MG - SXLD2
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Melissa Good
Índice
Sinopsis
Créditos
Capítulo uno………………………………………………………. 7
Capítulo dos……………………………………………………….. 43
Capítulo tres……………………………………………………….. 80
Capítulo cuatro…………………………………………………... 120
Capítulo cinco……………………………………………………. 161
Capítulo seis………………………………………………………. 192
Capítulo siete……………………………………………….…..... 222
Capítulo ocho...…………………………………………….…..... 252
Capítulo nueve……….…………………………………….…..... 284
Capítulo diez…………….………………………………….…..... 315 3
Capítulo once………………..…………………………….…..... 347
Capítulo doce…………..………………………………….…..... 382
Capítulo trece………………..…………………………….…..... 415
Capítulo catorce………………………………………….…..... 449
Capítulo quince…………..……………………………….…..... 483
Capítulo dieciséis………………………………………….…..... 514
Capítulo diecisiete……..………………………………….…..... 545
Capítulo dieciocho……………………………………….…..... 580
Capítulo diecinueve…………..………………………….…..... 614
Capítulo veinte…………………………………………….…..... 647
Capítulo veintiuno…………..…………………………….…..... 687
Capítulo veintidos…………..…………………………….…..... 725
Capítulo veintitres…………..…………………………….…..... 765
Capítulo veinticuatro.……..….………………………….…..... 806
Capítulo veinticinco.…….……………………………….…..... 846
Capítulo veintiseis…………..…………………………….…..... 881
Capítulo veintisiete.………..…….……………………….…..... 915
Capítulo veintiocho.………..…………………………….…..... 954
Capítulo veintinueve………..……………..…………….…..... 995
Capítulo treinta……………....……………..…………….…..... 1032
Biografía de la Autora ………………………………………… 1106
Sinopsis
4
Créditos
Por otro lado, es Xena la Despiadada, así que le pega mucho el llamar a
Gabrielle rata, solo a ella le puede parecer un animal entrañable.
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Parte 1
—¡Ah, eh, eh! —Un cuerpo largo y poderoso se presionó sobre las rocas y sobre
ella, tirando gotitas de hielo sobre su rostro mientras la miraba con ojos pálidos
y una sonrisa libertina—. ¡Qué Hades estás haciendo aquí tirada como un
tronco, patética rata almizclera! —gritó.
—Esperándote.
—¿Yo?
—Tú. —Xena se deslizó hacia la roca junto a ella, sus largas piernas se
extendieron por el borde—. Aquí estoy yo, haciendo mi mejor esfuerzo para
entrenar un poco mis patadas en el culo y, ¿qué haces tú? —Arrojó un puñado
de agua a la mujer más joven, esperando con una ceja arqueada.
—¿Qué?
—¿Qué de qué?
—Claro que sí. —Echó un vistazo alrededor del lindo día—. Me conviertes sin
piedad en una borde y obsesa sexual. Es un complot, lo sé.
—Ah. Así que veo que no niegas lo de obsesa sexual. —Xena rio
disimuladamente—. Así que, de todos modos ¿qué estabas haciendo?
La mujer rubia estiró sus piernas cruzadas y recogió un pequeño saco cerca
de la roca en la que estaba sentada.
—Estaba buscando bayas —explicó—. Y luego vi este bonito lugar, así que
me senté y me puse a pensar en una historia que iba a contar más adelante
y yo... mpfh.
—Sí. —Gabrielle saltó de la roca y la siguió a través de la hierba espesa del río,
sus tallos rozaban sus piernas dejando atrás un aroma de riqueza cálida y
verde—. Pero también hubo partes buenas. Como tu cumpleaños.
Xena se detuvo y miró por encima del hombro con expresión severa.
Gabrielle asintió.
—¿Y?
—Si hoy es un día tan agradable, ¿por qué estás tan gruñona? —preguntó
Gabrielle, cambiando un poco de tema—. ¿No te gustó lo que te hice para el
desayuno? —Le preguntó a la reina—. Pensaba que sí.
—Sí —admitió Xena—. Pégame por ser una gruñona. —Echó un vistazo
alrededor—. Bonito día, linda rata almizclera, finalmente tenemos un poco de
sol, tengo que montar mi caballo... ah. Ya sé porque es.
—¿Por qué?
—Voy a azotarte.
—Creo que hay esas pequeñas naranjas agrias que te gustan mucho, en la
esquina. —La mujer rubia continuó, sin inmutarse—. Y podría sacar mi vara, si
quisieras enseñarme un poco más —ofreció—. No fui tan mala los últimos siete
días, ¿verdad?
—Gabrielle. —La reina soltó su mano y dejó caer su brazo sobre los hombros
de Gabrielle—. Eres una rata almizclera muy afortunada, ¿lo sabías? Eres muy
afortunada de que te ame como una loca.
Gabrielle hizo una pausa y rodeó a la reina con los brazos y la abrazó.
—Lo sé —dijo—. Eso es sobre lo que estaba soñando despierta antes de que
me mojaras entera.
—¿Y después te salpiqué? —Pero Xena estaba sonriendo con los ojos fijos en
su compañera. 10
—Síp.
—Naranjas agrias y tu maldita vara, ¿eh? —Suspiró—. Está bien. Vámonos. Pero
no recojas flores para mí, ¿de acuerdo?
—Tal vez.
—Majestad.
—No. Pastor desaliñado. —Xena indicó su forma húmeda—. Controla tus ojos.
—Pasó al lado del hombre sin decir una palabra más mientras este abría los
ojos con sorpresa y la seguía con la mirada—. Debería arrancarte la cabeza
por permitir algo así en palacio.
También había muchas cosas que permanecían igual. Las intrigas de palacio,
los chismes, algún que otro peligro, pero el reino se había calmado durante el
largo invierno y parecía aceptar a Xena de nuevo como su ama. El mal
conocido, había dicho uno de los nobles, cuando pensó que Xena no podía
oírlo.
Por suerte para él, Xena lo había tomado como un cumplido. Gabrielle siguió
a la reina a través de las puertas interiores y subió por la gran escalera, a las
habitaciones de primer nivel que había elegido hacía ya tantos meses.
—Oye, espera.
—Oye, no. —Xena mantuvo la puerta abierta para ella de todos modos, y
luego la siguió adentro, sus manos ya se desabrochaban la túnica y se la
quitaban por la cabeza. La cálida luz del sol que entraba por las ventanas
delineó su cuerpo esbelto y fibroso durante un breve momento, antes de pasar
a través de las sombras cerca de la gran cama. Al principio, había
cuestionado la elección del lugar, pero durante los meses de invierno
realmente le había gustado, sobre todo porque los paneles de vidrio
emplomados permitían que el clima frío impregnara la habitación y
proporcionara una verdadera apreciación de los baños calientes y
acurrucarse junto al fuego. Deshonrosamente decadente. Pero le había
resultado imposible decirle que no a los mimos de Gabrielle y para el final del
invierno había decidido que ser tratada como una reina no era tan malo para
ella. No se lo hubiera admitido a nadie, por supuesto. Dejó la túnica húmeda
sobre un perchero en la esquina y se dirigió a la sala de baño, donde se
encontró con Gabrielle, que venía en otra dirección y que ya llevaba una
toalla suave y esponjosa—. Ahhh —levantó una mano—. Desnúdate primero.
—Cállate. Soy la reina y yo establezco las reglas. —Le dijo Xena—. Además,
¿cuál de nosotras se enferma? —Gabrielle miró tímidamente desde debajo de
sus pálidas cejas—. Haces trampa. —La reina la miró indulgente—. Además,
fue mi culpa, ¿recuerdas? Te he mojado. —Le secó las orejas a la mujer rubia—
. Lo último que necesito es tener que corretear de nuevo tras tus estornudos.
—Estudió a Gabrielle, sonriendo ligeramente ante la mirada clara y honesta
que le devolvía—. Te diré algo.
—¿Jellaus?
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—Ah. —Apareció una figura desgarbada y de estatura media a la vuelta de
la esquina—. A pesar de que el sol brilla en el exterior, haces que la habitación
sea más brillante. —Inclinó la cabeza en una reverencia—. Y buenas tardes a
ti, Gabrielle.
—Algo así. —Gabrielle coincidió—. Salí a pasear, ella estaba dando botes por
todos lados. Ya sabes cómo es.
—Bien. —La mujer rubia se sonrojó un poco y lanzó una mirada avergonzada—
. Probablemente deberías verlo primero. —Cruzó los brazos sobre su pecho—.
Lo escribí para Xena.
Era difícil saber si estaba bromeando, pero Gabrielle pensó que sí.
—De todos modos, lo bajaré más tarde, solo quería preguntarte antes de
hacerlo.
Jellaus se rio.
—Ah, Gabrielle. —La miró con cariño—. Los dioses se bendigan a sí mismos por
el regalo que has sido para su Majestad —dijo—. Debo tenerlo para ti en el
festival de la siembra, por lo tanto, en tres semanas —añadió—. Es el primer
gran baile del año, y sería apropiado tener una nueva canción para
semejante ocasión.
Gabrielle asintió en silencio. El primer gran baile del año, y su verdadero debut
como consorte de Xena. Estaba más que un poco nerviosa al respecto. Hubo
cenas públicas durante el invierno, pero habían sido austeras, sombrías y poco
festivas. Entre la enfermedad y los lobos, la gente no estaba de humor para
festejar, y Xena... Xena había reservado sus fiestas para sus habitaciones
privadas.
Gabrielle tomó aire y lo soltó. La temporada de frío había sido larga, cierto,
pero en muchos sentidos también había sido muy educativa y al menos ahora
podía caminar con un vestido sin tropezarse con él.
—Es verdad. Antes vi los carros llegar desde algunas de las regiones periféricas.
También ha sido una temporada larga y fría para ellos. —Caminó hacia la
entrada de la biblioteca, guiando suavemente a Gabrielle por el brazo—.
Creo que su majestad tendrá mucho trabajo por hacer, ahora que el sol ha
vuelto a nosotros.
—Te dejaré con ello entonces. —Jellaus continuó mientras ella aflojaba el paso
a regañadientes.
—Jellaus... ¿Vendrás más tarde? —dijo la mujer rubia—. Creo que Xena
también quería preguntarte algo.
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El juglar se volvió mientras seguía caminando, hizo una reverencia y se giró de
nuevo sin perder el paso, antes de cruzar entre dos de las limpiadoras que
trabajaban duro, y desapareció en una esquina del pasillo.
—¿Sí? —Miró al hombre con una leve aprensión. Era pequeño, con la cara un
tanto apretada y ojos parpadeantes, y constantemente hacía girar sus dedos
el uno contra el otro en un giro inquieto.
Color. Gabrielle frunció un poco el ceño y miró hacia un lado, todavía insegura
de la mayoría del complicado protocolo de la corte.
—Está bien. —Hizo un gesto para que la guiara—. Pero hagámoslo en tu taller.
Si solo va a ser un minuto... Tengo que llevar una cosa a su Majestad y sabes
que no le gusta esperar.
Había desconfianza allí, y miedo, y no poca envidia, y lo sabía. Ella, que había
sido una de ellos, de hecho, la última de ellos, ahora estaba a la derecha de
la reina en una vida de comodidad y privilegios con la que los demás sólo
podían soñar.
Qué injusto les debe parecer a ellos. Gabrielle miró por la puerta abierta al
pasar y vio a un círculo de trabajadores de la cocina agazapados en círculo,
pelando tubérculos. De hecho, le había llevado un tiempo dejar de sentirse
culpable constantemente e, incluso ahora, había momentos en los que le
costaba creer todo lo que había cambiado su vida en tan poco tiempo.
Una vida nunca soñada. Nunca buscada. Y, sin embargo, aquí estaba.
Así que sus hombros se habían ensanchado un poco, lo suficiente como para
equilibrar su perfil y, aunque era inútil con el bastón que Xena le había dado,
al menos ya no la derribaba tan a menudo como lo hacía antes.
—Voy a crear algunos pliegues aquí, ¿sí? —dijo el sastre—. Y cojo un poco por
aquí, ¿no cree? —Recogió la tela de la bata que llevaba con los dedos
cautelosos, tirando de ella alrededor de su cintura—. ¿Esto le complace?
—Solo una cosa más, mi señora. —El sastre tomó una medida desde su cadera
hasta los dedos de sus pies—. Ya está, todo terminado, y gracias.
Gabrielle escapó con cierto alivio y se agachó para salir por la puerta,
dirigiéndose al pasillo. Tenía que encontrar pasteles, y hacerse con una jarra
de hidromiel, y ya podía ver las cejas levantadas de Xena esperándola
mientras volvía a la habitación para que pudieran concluir su descanso de la
tarde.
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Tenía un cuerpo fuerte y lo sabía. Pero sus brazos estaban mucho más
acostumbrados a manejar armas que a levantar su peso, y esa era una de las
razones por las que estaba haciendo lo que estaba haciendo, ya que nunca
se sabía cuándo necesitarías una ventaja en alguna parte.
Sacudió la cabeza para quitarse el pelo de los ojos, luego giró lentamente en
un medio círculo y examinó la habitación.
No. Xena sonrió, sospechando que ninguna pelusa escapaba de los ojos
celosos de Gabrielle y las arañas sabiamente se mantenían fuera de las
esquinas. Sin embargo, se sorprendió al encontrar, entre otras cosas, un gato
debajo de la cama.
—¡Oye! —El animal la miró con recelo, parpadeando con sus ojos
almendrados. Era gris, con pelaje mullido y con visiblemente mala actitud—.
¡Fuera! —Xena dio unos pasos adelante y el gato bufó. Aceptando el desafío,
la reina se adelantó, flexionó sus brazos y sacudió su cuerpo hacia adelante
con un equilibrio admirable—. ¿Me bufas a mí? ¡He tenido cosas más 19
aterradoras que tú, para las galletas del té! —gritó, enseñando sus propios
dientes—. ¡Yahh!
Los ojos del gato casi se salieron de sus órbitas y giró la cola y se escabulló de
debajo de la cama, lejos de la ruidosa aparición que se acercaba cuando
salió disparado hacia la puerta con un grito de indignación.
—Voy a tener que torturar a alguien. —Se mordió el interior de su propio labio,
para evitar unirse a su compañera—. Inmediatamente.
—Estoy desarrollando sentido del humor. Tengo que cortar eso de raíz o ¿quién
sabe qué pasará después? —Finalmente permitió que la risa emergiera, todo
su cuerpo temblaba con ella durante un largo rato mientras yacían juntas en
la luz de la tarde.
—Ay. Xena.
Gabrielle volvió la cabeza y miró a la reina, con los ojos muy abiertos.
—¿¿Lo estabas??
—Los encontraré... por el amor de Dios, Xena... no deberías andar por debajo
de la cama... ¡eres la reina!
Xena cruzó las manos sobre el estómago, su larga longitud se relajó en el suelo
mientras disfrutaba viendo a Gabrielle buscando debajo de la cama.
Comenzó a reírse suavemente y cruzó las piernas en sus tobillos.
—Ven aquí.
Al ver esos ojos azules que la miraban, Gabrielle sintió que empezaba a
derretirse sobre la superficie de lana que había debajo de ella, la
conmovedora consideración casi le impidió respirar por un momento. Estaba
acostumbrada a las bromas de Xena, y el agudo ingenio y los repentinos
enojos, pero estos atisbos de algo mucho más profundo aún la seguían
sorprendiendo.
Un poco intimidante.
—Sí, hablé con él. —Gabrielle asintió—. Está haciendo algo verde, con
pliegues. Creo. —Alargó la mano y jugó con el cinturón de terciopelo que
ataba la bata de Xena—. Estoy segura de que será bonito.
Xena tomó impulso y se puso en pie. Esperó a que Gabrielle se pusiera en pie
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a su lado y luego pasó un momento cerrando los cordones de su túnica de
lino.
—Síp.
—Hm…
Xena miró con cariño la cabeza clara que descansaba sobre su pecho.
—Estás a salvo —dijo ella—. Solo pongo de patitas en la calle a los tontos que
me cabrean.
—Oh.
La reina se aclaró la garganta.
—Todos los demás lo hacen. —Xena inyectó una nota de oscura ironía.
Recordó la forma en que el hombre los miraba, con ojos juzgadores y críticos.
No sabía de qué se trataba, pero recordaba tener miedo porque sabía que
sus padres lo tenían. ¿Era esto lo mismo?
Gabrielle frunció el ceño y pensó en algo que Xena le había contado una vez,
sobre esclavos realmente más libres que los hombres libres. Tenía que admitir
que había cierta lógica en que lo entendiera mejor que la mayoría. Había una
cierta paz en no tener que tomar decisiones, ¿no?
—¡Oye! —Gabrielle saltó, a pesar del hecho de que había sentido las costillas
de Xena moverse mientras inhalaba para gritar—. ¡Yow!
—Tenían esos pasteles de nueces tostadas que te gustan —le dijo a la reina—
. Y puedo hablarte sobre mi poema ahora.
—¿Tienes que hacerlo?
—¿Otra vez?
—Le pedí a Jellaus que lo convirtiera en una canción —le dijo Gabrielle con
timidez—. Para la fiesta.
—¿Es pastelosa? —Gabrielle asintió—. Te voy a hacer gritar como a ese gato.
La luz de las antorchas ondeaba sobre las murallas mientras Xena se paseaba
por ellas de un lado a otro, la penumbra del crepúsculo proyectaba sombras 24
tenues sobre la piedra y delineaba vagamente su alta forma.
—Ah.
Xena caminó hasta el borde del muro y puso sus manos sobre él, mirando
hacia la larga extensión de terreno que descendía desde su fortaleza hasta el
rápido río que corría abajo.
Se sentía nerviosa. Había un cosquilleo en el aire que podría ser una tormenta
que se aproximaba, pero rozaba su piel con una sensación premonitoria que
había aprendido a no ignorar años atrás.
Se acercaba una tormenta. Pero no de las que mojan. Para su sorpresa, Xena
no estaba segura de cómo se sentía al respecto. Esperaba aburrirse, como
solía hacerlo al final del invierno, y ansiosa por que la primavera le trajera caras
nuevas, cosas nuevas...
Xena apoyó la barbilla en sus muñecas. No estaba tan aburrida como siempre
lo había estado en el pasado. De hecho, casi hubiera preferido que el invierno
hubiera durado un poco más. Había empezado a disfrutar perversamente del
intento vacilante de mala poesía de Gabrielle, y se había convertido en una
fascinación buscar y descubrir los pequeños obsequios que su consorte
escondía para ella en sus habitaciones.
Una pequeña canasta de frutas secas, una bufanda de lana, unas zapatillas
nuevas, Xena nunca sabía qué sería, y así, este pequeño misterio en su vida la
intrigaba inmensamente.
—Señora.
—¿Tu esposa todavía vomita? —inquirió Xena—. Supongo que eso es para que
vayas preparándote para el renacuajo, ¿eh?
—Apuesto a que será una gran alegría para ella —dijo Xena—. Es quien está
haciendo todo el trabajo.
—Ejem. —La reina se rio entre dientes, su atención estaba atrapada en la luna
que salía de detrás de las nubes e iluminaba de plata el suelo delante de la
fortaleza. Había siluetas impasibles en la hierba, y si inclinaba la cabeza hacia
un lado, podía escuchar el suave mugido del ganado masticando los nuevos
brotes primaverales—. ¿Le han resultado difíciles los meses fríos, señora? —
Lastay puso sus manos sobre la piedra—. Parecía que no tanto como en el
pasado, a mí al menos.
La reina se rio.
—Ha sido un momento interesante para mí —reconoció—. Como tal vez sepa,
fui un paria antes de que me concediera el honor de ser su heredero, y de
encontrarme siendo el objeto de tal... emm...
—¿Cortejo de depravados?
—No tolero chorradas, Lastay —dijo Xena—. Es una de las razones por las que
me odian tanto. Ambos lo sabemos. Viven para el baile y yo pisoteo sus pies.
—Eso es así. —El duque coincidió, medio girándose para enfrentar a Xena. Se
apoyó contra la pared, su forma rugosa cubierta de lino y seda nudosa—. No 26
fui una elección muy popular para ellos, pero creo que, en verdad, hay alivio
de que tengas un heredero, y la continuidad del reino esté asegurada.
—No quiero. —La reina respiró del rico aire primaveral—. Creo que tendremos
problemas esta estación, Lastay. Hay una batalla en el viento.
—¿Aquí? Seguramente…
El duque la miró con ojos dubitativos, viendo cómo el cabello oscuro se movía
hacia atrás con el viento, que también arrugaba la ropa de seda de Xena
alrededor de su cuerpo.
—Lo digo. —La reina asintió—. Y si no surge nada, iré a conquistar a alguien. —
Saltó de nuevo, esta vez balanceándose sobre el muro mientras caminaba en
relajado equilibrio—. Si te quedas en un lugar el tiempo suficiente, la gente se
acomoda, Lastay. Empiezan a pensar que pueden tomar un poco de aquí,
picar algo de allí... a veces tienes que romper algunos huevos o, de lo
contrario, terminaras con algunos podridos.
—Apuesto tu culo a que así es —dijo Xena—. Y al igual que la gente de aquí
se olvidó de eso con Bregos... ¿cuántos de los de fuera también lo han
olvidado? —Se volvió y lo miró, con las manos en las caderas—. Ya está
corregido, Bregos no está. ¿Crees que alguien por ahí tendrá ideas, pensando
que él era el poder aquí?
—Es cierto —dijo la reina—. Pero, ¿cuánto más grandes podrían haber sido?
—preguntó—. ¿Y si yo hubiera estado al frente del ejército? —Las nubes se
abrieron, y extendió sus brazos para aceptar el elogio de las estrellas que
centelleaban sobre sus cabezas—. ¿Te lo imaginas?
—¿No quieres dirigir este lugar por un tiempo? Pensé que lo habíamos resuelto.
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Una vela parpadeaba cerca, iluminando su tarea, y ella articuló las últimas
líneas de lo que acababa de escribir mientras chupaba pensativa el extremo
de la pluma.
Las cámaras reales estaban muy silenciosas. Xena había salido a dar un paseo
por las murallas y las ventanas a su alrededor estaban ahora oscuras. A lo
lejos, podía oír el débil sonido de las puertas cerrándose, y un tintineo de vajilla,
pero en las cercanías solo se oía el ligero roce de los arbustos fuera del cristal
y el suave chisporroteo del fuego que ardía en la chimenea.
Había un soldado allí, parecía nervioso. Llevaba una bolsa de suave cuero, y
pestañeó a Gabrielle con verdadero sobresalto.
—No, mi señora. Esperaré en los escalones, por allí. Gracias. —Se apartó de la
puerta, dejando a Gabrielle allí parada con una expresión perpleja,
arrastrando los pies apresuradamente hacia atrás hasta que golpeó algo
grande y cálido—. Eh... vigile por dónde… ¡ah!
—¡Ah! Ah! ¡No la toqué, er! ¡Lo juro! ¡Lo juro! ¡Dioses ayudadme!
Xena se puso las manos en las caderas y lo miró. Luego miró a Gabrielle, que
estaba observando desde la puerta.
—Si eres el armero, tengo suerte de que no hayamos perdido a la mitad del
ejército la temporada pasada. Tienes los sesos de una maldita cerda.
—¿Seeeeeeñora?
—Vete de una puñetera vez. Dile a Brendan que dije que lo olvide. —Empujó
a Gabrielle hacia dentro mientras se acercaba, y cerró la puerta detrás de
ella cuando entró en los aposentos reales—. Idiota.
—Bueno... creo que acabas de asustarlo, Xena. Tal vez podrías darle otra
oportunidad... Quiero decir, si realmente necesitas que se ocupen de tus
cosas.
Xena había ido hasta el baúl que había contra una pared, que tenía tantos
golpes y marcas que parecía fuera de lugar en la opulencia de la habitación. 30
Puso sus manos sobre la parte superior, luego miró de reojo a su consorte.
—No estaba aquí por mí. —Pillada por sorpresa, Gabrielle solo podía
pestañear. La reina se dio vuelta y se sentó en el baúl, con el pelo cayendo
salvaje sobre sus ojos—. Ven aquí. —Le tendió una mano—. Hablemos. —
Gabrielle se acercó y la tomó de la mano, apretándola y dándole la vuelta,
luego besó suavemente los nudillos de Xena en un movimiento tan automático
que las detuvo a ambas, y simplemente se miraron durante un largo momento.
Entonces Xena exhaló un poco—. Estoy considerando hacer algo
potencialmente letal y posiblemente muy estúpido —comentó.
—¿Por qué no? —respondió la reina—. La vida es corta. Tengo que divertirme
mientras pueda. Mi idea de diversión es ir a la guerra.
—Entonces... —Miró a Xena—. ¿Es por eso que quieres que tenga una
armadura? ¿Así podré ir contigo?
Xena asintió.
—Algo así, sí. —Observó la cara de la mujer rubia, viendo una docena de
expresiones que se difuminaban a través de ella, fascinada por toda esa
complejidad—. ¿Qué piensas sobre eso?
—Creo que me voy a ver bastante tonta con una armadura, pero si puedo ir
contigo, no me importa —dijo Gabrielle—. Pero... no lo entiendo... ¿alguien nos
está atacando?
—No.
—Oh.
Que incómodo La mujer rubia reflexionó sobre eso. Por otro lado...
—No tenemos que llevar ningún vestido de volantes con nosotras, ¿verdad?
—Xena resopló y sus hombros comenzaron a temblar—. Donde quiera que
vayas, voy, Xena. —Gabrielle le sonrió—. Y apuesto a que termino obteniendo
algunas historias realmente buenas. Lo hice la última vez.
La reina la abrazó.
—Lo siento.
—Xena, creo que soy bastante inútil con esto. ¿Puedo intentar lanzar piedras
o algo así?
—¿Qué te hace pensar que serías mejor en eso? —La reina se acercó y se
agachó junto a ella, entonces, aparentemente se lo pensó mejor y se sentó a
su lado, deslizando su vara entre las piernas—. No eres tan mala.
Xena levantó su vara con un pie, luego se relajó sobre su espalda y comenzó
a hacer malabarismos con sus pies, manteniéndola en el aire con
despreocupada facilidad.
—Gabrielle, he estado haciendo esto desde que tenía la edad suficiente para
mear sola. Te aseguro que no quieres haber vivido mi vida.
—¿Por qué no? —Los ojos verdes de la mujer rubia se abrieron de par en par—
. Cocinar no es un crimen —dijo la reina, sus propios ojos se ampliaron con
fingida inocencia—. ¿No era eso en lo que estabas pensando?
Xena se rio entre dientes, luego se acercó para darle a su consorte un masaje
en el vientre.
—Eres tan fácil —bromeó—. Pero, de hecho, eres bastante buena en eso
también, así que deja de gimotear.
Gabrielle se encogió de hombros, como si una roca hubiera caído entre ellas.
Esa fue la parte difícil, con Xena. Cuando vino hacia ti, lo primero que debías
haber hecho era dominar el intenso deseo de salir corriendo.
Aunque amaba mucho a su consorte, incluso Xena tuvo que admitir que, en
el campo de la coordinación, Gabrielle se había llevado la peor parte.
Simplemente no tenía el instinto de pelear, y por eso todo lo que hacía era
solo a base de intensa concentración y esfuerzo.
Por supuesto, ella solo estaba jugando, apenas golpeando con su arma para
no herir a su adorable y pequeña compañera de cama. Lo último que quería
hacer era eso: quería que Gabrielle pensara que los ejercicios eran más
divertidos que la tortura.
—¿Está bien? —Flexionó los dedos, la breve túnica de lino que estaba usando,
delineaba un cuerpo que al menos se había hecho más fuerte con el paso de
los meses y más capaz de soportar el maltrato de Xena.
Xena suavemente invirtió su vara y se sorprendió gratamente cuando su
adversaria rubia siguió el movimiento e hizo lo correcto, contrarrestando la
dirección y enfrentándose con ella mientras sus varas se cruzaban frente a
ellas.
Solo para llegar hasta este punto con ella había sido agonizante. Xena se
había preocupado por dos razones. Una, porque el desafío a su
temperamento era significativo, y le gustaban los desafíos.
Dos…
Dos, quería que Gabrielle fuera capaz de defenderse, incluso si eso significaba
ser golpeada.
—Oh por los dioses... ¿estás bien? —dejó caer su vara y se lanzó hacia
adelante, cayendo de rodillas para examinar la pierna de Xena—. Xena, lo
siento mucho, ¡no tenía intención de hacer eso!
—¡Déjalo ya! —La reina la golpeó en la cabeza—. ¡Por supuesto que quisiste
hacerlo! ¡Ese es el objetivo de esto, Gabrielle! ¡¡Se supone que debes enviar al
Hades a la persona que va detrás de ti!!! —Ahogó una risa al ver la triste
consternación en la cara de su consorte—. ¡Hazme daño, nena! —En lugar de
eso, Gabrielle se inclinó y le dio un beso donde la había golpeado. Xena se
arrodilló y le dio unas palmaditas en la mejilla—. Bueno. Ve a sentarte y déjame
liberarte de tus problemas. Podemos hacer otra ronda cuando este cansada.
—Dejó que sus dedos permanecieran, trazando suavemente los redondeados
pómulos de Gabrielle y encontrando que sus labios se movían en una sonrisa
mientras la mujer rubia la miraba—. Sonríe, rata almizclada. Conseguiste
tocarme.
Gabrielle cruzó las piernas por debajo de ella y apoyó los codos en las rodillas,
contenta de sentarse y mirar. No creyó ni por un momento que Xena no se
hubiera dejado recibir un golpe solo para hacer que se sintiera mejor, pero...
en cierto modo... el solo hecho de saberlo la hizo sentir mejor.
Xena estaba haciendo sus cosas a cámara lenta, con las que siempre
comenzaba. Tenía ambas manos en su espada, y estaba haciendo figuras
con ella en el aire, moviéndose con cuidado a través de los ejercicios con los
ojos fijos en un oponente imaginario.
Increíble. La mujer rubia no negó la envidia que sentía, sin importar lo que Xena
había pasado para lograrlo. Sacudió la cabeza ligeramente mientras Xena
giraba la espada en círculos a su alrededor y luego se lanzaba hacia el cielo,
volteándose hacia atrás mientras llevaba el arma.
¡Zas!
—Está toda roja. —Esperó a que Xena inclinara su cabeza, luego besó la oreja,
sintiendo la calidez de la lesión contra sus labios mientras la respiración de la
reina le hacía cosquillas en la piel de su cuello—. ¿Mejor? —Xena se frotó la
nuca, los ecos del golpe aún resonaban dentro de sus oídos. Un fuerte deseo
de simplemente dejarlo, y regresar a sus habitaciones se despertó en ella;
había sido un largo día y había decidido comenzar a entrenar al ejército
mañana. Gabrielle puso sus brazos alrededor de la reina y la abrazó—. Eres
tan increíble. Me encanta verte hacer esto.
—¿Quieres ver eso de nuevo, pero bien hecho esta vez? —Esperó a que su
consorte la liberara, luego dio un paso atrás y comenzó el ejercicio de nuevo,
esta vez con la espada en su otra mano.
37
Por si acaso.
Xena apoyó los codos, sus ojos estudiaban el mapa en la gran mesa de
trabajo iluminada por el sol de la mañana. Estaba hecho de pieles, bien
raspadas y cosidas cuidadosamente, y notó que las marcas garabateadas en
ellas necesitaban, tristemente, una puesta al día.
—Hm. —La reina en cuestión estudió los finos dedos que se deslizaban bajo la
tela alrededor de sus muñecas—. Que hacer, que hacer —suspiró—. Sé la
reina, escandaliza a los nobles... sé la reina, escandaliza a los nobles... joder,
es difícil ser yo algunos días.
—¿Qué es esto?
—Tal vez le guste mirar. —La reina se rio entre dientes—. No, pequeña rata
almizclera. No quiero que me desnudes y me fuerces. —Gabrielle se aclaró la
garganta, mirando de refilón a los guardias de la puerta—. Ahora, de todos
modos. —Un brillo travieso brilló en los ojos de Xena—, y para responder a tu 38
pregunta, eso es un mapa. —Extendió su mano libre sobre él—. Es mi mapa.
—Lo hice yo —dijo la reina—. En más de un sentido. Este es el mapa que utilicé
para conquistar las tierras en las que estamos ahora y las que están al otro
lado de la montaña. —Tocó un punto—. Ahí fue donde acampé con mi
ejército la noche antes de que invadiéramos.
—Ah. —La mujer rubia estudió las marcas—. ¿Por qué allí?
Por qué allí. Xena echó su vista atrás. Podía recordar que era un día frío de
otoño, con un toque de lluvia en el aire mientras se movían entre los árboles y
despejaban el paso, viendo el fértil valle desplegándose ante ellos.
—Oh.
—Tengo que actualizar esto para poder usarlo nuevamente —dijo—. ¿Ves esta
área en blanco aquí? —Señaló a un lado de la piel—. Voy a rellenar eso,
Gabrielle. Va a ser mío.
—¿Tuyo?
Xena se volvió y la miró con una ceja arqueada. ¿La chica estaba
bromeando? Examinó la cara de Gabrielle, se volvió hacia ella en abierta
pregunta, sin rastro de cinismo evidente.
—¿Señor?
—¿Señora?
—Ah. —Tocó la solapa con los dedos—. No había visto esto en mucho tiempo.
Ah.
—Solía ser tierra estéril —dijo Xena—. Pero se ha instalado en los últimos años...
algún saco de mierda que se cree el dueño de los bosques de más allá.
Comenzaremos allí. —Se inclinó sobre la mesa—. Quiero tomar desde aquí...
—Su dedo viajó sobre la parte en blanco hasta el final—. Hasta aquí. Antes del
final de la temporada.
—Siempre enviabas a Bregos por ese camino. —Señaló el lado opuesto del
mapa—. Parece que lo hizo bien. Tenemos algunas tierras buenas. —Su voz
era cuidadosamente tímida—. Al menos, sabemos qué es lo que hay por allí.
—Así se hará, señora —anunció con voz firme—. Puede contar con nosotros.
—¿Señora?
Xena le hizo un gesto con la mano y negó con la cabeza. Ella esperó hasta
que la puerta se cerró detrás de él antes de volverse hacia Gabrielle, que
todavía estaba estudiando el mapa con ojos pensativos.
—Entonces.
—Entonces, ¿qué otras cosas ridículas vas a decir sobre mi repentino deseo de
destruir y saquear? —preguntó la reina—. Brendan ya piensa que estoy
chiflada.
Gabrielle se acurrucó junto a ella y deslizó su brazo por la reina para acabar
enredando sus dedos con los de Xena mientras besaba suavemente su
hombro. 41
—No creo que él piense que estás chiflada.
Xena miró fijamente al otro lado de la sala en silencio, antes de darse la vuelta
y ponerse pegada a Gabrielle.
—Porque la vida no es más que una gran oportunidad, Gabrielle —le dijo a su
consorte—. Y si dejas de querer, empiezas a morir. No tengo intención de morir
pronto. —Entrechocó la cabeza con la mujer rubia, luego se desenredó y
caminó alrededor del borde de la mesa, extendiendo los brazos. Sobre la
camisa de seda blanca que llevaba puesta, se había puesto la armadura de
su casa, por primera vez desde que se había retirado. Franjas negras de cuero
suave y cota de malla: no era algo con lo que lucharía, pero se convertiría en
el filo de la navaja y serviría para recordar a todos que su portadora no era un
general de papel. Cubría su larga forma hasta la mitad del muslo y se
abrochaba con una doble hebilla de cabeza de dragón en su cintura y la
opresión le hacía sentirse bien después de todos esos años de túnicas de seda
y borlas. Brendan pensó que estaba chiflada. Eso estaba bien, porque él había
recordado correctamente que ella dijo que ya no lucharía más. Ya no más
campo de batalla. Ahora tendría generales para salir a luchar por ella, morir
por ella. Ganar para ella. Era lo que hacían las reinas, ¿verdad? Xena apretó
los puños ligeramente, luego los soltó. Era lo que hacían las reinas, y durante
un tiempo, ella había vivido en esa mentira al máximo, tomando sus placeres
de donde quería, llevándose a súbditos favorables a su cama, dejando que
Bregos saliera y ganara la tierra, ganara los laureles, y ganara la gloria. Bien.
Xena puso sus manos en las caderas. Al Hades con eso—. Gabrielle, te advertí
sobre mi verdadero yo, ¿no? —Unos brazos se cerraron a su alrededor, y Xena
sintió un suave calor cubriéndole la espalda. Miró hacia abajo y vio que la
cabeza de Gabrielle se asomaba por debajo de su brazo, y, a pesar de todo,
la hizo sonreír—. ¿No fue así?
Gabrielle cerró las puertas tras ella y se detuvo por un momento, apreciando
la belleza del jardín antes de continuar adentrándose. Sujetó firmemente con
una mano el asa de una canasta grande, y comenzó a dar un paseo por el
rico y fragante espacio.
El jardín del castillo era un lugar especial para ella. Allí había pasado muchos
momentos maravillosos con la reina, por supuesto, pero más que eso,
representaba para ella un lugar donde estaba al cargo.
—Gabrielle.
La chica la miró.
Una de las cosas que Gabrielle había encontrado para ocupar los momentos
ociosos era una nueva habilidad para imaginar cosas en su mente mientras
pensaba en historias para contarle a Xena. Ahora los nombres en los
pergaminos antiguos tenían cara para ella, y ahora encontró la habilidad de
emparejar la cara con el nombre que había pronunciado por última vez
mucho antes de las heladas.
—Celeste.
Celeste cogió una hoja del arbusto que tenía cerca y la hizo rodar entre sus
dedos.
Gabrielle asintió.
¿Había sido alguna vez parte de ellos? Gabrielle echó la vista atrás, a su
llegada al reino y tuvo que preguntárselo. Pensó en esos primeros días
terroríficos y su bienvenida en las cocinas inferiores.
—Claro. —La mujer rubia dejó que sus manos descansaran sobre sus muslos—
. Pienso en las personas que casi me matan —dijo—. Pienso en aquellos que
traicionaron a Xena y dejaron entrar a los hombres de Bregos.
—Es la verdad. No tenía amigos allí —dijo—. Incluso después de que conseguí
que Xena te salvara, en el cuartel... todos me odiaban.
—Eso no es cierto.
Celeste se sonrojó.
Ahora ¿por qué estaba preguntando? Quiso saber Gabrielle. Había aprendido
lo suficiente de las intrigas de la corte durante los últimos meses como para
desconfiar de preguntas raras e inocentes. Pero Xena había sido muy pública
en sus intenciones, por lo que vio poco daño al responder.
—¿Vas a ir tú también?
Xena lo miró.
—¡Oh no! ¡Señora! —cruzó ambas manos en un gesto de amparo—. Por los
dioses, no. Solo estaba diciendo lo que todos saben.
La reina se apoyó en sus codos, estudiándolo con los ojos entornados. Había
sido un invierno duro, sin duda, pero no tenía intención de esperar hasta que
comenzaran las primeras cosechas para empezar.
—Envía la orden —dijo con una nota final en su voz—. Diles que envíen lo que
tengan y, si no es suficiente, entonces iré a buscar lo que necesito.
Personalmente —añadió.
47
El senescal parpadeó y se tocó la barba nerviosamente.
Xena lo miró.
Rápido parpadeo.
—¿Seeeeñoraaa?
»Veamos —Su frente se arrugó al leer las palabras escritas en él. Listas, en su
mayoría. Notas a si misma de hace mucho tiempo recordándole lo que
necesitaba por término medio para la destrucción y el saqueo—. Sal. —
Chasqueó los dedos—. Olvidé decirle que la consiga. —Chasqueó la lengua
y garabateó una nota en una hoja de pergamino. Luego hizo una pausa y
miró al otro lado de la habitación, permitiéndose una incertidumbre que
nunca le mostraría a nadie más—. Maldita sea, espero no haber olvidado
cómo hacer esto —murmuró—. Siento como si mi cabeza hubiera estado
dormida durante años. —Repasó los pergaminos de nuevo y miró uno. Este
contenía un conjunto de diagramas, equis y garabatos y lo estudió, asintiendo
una o dos veces para sí misma. Formaciones de tropas, escritas por su mano
más joven después de la conquista del reino y dejadas acumulando polvo en
el fondo de su cofre de campaña. Acumulando polvo—. Creo que yo también
he estado acumulando polvo. —Xena dijo con un suspiro. Negó con la cabeza
e hizo algunas anotaciones más, levantando la vista cuando alguien llamó a
la puerta.
»La próxima vez colgaré un brazo arrancado en esa maldita cosa. ¿Siii? —Su
voz se elevó en la última palabra—. ¿Qué?
—¿Señora?
—Aquí no —le dijo Xena—. Lo siento —El hombre la miró desconcertado. Xena 48
suspiró de nuevo—. ¿Sí?
—Señora, hay un hombre aquí, dijo que es un armero y que lo mandó llamar.
—Se dirigió a un aplique en la pared—. ¿Debería dejarlo pasar?
