en silencio por un momento.

—Entonces realmente no hay un buen plan, ¿no? —preguntó—.


¿Simplemente vamos a seguir y ver qué pasa?

—Sii.

—Probablemente va a ser malo, pase lo que pase, ¿eh?

Xena volvió a abrazar a Gabrielle por los hombros.

—Probablemente —respondió honestamente—. Pero no pienses en eso.


Vamos a esperar a que todo se vaya al Hades, y entonces podemos
disfrutarlo.

Gabrielle se frotó unas gotitas de la cara y se sorbió la nariz, pero envolvió su 512
brazo alrededor de la cintura de Xena y se mantuvo tranquila y con el mejor
de los ánimos siguiendo las zancadas de su compañera más alta sin quejarse.

—Xena —gritó uno de los soldados, en voz baja—. Se acercan.

La reina se soltó de Gabrielle y se deslizó a un lado, acercándose a donde los


soldados estaban agachados encima de un peñasco y mirando más allá.

—Maldición. —Una fila de soldados de Sholeh se movía entre los árboles justo
debajo de ellos, barriendo metódicamente la ladera.

—Solo tengo unas pocas flechas, Majestad —dijo el soldado—. Usé a la


mayoría cruzando el arroyo.

—Lo sé. —Xena apoyó los codos en la roca y calculó. Los soldados enemigos
eran cautelosos, pero por sus actitudes era obvio que se consideraban
cazadores y a ella la presa. Hm—. Está bien. —La reina pasó la lengua por sus
labios manchados de púrpura—. Vamos a atar los caballos aquí mismo, y
salgamos a dar un pequeño paseo. —Se deslizó del peñasco y se agazapó
junto a él, mirando atentamente a través de los árboles—. Tengo una idea —
añadió, envolviendo su capa alrededor y atándola ceñida—. Y no tenemos
mucho que perder.
—No lo tenemos, señora. —El soldado sobre el peñasco se deslizó y se unió a
ella—. No lo tenemos.

Xena sonrió.

—Pero ellos sí.

513
Parte 16

La lluvia caía con más fuerza, empapando los árboles con una llovizna tan
espesa, que casi parecía niebla, mojando la línea de soldados que se movía
imperturbable mientras barrían pacientemente el bosque. Caminaban con las
armas listas, sus cabezas se movían de un lado a otro mientras buscaban
metódicamente entre los árboles.

Era una fuerza grande, y estaban confiados. Había hombres dispersados a lo


largo de la pendiente que conducía al paso, con líneas de arqueros
apostados cerca del borde del campamento en caso de que algo se
escabullera.

—Que pérdida de tiempo —murmuró uno de los capitanes, sacudiendo la


cabeza—. Ya deberían haber superado el desfiladero. 514
—¿Crees que nos darán muchos problemas? —preguntó el hombre que
estaba a su lado—. Basin dijo que todos habían salido disparados.

El primer hombre se rio entre dientes.

—Nos hicieron la vida más fácil. Deberíamos ser suficientes para tomarlos una
vez que lleguemos allí. Ya era hora. Estoy harto de todo este desfile. Es hora de
conseguir un poco de botín.

—Espero que aquel andrajoso nos contara la verdad, con toda esa charla de
gemas y todo eso —refunfuñó el otro hombre—. Un camino demasiado largo
para recorrer si no es así.

—¿Crees que él le habría mentido a Ella?

—Mmph.

—¿Crees que realmente quería a ese mal bicho salvaje con ella?

El soldado resopló.
—Tal vez para empezar. Pero es demasiado para ella como para ponerle una
correa —dijo—. Hubiera sido una equivocación, seguro.

Chico listo. Xena deslizó sus botas otro tramo de cuneta, con los ojos fijos en
las espaldas de los soldados enemigos a menos de dos cuerpos de ella.
Calculó la cantidad de espacio detrás del último, luego hizo una señal detrás
de ella y comenzó a moverse de nuevo.

Los hombres se habían espaciado igual que el enemigo, sus cuerpos bañados
por la lluvia se movían con inquietante silencio mientras seguían a las tropas
de Sholeh.

Gabrielle, por una vez, estaba escondida acurrucada detrás de un árbol,


prudentemente ladera arriba, lo suficientemente cerca para que pudiera ver
lo que estaba sucediendo, pero fuera del alcance de una lanza errante.

La reina flexionó sus manos, luego sacó dos dagas y envolvió sus dedos
alrededor de las empuñaduras, acelerando un poco el ritmo hasta que estuvo
detrás de uno de los soldados. Se había detenido para ajustarse un poco la
armadura, haciendo una pequeña pausa entre él, los hombres que venían 515
atrás y el que estaba justo al frente.

Los hombres de Xena estaban a un árbol de distancia, ligeramente por


encima del sendero, por el que caminaban sin advertir a los silenciosos
guerreros cubiertos de barro, que lentamente iban haciendo pasos con ellos,
moviéndose al ritmo del bosque.

La propia Xena hizo el primer movimiento. Se deslizó hacia arriba sobre una
roca, apoyando los pies en el suelo a menos de un brazo de su objetivo, lo
suficientemente cerca para oler el cuero y el metal que llevaba, y el aroma
del almizcle masculino.

La reina levantó su mano y la dejó caer. Con la lluvia cubriendo cualquier


sonido, pasaron a través de los árboles y se acercaron a los soldados
enemigos. Xena se concentró en el suyo, un hombre grande con una barba
espesa. Ella se deslizó por detrás y golpeó la parte superior de su cabeza,
extendiendo la mano con un movimiento rápido y salvaje, cortándole la
garganta, mientras él inclinaba la cabeza hacia atrás para ver qué había
caído sobre él.
Su cuerpo se puso rígido, pero la mano de Xena estaba sobre su boca y no se
escapó ningún sonido, cuando lo empujó hacia atrás entre los árboles y fuera
del camino, su sangre calentaba su antebrazo mientras lo colocaba detrás de
una roca. Una rápida mirada hacia atrás, le mostró una línea de cuerpos
eficientemente organizados, y a sus hombres limpiando sus filos.

Bonito. Xena les dio un asentimiento de aprobación y un pulgar hacia arriba.


Miró a su izquierda, arriba de la pendiente, pero la cabeza de Gabrielle estaba
oculta por el ángulo del suelo y no estaba muy segura de sí estaba ofendida
o agradecida por ello.

Mas tarde.

Ocho abajo, un par de miles por delante. Xena hizo un gesto a sus hombres
para que la siguieran, y comenzó a perseguir al siguiente en la fila, siguiendo
a los cazadores por un débil sendero trillado entre la maleza. Habían
comenzado en la parte posterior de la línea, y ahora quedaba por ver cuánto
tiempo podrían mantener el ataque silencioso.

Se subió a la pequeña repisa de roca que bordeaba el sendero, recorriendo 516


la parte superior con equilibrio innato, su cuerpo totalmente relajado. Con su
capa envuelta alrededor de su cuerpo y amarrada en su sitio, se mezcló con
el verde grisáceo de la lluvia y el bosque, con el pelo recogido hacia atrás
despejando su rostro.

Acechando a su próxima víctima, Xena sintió que se deslizaba hacia una


versión mucho más antigua de sí misma, y era una sensación casi vivificante
eludir el peso de ser quien era, aunque solo fuera por un momento. En los días
posteriores a que se hiciera cargo de los luchadores del hoyo, se habían
producido muchas incursiones como esta.

Ella, algunos tipos, cuchillos, y algunos desafortunados mercaderes en el


camino que tenían cosas que quería.

No había nobles por los que preocuparse, ni preciosas princesas persas, solo
una oscura noche, un largo camino, y un par de marcas de vela para
ocultarse y comer hasta llenarse del botín. Sin remordimientos, ni pensar en el
mañana.

Ah, los buenos tiempos. Xena se agachó detrás de un árbol y trepó por un
grupo de rocas, estirándose para agarrar una rama con ambos brazos, se
balanceó sobre una brecha en la cresta antes de dejarse caer, una de sus
botas se resbaló un poco sobre la roca cubierta de musgo.

Sus ojos se abrieron de par en par al sentir que su cuerpo comenzaba a


deslizarse hacia un lado y captó un movimiento por el rabillo del ojo cuando
el último soldado en línea se volvió hacia ella.

Sus ojos se agrandaron y levantó su ballesta hasta su hombro, apuntándola


rápidamente mientras luchaba por recuperar el equilibrio. Apretó su dedo y
disparó y, Xena no estaba en condiciones de hacer ningún sofisticado truco
para detener la flecha.

Así que hizo uno no sofisticado, mayormente falto de gracia, en su lugar,


obteniendo suficiente tracción con el tercio anterior de un pie para lanzarse
de cabeza hacia un lado de la roca, aterrizando sobre su hombro en el
camino y rodando tan rápido como era capaz para evitar una segunda
flecha.

Terminó tumbada sobre su espalda y lo único que la salvó, fue el suelo


resbaladizo cuando él se lanzó hacia adelante y sacó su espada corta y la 517
punta no le dio en el cuello por el más fino de los márgenes. Enganchó el brazo
a su alrededor, rodó de nuevo, y él acabó encima, los dos luchando en un
silencio espeluznante mientras la lluvia retumbaba sobre ellos.

Los hombres de Xena se tiraron de cabeza al suelo, aplastados contra el barro


cuando el extremo de la línea se removió y comenzó a girar. La reina captó el
movimiento y rodó de nuevo, arrastrándose a sí misma y a su adversario fuera
del camino hacia una espesura de arbustos, mientras luchaba por mantener
las manos del hombre lejos de su garganta.

Era condenadamente fuerte, y casi pesaba el doble que ella. Xena era una
hábil luchadora, pero la necesidad de mantener un ojo por encima de su
hombro para ver si estaba a punto de ser descubierta, le distraía lo suficiente
como para darle una sólida ventaja.

Quedó inmovilizada mientras él forcejeaba con ella, con los ojos lúgubres e
intensos mientras liberaba una mano y la cerraba alrededor de su garganta,
apretando con fuerza y cortándole la respiración mientras buscaba su daga
y su rodilla se apoyaba dolorosamente en su antebrazo.
Eso lo desequilibró. Xena tiró de su cuerpo con fuerza hacia un lado y liberó
uno de sus brazos, arañando con fuerza por su rostro mientras buscaba una
cuenca ocular.

Él sacudió su cabeza fuera de alcance, pero mantuvo su agarre en su


garganta y estaba mirándolo fijamente para ver manchas rojas en lugares
malos. Aunque sus brazos eran largos, los de él lo eran un poco más, y se dio
cuenta de que se estaba quedando sin buenas opciones.

Cubiertos por las hojas, sus hombres no podían verla, pero con respecto a eso,
el enemigo tampoco. Xena intentó zafarse de su adversario y sintió que su
cuerpo se movía y se echaba sobre ella. Agarró su brazo libre, sosteniéndolo y
manteniendo los dedos fuera de su cuchillo, mientras él apretaba más y más
fuerte, y la luz comenzó a apagarse.

Oh no. Esto no era bueno. Simplemente, de ningún modo iba a dejar que este
cabeza de alfiler la matara, después de todo lo que había hecho hasta ahora.
Su cuerpo se movió de nuevo y sintió que su peso liberó un muslo y eso era
suficiente.
518
Lo suficiente para que arqueara la espalda y tensase los largos músculos de su
torso, levantar su pierna y enganchar su bota alrededor del hombro de su
atacante y, justo lo suficiente, para alejar su cuerpo del de ella, y él perdiera
el agarre sobre su garganta.

Un gran suspiro, y consiguió ponerlo panza arriba con una poderosa llave de
todo su cuerpo, sus dedos se arrastraron hasta una empuñadura y la liberaron
del cinturón mientras él se revolvía para agarrar sus brazos y solo conseguía
uno.

El equivocado. Xena impulsó la daga contra su costado mientras se retorcía y


forcejeaba presintiendo el inminente golpe, pero incapaz de evadirlo. Sintió
que la punta daba en el brazo, luego volvió a atacar con un poderoso barrido
de su brazo y entró en la carne, raspando contra el hueso rebasándolo hasta
el pulmón.

El soldado gimió. Xena liberó la hoja y la clavo otra vez, y otra vez, hasta que
la mano del soldado se aflojó y comenzó a desplomarse hacia un lado, su
cuerpo aplastó los arbustos mientras la sangre salía a chorros en contrapunto
a la fría lluvia que los azotaba.
Xena empujó su cuerpo y se liberó, le dolía el cuello como un hijo de perra. Se
puso de pie y ladeó la cabeza para escuchar si alguien se acercaba, pero la
lluvia ganaba incluso a sus oídos y tuvo que terminar mirando con cuidado por
detrás de las hojas para tener una visión clara del camino.

Esperaba, honestamente, encontrar una fila de ballestas al frente, y tener sólo


el bosque vacío ante su mirada casi la dejó aturdida. ¿En serio podía tener
tanta suerte? Escudriñó el bosque en dirección al sendero con atención, luego
exhaló aliviada, al ver que uno de sus hombres levantaba lentamente la
cabeza y le hacía una señal clara.

¿Cuánto habían visto? Xena se estiró y se frotó la garganta, haciendo una


mueca por el dolor persistente. La inesperada lucha la había alterado un
poco, y se inclinó lentamente para mirar hacia abajo, buscando señales del
resto del ejército.

La lluvia oscurecía el camino después de aproximadamente seis longitudes de


cuerpo y, más allá de eso, no podía ver ni siquiera sombras. Con un suspiro, se
levantó lentamente y dejó que la lluvia la golpeara, enjuagando la sangre de
su piel mientras se escabullía por el borde del camino para reunirse con sus
519
hombres.

La miraron mientras se deslizaba entre los árboles, levantándose sobre sus


rodillas y comenzando a ponerse de pie.

—¿Estás bien, M... Xena? —preguntó uno tímidamente.

Xena le brindó una sonrisa irónica.

—Por supuesto —dijo—. Aparte de la vergüenza de que he estado a punto de


estirar la pata porque casi me caigo de culo y me estrangulan, estoy bien.

El hombre parecía tan avergonzado como ella.

—Te levantaste, él no —ofreció—. Está resbaladizo aquí, ¿sí? Toda esta lluvia.

—Sii. —Xena se pasó el dorso de la mano por la frente—. Muy bien, vamos. No
entiendo cómo esos idiotas no nos oyeron rodando de un lado a otro como
jabalís apareándose. —Revisó sus armas y comenzó a caminar a lo largo de la
cresta de nuevo—. Pero bueno, a caballo regalado no le mires el culo.
—Eso apesta. —El soldado se colocó detrás de ella, y el resto siguió su ejemplo
mientras se apresuraban un poco, tratando de alcanzarlos—. Aunque ha
estado cerca. Me alegro que haya salido bien.

Sí, yo también. Xena tuvo una sensación de inquietante preocupación, y se


detuvo, intentando comprender que era. Entonces su expresión se aclaró
cuando se dio cuenta de que su oído había captado un movimiento en el
bosque dirigiéndose hacia ella a un buen ritmo y tenía muy poco tiempo para
prepararse para enfrentarlo.

—¡Lo sabía! —Gabrielle salió de detrás de su árbol, agarrando su vara y


comenzó a bajar la pendiente, tan rápido, que dio un traspiés y terminó
resbalando en el barro, sus ojos se abrieron de par en par cuando vio venir un 520
árbol en su camino demasiado rápido—. ¡Yahhh! —Chilló, muy suavemente
mientras patinaba y buscaba las rocas, arañando con los dedos la tierra
arcillosa y el granito cubierto de musgo, su vara rebotando detrás de ella,
peligrosamente cerca de su cabeza. Se deslizó a un lado del árbol y extendió
la mano para agarrarlo, la corteza raspó sus brazos mientras giraba y
terminaba sobre su espalda, pero, aun así, rodó más allá y sacó su pierna,
atrapándolo contra el suelo mientras la lluvia caía sobre su rostro y hacía que
sus ojos parpadearan—. Pedos de cerdo. —Comenzó a darse la vuelta, luego
se congeló, al ver algo entrar en su línea de visión que no había esperado, por
encima de ella, más allá de los árboles entre los que se había deslizado, entre
ella y su antiguo escondite. Seis hombres se arrastraban a lo largo de la línea
de árboles, vestidos con ropas que, con manchas de barro y pasto, se
mezclaban con el entorno tal como lo había hecho Xena, solo que estos,
llevaban el sello apenas visible de Persia sobre el pecho. Tenían arcos
pequeños, de aspecto extraño, y a lo largo de su brazo superior, estaban
sujetas una franja de cortas flechas, con puntas brillantes y aceitosas, de
aspecto sombrío, incluso en la tormenta. Mientras Gabrielle observaba,
comenzaron a caminar hacia donde Xena y sus hombres se escondían, con
las armas preparadas, como si esperaran... No. Los ojos de Gabrielle se
abrieron de par en par, y se mantuvo absolutamente inmóvil cuando la
partida de asalto pasó. Esperaban encontrar a Xena, porque estaban
cazando a la reina y sus hombres, cazadores que cazaban a los cazadores, y
estos a su vez, cazaban a los cazadores. Algo así. Gabrielle esperó hasta que
todos pasaron junto a ella, luego se levantó cuidadosamente, agarrándose al
árbol para evitar resbalar otra vez. Su piel estaba cubierta de barro y le dolía
en un par de sitios, pero dejó todo de lado, mientras recogía su vara y
correteaba detrás de los hombres. Podía ver más allá de ellos, un remolino de
movimiento entre los árboles en los que Xena estaba peleando, aunque el
silencio alrededor era realmente espeluznante. Solo podía ver el movimiento
del cabello oscuro de su amante entre las hojas, y luego incluso eso se perdió
de vista. Insegura de lo que realmente estaba pasando, se deslizó detrás de
los soldados enemigos, usando su vara para mantener el equilibrio mientras se
acercaba al último, apenas deteniéndose a tiempo cuando los hombres se
detuvieron, y se congeló en su lugar, mirando hacia abajo a través de los
árboles. Desde entre las hojas, Gabrielle vio que Xena se levantaba del suelo,
la lluvia golpeaba contra ella y chorros de agua manchada con sangre se
arrastraban por su cuerpo. Incluso desde donde estaba, podía ver la mirada
conmocionada en la cara de la reina, y antes de que pudiera pensar en lo
que estaba haciendo, comenzó a correr. Dos pisadas, los soldados enemigos
la escucharon, y cogió impulso cuando todos se giraron y luego las cosas se 521
volvieron borrosas cuando comenzaron a acercarse, con los brazos
extendidos. Gabrielle aceleró, tratando de mantener el equilibrio en el suelo
resbaladizo cuando sintió un roce en su manga, y medio se giró, azotando su
vara mientras se movía y golpeando al soldado que la agarraba en un lado
de la cabeza. Era difícil decir quién estaba más sorprendido. Él resbaló, se
echó la mano a su oreja y ella casi se cayó, pero logró mantener el equilibrio
y agacharse entre dos árboles con el resto de los hombres enemigos
arrojándose detrás de ella. Sus mandíbulas se cerraron con fuerza cuando
instintivamente iba a gritar el nombre de Xena, recordando al resto del ejército
que subía por la pendiente debajo de ellos. En cambio, esquivó entre dos
arbustos y una roca cubierta de musgo, observando un poco de movimiento
entre las hojas y dirigiéndose hacia allí. De repente, el suelo desapareció de
debajo de sus botas y ahogó un grito mientras volaba por el aire, las hojas
mojadas golpeaban su piel mientras algo golpeaba contra su espalda con
una fuerza impactante. Aterrizó y arremetió hacia adelante, justo en los brazos
de Xena, cuando tanto ella como la reina aterrizaron con fuerza contra el
tronco de un árbol con gruñidos gemelos—. Buh... Beh... Qu gu...

Xena sintió el pánico, por lo menos, y miró por encima de la cabeza de


Gabrielle para ver que el espacio vacío entre los árboles de repente se llenaba
de guerreros sombríos.
—Lo tengo. —Xena empujó a su amante al suelo mientras desenvainaba su
espada y se encontraba con la espada del primer soldado, sus instintos
hormigueaban al sentir la fuerza de los expertos en ataque. Giró hacia un lado
y dejó que su impulso lo llevara más allá de ella, sus ojos se abrieron de par en
par cuando sus pies se enredaron en las piernas de Gabrielle y se fue de cara
al árbol. A caballo regalado, culo. Xena golpeó con fuerza su cabeza mientras
rebotaba en el árbol y envió sangre y fragmentos de hueso rociando en todas
direcciones. Luego se volvió cuando sintió otro ataque, y encontró una hoja
de cuchillo a unos centímetros, cuando uno de los enemigos pasó junto a uno
de sus soldados con el que había estado luchando. Le golpeó la cara con el
codo, mientras la hoja se abría paso a través de sus protecciones y se clavaba
en su armadura, esquivándola solo porque giró violentamente su cuerpo
hacia un lado mientras levantaba la rodilla golpeándolo en la entrepierna. Él
se atragantó y se inclinó, y ella tiró de su cabeza hacia abajo mientras
levantaba su rodilla otra vez, golpeando su barbilla contra la armadura de su
pierna con fuerza suficiente para romper el hueso. Uno de sus hombres apartó
el cuerpo del soldado enemigo de ella, y lo arrojó al suelo mientras el resto de
los soldados luchaban cerca, todavía en ese mismo y extraño silencio que
repentinamente provocó una pregunta en la mente de Xena. ¿Por qué? Sacó 522
su daga de la funda de su muñeca y la envió girando a través de las hojas,
clavándola a uno de los enemigos en el muslo, sus hombres aplastaban a la
fuerza atacante con mayor número y ferocidad desesperada. ¿Por qué no
pedir ayuda? Xena dio un paso atrás y miró hacia el camino. Los últimos
soldados ya habían desaparecido de la vista, pero incluso con la lluvia
seguramente debieron haber escuchado algo. No cuadraba. Se giró y miró a
Gabrielle, que todavía estaba sentada en el suelo, recostada sobre sus manos
con los ojos muy abiertos y el pecho agitado—. ¿Estás bien? —Envainó su
espada y le ofreció a su compañera de cama una mano.

Gabrielle le tomó la mano alegremente, y un momento después estaba de


pie temblorosa junto a Xena, abrazando su vara con el brazo.

—Chico.

—Hombre. —Xena no estuvo de acuerdo—. Lo suficientemente viejo como


para ser tu padre. —Le dio a su adversario, ahora inmóvil y sin vida, una
patada. Sus ojos vagaron por los demás, y caminó hasta ellos, rodando a uno
con su bota. Otra cara canosa, aunque el corte abriendo su mejilla hacía difícil
distinguir sus rasgos—. Umm.
—¿Qué pasa, señora? —preguntó uno de sus hombres, con voz suave—. He
visto este grupo en el campamento, sí. Estaban aparte, cerca del agua.

Xena estudió al soldado, notando el cordón negro alrededor de su cuello,


nudos espaciados uniformemente alrededor de su circunferencia. Se acercó
al hombre que la había atacado y se arrodilló, apartando su sobrevesta para
revelar un collar similar.

—Mm.

Gabrielle se agachó a su lado.

—¿Qué significa eso?

—Maldita sea si lo sé. —Xena respondió honestamente—. Pero no creo que las
cosas sean tan perfumadas y estupendas en su campamento como Sholeh
cree que son. —Reflexionó sobre eso, una sonrisa irónica apareció en su
rostro—. Lástima que no tuvimos más tiempo. Podría haber trabajado con eso.

—¿Qué quieres decir? —Gabrielle finalmente había recuperado el aliento. Se 523


puso de pie cuando Xena lo hizo y dio un paso atrás mientras la reina rodaba
el cuerpo del hombre hacia los arbustos—. ¿Con qué trabajarías?

—¿Cómo te encontraste con estos tipos? —Xena respondió a la pregunta con


una propia.

—Yo... no lo hice —dijo Gabrielle—. En realidad, no... Como sea, vi a ese tipo
ir por ti y yo... Um... —Xena se rio suavemente—. Bueno, pero me caí y me
deslicé detrás de estas rocas —explicó Gabrielle, mientras los hombres de
Xena se reunían a su alrededor—. Y mientras recuperaba el equilibrio, los vi
avanzar por encima de donde estabais vosotros.

—Mm. —Xena miró hacia la lluvia—. ¿No para alcanzar al resto de ellos?

—No. —Su compañera de cama rubia negó con la cabeza—. En absoluto,


como si supieran que estabas allí y fueran detrás tuyo.

—Mm. —Xena repitió el sonido—. ¿Estás segura?

—Creo que sí —admitió Gabrielle—. Empecé a seguirlos, pero me vieron y


entonces yo solo... Uh...
—Hiciste lo correcto —dijo Xena—. Si no los hubieras guiado directamente
hasta donde estábamos, nos habrían eliminado uno a uno... como yo estaba
haciendo con el resto de ellos. —Frunció el ceño y se puso las manos en las
caderas—. Aquí hay algo sospechoso.

—¿Crees que hay más detrás de nosotros? —preguntó uno de sus hombres.

—Estoy segura de que sí —respondió la reina—. Es difícil hacer una emboscada


si estás mirando constantemente por encima del hombro, ¿eh?

—Sí.

—Está bien. —Xena se levantó—. Vamos a seguir antes de que los perdamos
de vista. Tal vez podamos averiguar qué está pasando, antes de que
terminemos atravesados contra un árbol. —Indicó el camino—. Ahora,
mantened los ojos atentos a todos lados.

Se movieron en una línea silenciosa, esta vez abrazando los árboles y


moviéndose con más cuidado que antes. Xena le dio un codazo a su
compañera para que caminara frente a ella, y tuvo que admitirse a sí misma, 524
que se alegraba de tener nuevamente a su amante a la vista.

Gabrielle se encogió de hombros e hizo una mueca.

—Creo que uno de ellos me golpeó en la espalda —dijo—. Sentí algo así. —
Xena apoyó su mano sobre la espalda de la mujer más pequeña y luego la
retiró, inclinándose hacia delante para mirar más de cerca entre sus
omóplatos. Pasó sus dedos sobre el cuero de su capa, luego sujetó algo y lo
sacó, sosteniéndolo ante sus ojos. Hijo de Bacantes. Entre sus dedos índice y
pulgar había una punta de flecha dentada, teñida de un negro intenso—.
¿Qué? —Gabrielle volvió la cabeza—. ¿Qué es eso?

Xena dejó caer la punta de flecha en una bolsa remetida en su cinturón y, sin
mucha ceremonia, agarró a Gabrielle por el cuello y le quitó la capa y la
armadura, casi estrangulándola.

—Quédate quieta.

—Brf. —Gabrielle se tambaleó hacia atrás, agitando los brazos.

Xena pasó su mano por la parte posterior del cuello de su amante, sintiendo
sus dedos tocar la piel húmeda y fría. Palpó ansiosamente a lo largo de la
espina dorsal de Gabrielle, exhalando de alivio cuando todo lo que encontró
fue carne que se calentó muy rápidamente bajo su contacto. Su compañera
se quedó quieta e inclinó un poco la cabeza hacia delante.

Retiró su brazo y le dio una palmadita en la espalda a Gabrielle.

—Supongo que sabía lo que estaba haciendo cuando encargué esa maldita
armadura. Que suerte tienes.

Chocó contra ella para ponerse en movimiento otra vez y alcanzar a los
soldados que esperaban.

—¿Estaba en problemas?

—Si esa flecha te llega a pinchar en la espalda ya estarías medio muerta.

—Oh.

—Eso realmente arruinaría mi día.


525
—Oh. —Gabrielle sintió un intenso escalofrío—. El mío también. —Se mantuvo
en silencio por unos pocos pasos mientras el frío era eclipsado por el frío de la
lluvia, y la tristeza de su entorno. Sintió un impulso repentino de estar en otro
lugar, en cualquier otro lugar, donde pudieran calentarse un poco, y tomar
una taza de té caliente, y alejarse del miedo, la sangre y la incertidumbre. Se
sentía como si hubiera pasado mucho tiempo, desde que había sido capaz
de tener ilusión por lo que vendría. Ella suspiró, sintiendo un toque de calidez
cuando la mano de Xena se posó en su hombro y por un momento deseó
haberse quedado con los caballos. Y, sin embargo, no había otro lugar en el
que quisiera estar sino al lado de Xena—. Apuesto a que eso hubiera dolido
mucho —dijo finalmente—. ¿No es así? Recuerdo cuánto dolió esa flecha.

—Tenía veneno —respondió Xena—. No hubiera dolido mucho tiempo.

—Oh.

—Probablemente me hubiera dolido más que a ti.

La lluvia caía sobre ellas, acompañada de un largo trueno.


Xena presionó su espalda contra la roca, mientras ella y su pequeña fuerza
esperaban a que amainase el clima demasiado salvaje. La lluvia se había
vuelto tan intensa que era imposible ver el camino, y peligroso caminar entre
las hojas con el agua corriendo por la ladera y había tenido suerte de
encontrar un poco de refugio.

Justo debajo de ellos, podía ver la fuerza principal de las tropas de Sholeh
acurrucadas en una masa, usando árboles para mantener el equilibrio
mientras daban la espalda al clima y también esperaban.

No tenían refugio excepto los árboles entre ellos. Los hombres de Xena
estaban felices de tener granito a sus espaldas y compartieron raciones de
viaje en tranquila satisfacción mientras observaban el clima a su alrededor.

Xena cruzó los brazos sobre el pecho y ahogó un bostezo. Sobre su cabeza 526
tenía una repisa de piedra, y se extendía más allá de su alcance,
proporcionando suficiente cobertura no solo para protegerlos de la lluvia, sino
para protegerlos de los ojos curiosos, y, estaba contenta de tomarse el tiempo
que se le daba y dar descanso a su cuerpo

Gabrielle estaba apoyada contra su costado derecho, proporcionando la


única calidez en toda la situación y Xena aprovechó todo el consuelo que
pudo de eso, moviéndose sutilmente un poco más cerca cuando sintió que
Gabrielle exhalaba, su mejilla apoyada contra el hombro de la reina.

Xena sintió que la calidez aumentaba, mientras unos brazos se deslizaban


alrededor de su cintura. Se relajó y posó su brazo derecho alrededor de
Gabrielle, sus ojos no dejaron de vigilar incansablemente el suelo a su
alrededor. No tenía intención de permitir que volvieran a atacarla por
sorpresa.

Sin embargo, con el clima que estaba viendo, nadie podía escabullirse a
ningún lado a menos que se arrastrara sobre su vientre y eso era poco
probable. La lluvia era tan fuerte que caía de lado, y podía ver las ramas y las
hojas arrastradas por el viento que aullaba siniestramente a través del bosque.
No apto para hombre ni para bestia, decía el viejo dicho. Xena observó la
pequeña cascada que corría por el borde del refugio en el que se
encontraban. Bueno, ella no era ni hombre ni bestia, entonces, ¿dónde la
dejaba?

Oh bueno.

Y bien. Habían salido del campamento de Sholeh, y habían sobrevivido casi


un día con todo su maldito ejército buscándolos. Xena tuvo que admitir que
en realidad no había esperado ninguna de las dos cosas, por lo que ahora no
sabía qué hacer a continuación.

No había planeado que lo tuvieran tan difícil, y no poder cazar, había


pensado que comer sería la menor de sus preocupaciones. Pero ahora tenía
que preocuparse de seis hombres y Gabrielle, y si continuaban necesitarían
agua y comida, y descanso.

La logística siempre era la perra de cualquier guerra. A veces la lucha era la


parte fácil. Suspiró, luego un leve aroma especiado le llegó a la nariz y bajó la
mirada para encontrar que le ofrecían un poco de carne ahumada. 527

—¿De dónde sacaste eso?

—Bueno. —Gabrielle estaba mordisqueando su propia pieza—. A esos tipos


del campamento les gustaban mis historias, así que las cambié por esto.

Xena se detuvo a medio bocado, sus cejas se elevaron.

—¿De veras?

Su compañera asintió.

—Pensé que, como no trajimos mucho con nosotros, deberíamos conseguir


cosas si pudiéramos —explicó—. Quiero decir, teníamos algo de agua y
nueces, pero tenía sentido conseguir algo que pudiéramos llevar con nosotros.

Si pensabas en ir a algún lado, seguro. Xena masticó alegremente el botín


enemigo.

—Por supuesto que tiene sentido —dijo—. Sabía que podía contar contigo
para encargarte de esas cosas.
Gabrielle dio una ligera sacudida con evidente sorpresa.

—¿En serio?

—Por supuesto.

La mujer rubia no respondió, pero se retorció un poco y dejó escapar un suspiro


de satisfacción. Ella volvió a comer, aparentemente contenta.

Con su problema inmediato resuelto, Xena también se encontró contenta por


el momento, libre de imaginar qué curso de acción deberían tomar a
continuación. Si la lluvia continuaba por mucho más tiempo, se estarían
acercando al crepúsculo, y sus posibilidades de evadir a las tropas de Sholeh
aumentarían exponencialmente.

Pero, aun así, ¿qué conseguiría? Necesitaba alejar al ejército del paso,
necesitaba hacer que Sholeh quisiera seguirla, en lugar de saquear el reino
indefenso, que sabía, estaba al otro lado del valle. Eso significaba que
esconderse en la oscuridad y escapar no resolvía el problema. Xena se tragó
el sabor amargo del conocimiento, comprendiendo una verdad acerca de sí 528
misma en ese momento que no había esperado y no era bienvenida.

Un rayo que cayó casi sobre sus cabezas los hizo saltar a todos, y Xena se
golpeó su cabeza contra el granito al ser la más alta de ellos. Reprimió una
maldición y se llevó una mano a la oreja mientras el trueno retumbaba y hacía
rechinar sus dientes.

—Sí —murmuró Gabrielle—. Eso me hizo daño en los ojos.

Otro estruendo y un destello, y Xena hizo una mueca cuando un rayo cayó
sobre los árboles en los que se refugiaban las tropas de Sholeh, incendiándolas
con un fuerte golpe. De repente, las ramas ardientes se derrumbaron sobre los
hombres, y en una oleada de movimiento se separaron y comenzaron a
dirigirse en todas direcciones. Una de las cuales era directamente hacia Xena.

—Ah. —La reina se puso rígida—. Esto no es bueno.

—Tontos bastardos. —Uno de sus hombres suspiró detrás de ella—. ¿Nos


quedamos aquí, Majestad? Les es difícil vernos a menos que nos vengan
encima.
—Nos quedamos aquí —decidió Xena, después de una breve pausa—.
Permaneced atrás contra la roca, no os mováis. —Presionó su espalda contra
la piedra—. Tal vez tengamos suerte y nos pasarán de largo. Si no... —Agachó
la cabeza hacia un lado y torpemente sacó su espada con la mano izquierda,
enderezándose y dejando que la hoja descansara sobre la parte posterior de
su pierna izquierda—. Solo matad a tantos como podáis. —Los soldados
trepaban por las rocas cuando el rayo estalló alrededor, su preocupación
obviamente más por sus propias pieles que la presa que habían estado
buscando. Incluso desde donde estaba Xena, podía ver el casi pánico en los
ojos de los hombres y un segundo después, se había liberado del agarre de
Gabrielle y había salido de debajo de la roca. Justo en la lluvia. Justo en el
resplandor del relámpago. Justo en el camino de los hombres corriendo, que
poco tiempo antes estaban trabajando arduamente para tratar de
encontrarla y matarla. Una insensatez. Pero Xena sabía que anteriormente ya
se había beneficiado de un ataque ocasional de insensatez, así que siguió sus
instintos y se rio de la locura que había en su interior.

»¡EH! —Una barrida de su brazo en el aire, y en el destello de un relámpago su


espada fue descubierta. Ignorando el shock y la confusión detrás de ella, Xena 529
hizo un gesto imperioso con los soldados enemigos—. ¡Daos prisa!

Se congelaron. La miraron fijamente. El trueno estalló sobre ellos y la luz de la


explosión hizo saltar un árbol que se derrumbó, incendiándose incluso durante
la tormenta y luego veinte hombres corrieron hacia ella a toda velocidad.

—Um. —Gabrielle salió a la lluvia junto a ella—. ¿Querías hacer eso?

—Quédate detrás de mí. —Le advirtió Xena mientras los soldados se


acercaban—. ¡Meteros allí debajo! —Les ordenó, poniendo toda la autoridad
de la que era capaz en su voz. Les lanzó una mirada asesina mientras llegaban
hasta ella, pero no tanto como la hoja de una daga mientras los soldados
patinaban para ponerse al abrigo de la piedra. Xena volvió a agacharse,
empujando a Gabrielle hacia atrás mientras observaba al grupo de hombres
apiñados, momentos antes enemigos, acurrucados contra la roca cuando un
rayo cayó justo afuera, rompiendo el camino de granito delante de ellos y
haciendo que trozos de piedra cayeran sobre sus hombros. Fuera, un grito
ronco sonó fuerte y largo, y todos los hombres se volvieron a mirar cuando tres
de los soldados de Sholeh cayeron, sus cuerpos consumidos por el fuego, y un
segundo árbol cayó sobre otra línea de hombres aplastándolos. Uno de los
soldados que se refugiaba con ella maldijo. Xena lo miró por encima del
hombro y vio a sus hombres, tensos como cuerdas de arco contra la roca. Los
hombres enemigos se volvieron hacia ella, todos enmudecidos con
nerviosismo.

»Hola —dijo Xena, después de un largo y macabro momento—. La madre


naturaleza patea el trasero de todos, ¿no es así? —El trueno volvió a rodar
sobre ellos, iluminándolos a todos con una luz pura y verde que delineó el perfil
angosto de Xena e iluminó los rostros de los soldados enemigos. Sus ojos
estaban fijos en ella, y después de lo que pareció una eternidad, el hombre
más cercano a la reina parpadeó y miró a un lado. Como si fuera una señal
silenciosa, los hombres de Sholeh se relajaron, se movieron para observar el
horrendo clima afuera y casi deliberadamente dieron la espalda a los
hombres silenciosos y armados detrás de ellos. Xena esperó, luego se volvió y
observó el clima también, sus ojos se abrieron de par en par cuando de
repente vio un baño de agua que bajaba por la pendiente, empujando rocas
y escombros por delante. Una línea visible de soldados aún fuera bajo la lluvia
también lo vio, y escuchó a los hombres comenzar a gritar y luchar para salir
de su camino. Un ruido sordo le advirtió, y la golpeó contra las rocas—. ¡Atrás!
—gritó—. ¡Nos viene encima!
530
Todos, enemigos y amigos obedecieron, presionando sus espaldas contra la
piedra mientras una pared de agua y roca por pasaba por encima de la parte
superior de su refugio y se estrellaba contra el camino de abajo, golpeando a
los hombres que corrían arrastrándolos por la ladera en una oleada de
extremidades y gritos roncos.

—Hades. —Susurró uno de los hombres de Sholeh—. Mira a esos bastardos.

—Y bien —dijo Xena, después de un momento—. ¿Vale la pena perder


vuestras asquerosas vidas por perseguirme? —preguntó—. ¿Por el orgullo de
otra persona?

Todos los soldados enemigos la miraron. Xena les devolvió la mirada, y luego
les sonrió, mientras el rayo volvía a brillar, reflejando el brillo en sus ojos, y la
hoja apoyada en su hombro.
Estaba completamente oscuro cuando finalmente dejó de llover. Gabrielle
estaba tan cansada de estar de pie en el viento helado con el grupo de
ansiosos soldados, que salió inmediatamente después de Xena directa a la
negrura sin ninguna vacilación. El aire era frío y húmedo, y la hizo
estremecerse, pero se aferró a la parte posterior de la capa de la reina y siguió
caminando.

Se sentía tan bien estar fuera de la presión de los cuerpos.

—Guau. —Xena tenía el ojo atento a sus pasos, mientras se abría paso a lo
largo de la cresta y barría las sombras teñidas de plata a su alrededor por
cualquier movimiento. Era consciente de que los hombres la seguían desde el
refugio, y aguzó el oído cuando oyó el sonido de todas las botas. Veintiséis
juegos, aparte del ligero correteo de Gabrielle. Xena no estaba segura de
cuánto tiempo iba a durar, y estaba aún menos segura de sí era una buena
idea tener veinte soldados enemigos paseando a sus espaldas, pero hasta
ahora habían mantenido la boca cerrada y no habían intentado nada
estúpido. Además, estaba oscuro como la boca del lobo, no había otros
531
soldados visibles, y pensó que se habían dado cuenta, que era tan buena guía
como cualquier otro para seguir. Salir al bosque en la oscuridad era una
posibilidad, pero permanecer bajo la cornisa no era una opción. Xena se
detuvo en un recodo en las rocas, girando su oído hacia el viento antes de
continuar, oyendo poco más que la lluvia de hojas que caían y el fluir del agua
que corría por la pendiente. En lo alto, aún podía ver nubes pasando por el
cielo, solo alguna estrella ocasional que se exponía brevemente antes de ser
oscurecida nuevamente. La mayor parte del sendero había sido arrasado, y
se dirigía principalmente por instinto, sin tener nada más que seguir que la
curva de la tierra y su propia lógica—. ¿Xena?

Hablando de lógica.

—¿Siiii?

—¿Crees que los caballos están bien?

Xena podía oír la nota nostálgica en la voz de su amante, y tuvo que admitir
un eco de eso en su propio corazón.

—No lo sé —respondió—. Son muy listos, especialmente el tuyo.


—¿En serio?

—Los ponys tienen cerebro, ya que carecen de todo lo demás. —Xena sonrió
para sí misma imaginando, con poco esfuerzo, el ceño fruncido en la cara de
Gabrielle—. Así que no te preocupes por ellos. Son animales. Estarán bien.

Gabrielle suspiró audiblemente.

—¿Podemos volver a por ellos más tarde?

—Si vivimos lo suficiente, por supuesto —dijo Xena—. Pásame ese palo,
¿quieres?

Estiró la mano hacia atrás y tomó la vara que Gabrielle le entregó de buen
grado. Poniéndola delante de ella, tanteó con cuidado el suelo, no quería
llevarlos a todos a una zanja.

—Oh —murmuró su compañera—. ¿Estamos teniendo esa clase de día otra


vez? —El comentario sorprendió a Xena y se rio suavemente mientras
encontraba un camino decente hacia abajo, manteniendo sus sentidos 532
afinados para cualquier sonido fuera de lo común. Podía oír el agua que corría
pesadamente debajo de ellos, y apartó sus pasos, moviéndose a lo largo de
una columna vertebral de granito que se abría paso a lo largo de la curva de
la pendiente. Se sentía bien al estar en movimiento. Sacudió la cabeza de un
lado a otro para relajar los músculos de su cuello y aflojó el cinturón que
sostenía a su capa, dejándola libre alrededor, para que se secara con el fuerte
viento. Permitió que el frío golpeara su piel, pero ahora que estaba en
movimiento, consideraba que la perspectiva de cueros secos era una
compensación aceptable. En este momento, los suyos estaban mojados. El
cuero húmedo estaba restregando su piel hasta ponerla en carne viva,
recordándole cuánto tiempo había pasado desde que había usado esas
malditas cosas por más de unas pocas marcas de vela, aparte de su pequeña
excursión el otoño anterior. Nada la habría hecho más feliz que un buen fuego
y un par de calcetines secos. Pero todo a su alrededor estaba empapado, así
que, en su lugar se conformó con pensar en matar gente para mantener su
buen humor. El clima les había repartido una mala mano. Xena solo podía
consolarse con el hecho de que la mano mala había sido por igual para ella
como para Sholeh, y mientras esquivaba una profunda zanja abierta por la
tormenta, buscaba cualquier señal de sus adversarios. Difícil tarea. Estaba
oscuro, y con todo el furor del movimiento de la lluvia en las rocas y los
arañazos en los troncos de los árboles por los que estaba pasando, podría
haber sido causado tanto por el clima, como por los soldados que pasaban.
Hizo una pausa, examinando una rama rota, pero el ángulo en el que estaba
colgando la hizo sacudir la cabeza, y siguió caminando—. Oye ¿Xena?

—Todavía no sé a dónde vamos, no sé cuándo llegaremos, y no, no besaré a


tu pony. —Soltó Xena por encima de su hombro—. ¿Me acerqué?

—Um... en realidad iba a preguntarte qué era esa luz.

Xena miró hacia donde apuntaba su compañera.

—Agua —dijo después de un momento—. La luna debe estar saliendo por allí.

No podía ver el cielo desde donde estaban, bajo los árboles, pero el destello
que Gabrielle había visto era distintivo y después de un momento, decidió
desviarse hacia él.

Ahora estaban en la profundidad del bosque, y una sensación de silencio


opresivo descendió a su alrededor, mientras el bosque se hacía claustrofóbico
por todos lados, y las sombras en movimiento de las nubes pasando sobre sus 533
cabezas, empezaban a hacer que los nervios de Xena se crisparan.

Un destello de movimiento, y su cuerpo reaccionó, levantando la vara y se


colocó en posición cuando algo se acercó y le atacó con un golpe corto y
afilado que impactó en la sombra entre las sombras y la envió volando contra
el tronco del árbol más cercano con un crujido.

Gabrielle inhaló bruscamente.

—¿Qué fue eso?

—Bueno, a menos que el ejército Persa alistara enanos, no era un soldado. —


Xena se inclinó hacia adelante, incluso sus ojos apenas podían atravesar la
oscuridad. Le dio un golpecito con la vara y sintió que era algo suave y se
movía un poco—. Uh.

Abrió la boca un poco y aspiró una bocanada de aire, captando un extraño


olor a almizcle de lo que fuera. Consciente que todos los hombres que
esperaban y la rata almizclera estaban detrás de ella, reunió coraje y se
arrodilló, sintiendo la leve aspereza de la armadura de la rodilla al chocar
contra la roca cubierta de barro.
—¿Era un animal? —Gabrielle se arrodilló junto a ella, mirando inútilmente en
las sombras—. No veo nada. —Reprimiendo el deseo de decir que ella
tampoco, Xena extendió su mano valientemente en la penumbra, sintiendo el
leve cosquilleo en las puntas de sus dedos cuando detectó a una criatura
viviente, y, mordiéndose el labio para evitar gritar mientras tocaba algo cálido
y peludo. Eso bufó—. ¡Oh! —susurró Gabrielle.

—¿Qué es eso, Majestad? —preguntó uno de sus hombres, pronunciando


cuidadosamente su título como si lo saboreara.

Oh, por supuesto. Xena podía sentir la cosa, fuera lo que fuera, retorciéndose
bajo su toque. Podía sentir el pelaje, y lo que parecía ser cuero, y la presión
para actuar le estaba golpeando directamente en la parte posterior de su
cabeza.

Siseó de nuevo y ella se la jugó, agarrándolo con ambas manos para


acercarlo más y así poderlo ver. Después de un segundo, algo comenzó a
darle manotazos en los brazos, y sintió las garras clavándose en su piel. Apenas
pudo contenerse de lanzarlo lejos por miedo mientras se lo acercaba a su
rostro y sus ojos lograron distinguir una fea y aplastada cara y el destello de
534
colmillos blancos.

OH, mierda de caballo.

—Retroceded —advirtió—. Es peligroso. —Sintió que todos retrocedían un paso


y eso le daba suficiente espacio para ponerse de pie y dar una patada al
animal tan lejos como fuera posible. Chilló como un cerdo siendo destripado,
luego se escuchó el sonido de batir de alas y Xena recogió su vara
apresuradamente y la puso al frente, en una postura defensiva mientras el
animal volvía con furia.

—¡Yahh! —Gabrielle se agachó detrás de ella mientras se balanceaba


violentamente, sintiendo que el extremo de la vara impactaba con el cuerpo
otra vez. Esa cosa chilló, y luego hubo silencio. Xena estaba muy quieta, sus
fosas nasales dilatadas, escuchando tan fuerte como podía.

Escuchó un suave chillido. Luego otro y otro. Lentamente, giró la cabeza y


escudriñó el bosque cuando vio que la barbilla de Gabrielle se inclinaba hacia
atrás y un jadeo salía de ella.
—Está bien, muchachos. —Xena se sorprendió de lo tranquila que sonaba—.
¿Veis esa apertura allí? —Señaló con la vara—. ¿Entre esas rocas?

—Sí —dijo el soldado detrás de ella.

—Corred allí.

—¿Majestad?

—Corred. —Xena se giró y le dio un empujón, agarrando a Gabrielle mientras


sentía el movimiento en los árboles sobre ellos y el viento cambiaba de
dirección, casi saturándola con el olor de muchos animales muy cerca—.
Ahora.

—Xena, qué e...

—¡CORRED! —Xena salió disparada, guiando el camino a través del bosque a


toda velocidad mientras la nube de murciélagos descendía sobre ellos con
sus ojos brillando en la tenue luz—. ¡No dejéis que os cojan! —advirtió—. ¡Son
murciélagos! 535
—¡Murciélagos! —Gabrielle tiró de la capucha de su capa y no necesitó que
se lo repitieran mientras corría precipitadamente sobre las rocas y el terreno
áspero—. ¿¡Por qué nos están atacando!?

—Escucharon lo buena que eras en la cama y querían un poco.

—¡XENA!

—¡Bien, pues deja de hacer preguntas estúpidas!

Xena levantó lentamente la cabeza por el borde de un tronco caído,


observando la oscuridad del bosque circundante con ojos profundamente
desconfiados. Después de varios minutos, no detectó ningún movimiento y
finalmente se puso de rodillas y apoyó sus manos sobre la húmeda corteza.
—¿Se han ido? —La cabeza de Gabrielle apareció de repente junto a ella.

—Sip.

La reina no sonaba del todo segura, y los mechones rubios desaparecieron de


nuevo. Xena hizo una mueca y flexionó las manos, sintiendo el dolor de
arañazos y cortes a lo largo de su piel. Volvió a mirar a su alrededor, a las altas
paredes de roca que los rodeaban, sintiéndose un poco inquieta por la
sensación de estar encerrada.

A sus espaldas estaba la pared escarpada del acantilado que bordeaba la


costa, y a la derecha no había nada más que un bosque espeso y siniestro,
posiblemente lleno de perversos murciélagos observando.

—Eso fue lo más maldito que he visto en mi vida. —Uno de los parásitos
enemigos se levantó valientemente junto a ella—. ¿Qué eran esas cosas?

—Murciélagos —dijo la reina—. Son como zorros.

—Estaban volando. 536


—Zorros con alas, que muerden como locos —aclaró Xena—. Pueden hacerte
enfermar de verdad. —Ella negó con la cabeza—. Uno de mis hombres fue
mordido una vez en el campo. Se convirtió en un lunático y terminó muriendo
en un ataque tratando de destrozar a otro hombre.

Lentamente, el resto de los hombres apareció, mirándose nerviosamente los


unos a los otros.

—¿Alguien ha sido mordido? —preguntó el hombre más mayor de Xena,


mirando a su alrededor a todas las cabezas temblorosas.

Gabrielle se acomodó cerca de Xena y tomó una de las manos de la reina en


la suya, girándola hacia la luz de la luna. Las marcas oscuras y dentadas eran
claras contra la piel más clara y tocó una con las yemas de los dedos.

—¿Tú?

—No —dijo Xena sin alterarse—. Aunque no importaría si así fuese. —Se
encontró con los ojos de Gabrielle—. Nunca sabrías si me he vuelto chalada.

—Xena.
La reina enseñó los dientes y se abalanzó sobre su compañera,
chasqueándolos y haciendo chillar a Gabrielle. Luego se rio entre dientes y le
dio unas palmaditas en la espalda a su compañera de cama.

—Relájate. —Miró a su alrededor otra vez—. Bien, vamos a ponernos en


movimiento. Creo que los perdimos. —Se puso de pie y se sacudió, dando un
tirón al cuero ahora seco cuando se paró frente al árbol caído. Quería salir del
callejón sin salida rápidamente, y se dirigió hacia la pequeña brecha entre el
bosque y la pared de roca a su izquierda. Luego se detuvo y se volvió. Esperó
a que todos los hombres se hubieran reunido a su alrededor antes de ponerse
las manos en las caderas y dirigirse a ellos—. Escuchad —dijo—. Nos vamos de
caza. Probablemente nos encontremos con algunos de vuestros compañeros
de trinchera y los mataremos. Si no estáis preparados para eso, darse el bote.
—Los veinte soldados enemigos se miraron entre ellos—. Lo digo en serio —dijo
Xena—. Si tengo la sensación de uno de vosotros corriendo o enviando una
cuchilla hacia mi espalda, os mataré a todos vosotros según estáis.

Gabrielle observó fascinada a los soldados. Sabía que Xena quería decir
exactamente lo que dijo, y haría lo que había dicho que haría, pero estos 537
hombres que la acababan de conocer ese día tenían que descubrirlo aún.

¿Lo harían? Había al menos el doble de ellos, y eran soldados. Había estado
con los soldados de Xena el tiempo suficiente para comprender que los
hombres realmente pensaban que eran los mejores y los más duros, sin
importar si lo eran o no, y no les resultaba fácil someterse a nadie.

Incluso a Xena, cuyo encanto personal podría despegar la piel de una


manzana y dejarla desnuda sin importarle. Gabrielle puso sus manos sobre su
vara y se aclaró la garganta.

—Es verdad —les dijo a los hombres—. Si creéis que vais a querer hacer eso,
simplemente volved a vuestro campamento ahora.

Xena emitió un pequeño ronquido, pero mantuvo su postura agresiva en


silencio.

Los soldados miraron al más viejo de ellos, que llevaba un nudo de rango en
el hombro, aunque no destacaba mucho de entre los otros.
—Si volvemos, estamos muertos —dijo el hombre, medio encogiéndose de
hombros—. Si vamos contigo, probablemente acabaremos muertos. Parece
un poco mejor.

—¿Por qué estarás muerto si vuelves? —preguntó Gabrielle, antes de que


Xena pudiera decir nada—. ¿Porque no trataste de matarnos?

El hombre la estudió por un momento.

—A ella no le importamos —dijo—. Tuvimos que alistarnos.

Xena arqueó las cejas.

—¿Sois reclutas?

El hombre asintió.

—Sí, la mayoría de nosotros lo somos —dijo—. Conquistas en el camino hasta


aquí.
538
—Ah —dijo la reina—. Ya decía yo que no pareces persa. —Hizo una pausa—
. Pero tiene soldados persas con ella. Los jinetes lo son.

—Lo son. —Él asintió de nuevo—. Los capitanes, los mayores. Sus asesinos
también.

—¿Los de los collares de nudos negros?

Los hombres intercambiaron miradas, luego su líder asintió por tercera vez.

—Ella se llevó a todos los hombres de mi pueblo. La mayoría murió el otro día
en el paso.

—Lo siento por eso —comentó Xena.

—Estaba buscando mataros a todos —respondió el hombre—. Eso es lo que es


la guerra, lo sabemos. —Hizo un gesto hacia el grupo que lo rodeaba—.
Decidimos intentarlo y correr durante la tormenta, ver si podíamos pasar las
colinas. Entonces nos encontramos contigo.

—Uh huh. —Xena reflexionó sobre eso—. Yo podría ser igual de perra, ¿sabes?
—sugirió—. Tal vez también creo que eres carne de cañón.
—Tal vez. —El hombre estuvo de acuerdo—. Pero tú estabas en el frente allí,
justo con la carne de cañón.

—Sí, bueno. —La reina se volvió y comenzó de nuevo, haciendo un gesto a


todos que la siguieran, aparentemente con su decisión tomada y aceptada
por ellos—. Se me conoce por ser tan idiota como perra, así que, espero que
tengas suerte cuando empiecen a llegar las flechas.

Gabrielle les brindó a los nuevos reclutas de Xena una sonrisa amistosa, antes
de girar y seguir a su reina. Ahora se sentía mejor con sus extraños apegados,
al menos podía entender por qué no intentaban atacarlos.

Alcanzó a Xena cuando la reina llegó a la línea de árboles, y se las arregló


para meterse en el camino junto a ella, la estrecha abertura era lo
suficientemente amplia para las dos.

—¿Eso es normal?

Xena miró a su alrededor, como si un animal con dos cabezas hubiera


aparecido a la luz de la luna. 539
—¿El qué?

—Que los ejércitos obliguen a las personas a que se unan a ellos.

Xena sofocó un estornudo, maldiciendo por lo bajo.

—A veces —dijo—. Yo no creo en eso.

—¿No?

—Nop. Más problemas de los que vale la pena, teniendo a los granjeros con
palos afilados metiéndoselos unos a otros en el culo y deseando estar en otro
lugar —dijo Xena—. A menos que sea como dijeron, Sholeh los quería como
relleno en nuestras líneas de frente.

—Ugh.

Xena se encogió de hombros.

—Sin embargo, explica algunas cosas —admitió—. No entendí por qué sus
ataques eran tan condenadamente patéticos la mayoría del tiempo, luego
me encontré con unos bastardos que realmente sabían lo que estaban
haciendo y que estaban a punto de patearme el culo.

—Oh. —Gabrielle evitó con cuidado una rama de espinas de aspecto


malvado—. Así que tenerlos con nosotros realmente no ayuda, ¿verdad?

—Nop.

La reina se deslizó de lado a través del crecido follaje a los lados, obligando a
su compañera a quedarse un paso por detrás. El camino que había elegido
era más o menos la continuación del que habían encontrado en el otro valle,
y consistía principalmente en maleza espesa, una pared de roca y muchas
maldiciones para meterse entre uno y otro.

Tenía una idea bastante acertada de a dónde la llevaría el camino, a lo largo


de la costa y hacia el río y a la ciudad portuaria que pretendía tomar en otra
vida, cien leguas atrás. Si Sholeh realmente se había apoderado de la ciudad,
significaba que una gran parte de los bienes comerciales, normalmente
destinados a su reino se detendrían, dejando la ruta terrestre a través de las
montañas del otro lado como la única opción. 540

Esa era la ruta que Bregos había tomado, y donde se habían librado las últimas
guerras, y donde los resentimientos eran más fuertes. Sí, había conseguido el
botín de sus conquistas, pero también se había hecho enemigos en esa ruta y
casi esperaba una incursión de represalia durante el largo invierno.

La mayor parte de su comercio, en las dos últimas temporadas, había llegado


por la ruta del río. Bueno. Xena admitió para sí misma que había permitido que
muchas cosas se desmoronaran en las últimas temporadas, y aparte de
administrar el uso de la tierra en lo que había resultado bastante buena, había
estado haciendo un trabajo realmente horrible como tirana.

No estaba bien. Si hubiera esperado otra luna esta primavera, habrían


quedado atrapados en el valle interior y estaría contemplando un largo
asedio cuando las tiendas estaban en su punto más bajo y las cosechas aún
no habían sido sembradas. Probablemente, habría muerto detrás de las
puertas, o en algún estúpido ataque del ejército de Sholeh.

Le tocaba las narices solo de pensarlo.

—¿Xena?
—¿Qué?

Xena sacó su daga más grande y comenzó a abrirse camino a través de las
ramas, contenta de sus guanteletes y deseando haberlos tenido puestos
antes, cuando huía de los murciélagos. Le dolían las manos por los cortes y
rasguños y, de algún modo, había aterrizado sobre su hombro y eso también
le dolía.

—Comentarios graciosos aparte, ¿por qué esos murciélagos vinieron detrás de


nosotros? —Gabrielle estaba justo detrás, su vara hacía pequeños ruidos
punzantes en la tierra—. Teníamos murciélagos en nuestro establo. Nunca
hicieron daño a nadie.

—Eran murciélagos de Bacante —le informó la reina, contenta de la


distracción mientras luchaba por quitar las espinas del camino—. La mayoría
de los murciélagos comen insectos.

—O ratones pequeños. —Gabrielle estuvo de acuerdo—. ¿Pero no estos? No


pueden comer personas, Xena. Son demasiado pequeños, incluso yo lo sé.
541
—Chupan sangre.

—¿Qué?

Xena se volvió y mostró sus dientes.

—Muerden a los animales y chupan su sangre. Eso es lo que comen.

Gabrielle la miró con horrorizada fascinación.

—¿En serio?

—En serio.

—¿Quieres decir que beberían... Si nos atraparan... Se beberían...?

—Sip.

Gabrielle hizo un sonido de gorgoteo en lo profundo de su garganta, y tiró de


su capa más cerca de su cuello.
—Oh Hades. Eso es casi tan asqueroso como aquellos caníbales. —Se
estremeció—. Repugnante.

—Mm. —Xena pasó por un espeso arbusto y vio que era algo más fácil a partir
de ahí. Exhaló en silencioso alivio y guardó su cuchillo—. Pero ya sabes... —Se
volvió e hizo una pausa, mientras la fila de soldados entraba en el claro—. Tú.
—Señaló al líder de los exiliados de Sholeh—. ¿Por qué dejaron que aquella
caravana de mercaderes pasará? ¿Fue una trampa?

Después de un momento de confusión, el hombre negó con la cabeza.

—Si te refieres a ese montón de carros... creo que él que hizo un trato con ella
le suplicó comida, ¿Sí? Ella los envió. —Miró a su grupo—. No escuchamos
mucho, pero había un talador que entró al campamento, dijo que la gente se
estaba muriendo de hambre.

Xena arrugó el ceño. Sí, no había suministros, ni carros durante las estaciones
frías, pero siempre había tierras para buscar, ¿no?

—Los hombres de Bregos, ¿estaban hambrientos? 542


El hombre se encogió de hombros.

—Dijeron que habían estado viviendo de la tierra durante el frío.

—Vivían de todos esos pequeños pueblos. —Gabrielle habló de repente—. Los


que vimos destruidos, Xena. Ellos vivían de esa gente.

Xena permaneció en silencio un largo rato, sus ojos moviéndose de un lado a


otro entre las sombras a su alrededor. Otra pieza del rompecabezas que
encajaba firmemente en su lugar, mientras pensaba en todas esas raquíticas
granjas, apenas capaces de mantenerse a sí mismos, siendo expoliadas por
Bregos y sus hombres, quienes, ahora se daba cuenta, nunca habrían vivido
simplemente de la tierra.

Sin lugar a dudas, fue culpa suya. Lo había dejado ir. Los dejó ir.

—Sí. —Sintió la amargura de la palabra en su lengua—. Supongo que lo


hicieron. —Se giró y cuadró sus hombros—. Vamos. Sigamos adelante. —
Comenzó a caminar de nuevo por el sendero, luego se detuvo y se volvió,
mirando a los soldados de Sholeh—. ¿Qué es lo que todos vosotros queréis?
—¿Señora? —preguntó el hombre, vacilante.

—¿Queréis ser soldados? —preguntó la reina, sin rodeos—. ¿Queréis ser


pastores, ser vendidos abajo en el río como esclavos? ¿Qué?

Uno de los hombres más jóvenes agachó la cabeza con un toque de


desconfianza.

—Solo queremos ir a casa, señora —dijo—. Tengo familia allí. Una niña que
acababa de nacer la noche en que me llevaron.

Los hombres de Xena los habían rodeado para esperar al lado de su reina, y
estudiaron a los hombres enemigos con ojos sombríos y atentos.

—¿Eso es lo que todos quieren? —preguntó Xena, en voz baja.

Los soldados asintieron.

—No tenemos nada en contra tuya —dijo el hombre mayor—. No queremos


estar aquí. La mitad de ellos... —Señaló con la cabeza hacia la dirección del 543
ejército—. No quieren estar aquí.

—Xena lo arreglará —les dijo Gabrielle en un tono de total confianza—.


Simplemente quedaos con nosotros, y os ayudará a llegar a casa bien. —Xena
se volvió y la miró, poniéndose las manos en las caderas—. Ella puede hacer
cualquier cosa. —La mujer rubia les aseguró—. No creeríais las historias que
podría contaros, así que quedaos con nosotros, y estaréis bien.

Los hombres de Xena sonrieron, mientras observaban la cara de su líder,


claramente delineada a la luz de la luna. Su expresión estaba entre
exasperada e indignada y su lenguaje corporal hacía juego con ella.

—Sí, la pequeña tiene razón —dijo Dev—. Nuestra reina es la mejor.

Xena giró la cabeza y lo fulminó con la mirada.

—Solo por eso patearé todos vuestros culos cuando salgamos de este maldito
bosque —gruñó—. ¡Venga, moveos! —Extendió la mano y azotó a Gabrielle
en el trasero—. Y tú, rata almizclera, tendrás lo tuyo más tarde.
—Ohh. Genial. —Gabrielle sintió que su espíritu se aligeraba mientras recogía
su vara y comenzaba a seguir a la figura alta y acechante de la reina—. ¿Eso
significa que nos encontrarás una fuente termal de nuevo?

Xena miró hacia el cielo.

—Gabriellleeee... —Los soldados se rieron y se alinearon, mezclándose con los


hombres de Xena ahora en una alianza silenciosa y aceptada. Xena siguió
caminando, consciente de la sombra más corta y más delgada que llevaba
pegada a los talones—. Eres una desgraciadilla, ¿lo sabías?

Gabrielle sonrió.

—Va a ser una gran historia, Xena, simplemente lo sé.

—Probablemente va a ser una historia muy corta —comentó la reina—. Y


probablemente no estarás aquí para contarlo.

—Tal vez. —La expresión de Gabrielle se volvió pensativa—. Pero si muero,


quiero morir haciendo lo correcto y ayudando a la gente, ¿Tú no? 544
Xena negó con la cabeza y los dirigió camino abajo hacia el mañana.

—Creo que prefiero volver y encontrarme con esos malditos murciélagos.

—Xena.

—Mierda de héroe de pacotilla.


Parte 17

El amanecer los encontró cerca del borde de la meseta del río, resguardados
en una cueva de piedra caliza blanca y seca, en la que se acomodaron para
descansar un poco.

Al menos, algunos lo hicieron. Xena había escalado por el lado de la pared


del acantilado, y estaba escudriñando a lo largo de los espacios abiertos
delante de ellos, aferrándose a la piedra como una gran araña con capucha.

Gabrielle estaba en un punto medio. Se había sentado en un saliente cerca


de la entrada de la cueva, donde podía echarle un ojo a su acrobática
compañera de cama, mientras el sol de la mañana calentaba
agradablemente su cuerpo todavía helado por la larga y húmeda caminata
de la noche anterior. 545
No sabía lo que Xena estaba haciendo. Basándose en el farfulleo que le había
escuchado antes de comenzar a escalar, no estaba convencida que la
propia Xena supiera lo que estaba haciendo, sin embargo, no creía que
preguntarle sobre ello las llevara a algún lado.

Estaba cansada hasta los huesos. Cada pulgada de ella quería acurrucarse
al sol y dormir a pesar del vacío en su estómago y su deseo de mantenerse al
lado de Xena. Aunque su cuerpo parecía estar acostumbrándose a dormir
muy poco y comer menos, sintió que estaba llegando al límite y esperaba que
Xena decidiera quedarse quieta, aunque fuera por un corto periodo de
tiempo.

Momentos después, oyó un ligero roce de cuero contra piedra, y cuando


levantó la vista, Xena bajaba por el acantilado, soltó su agarre y se dejó caer
el último cuerpo de altura para aterrizar cerca de donde estaba sentada
Gabrielle.

—Urf.

—¿Urf? —Gabrielle dirigió su atención a su compañera— ¿Qué viste allá


arriba?
—Un desastre. —Xena se sentó en la roca junto a ella y se recostó, apoyando
la cabeza contra la pared con un suspiro. —Tengo un problema.

—¿Qué tipo de problema? ¿Puedo ayudar?

Xena giró la cabeza hacia un lado y miró a Gabrielle.

—No sé —dijo— ¿Cómo andas en asesinato masivo? ¿Tienes algún buen


veneno?

La adorable cabeza fregona de Gabrielle se inclinó hacia un lado, y frunció el


ceño.

—Xena, no creo que sea muy buena ni para matar hormigas en masa, incluso
por error.

Xena se rio entre dientes.

—Probablemente no. —Dejó que sus manos descansaran sobre las rodillas, los
rasguños en carne viva visibles a la luz del sol—. Eres demasiado adorable para 546
ser una asesina despiadada de todos modos. Nadie lo creería —suspiró—.
Ahora yo, por otro lado... podría ser una inocente esquiladora y todos huirían
de mí.

Gabrielle estudió a la mujer sentada a su lado. Xena llevaba su armadura, el


cuero manchado por los viajes, y las armas colgaban literalmente de toda
ella. Sentada allí al sol, con cansancio en el rostro, parecía cualquier cosa
menos una reina.

—Yo no huiría.

Xena frunció los labios.

—Eres una mema enamorada. Tú no cuentas.

—Uno, dos, tres... Claro que sí. —Gabrielle se acercó y cubrió una de las manos
de Xena con la suya—. ¿Vamos a quedarnos aquí por un tiempo?

—¿Quieres? —preguntó la reina— Te ves como si necesitaras dormir la siesta.


—Levantó su mano libre y estiró el cuerpo para apartar el cabello de Gabrielle
de su cara—. ¿Todavía te alegras de estar aquí?
Gabrielle miró a su alrededor, a sí misma, luego a Xena.

—Bueno. —Logró una media sonrisa—. Me gustaría que ambas estuviéramos


en cualquier otro lado.

—Yo también —admitió Xena—. Síp, vamos a quedarnos aquí por ahora.
Quiero llegar a la ciudad, e intentarlo a la luz del día, con veinte patanes con
armadura detrás de mí no va a ser suficiente. —Distraídamente quitó un trocito
de su armadura de rodilla, el borde cortado y retorcido en un punto irregular.

Sabía que debía haber acabado así en una de sus peleas, pero no tenía
ningún recuerdo de eso. ¿Cómo se llamaba, la niebla de guerra? Sacudió un
poco de barro seco de su pierna. Un agitado pozo negro de guerra, más bien.

—Pensé que íbamos a intentar hacer que Sholeh nos siguiera —dijo Gabrielle—
. ¿No era ese el plan?

—Los planes cambian. —La reina extendió sus piernas con cuidado—. Hay
demasiadas de sus tropas entre nosotros y el río. Si hago que nos persiga, solo
nos toparemos con ellos y morir es tan malditamente aburrido. 547
Sintió que Gabrielle se movía, y giró la cabeza para ver a su compañera
levantándose despacio detrás de ella, con las manos ya en sus hombros. Se
inclinó hacia adelante y apoyó los codos en las rodillas, aceptando el toque
con gratitud mientras Gabrielle comenzaba a masajear con dedos suaves las
partes de sus hombros que podía alcanzar. Era vergonzosamente íntimo, pero
ya no le importaba.

—Bueno, entonces estoy segura de que se te ocurrirá un plan mejor —dijo


Gabrielle con confianza—. Es sorprendente cómo supiste que esos soldados se
unirían a nosotros.

—Ungh.

—Creen que eres realmente sexy.

Xena giró la cabeza y miró a Gabrielle, con los ojos medio oscurecidos por el
pelo rígido por el barro.

—Tienes que estar bromeando.

—“Yo” creo que eres realmente sexy.


La reina resopló.

—Bueno, “yo” creo que, a todos vosotros, se os han comido los ojos las ratas y
necesitáis bastones blancos para encontrar el camino. —Miró hacia adelante
otra vez—. Desde luego que no me siento sexy en este momento. —Gabrielle
se acercó más, olvidando su propio cansancio, mientras respondía a la
inesperada nota de desaliento en la voz de su amiga. Como la mayoría de los
hombres, Xena estaba apaleada por los viajes, su piel estaba manchada de
barro y llena de arañazos aún sin cerrar. Presionó su vientre contra la espalda
de Xena mientras pasaba sus manos bajo la dura armadura, hacia la cálida
piel de debajo, los sólidos huesos, evidentes debajo de las yemas de sus dedos.
Vio cómo la reina bajaba la cabeza un poco más y, al ver un poco del cuello,
se inclinó hacia delante y lo besó. Xena gruñó suavemente, y ella lo tomó
como una invitación y regresó para otro beso, mordisqueando el pequeño
bulto que era parte de la columna vertebral de la reina. Podía sentir la tensión
bajo sus manos relajándose lentamente, mientras ascendía por el poderoso
cuello. Xena dejó descansar la cabeza sobre sus manos, los codos apoyados
sobre sus rodillas. Dejó que los pensamientos del ejército de Sholeh se
perdieran durante unos minutos. La calidez del contacto detrás de ella, la hizo 548
sentir como si estuviera atrapada brevemente en un capullo en otro lugar,
donde la estaba esperando un baño, y una taza de hidromiel y la más suave
de las camas. No había nada de eso allí, pero la presencia de Gabrielle, le
hizo sentir que las comodidades de esa vida estaban lo suficientemente cerca
como para tocarlas. Respiró hondo y soltó el aire, mientras los músculos de su
cuello se relajaban bajo el poderoso masaje. Otro mordisquito a lo largo del
borde de su oreja y, a pesar del estado completamente sucio en el que
estaba, maldita sea si no la hacía sentir sexy—. Te vas a enfermar si sigues
comiendo toda esa suciedad —comentó.

—Está limpio allí. —Discrepó Gabrielle, extendiendo los brazos alrededor de


Xena para abrazarla—. Si vamos a quedarnos aquí por un tiempo, encontré
un estanque justo en esa pequeña pendiente, que no se veía demasiado
embarrado —dijo—. Tal vez yo, podría limpiar más lugares.

Xena se frotó las sienes con los pulgares.

—¿Me estás haciendo proposiciones, rata almizclera?

—Bueno. —Gabrielle exhaló, justo contra la piel del cuello de Xena—. Podría
ser, pero realmente creo que es probable que quieras estar más cómoda
ahora mismo, —Se levantó y se acercó a la reina, tendiéndole las manos—.
¿No es así?

Xena apoyó la barbilla en los puños, lamentando la pérdida de su masajista.

—Si voy contigo y te dejo hacer lo que quieras conmigo, ¿acabaras el


masaje?

—Por supuesto. —Gabrielle sonrió.

La expresión creció cuando Xena se puso de pie y la tomó de la mano, se


dieron la vuelta y caminaron por la corta pendiente hasta el denso arbusto
que rodeaba la cueva que Xena había elegido exactamente por esa razón.
Era invisible a menos que subieras directamente, y el camino hacia el valle
estaba bloqueado por gruesas extensiones de espesa maleza y un bosque de
pinos de aspecto sombrío, que se extendía a lo largo de la pared de roca que
separaba el valle del mar.

No era seguro, por supuesto, pero era el lugar más seguro que podía encontrar
para darle a su pequeño grupo el descanso que tanto necesitaban y Xena 549
sintió el cansancio en sus propios huesos mientras seguía a Gabrielle entre dos
arbustos aromáticos. Al doblar una esquina, ya podía oler el rico aroma del
agua en el aire.

Tuvieron que abrirse camino a través de una pila de rocas caídas, verdes por
el musgo, separadas de la pared cercana hacía mucho tiempo. Escondido
bajo las ramas y bordeado por espesa vegetación, el estanque parecía
oscuro y turbio, pero la nariz de Xena detectó agua fresca y eso le provocó
picazón en la piel cubierta de barro.

Encontró un saliente pequeño sobre la línea de flotación y se sentaron juntas.


Xena se desabrochó las botas y se las quitó primero, hundiendo los pies en el
agua fría con un suspiro antes de comenzar a trabajar en su armadura de
rodilla.

—Maldición.

Gabrielle estaba siguiendo su ejemplo, y movió los dedos de los pies en el agua
oscura durante un minuto, antes de mirar hacia abajo para desabrocharse el
cinturón alrededor de su cintura.

—Esto es agradable.
Xena se quitó la armadura de las piernas y la dejó a un lado, mirando
pensativamente sus extremidades magulladas, las articulaciones le dolían
mientras pasaba sus manos sobre las rodillas. Con un suave gruñido, apoyó las
manos a cada lado de ella y se metió en el agua, tanteando con cautela el
fondo mientras el agua subía por sus muslos. Estaba fresca, pero no fría y le
llegaba hasta la cintura.

—¿Tienes jabón? —la reina miró a su amiga, que estaba levantando su


armadura sobre la cabeza, revelando una camisa manchada de barro y
sangre debajo.

—Um... —Gabrielle dejó la armadura y cogió la bolsa que colgaba del


cinturón que había dejado caer cerca de ella—. De hecho... —Buscó algo—.
Por supuesto que sí.

Xena se apoyó contra las rocas y cruzó los brazos sobre la fría y húmeda
superficie.

—¿Qué haría yo sin ti?


550
Gabrielle levantó la vista al oír la tranquila sinceridad en la voz de Xena. Se
encontró con los sombríos y vacilantes ojos azules, con el pedacito de jabón
entre sus dedos.

—¿Seguir sucia?

Xena simplemente la miró fijamente, luego extendió su mano.

—Dame eso, y trae tu trasero aquí. —Agarró el jabón y esperó a que Gabrielle
se liberara de las calzas y saltara audazmente de la roca en el agua con solo
su camisa, las mangas ondeando a su alrededor.

Desapareció rápidamente cuando el agua se cerró sobre su cabeza, con una


nube de burbujas sorprendidas y un graznido amortiguado. Su compañera se
abalanzó y metió la mano, y después todo el brazo, en el agua, agarró un
trozo de tela y tiró hacia arriba, sacando a la superficie a una mujer mojada,
balbuceante y con los ojos muy abiertos.

—Oof. —Gabrielle respiraba agitadamente—. ¡No me esperaba eso!


—Estás chiflada. —Xena la arrastró hasta las aguas poco profundas y la
mantuvo firme hasta que encontró pie—. Al menos te quitaste toda la mugre...
Oye, eres rubia.

Gabrielle se agachó, entró al agua y se arrodilló, quitándose la camisa y


frotándola enérgicamente.

—Sí, me sentía bastante mugrienta —admitió—. Odio eso.

—¿Lo odias? —Xena dejó el jabón y se desató los cueros, sacándoselos por la
cabeza y dejándolos en el agua para que se remojaran—. Nunca lo hubiera
imaginado, rata almizclera, viviendo con ovejas y pollos en tu dormitorio y todo
eso.

—Xena. —Gabrielle levantó la vista, luego dejó de hablar mientras


simplemente se quedaba sentada en el agua, admirando a su compañera
ahora desnuda. Xena estaba iluminada desde atrás por la tenue luz verde, su
cabello ondeando con la brisa mientras trabajaba en limpiar su armadura.
Había visto a Xena desnuda antes muchas veces, por supuesto. Pero después
de estar en medio de la naturaleza, todo el tiempo que habían estado, el 551
cuerpo de la reina se había transformado en algo más primario, los músculos
sobresalían claramente debajo de su piel y los huesos se mostraban a lo largo
de la parte superior de sus hombros y sus costillas. Con su cabello un poco
descuidado y las marcas de la batalla en ella, estaba tan lejos de la mujer con
vestidos de seda que Gabrielle había conocido por primera vez, que era difícil
de asimilar. Pero en su corazón sintió, como lo había hecho desde el principio,
que esta Xena, esta oscura figura guerrera, era la verdadera—. Guau.

—¿Qué? —Xena levantó la vista de lavar la sangre de sus pieles.

—Eres preciosa.

Xena miró a su alrededor, luego se miró a sí misma y luego a Gabrielle.

—¿Te has golpeado la cabeza con esa roca o algo así? —preguntó con tono
desconcertado—. Parezco medio muerta. —Colocó su armadura sobre la
piedra y comenzó a lavar sus brazos con el jabón—. Ven aquí.

Gabrielle se acercó y dejó su camisa al lado del cuero de Xena. Tomó el jabón
de las manos de la reina y comenzó a limpiarla con él. Restregó su fuerte
espalda, mientras Xena se giraba y se apoyaba en la orilla, soltando un
pequeño y cansado suspiro.

—Tienes una especie de bulto aquí —dijo Gabrielle después de unos minutos.

Acarició suavemente a lo largo de la columna vertebral de Xena hasta su


base y tocó la apretada bola que podía sentir debajo de la piel.

—Sí. —Xena se inclinó más hacia adelante y apoyó la cabeza en su brazo—.


Me giré hacia donde no debía cuando estaba peleando contra ese imbécil.

—¿Te duele? —Gabrielle trató de masajear cuidadosamente el lugar,


sintiendo el cambio mientras la reina se movía bajo su toque.

Xena permaneció en silencio por un momento.

—Bueno —suspiró—. Me duele todo el puñetero cuerpo, así que, es difícil de


decir. Me siento como una boñiga de caballo en una galleta.

Las manos en su espalda continuaron el paciente masaje y dejó que su cuerpo 552
se relajara, el agua que se movía suavemente y la fría piedra con olor a musgo,
ralentizaban sus pensamientos. Necesitaba un tiempo fuera del caos. Estaban
pasando demasiadas cosas a la vez, y su siguiente paso, era llevarlos al borde
de un acantilado, o hacer algo útil, y estaba tan, tan condenadamente
cansada, de luchar y de intentar sacarse un conejo cocinado de su culo.

—Te amo. —La voz de Gabrielle flotó sobre su hombro derecho, mientras el
aroma del jabón llenaba a su nariz y sentía los dedos masajeando sus
hombros—. ¿Y sabes qué? Arreglé algo entre esos árboles, creo que podrías
sentarte y tal vez descansar.

—Lo hiciste, ¿eh?

—Sí, pensé que tal vez, te gustaría sentarte en algo mejor que una piedra.

Xena se enderezó y se giró, abrazó a Gabrielle e inclinó la cabeza para besarla


con una pasión sincera y sencilla. Sintió la mano de Gabrielle caer y cogió el
jabón antes de que cayera al agua, mientras tiraba de su compañera y el
agua se evaporaba entre ellas. Tiempo muerto.

Las manos de Gabrielle se deslizaron hacia abajo para descansar sobre sus
caderas mientras se movían juntas y presionó su vientre contra el de Xena, un
calor agradable viajó por su cuerpo e hizo retroceder el agotamiento y
desterró la espantosa locura de lo que estaban haciendo.

Tiempo muerto.

—Tenemos algo suave para que podamos sentarnos allí, ¿eh? —Xena apartó
sus labios lo justo para hablar—. Pequeña sinvergüenza. —Regresó para otro
beso, saboreando el más leve toque de bayas mientras su lengua provocaba
suavemente contra la de su compañera de cama.

—Ungh.

—¿Sabes que incluso podrías hacer agradable el Tártaro?

553
—¿Cómo en el Hades se te ocurrió ESTO? —Xena se detuvo, en medio de una
placentera, aunque mojada seducción cuando ella y Gabrielle se las
arreglaron para entrar juntas, en el pequeño claro que la mujer rubia había
preparado.

—¿Qué? —Gabrielle estaba totalmente concentrada en el pecho desnudo a


la altura de su nariz.

—Eso. —Xena sin ceremonias puso la mano sobre la cabeza de su compañera


de cama y la giró para que estuviera de cara a los árboles en lugar de a sus
pechos—. Eso que está allá. ¿Tu hiciste eso?

Gabrielle trataba de recuperar el aliento mientras los latidos de su corazón se


desaceleraban un poco, y parpadeó ante el claro.

—Oh. —Tomó una profunda bocanada de aire y la expulsó—. Eso. Ah, sí, fui yo
—admitió—. ¿Te gusta?

Xena soltó a su compañera y la rodeó, esquivando una rama para llegar al


espacio abierto entre un grupo de árboles. Entre ellos había un cuero, una piel
de vaca, atada a tres de los troncos y suspendida sobre el suelo.
Era áspera, y un poco tosca, pero había espacio para una persona tumbada
o dos personas acurrucadas juntas y Xena se puso las manos en las caderas y
rio con verdadero asombro.

—Será hija de bacante.

Gabrielle dejó su molesta lívido en espera compensada por estas palabras de


aprobación sesgada de su amante. Se unió a Xena cerca del artilugio, más
que un poco complacida consigo misma.

—Solía hacer esto cuando tenía que quedarme fuera vigilando a las ovejas —
dijo—. Mola mucho, ¿eh?

—¿De dónde sacaste la piel? —preguntó Xena—. No la llevabas encima.

—No. —La mujer rubia la tocó—. Estaba en la cueva. La encontré antes que
el resto de esos tipos lo hicieran.

Xena miró a su alrededor. El claro estaba rodeado completamente por


árboles y maleza. Trató de ver a través de la pared de roca, y falló, y luego 554
trató de ver a través del valle, y tuvo un éxito igualmente horrible.

Eso significaba que, en este lugar tan poco práctico, podía simplemente
sentarse y relajarse un rato. Con un gruñido de aprobación, se volvió y se sentó
en el pellejo estirado, sintiendo que se movía debajo de ella, mientras probaba
cautelosamente la fuerza de las cuerdas.

Parecía agradable y seguro. Xena se recostó de espaldas sobre la piel,


mirando a través de las hojas al plácido cielo antes de levantar la mano y
doblar el dedo en un gesto de invitación.

—Ven aquí.

Gabrielle no dudó. Había creado la hamaca con la vaga esperanza de que


tal vez podría echarse una siesta, pero tener a Xena alegremente extendida
sobre su columpio, con el rostro de la reina iluminado con una sonrisa feliz, hizo
que su propia alma cantara.

Se acomodó al lado de Xena, mirando las cuerdas nerviosamente por un


momento mientras esperaba que pudieran sostener el peso de ambas y que
había atado bien los malditos nudos. Después de un inseguro y crujiente
momento, se relajó y se estiró, el lado izquierdo firmemente en contacto con
el derecho de la reina.

La hamaca se balanceó un poco, un movimiento suave mientras ambas se


adaptaban a la extraña e inesperada comodidad.

—Guau. —Gabrielle suspiró—. De verdad que se siente muy bien no estar


sentada en una roca.

—O un árbol. —Xena estuvo de acuerdo—. O incluso un caballo.

Flexionó su cuerpo, los dolores se relajaban lentamente a medida que los


músculos se aflojaban. La última noche que pasó en el catre de su
campamento parecía muy lejana, y se enfrentó al hecho de que, en realidad,
ya no era la agresiva joven que había sido alguna vez.

Había madurado, y había envejecido, y sospechaba que su yo anterior estaría


horrorizado, al ver en lo que se había convertido. Ah bueno.

—Muchacho, estoy cansada —suspiró Gabrielle—. No sé cómo hacías esto 555


durante todo ese tiempo.

—Yo era idiota —respondió Xena rápidamente—. Sin mencionar, que era
demasiado joven y estúpida como para valorar lo que es tener algo tan simple
como una puñetera almohada.

—Oh.

Xena la miró de reojo.

—Entonces. —Ignoró lo insensato que era ellas allí balanceándose con los
posibles soldados enemigos a su alrededor—. ¿Dónde aprendiste a hacer uno
de estos? No me imagino a un montón de granjeros acunándose.

Gabrielle se volvió a medias y se acurrucó más cerca, deslizando su brazo


sobre el estómago de Xena.

—Comenzó con las ovejas.

—Uh oh. —Las fosas nasales de Xena se ensancharon—. Sabía que había una
historia de dormir con ovejas en alguna parte de tu pasado.
Gabrielle comenzó a reírse, sacudiendo la cabeza mientras las risas bajaban
por su cuerpo.

—Oh, por el amor de los dioses, Xena. —Xena se rio entre dientes—. Nunca he
dormido con una oveja. —Las risas de la mujer rubia finalmente se
desvanecieron—. Ni siquiera accidentalmente. Pero solía tener que salir a
vigilar a los rebaños cuando pastaban, en verano.

—¿Vigilarlos y hacer qué? ¿Masticar hierba y tirarse pedos?

Bien. Gabrielle recordó los largos días de verano que había pasado sola con
los animales lejos en el campo. Los recuerdos parecían un poco borrosos, y
casi sintió que no podía volver atrás y ser de nuevo la chica que había sido
entonces.

¿Tanto tiempo había pasado? Solo tres o cuatro temporadas, pero eso
parecía una vida. Apenas podía recordar el aroma del trébol, el sonido de los
pájaros sobre sus cabezas y el suave balido de las ovejas cercanas.

—Vigilarlos para asegurarse que no se escapaban, o que un lobo no los 556


atacara —explicó.

—Gabrielle.

—¿Sí?

—¿Te ibas a lanzar delante de una manada de lobos para evitar que se
llevasen tus chuletas de cordero? —La voz de Xena se elevó con
incredulidad—. Me estás tomando el pelo, ¿verdad?

—Bueno. —Sonaba un poco loco—. No lo sé... nunca tuve que hacer eso. Lo
peor que sucedió fue que uno de los corderos cayó en un pequeño hoyo de
arenas movedizas y tuve que tirarme tras él —suspiró—. Una estupidez.

Xena escuchaba a medias, su atención se centraba en los calambres que


lentamente iban desapareciendo de su espalda.

—¿Lo sacaste?

—Después de que me mordió, sí —dijo Gabrielle—. De todos modos, después


de llevar al rebaño al pasto, buscaba un buen lugar para sentarme y vigilarlos,
pero siempre había algo que lo hacía incómodo. O bien eran hormigas, o
barro, o rocas o zarzas... Así que, finalmente robé una vieja manta de piel del
establo y me hice un pequeño columpio para sentarme.

—Tiene sentido. —Xena observó a un pájaro revolotear sobre su cabeza,


tranquilizándola un poco por su presencia despreocupada—. Apuesto a que
eso lo hacía más agradable.

—Si. —Gabrielle podía sentir a Xena relajándose contra ella, y acarició


suavemente el costado de la reina con su pulgar—. Solía quedarme allí
durante horas, viendo pasar las nubes e inventando historias. —Xena no podía
imaginárselo. Sus primeros años de vida habían estado tan llenos de dolor y
terror, sentados y pensando sobre cualquier cosa que les llevara a la muerte.
No podía imaginarse a sí misma así, pero después de un momento, pudo
imaginarse a Gabrielle en esa época, probablemente una pequeña mocosa
cabeza de fregona que hablaba con conejos—. Era tan diferente de lo que
era en casa —agregó Gabrielle—. Estaba sola, pero era maravilloso, porque
podía estar allí e imaginar todo tipo de cosas, como lo que pensaban las
ovejas, y si los peces aguantaban la respiración, y cómo iba a ser mi vida,
algún día. 557
Xena giró la cabeza y miró el perfil de su amante.

—Apuesto a que esto nunca se te pasó por la mente —señaló a ambas, y a su


alrededor con un movimiento lento de la mano.

Gabrielle tuvo que sonreír.

—Um... No —admitió—. Creo que la cosa más loca que jamás imaginé fue huir
para unirme al circo ambulante.

—Yo podría ser considerada un circo ambulante —reflexionó Xena—.


Veamos... me han llamado víbora, culo de caballo, perra furiosa... Todo lo que
necesitaría es un enano y tú con un traje de payaso y podríamos abrir un
negocio. ¿No crees? —La mujer rubia enterró su cabeza en el hombro de Xena
y comenzó a reír otra vez sin poder contenerse. Xena se rio, luego dejó escapar
un largo suspiro—. Oh Gabrielle. —Envolvió sus brazos alrededor de su
compañera—. Disfrutemos esto mientras podamos. Esta noche vamos a
colarnos en la ciudad y tendrás que abrir el camino.

—¿Yo?
—Sí, tú. —Xena le dio un beso en la parte superior de la cabeza—. No voy a
ser yo la única atrapada haciendo de héroe de pacotilla en esta maldita
historia.

—Um.

—Si puedes sacar a una oveja de las arenas movedizas, puedes dirigir a mi
ejército.

—Uhhhm.

—Es solo un ejército de veintiséis, no retuerzas la cola.

558
Xena levantó la rodilla, apoyando su tosco tazón de madera sobre ella,
mientras observaba el sol que comenzaba a deslizarse detrás de la línea de
árboles. Excepto, por el hecho que no tenía una jarra de cerveza fría en la otra
mano, se sentía condenadamente maravillosa en ese momento, y ni siquiera,
la idea de tener que viajar toda la noche le molestaba.

Estar limpia, haber dormido durante horas y conseguir una comida decente
hizo maravillas en ti, ¿verdad? Se pasó la lengua por los labios. Especialmente
cuando te estás haciendo vieja.

—Oye, ¿Xena?

—¿Siii?

Gabrielle se unió a ella, el cuerpo de la mujer rubia solo se cubría con su


camisa y sus polainas, su armadura empacada a salvo con la piel que se
había apropiado, en la espalda de uno de los soldados. La brisa de la tarde
agitó la tela contra su cuerpo, y alborotó su pelo recién secado, y exhaló con
cierta satisfacción mientras miraba el cielo dorado junto a su reina.

—Eso es tan bonito.


¿Era qué? Xena cogió una pata de conejo de su cuenco y le dio un mordisco.

—Tú has cocinado esto.

—Uh huh.

—Lo sé por el sabor —dijo la reina—. Quiero decir que tiene algo.

—Gracias. —Gabrielle se sentó en una roca cercana y se recostó—. Estoy muy


contenta de que esos muchachos trocearan esos bichos que encontraron
antes, porque si hubiera tenido que mirar a esos conejos vivos, habríamos
terminado con sopa de hierbas para la cena.

Dio un puntapié, saboreando el conejo en la parte posterior de su lengua con


una sensación de placer culpable. A pesar de su ambivalencia sobre el
consumo de animales adorables, tenía mucha hambre, y la comida le había
sentado muy bien llenando su tripa.

Tener suficiente para comer, y tiempo para comerlo, era un lujo del que no
sabían mucho desde que comenzaron la lucha, y le hizo apreciar de nuevo, 559
todo lo que había conocido en el castillo durante el invierno. Que curiosa era
la vida a veces, lo que ella había conocido antes había sido mucho peor de
lo que habían experimentado aquí.

—¿Qué has dicho?

Gabrielle levantó sus rodillas y las rodeó con sus brazos mientras giraba su
cabeza hacia la reina.

—No he dicho nada.

—Sí lo has hecho.

—No, no lo he hecho —dijo la mujer rubia—. De Verdad.

—¿Estás discutiendo conmigo? —preguntó Xena—. ¿Ya nos hemos olvidado


de todo eso de que soy la reina?

Gabrielle se dio cuenta de que cada vez le resultaba más difícil recordar
cómo se había sentido al tenerle miedo a Xena, mientras respondía a las burlas
con una sonrisa pícara.
—Nunca me olvido que tú eres la reina. —Tranquilizó a su compañera—. Pero
honestamente, no he dicho nada.

Xena le ofreció un bocado de conejo y lo aceptó, mordisqueando los dedos


que lo sujetaban, después de meterse el bocado para masticarlo.

—Me alegro que hayamos tenido la oportunidad de descansar hoy.

—¿Descansar? —Xena rio disimuladamente.

—Bueno. —Gabrielle tragó su bocado de conejo—. Tumbarnos, al menos.

—Yo también. —La mujer más alta se chupó las yemas de los dedos—. Y bien,
¿estás lista para partir?

La expresión de Gabrielle se puso seria.

—Supongo.

Xena se puso de pie y silbó, mirando hacia atrás cuando vio a los hombres 560
comenzar a formar preparándose para moverse.

—¿Recuerdas lo que se supone que debes hacer? —le preguntó a Gabrielle—


. No vas a cagarla, ¿verdad?

Buena pregunta.

—Espero que no... —Gabrielle se ocupó de apretarse los cordones de sus


botas—. Pero ya sabes, me gustaría que Parches estuviera aquí para ir
conmigo. —Xena le lanzó una mirada, luego se dio media vuelta y dejó
escapar otro silbido, este más bajo y aún más estridente. Tras un momento de
silencio, la maleza se agitó violentamente, y cuando Gabrielle se levantó de
un salto sorprendida, las ramas se abrieron para revelar una cabeza greñuda
seguida de un cuerpo igualmente greñudo—. ¡Parches! —Gabrielle corrió a
dar la bienvenida a su pony, que parecía un poco desconcertado de verla—
. ¿Dónde has estado? ¿Cómo nos has encontrado? —Se volvió y miró a Xena
que había cruzado sus brazos y estaba sonriendo con suficiencia—. ¡Guau!

—¿Algo más que quieras? —Xena se permitió un momento para disfrutar la


mirada de deleite en la cara de su amante—. ¿Una copa de oro, o una
alfombra para sentarte o algo así?
Gabrielle le dio un abrazo al pony alrededor de su cuello, luego corrió hacia
donde estaba Xena y le dio un gran abrazó también.

—Gracias. Estaba realmente preocupada por él.

Xena le devolvió el abrazo, con una sensación agridulce.

—Sí, bueno... se llevaron al resto —le dijo a Gabrielle—. Este pequeño


gamberro fue el único que escapó.

Gabrielle se quedó quieta en sus brazos, y luego levantó lentamente la vista


hacia la reina.

—¿Tienen a Tiger?

Su amante asintió brevemente.

—Esta mañana. Pude verlos desde allí. Indicó la pared que había escalado.

—Guau. Lo siento —dijo la mujer rubia, suavemente, su felicidad se 561


desvaneció.

—Yo también —dijo Xena—. Estoy segura que a estas horas ya lo han matado
—añadió con un intento de indiferencia—. El no dejará que nadie lo monte.
—Una punzada de dolor recorrió su pecho otra vez, viendo de nuevo la
imagen de hombres rodeando a su amado semental y sus ojos
desenfrenados—. Pobre bastardo.

—Oh, Xena... ¿Quieres...?

—No. —La rotundidad en el tono de la reina fue sorprendente—. Es solo un


caballo, Gabrielle.

Solo un caballo. Gabrielle le dio otro abrazo.

—Bien —dijo, después de una pausa—. Gracias de todos modos... estoy


contenta de ver a Parches, en cualquier caso.

—Lo sé. —Xena le dio un beso en la cabeza—. Ve a jugar con él para que no
se arrepienta de seguirnos. Dale un higo o algo así.
—Está bien. —Su amante la soltó, y regresó al lado del pony, acariciando su
cuello y rascándole las orejas—. Hola Parches —logró una sonrisa—. Así que te
escapaste, ¿eh? Eres tan listo. —Parches la empujó en el pecho con su nariz,
aparentemente contento de verla de nuevo. Todavía llevaba los arreos sobre
su espalda, incluyendo la silla de montar y sus bolsas, y buscó en una para
encontrar una manzana algo marchita—. Aquí tienes- —Ella se la ofreció—. No
es mucho, pero te encontraremos algo mejor, una vez que nos pongamos en
marcha.

El pony aceptó el premio cordialmente, masticándolo y sacudiendo la cabeza


un par de veces mientras Gabrielle comprobaba su brida y estiraba las
correas. Las hojas se habían quedado atrapadas en el cuero, las sacó, y el olor
a verdor aplastado le llegó a la nariz.

Pensó en Tiger, levantando los ojos para observar a Xena mientras formaba a
los hombres para salir. ¿Cuán mal debía sentirse su amiga? Ella nunca dijo
mucho al respecto, pero Gabrielle podía decir que amaba a los caballos, y al
negro grande en particular. Sabía cómo se habría sentido si Parches hubiera
sido capturado. 562
Guau. Le dio otro abrazo al pony, luego tomó sus riendas y esperó mientras los
hombres se reunían alrededor y la oscuridad comenzaba a caer sobre ellos.
¿Había algo que pudiera decirle a Xena al respecto? ¿O la reina solo querría
fingir que no le importaba?

—Está bien, vámonos —ordenó Xena en tono serio—. Manteneos alerta y en


movimiento. —Comenzó a caminar hacia adelante, haciendo un gesto para
que Gabrielle se le uniera—. Vamos, rata almizclera. Agarra al enano y ven
aquí.

Gabrielle condujo a Parches al lado de la reina, y caminaron juntas a la


cabeza de su pequeña fuerza. Trató de pensar en algo que pudiera decirle a
Xena para consolarla, pero al final, simplemente se acercó, tomó la mano de
su amiga y la estrechó, sintiendo que los poderosos dedos se cerraban
alrededor de los suyos en un apretón de corazón.

De nuevo, todo parecía estar del revés. Se dirigían hacia la ciudad, ella se
había comprometido con algo que no estaba segura de poder hacer, y su
futuro parecía más en duda ahora que el día anterior. A medida que el
camino se desenmarañaba frente a ellos, una abertura apenas visible entre la
maleza, esperaba que las cosas salieran bien.
Esperaba no cagarla demasiado.

Xena soltó su mano y colocó su brazo alrededor de los hombros de Gabrielle,


acercándola más y acortando su paso para que coincidieran. Caminaron en
silencio mientras el crepúsculo se desvanecía y las estrellas comenzaban a
aparecer sobre sus cabezas, bañándolos en un poco de plata.

Un búho ululó. Luego, muy lejos, hubo un grito, una voz ronca que se alzaba
en agonía, pero la pequeña banda siguió caminando sin pausa, dejando lo
que fuera que fuese aquello, atrás.

—Bien. —Gabrielle miró a través de la penumbra de antes del amanecer, a


las murallas de la ciudad junto al río. Podía ver guardias haciendo sus rondas, 563
y parecía que había soldados por todas partes—. ¿Quieres que vaya allí y pida
entrar?

—Sí.

—Creía que yo te gustaba.

Xena le dio un cachete en el trasero a su compañera.

—No eres una amenaza. No te matarán —dijo—. Espero —añadió después de


un momento—. Necesito que entres y nos consigas algunos aliados.

Gabrielle se sentía sobre todo asustada.

—No sé cómo hacerlo.

—Claro que sí.

—No, de verdad que no.

Xena le dio otro cachete.


—Escucha, rata almizclera. Me sedujiste ¿Qué tan difícil podría ser seducir a
un grupo de campesinos lujuriosos que se quedaron atrás para proteger las
puertas?

Gabrielle se hizo a un lado para evitar ser golpeada de nuevo.

—Bueno... pero no sé cómo te seduje —respondió tristemente—. No sé qué


hacer, Xena. Voy a plantarme allí y simplemente sonar como una loca.

Xena la tomó por los hombros y se enfrentaron. Estudió el rostro de Gabrielle a


la tenue luz viendo auténtico miedo, y su propia expresión se suavizó un poco.

—Escucha. Puedes hacerlo —dijo—. No saben quién eres, Gabrielle. Eres solo
una niña de campo que vienes a la gran ciudad para contar historias y hacer
algunos dinares. No es nada del otro mundo.

Gabrielle sintió ganas de llorar.

—Xena, no puedo hacer esto. Tengo miedo —susurró, mirando más allá de la
reina hacia donde los hombres esperaban pacientemente escondidos entre 564
la maleza—. ¡Simplemente no puedo caminar hasta allí!

—Shh. —La reina ahuecó su mejilla con una mano sorprendentemente gentil—
. No vas a ir caminando hasta allí.

Los hombros de la mujer rubia se relajaron.

—Oh. Bueno, pensé que habías dicho...

—Irás montando. —Xena le dio unas palmaditas en la mejilla—. Escucha. —Su


voz se redujo a un susurro—. Voy a estar justo detrás de ti. No te preocupes por
eso. Solo entra allí, ve a esa puerta trasera y ábrela para nosotros. ¡Eso es todo
lo que tienes que hacer!

Eso es todo. Solo la idea de dejar a Xena e ir sola por ese largo camino le daba
tanto miedo a Gabrielle que la dejaba sin palabras, ahora que estaban allí, al
borde de la maleza, con nada más que ese espacio vacío frente a ellos.

—¿Vas a estar justo detrás de mí? —preguntó—. Pensé que no querías que te
vieran.
—No lo harán. —Gabrielle exhaló—. Gabrielle, escúchame —dijo Xena—. Solo
tú puedes hacer esto. Ninguno de nosotros puede. —Se indicó a sí misma,
luego a los otros soldados—. Tenemos que entrar a la ciudad, necesitamos
aliados.

—¿Por qué crees que los encontraremos allí? —preguntó Gabrielle


inspeccionando atentamente su cara—. ¿Porque Sholeh les dio una paliza? —
La reina asintió—. Xena, tú ibas a darles una paliza.

Xena sonrió brevemente, medio encogiéndose de hombros.

—Las vicisitudes de la guerra, amiga mía. Eso es lo que pasa a veces. Un día
eres una perra y al siguiente, una salvadora.

Gabrielle exhaló de nuevo y finalmente asintió.

—Bueno. Haré lo mejor que pueda, eso es todo —dijo—. Solo, por favor, ten
cuidado, ¿de acuerdo? No quiero que te pase nada mientras estoy allí —
Rodeó a la reina con sus brazos y la abrazó.
565
Xena le devolvió el abrazo.

—Ten cuidado tú también —susurró al oído de Gabrielle—. No quiero perderte.


—Soltó a Gabrielle y le dio un empujón hacia donde Parches estaba
tranquilamente de pie, masticando un poco de hierba—. Venga.

Sintiéndose un poco mejor, pero no mucho, Gabrielle se acercó a su pony y


volvió la cara hacia la ladera que conducía al camino. Cuadrando los
hombros, se adelantó, sosteniendo las riendas de Parches mientras el pony la
seguía a través de la hierba alta y espesa.

Casi de inmediato, se sintió asombrosamente sola. Era difícil dejar a los demás,
volver la espalda a su pequeño grupo de hombres, y a la figura alta y vigilante
de Xena.

Habría sido insoportable, pensó, si no hubiera tenido Parches con ella. Aunque
no podía hablar, su cálida y peluda presencia le proporcionaba cierto
consuelo, y retrocedió para caminar a su lado, con el brazo sobre el cuello
cuando salieron a la tenue luz de la luna que se ponía. El cielo por el este
comenzaba a blanquear con el amanecer.
Delante de ella, podía ver la franja del camino, e incluso a esa hora temprana
había figuras oscuras moviéndose sobre ella, caballos con hombres sobre sus
gruesos lomos con el distintivo contorno de las armas. Pronto, llegaría al
camino, y entonces...

Y entonces.

Eres la única que puede hacer esto. Gabrielle dejó que las palabras de la reina
resonaran en su mente, atrapada entre sentirse halagada porque había algo
que solo ella podía hacer, y vergüenza de que quisiera salir corriendo y no
hacerlo.

Miedo. Respiró hondo y calmó sus pensamientos, pensando en qué les diría a
los soldados cuando se encontrará con ellos. ¿La interrogarían? Xena le había
dicho que dijera que no era más que una pastora errante, que escapaba de
la lucha en el valle, y buscaba hacer fortuna.

¿La creerían?

Se enderezó la manga, el grueso lino, ahora limpio, se sentía cálido y 566


agradable contra su piel y se sintió un poco ligera sin la armadura que había
llegado a aceptar y acostumbrarse a usar. Ahora solo tenía la gruesa ropa
interior, sus polainas y botas, con un cinturón de cuero atado alrededor de su
cintura, que sostenía todo junto.

Parecía bastante sencilla, pero Gabrielle sabía que ninguna hija de una familia
de pastores se habría vestido así, y ninguna chica habría estado viajando por
el camino hacia la ciudad portuaria sin una escolta.

Sin embargo, ¿Lo sabrían los hombres de Sholeh? Después de todo, eran
liderados por una mujer, ¿No?

Gabrielle condujo a Parches por una pendiente complicada y cubierta de


piedras.

—Cuidado, chico —murmuró, deslizándose hacia un lado y enviando una


dispersión de trozos de roca a través de la hierba. —Después de un cuarto de
marca de vela, había llegado a un terreno llano, y ahora no podía ver el
camino, la hierba estaba muy alta y le hacía cosquillas en los brazos mientras
se abrían paso a través de ella. Desenganchó el odre del anillo en el lomo del
pony y bebió un trago, deteniéndose cuando captó el aroma de Xena en el
cuero. Eso, curiosamente, la tranquilizó. Puso la piel en el anillo y sacudió su
cuerpo, aflojando sus músculos mientras caminaba, deseando haber llevado
su vara con ella. Se había acostumbrado a usarla para caminar, y estaba un
poco sorprendida de lo mucho que ya la echaba de menos. De repente,
llegaron al camino, un momento caminando a través de la hierba espesa, al
siguiente atravesando la pared de follaje para entrar en un espacio abierto,
con el camino de tierra lleno de baches en el centro del mismo. Gabrielle hizo
una pausa y se volvió para mirar detrás de ella, viendo la zona de matorral
donde había dejado a sus amigos arriba en la ladera muy remota. No hay
señales de Xena—. Pensé que había dicho que estaría justo detrás de mí,
Parches —Gabrielle suspiró—. Oh, bueno.

Se volvió y condujo al pony hacia el camino, luego se detuvo de nuevo justo


antes de entrar en el camino y subió a su lomo. Los muslos se acomodaron en
su lugar, y se sintió mejor cuando Parches caminó sin prisa por el camino del
puerto y se dirigieron hacia la ciudad.

Solo pasó media marca de vela antes que viera las figuras montadas que
venían hacia ellos, iluminadas por el creciente amanecer y reconocibles por 567
su perfil como soldados. Podía ver los cascos en forma de cono y, cuando se
aproximaron más, las espadas curvas, su garganta se secó un poco.

Más cerca, y pudo ver que los soldados la estaban mirando. Se aclaró la
garganta e intentó calmarse para parecer tan inocente e inofensiva como
pudo, dándole palmaditas a su pony en el cuello y hablándole con forzada
indiferencia.

—Tú allí. —El más grande de los dos hombres se le acercó, mientras que el
segundo retrocedió y arrastró su caballo de lado para bloquear el camino—.
Detente.

El corazón de Gabrielle latía con fuerza en su pecho, pero obedeció tirando


suavemente de Parches para detenerlo.

—Hola —saludó al hombre—. ¿Algún problema?

Era alto y tenía el rostro barbudo, y le recordaba un poco al herrero de su


antiguo hogar, que ahora parecía estar a una vida entera de distancia.

—¿De dónde vienes?


Quédate con la verdad, Xena le había dicho.

—Potedaia. —Gabrielle respondió de inmediato.

—¿Dónde está eso?

Gabrielle miró hacia atrás.

—En uno de los valles, allá atrás. —Indicó la cordillera detrás de ellos.

El hombre la estudió.

—¿A dónde crees que vas?

—A la ciudad de allí. —Señaló detrás de él—. Soy una bardo. Me imagino que
tal vez, hay algunas posadas que podrían contratar una.

—Eso crees, ¿eh?

Gabrielle se encogió de hombros, alzando ambas manos.


568
—Bueno, no queda mucho de donde vine, así que pensé que valía la pena
intentarlo.

El hombre la rodeó, moviendo su caballo alrededor de Parches. Los pelos de


la nuca se le pusieron de punta, y de pronto recordó aquella mañana en las
habitaciones de Xena, cuando conoció a la reina y fue evaluada.

Rehusó mirar detrás de ella, mirando al otro soldado en su lugar. Mantuvo sus
manos apoyadas en la silla de montar e intentó relajarse, con las orejas
arqueadas para escuchar el golpeteo de los cascos del caballo cuando el
hombre se detuvo.

—Está bien. Sigue adelante —dijo el hombre—. De todos modos, eres


inofensiva —añadió—. Vamos, Gerard. Dirígete hasta el ejército. Hay mensajes
esperando.

El hombre que estaba frente a ella apartó su montura y chasqueó la lengua,


pasando a su lado en la dirección opuesta, sin una segunda mirada en su
dirección.

Gabrielle dejó escapar el aliento que había estado conteniendo.


—Bueno. ¡Adiós! —Levantó la mano y saludó, mientras empujaba a Parches
hacia adelante, contenta de dejar a los gruñones soldados detrás de ella.

Bien. Primer obstáculo superado. Estaba contenta y al mismo tiempo


lamentaba ver salir el sol y bañar el camino con una luz rosada, ya que, ahora
podía ver filas de soldados que se dirigían en su misma dirección, otro desafío
por el que tenía que pasar.

Al menos, razonó, se sabría su historia al dedillo antes de llegar a las puertas


de la ciudad.

Si llegaba.

569
Xena estaba bastante convencida de que se estaba volviendo loca.
Seguramente, esa tenía que ser la razón por la que estaba parada donde
estaba, abrazada a un árbol, cerrando sus brazos alrededor de su tronco para
evitar que el resto de ella, corriera a toda velocidad por el camino tras esa
figura menuda que se alejaba.

Era una locura. Estaba totalmente fuera de control y le estaba llevando casi
toda la energía que tenía quedarse quieta, por no hablar de planear una
invasión de forma inteligente.

—Um... ¿Xena?

—¿Sí? —La reina no se atrevió a volver la cabeza para mirar al soldado detrás
de ella.

—¿Estás bien?

—Estoy genial. —Xena presionó su mejilla contra la corteza—. Solo estoy


estirando los brazos. ¿Algún problema con eso?

—Uh. No, señora.


Xena abrió un ojo y echó un vistazo más allá del árbol, aliviada de ver a
Gabrielle deambulando con su desaliñado y enano pony, sin ningún idiota
potencialmente peligroso con armas cerca de ella.

—Está bien. —Se soltó con cuidado del árbol y dio un paso atrás—. Vamos a
salir.

—Pensé que íbamos a esperar a que oscureciera. —El soldado parecía


confundido—. ¿No nos verán?, no hay donde ponerse a cubierto allí.

—He cambiado de opinión. —Xena ahuecó su capa, luego comenzó a doblar


los pliegues a su alrededor—. Espero chicos que disfrutéis arrastrándoos por el
suelo. —Realmente nunca había tenido la intención de quedarse atrás,
después de todo, era a Gabrielle a quien estaba enviando a las fauces del
enemigo. Su cerebro le había dicho que era una buena idea. Tenía sentido, y
ella siempre había sabido cómo usar todos sus recursos de manera efectiva.
Lástima que todo eso no le hizo más fácil no ponerse a gritar—. Vamos. —Se
sacó el pelo del cuello de la capa y comenzó a caminar a lo largo de la línea
del bosque, quedándose justo dentro de los árboles. Desafortunadamente, se
desviaban del camino hacia el rompeolas, y a medida que avanzaba,
570
mantuvo un ojo en la figura que se alejaba cada vez más de ella. Eso hacía
que le chirriaran los dientes. Xena suspiró y se maldijo a sí misma por enésima
vez. Recorrió con la mirada la meseta e intentó concentrarse en su plan. La
hierba alta, al menos, les daría algo de cobertura, y cuando llegaron al final
del bosque, se asomó con cuidado por encima, la parte alta de los tallos le
llegaba justo a la cintura. Una rápida mirada a su derecha no mostró ningún
viajero en el camino, y aprovechó la oportunidad para permanecer de pie
por el momento. Su pequeña fuerza comenzó a atravesar la larga llanura
inclinada que bordeaba el camino a ambos lados y terminaba en las sólidas
murallas de la ciudad portuaria. Mientras se acomodaba en un paso tranquilo
y rítmico, tratando de no estirar el cuello para mirar a Gabrielle, se alegró que
al menos estaban haciendo algo, yendo a la ofensiva en lugar de
simplemente correr. Correr la molestaba. No era que se sintiera avergonzada
o pensara que era cobarde, pero... Oh, ¿a quién pretendía engañar? Xena
tuvo que reírse con ironía. Su ego estaba enloqueciendo con tanto
esconderse y merodear—. Quiero ir a matar algo.

—¿Majestad?
—Nada. —Xena consideró que su compañera de cama se estaba alejando
demasiado para su comodidad, y decidió arreglar eso—. Todos preparados
para encorvarse.

—¿¡Majestad!?

La reina negó con la cabeza y se lanzó a la carrera con grandes zancadas,


escuchando solo sus propios pasos durante un largo momento, luego,
lentamente, el grupo retumbó en movimiento detrás de ella, en un tintineo de
armadura chocando y cuero chirriante. Con la vaga idea, de saber ahora,
cómo era ser perseguido por un carro tirado por bueyes, se impulsó,
permaneciendo tan cerca del grupo de árboles como pudo.

571
Le llevó un rato, pero como ningún otro soldado se le había acercado,
Gabrielle se sintió un poco más relajada, lo suficiente como para estirar las
piernas en los estribos y mirar a su alrededor las tierras por las que pasaba.

La verdad es que el paisaje era bonito. La hierba a la orilla del río se agitaba
con la brisa y le traía un olor a verde intenso. Estaba tranquilo, aunque la misma
brisa traía el sonido de las gaviotas a sus oídos, y recordó nuevamente lo cerca
que estaban del océano, aunque estaba totalmente escondido detrás de los
acantilados.

Su miedo iba cediendo, las murallas de la ciudad todavía estaban muy lejos y
había tiempo suficiente para que entrara en pánico otra vez antes de llegar.
Sin embargo, hasta que sucediera, pensó que bien podría disfrutar del
tranquilo paseo tanto como pudiera y no preguntarse demasiado sobre
dónde estaba Xena.

O lo que estaba haciendo. Con un suspiro, se retorció un poco en su silla de


montar y alcanzó su alforja, pescando un poco de raíz cocida y
mordisqueando el borde. Un sonido la hizo mirar hacia arriba para encontrar
una sola carreta moviéndose lentamente hacia ella, tirada por un burro de
aspecto cansado con orejas grandes y ondeantes.
No parecía muy amenazador, por lo que relajó su agarre sobre las riendas que
había apretado instintivamente y permitió que Parches continuara a paso
lento por el camino hacia el carro. Cuando se acercaron, pudo ver una figura
sentada en la parte delantera del carro, encorvada, apoyando los codos
sobre las rodillas, mientras sujetaba sin apretar, un juego de guías holgadas
que pendían a lo largo del lomo del burro.

La figura le miró con desinterés, y Gabrielle se sorprendió un poco al ver que


era otra mujer. Ella rápidamente le sonrió.

—Buenos días.

Un poco sorprendida, la mujer se enderezó, mientras llegaba a su nivel.

—Buenos días —respondió—. Cogiste al camino equivocado, ¿no?

Gabrielle detuvo a Parches. Se giró y miró hacia atrás, luego hacia la mujer.

—No, no lo creo. —Discrepó educadamente—. He estado allí y no es muy


divertido. ¿A dónde vas? 572
La mujer parecía un poco divertida.

—Estoy siguiendo al ejército, por supuesto. —Se sentó un poco más erguida y
se echó la capucha hacia atrás, dejando al descubierto el cabello rubio un
poco más amarillo y más largo que el de Gabrielle—. No encontrarás mucha
acción allí. —Señaló la ciudad portuaria—. Muy pesado.

¿Acción? A Gabrielle le llevó un segundo, pero valientemente superó sus


orígenes pueblerinos y se dio cuenta de que la mujer estaba hablando de algo
más que un juego de dados.

—Ah. —Volvió a sonreír brevemente—. Bueno, realmente no estoy buscando


acción. Soy una bardo.

—¿Una bardo? —La otra mujer se rio a carcajadas—. Buen cuento. —


Chasqueó con la lengua a su burro—. Voy a tener que recordarlo. ¡Yah!

El burro sacudió la cabeza y comenzó a caminar hacia adelante, con su


gastado arnés, mal cuidado, chirriando tristemente
—No, en serio. Lo soy. —Gabrielle se encontró hablando a la pequeña nube
de polvo que había levantado el paso del carro, la cama alargada y su interior
vacío dejaban bien claro su propósito—. Buena suerte —añadió sacudiendo
la cabeza mientras guiaba a Parches. No había habido mujeres así en su aldea
natal, al menos... Gabrielle mordisqueó la raíz de nuevo. Al menos no de las
que anunciaban el hecho. Pero en los días de mercado, cuando habían ido
a las aldeas más grandes por el camino del valle, había visto a mujeres en la
multitud que llevaban sus ropas un poco demasiado abiertas, y se frotaban
demasiado contra los hombres. Su madre las llamaba rameras. Gabrielle miró
a través de las orejas de Parches al camino con expresión pensativa. ¿Ella era
distinta a eso ahora? No estaba contratada, por supuesto, y no era como si
estuviera buscando “acción” con nadie más que con Xena, pero aun así... Era
un pensamiento desconcertante. Sabía que Xena parecía estar trabajando
arduamente para tratar de hacerle un lugar a su lado, pero siempre le habían
dicho que hacer el amor era para quienes se casaban y formaban una familia
y ella no estaba del todo segura sí lo que tenía con Xena, realmente era algo
así. Por supuesto, ahora con la guerra y todo, no tenía sentido que se
preocupara por eso, sin embargo... Gabrielle bajó la mirada hacia lo que aún
llevaba de su uniforme, el cinturón con su hebilla de cabeza de halcón que 573
sostenía su camisa a su alrededor. Frunció el ceño, luego negó con la cabeza
y miró a su alrededor otra vez, alejando esos pensamientos. Lo que eran no
importaba tanto como lo que sentían y, ciertamente, no tenía ninguna duda
de lo que Xena sentía por ella. ¿Y ella? Ciertamente, no tenía dudas sobre lo
que sentía por Xena. Pero ahora, la había enviado a esta gran tarea
desconocida y una pequeña parte de sí misma se preguntaba si la reina se
estaba cansando de ella y quería un respiro. Esa pregunta dolía. Gabrielle
suspiró. No quería pensarlo, y no había nada en las palabras o acciones
recientes de Xena que la hicieran pensar eso, excepto, por su decisión
repentina de arrojar a Gabrielle a la ciudad portuaria. O, ¿era simplemente un
buen plan? Ciertamente tenía más sentido que correr por el bosque tratando
de evitar que los espeluznantes asesinos de Sholeh los mataran, o tropezar con
más ex granjeros que querían volver a casa. Parches resopló. Gabrielle estiró
su brazo y le rascó la oreja.

»¿Estoy siendo tonta, Parches? —le preguntó al pony—. Xena me ama,


¿verdad? —El pony resopló y sacudió la cabeza, extendiendo su nariz hacia
un lado del camino donde la hierba se acercaba tentadoramente—. Creo
que sí. —Decidió Gabrielle—. Sé que amaba a Tiger. ¿Crees que de verdad se
ha ido? —Parches enganchó un bocado de hierba alta y siguió caminando,
masticando la hierba. Otros cascos aparte de los suyos hicieron que Gabrielle
levantara la vista de nuevo, esta vez para ver a un escuadrón de soldados
trotando hacia ella de un modo profesional, ocupando todo el camino de un
lado a otro—. Uh oh. —Miró a ambos lados del camino y solo vio hierba
espesa—. Creo que es mejor que entremos allí, Parches —Urgió al pony a salir
del camino y sintió el roce de la hierba contra ella, mientras los soldados se
acercaban, los yelmos se giraron para estudiarla a medida que se acercaban.
Los dos más próximos sacaron sus armas, y se desviaron hacia donde ella y
Parches estaban parados, blandiendo sus espadas y soltando gritos vigorosos.
Esto no tenía muy buena pinta. Los ojos de Gabrielle se agrandaron, y cuando
los caballos retumbaron hacia ella, hizo lo único que se le ocurrió—. ¡Yah! —
pateó a Parches en el costado con los talones y apretó las rodillas con fuerza
mientras el pony salía huyendo, la hierba los azotó a ambos dolorosamente
mientras aceleraba.

Podía oler los caballos, el cuero, el acero y su hombro chocó con fuerza contra
algo antes de agachar la cabeza y escabullirse entre los dos soldados mientras
estos pasaban corriendo con gritos y risas.

Pero no había tiempo para escuchar mientras se concentraba en permanecer 574


encima de su pony a la carrera, el viento soplaba su cabello hacia atrás
mientras miraba de reojo, esperando que los soldados simplemente pasaran y
no la persiguieran.

Verdaderamente esperaba que no lo hicieran.

—Ah, pe... pe... Pe... —Xena apretó fuerte la mandíbula para ahogar un grito
de indignación, con una mano apretada alrededor de un desafortunado tallo
de hierba de río, la otra sujetando su chakram listo para decapitar. Estaba sola
después de haber superado a sus hombres con una velocidad loca, se arrastró
por la hierba que había dejado su piel medio cortada en tiras por los bordes
afilados, y su corazón daba tumbos en su garganta—. Estúpido hijo de... —Los
soldados siguieron riendo y cabalgando, sin apenas mirar hacia atrás al pony
desbocado que se alejaba de ellos, y sin percatarse de la mujer que echaba
humo a un cuerpo del camino, casi lo suficientemente cerca como para
agarrar la cola de sus caballos. Xena casi quería matarlos de todos modos. El
hecho de que echaría a perder su plan le impedía lanzar su arma, mientras
sentía que los latidos de su corazón comenzaban a disminuir y que la tensión
de la batalla casi desaparecía de su cuerpo. Patanes estúpidos. Se dio cuenta
que los hombres solo estaban jugando con Gabrielle, actuando para asustar
a la campesina solitaria, y además no eran más que unos críos. Sin embargo,
eran soldados regulares de Sholeh, ahora que sabía lo que significaban las
marcas de rango, podía verlo a simple vista. Eso la había hecho correr. Los
reclutas con los que pensaba que Gabrielle no tendría ningún problema,
después de todo, probablemente conocían a alguien como ella en casa.
Xena reflexionó eso. Bueno, tal vez no JUSTO como ella. Guardó su arma y
comenzó a retroceder hacia donde había dejado a su pequeña y variada
fuerza, agachándose y avanzando como un cangrejo, lo que en realidad era
mucho más incómodo de lo que parecía. Bueno para los muslos, pero pésimo
para la espalda. Xena ya podía sentir la tensión, y para cuando se encontró
con sus compañeros que se arrastraban rápidamente, tenía ganas de
tumbarse y echarse una siesta. Desafortunadamente, no era una de sus
opciones, así que simplemente cambió su dirección y se dirigió hacia la
ciudad portuaria de nuevo—Vamos. 575
—M... M… Xena. —Uno de los hombres jadeó—. ¿La pequeña está bien?

—Sí, está bien. —la reina respondió secamente, señalando a Jens hacia
adelante—. A la velocidad que ese enano está yendo, ella estará en las
puertas en una marca de vela.

—Sí. —Su capitán estuvo de acuerdo—. No podrán atraparla. No ahora —


dijo—. Especialmente no, por cómo nos estamos moviendo.

—Correcto. —Xena se detuvo y se giró, y los hombres se apresuraron a


levantarse para no chocar con ella—. Vamos a dirigirnos hacia el bosque.
Llegaremos al límite y correremos por él. —Decidió, levantándose y alzando
con cautela la cabeza por el borde de la hierba. Había algunas figuras
solitarias en el camino, pero se movían constantemente, y sus agudos ojos no
detectaron ningún movimiento hacia ella cuando se puso de pie en toda su
altura—. Moveos.

Dio media vuelta y se abrió camino de regreso a la línea de árboles, estaba


lejos de la seguridad que ofrecía la oscuridad, pero no se veía desde el
camino.
Bueno, no como si pudiera ver nada de todos modos. La reina admitió con
tristeza, contenta al menos de estar en posición vertical. Siguió avanzando,
empujando impacientemente la hierba, desafiando a cualquier cosa que
apareciera en su camino.

—Q... Q.. Uoa! —Gabrielle finalmente se enderezó sobre la silla de montar, y


tiró de las riendas, sintiendo que Parches se tambaleaba un poco debajo de
ella, mientras el pony disminuía la velocidad—. ¡Con calma! ¡Parches, con
calma! —Le dolía la garganta y tenía polvo en los ojos, haciéndola parpadear
frenéticamente cuando finalmente consiguió detener su montura. Se giró y
miró hacia atrás, pero el camino estaba vacío por lo que podía ver, sacó la
lengua y jadeó mientras esperaba que su corazón dejara de correr. Parches
tiró de sus riendas y caminó hacia el lado del camino, mordisqueando la
576
hierba del río, ajeno a la angustia de su jinete—. Chico. —Gabrielle se secó la
frente con una mano temblorosa—. Eso fue aterrador de verdad. —Miró a su
alrededor, sintiéndose muy sola allí en el camino—. Supongo que Xena se ha
ido, ¿eh? —dijo—. Seguro que habría ido tras esos tipos, ¿no es así? —Por
supuesto Parches no respondió. Con el corazón encogido, Gabrielle se
enderezó y alentó al pony para seguir por el camino. Avanzaron lentamente
durante unos minutos, luego decidió que estaba por encima de deambular
por allí fuera, esperando que las cosas le sucedieran, y preguntándose qué
iba a traer la ciudad—. Al diablo con eso, vamos. —Presionó sus rodillas contra
los costados peludos y se agarró mientras Parches aumentaba el ritmo hasta
que estuvieron en un galope con la brisa fresca contra ellos. Gabrielle fijó su
mirada en las paredes que ahora se alzaban en el horizonte, superando su
miedo y comenzando a ver las puertas cerradas con algo de sensación de
aventura. ¿Por qué no? De todos modos, no era como si pudiera hacer otra
cosa. Si iba por el otro lado, seguro que Sholeh la atraparía, y tenía la
sensación de que la Persa no le tenía mucho aprecio a las campesinas de
lengua hábil. Así que, si Xena quería enviarla a una aventura sola, bien, lo
aprovecharía al máximo. Se enderezó y trató de imaginarse a sí misma como
la bardo ambulante que Xena había imaginado, para hacer fortuna en lo
desconocido y salvaje que tenía delante. Cuando el camino comenzó a
inclinarse hacia la ciudad, vio una caravana de carros que se movía hacia
ella. Parecían suministros, y se preguntó si serían para el ejército de Sholeh.
Había guardias montados y los carros eran tirados por grandes caballos de
tiro. Notó que no ocupaban todo el ancho del camino, manteniéndose a un
lado, y su progreso se veía ordenado y razonablemente tranquilo. Sin
embargo, el guardia principal alzó su mano cuando se acercó y cabalgó un
poco hacia el centro, sin bloquearle del todo el paso. No del todo. Gabrielle
volvió a reducir la velocidad de su montura, pero esta vez, se sintió más segura
en su historia.

»Hola. —Saludó al hombre, mostrando una sonrisa amigable.

El hombre bajó su mano.

—Saludos. —Él respondió cortésmente—. ¿Vienes del paso?

Pregunta arriesgada.

—De por allí, sí. —Gabrielle intentó ganar tiempo—. Hay una especie de
barullo en este momento —explicó, encogiéndose ligeramente de hombros, 577
mientras miraba de cerca el rostro del hombre.

—¿La lucha todavía está en marcha? —El hombre pareció sorprendido—. ¿El
ejército no lo ha atravesado? Teníamos órdenes de partir detrás de ellos esta
mañana.

Gabrielle pensó rápido.

—Bueno, no sé mucho sobre eso —admitió—. Pero me he cruzado con un


montón de soldados en este lado de la montaña, si eso te sirve de ayuda.

El guardia se volvió hacia su compañero que se había acercado.

—Qué raro, Ellis. Pensábamos que habrían terminado y estarían ya


atravesando la puerta de la vieja perra ahora.

—Sí. —El hombre estuvo de acuerdo—. Será mejor ponerse en movimiento si


van a hacer lo programado. Tal vez esa chusma les dio ardor de estómago
después de todo.
—Lo dudo por todo lo que escuché —dijo el primer guardia—. Bueno, de todos
modos, un buen día para ti, niña. ¿Te diriges a la ciudad? No puedo culparte.
No va a quedar nada de dónde vienes.

Gabrielle sintió que un escalofrío le recorría la espalda.

—¿Qué quieres decir? —Hizo una pausa, cuando el hombre ladeó la cabeza
con cierta sospecha—. Quiero decir... Mi familia regresó allí —añadió—. De
vuelta al valle.

El hombre se relajó.

—Bien, muchacha, espero que no les tuvieras demasiado cariño —dijo—. El


ejército va a arrasar, tomar todo y a todos lo que pueda. Hombres para las
tropas, mujeres... —Se rio entre dientes—. Espero que no tengas una hermana,
¿eh?

—Um…

—Las existencias de alimentos. Este ejército está en movimiento, irá río arriba y 578
no tomará prisioneros —dijo el hombre enérgicamente—. Así que, si yo fuera
tú jovencita, me metería detrás de esas murallas, y conseguiría un lugar, ¿eh?
Encuentra a una anciana que necesite un par de manos, antes que termines
al servicio del servicio, no sé si me pillas.

De repente, Gabrielle recordó la violación en el cuartel, la esclava que había


visto maltratada tan cruelmente y que nunca se había recuperado del todo.

—Te pillo —respondió débilmente—. Sí, es una muy buena idea.

Pensó en todos los hombres del ejército, dispersados por orden de Xena,
quienes, sabía de corazón, probablemente todavía estaban al otro lado de
ese paso esperando a su reina.

Pensó en todos esos aldeanos pobres, ya en cierto sentido violados por Bregos
y sus hombres, objetivos fáciles para que Sholeh utilizara.

Al fin entendió la mirada en los ojos de Xena cuando regresó de la tienda de


Sholeh.

—Continua entonces —dijo el hombre, con una voz sorprendentemente


amable—. Tengo una pequeña que se parece a ti en casa. —Hizo girar la
cabeza de su caballo e hizo un gesto con el puño para que avanzaran los
carros—. Nadie dijo que paráramos, así que vamos. Tal vez podamos
ayudarlos.

Gabrielle esperó a que pasaran y luego continuó su camino, con las tripas
revueltas por una miríada de emociones, así como un montón de dudas
cuando las grandes puertas comenzaron a extenderse sobre su cabeza y el
sonido de la ciudad llegó hasta ella.

Bulliciosa y ajetreada, y completamente extraña.

—Chico —murmuró finalmente mientras Parches giraba una oreja hacia ella—
. Espero que Xena sepa lo que está haciendo. —El pony resopló—. Sí, gracias.
Me alegra que tengas tanta confianza.

579
Parte 18

El suelo descendía significativamente antes de las puertas de la ciudad


portuaria, y Gabrielle tuvo que inclinarse un poco hacia atrás en la silla de
Parches mientras avanzaban por el último tramo del camino hacia las puertas
entreabiertas.

Un lado del portal estaba atrancado firmemente, el otro estaba abierto,


dejando el espacio suficiente para que pasara una carreta, y la gente no
causara demasiados problemas.

Eso le pareció inteligente a Gabrielle. Reconoció la idea porque en la fortaleza


de Xena, las grandes puertas nunca estaban abiertas de par en par. Había
una puerta más pequeña a un lado, pero había que acercarse en una sola
fila y los soldados estaban dentro vigilándote todo el tiempo. 580
Xena le había dicho que era la forma más fácil para asegurarse que nadie
tuviera lindas ideas de lanzar un ataque disfrazados como un grupo de
mercaderes y, además, evitaba que los vientos fríos soplaran sobre el patio
interior la mayor parte del tiempo.

Gabrielle disminuyó la velocidad hasta que finalmente llegó a la entrada,


haciendo cola detrás de unos pocos hombres que montaban a caballo y un
carro cubierto tirado por dos vacas. Se lamió los labios y encontró su boca un
poco seca, y aprovechó la oportunidad para tomar un sorbo de agua de su
odre mientras esperaba.

Los soldados de Sholeh estaban por todas partes. Estaban encaramados en


los muros, y eran visibles a través de la puerta abierta, y se preguntó antes de
llegar al frente de la fila, si Sholeh había enviado un mensaje aquí, a la ciudad,
para que estuvieran alerta respecto a ellos.

—¿Qué quieres, muchacha? —le preguntó el guardia llegando al quid de la


cuestión—. Date prisa, tienes gente detrás de ti.
Gabrielle descubrió que no tenía tiempo ni para ponerse nerviosa de verdad.
Guio a Parches hasta el guardia y le dio su mejor intento de sonreír
inocentemente.

—Hola. —El hombre solo levantó una ceja, y ella se figuró que tal vez la
ingenuidad no era tan buena como solía ser—. Soy eh... —De repente se dio
cuenta que todos los ojos estaban sobre ella y casi la hizo tartamudear—. Solo
estaba... um... buscando un lugar para contar algunas historias.

El guardia la estudió, y pensó que tal vez su explicación ensayada muchas


veces no era tan buena como Xena parecía pensar que sería. Después de
todo, ¿las personas de verdad caminaban hasta las puertas de la ciudad y
decían que iban a entrar para contar historias a la gente?

¿Y si él pensara que estaba mintiendo?

—¿Historias? —El hombre sonaba dudoso—. ¿Qué tipo de historias? No tienes


edad suficiente para tener buenas historias, muchacha.

—Oh, bueno, te sorprenderías —le aseguró Gabrielle—. He viajado un poco. 581


No soy tan joven como parezco —añadió—. Y... Y... He estado recopilando
historias, ¿sabes? De personas que conozco.

Un grito ronco hizo que el guardia se volviera a mirar dentro de las puertas y
Gabrielle estiró su cuello para ver qué estaba pasando. Dentro había una
multitud de personas, y un poco por encima, una plataforma con un hombre
sobre ella, amarrado a un soporte vertical en medio de una paliza.

Mientras observaba, lo golpearon y un fino chorro de sangre atrapó la luz del


sol, brillando con vivo resplandor antes que el hombre cayera hacia delante
dejando escapar un gruñido gutural. Los soldados de su alrededor se echaron
a reír y el guardia se volvió para mirarla.

—Idiotas. Te digo que han vivido muy bien por aquí demasiado tiempo. —
Caminó hasta el borde de la plataforma de guardia y se apoyó en ella,
estudiando de cerca a Gabrielle—. Bardo. ¿Eh? —Gabrielle volvió la cabeza
lentamente de la escena y la inclinó para mirarlo—. ¿Tienes historias como esa,
muchacha?

Recuerdos recientes pasaron ante sus ojos.


—Bueno. —Logró una media sonrisa irónica—. Las mías son más sobre cerdos
que se escapan y arrojan a la lechera en el barro... ¿Sabes?

—Adelante —dijo el guardia, encogiéndose de hombros, indicándole que


pasara con la parte plana de su espada—. Buena suerte. Recuerda que la
puerta se cierra cuando anochece, por si quieres salir.

¿Qué quiso decir con eso?

—Gracias —respondió Gabrielle dócilmente, instando a Parches a pasar la


figura amenazante—. Que tengas un buen día. —Atravesó la puerta abierta,
pasando por delante de los soldados que estaban sin hacer nada y la miraban
de arriba abajo mientras pasaba—. Hola.

Uno de ellos sonrió.

—¿A dónde vas, dulzura?

Muy lejos de ti. Gabrielle condujo a Parches por una calle lateral, despejando
el camino de la fila de gente que venía detrás, luego se dio la vuelta y examinó 582
el espacio abierto dentro de las puertas, donde estaba la plataforma.

Habían desatado al hombre al que golpearon y lo arrojaron a un lado, y otro


hombre fue llevado a ocupar su lugar. Vestía ropas como la mayoría de los
mercaderes en el reino de Xena, y miraba a los soldados que lo sujetaban con
visible desafío.

El hombre le era vagamente familiar, y Gabrielle se preguntó si no lo habría


visto en la fortaleza, tal vez durante el invierno.

Dos hombres, vestidos de artesanos, salieron del callejón y se detuvieron cerca


de la pared, no muy lejos de ella, observando la escena que se desarrollaba
en la plataforma con rostro cautelosamente inexpresivo. Gabrielle los miró por
el rabillo del ojo por un momento, luego de modo casual hizo retroceder a
Parches hasta que estuvo más o menos pareja con los hombres.

—Disculpen. —Bajó la voz, pero llamó su atención.

El mayor de los dos, un hombre con un delantal de cuero y manos fuertes y


callosas y ojos vigilantes, la estudió un momento, luego se irguió y se acercó,
dejando que su mano descansara en el hombro de Parches.
—Acabas de llegar, ¿verdad?

—Sí —murmuró Gabrielle—. No entiendo, ¿qué ha hecho ese hombre? —


preguntó, mientras el mercader de la plataforma era atado al poste—. No
parece un soldado.

El hombre acariciaba el hombro de Parches.

—¿Qué te importa, niña? —preguntó—. No te mezcles en este asunto si sabes


lo que te conviene.

Gabrielle vaciló, luego miró rápidamente al hombre, antes de volver a mirar a


la plataforma.

—No quiero mezclarme en eso —dijo—. Me preguntaba qué hizo —continuó—


. Para no hacerlo y meterme en el mismo lío.

—No seas tan bastardo, Balos. —El acompañante del hombre del delantal se
acercó al otro lado de Parches, mientras una pequeña multitud se
congregaba frente a ellos para ver la paliza—. Quería el pago, es todo. Por sus 583
bienes.

—¿Lo están golpeando por eso?

Balos volvió la cabeza y escupió con cuidado en el suelo.

—¿Por qué pagar por lo que pueden tomar? —preguntó, con un débil bufido.

—Porque si todo lo que haces es tomar, no queda nada la segunda vez —dijo
Gabrielle, haciéndose eco automáticamente de las enseñanzas de Xena—.
Es estúpido. —Un pequeño silencio se alargó, y Gabrielle se volvió para mirar
al hombre mayor, encontrándose con que él la estaba mirando con expresión
recelosa—. Pero, por otro lado... solo soy una chica de campo. ¿Qué voy a
saber yo? —Sus labios se curvaron un poco—. De todos modos, ¿podrías
decirme dónde está la posada?

—¿Cuál? —el hombre más joven se giró un poco y quedó frente a Gabrielle—
. Hay más de un puñado, muchacha, pero la mayoría están llenas a rebosar
con gente como ellos. ¿Quieres su compañía?

Un fuerte crujido los hizo volverse y mirar. El brazo del comerciante colgaba en
un ángulo extraño y poco natural, y su cuerpo estaba rígido por la agonía,
pero su mandíbula estaba apretada con tanta fuerza que los músculos casi le
deformaban la cara y un delgado hilo de sangre goteaba por la comisura de
su boca debido a sus esfuerzos por no gritar.

Estúpidamente valiente, Xena lo habría llamado así.

—No —dijo Gabrielle, suavemente—. No quiero mezclarme con ellos, eso es


seguro. Solo busco un lugar para quedarme, contar algunas historias, tal vez
hacer un dinar. Solo eso.

—Estás en el lugar equivocado entonces. —Balos se apartó del pony y se alejó,


sacudiendo la cabeza con disgusto.

Gabrielle lo miró irse, luego se volvió para mirar a su compañero más joven.

—¿Lo estoy?

—Tal vez —dijo el hombre—. ¿Cuál es tu nombre, bardo?

¿Podía confiar en este hombre? Gabrielle lo estudió. No era viejo, pero 584
tampoco era tan joven, tal vez la misma edad que Xena. Tenía ojos astutos y,
de repente, le recordó a Jellaus, el trovador de Xena.

—Gabrielle —le dijo—. ¿Y el tuyo?

—Lennat —respondió, después de una larga pausa—. Sé dónde hay una


posada. No es la mejor, pero obtendrás un plato de sopa decente.

¿Podía confiar en él?

—Guíame. —Giró a Parches y siguió al hombre mientras se alejaba con aire


despreocupado de la plaza, por una estrecha calle bordeada a ambos lados
por viviendas de dos plantas. Ciertamente no podía permitirse el lujo de no
confiar en él, porque la verdad es que aquí estaba perdida.

Había logrado entrar. Había encontrado un contacto de la ciudad. Con


suerte, la llevaría a algún lugar seguro, y si era así, entonces el plan de Xena
estaría funcionando bastante bien después de todo.

Si no, bueno...
Las murallas de la ciudad se alzaban sobre ellos y levantó la mirada para ver
a los guardias en la parte superior de la misma mientras se abrían paso a través
de las calles, alejándose del ruido de la plaza y la multitud, y lejos de los altos
y ricos edificios.

Más abajo, donde las viviendas eran de una sola planta y estaban construidas
de manera tosca, el viento llevaba un toque de sal, hasta que finalmente
Lennat la guio a través de un arco de piedra cubierto de enredaderas.

Tan bajo que Gabrielle tuvo que agachar la cabeza para entrar incluso con
la pequeña estatura de Parches. Cuando se enderezó, miró a su alrededor y
vio un pequeño patio de piedra cubierto de maleza, con algunas penosas
mesas de madera esparcidas por todas partes, y una construcción de una sola
planta con tejado de paja que se alzaba delante de ella.

Parecía muy descuidado y ruinoso. Gabrielle pensó si debía desmontar, o


darse la vuelta y dejar que Parches volviera a salir de allí.

—No parece nada del otro mundo —dijo Lennat—. Pero la cerveza es buena.
—Indicó una destartalada construcción de madera justo a la izquierda—. 585
Puedes dejar a tu amigo allí. Tengo un poco de paja, no mucho. Se llevaron
las cabras. —La dejó en el patio, subió los escalones de madera que crujieron
por su peso y abrió la puerta, dejando que se cerrara detrás de él.

—Bien. —Gabrielle desmontó, contenta de poder estirar las piernas después


de un largo día de viaje. Agarró la brida de Parches y lo acompañó a la
casucha, estirando la mano para tocar un punto en la madera tan
desgastado por años de empujar, que se habían desprendido capas de su
superficie. Sin embargo, se abrió por su empujón, y se detuvo para mirar a su
alrededor antes de entrar con Parches siguiéndola. En el interior había dos
áreas más amplias, divididas por un par de ramas de árbol unidas, y un canal
de madera muy desgastado contra la pared posterior. Como su nuevo amigo
había dicho, había paja colgando de una red, pero el edificio estaba vacío,
aunque su nariz le dijo que no llevaba mucho tiempo así—. Bueno, no es
genial, pero tampoco es un bosque lluvioso, ¿eh Parches?

Parches se hizo con una pajita colgante y comenzó a tirar de ella, masticando
mientras le quitaba los arreos y los colocaba ordenadamente en una esquina.
Luego tomó un puñado de paja y comenzó a frotar su pelaje eliminando el
barro de su viaje.
Cuando terminó, recogió sus alforjas y se las puso sobre el hombro, revisando
dentro de su bolsa para asegurarse de que tenía las dos monedas que Xena
le había dado allí, a salvo antes de salir por la puerta, y se dirigió hacia el frente
de la posada.

Sé que puedes hacerlo. Podía oír la voz de Xena, tranquila y segura. Rata
almizclera, cuento contigo.

Su espalda se enderezó mientras subía los escalones, y respiró profundamente


antes de empujar suavemente la puerta, permitiendo que sus ojos se
adaptaran mientras entraba.

La puerta se cerró detrás de ella.

586
Xena estaba empezando a odiar el espacio abierto, algo que encontró un
poco inusual, porque en general le encantaban los espacios abiertos, y una
de las cosas, con que estaba secretamente encantada era con sus nuevas
habitaciones en el castillo y la enorme ventana que le permitía ver los jardines
y las montañas más allá de la muralla.

Pero en este momento, odiaba el espacio abierto. Era todo lo que había entre
ella y los muros de la maldita ciudad, y no había forma de acercarse más sin
exponerse a las líneas de los guardias de patrulla.

De ninguna manera. Las hierbas habían sido quemadas, lo cual, como tirana,
apreciaba completamente, y Sholeh había dejado un contingente de
tamaño considerable para proteger su nueva adquisición, el cual estaba
encaramado en lo alto de la muralla y en grupos a caballo entre la entrada
de la ciudad y el pequeño arroyo que bajaba a través del campo y
continuaba hacia el mar.

Eso significaba que Xena estaba atrapada donde estaba hasta el anochecer
y odiaba estar atrapada en cualquier parte por cualquier motivo.

Jens se acercó y se apoyó en la roca, estudiando las murallas pensativamente.


—¿Crees que la pequeña lo hizo bien allí adentro?

Como si necesitara que le recordaran “eso”.

—Espero que sí. —Xena se apoyó en los codos—. De lo contrario, será una
noche muy emocionante.

Su capitán se sentó en cuclillas cerca, cogiendo una rama y quitándole


algunos trozos de corteza. Dejó la rama y comenzó a tejer la corteza,
manteniendo la figura alta en su visión periférica mientras trabajaba.

—Ella es valiente.

—Lo es. —Xena no lo miró—. Simplemente, aún no tiene ni idea de lo valiente


que es.

Él siguió tejiendo un momento.

—Tiene buen corazón —comentó—. Hablando de eso, algunos de los hombres


estaban comentando antes de por qué no vimos señales de Brendan y su 587
grupo.

Ah.

—Buena pregunta.

—Los hombres que nos acompañan no vieron señales de ellos, y no


escuchamos nada en el campamento —continuó Jens—. Parece raro, eso es
todo.

Xena se volvió y se deslizó por la roca sobre la que había estado apoyada,
sentándose en el suelo. Extendió las piernas y las cruzó, sintiendo la fría
superficie de la roca contra sus omoplatos.

—Si no estaban hablando de ellos —dijo después de una larga pausa—


Probablemente nunca salieron del valle.

Jens permaneció en silencio por un tiempo. Luego suspiró.

—Eso sería una maldita lástima.


—Sí. —La reina estuvo de acuerdo en voz baja—. Tenía muchos buenos
hombres con él. —Se miró las manos, sintiéndose más que un poco triste—.
Perdimos algunos buenos caballos también.

—Sí. —La voz de Jen tenía un tono claro comprensivo—. Sé que te gustaba el
chico grande.

Xena dejó que su cabeza descansara contra la roca, la quietud a su alrededor


provocaba que las realidades de su pasado reciente le tocaran la fibra
sensible. Las pérdidas eran dolorosas, apoyó los codos en las rodillas y cruzó
las manos frente a su rostro mientras las repasaba.

Probablemente había perdido su reino. Incluso si por algún milagro lograra que
Sholeh diera media vuelta, le llevaría tanto tiempo que ¿quedaría algo a
donde volver?

¿Ella todavía querría hacerlo?

Su ejército probablemente también se había perdido. Si se hubieran


dispersado como les había dicho, hace tiempo que se habían ido, y separado, 588
viviendo de la tierra o, tal vez algunos, volvieron solos a la fortaleza. Sin el
ejército, a pesar de su propia pericia marcial personal, no tenía ninguna
maldita posibilidad de mantener el trono.

Xena estudió la piel arañada y callosa en los bordes de sus pulgares,


presionados delante sus ojos. Sin embargo, ninguna de esas dos cosas le
molestaba tanto como el recuerdo de la crianza desesperada de Tiger. El
pobre bastardo había dependido de ella para mantenerlo a salvo y, como
con todo lo demás, había fallado.

Maldita sea, odiaba el fracaso personal. Odiaba estar equivocada, y tener


que aceptar sin quejarse cuando tomaba malas decisiones.

Lo que la llevó a su última decisión, enviar a Gabrielle a la ciudad, sola.

—Esta vez no estás ganando muchos lanzamientos de dados, Xena —


murmuró en voz baja—. Espero que no la hayas cagado con eso.

Gabrielle. La reina sintió una opresión en su pecho. ¿Y si había tomado la


decisión incorrecta? ¿Y si algo le sucediera? ¿Qué pasaría si esa chica de la
que se había enamorado terminara destripada y arrojada por las murallas,
todo porque ella la había cagado otra vez?
Xena tragó lentamente, y cerró los ojos.

Gabrielle miró el interior de la posada con una leve sorpresa. Aunque el


exterior estaba descuidado y desierto, el interior estaba más o menos limpio y
ordenado. Había mesas con bancos descuidados a lo largo de las paredes, y
en la parte de atrás había una cocina, que estaba muy usada pero ordenada.

Olía a madera vieja y cerveza vieja, pero no era desagradable, y de repente


le recordó la posada de su casa en Potedaia, antes que los asaltantes la
quemaran hasta los cimientos. Solo un lugar para ir, obtener un poco de pan
y una copa, y durante el invierno para sentarse cerca de la chimenea, y
escuchar el pequeño mundo que era la aldea divagando.
589
En la cocina, vio una gran olla, con vapor saliendo perezosamente, y su nariz
captó el aroma de la cebada y la salvia, y el pan recién horneado; una
mezcla de familiaridad hogareña que hizo que su corazón sufriera un breve
dolor.

Lennat entró por una puerta trasera y la vio.

—Ah, allí estás.

—Aquí estoy. —Gabrielle miró a las dos o tres personas que había dentro de la
posada, hombres sentados encorvados sobre cuencos de espaldas a ella. Se
acercó a la última mesa cerca de la cocina y dejó las bolsas cuando Lennat
se le unió—. ¿Es esta tu posada?

—De mi madre. —Se sentó en una esquina de la mesa—. Espero que no


pienses que te engañé para que vinieras aquí, y solo conseguirle unas
monedas.

Gabrielle sonrió mientras miraba brevemente a su alrededor.

—Bueno, tengo que darle los dinares a alguien. Bien podría ser a tu madre —
dijo—. Además, es agradable.
Lennat le sonrió irónicamente.

—No, no lo es —discrepó—. Pero es lo suficientemente sórdido como para


mantener alejados a los persas, así que no me burlaré demasiado. —Levantó
la vista cuando entró una mujer mayor con un grueso delantal de cuero—. Ah,
madre.

La mujer se detuvo de camino hacia la cocina, mirando a Lennat, y luego se


concentró en Gabrielle.

—¿Esa es tu nueva amiga? —preguntó con tono escéptico—. Hermosa.

Gabrielle vio la expresión medio avergonzada que cruzó la cara de Lennat.


Ella rodeó la mesa y se acercó al área de cocina, estudiando a la mujer
mientras se acercaba. Tenía el cabello gris hierro, que alguna vez pudo haber
sido negro y ojos pálidos y penetrantes.

—Hola. —La saludó cortésmente—. Huele muy bien aquí.

La mujer la miró de arriba abajo. 590


—¿De dónde eres?

—Potedaia —respondió Gabrielle—. Esta...

—Sé dónde está. —La mujer la interrumpió groseramente—. O dónde estaba,


más bien. —Se inclinó hacia adelante y miró a Gabrielle—. ¿Quién era tu
familia?

—Madre. —Interrumpió Lennat acercándose a ellas—. ¡Déjalo!

—Silencio, atontado inútil. —La mujer lo menospreció—. Déjala responder, o


quítatela de encima. No tendré ninguna mierda persa bajo mi techo. —Se
volvió hacia Gabrielle y le dio un pequeño empujón—. ¿Bien? Habla rápido
muchacha.

Los latidos del corazón de Gabrielle se aceleraron, mientras su cuerpo


reaccionaba a la amenaza tácita.

—Mis padres fueron Herotydus y Hécuba —respondió en voz baja—. Éramos


criadores de ovejas.
—¿A sí?

Era extraño, en cierto modo, cuán lejos parecía la realidad de su pérdida.

—Los incursores llegaron y quemaron todo.

La mujer la estudió durante un largo momento, luego gruñó y sacudió la


cabeza hacia un lado.

—Hubo dos personas de allí que terminaron mendigando como escoria en las
calles —admitió—. No admito mendigos.

Gente de su ciudad natal. Nunca había considerado que algunos podrían


haber escapado. Si era sincera consigo misma, ni siquiera había pensado en
ninguno, en mucho tiempo. Ni sus padres, ni siquiera Lila, excepto en lo que
habría sido su cumpleaños.

Hacía frío y estaba oscuro, era a media mañana incluso antes de que el sol se
deslizara de mala gana sobre el borde de las murallas y dejara pasar un poco
de luz a través de las nubes. 591
Gabrielle apoyó las manos en la pared y miró hacia afuera, envuelta en un
grueso abrigo contra el frío. Era una mañana especial, al menos para ella, y
quería tomarse ese tiempo para simplemente pararse y mirar el patio de
entrenamiento y recordar.

Debajo de ella, la plataforma con el poste de entrenamiento, como ahora


sabía que se llamaba, estaba allí erguido en silencio entre las sombras, pero
en su mente todavía podía ver el cuerpo de Lila atado a él, y escuchar sus
gritos, y sentir el terror en su propio corazón cuando el soldado levantó una
ballesta con desinterés y la apuntó.

Recordó la pena y la pérdida. Recordó la ira impotente y el dolor mientras


luchaba contra los hombres que la sujetaban para liberarse, y de alguna
forma, de alguna forma...

Pero ya era demasiado tarde, y el hombre disparó, y la flecha aceleró, y, con


un solo grito de asombro, Lila se había ido.

Gabrielle dejó caer la cabeza y la apoyó contra sus manos cruzadas, mientras
las lágrimas rodaban por su rostro. No era frecuente que se permitiera sentir
ese vacío, saber la certeza de que solo ella había sobrevivido.
Sin importar su relación con Xena, sin importar sus amistades en la fortaleza,
había una tristeza a la que nada de eso afectaba, no de esta manera.

Estar sola en el mundo, era duro.

El silencio de la mañana se extendía a su alrededor mientras permanecía


perdida en el oscuro recuerdo. Entonces el sol asomó débilmente a través de
las nubes y la calentó, y se permitió devolver ese momento a los rincones de
la vida que tenía ahora, apalancándolo en la penumbra hasta que fuera hora
de recordar de nuevo.

Gabrielle sorbió por la nariz y se enderezó, limpiándose los ojos cuando oyó el
sonido de caballos moviéndose y vio a los mozos que llevaban cuatro o cinco
potros al patio. Su belleza la golpeó, y sonrió un poco, parpadeando para
quitarse las últimas lágrimas.

Cuando pasaron más allá de su vista, le dio una palmadita a la pared, antes
de darse la vuelta y entrar en la torre, entrar en el espacio que una vez había
conocido como esclava, y donde había conocido a Xena.
592
Ya no era la torre de la reina, por supuesto. No donde ella vivía de todos
modos, aunque su cámara de entrenamiento, solitaria y austera, todavía se
usaba regularmente. Por capricho, Gabrielle se desvió por las escaleras hasta
la parte principal de la fortaleza y se metió dentro de la cámara pequeña e
irregular que había sido su primer hogar aquí.

Dentro, solo algunas ropas dobladas, y un jergón, pero sus ojos se fijaron en la
superficie de este último y caminó hacia adelante, arrodillándose junto a la
cama y poniendo sus manos sobre ella.

Justo en el centro, ordenadamente colocado, había una sola rosa, de pétalos


de un blanco cremoso teñidos de carmesí que emitían un olor suave y
delicadamente picante.

Extendió la mano y la tocó, levantándola y mirándola con asombro por


encontrar algo tan brillantemente vivo en este lugar, dado el intenso frío del
invierno afuera. ¿De dónde había salido?

Gabrielle volvió la cabeza y se quedó quieta al encontrar a Xena de pie en el


umbral, solo mirándola. Miró la flor, luego a su amante, y vio como esos
hermosos labios sonreían y una ceja se alzaba en reconocimiento.
—Yo... Um...

—Estabas pensando en tu hermana —dijo Xena.

—Si. ¿Cómo lo has sabido?

—Es su cumpleaños. —Xena extendió su mano—. No me preguntes cómo lo


sé. Yo lo sé todo. Soy la reina.

Gabrielle se levantó y pasó junto a la mano extendida de Xena, envolviendo


sus brazos alrededor de la mujer más alta en su lugar entendiendo, que, en la
soledad del mundo, tenía esta piedra angular para anclarla sin importar la
paradoja de que las manos que la sostenían eran las mismas que habían
tomado la vida de Lila.

La vida era así a veces.

—¡Aquí, chica!

Gabrielle se sobresaltó y sonrió disculpándose. 593


—Lo siento —dijo—. Estaba pensando en mi familia.

La expresión de la anciana se suavizó.

—Lo que sucedió es una vergüenza —dijo bruscamente—. Y bien, ¿qué es lo


que quieres? Una cama, ¿no?

—Ella cuenta historias, madre. —Interrumpió Lennat—. Seguro que eso vale
algo, ¿sí?

Gabrielle se anticipó a la indignada respuesta de la anciana sosteniendo una


moneda.

—No, no... puedo pagar —dijo—. Solo me gustaría algo para cenar, y un lugar
para acostarme. —Le ofreció a la mujer la moneda—. Y... contaré historias
gratis. ¿Qué te parece?

La mujer tomó la moneda sofocando una sonrisa.

—Bueno, entonces yo... —Sus ojos se posaron en la moneda y dejó de hablar,


su atención fue pasando lentamente del objeto redondo a Gabrielle. Luego
cerró los dedos alrededor de la moneda y la guardó—. Tendrás un lugar,
chica. Cuéntales las historias que quieras, si sacas una moneda por ello, es
tuya.

Gabrielle desvió la mirada de la mujer a Lennat que la estaba mirando


fijamente, captando tantas cosas sin decir entre ellos.

—Genial —respondió, preguntándose si acababa de cometer un gran error o


había hecho algo bien. Era difícil de decir por la reacción—. ¿Puedo dejar mis
cosas?

—Lennat te lo mostrará. —La mujer se giró y fue hacia la gran olla,


removiéndola y dándole la espalda a Gabrielle como si no existiera. Lennat le
hizo un gesto para que lo siguiera, y después de un momento de inquietante
duda, lo hizo, consciente ahora, que los tres hombres en la habitación se
habían girado y la estaban mirando con gran interés.

—No puedo esperar a escuchar qué historias tienes que contar —dijo Lennat—
. Apuesto a que son interesantes. Me encantan las buenas historias.
594
Gabrielle lo siguió por un pasillo lateral, contenta de estar lejos de todos esos
ojos curiosos.

—Bueno, no llevo haciendo esto mucho tiempo —objetó—. Pero haré lo mejor
que pueda.

Como fuera que acabara siendo.

La habitación que le habían dado era muy pequeña. Gabrielle dejó su alforja
y se abrió paso alrededor de la estrecha cama, encontrando apenas espacio
suficiente para que incluso su estatura relativamente pequeña se moviera
dentro. Había una pequeña ventana en la parte de atrás, se acercó y la abrió,
aliviada por la luz que entraba y la brisa fresca que la acompañaba.
La parte posterior de la posada daba a un largo y tortuoso sendero, y al final
del camino podía ver el paseo marítimo. Eso explicaba la sal en el aire, y
estaba contenta de simplemente quedarse quieta por un momento y dejar
que los acontecimientos la alcanzaran.

Justo a la izquierda, pudo ver la muralla curva de la ciudad y agradeció a los


dioses que, de alguna manera, había terminado prácticamente donde tenía
que estar, para tratar de dejar entrar a Xena y al resto de los hombres. Ver que
había mucha gente por las calles, sin embargo, la hizo preguntarse si eso iba
a ser tan fácil como la reina había dicho.

Después de un momento más de silencio, se volvió y se apoyó contra la


ventana, inspeccionando el interior de su pequeño palacio. La cama era un
simple saco de arpillera con relleno, y el único otro mueble que había en la
habitación era una mesa torcida con una palangana. Al lado de la
palangana había una jarra de bordes rotos, se acercó y miró dentro.

Para su sorpresa, había agua. Inclinó la jarra en el lavabo y lo llenó, luego,


agradecidamente, metió las manos en el líquido frío y se echó una buena
cantidad en la cara. Se restregó la piel, y luego se estiró y sacó un trozo de
595
tela de su bolso y se secó.

Después se sentó en la cama e intentó descubrir qué hacer a continuación.


Tenía tiempo antes de la cena, así que pensó que podía descansar un rato si
quería.

Pero a pesar que estaba cansada, no tenía ganas de quedarse allí sentada
en ese espacio diminuto, decidió relajarse durante media marca de vela más
o menos, y luego ir a explorar la ciudad. Con un gruñido de satisfacción, tiró
de su alforja y la abrió, levantando las piernas para sentarse sobre ellas
cruzadas, mientras revisaba sus suministros.

Había sido difícil saber qué traer, aunque los dioses sabían que no tenían
mucho con ellos. Gabrielle sacó una camisa de repuesto y dejó que su mano
descansara sobre ella, incapaz de reprimir una pequeña sonrisa sabiendo que
era de Xena. Era de un intenso color azul, y pensó que tal vez se la pondría
para contar sus historias esta noche, como una especie de amuleto de buena
suerte.

Dejando eso a un lado, sacó lo poco que tenía en cuanto a provisiones, dos
manzanas un tanto arrugadas, una pera y un puñado de nueces. Dado que
había pagado la cena, las guardó para más tarde y sacó el pequeño saco
donde llevaba sus dinares.

Dándole la vuelta, dejó caer las monedas sobre la cama, sorprendiéndose


cuando un pequeño pergamino cayó con ellas.

—¿Qué es esto? —Sujetó el pergamino y lo desdobló, girándolo hacia arriba


cuando vio que había algo escrito.

Las letras eran de un extraño color oscuro, pero los trazos eran firmes, decididos
y familiares a sus ojos. Se mordió el labio y agachó la cabeza un poco para
ver mejor, girando a medias su cuerpo hacia la ventana para atrapar la luz.

Rata almizclera, no metas la pata. Eres todo lo que me queda.

Gabrielle se quedó mirando el papel, leyendo las palabras una y otra vez
mientras un escalofrío recorría su espalda y se le ponía la piel de gallina en los
brazos. Le entraron ganas de llorar, pero el alivio que le dieron las palabras era
un contrapunto perfecto, todo lo que acabó haciendo fue cerrar los ojos con
un suspiro. 596
Era un viaje tan extraño en el que estaban, ¿verdad? Gabrielle dobló el
pergamino y se lo metió debajo de sus ropas, cerca de su corazón. Le picaba
un poco, pero eso era bueno, le recordaría que estaba allí, apoyó los codos
en las rodillas y descansó la barbilla en la mano mientras simplemente se
quedaba sentada pensando en Xena.

Luego recogió sus monedas y las guardó en su bolsa antes de levantarse de


la cama y dirigirse hacia la puerta.

—No meteré la pata, Xena. —Hizo una pausa antes de abrir el pestillo—. Lo
haré bien. Te haré sentir orgullosa de mí. Lo prometo.

Se deslizó a través de la puerta y vaciló, luego giró hacia la izquierda en lugar


de hacia la derecha, donde estaba la sala principal de la posada. Vio una
puerta de salida y fue hasta allí, la abrió y encontró lo que esperaba, una
salida hacia el camino del río.

Xena dependía de ella, estaba segura que iba a hacer esto bien.
Por una vez, Xena se alegró de las nubes que habían surgido y cubrían el cielo
cerca del anochecer. Hicieron que la tierra se oscureciera y condujo a sus
tropas a través de las praderas vacías sin ser vistas.

—No hagáis ruido al andar. —Se dirigió a sus hombres—. No caminéis juntos.

—Sí —susurró Jens—. No hagan temblar la tierra, muchachos.

—Sí, nunca se sabe cómo de hambrientos están esos persas. Si oyen venir un
rebaño de reses es posible que salgan en estampida —les tiró Xena, luego
volvió su atención a las llanuras planas y negras que tenía delante. Ella podía
ver. Sombras grises, por supuesto, pero el contorno de la hierba era nítido para
sus ojos, al igual que las rocas dispersas, y pequeñas colinas entre ellos y las
murallas de la ciudad. Sin embargo, había un anillo de luz alrededor y se dio
cuenta que eso supondría un problema cuando llegaran tan lejos. Pero eso 597
podía esperar hasta entonces. Estaba patéticamente feliz por estar en
movimiento, la larga espera por la caída de la noche había agotado sus
nervios. Mientras que, aquí el pequeño grupo de tropas había descansado un
poco, ella había pasado el tiempo estresándose por cada pequeña cosa
hasta que estaba tan nerviosa que se sentía como si estuviera sentada sobre
hormigas. No es que supiera de verdad lo que se sentía sentada encima de
un hormiguero, por supuesto, aunque recordaba haber tenido que comer
hormigas en una etapa de su vida solo para sobrevivir. Xena se lamió los labios,
recordando ese gusto extraño y ácido con demasiada claridad. Eran mejor
los gusanos. Había aprendido a tostarlos, y una comida de aquellos con
algunos tubérculos había sostenido a su ejército recién formado, en más de
una noche o dos durante una luna en aquel entonces. Habían vivido, pero
nunca había recibido altas calificaciones por su cocina, eso era
condenadamente seguro. Totalmente correcto. Tenía otras habilidades, y
había aprendido algunas otras como buscar comida, reunirse y quedarse con
el ejército durante las comidas. Recordó una noche que regresaba con algo
de pesca y dobló una curva para ver una ladera entera cubierta con sus
tropas reunidas en campamentos limpios, con ordenadas hogueras y
pensando... Esto es mío. Xena miró atrás, a su pequeño y diverso grupo y tuvo
que sonreír, sacudiendo la cabeza cuando una vez más se encontró a sí
misma al frente, dirigiéndose hacia problemas inimaginables. Oyó el retumbar
de un trueno sobre su cabeza y tiró un poco de su capa envolviéndose
cuando comenzó a oler la lluvia en el aire. Alargó sus zancadas, pensando
que cuanto más rápido avanzaran, antes podrían llegar a las murallas, y ver
de verdad qué tenía que hacer para entrar allí. ¿Estaría Gabrielle
esperándola? Sí. Se dijo Xena firmemente. Gabrielle estaría allí. Sabía que su
pequeña compañera de cama estaba molesta por haber sido lanzada a la
muralla en ropa interior, por así decirlo, pero estaba segura, que comprendía
lo importante que era entrar a la ciudad. Estaba segura, ¿verdad? Xena
frunció el ceño, luego su atención fue desviada por un pequeño movimiento
sombrío delante. Dejó escapar un silbido bajo y se detuvo, esperando que los
hombres no se amontonaran sobre ella. Sus ojos recorrieron el área, luego la
barrieron de nuevo, buscando el movimiento que había llamado su atención.
Detrás, los hombres se detuvieron a tiempo y esperaron en silencio, los nuevos
reclutas sujetados firmemente por los soldados de Xena. A lo lejos, podía oír la
lluvia barrer sobre la hierba, pero sus orejas lo ignoraron, enfocándose en el
área a su alrededor, escuchando atentamente los sonidos que no eran lluvia,
y no eran viento, y luego sus otros sentidos tomaron el control cuando su
cuerpo reaccionó a algo tan rápido que ni siquiera tuvo tiempo de advertir a
los hombres antes de encontrarse desenvainando su espada y 598
defendiéndose. No eran nada más que sombras, pero sombras con acero.
Dejó de intentar verlos y, en lugar de eso, permitió que sus instintos de batalla
tomaran el control. Su espada se encontró con la que se blandía hacia ella y
soltó un grito salvaje mientras retorcía las muñecas y bajaba los brazos,
desviando el ataque antes de seguir moviéndose y atacando, mientras daba
la espalda a su adversario con una patada giratoria. Nunca se esperaban eso,
y esta no fue una excepción. Sintió que su bota golpeaba la carne, luego
continuó dando la vuelta y levantó su espada frente a ella, su superficie titilaba
mientras zigzagueaba una figura de ocho en el aire ante sus ojos. Movimiento
a su izquierda. Se giró y sintió algo golpear su espada y la sombra detrás de
eso se despejó a su vista a una figura alta con una espada en cada mano, y
su corazón se aceleró. Enderezó su cuerpo para enfrentarlo y abrió los ojos de
par en par, absorbiendo toda la luz que podía para captar tanto de él como
fuera posible mientras lanzaba un ataque directamente hacia ella. Sabía que
luchar contra dos espadas era difícil. Mantuvo su atención en el parpadeo del
acero mientras giraba a la izquierda y luego a la derecha para contrarrestar
sus golpes.

»¡Atrás! —Soltó un grito, escuchando el silbido de reconocimiento de Jens


antes de dar algunos pasos hacia adelante obligando a su atacante hacia
un lado.
Ahora podía escuchar la pelea a su alrededor. Gruñidos, y el sonido del acero
contra el acero, y el ruido sordo de las botas en el suelo cubierto de hierba.

El olor a sangre en el viento. Esto hizo que se le erizaran los pelos de la nuca y
atrapó la primera cuchilla, agachándose cuando la segunda barrió sobre su
cabeza. Soltó una mano de su espada y atrapó el brazo de su adversario
mientras volvía, girando su cuerpo hacia él nuevamente y pateándolo en las
tripas tan fuerte como pudo.

Él tosió, pero liberó el brazo de su agarre y giró la empuñadora, alcanzándola


en un lado de la cabeza mientras ella se movía para colocar su espada en
posición.

Vio estrellas, y por un momento su visión se volvió borrosa, el tiempo suficiente


para que él golpeara sus espadas cruzadas contra la de ella y la tirara hacia
atrás.

Cualquier otra persona se habría caído de culo. Xena agradeció las largas
noches en su cámara de entrenamiento mientras su cuerpo reaccionaba
automáticamente y en lugar de golpear la tierra, ella se retorcía en una 599
voltereta hacia atrás, que la sacó del alcance del hombre cuando aterrizó y
luego se impulsó de nuevo hacia delante, pillándolo mientras trataba de
recuperar la postura, cuando arremetió con su espada hacia un lado y lo
golpeó justo en la muñeca.

Él se movió rápidamente, y eso le salvó la mano cuando la espada voló hacia


él. Maldijo, y vaciló, y eso hizo que la mano le tambaleara mientras Xena se
recomponía y azotaba su espada al nivel del cuello directamente contra su
yugular.

—¡Ahora! ¡Atacad, o sed traidores! —Una voz masculina gritó en la oscuridad.

Xena se giró cuando sintió un movimiento masivo a su alrededor, y vio a una


figura a caballo cargando hacia ellos repitiendo la orden y señalando con su
espada al pequeño grupo de chusma que se les había pegado.

Sus hombres estaban dispersos entre ellos. Blancos fáciles, sus espaldas
expuestas a los recién llegados mientras luchaban contra los atacantes en el
frente.
Xena contuvo el aliento, lanzando sus dados mentales y esperando a ver
cómo caían.

—¡Vete al Hades! —le gritó uno de sus granjeros con una sorprendente
bravuconería, y Xena sintió un momento de placer macabro por haber
tomado una decisión acertada una vez más.

—¡Como quieras! —dijo el jinete—. ¡Matadlos primero! ¡Adelante!

Los persas dejaron de pelear con los hombres de Xena y se dieron la vuelta
para atacar a sus ex camaradas, liderados por el hombre del caballo, que
cargó contra ellos con su espada levantada.

Xena se encontró moviéndose, corriendo entre sus hombres que se volvían


para reaccionar y alcanzó su máxima velocidad mientras corría por la hierba,
atacando a los soldados enemigos más para sacarlos de su camino que por
cualquier otra razón.

Alcanzó un montículo justo cuando el jinete se acercaba y, agachándose un


poco y con una pequeña risa, saltó y lo interceptó justo cuando alcanzaba su 600
objetivo, sus espadas entrechocaron mientras ella golpeaba su cuerpo con el
suyo y ambos salieron volando hacia un lado.

La pierna del jinete se enredó en su estribo y sus manos se agarraron del codo
de Xena y cayeron juntos hacia un lado tirando del caballo, mientras la
oscuridad borraba incluso las nubes y aterrizaron con el gran animal justo
encima de ellos.

Fue inesperado. Dolía. Xena podía sentir cómo se quedaba sin aliento y sus
piernas se entumecían rápidamente mientras el caballo forcejeaba
frenéticamente. Liberó su brazo del agarre del jinete y le golpeó en la cara
con el codo, pero al sentir el impacto y la reacción, supo que era inútil y que
él ya no era una amenaza.

El caballo, por otro lado, la estaba asfixiando. Xena empujó todo lo que pudo
con sus manos y sintió un aumento repentino de presión mientras el animal
rodaba, aplastándola por un largo, agudo y, terriblemente doloroso
momento, antes de levantarse y quitarle el peso de encima y sentir la lluvia en
su lugar.
Gritos. El olor a sangre. Lucha a su alrededor. La reina trató de recuperar el
aliento mientras flexionaba su cuerpo con un toque de miedo, esperando no
haberse roto nada crítico.

Como su espalda, por ejemplo. Pero aparte del dolor agudo, sus extremidades
se movieron cuando lo pidió, se enrolló en una bola y luego de rodillas,
agarrando su espada mientras buscaba el siguiente ataque.

Sólo vio espaldas, y se giró rápidamente, para encontrar un apretado anillo


de hombres rodeándola luchando ferozmente con el enemigo, mientras
estallidos intermitentes de relámpagos parpadeaban sobre su cabeza.

Sus hombres. Los recién llegados. Imposible notar la diferencia mientras


estaban hombro con hombro contra los persas.

Pero podía oír venir caballos, y sabía que no podían aguantar por mucho
tiempo. Con una exhalación inestable, se puso de pie y cojeó hacia la hilera
de hombres, repasando sus pocas opciones mientras tomaba posición con
ellos.
601

Gabrielle encontró el camino hasta la orilla del agua, atraída por el olor de la
sal y el sonido de las gaviotas sobre su cabeza. No estaba muy lejos de la
posada y las calles de este extremo de la ciudad parecían muy tranquilas.
Dobló la última esquina y se encontró cerca de los muelles, sus ojos se abrieron
un poco de sorpresa, cuando vio los grandes barcos allí amarrados.

¿Barcos de guerra? Gabrielle miró a los hombres que montaban guardia


alrededor y los exóticos emblemas en las velas, en su mayoría enrolladas y
supuso que eran de Sholeh. Al final del muelle había otro barco amarrado y
este tenía mucha actividad a su alrededor, carros y hombres moviéndose de
un lado a otro mientras sacaban cosas de la cubierta.

Esa nave parecía más corriente, al menos a sus ojos. Las velas tenían una forma
diferente y el exterior parecía muy golpeado. Tampoco había soldados
protegiéndolo, aunque los hombres que estaban descargando llevaban la
librea de Sholeh.

En su lado de los muelles vio un pequeño grupo de puestos y se dirigió hacia


ellos, mientras algunos de los soldados parecían estar observándola. Detrás
había algunos comerciantes que miraban abatidos, y una colección muy
escasa de mercancías de aspecto triste.

Gabrielle fue al primero de ellos, aparentemente un panadero.

—Hola.

El hombre detrás del mostrador la miró.

—Hola niña. ¿Qué es lo que quieres? Estoy seguro de que no lo tenemos aquí.
—Indicó su bandeja en la que había un par de bollos oscuros y duros—. Lo
único que hay aquí, es lo que no se quiere.

El pan oscuro le trajo un recuerdo inesperado y Gabrielle cogió uno y lo


olfateó. 602
—Oh, esto es suficiente. —Le sonrió al hombre—. Tomaré uno. Son como los
que solía hacer mi abuela. —Sacó una pequeña moneda de su bolsa y se la
entregó.

El hombre la miró y luego a ella, levantando una ceja.

—No eres de por aquí, ¿eh?

—Soy del otro lado del paso. Del valle —respondió Gabrielle, viendo al vecino
del puesto del panadero ladear la cabeza para escuchar—. De no muy lejos.

—Un poco más allá de eso, creo.

Un hormigueo subió por la espalda de Gabrielle.

—¿Qué quieres decir? —preguntó—. Sé de dónde soy.

El hombre se acercó y le pasó la moneda a su vecino.


—Bueno, niña. —Bajó la voz—. Si yo fuera tú, no estaría enseñando por ahí
monedas que cualquiera sabe, fueron acuñadas en la casa de Xena, ¿Eh? —
miró a su alrededor cuidadosamente.

¿En la casa de Xena? Gabrielle sacó una moneda y la miró. A ella le parecía
bastante común, un lado acuñado con una hoja, en el otro un círculo.

—¿Cómo sabes de dónde viene esto? —preguntó con curiosidad.

El hombre se acercó y pasó el dedo por el borde de la moneda, que estaba


ligeramente elevado y tenía pequeñas crestas.

—Estas marcas —dijo—. Algún tipo de prensa, ¿Sí? Ella la inventó. —Le tendió
otra moneda—. ¿Ves esta? Esta es local.

Gabrielle tomó la moneda y la examinó. Los bordes eran lisos y estrechos, y


muy irregulares.

—Guau —murmuró—. Mira eso. —Le devolvió la moneda—. Bueno, lo siento...


Es todo lo que tengo. —Le devolvió el bollo—. Si es un problema, supongo... 603
—No, no muchachita. —El hombre empujó el bollo hacia ella—. Su moneda es
buena aquí. —Mantuvo la voz baja—. Mejor que la mayoría, ¿Me entiendes?

Gabrielle echó un vistazo detrás de ellos, donde los hombres de Sholeh


estaban cargando todos los suministros. Desde esa distancia, pudo ver la ira y
la frustración en las caras de los marineros mientras entregaban las cajas, uno
de los soldados estaba de pie en la cubierta con aire despreocupado y con
su ballesta amartillada.

Ellos estaban cogiéndolo todo. ¿Xena también lo habría hecho?

—Ya veo. —Se dio la vuelta y se encontró con que el vecino del hombre se
acercaba con una pequeña bandeja de madera en sus manos—. Oh,
gracias. —Tomó un trozo del queso que le estaba ofreciendo, su nariz tembló
cuando captó el distintivo olor a leche de oveja que provenía de su superficie
húmeda.

—No es del agrado de ellos —explicó el hombre con una sonrisa de lado—. Así
que al menos tenemos un poco para vender.
Gabrielle abrió su bollo por la mitad y le agregó el queso, mordisqueando este
inesperado sabor de su hogar natal con un poco de placer melancólico.

—Entonces, ¿atravesaste el paso? —preguntó el comerciante de queso de


pasada.

Gabrielle asintió.

—Antes que el ejército llegara allí. —Pensó rápido—. Venía aquí... Ah... quería
ver si podía hacer algunos dinares. No hay muchas posibilidades de que
pueda volver a la granja.

Un par de soldados pasaron caminando y los dos mercaderes se pusieron


rígidos, guardando silencio. Gabrielle se dio media vuelta y apoyó el hombro
contra el soporte del puesto, masticando su bocadillo. Se encontró con la
mirada de los soldados con tanta compostura como pudo, manteniendo una
expresión que esperaba fuera educadamente interesada.

Los hombres la estudiaron, disminuyendo la velocidad a medida que pasaban


por el pequeño y escaso mercado. Luego se detuvieron y un hombre se dirigió 604
hacia ella.

Oh chico. Gabrielle se dio cuenta que tenía alrededor de un latido de corazón


para decidir qué hacer, y en ese latido se dio cuenta que no había nada que
pudiera hacer y no diera como resultado el que la persiguieran o la hicieran
daño. Así que se quedó dónde estaba y trató de no entrar en pánico.

Después de todo, ¿qué haría Xena?

—Tú. Chica.

Xena simplemente los mataría. No era muy útil.

—¿Sí? —respondió Gabrielle.

—¿Por qué vas vestida como un chico? —exigió el hombre—. ¿Buscas burlarte
de nosotros?

Era lo último que Gabrielle pensaba que llamaría la atención. Se miró a sí


misma por puro reflejo, a las polainas que cubrían sus extremidades hasta
donde empezaron las botas de cuero resistentes y bien hechas.
—Eh...

—Deberíamos cortarlos. —El hombre sacó una daga. Era grande, y tenía
barba completa. Su armadura estaba marcada con el emblema de Sholeh y
llevaba la espada curva de sus tropas personales—. Es una insolencia.

—Qu... espera. —Gabrielle levantó ambas manos y dio un paso atrás—. No


estaba tratando de insultar a nadie... yo solo... —Dio otro paso hacia atrás
cuando el hombre la alcanzó—. ¡Simplemente vine hasta aquí a caballo!
¡Tenía que ponérmelos!

—Mentira. —El hombre se abalanzó sobre ella, pero justo cuando lo hizo, un
cuerno sonó desde los muelles y él se detuvo en medio del movimiento, su
cuerpo dio un tirón hacia atrás mientras giraba su cabeza hacia el sonido.

—Vamos. —Su compañero le hizo un gesto con una extraña señal de su


mano—. En otra ocasión. —Comenzó a andar y el hombre que estaba
abordando a Gabrielle lo siguió, deteniéndose solo para mirarla con mala
cara antes de trotar en pos de su amigo y dirigirse a los muelles.
605
—Dioses —murmuró Gabrielle.

—Chica, has tenido mucha suerte —dijo seriamente el panadero—. Mucha


suerte.

Varios de los otros mercaderes se reunieron alrededor, ahora que el sol se


ponía, y habían empacado sus pocas mercancías. Todos eran más o menos
del mismo tipo, vendían a los trabajadores de la ciudad, a los hombres y
mujeres más pobres que vivían cerca de los muelles y vivían de ello.

—Seguro que sí. —Gabrielle estuvo de acuerdo—. No lo entiendo. ¿Por qué


vestir así es una ofensa para ellos? —Volvió a mirarse hacia abajo con
perplejidad—. ¿Cuál es el problema?

—¿De verdad has venido a caballo? —preguntó el quesero, antes que el


panadero pudiera responder—. ¿O, como dijo él, estabas mintiendo?

—¿Por qué iba a mentir? —Gabrielle se encogió de hombros, consciente del


círculo de personas que la rodeaban—. Cabalgué hasta aquí... pero ¿qué
diferencia hay? ¿Por qué les molesta eso?
Un hombre grande y fornido con una barba espesa se abrió paso entre los
demás y se colocó frente a ella.

—Antes de que te respondamos —dijo con voz firme y autoritaria—. Háblanos


de esto. —Levantó la moneda—. ¿De dónde la sacaste?

Gabrielle ahora podía sentir el peligro a su alrededor y se preguntó si los


soldados hubieran sido una ruta más segura.

—¿Por qué lo preguntas? —respondió apoyando su espalda en el soporte.

—Porque esto viene del interior de la fortaleza de Xena la Despiadada, por


eso —respondió sin rodeos—. Simplemente porque no vemos esto por aquí, a
menos que la persona que lo da, haya estado allí, y tal y como están las cosas,
eso es algo dudoso.

Gabrielle podía oír su propio corazón latir con fuerza, pero reunió todo el
coraje que pudo y se enderezó.

—He estado allí —añadió medio encogiéndose de hombros—. Conté algunas 606
historias, conseguí algunas monedas. Ahora, ¿puedo preguntar qué Hades
pasa con vosotros?

—¿Historias? —preguntó el hombre—. ¿Eres una bardo?

—Sí. —Gabrielle sintió que empezaba a anochecer—. Para eso estoy aquí.
Solo estoy tratando de hacer un dinar, eso es todo. —Comenzó a alejarse—.
De hecho, tengo que volver a la posada así que, disculpadme.

El hombre grande la miró, luego, lentamente, retrocedió y se metió las manos


en los bolsillos del delantal.

—Entonces, que tengas buena suerte, bardo.

Gabrielle se deslizó junto a él y les hizo un gesto con la mano mientras se


adentraba en la estrecha calle que la llevaría de vuelta a la posada.

—Adiós. —Dobló la esquina lo más rápido que pudo y miró a su alrededor, el


sol casi se había ido y las sombras eran más profundas. Un hombre venía hacia
ella con un perro pisándole los talones. Él la observó mientras se acercaba y
aceleró poniendo más energía en sus zancadas cuando pensó que iba a
pararla. Después de lo que acababa de pasar, otra interacción no parecía
una buena idea. Pero el hombre solo pasó al lado, y el perro también, y
Gabrielle comenzó a correr con una sensación de alivio. Como contrapunto,
escuchó un trueno sobre su cabeza, levantó la cabeza y miró hacia arriba
para ver nubes que rodaban, cubriendo lo que quedaba del atardecer con
una manta gris tenue. De repente, pensó en Xena bajo la lluvia. ¿La tormenta
le impediría llegar a las puertas? ¿O le ayudaría a escabullirse? ¿Le haría más
fácil a Gabrielle abrir la puerta? ¿Sabía ella siquiera dónde estaba la puerta?
La puerta de la posada se alzaba delante, llegó hasta allí y la atravesó justo
cuando la lluvia comenzaba a caer. Rápidamente se dirigió a su pequeño
espacio y se encerró dentro, corriendo hacia la ventana y cerrándola mientras
el clima azotaba. Luego fue hasta la cama y se sentó, le temblaba todo el
cuerpo.

»Xena, no sé si puedo hacer esto —murmuró—. Creo que solo voy a meternos
a las dos en problemas. —Se sentó en silencio durante unos minutos
escuchando la lluvia mientras oscurecía cada vez más dentro de la
habitación. Luego, con un suspiro, se inclinó hacia adelante y rebuscó en su
bolsa que había dejado sobre la cama, sacando su pedernal, el percutor y el
cabo de una vela. Las herramientas se sentían un poco extrañas en sus manos, 607
y se dio cuenta de que había pasado mucho tiempo desde la última vez que
tuvo que usarlas. En la fortaleza, por supuesto, había velas, pero por lo general
las encendía con el fuego de la chimenea o con una de las antorchas que los
sirvientes mantenían encendidas. Sin embargo, después de algunos golpes
torpes, consiguió suficientes chispas para encender la vela, el interior de la
habitación se iluminó con un brillo suave y cálido. Puso la vela sobre la mesita
y luego vio una vela más grande que ya estaba en un soporte. Con gratitud,
encendió la vela nueva con su cabo y fue recompensada con una luz más
brillante mientras apagaba su mecha y la dejaba a un lado. Había un
pequeño espejo roto sobre la mesa y colocó la vela junto a él, se puso de pie
tirando de su camisa de repuesto y se desabrochó el cinturón para quitarse la
que llevaba puesta. Después de una breve ojeada a su reflejo, sacó un trozo
de tela de su bolsa y lo sumergió en el agua que había dejado en el lavabo,
frotando el trapo húmedo sobre su piel y eliminando los signos del viaje. Se
echó un poco de agua en la cara y se pasó las manos mojadas por el cabello
para ordenarlo, luego se puso la camisa azul y dejó que sus pliegues se
asentaran sobre ella. Por un momento, se quedó muy quieta cuando la
camisa esparció el aroma de Xena, y este la rodeó con una dulce acritud e
hizo que su corazón se encogiera. Tocó la tela, luego agachó la cabeza hacia
un lado y aspiró el aroma profundamente, envolviendo sus brazos alrededor
de sí misma como si pudiera abrazar la esencia de su amante. Después suspiró
y se miró en el espejo, haciendo una mueca ante el drapeado de la tela. Era
una camisa de manga media para Xena, así que a ella le llegaba hasta las
muñecas, pero el cuerpo era demasiado grande y la longitud, casi le llegaba
a las rodillas. Levantó su cinturón y lo abrochó alrededor de su cintura,
recogiendo la tela y haciendo que el ajuste fuera un poco más razonable y
sacó el peine de su bolsa para peinar su pelo claro y no parecer tanto una
criatura salvaje. Aun así, mirando su propio reflejo en la tenue luz de la vela, le
resultó difícil relacionar a la figura que la miraba con la que recordaba de su
pequeña habitación en casa. Su rostro se había alargado y adquirió un perfil
más delgado, pero el mayor cambio que pudo ver fue en los ojos que la
miraban. Ya no eran los ojos de una niña. Pasado un momento, sacó el trozo
de pergamino escondido contra su corazón y leyó las palabras allí escritas
unas cuantas veces antes de volver a guardarlo, y se echó un último vistazo—
. Está bien, Gabrielle. Les has dicho a todos que eres una bardo. Así que saca
tu trasero ahí y cuenta algunas malditas historias.

Apagó la vela y caminó hacia la puerta, abriéndola y saliendo el pasillo desde


donde ya se podía oír el traqueteo de los platos y el sonido de voces mientras
se dirigía hacia la sala principal. 608

Xena saltó de la roca y agarró al jinete por los hombros, con la daga en su
mano derecha hundiéndose en la garganta del soldado, mientras tiraba de
su brazo a través de la parte delantera de su cuello. Apretó sus rodillas
alrededor de los flancos del caballo cuando este se sacudía alarmado,
mientras empujaba al hombre que acababa de matar de su silla de montar.

Un salto, y ella había tomado su lugar, agarrando las riendas mientras


controlaba al caballo y conducía al animal hacia sus antiguos camaradas,
envainando su daga y desenvainando su espada mientras atacaba
implacablemente, macheteando y cortando su camino a través de los
soldados en combate que rodeaban a sus hombres.

La lluvia estaba convirtiendo el terreno en una superficie resbaladiza y su


caballo se resbaló un poco, pero el movimiento fue en su beneficio cuando
se lanzó sobre otro jinete y se volvió hacia él, su espada lo tomó por sorpresa
cuando se hundió profundamente en su hombro.

Sacudió su espada del hueso y la giró en su mano a tiempo para enfrentar el


ataque de un hombre a pie, azotándola a un lado, luego se aprovechó de
que estaba a caballo sacando la bota del estribo y pateándolo en la cara.

Parecía que la pelea hubiera durado por siempre. Cada pulgada le palpitaba
y tenía que ignorar el dolor como puñales que atravesaba su cuerpo, pero
tenía suficiente ira y suficiente frustración dentro, como para mantenerse en
la batalla.

Enganchó el brazo, con una maza, de otro hombre con su pie y tiró de él justo
cuando estaba a punto de descender sobre uno de sus hombres. El soldado
destripó al portador de la maza, agarró el arma antes de que cayera, y la
transfirió a su mano izquierda mientras continuaba luchando contra otro jinete
con su espada en la derecha.

Xena golpeó la maza contra la cabeza de un hombre que intentaba cortarle


en la pierna y desvió la espada de su adversario montado, chocando su 609
hombro con el hombre cuando su caballo arremetió hacia ella y se agachó
cuando trató de agarrarla.

—¡Eres un demonio! —Siseó el hombre, arrastrando la cabeza de su caballo


para dar la vuelta, solo para encontrar a Xena girando su propia montura en
su sitio y golpeando el cuello de su caballo contra el del hombre mientras
empujaba su espada con un poderoso movimiento hacia su pierna—. ¡Augh!

—¡Puedes apostar tu culo, perdedor! —Xena tiró de su espada hacia atrás y


luego lo golpeó en la cara con la empuñadura, mientras sus caballos
tropezaban el uno contra el otro y les hacían chocar los hombros otra vez. Él
perdió el equilibrio hacia atrás de su silla de montar y cayó al suelo donde uno
de los hombres de Xena rápidamente se abalanzó sobre él y clavó una daga
en su corazón.

»¡Matadlos a todos! —Siguiente. Xena giró su montura, la tercera que había


tomado hasta el momento, e hizo una pausa cuando no encontró a ningún
otro atacante que fuera a por ella. Un relámpago estalló e iluminó el cielo, y
miró a su alrededor otra vez, viendo figuras que se alejaban, lejos de la batalla
y muchas formas inmóviles que yacían en la hierba acortada. ¿Se acabó?
Xena escuchó un sonido de cuerno bajo, luego volvió a sonar y, cuando giró
en su silla de montar, las únicas personas que la rodeaban eran los suyos. Una
figura oscura se acercó cojeando a su caballo y puso una mano sobre su
hombro, mirándola. Miró la figura cubierta de sangre y se dio cuenta de que
era Jens—. Me alegro que lo hayas logrado.

—Como yo, mi señora. —Jens dijo con voz áspera—. Creo que se dieron
cuenta que cuanto más tiempo se quedaran, más de ellos matarías.

Xena apoyó su espada sobre su muslo, dejando caer la maza en el suelo


detrás de ella. Bajo la lluvia que azotaba las sombras, las figuras comenzaron
a moverse hacia ella, y se obligó a concentrarse mientras la furia de la batalla
se desvanecía demasiado lentamente de su cuerpo.

Los hombres se cerraron a su alrededor, eran más de los que se había atrevido
a esperar que sobrevivieran a la pelea, y esperó a que se acercaran todos,
identificando sus rostros en las sombras. Algunos eran campesinos, otros eran
sus hombres, pero todos tenían la misma mirada de intensa emoción y ella
bebió eso como vino dulce.

—Buen trabajo —dijo después de una silenciosa pausa—. Enviaron lo mejor 610
que tenían para buscarnos.

—A un montón de ellos. —Jens estuvo de acuerdo, dándole a su reina una


sonrisa desenfadada.

Xena asintió.

—A un montón —repitió—. Terminaron huyendo de nosotros. —Nosotros. Podía


ver las espaldas enderezarse y se permitió un momento de orgullo, por ellos y
por sí misma—. Está bien. Tomaos un descanso, luego tenemos una cita con
una puerta. —Agarró un pliegue de la manta de la silla de montar y limpió su
espada con cuidado—. Tomad de botín lo que os guste. —Los hombres
asintieron y se alejaron un poco, algunos se sentaron en el suelo y otros
rebuscaron entre los cuerpos en el campo de batalla. Xena los miró, y luego
miró a Jens, que todavía estaba parado junto al hombro de su caballo—.
Espero que no tengamos que hacer esto otra vez.

Jens se apoyó contra el caballo.

—Sí. —Concordó con cansancio—. ¿Vas a quedarte con este? —señaló al


caballo con un movimiento de su cabeza.
—No. —Xena se apoyó en el cuerno de la silla—. Estoy demasiado golpeada
y exhausta para bajarme de él y temo que me desplomaré si lo hago. —Logró
una sonrisa irónica—. Esa es la otra razón por la que espero que no tengamos
que hacer esto otra vez.

—¿Quieres un odre de agua?

Xena se relajó.

—Si tienes uno a mano, sí. —Envainó su espada, luego abrió la bolsa de su
cinturón y sacó sus paquetes cuidadosamente doblados de hierbas y la
pequeña taza de madera plegable que tenía junto a ellos. Tenía un par de
opciones, y después de un largo momento de lucha mental, eligió la menos
peligrosa de todas, mezclando dos de las hierbas en la taza antes de destapar
la piel que Jens le tendía y verter agua sobre ellas—. Gracias.

Jens recuperó la piel y bebió de ella.

Xena hizo girar la taza unas cuantas veces, luego se lo bebió de un solo trago
rápido, haciendo una mueca mientras las hierbas se aferraban a la parte 611
posterior de su lengua. Sin embargo, las tragó, y luego dedicó unos minutos a
estirar cuidadosamente su cuerpo, tratando de determinar cuánto daño
había sufrido.

—¿Mi lady?

El hecho que la voz estaba en su rodilla y que era la única no masculina en la


vecindad, hizo que Xena mirara hacia abajo por el saludo.

—¿Cómo me has llamado?

El campesino convertido en soldado, enrojeció visiblemente incluso en las


sombras.

—Le ruego me disculpe.

Xena reconoció al primer soldado que había desafiado a los persas. Era un
hombre de estatura mediana y complexión media, con pelo lacio y rostro
honesto.
—¿Sí? —Esperaba que las hierbas comenzaran a hacer efecto rápido. Ahora
que la pelea había terminado, el dolor comenzaba a ser un poco
abrumador—. ¿Estás contento por haber hecho esa elección?

El soldado la miró ignorando la lluvia que golpeaba su cara.

—Usted... —Se aclaró la garganta—. Se ha jugado la vida por nosotros, allí.

La reina suspiró.

—Sí, a veces hago cosas estúpidas. —Estuvo de acuerdo—. Intento no hacer


un hábito de ello.

—Gracias —dijo el hombre con sencilla sinceridad.

Hizo sonreír a Xena.

—De nada —respondió en voz baja—. Ahora ve y haz algo útil, ¿quieres? —El
hombre agachó la cabeza y se alejó, dejando que su reina se enfrentara a la
necesidad de bajarse de su cómodo caballo y prepararse para moverse. 612
Levantó la pierna por encima de los cuartos traseros del animal y se dejó caer,
haciendo una pausa con sus manos agarrando la silla de montar mientras
probaba si sus piernas soportarían su peso. A duras penas. El dolor le subió por
la columna vertebral mientras soltaba su agarre de la silla de montar e
inmediatamente se agarró de nuevo cuando sus rodillas amenazaron con
doblarse. El caballo que había aterrizado sobre ella le había retorcido el
tronco y podía sentir la tensión recorrer de arriba a abajo su espalda mientras
sus músculos se agarrotaban.

»Malditos sean los dioses del Hades —murmuró en voz baja—. Esta mierda de
heroína de pacotilla me va a matar. —Deseó que Gabrielle estuviera allí. No
es que su linda compañera de cama pudiera hacer mucho para ayudarla,
pero a diferencia de cualquier otra persona que hubiera conocido, incluso su
hermano, encontraba que la presencia de Gabrielle la reconfortaba cuando
no se sentía muy bien. En este momento, definitivamente no se sentía muy
bien. Cautelosamente, soltó la silla y se incorporó, obligándose a moverse y
caminando en un pequeño círculo. Ay. La lluvia la golpeó y levantó su cara
hacia arriba, manteniendo sus manos un poco alejadas de su cuerpo para
que el agua enjuagara la sangre. Sin embargo, incluso esa pequeña amplitud
de movimiento dolía, y dejó caer nuevamente las manos, aunque sintió un
ligero alivio de los dolores cuando las hierbas finalmente decidieron empezar
a hacer efecto. Esa noche no había terminado. Xena regresó a su montura
prestada, que estaba mordisqueando la hierba, aparentemente contento de
quedarse cerca. Revisó el contenido de las alforjas del animal, del interior
emanaba el aroma de las especias embriagadoras que había olido en el
campamento de Sholeh. La irritaban. Despreció los trozos de comida
enrollados, pero encontró un útil juego de dagas bellamente talladas que se
metió en el cinturón, y una bolsa llena de monedas, que también se quedó.
Luego le quitó las bridas al caballo, le aflojó la correa de la cincha y le quitó
la montura mientras el animal daba un paso de costado sorprendido.

»Venga chica. —El caballo resopló hacia ella—. Vete. —Xena le dio una
palmadita en el cuello—. Ve y encuentra un buen pasto, y algún semental
cachondo para hacerte la vida mejor. La guerra no es un lugar para ti. —Vio
que el caballo se alejaba, sin irse ni quedarse del todo, después se giró y se
dirigió hacia el frente de la línea de batalla.

Era difícil no cojear, pero se las arregló, caminando entre sus tropas, dándole
una palmada a uno en el brazo, sonriéndole a otro, hasta que se paró sobre
un terreno limpio y volvió a mirar a la ciudad. 613
Tenía una cita a la que no podía faltar. Ya habría tiempo suficiente para
quejarse más tarde, cuando pudiera tener la posibilidad de baños calientes,
sábanas suaves y adorables ratas almizcleras, pero ahora era el momento de
ser la reina.

Que vieja loca perra era.


Parte 19

Gabrielle estaba sentada en la sala, cerca de la parte de atrás, en una


esquina que parecía relativamente tranquila y apartada. Había una pequeña
mesa destartalada allí y se apretó detrás, de espaldas a la pared de la
posada, mientras estudiaba a la multitud que había en la habitación con los
ojos ligeramente abiertos.

Había mucha gente, más de la que había pensado que podía albergar la
posada, y el ruido le recordó mucho al del comedor del castillo, donde los
sirvientes y los esclavos comían juntos en una cacofonía de voces por las altas
conversaciones.

No parecía que quisieran ser entretenidos. Sus caras mostraban enfado, y en


algunos casos ira, y la discusión que escuchaba a su alrededor se centraba 614
en los invasores persas y los ultrajes que habían traído.

Era interesante. Recurrió a un papel que había practicado durante sus


primeros tiempos de vida con Xena, escuchando sin parecer escuchar,
mientras aceptaba un plato de sopa y un trozo de pan de una sirviente de
aspecto cansado.

—Gracias. —Sonrió a la chica—. Un día largo, ¿eh?

—Todos lo son. —La chica se paró contenta de tener la oportunidad de


quedarse quieta—. ¿Quieres cerveza o sidra?

Gabrielle pensó un momento.

—Sidra —decidió.

La chica asintió.

—Luego viene un estofado —dijo—. Restos y sobras, es todo lo que pudimos


conseguir.

Ah, bueno, ella recordó esas cenas de restos y sobras.


—No pasa nada. —Gabrielle observó alejarse a la chica, siendo detenida
cada pocos pasos por las demandas de los clientes. Era un trabajo difícil, de
hecho, sus padres le habían sugerido que lo hiciera y de repente tuvo un
momento de gratitud porque el camino de su vida había resultado muy
diferente, aunque también mucho más peligroso.

Mojó el pan en su sopa y le dio un mordisco. Era una mezcla de guisantes y


verduras y encontró que el sabor le gustaba, contenta de estar llenando su
barriga después de su largo viaje y de un día aún más largo. Había estado tan
distraída, que apenas se había dado cuenta de lo hambrienta que estaba,
hasta que tuvo el cuenco frente a ella y empezó a comer.

La fortaleza de Xena había sido el primer lugar en el que siempre había tenido
suficiente para comer, incluso desde el principio, incluso cuando no era más
que una esclava recién comprada en las dependencias de los trabajadores.
Le había sorprendido que, a pesar de toda su crueldad a menudo aleatoria,
la reina había entendido a nivel básico que esta era una de las necesidades
fundamentales de cualquier persona y sin importar cuán duro fuera el trabajo,
y cuán peligrosas fueran las circunstancias, nunca faltaba alimento y cobijo a 615
las personas que Xena tenía a su cargo.

Ser esclava era algo difícil, aunque solo lo había sido por un tiempo corto. Pero
había hablado con suficientes sirvientes y esclavos en la fortaleza como para
comprender que, si eras un esclavo, ser uno bien alimentado y bien alojado,
marcaba la diferencia.

Era una cuestión de dignidad personal, y Gabrielle se había dado cuenta, que
cuando Xena le había hecho un espacio en el pasillo, y luego un espacio en
sus propias habitaciones a medida que su relación se desarrollaba de un
modo inusual, su nueva y atemorizante amiga comprendía muy bien sus
necesidades.

—Aquí tienes. —La chica regresó y dejó una jarra de sidra. Echó un vistazo al
cuenco casi vacío de Gabrielle y miró a su alrededor, luego deslizó otro
cuenco sobre la mesa y le guiñó un ojo antes de continuar su camino
alrededor de las mesas.

Mmm. Gabrielle no dudó en dar cuenta del regalo, disfrutando del sabor
áspero y ligeramente a nuez del pan moreno, mientras lo empapaba en la
sopa. Le había preguntado a Xena una vez por qué había decidido gobernar
su reino de la forma en que lo hacía, tratar a sus esclavos como lo hacía, y su
respuesta había sido tan pragmática como simple, y muy de Xena.

—Porque he pasado hambre —le había dicho la reina—. Y he dormido en una


mazmorra —había agregado—. Nada de eso me hizo una persona más feliz.

Gabrielle tomó un sorbo de su sidra y la encontró fría y aromática. Le gustaba


más la sidra que la cerveza, aunque se había aficionado a los vinos ricos que
Xena también prefería, pero pensó que con todo lo que estaba pasando,
mantener la cabeza despejada era probablemente una buena idea, y el
lugar no parecía que tuviera buenos vinos de todos modos.

Justo en ese momento se abrió la puerta del exterior, y la conversación se


interrumpió abruptamente cuando cuatro soldados persas entraron, mirando
a su alrededor arrogantemente con las manos en las empuñaduras de sus
espadas.

Gabrielle estaba contenta de haber elegido la mesa que tenía, metida en la


parte de atrás, en las sombras, detrás de todos los demás. Mientras vestía no
muy diferente al resto de los visitantes, todavía sentía que llamaba la atención
y mantuvo la cabeza baja y su atención en la sopa. 616

Los soldados se abrieron paso a través de la multitud, examinando de manera


evidente a todos los que estaban sentados en las mesas, antes de enfrentarse
a la posadera donde estaba parada cerca del fuego de la cocina.

—Tú. —La mujer permaneció en silencio, pero los fulminó con la mirada—.
¿Estás escamoteando? —dijo el soldado.

—No he escamoteado a nadie —respondió la posadera—. Todo lo que


tenemos aquí son restos. Míralo por ti mismo. —Metió el cucharón en la olla, lo
sacó, vertió el contenido en un cuenco y luego se lo pasó bruscamente al
hombre.

Este sacó una daga y hurgó en el caldo.

—No huele a desperdicios.

—No es mi culpa si en tu grupo no saben cocinar. Yo sí sé. —La mujer respondió


impertinentemente.

—Tal vez deberíamos llevarte con nosotros entonces. —El soldado dio la vuelta
a su daga y la golpeó, alcanzando a la mujer en la cara—. Arrancándote la
lengua para librarte de tu insolencia. —Él volvió a guardar su cuchillo y la
despachó, volviéndose a mirar la habitación de nuevo. —La mente de
Gabrielle regresó al corto tiempo antes de que hubieran dejado la fortaleza,
cuando Xena había reaccionado de una manera tan inesperada al haber
encontrado que se le escondían las mercancías. No tan enojada como
Gabrielle había esperado, más como...—. Guardaros algo y terminaréis en el
hoyo de la basura con el último grupo que lo hizo. ¿Entendido? —ladró el
soldado—. ¡Nos os pertenece! ¡Memorizadlo! —Salió con sus compañeros
siguiéndolo. Cuando se marcharon, el último cogió una barra de pan de una
de las mesas y se la llevó riendo mientras la puerta se cerraba tras ellos.

Gabrielle vio la ira a su alrededor y volvió silenciosamente a su sopa, contenta


de haber escapado a la atención de los persas.

—Bastardos. —Gabrielle afinó el oído—. ¿Puedes creerlo? —Un hombre en la


mesa contigua golpeó su superficie con la mano—. Te dije que el prefecto nos
había vendido. Debería haber seguido el consejo de Bengen y haber ido a
pedir ayuda antes del invierno.

Su compañero resopló.
617

—¿Habría servido de algo? Me enteré que la Persa va tras ella, quiere clavarle
su ejército en el culo a Xena.

—Hubiera sido mejor que dar vueltas como una perra azotada y dejar que nos
roben, ¿verdad?

—Mm.

—Por lo que he oído —comentó una mujer sentada cerca—. Al prefecto se le


prometió su propio palacio en Persia, pero terminó atado en el vertedero por
“ser un dolor” —dijo—. Todos hemos perdido. Persia consiguió exactamente lo
que estaba buscando, y no parece que vaya a irse pronto.

Los hombres parecían abatidos.

—No hay forma de evitarlo —dijo el que estaba más cerca de Gabrielle—.
Ahora. Sin embargo, si él hubiera tomado otro camino...

—Nunca lo hubiera hecho —dijo la mujer—. ¿Ir a ella en busca de ayuda? No


con su orgullo.
—¿Crees que ella lo habría hecho? —preguntó el hombre.

—¿Si hubiera pedido ayuda a Xena, quieres decir? —Gabrielle habló con tono
informal. Limpió su cuenco con el pan y lo masticó antes de mirar hacia el
extraño silencio que había iniciado. Encontró a los hombres en la mesa de al
lado mirándola y las voces cercanas se habían reducido
considerablemente—. Probablemente hubiera venido aquí y los habría
mantenido alejados.

El hombre más cercano a ella se giró en su asiento, las piernas rasparon el


suelo.

—¿Y quién eres tú para opinar, chica? —dijo—. Nunca te he visto aquí antes.

Gabrielle recogió su jarra y bebió un sorbo de su sidra.

—No, probablemente no. Acabo de llegar hoy —dijo—. Pero vengo de las
tierras de Xena —explicó—. Parece que he llegado en mal momento, ¿Eh?

El hombre más cercano, ahora dio media vuelta, por lo que su silla estaba 618
frente a ella, y miró por encima del hombro al resto de la habitación antes de
girarse e inclinarse.

—¿Viniste por el paso? —preguntó—. ¿A través del ejército persa?

Parecía una pregunta normal.

—Sí —contesto Gabrielle extendiendo sus manos y mirándose a sí misma con


desprecio—. Supongo que no era una gran amenaza para ellos.

La sirvienta regresó, echó un vistazo al cuadro alterado mientras dejaba un


cuenco del guiso para Gabrielle, luego se movió para servir a los hombres junto
a ella.

—¿Qué te hizo venir aquí? —preguntó el otro hombre que, por sus ropas,
parecía un comerciante—. Entonces, ¿Es verdad lo que hemos oído? ¿Que
sus tierras están en rebelión?

—Bueno… No. —Gabrielle negó con la cabeza—. Hubo algunos problemas


antes de la temporada de frío, pero Xena lo resolvió bastante rápido. —Se dio
cuenta que las cabezas se inclinaron en su dirección cuando pronunció el
nombre de su reina, y fue repetido por lo bajo.
—Escuchamos de los mercaderes que en las últimas lunas había forajidos en
el valle —dijo el hombre—. La mayoría no quería pasar por allí, sin importar el
beneficio.

¿Cuánto debería contar? Gabrielle reflexionó un momento, dándose cuenta


que más y más personas se volvían para escuchar la conversación.

—Había algunos soldados exiliados —dijo—. Pero Xena se hizo cargo de ellos.
El camino ahora está limpio.

La mujer de la mesa contigua se levantó y se sentó frente a Gabrielle, con el


rostro atento e interesado.

—Excepto por los persas —dijo con una breve sonrisa—. Escuchamos que
querían que Xena se uniera a ellos.

Notando una línea que probablemente no debería cruzar, Gabrielle se


encogió de hombros.

—Solo soy una bardo errante —dijo—. No puedo saberlo... solo sé lo que he 619
oído mientras viajaba por el camino, ¿sabes?

—Bardo, ¿eh? —El hombre se volvió cuando otra figura entró y se acercó a
donde estaba sentada Gabrielle—. Lennat, ¿has oído eso? Una bardo.

—Lo he oído. —Lennat acercó un pequeño taburete y se sentó—. Así que,


Gabrielle, ¿puedes contarnos algunas historias esta noche? Cuando termines
de cenar, quiero decir.

Gabrielle inspeccionó la habitación. Su pequeño grupo estaba en una


esquina, y el resto de los clientes parecían estar metidos en sus propias
conversaciones, con el ánimo abatido después de la salida de los soldados.

—¿Crees que la gente quiere escuchar alguna? —preguntó—. Me parece


que todo el mundo está de mal humor.

Lennat sonrió tristemente.

—Tal vez tú puedas cambiar eso —dijo—. No hay mucho que pueda levantar
el estado de ánimo en estos lares estos días, ¿no crees?

No, ella supuso que no.


—Está bien. —La mujer rubia estuvo de acuerdo en voz baja—. Claro, contaré
una historia o dos.

—Bien. —Lennat palmeó en la mesa—. Tal vez puedas animar a mi madre. Está
preparada para llevar su olla allí, saltar y flotar hacia el mar dentro de ella. —
Se levantó y se dirigió hacia la cocina, dejando a Gabrielle junto a su pequeño
anillo de asistentes.

—Gabrielle —reflexionó el comerciante—. Nombre inusual. Me pregunto


dónde lo he oído no hace mucho.

Gabrielle sacó su pequeña daga y comenzó a pinchar trozos de su estofado.


Había tanta tensión extraña en la habitación, que estaba empezando a
preguntarse si contar historias, especialmente historias sobre Xena, iba a ser
una buena idea después de todo.

¿Y si los persas se enteraban?

620

Xena se levantó lentamente del suelo, sus ojos asomaban sobre el borde de la
hierba mientras observaba a la guardia caminar a lo largo de la muralla,
pasando por la pequeña puerta trasera con mucha más frecuencia de lo que
era conveniente para ella.

Volvió a acomodarse después de un momento, el suelo empapado reanudó


el frío y húmedo acunamiento de su dolorido cuerpo, mientras su pequeña
fuerza descansaba a su alrededor.

Dudaba que alguien realmente lamentara permanecer tumbado, ya que


habían estado arrastrándose durante las últimas tres marcas de vela para
evitar ser vistos desde las murallas. Sus rodillas y hombros la estaban matando
y tuvo que recordarse a sí misma varias veces que todo había sido idea suya
antes de intentar matar a la persona responsable de ello.

Qué plan tan idiota. Xena extendió con cuidado los brazos y juntó las manos,
luego apoyó la frente sobre ellas. Si los guardias no se cansaban antes de la
medianoche, tendría que encontrar otra forma de llegar a la ciudad, a menos
que quisiera arriesgarse a ser atrapada.

¿Quería arriesgarse? Al menos si lo hiciera, el día no terminaría en una nota


aburrida, ¿o sí? Xena pasó unos minutos imaginando la escena, si simplemente
echaba a andar hacia las puertas principales y llamaba exigiendo entrar.

Tenía un cierto atractivo. Xena sintió que se parecía mucho más a su imagen
que esconderse en el estiércol de caballo, y ahora podía hacerlo y ahorrarse
la larga y aburrida espera que podía terminar de la misma manera de todos
modos.

Por otro lado, veinte de ellos podían dispararle flechas, y esa era una podrida
forma de espicharla, que seguramente arruinaría el día.

Levantó un tallo de hierba y lo mordió, volteándose un poco sobre su costado


y levantando ligeramente las rodillas para aliviar la tensión en su espalda. En
tercer lugar, estar tumbada aquí proporcionando alimento a las hormigas
tampoco era lo suyo.
621
—¿Jens?

—¿Majestad? —Su leal capitán estaba tumbado en la hierba, a unos brazos


de ella.

—Quiero acercarme más. Veamos si podemos hacerlo lo suficiente como


para escupir a esos bastardos.

—Gracias, Majestad —dijo Jens—. Me están comiendo vivo aquí.

—A mí también. —Xena diezmó unos cuantos insectos trepadores,


quitándoselos del brazo antes de prepararse para comenzar a arrastrarse
hacia adelante otra vez, esperando que Jens se volviera para alertar a los
hombres antes de partir.

Ir a través de hierba relativamente corta no era fácil. Xena prefería un


movimiento de lado a lado casi como de serpiente, moviendo un codo y una
rodilla al unísono, luego el otro. Esto le daba un movimiento sinuoso, y si lo
sincronizaba con el viento, su paso era casi invisible.

La clave también era moverse, luego esperar, luego moverse, manteniendo el


tiempo irregular para que cualquiera que estuviera observando un punto en
particular en la hierba, no apreciara una perturbación constante y se
preguntara qué se estaba acercando.

Por supuesto, también ayudaba que no te siguieran veintiséis hombres


corpulentos y con variadas habilidades de acecho, pero Xena había
aprendido en su vida a tomar lo que podía, por lo que se consideró
afortunada de tener a alguien que cuidara su espalda, y al menos, ella no
moriría sola.

Habían atravesado la mitad de la distancia hasta la muralla cuando un sonido


la alertó de repente y levantó su mano, dejando escapar un breve y bajo siseo
a los hombres que la seguían. Se detuvieron también, se acomodaron y ladeó
la cabeza para escuchar.

Un chasquido suave y crujiente surgió justo a la izquierda de ella. Xena se


quedó muy quieta y maldijo en silencio. La hierba era lo suficientemente alta
como para oscurecer su forma, pero sabía que, si lo que fuera, estaba lo
suficientemente cerca, sería claramente visible para ella.

Respiró profundamente, moviendo su brazo derecho lentamente hacia abajo 622


y cerrando los dedos sobre la daga metida en su bota. La sacó y se preparó,
tensando los músculos a lo largo de su torso mientras se preparaba para
reaccionar.

Otro crujido suave. Xena repasó los sonidos, tratando de descubrir cuántos de
ellos había, y si no debía simplemente ordenar a sus hombres que atacaran y
terminar de una vez.

En verdad, la paciencia nunca había sido una de sus virtudes.

Los sonidos se detuvieron.

Xena escuchó con más detenimiento, pero el viento iba en dirección


contraria, y todo lo que podía oír eran los ruidos de la ciudad. Después de unos
momentos de que nadie hiciera nada, perdió la paciencia. Le hizo un gesto a
Jens para que se quedara atrás y se dirigió hacia el último lugar del que habían
salido los ruidos.

Su cuerpo se deslizó por la hierba mientras la emoción por la batalla inminente


vencía el dolor que la había molestado todo el tiempo y casi se sintió eufórica.
Dio la vuelta al cuchillo en su mano para que la hoja mirara hacia adelante, y
se concentró mientras apartaba las últimas hierbas que la separaban del lugar
que estaba buscando.

Unos ojos se encontraron con los de ella.

Al nivel de sus ojos.

Pero tenían la forma equivocada y el color equivocado, y Xena sintió que el


vello de la nuca se le ponía de punta cuando una avalancha de colmillos y
garras, y un animal furioso, se abalanzaron directamente sobre ella.

—Blf. —Xena ahogó un grito mientras agachaba la cabeza y agitaba la mano


en la que llevaba el cuchillo cuando el enorme gato la golpeó, clavándole
las garras en la parte posterior de su cuero cabelludo. Se dio la vuelta
instintivamente, levantando los brazos para protegerse la cara mientras sentía
los dientes del animal rozar sus muñecas.

—¡Por los dioses! —La voz de Jens cortó el silencio—. ¡Cogedlo, chicos! —Xena
no tuvo tiempo para discutir. Levantó su rodilla y sintió que las garras se
soltaban de su armadura cuando sus manos se abrieron paso a través del lío 623
de garras y dientes y sintieron el suave pelo bajo sus dedos. Agarró al animal,
oliendo el cálido aroma de la sangre y sospechando que era la suya. Era
enorme y poderoso. Tenía un pelaje negro medianoche, una mala actitud, y
el fuerte olor a almizcle de un macho. Una pata trasera rastrilló hacia atrás y
por muy poco no la alcanzó en la cara y ella reaccionó instintivamente,
girando la cabeza y mordiendo el pie del gato. Este se apartó bruscamente,
casi arrancándole los dientes de la boca y luego vio que las garras se dirigían
hacia ella cuando el animal se volvió y atacó mostrando todos los dientes—.
¡Ahora!

El gato aulló sorprendido y desvió la atención de Xena cuando dos de los


soldados saltaron valientemente sobre él, dando cuchilladas con sus espadas
cortas en un desesperado silencio, la hierba a su alrededor se agitaba
violentamente.

La reina aprovechó la oportunidad para recomponerse y ponerse de rodillas,


envolviendo ambas manos alrededor de su cuchillo y poniéndolo en la
espalda del gato, casi le faltan brazos a Jens.

—¡Bastardo! —El gato se crispó, luego se retorció de nuevo, luego se desplomó


con un gruñido que se congelo en su rostro mientras se quedaba quieto
debajo de ellos. Por un momento, todo lo que pudieron oír fue su propia
respiración pesada. Entonces oyeron un grito y un cuerno sonando, y los
cascos de los caballos, y Xena exhaló, dejando que su cabeza se moviera
hacia adelante para descansar sobre la piel del gato—. Hoy no va a ser mi
día, ¿verdad?

—Señora, está sangrando —dijo Jens, suavemente.

—Jens, no va a importar mucho si lo estoy. —Xena suspiró, levantándose y


mirando hacia el ruido, levantando su cabeza sobre el borde de la hierba
para ver qué les venía encima. Un escuadrón de jinetes había salido disparado
por las puertas y, mientras la reina observaba atónita, pasaba a toda
velocidad por su lado, persiguiendo las sombras oscuras por el camino hacia
el desfiladero. Los cuernos ahora soplaban como locos dentro de las murallas,
y los soldados corrían hacia las puertas principales de la ciudad desde ambos
lados. Dejando la puerta posterior sin vigilancia. La reina parpadeó, luego
parpadeó de nuevo ante el caos—. Aunque pensándolo bien. —Xena se tocó
la parte posterior de la cabeza, haciendo una mueca cuando apartó la mano
cubierta de sangre—. Tal vez sea mejor detener esto ahora, así no goteo sobre 624
el mármol allí. —Sacó un trozo de tela de su cinturón y lo presionó contra la
herida, dándole al animal una breve mirada—. Bien, ¿eh?

—Señora, ¿qué está pasando allí? —preguntó uno de sus otros hombres, con
voz tímida— ¿Qué los ha agitado?

Xena se encogió de hombros.

—Tal vez Gabrielle se ha quitado la ropa y está corriendo y cantando por allí.

Todos los hombres la miraron en silencio. Entonces Jens se aclaró la garganta.

—No sabía que ella cantaba, señora.

Xena sonrió irónicamente, todo su cuerpo temblaba un poco por el encuentro


cercano.

—Está bien. —Estiró el cuello y vio que el camino aún estaba despejado—.
Vamos y entremos allí, antes que me desangre hasta morir y arruine la
diversión.

Recomponiéndose, se arrastró por la hierba, moviéndose medio acuclillada,


medio corriendo, mientras bordeaba el límite del espacio abierto, sus ojos
pegados a los soldados sobre la muralla.

Con un poco de suerte, lo lograría. Si los Destinos estaban de humor, Gabrielle


estaría allí para abrir la puerta.

Incluso podría ser su día después de todo.

Lennat apareció de entre las sombras, sentándose al lado de Gabrielle justo


cuando esta estaba terminando su comida. Ella continuó rebañando su
cuenco con pan y esperó a que hablara, notando que estaba mirando con
cautela a su alrededor para ver quién estaba escuchando.

Casi se sintió como la intriga de la corte, a la que lentamente había 625


comenzado a acostumbrarse en el castillo de Xena. Todo el mundo siempre
pensando que tenían un plan o un secreto, y todo el mundo creía que ella era
la mejor manera de hacerle llegar esa información a la reina.

Lo cual, no sin razón, era cierto. Mucho más accesible que su irascible amante,
ella se había convertido en un amable conducto para la población que era
demasiado humilde para asistir a la corte, y demasiado cautelosa para
desafiar su temperamento.

Xena lo había encontrado divertido. Gabrielle, por otro lado, lo encontraba


difícil a veces, ya que era incómodamente consciente, tanto de sus humildes
orígenes, como de la dependencia que la gente tenía de ella.

—Gabrielle.

—Hola. —Gabrielle dejó la cuchara sobre la mesa y cruzó las manos—. Por
favor, dile a tu madre que pienso que es una gran cocinera. Gracias —le dijo
sinceramente—. La cena estaba buenísima.

Pillado un poco desprevenido, ya que estaba a punto de lanzarse de lleno


con lo que fuera que había reunido el valor de decir, Lennat se inclinó hacia
atrás.
—Um... gracias —dijo— Sé que le gustará oírlo. No se lo dicen a menudo. A
este grupo le gusta su cena, pero pagan de mala gana un centavo por ella.
—Sus ojos se movieron rápidamente a las mesas a su alrededor, luego de
vuelta.

—Así que creen que, si dicen lo bueno que está, ¿subirás los precios? —
Gabrielle sonrió un poco, recordando a la gente en su pueblo natal que
habrían pensado eso. Su padre había sido uno de ellos.

—Eh. —Levantó los hombros con un medio encogimiento—. Me alegra que lo


hayas encontrado a tu gusto. Pensé que te habíamos asustado.

—¿A mí? —Gabrielle alzó las cejas—. ¿Tan fácil de asustar parezco?

—Bueno, sí. —Lennat le dio una mirada de disculpa—. Sin ofender.

Nunca creerán que eres un soldado, Gabrielle. Tienes que ser tú.

—No me ofendo —respondió la mujer rubia—. Pero, ¿qué te hizo pensar que
lo era? —Echó un vistazo casual a su alrededor, pero sus compañeros de mesa 626
estaban ocupados en sus platos e ignorándolos a los dos. O ella pensaba que
lo estaban. Con un breve fruncimiento de ceño, devolvió su atención a su
compañero—. Lo siento, me perdí eso... ¿Qué dijiste?

—Antes fui a tu habitación y no estabas —repitió Lennat—. Pensé que tal vez
habías ido a buscar un alojamiento mejor. —Hizo un gesto a una de las
sirvientes que se acercó—. Una jarra, Else. Y otra para mi amiga aquí también.

—Sí. —La chica respondió brevemente, dándose la vuelta y guiñándole un ojo


a Gabrielle antes de irse, esquivando a los otros clientes con un movimiento
de sus caderas—. Vuelvo enseguida.

—Mujerzuela. —Lennat resopló un poco—. En fin.

—En fin —repitió Gabrielle—. Antes solo estaba dando un paseo —dijo—.
Solamente estaba viendo el lugar ya que nunca había estado aquí. —Hizo una
pausa poniendo en orden sus pensamientos—. Vi a algunos de los soldados...
parecen muy hostiles.

Lennat levantó una mano y miró a su alrededor otra vez, con una expresión
algo ansiosa en su rostro.
—Ten cuidado, Gabrielle. Tienen oídos en todas partes.

Gabrielle giró la cabeza y estudió a sus vecinos de mesa. La mayoría iban


toscamente vestidos, y parecían ser mercaderes, o tal vez hombres de los
muelles. Ninguno de ellos se parecía en particular a los soldados persas, pero
reconoció que los espías podrían, de hecho, ser comprados.

Sin embargo.

—Ellos ya querían hacerme daño solo por llevar esto. —Gabrielle tiró de la tela
de sus polainas—. ¿Cuánto peor podría ser si me escucharon decir que son
odiosos? ¿No se supone que los soldados son odiosos? No es como si dijera
que se quedan a los ratones como mascotas.

—¡Gabrielle!

—Bueno, no es así. —Gabrielle descubrió que estaba disfrutando del peligro


de todo eso. Era consciente de las cabezas que se giraban en otras mesas
hacia ellos—. Fueron hostiles. Estaban pateando a todos esos pequeños
vendedores en el muelle y... 627
Lennat la agarró de la muñeca.

—¿Fuiste a los muelles? —siseó, en voz baja.

—Claro —respondió Gabrielle—. Simplemente baje por el camino. —Señaló en


la dirección general del agua—. Tenían unos bollitos y queso de leche de
oveja realmente ricos. —La chica del servicio regresó, salvándolos a ambos de
más melodramas. Dejó caer una taza junto a la mano de Lennat, luego se
volvió y le ofreció a Gabrielle otra, con una inclinación mucho más cortés—.
Gracias. —Gabrielle la aceptó, y a la sonrisa que la acompañaba, antes de
volverse hacia su agitado compañero de mesa—. Están tomando todo lo que
tenéis, Lennat. ¿Qué más puedes temer? Moriréis de hambre si bloquean el
puerto y bloquean el valle. —Ella mantuvo la voz baja, pero no intentó susurrar.

—Shh. Sí. —Lennat la hizo callar—. Solo un tonto no lo sabría, pero sentenciar
a la ciudad y sentenciar mi propia piel son dos cosas diferentes, ¿entiendes?
—murmuró—. No deseo que mi cuerpo se divida en dos, delante de las
puertas.

Gabrielle apoyó la barbilla en su puño. Pensó en lo que haría Xena si pillaba a


alguien hablando en contra de su gobierno dentro de sus puertas, y asintió
varias veces, comprendiendo mucho más de lo que él probablemente había
imaginado.

—Lo siento.

Él se pasó los dedos por su rubio pelo para apartárselo de los ojos, era de un
tono más claro incluso que el suyo, y tomó un sorbo de su jarra. Gabrielle se
dio cuenta que era joven, tenían más o menos la misma edad y lo encontraba
encantadoramente atractivo, alguien en quien, tal vez, podría haber estado
interesada en el pasado.

En el pasado, cuando Lila y ella se sentaban cerca del borde del pasto
observando a los transeúntes del camino y hablando sobre este y aquel, y
quién pensaban que era guapo, y con quién algún día podrían casarse.

Antes de que su vida cambiara. Antes de los incursores.

Antes de Xena.

—Está bien. —Lennat se encogió de hombros—. Probablemente estoy siendo 628


un cagón. Después de todo, mi madre habla en contra de ellos con
frecuencia. —Tomó otro sorbo—. En fin…

—En fin —repitió Gabrielle—. Entonces, ¿es el momento de ir allí y ver si soy
buena en esto de contar historias?

Una pálida ceja se alzó hacia ella.

—¿De verdad estás aquí para probar lo de contar historias?

—De verdad —respondió con total sinceridad—. Espero que a esta multitud le
guste lo que tengo que contar.

Lennat la miró con recelo.

—¿Vas a causar problemas?

—Probablemente. —Gabrielle vació su jarra con decisión y la dejó en la mesa,


lamiéndose los labios antes de levantarse y poner en orden su ingenio—.
Puede que quieras sentarte en otra mesa. —Se pasó los dedos por el pelo y se
alejó de la mesa, mirando alrededor de la habitación para encontrar un lugar
donde sentarse. Cerca de la vieja chimenea manchada de humo había una
pequeña área despejada, justo enfrente de donde las llamas serían más
cálidas, y se dirigió hacia allí, moviéndose lo suficientemente despacio como
para atraer un poco de atención mientras cruzaba la habitación. Durante el
largo invierno, en varias ocasiones había tenido la oportunidad de ponerse de
pie frente a la gente, a veces en la corte de Xena, o a sus sirvientes inmediatos,
a veces solo en la parte de atrás de los establos con los mozos como público,
y practicar esta incipiente habilidad. Pensaba que era una habilidad, de todos
modos. Jellaus había trabajado con ella y trató de enseñarle algunos de sus
trucos, pero, curiosamente, descubrió que le gustaba más su propia forma de
hacer las cosas, y descubrió que su mejor y más perspicaz audiencia,
sorprendentemente, era su sobrecogedora amante. A Xena le encantaba
escuchar historias. Qué sorpresa había sido. Al principio, había pensado que
la reina solo le estaba siguiendo la corriente, pero después de la décima
petición, se dio cuenta de que Xena nunca le había seguido la corriente a
nadie más que a sí misma, y que si le pedía que contara historias era porque
le gustaba. Eso, por supuesto, era por muchas otras cosas también.
Sacudiendo un poco la cabeza, Gabrielle se colocó en su sitio y se volvió,
mirando hacia la habitación y dejando que su cuerpo se relajara. Examinó a
la multitud, tomando el poco tiempo que tenía para estudiar a su posible 629
audiencia, antes de que los ojos comenzaran a levantarse de los platos y el
sonido de las voces, sofocarse. Se metió los pulgares en el cinturón y esperó,
sintiendo un nervioso revoloteo en su vientre cuando la atención de la
habitación comenzó a enfocarse en ella, ceños fruncidos y ojos curiosos, y un
hombre de cabello oscuro miró la hebilla de su cinturón, miró su rostro, e
inexplicablemente, sonrió. Ahora, comienza. Gabrielle respiró hondo.

»Buenas noches a todos vosotros —dijo—. Mi nombre es Gabrielle, y acabo de


llegar a vuestra ciudad. —Las últimas voces se apagaron cuando todos
giraron para mirarla. Por el rabillo del ojo, vio a Lennat escondido detrás de la
mesa de cocina, y su madre se movió hacia el frente, con un cucharón en la
mano—. Soy bardo —continuó—. Así que la amable posadera de aquí dijo
que podría contarles algunas historias, si eso os parece bien a todos. —Sus ojos
vagaron de pasada por la sala, sin enfocarse en nadie en particular, pero
leyendo las caras que se volvían hacia ella. No vio abierta hostilidad, pero las
expresiones eran cautelosas—. ¿Os parece bien?

Hubo un breve momento de silencio. Entonces uno de los hombres mayores


en la parte posterior se inclinó hacia delante.

—Depende —dijo—. ¿Vas a contar historias sobre ellos? —Él señaló con su
pulgar por encima del hombro a la puerta—. ¿Chiquilla?

Gabrielle sonrió.

—No —negó con la cabeza—. No conozco ninguna historia sobre ellos —dijo—
. Vengo del otro lado de las colinas. —Imitó el gesto del hombre, señalando
más allá de la posada, de las murallas, de vuelta al valle más allá del horizonte.

—¿Ahora?

—Si. —Gabrielle lo sintió, una cierta tensión que hizo que se le erizara la piel.
Aquí había peligro, se dio cuenta, el peligro del que Lennat había estado
tratando de advertirle—. ¿Así que quieres escuchar mis historias?

El hombre le acercó su jarra.

—Continúa entonces —respondió—. Vamos a ver que tienes para contarnos.

Gabrielle se relajó solo un poco. Esto era para lo que la habían enviado, y
ahora vería si podía estar a la altura de las expectativas de Xena o no. 630
Y si no, siempre estaba esa puerta de atrás.

La línea de hierba del río terminaba a un largo campo de distancia de las


murallas de la ciudad, proporcionando un espacio abierto para que los
esmerados centinelas hicieran guardia. En tiempos de paz, que habían
durado bastante, los centinelas se limitaban a mirar a bestias salvajes
cazando, y de vez en cuando, a algún viajero en el camino que tuviese
problemas en el camino.

Saqueadores, de vez en cuando, pero no muchos, ya que las murallas de la


ciudad eran robustas y la población libre solía permanecer junto a su puesto
de avanzada, en el límite de la tierra y defendiendo sus derechos. Se habían
asegurado al levantar sus muros y hacer las torres de vigilancia, y ahora las
tropas de Sholeh lo estaban aprovechando al máximo.
Pero la solitaria extensión de hierba, que no había generado nada más
alarmante que unos pocos conejos asustados durante la larga media luna que
habían estado allí, ahora estaba sin vigilar por la agitación militar que había
removido a la ciudad y que había permanecido incómodamente dócil desde
su derrota.

Y así, segura en ese abandono en el límite del rastrojo, una figura solitaria se
levantó y permaneció en pie, perfilada contra la hierba antes de avanzar,
deslizándose por la tierra con total seguridad. Detrás de ella, una pequeña
fuerza emergió y la siguió, sombras oscuras contra un fondo aún más oscuro.

Xena presionó su espalda contra el muro, su pecho se movía en breves y


rápidas respiraciones mientras se aprovechaba del escaso perfil de la puerta,
para esconderse de la vista.

El frente de las puertas no era más que una vorágine de actividad, las
antorchas rodeaban la abertura cuando los soldados comenzaron a
congregarse a su alrededor. Por encima de su cabeza, los guardias en la parte
superior del muro habían dejado sus puestos hacía ya un buen rato, corriendo
hacia donde estaba la acción y dejando su pequeño tramo de almenas casi
631
vacío.

Desde una perspectiva humana, era comprensible. Había una alerta obvia y
como soldados, entendía la mentalidad de grupo que atraía a los guardias
hacia ella.

Sin embargo.

—¿Sabes, Jens? —Xena se tomó un momento para recuperarse ahora que


habían llegado a la seguridad de las sombras—. Ahora mismo yo estaría
destripando a la gente por dejarnos hacer lo que acabamos de hacer.

—Sí. —Su capitán estuvo de acuerdo.

—Estoy contenta de no estar al cargo aquí.

—Seguramente como nosotros también. —Jens asintió de nuevo—. Es más


agradable llegar hasta aquí sin una flecha en mis entrañas. —Dirigió su
atención a las puertas, donde había aparecido una fuerza montada que
agitaba los brazos—. ¿Te preguntas qué es lo que pasa?

—Probablemente lo descubramos. —Remarcó la reina, adelantándose para


mirar alrededor del pasaje abovedado. Ahora la luna estaba detrás de la
ciudad, y había una sombra negra, agradable y espesa, que proyectaba la
muralla y, con todas las antorchas apagadas, ella y su pequeña fuerza eran
casi invisibles. Casi. Xena captó un movimiento que se acercaba a ellos, y
levantó una mano, luego se presionó contra la pared. Sabía que no era la
hora. Había quedado con Gabrielle para que abriera las puertas en la última
guardia, después que se pusiera la luna, pero la casualidad de la interrupción
había sido una oportunidad demasiado buena para acercarse. Eso
significaba que tenía que cambiar su plan, ya que las probabilidades de que
permanecieran invisibles durante dos marcas de vela eran demasiado de
manejar, incluso para su corazón de jugadora. Vio como una figura solitaria
aparecía entre la oscuridad, alejándose de toda la actividad. Sus oídos
captaron el sonido de una armadura y, silenciosamente, sacó su daga y la
sostuvo suavemente en su mano derecha, la izquierda apoyada sobre el
borde saliente de piedra del arco. Los espasmos en su espalda habían
empeorado a medida que avanzaba la noche, y podía sentir sacudidas de
dolor que le bajaban por sus piernas de un modo muy desagradable. Intentó
estirarse para librarse del dolor, pero esa había resultado ser una idea aún peor
que ser aplastada por un caballo para empezar. Xena era completamente 632
capaz de seguir adelante a pesar de casi cualquier cosa, pero estaba
empezando a preocuparse de que le fallaran las malditas piernas
independientemente de la autodisciplina que tuviera. Matar a alguien al
menos la distraería de eso.

»Ven aquí, muchachito —dijo en voz baja mientras la figura caminaba


obedientemente hacia ella. Podía ver el contorno de una espada en su
espalda y llevaba una capa, común entre los hombres de Sholeh, ceñida con
un cinturón para pelear. Sus ojos se entrecerraron mientras estudiaba al
hombre, calificándolo como uno de los reclutados, en vez de un soldado
regular por su modo torpe de andar, y de mala gana decidió un modo
diferente de contacto que no fuera un corte de garganta—. Oye. —Le llamó,
en cambio, en un tono casi amistoso.

Sintió que Jens se ponía tenso detrás de ella, y sonrió débilmente para sus
adentros, disfrutando de lo disparatado que era lo que estaba haciendo.

El hombre se detuvo y miró a su alrededor.

—¿Quién está ahí? —preguntó, pero en voz baja, no como advertencia—.


¿Quién es?
Xena salió de detrás del arco y se apoyó en él.

—Ven y descúbrelo —ronroneó—. ¿Qué hace un chico tan guapo como tú


con este frío una noche como esta?

Él vaciló, atrapado entre la curiosidad y el deber, pero la sexy voz lo convenció


y se acercó sigilosamente, ladeando la cabeza a un lado para tratar de verla
mejor.

—¿Quién eres?

—Depende de a quién le preguntes. —Xena dejó que se le acercara a una


distancia de un cuerpo, lo suficientemente cerca para poder ver sus rostros—
. ¿Cómo te llamas?

—Perdicus. —Dejó una mano apoyada en la daga en su cinturón—. ¿Y tú?

—Xena —respondió la reina, observándolo atentamente para ver cuál sería su


reacción. Era una apuesta de cincuenta-cincuenta en cualquier caso, pero
así de cerca, si él escogía los cincuenta equivocados, podría destriparlo más 633
rápido de lo que él podría gritar—. Como la Despiadada —añadió—. En caso
de que conozcas a más de una. —Él se la quedó mirando y ella pudo ver que
su respiración se aceleraba. Sutilmente, cambió el agarre sobre su puñal,
pasando de uno para apuñalar, a uno para lanzar, con la empuñadura
balanceándose en la curva de sus dedos. Entonces vio que su postura
cambiaba y se relajó, mientras él se acercaba un paso más y miraba a su
alrededor antes de volverse hacia ella. No estaba sorprendida del todo, dado
que lo natural para un soldado sería ir en la dirección opuesta. Xena lo
recompensó con una sonrisa y esperó mientras la estudiaba fascinado—. ¿Y
bien? —preguntó después de unos momentos, consciente que el tiempo
pasaba.

—¿Qué estás haciendo aquí? —preguntó él—. No lo entiendo.

—¿Qué estás haciendo tú aquí? —respondió—. ¿Eres voluntario o alguien a


quien ella simplemente ha reclutado en algún pastizal?

Perdicus miró más allá de ella y en ese momento vio la fuerza contra la pared.

—Uh... —Sus ojos se abrieron un poco cuando dos de los hombres se separaron
del resto, con las armas desenfundadas y visibles.
—¿A qué se debe toda esa algarabía? —La reina cambió de tema, su voz
ganó nitidez— En las puertas.

Él apartó la vista de los soldados y la miró.

—No sé —respondió—. Escuché los cuernos sonar... Algo sobre un ataque —


miró a los hombres de nuevo—. ¿Es este el ataque?

Xena se rio por lo bajo, luego se movió de repente, agarrando la capa del
hombre y girándolo para empujar su cuerpo contra la pared y mantenerlo
quieto con una presión poderosa.

—Responde mi pregunta, chaval —dijo con voz áspera—. ¿Estás aquí por
elección o no?

Lentamente, él bajó sus ojos a dónde sus botas colgaban a un pie del suelo,
luego volvió su atención hacia ella.

—Ah... Uh... —Parpadeó—. Mi hogar... Mi pueblo fue destruido antes del


invierno pasado. Yo... —tartamudeó—. Salí al mar para encontrar... —Se 634
detuvo, y sus ojos se desviaron—. Mi nave fue capturada.

Ah. Una mentira en alguna parte. Xena sintió a sus instintos ponerse a la
defensiva y sus helados ojos azules perforaron los de él.

—¿Qué pueblo?

—¿Q... qué?

Xena lo sacudió.

—No tengo tiempo para jugar contigo, chico. Eres de por aquí. ¿Qué ciudad
es la que supuestamente perdiste?

Él la miró, luego se humedeció los labios nerviosamente.

—P… Potedaia —gorgoteó—. Yo... estoy seguro de que nunca has oído hablar
de ella.

La vida estaba llena de deliciosas ironías a veces, ¿no es así? Xena lo soltó y lo
dejó caer de golpe al suelo, mientras aliviaba los gritos de indignación de su
maltratado cuerpo sin siquiera estremecerse.
—Si he oído —dijo brevemente—. Y bien, ¿a dónde ibas?

Perdicus se limpió las manos nerviosamente en su capa.

—Tenía que hacer una cosa hoy y yo... —Se frotó las manos otra vez—. Estaba
tratando de alejarme de ellos. Pensé que sería una buena oportunidad, con
todo el jaleo. —Echó un vistazo a los otros hombres—. Entonces... Um...

—Vamos a tomar el control de la ciudad —le dijo Xena—. ¿Quieres venir a


ayudar? —Perdicus la miró, después a los hombres y de vuelta a ella, miró otra
vez a los hombres, después a la pequeña cancela de la puerta y luego a ella—
. Vamos. Si Sholeh te pilla desertando, estarás muerto de todos modos —le dijo
la reina animadamente—. Ven a morir con nosotros. Será más divertido. Lo
prometo.

El hombre exhaló, luego medio se encogió de hombros.

—No cambia nada, supongo. —Se apoyó contra la pared—. Después de lo


que vi... Lo que hice hoy.
635
Xena aceptó esto por el momento y se volvió para ver al grupo de soldados
que ahora se alejaba de las puertas por el camino, con las antorchas en alto
mientras comenzaban a descender hacia el paso. Sus ojos se movieron hacia
los muros y, como era de esperar, pudo ver figuras comenzando a vagar de
vuelta en su dirección.

Maldiciendo en voz baja, echó un vistazo más allá de sus hombres para ver
figuras que se acercaban por los muros desde esa dirección también. Al darse
cuenta de que solo tenía un momento para decidir qué hacer, y deseando
tener mejores opciones, envainó su daga y desenvainó su espada.

—Muy bien, chicos, entremos.

Giró rápidamente hacia el umbral y se dirigió hacia la puerta de hierro con


gruesos barrotes que había en el interior, el espacio era casi demasiado
pequeño para caber sus hombros. Sintió las tropas a su espalda y, mientras su
mano libre buscaba algo útil en la superficie, le pareció oír un grito de alarma
en la distancia.

UH oh.

—No tiene mucho tiempo, Majestad —comentó Jens detrás de ella.


—Gracias por el informe —murmuró Xena—. ¿Qué haría yo sin ti? —Escuchó
otro grito, y justo cuando estaba a punto de ordenarle a su fuerza que se
dieran la vuelta y lucharan como perros, se dio cuenta de que venía del
interior de las paredes, no de fuera. También se dio cuenta que se estaba
acercando, y podía escuchar a mucha gente corriendo dentro.
¿Conmoción? ¿Pánico? ¿Problemas? Solo podría significar una cosa—.
Espera. —Xena invirtió su espada y la colocó junto a su muslo—. Estaremos listos
en un minuto.

—¿Majestad?

—Solo estate preparado.

636
Gabrielle esquivó por debajo de un par de brazos extendidos y evitó una
mesa, tratando de mantenerse un paso por delante de los soldados que la
perseguían. La posada era un desmadre, y se quedó sin aliento cuando pasó
junto a dos de los clientes y encontró una silla justo en su camino.

Sin pensarlo mucho, agarró el brazo de la silla y saltó sobre ella, levantando su
cuerpo y retirando el otro brazo con una fuerza duramente ganada durante
el invierno. Escuchó al soldado detrás maldecir y el sonido de la madera
raspando, para entonces ya había pasado la siguiente mesa y se dirigía hacia
la puerta.

—¡A por ella! —Un hombre se abalanzó, agarrándola del brazo.

Gabrielle se retorció y se liberó, buscando desesperadamente ayuda. Pero su


audiencia, solo unos minutos antes cautivada por su historia, ahora le daba la
espalda y estaba acurrucada contra las paredes, dándoles a los soldados
acceso fácil hasta ella.

Ugh. Así que bien, contar la última historia sobre Xena derrotando a Bregos era
un poco obvio, pero no esperaba ser linchada por ello.

No se esperaba que los soldados, al parecer informados, estuvieran


escuchando fuera. Esperando, al parecer, que relatara el inteligente triunfo
de su amante antes de irrumpir en el interior.

La puerta se abrió y entraron más soldados. Gabrielle se giró y los esquivó por
un pelo, luego se dio por vencida y trepó a una de las mesas, enviando platos
y cacharros para todos lados mientras patinaba y derrapaba sobre la
superficie, saltando a la siguiente cuando un soldado saltó y se quedó un poco
corto.

Corrió por la mesa de al lado, luego se desvió hacia la ventana cuando los
hombres de Sholeh se acercaron desde el lado de la cocina.

—¡Yahh!

—¡No la dejéis escapar! ¡La Santísima la quiere! —gritó uno de los cabecillas
de los soldados—. Matad al resto de la basura de aquí, ¡pero cogedla!
¡Cogedla! ¡Una bolsa de recompensa para quien me la traiga!

Gabrielle avistó a seis hombres que se acercaban, espoleados por la


recompensa y saltó a la última mesa, después, viendo que no tenía muchas 637
opciones, saltó por la ventana hacia la oscuridad.

Alcanzó el suelo muy rápido y apenas tuvo tiempo de poner las manos antes
de golpear la tierra con ellas, el choque sacudió sus hombros mientras caía
con fuerza y rodaba hacia un lado, en un espacio lleno de sombras
apresuradas y del parpadeo de las antorchas.

Fue una especie de regalo de los dioses el que no hubiera chocado contra
nadie. Con un jadeo, se puso de pie y contuvo el aliento, luego vio a los
hombres que salían por la puerta e iban por ella y se dio la vuelta y echó a
correr, apretando los puños y alegrándose de, al menos, haber comido una
buena cena, ya que ahora necesitaba esa energía.

Los soldados corrieron tras ella, pero las angostas calles funcionaron en su
beneficio y echó a correr por el camino bordeado de piedra lo más rápido
que podía.

Correr nunca había sido una de sus habilidades, y no lo había practicado


desde que estaba con Xena. La reina prefería ejercitarse montando a caballo
y, curiosamente, trepando a los árboles, por lo que la mayor parte de su
experiencia en carreras a pie había sido con su hermana durante sus años
mucho más jóvenes.

Sin embargo, era básico, y sabía hacerlo mucho mejor que darse la vuelta e
intentar luchar con los soldados, asi que puso toda su energía en alejarse lo
más posible. Podía escuchar un montón de ruido detrás, y luego el sonido de
cascos.

Eso no era bueno. Divisó un callejón muy angosto y se metió dentro, razonando
que a menos que las fuerzas de Sholeh fueran montadas sobre parientes de
Parches, no iban a seguirla montados por allí.

Una maldición y un grito detrás validaron su elección, pero sintió algo rozar su
espalda, entonces algo más la golpeó con fuerza y se tambaleó hacia
adelante perdiendo el equilibrio y chocando contra la pared de piedra del
edificio a su derecha, dejándola sin aliento por un largo y giratorio momento.

Alguien la agarró. Sintió los dedos enredándose en su pelo e, instintivamente


soltó un grito fuerte, estirando el brazo para agarrar la mano y medio
girándose para ver quién la había agarrado. Podía ver una figura masculina,
y los contornos de las armas, y le dio una patada. La repentina e inesperada 638
violencia lo sorprendió y la dejó ir.

—¡Déjame en paz! —El hombre se quedó mirando su enojado rostro por un


instante, luego cogió su cuchillo justo cuando Gabrielle retrocedía
frenéticamente, giró y echó a correr, descubriendo un punto irregular en la
pared y subiendo rápidamente por él. Llegó arriba justo cuando la mano del
soldado la agarraba por el tobillo y, por un segundo, estuvo colgada de allí y
él colgado de ella, antes que sus dedos resbalaran por su piel y él cayera
hacia atrás. Se subió a la parte alta de la pared y gateó, escuchando al
soldado levantándose detrás. Un cuerno sonó en algún lugar cercano y vio
una fila de soldados que se dirigía hacia donde estaba, con antorchas en alto
y manos señalando. Bien, mierda. Gabrielle trató de orientarse, sintiendo un
escalofrío cuando un viento húmedo le alborotó el pelo y le puso la carne de
gallina. No obstante, podía oler el mar, y lo tomó como una señal, trepando
por el techo de la choza y alejándose de la dirección del viento. Los soldados
treparon tras ella, pero al ser de constitución más pesada, el techo de paja
comenzó a romperse rápidamente y tuvieron que frenar o arriesgarse a
acabar de golpe dentro de la cabaña. El ruido era cada vez más fuerte y
Gabrielle sabía que se estaba quedando sin tiempo. Se arrojó sobre la
pendiente del techo precipitándose hacia el otro lado, medio cayendo,
medio deslizándose cuesta abajo, agarrándose a cualquier cosa que pudiera
para reducir la velocidad, pero encontró poco más que paja quebradiza que
se le escapaba entre los dedos cuando llegó al borde del tejado y terminó
precipitándose hacia el duro suelo. Se golpeó con fuerza, cayendo de rodillas
y luego plana por el impacto, golpeándose el mentón en el camino de piedra
y casi desmayándose cuando la oscuridad se cerró con fuerza. Al principio
pensó que le zumbaban los oídos, luego abrió los ojos y vio a un escuadrón de
soldados corriendo hacia ella, llenando el camino en el que estaba. Miró
rápidamente en la otra dirección, solo para ver a otra tropa que venía del río
y, por un momento, se quedó paralizada al darse cuenta de que ahora tenía
un gran problema. Frenéticamente, miró a su alrededor, pero estaba rodeada
por altos muros de piedra y no fue hasta que inclinó la cabeza hacia atrás,
cuando se dio cuenta que uno de ellos era el límite de la ciudad. Consiguió
ponerse de pie y corrió hacia allí, y cuando llegó, divisó la puerta trasera por
un camino lateral que estaba a punto de ser cortado por los soldados—.
Como la mierda de oveja que soy. —Gabrielle se puso en movimiento y corrió
hacia el camino, mientras los soldados se desviaban para interceptarla con
las armas desenfundadas.

Se le ocurrió que debería tener miedo, y que la muerte estaba muy cerca, 639
pegada a ella, cuando se precipitó hacia las hojas de espada iluminadas por
antorchas que se le acercaban.

No lo tenía. Pensó que tal vez Xena le estaba contagiando un poco y después
de pensar eso, pensó en Xena en su totalidad y el espacio entre ella y la puerta
parecía incalculablemente inmenso. Aceleró y sus ojos se agrandaron cuando
vio a dos hombres que se alzaban en su camino, extendiendo los brazos para
atraparla.

Intentó detenerse, pero la atraparon, y la empujaron contra la pared,


arrojando sus cuerpos contra el de ella e inmovilizándola contra la fría
superficie de piedra.

—¿La han cogido? ¡Bien! —gritó un hombre—. ¡Traedla de vuelta aquí!


¡Deprisa!

—Se resiste... ¡ven y ayuda! —gritó el soldado, mientras Gabrielle se retorcía y


trataba de liberarse—. ¡Para ya, pequeña perra! —Él presionó su cuerpo con
el de ella contra la pared y le dio un coscorrón en la parte posterior de la
cabeza.

Gabrielle sintió que su piel se raspaba contra la roca, y el olor del musgo
penetró en sus pulmones mientras era maltratada por los dos soldados. Vaciló,
luego se relajó y se quedó quieta, dejando que su cuerpo se quedara
completamente inerte.

—¡Q... Hades! —gritó el otro soldado—. ¡La has matado, Sholeh te cortará los
huevos, idiota!

—Todo lo que hice...

Gabrielle sintió que el peso aflojaba la presión sobre su cuerpo, ella bajaba
lentamente hacia el suelo, sus rodillas golpeaban la roca mientras se
desplomaba contra el muro y su atacante la soltaba instintivamente. Escuchó
el suave crujido del cuero sobre la piedra cuando él dio un paso atrás, y con
una respiración profunda, giró su cuerpo y saltó más allá de los dos pares de
piernas hacia un espacio despejado.

—¡Oye!

Sus manos golpearon la piedra y empujó hacia arriba, lo suficiente como para
ponerse en pie y salir corriendo, más allá del grupo de tropas que reaccionó 640
con retraso antes que se dieran la vuelta para perseguirla.

Cogió velocidad y se metió entre el último edificio y la muralla, y luego apuntó


hacia la entrada y corrió tan rápido como pudo. Detrás, podía oír los forcejeos
y el caos mientras los hombres trataban de organizarse para seguirla por el
estrecho espacio.

Aprovechando eso, corrió a lo largo de la muralla y llegó al arco de piedra de


la puerta, agarrándose para girar y detenerse frente al portal de hierro. Una
rápida mirada hacia atrás, mostró que toda la tropa de soldados se dirigía en
su dirección rápidamente, y estudió la parte de atrás de la puerta presa del
pánico, sin estar segura de cómo se suponía que debía abrirla.

—¡A por ella!

—Está tratando de escapar de la ciudad! ¡Deprisa! Si ella sale...

Gabrielle colocó sus manos alrededor de la pesada barra en el interior de la


puerta, palpando sus extremos mientras las sombras le impedían ver los
detalles. Podía distinguir enormes recuadros de hierro a su alrededor, fijados a
la puerta y sosteniéndola firmemente en su lugar.
Eso evitaba que la puerta se abriera, se dirigió a un lado de la barra y comenzó
a empujar, pero no se movió ni siquiera una pulgada.

Pasos, mucho más fuertes. Frenéticamente, empujó contra la barra, pero sus
botas simplemente patinaron, dándole poco agarre en el suelo de piedra y
comenzó a entrar en pánico al ver las espeluznantes sombras de las antorchas
acercándose más y más.

—¡Cogedla! Esta vez, ¡Al Hades con eso! ¡Matadla! —gritó el hombre que iba
en cabeza, cuando él apareció a la vista y comenzó a caminar hacia ella con
la espada desenvainada y lista—. ¡Mátala! ¡Se la llevaremos en trozos!

Gabrielle empujó con todas sus fuerzas mientras contenía la respiración y


sentía la presión en sus oídos. Cuando el soldado la alcanzó y la espada se
deslizó hacia su rostro, siguió empujando dándolo todo, al menos sabiendo
que lo había intentado. Lo había intentado, maldita sea. Xena casi había
acertado.

Olió brea ardiendo, y acero caliente, y luego su cuerpo se sacudió cuando


algo golpeó contra la puerta desde el otro lado, y la barra se soltó tan rápido 641
que la golpeó hacia atrás sin poder hacer nada, su peso y el impulso, la
empujaron mientras caía contra la pared del arco, golpeándose fuertemente
cuando su cabeza se estrelló contra el suelo.

—Ouch. —Xena recuperó el equilibrio y miró a la puerta contra la que


acababa de arrojar su cuerpo—. Hija de bacante... —Se volvió a enfrentar a
ella y vio que la superficie se movía y agarró el asidero, demasiado pequeño
para un buen agarre, y tensó los dedos tirando con todas sus fuerzas. Para su
sorpresa, y probablemente para sus hombres también, la puerta se abrió
rápidamente, casi golpeando a la reina en la cara mientras se balanceaba
hacia atrás—. Guau. —Miró dentro de las paredes. Lo que parecía ser un
ejército la miró de vuelta, sobre el cuerpo de su amante desplomada en el
suelo entre ellos. Los hombres de dentro la miraron en estado de shock y,
durante un largo momento, todo el mundo se quedó paralizado. Xena sintió
una manta de lo que parecía un silencio total caer sobre ella, en el que solo
podía escuchar sus propios latidos. Sus ojos se centraron en el cuerpo de
Gabrielle, enfocándose en los omóplatos que podía ver debajo de la suave
tela de su camisa. La cabeza de su amante estaba en un extraño ángulo con
respecto a su cuerpo y, a medida que pasaban los segundos y no veía ningún
movimiento, un horror creciente en sus entrañas la hizo comprender
brutalmente. No. No. No se suponía que sucediera de esta manera, esta vez.
Xena respiró lentamente, luego se dio cuenta de dónde estaba y con un
estremecimiento, bloqueó la parte que podía sentir deshaciéndose en
pedazos para poder lidiar con el aquí y el ahora. Ese dolor vendría después,
con todo lo demás.

»Chicos vamos. —Caminó hacia adelante a través de la puerta, pasando


cuidadosamente por encima de la forma inmóvil de Gabrielle—. Voy a
mataros a todos —dijo, cambiando de un paseo a una carrera fluida en un
abrir y cerrar de ojos mientras su espada se alzaba y destripaba al primer
hombre más cercano, tirando de la hoja hacia atrás y pateando el cuerpo a
un lado.
642
Sus hombres entraron en avalancha detrás de ella y, en un momento, los
hombres de Sholeh salieron de su estupor y comenzó un enfrentamiento a gran
escala.

A Xena no le importó demasiado. Estaba en un punto donde todo lo que le


importaba era matar a estas personas, a estos malditos soldados.

Se sentía vacía, consciente vagamente de un dolor profundo en el pecho,


pero dejó eso de lado y simplemente siguió moviéndose, siguió apuñalando,
siguió cortando, deseando que el olor a sangre llenara sus pulmones mientras
apartaba las espadas del enemigo como si fueran pajas.

Oyó gritar. Giró por completo con su espada extendida esperando que
ninguno de sus hombres estuviera en su camino. Vio a un hombre caer de
rodillas, levantó su espada hacia arriba y la bajó, partiéndole el cráneo, sin
siquiera importarle si era amigo o enemigo.

Después de un rato, le dolían los brazos. Se preguntó cuánto tiempo habían


estado luchando, cuando de repente se encontró contra la pared opuesta y
se dio la vuelta, la niebla se levantó mientras contemplaba una alfombra de
cuerpos tendida entre ella y la puerta.
No hubo más gritos. El ruido del choque de acero se había desvanecido.
Algunos soldados se retorcían en el suelo, uno a no más de un brazo de
distancia. Este se giró y levantó un brazo, sus ojos daban vueltas en agonía,
ella dio un paso hacia adelante, agachándose para tirar de su cabeza hacia
atrás con una mano.

Le cortó la garganta con la espada en su otra mano, observando el chorro de


sangre que casi llegaba hasta su cintura antes de dejarla caer y alejarse.

Sus hombres se reunieron rápidamente, reducido su número en tres y varios


más resultaron heridos. Cuando sus ojos pasaron sobre ellos, los heridos se
enderezaron y trataron de ocultar sus heridas, y se preguntó sin emoción, si
solo estaban tratando de actuar con firmeza o si temían que los matara por
acabar heridos.

No era irracional. Ella lo había hecho antes.

Solo Jens tenía agallas para moverse en su dirección, su capitán la miraba con
una mezcla de aprensión y algo más.
643
—Estamos dentro, señora.

—Sí. —Xena estuvo de acuerdo.

Jens esperó, pero después de unos segundos estaba claro que Xena había
terminado de hablar.

—¿Quieres que busque un lugar para acomodarnos? —¿Por qué? Xena miró
a su alrededor. Parecía un lugar tan bueno para morir como cualquier otro, y
de verdad sentía ganas de quedarse allí hasta que aparecieran más soldados
de Sholeh. Sus planes se habían disipado como la niebla y descubrió que
estaba perdiendo el interés en la ciudad, en Sholeh, en su ejército o en
cualquier otra cosa. Tal vez aparecerían pronto más soldados y tendría que
enfrentarse a eso en lugar de tener que enfrentarse a andar a través del
estrecho espacio de regreso a la puerta. De vuelta a la figura acurrucada
cerca de ella. Si aparecían suficientes soldados, tal vez nunca tendría que
enfrentarse con eso para nada—. ¿Señora? —En lugar de responder, Xena
reunió su coraje hecho trizas y se alejó de él, lejos de la pared del fondo y de
regreso a la puerta. Era vagamente consciente de que su nuevo recluta,
Perdicus, luchaba por ponerse de pie, sujetándose un corte en un brazo, pero
pasó junto a él sin mirarlo siquiera y se encontró frente a la puerta, todavía
abierta hacia el exterior. Con un profundo suspiro, alargó la mano y la cerró.
Luego colocó la punta de su espada en la piedra y apoyó la empuñadura
contra la pared antes de inclinarse cansinamente sobre su rodilla al lado del
cuerpo de Gabrielle.

»Muy bien, todos vosotros. —La voz de Jens flotaba a su lado—. Coged las
armas que os gusten y sacad esta basura de aquí. Encontraremos un lugar
donde escondernos una vez que su Majestad haya terminado.

Su Majestad había terminado. Xena apoyó sus maltratadas manos en su rodilla


y reflexionó sobre cuán sin sentido era todo.

Decidió que mandaría a los hombres que se dispersaran en la ciudad.


Después, simplemente iría y se entregaría a Sholeh. Eso evitaría que la estúpida
perra se dirigiera a la fortaleza, y estaba bastante segura que la Persa pensaría
en alguna forma inteligente y dolorosa de matarla.

Sin duda, dolería menos de lo que le dolía ahora. Xena inclinó un poco la
cabeza y se mordió el labio interior, tomándose un momento para recuperar
el control antes de inclinarse y tocar la cara de Gabrielle, moviendo un poco 644
el cabello hacia atrás para dejar al descubierto el pómulo redondeado.

Algunos recuerdos flotaban en su mente. Su primer encuentro con Gabrielle.


Su primer beso. Ese primer picnic en el estúpido jardín.

Una breve imagen de la chimenea en su habitación, Gabrielle arrodillada


delante de ella mirando por encima del hombro a Xena y sonriendo.

Xena cerró los ojos y exhaló. Luego los abrió de nuevo y dejó que su pulgar se
deslizara suavemente sobre los labios de Gabrielle en una silenciosa
despedida.

Y luego se congeló en su sitio, quedándose tan quieta que podría haber sido
una estatua arrodillada allí en la puerta colocada por un escultor demente
que no entendía el uso de una entrada.

Su mundo se redujo a las puntas de sus dedos, y la imposible sensación de


calor en la piel de su pulgar y observó con aturdida incredulidad cuando la
superficie bajo su mano se movió un poco, y el calor aumentó.

Bajó su otra mano, temblando, hacia el cuello de Gabrielle, sus dedos


tocando uno de los lados y sintiendo el latido contra ellos.
—Por los dioses —susurró—. Gabrielle.

Como en respuesta, las pestañas pálidas se agitaron, luego se levantaron


pesadamente.

Se miraron la una a la otra. La boca de Gabrielle se retorció un poco.

—C... Conseguí abrir la puerta —dijo con voz ronca—. ¿Eh?

—Sabía que podías —susurró Xena en respuesta, toda su mente daba vueltas.
Las repentinamente opuestas emociones eran demasiado para ella y tuvo
que apartarlas, su cuerpo estaba atrapado entre las ganas de llorar y las
ganas de gritar de alegría, y ninguna reacción era realmente posible en ese
momento.

—Posada. Bajando el camino. —Gabrielle volvió a cerrar los ojos—. Ay.

Posada.

—Jens. —Xena se aclaró la garganta de la ronquera repentina—. Encuentra 645


una posada cercana. Podemos escondernos allí hasta que descubramos qué
debemos hacer a continuación.

—Sí. —Jens sonó profundamente aliviado—. ¿Dejamos a los muertos aquí?

—Sí. —Xena estaba cuidadosamente evaluando a su amante, sintiendo a lo


largo de su espalda y cuello por cualquier herida obvia. Podía ver que su caja
torácica ahora se expandía con fuerza y se preguntó cómo Hades no se había
dado cuenta antes.

Estúpida de verdad, sacar conclusiones apresuradas como esa.

Estúpida.

Estúpida, Xena, por volverte loca así sin razón.

Satisfecha, tomó suavemente a Gabrielle en sus brazos, luego se puso de pie,


acunándola. Se volvió para mirar la estrecha y tortuosa calle como si la viera
por primera vez, los recuerdos de la batalla se desvanecieron abruptamente
mientras se concentraba en lo que harían a continuación.

Ahora que había un después, tenía que preocuparse de nuevo. Xena esbozó
una pequeña sonrisa mientras llevaba a Gabrielle a la calle, pasando sobre
los cadáveres mientras sus hombres se reunían a su alrededor. Lástima por
ellos, reflexionó. Probablemente hubieran terminado viviendo más tiempo si su
compañera no lo hubiera hecho.

Qué lástima.

—Vamos —dijo Xena—. Por ese camino de atrás. Manteneos ocultos a la vista
si podéis y mantened los ojos bien abiertos. —Pasó junto a Perdicus, cuyos ojos,
de repente, se concentraron en su carga mientras comenzaba a
sorprenderse—. Muévete.

Ella ya lo había pasado antes que él pudiera responder, y los hombres se


agruparon detrás, bloqueándole el camino mientras se alejaban hacia las
sombras, dejando la muerte atrás.

646
Parte 20

Xena asomó la cabeza por la esquina de una pared y miró con cautela por
un largo y estrecho callejón lleno de basura y sombras.

—¿Por aquí? —murmuró en el oído de Gabrielle—. ¿Estás segura?

Gabrielle levantó su mejilla del hombro de Xena y miró hacia abajo por el
callejón.

—Sí... hay una calle más grande en el otro lado, y por ella bajas a los muelles
o subes hasta la posada. —Dejó caer la cabeza—. Chico, me siento fatal.

—Yo también —suspiró Xena.

—Podría intentar caminar.


647

—Cierra el pico. —La reina volvió la cabeza—. Jens, da un paseo por allí.
Asegúrate de que una maldita legión no está esperando al otro lado.

—Sí. —Su capitán se deslizó junto a ella y se metió en el callejón sacando una
larga daga de su cinturón.

El resto de los hombres iban en fila detrás de ella, pegados contra la pared, un
poco a refugio debido al ángulo de los edificios. De vez en cuando, podía oír
gritos y cornetas desde la dirección de las puertas principales, pero hasta
ahora. habían permanecido sin ser detectados.

Increíble. Xena volvió a negar con la cabeza convencida de que podía oír
algo sacudiéndose dentro de su cráneo cuando lo hacía. Esperaba poder
mantenerlo todo en su sitio el tiempo suficiente para que pudieran ponerse
bajo algún tipo de refugio y tener que cargar con Gabrielle no le hacía la vida
más placentera.

Por supuesto, podría haber ordenado a uno de los hombres que la llevara,
pero era más probable que se cortara su propia mano voluntariamente, así
que simplemente hizo de tripas corazón y se apoyó contra la pared,
esperando a ver si podían proseguir o no.

Esperaba que fuera que sí. No tenía un auténtico plan de respaldo y solo un
mínimo plan regular, y al fondo, su oído detectaba un trueno que significaba,
que más temprano que tarde, y para colmo de males, estarían merodeando
bajo la lluvia.

Un silbido bajo captó su atención y miró a la vuelta de la esquina, viendo a


Jens delineado en la tenue luz haciendo un gesto de que avanzaran.

—Sí. —Xena pronunció casi sin vocalizar—. Vámonos. —Lanzó la orden por
encima del hombro y dobló la esquina, pasando con cuidado por encima de
un trozo de madera caída antes de continuar por el callejón hacia donde Jens
estaba esperando.

El trueno volvió a caer sobre sus cabezas y pudo oler la lluvia en el aire, lo que
era un alivio después de todos los olores de la ciudad que bombardeaban su
sensible nariz. Avanzó hasta su capitán y ambos miraron cautelosamente
hacia el espacio abierto más allá del estrecho lugar. 648

En la oscuridad, era difícil decir lo que estaban viendo. Había paredes a cada
lado de ellos, que se cernían sobre sus cabezas y se inclinaban en varias
direcciones. Xena ladeó la cabeza y olfateó el aire, captando una leve
insinuación del mar, pero era demasiado débil para que supiera de dónde
venía.

—Por ahí. —Le indicó Gabrielle soltando un brazo del cuello de Xena y
señalando—. Esa es la pared trasera de la posada.

Xena estudió la pared divisando la pequeña entrada que había en ella.

—¿Esa es la entrada?

—Aja.

Comenzó a llover salpicando inesperadamente sobre su cabeza.

—¿Qué hay detrás de la puerta?

—Un montón de pequeñas habitaciones, y luego la grande —murmuró


Gabrielle.
Xena sopesó de nuevo.

—¿Dejaste al enano en tu habitación?

Gabrielle logró esbozar una pequeña risita.

—Está en el establo —dijo—. Probablemente hay más espacio allí.

La reina asintió con decisión.

—Está bien, vamos a movernos. Damos la vuelta al final de la pared y entramos


en el establo —ordenó en un tono bajo—. Si logramos mantenernos sin ser
vistos, podemos reagruparnos y comenzar la siguiente etapa del plan. —El
soldado que estaba a su lado asintió seriamente y se volvió para susurrarle la
orden al hombre que tenía detrás y, así sucesivamente se transmitió por la fila
en la oscuridad. La reina esperó a que los sonidos se acallaran antes de darle
un codazo a Jens—. En movimiento. —Su capitán caminó lentamente hacia
el sendero, mirando a ambos lados mientras cruzaban hacia campo abierto
sin ningún lugar donde poder ocultarse fácilmente. Estaban a medio camino
hacia donde estaba la siguiente intersección cuando, de repente, 649
escucharon voces que venían hacia ellos, altas, enojadas y numerosas. Por un
segundo, todos se quedaron congelados. Entonces Xena hizo honor a su
reputación y se puso al frente, girando y echando a correr por el sendero
hacia la pequeña puerta en la pared de la posada. Llegó a ella cuando el
parpadeo de las antorchas iluminó la curva de la pared y abrió la puerta, de
algún modo lograron ambas atravesarla sin herirse gravemente ninguna de
ellas. Con ambas manos ocupadas en sostener a su amante, Xena se dio
cuenta al abrir la puerta de que estaba en una posición no sólo poco
práctica, sino extraordinariamente estúpida y mortal, para enfrentar cualquier
amenaza que pudiera surgir. Pero el pasillo era horriblemente estrecho y
avanzó de todos modos, dejando espacio para que sus hombres entraran
detrás de ella. Una puerta a su derecha se le presentó cuando escuchó voces
que se acercaban desde el pasillo, y ella la abrió, se metió dentro y se
encontró en una habitación muy pequeña que estaba muy oscura, y
extrañamente olía débilmente como a melocotones—. Ah.

—Hay espacio alrededor de la parte posterior de la cama —Le dijo


rápidamente Gabrielle—. Pero no creo...

Xena se movió alrededor de los muebles que apenas podía ver.


—Entrad todos aquí. Rápido. Cerrad la puerta.

—Uh... ¿Xena?

El sonido de veinte hombres amontonándose en un espacio tal vez lo


suficientemente grande para tres, suaves choques de armas mezcladas con
gruñidos y maldiciones, y el crujido de las tablas del suelo. Hubo un roce de
madera contra el suelo y luego un ligero crujido cuando un soldado aterrizó
en una silla, entonces, de algún modo, de alguna forma, la puerta se cerró
detrás de ellos y todos pudieron dejar de hacer ruido mientras los pasos
sonaban afuera.

—¡Estúpida muchacha! —dijo una de las voces disgustada—. ¡Espero que la


hayan atrapado, sí, y la hayan azotado bien!

—Destrozaron el lugar, bastardos —respondió otra voz—. No estuvo bien.

—¡Cállate, o serás el próximo en ser azotado!

Xena se metió en el rincón más alejado y apoyó la espalda en la pared, 650


encontrando consuelo solo en el hecho de que, en medio de la completa
mierda en que se encontraba su mundo en este momento, lo único bueno
que estaba sucediendo era la respiración de Gabrielle calentando un lado de
su cuello.

De lo contrario, sería una mierda completa.

—Oye, ¿Xena?

—Shh —murmuró la reina—. Déjame descansar por un cuarto de marca de


vela antes de que tenga que matar a alguien o palmarla yo misma, ¿De
acuerdo?

—Um... —Gabrielle bajó la voz—. Puedes soltarme. Creo que ya puedo


permanecer de pie. Tal vez. Me siento mejor. —Xena la liberó lentamente,
sintiendo que los pies de la mujer rubia tocaban el suelo, casi como si sus
brazos estuvieran a punto de ceder de todos modos. Ella rodeó a Gabrielle
con ellos en su lugar, mientras su compañera se apoyaba con gratitud en ella,
y se quedaron de pie en silencio, escuchando cómo las voces furiosas se
desvanecían. Estaba oscuro y Xena se permitió un breve momento de paz,
apoyando su mejilla en el cabello de su amante mientras trataba de descubrir
qué Hades iba a hacer a continuación. Se le ocurrió gritar de frustración, y
parecía una idea atractiva, pero luchó para ordenar sus pensamientos y se
preparó para hablar con los hombres que las rodeaban apretadamente.
Después de todo, estaban aquí, y vivos, ¿verdad? Incluso Gabrielle estaba
viva. Xena acarició la parte posterior de la cabeza de su compañera,
sintiendo suavemente alrededor de su cráneo hasta que detectó un bulto
encima de una oreja—. Ay —murmuró Gabrielle en voz baja—. Eso duele.

—Apuesto a que sí. —Xena se alegró lo suficiente para posponer su discurso,


razonando que, de todos modos, estaba dando a los otros habitantes de la
posada la oportunidad de retirarse—. Entonces dime, rata almizclera.

Los brazos de Gabrielle se apretaron alrededor de ella de una húmeda, pero


deliciosa manera.

—¿Decirte que?

—¿Tan malas eran las historias que estaban persiguiendo tu trasero por toda
la ciudad? —preguntó la reina con tono coloquial. Oyó movimiento a su
alrededor mientras los hombres se relajaban, al menos tanto como podían
dadas las circunstancias—. Deben tener un gusto más pésimo de lo que 651
pensaba.

—No —murmuró su amante—. Bueno... —Dio marcha atrás—. Estaban bien


hasta que conté una historia sobre ti.

—Ahhhh.

—Creo que algunos de los soldados estaban escuchando... llegaron corriendo


y trataron de agarrarme. —Gabrielle continuó después de una pausa—. Y
luego todo se volvió un poco loco.

—Mm. —La reina apoyó su barbilla en la parte superior de la cabeza de


Gabrielle.

—Y luego llegó la oscuridad de verdad.

Xena se quedó quieta, sus ojos moviéndose de un lado a otro escaneando las
sombras en la habitación.

—¿Oscuridad?
—Sí. —Gabrielle guardó silencio un momento—. Te escuché llamarme. —Siguió
hablando de repente—. Y luego me desperté en medio de la pelea. Fue
realmente extraño.

—¿Te estaba llamando? —Xena frunció el ceño mientras trataba de recordar


la batalla, o los gritos en medio de ella.

—Sí. —Su amante parecía segura—. Muy lejos, luego mucho más fuerte.
Sonabas bastante cabreada. Así que supongo que pensé que sería una
buena idea ir a buscarte. —Hizo otra pausa—. O algo. De todos modos,
escuché un montón de ruido y abrí los ojos y allí estabas luchando.

—Aja.

—Chico, me alegré de verte.

Xena la miró.

—Yo también me alegré de verte, rata almizclera —respondió—. Lo has hecho


bien. 652
—¿Sí? Pensé que lo había estropeado todo con mi historia.

Estaba demasiado oscuro para ver, pero sabía que Gabrielle estaba
sonriendo ya que su voz cambió un poco.

—Sí, pero en el buen sentido. —Le dio un abrazo a su amante—. Mira, estamos
aquí, dentro de la ciudad, y no estamos muertos.

—Eso es verdad.

Xena afinó el oído, pero oyó poco más allá de la puerta que no fuera alguna
corneta lejana.

—Está bien —dijo con voz más fuerte, indicando a los soldados que
escucharan—. Vale. —Varios de ellos se aclararon sus gargantas. Xena tuvo
que tomarse un momento para reprimir su sensación de ridículo, antes de
poder dedicarse seriamente a la tarea que tenía entre manos—. Está bien —
dijo—. Lo primero que tenemos que hacer es tomar este tugurio y deshacernos
de cualquier basura persa que aún esté por aquí.

—Puede que a los lugareños no les guste —comentó Jens.


—Creo que sí. —Gabrielle lo interrumpió inesperadamente—. No creo que les
guste ni un poco que los persas estén aquí. Están cogiendo todas sus cosas y
moliéndolos a palos a todos.

Invisible en la oscuridad, Xena le dio un beso a la cabeza de su amante.

—¿Sí?

—Lo vi —dijo Gabrielle—. Y les gustó mucho la historia sobre ti.

Xena sonrió.

—¿A pesar de que te persiguieron?

—Me persiguieron cuando les dije lo lista que eres y cómo engañaste a Bregos
—dijo Gabrielle—. Fue entonces cuando entraron los soldados y todo
enloqueció.

—Ahhhhh. —Xena asintió para sí misma—. Jens, lleva a los hombres y limpia
este lugar. Si encuentras a alguien a quien le gusten los persas, mátalo. 653
—Sí. —Su capitán parecía contento de tener algo que hacer además de estar
de pie en la oscuridad—. Habéis oído a Su Majestad. Abre esa puerta,
vámonos.

Apareció un cuadrado de luz muy tenue acompañado por el chirrido de las


bisagras de cuero, trayendo una muy bienvenida ráfaga de aire más fresco
con una nota a humo de leña. Los soldados salieron lentamente, sacando sus
armas mientras avanzaban por el pasillo y, afortunadamente, vaciando la
pequeña habitación.

Por fin, el espacio estaba vacío de todo, excepto de Xena y Gabrielle, y


ambas exhalaron aliviadas en el mismo momento.

—Ey. —Gabrielle se encontró siendo golpeada hacia atrás y terminó sentada


abruptamente en la cama—. ¿No vamos con ellos?

Xena se dejó caer de rodillas lentamente. Apoyó los codos en la cama y la


cabeza en las manos.

—No por ahora.


—¿Xena?

—¿Tienes alguna bebida realmente buena aquí?

Vacilante, Gabrielle extendió la mano para tocar la cabeza de Xena, el


cabello oscuro todavía húmedo por la lluvia.

—Tengo un poco de esa... cosa roja.

—Dámela.

—¿Estás bien?

—Dámela.

—Oh chico.

654

Una taza de licor y un puñado de hierbas más tarde, Xena reunió fuerzas para
levantarse y sentarse en la cama, estirándose cuidadosamente bajo la cálida
luz de las velas mientras escuchaba el progreso de sus tropas.

—Maldita sea.

Gabrielle se sentó junto a ella.

—¿Cómo te cayó un caballo encima? —preguntó—. ¿Regresó Tiger? —Pasó


sus dedos sobre el vientre de la reina, frotándolo suavemente con ligeros
círculos.

—No. —Xena miró el techo cubierto de hollín—. Acababa de hacer algo


estúpido y lo pagué. —Parpadeó un par de veces cuando las hierbas
golpearon su estómago vacío y la habitación se diluyó un poco—. Ya sabes
cómo es eso.

—Um...
—Está bien, tal vez no lo sabes. —Xena mostró media sonrisa y luego dio unas
palmaditas en la cama—. Acuéstate.

Acostarse parecía una buena idea. Gabrielle se tendió de espaldas junto a su


amante y cruzó las manos sobre el estómago.

—Y bien, ¿Qué pasa después?

—No tengo ni idea.

Gabrielle miró a la reina.

—¿Es uno de esos días otra vez? —Otra breve sonrisa cruzó la cara de Xena.
Su compañera exhaló y se movió, haciendo muecas mientras movía sus
hombros—. Ay.

—¿Qué? —Xena volvió la cabeza.

La mujer rubia se frotó el cuello.


655
—Creo que me he torcido algo. —Un destello de memoria le trajo a Xena una
imagen fría y descarnada de Gabrielle tendida en el suelo, con la cabeza en
ese ángulo extraño y antinatural. Un ángulo que conocía muy bien, había roto
el cuello a algunos hombres antes en más de una ocasión. Por eso había
estado tan segura de que Gabrielle había... Hizo una pausa en el
pensamiento, oyendo un eco de la desnuda soledad de ese momento con
demasiada intensidad—. ¿Xena?

La reina rodó sobre su costado y luego se colocó sobre su codo, extendiendo


una mano para sentir suavemente el cuello de la joven. Observó cómo las
pestañas rubias se agitaban un poco ante su toque.

—¿Aquí?

—Sí.

Torpemente, Xena se retorció más cerca, luego se tumbó sobre la cama y


puso ambas manos a los lados de la cabeza de Gabrielle.

—Quédate quieta.
—Claro. —Gabrielle estaba absolutamente contenta de hacer precisamente
eso. Se sentía muy cansada, y le dolía en muchos sitios, y aunque parecía muy
extraño estar tumbada en medio de una posada con peleas a su alrededor,
sabía que, si Xena decía que todo estaba bien, simplemente lo estaba. E
incluso si no lo estaba, sería de todos modos, porque así era como Xena lo
quería—. Ay —murmuró Gabrielle mientras sentía una presión en un lado del
cuello donde le dolía, una extraña sensación de pellizco que le hizo sentir
incómodos dardos de dolor en el brazo.

—Vas a pensar que te voy a arrancar la cabeza. No te muevas.

—Oh. —Gabrielle hizo una mueca cuando el agarre se intensificó, y sintió una
presión repentina empujando hacia abajo sobre sus hombros al mismo
tiempo—. Oo. —Se sintió muy extraño. En realidad, no era como si Xena
estuviera tratando de arrancarle la cabeza, pero si como si las cosas se
estuvieran moviendo cuando se suponía que no debían hacerlo. Sofocó un
jadeo cuando las manos de la reina se tensaron y retorcieron y, antes de que
pudiera chillar, sintió un chasquido y un crujido y luego un rubor cálido que se
extendió por sus hombros—. ¡Oh, eso fue raro! 656
Xena estaba callada, sus dedos solo sondeaban gentilmente a lo largo del
cuello de Gabrielle.

—¿Mejor? —preguntó finalmente.

Gabrielle contoneó los hombros, luego giró la cabeza a derecha e izquierda,


sorprendida cuando el movimiento no la molestó.

—Oh... sí. —Se relajó un poco más en la superficie de la cama—. Eso es mucho
mejor... Creo que me lo torcí cuando me golpeó esa puerta. Recuerdo que mi
cabeza golpeó mi hombro, y luego... —Hizo una pausa cuando la mano de
Xena le tocó la cara—. Me dolió mucho, y luego se detuvo. Justo como eso.
Pensé que era raro. —Dejó que las palabras se apagaran al escuchar a la
reina tomar aliento entrecortadamente y era casi como un grito ahogado.
Una suave y cálida corriente de aire rozó su cuero cabelludo mientras el pulgar
de la reina acariciaba suavemente su mejilla—. ¿Xena?

—¿Mm?

—¿Estás bien?
—No —respondió Xena—. No estoy bien en absoluto.

Gabrielle se dio la vuelta cuidadosamente, pero descubrió que ya se sentía


mucho mejor y que era capaz de acomodarse sobre su vientre, entrelazando
las manos y dejando descansar la barbilla sobre ellas mientras estudiaba a su
amiga a la tenue luz de la vela.

—No te ves muy bien. —Admitió mirando los ojos inyectados en sangre
observándola, llenos de una emoción que no había visto desde los primeros
días de su relación.

—Bien. —Xena imitó su postura—. He estado arrastrándome por el suelo la


mitad de la noche, he tenido una media docena de brutos que me han
cortado en diversas partes, un caballo se ha caído sobre mi trasero, y luego
tuve que pensar que la habías palmado, todo en una noche. —Hizo una
pausa—. He tenido tiempos mejores siendo azotada en una mazmorra.

Las palabras eran del típico humor negro de Xena, pero Gabrielle podía ver
los surcos doloridos y profundos en la frente de la reina y las sombras de una
inesperada tristeza en sus ojos. Después de una breve y silenciosa pausa, 657
extendió la mano y cubrió la de Xena con la suya.

—Pero no creíste de verdad que yo...

Los ojos de la reina se cerraron al tacto girando un poco su rostro, tragando


audiblemente.

Gabrielle sintió un incómodo retortijón en las entrañas, y volvió a pensar en la


oscuridad silenciosa en la que había caído y en el olor a flores que creía haber
imaginado. Por supuesto, lo había imaginado, porque ella estaba aquí.

¿Verdad? Por supuesto. Flexionó su mano alrededor de la de Xena,


tranquilizada por el calor. La reina acababa de verla allí tumbada, así que
naturalmente había asumido lo peor porque así era Xena.

Como para confirmarlo, su compañera abrió los ojos y se enderezó, mirándola


con una expresión normal y escéptica.

—A veces haces cosas de loca. —Se encogió de hombros—. ¿Quién sabe?

Palabras para quitarle importancia, pero Gabrielle podía ver la tensión en la


cara de su amiga y sacó su otra mano de debajo de la cabeza y ordenó el
flequillo de Xena, rígido por el sudor seco o algo peor. Lo apartó de los ojos de
la reina y se vio atraída por ellos, incapaz de apartar la mirada de cansancio
silencioso que allí había.

—Vamos, Xena. —Gabrielle tuvo que hacer una pausa para aclarar la
ronquera de su voz—. No me iría dejándote sin más... y me perdería toda la
diversión, ¿verdad? —Sintió la mano de Xena girar hacia arriba y unirse a la de
ella con un fuerte apretón—. Justo cuando estamos empezando.

Xena la estudió, luego besó el dorso de la mano de Gabrielle y apoyó la mejilla


en sus dedos unidos.

—Eso está bien —dijo en voz baja—. Porque si la palmas, nunca te volvería a
ver, y maldito si eso no me repatearía el culo. —Insegura de lo que quería
decir, Gabrielle simplemente permaneció en silencio, absorbiendo la mirada
inusual de melancolía en la cara de su compañera—. Nunca antes me había
preocupado pasar la eternidad sola en el Tártaro —continuó Xena con tono
tranquilo—. Eso de verdad... simplemente me afectó.

Gabrielle intentó imaginarse cómo sería, y descubrió que no podía. Nunca 658
había pensado en morir ni en lo que sucedería después, aunque sabía sobre
el Tártaro, por supuesto, y los Campos Elíseos y el Hades.

¿Iría ella a Elisia?

¿Querría ir sabiendo que Xena sentía que ella no iría?

¿Querría estar sola, incluso en los Campos?

Era una sensación extraña pensar en eso, y no se sentía cómoda pensando


en la muerte, y en morir, a pesar de que había estado más cerca de ambas,
desde que conoció a Xena, que nunca antes en su vida.

Después de todo, apenas había vivido todavía.

—¿Crees que Lila está en Elisia? —preguntó de repente.

Xena miró más allá de ella, a la pared más alejada. En el exterior, el sonido de
espadas chocando resonó en la habitación, lo que repentinamente, le dio al
momento un toque de surrealismo.
—Estoy segura de que lo está. —Susurró, un grito ronco flotó a través de la
puerta abierta— ¿Pues?, ¿Te preocupa tener alguien con quien hablar?

—No. —Gabrielle se adelantó y tocó su frente con la de la reina. Sintió un


pequeño cambio cuando Xena respondió al toque y los dedos de la reina se
apretaron contra los de ella—. Prefiero hablar contigo por toda la eternidad.

En algún lugar, Xena encontró una sonrisa.

—No puedes elegir.

Gabrielle la miró directamente a los ojos.

—Probablemente no, pero apuesto a que tú sí. —Xena se quedó sin aliento y
sus ojos se abrieron un poco mientras se miraban a muy poca distancia—.
Quiero decir, vamos Xena. —La voz de Gabrielle se suavizó instintivamente—.
No puedo imaginarme a nadie haciendo que te quedes en un lugar en el que
no quieras estar. —Una cálida oleada de afecto la invadió y besó la parte
superior de la cabeza de Xena, el dolor en su pecho casi superándola—. Me
alegra que estemos juntas de nuevo. Realmente te eché de menos. —La reina 659
se movió y se dio la vuelta, agarrando a Gabrielle y tirando de ella en un torpe
y enmarañado abrazo, apretándola con sus poderosos brazos en una mezcla
de alivio silencioso e implícito— Urf. —Gabrielle sintió que los nudos sus propias
entrañas se desenredaban— Eso se sintió genial.

—Sí, bueno —dijo Xena con voz casi normal—. Si has terminado de hacerme
sentir como una mierda, ¿te importaría darme un masaje en la espalda? —
Soltó a Gabrielle y rodó sobre su estómago otra vez.

—Por supuesto. —Gabrielle desenganchó suavemente su mano, luego trepó


por la cama, poniéndose de rodillas sobre el cuerpo de su amante. Apartó el
cabello húmedo de Xena, luego se detuvo—. Oh.

—No me gusta cómo ha sonado eso.

Con cuidado, Gabrielle desató la parte posterior de los cueros de Xena,


donde incluso a la tenue luz podía ver la piel oscura y magullada.

—Chico, eso debe doler.

Xena cruzó los tobillos y apoyó la mejilla en sus manos entrelazadas.


—No siento nada en absoluto.

—¿En serio?

—Nada en absoluto.

Jens se apoyó contra el umbral de la puerta sujetando holgadamente su


espada con una mano.

—El lugar está despejado, señora. —Esperó a que la reina se girara, luego se
retiró de la abertura para dejarle espacio—. No han protestado mucho por
alojarnos.
660
—Bien. —Xena se secó las manos con el trozo de lino que había junto al lavabo
y movió los hombros recientemente relajados. El laborioso masaje de Gabrielle
no había hecho nada por los moretones, pero esos pocos minutos de ese
suave contacto, habían hecho mucho para devolverle su seriamente alterada
compostura. Por supuesto, ella no admitiría nada de eso—. Veamos qué
tenemos. Vamos, rata almizclera. —Dejó caer el trozo de lino y se dirigió hacia
la puerta, dándose palmaditas en la armadura para asegurarse de que todo
estaba nuevamente en su sitio mientras salía de su minúsculo nido al pasillo.

Gabrielle se estiró en su atrayente y desaliñada cama y se puso de pie,


deseando con tristeza que la pelea hubiera durado un poco más.

—Vale. —Se sentía mejor por el breve descanso, aunque todavía le dolía la
cabeza como una loca. Al menos, Xena le había arreglado el cuello, había
tenido la oportunidad de recuperar el aliento y, después de todo, habían
tenido algo de tiempo para hablar y acurrucarse. Siguió a Xena fuera de la
habitación, resistiendo el impulso de agarrarse a la parte posterior de su
armadura. La posada ahora estaba oscura y mayormente silenciosa, y podía
oír arrastrar cosas detrás de ella y el abrir y cerrar de la puerta trasera. En la
distancia, todavía podía oír los cuernos sonar, pero ya no había más pies
corriendo o gente gritando cerca, y siguió a Xena a la gran sala con más
curiosidad que miedo—. ¿Encontraste al posadero, Jens?

El soldado se dio la vuelta sorprendido de que se dirigiera a él.

—Ah... ¿Qué aspecto tiene? —Tartamudeó un poco—. Aquí no queda mucha


gente.

—Es una mujer. —Gabrielle pasó junto a Xena y miró a su alrededor, el interior
de la posada que había visto antes, ahora estaba tan destrozado y hecho
polvo que era casi irreconocible—. Oh... Uo

—Sí, parece un vertedero. —Xena miró a su alrededor desinteresadamente—.


Pero al menos hay espacio para moverse. Haz que todos los hombres se
reúnan aquí —dijo mientras se dirigía a la puerta de entrada y miraba hacia
afuera—. Ah.

Gabrielle sacó la cabeza por debajo del brazo de Xena y miró hacia afuera.

—Está oscuro. 661


—Es lo que tiene la noche —respondió la reina secamente—. Así es más
divertido—. Se inclinó un poco. —¿Es ese el establo, allí?

—Sí. —Gabrielle se echó hacia atrás y se volvió cuando escuchó a la gente


entrar detrás de ellas. Tres de los soldados entraron, luego un cuarto, y ella
encontró que sus ojos se enfocaban en la cara del último hombre con una
sensación de completa y absoluta sorpresa—. ¿Perdicus?

Era como si el mundo se hubiera vuelto del revés por un momento al


encontrarse a su amigo de la infancia aquí, de todos los lugares y de todos los
tiempos, un destello repentino de la vida que había dejado atrás y la persona
que había sido entonces, pero que ciertamente, ya no era.

El hombre se detuvo en seco y la miró por un largo momento. Luego avanzó


de nuevo.

—Gabrielle... ¡eres tú! —Sus ojos se abrieron como platos. —Xena se dio la
vuelta y cerró la puerta, apoyándose en ella y observando con leve interés a
medida que se acercaba su nueva adquisición. Una rápida mirada a la cara
de su amante confirmó que el ex soldado persa había dicho la verdad. y
captó un destello de sobresaltada vergüenza que la intrigó—. Eres tú —repitió
Perdicus—. No me lo puedo creer. ¿Qué estás haciendo aquí?

Era impactante, y durante unos segundos, Gabrielle se quedó sin palabras.

—¿Qué estás haciendo tú aquí? —respondió ella, tomando las manos que él
había extendido después de una pausa—. ¿Estabas en su ejército?

Perdicus miró hacia otro lado, luego volvió a mirarla.

—Yo era... no sabía que estabas aquí... ¿conseguiste escapar durante el


ataque?

—N... No. —Gabrielle dio un paso atrás, luego se detuvo cuando golpeó algo
grande y cálido detrás de ella, sintiendo un peso sobre sus hombros cuando
Xena apoyó sus brazos sobre ellos—. Yo... Um...

—Ella está conmigo —aportó Xena amablemente—. Ahora ve con los otros.
Puedes ponerte al día sobre la destrucción de tu aldea más tarde. —Miró
fijamente a Perdicus hasta que él soltó las manos de Gabrielle y retrocedió, 662
uniéndose al resto de sus hombres cuando entraron en la habitación. Luego
inclinó la cabeza y bajó su mirada a Gabrielle, que tenía una de esas miradas
fruncidas en su rostro—. ¿Amigo tuyo?

Gabrielle se apoyó contra ella.

—Sí —murmuró—. Chico, eso ha sido un choque.

—Mm. —Xena sintió su propia expresión fruncida y sintió un cosquilleo


desagradable en sus entrañas que no le gustó en absoluto—. ¿Choque bueno
o malo?

—Simplemente sobrecogedor —dijo Gabrielle—. No pensé que volvería a verlo


nunca más.

—Mm. —La reina vio que entraba el último soldado y Jens cerró la puerta
detrás de él. Se estaban acomodando en los restos de lo que alguna vez
fueron mesas y sillas, la mayoría rotas, todas tiradas en medio de un revoltijo
de platos y tazas por todas partes. Perdicus se había sentado en un rincón y
estaba mirando a Gabrielle con una expresión insondable—. ¿Era un buen
amigo?
Gabrielle consideró la pregunta.

—Estábamos comprometidos para casarnos —dijo después de una breve


pausa—. Así que sí, supongo.

El desagradable hormigueo se hizo más fuerte. Xena decidió que no le


gustaba esa sensación en absoluto.

—Ah.

—Solía pensar que estaba enamorada de él —continuó Gabrielle, ajena a la


incomodidad de su amiga—. Hasta que te conocí.

—Ah. —Xena repitió el gruñido con una entonación completamente


diferente—. Bueno, tu gusto ha mejorado mucho, puedes estar segura. —Le
dio a su compañera un beso en la parte superior de la cabeza antes de
separarse de ella y recomponer su ingenio para dirigirse a los hombres. Le llevó
un rato recomponerse. Estaba agotada y, para colmo, ahora parte de su
cerebro se había ido a otro lugar a batallar sobre este nuevo desarrollo que
solo le hacía querer ensartar con su espada al chico de las ovejas para 663
deshacerse de él. Sangrienta distracción idiota—. Está bien. —Xena le dio una
patada a un taburete caído y lo atrapó mientras volaba en el aire. Lo colocó
en posición vertical y se sentó sobre él, mordiéndose el interior del labio
mientras su espalda casi se agarrotaba nuevamente—. Lo primero que
debemos hacer es averiguar qué hay fuera de aquí. —Miró a uno de sus
hombres—. Toma un par de estos soldados que sepan moverse en silencio y
vete a ver qué hay alrededor.

—Sí, señora. —El hombre asintió en voz baja.

—Segund... —Xena dejó de hablar cuando todos escucharon voces que se


acercaban—. Quietos. —Se levantó del taburete y se colocó junto a la puerta
en un abrir y cerrar de ojos, con la espada en la mano y presionando su
espalda contra la pared—. Gabrielle.

Gabrielle cojeó hacia la abertura, ladeando la cabeza para escuchar. Las


voces se hacían más fuertes a medida que se acercaban, las palabras aún no
se distinguían, pero el tono era enérgico y furioso. Se apoyó contra la puerta y
medio cerró los ojos, tratando de recordar...

—Creo...
—Piensa rápido. —Xena tenía su mano en el pestillo de la puerta—. Entonces
agáchate, a menos que quieras un cálido baño rojo.