Ah.
—Sí —respondió Xena, brevemente—. Pero solo si es más brillante que el último.
De lo contrario, voy a colgarlo de la ventana por sus partes nobles.
La puerta se abrió y entró un hombre alto y delgado con ropa de cuero. Tenía
barba y bigote bien recortados y los brazos y muñecas gruesos y poderosos
de un trabajador del metal.
—Eso está por verse —le dijo—. Necesito que hagas una armadura.
—¿Mejor, Majestad?
Xena asintió.
—Tiene que mantenerla con vida —dijo bruscamente, con voz mortalmente
seria—. Porque hace cosas estúpidas como interponerse en el camino de las
flechas que van dirigidas a mí, y maldita sea si ella se va a lastimar en mi 49
nombre. ¿Entiendes?
Un pequeño silencio.
—Jonas, Majestad.
—Gracias, Majestad.
Hermosa.
—Hola.
Gabrielle suspiró para sus adentros, pero dejó el paño de cocina y se dirigió a
la puerta, pasándose los dedos por el cabello para peinarse.
—No pensé que el sastre lo tendría listo aún... Hablé con él ayer mismo.
Supongo que quiere tenerte contenta, ¿eh?
—No... no, yo... —Gabrielle dudó—. No quise decir eso, por supuesto que me
gusta, de hecho yo ... —Se calló cuando el dedo de Xena tocó sus labios.
—No. —La reina dio un toque con su dedo a la boca de su consorte—. No hay
mentiras, ¿recuerdas? No empieces eso conmigo, Gabrielle. No necesito tu
verborrea como el resto de estos perdedores que solo dicen lo que quiero
escuchar. —Gabrielle sintió que su corazón latía a doble velocidad. Xena
observó la cara de la mujer rubia, viendo el miedo y la incertidumbre apenas
ocultos, acechando allí—. ¿Qué te pasa?
—No realmente, no —admitió—. Quiero decir... está bien, pero prefiero vestir
con tus colores, o solo con esto. —Indicó la túnica de algodón—. Lo siento.
—¿Por qué?
—No quiero decepcionarte —dijo—. No creo que realmente esté hecha para
esto de ser consorte.
—Pamplinas. —Se inclinó y la besó en los labios—. Eres la mejor consorte que
he tenido. Así que ponte los calcetines de piel de oveja, pastora, y ven aquí.
Quiero que te envuelvas de encaje rosa para cenar esta noche.
—Realmente no.
—Oh, te estás pasando —le advirtió la reina, mientras pasaban por las pesadas
cortinas hacia donde se había instalado la mesa de trabajo de Xena, y dos
hombres estaban esperando—. Voy a azotar tu lanudo trasero por eso más
tarde.
Gabrielle sonrió, mientras se acercaban a los dos desconocidos, y se enderezó
un poco cuando el más cercano, un hombre alto y barbudo, la estudió
atentamente.
¿Dos? Rayos.
—Mi lady.
—Será un honor, Majestad —dijo el más bajo de los dos con voz profunda.
Las orejas de Gabrielle se animaron. Eso sonaba mucho más interesante que 52
el encaje rosa.
—¿Quieres decir como la tuya? —le preguntó a la reina—. ¿Me tomas el pelo?
—Pensó en el peto de cuero y las placas protectoras, y sus ojos se iluminaron—
. Guau.
—Por supuesto, Majestad. —Jonas se inclinó otra vez—. ¿Su gracia lleva
armas?
—¿Yo?
—¿Yo?
—Majestad. —El hombre más bajo le ofreció un brazo—. Su gracia, ¿me hace
el honor? Esté segura de que cuidaremos bien de usted.
Guau. Gabrielle trotó hacia delante de buena gana, su corazón se elevó ante
las palabras de la reina. Se sentía tan bien por ser realmente parte de lo que
estaba pasando, apenas sabía qué pensar, y aceleró el paso cuando salieron
de la habitación de la reina y se dirigieron al pasillo. 53
Xena los miró irse, la sonrisa de su rostro se tornó un poco burlona mientras
caminaba de regreso a su mesa de trabajo y ponía sus manos sobre ella.
—Sí, señora —dijo—. Estoy seguro de que es como dice. —Cubrió con una
ligera capa la silla alta cerca de la puerta—. Como pediste, señora. Volveré a
atender los muchos detalles de la preparación.
Xena puso los ojos en blanco, luego se acercó a las ventanas y miró hacia
afuera, poniendo sus manos en la jamba a cada lado. El sol entraba a
raudales en la habitación y la inundó, levantando su ánimo aún más. Vio
cómo la brisa agitaba las flores del jardín y descubrió que disfrutaba de sus
colores.
Lejos, captó un sonido que la hizo sonreír aún más. El suave ruido sordo de los
luchadores practicando en el patio, acompañado por los gritos roncos de los
hombres.
Sí.
Quería ser libre. Quería estar al borde del peligro, donde cada momento de
cada día traería cosas nuevas y podría ver el sol elevarse sobre tierras
desconocidas cada mañana.
Le había preguntado a Gabrielle qué recordaba del viaje que habían hecho
antes de la helada, y sus respuestas le habían dicho a Xena todo lo que
necesitaba saber.
Recordaba los cielos cristalinos, y las estrellas, y la paz del fuego de la tarde.
No el frío, la miseria del clima, el miedo y la angustia que ambas habían
pasado.
Buena señal.
—Señora.
La reina exhaló.
—Sí, ¿Jellaus?
—¿No sería mejor dejarla aquí a salvo? —insistió Jellaus—. Ella es un alma tan
gentil.
—Ella es mía —dijo la reina rotundamente—. No quiere que la deje aquí —Miró
al músico a la cara—. Adelante, pregúntale.
Él suspiró.
—No es necesario, señora. Sé que es cierto —dijo Jellaus—. Solo temo por ella,
eso es todo.
Había un aire de expectación que incluso ella podía sentir, casi un zumbido
de energía presente mientras se abría paso a través de las áreas de trabajo y
le recordaba la mirada que había visto en los ojos de Xena mientras hablaba
sobre los preparativos para la batalla.
Y aun así...
Gabrielle se deslizó por la puerta del establo y esquivó los postes colgantes de
bridas y tachuelas, bordeando cuidadosamente el gran recinto que contenía
el semental negro de Xena mientras se dirigía al recinto más pequeño de al
lado. 56
Dentro del recinto había un pony, su espalda apenas igualaba en altura a los
ojos de Gabrielle, su pelaje blanco con grandes parches rojizos irregulares lo
hacían un tanto fuera de lugar junto a sus vecinos más elegantes.
—Sip, ella acaba de terminar una reunión. —Gabrielle hizo una pausa—. ¿Estás
listo para que te monte, Parches? —El pony la miró con lo que no podía ser
más que una sonrisa, pero se mantuvo quieto como una roca mientras ella se
agachaba un poco, luego saltó y se alzó balanceando una pierna sobre su
lomo y subiéndose al animal—. Buen chico. —Gabrielle le dio unas palmaditas
en el cuello, mientras acomodaba sus piernas alrededor de su peludo y cálido
costado y se enderezaba, relajando su torso como Xena le había enseñado.
Se sentía bien ahora que se había acostumbrado a eso—. Vámonos. —Apretó
las piernas contra él y tomó las riendas con una mano, dejando que la otra
cayera sobre su muslo mientras avanzaban por el patio del establo hacia el
pasto interior. Realmente, el pequeño cuadrado era solo un patio de ejercicio,
pero sabía que allí estaba a salvo para practicar el montar a caballo y a Xena
no le importaría que la esperara allí. Estaba justo en el medio de las murallas
de la fortaleza, rodeado por los establos que se extendían por ambos lados y,
cuando entraron en el espacio, dos mozos de cuadras que conducían a una
yegua castaña la saludaron con la mano. Gabrielle les devolvió el saludo,
luego chasqueó la lengua hacia Parches y le apretó un poco los costados,
recompensada por el pony que amablemente se ponía a trotar. El truco,
57
había averiguado Gabrielle, era relajarse. Cuanto más tenso estabas, más
rebotabas y rebotar no era divertido. Disfrutaba de la brisa fresca que soplaba
contra ella y de la sensación de libertad que tenía cuando cabalgaba.
Completamente diferente de cuando a veces iba detrás de Xena sobre el
amplio lomo de Tiger. Entonces era solo una pasajera, la mayoría del tiempo
se agarraba para salvar la vida cuando el gran semental corría por la hierba,
su cara enterrada en la tela sobre la espalda de la reina con la esperanza de
no perder su agarre. Montar a Parches era totalmente diferente. Ella tenía el
control, bueno, más o menos, y mucho más cerca del suelo para subir, y podía
montarlo a pelo donde Xena siempre montaba a Tiger con silla de montar. De
todas las cosas que la reina le había enseñado durante el invierno, esta era la
que más le gustaba. Gabrielle se inclinó hacia adelante y apretó con más
fuerza, riendo un poco cuando Parches inmediatamente aceleró a medio
galope, y luego a galope, su pelo arremetía hacia atrás mientras se
regodeaba en la sensación de estar a punto de volar—. ¡Whoo hoo! —Parches
resopló y sacudió la cabeza, desbocándose ligeramente sobre el suelo, sus
pequeños cascos levantando pequeños trozos de tierra mientras giraba
ágilmente alrededor de las marcas revueltas del paso de los caballos más
grandes, respondiendo mientras Gabrielle lo instaba a ir más rápido. Al final
del cercado aminoró la velocidad del caballo, y lo hizo andar en círculos
varias veces mientras hacía cabriolas sobre la rica tierra batida. Con la presión
de una rodilla, lo envió en otra dirección, arqueando su espalda mientras veía
a los mozos llevar a una de las nuevas yeguas al cercado con ellos—. ¡Oh,
mírala, Parches! ¿No es bonita? —La yegua tenía una fina cara huesuda y
amables ojos marrones, y les relinchó cuando el hombre la dejó en libertad
para correr. Gabrielle giró a Parches para mantenerla a la vista, y exhaló
maravillada cuando el caballo pareció recoger la luz en su pelaje dorado y
reflejarla en su melena y cola blancas plateadas—. Guau. —Parches movió la
cabeza como si estuviera de acuerdo, resoplando a la yegua trotando hacia
ella mientras esta galopaba a su alrededor. La yegua redujo la velocidad
cuando se acercaron y sacudió la cabeza, alzándose un poco y mirándolos
con recelo.
»No, está bien. —Gabrielle le tendió una mano—. Solo queremos decirte hola,
bonita, chica bonita —Podía ver que el caballo era joven, y había un toque
salvaje en ella—. No te haremos daño. —Después de recelar un momento, la
yegua le olisqueó la mano y luego le mordisqueó las yemas de los dedos
mientras Parches extendía la cabeza y sus fosas nasales se dilataban—. Este es
Parches. —Gabrielle presentó al pony—. Es mi amigo, y es un héroe, ¿lo sabías?
—La yegua miró al pony momentáneamente, luego sacudió la cabeza en el
58
aire y los esquivó, rompiendo a galopar mientras se dirigía hacia el final del
recinto—. ¡Oye! ¡Ten cuidado! —Instó a Parches a seguir a la yegua—. ¡No
vayas tan rápido! —El pony respondió yendo tras la yegua y acelerando
rápidamente mientras la perseguía, ambos animales se movían a una
velocidad peligrosa hacia la alta valla en el extremo del patio de ejercicios,
que separaba el área del establo del resto del espacio de trabajo—. ¡Hey! —
Gabrielle afianzó más sus piernas a los costados de Parches, su preocupación
por la yegua superaba a su propio interés. Guio al pony hacia la yegua
corriendo rápidamente, tomando la ruta más corta hacia la valla con la
esperanza de que pudieran alejarla—. ¡Hey! —gritó lo más alto que pudo,
consciente de unos gritos masculinos igualmente fuertes detrás de ella—.
¡Para! —La yegua los ignoró a todos, corriendo hacia la cerca como si
esperara atravesarla. Gabrielle instó a Parches, pero sabía que no llegarían a
tiempo. Siguió adelante de todos modos, negándose a desistir de la
persecución—. ¡Oye! ¡Oye! —Oyó cascos detrás de ella, pero estaban lejos.
Gabrielle miró frenéticamente a su alrededor cuando se acercaban a la valla
y de repente notó un movimiento en su visión periférica, un borrón, constante,
energía animal que no estaba allí, luego estaba allí, luego la valla venía hacia
ella y sintió que Parches comenzaba a resbalar y ella se inclinaba hacia el otro
lado y eran salpicados por tierra y la yegua estaba relinchando y se detenía y
el borrón llegó hasta ellos y luego...
—¡Qué demonios creéis que estáis haciendo! —La voz de Xena puso fin a la
confusión, cuando la reina se aferró al cuello de la yegua en medio de la
carrera y tirándose sobre el lomo de los caballos mientras la yegua se resistía y
relinchaba en señal de protesta—. ¡Ya basta, puta!
—¡Ahora estoy ocupada! —La reina tenía las manos muy ocupadas, mientras
la yegua hacía todo lo posible por tirar a su indeseable jinete contra la valla—
. ¡Discúlpate más tarde! —Tenía razón. Gabrielle se concentró en alejarse de
la desbocada yegua y consiguió que Parches girara en círculos, viendo a los
mozos corriendo por el cercado hacia ellos con cuerdas. Xena había
conseguido que sus piernas se cerraran alrededor de los costados de la yegua,
y tenía una mano firmemente agarrada a la melena plateada de seda, su otra
mano defendiéndose de la valla que amenazaba con golpearla. 59
»Vamos, pequeña perra —gruñó inclinándose hacia adelante para atrapar el
ojo de la yegua—. ¡Basta ya! —El ojo marrón rodó en dirección a ella, y la
yegua mostró sus dientes, arqueando su cuello y golpeando la pierna de
Xena. La reina se acercó y agarró la nariz del caballo, pellizcando con fuerza
cuando el musculoso cuerpo se retorció debajo de ella—. Dije... —Bajó la voz
e inyectó una buena dosis de tono maníaco homicida—. Para. —Los dientes
de la yegua se apretaron, e intentó soltar su cabeza del agarre de la reina,
pero Xena se aferró, y después de un momento en tablas, el caballo dejó de
intentar golpear a su jinete contra la cerca y se alejó—. Eso está mejor. —Xena
la soltó, y se preparó para el tirabuzón que sentía se estaba formando entre
sus piernas—. Oh, vamos. —Sintió al animal estallar bajo ella, girando media
vuelta en el aire y estando peligrosamente cerca de lanzar al suelo de cabeza
a la reina. La fuerza de la yegua era sorprendente. Xena se concentró en el
contacto que sintió a lo largo de sus piernas, cerrando los ojos mientras seguía
el movimiento y luego, rápidamente se echó hacia atrás cuando el caballo
comenzó una serie de saltos salvajes. Ay. La reina abrió los ojos y empezó a
buscar una estrategia de salida. Tenía cariño a sus entrañas y, a este ritmo, se
le iban a salir por la nariz—. Está bien… está bien... cálmate. ¡Me voy a bajar!
—La yegua giró y comenzó a correr, luego se detuvo cuando el círculo de
mozos de cuadra se acercó. Relinchó y se puso de pie sobre sus patas traseras,
pateando el aire con sus patas delanteras y resoplando con ira. Xena se
agarró con ambas manos y comenzó a relajar el agarre de sus piernas,
temiendo que el animal cayera de costado—. ¡Yahhh!
La yegua relinchó y bajó sus patas a tierra, con las orejas hacia atrás y
mostrando los dientes. Luego, con un violento tirón, giró y se dirigió hacia la
cerca, aparentemente con intención de romperla. 60
—Oh... ¡Tiene que parar! —Sin pensarlo más, apretó los costados de Parches y
liberó su cabeza, instándolo a seguir a la yegua corriendo. El pony respondió
con entusiasmo, pasando del trote al galope al momento. Se inclinó sobre el
cuello del pony y se limpió la mano libre en la pierna, apretando los dedos
mientras mantenía su vista en la silueta apurada de Xena—. ¡Xena! —El
nombre desgarró su garganta. Vio que la reina medio giraba el cuello del
caballo y, brevemente, apareció un destello azul hielo cuando Xena la miró.
¿Eso fue una sonrisa? Los ojos de Gabrielle se abrieron de par en par cuando
vio a Xena agarrar a la yegua por el cuello y soltar sus piernas, arrojándose del
animal justo cuando llegaban a la cerca. El cuerpo de la reina fue lanzado
lateralmente, y el animal se alzó al mismo tiempo. El resultado fue que el agarre
de Xena tiró de la cabeza del caballo hacia un lado y provocó que su propio
cuerpo la siguiera, y ambas se estrellaron contra el suelo en una maraña de
oro y negro y espeso polvo marrón—. ¡Xena! —gritó Gabrielle de nuevo,
tirándose de Parches cuando el pony llegó deteniéndose con un derrape. Ella
golpeó el suelo corriendo y trepó por el terreno lleno de baches hasta donde
el caballo estaba luchando, su cuello estaba cogido por el poderoso agarre
de Xena—. ¡Xena! —No hubo respuesta. El cuerpo de Xena estaba medio
atrapado debajo de la yegua, y su cabeza estaba presionada contra la crin
del animal mientras luchaba para evitar que rodara por completo sobre ella.
Gabrielle esquivó las patas de la yegua mientras alcanzaba el hombro de
Xena, tensa y cubierta de polvo—. ¡Xena!
Xena afianzó su agarre alrededor del cuello del caballo, mientras el animal
intentaba morderla.
—Bueno. —Cogió una pequeña piedra y jugó con ella—. Solo estaba
haciendo lo que pensé que podría ayudar. —Echó un vistazo a la reina—. No
quería que el caballo te lastimara.
Xena suspiró.
—Siii. —Xena se sentía como si todos los huesos de su cuerpo estuvieran rotos—
. ¿A que soy impresionante?
—Mucho.
La reina miró al otro lado del campo, aliviada de ver el caballo atado y
rodeado por los mozos. El animal luchaba contra ellos con uñas y dientes y, a
pesar de lo que acababa de pasar, Xena no pudo evitar sentir cierta
admiración por la yegua.
—Sí. —Xena suspiró—. No es culpa suya. Ese temperamento viene con el linaje.
—Hizo una pausa y estudió a la yegua—. No me di cuenta de que Lastan
estaba trayendo su stock.
Gabrielle escuchó el cambio en su tono.
Xena permaneció en silencio por unos pocos pasos, luego medio negó con la
cabeza.
—Sí. —Se detuvo y se volvió, mirando a Gabrielle—. ¿Qué te hizo hacer lo que
hiciste, con ella? —preguntó, con una repentina determinación—. Es solo un
caballo. ¿Por qué perseguirla?
—Eh eh. —Xena la miró—. ¿Y tú ibas a... levantarla y arrojarla por encima de
la valla?
—No iba a hacer eso, Xena —dijo—. Solo estaba tratando de evitar que se
lastimara, supongo... tal vez... no lo sé. —Hizo una pausa—. No debería tirar su
vida de esa manera.
—Está bien, lo que sea. —Continuó hacia la yegua—. Qué bueno que no
pudiste alcanzarla de nuevo. Probablemente habrías perdido un brazo y eso
habría arruinado mis noches de placer por un tiempo. —Todavía le dolía el
cuerpo, y se detuvo justo antes del grupo de mozos que trabajaban duro,
ahora tenían tres cuerdas en la yegua, una de ellas en sus patas traseras. El
gran caballo dorado estaba obviamente furioso, con los ojos en blanco y
abundante espuma saliendo de su boca. Xena miró a la yegua, y cuando sus
ojos se encontraron con los del animal, los recuerdos se dispararon y la
tomaron por sorpresa con una fuerza desgarradora. Se quedó quieta, y
exhaló, recordando ese último adiós—. Maldita sea.
—Nah. —Xena se frotó la cara con una mano. Luego la dejó caer y se soltó
del agarre de Gabrielle, caminando hacia donde los mozos estaban
trabajando—. Esperad muchachos.
—Está bien niña. —Conscientemente bajó el tono voz, más tranquilo, sin
crispación—. No quieres que tenga que hacer algo drástico, ¿verdad? —El
caballo la fulminó con la mirada, medio en cuclillas, incluso atada como
estaba. Sus patas delanteras atacaron, tratando de golpear a Xena, pero la
reina se quedó allí parada, confiada en su seguridad. —Ahora, vamos. ¿A
dónde crees que te lleva eso, eh? —se acercó un poco más y tendió una
mano. Por un momento, la yegua se detuvo y pareció estudiarla. Animada,
Xena bajó la mano y la giró hacia un lado, alzándola hacia el hocico del
animal—. Sé amable, y te quitaré esas cuerdas. Te gustaría eso, ¿eh? —La
yegua se apartó de ella, tan lejos como las cuerdas lo permitían. Xena hizo
una pausa y mordisqueó el interior de su labio. Había empezado mal con el
animal, pero no era la primera vez que cometía ese error, ¿verdad? Tal vez la
bestia necesitaba un poco de tiempo para tranquilizarse—. Llevadla al interior
de los establos —les dijo a los mozos—. Ponedla en el box grande, donde
guardamos a Tiger el año pasado. Eso debería contenerla.
—Dadle alimento, y dejadla estar. Nadie debe meterse con ella. ¿Me
entendéis? —Xena se volvió para mirarlos—. Hacer que el herrador la revise.
—¿Señora?
—Más tarde. —Xena le dio la vuelta y comenzó a caminar hacia los establos—
. O dásela a tu muñeco de trapo de allí. A él también le gustan. 65
—No es un muñeco de trapo. Es un gran caballo. —Gabrielle podía sentir la
confusión en la mujer que tenía al lado, y sabía que hacer una pregunta
directa enloquecería a Xena. Bueno, en cualquier caso, se enojaría aún más
de lo que estaba—. Lo siento si hice algo tonto antes. —Decidió pedir disculpas
en su lugar—. De verdad que solo estaba tratando de ayudar.
Gabrielle la miró.
—No. —La reina suspiró un poco—. Me habría dado una patada en el culo si
le sucediera algo a ese caballo. Hiciste lo correcto. —Volvió la cabeza y miró
a Gabrielle—. Incluso si no tenías ni idea de lo que estabas haciendo.
—¿Confusa?
—Sí.
—Bien. —Xena empujó la puerta que daba a los establos abiertos—. Veamos
en qué otro problema podemos meternos, ¿de acuerdo?
Xena tomó un sorbo de vino caliente, luego bajó la copa de nuevo, sintiendo
el suave tirón del peine mientras Gabrielle pasaba las púas por su pelo. El tacto
se sentía bien contra su cuero cabelludo, e inclinó su cabeza hacia atrás
mientras su consorte movía sus dedos a través de su flequillo.
—Así.
Gabrielle la miró.
66
—¿Te sientes mejor ahora?
—¿Qué te hace pensar que me sentía mal antes? —Xena dejó que la parte
posterior de su cabeza descansara sobre el estómago de la mujer rubia—. Soy
más fuerte que esa maldita potranca.
Gabrielle pasó sus dedos por el cabello de la reina otra vez, frotándolos
suavemente alrededor de sus sienes y viendo sus ojos aletear.
—Estabas muy callada. Pensé que tal vez te sentías mal. —Acarició la mejilla
de Xena—. O furiosa.
La reina asintió.
—Eres una pequeña guarra, tú. —Se encontró devolviéndole la sonrisa—. Pero
ya sabes, pensé que estaba de camino al desfiladero, así que derribaré a dos
buitres con un solo golpe.
Xena estudió la cara iluminada por el fuego sobre ella, sus ángulos
redondeados ligeramente dorados.
—Creo que los acogerías. —Se inclinó y besó la cabeza de Xena con suave
reverencia.
—Creo que me morderías los tobillos hasta que lo hiciese —dijo—. Pero no tiene
sentido hablar de eso porque, de todos modos, sus propios padres dejaron
que estiraran la pata en la nieve.
Gabrielle negó con la cabeza.
—Horribles como lo fue mi padre... No creo que él hubiera hecho eso. —En
privado, Xena tenía sus dudas. El despreciable padre de Gabrielle la había
golpeado, había violado a su hermana y las había dejado fuera en el frío... La
reina paró, mientras las últimas palabras resonaban suavemente en su
conciencia—. ¿Xena?
—¿Sabes una cosa? —murmuró la reina—. Creo que debería ir a buscar a esos
bastardos que dejaron a esos niños en la nieve y los mataron. —Hizo una pausa
y luego levantó la vista—. ¿Crees que es una buena idea?
La mirada atónita en el rostro de Gabrielle casi la hizo sonreír. Xena sabía que
su repentino cambio de corazón tenía más que ver con su afecto por su linda
compañera de cama que con cualquier ablandamiento de sus puntos de
vista, pero era divertido ver los asombrados ojos de todos modos.
—Es una historia mejor que la de dejar a los niños fuera de las puertas, ¿eh? —
Xena estudió la cara de su consorte—. Ese es el problema de tener un
cuentacuentos por aquí... siempre tienes que asegurarte de que se vea tu
68
lado bueno, ¿sabes? —Gabrielle rodeó el cuello de Xena con sus brazos y la
abrazó suavemente, exhalando en la parte posterior de su cabeza. Podía
sentir la suavidad del cabello de la reina contra su mejilla, y después de un
momento de silencio, los dedos de Xena rodearon su brazo y apretaron
ligeramente y, simplemente, permanecieron así juntas—. Entonces —dijo la
reina, después de haber pasado el tiempo suficiente para hacerla sentir un
poco incómoda—. ¿Tienes alguna buena historia sobre doncellas sexis en
peligro?
—Conozco uno donde una doncella en peligro es salvada por una reina sexy.
¿Eso cuenta?
Lo mismo hizo Gabrielle, pero por razones muy diferentes a las de su amante.
—¿Quieres que cuente esa? Recordé algunas cosas más el otro día que quería
poner en ella. —Terminó de peinarla y luego trenzó los oscuros cabellos en un
nudo flojo.
—Mm. Claro. —Xena parecía perdida en el contacto otra vez, su cabeza
descansaba ligeramente contra el cuerpo de Gabrielle, sus ojos un poco
desenfocados.
—¿Parezco enferma?
Volvió al fuego, acercando el vino un poco más al calor y sacudió los cojines
de la silla favorita de la reina, levantó la gruesa colcha que estaba sobre el
respaldo y que Xena a veces ponía sobre sus rodillas cuando hacía frío y la
enderezó.
—Has estado muy callada desde entonces. Pensé que tal vez estabas
pensando en eso.
—¿He estado callada? —Xena la miró. Gabrielle asintió—. Sí, bueno. —La reina
se volvió y se apoyó contra el vidrio—. No estaba pensando en ese caballo.
Así que olvídate de eso.
—Está bien. —La mujer rubia presionó su nariz contra la ventana—. Esos tipos
de la armadura fueron increíbles, Xena. No sabía que tenías que llevar tantas
cosas ahí fuera. —Exhaló en el cristal, luego presionó las puntas de sus dedos
en el vaho resultante, haciendo unos ojos y una nariz—. Me están haciendo un
equipo de cocina plegable y también unas botas realmente fantásticas.
—Les dije que cuidaran de ti —dijo Xena—. Pero esto no va a ser un paseo por
el jardín, rata almizclera.
—Lo sé. Recuerdo cuando subimos a la montaña. Fue difícil —dijo Gabrielle—
. Pero me gustó. Hasta que nos atacaron, quiero decir.
—Hasta que yo nos metí en una trampa, quieres decir. —La reina suspiró—. Sí,
eso fue divertido. Me encantó cada minuto de eso, por supuesto que sí. —Se
apartó del cristal—. Venga. Vamos a la cama. Estoy cansada de pensar. —
Merodeó por la habitación y fue al lavabo de plata, hundiendo sus manos en
él y salpicando su cara con el agua fría. Gabrielle se acercó obedientemente 70
a la cama grande y lujosa que compartían y se sentó sobre ella, quitándose
los suaves botines y soplando la vela de su mesilla. Había sido un largo día y se
sentía un poco cansada, y más que un poco inquieta por el malhumor de
Xena. Le dio dolor de estómago. Gabrielle movió los dedos de los pies y luego
metió sus piernas en la cama, estirándolas a lo largo de la gruesa cubierta, y
la superficie fría se calentó rápidamente sobre su piel. Se reclinó contra las
almohadas y cruzó las manos sobre el estómago, mirando por el rabillo del ojo
mientras Xena se secaba la cara con un trozo de tela antes de darse la vuelta
y dirigirse hacia la cama para unirse a ella. Incluso con un sencillo movimiento,
llenaba la imaginación de Gabrielle. Esperó a que la reina se sentara en la
cama y se estirara junto a ella, antes de darse la vuelta y, simplemente agarrar
la mano de Xena y la apretarla. Xena estudió el dosel de la cama
brevemente—. No vamos a esperar al festival —dijo—. Nos vamos tan pronto
como los suministros estén listos.
—¿Por qué?
—Si, lo sé. —Su voz era un poco áspera. Aclaró su garganta—. ¿Asustada?
—No... um... —Hizo una pausa—. Preocupada, supongo. Sobre todas las cosas
que no sé. —Observó el perfil de Xena, viendo una expresión que le resultaba
extraña. Se movió un poco más cerca, viendo los ojos de la reina parpadear
un par de veces—. Y que tal tú.
—Me lo imaginaba.
Las lágrimas ardían en los ojos de Gabrielle, y deslizó su mano por el brazo de
la reina, reconociendo un momento de sinergia con ella al recordar aquella
primera y horrible noche que había pasado en la fortaleza después de ver
morir a Lila.
—Lo siento.
—Yo también. —El cuerpo de Xena se relajó, casi en una depresión—. Unos
lobos la cogieron. Un par de años después. Nunca tuve la oportunidad de
decirle adiós. —Acarició las sábanas de seda y las velas proporcionaron la luz
suficiente para que se miraran—. Ver esa potra hoy... trajo todo eso de vuelta,
supongo... me recordó que voy a salir y arriesgar todo de nuevo y...
La reina dejó de hablar, sus ojos vagaban más allá de la cara de Gabrielle.
Xena pasó junto a ellos, silbando suavemente por lo bajo. Se acercó a las
puertas abiertas de la pared que separaba los barracones del área
doméstica, y atravesó el portal de madera y metal con la sensación de que
estaba entrando en un espacio diferente.
—Señora. —El viejo soldado la saludó con el mismo puño en alto, pero su
movimiento no había sido estudiado y era natural y, como tal, parecía mucho
más sincero—. Bienvenida.
—Espero que digas eso después del simulacro —comentó Xena, en un tono 73
agradable, mientras lentamente daba media vuelta, examinando el trabajo
en progreso.
Xena giró la cabeza para estudiarlo con una ceja levantada, que sostuvo
momentáneamente antes de estallar en una sonrisa muy libertina.
—La mayoría de vosotros sois unos pervertidos bastardos —le dijo, su voz se
volvió enérgica—. Muéstrame lo que se ha hecho hasta ahora.
Xena hizo una pausa, cuando vio a Jonas trabajando sobre su yunque, estaba
tan concentrado que no había notado el revuelo y el repentino silencio a su
alrededor. Ella se acercó y lo observó trabajar por unos momentos, mientras
formaba cuidadosamente otro pequeño anillo y lo colocaba en su lugar.
—Bonito.
Él se sacudió y se volvió.
—¡Majestad!
Xena se acercó más y levantó una esquina del cuadrado de cota de malla,
examinando su calidad. Los anillos eran pequeños y apretadamente tejidos,
en una doble capa gruesa y, sin embargo, flexible. Dejó que cayera sobre su
mano, asintiendo con la cabeza ya que apenas podía ver su piel a través de
ella.
—Buen trabajo.
Xena asintió. 74
—Ella monta a caballo —le advirtió—. Coloca una tira de cuero en el interior
de las piernas. Ahórrale al maldito caballo un poco de dolor.
—Si señora. Ella nos lo dijo. —Jonas concordó en voz baja—. Para ser honesto,
esto es nuevo para mí, equipar a un alma tan gentil.
—Imagina cómo me sentí haciéndole el amor. —Les dirigió a los hombres una
sonrisa malvada—. ¿Siguiente? ¿Tienes algunos hombres fabricando flechas
trabajando horas extras, Brendan?
—Sí, señora. —El viejo soldado se rascó la mandíbula, simulando una sonrisa—
. Así es. El mayor problema que tuvimos es obtener las plumas para ello.
—¿En serio?
Se alejaron de los yunques, hacia un círculo más pequeño donde había cuatro
bastas mesas alineadas en un cuadrado, con hombres que trabajaban en dar
forma a las varillas de madera y les colocaban puntas de hierro y plumas
recortadas.
—Los malditos mercaderes las retenían para vendérselas a los tipos elegantes,
para almohadas. —Brendan negó con la cabeza—. ¿Qué le parece?
Xena, que tenía varias de las almohadas antes mencionadas en su cama,
asintió con gravedad.
—Haré correr la voz, señora —dijo Brendan—. Los hombres lo saben, la mayoría
de ellos, pero estos trabajadores todavía no. 75
Xena alzó la vista cuando el sol salió de detrás de las paredes y bañó el recinto
en calor. Sintió que la luz tocaba su piel y, cuando pasaron las hileras e hileras
de barracones, las puertas comenzaron a abrirse y los hombres comenzaron a
salir en tropel para seguirlos.
Con su sencillo atuendo y sus botas de trabajo, Xena no destacaba entre ellos.
Sintió como su corazón se disparaba repentinamente al sentir que pasaba de
lo que ahora parecía un sueño a lo que sabía que era su propia realidad
personal.
Se sentía bien cubierta con cuero y tela áspera, y sentía la pesadez de las
botas alrededor de sus pies en lugar de las sedas y zapatillas livianas que había
estado usando en los últimos años. Se sentía bien al respirar el aroma del metal
calentado por el sol, del cuero y del estiércol de caballo, y escuchar los
resoplidos de los honrados trabajadores a su alrededor.
A su lado, Brendan sonrió, pero guardó silencio. Dio media vuelta y caminó
hacia atrás, colocando los dedos entre sus dientes y silbando, dirigiendo con
gestos de sus manos a las tropas a sus puntos de partida en el campo.
Él sabía que el amor hacía cosas raras a la gente. Había observado a Xena
durante los meses de invierno mientras vagaba por la fortaleza, Gabrielle
nunca estaba lejos de su lado. Había esperado que la reina volviera a sus
hábitos anteriores, pero en lugar de eso, había evitado la corte, había evitado
las reuniones de nobles y le había dado la espalda a la política del reino
mientras se centraba en esta nueva fascinación en su vida.
Era casi como si el trono hubiera dejado de ser importante para ella y, aunque
Brendan era lo suficientemente astuto como para saber el peligro de eso, era
lo suficientemente soldado como para alegrarse por el bien de Xena con ello.
76
Estaba convencido de que la corona había succionado su alma. Solo había
sentido tristeza al ver a su antigua comandante replegarse más y más en su
torre, sin amigos, sin otra cosa que su creciente afición al vino y su sombra
solitaria luchando en la torre.
Fue como ver morir a un querido amigo y no poder hacer nada por él. Brendan
miraba ahora la alta figura a su derecha mientras tomaba una lanza y la
colocaba sobre sus anchos hombros, girando su cuerpo para aflojarlo.
Seguía siendo una guerrera, incluso después de todos estos años en la corte.
Él asintió para sí mismo. Incluso el embotamiento de la mente que producía el
poder no le había quitado eso, pero sabía que esta vez el invierno había
reavivado algo más que un simple interés por el mundo que la rodeaba.
Sabía lo importante que era Gabrielle para este renacido líder, que ahora
lanzaba perezosamente lanza tras lanza, con un poderoso movimiento por
encima de la cabeza para golpear a los objetivos de paja en el campo.
¿Xena lo sabía? Él la miró por el rabillo del ojo. ¿Veía ella la nueva
vulnerabilidad que representaba Gabrielle?
—¿Xena?
—Mierda, menos mal que llevo una espada a caballo. Si contaras conmigo
para golpear algo con esas cosas, estaríamos ya muertos. —Dirigió a los
objetivos una mirada irónica—. Nunca fui buena en eso.
—El combate cuerpo a cuerpo está listo. —Señaló el campo—. ¿Estás lista
para un poco de diversión?
—¿Señor?
Gabrielle encontró un buen lugar en la torre, con una gran vista del patio de
prácticas. Apoyó los pies en el banco y apoyó el codo en el alféizar de la
ventana, descansando la barbilla en su brazo mientras fijaba sus ojos en la alta
y corpulenta figura del centro, su altura y su largo cabello la hacían sobresalir
de los soldados a su alrededor.
Una parte de ella quería estar allí, pero otra parte de ella sentía que esto era
algo muy personal, muy privado para Xena y no quería entrometerse en eso.
Todavía.
Había llegado a entender que había esta violencia en su amada, que lejos de
avergonzarse, Xena se regocijaba.
Ahora, vio como comenzaba la batalla simulada, y Xena saltó sobre una roca
en el centro del campo y apuntaba con su espada, dirigiendo a los hombres
unos contra otros y casi podía sentir la felicidad en el corazón de la reina.
—Hola, Gabrielle.
—Lo sé. —El juglar rio entre dientes, sentándose a su lado—. Las historias ya se
cuentan en las cocinas. —Miró por la ventana—. ¿Seguro que estás lista para
eso, pequeña?
—Voy a ver qué puedo aprender ahora mismo. ¿Nos vemos más tarde?
—Entonces. —Suspiró—. ¿Qué nota pondrá fin a esta canción, hm? —Se puso
de pie y cruzó los brazos sobre el pecho—. Supongo que será mejor que
empaquete, que idiota soy.
79
Parte 3
Gabrielle intentó sofocar sus inquietudes sin mucho éxito cuando la cota de
malla le cubrió los hombros. Se sentía extraña, flexible pero estrecha, los anillos
se sentían fríos contra su piel, pero de una manera cálida a la vez.
O tal vez el hecho de que el armero tuviera que tocarla y empujarla la estaba
haciendo sentir un poco más acalorada de lo necesario. Después de todo,
apenas conocía a Jonas.
—Lo siento.
—Aprieta un poco, lo sé. Tendrá una prenda interior de cuero para suavizar tu
piel, pero eso aún no está listo.
80
Cuero y metal. Gabrielle se preguntó brevemente cómo se iba a sentir una
vez que salieran al mundo y tuviera que caminar por allí.
—No, su Gracia. —Jonas se enderezó un poco y movió los anillos sobre sus
hombros, dejando la prenda y estudiándola críticamente—. ¿Cómo se siente?
—Ah. —Se puso a trabajar para desvincular una hilera de anillos—. Mis
disculpas, su Gracia. Deme un momento. —Trabajó en las uniones con una
pequeña herramienta, con cuidado de no pellizcarle la piel—. Calculé mal su
envergadura allí. Mis disculpas.
—¿Mi qué?
Gabrielle levantó sus manos otra vez, cerrando los dedos sobre un inexistente
bastón e imitando el movimiento.
—No solo eso. —El hombre le devolvió la sonrisa—. Mis encargos son en su
mayoría para soldados, lacayos, tipos muy grandes, es así —respondió—.
Como los anillos se hacen uno a uno, es más fácil completar un conjunto para
su Gracia que si hubiera sido para otro.
—Ah. —La mujer rubia se miró a sí misma—. Es hermoso —Tocó uno de los
pedazos de cuero—. Me gusta mucho.
—Fue difícil —admitió—. Para hacerla de una calidad que me gustara en una
quincena, pero si le agrada, me satisface. —Le ajustó con destreza el
cinturón—. Las polainas se abrochan así, aquí en la rodilla, y las botas, ¿le
hacen sentir bien?"
Servicialmente, Gabrielle pateó los pies, sintiendo el flexible cuero flexionarse
alrededor de sus tobillos. De hecho, las botas se sentían muy bien, aunque
sospechaba que tendría que usarlas un poco para evitar algunas ampollas.
Le llegaban a las rodillas, y desde la parte superior de la bota hasta su trasero,
una ancha tira de cuero suave protegía el interior de sus piernas.
—Bien. —El armero asintió—. ¿Puede sentarse en esa banqueta de allí y ver si
no le tiraran cuando esté montando?
Era difícil, porque no podía imaginarse lo que sería montar todo el día vestida
con cualquier otra cosa, así que supuso que tendría que vivir con lo que sea
que fuera.
—Se siente bien. —Se volvió y miró a Jonas, pillándolo sonriéndole—. ¿Qué
pasa?
82
—Nada, su Gracia. —El hombre se aclaró la garganta.
—¿Lady Gabrielle? —La puerta se abrió, y entró Eddars, con sus brazos llenos
de cosas—. Ah, Jonas. Me alegra que estés aquí. Su Majestad te está
buscando.
—¿A mí? —Miró a Gabrielle con cierta aprensión—. ¿Le ha desagradado algo,
su Gracia?
—No. —Ella negó con la cabeza—. Tal vez quiere que hagas algo más... ¿Tal
vez para ella? —sugirió—. Estaba trabajando allí en su equipo antes de que
entraras. —Señaló la habitación lateral, donde Xena había movido su cofre
de armadura.
—Oo.
—Esto primero, creo, su Gracia. —Él sacudió la capa— ¿Puedo fijarla sobre
usted?
—Ardilla, su Gracia.
—Oh. —La mujer rubia hizo una mueca—. Ojalá no me hubieras dicho eso. Me
gustan. Creo que son lindas. —Echó un vistazo a su reflejo de nuevo, ocultando
su regocijo por la figura sorprendentemente apuesta que la miraba. Pasó los
dedos por su cabello y lo liberó del cuello de la capa—. Esto es genial, gracias.
Con una sonrisa, Gabrielle se volvió hacia la pila, apreciando que no se veía
un volante en nada.
—¡Majestad! —El hombre cayó de rodillas—. ¡Me está arruinando! ¡Mi familia
se morirá de hambre!
—S... augh.
—Así que es mejor que apoquines lo que he pedido o vas a pagar por eso con
algo más de caballos y pieles, ¿entiendes? —dijo Xena con frialdad.
—S... sí.
—Ahí estás. —La expresión de Xena era tempestuosa, y ella lo fulminó con la
mirada—. ¿Dónde Hades estabas?
—Señora. —Jonas se inclinó y tocó su pecho—. Estaba adaptando su nueva
armadura a su hermosa consorte.
—Aquí. —Jonas tocó sus hombros y pecho, luego su vientre y muslos—. Dejé
los lados abiertos, y corté los lados para montar. —Se tocó el costado de la
pierna.
La reina asintió.
—Ella dijo lo mismo —el armero asintió—. Creo que lo hará bien con eso
puesto, si se me permite decirlo, Majestad. Tiene fuerza, lo hará bien.
—Claro que sí. —Sin embargo, la reina pareció complacida—. Tiene que tratar
conmigo. Tendría algo roto ya si no fuera así —Le lanzó a Jonas una mirada 85
astuta—. ¿Ya le has dado el marcacerdos?1
—No, su Majestad.
—Está bien. —Hizo una pausa—. Yo podría... —Su mirada se apartó de la suya,
y cruzó el pasillo—. Dámelo. Se lo daré yo.
—Si —dijo—. Pero vamos a solucionar esto primero —añadió—. Entonces, a ella
le gustó, ¿eh?
1
Pigsticker en el original, es una manera vulgar de decir cuchillo.
—Bueno, no tiene ni idea sobre el equipo de campaña así que será mejor que
vaya a echarle un vistazo. Vamos. —Indicó a Jonas que debía seguirla, y luego
empujó con fuerza las puertas, enviándolas volando hacia atrás para golpear
la pared con un fuerte golpe—. ¡Huelo a oveja!
—Deja que juzgue yo eso. —Xena se acercó. Abrió la capa y se la quitó del
cuello a Gabrielle, luego la rodeó, mirando atentamente la armadura que
cubría su delgada figura—. Hm. —Dado el poco tiempo, honestamente, no
esperaba un trabajo de auténtica calidad, sin importar lo que había dicho, o
lo que Jonas había prometido. Sin embargo, mientras pasaba la mano por los
eslabones que cubrían el hombro de Gabrielle, se sorprendió al ver el trabajo
y admiró el ajuste de las escamas que se superponían sobre el pecho y la
espalda de la mujer rubia. Difícil, en una mujer, como ella debería saber mejor
que la mayoría—. Agradable. —Se volvió a Jonas, mirándolo con aprobación.
Se dio la vuelta para mirar a Gabrielle, hizo un pequeño ajuste en su clavícula,
86
guiñándole un ojo y acariciándola debajo de la barbilla al terminar—. Me
gusta.
—Sí, Majestad. —Los dos hombres dijeron, al unísono—. Muy sexy —añadió
Jonas—. Le pido perdón, Su Gracia.
Gabrielle no creía que realmente se viera sexy, pero no iba a impedir a nadie
que lo dijera. Sin embargo, podía ver por la expresión de Xena, que la reina
realmente aprobaba la armadura, y eso la hacía feliz, en cualquier caso.
—¿Quieres ver todas las otras cosas que trajeron?
—Más tarde. —Xena le hizo un gesto con el dedo a Jonas—. Ven conmigo —
Caminó hacia su antigua sala de armaduras—. Ahora obtendrás tu
recompensa por ser un artesano y hacer un trabajo imposible en una
quincena.
—¿Señora?
—Ah.
—Sí. —Tiró de las placas que cubrían la parte delantera de su pecho y sus
hombros—. ¿Ves esto?
—Gracias —dijo Xena—. Este trozo de aquí, baja por mi espina dorsal. Quiero
un enlace de cota de malla entre él y las hombreras.
—Para mantener esta parte en su lugar, ¿es eso lo que tiene pensado,
Majestad? —preguntó, tocando el protector de la espalda, que era
visiblemente más nuevo que el resto de la armadura.
—Sí. —La reina recogió la armadura—. Me estoy volviendo una anciana vieja
perra, así que esto evitará que mi espada me golpee el culo y que algún
cerebro de cerdo descontento me apuñale por la espalda. —Suspiró,
entornando los ojos un poco—. En fin.
—Mídelas aquí —le dijo Xena—. Vuelvo enseguida. —Se levantó y salió a
grandes zancadas de la sala de trabajo, dejando escapar un agudo silbido
mientras traspasaba la puerta.
—¿El que? —Xena parecía estar pensativa, sin su habitual energía nerviosa.
—¿Sabías que incluso hicieron una cota para Parches? —dijo—. Está 89
realmente mono.
—¿Debería estarlo?
—Sí.
—¿De verdad?
—¿Estás segura de que es lo correcto? —dijo—. Tal vez eso es en lo que estás
pensando.
—Nah. —La reina hizo una mueca—. No daría un culo de rata por eso. Quiero
ir a matar gente y obtener el botín. —Cogió una piedra pequeña del suelo y
la arrojó al otro lado de la almena, rebotando contra la pared del fondo y
mirándola pasar—. Creo que solo estoy... —Dejó que su mano cayera sobre su
rodilla—. Espero recordar cómo hacerlo bien.
—¿Bien?
Xena asintió.
—¿Alguna vez has hecho algo realmente bien, y luego vuelves a hacerlo y ya
no eras tan buena en eso?
—Lo siento. —Se disculpó. En lugar de decir cualquier otra cosa, se acercó y
tomó la mano de la reina y la apretó, acariciando los poderosos dedos con el
pulgar.
Gabrielle estaba estupefacta. Miró a la reina, con los ojos muy abiertos. De
todas las cosas por las que creía que Xena estaba preocupada, esa ni siquiera
se le había pasado por la cabeza.
—Uh... —balbuceó—. Bu... ¿Yo? —su voz se elevó en la última palabra casi en
un chillido.
—No quiero que me odies —dijo Xena, con una rara tranquilidad—. Lo quiero
todo, Gabrielle. Quiero liderar a mi ejército, patear el trasero de todos, no
91
cagarla y no hacerte pensar que soy una...
—¿Lo que sea? —La mujer rubia asintió. Xena se inclinó y sacó algo de la parte
superior de su bota. Lo acercó y lo hizo girar para atrapar los últimos rayos del
moribundo sol, que brillaba contra la empuñadura de una espada pequeña—
. Vas a ser la persona más cercana a mi espalda —Gabrielle sintió que le
faltaba el aliento de repente, el miedo a quedarse atrás fue expulsado por un
miedo de otro tipo. Miró la empuñadura, centrándose en la cabeza de halcón
en el pomo—. Tómala.
—Oh.
¿Podría?
—Lo haré.
Xena podía ver su propio reflejo en esa espada. Estaba bastante segura de
que era más probable que se la clavara en el culo a que Gabrielle hiciera
algo útil con eso, pero era la intención lo que contaba, ¿no?
Xena sospechaba que fracasaría. Sin embargo, ella había tirado los dados
mucho tiempo antes y era hora de dejar de ser tan malditamente sensiblera y
simplemente hacerlo.
—Bien. —Se apoyó contra la pared y colocó su brazo sobre los hombros de
Gabrielle, dejando la espada en sus manos. Todavía estaba preocupada por
parecer una idiota. Pero ahora confiaba en que no lo sería en manos de
Gabrielle, ya que sabía que, de todos modos, la adorable pelo de trapo,
tendía a dejar de lado los detalles más grotescos y sus lapsos ocasionales de
locura. Ella no quería que dejara de contar historias, solo quería verse bien en
ellas—. ¿Gabrielle?
—¿Hm?
—Me alegro.
La reina la miró.
—Uh oh.
Lo que sea.
La cámara exterior estaba vacía, como esperaba. Pero la puerta del interior
estaba parcialmente abierta, y pudo ver el reflejo tenue de la chimenea en su
superficie, y percibió el olor de ropa limpia y cera de vela que se filtraba a
través del aire.
—¡Oh, has vuelto! —Gabrielle salió de la sala de baño, con el cuerpo cubierto
por un ligero atuendo transparente que se adhería a su cuerpo e hizo que la
sonrisa de Xena se ensanchara—. ¿Cómo están todos los soldados?
—Pensé que te gustaría. —Desató uno de los cinco lazos que cerraban la
camisa—. Empaqué un montón de eso.
Xena le permitió desnudarla, mientras pasaba sus dedos por el pálido cabello
de Gabrielle.
—Um... no. —Gabrielle desató el último lazo—. Pensé que solo tendríamos que
improvisar. —Le quitó la túnica a Xena, se agachó detrás de ella y se volvió
para colocar la prenda sobre uno de los lavabos antes de volver su atención
a los cordones de las polainas de la reina, dejando a la mujer más alta
desnuda hasta la cintura.
—¿Ahora mismo?
—Tendré tiempo de sobra para mojarme las botas. —Empezó a soltarlas, luego
se detuvo cuando Gabrielle se hizo cargo de la tarea, dejándola libre para
descansar sus codos sobre el mármol y disfrutar del ligero vapor que le bañaba
la espalda.
—No. Es la naturaleza humana. Por definición, eso no tiene sentido. —La reina
suspiró—. Estúpidos bastardos.
Gabrielle le quitó la otra bota a Xena, luego se levantó y le agarró las polainas,
dándoles un tirón.
—Tienes razón. Sí. —Gabrielle respondió con facilidad, consciente del calor y
de los ojos azules que la miraban—. Eres tan bonita, me encanta verte —
admitió—. Y creo que un baño es una buena excusa, ¿no?
Xena soltó una risita suave, de pie y dejando que Gabrielle le quitara las
polainas cuando se acercó para quitarle el vestido a la mujer rubia por su
cabeza.
—Ah, ahora sabes por qué fui una déspota tan exitosa. —Xena extendió sus
largas piernas y se apoyó contra la pared de la bañera—. Nunca hice lo que
los demás esperaban —suspiró—. Espero no haber perdido ese toque... joder
que vieja me siento hoy.
—¿Por qué? —Gabrielle se deslizó y se sentó junto a ella, enjabonando un
poco una esponja y frotando los hombros de su compañera de baño—. No
pareces vieja. —La tranquilizó—. Quiero decir, nunca lo pareces, pero
especialmente hoy cuando llevabas ese atuendo tan mono.
—Bueno, te ves muy bien con eso —le dijo Gabrielle—. Creo que es sexy.
—Hmph. —La reina se deslizó un poco en el agua, dejando que le llegara casi
hasta la barbilla—. Sí, bueno... todo lo que sé es que estoy cansada. No
recuerdo que eso haya sucedido antes. —Respiró el aire cálido y perfumado,
y se relajó, mientras la esponja de Gabrielle trabajaba laboriosamente en su
piel—. Y todavía no hemos partido. —Cerró los ojos, sacudiendo su cabeza.
—Me cansé solo de verte —dijo—. Quiero decir, golpeaste a todos esos tipos.
¿Te imaginas cómo se sienten? —Recordó haber visto a los soldados salir del
campo, cubiertos de sangre, barro y sudor—. Todos hablaban de ti.
97
Un ojo azul se abrió y la estudió.
La reina sonrió.
—Ah. —Xena levantó los brazos del agua y los extendió a ambos lados del
borde de la bañera—. Ahora bien, esa es una pregunta con una respuesta
larga y ardua. —Estiró su cuerpo, sintiendo la rigidez desvanecerse a medida
que el calor penetraba profundamente en sus huesos—. Deja que sigan
suponiendo.
Gabrielle se relajó y se acomodó sobre las piernas de Xena, a horcajadas
sobre ellas mientras trabajaba. Sabía cómo Xena hacía sus saltos, y era algo
que sabía que ella nunca reproduciría, por lo que se rio sola al escuchar a los
soldados hablar sobre ello.
No había sabido qué hacer con el largo y pesado rollo de arpillera que estaba
a lo largo de la pared de la torre, hasta que vio a Xena levantarlo sobre sus
hombros y empezar a trabajar con él.
Agacharse y saltar. Agacharse y saltar con esa cosa sobre los hombros ya era
suficientemente increíble hasta que Gabrielle intentó levantar una esquina y
se dio cuenta de que probablemente pesaba el doble que ella.
—Nah. —La reina suspiró—. Es más fácil pensar que es un truco —Reflexionó—
. Ah, me acostumbraré una vez que estemos allí afuera. He estado viviendo
demasiado mullida durante todos estos años. —Dejó que sus ojos se cerraran
98
de nuevo, entregándose al toque con la esponja de Gabrielle que pasaba
lentamente de funcional a erótico.
Ungh.
Se sentía un poco fuera de control, pero eso lo hacía aún más tentador, y
Xena podía sentir su cuerpo rendirse ante el anhelo, deseando la liberación
que sabía que Gabrielle le daría.
¿Hedonista? Nunca lo había negado, pero siempre había sido capaz de
disciplinarse en sus excesos y, de algún modo, esta pequeña hija de pastor la
había sobrepasado y la tenía comiendo de su mano, abriéndose paso a través
de Xena a un nivel casi aterrador.
La esponja vagó hacia abajo, y ella dejó de preocuparse por eso, el placer
superó cualquier reserva ya que el agotamiento del día fue sustituido por una
oleada de energía sexual.
Bien.
Lejos, Xena oyó los suaves tonos de clarín del cuerno de la tarde, haciendo 99
sonar el reloj por primera vez en mucho tiempo, y sonrió. Todo saldrá bien,
pensó, antes de perder toda coherencia. Todo saldrá bien.
Gabrielle hizo una pausa cuando entró en las cocinas, ladeando la cabeza
para escuchar el caos. Atravesó la puerta y apoyó la espalda en la pared,
absorbiendo las voces a su alrededor.
El centro de la gran sala había sido despejado, y ahora estaba lleno de cajas
y paquetes envueltos, con más paquetes, cestas, fanegas y artículos sueltos
diseminados a su alrededor. Tres hombres estaban de pie entre las cajas
agitando sus brazos y gritando, y dos mujeres estaban en la periferia de todo
gritándoles a su vez.
Eso era lo último que quería que sucediera. Tomando una respiración
profunda, se apartó de la pared y caminó hacia el centro del caos.
—Disculpe.
—¡Maldita mujer, te dije que no sirve! —gritó el hombre más cercano a las
cajas, sin prestar atención—. ¡No se puede empaquetar así! —Agarró una de
las cajas y la tiró al suelo, esparciendo el contenido—. ¿Ves?
—¡Ahora deja eso, Machus! —Una de las mujeres le regañó—. ¡Deja eso!
¡Limpiarás eso con la lengua a tu ritmo! —Hizo un gesto hacia el desastre—. No
nos corresponde a nosotros saber cómo alimentar a un ejército. ¡Ese es tu
trabajo!
—¿Mi trabajo? ¡Es tu problema si no hay comida para ellos! —gritó Machus—.
¿Quieres que su majestad te muestre cómo empacar una caja?
—Disculpe.
—Al Hades vas tu directo, Machus... ¡Miserable parásito! ¡Yendo a robar el 100
estiércol, no te creas que no lo sabemos todos! —La mujer respondió de
inmediato, un murmullo bajo se alzó detrás de ella—. ¿El ejército? Eres del
ejército tanto como que esa pequeña...
—Aquí, que esta pas... —El anillo de observadores silenciosos se apartó para
permitir que Stanislaus los adelantara—. Por qué... uh...
¿Debería dejar pasar esto? Dejar que “estas buenas personas” continuasen
desparramando paquetes de cosas que podrían necesitar cuando salieran.
—Por supuesto. —Gabrielle comenzó a apilar las cajas—. Mira, todo esto es
diferente. No tiene sentido poner el grano junto a los pinchos de cocina, ¿o sí?
Nunca los utilizas con grano. —Levantó la vista cuando no hubo respuesta,
para encontrarse con que Stanislaus se había ido, y el círculo de trabajadores
de cocina la miraban boquiabiertos—. Bien, ¿no?
Gabrielle le sonrió.
—Creo que tenemos que arreglar esto. —Se levantó, sosteniendo un paquete
de esteras de paja dobladas—. Así que te digo que... ¿por qué no trabajamos
juntos para organizar las cosas? —Se volvió y miró al resto de los trabajadores—
. ¿Tenemos más mercancías? —La incómoda desconfianza casi podía olerse
en la habitación. También podía sentir una ira subyacente, y se preguntó por
un momento si, ciertamente, no estaba cometiendo un gran error. Aunque
pensándolo bien. Levantó la barbilla y los contempló, preguntándose cuál de
ellos había estado del lado de Bregos, y cuál había estado en... Una tenue
sonrisa se dibujó en sus labios. Cuales habían estado de su lado. Ella y Xena—
. Bien —dejó que el paquete descansara contra su cadera—. Podemos hacer
esto de la manera más fácil, o podemos hacerlo de la manera más difícil, e iré
a buscar a Xena. —Fue como arrojarles cubitos de hielo. Podía ver el espasmo
en sus cuerpos mientras hablaba el nombre de la reina, escuchando en su
propio tono una casual familiaridad que sabía que los sacudía—. Prefiero no
hacer eso. Está ocupada en este momento —añadió—. Así que vamos a 102
empezar aquí, de modo que cuando ella venga a ver lo que estoy haciendo,
verá cuánto hemos progresado. ¿De acuerdo? —De cubos de hielo a
atizadores calientes. Había más miedo a Xena que malicia contra ella, y
Gabrielle sabía que por el momento estaba a salvo. Por fin, dos de las mujeres
se pusieron en movimiento, acercándose cautelosamente para unirse a ella y
arrodillarse en la dispersión de cajas, manteniendo los ojos apartados mientras
comenzaban a clasificarlas—. ¿Qué es eso de allí? —Gabrielle señaló un área
de almacenamiento, medio escondida detrás de montones de cajas. Se
volvió a medias, pero se detuvo cuando captó las miradas furtivas que se
intercambiaban—. ¿Detrás de esas cajas?
—¡Mi lady! —El arriero se apresuró a llegar a su lado—. ¡Por favor, déjeme!
Las cajas se movieron lo suficiente para que ella asomara la cabeza en el área
oculta, que estaba llena de paquetes, jarras, cajas y provisiones, claramente
escondidos fuera de la vista. Se apartó y miró a los trabajadores, todos
miraban al suelo negándose a devolverle la mirada.
El arriero dejó caer sus manos, luego se encontró con los ojos de Gabrielle y
débilmente, casi de modo fatalista, se encogió de hombros.
Ocultando, ¿eh? Gabrielle sabía que Xena se pondría furiosa si lo supiera, pero
había sido una niña pequeña y hambrienta que estaba de pie en la choza de
sus padres, viéndolos abandonando todo por asaltantes rudos y vulgares, y
sintió que un breve entendimiento la llenaba.
—Lo mejor es hacer lo que dice la señora, amigos —dijo en pocas palabras,
mientras comenzaba a reorganizar las cajas.
—¿Mi lady? —La mujer sonaba incrédula—. No enviaremos buen aceite con
gente como...
—¿Qué?
—Vamos, su Gracia, no le haga caso. Es una furcia sin sentido, nunca ha salido
de la cocina —dijo en voz alta—. Quiere el aceite, ¿eh? Se dice que usted es
una maravilla para la cocina. Será una buena lección, ¿eh?
—Senna quiere la harina, ¿qué es todo esto...? oh —Celeste se detuvo y vio a 104
Gabrielle—. ¿Qué estás haciendo aquí?
—Su Majestad.
—Dame.
—Hm. —La reina se apoyó en los codos y estudió la malla. Era otro ejemplo de
entrelazado ordenado, con los bordes forrados con anillos dobles en un
pesado metal gris opaco—. Bien. —Hizo un gesto hacia la pequeña habitación
a un lado—. Coge la otra mitad, y luego puedes hacer lo que falta conmigo.
—Buena idea. —La reina volvió a escribir—. Con mi reputación nunca se sabe
cuándo podría tener un ataque de cólicos intestinales y entonces ¿dónde
estarías tú?
105
—¿Señora?
—Majestad, es tu... —Stanislaus dudó—. Estoy seguro de que ella lo hace con
la mejor de las intenciones, es una niña muy dulce, pero en realidad... ¡para
organizar los suministros! ¡Majestad! ¿Será un desastre?
—Para. —Levantó una mano—. ¿Me estás diciendo que Gabrielle está en el
almacén con las cabras y las gallinas?
—¿Me estás diciendo que mi sexy esclava sexual está abajo diciéndole a
todos lo que quiero empacar? —sonó incrédula—. ¿Mi pequeña y rubia
calientacamas? —Tendió su mano más o menos al nivel de la cabeza de
Gabrielle.
—Sí, Majestad. —El senescal cruzó sus manos, luciendo satisfecho de sí mismo—
. Estoy seguro de que sabes bien las consecuencias... con la partida del
ejército tan pronto.
Bien, bien. Xena admitió que estaba, de hecho, sorprendida. No había
esperado que la pequeña rata almizclera tomara la iniciativa y se
entrometiera en los vertederos, pero luego, eran las cosas que no se esperaba
de Gabrielle las que le resultaban más divertidas.
Stanislaus suspiró.
—Señora.
107
—Chico. —Su voz resonó suavemente por el pasillo, y ella deslizó sus botas un
paso más, haciendo una mueca ante la incomodidad del cuero nuevo. Por
encima de sus hombros, la alta y arqueada ventana que había en la pared
mostraba la luz de la tarde y sintió un profundo cansancio debido a un largo
día de trabajo que hacía ya un mes que no experimentaba. Con una mirada
débil e irónica, examinó sus manos, la palma de su mano derecha raspada y
enrojecida donde se había sacado una astilla—. Ya no estoy acostumbrada
a esto, ¿eh? —Solo el vacío pasillo le devolvió la voz y se alegró en silencio de
tener un momento de paz después del día de labor, permitiéndose un
momento adicional de satisfacción mientras revisaba su progreso. Una sonrisa
apareció cuando puso sus manos sobre los riñones y estiró su cuerpo,
flexionando los dedos de los pies y exhalando. Un buen día. Gabrielle inclinó
la cabeza hacia atrás y miró hacia el techo en arco de piedra, viendo cómo
las sombras se oscurecían cuando el sol comenzaba su descenso detrás de los
muros. A su izquierda, escuchó un suave crujido cuando la puerta del paseo
exterior se abrió, permitiendo que entrara una luz dorada. ¿Peligro? Una
ráfaga de viento sopló contra su espalda, agitando la tela alrededor de su
cuerpo y enfriando su piel un poco. Podía oír el leve roce del cuero contra la
piedra y aguzó los oídos para escuchar los pasos detrás de ella. Pasos rítmicos,
con un perceptible pavoneo. Gabrielle sonrió por puro reflejo y se volvió a
medias, para ver una figura alta y cubierta con seda acercándose a ella.
—Qué.
—No lo soy.
—Todos estaban tan desorganizados por todo. Quería hacerlo bien para ti. —
Se apoyó en el toque de Xena—. Además, quiero ayudar a hacer cosas. No
solo estar mirando.
—¿Qué?
—Su alijo. ¿Las cosas que estaban escondiendo? —La reina la miró
intensamente—. ¿Lo encontraste? —Supo la respuesta viendo esos ojos verdes
y abiertos con sorpresa, y el leve movimiento en su mandíbula que cayó
ligeramente, pero esperó, curiosa por lo su amante respondería.
—¿Lo sabías?
—Sé que estoy presionando mucho para salir pronto —dijo—. Naturalmente,
tratarían de salvar algunas cosas, yo lo haría.
—¿Lo harías?
—Por supuesto.
—Buh... buh... bu... ¡Xena! —Gabrielle perdió todo control sobre su lengua—.
Va... bbu... no, espera! —Se puso en pie y corrió tras la mujer más alta, bajando
los escalones apresuradamente para alcanzar a la reina justo cuando llegó
abajo—. Qu... espera! No... uh... Xena, um... espera un momento...
—No... no, Xena, escucha. Yo no estaba... No quise decir que debieras hacerle
nada a nadie, solo era... —Gabrielle la agarró suavemente del brazo, ya había
aprendido que los movimientos bruscos hacían que la reina se crispara—.
Pensé que estarías enfadada, y me sorprendió que no lo estuvieras. Por favor,
no hagas daño a nadie.
—¿De verdad crees que iba a hacerlo? —Su voz se elevó por la sorpresa—.
Vamos, Gabrielle. Estaba bromeando. Relájate. —Le dio unas palmaditas a su
compañera de cama y abrió la puerta con una patada—. Pensé que ya me
conocías mejor.
Gabrielle la siguió adentro, con las tripas revueltas por una tremenda mezcla
de emociones. De hecho, era muy difícil saber cuándo Xena estaba
bromeando, porque la verdad era que Xena hacía cosas terribles con el
mismo humor negro y brusco con el que hacía bromas y, aunque deseaba
conocer el corazón de la reina. así como Xena parecía pensar que debería...
Ella no lo conocía.
110
—¡Su majestad! —Machus estaba terminando de atar el último paquete, todo
su cuerpo cubierto de mugre. Cayó de rodillas, mientras el resto del personal
de la cocina se apresuraba a unirse a él, los cucharones volaron y las ollas
cayeron al suelo mientras todos se apresuraban a reconocer la presencia de
Xena.
Los estantes a su alrededor estaban vacíos. Recordaba haber pasado por allí
unos días atrás y verlos llenos de suministros, cajas apiladas contra las paredes
y fardos alineados en los pasillos. Ahora, las losas estaban limpias, y las
despensas estaban desnudas y vacías.
Sin comentarios, la reina caminó hacia las puertas y abrió los enormes paneles
con un empujón casual, saliendo a la luz del atardecer y encontró seis
vagones alineados delante de las cocinas, todos ellos repletos de cajas, pacas
y paquetes.
Las cargas ya estaban amarradas para viajar, y en los lados de madera de los
vagones estaban escritas unas líneas en un estudiada y cuidadosa caligrafía
que la reina reconoció.
Se dio la vuelta y colocó sus manos en las caderas, mirando a Gabrielle que
la había seguido en silencio desde la cocina.
—Solía tener que colocar la cosecha, en casa —admitió—. Guardar todo para
el invierno, ya sabes, y tener cuidado de las pieles de oveja, y todo eso.
—¿Tú?
—¿Eso también?
—¿Sabes algo?
—No, ¿qué?
—Estoy segura de que lo hiciste. —La reina la acercó más y le dio un beso en
la cabeza—. Pero vas a seguir haciéndolo, porque voy a decirles a todos que
eres la maestra del campamento en este maldito ejército. —Pasó un brazo por
el hombro de Gabrielle mientras se dirigían hacia la cocina—. Y eso realmente
va a molestar a todos.
—Oh.
—Excepto a mí.
—Oh. Bueno, supongo que está bien entonces. —Gabrielle sabía que
probablemente acababa de meterse en más problemas de lo que nunca
había imaginado—. Espero hacerlo bien.
Xena podía ver al personal de la cocina mirándolas mientras entraban, aún
con ese profundo resentimiento en sus ojos y sabía sin lugar a dudas que llevar
a Gabrielle con ella era la mejor idea que había tenido hasta ahora.
—¿Y?
Estaba muy cansada. Tuvieron una larga cena antes de poder descansar,
pero no cambiaría las alabanzas de Xena por su trabajo.
Maestra del campamento. Gabrielle se cubrió los ojos y no pudo sofocar una
risita. Xena había dicho que tenía que ser la maestra del campamento,
porque señora del campamento daría a todos una idea absolutamente
equivocada, pero por el bien de los dioses...
Entonces... ¿por qué todos llamaron así a Xena? Sus pensamientos vagaron
mientras se relajaba en su silla. ¿Le gustaba a Xena? ¿Por qué dejó que todos
la llamaran así si ella pensaba que era algo malo?
Parecía algo que le gustaría a Xena, que la llamaran algo malo o travieso
porque pensaba que a Xena le gustaba que todo el mundo pensara que así
era realmente. Gabrielle sabía que tenía una vena miserable, pero algo en
su interior le hacía creer que había algo en Xena que era bueno, honesto y
verdadero sin importar que ella dijera lo contrario.
114
Era la parte de ella que caminaba detrás de Gabrielle y ponía sus manos sobre
sus hombros y le besaba la parte superior de la cabeza, sin ningún motivo.
Era la parte que amaba y apreciaba a Gabrielle de una manera que nunca
antes había sentido en toda su vida, ni de su familia, ni de nadie.
—Bien. —Gabrielle se levantó y se acercó al fuego, tomó una taza, puso unas
hojas de té y luego vertió el agua caliente sobre ellas—. Nos vamos mañana,
¿verdad?
Gabrielle colocó el dorso de sus dedos contra la mejilla de Xena, que era
fresca y la piel parecía un poco áspera.
—¿Cuál es el problema?
—No puedo ser mala cuando estás cerca —dijo—. Me haces sentir demasiado
bien.
—¿Eso es malo?
—Eso es malo para alguien que tiene que ser una bastarda y liderar un ejército,
sí. —La reina suspiró—. Algún idiota me dijo algo mientras venía hacia aquí y
me cabreó muchísimo y en el momento en que entré y te miré, lo olvidé.
—Claro que lo haces. —El tono de Xena era más resignado que enojado—.
Pero quiero que me prometas que no serás tan buena conmigo frente al
ejército. Esos hombres tienen que entender que soy cruel e implacable.
Gabrielle sospechaba que había mucho sobre formar parte de un ejército que
iba a aprender a partir de mañana y de lo que no tenía ni idea hoy.
—Um, está bien —dijo—. Pero... ¿no es más como que no deberías ser amable
conmigo si se supone que eres cruel e implacable?
No solo la vida, sino esta frágil felicidad que compartían pendía sobre ellas.
Xena suspiró suavemente.
—Dime, Gabrielle. ¿Es por eso que estás haciendo todas estas cosas extra?
¿Para qué así tal vez no tenga la idea de encerrarte en el armario y dejar que
te pudras mientras estoy por ahí saqueando y asesinando? —Los músculos de
la mandíbula de Gabrielle se tensaron, y se quedó muy quieta. Los ojos agudos
de Xena la miraban y se sintió atrapada de repente. La acusación era
incómodamente cercana a la verdad y se sentía tan mal del estómago que
temía vomitar incontrolablemente si abría la boca—. ¿Lo es? —Xena la
pinchó, la intensa mirada de la reina era casi insoportable. Después de un
momento, Gabrielle asintió lentamente, sin decir nada. Xena frunció los labios,
luego exhaló, sacudiendo la cabeza en silencio durante un largo período de
tiempo, mientras el fuego crepitaba suavemente en la chimenea. Finalmente
miró hacia Gabrielle, que simplemente estaba sentada allí, mirando al suelo—
. Eres una idiota. —En lugar de responder, Gabrielle solo asintió de nuevo con
entumecida aceptación—. ¿Sabes por qué eres una idiota? —Gabrielle negó
con la cabeza después de una breve pausa. Xena se levantó y caminó por la
habitación, llegando al hogar y dándose la vuelta para mirar hacia atrás. Los
afligidos ojos de Gabrielle se encontraron con los suyos y pudo ver el repentino
eco de los fragmentos de una niña esclava a la que casi habían disparado
delante de ella en lugar de la sensual y alegre compañera de la que había
llegado a depender. A Gabrielle no le había importado entonces. Se había
enfrentado a Xena y le había respondido porque esperaba la muerte, o algo
peor, y no había visto nada mejor en su vida. Xena recordaba ese sentimiento,
recordaba haber bebido lo suficiente como para ahogarlo durante esas
largas noches a lo largo de los años, cuando sentía que su propia vida estaba 117
perdiendo su significado. ¿Entendía el miedo de Gabrielle? Silenciosamente,
interiormente, se rio burlona de sí misma, sabiendo la respuesta muy, muy bien.
Tanto—. Eres una idiota porque parece que no te das cuenta de que me
arrancaría el corazón si te dejara. —Xena giró y salió de la habitación,
cerrando de golpe la puerta entre sus cámaras.
Pero después de unos pocos pasos se encontró yendo a la puerta entre ella y
Gabrielle en su lugar, el dolor en su pecho se alzó casi estrangulándola.
Ahora, era su turno de tener miedo, y lo tenía. Sus ojos escanearon el interior,
su corazón latía tan fuerte en su pecho que no podía oír ningún otro sonido a
su alrededor. El diván bajo estaba vacío, y lo mismo las sillas delante del fuego.
Vacilante, se acercó, oyó los sollozos suaves y sofocados cuando llegó al lugar
y se arrodilló, incapaz de evitar estirar la mano y, antes de darse cuenta,
estaba sentada en el suelo recogiendo a Gabrielle en sus brazos y tirando de
ella. en su regazo.
A Xena no le importó.
Lo que fuera en lo que se había convertido ahora, no era lo que había sido y
ya no sabía a dónde iba y por qué quería llegar allí.
Nada tenía sentido.
Nada.
119
Parte 4
Estarían bien.
Qué noche. Gabrielle no estaba lo que se dice cómoda, pero tampoco iba a
moverse. La repentina pelea la había golpeado con tanta fuerza y, había sido
tan inesperada, que en su interior todavía temblaba y todo lo que de verdad
quería hacer era acurrucarse allí en la oscuridad y no tener que enfrentar el
día.
Era duro. Estaba tan feliz de ser parte de la vida de Xena y tan temerosa de
que todo terminara de un momento a otro y perdiera lo que se había
convertido en lo más importante de su mundo.
Amaba a Xena. No tenía idea de qué haría si la reina perdía el interés por ella
y se iba con otra persona, tan profundamente estaba perdida en ese amor.
—Oye.
—Uhm —pronunció suavemente—. Lo... sie... —Tomó aliento—. S... s... —El
tartamudeo se apoderó de ella y, simplemente, dejó de intentarlo, cerrando
la boca y sorbiendo un poco en su lugar.
—¿Estás bien? —Gabrielle asintió, después de una breve pausa, sin apenas
atreverse a respirar cuando sintió los dedos de Xena envolver la parte posterior
de su cabeza—. No suenas bien.
Confiar.
Amar más de lo que amaba la vida. Se lamió los labios, amargos por el sabor
del cobre en ellos y sintió que su cuerpo se relajaba un poco.
—Yo... uh... —Apenas podía hablar, tenía la garganta tan cerrada por el
llanto—. No fue mi intención hacerte enfurecer.
—Lo sé. —La voz de Xena sonó muy cansada—. No eres una... en realidad no
eres una idiota. Yo mato gente cuando estoy furiosa.
—No.
—¿En serio?
Estaba arrullando a Gabrielle de nuevo para que se durmiera, y dejó que sus
ojos se cerraran, dejando atrás la tensa incertidumbre por un momento
mientras se quedaba medio dormida, deseando de nuevo que la noche fuera
eterna e interminable. Esto era la paz, aquí, en este momento, en este lugar, y
era bueno simplemente vivirla.
—No tenía ni idea de lo que era ser feliz hasta que te conocí —la reina
reflexionó—. ¿No es increíble?
—Yo tampoco —susurró Gabrielle, con la más leve de las sonrisas—. ¿No es
increíble?
Encontró todo.
—Las dos somos tontas del culo —comentó Xena, pero incluso en la oscuridad
la sonrisa de regreso era evidente—. Ninguna de nosotras debería dirigir nada.
Deberíamos estar retiradas pastoreando en las colinas en algún lugar
recogiendo flores y bailando a la luna llena.
—Sí.
—¿Quieres decir, renunciar a todo este lujo? —Soltó una mano de Gabrielle y
palmeó el suelo de piedra.
—Sí.
¡A la mierda! 123
—Si meto la pata lo suficiente y perdemos, acabaremos como vagabundas
sin hogar o muertas —comentó la reina—. Luego supongo que eso es algo que
desear, ¿eh? —Sintió que Gabrielle se movía y se acurrucaba más cerca de
ella, y su inquietud interior comenzó a disiparse lentamente al darse cuenta de
que las cosas no estaban tan mal como había pensado.
—¿Xena?
—¿Sí? —La reina sintió una lenta sensación de resignación que se apoderaba
de ella, ya que el día siguiente se acercaba cada vez más con cada oscuro
instante, acercándose al amanecer que anteriormente esperaba ansiosa—.
¿Qué pasa, rata almizclera? Lo siento si te he asustado.
—Déjame ir delante.
—¿Por qué? —Xena se acercó por detrás de ella y tomó la vela—. Puedo ver
bien. Vamos. —Colocó su brazo sobre los hombros de Gabrielle y abrió el
camino a través de la puerta entre la pequeña habitación de la mujer rubia y
la más grande más allá.
—¿Puedes? —Gabrielle forzó la vista, pero no podía ver nada más que
sombras tenues y grises—. Yo no puedo ver nada.
—¡Oh! —Se giró y levantó la vista hacia lo que imaginaba que era la cabeza
de Xena—. No veo nada. Ni siquiera a ti.
“Los ojos de búho de Xe”. Ly siempre los había llamado así, medio envidioso y
medio bromeando, cuando les resultaban muy útiles para sacarlos de los
malditos pozos y túneles en los que se guarecían por la noche.
A lo largo de los años, había olvidado lo diferente que era a veces.
Ciertamente, había sido fácil olvidarse de esas habilidades ya que ahora no
las necesitaba, aparte del manejo de su espada y la habilidad de matar sin
titubear o arrepentirse.
Era fácil olvidar cuánto habían dependido de ella sus jóvenes vidas, el oído
más sensible que cualquier perro, sus reflejos y esos ojos.
—¿Xena? —La voz de Gabrielle fue gentil—. ¿Estás bien? —Si las hubiera
recordado, ¿habría importado? ¿Podría haber parado esas reveladoras
peleas y haber olido esa punta de cobre en el más leve viento y tal vez haberlo
salvado?—. ¿Xena? —Cálidas manos presionaban contra su estómago, y
apartaron su mente del pasado. Este no era Lyceus, y ella ya no era un espíritu
salvaje e imprudente. La pregunta era, si no era eso, entonces ¿qué era? Xena
le dio una palmadita en el brazo a su compañera de cama, luego la empujó
hacia atrás sobre la cama y se unió a ella, estirando su rígido cuerpo sobre el
suave colchón por última vez en lo que podría ser un largo tiempo. Realmente,
ella ya no sabía quién era, nunca más. Tal vez era por eso que estaba por
todos lados, cabreando a los nobles, enloqueciendo a los hombres y
volviendo loca a Gabrielle. Se había metido de lleno en un papel que creía 125
acertado, y ahora que estaba predicando con el ejemplo, había descubierto
que tenía dudas incluso si el ejército no las tenía. ¿Y si…? Xena tiró del lujoso
edredón sobre ambas y se resignó ante la idea de que estaba
intercambiando una vida de certezas aburridas, aunque agradables, por algo
mucho más oscuro, más peligroso, lleno de dificultades y dolor, y posible ruina.
¿Qué derecho tenía, en realidad, para arrastrar a Gabrielle a eso? ¿Solo por
su propio consuelo?—. ¿Xena?
—¿Mm?
—¿Estás bien?
Una pausa.
—Oh.
—Uh.
—Xena...
—Digo que me lleves contigo —respondió—. Donde vayas, voy, Xena. Incluso
si es al Tártaro.
—Sí.
—Última oportunidad…
—Misma respuesta.
—Está bien, rata almizclera. —Xena arrojó sus dados al viento—. Entonces,
mañana nos vamos a la guerra. No digas que no te lo advertí. —De repente,
Gabrielle se movió y se levantó, inclinándose hacia adelante y encontrando
los labios de Xena en lo que para ella era oscuridad total. Besó a la reina con
silenciosa pasión, luego se dejó caer sobre el colchón y se metió debajo de
las sábanas, dejando a una reina confundida a su lado mientras la tormenta
tronaba fuera de las ventanas—. Chiflados. —Xena cerró los ojos, con un
suspiro—. Estamos todos chiflados.
La aurora rompió sobre un paisaje todavía tormentoso, las nubes grises sobre
sus cabezas combinaban con las paredes grises de la fortaleza mientras el
ejército comenzaba a congregarse ante las puertas ignorando el clima.