—Espera... —Gabrielle levantó una mano—. Déjame hablar con ellos. —El
crujido de botas que se acercaban a la puerta ahora era muy fuerte. Las
voces habían cesado, y Gabrielle sintió que los latidos de su corazón
aumentaban a medida que se accionaba el pestillo y la madera de la puerta
comenzaba a moverse. Una rápida mirada a Xena le mostró el perfil de la
reina profundamente ensombrecido con los ojos fijos en ella, observando.
Esperando. Confiando en ella. Gabrielle sintió el peso de eso sobre sus
hombros cuando agarró la puerta, impidiendo que se abriera—. ¿Lennat?
¿Eres tú?

Conmoción y un aliento rápidamente ahogado.

—¿Gabrielle? ¿Qué estás haciendo aquí? ¿Cómo te escapaste? —Lennat


habló rápidamente, mirando por encima del hombro—. ¿Ves, Beren? Te dije
que no la habían cogido.

Apoyó la mano en la puerta y Gabrielle dio un paso atrás, pero evitó que se 664
abriera por completo.

—Me escondí —dijo con sinceridad—. Debieron de distraerse con todo lo que
estaba ocurriendo... ¿Qué está pasando? ¿Lo sabes?

A un lado, escuchó una risita apenas audible, pero mantuvo su atención


centrada en Lennat, inclinándose hacia él mientras él y su compañero
inclinaban la cabeza hacia ella.

—Se han ido todos... bueno, la mayoría de ellos —dijo Lennat en un tono
bajo—. Algo los ha asustado... gritaban algo sobre un ataque, y Xena... ¡Se
volvieron locos mientras contabas esa historia!

—Aja —murmuró Gabrielle—. Los vi a todos... Uh... cuando me estaba


escondiendo.

—De todos modos... escucha. —Lennat miró a su alrededor, luego volvió a


mirarla—. Sé que estás aquí... por ella —dijo—. Se quién eres.

Gabrielle observó intensamente su rostro, muy consciente de la alta figura que


estaba junto a su codo, sin ser vista por los dos hombres.
—¿Lo sabes? —saltó un poco cuando se escuchó una fuerte explosión en la
distancia—. Quiero decir, te dije quién era yo.

—No. —Lennat se apoyó contra la puerta sin moverla ni una pulgada, ya que
Xena estaba presionando ahora al otro lado—. Sé-quién-eres. —Él la miró
fijamente—. Pero está bien. No se lo diremos a ellos. Queremos ayudarte.

—Eso es cierto. —Beren estuvo de acuerdo, mirando desde detrás de Lennat—


. Déjanos entrar. Vendrán en un minuto y nos harán rodajas.

—¿Ayudarme? —Gabrielle podía sentir el fresco frío de la hoja de Xena


apoyada en la parte superior de su brazo y le puso la piel del cuello de
gallina—. ¿Qué queréis decir? ¿Qué queréis hacer?

Lennat la miró como si estuviera loca.

—¿Tu qué crees Gabrielle? Queremos nuestra ciudad de vuelta. Queremos


que los malditos Persas salgan de aquí antes de que no quede nada. Dijiste
que... ¿Por qué finges no entender lo que quiero decir?
665
Gabrielle podía sentir la hoja acariciando suavemente la parte posterior de su
cuello.

—Quieres ayudar a Xena, eso es lo que quieres decir —dijo en voz baja.

Lennat puso los ojos en blanco.

—Sí.

—¡Date prisa! —siseó Beren—. ¡Van a volver aquí!

—Sí, venga. ¡Vamos a ponernos en marcha... abre la puerta, Gabrielle! ¡Vamos


a entrar! —Instó Lennat—. Queremos ayudar... Lo que sea que esté pasando,
queremos ser parte de ello.

Gabrielle dio un paso atrás y dejó que la puerta se abriera, revelando la


habitación detrás de ella llena de hombres con largas espadas y rostros
severos, y la figura alta, perfilada por la tenue luz de antorcha, que acunaba
una espada, todavía manchada, en sus brazos.

—Bueno. Vamos, entra.


Lennat trastabilló hacia delante cuando la puerta se movió, después se frenó
en seco al ver el anillo de soldados cuando Gabrielle se deslizó detrás de él y
cerró la puerta otra vez, mostrándole a Beren una pequeña sonrisa cuando
este se sobresaltó.

Xena dio un paso al frente y la luz de la antorcha cerca de la puerta, de pronto


reveló sus rasgos angulosos y los ojos pálidos y brillantes.

—Tened cuidado con lo que pedís, chicos —dijo la reina lentamente—. Y será
mejor que lo que habéis dicho sea en serio, o vuestras cabezas decorarán los
postes de afuera cuando salga el sol. ¿Me seguís?

Lennat la miró fijamente, luego giró la cabeza para mirar a Gabrielle, que le
dedicó otra sonrisa y se encogió de hombros.

—Oh.

—¿Tienes algún amigo? —preguntó Xena.

—Uh... 666
—Vas a necesitarlos.

No fue hasta varias marcas de vela más tarde que Gabrielle salió por la puerta
y dejó que se cerrara detrás de ella. El patio estaba completamente oscuro y
silencioso a su alrededor, y pisó con cuidado las losas rotas mientras se dirigía
hacia el establo.

Estaba tan cansada, le dolía todo el cuerpo por la necesidad de dormir y


sabía que, si se quedaba en la sala grande con todos los soldados y la energía
inquieta de Xena, sería casi imposible descansar.

Así que le había dicho a Xena que iba a visitar a Parches, y ahora se abría
paso con cuidado por la destartalada puerta y entraba en el establo,
iluminado solo por un único farol con una vela que colgaba en el interior.
—Hola Parches. —El pony estaba en el puesto donde lo había dejado y
asomó la cabeza por el divisor extendiendo la nariz hacia ella en señal de
saludo, aparentemente contento de verla—. Oye chico. —Gabrielle se sintió
contenta, en cualquier caso, y le rascó la frente y lo abrazó con una sensación
de placer sencillo—. Me alegra que estés bien y que esos tipos no te
molestaran. —Sintió que los puntiagudos pelos de la nariz del pony le hacían
cosquillas en el brazo—. Tuve que correr cuando me estaban persiguiendo,
Parches, pero no te preocupes. Nunca te dejaría aquí. —Soltó al pony y se
dirigió hacia el destartalado pesebre de heno, donde unos solitarios fardos
estaban amontonados en la parte trasera—. Déjame que te traiga algo para
desayunar. —Inclinándose sobre el borde del pesebre, agarró una bala,
después gritó mientras perdía el equilibrio y caía de cabeza sobre la paja.
Parches resopló—. Puaj. —Gabrielle escupió un poco de heno de su boca—.
Chico, te puedo asegurar que este no ha sido mi día, Parches. —Suspiró y
consiguió ponerse de pie—. Primero me persiguen, luego me... —Hizo una
pausa durante un largo rato, sus manos tiraban del heno—. Entonces me
golpean tontamente, luego aparece mi antiguo novio. —Parches apoyó la
barbilla en el separador de puestos, sus orejas se giraron hacia ella. Gabrielle
suspiró, levantó el fardo y lo pasó por encima del borde del puesto, dejándolo 667
caer en el tosco comedero del otro lado. Trepó por el divisor y revisó el
abrevadero, encontrando un pequeño pero fresco suministro de agua
corriendo allí. Se sentó en el abrevadero y apoyó los codos en las rodillas,
luego dejó que su cabeza descansara sobre sus manos mientras el
agotamiento se apoderaba de ella—. Oh chico. —Parches se acercó y le dio
un empujoncito. Se enderezó y dejó que sus manos cayeran sobre sus muslos,
mirando el interior del establo en busca de un lugar donde sentarse y
descansar un rato. Había un montón de viejos sacos en la esquina que
parecían ser buenos candidatos, se levantó y se acercó a ellos, empujándolos
con la bota antes de sentarse. Nunca se sabía si había ratas debajo, en primer
lugar, o arañas. Gabrielle se recostó contra la pared del establo dejando que
su cuerpo se relajara mientras observaba distraídamente a su pony
mordisquear el heno que le había dado. Deseó que Xena estuviera con ella,
pero sabía que la reina estaba muy ocupada dirigiendo a los soldados aquí y
allá, y enviándolos a conseguir algunas cosas y enterarse de otras. Sonaba
realmente agotado, y estaba feliz de que Xena le hubiera dado el visto bueno
para venir aquí, aunque por el ceño fruncido de su amante sospechaba que
la reina no estaba del todo contenta con eso. ¿Le preocupaba que Gabrielle
resultara herida? Extendió las piernas y las cruzó por los tobillos, dejando que
el sonido habitual de Parches masticando le aliviara la tensión. ¿O quizá Xena
preferiría venir aquí con ella y descansar un poco también?—. ¿Qué piensas,
Parches? —Gabrielle se dirigió a su peludo amigo—. ¿Crees que Xena quiere
venir aquí y acurrucarse conmigo? —Parches levantó la vista de su heno con
unas briznas sobresaliendo de su boca mientras la miraba desde debajo de su
peludo flequillo. Hizo reír a Gabrielle—. Eres tan lindo —le dijo al pony,
sonriendo mientras él se acercaba sin prisa y ofrecía su nariz para que se la
rascara—. Estoy tan contenta de que no te haya pasado nada, Parches...
aunque me gustaría que pudieras estar con tu amigo Tiger. —Parches
resopló—. Lo sé, pero creo que Xena lo echa de menos de verdad, incluso
aunque finja que no lo hace. —Gabrielle le frotó las orejas al pony—. Ella hace
eso, ¿sabes? Ella finge mucho. —Se calló pensando en su conversación de
antes—. Creyó que yo estaba muerta, Parches. ¿No fue una tontería por su
parte? —Parches le mordisqueó el pelo, su cálido aliento le hacía cosquillas
en el cuero cabelludo. Gabrielle le acarició la mejilla mientras imaginaba el
rostro de Xena, sus expresiones eran mucho más elocuentes que su brusco
discurso cuando sintió de nuevo el dolor y este se había mostrado tan
claramente en los ojos de su amante. Fue un poco aleccionador ver ese dolor.
Se sintió un poco extraña, y más que un poco inquieta, y casi saltó y se golpeó
la cabeza contra la mandíbula de Parches cuando la puerta del establo se
abrió y se cerró de golpe. 668
—¿Gabrielle?

Hablando de inquietante.

—Por aquí. —Gabrielle observó con cautela como Perdicus miraba alrededor
de la forma robusta del pony hasta que la vio. Recogió un poco de heno y se
lo ofreció a Parches cuando Perdicus se agachaba debajo de la barandilla y
se acercaba a ella, mientras su cansada mente intentaba resolver sus
sentimientos al verlo de nuevo—. Hola.

—¿Estás bien? —Se sentó en el borde del abrevadero y la estudió.

—Sí —respondió brevemente Gabrielle—. Sólo tomando un pequeño


descanso.

Él juntó sus manos.

—Lo siento —murmuró—. Creo que se supone que todos deberíamos estar
haciéndolo, al menos es lo que ella dijo. —Miró hacia la puerta—. Así que
pensé en venir a ver si podía hablar contigo un minuto. —Gabrielle estaba
demasiado cansada para protestar o contribuir a la conversación. Se limitó a
mirarle, notando a la tenue luz que él había cambiado en el año que había
pasado desde que lo había visto por última vez. Llevaba el pelo más largo y
recogido en una pequeña cola en la espalda y se le veía cómodo llevando
la armadura de un soldado, muy en desacuerdo con el hijo de granjero que
ella había conocido—, No sabía lo que te había pasado —estaba diciendo
Perdicus—. Regresé a casa... y no quedaba nada.

—Lo sé —murmuró Gabrielle—. Fue horrible. —Incluso mientras lo decía, se dio


cuenta de que el recuerdo se había desvanecido hasta el punto en que casi
sentía que era de otra persona. Su vida había cambiado tanto, tan rápido—.
Me pregunté qué había sido de ti.

Él miró al suelo.

—Me preguntaba qué te habría pasado —dijo—. Encontré al panadero,


Johan... ¿Lo recuerdas?

—Sí.

—Dijo que te cogieron. 669


—Sí —repitió Gabrielle—. A todos nosotros, a los niños. Los esclavistas nos
llevaron. —Miró la rodilla de Parches que estaba cubierta por uno de sus
“parches” color óxido—. Lila no lo logró.

—Oh —dijo Perdicus en voz baja—. Lo siento.

—Sí —dijo Gabrielle—. Y bien, ¿cómo terminaste en el ejército persa? —


preguntó, deseando con melancolía que apareciera Xena, ya que había un
montón de preguntas que sabía que él le haría y que ella no tenía ningún
interés en responder.

Mientras ese pensamiento se hacía eco en su mente, como por arte de magia,
la puerta exterior del granero se abrió y una ráfaga de aire fresco y perfumado
entró junto con una figura alta y oscura que parecía llenar el espacio con una
energía tensa e inquieta.

—¿Te dije que vinieras aquí? —preguntó Xena bruscamente—. Lárgate.

Perdicus se levantó y se alejó de la reina.


—Solo estaba hablando con mi... somos de la misma ciudad. Quería ver si ella
estaba bien —explicó.

—Ella está bien. Mueve tu culo. —Xena desenvainó su espada y dio un paso
hacia él—. Ve a hacer algo útil.

Perdicus miró a Gabrielle que simplemente estaba allí sentada mirándolos.


Después de un momento dejó caer los hombros, pasó dócilmente junto a la
ceñuda reina, y salió por la puerta cerrándola sin hacer más comentarios.

Xena se acercó al separador de puestos y se apoyó en él, estudiando a su


amante con los ojos entrecerrados.

—Gracias —dijo Gabrielle llanamente.

El semblante de la reina cambió y apartó su espada, pasando por encima de


la división y uniéndose a Gabrielle en su trono de sacos.

—¿He interrumpiendo un momento romántico?


670
—Um... No. —Gabrielle esperó a que Xena se calmara, luego se acurrucó, la
rodeó con sus brazos y la abrazó tan fuerte como le permitían sus escasas
fuerzas—. Solo estaba deseando que vinieras —le dijo a su amante—. ¿Has
terminado la planificación?

—Por ahora. —Xena acarició con las uñas la nariz a Parches—. Oye, enano...
¿estás cuidando de mi rata almizclera? —le preguntó al pony—. Deberías
haber mordido a ese tipejo en el culo. ¿Qué pasa contigo?, ¿Eh?

—No es un tipejo, de verdad —dijo Gabrielle—. Estoy muy cansada y no quería


hablar con él. —Sintió que el pecho de Xena se movía mientras tomaba aire y
luego lo expulsaba lentamente en una respiración profunda, y pudo sentir que
la reina estaba alterada por el inquieto movimiento que contraía sus brazos y
hombros—. Oye, ¿Xena?

—¿Oye qué? —murmuró la reina.

—Cuando tomemos la ciudad, ¿puedes encontrarnos una bañera?

Durante un largo momento, Xena guardó completo silencio. De pronto


comenzó a reír, un extraño sonido en la oscuridad del establo que hizo que
Parches sacudiera su cabeza y resoplara.
—Jajajajaja. —Gabrielle sonrió solo por escuchar la risa. No creía que
realmente quisiera ser graciosa, pero a veces tenías que tomar lo que podías
conseguir, especialmente cuando Xena estaba involucrada—. Dioses. —La
reina finalmente disminuyó poco a poco las carcajadas—. Rata almizclera,
eres de lo que no hay. —Alborotó cariñosamente el cabello de Gabrielle—.
Maldita sea, lo necesitaba. —Gabrielle sintió que se aliviaba la ansiedad que
se había estado apoderando de ella y estaba contenta de estar simplemente
con Xena. La ciudad había sido, y era, un lugar aterrador. Apoyó la cabeza
en el hombro de Xena y suspiró—. Cuando nos hagamos cargo de esta ciudad
—le dijo Xena, con los brazos de la reina envolviéndola con una seguridad
reconfortante—. Cuando expulsemos a esos bastardos persas y los dejemos
en polainas, te conseguiré mucho más que una bañera.

—¿Vamos a hacer eso?

—Bueno. —Xena suspiró—. Vamos a intentarlo. ¿Qué Hades, verdad? Bien


podría ir a por las bolas de bronce de Zeus.

Gabrielle cerró los ojos incapaz de mantenerlos abiertos un momento más. Lo


que Xena tenía en mente le parecía bien, siempre y cuando lo que tuviera en
671
mente pudiera esperar solo un poco...

Xena sintió finalmente un frágil momento de paz, uno que sabía que sería
fugaz y de muy corta duración. Pero ella lo aceptó y saboreó su dulzura.

En este momento, la vida estaba bien.

Gabrielle se apoyó contra la pared del establo dejando que el sol de la


mañana penetrara en su piel con una sensación de sosegado placer. Se pasó
los dedos por su pelo mojado y respiró el aire teñido de humo mientras miraba
a su alrededor para ver qué estaba pasando.

No mucho, si el vacío y un poco desolado patio fuera la única evidencia.


Podía ver que las puertas de la entrada habían sido atrancadas, y montones
de muebles rotos habían sido arrojados aparentemente al azar, detrás de
ellas.

Echó un vistazo con cautela más allá de la esquina del establo, mirando hacia
la calle que bajaba de la ciudad, viendo a algunas personas a lo lejos
comenzando el día, pero sin la masa de soldados, y los ruidos de caos desde
las puertas habían desaparecido completamente.

Sin embargo, algo estaba ardiendo, podía oler el fuerte olor a humo en el
viento y había campanas de barcos que sonaban desde el puerto. Sin
embargo, ahora que había salido el sol, de alguna manera todo parecía
menos aterrador. Se apartó del establo y se dirigió hacia la posada con el
corazón más liviano debido a eso.

También se sentía mejor físicamente. Su dolor de cabeza por fin se había


desvanecido, el bulto que tenía a un lado de su cabeza había bajado y su
cuello estaba bien. El descanso también había restaurado parte de su energía
y se encontró casi anhelando cualquiera que fuese el plan que Xena había
ideado.
672
Seguro que será interesante, por lo menos. Subió las desvencijadas escaleras
e hizo una pausa cuando un soldado apareció de entre las sombras.

—Oh. Hola.

—Su gracia. —El hombre se confundía con la pared, su armadura moteada y


sus pieles, se mezclaban con las sombras tan perfectamente, que era casi
invisible—. Me alegro de que esté bien.

Gabrielle no estaba segura de lo que quería decir, pero le sonrió porque


sonaba amistoso y positivo.

—Gracias. —Señaló la puerta—. ¿Puedo entrar?

—Sí, por supuesto. —El hombre accionó el pestillo y abrió la puerta—. Perdón.

Gabrielle le brindó otra sonrisa antes de adentrarse en la posada y dejar que


sus ojos se adaptaran a la luz más tenue que había dentro.

—Ah. Ahí estás.


La voz de Xena atrajo su atención y parpadeó un par de veces antes de que
las sombras se disolvieran y revelaran a su amante cerca de la pared del
fondo, donde había agrupado algunos trozos de madera rota en una mesa
larga y tenía extendidos algunos pergaminos sobre ella.

Los soldados, algunos de ellos, estaban diseminados por la habitación


trabajando en arreglar otras mesas con clavijas y cuerdas. Lennat y su amigo
no estaban por ningún lado y, con una rápida mirada alrededor, notó que
tampoco Perdicus.

Con una sensación de alivio cruzó la habitación y se puso al lado de Xena.

—Aquí estoy —saludo—. ¿Puedo hacer algo?

Xena se apoyó en la mesa con los nudillos. Su armadura había sido limpiada,
y las manchas de batalla habían sido eliminadas de su piel y, a la luz de la
mañana asomando por las ventanas, también parecía estar de mucho mejor
humor.

—Sí. —Miró a su amante y luego a la cocina—. Cocina algo. Estamos todos 673
muertos de hambre y ninguno de nosotros es capaz ni de poner a hervir un
poco de maldita agua. —Ah. Gabrielle captó las miradas de gratitud de los
soldados mientras trotaba obedientemente hacia donde estaba la cocina,
con la esperanza de encontrar suficientes cosas sin romper, para hacer algo
útil allí. La destrucción había dejado el espacio cubierto de ollas y tarros, y ella
comenzó a recogerlos y a colocarlos en el mostrador mientras se movía más
adentro. El fogón de la cocina aún estaba caliente y puso algo de madera
sobre él antes de recuperar una olla redonda de hierro que había rodado
hasta una esquina, y colocarla en los ganchos sobre el hogar. Había muchos
restos y sobras, raíces, trozos de algo desecado y de esto y aquello, así que
decidió que un gran estofado sería probablemente su mejor opción.

»Está bien. —La voz de Xena llegó hasta ella—. Cuando esos malditos
exploradores regresen, quiero que dos escuadrones se desplieguen en
abanico cerca del muelle. Quitaos la librea —instruyó—. Tiene que haber al
menos, tres guerreros en el puerto. Los quiero. —Eso captó la atención de
Gabrielle, y levantó la vista de donde estaba cortando una raíz para mirar a
Xena con perplejidad. ¿Guerreros? ¿No era eso lo que había en la habitación
con ellos? ¿Por qué Xena quería tres más? Los hombres también parecían
desconcertados. Los agudos ojos de Xena captaron las expresiones y se inclinó
hacia adelante sobre sus nudillos otra vez. —Ella está haciendo campaña
para saquear—. Dijo la reina. —Eso es lo que hay en esos barcos... Ese es el
premio—.

—Oh —soltó Gabrielle—. Guau... Eso es cierto. Estaban cogiendo todas las
mercancías de los otros barcos, de los mercaderes —dijo—. Pero, ¿cómo lo
sabías?

Los labios de Xena se retorcieron.

—Es lo que yo haría. —Volvió a estudiar su pergamino.

—Oh. —Gabrielle volvió a cortar sus verduras. Las arrojó a la olla, ya llena de
agua caliente, y luego continuó hurgando en el desbaratado desorden.
Encontró algo de carne seca, un paquete grande escondido en un armario,
y con un gruñido de aprobación, comenzó a prepararlo para añadirlo al guiso.

A mitad de la tarea, hizo una pausa. Un momento. Su frente se arrugó. ¿No


estaba haciendo exactamente lo mismo que había visto hacer a los hombres
de Sholeh? Cogiendo lo que quería de la posada, sin pensar siquiera en la
gente que vivía aquí. 674
—¿Algún problema?

La voz de Xena justo detrás de ella hizo que casi se cortara el pulgar.

—¡Yow!

La reina se apoyó contra el mostrador cogiendo un trozo de carne seca y


mordisqueándolo.

—Te ves como si pensaras que esto es un trozo del enano. ¿Cuál es el
problema?

—Oh. —Gabrielle se obligó a seguir cortando. Luego se detuvo de nuevo. —


¿Lo es?

—¿Qué?

—Um... ¿Caballo?

Xena dejó de masticar, sus ojos se abrieron un poco cuando sus palabras
volvieron para morderla en el culo.
—Uh... —Se lamió los labios—. No. Ciervo.

—Uff.

—Creo. —Xena examinó el bistec seco—. Sí, sabe a eso. —Decidió con
silencioso alivio.

—Estaba pensando...

—Oh, no.

Gabrielle se relajó un poco ante la familiar broma.

—No deberíamos robar lo de esta gente. Ya han perdido mucho. —Terminó


de cortar la carne y la depositó en el agua burbujeante. Todavía no olía
mucho, pero encontró lo que quedaba de algunas hierbas secas y las
añadió—. ¿Deberíamos?

Xena se acabó su trozo de carne.


675
—Probablemente vamos a morir tratando de expulsar a los malditos persas de
esta maldita ciudad —le dijo a su amante—. No me siento mal por robar una
olla de sopa antes de derramar mi propia sangre sobre las baldosas.

Bueno, eso ciertamente le daba otra perspectiva.

—Oh. —Gabrielle se sintió tonta—. Sí, lo siento. No estaba pensando en eso.


Yo solo... —Miró a su alrededor el pequeño espacio—. La posadera... fue
amable conmigo.

—Todo el mundo es amable contigo —observó la reina—. Incluso algunos de


ellos, y no solo porque saben que les arrancaría los ojos.

Gabrielle removió su burbujeante brebaje.

—Sip, supongo.

—No supongas. —Xena le dio una palmadita en el costado, luego salió de la


cocina y regresó a su mesa, justo cuando se oyó un leve abucheo desde el
pasillo de atrás.
Xena estaba allí con su espada desenvainada, antes de que el resto de los
hombres pudieran siquiera reaccionar. Dejó escapar un silbido bajo haciendo
una señal con la mano libre mientras los soldados dejaban lo que estaban
haciendo y se armaban.

Gabrielle no estaba segura de qué hacer, así que agarró un palo de escoba
y se agachó detrás del mostrador, observando atentamente a su amante
mientras los ruidos que llegaban del pasillo trasero, se hacían cada vez más
fuertes. Gritos y golpes, y cuando se acercaron rápidamente a la puerta
cerrada de la habitación grande de la posada, Xena levantó su espada y
puso una mano en el pestillo de la puerta, tensando su cuerpo y preparándose
para abrirla.

Un cuerpo pesado se estrelló contra la puerta y se abrió de golpe,


sorprendiendo a la reina que golpeó instintivamente su cuerpo contra la
puerta y envió lo que fuera que había golpeado la superficie de madera
hacia atrás.

Claramente atrapada entre querer gritar y no querer anunciar su presencia,


Xena se adelantó y se abalanzó sobre el pestillo de la puerta, abriéndola y
676
girando su espada mientras se lanzaba hacia el espacio abierto.

Se oyó un fuerte berrido y luego Xena saltó hacia atrás, arrastrando un cuerpo
tras ella y girándolo para lanzarlo al centro de la habitación.

—¡Condenado Hades! —La posadera fue arrojada por encima de una mesa
y aterrizó sobre su trasero—. ¿Qué está pasando aquí? ¿Quién en el Hades
eres tú? ¡Sal de mi posada!

Dos soldados entraron a la habitación detrás de ella, respirando con dificultad.

—Majestad, no había nada que la detuviera.

Xena envainó su espada.

—Ya me imagino.

Gabrielle, que seguía en cuclillas, se levantó.

—¡Oh! ¡Hola! —Estaba sorprendida pero contenta de ver a la posadera—. ¡Me


alegro de que estés bien!
La mujer del suelo se dio la vuelta y la vio.

—¡Tú! —Se puso de pie y arremetió contra Gabrielle—. ¡Tú, pequeña


alborotadora! Cuando te ponga las manos encima... ¡¡¡Guardias!!! ¡¡¡Arg!!!

Xena la cogió por la cintura y la arrojó hacia atrás, enviándola de vuelta al


suelo.

—¡Para vieja! —Sacó su espada otra vez cuando la posadera hizo intención
de levantarse. La punta de la espada se movió en su dirección de manera
brusca y directa.

—¡Saca tu culo de ahí! —La mujer se puso de pie rápidamente y agarró una
silla, balanceándola hacia Xena sin miedo—. ¡Condenados vagabundos! ¡Sois
todos unos ladrones!

Xena, como era de esperar, se mantuvo firme, y cuando la silla se le acercó,


puso ambas manos en la empuñadura de su espada y movió la hoja en un
patrón increíblemente pequeño. Astillas de madera volaron en todas
direcciones y, justo cuando la hoja iba a golpear la mano de la posadera, la 677
reina levantó su bota perezosamente y la pateó hacia atrás.

La mujer aterrizó sobre su trasero otra vez y miró a Xena.

—Por qué estás…

—Frena. —Xena la apuntó con su espada—. No tengo ningún afecto por las
viejas con mala leche, especialmente si intentan golpear a mi adorable
pareja.

Las orejas de Gabrielle captaron este nuevo nombre para ella, pero salió de
detrás del mostrador y se movió alrededor de la forma alta de Xena.

—Lo dice en serio... Por favor, no sigas —le dijo a la posadera—. No era mi
intención causar tantos problemas.

Xena dijo con una risita.

—Sí lo era. —Envainó su espada otra vez, pero en su lugar, apuntó con su dedo
a la mujer—. Sé amable —advirtió—. Toca un pelo de su cabeza y perderás el
tuyo. —Su mano cayó sobre el hombro de Gabrielle y ella y la posadera se
miraron fijamente.
A mitad de comenzar otro arrebato, la mujer se detuvo, tal vez viendo algo en
la cara de Xena que valía más como advertencia que sus palabras o la
brillante espada. Fijó su atención al resto de la habitación.

—Mira este lugar —murmuró en cambio—. Es un desastre. Todo un desastre.

—Xena. —Jens apareció por la puerta de atrás—. Los exploradores están


llegando.

Satisfecha de que Gabrielle estuviera a salvo de la anciana enloquecida por


el momento, Xena la soltó y se unió a su capitán en la puerta.

—Ya era hora, joder. —Desaparecieron en la oscuridad del pasillo y los


soldados que estaban en la habitación volvieron a sus tareas.

Gabrielle se acercó y le ofreció una mano a la posadera.

—Siento todo esto.

Ignorando el ofrecimiento, la mujer se puso de pie y se sacudió el polvo. Miró 678


furtivamente hacia el pasillo, luego miró a Gabrielle.

—¿Esa es Xena?

—Esa es Xena.

La posadera resopló.

—Es un poco desagradable, ¿No? —Dio lentamente una vuelta en círculo


viendo a los soldados ocupados arreglando las mesas, luego volvió a mirar a
Gabrielle—. Cortarme la cabeza, ¿lo haría?

Gabrielle colocó sus manos detrás de la espalda y medio se encogió de


hombros, medio asintió.

—Creo que realmente lo haría.

—¿Te has metido en mi cocina?

—Um... Sí.

—No lo entiendo. —La mujer suspiró—-. Por los dioses, el mundo está patas
arriba. Lo juro.
—Mm. —Gabrielle no podía negarlo—. Eso pasa mucho con Xena alrededor.
—Se giró y se dirigió hacia la sopa—. Te acostumbras a eso.

A lo lejos, los cuernos comenzaron a sonar de nuevo y todos se detuvieron


para escuchar. Xena reapareció en la puerta y también escuchó, una leve
sonrisa apareció en su rostro. Apoyó las manos en el alféizar y estudió la
habitación.

—Comed rápido, muchachos —dijo—. Vamos a estar muy ocupados muy


pronto.

Los cuernos volvieron a sonar, ahora con un tono frenético, antes de que se
desvanecieran, y el sonido de gritos y pies corriendo ocuparon su lugar, pero
alejándose de la posada. Por ahora.

679

—Vamos. —Xena se envolvió con su capa y se deslizó por la esquina del


edificio, saliendo al frente del astillero lleno de barcos y gente reunida
alrededor de las pasarelas. Detrás de ella, seis hombres vestidos con ropa de
obrero corriente, comenzaron a caminar con indiferencia por la calle,
mezclándose con el resto de la multitud.

Bueno, tratando de hacerlo. Xena era consciente de que ella destacaba un


poco y se subió la capucha de la capa para ocultar su rostro mientras
paseaba. A su lado, Gabrielle miraba a su alrededor con curiosidad, su pálido
cabello dorado a la luz de la mañana.

—Pensé que ya habías bajado aquí.

—No... bueno... —Gabrielle miró fascinada a los enormes barcos—. Fui por el
otro lado, donde están los pequeños y ese mercado.

Aquí, en el centro del puerto, los barcos de tropas de Sholeh estaban


amarrados, los carros se arremolinaban a su alrededor y los hombres estaban
ocupados moviendo las existencias desde tierra hasta las bodegas de los
barcos. Mientras observaban, un carro se acercó a uno de ellos, lleno de
mujeres luchando en la parte posterior.

Se detuvo y los hombres comenzaron a descargar a las mujeres como si fueran


sacos, lanzándoselas de uno a otro y riendo mientras estas luchaban e
intentaban gritar a través de las mordazas atadas fuertemente sobre sus
bocas.

Xena hizo un gesto al grupo para que se detuviera y los hombres se separaron
y se apoyaron contra las paredes, simplemente mirando la escena de forma
casual.

—Menos mal que fuiste por el otro lado —comentó Xena con tono coloquial—
. Hundir todos estos malditos barcos buscándote me hubiera llevado un
tiempo.

Gabrielle estaba mirando el carro con horror, los recuerdos de su propia


captura afloraron nítidos y claros en su mente.

—¡Xena, tenemos que detenerlos! —Ella comenzó a caminar hacia el carro 680
solo para ser arrastrada como una oveja por una poderosa mano apretada
en la parte posterior de su ropa—. ¡Xena!

—¡Shh! —la reina siseó—. ¿Quieres que nos maten antes de que comience la
diversión? —Le dio un apretón a su amante—. ¿Qué demonios crees que va a
pasar si empiezo a patearles el culo a esos tipos?

Gabrielle la agarró del brazo.

—Si alguien hubiera estado allí cuando esos tipos me estaban llevando...

—Entonces tú y yo nunca nos hubiéramos conocido. —Xena terminó su


exposición—. ¿Eso es lo que hubieras querido?

La mujer rubia se calló, su expresivo rostro se contrajo a través de varias


emociones antes de volver a mirar a la reina.

—De ningún modo.

—Está bien. —Con una paciencia verdaderamente notable para ella, Xena le
dio unas palmaditas en la espalda a su amiga—. No vuelvas a hacer eso.
Había acero en ese tono, y ella lo sabía. Gabrielle se dio cuenta de que
estaban en un punto donde la reina no iba a tolerar que la cuestionaran y
asintió con la cabeza.

—No lo haré. Lo siento.

Xena pasó un brazo por los hombros de Gabrielle y comenzaron a caminar


por los muelles de nuevo, dando un rodeo alrededor del carro y mezclándose
con una multitud de ciudadanos que estaban reunidos cerca de una
plataforma.

—Aquí mismo te dije que lo tienes todo. —Un hombre estaba en la plataforma
de rodillas. Frente a él estaban dos de los soldados de Sholeh, de los
auténticos, marcados con su emblema y con el mismo aire de mortífera
seguridad que Xena.

A un lado, una mujer estaba de pie, agarrada ansiosamente al borde de la


plataforma y mirando al hombre arrodillado.

—Por favor... ¡Te lo ha dicho! —gritó. 681


Uno de los soldados se volvió para mirarla como si oyera llover. En sus manos
sostenía un pergamino y lo llevó con él mientras caminaba hacia donde ella
estaba parada, pateándole en la cara sin previo aviso. La mujer cayó hacia
atrás con un grito golpeándose contra el suelo.

—¡Ya! —Ladró el soldado antes de volver al hombre—. Traes diez cajas, el


capitán del barco dice que te dio doce.

—Pe... ¡Tuve que alimentar a mi familia! —protestó el hombre.

El segundo soldado le abofeteó con el revés de la mano.

—Dos cajas o dos vidas. Tú eliges.

Xena suspiró.

—¡No las tengo! —El hombre escupió sangre—. ¡Las intercambié por comida
para mis hijos!

—Muy bien entonces. —El soldado sacó su espada y agarró al hombre por el
pelo, echándole la cabeza hacia atrás—. Nadie se queda con algo nuestro.
Gabrielle se mordió el labio inferior, agarrándose al brazo de Xena mientras
luchaba contra sus instintos de protestar. Levantó la mirada hacia el perfil de
la reina, tan inmóvil y tranquila, y en ese momento, Xena le devolvió la mirada.

La reina suspiró de nuevo.

—Me vas a matar. —Soltó a Gabrielle e hizo señas a los soldados, agarrándose
a una lámpara en la pared sobre su cabeza, y pateando la pared para saltar
por encima de las cabezas de los habitantes de la ciudad y aterrizar en la
plataforma.

Sin un ruido, ella desenvainó su espada y atacó al guardia que sostenía al


ciudadano, desviando su incómodo agarre y golpeando su brazo fuera de
posición, mientras ella giraba en su sitio y volvía para penetrar la armadura
con la punta de su espada abriendo en dos la caja torácica del soldado con
un estallido sorprendentemente alto.

Sin esperar una reacción, liberó su espada y se dejó caer sobre una rodilla,
arqueando su cuerpo mientras el segundo soldado la atacaba. Él era hábil y
ella solo pudo bloquear su movimiento antes de volver a ponerse en pie y 682
desviar la hoja lejos de ella.

Él no habló, tampoco ella. Se rodearon el uno al otro mientras el ciudadano


se apartaba de su camino con la ropa empapada por la sangre del primer
soldado, ahora tendido en al final de la plataforma.

Xena miró hacia los barcos, donde por ahora nadie se había dado cuenta de
la pelea. Sin embargo, sabía que solo tenía unos segundos antes de que lo
hicieran, y ese conocimiento estimuló sus reacciones cuando evadió la hábil
espada de su oponente agachándose delante de él, saltando ligeramente
sobre el cuerpo caído, poniéndose en cuclillas y saltando en el aire.

El hombre se echó hacia atrás, sobresaltado, y comenzó a levantar su espada


para proteger su cabeza, pero descubrió que eran las botas de Xena las que
se acercaban a él en lugar de su espada. Trató de esquivarlas, pero Xena se
retorció en el aire y lanzó una poderosa patada, alcanzándolo en un lado de
la cabeza y enviándolo dando vueltas fuera de la plataforma.

Sus hombres se abalanzaron sobre él, apartándolo de los ciudadanos mientras


cortaban su grito y luego le cortaban la vida ante la multitud de ojos abiertos
de par en par.
Xena aterrizó y limpió su espada con las polainas del hombre muerto antes de
envainarla, permaneciendo de pie frente a la multitud durante un momento
único y emocionante.

La multitud se quedó mirando a la figura alta y encapuchada. Echó la


capucha hacia atrás y giró la cabeza para mirar a la multitud, ofreciéndoles
una deslumbrante sonrisa antes de darse la vuelta y saltar de la plataforma,
saliendo de la línea de visión desde el barco cuando aterrizó bastante cerca
de donde había empezado.

Gabrielle la miraba con asombro mudo, con los ojos muy abiertos, y se acercó
inmediatamente a Xena y abrazó a su amante.

La multitud salió de su estupefacto estado de shock y comenzó a moverse,


rodeando a Xena, a sus hombres, y a la rata almizclera, y ocultándolos de la
vista. Dos de los habitantes de la ciudad agarraron al soldado muerto de la
plataforma y lo arrastraron al suelo, mientras un zumbido de voces excitadas
se elevaba.

—Por los dioses. —La mujer se había agarrado al hombre que había escapado 683
a la muerte gracias a Xena —. Por los dioses, finalmente nos han escuchado y
nos han enviado ayuda.

Xena apoyó la espalda contra la pared y sus hombres se apostaron


rodeándolas mientras la gente del pueblo se apretaba a su alrededor, algunos
estirando la mano para tocar su capa.

—Encontrad la manera de salir de aquí —instruyó a sus hombres—. Hemos


tenido suerte hasta ahora, pero no son tan estúpidos.

—Por los dioses, es cierto. —El hombre al que había salvado se abrió camino
hasta ella—. ¡Es Xena! ¡Xena la despiadada!

El volumen aumentaba mientras Xena escuchaba su nombre repetirse una y


otra vez.

—Shh. —Levantó sus manos—. Bajad la voz. Esos bastardos llegarán aquí en un
minuto. —Esperó hasta que se calmaron de nuevo, tratando de ignorar el gran
abrazo que estaba recibiendo de Gabrielle. Después de todo, era una
especie de mella para su imagen de despiadada. Echó un vistazo a los barcos,
pero un carro de barriles de cerveza volcados estaba atrayendo toda la
atención en ese momento y vio a un grupo de guardias de Sholeh dirigiéndose
hacia allí—. Vamos a recuperar esta ciudad.

Justo cuando pensaba que habían pasado desapercibidos, uno de los


capitanes miró en su dirección y entonces detuvo a algunos de sus hombres.

—Oh oh. —Xena se subió la capucha—. Me tengo que ir.

—¡Espera! —Le suplicó el hombre—. ¿Cómo podemos detenerlos? ¿Nos


ayudarás?

Xena vio que los soldados se encaminaban hacia ellos.

—Claro que os ayudaré —dijo—. Si no morimos antes todos. ¡Dispersaos, todos!


—ordenó—. Estaré por aquí.

La multitud comenzó a dispersarse con cierta confusión y Xena se escabulló


por un callejón lateral mientras sus soldados despejaban el camino para ellas.

—Guau. —Gabrielle estaba agarrada al borde de su capa. 684


—Ahórrate el guau. —La reina las condujo por el callejón, luego giró
bruscamente a la derecha y bajó por uno más estrecho, apenas lo
suficientemente ancho para que ella pasara—. Meted la panza, chicos. —Un
cuerno sonó detrás de ellos, pero Xena no vaciló. Siguió avanzando por el
hueco del edificio hasta llegar al final, asomando la cabeza para comprobar
antes de hacer una pausa y darse la vuelta—. Seguidme. Quedaos cerca.

Salió con cuidado y comenzó a avanzar, manteniéndose entre malolientes


pilas de trampas de pesca y el resto del muelle, buscando un lugar donde
pudieran esconderse hasta que la alerta terminara.

—Xena, por allí. —Gabrielle señaló el pequeño mercado—. Esa gente también
quiere que Sholeh se vaya, estaban muy cabreados con ellos.

—Genial. —Xena no tenía intención de patear en el culo a ese caballo


regalado tampoco. Se inclinó hacia el mercado y esperó que no los estuviera
metiendo en más problemas.

Atravesaron corriendo el muelle abierto y terminaron en el lado más alejado


del mercado, fuera de la vista de los hombres de Sholeh y lejos de los barcos
de guerra. Xena se detuvo cuando llegaron al primer puesto, al mismo tiempo
que aparecía Perdicus corriendo hacia ellos.

—Argh.

—¿Qué ha sido eso? —Xena miró a Gabrielle.

—Nada.

—Hay una especie de alarma en marcha. —Perdicus se unió a ellos—. Nadie


sabe lo que está pasando. —Miró a Gabrielle—. ¿Estás bien?

Gabrielle asintió, pero luego tuvo que agacharse cuando Xena los empujó a
todos contra la pared.

—Qu...

—Shh —ordenó la reina, observando el final del muelle atentamente. Allí


estaba parado un pequeño barco con una rampa de desembarco, pero no
había actividad alguna a su alrededor. Podía oír los cuernos que bajaban por 685
el muelle, y, cuando captó la mirada de los mercaderes que ahora los
miraban fijamente, decidió que quedarse donde estaban no era una buena
idea—Movimiento. —Cruzó el muelle con su pequeño grupo siguiéndola y,
cuando llegó a la pasarela del barco, desenvainó su espada batiéndola en
círculos mientras cruzaba la tabla de madera y saltaba a la cubierta—. ¡Yah!
—Esperó un momento, pero nadie acudió a su llamada ni se oyó ninguna
respuesta de a bordo —. Daos prisa. —Xena les hizo un gesto con la mano
para que la siguieran—. Poneos detrás del timón y agachaos —ordenó—. Jens,
quita esa pasarela después de ti.

Esperó a que se recogiera la tabla y luego se unió a los hombres y a la rata


almizclera detrás de la cabina, donde nadie podía verlos desde la orilla.

—¿Y ahora qué? —preguntó Perdicus nervioso.

—Ahora esperamos —dijo Xena.

—¿Qué pasa si vuelven los dueños de esta cosa? —preguntó Gabrielle—. Los
hombres de Sholeh se llevaron todas sus mercancías. —Se movió con cuidado
alrededor de la cubierta, sintiendo que el barco se movía debajo de ella—.
Estaban bastante enojados.
—Preocúpate por eso cuando ocurra. —Xena apoyó los codos en la madera,
mirando sobre el borde, ya que era lo suficientemente alta para ver por
encima—. Jens, revisa debajo de las cubiertas. Asegúrate de que no hay
nadie.

—Sí. —Jens sacó su daga y comenzó a bajar las desvencijadas escaleras—. Es


como en los viejos tiempos, ¿eh?

Xena se rio entre dientes secamente.

—Mala suerte para ellos si es así. —Jens se rio también, y desapareció en las
sombras de abajo mientras el resto de los soldados tomaban asiento de
espaldas a la cabina. Xena permaneció de pie, observando la actividad en
tierra, su cuerpo recordaba nuevamente la sensación de una cubierta
moviéndose debajo de ella. Los planes que había estado revisando, le
preocupaba cambiarlos ahora, y, mientras observaba a los hombres de
Sholeh caminando por el muelle, estaba claro que tenía que buscar nuevas
ideas—. Los viejos tiempos, je.

Je. 686
Parte 21

—Xena. —Jens señaló hacia la orilla, donde un carro se había detenido


razonablemente cerca del lado del muelle. El hombre que lo conducía bajó
de un salto, echó un vistazo al barco y luego se apoyó con desinterés contra
el costado de la carreta, jugueteando con una de las correas del carro.

—Lo veo. —Xena apoyó un hombro contra la pared de madera de la cabina,


cruzando los brazos sobre el pecho—. Ve y entérate que hace ahí. —
Desenganchó el chakram de su cinturón y mantuvo los dedos en él—. Yo te
cubro.

Jens sonrió brevemente, su cara llena de cicatrices se plegó en una sonrisa,


antes de tirar de su delantal de trabajo y rodear la cabina, dirigiéndose hacia
el lado del barco más cercano a la orilla. 687
—¿Y ahora qué? —preguntó Perdicus, moviéndose para pararse al lado de
Gabrielle, que, por supuesto, estaba de pie al lado de Xena—. ¿Cómo me he
metido en este lío?

Gabrielle volvió la cabeza para mirarlo. Parecía tenso y molesto, y vestía una
sobrevesta de lino que cubría su armadura persa, de la que sus dedos estaban
tironeando. Se había cortado el pelo muy corto y era un poco más alto de lo
que ella recordaba, y le resultaba muy difícil relacionarse con él como parte
de un pasado que creía haber dejado atrás.

Ella giró la cabeza de nuevo para mirar lo que estaba pasando no queriendo
perderse nada. Xena tenía un brazo apoyado en la cabina y la otra mano
hacía malabares con su arma redonda mientras seguía el progreso de Jens
con atención.

—¿Xena? —la llamó Gabrielle suavemente—. Ese es uno de los hombres de la


posada. Lo recuerdo, estaba sentado en una de las mesas delanteras cuando
yo estaba contando historias.

—¿Ah sí? —Xena cambió su agarre sobre el chakram cuando Jens colocó la
pasarela en su sitio y caminó a través de ella con actitud amistosa mientras
saludaba al hombre—. La pregunta es, ¿estaba escuchando para
entretenerse o escuchando para tener algo que contar a los persas?

—Estuvo allí todo el tiempo —dijo Gabrielle—. Incluso cuando llegaron los
soldados, recuerdo que estaba realmente sorprendido y se escondió debajo
de la mesa.

—Excelente.

—Bueno, yo también lo habría hecho —dijo Gabrielle—. Si no hubiera estado


tan ocupada huyendo de ellos.

—Espera. —Perdicus la agarró del brazo—. ¿Eras la bardo? —Parecía


emocionado—. ¿Tú eres a la que todos estaban buscando? ¿La que quería
Sholeh?

Gabrielle se giró de nuevo para mirarlo.

—¿Qué quieres decir?


688
Xena quedó atrapada en un dilema, la mitad de ella con su atención fija en
lo que estaba pasando con Jens, la otra mitad sintonizada con el inesperado
drama a su lado. Si sus ojos hubieran podido moverse de manera
independiente como las iguanas, lo habrían hecho.

—Se corrió la voz —dijo Perdicus—. Uno de sus hombres entró y dijo que había
una mujer que venía a la ciudad, una bardo, y que Sholeh pagaría mil dinares
por ella.

Las orejas de Xena casi se separaron de su cabeza de tanta atención con la


que estaba escuchando. ¿Sholeh lo sabía? ¿Estaban esperando a Gabrielle?
Sus fosas nasales se hincharon cuando se dio cuenta de que eso significaba
que alguien de su pequeña fiesta había pasado la información.

Y, bien... Ya que ella había sacado a la mitad de ellos del maldito ejército
persa, eso no era tan sorprendente, ¿Verdad? Xena gruñó suavemente en voz
baja. No era una sorpresa, no, pero tampoco significaba que no tuviera que
detestarlo.

—Guau —murmuró Gabrielle—. Ni siquiera puedo imaginarme cómo son mil


dinares. —Miró fijamente a Perdicus—. ¿Sabían que estaría allí?
Perdicus miró a su alrededor y echó un vistazo al perfil de Xena.

—Eso es lo que dijeron. —Sus ojos buscaron en su rostro—. No sabía que ahora
contabas historias. Pensé que tu...

—Lo hice. —Gabrielle lo interrumpió—. Paré. Tú lo sabes.

—Bueno, sí, tu padre...

—Sí. —La mujer rubia miró hacia otro lado—. Bueno, ya no tengo que
preocuparme por él.

Jens estaba regresando a bordo con el hombre del carro. Él le estaba dando
palmaditas en la espalda amigablemente, así que Xena era libre de guardar
su arma y mirar a su amante. Gabrielle tenía ambas manos sobre la superficie
de la madera, y su expresión era todo lo sombría que le permitía su dulzura.

Xena puso su mano sobre el hombro de su compañera.

—Como eres una mujer buscada, quédate aquí —dijo arrastrando las 689
palabras—. Y para que conste, vales mucho más que unos míseros mil dinares.
—Con una palmadita, dejó a Gabrielle de pie allí y rodeó la esquina de la
cabina para reunirse con Jens y su nuevo amigo, mientras bajaban de la
pasarela a la cubierta—. Bien, bien.

El hombre respiró hondo, luciendo excitado y nervioso.

—H... hola. —Se aclaró la garganta—. Ah... Había rumores en el mercado, ¿sí?
De que todos vosotros estabais aquí.

Xena se apoyó contra el alto mástil, con cuidado de mantenerlo entre ella y
la vista desde el muelle.

—¿De ese pequeño mercado de allí? —Señaló el final del muelle donde
estaban los pequeños y tristes puestos. Detrás de ellos podía ver algunos
mercaderes, aunque la mayoría de los puestos estaban vacíos y parecían
cerrados.

—Sí —dijo el hombre—. La anciana me envió aquí. Para decirte que los
exploradores se habían ido y que no encontraron nada.
Nada ¿eh? Xena lo consideró, repasando sus planes y las pocas opciones que
de verdad tenían. Sabía que había un núcleo de la ciudad que quería salir de
debajo de los persas, pero también sabía que estos ciudadanos estaban
acostumbrados a la paz y que su milicia había sido eliminada por Sholeh.

—Está bien —dijo—. ¿Qué estaban buscando?

Los ojos del hombre se movieron a derecha e izquierda.

—A esa pequeña bardo que estaba contigo —dijo—. Los persas la quieren, la
quieren de verdad.

—Entonces ¿no me están buscando a mí? —Xena sintió una sensación de


diversión surrealista.

—No, ma… eh... re... Eh...

—Xena —dijo la reina—. Yo sé quién soy. No necesito títulos apestosos.

—Se ha corrido la voz sobre lo del muelle de allá abajo. —El hombre continuó 690
con una sonrisa nerviosa—. Así que... pensamos... quiero decir, todos pensaron,
que tal vez podrías... Uh... subir a la posada, si quieres, y decirnos qué hacer.
Queremos ayudar a deshacernos de estos cerdos.

Xena estudió su rostro intensamente.

—Por supuesto —dijo después de una pausa—. Después de que el sol se


ponga. Estaremos allí —añadió—. Díselo a todos los que están interesados.

El hombre pareció aliviado.

—Genial. —Señalo el carro—. La vieja me hizo poner las cosas de la bardo allí,
para que nadie las viera. Las he traído aquí, pensé que podría quererlas.

Xena hizo un gesto a dos de los soldados.

—Id a buscar lo que hay en el carro —ordenó—. Encontraremos un lugar cerca


de ese muro para escondernos hasta el anochecer, luego nos dirigiremos a la
posada y veremos si podemos comenzar con esta fiesta.

—Sí. —Sus hombres cruzaron la pasarela y se dirigieron al carro.


—Gracias. —La reina le dijo al hombre—. Escucha, esto no será demasiado
difícil. La mayoría de sus tropas están fuera en el paso, buscándome. Todo lo
que tenemos que hacer es dar la patada al resto de ellos y cerrar las puertas.

—Bien. —El hombre asintió—. Uh... ¿Cómo vamos a hacer eso?

—Ya lo verás esta noche —prometió Xena—. Solo asegúrate de que todos
estén allí, no me gusta repetirme.

—No te preocupes. —Su nuevo amigo retrocedió hasta que estuvo en la


pasarela—. Nos aseguraremos de que todos estén allí, tenlo por seguro. —Dio
media vuelta y abandonó el barco, esquivando a los dos soldados que
regresaban con una carga de sacos del carro.

El carro se alejó. Xena se volvió hacia Jens.

—Desembarca. Estate atento a todo lo que pasa.

El asintió.
691
—¿Crees que nos habían visto?

—No lo sé, pero no me gustan las sorpresas, y el hecho de que nadie en la


maldita ciudad se dé cuenta de que estoy aquí matando gente, es una gran
sorpresa. ¿No crees?

Jens negó con la cabeza.

—Muchas de estas cosas no tienen sentido, Señora —respondió, bajando la


voz y acercándose a ella—. ¿De qué va todo esto? Es casi demasiado fácil.

—Mmhm. —La reina gruñó—. Algo no encaja. Así que vete y averigua qué es.

—Sí.

—Y en tu camino de regreso, pasa por el establo y coge a todos nuestros


chicos. Tráelos de vuelta contigo —añadió Xena bajando mucho la voz—. No
a los otros.

—Sí, entendido señora. —Él inclinó la cabeza y miró más allá de Xena—. ¿Qué
hay de ese?
Xena no se volvió sabiendo a quién se refería.

—Él está bien —suspiró—. Por desgracia.

—Me pongo en camino. —Jens abandonó el barco de nuevo y Xena dio un


paso atrás para dejar que los otros dos hombres llevaran los sacos a la parte
delantera.

—Rata almizclera, ven a reclamar tu basura —dijo—. Después quiero que


todos se establezcan bajo la cubierta.

Los hombres se detuvieron sorprendidos.

—¿No vamos a ir a la orilla? —preguntó uno de ellos—. Pensé que...

—No —respondió Xena—. Nos quedamos a bordo... pero no en dónde


estamos. —Los hombres la miraron, luego se encogieron de hombros y se
arrodillaron para descargar los sacos mientras Gabrielle se acercaba a ellos.
Xena simplemente se quedó de pie observando, su mano en el mástil con su
rostro hacia el viento, esperando a que su compañera recogiera sus cosas—. 692
¿Está todo ahí?

Gabrielle miró por encima del hombro.

—Excepto Parches —dijo con expresión triste—. Xena, por favor, no dejes que
le pase nada.

El absurdo total de la petición la conmovió de una manera extraña.

—Haré todo lo que pueda, rata almizclera. —Xena le alborotó el pelo—. En


este momento, sabes que tiene más posibilidades que nosotros de no
palmarla.

—Lo sé. —Gabrielle se colocó su bolsa por encima de su cabeza y se unió a


Xena cerca del mástil—. Entonces, ¿vamos a dónde están esos mercaderes?
Tal vez podamos comprarles algunas cosas y echarles una mano. Parece que
lo necesitan de verdad.

—No vamos a desembarcar.

—¿No? —La mujer rubia parecía confundida—. Pensé que habías dicho...
— Shh. — Xena la empujó hacia las escaleras—. Baja ahí y encuentra algo
ingenioso que hacer mientras descubro cómo hacer navegar a esta cosa.

Gabrielle miró a la reina, luego echó la cabeza hacia atrás y miró la vela
enrollada del mástil.

—¿A dónde vamos con esto? —preguntó, más curiosa que preocupada.

—A causar problemas. —Xena pasó sus manos por las amarras tratando de
recordar habilidades olvidadas durante mucho tiempo cuando capitaneaba
un barco no muy diferente de este, más o menos, con una tripulación de
canallas y una pila de ballestas o dos—. Ah. —Xena se enderezó—. Todos
abajo —ordenó—. Permaneced fuera de la vista. —Le dio un codazo a
Gabrielle otra vez—. Venga. Si encuentras una cama ahí abajo, tal vez la
usemos.

Gabrielle sonrió a medias, luego se dirigió hacia la puerta alcanzándola justo


cuando Perdicus venía desde detrás de la pared de la cabina. Se detuvo y le
hizo un gesto para que ella pasara primero, Gabrielle se detuvo para mirar a
Xena antes de agachar la cabeza y bajar las escaleras. 693

Distraído, Perdicus la siguió, junto con el resto de los hombres. Xena los observó
hasta que desaparecieron, luego se acercó y levantó la pasarela antes de
dirigirse al timón y comenzar a examinarlo.

Debajo de la cubierta, Gabrielle evitó a los soldados que estaban ocupados


buscando en la bodega algo útil, mientras deambulaba por la estructura de
madera explorando. Era consciente de que Perdicus la seguía, pero se
cambió su bolsa de hombro y lo ignoró. mientras sus ojos se adaptaban a la
penumbra y podía ver mejor a su alrededor.

Más adelante se estrechaba. A ella no le gustaban nada los pasillos estrechos


y chirriantes, y el techo, aunque con suficiente altura para ella, obligaría a
Xena a inclinarse de manera incómoda.
La mayor parte del interior era el gran espacio en el que pensó que habían
puesto su carga; olía a vino viejo, almizcle y un poco a aceite rancio, aunque
el área en sí, estaba prácticamente vacía. Cruzó desde el frente, caminando
con cuidado sobre las costillas curvas de madera que iban de un lado al otro.

El barco se movía un poco y lo encontró desconcertante. La mayor cantidad


de agua que había visto antes en su vida, era el arroyo cerca de su pueblo, y
el río que pasaba junto a la fortaleza de Xena, y aunque había montado en
balsa con Xena en ese día salvaje del otoño pasado, no estaba segura de
que le gustara la idea de estar en algo que flotaba.

Una vez pasada la bodega, se encontró en la parte más profunda de la popa


del barco, y cuando pasó entre dos postes de apoyo cuadrados y grandes,
se encontró en una habitación de un tamaño razonable en la parte trasera.

Hizo una pausa y parpadeó cuando la luz inundó su rostro desde los
cuadrados de vidrio emplomado a lo largo de la pared trasera del barco y dio
una vuelta para mirar lo que se dio cuenta que probablemente era, donde
vivía el dueño del barco.
694
No era muy espacioso, pero había una cama de aspecto cómodo
empotrada en la pared a un lado, y una mesa de trabajo en el otro. Tres cofres
estaban colocados contra la pared delantera, pesados artículos de cuero
atados con flejes de latón y un estante en la pared trasera que contenía
extraños instrumentos metálicos y montones de pergaminos enrollados.

Los instrumentos despertaron su curiosidad. Caminó hacia el estante y levantó


uno de ellos, un tubo largo con un extremo más grueso que el otro. Caviló
sobre su uso, luego lo giró y lo levantó, poniendo su ojo en el extremo más
pequeño y mirando a través de él.

—Oh. —Inmediatamente echó la cabeza hacia atrás parpadeando ante la


súbita vista sobredimensionada—. Hm. —Bajó el instrumento, y le estaba
dando vueltas cuando oyó que alguien se acercaba.

—Guau. —Perdicus cruzó el umbral y se unió a ella en la habitación—. Esto no


está mal.

—No. —Gabrielle giró en un círculo y examinó el techo oscurecido por el hollín


de dos lámparas de aceite de pared, montadas firmemente en las paredes
con soportes oscilantes. Empujó una, ahora apagada, con su dedo y la vio
moverse, la cámara de aceite se mantuvo firme y vertical sin importar cómo
se balanceaba la lámpara.

Pulcro. Miró hacia la pared del fondo que era, se dio cuenta, la pared trasera
del barco, con sus bloques de vidrio incrustados dejando entrar la luz desde el
exterior y una imagen poco clara del muelle detrás de donde estaba el barco
amarrado.

Cerca del rincón más alejado, vio una reja de hierro y se acercó para mirar
dentro. Había una escotilla detrás de la reja y se preguntó que era.
Acercándose, extendió la mano a través de la rejilla y tocó la madera, luego
vio un pestillo en un lado.

—¿Qué estás haciendo? —preguntó Perdicus—. No me molestaría por las


cosas que hay aquí. Estoy seguro de que... la reina va a querer este lugar.

Gabrielle accionó el pestillo y notó que la madera se movía bajo sus dedos.
Empujó con fuerza contra ella y la escotilla se abrió, dejando entrar más luz y
una brisa fresca desde el exterior. Una cuerda gruesa estaba atada al pestillo
y otra vez a la rejilla, lo que facilitaba volver a cerrar la escotilla. 695

—Mola.

—¿Qué?

Gabrielle se volvió hacia él de mala gana.

—No creo que vayamos a estar aquí mucho tiempo —dijo—. Pero Xena
probablemente querrá estar aquí, eso es cierto. —Caminó hacia la mesa de
trabajo y dejó su bolsa sobre ella echando una anhelante mirada a la litera—
. Además, es lo suficientemente alto como para que ella esté de pie.

—Bueno, podríamos ir a buscar otro sitio para estar —dijo Perdicus—. ¿No
quieres?

Gabrielle lo miró.

—No —dijo ella—. Estoy bien aquí, gracias. —Se apoyó contra la mesa
observando como él se movía incómodo—. Tú puedes seguir, sin embargo.

Perdicus la miró.
—Pensé que podríamos hablar, ya que vamos a quedarnos aquí un tiempo —
dijo—. Ahora que volvemos a estar juntos, quiero decir. —Se acercó a ella—.
Nunca pensé que volvería a verte otra vez.

Ugh.

—Perdicus, estamos metidos en un montón de problemas, y todo es diferente


—dijo Gabrielle después de una pausa incómoda—. Yo tampoco creía que te
volvería a ver. —Observó a su antiguo novio con inquietud, sintiéndose
nerviosa por esta repentina y desagradable complicación en su vida.

Siempre le había gustado Perdicus, y una vez le había dicho a Lila que, si tenía
que casarse con alguien, había gente mucho peor, pero ahora...

Su rostro cambió.

—¿Qué significa eso? —preguntó—. Tu padre te prometió en matrimonio


conmigo. Eso no ha cambiado —argumentó—. Gabrielle, ahora tenemos la
oportunidad de recuperar nuestras vidas. Todo lo que tenemos que hacer es
salir de aquí. 696
Se oyeron voces fuera, y escucharon pasos acercándose.

—Mi padre está muerto —dijo Gabrielle, reconociendo al menos uno de los
juegos de pisadas—. Ya no estamos en Potedeia, y he... —Miró hacia la puerta
cuando Xena entró, la reina se detuvo, sus pálidos ojos se movieron entre los
dos—. Mi vida ha cambiado.

Xena la miró, luego volvió la cabeza y miró a Perdicus.

—Pensé que te había dicho que hicieras algo útil.

Perdicus la miró indeciso.

—Bueno, yo...

—Largo —dijo Xena, clavándole a Perdicus una mirada hosca—. O comienza


a gritar. Escoge. —Ella avanzó hacia él, le agarró del brazo cuando él vaciló y
lo lanzó fuera de la cabina.

—Oye... —protestó—. Sólo estaba…


Xena asomó la cabeza.

—No eres más que un parásito —le dijo—. Deja a Gabrielle en paz o serás un
parásito muerto.

Él la miró.

—Ella no es una esclava. ¡Puede hacer lo que quiera!

—Ella me pertenece. —Lo interrumpió la reina—. Y hace lo que yo quiero que


haga. —Sacó su espada y comenzó a salir de la habitación, deteniéndose
cuando él se dio la vuelta y se alejó rápidamente de ella, desapareciendo en
la bodega de carga donde estaban el resto de los hombres. Durante un largo
rato, ella solo observó las sombras, luego se giró y se apoyó en la puerta,
estudiando a su otra ocupante. La cara de Gabrielle, siempre ridículamente
expresiva, ahora mostraba lo que ella pensaba que era alivio y un poco de
vergüenza—. Y bien

—Hola. —Gabrielle metió sus manos debajo de sus brazos—. Gracias. —Echó
un vistazo a la cabina—. Este lugar está bastante bien, ¿no? 697
La reina entró mirando a su alrededor.

—No está mal. —Estuvo de acuerdo—. Descubrí por qué está tan
malditamente vacío. —Levantó un trozo de pergamino—. La tripulación no
podía darse el lujo de enfrentarse por la carga. Los persas cogieron todo lo
que tenían. —Su oscura cabeza se sacudió de un lado a otro—. Así que se
marcharon.

—¿Simplemente se fueron? —Gabrielle lo encontró difícil de creer.

Xena se acercó a la reja y la miró con curiosidad, inclinándose hacia adelante


para mirar por la escotilla abierta.

—Parece que sí. —Tocó la rejilla mientras resoplaba en voz baja—. ¿Por qué
Hades no pensé en eso? —Gabrielle se acercó a ella, acomodándose contra
el cuerpo de Xena, rodeándola con ambos brazos y abrazándola en reflexivo
silencio. Xena la miró dejando caer un brazo sobre los hombros de Gabrielle
mientras estudiaba la infeliz expresión del rostro de su amante—. ¿Qué te
pasa? —preguntó con su típica falta de tacto—. ¿Tienes el ciclo o algo así?

Gabrielle suspiró.
—No. —Soltó a la reina y se enderezó—. Siento que no vamos a ninguna parte.
Las cosas se vuelven cada vez más raras.

Xena reflexionó sobre eso.

—No vamos a ninguna parte. —Estuvo de acuerdo—. Y la vida apesta ahora


mismo. —Continuó la reina—. Cualquier cosa que tengamos que hacer es
probable que haga que acabemos muertas, y ni siquiera tenemos el lujo de
una puñetera bañera aquí.

—Ah.

—Por otro lado, te amo más que a mi caballo.

La cara de Gabrielle se arrugó en una sonrisa y esta vez abrazó a Xena con
mucho más entusiasmo.

—Bueno, yo te amo más que a nada, incluidos los caballos, ¡hala! —aseguró
a su compañera—. Y sé que, si alguien puede sacarnos de esto, eres tú.
698
Xena disfrutó del abrazo sintiendo un extraño y casi culpable sentimiento de
alivio.

—Guarda esa idea porque esta noche vamos a tirar los dados y, o bien
ganamos todo, o será una mañana de mierda.

—Oh.

—¿Cómo eres de buena atando nudos?

Gabrielle miró a Xena con expresión burlona.

Estaba oscuro y los muelles estaban desiertos cuando Xena se bajó de la


pasarela e hizo una pausa esperando a que Gabrielle se reuniera con ella.
—Jens. —La reina se volvió y se dirigió a su capitán—. Estate atento a mi señal.

—Sí, señora —dijo Jens—. ¿Pero no crees que tal vez deberíamos ir contigo?

—No. —Xena se puso la capucha—. Este es un trabajo para un par de mujeres


pícaras. ¿Lista, rata almizclera?

—Um... por supuesto. —Gabrielle tiró de su capucha y se ajustó el lazo en la


garganta. El silencio de los muelles a su alrededor la hizo estremecerse un poco
y no estaba segura de ser lo suficientemente astuta como para lo que Xena
tenía en mente.

Sin embargo, estaba muy contenta de salir del barco e irse con su amante, en
lugar de quedarse a bordo sola. O más exactamente, no sola. Siguió a Xena
cuando salieron de la pasarela y los soldados la subieron a bordo.

Xena tiró de sus guanteletes, y examinó el muelle vacío, luego se volvió y se


dirigió hacia el centro de la ciudad. Mantuvo sus ojos escaneando a derecha
e izquierda mientras caminaba pegada a los edificios junto al agua,
consciente del silencio como si fuera algo físico. 699
No estaba bien. Sin embargo, no estaba segura de sí la paz irreal se debía a
un bloqueo por parte de las fuerzas de Sholeh, lo cual no era irrazonable
después de la violencia de la noche anterior y su exhibición de la tarde, o si
era algo más siniestro.

Era difícil decidir. Después de todo, no tenía ni idea de cuánto sabía Sholeh, y
como no estaba segura de cuál era el verdadero problema, se había traído a
Gabrielle con ella. Si algo estaba en marcha lo último que quería era tener
que preocuparse por lo que estaría pasando en el barco.

Los hombres podrían cuidar de sí mismos.

Gabrielle, no.

—Entonces. —Xena redujo la velocidad de sus pasos brevemente, mirando la


cubierta de un gran barco de guerra al que se acercaban—. ¿Ves algo allá
arriba?

Gabrielle entrecerró los ojos.

—Veo un barco —ofreció—. Hay luces en la parte posterior.


—Cierto. —La reina estuvo de acuerdo—. Pero no por la pasarela —señaló—.
Ni siquiera un guardia.

—Guau.

—Mm. —Xena se apartó del muelle cuando la pared giró hacia el interior,
acercándose a la plaza en la que había atacado a los soldados. Ahora
estaba oscura y vacía, la plataforma estaba desierta. Se detuvo en la esquina
y permaneció de pie por un momento dejando que sus sentidos se
extendieran en el espacio mientras Gabrielle se acomodaba detrás de ella.
La brisa soplaba por el muelle y le llegaba a la cara y se esperaba un olor a
pescado, sal, y decadencia humana. La basura de la ciudad era arrojada a
las aguas para ser arrastrada hasta el mar, y la mezcla de eso, con el olor a
quemado en algún lugar cercano, le revolvió un poco las tripas. Pero no era
cerca, por lo que se deslizó cautelosamente hacia el espacio abierto y fue
hacia la plataforma, rodeándola con tiento. Hizo una pausa y apoyó las
manos en el borde de la plataforma, alzando su cuerpo para poder observar
la parte superior. Vacía. Soltó su agarre y aterrizó, sacudiéndose el polvo de
las manos mientras se giraba para mirar a Gabrielle—. Nada. 700
—Um. —Gabrielle miró a su alrededor—. ¿Qué esperabas ver?

Xena puso su mano en la espalda de su acompañante y la guio hacia la calle


que conducía a la plaza.

—Si se dieron cuenta de lo que pasó aquí, habría esperado ver un cadáver o
dos arriba —dijo—. Pero está limpio como la punta de tu nariz.

Gabrielle se aclaró un poco la garganta.

—Tal vez no vieron lo que pasó —sugirió—. Creo que tus chicos...

—¿Ocultaron los cuerpos?

—Sí. —Xena lo consideró. Encontró muy poco probable que pudieran matar a
dos de los secuaces de Sholeh a plena luz del día en medio de una multitud,
y hacer que pasara completamente desapercibido. Por otro lado, también
encontraba muy improbable que, a pesar de haber matado probablemente
a una veintena de soldados de Sholeh y haberlos dejado diseminados por la
calle la noche anterior, no había oído ningún indicio de que la estuvieran
buscando, solo a Gabrielle. No tenía ningún sentido. O Sholeh era la única en
todo su maldito ejército con cerebro, o ella y Gabrielle iban a doblar una
esquina y caminar directamente hacia una sorpresa que ninguna de las dos
disfrutaría. Dobló la esquina y se detuvo, pero el tramo de la calle, el doble de
ancho para permitir el paso de los carros hacia los muelles, estaba tan vacío
como la plaza. Los edificios a ambos lados, llenos de mercaderes durante el
día, estaban oscuros y silenciosos, y no sintió nada que llamara su atención
mientras guiaba a Gabrielle por el camino—. ¿Vamos a la posada? —
preguntó Gabrielle después de caminar unos minutos más.

—Sí —dijo Xena.

—Pensé que les habías dicho a los muchachos...

—Lo hice. —La reina llegó a un cruce y miró en todas direcciones—. No quería
que nadie supiera lo que estaba haciendo, excepto yo.

—Oh.

—Y tú —afirmó Xena—. ¿Recuerdas todo eso que te dije sobre no confiar en


nadie? 701
—Sí. —Gabrielle se sintió mucho más feliz de estar donde estaba en ese
momento, que cuando había abandonado el barco—. Y bien, ¿qué estamos
haciendo entonces? ¿Vamos a ayudar a la gente de la ciudad?

—Ya veremos. —Xena giró a la derecha y comenzó a subir por una calle más
estrecha, pasando del silencio oscuro de los muelles, a los sonidos apagados
y las tenues luces de las ventanas cerradas de la parte habitada de la ciudad.
Podía percibir vagos olores a comida desde detrás de las puertas bien
cerradas, y escuchar voces bajas y apagadas. Por alguna razón, la hizo sentir
mejor. Escuchó los sonidos de cascos a lo lejos, y luego el sonido de botas
crujiendo en algún lugar cercano. Tiró de Gabrielle a un hueco en la pared y
la mantuvo quieta mientras los ruidos se acercaban—. Shh. —Gabrielle se
encontró envuelta en la capa de Xena con su cabeza asomando bajo la
barbilla de su compañera. Podía oír los pasos aproximándose y luego las voces
masculinas con ese extraño timbre persa. Sintió que Xena liberaba un brazo
de su agarre y el movimiento cuando su compañera lo extendió sobre su
cabeza para colocar su mano alrededor de la empuñadura de su espada.
Era muy estresante, pero aún con todo, todavía se sentía segura—. Mantén la
cabeza baja —le susurró Xena al oído—. Para que no te la corte.
Eso la hizo estremecerse, aun así, en su corazón, Gabrielle sintió una extraña
sensación de júbilo. Se acurrucó más cerca del cuerpo de Xena e inclinó el
cuello hacia abajo, los latidos de su corazón se aceleraron a medida que las
voces se hacían cada vez más fuertes.

Ella no entendió el idioma. Pensó que tal vez Xena sí, porque la reina resopló
un poco, una exhalación que sintió detrás de sus omóplatos cuando los
soldados llegaron a su altura y se pararon.

Estaban discutiendo. Uno de los hombres, que vestía armadura completa con
el emblema de Sholeh en la sobrevesta, estaba dándole toques con el dedo
al otro hombre en el hombro. Su compañero tenía los brazos abiertos y
protestaba en voz alta y enojada.

Gabrielle reconoció el nombre de Xena en los gritos y sintió que otro bufido se
abría paso a través del pecho de su compañera, pero no tuvo tiempo de
reflexionar sobre eso porque el primer soldado le dio un gran empujón al
segundo y este retrocedió y cayó justo en las botas de Xena.

—¡Ahgh, bastardo persa! —gritó el hombre, pateando con sus botas mientras 702
el otro soldado se acercaba y se estiraba para ayudarle. Alcanzó al hombre
en la ingle y comenzó a levantarse, pero el soldado se recuperó y sacó su
espada curva, lanzándose hacia adelante en un ataque.

Gabrielle sintió que Xena comenzaba a moverse y se agarró al borde de la


entrada en la que estaban cobijadas, apartándose del camino mientras la
reina desenvainaba su espada y daba un paso adelante enfrentando al
soldado persa en un violento y feroz bloqueo silencioso.

El acero sonó contra el acero.

Gabrielle presionó la espalda contra la pared y miró a su alrededor, esperando


encontrar una piedra o algo que pudiera usar en caso de que lo necesitara.
Vio una vasija de agua y, creyendo que era mejor que nada, se abalanzó
sobre ella, la agarró por sus anchas asas y se giró justo a tiempo para
retroceder cuando el segundo soldado trató de agarrarla.

—¡Eh!
—Ven, ven aquí... —dijo jadeando—. Eres mi billete para salir de aquí,
pequeña... ¡Eres la que ella quiere! —Él la agarró del brazo y ella lo empujó
hacia atrás con la vasija—. Para... ¡Ven aquí!

—¡Déjame en paz! —Gabrielle saltó fuera de su alcance blandiendo la vasija


con toda la velocidad que podía reunir. Golpeó los dedos extendidos del
hombre con un chasquido y este aulló de dolor justo cuando los sonidos a su
alrededor comenzaron a aumentar a medida que el ruido hacía que las
puertas se abrieran y las cabezas se asomaran por las ventanas.

Sujetándose los dedos, el hombre fue a por ella con rostro enojado.

—Por qué pequeña…

Gabrielle volvió a blandir la vasija, golpeándolo en el hombro mientras él


medio se apartaba. Vio a Xena peleando furiosamente con el otro soldado, y
detrás de la reina, había cuerpos acercándose rápidamente a ellos. Se
agachó bajo el brazo oscilante del hombre que trataba de atraparla y corrió
hacia la reina cuando el primero de los soldados llegó hasta ellos.
703
—¡Xena!

—¡Ahora estoy ocupada!

—Pero...

—Los veo. ¡Muérdeles en los tobillos o algo así!

Gabrielle hizo lo que pudo, que consistió en tomar impulso y arrojar su vasija
de agua al soldado tan fuerte como pudo, tropezando hacia atrás cuando la
fuerza de su sacudida la hizo perder el equilibrio. Se estrelló contra algo duro
detrás de ella, luego cayó al suelo con un pesado cuerpo encima.

—¡Au! —Se puso de pie y se alejó apresuradamente de los brazos que se


sacudían intentando agarrar su ropa, solo para ser detenida por una mano
que la cogió de su cinturón—. ¡Oye!

—¡Muévete! —Xena se dirigió de nuevo al camino, casi cargando con ella


mientras evadían las puntas de lanza de seis tercos persas—. No sabía que
pudieras lanzar tan bien una olla, rata almizclera.
—¡Buh! —Gabrielle se apresuró a mantener el equilibrio y seguir avanzando.
Podía oír a los soldados pisándoles los talones y señaló un estrecho pasadizo—
. Eso va a...

—Genial. —Xena la empujó por la pequeña abertura y se giró, quedándose


de espaldas a ella y su espada en dirección a los persas, quienes se
apresuraron a detenerse a tiempo y enfrentarse con ella—. Debo sacar la
basura primero, ¡cuida mi espalda!

Gabrielle se dio la vuelta pudiendo ver poco más que eso. Buscó en el suelo
algo para agarrar, encontrando, que todo lo que tenía a mano, era un trozo
de piedra del tejado. La luz de la luna destelló en la espada de Xena, oyó reír
a la reina y ella deseo como el Hades que eso significara que iban a estar bien.

Una lanza pasó volando junto a Xena, haciendo que Gabrielle se sobresaltara,
pero el arma rebotó contra la pared y cayó a sus pies con un estruendo. Ella
la miró.

—Supongo que es uno de esos caballos a los que no hay que buscarles cosas
en la parte trasera, ¿eh? —Tiró su piedra y recogió la lanza, extendiendo sus 704
manos como Xena le había enseñado y girándose para enfrentar la batalla.
—¡Tengo una lanza!

—¡Genial! —Xena destripó a un oponente y pateó su cuerpo para sacarlo de


su espada—. ¡No me claves eso en el culo!

—¡No lo haré! —Gabrielle agarró mejor la lanza y la observó con ansiedad,


mirando detrás de ella cuando le pareció haber escuchado algo que se
acercaba.

Sombras.

Se giró para enfrentarlas, poniéndose casi espalda con espalda con la reina.
Levantó el arma y se preparó para lo que viniera, decidida a estar a la altura
de la confianza que Xena había puesto en ella, sin importar lo que tuviera que
hacer.

Sin importar el qué.


Una figura oscura salió de entre las sombras hacia ella, y ella empujó la lanza
al frente, doblando sus rodillas mientras se preparaba para recibir el impacto
de una colisión.

—¡Yah!

La figura se detuvo vacilante.

—¡Gabrielle! —Lennat agitó sus brazos tratando de evitar chocar con ella—.
Espera. ¡Te encontré!

—¡Lennat! —siseó Gabrielle—. ¡Deberías salir de aquí! ¡Todos nos persiguen!

—¡Lo sé! —Él cautelosamente rodeó la punta de la lanza—. ¡Escucha, ven


conmigo! Sé dónde podéis esconderos... ¡Ya casi han destrozado la posada 705
buscándoos!

Gabrielle se dio media vuelta y retrocedió un paso cuando Xena sacó su


espada del último de los soldados y se dirigió inesperadamente hacia ella.

—¡Ah!

—Muévete. —La reina tropezó con ella con impaciencia—. Clávale tu atizador
en las bolas al chico posada si no se quita de en medio.

—P... —Gabrielle miró la lanza, luego a Lennat quien retrocedió


rápidamente—. ¿A dónde vamos?

—Lejos de esos soldados muertos. —Xena limpió la espada en su capa y la


envainó. Captó a Lennat mirándola algo horrorizado y le obsequió con una
sonrisa sexy—. Apuesto a que te alegras de no ser mi esclavo de colada, ¿eh?

—Uh. —Lennat echó un vistazo más allá de ella—. No. Quiero decir, sí. —
Comenzó a caminar rápidamente—. Hay un almacén... Podéis esconderos allí.

—¿Escondernos? —Xena se rio entre dientes—. Si, vale. Adelante. —Se


enderezó la capa—. ¿Han destruido tu posada?
Gabrielle simplemente se concentró en evitar que su lanza se enredara con
las largas piernas de Xena y no tropezarse con ella mientras se apresuraba a
seguir el ritmo de los otros dos. Era consciente de que Lennat estaba
respondiendo a la reina, pero pasó por alto la conversación mientras
intentaba entender lo que estaba sucediendo.

Sonó un cuerno a lo lejos. El sonido parecía tener una nota triunfal y miró
rápidamente a su amante que ladeó la cabeza para escuchar.

—¿Qué es eso?

Xena la miró.

—Un cuerno. —Gabrielle suspiró—. No estoy segura. —Suavizó la reina—. Pero


no me gusta cómo ha sonado. —Avanzaron por el callejón siguiendo a Lennat
mientras las paredes se estrechaban y solo les permitían moverse en fila india.
El sonido de los cuernos se hizo más fuerte y más frecuente y, para cuando
llegaron al final de la calle, había una sensación de movimiento en las calles
a su alrededor. Xena permaneció de pie en las sombras y observó, viendo
figuras oscuras, algunas llevando armadura, todos dirigiéndose hacia el 706
interior, hacia el centro de la ciudad. Un hormigueo de aprensión hizo que sus
omóplatos se contrajeran y se volvió a poner la capucha—. Vamos a ver qué
está pasando.

Lennat la miró como si estuviera loca.

—Ellos...

Xena simplemente pasó junto a él, permaneciendo en las sombras lo más que
podía. Escuchó el intercambio de algunas palabras detrás de ella seguido del
ligero golpeteo de las botas de Gabrielle mientras su amante la seguía por la
calle.

—Quédate cerca de la pared —advirtió.

—De acuerdo —susurró Gabrielle sosteniendo la lanza como si fuera su vara y


moviéndola junto con sus pasos—. ¿A dónde vamos?

—Dondequiera que todos los demás van —murmuró la reina, observando a


un pelotón de soldados moverse a paso rápido, alzando la voz con
entusiasmo.
—¡Los tienen! —dijo uno de los hombres mientras pasaba junto a Xena y
Gabrielle, corriendo rápidamente tras un escuadrón de sus compañeros—.
¡Sabía que los cogerían!

Xena esquivó un casco abandonado en la calle y se ajustó un poco más su


capucha mientras tomaban el sendero que conducía a la posada y subían la
pendiente que iba desde los muelles hasta la muralla y las puertas. Estaba
claro que era hacia donde se dirigía la multitud, y su altura le permitió ver en
la parte superior del camino un grupo de antorchas a la cabeza.

— Si todos ellos están contentos, eso no es bueno para nosotros, ¿eh? —


preguntó Gabrielle de repente.

—¿Aprendes rápido, ¿verdad? —Exhaló Xena, frotando distraídamente la


sangre seca de sus manos con el borde de su capa. Vio un callejón más
pequeño a la izquierda, y tiró de Gabrielle hacia él, sacándolas del creciente
flujo de cuerpos—. Vayamos por esta ruta.

A ojos de Gabrielle, el nuevo camino parecía mucho más empinado y un


poco espeluznante, pero siguió a Xena y comenzaron a subir por él, apoyando 707
las manos en las paredes a cada lado para mantener el equilibrio. Estaba
oscuro, y ella podía sentir la tensión en sus piernas.

—Uff.

Sin mirar atrás, la reina se acercó y agarró la parte de atrás del cuello de su
capa y empezó a tirar de ella, sus largas piernas las subieron a las dos con un
esfuerzo aparentemente mínimo. Al final del callejón pudo ver una pared que
bloqueaba su camino casi de su misma altura y, más allá de eso, el espacio
estaba iluminado con antorchas parpadeantes.

—Shh.

Gabrielle presionó contra ella cuando llegaron a la pared del final, apoyando
la espalda contra la piedra y volvieron a mirar por donde habían venido. La
cuesta era más empinada de lo que había imaginado y apoyó su lanza contra
los ásperos adoquines mientras recuperaba el aliento.

A su lado, sintió que Xena se movía y levantó la vista para ver a la reina estirarse
para mirar por encima de la pared. De pronto, se le ocurrió que la elección
de ruta de Xena no había sido aleatoria, y se volvió para mirar a su amiga justo
cuando la reina soltaba una maldición feroz y sincera.

—¿Qué pasa? —preguntó Gabrielle mientras Xena giraba deslizándose por la


pared y se detenía con las botas apoyadas en la pendiente y la cabeza
apoyada en las manos. Cuando no hubo respuesta, miró rápidamente a su
alrededor y vio una caja de madera contra la pared y la arrastró para poder
subirse en ella.

Su equilibrio era precario. Se sujetó a la pared y se puso de puntillas, lo


suficiente para mirar por encima y ver qué había más allá. Al principio, sus ojos
parpadearon con fuerza, acostumbrándose a la brillante luz de las antorchas
alrededor de la gran plaza central que recordaba haber pasado.

Como entonces, también ahora estaba llena de gente, soldados en su


mayoría con gente de la ciudad en los alrededores y en la plaza central, frente
a las puertas abiertas, había un gran grupo de soldados montados que
rodeaban a un grupo de cautivos.

Gabrielle frunció el ceño, luego entrecerró los ojos y se concentró en el primer 708
cautivo del grupo, una sensación de conmoción hizo que su piel se calentara,
y luego se enfrió.

—Oh, Dios mío —susurró—. ¡Es Brendan! —Mientras miraba horrorizada, los
soldados persas condujeron a los hombres de Xena al centro de la plaza, con
una risa audible incluso desde donde estaba parada. Ella no podía entender
qué era tan gracioso. Brendan y sus hombres estaban desarmados y
enlodados, pero llevaban la espalda recta y la cabeza alta, la fuerza de
cincuenta aparentemente intacta desde la última vez que los habían visto—.
Oh no.

—Idiotas —murmuró Xena apenas audible.

Gabrielle se volvió, bajando precariamente de la caja y sentándose sobre ella,


dejando que su mano descansara sobre el hombro de Xena.

—Vaya, pensé que ya habrían regresado a la fortaleza... ¡No me puedo creer


que hayan sido capturados!

Xena se enderezó y apoyó la cabeza contra la superficie de piedra de la


pared.
—No puedes, ¿eh? —Exhaló— Estúpidos pedazos de estiércol descerebrados.

—Oh, Xena. —Gabrielle le frotó la espalda—. Estoy segura de que hicieron un


gran esfuerzo.

Xena giró la cabeza hacia un lado y la miró, sus labios se tensaron con
sarcasmo.

—Sí. —Dejó que sus manos descansaran sobre sus rodillas—. ¿Qué demonios
voy a hacer ahora? —preguntó—. Probablemente comiencen a cortar en
pedazos a esos bastardos antes de la mañana.

—No puedes dejar que hagan eso.

Xena suspiró una vez más.

—No, no puedo —estuvo de acuerdo—. Si lo sé yo, y lo sabes tú, ¿quieres


adivinar quién más lo sabe?

Gabrielle frunció el ceño. Luego se levantó y volvió a su caja, mirando por 709
encima de la pared de nuevo. Los persas habían empezado a atar a los
prisioneros a las estacas de la plaza mientras filas de soldados esperaban con
las ballestas levantadas, vigilando a la multitud y el área a su alrededor.

—No entiendo.

Xena se apoyó en la pared junto a ella, con los ojos apenas visibles en la parte
superior.

—¿Por qué tomar prisioneros?

—¿Qué?

—¿Por qué tomar prisioneros enemigos? —preguntó la reina nuevamente —.


Yo simplemente los mato —dijo.

—Oh.

—A menos que quisiera conseguir algo de ellos, o usarlos como cebo. —


Continuó la reina—. Y ya que todo lo que Sholeh quiere, ella puede más o
menos tomarlo, supongo que esos pobres bastardos son el cebo en el agua.
Gabrielle apartó la mirada mientras Brendan era izado por sus manos atadas
para colgarlo en un trípode de postes de madera.

—¿Qué quiere ella con ellos?

—A mí. —Xena se encogió de hombros.

—¿Para qué te unas a su ejército otra vez? —La voz de Gabrielle se elevó.

—No —murmuró la reina—. Creo que se ha dado por vencida con eso. Creo
que me quiere muerta o desacreditada, y se da cuenta de que, si comienza
a matar a mis hombres, o saltaré frente a esas flechas para ayudarlos o me iré,
y conmigo esa estúpida reputación mía.

—Pero... —Gabrielle comenzó a protestar, luego se calmó—. Oh —dijo—.


¿Quieres decir que, si no haces nada, entonces...?

—Es condenadamente gracioso. —Xena movió los dedos—. Pensaba que


había hecho un buen trabajo siendo una completa cabrona. ¿Qué Hades
salió mal? 710
—Eres un héroe.

—Cállate.

Gabrielle se volvió y la miró con una expresión seria en su rostro.

—Xena, lo eres —dijo—. Deja de fingir que no es así. —Vio los ojos pálidos fijarse
en ella recorridos por sombras—. Eso es lo que querías decir con lo de tu
reputación, ¿no? Esos hombres te son leales porque saben que te preocupas
por ellos.

—No lo hago —le respondió Xena bruscamente—. No sabes de qué estás


hablando. Solo son estúpidos soldados, y esto es la guerra, Gabrielle. No
puedes preocuparte por las personas que vas a ver muertas.

—Entonces, si no te importan, puedes irte y dejar que los maten, ¿verdad? —


La voz de Gabrielle se suavizó—. Todo esto no es nada más que “así es la
guerra” y no te importa. Son solo un grupo de tíos. —Xena se volvió y miró hacia
la plaza sin responder—. No creo que eso sea cierto —dijo finalmente
Gabrielle.
La reina suspiró y apoyó la cabeza contra la fría piedra.

—La verdad es que no sé lo que es verdad y lo que ya no lo es —dijo—. Solía


pensar que sabía quién era yo. —Se enderezó—. Maldita sea sí sé quién soy
ahora. —Sus ojos se movieron hacia la plaza—. Vámonos. —Se volvió y
comenzó a bajar por el callejón.

Gabrielle miró a los hombres y al sufrimiento de Brendan. Luego, lentamente,


bajó de la caja y agarró su lanza, siguiendo a Xena mientras la reina se
adentraba en las sombras.

Justo estaban terminando de apagar los incendios cuando Xena y Gabrielle


regresaron a la posada. Sin embargo, en lugar de caminar hacia la puerta, la 711
reina se dio vuelta y se deslizó dentro del establo, la puerta mal colgada se
estremeció bajo su toque.

Gabrielle dudó. Xena no le había pedido que la siguiera y, aunque por lo


general lo habría hecho, algo dentro de ella le dijo que no debía ir tras ella.
Esperó unos momentos solo para asegurarse de que Xena no regresaba, luego
respiró hondo y caminó hacia la posada.

Qué rara era la vida, ¿verdad? Se sentía muy cansada y realmente deprimida
y tuvo que extender una mano para mantener el equilibrio mientras casi
tropezaba con los irregulares escalones. Ni siquiera tenía la energía suficiente
para preguntarse qué iba a hacer Xena respecto al desastre en el que se
encontraban, solo esperaba tener la oportunidad de recibir algunos abrazos
antes de que todo terminara.

Eso es todo lo que ella quería, de verdad. Gabrielle suspiró de nuevo. Eso y tal
vez un baño caliente, y una sonrisa de Xena. No era pedir demasiado de la
vida, ¿verdad?
Tal vez lo fuera. Sus ojos vagaron sobre los soportes de madera resquebrajados
y las persianas rotas. Tal vez no era justo para ella obtener lo que quería
cuando todos los demás tenían que sufrir.

Y la gente había sufrido. La oscuridad enmascaró los detalles, pero cerca de


la pared exterior había figuras inmóviles bajo mantas, y vio a dos hombres
arrodillados frente a una joven que sollozaba, agarrándose torpemente el
brazo cubierto de sangre.

Los persas habían sido brutales y Gabrielle sintió que su corazón se hundía al
darse cuenta de que ella y Xena eran la razón. Los soldados las habían estado
buscando y habían dejado tras de sí muerte y dolor debido a que sus objetivos
se habían escapado, dejando que la gente de la posada sufriera.

Se sintió avergonzada, más aún cuando vio a dos niñas saliendo de detrás de
la posada llorando y aferrándose la una a la otra. Dos chicas, asustadas y
desconcertadas que la devolvieron un impactante recuerdo del momento en
que la habían cogido a ella y todo lo que había tenido para aferrarse era la
mano temblorosa de Lila.
712
Tragó saliva cuando las dos pasaron junto a ella sin apenas verla mientras
miraban a su alrededor con horror y ella recordó vívidamente ser una niña
aterrorizada, mirando un mundo que se había vuelto de forma repentina
brutalmente cruel.

Luego miró hacia el suelo y exhaló antes de seguir caminando, pasando junto
a un cuerpo inmóvil y acurrucado con una lanza que sobresalía de él y un
hombre simplemente sentado a su lado mirando más allá de ella con ojos
ciegos.

Se detuvo en la puerta apoyando la mano en la superficie de madera, luego


se dio la vuelta y se apoyó de espaldas contra la pared, el olor de las cosas
quemándose llenó sus pulmones dejando un sabor amargo en la parte
posterior de su lengua.
Xena apenas se dio cuenta de lo que estaba haciendo mientras cogía un
puñado de paja y comenzaba a frotar el desaliñado pelaje de Parches. El
pony la miraba con leve sorpresa, evidentemente preguntándose qué había
hecho para merecer tal atención.

Maldita sea si ella lo sabía. Sus manos se movieron automáticamente


peinando su grueso abrigo mientras se inclinaba un poco contra su pequeño
cuerpo, deseando el contacto simple y poco exigente.

En el silencio a su alrededor, escuchó los ecos de la condena. Sus opciones


parecían haberse agotado y, mientras estaba ahí acariciando el cuello de
Parches, reconoció uno de los pocos momentos de su vida en el que
realmente sentía ganas de sentarse y llorar.

No. No podía. Era demasiado vieja y estaba demasiado hastiada, y sabía


mejor que la mayoría, que la vida apestaba a veces, no había lágrimas dentro
de ella.

¿O sí había? Sentía una banda apretarse dolorosamente alrededor de su


pecho, y le dolía la garganta, provocándola. 713

Dioses, ella quería. Xena dio un paso atrás y se deslizó hacia abajo para
sentarse con la espalda contra la pared y sus rodillas levantadas con los brazos
apoyados sobre ellas.

—¿Sabes qué, enano? —Parches se acercó a donde estaba sentada,


mordisqueando el heno con desinterés mientras sus limpios y pequeños cascos
se asentaban cerca de sus botas—. La he cagado. —Continuó la reina con un
suspiro—. La he cagado con tantas cosas esta vez que no tengo ni idea por
dónde empezar a contarlas, y mucho menos arreglarlas. —Parches le dio un
golpecito en la pierna con la nariz. Xena acarició el lado de su mejilla con una
mano—. ¿Qué voy a hacer, pequeño? —Reflexionó—. ¿Sabes lo que debería
hacer? Debería agarrarla a ella, y a ti, y simplemente escabullirnos de aquí. —
El pony mordisqueó sus dedos, lamiéndolos esperanzado mientras movía sus
cascos, ladeando sus orejas mientras la escuchaba—. Debería hacerlo. Solo
los dioses saben que soy tan útil aquí como los pezones de un toro. —Pensó en
las palabras brevemente—. ¿Quieres escuchar algo loco? —Parches resopló
suavemente, y husmeó, empujando su cabeza contra su pecho. Xena se
inclinó y acercó sus labios a una oreja—. Ya no quiero ser reina. —La oreja del
pony se tensó violentamente y él negó con la cabeza—. No quiero deberle
nada a nadie, ¿sabes? —Levantó la vista a su ojo líquido y redondo—. Ya no
quiero tener que tomar las malditas decisiones. ¿No es patético? —Parches
parecía entender, o al menos, le dirigía una mirada tan comprensiva como
sus rasgos equinos eran capaces de mostrar. Él se acercó y la golpeó
bruscamente con la nariz, su cálido aliento agitó su cabello ya despeinado—.
¿No soy patética? —Exhaló Xena cerrando los ojos y cediendo a la
desesperación, dejando que su cabeza descansara contra una mano
mientras dejaba que los ecos de sus palabras se perdieran en las sombras.

—¡Gabrielle! —Lennat la miró sorprendido cuando entró por la puerta y la vio


allí de pie—. ¡Habéis vuelto! —Miró a su alrededor—. Donde... Uh...

Pasó un minuto antes de que pudiera salir de la nube de depresión que se


había apoderado de ella. 714

—Um... —Gabrielle se volvió para mirarlo—. Ella está planeando —dijo después
de una pausa—. Vaya, es cierto que pasaron por aquí, ¿eh?

—Lo hicieron. —Lennat se acercó y se apoyó en la pared junto a ella—. ¿Pero


sabes qué? Nadie dijo nada —añadió—. Nadie les dijo nada de ti o de ella.

Gabrielle vio a algunos de los hombres regresar por el patio.

—No parecen enfadados —comentó cuando uno de los hombres la vio y se


enderezó, pasándose las manos por el pelo y sonriéndole tímidamente—. ¿No
les importa todo este desastre?

Lennat se pasó una mano por la cara.

—No lo sé —confesó—. Supongo que ha sido tan horrible estar bajo sus botas
que se siente bien verlos un poco jodidos.

—Un poco. —Gabrielle lo miró—. Pero no tanto. —Echó un vistazo más allá de
él y bajó la voz—. Tienen a algunos de los hombres de Xena.
—Sí, lo hemos oído —dijo el hombre rubio—. Pero eso no es problema,
¿verdad? Ella los recuperará, y entonces estaremos listos. —La confianza en su
voz la sorprendió. Gabrielle se quedó sin aliento cuando se dio cuenta de que,
de algún modo, de alguna manera, esta gente a la que apenas conocían, se
había creído la misteriosa invencibilidad de su amante en el momento más
inoportuno—. ¿Sí? —Lennat asintió—. ¿Estaba furiosa?

¿Furiosa?

—Oh, ¿por sus chicos? —Gabrielle logró responder—. Uh... Sí, sí lo estaba. —Se
apartó de la pared—. Estoy... Iré a ver si ha terminado con ella... con la
planificación. —Su corazón latía rápidamente, podía sentirlo dentro de su
pecho, una sensación incómoda que la hizo querer frotar el punto encima de
él.

En cambio, comenzó a caminar.

—Gabrielle, espera. —Lennat la siguió—. ¿Qué...? Quiero decir, ¿hay algo que
podamos hacer para ayudar? —preguntó—. ¿Podemos... Uh... conseguir
algunas armas o algo? Quiero decir, tú eres la experta. 715

Gabrielle resistió el impulso de mirar a su alrededor para ver con quién estaba
hablando Lennat.

—¿Qué?

—Nos lo contaste. —Él extendió su mano para tocar su brazo—. Nos contaste
cómo Xena fue contra toda lógica y ganó, Gabrielle. Todos lo oyeron.

—Bueno, lo hizo, pero...

—Y después de lo que pasó en los muelles, eso lo demuestra. Sabíamos que


podría dirigirnos para deshacernos de esta escoria —dijo Lennat con un tono
de certeza—. Ella es todo lo que dijiste que era.

Gabrielle lo miró con tristeza.

—Ella no es... bueno...

—Solo queremos ser parte de las cosas —dijo con fervor su compañero—. Sé
que no somos soldados, y tal vez ella no cree que podamos hacer mucho,
¡Pero podemos! Conocemos la ciudad y haremos lo que sea necesario. Lo que
sea que ella quiera que hagamos.

Lo que sea que ella quiera que ellos hagan. La mujer rubia sintió que se le
retorcían las tripas.

—Lennat, estos tipos son realmente malos. Podrías salir herido... Tal vez muerto.

—Nadie más está haciendo nada. Queremos cambiar las cosas. —Se acercó
a ella—. Como en tu historia.

Su historia. De repente, Gabrielle deseó haber nacido muda, como el niño que
se había ocupado de los bueyes en Potedaia.

—Ah eh —murmuró—. Uh... Por ahora, supongo... Si pudieras... ¿escuchar? ¿a


los soldados? Quizás puedas averiguar algo que a Xena le gustaría saber.

Lennat se animó visiblemente.

—¿En serio? 716


Rebuscó en su pequeño bagaje de experiencias.

—Sí —dijo ella—. Como, eh... cuando cambian los turnos de vigilancia... ¿Algo
así?

El hombre se dio una palmada en la cabeza.

—Por supuesto... Claro. —Estuvo de acuerdo—. Eso tiene mucho sentido.


Supongo que es por eso que eres su bardo, ¿eh?

¿Su bardo?

—Um... Cierto. —Gabrielle le dio una palmadita en el brazo, luego escapó


medio corriendo, medio cayéndose por los escalones, sus piernas temblaban
mientras cruzaba el patio quemado y destrozado, los fuegos apagados
proyectaban largas sombras enmascarando su camino mientras se abría paso
hacia el granero.
Xena oyó que se abría la puerta. Sin embargo, mantuvo los ojos cerrados, ya
que sabía que era Gabrielle quien entraba y esperó en meditabundo silencio,
mientras los suaves pasos cruzaban el suelo y se acercaban a ella. Escuchó a
su amante acariciar a Parches, y el suave sonido de su voz mientras
murmuraba al pony antes de colocarse de rodillas al lado de Xena.

Después de un momento de silencio incómodo, su mejilla se calentó con un


toque suave, y con eso la mente de Xena se recompuso. Dejó que sus ojos se
abrieran.

—Ey.

—¿Estás bien? —preguntó Gabrielle con voz preocupada—. Chico, me


asustaste allí.
717
—Bien. —Xena respondió suavemente—. Me gusta asustar a la gente.

Gabrielle se sentó a su lado, hombro con hombro.

—No esa clase de susto —dijo ella—. Estaba preocupada por ti cuando te vi
allí sentada. —Cogió la mano de Xena y se la frotó—. Te sientes tan fría.

Xena extendió una pierna, su bota terminaba entre las patas delanteras de
Parches.

—¿Yo?

—Tu. ¿Puedo traerte una manta o algo así? —Gabrielle se acercó más y
presionó su cuerpo contra el de la reina, sintiendo el inusual frío en los lugares
donde se tocaban sus pieles.

—No, estoy bien —dijo Xena, no muy segura de sí lo estaba o no—. Solo tengo
ganas de matarme a mí misma, eso es todo.

—Pff —Gabrielle se giró un poco y se estiró para tocar el pecho de Xena—.


Eso no es divertido.
—No me estoy riendo. —Xena apoyó la cabeza contra la pared mientras
estudiaba a su compañera—. Tenemos que salir de aquí —dijo—. Así que esto
es lo que vamos a hacer. Vas a recoger tus cosas y yo voy a poner los arreos
a este maldito enano tuyo, y vamos a bajar al barco.

—Um.

—Y luego, navegaremos fuera del puerto, y espero por Hades todavía


acordarme de cómo navegar. —Terminó Xena—. ¿Te parece bien?

Gabrielle la miró en la penumbra con su rostro medio oculto en las sombras.

—¿Nos vamos?

—Sí.

—¿Así sin más? ¿Qué hay de Brendan?

—Corrió el riesgo —dijo Xena—. No estoy siendo la reina hoy. Solo quiero
dejarlo. —Exhaló después de terminar de hablar, tragando mientras el 718
agotamiento que había mantenido a raya durante demasiado tiempo se
asentaba sobre ella—. Tal vez te enseñe a pescar. ¿Te gustaría?

Gabrielle abrió la boca para hablar y luego volvió a cerrarla. Podía ver el perfil
de Xena y, al mirarla de cerca, vio el cansancio que no había visto antes
enmascarado en la energía oscura de la reina. La protesta que había
empezado a hacer murió sin ser pronunciada y en su lugar extendió la mano
para acariciar la mejilla de Xena.

—Me gustaría.

Los ojos de Xena la miraban intensamente.

—¿No crees que soy una perdedora por huir? —preguntó—. ¿Te estoy
decepcionando? Un pésimo final para una historia, ¿no? —Gabrielle pensó en
la gente de fuera, y en los hombres atados a las estacas, y sobre sus propias
palabras que relataban con orgullo el heroísmo de su amiga y, mirando a
Xena a los ojos, se dio cuenta de algo un poco vergonzoso sobre si misma que
hizo que se le revolvieran las tripas—. ¿No es así?

—No me importa —dijo Gabrielle después de una larga pausa.


Xena esperó, pero cuando el silencio se alargó, finalmente se acercó y tomó
la mano que Gabrielle había dejado caer sobre su muslo y la sostuvo.

—¿No te importa?

Los suaves ojos verdes se levantaron y se encontraron con los de ella.

—Si eso significa que no te voy a perder, no me importa. —Gabrielle se detuvo


y tragó saliva—. De todos modos, nunca quise ser bardo. —Parches extendió
su cuello y mordisqueó el pálido cabello de Gabrielle mientras las dos mujeres
permanecían sentadas juntas en silencio. Xena puso su brazo alrededor de los
hombros de Gabrielle y la abrazó mientras los sonidos de afuera comenzaban
a desvanecerse y los cuernos de los guardias resonaban débilmente. Gabrielle
parpadeó varias veces, incapaz de ver en la penumbra mientras escuchaba
el latido de Xena justo debajo de su oreja derecha. Ella ya no se sentía ansiosa.
Su mente estaba reflexionando sobre la idea de subir al barco con Xena y
pasar algún tiempo en la agradable habitación que había encontrado. Era
completamente egoísta, comprendió Gabrielle—. Gracias por pensar en
Parches —dijo después de un momento—. Lo echaría de menos.
719
Xena descansó su cabeza contra la de su amante. Exhaló lentamente y luego
miró a su alrededor.

—Bueno, vamos a ponernos en movimiento —dijo—. Antes de que alguien


tenga alguna idea estúpida. —Reunió su fuerza y se enderezó, mordiéndose
el labio inferior mientras su cuerpo, ahora rígido, gritaba en señal de protesta.

—Xena, ¿estás...?

—Shh —gruñó la reina.

Gabrielle guardó silencio, pero podía sentir la tensión en el cuerpo bajo sus
manos y frotó suavemente la espalda de Xena, sintiendo un leve escalofrío al
tocarla. Después de algunas respiraciones, la tensión se relajó un poco y soltó
su agarre cuando la reina comenzó a ponerse de pie.

Xena estaba herida, lo notaba. La reina normalmente se movía de una


manera suave, fácil, con poco esfuerzo, y verla ahora poniéndose en pie
lentamente era doloroso de ver.

—Xena...
—Dije shh. —La armadura de Xena se colocó en su sitio cuando se puso de pie
y se estiró poniendo sus manos sobre el lomo de Parches para estabilizar su
equilibrio—. Déjame ser una vieja perra en paz, ¿eh? —Lentamente flexionó
una pierna y luego la otra, respirando profundamente mientras su espalda casi
se quedó agarrotada. Otra maldita buena razón para escabullirse del lugar,
antes de que tuviera que intentar luchar y terminara cayendo sobre su trasero.
Con un suspiro, le dio unas palmaditas al lomo del pony y lo rodeó rígidamente,
yendo hasta la puerta del establo y abriéndola lo suficiente como para mirar
hacia afuera. El patio estaba más ocupado de lo que se había esperado.
Hombres y mujeres se arremolinaban, algunos trabajando para eliminar
escombros y otros simplemente hablando entre ellos. Las voces eran muy
bajas, e incluso sus oídos no podían distinguirlas, pero el lenguaje corporal
indicaba tanto entusiasmo como enfado y la hizo pensar. ¿Enfado? Por
supuesto. Los bastardos habían llegado como jabalíes en celo buscándola, y
tenían derecho a estar enfadados con ellos y también con ella. Era el
entusiasmo lo que le parecía raro, y se volvió a medias solo para encontrar a
Gabrielle justo al lado de su codo, mirando por debajo—. Ah. Rata almizclera.

—¿Vamos a salir por ahí? —preguntó Gabrielle—. Nos van a ver todos. 720
—Mm —respondió la reina—. Probablemente no sea una buena idea ya que
no soy muy popular por aquí, ¿eh? —Gabrielle no respondió. Dio media vuelta
y regresó a donde estaba Parches, recogiendo su brida y comenzando a
ponérsela. Xena la miró con la cabeza inclinada hacia un lado mientras
reflexionaba sobre el lenguaje corporal de este lado de la pared del granero.
Después de un minuto, caminó hacia la parte trasera del establo, donde había
amontonada una pila de equipos agrícolas viejos y rotos—. Veamos si puedo
encontrar otra salida.

—Probablemente sea una buena idea. —Gabrielle terminó de abrocharle la


brida a Parches y quedó allí de pie acariciando su mejilla mientras él sacudía
la cabeza un poco.

Xena levantó trozos de madera y metal y los arrojó a un lado.

—Están enfadados conmigo, ¿eh?

—No.

La reina se detuvo y se giró.


—¿No?

Gabrielle negó con la cabeza, casi invisible en la penumbra.

—Están esperando que salgas y les digas cómo vamos a vencer a Sholeh —
dijo—. Así que probablemente será mejor si nos vamos por otro lado.

Xena se puso las manos en las caderas, ahora completamente de frente y


mirando a su consorte.

—¿De dónde Hades sacaron esa idea?

—Um... de ti.

—¿De mí?

La mujer rubia asintió.

—Dijiste que volverías aquí, ¿recuerdas? Supongo que piensan que es para
eso. —Comenzó a sacar a Parches de su recinto—. Creo que yo también 721
pensé eso.

—Oye.

—No sé cómo explicárselo ahora. —Gabrielle continuó mientras llegaba hasta


donde estaba Xena—. Así que, ¿puedo ayudar? Parches puede arrastrar
algunas de esas cosas lejos de la pared, creo. —Ella comenzó a tirar del
extremo de una tabla de madera.

Xena no se movió.

—Pensé que dijiste que no te importaba. —Gabrielle continuó tirando del


tablero—. Gabrielle, —La voz de Xena era autoritaria con un toque suave—.
Deja eso y ven aquí. —Obedientemente, su consorte lo hizo, dejando la
chatarra y caminando hacia la reina, con la cabeza inclinada hacia atrás
para mirarla. Xena estudió los ojos sombríos que la miraban con una sensación
de incomodidad—. ¿Y bien? —dijo más bruscamente de lo que tenía
pensado—. ¿Acaso antes solo estabas soltando estupideces? —Sintió que se
le agitaban las entrañas cuando el inesperado conflicto la sacudió—. Te dije
que no me hicieras parecer un puñetero héroe. —Gabrielle bajó los ojos y miró
hacia otro lado. Sus hombros se desplomaron y ella simplemente se quedó allí,
con la cabeza baja, esperando en silencio. La reina extendió la mano y
enredó sus dedos en el pálido cabello de Gabrielle, tirando de su cabeza
hacia arriba y obligándola a que la mirara a los ojos otra vez. Se quedaron allí
mirándose la una a la otra a través de un abismo repentino e incómodo hasta
que, finalmente, la soltó y se apartó—. Vamos. —Volvió a la pila de
cachivaches y comenzó a abrirse paso a través de ella, tirando de las piezas
y lanzándolas, con algo de violencia, hacia la esquina oscura del granero
impulsada por una sensación de oscura confusión. Al menos el movimiento
estaba aflojando su cuerpo y se consoló un poco con eso mientras escarbaba
más profundamente en la basura. Trabajando a su lado, Gabrielle recogía las
piezas más pequeñas y las llevaba con más cuidado al otro lado,
colocándolas cerca de donde estaba el abrevadero. Pasaba junto a Parches
cuando regresaba a donde estaba Xena, dándole un pequeño golpe o
palmadita cada vez. La última pieza que bloqueaba la pared era un enorme
yugo. Xena la agarró, luego se dio cuenta de que había cometido un error
cuando la cosa se balanceó y comenzó a caer sobre ella. Tropezó hacia
atrás—. Gabrielle sal de aq... —El yugo cayó rápidamente y apenas pudo
levantar las manos antes de que el peso le doblara las rodillas y se desplomó
sobre ellas cuando el yugo se estrelló contra sus hombros. Estaba a punto de
colapsar cuando sintió un calor contra su espalda y oyó gruñir a Gabrielle 722
mientras añadía su agarre a la madera. El polvo se asentó alrededor de ellas,
y Xena se tambaleó por un momento, luego recuperó el control sobre su
cuerpo y equilibró el peso del yugo—. Está bien —jadeó—. Cuento hasta tres,
suelto y salto hacia atrás.

—Está bien. —Gabrielle gruño de inmediato—. Uff.

—Uno, dos... —Xena reunió fuerzas y respiró profundamente—. Tres... —


Flexionó su cuerpo y se empujó contra el yugo, sintiendo a Gabrielle
empujando hacia arriba detrás de ella mientras el peso se levantaba de sus
hombros y se lanzaba hacia atrás, llevándose a Gabrielle mientras caían sobre
la paja sucia y aterrizaban a los pies de Parches. El yugo se estrelló contra el
suelo haciéndose astillas y esparciendo polvo y briznas de heno viejo en todas
las direcciones. Parches resopló y retrocedió sacudiendo la cabeza. Xena
parpadeó agitando su mano para despejar el polvo mientras se encontraba
tendida casi en el regazo de Gabrielle con los brazos de la mujer rubia a su
alrededor. Miró a través de la oscuridad y maldijo—. Trasto inútil de...

Gabrielle contuvo el aliento.

—¿Estás bien? —dijo sin pensar haciendo una mueca mientras flexionaba la
mano y encontraba una astilla en ella— ¿Qué pasa?
Xena se relajó abruptamente, dejando que su cuerpo se deslizara sobre las
piernas de Gabrielle inclinándose hacia atrás para mirarla a través de la
oscuridad.

—No hay puerta.

—Oh. —La expresión de la mujer rubia se tensó frunciendo el ceño


adorablemente mientras miraba la pared—. ¿Movimos todo eso para nada?

—Mm. —Gabrielle exhaló audiblemente. Los ojos de la reina estudiaron la cara


de Gabrielle—. Perdón por lo del héroe, rata almizclera —dijo en voz baja—.
La verdad es que se me da mejor ser una tirana estúpida y gilipollas.

Gabrielle le tocó la cara con el dorso de los nudillos.

—Lo que sea que seas, quiero estar contigo —dijo—. Así que supongo que eso
también me hace estúpida.

Los pálidos ojos azules parpadearon hacia ella.


723
—Se suponía que no deberías estar de acuerdo conmigo, Gabrielle. —Suspiró
ofendida—. Se supone que debes decirme lo maravillosa que soy.

—Oh. Lo siento... —Una breve sonrisa arrugó la cara de la mujer rubia, que se
transformó en una mueca cuando flexionó los dedos— Ay.

La reina tomó la mano de su consorte, vio la astilla que causaba el problema


y la capturó cuidadosamente con sus dientes. La sacó sintiendo que Gabrielle
se estremecía al escupir el trozo de madera antes de besar el lugar donde la
había quitado.

El cuerpo de Gabrielle se relajó y se inclinó, apoyando la cabeza en el hombro


de Xena.

Xena exhaló, dejando que sus manos cayeran sobre el suelo de paja mientras
miraba hacia el techo, pensando en la posibilidad de que cayeran arañas
encima de ellas.

—Demasiado tarde para pensar en eso. —Comenzó a ponerse de pie—.


Supongo que saldremos por la puerta principal después de todo. Espero que
tengas un buen discurso preparado, rata almizclera.
—Uh...

Xena se puso de pie, reconociendo el nuevo conjunto de dolores que


acababa de adquirir, y se dirigió a la puerta del granero, agarrando las riendas
de Parches cuando pasaba y tirando del pony tras ella.

—Mueve el culo.

Gabrielle se incorporó, estirando los brazos con una mueca mientras seguía a
Xena hacia la puerta y esperando saber qué decirles a todos antes de que se
abriera.

Chico, la vida apestaba cada vez más.

724
Parte 22

La puerta del establo era pesada y Gabrielle tuvo que esforzarse mucho para
cerrarla, lo que le dio un momento para recobrarse antes de darse la vuelta y
mirar a la multitud que estaba allí delante de ellas.

Xena estaba de pie justo en frente de ella, con una mano en las riendas de
Parches y la otra vacilando entre las ganas de agarrar su espada y las de
cubrirse los ojos, o al menos, así es como interpretó Gabrielle su lenguaje
corporal, al fin y al cabo.

El patio estaba lleno de gente de la ciudad y se habían colocado antorchas


para iluminar el suelo y las puertas del establo, casi como si esperaran que
Xena hiciera una gran entrada a través de ellas. Se sorprendió de ver cuántos
ojos las miraban; parecía que apenas había espacio para estar entre las 725
destartaladas paredes de la pérgola y las puertas de la posada.

A su entrada, la multitud comenzó a moverse hacia ellas, y el sonido de voces


se elevó de emoción mientras los habitantes de la ciudad se acercaban a
donde estaban.

Gabrielle cuidadosamente desempolvó sus manos y se acercó para unirse a


la reina, pasando justo al lado de ella y dándose la vuelta para quedar de
espaldas a la multitud.

—¿Quieres que les diga que nos vamos? —preguntó, levantando la mirada a
la cara de Xena claramente perfilada a la luz de las antorchas.

Xena bajó la mirada hacia ella.

Gabrielle simplemente esperó. ¿Qué otra cosa podía decir? Su corazón le


decía que irse de la ciudad estaba mal, pero era lo suficientemente honesta
consigo misma como para saber que le importaba más estar con Xena que
ayudar a la gente.

Así que, si Xena no quería ayudarlos, eso era todo. Ella haría todo lo posible
por explicárselo y seguirían adelante.
—¿Gabrielle?

Ella se retorció un poco, y volvió a centrar su atención en la reina después de


su deriva momentánea.

—¿Sí?

Xena puso su mano sobre el hombro de su compañera y exhaló, inclinando la


cabeza hacia un lado mientras una expresión sombría aparecía en su rostro.

—Cuando todo esto acabe, voy a desnudarte y darte azotes hasta dejarte sin
sentido —dijo con total seriedad—. Lo juro.

Gabrielle miró rápidamente hacia atrás a la multitud que se estaba reuniendo,


y luego a la reina.

—¿Lo prometes? —susurró tratando de no sonreír.

—Lo prometo. —Xena desvió su atención de su descarada distracción y se


enfrentó a la multitud. Tiró de Gabrielle a su lado y colocó su brazo sobre sus 726
hombros mientras los hombres y mujeres de la ciudad se acercaban más y las
voces se apagaban mientras la estudiaban con absoluta fascinación.

Mientras ella estaba allí parada y ellos estaban allí esperando, Xena sintió una
extraña sacudida dentro de su pecho y sospechó que estaba enfermando, o
algo aún más molesto le estaba sucediendo. Miró las caras frente a ella y
detectó miedo, interés, y lo más sorprendente, esperanza.

Oh chico.

Lennat dio un paso al frente, retorciendo los dedos nerviosamente.

—Su Majestad.

Xena no estaba realmente segura de que siguiera siéndolo. Su ejército se


había dispersado, sus hombres capturados y probablemente torturados a
estas alturas, algún duque probablemente se había apoderado de la
fortaleza, y sus decisiones últimamente habían sido francamente malísimas.

Sin embargo.
—¿Sí? —respondió la reina, ya que parecía probable que nadie más
respondería—. ¿Esta es toda la gente que has podido encontrar?

Lennat se lamió los labios.

—Algunos... —Hizo una pausa, mirando a su alrededor en busca de apoyo—.


Algunos de los nuestros están abajo en la plaza —dijo—. Están pasando
algunas cosas malas allá abajo.

Sin moverse visiblemente, el cuerpo de Xena se puso rígido cuando un


escalofrío le recorrió la espalda.

—¿A mis hombres? —preguntó con la más calmada de las voces.

Lennat asintió después de una pausa.

—Han colgado a dos de ellos en la puerta, dijeron que eso te atraería aquí.

Xena suspiró.
727
—Maldición.

Gabrielle puso su brazo alrededor de la cintura de Xena y le dio un apretón.

—No me puedo creer que aún no sepan que ya estás aquí, Xena. ¿Qué les
pasa?

—No puedo creerme que vaya a hacer lo que voy a hacer —respondió Xena
con otro suspiro—. Tampoco puedo creer que esté comprando en esa
estúpida historia tuya de héroe de mierda. —Cuadró los hombros y se enfrentó
a la multitud de nuevo—. Está bien. —Levantó la voz considerablemente—. Lo
primero que debo hacer es ir a enseñarles a esos estúpidos bastardos por qué
esos hombres estaban dispuestos a meterse directamente en la trampa de
Sholeh por mí.

La multitud susurró e intercambió miradas.

—Quieres decir... pensé que habían sido capturados —dijo Lennat—. Eso es lo
que dijeron los soldados.

—Sí, eso es lo que ellos piensan. —Xena se mordió el labio—. ¿Quién ha visto
la disposición allí? —Cambió de tema—. ¿Tú? —Señaló a un hombre que
levantaba la mano vacilante—. Muy bien, tú y tú, venid aquí. —Soltó a
Gabrielle y se dirigió al lateral del establo donde había una desvencijada
mesa apoyada contra la pared—. Trae esa antorcha, y que alguien traiga un
trozo de pergamino. —Levantó la vista y vio que todos la miraban
boquiabiertos—. ¿Queríais acción? ¡Pues moveos!

Después de un largo y aturdido momento, los hombres se pusieron en


movimiento, una de las mujeres más jóvenes dio media vuelta y corrió hacia
la posada pidiendo pergamino. Lennat se apresuró a ir al lado de Xena e hizo
un gesto a los otros hombres con él y, lentamente, la multitud comenzó a
seguirlo.

Gabrielle se quedó dónde estaba, agarrando la brida de Parches mientras


repasaba lo que Xena acababa de decir. ¿De verdad había querido decir
que Brendan había sido capturado deliberadamente solo para estar donde
estaba? Cuanto más pensaba en eso, más se daba cuenta de que Xena
sabía desde el principio cuál era la verdad.

Por supuesto, Brendan se había metido en problemas. Por supuesto, los


hombres que lo acompañaban habían arriesgado la vida por su amada reina.
728
Ellos morirían por ella. Brendan lo había dicho una vez, despreocupadamente,
como si hubiera estado hablando de la cena.

Por supuesto.

Lo que era inconcebible para ella era que Xena había considerado, aunque
fuera tan brevemente, sencillamente abandonarlos.

Dioses.

Llevó a Parches hacia el establo sintiendo una mezcla de confusión y


consternación por el hecho de que esta mujer que había creído conocer se
había vuelto de pronto un poco extraña para ella.

¿Cómo había podido Xena pensar en abandonarlos? Abrió la puerta y


condujo a Parches a su pequeño dominio, llevándolo al recinto y quedándose
allí con los brazos alrededor de su cuello.

—Guau, Parches. —El pony parecía un poco descontento por estar de vuelta
en su pequeño cubículo. Sacudió la cabeza haciendo tintinear la brida,
mirando hacia la puerta aún abierta. Gabrielle lo acarició suavemente,
sacando su gruesa melena de debajo de una de las correas de la brida—.
Seguro que estamos en un aprieto, ¿eh? —Parches resopló—. No es que
realmente pueda decir nada —admitió Gabrielle apoyada en el pony—. Yo
también estaba lista para alejarme de todo esto, ¿no? Podría haber intentado
convencerla de que no lo hiciera. —Apoyó la frente contra el cuello del
pony—. Ojalá ahora supiera lo que está bien y lo que está mal.

Soltó al pony y se dirigió hacia donde Xena había estado sentada cuando la
había encontrado y se sentó en el mismo lugar, sin querer saber lo que estaba
sucediendo afuera, contenta de sentarse allí y esperar a ver lo que Xena
quería que hiciera.

¿Qué pasaría si Brendan hubiera sido uno de los que habían colgado en la
puerta? Ella sabía lo que era eso. Había visto a las víctimas de la ira de Xena
colgadas de manera similar en varias ocasiones, y no estaba preparada para
pensar en ver al hombre al que había llegado a considerar un amigo colgado
de ese modo.

Se sentía más que un poco enferma del estómago. Apoyó el codo sobre su
rodilla y la barbilla en su puño. Tal vez sería mejor si bajaba al barco y
729
simplemente esperara con el resto de los hombres allí, pensó.

Entonces recordó que Perdicus estaba allí y se lo pensó mejor. Hablar con él
era peor que estar sentada aquí esperando saber lo peor de lo que estaba
sucediendo, ya que al menos aquí no tenía que verlo mirándola y
preguntándose quién Hades era ella ahora.

Ella sí que no lo sabía.

—Gabrielle.

Gabrielle levantó la vista y vio a Xena apoyada en la barandilla del recinto,


mirándola en silencio.

—Oh. Lo siento. —Se puso de pie y esquivó a Parches—. Sólo estaba...

—Alejándote de mi yo malvado. —Concluyó Xena—. No te culpo. Si pudiera


alejarme de mí ahora mismo, yo también lo haría.

Gabrielle se detuvo y se miraron a la cara por encima de la barandilla.


Después de un momento incómodo, se aclaró la garganta.
—Solo estaba trayendo a Parches de vuelta aquí.

Los labios de Xena se retorcieron con sarcasmo, pero simplemente se


enderezó y tiró un poco de su armadura para ponerla en su sitio.

—Voy a ir a los muelles para recoger a los hombres. Quiero que te quedes
aquí. —Xena estudiaba el suelo, negándose a mirar a Gabrielle a los ojos.

Sintió como si la parte inferior de su estómago acabara de soltarse, y Gabrielle


tuvo que tragarse un nudo repentino en la garganta. Las emociones entre ellas
eran, de repente, distintas e inciertas, y eso le recordó un momento después
de haber desafiado a Xena por primera vez, cuando pensó que había pasado
la línea y no había marcha atrás.

Horrible. Aterrador.

—¿Volverás aquí con ellos? —Se las arregló para preguntar con tono suave.

—Probablemente no —respondió Xena.


730
El corazón de Gabrielle palpitaba tan rápido que le dificultaba respirar.

—¿Vas a zarpar en el barco con ellos? —Su voz se quebró en la última palabra
y cerró la mandíbula con fuerza.

Xena se quedó inmóvil, luego volvió la cabeza y miró a Gabrielle.

—¿Crees que haría eso? —preguntó—. ¿Y dejarte aquí?

—No lo sé.

Ahora era el turno de Xena de tragar.

—¿Qué quieres que haga? Este no es un mal lugar, una vez que los persas se
vayan —dijo con tono forzado e informal. —Harías bien—. Esperó a que
Gabrielle respondiera, luego volvió a mirar hacia arriba después de un largo
momento de silencio para ver a su compañera allí parada, con las manos
fuertemente agarradas alrededor de la barandilla y lágrimas corriendo por su
rostro. Su cuerpo se movió más cerca—. Está bien, tal vez no —murmuró la
reina—. Deja de asustarte. Solo estoy tratando de encontrar una manera de
evitar verte ensartada con una lanza, no deshacerme de ti.
Gabrielle se dio la vuelta y se secó los ojos con la manga en un gesto casi
enojado.

—Sí, gracias. —Se acercó a Parches y comenzó a jugar con su melena de


espaldas a Xena—. Bien, me quedaré aquí. Vuelve cuando quieras.

La reina se inclinó sobre la barandilla.

—Gabrielle no hagas esto más difícil de lo que debería ser...

—¿Por qué no? —Gabrielle se volvió y miró a su amante—. ¿Por qué debería
ser fácil para ti? No es fácil para Brendan, ni para esas personas, ni para mí. —
Sus ojos estaban oscurecidos por la ira—. ¡Así que adelante! Vete, o escóndete
o lo que sea que vas a hacer y solo... —Se giró, rodeó a Parches con los brazos
y hundió la cara en un lado de su cuello—. Olvídalo.

Dejó que el silencio se alargara, hasta que tuvo que volver a levantar la
cabeza y girarla, solo para encontrar el espacio en el que Xena había estado,
vacío, y ella y Parches solos en el granero.
731
La conmoción la dejó aturdida, y tuvo que sujetarse de la crin del pony para
evitar caerse al suelo mientras giraba completamente en círculo para
confirmar lo que sus ojos le decían.

Xena se había ido.

Ella estaba sola.

La boca de Gabrielle se abrió, luego volvió a cerrarla, se apartó de la


barandilla hasta que chocó con la pared, y se deslizó hacia abajo para
acabar sentada en el suelo, temblando. Un sonido suave salió de ella y acunó
su cabeza entre sus manos, cediendo a la inesperada pena que la
atormentaba con sollozos casi inaudibles.
Xena presionó su espalda contra la pared frente a los muelles, dejando que
los sonidos de la ciudad se filtraran a través de sus sentidos mientras esperaba
el momento adecuado para cruzar.

O al menos, fingió que eso era lo que estaba haciendo. Levantó el borde de
la capa y se secó el sudor de la cara, frotándose los ojos furtivamente mientras
lo hacía. Esperó hasta que estuvo segura de que nadie estaba mirando, luego
se apartó de la pared y se dirigió al barco.

Fue reconocida, y la tabla estaba en su sitio cuando llegó al borde del muelle
y cruzó sin incidentes hacia la cubierta del barco.

—Jens.

—Aquí, señora. —Su capitán se encontró con ella—. Tenemos todo preparado,
guardamos las cosas cuando nos enteramos de que tenían a Brendan y a los
demás.

Xena dejó de caminar y apoyó la mano en la pared de la cabina.


732
—¿Lo hicisteis?

—Todo listo para salir —dijo Jens—. ¿Crees que podemos ayudarles a escapar
de allí sin la gente del pueblo? No hay muchos luchadores.

Xena podía sentir el aire entrar y salir de sus pulmones mientras observaba a su
capitán mirarla, una mirada de absoluta confianza en su rostro delataba sus
suposiciones sobre cuáles eran sus planes. Ella cerró con fuerza su mandíbula
por lo que estaba a punto de salir, y se tomó un largo y estabilizador momento
antes de intentar hablar de nuevo.

—Um... —Su garganta se relajó un poco—. Haz que estén todos aquí y listos.
Tengo que recoger algo de abajo. Entonces hablaremos.

—Bien. —Jens asintió volviéndose hacia los hombres—. Salid de ahí atrás,
todos.

Xena pasó junto a él y cruzó la puerta que conducía a la cubierta inferior.


Empujó a los hombres que subían los escalones que se apartaron
apresuradamente de su camino y escaparon por la bodega de carga, casi se
echó a correr cuando vio la puerta de la cabina del capitán y la atravesó
cerrándola con manos temblorosas.
Dentro, por suerte, estaba en silencio y cruzó la estancia para sentarse en la
litera, apoyando los codos en las rodillas y juntando las manos.

Se sentía fría. Se sentía confundida.

Se sentía perdida, le había dado la espalda a la única cosa en la que creía


poder contar, arrojando sus propósitos a los vientos y decidiendo regresar a la
nave y salir sin importarle todo lo demás.

Sin importarle nada.

Si tan solo saliera de aquí y dejara todo atrás, podría comenzar de nuevo,
¿verdad? Xena sintió que estaba respirando demasiado rápido y no parecía
haber suficiente aire en la habitación. Solo sacar el barco, ir a algún lado,
llevarse a los pocos hombres que tenía con ella y tal vez... había lugares en la
costa, pequeñas ciudades...

Sin reino, sin corona, sin...

Los ojos de Xena se posaron en la bolsa común de color oscuro que 733
descansaba sobre la mesa del capitán. La miró fijamente durante un largo y
congelado momento.

—¿De verdad harías eso, Xena? —Se preguntó a sí misma en voz alta—. ¿En
serio eres tan tremendamente idiota o eres un pedazo enorme de escoria? —
Su voz resonó en las paredes y fue su única respuesta. Se levantó y fue a la
mesa, sentándose en el taburete mientras levantaba la bolsa y la abría. El olor
que surgía de ella la hizo cerrar los ojos y esperó a que se desvaneciera antes
de abrirlos de nuevo y cerrar la bolsa, cruzando los brazos y apoyando la
cabeza sobre ellos. No se pasó. Ella seguía sufriendo por dentro. Se levantó y
caminó hacia la ventana enrejada y miró hacia afuera, viendo un puñado de
estrellas y recordando cómo era estar en el mar sin nada más que estrellas a
su alrededor. Tranquila. En paz. Las olas golpeando el casco y arrullándola
para dormir. Xena se dio la vuelta y se apoyó contra la pared, viendo su propio
reflejo mirándola desde el espejo de metal plateado de la pared de enfrente.
No lo reconoció. Su cabello había crecido mucho desde que había dejado la
fortaleza, colgando parcialmente sobre sus ojos y enmarcando su rostro con
un desorden que no había visto en mucho tiempo, una cara que estaba
mucho más demacrada de lo que recordaba, con ojeras oscuras bajo los ojos
y líneas que no recordaba tener, marcando ángulos. Apenas podía
encontrarse con sus propios ojos en el espejo. Parecía que cada decisión que
había tomado desde que salió del castillo había sido errónea y ahora estaba
a punto de tomar otra más sin ninguna expectativa de que esta fuera a ser
mejor. Estudió sus botas un momento, consciente del crujido encima de su
cabeza mientras los hombres se reunían y la esperaban. Finalmente, levantó
la cabeza y se encontró con sus propios ojos de nuevo, esta vez más
honestamente—. ¿Qué va a ser, Xena? —Esos ojos pálidos la estudiaron como
si fueran otra persona—. ¿Placer o dolor? ¿Difícil o fácil? —Cruzó sus brazos
sobre su pecho—. ¿Tu manera de verlo o la de ella?

La decisión al final, fue más fácil de lo que ella pensaba que sería. O tal vez,
realmente, nunca había tenido elección en primer lugar. Se acercó al espejo
y se enderezó, tirando de su armadura en su sitio y pasando sus dedos por su
cabello para empujarlo hacia atrás.

Luego se acercó a la palangana de la habitación y sacó un puñado de agua,


lavándose la cara con movimientos enérgicos y secándola con el trozo de tela
que había al lado. Dio media vuelta y salió de la habitación, luego se detuvo
y regresó, tomando la bolsa del escritorio y llevándola consigo mientras
desaparecía de nuevo en la oscuridad. 734

Parches se acercó y le dio un empujoncito a la figura silenciosa que estaba


apoyada contra la pared. Gabrielle levantó la cabeza de sus manos y lo miró,
habiéndose quedado sin lágrimas y sin energía. Había superado el impacto
de la repentina partida de Xena, y ahora se sentía muy triste y cansada.

—Oye chico. —Extendió la mano y le dio unas palmaditas en la pata—. Parece


que ahora solo somos tú y yo, ¿eh? —Parches le dio otro empujón y resopló—
. Sí —suspiró Gabrielle—. No debería haber dicho eso. Ella estaba tratando de
disculparse y yo solo la hice enfadar. Siempre hago eso —dijo—. Ahora se ha
ido. —El pony sacudió la cabeza—. Tal vez suba al barco y se vaya —concluyó
Gabrielle con tristeza—. Dioses, eso duele, Parches. La amo tanto. —Parches
mordisqueó su cabello—. Todo se ha echado a perder. —Gabrielle apoyó la
cabeza contra la pared—. Debería haber ido tras ella. —Después de un
momento de silencio, exhaló y se levantó, luchando por ponerse de pie
mientras estiraba sus piernas doloridas y meneaba una pantorrilla medio
dormida. Parches parecía animado por esto y golpeó su cabeza contra su
pecho, quitándole el aliento—. Uff. Para ya. —Gabrielle hizo una mueca
frotándose el esternón—. Ya me duele bastante. —Apoyó sus brazos sobre el
lomo del pony—. Bueno, Parches... ¿sabes qué? Si Xena no regresa, alguien
tiene que hacer algo con esos tipos. —Parches volvió la cabeza y la miró con
un ojo oscuro y líquido—. Sí, sé que no valgo gran cosa —murmuró Gabrielle—
. Pero ya sabes, al menos puedo intentarlo. No puedo dejar que esos tipos
simplemente mueran pensando que nadie se preocupa por ellos. —Eso no era
justo y ella lo sabía. Xena se preocupaba por sus hombres, lo había visto tantas
veces de tantas maneras distintas que no tenía dudas. Por eso la idea de que
los abandonara la había descolocado, la había impresionado tanto que su
amante prefiriera dejarlos morir para que ella pudiera... Gabrielle se quedó
quieta, solo sus pestañas parpadearon mientras miraba por encima del lomo
de Parches—. ¿Qué la haría hacer eso, Parches? —susurró—. ¿Qué era
diferente para ella esta vez? —Parches puso los ojos en blanco y resopló—. Yo
era la diferencia. —Gabrielle dejó caer su cabeza sobre el lomo—. Oh,
Parches, qué idiota soy. —Giró la cabeza hacia un lado y apoyó la mejilla en
el pelaje grueso y puntiagudo—. ¿O solo es lo que quiero pensar? —El pony 735
suspiró—. Supongo que ya no importa, ¿verdad? —Se enderezó—. Voy a ir allí
y ver qué puedo hacer. —Comenzó a caminar para salir del establo,
sorprendida cuando el pony la siguió de inmediato—. Oh... ah... —Se
tambaleó hacia adelante cuando fue golpeada bruscamente por la
espalda—. Está bien, está bien... voy.

Parches la sacó del establo y la condujo al patio ahora silencioso, solo las
antorchas mostraban signos de vida.

Gabrielle abrió la puerta de la posada y dentro encontró una multitud reunida


alrededor de una de las mesas arreglada a toda prisa. Las cabezas se
volvieron rápidamente al oír los crujidos de las bisagras, pero los hombres se
relajaron cuando la reconocieron y volvieron su atención a lo que estaban
mirando.
Caminó hacia donde estaban, teniendo una sensación de distancia de todo
que hacía que el suelo pareciera estar muy lejos, y las voces solo una nube de
zumbidos. Pero los hombres se separaron cuando ella se acercó y pudo ver lo
que había en la superficie.

Pergamino extendido, con marcas oscuras y llamativas en él, escritas por una
mano que reconocía.

El reconocimiento casi la hizo darse la vuelta, pero reunió su determinación y


se acercó más, apoyando sus manos sobre la mesa mientras los hombres se
volvían para fijarse en ella.

—Gabrielle, ¿has conseguido descansar? —preguntó Lennat—. Xena dijo que


no se te molestara.

Ella se estremeció por dentro un poco al oírlo, pero al mismo tiempo, hizo que
el nudo apretado dentro de ella se relajara un poco.

—Um... sí, yo... ¿Qué es esto? —Cambió de tema—. ¿Eso es la plaza?


736
Lennat volvió al mapa.

—Sí... Xena lo dibujó, pero ha dicho que tenía algo de lo que encargarse, y se
fue antes de poder decirnos lo que teníamos que hacer. —Él la miró—. Pero
probablemente tú lo sepas.

Oh. Oh.

—Um. —Gabrielle estudió el dibujo.

—Dijo que iba a conseguir algo de ayuda —dijo uno de los otros hombres—.
Supongo que esos otros soldados.

—Cierto. —Gabrielle cruzó los brazos sobre el pecho para ocultar sus dedos
cruzados—. Bueno, um... probablemente va a buscar la manera de crear una
distracción, ya sabéis. Para hacer que todos miren a otra parte.

—Ah. —Los hombres asintieron—. Eso tiene sentido. —Lennat estuvo de


acuerdo—. Pero ¿dónde encajamos nosotros?

Gabrielle estudió el mapa pensando intensamente. ¿Qué haría Xena? ¿De


verdad provocaría una distracción? ¿O se alejaría navegando?
—Bueno. —Decidió ponerse del lado positivo—. Si ella monta un numerito,
entonces supongo que tenemos que estar por aquí. —Señaló un punto
aproximado en el plano de la plaza de la ciudad—. Así que podemos...
colarnos y liberar a los muchachos en medio del desorden, ¿verdad?

—Por supuesto. —Lennat dio una palmada en la mesa—. Eso es lo que ella
quiso decir. Dijo que estuviéramos preparados.

—¡Sí, sí lo hizo! —dijo el otro hombre—. ¡Deberíamos ir ya! ¡No queremos perder
la oportunidad de ayudar!

Los hombres de la sala se apiñaron cerca, a excepción de un cauto espacio


alrededor de Gabrielle.

—Ya hay mucha gente allí —dijo uno de los hombres mayores—. Podríamos
mezclarnos entre ellos.

Gabrielle puso sus manos sobre la mesa.

—Nos mezclaremos con ellos —dijo con voz más segura—. Todo lo que 737
necesitamos es esa distracción, y puede ser cualquier cosa. Xena es... muy
inteligente. Podría ser... eh… cualquier cosa que no esperas, pero tenemos
que estar allí listos para intervenir.

Lennat se adelantó y cubrió brevemente su mano, luego se retiró en un gesto


casi nervioso.

—Podemos hacerlo —le aseguró—. De Verdad.

—Está bien, vamos —dijo Gabrielle.

Los hombres comenzaron a moverse, charlando con entusiasmo. Lennat se


acercó a Gabrielle.

—Gabrielle. —Bajó la voz—. Quédate aquí. Será más seguro... te podrían


reconocer.

—No. —Gabrielle se sintió mejor solo de pensar en hacer algo—. Esos hombres
también son mis amigos —dijo—. Y significan mucho para mí.

Él presionó su hombro con una mano.


—Entiendo.

¿Lo entiendes? Gabrielle preguntó en silencio. Ojalá lo hiciera ella. Se levantó


la capucha e intentó recordar dónde había dejado su improvisada vara.
Pasara lo que pasara, en su corazón sabía que esto era lo correcto.

Tanto si Xena estaba de acuerdo con ella como si no.

—¿Señora?

Xena apoyó su mano en el mástil.

—Dije, tira de las cuerdas y prepárate para alzar las velas. —Sintió que se 738
quedaba sin aliento al decir las palabras, una conciencia que no había
sospechado que todavía tuviera había aparecido inesperadamente—.
Vamos, no tenemos toda la noche para salir de aquí.

Jens se había quedado totalmente de piedra. Él vaciló, luego vio el cambio


en el lenguaje corporal de Xena cuando dejó que su mano descansara sobre
su daga y él dejó caer los hombros.

—Sí, Majestad. —Se volvió hacia los hombres—. Ya habéis oído. Coged las
líneas y guardad el equipo ahí. Nos retiramos.

Xena podía sentir la conmoción a su alrededor.

—Poneos en marcha —gruñó—. O empezaré a cortar cabezas.

—Espera un momento... ¿a dónde vamos? —Perdicus apareció detrás de


ella—. ¿Nos vamos? —Xena se dio media vuelta y le soltó un puñetazo en la
mandíbula, oyendo el crujido y el golpe cuando chocó contra el costado del
barco y cayó al suelo inconsciente. Ella pasó por encima de su cuerpo y fue
al timón, envolviendo una de las manijas con una mano mientras veía a los
hombres moverse lentamente hacia babor, desenrollando las cuerdas que
mantenían el barco amarrado al muelle. Ya podía sentir como la nave se
esforzaba por alejarse, sintiendo que la marea se retiraba y arrastraba la nave
con ella—. Izad la vela —ordenó—. Discretamente. —Dos de sus hombres
fueron al mástil central y comenzaron a desplegar la tela gruesa, liberando el
olor a sal y a tela mohosa en el aire cuando comenzó a elevarse. La nave se
desprendió de sus ataduras y flotó de regreso al canal, se retiraba de la orilla
mientras la cubierta se inclinaba bajo sus botas y le trajo recuerdos agridulces.
Xena dejó escapar un suspiro y se volvió hacia el timón, consciente de que
Jens se acercaba para unirse a ella. Llegó y simplemente se quedó allí de pie,
con las manos apoyadas detrás de su espalda, con la mirada al frente
mientras ella giraba el timón—. Será mejor que algunos de ellos estén
preparados con los palos en caso de que tengamos que empujarnos contra
esos cascos. —Xena señaló a los buques de guerra que se apiñaban en el
muelle delante de ellos.

—Sí. —Jens se volvió e hizo un gesto. —Xena esperó, pero él permaneció en


silencio después de eso y ella consideró brevemente si le debía una
explicación o no. No. Su corazón martilleaba con fuerza en su pecho y
parpadeó varias veces mientras miraba hacia el final del puerto, hacia donde
el mar le estaba esperando, brillando a la luz de la luna. Ya podía oler el aire 739
que soplaba hacia el interior y el sonido de las olas rozando suavemente el
casco era como música para sus oídos—. Xena.

Se giró para mirar a su capitán.

—¿Sí? —Bajó su tono peligrosamente—. ¿Qué?

Jens parecía asustado, pero se mantuvo firme junto ella.

—¿Qué hay de la pequeña? —preguntó en voz baja—. ¿Cómo le va a ella?

La reina miró hacia otro lado.

—La dejé en un lugar seguro. —Ella esperó, pero no hubo respuesta, así que
miró a Jens. Su rostro era inexpresivo pero la luz de las estrellas mostraba
destellos por la humedad debajo de sus ojos y ella tomó aire vacilante, no
estando segura de lo que eso significaba. Eran soldados. No creía que tuvieran
ningún sentimiento particular hacia su consorte, más allá del hecho de que
sabían que Xena la tenía aprecio. ¿Tenía?—. Ella estará bien. —Concluyó la
reina—. Hará bien no mezclándose en todo esto.
—No estaba pensando en ella. —Jens se dio vuelta y se alejó, uniéndose a dos
hombres en la barandilla y levantando un grueso remo de madera con ambas
manos.

Xena se sintió un poco como si hubiera sido golpeada en el estómago. Se


apoyó en el timón y se concentró en los amenazadores buques de guerra
persas. Los costados se alzaban sobre su pequeño buque mercante y ojeó las
cubiertas superiores buscando guardias.

Parecía tranquilo. Podía ver antorchas en tierra frente a los muelles, y estudió
la costa con atención, esperando ver si su paso causaba algún aviso.

Había habido un pequeño tráfico de barcos durante el día. En su mayoría,


naves vacías que partían, ya que todos los barcos que arribaban habían sido
acorralados por los persas y saqueados. Los cuerpos visibles en el muelle
parecían volverse hacia ellos, pero, aunque Xena contuvo la respiración, no
se produjo ninguna alarma.

Tal vez tendría suerte, solo por esta vez. Se concentró en mantener el timón
derecho y vigilar, empujando todo lo demás al fondo de su mente para más 740
tarde.

Se acercaban al primer barco de guerra, y la proa se deslizó más allá, lo


suficientemente lejos en el canal para despejar fácilmente el alto travesaño
de popa. Su afinado oído captó el sonido de una risa, y un breve arrebato de
música en el barco y eso le trajo un repentino destello de un vívido recuerdo
del invierno en su memoria.

Un momento sencillo, en realidad, solo una noche informal en el castillo, a la


que acudieron solo unos pocos nobles, y Jellaus cantando una nueva canción
para el curioso deleite de Gabrielle.

Relajándose en su silla, apoyada en el brazo y viendo a su amante bailar en


su asiento de una manera encantadoramente ridícula. Feliz.

En paz.

Xena miró más allá de la proa y parpadeó para alejar el recuerdo, deseando
que la idea de lo que era la felicidad hubiera pasado desapercibida para ella
aquella vez, como lo había hecho tantas veces antes.
Lo cierto es que era más fácil sentirse miserable todo el tiempo, reflexionó, que
no saber lo que era.

—Xena.

Su oído captó el bajo susurro y giró la cabeza para ver el segundo barco de
guerra pasar, pero a diferencia del primero, este tenía guardias en la parte
posterior que los miraban con visible interés.

—Ah. —Se enderezó y centró su atención en dirigir la nave, resistiendo la


tentación de ponerse la capucha para ocultar su distintivo perfil y su largo
cabello.

—¡Hola! —Gritaron los guardias—. ¿A dónde vais?

Jens miró a Xena. La reina apretó más sus manos alrededor del timón.

—Diles que nos vamos a casa —dijo en voz baja—. Diles que estamos sin
blanca.
741
Él asintió, luego se volvió para mirar al guardia, extendiendo los brazos con las
palmas hacia arriba, vacías.

—¿Dónde más sino que de regreso a nuestra tierra? —gritó—. Ni siquiera


conseguí el pan para llegar allí.

El guardia se rio y le dio una palmada en el hombro a su compañero.

—¡Eso es lo que obtienes por ser ovejas! —Les insultó—. ¡Corred como perros!
¡Si te encontramos por ahí, te atraparemos otra vez!

Jens se encogió de hombros, luego volvió a agarrar su remo y se mantuvo


preparado mientras la corriente los acercaba a la orilla.

Sin embargo, los guardias los siguieron a lo largo de la barandilla, y Xena sintió
que sus omoplatos se contraían cuando varios guardias más se unieron a ellos
con una antorcha, enviando reflejos parpadeantes sobre ella y su tripulación.

—Calma.

—Están mirándonos —Jens respondió en voz baja.


—Lo veo. —Xena deseaba que la corriente los arrastrara más rápido. Podía oír
las olas cada vez más fuertes y, de pronto, tuvo la sensación de que se le
acababa el tiempo—. Decidles adiós con la mano.

Jens miró a sus compañeros, luego todos se encogieron de hombros y


levantaron una mano, despidiéndose despreocupadamente de los guardias.
Fueron respondidos inesperadamente por una flecha que se estrelló contra el
mástil, y todos se tiraron al suelo en busca de refugio mientras varias más la
seguían.

—¡Por los dioses! X... M... ¡Al suelo!

Xena miró rápidamente a la guardia y vio que las armas apuntaban en su


dirección. Maldijo en voz baja, sintiendo la resistencia en sus manos mientras
sostenía el timón recto y sabiendo que si lo soltaba lo más probable es que se
dirigieran directamente a la parte trasera del barco de guerra.

Sintió una punzada y no saltó por un pelo cuando una flecha se clavó en la
madera cerca de su codo y apretó la mandíbula para no gritar de
indignación, a sabiendas de que su voz, y atrapar alguna de las flechas, 742
probablemente delataría al menos una sospecha de quién era y daría al traste
con su huida antes de que realmente comenzara.