Los carros estaban siendo desplegados a un lado, y las puertas del establo
estaban abiertas de par en par, los mozos movían animales hacia afuera con
briosa motivación a pesar de que el sol apenas había salido detrás de la
gruesa capa de nubes.
Dentro del establo, Gabrielle estaba de pie al lado del puesto de Parches, 127
dándole de comer puñados de hierba que había cogido fuera.
—Si tú lo dices.
El hombre, que a primera vista no era mucho más viejo que ella, le devolvió la
sonrisa.
—Mi papá diría, es bueno estar dentro, ya que solo puede mejorar, ¿eh?
—Sí —estuvo de acuerdo—. Bueno para la lana. —El soldado inclinó su cabeza
hacia atrás y se rio, continuando su camino con su carga de escudos.
Gabrielle condujo a Parches al sendero sintiéndose un poco mejor. Todos los
hombres que la rodeaban, cualquiera que fuera su tarea, llevaban en alguna
parte de su equipo la insignia de la cabeza de halcón que hacía juego con la
hebilla de su cinturón y ahora notó que en los escudos también la habían
pintado recientemente. La marca de Xena, la cresta amarilla contra el negro
que revoloteaba sobre la torre superior de la fortaleza ahora se veía en todas
partes en las sobrevestas de los caballos, y en la armadura de los hombres, y
en ella. Gabrielle se dio unas palmaditas en la hebilla y miró a su alrededor,
estirando el cuello para ver si podía ver a Xena, o al menos a su gran semental
negro en alguna parte.
Xena la vio venir, y medio giró a Tiger, apoyando una mano en su muslo
cuando se acercaron, sus brillantes ojos azules estudiaban a su compañera
atentamente.
—Gabrielle.
—¿Lo estás?
—Bien. Tan lista como puedo estar —admitió Gabrielle, irónicamente. Ella miró
a su alrededor, cuando las tropas comenzaron a reunirse en grupos grandes,
y los carros comenzaron a crujir en línea. Cuatro legiones, y todos eran
hombres, se dio cuenta, se preparaban para marchar bajo el estandarte de
Xena, y frunció el ceño un momento, tratando de recordar cuántos había
habido cuando las tropas de Xena lucharon contra Bregos. ¿Había menos
ahora? Gabrielle recordó que Xena había dicho durante el invierno, que
algunos soldados se habían unido al ejército, pero que también sabía que
algunos habían muerto por enfermedad y que era difícil saber si eran más o
menos que antes. Definitivamente, había más de los que habían viajado la
última vez. Se volvió y miró a Xena, que estaba sentada allí mirándola en
silencio—. ¿Cómo se va a la guerra, de todos modos? —preguntó—. ¿Vas por 130
el camino hasta que encuentres a alguien para pelear y lo haces?
—No. —Aclaró su garganta, y movió a Tiger para que estuvieran una al lado
de la otra—. Lo primero que haremos es cubrir el terreno entre aquí y la
frontera, y ocuparnos de esos malditos asaltantes pulgosos. —Flexionó las
manos—. Entonces veremos cuál es la mejor manera de hacerlo.
Brendan se subió a un robusto castrado gris, con melena y cola gris oscuro.
—Dile que venga —dijo Xena—. Si él es del tipo tímido, le dices que puede
quedarse aquí y tejer cestas.
Uno de sus placeres más hedonistas frunció el ceño y jugó con sus riendas, 131
luciendo inocente y particularmente atractiva con su armadura prolijamente
fabricada.
—Sheldon.
—Señora. —El hombre la saludó—. Es la nueva potranca, Señora. Ha roto su
puesto de nuevo, y temo dejarla aquí con los jovenzuelos. —Se limpió las
manos en los pantalones de cuero—. En verdad es muy fogosa.
¿Como?
—¿Qué?
—Ah, y tú has sido quien le dio manzanas, ¿verdad? —El maestro de caballos
le sonrió a Gabrielle—. El mozo de caballos dice que te ha cogido cariño. 132
Xena volvió la cabeza y miró a su joven amante.
—¿Has estado jugando con ese caballo? —gruñó—. Te dije que la dejaras en
paz. —Frunció el ceño al maestro de caballos—. Enviarla de vuelta a Lastay.
No la necesito aquí. —Ella se movió, y Tiger reaccionó a su agitación,
moviéndose en un círculo rápido, sacudiendo la cabeza—. ¡Para!
—¿Puedes quedarte con él? Solo quiero decir adiós al bonito caballo si la estás
enviando lejos —explicó—. Solo será un segundo.
—Q... —La mano de Xena se cerró alrededor de las riendas instintivamente—.
¿Decirle adiós a un maldito caballo? ¿Qué pasa contigo?
—Me gusta. —Le dirigió a Xena una sonrisa tímida—. Ella me recuerda a ti. —
Con eso, se escabulló detrás del maestro de caballos, dejando a su reina
sentada allí en su gran caballo con la boca abierta lo suficiente como para
verla, y sus manos llenas de riendas de pony—. Vuelvo enseguida.
—Te recuerda... —Xena dejó que las palabras se apagaran, cuando Gabrielle
desapareció detrás de la puerta del establo—. Pequeña rata de granero. —
Miró hacia abajo cuando algo le dio un golpecito en la pierna, y encontró a
Parches mirándola con reproche—. ¡¿Qué?! —El pony mordisqueó algo y
negó con la cabeza. Tiger resopló y también negó con la cabeza. Xena puso
los ojos en blanco y miró hacia el cielo gris—. Esto está comenzando, por los
malditos dioses, genial —exhaló en voz alta—. Maldición.
Un trueno retumbó, como en respuesta a ella, la risa de los dioses que la hizo
mascullar en silencio para sí misma otra vez.
Maldición.
133
Todo había comenzado con una notable falta de ceremonia, pensó. Había
esperado que al menos los ocupantes del castillo se asomaran a los muros
para despedirlos, pero aparte del Duque, que se había arrodillado en el barro,
y había estrechado sus manos con Xena, todos los demás, aparentemente,
habían encontrado algo mejor que hacer.
—Gabrielle.
—Oh. ¿Sí?
—¿Qué era eso? —preguntó Gabrielle, mirando por encima de la alta forma
de Tiger.
—Parientes. —Xena respondió brevemente, luego miró hacia atrás—. O tal vez
son amantes. ¿Quién sabe? —Bajó la vista hacia sus manos cubiertas con los
guanteletes, los dedos de una de ellas se sujetaron ligeramente alrededor de
sus riendas, y suspiró ante la extraña sensación de llevar los guantes después
de tanto tiempo.
Todo se sentía un poco raro. Ella siempre había montado, pero había algo
diferente sabiendo que al final de este día, y el siguiente, y el siguiente, y el
siguiente, no habría ningún establo cálido al que pudiera llevar a Tiger, y sin
darse un respiro de la sensación de la silla de montar y el viento contra su cara.
—Vas tú. —Xena luchó contra el impulso de intentar rascarse el picor entre sus
omóplatos que estaban cubiertos por la armadura y su espada. El cuero
proporcionaba una buena protección, y estaba bien cortado y ajustado, pero
también se sentía un poco raro constriñendo su cuerpo y podía sentir como
aumentaba su irritación por las pequeñas y quisquillosas dudas que su mente
le estaba lanzando—. Hazlo rápido.
—¿Ya? No lo creo.
—Planta.
—La apestosa. —Supuso Xena, sabiendo por la rápida y fácil sonrisa en la cara
de su compañera que había errado el tiro—. Está bien, ¿es un árbol, un arbusto
o algo más pequeño?
—Ggggaabbbriellle.
—Es un arbusto y algo más pequeño. —Los ojos de la mujer rubia brillaron—.
No es un árbol. —Alargó la mano y apoyó la mano en la bota de Xena—.
¿Xena?
—¿Sí?
—Sé que va a haber grandes historias antes de que regresemos. —Le dijo
Gabrielle—. Estoy tan contenta de que me hayas dejado ir contigo.
—¿Intentas distraerme de adivinar tu arbusto? —La reina levantó una ceja
escéptica—. Apuesto a que tiene algo que ver con las bayas.
Ahh. Dividendos del amor. Lo curioso era, reflexionó Xena, que la inocente
niña realmente quería decir lo que decía, y aunque sabía que las historias con
las que regresarían no eran algo que Gabrielle disfrutara contando, el saber
que había venido con ella voluntariamente ponía una sonrisa en su rostro.
Los ojos de Gabrielle se iluminaron, y sacó su lengua para atrapar las primeras
gotas de lluvia que finalmente comenzaban a caer, mientras se levantaba la
capucha con la otra mano.
Detrás de ellas, las tropas iniciaron una canción de marcha, voces graves y
ásperas en contrapunto al trueno que retumbaba sobre sus cabezas y,
después de un momento, Xena se unió, con su mente ocupada pensando en
lugares para acampar, gente a la que aterrorizar y plantas que podrían ser
arbustos o no con los que responder.
—¿Gabrielle?
—Aquí. —Una húmeda figura rubia, descalza y vestida con una túnica clara,
apareció detrás del jergón doble cubierto de pieles que les servía de cama—
. Déjame tu capa... Tengo la mía secándose aquí en la parte de atrás.
—Agradable. —Se sentó en una silla y comenzó a desatar sus botas, contenta
de la alfombra de viaje y de las pesadas pieles de cuero que evitaban la lluvia.
Estaba empapada, con capa o sin capa, la lluvia había continuado durante
todo el día y ahora sentía que su armadura de cuero se había convertido en
parte de su piel, la humedad había facilitado el ajuste del cuero a medida
que avanzaba el día y ella se acostumbró a usarla de nuevo—. Ha sido un
buen día.
—Heh. —Gabrielle sonrió—. Apuesto a que podemos encontrar más cosas por
el camino, como esas hierbas que vi hoy.
—Apuesto que podemos. —Xena se quitó una bota y la dejó caer, luego
comenzó con la otra, solo para hacer una pausa cuando Gabrielle se arrodilló
y la sorteó sus manos, tomando los cordones con sus propios dedos y
desatándolos—. Oye. —Le dio un golpecito a la mujer rubia en la cabeza—.
No eres mi sirviente. Puedo quitarme mis propias botas.
—Xena. —Gabrielle la miró—. Eres la reina, y me gusta hacer cosas por ti. ¿No
te gusta que la gente haga cosas tan agradables como esta? —Deslizó la otra
bota y cruzó las manos alrededor del frío pie de Xena, masajeándola con
dedos cálidos.
—Bueno, es algo nuevo para ellos... y encontraron ese gran ciervo... Supongo
que se emocionaron.
—¿Les dijiste cómo hacer las cosas bien, al menos? —Xena alborotó su cabello
mientras se ponía de pie, se desabrochaba la parte delantera de su cuero y
lo soltaba mientras caminaba por la tienda hasta su baúl de ropa—. Me alegro
de tener un conjunto de estos de sobra. Maldita sea. —Se quitó el empapado
cuero y lo colocó sobre el poste central mientras sentía que Gabrielle se
acercaba detrás de ella. En el medio de la tienda había una parcela de tierra
desnuda y allí estaba la estufa de campamento, que irradiaba un calor
reconfortante contra su piel desnuda al abrir el baúl y agarrar el conjunto de
cuero seco. Lo sacudió mientras se le secaba la espalda y se detuvo para
escuchar la lluvia antes de ponérselo—. A las cosechas les encanta esto. A mí,
no.
Gabrielle tomó las ropas húmedas y las dejo secar junto a las suyas.
—Escuché a los soldados hablar sobre establecer una guardia —dijo—. Pero
todavía estamos cerca del castillo.
—Fuimos atacados en el castillo antes del invierno, ¿verdad? —Xena se puso
sus pieles secas y se acercó al baúl, sentándose y sacando la espada de su
funda para limpiarla—. La mitad del maldito ejército huyó, Gabrielle. Están por
ahí en alguna parte y tienen muchas razones para no gustarles.
—Hm.
—La cena, Su Majestad. —La respuesta sonó ligeramente ronca y alta para
hacerse oír por encima de la lluvia.
Xena lo consideró.
—Nada sobre lo que puedas hacer algo. Largo. —Señaló la solapa con su
espada—. Dile a Brendan que lo quiero aquí en media marca de vela, ¿me
entiendes?
Xena dejó que su espada descansara sobre su hombro mientras sus ojos se
detenían en la figura vestida de lino de Gabrielle que se dibujaba a la luz de
la estufa.
Como si la sintiera, la mujer rubia volvió la cabeza y se encontró con los ojos
de Xena.
—¿Lista para la cena?
—Xena.
—Oye. Tú eres la que dijo que yo era la reina, así que deja de jugar con eso y
pon tu trasero aquí.
Por si acaso.
141
Xena se envolvió con su capa mientras llegaba al borde del campamento,
una hilera de árboles espesos que los protegían del camino y cortaban el
viento que silbaba a través de sus ramas. Pasó con cuidado entre dos enormes
troncos y contempló el temprano y tenue gris del amanecer, inhalando
profundamente el aire fresco de la primavera.
A su derecha, podía ver la guardia del lado frontal del campamento, dos
soldados apoyados sobre troncos medio caídos y uno arriba en las ramas de
un árbol alto, con las piernas enganchadas alrededor de la corteza mientras
su cabeza giraba lentamente en un práctico barrido.
Con una leve sonrisa, Xena emergió de entre los árboles, caminando sobre la
hojarasca y el suelo húmedo mientras el primer canto de los pájaros llegaba
suavemente a sus oídos.
Hoy se sentía un poco más ella misma. O su viejo yo en cualquier caso. El cuero
había comenzado a sentirse más natural, y se estaba acostumbrando de
nuevo al peso de su espada sobre los hombros. Se sintió un poco rígida por
haber cabalgado todo el día anterior, pero al menos había dormido bastante,
la extrañeza del jergón se compensaba con la ahora cómoda familiaridad del
cálido cuerpo de Gabrielle acurrucado contra el suyo.
Se sintió bien al saber que tenía todo un día de nuevas experiencias por
delante. Increíblemente bueno saber que no tenía cortesanos con quienes
tratar, ni nobles a quienes escuchar, ni intrigas palaciegas que vigilar.
Aquí, solo tenía el ejército, y sus soldados, y los problemas del camino, y
montaba a su lado una joven rubia medio loca que le gustaba hacerla reír y
la amaba como nadie más lo había hecho nunca.
¿Eso no era mucho mejor que los aduladores duques y zapatillas de seda? La
reina se rio en silencio. Con lluvia o sin lluvia, estaba condenadamente
contenta de estar allí ahora que lo estaba.
—Supongo que todavía conservo mis viejos reflejos, ¿eh? —murmuró en voz
baja, sacudiendo la cabeza un poco antes de continuar.
Xena miró rápidamente a los otros dos guardias. El que estaba en el suelo
estaba tentado de girarse y mirarla, pero el que estaba en el árbol se había
quedado mirando hacia adelante, con los ojos alerta en el claro, más allá de
los árboles.
Así que.
—Ven aquí. —Xena señaló al hombre al que había golpeado con la piedra. El
hombre se puso de pie y caminó acercándose, con pie vacilante ante ella a
la luz del amanecer que se filtraba lentamente, teniendo apenas la
oportunidad de enderezarse antes de que Xena se apartara del árbol y se
moviera con asombrosa velocidad, amartillando su puño y golpeándolo en la
mandíbula con un sonido que hizo eco a través de los árboles y envió pájaros
volando en todas direcciones. Cayó como una piedra. Xena bajó su brazo y
miró al otro hombre—. Tú eres el vigía. —Dio un paso sobre el soldado caído,
acechando a su compañero que estaba congelado en su sitio, mirándola—.
¿Sabes lo que los soldados enemigos le hacen a personas como tú, que se
distraen con personas como yo?
»Brendan, promociona a ese tipo y dale cincuenta dinares —Se sacudió las
manos y se volvió, finalmente, sin sorprenderse al encontrar a Gabrielle
asomándose desde detrás de un árbol hacia ella.
—Fui en busca de problemas y los encontré —la reina mostró una sonrisa
irónica—. Debes tener cuidado caminando por el campamento, rata
almizclera. Puede que te tomen por un cordero y te cojan para el desayuno.
—A mis enemigos. —La reina colocó su brazo sobre los hombros de Gabrielle—
. Dependemos de ellos para mantener a salvo al ejército, para advertirnos si
alguien nos ataca. Tienen que hacerlo bien.
—Correcto.
—Cuando quieres que algo se haga bien... —dijo—. Confiaré en ellos para que
vigilen al ejército, pero solo confío en mi para vigilarme. —Hizo una pausa—. Y
en ti.
—Nuestra tienda.
—Me aseguré de tener todo empacado antes —dijo—. Pensé que querrías
empezar temprano.
—Pensaste bien. —Atravesaron el anillo exterior del vivaque 2 del ejército, la 145
mayoría de los hombres ya estaban arrodillados junto a sus petates y los
estaban atando para cargarlos. No habían levantado tiendas de campaña,
los sacos de dormir tenían una cubierta de cuero encerado, pero Gabrielle
podía ver que había algunos que habían escogido el lugar equivocado para
dormir y estaban empapados, algunos temblando en el frío de la mañana.
Xena también lo notó. Se desvió hacia ellos, parándose en medio de una
pequeña depresión en el suelo, que habría sido casi invisible en el crepúsculo
en el que habían acampado. Pateó suavemente a uno de los hombres en el
hombro—. Oye.
—S... es.... Um… —Xena levantó una ceja hacia él—. Señora. —Terminó
débilmente—. ¿Estoy haciendo esto mal? —Indicó el petate.
2
Vivaque.- Campamento improvisado, en este caso de tropas.
Xena hizo una mueca como si hubiera pisado algo.
—Solo yo puedo hacer que Gabrielle se moje. —La reina continuó, en tono de
conversación—. Es bueno ser la reina, ¿eh?
—¿Qué?
—Buen chico —dijo—. La próxima vez, todos vosotros escogen mejores lugares
para dormir o los dejaré en la próxima granja que encuentre. —Se volvió y les
miró—. ¿Entendido?
Ellos asintieron.
—Lo siento, Xena. —Brendan llegó desde donde había estado hablando con
el maestro de caza—. Niños, la mayoría. —Se paró al lado de Xena y observó
a los jóvenes soldados reunirse alrededor del fuego—. Nuevos.
—Sí —asintió el capitán—. Todavía quedan unos cuantos días antes de llegar
a la frontera. —Se giró y comenzó a gritar órdenes, mientras el resto de los
hombres comenzaban a acercarse al fuego, donde los cocineros se
alineaban para servir generosas raciones de gachas calientes y pan de viaje
con jarras de cerveza mañanera.
Xena los observó brevemente, luego señaló una roca cercana y condujo a
Gabrielle hacia allí.
Gabrielle flexionó una pierna, luego la otra. Estaban rígidas, cierto, y dolían un
poco, pero nada como la primera vez que había montado, y se sentía
bastante bien.
Xena inclinó la cabeza hacia atrás y estudió el cielo del amanecer. 147
—Lo tendremos —dijo—. Hoy va a ser un buen día. —Se inclinó hacia adelante
y le dio un beso sin prisas a Gabrielle—. Puedo sentirlo.
Gabrielle sintió el calor de un serio sonrojo en su piel cuando pilló a los soldados
observándolas y de repente se dio cuenta de cuántos muchachos había en
el ejército y cómo ellas dos estaban a la vista de todos.
—Um... Xena...
El hombre se enderezó.
La reina la miró.
—Y la gente cree que solo te seduje por esa linda cara —dijo—. Los incendios
comienzan cuando los gilipollas los inician. —Se enderezó—. Nos ponemos en
movimiento. —Ordenó, levantando la voz—. Brendan, adelántate con un
escuadrón hasta el lugar y veamos qué está pasando.
—¡Moveos! ¡Ya oísteis al general! —Brendan hizo girar su castrado gris y se alzó
en los estribos, agitando un brazo hacia las tropas—. ¡A moverse!
—Ya era hora de que sucediera algo emocionante por aquí —murmuró—.
Rata almizclera, no voy a gastar mi aliento diciéndote que te quedes aquí,
pero quédate cerca de mí, ¿de acuerdo?
—¡Ja! —El grupo de avanzada pasó con estruendo delante de ellas y ahora
estaba coronando la pequeña elevación. El grupo aceleró el paso y uno de
los hombres medio girado en su silla de montar saludaba al resto del ejército.
Xena se rio, disfrutando del ajetreo mientras alcanzaba a la oleada de jinetes
y pasaba junto a ellos, Gabrielle serpenteaba animadamente a su lado.
¿Solo un incendio?
—¡Mercancías! —Ahhhh. No. Xena sofocó una risa cuando extendió la mano
150
por encima de su cabeza y sacó su espada, bajándola hacia atrás con la
empuñadura apoyada contra su muslo—. ¡Gabrielle, mantén baja la cabeza!
—¿Más de lo que ya está? —Xena se rio otra vez, y sintió que su garganta se
tensaba un poco, al ver lo que su guardia de avanzada había visto, figuras
que entraban y salían de las llamas, y escuchó en el viento los gritos de los
moribundos. La sangre corrió a cada centímetro de su piel cuando su cuerpo
respondió y sintió que su corazón comenzaba a latir más rápido, los instintos
de guerrera estallando con una alegría salvaje—. ¡Xena! ¡Mira! —Los ojos de
Gabrielle estaban muy abiertos—. ¡Están haciendo daño a esa gente!
Una ráfaga de viento llegó hasta ella, y estuvo a punto de ahogarse por el
hedor, un humo espeso que tenía un toque de carne quemada que la golpeó.
Esto no era una broma.
La gente estaba muriendo allí.
Xena instó a Tiger más rápido, y cuando llegó incluso el grupo de avanzada
se apartó para dejarla pasar y luego se precipitaron tras ella, mientras las líneas
desiguales se enderezaban en una cuña de ataque con ella a la cabeza.
Ahora podía ver a los asaltantes con claridad, quienes un momento después
la vieron a ella, y los gritos aumentaron cuando los jinetes dieron media vuelta
y se volvieron para enfrentarlos.
Liberó una bota del estribo y arremetió con ella, pateando al hombre fuera de
su silla de montar y fuera de la hoja de su espada en un movimiento ordenado.
—¡Aquí! —Una voz detrás de ella, y Xena rápidamente volvió a Tiger, sin
perderse la mirada enojada que el semental le daba con todos los giros.
La mujer rubia se puso de pie y caminó hacia ella, guiando a Parches por sus
riendas. Se detuvo y le ofreció lo que tenía en la mano, sus ojos escudriñaron
el rostro de Xena con silenciosa intensidad.
—Encontré esto.
—Lo vales —dijo—. La mayoría de mis hombres habría pasado esto por alto. —
Puso la moneda en su bolsa de silla y se volvió, mirando lo que quedaba de la
refriega. Un escuadrón de sus hombres recorría el perímetro de la ciudad en
un movimiento de barrido que la hizo asentir en señal de aprobación.
Maldición, se había sentido bien. Flexionó sus manos, deseando que hubiese
durado más. Su sangre aún hervía, y podía sentir la energía que recorría su piel
al repasar su corta batalla. Los asaltantes habían sido soldados mediocres,
pero ella ya estaba repasando lo que había hecho y quería mejorarlo. Se
sentía un poco oxidada. No había sido tan natural para ella como solía serlo.
Con un suave gruñido, sacó un paño de su alforja y lo desdobló—. Vierte algo
de agua sobre esto, ¿quieres?
—Ajá. —Xena instó a Tiger a un galope, cuando pasaron junto a una dispersión
de cadáveres—. ¿Hambrienta?
Graneros y vallas habían sido destruidos. Las casas y los refugios ardían por el
área. A un lado, un carro había sido incendiado lleno de gente, y ahora solo
quedaban los cuerpos carbonizados y la madera. El hedor era considerable,
e incluso Xena no era inmune a eso.
Xena miró a su alrededor, sintiendo una ira totalmente personal y egoísta por
la destrucción de lo que, de hecho, era su propiedad.
—¿Qué es?
—Jengibre.
—Brendan.
—Coge a quien esté vivo y átalo en los árboles a lo largo de aquel camino.
Asegúrate de que se desangrarán.
—Si. 155
—Xena.
Xena sopesó un momento. La gente no solía poner tapas de roca sobre algo
a menos que estuvieran tratando de proteger o guardar alguna cosa debajo.
—¿Qué piensas?
—Quizá hicieron algo para tocarles los huevos —reflexionó—. Tal vez querían
algo y la ciudad no se lo dio. Ocurre a veces. La gente es estúpida y terca.
—Bien. —La reina se quitó un poco de barro del labio inferior y lo sacudió lejos 156
de ella—. Normalmente diría que vamos a matarlos a todos, pero lo hemos
hecho bastante bien, así que supongo que seguiremos adelante y
buscaremos algo más para atacar. —Miró hacia abajo y vio que Gabrielle la
miraba—. Tu preguntaste.
—Quise decir, qué vamos a hacer con todo esto... — Gabrielle dejó que sus
ojos vagaran por los cuerpos calcinados—. Con estas personas.
¿En qué Rio Estigio estaba pensando ella? Xena miró rápidamente a su
alrededor.
—Lo único que podríamos hacer es darles una pira funeraria, Gabrielle. Ya
tienen una. —Comenzó a dirigir a Tiger hacia la ladera más halagüeña—.
Ahora, vamos.
—¿No podrías decir algo? —Alcanzó a Xena—. ¿Como una oración o algo?
Xena detuvo a Tiger tan de repente que casi se deslizó hacia atrás hasta sus
cuartos traseros.
—Solo ven. —Negó con la cabeza—. No voy a decir ni una maldita oración.
Puedes ir tu a decir una si quieres. Es muy probable que los dioses sean más
propensos a escucharte que a mí. —Gabrielle frunció el ceño mientras la
seguía. ¿Eso era cierto? Sabía que Xena no adoraba a ninguno de los dioses,
y en realidad, tampoco tenía mucha experiencia en esa área. Ella sabía sus
nombres, pero sus padres solo habían estado a regañadientes en sus
homenajes y ella nunca había visto realmente ningún beneficio de ellos.
Bueno. Se alegró cuando se alejaron de la plaza, y dejaron atrás el horror de 157
la fosa crematoria, moviéndose a través de chozas en su mayoría
desplomadas y muebles rotos hacia los sonidos de hombres trabajando, y una
serie de crujidos agudos—. Ah. —murmuró Xena—. Casi abierto.
Gabrielle miró más allá de ella, vio una puerta de piedra situada en la ladera
de la colina, con un grupo de soldados de Xena frente a ella, empujando una
gran rueda de piedra redonda que bloqueaba la entrada. Cuando la piedra
rodó a un lado, los hombres miraron curiosos hacia dentro, uno se acercó con
una antorcha para ver qué había dentro.
—Bien.
—Por favor... No nos mates —susurró uno de los niños, mientras la miraban
horrorizados—. No hemos hecho nada.
—¿Quién eres? —preguntó el niño, tan cubierto de hollín que era imposible
saber si era niño o niña.
—Ya no. —Xena se volvió y le indicó a Brendan que entrara—. Sácalos de aquí
—dijo brevemente—. Mira lo que hay en las cajas.
—Escucha, no tenemos tiempo para ser niñeras. —Le dijo la reina y miró a los
niños—. ¿Bien?
Todo el mundo estuvo callado por un momento, y supo que todos estaban
mirando a Xena, y ella no sabía, realmente no sabía lo que la reina iba a
decirles.
Esperaba que fuera amable, pero se acordó de sus primeros días en el castillo
y sabía que había un lado cruel en Xena que ella misma había sufrido.
Por qué. Xena miró tristemente por encima del hombro de Gabrielle. Sí. ¿Por
qué?
La luz de las antorchas parpadeó sobre las cadenas doradas y una única
piedra grande colgando de ellas, la respuesta a una pregunta que engendró
una docena más.
160
Parte 5
El crepúsculo los encontró a unas pocas leguas más allá, en un lugar abierto,
algo salvaje, lejos de las zonas habitadas. No habían encontrado más
incursores en su viaje, pero tampoco a más personas, solo dos pueblos
abandonados, vacíos de todo y de todos.
Xena estaba sentada a lomos de Tiger, en una pequeña elevación que daba
al campamento. Se apoyó en su silla de montar y contemplaba sombríamente
como se montaba el campamento, mientras los cocineros trabajaban para
preparar el fuego y los soldados se agrupaban en escuadrones esparcidos
entre los árboles.
Acampar en campo abierto sería más fácil para todos, lo sabía. También sabía
que colgar su culo en la amplia explanada para que cualquiera disparara era
increíblemente estúpido, por lo que decidió tolerar las dificultades de dispersar
a los hombres entre los árboles en aras de la seguridad. 161
A un lado, en el centro de cuatro grandes árboles justo al lado del arroyo,
podía ver a los hombres que levantaban su tienda, la carreta en la que estaba
su equipo estaba siendo descargada bajo la atenta mirada de Gabrielle.
Se preguntó brevemente si llevaba demasiada mierda con ella. ¿Era justo que
los hombres tuvieran que trabajar tan duro para levantar su refugio después
de pasar todo el día en el campo?
Xena pensó que no. No después de ver su rostro al observar los restos de la
primera ciudad y el triste vacío de la última. Se había vuelto más silenciosa a
medida que avanzaba el día, y había acabado solamente cabalgando al
lado de Xena con la cabeza un poco baja y una expresión triste en su rostro.
Era difícil decir cuál de ellas se sintió más aliviada cuando Xena finalmente
mandó detenerse y tenían algo más que hacer además de escuchar los
cascos de los caballos en el camino.
—¿Problemas?
—Parece que no, la verdad. —Él imitó su pose, inclinándose hacia delante en 162
su silla de montar—. Mal invierno en estos lugares, ¿eh?
—Mal invierno, seguro. Pero los malos humanos lo empeoraron. Alguien hizo
que esas ciudades fueran abandonadas.
—Bregos.
El viejo soldado canoso gruñó, volteando la moneda una y otra vez entre sus
dedos.
—A sus órdenes. —El guardia más cercano asintió—. Buenas noches, M... —
Tosió un poco—. Xena.
—Hablando del camino, puedo asegurar —dijo—, que los has encantado a
todos, Xena. Como en los viejos tiempos.
Xena recordaba los viejos tiempos, antes de convertirse en reina cuando vivía
con el ejército en el campo y prácticamente todas las noches se llevaba a
alguien a la cama con ella. Deambulaba por el campamento después de
que los fuegos ardían bajo y hacía su elección, sabía que los hombres habían
competido por ello.
Pero eso era entonces, y esto era ahora, y no creía que Gabrielle fuera del tipo
de chica a la que le gustara compartir. Ciertamente, en cualquier caso, ella
no lo era.
—No todo es como en los viejos tiempos —dijo la reina mientras pasaban entre
dos fogatas de la unidad—. No estaba pillada entonces.
Hm. Con la frente arrugada de nuevo. Xena la miró dudosa y luego abrió los
brazos en señal de invitación. Captó la expresión de gratitud antes de que
Gabrielle terminara aplastándose contra ella, y supuso que había hecho algo 164
bien. Maldito si supiera por qué, pero el abrazo feroz que estaba recibiendo
definitivamente era una buena señal.
—No lo hago, yo solo... —La mujer rubia suspiró—. Ese primer lugar fue tan
horrible.
—No. —Xena enarcó una ceja en una pregunta elocuente. Gabrielle se movió
y juntó las manos otra vez—. Mi madre me envió con un poco de pan, una vez
—respondió con voz distante—, para mi abuela, vivía detrás de nosotros. Entré
en su casa, y ella... supongo que ya se había ido hacía unos días.
—Eso es asqueroso.
—¿Xena?
—Adelante. —La reina se sentó en el baúl para quitarse la armadura de la
pierna.
Brendan entró.
—¿Eso significa que todavía está aquí afuera con su ejército? —preguntó.
La mujer rubia agitó suavemente las tazas, olfateando el vapor para juzgar
cuán empapadas estaban las hojas. Quería el calor suave del té
desesperadamente, y se sintió culpable por desear que Brendan se fuera para
poder estar a solas con Xena. Había algo que quería decirle.
—¿Vas a ir a buscarlo?
—No será necesario —dijo, brevemente—. Si él está por allí fuera, vendrá a
buscarme.
—Escucha.
Gabrielle respiró hondo para responder, pero ambas se sacudieron cuando 167
un fuerte grito estalló afuera, Xena se puso de pie y agarró su espada en el
camino de salida de la tienda, antes de poder decirse una palabra más entre
ellas. Después de una pausa por la conmoción, la mujer rubia salió disparada
hacia la apertura, se detuvo en medio del recorrido y agarró su vara, luego
corrió tras la reina hacia la reunión nocturna.
Xena se metió en el centro del caos, solo para descubrir que no era tan
caótico como sonaba por los gritos. Cerca de la fogata principal, cinco de sus
guardias estaban de pie y rodeaban a una figura desaliñada y enlodada que
estaba medio encorvada con las manos atadas a la espalda.
—Encontré a este tipo. —El más viejo apuntó con una daga al prisionero—.
Tratando de colarse en el campamento.
Xena sonrió.
—¿A dónde vas, perro? —El guardia más viejo se rio—. ¿Pensabas colarte sin
que nos diéramos cuenta?
—Tenías trabajo —dijo Xena—. Tú eres el que eligió huir de él. —Envainó su
espada y, en cambio, sacó su daga, acercándose a él—. Pero oye. Soy una
tía indulgente. Te aceptamos de vuelta.
—Por supuesto, aceptamos que vuelvas. Pero primero me vas a contar todo
lo que has estado haciendo desde la última vez que te vi.
—M... Me matarás.
El prisionero sacudió un poco la cabeza, al menos tanto como pudo con los
dedos de Xena agarrando su cabello largo y pálido.
—N... salimos, hicimos alguna incursión... La mitad murió de hambre —dijo con
voz ronca—. Pasó la diarrea.
Él estaba mintiendo. Xena lo sabía, del mismo modo en que sabía el clima que
vendría, el movimiento y el cambio en la batalla mientras estaba inmersa en
ella. El problema era saber qué clase de mentira: una pequeña, como no
querer decirle que había participado en el ataque a la ciudad, o una grande,
como que realmente estaba espiando para Bregos y que el otro ejército
estaba cerca esperándola. 169
Ella miró su rostro, que era el de un jovencillo, carente de cicatrices, y estudió
su constitución menuda. Lo recordaba como un lacayo anodino en las tropas
de Bregos, más un relleno que un luchador. Inútil para ella, y probablemente,
inútil para Bregos también.
—Lo digo —declaró la reina—. Pero, antes de nada, siéntalo y sácale cada
detalle, incluso el color de los calcetines de Bregos a día de hoy. —Dio un paso
atrás para dejar que el guardia cogiera al hombre, que estaba parpadeando
como si no pudiera creer lo que estaba escuchando—. Sácalo de aquí.
Brendan se paró frente a ella y bajó la voz.
—¿Me estás cuestionando? —mantuvo su voz ligera, pero había un filo en ella
y sabía que lo había escuchado—. Es un poco tarde para empezar con eso
ahora, viejo —dijo—. Ahora, sácalo de aquí.
La reina oyó los murmullos bajos, y vio muchas cabezas sacudiendo levemente
cuando los soldados se dispersaron. Esperó a que se despejara el espacio a su
alrededor antes de volverse y mirar a Gabrielle que la observaba en silencio.
¿No lo eran?
—Ey.
—Ey. —Gabrielle le llevó una de las tazas—. Ha sido un día muy largo, ¿eh? —
Se pasó los dedos por el pelo—. Creo que iré a ver qué están preparando, y
traeré algo para nosotras. ¿Suena bien?
—No.
—¿No?
Uno de sus soldados más viejos respondió levantándose y corriendo hacia ella.
—¿Sí?
—Tráeme una bandeja con algo de lo que sea que tengan, cocinado o no —
ordenó Xena—. Y un odre de vino.
Ella pensaba que sería más sencillo aquí fuera. Solo el ejército y ella, y algunos
desconocidos, pero sospechosos enemigos por ahí para vencer. Fácil. Pero
estaba encontrado las cosas más complicadas de lo que solían ser y las 171
elecciones más difíciles.
Maldición.
—Ha sido mucho que asimilar —admitió—. Pero estoy de acuerdo con eso.
—¿Ah sí?
Gabrielle asintió.
—No soy una niña. Sé por qué estamos aquí Xena. —Levantó los ojos de su
taza y miró a la reina—. Así que, si querías hacerle algo a ese tipo, podrías
haberlo hecho.
—Está bien —respondió—. Lo siento. Me lanzaste una mirada tan graciosa ahí
fuera que pensé que sí. —Dejó la taza y se levantó, caminando hacia la solapa
de la tienda y desatándola mientras se oían pasos apresurados acercándose.
—¿Qué?
172
—No importa. —La reina se levantó y le cogió la bandeja, llevándola a la mesa
del mapa y dejándola caer con una atípica falta de gracia—. Tal vez debería
salir y desollar vivo a ese mierda para que nadie piense que algo anda mal
conmigo. —Abrió y recuperó algunos de los platos, sin siquiera mirar lo que
había en ellos hasta que sintió una cálida presencia en su espalda, y Gabrielle
puso su mano allí, apoyando su mejilla en el hombro de Xena. No habló,
simplemente se quedó allí, frotando ligeramente la espalda de Xena mientras
la reina dejaba descansar las manos sobre la mesa y apoyaba su peso en
ellas. Después de una breve pausa, Xena apartó la bandeja y se levantó,
girándose y recostándose contra la mesa mientras apretaba a Gabrielle en un
abrazo áspero, cerrando los ojos y rindiéndose a su necesidad del contacto.
El aliento de Gabrielle le calentó un lado del cuello, y deliberadamente dejó
de lado la irritación por el momento. No hacía las cosas por ninguno de ellos—
. Ven aquí —dijo Xena—. ¿Quieres ver a dónde vamos? —arrastró a Gabrielle
hacia donde estaba el mapa—. Sirve un poco de ese maldito vino... Hará que
tenga más sentido para ti.
—Mañana será otro día—dijo—. Así que bien podríamos estar listos para esto.
173
Sus oídos captaron el sonido del agua corriendo, y sonrió para sí misma con
un leve triunfo. Pasó entre dos árboles inclinados y olió el agua antes de verla
apresurarse sobre las rocas cubiertas de musgo justo delante de ella. Con un
leve suspiro de alivio, se arrodilló junto al arroyo e inclinó el borde de su
palangana en la corriente, parpadeando un poco mientras gotas de agua
saltaban de la superficie y le salpicaban la cara.
Era más frío que refrescante, ya que el aire de la primavera aún era frio.
Gabrielle mantuvo la palangana donde estaba hasta que se llenó, luego la
colocó con cuidado entre dos rocas mientras se pasaba la manga por la cara.
Un ruido sordo la hizo sacudirse, pero comenzó a respirar de nuevo una vez
que reconoció un hacha golpeando un árbol, y junto con ella escuchó el
traqueteo de ollas en el área de cocina. Con una mueca irónica por su propio
nerviosismo, levantó la palangana y se giró, caminando de nuevo hacia la
tienda de la reina con la palangana apretada contra su pecho chapoteando
un poco.
—¿Su gracia?
—Puedo llevarla por ti? —preguntó el joven—. Es un gran balde el que tienes
allí.
—No, lo tengo, gracias. Es solo hasta allí. —Pasó junto a él y subió por la
pequeña elevación hasta el lugar donde el campamento de Xena estaba
apartado, el aire cada vez más liviano a su alrededor. Justo cuando llegó a la
puerta, la solapa se hizo a un lado y Xena salió disparada, con la mirada
aguda y rastrillando los alrededores—. ¡Oh!
—Ga... —la reina cerró sus mandíbulas con un clic audible cuando vio su
objetivo. Sus fosas nasales se dilataron y aflojó los puños—. ¿Dónde Hades
estabas? —Gabrielle la miró, luego bajó la mirada hacia al balde y luego
volvió a mirar a Xena con perplejidad—. Oh, cállate. —Xena dio un paso atrás
y apartó la solapa—. Entra ahí. —Esperó a que Gabrielle pasara antes de
volver su atención a las tropas cercanas—. Diles a los cocineros que se pongan
en movimiento. Quiero estar en el camino en una marca de vela —ordenó—.
¿Lo pillas?
—Si. Señora. —El soldado prescindió de toda familiaridad y se alejó al trote,
presumiblemente en busca de Brendan. Su voz había corrido, sin embargo, y
los pequeños susurros en la tenue luz del amanecer ahora se aceleraban y los
silbidos comenzaron a sonar.
Xena escuchó por un momento, luego gruñó satisfecha y se giró para entrar
en su tienda, parándose un momento debajo de la solapa mientras miraba a
Gabrielle poniendo sus cosas de baño cuidadosamente junto al lavabo.
—Oye.
—Lo siento —le dijo—. Me olvidé de traer esto anoche. Simplemente fui al
arroyo por eso... No quería despertarte. —Se volvió a tomar el jabón de la bolsa
de viaje de Xena—. Creo que va a ser un buen día... una vez que la niebla se
haya levantado.