—¡Oye! ¿Qué es esto?! —Jens gritó por ella—. ¡No te hemos hecho nada!

—¡Nosotros estamos aburridos! ¡Vosotros estáis muertos! —gritó el guardia—.


¡Ovejas inútiles!

Tontos del culo. Xena se agachó cuando sintió que otra flecha se le acercaba,
sacudiéndose hacia atrás mientras se hundía en el timón, a ni un palmo de
distancia de sus dedos.

Deseó que la marea fue más rápida y movió el timón para girar la proa del
barco hacia el buque de guerra persa, deslizando la popa donde ella estaba
hacia la orilla opuesta.

—Permaneced agachados. —Advirtió a los hombres en voz baja—. Solo están


jugando con nosotros.

—Con armas afiladas. —Se quejó Jens.


—Justo mi estilo. —Xena logró un poco de humor macabro. Ella vio las rápidas
miradas en su dirección, pero no hubo respuesta y suspiró, retrocediendo
detrás del larguero del mástil mientras los guardias continuaban arrojando
flechas sobre ellos.

El canal se abrió un poco y ella se alejó de buena gana de la nave de guerra.

—¡Ah, sois unos cobardes! —Los guardias habían continuado a lo largo de la


parte posterior de su barco, y ahora comenzaron los ataques más indignos,
abriendo sus pantalones y emitiendo un flujo constante de orina por un lado
para que cayera, impulsada por el viento, salpicando contra la nave de Xena.

Antes de que ella pudiera pensar de verdad en lo que estaba haciendo, su


temperamento se apoderó de ella y desenganchó su chakram, agarrando el
timón con su mano izquierda mientras lanzaba el arma con la derecha. Cinco
gritos y cuatro leves salpicaduras más tarde, el chakram estaba volviendo a
ella, y los gritos de furia ya sonaban muy por encima.

Escuchó un leve bufido de risa por parte de Jens, y ella logró controlar la suya
cuando la alarma se extendió, y las luces comenzaron a perfilar el canal de 743
agua, proyectándose de manera molesta y brillante contra su vela.

—¡Cogedlos! ¡Bajad los botes!

Xena se alejó de los barcos de guerra y miró con esperanza la vela cuando el
viento vino desde atrás y la llenó un poco. Esquivó una flecha, luego contuvo
el aliento cuando otra la golpeó en la espalda, el impacto la empujó hacia
adelante y la lanzó contra el timón.

Sin embargo, era un dolor de impacto, no una penetración, y asentó las


piernas con fuerza cuando una segunda flecha pasó volando a su lado, esta
vez iluminada por el fuego. Sus ojos la siguieron hasta el agua, y desapareció
con un siseo mientras otra lo seguía y una tercera se enterraba en la madera
del barco.

—¡Coge eso! —gritó Xena, sin intentar ocultar su identidad. Jens salió
disparado a través de la cubierta, agarró la flecha, tiró de ella y se dirigió al
otro extremo para tirarla. Otro soldado corrió y apagó el fuego con su capa,
pisándola mientras avanzaban más allá del alcance de los guardias—. Vamos,
vamos. —Xena consiguió que la vela recogiera el viento—. Jens, sácame la
maldita punta de la espalda, ¿quieres?
Su capitán se acercó, y cautelosamente apoyó su mano sobre su hombro
para estabilizarse antes de agarrar la flecha y sacarla de su armadura.

—Hasta el fondo.

—Sí. —Xena miró hacia arriba, para ver a la guardia del siguiente barco de
guerra salir disparada hacia la parte posterior, prestando atención a los gritos
de advertencia de sus camaradas que seguían chillando en la cubierta—.
Estamos en el fondo ahora, eso es seguro.

—Se acerca el viento. —Jens miró la vela mientras se llenaba y su velocidad


aumentaba—. Podríamos superarlos.

—Podríamos. —Xena se echó la capa sobre los hombros y agarró el timón,


dirigiendo el barco hacia la entrada del puerto—. Si tenemos suerte.

—Sí.

Xena lo miró y vio la expresión austera y fría.


744
—Supongo que somos los afortunados. —Jens se giró y regresó a donde los
hombres estaban agachados, dejándola contemplando seriamente los
respaldos de madera de los barcos de guerra que ahora se alejaban a un
ritmo cada vez mayor.

Sin embargo, los persas no se daban por vencidos; escuchó el chapoteo


cuando un bote en la costa golpeaba el agua detrás de ellos, y los gritos
roncos mientras los remos se hundían en el agua y comenzaban la
persecución.

—Sí. —Xena murmuró para sí misma—. Me siento muy afortunada.

Gabrielle estaba acurrucada entre Lennat y un amigo suyo alto y silencioso


mientras caminaban juntos en un gran grupo hacia la aún ruidosa plaza. En
verdad, le dolía el corazón, pero al menos con la gente del pueblo podía
mantener su mente ocupada y alejarse del vacío que había dejado la
ausencia de Xena y trató de concentrarse en la tarea que tenía entre manos.

Los hombres que iban con ella estaban nerviosos. No eran soldados, y
Gabrielle recogió todas las miradas furtivas hacia ella para poner cierto nivel
de confianza en su liderazgo solo por su asociación con la reina.

La ironía de eso dolía. Cerró su mano con más firmeza alrededor de su lanza
prestada, y deseó brevemente haberse traído a Parches con ella, extrañaba
su familiar simpatía acompañada mayormente por extraños.

—Gabrielle, —Lennat se inclinó hacia ella—. ¿Qué crees que va a hacer


Xena?

Gabrielle respiró varias veces antes de responder.

—No lo sé —dijo con total honestidad—. Ella no es muy predecible.

Lennat asintió.
745
—Por supuesto —murmuró—. Ese es el objetivo, supongo, ¿no?

¿Lo era? Gabrielle tuvo que estar de acuerdo en que una guerra predecible
probablemente no era algo bueno. Sin embargo, en su vida personal, tanta
expectación no era bienvenida ni deseada, al menos por ella.

—Correcto. —Ahora podía oír los sonidos de la plaza y miró entre los hombros
de los hombres que tenía delante y vio la brillante luz de las antorchas al otro
lado de la curva del camino.

Su nariz se arrugó cuando un poco de viento sopló contra sus caras y se dio
cuenta de que no solo podía oler la sangre en él, sino que reconocía de
inmediato que era ese olor porque se había acostumbrado a él.

Había descubierto que la guerra tenía un olor diferente a cualquier otra cosa,
incluso diferente a la masacre de su aldea que recordaba. No estaba segura
de por qué. Cambió su agarre en su lanza y trató de prepararse para lo que
tenía por delante, sintiéndose ya enferma del estómago.

Había una hilera de personas rodeando la plaza, y más allá, la plataforma


manchada de sangre con su bosque de postes ahora completamente
poblado con figuras atadas. Gabrielle se dio cuenta de que sus ojos se
esforzaban por distinguir las caras, pero estaba demasiado atrás, y la luz de las
antorchas era demasiado débil para que pudiera ver muchos detalles.

—Ugh. —Lennat gruñó suavemente—. Esos malditos bastardos.

Había demasiadas personas que podría describir de esa manera en este


momento.

—Sí. —Gabrielle vio que los hombres que iban delante de ella estaban
haciendo una pausa, buscando una forma de acercarse a la plaza para ver
mejor lo que estaba pasando—. Hay un hueco allí. —Señaló con su lanza, y se
metió entre la primera línea para abrir el camino hacia allí. —Hubo algunos
pasos arrastrando los pies detrás de ella, luego sintió a los hombres a su
espalda y se cubrió un poco más con la capucha mientras se acercaban a la
fila de guardias y la luz se hacía lo suficientemente fuerte como para que ella
pudiera ver realmente a los que había encima de la plataforma. Se quedó sin
aliento. Las antorchas parpadeaban sobre el brillo de la sangre en la piel de
los cautivos más cercanos a ella y, a lo largo de la plataforma, se podía
escuchar claramente el sonido de los látigos. Pero su atención se centró en los
rostros de los prisioneros, los perfiles más cercanos a ella, calándole hondo su
746
familiaridad y recalcando el hecho de que de verdad conocía a estos
hombres. Había hablado y bromeado con ellos durante el viaje desde la
fortaleza y el hombre más cercano a donde ella estaba parada había sido
padre justo antes de que salieran. Los rostros duros. Los ojos que miran al frente
mientras sentían los látigos, ninguna reacción evidente excepto las bruscas
sacudidas por la fuerza de los golpes—. Oh, Dios mío —susurró Gabrielle,
mientras se detenía con los hombros contra una pared baja con su pequeña
fuerza rodeándola.

—¿Los conoces? —preguntó Lennat en voz baja.

—Sí. —Gabrielle sintió que sus ojos se llenaban de lágrimas, tanto por la pena
como por el firme coraje que estaba presenciando—. Los conozco. —Echó un
vistazo a la gente que estaba cerca de la plataforma, viendo una mezcla de
disgusto y fascinación mientras observaban la tortura.

Lennat también estaba observando.

—¿Cuánto tiempo crees que le llevará a Xena hacer lo que sea que vaya a
hacer? —le susurró al oído—. Esos pobres hombres no durarán mucho, me
parece que no.
Gabrielle envolvió ambas manos alrededor de su lanza.

—Diles a todos simplemente que estén listos —susurró—. A la primera señal de


cualquier distracción, lo haremos.

—¿Hacer qué?

Gabrielle estaba al tanto de los otros ciudadanos que estaban cerca de ella
escuchando.

—Bien. —Se dio cuenta de que realmente no tenía ni idea de qué iba a
pasar—. Es... eh, depende de qué dirección, eh, de la que venga la
distracción —susurró, haciendo una pausa cuando una historia comenzó a
surgir inesperadamente en su cabeza. Trató de dejarla a un lado, pero
entonces se le ocurrió que iba a contar una historia, de alguna manera, al
menos les diría cómo quería que las cosas salieran. ¿Y?—. Bien, si la distracción
viene de ese lado... —Señaló hacia el otro lado de la plaza—. Entonces
podemos subir por esos escalones de allí, y comenzar a desatar a esos pobres
hombres. —Señaló la estructura en forma de escalera—. ¿Los veis? —Los
hombres a su alrededor asintieron después de una pausa—. Y si viene de aquel 747
otro... —Gabrielle señaló hacia el puerto—. Entonces todos corremos hacia
allá, y podremos subir por la parte delantera, donde están esos escalones más
bajos.

—Bien. —Lennat estuvo de acuerdo—. ¿Qué pasa si viene de detrás de


nosotros?

Gabrielle volvió la cabeza y miró hacia abajo por donde habían venido.

—Entonces nos quitamos del medio —dijo—. Así que estad preparados, ¿de
acuerdo? —Un látigo chasqueó, y todos se volvieron para mirar, mientras el
cuero se retiraba de la cabeza del primero y le siguió una salpicadura de
sangre.

—Espero que sea pronto —murmuró Lennat—. ¿Qué va a pasar después de


que los liberemos?

Gabrielle se dio cuenta de que su historia no tenía un final.

—Eso... um... Eso dependerá de Xena —admitió—. No sé qué va a pasar


después. —Se inclinó a un lado cuando la multitud se separó un poco y logró
una mejor vista de la plataforma. Ahora podía ver el centro, y de repente se
sintió aliviada y conmocionada al divisar dos grupos de postes con una figura
extendida entre ellos reconociendo a Brendan en el cepo. Su cuerpo se
sacudió, y estuvo a punto de lanzarse y correr en su ayuda. Los persas lo
estaban estirando, y mientras ella miraba con horror, uno de los soldados sacó
un hierro candente de un brasero y lo inspeccionó. Le hirvió la sangre y
Gabrielle recordó de golpe algo que Xena le había dicho, en lo que parecía
ser una vida pasada, sobre cómo las personas eran luchadoras o corredoras.
En este momento, no tenía ganas de correr en absoluto, y eso hizo que la
reciente decisión de Xena fuera aún más rara y desconcertante para ella, ya
que nunca pensó que Xena fuera una corredora—. ¿Estaba equivocada?

—Gabrielle, ¿has dicho algo? —Lennat se inclinó más cerca.

—No, no lo creo. —Gabrielle miró más allá de él a la plataforma—. Ella estará


aquí.

748

—Xena, ten cuidado. —Jens estaba a su lado, señalando—. ¿Qué es esa


jugarreta?

La reina alzó la vista para ver una falange de arqueros, y varios otros luchando
por llevar un caldero largo y abierto al borde de la barandilla que los
enfrentaba. Soltó una maldición y se apoyó con fuerza en el timón,
empujando hacia la derecha cuando el barco comenzó a girar lentamente
hacia la izquierda.

—¡Levantad los escudos! —gritó—. ¡Volved a ese lado! —Los arqueros


dispararon flechas sobre ellos, inmovilizando a los hombres donde estaban,
mientras el resto ponía el caldero en su sitio y comenzaba a derramar aceite
caliente sobre ellos. Cayo en el agua y salpicó, golpeando los costados del
barco mientras se acercaban, arrastrados por la marea y el viento en la
dirección equivocada—. Condenados sean los dioses. —Xena deseó
fervientemente una pila de largos remos y dos docenas de esclavos para
manejarlos. Rara vez se había sentido tan impotente mientras se agachaba
detrás del mástil para obtener la mayor protección posible frente a los
arqueros. El bote siguió avanzando, y el aceite comenzó a caer dentro de la
cubierta. Alcanzó a uno de los hombres y este retrocedió tambaleante para
alejarse, después se sacudió y se desplomó cuando una flecha atravesó su
armadura. Un sonido a su derecha la hizo girar rápidamente para ver a
Perdicus luchando por ponerse de pie y mirando alrededor con desconcierto.
Con otra suave maldición, Xena se agachó detrás del larguero y lanzó una
patada que lo derribó contra la pared justo en el mismo momento que sintió
problemas acercándose desde la otra dirección. Instintivamente, se dejó caer
a la cubierta boca abajo, y oyó el silbido de las flechas volando un instante
antes de oír el grito de Perdicus. Ella giró la cabeza para verlo caer contra la
pared de madera, con las manos aferradas a dos ejes enterrados en su
estómago. Sin embargo, no tuvo tiempo de asimilar esto porque, cuando giró
la cabeza hacia otro lado, vio las cuerdas arrojadas sobre la barandilla del
barco de guerra y las figuras acorazadas que descendían en espiral—. Mierda,
mierda, mierda. —Xena se puso de pie y desenvainó su espada, atrapada
entre querer defender la cubierta y la necesidad de volver a dirigir la nave.

»¡Jens, ven aquí! —Su capitán dejó el costado del barco y corrió hacia la
cubierta del timón, zigzagueando de un lado a otro para convertirse en un 749
objetivo menor, llegando hasta Xena justo cuando la reina extendió su brazo
con su espada por encima de él rozando su cabeza mientras golpeaba una
veloz flecha. Tropezó con ella y sujetó el timón cuando ella lo soltó, agarrando
con las dos manos su espada cuando una lluvia de flechas la alcanzó y hubo
un momento en el que perdió la cabeza mientras su cuerpo se las arreglaba
para desviarlas. No había tiempo para pensar. No había tiempo para hacer
nada más que reaccionar por instinto, estirarse, y dejar que sus años de
experiencia y completa falta de sentido común se hicieran cargo. Saltó por la
cubierta, apartando las flechas de su camino mientras llegaba a la pared más
alejada donde el resto de los hombres estaba acurrucado—. ¡Id detrás del
castillo de proa! ¡Yo os cubro!

El aceite dejó de caer cuando los hombres bajaron en espiral y ella dio un
paso atrás cuando los arqueros también se detuvieron para evitar alcanzar a
sus propios hombres.

Miró detrás de ella, y encontró al resto de los hombres que se levantaban y se


acercaban para esperar con ella, sacando las armas cuando el primero de
los persas se acercó y saltó a la cubierta, desenvainando sus cimitarras curvas
y atacando tan pronto como puso el pie en el suelo.
Xena sintió que se levantaba viento detrás de ella, y se encontró con el primer
persa con una sensación de desesperación mientras él la atacaba con golpes
rápidos y habilidosos. Si podía mantener a raya a esos bastardos hasta que la
nave saliera del puerto, estarían fuera de peligro.

Fuera de peligro. Retorció las muñecas mientras la pesada cimitarra se dirigía


a ella y dio un paso hacia un lado, desviando el golpe hacia su izquierda y
girando mientras el hombre que luchaba contra ella se recuperaba y giraba
con los brazos trabados, arremetiendo con su espada contra sus costillas.

—¡Xena!

Ella saltó hacia un lado, y sintió una flecha rozarle la nuca, dejando una
quemadura detrás de ella y un breve dolor cuando le arrancó un mechón de
pelo de la cabeza. Sintió que el persa se le acercaba y se dejó caer sobre una
rodilla, mientras otra flecha se clavaba en la cubierta y le daba golpecitos
oscilantes en la bota.

La cimitarra se estrelló contra su hombro y su filo quedó atrapado en su


armadura, lanzándola sobre su costado. Siguió el movimiento y rodó sobre su 750
espalda, lanzando una patada cuando el persa se acercó y abatió con su
espada hacia abajo.

La espada golpeó su bota y ella la pateó hacia afuera, luego medio rodó
sobre su costado y le dio una patada con su otro pie, alcanzándolo en la
cadera y empujándolo directamente en el camino de una flecha de uno de
sus propios compañeros.

Le atravesó la garganta y bañó a Xena de sangre, el fuerte olor a cobre la


hizo parpadear mientras rodaba de nuevo y se ponía en pie, barriendo con su
espada cuando vio a otro persa a punto de atravesar a Jens.

Tuvo un latido de corazón para pensar en lo que la hizo lanzarse a través de


la cubierta, barriendo con su espada mientras corría hacia los hombres que
luchaban e interrumpía el golpe del persa arrojándose sobre él, derribándolo
mientras saltaba por encima de la forma rodante de Jens para agarrar el
timón que giraba libremente.

Lo giró en la otra dirección, inmovilizándolo en su lugar con la bota mientras el


persa se recuperaba y venía hacia ella, con su espada en una mano y una
daga en la otra, con rostro fiero y mirada fija mientras el barco se balanceaba
debajo de él.

El viento finalmente se abrió camino llenando la vela completamente y


empujando el bote más allá del barco de guerra, volando por encima del
agua mientras se enderezaba en el canal y se movía más allá del último de
los barcos de guerra antes del final del puerto y la seguridad.

Tres botes largos remaban tras ellos, pero a medida que aceleraban, se
alejaban de su oponente y podía sentir que su suerte estaba cambiando.

—¡Yah! —Ella giró su cuerpo y barrió su espada hacia abajo, atrapando la


espada del hombre contra la suya y enviándola volando sobre la borda.

Él se tambaleó hacia atrás y ella le sonrió ferozmente soltando una de las


manos de su espada y barriéndola del revés contra el cuello del hombre,
abriéndole la garganta con un solo pase.

Jens saltó sobre el borde de la cubierta y agarró de nuevo el timón.


751
—Lo tengo.

—¡Mantenlo firme! —Xena miró a su alrededor y no vio a ningún enemigo en


pie. Envainó su espada y agarró una ballesta caída, se movió hacia la
barandilla trasera, se dejó caer sobre una rodilla y colocó una flecha en su
sitio... Protegida por la madera, apuntó y disparó, y un remero de uno de los
botes que los perseguía, se desplomó. Puso otra flecha en su lugar, y miró
hacia un lado cuando uno y luego dos más de sus hombres se unieron a ella—
. Vamos, vamos. —Disparó a otro remero, viendo como la furiosa guardia se
quedaba atrás, luego dio media vuelta y corrió hacia la pasarela de los barcos
de guerra.

La tercera nave, por el momento, parecía tranquila. Xena sintió que la


velocidad de los botes aumentaba, y comenzó a exhalar cuando llegaron a
la altura del tercer barco de guerra que estaba amarrado un poco separado
de los otros. Miró a su izquierda, a la orilla, en busca de guardias, pero en su
lugar vio una multitud de persas alrededor de un carro discutiendo entre ellos.

Sus ojos se fijaron en el carro y los tarros de cerámica amarrados en él.

—Estamos fuera —respondió Jens—. ¡No nos atraparán!


Xena inclinó la cabeza y la apoyó contra la madera. Luego levantó la vista,
con una expresión sombría e irónica mientras se ponía en pie y se dirigía al
timón.

Ironía, tu nombre realmente es Xena.

Gabrielle se había ido acercando cada vez más a los escalones, deslizándose
lentamente entre el público hasta que estuvo justo al lado del borde.

La tortura parecía aleatoria. Los persas caminaban por la plataforma, mirando


a su alrededor como si esperaran algo mientras pasaban pavoneándose por
el extremo, girándose para azotar a los hombres atados.
752
Se dio cuenta de que el hombre grande, que había venido a ver a Sholeh en
el campamento, estaba de pie a un lado, sus ojos examinaban lentamente a
la multitud como un halcón.

Por suerte para ella, sus ojos apenas llegaban a la altura de la plataforma y su
cuerpo quedaba escondido por ella. Invirtió su lanza para que el extremo
romo quedara a lo alto, y pudo sentir una creciente sensación de impaciencia
a su alrededor.

Los hombres de enfrente estaban gritando a la multitud, pero no pudo


distinguir las palabras desde donde estaba, cerca de la parte de atrás,
aunque creyó haber escuchado el nombre de Xena por lo menos una vez.

Por lo menos.

Gabrielle vio que el hombre grande se inclinaba para escuchar a otro soldado
de pie en el suelo cerca de la parte delantera de la plataforma. Se enderezó
después de un momento, luego sacó un cuerno de su cinturón y lo sopló,
produciendo un sonido sorprendentemente parecido al de una oveja
tirándose un pedo.
Se olvidó de eso un segundo después porque todos se volvieron y él comenzó
a gritar.

—¡Matadlos! —dijo—. ¡Está hecho! ¡Nos hemos enterado de que la gran y


cobarde Xena ha huido por mar como un perro! ¡Ella no os tiene ningún
aprecio! —Gabrielle se sintió como si le hubieran arrojado una bañera llena de
hielo sobre su cabeza. Sintió la mano de Lennat sobre su hombro, pero no se
atrevió a volver la cabeza ni a mirarlo—. ¡Ha huido! ¡Ella os ha dejado para
morir como cerdos! —gritó el hombre—. ¿Me oís?

¿Qué significaba eso? ¿Xena estaba huyendo de verdad? Gabrielle exhaló


lentamente. Mejor dicho, ¿estaba Xena huyendo y dejándola de verdad?

¿De verdad? La cruda verdad la golpeó en el estómago y cerró los ojos frente
al dolor de eso.

—¿Crees que es verdad?

¿Qué creía ella? ¿Acaso importaba?


753
—No. —Gabrielle dijo lo único que podía decir—. Xena nunca huiría como un
perro. —Puso una mano sobre la barandilla de las escaleras y se preparó para
subir—. Ella es lista. —Sus ojos se llenaron de lágrimas—. Y muy, muy valiente.
—Si ella estaba huyendo, huiría a su manera, no como un perro después de
que los persas la habían visto, sino como una loba, mordiendo y gruñendo
todo el camino. De eso estaba segura. Se mordió el interior del labio
reconociendo, de todos modos, un momento de pérdida que la hirió por
dentro, con el deseo por fin de que sus últimas palabras a Xena no hubieran
sido de enfado. Algo más cariñoso—. Te amo. —Susurró con su cara
presionada contra el cadalso—. Lo siento. —Se enderezó y miró a través de la
plataforma, sus ojos siguieron a los hombres con los látigos mientras se
separaban y se dirigían hacia los hombres de Xena con una mirada de cruel
anticipación. Bien. Gabrielle sintió el peso de la decisión sobre sus hombros y
tuvo una sensación de control sobre sí misma y su vida que nunca antes había
tenido. Podía esperar y ver como mataban a sus amigos, o podía hacer algo
al respecto. Sin embargo, la multitud estaba zumbando, mirándose los unos a
los otros a los ojos y a su alrededor. Sabía que, si actuaba, lo más probable es
que actuara por su cuenta, y al ver a los soldados avanzar hacia sus amigos,
decidió que era lo correcto. Haría lo que pudiera, y si ella moría allí, tratando
de ayudarlos, entonces moriría. Todos tenían que morir alguna vez, y sin Xena
a su lado. ¿A quién le importaba de todos modos? El hombre que llevaba el
hierro de marcar le dio vueltas por encima de su cabeza y se dirigió hacia
Brendan y, mientras lo hacía, Gabrielle se encontró moviéndose, empujando
al hombre que estaba a su lado para llegar al soporte de las escaleras,
trepando y arrastrándose hasta lo alto de la plataforma, lo suficientemente
lejos de la luz de la antorcha para ponerse de pie antes de que los soldados
la vieran—. No pienses lo que estás haciendo, Gabrielle. Solo hazlo. —Fijó su
atención en Brendan y el hombre que se le acercaba y ella echó a correr,
soltando un grito tan fuerte como pudo.

Xena saltó al embarcadero cuando la parte delantera del barco se estrelló


contra el muelle, enviando a la mayoría de sus hombres al suelo de la cubierta.

—Seguidme. —Se giró y dejó caer un lazo de cuerda sobre el grueso poste, 754
sacando la espada de su funda mientras comenzaba a dirigirse hacia la
pasarela del tercer barco sin esperar a ver si venían. Detrás de ellos, oyó a los
hombres en los botes de remos empezar a gritar cuando doblaron el casco
del tercer barco de guerra y los vieron en tierra. Miró hacia atrás para ver a sus
hombres que bajaban del barco y la seguían, y sacó su daga y la apretó con
la mano libre cuando vio a un escuadrón de persas dirigirse directamente
hacia ella. La vida realmente apestaba a veces. Se agachó para esquivar la
espada del primer hombre y lo destripó con la daga, apartándose del medio
cuando Jens se enfrentó al segundo—. ¡Id a la pasarela! —ordenó.

—¿Vamos a robar el más grande? —gritó Jens, incrédulo—. ¡Por los dioses,
Xena!

—Odio marearme —le gritó su reina—. ¡Solo ve allá! —Apuñaló a un segundo


hombre y llegó al lado de la pasarela enfrentándose contra los persas que se
acercaban—. ¡Moveos, moveos, moveos! —Sus hombres obedecieron,
subiendo por la pasarela mientras se unía a ellos avanzando de espaldas por
la plataforma inclinada mientras luchaba contra los soldados que la
perseguían, cediendo terreno poco a poco a medida que se alejaba cada
vez más del suelo. Debajo de ella era el caos. Había hombres discutiendo
alrededor del carro en la parte delantera del barco aparentemente ajenos a
los combates cercanos, y más allá de ellos, los hombres del segundo barco de
guerra estaban arrojándose al muelle, gritando a los hombres del carro y a los
de los botes. Ella agradeció el caos. Significaba que los persas estaban
descoordinados y tenía la intención de mantenerlos así. Con un grito, pateó al
último hombre que los perseguía por la pasarela y sacó su chakram, dejándolo
volar hacia los hombres en el bote mientras se amontonaban en la orilla. Era
como el día y la noche. Se sintió como si pudiera darle completamente la
vuelta a la situación—. Sólo voy a mostraros lo que una pequeña matanza
puede hacer por vosotros. —Vio cómo el chakram pasaba entre los marineros
y estos se apartaban de su camino tirándose al agua. Ella se echó a reír,
atrapándolo cuando volvió a su mano y dándose la vuelta para subir
corriendo lo que le quedaba de pasarela hasta el barco. Una vez allí, se volvió
y vio a los hombres que comenzaban a subir por ella, así que cortó las cuerdas
que la sujetaban al costado del barco y, cuando vio que los que subían abrían
los ojos como platos, dejó caer su espada en el suelo y agarró a los bordes de
la pasarela—. ¡Jens!

—Aquí. Señora. —Su capitán, y otros dos hombres, agarraron la superficie de


madera, y la empujaron del costado del barco y dejándola caer al suelo—. 755
¡Ahí tenéis, bastardos!

Los persas luchaban por alcanzarlos, algunos dispararon flechas a la parte


superior del barco de guerra, pero los lados altos protegían a Xena y su
tripulación y ella se volvió y los dejó hacer lo que les diera la gana.

—La levantarán de nuevo, pero tenemos tiempo para hacer lo que


necesitamos.

—¿Lo tenemos? —Jadeó Jens.

—Si. —Xena envainó su espada y colocó su daga—. Vamos. —Ella guio el


camino hacia la bodega y los hombres la siguieron, uno de ellos tomó una
antorcha de la pared superior mientras avanzaban—. No. —Xena se volvió de
repente y lo detuvo—. Déjala donde estaba.

—¿Majestad? Está oscuro allí abajo.

Xena cogió la antorcha y la volvió a colocar en el soporte.

—¿Tienes miedo de que te vaya a meter mano? —preguntó—. Venga, no


tenemos mucho tiempo. —Siguió bajando los escalones y se dirigió hacia un
espacio muy sombrío, lleno de vasijas altas de arcilla como las que había visto
en el carro afuera. Hizo una pausa y los miró, sacudiendo su cabeza un poco—
. Comenzad a romperlas para abrirlas. —Indicó a los hombres—. Extended la
sustancia cubriéndolo todo. —Ladeó la cabeza al oír arañazos y golpes
arriba—. Daos prisa.

Indecisos pero dispuestos, los hombres siguieron su ejemplo cuando agarró la


primera de las vasijas manteniéndola alejada de ella y la golpeó contra la
pared de madera abriéndola. El olor que desprendía era penetrante, espeso
y grasoso, y le hizo arrugar la nariz con fuerza.

—Ugh. —Jens se cubrió la boca con la manga brevemente—. ¿Qué Hades es


eso?

—Nada que quieras que te caiga encima. —Xena cogió la segunda vasija y
la arrastró por la bodega hacia donde había más bultos cuidadosamente
amontonados en las sombras. Su bota se enganchó en uno y casi se cae,
luego se arrodilló y tiró de la cubierta hacia atrás para ver qué era. Lanzas.
Miró a su alrededor, sus experimentados ojos asimilaron las formas de los
paquetes—. Coged todo esto que está tapado. —Cogió la vasija, gruñendo
756
un poco por el peso del líquido, y la arrojó contra la pared más alejada de la
bodega de carga, viendo cómo se hacía añicos y empapaba las cajas
debajo de ella. Dos vasijas más la siguieron y ahora la bodega estaba tan llena
de gases del líquido que estaba haciendo que incluso Xena tuviera arcadas—
. Sacad seis más con vosotros. —Señaló las escaleras—. Una vasija, dos agarres.
Rápido. —Los hombres no dudaron. Agarraron las vasijas y se dirigieron hacia
las escaleras, haciendo una pausa para dejar que Xena se deslizara delante
de ellos mientras dejaban el fétido pozo atrás y se esforzaban subiendo las
escaleras hacia el cielo nocturno visible arriba. Xena desenvainó su espada
antes de salir, y sus ojos se dirigieron hacia donde la pasarela acababa de
colocarse contra la barandilla—. ¡Extendedlo por la cubierta! —gritó mientras
se movía hacia donde la antorcha todavía estaba revoloteando donde la
había dejado. Los hombres hicieron lo que les dijo, contentos de deshacerse
de las pesadas vasijas mientras la sustancia empapaba la tablazón de la
cubierta. Sacó la antorcha de su soporte, caminó hacia la bodega de carga
y esperó—. Id al lado más alejado. —Ordenó, mirando a los persas subir por la
pasarela—. Descolgad esas cuerdas. Cuando os diga que saltéis, SALTAD.

—¿Señora? —Jens comenzó a desenvainar su espada—. No deberíamos...


Una fila de persas saltó a la cubierta del barco y se dirigió hacia ella. Xena
desplegó la antorcha por encima de la barandilla de la bodega con un gesto
informal mientras la dejaba caer de sus dedos.

—SALTAR. —La cubierta retumbó bajo sus pies y los hombres captaron el
mensaje, girando y agarrando las cuerdas mientras Jens soltaba su espada y
corría tras ellos. Xena esperó el tiempo suficiente para ver las horrorizadas
miradas de comprensión en las caras de los persas antes de irse a un lado,
agachándose por debajo del larguero de la vela mayor cuando una enorme
columna de llamas emergió de la bodega. Pilló a la primera hilera de persas
desprevenidos y se abrasaron en el sitio, mientras la segunda hilera
trastabillaba frenéticamente y daba marcha atrás con las manos sobre la
cubierta empapada cuando un brillante destello de calor estalló en ella. Xena
agarró una de las largas cuerdas y desenroscó el bucle de su extremo,
lanzándolo sobre uno de los hombres en llamas mientras se tambaleaba hacia
ella—. Muérete —le aconsejó—. Te dolerá menos.

Luego soltó el retén del larguero y observó como empezaba a girar


pesadamente, arrastrando al hombre con él mientras ella se pasaba la cuerda 757
por el costado y se tiraba del barco, sintiendo la ráfaga de calor pasar cuando
el hombre ardiendo salió volando sobre su cabeza y a través del espacio
abierto, llevado por el impulso del larguero, hasta que golpeó la vela del
siguiente barco en el puerto.

Estalló en llamas.

Xena vio que el suelo se acercaba rápidamente y soltó la cuerda, dando un


salto mortal en el aire antes de aterrizar en el muelle donde se estaban
reuniendo sus hombres, casi olvidados, mientras los persas en tierra, salían
corriendo con absoluto pánico ante la súbita e inesperada ardiente
destrucción a su alrededor.

El barco que acababa de dejar se elevó en un rugido y comenzó a inclinarse.


Xena agarró la camisa de Jens y comenzó a correr, empujando a los hombres
delante de ella para que corrieran tan rápido como ella, y ellos lo hicieron.
Gabrielle aprovechó su tamaño, o la falta de él, para escabullirse entre tres
hombres que trataban de agarrarla mientras ella se esforzaba decididamente
por alcanzar los travesaños donde Brendan estaba colgado.

Los hombres gritaban a su alrededor, algunos incrédulos, otros riéndose,


algunos tratando de enredar sus látigos alrededor de sus pies, la mayoría
reaccionando con lentitud ante esta insólita amenaza en medio de ellos.

Ella estaba sola. Ya se lo había esperado. Ni siquiera Lennat la había seguido


hasta la plataforma y, mientras pasaba por debajo del brazo extendido de un
hombre, tenía que admitir que había hecho algo bastante estúpido.

—¡Chica! —Brendan la había visto, y se retorcía contra sus cuerdas, medio


girándose para verla acercarse—. ¡Sal de aquí!

Gabrielle se detuvo en seco y saltó a un lado cuando un persa arremetió


contra ella con los brazos extendidos, chocando con el poste al que estaba
atado su amigo. El poste tembló, y cuando el hombre dio un traspié y se 758
estrelló contra él otra vez, se partió con un firme sonido astillado y comenzó a
caer.

—¡Gracias! —Gabrielle sacó apresuradamente su cuchillo y comenzó a cortar


la cuerda que sujetaba la pierna de Brendan al poste que aún estaba en pie.
Podía sentir la plataforma temblar mientras los soldados corrían para
detenerla, pero una sensación de frenética determinación se apoderó de ella
y siguió cortando con todas sus fuerzas, al menos para hacer esta pequeña
cosa, este fragmento de algo antes de ser agarrada y llevada y...

La soga se partió en su mano y ella gateó a cuatro patas hacia el poste roto
mientras el hombre que lo había partido recobraba el sentido y se estiraba
hacia ella. Le apartó las manos de un puntapié y saltó por encima del poste
justo cuando otro persa saltaba sobre ella y se cayó al suelo mientras él caía
sobre el poste.

Ella rodó a un lado y llegó a la cuerda que ataba la mano de Brendan,


atacando la cuerda con su cuchillo mientras el persa la agarraba por la pierna
e intentaba arrastrarla. Pateó levantando su cuerpo en el aire mientras se
agarraba al poste con un brazo y cortaba con el otro.
—¡Chica! —Brendan se retorcía y tiraba como un loco—. ¡Vete!

—¡Argh! —Gabrielle sintió que la frustración la invadía. Soltó el poste y se volvió,


pateando con fuerza al hombre que la había agarrado, golpeándolo en la
cara con el talón. Otro par de manos se aferraron a ella y luchó con furia,
mientras la inmovilizaban en el suelo y agarraban fuertemente la muñeca de
la mano con la que sostenía el cuchillo.

Sintió que algo caía sobre ella, y apretó los dientes, luego se retorció
sorprendida cuando el agarre sobre ella se aflojó y pudo darse la vuelta,
manteniendo la cabeza baja mientras el poste roto se balanceaba
violentamente sobre ella.

Los hombres gritaban a su alrededor. Miró de reojo y vio a los soldados


ocupados tratando de proteger sus cabezas con ambas manos y
maldiciendo, y se dio cuenta de que la multitud les estaba lanzando piedras.

Sin embargo, no había tiempo para disfrutar la revelación. El hombre grande


y barbudo levantó su espada y la señaló.
759
—¡Matadla! —Se volvió y miró a la multitud—. ¡Todos aquellos que estén
lanzando cualquier cosa también morirán!

Gabrielle se puso de rodillas y comenzó a ponerse de pie, pero de repente fue


atacada y arrojada al suelo con una fuerza impactante, un codo en la parte
posterior de su cuello estampó su cara contra la superficie de madera.

—Ahí, pequeña perra —dijo una voz de hombre cerca de su oreja.

Gabrielle podía oír los gritos y el sonido de disparo de flechas, y podía saborear
la sangre en su boca. El persa se agachó sobre ella y la golpeó en la parte
posterior de la cabeza haciéndola ver las estrellas, escuchando maldiciones
cerca de una voz que reconoció como Brendan.

Bien. Trató de quedarse quieta para que el hombre no la golpeara de nuevo.


Ella lo había intentado.

Al menos había hecho algo.

Cualquier cosa.
—¡Matadlos! ¡Matadlos a todos! —gritó el hombre grande—. ¡No te quedes ahí
parado, idiota! ¡Fuego!

Gabrielle sintió que la levantaban y su vista cambió de la plataforma de


madera a una vertiginosa vista de la multitud mientras intentaba hacer pie, el
cuello de su capa se apretó de una forma que la estaba ahogando. Forcejeó
y jadeó, estirando los brazos hacia atrás para agarrar las manos que la
sostenían y casi se desmayó cuando la sacudieron con fuerza.

Cuernos.

Gabrielle parpadeó y se tambaleó cuando la dejaron caer bruscamente al


suelo, con apenas tiempo para bajar sus manos y evitar golpearse el rostro
contra el suelo otra vez. Se dio la vuelta y agarró su cuchillo mientras el soldado
que la sostenía corría hacia el final de la plataforma.

—Qu...

Echó una mirada rápida a su alrededor y vio que el resto de los persas corrían
en la misma dirección, a pesar de los gritos del hombre con barba grande 760
para que se detuvieran.

No había tiempo para preocuparse por eso. Ella se escabulló hasta donde
Brendan estaba luchando para terminar de liberarse y comenzó a cortar las
cuerdas de nuevo.

—Gabrielle —siseó en voz baja—. ¡Qué Hades estás haciendo aquí!

Gabrielle se concentró en cortar la cuerda, incapaz de mirarlo a los ojos.

—Es una larga historia —dijo finalmente, mientras la cuerda se partía bajo su
cuchillo—. No estoy muy segura de que...

—¿Qué? —gritó el hombre de barba grande—. ¿Qué es lo que dijiste? ¡Ven


aquí!

Gabrielle se giró cuando el hombre saltó a la plataforma. Agarró a un soldado


cuyo pecho estaba tan agitado que parecía convulsionar y lo sacudió hasta
que le castañearon los dientes.

—F... ¡fuego! —El hombre logró tartamudear—. ¡Su gracia, es fuego! ¡Los
barcos están en llamas! ¡Necesitamos ayuda!
Fuego.

—Guau, eso es... —Gabrielle se agachó detrás del poste y se echó al suelo
mientras el hombre grande se volvía y escaneaba la plataforma.

—Mátalos —repitió—. No me importa un carajo el fuego.

—Pero...

—MATALOS. —Cogió una lanza caída y se volvió, atravesando a uno de los


hombres de Xena aún atados a los postes—. ¡Matadla! —Tiró de la lanza y la
apuntó a Gabrielle, su punta estaba enrojecida por la sangre que goteaba—
. Pequeña golfi... —Sus ojos se agrandaron y se acercó—. ¿Esa no es...?
¡Cogedla! —Se precipitó hacia adelante—. ¡Es la bardo! ¡Cogedla!
¡¡Agarradla!!

Uh oh. Gabrielle sabía que se había quedado sin opciones.

—Corre —dijo Brendan, quedándose muy quieto como si estuviera


mortalmente herido—. Aléjate de aquí, Gabrielle. Date prisa. 761
Gabrielle vio que el hombre se precipitaba hacia ella. Sus manos se deslizaron
por la cubierta y encontraron la forma redonda y ligeramente irregular de su
lanza, envolvió sus manos alrededor de ella y la levantó mientras permanecía
de pie, moviéndose como en un sueño.

Algo inconsciente, un instinto dominaba su cuerpo cuando sintió que se


equilibraba y giraba su cuerpo para llevar la punta de la lanza justo cuando
él la alcanzaba.

Desgarró a través de la sobrevesta sintiendo resistencia, pero el impulso la


ayudó a vencerla y ella se repuso para verlo agarrándose el estómago y
mirándola con completo asombro.

Ella tiró de la lanza hacia atrás y la giró para estrellarle el otro extremo en la
cabeza, viendo como la sangre y el sudor salían volando mientras el hombre
giraba y caía al suelo.

Por un momento, todo se detuvo.


Luego escuchó un estruendo bajo, retumbante, muy lejos, y un estruendo más
cercano en un tono más alto, y luego la multitud estaba trepando
rápidamente a la plataforma y todo se convirtió en caos.

Podía oír a un montón de gente corriendo hacia la plaza y los persas


comenzaron a reaccionar, dejando caer sus látigos al darse la vuelta para
defenderse de la gente de la ciudad, mientras que otros estaban en el borde
de la plataforma cuando la primera ola de soldados llegó al límite de la plaza.

—¡Coged los caballos! —Oyó gritar a uno—. ¡Debemos movernos!

Gritos, muy lejos. Sopló una brisa desde el muelle y de repente todo el mundo
entró en pánico cuando el caustico humo llegó hasta allí.

—¡Fuego! —Gabrielle miró hacia el muelle y vio una sólida ola de cuerpos
moviéndose hacia ellos—. ¡Soltad a los muchachos y salgamos del medio! —
gritó a Lennat que había aparecido de repente—. ¡Vienen todos hacia aquí!

—¡Deberías haber esperado! —Lennat estaba desatando a uno de los


hombres de Xena—. ¡Gabrielle, estás loca! 762
Se sentía más confundida que loca pero, como los persas ya no estaban
interesados en matarla a ella ni a los hombres de Xena, lo aceptó. Liberó la
última atadura que sujetaba a Brendan y lo ayudó a ponerse de pie mientras
el resto de los hombres comenzaban a reunirse a su alrededor.

—¿Dónde está ella? —preguntó Brendan—. ¿Qué está pasando?

—No lo sé. —Tuvo que admitir Gabrielle.

—¿Qué? —El viejo soldado la cogió por los hombros—. ¿Qué quieres decir?
¿Ella no está aquí?

El sonido de la avalancha de persas que se avecinaba arrolló la conversación,


y Gabrielle se vio arrastrada, junto con los hombres de Xena, fuera de la
plataforma. por el sendero lateral por el que originalmente habían venido en
lo que parecía una eternidad.

La gente de la ciudad retrocedió en una masa de confusión.

—¡Volved! —gritó Gabrielle—. ¡Echaos a un lado! —No parecían oírla,


entonces la presionaron contra la pared mientras todos obedecían en un
torrente de cuerpos y tenía el espacio justo para mirar hacia la plaza y ver un
carro iluminada con fuego verde que era arrastrado por caballos
aterrorizados—. ¡Oh! ¡Dioses!

—¡Ese maldito fuego! —escupió Brendan—. Maldito sea.

Los persas comenzaron a correr hacia las puertas alejándose del carro,
dándose la vuelta y soltando sus armas para correr lo más rápido que podían.

Desde su derecha, Gabrielle oyó otro ruido fuerte y al volver la vista vio un
almacén largo y bajo que aparentemente se usaba como establo, se abrieron
las puertas de par en par y empezaron a salir caballos, algunos con jinetes y
otros corriendo libres.

El olor a humo provocó que los caballos se descontrolaron y se dirigieran hacia


las puertas abiertas en una ola imparable, sin preocuparse por lo que había
en su camino, pisoteando a los persas y a la gente de la ciudad con igual
entrega.

Gabrielle se quedó en estado de shock viendo como la carreta perdía el 763


control y chocaba contra la plataforma de madera, los caballos cayeron
debajo de ella con gritos equinos cuando la carga ardiente se estrelló contra
los puntales y la plataforma estalló en llamas con un rugido atronador.

Podía sentir el calor contra su rostro mientras todos se alejaban


apresuradamente de la plaza, mientras los postes y los andamios se convertían
en llamas que devoraban hambrientamente todo lo que tocaban.

Un hombre pasó corriendo y gritando con su ropa ardiendo.

El olor a carne quemada y el penetrante aroma del fuego griego llenaron sus
pulmones.

—¡Déjalo! —Una voz cercana llamó su atención, alejándola del horror. Vio a
dos hombres en las puertas del improvisado establo, uno agarrando al otro y
apartándolo—. ¡Deja que ese maldito bastardo se fría! ¡Se lo merece!

Gabrielle echó un vistazo a la plaza en llamas y se dio cuenta de que la


posibilidad de que el establo se incendiara era muy real. Se soltó de Brendan
y corrió hacia las puertas, sin saber muy bien por qué lo estaba haciendo,
excepto que era un establo, y probablemente había caballos en él, y...
Y ella estaba totalmente desmadrada y perdiendo la cabeza.

Gabrielle derrapó hasta detenerse frente a la puerta, sintiendo el calor del


fuego a su espalda mientras asomaba la cabeza dentro, oyendo algo
moverse agitadamente y un resoplido enojado.

—Tranquila... —Entró. Apenas podía ver nada en la penumbra mientras


cruzaba el suelo cubierto de heno, tropezando con trozos de tachuelas y
armas dejadas por las tropas.

Una antorcha. La cogió y miró a su alrededor, viendo un alto puesto


amurallado cerca de la parte posterior y un par de ojos anillados en blanco
que la miraban.

Se acercó un paso más, parpadeando con fuerza. Luego dejó de moverse


cuando escuchó un silbido largo, alto y penetrante afuera, que le hizo girar su
cabeza y volverse mientras corría hacia la puerta.

Allí de pie vio que los últimos persas atravesaban corriendo las puertas,
dejando atrás el caos y la muerte. 764
Pero a través de todo eso, a través del humo y los gritos, la sangre y el pánico,
una figura alta apareció frente a la plataforma en llamas perfilada por el
fuego verde.

Se detuvo y miró a su alrededor, luego se volvió y se enfrentó a la multitud.

—¡Bien, cerrad las malditas puertas! —gritó Xena a todo pulmón—. ¡No voy a
repetirlo! —Se puso las manos en las caderas mientras sus hombres corrían
hacia las puertas, sus ojos recorrían lentamente la horrible escena hasta llegar
al establo, hasta la puerta y la figura delgada y desaliñada de pie en la
apertura.

Por un largo y silencioso momento, simplemente se miraron la una a la otra.


Entonces Xena alzó una mano y la llamó con un gesto doblando los dedos y,
como atraída por una cuerda, Gabrielle obedeció, dejando la entrada del
establo y cruzando la plaza en llamas mientras las puertas se cerraban de
golpe detrás de ellas.

En el tiempo entre la salida y la puesta de la luna, todo había cambiado.

Otra vez.
Parte 23

Gabrielle descubrió que el paseo por la plaza era uno de los más largos que
había hecho en su vida. El rugiente fuego a su izquierda y las paredes que
alzaban a su derecha, le daban la sensación de caminar por un túnel, y al final
del túnel estaba esa figura alta esperando.

Esperándola. Llamándola. Gabrielle sintió una debilidad en sus rodillas mientras


caminaba y su corazón latía tan rápido que no podía contar los latidos. La
hacía sentirse mareada.

¿Qué haría Xena? ¿Despreciarla? ¿Rechazarla? ¿Besarla? Gabrielle redujo la


velocidad mientras se acercaba a la reina y se detuvo justo a la distancia de
sus brazos, esperando que Xena terminara de inspeccionar la ardiente
plataforma antes de que esos ojos glaciales giraran y se clavaran en los de 765
ella.

Todo su nerviosismo desapareció y sintió una opresión en el pecho cuando vio


la expresión de Xena y se acercó un poco más cuando la postura corporal de
la reina se alteró y se giró para mirar a Gabrielle. Parecía que iba a decir algo,
luego simplemente extendió el brazo, puso su mano en el hombro de Gabrielle
y apretó.

Gabrielle comprendió que las palabras tenían que venir primero de ella.

—Lo siento —casi susurró—. Te mentí. Sí me importaba.

Xena suspiró.

—Yo también me mentí a mi misma —admitió—. Merezco unos latigazos,


supongo. Eso debería entretener a las tropas. —Gabrielle se acercó y estrechó
la mano de Xena con la suya. Se sentía tan bien solo por estar cerca de ella,
y saber que era bienvenida le hizo querer simplemente recostarse y
acurrucarse a los pies de Xena para echar una siesta. Xena pareció sentirlo.
Tiró de Gabrielle cerca y cambió el agarre de su hombro a la parte posterior
de su cuello, dándole un beso en la parte superior de su cabeza mientras
Gabrielle respondía con un tímido abrazo—. La vida nos ha repartido una
mano de mierda, Gabrielle —murmuró—. Al menos no echemos a perder esto.
—Los brazos de Gabrielle se apretaron para atraerla más cerca, soltando un
suspiro tembloroso. Era raro. Xena reflexionó sobre cómo hacer cosas
realmente estúpidas podía hacerte sentir tan bien. Se había dado cuenta de
eso en su relación con Gabrielle, pero ahora lo comprendía a una escala
mucho mayor cuando descubrió que sentía algo, satisfacción, por la
destrucción caótica que había causado solo por ver las miradas de alivio de
la gente de la ciudad. Por supuesto, no tenían ni idea de que solo los había
sacado de una pesadilla para entrar en otra probablemente peor. Las puertas
se habían cerrado detrás de los soldados persas y claro, ella había eliminado
una parte de la flota, pero no era tan estúpida como para pensar que Sholeh
no iba a reaccionar a esto con nada menos que la misma furia homicida con
que lo haría ella. Los persas saquearían la ciudad. Xena repasó la plaza. Oh,
bueno. De todos modos, quemar sus barcos había sido un golpe. Frotó la
espalda a Gabrielle enérgicamente—. Vamos a movernos. Se me están
tostando las cejas.

Gabrielle la soltó, pero no soltó su mano.


766
—Encontré algo —dijo—. Por allí. —Señaló el establo improvisado.

Xena lo miró.

—¿Cómo qué?

—Ven y verás. —Gabrielle quería de verdad salir del resplandor y el calor, y de


las miradas de la gente de la ciudad que correteaba entusiasmada buscando
una excusa para pararse cerca de ellas y echar un vistazo a Xena.

Se sentía expuesta. Se sentía agotada. Quería unos minutos de paz.

—No estás solo tratando de arrastrarme a una habitación oscura para


violarme, ¿verdad?

El humor irónico puso una sonrisa en su rostro.

—Si pudiera, lo haría —respondió Gabrielle—. Pero en este momento, ya tengo


suficientes problemas solo para caminar.

Xena colocó un brazo sobre sus hombros y caminaron hacia el establo,


haciendo caso omiso de la gente del pueblo que miraba con asombro la
plaza que aún ardía mientras los hombres de Xena hacían todo lo posible para
mantenerlos alejados de las llamas. A medida que se acercaban al final,
Brendan se movió para interceptarlas y Xena aminoró el paso y esperó a que
las alcanzara.

—Majestad. —La saludó el viejo capitán con cautela.

Xena lo miró de arriba abajo.

—Ni una puñetera vez haces lo que te digo, ¿verdad? —suspiró—. ¿Qué Hades
voy a hacer contigo?

Brendan relajó los hombros.

—Hades sabrá. —Estuvo de acuerdo—. Ha sido un camino difícil.

Xena se rio sin humor.

—Sin frenos y cuesta abajo. —Estuvo de acuerdo—. Una vez que se apague el
fuego, comienza a reunir a cualquiera de por aquí con sentido común para
que pueda darles las malas noticias de una sola vez. 767
—Sí.

—Consigue alimentos para la gente. Démosles un descanso. —La reina


saboreó la palabra, extraña y exótica en su lengua—. Pon vigilancia en las
murallas y mata a cualquier persa que encuentres.

—Sí.

Se estudiaron el uno al otro brevemente.

—Me alegra ver tu fea jeta, Brendan. —Xena dijo finalmente con tono suave—
. Aunque no me hicieras caso.

Él cambió el peso de una pierna a otra.

—Lo siento, Xena. —Levantó la cabeza y la miró a los ojos—. Hice lo que pude
para hostigarlos, pero cuando supimos que te habían cogido...

Xena arqueó una ceja.

—¿Qué? —Miró a su alrededor—. ¿Te parezco cogida? —Brendan la miró,


luego a Gabrielle y de nuevo a ella—. Cierra el pico.
—Lo dijeron ellos. —Brendan cambió de tema con una tos—. Todos los
hombres lo sabían, la retaguardia del paso. —Sus ojos subieron poco a poco
hasta los de ella osadamente—. Solo somos los primeros.

Xena lo miró fijamente.

—Les dije que se dispersaran —dijo entre dientes—. ¿Sois todos idiotas? ¿No
viste el ejercito que había allí?

—Sí. —Brendan mostró una sonrisa de medio lado—. Lo hemos visto. —Se volvió
hacia Gabrielle—. Pequeña, te lo agradezco. Si no, habría acabado asado
como el cerdo de mama. Eres un alma valiente.

Xena había inspirado profundamente para comenzar a gritar, paró y frunció


el ceño. Miró a Gabrielle.

—¿Qué has hecho? —Vio un rubor subir por la desaliñada cara de su


amante—. No importa. Cuéntamelo más tarde.

—Me alegro de que todo haya salido bien —dijo Gabrielle en voz baja—. Estoy 768
muy contenta de que Xena esté aquí. —Podía sentir el movimiento cuando
exhaló la reina y se alegró cuando Xena la empujó hacia adelante y
continuaron su camino al establo.

El mundo a su alrededor comenzaba a desvanecerse. Podía escuchar todas


las voces excitadas, el rugido de las llamas y el crujido de cosas
desmoronándose, pero poco a poco iba perdiendo su significado, concentró
su atención en el cálido brazo que rodeaba sus hombros, y el leve golpeteo
de la cadera de Xena contra su costado mientras entraban al maltrecho
edificio.

—Ahora, ¿Cuál es el problema aquí, Gabrielle? —Estaba preguntando Xena—


. ¿De verdad tienes algo aquí para...? —Hubo una larga pausa—. Por los
dioses. —Gabrielle soltó a la reina y se quedó allí mirando mientras Xena
atravesaba corriendo literalmente el establo hasta el último puesto,
abriéndolo de un tirón y mostrando la cabeza del animal que había dentro.
Ella sonrió de nuevo cuando escuchó la alegría sincera en la voz de la reina y
se permitió un largo minuto solo para disfrutar el sonido—. ¡Tiger, pequeño
bastardo! —Xena tocó la cabeza del semental mientras este intentaba salir
del puesto—. ¿Por qué Hades estás todavía vivo? Pensé que te habían
cocinado para la cena, maldito seas.
Gabrielle avanzó para unirse a ella. Extendió una mano hacia la nariz de Tiger
sintiendo el cosquilleo de sus bigotes mientras olfateaba su palma.

—Hola amigo —dijo—. ¿Sabes qué? Apuesto a que Parches también se


alegrará de verte.

Xena acarició la mejilla del semental mientras trataba de reconciliar la


desolación durante la madrugada de ese día, con el inverosímil triunfo del
momento.

—Os tengo a ti y a mi caballo de vuelta —dijo—. Esto es tan condenadamente


bueno que parece mi cumpleaños. ¿De qué va todo esto?

Gabrielle se apoyó contra el divisor del puesto.

—No lo sé, pero me gusta.

—Apuesto a que sí. —Xena se dio la vuelta y se sentó en un cubo volcado,


apoyando los codos sobre sus rodillas—. Bien amiga mía. Aquí estamos.
769
—Sí. —Gabrielle encontró su propio asiento al final del pesebre—. Guau.

Xena apretó los labios, levantando la vista para estudiar el rostro cansado,
ensangrentado, raspado, y sucio de su compañera.

—Voy a decirte una cosa —dijo—. Tenemos un día antes de que esa perra
persa se organice y venga a por nosotros. ¿Qué tal si encontramos una bañera
y un catre? —Vio aparecer una sonrisa en los labios de Gabrielle, pero había
tanto entre ellas en este momento que ya no estaba segura de lo qué
significaba eso—. ¿Sí? ¿No?

—Que rayos, ¡Sí! —dijo Gabrielle simplemente.

Xena se estiró y puso una mano sobre la rodilla de Gabrielle.

—Sé que hay mucha mierda de la que tenemos que hablar —dijo—. Vamos a
esperar a sentirnos personas para discutir sobre ello.

Gabrielle se miró las manos, estudiándolas como si fueran de otro. Entonces


levantó la mirada.

—Me alegra que hayas vuelto —dijo—. No quiero discutir contigo sobre nada.
Xena vio la inquietud en sus ojos y el miedo detrás, y eso la hizo tragar un
incómodo nudo.

—Está bien. —Estuvo de acuerdo—. Eso suena muy bien para mí también. —
Se levantó y esperó a que Gabrielle se uniera a ella—. ¿En serio salvaste el
trasero de Brendan?, o solo estaba siendo adulador para hacerme la pelota.

Gabrielle guardó silencio por un momento.

—Lo intenté —admitió finalmente—. La verdad es que no estaba muy segura


de lo que estaba haciendo... solo quería hacer algo.

Xena dejó que sus muñecas descansaran sobre los hombros de Gabrielle.

—Te vi darle al persa grande. —Esperó a que Gabrielle levantara la vista—. Si


no hubiera estado corriendo por los tejados tratando de no cortarme mi
propio brazo persiguiendo ese carro, me habría desmayado.

Gabrielle frunció el ceño, luego movió su mirada hacia abajo y hacia la


izquierda, luego volvió a mirar hacia arriba. 770
—Gracias —dijo en voz baja—. No pensé en lo que estaba haciendo,
simplemente...

—Lo hiciste. —Reconoció la reina—. Me hizo sentir condenadamente


orgullosa. —Captó el tenue destello de lágrimas cuando Gabrielle, de un
modo vacilante, dejó que sus manos descansaran sobre las caderas de la
reina—. Me hizo darme cuenta de cuál de nosotras dos es de verdad un héroe.

Gabrielle suspiró.

—No me sentía como un héroe. Me sentí como una idiota.

—Bienvenida a mi mundo. —Xena se giró y le dio unas palmaditas en la


espalda mientras caminaban hacia la puerta—. Vamos a buscar un poco de
vino y una hogaza de pan, y algo de tranquilidad.

Le sonaba como los Campos Elíseos. Gabrielle sintió que sus pasos se volvían
más ligeros mientras cruzaban la plaza. Incluso en los pocos minutos que
habían estado dentro del establo, parecía haberse organizado un poco. Los
hombres de Xena estaban formando una barrera alrededor de los restos aún
en llamas y en las murallas podía ver guardias con uniformes de colores
familiares.

Lennat fue corriendo hacia ellas mientras se acercaban, con un vendaje


enrollado alrededor de su cabeza, pero aparentemente ileso.

—¡Gabrielle! —Patinó y frenó—. Guau. Cuando dijiste que Xena iba a crear
una distracción, ¡Sin duda, no estabas bromeando! —soltó—. La mitad de la
costa está en llamas.

Xena giró la cabeza lentamente hacia un lado mientras miraba hacia abajo
a su compañera, con ambas cejas arqueadas tan alto que casi llegaban a la
línea del pelo.

—Sin duda se hizo notar. —Gabrielle resistió el impulso de esconderse de la real


mirada a su derecha—. Sabía que lo haría.

Xena se aclaró la garganta ruidosamente.

—Intentamos seguirte... ¡deberías habernos avisado! —continuó Lennat sin 771


hacer caso de la ceñuda reina—. Pero chico, cuando esa sección
simplemente se rompió debajo de ti... no pudimos encontrar una manera de
subir lo suficientemente rápido.

¿Como? Gabrielle no recordaba eso.

—Bueno, ahora estoy segura de que tendrás la oportunidad de hacer muchas


más cosas, así que tenemos que eh...

—Déjanos —le dijo Xena—. Así que muévete antes de que te de una colleja.

—Uh... lo siento. —Lennat se apartó a un lado y dejó pasar a las dos mujeres
hacia una casa de dos pisos en el límite de la plaza ya rodeada por soldados—
. Guau.

—Majestad. —Jens saludó a Xena cuando llegaron donde el grupo estaba


parado—. Ahí es donde se alojaban los persas. Hemos limpiado una de las
habitaciones para ti. —Sus ojos se movieron hacia Gabrielle y la miró con
cariño—. Me alegro de que esté bien, su gracia.

Gabrielle rara vez se había sentido menos graciosa, pero asintió en


reconocimiento.
—Igualmente.

—Mantén un ojo en los muelles —dijo Xena—. Si parece que va a arder toda
la maldita ciudad, llama y házmelo saber. De lo contrario... —Se volvió y miró
el silencioso caos—. Que todo el mundo descanse tanto como pueda.
Mañana tendremos compañía.

Guio a Gabrielle más allá de los soldados, hacia la puerta abierta de la casa
que les ofrecía, por fin, al menos unas pocas horas de paz.

Tal vez.

La tranquilidad fue casi impactante. Las gruesas paredes del edificio 772
bloqueaban la mayor parte del ruido del exterior, e incluso las ventanas
estaban cubiertas con gruesas cortinas que amortiguaban lo poco que podía
pasar. Xena empujó la puerta que daba a la habitación que sus hombres
habían preparado para ella y se detuvo en la entrada, revisándola durante
un largo momento.

No era un espacio grande, pero el suelo estaba cubierto con gruesas


alfombras de lana y había una gran cama a un lado que tenía un colchón
recién rellenado y, lo más importante, había una bañera hundida cerca de la
chimenea que ya estaba llena de agua humeante.

Ahhh.

—Guau. ¿Eso es una bañera? —la voz de Gabrielle sonó agotada, pero
agradecida.

—Claro que sí. —La reina se apartó para dejar pasar a su compañera—. Se ve
bien, ¿eh?

—Ungh. —Gabrielle emitió un sonido pequeño y lastimero—. Me había


olvidado de cómo es el agua limpia.
Xena le dio una palmada en la espalda mientras pasaba.

—No te acostumbres —advirtió—. No creo que estemos aquí mucho tiempo.

Gabrielle hizo una pausa.

—¿El tiempo suficiente para sentarse?

La reina se rio entre dientes, pero notó cierta tensión en la voz de Gabrielle y
se acercó sin prisa, poniendo ambas manos sobre los hombros de la mujer
rubia.

—Con un poco de suerte, hasta mañana. —Sintió como los hombros se


relajaban—. Tal vez un poco más —añadió—. Depende de lo rápido que
venga a por mí la perra persa.

—Genial. —Gabrielle suspiró—. Espero que se caiga en una zanja.

—Yo también. —Xena la soltó y se giró nuevamente, notando las rejas de hierro
que protegían las ventanas y las sombras de sus hombres haciendo guardia 773
fuera—. Maldita sea, incluso podría ser capaz de dormir esta noche.

La habitación era aceptable. Xena miró a su alrededor, asintiendo un poco


con la cabeza ante los robustos muebles y los atriles de armas, razonando que
la casa había sido la residencia de quienquiera que dirigía la guardia de la
ciudad.

Bueno, en este momento, aparentemente era ella la que la dirigía, así que
solucionado, ¿no? Se acercó al arcón y alargó la mano para desenganchar
su espada y dejarla sobre la madera con su maltrecha vaina junto con su
chakram.

Oyó el sonido de líquido que se vertía y luego un suave golpe antes de que
Gabrielle apareciera a su lado ofreciéndole una copa de madera.

—¿Qué es?

—Vino de uva —respondió Gabrielle—. Lo he probado. Parece bueno.

Xena cogió la copa y bebió un sorbo, encontrándolo más que aceptable.


—Pensaba que habíamos resuelto eso de no probar mi comida por si la
palmas.

—Bien. —Suspiró Gabrielle—. Lo cierto es que quería asegurarme de que no


fuera asqueroso —admitió—. Para que no te enfadaras —agregó, casi como
una ocurrencia tardía.

Xena alborotó el pelo desaliñado de su compañera.

—Gracias —dijo, demasiado cansada para discutir más—. ¿Te importaría


soltarme los cordones?

A Gabrielle no le importó. Esperó a que la reina se diera la vuelta, luego desató


las tiras de cuero mientras Xena soltaba su armadura, levantándola sobre su
cabeza. Podía ver los moretones y cortes en la piel de la reina y retrocedió
mientras Xena bajaba la armadura sobre el arcón y dejaba escapar un suave
suspiro.

—Hecho.
774
—Lo noto. —Xena se apartó los tirantes de cuero de sus hombros, examinando
una herida profunda en el antebrazo que no recordaba haber recibido. Dejó
caer la prenda y salió de ella, aguantando el aliento por los calambres en su
espalda—. Maldita sea —murmuró mirando hacia atrás para descubrir que
Gabrielle se había alejado hasta el otro lado de la habitación, un hecho que
la hizo fruncir el ceño. Creía que había dicho todas las cosas correctas, ¿no?
Maldita sea, estaba demasiado cansada y demasiado golpeada para esto—
. Ey.

Gabrielle se giró y regresó a donde estaba de pie.

—¿Querías algo? —preguntó, sus ojos examinaban atentamente el rostro de


Xena.

Ahora Xena se sentía tonta.

—Sí, pero olvidé lo que era. —Frunció el ceño un poco—Tal vez me acuerde
más tarde. Vuelve a lo que sea que estabas haciendo. —Su compañera ladeó
la cabeza con desconcierto, y después le dio una palmadita vacilante a Xena
en la cadera antes de volver a alejarse hacia el baño, dándole la espalda al
cuerpo desnudo de la reina y pasando sus manos sobre el suave borde de
mármol. Por un momento, la reina pensó en la extraña actitud de su amiga,
sacudió la cabeza y siguió desvistiéndose dejando las preguntas para
después—. Estoy condenadamente cansada para esto —murmuró en voz
baja—. Vieja perra gruñona.

—¿Has dicho algo? —preguntó Gabrielle mirando por encima del hombro.

—No. Solo estoy hablando conmigo misma. —Xena suspiró—. Demasiadas


patadas en la cabeza hoy. —Gabrielle se encontró a si misma mirando la
bañera llena de agua humeante con algo así como una pasmada felicidad.
Metió su mano en el agua y sintió el calor deslizarse en las puntas de sus dedos
y aspiró el vaho perfumado ligeramente con lavanda con mudo placer.
Detrás de ella, podía oír a Xena refunfuñar para sí misma, y esperaba que la
reina se relajara un poco ahora que estaban a salvo y solas, en un lugar
agradable y tranquilo, sin soldados, sin edificios en llamas y sin gente muriendo
a diestro y siniestro. Quería que Xena se relajara. Así ella podría relajarse
también, en lugar de estar hecha un nudo preguntándose qué iban a terminar
diciéndose la una a la otra de nuevo. Estaba aturdidamente contenta de estar
con Xena otra vez, pero al mismo tiempo, estaba aturdidamente asustada de
que el enfado y el distanciamiento continuara entre ellas y que perdería la 775
única cosa en su vida que de verdad tenía algún significado. Quizás solo
estaba siendo tonta—. Si vas a lavarte los dedos de uno en uno, hazte a un
lado, por Hades, para que pueda meterme. —La voz de Xena vino desde
detrás de ella. Se apartó a un lado y dejó que Xena pasara y se metiera en la
bañera hundida con un gruñido, antes de sentarse en el borde y comenzar a
quitarse las botas. Quizás—. Ungh. —Xena se dejó caer en el agua enviando
una ola por encima del borde que empapó la espalda y el costado de
Gabrielle—. ¡Ups!

—¡Ostras! —Gabrielle se levantó apresuradamente y saltó hacia un lado


perdiendo el equilibrio y terminó cayendo al suelo con su bota en una mano
y agitando una pierna—. ¡Huy!

Xena se apoyó en el lado de la bañera.

—Saldría y te ayudaría a levantarte, pero te juro por los dioses Gabrielle, que
estoy demasiado hecha polvo. Lo siento.

Gabrielle se enderezó y miró a la reina con desconcierto.


—Está bien. —Arrojó su bota a un lado y comenzó a desatar la otra—. Es igual
de cómodo aquí en el suelo. —Tal vez estaba siendo tonta. Xena sonaba cada
vez más como su viejo yo.

Tal vez podrían incluso... Gabrielle de repente supo lo que quería. Era una
locura. No estaba siendo tonta, estaba en el límite de la locura. Con un suspiro,
se sacó el raído y andrajoso sobretodo y se quitó las polainas, contenta de
librar a su piel de su tacto, y las arrojó a una pila para lavarlas más tarde.

Luego se volvió y miró la bañera con su despatarrada ocupante, antes de


armarse de valor y dirigirse allí.

Xena estaba reclinada hacia atrás en la bañera agradecida de, simplemente,


quedarse quieta. Le dolía cada hueso de su cuerpo y hasta respirar le suponía
un gran esfuerzo. Sumergió sus manos en el agua y las flexionó lentamente,
observando cómo se disolvían las manchas de sangre mientras sus músculos
comenzaban a relajarse.

Después de un momento sintió que el agua se movía y abrió los ojos para
encontrar a Gabrielle bajando con cuidado por el otro extremo de la bañera, 776
con su maltratado cuerpo casi tan golpeado como el de Xena. Tenía
magulladuras por todo el torso y largos rasguños en los brazos, y cuando se
recostó hacia atrás y se deslizó hasta el cuello en el agua, dejó escapar un
gemido que la reina entendió por completo.

Movió los dedos de los pies y se echó hacia atrás con cuidado hasta que sintió
el borde de mármol fresco en su espalda mientras dejaba que la paz de la
habitación calara en ella. Habían sucedido tantas cosas en los últimos días
que le resultaba difícil recordar la última vez que había podido sentarse.

Oh. Un momento, lo recordó. En el granero. Sobre la paja. Encima de un


montón de mierda de pony.

—La vida apesta, ¿eh? —Xena cogió un poco de jabón y comenzó a frotar su
piel manchada de sangre después de unos minutos de silencio incómodo.

Gabrielle parpadeó hacia ella.

—En este momento, no —dijo levantando una mano y dejando que el agua
perfumada cayera entre sus dedos—. Esto es increíble.

Xena miró el agua tibia, perpleja.


—Tienes razón. —Flexionó su mano notando el gran moretón en el punto entre
su índice y pulgar—. Tienes razón, amiga mía.

Las palabras fueron alentadoras y Gabrielle comenzó a sentirse un poco mejor.

—Entonces, um... —Se movió un poco más cerca mientras se frotaba los brazos
con su propio pedazo de jabón—. ¿Qué va a pasar ahora? —Hizo una mueca
cuando el jabón le escoció en la piel en carne viva del dorso de una mano—
. Ay.

—Bien. —Xena se metió debajo del agua para mojarse el pelo, luego salió a
la superficie—. Con un poco de suerte, podremos comer algo, luego hacemos
el amor y luego nos vamos a dormir —respondió—. ¿Te parece bien?

¿Eh? Para nada era lo que Gabrielle había preguntado, pero la respuesta le
parecía perfecta.

—¡Oh si! —exhaló, sintiendo una especie de tensión en su relajación—. Eso


suena genial.
777
Xena se rio suavemente en voz baja.

—Claro que sí —respondió con melancolía.

Gabrielle agachó la cabeza y la sacudió, frotándose el pelo con una


sensación de absoluto alivio. Salió a la superficie y pilló a Xena mirándola, y la
mirada en esos ojos... Era más de lo que había esperado, de verdad. Al cabo
de un rato, miró a Xena de nuevo.

—Oye, ¿Xena?

—¿Mm?

—¿Podemos saltarnos la cena?

Xena fue pillada por sorpresa aclarándose el pelo. Se detuvo, levantó la vista
por debajo de flequillo mojado y comenzó a reír. Dejó caer el jabón y se sentó,
sus hombros se sacudían mientras veía a Gabrielle ponerse de un delicado
tono rosa brillante.

—Pequeña zorra.
Ah, el hielo estaba roto. Gabrielle sonrió y luego comenzó a reír suavemente
también, mientras se frotaba el jabón sobre los hombros y respiraba el ligero
aroma a hierbas.

—¿De verdad quieres que te diga que prefiero una sopa a ti? —Xena se rio
más fuerte—. Quiero decir, vamos, Xena. —Gabrielle notó que sus manos
temblaban, un poco—. Dame un respiro, ¿eh? —Entonces sintió un toque en
su pierna y levantó la vista—. ¿Qué? —Se encontró unos centelleantes ojos
azules que la miraban, con un calor detrás de ellos que ahuyentaba la
telaraña del miedo.

—Ven aquí. —Xena tiró de su pantorrilla—. Pequeña y lasciva rata almizclera.


Gabrielle soltó el jabón y se deslizó hacia el extremo de la bañera donde
estaba Xena, acomodándose por fin, en los brazos de la reina. Ahh. Gabrielle
sonrió cuando sus cuerpos se tocaron, su mundo finalmente recuperó algo de
su color. Se apoyó en la reina y cruzó los brazos sobre los de ella, inclinando la
cabeza hacia atrás mientras Xena se inclinaba hacia delante y sus labios se
tocaban. Era cómo… Gabrielle ni siquiera pudo completar el pensamiento. Se
giró a medias y dejó caer sus manos bajo el agua, acariciando el muslo de 778
Xena mientras sus entrañas comenzaban a arder y dejó que los
acontecimientos del día se alejaran de ella. Dejó que el pasado reciente se
desvaneciera, llevándose la oscuridad, la ira y el miedo con él. Ella no los
quería. Solo quería este calor y esta cercanía y no estar sola ni un segundo
más—. A la mierda la cena. —Xena la giró completamente, sus miembros se
enredaron en el agua tibia mientras una creciente pasión las tomó a los dos
por sorpresa—. Sólo trae el postre. —Su mano ahuecó el pecho de Gabrielle y
sintió un toque en la parte alta del interior de su muslo que la hizo respirar
entrecortadamente. Se olvidó de sus heridas. Se olvidó del cansancio. La
intensa energía sexual la llenó y se reclinó hacia atrás, tirando de Gabrielle
contra ella mientras sus cuerpos se presionaron uno contra otro, desterrando
el agua por un calor mucho más potente. Sus manos cayeron por los costados
de Gabrielle mientras se besaban, sintiendo el fuerte movimiento de las
costillas de su compañera bajo sus pulgares mientras inhalaba, al oír el suave
gemido subvocal cuando su muslo se deslizó entre los de Gabrielle para
separarlos. Gabrielle estaba atrapada entre la euforia y la excitación. Habían
pasado tantas cosas. Tantas se habían interpuesto entre ellas, que fue casi un
shock encontrar ese contacto tan familiar y el suyo tan bienvenido. Apenas
sabía por dónde empezar mientras se reencontraba con el largo cuerpo de
la reina, sus manos bajaban por una silueta más delgada y más demacrada
de lo que recordaba. La guerra era dura, ¿no era eso lo que Xena había
dicho? Especialmente en alguien que apenas dormía y peleaba...—. No eres
muy buena nadadora, ¿verdad? —interrumpió Xena susurrándole al oído.

Peleaba sin darse por vencida.

—N... no —dijo Gabrielle, mientras la mano de Xena jugueteaba con su pecho.

—Salgamos de esta maldita bañera entonces. —La reina echó la cabeza un


poco hacia atrás mientras la suave caricia en su muslo pasaba a provocación
sensual—. Antes de que ambas nos ahoguemos.

Gabrielle mordisqueó el aleteo visible a lo largo del cuello de Xena, teniendo


a Xena en pequeña desventaja. Se inclinó y sus cuerpos se tocaron y se
deslizaron uno contra el otro otra vez cuando su caricia pasó de sensual a una
intensidad rítmica que, había aprendido a lo largo los meses, pondría a Xena
a su merced.

Aunque solo fuera por un breve momento.

Sintió que las manos de Xena la agarraban mientras su cuerpo reaccionaba 779
ante el contacto, la evidente fuerza en la presión la hizo contener la
respiración como siempre. Mordió suavemente el lóbulo de la oreja de Xena,
luego se movió más abajo, mordisqueando y provocando, mientras esos
recuerdos de las largas tardes de invierno volvían para inundar su memoria y
se dejaba perder en ellas.

Un gemido bajo emergió de la garganta de la reina y fue como música para


los oídos de Gabrielle cuando sintió que el cuerpo de la reina comenzaba a
sacudirse y ella se dejó llevar cuando se intensificó el agarre y ambas se
movieron, salpicando agua fuera de la bañera al suelo.

Entonces Xena la abrazó relajada y volvieron a deslizarse juntas, ajenas al


baño, al agua y a cualquier cosa que no fueran ellas.
—Creo que podría llegar a aprender a disfrutar de la natación. —Gabrielle se
aplicó con esmero a un racimo de uvas. Estaba sentada con las piernas
cruzadas en una de las sillas, su cuerpo envuelto con una sábana de lino y
compartiendo una bandeja rápidamente improvisada que los hombres de
Xena les habían traído.

—Creo que serías bastante buena en eso. —Xena estaba sentada en otra silla
frente a ella, apoyada contra uno de los brazos con una pierna recogida
debajo de ella y la otra extendida. Tenía una copa de vino acunada en los
largos dedos de una mano, y un poco de pan y queso en la otra. Tenía casi
todo lo que quería. Estaba limpia, su libido estaba saciada por el momento, y
había comido lo suficiente como para sentirse casi normal. Sin embargo—.
Maldita sea, me duele la espalda. —Xena suspiró—. Hades, me duele cada
hueso de mi cuerpo. —Dejó descansar su cabeza contra la silla—. Gabrielle,
déjame decirte una cosa. Esta mierda de ser un héroe es matadora.

Gabrielle dejó las uvas y se levantó, caminando detrás de Xena y extendiendo


sus brazos por encima del respaldo de la silla para masajear suavemente sus
hombros. 780
—No tienes tus cosas contigo, ¿eh?

—No —respondió Xena en un tono triste—. Cuando dejé el barco solo agarré
tu bolsa, eso es todo.

Las manos de Gabrielle sondearon un poco más fuerte, trabajando


cuidadosamente alrededor de los nudos que Xena podía sentir a ambos lados
de su cuello y, aunque el contacto no estaba haciendo nada por el daño que
ella misma se había hecho, la reina no estaba dispuesta a ponerle fin.

—Gracias por traerla —dijo Gabrielle después de un rato de silencio—, Al


menos tenemos un poco de jabón y un cepillo para compartir, ¿eh?

Xena sonrió, riendo suavemente en voz baja.

—Sí. —Dejó su copa y flexionó lentamente sus manos—. ¿Escuchaste lo que


dijo Brendan? Dijo que el maldito ejército se dirige hacia aquí.

—Ajá.

—Nadie me escucha, Gabrielle —suspiró Xena—. Nadie hace lo que les digo.
—Mm.

—¿Te ha comido la lengua el gato?

Gabrielle permaneció en silencio por un momento, luego se aclaró la


garganta suavemente.

—Yo... em...

Xena prestó atención escuchando atentamente a su compañera, pero


manteniendo su postura como estaba, ya que quería escuchar lo que
Gabrielle tenía que decir, pero sin volver a asustarla por nada.

Sin embargo, el silencio se alargó, y la reina se encontró en la extraña posición


de tener que ser la mitad habladora de la relación para variar.

—Es curioso cómo los Destinos te joden la marrana de repente, ¿no?

—¿Hm?
781
Xena exhaló.

—Tuve esa loca idea —dijo—. Me mentí a mí misma, y a ti, y a esos hombres
en ese barco y la verdad es que, a lo único a lo que nos iba a llevar, era a la
muerte. —Sintió el calor en la parte posterior de su cabeza cuando Gabrielle
exhaló, pero las gentiles manos siguieron moviéndose en silencio—. Entonces
tuve otra idea loca. —Xena continuó con tono más suave—. Pensé que, si
capitaneaba a esos hombres al mar y moríamos, ya que no teníamos
aparejos, no teníamos suministros... ni siquiera teníamos barriles de agua...
entonces, al menos no morirías conmigo. —Hizo una pausa, pero Gabrielle no
dijo nada y Xena suspiró para sus adentros, preparándose para continuar—.
La parte estúpida de eso fue, naturalmente, que vas a decir algo tan poco
brillante como que preferirías morir conmigo que... ah... no importa. Lo que
sea.

—Xena. —La reina miró por encima del hombro—. No necesitas explicarme
nada. —Gabrielle había cruzado las manos sobre el respaldo de la silla y
apoyado su mentón en ellas—. Eres la reina.

Xena observó atentamente esos ojos ensombrecidos y cansados, y una


descarga de adrenalina la atravesó cuando reconoció el momento por lo que
era.
—¿Eso es todo lo que soy para ti? —preguntó en un tono tranquilo y uniforme,
conteniendo la respiración mientras esperaba la respuesta—. ¿Ahora?

Durante un largo rato, Gabrielle se encontró con su mirada y luego la apartó.

—¿De verdad importa?

Lo sabía. Recitó Xena mentalmente. Sabía cómo se sentía ella. Sabía cómo se
sentía porque ella se lo había dicho una puñetera docena de veces y lo ignore
por completo como la tonta del culo que soy. Exhaló audiblemente entre un
suspiro y un gemido.

—Algún día maduraré y no seré tan idiota. —Gabrielle la miró en silencio—. Por
supuesto que importa—. Dijo la reina después de una larga pausa. Luego
enmudeció cuando el repentino temor de haber hecho algo irreparable la
golpeó y se preguntó si tal vez Gabrielle de verdad la veía así ahora. Tal vez
no volvería a confiar en ella otra vez. ¿Podría? Irónico, Xena. Haces que todos
los demás demuestren su lealtad y piensas que eso significa que puedes
aprovecharte de ello. Su corazón dio unas cuantas vueltas incómodas, pero
su propia conciencia interna se adueñó de ella y apartó a un lado el 782
escarmiento por algo más productivo. Si había algo que Xena sabía, era cómo
limpiar su propio desastre. La humildad apestaba. Pero eso no quería decir
que no supiera cómo serlo si tenía que hacerlo—. Gabrielle —dijo—. Lo siento,
la cagué. No debería haberte dejado en el establo. —Inclinó la cabeza hacia
atrás para mirar a su amante. —Por favor, perdóname.

La mujer rubia rodeó lentamente la silla y se colocó delante de ella,


arrodillándose frente a Xena y poniendo las manos sobre las rodillas de la reina
mientras Xena giraba la cabeza siguiendo sus movimientos, sintiendo su éxito
en el rápido cambio del lenguaje corporal de Gabrielle y reconociendo un
momento de alivio casi doloroso.

Entonces se dio cuenta de que su capacidad para disculparse dependía


realmente de su necesidad de que esa disculpa fuera aceptada, y su
necesidad en este momento era completa.

La expresión de Gabrielle cambió de silenciosa y cerrada, a una abierta y


honesta dulzura mientras se inclinaba hacia adelante y apretaba su dedo
gentilmente.
—Por los dioses, Xena. Eres tú quien debería perdonarme. —El dolor había
merecido la pena. Xena cubrió una de las manos de Gabrielle con la suya,
frotando el borde de su pulgar contra los nudillos de su amante. Había
merecido la pena la flagelación emocional para juntar esos pensamientos
raros y dispersos que constituían su vida juntas y las acercaban de nuevo,
empujando al mundo a un lado para cerrar esta brecha personal que se había
abierto entre ellas. Ella le importaba a Gabrielle. Gabrielle le importaba a ella.
Su amor importaba—. Eres todo para mí —dijo Gabrielle—. Debería haberte
seguido. Tenía demasiado miedo de que no quisieras que te siguiera.

Sí, mereció la pena. De todos modos, ¿quién en el Hades necesitaba


dignidad?

—Quería que lo hicieras —admitió la reina—. Seguí mirando detrás de mí para


ver si estabas allí. —Hizo una pausa—. Maldita sea, casi me muero cuando vi
que no estabas.

Gabrielle se inclinó y besó la rótula desnuda de Xena.

—Lo siento. —Apoyó la cabeza en ese punto. 783

Xena acarició suavemente su cabello.

—Tú —dijo—, Brendan, el ejército... ¿qué hice para merecer todo este
idealismo cursi?

—Simplemente ser como eres.

—Genial. —La reina suspiró de nuevo—. Creo que dejaré de ser yo entonces.
Tal vez seré un burro. Solo estar en el campo todo el día masticando pasto y
tirándome pedos. ¿Qué te parece? —Gabrielle levantó la mirada hacia ella—
. No contestes a eso. —Xena le acarició la mejilla y vio que la expresión ya
cálida se convertía en algo tan empalagoso que casi se derritió en ese
momento—. Vamos a dormir un poco. Maldita sea sí sé lo que va a pasar
mañana, pero si no me echo una siesta, puedo terminar cortándome los
dedos tratando de desenvainar mi espada. —Gabrielle volvió la cabeza y
besó la palma de Xena. Luego se puso de pie y tendió las manos a la reina,
esperando a que las estrechara antes de tirar de ella para ponerla de pie y
conducirla a la cama. Subieron mientras Xena apagaba la vela cercana,
dejando como única luz las antorchas parpadeantes que brillaban a través
de las ventanas y el aplique de pared cerca de la puerta. Xena estiró su
cuerpo con cuidado y dejó que su cabeza descansara sobre la almohada.
Ahora que ella estaba allí y estaba tranquila, era difícil creer que estuviera allí
y estuviera tranquila, y que pudiera pasar un rato quieta y simplemente
descansar. Habían pasado tantas cosas tan rápido. Hades, tanto había
sucedido tan rápido desde la puesta de sol. Sentía que el mundo estaba
girando demasiado rápido para ella, y que le estaba atropellando el culo con
demasiada frecuencia y con demasiada consistencia. Para, quería decir. Solo
para, y déjame asimilar todo lo que está pasando. El día parecía haber
durado toda una vida. Xena cerró los ojos y pensó en todas las cosas que
habían sucedido, repasando la pelea, y el hallazgo del barco, la búsqueda
de sus hombres, y ella y Gabrielle separándose en el establo. ¿Por qué había
dejado que todo la sobrepasara de ese modo? Su corazón casi se detuvo
cuando sintió un toque cálido en su vientre, luego se relajó cuando Gabrielle
se acurrucó más cerca, poniendo su brazo sobre el estómago de Xena y
trayendo un muy bienvenido calor a lo largo de su costado. Ese calor llegó a
sus puntos doloridos. Hizo que sus músculos tensos se relajaran, y exhalando
levemente, rodeó a Gabrielle con el brazo y reconoció lo feliz que estaba de
que estuvieran allí juntas. No mucho antes, había estado mirando
directamente a la posibilidad de perder a su amante, ya fuera por el curso de 784
los acontecimientos o por su propia imprudencia, y ahora que tenía la
oportunidad de pensar realmente en ello, tenía que preguntarse en qué
Hades había estado pensando. ¿Perder esto? Si el movimiento no hubiera
perturbado a su compañera de cama, se habría abofeteado a si misma. Se
preguntó si estaba perdiendo la cabeza después de todo, si la edad estaba
debilitando su capacidad de pensar y planificar, ya que todo lo que había
hecho en el último año era meter la pata con absolutamente todo lo que
había caído en sus manos. Gabrielle la apretó un poco y le dio un ligero beso
en el pecho. Bueno. Casi todo. Y bien, ¿qué debía hacer a continuación?
¿Qué esperaba la ciudad de ella? ¿Qué esperaba Gabrielle de ella? ¿Era su
reticencia a enfrentarse a Sholeh por sentido común o era simple cobardía?
Xena sabía que solo escucharía esa pregunta de si misma, pero también sabía
que era la única que podía mirar esa cara en el espejo y ver la realidad
reflejada en ella, no una leyenda de pacotilla. Esa realidad era la que la
impulsaba a salir por patas, tomar lo que podía y huir. Tenía sentido, ¿no? ¿Por
qué quedarse y morir? Solo un idiota haría eso con el ejército que Sholeh tenía
frente a ellos. Por supuesto, ella se llevó una veintena de hombres, pero ¿qué
era eso contra miles? ¿Qué podría hacer realmente? Xena abrió los ojos y
estudió el techo, buscando por cualquier indicio de arañas. Bueno, está bien,
entonces ella había destruido sus barcos atracados, e incitado a la ciudad a
la revuelta, y había echado a los persas de las puertas, pero en realidad...
Hm—. ¿Gabrielle?

—¿Mm? —murmuró adormilada Gabrielle en respuesta.

—¿Por qué les dijiste que iba a crear una distracción?

Gabrielle guardó silencio por unos momentos.

—Supongo que, porque en mi corazón sabía que, si pudieras hacer algo así,
lo harías.

—Umm. —Xena examinó la declaración—. Tenías razón —dijo con tono de


sorpresa—. Así es exactamente como sucedió. Vi una oportunidad, y la
aproveché. —Gabrielle le dio otro apretón—. Pero ¿cómo lo supiste? —Insistió
Xena—. Te aseguro que ni Hades lo sabía.

—Simplemente lo sabía —le dijo su compañera de cama—. Siempre haces


eso, Xena. Siempre estás al frente de todos, haciéndote cargo, haciendo
frente a todas las cosas peligrosas... simplemente lo haces de forma natural. 785
—Sí. —Xena murmuró en acuerdo—. Simplemente no sé por qué lo hago. Solía
pensar que es porque soy la reina. Se supone que las reinas deben liderar.

—No creo que tenga nada que ver con que seas una reina.

—Bueno, podría ser porque soy una maníaca homicida que se cree la elegida
de Ares, el Dios de la Guerra.

—¿De verdad crees eso?

Xena suspiró.

—Solía hacerlo —admitió—. Pero no creo que él se hubiera dado a la fuga


con la marea de la noche, ¿verdad?

—Pero no lo hiciste.

—Pero quería.

Gabrielle dudó por un largo momento, luego exhaló, calentando la curva del
pecho de Xena con su aliento.
—Yo también.

Xena sintió el sueño, mantenido a raya por tanto tiempo, tomando el control.
Se quedó dormida con las palabras de Gabrielle en su mente, su influencia y
peso se hundieron rápidamente en sus sueños.

Gabrielle estaba de pie a la luz del sol que entraba por la ventana, trabajando
con un trapo para limpiar la superficie de la armadura de Xena. El olor del
metal y el cuero mezclado con la tela limpia y secada al sol, flotaba a su
alrededor, y ella pulía pacientemente en la tranquila paz de la habitación.

Afuera, en la plaza, los hombres y los carros estaban retirando los restos
calcinados de la plataforma, y en su lugar, las tropas de Xena habían 786
empezado a montar el campamento allí, y el grupo iba creciendo gracias a
los voluntarios de la ciudad mientras colocaban montones de suministros en su
sitio.

Miró hacia afuera cuando escuchó una voz familiar y vio a Xena esquivando
una carreta de bueyes mientras gritaba algo a dos hombres que luchaban
con un poste de madera.

Era un poco divertido observar a todos los demás reaccionar ante la presencia
de Xena. Lo que sea que estuvieran haciendo los hombres, o disminuían la
velocidad, o se detenían por completo hasta que ella pasaba, girando sus
cabezas como si un viento los empujara mientras sus ojos se quedaban
pegados a su alta figura con sus cueros recién lavados.

Gabrielle sonrió, solo un poco, y volvió a su limpieza. Quitó cuidadosamente la


suciedad y la sangre del metal pesado, sacándole brillo con dedos pacientes.

Era un nuevo día en más de un sentido. Terminó uno de los brazaletes y lo dejó
sobre el arcón, luego levantó el otro, girándose para mirar cuando un suave
golpe llamó a la puerta.

—Adelante.
Lentamente, la puerta se abrió y apareció una cabeza rubia.

—Buenos días.

Gabrielle sonrió.

—Hola, Lennat. Buenos días a ti también. —Frotó una mancha resistente del
metal cobrizo—. Han pasado muchas cosas, ¿eh?

—Si. —Lennat avanzó alentado por sus palabras—. Um... vinieron, cogieron a
tu pony y lo pusieron en el establo de aquí arriba —dijo—. Espero que no te
importe.

—Por supuesto —respondió—. Apuesto a que está contento de ver a Tiger, el


caballo de Xena.

Lennat miró a su alrededor, luego volvió a mirarla.

—¿Xena tiene un caballo? No vi ninguno. —Se acercó sigilosamente echando


un vistazo a la armadura que Gabrielle estaba puliendo—. ¿Has estado en los 787
muelles? Es horrible.

—No. —Gabrielle negó con la cabeza—. Xena me pidió que me ocupara de


esto mientras ella organiza todo —dijo—. Pero si es parecido a cómo estaba
aquí fuera, me lo puedo imaginar.

—Peor —dijo Lennat—. Había mucha gente en los barcos. —Se calló—.
Algunos intentaron saltar y nadar, pero seguían ardiendo —agregó—. Fue
bastante espantoso.

—Bien. —Gabrielle bajó el brazalete, luego se sentó en el arcón y tiró de la


armadura del pecho de Xena para colocarla sobre su rodilla mientras
trabajaba en ella—. La verdad es que la guerra es terrible. —Ella lo miró—. Pero
os atacaron, así que supongo que ya lo sabes.

—En realidad no lo hicieron. —Lennat se sentó en el arcón junto a ella—.


Dijeron que lo harían, y el consejo de la ciudad les dejó entrar.

Gabrielle se detuvo y lo miró.

—¿De verdad?
—Si —respondió—. ¿Qué otra cosa se suponía que debían hacer? Sus naves
aparecieron en nuestro puerto y el ejército marchó por el camino; el consejo
pensó que solo dejarían unos pocos soldados aquí y seguirían adelante.

—Oh. Pero no lo hicieron.

—No —suspiró Lennat—. Simplemente comenzaron a tomarlo todo y a matar


gente. Supongo que se dieron cuenta de que era un error, pero no creo que,
incluso si hubiéramos luchado, hubiera sido mucho mejor. No somos muy
buenos en la guerra. —Miró por la ventana—. Pero Xena es increíble en eso,
¿no? Los hombres dijeron que prácticamente ella sola hizo todo lo que sucedió
en el muelle.

—Ella es increíble. —Gabrielle estuvo de acuerdo sin reparos—. Sé que


trabajará muy duro para salvar lo que pueda del ejército de Sholeh. Si fueran
inteligentes, simplemente saldrían corriendo y no se meterían con ella.

Lennat asintió.

—Tienes razón —dijo—. Ah, oye, escucha... uno de los hombres de Xena del 788
barco resultó herido, lo trajeron a la posada y él estaba preguntando por ti.

Uh oh. Gabrielle exhaló.

—¿En serio? —murmuró—. ¿Por mí?

—¡Gabrielle!

Ambos se volvieron cuando la voz de Xena penetró en la habitación con muy


poco esfuerzo. Gabrielle dejó la armadura y se dirigió trotando hacia la
ventana, mirando hacia fuera para encontrar a su amante de pie, con los
brazos en las caderas, con esa actitud poderosamente arrogante
observándola.

—Estoy aquí —respondió Gabrielle—. ¿Me quieres para algo?

Xena mostró una sonrisa sexy.

—¿Seguro que quieres que toda la maldita ciudad sepa la respuesta a eso?

—Dioses —murmuró Gabrielle medio cubriendo sus ojos—. No —respondió—.


La verdad es que no.
La reina se echó a reír y caminó hacia la ventana, viendo a Lennat dentro
mientras se acercaba. Su expresión cambió y su cabeza se inclinó un poco
hacia adelante mientras sus cejas se alzaban.

—¿Qué quieres?

Lennat se apartó de la ventana.

—Um...

—Sólo me estaba hablando de Parches. —Gabrielle intervino rápidamente—.


Eso es todo.

—Mmm. —Xena gruñó por lo bajo—. Está bien. —Puso sus manos sobre el
alféizar y se inclinó hacia Gabrielle—. Les dije a todos estos pueblerinos idiotas
que se reunieran en mitad del camino cerca de las puertas. Vamos a ver de
qué están hechos.

Para sus adentros, Gabrielle se preguntó si estaban hechos de algo diferente


que ella o Xena. 789
—Está bien —dijo—. Ya casi he terminado con tus cosas. Solo quedan estas
partes. —Tocó el peto redondeado con una mano. —Xena rio
disimuladamente—. Xena.

—Está bien, pero date prisa —dijo la reina—. Estaré de vuelta en un cuarto de
marca a por ellos. —Metió la mano dentro y palmeó el brazo de Gabrielle—.
Estate preparada. Volveré también a por ti.

Desapareció de la ventana y Gabrielle se tomó un momento para recuperar


el aliento antes de volverse hacia donde estaba Lennat esperando
nerviosamente.

—Lo siento. Ella es...

—¿No es tan malo como suena? —Lennat sonrió débilmente.

—Um... —Gabrielle volvió a trabajar en el peto—. Bueno, en realidad lo es —


dijo en tono de disculpa—. Probablemente es peor —añadió—. Pero esta es
una situación realmente complicada, así que está tratando de encontrar la
mejor manera de solucionar las cosas.
Lennat retrocedió hacia la puerta.

—Bien, es bueno saberlo. Ah, solo quería informarte de eso, supongo que te
veré por aquí —añadió apresuradamente, abrió la puerta, salió por ella y la
cerró con un fuerte golpe.

Gabrielle lo vio irse un poco perpleja, insegura de si lo había asustado o no.


Después de un momento, sacudió la cabeza y volvió a su trabajo.

Detrás de ella, Xena envainó su daga y se rio en silencio, dirigiéndose de nuevo


a los hombres que se estaban reuniendo en la plaza.

Brendan estaba garabateando en un pergamino cuando Xena llegó. Hizo una 790
pausa y miró a la reina mientras su sombra oscurecía su espacio de trabajo.

—Majestad.

—Mm. —Xena miró a su alrededor—. Casi me siento como una majestad esta
mañana —admitió francamente—. En lugar de un pedazo de estiércol de
caballo que lleva tres estaciones pegado a una rueda de carro. —Brendan se
limitó a parpadear ante esta declaración—. Y bien —continuó la reina—.
¿Cuántos persas han muerto?

—Una veintena —dijo Brendan—. El fuego hizo mucho del trabajo, allá abajo.

Xena había escuchado los gritos mientras subía desde los muelles.

—Bien.

—Los exploradores acaban de llegar —agregó su capitán—. Han dicho que


el ejército está avanzando por el camino. Suponen que estarán aquí al caer
el sol si mantienen el ritmo. —Miró hacia las puertas, firmemente cerradas y
atrancadas—. No aguantarán mucho.
Xena se puso de frente a las puertas. Eran altas y robustas, se elevaban tres o
cuatro veces más de su altura y estaban tachonadas con pesadas tiras de
hierro.

—No —estuvo de acuerdo—. Si les permitimos ir directamente hacia ellas, no


lo harán. —Brendan la miró. La reina juntó sus dedos y los golpeó contra sus
labios, mientras giraba en círculo y estudiaba los alrededores. Donde antes
había estado la plataforma con sus estaciones de tortura ahora había un
campamento lleno de soldados, los suyos, los que ella había conseguido de
los persas, y algunos voluntarios de la ciudad. No muchos de esos. En su
mayoría los hijos más jóvenes, y los trabajadores que ahora se habían
quedado sin su medio de vida después del saqueo de la ciudad, pero eran
dispuestos, y lo suficientemente estúpidos para ofrecerse como voluntarios y
ella no estaba rechazando a ninguna persona viva en su locura actual.
Entonces, cien hombres—. ¿Cómo va la recolecta?

—No está tan mal. —Jens había llegado al otro lado de Brendan—. Los
hombres que salieron por patas anoche dejaron todo excepto lo que llevaban
en sus manos. —Indicó los edificios largos y bajos en los que habían vivido los 791
soldados—. Y la armería, con muchas buenas flechas allí.

—Bien —dijo Xena—. Lleva a esos novatos inútiles allí para que vayan calle por
calle y traigan todos los carros de la ciudad hasta las puertas —dijo—. ¿Hay
algo salvable en el muelle?

—No. —Tanto Jens como Brendan negaron con la cabeza—. Ah. —Jens
levantó una mano—. El pequeño barco que tomamos, eso queda —dijo—.
Amarrado donde lo dejaste. Sacamos a los muertos, los tiramos y llevamos a
la posada a ese persa del que te encariñaste.

¿El Persa del que se encariñó? Xena lo miró fijamente.

—¿Qué?

—El soldado —dijo Jens—. ¿De fuera de las puertas?

Oh. Ugh.

—Deberíais haberlo dejado. —Xena exhaló con irritación—. ¿Está vivo?

Jens se encogió de hombros.


—Si.

La reina frunció el ceño.

—Maldita sea. —Caviló mirando a su alrededor. La gente se movía por las


calles ahora, dirigiéndose hacia la plaza central—. Me ocuparé de eso más
tarde —decidió—. Reunidlos a todos frente a las puertas y esperad a que yo
vuelva.

—Sí —respondió Brendan—. Lo haremos, señora.

Xena echó otro vistazo al espacio, luego se giró y se dirigió decidida hacia sus
aposentos temporales, dejando atrás a sus capitanes.

—Va a ser un Hades de pelea —comentó Jens—. Sin embargo, te digo que es
peor estar sentado en el cuartel oxidándose —dijo—. No importa como acabe
la cosa.

Brendan resopló, luego se rio entre dientes.


792
—¡Y que lo digas, chaval! —respondió—. Creo que su Maj finalmente ha vuelto
al camino con nosotros. —Echó un vistazo alrededor, bajando la voz—.
Esperemos, al menos.

Jens dejó que sus manos descansaran en la caja que su compañero estaba
usando como mesa.

—Nunca lo dejó —discrepó—. Solo se sentía un poco superada por todo esto,
ya sabes.

—Mm.

—La pequeña le mostró el camino —añadió Jens, inesperadamente—. Es un


corazón audaz.

—Ninguno más audaz —reconoció Brendan—. Jell la vio como un ratón, pero
el diminuto ratón tiene dientes de gato de montaña, ¿no?

—Maj fue mordida, eso está malditamente claro.


Xena se acercó a la plataforma de guardia a un lado de las puertas y se
preparó para subir a ella. Primero hizo una pausa enderezando un poco su
capa y pasándose los dedos por el pelo mientras miraba a la multitud reunida
por el rabillo del ojo.

—Hmph.

—¿Pasa algo? —Gabrielle se detuvo junto a ella.

—No. —Xena la estudió—. ¿Estás lista?

Gabrielle miró a su alrededor, como preguntándose con quién estaba


hablando Xena. Su cabello era de un suave y brillante dorado a la luz del sol,
e iba vestida con su librea, con las manos juntas detrás de ella.
793
—Um... claro —respondió—. ¿Que estamos haciendo?

—Tomar el control de la ciudad. —Xena se giró y la empujó hacia la escalera,


dándole una palmadita en el trasero—. Sube.

Gabrielle hizo una mueca, pero estiró los brazos y colocó sus manos alrededor
de los peldaños, cogió impulso y comenzó a trepar hacia la plataforma. Era
una escalera alta y se agarró con fuerza cuando sintió que la madera
comenzaba a temblar debajo de ella cuando Xena comenzó a seguirla.

—Ay.

—Sigue subiendo —dijo la reina—. Cáete sobre mi cabeza y ambas lo vamos


a lamentar.

Eso hizo sonreír a Gabrielle y se las arregló para recorrer el resto de escalera en
poco tiempo, llegando a la cima y subiéndose a la plataforma ayudada por
los gruesos postes de madera que había, aparentemente, para ese propósito,
y que habían sido usados durante años por muchas manos antes que las suyas.

La plataforma era lo suficientemente grande para unos pocos soldados, y en


el otro extremo, tenía la altura suficiente para permitirle a Gabrielle ver por
encima de las murallas y mirar a través de la llanura, hacia las montañas,
mientras esperaba a que Xena se uniera a ella.

Un viento seco atravesaba el espacio abierto y podía oler el humo en él, el


largo camino estaba vacío casi hasta la línea de árboles donde podía ver una
mancha oscura formándose, moviéndose en su dirección.

—¿Son ellos?

Xena se puso detrás de ella.

—Son ellos.

—Son un montón —comentó Gabrielle—. Pero te tenemos a ti. —Miró a su


amante—. Creo que estamos igualados.

Xena se frotó la frente y se pellizcó el puente de la nariz, medio amortiguando


una sonrisa.

—Dile eso a los persas cuando lleguen, ¿quieres? 794


—Lo haré —respondió Gabrielle—. Además, eres mucho más bonita que
como-se-llame.

Xena sonrió y le dio unas palmaditas en el hombro a su amante.

—Vamos. —Gabrielle se volvió y se unió a Xena mientras se enfrentaban a la


multitud, que ahora se extendía por la plaza y por las calles que
desembocaban en ella. A la luz de la tarde, las caras que miraban hacia
arriba en su dirección estaban claramente definidas, con sus ojos mirándolas
atentamente. Era intimidante. Gabrielle se colocó con cuidado justo a la
izquierda y un paso o dos detrás de Xena y cruzó las manos delante de ella,
esperando ver lo que la reina tenía que decir. La luz del sol caía sobre la
armadura de su compañera, y su pulido se notó claramente en el cálido
resplandor cuando Xena se quitó la capa de los hombros y se enfrentó a la
multitud. Increíble, de verdad, que diferente se veía Xena hoy. Gabrielle se
sintió fascinada por el nítido perfil, la mayor parte del afligido cansancio se
había desvanecido y solo quedaba un leve indicio de ojeras bajo sus ojos.

»Muy bien. —Xena puso sus manos en la barandilla—. ¡Escuchad! —Dejó que
su voz se extendiera por la plaza y el murmullo de voces se silenció de
inmediato. Enderezó su postura, echó los hombros hacia atrás y su cabeza se
levantó mientras la brisa acariciaba su cabello oscuro en un remolino.
Gabrielle estaba contenta de estar allí. Incluso estando de espaldas al ejército
que se aproximaba, parada allí al sol al lado de Xena, frente a la gente de la
ciudad, tenía una sensación de destino cumplido sin importar cuál fuera el
resultado del día—. Mi nombre es Xena. —La voz de la reina sonó fuerte y
clara—. Por si acaso alguien se había perdido esa parte. —La multitud se agitó,
pero todos permanecieron en silencio. En el centro de la plaza, los hombres
de Xena estaban reunidos de pie mirando a su líder con un poco de
respetuoso espacio alrededor de ellos—. Esta es mi pareja, Gabrielle —
continuó Xena—. Mi consorte y segunda al mando. —Los ojos de Gabrielle casi
se salieron de sus órbitas y ahogó un chillido—. El ejército persa se dirige de
regreso hacia aquí. —La reina continuó, ignorando alegremente a la mujer
que estaba alucinando a su lado—. Hay buenas y malas noticias sobre eso. La
buena noticia es que, si nos quedamos y luchamos, probablemente
saquearán la ciudad ya que aquí solo tenemos cien hombres y una rata
almizclera, aparte de mí. —Gabrielle se agarró a la barandilla para evitar
caerse. ¿Pareja? ¿Qué? ¿Segunda al mando? ¿Qué?—. Las malas noticias son
que, si nos vamos, van a saquear la ciudad porque nos ocultasteis —continuó
Xena—. Así que a tragar con eso y a prepararse para luchar. —Hizo una pausa 795
y miró a su audiencia—. Si todos damos todo lo que tenemos, algunos de
vosotros podríais terminar viviendo. Esa es la mejor oferta que recibiréis. —Dejó
de hablar y esperó. La multitud se agitó, oleadas de conmoción casi visibles
se extendieron sobre la multitud para rebotar contra su pecho acorazado
mientras miraba a su compañera de plataforma con su visión periférica.
Gabrielle la miraba con los ojos muy abiertos—. ¿Y bien? —Xena se dirigió a la
multitud—. ¿Qué va a ser?

Después de un breve silencio, tres o cuatro hombres mayores se adelantaron,


moviéndose a través de la multitud para ponerse frente a ella, levantando la
mirada hacia la plataforma y protegiendo sus ojos del sol. Después de una
pausa incómoda, uno de ellos, un hombre alto con una espesa y larga barba
y la ropa de un noble, dio un paso más.

Xena esperó con encomiable paciencia. Era consciente de la fuerza que se


aproximaba a su espalda, y la inclinación del sol, y la rata almizclera que había
perdido la cabeza a su lado, y la locura de todo eso la hacía sentirse salvaje
y casi libre.
Al Hades con eso. Ella era una guerrera. Su vida estaba definida por su espada,
y si las Parcas habían decidido que era allí donde se rompía esa espada,
entonces que así fuera.

—Su majestad. —La llamó el anciano con voz algo ronca—. Nuestra ciudad
estaba siendo destruida lentamente. Si el destino ahora es que sea destruida
rápidamente, entonces lo aceptaremos. —Se aclaró la garganta, mientras un
rumor se elevaba detrás de él—. Lo que podamos hacer para ayudar, lo
haremos.

Bonito.

—Muy bien. —Xena reunió su postura más regia—. Aquellos de vosotros que
tengan armas y quieran pelear, id a por ellas y volved aquí. —Ella los
inspeccionó con un lento giro de su cabeza—. El resto de vosotros... encontrad
un lugar donde esconderos. —Por un momento después de que ella dejó de
hablar, todos se quedaron allí de pie mirándola fijamente—. ¡Largo! —Xena
levantó las manos e hizo un gesto para que se fueran, mirando como la
multitud comenzaba a dispersarse, un fuerte murmullo de conversaciones se
elevaba por encima de la plaza.
796

—Su majestad. —El anciano al pie de la plataforma la llamó—. ¿Podemos


hablar contigo?

Xena los miró.

—Por supuesto —dijo—. Subid. —Señaló la escalera, luego se dio la vuelta y


fue hacia la muralla, apoyando los codos sobre ella mientras estudiaba al
enemigo que se aproximaba—. Gggaaabrielle.

—¿Sí? —Gabrielle se había unido a ella, pero en lugar de mirar hacia afuera,
estaba con la espalda apoyada contra la pared—. ¿De verdad has querido
decir eso?

—¿El qué?, ¿Tu nombre? —La reina miró hacia ella—. ¿O la parte sobre que
eres mi novieta? —Gabrielle arrugó la cara—. ¿No lo eres?

De repente el sonido del viento era muy fuerte en sus oídos. Gabrielle se dio
media vuelta y enfrentó a la reina, viendo la seriedad en su rostro.

—Eso espero —respondió tiernamente—. Pero no creo que pueda comandar


un ejército, Xena.
—Claro que puedes. —Xena mantuvo una oreja hacia la escalera,
escuchando las suaves maldiciones mientras los ancianos subían por ella—.
Gabrielle, lideraste a esos idiotas cuando pensabas que te había dejado
tirada. —Gabrielle miró a lo alto de la plataforma de guardia—. No. —De
repente, la voz de Xena se alteró, y ella se estiró para levantar gentilmente la
barbilla de Gabrielle—. Mírame. —Los suaves ojos verdes se encontraron con
los de ella llevando todo el peso de su amor en ellos. Xena olvidó lo que iba a
decir por un momento. Parpadeó un par de veces, luego se recompuso—. He
estado tratando de luchar contra lo que me has estado diciendo desde que
salimos —dijo seriamente—. No sé si soy lo que tú crees que soy, pero tampoco
sé si soy lo que yo creo que soy. —Gabrielle se limitó a mirarla con los ojos fijos
en su rostro—. Estoy cansada de luchar contra mí misma. —La reina puso su
mano en la mejilla de Gabrielle—. Puede que esté cabalgando directamente
a los brazos de Hades, y es probable que te esté llevando conmigo, pero si
terminamos juntas en la Estigia, quiero que todos sepan que para mí eras
mucho más que una pequeña esclava que recogí por el camino. —Se inclinó
hacia adelante y besó a Gabrielle en los labios—. Así que eres mi pareja. —
Miró a su compañera directamente a los ojos—. Y eres mi consorte. Estamos
juntas en esto. —Xena no estaba segura de lo que estaba pasando detrás de 797
esos ojos, pero podía ver la sonrisa y la calidez, y sabía que había transmitido
su mensaje—. ¿De acuerdo?

Gabrielle exhaló lentamente, con una mirada maravillada en su rostro.


Levantó su mano y cubrió la de Xena, apretando suavemente los dedos.

—¿Te casarías conmigo?

Las fosas nasales de Xena se ensancharon y sus ojos se abrieron como platos.

—Uh...

—Si vamos a encontrarnos con Hades, me gustaría hacerlo casada. —


Gabrielle pronunció las palabras apresuradamente—. Mi padre dijo que
nunca me casaría. Dijo que era demasiado fea, y...

—Sí. —Xena movió su mano y cubrió los labios de Gabrielle con sus dedos—.
¿Puedes esperar a que los abuelos se vayan? —Sacudió la cabeza hacia un
lado cuando el primero de los ancianos apareció por la escalera, jadeando
con fuerza. Gabrielle asintió—. Está bien. —Xena ignoró a los ciudadanos,
abrazó a Gabrielle y la apretó con fuerza.
Gabrielle caminaba entre la multitud siguiendo a la reina y casi ajena a su
entorno. Toda su atención estaba completamente centrada en la figura alta
delante de ella, las palabras que la reina había dicho recorrían una y otra vez
su mente mientras el ruido de los preparativos para la lucha crecía a su
alrededor.

Muchos de los habitantes de la ciudad estaban llegando, algunos con palos,


otros con espadas viejas u ornamentadas, obviamente no destinadas para la
batalla. Les sonrió sin verlos realmente, hasta que se dio cuenta de que los dos
hombres que estaban frente a ella eran Jens y Brendan, y ambos estaban
saludando.

Miró a Xena y se dio cuenta de que la reina estaba de espaldas y que los dos 798
soldados la estaban mostrando honores a ella. Gabrielle sintió que se
sonrojaba intensamente, y logró un débil movimiento de mano en su
dirección, mientras le sonreían.

—Su gracia... hemos limpiado esto para usted. —Brendan le entregó su lanza
con la punta ahora pulida y brillante.

Gabrielle la cogió, cerrando los dedos alrededor del grueso mango de


madera y sintiendo su peso sólido mientras colocaba el extremo cerca de su
bota.

—Gracias —dijo—. Es muy amable por vuestra parte.

Xena se dio la vuelta.

—Ah. —Miró a su compañera—. Te han devuelto tu marcacerdos, ¿eh?

—No creo que vaya a marcar a ningún cerdo —dijo Gabrielle seriamente—. A
menos que te estuviera persiguiendo, es decir.

La reina puso sus manos en sus caderas.


—Haces que me den ganas de buscar una pocilga. —Los hombres se echaron
a reír mientras Gabrielle se sonrojaba de nuevo—. Está bien. —Xena hizo un
gesto al resto de los soldados—. Veamos qué tenemos aquí. —Esperó a que el
ejército, o lo que fuera, la rodeara—. Se están moviendo más lento de lo que
pensaba.

—No estarán aquí al atardecer —Brendan concordó.

—No. —Xena se movió y se hizo un espacio a su alrededor cuando comenzó


a caminar de un lado a otro—. Así que eso puede ser de dos maneras: o
acamparán y atacarán por la mañana, o lanzarán un ataque nocturno. —
Juntó sus manos a la espalda—. Si fuera yo, nos atacaría por la noche.

—Por sorpresa. —Brendan asintió—. Sí.

—Pero ella no soy yo. —Xena continuó.

—Chico, no hace falta que lo jures —soltó Gabrielle de improviso.

Xena se volvió para mirarla con una media sonrisa. Luego se volvió hacia las 799
tropas.

—Creo que le he dado ya suficientes sorpresas y que va a tener cuidado de


no atacarnos en la oscuridad —continuó—. Pero eso no significa que no
tengamos que estar preparados de todos modos.

Brendan se movió, dejando que su mano descansara en la empuñadura de


su espada.

—Las murallas no resistirán mucho tiempo —dijo—. No con el equipo que


tenían en el paso.

—Mm. —La reina gruñó—. Nos mantendremos alerta. —Indicó el puesto de


vigilancia—. Subid a esa muralla y simplemente observad. Mirad todo lo que
hacen, todo lo que montan. No subáis antorchas. —Su voz se hizo más fuerte
y más intensa—. Acostumbraos a la noche. Aprended de ella y no podrán
engañarnos. ¿Lo habéis entendido? —Los hombres asintieron con sus ojos fijos
en ella—. Todos vosotros. —Xena señaló a una fila de soldados con un
movimiento de su mano—. Subid allí. —Los soldados recogieron sus cosas y se
marcharon, abriéndose paso entre la multitud hacia la muralla—. El resto de
vosotros, reunid todas las armas que podamos disparar desde la muralla —dijo
Xena—. Brendan, haz que un grupo de personas fabrique flechas. Cuando
hayas terminado, ven a buscarme y les pondremos algo.

—Sí.

Xena dio un paso atrás y miró a su alrededor.

—No saldremos de las murallas una vez que estén aquí —gritó—. Traed todo lo
que haya por ahí. Comida, agua, todas las malditas cosas puntiagudas que
tengáis, y un impulso suicida. —Levantó las manos con los puños apretados—
. Solo tenemos que llevarnos por delante a cuarenta de ellos por cada uno de
nosotros.

—¡Xena! Xena! —El cántico estalló de repente mientras la reina se giraba en


medio de ellos, impregnándolo todo. Luego bajó los puños mientras los gritos
todavía resonaban a su alrededor.

—Bien. —Se volvió para mirar a Gabrielle—. Veamos qué problemas podemos
encontrar para nuestra amiga Sholeh.
800
—Por supuesto. —Gabrielle la siguió afablemente, levantando su lanza y
caminando con ella—. ¿Sabes lo que echo de menos?

—¿Despertar desnuda conmigo por la mañana?

—Hm.

—Oh, es verdad, lo hicimos hoy. —Xena estaba de evidente buen humor—.


¿Sabes qué, Gabrielle? Incluso si esto nos lleva directas a Hades, nadie lo
olvidará jamás.

—Probablemente no. —Gabrielle apartó su mente de estar desnuda y se


centró en el edificio al que se dirigían. Era de dos pisos, y grande, rodeado por
un robusto muro que lindaba con la choza de guardia en la que habían
dormido.

Algunos de los hombres de Xena estaban frente al edificio y reconoció la


forma alta de Jens, así como la de su amigo Lennat. Parecía haberse hecho
con partes de equipamientos de soldados, y ahora llevaba un cuchillo grande
en un cinturón y botas pesadas.
Él parecía un poco tonto, y ella se sentía un poco tonta con su lanza, pero los
hombres de Xena parecían haberlo aceptado y todos se pusieron firmes
cuando la reina se acercó.

—¿Qué tenemos aquí, chicos?

Los hombres miraron a Lennat, quien se sonrojó y se aclaró la garganta.

—Es el palacio del príncipe, eh... señora.

—No me llames así.

—No la llames así.

Xena y Gabrielle intercambiaron miradas después de que las palabras salieran


a la vez, y Gabrielle se rascó la nariz con un poco de vergüenza.

—Ejem. —Xena volvió sus helados ojos hacia el desafortunado Lennat—. Mi


nombre es Xena —dijo—. Úsalo o te cortaré la lengua.
801
Lennat rápidamente asintió con la cabeza, haciendo que su flequillo suave y
recto subiera y bajara.

—El Príncipe Eslan se fue cuando aparecieron los persas —explicó—. Em...
Xena.

—Ah. —La reina se frotó la mandíbula—. Lo recuerdo —dijo—. Apareció en mi


corte pidiéndome que pagara un impuesto por los barcos mercantes que
dejaba atracar aquí.

—Él cogió su guardia y se fueron en un barco veloz —continuó Lennat—. Pero


era pequeño, y no podían llevar mucho. Dejaron mucho aquí, y los persas no
saquearon el lugar por alguna razón.

Xena vio el gran edificio ornamentado.

—Probablemente porque la Princesa Mariquita se lo adjudicó. —Abrió las


puertas con un sustancioso empujón—. A ver que tenemos. —Atravesó las
puertas y subió por el camino de piedra blanca, cuidadosamente bordeado
por arbustos, que conducía a las puertas del pequeño palacio. No era
realmente un palacio, razonó Xena. No como el suyo, con grandes alas de
piedra que se extendían en cuatro direcciones, con largos pasillos y torres, y
los enormes y resonantes salones en los que recibía a la corte. Era un espacio
delicado y refinado con extravagancias cuidadosamente talladas, todo en
piedra blanca y pálido mármol. No olía a piedra fría y ricos tapices. Xena de
repente sintió nostalgia de su hogar, dándose cuenta de que había sido un
hogar para ella la mayor parte de su vida. Una mirada detrás de ella mostraba
a Gabrielle siguiéndole los pasos, con los ojos vagando por todas partes con
ese ligero asombro que encontraba tan adorable. Con un suspiro silencioso,
la reina se volvió y continuó explorando. La planta baja de la casa estaba
llena de grandes espacios abiertos, y pensó que los usaban para fiestas, ya
que había aparadores en cada pared y las alfombras, aunque ricas, estaban
desgastadas y un poco raídas. Asomó la cabeza por una puerta y encontró
una cocina de un tamaño razonable—. Ah. —Entró y abrió algunos de los
gabinetes de madera, encontrando algunos tarros, pero no mucho más—.
¿Esto ha sido saqueado?

Lennat, que los había seguido adentro con Jens, encogió un poco sus
hombros.

—Creo que los que no tenían nada se colaron y pillaron lo que pudieron — 802
dijo.

—Tiene sentido. —Xena atravesó otra puerta y cruzó hacia la hermosa y


amplia escalera que conducía al segundo piso. Los escalones eran de
mármol, y chirriaban suavemente bajo el cuero de sus botas mientras los
subía—. Así que este hombre os dejó tirados ¿eh?

Lennat iba un par de pasos por detrás de ellos.

—No había mucho más que pudiera hacer —dijo—. Se llevó el tesoro con él.

Xena dejó de caminar y giró los escalones.

—¿Qué?

Todos los demás también se detuvieron.

—Es por eso que no se llevaron nada más. —Lennat parecía como si estuviera
disculpándose—. Se llevaron toda la moneda, el oro, todas las joyas...
prácticamente cualquier cosa de valor, en ese barco.

Todos lo miraron fijamente.


—¿Qué camino tomaron? —preguntó Xena, apoyando una mano en la
barandilla de la escalera.

—¿Qué?

—No importa. —La reina murmuró—. Dejemos eso para más tarde. Así que se
llevaron el botín, ¿eh? —Ella soltó una risa y siguió caminando—. Es más listo
de lo que me parecía.

—Sí —dijo Lennat—. Creo que eso es lo que los persas estaban buscando,
principalmente. Estaban bastante enfadados.

—Apuesto a que sí. —Xena se rio de nuevo—. No es de extrañar que estuvieran


saqueando el lugar.

—¿Quieres decir que lo hubieran dejado en paz si hubieran conseguido el


dinero? —preguntó Gabrielle.

—Seguro. —Xena llegó a lo alto de la escalera y vagó por el pasillo. Las


habitaciones a ambos lados resultaron ser ornamentadas, habitaciones y 803
salones bien decorados y observó una cama de aspecto particularmente
suave con cierta melancolía.

—Oye Xena, mira aquí. —Gabrielle estaba en la puerta de al lado,


inclinándose mientras sostenía su lanza con firmeza—. Guau.

La reina se colocó detrás de su amante y miró por encima de su cabeza,


parpadeando cuando la luz brillante dentro de la habitación casi la cegó.

—¿Qué Hades...? —giró la cabeza hacia atrás y se frotó los ojos—. ¿Qué es
todo eso de ahí?

Gabrielle atravesó el umbral de la puerta y entró, avanzando para pararse en


medio de la habitación mientras la luz del sol entraba por las ventanas y se
reflejaba en lo que parecían mil superficies diferentes para iluminarla con un
brillo dorado.

—¡Guau!

Xena se apoyó en el marco de la puerta, con la mirada fija en la figura del


centro de la habitación.
—Guau —repitió con una voz mucho más suave—. Oye, chico de ciudad. Ven
aquí. —Hizo una seña a Lennat—. ¿Qué pasa con los espejos?

Lennat se acercó tímidamente, mirando a Xena con un movimiento nervioso.

—¡Oh! —Él comenzó a retroceder, aturdido por la vista—. Guau. —Miró a la


reina—. Oímos... Quiero decir, oyes hablar por la ciudad, ¿sabes?
Especialmente en una posada.

—Lo sé. —Xena respondió con una paciencia inusual—. ¿Y?

—Su esposa, Anthea —dijo Lennat—. Era muy vanidosa.

Xena entró en la habitación y se unió a su amante en el centro, girando en


círculo y viendo su reflejó en miles de superficies.

—Bonito. —Se acercó para examinar los espejos, placas de un tamaño medio
más o menos del escudo de un jinete, montadas firmemente en la pared por
los cuatro costados.
804
—Guau. Hace calor aquí. —Gabrielle salió de la luz reflejada y se dirigió a la
puerta—. Todo ese sol.

Xena se quedó quieta por un momento, luego se volvió y apoyó un hombro


contra la pared.

—¿Jens?

—Aquí, ¿señora? —Su capitán asomó la cabeza y parpadeó—. Por los dioses.

—Trae a algunos hombres y coged estas malditas cosas —ordenó Xena


mientras se apartaba de la pared y se dirigía hacia la puerta—. Ponlos en una
carreta y avísame cuándo termines.

—Sí, Majestad —respondió Jens con tono confuso—. Los espejos, ¿verdad?

—Sí —dijo la reina—. Tal vez si les mostramos a los persas que aspecto tienen,
huirán gritando. —Ella comenzó a bajar los escalones con un trote rápido—.
¿Gabrielle? Tenemos que encontrar un viejo lobo de mar11.

11
N.T. Xena dice —old salt— que significa viejo lobo de mar, pero literalmente es sal vieja.
Gabrielle corrió tras ella, tratando de no tropezar con su lanza.

—Sal vieja, sal nueva... Creo que tengo hambre.

805
Parte 24

Xena estaba de pie junto a la ventana clasificando el contenido de una caja,


sacando cosas y colocándolas en la parte superior del arcón con ociosa
curiosidad.

—¿Qué es eso? —Gabrielle cerró la puerta tras ella llevando una jarra mientras
cruzaba la habitación—. Encontré esta sidra fría. Pensé que te gustaría.

—Ven aquí. —Xena se dio la vuelta con algo en las manos mientras Gabrielle
se acercaba, levantó los brazos y se lo puso a su amante en la cabeza
ajustándolo—. Ahí. —Dirigió a Gabrielle hacia el espejo, y ambas estudiaron
el aro de filigranas plateadas que ahora se apoyaba en su pálido cabello.

—Um... es bonito. —Gabrielle se miró en el espejo—. ¿Qué es? 806


La reina extendió la mano y le ahuecó un poco el flequillo.

—Es una corona de niña —dijo—. Es lo que usa la realeza para que el resto de
la gente sepa que son de la realeza y no se tropiecen con ellos.

—Entonces, ¿Cómo es que tú no llevas una?

Xena se rio disimuladamente.

—¿De verdad crees que alguien va a tropezar conmigo? —preguntó—. Tengo


una. Solo que la odio. Es fea como el culo de una mula.

—Ah. —Gabrielle extendió la mano y tocó el aro, sintiendo el delicado trazado


contra las yemas de sus dedos mientras se miraba en el espejo... Era bonita.
Contrastaba agradablemente con su cabello y brillaba a la luz del sol que
entraba por la ventana—. No creo que sea muy práctica, ¿verdad? —
preguntó con tristeza—. Quiero decir, estamos en guerra y todo eso. —Podía
ver los ojos de Xena reflejados en el espejo, y la expresión dulce, casi triste, la
sorprendió.

—No lo es. —Xena estuvo de acuerdo—. ¿Pero qué importa?


Gabrielle se volvió para mirarla.

—Si te gusta, la llevaré puesta —dijo—. Es tan ligera que apenas la noto.

—Me gusta. —Xena le sonrió—. Además, ¿no quisiste siempre ser una princesa?

Gabrielle lo consideró un momento.

—No —admitió.

—¿De Verdad?

—De verdad. —La mujer rubia asumió una expresión triste—. Lo que de verdad
siempre quise ser es acróbata.

Xena se quedó boquiabierta.

—¿Qué?

—Solíamos tener de esos pequeños espectáculos itinerantes que atravesaban


el valle en el verano —explicó Gabrielle—. Uno de ellos tenía a estos tipos que
807
podían columpiarse con cuerdas y dar volteretas... Y yo siempre quería crecer
y ser uno de ellos.

—¿En serio? —La reina reflexionó—. ¡Quien me lo iba a decir!

Gabrielle se tomó un momento para rememorar esos recuerdos de su infancia,


las largas y cálidas tardes que había pasado escondiéndose detrás de los
establos, viendo a los artistas practicar sus trucos y deseando ser tan fuerte y
grácil como ellos.

—Apuesto a que tu serías buena en eso —le dijo a Xena—. Te he visto hacer
todas esas volteretas en el aire. —Xena consideró la posibilidad de pasarse
toda la vida haciendo trucos de circo para poder comer y suspiró—. En fin. —
Gabrielle se inclinó hacia adelante y deslizó sus brazos alrededor de la reina—
. Gracias.

Xena le devolvió el abrazo, revelando con aire culpable el sencillo placer de


hacerlo.

—Podría enseñarte cómo hacer volteretas. —Se ofreció—. Cuando


terminemos con todo este lío.
Gabrielle se quedó quieta, luego miró a Xena.

—¿Cuándo lleguemos a casa?

—Mm. —Xena asintió.

—Me gustaría mucho —dijo Gabrielle suavemente—. Echo de menos nuestro


hogar.

La reina miró por la ventana por un largo momento.

—Yo también —dijo en un tono de sorpresa—. Estoy cansada de todo esto.


Vamos a patearle el trasero a todos y salir pitando de aquí. ¿Suena bien?

—Oh, sí. —Gabrielle asintió.

—Bien. —Xena mordisqueó la parte superior de su cabeza, tirando ociosos


mechones de cabello sobre el círculo plateado. Sintió el cuerpo de Gabrielle
apretarse contra el suyo y disfrutó de la oleada de sensualidad entre ellas
mientras bajaba la cabeza para cambiar los mechones por los labios de 808
Gabrielle. Sin embargo, lamentablemente, se limitó a unos pocos segundos de
besos antes de soltar a Gabrielle y dar un paso atrás, dándole a su pareja una
palmadita en el costado—. Lo primero es lo primero.

Las fosas nasales de Gabrielle se ensancharon, pero retrocedió y fue a servir la


sidra que había traído en dos copas que había encima del arcón.

—Hay un montón de carros cerca de la puerta —dijo—. Y mucha gente


deambulando por ahí con palos.

Xena fue hacia la ventana y asomó la cabeza mirando hacia la entrada de


la ciudad. Efectivamente, había una densa multitud de carros y caballos
cerca de las puertas, y una multitud igualmente numerosa de ciudadanos
paseándose con lo que podría describirse muy bien como armas de atrezo.

No eran falsas, reflexionó la reina, solo las que se mostraban como adorno en
los hogares de mayor categoría, pero aun así, la participación era gratificante,
ya que le había prometido poco a la ciudad, aparte de una buena pelea.

Tal vez estaban listos para una buena pelea. La gente lo estaba a veces,
razonó.
—Recuérdame que haga que recojan un montón de piedras —dijo—. Pueden
arrojárselas, al fin y al cabo.

Gabrielle se acercó a la ventana y le tendió una copa.

—Todos están un poco emocionados —dijo—. Creo que los persas los
cabrearon de verdad.

—Yo también —dijo Xena mientras observaba cómo el sol descendía


lentamente por la parte superior de la muralla. A un lado, cerca de donde
había estado la plataforma, vio un gran fuego de cocina con la mayoría de
sus hombres a su alrededor, y la brisa le traía el aroma de la carne
cocinándose—. Mm... ¿Qué está pasando allí? —preguntó—. Pensé que se
habían quedado sin reservas de alimentos.

—Um. —Gabrielle se aclaró un poco la garganta—. Creo que estaban


haciendo lo que hicieron la gente del castillo cuando nos fuimos.

—Ahhhh.
809
—Uno de los carros, los tipos que lo trajeron dijeron que era para nosotros para
la cena.

—Mm. —Xena se giró y se dirigió hacia la puerta—. Vamos a echar un vistazo


—ordenó bruscamente—. Muévete, rata almizclera.

Gabrielle agarró su copa de sidra y siguió a Xena fuera de su pequeño refugio,


pasando al lado de los soldados de guardia mientras salían del edificio y
cruzaban la amplia y concurrida plaza.

—Xena, es ella. ¡Está ahí!

Gabrielle podía oír los susurros a su alrededor cuando pasaban, y cuando vio
aparecer el sexy contoneo en la forma de andar de Xena, supo que la reina
también lo hacía. Un camino se abrió ante ellas y entraron al campamento de
los soldados, separados un poco de la multitud por montones de armas,
equipos y suministros.

Una vez dentro, los soldados vieron a su reina y alguno casi se hizo un esguince
intentando llamar su atención, la energía de la personalidad de Xena pasaba
por encima de ellos como una fuerza irresistible.
Asombroso. Gabrielle solo podía sorprenderse ante el cambio en su amante
de la depresión del día anterior. Había pasado de esperar un desastre a esta
actitud positiva y feroz que incluso la hacía hablar de irse a casa cuando
terminaran.

¿Ir a casa? Tenía que preguntarse si la reina no estaba simplemente un poco


chiflada. También quería irse a casa, pero incluso ella se daba cuenta de que
estaba todo ese gran ejército frente a ellos, viniendo lo más rápido que podía
para intentar matarlos a todos ellos entre ellas y la ruta de regreso a la
fortaleza, incluso suponiendo que algo malo no hubiera ocurrido allí mientras
tanto y tuvieran un hogar al que regresar.

Tan raro. Ella suspiró. Pero era mejor que tener que escuchar a Xena tan
deprimida, y sentir la angustia rodeándola. ¿Y quién sabe? Tal vez ella tenía
un plan en su cabeza que lo resolvería todo, y de verdad solo iba a ser cuestión
de patear el trasero a todos y ese sería el final.

—¿Qué hay en la olla? —preguntó Xena—. ¿Y quién te lo ha dado?

Dos de los hombres que agitaban la gran olla la miraron sorprendidos. 810

—Son carnes ahumadas en su mayoría, su Majestad —dijo el hombre más


cercano a ella—. Algunas raíces, no mucho, pero nos llenarán —agregó—. El
hombre que trajo ese carro, allí, nos lo dio.

Xena volvió la cabeza y miró el carro. Caminó con determinación hacia allí
con Gabrielle pisándole los talones, y rodeándolo, examinó el interior con
curiosa intensidad, sus dedos tocaron las marcas en el costado y sus ojos
recorrieron el yugo y las correas.

El caballo atado al carro giró la cabeza al acercarse y la miró, pero se quedó


dónde estaba, aparentemente no se sentía tan amenazado como los
hombres que se alejaban mientras ella continuaba su inspección.

Al no poder ver por encima del borde de la carreta, Gabrielle se dirigió a la


cabeza del caballo y le acarició la nariz mientras observaba a Xena trabajar.
Un aire de tensión comenzaba a crecer a su alrededor mientras la reina
agachaba la cabeza y miraba las ruedas, luego se inclinaba y examinaba el
armazón de una, pasando los dedos por el borde de la misma.
—M... su ¿eh... majestad? —El dueño del carro se acercó tímidamente—.
¿Necesita algo?

La reina le hizo un gesto con el dedo y le miró con enojo mientras se acercaba
lentamente con los ojos parpadeando por la aprensión. Se apartó del carro y
se puso las manos en las caderas.

—¿Cuál es tu nombre?

—Allus —respondió el hombre—. Yo... solo soy un carretero de los muelles.

—¿De dónde sacaste las provisiones que has traído aquí? —preguntó la reina
con tono agudo.

El hombre miró a su alrededor, pero todos sus compañeros se habían


desvanecido, alejándose de la ahora amenazante figura en medio de ellos.
La multitud se había quedado en silencio y todos estaban mirando a Xena,
mientras sus hombres, ahora también alertas, se reunían a su espalda.

Gabrielle no estaba segura de lo que estaba pasando, pero había aprendido 811
por las malas que Xena generalmente sabía lo que estaba haciendo y, a
menudo, las cosas que parecían confusas en realidad no lo eran una vez que
obtenía lo que buscaba.

—Uh... —El hombre tartamudeó—. Bueno... yo eh... —Miró a su alrededor


nuevamente, casi frenético—. ¡Me lo dieron! —dijo—. Me pararon cuando
venía hacia aquí y me dijeron que pusiera esto en el carro y te lo trajera. ¡No
sé nada!

Gabrielle miró a la multitud y se preguntó si la reina iba por el buen camino.


Estudió los rostros, y aunque eran recelosos, no vio ninguno con lo que ella
había denominado cara de gatito; esa pequeña expresión satisfecha que
recordaba tan bien de la corte.

—Gabrielle.

Uh oh. Gabrielle soltó el caballo y se acercó a donde estaba Xena, arrugando


la nariz cuando se acercó lo suficiente y pudo oler el sudor del miedo en el
hombre al que la reina estaba interrogando.

—¿Sí?
Los ojos del hombre se volvieron hacia ella, grandes y temerosos.

—¿Conoces a este tipo?

Gabrielle estudió su rostro y pensó en los últimos días. ¿Había estado en la


posada? ¿En las calles? Le resultaba un poco familiar... ¿en la plaza? Ah.

—Sí —dijo ella—. Estaba llevando suministros desde uno de los barcos a los
barcos más grandes.

—¿Trabajando para los persas? —Insistió Xena—. ¿Verdad?

—Sí. —Gabrielle tenía ahora la imagen en la cabeza, y recordó estar de pie


junto a los pequeños puestos del mercado, tristemente vacíos, mientras los
carros se movían frente a ellos en dirección a los barcos de los
conquistadores—. Recuerdo el símbolo en el costado. —Tocó el carro—.
Llevaba sacos.

El hombre la miró.
812
—¡He hecho lo que ellos me dijeron!

Xena dio un paso adelante.

—¿Quiénes son “ellos”? —preguntó, bajando la voz a un sonido áspero—.


¿Quién te dio lo que has traído? —Él cerró su mandíbula y la miró en silencio,
sus ojos casi se salieron de sus orbitas cuando ella se movió con silenciosa
velocidad, agarrándolo por la parte delantera de su camisa y girándolo para
golpearlo contra el carro con un ruido que hizo que el caballo se sobresaltara.
Xena lo miraba fijamente, pero la mandíbula del hombre permaneció
cerrada, y sus ojos aterrorizados, se encontraron con los de ella sin
parpadear—. Empieza a hablar, o lo siguiente que harás será lanzarle una
moneda a Caronte —advirtió—. Esos hombres significan mucho más para mí
que toda esta condenada ciudad.

Él se pasó la lengua por los labios y tragó saliva, pero permaneció en silencio,
su aterrada respiración se oyó repentinamente fuerte en la plaza ahora
silenciosa cuando la reina soltó una mano de su agarre y, con un descuidado
movimiento de su muñeca, sacó una daga que centelleó a la luz del sol.

—¿Estabas trabajando con la gente de la posada? —preguntó Gabrielle, de


repente—. ¿Con la madre de Lennat? ¿Robando cosas a los persas? Una
oleada de conmoción se desató ante sus palabras, no siendo menos
importantes que las de la propia Xena. La reina miró de reojo a su amante,
arqueando una ceja—. Sé que ellos estaban consiguiendo suministros de
algún lado —insistió Gabrielle—. En el cobertizo detrás del granero.

Xena se volvió hacia su víctima, acercando la daga a su rostro, justo a la altura


de sus ojos.

—Respóndele —le ordenó—. O te arrancaré los labios. —Un repentino revuelo


se extendió a través de la multitud y Xena sintió un movimiento a su espalda
que casi la hizo soltar al hombre y girarse cuando se le erizó el pelo y sintió el
peligro en el aire. Un crujido en el viento hizo que sus hombros se tensaran,
pero ella bajó el cuchillo y depositó su confianza en sus soldados y en la mujer
incondicional a su lado mientras se mantenía de espaldas a lo que venía—.
Habla.

La guerra podría acabar siendo más corta de lo que pensaba.

813

—¡Oye!

Xena no se movió ante la voz, pero Gabrielle si lo hizo, alejándose del carro y
poniéndose entre la reina y lo que sea que viniera, de la manera más adorable
que se puede imaginar.

—¡Espera, no te acerques más! —Gabrielle extendió sus manos—. ¡No! ¡¡¡No!!!

—¿Qué le estás haciendo? —gritó indignada la voz—. Déjalo ir grandísima...

—Disculpa. —Xena le dio un codazo en la barbilla y lo dejó inconsciente—.


Vuelvo enseguida. —Lo dejó caer al suelo, envainó su daga, desenvainó su
espada y se puso delante de Gabrielle justo cuando la posadera cargaba
contra ellas acabando con la punta de su espada justo en la entrepierna de
la mujer—. ¡DETENTE!
La mujer se detuvo por los pelos. Su rostro estaba enrojecido por la ira y tenía
las manos cerradas en puños alrededor de dos gruesos pinchos, su actitud
enfurecida superaba su baja estatura y avanzada edad.

—¿Quién Hades te crees para golpearle? ¿Qué te ha hecho, tu...? —Se lanzó
sobre Xena, blandiendo sus pinchos.

Xena dio un paso adelante y golpeó con su espada el pómulo de la mujer,


enviándola al suelo por la fuerza del golpe.

La multitud se adelantó furiosa.

—¡Oye, es solo una anciana! ¡No hagas eso! —gritó uno de los hombres—. ¡Ella
no te ha hecho nada! ¡Eres tan mala como los otros!

—¡Eso no es cierto! —La posadera se llevó una mano a la cara—. ¡Es peor!

Xena dio otro paso cuando la mujer intentó levantarse y puso su espada
contra su cabeza.
814
—Estoy a punto de ofrecer mi vida por este maldito lugar. ¿Quién Hades eres
tú para interferir con cualquier cosa que elija hacer? —Ella miró a su
alrededor—. ¿Quiénes sois vosotros para cuestionarme? ¿Lameculos? Os
rendisteis ante Sholeh como perros en celo.

—Espera un momento... —protestó la posadera.

—¿Así me pides que luche por ti? —continuó Xena gritando más fuerte—.
¡Maldita seas! ¡Tomaré lo que me dé la gana!

La posadera se quedó inmóvil, sus ojos se movían con atención por la cara de
Xena. Luego miró a lo largo de la espada a unos centímetros de su cara, su
borde afilado se mantenía firme en el agarre de la reina.

—Menudo momento para dejar de confiar en nosotros.

—Nunca he confiado en vosotros —respondió Xena de inmediato—. Confío


en mí y confío en ella. —Señaló a Gabrielle—. Y confío en ella porque se lo ha
ganado. Vosotros no lo habéis hecho. —Por el rabillo del ojo vio que Gabrielle
se enderezaba, echando los hombros hacia atrás y levantando la cabeza
mientras la posadera la miraba brevemente antes de volver a mirar a Xena.
—Está bien, tienes razón —dijo la posadera después de una pausa—. ¿Quieres
apartar eso? Después de todo, no estoy porque me salten un ojo.

Xena se tomó un minuto, luego retiró perezosamente su espada y la envainó.

—Y bien. —Se puso las manos en las caderas—. ¿Eres la resistencia, vieja?

—Continúa llamándome así y te vas a enterar. —La posadera se puso de pie


cautelosamente, con cuidado de mantenerse alejada del alcance de Xena—
. Tomamos lo que pudimos, sí. Es verdad. La chica lo ha dicho bien. No hay
nada más que pueda añadir. —Se sacudió las manos y recogió sus pinchos
mientras algunos de los demás comenzaban a reunirse a su alrededor,
observando a Xena de cerca.

Xena se volvió y miró a su compañera.

—Creo que ha dicho algo bueno sobre ti.

Gabrielle asintió.
815
—Yo también lo creo. —Se apartó de Xena cuando la multitud de alrededor
comenzó a relajarse y los hombres de Xena detrás de ellas guardaban sus
armas—. ¿Quieres que pruebe yo primero el guiso, de todos modos?

La cabeza de la posadera se levantó bruscamente y se giró hacia ella,


atrayendo de nuevo la atención de Xena. Ella estudió la cara de la mujer sin
mirarla directamente, mientras se acercaba para pellizcar la nariz de
Gabrielle.

—Nah —dijo—. Lo haré yo.

Sin más preámbulos, rodeó el carro y se dirigió hacia la olla, dejando a


Gabrielle de pie con los habitantes de la ciudad.

Gabrielle miró a la posadera, luego se volvió y corrió tras la reina,


agachándose bajo la cabeza del caballo casi asustándolo. La multitud se
lanzó tras ella cuando Xena se acercó al fuego de la cocina y se subió al
tronco junto a él, tomando el tosco cucharón de la mano de su hombre y
sumergiéndolo en el guiso.

—Oye... para... —Gabrielle se apresuró entre la multitud y se acercó a Xena


mientras la reina seleccionaba un poco de carne del cucharón y se lo metía
en la boca. Sin pensárselo dos veces, saltó sobre el tronco y agarró la mano
de Xena, estirándose y agarrando la punta de la carne con sus propios dientes
y tirando hacia atrás.

El trozo de carne se partió y ella casi termina en la olla, tambaleándose hacia


atrás hasta que la reina dejó caer el cucharón y la sujetó. Se miraron la una a
la otra con sus pedazos de carne en sus labios durante un momento de
conmoción, antes de que ambas masticaran y tragaran casi al mismo tiempo.

—¿Qué demonios ha sido eso? —balbuceó Xena.

Gabrielle se lamió los labios.

—¿Insensata devoción?

La reina se sintió como si estuviera siendo arrastrada hacia un vórtice de


empalagoso romanticismo. Era muy consciente de que todos los ojos miraban
desorbitados a ella y a su loca compañera de cama, y que en verdad no
estaba segura de si debía sacudir la tontería a Gabrielle o, simplemente,
apuñalarse en la pierna. 816
¿Devoción insensata?

—Eres tan idiota. —Suspiró Xena alejándose de la olla y volviéndose para mirar
a la multitud, a la posadera y al ahora revivido carretero en primera fila,
mirándolas—. Es mejor que no haya nada en esa carne, porque si había algo
y le ocurriera cualquier cosa a mi aquí compañera, antes de estirar la pata, os
destriparé a todos.

Cerró la mandíbula con un clic al final de eso y miró a la gente de la ciudad.

—A veces eres tan romántica. —Gabrielle le apretó el brazo, ignorando la


glacial mirada azul ante sus palabras—. Estoy segura de que todo irá bien. —
Miró a la posadera—. ¿Verdad?

La mujer la miraba con una expresión extraña. Luego exhaló, su actitud


belicosa desapareció.

—No hay nada malo en eso —dijo—. Es lo que habíamos acumulado


ocultándolo de los bastardos durante los últimos siete días. Pensé que todos
vosotros deberíais tener una buena comida antes de que todos vayamos a
encontrarnos con Hades.
Gabrielle se lamió los labios otra vez. La carne tenía un sabor fuerte y
ahumado, pero era insignificante frente a la sensación de energía temeraria
que sentía mientras el brazo de Xena colgaba perezosamente sobre sus
hombros. Era su manera de devolver, al menos un poco, las palabras de
confianza en ella de Xena, sin importar lo embarazoso que su compañera
pensara que era.

Voy adonde tú vas.

De Verdad.

—Bueno, gracias. —Gabrielle habló por las dos—. Por supuesto que lo
apreciamos, y sé que los chicos también. —Levantó la mirada—. ¿Verdad,
Xena?

—Oh. —La reina parecía divertirse ahora—. ¿Me estás preguntando mi opinión
ahora en lugar de morderme en la cara?

—No te he mordido.
817
—Solo porque mis reflejos aún no están muertos —respondió la reina—. ¿Tienes
más de dónde vino eso? —Se dirigió a la posadera—. También podrías darles
a todos los demás una buena comida.

La mujer asintió en silencio.

—Vosotros. —Se dirigió a dos de los hombres que estaban a su lado—. Tomad
el carro y traedlo todo.

—¿Todo? —preguntó el hombre—. Pero qu...

—Tiene razón. —La posadera señaló a Xena—. Puede que no haya un


mañana. Deberíamos vivir esta noche. —Se dio la vuelta y la multitud se movió
con ella, murmurando y mirando a la alta figura en medio de todos.

Xena olfateó.

—¿Me haces un favor? —Se volvió y miró a su compañera.

—Lo siento. —Gabrielle se volvió a medias quedando de espaldas a la multitud


y bajando la voz—. Eso fue un poco público.
—Mm. —La reina estuvo de acuerdo—. Puede que tenga que besarte hasta
que chilles por hacer eso —dijo—. Pero antes de que lo haga, ¿puedes por
favor hacer algo con esa olla para que sea comestible? o ese bocado será lo
único que coma. —Sacó la punta de la lengua—. Aggg.

Gabrielle se movía a través de un flujo de emociones, fuertes y ligeras a la vez,


consciente de la seriedad del día y de la belleza del momento, todo al mismo
tiempo. Era estimulante, pero algo desagradable.

—Está bien —asintió—. Está un poco soso.