—¿Sí? —dijo—. Eso es genial. Tal vez no todo el mundo esté de tan mal humor 175
al final del día. —Reflexionó sobre eso, luego se recostó en la cama y cruzó las
manos sobre el estómago—. ¿Quieres hacerme un favor?
—Bien. —Su compañera giró la cabeza hacia ella—. Ahora que le dije a todos
que me quiero ir antes de que salga el maldito sol, creo que será mejor que
nos lavemos, ¿eh?
—Aja —asintió Xena—. Creo que te vi cojeando ayer. Recuérdame que mire
tu silla de montar cuando montemos. —Con un suspiro, se sentó y sacudió la
cabeza hacia adelante y hacia atrás, frotándose el cuello e hizo una mueca—
. Maldito dolor de cabeza. —Se levantó y fue a su equipo, hurgando en el—.
¿Me dejaste beber demasiado anoche, rata almizclera?
Se acercaron unos pasos a la tienda. Xena se giró, el suave sonido de las pieles
moviéndose claro en el silencio mientras la reina caminaba hacia la abertura
y se quedaba dentro.
—¿Quién es?
—Brendan.
Xena abrió la solapa para dejar entrar a su capitán. Brendan tenía la cabeza
mojada y su armadura de cuero también estaba húmeda, pero el robusto
soldado estaba de buen humor y alzó una mano para saludar a Gabrielle
cuando esta se volvió y le saludó con la mano. 177
—Una buena mañana, ¿eh? —dijo Brendan—. Va a ser un buen día, Xena.
Deberíamos pasar un buen rato hasta el final. —Dejó que su mano descansara
sobre la empuñadura de su espada, que llevaba en la cadera—. Le
sonsacamos algunas cosas a ese bastardo anoche. Cosas de campamento,
pequeñas cosas. Es un donnadie, ¿verdad?
—¡Oye! —gruñó.
Su capitán resopló.
—Le gustan los caballos —dijo—. Sin embargo, no estoy seguro de que sepa
algo sobre ellos.
—No. —Gabrielle terminó de restregar sus brazos desnudos—. ¿Por qué iba a
pensar eso?, ¿Porque no mataste a alguien? Soy ya la que dice que matar
178
personas no siempre es la respuesta. —Se secó la piel y se acercó a Xena—.
¿Por qué deberías avergonzarte de salvar la vida de alguien o de ayudar a
esos niños, Xena? —Buena pregunta. Xena le quitó la tela y lentamente se
limpió las manos con ella—. Es como avergonzarse de ser una buena persona.
—Gabrielle puso su mano sobre el brazo de Xena—. No deberías ser... Xena,
puedes ser una fuerza tan positiva...
—Shh. —Xena le cubrió la boca con una mano—. No sigas por ahí, Gabrielle.
Te lo advierto. —En silencio, la mujer rubia simplemente la miraba—. NO soy
una buena persona. —La reina enunció las palabras lenta y
cuidadosamente—. Y NO QUIERO ser una buena persona. ¿Entiendes eso? —
Después de un momento, Gabrielle negó con la cabeza. Xena dejó caer su
mano con un suspiro de exasperación—. Maldición. Voy a ir a matar algo. Tal
vez eso ayude con mi dolor de cabeza. —Se giró y salió de la tienda,
agarrando su espada mientras pasaba junto a su baúl de armas y dejaba que
la solapa golpeara tan fuerte como fuera posible detrás de ella.
Gabrielle sabía que solo tenía un poco de tiempo antes de que Xena
regresara, y tenían que empacar la tienda, y continuar. Pero fue a su baúl y
sacó un pergamino, sentándose y tomando su pluma, las palabras
cosquilleaban con tanta fuerza detrás de su lengua que no podía esperar
para expresarlas.
Era difícil decir quién estaba más feliz de llegar por fin al paso, los soldados, los
caballos o Xena. El camino hacia él, estaba lleno de guijarros de pizarra y con
el desnivel, había sido una subida difícil para todos. Los soldados habían
desmontado cuando Xena lo había hecho, y se abrieron paso hacia arriba,
con las botas deslizándose entre las piedras sueltas mientras luchaban por
mantener el equilibrio y ayudar a sus monturas a avanzar.
Xena los detuvo justo por debajo de la hendidura en las montañas que era el
comienzo del paso, recordando la última vez que había guiado el camino en
un paso y estuvo a punto de conseguir que la mataran a ella y a los demás.
—Mm.
—No pensé que estuviera tan alto —admitió—. El río parece tan pequeño.
—Recuerdo estar parada aquí —dijo—. Me preguntaba qué gran botín podría
sacar en estas tierras. —Gabrielle jugueteó con las riendas de Parches, pero
guardó silencio—. Pensé que no mucho —reflexionó la reina—. Mira todo ese
maldito matorral. —Su compañera se movió junto a ella.
—¿Ves esa colina de allí, con el árbol torcido? —señaló hacia abajo, a la
derecha de donde estaban, un buen camino para bajar la pendiente.
—Sí —dijo Xena, después de una pausa—. ¿Ese era tu hogar?
—Es donde solía vivir. —Su rostro era sombrío—. Es de donde soy, supongo. —
Xena soltó el odre del cinturón, lo destapó y se lo pasó a su compañera.
Observó en silencio cómo Gabrielle lo cogía y sorbía un largo trago,
apartándolo de sus labios y mirando a lo lejos pensativa durante un momento.
Luego se volvió y tosió violentamente, expulsando el trago sobre las piedras y
haciendo que las orejas de Parches se movieran de un lado a otro con
alarma—. ¡Cof! —retrocedió tambaleándose un paso, tosiendo de nuevo—.
¡Cof cof cof!
La reina se rio.
—Te distrajo ese viejo lugar, ¿eh? —Se acercó y le dio a Gabrielle una fuerte
palmada entre los omóplatos—. Vamos, Gabrielle, no puedes dejar tu trasero
en el pasado. Tenemos cosas que hacer, y un tesoro que saquear. —Cogió el
odre de vuelta y tomó un sorbo mucho más prudente de aguardiente,
lamiéndose los labios y levantando las cejas hacia la mujer rubia—. Cosa
buena, ¿verdad? 180
La lengua de Gabrielle estaba demasiado entumecida para responder, cogió
su propio odre de agua y tragó apresuradamente algunos tragos, tratando de
apagar el fuego que hacía que le lloraran los ojos.
—¡Dioses! ¿Qué es eso? —Se las arregló para decir con voz ronca,
recomponiéndose y verdaderamente distraída de sus pensamientos previos.
—¿En serio crees que se puede beber eso? —Se sintió tan dudosa como
sonaba. El líquido tenía un gusto como... Bueno, al demonio si supiera a qué
sabe—. Realmente no fue... uh... quiero decir, sé que lo hiciste tú, así que tiene
que ser bueno, pero...
—Pero es un gusto adquirido. —La reina la miró, una leve sonrisa apareció en
su rostro—. Como yo.
Bueno, no había forma de que Gabrielle pudiera discutir eso. Simplemente
bebió otro trago de agua y retrocedió un poco, caminando para aliviar los
músculos ligeramente contraídos en sus piernas. La escalada había sido más
de lo que pensaba, pero la había capeado mejor de lo que había esperado,
así que todo salió bien. Sin embargo, se alegraba de que estuvieran en la
cima, y ahora veía como Xena hacía señas a algunos de los soldados.
El fuego de Xena. Gabrielle tuvo que reírse de sí misma. Chico, ¿me enamoré
de eso o qué? Todavía podía saborear la quemadura a lo largo de los bordes
de su lengua y solo podía imaginar lo que habría sentido si realmente se lo
hubiera tragado. Caminó hacia donde Parches estaba pacientemente de
pie, el pony husmeaba entre las rocas en busca de una brizna perdida de
hierba.
—¡Gabrielle!
Whoops.
—Inventando poesía sobre tus manos. —La reina se detuvo, y arqueó la ceja.
Había pasado mucho tiempo, tanto en años como en vivencias, desde que
había hecho esta ruta. También había realizado algunos viajes en la otra
dirección, evitando esta, razonando haber visto todo aquello antes, ¿por qué
retroceder?
De hecho ¿Por qué ahora? Xena dejó caer una mano sobre su muslo mientras
se relajaba con el paso rítmico de Tiger. El semental negro era uno de los más
grandes entre los caballos del ejército, y tenía un temperamento susceptible y
a menudo mala actitud. Lo adoraba en extremo, y aunque él se había
tomado su tiempo antes de que lo domara, realmente disfrutaba montándolo
182
y sintiendo la sensación de poder que desprendía el gran animal.
Sin embargo, nunca le habría contado eso a nadie. Para sus súbditos, para las
tropas, Tiger era solo su caballo de guerra. Nada especial, y tan peligroso estar
cerca, que te jugabas la vida solo con intentar asearlo.
—¡Xena! ¡Son ellos! —la voz de Brendan era inconfundible—. ¡Esos bastardos
están delante de nosotros! ¡Atacando una caravana de mercaderes!
Xena detuvo a Tiger al lado del grupo de avanzada, que se había mantenido
detrás de una pila de rocas justo en una curva en el paso que impedía que
fueran vistos, esquivó con su caballo hacia donde el vigía estaba agachado
en una parte baja de la roca, mirando por encima de él.
—¿Qué ves?
—Dos veintenas, tal vez más. —El hombre hizo una mueca, sin volver la
cabeza—. Están robando toda la caravana, bastardos. Es grande. La más
grande que he visto esta temporada.
—¿A sí? —Examinó el área debajo del paso, su ritmo cardíaco se aceleró al
ver el enorme séquito y los hombres atacándolo. La caravana intentaba
defenderse, los hombres con media armadura intentaban desesperadamente
luchar contra las tropas, pero no tenían mucho éxito, y podía escuchar los
gritos de los mercaderes cuando los atacantes los derribaban—. Sabía que
iba a ser un buen día —dijo la reina, antes de girarse y soltar su agarre,
aterrizando en la silla de Tiger y silbando en un tono bajo, pero estridente—.
Vamos a movernos. Ahora mismo, montad, y masacradlos. —Se dejó caer en
la silla de montar y desenvainó su espada, mientras los hombres se separaban
para dejarla pasar a su lugar al frente—. Levanta el estandarte. —ordenó,
oyendo el revoloteo de la seda al golpear el viento cuando dobló la curva, y
183
el aire le revolvió el pelo—. ¡Heeeeyah! —Puso en marcha a Tiger hacia
adelante, consciente por el rabillo del ojo de un pony pequeño y desaliñado
tras ella cuando el ejército se puso en movimiento y se dirigió hacia la curva y
el paso.
Gabrielle estaba demasiado nerviosa como para hacer otras cosas aparte de
aferrarse a las riendas de Parches y permanecer lo más cerca posible de Xena.
Podía sentir que el suelo comenzaba a temblar mientras los caballos se movían
de un paseo a medio galope, y alrededor suyo los soldados estaban
preparando sus armas para la batalla y asegurando su agarre a los caballos
bien entrenados.
Era terrible y, sin embargo, también era maravilloso, porque sabía que iban a
ayudar a las personas atacadas y evitarían que los lastimaran o los mataran.
Apretó sus rodillas sobre Parches, y el pony resopló mientras se mantenía a la
par con sus hermanos y hermanas mayores mientras recorrían la curva y
bajaban el último trozo del paso hacia el camino inferior.
Xena giró su espada para que la hoja quedara detrás de ella, se mantuvo un
poco a un lado cuando sintió los pies de Tiger golpear tierra firme y sólida y
comenzó a acelerar. El viento sopló con fuerza contra ella, y ella se regodeó
en él, porque sabía que arrastraba los sonidos del ejército y los enviaba de
regreso al desfiladero, haciendo que sus objetivos casi no se dieran cuenta de
su próximo ataque.
Era fortuito y peligroso, y apenas pudo evitar ser aplastada entre dos de los
184
caballos de guerra más grandes mientras luchaba por mantenerse al lado de
Xena.
Estaban en la primera cuña que se dirigía contra los asaltantes, y los asaltantes
reaccionaron con lentitud, girándose en estado de shock cuando fueron
atrapados por los hombres de Xena mientras trataban de desarmar los carros
mercantes. Llevaban media armadura, más roídas y oxidadas que las de los
hombres de la reina, y por supuesto sus corazas de cuero carecían del símbolo
de la cabeza de halcón dorado.
Sin embargo, ellos se dieron cuenta. Gabrielle vio que los ojos de un hombre
casi salían de su cara cuando se volvió para mirar a Brendan, justo antes de
que se volviera irrelevante cuando la espada de Brendan lo alcanzó justo en
la nuca y le cortó el cuello.
»¡Aquí! —Le tendió una mano a la mujer—. ¡Ponte detrás de mí! —Con los ojos
desorbitados, la mujer estaba más que ansiosa por obedecer y medio saltó,
medio se tumbó sobre los cuartos traseros de Parches mientras Gabrielle
empujaba al hombre de detrás de la espalda de la mujer, liberando su brazo
mientras empujaba a Parches hacia adelante y el se balanceaba y caía del
carro al suelo. Ella corrió al otro lado del carro, tratando de mantener a
Parches bajo control mientras la mujer se movía detrás, y media docena de
soldados casi se estrellaban contra ellas. De algún modo se las arregló para
levantar a la mujer y hacer que se acomodara mientras presionaba contra el
carro, tratando de mantenerse fuera del camino de todos—. ¿Estás bien?
—¡Malditos bastardos! —La mujer jadeó—. ¡Nos dijeron que no viniéramos aquí!
¡Deberíamos haber escuchado!
—¿A quién esperabas, a Afrodita? —le gritó la reina—. ¿Qué Hades estás
haciendo?
—¡Intentaba no molestar!
—Ahí. Quédate —le dijo—. Porque sé que esta cosa no lo hará. —Se giró y se
quedó en sus estribos, repasando la batalla.
Si es que la hubo.
—Se dirigen al siguiente valle —dijo, llevándose los dedos a los labios y dejando
escapar un silbido largo y penetrante, luego se detuvo antes de silbar dos
veces más—. Así que no mataremos a todos hasta que sepamos hacia dónde 187
se dirigen.
La mujer que había apartado del asaltante se arrastró hacia un lado y puso
sus manos sobre ella, mirando más allá de Gabrielle hacia la forma alta de
Xena.
Los mercaderes solo la miraban fijamente con los ojos como platos en silencio.
—Xena.
—Majestad. —La más vieja de las mujeres del carro finalmente habló—.
Perdónanos. No esperábamos encontrarte aquí en el camino —explicó.
La mujer más joven a la que Gabrielle había rescatado se inclinó sobre sus
rodillas.
—¿No los conoces, Majestad? —preguntó—. Qué raro, dijeron que eran tus
hombres. —Ignoró el intento de la mujer mayor de callarla—. Nos prometieron
“paso seguro” a tu fortaleza. Luego nos atacaron cuando no quisimos pagar
su moneda.
—No. —Gabrielle decidió que probablemente era hora de decir algo—. Esos
son algunos hombres que desertaron del ejército de Xena antes del invierno.
—Dejó que su mano descansara sobre la madera—. Encontramos algunos
pueblos que fueron destruidos por ellos allá atrás... Xena se asegurará de que
eso no vuelva a ocurrir.
189
Sabía que Bregos no era tonto. Había tenido suficiente éxito en el campo
como para que ella respetara, al menos, sus habilidades estratégicas, aunque
a menudo dejaba de lado su capacidad de juicio. ¿Esos hombres iban por su
cuenta? Sabía que lo habían abandonado los más hambrientos, los más
pequeños y los más insatisfechos con su mando.
Quizá es que eran así de estúpidos. Tiró de Tiger al lado de uno de sus
capitanes, un hombre mayor con la cara profundamente marcada.
—Qué desastre, ¿eh Andar?
Xena colocó una pierna sobre su silla de montar e hizo una mueca cuando su
columna vertebral crujió al girarse.
191
Parte 6
Habían dejado caer cosas mientras corrían, vio una espada a un lado y un
poco de cuerda, pero no tuvo tiempo de detenerse cuando vio que Xena
aceleraba delante de ella. Iba rodeada de soldados y Gabrielle no estaba
segura de sí sabía que iba detrás de ella, por lo que instó a Parches a andar 192
más rápido, ansiosa por no quedarse atrás.
Delante de ella, vio una zona despejada, levantó una mano y redujo el paso
de Tiger mientras se acercaban, un poco alzada sobre los estribos para
examinar el lugar con cautela. Sin embargo, solo vio maleza aplastada, por lo
que, continuó avanzando, tirando de Tiger hasta que llegó al centro y lo hizo
girar en círculo.
Desde el camino, con el alto matorral sería casi invisible, y supuso que esa era
la razón, por la cual, los asaltantes lo habían usado como campamento. Había 193
una hoguera tapada apresuradamente en el centro, y las pertenencias
diseminadas alrededor daban fe, que sus dueños se habían ido rápido.
—Oportunistas. Interesante.
—Recoged cualquier cosa útil —ordenó a los soldados—. Mirad con cuidado...
Especialmente cualquier pergamino. —Se volvió y caminó hacia el otro lado
del campamento, había marcas en la tierra, un sendero estrecho que se
alejaba—. Eso explica por qué fueron a por los bueyes.
—¿Cómo lo sabes?
Gabrielle se enderezó.
—Claro. —Se sacudió las manos—. Lo siento, pensé que habías terminado de
explicar. —Se disculpó.
—Lo que sí tiene, es esa roca de allí. —Xena señaló una roca apenas visible—
. Si te subes en ella, obtienes una buena vista del paso, y cualquier cosa que
se mueva a través de él. —Separó la maleza con las manos y reveló la piedra,
que tenía profundas marcas de desgaste en ella—. Y fue utilizada para eso.
Gabrielle se acercó y examinó la roca con fascinación.
—Guau. Mira eso. Pero, ¿por qué eligieron este lugar? ¿Pensaban que
vendríamos? —Levantó la mirada hacia Xena—. Creía que no decidiste el
camino hasta que era casi la hora de partir.
—Sí. —Xena expulsó una breve risa—. Bien, descubriremos cuándo volvamos,
cuánto y cuándo lo sabían. —Se volvió y comenzó a caminar—. Vamos.
Veamos qué otras pistas podemos encontrar.
195
Gabrielle la siguió de buena gana. El camino era angosto y cerrado por una
maleza espesa, pero mientras caminaba, incluso sus ojos inexpertos
detectaron largas ramas rotas y piedras movidas, e indicaban que el sendero
había estado en uso por más que un corto tiempo.
Esto era emocionante e interesante. Era como un acertijo, y ella estaba allí
viendo a Xena resolverlo.
—Oye, ¿Xena?
—¿Mm?
—Deben haberla traído con ellos —coincidió—. Son buenas para los pozos,
porque son pesadas y el agua pasa a través de ellas, no hay esquinas para
que se agarre. —Cogió la piedra de los dedos de Xena y frotó el borde de su
pulgar sobre ella, su expresión se hizo más pensativa.
—Hay un río... No sé si es lo que estás buscando, pero hay piedras como está
allí —dijo—. No está lejos de donde estamos. 196
¿Tan peculiar era el mundo? Xena se balanceó sobre sus talones y reflexionó.
Parecía demasiado increíble que Bregos eligiera la antigua casa de su
amante como base, sin duda no a propósito. No creía haber mencionado a
nadie de dónde había venido su antigua esclava.
—Está bien. —Dio un paso alrededor del pozo y avanzó más, sus ojos captaron
rastros entre los árboles, más allá de la tierra pisoteada cerca del pozo. Al
borde del follaje más espeso, se detuvo y miró hacia atrás.
Xena hizo un suave ronroneo en el fondo de su garganta, pero volvió sobre sus
pasos y comenzó a inspeccionar el suelo alrededor del pozo, en lugar de
zambullirse en los árboles como su inquieto temperamento la instaba. Vio un
destello de metal cerca de las piedras y se arrodilló de nuevo, despejando el
barro y la hojarasca del objeto.
Por supuesto, el acero que llevaban sus hombres cortaba de verdad las cosas,
pero aparentemente eso no tenía ninguna importancia para los pequeños
fanáticos. Xena giró el trozo de metal, viendo dónde se había desprendido el
mango del cuerno, el borde torcido se resquebrajó y se desmoronó bajo su
toque.
197
De repente, sus sentidos se pusieron alerta. Era consciente de un cambio en el
aire detrás de ella y del suave roce del cuero contra el barro, y una inhalación
de aire, justo cuando dejó caer el trozo de daga y se volvió, sintiendo su
cuerpo reaccionar instintivamente mientras levantaba una mano frente a ella,
en lugar de desenvainar su espada.
Con un grito triunfante, inició un rápido ataque hacia abajo, mientras sus ojos
despejaban las hojas y encontraban su objetivo, solo sacudió su brazo a un
lado mientras su cerebro procesaba lo que estaba viendo, desvió la estocada
de su objetivo aterrizando a la izquierda de este.
Unos aterrorizados ojos abiertos como platos la miraban, enmarcados por
cabello castaño corto y lacio, en una cara demasiado joven como para
apenas ser de un adolescente. La boca del niño se abrió y jadeó, con las
manos apretadas alrededor de la empuñadura que sobresalía de su vientre
donde su objetivo la había enterrado.
En el suelo, a su lado, estaba el arco con que disparó la flecha que Xena
atrapó, y también, había una pequeña bolsa de caza junto a él. En un
instante, sus sentidos captaron todo eso, y su miedo inicial a un error estúpido
disminuyó cuando volvió toda su atención a su víctima.
Realmente, era apenas mayor que un niño. Eso no cambió el hecho de que
había intentado matarla, y Xena se negó a sentir simpatía por él.
Había dos posibles preguntas que Gabrielle podía hacerle. Una continuaría su
relación, y la otra, probablemente la terminaría. Xena se encontró incapaz de
adivinar cuál sería y así, en ese momento del baile de sus almas, experimentó
una sacudida del corazón que la mareó.
—Oh sí. Estoy genial. ¿Cómo estás tú? —murmuró—. Mira lo que descubrí aquí.
Un pequeño cordero con una asquerosa picadura en la cola.
Gabrielle puso su mano sobre el hombro de Xena, y miró al niño, que aún
estaba acurrucado en el suelo, agarrándose el estómago.
Xena miró a los árboles durante un largo rato antes de sacudirse las manos y
sintió que su ritmo cardíaco volvía a asentarse.
—Supongo que lo averiguaremos. —Giró la cabeza cuando llegó el guardia—
. Lleva esta basura al campamento y retenlo allí. Si no se desangra hasta morir,
podría obtener algo útil de él. —Se puso de pie cuando los soldados agarraron
a su joven víctima y lo levantaron, un hombre cogió su arco y sacudió la
cabeza con una expresión de disgusto. Esperó a que arrastraran al niño antes
de volverse y mirar a Gabrielle—. Pensé que sentirías lástima por la pequeña
basura.
—¿Por qué? —preguntó—. Trató de herirte... ¿Por qué sentiría lástima por él?
Ah. La reina exhaló. Entonces es eso, esa es la línea roja, ¿verdad? Se preguntó
si Gabrielle se había dado cuenta de que la había cruzado.
—Solo una idea. Ahora que tenemos a los chicos con nosotras, veamos qué
otras sorpresas podemos encontrar. —Palmeó a Gabrielle en el hombro y
comenzó a caminar hacia delante, pasando por encima del arco olvidado y
alejándose de los árboles con su pequeña banda mientras el sol se movía a
través del cielo en lo alto, bañándolos con su luz.
199
—Lo sé —dijo Xena—. Puedo olerlo. —Se movió más allá de Gabrielle—. Así
que ahora, la perra con el metal puntiagudo va primera y tú te quedas detrás
de mí. ¿Vale?
Xena se rio.
Era mucho mejor que ser reina, la verdad. Sentada en un castillo sobre una
silla mohosa y dura, ¿cómo lo había soportado todo este tiempo? Las orejas
de Xena se sacudieron cuando captó débiles sonidos en el viento. Esto era
vivir ¿a que sí? Exhaló lentamente, sacudiendo la cabeza.
—¿Huelo mal?
—No.
—Oh.
Xena se detuvo en una parte más ancha del camino, para permitir que su
compañera se acercara a ella.
—Mira. —Señaló al agua, que llevaba un remolino de restos más allá—. ¿Ves
eso?
Gabrielle asintió.
Guau. Gabrielle miró la masa empapada. Apenas podía ver lo que era, y Xena
lo supo de inmediato.
—Tienes razón —dijo—. Esas son ropas de hogar. —Una escena brilló en su
mente, en la pequeña hoguera de su familia y su madre doblando
cuidadosamente sus ropas para guardarlas—. Nunca las habrían arrojado al
río.
Xena asintió.
—Está bien, escuchen. —Miró a los soldados—. Quiero saber cuántos hay y
como están distribuidos. Entonces podemos traer al resto de los chicos y
acabar con ellos. —Levantó una mano y tocó la nariz de Gabrielle con su
pulgar—. Pégate a mi culo, rata almizclera.
—¡Silencio! —Xena los miró a todos. Reunió toda la dignidad que pudo y les
dio la espalda, abrochándose la capa, por si acaso alguien tenía la graciosa
idea de mirar cualquier otra cosa que no fuera a dónde se dirigían. Escogió su
camino y comenzó a caminar de nuevo, sus ojos vieron un angosto sendero,
casi invisible, que se alejaba del arroyo y se internaba en el bosque. La luz del
sol se inclinaba ahora a través de las hojas, comenzando a tornarse de un rico
y cálido color dorado cuando pasaba el mediodía y se movía a lo largo de su
arco hacia la noche. Se metió entre los altos troncos y conscientemente, se
volvió más silenciosa, aguzando su oído mientras escuchaba los primeros
indicios de humanidad por delante. La maleza era espesa y se deslizó entre
las ramas, haciendo pausas cada pocos pasos para que el sonido de sus
pisadas no bloqueara sus sentidos. Los pájaros se habían callado a su
alrededor, una indicación definitiva del cercano asentamiento. Aflojó el paso,
colocando sus pies con más cuidado, sintiendo cerca algo que no era parte
del bosque. Levantó una mano, la movió hacia adelante presionando contra
el tronco de un árbol alto cuyas ramas se extendían perezosamente a cada
202
lado. Lentamente, deslizó su cabeza alrededor del árbol y miró más allá del
tronco. Como había sospechado, había un puesto de guardia allí, dos
hombres sentados en troncos, uno tallando un poco de madera de modo
aburrido, el otro reclinado sobre sus manos, mirando las hojas sobre sus
cabezas. Eran jóvenes y anónimos para ella, sus rostros ni siquiera le sonaban
del cuartel. Xena estudió el área tras ellos y más allá, sin detectar otras figuras
cercanas. Así que tenía dos idiotas aquí, ¿y ahora qué hacer con ellos? Si
simplemente los noqueara, sabrían que estaba cerca y no estaba segura de
querer que supieran eso todavía. Si les cortaba la garganta, por agradable
que fuera, también probablemente, indicaría que estaba cerca, y eso
asustaría a Gabrielle. Si los rodeaba, podrían acercarse por detrás. Si les
pasaba por encima, no podría resistir la tentación de tener a sus hombres
orinando en sus cabezas.
»Está bien. —Hizo un gesto a los dos hombres más cercanos a ella—. Coged
los cuerpos y ponedlos en el río. —Su largo dedo señaló a un tercer hombre—
. Limpia y ordena este pequeño pozo de mierda, y que parezca que no ha
pasado nada.
203
—A sus órdenes. —Los hombres se pusieron a trabajar.
—Tú. —Xena giró la cabeza y miró a Gabrielle, que estaba cerca parada de
pie en silencio—. Ese sonido que hiciste mató a esos hombres. ¿Te das cuenta
de eso?
—Pe...
Dio varios pasos más antes de mirar detrás de ella, encontrar a Gabrielle
siguiéndola, con los ojos fijos en el suelo, y su cara pétrea e inexpresiva.
Un brillante intento de compostura arruinado completamente por las lágrimas
que rodaban sin control por sus mejillas.
—Sostén esto.
Gabrielle tomó la capa y Xena dio un largo paso hacia el último árbol, se
204
agachó y luego saltó para agarrar la rama más baja y se subió. Después de
tomarse un momento para recuperar el equilibrio, caminó a lo largo de la
rama, colocando sus botas con cuidado cuando la rama se balanceó un
poco.
No había dicho una palabra desde que habían partido de nuevo. Ni siquiera
un gruñido o un carraspeo, ni siquiera cuando Xena se dirigió directamente a
ella.
La reina sospechaba que iba a tomar algún esfuerzo revertir eso, pero si
aprendía la lección como Xena había intentado, valdría la pena.
¿Verdad?
Lo primero es lo primero. Tendría tiempo más tarde para hacer las paces.
Cuando llegó al tronco, lo rodeó hasta una rama en el otro lado presionando
sus manos contra la corteza y sintiendo su aspereza contra las palmas. Se
detuvo entonces, mientras miraba a su alrededor y podía ver debajo, donde
un gran grupo de hombres rodeaba una gran hoguera.
Xena se adelantó un poco más, tratando de ver qué era el ruido. Podía ver a
un grupo de hombres empujándose hacia adelante, y luego, los otros los
estaban ayudando, la excitación era incontenible. Llegaron a la hoguera y de
repente la multitud se separó, y vio a dos de los hombres, con una figura atada
entre ellos, su piel pálida pero sucia, desnuda, excepto donde las cuerdas la
cruzaban.
¿Que? La reina parpadeó, y luego lo hizo otra vez, cuando se dio cuenta de
que era una niña a la que habían atado, con cabello castaño, y ojos grandes
y aterrorizados. Ella estaba luchando débilmente, pero su boca estaba
amordazada y cuando fue empujada hacia adelante, los hombres se
adelantaron ansiosamente, uno de ellos alcanzando y probando el agua de
la olla.
—¿Qué Hades? —susurró la reina. Xena había visto muchas cosas en su vida.
La tortura, la necesidad, la depravación y pequeños trucos sucios que harían
gritar como bebés a soldados hechos y derechos, pero una cosa que nunca
había experimentado era el canibalismo y por eso, le tomó casi cien latidos
antes de darse cuenta que eso era lo que estaba a punto de ver. Y luego se
dio cuenta que sólo pensarlo la horrorizó por completo, justo antes de soltar
las hojas y saltar hacia adelante, soltando un grito fuerte y urgente, mientras
caía por el aire hacia la multitud, justo cuando arrojaban a la chica a la olla y
avivaban el fuego. Esperaba que sus hombres vinieran corriendo. Había
demasiadas dagas y hombres que estaban frenéticos para que ella se 206
mantuviera indemne. Sacó su espada cuando aterrizó y comenzó a
balancearse. Era como cortar entre espesos matorrales, los hombres casi no
se daban cuenta de su presencia mientras se arremolinaban alrededor de la
olla de cocción y vislumbraba brevemente a la chica que se sacudía
violentamente.
3
Baklava.- Pastel de pistachos o nueces con miel.
»Oh —Xena exhaló—. Eso ha sido una cagada. —Dio media vuelta y metió la
mano en la olla, sintiendo el agua hirviendo contra su piel mientras agarraba
a la niña y la acercaba al borde de la olla, oyendo el chisporroteo mientras su
piel desnuda tocaba el hierro caliente.
Entonces, uno de sus hombres que estaba a su lado agarró a la niña, sus ojos
enormes y horrorizados como sabía que también estaban los suyos y sintió una
fuerte espalda que presionaba contra la suya mientras caminaba hacia
donde Gabrielle había caído y la sujetaba con una pierna a cada lado de su
cuerpo desplomado.
Xena luchó contra dos hombres que estaban arañando el cuerpo de la niña,
con los ojos tan fijos que no prestaron atención a su espada cortándolos en
pedazos, ni a la sangre que ahora corría por todos lados. ¿Qué hacemos? Sólo
conocía una solución para esta situación particular.
—Ay.
—No te muevas.
—Qu... —Le dolía mucho la cabeza, y solo podía abrir un ojo, pero eso no
ayudó mucho, porque algo estaba cubriendo el otro y bloqueaba su vista—.
Qu... 208
Arrimó una vela, y sintió la presencia de Xena, la calidez de su cuerpo
acercándose mientras se inclinaba sobre el jergón y su perfil oscuro entró en
la visión limitada de Gabrielle.
—Parches, ¿está bien? —logró decir con voz ronca, pensando que era una
pregunta segura.
Gabrielle asintió, ya que eso era más fácil. Después de un incómodo silencio,
volvió a mirar a Xena, los pálidos ojos de la reina reflejaban destellos a la luz
de las velas.
—Lo siento.
—Cállate.
Eso la molestó. Sabía que no debía ninguna disculpa por su rudo discurso o por
su involuntario codazo, pero estaba enojada, por encontrarse a sí misma con
el deseo de evitar que Gabrielle se disgustara, aunque era correcto que lo
hiciera.
Ugh. Xena miró con dolor el techo de la tienda. El amor era condenadamente
demasiado complicado. Odiaba su dependencia, la obligación que le
dejaba y la ambivalencia que producía. No tenía lugar aquí en medio de una
campaña.
Un toque casi la hizo saltar, antes de mirar hacia abajo para ver los dedos de
Gabrielle rodeando su rodilla. Se quedó mirando la mano, pensando
detenidamente sobre cómo ese contacto la hacía sentir en su interior. ¿Valía
la pena arriesgar todo por eso? Continuó volviendo a la pregunta, pero ahora,
mientras la formulaba, de repente sintió que conocía la respuesta y quería que
fuera sí, y no no.
El único ojo bueno de Gabrielle se abrió, parpadeó y le miró a la cara. Sin 210
pensarlo, Xena extendió la mano y le acarició el lado ileso de la cara,
absorbiendo la expresión de simple y muda gratitud que obtuvo por ello.
—Vamos, entra. —La solapa se abrió y los hombres entraron, una docena de
ellos. Todos sus capitanes de tropa, quienes se agruparon cerca de su mesa
de mapas y trataron de no mirar a ninguna de las dos—. Informe —dijo Xena,
en un tono claro.
—Bien. —Xena cruzó los tobillos—. Manda cuatro hombres junto con ellos. Con 211
un poco de suerte, se encontrarán con los pobres bastardos que envié el otro
día y pueden ir todos juntos.
Xena resopló.
—Como mínimo —dijo Xena—. Podría terminar idiota. Quizá ya lo era antes.
—No lo creo, M... Xena. —Uno de los otros capitanes más jóvenes dijo
inesperadamente—. Ella no ha dicho mucho, sí, pero la he estado observando
cuando la cuidaban y es consciente de lo que pasa. —Echó un vistazo
alrededor con timidez—. Hubiera sido mejor para ella, tal vez, si no se diera
cuenta.
Brendan asintió.
—Sí.
—Eso fue horrible —dijo—. No puedo imaginar nada más horrible que eso.
—Incluso.
—Uno de estos días vamos a tener que poner en marcha lo de “Soy la reina y
tú haces lo que yo digo” para que funcione la cosa. —Xena ignoró sus
protestas y se levantó. Caminó hacia la bandeja y examinó su contenido—. Es
jodidamente bueno que decidieron no hacer ternera hervida, ¿eh? —miró a
su alrededor y le dirigió a Gabrielle una sonrisa libertina—. ¿Hambrienta?
—¿Alguna vez te he dicho cuánto se parecen las cerezas a los globos oculares
cuando los arrancas?
—Xena.
Cuando la luz pasó del crepúsculo al gris apagado, una brisa por fin sopló
entre los árboles enviando los remolinos de niebla hacia la parte superior de la
colina que conducía a la hondonada para revelar una figura inmóvil a
caballo, negra como la tinta en la sombra y oscurecida por las líneas de una
capa larga y pesada.
—No —dijo Xena en voz baja—. Ya deshonré ayer mi acero lo suficiente. Esto
no es una batalla, es la reina dictando sentencia.
—No.
—Es el siguiente pequeño valle —dijo finalmente con tono reacio—. El camino
está justo más allá de esa gran roca en la cresta, pero no quiero ir.
—Sí, con estos tipos por aquí, yo también lo pasaría por alto. —Acomodó sus
botas un poco más firmemente en los estribos. Un grito ronco sonó de repente,
cortado a la mitad, y luego oyó el sonido de pasos corriendo—. Vamos...
Vamos... ah. —El golpe distintivo de un hacha enterrándose en la espalda de
un ser humano llegó a sus expertos oídos y ella asintió con aprobación—.
Bonito.
—¿Crees que ese chico era de aquí? —preguntó Gabrielle, de repente—. ¿El 216
que te atacó?
—Lo dudo.
Recordó que eran tiempos mucho más inocentes y pensó que incluso podría
haber sido feliz entonces. Era difícil de decir. Con un suspiro, acercó a Parches
junto a Tiger y resistió el impulso de frotarse los ojos doloridos.
—Ya está hecho —dijo el hombre—. Estaban dormidos, todos ellos. —Bajó la
cabeza y avanzó más allá de las dos mujeres, extendiendo la mano para
agarrar un puñado de hojas y frotarlas a lo largo de su espada manchada de
rojo.
—Ha sido una buena matanza, su Majestad —dijo el segundo hombre—. Ese
lugar era malvado, no es un error. —Estaba limpiando un hacha de batalla
bien usada—. Cosas malas, allí.
Gabrielle no estaba del todo segura de querer o necesitar ver el pueblo, pero
siguió a Xena de todos modos.
217
—¿Lo hace? —preguntó ella—. Quiero decir... Bueno, me desconcierta, pero
casi todo lo hace.
—Los hombres atacan los carros —dijo la reina—. Seguimos por el camino al
que intentaron regresar, y encontramos a un niño aparentemente
cazándome... a mí. —Hizo comillas con los dedos—. Luego rastreamos de
dónde vino, y encontramos lo que pensé que era un puesto de guardia.
—Uh huh.
Gabrielle tenía una mano sujetando firmemente sobre su boca y estaba verde
donde no estaba pálida. Negó con la cabeza, no, a pesar de eso, y guio a
Parches justo al lado de la forma alta de Tiger.
—Ya lo he hecho. —El rostro de Brendan estaba pálido bajo su porte estoico.
—Supongo que estaban empacando para irse. —Xena echó una ojeada a
Gabrielle, quien no mostraba signos de resistirse a su lado benevolente—.
¿Todo lo demás está hecho?
—Sí. —Brendan se tapó la boca con la manga cuando una ráfaga de viento
agitó el hedor—. Encontramos algunos que podrían haber sido parásitos de
Bregos, pero no del tipo combatientes.
Xena asintió.
Gabrielle se quitó el cabello de los ojos y exhaló. Uf. Se inclinó hacia adelante
mientras ascendían por la ligera pendiente.
—Las personas son más fáciles de atrapar que los peces —dijo Xena—. Pero sí,
tiene que haber algo más que un pequeño rugido en la barriga para hacerte
sobrepasar el límite de esa manera. —Recogió las riendas de Tiger y se preparó
para montar.
Xena se detuvo.
—¿Viste eso?
—Bueno, ¿por qué Hades me dejaste hacer eso entonces? —preguntó—. ¿Si
ya habías visto la maldita cosa?
Gabrielle inclinó la cabeza y le lanzó una sonrisa un poco torcida debido a sus
moretones. Puso una mano sobre la rodilla de Xena y luego, se inclinó hacia
delante y la besó, a pesar del barro que le cubría las polainas.
—Gracias —dijo—. Esto es tan horrible que tengo que seguir pensando en lo 220
que es bueno en mi vida para superarlo y tú eres la mejor parte de eso.
Xena parpadeó hacia ella, pillada con la guardia baja. Levantó la vista al oír
que el ejército volvía hacia ellas y, por un momento, extendió la mano sobre
la mejilla de Gabrielle.
—Igualmente —dijo, luego juntó las riendas y chasqueó la lengua hacia Tiger,
haciéndolo avanzar mientras los hombres salían de entre los árboles.
—Bastardos.
—Mm.
—¿Crees que hay más por aquí, Xena?, —preguntó el capitán de la tropa—.
Podríamos ir a buscarlos.
—No. —La reina negó con la cabeza—. Tan pronto como todos salgan de allí,
cabalgaremos hacia el paso. Sin parar.
—¿Xena?
Pálidos ojos azules fijos en él.
—A sus órdenes, haré que los hombres se muevan. —Brendan giró su caballo
y se dirigió por donde había venido. Dejó escapar un agudo silbido y comenzó
a gritar órdenes mientras los hombres lo alcanzaban—. ¡Vamos! ¡Vamos!
¡Movimiento!
—¡Xena!
El sol estaba avanzando sobre sus cabezas y ella quería estar fuera de sus
fronteras antes de que empezara a inclinarse hacia el oeste, para tener 222
suficiente tiempo de enviar exploradores y planear una ruta segura antes de
que cayera la noche.
Ah. Oyó el crujido de las ruedas moviéndose por fin. Con un gruñido, se
enderezó y medio giró, viendo el campamento moviéndose detrás de ella a
lo largo del camino lleno de baches.
―¿Qué?
―Al Hades.