—A diferencia de ti. —Xena se inclinó hacia adelante y le dio un ligero y suave


beso en los labios. Luego la empujó hacia la olla y se volvió para inspeccionar
las puertas, tratando de enfocar su mente en la batalla que se avecinaba.

—Señora.

—¿Sí, Brendan?

—Los dioses te han bendecido, señora. 818


—Los dioses están partiéndose el culo de mí, Brendan —respondió la reina—.
Junto con todos los demás de este lugar, pero ¿sabes qué? Me importa una
mierda.

—No, señora. —Brendan se había quitado los guanteletes, y ahora estaba


hombro con hombro con Xena, mientras ambos estudiaban como el sol
desaparecía por encima de la muralla—. A mí también.

La reina soltó una pequeña risa.

—Vamos a la puerta, viejo amigo. —Cruzaron el espacio abierto hacia donde


estaba la torre de guardia, junto a carros llenos de lanzas persas desechadas,
arcos viejos, flechas, rocas y otros objetos no identificables más o menos de
guerra. Xena vio el que estaba lleno de los espejos que habían tomado de la
casa señorial y asintió—. Me alegra que lo hayan logrado.

—¿Cuál es la idea de eso, Xena? —preguntó Brendan mientras comenzaban


la larga subida por la escalera—. ¿Crees que se harán añicos si los tiramos?

—Probablemente. —La reina hizo una mueca cuando se le clavó una astilla
en la palma de una mano—. Pero eso no es para lo que son. Te lo diré después.
—Se agarró a los peldaños y tiró de su cuerpo hacia arriba, sintiendo la tensión
en su espalda por los músculos que aún no se habían recuperado, incluso
después del descanso que había tenido la noche anterior. La parte superior
de la torre de vigilancia estaba llena de soldados que se giraron cuando su
cabeza se asomó por el borde y la reconocieron. Le dejaron espacio cuando
se bajó de la escalera y se hicieron a un lado cuando se acercó al borde de
la muralla y echó un vistazo. La puesta de sol estaba pintando el espacio
abierto en un bonito tono dorado, enturbiado principalmente por la línea
negra que se movía lentamente hacia ellos. Había pasado de ser una mancha
indistinta a movimiento visible. Caballos, estandartes y las altas torres de guerra
avanzaban lenta pero implacablemente como la marea. Un gran ejército.
Pero Xena ya no se sentía intimidada, estaba hasta las narices de los persas y
su fuerza arrolladora. Al Hades con eso—. Está bien. —Se apoyó en la muralla—
. Esto es lo que ellos van a hacer, y esto es lo que nosotros vamos a hacer en
respuesta.

—¿Cómo sabe su majestad lo qué van a hacer? —Uno de los reclutas habló
de repente—. Nunca nos contaron nada. Solo hacíamos lo que nos
mandaban. 819
—Exactamente. —Xena sonrió—. Así es como sé lo que van a hacer. — Miró al
hombre, que parecía completamente confundido—. Con tantos estúpidos en
infantería como carne de cañón, tus opciones son limitadas. —El hombre
frunció el ceño—. Pero mis opciones son ilimitadas —continuó—. Puedo hacer
cualquier cosa. —Apoyó los codos en la muralla—. Y ella no tiene ni idea de
lo que voy a hacer.

Gabrielle estaba sentada en un cajón puesto boca abajo, con los talones
golpeando ociosamente uno de los lados. Vio a Xena cruzar la plaza por
enésima vez con un manojo de lanzas en equilibrio sobre un hombro y se
alegró de ser solo espectadora por un tiempo.

La muralla se alzaba sobre ella y, además, ahí donde estaba, mientras el último
rayo de sol se derramaba sobre la parte superior de la misma, se asentaba
una sensación de extraña paz. Al otro lado de donde estaba sentada,
alrededor de la mitad de los soldados estaban reunidos encorvados sobre sus
cuencos de estofado mientras el resto trabajaba con Xena.

De hecho, tenía dos cuencos de guiso a su lado, pero hasta ahora la reina
había estado demasiado ocupada para comer y decidió esperarla para
hacerlo juntas.

No había una verdadera razón para hacerlo, pero a Gabrielle no le


importaba. Estaba en la extraña posición de ver las nubes de peligro que
rodeaban la ciudad y, sin embargo, saboreaba cada momento como si fuera
precioso ahora que todas sus dudas habían sido resueltas.

Ah. Por fin. Xena dejó caer su última carga de armas y se dirigió en dirección
a Gabrielle. Los pasos de la reina eran un poco lentos, y pensó que tal vez su
amante estaba intentando ocultar una ligera cojera, pero su actitud era tan
descarada como siempre cuando se unió a Gabrielle en su caja.

—Hola.
820
—Hola —respondió Xena—. ¿Estás esperando a que se solidifique esa bazofia
para poder usarla como ladrillos o qué?

—Te estaba esperando —respondió Gabrielle—. No es bazofia, en serio.

—Pásamelo entonces. —Xena se acomodó en el cajón y, después de un


momento, subió lentamente las botas y colocó sus piernas cruzadas bajo
ella—. Ah. —Suspiró, mientras tomaba el cuenco que Gabrielle había
destapado y se lo daba—. ¿Sabes lo que realmente quiero?

Gabrielle consideró todas las posibilidades, tanto las halagüeñas como las que
no tanto.

—¿Qué tal un poco de vino? —preguntó—. Hay un poco de uva roja por allí.

—No lo quiero. —Xena apoyó los codos en sus rodillas mientras tomaba un
poco del estofado—. Te quiero a ti.

Gabrielle sintió una punzada de reacción sensual picando su piel, la curiosa


sensación de los pelos de sus brazos alzándose.

—Oh, bien.
—Oh, ¿bien? —Xena masticó su bocado—. Esa es una buena respuesta a “Te
quiero”. —Golpeó la rodilla contra la cadera de Gabrielle—. Come.

Con una sonrisa libertina, su compañera recogió su cuenco y obedeció.

—Escuché a los soldados hablar de ti —dijo—. A los de allí, cerca de donde


está la gente de la ciudad. Creo que en su mayoría son los de los persas.

—UH Huh.

—Sholeh dijo que le cortaría la lengua a cualquiera que le oyera hablar de ti.

Xena se rio, sus hombros temblaban mientras seguía comiendo.

—Qué estúpida perra —comentó—. Le llevó qué... ¿semanas descubrir que lo


que tenía que hacer era cagarse en mi reputación y no incrementarla? —
Cogió la hogaza de pan que Gabrielle había dejado cerca y la partió por la
mitad, lanzando una parte en el plato de su compañera y tomando un
bocado del otro.
821
—Me estaban buscando para poder ponerme en las puertas y torturarme
para hacerte salir. —Gabrielle cogió el pan y mordió el extremo que había
caído en el estofado—. Ella les dijo que yo era tu llave.

Pálidos ojos azules se movieron hacia su rostro, arqueando una ceja.

—Me pregunto de dónde sacó esa idea.

—No lo sé. —Gabrielle levantó la mirada y se dio cuenta de que le estaba


pinchando—. Oh, Xena. En serio que no lo sé... no es que vaya por ahí
abriendo cosas para ti.

La reina rio disimuladamente.

—Eso no es cierto.

—Xena. —Gabrielle tuvo que reírse, apoyando la barbilla en un puño mientras


sentía el rubor caliente en su piel—. Eso no es lo que ella quería decir. —Echó
un vistazo a la reina—. ¿O sí?

Xena masticó y tragó.


—Ella quería que yo me abriera para ella, eso es seguro —dijo—. Tal vez estaba
celosa de ti. —Su voz se hizo pensativa—. Tal vez pensó que, si tu estuvieras
fuera de escena, me arrastraría hasta su campamento y sería su perro.

—Eso es una tontería. Tu nunca harías eso.

Xena mordió el pan y observó cómo el crepúsculo cubría suavemente la


plaza.

—No. Tienes razón —dijo con total naturalidad—. Yo nunca haría eso. —Apoyó
la cabeza en un puño—. Solo seguiría matando gente hasta que me mataran
a mí.

Gabrielle se detuvo a medio masticar, parpadeando alarmada ante su


compañera. Podía ver que la reina estaba mirando al vacío, sus ojos eran un
espejo de algo muy oscuro y se volvió incómodamente consciente de que
Xena no estaba hablando de manera hipotética.

—Oh —murmuró—. Bueno, estoy segura de que yo también estaría bastante


cabreada si te pasara algo a ti. 822
Xena salió de su desánimo con una sonrisa repentina, mirando de reojo a
Gabrielle con una de sus expresiones más encantadoras.

—Maldita sea, te amo. —Se estiró, cogió la mano de la mujer rubia y la acercó,
besando los nudillos—. Sin mencionar que haces un estofado
condenadamente bueno.

—Gracias. —Gabrielle se relajó, apretando los dedos de Xena con los suyos—
. Yo también te amo —añadió—. No puedo esperar a que todo termine para
que podamos ir a divertirnos a algún lado.

—Yo tampoco. —La reina respondió rápidamente—. Así que escucha. —


Volvió a su estofado—. Ahora que hemos terminado los sentimentalismos
mutuos, vamos a hablar sobre matar gente.

Ah. Las contradicciones en su vida chocaron entre sí y dejaron a Gabrielle sin


aliento.

—Está bien —consintió—. ¿Pero no podemos simplemente hablar de amor


hasta que termine de comer? —Señaló su cuenco—. Hay muchos trozos no
identificables aquí.
Xena se rio entre dientes limpiando su tazón con el pan.

—Por supuesto.

—O... —Se acordó de algo—. Lennat dijo que llevaron a Perdicus a la posada
y que estaba herido... ¿Qué le pasó?

Xena frunció el ceño mientras masticaba.

—Maldito si me acuerd... oh sí —asintió—. Se puso de pie cuando no debía


hacerlo. Le alcanzó una flecha en la tripa.

—Oh.

La reina mantuvo sus ojos en su plato.

—¿Quieres ir a verlo? —preguntó con voz casual—. Probablemente él quiera


verte.

Gabrielle pensó en eso. 823


—Probablemente. —Estuvo de acuerdo—. Pero ya sabes, están pasando
muchas cosas aquí, es mejor que espere hasta que todo haya acabado. —
Terminó lo último de su guiso, lamiéndose los labios un poco apurando el sabor.
No había sido su mejor creación, pero tampoco era la peor, se sentía bien
tener el estómago lleno y estar relativamente descansada.

Se preguntó si tendrían la oportunidad de echarse una siesta antes de que las


cosas comenzaran a suceder. Sin embargo, si la tuvieran, dedujo que Xena
probablemente se negaría porque era la reina y todo eso, y odiaba que la
pillaran durmiendo, incluso Gabrielle.

—Buena idea. —Xena también había terminado, y dejó su cuenco a un lado,


poniendo los codos sobre sus rodillas y apoyando su barbilla sobre sus manos
cruzadas mientras miraba la plaza.

—Está bien. —Gabrielle copió su postura, poniendo sus pies debajo de ella y
relajándose—. ¿Y ahora qué? —Miró a la reina—. ¿De verdad crees que se
detendrán y no nos atacarán esta noche?

Xena se movió, girándose a medias y dejando que sus piernas colgaran por
un lado de la caja mientras acomodaba su cabeza en el regazo de Gabrielle.
Cruzó las manos sobre el estómago y miró hacia el cielo cada vez más oscuro
mientras Gabrielle pasaba los dedos por el cabello oscuro de la reina.

Era un dichoso momento de paz. Incluso los sonidos de los soldados se habían
desvanecido, los de la plaza estaban sentados en silencio y descansando, y
los que estaban en las murallas ocupando sus puestos de guardia estaban
callados también. La gente de la ciudad se había agrupado con los soldados
si se estaban quedando para pelear, o habían regresado a sus hogares hasta
que comenzara la batalla.

—La verdad es que creo que se detendrá —reflexionó Xena pensativa—. Creo
que probablemente no quiera hacerlo —admitió—. Pero en la oscuridad, y
dado quién está aquí... sí, creo que ella se detendrá.

—¿Por ti?

—Por mi —confirmó Xena—. Cada vez que nos hemos encontrado hasta
ahora, la he sorprendido, creo —dijo con tono tranquilo y pensativo—. No creo
que le guste ser sorprendida. Seguro que no.
824
—Ah. Bueno. Sí, yo tampoco lo creo —dijo Gabrielle.

—No, ¿eh? —Xena echó la cabeza hacia atrás y la miró, con una sonrisa
divertida.

La mujer rubia apartó dulcemente su cabello hacia un lado y pasó la punta


del dedo por el centro de la nariz de Xena.

—Me gustaría que se fuera a otro lado —dijo—. Me gustaría que todo esto
hubiera terminado. La verdad es que creo que no me gusta la guerra, Xena.

—¿Quieres decir que no encuentras divertido salir herida y morir? —Los ojos de
Xena se abrieron con fingida inocencia—. Oh, vamos, rata almizclera... aún
no hemos llegado a la parte buena. —El sonido de unas botas arrastrándose
cerca hizo que las dos se sobresaltaran un poco, y Xena giró la cabeza para
encontrar a Brendan allí con un hombre mayor y canoso con una espesa
barba blanca—. ¿Sí? —Ella entrecerró los ojos y gruñó para compensar la
ternura de su posición actual.

Brendan colocó sus manos detrás de su espalda, y las apretó.

—Xena, me pediste que encontrara un capitán. Lo he hecho.


Xena estudió al viejo canoso a su lado.

—Ahh. —El hombre la miró con sus ojos grises y firmes, tenía un discreto aire
competente que le gustaba—. ¿Capitán de barco?

—Sí. —El hombre afirmó brevemente—. Lo era. —Corrigió—. Esos bastardos


persas robaron mi barco.

—Ajá. —La reina gruñó—. Bueno, quiero un matrimonio.

El hombre frunció el ceño.

—¿Eh? —dijo—. ¿Por qué? Ya tengo una parienta en casa, de verdad.

Gabrielle comenzó a reír en silencio, su cuerpo sacudía el de Xena haciendo


que los ojos de la reina se agitaran.

Xena suspiró melodramáticamente.

—¿Alguna vez has celebrado un matrimonio? —preguntó—. Aparte del tuyo, 825
quiero decir.

—Nah. —El viejo lobo de mar sacudió su cabeza, dándole una mirada
escéptica—. Todos eran hombres en el barco. No hacíamos ese tipo de
matrimonios.

—Está bien. —La reina levantó una mano—. No importa. Perdón por haberte
molestado. Brendan, llévalo de vuelta al agua. —Ella chasqueó los dedos
hacia los dos y esperó a que su capitán se retirara con el viejo lobo de mar a
remolque—. Su tripulación tuvo mucha suerte de que tomaran su barco. —Ella
se cubrió los ojos con una mano—. Dioses, creí que podría encontrar un
maldito magistrado o algo así en esta ciudad de mierda. ¿Qué hicieron todos,
salir pitando tras el barco del botín?

Gabrielle sofocó la última de sus risas.

—Eso ha sido muy dulce de tu parte. —Acarició la cara de Xena con ternura—
. Pero hay mucho que hacer, no tienes que hacerlo... podemos esperar a que
todo esto termine.

La expresión de Xena se volvió inusualmente seria.


—No quiero esperar —dijo—. Hades. Soy la reina. Lo hare yo misma. — Levantó
su cuerpo del regazo de Gabrielle y saltó de la caja—. Vamos rata almizclera.
—Le ofreció la mano a Gabrielle—. Vamos a subir a esa muralla y darnos el sí.
Con un poco de suerte, esa persa gilipollas estará lo suficientemente cerca
como para vernos.

Gabrielle sintió una agitación en su pecho, se bajó cuidadosamente de la


caja antes de agarrar la mano de Xena y seguirla hacia la escalera.

—¿Eso no significa que ella también estaría lo suficientemente cerca como


para dispararnos?

—Seguro que lo hace. Odio las bodas aburridas. ¿Tú no?

—Eh...

—Agarra la vida y muérdele el trasero, Gabrielle, antes de que te abandone.

826

El viento se había vuelto frío cuando llegaron a la parte superior de la


plataforma. A lo largo de la muralla, los soldados estaban desplegados en
grupos a intervalos regulares, y a sus pies había montones de flechas y cestas
con piedras.

Gabrielle se frotó las manos mientras miraba a Xena inspeccionar los puestos,
su corazón latía un poco rápido y tenía la garganta un poco seca.

No era como si tuviera miedo de lo que iba a pasar. Después de todo, desde
que tuvo la edad suficiente para ayudar en la cocina, casi todo lo que había
escuchado de su madre era quién, cuándo, cómo, y dónde se iba a casar,
tan pronto como pudieran arreglarlo.

Por aquel entonces, le había parecido un poco aterrador, al menos hasta que
comenzó a salir con Perdicus y por lo menos tenía esperanzas de casarse con
alguien que conocía. A su padre realmente no le gustaba Perdi, ya que era el
hijo menor de uno de los comerciantes de la ciudad y tenía perspectivas
indiferentes, pero había reunido suficiente dinero para pagar el precio de la
novia, así que al final lo había aceptado.

Esto era diferente. Gabrielle se volvió y se apoyó contra el borde de la muralla,


mirando por encima a la llanura, donde ahora podía ver claramente las
antorchas del ejército persa que se acercaba. Parecía que todavía estaban
avanzando, pero era difícil saberlo en la oscuridad. Sin embargo, podía oírlos,
un fragor bajo e irregular que era en parte movimiento y en parte voces
ásperas.

—Muy bien. —Xena apareció junto a ella—. ¿Lista?

¿Lo estaba? Gabrielle nunca se imaginó que casarse iba a ser algo así, pero
luego, dado con quién se iba a casar, tal vez debería habérselo imaginado.

—Sí. —Xena dio media vuelta y saltó encima del muro, se giró y le ofreció una
mano a Gabrielle. El viento inmediatamente alborotó su cabello y lo arrastró
hacia atrás, y Gabrielle tuvo que inclinarse hacia adelante un poco contra
esa fuerza mientras trepaba. Una vez arriba, experimentó un momento de
completo terror cuando sintió que el viento la empujaba y casi la hace salir 827
volando, solo el firme agarre de Xena la mantenía en su sitio—. ¡Whoa!

—Tranquila. —Xena la sujetó del hombro y se enfrentaron al viento, mientras


permanecían de pie sobre parte superior de la muralla en un estrecho espacio
del muro apenas del ancho de los hombros de la reina—. Bonito, ¿eh?

Gabrielle recuperó el equilibrio, pero mantuvo su agarre en el cinturón de


Xena con una mano mientras el viento la golpeaba.

—Um... —Se sintió muy expuesta aquí en el borde, y miró nerviosa por el
espacio abierto hacia las antorchas y la masa de cuerpos—. Yo no los llamaría
bonitos.

—Bueno. —Xena levantó el brazo y se rascó la nariz—. El cielo si lo es, creo.

La última luz se había desvanecido, y cuando Gabrielle echó la cabeza hacia


atrás y miró el dosel oscuro, este centelleaba con una explosión de estrellas
que formaban miles de patrones.

—Oh. —Exhaló, relajando los hombros mientras dejaba que sus ojos exploraran
las luces—. Vaya si lo es.
La reina estudió los patrones. En la pared, las antorchas revoloteaban por la
fuerza del viento, proporcionando un poco de luz. Al otro lado de la llanura,
las antorchas del enemigo también parpadeaban, y cuando estaba parada
allí sobre la muralla, era como si estuviera en el filo del cuchillo de su propio
destino.

De pie allí, haciendo lo que estaba haciendo, era una locura. Ella lo sabía. Ni
siquiera estaba completamente segura de por qué lo estaba haciendo,
excepto que algo dentro de ella le estaba diciendo que debía hacerlo, que
debía llevar a cabo ese pequeño gesto de cementar su compromiso a tiempo
para poder ir a la batalla mañana, o esta noche, y saber qué era eso.

Tal vez fuera por el hecho de que casi había abandonado a Gabrielle, y había
una parte de ella que se preguntaba por qué no lo había hecho, peleándose
con la parte de ella que estaba horrorizada solo por el mero hecho de haberlo
pensando.

Dos mitades. Su mitad civilizada, y la parte rebelde e ingobernable de un


animal guerrero que no quería formar parte de un hogar, ni de una relación,
ni de ningún apego.
828

Ella siempre había confiado en la parte animal. Le había salvado el culo en


más de una ocasión y era el núcleo de dónde venía su valor como guerrera.
Pero, por primera vez en su vida, descubrió que rechazaba la fría lógica de
esa parte de ella.

Era difícil. Asumió que probablemente era peligroso.

—Bien.

—Bien. —Gabrielle se volvió hacia ella, girando los hombros hacia el viento y
mirando a Xena a la luz de las antorchas. Sus ojos verdes eran de color ámbar
por la poca iluminación y sus rasgos apenas se perfilaban bajo el resplandor
de las estrellas—. ¿Crees que pueden vernos?

Xena miró hacia la izquierda.

—Probablemente puedan ver que hay algo sobre la muralla —admitió—. No


hay suficiente luz para que puedan ver quién, hasta que salga la luna tal vez.
—Indicó un brillo detrás de los árboles—. Si subo antorchas aquí, se apagarán.
—Bien. —Gabrielle se enderezó un poco y tiró de su sobretodo con dedos
ligeramente nerviosos—. Está bien. Prefiero prestarle atención a esto que
preocuparme por las flechas.

—No te preocupes por las flechas —le dijo la reina—. Me encargaré de ellas.

Gabrielle inclinó un poco la cabeza hacia atrás y estudió la cara de su


amante.

—Está bien —dijo, acercándose un poco más cuando el ruido del viento se
apagó ligeramente y apartó de su cabeza la idea del ejército enemigo. Miró
hacia la ciudad y se sorprendió al ver que los soldados se alineaban
mirándolas y que la gente de la ciudad estaba mirando hacia arriba. El nivel
superior estaba lleno de hombres de Xena y había una solemnidad en ellos
que le provocó un pequeño hormigueo en las entrañas. Se volvió y miró a
Xena. La reina le tendió las manos con las palmas hacia arriba, y sin dudarlo,
ella las agarró, la calidez era bienvenida en el viento frío. No sabía lo que iba
a decir Xena ni cómo saldría esto. Pero al mirar a esos ojos pálidos, creyó que
Xena tampoco lo sabía de verdad y estaba segura de que a ninguna de ellas
le importara realmente—. ¿Qué se supone que debo decir aparte de que te
829
amo más que a nada en el mundo? —Xena había tomado aliento para
hablar, ahora lo dejó salir, y se detuvo, pillada un poco desprevenida—. Lo
siento —murmuró Gabrielle.

—No lo hagas —respondió Xena—. Una de nosotras tenía que comenzar y no


ha estado mal. —Se detuvo de nuevo—. No tengo ni idea de qué Hades se
supone que debo hacer ahora —admitió—. Por alguna razón, nunca nadie
me pidió que bendijera sus nupcias.

—Bueno... yo he visto algunas. —Se ofreció Gabrielle—. Aunque en realidad


no las de una reina. Más como pastores y ese tipo de gente. —Ponderó—. Por
lo general, el juez de paz simplemente anotaba los nombres, pregunta si
alguien tenía algún problema con que las dos personas se casaran, y eso era
todo.

—Ah.

—Un poco aburrido, la verdad.

—¿No llegaban a consumar delante de todos? Apuesto a que era aburrido —


comentó Xena, sonriendo al ver que Gabrielle abría mucho los ojos—.
Relájate. Lo más probablemente es que rodásemos por encima de la maldita
pared y nos matásemos y, además, no es como si nunca hubiéramos tenido
relaciones sexuales.

—Oh. Uff —suspiró Gabrielle.

—A menos que quieras probarlo —agregó la reina—. Estoy preparada para


ello. Eso sí que se le atragantaría de verdad a la Persa. Incluso haría una
hoguera aquí para que ella pudiera ver todos los detalles.

Gabrielle se sintió mareada mientras un rubor muy intenso le calentaba la piel


de tal modo que bloqueaba el frío a su alrededor sin esfuerzo.

—Xena, no creo que pueda hacerlo.

La reina soltó una de sus manos y palmeó la mejilla de Gabrielle.

—Está bien, rata almizclera —dijo con voz amable—. Yo tampoco creo que
pueda.
830
—¿En serio? —La mujer rubia miró hacia arriba.

—En serio. —Xena le sonrió—. Hablo mucho, pero tengo las mismas ganas que
tú de quedarme aquí con el culo desnudo al viento.

Gabrielle le devolvió la sonrisa.

—Bien, ¿y ahora qué?

—Ahora qué. —Xena miró fijamente hacia abajo por un momento, luego se
enderezó y tomó la mano de Gabrielle otra vez, su expresión se volvió
serenamente seria—. Ahora supongo que te digo cómo me siento. —Los ojos
de Gabrielle se agrandaron de nuevo—. No te desmayes encima mío, rata
almizclera. —La reina se rio suavemente—. Vamos a empezar con esto. —Hizo
una pausa—. Nací bastarda, Gabrielle. Mi madre coqueteó con un viajero y
terminó conmigo, el segundo error de tres. Luego ella murió y nos dejó
huérfanos. —Gabrielle simplemente le apretó las manos, escuchando
atentamente—. Ahora no tengo familia —dijo Xena—. No tengo nada más
que lo que tomé con mis manos y mi espada, y obtuve cicatrices que me
cubren de pies a cabeza. —Hizo otra pausa—. Todo lo que tengo puede
desaparecer en un latido. —Sus ojos se fijaron en Gabrielle—. Excepto tú. —
Gabrielle sintió un escalofrío recorriéndole la piel—. Todo lo que tengo para
ofrecerte es lo que hay aquí. —Xena soltó una mano y se tocó el pecho—. No
puedo prometer nada más, incluido que vayas a ser feliz, que vivamos una
larga vida juntas, o que veamos salir el sol mañana.

—Lo sé. —Gabrielle respondió en voz baja.

—Sé que lo sabes —replicó la reina—. Cállate y déjame terminar con mi


grandilocuencia. —Gabrielle sonrió tímidamente, levantando la mano de
Xena a sus labios y besándola—. Bien, ¿por dónde iba? —murmuró Xena,
mirando hacia su izquierda mientras el viento le traía el creciente sonido del
ejército que se acercaba. La luna asomaba por encima de los árboles y las
perfilaba a ambas en un débil color plateado, y se preguntó si estaban a
punto de convertirse en románticos y preciosos alfileteros. Ah bueno. Todo el
mundo tiene que morir alguna vez—. De todos modos. —La reina reanudó—.
Nunca pensé que encontraría a alguien con quien quisiera caminar por la
senda de la vida hasta como quiera que termine —dijo—. Hasta que te
conocí.

Gabrielle se sonrojó.
831
—Lo mismo digo —susurró.

—Maldición sí sé por qué —admitió Xena—. No tenemos nada en común.


Pasamos nuestro tiempo a punto de palmarla o echando un polvo y tú tienes
tantas ganas de sentarte en un trono como yo de plantar flores.

—Porque te amo —dijo Gabrielle, después de que se miraron en silencio


durante un momento—. Porque eres la primera persona en mi vida que me
valoró —añadió—. Y la verdad, porque no hay ninguna razón para que sienta
lo que siento por ti.

Xena asintió pensativa.

—De verdad que no hay ninguna razón —estuvo de acuerdo—. Me gusta eso.
Odio cuando la vida es predecible. —Levantó las manos y dio un paso
adelante, cuando un cuerno sonó débilmente desde el otro lado de la
llanura—. Os hago saber. —Su voz se alzó y sonó mucho más fuerte, haciendo
eco en las paredes.

—Te escuchamos —Brendan respondió por las tropas.


—Tomo a Gabrielle como mi esposa. Todo lo que tengo, ella tiene derecho —
Xena continuó—. ¿Lo habéis entendido todos?

—Te hemos oído, señora. —Brendan respondió de nuevo—. Ella será como tú
eres para nosotros.

Xena volvió su atención a su amante.

—¿Estás de acuerdo?

—Sí —respondió Gabrielle suavemente.

—Más alto.

Gabrielle se aclaró la garganta.

—Tomo a Xena como mi esposa —gritó en voz alta—. Y como todo lo que
tengo es mi corazón, y mi alma, y mi cuerpo, se le doy voluntariamente a ella,
para siempre.
832
Ahora era el turno de Xena de sonrojarse, aunque su piel más oscura no lo
mostraba tan vívidamente.

—Hubiera sido suficiente con un simple sí, rata almizclera —murmuró.

—Te hemos oído, pequeña. —Brendan gritó sobre el viento—. Y así eres como
nosotros somos, y te protegeremos como lo hacemos con nuestra señora, por
todos nuestros días. —Hizo una pausa.

—¡Lo hemos oído! —El resto de los soldados soltó el mismo grito, haciendo eco
sobre la pared, compitiendo con el sonido de los cuernos cada vez más
fuertes.

Xena miró hacia la llanura y vio movimiento mucho más cerca de lo que había
previsto. Una hilera de caballos avanzaba tronando hacia las puertas y,
cuando dejó que sus ojos se enfocaran, vio el destello de la luz de la luna
contra las puntas de flecha y se dio cuenta de que había muchos más arcos
que brazos tenía ella.

—Gabrielle, supuse mal. Salgamos de aquí —dijo—. ¡Muchachos, preparaos


para luchar! ¡Ya vienen!
—Espera. —Gabrielle se acercó y puso sus brazos alrededor del cuello de
Xena, tirando de su cabeza hacia abajo y besándola profundamente,
mientras el viento azotaba sus cuerpos y los soldados detrás de las murallas
comenzaban a moverse en reacción a la fuerza que se aproximaba.

Se separaron después de un largo y apasionado momento, y se miraron a los


ojos.

Entonces, las flechas empezaron a llegar rápida y abundantemente,


golpeando contra la pared mientras el cuerpo de Xena reaccionaba
instintivamente agarrando a Gabrielle y saltando a la plataforma fuera de su
alcance cuando todo el Hades estalló a su alrededor.

La noche que acababa de llegar iba a ser muy larga.

833

—¡A las murallas! —Xena bajó corriendo por la plataforma—. ¡Preparad


vuestras armas y apagad esas malditas antorchas! —Los soldados se
apresuraron a obedecerla, las ballestas se asentaron en la parte superior de la
muralla para apuntar con firmeza mientras la línea de jinetes avanzaba hacia
ellos. Xena encontró un punto en mitad de la muralla, casi donde se
encontraban las dos puertas. Las plataformas a ambos lados habían sido
apresuradamente alargadas, y podía oler el verdor de la madera y el fuerte
aroma del cáñamo fresco mientras enfocaba sus ojos para ver a través de la
penumbra—. ¡¡¡Preparados!!!

—¿Qué puedo hacer? —Gabrielle se agachó a su lado.

—Haz eso otra vez.

—¿Qué?

—No importa. —Xena le entregó un cesto lleno de ladrillos rotos de la plaza—


. Lanza esto.
Gabrielle tomó la canasta y la colocó en el borde de la pared, estirando el
cuello para ver por encima.

—¿Que está pasando? ¿Qué están haciendo? —Sintió la mano de Xena


contra su espalda y se apretó contra la pared, a pesar de que las antorchas
estaban en el otro extremo y ahora no era tan visible. Era difícil ver algo fuera
de ahí. Podía oír el tamborileo de los cascos, y ver sombras vagas mientras los
caballos se acercaban a ellos, pero era difícil decir qué tan lejos estaban y
qué iban a intentar hacer una vez que llegaran a la muralla. ¿Tenían ese
fuego, por ejemplo?—. Xena, ¿y si tienen esa cosa? —preguntó—. ¿Lo que
usaste en los barcos?

—Muralla de piedra —dijo la reina brevemente—. No arde.

—Oh. —Gabrielle palpó dentro de la canasta y enroscó su mano alrededor


de una piedra medianamente grande sacándola y frotando el lado de su
pulgar contra ella—. Eso significa que tampoco hubiera funcionado en casa,
¿correcto?

—Correcto —dijo Xena—. Lo usas contra personas, no contra edificios. 834

Gabrielle hizo una mueca al recordar el hedor de la carne quemada del día
anterior.

—¿Como intentaron hacer con nosotros al principio, cuando atacaron?

—Correcto. —La reina dijo nuevamente—. Maldita sea, eres rápida


aprendiendo.

Su compañera suspiró y se inclinó hacia adelante un poco, tratando de ver a


través de la oscuridad.

—Prefiero aprender sobre besar —dijo mientras los soldados a su alrededor


comenzaban a amartillar sus armas, colocando las cortas flechas en sus
soportes—. Eso era mucho más divertido.

—Lo fue, ¿no? —Xena observaba al enemigo atentamente, captando los


bordes de la línea que se curvaban hacia atrás cuando los jinetes de en medio
formaron una punta. Podía ver al grueso del ejército asomándose detrás de
ellos y la sangre comenzó a latir con fuerza dentro de su pecho a medida que
la hora de la batalla se acercaba.
—¿Xena?

—Me encantaría, pero avergonzaríamos a los chicos —dijo Xena—. ¡Apuntad


al suelo a veinte pasos, muchachos! —gritó—. Cuando diga fuego, dejadlas ir.
—Ella se apoyó en los codos, solo sus ojos se asomaban por encima de la
pared mientras clasificaba las sombras en una hilera de jinetes, sus ojos veían
detalles que sabía que sus tropas no podían.

—No, solo iba a preguntar... —dijo Gabrielle—. Si no tienen el fuego, y estamos


detrás de la pared...

—Shh. —Xena ahuecó sus manos a ambos lados de su rostro, bloqueando


incluso la más pequeña luz de detrás de las murallas. Sus oídos se afinaron,
escuchando más allá del tamborileo de los cascos y del choque rítmico de la
armadura en los cuerpos en movimiento.

Casi podía sentirlos acercándose, oía la respiración ronca, olía el almizclado


olor a sudor teñido de un poco de miedo.

—Pero, Xena... 835


—¡Apuntad! —gritó Xena—. A mi señal... preparados... preparados...

Gabrielle puso su mano libre sobre el brazo de su amante.

—¿Por qué están corriendo directos a la muralla?

—Prepar... —La reina se detuvo a mitad del bramido, girando ligeramente la


cabeza mientras miraba el perfil apenas visible de la mujer a su lado. Luego
volvió a mirar por encima de la pared y golpeó sus pulgares contra la parte
superior de la misma, sus ojos se movieron rápidamente de un lado a otro.

¿Por qué estaban corriendo directos a la muralla?

—¿Majestad? —Brendan gritó—. ¿Podemos atacar?

Xena ladeó la cabeza.

—¡Espera! —ladró—. ¡Esperad! ¡No dispares ni una maldita flecha! —De arriba
a abajo de la línea, los hombres se miraron unos a otros, las cabezas se veían
a la tenue luz de las antorchas mientras se pasaban la orden, los crujidos y los
suaves sonidos de las armas que estaban apoyadas contra la pared hacían
eco. La reina esperó hasta que estuvo segura de que todos la habían oído
antes de centrar su atención una vez más delante de ella. Con una
brusquedad que la hizo sacudirse, los soldados atacantes comenzaron a
gritar, casi haciendo que se levantara para ver qué estaba pasando. Algo la
detuvo. Xena realmente no estaba segura de qué, pero una punzada de
advertencia recorrió su piel y en su lugar, agarró la canasta de rocas que le
había dado a Gabrielle y la alzó por la parte superior de la muralla,
moviéndola hacia adelante cerca del borde delantero. Instantáneamente, el
sonido de las flechas cortó el aire y ella se giró y agarró a Gabrielle tirando de
ella hacia abajo mientras giraba, apoyando la espalda contra la pared
cuando una lluvia de misiles fue hacia ella, golpeando la canasta y rebotando
por todos lados, golpeando a la reina en la parte posterior de la cabeza
mientras pasaban de largo. Xena agarró una de ellas y la inspeccionó, su nariz
se contrajo cuando captó el olor acre de las puntas—. ¡Cuidado! —gritó—.
¡Los bastardos han puesto veneno en las puntas!

—Guau —exhaló Gabrielle.

—¡Quédate abajo! —Xena se volvió e ignoró su propio consejo, levantándose 836


para mirar más allá de la canasta, esperando que las sombras la ocultaran.
Vio la línea de caballos que se separaban y bramaban a lo largo de la muralla
a cada lado mientras sus hombres sostenían el objetivo y sintió otro escalofrío,
mucho menos placentero, que le recorrió la espina dorsal—. Espero que nos
hayamos acordado de cerrar esa maldita puerta, rata almizclera.

—Yo también. —Gabrielle examinó la flecha que Xena había dejado caer,
olfateando el extremo y arrugando la nariz ante el olor—. ¿Qué es eso?

—No estoy segura. —Xena vio a los jinetes retroceder, dándose cuenta de lo
cerca que había estado de perder sus recursos más preciados: sus hombres
más experimentados aquí con ella en las murallas—. Veneno, tal vez. No creo
que sean hierbas. —Empujó la flecha lejos de su amante—. No toques eso.
¿eh? No quiero descubrir del modo difícil si sé cómo contrarrestarlo.

Gabrielle tocó el eje.

—Xena, si tienen un montón de soldados más que nosotros, ¿por qué no


pueden simplemente luchar de modo justo?

La reina se rio brevemente.


—¡Mantened la cabeza baja! —gritó—. ¡Mirad a través de las aspilleras! —Se
relajó y miró ella misma a través de las cortas ranuras verticales—. Brendan,
haz que suban algo de esa basura aquí para que podamos poner un escudo.

—Sí. —Su capitán pasó al lado de donde estaban sentadas y corrió hacia la
plataforma de la escalera, teniendo cuidado de mantener su cabeza por
debajo del nivel de la pared—. Menudos disparos en esta noche oscura, Xena.
Como si todos tuvieran tu vista.

—Mm. —Xena se volvió y extendió su mano hacia el soldado más cercano—.


Dame. —Cogió la ballesta que le entregó y la examinó, luego se apoyó en la
pared de nuevo y miró por encima.

—Cuidado. —Gabrielle se apretó contra ella, un calor inesperado en el viento


frío.

Dejó que la oscuridad se cerrara alrededor de su visión otra vez y la enfocó


más allá. Unos pocos parpadeos, y las sombras se ordenaron y se convirtieron
en el contorno del ejército persa contra el horizonte, paradas justo fuera del
alcance en una masa cambiante. 837

Ella parpadeó de nuevo, detectando contornos más altos de lo que había


esperado, y luego maldijo en voz baja.

—¿Cómo en Hades tuvieron tiempo para construir esas malditas cosas?

—¿Qué?

—No importa. —La reina exhaló de irritación—. Estoy tratando de luchar una
guerra con seis ponys de tres patas y un barril de pedos de pato. —Volvió su
atención al ejército enemigo y miró a través de las sombras, viéndolos moverse
y desplazarse y, finalmente, convertirse a su vista en figuras individuales.

Dejó que su mejilla descansara contra la culata de la ballesta, sabiendo que


iba a rebotar contra un pómulo roto, pero deseando que la línea estuviera
recta mientras fijaba sus ojos en uno de los enemigos, una forma alta
caminando delante de las líneas, segura en la oscuridad, confiada en su
elección de posiciones.

Su cuerpo se alineó obedientemente con el objetivo elegido y accionó el


mecanismo, manteniendo la cabeza inmóvil mientras el arma golpeaba su
rostro y veía como la figura que había seleccionado se detenía a mitad de
camino.

Se volvió hacia ella. Casi podía ver la sorpresa en su rostro cuando él se estiró
para intentar alcanzar la flecha y se desplomó antes de que pudiera tocarla,
cayendo al suelo en un montón. Sonó un cuerno y las sombras se pusieron de
nuevo en movimiento, una oleada de alarma que flotó hasta ellos en el viento
con el sonido de caballos resoplando y la agitación y choque de los hombres
levantando los brazos.

—Buen disparo, señora. —Brendan dijo en voz baja detrás de ella.

—Gracias. —Xena se giró y se sentó en la plataforma, poniendo la ballesta


entre sus botas y rearmándola—. No quería que se confiaran demasiado. —
Levantó la mirada cuando terminó—. Pon todo lo que tengamos arriba en la
parte superior de la muralla para proteger a los hombres. Nos seguirán
atacando con lo que tengan.

—Sí. —El viejo capitán estuvo de acuerdo—. Es bueno que los hayas resuelto
con una de las suyas. —Tocó la flecha envenenada—. Mala forma de morir. 838
¿Te acuerdas de la pelea al otro lado de las montañas?

—Me acuerdo —dijo Xena apoyando la ballesta en su rodilla—. Fue entonces


cuando decidí que sería mejor que aprendiera a ser una sanadora antes de
que todos vosotros estirarais la pata.

Brendan simplemente gruñó.

—Xena es una muy buena sanadora. —Gabrielle habló mientras un pequeño


silencio se interponía entre ellos—. Esa es una de las primeras cosas que
aprendí sobre ella.

—Sí. —La reina suspiró—. Estoy segura de que el que te explicara cómo sacar
una punta de flecha de mi espalda fue una revelación. —Observó a los
soldados pasarse cajas y cestos más allá de donde estaba sentada—.
Brendan, ve abajo y asegúrate de que todos se mantengan alejados del
espacio abierto. Si empiezan a lanzar cosas desde el otro lado de la muralla,
no quiero que haya nadie debajo.

El soldado asintió y comenzó a alejarse, luego se detuvo, cuando Xena atrapó


su bota con la de ella.
—¿Señora?

—Mira si puedes conseguir a alguien lo suficientemente estúpido como para


ofrecerse voluntario a salir y hacer una incursión en sus líneas —dijo Xena—.
Cuatro, cinco completos idiotas. ¿Vale?

—Por supuesto. —Brendan se animó visiblemente y se fue con mucho más


entusiasmo.

Gabrielle se inclinó y se sentó junto a Xena.

—Eso suena peligroso —dijo.

—Lo es —respondió Xena—. Pero ella quiere que todo se haga a su manera.
Nos quiere desequilibrados. Quiere gobernar el campo de batalla y ¿sabes
qué, Gabrielle? —Se volvió y miró a su amante—. En esta guerra solo hay
espacio para una perra irracional y arrogante con un ego propio del
mismísimo Ares.

Gabrielle la miró seriamente. 839


—¿Hay más de una?

Una de las cejas oscuras de la reina se alzó.

—¿Eso ha sido un insulto o solo eres así de simple? —Observó con recelo como
Gabrielle se movía y se inclinaba sobre sus rodillas, de frente a ella—. ¿Cuál de
los dos es?

—Hay una perra arrogante e irracional, y una hermosa heroína —declaró


Gabrielle—. Sé de qué lado estoy, eso es seguro.

—G…

—Porque tú eres mi hermosa heroína.

Xena bajó la mirada hacia la ballesta que sostenía en sus manos y luego volvió
a mirar a Gabrielle, con los ojos claros medio ocultos por el cabello oscuro.
Después de un momento, sonrió levemente.

—Soy tuya —reconoció finalmente. Gabrielle le devolvió la sonrisa, con un


brillo solemne en los ojos. La reina se aclaró la garganta, luego bajó el arma y
palmeó la mejilla de su amante—. Y si sigues haciendo esas malditas
preguntas, incluso podría hacer que todo eso sea verdad.

—Xena. —Brendan la llamó desde la plataforma—. Tengo los voluntarios que


pediste.

—Ah. En nuestra vida abundan los idiotas. Vamos. —Xena se inclinó hacia
delante y se puso de rodillas, luego de pie, manteniendo la cabeza gacha
mientras se dirigía hacia su capitán con Gabrielle a remolque—. ¿De verdad
no piensas que soy una perra?

—Nop.

—Chico, te tengo engañada.

840

Xena estaba de pie junto a la pequeña puerta en la muralla, su escuadrón de


voluntarios estaba agrupado a su alrededor. Tenía una mano apoyada al lado
de la abertura y estaba esperando mientras el último de los hombres se
envolvía en una capa oscura y se giraba para mirarla.

Se arrodilló y se quitó la capa del hombro, mientras sacaba una daga de la


parte superior de su bota y dibujaba un diagrama en el suelo. La luz de las
antorchas era suficiente para mostrar los detalles, pero los hombres se
movieron para tener una mejor vista, algunos se agacharon a su nivel mientras
dibujaba.

Ella raspó brevemente la muralla de la ciudad, luego el espacio abierto y el


camino, luego el anillo de bosque que al final conducía de regreso al paso,
haciendo volver los recuerdos de estar sentada en los claros alrededor de
fogatas hace mucho tiempo haciendo eso mismo mientras planeaba su
próxima conquista.

—Sus líneas del frente están aquí. —Xena marcó una larga línea en el suelo—.
Desde aquí, hasta aquí. —Marcó una “X” desde el final del bosque en un lado,
donde no hacía muchos días había estado tumbada en la hierba, hasta el
borde del río.

—Bloqueando la ciudad —gruñó Brendan.

—Mmhm. —La reina estuvo de acuerdo—. Eso es lo que yo habría hecho si


hubiese querido este lugar. —Hizo una pausa y sacudió un poco de polvo del
suelo con la punta de la daga—. Pero tengo la sensación de que no quieren
esta ciudad más tiempo del que se necesita para destruirla.

—¿Por lo que hicimos con los barcos? —dijo Brendan—. Por orgullo, ¿eh? ¿Y
por echarlos de la ciudad?

Xena asintió.

—Así es. —Volvió a su dibujo—. Así que nos van a atacar con todo, nos
mantendrán dando vueltas hasta que puedan levantar esas torres de asalto y
tomar las murallas. Tenemos que detenerlos.

Los hombres se miraron entre ellos. 841


—¿Nosotros? —Uno de ellos dibujó un círculo con su mano alrededor del
pequeño grupo—. ¿Vienes con nosotros entonces, Su Majestad?

Xena se rio por lo bajo.

—Esta vez no —respondió en un tono sinceramente apesadumbrado—.


Coged los frascos que Brendan os ha dado e id por la muralla hasta que
lleguéis aquí. —Tocó un punto cerca del límite de la hierba—. Las sombras os
cubrirán. Id por la hierba hasta aquí. —Tocó el límite de donde estaban las
líneas persas—. Entonces abrid los frascos, encendedlos con vuestros
pedernales, arrojadlos y traed vuestros culos de regreso a la puerta tan rápido
como podáis.

Los hombres miraron los frascos envueltos con tiras de rafia bajo sus brazos.

—¿Es esto lo que había en los barcos?

—No. —dijo Xena—. Es... digamos que es una tarjeta de presentación de mi


parte. —Se levantó—. ¿Lo habéis entendido todos? —Los hombres asintieron,
levantándose y comenzando a agruparse mientras Xena se volvía hacia la
puerta, poniendo una mano en el cerrojo—. Shh. —Xena se quedó quieta, sus
sensibles yemas de los dedos sintieron un innegable movimiento en contra de
ellos. Levantó su mano libre y el ruido detrás de ella se redujo a la nada
mientras enfocaba sus sentidos en la puerta. Ahí. El movimiento vino de nuevo,
junto con el más leve sonido áspero. Xena se giró e hizo un signo con la mano
a Brendan, luego un segundo. Él empujó al hombre más cercano contra la
pared, luego señaló y siguió empujando hasta que el camino detrás de la
reina quedó despejado y el pequeño grupo estaba pegado a la superficie de
piedra a cada lado. Xena ladeó la cabeza. La puerta era grande y sólida.
Madera reforzada con flejes metálicos, pero ahora podía escuchar sonidos
desde fuera, un suave tintineo y cuerpos en movimiento. Asombroso. La Persa
estaba intentando el mismo truco que ella misma había hecho, solo que sin
un... Xena se volvió y desenvainó su espada, alejándose de la entrada y
dejando que sus ojos recorrieran el espacio abierto que había más allá. Su
mano libre se contrajo, y se imaginó que había oído el susurro de una flecha,
pero el espacio permanecía despejado y los únicos ojos que la miraban eran
los de sus soldados. Sholeh contaba con alguien dentro?—. Brendan —
pronunció en voz baja—. Ven aquí.

El soldado fue a su lado inmediatamente. 842


—¿Qué es eso, señora?

—Ve a mis aposentos. Asegúrate de que Gabrielle está bien —dijo Xena—.
Aquí está pasando algo. Hay hombres detrás de la puerta... y no sé si hay
alguien en este lado esperándolos.

—Bien. —Brendan se dio la vuelta y echó a correr, sus botas raspaban el


camino de piedra mientras se dirigía a la plaza central.

Xena se giró para enfrentar al resto de los soldados.

—Quedaos donde estáis —dijo suavemente—. Voy a abrir esta puerta y a


dejar entrar a los bastardos.

—¿¿Majestad??

—Y luego los mataremos. —Xena se dirigió a la puerta y apoyó lentamente su


peso en ella presionando la superficie para liberar la barra de bloqueo que la
mantenía fuertemente cerrada. Empujó la barra para abrirla, luego se apartó
lo más rápido que pudo, girando y despejando la entrada mientras los
hombres se apresuraban a hacerle sitio. Por un largo momento, todo estuvo
en silencio. Luego se escuchó el roce y crujido de la puerta abriéndose, y el
suave golpe sordo cuando pegó contra la pared de piedra del pasillo de
entrada. Xena deseó haber pensado en decirle a Brendan que enviara un par
de docenas más de hombres. Era consciente de los comprometidos, pero en
su mayoría inexpertos, soldados a su alrededor, y consciente del peligro en el
que acababa de meterlos a todos—. Mi típico egocentrismo —Xena murmuró
en voz baja mientras captaba el sonido de los cuerpos que se movían cerca,
luego un silencio momentáneo.

—¿Dónde está él? —susurró una voz—. Abrió la puerta... ¿A dónde se ha ido?

—No lo sé, solo muévete. Olvídalo. Vamos a hacerlo.

Xena cambió su agarre sobre su espada y movió las orejas con mudo deleite,
su cuerpo se tensó al sentir la proximidad de la batalla, su nariz captó el olor a
polvo y cuero sudoroso cuando el roce comenzó de nuevo y se preparó para
atacar.

Seis hombres salieron trotando de la entrada, llegando a la mitad del corredor


antes de ver a los soldados que los esperaban y girarse sorprendidos. 843

—Ponte en movimiento. —Xena empujó al soldado más cercano hacia la


puerta—. Recuerda lo que te dije.

—Pero Majestad...

—Me ocuparé de estos tipos. —Xena dio un paso adelante y dio vueltas a su
espada mientras los hombres corrían a su encuentro, pateando a dos de ellos
hacia atrás mientras agarraba al que estaba a la cabeza y le golpeaba la
mandíbula con el codo—. ¡Moveos! —Sintió la vacilación de sus propios
soldados, pero se quedó sin tiempo cuando el resto de los enemigos la atacó
y estaba demasiado ocupada luchando por su vida. Inesperadamente
luchando por su vida, cuando dos hombres la atacaron con espadas gruesas
y curvas mientras se zafaba de las piernas del líder y casi tropieza y cae de
espaldas. Sus reflejos, y el hecho de que había dormido de verdad, la salvaron.
Desvió la espada de un hombre y se giró hacia un lado para evitar la del
segundo, extendiendo su mano para atrapar el brazo del hombre y tirándolo
hacia un lado. Él se liberó y retrocedió, pero se detuvo a medio camino
tambaleándose, girando para enfrentarse al soldado que había saltado sobre
su espalda y luchaba para tirarlo al suelo. Xena se encontró libre para
enfrentarse a su adversario actual, un hombre grande con una buena
armadura que de inmediato desafió sus habilidades cuando su espada se
estrelló contra la de ella. Se concentró en él cuando vio a sus soldados
persiguiendo al resto de los intrusos, y con un giro de su muñeca deslizó su
espada lo suficiente hacia un lado para saltar hacia atrás y mantener el
equilibrio. Recuperando su ímpetu, hizo caso omiso de que sus soldados
estaban ignorando sus órdenes, ya que en este momento estaba salvando su
culo, y se centró para el tema de la lucha. Este hombre era un verdadero
soldado persa. Él la superaba por una cabeza, y la sobrepasaba por la mitad
de su peso, y era condenadamente bueno con la espada. Xena estimó que
era el líder de su pequeña partida de ataque, y ella se encontró con su
espada y se vio empujada a un lado mientras él intentaba golpearle el pecho
con la empuñadura. Eso no sucedía muy a menudo. Xena se giró y dejó que
el impulso del hombre lo llevara más allá de ella mientras echaba sus brazos
detrás de su cuerpo y se agachaba instintivamente cuando él blandió la
espada hacia atrás, su espada no la alcanzó en la cabeza por un pelo.
Literalmente. Se tiró al suelo y rodó, volviendo a ponerse de pie y empujando
su espada hacia adelante con un golpe corto y salvaje que acertó al hombre
justo en el culo mientras trataba de darse la vuelta y alcanzarla. Dio un tirón a
su espada mientras él gritaba de rabia. Ella no le dio la oportunidad de discutir 844
al respecto. Continuando con la ofensiva, ella lo rodeó y agarró su espada
con las dos manos mientras él renqueaba en círculo y bloqueaba su ataque,
ocupado en pararla mientras ella se le echaba encima y chocaba contra él,
golpeándolo en el hombro con el suyo. Fue como arrojarse contra la pared.
Xena sintió que la sacudida recorría todo su cuerpo, pero, aun así, lo empujó
y dio un paso atrás, y él vaciló solo un instante al no haberse esperado eso.
Pero solo un instante. Al momento siguiente, él azotó con su brazo hacia atrás
y golpeó en un lado de la cabeza antes de que pudiera esquivarlo, enviando
una explosión de estrellas a su visión, mientras su cuerpo reaccionaba por puro
instinto y sus manos levantaban su espada justo a tiempo para bloquear su
golpe de vuelta dirigido hacia su cuello. Sintió el impacto cuando sus espadas
se encontraron, y sacudió la cabeza para aclarar su visión, parpadeando con
fuerza cuando él volvió a concentrarse y ella detuvo su movimiento con una
dolorosa sacudida de sus antebrazos. Él maldijo y ella se armó de valor para
bloquearlo de nuevo mientras él retorcía su cuerpo y sus espadas chocaron
entre si. Ella giró en la dirección opuesta y terminaron entrechocando las
manos de manera muy dolorosa, las espadas susurrando en sus rostros cuando
llegaban casi nariz con nariz. Xena no vaciló. Arqueó su cuerpo y le golpeó la
cara con la cabeza, forzándolo a toser mientras él se sacudía hacia atrás. Ella
repitió el movimiento y sus manos se deslizaron una sobre otra cuando sus
cuerpos chocaron, demasiado cerca para que las espadas hicieran algún
daño. Él gruñó y ella vio un destello de dientes mientras él apuntaba hacia un
lado de su rostro, empujándola hacia atrás con todo su peso mientras Xena
luchaba por mantenerse en pie. Ella soltó una mano de su espada y agarró su
daga en su lugar, arriesgando su espada mientras ella daba la vuelta a la
daga y se la metía en las costillas, sintiendo la resistencia de la armadura
empujando contra ella. Él intentó retroceder, pero se deslizaron en semicírculo
y Xena embistió hacia adelante, con la punta de su daga perforando y
encontrando carne debajo. Él se tambaleó hacia atrás y apartó la mano,
dejando la daga en su sitio mientras levantaba su espada y la balanceaba
hacia ella. Xena esquivó el barrido, después se giró y atacó con una patada,
golpeando a un lado la hoja de la espada antes de continuar y patear con la
otra pierna, enviándolo por fin a un lado cuando la pelea comenzaba a
pasarle factura. Ella siguió el movimiento de él, balanceando su espada en un
círculo a dos manos para golpearlo en un lado de la cara con la parte plana
con toda la fuerza de sus brazos. Sintió un crujido en sus brazos y vio volar la
sangre mientras él tropezaba de lado, chocando contra la pared y rebotando
para caer al suelo a sus pies. Xena apartó la espada del hombre con el pie y
recuperó el aliento, mirando a su alrededor para encontrar a los otros
invasores desplomados en el suelo y sus hombres de pie junto a ellos, con los 845
ojos muy abiertos mientras la miraban. Ella los miró, una bota descansaba
sobre la cabeza de su oponente mientras se aseguraba de que él se quedaba
dónde estaba.

»¿Podéis al menos cerrar la maldita puerta? —El hombre más cercano asintió
rápidamente—. Bien. —Xena miró a su jadeante prisionero—. Ahora
averigüemos qué estaban haciendo. —Se dejó caer sobre una rodilla y lo
golpeó en la garganta con los dedos, haciendo que su cuerpo se sacudiera
con fuerza mientras forcejeaba de repente, mirándola con furia—. Y con quién
iban a hacerlo.
Parte 25

Gabrielle se concentró en su tarea de recoger trozos de piedra y ladrillo en


una cesta mientras trabajaba igual de duro para no pensar en que Xena no
estaba a su lado.

Sabía que la reina no estaba tan lejos, justo al final del camino, a la vuelta de
la esquina de la pared donde había llevado a su pequeño grupo de chicos a
hacer lo que fuera que iban a hacer.

Se suponía que Xena no iba a ir con ellos, pero Gabrielle tenía la inquietante
sospecha de que, dada su naturaleza, Xena haría exactamente eso porque
le encantaba estar en medio de todo lo que pasaba y le encantaba causar
tanto caos como podía.

Parecía una muy buena oportunidad para hacer ambas cosas. Gabrielle
suspiró y recogió otra piedra para colocarla en la cesta. ¿Iría Xena? Había 846
dicho que no, de hecho, le había dicho a Gabrielle específicamente que
volvería, pero esto era una guerra y era Xena y…

Bien…

Puso su canasta, ahora llena, sobre el tosco banco de madera que había sido
erigido en un lado de la plaza, y fue a buscar otra. Los soldados estaban
ocupados y agitados a su alrededor, cargando haces de flechas desde la
plaza hacia la muralla, y otros hombres estaban sentados alrededor de
montones de palos haciendo más.

Sin embargo, no había sensación de pánico. Las actitudes a su alrededor eran


confiadas, e incluso oyó a uno de los soldados silbar mientras colocaba con
cuidado un trozo de pluma en la parte posterior de un eje.

En el otro lado de la muralla no había nada más que silencio, y el ocasional


crujido de la madera y el sonido de los caballos relinchando.

Parecía extraño y aterrador. Primero el ataque, luego nada. ¿Qué harían los
persas a continuación? ¿Qué haría Xena?

¿Qué haría Xena? Gabrielle recogió una canasta y regresó a su acopio de


rocas. Lo que ella esperaba que Xena no hiciera, era ceder a sus instintos
habituales y terminar saliendo con los soldados por la puerta y meterse en los
peligros que se encontraban frente a ellos.

Toqueteó la cesta pensativa. Xena haría eso, ¿no? Con el ceño fruncido, dejó
la canasta en el borde y se sacudió las manos, pasó por encima del saliente y
comenzó a caminar a paso ligero.

Los soldados se apartaron de su camino cuando se acercó, y les dirigió una


breve y distraída sonrisa al pasar.

—Gabrielle, espera.

Mierda. Gabrielle miró hacia la derecha y divisó a Lennat que se dirigía hacia
ella. Vaciló lo suficiente para dejar que la alcanzara, y luego siguió
caminando.

—¿Qué pasa?

—Guau. Eso fue muy raro —dijo Lennat—. Lo que hicisteis tú y Xena, en la
muralla.

Raro. Hum.
847
—Supongo —murmuró Gabrielle—. Pero así es Xena. Nunca hace lo que
esperas que haga.

—Sí. —Lennat se ajustó el cinto de la espada alrededor de su cintura—. Y bien,


¿qué significaba? ¿Estás…eh… casada con ella?

Bueno, esa era una muy buena pregunta, ¿no? Gabrielle se había estado
preguntando lo mismo durante la última marca de vela, preguntándose cuál
era su estado actual y si de verdad había cambiado algo.

—Sí —dijo finalmente—. Lo estoy.

—Guau.

Gabrielle pasó por encima de un manojo de lanzas y siguió andando,


esperando que Lennat encontrara algo más que hacer, pero se resignó a su
presencia mientras continuaba siguiéndola.

—¿Por qué hiciste eso? —preguntó Lennat después de unos pocos pasos—.
Quiero decir, ¿por qué así?

—¿Por qué no? —Gabrielle bajó los escalones desde la plaza hasta el estrecho
sendero que conducía a la calle que bordeaba la muralla—. Me pareció
genial. Allí estábamos bajo las estrellas, y el viento era genial…
—Gente disparándote flechas.

—No es problema, Xena puede atraparlas. —La mujer rubia se encogió de


hombros—. De todos modos, es muy peligroso aquí, ¿sabes? Me alegra que
Xena quisiera… —vaciló—. En caso de que algo suceda.

—Oh. —Murmuró Lennat, después de un momento—. No pensé en eso. —


Parecía un poco avergonzado—. Y bien, ¿a dónde vas? ¿Puedo ayudarte con
algo?

Gabrielle comenzó a doblar la esquina, su mente revisaba qué podía decirle


a su estimado amigo que lo distrajera de andar a su alrededor. Tan ocupada,
que estuvo a punto de caer sobre su trasero cuando una figura oscura
envuelta en una capa se precipitó hacia ella desde la dirección opuesta y la
empujó fuera del camino.

—¡Eh!

—¡Alto ahí! —Lennat intentó agarrar al hombre, luego rodó a un lado y se


quedó sin aliento al ser golpeado y empujado contra la pared—. ¡Detente!

El hombre se apresuró a pasar, rompiendo a correr torpemente y 848


desapareciendo por la equina del camino, mientras Lennat se deslizaba
lentamente hasta el suelo, con las manos agarrándose el vientre.

Gabrielle se apartó de la pared a la que había sido arrojada y corrió hacia él,
su conciencia anuló su deseo de ir a buscar a la reina.

—¿Qu… estás bien?

—Augh. —Lennat retiró una mano y la miró, el brillo de la sangre fresca


oscurecía su piel—. ¡Me ha apuñalado! —Miró a su alrededor—. ¿A dónde se
ha ido? ¡Ay! —Sus ojos se agrandaron cuando Gabrielle se arrodilló junto a él—
. Ay… ¿Por qué lo ha hecho?

Había mucha sangre. Gabrielle olvidó su impaciencia mientras movía las


manos con suavidad y el penetrante olor a cobre se elevaba bruscamente en
el aire nocturno.

—No te muevas —dijo—. Quédate aquí, voy a buscar ayuda. —Podía oír su
respiración cada vez más dificultosa—. Solo estate tranquilo. —Le dio unas
palmaditas en el hombro y se puso de pie considerando sus opciones. La
verdad es que no eran muchas. Dio media vuelta y echó a correr por el
sendero, dirigiéndose hacia donde esperaba que la reina todavía estuviera.
Xena se agachó sobre su víctima, su peso descansaba sobre una rodilla y su
pierna se asentaba sobre el cuerpo retorcido del hombre. Estaba luchando
contra el bloqueo que le había puesto en el cuello, su pecho esforzándose por
coger el aire que su garganta paralizada no permitía que pasara.

—¡Imbécil! —Le dio una bofetada en la cara—. Cuanto más luchas, más aire
usas. ¿Quieres morir? —El hombre la miró con nada más que odio en sus ojos.
Xena lo encontró un poco refrescante, y le hizo sonreír cuando él trató de
escupirle y se encontró incapaz de hacer algo más que babear sobre sí
mismo—. Puedes hablar —dijo ella con tono familiar—. O me sentaré aquí a
verte morir como un pez saltando fuera del agua. Tú eliges.

—Pmof. —El hombre trató de escupirla otra vez—. Prefiefmorir.

—Como quieras. —Xena se balanceó sobre su talón y levantó un pliegue de


su sobrevesta persa, secando su espada y puliendo el borde—. Todos tus
849
amigos ya están muertos. Lástima que alguien te haya enviado a una trampa,
¿eh? —El hombre se congeló en sus forcejeos y se quedó allí tumbado,
jadeando—. Sí. —Xena escupió con cuidado en su espada y frotó un poco de
sangre seca—. Menudo atajo de presas fáciles habéis sido. —Lo miró con
indiferencia—. Por otro lado, tuve que usarte para entrenar a mis nuevos
guardias de aquí. Hicieron un pequeño entrenamiento. —El soldado la miró
fijamente. Xena envainó su espada y se apoyó en su rodilla, mirándolo con
una leve sonrisa—. ¿Seguro que no quieres hablar? Me vendría bien un buen
hombre. —Sus ojos se encontraron. Los de él eran oscuros y tenían una ligera
inclinación. Los de ella, el más pálido azul hielo, pero el espíritu que se
asomaba en ambos tenía la misma energía y Xena podía sentir el tirón
mientras sus personalidades luchaban entre sí—. Vamos —dijo Xena—. ¿Qué
hace alguien como tú con tipos como esos? —Señaló a los invasores
muertos—. Tú eres auténtico. ¿De qué se trata todo esto? —Ella era consciente
de sus propios hombres de pie, esperando silenciosos cerca de la pared en las
sombras.

Durante un largo rato, cuando sus labios se volvieron azules y se estudiaban en


un silencio obstinado, se tambaleó sobre el equilibrio y Xena pensó que lo
había perdido. Luego él movió la cabeza, solo un poco, y sus ojos cambiaron,
solo un poco, y ella supo que la victoria estaba en sus manos.
Se acercó y soltó el agarre en su cuello, dejándolo respirar. Sin embargo,
mantuvo los dedos preparados, porque con alguien tan peligroso, uno nunca
sabía lo que iba a pasar y se sentiría condenadamente estúpida si él se la
colaba después de ese tan bonito discurso.

Pero todo lo que hizo fue respirar, su pecho se agitó mientras parpadeaba.

—Eres un demonio.

—Gracias. —Xena le sonrió—. Los halagos te conseguirán una patada en el


trasero de mi parte, pero estás tumbado sobre él así que, simplemente has
desperdiciado tu oportunidad.

Él tomó aire unas cuantas veces.

—Se suponía que teníamos aliados para abrir la puerta —dijo—. Nos lo
prometieron.

—Te vendieron —dijo la reina—. Apesta, ¿eh? —El soldado miró a los hombres
en las sombras—. Venga. ¿Cuáles son las probabilidades de que estuviésemos
en la puerta en el momento exacto en que llegasteis aquí? —La reina se rio
entre dientes—. No creerás que ha sido una coincidencia, ¿verdad? 850
El persa frunció el ceño. Tenía un rostro oscuro y bien parecido, con barba y
bigote bien recortados, y cejas negras que casi se cruzaban sobre sus ojos.

—Creo que…

—¡Xena!

El hombre dejó de hablar y ambos levantaron la vista cuando Gabrielle dobló


a toda velocidad la esquina corriendo hacia ellos. La reina se apoyó en su
rodilla mientras veía acercarse a su amante con una sonrisa apareciendo en
su rostro.

—Ah —dijo ella—. Siempre estoy tan demandada. ¿Sí, rata almizclera?

—Xena, tienes que venir rápido.

—¿Es eso una orden? —La reina soltó una risita—. Eres una pequeña mandona,
¿no? ¿Nos acabamos de casar y ya pones las reglas en la cama?

—Tú de… buf… —Gabrielle derrapó para detenerse y dejó de hablar,


tapándose la cara con una mano—. Xena, por todos los dioses —suspiró—. No,
por favor… Lennat está herido… ese tipo lo apuñaló y se escapó, y también
me arrolló a mí, ¡y necesita un sanador! —Xena asimiló todo el balbuceo con
una expresión pensativa—. ¡Ahora mismo! —Gabrielle tiró de su brazo, casi
pasando por encima del persa para hacerlo—. Xena, está sangrando.

La reina suspiró.

—¿Soy la única sanadora por aquí? —preguntó, deseando quedarse y


completar la conversión de su nuevo cautivo.

—Sí —respondió Gabrielle—. Bueno, eres la única que conozco. —Enmendó—


. ¿Por favor?

Xena se levantó y se sacudió las manos.

—Llevadlo al cuartel y amarradlo hasta que podamos hablar de nuevo. —Se


sintió un poco molesta por la interrupción—. Te veré allí después de que me
ocupe de esto.

—Pero no estábamos… —Uno de los soldados comenzó a preguntar, luego se


detuvo cuando su compañero lo golpeó en el hombro—. Ah bien. Lo siento
Majestad.

Xena dio un paso atrás y rodeó al hombre, que fue levantado por sus soldados.
Era más alto que la mayoría de ellos, tan alto como la propia Xena e incluso 851
en su sombría mansedumbre, había un grado de peligro que ella apreciaba
sumamente.

—Sed amables con él —añadió—. Me gusta un hombre que casi puede


patearme el culo. —Se alejaron y ella se volvió hacia Gabrielle—. Ahora
cuéntame otra vez qué ha pasado. ¿De quién es el pellejo que tengo que
coser? —Comenzó a seguir a los soldados, colocando su brazo sobre los
hombros de Gabrielle—. Creí haberte dicho que te quedases y recogieras
piedras.

—Es Lennat. —Gabrielle ignoró las últimas palabras—. Nos dirigíamos hacia
aquí…

—¿Por qué?

Lo cierto es que Gabrielle no tenía una buena respuesta para eso.

—Quería estar contigo —ofreció finalmente con resignación, mientras


caminaban por el sendero—. Pensé que tal vez saldrías con esos tipos y no
quería perderme nada.

Xena caminó en silencio por unos pocos pasos.


—¿Sabes algo, Gabrielle? —suspiró—. Una de las cosas más encantadoras de
ti es que me dices la verdad cuando te pregunto algo.

Gabrielle se sintió un poco confundida al respecto, ya que realmente creía


que decirle a Xena que pensaba que Xena le había mentido y que podría
dejarla atrás, no era tan halagador como la reina parecía pensar que era. O
tal vez ella no lo veía de esa manera.

—Oh.

—No iba a ir.

—Oh.

—Una de las razones por las que no iba a ir era porque te dije que me
esperaras allí y sabía que, si lo hacía, te cabrearías.

—¡Oh!

—Mmm… —Xena flexionó una mano dolorida—. Imagíname teniendo


conciencia en la vejez. De locos.

Doblaron la esquina y vieron a Lennat aún desplomado contra la pared. 852


Levantó la vista cuando se acercaron, sus ojos se abrieron de par en par
cuando reconoció a Xena.

—Creía que habías ido a buscar ayuda —murmuró mientras se arrodillaban a


cada lado de él—. Creo que podría tener… ¡ay!

Xena le apartó las manos y continuó su examen.

—¡Cierra el pico! —gruñó mirando detenidamente la herida, luego se puso en


pie y tiró de él para que se levantara—. Camina rápido. Deberías poder
regresar al campamento antes de morir desangrado.

—Xena. —Gabrielle apresuradamente le dio apoyo a Lennat en el otro lado—


. Está sangrando.

—Yo también —respondió la reina—. Puedes ocuparte de eso mientras yo me


ocupo de él. Vamos.
La plaza era una vez más una colmena de actividad. La gente de la ciudad
que se había ido a dormir, ahora se había reunido de nuevo; algunos traían
mantas y otras cosas que indicaban que estaban allí para quedarse esta vez.

La posadera había asumido el cargo del área de cocina y había cajas y


paquetes que no estaban allí antes, y había un aire de nerviosa expectación
cuando se oía el sonido esporádico de la guardia emitiendo una serie de
señales de alarma desde las murallas.

A un lado, el cuartel de dos pisos que Xena había ocupado, estaba bien
iluminado desde dentro y las sombras bailaban en las ventanas mientras los
soldados se movían de un lado a otro.

—Cambio de planes. —Xena colocó una mano a cada lado de la puerta,


dirigiéndose a su pequeña tropa mientras Gabrielle cosía la herida en un
costado que iba desde justo debajo de su brazo hasta casi la cadera. Se había
quitado los cueros hasta la cintura, disfrutando perversamente de la cantidad
de lugares diferentes en los que los ojos de los hombres se podían enfocar al
intentar no mirar a una mujer medio desnuda—. Si esperan que ese atajo de
perdedores vuelva a salir por esa puerta, estarán vigilando muy de cerca.
853
—Xena, ¿crees que se están preparando para atacar? —preguntó Brendan—
. La guardia dice que no ven mucho por ahí fuera.

La reina hizo una pausa cuando la aguja la atravesó por enésima vez. El
ataque a través de la puerta, tan inquietantemente similar al que ella misma
había estado considerando, la había perturbado un poco.

—No —dijo finalmente—. Creo que esperarán a la mañana, o… —Una leve


sonrisa—. Esperarán a que vuelvan sus matones. —Los hombres se echaron a
reír, pero parecían un poco incómodos, y sus ojos se posaron
momentáneamente en ella con cierta duda antes de que mirar a otro lado
de nuevo. Xena se dio cuenta. Frunció el ceño y examinó los acontecimientos
recientes, tratando de alejar su mente de la aguja del tamaño de un arpón
que perforaba su piel. Tener su propio plan dirigido en contra de ella no la
hacía quedar demasiado bien frente a los hombres, y se percató de eso. Tenía
que haber algo más que ella pudiera hacer. Alguna otra idea inteligente que
pudiera sacarse del culo. Algún otro plan ingenioso... Ah. Bueno, de todos
modos, se les olvidarían todas sus preocupaciones si era superada
tácticamente. Xena inclinó la cabeza hacia un lado por un momento, luego
soltó una risita—. Así que, lo que vamos a hacer es hacernos pasar por sus
matones regresando —dijo—. Ella está esperando un grupo de persas de
vuelta, y tengo un grupo de hombres muertos con uniformes persas.
Los soldados se miraron entre ellos.

—¿Vamos a salir para meternos en su ejército? —preguntó uno de los


hombres—. ¿En serio?

—Sip —dijo Xena—. En marcha. Coged esos uniformes y yo… —Comenzó a


moverse, luego se detuvo cuando Gabrielle carraspeó alto—. Yo me quedaré
aquí y terminaré de ser cosida. —Se corrigió cuando sintió un tirón en su piel—
. Antes de que Gabrielle me azote.

Gabrielle carraspeó de nuevo, más suavemente.

Los hombres vacilaron, entonces Brendan se levantó y les indicó que lo


siguieran.

—Vamos chicos —dijo—. No vamos a hacer esperar a su Majestad —añadió


en tono de confianza—. Es una de las buenas, ¿eh? Meternos en su culo con
su propia medicina, ¿sí?

—Pero… —dijo uno de los hombres—. ¿No se darán cuenta de quiénes somos?

Xena los miró.


854
—La mitad de vosotros erais soldados persas. ¿Crees que de verdad pueden
notar la diferencia a estas alturas?

El hombre se rascó la mandíbula y luego se encogió de hombros


avergonzadamente.

—Sí, lo siento, su Majestad.

—Vámonos. —Brendan golpeó al hombre en un lado de la cabeza—. Antes


de que te encuentre una falda de mujer persa para que lleves ahí fuera.

Obedientemente, los soldados se levantaron y lo siguieron mientras se dirigía


a la fosa común en la que habían arrojado los cadáveres persas. Xena se
quedó de pie indiferente hasta que todos se fueron, luego hizo una mueca y
se apoyó contra un lado de la puerta.

—Ay.

—Lo siento. —Gabrielle levantó la vista como pidiendo disculpas.

—Me lo merezco —suspiró la reina—. Me moví demasiado lenta. —Miró hacia


abajo de su costado donde su amante estaba con la nariz casi pegada a su
costilla, la cabeza rubia inclinada hacia un lado y la punta de la lengua
sobresaliendo entre sus labios en total concentración—. No es culpa tuya, se
siente como si estuvieras clavándome en las costillas un atizador caliente. —
Gabrielle hizo una pausa y la miró con los ojos muy abiertos. Xena sonrió—. Es
una broma. Continúa. —Observó la larga y sangrienta, pero delgada línea
que descendía por su costado—. Buen trabajo.

—Preferiría simplemente arreglar tu capa o algo así. —La mujer rubia suspiró—
. ¿No deberías ponerte más armadura si te van a pasar este tipo de cosas?

—Compensa —dijo la reina—. Menos basura, más velocidad. Aunque a la


velocidad que va mi viejo culo, puede que debiera ir con un maldito barril
amarrado con unas correas a mi cabeza.

—Eso no es cierto. —Gabrielle se inclinó sobre su tarea de nuevo—. Nadie va


tan rápido como tú.

Xena resopló.

—Sí. —Pasó sus dedos por encima del corte correspondiente en su cuero y
suspiró de nuevo—. Oye, ¿Gabrielle?

—¿Sí? —Gabrielle se mordió el labio y vaciló—. ¿Puedes soltar el aire un


segundo?

Confundida, la frente de la reina se frunció, pero después de un segundo 855


obedeció, exhalando y luego haciendo una pausa, mientras sentía el suave
pellizco de las puntas de los dedos de Gabrielle contra su piel, presionando el
corte y luego el pinchazo de fuego cuando la aguja los siguió.

Le recordó de repente, ese momento crucial en el que había confiado en


Gabrielle porque no tenía otra opción y recordó una vez más lo aterrador e
ineludible que había sido todo. Confiar de ese modo no había sido fácil y
ahora…

Ahora. Ahora estaba al borde una vez más de poner todo eso en peligro. Xena
apartó el pensamiento, y se retorció un poco con impaciencia.

—Sin cicatrices irregulares, ¿lo recuerdas?

—Algunas veces. —Gabrielle se inclinó más cerca, su aliento calentaba la piel


de Xena y le ponía la piel de su costado de gallina mientras mordía el extremo
del hilo, y luego se echaba para atrás—. Está bien, lista. —Estudió su obra
seriamente—. Creo que es uniforme.

—¿Crees? —Xena alzó las cejas.

—Sí, creo que sí. —Reconoció la mujer rubia, poniendo su suave mano sobre
el muslo de su amante—. Entonces, ¿vamos a ir con los muchachos esta vez?
La reina respiró hondo, y se giró completamente para mirar a Gabrielle.

—¿Qué en el Hades te hizo preguntar eso? —dijo con tono agudo, un poco
temblorosa al oír los pensamientos que jugaban en la punta de su lengua
saliendo de la boca de su compañera.

—Creo que quieres ir —respondió Gabrielle honestamente—. Y… um… —Hizo


una larga pausa—. Porque yo también quiero… —Soltó las últimas palabras
apresuradamente—, ir con ellos.

Lentamente, Xena se dejó caer para sentarse en el largo bloque de madera


junto a ella, sus ojos azul pálido no abandonaron el rostro de su compañera.

—¿Tú quieres? ¿Por qué?

Eso era difícil de responder porque Gabrielle no estaba en verdad segura de


por qué.

—Solo quiero hacerlo —respondió—. Quiero hacer algo. No solo estar aquí
sentada esperando. —Bajó la vista hacia la aguja y jugueteó con el trozo de
hilo restante en sus dedos—. Podrían pasar cosas malas, pero quiero pelear
contra ellas si suceden, no solo dejar que me ocurran. 856
Que extraño. Xena reflexionó en silencio al encontrar partes de sí misma
reflejadas en aquellos ojos ante un espejo tan inesperado. Recordaba,
vagamente, estar cerca de Lyceus, pero incluso ese vínculo entre hermanos
no era ni de cerca como lo que sentía al deslizarse en esta asociación de...

¿Corazón?

Gabrielle la miró y sus ojos se encontraron.

¿Alma?

¿Estaba Gabrielle diciendo lo que estaba diciendo solo porque sabía que era
lo que Xena quería oír? ¿Qué quería creer? Un breve recuerdo de ver a su
joven amiga enfrentándose a la princesa persa se le vino a la mente y ella vio
de nuevo aquellos hombros cuadrados, y el incipiente e inseguro fuego que
había endurecido su postura y provocado esos golpes cortos y afortunados.

¿O era que el más improbable de los recipientes guardaba algo dentro que
ella conocía mejor que la mayoría?

—Sí, vamos a ir con los hombres. Hades, estoy… estamos al mando de los
hombres. —Xena sintió un estímulo de punzante energía que enfrió y luego
calentó su piel—. Vamos a ir a por ellos, Gabrielle. —Sus labios se torcieron en
una leve ironía—. Dando una pelea justa.
Gabrielle parecía aliviada y apoyó la mejilla en el hombro de Xena, luego
levantó la cabeza y besó la piel allí.

—Me alegro —dijo—. Solo tenía la sensación de que, si nos quedábamos aquí,
algo muy malo podría pasar.

—¿Lo hiciste? Quiero decir, ¿lo haces?

—Sí.

Xena la estudió.

—¿Tienes estas locas visiones a menudo? —preguntó cautelosamente—.


Nunca lo has mencionado antes.

Gabrielle apartó cuidadosamente su hilo y su aguja.

—Um… no. —Negó con la cabeza— No tengo visiones… ni cosas por el estilo.
Sólo estaba… Solo me siento rara —admitió—. Creo que deberíamos hacer lo
que no se esperan que hagamos, porque si hacemos lo que ellos esperan que
hagamos, no nos esperaremos lo que ellos están haciendo para hacernos a
nosotros.
857
Xena la estudió.

—No vuelvas a decir eso otra vez —dijo después de una breve pausa—. O te
morderé la lengua por ti. —Ella flexionó sus manos y comenzó a levantarse—.
Pongámonos en marcha. Nosotras también tenemos que parecer soldados.

La mujer rubia asintió, luego tocó la armadura de Xena.

—¿Quieres que intente arreglar tu cuero primero?

—Nah. —Xena levantó su cuero y colocó las correas en su sitio—. Ya que


vamos a hacer esto de la manera más loca, veamos si puedo conseguir que
mi nuevo amigo venga con nosotras. —Se pasó los dedos por el pelo y liberó
los mechones de la parte posterior de su armadura—. Veamos si no he perdido
mi toque.

Se levantó y se estiró como un gato, moviendo las cejas y luego dirigiéndose


hacia el fortín donde habían llevado al guerrero persa. Después de un
momento, Gabrielle corrió tras ella, sintiéndose asustada, feliz y emocionada
al mismo tiempo.
Se había despejado un espacio en la parte de atrás del cuartel, con una
robusta puerta que bloqueaba lo que una vez había sido un almacén. En
frente de la puerta había un banco, y en el banco estaba sentado el persa.
Cuatro soldados estaban parados cerca, sosteniendo sus armas con aire
despreocupado mientras observaban a un quinto trabajar en las heridas del
prisionero con una destreza brusca pero no cruel.

Xena se detuvo en el pasillo exterior durante unos minutos para observar,


estudiando a su víctima potencial sin ser vista. Incluso sentado, era mucho más
grande que los soldados que lo rodeaban, incluso más grande de lo que ella
recordaba de la pelea. Tenía la cabeza baja y apoyaba los codos sobre las
rodillas, su cuerpo en una postura de cansancio con la que podía simpatizar
plenamente.

Se preguntó quién se habría sorprendido más de haber ganado, ella misma o


él. Después de un análisis más profundo del momento.

—Él.

Xena se sacudió las manos y enderezó los hombros, respiró hondo antes de
858
atravesar la puerta y entrar en la habitación.

Sus hombres se pusieron firmes y, después de un segundo, el persa levantó la


vista sobresaltado, quedándose quieto cuando la reconoció.

—Majestad. —El sanador la saludó cortésmente mientras se unía a él al lado


del hombre—. Casi he terminado aquí —dijo—. Lo que puedo atender, está
hecho. Aunque hay algunas que no puedo reparar. —El persa se sostenía un
codo cerca de su pecho—. Roto o algo así. —Explicó, mientras Xena
arqueaba una ceja hacia él.

—Lo siento. —La reina sonrió.

—Has sido la que más duro me ha golpeado, hombre o mujer —admitió el


persa—. Haces justicia a tu reputación.

El sanador se puso de pie.

—Voy a atender a ese otro ahora, al de la posada —dijo—. Se ha llevado un


mal corte. —Recogió su equipo y rodeó cuidadosamente a la reina,
agachando la cabeza con respeto mientras cruzaba la puerta y se dirigía al
otro lado del cuartel.
Xena estudió al persa, luego se acercó y se sentó en un barril sellado,
levantando una pierna y dejando que sus manos descansaran sobre la rodilla.

—Largo —les dijo a sus hombres—. Gabrielle está afuera. Id a echarle una
mano. —Los hombres se removieron y se fueron, no sin mirar al hombre antes
de desaparecer. Xena esperó a que salieran, luego volvió su atención al
cautivo—. Y bien —dijo—. ¿Cómo te llamas?

Él la estudió a cambio.

—No damos nuestros nombres a los forasteros —dijo, pero en un tono


moderadamente respetuoso—. Así es en mi pueblo. Otros pueden…

Xena inclinó la cabeza hacia un lado, pensando sobre qué dirección tomar
con este enigma.

—Está bien —dijo—. Dime cómo quieres que te llame entonces, o te pondré
yo un nombre y apuesto que no te va a gustar. —El persa se enderezó
lentamente, echándose hacia atrás y dejando que sus manos descansaran
sobre sus muslos. Tenía unos hombros enormes, un pecho ancho y muy
marcado, y piernas largas y poderosas que estaban repletas de músculos. Su
rostro no era ni viejo ni joven, pero había experiencia en sus líneas y la barba
859
espesa y oscura delineaba su cara perfectamente. Guapo, de un modo más
o menos exótico. Xena esperó a que él respondiera, agudizando sus orejas al
oír movimiento fuera en la plaza—. ¿Y bien?

—En el ejército me llaman El Toro de Persia —respondió.

—¿Quieres que te llame Toro? —preguntó Xena con tono divertido—. Deberías
haberme dejado elegir a mí. Lo hubiera hecho mucho mejor —le informó—.
Pregúntale a Gabrielle cómo la llamo.

El persa movió los hombros con un débil encogimiento.

—Soy Heydar —dijo él—. No es mi verdadero nombre, pero es lo


suficientemente bueno y como me llaman mis amigos. —Él estudió sus
manos—. Aunque no quedan muchos a los que puedo llamar así.

—Mm… —Xena hizo un sonido bajo en su garganta—. Sí. Es así, ¿no?

Heydar levantó los ojos y se encontró con los de ella.

—Sí.

Xena se dio cuenta de que era alguien que realmente sabía lo que ella sabía,
vivía en el mundo lleno de sangre en el que ella vivía, y había sufrido tanto las
alegrías como los dolores de guerra como ella lo había hecho.
Era alguien que conocía la horrible y salvaje necesidad.

Lástima.

—Así que. —La reina cruzó las piernas a la altura de sus tobillos y lo miró—.
Heydar.

Él la observó con ojos oscuros, casi inexpresivos, pero no del todo.

—¿Qué es lo que pretendes conmigo, Xena? —Él usó su nombre con


valentía—. ¿Vas a matarme? De todos los que he visto aquí, tú serías la única
que podría.

—Podría. —La reina estuvo de acuerdo—. O podría colgarte de tus talones


boca abajo por ser un gilipollas insolente conmigo. —Continuó con tono
suave—. Pero eso sería un desperdicio de mi tiempo y de tu talento. —Sus fosas
nasales se dilataron, solo un poco. Xena se levantó del barril y cruzó la
habitación, poniendo las manos a ambos lados de la puerta abierta del
almacén y mirando dentro. Las cajas y paquetes habían sido movidos como
ordenó, y en un lado se había colocado una firme plataforma. Detrás de ella
solo oyó silencio, excepto por el suave susurro de la respiración. Se mantuvo
de espaldas a la habitación y estudió el interior de su improvisada prisión,
860
notando las gruesas paredes de piedra y el suelo polvoriento pero sólido—. Al
menos estarás seco aquí —comentó—. Es un cambio respecto al
campamento. —Todavía no había ningún sonido detrás de ella, pero sintió el
cambio en el aire cuando algo grande se movió y bloqueó la corriente de la
entrada exterior, por lo que ya no rozaba la parte posterior de su cuello. Sintió
el calor que se acercaba a ella, aún en un silencio tan profundo que podía
escuchar su propio corazón latir. Respiró hondo una vez, y luego otra, y luego,
con fluidez, fácilmente, se volvió y miró directamente a los ojos de Heydar, a
un brazo de ella, dejando que una leve sonrisa cruzara su rostro. Él se quedó
inmóvil, solo las puntas de sus dedos se sacudieron, mirándola intensamente
para ver cuál iba a ser su reacción, solo sus ojos, ligeramente más abiertos,
delataban su propia sorpresa ante la falta de la de ella—. ¿Quieres morir? —
le preguntó Xena—. ¿O de verdad crees que puedes pillarme?

Mantuvo su postura en la puerta, apoyada en un lado. Como todavía no


había arreglado su armadura, solo tenía su cuero y su actitud entre ella y el
persa, con la única excepción de una daga en la parte superior de una bota.

Él no tenía armas, por supuesto, y ella pensó que si él hacía alguna estupidez
esto se iba a poner muy, muy feo, y había una posibilidad evidente de que él
le pateara el culo completamente si no era muy, muy cuidadosa.
Heydar exhaló un poco.

—¿Cuáles son mis opciones? —preguntó—. ¿Ser retenido como prisionero o


morir luchando contra ti? Me arriesgaré a morir, y gracias. No quiero estar
encerrado. —Se recompuso—. No me meterán en esa jaula sin importar lo
seca que esté. —Dio un paso adelante entrando en el alcance de Xena, con
los brazos un poco separados a cada lado de su cuerpo.

Xena no mostró signos de estar asustada por la amenaza.

—Qué quisquilloso. —Se obligó a permanecer relajada, siguió respirando


mientras asimilaba la postura de su cuerpo e intentaba leer sus ojos oscuros.
De pronto se dio cuenta de lo sola que estaba y se maldijo mentalmente por
lo arrogantemente imbécil que a veces era—. ¿Y si hubiera una tercera
opción?

Él se detuvo con cautela, inclinando un poco la cabeza a un lado.

—No la traicionaré —dijo simplemente—. Lo juré.

Ahora, Xena se movió. Dejó caer sus brazos y dio un paso hacia él, entrando
en el área que lo rodeaba mientras sentía como todo su cuerpo se contraía 861
en reacción.

—Yo también juro mucho —dijo—. No significa absolutamente nada. —


Estaban cara a cara, a una distancia de fácil alcance y, sin embargo, él
permaneció inmóvil—. Vamos —dijo Xena con suave voz ronca—. Si crees que
puedes cogerme, inténtalo. —Respiró lentamente ante la apuesta—. O si
crees que tu vida vale más que una promesa, corta esta mierda y únete a mí.
—Despreocupadamente, ella extendió la mano y le dio unas palmaditas en la
mejilla, calmando sus nervios mientras sentía el escalofrío que recorrió al
hombre bajo el toque de sus dedos—. No le pido a nadie que jure.

—¿No? —él susurró finalmente con los ojos fijos en el rostro de Xena—. ¿No
pides lealtad, Xena?

En un momento de sorprendente comprensión, Xena sonrió.

—No —dijo ella—. No la pido. Yo la doy.

Su lenguaje corporal cambió, y sus hombros cayeron y se movieron hacia


atrás, sus manos se posaron cerca de sus piernas con los dedos curvados y sus
ojos aún cerrados.

—Ah…

—Ah —repitió Xena.


El persa se mordió el interior de su labio, un movimiento extrañamente
adolescente.

—No tienes posibilidad de ganar —dijo—. Ella tomará la ciudad, y a ti, y todo
será en vano.

—No. —Xena negó con la cabeza—. Ella nunca me cogerá. —Él la miró en
silencio. Hubo movimiento en la entrada. Xena sacudió la mano haciendo una
señal y el movimiento se detuvo—. Para empezar, ya estoy cogida. —Una
peculiar sonrisa apareció en su rostro—. Y no importa lo que pase, nadie
olvidará nunca esta lucha.

Heydar suspiró.

—Eres un demonio. Lo que se dice es cierto. —Se miró las botas—. Enciérrame
entonces —dijo finalmente—. No voy a jurar en falso. —Sus ojos se levantaron
brevemente—. Pero tampoco me pondré en tu contra.

Honorable elección. Xena tuvo que reconocerlo, aunque la verdad era que
el destino del soldado estaba en las manos de ella, no en las suyas propias.

—No te vas a quedar aquí. —Señaló hacia la puerta—. Vendrás conmigo, 862
fuera de las murallas.

—Pero…

—No era una pregunta —le dijo la reina—. No voy a tolerar tu daga en mi
espalda. ¿Quieres salir? ¿Quieres volver con tu señora? No hay problema. Yo
te llevaré.

Él parpadeó con absoluto desconcierto.

—Q…

—Sh… —Xena le dio un empujón hacia el banco de nuevo—. Cállate o haré


que mi asesino personal te despelleje.

Heydar se sobresaltó cuando llegó al banco, sus ojos recorriendo la habitación


y finalmente recayeron sobre la figura relativamente menuda que entraba.

—Pero… —Parecía perdido—. ¿No es esa tu bardo?

—Ella tiene muchas habilidades. —Xena extendió una mano hacia la pila de
ropa doblada que llevaba su amante—. Y considérate afortunado. Si las
miradas pudieran matar, habrías acabado con un agujero en tu espalda del
tamaño de un buey hace un minuto.
Heydar miró a Gabrielle, que le devolvió la mirada con el rostro crispado en
un gesto de enfado. Finalmente, el persa suspiró de nuevo.

—No todo es lo que parece.

Xena resopló.

—Tienes razón. Vamos, rata almizclera. Vamos a cotillear. —Chasqueó los


dedos, haciendo que los guardias volvieran a la habitación con las ballestas
amartilladas—. Vigiladlo. No os acerquéis a él… Dirigió a Gabrielle hacia la
puerta. —Si tiene más ideas, disparadle con algunas de esas flechas que
tomamos de los cuerpos persas.

—Señora. —Los soldados se prepararon—. Como desee.

—Sí, sí, sí…

863
—Xena, ese tipo es grimoso.

—Siempre dices eso sobre los hombres que quieren llevarme a la cama. —
Xena repasó la pila de ropa—. Me pregunto por qué será.

Gabrielle giró la cabeza como si viera sus pensamientos salir rodando por el
suelo.

—¿Eh? —dijo ella—. ¿Lo hago? No, yo no. Yo nunca digo eso. —La reina se rio
entre dientes—. ¿Lo hago? —Su amante se acercó y recogió una gruesa
sobrevesta que había caído al suelo—. No puedo acordarme de la última vez
que dije eso de alguien.

—Yo puedo —dijo Xena—. Lo dijiste sobre Alaran. —Se detuvo estudiando un
trozo de armadura manchado de sangre—. Debería haberte escuchado —
añadió con tono tranquilo—. Me habría ahorrado muchos problemas y
algunos hombres, sus vidas.

Gabrielle se sentó a su lado.

—Era grimoso —admitió dándole un pequeño masaje en el brazo a Xena—.


¿Puedo ponerme esto? —Levantó la sobrevesta—. Creo que me va a quedar
bien.
—Claro. —Xena respondió ausente—. Sal por ahí desnuda si quieres. Te
pondremos un poco de pintura azul y ellos pensarán que eres un demonio de
la guerra.

Gabrielle permaneció momentáneamente en silencio, procesando la


imagen.

—¿De verdad crees que me vería bien de azul? —preguntó—. Eso debe ser
difícil de quitar.

Xena se detuvo y la miró.

—Cierra el pico y ponte esa cosa. —Golpeó a Gabrielle con la cadera y arrojó
la mayor parte de la pila a un lado, guardando una larga sobrevesta para
ella—. ¿Todos los demás están listos?

—Sí. —Gabrielle colocó la pesada tela sobre su cabeza y luego la bajó por su
cuerpo, parpadeando desconcertada mientras caía sobre sus rodillas. Sin
embargo, de cuerpo no era demasiado grande, así que se figuró que había
pertenecido a un soldado alto y flaco. Sus manos trazaron el extraño patrón
poco familiar en el frente, mientras trataba de no pensar en la sangre que
cubría la mitad inferior y el hecho de que había sido quitada a un hombre
864
muerto.

—¿Cómo está tu colega?

—¿Eh? —Gabrielle levantó la vista bruscamente—¿Mi qué?

—El chico de la posada. —La reina se estaba equipando con un atuendo


similar, con un ribete ligeramente más adornado y dorado en los bordes. No le
quedaba tan largo y cuando se ajustó el cinturón, el resultado era
elegantemente sexy—. Eh. No está mal.

—Oh. Lennat. —Gabrielle rodeó a su amante y sacudió unas briznas de paja


de la sobrevesta—. Esto te queda muy bien —le informó—. Él está bien… pero
ya sabes, traté de encontrar a Perdicus allí, y no pude.

—¿De verdad querías encontrarlo? —Xena miró por encima del hombro a
Gabrielle con una ceja alzada.

—Bueno… —Gabrielle tuvo la gracia de parecer avergonzada—. No, bueno…


pensé que al menos debería decir hola. Quiero decir… —suspiró—. Él está
herido, y todo eso. Pero él no estaba allí. —Frunció el ceño—. Probablemente
fue a ver qué está pasando.
—¿O buscándote? —Xena se burló de ella, viendo la cara de su compañera
torcerse en una mueca de admisión—. No hay problema, rata almizclera. —
Alborotó suavemente el cabello de su amante—. Pronto nos iremos de aquí y
él no va a seguirnos.

—Sí. —Gabrielle colocó la hebilla en el cinturón, ajustándolo alrededor de su


cuerpo y moviendo los hombros para ajustar la forma—. Hmm…

Xena tiró de las costuras de los hombros del atuendo de Gabrielle y estudió el
resultado. Aunque la prenda era demasiado grande y demasiado larga, no le
quedaba mal, y el color oscuro delineaba su delgado cuerpo.

—Bien. ¿Tienes tu lanza?

Gabrielle asintió.

—En aquella esquina. —Señaló con una mano—. ¿Vamos a llevar los caballos?

La reina hizo un último ajuste y luego se sacudió un poco el polvo de uno de


los hombros.

—No —dijo con tono de pesar—. Ellos no traían ninguno. Ojalá esos bastardos
los hubieran traído. Me harían la vida más fácil. Mi espalda todavía me está 865
matando.

—Mm… —Gabrielle se dirigió hacia donde estaba su lanza. Puso su mano


alrededor y la levantó, deslizando su otra mano por el eje para pasar por las
débiles manchas en la madera—. Es una pena. Me gustaría tener a Parches
cerca.

Xena se colocó la capa sobre los hombros y se abrochó el cierre, luego se


subió la capucha para ocultar su cabeza. Se volvió y miró en un espejo
resquebrajado, aprobando de mala gana su aspecto desaliñado y
amenazador.

—Sí, bueno… quizás la próxima vez. —Se dio la vuelta y recogió sus
guanteletes—. Vamos, rata almizclera. Tenemos historia por hacer.

Gabrielle levantó su lanza y siguió a su amante por la puerta, recogiendo su


propia capa mientras pasaba junto a la silla sobre la que estaba colgada. Ya
el aire fresco de la noche soplaba contra su rostro y ella respiró una bocanada,
esperando que encontraran un amanecer exitoso.
En la puerta de nuevo, Xena se volvió y observó a su pequeña fuerza pegada
a la superficie plana de la pared, esperando su orden para avanzar. Cerca de
la parte posterior de la fila, el bulto de Heydar era distintivo incluso en las
sombras, y ella esperaba que él se comportara hasta que pudieran salir y
poner en marcha su plan.

Él era el comodín, por supuesto. Incluso Xena no tenía ni idea de lo que el


enorme persa iba a terminar haciendo.

—¿Listos? —Miró al primer soldado de la fila, el más bajo de ellos—. Quédate


cerca de mí, ¿de acuerdo?

—Como un calcetín a un pie —le aseguró Gabrielle, lamiendo lo que quedaba


en sus labios del tazón de sopa de última hora. Se levantó la capucha de la
capa y siguió a la reina cuando Xena se acercó a la puerta y presionó ambas
manos contra ella, inclinándose hacia adelante y ladeando la cabeza en una
pose de escucha.

Había sonidos a su alrededor, por supuesto. Los hombres, la ciudad, los


animales… pero no tenía ninguna duda de que Xena escucharía lo que
866
necesitaba escuchar para mantenerlos a todos a salvo. Observó la espalda
de la reina, tensa bajo el manto de lana, y luego respiró hondo cuando Xena
se enderezó y trabajó en la barra que mantenía cerrada la puerta.

Apretó la mano que sostenía su lanza, retrocediendo un paso cuando Xena


deslizó la barra hacia atrás y abrió la puerta. La reina se apoyó contra la
madera reforzada de hierro mientras miraba cuidadosamente afuera, su
cuerpo apenas perfilado en las sombras.

Su corazón latía con fuerza. Sintió una sequedad en la garganta y se lamió los
labios otra vez, mientras Xena retrocedía lentamente y abría la puerta del
todo.

—Todo bien. Vámonos —le llegó el susurro bajo. Gabrielle avanzó siguiendo a
Xena mientras salía por la puerta y se adentraba en el aire de la noche. Tuvo
una sensación extraña cuando traspasó la puerta, pasando de la aparente
seguridad al peligro, pero sabía que se sentía aliviada cuando el cielo oscuro
y frío llenó sus ojos, y el olor a tierra batida y hierba, sus pulmones.

Lo único que lamentaba era la idea de dejar atrás a Parches, metido en su


cálido puesto junto a Tiger. Apartó ese pensamiento y siguió los pasos de Xena
mientras la reina bajaba pegada a la pared, manteniéndose en las sombras
mientras se alejaba de la puerta hacia el límite del bosque en la distancia.
Los hombres se apresuraron a salir detrás de ellas y escuchó el chirrido, y luego
un ruido sordo, cuando la puerta se cerró y quedaron atrapados afuera.

—¿Oye Xena? —Susurró.

—¿Mm? —La reina hizo una pausa esperando a que todos la alcanzaran.

—Este sería un buen momento para que alguien haga cosas malas allí, ¿eh?

—Sí. —Xena estuvo de acuerdo—. Es por eso que estás conmigo. —Tú me
importas. Palmeó el hombro de su compañera, después estudió la hierba que
se agitaba frente a ellas. Estaba oscuro, la luna se había puesto y había
dejado todo en la más mínima sombra. Podía ver las líneas del frente de las
fuerzas de Sholeh y escuchar el aleteo de las antorchas justo más allá del
alcance de flechas desde la muralla. Con ellas había dos escuadrones de
soldados, más el persa. Lo miró por el rabillo del ojo, pero él estaba parado en
silencio con dos de sus hombres sujetándolo entre ellos, sin mostrar signos de
causar problemas. ¿Estaba esperando el momento adecuado? ¿O
esperando para ver qué iba a hacer ella? Xena se rio por lo bajo. Déjalo
esperar. Estudió la tierra que tenían delante unos momentos más, luego hizo
un gesto a los hombres para que la siguieran y comenzó a bajar por la muralla, 867
con la mirada fija en el suelo delante de ella. Difícil decir de qué dirección
habían venido los persas. Podía preguntarle a Heydar, pero su orgullo la
impedía hacer eso y, de todos modos, no tenía forma de saber si él estaba
diciendo la verdad, a menos que lo dejara medio muerto otra vez. Eso se
volvía aburrido después de un tiempo. Así que avanzó a lo largo de la muralla
por instinto, razonando que la puerta estaba más cerca de la línea de árboles
por este lado, y Sholeh habría enviado a sus hombres por la línea de árboles y
hasta la sombra de la pared, como ella misma lo había hecho unos días antes.
Se sintió bien estar afuera. La sobrevesta de lana le picaba un poco en la piel,
pero sintió que su cuerpo se relajaba mientras caminaba, y clavó la vista en el
suelo, barriendo las tenues sombras plateadas frente a ella. Sabía que los
hombres la seguirían sin preguntar. Sabía sin lugar a dudas que el culo de todos
estaba sobre sus hombros. Cada paso la estaba acercando más a la
incertidumbre. ¿Y si Sholeh hubiera venido por el otro lado y estaba esperando
el regreso de sus hombres cerca del río? ¿No hubiera tenido más sentido usar
el sonido del agua para cubrir sus huellas? ¿Por qué no había pensado en
eso?—. Porque soy idiota.

—¿Has dicho algo? —susurró Gabrielle tirando de la parte de atrás de su capa.

—Solo he estornudado —murmuró la reina en respuesta—. Mantén los ojos


abiertos por las personas que intentan matarnos.
—Está bien, pero no puedo ver nada excepto tu trasero.

Xena casi se paró en seco, recordando justo a tiempo que había hombres con
armas puntiagudas y afiladas detrás de ellas que tampoco podían ver nada.

—Shh…

—Es lindo.

—SHH… —repitió la reina volviendo su atención al suelo con feroz intención.


Ahora estaba casi segura de que estaba yendo por el camino equivocado,
segura de que, yendo en esa dirección, la había cagado, pero sabiendo que
darse la vuelta como una imbécil no era realmente una… Ah…—. Tsst. —Xena
siseó una advertencia cuando disminuyó la velocidad, y luego se arrodilló,
extendiendo sus dedos sobre la hierba con cuidado. Sus ojos habían captado
el más leve destello, y ahora empujó con cuidado la suciedad sobre el
pequeño fragmento con su dedo enguantado y lo recogió.

Conocía la forma sin mirar más, pero era lo suficientemente común, y


significaba poco. ¿O lo hacía?

—¿Qué es eso? —Gabrielle se arrodilló junto a ella, mirando a través de la 868


oscuridad, incapaz de ver mucho más que el contorno de la mano de la reina.

—La punta de una flecha —respondió Xena, levantándola y oliéndolo


cautelosamente—. De ellos. —Se puso de pie y metió el trozo de metal roto en
la bolsa de su cinturón—. Quédate aquí. —Retrocedió por la fila hasta que
llegó a Heydar, parado tranquilamente contra la muralla con los pulgares en
su cinturón—. ¿Por qué veneno? —preguntó—. ¿Miedo de que, a pesar de
superarnos seis veces en número, no ibais a poder entrar? —Levantó la punta
de flecha, alzando las cejas.

El gran persa la miró.

—Es la forma de hacerlo —dijo medio encogiéndose de hombros—. ¿Por qué


dejarlo al azar? Esto solo requiere un roce y ya no hay tanto soldado allí. —Él
inclinó la cabeza para mirar el trozo de su mano, sus ojos tan agudos
aparentemente como los de ella—. Golpeó contra la pared y se rompió, lo
recuerdo. Casi estrangulé al que pertenecía, supuse que tirarías aceite
caliente sobre nosotros.

Ah. Su tiro a ciegas no había vuelto para golpearla en el culo después de todo.
Xena se cruzó de brazos.

—¿No ves valor en una pelea justa? —preguntó, después de una pausa.
—No —respondió honestamente.

—Mm… —Xena se volvió y caminó hacia atrás por la línea—. Yo tampoco.

Xena separó la hierba con las manos una vez más, boca abajo sobre el suelo.
Se levantó un poco, mirando la hilera de hombres que se movían
silenciosamente a través del bosque de tiendas de campaña justo delante de
ella. Dado lo avanzado de la hora, la cantidad de actividad le provocó un
cosquilleo en la nuca.

Definitivamente, no se estaban poniendo cómodos para pasar la noche.


Estudió los pequeños rizos de humo que se elevaban hacia el cielo, y su nariz
se crispó ante el olor de los caballos cercanos.

Bueno.
869
Así que ahora ella estaba aquí. Xena miró a través de la hierba alta, buscando
un punto desde el que pudiera colarse en el campamento, finalmente
descubrió a un pequeño grupo de hombres alrededor de una hoguera al
fondo a un lado. Marcando su objetivo, se agachó y se giró casi como una
serpiente persiguiendo su cola, apoyándose en su codo mientras miraba
hacia atrás por la línea de sus hombres.

Gabrielle asomó la cabeza fuera de la hierba, una mancha de barro


oscurecía sus rasgos.

Hombres y rata almizclera. Xena captó la atención de Brendan y le hizo un


gesto para que se acercara. Esperó hasta que su capitán se arrastró a su lado
antes de bajar la cabeza y susurrar.

—Trae al maldito persa aquí.

Brendan frunció el ceño.

—No me gusta ese tipo, Xena. Es un problema.

—Yo también lo soy —respondió Xena—. Solo tráelo aquí.

Todavía frunciendo el ceño, Brendan se volvió y se deslizó por la línea, usando


un sinuoso movimiento de lado a lado que apenas agitaba la hierba.
Gabrielle miró por encima del cuerpo de Xena.

—¡Oh! ¡Estamos muy cerca! —dijo en voz baja.

—Mmhm. —La reina apoyó la cabeza en su puño—. Estate atenta a


cualquiera que pueda vernos, ¿vale?

Los ojos de la mujer rubia se ensancharon un poco y parpadeó, mirando


fijamente por encima de la hierba hacia el ejército enemigo que ahora
parecía increíblemente grande, extendiéndose hasta donde alcanzaba la
vista bajo la tenue luz de las estrellas.

Xena se alegró de tener un minuto de descanso, ya que había estado


marcando el ritmo durante las dos últimas marcas de vela. Se habían dirigido
hasta el límite de las praderas, y luego había sido un lento arrastrase por el
suelo desde allí en medio de amortiguadas maldiciones y el ocasional
estornudo de Gabrielle.

—¿Qué vamos a hacer? —susurró Gabrielle, gateando hasta Xena y


presionándose contra sus piernas.

—Echar un polvo —respondió la reina, viendo los ojos de su amante moverse 870
mientras luchaba por mantener su atención en el enemigo y no mirarla—. Es
una broma. Vamos a atacar a los persas.

—¿Solo nosotros?

—Solo nosotros.

—Ah… oh…

Heydar llegó, un poco por delante de Brendan. El alto persa se detuvo cerca
de donde estaba Xena, sus ojos se movieron brevemente hacia Gabrielle
antes de juntar sus manos y esperar a que la reina hablara.

—Ve —dijo Xena con poco preámbulo.

Heydar la estudió.

—¿A dónde?

La reina parecía querer darle un puñetazo, pero mantuvo sus manos donde
estaban.

—Levántate y vuelve con tu señora. Venga.

El persa frunció el ceño y arrugó los labios.


—Tienes poco sentido, Xena. No soy amigo, ¿por qué me dejas ir? ¿No les diré
tu ubicación a mis compañeros?

—Dije que te enviaría de vuelta —dijo Xena—. No necesito tener que estar
pendiente de ti, y no necesito que mates a mis hombres por la espalda. Para
cuando llegues allí, ya no estaremos cerca.

Heydar la estudió atentamente.

—Deberías irte —sugirió Gabrielle de repente—. Ella no dice las cosas dos
veces.

La reina le dedicó una encantadora sonrisa.

—Esta es mi chica. —Elogió a Gabrielle, luego se volvió hacia el persa—. Ya la


has oído. Largo —dijo—. Antes de que cambie de opinión.

Parecía una locura, todos sentados allí, susurrando en la oscuridad, con un


ejército entero parado justo a solo unos cuerpos de distancia de ellos, pero
Gabrielle estaba contenta de que se le diera el momento para relajarse y
esperaba que el persa se tomara su tiempo para decidir irse.

Miró su rostro mientras miraba a Xena. Su tez oscura era casi indescifrable a la 871
luz de las estrellas, pero podía oírlo respirar, y casi sentir la tensión en su cuerpo,
estaba tan cerca de ella.

¿Qué haría? ¿Xena lo sabía? ¿Sabía él lo que Xena iba a hacer? Gabrielle lo
miró a los ojos. Él quería saber.

Él quería saber.

Él quería a Xena. Gabrielle sintió un picor en la piel, y cuando respiró hondo,


sintió el hombro de Xena apretarse contra el suyo, deliberadamente, como si
la reina pudiera leer lo que estaba pensando.

—¿Cuáles son tus planes, entonces? —preguntó Heydar.

—¿Eres idiota o crees que lo soy yo? —preguntó Xena—. Venga. Ya


descubrirás cuáles son mis planes. Con el tiempo. —Ella sacó su daga y la
tocó—. Piérdete, o voy a empezar a cortarte en trocitos.

El cuerpo del persa se tensó y, por un segundo, Gabrielle estuvo segura de que
iba a atacar a Xena. Extendió la mano y agarró su lanza, tirando de ella y
preparándola para que el extremo puntiagudo se dirigiera a algún punto
moderadamente útil.
Él vaciló y miró en su dirección, sus ojos cayeron hasta la punta de la lanza.
Levantó una ceja y giró su cabeza completamente para mirarla. Después de
un momento, bajó los ojos y se puso de rodillas.

—Como tú digas —dijo—. Pero ten cuidado, Xena. Los vientos del destino
significan otras cosas para nosotros.

Xena se limitó a mirarlo fijamente hasta que, por fin, él se puso de pie y, con
una última mirada a la pequeña fuerza, se escabulló por la hierba, su gran
cuerpo se movía con una ágil gracia que sorprendió a todos los que lo
observaban excepto a la reina.

—¿Nos vamos? —exhaló Brendan—. ¿Antes de que ese bastardo caiga sobre
nosotros con el resto de sus compañeros?

—Nos iremos. —Xena se volvió y se preparó para encabezar la marcha de


nuevo—. Pero él no vendrá detrás de nosotros. —Flexionó sus manos y volvió a
enfundar su daga—. A la izquierda. Ese pequeño grupo de allí. Vamos a por
ellos. —Esperó a que Brendan se preparara, luego miró a Gabrielle con su
lanza—. Oye.

—Grimoso. —Gabrielle frunció el ceño.


872
—Te amo. —Xena dijo con una voz suave llena de sentimiento—. Venga,
vamos a matar gente. —Se giró y comenzó a abrirse paso a través de la hierba,
moviéndose rápidamente en línea paralela al límite del campamento del
ejército. Con seguridad, agudizando sus oídos hacia las tropas y esperando no
haber perdido la cabeza, ya que la mayoría de las personas que iban detrás
de ella, seguramente pensaban que la había perdido. No había tiempo para
preocuparse por eso. Xena hizo una pausa cuando se acercó a una sombra
en la hierba, y luego avanzó lentamente, forzando sus ojos para detectar los
detalles en la penumbra. Era casi del tamaño de un hombre, pero
redondeada, y cuando se acercó más, el viento se movió un poco y le llegó
el olor almizcleño e intenso del animal. ¿Animal?—. Psh… —Xena levantó su
mano y luego continuó sola. La hierba era muy densa alrededor de la
obstrucción, y se puso de rodillas para liberar sus manos mientras movía
suavemente la última capa a un lado para ver bien.

Un rostro puntiagudo y provisto de colmillos la miró, y ambos se congelaron


cuando Xena gritó unas cuantas maldiciones virulentas exclusivamente dentro
de su propia cabeza. Luego se recuperó y sacó su cuchillo, desenrollándose
de donde estaba para abalanzarse sobre el jabalí extendiendo sus brazos lo
más que podía.
Cincuenta por ciento de probabilidades. El jabalí, un enorme animal canoso,
reaccionó y se alzó sobre sus patas, abriendo su boca y colmillos, y luego
girando y alejándose de esta extraña criatura que lo atacaba.

Xena aterrizó con un golpe en el lugar que ocupaba el animal hasta hacía
poco, el hedor de su piel se alzaba a su alrededor. Se quedó quieta
escuchando el destrozo y el caos mientras el animal cargaba a través de la
hierba y en un momento, como ella había esperado, escuchó el sonido de los
gritos.

Con una leve sonrisa, se giró e hizo un gesto a sus hombres para que
avanzaran, dirigiéndose en diagonal lejos de la dirección en que había
tomado el jabalí. Podía ver el repentino baile de las antorchas y se arriesgó a
echar un vistazo por encima de la hierba para ver a un grupo de soldados
corriendo detrás del animal.

A veces los Destinos de veras besaban su culo. Xena se dirigió hacia un


pequeño parche de arbustos justo a un lado de donde estaba el fuego,
esperando no haberse gafado a sí misma y que no estuvieran usando los
arbustos como una conveniente letrina.
873
—Guau —articuló Gabrielle suavemente—. ¡Eso ha sido increíble!

Xena la escuchó y sonrió. Pero mantuvo sus sentidos agudos, reacia a creer
que un solo jabalí distraería a todos los persas. Así que fue paciente,
arrastrándose por la hierba hasta que estuvo justo detrás del espeso parche
de espinas, uno de los pocos zarzales aislados, dispersos en la llanura larga y
plana.

Se enderezó despacio, agradecida al menos por la posibilidad de estirarse de


nuevo después de todo ese maldito reptar y gatear.

A través de las hojas podía ver movimiento, y se inclinó hacia adelante,


poniendo sus manos sobre sus muslos mientras observaba a través de las ramas
al ejército.

Se dio cuenta de que habían recorrido un muy largo camino. Estaban a la


mitad del costado de las tropas y podía ver la parte trasera del ejército si
estiraba el cuello y entrecerraba los ojos. Había filas y filas de máquinas de
asedio frente a ella, interminables hileras de caballos y carros que hablaban
de lo preparado que estaba y de lo masivo que era este ejército.

Se negó a mirar detrás de ella a su puñado de hombres. ¿Qué sentido tenía?


Estaba aquí para hacer historia.
—Está bien. —Volvió su atención al pequeño grupo de hombres más cercanos
a ella. Todos estaban ocupados trabajando en algo a la luz del fuego, y tan
cerca que podía oler algo picante y agrio que provenía de él—. Aquí está el
plan.

Brendan estaba a su lado y Gabrielle se arrastró hasta el otro lado de donde


estaba arrodillada, mirando a través de los arbustos con los ojos muy abiertos.

—Son muchos —comentó el viejo capitán.

—Simplemente los mataremos a todos de uno en uno —le dijo la reina—. Solo
llevará más tiempo de lo que solía hacerlo. —Señaló al grupo de hombres—.
Vamos allí, a lo largo de esa línea de tierra. Nos acercamos lo más posible
antes de que nos vean, luego tú, Brendan, toma a otros tres hombres y actúa
como si fueras el grupo que regresa de la ciudad.

—Sí. —Brendan asintió.

—Diles que no lo lograste —dijo Xena—. Gabrielle y yo nos quedaremos detrás


de ti. Una vez que estemos al lado de ellos, atacamos.

—Por supuesto. —El capitán parecía feliz—. Buen momento para eso. Buena 874
noche, buen tiempo. Bueno para luchar.

—¿Qué quieres que haga yo? —preguntó Gabrielle.

—Mantente con vida. —Xena le dijo en pocas palabras—. Cuando los


liquidemos, veremos a dónde vamos después. —Se recolocó la capa en su
sitio y deslizó la capucha sobre su cabeza—. ¿Todos listos? —Suaves murmullos
le respondieron—. Todo bien. Vamos a movernos. —Xena rodeó el límite de los
arbustos y caminó a lo largo de la línea de la elevación, su cuerpo se
confundía con la cobertura del suelo y las sombras, una línea de figuras
igualmente tenues iba justo detrás de ella.

Gabrielle apenas podía creer la audacia de lo que estaban haciendo. Estaba


justo detrás de Xena mientras caminaban casualmente hacia el campamento
del ejército, en el centro del resto de los soldados.
Fueron detectados. Brendan levantó su mano de manera informal y saludó al
más cercano de los hombres, y después de un infartante segundo, el hombre
devolvió el saludo y volvió a lo que estaba haciendo.

—¿Ya estáis de vuelta? —preguntó otro soldado, levantando la vista de un


pequeño yunque donde estaba golpeando una daga para enderezarla—.
¿Hubo suerte?

—Nah. —Brendan negó con la cabeza—. La puerta está cerrada. Algo fue
mal.

—Lógico. —El hombre volvió a sus golpes, solo levantó la vista brevemente
cuando una sombra alta cayó sobre él—. ¿Necesitas algo?

Xena le cortó la garganta en un instante y atrapó su cuerpo mientras se


desplomaba sin ni siquiera jadear. Lo agarró por el cinturón y el cuello, y
rápidamente, lo arrojó por la pequeña elevación que habían recorrido,
ocultando el cuerpo mientras se sacudía las manos y recogía el martillo,
habiendo atrapado la daga en la que el hombre había estado trabajando
mientras caía.

Para cuando el enemigo más cercano levantó la vista, el anillo del yunque
875
volvía a sonar y él apartó la vista inclinándose sobre su tarea.

Gabrielle no tenía idea de qué hacer, así que se dirigió hacia donde Xena
estaba golpeando la daga. Después de una pausa, la reina silbó suavemente
por lo bajo, y el resto de los hombres continuaron, extendiéndose de manera
relajada e informal.

Xena dejó la daga a un lado.

—Dame la lanza. —Murmuró en voz baja. Gabrielle se la entregó de


inmediato, dándole la espalda al ejército y apoyándose en el armazón sobre
el que descansaba el yunque. Observó a Xena girar la lanza en ángulo, y
luego los martillazos comenzaron de nuevo, el borde de la pesada
herramienta golpeó el metal de la lanza y la enderezó. La cara de Xena,
apenas visible a la tenue luz del fuego, estaba en calma, y después de unos
pocos golpes, Gabrielle se giró lentamente y miró hacia el espacio abierto,
incapaz de distinguir a sus hombres de entre los persas. Luego localizó a
Brendan, frotándose las manos enguantadas mientras se unía a los hombres
alrededor de la hoguera, hablando en voz baja, pero atrayendo el interés de
los soldados que se apartaban de sus tareas y se centraban en él, sin darse
cuenta de las sombras que deambulaban detrás ellos. Gabrielle podía ver los
rostros de los soldados persas. No eran muy diferentes de los hombres de Xena,
estos no lo eran. Ella vio sus sonrisas, y luego escuchó la risa por lo que sea que
Brendan les decía mientras los hacía centrarse en él. En él. No en los hombres
detrás de ellos, quienes se acercaban casualmente como para escuchar lo
que él estaba diciendo, excepto por que llevaban cuchillos en sus manos y
tiraban de sus capas persas alrededor de sus gargantas mientras eran
destripados. Los hombres de Xena se rieron más fuerte y golpearon a sus
víctimas en la espalda mientras morían—. Excelente. —Xena elogió la acción
observando el movimiento casi fortuito mientras sus soldados derribaban a sus
enemigos, envolviéndolos con sus capas y colocándolos contra la berma 12
para que pareciera que estaban durmiendo.

Gabrielle tragó contra una garganta repentinamente seca a pesar de todo lo


que ella había pasado.

Los hombres de Xena se reunieron de manera informal alrededor de la mesa


en la que los otros habían estado trabajando, y la reina continuó martilleando
hasta que enderezó la lanza a su satisfacción. Luego se la entregó a Gabrielle
y dejó la herramienta, sacudiéndose las manos mientras se dirigía indiferente
hacia donde estaban las tropas.

Gabrielle la siguió, con la mano apretada alrededor de su lanza mientras


876
tiraba de su capucha un poco más. Podía sentir el peligro a su alrededor, y
apenas podía respirar, sabiendo que, en cualquier momento, una mirada, una
palabra, una constatación, los despojaría de su cobertura.

Acabarían muertos, probablemente. Ella creía firmemente que no había mejor


luchador en el mundo que su amante, pero como Xena había dicho una vez,
era solo una persona, y había muchos, muchos, muchos soldados aquí.
Cambió el agarre sobre su arma y pensó, por solo un minuto, sobre cómo sería
si tuviera que usarla.

Los soldados levantaron la vista con indiferencia mientras Xena se unía a ellos,
con los párpados caídos mientras se reunían alrededor de la mesa de trabajo,
tocando los objetos que había encima de ella.

—Mira aquí —dijo Brendan—. Extraño. —Xena centró su atención en la mesa,


pero enfocó sus sentidos hacia el campamento que los rodeaba. Por el rabillo
del ojo pudo ver a otro pequeño grupo de hombres, separados del resto, con
la misma librea que Heydar. No estaban trabajando, más bien, estaban
sentados en cajas alrededor de su pequeño fuego, bebiendo de las tazas
plegables de campamento, prestando poca atención a quienes les

12
Berma.- Pared o montículo de tierra o hierba de poca altura, que separa dos zonas.
rodeaban. Sin embargo, mientras Xena observaba, algunos de ellos miraron
hacia donde estaba parado su grupo. Interés. El corazón de Xena dio un
vuelco, luego dejó escapar un suspiro cuando eso no fue seguido de
sospecha. Sabía que serían descubiertos, pero quería tener pelea antes, y…—
. Eh. —Brendan la golpeó en el codo—. Mira esto.

Xena volvió a concentrarse de nuevo, mirando hacia la mesa de trabajo.


Apiladas sobre ella había piedras y montones y montones de trozos de cuero
tosco. El olor acre provenía de la piel y cogió una pieza con su mano
enguantada, olisqueándola con cautela.

—Hay algo escrito. —Gabrielle soltó despacio, manteniendo su voz tan baja
como podía—. ¿Qué son?

Xena bajó el cuero.

—No toques esto sin guantes, ninguno de vosotros —ordenó—. Es veneno de


rana arborícola. Enfermas como un perro si lo tocas.

Gabrielle retiró su mano y la puso detrás de ella.

—Ugh… 877
—Mm… —Xena recogió un paquete terminado de la pila en la que los
hombres habían estado trabajando. Las piedras habían sido envueltas en la
piel y atadas. Cerca de allí, podía ver un carro, y en el carro había sacos—.
¿Qué Hades pasa con esa perra? ¿No puede luchar como un hombre?

Gabrielle la miró.

—¿Para qué es esto? —preguntó mirando de nuevo los trozos, pero sin
tocarlos—. Dice términos de rendición… ¿Qué significa eso? ¿Van a lanzarlos?
—preguntó—. ¿A nosotros? ¿De verdad creen que nos rendiremos?

Xena tomó una piedra e hizo malabares con ella.

—No —dijo—. Pero ellos saben que esas personas de allí, en la ciudad, las
recogerán y las leerán. Saben que nos ayudaron —dijo—. Supongo que no les
ha gustado. —Pensó en todas las personas que ya habían sufrido a manos de
Sholeh, y en cómo sería si cientos de ellos, tal vez más, enfermaran. Muertos.
Después de leer una advertencia para que se rindieran—. Tch, tch, thc. —Xena
chasqueó suavemente—. Gabrielle, me han superado a perra. Maldita sea.

—¿Huh?
—Seguid trabajando. —La reina ordenó suavemente—. Envolved las piedras
con estas cosas, y seguid poniéndolas en los sacos. Dadme unos minutos para
descubrir a quién matar a continuación.

Los hombres comenzaron, cogiendo con cuidado el cuero y envolviendo las


piedras en su interior.

Xena movió su cuerpo y giró lentamente su cabeza, sus ojos escaneando la


oscuridad y las sombras a su alrededor. Captó un movimiento a un lado y lo
siguió, la enorme sombra de una máquina de asedio moviéndose lentamente
a lo largo de la línea de las tropas en dirección a las líneas del frente.

—Estás ahí. —Una voz fuerte y masculina casi la hizo saltar. Instintivamente, su
cuerpo se movió y por un pelo se contuvo de alcanzar la espada escondida
en su funda a lo largo de su espalda y echar todo a perder en ese momento.

—¿Sí? —Brendan respondió rápidamente por ella—. ¿Qué quieres? —Se volvió,
y otros dos hombres se volvieron con él, deslizándose para bloquear la vista
del hombre a su reina.

—¿Qué es lo que quiero? —El capitán persa, un regular, se acercó al grupo y


se puso las manos en las caderas—. Quiero soldados de verdad en lugar de
878
vosotros, cerdos sarnosos, eso es lo que quiero, pero tendré este montón de
sacos en el carro más rápido de lo que los estáis poniendo o te cortaré las
manos.

—Que amable. —Xena murmuró en voz baja. Ella tenía su cara medio vuelta
hacia él y su cabeza un poco baja, tratando de no estar tensa, o hacer que
Gabrielle se pusiera tensa. Su amante se había arrodillado para recoger un
montón de piedras y permanecía agachada allí, con una mano apoyada en
la bota de Xena.

—Lo siento, mi señor —respondió Brendan dócilmente—. Seremos más rápidos


¿Quieres el carro en algún sitio cuando terminemos?

—Llévalo al frente. Estamos casi listos para lanzar esas malditas cosas y adiós
muy buenas. —El persa pareció apaciguarse con su actitud. Barrió al grupo
con sus ojos, después resopló y se dio vuelta para irse. Su pie se enganchó en
algo y casi se tropieza, haciéndolo brincar un paso con una maldición—. ¡Qué!
—Nadie fue tan estúpido como para reírse—. ¡Limpia tu maldito campamento!
—les gritó—. ¡Ya es bastante malo como para que oláis como cerdos! —Se dio
la vuelta y pateó por lo que casi se había caído, luego se alejó lanzando su
capa detrás de él. —¡Moved vuestros traseros y comed ahora! —ordenó
mientras caminaba por el campamento—. Será la última vez que comáis algo
hasta que estemos en el mar.

Xena relajó lentamente sus manos, sus ojos se dirigieron a la pierna del muerto
que el soldado había pateado, ahora visible desde debajo de su capa.

—Está bien, ya habéis oído —dijo—. Vamos a cargar el carro, muchachos.

—¿Vamos a ayudarlos? —susurró Gabrielle, tirando de sus piernas.

La reina bajó lentamente la mirada hacia ella, sus pálidos ojos brillaban a la
luz del fuego.

—No. —Agarró del hombro a Gabrielle y tiró de ella hacia arriba—. Solo ve
con la corriente, rata almizclera. Una cosa que aprendí en esta larga y vieja
vida mía, es que si no tienes más que polvo y una taza vacía…

Gabrielle se levantó y dejó las piedras.

—¿Saca el mayor provecho de lo que tienes?

—No. —Xena envolvió una piedra en uno de los trozos—. Roba las cosas de
otra persona y úsalas. —Arrojó su paquete al centro de la mesa y buscó otro— 879
. Daos prisa —ordenó—. Tenemos que hacer una entrega.

Lo único positivo de toda esa situación era que había un caballo en ella.
Gabrielle esperó a la cabeza del animal, acariciándolo mientras cargaban los
últimos sacos a bordo y los soldados se preparaban para moverse.

El bullicio en el campamento había aumentado y ella se mantuvo muy cerca


del caballo, ocultando su pequeña estatura al lado de su cuerpo mientras
trataba de mantenerse apartada. Brendan se acercó a ella.

—Pequeña, su Majestad dice que vayas a la parte de atrás del carro y te


escondas —susurró—. Es más seguro para ti, ¿eh?

—No puedo —susurró Gabrielle de vuelta—. Voy a vomitar. —Admitió mientras


la alta figura de Xena se acercaba a donde estaban Brendan y ella—. El olor
de esas cosas me está enfermando.
—Lógico. —Xena llegó poniendo una mano en la brida de los caballos y
escuchando las últimas palabras de su amante—. Está bien. He pensado en
algo que quiero que hagas mientras vamos. —Hizo un gesto al soldado detrás
de ella—. Ponlos ahí arriba, pobre diablo. —Mantuvo el caballo quieto
mientras cargaban los últimos sacos y se movió, resoplando ante el olor.

—Listo, señora. —Brendan murmuró.

—Quédate cerca del caballo —dijo la reina—. Si alguien me ve a mí o a ella,


estamos muertos antes de que podamos hacer algo.

—Sí.

Xena se adelantó guiando al caballo, haciendo señas a Gabrielle para que


se colocara detrás de ella mientras la ruta los llevaba entre los campamentos
y hacia el frente de las líneas, más allá de los verdaderos soldados persas.

—Tú… ¿quieres que cuente una historia? —susurró Gabrielle con


incertidumbre—. ¿Eso es lo que querías?

—No. —Xena medio volvió la cabeza—. Vas a perder tu inocencia de sangre


por las malas. ¿Tienes tus guantes? 880
—Uh…

—Póntelos.

—Está bien.
Parte 26

Gabrielle sentía que los latidos de su corazón se aceleraban con cada paso
que daban hacia los persas, mientras se acercaban al primer pequeño
campamento con su carro y su asquerosa carga. Se mantuvo cerca del lado
de los caballos, justo detrás de la forma alta de Xena e intentaba no pensar
en lo que la reina acababa de decirle.

De todos modos, no tenía tiempo para eso. Xena le puso una mano en el
hombro y Gabrielle respiró hondo antes de mirar a su amante.

—¿Sí?

—Cuando nos detengamos, distraeremos a todos —dijo Xena en un tono


suave pero inflexible—. Tomas uno de esos paquetes y lo dejas caer en la olla.
¿Me sigues? Luego vuelves aquí.

Gabrielle respiró hondo otra vez. 881


—¿Les hará daño?

—Sí.

Gabrielle se mordió el labio inferior, sabiendo que le estaban dando a elegir


pero que, en realidad, no tenía otra opción. ¿Por qué ella? Era la más
pequeña, la que tenía más probabilidades de llegar a la olla y volver sin ser
pillada, obviamente.

—Está bien —dijo después de una vacilación—. Lo haré.

La reina chocó con ella ligeramente, luego agachó un poco la cabeza y le


dio unas palmaditas al caballo en el cuello mientras sus hombres empezaban
a hablar más fuerte, acercándose al primer grupo de soldados.

Gabrielle intentó no mirarlos. Oyó el saludo casual de Brendan y, por el rabillo


del ojo, vio que el grupo de hombres comenzaba a caminar hacia la carreta,
saludando a los hombres de Xena como si fueran hermanos soldados.

Que lo eran, en cierto sentido, supuso.

—Prepárate —le susurró Xena.

Gabrielle retrocedió un poco, tirando del cuello del saco más cercano y
sacando uno de los bultos que había dentro. Lo sostuvo en su mano
enguantada, el peso de la roca de repente parecía enorme mientras Xena
dirigía el carro más cerca del fuego de cocina donde los hombres habían
estado esperando.

—Sí, tenemos la mercancía aquí —dijo Brendan señalando el carro detrás de


él—. Lo llevamos al frente, ¿sí?

—¿Piensas que va a funcionar? —Los soldados persas avanzaron hacia el otro


lado del carro donde Xena estaba parada pacientemente sosteniendo la
brida de los caballos. Uno trajo una antorcha, lo que dejó su campamento en
la oscuridad, como si obedeciera a la voluntad tácita de la reina.

—Solo los dioses lo saben. —Brendan se encogió de hombros—. Sin embargo,


son cosas asquerosas.

Xena esperó hasta que el último de los soldados se acercó a examinar las
bolsas antes de darle un pequeño empujón a Gabrielle.

—Ve —pronunció en voz baja—. Solo hazlo.

La mujer rubia vaciló, luego se alejó del refugio de la carreta y cruzó el


pequeño espacio entre ella y la olla de cocción, dejada sola y sin atender. 882
—¿Sí? Pensé que estaban chiflados buscando esas ranas. Locos. —Dijeron los
persas, uno de ellos se puso de puntillas para mirar dentro del carro—. Hay un
montón.

—Si. —Gabrielle miró a su alrededor, pero nadie le estaba prestando atención


salvo un par de ojos claros, y llegó hasta la olla sin incidentes. Todo lo que tenía
que hacer ahora era dejarlo caer y regresar a donde estaba Xena, algo
bastante sencillo. Bastante sencillo. Incluso podía decirse a sí misma que no
sabía si de verdad lastimaría a los hombres, o si incluso tendrían tiempo de
comer algo. Podía acabar siendo algo completamente inofensivo. Tal vez a
algunos de ellos ni siquiera les gustaba la sopa. Pensó en la sopa que había
comido justo antes de que salieran de la ciudad y notó un sabor como a cobre
en la parte posterior de su lengua. ¿Qué se sentiría al ser envenenado?
¿Dolería? Levantó la mano y la extendió hasta la olla, con la piedra gruesa y
pesada contra su palma, cuando fue a darle la vuelta y soltarla. La piel que la
envolvía estaba bien empapada con el veneno, podía verlo a la tenue luz y
olerlo, y por un segundo, se imaginó a los hombres que lo comían cayendo al
suelo. Eran el enemigo. Se obligó a pensar en ellos de esa forma, ya que eran
muchos, y Xena contaba con ella. De todos modos, tenían tan pocas
posibilidades, y probablemente los atraparían y entonces, de todos modos, ya
no importaría, ¿Verdad? ¿Iría al Tártaro si lo hacía?¿Eso significaría que
terminaría con Xena? Giró la mano y sintió que el vapor de la sopa calentaba
su muñeca a través del cuero de su guante, el suave aroma del líquido espeso
bañaba su rostro. Con una respiración profunda, se preparó para dar ese paso
al otro lado de la línea y dejar atrás una gran parte de quien ella creía que
era. Y bien. Como dijo Xena, solo hazlo. Y no pudo soltarlo. Retiró su mano y
retrocedió rápidamente. Acabó chocando contra la cadera de Xena
mientras los hombres se reían de algo que Brendan estaba diciendo. Su
corazón se hundió hasta sus botas mientras se preparaba para mirar la cara
de su amante. Le agarraron la muñeca y sintió que el peso de la piedra se
desvanecía, luego sintió un movimiento rápido del cuerpo de Xena y escuchó,
como un eco, algo que se movía en el aire y luego el derrame cuando aterrizó
en la olla—. Está bien, tenemos que seguir adelante. —Brendan respondió al
suave silbido de Xena—. Vamos a ponernos en marcha, ¿eh?

La carreta comenzó a moverse y Gabrielle no tuvo más remedio que moverse


con ella, su mano se enredó en las correas mientras seguía la forma silenciosa
de Xena pasando por delante de los hombres, quienes, todavía riendo, volvían
a su cena momentáneamente abandonada.

—Lo siento —susurró después de un momento. 883


—Yo también —dijo Xena con voz suave.

—Simplemente no pude hacerlo.

La reina suspiró.

—Sí… —dijo—. Aún no he encontrado tu punto de inflexión.

—¿Qué?

—Te lo pensaste demasiado, maldita sea.

Gabrielle tuvo que admitir que probablemente era cierto.

—También son personas —explicó—. No son tan diferentes de nuestros


muchachos, qué diablos, algunos de ellos son nuestros muchachos ahora y yo
solo…

—¿Quiénes intentarán matarnos muy pronto? —dijo la reina—. ¿Quiénes


estaban envolviendo las cosas de esta carreta para matar a todos dentro de
las murallas? ¿Eso cuenta?

¿Era esa razón suficiente para matarlos primero? Gabrielle sintió náuseas ante
el conflicto, luchando contra su propio corazón mientras sus instintos se
enfrentaban a su deseo de complacer a su amante.
—Xena…

—No importa. —Xena echó un vistazo por encima del caballo para encontrar
a los persas veteranos observándolos desde el otro lado de la línea. Podía ver
sus perfiles, y el interés que estaban mostrando le provocó un cosquilleo en las
entrañas. No era una buena sensación.

Casi una sensación tan mala como la que había sentido por lo que Gabrielle
no había hecho.

—Lo siento.

—Cállate —le dijo Xena—. Probablemente sea mejor así. Solo espero que mi
puntería haya mejorado con los años o voy a hacer volar esta pequeña fiesta
por las nubes.

Continuaron caminando, avanzando hacia el siguiente grupo de hombres,


todos ellos trabajando en armaduras en medio de un bosque de lanzas y
varios yunques más toscos. Algunos de los hombres estaban cantando una
canción grosera, y en su fuego de cocina, una sartén larga y poco profunda,
tenía algo cocinándose que desprendía un olor sorprendentemente
apetitoso.
884
—Encuéntrame uno pequeño —dijo Xena mientras comenzaba a reducir la
velocidad del carro—. No hay mucho espacio allí. —Gabrielle asintió,
metiendo la mano en el saco y palpando dentro mientras caminaba, sintiendo
una mezcla de culpa y alivio por su cambio de rol. Solo había revisado algunos
de los bultos cuando un fuerte ruido la hizo detenerse y mirar por encima del
brazo de Xena—. Maldición. —Maldijo la reina, agarrando la brida de los
caballos y tirando con firmeza de ella—. Sooo, bastardos. —Sus botas
resbalaron en la tierra removida mientras un grupo de soldados persas salieron
de su pequeño campamento con cierta excitación—. Qué Hades…

—¡Toma eso, cara de cerdo! —gritó un hombre—. No me llames niña,


¿quieres?

El segundo hombre agarró una pica y la balanceó hacia él justo cuando Xena
llegaba a su altura, y antes de que la reina estuviera realmente lista para ello,
la discusión se intensificó y había hombres balanceándose por todas partes.

—¡Cortad eso! —gritó uno de los persas veteranos desde su campamento—.


¿No podéis mantener la calma por más de una vela, idiotas?

—¡Estúpido bastardo! ¡Ese es mi martillo! —Uno de los hombres agarró una


lanza de la pila y se abalanzó hacia el otro. Dos de sus compañeros soldados
lo agarraron por los brazos y se los retorcieron, y luego cuatro de ellos
terminaron chocando contra los hombres de Xena.

—¡Oye! —gritó Brendan—. ¡Mirad por donde vais!

—¡Mira tú, viejo! —El primer soldado amenazó con su pica a Brendan—. ¡¡¡Estoy
cansado de tanto huevón engreído!!! —Pasó rozando a Brendan y su arma
golpeó en el hombro del caballo, afortunadamente por el lado romo—.
¡Yahhh!

El caballo opuso resistencia resoplando y retrocediendo, luego se encabritó,


casi llevándose a Xena por delante cuando levanto la cabeza y arrastró a la
reina mientras ella luchaba por controlarlo.

Gabrielle saltó hacia atrás apartándose, con la mandíbula apretada contra


el reflejo de gritar el nombre de su amante. Agarró el yugo que le fue
arrancado de sus manos, haciéndola tropezar a un lado contra una pila de
cajas.

—¡He dicho que basta ya! —dijo el capitán que les había gritado a los hombres
de Xena, antes de levantarse de su barril cerca del fuego y comenzar a
acercarse a ellos.
885
Xena agarró la brida de los caballos y tiró de la cabeza del animal, poniendo
sus labios cerca de su oreja.

—Basta —gruñó suavemente. —O serás zapatos.

El caballo resopló, pero simplemente retrocedió un paso otra vez, mientras los
guerreros se arremolinaban frente a él bloqueando el camino. Xena agarró
mejor el cuero, luego giró la cabeza rápidamente, buscando a su pequeña
rata almizclera perdida. Al no ver señales de Gabrielle, dejó escapar un silbido
corto.

—He dicho ¡BASTA YA! —El capitán persa llegó y agarró a uno de los
combatientes, desenvainó su espada y le golpeó en la cabeza con la
empuñadura, enviando pedazos de hueso y piel por todas partes.

Xena soltó el caballo y se dirigió a la pila de cajas, descubriendo una bota en


el suelo. Oyó un grito detrás de ella y, girándose, cogió una pequeña piedra
del suelo y se la arrojó por encima del hombro al caballo, golpeándolo en la
parte trasera.

El animal reaccionó de manera exagerada, lanzándose hacia delante y


chocando contra los soldados que estaban discutiendo, contra el capitán
persa y contra sus propios hombres.
Xena ignoró todo, alcanzó la pila de cajas y agarró la primera, levantándola
y lanzándola hacia un lado. Vio que una mano se alzaba y la agarró,
pateando dolorosamente una segunda caja a un lado mientras sacaba a
Gabrielle de debajo de una pila de piezas metálicas de armaduras y correas
de cuero.

—Ouch. —Gabrielle se quejó en voz baja, agarrándose un brazo mientras


sacudía la maraña de artículos—. ¿Qué…? —Se detuvo cuando Xena de
repente se quedó muy quieta, la mano de la reina pasó a su lado para
recoger un viejo adorno de cuero para mirarlo—. Uh… —El caos aumentaba
detrás de ellas. Xena salió de su aturdimiento y se metió el trozo de cuero
debajo del cinturón mientras giraba y se dirigía hacia el carro, arrastrando a
Gabrielle detrás de ella—. Estoy bien, gracias —murmuró Gabrielle, tratando
de recomponerse mientras volvían al meollo de la pelea justo en el mismo
momento en el que el capitán persa decapitaba a uno de sus propios
soldados, enviando un chorro de abundante y caliente sangre salpicándolo
todo.

Se le metió en sus ojos. Olía como el Hades. El caballo comenzó a corcovear


de nuevo, y lo siguiente que supo fue que estaba siendo levantada por el 886
cinturón y arrastrada por el aire en un poderoso y violento arranque por
encima del hedor de la sangre y sintiendo el cuero y la piel golpeando contra
sus manos.

Se preguntó si se trataba de un muy breve, aunque probablemente


apasionante y doloroso, punto discutible.

Xena presionó su espalda contra la máquina de asedio, empujando su


capucha hacia atrás lo suficiente como para permitirle un rango completo de
visión por primera vez desde que habían entrado al campamento. Junto a
ella, Brendan se detuvo bruscamente, respirando con dificultad.

A su alrededor, el ejército estaba en movimiento. Los capitanes empezaban


a llamar a sus hombres a la formación y, mientras miraba hacia el este, podía
ver el primer y más leve indicio de matiz gris en el horizonte.
Después de todo, ella tenía razón. Sholeh había esperado, aunque no es que
le estuviera sirviendo de mucho en este momento. Volvió a apoyarse contra
la superficie de madera y trató de ignorar la sensación de que toda esta
maldita situación estaba empezando a írsele de las manos ahora.

La máquina contra la que estaba apoyada era alta y maciza, una canasta
toscamente tallada, casi del tamaño de un carro, atada al extremo de un
brazo largo, contrarrestada por un peso y ahora colocada en posición para
disparar.

Enorme. Ella las había usado alguna que otra vez, pero arrastrar esas cosas
ralentizaba al ejército y acabó descartándolas, prefiriendo una caballería
rápida e ingobernable y los mejores guerreros de suelo que podía entrenar, en
lugar de máquinas sofisticadas y la monotonía de una guerra larga.

¿Falta de paciencia? Tal vez. Xena sabía que le gustaba conseguir lo que
quería, y conseguirlo ahora, y establecer un asedio en un campo con insectos
mordiéndole el trasero nunca le había atraído.

Nunca.

Ahora se volvió y miró el gran dispositivo, estudiando la estructura bien hecha,


887
considerando su utilidad, y decidió que todavía no le atraía. Todavía era
demasiado grande, demasiado lenta y todavía era un dolor en el culo hacerla
funcionar y, aparte del camino que dividía las praderas, no sería fácil de
maniobrar si no era directamente hacia las puertas.

Bueno, ahí es donde querían golpear de todos modos.

—Maldición. —Xena suspiró, maldiciendo la suerte de su vida. Luego


contempló el carro, mordiéndose el labio.

Y, sin embargo, habían llegado hasta allí desde el centro del ejército persa,
justo entre las columnas de soldados, como había planeado que harían.
¿Estaba volviendo su suerte?

—Por Hades. —El viejo capitán tosió—. ¿Cómo hemos podido abrirnos paso
entre todo eso? No lo sé.

—No preguntes. —Xena aprovechó la oportunidad para recuperar el aliento,


viendo una tropa de persas regulares que se acercaban cuando vieron que
el carro se acercaba a la lanzadera—. Te dije que no preguntaras. Nos has
gafado. Aquí vienen esos malditos gorilas.

Los hombres estaban hablando entre sí y apuntaban al vagón, uno imitando


la colocación de guanteletes. El resto comenzó a hacer exactamente eso,
evidentemente con la intención de ayudar a los que pensaban que eran sus
compañeros cargando el lanzador, se les veía bien descansados y alegres.
Xena maldijo suavemente en voz baja.

No habían alcanzado suficientes ollas. La mayor parte del ejército estaba en


pequeñas colinas, y solo había podido envenenar a un puñado de ellos.
Maldición.

Gabrielle se escabulló por debajo del vientre de los caballos y se acercó a


donde estaba Xena, respirando con dificultad.

—Xena.

—Sh… —La reina miraba a los persas que se acercaban, que hablaban
casualmente y se aproximaban más con cada paso. El que estaba a la
cabeza ya levantaba la vista y buscaba en su pequeño grupo a alguien al
cargo.

—Xena. —Gabrielle tiró de su capa—. Mira allá.

—Te he dicho… —Xena miró por encima del hombro de la mujer más
pequeña, más allá del carro, y sus ojos se agrandaron—. Ah… —Vio un gran 888
grupo de soldados que se dirigían hacia ellos desde el lado opuesto, la
mayoría de ellos montados.

Desde otra dirección, los grandes persas que les habían gritado se acercaban,
y sus hombres formaron apresuradamente a su alrededor, con sus rostros
nerviosos a la luz de las antorchas cuando se dieron cuenta de que se estaban
convirtiendo rápidamente en el centro de una atención no deseada.

—¿Qué vamos a hacer ahora? —susurró Gabrielle—. ¡Estamos en medio de


ellos!

Las fosas nasales de Xena se crisparon.

—Está bien. Vamos a…

Hizo una pausa y pensó en ello. ¿Qué Hades iba a hacer? ¿Qué Hades había
estado haciendo las dos últimas marcas de vela? Su visión periférica captó el
movimiento del ejército acercándose a ellos. A ver como salían de esta.

¿Para qué? ¿Qué sigue, Xena? Estás en medio de un ejército enemigo con un
carro lleno de mierda, diez hombres y una rata almizclera. ¿Qué ibas a hacer
una vez que dejaras de ser una imbécil ingeniosa y terminaras aquí?
¿Vomitar sobre los persas? ¿Desnudarte y bailar? Es más, ¿Tenías un plan,
aparte de seguir moviéndote y ya averiguarías qué hacer después, cuando tu
culo estuviera en llamas?

Maldita sea.

Ahora, de espaldas al lanzador y rodeada por el enemigo, volvió a cuestionar


su capacidad para liderar a estos hombres.

Brendan se acercó sigilosamente.

—Los tenemos donde queremos, ¿eh?

—Sí. —Su reina exhaló y miró a su alrededor, viendo todos los ojos fijos en ella,
todos esperando que ella lo arreglara. Una brisa fresca enfrió su rostro,
trayendo consigo un esbozo de mar y Xena sintió una sensación de latente
dolor y vergüenza, que la hizo temer seriamente el amanecer. Maldición.
Sencillamente no tenía tiempo para ser incompetente—. Agarra la antorcha
—le dijo al hombre más cercano—. Cuando te diga, tírala en el carro.
Entonces prepárate para luchar como el infierno.

Tampoco había tiempo para encontrar otro líder. Xena se ajustó el cinturón y 889
se recolocó la capa sobre el hombro para dejar al descubierto la empuñadura
de su espada. Sus ojos rastrearon a los persas que se acercaban y los dos
hombres a la cabeza, se separaron un poco, dejando al descubierto la figura
más baja y florida detrás de ellos.

Ah.

—Xena, esa es…

—Una imbécil emperifollada a la que le falta un hervor, sí —murmuró la reina—


. Mi persona favorita.

—Ugh. ¿Y ahora qué?

Xena se detuvo un momento, luego se volvió y miró a Gabrielle. Su ex esclava,


amante actual, y recién casada pareja, estaba arañada y magullada, pero
incluso a pesar de todo eso, mirando a Xena, no había nada más que amor,
ligeramente ansioso, en sus ojos.

—Gabrielle.

La mujer rubia no respondió durante un largo momento. Entonces.

—¿Sí?

Xena puso dulcemente una mano en su mejilla.


—Voy a hacer algo realmente estúpido —dijo—. Pero también es algo que me
he acorralado a mí misma a hacer —añadió—. Y creo que es lo
suficientemente loco como para ser lo correcto. —Una arruga de profunda
preocupación arrugó el centro de la frente de Gabrielle—. Tal vez lo único que
se puede hacer, aparte de estirar la pata.

—Oh.

Xena sintió una sensación de calma asentarse sobre ella.

—Creo que estarás orgullosa de mí. —Se inclinó y besó a Gabrielle en los
labios—. Espero que lo hagas. —Soltó la mandíbula de Gabrielle y se preparó,
caminando hacia donde el carro bloqueaba la vista de Sholeh
aproximándose. Estaba a mitad de camino cuando sintió una presencia en
sus talones, y miró hacia un lado para ver a Gabrielle alcanzarla—. ¿A dónde
vas?

—Contigo —respondió Gabrielle en un tono tranquilo—. No quiero perderme


ningún detalle—. Apretó con más fuerza su lanza y levantó su mano,
echándose la capucha hacia atrás para exponer su cabello pálido.

Xena aminoró, pero siguió caminando.


890
—Si me acompañas, no estarás aquí para contarle a alguien la historia de lo
que sucede —dijo—. Eso sería un fastidio.

Gabrielle permaneció en silencio durante un largo momento, luego exhaló y


enderezó los hombros.

—Otro contará la historia con nosotras dos en ella. —Mantuvo sus pasos a la
par que Xena y se preparó para hacer…

Bueno, lo que fuera.

—Me parece bien —dijo Xena justo antes de llegar al carro—. Pero no digas
que no te advertí.

—No lo haré.

Xena se echó la capucha hacia atrás mientras se agachaba para pasar junto
al caballo, tomando aire mientras la brisa del mar soplaba contra su rostro. Se
quedó allí brevemente con su mano en el cuello del animal, casi oculta a
simple vista de la multitud que se aproximaba en la noche.

Se quitó los guantes y se limpió las manos en la capa, luego se metió los
guantes en el cinturón y flexionó los dedos, sus palmas ya sentían la forma
fantasmal de su espada. Podía oír a Brendan y los hombres detrás del carro y
despertó el interés de todos los soldados persas que se alejaban del lanzador
y se dirigían hacia la realeza que se aproximaba.

Estaban listos para luchar, eso era seguro. Sholeh tenía a sus siervos a su
alrededor, y todos llevaban estandartes de guerra en la parte superior de sus
lanzas, con un aire de expectación sobre ellos.

Sholeh estaba vestida con una armadura, con la cabeza descubierta y el pelo
brillante a la luz de las antorchas que sostenían sus siervos. Era la imagen misma
de una princesa, su larga capa forrada de piel y su reluciente armadura de
estilo persa.

Una espada curva estaba sujeta a su silla de montar, cerca de su rodilla,


donde podía sacarla si lo necesitaba y Xena reconoció sin reparos que sabía
cómo usarla. Era más pequeña que las del resto de soldados y parecía encajar
con ella.

Como la de la propia Xena se le ajustaba, habiendo sido forjada para su altura


y forma de la mano hacía tantos años. Pensó un momento en esa ciudad tan
lejana, en esa costa remota, cuando se sentó y observó con impaciencia
cómo la espada iba tomando forma ante sus ojos. 891
Un puñado de oro en su bolsillo de su primera gran conquista. El maestro de
armas levantaba la vista de vez en cuando y le sonreía, competente en su
oficio y contento de tener a una mujer joven allí mirándolo en lugar de lo
habitual.

Recordaba haberla sacado de la funda recién cosida, firme y oliendo aún al


curtido, a la luz del fuego aquella noche, alzando la hoja y brindando con las
estrellas, deleitándose con la sensación de su peso y la nitidez de su borde.

—Qué joven idiota era —suspiró.

—¿Qué?

—No importa. —Xena hizo chasquear sus nudillos—. Vamos. —Esperó a que
Sholeh detuviera su pequeño desfile no muy lejos y se preparase para arengar
a sus tropas. Los hombres comenzaron a reunirse cerca, y ella y Gabrielle se
colaron detrás de ellos, hombro con hombro, mientras los soldados de Xena
aparecían a su alrededor, formando una burbuja de caras amistosas y
bloqueándolas de la vista—. Pensé que os había dicho a todos que os
quedarais allí —gruñó Xena.

—Demasiado ruido por esa. —Brendan señaló a la persa—. No te oí.

—Estúpidos bastardos.
—Nosotros también te queremos mi reina —respondió Brendan en voz baja
pero clara—. Y a donde decidas ir, también lo haremos nosotros.

Xena apretó fuertemente su mandíbula y se negó a respirar cuando sintió el


ardor de las lágrimas picando en sus ojos con inesperada sorpresa.

—Creo que esa es mi especialidad —agregó Gabrielle en un susurro bajo.

—Todos vosotros solo cerrad el maldito pico —soltó Xena entre sus dientes
apretados—. O de lo contrario…

Gabrielle se inclinó más cerca y le dio una palmadita en el trasero, chocando


su cabeza contra el codo de Xena y luego mirándola con una expresión de
absoluta devoción idiota.

La suerte estaba del lado de Xena. Sholeh eligió ese momento para comenzar
su discurso, alzándose en sus estribos y levantando las manos, agarrando una
daga en una de ellas. El ejército gritó en respuesta.

Xena desenvainó su espada y, después de un breve momento, sonrió.

892

—Mis súbditos, atendedme. —Sholeh esperó a que el ruido se calmara,


girando su cabeza lentamente para inspeccionar a sus tropas. Los hombres se
habían reunido más cerca, una masa de cuerpos oscuros a la tenue luz del
amanecer, el contorno de las estrellas se desvanecía lentamente alrededor
de las altas máquinas de asedio—. Muy pronto, nos estaremos moviendo para
tomar las murallas que tenemos ante nosotros —dijo Sholeh después de una
breve pausa—. Ya nos hemos ocupado de los traidores que cerraron las
puertas contra nosotros. La resistencia será escasa.

Gabrielle tomó lentamente la mano de Xena y la agarró cuando los caballos


se movieron un poco y apareció un jinete al lado de Sholeh.

—Eh… —susurró.

—Mm… —Xena emitió un sonido bajo con la garganta, ya había visto a


Heydar.

—Preparaos —concluyó Sholeh, luego se volvió y miró la máquina de asedio—


. ¿No está lista? ¡Cargadla! ¡Tontos!
Los hombres se pusieron en movimiento a su alrededor. Xena levantó su mano
e hizo una señal, el tiempo para hacer preguntas había pasado.

Detrás de ella, Brendan dio un paso atrás y se volvió, arrojando su antorcha


por encima de su hombro y las cabezas de los otros soldados, y acabó
aterrizando en el carro. El resto de sus hombres comenzó a moverse y empujar,
soltando gritos para provocar confusión cuando la antorcha prendió
rápidamente la piel empapada de aceite.

—¡Fuego! —gritó uno de los persas al fondo, anunciando lo obvio—. ¡Traed


agua! ¿Qué ha pasado?

Sholeh estaba de pie en sus estribos con impaciencia.

—¡Apagadlo! ¡Rápido! ¡El sol está saliendo! —Se desenrolló un látigo en la


cintura y golpeó con él a los hombres más cercanos que la rodeaban—.
¡Moveos!

—Ya suponía yo que llevaba un látigo, ¿verdad? —comentó Xena mientras la


multitud se ponía en movimiento delante de ella, separando y despejando el
camino mientras ella permanecía en silencio en las sombras, esperando.
893
La princesa persa avanzó unos pasos azotando el látigo a ambos lados con
gran maestría, dispersando a las tropas mientras las conducía.

—¡Heydar! ¡Haz que estos hombres se muevan! —El acorazado persa cabalgó
obedientemente hacia el carro, desenvainando su espada con un
movimiento perezoso mientras los soldados se dispersaban más rápidamente,
separándose frente a la princesa y su séquito, y abriéndose en masa a ambos
lados para apartarse del camino—. ¡Apagad ese fuego! ¡Cargad la máquina!
¡Quiero que esa gente de allí conozca mi ira antes de que los mate! —Xena
estuvo muy, muy cerca, de estallar en carcajadas. En cambio, simplemente
esperó a que la última línea de soldados se despejara frente a ella, dejándola
delineada desde atrás por las crecientes llamas, enfrentando a su enemigo—
. ¡Los torturaré por sus acciones! —gritó Sholeh—. ¡Van a…!

—¡NO LO HARÁS! —Xena aspiró una bocanada de aire y gritó de vuelta, su


voz más baja y fuerte resonó sobre el terreno. Cuando el último eco pasó, el
carro estalló en furiosas llamas y ella avanzó rápidamente, apoyando la
espada en su hombro mientras rodeaba a Sholeh, girando para que la luz del
fuego la golpeara. Sombreando sus ojos, Sholeh tiró de la cabeza de su
caballo y dio un paso hacia atrás mientras los soldados se golpeaban entre sí,
girándose todos para ver de dónde venía la otra voz. Xena se enderezó y
levantó la cabeza—. No lo harás, eres una lameculos, cobarde, y patética
hijastra de un bastardo —gritó—. ¿Envenenar a niños porque no tienes agallas
para pelear? ¡Y un cuerno!

—Tú —dijo Sholeh con voz áspera.

—¡Tus hombres huyeron de la ciudad! —gritó Xena—. ¡La ciudad no les hizo
nada, estúpida imbécil! ¡Yo lo hice! —Se señaló a sí misma con el pulgar—.
Prendí fuego a tus malditos barcos con ese vómito de cobarde, fuiste lo
suficientemente estúpida como para transportarlo en uno de los barcos y
pateó sus traseros fuera de las puertas.

Todos los soldados se volvieron y miraron este caos repentino, ruidoso e


inesperado, en medio de ellos.

—Tú —repitió Sholeh con un tono diferente.

Xena dio otro paso adelante, iluminada por el fuego de un lado y la primera
niebla gris del amanecer por el otro.

—Yo. —Se detuvo—. Así que no vas a hacer pagar tu condenado ridículo a
esas personas.

Gabrielle se encontró congelada en su sitio, con la mano apretada alrededor 894


de su lanza y los ojos pegados a la figura alta y azotada por el viento, que se
enfrentaba a todo el ejército persa, cuya líder estaba rodeada por cien
hombres a caballo con al menos dos espadas cada uno.

No había escapatoria. Incluso ella podía verlo.

Era una locura, pero cuando se sacudió la conmoción y escuchó lo que Xena
estaba diciendo, supo que, al menos en eso, la reina había tenido razón otra
vez.

Estaba orgullosa. Orgullosa de estar aquí y ser parte de la vida de Xena, incluso
en un momento como este.

O tal vez, especialmente, en un momento como este.

—Cogedla —dijo Sholeh con voz plana—. Atadla y veremos cuál de nosotras
es la tonta. —Esperó, luego miró a su alrededor cuando nadie se movió—.
¡Cogedla! —ordenó en voz más alta.

Xena simplemente se quedó de pie con la espada apoyada en su hombro, su


peso descansaba en una pierna mientras cruzaba la otra por los tobillos.

—Vamos. —Escaneó a sus enemigos más próximos—. Venid y cogedme.


Los hombres detrás de Sholeh desmontaron apresuradamente y sacaron sus
armas, con sus rostros barbudos tensos e inescrutables a medida que
avanzaban desenvainando sus espadas curvas.

—Seguro que no queréis que ella se escape. —Gabrielle habló de repente—.


Porque chico, esa será una historia para contar, ¿eh?

Sholeh se volvió bruscamente.

—Heydar, mata a esa —ordenó señalando a Gabrielle—. Córtale la lengua.

Los hombres de Xena rodearon inmediatamente a Gabrielle y desenvainaron


sus espadas. Xena cambió de su postura relajada hacia una más marcial,
dejando que su espada descendiera por su hombro y girándola un par de
veces.

—Acércate a ella, Heydar, y te cortaré tu hombría —le advirtió—. Piensa en


ello. Puede que la necesites algún día.

—¡Lo haré por usted, Majestad! —desafió Brendan.

—Esa es una muy buena idea también. —Gabrielle se apartó de los hombres
de Xena—. Aunque me encantaría contarle a todo el mundo cómo todo este 895
gran ejército recibió una paliza por esta única persona.

—¡Ciérrale el pico! —gritó Sholeh—. ¡O lo haré yo misma!

La hilera de persas se precipitó hacia adelante cuando la princesa se arrojó


del caballo. Xena resistió el impulso de correr y tirarse delante de Gabrielle,
esperando que su escuadrón pudiera contener a la enojada princesa
mientras ella se concentraba en que sus tropas no le cortaran la cabeza. En
consecuencia, se dispuso para enfrentarse con el primero de los soldados,
decidiendo que la mejor elección era actuar rápido.

Él intentó un barrido hacia atrás, un extraño movimiento de apertura. Xena se


agachó y dejó que la espada le pasara por encima de la cabeza, mientras
sacaba su daga para destriparlo con ella, abalanzándose contra él y
golpeándolo con el hombro mientras se retorcía y saltaba más allá de él.

Se dio la vuelta y atacó, haciendo un corte en un brazo a un hombre, mientras


pateaba con su bota y apartaba la hoja de un segundo.

Ellos eran buenos. Ella era mejor, y mientras arremetía, cortaba y acuchillaba
en círculo, se dio cuenta de que ellos se dieron cuenta de eso cuando dieron
un paso atrás e intentaron reagruparse.
—¿Cuál es el problema? —gritó—. ¿Tenéis miedo de una chica? ¡Pequeños
cagones! —Furiosos, la atacaron de nuevo. Xena sintió que su sangre
bombeaba con fuerza dentro de su cuerpo y cada aliento que inhalaba, la
hacía sentir más poderosa a medida que la excitación de la batalla la invadía
y soltó un grito salvaje. Envainó su daga y sacó su chakram en su lugar,
alternando golpes del revés con su filo afilado y batiendo las espadas de los
persas con la espada en su otra mano. Sintió el vuelo desde atrás antes de
que la golpeara, y se dejó caer sobre una rodilla para oír el silbido de una pica
sobre su cabeza. En lugar de volver a levantarse, puso las manos en el suelo y
pateó hacia atrás con ambos pies, sabiendo que estaba en lo cierto cuándo
sintió que impactaban en un cuerpo pesado, eso hizo que su cuerpo rodara
hacia adelante. Se dejó llevar y luego empujó hacia atrás, arqueando su
espalda con un poderoso impulso, justo cuando sintió algo que venía rápido
desde un lado. No había problema. Se giró hacia la derecha y esquivó al
soldado en movimiento, girando su espada y gruñendo cuando la hoja
impactó en la cabeza del soldado con un fuerte golpe. Su chakram fue en la
otra dirección, desviando una daga en manos de un hombre que ya estaba
sangrando por un corte en su cara. Le dio una patada a su primer oponente
justo en el lateral de su rodilla, sintiendo el crujido por toda su pierna cuando 896
la articulación colapsó. Él cayó y ella hizo girar su espada para enterrar toda
su longitud en las entrañas del segundo hombre, manteniendo su impulso
mientras liberaba su espada y lo dejaba caer junto a ella. Un momento. Un
respiro. Una mirada a través de la multitud para ver a sus hombres luchando
furiosamente en un círculo cerrado, cuya espalda estaba protegida por el
carro en llamas. Contra ellos, una línea de soldados persas regulares que
habían venido desde el otro extremo del campamento donde habían estado
trabajando. Una mirada a su alrededor para encontrar seis hombres en el
suelo, y una docena más que se dirigía hacia ella. Xena abrió sus brazos y dejó
escapar otro grito—. ¡Vamos, débiles bastardos! —gritó—. ¡Os mataré a todos!
—señaló con su espada a las silenciosas filas de tropas—. ¿Queréis pelea?
¡Venid aquí!

Entonces vio movimiento por el rabillo del ojo y se giró a medias, a tiempo para
ver a Heydar dirigirse hacia ella con una mirada decidida en el rostro y su
espada en la mano. Ya estaba manchada de sangre.

Sholeh estaba de vuelta sobre su caballo, detrás de una fila de sus hombres
que luchaban contra los hombres de Xena. Señaló a Xena con la
empuñadura y le gritó algo a Heydar, quien levantó su espada y luego se
quedó sin tiempo porque seis o siete enormes persas se apresuraban hacia
ella.
El sol estaba bordeando el cielo. Esquivó al primero de los nuevos luchadores
y se volvió hacia el amanecer, usando el tono perlado para delinear a sus
oponentes y detectar pequeños cambios en sus cuerpos, antes de hacer
frente a la primera espada con la suya.

Estos sabían cómo luchar con espadas. Xena levantó su otra mano sobre su
empuñadura mientras su oponente se retorcía con fuerza e intentaba
desarmarla. Fue un momento aterrador, pero sus muñecas aguantaron y ella
giró salvajemente hacia atrás en la otra dirección, sorprendiéndolo.

Lo miró a los ojos durante un largo momento, luego el instinto la hizo volverse
y lanzarse al suelo, la tierra golpeó sus manos forzándolas hacia su cuerpo, casi
haciéndola destriparse a sí misma mientras se las arreglaba para rodar sobre
su hombro y codo para volver a levantarse sobre sus rodillas.

Había una lanza clavada en el suelo más allá de su espada justo donde había
estado, la empuñadura tallada con marcados símbolos. Se puso en pie de un
salto mientras Heydar agarraba la lanza y tiraba de ella, y luego tuvo a cinco
de ellos frente a ella, con Heydar en el centro, formando una barrera mientras
avanzaban hacia ella en línea.
897
De esto, dijo una vocecilla en su cabeza con calma. De eso están hechas las
leyendas, Xena. De una persona muy estúpida, haciendo una cosa muy
estúpida. Añade un hermoso amanecer y acabarás siendo alabada por los
bardos de un extremo al otro de la tierra.

—No luches contra nosotros, Xena —dijo de repente Heydar—. No mueras así.

Xena se echó a reír, sintiendo la risa hasta lo más profundo de sus entrañas.

—¿Puedes pensar en una manera mejor de morir? —respondió—. Cuantos


más de vosotros mato al hacerlo, menos podréis destruir lugares como ese, y
si dejo el mundo con un tonto del culo menos, está bien para mí.

—Vas a morir por nada.

Xena negó con la cabeza.

—Ya voy a morir por algo —le dijo—. Tú ya has perdido, Heydar. Demasiada
gente vio a un viejo luchador vencido y un puñado de viejos parándote en
seco.

Por un momento, todos simplemente la miraron, y hubo un extraño silencio allí


en el creciente amanecer. Entonces Heydar negó con la cabeza e hizo una
señal a los hombres y comenzó la pelea.
Xena estaba contenta de tener el sol a su espalda. Se sentía cálido y el brillo
le permitía ver lo que venía hacia ella con exquisito detalle. Respiró hondo,
llamó a ese animal que vivía en lo más profundo de ella y, sencillamente, dejó
que lo que fuera que iba a suceder… Sucediera.

Y sucedió. Xena se encontró en el centro de un círculo de hombres que


intentaban con todas sus fuerzas machacarla hasta la muerte, sin dar cuartel,
sin pedir clemencia, su tipo favorito. Dejó a un lado los pensamientos de lo que
estaba pasando y se entregó a la ciencia pura de la lucha.

Vagamente, sabía que había un ejército entero acercándose, pero su mundo


se había reducido al círculo de sus adversarios y, ahora que su respiración se
había calmado y sus nervios se habían disipado en una poderosa confianza,
se enfrentó al ataque.
898
El círculo era una desventaja para ellos, aunque no se dieran cuenta. Ninguno
de ellos tenía espacio para moverse sin chocar contra el tipo que estaba a su
lado, y solo podían acercarse hasta cierta distancia sin entorpecerse unos a
otros.

Se convirtió en casi un ritmo, una espada que se acercaba a ella, la desviaba,


se movía, giraba, bloqueaba otra en su empuñadura, se movía de nuevo,
giraba hacia el otro lado, bloqueaba a un tercero, pateaba a un cuarto, se
agachaba…

Era consciente de los gritos fuera del círculo. Ni siquiera el sonido de las
espadas enemigas contra la suya podía bloquearlos y siempre, siempre, con
una oreja atenta para captar el más leve comienzo de un grito de su nombre
que solo podía significar una cosa.

O tal vez no. A veces significaba que estaba a punto de que le patearan el
culo.

—¡Yahh! —Xena soltó un bramido inesperado, haciendo que uno de los


soldados se sacudiera y tirara de su espada fuera de la alineación lo suficiente
para que ella girara y balanceara la suya contra ella y la enviara volando para
golpear la hierba. Hizo una abertura en el círculo y la aprovechó, saltando
hacia adelante y golpeando con su codo en la cara del soldado más próximo,
antes de que este pudiera levantar su arma para bloquearla. Su cabeza cayó
hacia atrás con un chasquido y ella siguió el movimiento, girándose para
hacer lo mismo con el soldado al otro lado suyo. Desafortunadamente, él se
dio cuenta de lo que estaba haciendo y lo siguiente que supo fue que apenas
se mantenía erguida cuando él la golpeó con fuerza en el hombro con la
empuñadura y la hoja se acercaba peligrosamente a su cabeza. La hizo
perder el equilibrio y tropezó a un lado fuera del círculo donde descubrió que
tenía un problema completamente diferente. Su hoja se alzó casi por sí sola y
empujó dos flechas, ella agarró una tercera, girándose y lanzándose a través
de la tumultuosa multitud de adversarios y agachándose detrás, mientras dos
de ellos eran ensartados por sus propios hombres—. ¡Parad! ¡Idiotas!

Xena no estaba dispuesta a parecer un caballo regalado en el culo.


Aprovechó el momento y apuñaló a uno de los soldados en el costado
mientras intentaba darse la vuelta para enfrentarla.

Él soltó un grito y golpeó su brazo contra ella, haciéndola retroceder


directamente hacia Heydar, cuya espada no la atravesó por un pelo.

Xena se agachó y saltó mientras los dos hombres la agarraban, y se catapultó


sobre sus cabezas, dando un salto mortal y aterrizando detrás de ellos,
899
mientras llevaba su espada y bloqueaba a otro soldado para que no le
cortara la cabeza.

Más soldados corrían hacia ellos. Xena se agachó bajo una maza y esquivó
una daga, viendo el muro de hombres que se dirigían hacia ella y se preguntó
si había durado lo suficiente y había matado a suficientes hombres para ser
calificada como futura mención en los fuegos de campamento.

El carro ardía brillantemente ahora con la luz de la mañana y, al menos, había


evitado que arrojaran todo eso a la ciudad. Contaba ¿verdad?

Una flecha atravesó las llamas y casi la alcanza en la garganta. Se movió a un


lado, luego giró bruscamente al otro lado cuando dos soldados la alcanzaron
al mismo tiempo y trataron de golpearla desde dos direcciones diferentes.

Fallaron por un pelo, pero, al evitar ambas espadas, perdió el equilibrio, y al


momento siguiente Heydar se estrelló de lleno contra ella, y salió volando al
suelo con él medio encima, inmovilizando sus piernas en el suelo.

Entonces varias cosas pasaron a la vez. Primero, se dio cuenta de que tenía
un gran problema. En segundo lugar, se dio cuenta de que había un hombre
con un hacha a dos pasos de ella que ya comenzaba a deslizarse hacia abajo
y que no podía darse la vuelta lo suficientemente rápido como para
detenerlo.

En tercer lugar, escuchó que gritaban su nombre y eso le puso el último clavo
a su ataúd.

Le dio una oportunidad de todos modos, torciendo salvajemente su cuerpo


para girar sobre su espalda lo más que pudo mientras despegaba los brazos e
intentaba levantar la espada para cubrirse la cabeza.

Oyó reír a Sholeh.

Eso le toco los huevos.

El hacha venía hacia ella y agarró su empuñadura con ambas manos cuando
sintió que Heydar agarraba su brazo para intentar bajarla. La ira hizo que sus
músculos se tensaran, y sintió que se le escapaba un gruñido mientras halaba
hacia atrás del tirón y golpeaba sus hombros contra el suelo, a la vez que
retorcía su torso dolorosamente.

El hacha impactó en su espada, y giró la cara hacia un lado mientras sentía


que sus brazos comenzaban a ceder. La hoja del hacha chocó contra ella y 900
luego giró levemente, y lo siguiente que sintió fue una lluvia de sangre caliente,
cuando el hombre que la manejaba se tambaleó sobre ella y perdió el
equilibrio, agitando los brazos y arrojando el hacha más allá de ella y a la cara
de Heydar.

Sintió que la presión sobre la parte inferior de su cuerpo se aflojaba y encogió


las piernas instintivamente, pateando como una mula demente bajo una
carreta, cuando el soldado con el hacha se vino abajo sobre ella, dejando
caer su arma, y agarrando la cabeza de la lanza que emergía terriblemente
de su propio pecho.

Xena lo miró fijamente, juntando el arma ensangrentada con el bramido


detrás suyo, se dio la vuelta y se puso de rodillas mientras Gabrielle tropezaba
a su lado. Agarró a su amante por el cinturón evitando que cayera sobre los
soldados y, por un segundo, el mundo vaciló.

El soldado tocó débilmente la lanza, luego levantó los ojos y se derrumbó sobre
Heydar, atrapando al gran persa en el sitio, mientras luchaba por liberarse y
continuar la lucha.

Gabrielle se volvió y la miró, con los ojos muy abiertos como huevos de petirrojo
en una cara cubierta de barro y sangre, pero iluminada con una
determinación feroz y un toque de ira. Nada de miedo.
—N… no podía dejar que te hiciera daño —logró decir Gabrielle, mitad ronca,
mitad gemido—. ¿No?

Ah. Xena inhaló bruscamente. Había encontrado su punto de inflexión, ¿eh?

—Cierto.

Sin sonreír, pero con el más leve de los temblores en la comisura de la boca
de Gabrielle, que podría haber sido el más leve esbozo de una.

Entonces el mundo estalló en movimiento de nuevo, oyó caballos que venían


y algo más detrás de ella, y se retorció y se agachó de nuevo cuando un
casco la golpeó y Gabrielle fue arrancada de su agarre.

Rodó para quitarse del medio y se levantó de nuevo, ensartando a un soldado


con su espada al atravesar la hilera de hombres y entrar en un espacio abierto
para ver a Sholeh sobre su caballo dando vueltas con Gabrielle aferrada a su
silla de montar y una expresión ferozmente triunfante en su cara.

Maldición, la vida simplemente apestaba a veces. Xena sacudió la sangre de


sus manos y cogió su chakram sin dudar, bloqueando una estocada de uno
de los soldados mientras colocaba su cuerpo para lanzar su otra arma. Sholeh 901
pareció sentirlo. Levantó a Gabrielle y le puso una daga en la garganta, con
los ojos fijos en la cara de Xena.

—¡¡Parad!! —Los hombres se detuvieron. Xena, a regañadientes, se detuvo, ya


que con el movimiento del caballo no había forma de que pudiera garantizar
golpear a la persa y no a su amante, y cortarle la garganta o arrancarle la
cabellera a Gabrielle, no estaba en su agenda real de hoy—. Ahora —dijo
Sholeh—, me llevo mi trozo de carne, dado que tú ya has tenido el tuyo —le
dijo a Xena—. Pero antes de hacerlo, déjame probar este néctar que te ha
conquistado.

Gabrielle estaba tendida, completamente flácida sobre los lomos del caballo,
solo la marcada subida y bajada de su pecho, delataba si estaba viva o
muerta.

Sholeh la agarró del pelo y tiró de su cabeza hacia atrás, con su mano firme
en la garganta de la mujer rubia, la hoja presionando contra la piel y
dibujando pequeñas gotas visibles de sangre. Se río de Xena, luego giró la
cabeza para besar a Gabrielle, y la hoja se hundió aún más mientras se movía.

Xena se movió bruscamente, echando el brazo hacia atrás mientras se


liberaba de los brazos de los persas, retorciéndose y abalanzándose mientras
luchaba por obtener un tiro limpio.
Gabrielle permaneció flácida hasta el momento en que los labios de Sholeh
tocaron los suyos. Su cabeza se movió de repente con un destello de dientes
blancos y hundió su mordisco en la cara de la princesa persa, afianzando el
cierre con un visible abultamiento de su mandíbula.

Sholeh soltó la daga por la conmoción justo en el momento en el que chakram


cortaba el aire y la golpeaba.

Xena lo atrapó cuando regresaba y se precipitó hacia el caballo, dejando


escapar el sonido más fuerte que era capaz de hacer y rompiendo líneas de
hombres como si fueran gansos, moviéndose tan rápido que ni siquiera
tuvieron tiempo de levantar sus espadas contra ella.

El cuerpo de Gabrielle se retorció y tiró, mientras sacudía la cabeza como un


perro, luego desgarró, enviando un chorro de sangre volando mientras caía
del lomo del caballo, liberada bruscamente por Sholeh, para caer al suelo a
los pies del animal.

Xena la alcanzó un instante después, la levantó del suelo justo cuando el


caballo se encabritaba y tiró de ella hacia atrás, pasando a un soldado,
chocando contra un segundo, y luego, por fortuna, increíblemente, rodeada 902
por un anillo de hombres sangrientos vestidos con colores persas pero que
mostraban su propia postura distintiva de batalla.

Sholeh gritó con una mano apretada en su rostro, la sangre le recorría todo el
brazo.

Gabrielle escupió algo. Luego escupió otra vez, y luego otra, su respiración
agitaba su pecho mientras se levantaba y se sacudía junto a la alta figura de
Xena.

Xena ni siquiera se atrevió a mirarla. Acarició con vacilación la parte de atrás


del cuello de su amante, tratando de recuperar el aliento mientras el ejército
estaba parado frente a ellos, una masa ensangrentada y sucia, en el centro
de un campo verde bañado por la luz del sol.

Sholeh gritó otra vez señalando, sacudiendo su mano libre y apuntando


nuevamente en un delirio de frenéticas instrucciones. Heydar se repuso y corrió
hasta ella ofreciéndole una mano mientras ella se agarraba la cara con la otra
y su caballo se movía nerviosamente.

Xena deseó haber pensado en llevar un odre de vino. Se sacudió un poco de


sangre de su mano y cogió aire.

—De acuerdo chicos, esto no va a ser muy bonito.

—Está bien, Xena. —Brendan tenía un corte en un lado de la cara y la mitad


izquierda de su sobrevesta estaba cubierta de sangre—. Es una pelea única
en la vida. Merece la pena.

—Sí. —Jens se secó la frente con su guantelete, la sangre le bajaba por la


pierna—. Los mantuvimos a raya a todos. Lo único que se nos pasó fue la
pequeña.

Gabrielle tosió.

—Llevémonos con nosotros a tantos como podamos —dijo Xena en voz baja,
mientras el ejército comenzaba a plegarse hacia ellos desde todas las
direcciones—. Quienquiera que quede, nunca olvidará esto.

—No. —Brendan se colocó y cambió el agarre en su espada—. No lo harán. 903


Xena finalmente miró a su compañera.

—Especialmente después de la venganza de Gabrielle allí.

Los hombres se rieron suavemente sacudiendo sus cabezas.

Gabrielle vaciló, luego volvió la cabeza y miró a Xena con el rostro manchado
de sangre. Sus ojos estaban oscurecidos y casi irreconocibles por las
emociones que se agitaban en ellos y parecía como si estuviera a punto de
vomitar.

Xena la estudió, consciente de la carnicería que se aproximaba.

—Gracias —dijo—, compañera.

Por un momento, no hubo ninguna reacción. Entonces Gabrielle se enderezó


y levantó la cabeza, el conflicto en sus ojos se había atenuado un poco.
Extendió la mano y le apretó el brazo a Xena, luego sacó la daga de la reina
de la funda del cinturón y envolvió sus dedos alrededor frunciendo el ceño.

—Esto va a doler, ¿verdad?

Xena miró hacia adelante, observando la línea de hombres avanzando.


—No a ti —dijo—. Lo prometo. —Dio vueltas a su espada blandiéndola—.
¡Vamos, estúpidos bastardos! —amenazó al ejército que se aproximaba—.
¡Panda de niñitas cabreadas!

Gabrielle volvió la mirada rápidamente hacia ella, levantando ambas cejas.


Miró detenidamente a la reina, después a sí misma y negó con la cabeza.

El ejército respondió con un rugido y aceleró.

Un cuerno sonó en la luz de la mañana. Luego un segundo, y luego un tercero,


sonando desde las murallas de la ciudad y haciendo eco en el campo.

—Qué Had… —murmuró Brendan protegiéndose los ojos para ver las
murallas—. ¿Qué están haciendo?

Los gritos del ejército de Sholeh comenzaron a flaquear cuando los cuernos
de su propio ejército empezaron a sonar en reacción y las cabezas se
volvieron hacia la ciudad. Las puertas se estremecieron, luego comenzaron a
abrirse lentamente hacia afuera, revelando una gran multitud de hombres y
caballos, que comenzaron a derramarse por el campo hacia las líneas persas.

Xena trepó a la jarcia del lanzador y miró hacia la ciudad, observando el 904
súbito avance con ojos incrédulos. Luego se acordó de la mitad del ejército
persa detrás de ella y se dio la vuelta cuando sintió algo a su espalda,
agachándose instintivamente mientras blandía su espada.

Los hombres habían dejado de acercarse y solo la miraban.

Habían sido sus ojos lo que había sentido, todos enfocados en ella, con una
extraña atención que hizo que se le secara un poco la garganta y se dejó
caer de la jarcia antes de convertirse en un objetivo.

—Está bien, vamos a…

—Xena, mira. —Brendan la agarró del brazo—. Es el chico de la posada. —


Señaló al jinete que iba a la cabeza, saliendo ahora de la sombra de las
murallas hacia la luz del sol.

Xena suspiró, el sonido terminó en un gemido. Ahora que las líneas se estaban
cerrando, podía ver a los torpes jinetes con armaduras desparejadas.

—Idiotas.

—Sí —dijo Brendan—. Un desperdicio morir así.

Sin líder, esas tropas tal y como eran, serían masacradas tan pronto como
llegaran a la altura de los persas y Xena estaba un poco molesta por haber
trabajado tan duro sacrificándose a sí misma por esos idiotas que, quisiera o
no, iban a acabar sacrificándose de todos modos.

Era un desperdicio morir así, tal y como Brendan había dicho. Aunque el hecho
de que ella y sus hombres todavía siguieran vivos la sorprendía, el objetivo
había sido desviar la atención de Sholeh de la ciudad y darle algo más en lo
que centrarse. Matar a Xena habría vuelto insignificante su interés en la ciudad
y tal vez, solo tal vez, la convencería de tomar su ejército y marchar río abajo,
como había planeado originalmente.

Oh bueno. Los mejores planes de monarcas y ratas almizcleras se posponían


de nuevo. Xena cambió su agarre sobre su espada, decidiendo un lugar para
enviar a sus hombres, sabiendo que no podrían atravesar a los persas para
ayudar a los ciudadanos que se aproximaban.

El lanzador crujió cuando ella rebotó un poco, giró la cabeza y observó el


arma.

—Ah. —Se animó—. Gabrielle, ven aquí. —Cambió su plan al descubrir una
posibilidad.

Sosteniendo el cuchillo con cuidado en una mano, su compañera se unió a


905
ella en el artefacto. Xena le quitó la daga y la envainó, luego envolvió su brazo
alrededor del cuerpo de Gabrielle y con un giro, un salto, y un tirón de su
cuerpo, puso a ambas en la canasta del lanzador.

—Qu…

—Agárrate. —Xena se estiró detrás de ella y golpeó con su espada las cuerdas
que sostenían el lanzador en posición, cortándolas con único y poderoso tajo.

El lanzador se liberó, el brazo se movió hacia adelante y hacia arriba de forma


explosiva y, en un suspiro, ambas fueron lanzadas sobre el ejército, a través del
aire a una velocidad aterradora.

—¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡AHHHHHHH!!!!!! —gritó Gabrielle a todo pulmón—.


¡¡¡¡¡¡XXEEEEEENNNNNNAAAAAAA!!!! —Debajo de ellas, los soldados se
dispersaron y se agacharon cubriéndose la cabeza, inseguros de lo que
estaba pasando—. ¡¡¡¡¡¡¡AahhhhH!!!!!!!!!

Era aterrador, y estimulante, y Xena deseaba tener unos minutos más para
disfrutarlo antes de aproximarse al suelo y tener que acabar está loca acción
suya. El viento se precipitó contra su rostro y apretó a Gabrielle más fuerte
contra sí mientras la luz de la mañana las bañaba.
—Relájate —le aconsejó a su chillona carga—. Voy a golpear primero. —Las
giró a ambas en el aire mientras el suelo se acercaba rápidamente, oyendo a
los persas gritar detrás suyo y la fuerza de la ciudad gritando delante cuando
reconocieron el misil inesperado que se dirigía hacia ellos.

Xena dobló las rodillas y soltó el aire, gruñendo mientras sus pies tocaban el
suelo con una fuerza vertiginosa. Dejó que sus piernas se doblaran al recibir el
impacto mientras se colocaba entre el suelo y la lacia, como un trapo,
Gabrielle, golpeando sus hombros contra la tierra mientras se quedaba sin
aliento.

—Urrff.

No había tiempo. Xena soltó a Gabrielle después de que se detuvieron. A


continuación, se incorporó sobre sus rodillas, luego sobre los pies soltando un
fuerte silbido y cruzando los dedos. Se agachó y agarró del cuello de la
sobrevesta a Gabrielle, levantándola de un tirón mientras un relincho de un
caballo le respondía.

—¿Estás bien?

—Bbbbbbb…
906
—Suficientemente bueno. —Xena sintió una sensación de profundo alivio al
ver las líneas de tropas de la ciudad separándose y una gran forma negra
abriéndose paso a través hacia ella—. ¿Quieres ir a dar un paseo?

—Bbbbbb…

Xena lo tomó como un sí. Esperó a que Tiger se detuviera y entonces saltó
sobre su lomo, acomodándose antes de estirar un brazo hacia su todavía
sacudida compañera.

—Agarra. —Esperó a que Gabrielle se estirara, la agarró por el codo y la


colocó detrás de ella sobre el lomo de Tiger.

—¡Xena! —Lennat logró detener el alazán castrado que estaba montando—.


¡Hemos venido para ayudarte!

La reina lo miró, revisó todas las respuestas posibles y suspiró.

—Gracias. —Señaló a ambos lados—. ¡Separaos! ¡Todos vosotros, separaos!


Caballos en el frente, despacio, luego los arqueros detrás. ¿Me pillas?

Los hombres de la ciudad se apresuraron a obedecer, chocando unos contra


otros mientras esquivaban a los nerviosos caballos.
—Oh chico. —Gabrielle encontró su lengua—. Esto es una locura.

—No me digas. —Xena levantó su espada—. ¡A la carga! —ordenó—. Idiotas


—añadió en voz baja.

Presionó sus rodillas contra el lomo desnudo de Tiger y lo lanzó en dirección de


los persas, quienes se estaban esforzando por formar para resistir el ataque.

—¡Gritad! —dijo Xena—. Tan alto como podáis.

—¿Qué? —Lennat estaba tratando de mantenerse a la par de ella—. ¿Por


qué? ¿Para qué? ¿Qué está pasando? Podíamos ver a todos l…

—¡CÁLLATE Y GRITA! —tronó Xena—. Has salido aquí para morir, maldita sea,
asi que, ¡cállate y sigue adelante! —Lennat abrió la boca para responderle,
después la cerró bruscamente con un clic y simplemente asintió. Sus ojos se
movieron hacia la otra pasajera de Tiger, luego miró hacia adelante y gritó
tan fuerte como pudo. Xena se estremeció. Los hombres a su alrededor se
unieron y empezaron a gritar mientras los caballos comenzaban a ganar
impulso, y los hombres, que cargaban variadas armas, corrían detrás tan
rápido como podían. Había, tal vez, quinientos. Todos y cada uno de ellos.
Xena miró hacia atrás. Toda persona que podía levantar un palo, un arco o
907
una honda, estaba en el campo corriendo hacia los persas, y cuando vio de
refilón sus expresiones frenéticas y entusiastas, la hizo detenerse por un
segundo y darse cuenta de lo monumental que era realmente lo que estaban
haciendo. Monumentalmente estúpido, sí, pero… Xena se giró y levantó su
espada, urgiendo a Tiger a ponerse al frente mientras se echaban encima de
la primera línea de los persas. Podía ver el desbarajuste en el orden de las
tropas, hombres a caballo tratando desesperadamente de ponerse al frente
y golpeando a los lacayos con picas para quitarlos de en medio. Detrás de
ellos, un enorme grupo de hombres se estaba reuniendo alrededor de lo que
ella creía que era Sholeh, y, a un lado de eso, vio una perturbación que tenía
que ser Brendan causando todos los problemas que podía. Aprovechando la
confusión del enemigo. Justo como ella haría. Dirigió a Tiger al centro mismo
de las líneas, donde los hombres y los caballos estaban más contenciosos,
envolviendo una mano en la crin de Tiger y la otra empuñando su espada—.
¡Agárrate fuerte! —le ordenó a Gabrielle.

—Oooohh. Yyyyaaah. —La voz de Gabrielle vibraba con el galope de Tiger—


. No te preocupes. —Sus brazos se envolvieron alrededor de la cintura de Xena
y se apretaron, aplastándose contra la espalda de la reina—. ¡Despiértame
cuando haya terminado!
Xena apretó las rodillas y aumentó la velocidad de Tiger, soltando un grito y
blandiendo su espada.

—¡Matadlos a todos! —gritó—. ¡Seguidme! —Los jinetes agitaron sus espadas y


gritaron en respuesta, emocionados, mientras se dirigían directamente al
corazón de las líneas persas. Xena esperaba que al menos pudieran golpear
a uno de los enemigos antes de golpearse entre ellos. Tomó como objetivo un
grupo de arqueros que forcejeaban por ubicarse para disparar y se lanzó
sobre ellos, cortando hacia abajo y partiendo la cabeza de un hombre
mientras los cascos de Tiger dispersaban dos o tres más en la hierba. Escuchó
un fuerte ruido detrás de ella, y se dio cuenta de que era su nombre al ser
gritado. A su izquierda, Lennat había tendido una lanza que llevaba sobre su
silla de montar y, mientras lo miraba, la punta atravesó a un hombre de a pie
mientras se estrellaban contra las líneas aún sin formar, a la vez que los persas
intentaban frenéticamente ponerse en formación. Ella no necesitaba ninguna
apestosa formación. Ni siquiera necesitaba un apestoso ejército—. ¡Yahhhh!
—Xena golpeó con su empuñadora la cabeza de un soldado y pateó un
segundo que trataba de agarrar su pierna. Todo lo que necesitaba era un
poco más de buena suerte.
908

Gabrielle mantuvo un fuerte agarre sobre Xena con un brazo, pero aflojó el
otro mientras se lanzaban a la batalla en caso de que lo necesitara para
defenderse de algo.

Todo estaba borroso a su alrededor, los caballos se movían, los hombres se


movían, gritaban, el choque de armas… estaba agradecida de tener un lugar
donde estar por encima de la mayoría, con Xena para aferrarse.

Su cuerpo se sentía un poco adormecido. Su mente se sentía muy


adormecida. Se concentró intensamente en el torbellino de actividad a su
alrededor en busca de algo que pudiera amenazar a la reina. Los
pensamientos del pasado reciente fueron descartados mientras observaba lo
que hacía Xena y hacía todo lo posible por copiarlo.

Un hombre se acercó y les apuntó con una lanza. Gabrielle sintió que Tiger se
movía y ella aprovechó el impulso, pateando su bota y golpeando la punta
de la lanza con ella. La punta dio de lleno en el suelo y el hombre, que había
estado corriendo con ella, se vio detenido de repente y tropezó, aterrizando
de rodillas.

Un jinete se metió de lleno entre la multitud, el animal coceó a un lado a


algunas de sus propias tropas, mientras luchaba por llegar hasta donde estaba
Xena, el hombre que iba montado empuñaba una enorme maza de batalla
de mango largo.

Xena lo vio. Gabrielle se dio cuenta porque la reina intercambió sus manos y
colocó su espada en el lado derecho por el que el persa estaba entrando y
luego agarró su chakram con su otra mano. Pudo sentir el cambio cuando las
piernas de Xena se apretaron y tomó una respiración profunda mientras el
hombre y su caballo retumbaban hacia ellas.

Podía ver los ojos del caballo, muy abiertos y enloquecidos, con la cabeza a
un lado mientras Tiger giraba para encontrarse con él, el caballo negro
enseñaba los dientes y chasqueaba cuando la espada de Xena se alzó para
encontrarse con la maza sobre su cabeza.

Parecía imposible. El brazo de Xena se movía hacia arriba, y el del hombre se


movía hacia abajo con un poderoso golpe y, cuando las dos armas se 909
encontraron, ella sabía que la del persa debería haber continuado bajando
hasta golpearlas.

Pero no fue así. Se detuvo, sostenida por la espada de Xena y, con un giro del
hombro, se desvió hacia un lado mientras Xena se estiraba sobre su cuerpo y
acuchillaba la muñeca del soldado con su chakram, haciéndole un profundo
corte que le obligó a soltar la maza.

Él le dio una señal a su caballo. Instintivamente, Gabrielle agarró la brida del


caballo, y el animal empezó a dar brincos, su cabeza se sacudía hacia abajo
mientras trataba de obedecer la orden de retroceder. Pateando sus patas
traseras, sacó al jinete de la silla y el soldado herido se cayó, aterrizando en el
suelo cuando Tiger se echaba atrás, aplastándole con los dos cascos
delanteros.

Las herraduras del semental, destrozaron el hueso.

Gabrielle soltó al caballo y giró la cabeza cuando algo rozó su brazo, justo a
tiempo para ver una espada dirigiéndose directamente a su cara. Xena
estaba luchando contra otro jinete y lo único que podía hacer era agacharse
rápidamente, empujando su cabeza contra la espalda de Xena, mientras la
hoja cortaba a lo largo de la parte posterior de su cuello, dejando atrás un
dolor abrasador.
Sintió que Xena se movía, la parte posterior del brazo de la reina la golpeó
cuando se giró para enfrentar el ataque, el sonido retumbante del metal
contra el metal hizo que le dolieran los dientes. Escuchó un gruñido, luego un
ruido sordo, y luego Tiger se puso en movimiento de nuevo por lo que se
arriesgó a mirar a su alrededor.

—¿Estás bien? —preguntó Xena.

—Sí —respondió Gabrielle, temerosa de tocarse el cuello para averiguar si era


verdad—. Creo.

—Oh no. No imagines.

El rebuscado intento de humor la animó y le dio a Xena un apretón en


respuesta, contenta de haberlo hecho, cuando Tiger se encabritó sobre sus
patas traseras, y un segundo después, estaban de nuevo en el aire. Se
balanceó hacia adelante cuando aterrizaron y se golpeó el rostro contra el
omóplato de Xena, sintiendo un tirón en su bota.

Miró hacia abajo y vio a un soldado persa a punto de cortarle el pie. Tiró
frenéticamente contra su agarre y soltó un grito, estirando el brazo de su mano
libre para agarrarlo del pelo y tirar de él con fuerza.
910
—¡Deja eso!

El soldado maldijo mientras trataba de agarrarla mejor, pero un momento


después, fue atravesado desde atrás y cayó contra Tiger y luego debajo de
los cascos del semental mientras Gabrielle soltaba apresuradamente su
cabello.

Detrás de él, un soldado estaba parado de pie con armadura persa. Gabrielle
lo miró, luego entrecerró los ojos tratando de descifrar sus facciones con las
familiares de las tropas de Xena, dándose cuenta un momento después de
que no lo conocía.

—Gracias —gritó Xena.

El soldado levantó su espada cubierta de sangre hasta su frente. Luego se


volvió y comenzó a pelear al lado de la gente de la ciudad, enfrentándose a
un soldado persa con absoluta determinación.

Gabrielle agarró a Xena del codo.

—Xena, creo que no es uno de nuestros chicos.

Xena estaba ocupada luchando contra un jinete.


—Ahora lo es. —Se lanzó hacia adelante de repente, estirando el brazo por
encima del cuello del caballo enemigo y cortando salvajemente a diestro y
siniestro, enviando la espada del persa fuera de su alcance—. ¡Morid,
estúpidos e inútiles bastardos! —Le cortó la garganta y luego golpeó con el
hombro de Tiger al otro caballo, empujando al hombre fuera de la silla. Sonó
un cuerno—. ¡Adelante! —Xena podía sentir el ímpetu, mientras los persas eran
incapaces de organizarse para resistir el un tanto confuso ataque—.
¡Destrozad a estas nenazas!

Gabrielle se agarró con más fuerza e hizo una mueca mientras sentía el dolor
en la parte posterior de su cuello. Se inclinó hacia adelante y apretó sus rodillas
cuando Tiger se movió más rápido, ahora no era el momento de preocuparse
por eso.

¿Habría un más tarde? Gabrielle, honestamente, no lo sabía. Pero en su


corazón creía que, si estaba en su mano, Xena construiría un mañana para
ellas.

Quería vivir. Pensó que Xena quería vivir. Las cosas estaban cambiando muy
rápido y quería un tiempo para simplemente experimentar y explorar lo que
estaba sucediendo.
911
Explorar lo que había visto en los ojos de Xena, allí en medio del campo de
batalla.

Presionó su frente contra la espalda de Xena y envolvió su otro brazo alrededor


de ella, abrazándola fuertemente mientras sentía el viento azotar contra ella.
Los sonidos a su alrededor se hicieron más fuertes de repente, y escuchó que
los cuernos comenzaban a sonar.

Los hombres de la ciudad gritaron más alto. Xena gritó más alto.

Oyó un fuerte golpe e, incapaz de resistirse más, arqueó la espalda y se


enderezó para poder mirar por encima del hombro de Xena y ver qué estaba
pasando.

Era raro. Parpadeó un par de veces, viendo grupos de hombres que iban
aparentemente al azar en diferentes direcciones. Muchos de los hombres de
la ciudad se habían reunido cerca de Xena en sus caballos y parecía que
llevaban armas persas en sus manos.

¿Qué estaba pasando?


Xena cargaba arriba y abajo de la línea, aplastando el gran cuerpo de Tiger
contra caballos y hombres, usando su tamaño y sus propias habilidades, para
apalear a los persas. Contra todo pronóstico, su andrajoso grupo de
aspirantes, se había metido entre las defensas y ahora los hombres de Sholeh
estaban luchando de veras por detenerlos.

Toda la pelea los había cogido por sorpresa. Estaban terminando su descanso,
preparándose para marchar sobre la ciudad y esperaban poca o ninguna
resistencia. La lucha en el centro del ejército había atraído toda la atención
hacia el interior y cuando, por tonta casualidad, Lennat había sacado a las
tropas de la ciudad, no estaban preparados para ello.

Todavía no lo estaban. Xena envainó su espada y agarró una ballesta de las


manos de un soldado tambaleante, levantándola y apuntando entre las
orejas de Tiger. Liberó la flecha y vio a un jinete caer de su caballo con una
sensación de salvaje satisfacción. 912
—¡Matadlos! —tronó—. ¡Moveos! —Sus hombres avanzaban en una oleada,
inventando con entusiasmo donde carecían de habilidad. Los jinetes se
adelantaron aplastando a soldados de a pie, mientras los hombres que
estaban detrás, entraron corriendo con lanzas clavándoselas a cualquier cosa
que se movía, a veces peligrosamente cerca de las patas de Tiger. Xena miró
a su alrededor y vio el grupo de hombres rodeando a Sholeh. En ese momento,
dos de los hombres junto a ella miraron a Xena y, cuando vio sus ojos, una gran
sonrisa apareció en su rostro. Soltó un bramido y sacó su espada de nuevo
levantándola sobre su cabeza y señalando—. ¡¡¡¡¡¡Yahhhhh!!!!! —Los hombres
alrededor de Sholeh se movieron para cerrarse y, un momento después, uno
de ellos levantó un cuerno y lo hizo sonar—. ¡Avanzad! ¡Matadlos a todos! —
gritó Xena a sus hombres—. ¡Mátadlos! ¡Arrancadles la cabeza! ¡¡Arrancadles
sus otras cabezas!! —Alzó su cuerpo y luego golpeó con su espada la cabeza
de un hombre, abriéndosela y partiendo el yelmo que llevaba puesto—.
¡¡¡Vamos!!! —Sonó otro cuerno. Xena echó un vistazo a su alrededor, más allá
de los jinetes, para ver cómo las líneas traseras del ejército se alejaban,
algunas estaban tan lejos que tenían que haber comenzado a huir mucho
antes de que sonara la alarma—. ¡Yahhh! —Instó a sus hombres a seguir—.
¡Vamos, vamos!
Los persas delante de ella estaban vacilantes. Los jinetes tiraron de las bridas
de sus animales para que dieran la vuelta y comenzaron a abrirse paso a
través de la refriega hacia el grupo de Sholeh.

Heydar surgió de las filas alrededor de la princesa, y cabalgó hacia las líneas
delanteras.

—¡Detenedlos! ¡Detenedlos! ¡Recordad que sois persas! —gritó, corriendo con


su caballo arriba y abajo detrás de los lacayos—. ¡Luchad por su gloria!

—¡Luchad para que el resto de esos bastardos puedan escapar! —gritó Xena
en respuesta—. ¡Mirad! ¡Daos la vuelta y mirad estúpidas mulas! ¡Defiende la
posición y muere mientras ellos huyen!

Los persas más cercanos a ella dudaron.

—¡Tiene razón! —añadió Lennat con tono excitado—. ¡Mirad! —Él señaló hacia
atrás sobre sus cabezas—. ¿Veis? ¡Guauu! ¡Están huyendo! ¡Están huyendo de
verdad!

—Escuchadla. —Gabrielle añadió su propio medio dinar—. ¿Por qué luchar?


—Hizo contacto visual con uno de los hombres—. Mira a todos tus amigos a tu 913
alrededor. ¡No luches contra nosotros! ¡Ayúdanos! ¡No eres persa!

—¡Lucha! —Heydar cargó hacia adelante y golpeó con su espada la parte


posterior de la cabeza de un hombre que vacilaba—. ¡O los mataré yo mismo!
—Se volvió y atravesó a otro hombre, y luego fue tras un tercero.

Xena tiró de la cabeza de Tiger y lo espoleó con fuerza, enviándolo a las líneas
mientras los hombres se dispersaban y saltaban para apartarse de su camino.
Iba a galope tendido en unos pocos pasos y cuando Heydar levantó su
espada para golpear a uno de sus hombres, ella sacó su chakram y lo lanzó.

Cortó el aire y luego se abrió camino por encima de los nudillos de Heydar
mientras giraba golpeando la hoja y lanzándola dando vueltas fuera de sus
manos.

Él dio la vuelta a su caballo en un apretado círculo, los ojos del animal


enloquecidos de miedo mientras se alejaban de Tiger que se aproximaba, y
corrió hacia el contingente real ahora en apresurada retirada.

—¡Por ahora, Xena! —le gritó—. ¡Pero los dioses te verán aplastada antes de
que se ponga el próximo sol!

Xena tiró de Tiger y se dio cuenta de que estaba justo en el centro de una
multitud de soldados persas. Dejó caer la cabeza un poco hacia adelante y
lanzó una mirada asesina a su alrededor, finalmente se encontró con los ojos
del hombre al que acababa de salvar de la espada de Heydar.

Un reclutado. Tenía “pastor de tierras bajas” escrito en la frente. Ahora él se


limitó a devolverle la mirada y, después de una larga pausa, levantó la
empuñadura de su espada hasta su cabeza y la saludó.

Los hombres a su alrededor simplemente bajaron la guardia dejando sus


armas colgar a su lado.

Xena exhaló, mirando más allá de ellos para ver a los arqueros finalmente
formando alrededor del grueso del ejército en retirada para proteger sus
flancos.

Atrás quedaron las máquinas de asedio, una caída sobre un costado. Todavía
salía humo de los restos del carro. Brendan estaba guiando a sus hombres
hacia adelante a través de las ahora silenciosas tropas que quedaban.

Gabrielle suspiró y se desplomó contra su espalda de una manera cálida y


estúpidamente reconfortante.

—¿Hemos ganado? —preguntó con un murmullo bajo. 914


—Algo hemos hecho —respondió Xena.

—Impresionante.

Sí. Xena giró lentamente su montura para estudiar la carnicería que las
rodeaba. Impresionante.
Parte 27

Gabrielle estiró lentamente las piernas observando como sus tacones


arañaban ligeras líneas en la rica tierra, mientras su cuerpo se relajaba en una
roca calentada por el sol.

A su alrededor, el ejército de Xena pululaba por todas partes, la llanura ante


las murallas de la ciudad llena de hombres y caballos, y algún que otro
ciudadano curioso que deambulaba por la hierba para inspeccionar el
campo de batalla. Nadie parecía saber de verdad lo que estaba pasando,
pero los ánimos estaban altos y el clima era maravilloso.

Se sentía bien estar simplemente sentada. Dejó que las manos descansaran
sobre sus muslos, parpadeando un poco mientras la luz del sol se derramaba
sobre la piel de sus nudillos teñidos de rojo y marrón, y sobre la parte superior 915
de sus dedos índices en carne viva.

Xena no estaba lejos, hablando con un grupo de soldados. Gabrielle estaba


segura de que la reina se acercaría cuando acabara y se contentó con
esperar, dejando por fin que su mente divagara sobre todo lo que había
sucedido en las últimas horas.

Era duro pensar en todo eso. Recordaba fragmentos, los combates a su


alrededor, los gritos, el olor del cuero untado con veneno.

Recordaba haber mirado entre Brendan y Jens y haber visto a Xena caer.

Recordaba echar a correr.

Gabrielle se miró las manos, girándolas para ver las palmas. Recordó correr
hacia Xena, y estar tan enojada porque había visto a la reina dirigiéndoles con
tanto coraje y tanta valentía, y era horrible que esos malditos persas la
estuvieran atacando.

No era justo. Eran tantos, y ella solo era una.

Gabrielle curvó sus dedos ligeramente, sintiendo la rigidez en ellos.


Ella, en realidad, no había tenido la intención de... Su pulgar se movió,
frotando contra las yemas de sus dedos. Todo lo que había querido hacer era
liberar a Xena, sacar al soldado persa de encima, lejos de ella. Ni siquiera
había pensado en lo que iba a hacer cuando estuviera cerca.

¿Lo había hecho? ¿Había olvidado que tenía la punta afilada en el extremo
de su lanza cuando embistió al soldado?

Tal vez. Gabrielle suspiró, incapaz de recordar a ciencia cierta. Había sentido
alivio cuando el soldado se había ido, y vio que Xena se liberaba, y sabía que
estaban bien de nuevo, durante unos minutos.

Suspiró de nuevo, luego levantó la vista cuando sintió un movimiento y vio a


Xena dirigiéndose hacia ella, el caminar de la reina poderoso y seguro
mientras se acercaba.

—Hola.

Xena se sentó en la roca al lado de su amante y también extendió sus piernas,


su armadura estaba tan cubierta de suciedad y barro y tan mellada por la 916
batalla, que parecía más un carro de chatarra que una persona.

—Hola.

Gabrielle se lamió los labios.

—¿Estamos bien ahora?

La reina levantó un tobillo y lo colocó sobre su rodilla, cruzando las manos


sobre él.

—Bueno —exhaló—. Dada la alternativa, sí. Estamos bien —dijo—. Les hemos
vencido, Gabrielle.

—Sí —reconoció Gabrielle suavemente—. Eso ha sido un poco inesperado,


¿eh?

Xena se rio por lo bajo.

—Tan inesperado como fue para mí conocerte —admitió—. Y un resultado


casi tan agradable. —Estudió el suelo a su alrededor. A un lado, los restos de
las máquinas de asedio ardían en una pira, consumiendo los cuerpos que eran
arrastrados hacia ella. Al otro lado, la gente de la ciudad estaba peinando
los restos del ejército persa, reclamando cajas y tiendas que les habían sido
arrebatadas, y rebuscando por otras cosas que quedaban tiradas en la
hierba. Lennat y sus amigos correteaban por todas partes, felices como perros
con un ciervo muerto. Los hombres originales de Xena estaban exhaustos, pero
asombrosamente complacidos, sentados en un grupo no lejos de donde
estaba su reina, atendiendo las muchas y variadas heridas por la pelea. Sholeh
y su ejército se habían retirado por el camino, de regreso hacia el paso. No
era lo que Xena quería que sucediera, pero como acababa de expulsar a
una fuerza muy superior con una docena de hombres, una rata almizclera, y
un grupo de habitantes de la ciudad, no tenía motivos para quejarse. Además,
se volvió y miró el perfil de Gabrielle—. ¿Cómo te sientes?

Gabrielle le devolvió la mirada.

—No lo sé —respondió honestamente—. No sé cómo se supone que debo


sentirme —añadió—. Supongo que estoy cansada, hambrienta y algo
contenta de que se haya acabado por ahora.

Xena reflexionó sobre esto, luego asintió lentamente.


917

—Yo también. —Bajó la bota y apoyó los codos en las rodillas. Después de un
pequeño silencio, entrelazó los dedos y apoyó la barbilla sobre ellos—. Maldita
sea, estoy hecha polvo.

Acercándose un poco más, Gabrielle apoyó la cabeza en el hombro de Xena,


resistiéndose al impulso de simplemente cerrar los ojos y rendirse al
agotamiento.

—¿Qué vamos a hacer ahora? —preguntó en su lugar—. ¿Esperamos a que


vuelvan aquí?

—No. —Xena suspiró—. Tenemos que perseguirlos y matarlos a todos


desafortunadamente. Se fueron por el camino equivocado, estúpidos
bastardos. —Movió una mano y flexionó la otra, cubierta de cortes y
rasguños—. Ya sabes, casi echo de menos ese maldito castillo.

—Yo también —murmuró Gabrielle—. ¿Vamos a perseguirlos ahora?

Xena pensó en silencio por un momento.


—No —dijo—. No, ahora mismo no —añadió—. Por un lado, tengo que
convencer a estos imbéciles para que me sigan, y por otro, necesitamos
suministros.

—Ah.

La reina parpadeó lentamente.

—Y necesito dormir un poco —admitió en voz baja—. Ni siquiera puedo ver


bien.

Gabrielle levantó la cabeza y miró a su compañera.

—¿Podemos ir ahora? —Puso su mano sobre el hombro de Xena—. La verdad


es que no te ves muy bien.

—Sí. —Xena se puso de pie antes de que su cuerpo tuviera más ideas
divertidas y esperó a que Gabrielle se le uniera. Soltó un silbido corto y agudo
y esperó, mientras Tiger la oía, se separaba de la pequeña manada de
caballos que había salido de la ciudad, y se movía hacia ella—. Vamos a 918
lavarnos y a tomarnos un descanso. Creo que nos lo hemos ganado.

—Yo también lo creo. —Gabrielle extendió una mano cuando Tiger llegó a
donde estaban y le acarició la nariz mientras él resoplaba en sus dedos—.
¿Crees que les queda algo de cerveza? Podría tomarme una jarra grande.

Xena se subió al lomo de Tiger y le ofreció una mano a Gabrielle. Le tomó toda
su energía restante para levantar a su compañera a bordo, estaba contenta
de girar la cabeza de su semental hacia las puertas abiertas de la ciudad y
alejarse, más allá de los aún aturdidos ciudadanos.

—Xena. —Brendan se levantó cuando pasaba—. ¿Quieres una escolta?

La reina le lanzó una mirada.

—¿Crees que hay alguien en la ciudad más peligroso que el ejército al que
acabamos de vencer?

Brendan medio se encogió de hombros con una mirada avergonzada.

—Nah —dijo— Solo preguntaba, eso es todo. Nos encargaremos de las cosas
aquí fuera y nos prepararemos para lo que viene después.
Xena desvió a Tiger hacia él.

—No, no lo harás, viejo tonto. Toma a estos pobres desgraciados, entra allí, y
descansa un poco. No vamos a perseguir la cola a esa perra ahora.

—¿Eso significa que quieres una escolta? —preguntó su capitán


ingeniosamente.

La reina suspiró.

—Vamos. —Instó a Tiger para que avanzara y los soldados se amontonaron


detrás. Jugó ociosamente con la crin del caballo mientras sentía a Gabrielle
inclinarse contra ella, deslizando los brazos alrededor de su cintura y
abrazándola suavemente, proporcionándole un toque cálido y reconfortante.
Estratégicamente, perseguir a Sholeh mientras estaba desequilibrada y el
ejército estaba en marcha, era una idea mucho mejor. Xena lo sabía. Sin
embargo, también sabía que su fuerza real consistía en tal vez una veintena
de hombres más ella y Gabrielle, y que estaba a punto de caerse de su
caballo. Así que, estratégicamente, estaba desperdiciando una oportunidad
de oro a favor de vivir, y de mantener a sus hombres con vida, y de darle a su 919
rata almizclera un descanso que obviamente necesitaba tanto como Xena.
Una auténtica pena. Xena suspiró—. ¿Sabes algo, rata almizclera? Soy idiota.

—Yo no lo creo —murmuró Gabrielle—. Creo que eres increíble y brillante. —


Estaba contenta de volver su mente a este tema más agradable—. Sabías
exactamente qué hacer, y lo hiciste.

Xena resopló por lo bajo.

—Te tengo engañada —suspiró—. Por suerte para mí, también tengo a todos
los demás engañados. ¿Pero sabes qué? Debería haber llevado a ese maldito
ejército conmigo.

Gabrielle exhaló contra la piel que asomaba a través de la armadura de Xena.

—¿Qué ejército, los persas?

—No.

—Oh. Te refieres a nuestro ejército —murmuró la mujer rubia—. El que dejamos


al otro lado de las montañas.
—Mm.

Gabrielle se rascó la nariz.

—Serían bastante útiles en este momento, eso es cierto.

La reina se rio con ironía.

—Claro que sí —estuvo de acuerdo—. Si estuvieran aquí, los dividiría en dos


fuerzas, y dirigiría una directamente tras de esa perra loca y enviaría a la otra
contra su flanco en el otro lado. Ponerlos entre dos mordazas y aplastarlos. —
Levantó una mano y apretó los dedos en un puño.

—Oh.

—Tal vez pueda robarle el ejército a Sholeh —reflexionó Xena—. Creo que
conseguí que algunos dieran la vuelta ahí... ¿no? —Miró hacia atrás a su
pasajera—. ¿Allí al fondo? Algunos de ellos se han quedado.

Gabrielle pensó en el final de la pelea. 920


—Sí —dijo ella—. Algunos lo hicieron, y creo que, si hubieras estado en la parte
de atrás, muchos más se hubieran quedado. Creo que los de atrás, por donde
entramos, estaban huyendo más que nada.

—Um.

—Pensé que Heydar iba a ser menos gilipollas.

—Yo también. —Xena hizo una mueca—. Maldición. Debería haberlo matado
cuando tuve la oportunidad. ¿Qué Hades me pasa? —Sus hombros se
hundieron un poco, y negó con la cabeza—. No entiendo cómo sigo
cagándola tanto y aun así les hemos pateado el culo. No lo entiendo.

Gabrielle le dio una palmadita en el costado insegura de qué decir para


consolar a su amiga.

—Tal vez te sentirás mejor después de descansar un poco —sugirió—. Ha sido


una especie de largo día.

Xena reflexionó sobre eso.


—Me sentiré mejor una vez que me haya lavado y tengamos sexo —informó a
Gabrielle—. Y tal vez comer unos melocotones. ¿Crees que puedes
encontrarme alguno?

Gabrielle parpadeó un par de veces sorprendida por la extraña combinación


de reacciones que su cuerpo estaba produciendo.

—Oh, sí. Por supuesto.

Xena se rio suavemente, luego suspiró.

Se acercaron a las puertas y Xena pudo ver el interior, donde la mayor parte
de la ciudad parecía estar reunida. La plaza que había contenido su pequeña
fuerza, ahora estaba llena de gente y mesas improvisadas, donde los
mercaderes habían reunido todo lo que les quedaba y lo estaban ofreciendo
para la venta.

De repente, todos comenzaron a gritar. Tiger se asustó y Xena estuvo a punto


de ser tirada sobre su trasero mientras agarraba la crin del caballo,
escuchando a Gabrielle chillar detrás de ella. 921
—¿Qué Had...? —Miró rápidamente a su alrededor en busca de la amenaza,
entonces se dio cuenta de que el sonido no era tanto un grito como...

Vítores.

Vitoreaban su nombre.

—¡Xena! Xena! ¡Xena! —La multitud se acercó a ella, las sonrientes caras
levantadas y agitando las manos—. ¡Xena!

—Guau. —Gabrielle se enderezó y miró por encima del hombro de su


compañera, sintiendo una sonrisa aparecer en su rostro al ver el feliz saludo—
. Eso es muy bonito. Xena, mira, ¡mira a esos niños! Ni siquiera sabía que había
tantos niños aquí...

—Aja.

Los vítores volvieron a alzarse, junto con silbidos y el sonido de percusión en los
cajones de madera esparcidos por la plaza. La espalda de Xena se enderezó
y ladeó un poco a Tiger levantando una mano para reconocer los elogios.
Una enorme bandada de niños corría por la plaza, sus pequeños pies
traqueteaban suavemente sobre el suelo de piedra, mientras se dirigían hacia
los maltrechos soldados que se encontraban en medio de ellos. Cuando
llegaron donde estaba Xena, pequeños cuerpos se retorcían entre la multitud
solo para detenerse justo al lado de la forma alta de Tiger, para mirar a Xena
con absoluto asombro.

—¡Guau! —dijo el más cercano—. ¡Mamá! ¡Mira!

Una mujer se apresuró y le puso las manos sobre sus hombros manteniéndolo
en su sitio.

—Ya veo, Kiva. Cállate. —Ella miró tímidamente a la reina que los observaba—
. Su majestad, perdónelo.

—¿Por qué? —Xena parecía más desconcertada que otra cosa—. No me ha


llamado vieja fea y verrugosa así que, ¿cuál es el problema?

La multitud se echó a reír y Xena se rio por lo bajo con ellos, su estado de ánimo
mejoró enormemente. Se relajó sobre la espalda de Tiger y dejó que sus manos 922
descansaran sobre sus muslos, mientras varios de los ancianos de la ciudad se
agitaban entre la multitud para ponerse frente a ella.

—Su Majestad. —Uno se inclinó ante ella—. Perdónanos por no haberte dado
la bienvenida formal a nuestra ciudad antes.

Xena lo miró, miró el destrozo de la plaza, luego se volvió y miró hacia atrás, a
través de las puertas al caos controlado más allá. Se dio media vuelta.

—Nope. Que te corten la cabeza. —Desenvainó su espada—. ¡Siguiente!

—¡Xena! —Gabrielle la agarró del brazo mientras los ojos del hombre casi
salían de sus órbitas.

—Solo bromeaba. —La reina puso su espada de nuevo en su vaina—. Te


perdonaré si puedes encontrar una bañera lo suficientemente grande para
las dos y un barril de cerveza para lavar el sabor a gata persa de la boca, para
mí y mi rata almizclera. ¿Trato?

—Bh... —El hombre movió su boca como si buscara su lengua dentro de ella—
. Ah...
—Nosotros... seguramente podemos. —El hombre junto a él se hizo cargo
valientemente—. Por supuesto, por supuesto, por favor, venga con nosotros —
dijo—. ¡Todos, tres vítores para la Reina Xena!

La multitud estalló en un salvaje aplauso y gritos.

—Debería haberlo matado —dijo Xena en voz baja mientras sonreía y


saludaba con la mano—. Siempre ve con tus primeros instintos, Gabrielle. De
lo contrario, te patearan en... —Dejó de hablar mientras la empujaban
suavemente hacia atrás y se encontró que le mordisqueaban los labios—, el
culo. —Terminó cuando Gabrielle volvió a sentarse y la multitud seguía
vitoreando.

—Buen consejo —dijo Gabrielle—. ¿Podemos ir a bañarnos ahora?

—Por supuesto.

—Impresionante.

923

Para ser sincera, a Gabrielle le hubiera bastado con un cubo de agua y un


rincón en los establos, pero estaba contenta de estar sentada al borde de una
gran bañera de mármol, apoyada contra la pared mientras se frotaba el
cabello con una pieza de lino resistente y limpio.

Se frotó una oreja mientras escuchaba el suave crepitar del fuego en la


chimenea cercana, escuchando la voz baja y suave de Xena justo al lado. Se
sentía genial estar limpia y estar sentadas sin inminentes e inmediatas cosas
malas a punto de suceder.

Tenía la impresión que la ciudad esperaba que Xena se quedara por un


tiempo. Los ancianos de la ciudad los habían traído a una casa señorial de
dos pisos, en el otro extremo de la plaza, que tenía ricos tapices en las paredes,
gruesas alfombras y la bañera de mármol de la que acababa de salir.
No era el hogar del alcalde de la ciudad, como se había esperado, sino la
antigua casa de un mercader muy rico que había huido cuando llegaron los
persas, uniéndose al resto de los aristócratas.

Gabrielle se secó los brazos y las piernas, luego se levantó de mala gana y se
acercó a donde la estaba esperando una sencilla bata de seda, pasó las
puntas de sus dedos sobre la tela antes de dejar la toalla y ponerse la otra
prenda, los frescos pliegues rozaban su cuerpo mientras se la ataba.

Le dolía todo el cuerpo, desde la cabeza hasta los dedos de los pies. Se sentía
como si hubiera estado fuera en los campos recogiendo la cosecha durante
días, el recuerdo del ruido y el caos de la batalla mitigándose y mezclándose
en una pesadilla que se desvanecía.

Caminó hacia la estrecha ventana de piedra y miró hacia afuera, viendo que
el gran mercado improvisado se había extendido, y ahora también parecía
haber gente preparándose para una celebración. ¿La ciudad pensaba que
todo esto había terminado?

Gabrielle estaba sentada al lado de la ventana. ¿Se había acabado para 924
ellos? Tal vez. Trató de imaginárselo desde el punto de vista de los ciudadanos,
pensando en que habían estado bajo el control de los persas durante todo
ese tiempo y luego la llegada de Xena, que los había expulsado en cuestión
de días.

No importaba cuán cansada estaba, eso la hacía sonreír.

Entonces, si iban a continuar la lucha persiguiendo a Sholeh, esta sería más


cerca de su propia tierra y tal vez, se había acabado para esta ciudad
portuaria, que ahora tendría historias y relatos que contar al respecto durante
años y años por venir.

Se sentía tan extraño saber que sería parte de esas historias. Gabrielle giró su
mano a la luz del sol que entraba por la ventana, el calor aliviaba un poco la
rigidez de sus dedos. Lentamente, la cerró y recordó la sensación de la lanza
en ella, y la sacudida que casi la había parado en seco cuando la punta
golpeó la espalda del soldado.

Casi la detuvo. Recordaba haber hundido los pies en el suelo y avanzar, sin
miedo, sin angustia por lo que estaba haciendo, solo una sensación de
determinación feroz impulsándola junto con una sorprendente cantidad de...
¿Ira? Gabrielle frunció el ceño. Estaba alterada, quería desesperadamente
alejar a los soldados de su amante y protegerla para que no la hirieran,
aunque sabía muy bien que Xena no necesitaba protección. ¿Se había
enfadado?

Apoyó la cabeza contra la pared. Sí, lo había hecho. Enfadada con los persas,
y aún más enfadada con Sholeh, que la había agarrado como a un saco de
trigo y pensaba que podía hacer lo que quisiera con ella.

Reflexivamente Gabrielle se lamió los labios, con las mandíbulas todavía un


poco doloridas por el salvaje apretón al haber usado la más primitiva de las
armas contra la princesa persa. Ahora que, tenía que admitirlo, aunque solo
para sí misma, se había sentido bien.

—Oye.

Gabrielle volvió la cabeza y vio a Xena en la puerta, con el largo cuerpo de


la reina cubierto por una tela de seda. No era tan larga como la de Gabrielle,
y era un poco pequeña para ella, pero era bueno verla con otra cosa que no
fuera una armadura y en un lugar que no fuera un campo de batalla. 925

—Hola.

—¿Qué estás haciendo? —Xena dejó la entrada y se dirigió hacia donde


estaba sentada—. ¿Te gusta esta sala de baño tanto que quieres dormir aquí
o algo así? Entra en la habitación.

Gabrielle estaba casi demasiado cansada para levantarse. Pero hizo el


esfuerzo, poniéndose de pie y haciendo una mueca por el dolor en todo su
cuerpo mientras se enderezaba y se encontraba con Xena en el centro de la
habitación.

—Solo estaba mirando por la ventana —explicó—. ¿Has terminado con los
hombres?

—Terminé con los hombres desde hace unos veinte años, Gabrielle. —Xena
dio un paso y miró por la ventana—. Pero gracias por preguntar. ¿Qué Hades
están haciendo ahí afuera? ¿Montando un circo?

Gabrielle puso sus manos alrededor de la muñeca de Xena, frotando sus


pulgares contra la piel del interior. Podía ver tantos hematomas y arañazos por
todas partes de su cuerpo y la postura de los hombros de la reina indicaba lo
cansada que estaba.

—Una fiesta, creo. —Tiró suavemente—. ¿Quieres ir a acostarte?

Xena negó con la cabeza.

—Una fiesta. —Se volvió y se enfrentó a Gabrielle, mirándola—. Quiero tener


mi propia fiesta. ¿Quieres venir?

Gabrielle logró una media sonrisa.

—Sí, pero no creo que pueda permanecer despierta el tiempo suficiente —


admitió.

Xena puso una mano en el cuello de Gabrielle y lo rascó.

—Vamos. —Empujó a su acompañante a través de la puerta dentro del


dormitorio, donde una gran cama de aspecto confortable estaba esperando.
Fuera de la puerta había soldados protegiéndolas. Xena se había sentido 926
demasiado cansada para discutir sobre eso, y ahora que estaba limpia tenía
otro problema en mente—. Necesito que hagas algo por mí antes de que
ambas nos desplomemos.

—Lo que sea.

Xena se acercó a las alforjas polvorientas que le habían traído.

—Mi costado está sangrando. El vendaje no es suficiente, necesita puntos. —


Sacó su equipo de sanador y lo llevó de vuelta a la cama—. Duele como el
Hades.

Gabrielle tomó el botiquín y se arrodilló junto a la cama mientras Xena se


acostaba, levantando la vista cuando escuchó el débil sonido, casi un
gruñido, que provenía de la reina.

—¿Eso es lo único que no está bien?

Xena tenía los ojos cerrados, abrió uno y miró directamente a Gabrielle.
—Lo único que podría arruinar las sábanas. —Se desató la bata que tenía
puesta y la abrió, dejando al descubierto un vendaje ensangrentado justo
debajo de sus costillas.

—Oh. —Gabrielle tomó un trapo y fue a la palangana de agua, mojándolo y


volviendo para limpiar suavemente la piel—. Xena, esto es horrible.

—Se siente horrible. —La reina tenía los ojos cerrados de nuevo—. Pero, todo
lo demás también. —Aquí, lejos de los hombres, no tenía que fingir y mostrar
buena cara. Aquí con Gabrielle, podía sentirse cómo se sentía y decir cuánto
le dolía y sabía que no se la consideraría peor por eso.

—Está bien, voy a empezar.

Xena sintió el cambio cuando Gabrielle se inclinó hacia adelante y se acercó


para poner una mano sobre la espalda de su compañera mientras la aguja
pinchaba su costado.

—Supongo que tienen derecho a la fiesta, ¿eh? —preguntó para distraerlas a


las dos. 927
—Las cosas aquí han sido duras, sí. —Gabrielle se concentró en lo que estaba
haciendo, sus ojos cansados se nublaron un poco mientras trabajaba
laboriosamente en los puntos de sutura.

El corte estaba justo debajo de la caja torácica de Xena, y parecía como si la


punta de una espada se hubiera clavado en ella, dejando una profunda
herida del tamaño de la mano de Gabrielle, que palpitaba lentamente con
sangre roja y oscura. A su alrededor, la piel estaba oscura por los hematomas,
y pudo ver que la respiración de la reina era más superficial de lo que solía.

—Gracias por salvarme el culo.

Gabrielle dio otra puntada cuidadosamente.

—Me alegré de poder hacerlo —respondió después de un largo silencio.

—¿Lo hiciste? —preguntó Xena—. ¿Incluso si eso significa que mataste a ese
tipo?

El silencio volvió de nuevo por un tiempo.


—Sí —dijo finalmente Gabrielle—. Lo cierto es que no lo pensé. Solo quería
ayudarte.

—Mm. —Xena frotó la espalda de Gabrielle con dedos suaves—. Te dije que
eras una luchadora —dijo—. Recuerdo la noche en que llegaste al castillo,
estabas en el patio sacudiéndole la mugre a un poste y lo dije entonces, uh
oh. Ten cuidado con esa.

—¿Lo hiciste? —Gabrielle dio una última puntada, y limpió el corte con
cuidado, contenta de haber terminado—. Me resulta duro recordarlo. —Hizo
una pausa, y mordió el hilo que había estado usando en el costado de Xena,
luego apoyó las manos en la cama—. Recuerdo lo espantoso que me pareció
ver morir a la gente.

Xena observó su rostro, viendo la tristeza en sus líneas.

—Es espantoso —dijo—. Pero es parte de nuestras vidas, y no hay mucho que
puedas hacer al respecto, pequeña. —Se mantuvo inmutable mientras los
cansados ojos verdes se movían para encontrarse con los suyos—. ¿Sabes cuál
es la mayor diferencia entre tú y yo? —Gabrielle vaciló, luego negó con la 928
cabeza ligeramente—. Yo soy una asesina —le dijo la reina—. Tú no lo eres.

—Eso ya no es cierto —respondió la mujer rubia con voz ronca.

—Sí lo es. —Xena cambió su mano a la cara de Gabrielle—. Proteger a las


personas que amas y que están a punto de que les corten la cabeza no
cuenta. —Gabrielle permaneció pensativa en silencio—. Me amas, ¿verdad?
—Xena trazó el pómulo de su acompañante con el borde del pulgar—. No
quiero que te sientas mal por hacer lo que tu corazón te dijo que hicieras,
Gabrielle.

Tenía un sentido poco común. Gabrielle dejó el equipo a un lado y se inclinó


hacia delante, besando el costado de Xena justo debajo del corte ahora
cerrado.

—Dije que haría lo que fuera necesario, ¿no? —dijo—. Y lo hice.

—Lo hiciste. —Xena le sonrió con los ojos medio cerrados—. Apuesto a que no
te sientes mal en absoluto por haberle arrancado un trozo a Sholeh.

Gabrielle no pudo evitar sonreír, solo un poco.


—No lo hago.

—Asesina. —Xena se señaló a sí misma—. Luchadora. —Señaló a Gabrielle,


luego ahuecó su mejilla—. Compañeras.

—Compañeras. —Gabrielle se levantó y se metió en la cama junto a Xena—.


Evitamos que esos tipos hicieran daño a todos en la ciudad, ¿verdad?

—Lo hicimos.

—Y los echamos, ¿verdad?

—Sip.

—Así que supongo que ha sido un buen día de verdad. ¿No es así?

Xena rodeó a Gabrielle con un brazo y la acercó suavemente, acariciándole


el pelo con la nariz mientras sentía que su amante se relajaba y sus cuerpos se
apretaban uno contra el otro. No estaba segura de sí Gabrielle estaba
tratando de convencerse a sí misma, o solo hacer que Xena pensara que 929
estaba convencida, pero en ese momento estaba demasiado cansada
como para preocuparse por eso.

—Por supuesto que sí.

Una brisa fresca entraba por la ventana, trayendo el aroma de carne asada
y el sonido de la risa de los niños, y eso fue suficiente para llevarla a dormir
sabiendo que, de hecho, había sido un puñetero buen día, ya que ambas
estaban aquí para hablar sobre eso.

Xena podía haberse quedado felizmente durmiendo. Estaba oscuro, había


una brisa fresca que entraba por la ventana, se estaba cómoda en la cama,
y tenía a Gabrielle acurrucada junto a ella, manteniendo su costado calentito
y a gusto.
Sin embargo, el ruido del exterior la había sacado de un sueño, y ahora que
estaba despierta, el malestar de su cuerpo le impedía volver a dormirse,
combinado con el hecho de que estaba hambrienta y el olor a carne asada
la estaba volviendo loca.

Saber que no había nada que pudiera hacer al respecto la estaba volviendo
loca.

—Maldita sea. —Se movió un poco y casi se mordió el labio.

—Xena.

La reina frunció el ceño.

—¿Por qué estás despierta? —preguntó—. ¿Te dije que solo te echaras una
siesta o algo así?

Gabrielle se movió y medio rodó sobre su costado, estirando sus piernas con
un pequeño gruñido.
930
—Estabas hablando. Me has despertado —dijo—. Guau. ¿Cuánto tiempo
hemos estado durmiendo?

—No lo suficiente. —Xena se estiró con cautela y cruzó las manos sobre el
estómago. Definitivamente todavía estaba cansada, pero no tan
desesperadamente como lo había estado antes y, al menos, el fuerte dolor
de cabeza que había nublado su visión, había desaparecido.

No obstante, ahora tenía otro problema. Uno mucho más grave.

—Mm. —Gabrielle se incorporó, apoyada en una mano mientras miraba hacia


la ventana—. Lo que sea que estén cocinando fuera huele bien, ¿no?

—Aja.

—¿Quieres un poco?

—Aja.

Gabrielle retiró las mantas y salió de la cama, encontrando que su cuerpo


estaba menos dolorido de lo que esperaba, mientras caminaba por las
gruesas alfombras y se dirigía a la ventana para mirar hacia afuera.
—Oh. Guau.

—Usa esa inventiva tuya y sé más descriptiva —solicitó Xena—. ¿Qué está
pasando fuera? ¿Problemas? ¿Caos?

—Están teniendo una gran fiesta allá abajo —le informó su amante
obedientemente—. Tienen tres... no, cuatro fuegos funcionando y mesas
puestas. Hay mucha gente.

—Bonito.

—Veo barriles de cerveza.

—Incluso mejor. —Xena exhaló—. ¿Quieres ir y conseguirnos uno de todo?

—Por supuesto. —Gabrielle se giró y volvió a la cama, luego se detuvo, viendo


la cara de Xena a la tenue luz que entraba por la ventana—. ¿Estás bien? —
Extendió la mano para tocar el brazo de la reina—. Estás muy pálida.

—No, la verdad es que no. De hecho, estoy fatal —dijo la reina—. Parece que 931
me he hecho daño en la espalda. La verdad es que no puedo moverme. Lo
más probable es que no pueda salir de esta cama —informó a Gabrielle—. Así
que mientras estás con eso, tráeme mi equipo y una copa con agua para que
pueda respirar sin gritar.

—Oh, Guau. —Los ojos de Gabrielle se abrieron con alarma—. ¡Xena, eso es
horrible!

—Maldita sea, menos mal que no cabalgué anoche. —Xena se movió un


poco y cerró los ojos cuando una sacudida de dolor le subió por la espalda—
. Sabía que me había hecho algo el otro día. Supongo que al final me está
pasando factura. —Levantó el brazo y lo apoyó en su frente.

Gabrielle le acarició el hombro consolándola.

—Deja que vaya a por tus cosas. —Rodeó la cama y fue al aparador, cogió
una vela y se inclinó para encenderla en el fuego. La vela prendió y encendió
otras dos, bañando la habitación con luz dorada. Todos los pensamientos
sobre dormir habían desaparecido. Podía sentir la energía nerviosa llenándola,
y cuidadosamente colocó la última vela y sacó el surtido de hierbas de Xena
de su alforja—. ¿Prefieres mejor una copa de vino que de agua?
—Por supuesto. ¿Han dejado algo allí?

—Sí. —Gabrielle miró la jarra, oliéndola cautelosamente. Sorprendentemente


olía como el vino, se la llevó a los labios y bebió un trago, manteniéndose de
espaldas para que Xena no la viese hacerlo. Se pasó la lengua por los labios,
dejó la jarra y esperó algunos latidos, pero no parecía que iba a pasar nada
horrible, así que dejó escapar el aire y continuó con su trabajo.

—¿Qué estás haciendo?

—Solo estoy cogiendo tus cosas. —Gabrielle colocó el surtido en la pequeña


bandeja que contenía la jarra de vino y sus copas, y lo llevó todo a la cama.
Ahora que había más luz, podía ver la tensión en la cara de Xena y los surcos
en su frente—. Al menos tienes una cama, ¿eh? —Xena emitió un sonido que
no era del todo un gemido. Puso ambas manos en la superficie de la cama y
se incorporó con mucho cuidado hacia arriba y hacia atrás, quedando medio
reclinada sobre las almohadas en lugar de estar recostada sobre su espalda.
Contuvo el aliento, pero los músculos de su espalda baja no volvieron a
agarrotarse, así que se relajó y cogió la copa de vino tinto que Gabrielle
acababa de servirle, bebió un sorbo y luego se la acabó con una larga serie
932
de tragos. Estaba rico y con un toque afrutado, y en su estómago vacío la hizo
parpadear un poco. Gabrielle dejó el surtido sobre la cama y lo abrió,
arrodillándose junto a la cama—. ¿Cuál necesitas?

Xena se lamió los labios.

—Rata almizclera en polvo. ¿Hay?

—Xena. —Gabrielle levantó la vista por debajo de su desordenado flequillo y


logró sonreír.

—Lo siento. —La reina examinó el surtido—. Me imagino que al menos puedo
bromear y reírme porque no puedo moverme. Te dije que deberíamos haber
tenido sexo anoche. —Suspiró y seleccionó dos de los paquetes de hierbas
que se había tomado la molestia de empacar. Gabrielle se cubrió los ojos con
una mano y sus hombros se sacudieron—. Aquí. —Xena le entregó los
paquetes—. Pon eso en esta copa, ponle más vino y revuélvelo con tus dedos.

Gabrielle hizo lo que le pedían y le devolvió la copa, metiéndose el dedo en


la boca por curiosidad para probar los resultados.
—Oh. Qué asco. —Lo sacó de inmediato—. Xena, eso es horrible.

—Gracias. —Su amante agotó la copa con firmeza. El sabor era horrible, pero
sabía que las hierbas funcionarían rápido y esta clase de dolor, no era algo
que pudiera evitar—. Maldición, es un pésimo momento. —Dejó la taza y se
recostó—. La última vez que me pasó, estuve en la cama durante tres malditos
días.

—Hm. —Gabrielle hizo un sonido reflexivo—. Está bien, bueno, déjame ir a


buscarte algo para comer... Yo también tengo mucha hambre. —Se levantó
y volvió al aparador, sacando su túnica de librea y un par de polainas. Se la
puso y se ató el cinturón, luego miró a su alrededor—. Oh, jolín.

—¿Qué?

—Se han llevado nuestras botas. —Gabrielle suspiró—. Bueno, solía pastorear
a las ovejas descalza. —Se dirigió hacia la puerta, pasándose los dedos por el
cabello para ordenarlo un poco—. Vuelvo enseguida.

Xena la vio irse, luego cruzó las manos sobre el estómago, esperando que las 933
hierbas funcionaran. La extraña tensión en su espalda antes de caer rendida
debería haberle advertido, pero pensó que el descanso resolvería el problema
en vez de empeorarlo.

Estaba equivocada.

Podía viajar con muchas cosas. Brazo roto. Pierna rota. Costillas rotas. Su tripa
abierta. Su cabeza abierta. Esta herida en particular, lo sabía muy bien, le
impediría incluso caminar o montar, sin importar cuán acostumbrada estuviera
al dolor o cuán grande fuera su ego.

Tenía mucha suerte. Xena estudió el techo. Había huesos en su espina dorsal
que se salían de su lugar cerca de la parte inferior y hacían que todo se
agarrotara. Su única y verdadera debilidad física, que ahora conocían un
total de tres seres humanos vivos.

Era la verdadera razón por la que se había retirado, suponiendo que solo
saldría cuando pudiera, en un lugar decente que no implicaba estar en
campaña, en medio de la naturaleza arriesgándose a que esto mismo le
sucediera en el peor momento.
—Divertido. —Se dirigió al techo—. Uno pensaría que debería haberme
acordado de ese estúpido detalle antes de comenzar esta locura. —Si eso
hubiera ocurrido mientras peleaba, la habría puesto en el suelo y a merced
de quien fuera con quien se estuviera enfrentando, y el hecho de haber
superado lo de ayer de una sola pieza era un regalo de los dioses. No había
duda. Había estado esperando esto desde que se quedó atrapada bajo ese
maldito caballo, pero había aguantado tanto como ella, bueno...—. Pensaba
que había tenido suerte —murmuró—. Eh. Quizás la tuve. O tal vez la ha tenido
esa perra persa. Difícil de decir. —Esto arrojaba sus planes al estercolero.
Sholeh tendría tiempo para reagruparse y volver a por ella, o peor aún,
atravesar el paso e ir por el otro lado, a través del corazón de su reino sin nada
que lo defendiera aparte de un ejército sin líderes y las puertas de su fortaleza.
Maldición. Xena extendió lentamente su brazo, mordiéndose el labio cuando
un espasmo la golpeó, su otra mano se aferró a las sábanas mientras el dolor
crecía y aumentaba antes que comenzara a disminuir—. Ay —murmuró una
vez que se pasó—. La próxima vez le diré que deje que me corten la cabeza.

Con cuidado, se sirvió otra copa de vino y se la llevó a los labios, las dos copas
anteriores y las hierbas, todavía no habían hecho demasiado efecto. ¿Tres 934
días? Tres días si era realmente afortunada, y si se quedaba quieta y no
intentaba forzar las cosas como lo había hecho la última vez.

Eso había terminado con la pérdida de sensibilidad en sus piernas durante una
semana, aterrorizada de que nunca más volvería a caminar.

Muy malo. Sencillamente, muy malo. Xena se bebió el vino, sintiendo el


comienzo de una leve disociación cuando las hierbas empezaron a actuar.

Pensó en Gabrielle y, brevemente, se preguntó cuan inteligente había sido


enviarla al caos para conseguir comida para ellas, y tan brevemente descartó
la idea asumiendo que, si Gabrielle podía arrancar con los dientes un pedazo
del líder de un ejército enemigo, probablemente podía manejar el conseguir
un par de brochetas de cordero y un poco de queso de sus anfitriones.

Al menos, esperaba que pudiera.


Gabrielle se detuvo fuera de la puerta de la casa mirando a su alrededor para
elegir el mejor camino. Dio un pequeño asentimiento a los soldados de
guardia que la saludaron, uno se acercó un poco más mientras ella vacilaba.

—¿Mi lady?

—¿Sí?

—¿Hay algo que desees? ¿Algo que su majestad necesite? —preguntó el


hombre con voz suave—. ¿Podemos servirle?

Definitivamente algo era diferente. Gabrielle podía oír una nota en su voz
dirigida hacia ella que no había estado presente antes. Se giró para mirarlo,
su sobrevesta manchada por la batalla llevaba la misma cabeza de halcón
que la propia, y al verlo, se dio cuenta que ella también sentía algo diferente
por los hombres.

—Me gustaría llevarle a la reina algo para cenar —dijo en voz baja—. ¿Crees 935
que podrías ayudarme con eso?

—Por supuesto. —El hombre hizo una señal a su compañero—. Mi lady, ¿Quiere
decirme qué es lo que le apetece? Puedo ir a buscarlo.

—Vamos a buscarlo juntos —dijo Gabrielle—. No sé lo que tienen, por lo que


es difícil de decir, pero sé lo que a ella le gusta.

—Después de usted, su Gracia. —El hombre se inclinó ante ella—. Me


complacería enormemente poder servirle.

Servirle. Gabrielle se enderezó.

—De acuerdo, vamos. —Comenzó a descender por la pendiente hacia la


plaza escoltada por su soldado, parte de su mente ya estaba de regreso en
la casa con su convaleciente amiga, mientras que elegía su camino con la
otra parte. ¿Qué haría Xena ahora? ¿De verdad significaba que tenía que
quedarse quieta durante tres días? Gabrielle apenas podía imaginarse a su
amante quedarse quieta por tres marcas de vela. Pero sabía que la reina
había estado sufriendo cada vez más en los últimos días, y tal vez, esta era la
manera en que los dioses forzaban el tema. Tres días. Podían pasar tantas
cosas, tantas habían sucedido en un lapso de tiempo como ese. Sin embargo,
Gabrielle pensó que eso le daría a Xena un poco de tiempo para recuperarse
de lo que habían pasado, no se le escapó el maltrecho estado de solo piel y
huesos que había visto la noche anterior mientras cosía a su amiga. Tal vez la
guerra podría esperar unos días. Gabrielle se deslizó entre dos filas de personas
hacia donde estaban las mesas con montones de fuentes de comida y
bebida—. Disculpe, lo siento —se disculpó cuando fue empujada entre dos
borrachos.

El que estaba más cerca se volvió atraído por su voz.

—Por qué, muchachi... ¡por los dioses! —Retrocedió rápidamente—. ¡Su


Majestad!

Eso hizo que Gabrielle se detuviera y parpadeara.

La multitud lo escuchó, se volvieron y la vieron, y un camino se formó como


por arte de magia mientras un zumbido de excitación se elevaba.

Como no tenía mucho más que hacer, Gabrielle se abrió paso a través del
espacio abierto, sonrojada, consciente de sus pies descalzos y evitando 936
esconderse detrás de su escolta.

—Hola —Le dio un pequeño saludo a la multitud—. Parece una gran fiesta,
¿eh?

Uno de los ancianos se adelantó apresuradamente.

—¡Mi lady! —Se inclinó—. ¡Nos honra con su presencia! No queríamos perturbar
el descanso de la reina. ¿Se unirá a nosotros en nuestra celebración?

Gabrielle llegó al espacio abierto en medio de la plaza mientras el anciano se


acercaba.

—Oh. Ah, gracias. —Miró a su alrededor, dándose cuenta que se estaba


convirtiendo en el centro de atención—. En realidad, Xena me ha pedido que
le lleve algo para cenar —dijo—. Hemos tenido un día bastante duro.

—¡Oh! Por supuesto. —El anciano levantó sus manos—. ¡Por supuesto! Nos
ofrecimos hacer eso antes, pero los hombres dijeron... ah... dijeron... ah...

—Dijeron que la reina estaba ocupada. —El escolta de Gabrielle proporcionó


amigablemente—. Y su majestad lo estaba.
El anciano se volvió para mirar a Gabrielle.

—¿Cuáles son los deseos de su majestad?

Gabrielle tuvo que parpadear varias veces antes de darse cuenta de que se
refería a la comida.

—Ah. —Miró a su alrededor—. Bueno, si tienes un poco de carne, y pan y


queso... ella no es quisquillosa con la comida, la verdad.

El anciano la agarró por el codo y la condujo hasta la mesa, otro hombre se


apresuró a coger una bandeja.

—Por supuesto. Veamos, queda algo aquí, sí. —Indicó tres asados a los que les
faltaba aproximadamente la mitad—. Resar, consigue un poco de pan y
queso, si me haces el favor, y una jarra de vino para nuestras invitadas de
honor.

—Blanco y dulce si tienes —sugirió Gabrielle educadamente—. Eso sería


genial. 937
Su soldado cogió la bandeja del hombre y se quedó quieto mientras este la
llenaba de lonchas de carne asada. Miró a Gabrielle mientras caminaba junto
a él.

—¿Algo de salsa para su maj?

Gabrielle volvió a parpadear unas cuantas veces, pero luego fue hacia donde
estaban los cuencos de salsa y sumergió su dedo meñique en uno,
probándolo.

—No. —A ella le gustaba el sabor del vinagre, pero sabía que a la reina no—.
Veamos de qué es esta. —Pasó a la siguiente.

—Gabrielle.

Ugh. Gabrielle dejó de probar y se dio la vuelta para encontrar a Perdicus allí,
con el rostro demacrado y vendajes a lo largo de su cuerpo.

—Hola —dijo.

—Tenemos que hablar —dijo Perdicus sin preámbulos.


—Bien. —Gabrielle añadió el siguiente plato de salsa, un dulce de ciruela, a la
bandeja—. Podemos, más tarde. Estoy ocupada en este momento.

—¿Con qué?

Gabrielle pilló a su soldado lanzándole a Perdicus una arisca mirada.

—Estoy preparando algo de cenar para Xena. Disculpa. —Pasó junto a él y


cogió algunas manzanas que quedaban en una fuente, colocándolas junto a
la carne.

—Eres su esclava. —El desprecio en la voz de Perdicus era inconfundible.

—No, no lo soy —respondió Gabrielle. Sonrió y tomó una barra de pan que le
ofrecía uno de los hombres de la ciudad y la añadió, luego agarró la jarra de
vino que el hombre también le tendía—. Gracias.

—¿Estamos listos entonces, su gracia? —dijo el soldado escolta con voz un


poco más alta de lo necesario.
938
—¿Su qué? —Pérdicus se interpuso en su camino para irse—. ¿Cómo la has
llamado?

El soldado lo fulminó con la mirada.

—Ella es la consorte de la Reina. Quita del medio, patética excusa de hombre.


¿Dónde estabas cuando salimos a luchar? Te vi huir de las puertas antes de
que saliésemos.

Perdicus lo miró fijamente, luego a Gabrielle.

—Consorte. ¿Es así como te llaman?

—No —dijo la mujer rubia—. Gabrielle es como ellos me llaman. —Acunó el


vino y dio un paso rodeándolo, mientras su escolta se colocaba entre ella y
Perdicus—. Discúlpanos.

—Espera. —Perdicus le puso una mano sobre su brazo—. Solo habla conmigo
un momento, Gabrielle. ¿Es demasiado pedir? —Miró al soldado y luego a
ella—. ¿Solo un minuto?

Gabrielle vaciló, luego miró a su escolta.


—Vuelvo enseguida. —Dio unos pasos hacia el centro de la plaza, más cerca
de las fogatas, para darles un poco de privacidad—. ¿Sí? —Lo miró con recelo,
sintiendo un impaciente tirón en su conciencia por regresar con su sufriente
amiga—. Tengo que irme.

—¿A dónde? —preguntó—. ¿A volver con esa mujer demente?

—Ella no es una demente.

—Escucha, Gabrielle. —Perdicus la agarró firmemente del brazo—. Ahora que


el ejército se ha ido, tienes que venir conmigo.

—No, no tengo porque —dijo frunciendo el ceño—. Suéltame.

—Tú te vienes. —Se acercó—. Hay mucha locura y palabrería por aquí, es
mejor que nos vayamos y volvamos a casa. Ahora.

—¿Qué locura? —preguntó—. Tenemos al otro ejército fuera de la ciudad, eso


no es una locura. ¡Eso es maravilloso! —Su voz se agudizó—. ¡Xena estuvo
increíble! 939
—¡Está loca! —siseó Perdicus—. ¡No tienes ni idea, Gabrielle! ¡Estaba con ella
en el muelle cuando iba a huir!

—Pero no huyó.

—Sí, bueno, aún está loca —dijo—. Así que no me arriesgo a quedarme aquí y
tú tampoco. Vamos. Tenemos la oportunidad de salir mientras está dentro.

Gabrielle dio un paso atrás.

—Perdicus, deja de hablar así. No voy a ninguna parte. Tú no eres mi dueño.

—Sí, lo soy —dijo en voz baja—. Pagué tu precio, y tendré lo que pagué. —Él
la agarró del brazo con más fuerza—. No sé lo que piensas que estás haciendo
en todo esto, pero...

—¿Su gracia? —El soldado le entregó la bandeja a uno de los ciudadanos y


desenvainó su espada, dirigiéndose en su dirección—. ¿Necesita una mano
allí?
—Perdicus, suéltame —dijo Gabrielle en tono bajo y urgente—. No te
pertenezco. Yo pertenezco a Xena.

Él la miró.

—Pensaba que habías dicho que no eras una esclava.

—No lo soy —dijo ella—. Lo era, pero me liberó.

—Está bien, entonces está arreglado. —Él comenzó a arrastrarla.

Gabrielle clavó los talones y los detuvo a ambos, justo cuando el soldado la
alcanzó y puso la punta de su espada en la cara de Perdicus. Ella tiró de su
brazo libre y retrocedió.

—Si gracias. Creo que podría necesitar una mano. —Estaba contenta de
retirarse detrás del hombre—. Creo que hemos tenido un reclamo.

Perdicus retrocedió lejos de la espada.


940
—Entiendo que quieres timarme —dijo—. No voy a tolerarlo, Gabrielle. Tengo
un derecho. —Él miró al soldado—. Aléjate de mí.

—Aléjate tú —dijo el soldado—. Esta es la elegida de nuestra reina. No tiene


nada que ver con gente como tú. —Movió la espada hacia adelante—. Ten
cuidado que no te trate como a esa perra persa, ¿eh? Dudo que supieras
mejor.

—¿Qué? —Perdicus se alejó de la punta nuevamente—. Mantente fuera de


esto. Está comprometida conmigo, ¡y tengo derecho!

—No, no lo tienes. —El soldado se rio—. Ella está unida a la reina, tonto del
culo.

—Lo que pasó en Potedeia ya no significa nada para mí —dijo Gabrielle—. No


soy esa persona, y ahora tengo una vida diferente.

—¿Con gente como ELLA? —Su voz adquirió un tono de asco.

—Bueno, seguro que no estabas preocupado por tu reclamo cuando nos


llevaron, ¿verdad? —respondió bruscamente Gabrielle—. No vi ninguna señal
de que nos siguieras esas semanas que estuvimos viajando.
Sus ojos se estrecharon.

—Yo estaba… Tenía que ir a un sitio —dijo.

Gabrielle dio otro paso hacia atrás.

—Bueno, yo también —dijo—. Así que olvídate de eso. Soy la consorte de la


reina, y si sabes lo que es bueno para ti, me dejarás en paz.

—Y eso es un hecho. —Su acompañante envainó su espada y cruzó sus


brazos—. ¿Mi lady? ¿Deberíamos llevarte de vuelta a donde perteneces
ahora? La carne se está enfriando.

—Sí, gracias. —Gabrielle estaba contenta de ver a tres de los hombres de la


ciudad acercándose, uno cargando su bandeja, los otros dos con aspecto de
guardias de la ciudad, incluso algunos de los hombres que habían salido
cabalgando para unirse a la batalla.

—Mi lady, ¿hay algún problema? —preguntó el guardia de la ciudad más


cercano a ella—. ¿Cómo podemos ayudarla? 941
De repente, Gabrielle se dio cuenta que si quería que se llevaran a Perdicus y
lo encerraran en algún lugar, todo lo que tenía que hacer era pedirlo y estos
hombres lo harían. Fue una sacudida inesperada en su conciencia, y dudó el
tiempo suficiente para hacer que él se preguntara qué iba a hacer.

—No —dijo finalmente—. Ha sido solo un malentendido, gracias. —Sonrió a la


bandeja en la que parecía haber brotado la comida de varias personas más,
incluyendo un buen montón de uvas—. Eso se ve genial. Sé que Xena lo va a
apreciar.

Todos los hombres sonrieron, excepto Perdicus. Se giraron y, cuando comenzó


a caminar de regreso entre la multitud, formaron un círculo irregular a su
alrededor, dejando atrás a su antiguo novio de pie allí solo.

—Hemos puesto algunos dulces a un lado, su gracia. —El anciano caminaba


junto a ella—. ¿Tal vez la reina estaría complacida?

—Creo que lo estaría. —Gabrielle se concentró en el camino que tenía


delante, dejando a un lado el que estaba detrás—. ¿Tienes más de esos?

—Estoy seguro que podemos encontrar algunos.


Gabrielle les hizo dejar las bandejas en la cámara exterior, con una oreja
alerta, pero sin oír ningún sonido del interior.

—Eso esta genial. Gracias —mantuvo su voz baja y se llevó un dedo a los
labios—. Creo que su Majestad todavía está descansando.

—¿Descansando? —murmuró el anciano.

—Sí. —Gabrielle cruzó sus manos juntas—. Pelear es un trabajo realmente duro,
y...

—¡Luchó magníficamente! —dijo uno de los otros hombres—. La vi. ¡Eso fue
increíble! Por supuesto, querría descansar un poco después de eso. 942
—Correcto. —La mujer rubia lo miró agradecida—. Estuvo increíble.

—Por supuesto —dijo el anciano—. ¿Quizás mañana nos haga el gran honor
de permitirnos agradecérselo adecuadamente? —preguntó—. Nos gustaría
hablar con ella.

¿Qué responder a eso? Gabrielle reflexionó un momento.

—Estoy segura que estará más que contenta de recibirte... eh... después de
que termine su... eh... planificación. Para la siguiente fase de la guerra —
explicó—. Sé que ya está bien para vosotros, pero aún tenemos mucho trabajo
por hacer.

Los hombres se miraron un poco sorprendidos.

—Oh —dijo el anciano—. Oh, por supuesto. —Se golpeó la cabeza con las
yemas de sus dedos—. Tonto de mí, de verdad. Los bárbaros se dirigieron a sus
tierras, por supuesto Xena tendrá que lidiar con ellos. Qué cortos de miras
somos. Mis más sinceras disculpas, mi lady.
—Está bien —murmuró Gabrielle—. Así que supongo que hablaremos más
tarde. —Echó un vistazo a la puerta interior—. ¿Correcto? —Los hombres le
sonrieron y se retiraron con penoso silencio, cerrando la puerta con un
pequeño chasquido. Gabrielle estudió la bandeja, recordando los días en que
se había ocupado de Xena durante sus primeros encuentros. Agarró una copa
y la jarra de vino e hizo malabares, mientras cogía uno de los pasteles dulces
antes de volverse y dirigirse a la puerta interior. Golpeó la copa contra la
puerta antes de accionar el pestillo y abrirla, mirando por el borde mientras
entraba y la cerró. Las velas se habían quemado un poco, pero la habitación
todavía estaba llena de luz dorada, y cuando sus ojos se volvieron hacia la
cama, esa luz bañó en oro a su ocupante. Xena tenía los ojos cerrados, su
rostro anguloso perfilado por las sombras mientras yacía en silencio, con las
manos a los lados. Por un momento, estaba tan quieta, que el corazón de
Gabrielle casi se le salió por la garganta y corrió por la habitación hacia ella,
pero luego la cabeza de la reina se volvió, y abrió los ojos, y una de esas
oscuras cejas se alzó—. Hola.

—Hola. —Xena le devolvió el saludo—. Eres un deleite para ojos doloridos.


943
Gabrielle dejó su carga sobre la mesita de noche.

—¿Lo soy?

—Lo eres —confirmó la reina—. Dolor de ojos, dolor de culo, sencillamente


haces que todo se sienta mejor.

Gabrielle se arrodilló junto a la cama, notando un cansancio silencioso en la


voz de su amiga a través de todas esas bromas. Enredó sus dedos alrededor
de la parte inferior del brazo de Xena, frotando su pulgar contra la suave piel
de su interior.

—¿Cómo te sientes?

—Como una mierda.

—Tengo un poco de vino y algunos pasteles de miel —le dijo a la reina—. Y un


montón de otras cosas por ahí, pero pensé que tal vez querrías empezar con
eso.

—Buena idea. —Xena se recompuso y muy lentamente se acomodó hacia la


cabecera, por lo que estaba medio reclinada. Después de un momento de
pausa, se relajó de nuevo—. Está bien, rata almizclera. Tráelo. —Aceptó la jarra
que Gabrielle le tendía y observó que estaba llena de un rico y pálido líquido
frutal—. ¿Qué está pasando ahí fuera?

Gabrielle se sentó en el borde de la cama y rompió una esquina de uno de los


pasteles, esperando a que Xena tomara un sorbo de vino antes de ofrecerle
el pastel.

—Todos están de celebración —dijo, mientras la reina lamía delicadamente


las migas de sus dedos—. Creo que piensan que todo ha terminado.

—Oí lo que les dijiste a los peces gordos ahí fuera. —Xena masticó el pastel y
lo tragó con otro sorbo de vino—. Idiotas. —Miró fijamente el pastel, y le ofreció
otro pedazo—. Buena idea, sin embargo. Tal vez pueda convencerlos que mi
acción habitual después de la batalla es llevarme a mi pareja a la cama
durante tres días. ¿No crees?

Gabrielle partió otro pedazo de pastel.

—Um. 944
—Oye, vale la pena intentarlo —dijo la reina—. Trae el resto de lo que sea que
tengas y empieza a comer antes que se te salgan las tripas por las orejas.
Puedo oírlas quejándose.

Gabrielle le dio el resto del pastel y se levantó, yendo a la sala exterior y


recuperando la gran bandeja. El olor a carne asada le estaba haciendo la
boca agua y estaba contenta de llevarlo a donde descansaba Xena.

—¿Eso son uvas?

Se las ofreció a Xena vacilante.

—¿Quieres sostener esto? Podría seguir dándote cosas.

—No. —Xena tomó cuidadosamente el plato y lo dejó descansar sobre su


estómago. Cogió un trozo de carne y lo mordió, el sabor dulce y un poco
picante. Algo así como Gabrielle—. Mm. —La reina tragó—. Y bien, ¿Los oíste
hablar de mí ahí fuera?

Pillada con la boca llena, Gabrielle simplemente asintió hasta que pudo
aclarar su boca.
—Sí. Todos estaban diciendo que desearían haber sido capaces de oír lo que
estaba pasando antes de que los guardias de la ciudad salieran a ayudarnos.
Podían ver que algo estaba pasando y todo eso, con el fuego.

Xena se puso una uva en la boca y la mordió.

—Tienes que contarles lo que pasó —sugirió—. Hazlo bien. Ponme tres cabezas
y seis manos. —Levantó la vista después de un largo momento de silencio para
encontrar a su amante mirándola intensamente—. ¿Qué?

—Nada. —Gabrielle volvió a su trozo de queso—. Solo estaba imaginándote


con todos esos dedos y labios.

La reina estalló en carcajadas, arrepintiéndose un momento después cuando


su espalda se agarrotó y estuvo a punto de tirarle el plato que reposaba sobre
su estómago a su compañera.

—Ay. ¡Hijo de bacante!

Gabrielle abandonó rápidamente su propio plato y agarró el de Xena, 945


sentándose en la mesita de noche antes de estirarse hacia la reina y poner su
brazo alrededor de los hombros de la mujer.

—Xena... ¿estás bien?

Xena apretó su mandíbula con fuerza y presionó su frente contra el hombro


de Gabrielle mientras el dolor crecía y se expandía antes de que finalmente
se calmó.

—Dioses.

Gabrielle la mantuvo quieta, ahuecando su mano contra el lado de la cabeza


de la reina, hasta que escuchó la rápida y aguda respiración y sintió que Xena
se relajaba un poco.

—Guau.

—Ugh. —Xena parpadeó, sintiendo las lágrimas mojar sus pestañas mientras
era capaz de tomar respiraciones más profundas y los espasmos se calmaban
lentamente—. Bueno, eso ha sido tan divertido como debe ser cagar brasas.

Gabrielle hizo una mueca de dolor.


—Dices las cosas más sorprendentes —informó a su amante—. ¿Ya estás bien?
—Sintió que Xena se movía y con cautela la ayudó a acomodarse
nuevamente sobre las almohadas. Dejó que su mano descansara sobre el
hombro de la reina—. ¿Puedo hacer algo para ayudar?

Xena se movió muy lentamente hacia una posición más cómoda,


extendiendo sus piernas y recostándose. La verdad es que no quería repetir la
experiencia, así que volvió a poner las manos cruzadas sobre el estómago y
miró de reojo a su preocupada rata almizclera.

—¿Me haces esa oferta de nuevo?

—¿Cuál? —preguntó la mujer rubia suavemente.

—¿Darme la comida?

Gabrielle cogió un trozo de carne asada y lo sumergió en la salsa, luego se lo


ofreció a su reina, absorbiendo la mirada de silenciosa gratitud en sus ojos.

—Por supuesto —murmuró—. Haría cualquier cosa por ti. —Xena masticó y 946
tragó. El espasmo había sido un aleccionador recordatorio de que ahora tenía
que elaborar alguna verdadera razón para poner todo, la guerra, la ciudad,
su futuro, en espera por unos días hasta que su espalda sanara. Decirles a
todos que quería quedarse en la cama con Gabrielle durante tanto tiempo,
mientras se recuperaba, no haría nada para estabilizar su posición con los
soldados, y mucho menos por animar a los hombres de la ciudad a seguirla en
la campaña. El momento lo era todo. Perder tres días, asumiendo por supuesto
que ese era el tiempo que le llevaría curarse esta vez, detendría ese ímpetu
en seco, y lo revertiría. Era más fácil para los hombres quedarse aquí en la
ciudad y seguir con sus vidas, que arriesgarlo todo solo por la gloria de la
guerra. Y, sin embargo, no había forma de que ignorara esta lesión, ni de
apañárselas para engañar a todos como lo había hecho con su herida de
flecha y Bregos. Con algo de ayuda, tal vez, podría cruzar la habitación.
Pelear, descartado. Montar a caballo, completamente descartado.
Maldición, maldición, maldición—. ¿Xena? —Gabrielle le ofreció otro
bocado—. ¿Qué vamos a hacer?

—No lo sé —respondió la reina en voz baja—. ¿Qué vamos a hacer? —Giró su


cabeza cuidadosamente y miró a su amante—. Si esperamos a que esto deje
de darme el coñazo, será demasiado tarde.
Gabrielle parpadeó hacia ella.

—¿Me estás preguntando? —Ella titubeante señaló su propio pecho.

Xena asintió.

—Necesitamos condenadamente una gran imaginación, y ambas sabemos


quién tiene la mejor en esta habitación, tú, pequeña y linda bardo. —Atónita,
la mujer rubia se quedó allí sentada en silencio, sus ojos como platos—. Vamos,
rata almizclera. —Xena le dio un empujoncito con una mano—. Elabora una
historia. Sé que puedes hacerlo. Imagina la forma más alocada y
sorprendente para salvar nuestro culo de esta, y dime cuál es. Seguiremos
desde allí.

Gabrielle parpadeó de nuevo.

—Xena, no es así como se supone que funcionan las cosas —tartamudeó—.


Se supone que tú debes hacer cosas y que yo debo contarle a la gente esas
cosas. ¡Se supone que no soy yo quien debo decirte qué hacer!
947
La reina se encogió de hombros, con cautela.

—La vida es corta —dijo—. Tengo que probar cosas nuevas. —Volvió a
empujar a Gabrielle—. Empieza a pensar.

—Pero…

—Estoy esperando.

—¡Xena!

—Sigo esperando.
Gabrielle estaba sentada en silencio en la cama junto a Xena, con las piernas
cruzadas, los codos apoyados en las rodillas y la barbilla apoyada en las
manos.

La reina tenía los ojos cerrados y su respiración era lenta y profunda. Los ruidos
finalmente habían desaparecido, y estaba casi tan silencioso fuera de la
ventana como dentro de sus habitaciones.

Las velas todavía ondeaban débilmente con la brisa.

Lentamente, Gabrielle se enderezó, suspirando y extendiendo la mano hacia


la mesa en su lado de la cama para recoger su copa y tomar un sorbo. El vino,
ahora a temperatura ambiente, se deslizó por su garganta para quemar
ligeramente en su estómago, mientras trataba de enfocar sus pensamientos
en elaborar un plan.

Loco. Completamente loco. Se rascó un lado de la nariz, sacudiendo la


cabeza un poco. Comprendía que Xena estaba en una situación difícil, que
todos lo estaban, realmente, si tenían alguna esperanza de llegar a casa y
que su hogar estuviera sano y salvo. 948

Entonces, ¿Por qué preguntarle a ella? Gabrielle frunció el ceño ante su copa.
¿Qué clase de plan esperaba de verdad Xena que se le ocurriera?

Sholeh, estaba bastante segura, probablemente atravesaría el paso y


destrozaría todo simplemente porque podía, porque era de Xena y Xena la
había avergonzado tremendamente.

O tal vez, Sholeh lideraría al ejército contra la ciudad.

En cualquier caso, seguro que Xena no podía simplemente quedarse en la


cama un par de días mientras todo sucedía. No podía. Incluso Gabrielle, que
sabía muy poco sobre la guerra y la planificación, lo sabía.

Volvió la cabeza y observó a Xena dormir, el rostro de su amante con extraña


paz, el cabello oscuro algo desordenado. Entonces, ¿Qué podían hacer?

¿Qué podían de verdad hacer? ¿Estaba Xena esperando que idease algún
plan cuando a la propia Xena no se le ocurría nada?

Rayos.
Gabrielle tomó otro sorbo de vino dándole vueltas en la boca antes de
tragarlo. La responsabilidad, ya fuera real o algo que Xena le acababa de
decir por su propia y retorcida diversión, recaía sobre sus hombros.

¿Qué haría Xena?

¿Qué debería hacer Xena?

Dejó que la copa chocara ligeramente contra su labio. Bueno, lo primero que
probablemente debería hacer, razonó, es averiguar si Sholeh estaba huyendo
hacia el otro lado o regresando. Eso era algo importante, ¿no? Así que debería
hacer que un grupo de sus muchachos fuera, se enterara, y regresara para
contárselo. Eso llevaría un poco de tiempo.

Por lo que entonces…

Gabrielle descubrió que empezaba a pensar en imágenes. Podía imaginarse


a Xena llamando a los hombres y diciéndoles qué hacer, y sabía que los
hombres estarían encantados de cumplir sus órdenes. Entonces, si regresaban
y resultaba que los persas también regresaban, ¿Después qué? 949
Después podía imaginar a Xena diciéndole a la gente de la ciudad cómo
cerrar las puertas y qué preparativos hacer. Pero todos sabían que los persas
podrían tomar el control de la ciudad de nuevo, habiendo tantos de ellos, así
que ¿Escucharían?

¿Debería Xena subir a uno de los barcos y marcharse? ¿Qué haría Sholeh
entonces? Gabrielle pensó que Sholeh probablemente destruiría la ciudad sin
importar lo que pasara, porque sabía que la habían cabreado de verdad. Así
que, como la habían cabreado de verdad, ella volvería, o...

O, Gabrielle consideró otra imagen. ¿Qué pasaría si Sholeh decidiera cortar


por lo sano y seguir adelante? Podría estar rabiosa, pero después de todo,
Xena ya les había vencido una vez. ¿Qué pasaría si la persa pensaba que sería
una mala idea intentarlo otra vez?

Entonces volvió al problema de tener que imaginar lo que debería hacer Xena
si tenían que perseguir a los persas y hacer que dejaran de intentar destruir sus
hogares, y esa era la parte difícil.
Creía que Xena pensaba que debería ir tras ellos y no dejar que se alejaran
demasiado. Gabrielle, inexperta como era, pensaba eso también. Así que,
¿Qué podía hacer Xena?

Ella reflexionó.

—¿Qué pasa si tomamos un carro? —preguntó con un suave susurro en voz


alta—. Así es como viajan los nobles... los he visto. ¿Qué pasaría si Xena
pudiese viajar en un carro para que pudiéramos ir tras ellos? —Se imaginó eso
en su cabeza. Podía ver la estructura y el equipo de caballos que tirarían.
Nadie pensaría que era inusual, después de todo, se suponía que las reinas
debían ser tratadas como miembros de la realeza, incluso si Xena misma lo
evitaba la mayor parte del tiempo. La mayor parte del tiempo. Pero no esta
vez. Podía conseguir el carro de la ciudad, estarían encantados de dárselo,
Gabrielle estaba segura de eso, y llevar a todos los hombres que ahora
estaban ansiosos por luchar y ganar la gloria y se podrían ir tras los persas
mañana mismo—. Sí, un carro. —Giró la cabeza y estudió a su compañera
dormida. ¿Qué pensaría Xena de ese plan? Gabrielle sabía que su amante
odiaba que alguien pudiera pensar que era débil, en cualquier sentido. ¿Qué 950
pensaría de viajar en un carro? ¿Rechazaría la idea porque significaba que
tenía que actuar de verdad como una reina, o la abrazaría como una forma
inteligente de disfrazar su lesión y aun así salir a luchar? Difícil de decir. Xena
era difícil de prever. A veces hacía exactamente lo que Gabrielle esperaba
que hiciera, y otras hacía exactamente lo contrario y nunca había alguna
indicación de cuál sería. Pero también sabía que su amante era muy
inteligente, y porque lo era, a veces hacía cosas que no le gustaban solo
porque eran lo correcto. Quizás esta sería una de esas cosas. Gabrielle dejó la
copa y se recostó lentamente contra las almohadas, estirando las piernas bajo
las sábanas y dejando que su cuerpo se relajara, agradecida por la posibilidad
de quedarse quieta y dormir un poco más, antes de tener que enfrentar la
mañana siguiente. Todavía estaba cansada, a pesar de que habían dormido
la siesta, pero al menos ahora ya no tenía hambre y su cuerpo no estaba al
borde de la extenuación. Se sentía dolorida en algunos puntos. Su mandíbula
todavía le dolía un poco, y tenía las piernas rígidas, los músculos le dolían
cuando las flexionaba. Tenía algunos cortes en las manos y un gran hematoma
en el brazo. Aun así, después de haber vivido las batallas de los últimos días,
sabía que era increíblemente afortunada y estaba contenta de dejar que su
cuerpo se aflojara sobre la suave superficie de la cama. Se sentía maravilloso.
Ahora que había tenido una idea para Xena, incluso podía relajarse y disfrutar,
sabiendo que probablemente sería la última vez que tendría la oportunidad
por un tiempo. La habitación era relativamente pequeña, mucho más
pequeña que los aposentos de Xena y ella en el castillo, pero tenía un sentido
del decoro y una riqueza que le recordaba un poco a su hogar. Deseaba que
estuvieran allí de vuelta. Las aventuras sentaban bien y todo eso, pero estaba
cansada de las noches de insomnio, del sufrimiento y del miedo constante.
Estando aquí, en esta agradable y cómoda cama, le recordaba lo que había
sido su vida con Xena hasta hace una o dos lunas y tenía que admitir, aunque
solo fuera para sí misma, que lo echaba de menos. Echaba de menos las
mañanas tranquilas y soleadas, y el fuego grande y siempre encendido en la
chimenea bien construida y que tenía repisas de roca cerca para dejar sus
utensilios de cocina. Echaba de menos la familiaridad de preparar el té para
Xena mientras la reina se preparaba para el día. Echaba de menos las largas
noches de invierno, donde había aprendido sobre los placeres del cuerpo y
esas horas igualmente largas en la sala de entrenamiento de Xena, donde
había hecho compañía a su amante mientras hacía sus ejercicios de espada.
Quería volver a casa y conocer todo eso de nuevo. Gabrielle cerró los ojos y
exhaló, extendiendo su mano y sintiendo la textura ligeramente áspera de las
sábanas contra sus finos dedos, y luego se detuvo, cuando la fría sensación
desapareció y sus dedos fueron rodeados de calidez humana y retenidos. 951
Abrió los ojos y miró a Xena, pero los ojos de la reina seguían cerrados y su
pecho aún subía y bajaba lentamente al ritmo del sueño. Gabrielle devolvió
el agarre sobre su mano y se quedó quieta por un momento, luego se puso de
lado y se acercó más a la reina sin querer perturbar su sueño, pero lo
suficientemente cerca como para sentir el calor de su cuerpo bajo las
sábanas. Observó el perfil de Xena, sus ángulos distintivos se suavizaban a la
luz de las velas y se endulzaban en el sueño, quitándole un poco de la tensa
energía de la reina, y dejando una imagen más juvenil y pacífica que dejó
que llenara su mente. Esto era de ella. Gabrielle recordó el momento cuando
había matado al soldado enemigo en el campo de batalla, y por un segundo,
sus ojos y los de Xena se habían encontrado. No se había dado cuenta
entonces, pero ahora, mientras yacía allí mirando a la reina, comprendió que
había pasado un hito solemne en su vida. En cierto sentido, había pasado de
ser alguien a quien le sucedían las cosas, a ser alguien que hacía que las cosas
sucedieran. Era un poco tonto y, sin embargo, profundo. Xena era del tipo de
persona que hacía que las cosas sucedieran, y Gabrielle se preguntó, si ella
también había tenido esa especie de gran momento cuando había cruzado
esa línea, y había tomado esa decisión para ser lo que era. Fue una buena
sensación y la había sorprendido. Tener a Xena pidiéndole que idease un plan
también era una buena sensación. Se sentía como si estuviera madurando y
convirtiéndose en alguien de cierta importancia en esta vida salvaje y loca
que estaba viviendo. Un buen sentimiento. Gabrielle exhaló, luego levantó la
mirada hacia el perfil de Xena, sorprendiéndose mucho al ver esos ojos pálidos
medio abiertos, mirándola—. ¡Oh!

Xena la estudió.

—¿Ya lo has resuelto todo?

—Mm. —Gabrielle hizo una mueca—. Tengo algunas ideas.

—¿Algunas?

Gabrielle asintió.

—Sí. Porque hay más de una cosa que podría suceder, ¿Verdad?

La reina sonrió.

—Seguro que sí.

—En fin. —La mujer rubia exhaló—. Pensé en eso, y en ti, y cree una historia en
952
mi cabeza al respecto.

—Bien. —La reina tiró de su mano un poco—. Ven aquí y mantenme caliente
—dijo con tono bajo y soñoliento—. Disfrutemos de esto mientras podamos.
Reserva tu plan para mañana.

Gabrielle se acercó con cuidado y se presionó contra el costado derecho de


Xena, apoyando su cabeza contra el hombro de la reina y poniendo
cuidadosamente su brazo sobre su cintura.

—Oye ¿Xena?

—Oigo ¿Rata almizclera?

—Te amo. —Apretó suavemente a Xena.

Xena le puso una mano en la espalda y se la frotó un poco.

—Yo también te amo, Gabrielle —respondió en voz baja—. Gracias.

—¿Por qué?
—Solo gracias. —La reina besó la parte superior de su cabeza.

Gabrielle cerró los ojos y lo disfrutó.

—De nada —respondió con una pequeña sonrisa—. Para lo que sea.

953
Parte 28

Gabrielle se despertó lentamente, su cuerpo bañado por la luz del sol que
entraba por la ventana más cercana. Dejó que sus ojos se abrieran sin estar
segura, por un minuto, de dónde estaba hasta que recordó la guerra, y la
batalla, y por qué estaba acostada en una cama desconocida con una
compañera de cama muy familiar.

Respiró hondo y se alejó del cuerpo aún dormido de Xena, girándose y


estirando sus extremidades con una sensación de absoluto lujo. Se sintió
maravillosamente bien poder despertarse a su propio ritmo y sentirse
recuperada en lugar de forzarse a sí misma a seguir adelante en otro día de
guerra.

Afuera podía oír los sonidos de la ciudad. Las voces de los hombres llamando 954
y los cascos que pasaban haciendo un leve eco contra las piedras de la plaza.
Después de otro estiramiento, rodó fuera de la cama por el lado más alejado,
y se puso de pie.

—Mmph.

El suelo de piedra estaba frío contra las plantas de sus pies descalzos y flexionó
los dedos de los pies antes de acercarse a la ventana y mirar hacia afuera.

El centro de la ciudad estaba lleno de actividad. Los carros cruzaban de un


lado a otro y, en la plaza de la ciudad, los soldados estaban ocupados con
diversas actividades que implicaban armas y armaduras. Después de mirar un
momento, se dio la vuelta y se dirigió al aparador.

La jarra de vino todavía tenía un poco y lo vertió en una copa y bebió, usando
el rico vino para enjuagar el sueño de su boca.

Todavía estaba un poco rígida. Le dolían las pantorrillas y la parte delantera


de las piernas, y enderezó primero una más que la otra, apretando una mano
y sintiendo el dolor residual en los dedos. Pero aparte de eso, estaba
sorprendentemente saludable y aprovechó los restos que quedaban en la
bandeja para calmar los rugidos de su estómago.
No muy diferente a cuando estaba en el castillo. En casa, siempre se había
despertado antes que la reina, temprano en la mañana, y lo utilizaba para
arreglarse, y organizar el desayuno para que todo estuviera listo cuando Xena
se levantara.

Gabrielle se volvió y se apoyó en el aparador, estudiando la figura inmóvil en


la cama. La respiración de Xena parecía normal y esperaba que la reina se
sintiera mejor cuando despertara, pero, en cualquier caso, había mucho que
hacer y decidió que sería mejor ponerse manos a la obra.

Se acercó al lavabo y metió los dedos en el agua que quedaba, contenta de


encontrarla lo suficientemente tibia como para lavarse y que no le
castañetearan los dientes. Cogió un pedazo de lino que había al lado del
lavabo y lo empapó, luego comenzó a pasárselo por el cuerpo.

La brisa trajo un poco de frío en su estela y se estremeció un poco, pero


continuó. Aunque se había bañado la noche anterior, y aunque había hecho
poco más que dormir en una cama razonablemente limpia, se restregó la piel
hasta que le hormigueó y luego se lavó la cara con un poco de agua fría.
955
Nunca se sabía, reflexionó mientras se secaba, cuando podrías tener la
oportunidad de lavarte en medio de una guerra, por lo que no iba a perder
ninguna oportunidad, ahora sabiendo lo que era estar sucia durante varios
días seguidos.

Al acabar se puso la bata que le habían dado la noche anterior y la ató,


pasándose los dedos por el cabello para arreglarlo un poco. Luego caminó
hacia la puerta y la abrió un poco, asomándose a la cámara exterior y
mirando a su alrededor.

Al encontrarla tranquila y vacía, la cruzó y fue hasta la puerta exterior y repitió


el proceso, esta vez encontrando a un impasible soldado de guardia afuera.

—Mi lady —dijo el hombre al verla—. Muy buenos días.

Gabrielle le sonrió.

—Buenos días a ti también —respondió—. ¿Crees que podrías conseguir un


poco de cerveza matutina, y tal vez que nos trajeran un poco de pan y queso?
Todavía no me han devuelto las botas y me siento un poco rara al ir descalza.
El soldado dio la impresión de que estaba tratando de desatar su lengua de
alrededor de sus amígdalas.

—Claro, mi lady, por supuesto —balbuceó—. Deme un momento y se lo traeré


yo mismo. —Se volvió y se asomó por el dintel de la puerta haciendo una señal
a alguien—. ¡Eh, Jens! Puedes ponerte aquí un minuto, ¿verdad?

—Gracias. —Gabrielle esperó a que apareciera Jens y le sonrió—. ¡Buenos


días!

—Su gracia. —Jens agachó la cabeza en un movimiento elegante—. De


hecho, es un buen día. ¿Su majestad no quiere ningún informe?

Gabrielle dudó.

—Bueno, estoy segura que lo querrá —dijo—. Sé que ella querrá tener todo
organizado hoy.

—Por supuesto. —Jens estuvo de acuerdo—. Hemos estado trabajando para


reunir suministros. 956
—Muy bien.

—Y hay hombres que desean venir con nosotros. —El soldado produjo una
breve sonrisa—. Algunos son útiles, a diferencia de otros.

—Seguro.

—Mi lady, permítame ir a atender sus necesidades —le dijo el soldado más
viejo—. Volveré pronto, veo que está en buenas manos con Jens aquí. —Se
fue apresuradamente, esquivando el arco que cubría el hueco de la escalera
y bajando a paso rápido.

Jens se giró para mirarlo sorprendido antes de volver su atención a Gabrielle.

—¿Qué le pasa?

Gabrielle abrió la puerta un poco más.

—Le pedí que consiguiera algo para desayunar —explicó—. De todos modos,
estoy segura que Xena va a querer todos los detalles sobre lo que está
pasando, lo que estáis haciendo, y lo que se está preparando... ella tiene que
planificar, ya sabes.

Jens parpadeó.

—Qu... ah, sí, por supuesto.

—Y ella de verdad, depende de ti, y de Brendan —continuó Gabrielle como si


nada—. Así que mientras ella... ah... está planeando una estrategia sobre qué
hacer con los persas, necesita que lo preparéis todo para tener lo que
necesita cuando lo necesite.

El soldado se enderezó.

—Y eso es exactamente lo que estamos haciendo —dijo—. Puedes hacerle


saber a su majestad que puede contar con nosotros, por supuesto. Tendremos
todo preparado. —Se giró y comenzó a caminar, luego se dio la vuelta y
volvió—. Ah, un guardia...

—Está bien. —Gabrielle hizo un gesto para que se fuera—. Tu amigo volverá 957
enseguida y estaremos bien hasta entonces. Continúa, ya sabes cómo odia
Xena que la hagan esperar. —Jens no necesitó más indicaciones. Le brindó
una sonrisa a Gabrielle, y se fue. Gabrielle esperó, pero el pasillo permanecía
en silencio, y volvió a meter la cabeza dentro y cerró la puerta después que
los últimos pasos de Jens se hubieran desvanecido. Se volvió y contempló la
habitación exterior, pequeña pero bien construida, con muebles pesados
contra las paredes y aparadores en las esquinas. Curiosa se acercó a uno de
ellos y abrió la puerta mirando dentro, para encontrar finas prendas colgadas
en palos de madera y dobladas en los pulidos estantes de madera del interior.
El olor era a lavanda y especias, y por un momento, casi le recordó al único
armario bueno en el hogar en el que había crecido. Las cosas de su madre,
valiosas para ella, estaban allí. Vestidos hechos a mano y cosas que su propia
madre le había dejado, pedazos de raídas ropas elegantes que
representaban lo que había traído al hogar y construido con el padre de
Gabrielle. Gabrielle extendió la mano y tocó el suave tejido, viendo en su
mente las llamas que habían consumido su hogar y todo lo que había en él,
incluido el armario y todos los recuerdos de su madre. Entonces dejó caer la
mano y cerró la puerta, volviéndose para caminar hacia la parte interior y
luego a través de ella, deslizándose hacia la cámara de dormir y echando un
vistazo rápido a la cama para ver si Xena se había despertado. Estaba
despierta.
»Buenos días. —Gabrielle se acercó a su lado de la cama y se metió dentro,
retorciéndose por el colchón hasta que estuvo lo suficientemente cerca de
Xena para inclinarse y besar su hombro—. ¿Te sientes mejor?

Xena tenía las manos cruzadas sobre el estómago y giró la cabeza para
estudiar a su compañera.

—Mm —emitió un ruido sordo—. ¿Mejor que qué?

Gabrielle presionó su mejilla contra el brazo de la reina.

—Que ayer —le aclaró—. He enviado a alguien para que nos traiga el
desayuno. Hay un montón de cosas pasando ahí fuera.

Su compañera de cama hizo una mueca. Luego, con mucho cuidado, se


movió y se puso de lado, levantando una rodilla para chocar ligeramente con
la de Gabrielle.

—Hm.
958
—¿Eso es bueno o malo?

Xena consideró la pregunta, frunciendo los labios.

—Bueno —suspiró—. Es más de lo que podía hacer anoche sin querer


arrancarme un brazo y golpearme en la cabeza para dejar de pensar en el
dolor de mi trasero, así que supongo que es un progreso.

Gabrielle apartó un mechón de pelo de los ojos de la reina para poder verlos
mejor. Luego trazó una de las cejas de Xena.

—Eres tan bonita —murmuró, viendo una expresión encantada abriéndose


paso a regañadientes en la cara de su amante—. Me gustaría poder hacerte
sentir mejor.

Esperaba una réplica inteligente de vuelta, pero los labios de Xena


simplemente se fruncieron, y luego se relajó mientras yacía, sus pestañas
aletearon varias veces mientras continuaba acariciándole el rostro.

—A mí también me gustaría que pudieras —respondió finalmente Xena—. Así


que, ¿Cuál es el plan?
A Gabrielle le llevó unos cuantos latidos de corazón antes de recordar de qué
estaba hablando Xena.

—Oh —dijo de repente sintiéndose muy nerviosa ante esa mirada aguda—.
Bueno... um...

—¿Um?

Ella se mordió el labio inferior.

—No te rías de mí, ¿De acuerdo? Es mi primer plan.

Un brillo irónico, pero alegre apareció.

—Si alguna vez te dijera cuál fue MI primer plan, renegarías de mi —admitió la
reina—. Por Hades, yo misma renegaría de mí.

—Nunca —Gabrielle negó con la cabeza—. De todos modos, he pensado...


bueno, he pensado que tal vez sería... si quieres ir y dar caza a Sholeh...
959
—Dar caza —reflexionó Xena—. Me gusta hasta ahora. Continúa.

—Supongo que, si te duele así, montar a caballo es una mala idea, ¿eh? —
Gabrielle observó atentamente la expresión de la reina. Xena resopló—. Así
que, ¿Y si pudiéramos tomar una de esas bonitas carrozas, como las que usan
los nobles, y tu podrías ir montada en ella? —Pronunció las palabras tan rápido
como pudo, casi mordiéndose la lengua mientras cerraba la boca cuando
terminó de hablar. Xena parecía pensativa—. Quiero decir... —Gabrielle se
sintió alentada ante la ausencia de una inmediata risa burlona—. ¿Podrías
usarla como un... centro de mando? —Una ceja oscura se alzó—. Tú eres la
reina, ¿verdad? Deberías tener algo cómodo en lo que desplazarte, ¿No es
así? —continuó—. De esa forma, podrías tener algo de tiempo para mejorar,
y aún podríamos ponernos en marcha y regresar a casa y hacer lo que quieras
con el otro ejército.

—Gabrielle.

Gabrielle echó un vistazo a la cara de la reina.

—¿Sí?
—La idea de montar mi culo en un carrito como una anciana me da ganas
de vomitar.

—Oh.

—Pero probablemente es el mejor plan que he escuchado en días —admitió


la reina con una sonrisa genuina y franca—. Al menos solo mi ego sale dañado
en este. Vamos a por ello.

—¡Oh! —Gabrielle estaba asombrada—. ¿Lo dices en serio?

—Lo digo en serio —confirmó Xena—. Me siento como un asno por no haberlo
pensado yo, pero no voy a desperdiciar una buena idea solo porque no es
mía. —Hizo una pausa—. Al menos no una de tus ideas —enmendó—. Si fuera
de otro, simplemente se la robaría y les haría creer que había sido mía.

Gabrielle exhalo de alivio.

—Guau. De acuerdo —dijo—. ¿Tú... debería decirle a Brendan que encuentre


una? Una carroza, quiero decir. Les dije que reunieran todo lo que iban a 960
necesitar y que prepararan todo lo demás por ti.

La reina se echó a reír con ironía.

—Me imagino muy bien con que volvería —dijo—. Tengo una idea mejor. Pero
consigamos algo de comida para ti, así tendré paz y tranquilidad para pensar,
y luego empezaremos a crear problemas. —Le dio unas palmaditas en la
rodilla a Gabrielle—. Después necesito que me encuentres un buen palo
grande.

—¿Un palo?

—Sí.

—¿Vas a golpear a la gente desde la cama?

Xena soltó una risita irónica.

—Ya les gustaría.


Gabrielle se puso las botas, contenta por fin de tener algo de protección en
sus pies contra la piedra dura y fría. Movió los dedos de los pies, se levantó y
movió los hombros dentro de su sobrevesta, pasando los dedos por la insignia
de cabeza de halcón bordada sobre su pecho.

Le gustaba cuando lo usaba, y cada vez más ahora, después de la última


batalla, sentía que incluso tenía derecho a ser parte del ejército de Xena
porque había hecho algo para merecerlo.

Con un cepillado final, recogió la alta y nudosa vara que había encontrado y
se dirigió al dormitorio, con cuidado de no golpear el palo contra nada
mientras abría la puerta y maniobraba hacia dentro.

—¿Xena?
961
—Sí. —La reina ahora estaba tumbada a lo ancho de la cama, con las piernas
fuera de ella y los pies descalzos en el suelo.

Gabrielle se acercó y la miró con perplejidad.

—¿Qué estás haciendo?

—Viendo carreras de arañas —le respondió la reina—. He apostado por esa


grande con la mancha blanca.

La mujer rubia echó la cabeza hacia atrás y estudió el techo por un momento.
Luego se dio la vuelta y se sentó en la cama, recostándose junto a Xena y
acercando su cabeza a la de la reina lo más que pudo.

—Xena, no veo ninguna araña. —Giró la cabeza y encontró un par de


traviesos ojos azules mirándola—. Xena.

—Eres tan fácil. —La reina se rio entre dientes—. Veo que ya tienes mi palo. —
Miró la vara nudosa—. Bonita. Dámela. —Levantó con cuidado la mano y
aceptó el báculo mientras Gabrielle se lo pasaba—. Bueno. Prométeme que
no te reirás de mí.
Gabrielle se puso de lado, apoyando la cabeza en una mano mientras
apoyaba la otra en el brazo de Xena.

—Nunca haría eso. —Tranquilizó a la reina—. Además, estás herida. ¿Qué tiene
eso de gracioso? —Frotó su pulgar contra la piel de su amante.

—Todavía no me has visto hacer esto. —Xena se deslizó con cuidado por la
cama y cayó al suelo sobre sus rodillas, apoyándose sobre la superficie del
colchón mientras se esforzaba para incorporarse y agarrándose al palo
mientras cambiaba su peso—. Mira... —Dejó de hablar y apretó la mandíbula
mientras su espalda protestaba vehemente por el movimiento—. Urf.

Gabrielle también se bajó de la cama, sus manos temblando mientras trataba


de encontrar la manera de ayudar.

—Oh, por los dioses…

—Mira, con este problema que tengo... —La reina gruñó, mientras esperaba
que pasara el espasmo—. Puedo estar tumbada o puedo estar de pie. —
Exhaló y se sacudió el flequillo de los ojos con una bocanada de aire—. Estar 962
sentada es una putada.

—¿Puedo hacer algo? —Gabrielle la miró con inquietud. Podía ver cómo el
pecho de Xena se agitaba y la terrible tensión en sus hombros a pesar de las
despreocupadas palabras, y el deseo de arreglar el problema de su amante
casi la estaba volviendo loca.

—Por supuesto. —Xena se preparó—. Quítate la ropa y baila para mí.

—¡Xena, lo digo en serio!

—Yo también. —La reina la miró con una sonrisa irónica—. No puedes acarrear
conmigo y no puedes arreglarme la espalda, así que al menos dame algo
para distraerme de lo mucho que me duele. —Gabrielle se puso las manos en
las caderas y exhaló—. Solo bromeaba. —Xena hizo un cauteloso gesto con
la cabeza—. Ven aquí.

Aliviada, Gabrielle se colocó a su lado y le puso una mano en la espalda.

—Está bien.
—Voy a levantarme —dijo la reina—. Puedes tratar de mantenerme estable,
pero si empiezo a caerme, empuja mi trasero hacia la cama y quítate del
medio. No quiero aterrizar en el suelo ni sobre ti.

—Te tengo. —Gabrielle inmediatamente rodeó con su brazo los hombros de


la reina, preparándose mientras Xena aferraba sus manos alrededor del
báculo y comenzaba a levantarse. Le ayudó lo mejor que pudo, colocando
su hombro bajo el brazo de su amante y quitándole algo de tensión mientras
Xena se las arreglaba para alzarse y ponerse de pie.

Era impactante y un tanto aterrador ver a Xena así. Gabrielle mantuvo su


agarre con fuerza mientras dejaba escapar un siseo angustiado, y sintió el
cuerpo presionado contra ella rígido por la tensión.

Después de un largo momento, la reina se relajó un poco.

—Por los dioses —murmuró—. Creo que palmarla sería menos doloroso que
esto. —Cambió un poco su agarre sobre la vara y se inclinó hacia adelante,
respirando con dificultad—. Oh maldita sea. —Gabrielle no tenía nada que
decir, simplemente aguantó, dándole a su amante todo el apoyo que podía. 963
Al menos parecía probable que la reina se mantuviera erguida. A través de su
agarre, podía sentir que su respiración se ralentizaba mientras Xena tenía su
cabeza apoyada contra las manos alrededor del báculo. Sujetó a la reina con
un solo brazo, con cuidado de no desequilibrarla. Xena esperó a que se
desvanecieran las chispas de su visión periférica hasta estar segura que no iba
a caerse, antes de subir las manos un poco más por la vara y enderezarse del
todo. Por un minuto, pensó que su espalda iba a volver a salirse, pero los huesos
simplemente se colocaron en su lugar de un modo desagradable, una
sensación de fricción que hizo que se le revolviera el estómago—. Ugh.

—Wow —murmuró Gabrielle—. Eso suena realmente mal.

Xena suspiró.

—La próxima vez que tenga alguna idea estúpida como ir a la guerra,
recuérdame esto, ¿Quieres? —dijo—. Está bien, ahora vamos a ir hasta el otro
lado de la habitación para ponerme la ropa. —Ella adelantó la vara y dio un
paso cauteloso, apoyando todo el peso que podía en el palo. Gabrielle se
pegó como una garrapata, manteniendo su brazo firmemente alrededor de
la cintura de Xena mientras cruzaban lentamente la habitación y terminaban
cerca de la cómoda. Una vez allí, Xena se volvió y se apoyó contra el borde
de madera, soltando una mano de la vara para darle unas palmaditas a su
compañera en la espalda—. Gracias.

Lo cierto es que Gabrielle no quería soltarla, pero lo hizo, retrocediendo un


paso y observando el rostro pálido y tenso de Xena.

—¿Estás segura de que quieres hacer esto? Tal vez deberías volver a acostarte,
Xena... te ves fatal.

—Gracias. —La reina repitió con tono irónico—. Me encantaría acostarme,


pero tengo que ser la reina por un rato, y no puedo hacer eso postrada boca
arriba en camisa de dormir. —Hizo una pausa—. A pesar de la opinión popular
en contra.

—Está bien. —Gabrielle la estudió—. ¿Quieres las cosas de cuero o las cosas
de metal?