―¿Vamos a bajar por el río Estigia para llegar allí? ―preguntó―. Eso va a ser
duro para los caballos, ¿no? ―preguntó, después de un breve momento de
reflexión.
Xena inclinó a Tiger hacia el frente y lo instó a dar un paseo sin rumbo. Estaba 223
contenta de que se estuvieran moviendo, pero deseaba que hubieran dejado
ya el valle desolado y salido al otro lado. Ya sabía lo que tenía aquí, lo que le
interesaba era lo que no sabía y era conocer lo que sucedía fuera de sus
fronteras.
Inútil más que nada. Xena lo sabía. Pero apreciaba la idea y la atención que
Gabrielle se había tomado al llevar esa vieja cosa a todas partes. Dirigió su ojo
experto a la armadura de su compañera, luego volvió su atención al terreno
delante de ellas.
―Sí, sí. ―Xena levantó su odre de agua y tomó un sorbo del contenido,
deteniéndose con el pitorro en los labios y la boca llena. Lentamente, volvió
su cabeza hacia un lado y miró a Gabrielle, que estaba mirando de vuelta
inocentemente. La reina tragó, luego volvió a poner la piel en su gancho―. Tú.
―Se lamió los labios―. Estás jodida.
Xena se lamió los labios otra vez, y sacudió la cabeza, preguntándose dónde
en el Hades la pequeña canalla había sacado leche en medio de estas tierras
salvajes. También había un toque de dulzor en ella, sospechaba que algo de
su celosamente atesorada miel.
El viejo soldado ladeó la cabeza, con las riendas cogidas con una mano y su
postura encorvada con la facilidad de un jinete experimentado.
―Mm… ―la reina gruñó―. Es probable que sea así… Pero no es lo que creo
que está pasando. ―Giró en su silla de montar cuando un grito se elevó desde
la parte trasera―. ¿Ahora qué?
―¡Ah, mira allí! ―Señaló, donde un grupo de hombres salían de los árboles para
atacar el flanco del ejército―. Bastardos… ¿Ves? ―Soltó un grito―. ¡Vamos
chicos! ―Se dejó caer en la silla de montar y se fue hacia allí―. ¡A por ellos!
Xena estaba levantada en sus estribos, sabiendo que estaba demasiado lejos
para que los arqueros que podía ver en los árboles la alcanzaran.
―Quédate detrás de mí ―ordenó a Gabrielle, mientras miraba la acción, el
pequeño grupo de ataque se desplegaba para cubrirse detrás de los
frondosos matorrales y acribillaban con flechas a sus tropas y al indefenso
equipo de apoyo.
Dos de los arrieros cayeron rodando de los asientos de los carros con gritos
roncos, y Xena de repente dudó de su decisión de dar la espalda al valle
obviamente problemático y avanzar hacia lugares desconocidos que tiraban
de ella en la otra dirección.
Gabrielle escuchó por una vez, permaneciendo cerca del lado de Xena con
una mano apoyada en la pantorrilla de la reina.
―Sí. Así que mantente detrás de mí porque eres mucho más un objetivo que
lo que era él. ―Xena desenvainó su espada, su agitación recorría sus rodillas y
provocó que Tiger moviera sus grandes pezuñas con nerviosismo―. ¡Bajad
todos de los carros! ―gritó con toda la fuerza de su voz―. ¡Poneos detrás de
ellos! ―los arrieros no perdieron el tiempo en obedecer, saltando de sus 225
asientos y zambulléndose detrás de los grandes transportes rodantes. Xena vio
las flechas cambiar sus objetivos, y maldijo, enviando a Tiger al galope―.
¡Quédate conmigo, Gabrielle!
Confundida, Gabrielle viró bruscamente y se dirigió al otro lado del carro para
darle un refugio a Parches, mientras ella mantenía la cabeza baja y miraba
frenéticamente a la parte posterior del grupo para ver qué estaba haciendo
la reina.
Lo que la reina estaba haciendo era estar de pie allí en medio de una lluvia
de flechas, su espada moviéndose tan rápido que Gabrielle no podía verla,
solo un borrón mientras lanzaba los proyectiles lejos de los animales. Pudo ver
el perfil agudo, la mandíbula apretada cuando Xena se movió a un lado para
bloquear una flecha con su espada, y extendió la mano para agarrar otra en
el aire que venía del lado opuesto.
Era asombroso. Era increíble, y lo que era más importante era que Xena estaba
haciendo eso, arriesgando su vida para proteger a los caballos detrás de ella.
Xena silbó, y mientras Tiger galopaba, ella se agarró a su silla y se alzó con un
movimiento ágil y fluido mientras colocaba su espada en la funda y
cabalgaba por la línea de suministro.
―Por los dioses, ¿viste eso, Helfan? ―Le dio una palmada en el brazo a su
vecino―. ¿La viste? ¡Como nada con esas flechas! ¡Salvando los caballos!! ¡Los
caballos! ¿Lo viste?
―Silencio, Lars ―dijo el hombre―. Todos lo vimos. Mantén la boca cerrada, hay
oídos escuchando.
Gabrielle le sonrió.
―Lo sé ―dijo―. También lo vi… Fue asombroso ―dijo―. Ni siquiera podía ver su
espada, se movía tan rápido. ―Levantó la mano, y acarició el cuello de los
caballos más cercanos―. No estoy segura de qué era más increíble… Eso, o
cómo sacó a esa pobre niña de la olla en esa aldea… Eso también fue
impresionante.
―Mm. ―Los carreteros se estaban reuniendo lentamente a su alrededor―.
Escuchamos eso ―dijo Lars―. Oí que ella se enfrentó a todos por su cuenta.
Gabrielle asintió.
―Lo hizo. Yo lo vi. ―Estiró el cuello para mantener a Xena a la vista―. Ella estaba
en un árbol, mirando para ver lo que estaban haciendo, y cuando vio lo que
estaba sucediendo, saltó directamente sobre todos y comenzó a luchar.
―Lo siento. Tengo que irme. ―Gabrielle se subió al lomo de Parches―. ¿Pero
sabéis qué? Creo que debéis tener cuidado. A esos hombres de allá afuera
no les importan las personas valientes. ―Chasqueó la lengua y condujo a
Parches alrededor del carro, en dirección a la alta forma de Xena. Llegó hasta
la reina justo cuando lo hizo Brendan, yendo hacia la izquierda de Xena―. Está
bien, estoy aquí.
―Pero…
―Brendan.
―Xena. ―El rostro del viejo capitán era serio. Se acercó a la reina, más cerca
del peligro que sabía que se estaba formando detrás de esos ojos azules―. No
podemos dejarlos atrás.
Brendan la miró por un largo momento, luego miró a Xena que estaba sentada
sobre Tiger mirando a Gabrielle como si fuera una nueva especie de conejo
que se había puesto de pie y había comenzado a hablar.
Fue un largo discurso. Brendan se rascó la mandíbula al final y miró a Xena. 228
―Exactamente. ―Xena cerró su mandíbula después de la palabra, con un
ligero chasquido cuando sus dientes golpearon.
El capitán asintió.
―Um… ―Gabrielle se pasó la mano por el pelo―. Bueno, a veces lo haces, pero
no sobre eso ―confesó―. Al menos creo que estás dormida ―añadió, en voz
baja.
―Guarda eso para más tarde ―dijo― Ahora bien… ¿Cómo lo supiste? ―Se
inclinó y se encontró cara a cara con su compañera―. Desembucha.
La mujer rubia abrió la boca para responder, luego se detuvo para pensar.
Finalmente, solo se encogió de hombros.
―No sé… Simplemente tenía sentido para mí. Como una historia.
―Como una historia. ―La reina exhaló de frustración―. Guarda eso para más
tarde también. ―Tiró de Tiger en un círculo apretado―. Vamos antes de que
decidas que eres un oráculo y tenga que empezar a pagarte por los
comentarios ―soltó un grito y señaló hacia el final del valle―. ¡MOVEOS!
Estaban a mitad del valle antes de que llegara el ataque. Xena lo sintió antes
de que sucediera, y giró su caballo poniéndose de pie sobre sus estribos,
dejando escapar un agudo silbido y lanzando su puño al aire en señal de
advertencia.
El ejército reaccionó sin vacilación esta vez, los jinetes corrieron para rodear
los carros de suministros mientras los arqueros rápidamente encontraban
refugio en los montículos y rocas a la orilla del camino, sus cabezas girando 229
hacia el lugar del que venía el ataque.
Gabrielle vaciló, luego eligió la prudencia e instó a Parches a bajar por el lado
protegido de los carros, manteniendo la cabeza baja, pero no lo suficiente
como para que Xena quedara fuera de su vista. El suelo frente al terreno
pedregoso era de grava suelta y escarpada, y vio salir de él otra lluvia
fulminante de flechas.
―Quédate abajo ―dijo la mujer rubia, mientras pasaba frente al carro más
grande, deteniendo a Parches mientras se quedaba detrás del tablero y ponía
sus manos sobre él, mirando por encima de la madera mientras el movimiento
a su alrededor se hacía incierto y caótico. Una flecha acertó a un soldado en
la garganta y se tambaleó hacia atrás, tropezó con la carreta y se volvió,
gritando roncamente mientras tiraba del eje enterrado profundamente dentro
de su cuello. Otra flecha silbó detrás de él, golpeando la rueda del carro no
muy lejos de la mano de Gabrielle. Sus ojos se fijaron en el astil, y parpadeó
ante las plumas que lo sujetaban, un destello de memoria que recordaba una
escena de terror y fascinación iluminada por velas, donde una flecha similar,
con las mismas plumas, sobresalía de la piel ensangrentada de la espalda de
Xena. Un shock para sus ojos. Un shock para sus sentidos, dejarse llevar por la
necesidad tan personal de Xena de esa manera, cruzar una línea tan
rápidamente, y en un momento tan crucial cuando su propia partida de la
fortaleza había sido apenas un rumor. Un capricho de las Parcas que la hizo
sacudir la cabeza nuevamente solo de pensarlo. Terminó siendo un momento
decisivo para ambas. Todavía podía oler el agudo aroma cobrizo mezclado
con hierbas y sentir la presión de su mano alrededor de la daga que se
apoyaba en la espalda de Xena mientras comprendía adónde la estaba
llevando su corazón. Nunca miró hacia atrás.
Se oyó un grito ronco. Xena sonrió y miró a su alrededor, vio a Gabrielle detrás 230
del carro y le dedicó una gran sonrisa de aprobación.
Uh oh. Gabrielle vio que los ojos de los hombres se abrían de par en par.
Rápidamente, extendió la mano y sacó la flecha de la madera, doblándola
con fuerza para quitar la punta antes de guardarla en su alforja. Se alejó del
carro mientras los conductores se apresuraban a agarrar las bridas de los
caballos, manteniéndose detrás de los carros y comenzaban a moverlos.
Gabrielle se dio cuenta de que iban a la contra de los soldados, porque Xena
les pedía que huyeran de una pelea. Pasó entre dos de los carros y siguió a la
reina, que estaba instando a las tropas a abandonar sus posiciones y dirigirse
al camino.
―¡Loca! ―Uno de los hombres negó con la cabeza―. Algo está mal con su
majestad, es la verdad.
Gabrielle vaciló, luego corrió tras Xena, esperando que fuera un blanco lo
suficientemente pequeño como para ser ignorado por sus atacantes. Evadió
a varios de los soldados que retrocedían, disparando sus flechas contra las
rocas mientras otra descarga se arqueaba hacia ella, algunas zumbaban
peligrosamente cerca.
―¡Gabrielle, agáchate! ―Brendan galopaba hacia ella, su espada
balanceándose en su mano―. ¡Rápido!
La mujer rubia vio que Xena giraba la cabeza al oír esas palabras, y su
expresión alertó a Gabrielle del hecho de que estaba en peligro real. Giró a
Parches y lo empujó hacia los carromatos, pero incluso mientras cambiaba de
dirección, sintió un fuego ardiente en la parte posterior de su cuello, y se lanzó
hacia adelante con un grito ahogado, casi haciendo perder el equilibrio al
pony.
Dolorida y muy desorientada Gabrielle se revolvió con las manos justo cuando
aterrizó sobre su estómago con la cabeza golpeando contra un hombro en
movimiento, cubierto de pelo. Sintió un agarre que se relajaba en su cinturón
justo antes de ser azotada bruscamente en el trasero, haciéndola gritar de
sorpresa.
―¡Moveos! ―La voz de Xena estaba justo encima de ella―. ¡Solo seguid 231
moviéndoos! ¡Me ocuparé de las malditas flechas!
―Xe…
Gabrielle podía oír algo que pasaba por su cabeza, un zumbido que era casi
como alas de pájaros, acompañado de suaves silbidos y golpes y el ocasional
sonido de madera que se partía. ¿Flechas? Decidió que quedarse muy quieta
era una buena idea.
―¡Lo siento!
Xena no tenía tiempo para debatir sobre los méritos de su amante. Tenía una
mano sujetando a la mujer rubia y la otra estaba totalmente ocupada
desviando una lluvia de flechas, en lo que había tenido éxito hasta ahora,
aunque sus hombros empezaban a doler un poco.
Las flechas seguían volando. Xena sabía que no podía desviarlas para
siempre, por lo que decidió un enfoque más directo. Apretó sus rodillas
alrededor de Tiger y lo dirigió directamente hacia las rocas, soltando un grito
salvaje mientras lo espoleaba al galope.
Loca, puede ser. Xena se agachó cuando una flecha salió volando cerca de
la cima de las rocas y estuvo a punto de golpearla. Una descarga más llegó
hacia ellas, una maraña de proyectiles afilados que volaban sobre ella,
algunos rebotaban en su armadura y otros rozaban la piel de sus brazos
232
desnudos y musculosos mientras movía su espada en un círculo apretado.
¿Ir tras ellos? Una risa irreflexiva brotó del lado más oscuro de Xena, y ella instó
a su montura a subir la última pendiente, intentando perseguir a los atacantes
hasta que oyó un leve susurro de la figura que yacía delante de su silla de
montar, y el sentido común se apoderó de ella.
Y una flecha casi reforzó eso. Xena apenas la desvió, mientras giraba la
cabeza de Tiger y comenzaba a bajar la pendiente, para seguir a los últimos
que pasaban del ejército.
―¡Xena! ―La voz de Brendan sonó en advertencia, pero los cascos de Tiger se
deslizaban sobre las piedras sueltas y ella no se atrevió a hacer un movimiento
rápido ya que desequilibraría al caballo y caerían todos al suelo indefensos.
En cambio, agachó la cabeza y se cuadró sobre su silla de montar,
protegiendo la cabeza del animal y su carga prácticamente indefensa.
Una flecha dirigida directamente al cuello del semental le golpeó y ella le dio
un silencioso agradecimiento a su nuevo armero, cuyo trabajo
probablemente había salvado su espalda, si no su trasero. Giró la cabeza para
ver a un hombre grande parado en el claro, levantando su arco para disparar
de nuevo con una actitud de suprema insolencia.
Burlándose de ella.
Xena estuvo a punto de dar la vuelta a su caballo para dirigirse hacia él, pero
después de un momento, soltó su mano del cinturón de Gabrielle y desenvainó
su daga, lanzándola a toda velocidad con un torcido gesto, obligándolo a
agacharse rápidamente y zambullirse detrás de una roca.
―Bastardo.
―Xena, ¿estás bien? ―Él dio un paso de lado con su caballo y ella cabalgó
hacia adelante, la lluvia de flechas disminuyó momentáneamente.
―Um…
―Pensé que te gustaría. La próxima vez mantén tu trasero detrás de los carros.
―Um.
―Sí. Um esto.
―¿Xena?
Hablando de agitación.
―No, no es así.
―Oh, sí ―dijo―. ¿Qué hay más allá de esa curva de allí? ―Se removió en su silla
de montar, flexionando un poco las rodillas hacia adelante. Todavía le dolían
el pecho y el vientre, y la flecha que ardía le molestaba de verdad, pero se
mordió la lengua, porque no quería irritar aún más a Xena.
Gabrielle miró a la reina por el rabillo del ojo. Xena estaba, de hecho,
actuando un poco nerviosa. Había reubicado su espada un par de veces, y
jugaba inquieta con las riendas de Tiger, su postura corporal tensa y sus ojos
vigilantes.
Bien. Gabrielle frunció los labios. Realmente casi consiguió que la mataran
para sacarlos a todos vivos. Xena se había mantenido firme y luchó contra los
atacantes dándose cuenta casi demasiado tarde de que no era a sus
hombres a los que atacaban, sino solo a ella.
Bregos la había querido muerta. Xena le había confesado mucho más tarde
que había estado cerca de darle la bienvenida a la muerte, ya que había sido
tan estúpida ante sus propios ojos como para meterse de cabeza en la
trampa. Pensaba que hubiera sido un final apropiado para su vida.
Gabrielle no lo creía.
Al principio, pensó que Xena iba a darle una respuesta sarcástica. Lo hacía a
menudo, pero con mayor frecuencia cuando no tenía una respuesta
realmente buena a lo que Gabrielle preguntaba. Pero Xena se inclinó hacia
atrás y enganchó una pierna sobre su silla de montar, tomando su odre y
bebiendo pensativamente antes de contestar.
Gabrielle sabía que eso significaba que obtendría una respuesta seria. Le
gustó eso. Le gustaba cuando Xena la tomaba en serio, ya que muy pocas
personas lo hacían.
236
―Si lo ignoramos ―dijo la reina―. Y, o vuelves a la fortaleza, o vas por el otro
lado, el problema todavía seguirá aquí.
―Correcto. ―Gabrielle asintió―. Pero tal vez irá por el otro lado.
―No eres vieja ―dijo Gabrielle―. No sé por qué dices eso todo el tiempo.
Despacio, casi de manera distraída, Xena revisó las dagas atadas a varias
partes de su cuerpo y armadura, terminando con un movimiento informal de
su capa para exponer la hermosa arma redonda enganchada a su cinturón,
sus joyas hacían guiños en la luz de la tarde.
Una vez más, tuvo que preguntarse qué se suponía que debía hacer si de
repente algo malo les sucedía, y tenían que luchar de nuevo. ¿Xena tendría
que rescatarla, o sacarla de en medio, siendo nada más que una molestia
para la reina?
Esperaba que no. Con retraso, Gabrielle desató su gran vara y logró sacarla
de debajo de su pierna sin caerse de la silla. Lo colocó sobre sus muslos, 237
estudiando la superficie de madera ligeramente rayada sobre la que curvaba
sus dedos.
Realmente tenía un tacto agradable. Podía sentir las marcas de talla bajo su
toque, donde Xena había utilizado su daga de pecho para darle forma a un
hueco donde descansar la mano de Gabrielle, para que supiera por dónde
sostenerla cuando la estaba usando para evitar que Xena la golpeara en la
cabeza. cuando practicaban.
Xena la estudió.
―Cualquier cosa.
―Nunca lo haría. ―Gabrielle se sintió mejor por llevarla fuera, ya que todos los
demás a su alrededor se estaban preparando para una pelea. Podía sentir
como la tensión aumentaba a medida que se acercaban más a la curva y,
justo antes de llegar allí, oyó el sonido distintivo de Xena sacando su espada
de la funda sujeta a su espalda, un suave susurro que terminó en un sonido
metálico. Casi podía oler el metal, un aroma rico y complicado que le
recordaba un poco a la sangre. Lo cual también tenía sentido. Apretó con
más fuerza su vara y aseguró su trasero en la silla de montar, decidiendo que
estaba lista para lo que fuera que iban a encontrarse cuando doblaran la
última curva y vieran que había más allá. Se movieron hacia la curva, y
cuando los soldados se cerraron a su alrededor, levantaron sus armas
preparándolas, sus ojos parpadearon detrás de los cascos de cuero y metal
que les protegían la cabeza. Se le ocurrió preguntarse por qué Xena, que
después de todo era la reina, tampoco tenía un casco de metal para proteger
su cabeza. Gabrielle alzó la vista hacia su compañera, y vio que una mirada
de severa vigilancia se apoderaba de su expresión mientras su barbilla se
alzaba y sus ojos se movían constantemente mirando al frente con feroz
intensidad. La reina había dicho que se dirigían hacia problemas. Bien.
Gabrielle apretó con más fuerza su gran vara y puso una expresión tan feroz
como era capaz en su rostro cuando doblaron la última curva del camino y el
final del valle estaba frente ellos. Xena detuvo a Tiger, y los soldados se
detuvieron apresuradamente detrás y a su lado, mirando más allá de la 238
imponente figura de la reina hacia la larga llanura que tenían delante. Por un
momento, sólo se oía el viento agitando la espesa hierba cerca de los pies de
los caballos. Entonces Gabrielle carraspeó suavemente―. Esto es… Um…
―Ladeó la cabeza―. Bonito.
Vale. Eso no era verdad. Había estado esperando la escena que había visto
en sus sueños el mes anterior, un valle cubierto de tropas desconocidas y una
amenaza para su reino en la que realmente podría hincar sus dientes. El peligro
por el que había conducido a su ejército durante la última semana,
ignorando, quizás erróneamente, los ataques de un enemigo conocido en su
prisa por llegar a este desconocido.
Y bien.
―Sí ―dijo―. No está mal. ―Sus rodillas se apretaron alrededor del cuerpo de
Tiger y comenzó a avanzar otra vez―. ¿Quieres que le ponga tu nombre?
―Um… No, gracias. En realidad, no. ―Gabrielle se sintió un poco
decepcionada, lo que la sorprendió cuando pensó en ello por un minuto.
Siguió a Xena mientras la reina sacaba al ejército del valle y lo llevaba al
amplio espacio abierto.
Maldición.
Xena estaba sentada en una roca al borde del río, mirando la puesta de sol.
239
Detrás de ella, en un claro, el ejército estaba preparando el campamento
para pasar la noche de una manera algo arisca y gruñona que reflejaba
bastante bien su propio estado de ánimo.
Mañana por la mañana vadearían el río, una tarea que no era fácil, y luego
continuarían cruzando las tierras del otro lado hacia una cadena de colinas
en el horizonte. Era tranquilo, y con una sensación agreste, y Xena sentía que
la tierra no había sido cultivada o habitada durante mucho tiempo, trayendo
una pregunta obvia a su mente de ¿por qué no?
¿Por qué no? El río era ancho y estaba lleno de peces, algunos de los cuales
colgaban junto a la hoguera esperando para alimentar a su ejército. La tierra
era fértil, y la maleza rocosa del valle anterior no se veía por ningún lado.
¿Por qué malvivir con cuatro ovejas escuálidas cuando se puede plantar una
buena cosecha aquí? Xena se rascó la nariz, sintiéndose desconcertada. Giró
la cabeza cuando Brendan se acercó a ella y se sacudió las manos en las
mallas.
―No se están quejando en serio ―dijo―. No sienta bien dejar a los enemigos
detrás de nosotros. ―Miró al otro lado del río―. Los hombres tienen familias allá
atrás, aquí los estamos dejando solos.
―Sin embargo, podrían guardar ese paso si tenemos que volver a través de él
rápidamente.
240
Xena levantó una rodilla y apoyó el codo sobre ella, dándole una mirada larga
y constante.
―¿Estás diciendo que vamos a volver corriendo? ―preguntó con tono plano―.
Creo que no aprecio esa idea de mi liderazgo, Brendan. —Brendan rehusó a
encontrarse con su mirada. Dio una patada a una roca incrustada en la tierra
cerca del río y mordió un poco de hierba, el metal de su armadura sonó
suavemente mientras se movía. La reina suspiró y negó―. Lo que sea. ―Se
calló, y después de una breve espera, su capitán se alejó de nuevo, ya que
aparentemente no tenían nada más que decirse el uno al otro.
Lo cual no era exactamente cierto, pero era el final de un largo día y Xena
realmente no tenía ganas de lidiar con soldados susceptibles y expectativas
decepcionantes. Miró a su alrededor, y vio a Gabrielle que venía hacia ella,
moviéndose a través de las hierbas junto al río con paso lento y prudente.
―Hola.
―Hola. ―La mujer rubia se acercó a su lugar de descanso y sacó las manos de
la espalda, tendiéndole un puñado de flores silvestres―. Estas son para ti.
La reina tomó las flores, dobló sus largos dedos alrededor de los tallos y observó
su vibrante color pensativamente.
―¿De qué trata todo esto? ―preguntó―. ¿Parecía que necesitaba un puñado
de mala hierba o algo así?
―Todos los demás aquí piensan que estoy tarada, y tú me traes flores y me
dices lo bien que me veo. ¿Qué Hades haría sin ti, mi amiga? ¿Hm? ―Sintió a
Gabrielle exhalar, y escuchó el más mínimo de los resoplidos de ella―. Ha sido
un jodido largo día, ¿no? —La rubia cabeza asintió—. ¿Cansada? —Gabrielle
asintió de nuevo—. ¿Dolorida? —Una débil vacilación, luego un tercer
asentimiento—. Yo también ―dijo Xena―. Entonces, ¿por qué no vamos tú y
yo y hacemos que los demás se sientan mejor? ―Alborotó el cabello de
Gabrielle un poco―. Puedo arreglar tus nudos y puedes decirme lo maravillosa 241
que soy ya que he hecho poco más que cagarla los últimos siete días y hacer
que el ejército piense que ya no valgo para esto.
Gabrielle la abrazó.
Xena estaba más que contenta de dejar de preocuparse por el mañana para
concentrarse en este problema aquí y ahora junto a ella. Se deslizó de la roca
y rodeó a Gabrielle con un brazo, dirigiéndola hacia el campamento y lejos
del ancho y revuelto río.
Gabrielle recorrió con su dedo la parte posterior del cuello de Xena, respirando
su aroma y simplemente disfrutando de la cercanía. Había estado tan
incómoda todo el día que era pura dicha quedarse quieta en presencia de
Xena, y dejar que el dolor disminuyera un poco.
Había estado bien mientras montaba, había tenido a Parches para distraerla,
y todas las cosas nuevas para mirar y a Xena para vigilar, pero una vez que
había desmontado y tuvo que esperar a que montaran la tienda, comenzó a
pasarle factura el largo día.
Sabía que Xena estaba muy molesta por algo, pero no creía que fuera por
ella o al menos, no era por algo que había hecho. Solo podía decir por el
lenguaje corporal de Xena y por el tono en su voz, que su amiga estaba
sufriendo tanto como Gabrielle y que realmente no sabía qué hacer para
arreglar eso.
Ergo, las flores. Sabía que a Xena no le gustaban especialmente las flores, pero
sabía que la reina entendía que había amor detrás de ellas, y Gabrielle supo
por la emoción cambiante en su rostro cuando las tomó que ese sentimiento
era lo que Xena necesitaba en ese preciso momento.
Ahora, Xena dio media vuelta y la hizo rodar de nuevo sobre su espalda,
tocando suavemente los puntos doloridos en su abdomen. Gabrielle estaba
contenta de dejar descansar su cabeza sobre la almohada, tan cansada que
ni siquiera tenía hambre para cenar.
―¿Tendremos que nadar al otro lado del río?
―No a propósito ―dijo Gabrielle, y luego bajó los ojos―. Conozco la diferencia.
―Tal vez. ―Besó otra vez la mano de Gabrielle y después la soltó, levantándose
y sacudiéndose levemente―. Descansa un poco. Puede que tengas que
darme hierbas cuando regrese. ―Se pasó las manos por el pelo y apartó la
solapa de la tienda.
Gabrielle la miró, retorciéndose un poco para ponerse más cómoda en el
camastro.
En la fortaleza, ella era la reina. Allí fuera, como les había dicho sin rodeos, solo
Xena y la líder de un ejército que tenía que ganarse esa posición cada minuto.
No podía asumir que todos seguirían simplemente obedeciéndola porque les
había dado buenos motivos para pensar que su juicio podría no ser tan
confiable.
―Está bien ―dijo Xena―. Ahora que estamos aquí, con nuestras condiciones.
Un pequeño picor de reacción atravesó a los hombres, no tanto como un
sonido, sino una agitación que sonó como un crujido de cuero y un suave
tintineo de cotas de malla. Levantando la mirada, captó las expresiones en los
rostros de los hombres más cercanos a ella y se dio cuenta de su desconcierto
al notar que había una voluntad de creer que no había esperado.
―Está bien. ―Estudió su obra de arte y luego agregó algunos detalles más―.
Tenemos algo de tiempo. Pensaba que estaríamos ocupados una vez que
llegáramos aquí, pero al salir temprano nos ha dado un poco de tiempo de
planificación. —Los hombres se miraron unos a otros, obviamente perdidos.
Miraron a Brendan, cuyo rostro estaba serio para evitar que se le notara que
tampoco tenía ni idea de lo que Xena estaba hablando—. Así pues. ―La reina
siguió hablando―. Tenemos un día o dos para enviar a tres equipos de vuelta
a ese valle y limpiar la escoria. ―Dejó que sus ojos se movieran hacia las caras
que la miraban―. ¿Alguien interesado? ―El alivio que vio en muchos ojos hizo
que su nariz se arrugase y mentalmente se dio una patada en el culo tan fuerte
246
como pudo―. Quiero tres equipos de veinte cada uno, irán aquí, aquí y aquí
―Indicó las instrucciones en su mapa―. Todos los demás van a trabajar en el
vadeo del río ―Hizo una pausa―. Conmigo. —Los hombres dudaron, luego
comenzaron a asentir lentamente—. Sabemos que tienen la mayor presencia
aquí. ―Xena dibujó un círculo―. No esperarán que volvamos, ―dijo―. Así que
esta noche regresamos por el valle y entramos en esta área antes del
amanecer. Supongo que los encontraremos reunidos allí, probablemente
para seguirnos.
―Parece que sí. ―Brendan estuvo de acuerdo―. Llegamos por aquí, no nos
van a ver. ―Tocó un lugar cerca del final del valle―. Debería ser rápido.
Xena asintió.
―Reúne a los tres equipos ―le dijo a su capitán―. Haz que salgan una marca
de vela después del anochecer ―instruyó a Brendan―. Y escuchad todos
vosotros. ―Volvió su atención a los hombres―. Esto es solo barrer con todo.
Necesito a cada uno de vosotros para lo que vamos a enfrentar delante que
nosotros. No os descuidéis. ―Esperó hasta que todos comenzaron a asentir,
luego clavó su palo en el suelo en el medio del dibujo―. Todo bien. Al resto de
vosotros los quiero listos para buscar comida. Quiero todos los recursos que
podamos encontrar empacados en esos vagones antes de cruzar el río.
Los hombres se dispersaron, pero ella permaneció sentada allí mientras
Brendan se inclinaba más cerca, estudiando su dibujo mientras la luz
comenzaba a desvanecerse. Esperó a que se despejara un espacio alrededor
de los dos, antes de mirar sombríamente a su reina.
―No ha sido por eso. ―Xena apoyó el codo sobre su rodilla y apoyó la barbilla
en su puño―. Acabo de decidir sacar la cabeza de mi culo.
―Claro que sí. Todos lo hacen ―dijo la reina―. No había un hombre en todo el
maldito campamento que no pensara que había dejado las habilidades de
liderazgo que antes tenía en el dormitorio del castillo ―dirigió a su capitán una
mirada directa―. Así que déjalo.
―Han sido muchos cambios para todos nosotros, Xena ―dijo―. Nadie duda de
ti. 247
―Yo dudo de mí. ―Xena se levantó, sacudiendo un poco sus hombros para
acomodar su armadura―. Y eso es algo peligroso, viejo. Muy peligroso ―Se
sacudió las manos y se alejó, caminando sobre el tronco en su camino de
regreso a su tienda.
Brendan puso su pulgar en la tierra junto al boceto, mientras dos de los otros
soldados se acercaban a él.
―Tienes una oportunidad, Ev, de dejar tu huella ¿eh? ―dijo en tono casual―.
Maj no es estúpida.
―Buena oportunidad. ―El hombre asintió―. Debe haber sido el plan todo el
tiempo, ¿eh?
―Sí. ―Estuvo de acuerdo, sin levantar la vista―. Siempre era su estilo. Nunca
digas todo hasta que necesite ser dicho. ―Se puso de pie y se sacudió las
manos—. Así que, pongámonos en marcha. Elige a tu escuadrón
rápidamente, antes de que Maj cambie de opinión y haga el trabajo ella
misma.
―Sí. ―Ev asintió―. Es verdad. Vamos. ―Hizo un gesto a su compañero―. Vamos
a afilar las espadas.
Se sintió un poco dolorida, y flexionó los brazos, haciendo una mueca por la
rigidez de los músculos de su espalda. No había habido muchas peleas,
recordó, así que en… Ah. Atrapando las malditas flechas. Flexionó las manos
y las giró, examinando las marcas de arañazos en sus palmas de los ejes y las
plumas. Apenas recordaba la acción, solo un remolino de movimiento y su
cuerpo reaccionando por el instinto que le había llevado años construir.
De todos modos ¿Qué Hades estaba haciendo? La reina apoyó los codos en
el camastro.
―¿De dónde sale toda esta mierda de niñera Xena? ―preguntó en voz alta―.
Solía pisar hormigas. Mierda, solía pisar cachorros. Ahora me siento como si los
estuviera amamantando.
―Oh… Xena! ¡No! ―Soltó Gabrielle, de repente. Las manos de la mujer rubia
temblaban, y su respiración era desigual, y mientras la reina la observaba, 249
inhaló de nuevo con fuerza, y el grito se repitió.
Ah.
Los ojos de Gabrielle se abrieron con confusión, y miró a Xena sin comprender,
luego su expresión se aclaró y exhaló aliviada.
―No muy bien ―admitió, después de una pausa―. Pensé que tal vez si me
echaba una siesta me sentiría mejor, pero creo que no fue una buena idea
después de todo. ―Se tocó el estómago―. Ay.
―No hiciste eso ―dijo Gabrielle―. Deja de decir eso como si fuera por tu culpa
―añadió―. No quería que me dispararan flechas.
250
―Sí, lo sé. ―Xena exhaló―. A veces te miro y recuerdo a mi hermano, eso es
todo ―dijo―. Sé que hice lo correcto, pero verte aquí como si mi caballo te
hubiera pateado de arriba abajo no me hace sentir muy bien.
―¿Siiiii?
―Sí, lo sé. ―La mujer rubia respondió―. Pero era un muy mal sueño, y estoy muy
contenta de que me hayas despertado ―Rodeó a la reina con los brazos―. No
te preocupes por los moretones. Estoy segura de que mañana estarán bien.
Gabrielle la miró.
―Lo haré.
―Lo sé.
―Bien. ―Se relajó, alejando las decepciones de los últimos días por el
momento―. Te verías estúpida colgada en un árbol.
―Lo sé.
―¿Qué?
―Guau. 251
―No tienes ni idea.
Parte 8
Gabrielle abrió los ojos, mirando al frente con perplejidad al ver una raya de
brillante luz que entraba por la solapa medio abierta de la tienda y oyendo los
sonidos distintivos del campamento afuera.
―Guau. ―Se dio la vuelta después de un minuto, mordiéndose los labios para 252
ahogar un grito mientras su cuerpo protestaba por el movimiento―. ¡Oh, ay!
―Era como si cada centímetro de su cuerpo estuviera siendo pinchado con
algo afilado y se echó hacia atrás sobre su costado, mientras las lágrimas
brotaban de sus ojos.
Tomó un trago del odre, luego se detuvo al notar el sabor a musgo de las
hierbas en su lengua. El sabor no era desagradable, pero tampoco era del
todo agradable, sin embargo, recordó la nota, así que siguió bebiendo de
todos modos.
Al menos, apaciguó su sed. Tan pronto como acabó, volvió a poner el tapón,
y tan pronto como lo hizo, sintió una oleada de reacción en ella por las hierbas
que había bebido con el estómago vacío. No era del todo un mareo, era más
como cuando bebió demasiado rápido de algo demasiado fuerte para ella y
el mundo retrocedió inesperadamente.
Extraño. No era realmente incómodo, porque lo otro que hizo fue relajar su
cuerpo al mismo tiempo. Mientras se hundía en el colchón, sus músculos se
relajaron y el dolor disminuyó considerablemente y exhaló de alivio, cerrando
los ojos un momento de agradecido amor por la consideración de su reina.
Por supuesto, Xena rechazaría la idea de que había sido muy considerada,
pero el hecho era que a menudo se mostraba muy considerada,
especialmente cuando pensaba que nadie la estaba mirando.
Gabrielle volvió a abrir los ojos y vio unas pocas motas de polvo flotando a
través de la luz del sol. ¿Qué había pasado? se preguntó, un poco aturdida.
¿Por qué todavía estaban junto al río? ¿Xena había tenido noticias de más 253
problemas en el valle?
―Estoy segura de que hay una buena razón para eso. ―Gabrielle dejó que sus
ojos se cerraran, incapaz de mantenerlos abiertos por más tiempo―. Xena
siempre tiene una buena razón para todo.
Xena volvió la cara hacia el viento, examinando el trabajo que estaban
realizando delante de ella. Los vagones de suministros se habían colocado
todos juntos en una fila, y se habían retirado sus yugos. Los soldados estaban
trabajando con los carreteros para sujetar los carros juntos, dejando el carro
guía con su yugo intacto, pero añadiendo seguros y cuerdas a los costados
de los vagones y dejándolos extendidos por el suelo.
Cerca del río, más hombres estaban apartando las rocas del camino para
dejar espacio libre para que los carromatos pudieran pasar, y ya una pequeña
extensión de postes se extendía hacia el río con trozos de tela adheridos
marcando el camino.
No era muy de retractarse, pero lo hacía cuando tenía que hacerlo. Siempre
es mejor salir por patas y patear culos al día siguiente, que morir por tu ego,
¿no?
Xena apretó sus rodillas alrededor del cuerpo de Tiger, y lo dirigió hacia el paso
del río. Iba vestida de seda, con una túnica de terciopelo carmesí que dejaba
al descubierto los brazos al sol primaveral y había aprovechado la
oportunidad para lavar sus pieles y dejarlas secar en la tienda.
―No. ―Negó con la cabeza, sin dejar de hablar―. El trabajo primero, entonces
puedes hacer de niñera. —Tiger sacudió la cabeza y resopló. Cuanto más
trabajaba esa mañana para preparar el camino, más se convencía Xena de
que había tomado la decisión correcta. Las tropas estaban más felices, los
carreteros estaban mucho más felices, los esclavos que se había traído no
estaban felices exactamente, pero ya no se encogían de miedo, los soldados
que había enviado de vuelta al valle probablemente eran delirantemente
felices y había logrado todo eso sin dejar de lado la verdadera razón por la
que lo hizo, quería que su amante descansara―. Maldición, Xena ―se dijo a sí
misma―. Tal vez no lo perdiste y te volviste estúpida después de todo. ―Dirigió
su caballo hacia donde estaban los vagones y comenzó a avanzar por la
línea, inspeccionando las uniones con ojo crítico―. Pon bien esa arandela de
unión. Agrietarás la madera si no lo haces.
Lentamente Xena pasó su pierna por encima del cuello de Tiger y se deslizó
del lomo del animal, aterrizando con un ligero salto mientras se sacudía las
manos. Se acercó al hombre y tendió su mano hacia la pieza, sopesándola
cuando se la entregó tímidamente.
Enroscó sus manos alrededor del metal, luego levantó los antebrazos para que
los eslabones entrelazados estuvieran casi a la altura del pecho antes de
girarlos en direcciones contrarias, sus bíceps sobresalían mientras sentía que su
cuerpo se ponía a la altura de las circunstancias, sus hombros se tensaron 255
mientras forcejeaba con la arandela incrustada de óxido.
Después de un segundo, se dio cuenta de dos cosas. Una, que había atraído
a una multitud con asombrosa rapidez, y dos, que estaba a punto de quedar
como una completa idiota.
Una rápida mirada alrededor, le dijo que lo segundo no era una opción,
especialmente desde que vio la cabeza de Gabrielle saliendo
inquisitivamente de su tienda no muy lejos.
―Está bien, ¡manos a la obra! ¡No tenemos toda la luna para esto!
―Por aquí ―respondió Gabrielle, metida debajo de las pieles con su cabeza
sobre la almohada.
―¿Viste mi nota?
―Ajá.
―Ajá.
La reina se acercó y se sentó en uno de los taburetes.
—El fin del mundo. Está nevando en el Hades. ―Suspiró―. Y apenas he arañado
la superficie de personas para matar y torturar.
―¿Eh?
―Hiciste lo que te dije que hicieras. ―Miró a su amante―. Estoy esperando que
Afrodita entre en cualquier momento y me pida consejos sobre sexo.
Gabrielle decidió que realmente no había nada que ella pudiera decir para
responder a eso. Excepto…
―¿Cómo lo sabes? ―balbuceó―. ¡Solo has tenido sexo conmigo y con una
oveja!
257
―¡Nunca hice nada con una oveja!
―Y tú también.
―Mujerzuela.
No esperaba verlos esta noche. Le había dicho a Brendan que hicieran una
incursión de tres días, y confiaba plenamente en que su antiguo capitán
aprovecharía cada momento de esos tres días para correr desenfrenado por
las colinas con los hombres sedientos de sangre.
Eso era bueno. Se había llevado a la mayoría de los ansiosos con él y les daría
la oportunidad de sacar la histeria de batalla de sus cuerpos. Tendrían un éxito
espectacular, por supuesto, y su confianza en la misión y en ella sería
restaurada.
Xena asintió para sí misma. O no lo harían, y ella tendría que hacer ajustes,
adaptarse y seguir adelante. Caminó hacia el perímetro del campamento,
viendo a los guardias mirarla por el rabillo del ojo, aprobando la colocación
de la vigilancia y el orden del campamento.
―¡Hey! ―Le gritó Xena―. ¡Derrama eso y te cortaré las manos! —La mujer se
quedó helada, la sopa goteaba de su cucharón, sus ojos enormes como
huevos de gallina. Su labio comenzó a temblar―. Es una broma ―Xena le
brindó una agradable sonrisa―. Continúa. ―Caminó hacia el otro lado de la
cocina y se acercó a las grandes parrillas, solo para darse cuenta de que no
tenía nada para poner la comida, a menos que quisiera poner las cosas
calientes en sus manos ahuecadas―. No es un buen plan, Xena. ―Chasqueó
la lengua―. Tal vez deberías ordenar que te decapiten.
Xena cruzó los brazos sobre el pecho y lo miró con las cejas fruncidas. Una
tapa de barril de metal curvada y golpeada como si hubiera montado su
caballo sobre ella durante unas horas y después hubiera sido arrojada por un
precipicio.
Varias veces.
Golpeó un barril, luego rebotó y golpeó una roca, dos soldados se apartaron
del camino mientras pasaba junto a ellos y se dirigió hacia el fuego, pasando
a través de él prendiendo sus bordes mientras volvía directamente hacia la
cabeza de Xena.
259
La reina se dejó caer sobre una rodilla con gracia, estirándose para agarrar la
bandeja giratoria cuando regresó, la hizo rebotar en el aire y luego la sostuvo
por el centro mientras giraba sobre un dedo, sus bordes todavía ardiendo por
la vieja grasa que tenía incrustada.
―Puedo trabajar con esto. ―Sus palabras provocaron fuertes silbidos y sonrió,
mientras se acercaba y arrojaba la bandeja a la parrilla―. Pero mi viejo trasero
canoso no encaja en eso, así que ponle un poco de pescado y hazlo rápido.
―¿Sí?
―¿Podemos llevar eso por ti, Xena? ―preguntó el que estaba a la cabeza, con
timidez.
―Por supuesto ―dijo la reina, esperando que lo cogieran antes de dar la vuelta
y dirigirse hacia su tienda. Pasaron a través de grupos de soldados que tenían
sus propias cenas, y aunque ninguno se puso de pie, todos la saludaron con
aprobación y Xena tomó ese aplazamiento no declarado como un vino
dulce.
―Creo que hay más de algo por ahí fuera ―dijo cuando llegaron a la tienda―.
Y vamos a encontrarlo. ―Apartó la solapa, echó un vistazo dentro, antes de
que les hiciera un gesto para que entraran―. Olvidaros de lo que hay allá atrás.
Los hombres sonrieron cuando entraron. Xena miró alrededor durante un largo
momento antes de que ella también sonriera, y los siguió.
Gabrielle miraba el baile irregular de las llamas del brasero sin ningún deseo
de hacer otra cosa. Podía oír los sonidos del campamento fuera, pero
parecían apagados, y sus dedos se movían lentamente a lo largo de las pieles
en las que estaba acostada de un modo casi hipnótico.
Xena se había ido hacía un rato, y esperaba que la reina volviera pronto
porque el hecho de tenerla cerca hacía que Gabrielle se sintiera mejor. Al
menos entonces, sabía lo que estaba pasando. O… Una leve sonrisa curvó los
bordes de sus labios.
Al menos Xena sabía lo que estaba pasando. Se lamió los labios, saboreando
un poco de vino y hierbas en ellos preguntándose si tenía hambre. No se sentía
como si la tuviera. Recordaba haber tomado algo de sopa antes, pero
ciertamente no estaba segura de eso. ¿Fue sopa? ¿O fueron las hierbas?
La miel sabría bien. Tal vez Xena encuentre algunas bayas para ponérsela.
Podía chupar la miel de las bayas y pensó que su maltratado cuerpo podría
aguantarlas.
Las hierbas le estaban quitando el dolor, pero aún podía sentirlo, haciendo
que se le cortara la respiración cada vez que se movía y tenía un débil dolor
de cabeza que era suficiente para mantenerla despierta y estar molesta.
Suspiró.
La solapa se abrió y Xena asomó la cabeza, luego dio un paso atrás y dos
soldados entraron llevando algo. Se acercaron y lo dejaron sobre la mesa
cuando la reina reapareció, volviendo la cabeza para mirar a Gabrielle y
sonreírle.
Mm. Gabrielle amaba esa sonrisa. Los hombres se fueron, y Xena se acercó al
camastro, se arrodilló y puso su mano sobre la cabeza de Gabrielle.
Podía notar el olor a humo en la ropa de la reina y sus dedos dejaron las pieles
y se extendieron hacia la manga de la camisa de lino que Xena llevaba
puesta. La tela se sentía suave al tacto y eso le gustaba.
―Muy mal ―dijo la reina―. Vas a hacerlo de todos modos, aunque tenga que
masticar yo todo primero y escupirlo en tu garganta.
Sopa. Hm.
Gabrielle exhaló.
―Sopa, ¿eh?
―Mmhm.
―Está bien.
262
Contra todo pronóstico, pensó, Xena había estado de acuerdo, solo por la
expresión cambiante de su rostro cuando se lo había dicho, a pesar de que la
4
N.T. Xena de Moocelous.- Hace referencia a Moo-velous, de manera informal, una vaca lechera que dice
Marvelous, Maravilloso. Se usa en tarjetas de felicitación. En inglés el título es Xena the Merciless así que sería
una mezcla de ambas palabras.
reina la había estado obligando a tragar cosas con sabor a moho todo el día
anterior.
―¡Ay! ―Cerró los ojos hasta que el dolor se desvaneció de nuevo―. Dioses, esto
apesta.
Suspiró después de unos minutos, se enderezó y sumergió las manos en el agua 263
otra vez, levantándolas y empapando su cabeza con el frío líquido, haciendo
una mueca mientras se empapaba el cabello y enfriaba su cuero cabelludo.
―Está bien. ―La expresión de Gabrielle se iluminó. Cogió el lino cuando Xena
fue al baúl de ropa y lo abrió, hurgando en su interior―. ¿Ya ha vuelto
Brendan?
―No. ―Xena seleccionó una túnica ligera y suelta y regresó con ella―.
Mañana. Así que será mejor que estés lista para cabalgar, rata almizclera
264
―Puso la camisa sobre la cabeza de Gabrielle y la ayudó a pasar los brazos
por las mangas―. Porque tenemos que irnos.
Xena dio un paso detrás de ella y le pasó un peine de madera por el pelo.
―Pasado el río, a través del siguiente valle y a través de esas colinas hay una
ruta hacia el puerto marítimo más grande que hay por aquí.
―Está bien.
―Sí ―respondió Xena―. Una vez que controle eso, controlaré todo el comercio
río arriba y la costa. Empezamos desde allí.
Gabrielle se giró frente a la reina, mirando su rostro medio iluminado, medio
sombreado.
―¿Dónde terminamos?
Xena sonrió.
―Buena pregunta ―dijo―. Ponte las botas. Tal vez terminemos en algún lugar
al otro lado del arcoíris. Nunca se sabe.
El sol se sentía bien, y ella se alegró de estar allí poco tiempo después mientras
permanecía cerca del río y observaba lo que estaba pasando allí.
El suelo en este lado del cruce ya había sido despejado y allanado para
permitir el paso de los carros y, si entrecerraba los ojos, podía ver hombres al
otro lado del río con dos caballos y un tronco de arrastre haciendo lo mismo
en ese lado.
El olor a alquitrán hirviendo pasó junto a ella, y giró la cabeza para ver a los
hombres que trabajaban alrededor de los vagones, untando el exterior de las
superficies de madera con chismes negros y pegajosos.
―Guau.
―Eres asombrosa.
―Además de eso.
Xena alcanzó la parte superior del árbol y se impulsó por el aire, aterrizando
en la espalda del semental mientras pasaba como un cohete debajo de ella,
afianzándose en la silla y girando la cabeza del animal con un tirón en su crin.
―¡Dije tres días! ―respondió Xena, a mitad de camino para encontrarse con
ellos―. ¿Tan rápido te aburres?
Xena se recostó en Tiger, por suerte sus rodillas estaban apretadas con fuerza
o la sorpresa la habría enviado de cabeza a los arbustos.
¿Bregos?
Sii.
Gabrielle estaba sentada sobre la cama, con las piernas cruzadas debajo de
ella y una tablilla de madera apoyada en su regazo. Tenía un pergamino, una
pluma y tinta, y estaba esperando tomar notas como quería Xena, contenta
en todo caso de estar sentada de nuevo.
―Fue así, Xena ―dijo―. Fuimos a través del paso, ¿sí? Esos bastardos estaban
reunidos y creando problemas, no se esperaban que nos precipitásemos sobre
ellos.
Brendan la miró.
―No nos paramos a preguntárselo ―respondió sin rodeos―. Solo cogí las tropas
y los arrasamos. ―Miró a Xena―. Los matamos a todos.
―Echaron a correr al vernos llegar ―dijo Brendan―. Pero los seguimos, ya ves,
al siguiente valle y encontramos un nido de ratas como nunca lo has visto.
―¿Al otro lado de donde los encontramos? ―preguntó Xena―. ¿Justo pasada
esa cresta?
―Sí ―respondió Brendan―. Debía haber otro pueblo allí, supongo, solo
quedaban un par de viejos muros. De todos modos, entramos allí y se desató
el Tártaro…
Su hogar. Gabrielle intentó imaginar cómo había sido. Recordó que había un
par de calles de chozas de adobe con techos de paja. Algunas vallas torcidas
y gallinas caminando entre los postes.
―Así que estaban refugiándose allí, ¿esa era su base? ―La voz de Xena se
elevó un poco―. ¿Cuántos?
El pequeño valle detrás de donde había vivido, donde había sido castigada
tantas veces.
―Tres veintenas por lo menos ―dijo Brendan―. Estoy seguro de que no se 269
esperaban que apareciésemos por allí. Creo que suponían que los otros tipos
nos estaban siguiendo, pero…
Gabrielle dejó escapar su aliento lentamente. Sin embargo, no todo había sido
malo. Había un pequeño claro cerca del río en el que ella y Lila solían jugar, y
las flores silvestres florecían por todos lados en primavera, y el lugar despejado
en la ladera en el que ella se tumbaba por la noche, solo para mirar las
estrellas.
Recordó la noche que en ella y Lila habían sido llevadas. No había quedado
mucho después de que pasaron los esclavistas y le prendieran fuego.
―Se atrincheraron para defenderse ―dijo el capitán del ejército―. Dimos una
vuelta alrededor y entramos por el otro lado. Dejé un escuadrón en el frente
para hacerles pensar que les estaba asediando.
―Bien. ―Xena lo felicitó―. ¿Encontrasteis algo allí que valga la pena aparte de
a ese bastardo?
Gabrielle recordó los gritos que habían dejado atrás, y el terror que había
sentido cuando las cuerdas le habían dado vueltas alrededor del cuello y las
manos ásperas la habían empujado.
―Estas de aquí.
―Hm…
Algo en el tono de Xena la hizo alzar la vista otra vez. Vio a la reina inclinar su
cabeza examinando algo en la palma de su mano. Eran pequeñas y
redondas, y se dio cuenta de que las reconocía.
Xena movió los dedos, haciendo que los objetos chocaran ligeramente en su
palma.
―Sí que lo son ―respondió―. Ahora, ¿de dónde crees que las consiguió Bregos?
―Reflexionó―. ¿Y cuándo?
270
Gabrielle se levantó lentamente de la cama, dejando su pequeño escritorio
antes de acercarse a donde estaba sentada Xena. A la luz del exterior, las
perlas habían adquirido un resplandor y belleza que la fascinaba.
―Guau.
Xena se detuvo a media respiración y enarcó las cejas. Lanzó una mirada a
Brendan, que se tapó la boca para amortiguar una sonrisa, luego se aclaró la
garganta y trató de ignorar el hecho de que estaba bastante sonrojada.
―Bien. Bueno, lo primero que tenemos que averiguar es de dónde sacó estas,
y segundo… ―Sus labios se curvaron en una de sus típicas sonrisas―. Dónde
podemos conseguir más.
―¡Oh! ―dijo―. Sí. Él lo sabe ―le aseguró a la reina―. Cuando atravesamos las
murallas allá, él me miró, se dio la vuelta e intentó esconderse. ―Puso sus
manos en sus caderas―. Los hombres lo encontraron en un almacén de grano,
detrás de una caja.
―Probablemente. ―La reina le pasó las perlas a Gabrielle―. Aquí, pon esto con
el resto de tu colección, dulce chuletita de cordero parlante. ―Apoyó los
codos en los brazos de la silla y agitó los dedos―. Así que. ¿Lo tienes atado
cerca de las letrinas?
―Sí.
―Sí. ―La voz de Brendan cambió a pesar de que la palabra era la misma. El
significado oscurecido―. ¿Aquí, Xena? ―Sus ojos se movieron hacia Gabrielle,
luego hacia la reina―. Podríamos montar un sitio para ti, a un lado.
―Era lo que iba a decir, Xena. Después de todo, los hombres deberían verlo
morir, como el perro que es, en el montón de basura al que pertenece. Puta
escoria de mierda. ―Se sacudió las manos y se puso de pie―. Iré a dar las
órdenes. Los hombres están de buen humor esta noche, sin duda, y más desde
que vieron que el vado del río está listo.
―Buen trabajo, Brendan. Diles a los hombres que estoy condenadamente feliz
con ellos ―respondió la reina―. Esto es solo el comienzo de lo que está por
venir. —Brendan saludó y salió de la tienda dejando a Xena y Gabrielle a solas.
Después de un momento de silencio, Xena extendió su mano y se dio unas
palmaditas en el regazo con la otra―. Ven aquí.
―Un montón de cosas buenas ―dijo Xena―. Esto ha sido algo muy, muy bueno,
Gabrielle. Responde a una pregunta que muchos tenían en mente.
―¿En el ejército?
La reina asintió.
―No esperaba que Brendan lo encontrara, pero a veces los dioses solo hacen
que las cosas sigan tu camino, ¿sabes a qué me refiero? ―observó el perfil de
Gabrielle―. Pero tengo que matarlo esta vez.
―No tienes por qué mirar. ―Xena apartó el cabello pálido de su amante―.
Tampoco tienes que estar aquí cuando lo torture ―dijo―. Puedes salir a buscar
flores, nueces o lo que quieras por el bosque.
―Quiero estar aquí ―respondió Gabrielle―. Quiero saber por qué estaba
donde estaba y qué hizo ―dijo―. Quiero saber por qué pasó todo el invierno
aquí fuera, y por qué permitió que esa gente hiciera esas cosas horribles tan
cerca.
―Está bien ―dijo―. Quédate si quieres. Supongo que si aún no te has dado
cuenta de qué voy ahora, es que no tienes remedio.
Gabrielle la abrazó.
Casi se había puesto el sol antes de que Xena enviara a buscar a Bregos.
Gabrielle sacudió un poco el polvo del abrigo de cuero de su armadura, el
cual le habían dicho que se pusiera cuando dos soldados reorganizaron un
poco la tienda siguiendo las instrucciones de la reina.
La mayoría de sus trastos habían sido movidos contra las paredes de la carpa,
despejando un espacio en el centro frente a la silla elevada. Ahora dos 273
antorchas estaban plantadas a cada lado, parpadeando y arrojando rizos de
humo a través del agujero abierto de la chimenea en la parte superior de la
tienda.
Se dio la vuelta y cogió un peine, pasando las púas por su cabello para alisarlo
un poco. Con la inminente llegada de Bregos, estaba contenta de llevar
puesta su armadura, a pesar de que había necesitado la ayuda de Xena para
ponérsela sobre su magullado y dolorido torso.
También se había puesto sus pesadas botas de montar, y flexionaba los dedos
de los pies mientras se acomodaba en un taburete en la parte trasera del
improvisado trono de Xena, colocando su pluma y tinta sobre la prensa de
ropa junto a una hoja nueva de pergamino.
―Está bien. ―Xena entró, haciendo una pausa para mirar alrededor de la
tienda con los puños cerrados sobre sus caderas―. Esto funcionará.
Impresionante.
―Está bien, chicos. Es suficiente. ―Xena les dijo a los hombres―. Id y montad
guardia fuera.
Xena la miró.
―Hmm.
―Si dices que me veo bonita con esto, te voy a besar sin sentido. ―Xena rodeó
el trono del campamento, y arregló un poco las pieles.
―Oh, por supuesto que te ves bonita con eso ―respondió Gabrielle de
inmediato, sonriendo cuando la reina la miró de arriba a abajo―. Y sexy.
―¿Te gusta? ―respondió Gabrielle, con voz suave―. ¿No me estoy volviendo
demasiado descarada?
Gabrielle no creía tener nada que realmente quisiera decirle a Bregos. Las
pocas veces que lo había visto le pareció falso, y se preguntó si él había sabido
sobre el atentado contra su vida, o si había estado detrás de eso.
―Vale.
Ladina. Eso significaba que Xena iba a ser sutil y, honestamente, Gabrielle no
creía que la reina fuera muy buena en eso.
―Todo bien. ―Xena se enderezó, inclinándose para darle un beso en los labios
antes de alejarse para sentarse en su trono improvisado, colocando los codos
en los brazos del sillón y adoptando una postura relajada. 275
―¿Quieres un poco de vino? ―Sugirió Gabrielle―. Parece que necesitas algo
en tus manos.
―¡Oye! ―Los ojos de la reina se abrieron de par en par―. ¿Qué estás haciendo?
―Es un aro para la oreja 5…con esas perlas que me diste. Lo tenía hecho para
ti, pero yo estaba… ―Gabrielle terminó de apretarlo―. De todos modos, ya
que él tenía esas perlas, pensé que sería bueno si viera que tú también tienes
algunas.
5
Ear cuff en el original.- No es un pendiente propiamente dicho, más bien un aro de presión.
La oreja de Xena se contrajo y la reina la miró, con las aletas de la nariz un
poco dilatadas.
Era bonito. Habían cogido las perlas y las habían envuelto con plata y oro,
formando pequeñas copas en las que estaban engarzadas las redondas
gemas. El metal enroscado alrededor de la oreja de Xena, centelleando a la
luz de las antorchas mientras destacaba las perlas como diminutas brasas
brillantes.
―¿Sí?
276
―Su majestad ―dijo su capitán, con una voz nítidamente formal―. Pediste que
te trajera aquí al prisionero.
―Así lo hice. ―Xena apartó los pensamientos de ojos verdes y perlas, y extendió
sus piernas, cruzándolas por los tobillos―. Tráelo, Brendan.
Podía haber sido otro por la suciedad y la mugre que cubría el cuerpo del
hombre. Xena apenas podía reconocer a su antiguo general, tuvo que
parpadear un par de veces y concentrarse arduamente antes de poder ver a
la figura alta y orgullosa en la forma acurrucada cerca de sus pies.
Él se volvió y la miró.
―¿Quieres que lo haga? ―preguntó con tono ligero―. ¿Te enferma estar aquí
frente a mí? —Él tomó aliento como si fuera a escupirle en la cara―. Ah, ah,
ah. ―Xena le advirtió, suavemente―. Puedo matarte muy lentamente, pedazo
de nada. Arrancarte una pulgada cuadrada de piel cada marca de vela y
dejarte expuesto al sol para que te queme y queme, y no puedas hacer otra
cosa aparte de gritar. —Bregos la miró fijamente a los ojos—. Sabes que puedo
―dijo la reina―. Y por alguien que me traicionó, lo haré, y disfrutaré de cada
momento. ―Sus ojos se estrecharon―. Morir es fácil. Demasiado fácil para ti.
Sus ojos cambiaron ante eso, y ella pudo ver como su respiración aceleraba.
―No fui yo quien te traicionó ―dijo él después de una larga pausa―. Ya estabas
muerta para todos ellos. Les convencí para que me dejaran intentarlo a mi
manera.
―¿A tu manera? ―Xena se rio―. Oh, ¿te refieres a que me vencías en esa pelea
y te quedabas al mando?
―Hubieras vivido.
―Hola, ¿eres idiota? ―Xena tiró de su cabeza hacia atrás otra vez―. No
necesitaba tu ayuda para eso ―le gritó―. Todo lo que hiciste fue darles una
razón para quererme muerta y debería haberte matado en el campo ese
maldito día.
Oh, bueno.
―Entonces eres una pardilla ―dijo Bregos―. Eres la pardilla que todos dicen 278
que eres.
―Mm… Entonces es por eso que tú eres el que está en el suelo y yo soy la que
está tratando de decidir cómo sacarte las entrañas por las orejas de la manera
más lenta posible ―dijo―. Bonito.
―Al menos moriré sabiendo que me he vengado de ti, Xena. ―Le sonrió―.
Incluso si no lo veo… Lo sabré y moriré riéndome de ti.
Él se rio.
Xena no.
Gabrielle salió de la tienda y miró a su alrededor, finalmente vio a Xena
aparentemente disfrutando del atardecer cerca del río. Flexionó la mano
alrededor de su vara y comenzó a seguirla, mirando de reojo al grupo de
hombres ocupados en un árbol cercano cuando pasaba.
Se preguntó de qué iba todo eso. Apenas había tenido tiempo de hablar con
Bregos antes de abandonar la fortaleza, y no creía haber hecho nada para
llamar su atención así. ¿Lo había hecho? Gabrielle pensó en aquellos primeros
días, y se dio cuenta de que realmente no recordaba a nadie más que a
Xena.
279
Tener miedo de Xena. Estar enojada con Xena. Enamorarse de Xena. Más o
menos en ese orden, y así de rápido.
Pensativa, Gabrielle bajó por el sendero que conducía a la orilla del río y vio
la sacudida de los hombros de Xena, lo que significaba que la reina la había
oído acercarse.
―Hola. ―Rodeó la roca sobre la que Xena estaba apoyada y se unió a ella,
contenta de descansar después del, un poco doloroso, paseo.
―Por supuesto. ―Gabrielle puso la vara entre sus rodillas y frotó su dedo pulgar
sobre la superficie de madera―. Tú estás aquí ―dijo ella―. Y es una hermosa
puesta de sol.
Xena volvió a mirar hacia el frente, mirando al otro lado del agua.
―¿Sobre qué? —Xena volvió la mirada hacia ella, levantando una ceja.
Gabrielle se sintió algo halagada de que le preguntara, y de una manera tan
directa que le hizo pensar que Xena de verdad quería oír la respuesta—. Está
tramando algo. —La reina gruñó con completa elocuencia—. Dijo que se ha
vengado de ti. ¿Qué crees que significa? ―preguntó Gabrielle―. Pensaba que
ya lo había hecho, más o menos, antes. Cuando nos atacaron, y resultaste
herida. —Xena no respondió. Tenía los brazos cruzados sobre el pecho y una
expresión pensativa en el rostro―. Quiero decir… Casi mueres, Xena.
―Gabrielle continuó, sintiendo una presión en la garganta―. Esos tipos nos
habrían matado a todos… Si alguien necesita vengarse de alguien, eres tú, no
él.
La reina asintió.
―Ah.
Xena se puso de pie y dejó que sus brazos cayeran por los costados.
―¿Qué?
La reina balanceó su cabeza hacia adelante y hacia atrás, haciendo crujir un 280
poco su cuello antes de limpiarse las manos en las polainas y sacar su daga.
―Quiero llevarte a la cama, así que voy a matarlo y terminar con esto de una
vez. ―Hizo girar el cuchillo entre sus dedos y comenzó a caminar hacia el árbol.
―No tienes que mirar ―dijo Gabrielle en voz alta―. Xena así lo dijo. Dijo que no
tenía por qué estar allí, que no tenía que verlo morir, que no tenía que verla
hacer lo que fuera que le vaya a hacer. ―Podía escuchar el creciente cántico
cada vez más fuerte detrás de ella, y antes de que pudiera darse cuenta,
estaba girándose, respondiendo a ese hormigueo en el aire y la vibración en
sus entrañas al querer estar con Xena, ser parte de lo que estaba haciendo.
Recordó que Bregos también les había afectado. Los había incitado a unirse
a su revuelta contra Xena, y debido a eso, como Xena había vencido al final,
muchos de ellos habían muerto fuera de las murallas cuando los expulsó de la
fortaleza. Los hombres habían perdido hijos. Las mujeres habían perdido
maridos. Los sirvientes que estaban con ellos eran los que se mantuvieron
firmes, los que ayudaron a Gabrielle a abrir las puertas para dejar salir al
ejército, los que habían demostrado su lealtad de la forma más básica y que
esa lealtad en algunos casos había dividido familias y linajes de manera
inesperada.
Ahora Xena estaba de pie, allí bajo la luz moribunda del día que la bañaba
281
de carmesí mientras hacía el papel, no de una asesina, sino de la vengadora
que Gabrielle podía ver reflejado en los ojos de los hombres y mujeres que la
rodeaban.
Ella era su reina. Ella había sangrado por ellos, arriesgado su vida por ellos, y se
lo había jugado todo para defender su lugar y el lugar de todos, en contra del
hombre que ahora estaba atado al árbol, mirándolos a todos con un odio
hirviente y feroz.
»Solo piensa. ―Xena se acercó, metiendo sus manos a través de los pulmones
que sentía contra sus dedos―. Tienes todo el tiempo en el Hades para cagarte
de miedo sabiendo que haré esto de nuevo allí ―Agarró el corazón palpitante
y cerró su agarre alrededor, tirando hacia atrás con todas sus fuerzas―. Así que
adiós, cabrón. —Arrancárselo fue más fácil de lo que había imaginado, y ella
lo sacó, un amorfo trozo de carne que todavía latía, chorreando sangre sobre
282
ella, sobre el suelo y sobre todos los que estaban al alcance. El cuerpo frente
a ella se desplomó en sus ataduras, y ella dio un paso atrás levantando su
mano y mostrando su contenido. Miró la vibrante carne, luego la arrojó a la
ligera lejos de ella para aterrizar en el suelo.
»Así pues ―dijo la reina―. ¿Estás lista para los riñones a la parrilla de la cena?
―Movió los dedos de su mano derecha, que estaban cubiertos de sangre
carmesí―. ¿Raro?
Gabrielle estaba atrapada entre una arcada, una risa y lágrimas. Se repuso
aclarando su garganta, y mirando al hombre ahora muerto en el árbol.
―Él causó daño a muchas personas ―dijo―. Me alegra que ya no pueda volver
a hacerlo.
―Yo también ―dijo, en voz baja―. Ahora solo nos queda averiguar con qué
tormento del Tártaro él nos va a recibir. ―Cerró el puño y el canto se
desvaneció―. Todo bien. Sacad la basura y vamos a cenar. Salimos mañana
así que todos estad listos para el amanecer.
283
Parte 9
—Hm. —Puso un brazo sobre el cuello del pony—. Seguro que está fría,
Parches. —Al menos había salido el sol. Levantó la vista hacia donde estaba
asomando sobre los árboles y extendió su mano para atrapar su calor en la
frialdad de la mañana, contenta de tener puesta su armadura y la ropa
interior de manga larga que protegía su piel de la dura superficie. También se
alegró de no haberla llevado puesta la noche anterior, ya que la sangre que
había lavado fácilmente de la armadura seguramente no habría sido lo mismo
con la camisa, y ponérsela húmeda no habría sido divertido en absoluto.
Llevarla manchada de sangre era algo en lo que ni siquiera pensaba. Se
apoyó contra el cálido costado de Parches y exhaló, sintiéndose todavía muy 284
rígida y dolorida y no le apetecía montar. Se había despertado con dolor de
cabeza y malestar estomacal, pero había apretado su mandíbula con fuerza
y se había obligado a prepararse para partir como estaban haciendo todos
los demás. El ejército ya estaba moviéndose a su alrededor, reuniéndose
cerca del cruce y trabajando para colocar los vagones ahora flotantes en
posición. Todos estaban ocupados, y sus pabellones habían sido empacados
y agregados a la fila de suministros que esperaban para cruzar el río. Xena
estaba al otro lado del camino, a lomos de Tiger, trotando de un lado a otro y
gritando órdenes como si nada pudiera hacerse correctamente sin su
intervención. Lo cual podría ser cierto, pensó Gabrielle, pero sospechaba que
los soldados más experimentados de su reina, habían hecho esto antes al
menos una vez y se preguntó si Xena no estaba siendo demasiado “doña
angustias” al respecto. Sin embargo, desde luego que no iba a preguntarle
sobre eso—. Parches, ¿estás listo para nadar? —Le preguntó a su greñudo
amigo—. ¿Sabes siquiera nadar? —El pony estaba masticando un puñado de
hierba y la miró por encima del hombro, los tallos sobresalían de entre sus
labios. Su expresión parecía escéptica y Gabrielle se rio un poco con eso,
bastante segura de que ella tampoco tenía muchas ganas de la dura prueba.
Un fuerte y largo silbido llamó su atención, y echó un vistazo para ver a Xena
sentada con las manos en las caderas, mirándola directamente—. Uh oh… —
suspiró—. Creo que eso iba por nosotros. —Llevó a Parches hacia un tronco
caído y se subió a él, ahorrando a su cuerpo el estrés de montar de una
manera más convencional. Se acomodó en la silla y recogió las riendas—. De
acuerdo, vámonos. —Obedientemente, su montura comenzó a avanzar,
deambulando entre la maleza con un paso afortunadamente suave, mientras
se dirigía hacia la pequeña elevación en la que estaba situada la reina.
Gabrielle se inclinó hacia delante y tensó las rodillas un poco, ubicando el
centro de equilibrio sobre las botas para que su cuerpo no se moviera
demasiado con los pasos de su pony. Era soportable. Por poco. Levantó la
vista hacia Xena mientras se acercaba hasta ella, y se dio cuenta al momento,
de que no se estaba engañando en absoluto, sino que más que impaciencia,
encontró un irónico entendimiento en los ojos de la reina—. Hola.
—Ir en el carro sería peor —le dijo Xena—. Sólo intenta aguantar.
—Brr… —Ella ya podía sentirlo, y sus dedos de los pies se curvaban dentro de
sus botas mientras, anticipando el chapuzón. El saber que iba a pasar la mayor
parte del día secándose no la hacía sentirse muy feliz.
—Bien —dijo—. Creo que lo que más escuché es que ninguno había visto
hacer antes a nadie lo que tú le hiciste a él.
—Ajá. —La reina asintió—. Me gusta un poco de originalidad en mi forma de
matar. ¿Qué más?
—Quiero decir... —Hizo una pausa—. Supongo que eso suena muy frío, y soy
tan hipócrita por sentirme así después de haber hablado tanto de que matar
no es la manera de hacer las cosas.
—Mm…
—¿En serio?
—Nah, solo quería que muriera rápido y estoy aburrida de cortar la cabeza a
la gente —dijo la reina—. Pero teniendo en cuenta que tienes problemas para
matar hormigas, no me sorprende que no se te haya ocurrido.
»Tranquilo Parches. Tómatelo con calma, ¿vale? —Miró hacia el río con la
esperanza de que su pony pudiera conseguirlo ayudado por los soportes.
287
¿Era el momento de mencionar que en realidad no era una buena nadadora?
—Bien, claro.
—Uh… no. —Negó rápidamente con la cabeza—. No… No, no lo creo. Todos
estaban realmente…Uh…
—Está bien —dijo—. ¿Y ahora qué? —miró a Xena con una expresión perpleja,
mientras estaban paradas juntas en la corriente y el viento frío las azotaba.
—Lo sé. —La reina sonrió con suficiencia—. Todavía te vas a mojar, pero al
menos sé que no te caerás de ese maldito enano y no me harás nadar tras de
ti.
Gabrielle sintió que el agua le cubría las botas, pero a salvo como estaba,
apoyada contra el cuerpo de Xena con el agarre de la reina sobre ella, el frío
era una molestia soportable en lugar de la amenaza que podría haber sido.
Tiger también estaba mucho más arriba del suelo, y tuvo tiempo de cruzar sus
manos alrededor del brazo de Xena antes de que el agua golpeara sus rodillas
y comenzara a empapar sus polainas.
—¿Xena?
— ¿Siiiii?
—Nah. —La reina hizo una mueca cuando el nivel del agua del río se elevó y
le pegó en el culo—. Los pelos se te cuelan entre los dientes. Es un desastre.
Gabrielle volvió a inclinar la cabeza y la miró.
—Oye, ¿Xena?
—¿Mm?
—¿Parecía aburrida? —preguntó la reina—. Tal vez solo quería echarme una
siesta.
—No sabía que podrías dormir montada a caballo —dijo Gabrielle—. ¿Qué
pasa si te caes?
—No, no lo haría. —Gabrielle se movió un poco, y puso sus manos sobre las de
Xena—. No contigo aquí. ¿Cómo podría caerme? —Miró por encima de la
cabeza rítmicamente balanceante de Tiger. El tiempo se había templado, era
un día soleado y brillante y la luz se derramaba sobre la larga llanura por la
que viajaban. A su alrededor podía oler la hierba magullada y los animales a
su alrededor, y la mezcla de cuero y metal de su armadura y la de la reina—.
290
Todo esto es muy bonito.
—Es aburrido. —Xena resistió la tentación de patear sus talones contra los
costados de Tiger—. Olvidé lo mucho que odiaba esta parte para llegar a
algún lado —exhaló—. Solía… —Se detuvo y echó a reír, sacudiendo la
cabeza—. De todas formas. ¿Qué era eso de un juego?
—¿Solías qué? —Echó la cabeza hacia atrás y miró hacia arriba—. ¿Hacías
juegos de palabras, como nosotras?
—Oh bien. —Le dio unas palmaditas en el cuello. Luego se volvió a medias y
alzó su mirada a Xena—. Entonces, ¿qué hacías…
—Calcetines —dijo concisa la reina. Después se metió los dedos entre los
dientes y soltó un silbido largo seguido de dos cortos. Hubo un revuelo en las
líneas delante de ellas, al momento la distintiva figura de Brendan se separó y
dio un rodeo hacia ellas. 291
—Calcetines. —Gabrielle intentó imaginar a Xena cabalgando junto con su
ejército, con su armadura y su espada, y sus botas embarradas, y sus agujas
de madera para tejer haciendo calcetines—. ¡Ay!
—Maldición. Qué mierda —suspiró Xena—. Haz que los hombres se coman sus
raciones en la silla de montar. Quiero seguir avanzando. Que vayan a los
carros si necesitan algo. —Estudió la línea que se extendía delante de ella—.
Necesitamos recuperar el tiempo que perdimos allá atrás.
—Ah, Xena. Sin duda fueron minutos bien gastados —protestó Brendan—. Me
saqué de la silla un cadillo6 del tamaño de un huevo de gallina. —Se desplazó
por la silla de montar—. No fue tiempo perdido en mi opinión.
Las fosas nasales de Xena se tensaron, y miró a su capitán con los ojos
entrecerrados.
Xena sospechaba que estaba siendo manipulada. Miró a Gabrielle, que tenía
la cabeza inclinada hacia un lado, con una expresión perpleja en el rostro.
—Tú no piensas eso, ¿verdad? —la mujer rubia volvió la cabeza y miró a su
alrededor— Bien… No importa. Brendan, arranca. —Xena reconocía una
batalla perdida cuando la veía—. Solo por eso, seguiremos hasta la salida de
la luna, no me importa si los caballos terminan caminando entre árboles y los
murciélagos se cagan en nuestras cabezas.
Para ser sincera, Gabrielle estaba un poco cansada del viaje. Sin embargo.
6
Cadillo.- Semilla cubierta de pinchos que se queda pegada en la ropa.
horario previsto durante el día, y su mente ya estaba más allá del
campamento de esa noche, hacia lo que encontrarían cuando cruzaran las
colinas y se prepararan para atacar la ciudad portuaria. Eso la estaba
excitando un poco, y si se esforzaba, ya podía oler el latón, la carne de
caballo y las antorchas de los hombres, y escuchar los gritos de bravuconería
resonando en sus oídos más allá del plácido silencio de la llanura. La ciudad
se sorprendería y quedaría atónita. Habían sido vecinos relativamente inocuos
durante años, y el puerto era un lugar popular para los barcos cuando tenían
bienes para comerciar con destino a las mesas de Xena. Durante años, había
invertido sus energías militares, o más bien sus generales, en la dirección
opuesta. Habían hecho un trabajo respetable, añadiendo alianzas y
coaliciones a su reino sin perder un alto porcentaje de sus reclutas y sin ir
demasiado lejos como para provocar represalias masivas. No estaba mal.
Pero Xena no había llegado donde estaba, haciendo lo mismo una y otra vez.
Quería la ciudad portuaria por dos razones, una, la que le había contado a
todos, y la otra, porque antes de que lo matara de manera espectacular, su
último maestro de espías le había contado algo muy interesante sobre los
rumores de que los hombres habían oído que Bregos no quería que hablaran
de ello. Así que, vería lo que encontraría cuando comenzara a dirigirse en la 293
dirección en que todos le habían dicho que solo eran tierras vacías, nada que
ver, nada que le interesara. En la dirección que Bregos había descartado por
carecer de importancia.
»¿Xena?
—¿Sí?
—Sé que quieres seguir hasta que oscurezca, pero ¿podríamos parar solo
para… Bueno, ¿por una bebida o algo así? —preguntó la mujer rubia—. ¿Solo
para caminar un poco?
—Estamos caminando.
—Sí. Un poco.
Esta vez, Xena eligió el lugar para acampar con mucho cuidado. Se alejó de
los centinelas y se detuvo, comprobando las líneas de visión hasta la hoguera
principal asentada en una curva de la colina oculta del camino.
La lucha estaba más adelante, y pronto. Xena se dirigió hacia donde estaba
Brendan y le hizo un gesto para que se acercara. Cuando su capitán llegó y
294
puso su mano sobre su estribo, ella se apoyó en su silla de montar y lo miró a
los ojos.
—Creí haberte dicho que metieras tu culo en la cama. —Xena puso sus brazos
en jarra.
—Bien. —Cruzó sus manos y miró fijamente a la reina—. Lo intenté. —Las cejas
de Xena se alzaron. Caminó hacia la cama y palmeó las pieles que la cubrían,
dando pequeños golpes para comprobar su estructura. Luego se volvió y miró
a Gabrielle en una pregunta obvia—. Lo que de verdad quiero es un baño —
respondió la mujer rubia—. Estoy muy cansada de oler como un caballo.
—Ah. —Xena se rio por lo bajo—. Me gusta como huelen los caballos —Se
encogió de hombros.
—Voy a ir con una partida de reconocimiento esta noche para ver a lo que
nos enfrentamos —dijo—. No tiene sentido limpiarse para ensuciarse
nuevamente.
La reina entrelazó sus dedos y los puso detrás de su cabeza mientras estiraba
su cuerpo, cruzando los tobillos mientras miraba el techo de la tienda.
—¿Cansada?
—Me vuelves loca —informó a su compañera—. ¿Por qué Hades querrías salir
en medio de la noche a caballo si te sientes como una mierda?
—No creo que estés loca —objetó—. Solo tienes cosas que hacer y no quiero
perderme nada.
—Mmm… —La reina juntó las yemas de los dedos y los apoyó contra sus labios
mientras miraba a Gabrielle por encima de las puntas—. Si te pidiera que te
quedes aquí y te relajes, ¿Lo harías? —Estudió las emociones contradictorias
en el expresivo rostro frente a ella— ¿Qué tal si dijera por favor?
—Yo… —miró a hurtadillas a Xena—. No quiero que nadie piense que soy una
gallina.
—¿Una qué?
—Una gallina —dijo Gabrielle—. Ya sabes, ¿cómo una persona débil e inútil?
—¿¿¿Tú???
—Sí —dijo la mujer rubia en serio—. Todos esos tipos del ejército, y todo eso. No
quiero que piensen que soy solo esta pequeña… gallina.
Gabrielle se sintió mareada, imaginando a todos esos tipos pensando que ella
era…
Xena se rio con más fuerza, sujetándose el estómago y medio rodando por el
taburete.
Era tan loco. No creía haber hecho nada realmente especial y, de hecho, se
había preguntado si Xena no solo le seguía la corriente cuando estaban juntas
en la cama.
297
El borde de la lona se levantó, y un par de brillantes ojos azules la miraron
desde el hueco.
—Oh bien. —Gabrielle tomó la mano de la reina y dejó que le quitara la tela
de encima de la cabeza. Un frío manantial no era realmente lo que tenía en
mente, pero en ese momento estaba dispuesta a tomar lo que pudiera
conseguir.