Xena colocó su vara entre sus pies y cruzó sus manos alrededor. Era más alta
que ella y tenía muchos nudos y curvas para sostenerse.
964
—Cuero —dijo—. Y, por cierto, gracias por el palo. Es perfecto.

Observó a su compañera de cama trotar hacia la habitación exterior para


buscar la prenda solicitada, luego dirigió su atención al cercano lavabo con
agua.

¿Lavarse ella misma? O esperar y pedirle a Gabrielle que lo hiciera. Xena


reflexionó seriamente sobre la cuestión hasta que la puerta volvió a abrirse y
reapareció su rata almizclera, con los cueros aferrados por sus bonitos y
pequeños dedos. Regresó a donde Xena estaba inclinada y dejó la prenda
dándole una palmadita.

—Limpiaron todas nuestras cosas —dijo Gabrielle—. Déjame que traiga tu ropa
interior.

Gabrielle ya no era su sirvienta personal, pero Xena estaba contenta de


dejarla actuar como si lo fuera, de todos modos, era incapaz de hacer la
mayor parte de las cosas. Esperó a que su amante volviera y luego se armó
de valor para ponerse de pie nuevamente.

—Necesito que me hagas un favor.


—Lo que sea —respondió Gabrielle al instante.

Xena se rio un poco.

—Lo recordaré cuando pueda levantarme de nuevo sin gritar —dijo—. Ahora
mismo necesito que me quites este trapo y me laves. —Se lo pasó por la
cabeza mientras la mujer rubia comenzaba a cumplir sus demandas de buena
gana, ya que había muy pocas personas en su vida a las que podría haber
pedido que hicieran esto, y aún menos a las que quisiera pedírselo.

De alguna manera, en el transcurso de su relación, se había dado cuenta de


que Gabrielle era la única persona en su vida que podía tolerar para que viera
su lado poco glamoroso, gruñón y poco atractivo de sí misma. Ahora,
permaneció en silencio mientras su amante desataba los cordones de su
camisa de dormir y se la quitaba, medio inclinándose inconscientemente para
darle un beso y un pequeño mordisco.

Tan natural como respirar. Xena se encontró aceptándolo de modo tan


natural como respirar, este atento afecto que se había convertido en una
parte tan importante de su vida que casi... casi se había olvidado de cómo 965
era antes que Gabrielle entrara en ella.

Un pulido de su alma que nunca había esperado.

Xena sonrió cuando Gabrielle cogió un trozo de lino y lo empapó en el agua,


luego se acercó y comenzó a limpiar suavemente su piel con él. A pesar de su
incomodidad, y la puñalada de dolor al filo de cada movimiento, el toque y
la leve sonrisa en el rostro de la mujer rubia la hizo olvidarse de sus
preocupaciones.

—Tu corte se ve bien. —Gabrielle lavó alrededor—. Al menos.

—Al menos. —La reina acarició su pelo, mordisqueando un poco los suaves
mechones rubios cerca de su hombro—. No creo que pudiera tener las tripas
colgando al mismo tiempo, ¿Sabes a qué me refiero?

—Sí. —Gabrielle se inclinó más cerca y la besó justo entre los pechos que
estaba lavando—. Sé lo que quieres decir. —Xena sintió que una agradable
oleada de pasión superaba el malestar en su espalda, y se deleitó en la dicha
momentánea mientras la tensión se relajaba un poco. Colocó su brazo sobre
el hombro de Gabrielle y apoyó la mejilla en la cabeza de su compañera,
luchando contra el deseo de arrastrar su quejoso culo de vuelta a la cama y
llevarse a Gabrielle con ella. Tentador. Muy, muy tentador. Sin embargo—. El
cabecilla de la ciudad está esperando afuera —murmuró Gabrielle mientras
trabajaba—. Quiere hablar contigo.

—Ajá. —Xena sintió la tela con un toque de frescura cruzar su espalda y luego
bajar por la cadera hasta el muslo—. ¿De qué quiere hablar conmigo?

—No lo sé —dijo Gabrielle como disculpándose—. No se lo he preguntado. —


Lavó el interior de las piernas de la reina, haciendo una pausa para darle un
mordisquito.

—De acuerdo. —La reina se recostó contra el aparador—. Sigue haciendo eso
y me dará igual.

Su compañera se rio suavemente.

—Brendan y Jens también están allí. Creo que quieren contarte todo lo que
han hecho para estar preparados.
966
—Genial. —Xena inclinó la cabeza lo suficiente como para mordisquear la
oreja de Gabrielle—. Entonces solo tengo que pasar por esto una vez, y
podemos encontrar algo más interesante que hacer antes de tener que
perseguir a ese enorme dolor de culo persa.

Gabrielle terminó de lavarle y le puso las vendas a la reina en su sitio, no sin


algún mordisco y risita en el proceso.

—Bien. —Puso su mano en la cadera de Xena—. ¿Lista para tus otras cosas?

—No. —Xena suspiró—. Pero hagámoslo. —Decidió que mantenerse echada


hacia atrás era probablemente su mejor opción, y apoyó una mano en la
parte superior de la cómoda y agarró su vara con la otra. Contuvo el aliento
cuando Gabrielle, con mucho cuidado, le acomodaba los cueros sobre los
pies—. No los levantes —dijo, haciendo una pequeña mueca cuando un
movimiento imprudente la sacudió.

Gabrielle le dio unas palmaditas en la rodilla antes de levantar las pieles,


ponerse de pie y tirar de la prenda sobre las caderas de la reina para colocarla
a su alrededor.

—Está bien. —Levantó la mirada y vio los ojos cerrados—. ¿Xena?


Apareció un orbe azul.

—¿Sí?

—¿Estás bien?

—¿De verdad quieres que responda esa pregunta? —Xena suspiró—. Abrocha
esas correas, ¿Quieres? Luego iré detrás de esa mesa y fingiré mirar mapas sin
llorar mientras dejas entrar a la multitud. ¿Cómo lo ves?

Gabrielle se cruzó de brazos.

—Prefiero simplemente tumbarme en la cama contigo.

—Seductora.

—Xena.

—Cuanto antes los dejes entrar, antes nos iremos. Mueve el culo.
967

Xena se apoyó en el borde de la mesa estudiando el gran pergamino


desplegado encima. Mantuvo la vista en la superficie después de oír que se
abría la puerta, solo levantando la cabeza cuando los pasos que entraban se
detuvieron.

—Buenos días.

—Señora. —Brendan agachó la cabeza respetuosamente.

—Oh, majestad. —El anciano de la ciudad hizo una reverencia pretenciosa,


arrolladora, ridícula, casi tocando el suelo con su cabeza—. Estoy tan
agradecido que me haya concedido esta audiencia.

Xena arqueó una ceja. Gabrielle se acercó para unirse detrás de la mesa,
cruzando las manos sobre el borde.
—Sé amable —le susurró—. Necesitamos que nos dé el mejor carro.

—Estás arruinándome la fiesta, rata almizclera —dijo Xena—. ¿Es amable


hacerle eso a alguien que sufre dolores horrorosos? —Gabrielle la miró en
silencio desde debajo de un flequillo adorablemente desgreñado. Xena puso
los ojos en blanco—. De nada. —Se dirigió al anciano—. Gracias por la
chabola. Es agradable. —Señaló la habitación con una mano cuidadosa—.
Lamentablemente no pasaré mucho tiempo aquí.

El hombre se inclinó de nuevo.

—Eso tengo entendido, su Majestad —dijo—. ¿Su capitán me dice que desea
irse esta misma noche? Pensábamos que seríamos agraciados con su
presencia al menos otra noche, para que podamos agradecérselo
adecuadamente.

Una fuerte sacudida de dolor le subió por la columna vertebral cuando se


movió hacia el lado equivocado y casi dejó de respirar.

—Muchas gracias —dijo Gabrielle—. Es muy amable por tu parte, y de verdad 968
que lo apreciamos. —Dio un paso alejándose de la reina, atrayendo los ojos
del hombre—. Nos queda mucho por hacer, y hay gente en casa que cuenta
con nosotros para evitar que los persas hagan lo mismo con nuestros hogares.

—Por supuesto. —El hombre se inclinó ante Gabrielle—. Ya lo dijiste antes, y lo


entendemos, su alteza.

Xena exhaló y fue capaz de lamerse los labios, parpadeando un par de veces
antes de volver a centrar su atención en el anciano y su afortunadamente
perceptiva compañera de cama.

—Bien —dijo—. Así que esto es lo que necesitamos de vosotros en lugar de un


banquete.

—Majestad. —El hombre se inclinó—. Cualquier cosa.

—Diez elefantes, doce barcos de guerra y trescientas barricas de vino.

El anciano se quedó inmóvil mirándola fijamente. Brendan puso sus manos


detrás de su espalda y miró por la ventana. Gabrielle simplemente suspiró.
—¿No hay elefantes? —Xena se arriesgó a adivinar—. Ah, bueno. —Levantó la
mano y la dejó caer sobre la superficie de la mesa.

—Majestad, ah... yo... —El hombre se aclaró la garganta—. Estoy seguro de


que podríamos encontrar algunos.

La reina le dirigió una sonrisa irónica.

—Lo que de verdad necesitamos son provisiones para el ejército —dijo—. Sé


que os han dejado limpios, pero lo que sea que podáis darnos nos vendrá
bien, porque esa perra no dejará mucha comida para buscar ahí fuera.

El anciano parecía profundamente aliviado.

—Por supuesto —soltó—. Ya están trayendo cestos de lo que tenemos a la


plaza y carros de bueyes para transportarlo.

—Excelente.

—Y... aparte de... p... lo que sea, ¿Hay algo más que podamos ofrecerte? — 969
preguntó el anciano en tono serio—. Su majestad, sin bromas, usted ofreció
todo lo suyo por nuestra ciudad. Se lo debemos todo a usted.

—Mm. —Ahora que estaba a punto de pedirlo, Xena se encontró incapaz de


hacerlo. Su orgullo cerraba su mandíbula, incapaz de hacer el gran esfuerzo
de pedir lo que sabía que todos los que la conocían lo verían como una
debilidad por su parte.

—Xena —dijo Gabrielle—. ¿Puedo pedirte un favor?

¿Huh? Sacudida de su lucha interna, la reina volvió la cabeza y miró a su


compañera.

—¿Aquí? —miró a los hombres y luego de vuelta a Gabrielle—. ¿¿Ahora??

Gabrielle cerró los ojos cuando un rubor tiñó su piel, vívidamente visible a la luz
del sol.

—No ese tipo de favor.


—Maldición —respondió Xena en tono bajo, mirando las caras de los dos
hombres también enrojecerse—. ¿De qué tipo, entonces? —preguntó con
curiosidad.

La mujer rubia recuperó su compostura y puso sus manos detrás de su espalda.

—Es... —Hizo una pausa—. Sé que cabalgaremos duro detrás de los persas, y
yo no soy buena jinete. ¿Crees que puedo ir montada en los carros de bueyes?

Xena parpadeó, ambas cejas oscuras formando una línea casi recta mientras
su mandíbula caía un poco.

—¡Oh, su alteza! —El anciano levantó las manos—. ¡Por favor, que no oigamos
que usted tiene que ir en un carro de bueyes! ¡Debe ir en un carruaje! De
hecho, puede llevarse mi propio carruaje, con dos caballos robustos para tirar
de él, ¡No podemos pensar en usted viajando detrás de las vacas!

Gabrielle se acercó al hombre y le tomó las manos.

—¡Oh, eso es muy amable de tu parte! 970


La mandíbula de Xena se cerró y tuvo que mirar a la mesa para evitar estallar
en carcajadas ante la sonrisa diabólica en la cara de su amante.

—Pequeña zorra —murmuró en voz baja—. Voy a hacerte chillar por eso.

—¿Majestad? —Brendan se aclaró la garganta—. ¿Ha dicho algo?

La reina se enderezó con cuidado.

—Nah —dijo—. Solo estaba hablando conmigo misma. —Le dio al anciano
una gentil, aunque vacilante inclinación de cabeza—. En nombre de mi
consorte, gracias —dijo—. Hades sabe que no quiero sus nalgas maltratadas
por rebotar en la silla de montar antes de tener yo mi oportunidad.

El anciano se veía un poco indispuesto y liberó las manos de Gabrielle.

—Ah... bueno, por supuesto que estaríamos... ah... —Disimuló su bochorno con
otra reverencia—. Para mí será un honor, su alteza. Lo tendré preparado de
inmediato.
Retrocedió hacia la puerta haciendo una reverencia hasta que salió de la
habitación y la puerta se cerró tras él.

—Tú. —Xena se apoyó en la mesa de nuevo, tratando de ignorar el creciente


dolor a lo largo de su espina dorsal que se extendía hasta la parte posterior de
sus piernas—. Eres un peligro.

—¿Yo? —preguntó Brendan—. ¿Por qué, señora? —Miró a su alrededor


desconcertado—. ¿Hice algo y no me di cuenta?

—Creo que se refiere a mí. —Gabrielle rodeó la mesa y puso una suave mano
sobre la espalda de Xena—. ¿No ha sido una buena historia?

—Lo ha sido —Xena respondió en voz baja. Dudó, luego levantó la vista y se
encontró con los ojos de Brendan—. Mi espalda —dijo brevemente—. Lo
mismo de siempre.

Brendan abrió los ojos de par en par.

—¿Qué? —dijo bruscamente—. Ah, Xena. 971


La reina asintió.

—Se me salió la pasada noche. —Se movió con cuidado—. Vaya suerte, ¿eh?
—Miró a Gabrielle de reojo—. Mi orgullo te debe una. —Logró una sonrisa para
su amante.

Brendan se acercó al otro lado de la mesa con una expresión de profunda


preocupación en su rostro.

—Por el amor de los dioses, Xena. Quédate aquí. Déjanos ir —dijo—. No vale
la pena arriesgarse, no después de la última vez, recuerdo... —Se detuvo
cuando Xena levantó su mano en un gesto de advertencia—. Xena.

—Lo sé. —Xena lo interrumpió—. Lo sé, Brendan. No tengo ninguna intención


de pasarme el resto de mi vida en la cama. —Colocó un brazo sobre los
hombros de Gabrielle—. Por eso es el carruaje.

—P... —Brendan se detuvo y miró a Gabrielle, luego volvió a mirar a Xena—.


¿El carruaje? El que... —Dejó que sus manos descansaran sobre la mesa—. ¿Es
para ti?
La reina asintió.

—Es la única forma en que puedo hacerlo. —Notó la amargura de las palabras
y sintió un momento de intensa ira—. Maldita sea.

—Por los dioses. —El viejo capitán se rio entre dientes, sacudiendo la cabeza—
. Pequeña, buena jugada. —Felicitó a Gabrielle—. Me la has colado hasta el
tuétano, por supuesto.

Gabrielle no tuvo tiempo para disfrutar el elogio, sus ojos vieron la palidez
crecer en la cara de la reina.

—Gracias —dijo en voz baja—. Xena, ¿Quieres sentarte?

—Oh, no. —Xena cerró los ojos y apoyó el peso en sus manos, los dardos de
dolor la hacían sentirse mal del estómago—. Eso es lo último que quiero hacer.
—Podía sentir cómo la sangre abandonaba su cara y el mundo comenzaba
a desvanecerse un poco cuando cerró los ojos y el interior de los párpados
lanzaba destellos rojo brillante al ritmo del latido de su espina dorsal—.
Aguanta un minuto. 972
—Voy a aguantarte a ti. —Gabrielle la rodeó con un brazo.

Xena se concentró en respirar profunda y lentamente, obligando a los


músculos de su tronco, que subían y bajaban, a relajarse para aliviar el dolor
de los espasmos. Había olvidado lo que se sentía al hacerlo, habían pasado
tantos años desde que había sentido esta agonía en particular.

La calidez del brazo de Gabrielle traspasó sus cueros y notó que Brendan
estaba al otro lado de ella, el roce de su mano llena de cicatrices en su
hombro era un frágil consuelo.

Lentamente, demasiado lentamente, el dolor se desvaneció un poco y sus


piernas dejaron de temblar. Abrió los ojos y dejó que se concentraran en el
mapa, los verdes y marrones borrosos eran reacios a enfocarse.

—Maldita sea.

—Xena, deja que vaya a buscar un sanador —dijo Brendan.


—¿Para hacer qué? —preguntó la reina mordiendo las palabras—. ¿Crees que
no hubiera hecho algo ya si hubiera más que hacer aparte de drogarme hasta
quedarme sin sentido?

El viejo capitán suspiró.

—¿Quieres ir a acostarte? —preguntó Gabrielle—. Creo que te sientes mejor


cuando estás tumbada.

Xena miró la mesa, luego exhaló y lentamente bajó el peso de sus manos de
regreso a sus piernas. El dolor estaba allí, pero no se intensificó, y se apartó el
cabello de la frente con una sensación de impotente furia.

Maldita sea, odiaba esto.

—Sí —murmuró finalmente—. Bien podría aprovechar mientras pueda hacerlo.


—Se estiró para alcanzar la vara, pero de alguna manera Gabrielle
aguantaba la mitad de su peso, y Brendan la otra mitad, y ella en parte
caminaba y en parte era porteada de vuelta a la cama. Consideró protestar.
Sin embargo, su sentido común, a menudo ignorado, mantuvo sus mandíbulas 973
cerradas y, agradecida, se dejó caer sobre la suave superficie y se estiró de
nuevo, sintiendo una sensación de completo alivio a medida que el dolor se
reducía a algo más o menos soportable. Gabrielle la estaba acariciando
como a un gatito. Xena sintió ganas de morder a su amante, pero decidió que
no valía la pena arriesgarse a sufrir otro espasmo por el placer de escuchar su
chillido. Con un suspiro, metió el brazo debajo de la almohada y se acomodó
sobre un costado, levantando una rodilla para aliviar la tensión en su espalda.
Se encontró casi nariz con nariz con Gabrielle, que estaba apoyada sobre los
codos en la cama, con los ojos llenos de angustiosa preocupación. Ay. Xena
se inclinó y le dio un beso en los labios—. Anímate —le aconsejó amablemente
a su amante—. No estoy muerta. —Hizo una pausa—. Todavía.

Gabrielle frunció el ceño.

—¿Puedo traerte algo, Xena? —preguntó Brendan a unos pocos pasos de


distancia—. ¿Algún remedio? ¿Hierbas? He mandado a los hombres a
gorronear.

Xena todavía estaba mirando aquellos dulces ojos frente a ella.


—Tengo todo lo que necesito justo aquí, Brendan —dijo—. Gracias de todos
modos. Solo prepara a los hombres para salir antes del anochecer.

—Sí.

—Lárgate.

—Sí.

Brendan cerró la puerta detrás de él, dejándolas solas.

—Xena —dijo Gabrielle después de estar un largo rato simplemente mirándose


la una a la otra—. Por favor, dime qué puedo hacer para ayudarte. No... — 974
Levantó una mano un poco cuando la reina estaba a punto de hablar—.
Nada de cosas tontas. De verdad.

De verdad. Xena respiró unas cuantas veces agradecida que su cuerpo


pareciera estar tranquilizándose al menos por el momento.

—No lo sé —respondió honestamente—. Lo cierto es que no sé qué hacer,


aparte de seguir tragando esa hierba y perderme del mundo por un tiempo.

—Pues hazlo —instó Gabrielle—. Es solo por la mañana. Tenemos tiempo,


¿verdad?

Tiempo. Xena sabía que la verdad es que no tenía tiempo.

—Tal vez —dijo—. Depende de cuán seguro esté Brendan de que nadie se
dirige hacia aquí. —Acarició el borde de la almohada—. No quiero quedarme
atrapada aquí, Gabrielle. Si Sholeh vuelve, esta ciudad está jodida.

—Pero...

—¿Pero? —Xena la miró—. Mi amor, lo único que mantenía lejos a ese ejército
era yo, y no voy a hacerlo en un futuro próximo.
Gabrielle apoyó la barbilla en sus muñecas.

—¿Cómo me has llamado? —pregunto con una sonrisa desconcertada en el


rostro.

Xena sintió que un rubor le calentaba la piel de forma inesperada.

—Cállate. —Frunció el ceño—. De todos modos, tenemos que salir de estas


malditas paredes y cuanto antes mejor.

—Está bien.

Xena deslizó su mano sobre la sábana y cerró los dedos alrededor del brazo
de Gabrielle, sintiendo los músculos moverse bajo su toque y la calidez de la
piel de su amante contra su palma.

—Gracias. —Los ojos de Gabrielle se movieron a derecha e izquierda, luego


miró a Xena con la cabeza ladeada por la perplejidad—. Por sacrificar tu
bravata en honor a mi viejo ego —dijo la reina—. ¿Desde cuándo no te gusta
montar? 975
Una media sonrisa apareció en el rostro de la mujer rubia.

—Me he acordado de cuando fuiste alcanzada por la flecha —dijo—. No


querías que la gente lo supiera.

—Mm.

—Me imaginé... tal vez esto no es lo mismo, pero que aun así no querrías que
la gente lo supiera.

—Mmhmm.

Gabrielle movió la cabeza un poco y le dio un beso a Xena en los nudillos.

—Y pensé que sería mejor, si me las arreglaba para que me echaran la culpa
a mí de todas las almohadas suaves y las cosas agradables dentro de la
carroza.

Xena suspiró.
—¿Soy tan obvia y transparente? —se quejó—. Debería dejarlo todo y
hacerme pescador o algo así. —Sus quejas solo le consiguieron un par de
besos más—. Quítate la ropa y metete en la cama conmigo. Me hace sentir
mejor. —Gabrielle pensó que eso también la haría sentir mejor. De hecho, no
había nada que prefiriera más que quitarse la ropa y meterse en la cama con
Xena, acurrucarse junto a ella y sentir su cuerpo rozando...—. ¿Gabrielle?

—¿Uh? —Gabrielle parpadeó y levantó la mirada hacia su compañera—. Lo


siento.

—¿Quiero saber en qué estabas pensando?

—Bueno... tú en la cama para ser exactos. —Se enderezó y alcanzó la hebilla


que sujetaba su cinturón—. Solo deja que me...

Xena estiró el brazo y le acarició la mano.

—Espera —dijo—. No estoy pensando con claridad. —Hizo una pausa—.


Demasiadas malditas hierbas. Ve a por la carreta a la plaza, y en el mercado,
tráeme toda la mierda medicinal que puedas encontrar. —Gabrielle vaciló, 976
los deseos de su cuerpo casi superaban su deseo de hacer lo que Xena quería
que hiciera. Dejó caer su mano sobre la cama mientras trataba de volver a
centrar sus pensamientos, su mente tercamente reacia a alejarse de la
tranquila figura en la cama. Su mente y su corazón iban en direcciones
diferentes. Era lo más extraño que había sentido nunca y la verdad es que no
le gustaba en absoluto—. ¿Gabrielle? —la voz de Xena tenía un toque de
pregunta—. ¿Te has dado un golpe en la cabeza otra vez o algo así?

—No.

Xena arrugó la frente. Podía detectar una expresión extraña, casi gruñona en
el rostro de su compañera, nada normal. Extendió la mano y tocó el brazo de
Gabrielle otra vez y, cuando las pestañas rubias se levantaron y pudo mirar sus
ojos, se sorprendió al ver una mirada oscurecida por la pasión de vuelta a ella.

Oh, oh. Xena se mordió la lengua cuando abrió y después cerró la boca, su
mente luchaba por expresar con claridad los instintos directamente en
conflicto entre el cerebro y la ingle. Terminó estornudando y eso casi hizo que
su espalda volviera a salirse y agarró las sábanas y apretó los dientes cuando
Gabrielle la abrazó con alarmado instinto.
—¡Xena! ¡Tómatelo con calma!

Que fácil de decir.

—Solo quédate en la cama. —La reina suspiró— Hazme compañía un rato ya


que los sesos se me están saliendo por las orejas y puedo acabar escribiendo
poesía o algo igualmente tonto a menos que me distraigas.

—Uh.

Xena abrió el cinturón que estaba al alcance de su mano y aflojó su


sobrevesta tirando de la pesada tela.

—Ven aquí...

Gabrielle le agarró las manos con una mirada de vergüenza y placer


entremezclados.

—Voy. Pero déjame conseguir las cosas primero, ¿de acuerdo? —dijo—. Y
cuando vuelva, te traeré todo lo que pueda encontrar que sea verde. 977
Paradójicamente, ahora que sus deseos estaban siendo atendidos, Xena se
sintió profundamente decepcionada. Su cuerpo ya había estado anticipando
el toque de Gabrielle y luchó ferozmente contra la necesidad cuando soltó a
su amante y apoyó la cabeza en la almohada.

—Bueno. Ve.

—Seré rápida. —Gabrielle le apretó la mano—. Yo quiero…

—Yo también quiero. —La interrumpió Xena agregando un puchero para


enfatizar la declaración.

Se miraron la una a la otra. Gabrielle parpadeó y se encogió de hombros,


mostrando una sonrisa cautivadora.

Xena suspiró y negó con la cabeza.

—Creo que me estoy volviendo loca —admitió—. Quizás me patearon la


cabeza demasiadas veces esta ronda.
—Bien. —Gabrielle se apoyó sobre los codos de nuevo, bajando su cabeza
casi al mismo nivel que la de la reina—. A mí no me patearon la cabeza en
absoluto y me siento igual —dijo—. Se siente tan raro. Tenemos todo esto en
marcha, pero la verdad es que no quiero hacer nada más que... bueno...

—Mm.

—Si esto es estar loca, sin duda se siente bien.

Xena tuvo que sonreír ante eso. Por saber que era verdad, y eso, la hacía sentir
más liviana por dentro, sin importar lo mucho que le doliera.

—Estar enamorada te patea el culo, ¿No es así? —comentó.

—Supongo.

—En el buen sentido —dijo la reina—. En el buen sentido —repitió en un tono


más suave—. ¿Sabes algo, Gabrielle? Lo que de verdad me encanta, es que
me cuentes historias.
978
Habiendo tomado aliento para hablar, Gabrielle dejó que saliera por sus labios
ligeramente abiertos, dejando de lado sus pensamientos por el súbito cambio
de tema.

—Uh... um. Gracias.

—Quiero que esta historia tenga un final feliz —dijo la reina—. Quiero que
sigamos y tengamos una vida salvaje y sexy juntas. No quiero seguir
jugándome la vida y saliendo herida y... —Se detuvo por un momento,
consciente de la forma inmóvil y silenciosa arrodillada junto a ella—. ¿Por qué
la vida es tan difícil para mí en este momento, eh? —Gabrielle se acercó y
acarició la frente de Xena—. ¿Ha sido porque quería salir y patearle el culo a
la gente? —se preguntó Xena—. O tal vez, esto es lo que me pasa por ser una
idiota todos estos años. ¿Tú qué crees?

Su compañera emitió un sonido suave, luego se echó hacia atrás y se quitó la


sobrevesta, dejándola caer junto a la cama mientras se levantaba para
sentarse en el borde del colchón para quitarse las botas.

—¿Sabes lo que creo Xena?

—Apuesto a que voy a saberlo en un segundo.


Gabrielle dejó caer sus botas al suelo junto a su sobrevesta y pasó con mucho
cuidado por encima del cuerpo medio encogido de Xena, acurrucándose y
presionando su cuerpo contra la espalda de su amante.

—Creo que no me importa una cola de oveja lo que está pasando ahí fuera.

—Debería importarnos.

—Me importas tú. —Gabrielle le dio un beso en la nuca a Xena y envolvió con
su brazo la cintura de la reina—. Me importa cómo te sientes y conseguir que
te duela menos. No me importan los persas, la guerra ni el mañana. —La
repentina calidez que envolvía su dolorida espalda casi hizo que Xena
empezara a ronronear. En cambio, se aclaró la garganta y colocó su mano
sobre el brazo de Gabrielle. Su cuerpo se relajó cuando el calor penetró en los
rígidos músculos y se rindió a los suaves y provocativos mordiscos que
atravesaban la parte posterior de su cuello. Se sentía como una muestra de
los Campos Elíseos. También se sentía culpable por no ir y hacer, y ser la líder
que su gente esperaba que fuera. No importaba que comprendiera
perfectamente que si intentaba hacer cualquiera de esas cosas en las
condiciones en las que estaba no llegaría ni siquiera hasta la maldita puerta.
979
Gabrielle debería ir a preparar la maldita carreta. Debería llamar a Brendan y
comenzar a dar órdenes—. Xena —murmuró Gabrielle en su oído—. Nuestra
historia tendrá un final feliz. Te lo prometo.

Pensándolo bien, Brendan era más mayor que ella y, si el viejo bastardo no
sabía cómo preparar un ejército para salir, debería matarlo.

—¿Promesa?

—Promesa.

Después de todo, ella era la maldita reina y debería actuar como tal para
variar. Xena echó los hombros un poco hacia atrás y giró la cabeza lo
suficiente como para volver a apuntar hacia las atenciones de Gabrielle,
permitiendo que el flujo sensual de la pasión distrajera a su cuerpo de su
miseria.

Quizá la vida le estaba pateando el culo, pero nada decía que tenía que
quedarse allí de pie y encajarla, ¿verdad?
Gabrielle empujó la puerta del establo y se deslizó dentro, sonriendo cuando
oyó a Parches relinchar al oírla.

—Hola Parches. —Le dio a Tiger una palmadita en el costado mientras se


acomodaba entre el gran semental y su pony—. ¿Estáis listos chicos para irnos
a casa? —Parches le obsequió un bocado de heno que generosamente roció
por toda su sobrevesta mientras se frotaba contra su pecho a modo de
saludo—. Voy a prepararlos chicos —le dijo Gabrielle—. Y vamos a salir con los
muchachos y Xena, y vamos a ir por el camino de regreso a casa. ¿Qué os
parece, eh? —Parches parecía estar de acuerdo con el plan. Se quedó quieto
mientras le ponía la brida, y mordisqueó el abrevadero, mientras colocaba la
silla sobre su lomo y la ajustaba—. Aquí tienes. —Gabrielle era consciente que
afuera, había al menos tres docenas de hombres que hubieran estado
encantados de haber hecho esto por ella, y también era consciente de que 980
los mozos de la ciudad que había esquivado en su camino al establo, también
lo habrían hecho. Pero a ella le gustaban los caballos y tenía unos minutos
antes que el carro estuviera listo—. Está bien, Parches. Espera mientras preparo
a tu amigo. —Tiger la miró mientras se acercaba a su cabeza, sus fosas nasales
se ensancharon un poco cuando le acomodó su brida, frotó su lengua contra
sus dedos mientras le metía el bocado. Gabrielle le acarició la nariz y le dio un
beso, luego dio un paso atrás y rodeó al semental hacia donde su silla de
montar estaba apoyada sobre un divisor de madera, el cuero era de un
bruñido áspero a la luz del atardecer. Gabrielle estudió la silla de montar, luego
se volvió y miró al caballo de su amante, cuya espalda estaba muy por
encima de su propia cabeza—. Hm. —Iba vestida con su sobrevesta de nuevo,
con una camisa limpia y polainas debajo. Lo último que había hecho en la
bonita habitación que les habían dado, fue tomar un baño, y ahora se sentía
fresca y lista para viajar después de un largo día de no hacer nada, más que
besuquearse con Xena—. Un trabajo duro, Tiger, pero alguien tiene que
hacerlo, ¿sabes? —consideró Gabrielle, luego condujo al semental hasta
donde estaba la silla y lo detuvo—. Ahora, quédate quieto, ¿de acuerdo? —
Con cuidado se subió al divisor de madera y se equilibró, apoyándose en el
costado del caballo mientras se agachaba y agarraba la silla de Xena—. No
te muevas. —Tiger resopló. Gabrielle respiró hondo y levantó la silla de montar,
pesaba más del doble que la que usaba su pony. Gruñó mientras la levantaba
por encima del lomo de Tiger, luego chilló cuando el semental comenzó a
alejarse—. ¡No! —Parches vino a su rescate. Se giró y golpeó con la cabeza a
su amigo en el costado mientras comenzaba a alejarse, haciéndolo
retroceder un paso—. Buh. —Gabrielle aprovechó su suerte y pasó la silla sobre
el lomo de Tiger, casi perdiendo el equilibrio cuando el caballo cambio de
posición—¡Tiger! —Tiger le dirigió una mirada malvada, pero no pudo alejarse
de nuevo mientras el cuerpo de un desaliñado pony golpeaba contra él
desde el otro lado, casi bloqueándolo junto al divisor. Resopló y mordió a
Parches, pero el pony simplemente le embistió en el estómago mientras
Gabrielle ponía la silla sobre su espalda—. Gracias Parches. —Gabrielle bajó
de un salto del divisor y le abrochó la correa al semental—. Tiger, le voy a decir
a tu mami lo que has hecho —murmuró, cogiendo las alforjas que contenían
parte del equipo de viaje de Xena y colocándolas en su sitio. Ahora que su
oportunidad de hacer travesuras había acabado, Tiger mordisqueó un poco
de heno, hasta que Gabrielle agarró sus riendas y las de Parches y se dirigió a
la puerta—. Venga chicos. Vámonos.

Parches anduvo sin prisa detrás de ella. Tiger se mantuvo firme un momento,
luego obedeció siguiendo a su compañero más pequeño por la puerta 981
mientras salían a la luz del atardecer.

Afuera, la plaza frente a la puerta estaba llena de movimiento mientras varios


cientos de hombres caminaban entre quizás un centenar de caballos y carros
diseminados, llenos tan arriba como podían soportar, detrás de imponentes
equipos de bueyes.

Gabrielle estaba sorprendida e impresionada por la cantidad de personas de


la ciudad que los iban a acompañar. Podía ver que algunos eran los hombres
más jóvenes, otros incluso apenas habían pasado la adolescencia, pero una
buena parte de ellos eran del tipo mercaderes y trabajadores más viejos y
robustos, todos ellos un tanto cohibidos, portando diversas armas y ataviados
con tabardos hechos apresuradamente con el escudo de Xena.

—Su gracia. —Jens se acercó por su otro lado, agachándose bajo la cabeza
de Tiger cuando el semental se detuvo—. Podíamos haberlos traído por ti,
ciertamente.

—Lo sé. —Gabrielle se sacudió el heno del pecho—. Está bien. Me gustan. —
Señaló a los caballos—. De todos modos, todos estáis muy ocupados. —Miró
la plaza—. Guau, mucha gente, ¿eh?
Jens parecía moderadamente complacido.

—Más de los que pensaba, sí. —Él estuvo de acuerdo—. Algunos no son malos
luchadores —añadió—. La Señora podrá hacer algo con ellos.

Gabrielle esperaba eso fervientemente.

—¿Ya estamos listos para partir? —preguntó—. Sé que Xena está terminando
algo... um. Ultimando los planes.

—Más o menos —dijo el soldado—. ¿La carreta que han traído es de su gusto?
—preguntó mientras comenzaban a caminar hacia las puertas ya abiertas—.
Me ha parecido un bonito detalle, el anciano la trajo para que fueras
montada. Estoy seguro que a su Majestad le gustó la idea.

—Me encanta —respondió Gabrielle con franqueza—. Me gusta montar a


Parches, pero con todo lo que ha pasado estos últimos días creo que... —Se
tocó la parte posterior del cuello con vacilación—. Solo es que creo que
montar toda la noche no me sentaría muy bien.
982
Jens asintió.

—Mejor esto. —Señaló al carro que estaba parado a un lado con un equipo
de cuatro enganchado a él y se dirigieron hacia allí cuando la multitud se
apartó para ellos. Mm. Gabrielle lo miró. El carro, en realidad un carruaje, era
más alto que ella y estaba tallado en majestuosa madera ornamentada. Tenía
paredes altas, ruedas grandes y pesadas, y una parte superior que lo cubría
pero que aún dejaba entrar aire y luz. Había un asiento en la parte delantera
para que alguien se sentara y manejara los caballos, y un escalón en el que
podía ayudarse para subir dentro. Estaba bien hecho, pero no demasiado
vistoso, palmeó el costado cuando llegaron hasta donde estaba parado.
Gabrielle ató las riendas de Tiger y Parches al carro y abrió la puerta, saltando
al escalón y mirando dentro. Había tres bultos adentro, cerca del frente, que
tenía un banco bajo para sentarse. El banco tenía algunas mantas dobladas
y un montón de almohadas que hicieron sonreír a Gabrielle un poquito. En la
parte de atrás había un banco más grande y ancho con un acolchado grueso
tanto en el asiento como contra la pared trasera del carruaje que,
obviamente, estaba destinado a que el propietario se sentara. Antes del
banco había taburetes acolchados y, colgando en las paredes interiores,
había varias redes y eslingas para guardar cosas. Bonito. Gabrielle retrocedió
y cerró la puerta—. Está bien, déjame ir a buscar a Xena y decirle que estamos
listos —dijo.

—Puedo ir por ti, si quieres, su gracia —dijo Jens—. No es problema.

—No. —Gabrielle se acercó y le tocó el brazo—. Gracias, pero yo lo haré.


Vuelvo enseguida. —Rodeó el carro y atravesó la plaza, moviéndose entre filas
de hombres que se dirigían a las puertas en medio de una creciente sensación
de emoción que podía sentir al pasar. La gente de la ciudad también se
estaba reuniendo. Gabrielle devolvió muchos tímidos saludos, pero no se
detuvo a hablar. Trotó escaleras arriba hacia la casa y la puerta se abrió para
ella, la forma familiar de Brendan estaba justo en el interior—. Hola.

—Mi lady —Brendan la saludó—. ¿Está todo listo entonces?

—Creo que sí. —Gabrielle se pasó los dedos por el pelo—. Déjame ver cómo
está Xena —dijo—. Espero que se sienta un poco mejor después de su
descanso.

Brendan parecía preocupado. 983


—Mejor si ella... —suspiró—. Esa lesión es mala —dijo—. No la había molestado
en muchísimo tiempo, no desde que asumimos el control. Creía que ya lo
había superado, la verdad.

—Creo que ella también lo pensaba —murmuró Gabrielle—. Nunca lo


sospeché de todos modos... siempre es tan...

—Combatiente —brindó Brendan.

—Imprudente. —La mujer rubia discrepó—. Como si ella no pudiera salir herida.
Pero lo hace. Estoy muy preocupada. —Se dio la vuelta y se dirigió hacia los
escalones del segundo nivel, trotando hacia las puertas cerradas, amplias y
grandes, que conducían a los aposentos temporales de la reina. Dos soldados
estaban fuera. Llevaban consigo sus bolsas de viaje y todas sus armas y,
cuando vieron a Gabrielle, ambos saludaron y se acercaron a la puerta para
abrirla. Con una sonrisa, Gabrielle pasó junto a ellos y esperó a que la puerta
se cerrara detrás, antes de tomar una respiración profunda y continuar hacia
la habitación interior. Había dejado a Xena todavía descansando en la cama.
Pensó que el largo día había ayudado un poco, pero sabía que Xena también
había sufrido mucho dolor. Ahora, abrió la puerta interior y echó un vistazo
alrededor, bastante sorprendida de encontrar a la reina fuera de la cama y
de pie junto a la ventana, con una mano a cada lado mientras miraba hacia
fuera—. ¡Oh!

—Vamos, entra rata almizclera.

Gabrielle entró y cerró la puerta.

—¿Te sientes mejor? —preguntó esperanzada mientras se dirigía hacia ella—.


Creo que estamos listos para irnos. Tengo los caballos.

—Te he visto. —Xena giró la cabeza cuando su compañera se acercó—. No.


No me siento mejor. Pero he tragado suficientes hierbas para bajar las
escaleras y meterme en tu carrito de muñecas allá abajo —suspiró—.
Intentaría salir por las puertas montada en ese caballo cabrón que tengo, pero
creo que me caería.

Gabrielle le puso una mano gentil en la espalda.

—Está bien. —Xena se volvió con cuidado y agarró su vara, apoyándose en 984
ella para cruzar hasta el tocador. En la parte superior, su armadura estaba
dispuesta pulcramente, bruñida hasta un brillo sombrío—. Terminemos con
esto. Mi ego apenas puede soportar subirme a ese carro, pero no puede lidiar
con hacerlo medio desnuda.

—No estás medio desnuda. —Gabrielle le siguió la broma—. Me gusta cómo


te sienta eso. Son muy sexys.

Xena la miró.

—Deja de intentar distraerme.

Gabrielle cogió una de las piezas de la armadura y se arrodilló para sujetarla


alrededor de la rodilla de Xena.

—No lo hago. Es cierto. —Le abrochó cuidadosamente en su lugar, luego se


levantó y agarró la otra protección de rodilla.

La reina miró su reflejo en el espejo e hizo una mueca irónica.

—Si tú lo dices. —Entrelazó ambas manos alrededor de su vara y dejó que


Gabrielle continuara el proceso de ponerle la armadura; una tarea
completamente inútil en realidad, ya que en este momento era tan capaz de
luchar como de agitar los brazos y volar delante de las narices de Sholeh.

—Hay un montón de gente que se viene con nosotros, ¿los has visto? —
Gabrielle resopló cuando agarró la armadura de pecho de Xena y la levantó,
colocándosela cuidadosamente sobre sus hombros—. Creo que eso es genial.

—¿Lo crees?

—Bueno... —La mujer rubia le abrochó las gastadas correas bajo el brazo de
la reina—. Quiero decir, creo que es asombroso que tengan tanta fe en ti y
estén dispuestos a ir contra todo ese gran ejército.

—Mm. —Xena gruñó por lo bajo—. Sí, yo también lo creo. —Movió su cuerpo
con cautela, asentando la armadura cuando Gabrielle terminó de atársela—
. Trataré de darles un poco de emoción antes de hacer que los masacren a
todos.

Gabrielle recogió uno de sus brazaletes.


985
—¿Crees que eso es lo que va a pasar? —preguntó colocándolo en el brazo
de su compañera y comenzando a apretar los cordones—. Dijiste que pasaría
eso la última vez, y ya lo sabes Xena... no fue así.

No, no fue así. Xena miró sombría su reflejo de nuevo.

—Ahora es diferente.

—¿Por qué estás herida?

La reina asintió.

—Yo marqué la diferencia, Gabrielle. No necesito tus historias para saber eso
—dijo con un suspiro—. Solía preguntarme cómo era eso, dirigir un ejército y
simplemente tener que observar cómo hacen... lo que les dijiste que hicieran...
y no poder ayudarlos.

—Cuando ibas a pelear contra Bregos —dijo Gabrielle—, querías estar ahí
fuera con los hombres.

Una débil sonrisa apareció.


—Si. —Se giró lentamente y luego se apoyó en el tocador—. Ahora las botas.
Esa es la parte difícil. —Tomó aire varias veces, su cuerpo luchando contra las
hierbas que ponían una capa de niebla entre ella y la habitación—. Entonces
podemos salir de aquí.

—Entonces podemos irnos a casa.

Xena sonrió levemente.

—Sí.

—Le dije a Parches y Tiger que nos vamos a casa.

—¿Te respondieron?

Gabrielle levantó la vista de su tarea de atar la bota izquierda de Xena.

—Xena.

—Contigo nunca se sabe. —Xena sintió que la inundaba una sensación de 986
resignación, ahora que sus decisiones estaban tomadas y las cosas estaban
en marcha nuevamente—. Quiero que hagas algo por mí.

—¿Algo más? —La mujer rubia terminó con una bota y abrió la otra,
colocándola alrededor del pie derecho vacilante de Xena—. Por supuesto.

—Lleva mi espada cuando salgamos.

Gabrielle se detuvo en medio del lazo y miró hacia arriba.

—¿Eh?

Xena señaló el arma que descansaba sobre la mesa.

—Si me la pongo a la espalda, y algo... —vaciló—. No siempre pienso antes de


reaccionar. Si intento desenvainarla, voy a acabar en el suelo.

—Oh. —Su amante se levantó y puso sus manos en las caderas de Xena—. Por
supuesto. —Hizo una pausa mirando hacia la cara demacrada de la reina—.
¿Lista?

—No. —Xena flexionó los dedos de los pies y miró a su alrededor, deseando
con melancolía que todo hubiera terminado y no tener que partir—. Vamos.
—Continuó, colocando su vara delante de ella mientras se dirigía muy rígida
hacia la puerta—. Toma el pinchacerdos y el chakram, y pongamos el
espectáculo de chucho y rata almizclera en marcha.

Gabrielle fue a la cómoda y recogió la bolsa que sostenía el chakram,


atándola a su cinturón con dedos reverentes antes de poner sus manos en la
espada.

Se sentía rara levantándola y acunándola en sus brazos. Siguió los pasos de


Xena con una expresión pensativa.

—Entonces... —dijo ella—. ¿Eso te convierte en la perra callejera?

—Aja. —Xena se apoyó en la vara y abrió la puerta, empujándola para


abrirla—. Por supuesto.

—Oh.

—¿Tienes algo que decir al respecto?


987
Cruzaron la habitación exterior hacia la puerta del pasillo.

—Bueno —dijo Gabrielle después de una pausa—. Tienes una cola muy mona.

Xena soltó un silbido y las puertas se abrieron de inmediato.

—Atrévete a decir eso otra vez —dijo mientras se enderezaba y avanzaba con
pasos firmes y constantes, con la cabeza erguida, utilizando la vara
aparentemente como un accesorio informal—. Hola chicos. ¿Estamos listos
para salir?

—¡Majestad!

Gabrielle se limitó a sonreír con tristeza mientras la seguía.


Los vítores estallaron tan pronto como Xena apareció en los escalones y se
detuvo, con sus manos descansando de modo casual sobre el báculo
mientras asimilaba los aplausos. Después de un momento, levantó una mano
y la agitó con indiferencia, luego colocó ese brazo sobre los hombros de
Gabrielle cuando comenzaron a bajar al nivel de la calle.

Gabrielle metió la espada en el hueco de su brazo derecho y colocó el


izquierdo alrededor de la cintura de la reina, lista para ofrecer ayuda si parecía
que Xena la necesitaba.

En este momento, no era así. Xena caminaba entre las filas de gente de la
ciudad y soldados, saludando con gracia aquí y levantando una ceja allá,
sonriendo a sus hombres y echándoles un vistazo a los nuevos combatientes
de la ciudad.

El subterfugio era asombroso. Gabrielle podía sentir la tensión en la espalda


sobre la que descansaba su brazo, pero por la actitud de Xena, nunca hubiera
adivinado que algo andaba mal en ella. Había sido lo mismo cuando la flecha
la había alcanzado, pero esto era diferente.
988
Este era un triunfo de la voluntad de Xena sobre su cuerpo, y Gabrielle se
quedó atónita por la feroz nobleza de la misma.

—Eres increíble —pronunció en voz baja.

—Soy una lunática —respondió Xena con una sonrisa para la multitud—. Reza
porque aguante siendo una lunática hasta que lleguemos a ese carro o vas a
tener que llevarme hasta allí.

—Lo haría. —Xena casi dejó de caminar. Volvió la cabeza y miró a su


compañera con una expresión bastante escéptica—. Bueno. —Gabrielle
suspiró—. Lo intentaría.

—Casi merece la pena que me desplome por ver eso —comentó la reina—.
Da igual. —Soltó a Gabrielle cuando llegaron a la carroza y se volvió,
enfrentando a la multitud que crecía a su alrededor mientras se detenía junto
a los flancos de Tiger.

Parecía necesario un discurso. Lo cierto es que Xena no estaba de humor para


un discurso, pero todos la miraban, así que apoyó todo su peso en su vara y
esperó a que el ruido se apagara.
Dos de los ancianos se apresuraron hacia adelante.

—Su majestad. —Uno de ellos se inclinó mientras se acercaba—. ¿Está todo a


su complacencia?

Está todo a mi complacencia. Xena reflexionó sobre eso. Iba tras un ejército
de miles con un par de cientos de hombres torpes y desentrenados, un
escuadrón de soldados cansados, una rata almizclera, un problema en la
espalda y un día de ventaja por recuperar.

—Por supuesto —concluyó—. Gracias.

El hombre tomó aliento, luego lo soltó.

—Ah. —Se recuperó—. Estamos muy felices de escuchar eso, ¡y le deseamos


buen viaje! —Miró a su alrededor, agitó sus manos, y todos aclamaron en el
acto—. ¡Le deseamos a usted, y a aquellos de nuestros hermanos que la
acompañan, un gran éxito!

Otra aclamación. 989


—Gracias —repitió Xena—. A todos los que han elegido unirse a nosotros,
bienvenidos —añadió con voz más fuerte—. Seréis recompensados por vuestro
coraje —dijo—. Y estupidez —murmuró—. Salgamos.

—¡Formad! —Brendan soltó un bramido cuando montó su caballo, levantando


su espada—. ¡Listos para marchar!

Xena se dio la vuelta y se abrió paso alrededor del enorme cuerpo de su


caballo, acercándose lo suficiente a la carroza para abrirle la puerta a
Gabrielle.

—Tu carroza te espera.

Gabrielle se subió al escalón y miró a su alrededor, encontrando al anciano


entre la multitud muy cerca.

—Gracias. —Le sonrió—. Esto es hermoso. —Cuidadosamente puso la espada


de Xena dentro y dio unas palmaditas en la puerta—. Simplemente
maravilloso.

El hombre le sonrió.
—Mi señora, sus palabras me cautivan. —Hizo una reverencia—. Espero que
obtenga un maravilloso uso de ella.

—Estoy segura que lo haré. —Gabrielle hizo una pausa casi dentro del carro y
miró a Xena—. Oye, Xena...

Xena decidió que no sería tan malo si la debilidad fuese vista como
indulgencia con su pareja, ¿no?

—¿Siiii, Gaabbrielle? —bromeó, rascándole la nariz a Tiger cuando se dio


cuenta que estaba apoyada contra él y comenzaba a olisquearla.

—¿Viajarías conmigo durante un rato? —preguntó la mujer rubia—. He escrito


un nuevo poema para ti.

Oh por los dioses.

—¿Alguna rima con “nalgadas”? —preguntó la reina—. ¿O chillido?

Gabrielle se sonrojó cuando los hombres comenzaron a reírse a su alrededor. 990


—Bueno...

—Oh, está bien. —Xena suspiró—. Brendan, que alguien guíe a mi gran
bastardo, y al enano desaliñado. —Se dirigió hacia la carroza y movió la vara
hacia su mano derecha, agarrando la puerta con la izquierda y liberando a
sus piernas de la mayor parte del peso de su cuerpo, ya que estaban a punto
de ceder bajo ella—. ¡Pongamos este maldito espectáculo en marcha!

—Sí. —Brendan desató a Tiger y a Parches y entregó sus riendas a uno de los
mozos que se había apresurado a acercarse—. Vamos chicos, comienza el
camino, ¿eh?

—Yah. —Xena sintió que el sudor le corría por el cuello y la columna vertebral,
incluso la alta dosis de hierbas era incapaz de contener el dolor por más
tiempo—. Está bien, tú —ordenó a Gabrielle—. Ya te daré yo a ti un poema,
seguro.

Gabrielle se metió dentro de la carreta y, una vez allí, se volvió y tendió la


mano mientras Xena oscilaba hacia la puerta y ofrecía su vara. Lo cogió y lo
tiró adentro, lanzándolo al otro lado y agarrando la mano de la reina mientras
comenzaba a trepar para entrar.
Una mirada a la cara de Xena, y se abalanzó sobre ella para atraparla cuando
cruzó la puerta, agarrándola mientras empezaba a derrumbarse y tirando de
ambas hacia un lado para que cayera sobre el asiento más grande en vez de
sobre el suelo de la carreta.

—¡Oof!

Xena soltó una carcajada.

—¡Pequeña mujerzuela! —Habló en voz alta—. Cierra la maldita puerta —


añadió con un susurro ronco—. Por los dioses.

Gabrielle se puso de pie y fue hacia la entrada de la carreta, mirando hacia


fuera para ver un mar de rostros que la miraban con ojos cómplices. Sonrió
tímidamente y cerró la puerta, sintiendo una sensación de alivio, una vez que
la muralla de gente estaba fuera de su vista, y Xena fuera de la de ellos.

—Guau.

—Por el huevo izquierdo de Hades. —Xena estaba tumbada sobre su espalda 991
en el asiento, con el antebrazo sobre los ojos—. Agarra esa maldita espada y
ensártame con ella, hazme el favor.

—Chico, ha estado cerca.

—¿Cerca? —dijo Xena con los dientes apretados—. Espero poder levantarme
de aquí de nuevo.

Gabrielle cruzó rápidamente la carreta y se arrodilló junto al banco, tocando


vacilante el brazo de la reina.

—Oh, Dios mío... Xena... —Podía ver lágrimas en las pestañas de su amante—
. ¿Puedo traerle algo? Más de esas hierbas, o...

—No vas a ensartarme, ¿eh?

—Xena, no puedo.

La reina suspiró.

—Dijiste que harías cualquier cosa por mí —gimió—. Pido tan poco... mmph.
Gabrielle levantó la cabeza para mirar a los ojos de la mujer a la que acababa
de besar. Luego bajó los labios para besar suavemente las lágrimas de sus
pómulos.

—No me pidas que te lastime —dijo—. Prefiero ensartarme a mí misma antes


—susurró.

Xena sintió una sacudida, tanto en sus entrañas por los besos, como en su
cuerpo cuando la carreta comenzó a moverse. La parte superior de la carreta
tenía una rejilla abierta para dejar entrar el aire, pero la sensación de
movimiento sin tener control sobre él, de repente la hizo sentir un poco
mareada.

—No hagas eso —dijo—. En vez de eso, ayúdame a sentarme.

Gabrielle se inclinó hacia adelante y volvió a besarla en los labios.

—Está bien. —Se enderezó y se puso de rodillas, tendiéndole las manos a Xena
para que las agarrara. Xena se agarró y se armó de valor. Luego respiró hondo
y se concentró en contraer los músculos de su estómago, agradecida por las 992
largas sesiones en su torre mientras su cuerpo respondía y, con la ayuda de
Gabrielle, pudo sentarse en el banco. Dolía. Se enderezó y se recostó contra
el respaldo acolchado detrás de ella, medio reclinada debido a la pendiente
de la pared del vagón—. Está bien.

—¿Está bien?

Xena flexionó los dedos de los pies con cuidado, feliz de poder sentirlos. Había
tenido esa extraña y débil sensación en las piernas cuando entró en la carreta,
un claro recuerdo de la última vez que había sido herida de esta manera.

—Sí. —Puso sus manos sobre el banco y miró el interior del carruaje—. Con que
esto es, ¿eh?

—Sí. —Gabrielle se levantó y se sentó junto a ella—. Pensé que podrías


recostarte aquí. —Dio unas palmaditas en la superficie—. Y tengo almohadas
allí para ti —señaló al otro lado del carro.

—Buena idea. —Xena exhaló mirando hacia los agujeros abiertos—. Buen
trabajo.
—Es bonito, ¿verdad? —Estuvo de acuerdo Gabrielle—. Les pedí que dejaran
algunas cosas aquí, frutas y algunos bollos pequeños para que puedas comer
si quieres.

—Hm.

Gabrielle le dio unas palmaditas en la rodilla.

—Saldremos de esta, Xena. Estuviste tan increíble allí afuera. Sé que


encontrarás la manera para que todo salga bien.

—¿Lo sabes?

—Sí —manifestó la mujer rubia positivamente—. Tú puedes hacer cualquier


cosa.

Xena estudió el techo de la carreta, escuchando el sonido de los cascos de


los caballos a su alrededor y los gritos de los hombres al salir por las puertas.

—Puedo hacer cualquier cosa —reflexionó—. Supongo que lo averiguaremos. 993


—Se volvió para mirar a Gabrielle—. Solo hay un problema.

Gabrielle se había levantado a buscar las almohadas, agarrándose del


costado de la carreta mientras se movía debajo de ella.

—¿Cuál? —Giró la cabeza y la miró por encima del hombro, frunciendo el


ceño ante la tez pálida en el rostro de Xena.

—Acabo de recordar por qué no tengo una de estas cosas.

—¿Por qué? —Gabrielle recogió una brazada de las almohadas y se las llevó.
Se arrodilló junto al banco y ordenó los artículos suaves y esponjosos,
dejándolos al lado de su amante—. ¿Qué pasa?

—Me enfermo montada en ellas. —Xena levantó el brazo y se cubrió los ojos
otra vez.

—Oh.

—Maldita sea.

Gabrielle miró el interior.


—Um... Tengo un poco de agua...

—Shh.

—¿Tienes alguna hierba para eso?

—Shh.

—¿Quieres que te vuelva a besar?

—Mantén esa idea.

994
Parte 29

Estaba oscuro. El ejército avanzaba a través de la noche a lo largo del camino,


solo el sonido de los cascos y el débil aleteo de las pocas antorchas que les
permitían encontrar el camino, delataba su presencia.
En medio de los soldados, una larga fila de carros con suministros avanzaba
ininterrumpidamente y, al frente de todos ellos, la carroza real en que viajaban
su líder y su consorte. Mientras, la luna viajaba por el cielo y desviaba sus
sombras de un lado a otro, los hombres caminaban y cabalgaban con una
actitud tranquila y segura.
Sin embargo, dentro de la carroza, era otra historia.
—Xena. —Gabrielle limpió con cuidado la cara de su amante con un paño
húmedo—. Tiene que haber algo que podamos hacer por ti. —Miró a la mujer
que sufría—. ¿No? ¿Debo decirles a los hombres que paren?
Xena la miró lastimosamente. Su rostro estaba completamente blanco, 995
evidente incluso a la escasa luz de las velas dentro del carro, y su frente estaba
húmeda por el sudor. Tenía una mano sobre su estómago y la otra sosteniendo
un cubo de madera.
—¿Quieres volver a la ciudad?
Los ojos de la reina mostraron apenas una pizca de diversión.
—Quiero que me mates.
—Xena.
—¿Sabes cuándo fue la última vez que me sentí tan mal?
Gabrielle volvió a limpiarle la cara.
—No.
—Yo tampoco. —Xena suspiró—. Bueno, al menos no queda nada más que
vomitar en mis tripas. —Estudió el techo, la miseria en su estómago era tan
fuerte que ensombrecía la de su espalda, afortunadamente para ella, ya que
tomar más hierbas para el dolor no era una opción en este momento.
No había perdido la ironía.
—¿Debo decirles que paren?
—Sólo si me matas primero —le dijo la reina—. Porque no sobreviviré a la
vergüenza si tenemos que dar la vuelta por esto. —Cerró los ojos cuando otra
ola de náuseas la golpeó, su cuerpo estaba demasiado cansado como para
vomitar.
—Lo siento. —Gabrielle apoyó la parte posterior de sus nudillos contra la mejilla
de Xena—. Pensé que esto era una buena idea.
—Yo también. —Xena abrió los ojos de nuevo—. Aquí estaba, deseando
divertirme en tu carrito de amor rodante.
Gabrielle hizo una mueca.
—¿Quieres un poco de agua? —cambió de tema.
—¿La quieres de vuelta en tu cara? —Sin embargo, Xena se lamió los labios—
. Ojalá pudiera. Mi boca está seca como un hueso. —Jolín, jolín, jolín. La mujer
rubia le dio una palmadita en el brazo a su compañera, luego se puso de pie
con cuidado en la carroza en movimiento y se movió a través de ella,
estirándose para mirar por las aberturas en la parte superior de la pared. Era
una hermosa noche. Gabrielle se apoyó triste contra la pared y pensó en lo
bonito que habría sido para ellas ir montadas con la brisa fresca, bajo el dosel 996
de estrellas que se extendía por encima y que iluminaba el camino de un color
plateado pálido. Podía oler los caballos a su alrededor, el alquitrán de las
antorchas y el rico pasto cubierto por una mancha de descomposición de la
reciente batalla. Gabrielle suspiró y se volvió, estudiando a su pobre
amiga. Xena se veía absolutamente miserable. Se había quitado la armadura
y solo llevaba sus cueros, su cuerpo echado a lo largo del banco acolchado
trasero con un pie apoyado contra la pared y el otro plantado en el suelo. El
movimiento de la carroza era... Gabrielle extendió una mano para
estabilizarse de nuevo. Bueno, era una especie de movimiento lento de lado
a lado y cuando no podías ver afuera, era un poco desconcertante. No
estaba segura de que le gustara. En fin. Fue hasta la pequeña bolsa que había
traído de la ciudad y palpó dentro para ver si había más hierbas que Xena
pudiera usar. Sus nudillos golpearon contra algo en la bolsa y se detuvo, luego
giró la mano para sentir lo que había golpeado—. Está bien, así que no vas a
matarme —habló Xena—. ¿Qué tal si me pegas en la cabeza? ¿Puedes hacer
eso?
Gabrielle sacó una bolsa más pequeña de su saco y la miró algo
desconcertada.
—¿Si puedo hacer qué? —Miró a su amante.
—Pegarme en la cabeza.
—No. —Gabrielle abrió la bolsa y miró dentro, sorprendida por el ligero y dulce
aroma que emergió—. Oh. —Se golpeó un lado de la cabeza mientras
recordaba de dónde había sacado la bolsa—. Oye, ¿Xena?
—¿Quéeeeeeee? —La reina se quejó con tristeza, cerrando los ojos y
cubriéndolos con su antebrazo.
Gabrielle acercó la bolsa y se sentó en el borde del sofá.
—Cuando me dirigía a buscar a Parches y Tiger, vi a ese hombre que tenía
estas cosas en una barra y las vendía, así que conseguí algunas. —Hurgó en la
bolsa y sacó uno de los contenidos entre el pulgar y el índice—. Es una bola
de caramelo. ¿Quieres probar a chupar una?
Xena abrió lentamente un ojo y estudió el objeto.
—¿Una bola de caramelo? —sonaba dudosa.
—Mmhm. —Gabrielle se metió uno en la boca—. Mm. —Hizo un sonido
alentador—. Mmmm.
La reina reflexionó sobre la idea, luego sacó la lengua y miró fijamente la bolsa
hasta que Gabrielle recuperó un segundo y se lo dio. Ella aceptó el artículo
más o menos redondeado y se lo metió en la boca, sorprendiéndose por el
997
agradable sabor.
—Mm.
—Está bueno. —Gabrielle se metió la bola en la mejilla para poder hablar—.
Creo que los hacen con miel.
Estaba bueno. Xena hizo rodar el caramelo en su boca. No era
abrumadoramente dulce, tenía una pizca de especias y, mientras tragaba
con cautela, descubrió que su estómago no se oponía de inmediato como
había hecho con el agua, el vino y cualquier otra cosa que había intentado
tragar.
Apoyó la cabeza en la almohada y trató de relajarse un poco. El movimiento
de la carreta se transmitía a su cuerpo a través de la superficie sólida sobre la
que se encontraba.
—No pienses en eso —murmuró para sí misma.
Sintió un toque en el brazo y extendió la mano libre para agarrar la de
Gabrielle, la piel de su amante se sentía cálida y reconfortante contra sus
dedos.
Simplemente estar al lado de Gabrielle se sentía bien. Bueno. Xena reflexionó,
tan bien como podía sentirse cuando su espalda estaba fastidiada y sus
entrañas rondaban la parte de atrás de su lengua.
—¿Mejor?
La reina pensó en eso por un largo momento.
—Un poco —admitió a regañadientes—. O eso, o mis tripas se han cansado
de intentar vomitar nada y se han ido a dormir un rato. —Se movió con
cautela, luego se giró de costado—. ¿Me haces un favor?
—Lo que sea.
—¿Lo que sea? Ya te has negado a matarme o a darme en la cabeza, así
que, ¿cómo podría ser lo que sea? —se quejó Xena.
—Xena. —Gabrielle se apoyó en la almohada y puso sus brazos alrededor de
su sufriente amiga, dándole un masaje muy suave en la espalda y besando su
mejilla—. Haría cualquier cosa por ti, excepto herirte.
La reina, que nunca perdía una oportunidad, con el pecho de Gabrielle a la
altura de su nariz, lo mordió.
998
—¡Yow!
Acostarse de lado hizo que su estómago se sintiera mejor
—Toma una de esas almohadas extra y métela entre mis rodillas, ¿quieres? —
dijo Xena—. Luego vuelves aquí para que pueda hincarte el diente un poco
más.
Gabrielle hizo lo que le pidió. Puso la almohada en su sitio, luego regresó al
lado de Xena y volvió a sentarse, aunque esta vez mantuvo el pecho alejado
de los dientes de Xena.
—¿Quieres que te cuente una historia?
—¿En qué punto del camino estamos?
—No creo poder saberlo —admitió la mujer rubia—. ¿Quieres que hablemos
de ello? —Vio que esos ojos pálidos se abrían y la miraban, y tuvo que sonreír
en respuesta cuando una oleada de emoción la llenó provocándole un dolor
en el corazón.
—Ven aquí y te morderé otra vez.
Gabrielle se inclinó arriesgándose, besando a Xena en la frente antes de
levantarse y dirigirse al frente de la carroza para mirar hacia afuera.
—Y bien, ¿la bola de caramelo ha ayudado?
Xena gruñó evasiva.
La mujer rubia puso sus manos en la parte superior del divisor. Podía ver a los
hombres a ambos lados y, muy lejos, el bosque que recordaba haber pasado.
Delante del carro, podía ver la curva del camino que iniciaba la larga
pendiente hasta el principio del paso y, por lo que podía ver, todo parecía
muy tranquilo.
—Creo que... —vaciló.
—¿No tienes idea de cuánto queda de camino?
—Bueno. —Gabrielle frunció el ceño—. Tenemos todos esos árboles a cada
lado de nosotros, ¿los que rodeamos por la parte de atrás?
Xena suspiró y rodó para ponerse de rodillas, apoyándose en la pared de la
carreta mientras se ponía de pie. Estar en pie era doloroso, pero como podía
agarrarse por encima de su cabeza y soportar la mayor parte de su peso de
esa manera, era soportable.
Se movió lentamente hacia donde estaba Gabrielle y miró a través de la
abertura a su lado.
—Ah. —Puso las manos a ambos lados de su amante y se apoyó un poco
999
contra ella sintiendo que la carroza se balanceaba bajo su peso combinado.
Estar de pie era doloroso pero bueno. A su estómago parecía gustarle más esa
posición, y el aire fresco y frío que entraba por la abertura, calmó sus
quejicosas tripas sorprendentemente rápido. Miró más allá de los soldados que
viajaban junto al carro, disfrutando de un momento de relativa comodidad.
—¿Ves? —Gabrielle señaló—. Por ahí es por donde cruzamos, ¿no?
—Sí. —Xena estaba satisfecha con el progreso. El ejército había seguido
avanzando y se acercaban al límite de la meseta—. ¡Brendan! —soltó un grito
cuando vio a su capitán pasar trotando—. Ven aquí.
—Ow. —Gabrielle se tapó los oídos—. Chico, a veces eres una chillona.
—¿A veces? —Xena se inclinó un poco más contra ella cuando Brendan llegó
a su altura—. ¿Cómo va?
—Muy bien. —Brendan acercó su caballo—. Tengo un explorador un poco por
delante. —Bajó la voz—. No hay señal de ellos por ahora.
—¿Nada? —Xena frunció el ceño.
Brendan negó con la cabeza.
—No hay ni un resto en el suelo, ni un cuerpo que se haya quedado atrás —
dijo—. Como si se hubieran desvanecido en la niebla.
—Mm. —Xena sintió una punzada de mal presentimiento—. No está bien.
—Nah.
—Estamos seguros que se fueron por este camino, ¿verdad? —Gabrielle habló.
—Muchacha, sólo hay un camino aquí —dijo Brendan diplomáticamente.
—Sí, pero nosotros encontramos dos caminos, ¿no? —dijo la mujer rubia—. ¿Y
si ellos también lo hicieron?
Brendan la miró fijamente con la cabeza ligeramente ladeada
dudando. Levantó los ojos y miró a Xena, que ahora tenía los codos apoyados
en el borde de la ventana del carro y su barbilla sobre la cabeza de Gabrielle.
—¿Cree eso su Maj?
Xena exhaló lentamente.
—Creo que son demasiados para estar en cualquier parte menos en el
camino. De otro modo, si fueran en fila de a uno, necesitarían una semana
para salir —reflexionó un momento—. Pero si yo fuera esa perra persa, tal vez 1000
hubiera pensado en dejar algunas personas atrás para destripar a cualquiera
que me siguiese.
—Tengo que hablar eso con los guardias —dijo Brendan conciso.
¿Qué estaba haciendo Sholeh? Xena se imaginó que o correría por delante,
o estaría esperándolos. Ninguna de las opciones la hacía feliz, pero perseguir
a gente hacía que te mataran con menos frecuencia que ser emboscado.
Solo era una realidad de la guerra.
—¿Que haría yo?
—¿Señora?
—¿Qué haría yo si estuviera en su lugar? —preguntó la reina de nuevo—.
¿Cuáles son sus opciones?, ¿Cuáles son sus motivos para estar aquí?, ¿Dónde
va a terminar?, ¿Apoderándose de mi reino? ¿Quemándonos? —Gabrielle se
dio la vuelta y quedó pegada al cuerpo de Xena. Deslizó sus brazos alrededor
de su cintura y simplemente los mantuvo allí, sin apretar—. O buscando
vengarse. —Xena miró más allá de su cabeza hacia las sombras entre las que
cabalgaban. Luego miró a Brendan, que esperaba en silencio—. Coloca un
escuadrón de hombres en esa parte del bosque. —Levantó la mano con
cuidado y señaló—. El de antes del paso.
Brendan miró hacia allí.
—¿Antes del paso?
—Sí —dijo la reina—. Porque supondría que quien me esté persiguiendo
pensará que los emboscaré en el paso y se preocupará de buscar señales allí.
—Estudió la lejana masa de árboles oscuros. Era una posición muy espesa, a
un lado del camino, y este, se curvaba hacia las colinas que los llevaban al
estrecho paso que sería una emboscada natural—. Odio las sorpresas.
—Como todos nosotros. —Su capitán estuvo de acuerdo—. Entonces ¿Crees
que va a dar la vuelta? ¿No lo va a atravesar?
—Ella se dará la vuelta, —Xena declaró rotundamente—. La única manera
que tiene de conservar la dignidad es derrotándonos, Brendan. No huyendo
o esperando hasta estar en la fortaleza y apoderarse de ella. Tiene que venir
detrás de nosotros y borrarnos de la faz de la tierra o, de lo contrario, lo pierde
todo.
—¿Pierde su reputación? —Gabrielle preguntó—. ¿Es eso lo que quieres decir?
—Persia pierde su reputación. —La reina sonrió sombríamente—. Puede que
no tenga miedo de mí, pero puedes apostar tu trasero a que tiene miedo de
su padre por una buena razón. —Miró a Gabrielle—. Si pierde aquí, no tiene 1001
un hogar al que volver.
Gabrielle parpadeó hacia ella con cierto sobresalto.
—Me encargaré de eso, Xena —dijo Brendan—. ¿Vas mejor? —preguntó en
un tono muy bajo.
—Estoy hecha una mierda —respondió la reina con franqueza—. Pero eso no
está cambiando, así que vamos a poner en marcha esta guerra. Pon a los
hombres a hacer flechas mientras caminan si no lo están haciendo ya, y pon
más antorchas para que puedan ver lo que están haciendo.
—Pero…
—Sí, son objetivos. Pero si estás planeando una emboscada en un lugar que
nadie espera, no la arruinas disparando a las luces del camino. —La voz de
Xena tomó un tono más fuerte y más seguro—. Vamos a darle la vuelta,
Brendan. Ahora somos cazadores. No cazados. No me importa cuántas ratas
tenga siguiéndola.
—Sí. —Brendan saludó—. Me pongo a ello, señora.
Azuzó el caballo y desapareció delante del carruaje, su voz se elevó sobre el
sonido de los pies en marcha mientras corría a través de las filas.
—Xena. —Gabrielle frotó suavemente la espalda de su amante—. ¿Cuánto
tiempo tenemos antes de estar junto a esos árboles?
—Tres o cuatro marcas de vela —respondió la reina—. Si no vienen a por
nosotros antes.
—¿Crees que lo harán?
—Quiero que lo hagan. —Xena sonrió.
—¿Eso quieres?
—Claro que sí. —La reina inclinó la cabeza y besó a Gabrielle en los labios—.
Todas las malditas probabilidades están en contra nuestra, Gabrielle. Pero si
los vencemos… No habrá un rincón del mundo en que no se vaya a oír hablar
sobre ello. —Volvió para otro beso, manteniendo un fuerte agarre en el
costado del carruaje mientras avanzaban.
Ni un maldito rincón.

1002

Xena apoyó los brazos cruzados en la pared de madera del carro. Se había
decidido a aceptar el dolor de ponerse de pie para aliviar la miseria de sentirse
mal del estómago, y ahora que el aire fresco de la noche le había aliviado un
poco, estaba relativamente contenta.
Relativamente.
—¿Sabes lo que necesito ahora?
—¿Qué? —Gabrielle se acercó para pararse a su lado.
—Una silla hamaca —dijo la reina—. Colgando de este maldito techo para
que me pueda dar la brisa, pero sin estar de pie —aclaró—. ¿Eres buena
tejiendo?
Gabrielle guardó un breve silencio.
—¿Qué? —dijo finalmente—. ¿Quieres que te haga una silla? —su voz se
elevó—. Creo que es mejor que me quede con lo de contar historias. La última
vez que intenté coser algo, terminé cosiendo mi camisa a mis pantalones.
Xena se rio suavemente en voz baja. Observó cómo el ejército, o lo que fuera,
cambiaba y se movía más allá del carruaje, el ruido de las ruedas y el sonido
de los cascos de los caballos sonando por encima del raspar más ligero de las
botas de los soldados de infantería.
—Ah.
—¿Qué? —Gabrielle miró por encima de la pared. Ahora había mucha más
luz, cada par de soldados sostenían una antorcha acunada en el hueco de
su brazo, una línea de luz ondulante que perfilaba el camino con un brillo
dorado.
—Pensaba que lo habíamos dejado atrás. —Xena suspiró—. Sabía que
debería haberlo matado en el maldito barco.
Gabrielle estiró la cabeza, parpadeando sorprendida cuando se dio cuenta
de que uno de los jinetes cercanos era un Perdicus de aspecto arisco.
—¡Oh! —Se retiró un poco hacia atrás—. ¿Qué está haciendo aquí? Le dije...
—¿Que se largara? —Xena volvió la cabeza con cuidado para mirar a su
compañera—. ¿Y me perdí eso? Malditos sean los dioses. ¿Dónde estaba yo?
La mujer rubia curvó sus dedos alrededor de la madera.
—En la cama, creo —murmuró—. Salí a buscar... para conseguirnos algo esa 1003
primera noche y él estuvo allí, diciendo toda clase de cosas. Le dije...
—¿Toda clase de cosas? —preguntó Xena—. ¿Cómo qué clase de cosas?
Gabrielle sacudió la cabeza.
—Sólo cosas malas —dijo—. Él piensa... supongo que piensa... —Dejó que su
voz se apagara—. Le dije que me dejara en paz. —Miró a Xena, sorprendida
de ver los ojos entrecerrados y sus fosas nasales ligeramente dilatadas.
Extendió la mano y tocó el codo de Xena—. Solo es un patán, Xena. Creo que
siempre fue un patán, pero se ha vuelto... eh... más patán aún.
—¿Te tocó? —preguntó Xena con voz aparentemente tranquila.
—Me agarró del brazo, pero los otros soldados estaban allí, Xena. Realmente
no... —Gabrielle se detuvo cuando la reina se volvió y la miró—. Todavía cree
que estamos prometidos, supongo. —Se encogió de hombros, sin saber qué
hacer con la silenciosa ira de su compañera—. Estoy segura de que ahora lo
ha entendido bien. Le hablé sobre nosotras.
—Tráeme el chakram, ¿quieres?
Gabrielle estaba a mitad de camino en el carruaje, con la mano extendida
para recoger la bolsa antes de detenerse y girar.
—¿Que vas a hacer con eso?
—Matarlo —respondió Xena amablemente—. Es un imbécil, y no voy a
aguantar tenerlo rondando cerca. —Extendió la mano y meneó los dedos—.
Dámelo. Vamos, vamos. No me digas que te vas a poner triste por él.
Gabrielle recogió la bolsa mecánicamente y la sostuvo, girando los ojos para
encontrarse con los de Xena.
—Realmente no vas a matarlo, ¿verdad?
La reina asintió.
—Si voy a hacerlo —dijo—. Es bueno para la moral. Nada como la sangre
brotando por toda la carretera para que las ideas fluyan. —Movió sus dedos
otra vez—. Vamos. De todos modos, quiero ver si puedo lanzarlo desde dentro
de esta caja.
A Gabrielle se le ocurrió que su amante estaba, de hecho, hablando en serio.
Lentamente cruzó el carro, sus dedos se apretaron un poco en la bolsa.
—Xena, él no me hizo daño —dijo—. No quiero que lo mates.
Xena la estudió.
—¿No quieres? —Dejó su mano sobre la cabeza de Gabrielle, y la inclinó hacia 1004
arriba para que la luz de la antorcha cayera sobre ella y poder ver sus ojos—.
¿De verdad que no, Gabrielle? ¿Lo quieres ahí fuera, siguiéndote,
vigilándote... queriéndote? —Gabrielle se encontró atrapada por esa mirada,
las palabras de la reina penetraron y la hicieron sentir un poco sin aliento—. Sé
honesta, Gabrielle —dijo Xena con voz suave—. Este tipo es un problema para
ti. Él está aquí porque quiere algo —agregó—. No lo quiero aquí...
Oh guau. Gabrielle tuvo ganas de sentarse, y un momento después lo hizo,
hundiéndose en el banco más corto y sintiendo el retumbar de las sacudidas
del camino a través de su columna vertebral. Perdicus era un patán, pero ¿Eso
significaba que debía morir?
¿Cómo podría ella decir eso?
—Xena —murmuró—. No puedo decirte que lo mates. Por favor, no me pidas
eso.
—¿Todavía te sientes atraída por él?
La cabeza de Gabrielle se alzó de golpe.
—¿Eh? —miró a Xena—. Por supuesto que no. No creo que yo... —Ella lo
consideró—. Él solo estaba... —Negó con la cabeza—. Xena, simplemente no
puedes ir matando gente porque me resulten incómodos.
—Por supuesto que puedo.
Por supuesto que podría. Gabrielle se sintió abrumada.
—Bueno, por favor no lo hagas —dijo finalmente—. Odiaría ver a alguien morir
así, solo por mi culpa —exhaló—. Sólo porque me haya molestado, de todos
modos.
Xena levantó los brazos a los largueros del techo y se dirigió hacia donde
estaba sentada Gabrielle. A la luz parpadeante de la vela podía ver la
angustia en su expresión y se detuvo a su lado, agachándose para agitar su
cabello.
—Está bien —concedió—. Pero te lo advierto, si él te pone un dedo encima
otra vez, va a apartar su brazo por las malas. —Los hombros de Gabrielle se
relajaron, un movimiento visible en la luz dorada. Puso el chakram en su bolsa
en el banco y se puso de pie, abrazando a Xena y hundiendo la cara en el
hombro de la reina. Después de haber estado en el lado receptor de un
montón de agradables atenciones por parte de una rata almizclera durante
todo el día, a Xena le pareció algo refrescante estar en el lado de darlas para
variar. Rascó la parte posterior del cuello de su amante con su mano libre,
manteniendo la otra agarrada al mástil del techo para que ambas no
terminaran en el suelo—. Haría cualquier cosa por ti —le dijo a Gabrielle—. 1005
Incluso cosas que no quieres que haga.
Era una mezcla muy extraña de horror y ternura, y Xena sonrió al sentir la suave
exhalación sobre su piel. Todavía quería matar a Perdicus. Eso hacía que se
volviera loca al tenerlo allí, observándolas. Observando a Gabrielle y, lo que
era obvio para Xena, con un ardiente mal humor.
Hizo una pausa y consideró eso por un momento. Luego sus cejas se movieron
un poco y sonrió. Por otro lado, la muerte no era en verdad una tortura, ¿no?
Especialmente de la manera en que ella solía matar.
—Gracias —dijo Gabrielle.
—Todavía no he hecho nada. —Sin embargo, Xena lo entendió. Mordisqueó
el cabello de su amante, saboreando el humo de las antorchas del exterior.
Si miraba hacia fuera, podía ver como el bosque se acercaba, la línea de
árboles pasaba de una lejana mancha a una realidad que se avecinaba,
ocultando cualquier cosa que se escondiera entre ellos. La línea se curvaba
hacia el camino llevando el límite del bosque dentro del alcance de las
flechas.
Xena frotó la espalda de Gabrielle cuando giró la cabeza para mirar por la
abertura, desenfocando ligeramente sus ojos mientras contaba sus recursos y
calculaba los ángulos. Dentro de una marca de vela estarían lo
suficientemente cerca. Tenía ese tiempo para... ¿resolver qué hacer?
No. Incapaz de cabalgar al frente de las tropas, Xena se encontró pensando
que debía usar su mente y, en lugar de resolver sobre la marcha qué sucedería
a continuación, estaba planificando qué iba a hacer para conseguir que las
cosas sucedieran de la forma en que ella quería que lo hicieran.
Interesante perspectiva. Xena meneó la nariz que le picaba un poco. ¿Podría
ser esta la forma en que los dioses le enseñaban una lección?
Nah.
Mejor que no lo fuera. Sus ojos se estrecharon. No, si esos cabrones querían
seguir siendo adorados.
Volvió su atención al ejército, dejando escapar un silbido bajo para atraer la
atención de Jens. Su segundo capitán hizo girar su montura y se acercó a la
carroza, se bajó la capucha y puso la mano en la empuñadura de su espada.
—¿Majestad? —Jens miró dentro—. Su gracia.
Gabrielle, pillada en una postura algo comprometida, solo pudo producir una
sonrisa débil.
1006
—Hola.
Jens le sonrió.
—Date una vuelta por las líneas. —Xena habló en voz baja—. Corre la voz de
que estamos marchando para atravesar el paso.
Jens miró a su alrededor.
—Lo haré —dijo—. Los hombres están de acuerdo, señora. Tenemos un grupo
medianamente bueno con nosotros esta vez.
—¿Sorprendido?
—Sí —admitió el soldado sin reservas—. No creí que tuvieran mucho allí, pero
tal vez tantos años en paz hicieron que los hombres sintieran que querían algo
diferente.
La reina resopló, riéndose entre dientes.
—Haz correr la voz —añadió—. Mi objetivo es pillar a esa perra persa y ponerle
un collar.
—¿Señora?
—Solo dilo —dijo Xena—. Asegúrate que la mayoría de ellos lo sepa. ¿Lo
entiendes?
—Sí. —Jens entendió la instrucción, no la razón de su Señora—. Lo haré,
majestad. —Levantó el puño en señal de saludo, luego apartó a su caballo y
dejó pasar la carreta antes de dirigirse hacia los hombres que iban detrás.
—¿Un collar? —susurró Gabrielle—. ¿Por qué quieres que piensen eso?
—Porque les excitará —respondió Xena con tono divertido—. Confía en mí,
rata almizclera, hay una lógica en mi locura. —Pensó en soltarse de los
largueros del techo y luego lo pensó mejor cuando un movimiento imprudente
hizo que una punzada de dolor le recorriera la parte posterior de los muslos. Se
decidió por un mordisco en el borde de la oreja de Gabrielle en su lugar—.
Incluso si suele ser más una locura que una lógica —añadió con una risita.
—¿Cómo va tu espalda? —preguntó Gabrielle, riéndose suavemente—.
Pareces estar mejor.
—Duele —respondió Xena—. Creo que me voy a recostar un rato de nuevo.
—Esperó a que su amante la soltara, luego se dirigió hacia el banco de atrás—
. ¿Tienes más de esas cosas dulces? —se acomodó sobre sus rodillas, luego 1007
logró rodar en el banco sin sacarse la espalda. Liberar del peso a sus piernas
le sentó tan bien que la hizo ignorar su sensibilidad al movimiento del carro y
aceptó la bola de caramelo que Gabrielle le mostraba con una sonrisa—.
Acuéstate aquí conmigo —dio unas palmaditas en el banco.
Gabrielle guardó el chakram en su bolsa y luego se arrastró sobre el cuerpo
de Xena para terminar estrujada entre la pared trasera del carruaje y la reina.
Apoyó la cabeza en las almohadas y besó el hombro de Xena, observando su
perfil angular.
—Si le pones un collar a Sholeh, ¿Puedo hacer que de vueltas? —Por un
momento, Xena se quedó absolutamente inmóvil. Luego giró la cabeza para
mirar a Gabrielle, su rostro se contrajo mientras luchaba por no reírse—.
¿Sentarse y suplicar?
—Voy a hacer que te sientes y supliques en un minuto.
—Puedo lamerte la oreja... ¡Ay!
Xena cruzó los brazos sobre el larguero de madera, distribuyendo su peso entre
brazos y rodillas, cuando se arrodilló en el banco de la parte delantera del
carruaje.
El bosque estaba ahora cerca de su lado derecho y podía ver claramente la
curva del camino que se dirigía hacia el paso justo en frente de ellos.
El perfil de Brendan estaba a su derecha, y cuando llegaron a la parte más
cercana del bosque, dejó escapar un silbido.
—Detén esta cosa —le ordenó al conductor, cuya pierna no estaba lejos de
su codo.
—Majestad. —El hombre obedeció, mientras el ejército reducía la velocidad
a su alrededor, los gritos de Brendan hacían eco arriba y abajo de las líneas—
. ¿Esta maldita cosa está sacudiendo sus huesos, Majestad, como lo hace con
los míos? —preguntó el conductor mirando a su real pasajera—. Estoy
pensando que ese condenado viejo nunca salió de esa ciudad montado en
esto.
—Eh. Todo está bien —respondió Xena cuando silbó de nuevo y tanto Brendan
como Jens giraron sus caballos para responder a su llamada—. A mi consorte 1008
le encanta ¿A que sí rata almizclera?
La pálida cabeza de Gabrielle apareció a su lado. Estaba arrodillada junto a
Xena en el banco y miró afuera con un interés un tanto enérgico.
—¿Me encanta el que? —preguntó—. ¿Tú? Absolutamente. —Observó el
movimiento del ejército mientras se detenía a su alrededor.
Xena se frotó el puente de la nariz con los dedos y luego suspiró, ya que fue
rescatada por la llegada de Brendan y Jens.
—Está bien, muchachos —dijo—. Escuchad con atención.
Los dos capitanes obedientemente reunieron sus monturas, Brendan agarró
las riendas de los caballos mientras el conductor saltaba para estirar las
piernas.
—Pensaba que nos estábamos moviendo directos a atravesar el paso,
Majestad —dijo Jens en voz alta.
—Lo estamos —respondió Xena en un tono similar. Entonces, bajó la voz—.
Daos una vuelta y decid que nos tomamos un descanso —dijo—. Las líneas de
atrás miran hacia adentro, hacia el camino. Ponlos de espaldas a los árboles.
—Tanto Brendan como Jens la observaron atentamente—. Envía un grupo de
voluntarios... tres o cuatro... al paso. Decidles que busquen señales de los
persas.
—Majestad. —Brendan se apoyó en el asiento del conductor, al alcance de
la reina—. Ya tenemos exploradores por ahí.
—Lo sé. —Xena lo miró a los ojos fijamente—. Asegúrate de pedir voluntarios
en voz alta, y que ninguno sea de los muchachos que vinieron de casa con
nosotros.
Brendan se quedó en silencio, luego asintió con comprensión.
—Lo haré, majestad —dijo enérgicamente. Dio la vuelta a su caballo y
comenzó a bajar por las filas, con Jens detrás de él.
—¿Puedo hacer algo? —preguntó Gabrielle.
—Sí —dijo Xena sorprendentemente rápido—. Quiero que vayas allí, donde
están esos hombres alrededor de ese carro, y pidas una ballesta y un carcaj
de flechas. Diles que es para ti.
La mujer rubia parecía un poco confundida, pero se levantó del banco y se
enderezó la sobrevesta, pasándose los dedos por el pelo mientras abría la
puerta del carruaje y saltaba al suelo.
Sentaba bien estirar las piernas. Gabrielle cerró la puerta del carruaje y caminó
hacia los carros de suministros que habían estado rodando detrás del carruaje
1009
de la reina. Algunos de los soldados también se estaban reuniendo allí,
entregando paquetes de lo que pensó al principio, eran palos y luego se dio
cuenta de que eran flechas.
Los hombres se separaron cuando ella se acercó, y los saludos y las reverencias
hicieron peligroso caminar por un momento, así que ella se detuvo hasta que
terminaron, y luego se movió de nuevo hacia adelante.
—Hola.
—Su gracia. —El hombre en el primer carro de suministros hizo una reverencia,
casi arrojándose del asiento del carro al suelo—. ¿Hay algo que podamos
hacer por ti?
Gabrielle echó un vistazo alrededor a todos los ojos ávidos que la observaban
y sintió un poco de vergüenza.
—Ah, bueno, sí —dijo—. ¿Podría por favor tener una de esas ballestas y algunas
flechas?
Dos de los soldados comenzaron inmediatamente a saltar del estribo del carro,
chocando entre sí antes de poder agarrar los paquetes de armas apiladas en
la parte superior.
—¡Eh, cuidado! ¡Lo tengo! —dijo uno.
—Lo tengo. —El otro agarró una de las armas y saltó del carro, extendiéndola
cuidadosamente hacia Gabrielle—. ¿Es esto lo que quiere, mi lady?
Lo cierto es que Gabrielle no tenía ni idea de qué era lo que se suponía debía
querer, pero supuso que el soldado probablemente lo sabía.
—Sí. —Abrió las manos y tomó la ballesta, sintiendo su sorprendente peso al
acercarla a su cuerpo.
Era de madera, en su mayoría, con partes de hierro, y la sostuvo contra su
pecho cuando recordó, en un único y vivido destello, que esta era el arma
que había matado a Lila.
Casi lo deja caer. El hierro se sentía frío contra sus manos, contra sus dedos que
se habían curvado instintivamente alrededor del mecanismo de activación.
Se quedó sin aliento y sintió que los sonidos a su alrededor se volvían extraños
y fuertes, apenas consciente de su entorno hasta que una mano cayó sobre
su hombro.
—¿Mi lady?
La multitud y los sonidos del ejército volvieron a desvanecerse, y volvió la
cabeza para encontrar al soldado que le entregó el arma a su lado, con el 1010
rostro arrugado por la preocupación.
—Ah. Lo siento —murmuró Gabrielle—. Solo estaba pensando en algo.
El otro soldado había saltado de la carreta y ahora se acercaba con un grueso
carcaj lleno de flechas.
—Aquí está, su gracia —dijo—. ¿Será suficiente con esto?
¿Lo era?
—Um... —Gabrielle estudió el carcaj—. Tal vez sea mejor que me lleve dos —
dijo—. ¿Tienes otro como ese?
El soldado saltó de nuevo al carro a toda prisa.
—Por supuesto, mi lady. Solo será un momento.
—Usted va a proteger a su Majestad con eso, ¿verdad? —preguntó el primer
soldado—. Usted es feroz, su gracia, lo es.
Los globos oculares de Gabrielle se abrieron, solo un poco.
—Ah, bueno... —murmuró.
—Sí. —El segundo soldado regresó con otro carcaj—. Seguro que su majestad
se siente segura con usted cerca.
—Eh.
—¿La viste arrancar esa tajada a la Persa? —dijo uno de los otros hombres—.
Lo vi desde el lado que lo hizo, ¡y también lo hicieron esos malditos barbas
rizadas! —agregó—. Parecía como si sus mamás los hubieran golpeado.
Gabrielle aceptó el otro carcaj y logró sonreír.
—Bueno, trato de... eh... contribuir de la manera que pueda. —Se inclinó hacia
atrás—. Entonces um... dejad que me vaya... uh...a prepararme para cuidar
de la reina. —Esquivó para pasar junto a tres o cuatro soldados más y se dirigió
hacia el carruaje.
—Hiciste algo muy valiente, Gabrielle. —Brendan la había alcanzado—. No
seas tímida al respecto. —Llevaba las riendas de su caballo en la mano y
caminó a su lado, sus manos enguantadas se apretaban y aflojaban un poco.
—La verdad es que no lo hice por... —Gabrielle hizo una pausa, y frunció el
ceño—. Bueno, la verdad es que no puedo decir eso, porque es cierto que no
haces algo así por accidente, pero fue lo único que se me ocurrió para
escaparme de ella. No fue valiente, solo un poco desesperado.
—Si. —El viejo capitán estuvo de acuerdo—. Pero nos salvó. 1011
—Bueno, no creo...
—Gabrielle. —Brendan hizo una pausa y le puso una mano en el hombro—. Si
te hubieran llevado, todos estaríamos muertos.
Gabrielle se puso frente a él.
—Oh, no lo creo —discrepó. —Sois grandes guerreros.
—Gabrielle —repitió Brendan, sus ojos adoptaron una expresión irónica—. Si
ella te hubiera llevado, se habría llevado a Xena.
Abriendo la boca para protestar, Gabrielle solo pudo dejar que la respiración
saliera de sus pulmones cuando el significado de sus palabras le caló.
—Oh.
El ejército se estaba reuniendo a un lado del camino abriendo las raciones de
viaje mientras se paraban en grupos y filas, de espaldas al bosque.
—Está bien, chicos. Solo un breve descanso. —Jens regresaba hacia ellos
informando a las tropas—. Descansad, bebed agua y preparaos para seguir
adelante. —Llegó a donde Brendan y Gabrielle estaban parados—. Ya ha
salido el grupo de avanzada, Brendan.
—Bien —dijo Brendan.
—Ese mal tipo que te molestaba se fue con ellos —le dijo Jens a Gabrielle—.
No te ofendas, él es de tu aldea, dicen, pero un protestón como ninguno que
haya visto antes. Me alegra que haya decidido ser útil.
¿Perdicus? Gabrielle agarró con más fuerza el carcaj de flechas.
—Oh. Bueno, eso es genial —dijo—. Yo también me alegro.
—Sí, apuesto a que lo haces —comentó Brendan—. Llevemos este equipo a
su Maj. Las cosas comenzarán a saltar muy pronto.
Volvieron al carruaje, donde una Xena visiblemente impaciente los estaba
esperando.
—¿Qué Hades te ha llevado tanto tiempo? —gruñó la reina—. Pensé que
habías regresado a la maldita ciudad a por eso. —Tenía la cabeza asomando
por la abertura y era casi cómico—. Vuelve a entrar aquí.
Gabrielle abrió la puerta, puso su carga dentro y subió.
—Lo siento —se disculpó—. ¿Es esto lo que querías? —Llevó la ballesta hacia
donde estaba Xena—. Los chicos estaban... uh...
—¿Adulándote? —Xena miró la ballesta—. Sí, esto servirá —dijo—. Bien. 1012
Gabrielle dejó la ballesta y volvió a buscar las flechas.
—¿Cuánto tiempo vamos a estar parados? ¿Debo conseguir algo para que
comas?
—No estamos parados.
—Xena. —Gabrielle volvió a subir al banco—. Puede que no sea una experta
en ejércitos, pero sé cuándo la gente está quieta. —Señaló a las tropas—.
Estamos parados.
—No estamos parados —le informó la reina—. Estamos poniendo una trampa.
—Probó lentamente apoyar todo su peso sobre sus rodillas, haciendo una
mueca cuando sintió que algo se salía de su sitio—. Maldita sea.
—¿Lo estamos?
—Ponte detrás de mí —instruyó Xena—. Agárrate al borde allí y... sí. —Sintió el
apoyo cuando su amante se apretó contra ella y la sostenía en su sitio—.
Ahora dame esa ballesta —dijo—. Y prepárate para pasarme flechas.
—Um… está bien. —Gabrielle estaba confusa, pero dispuesta—. ¿A qué vas a
disparar? —preguntó—. No puede ser a Perdicus, se ha ido con el grupo de
exploración.
Xena se rio en voz baja.
—¿Él se ha ido?
—Sí.
—Bien, bien. Me lo imaginaba. —Xena colocó una flecha en el mecanismo de
la ballesta y la amartilló. Luego dejó que el arma descansara contra la
partición de madera y miró hacia afuera. Soltó dos silbidos, cortos y agudos, y
luego uno largo. Brendan y Jens comenzaron a caminar lentamente por las
líneas, deteniéndose de vez en cuando para charlar con los grupos de
soldados—. Ahora toca esperar —Xena observaba atentamente los árboles.
—¿Qué estamos esperando? —preguntó Gabrielle sintiéndose un poco tonta,
pero contenta de haber sido de alguna utilidad para Xena.
—Moscas.
—¿Eh?
—Enormes, malolientes y mordaces moscardones.

1013

Xena colocó la punta de la ballesta sobre la pared de madera del carruaje y


miró por encima. Afuera, los hombres estaban alineados a lo largo del camino
o sentados en a su alrededor, un zumbido de conversación casual rompía la
quietud de la noche.
Las antorchas se habían movido hacia arriba, de modo que el carruaje estaba
en la sombra y Xena estiró la mano para apagar la vela y sumergirse en la
oscuridad.
—Oh oh.
—No te emociones. —La reina dejó que la oscuridad se asentara a su
alrededor, luego enfocó su visión en los árboles. Mentalmente, contó las
fracciones de una marca de vela pasando y cuando llegó a un cierto número,
soltó un leve silbido. Brendan la oyó. Se apartó de su posición junto al carruaje
y comenzó a subir por la línea en un paseo casi casual. Cuando pasó junto al
primer grupo de soldados, Xena bajó la cabeza y miró a lo largo de la ballesta.
Las sombras eran profundas contra el límite del bosque, la línea pálida de la
escasa hierba contra los contornos más pesados de los árboles y mientras
observaba, entre una respiración y otra, vio que las sombras se movían—.
¿Sabes una cosa, rata almizclera?
—No mucho, no —respondió Gabrielle con tono lúgubre.
—Solo hay una cosa que me gusta más que el sexo. —El dedo de Xena se
tensó en el gatillo.
—¿De Verdad?
—Sí. —La reina se rio suavemente—. Tener razón.
—Oh. —Gabrielle podía sentir la energía que se acumulaba en el cuerpo
contra el que estaba presionada, movió un poco la cabeza para poder mirar
por encima del hombro de Xena y ver lo que estaba mirando.
El problema era que no podía ver lo que Xena estaba mirando. Podía ver los
contornos de los soldados en el camino, pero más allá de eso, todo estaba
completamente oscuro y, aunque sabía que Xena estaba viendo algo,
porque podía ver las débiles contracciones en la piel de su rostro cuando sus
ojos se movían, maldito si sabía lo que era.

—Está bien. —Xena respiró—. Allá vamos.

—¿A dónde nos vamos?


1014
—¿Ves esa línea de allí? —susurró Xena—. ¿Dónde la hierba se encuentra con
los árboles?

Gabrielle estudió la oscuridad.

—No —respondió honestamente—. Todo lo que puedo ver son los traseros de
los caballos que tiran del carruaje y esos cinco o seis tipos con lanzas.

Xena se quedó momentáneamente en silencio.

—¿En serio? —preguntó después de un segundo—. ¿No puedes ver esos


árboles de allí?

—No.

Xena se estiró y se rascó la ceja, luego se frotó los ojos.

—Hay un grupo de persas detrás de los hombres —explicó—. Se están


acercando sigilosamente para atacarnos.

Gabrielle la miró con más atención.

—¿De Verdad?
—Sí.

—¿Por qué les dejamos hacer eso?

A Xena se le ocurrió que, si su amada rata almizclera no podía ver venir el


ataque, tal vez los hombres tampoco podrían, especialmente los más
cercanos a las antorchas.

—Estrategia.

Retuvo el silbido que estaba a punto de soltar y, en su lugar, observó como la


línea avanzaba.

—Oh. —Gabrielle decidió dejar de forzar sus ojos. Dejó que su barbilla
descansara en el hombro de Xena, con las dos manos agarrando los tablones
de madera a ambos lados de la reina y brindándole apoyo.

Xena volvió a poner el dedo en el mecanismo de activación y barrió con los


ojos por encima de la hierba, observando las puntas que se agitaban mientras
la línea de persas se acercaba cada vez más al camino.
1015
Jens se acercó con las manos entrelazadas alrededor de una lanza mientras
aparentemente se relajaba contra el carro, su postura corporal casual y
despreocupada.

—Estamos aquí un poco como conejos, ¿no?

—Un poco. —Xena estuvo de acuerdo—. ¿A qué distancia puedes ver más
allá de las líneas?

Jens estudió la escena.

—Tal vez un cuerpo por detrás de los hombres —le dijo a su reina.

Xena volvió la cabeza y miró el perfil de Gabrielle, luego volvió a mirar a su


capitán.

—Está bien —murmuró—. Hay una línea de esos bastardos aproximadamente


a diez cuerpos y acercándose.

Jens se puso tenso.

—No lo arruines —le advirtió la reina—. Espera.

Jens adelantó la cabeza y las comisuras de sus ojos se arrugaron.


—Por los dioses, Señora —susurró—. Atenea le ha dado los ojos de una lechuza,
se lo juro. —Miró el perfil afilado de Xena—. Sin embargo, somos objetivos aquí
afuera.

—Shh. —Xena sintió que su respiración se aceleraba a medida que la batalla


se acercaba—. Confía en mí.

—Ciegamente —dijo Jens con fervor.

Xena tragó saliva y se lamió los labios, observando las temblorosas puntas de
la hierba mientras se abrían, abarcando toda la línea de sus hombres y
llegando incluso a los carros de suministros. Se preguntó brevemente si sabrían
dónde estaba ella y luego ignoró la idea cuando la fila comenzó a moverse
más rápido.

—Preparaos.

Jens se enderezó del carro y se quedó con una mano agarrada de su lanza,
dejando que la otra descansara casualmente sobre la empuñadura de su
espada. A lo largo de toda la línea, los soldados estaban haciendo lo mismo
1016
observando a Brendan, quien observaba a Jens y este observaba a Xena.

La reina esperó, contando los latidos de su corazón, las respiraciones contra su


oreja y el parpadeo de las antorchas mientras observaba como la amenaza
se acercaba cada vez más, ahora al alcance de su ballesta y, aun así, esperó.

Esperó hasta que vio que el movimiento se detenía y sintió que la energía
cambiaba, y luego respiró hondo, presionándose contra Gabrielle mientras
observaba la ballesta y soltaba el eje junto con un silbido penetrante que
resonó y se repitió en el espacio, de repente, en silencio.

Su flecha se clavó en la antorcha más cercana a ella, arrancándola de la


mano del soldado que la sostenía y lanzándola volando hacia la hierba detrás
de él.

El ejército giró en un remolino de hombres, armaduras y armas, mientras una


línea de figuras oscuras surgió de la hierba, lanzando un ataque que se
encontró con espadas y lanzas preparadas cuando las dos líneas se
enfrentaron en una ráfaga de gritos y choques.

—¡Oh! —Xena recargó rápidamente y escogió su objetivo, enviando una


flecha que atravesó el casco de un persa que se acercaba. Como estaba
oscuro en el carruaje, sabía que estaba relativamente oculta, y se aprovechó
de eso mientras volvía a cargar el arma. Los persas se sorprendieron de que
no eran una sorpresa. Xena podía verlo en sus rostros, ahora visibles para ella
cuando las antorchas y el pasto, al que había prendido fuego, extendieron su
resplandor. Ellos habían previsto una emboscada y, ahora enfrentados con
soldados muy preparados, su ataque titubeó—. ¡Xena, ten cuidado!

Xena vio al persa que estaba corriendo hacia los caballos. Cargó su ballesta
y esperó, observando al hombre repeliendo a uno de los voluntarios de la
ciudad y esquivándolo para alcanzar al animal más cercano, su espada
alejándose del animal mientras su mano agarraba las riendas.

Interesante. La reina le disparó en el cuello, enviando su cuerpo más allá del


caballo con un chorro de sangre. Reflexionó mientras recargaba, luego soltó
tres silbidos cortos y agudos antes de volver a colocar la ballesta en el saliente
y encontrar a su próximo objetivo dirigiéndose directamente hacia ella, con
una lanza delante de su cuerpo mientras cargaba hacia el carruaje.

—Creo que me ha visto.

—Uh... yo también lo creo. —Gabrielle luchó contra la urgencia de agacharse, 1017


manteniéndose a sí misma y a Xena en su sitio más por voluntad que por el
agarre de sus ahora temblorosos brazos.

El hombre parecía enojado y desesperado. Xena observó sus ojos mientras se


acercaba, viendo el cambio en los caballos antes de que se lanzara hacia la
abertura. Varios de sus soldados se abalanzaron hacia él, viendo su objetivo,
pero Xena apuntó tranquilamente con la ballesta y la disparó, enterrando la
flecha en su hombro lo que desvió lanza que golpeó firmemente en la pared
del carruaje y lo hizo pararse en seco.

Giraba hacia atrás sujetándose el hombro cuando los hombres de Xena lo


alcanzaron y lo derribaron.

Xena volvió su atención a las líneas y vio a un hombre mayor con una
armadura más ornamentada, con la barba gruesa y rizada común en los
verdaderos persas.

—Apuesto a que él es el que está al mando.

Cargó una flecha en la ballesta y esperó, contenta por la protección del


carruaje mientras se tomaba su tiempo para apuntar.
El hombre pasó a Jens y se agachó bajo su espada, sacando una maza de su
cinturón y apuntando un golpe a la cabeza de su capitán. Xena calculó los
ángulos y dejó que la flecha volara justo cuando echó hacia atrás su brazo
para coger impulso, alcanzándolo en el bíceps mientras Jens sentía el ataque
y se lanzaba al suelo.

El persa dejó caer la maza y agarró la flecha mientras uno de los voluntarios
de la ciudad se precipitaba hacia él, derribándolo cuando el hombre lo
apuñaló valientemente con una espada corta. Cayeron juntos mientras Jens
se recuperaba, levantándose y hundiendo su lanza en el pecho del persa.

—Uff. —Gabrielle suspiró justo en su oreja.

—Es mucho más fácil que usar esa maldita espada, ¿verdad? —Xena volvió a
cargar el arma, observando la batalla con atención—. No sé por qué nunca
había pensado en esto antes. Le hubiera ahorrado a mi trasero muchos
problemas. —Soltó un silbido, al ver a un hombre tirar sus armas y pararse con
los brazos en alto—. Sin mencionar las muchas noches bebiendo hasta olvidar
el dolor.
1018
Brendan soltó un grito de los suyos y levantó su espada.

—¡Rendíos y vivid, bastardos! —gritó—. ¡O morid en la hierba como las


serpientes que sois! —Estrelló su empuñadura contra uno de los soldados
enemigos cercanos que estaba luchando con uno de los hombres de Xena y
lo tiró al suelo.

—Bonito. —Xena se rio entre dientes.

—Seguro que es mucho menos peligroso para ti. —Gabrielle observaba la


acción y vio que los persas comenzaban a soltar sus armas—. ¿Eso es
todo? ¿Hemos ganado de nuevo?

—Es lo que parece. —La reina volvió a cargar, por si acaso—. También es
mucho menos peligroso para ti, rata almizclera —agregó cuando se hizo
evidente que los persas, de verdad, se estaban rindiendo a los hombres de
Xena, quienes los juntaban en pequeños grupos recogiendo sus armas.

—Eso es seguro. —Gabrielle miró por encima del hombro. El buen ánimo de las
tropas de Xena se hacía evidente, mientras los soldados experimentados
arreaban a sus cautivos, y los nuevos hombres de la ciudad charlaban
entusiasmados sobre su victoria repentina y algo inesperada—. Creo que esto
me gusta más.

Xena dejó la ballesta y apoyó los brazos en la madera.

—Está bien, ya puedes soltarme —le dijo a su amante—. Déjame recomponer


mi culo antes de tener que salir y hablar con esos bastardos.

—¿Quieres un poco de vino?

—Podría ser una buena idea. —La reina sentía que el dolor aumentaba ahora
que la emoción de la batalla se había desvanecido—. Y tráeme esas hierbas.

Gabrielle le puso una mano en el hombro.

—Xena. —Vaciló—. ¿Puedo ir a hablar con ellos por ti? Odio verte lastimarte
más.

Xena se apoyó contra la pared, muy tentada. Podía sentir comenzar los
espasmos y sabía que no importaba cuántas hierbas tragara disueltas en
grandes cantidades de vino, pavonearse por ahí fuera significaría marcas y 1019
marcas de vela de dolor agonizante después.

Ella quería salir y afianzar su victoria, no quería terminar gritando por ello.

—Maldita sea, la vida a veces apesta. —La reina suspiró—. Me estoy volviendo
condenadamente vieja para esto. —Con cuidado, se sentó para bajar las
rodillas, doloridas y medio adormecidas por la presión, y se acostó en el
asiento—. Te diré lo qué…

—¿Qué? —Gabrielle terminó de volver a encender la vela, llevando un brillo


suave y cálido al interior del carruaje—. ¿Lo qué debo decirles? —Se sentó en
el borde del banco, tomando la mano de Xena entre las suyas.

Se sentía tan bien estar acostada, quieta y estirada. Xena observó cómo
titilaban las velas en el rostro de Gabrielle pensando en qué
decirles. Finalmente sonrió y apretó la mano de su amante.

—No les digas nada —dijo—. Dejemos que se pregunten.

—Está bien. —Gabrielle le devolvió la sonrisa—. ¿Todavía quieres el vino?

Xena asintió.
—Y las hierbas —suspiró—. Tal vez pueda drogarme hasta perder el sentido
antes que comencemos a movernos de nuevo.

—¿Bajando por el camino?

Los ojos de la reina se volvieron un poco pícaros.

—No. —Sacudió su cabeza—. En algún punto incluso podría conseguir pegar


un poco el ojo.

—¿Dormir?

—O tal vez tener sexo contigo.

—¡¡Xena!!

1020

El ejército se había formado en dos filas a lo largo del camino, la cuneta de un


lado llena de cuerpos amontonados. Los hombres estaban colocándose
espadas adicionales en los cinturones y cargaban en los hombros las lanzas
que les habían quitado a los persas muertos. Brendan se había hecho con una
de las espadas largas y curvas y la deslizó parcialmente de su vaina con una
sonrisa de satisfacción.

—Un trabajo de buenas noches —comentó Jens—. Maj lo clavó.

—Siempre lo hace —respondió el viejo capitán—. Tiene la intuición de un dios,


sí señor. Un tercer ojo o algo así. —Se colgó la nueva espada sobre su
hombro—. Déjame ir a averiguar qué quiere hacer con el resto de estas ratas.

Se dirigió hacia el final de la línea, donde los persas capturados estaban


siendo custodiados por una docena de hombres de Xena, soldados con
rostros adustos y ballestas preparadas.

Brendan redujo la velocidad para mirarlos, antes de negar con la cabeza y


rodear a los guardias, dirigiéndose hacia el carruaje real parado de frente en
el camino. La luna se había puesto y ahora solo las estrellas brillaban en lo alto,
oscurecidas un poco por el aleteo de las antorchas.
—¡Oye, tú!

Brendan se paró y volvió la cabeza. Se encontró mirando a uno de los persas,


un hombre alto con hombros anchos y pesados, y el aire de un guerrero.

—¿Sí?

El hombre agachó la cabeza con dificultad.

—¿Puedo hablar con usted, capitán? —dijo—. Para nuestro bien mutuo, tal
vez —agregó, juntando las manos ante él.

El canoso guerrero lo estudió y lo dejó esperar unos momentos antes de


acercarse y enfrentar al hombre, dejando que una mano cayera
casualmente sobre la empuñadura de su espada.

—Habla —dijo brevemente—. Tengo trabajo que hacer.

1021

Había sido estimulante. Xena apoyó las manos sobre su estómago y entrelazó
los dedos, su cuerpo estirado con reticente consuelo. Oyó pasos que se
acercaban al carruaje y se estiró para agarrar su copa de vino, tomando un
sorbo cuando un golpe deferente llamó a la puerta.

—Entra.

Brendan asomó la cabeza.

—Majestad, a este hombre le gustaría hablar con usted. —Mantuvo la puerta


abierta exponiendo el rostro de uno de los soldados enemigos.

—¿Ahora? —Xena cruzó sus tobillos con indiferencia y miró al hombre—. ¿Ya
has acabado de deshacerte de esos cadáveres inútiles? —le preguntó a
Brendan—. Quiero ponerme en marcha.

—Casi, Señora —dijo Brendan—. ¿Qué hacemos con el resto de ellos?

Xena sonrió al otro soldado.


—Depende de lo que él tenga que decir, ¿no es así? —Bebió un sorbo de su
vino—. ¿Y bien?

El hombre estaba medio escondido en las sombras, pero tenía la barba espesa
de los verdaderos persas y a Xena le recordó un poco a Heydar. Puso las
manos delante de él, las apretó con cuidado y bajó la cabeza de un modo
razonablemente respetuoso.

—Su Majestad.

—Buen comienzo. —Xena mantuvo sus ojos en él cuando Gabrielle se acercó


y se arrodilló, ofreciéndole un plato. Tomó un pedazo de lo que fuera que
fuese y lo mordió, esperando que su amante no hubiera escogido este
momento para tratar de deslizarle algún asqueroso vegetal o algo así—.
Continúa.

Era un trozo de manzana. Xena se lo comió mientras el soldado se serenaba,


sus ojos se dirigieron a Gabrielle y luego a ella.

—Hemos recorrido un largo camino —dijo el hombre—. Vinimos a conquistar y


1022
obtener grandes riquezas para nosotros mismos, y lo que hemos encontrado
aquí no es una fácil conquista y oro, sino una derrota y un siervo de Ahriman
en cada esquina.

—¿Acabas de llamarme siervo? —Las cejas de Xena se levantaron—.


Gabrielle, tráeme el chakram.
Gabrielle la miró, luego dejó el plato y se volvió, levantándose para dirigirse
hacia el estante en que había guardado su equipo.
—No quise ofenderla, su Majestad —dijo el soldado con tono suave—. Ser
llamado así en mi tierra es ser temido y respetado.
—No estamos en tu tierra. —Xena aceptó la bolsa que Gabrielle le
tendía. Sacó la reluciente arma del cuero desgastado y pasó su pulgar por el
filo—. Estás en mi tierra, y aquí, no soy la sierva de nadie.
Gabrielle se arrodilló de nuevo y recogió el plato, con las orejas atentas para
escuchar la reacción del hombre.
—¿No sirves a tus dioses como nosotros a los nuestros? —preguntó el soldado.
—¿Me veo como si lo hiciera? —replicó Xena mientras aceptaba otro pedazo
de manzana de su solícita compañera de cama—. Dijiste que tenías algo de
lo que hablarme. Habla, o empezaré la matanza ahora mismo. Tenemos sitios
adonde ir y personas a las que someter.
El persa la estudió brevemente en silencio.
—Su majestad, nos uniríamos a vosotros —dijo—. Preferiríamos matar a su
servicio que morir a causa de él.
Xena tomó un sorbo de su vino, observándolo por encima del borde de su
copa.
—¿Por qué? —preguntó finalmente.
—¿Por qué preferiríamos morir que vivir? —preguntó él en un tono ligeramente
perplejo.
—¿Por qué debería creerme que pelearíais por mí en lugar de matarnos como
serpientes detrás de las líneas?
—Ah. —El soldado asintió—. Esa es una pregunta difícil.
—No para mí —le dijo la reina—. Puedo mataros sencillamente y no tener que
preocuparme por eso. No vale la pena arriesgar el pellejo de mis hombres.
Brendan se irguió un poco, sin moverse realmente. Solo un cambio de su 1023
cuerpo, captando la atención del persa en un abrir y cerrar de ojos.
—Somos soldados persas. —El hombre también se enderezó, por una razón
completamente diferente.
—Con eso y un dinar puedes conseguir un panecillo en el mercado. —Xena le
dirigió a Gabrielle una mirada de reojo y fue recompensada con otro trozo de
fruta—. ¿Y qué si sois soldados persas? —La reina se rio entre dientes—. He
estado desparramando soldados persas a derecha e izquierda, con poco más
que mi guardia real y los dientes de mi consorte.
El persa, para darle crédito, mostró una sonrisa irónica.
—Por eso, su Majestad, es por eso que queremos unirnos a vosotros —dijo con
otra graciosa inclinación de cabeza—. Nos disgusta enormemente perder.
Xena se rio de nuevo.
—Ahora tenemos algo en común —respondió con la misma gracia—. Veo que
eres más listo que tu amigo Heydar.
El labio del hombre se curvó.
—¿El hermano bastardo de Sholeh? Desearía no tener nada que ver con él.
Los pálidos ojos de Xena se agrandaron un poco y escuchó a Gabrielle emitir
un ruidito de sorpresa.
—¿Cómo te llamas?
—Kourosh —respondió el hombre—. Soy hijo y nieto de un guerrero, y mi mayor
deseo es vivir para engendrar a otro como yo, no morir aquí en esta tierra
extraña y fría, de manos de alguien de quien podría aprender mucho.
Oh, Oh. Xena casi sonrió.
—Si puedes blandir esa espada tan bien como mueves tu lengua, podrías ser
útil después de todo —admitió—. ¿Estás seguro de que hablas por el resto de
tu grupo? —Lo observó atentamente, viendo como su cuerpo cambiaba y sus
hombros se relajaban, aunque su rostro permanecía sobriamente impasible.
Kourosh asintió.
—Me pidieron que hablara por ellos —agregó—. Porque soy el mayor, y quizá
el único con el valor para hablar con un demonio.
—¿Soy un demonio? —Xena volvió la cabeza y miró a Gabrielle—. ¿Tú piensas
eso?
1024
Gabrielle le sonrió con una mirada dulce y amorosa.
—Por supuesto que no.
La reina volvió su atención a su visitante.
—Kourosh.
—Su Majestad.
Xena le hizo un gesto con un dedo.
—Ven aquí. —Los ojos de Brendan se ensancharon un poco, pero se hizo a un
lado y el hombre subió con cautela al carruaje, el techo le obligaba a
agacharse un poco mientras caminaba por el crujiente suelo hacia ella. Xena
sostuvo su mirada mientras se acercaba, proyectando un aire de confianza
divertida que ensombrecía su mayor volumen y el hecho de que se alzaba
sobre ella. Él se paró y la miró por un largo momento. Gabrielle se dio la vuelta
y levantó un pie apoyándolo sobre la otra rodilla y dejando la mano en el
banco acolchado, mostrándose tan intimidante como era capaz.
Lentamente, Kourosh giró la cabeza para estudiarla, luego exhaló y con un
movimiento admirablemente agraciado, se arrodilló y, para sorpresa de Xena,
se inclinó y apoyó la cabeza en el suelo ante ella. Gabrielle lo estudió con
mudo desconcierto y luego volvió la cabeza para mirar a Xena encogiéndose
de hombros. Xena maldijo en silencio, reconociendo esta gratificante
obediencia que requería que le respondiera de alguna manera. Extendió la
mano, agarró la empuñadura de su espada y sacó el arma de su funda,
girándola mientras la cruzaba sobre su cuerpo dispersando destellos de la luz
de las velas sobre todos ellos. Kourosh no se movió. Permaneció agachado
mientras la espada de Xena susurraba en el aire, yendo a descansar en la
parte superior de su cabeza, cuando la reina se incorporó y apoyó el peso
sobre su brazo libre—. Persa, no soy un demonio.
Kourosh la miró, levantando su cabeza lo suficiente como para ver su cara.
—Eres más de lo que yo lo soy, Majestad. Eso es suficiente para mí.
Xena lo estudió un momento más.
—Acepto tu servicio —dijo en voz baja—. Si es falsamente dado, te arrancaré
el corazón y caminaré sobre él.
Las pestañas del persa se agitaron y luego asintió.
—Y si eso no es lo suficientemente malo, —Xena le dio un golpecito en la
cabeza con su espada, retirándola después—, dejaré que Gabrielle te de una
paliza y luego le diré a todos que gritaste como una niña. —Sobresaltado,
Kourush la miró, luego a Gabrielle y de vuelta a ella—. Es perversa —le advirtió 1025
la reina—. Y ya ha probado el sabor de persa.
Kourush miró a Gabrielle de nuevo. Gabrielle se encontró con su mirada y,
después de un segundo, se lamió los labios.
Las fosas nasales del persa se ensancharon y se fue alejando lentamente,
apoyándose en sus rodillas y cruzando las manos sobre su regazo.
—Entiendo Majestad.
—No, no lo haces.
—¿Majestad?
—Sal de aquí. —Xena lo golpeó en la mejilla con su espada antes de que
pudiera moverse—. Ve y diles a tus amigos que no van a morir de inmediato y
que vamos a seguir adelante. ¡Brendan!
—Señora.
—¡En marcha!
Gabrielle estaba aferraba a la pared con una mano y con el otro brazo
alrededor de la espalda de Xena, mientras la reina estaba arrodillada
observando por la abertura.
—Oh chico.
Xena tenía las dos manos agarrando la pared en un intento de evitar que su
cuerpo se balanceara de lado a lado mientras el carruaje traqueteaba por el
terreno irregular en dirección al bosque. El lado positivo desde su perspectiva,
era que el movimiento violento no le alteraba tanto el estómago como uno
más lento.
—¡Cuidado! —Gritó Gabrielle cuando una de las ruedas chocó contra una
roca y ella rebotó en el banco, perdiendo el agarre tanto de Xena como de
la pared—. ¡Whoa!
Xena vaciló, luego soltó una mano de la madera y agarró el cinturón de
Gabrielle, lamentándose al instante cuando su espalda se agarrotó, se
retorció, y cayó hacia atrás acabando tumbada en el banco, pero su amante
se agarró a ella y ambas cayeron al suelo del carruaje.
—¡Ay! —Xena gruñó, agitando los brazos buscando algo a lo que 1026
agarrarse. Contuvo el aliento y se mordió el interior de la boca cuando el
carruaje se inclinó hacia un lado y comenzó a deslizarse, solo deteniéndose
bruscamente cuando Gabrielle se tiró encima y la mantuvo inmóvil.
—¡Ovejas! —jadeó Gabrielle—. Por el amor de Zeus, Xena... esto es de locos.
—Ahora recostada sobre su espalda, y sin moverse, Xena tuvo tiempo de dejar
que el espasmo se desvaneciera mientras el carruaje rebotaba y seguía
rodando. Pudo colocar sus botas con firmeza contra una pared, y presionar la
parte posterior de su cabeza contra el suelo para que el movimiento no la
dejara inconsciente—. Quieres que…
—Te quedes justo donde estás —ordenó la reina—. No te muevas.
Gabrielle estaba nariz a pezón con ella y, a medio levantarse, se acomodó de
nuevo con un gruñido.
—Está bien. —Xena prestó atención mientras escuchaba a Brendan gritar
órdenes a los hombres. Nadie entendía lo que estaba haciendo, por Hades,
apenas lo entendía ella misma, pero tenía la corazonada que necesitaba
proteger al ejército y había aprendido hacía mucho tiempo a no ignorar cosas
como esa—. Ouf. —Gabrielle rebotó un poco cuando lo hizo el carro—. Lo
siento.
El carro se enderezó y avanzó un poco más suavemente. Xena esperó, luego
miró a su adorable saco de nabos y distinguió el perfil de Gabrielle en la
penumbra.
—Está bien —dijo—. Creo que ya casi hemos llegado.
—¿Puedo levantarme ya?
—¿Quieres hacerlo?
La nariz de Gabrielle se arrugó un poco.
—Lo cierto es que no —confesó, mostrando una sonrisa antes de levantarse
con cuidado sobre sus manos y rodillas y arrastrarse hasta el asiento, usándolo
para ponerse derecha y poder mirar por la abertura de nuevo—. Oh... ¡Oh! —
gritó alarmada.
Xena no se detuvo a pensar. Se dio la vuelta y se puso de pie, saltando hacia
donde Gabrielle estaba arrodillada antes de que su cuerpo tuviera tiempo de
agarrotarse. Puso las manos en la pared y miró hacia fuera, a tiempo de ver
las ramas a punto de envolver por completo a los caballos que tiraban de su
carruaje.
—¡Whoa! —El borde del carro chocó contra algo y ambas salieron volando
1027
hacia atrás para terminar nuevamente en el suelo, cayendo en una bola de
brazos y piernas y reprimiendo maldiciones cuando el carruaje se detuvo
bruscamente—. ¡Hijo de bacante! —Xena gimió con impotencia, medio
hecha un ovillo.
—Oh, Dios mío. —Gabrielle se desenredó en el suelo y se apresuró hacia
donde su amante estaba desplomada, agarrando suavemente el hombro de
la reina—. ¡Xena!
Los pálidos ojos se abrieron.
—¿Qué? —respondió—. No me vas a preguntar si estoy bien, ¿verdad? —La
mandíbula de Gabrielle se cerró con un chasquido audible—. Ve a averiguar
qué está pasando —dijo Xena—. Todos deben entrar en la línea de árboles
para que no puedan ser vistos desde el camino. Date prisa.
Su amante estaba atrapada entre querer obedecer, o quedarse y
consolarla. Finalmente, Gabrielle le dio una palmadita en el brazo y se levantó,
yendo hasta la puerta del carruaje y abriéndola. Saltó fuera y cerró la puerta,
los sonidos del ejército que las rodeaba flotaban en el aire.
Con un suspiro, Xena se giró lentamente sobre su espalda, levantó sus botas
para que sus rodillas se doblaran, y miró directamente el techo del carruaje. El
dolor hacía que casi se le saltaran las lágrimas y pasó unos segundos
simplemente respirando.
Fuera podía escuchar el caos del ejército, la voz de Gabrielle, posiblemente
al lado de los caballos, y escuchar al conductor trabajando en las correas
para liberar a los animales del carruaje.
Después de unos minutos, los espasmos se calmaron y volvió a rodar hacia el
costado del carruaje. Se sujetó de los largueros laterales y se enderezó,
agarrando el soporte superior mientras sus piernas amenazaban con no
sostenerla.
No era una buena señal. Xena tensó los brazos y los hombros y levantó su peso,
girando lentamente la parte inferior de su cuerpo hasta que sintió una serie de
incómodos chasquidos en su espalda y una oleada de hormigueo en la parte
posterior de sus muslos.
Luego se bajó de nuevo, esta vez con un pequeño suspiro de alivio cuando se
mantuvo erguida. Esperó hasta que cesó el hormigueo, luego se dirigió hacia
la puerta y la abrió de golpe, inclinándose para ver qué estaba pasando.
El conductor la vio y se acercó, dejando atrás a los caballos. 1028
—Majestad, le pido perdón. Los caballos…
—Relájate. —Xena apoyó un brazo en la puerta del carruaje y se sostuvo de
modo casual con el otro. Estudió el terreno que habían cubierto, el camino y
la curva hacia el paso que se veían por encima de la hierba—. Hizo el viaje
aún más divertido. —Miró al hombre—. Desengancha los caballos.
El conductor se escabulló agradecido.
Brendan tomó su lugar.
—Señora.
—Pon a los hombres en formación de ataque justo detrás de los árboles —lo
interrumpió Xena—. Rápido. Arqueros y lanzas en la parte delantera, y prepara
a los jinetes montados listos para salir detrás de ellos.
Brendan miró hacia la tranquila llanura y luego levantó la vista hacia ella.
—Sí —respondió brevemente, girándose y dirigiéndose de regreso al lugar
donde se encontraban las tropas.
—Xena. —Gabrielle se acercó a donde estaba y le puso una mano en la
pierna—. Han encontrado el campamento persa. Esos nuevos tipos dijeron
que deberíamos robar algunas cosas de allí.
—¿Sí? —La reina estudió las líneas—. Ve y diles que consigan... no. —Hizo una
pausa y se giró, inclinando un poco la cabeza y girando las orejas hacia el
viento—. Espera.
Gabrielle esperó. Se frotó un poco los brazos por el frío de la madrugada,
exhalando y mirando el vaho de su respiración mientras estaba parada de pie
en la larga hierba. No estaba segura de por qué Xena los había enviado a
todos a ocultarse entre los árboles, pero esperaba que eso significara que
podían tomarse un pequeño descanso ahora.
—No tenemos tiempo —dijo Xena—. Tenemos que estar preparados para
atacar.
Gabrielle, como lo había hecho Brendan, miró hacia la silenciosa llanura y
luego de nuevo a Xena. A diferencia del viejo capitán, se puso las manos en
las caderas e inclinó su cabeza de manera inquisitiva.
—¿Qué estamos atacando? No veo nada por ahí, excepto tal vez algunos
conejos entre la hierba de ese lado. —Señaló algunas puntas en movimiento.
Típico de Gabrielle.
—Los persas —dijo Xena—. ¡Jens! —llamó a su otro capitán—. ¿Todavía tienen 1029
fuego en ese campamento?
—Solo brasas —informó Jens—. ¿Quieres que tome algunos tipos y vayamos
allí a echar un vistazo?
—No —dijo Xena—. Quiero que te prepares para luchar. Mantén a los hombres
en las líneas. Tendremos tiempo para rebuscar después. —Hizo una pausa—.
Tal vez.
Jens se rascó la oreja.
—¿Cree que tienen más exploradores por ahí fuera, señora? —preguntó
después de un segundo—. Los hombres de aquí no lo creen. Dijeron que eran
los que Sholeh había elegido para quedarse atrás, y que se dirigía tan rápido
como podía por el camino.
—No exploradores —dijo Xena—. Ella dará la vuelta.
Jens medio saludó y se alejó rápidamente, dando en el hombro a uno de los
arqueros y haciéndole apuntar hacia una línea de rocas justo dentro de la
línea de árboles.
—¡Poneos en fila, chicos! —ordenó a los soldados—. Preparados para luchar.
Gabrielle se alzó sobre el estribo del carro, ahora desenganchado de su
equipo.
—¿Estás segura de que van a venir? —preguntó.
—Estoy segura —respondió la reina. Volvió la cabeza y dejó escapar un silbido
bajo, haciendo una pausa hasta que escuchó responder a Tiger—. Diles que
lo dejen suelto —le dijo a Gabrielle—. Lo quiero aquí.
—Dijiste que no querías montar.
—No tengo otra opción —dijo Xena—. No puedo liderar la batalla desde este
maldito carruaje y... —Vaciló—. Solo ve Gabrielle. Nos estamos quedando sin
tiempo. —Gabrielle le puso una mano en la pierna, luego se dio la vuelta y se
alejó trotando hacia donde los caballos estaban atados en un círculo. Xena
volvió la cabeza para mirar el paso. ¿Estaba segura de que Sholeh daría la
vuelta? Sí, estaba segura. ¿Traería a todo su ejército de vuelta a través del
paso, algo que Xena deseaba desesperadamente que hiciera? Tal vez.
¿Podría su variada pequeña banda de alegres ciudadanos, soldados
cansados y persas reconvertidos, arreglárselas con el ejército de Sholeh? Xena
tuvo que sonreír. A pesar de que le dolía y no quería nada más que estar en
casa, en su propia cama, con una taza de sidra caliente y una rata almizclera
desnuda. Tenía que sonreír porque estar aquí, dirigir esta batalla y aprovechar
esta oportunidad, era todo tan divertido como lo que podía soportar tener en 1030
este momento. Extraño. Era un riesgo tan grande y, sin embargo, saboreaba
el desafío, este lanzamiento de dados que podría terminar dándole una gran
victoria o una pérdida realmente desgarradora. Oh, bueno. Xena levantó la
vista cuando Tiger se acercó trotando, sacudiendo su oscura cabeza mientras
metía su nariz directamente en su pecho y exhalaba—. Ey, pequeño
bastardo. ¿Cómo estás?
Gabrielle apareció guiando a Parches.
—Estamos listos.
Xena echó un vistazo a su rubia y pequeña amante con su greñudo y
pequeño pony y se echó a reír.
—Por supuesto que lo estamos. —Le hizo un gesto a Kourosh para que se
acercara—. ¿Estáis listos para pelear en el otro lado ahora?
El persa estaba acabando de colocar una daga en su cinturón y se acercó,
sus ojos oscuros brillaban un poco a la luz de las estrellas.
—¿Crees que la atraes, Majestad? Iba con rumbo a tomar tu trono.
—Ella estará aquí. —Xena le sonrió—. Antes de lo que piensas.
El persa la estudió, y luego le devolvió la sonrisa.
—Todos lo sabíamos, no era tu trono lo que quería de verdad. Quería domar
tu rudeza.
Xena acarició la cabeza de Tiger, dándole un beso entre los ojos.
—No tiene ninguna posibilidad —dijo—. Eso se da en otra parte. Junto con el
resto de mí. —Respiró hondo para tranquilizarse, luego agarró la silla de
montar, se inclinó hacia atrás y, sobre todo con los brazos, se impulsó sobre la
silla del semental—. Aunque no sea mucho.
Dolía. Pero después de que rápidamente sacara las botas de los estribos y
dejara que sus piernas colgaran, su cuerpo se enderezó un poco y el dolor
disminuyó.
—Está bien. —Tomó las riendas de Tiger entre sus dedos—. ¡Atentos! —Agudizó
su oído—. ¡Preparad las armas!
Gabrielle tiró de su malla y miró hacia abajo.
—¿Quieres las tuyas? —preguntó la mujer rubia—. Tus armas, quiero decir.
Oh. Ups.
—Sí —murmuró Xena—. Probablemente ayudaría. —Se aclaró la garganta—. 1031
Luego te montas en el enano porque no quiero perderte. —Observó a
Gabrielle desaparecer en el carruaje y aguzó los oídos, oyendo un bajo y leve
retumbar en su oído.
Vamos perra.
Vamos a terminar esto. Xena se quedó mirando el camino moviendo
nerviosamente sus dedos. Quiero ir a casa.
Parte 30

Xena se inclinó hacia adelante y apoyó los codos en el arco de la silla,


mirando a través de la hierba oscura hacia el camino, apenas visible, que
serpenteaba adentrándose en el paso. Una fila de soldados corría hacia su
posición en la berma, extendiéndose a ambos lados de ella y Brendan reunió
a sus jinetes montados a ambos lados de la gran figura de Tiger.
Después que los soldados se acomodaron y Parches había ocupado su lugar
a su lado, todos los ojos se volvieron hacia Xena, observándola interrogantes
mientras el silencio se extendía por la llanura.
Xena era consciente de la atención. Mantuvo la cabeza recta y, lentamente,
los sonidos de la noche empezaron a crecer alrededor de ellos, ahora que
todos no estaban chocando y golpeando y gritando como locos. Los grillos
cantaban suavemente y una lechuza ululó en algún lugar cercano.
Tranquilo. 1032
—Xena, ¿Qué estamos esperando?
—Shh. —Xena miró a su compañera—. Escucha.
Obedientemente, Gabrielle se enderezó en su silla y su rostro se arrugó por la
concentración.
—Estoy escuchando.
—¿Oyes eso?
La mujer rubia se detuvo con la cabeza inclinada hacia un lado.
—Creo que acabo de escuchar a uno de estos caballos hacer caca. ¿Eso es
a lo que te referías?
Xena suspiró.
—No.
—Lo siento, Xena. —Gabrielle le dirigió una mirada de disculpa—. Acabo de
oír algo, como gente moviéndose por aquí. ¿Qué oyes tú?
Xena no respondió por un momento, luego exhaló suavemente.
—Oigo venir un ejército —dijo—. Y ¿sabes qué, Gabrielle? Quiero que esto
acabe.
Gabrielle escuchó atentamente, los sonidos de la hierba crujiendo y los
hombres que las rodeaban, casi la abrumaban mientras luchaba por descubrir
de qué estaba hablando la reina. No oía un ejército, todo lo que oía era...
Espera. Se frotó la oreja.
—Xena, ese tipo de... ese retumbar... ¿es eso lo que oyes?
Las cejas de la reina se alzaron levemente en sorpresa.
—¿Lo oyes?
—Creo que, más que oírlo, lo siento —admitió Gabrielle—. ¿Qué van a hacer?
Xena dejó escapar un silbido bajo, luego dos más cortos.
—¡No disparéis hasta mi señal! —añadió, moviendo un poco los codos para
que no se durmieran mientras sostenían su peso—. Cuando haga una señal,
simplemente disparad tantas malditas flechas como podáis, y lo más rápido
posible a todo lo que se mueva.
Las cabezas más cercanas se giraron hacia ella con perplejidad.
—Señora. —Brendan cabalgó hacia arriba—. ¿A qué estamos apuntando? —
Él acercó su caballo al lado de Tiger—. No hay nada allá fuera. 1033
—Lo habrá.
Brendan se protegió los ojos con la mano y miró hacia el camino. Luego miró
a Xena interrogante.
—Podemos oírlo venir —dijo Gabrielle—. En serio.
Brendan miró hacia allí
—¿Puedes?
La mujer de pelo rubio asintió solemnemente.
—Estate preparado. —Xena sintió un profundo y nervioso temblor en sus
entrañas mientras el retumbar ahora rodaba ligeramente sobre la hierba, y
Brendan también lo oyó—. Esto no va a ser fácil.
Podía sentir el peso de la espada en la espalda, pero sabía que esta vez era
solo de exhibición, y mientras esperaba y observaba la apertura del paso, tuvo
que admitir que, por primera vez en mucho tiempo, estaba entrando en una
batalla asustada.
Eso no le gustó ni un poco. Conocía las expectativas de estos hombres que la
habían visto pelear durante los últimos siete días, y ella conocía las
expectativas para consigo misma.
Saber que estaba casi indefensa le estaba mordiendo el culo.
—¿Oye, Xena? —Gabrielle estaba moviendo su lanza alrededor para
encontrar un buen lugar para sostenerla sin apalear a su pony en el costado
o clavársela a Tiger en el trasero—. ¿No nos atacarán si empezamos a
dispararles?
—Eso espero. —Xena respiró hondo cuando el ruido se hizo más fuerte de
repente. Silbó, luego se inclinó hacia adelante, mirando fijamente a través de
las orejas de Tiger. Durante un rato más, la tranquila escena tenía su magia.
Un momento más, y la luz de las estrellas se reflejaba en la ondulante hierba y
en un camino vacío.
Luego, con una sorprendente brusquedad, el paso se llenó con una
avalancha de caballos corriendo, realmente casi silenciosos dado el tamaño
de la fuerza que irrumpió a través del espacio entre las colinas.
—Por los dioses. —Brendan tomó aliento.
—Mm. —Xena vio pasar a los persas, los gritos que habían empezado a salir
de las gargantas se iban apagando, porque el ejército que esperaban
encontrar, inexplicablemente, no estaba allí. 1034
Los caballos aminoraron la marcha y los hombres que iban corriendo detrás
de ellos se detuvieron apiñados, los capitanes cabalgaban hacia atrás y
gritaban órdenes agitando sus espadas mientras un grupo de diez jinetes se
separaba y echaban a correr por el camino.
—Xena.
—Calma —susurró la reina—. Calma Brendan. Espera un poco más.
—No deberíamos simplemente dejarlos...
—¿Y que vayan a saquear la ciudad? —preguntó la reina bruscamente—.
Encuentra tus pelotas, viejo. —Silbó suavemente—. Preparaos. —Un
estremecimiento recorrió la línea y Xena empujó a Tiger un poco hacia
adelante para que los hombres pudieran ver su silueta contra los árboles. Se
concentró en los persas, observando el movimiento vacilante y el ímpetu que
se iba diluyendo, algunas tropas se lanzaban a la hierba para salir del camino
de los que estaban detrás de ellos. Observó atentamente el límite del paso. La
última línea de soldados se amontonó fuera del paso en medio de la
confusión, y solo entonces, levantó la mano y, después de una breve pausa
para considerar en qué tipo de estúpida locura estaba a punto de lanzarlos
en ese momento, la dejó caer.
»Fuego. —La larga fila de ballesteros que se extendían a ambos lados de ella,
la obedecieron, apuntando a las tropas delineadas a la luz de las antorchas y
el brillo plateado de las estrellas en un cielo sin nubes. Una línea de persas
cayó—. Seguid disparando —ordenó Xena—. Luego preparaos para correr.
—¿Correr? —Brendan la miró—. ¿A dónde, Xena? No entre estos árboles, sin
duda. Esto está lleno de matorral.
—Lo recuerdo —la reina asintió—. Sólo prepárate. —Los persas se tiraban de
cabeza al suelo y los hombres a caballo se arremolinaban, algunos
agachándose en sus monturas y otros echando a correr por el camino. Sin
embargo, los capitanes estaban ganando control, y mientras las flechas
continuaban brotando de entre los árboles, los brazos comenzaron a apuntar
hacia ellos, y las orejas de Xena captaron el sonido de las flechas en
respuesta—. ¡Cuidado! —gritó—. Nos están disparando.
—Xena, van a echársenos encima. —Brendan juntó las riendas de su caballo
mientras las filas de soldados empezaron a hacer eso, reuniéndose detrás de
escudos apretados que ahora los protegían del fuego de las fuerzas de Xena.
—Sí. —La reina estuvo de acuerdo—. ¡Atención! —Proyectó su voz, y escuchó
a los líderes de las tropas haciéndole eco en las líneas—. Id directamente a
1035
ellos, después, a mi señal, SEGUIDME —bramó las dos últimas palabras—.
¡ENTENDIDO! —Las tropas gritaron en respuesta. Xena ahora se estiró y estudió
a los persas, esperando una pausa en el fuego antes de soltar un silbido
penetrante e impulsar a Tiger en las costillas—. Quédate conmigo, Gabrielle —
le dijo a su consorte—. ¡Y mantén la cabeza baja!
—¡Lo haré! —Gabrielle colocó su lanza en el costado más alejado de Xena, e
instó a Parches a seguir a su gran amigo hacia adelante, mientras cabalgaban
entre los árboles, lo suficientemente lento como para permitir que los soldados
de infantería les siguieran. Los escudos persas les ayudaron a evitar las flechas,
pero esos mismos elementos, grandes y voluminosos, les impidieron apuntar
hacia atrás y redujeron su fuerza efectiva a la mitad, cuando los arqueros se
colocaron los escudos en la espalda y se escondieron detrás de los demás,
tratando de disparar contra los hombres de Xena. Pero las fuerzas de Xena
estaban vestidas con ropa oscura, y sus espaldas estaban en un bosque
oscuro, y estaban aprovechando al máximo tanto eso, como las hierbas
altas. La línea del frente de los persas comenzó a vacilar cuando Xena deslizó
a Tiger hacia el lado derecho y dejó que las tropas la pasaran, manteniendo
a su caballo en lo más profundo de las sombras. Llevaba una capa oscura.
Tiger era negro como el alquitrán. Xena observó con atención el movimiento
de las líneas, soltando silbidos cortos mientras avanzaba lentamente hacia
adelante, con una mano en su chakram y la otra apoyada en el arco de la
silla para mantener su peso fuera de su espalda. Pudo ver a uno de los
capitanes persas rodeando a los hombres y señalando ligeramente en su
dirección—. ¡Xena! —Gabrielle también lo había visto y, de repente, Parches
salió disparado hacia adelante interponiéndose entre Xena y los hombres que
se acercaban.
No dispuesta a permitir que su amante fuese ensartada como un puerco, Xena
desenganchó su chakram y cuidadosamente, apretó más sus rodillas mientras
levantaba su brazo y lanzaba el arma, sofocando una maldición mientras su
espalda, poco colaboradora, se agarrotaba y casi la hace caer del alto lomo
de Tiger.
—¡Malditos sean los dioses! —Sin embargo, el chakram tocó su objetivo,
golpeando al capitán persa en la cara antes de hacer un arco en el aire para
regresar a su mano, tan rápido que casi no la pudo atrapar. Entonces deseó
no haberlo atrapado, cuando otro espasmo la golpeó y cayó hacia adelante
contra el cuello de Tiger, sobresaltando al semental. El animal brincó varias
veces, resopló, y apenas pudo colgar el chakram en su gancho antes de
agarrarse a su crin solo para no caerse—. ¡Para ya idiota! 1036
—¡Xena! —Brendan cabalgó, abriéndose paso entre las líneas.
—¡Sigue avanzando! —ordenó la reina, poniendo a su caballo de nuevo bajo
control—. No te preocupes por... —Su visión periférica captó el movimiento
justo a tiempo, y giró a Tiger, enviándolo hacia un grupo de soldados persas a
punto de rodear a Gabrielle—. ¡Yahhh! —Gabrielle tenía levantada su lanza y
estaba empujando frenéticamente a los hombres con su extremo romo,
agitándola alrededor de la cabeza de Parches mientras los persas intentaban
tirarla del pony.
—¡Eh! ¡Parad!
Tiger chocó contra ellos, levantándose sobre sus patas traseras y golpeando
con sus patas delanteras mientras respondía a las señales de su jinete. Sus
grandes cascos atacaron a los soldados, quienes se agacharon y pusieron sus
brazos sobre sus cabezas mientras se apartaban del medio.
Dos de los hombres de Xena aparecieron a la vista, enfrentándose a los persas
cuando Gabrielle recuperó la compostura y comenzó a aporrear con más
confianza, dejando escapar pequeños gritos cuando su lanza conectaba los
golpes.
Xena contuvo el aliento y luego agarró su silla de montar, extendiendo la bota
para enganchar una ballesta de uno de los persas que corría hacia su
consorte. Su dedo del pie quedó atrapado en la cuerda y el hombre soltó el
arma con sorpresa, girándose cuando Xena puso su mano en el arco y lo
levantó.
El soldado se abalanzó hacia ella, alcanzando la ballesta justo cuando puso
su dedo en el mecanismo y lo accionó, disparando a bocajarro y atravesando
el ojo del hombre con la flecha. Apresuradamente empujó el arma hacia un
lado y extendió la mano, agarrando la flecha mientras el hombre se
tambaleaba hacia atrás y caía contra el costado de Tiger.
Él empezó a escurrirse hacia abajo. Xena metió la bota en su armadura y lo
sostuvo lo suficiente como para poder agarrar el carcaj de flechas de su
espalda, luego lo dejó caer al suelo justo cuando Parches retrocedía
directamente hacia el pecho de Tiger.
Bueno, probablemente esta era una mala idea. Xena hizo malabarismos con
el arma mientras miraba a su alrededor, viendo principalmente una masa de
luchadores arremolinados agrupados frente a ella, y preguntándose de
dónde venían todos. Podía ver las líneas persas el frente de ellos ocupados
con sus hombres, pero un grupo de caballería se estaba reuniendo detrás,
evidentemente, intentando atacar. 1037
No era bueno.
—¡Brendan! ¡Gira a los caballos! —gritó Xena—. ¡A la derecha! ¡A la derecha!
Seis de los hombres se abrieron paso hacia ella y empujó a Tiger hacia
adelante, con ellos agrupados a su alrededor, girando alrededor del extremo
derecho de sus propias líneas y avanzando justo cuando los persas empezaron
a cargar.
Xena era consciente, por el rabillo del ojo, de un destello blanco peludo a un
lado, y también se dio cuenta de que lo que estaba haciendo era suicida. El
movimiento del caballo le estaba destrozando la espalda, y todo lo que podía
hacer era sujetarse con las rodillas e inclinarse hacia adelante, agarrando la
ballesta con una mano mientras lideraba el camino para interceptar al
enemigo.
No había manera de cargar el maldito trasto. No había manera de sacar su
espada. No tenía modo real de usar nada, excepto tal vez la daga que había
atado debajo de su rodilla izquierda por si alguien se acercaba demasiado y
no se caía del maldito caballo primero.
Dejó escapar un grito tan fuerte como pudo, ya que no sabía si sería su última
oportunidad de hacerlo.
Gabrielle tiró hacia sí de la lanza y la agarró por la mitad con ambas manos,
encontrando que era más fácil mover ambos extremos cuando lo hizo. Tragó
contra una garganta seca mientras el caos se arremolinaba a su alrededor. Se
agarró fuerte con sus rodillas cuando Parches casi tropieza, luego instó al pony
a que siguiera a Tiger cuando el gran semental comenzó a moverse hacia el
enemigo.
Las cosas se movían demasiado deprisa. Podía ver a los persas acercándose
a ellos en sus caballos, y podía ver la línea del frente... bueno, en realidad, la
única línea del ejército de Xena, chocando con el enemigo a solo unos pocos
caballos de distancia de donde estaba.
Aterrador.
Podía oír a Xena gritar, luego un grupo de soldados a caballo se formaron a
su alrededor y corrieron hacia los persas mientras los hombres a pie se 1038
apartaban de su camino.
—Oh, chico. —Gabrielle agarró las riendas que había atado al cuerno de la
silla y guio a Parches hacia ellos—. Parches, esto es un lío. —Su pony negó con
la cabeza. Sin embargo, Xena estaba marcando el camino, así que arreó al
pony hasta que la alcanzaron, igual que los jinetes persas. Vio a la reina poner
sus botas en los estribos y tirar la ballesta que había robado, estirando el brazo
por encima del hombro para sacar su espada. Podía ver el perfil de
Xena. Podía ver el dolor que estaba sufriendo su amante, pero por encima de
todo eso, estaba el fuego que forzaba todo a un segundo plano, excepto la
necesidad de luchar. Para ganar. Gabrielle entendió que Xena entendía bien
lo que la impulsaba. La diferencia entre, como había dicho, un luchador y un
guerrero. En este momento, deseaba que ninguna de las dos fueran las que
eran, cuando consiguió que su lanza fuera en la dirección correcta y se
preparara para... Uh. Gabrielle se dio cuenta de que había enormes caballos
que se dirigían directamente hacia ella y Parches, y al instante siguiente,
estaba esquivando una maza que amenazaba con aplastar su cabeza
mientras pasaban junto al primero de los persas.
»¡Whooooa! —golpeó al caballo en las costillas con su lanza mientras pasaba
y oyó resoplar al animal. Parches sumó sus dientes a la mezcla, mordiendo a
los animales en la parte trasera mientras giraba en torno al caballo y se
agachaba entre otros dos. Gabrielle vaciló, luego hizo una mueca y empujó
con su punta de lanza, haciendo que el primer caballo saltara hacia adelante
y se encabritara. Sintió que algo venía detrás de ella y se dio la vuelta, la parte
de atrás de su arma pilló a otro caballo justo en la nariz cuando el jinete se
inclinó hacia delante para golpearla. Se agachó cuando el caballo se estrelló
contra el trasero de Parches y el jinete comenzó a bajar a su lado, luego oyó
relinchar a Parches y algo grande y rápido pasó a su lado. Escuchó el choque
del metal. Una lluvia de algo cálido la golpeó en la parte posterior de la
cabeza, goteando por su cuello mientras Parches, de algún modo, escapaba
de entre los dos cuerpos a toda velocidad y terminaba dejándolos atrás.
Gabrielle agitó la lanza cuando el pony se dio la vuelta y sintió que conectaba
con algo. Esperaba que fuera uno de los tipos malos. Frenética, giró la cabeza
y vio a Tiger sobre dos patas, su inconfundible contorno contra el cielo
estrellado. Con horror vio que uno de los persas se dirigía hacia sus costillas con
una lanza, agarró con las dos manos las riendas de Parches para llevarlo hacia
allá. El pony pareció sentirlo. Esquivó a dos hombres que luchaban
agachándose un poco, luego echó a correr hacia la peligrosa mezcla de
combatientes y caballos. Gabrielle se colocó la lanza bajo el brazo y la apretó
mientras se lanzaban a la batalla. Cerró los ojos y agarró el cuerno de la silla 1039
de montar con una mano cuando la punta de su lanza golpeó a un persa justo
en el muslo y el impulso casi la empujó hacia atrás y fuera de la silla Parches.
»¡Yow! —El hombre se cayó de su caballo, agarrando la lanza cuando Parches
chocó con el animal y lo mordió, haciendo que el caballo más grande saltara
de lado y girara su cabeza con los dientes desnudos para responder. Los ojos
de Gabrielle se ensancharon, tiró de su lanza y la sacó del soldado, golpeando
al caballo persa en la nariz con el otro extremo y luego agarrándose mientras
se alzaba y Parches se escabullía bajo sus patas delanteras con una resuelta
embestida hacia donde estaba Tiger. El gran semental estaba en proceso de
volver a alzarse, golpeando con sus patas delanteras mientras los persas le
atacaban a él y a su jinete desde ambos lados, uno balanceando una maza
y el otro blandiendo una espada. Gabrielle observó retorcerse en cámara
lenta el cuerpo de Xena y encontrar la espada con la suya, pero no pudo
evitar la maza que se estrelló contra su hombro. El impacto hizo retroceder a
la reina y, cuando Tiger volvió a alzarse, Xena se deslizó de la silla y se cayó
por el otro lado de Tiger. Parches cargó. Gabrielle gritó en voz alta mientras
apuntaba al portador de la maza que estaba girando a su animal para
golpear de nuevo. Sin embargo, el caballo del hombre se asustó y se apartó
descontrolado, abriendo un espacio para ella, la luz de las estrellas brillaba en
la empuñadura de una daga que sobresalía del costado del animal. Un
hombre se apresuró. Era un soldado de infantería que blandía su espada
directamente hacia ella. Gabrielle golpeó el extremo trasero de su lanza en su
pecho antes que él pudiera verlo, y lo tiró hacia atrás, luego se agarró cuando
Parches saltó sobre su cuerpo, casi tirándola de la silla.
»¡Oh! —Las sombras se separaron cuando se acercó para revelar el horror de
ver el cuerpo de Xena colgando a lo largo del costado de Tiger, una bota
atascada en su estribo mientras Tiger giraba casi totalmente fuera de control—
. ¡Por los dioses! —Gabrielle dirigió a Parches hasta su amigo justo cuando Tiger
apoyaba las cuatro patas, permitiéndole un momento para acercarse a
Xena—. ¡Xena!
—¡Ven aquí! —gritó la reina, levantando la mano para agarrar la pata de
Parches mientras el pony se acercaba—. ¡Coge esto! —Empujó la
empuñadura de su espada hacia Gabrielle—. ¡Corta esa maldita correa!
Gabrielle agarró la espada mientras bajaba de Parches, aterrizando en el
suelo y corriendo hacia el lado de Tiger. El caballo se movió de repente y casi
se estrelló contra ella, y vio a dos persas acercarse mientras intentaba
desenredar la bota de Xena.
Descubrió rápidamente que las espadas eran una auténtica mierda para
cortar las correas de cuero. Miró detrás, viendo el cuerpo de Xena suspendido
1040
entre el semental y su pony, cuando Xena agarró la silla de Parches y se alzó
alejándose del suelo.
—¡Oh! —Gabrielle esperaba que Parches se quedara justo donde estaba—.
¡Parches, sé bueno!
El pony se quedó inmóvil, girando la cabeza para descubrir qué era lo que
estaba tirando de su silla.
Desesperada, Gabrielle continuó serrando la correa, su extremo estaba
fuertemente enredado alrededor de la pierna de la reina. Sintió que algo se
acercaba, pero mantuvo la cabeza gacha, adivinando acertadamente, que
su posibilidad de supervivencia, descansaba más en liberar a su amante que
en defenderse de lo que fuera.
—¡Date prisa! —Xena puntualizó la idea con voz ronca—. ¡¡¡¡Maldición!!!!
Gabrielle sentía que el mundo se le caía encima, los gritos de batalla persas y
el trueno de los cascos de los caballos se hacía cada vez más fuerte a medida
que Tiger se movía y desplazaba, dejando escapar un grito de los suyos. El
movimiento le dificultaba mantener su agarre en el estribo, e incluso más difícil
mantener la espada en su lugar y no apuñalar al caballo con ella, o cortarle
el pie a su amante en el proceso.
Sintió que sus manos comenzaban a temblar y le era difícil respirar.
Pero finalmente consiguió el filo de la espada contra el cuero y aplicó tanta
presión como pudo mientras los sonidos se hacían tan fuertes a su alrededor
que sabía que solo tenía segundos.
—¡Gabrielle! ¡Ten cuidado! —La voz de Brendan atravesó el tumulto con gran
urgencia.
—¡No puedo! —Gabrielle gritó de vuelta, empujando con fuerza contra la
resistente correa. El cuero se partió mientras Tiger relinchaba de nuevo y antes
de que pudiera reaccionar, fue empujada debajo de la barriga del semental
y terminó en el suelo, haciéndose una bola cuando cascos, botas, y gritos de
gente, giraban a su alrededor. Oyó el grito de batalla de Xena, salvaje y fuerte,
detrás de ella. Eso le dio el coraje de ponerse de pie y miró rápidamente a su
alrededor, indeciblemente agradecida de ver la desaliñada cabeza de
Parches aparecer de la oscuridad junto a ella—. ¡Parches!
El pony la empujó y se subió rápidamente a su lomo, sintiendo un cambio en
la batalla cuando los caballos de en frente comenzaron a avanzar.
—Gabrielle! ¿Estás bien? —Brendan apareció brevemente, extendiendo su 1041
lanza hacia ella—. ¡Aquí!
—¡Gracias! ¡Estoy bien! —logró contestar Gabrielle, mirando con atención a
través de la oscuridad hasta que vio a Tiger y el perfil distintivo de su jinete ya
de vuelta en su silla.
Una ola de alivio se apoderó de ella. Instó a Parches a seguir al gran caballo
negro cuando el ejército comenzó a avanzar un poco más rápido.
No tenía una idea real de lo que estaba pasando. Sospechaba que lo
estaban haciendo bien, ya que podía escuchar los gritos del ejército de Xena,
y creía haber oído a uno de los persas tocar un cuerno. Pero estaba oscuro y
lleno de sombras, y todo lo que sabía en ese momento, era que se dirigían a
otra parte.
—¡Adelante, muchachos! —se oyó el grito de Xena—. ¡A la izquierda, estirad
la línea hacia allí!
Gabrielle recolocó su lanza y empujó a Parches para pasar entre dos de los
otros caballos y, finalmente, regresó al lado de Tiger.
—¡Xena!
La reina giró la cabeza y miró hacia abajo.
—¡Rata almizclera!
Sorprendida por el buen humor en su voz, Gabrielle extendió la mano y le dio
unas palmaditas en la bota.
—¿Estás bien?
—Aparte de un estribo perdido, sí. —Xena se apoyó en el arco de su silla y
sonrió—. Gracias —añadió—. Tener mi culo fuera de mi silla de montar y
arrastrándose detrás de este gran bastardo, le hizo a mi espalda un poco bien.
—¿En serio?
—Es eso, o solo es que ya no puedo sentir lo mal herida que estoy. —Reconoció
Xena alegremente—. Vamos, rata almizclera. Aprovechemos el momento. —
Sacó su espada y soltó un silbido mientras se conducían contra el flanco
izquierdo de los persas, que se encontraban confundidos—. Antes que mi
cuerpo se dé cuenta de lo que he hecho y me desmorone.
—Oh. ¡Genial! —bromeó Gabrielle—. Me alegra oír eso. —Negó con la
cabeza, y mantuvo a Parches cerca del costado de Tiger, mientras las líneas
persas empezaban a flaquear ante ellos y se descomponían—. Espero que ella
esté bien, Parches. Eso parece una locura.
Parches resopló y saltó por encima de un tronco. 1042
—¡Quédate en el lado derecho! —ordenó Xena—. Brendan, nos dirigimos al
camino, quiero cortar su retirada a través del paso.
—De acuerdo. —Brendan se levantó rodeando a las tropas y gritando
órdenes. Los ballesteros avanzaban constantemente, arrodillados en el suelo
para disparar más allá de los soldados de infantería que se enfrentaban a los
combatientes persas.
Las cosas iban bien, supuso Gabrielle.
—¡Morid bastardos! ¡Lucháis como niñas! —gritó Xena—. ¡¡Vamos a mataros a
todos!!
Las fuerzas de Xena gritaron ante eso.
—¡Matadlos! ¡Matadlos! —cantaron.
Sí. Gabrielle agarró con más fuerza su lanza. Las cosas iban bien, a menos que
fueras un persa.
Xena se inclinó hacia delante cuando Tiger saltó por encima de la última zanja
a un lado del camino. Sus cascos sonaban rítmicos y altos en la firme superficie
de tierra y lo dirigió de lado, hasta el comienzo del paso, para mirar alrededor
de las rocas en la abertura mientras el resto de su ejército avanzaba por el
camino detrás de ella.
El inicio del paso estaba vacío, las rocas que se elevaban a ambos lados
reflejaban la luz de las estrellas y hacían eco suavemente con los sonidos de
sus hombres.
Jens se detuvo a su lado.
—Parece que les estamos dando una buena paliza, Señora. —Sus ojos
brillaban de emoción.
Xena miró detrás de ella. El campo que acababan de cruzar estaba lleno de
cuerpos enemigos, y tres de los jinetes restantes habían sido atados de pies y
manos sobre sus monturas y enviados por el camino. Había sido una victoria
impresionante y espectacular, aunque había perdido a varios de sus
voluntarios en el proceso.
Era previsible. Después de todo, era la guerra. Xena le dio la vuelta a Tiger e 1043
inspeccionó la batalla, observando a una fila de hombres que luchaban justo
al otro lado del camino.
—Baja los humos a esos tipos —le ordenó a Jens—. Entonces veremos si
tenemos más desertores.
Jens salió disparado, dejándola para apoyarse en su silla estudiando la
acción. Tenía su espada en una mano, su punta descansaba tranquilamente
sobre el hombro de Tiger, y al menos por ahora, su espalda estaba felizmente
adormecida. O, bueno, no exactamente adormecida, ya que podía sentirse
sentada en la silla y sus rodillas tenían la fuerza para apretarse a los costados
de Tiger.
Era solo eso, el dolor se había desvanecido tan rápidamente, tenía miedo de
haberse lesionado más de lo que había sido en el pasado y que si se deslizaba
fuera de la silla de montar, simplemente se desplomaría en el suelo.
Al menos podría montar. La reina exhaló, flexionando los dedos sobre la
empuñadura. Al menos podría usar su espada, y respirar sin dolor.
¿Una compensación aceptable?
Xena contempló tranquilamente la oscura melena de Tiger, consciente del
tenue matiz grisáceo en el cielo por el este, que significaba que la larga noche
casi había terminado. ¿Cómo sería su vida si no pudiera caminar?
¿Querría vivir así?
—¿Qué estamos haciendo ahora, Xena? —Gabrielle se acomodó a su lado,
su pony se abrió camino cuidadosamente sobre el suelo rocoso.
—Buena pregunta —respondió la reina—. Has hecho un gran trabajo con el
pinchacerdos, rata almizclera. Lo has hecho bien antes.
—Sí. —Gabrielle tenía el extremo de su lanza apoyada en el suelo, su mano
flexionada alrededor del palo—. ¿Crees que esto terminará pronto?
—¿Pues? —Xena la miró—. ¿No te estás divirtiendo?
—No —admitió Gabrielle—. Estoy muy cansada, y me duele la cabeza.
Contenta por la distracción, Xena se estiró y le rascó el cuello a su consorte.
—Lo siento, rata almizclera. Todavía no hemos acabado con esto. Acabamos
de empezar. —Continuó masajeando mientras observaba la batalla que se
desarrollaba frente a ellas.
Una fila de soldados custodiaba su posición. Detrás de ellos, los hombres de a
pie se dedicaban a luchar contra los persas, los capitanes persas intentaban
animar a sus hombres desde más abajo en el camino. Xena evaluó su estado 1044
de ánimo, sintiendo un aire de desesperación que la hizo sonreír.
Después de un momento más, se enderezó un poco y se colocó los dedos
entre los dientes, respirando hondo y dejando escapar un silbido
verdaderamente penetrante.
—Ow. —Gabrielle se tapó la oreja y Parches botó sobresaltado. Tiger ignoró el
sonido bien acostumbrado a los extraños ruidos de su ama.
El ruido de choque metálico se desvaneció lentamente.
—Apuntad —les dijo Xena a los arqueros extendidos al frente, que habían
dejado de disparar para evitar golpear a sus compañeros. Esperó hasta que
la línea se preparó con flechas, y luego miró a través del campo de batalla,
viendo casi todos los ojos fijos en ella—. ¿Habéis tenido suficiente? —gritó.
Uno de los jinetes, vestido con el abrigo de batalla formal de los regulares
persas, tiró de su caballo para enfrentarla.
—¡Esta batalla no ha terminado, puta! —Él espoleó hacia ella, levantando su
espada curva en el aire desafiante mientras se dirigía hacia la línea de
hombres que protegían a Xena con gran desprecio hacia los arcos apuntados
en su dirección.
Xena sacudió su daga y con un movimiento de su muñeca, la lanzó por el aire,
girando para perderse en las sombras hasta que se curvó en el último
momento y se hundió en la garganta del hombre. Sus ojos se ensancharon y
se atragantó, una espuma roja salió por sus labios cuando salió despedido
hacia adelante fuera de su silla de montar y golpeó el suelo, su montura
corcoveó y se escoró mientras golpeaba contra sus costillas.
—Para ti, sí —observó la reina en voz alta, antes de volver su atención a las
tropas—. ¿Siguiente?
Uno de los otros capitanes juntó sus riendas en su mano y la miró fijamente,
con su cuerpo delineado contra el amanecer.
—Eres un demonio, como aseguraban —dijo—. Un siervo de los dioses
enviados a destruirnos.
Xena lo consideró.
—Bueno —dijo—. Han dicho cosas peores sobre mí. —Dio la vuelta lentamente
a su espada con la mano derecha.
—No, no lo es. —Gabrielle acudió en su defensa. Empujó a Parches hacia
adelante, llegando detrás de la línea de arqueros—. Xena no atacó la ciudad.
Xena no tomó todo lo que esa gente tenía.
El hombre la miró fijamente.
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—No sabes de lo que estás hablando.
—Por supuesto que lo sé —respondió la mujer rubia—. Yo estuve ahí. Xena no
fue la que trajo ese horrible fuego, o esas flechas envenenadas, o esas cosas
que ibais a lanzar a la ciudad que hubieran enfermado a todos. —Se enderezó
en la silla de Parches—. Si hay un demonio aquí, no es Xena. Es a quien TÚ
sigues.
Su voz sonó sobre el campo de batalla repentinamente silencioso. Mientras, el
amanecer hizo una pausa, resaltando todo, con el más leve indicio de plata,
era como si el mundo estuviera conteniendo el aliento, esperando por lo que
iba a suceder a continuación.
El hombre se puso rígido.
—¿Estás calumniando a mi alteza real? —gritó, mientras el resto de los jinetes
se reunían a su alrededor—. ¿Cómo te atreves?
—Por supuesto —gritó Gabrielle en respuesta—. ¡Ella es fea, y sabe a PATO
mojado!
Xena se rascó la mandíbula.
—Ya sabes, Gabrielle...
—¡Morirás por esas palabras! —Los persas se lanzaron a la carga, y el resto de
los soldados apoyaron la llamada, gritando en voz alta y corriendo para
enfrentarse a los hombres de Xena.
—Fuego. —La reina sacudió la cabeza—. Hablando de eso, chico ha sido
contraproducente. —Apretó su agarre sobre los costados de Tiger y esperó la
primera ronda de flechas, luego se dirigió a las líneas y cabalgó para
encontrarse con los persas montados.
—¡Ovejas! —Gabrielle agarró su lanza—. ¡Vamos Parches! —instó a su pony tras
Xena y la sostuvo con fuerza mientras Parches bajaba a una zanja y medio
saltaba, medio corcoveaba hacia el otro lado—. ¡Ooof!
Xena, los jinetes, los arqueros y Gabrielle, cargaron contra los persas que
corrían hacia ellos, hasta que el conjunto de gritos hizo que se detuvieran solo
por un momento.
—¡Morid, estúpidos bastardos! —voceó la reina, envainando su espada y
desenganchando su chakram para lanzarlo justo en la cara de un
desafortunado lacayo, abriéndosela antes de que volviera a su mano. Lo
colgó de su cinturón y luego volvió a desenvainar su espada, levantándola y
dejando caer la empuñadura sobre la cabeza del hombre tambaleante,
1046
partiéndola como un melón. Se sintió bien y rio entre dientes, girando su
espada y mirando hacia arriba a través de las orejas de Tiger directamente al
líder persa. La luz del alba iluminó su rostro y sonrió cuando sus ojos se
encontraron con los de él. El vaciló, con las manos en las riendas de su caballo
y los hombros temblando, pero no se movió para frenar su ataque. Sonrió más
ampliamente—. Ven aquí muchacho. Mamá quiere arrancarte el corazón. —
Cabalgaban uno contra el otro cuando las líneas chocaron entre sí,
despejando el espacio en el centro para que los caballos se movieran. En el
último momento, él tiró de su caballo hacia un lado y empujó a otros jinetes,
causando un nudo de caos en el medio de las líneas persas cuando los
caballos se estrellaron contra los apurados soldados a pie y varios de ellos
cayeron bajo sus cascos. Xena se rio. Un segundo soldado hizo girar su caballo
y salió corriendo, mientras el primero se enfrentaba con un tercero, y
comenzaron a pelear entre sí, gritando a todo pulmón cuando sus caballos se
fueron de lado, lejos de Tiger que se aproximaba. Bruscamente, las líneas
persas se rompieron, y los hombres se dispersaron cuando la línea de caballos
de Xena atravesó gritando y su coraje desapareció, toda su bravata se
desvaneció cuando la luz gris de un nuevo día expuso su derrota a los ojos de
todos. Xena se inclinó y agarró una ballesta de un soldado tambaleante, luego
la levantó y apuntó la flecha hacia los jinetes persas que luchaban,
disparando y golpeando a uno en el costado y haciéndolo desplomarse de
su silla. El hombre contra el que estaba luchando se volvió y la miró fijamente,
luego se quedó helado cuando le apuntó con indiferencia con su arma
recargada—. ¡Tienes una última oportunidad! —gritó Xena—. ¿Aún no te has
cansado de perder? —Recorrió con la mirada el campo de batalla, los persas
y sus propios hombres cubiertos de barro y sangre y casi indistinguibles. El persa
montado respiraba con dificultad, apretando y relajando la mano sobre la
empuñadura de su espada—. Ven a ganar conmigo. —Xena apoyó la
ballesta en la silla y dejó que sus ojos barrieran el campo de nuevo—. ¿Quieres
monedas? ¿Quieres tierras? No vas a conseguir eso de ella, porque no tiene
nada.
—Es la hija de nuestro rey —respondió el persa, pero solo después de una
pausa.
—Como he dicho, —Xena no perdió el ritmo—, no posee absolutamente
nada. —Volvió la cabeza hacia la derecha y luego hacia la izquierda—. Yo
sí.
Los reclutas, los soldados de infantería, sacudieron sus cabezas, los dos
primeros cerca de Xena bajaron sus armas y extendieron las manos. 1047
—No queremos luchar más —dijo uno, un hombre mayor con rostro cansado
y una sobrevesta ensangrentada—. Solo quiero irme a casa.
Xena lo miró con más comprensión de la que probablemente era consciente.
—Pues vete —dijo levantando la mano y haciendo un gesto—. Solo entiende
que... —añadió mientras él comenzaba a moverse—, si me entero de que has
regresado a la ciudad y estás creando problemas, no vas a vivir otro día. ¿Lo
entiendes?
El hombre la miró.
—Lo he entendido muy bien, majestad —dijo con voz cansada—. Pero será
mejor que no cuentes tus terneros antes de la primavera. —Señaló el paso—.
Ella mantuvo a los mejores a su alrededor.
Xena sonrió.
—Yo también.
El soldado miró a su alrededor, a su pequeña e irregular fuerza, luego volvió a
mirar la expresión confiada y relajada en su rostro y, simplemente volvió a
negar con la cabeza, pero después de una pausa, le devolvió la sonrisa.
—Los dioses están contigo, Majestad —dijo—. Vamos chavales. Dejad esto.
—Cobardes. —El persa se enfureció.
Xena le disparó. Luego miró al último persa montado mientras recargaba la
ballesta. Él la miró, luego extendió lentamente sus brazos con las manos vacías.
La reina le disparó de todos modos, poniendo el perno directamente en su ojo.
Luego bajó la ballesta y se la lanzó a uno de sus soldados mientras el persa
caía de su silla.
—Coged esos caballos. Son de buena sangre —le dijo a Jens—. Y los vamos a
necesitar. Moveos.
Su ejército se reunió sobre la hierba mientras algunos de sus antiguos
adversarios se alejaban un poco, sentados en evidente agotamiento.
Aunque no todos. Algunos se desabrocharon la librea persa y se la quitaron,
dejándola caer al suelo mientras se mezclaban con los hombres de la ciudad,
y con la guardia de Xena, mientras la reina giraba y se enfrentaba al paso, a
la siguiente etapa en su viaje.
—Guau —murmuró Gabrielle.
Xena la miró.
1048
—Muy buen material para historias, ¿eh? —preguntó—. Mi ego por sí solo arroja
malolientes persas a derecha e izquierda, y sigue avanzando.
Gabrielle se lamió los labios y luego le tendió el odre de agua.
—¿Quieres beber?
—Solo si es el agua de tu bañera.
—Xena.
La reina se echó a reír mientras hacía que Tiger subiera al camino hacia el
paso.
—Ríete Gabrielle. Saborea cada segundo de esta marcha hacia el río Estigia,
porque al menos, vamos juntas.
Gabrielle sonrió ante eso y se inclinó para besar a Xena en la rodilla.
—Vámonos a casa, Xena. Te debo unos melocotones —dijo—. Al Hades con
estas personas.
—Al Hades con ellos. —Xena estuvo de acuerdo, escuchando el sonido de las
tropas detrás de ella—. Porque seguro que él no sabría qué hacer conmigo.
El paso era serpenteante, un espacio corto y estrecho que se curvaba
bruscamente hacia la izquierda, luego volvía a la derecha nuevamente en un
patrón sinuoso, antes de elevarse en una pronunciada pendiente, para
terminar en el valle que bordeaba las tierras de Xena.
A medida que la luz del amanecer crecía lentamente, comenzó a desterrar
las sombras, Xena se encontró a sí misma deseando haber atravesado ya la
abertura en las montañas y el valle, con los ojos anhelantes por ver las colinas
y la fortaleza alta de piedra que esperaban más allá del paso.
Incluso el conocimiento de que todo el ejército persa, o lo que quedaba de
él, estaba entre ella y eso, no la molestaba. Había ganado una serie de
escaramuzas y había matado una fracción del enemigo, pero sabía que la
mayor parte de las fuerzas de Sholeh, las mejores, esperaban en el camino y
en este momento, honestamente, de verdad que no le importaba.
Por primera vez, se encontraba extrañando de verdad el viejo pozo de roca 1049
en el que vivía. Lo había dejado con la grandiosa intención de volver con el
botín y la gloria, luciéndose frente a Gabrielle y tal vez reviviendo un poco de
su juventud, la cual ¿Tenía miedo a perder?
Xena escaneó el reducido horizonte, luego se miró las manos y exhaló. O tal
vez solo era cuestión de que quería impresionar a su nueva novia. Sus ojos se
deslizaron para mirar el perfil de Gabrielle ahora visible a la luz del amanecer.
Pareja. Consorte.
Gabrielle, quizá sintiendo el aprecio, la miró y sonrió a través del evidente
agotamiento y la suciedad de la batalla.
El amor de mi vida. La reina le devolvió la sonrisa sacudiendo un poco la
cabeza mientras saboreaba unos minutos para limpiar su espada y prepararse
para lo que tenía por delante.
—Xena. —Jens cabalgó hasta su lado—. Voy a tomar algunos hombres y
adelantarme, ¿eh?
—No —dijo la reina—. Sé dónde están. —Sacó su piedra de afilar y comenzó
a raspar su hoja contra ella, arreglando las muescas de la hoja—. Están en el
otro extremo, probablemente en las rocas, esperándonos.
Jens digirió esto.
—¿Simplemente vamos a ellos? —preguntó finalmente con voz vacilante.
—Sí —reconoció Xena—. Sólo hay un camino a través de este paso, Jens. Ellos
lo saben, nosotros lo sabemos, si no están bloqueando el extremo más alejado,
entonces son más estúpidos de lo que pensaba, y si lo están bloqueando,
enviar un montón de objetivos por delante para que los masacren no sirve de
nada.
—Ah —murmuró Jens— Sí, sí, eso es cierto.
—Así que relájate todo lo que puedas y prepárate para luchar a lo bestia —
continuó Xena—. Porque o saldremos por el otro extremo hacia el valle, o no
lo haremos. De cualquier manera, has hecho un buen trabajo y aprecio que
hayas permanecido a mi lado aguantando hasta el final.
El soldado se quedó sin habla, sus ojos se abrieron como platos mientras
miraba el rostro de Xena.
—Ha sido un honor para mí, Señora —dijo finalmente con voz tenue.
Xena le dio los toques finales al filo de la hoja, luego lo miró y le guiñó un ojo
mientras volvía a poner la espada en su funda.
—Ve y diles a los hombres que estén listos para pelear tan pronto como
1050
salvemos la ventaja que nos llevan. Deberíamos llegar justo cuando salga el
sol e ilumine a cualquiera que esté en las paredes esperándonos.
Jens miró las paredes, luego a ella, sonrió y tiró de la cabeza de su caballo,
volviendo a las líneas en un cómodo galope.
Gabrielle había sacado una manzana y su pequeño cuchillo de su alforja, y la
estaba cortando por la mitad. Mantuvo una mitad y el cuchillo en una mano
y extendió su otra mano hacia Xena.
—¿Habías planificado eso?
Xena tomó la mitad de la manzana y la mordió, disfrutando del sabor
ligeramente ácido.
—¿Planificar qué, la salida del sol? Por supuesto —dijo—. Sabes qué puedo
hacer que el mundo gire a mi ritmo, ¿verdad? —le guiñó un ojo a Gabrielle.
—Ya me había dado cuenta de eso —respondió Gabrielle amablemente—.
Por lo menos, ten por seguro que puedes hacerle eso a mi mundo. —Xena se
detuvo a media mordida y arqueó una ceja. Los ojos de Gabrielle
parpadearon con seriedad—. ¿De verdad nos están esperando a la vuelta de
la esquina, Xena? —preguntó después de una pausa.
La reina asintió, mordisqueando cuidadosamente alrededor del medio
corazón de la manzana.
—¿Tienes más de esas? —preguntó—. Estamos un poco cortos de tiempo.
Gabrielle le entregó su mitad, rebuscando en su bolsa para ver qué más podía
encontrar.
—Desearía que todos simplemente desaparecieran —admitió cuando
encontró otra manzana y se dispuso a cortarla por la mitad también—. Solo
quiero que todo esto termine. Estoy cansada.
—Yo también —admitió Xena—. Y no tengo ganas de bajarme de esta silla y
tener que ser llevada a mi castillo.
La mujer rubia la miró rápidamente.
—Tú...
—No lo sé. —La reina negó con la cabeza—. Lo cierto es que no quiero saberlo.
—Miró a Gabrielle de nuevo—. ¿Crees que podrás aguantar vivir con una
lisiada?
Los suaves ojos verdes la miraron directamente. 1051
—¿Crees que eso me importa?
Xena sintió que un pequeño rubor de sorpresa calentaba su piel al reconocer
madurez recién pulida en el rostro de su amante y en la compleja respuesta
que le había dado.
—No, no lo creo —respondió en voz baja—. Creo que estás lo suficientemente
loca como para que no te importe.
—Yo no. —Gabrielle mordió su manzana—. Puedes confiar en que voy a estar
a tu lado, Xena, no importa lo que pase. —Masticó pensativa, con una mano
enredada en las riendas de Parches y sus dedos jugueteando con su peluda
crin.
—Como he dicho, estás lo suficientemente loca por las dos.
La reina se lamió las yemas de los dedos y se deshizo de las semillas de
manzana respirando hondo y escupiéndolas a un lado, colocó sus botas
firmemente en sus estribos y se relajó de nuevo en su silla.
Le entregaron un odre de agua y esta vez lo cogió, bebiendo a tragos del
líquido que contenía. Todavía tenía hambre, las manzanas no hicieron mucho
por calmar el ruido de sus tripas, pero al menos el agua aliviaba la sensación
de vacío.
Le devolvió la piel a Gabrielle y se pasó los dedos por el pelo, retirándolo de
sus ojos antes de volver a ponerse los guanteletes, girando una mano para
examinar la abertura en la palma, un agujero en el tejido para permitirle
agarrar su espada con absoluta precisión.
La piel expuesta estaba raspada y magullada, y en general, eso resumía
bastante bien cómo se sentía en ese momento. Cerró los dedos y los abrió de
nuevo, luego dejó caer la mano sobre su muslo mientras volvía a enfocar su
atención en el camino que tenían delante.
Su ejército no estaba haciendo ningún esfuerzo por ocultar su presencia. En
cierto modo, se sentía bien solo por marchar, sin ninguno de los subterfugios
que había tenido que usar hasta ahora.
—Oye, ¿Xena?
—Oye ¿Rata almizclera?
Gabrielle estaba jugueteando con su lanza, cambiándosela de mano para
que estuviera al otro lado de Parches, donde estaba Xena.
—¿Qué crees que les pasó a las personas que enviaste para ver dónde
estaban los persas? 1052
—¿Esos cuatro?
—Sí.
—Creo que les dijeron a los persas que nos estábamos acercando a ellos y
que era mejor que atacasen antes de que los alcanzásemos —respondió Xena
tranquilamente.
Gabrielle no dijo nada durante un minuto, luego se aclaró la garganta.
—¿Quieres decir que estaban en nuestra contra?
—Sí.
—Pero Xena, Perdicus era uno de ellos.
—Síp.
Gabrielle frunció el ceño y se calló. Caminaron en silencio durante unos
minutos, luego las dos casi saltaron cuando detrás de ellos, el ejército comenzó
a cantar, una melodía baja que resonaba a la luz del amanecer y rebotaba
en las rocas con un efecto sorprendente.
Se le erizaron los pelos de la nuca a Xena y su cara se contrajo un
poco. Entonces sonrió, riendo en voz baja.
—Vaya. Supongo que oirán eso. —Gabrielle había girado en su silla de montar
para mirar a los hombres, ahora se volvió y miró a Xena—. No importa que
haya muchos más de ellos que de nosotros, ¿verdad?
—No tanto —dijo la reina—. Todo está en tu mente, Gabrielle. La mente sobre
la materia, como solía decir un viejo amigo mío. Solo tienes que pensar de
verdad que puedes hacer algo, y... bueno, qué Hades, a veces simplemente
puedes.
—Oh.
Llegaron al final de la primera parte recta del paso y comenzaron a girar en la
curva hacia la izquierda. Como Xena iba a la cabeza, era por defecto el
punto de guardia, y estiró el cuello y barrió el área estrecha rápidamente,
aliviada cuando vio que estaba vacía.
Aun así, agudizó su oído más allá del canto de los hombres, escuchó un ruido
de rocas y puso sus sentidos en alerta máxima, moviendo la cabeza de un
lado a otro mientras dirigía la marcha a la siguiente sección.
Más adelante, tal vez a un cuarto de marca de vela de distancia, el paso se
curvaba nuevamente hacia la derecha y ya podía ver en su mente al ejército 1053
enemigo defendiéndolo.
Ellos tendrían la ventaja. Las paredes de roca eran altas y llenas de riscos, y
había muchos sitios para refugiarse mientras lanzaban su ataque contra el
ejército de Xena que se aproximaba.
Su corazón comenzó a latir un poco más rápido. Xena inspiró profundamente
y comenzó a cantar junto con los hombres, retomando la melodía y
proyectándola hacia adelante, su voz más alta y clara, contrastaba
marcadamente con la de ellos y enviaba un eco aún más punzante contra
las rocas.
Era una insensatez. Xena disfrutó el momento. Le parecía audaz y loco, y en el
punto en el que estaba su vida, la audacia y la locura parecían ajustarse con
la necesidad a la perfección. Apretó un poco los costados de Tiger y aceleró
el ritmo, sintiendo la luz ascendente detrás de ella y atrapando un poco de la
brisa del valle más allá, llena de cuero y hierro y...
Miedo.
Xena se rio entre dientes, respiró y cantó más fuerte.
Dobló el recodo la primera y los vio. Asombrosamente justo donde los había
imaginado, alineados contra las paredes y llenando la entrada al paso, una
masa de cuerpos y armas que surgió frente ellos tan pronto como doblaron la
curva.
Estoicamente, los hombres siguieron avanzando, los arqueros preparaban sus
armas y los soldados de infantería desenvainaban sus espadas y preparaban
las mazas mientras observaban las señales de Xena, la postura del cuerpo de
la reina, tranquila y relajada delante de ellos.
Los persas soltaron un fuerte grito, los ecos retumbaron contra las rocas y
ahogaron el sonido de la canción de marcha, pero cuando los ecos se
desvanecieron, el sonido del canto regresó.
Xena mantuvo el avance relajado de Tiger, sus ojos se fijaron en las líneas del
frente de los persas, quienes agitaban sus armas hacia ella, pero no
avanzaban. Hacia el centro de las líneas había un gran grupo de jinetes y un
estandarte, y supuso que ella y Sholeh estaban a punto de otro asalto.
Se sintió un poco nerviosa. 1054
—¿Te queda algo de agua? —le preguntó a Gabrielle.
—Claro. —Gabrielle le pasó el odre de agua—. Chico, hay muchos de esos
tipos, ¿eh?
—Aja.
—Pero no nos están atacando.
—No. —Xena levantó la piel y bebió, vigilando cuidadosamente por el rabillo
del ojo en caso que eso estuviera cambiando. Sin embargo, aparte del ruido
y la postura, las tropas de Sholeh parecían contentas de esperar a que los
hombres de Xena los alcanzaran.
—¿Tal vez solo quieren hablar con nosotros?
A Xena casi se atragantó con el agua al oír eso. Tosió y le devolvió la piel,
limpiándose la boca con el dorso de la mano.
—Venga ya, rata almizclera. No te hagas la simple conmigo ahora. —Calculó
el tiempo y bajó una mano, moviendo los dedos en una sutil señal. El gran
grupo de jinetes en el centro se movió un poco, y dos en la parte delantera se
separaron y rodearon hacia atrás a los lados, revelando el caballo de Sholeh
con su distintivo y minúsculo jinete sobre su lomo. Desde donde estaba, Xena
podía ver la cara de la persa cubierta con un paño de seda y una sonrisa se
abrió camino en sus labios cuando se dio cuenta del probable motivo. Heydar
estaba a su lado en un gran semental rojo con una elegante cabeza que
provocó una apreciativa mirada de Xena, aunque deliberadamente
despachó a su jinete con una breve mirada. Las paredes estaban en sombras,
pero sus agudos ojos captaron el más leve indicio de movimiento en los riscos
que se extendían a ambos lados, un breve reflejo, tan rápido como el destello
de un pez pequeño, detrás de una roca a medio camino. Bien. Sholeh y su
grupo comenzaron a avanzar lentamente, aparentemente con la intención
de reunirse con ellos, agitando estandartes, su guardia caminaba
serenamente detrás de ella. ¿Ella quería hablar? Xena recorrió con los ojos el
paso, la distancia que se cerraba lentamente, el ejército enemigo, calculando
ángulos, determinando objetivos... ¿Paz? ¿Guerra? ¿Debería darle una
oportunidad a Sholeh? La luz del sol inundó el paso, calentando sus hombros
e iluminando las paredes con un toque de fuego cálido. Un movimiento atrajo
su atención y vio a dos de los jinetes persas girarse, dirigirse hacia los límites de
la roca y sus instintos enviaron una sacudida de advertencia a sus entrañas—.
Disparad a las paredes. —Xena levantó su brazo y lo bajó, manteniendo su
espada en su vaina, pero inclinando a Tiger un poco para que Gabrielle y
Parches estuvieran protegidos mientras sus hombres levantaban sus armas 1055
detrás de ella y respondían, disparando sus arcos a un lado y hacia arriba,
apuntando a los ahora evidentes hombres que se aferran al lado de las rocas.
Caos. Un cuerno sonó. Los persas se lanzaron hacia adelante, cargando y
pasando a los jinetes que rodeaban a Sholeh que se habían detenido cuando
los hombres de Xena comenzaron a disparar. Se dio la vuelta y levantó la
mano, los hombres desenvainaron sus espadas, rodeándola en un escudo
protector cuando los gritos sonaron en advertencia. Un cuerno sonó. Los
hombres cayeron de las paredes como moscas bajo el ataque, incapaces de
ver para devolver el fuego. Xena observó el barullo de confusión por un
momento y luego levantó la mano, apretando el puño y el flujo de flechas se
detuvo, mientras detenía a Tiger—. ¡ESPERAD!
—Oh, chico. —Gabrielle tenía su mano en la pierna de Xena, mientras miraba
por encima del cuello de Tiger—. ¿Ahora qué?
Los persas hervían de ira hacia ellos.
—Formar filas. —Xena respondió con calma. Se dio la vuelta y enfrentó al
ejército que se aproximaba de frente, mirando más allá de los soldados hacia
donde la guardia de Sholeh estaba totalmente confusa, mirando fijamente a
los hermosos y exóticos caballos en el centro de la multitud—. ¡Preparados
para luchar! —El ejército se revolvió, encajándose en formación ya que las
paredes de roca que los rodeaban no permitirían nada más. Heydar estaba
discutiendo con Sholeh. Él miró por encima de su hombro y sus ojos se
encontraron con los de Xena. El ejército persa estaba casi al alcance de una
lanza, corriendo precipitadamente hacia las tropas de Xena que se formaron
en un cuadrado defensivo detrás de su reina y su consorte, los jinetes de Xena
se estiraron en una cuña detrás de ella protegiendo a los hombres. Sholeh se
volvió y se enfrentó a Xena también con evidente frustración en cada línea
de su cuerpo. Después de un segundo, estiró el brazo con una fusta y cortó a
Heydar en la cara, luego se volvió y le dijo algo a un hombre que estaba a su
lado. Xena levantó el brazo y desenvainó su espada, la levantó lo suficiente
para captar la luz del sol y lanzó destellos a través del paso, asentándose un
poco más en su silla y preparándose para aguantar lo mejor posible—.
¡Preparaos para matarlos a todos! —gritó y su voz resonó contra la piedra.
Sholeh se volvió de nuevo y la miró fijamente. Xena sonrió y giró su espada en
una mano, haciendo un gesto de acercamiento con la otra.
»¡Tú primero! —miró directamente a los ojos de Sholeh—. Niñita. —Por un
instante, todo se ralentizó. Sholeh se volvió y agarró a Heydar por la camisa,
acercándolo y diciéndole algo. Él negó con la cabeza, pero de repente tenía
un cuchillo en su mano apuntándole a la garganta. Las cejas de Xena se
alzaron. Heydar levantó las manos e hizo una señal. Un cuerno sonó. Las
1056
flechas volaron hacia ellos. Xena extendió la mano y atrapó una con
despreocupada facilidad, tirándola a un lado mientras la mayoría de las otras
erraban sus objetivos.
»Quédate detrás de mí —le advirtió a Gabrielle mientras apartaba un par más
con su espada.
—No hay problema. —Gabrielle observó a los soldados que se acercaban con
recelo—. ¿Vamos a hacer algo?
—Con el tiempo. —Xena atrapó otra flecha, luego una tercera. Estaba
empezando a lamentar su ataque e intentó mirar a su alrededor para ver
cuáles eran las posibilidades de retirada.
El cuerno volvió a sonar.
Las líneas persas se hicieron más lentas, las que estaban al frente se volvieron
con frustrada ira, tan cerca que Xena podía ver sus rasgos detrás de sus yelmos
y oler el hedor del sudor y la sangre en ellos. Su corazón latía como loco, el
peligro del momento era tan potente que la hizo quedarse sin aliento.
Varios de ellos apretaron sus lanzas y se volvieron para mirarla, con los hombros
tensos.
Desenganchó su chakram y simplemente lo sostuvo, pasando su pulgar sobre
el borde plano mientras barría las líneas con sus ojos, preparando su muñeca
mientras dejaba que su mirada cayera sobre el persa más cercano, el que
tenía la gran lanza apuntando hacia ella y parecía que estaba a punto de
lanzarla.
Otro cuerno sonó, esta vez, con un tono agudo y autoritario.
El soldado miró a Xena a los ojos y curvó los labios. Le faltaba parte de su
oscura barba y él hizo un gesto hacia ella, pero solo para sacudir su lanza antes
de replegarse con el resto de la línea, los hombres se retiraron hacia la posición
de Sholeh.
—¡Uf! —exhaló Gabrielle—. ¡Pensé que iban a pasar por encima de nosotros!
—Yo también. —Xena devolvió el chakram a su cinturón—. La pregunta es,
¿Por qué no lo han hecho? —Enfundó su espada y se lamió los labios, tratando
de evaluar la situación de nuevo, ya que cambiaba momento a momento
ante sus ojos. ¿Había acertado?
Brendan se acercó a ella, Jens al otro lado de Gabrielle.
—Un punto estrecho —dijo el viejo capitán—. ¿Por dónde tomamos esto, 1057
Xena? Frente a frente será una pelea difícil.
—Veamos lo que tienen en mente. —Xena juntó las riendas de Tiger en una
mano y lo empujó hacia adelante—. Tú y Jens, venid conmigo. —Hizo una
pausa—. Venid con nosotros —corrigió con tono suave cuando Gabrielle soltó
un gruñido sordo—. Porque ya sabéis que ella es la que realmente dirige este
equipo.
Gabrielle se sonrojó un poco.
—Xena. —Avanzaron lentamente, Xena se relajó en su silla, los dos soldados
firmes y cautelosos. Gabrielle se mantuvo cerca del costado de Xena, sus ojos
un poco más abiertos cuando levantó su lanza, sosteniéndola en posición
vertical para no pinchar a nadie accidentalmente. El grupo de persas a
caballo se abrió paso a través de las líneas en retirada, despejándolos y
continuando a través del duro y rocoso suelo. Sholeh estaba a la cabeza, su
rostro todavía envuelto en un paño que también cubría su cabeza y caía por
su cuerpo. Parecía más pequeña de lo que Xena recordaba. Tal vez era por ir
cubierta, o porque su caballo era un par de manos más corto que Tiger, así
como de los de sus compañeros. O quizás, pensó Xena, ya que había
rechazado a su ejército varias veces, sencillamente ya no le parecía tan
intimidante—. Me gustaría tener un gran rebaño de ovejas.
Xena parpadeó ante el repentino latigazo mental. Se volvió y miró a su
consorte.
—¿Qué?
—Haría que salieran en estampida corriendo directamente sobre estos tipos.
—Gabrielle suspiró—. Estoy tan cansada de tener miedo.
Xena extendió la mano y puso su brazo izquierdo sobre los hombros de
Gabrielle, acercándola más y dándole un incómodo abrazo antes de soltarla
y enderezarse en su silla. Volvió la cabeza y se encontró con los ojos de Sholeh
mientras la persa se acercaba.
La emoción en ellos la sorprendió. Xena vio que su mirada se transfería a
Gabrielle y se convertía en una de ira. Levantó una mano para rascarse un
poco la mandíbula mientras se preguntaba qué estaba pasando detrás de
esos ojos oscuros y enigmáticos.
Ya estaban lo suficientemente cerca para hablar, por primera vez desde que
había dejado el campamento de Sholeh. Xena apoyó ambas manos en el
cuerno de su silla de montar y esperó, manteniendo al resto del ejército en su
visión periférica mientras sentía que el sol calentaba su espalda, sabiendo que 1058
la luz que proyectaba su sombra de forma pronunciada frente a ella, también
deslumbraba a sus enemigos y ocultaba su rostro en la oscuridad.
Sholeh sacudió la mano de Heydar, que había estado descansando sobre su
brazo, y movió su caballo unos pasos hacia adelante, luego se detuvo.
—Por fin eliges enfrentarme a mí en lugar de correr —dijo en voz alta—. Da un
paso al frente si te atreves.
Xena dejó que se preguntara por un momento, luego presionó sus pantorrillas
contra el costado de Tiger y sintió que avanzaba debajo de ella.
—Cuida mi espalda —le murmuró a Brendan cuando su rodilla superó la
greñuda cabeza de Parches—. Si las cosas van mal, haz que lo paguen.
—Lo haremos, Xena —dijo Brendan en voz baja—. Lo haremos.

—¿Si me atrevo? —Xena plegó las riendas de Tiger en una mano y dejó la otra
relajada en su muslo. Detuvo su caballo casi nariz con nariz con el de Sholeh—
. ¿Si me atrevo? He estado pateando tu feo y pretencioso culito durante las
dos últimas marcas de vela. ¿Me atrevo? Me sorprende que tú te atrevas a
acercarte tanto a mí y no te preocupes por acabar como un pegote sobre
esas rocas de allí.
Se aseguró de que estaba hablando lo suficientemente fuerte como para que
todos la escucharan, tanto los de su lado como los persas. Por un lado, era
parte del pequeño enfrentamiento verbal que tenían y, por otro, era cierto.
Eso era cierto. Xena se reclinó un poco, sin molestarse en sofocar una sonrisa.
—Te atreves —dijo Sholeh en voz baja—. Clavaré tu lengua en una estaca por
eso.
—¿Tú y qué ejército? —Xena dejó que las palabras fluyeran de su boca
disfrutándolas inmensamente—. No será ese ejército. —Señaló a los persas—.
Hazte un favor, chavala. Cógelos y vuelve a casa, y apártate de mí puñetero
camino. —Empujó a Tiger hacia adelante, haciendo que el caballo de Sholeh
moviera de arriba abajo la cabeza nerviosamente—. Venga. Largo.
Sholeh la miró fijamente.
—Estás loca —dijo finalmente—. ¿Crees que estos hombres detrás de mí, estas
flores de Persia, huirán como los pequeños perros que conquistamos por estos 1059
lares?
Xena inclinó la cabeza y miró el ejército al que se enfrentaba.
—Si mato a un número suficiente de ellos, seguro. —Se volvió y miró a Sholeh
a los ojos—. Admítelo, esto te supera. No puedes vencerme.
La persa miró detrás de ella.
—Mira con lo que me enfrentas, Xena —dijo Sholeh—. No tienes nada más que
perros y ancianos.
—¿Disculpa? —Gabrielle habló por primera vez.
Sholeh la miró, luego de nuevo a Xena.
—No le toques las narices —le aconsejó Xena—. Esta vez te arrancará el brazo
y ni todo el encaje del mundo conseguirá que se vea bien.
—Estás loca —dijo Sholeh, después de una pausa—. Será bueno librar al
mundo de ti. Voy a disfrutarlo. —Comenzó a tirar de la cabeza de su caballo,
pero se detuvo cuando Xena extendió la mano y agarró la brida del animal—
. Suéltala.
—Escucha. —La voz de Xena se hizo más profunda, con una expresión seria en
su rostro—. Toma lo que te queda y sal de aquí. ¿Valoras a esos hombres? No
desperdicies sus vidas.
Por un momento, Sholeh vaciló, su cuerpo se quedó inmóvil. Luego dio un paso
de lado con su caballo hacia Xena para quedar rodilla con rodilla.
Xena sabía que había peligro aquí. Sholeh no había mostrado inclinación
alguna por luchar de manera justa y, tan cerca, si elegía golpear a Xena con
un trozo de su elegante armadura cubierta de veneno, solo tenía una
oportunidad de evitarlo.
—Mi honor saldrá de este valle —dijo Sholeh con un intenso susurro—. Tú no me
quitarás eso.
Xena la miró a los ojos, apoyándose en el arco de su silla y acercándose aún
más.
—Ya lo he hecho —dijo de vuelta—. Así que no tengo nada más que
demostrar. Solo retírate, yo me iré a casa y tú puedes irte río abajo.
Ambas estaban tranquilas, respirando casi al unísono.
—¿De verdad crees que esta colección de despojos puede resistir por un
momento a mis hombres? —la voz de Sholeh era escéptica.
Xena sonrió.
1060
—Lo creo —dijo—. Lo que, es más, ellos lo creen —añadió—. No tenemos nada
que perder. Tú sí.
—No puedes hacerlo —dijo Sholeh finalmente—. No más de lo que podría yo.
—Puedo —soltó Xena de vuelta—. No importa lo que pase aquí, yo gano. Si
gano, gano, y si pierdo contra una fuerza cuatro veces mayor que la mía, sigo
ganando. No puedes ganar. Puedes salir de aquí con vida, porque la primera
persona a la que mataré, si decides luchar, es a ti.
Gabrielle estaba allí sentada quieta, con los ojos muy abiertos y la mandíbula
apretada con fuerza. Sostenía su lanza con una mano y tenía la otra apoyada
en la pierna de Xena. El cuerpo de la reina estaba tenso, pero no demasiado
rígido, no la quietud explosiva que solía mostrar cuando estaba a punto de
atacar.
Era difícil creer lo que Xena estaba diciendo, lo directa y honesta que era,
dándole a Sholeh la oportunidad de evitar esta lucha, esta batalla que
seguramente dejaría muchas personas heridas y muertas.
Tal vez incluso ella y Xena.
Gabrielle observó los ojos de Sholeh ya que no podía ver su cara. Estaban
oscuros y escondidos, pero podía ver la leve contracción en sus comisuras y
sabía que la princesa persa realmente estaba escuchando lo que Xena
estaba diciendo.
¿Aceptaría la oferta? Gabrielle exhaló un poco, pensando en cómo sería
simplemente alejarse del paso y dirigirse hacia el valle en el que había nacido,
justo en el camino a casa.
Sintió que las lágrimas picaban en sus ojos y cruzó los dedos, deseando tan
fuerte como pudo, que Sholeh simplemente aceptara la oferta, tomara su
ejército, y sencillamente...
Se fuera.
—Tienes un concepto muy alto de ti misma —dijo Sholeh por fin.
—Soy quien soy. —Xena se encogió de hombros.
La persa se recostó en su silla, con los ojos cerrados e insondables.
—Voy a hacer un trato contigo —dijo—. Tomaré mi ejército y continuaré mi
camino, dejándote con tus ovejas, tus cabras y tus pequeños y sucios
campesinos.
La mano de Xena se movió como un diminuto relámpago, un destello de una 1061
cuchilla parpadeó a la vista y luego giró a través del espacio entre ellas,
quitando el velo a Sholeh antes de que pudiera hacer un movimiento para
defenderse.
Debajo, la mitad de su cara estaba enrojecida e hinchada, enormes marcas
negras talladas a través de la carne donde los dientes de Gabrielle la habían
desgarrado. Agarró el velo y fulminó con la mirada a Xena, tapándose de
nuevo con él mientras tiraba de la cabeza de su caballo para quedar fuera
de su alcance.
—¿Has dicho algo sobre mis sucios campesinos? —Xena mantuvo un aire
tranquilo.
Sholeh se recompuso.
—Dame a tu esclava y yo te daré tu vida a cambio —dijo—. Ese es mi precio
por tu insolencia.
Xena simplemente sonrió, su cuerpo parecía elevarse más alto en la silla de
montar sin que realmente se moviera.
—¿Te refieres a ella? —señaló a Gabrielle.
Sholeh inclinó la cabeza.
—Un pequeño precio, ¿No estás de acuerdo? ¿Cuánto valen las vidas de tus
hombres, Xena? ¿Cuánto vale tu vida? No importa cuánto te jactes de lo
contrario, te destruiremos.
—Xena. —Gabrielle tensó sus dedos.
La reina volvió la cabeza.
—A ver. ¿Qué tontería vas a decir ahora? ¿Es “déjame ir y sacrificarme por
todos” o “no vas a hacer eso, ¿verdad?”
Gabrielle dejó que su aliento saliera por sus labios ligeramente separados.
—No —dijo—. Sólo quería decir que te amo. —Sonrió—. Creo que no voy a
tener la oportunidad de decirlo en un minuto.
—Rata almizclera lista. —Xena se inclinó besándola en los labios. Se enderezó
y se enfrentó a Sholeh—. Regresa corriendo con tus mulas antes que te
arranque la lengua, estúpida imbécil. —Sacó su espada—. Todo el reino de tu
papá no se merece ni que ella escupa en él.
Los persas la oyeron. Sus hombres la oyeron. Todos se movieron, la energía
alrededor del paso se aceleró en un latido cuando la batalla se volvió
repentinamente real, cercana e inminente.
1062
—Que así sea. —Sholeh agarró sus riendas y dio media vuelta, luego se detuvo
a medio movimiento y, lentamente, increíblemente, cayó de su caballo al
suelo con un eje largo y negro enterrado profundamente en su cuello. Se
atragantó y jadeó, con una mano alcanzando débilmente la flecha, el velo
cayó a un lado de su cara exponiendo su conmocionada expresión.
De dolor.
De terror.
Xena dejó caer su espada sobre su hombro y miró más allá de la mujer
moribunda para encontrar a Heydar mirándola fijamente con la ballesta
acunada en sus brazos, ya recargada.
—¡Ovejas! —jadeó Gabrielle.
—Ovejas nadando desnudas chingando con patos —murmuró Xena en
respuesta—. Ahora tenemos toda una historia aquí, rata almizclera.
—Xena, ¡él acaba de matarla!
—Me ha ahorrado el trabajo. —La reina movió a Tiger de costado por encima
de la ahora inmóvil figura y la examinó. Luego miró a Heydar y enarcó las
cejas—. Gracias. Me has ahorrado un corte, señaló la espada. ¿Y ahora
qué? ¿Tienes otro trato para mí?
Gabrielle se sintió mareada. Solo logró que Parches siguiera a Tiger, apartando
los ojos de la pequeña y acurrucada figura en el suelo.
Habían pasado tantas cosas. Era difícil de creer que Sholeh, aunque no le
gustaba en absoluto, ahora se había ido, yaciendo muerta a sus pies y siendo
pisoteada como si fuera...
Como si no fuera nada. Gabrielle se sintió mal del estómago. ¿Pero no era así
como había visto a Gabrielle? ¿Nada? O... no, ¿Sabía qué valor le otorgaba
Xena por su oferta de cambiarla por la seguridad del ejército?
¿Esperaba que Xena dijera que sí? ¿O no? Gabrielle se obligó a mirar a la
persa muerta con el rostro rígido de dolor, los ojos entornados y la sangre bajo
su cabeza. La mejilla que había mordido era la que estaba arriba, y Gabrielle
se encontró a sí misma trazando esas marcas con morbosa fascinación.
¿Esperaba Sholeh que Xena estuviera indecisa entre ella y el ejército? ¿Había
estado tratando de herir a Xena de ese modo?
Bien.
—Eres una persona malvada. —Gabrielle se dirigió a la mujer muerta—. Pero
me alegro que no te hayamos matado nosotros, tu propia gente lo hizo. — 1063
Luego levantó la cabeza y se unió a Xena mientras observaba a Heydar
acercarse lentamente con un grupo de persas montados con él.
Bien.
Xena mantuvo su espada fuera, enviando un contundente, aunque silencioso
mensaje, a los guerreros montados desplegados dirigiéndose hacia ella en
una falange bien medida. Sopesó llamar a sus propios hombres, luego
simplemente sonrió y se recostó en su silla.
Calculó que esto iba a terminar o muy bien, o muy violento.
Heydar se detuvo a un caballo de ella.
—Ahora las reglas cambian —dijo.
—Ahora el idiota que me enfrenta tiene barba y miembro viril —respondió
Xena—. Mis reglas nunca cambian. —Observó sus ojos, aparentemente
relajada, pero tensándose interiormente mientras reevaluaba esta nueva y,
honestamente, mayor amenaza.
Los labios de Heydar se contrajeron, solo un poco.
—No pareces sorprendida que la haya matado. —Miró la figura inmóvil—. ¿No
deberías estarlo? El ejército le juró su honor.
Xena estudió su rostro. No había ningún indicio real de lo que estaba
pensando, pero se tragó firmemente los insultos que tenía en la punta de la
lengua y asumió una expresión ligeramente dudosa.
—Para ser honesta —dijo—, no creo que el ejército se mereciera que los
jodiera.
—¿Después de que nos describiste tan pesimamente? —dijo Heydar con tono
sarcástico.
La reina se encogió de hombros.
—Nos llamó perros, yo os llamé cerdos. Parece que estamos empatados.
El persa asintió un poco.
—Entonces, ¿Qué le ofreciste, Xena? ¿Qué me ofreces?
—Su vida. —Xena observó cómo el sol penetraba más profundamente en el
paso, dorando las rocas y haciéndole desear estar en otro lugar y desnuda—.
¿Quieres el mismo trato?
Heydar recogió sus riendas y se dirigió hacia ella.
—Tengo un plan mejor —dijo—. Ya hemos tenido suficientes palabras sin 1064
sentido entre nosotros, Xena. Ambos sabemos que estos ejércitos no harán
nada más que luchar y morir en este paso, y quién gana o pierde importa
poco.
Ah.
—Ganas dos puntos de dinar por tener más cerebro que ella —dijo Xena,
bajando la espada de su hombro y examinándola—. Aunque se ofreció a salir
echando humo de aquí.
Heydar se detuvo.
—¿Qué?
Xena volvió la cabeza y lo miró.
—Es gracioso. Pensé que por eso la habías matado. Dijo que, si le entregaba
a mi consorte, os cogería a todos vosotros y se iría.
—Mientes.
—No, es verdad. —Gabrielle se aclaró la garganta y habló—. No creo que se
preocupara en absoluto por vosotros. Todo lo que quería era castigarme.
Heydar volvió la cabeza y la estudió.
—¿Castigarte? —preguntó—. ¿Tan tonta eres? Mi hermana no tenía
necesidad de castigarte. Simplemente quería silenciar tu lengua. —Xena
sonrió brevemente—. Nuestra historia es contada por aquellos como tú, que
narran historias —continuó Heydar—. Contigo muerta, los relatos de lo que
pasó aquí mueren contigo.
Gabrielle frunció el ceño y miró a su alrededor.
—¿Estás loco o algo así? Todos aquí vieron lo que pasó.
—Ah. Pero no todos lo contaran. —La boca de Heydar se contrajo—. Eso
requiere un talento especial, eres una pequeña campesina a la que no
podemos arriesgarnos a dejar suelta por el mundo.
Gabrielle lo estudió con una expresión de apenado disgusto en su rostro.
—Pensaba que eras un arrastrado desde el principio —dijo—. En verdad voy a
disfrutar de contarles a todos eso también. —Movió su lanza y la agarró de un
modo adorablemente amenazante—. ¡Eres un gilipollas!
Xena miró a su humeante consorte y tuvo que sonreír de nuevo.
—Tómatelo con calma, pequeña gata salvaje —le aconsejó a Gabrielle—. No
merece la pena cabrearse.
1065
Los ojos de Heydar se entrecerraron.
—Debería haberla matado cuando tuve la oportunidad.
—Te hubiera matado si lo intentabas —respondió Xena con tono suave—. Y
entonces no estaríamos teniendo esta conversación sin sentido. —Giró su
espada—. Ve al grano Heydar. Si tienes algo que decir, dilo, o apártate de mí
puñetero camino.
Heydar sacó su espada.
—Ya llegamos a eso, Xena. No tu... ejército... y mi ejército, sino algo más
significativo. Algo que recuperará nuestra reputación y matará las historias tan
bien como arrancarle la lengua a ella lo haría. —Xena enarcó una ceja—. Tú
y yo resolveremos esto. —Heydar le sonrió—. Tú y yo. Aquí en el suelo. Aquí,
entre los que pueden ganar o perder más que nadie.
Oh mierda. Xena escuchó los términos izarse y un cohete retumbó en su
cabeza. Debería haberlo visto venir. No estaba en desacuerdo con la táctica,
ya que ella misma la había usado con buenos resultados más de una vez, pero
había un momento y un lugar para todo y este no era ninguno de los dos.
—¿Qué probaría eso? —Gabrielle dio un paso al frente—. Xena puede
vencerte. La vi hacerlo. Te capturamos.
—Pero no me matasteis —dijo Heydar, luego miró a Xena—. Deberías haberlo
hecho. Porque puedo matarte, Xena. Tú lo sabes.
Justo en ese momento, reflexionó Xena, era casi seguro que hasta Gabrielle
podría matarla simplemente por estorbar si se caía del caballo. Ahora estaba
en una trampa y sus opciones se estaban reduciendo a cada segundo.
¿Luchar contra él? Xena solo sabía que no podía arriesgarse. ¿No pelear con
él? ¿Cómo podría retirarse de ese tipo de desafío y no perderlo todo?
Maldición.
—Creo que es una idea estúpida —dijo Gabrielle—. Creo que la única razón
por la que quieres hacer eso es porque no pretendes explicarle a tu rey lo nulo
que eres.
—Cállate campesina.
Xena volvió la cabeza y lo miró con los ojos entrecerrados.
—Vigila a quién llamas campesina, apestoso cabrero —dijo—. Porque este
ejército y esta perra campesina te han despellejado. —Señaló a los hombres
detrás de Heydar—. Está en lo cierto. No se trata de nada más que tu ego.
1066
—Veremos si eso es cierto —dijo Heydar con una sonrisa—. Ven entonces,
Xena. Enfréntame. Estás orgullosa de tus habilidades y aquellos que te siguen
te creen invencible. Demuéstralo.
¿Demostrarlo? Xena recordó los últimos siete días y la perspectiva reajustó sus
pensamientos lentamente. ¿Merecía la pena jugarse la vida por su
reputación? Miró de reojo a Gabrielle y encontró a su amante mirándola, el
conocimiento y la aprensión claros en sus ojos.
Puf. Que les dieran a los persas.
—No tengo que demostrar nada. —Xena enfundó su espada—. Ya lo hemos
hecho. No te voy a honrar entrechocando las espadas. —Recogió sus
riendas—. Suficiente. —Hizo una señal a Brendan, y en un torbellino de
movimiento, sus tropas, esa mezcla de aspirantes de la ciudad, viejos soldados
y honestos soldados voluntarios, se cuadraron levantando sus armas, listos para
seguirla.
Confiando y creyendo en ella.
Xena respiró hondo, humillada y emocionada al mismo tiempo. Había llegado
tan lejos gracias a esta banda de chusma, y se sentía bien haber aguantado
contra la pared con ellos. Esto no era algo para que ganara, sola.
Perder sola.
—¡Xena! —gritó Heydar—. ¿Rechazas mi reto? ¡Me tienes miedo! —Él espoleó
a su caballo y se dirigió directamente hacia ella—. ¡¡Entonces te atravesaré
mientras te quedas sentada como una cobarde!!
Gabrielle apretó sus rodillas alrededor de Parches y lo instó a avanzar, el pony
pasó de estar quieto a un galope firme en un instante, mientras su jinete
soltaba un grito y blandía su lanza.
La mente de Xena casi explotó.
—Qu... coj .. ha... jo... G... —Heydar vio al pony en el último momento y trató
de girar en su silla para encontrarse con ella. Los dos animales chocaron entre
sí mientras la lanza atravesaba su armadura y los hombres de Xena echaron a
correr para atacar. El caballo de Heydar cayó y el ejército persa rompió su
aturdida incredulidad y comenzó a avanzar, mientras Parches también caía,
lanzando a Gabrielle bajo una repentina confusión de cascos, polvo, y
hombres corriendo. Xena absoluta y tajantemente no pensó. Ni siquiera sabía
cómo se había bajado de la silla de Tiger, lo único que sabía era que sus botas
golpeaban el suelo mientras avanzaba a través del cuerpo a cuerpo hacia el
lugar donde había visto a su amante por última vez. Demasiado tarde para
preocuparse por estar herida. Demasiado tarde para preocuparse por no ser 1067
capaz de caminar. Se estrelló contra el costado de uno de los jinetes persas
que habían alcanzado al caballo caído de Heydar y le agarró la pierna, la
sacó del estribo y la apalancó lo suficiente como para tirarlo del caballo
mientras él intentaba aplastar con su maza algo que no podía ver. Sacó su
espada y golpeó al caballo en el culo con ella, dejándola pasar mientras se
lanzaba hacia adelante y permitiéndole ver el círculo de persas que luchaban
por ponerse en posición y agarrar el premio que luchaba por ponerse de pie
entre ellos. Heydar rodeó a Gabrielle con un brazo y tiró de ella hacia abajo.
Xena sintió que una fría descarga corría por su piel y lo siguiente que notó fue
la espalda de un hombre frente a ella y su espada atravesándola. La sacó de
un tirón y esquivó hacia un lado, dejando que un caballo tropezara junto a
ella mientras giraba y barría su espada por encima de su cabeza, desviando
un golpe dirigido a su cabeza. Se agachó y sintió que algo se golpeaba contra
su hombro, pero su impulso la llevó hacia delante y luego vio a hombres con
sus colores, y el choque de acero a su alrededor, y la voz de Brendan
gritándole que fuera. Ve. Ve. Xena fue, saltando sobre el caballo caído,
viendo a Heydar con un cuchillo en la mano y la garganta de Gabrielle en su
agarre, y luego el ruido cesó a su alrededor y todo estaba muy silencioso y
lento. Podía escuchar su propio latido. Podía escuchar los latidos del corazón
de Gabrielle cuando se giró y miró por encima del hombro, y sus ojos se
encontraron cuando Gabrielle agarró la mano de Heydar tratando de
liberarse. Xena despejó el camino a su alrededor. Era vagamente consciente
de lanzar un cuerpo a un lado, y de abrir otro, y de la salpicadura caliente de
sangre en su piel cuando le echaba una carrera a la hoja descendente hacia
la garganta de Gabrielle mientras Heydar aullaba triunfante. Demasiado
cerca para la espada. La envainó y saltó medio girando cuando la hoja
alcanzó su armadura y se estrelló contra Heydar tirándolo hacia atrás.
Cayeron juntos mientras él liberaba a Gabrielle y agarraba a Xena en su lugar,
y en ese momento, con su hedor alrededor, simple y llanamente, se le
hincharon enormemente las pelotas. Un aullido surgió de su garganta y se
estiró pasando sus manos para agarrarlo de su armadura, colocando sus
dedos alrededor de su placa pectoral, girando, levantándolo, y luego
arrojándolo al suelo con furia. Él se puso de rodillas, arremetiendo brutalmente
con la espada contra sus rodillas, pero ella se agachó y saltó, dejando que la
espada pasara por debajo y dejándose caer justo encima de él, mientras
Heydar luchaba por recuperar el equilibrio. Sintió que algo crujía y esperaba
que no fuera ella. Luego rodó y se puso de pie justo cuando él hacía lo
mismo. No esperó a que él se moviera, solo esquivó su espada y lo agarró de
nuevo de la armadura, tirando de él y haciéndole perder pie, mientras giraba
en un círculo cerrado, arrastrándolo hacia la parte posterior de un caballo que 1068
se movía de un lado a otro de ellos. El caballo pateó, lanzándolo contra ella,
y sacó su daga justo a tiempo para cortar las correas que sujetaban su placa
pectoral y arrancársela cuando él la empujó hacia atrás y se deslizó hacia un
lado, pasándose la espada a la otra mano y levantándola para golpearla. Sus
ojos estaban muy abiertos, y un poco inyectados de sangre. Xena bajó la
cabeza y atacó como una serpiente, sacando su daga y dirigiéndose
directamente hacia él, moviéndose tan rápido que la espada falló y luego
estuvo cara a cara con él, pecho contra pecho y su mano se estrelló contra
su cuerpo enterrando el cuchillo profundamente en su interior. Él se sacudió.
Lo agarró por la garganta y lo miró directamente a los ojos.
»¿Tienes lo que querías? —rugió. Él la golpeó en la espalda, tratando de
cortarla con la espada una y otra vez. Ella envolvió sus manos alrededor de su
cuchillo y tiró de él tan fuerte como pudo, abriéndole el vientre y derramando
sus entrañas en el suelo alrededor de sus pies. La espada la golpeó una vez
más pero débilmente, entonces escuchó un golpe seco en la roca detrás de
ella y los labios de Heydar simplemente se sacudieron enviando gotas de
sangre y babas—. Nadie, —Xena se inclinó hacia adelante y le susurró al
oído—, va a recordar quién eras.
Y él murió en ese momento, su cuerpo cada vez más pesado mientras soltaba
su agarre.
Lo dejó caer, luego se giró y miró a su alrededor, encontrando a Brendan y
Jens justo detrás, sus cuerpos apoyados uno contra otro, espalda con espalda,
con Gabrielle atrapada entre ellos.
Por una vez, quedándose quieta. Su rostro estaba cubierto de mugre, pero su
cabeza se mantenía alta y sus ojos brillaron a la luz del sol cuando se
encontraron con los de Xena y sonrió.
Xena sacó su espada y se acercó a ellos, girándose para mirar el campo de
batalla y deseando no haberlo hecho. Los persas se arremolinaban alrededor
de todos sus hombres, quienes mantenían valientemente una línea muy cerca
de dónde estaba, metiéndose en una zona de muerte mientras la sangre
volaba, y los persas más experimentados se abrían camino a través de ellos.
Xena se unió a Jens y Brendan cuando se hicieron a un lado para dejar salir a
Gabrielle y formaron un pequeño y retorcido triángulo de guerreros maltrechos
que se enfrentaban a algo demasiado grande como para que pudieran
manejarlo.
—Buena pelea —dijo Brendan mientras sacaba su daga y se preparaba para
unirse a los hombres en las filas—. Y ha sido una muy buena muerte lo que
hiciste allí, Xena.
1069
—Gracias. —Xena suspiró—. Ojalá pudiera decir que marcó una diferencia.
—Lo hiciste. —Jens se volvió y la miró—. Nos hiciste héroes a todos.
Xena lo miró momentáneamente sin palabras. Luego se limpió las manos y
agarró la empuñadura.
—Todo bien entonces. Vamos a patear algunos culos. —Se dirigió hacia la
lucha—. Quédate cerca, rata almizclera.
—Como un calcetín en un pie —afirmó Gabrielle, todavía aferrándose a su
lanza mientras seguía a Xena hacia las líneas—. Oye, ¿Xena?
—Ahora voy a estar ocupada —respondió la reina.
—Estoy realmente orgullosa de ti.
Xena levantó su espada y saludó a nadie en particular.
—Yo también estoy muy orgullosa de mí misma, Gabrielle. Vamos. —Dejó
escapar su grito de batalla y bajó la espada para enterrarla en el cuello de
uno de los persas. Sus hombres la oyeron y respondieron, y el ritmo de la batalla
se aceleró cuando la delgada línea de las tropas de Xena se enfrentó con la
vanguardia de ataque de la fuerza persa. La estrechez del paso era lo único
a su favor. Xena se enderezó a su altura máxima y miró por encima de las
cabezas de sus hombres, viendo una gran cantidad de persas luchando a lo
largo de la pared y otra tanda preparándose para comenzar a dispararles
flechas. Xena respiró hondo, luego se metió los dedos entre los dientes y dejó
escapar un fuerte y largo silbido, con la esperanza de que Tiger la escuchara
y se abriera paso si aún no estaba muerto. Señaló un extremo de la línea.
»¡Jens, dales apoyo! —Jens se dirigió hacia los dos hombres de ciudad
inexpertos que había visto en apuros, mientras oía su silbido resonar
suavemente contra las rocas. Se subió a una roca para obtener un mejor
ángulo sobre dos de los jinetes persas, y sus oídos captaron el sonido de
ballestas disparando—. Maldita sea. —Miró rápidamente hacia los arqueros
levantando una mano para mantener a raya las flechas, cuando vio que
todos retrocedían, girándose y mirando hacia la otra dirección.
Entonces se dio cuenta de que su silbido seguía haciendo eco.
—¡Xena! —Xena sintió que Gabrielle le agarraba de la pierna y tiraba. Recorrió
el campo de batalla con los ojos tratando de dar sentido a lo que estaba
viendo y sus ojos captaron un movimiento en la parte posterior del paso, un
movimiento rápido y turbulento. Caballos. Estandartes—. Oh, por los dioses,
Xena, ¿ves eso? —gritó Gabrielle. 1070
¿Lo veía? ¿De verdad veía ese cuadrado de tela contra las rocas,
destacando a la luz del sol como la ropa interior de una puta?
Esa condenada bandera de batalla, mantenida en alto en manos de la línea
avanzada de tropas montadas, que se dirigían contra la retaguardia de los
persas, que fluía desde el valle en una larga e increíblemente bienvenida
oleada.
—Hijo de bacante. —No había tiempo para relajarse. Xena corrió a lo largo de
las rocas y saltó sobre el lomo del caballo de uno de los capitanes persas,
agarrando al hombre por el cuello mientras cerraba sus rodillas firmemente a
cada lado de él—. ¡Oye! ¡Tonto del culo! —le gritó al oído. Él forcejeó con sus
brazos hacia atrás tratando de agarrarla. Ella le quitó el casco y lo agarró de
la cabeza, girándosela con fuerza para que tuviera que mirar hacia atrás,
hacia donde estaba llegando su ejército—. ¿Queréis morir todos o
no? ¡Escoge! ¡¡¡Rápido!!! —El Persa se congeló—. ¿Crees que soy mala? Tengo
miles allí como yo. —Xena gruñó en su oído—. Cancélalo. Haz sonar el cuerno
o les dejaré que os masacren y este paso olerá a muerte hasta la próxima
generación. —Por un latido, pensó que él iba a ser estúpido. Luego él levantó
la mano, dejó caer la espada y sacó el cuerno del anillo de la silla con un
suspiro de disgusto. Sopló el cuerno. La línea de jinetes persas se volvió hacia
él con indignación, gritando y blandiendo sus espadas hasta que vieron su
brazo apuntando y a la jinete detrás de él. Ellos miraron. El capitán hizo sonar
su cuerno de nuevo y, lentamente, muy lentamente, la lucha disminuyó, los
hombres de Xena empujaron a sus oponentes que iban dando tumbos
tratando de no tropezar con los cuerpos de sus camaradas—. Enhorabuena
—dijo Xena al capitán—. Eres el primer persa inteligente que he conocido hoy.
El hombre dejó que el cuerno descansara sobre su pierna, girando la cabeza
para mirarla.
—¿Por qué no sencillamente matarnos? —preguntó—. Nosotros no dejaríamos
enemigos con vida.
—¿Pero elegís rendiros en lugar de morir? —preguntó Xena—. Interesante.
El hombre se encogió de hombros.
—Somos hombres muertos de todos modos. Quien nos mate no tiene
importancia.
—Mataros me llevaría demasiado tiempo. —Xena se deslizó de la silla del
caballo, sintiendo la sacudida cuando su cuerpo golpeó el suelo y rezando
para que sus rodillas se mantuvieran firmes—. Estoy hecha una mierda. Quiero
un baño de burbujas. —Extendió los brazos cuando Gabrielle se lanzó hacia 1071
ellos, dándole a su consorte un abrazo muy sincero.
—Oooohhh. —Gabrielle exhaló—. Xena, ha sido impresionante.
Xena se limitó a cerrar los ojos mientras lo que quedaba de su pequeña fuerza
se agrupaba a su alrededor, oliendo a tierra, a sangre y a una victoria
inesperada.
—Si los Destinos estuvieran aquí, los besaría.
Gabrielle la miró.
—¿Lo harías?
La reina sonrió ante el tono.
—En la mejilla.
—Oh. Bueno. Yo también.
Xena caminó lentamente hacia el creciente campamento, un enorme anillo
de sus hombres que rodeaban a los persas, cautivos ahora, que habían
atravesado el paso y bajado a los confines más amistosos del valle que
marcaba el inicio de sus tierras.
Los persas habían sido desarmados y ahora estaban sentados en silencio, casi
agotados, y contentos de tener la oportunidad de descansar allí en la hierba.
Xena simpatizaba con ellos. Pasó junto a un grupo de sus propios hombres que
se giraron y saludaron al verla, tocándose el pecho con los puños mientras
pasaba y les saludaba.
Tenía ganas de besar a cada uno de los soldados que veía. Vio a un grupo de
sus nobles, con Lastay en su centro, cerca de la tienda que estaban
levantando para ella y, que joder, también quería besarlos a todos.
Sólo porque sospechaba que Gabrielle podría empezar a trancazos con
todos, se detuvo.
—¡Su majestad! —Lastay la vio y se apresuró hacia ella—. Alabados sean los
dioses, es estupendo que esté bien. —Para su crédito, realmente se veía feliz
de verla. 1072
Xena se preguntó si estaba contento de no tener que estar más al cargo. Ella
también lo entendió.
—Yo también me alegro de verte —respondió sin ningún tipo de rencor—.
Lamento que la guerra haya sido tan corta para ti.
—Yo no —dijo con franqueza Lastay—. Cuando escuchamos que los persas
habían invadido... todos pensaron lo peor.
Xena echó un vistazo a su alrededor.
—Ahórratelo —dijo—. Vamos a un lugar donde pueda sentarme y lavarme las
tripas de las manos. —Le hizo un gesto con la mano, y luego, después de una
breve pausa, al resto de los nobles, indicando la cercana tienda que estaban
prácticamente terminado. Parecían complacidos con la invitación y la
siguieron dentro, mientras apartaba a un lado la solapa, casi deteniéndose a
medio paso cuando los olores del hogar la golpearon con una fuerza
inesperada. Parpadeó al ver a Gabrielle arrodillada junto a un baúl. Su
consorte volvió la cabeza cuando entró y la expresión de total y aliviado
agotamiento, sonó muy familiar para ella—. ¿Contenta de ver estas cosas,
rata almizclera?
—Oh chico —respondió Gabrielle—. Claro que lo estoy. —Miró más allá de
Xena cuando los nobles entraron y se agruparon en la parte delantera de la
tienda, donde había más espacio libre—. Hola.
—Su Gracia. —Lastay se inclinó en su dirección.
Xena caminó con dificultad por la alfombra, sintiéndola inapropiadamente
suave debajo de sus botas, y se acomodó en la gran silla de madera envuelta
en pieles, que sus hombres habían puesto allí para ella.
Se sentía fuera de lugar. Xena observó a sus súbditos y recordó, o trató de
recordar, lo que se sentía al ser alguien que tenía súbditos.
—Tomad asiento. —Señaló los baúles y las banquetas bajas cerca del catre—
. He tenido un largo día.
—Muchos de esos. —Gabrielle se acomodó en la alfombra con las piernas
cruzadas. Todavía estaba vestida con su túnica manchada de la batalla,
ensangrentada y desgarrada, pero juntó las manos y apoyó la barbilla sobre
ellas, mostrando una sonrisa cansada a pesar de todo.
—Majestad. —Lastay se arrodilló ante ella—. ¿Nos cuenta cómo ha llegado
hasta aquí? 1073
—¿No es esa mi frase? —Xena apoyó el codo en el brazo de la silla y dejó
descansar la cabeza en la mano. Miró al resto de los nobles que habían
tomado asiento en silencio detrás de Lastay. Los más jóvenes en su mayoría,
no los viejos cascarrabias—. Pensaba que te había dejado al cargo del
gorroneo de suministros.
Lastay permanecía arrodillado.
—Lo hicimos, Majestad —respondió rápidamente—. El tiempo cambió, sí, y
nosotros... —Ojeó a su alrededor—. Se hizo la siembra. Llegó un tren de carros,
y comerciamos por lo que no teníamos.
—Mm.
—Escuchamos historias extrañas del valle. —Uno de los otros nobles habló en
voz alta.
—¿Lo hiciste, Jelas? —reflexionó Xena—. ¿Qué escuchaste? ¿Historias sobre
asaltantes? —Observó su rostro—. ¿Pueblos arrasados?
—Historias aún más extrañas, Majestad. —Jelas se estiró el pelo, despeinado
de estar atrapado dentro de un casco de batalla—. Historias de hombres
cometiendo atrocidades, y cosas por el estilo.
—Un carro regresó a la fortaleza —agregó Lastay—. Con una niña.
—Ah.
—¿Ella está bien? —preguntó en voz baja Gabrielle—. Parece que fue hace
tanto tiempo —añadió mientras su voz se iba apagando.
—Lo está, su Gracia —dijo Jelas—. Pero luego escuchamos otros relatos.
—¿De Bregos? —soltó Xena.
Lastay asintió.
—Seis hombres vinieron y dijeron que eran de él —dijo brevemente.
—Aja.
—Dijeron que se había unido a un gran ejército, del este —dijo Jelas,
resoplando deliberadamente—. Sabía de quienes hablaban, fueron los que
conocí.
—Aja.
—Esos bastardos dijeron que nos dejarían en paz si abríamos la fortaleza y los
dejábamos tomar el control —dijo Lastay.
Xena los estudió a los dos.
1074
—¿Y el resto de esos cabezas de chorlito te dejaron rehusar? —estaba
honestamente sorprendida—. No me malinterpretes, estoy tan feliz como
Hades de que lo hicieses, pero no tiene sentido.
Lastay se levantó y caminó de un lado a otro, claramente un poco incómodo.
—Hubo cierto debate —admitió—. Hubo quienes dijeron sí, que finalmente sus
puntos de vista eran los que estaban triunfando, y que nosotros habíamos
estado equivocados, aquellos que te habíamos apoyado.
—Gilipollas —comentó Gabrielle.
Jelas y Lastay se giraron para mirarla.
—Ella se ha ganado el derecho a llamarlos gilipollas —dijo Xena—. ¿Y qué
pasó?
Jelas juntó las manos sobre las rodillas.
—Llegó la noticia de que Bregos estaba muerto. —Hizo una pausa—. Que lo
habías matado.
—Lo hice —asintió la reina contoneando sus dedos—. Limpié ese desastre. Lo
encontré agazapado en un páramo quemado comiéndose a sus vecinos
hervidos.
Ambos hombres la miraron, luego a sus compatriotas y después a ella.
—¿Majestad?
Xena repasó sus palabras.
—¿Qué ha sido demasiado para ti, lo del páramo o lo de los vecinos? ¿O yo
usando el término de cocina?
Los hombres la miraron fijamente.
—Por los dioses —susurró Jelas—. La niña decía la verdad. Pensábamos que
estaba loca.
Todos permanecieron callados por un momento. Entonces Gabrielle se aclaró
la garganta.
—Dimos con ellos buscando a los asaltantes —dijo—. Xena estaba explorando
el área, buscando a los chicos malos y encontró a esos hombres alrededor del
fuego, con esa chica en una olla preparándose para cocinarla. —Silencio
estupefacto—. Así que, por supuesto, Xena saltó al fuego y la rescató —dijo la
mujer rubia—. E hicimos que pararan —concluyó en voz baja—. Supongo que
no tuvieron mucho que comer durante el invierno y se volvieron locos.
—Zeus —susurró Lastay—. Horroroso.
1075
—Antes de matarlo, Bregos se fue de la lengua y dijo que se había vendido —
dijo Xena—. Así que fui a averiguar a quién se había vendido.
—Encontramos al ejército persa acampado en la llanura delante de la ciudad.
—Gabrielle retomó el relato de nuevo—. Y... Xena no quería que todos salieran
heridos, así que le dijo al ejército que regresara.
Lastay volvió a sentarse en un baúl.
—Algunos regresaron en pequeños grupos, sí, la mayoría no —dijo—. Volvieron
a por todos nosotros, lo hicieron, dijeron que teníamos que salir y apoyaros —
agregó—. Pero…
Gabrielle estaba cansada y quería un abrazo, algo para almorzar y algo de
tranquilidad para pensar.
—Entramos en el ejército persa, los engañamos, los perseguimos de regreso a
la ciudad, irrumpimos y echamos a los persas fuera de la ciudad, los
golpeamos fuera de las murallas, y luego los perseguimos de vuelta aquí,
donde nos habéis alcanzado. —Respiró hondo después de todo eso—. Y luego
ganamos. Me alegro.
Un silencio más estupefacto.
—Majestad. —Jelas tosió por fin—. Quiere decir... usted... esto era... quiero
decir, el ejército persa, ¿sí? ¿Lo derrotó con esta escasa fuerza de mercaderes
y pastores de vacas?
Xena se encogió de hombros con modestia.
—Yo ayudé también —brindó Gabrielle.
—¿El ejército persa? —repitió Jelas—. Estos hombres que capturamos...
—Los últimos de esos —confirmó Xena.
Jelas se puso la mano sobre la boca y simplemente la miró fijamente.
—No es que no estemos contentas de veros —dijo Xena—. De hecho, es
probable que nos hayáis salvado el culo porque somos una panda bastante
cansada de comerciantes y pastores de vacas.
—Y pastores de ovejas.
—Por los dioses —murmuró Lastay.
—¿He mencionado que Xena también quemó todos sus barcos? —reflexionó
Gabrielle—. Bueno, de todos modos, lo contaré todo adecuadamente, pero
no en este momento. 1076
Xena miró a todos observándola a ella, viendo el descarado asombro de estos
hombres que eran, al menos, los más leales de sus nobles. Pero incluso los
desleales temerían y respetarían lo que acababa de hacer porque,
francamente, era impensable.
Gracioso. Había empezado a rehacer su nombre, volviendo a un lugar en que
se había conformado con sobrevivir y terminó pareciéndose a Ares, la
hermana menor más guay del dios de la guerra.
—Extraordinario —murmuró Jelas—. Cuando las noticias de esto se propaguen
por el mundo...
Sí. Xena se rio con cansancio.
—Así que eso es todo. —Pasó sus dedos sobre las pieles, sintiendo la suavidad
poco familiar contra su piel, calmando el dolor crudo en sus huesos—.
Aseguraos que vuelven al paso y queman esos cuerpos. De lo contrario,
captaremos el hedor todo el camino de regreso a casa.
Lastay se pellizcó el puente de la nariz.
—Ya se está haciendo, Majestad —dijo—. Para ser honesto, esto parecerá una
locura, pero me siento un poco decepcionado.
La oscura ceja de Xena se alzó bruscamente.
—¿Por qué? ¿Por no haber estirado la pata?
Su heredero le dirigió una mirada respetuosamente irónica.
—Por no tener la oportunidad de volverme inmortal en vuestra historia.
La reina ladeó la cabeza, luego se volvió y miró a su consorte.
Gabrielle parpadeó hacia ella.
—Definitivamente voy a contar esta historia, Xena —dijo—. Puede que tenga
que escribirla y simplemente comenzar a pasársela a la gente para que la lea
y dar a mi lengua un respiro.
—Hm. —Xena reflexionó sobre la posibilidad de haberse tropezado y metido
en la historia involuntariamente—. Sí, bueno —exhaló—. Todo bien. Jelas, sube
a tu caballo y toma una docena de hombres. Ve a la ciudad y diles que
pueden dejar de mear en sus cuencos de cerveza.
—Majestad. —Jelas se puso de pie y se inclinó—. Sería un gran placer —dijo—
. ¿Puedo actuar como tu enviado?
La reina apoyó la barbilla en la mano de nuevo.
—Por supuesto —dijo—. Han tenido una época difícil. Tal vez estén listos para 1077
pensar en una... relación más cercana con nosotros.
Jelas sonrió abiertamente.
—Mi señora, me esforzaré por hacer esa idea encantadora para ellos —dijo—
. Pero estoy seguro que usted ya ha abierto la puerta a mis sugerencias.
Xena se encogió de hombros con modestia.
—Apreciaron mi ayuda. —Contoneó sus dedos hacia él—. Ve.
Jelas se fue, llevándose al resto de los nobles con él. Xena esperó a que la
solapa dejara de moverse antes de volver a centrar su atención en Lastay.
—Necesitamos poner gente en este valle. Nos equivocamos. La cagué no
vigilando este lugar —dijo rotundamente—. Subestimamos los problemas del
camino cuando oímos hablar de ellos.
—Si. —Lastay estuvo de acuerdo—. Pero, Xena... tomaste este camino con el
ejército. No era como si se hubieran acercado por la ruta trasera sin ser vistos.
—Casi lo hicieron —dijo la reina—. Si no hubiera llevado al ejército por este
camino, se habrían encontrado con Bregos, y los habríamos tenido en el culo
antes de que supiéramos qué nos había golpeado.
—Pero los atrapaste.
Xena recordó, entonces, por qué los había atrapado como lo había hecho.
—Si, lo hice —suspiró—. Así que vamos a hablar para que los colonos regresen
aquí, y haya un puesto de guardia cerca del paso. No quiero que esto vuelva
a suceder. —Miró sus botas cubiertas mugre—. Está bien. Deja que me
limpie. Que traigan algo de...
—Majestad, sus sirvientes están esperando afuera con carne, bebida y un
baño —dijo Lastay con una sonrisa irónica—. Han estado inquietos. ¿Vas a
querer seguir adelante más tarde hoy?
—Déjame pensarlo —dijo la reina—. Tenemos algunas cosas que resolver.
—Muy bien. —Lastay hizo una reverencia—. Haré pasar a sus
sirvientes. Póngase cómoda, y usted también, su Gracia. —Se inclinó ante
Gabrielle—. Tengo muchas ganas de escuchar todo este relato, cuando esté
lista para contarlo.
Se fue y estuvieron brevemente solas en la tienda, aunque los sonidos de los
sirvientes acercándose eran fuertes y evidentes. Xena se apoyó en el brazo de
la silla y miró a su amante.
—¿Estás lista para ser una princesa? 1078
Gabrielle la miró.
—Estaría feliz con irme a paseo —admitió—. Se siente increíble que esto haya
terminado. Estaba tan asustada.
Xena extendió la mano.
—Yo también. —Esperó a que Gabrielle se levantara y se acercara. Dio unas
palmaditas en el brazo de la silla y, cuando su consorte se acomodó, la reina
estiró los brazos y la abrazó.
Gabrielle le devolvió el abrazo, soltando un feliz suspiro mientras se sentaban
allí, envueltas la una en la otra.
—Perdóname si metí la pata cuando ese gilipollas decía cosas malas sobre ti.
La reina se rio por lo bajo.
—Vaya manera de descubrir que mi espalda no estaba quebrada de verdad
—admitió—. Bah, no te preocupes por eso. Todo este asunto era tan jodido
que tenía que acabar en un baño de sangre con el tiempo.
Gabrielle estuvo callada por un momento.
—Me alegro que no haya sido nuestra sangre —dijo—. Gracias por salvarme
la vida. —La solapa se hizo a un lado y un grupo de sirvientes entró, mirando a
Xena y sonriendo antes de que comenzaran a bajar sus fragantes cargas. La
reina apoyó la cabeza en el costado de Gabrielle, sumamente feliz y a gusto—
. Tenía que estar a la par contigo. ¿Cómo se vería si tu estuvieras salvando MI
culo todo el tiempo? —asintió en aprobación cuando uno de los sirvientes se
arrodilló para quitarle las botas.
—Siempre te ves bien, no importa lo que yo esté haciendo con...
—¡GABRIELLE!

—Los Campos Elíseos no pueden sentirse tan bien como esto. —Gabrielle miró
distraída las costuras de la tienda, con las manos entrelazadas detrás de la
cabeza y la suave brisa que venía por el valle acariciándola. Estaba acostada
de espaldas sobre la cama, bañada, con ropa limpia y con el conocimiento
de que mañana, por primera vez en esta luna, seguiría teniendo estas cosas
buenas. 1079
Era casi embriagador saberlo. Gabrielle se retorció en una posición un poco
más cómoda. Se sentía genial por sencillamente estar en la tienda
esperando a que Xena volviera, sabiendo que ya no había un enorme,
amenazador, y loco ejército persa, esperando para matarlos y que, de alguna
manera, de algún modo, habían conseguido superar todo ese horror de una
sola pieza.
Ciertamente, de una sola pieza. Incluso la espalda de Xena parecía estar bien,
o al menos no le dolía tan terriblemente como antes. Ahora la reina parecía
cansada, y un poco desconcertada por todo, con tantas ganas de volver a
su castillo como Gabrielle.
Aunque…
Ahora que todo había terminado, estaba deseando un poco ver el mar otra
vez, y dar un paseo en ese barco. Gabrielle cruzó los tobillos y decidió
postergar el mencionárselo a Xena por el momento, razonando que, lo último
que la reina probablemente querría hacer, es irse a socializar después de todo
lo sucedido.
Había sido emocionante, algunas veces. Había llegado a hacer y ver muchas
cosas, en su mayoría malas y temibles, pero también una o dos cosas buenas,
y pensaba que había sido bastante valiente con todo.
Por un momento pensó si era una soldado de verdad ahora.
Pensó en el último instante, arremetiendo contra Heydar, tan enojada, que
apenas podía pensar con claridad después de su burla a su amante, y de
cómo ella quería hacerle daño de verdad.
Pensó en él agarrándola, y sabiendo que probablemente estaba a punto de
morir, otra vez.
Otra vez.
Recordó haberle mirado a los ojos y haber visto el triunfo; y luego verlos
ensancharse y aparecer el miedo, y saber sin duda alguna lo que él estaba
mirando y quién venía hacia ellos. Dejó que sus ojos se cerraran y se imaginó
la imagen que había visto al darse vuelta, Xena impulsándose a través de los
soldados combatiendo como una carreta de bueyes desbocada.
Salvaje e imparable. Dos persas habían intentado interceptarla y Gabrielle
creía que Xena ni siquiera los había visto. La reina simplemente los había
derribado como si no fueran más que hombres de paja.
Impresionante. Gabrielle se había sentido culpable por meterse en problemas
y hacer que Xena saltara de su caballo y fuera a salvarla, pero al final todo se 1080
había solucionado, así que supuso que estaba bien.
Y entonces aparece el ejército. Se preguntó qué habría pasado si no lo
hubieran hecho. Había tantos persas y ellos eran tan pocos, que era difícil
imaginar cómo hubieran logrado superarlos, pero Gabrielle sintió, en lo más
profundo de su corazón que, de alguna manera, de algún modo, lo hubieran
hecho.
Sencillamente, tenían mucho por lo que vivir, ella y Xena.
—¡Oye, rata almizclera!
Los ojos de Gabrielle se abrieron de golpe para encontrar a Xena de pie por
encima de ella con las manos en las caderas y las cejas levantadas.
—Oh. Hola.
—¿Durmiendo? —La reina se sentó en el borde del camastro y empujó a
Gabrielle hacia un lado.
—No. Sólo pensando.
—Oh, oh.
Gabrielle observó el perfil de su amante y le puso una mano en el muslo al ver
el cansancio que había allí.
—¿Nos quedamos aquí ahora?
Xena se quedó un momento en silencio, luego miró a Gabrielle.
—No —dijo—. Les dije a los chicos que empacaran el campamento. Si
movemos rápido el culo, estaremos en el castillo antes que oscurezca. —
Cubrió la mano de Gabrielle con la suya—. Tengo muchas cosas por resolver.
—¡Genial! —La idea de estar en el castillo ese mismo día casi hizo que le diera
un patatús a Gabrielle.
—Solo no estaba segura de sí llevar a los malditos persas con nosotros era una
buena idea. Pero pateé a algunos de ellos y creo que todo está bien.
—¿Qué vas a hacer con ellos, Xena? —preguntó Gabrielle con curiosidad.
—No sé. Tal vez venderlos —dijo la reina—. Probablemente pueda obtener un
precio decente por esos bastardos al otro lado de las montañas.
Gabrielle parpadeó.
—¿En serio?
Xena se encogió de hombros.
1081
—Son botín de guerra, Gabrielle. ¿Qué otra cosa se puede hacer con
ellos? No podemos quedárnoslos, y no tienen forma de regresar a casa, a
menos que construyan balsas y tal vez besar a algunas ballenas para que los
arrastren de vuelta a través del mar.
—¿Qué es una ballena?
La reina sonrió y acarició suavemente la frente de Gabrielle, apartando su
abundante y pálido cabello hacia atrás.
—Es un pez del tamaño de ese barco en el que estábamos cuando hicimos
explotar sus naves.
Gabrielle la miró fijamente.
—Eso no es verdad —dijo—. ¿Lo es?
Xena asintió.
—Es verdad. Tal vez podamos hacer ese viaje por mar algún día y encontrar
una.
Gabrielle se incorporó.
—La verdad es que me gustaría hacerlo —dijo—. Cuando dije que quería
escabullirme contigo... eso es lo que quería decir. Todo era nuevo.
La reina pensó en eso por un momento. Entonces sonrió.
—Podemos hablar de eso después que hayamos regresado. —Le dio una
palmadita en el hombro a Gabrielle—. Vámonos. Quiero mi bañera y a ti
dentro de ella.
Fuera, se escuchaban claramente los sonidos del campamento al recoger, los
hombres gritaban y los caballos avanzaban. Gabrielle se levantó del catre y
le ofreció la mano a Xena para que también se levantara, fueron a la entrada
de la tienda y la atravesaron, dirigiéndose hacia el organizado caos y de
camino a casa.

Apenas comenzaba a ponerse el sol cuando pasaron la última curva del


camino y vieron la fortaleza al fondo. Xena le dirigió una mirada cariñosa al
viejo montón de rocas, ya se oía el sonido de los cuernos en las defensas
cuando el ejército fue divisado detrás de ella.
Lastay iba montando a un lado, y Gabrielle en su enano peludo al otro lado. 1082
Su abanderado estaba justo detrás, y el resto del ejército, con sus cautivos, se
extendía muy atrás hasta el sol poniente.
Estaban cabalgando entre los campos largos y ondulados que se habían
sembrado, la tierra, recién labrada, liberaba un rico aroma en el aire que
también traía el sonido del ganado y el crujido de carros que se movían en
algún lugar en la distancia.
La luz dorada de la tarde hacía que todo fuera encantador, Xena miró las
tierras cultivadas con una nueva apreciación y se le ocurrió que tal vez mejorar
lo que tenía, podría ser una idea bastante mejor que salir de nuevo para
encontrar más problemas.
Brendan llevó su alazán a su lado, el viejo capitán parecía cansado pero muy
orgulloso.
—Señora.
—¿Contento de volver a casa, Brendan? —preguntó Xena—. Apuesto a que
será agradable ver los cuarteles.
Brendan hizo un sonido bajo que era mitad gemido y mitad risita.
—¿Dónde quieres que pongamos a estos perros? —señaló a sus cautivos. Los
persas habían estado tranquilos, casi mansos, durante el viaje a la fortaleza,
con sus armas empaquetadas en los vagones de provisiones.
Buena pregunta. Xena lo pensó por un momento, luego asintió para sí misma.
—Ponlos en el cuartel que desocupó Bregos —dijo—. Podrían habérnoslo
puesto mucho más difícil. Dales un poco de respeto.
Brendan asintió en acuerdo.
—Un grupo duro —dijo—. ¿Vas a pedir rescate por ellos?
—Tal vez —respondió Xena—. Depende de si creo que papi enviaría monedas,
o más mercenarios detrás de mi culo. —En privado, pensaba que podría ir en
cualquier dirección, dependiendo de cuántas tropas de Persia yacían
muertas o marchaban mansamente entre sus filas de soldados. Por un lado, él
podría enviarle un rescate de verdad para recuperar a sus tropas. Por otro
lado, podría estar tan cabreado que aparecería con el doble para patearle
el trasero. En tercer lugar, ¿Qué tipo de rey era para enviar tantas tropas
experimentadas bajo una petulante de mierda como Sholeh? Estudió a los
soldados enemigos en medio de ellos—. Que desperdicio. 1083
Un cuerno sonó de nuevo y las puertas se abrieron en bienvenida cuando se
acercaron. Xena sintió una sensación de alivio al ver a los guardias en las
murallas levantando sus puños en reconocimiento, esto demostraba que su
pequeño temor de que alguien hubiera aprovechado la oportunidad de su
ausencia para entrometerse en su hogar, era infundado.
—Guau —suspiró Gabrielle—. Esto es un espectáculo para ojos doloridos.
—Y para culos doloridos —afirmó la reina. Podía ver a gente curiosa
reuniéndose en las puertas, e incluso se encontró a si misma con ganas de ver
a sus cortesanos tocapelotas, quienes ciertamente estaban entre ellos
mirando a los exóticos persas mientras bajaban la última parte del camino y
pasaban al interior. Xena levantó una mano en reconocimiento a los aplausos
de los habitantes del castillo y le hizo un gesto a Brendan y las tropas hacia el
recinto militar, mientras continuaba en dirección a los escalones del castillo,
donde Stanislaus y el personal, se reunían apresuradamente para recibirla. Y
los nobles. Montones de ellos, como uvas ligeramente podridas saliendo por
las puertas cuando detuvo a Tiger y, agradecida y cansada, se bajó de su silla
y colocó sus botas sobre las conocidas piedras de granito—. Eh,
bastardos. ¿Cómo estáis?
Lastay y Gabrielle también desmontaron, entregando sus caballos a los mozos
que habían corrido desde los establos, todavía respirando con dificultad.
—Gracias. —Gabrielle le dio a Parches un abrazo y una palmadita—. Dale
algo realmente bueno. Ha sido muy valiente.
El mozo le sonrió.
—De tal jinete, tal caballo, su gracia —dijo con una pequeña reverencia—.
Me alegra verla a usted y a su Majestad en casa.
Gabrielle se sonrojó un poco, pero le devolvió la sonrisa.
—Yo también me alegro de estar en casa —suspiró—. Ha sido una luna muy
larga. —Le dio a Parches un último abrazo y siguió a Xena por las escaleras en
medio de la multitud de nobles excitados, aferrándose a la armadura de la
reina mientras era arrastrada constantemente entre la multitud.
—¡Su Majestad! ¡Majestad! —parloteaba Stanislaus—. ¡Escuchamos rumores
tan horribles!
—¡Sí! ¡Sí! ¿Es verdad que todo el ejército de Persia viene detrás de nosotros?
—¿Y que tenían grandes criaturas?
—¿Qué pasa con los barcos de guerra? ¡Escuchamos que la ciudad portuaria
fue destruida! 1084
Xena se detuvo y levantó los brazos, dejando escapar un agudo silbido.
—¡Chitón! —Esperó a que el ruido se calmara—. Tengo cosas que hacer y
burbujas que atender —dijo—. Así que tú... —Señaló a Stanislaus—. Haz algo
útil y prepara un banquete, y el resto apartad vuestros culos de mi camino y
nos veremos en el salón más adelante.
—Pero…
Las cejas de Xena se alzaron en dirección al noble más cercano, un hombre
mayor con ojos parpadeantes y descoloridos.
—¿Pero?
El hombre vaciló, luego palmeó sus manos.
—Qué bueno verte de nuevo, Su Majestad —dijo—. Por supuesto que iremos
al salón y la aguardaremos con gusto.
—Exacto. —Xena le tendió la mano a Gabrielle—. Y si sois realmente amables
con mi consorte y le traéis muchos regalos, ella puede que os cuente todo lo
que pasó.
Gabrielle tomó su mano y sonrió tímidamente a todos mientras subían la gran
escalera que conducía a los aposentos de la reina.
—¿Nos vemos más tarde? —saludó.
Los nobles y Stanislaus le devolvieron el saludo, parados allí observando cómo
las dos desaparecían y las grandes puertas en lo alto de las escaleras se
cerraban con un golpe.

Los sonidos de la fortaleza penetraban por las ventanas abiertas, trayendo el


olor de las cocinas, y el rico aroma de la tierra removida, a las cámaras de la
reina. Se abrió una puerta y una ráfaga de música desigual llegó, con voces
y el ruido de botas, que desapareció cuando la puerta se cerró de nuevo.
—Hay mucha gente ahí abajo, Xena.
—Por supuesto que la hay. —Xena movió los dedos de los pies, su cuerpo
estaba sumergido completamente en agua cálida, perfumada, y ligeramente
burbujeante, en su enorme bañera, iluminada con la luz dorada de las velas 1085
colocadas alrededor de la sala de baño—. Esto es lo más emocionante que
ha sucedido en este lugar desde que los toros se escaparon y por poco
embisten sus culos.
—Acabo de encontrarme con Jellaus.
Xena se rio entre dientes.
—¿Lamenta no haber ido?
—Creo que sí —dijo Gabrielle—. Le dije que esperara para escuchar toda la
historia primero.
—Mm. —La reina cruzó sus tobillos contenta de la oportunidad de flotar allí,
estirando su todavía rígida y dolorida espalda—. Creo que todavía querría
haber estado allí. —En el exterior, los últimos rayos de sol se hacían reflejos
carmesíes en las ventanas de sus habitaciones, y detrás de ella, podía
escuchar a Gabrielle dando vueltas, acompañada de cristales tintineantes y
verter de líquido—. Gaaabbbbrrrieeellle...
—¿Sí? —Un suave tintineo le hizo abrir los ojos y mirar hacia arriba, para
encontrar una copa de cristal estacionada cerca de su oreja llena de un rico
líquido dorado—. Oh, oh.
—Pensé que te gustaría algo de esto. —Gabrielle se apartó un poco de
cabello todavía húmedo de sus ojos, su piel recién bañada brillaba un poco
a la luz de las velas. Cuando se sentó en el borde de la bañera, Xena extendió
la mano y desató el cinturón que mantenía cerrada su bata, dejando que se
abriera para exponer su piel desnuda.
—Pensaste bien. —La reina estuvo de acuerdo, ignorando la copa por el
momento y extendiendo la mano para frotar con el pulgar el pezón de
Gabrielle—. El hidromiel es una buena idea también.
Gabrielle se inclinó sobre la bañera y puso una mano en la mejilla de Xena
antes de besarla en los labios. El momento se alargó hasta que perdió el
equilibrio y se cayó en la bañera con un chapoteo, enviando agua
burbujeante hasta la mitad de la cámara de baño.
Xena se deshizo en una risa silenciosa, cubriéndose los ojos con una mano
mientras las olas salpicaban contra su pecho, la tela de la bata de su amante
flotaba enviando una nube de seda húmeda en su dirección.
Un segundo después, Gabrielle salió a la superficie, balbuceando.
—Oh, guau. —Tosió un poco—. Chico, eso ha sido una sorpresa. Me alegro de
no haberme secado y vestido todavía —añadió con pena, apartando el
cabello mojado de sus ojos y mirando a la cabeza ahora empapada de su 1086
compañera de baño—. Lo siento.
Xena se lamió los labios.
—No pasa nada —admitió, parpadeando las gotas de agua que le habían
salpicado a los ojos—. Vale la pena el remojo. Reírse se siente bien. —Cogió
un puñado de la túnica de Gabrielle y tiró de ella, juntando la tela empapada
en una mano y tirándola fuera de la bañera.
—Sí. —Gabrielle se enderezó, sus piernas se enredaron con las de Xena en la
bañera mientras se deslizaba hacia atrás y se apoyaba en un lado de la
bañera de mármol, extendiendo la mano para recoger una de las copas y
entregársela a la reina—. Aquí tienes.
La reina dio vueltas a la copa observando cómo el líquido cubría el vidrio,
luego lo olió, haciendo un bajo sonido de placer.
—Echaba de menos esta maldita bañera —admitió con una sonrisa
perezosa—. No puedo creerlo, pero he echado de menos este viejo mausoleo,
demasiado.
Su compañera tomó un sorbo de su copa, pensativa.
—Yo no.
Las cejas de Xena se alzaron bruscamente.
—Pero echaba de menos estar a solas contigo en él —corrigió Gabrielle,
dándole a la reina una mirada pícara por encima del borde de su copa—.
Mucho.
—¿Lo hiciste? —Los ojos azules brillaron.
—Lo hice. —Gabrielle extendió la mano bajo el agua y acarició el muslo de la
reina—. No es lo mismo cuando un loco con una espada puede aparecer en
cualquier momento.
—Oh ¿En serio? —Xena dejó la copa—. Ven aquí. —Acercó a Gabrielle,
besándola mientras sus cuerpos se presionaban uno contra el otro, el
movimiento hacía que el agua golpeara ligeramente el borde de la bañera—
. Puede que tengas razón en eso —dijo la reina finalmente, sentándose de
nuevo y tomando la copa, girándola varias veces antes de tomar un sorbo de
su contenido—. Mmm. —Gabrielle se lamió los labios y sonrió, levantando la
mano para limpiar unas gotas de agua de sus ojos. Ambas suspiraron al mismo
tiempo. Gabrielle se retorció para sentarse junto a Xena, presionando su
hombro contra la reina mientras se sentaban en silencio por unos momentos,
bebiendo el rico hidromiel. La dulzura se sentía tan extraña en su lengua. Xena
inhaló el olor y lentamente dejó salir el aire, inclinando la cabeza hacia atrás 1087
y mirando alrededor de la habitación, las paredes de piedra cubiertas de
tapices y, más allá de la cortina de la entrada, el dormitorio con su enorme y
ridículamente cómoda cama. Difícil creer que estuviera aquí. Volvió la cabeza
y miró a su compañera de bañera que estaba apoyada en su hombro,
acunando su copa con los ojos medio cerrados. Solo con una pequeña sonrisa
en su cara—. ¿Cansada? —le preguntó Xena.
—En realidad, no. —Gabrielle levantó la mirada hacia ella—. No quiero irme a
dormir. Quiero disfrutar de estar aquí contigo. —Besó el hombro de Xena y
luego le mordisqueó la piel un poco—. Dormir sería una especie de pérdida
de tiempo.
Xena apoyó la cabeza contra su consorte.
—Lo sería. —Estuvo de acuerdo—. Es una pena que tengamos que perder el
tiempo cenando con el reino.
Gabrielle sonrió, agachando un poco la cabeza.
—Es tan asombroso.
—Sé que lo soy —comentó Xena tranquilamente—. ¿Vas a decirle a todos los
demás lo asombrosa que soy, más tarde? —Puso su brazo sobre los hombros
de Gabrielle—. Nadie esperaba que volviera tan pronto. O incluso que
volviera —reflexionó—. Yo no lo esperaba.
—¿No creías que volverías? —preguntó Gabrielle—. ¿En serio?
Xena se encogió de hombros después de una breve pausa para considerarlo.
—No sé —dijo volviéndose hacia Gabrielle e inclinándose para morderle
suavemente la oreja—. Hablemos de otra cosa.
Gabrielle deslizó su brazo sobre la cintura de Xena y se giró para enfrentarla,
levantando la barbilla para que sus labios se encontraran.
—¿Tenemos que hablar? —Se acercó más, deslizando su cuerpo hacia arriba
pegado al de la reina, mientras su rodilla se relajaba entre los muslos de Xena.
La reina parpadeó un poco ante este repentino y sensual asalto. Dejó la copa
y apoyó la mano en la cadera de Gabrielle, disfrutando del beso, la calidez y
la pasión de saber que no iba a recibir una flecha en el culo, ni tenía que
hacer alguna chorrada para salir de una situación imposible.
Qué agradable sensación.
—No. —Envolvió sus brazos alrededor de Gabrielle y tiró hacia abajo,
desterrando el agua entre ellas y saboreando el calor que se encendía en sus
entrañas, mientras su amante le rodeaba el cuello con los brazos y le
acariciaba el lateral de la cara. Xena inspiró el vapor tibio y húmedo del baño
1088
aderezado con el aroma de la piel de Gabrielle y se permitió relajarse,
deslizándose contra la pared de la bañera mientras sus manos exploraban el
cuerpo de su consorte. Sintió a Gabrielle presionarse contra ella y su propio
cuerpo se arqueó contra el contacto, saboreándolo. El suave toque burlón
contra su pecho hizo que sus ojos revolotearan y sonrió—. ¿Sabes qué?
—¿Mm? —El aliento de Gabrielle onduló el agua del baño, haciéndole
cosquillas en la clavícula.
—A menos que hayas aprendido a nadar mejor, vamos a la orilla. —Xena se
acomodó hacia arriba hasta que las dos se arrodillaron en la bañera, dejando
que la lámina de agua cayera mientras continuaban besándose.
Tenía la intención de seguir adelante, levantarse para salir, pero la mano de
Gabrielle se deslizó por el interior de su muslo por debajo del agua y, en
cambio se detuvo, su cuerpo ansiaba el contacto mientras el movimiento del
agua caliente le cubría la piel.
—Me gusta justo aquí. —Gabrielle respiró, calentando la piel entre los pechos
de Xena, empujando a la reina hacia atrás solo un poquito, mientras apoyaba
la rodilla entre las de la mujer más alta y se inclinaba hacia delante, besando
la curva justo debajo de su clavícula. Xena tomó aire para protestar, pero la
presión sensual del vientre de Gabrielle contra el suyo la hizo olvidarse de
ponerse de pie, mientras un toque intencionado provocaba una oleada de
pasión y los labios de Gabrielle encontraron puntos sensibles y se burlaron de
ellos con tímida confianza. Oh bien. Xena sintió que su cuerpo se rendía al
tacto y se deslizó hacia abajo, arrastrando a Gabrielle, mientras las manos de
la mujer rubia alcanzaban, tocaban, y hacían que su respiración se acortara,
el calor del agua y la familiaridad de la pasión reconfortante más allá de toda
creencia. Dejó que Gabrielle se saliera con la suya, sometiéndose con francos
y descarados gemidos mientras la mujer rubia recorría su piel, mordisqueando
y provocando, hasta que casi cada centímetro de ella, se sentía como si
hubiera sido restregada con una esponja de mar caliente. La oleada de
sensaciones la sorprendió y casi arrojó a ambas fuera de la bañera, al suelo,
pero en el último momento, en un espasmo de reacción, Xena logró agarrar
el lado del mármol y mantenerlas a ambas en su lugar. Las salpicaduras se
desvanecieron en ondas y se quedaron tumbadas juntas, Gabrielle
descansando sobre el cuerpo medio sumergido de Xena durante unos largos
minutos, respirando con dificultad. Xena dejó que sus dedos se deslizaran por
el costado de Gabrielle y sintió una leve inhalación al tocarla, haciéndola
sonreír mientras rodeaba su brazo alrededor de la espalda de Gabrielle y le
daba un abrazo. Sí. Desde un punto de vista, se había propuesto una misión 1089
estúpida y había fracasado totalmente. Y, sin embargo, aquí estaba, siendo
amorosamente complacida por su cariñosa rata almizclera, la victoria caía
sobre sus hombros, los sirvientes luchaban por hacer cosas por ella, y los nobles
se mostraban serviles, obsequiosos y esperaban para escuchar cada detalle
de su éxito. Ah bueno. Xena había recobrado el aliento y ahora se giró
suavemente invirtiendo sus posiciones, sorprendiendo a Gabrielle, quien, por
un pelo, evitó golpear su adorable cabeza en el costado de la
bañera. Apuntaló los brazos para quedar sobre su amante y la miró con los
ojos entrecerrados, inclinándose más cerca para apretar juguetonamente sus
dientes en uno de los pezones de Gabrielle—. Urmf —Gabrielle extendió los
brazos para mantener el equilibrio mientras su cuerpo reaccionaba—.
¿Qu...quieres salir ahora?
—Oh no. —La reina le sonrió maliciosamente—. Yo sé nadar. —Se cortó un
poco, viendo como los ojos de su amante se ensanchaban
mínimamente. Luego, lentamente, comenzó un recorrido hacia abajo, más
allá de los rasguños y los cortes, algunos ya cicatrizados, otros no, más allá de
los moretones y las costillas demasiado prominentes, hasta que estuvo cerca
de sumergir la cabeza, y entonces llegó el momento de cumplir su alarde.
Aspiró profundamente, y así lo hizo.
Gabrielle se rascó la oreja y suspiró mientras repasaba los bonitos y brillantes
tejidos sobre su baúl de ropa. Ahora estaba completamente oscuro, y ella y
Xena se estaban preparando para bajar al gran salón de banquetes, donde
todos los que estaban dentro de las murallas y algunos que acababan de
llegar, se apresuraban a conseguir buenos asientos.
La reina y ella, por supuesto, ya tenían buenos asientos.
Gabrielle cruzó los brazos sobre su pecho casi desnudo, en ropa interior,
mientras reflexionaba sobre sus opciones. Se sentía un poco extraño tener
opciones, supuso, pero en realidad casi todo lo que la reina había ordenado
poner en su baúl, habría sido una buena elección, y aunque no tenía mucho
gusto con la ropa, su amante, sí.
—¿Qué Hades estás haciendo?
Gabrielle se volvió para encontrar a Xena de pie, detrás de ella, con un vestido
de seda púrpura. 1090
—Guau —dijo—. Es precioso.
—Es precioso, no es la respuesta a “qué Hades estás haciendo” —dijo la reina.
—No, ya lo sé. —La mujer rubia se volvió y se sentó en el borde del baúl—.
Supongo que no puedo decidir qué ponerme.
Xena la miró, luego inclinó la cabeza hacia un lado y la miró de nuevo.
—Gabrielle, aquí solo hay dos vestidos. Elije uno. —Estudió su rostro medio
sombreado, viendo de repente una nueva y sorprendente madurez en la
expresión de su consorte—. O ve desnuda si quieres.
Gabrielle miró hacia otro lado.
—No quiero ir desnuda —dijo antes que la reina se hiciera ilusiones—. Solo que
no sé... —Miró los bonitos vestidos con adornos—. No sé si quiero ponerme esto
tampoco —admitió—. Fue algo agradable no tener que hacerlo cuando
estábamos fuera. —Miró a Xena después de un momento de vacilación,
cuando la reina no respondía. Encontró esos ojos azul pálido estudiándola con
un toque de seriedad pensativa—. Lo sé, vas a decir “solo vístete, Gabrielle”.
—Sonrió con ironía—. Voy a hacerlo.
—No. —Xena se sentó a su lado—. ¿Cuál es el problema? —Levantó una rodilla
y la rodeó con sus manos, arrugando la fina tela con indiferencia—. ¿No te
gustan estos trapos? Podemos conseguir más.
Gabrielle recordó la primera vez que Xena le había dejado ropa, en su
pequeño nicho, esas pilas de camisas gastadas y tejidos ásperos tan fabulosos
y preciosos para ella.
Le debía mucho a su amante. Sabía que a Xena le gustaba ponerse cosas
bonitas y que Gabrielle también las llevara. Entonces, ¿era una locura que no
quisiera? Se quedó mirando el largo rasguño en el dorso de su mano,
sintiéndose diferente a como lo había hecho la última vez que se había
sentado en este baúl y tuvo que ponerse algo de él.
Xena esperó tranquilamente a que contestara, con una paciencia inusual.
Gabrielle levantó la vista a la cara de su compañera y sintió que Xena también
había cambiado. A pesar de sus palabras frívolas, había un aire más serio a su
alrededor y en su rostro endurecido por el clima, esos ojos ahora tenían un
nuevo brillo.
Menos caprichoso. Menos burlón.
1091
Ahora todo era diferente. Ellas también lo eran. La fortaleza no había
cambiado, pero aquí, en esta dinámica a puerta cerrada de los dos, todas las
cosas por las que acababan de pasar, vinieron a establecerse en su hogar y,
probablemente por primera vez, Gabrielle tuvo la sensación de que su vida,
siempre en un torbellino de cambios, se había movido de manera permanente
a un nuevo nivel.
Sin embargo, no estaba segura de si eso era bueno o malo.
—Creo que son bonitas —dijo por fin—. Simplemente, creo que no estoy hecha
para esa clase de ropa. —Gabrielle se estiró y acarició la sobrevesta y la
armadura cuidadosamente dobladas cerca—. Creo que me gustan más estas
cosas.
Xena no pareció sorprenderse al oírlo. Apoyó las manos en el borde del baúl
y extendió las piernas, cruzando los pies descalzos en los tobillos.
—¿Quieres vestirte como un tío? —preguntó después de un momento.
—Bueno, no... no... —Gabrielle hizo una pausa, y frunció el ceño—. Sólo creo
que... soy más... —Hizo otra pausa—. Simplemente se ajusta mejor a cómo me
veo. O algo así.
—Ajá. —Xena frunció los labios—. Bueno. —Inclinó la cabeza y miró a su
consorte—. Gabrielle, te has ganado el derecho de ponerte lo que Hades
quieras ponerte, incluso si es una piel de cabra con campanas —dijo en tono
serio—. Así que mañana llamas a esos modistillos memos y oportunistas míos, y
haces que te preparen lo que quieras.
Gabrielle sonrió, su rostro se iluminó de alivio.
—Eso sería fantástico.
Xena se acercó y le acarició el pelo con cariño.
—Lo que te haga feliz, mi amor —dijo con tono informal—. Te ves sexy con
cualquier cosa que te pones, así que ve y ponte algo y vamos a escandalizar
al reino juntas.
Mi amor. Gabrielle sintió un cosquilleo en la piel y el inesperado ardor de las
lágrimas en sus ojos. Miró a Xena, viendo la irónica comprensión en su
expresión, y se levantó del baúl lanzándose sobre la reina abrazándola tan
fuerte como pudo.
Xena estaba un poco perpleja por la reacción, pero nunca le molestaban los
abrazos de Gabrielle, así que se lo devolvió, la sensación de irrealidad, como
si de un sueño se tratara, de estar en casa en la fortaleza, se iba
desvaneciendo y lentamente se hacía más real. Besó a Gabrielle en la 1092
coronilla y le frotó la espalda desnuda, frunciendo el ceño un poco, cuando
sintió claramente la columna vertebral de su amante bajo su piel.
—Xena, eres la mejor. —Gabrielle la soltó y se echó hacia atrás, todavía en el
círculo de los brazos de la reina—. Va a ser agradable volver aquí después de
la cena y simplemente relajarnos.
La reina desenrolló un brazo y pellizcó uno de los pechos de su consorte.
—Sí que lo va a ser. Así que date prisa. —Empujó a Gabrielle hacia su elección
de ropa y se dirigió hacia la ventana, mirando la actividad en el patio de
abajo.

Al final, Gabrielle escogió una túnica de seda verde de manga larga que caía
hasta la mitad de sus rodillas, sujeta firmemente a su cuerpo por su querido
cinturón de cabeza de halcón. Llevaba botas de interior suaves y se sentía
cómoda y lista para enfrentar a la multitud en el gran salón.
Xena se había detenido justo antes de la entrada, como era su costumbre, y
con Gabrielle detrás, escuchando el alboroto de las conversaciones en el gran
salón mientras esperaba con impaciencia el banquete, con la esperanza de
tener la oportunidad de llenar su estómago antes que tuviera que levantarse
y hablar.
—¿Gabrielle?
—Ya voy. —Se acercó a donde estaba Xena con una mano apoyada en el
marco de la puerta y la otra sosteniendo la espada en su vaina—. ¿Puedo
sujetarte eso?
—¿Esto? —Xena levantó la espada—. Claro. —Se la entregó, luego puso la
mano en el hombro de Gabrielle y comenzó a avanzar, sorprendiendo al
guardia de la entrada que tomó aire precipitadamente para anunciarla.
—Ssh. —Xena le dio una colleja, luego se dirigió por el pasillo hacia la
plataforma elevada en la que estaba su mesa y la silla con forma de trono de
respaldo alto detrás de ella. Su presencia, la presencia de ambas, se notó
rápidamente, las cabezas se volvieron y los cuerpos se inclinaron en
reverencias incómodas y honestas, la mayor parte de la sala estaba llena de
nobles ricamente vestidos y una dispersión de sus soldados vestidos con sus
1093
armaduras de campo y sobrevestas. Xena había considerado llevar las
suyas. Sin embargo, a diferencia de su consorte, disfrutaba de la sensación de
suave seda sobre su cuerpo, después de una luna de nada más que cuero y
acero, y flexionó las limpias, pero ligeramente rígidas manos, mientras se
deslizaba por los escalones bajos con Gabrielle a su lado. La mesa estaba
vacía. Xena no le había dicho a Stanislaus que la llenara con nadie, y palmeó
el asiento derecho, el privilegiado, para que Gabrielle se sentara cuando
ambas llegaron. Esperó a que su consorte tomara asiento, todavía
sosteniendo su espada, antes de enfrentarse a la multitud y contemplarlos.
Una gran multitud. Todos los ojos estaban fijos en los de ella, llenos de diversas
emociones, desde la aprensión hasta la decepción, la felicidad dispersa y el
mudo regocijo. Xena no era tonta, sabía que no todos en la sala estaban
contentos que hubiera regresado, y, de hecho, algunos probablemente
habían estado aliados con Bregos y sus invasores persas. Como en los viejos
tiempos. Xena suspiró y señaló a Lastay, luego a Brendan, a Jens y a otros dos
de sus oficiales, y a uno o dos nobles que parecían ser los más felices de verla;
les hizo un gesto con la mano para que fueran a la mesa, luego se sentó y
esperó mientras los cambios de sitio se llevaban a cabo—. Aquí estamos.
—Aquí estamos. —Gabrielle estuvo de acuerdo—. Y chico, me alegro porque
tengo hambre.
Xena se rio entre dientes, inclinándose hacia atrás cuando la habitación
comenzó a asentarse y los invitados elegidos se reunieron con ella en la mesa.
—¿Todo en calma? —le preguntó a Brendan.
—Como una tumba, señora. —Brendan suspiró relajándose en su asiento—. Los
persas han sido ubicados, los guardias están con ellos —dijo—. Han tenido un
viaje duro. Creo que se alegran de tener un lugar seco para dormir y un fuego.
—Mm. —La reina juntó sus dedos y los golpeó contra sus labios—. Lastay,
¿sabemos quién de aquí estaba con Bregos?
Su duque principal y heredero apoyó los codos en los brazos de la silla.
—Bueno, Majestad, esa es una excelente pregunta —dijo—. He escuchado a
muchos que simpatizaban con sus objetivos, e incluso a algunos que creían
que debería haber regresado durante el invierno, pero...
—¿Pero?
Lastay medio se encogió de hombros.
—Nadie parece asumir lo de los persas —dijo conciso—. La reputación de la
princesa la precedía. 1094
—Ah. —Xena, sonrió, haciendo un gesto hacia adelante a los ansiosos
sirvientes y sus bandejas cargadas de dulces aromas—. ¿Mejor perra conocida
que cachorro por conocer?
Lastay levantó las manos con las palmas hacia arriba.
—Como usted dice, Majestad —él estuvo de acuerdo—. ¿Ella era como afirma
su reputación?
La reina se rio suavemente.
—Bueno, está muerta —comentó—. De hecho, a manos de su propio hombre.
—¿Es eso verdad?
—Era una gilipollas —facilitó Gabrielle que había capturado un rollo y un poco
de queso y estaba ocupada comiendo.
—¿Te trató mal, su gracia? —preguntó Lastay cortésmente.
—Gabrielle la mordió en la cara y le arrancó un trozo —dijo Xena—. Pero
podrás escuchar todo acerca de eso más tarde. ¿Verdad rata almizclera? —
Tomó un poco de queso de la bandeja que estaba pasando por la mesa y lo
mordisqueó, observando a la multitud mientras planeaba lo que iba a decir.
Lo primero es lo primero. Se volvió hacia Brendan.
—¿Tienes esa bolsa? —Brendan le entregó una bolsa de cuero suave con una
sonrisa pícara. Xena pasó el borde de su pulgar sobre el cuero, luego se
levantó y sacó una daga de su manga, golpeando la empuñadura contra la
mesa. La habitación quedó en silencio casi de inmediato. Los nobles que
estaban en sus mesas se volvieron y la miraron, y en la parte posterior de la
habitación, las grandes puertas se abrieron y, lentamente, los hombres que
había capitaneado desde la ciudad, entraron y tomaron posiciones contra la
pared posterior—. Muy bien. —Xena se puso de frente a sus súbditos—.
Apuesto a que todos estáis sorprendidos de verme aquí, ¿eh? —Lastay medio
cubrió sus ojos y suspiró—. Después de todo, dije que iba a salir a conquistar
más territorio, debería haberme llevado más tiempo —continuó la reina—.
Pero la realidad es que algo se presentó que ocupó mi tiempo.
—Su Majestad. —Uno de los viejos duques se puso de pie—. ¿Es cierto que nos
ofrecieron una gran alianza con este imperio oriental?
Xena tuvo que darle un punto por sus agallas.
—No.
—Pero eso es lo que dijeron —insistió el hombre—. El enviado, que vino
aquí. Dijo eso. ¿No lo hizo? —El hombre se volvió hacia sus compañeros de
1095
mesa—. ¿No es eso lo que me dijisteis?
Uno de los otros nobles se levantó vacilante.
—Sí —dijo con valentía—. Eso es lo que nos dijeron. Que este gran imperio
quería unir fuerzas con nosotros, y que... ah...
—¿Que yo estaba muerta? —Xena ladeó la cabeza hacia un lado.
—No. —El primer hombre se volvió de nuevo—. Que estabas de acuerdo,
Majestad, y que ibas a ir con este ejército.
Xena apoyó las manos en el contenido de la bolsa de cuero que descansaba
sobre la mesa. Un incómodo silencio cayó. La reina exhaló y luego miró
alrededor de la habitación.
—No había un “nosotros” —dijo sin rodeos—. Me ofrecieron un lugar con los
persas. A mi ejército se le ofreció un lugar con los persas. —Se levantó un leve
murmullo—. No daban un culo de rata por el resto de vosotros —concluyó
Xena—. Solo erais una parada de abastecimiento para ellos.
El viejo duque reflexionó sobre eso, luego miró a Xena, era claramente lo
bastante viejo como para sentirse audaz.
—Entonces, Su Majestad, ¿por qué está aquí? —preguntó—. ¿No es eso lo que
siempre ha deseado? ¿Ir y conquistar, y hacer que los ríos corran rojos con la
sangre de los hombres?
—Hm. —Xena tarareo en su garganta—. Bien…
—Porque Xena si da un culo de rata por vosotros. —Gabrielle se levantó y se
puso las manos a la espalda, hablando claro en el incómodo silencio—.
Incluso si los persas no lo hicieron. Todo lo que querían era a ella y lo que ella
quería era mantenerlos lejos de todos vosotros.
Xena apartó la mirada y se aclaró un poco la garganta.
—¿Tienes que hacerme sonar tan abnegada? —murmuró—. Cielos.
Gabrielle fingió no oírla.
—Yo estuve ahí. Lo vi todo.
—Sí. —Xena retomó la conversación—. En respuesta a tu pregunta, Radas,
no. No estuve tentada. —El viejo duque frunció el ceño—. No hay suficientes
riquezas en Persia, ni sangre en el mar para comprarme —concluyó
tranquilamente Xena—. No juego bien con otros, y si aún no lo has pillado,
nunca lo harás, así que sienta tu culo y cierra el pico.
1096
—Humph. —Sin embargo, el duque se sentó—. Bien, entonces bien hecho,
digo. —Él aplaudió varias veces en la resonante tensión—. Bien hecho,
majestad.
—Gracias. —Xena apenas evitó poner los ojos en blanco—. ¿Algún otro
comentario o pregunta estúpida? —preguntó en voz más alta—. Podéis
apostar que daré con aquellos de vosotros que decidieron quedarse en el
lado de Bregos. No voy a ser tan amable como fui la última vez. —El miedo
recorrió la habitación, una energía a la que ya estaba acostumbrada, aquí,
en este lugar donde su palabra era la ley, y los hombres tenían una razón para
temerla. Xena dejó que todos se inquietaran por un minuto, luego se relajó un
poco—. Sin embargo, esta noche no es el momento para eso —dijo—. Esta
noche es el momento de levantar una copa por los hombres que se quedaron
conmigo y los que dieron sus vidas por permanecer a mi lado. —Miró al otro
lado de la habitación, a los soldados en la parte de atrás, de pie con la
espalda recta, algunos, sus soldados ordinarios, otros, hombres de la ciudad,
casi indistinguibles entre ellos—. Y para dar la bienvenida a nuevas caras que
demostraron ser unos guerreros condenadamente buenos. —Los hombres de
la ciudad y los reclutas ahora eran obvios, por sus rostros enrojecidos y las
miradas que se estaban echando unos a otros. Xena les sonrió—. Bienvenidos.
—Los nobles miraron alrededor de la habitación para encontrar a los soldados
que los rodeaban, y no pocos de ellos parecían indudablemente nerviosos.
Eso hizo que Xena sonriera aún más—. La otra cosa que celebraremos esta
noche... —atrajo la atención de todos de vuelta a ella—. Es mi boda. —Si se
hubiera convertido en un pequeño y peludo roedor y hubiera empezado a
bailar claqué, probablemente hubiera causado una sacudida menos agitada
y estruendosa a lo largo de la sala. Incluso Lastay se estremeció, mirándola
con auténtica sorpresa—. Fue una ceremonia muy corta, y casi acabo con
una flecha en el culo durante la misma, pero así es como es mi vida, ¿no? —
Xena abrió la bolsa y sacó una diadema de oro, con la parte delantera
engastada de joyas y filigrana de encaje—. Lo siento, no invité a ninguno.
—Pero, Su Majestad... —El viejo duque, aparentemente elegido cordero de
sacrificio por sus compañeros, se puso de pie nuevamente—. ¿Qué es
esto? ¿No dijiste que nunca te casarías?
Xena miró a su consorte que estaba mirando fijamente la diadema con los
ojos como platos.
—Dije que nunca me casaría con quien vosotros queríais que lo
hiciera. Nunca, que no me casaría con quien yo quisiera. —Se dio la vuelta y,
con delicadeza, puso la diadema en el cabello pálido de Gabrielle, 1097
colocándola alrededor de su cabeza donde se acomodó como si hubiera
sido hecha para ella. Lo cual, por supuesto, era así. Por una vez, Gabrielle se
quedó muda, sus ojos decían más de lo que las palabras podrían. Por una vez,
fue Xena quien sintió la necesidad de hablar—. Así que ahora tenéis dos reinas.
—Dejó que sus dedos rozaran la mejilla de Gabrielle—. Y ella está a cargo de
mí. —Los ojos de Gabrielle se agrandaron, y sus fosas nasales se ensancharon
mientras mantenía su mirada fija en Xena, sin atreverse a moverla hacia el
resto de la habitación.
»¿Estás alucinando? —preguntó Xena en voz baja. Gabrielle asintió—. Bien. —
La reina se inclinó y le dio un beso en los labios—. Larga vida a las reinas. —Se
enderezó y miró a la multitud—. No estoy oyendo ninguna aclamación. —Con
retraso, el grupo estalló en unas desiguales, algunos de los nobles levantaron
sus copas tan rápido que el vino se derramó en todas direcciones. En la parte
posterior de la sala, los soldados respondieron con mucho más entusiasmo,
silbando y gritando el nombre de Gabrielle para vergüenza de su consorte. Ah
bueno. Xena soltó un silbido penetrante, luego señaló a Jellaus, que estaba
de pie con su laúd—. ¡Vamos a empezar esta maldita fiesta antes que me
muera de aburrimiento!
La música comenzó, los sirvientes comenzaron a llevar las bandejas y Xena se
acomodó en su gran silla, aceptando el caos que ella misma había
empezado, con una sonrisa benigna mientras se estiraba y rascaba a
Gabrielle en la espalda.
Uno jamás sabía adónde le iba a llevar la vida algunas veces, ¿verdad? Xena
se rio entre dientes y sacudió la cabeza. Nunca se sabía.

Al día siguiente, llovió. Xena apoyó los brazos en el alféizar de la ventana y


miró afuera, escuchando el estruendo de los truenos, mientras observaba
cómo la lluvia empapaba todo lo que estaba a la vista.
Reflexionó sobre estar allí afuera en el campo con este tipo de clima y tuvo
que admitir, aunque solo para sí misma, que estaba más feliz de estar aquí,
seca y cómoda en su castillo, con la perspectiva de disfrutar del desayuno y
un cálido fuego ardiendo cerca.
El sueño de la noche la había refrescado un poco, pero la rigidez en su 1098
espalda no se había aliviado, y estaba contenta de no tener que ponerse los
cueros y saltar sobre la espalda de un caballo, y aún más contenta de que la
lucha sin parar había cesado.
Por ahora. Xena apoyó la barbilla en sus muñecas, estirando con cuidado su
espalda, luego se detuvo en medio de un movimiento, mientras una mano
cálida descansaba sobre su columna, justo en el lugar donde le estaba
doliendo.
—Será mejor que seas linda y rubia o me voy a quitar eso de encima con un
hacha.
Gabrielle se rio suavemente, inclinándose contra ella, mientras también
observaba la lluvia.
—Chico, me alegro que no estemos fuera con eso.
—Yo también —admitió Xena.
La mujer rubia se sentó en el banco que se curvaba frente a la ventana, su
cuerpo envuelto en una túnica ligera.
—Aunque tener aventuras fue en cierto punto divertido.
—Uh huh. —La reina parpadeó un poco cuando la luz cayó cerca.
—Al menos, hasta que empezamos a recibir golpes —corrigió Gabrielle—.
Entonces fue un poco apestoso.
Xena se volvió y se sentó a su lado en el banco.
—Pero todo salió bien. Hiciste un buen trabajo contando la historia a todos
anoche.
Gabrielle agachó la cabeza un poco con timidez.
—No tuve que esforzarme mucho. Es una historia bastante asombrosa —
objetó—. Creo que no me había dado cuenta hasta que le estaba contando
a la gente lo que pasó y sentí una especie de bloqueo en mi cabeza diciendo
“¿Qué?”.
La reina se rio entre dientes.
—¿Especialmente cuando estabas describiendo lo que hiciste?
—Sí.
—¿Te hizo darte cuenta que nunca lo hubiéramos hecho sin ti? —Xena tomó
su mano y la sostuvo, frotando su pulgar sobre los nudillos de Gabrielle.
Gabrielle se sonrojó. 1099
—Creo que me sorprendí a mí misma.
Xena reflexionó sobre eso. Entonces sonrió.
—Creo que yo también me sorprendí a mí misma —dijo con ironía—. No
siempre de buena manera.
—Bueno. —La mujer rubia se acercó y tomó su mano—. Todo salió
bien. Ganamos.
—Ganamos.
Ambas estuvieron calladas por un momento. Entonces Gabrielle apretó la
mano de Xena.
—Y bien, ¿qué vamos a hacer ahora?
—Bueno. —Xena estiró las piernas—. Después de que mi espalda deje de
matarme, tenemos mucho trabajo que hacer por aquí. Ese valle tiene que ser
repoblado. —Fue marcando los puntos con sus largos dedos—. Firmar un
tratado con la ciudad portuaria.
—Es tan raro pensar que ibas a atacarlos y hemos terminado siendo amigos —
comentó Gabrielle.
—Mm —la reina gruñó—. No menciones eso cuando su enviado esté aquí.
—No lo haré.
—Tengo que comprar equipamiento nuevo para el ejército —dijo Xena—. Se
lo merecen. Nueva armadura, nuevos arcos...
—¿Xena?
—¿Hm? —La reina se volvió para mirarla.
—Gracias por mi bonita diadema. —Gabrielle levantó un poco sus pies, sin
mirar a su compañera—. No tuve la oportunidad de decírtelo anoche.
—¿Antes que volviéramos aquí y jodiéramos como ardillas? Es cierto. —Xena
captó el sonrojo por el rabillo del ojo y le dio una palmadita a Gabrielle en la
pierna con una risita—. Estuvo bien. Asusté a esos malditos nobles paranoicos
e incluso hizo a Lastay detenerse y pensar.
—¿Pensar en qué?
—Pensar en lo que podría pasar si resulto ser más rara de lo que piensan y
terminas dándome un heredero.
Gabrielle volvió la cabeza y miró a Xena. La miró fijamente en silencio durante
un largo rato. 1100
—¿Puedes hacer eso? —preguntó por fin con voz vacilante—. No creo que...
um...
—Probablemente no. —Xena dejó que su cabeza descansara contra la pared
de granito—. Pero ¿sabes algo, Gabrielle? Escuchando la historia que
contaste anoche, estoy bastante segura de que tampoco podía hacer la
mayor parte de eso.
—Oh.
Xena la miró detenidamente.
—¿Eso te pone nerviosa?
—Bueno... —murmuró Gabrielle—. Es un poco inusual.
—¿Quieres dejar de tener sexo?
Silencio.
—No —dijo la mujer rubia—. Correré el riesgo. Estoy segura de que tenías razón
la primera vez y solo estamos siendo tontas.
Xena se rio entre dientes. Ambas giraron sus cabezas por un respetuoso golpe
en la puerta.
—Un poco temprano para que nos molesten, ¿no? —murmuró—. ¿Quién? —
gritó.
—Es Brendan, su Majestad. —Stanislaus se asomó con aprensión—. Insiste
mucho en verte. Le dije que tú y yo... t... b...
—Cállate y déjalo entrar. —Xena se recostó de nuevo, y esperó a que la puerta
se abriera y su capitán entrara a sus aposentos interiores, cruzándolos hacia
ellas y saludando—. Siéntate. —Xena señaló un taburete cercano—. ¿Qué
pasa?
Brendan estaba vestido con una armadura nueva y de buena calidad, y se
había afeitado y rapado los rizos grises y salvajes que le habían crecido
durante la campaña.
—Su Majestad…
—Ahórrate eso —lo interrumpió Xena.
Brendan inclinó la cabeza y sonrió un poco.
—Lo siento, Xena —dijo—. Tengo algunas noticias para ti.
—Uh oh. —Xena cruzó los brazos sobre su pecho—. No puedo esperar a 1101
escuchar esto.
Gabrielle se levantó y se dirigió a través del cuarto hacia el gran fuego.
—Vuelvo enseguida —informó por encima de su hombro—. Brendan, ¿te
gustaría un poco de sidra?
Atrapado en medio de coger aire, el soldado hizo una pausa y parpadeó.
—Ah... sí, por supuesto —respondió en un tono incómodo—. Por los dioses, no
quise interrumpir su desayuno, M... Xena. Yo... —Se detuvo cuando Xena le hizo
un gesto con la mano—. Ah.
—¿Cómo se están acomodando los persas? —preguntó Xena para distraerlo.
—Esas son las noticias —dijo Brendan—. El líder, creo que es el más veterano
que queda, dice que quiere hablar contigo antes que envíes alguna noticia
a su casa.
—Ajá.
—Los oí hablar, un poco, sobre que tal vez no quieren volver.
—Ah, ¿EHH?. —Xena enarcó las cejas—. ¿A dónde quieren ir? —Aceptó la
copa de Gabrielle y tomó un sorbo mientras su consorte le pasaba una copa
a Brendan y cogía una para ella.
—Quieren quedarse aquí.
Xena escupió su sorbo de sidra a través de la habitación, pasando muy cerca
de la cabeza de su fiel capitán.
—¿Qué?
Brendan se encogió de hombros.
—Se quedaron fascinados contigo, supongo —dijo—. Son una gran fuerza
agradable, ¿sí? Rellenan lo que nos arrebató ese bastardo.
La reina lo miró a través del borde de su copa.
—Brendan, ¿estás sugiriendo que les permitamos que se queden aquí y se
unan a nuestro ejército?
Brendan se encogió de hombros otra vez.
—La mayoría puede pelear —dijo lo obvio—. No son malos tipos. Los escuché
hablar sobre todo ese veneno, y esas cosas les molestan, como si no fueran lo
suficientemente buenos para luchar de la manera correcta.
—Bueno, los vencimos —dijo Gabrielle.
1102
—Si. —Brendan estuvo de acuerdo—. Es por eso que quieren unirse, ¿sí? Nos
llamaron guerreros auténticos.
Guerreros auténticos. Gabrielle pensó en eso y decidió que probablemente
era bastante acertado. Ciertamente, Xena no había recurrido a ningún truco
sofisticado porque... bueno, lo cierto es que no había tenido ningún truco para
trabajar que no fuera su propia destreza y un talento notable para hacer lo
correcto en el momento adecuado.
—Oye ¿Xena?
—Oye, ¿Rata almizclera?
—Si hubieras tenido esa sustancia venenosa, ¿la habrías usado?
Xena ladeó la cabeza y miró el techo.
—Hm...
—Nah. —Brendan negó con la cabeza—. Tuvo su oportunidad una vez, la
tiró. Lo recuerdo.
Xena le lanzó una mirada asesina con los ojos entrecerrados.
—Chivato —gruñó—. Recuérdame que te vende los ojos la próxima vez que
haga algo tan estúpido. —Luego se volvió hacia Gabrielle—. Creo que... —
dijo, en un tono más serio—, como guerrero, tienes que aprovechar todas las
ventajas que puedas para ganar.
—¿Pero? —Gabrielle estaba observando su rostro, una débil sonrisa jugaba
alrededor de sus labios.
La reina suspiró.
—Pero, también encuentro un valor en ganar porque eres... —Se detuvo,
arrugando las cejas.
—Porque eres la mejor —dijo Gabrielle—. No porque seas la más tramposa.
—Algo así. —Xena sonrió—. Aunque no es malo ser tramposo a veces.
—Eso es lo que dijeron los persas. —Brendan habló—. Uno de los suyos, era
todo trucos, y algunos estaban en contra. Dijeron que tenías cabeza y puño,
¿sí?
—Y corazón. —Gabrielle sonrió con picardía.
—No, yo no. —Xena se retorció ya que el debate se estaba dirigiendo hacia
tierras movedizas. Se inclinó y besó a Gabrielle en los labios, luego puso sus
propios labios cerca de la oreja de su amante—. Tú lo robaste —le susurró, 1103
enderezándose y poniendo sus manos en sus rodillas—. Bien.
—Bien. —Brendan asintió—. ¿Les dejamos entrar? Tengo gente
preguntándome si se quedan.
Xena cerró los ojos y murmuró una maldición por lo bajo. ¿Una buena parte
del ejército persa? ¿Bajo su mando? ¿Viviendo en su fortaleza?
—Correrá la voz —dijo.
—Si. —Su capitán estuvo de acuerdo.
—Ese bastardo persa probablemente vendrá a por nuestros culos con todos
los demás soldados de su maldito reino.
—Sí. Probablemente.
Justo cuando las cosas parecían que iban a ser aburridas otra vez. Xena tomó
un sorbo de su sidra, sus ojos brillaban.
—Ah, ¿Por qué no? —dijo—. Diles que pueden quedarse, si juran lealtad —Hizo
una pausa—. A mí y aquí a la rata almizclera.
Gabrielle se sonrojó, pero Brendan sonrió.
—Sin problema, señora —dijo—. Ese grupo quiere estar con la
pequeña. Piensan que es la mejor.
—Bueno... de hecho, es... mpgh. —Xena se encontró su boca completamente
cubierta por la mano de Gabrielle. Miró a su sorprendentemente agresiva
consorte, que tenía esa mirada asesina y encantadora que Xena adoraba.
—Voy a decirles. —Brendan se levantó y se apartó antes que comenzara el
desastre—. Oh, por cierto, Xena, esa mofeta de la ciudad apareció.
Gabrielle soltó la boca de Xena, y ambas se giraron para enfrentar al soldado.
—¿Perdicus? —preguntó Gabrielle con una mueca de dolor.
Brendan se encogió de hombros.
—Creo que se llama así. Ese que he oído te estuvo molestando. Supongo que
fue pescado con los persas y simplemente llegó hasta aquí. Un tipo
despreciable.
—Maldita sea. Pensé que seguro la espichaba. —Xena suspiró.
Gabrielle hizo una mueca.
—Oh chico.
—¿Lo echo fuera, su Gracia? —Brendan preguntó, con una mirada
esperanzada—. No habló mucho, pero tenía una mirada malvada. 1104
Xena se quedó callada, deseando escuchar lo que su consorte podría decir
a eso. Se echó hacia atrás y entrelazó sus dedos alrededor de su rodilla,
levantándola para aliviar la tensión en su espalda. ¿Querría Gabrielle
sencillamente librarse del problema?
No la culparía si lo hacía.
—Ya sabes —respondió por fin Gabrielle después de un largo momento de
silencio—. No creo que echarlo ayude. Creo que volverá.
Brendan se encogió de hombros, pero asintió.
—Probablemente.
—¿Quieres que lo mate? —preguntó amablemente Xena—. Podría ser un
regalo de boda. Creo que no te di nada, ¿verdad?
Gabrielle la miró.
—¿No lo hiciste?
Se miraron, pero fue Xena quien apartó la vista primero, inclinando su cabeza
y sonrojándose visiblemente en la luz tormentosa.
Brendan parpadeó y miró sus botas.
—Está bien, suficiente de eso. —Xena se levantó—. Vamos. Le dispararé al
bastardo solo para recuperar mi reputación.
—¿En bata?
—En cueros.
—¡Xena!
—¿Quieres desnudarte y ayudar?
—¡¡¡¡Xena!!!!
—Brendan, ten la ballesta preparada.
—Ah... ¿antes o después de que te desnudes, señora?
Silencio.
—Voy a azotaros a todos vosotros.
—Guau. Esa será una manera de dar la bienvenida a los persas. Espera a que
difundan esa historia.

1105

Fin
Biografía de la Autora

Melissa Good es una Ingeniera de redes a tiempo completo y escritora


en ocasiones.

Vive en Pembroke Pines, Florida, con un puñado de lagartos y un perro.


1106
Cuando no viaja por trabajo, o participa en sus tareas habituales, se
dedica a escribir para tratar de entretener a otros con lo mejor de su
capacidad.

Libros de la Serie

01 Sombras del Alma

02 Reina de Corazones

03 Una reina para todas las estaciones


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