Y después de todo, ¿qué tan frío podría estar con Xena allí?
—Por supuesto que está caliente —dejó sus brazaletes al lado de su armadura
de pecho y comenzó a trabajar en sus botas—. No creerás que soy tan
estúpida como para disfrutar metiendo mi culo en agua helada, ¿verdad?
—Mm.
Xena dejó sus botas a un lado y se puso en pie, quitándose los pantalones y
dejándolos caer. Salió de ellos y entró en el estanque, deshaciendo sus
vendajes y tirándolos sobre la armadura.
—Ahh. —Se abrió caminó con cautela hacia el centro del estanque, contenta
cuando notó el fondo relativamente suave—. Agradable.
Gabrielle encontró sus ojos capturados por la forma ágil de la reina, perfilada 298
a la luz de la luna.
La reina la miró.
—Eres una pequeña rata almizclera aduladora. Entra aquí. —Vadeó hasta
donde Gabrielle estaba sentada y recogió un puñado del agua
amenazante—. Si no…
—Oh Guau.
—Es mejor que una toallita empapada en rotgut,7 por supuesto —asintió
Xena—. Qué bueno que vi el musgo.
—¿Por qué está caliente? —preguntó de repente su amante—. ¿Lo has hecho
tú?
La reina ahuecó un puñado de agua y dejó que se escurriera entre sus dedos.
—Lejos de la costa, una vez que pasemos por estas colinas, verás una
montaña, en medio del agua.
—¿En serio? —dijo—. Pero ¿qué tiene eso que ver con el agua caliente?
—Es un volcán. —Xena sonrió ante su reacción—. Por la noche, podrás ver la
parte superior encendida.
—¡Guau!
Xena se sentó junto a ella, deslizándose hacia atrás para descansar sus
hombros contra la pared de roca del estanque mientras el penetrante calor 299
mineral penetraba en sus huesos. Esperó hasta que Gabrielle se unió a ella, y
luego le dio un codazo a la mujer rubia en las costillas.
La mujer rubia se hundió un poco más, cerrando los ojos felizmente mientras el
manantial relajaba los dolores por todo su cuerpo.
—Oh, guau —repitió—. Esto es casi tan bueno como cuando me besas.
—¿Estás segura? —preguntó—. Tal vez es mejor que eso. —Giró a medias su
cuerpo y estudió a su compañera por un momento, antes de inclinarse y
probar su teoría. Un suave toque le calentó la piel en lo alto de la parte interior
de su muslo cuando Gabrielle se volvió hacia ella, y sonrió cuando volvió a
besar a Gabrielle—. Espero que sea tu mano —murmuró— O esto va a ser más
excitante de lo que ninguna de nosotras puede soportar.
7
Rotgut.- Matarratas, bebida alcohólica muy fuerte y de baja calidad.
—Qué suerte tengo. —Ahuecó el pecho de Gabrielle con una mano y frotó su
pulgar sobre el pezón de la mujer rubia—. O tal vez la suertuda eres tú… Porque
yo también.
—Pero no puedo ver con ella. —Gabrielle, sin embargo, tiró de la tela para
cubrir sus mechones rubios—. Además, Parches es parcialmente blanco.
300
—No me lo recuerdes —la reina suspiró—. Ahí está esa locura, haciendo su
desagradable aparición de nuevo.
Se sentía bien. El baño le había ido bien, y aunque todavía estaba dolorida, el
impulso de ver y explorar estaba anulando la incomodidad y se alegraba de
que Xena hubiera experimentado uno de esos cambios de humor
inexplicables y le hubiera pedido que la acompañara después de todo.
Ella era divertida de esa manera. Pasaba horas diciéndole a Gabrielle todas
las razones que había para que no hiciera algo, y advirtiéndole que no
desobedeciera, y luego, cuando llegaba el momento, se daba la vuelta y le
decía que se diera prisa y se preparara para ir.
Surrealista. Gabrielle se preguntó qué habría ocurrido si hubiera dicho que esta
vez no quería ir. ¿Lo habría aceptado Xena o estaría cabalgando sobre la
parte trasera de Tiger, atada a la espalda de la reina como un jabalí vestido?
Interesante pregunta. Dirigió a Parches para que siguiera la estela de Tiger,
mientras Xena salía del camino y se internaba en la hierba, y el sonido de los
cascos de los caballos se amortiguaba al hacerlo.
Los soldados a su alrededor iban vestidos con una armadura oscura, y el pelaje
de sus caballos también era oscuro, aunque pocos eran de un negro tan
profundo como el semental de la reina. Solo su pony destacaba del resto, y
Gabrielle estaba preocupada por eso después de lo que Xena había dicho.
Agradable como había sido montar delante de Xena, le dolían las piernas a
raíz de eso.
—¿Oye Xena?
—¿Oigo?
—Si lo hacemos, solo deja que Gabrielle hable —le dijo Xena—. Ella es la
esposa de un rico comerciante en camino a hacer algunas compras.
Los ojos de Gabrielle se abrieron de par en par con cierta sorpresa, ya que
conocía tanto del plan como el resto de ellos.
—No —la reina murmuró—. Shh… —Poco tiempo después habían pasado el
pliegue y se encontraron frente a un tramo de carretera oscura y vacía. Xena
lo estudió, echó la cabeza hacia atrás para mirar el cielo y decidió cambiar el
plan—. Nos quedaremos un rato por aquí —dijo—. Decidiremos el mejor
momento. Es más tarde de lo que quería.
Brendan asintió.
Xena lo miró.
—Exacto —dijo después de una breve pausa—. No podría dejarlo así. Hemos
tenido suerte.
Se desviaron del camino un cuarto de marca de vela más tarde y viajaron por
una pequeña pendiente hacia los árboles. Apenas habían llegado allí cuando
el sonido de los cascos los hizo volverse a todos, retrocediendo rápidamente
hacia los árboles cuando una figura a caballo apenas visible apareció en el
camino, trotando a un ritmo constante, aunque sin prisas, en la dirección de
dónde venían.
—Podría habernos visto, seguro —murmuró uno—. Los dioses nos bendicen con
esos oídos.
Xena estaba sentada tranquilamente sobre el lomo de Tiger, mirando al
solitario jinete. Aunque era difícil ver los detalles, podía distinguir su contorno, y
el bulto sobre su hombro y la forma en que se sentaba en la silla de montar le
indicaba que no era un mercader ocioso de camino al mercado.
Interesante.
Satisfecha, Xena observó el camino un poco más, para asegurarse de que el 304
solitario jinete estaba realmente solo, antes de darse la vuelta y partir hacia el
bosque, esperando que los árboles no hubieran crecido tanto que impidieran
a los caballos pasar entre ellos.
Suerte. Ella había tenido suerte otra vez. Pero ¿cuánto tiempo podía depender
de la suerte para encubrir lo que estaba empezando a sospechar que podría
ser una decadencia letal de sus dotes de mando?
Bien.
—Todo irá bien, su gracia. Xena puede ver perfectamente —le dijo Brendan,
con una leve risa en su voz—. Maldito si eso no nos libró de los dioses sabe qué
en los viejos tiempos.
Xena dejó que sus ojos exploraran el bosque, las ramas eran tan gruesas que
bloqueaban la luz de las estrellas y dejaban el espacio debajo del dosel en lo
que eran, para sus ojos, sombras plateadas y grises. A pesar de todo, los
troncos y la maleza estaban claramente delineados a sus ojos, y estaba
agradecida de que eso, al menos, parecía estar cumpliendo con las
expectativas.
—¿Qué?
—¿Qué?
—Está bien.
—Um…
¿Cómo iba a saberlo? Xena miró por delante de ella, viendo solo ramas
entrelazadas como oscuras y plateadas molestias y deseando haberse
quedado en su tienda.
Gabrielle lo hizo de buena gana. Eso liberó su otra mano para encontrar un
lugar en la cadera de Xena, e inmediatamente se sintió mejor con ese
contacto adicional.
—Oh.
La reina estaba contenta de que solo fuera primavera. Si fuera verano, las
ramas hubiesen estado llenas de savia y la vara que estaba empuñando
habría rebotado hacia atrás golpeándola en la cabeza y haciendo que su
humor fuese aún peor de lo que ya era.
Avanzaba con todas sus fuerzas, haciendo palanca para separar dos
delgados troncos para pasar su alto cuerpo, deslizándose entre ellos y
encontrándose afortunadamente en un espacio más amplio y abierto. Echó
su cabeza hacia atrás y vio estrellas en lo alto, su luz plateada proyectaba
sombras a su alrededor.
—Bien.
Gabrielle se deslizó por la abertura, parpadeó un poco y se frotó los ojos. Aquí,
a la luz de las estrellas, podía distinguir el contorno de Xena, y al levantar la
vista vio los ojos pálidos que la observaban.
Podía oír los suaves sonidos de los animales moviéndose delante de ellos, pero
eso había sido así durante todo el viaje. Los sonidos se detendrían cuando se
acercaran, y se reanudarían cuando pasaran, y eso sabía que era normal.
Asombroso.
—Lo verás. —Xena comenzó a abrir paso hacia adelante otra vez—. Vamos.
—¿Eso es un búho?
—Guau.
—Vamos.
Gabrielle miró al búho un momento más antes de seguirla. Los pájaros grandes
siempre la habían fascinado, y era lo más cerca que había estado de uno.
—Se supone que son realmente inteligentes —dijo—. Conozco una historia
sobre un búho. ¿Quieres oírla? 308
—Por supuesto. —Xena apalancó la vara contra un conjunto de ramas,
astillándolas mientras apoyaba su peso—. Mejor que escucharme a mí misma
maldecir. Empieza a hablar.
—El búho era idiota —dijo Xena—. Las palomas son un cuarto de dinar por
docena.
—No hay forma de que una paloma pueda picotear los ojos de un lobo. —La
reina negó con la cabeza—. ¿De dónde sacas estas cosas?
—Por supuesto que sí. —Disimuló su sorpresa, dándose cuenta de que se había
adentrado en el bosque en un ángulo más profundo de lo que había
pensado. Ahora, fuera de los árboles, podía ver el borde irregular de la
elevación que ocultaba la costa, y, al darse la vuelta, la alejada entrada que
permitiría pasar al ejército con un poco de orden—. Ahí. ¿Veis?
—Buen camino pues, Xena —dijo uno—. Podría llevar a todo el ejército aquí,
nadie vería nada.
Gabrielle se colocó la capa sobre los hombros y se pasó los dedos por el pelo
para quitarse las ramitas y hojas que se le habían enredado.
—Bueno, no lo hizo —dijo—. Mira, la paloma cegó al lobo, y este soltó al búho
porque le tenía miedo a la oscuridad. —Xena puso los ojos en blanco, fuera
de la vista de los demás—. Así que el búho y la paloma escaparon al bosque,
y se convirtieron en héroes para todos los otros animalitos que tenían miedo
del lobo. Xena puso los ojos en blanco otra vez—. Y así, supongo que la
moraleja de esa historia es… —La voz de Gabrielle fue repentinamente
diferente, un poco más profunda—. Que, con amor, todo es posible.
¿Sabía Gabrielle, realmente lo sabía, cuán relevantes eran esas palabras? 310
¿Entendía que solo ese minúsculo detalle fue el que había impedido a Xena
ceder a la persuasión de la muerte, bajo esa montaña, todos esos meses
atrás?
Había estado tan cansada. Tan avergonzada por llevarlos a esa trampa. La
muerte hubiera sido muy bienvenida, en lugar de enfrentar esa vergüenza,
salvo que había tenido que escuchar esa vocecita suplicándole que no se
fuera.
—Sí, supongo que eso es verdad —dijo la reina, con una ligera sonrisa—. Ahora
piensa en algo menos cursi y más sangriento antes de que empiece a vomitar.
—Xena.
—Bien. —Gabrielle dio un paso extra para seguir el ritmo—. Me sé una sobre
un jabalí verrugoso.
—Agua.
—No. —La reina se rio suavemente—. Nunca antes has visto agua como esta,
créeme. —Sacudió su nariz ante la familiaridad—. Escucha, ¿oyes eso?
Gabrielle inclinó la cabeza, al principio no oyó nada más que sus propios
pasos.
—No, bueno… —Hizo una pausa, fue entonces cuando detectó algo más.
Detrás del susurro del bosque a su derecha, y el sonido del viento contra los
matorrales a su izquierda, escuchó algo extraño. Algo suave y rítmico, un
rugido y un estruendo que no se parecía a nada que ella hubiese escuchado
antes—. ¿Qué es?
—¿Allí qué? Yo… —Gabrielle logró poner sus pies en el suelo y se puso de pie,
apartando los pliegues de la capa que cubrían su cabeza mientras volvía la
cara hacia el viento. El olor era mucho más fuerte ahora y podía ver por qué—
. ¡Oh mis dioses! ¡Guau!!!
—Eso es el mar —comentó Xena—. Agua hasta más allá de lo que puedes ver,
y no puedes beber ni una gota.
312
Gabrielle era reacia a volver la cabeza.
—Está lleno de sal —respondió la reina—. Un asco para viajar. Ahí está tu
maldito volcán. —Señaló una sombra en el horizonte—. ¿Ves?
Xena había cruzado los brazos sobre su pecho, sus ojos contemplando al mar
y sus misterios con una enigmática calma.
—Sí —dijo—. Vamos. Aún tenemos terreno por recorrer. —Se giró y comenzó a
bajar la cuesta, usando la vara para facilitar su descenso. Por un momento,
Gabrielle se quedó sola frente al viento, y permitió que la sensación de estar
al borde de toda esa vasta incógnita la llenara, cerrando los ojos y
extendiendo sus brazos mientras llenaba sus pulmones con ese extraño aire
picante. Esto era lo que esperaba. Esto era lo que su imaginación había
estado ansiando, imágenes, sonidos y olores para alimentar su ojo interior con
nuevas posibilidades—. Gabrielle.
—Lo siento. —Se giró y trotó detrás de su compañera, quien esperaba
impaciente unos pocos pasos más abajo de la ladera—. Es tan asombroso.
—Impresionante.
Xena se echó a reír mientras se abría paso por la curva del camino más allá
del hueco en el matorral, y comenzaba a descender una ligera pendiente
que sabía que los conduciría a la llanura y la ciudad portuaria, que era su
objetivo final. Se relajó un poco, sacudiendo la cabeza para echar atrás su
pelo revuelto por el viento y olfateó ligeramente cuando el viento cambió otra
vez, esta vez viniendo del lado de la tierra.
313
De inmediato, se puso rígida.
—Por los dioses —susurró Brendan—. Por los dioses, tú lo sabías. —Volvió la
cabeza hacia Xena—. Toda esa urgencia.
—Lo sabías —soltó Gabrielle—. Dijiste que algo estaba aquí afuera.
Así que lo hice. Xena apoyó la mejilla contra la corteza, repasando la masa
de hombres, fácilmente triplicaba el tamaño de su propia fuerza.
—Mm… —Su reina estuvo de acuerdo—. La próxima vez quizá solo intentaré
aprender croquet en su lugar. Esta va a ser una perra más grande que yo.
—Ay madre.
—Ostras.
—Hm… 314
Parte 10
Miles de cosas estaban pasando por la cabeza a Xena mientras se abría paso
a través de los árboles con los que habían luchado tan arduamente antes,
dirigiéndose de vuelta hacia los caballos.
¿Seguían los caballos allí? ¿Los han encontrado los exploradores del ejército?
¿Por qué los comerciantes no dijeron nada sobre una invasión? ¿Cómo pudo
haber sido tan…? ¿Y qué? La reina apartó un poco de musgo de su camino
con un movimiento impaciente. Había sentido que había algo ahí fuera,
prácticamente había vuelto loco a todo el mundo para salir y encontrarlo, y
¿quién sabe? Aquí estaba.
No llevaban allí mucho tiempo. No olía a una larga acampada, y ella no había
visto estructuras permanentes, solo tiendas de cocina para viaje y algunas
bolsas de agua colgando, y eso la hacía preguntarse si su sincronización había
sido tan perfecta que los había encontrado justo cuando comenzaban su 315
camino.
Todos estaban muy serios, pensó Xena, como correspondía dada la situación.
Aguantó el sombrío silencio por unos pasos más, antes de mirar hacia atrás.
—Creo que todos estamos tan atónitos de que supieras todo sobre ellos —
explicó—. O… bueno, al menos yo estoy atónita. —Xena resopló—. Pero, Xena,
eso es realmente increíble —insistió la mujer rubia—. ¿Cómo lo supiste?
Recuerdo que me dijiste en el castillo que sabías que algo iba a atacarnos.
¿Cómo lo había sabido? Xena se puso de lado para pasar entre las ramas más
grandes. Hubo indicios, sí, noticias de nuevos comerciantes que venían de
lejos husmeando, y la escasez de los comerciantes ocasionales que siempre
había esperado de la ciudad portuaria. Las caravanas mercantes habían
llegado, pero en menor cantidad, y los viajeros solitarios se habían
desvanecido dejando esta ruta notablemente vacía.
Había sentido que algo no estaba bien respecto a eso, pero era invierno, y los
pasos eran difíciles, y podría haber sido una coincidencia de todos modos.
Después de todo, tal vez había mercados más lucrativos, río arriba, más allá
del puerto.
Entonces, ¿qué había puesto esa pesadilla en sus pensamientos? Xena casi
había creído que era su propia inseguridad, justo hasta que el viento había
golpeado su cara haciendo las imágenes demasiado reales. Miró a su
alrededor, luego miró a su compañera más pequeña.
»¡Estúpido bastardo! —Tiger resopló y saltó del suelo con las patas delanteras,
sacudiendo la cabeza ante la reacción a su saludo. Xena envainó su espada
mientras se defendía de la cabeza del semental, agarrándolo por la crin y
gruñendo en su oreja. Miró más allá de él para encontrar a Parches trotando,
y detrás del pony, como si los dirigiera él, el resto de los caballos. La reina los
vio acercarse, contenta de que parecieran ilesos, después miró detrás de ella
para encontrar el espacio vacío entre ella y el bosque. Miró a los caballos,
luego al bosque—. Eligen una mierda de ocasión para escucharme de
verdad, ¿eh? —Suspiró mientras se daba la vuelta y caminaba hacia los
árboles—. ¡Salid aquí!
—Bueno, dijiste…
318
—¿Y cuándo te importó eso alguna vez? —Xena se volvió y estudió las
praderas. Sabía que el desafío ahora era hacer que todos regresaran al
campamento del ejército sin revelar su presencia. El camino por el que habían
cabalgado antes del bosque ahora le parecía demasiado expuesto, dada la
creciente luz del día.
¿Debería salir por patas de allí y esperar lo mejor, o tratar de encontrar algún
otro camino de regreso, con peligros desconocidos? ¿Debería dividir el grupo
y enviarlos de vuelta uno a uno?
Gabrielle pasó por delante de ella, dejando que sus manos descansaran sobre
las caderas de Xena antes de dirigirse hacia donde Parches estaba ahora
impasible comiendo hierba.
Xena estudió a su amante, que estaba de espaldas a ella, dejando que sus
ojos recorrieran el conjunto de sus hombros.
Brendan asintió.
—Sí, buena idea —dijo—. ¿Enviamos al chaval para advertirles, tal vez? Uno
debe llegar a ellos y decirles que se mantengan ocultos. Menos mal que nos
hiciste acampar en los árboles, Xena.
—Parece que ese es su plan —dijo Xena—. Así que tenemos que encontrar la
manera de detenerlos y hacerlos regresar al lugar de donde hayan venido.
319
Gabrielle se giró para mirarla y se recostó contra la peluda piel de Parches
mientras estaba presionada vientre contra vientre con la reina. Miró a los ojos
de Xena, y le dirigió una pequeña sonrisa.
—Estoy segura de que lo resolverás —dijo—. Pero chico, había muchos de ellos
allí, ¿eh?
—Cuando lleguemos a las rocas de allí, puedo hacer un poco de té. Traje un
paquete de hojas en mi bolsa —dijo—. Creo que les gustaría a todos… ha sido
una larga caminata.
—Mmm… —reflexionó Xena—. Va a ser mucho más larga —advirtió—. Así que
vamos a ponernos en movimiento. —Cogió las riendas de Tiger y se subió a la
silla—. Cuanto antes nos pongamos a cubierto, mejor. —Señaló una ruta hacia
la elevación—. Quédate cerca de los árboles.
El soldado más joven, ahora vestido con sus calzas y camiseta, se balanceó a
bordo de su desnudo caballo.
—Majestad, les daré el aviso —dijo—. Y también, voy a estar atento a Jax, él
debería estar yendo tras nosotros ahora.
—¿Dijiste algo?
—No. 320
El sol se extendía sobre el paisaje, y una brisa fresca soplaba contra su cuerpo,
recordándole una vez más lo cansada que estaba. Sus ojos le ardían y era
difícil mantenerse centrada cuando todo lo que realmente quería hacer era
acurrucarse en cualquier sitio y dormir.
Esto no era como el campamento al que estaba acostumbrada con el
ejército. Los soldados habían maneado8 a sus caballos en un pequeño parche
de hierba y habían elegido lugares desde donde observar, dejándola
jugueteando con el fuego una vez que se había encendido después de
aceptar su oferta de hojas de té.
Xena había elegido una roca plana tal alta como ella para sentarse, la
posición le daba una vista del camino que se dirigía a la ciudad portuaria y se
había acomodado sobre ella de espaldas al fuego con expresión un poco
distante mientras miraba hacia la parte baja de la pendiente.
Xena soltó una risa breve, extendiendo la mano para sostenerla y tomar la
taza.
8
Manear.- Poner maneas a una caballería, atar sus patas delanteras para que no puedan salir corriendo.
sobre su espalda en la parte superior de la roca, cargando aún con
Gabrielle—. Ahí está.
—Gracias —dijo con un pequeño suspiro. Estiró las piernas y observó cómo el
sol creaba patrones cálidos en la tela sobre ellas.
—Ahh… —Xena estiró su brazo y pasó los dedos por el cabello de Gabrielle— 322
. Buen movimiento, rata almizclera. Finalmente dimos un paso adelante en
lugar de estar dando vueltas la una con la otra. —Vio a Gabrielle mirándola
con el rabillo del ojo con una leve aprensión, y agregó una sonrisa para
tranquilizarla.
—No. —La reina tomó otro sorbo de su té—. Voy a sentarme aquí y tratar de
pensar un plan de batalla.
—Claro.
Así que no habría ataque a la ciudad portuaria. La reina tachó esa 323
ambivalencia de su lista. Tal vez tenía un día para armar un plan para derrotar
al otro ejército y descubrir cuál era su apoyo para que no hubiera sorpresas
desagradables después.
Sus ojos recorrieron las laderas, encontrando lugares para colocar tropas, y
lugares donde construir rápido refugios para que se escondieran los arqueros.
Podía enviar una fuerza a través del camino que habían encontrado y
emboscarlos desde un costado, e incluso podía retroceder detrás del paso, y
esperar para emboscarlos allí.
Lo único que no podía hacer era enfrentarlos cuerpo a cuerpo. Xena tenía
confianza en sí misma y en sus hombres, pero las probabilidades se inclinaban
en su contra, y un ataque a gran escala acabaría con muchos cadáveres y
no tenía muchos de sobra.
—Mm…
—No lo entiendo.
—Exactamente —dijo la reina secamente—. ¿Por qué andar por aquí todo el
invierno? No creerás que iba a llamar a las puertas en el solsticio de primavera
y traerme flores, ¿verdad?
—Bastardo.
Un suave silbido imitando a un pájaro les hizo ponerse alerta. Los ojos de Xena
captaron primero el movimiento, y señaló el camino al otro lado del bosque,
donde una fuerza montada emergía y se dirigía hacia ellos.
Brendan maldijo en voz baja, mientras primero dos, luego cuatro y luego ocho
pares de caballos aparecieron a la vista, montados por jinetes armados que
se desplegaron mientras observaban los árboles en una actitud de alerta
vigilancia.
—¿Eh?
Estaba asustada. Se sintió muy expuesta, y por primera vez desde que
abandonaron el castillo, se dio cuenta de que las posibilidades de que no
viviría para volver eran cada vez mayores.
—Mantente templada.
Pero Xena contaba con ella. Así que Gabrielle intentó mantenerse relajada,
estudiando al grupo de soldados que tenía delante. Todos llevaban armadura
de malla y llevaban una sobrevesta roja, con algún tipo de diseño en negro
delante, y se veían muy organizados y en forma.
Los soldados enemigos tenían barba uniforme y su piel era de un tono más
oscuro, como si hubieran pasado mucho tiempo bajo el sol. El que estaba más
cerca de ella levantó la mano en su dirección.
—Hola.
El hombre la miró.
—¿Cuántos hay por aquí? —preguntó, en un tono razonable—. Sólo veo uno.
¿Hay algún otro camino que conozcas?
—Tengo negocios que atender. —Gabrielle intentó sonar como algunas de las
esposas de los nobles que había escuchado por el castillo—. Por favor, déjanos
pasar.
—Yo no haría eso si fuera tú. —Gabrielle comenzó a retroceder con Parches—
Realmente, yo…
Los ojos del soldado miraron por encima de ella, después detrás de ella y
cuando la mano del hombre iba hacia la empuñadura de su espada,
Gabrielle sintió un movimiento a su derecha e instintivamente se aplastó sobre
el cuello de Parches cuando Tiger pasó junto a ella y hubo ruido, y gritos y
choques metálicos. y justo en su oreja, el sonido de una ballesta.
Fue repentino, y muy violento, y tuvo que forzarse a sí misma para levantar la
cabeza y asomarse sobre la cabeza de Parches, para encontrar a los soldados
enemigos luchando ferozmente contra Xena y su fuerza mucho más pequeña.
Caos. Movimiento arbitrario y una vez más ella estaba perdida en él,
impotente e inútil en el cuerpo a cuerpo donde sus compañeros y Xena
estaban batallando.
Brendan estaba a pie junto a ella, disparando sobre sus monturas al fondo de
la batalla, liberando y recargando su ballesta con una precisión impasible.
Gabrielle lo miró por un minuto, luego se volvió y vio a Xena en una horrible
pelea con dos de los soldados enemigos y dos más cargando directamente
contra ella y…
Ciertamente ella no sabía que le estaba pasando, pero lo siguiente que supo 328
era que se estaba tirando de Parches y deslizando su vara fuera de sus
soportes mientras se lanzaba hacia los cuatro hombres que se abalanzaban
sobre Xena.
—Ojalá las guerras fueron tan fáciles. —Se deslizó desde la espalda de Tiger y
se sacudió el polvo de las manos, limpiándose un poco de sangre seca
mientras caminaba hacia donde Gabrielle estaba de pie y la abrazó.
—No. —Xena le dio un cálido abrazo, al Hades con sus hombres—. Lo hiciste
genial. —Liberó a la mujer rubia lo suficiente para que se diera la vuelta y
quedar cara a cara—. Mantuviste a esos bastardos enfocados justo donde los
quería hasta que estábamos en sus caras. Buen trabajo. —Gabrielle intentó no
mirar a todos los cadáveres a su alrededor—. Y luego. —Xena se inclinó y tocó 330
su frente con la de su amante—. Y luego, finalmente le has dado uso a ese
maldito palo.
La reina sonrió.
—Lo sé. —Bajó la voz—. Gabrielle, hay dos tipos de personas. Corredores y
luchadores. No es algo que tú elijas.
—¿Ves? —dijo Xena, su voz arrastrada por el viento—. ¿Para qué Hades
necesito un ejército? Tengo a Gabrielle la Rata Almizclera Loca custodiando
mi culo.
Gabrielle logró sonreír, ante los silbidos bajos de aprobación, y decidió dejar
de lado los sentimientos hasta que tuviera tiempo de sentarse tranquilamente
y resolver qué hacer con ellos, ya que sabía que en realidad no era una
luchadora, y Xena parecía creer que no era una corredora.
331
—No para la cena, en cualquier caso. —Él se rio entre dientes— ¿Salimos al
anochecer, entonces?
Xena asintió.
—Doble turno en las flechas —dijo—. Vamos a necesitar hasta la última de
ellas.
—Sí.
Estudió la superficie del objeto, estirando lentamente la mano para tocar las
abolladuras cercanas de un extremo y las marcas de roce en el lugar donde
había golpeado al soldado. Los eventos de la mañana ahora le parecían un
sueño, y se esforzó por recordar lo que había sucedido, y lo que había dicho.
Recordó estar asustada, y luego solo ser consciente sin tiempo para cualquier
332
otra cosa excepto para seguir su corazón directo al lado de Xena a pesar de
la pelea. ¿Dónde se había ido su miedo entonces? ¿Había pensado siquiera
en lo que pasaría si el soldado al que había golpeado se hubiera dado la
vuelta y la hubiera destripado? Gabrielle exhaló y apoyó la mejilla contra el
bastón.
—No entiendo lo que me está pasando —dijo en voz alta—. No soy una
luchadora. No quiero pelear con nadie ni golpear a otras personas. Yo no soy
esa clase de persona.
Con una leve risa, entró y dejó que la solapa se cerrara, se acercó al baúl de
ropa y se sentó en la parte superior apoyando los codos en las rodillas.
—Ay. —Enderezó la espalda y se frotó la punta del codo donde había
apoyado contra la armadura de su rodilla, luego se desabrochó la pieza y se
la quitó, dejándola a un lado para desabrochar la otra. La mitad de ella quería
despertar a Gabrielle para poder hablar con ella y averiguar qué estaba
pasando dentro de esa pequeña cabeza de rata almizclera. Pero la otra
mitad, esa molesta niñera, se dio cuenta de que la chica necesitaba
descansar un poco si Xena esperaba que volviera a subir a su pony enano al
anochecer en unas pocas marcas de vela y saliera a la guerra con ella. Así
que se mantuvo en silencio mientras se quitaba la armadura, poniéndose de
pie para desabrochar su capa y ponerla medio doblada sobre el baúl de
ropa. Desenganchó su espada y la dejó encima, acariciando cariñosamente
con los dedos la desgastada empuñadura mientras repasaba la reciente
emboscada que había organizado. Había funcionado perfectamente. La
cháchara de Gabrielle les había permitido ponerse dentro del alcance de la
espada de los soldados, y su amante había distraído tanto a los bastardos que
ni siquiera sabían qué los había golpeado cuando Xena y sus hombres
atacaron. Perfecto. Brillante. Ni siquiera había perdido a un hombre por un
padrastro y los habían matado a todos. Ella no podría haber pedido un
resultado mejor si hubiera pensado en uno y luego, para rematar, tener a 333
Gabrielle poniéndose adorablemente violenta para defenderla. Perfecto.
Xena se desabrochó las botas, una sonrisa apareció en sus labios. Se las quitó
y movió los dedos de los pies, lanzando el calzado suavemente a un lado
mientras se ponía de pie y desabrochaba la armadura de su pecho. El metal
estaba salpicado de sangre, y pensó en dejarlo así para cabalgar hacia la
batalla, luego arrugó la nariz y la dejó junto al lavabo para que la limpiaran.
Metió las manos en la palangana y las levantó, frotándose la cara con el
líquido y pasándose las manos mojadas por el pelo. Cuando volvió a poner los
dedos en el agua, se tiñeron de rojo, y se dio cuenta de que el pequeño
recipiente no iba a ser suficiente. Oh bueno. Cogió una pieza de lino y se limpió
la cara, luego se la pasó por los brazos limpiando lo mejor que pudo la
suciedad de la batalla. Tenía la sensación de que la iban a empapar con más
sangre más tarde en la noche, así que ¿lavarse no sería una pérdida de
tiempo? Se volvió a medias, echó un vistazo a Gabrielle, luego se rio por lo
bajo y continuó lavándose. Cuando terminó, se secó las manos con el lino y lo
dejó caer al lado de la palangana, luego se acercó a donde Gabrielle estaba
despatarrada y se arrodilló junto a ella. Durante un breve tiempo, simplemente
estudió a su amante, fijando en su mente la dulce inocencia de su expresión,
antes de sujetar a Gabrielle por los hombros y debajo de sus rodillas, y ponerse
de pie con ella en sus brazos. Tan profundamente dormida que ni siquiera se
movió, su respiración era lenta y regular cuando Xena cruzó la tienda y se
arrodilló de nuevo, dejándola sobre el jergón cubierto de pieles. Desabrochó
la hebilla de la cabeza de halcón que sostenía la armadura de Gabrielle,
luego desabrochó los cordones laterales y le quitó las pesadas escamas de
cuero de su cuerpo. Había manchas de sangre en el cuero. Xena se estiró y la
colocó junto a la suya para limpiarla, luego se apoyó en sus antebrazos y
estudió la camisa interior igualmente manchada de sangre que llevaba
Gabrielle. Podía quitársela, razonó, pero sabía que probablemente
despertaría a Gabrielle, aunque no le quitara la armadura, ya que la rubia era
muy sensible al toque de Xena en su piel desnuda. Por otro lado, sospechaba
que a Gabrielle no le gustaría dormir con una prenda manchada de sangre.
Con un suspiro, Xena se estiró sobre ella y desató los lazos del cuello de la
camisa y comenzó a juntarla en sus manos, sus nudillos rozando las costillas de
la mujer rubia dando como resultado una inmediata agitación y la apertura
de sus ojos—. Oye.
—Shh… —Xena puso un dedo sobre sus labios—. Solo te estoy quitando la
ropa.
—Lo estoy. —Gabrielle respondió con sinceridad—. Pero eres mejor que dormir
para eso.
—Ven aquí.
Quería esto. Dio la bienvenida a los labios de Xena que se movían de su cara
al cuello, mordisqueando suavemente su punto de pulso haciendo que se
acelerase. Su cuerpo anhelaba dormir, pero su alma ansiaba más la intimidad,
necesitándola como un apoyo contra lo extraño y el miedo que podía sentir
cada vez más cerca de ella.
No importa cuál fuera el peligro, sabía que podía encontrar seguridad en esto,
en las dos, y apartó los cueros de los poderosos hombros de Xena mientras la
335
reina se quitaba las calzas y le cubría el pecho con una mano, frotando el
borde de su pulgar sobre su pezón.
Podía oler el tenue olor a cobre de la sangre en la piel de Xena, pero ese
conocimiento se perdió en su conciencia mientras tiraba de los cueros de la
reina más allá de sus caderas y Xena se deshizo de ellos con un movimiento
sinuoso, luego presionó su cuerpo contra el de Gabrielle con prisa de calidez
sensual.
Irían a luchar de nuevo esta noche. Tal vez incluso se encontrarían con el otro
ejército antes del amanecer del nuevo día. Tal vez la pelea sería horrible.
Tal vez, como Xena le había dicho una vez, era mejor vivir la vida en cada
momento en el que estabas.
—Dioses.
—Ya les gustaría. —La reina rio disimuladamente—. Y lo que sea que estés
haciendo allí, sigue haciéndolo.
—Eres la reina.
—Ohhh.
Su tienda estaba empacada en su vagón, y ella estaba vestida de nuevo con 336
su cuero recién cepillado y su armadura pulida, atendida por Gabrielle a pesar
de sus argumentos en contra ya que quería que su amante descansara.
Todo el tema de “tú eres reina” parecía tener sus límites. Xena arrancó un
pedazo de pan y lo sumergió en el estofado, tomando un bocado y
disfrutando del rico y sencillo sabor que provenía de la olla común llena de la
caza de los días anteriores.
—Supongo que estamos listos para irnos, ¿eh? —Miró hacia la luz carmesí del
sol poniente—. Bonita puesta de sol.
Xena miró atentamente hacia el oeste. Estudió la luz y los árboles tras los que
desaparecía, y el cielo a su alrededor.
—Ah.
—¿Yo? —bufó y negó con la cabeza—. Esa puesta de sol es mucho mejor que
yo, Xena. —Apoyó la barbilla en su puño—. Especialmente después de que
apenas he dormido en los últimos dos días. Me siento como un mojón de oveja.
La idea de volver a montar toda la noche le hizo sentir dolor solo de pensarlo.
Su magullado cuerpo se había aliviado un poco por su corta siesta y su sesión
amatoria, pero ahora, mientras trataba de prepararse para viajar, deseó
haber tenido un poco más de tiempo para dormir.
Era bonito. Los ricos colores lo pintaban todo en tonos profundos, y se permitió
un largo momento de pacífica introspección, un último momento de paz antes
de reunir fuerzas y ponerse de pie, estirando su cuerpo cubierto con la
armadura y darse un empujón a sí misma.
—¿Su gracia?
Gabrielle se volvió y se encontró con uno de los mozos de cuadra que sostenía
338
las riendas de Parches. El pelaje del pony había sido limpiado y cepillado, y
estaba ensillado y listo para partir.
El mozo le sonrió.
—Está bien. —Gabrielle se acercó y rascó a Parches entre los ojos, sonriendo
cuando el pony le empujó con el hocico en el estómago—. Ella solo quiere
que todos la traten como a uno de los soldados, eso es todo.
—Sí, lo sé. —Gabrielle tomó su odre y enjuagó el cuenco y la taza con un poco
de agua— ¿Ibas a decir algo sobre ella?
El mozo dio unas palmaditas a una alforja al otro lado del pony.
—Tenía que colgar esto para ti —dijo—. Va a ser un largo viaje esta noche, he
oído. —Levantó una mano, se agachó bajo las ramas de los árboles cercanos
y desapareció.
—Es la mejor —dijo el capitán—. Pero incluso los mejores necesitan a alguien
que los cuide… Y tú lo hiciste, por supuesto.
—Oh, bueno…
—P…
—A ninguno de nosotros nos hubiera permitido hacer eso. —Le dio una
palmadita en la pierna—. Pero eres su amuleto de la suerte, ¿verdad? Mientras
estés con ella, ella estará bien.
Era mucho más aburrido montar de noche que durante el día. Gabrielle tenía
poco que mirar a su alrededor, y nada que le hiciera dejar de pensar en lo
cansada que estaba mientras se balanceaba con los pasos rítmicos de
Parches.
—Pero yo no… oh. —Gabrielle se frotó el puente de la nariz—. Urff. Sí. Bueno.
Lo pillo.
Ah bueno. Hablar de sexo era más divertido que preguntarse sobre los pies de
Parches, supuso.
—Mi madre habló con Lila y conmigo una vez acerca de cómo sería cuando
nos casáramos y todo eso —contó—. No sé quién estaba más avergonzada,
si ella o nosotras.
—No —dijo Gabrielle—. Sabíamos sobre el sexo. Crecimos con ovejas. —Metió
la mano en el saco detrás de ella y sacó una manzana—. Ella nos dijo lo que
teníamos que hacer para tener felices a nuestros esposos.
—Sip.
—Yo nunca tuve tiempo para pensar en nada de eso —dijo—. Éramos muy
jóvenes cuando incendiaron nuestra casa. Nunca se me ocurrió pensar en lo
que quería ser después de aquello. Estaba demasiado ocupada aprendiendo
a ser una zorra e intentando no morir a cada minuto.
—Sí.
—Mm…
—Las llevé a casa y mi padre las vio —Gabrielle hizo una pausa—. Dijo que le
había robado el dinero que había pagado por ellas. Porque era su casa y todo
lo que supongo… en fin. —Sus hombros se sacudieron—. Me llevó al corral de
ovejas, me ató y me golpeó la espalda con un látigo.
Xena abrió la parte superior de su odre y tomó un largo trago de él. Se secó
los labios con el dorso de su guantelete y miró a su compañera con ironía.
—¿Sabes qué?
—¿Qué?
—Tu padre era un bastardo más grande que yo. —Le pasó el odre a Gabrielle,
quien tomó un trago—. Lo siento, amiga mía —dijo, con un suspiro—. Ya es
bastante malo cuando gilipollas desconocidos te sacan el polvo, pero es peor
si se trata de un familiar.
—Sí. —Se lamió los labios—. Me quedé allí tanto tiempo llorando y gritando
porque me dolía mucho y había trabajado tanto para nada —Su voz vaciló—
. Casi deseé que me hubiera matado. 344
Caminaron en silencio por un momento.
Gabrielle la miró.
—¿Por qué?
—No tenía ningún control sobre nada de eso —respondió la reina—. Sabes
cuánto disfruto con eso.
Gabrielle lo sabía.
—¿Por tu hermana?
La noche en la que casi se fue. Xena había bloqueado deliberadamente esa 345
noche en su mente por varias razones diferentes, una de las cuales era el
hecho de que casi se había ido.
—Sí. —Miró más allá de Gabrielle—. Está bien, suficiente basura sensiblera.
¿Tienes una buena historia?
—Lo siento.
La mujer rubia se inclinó y besó la piel del muslo de Xena, desnuda entre sus
cueros y su armadura de rodilla.
—Seguro.
—Xena. —La voz de Brendan salió de la oscuridad, y un momento después, el
capitán cabalgaba hacia ellas—. Se ve fuego más adelante.
—Lejos.
—Reduzcamos el ritmo. Trae a los líderes de escuadrón aquí, y pasa la voz por
la línea de cerrar el pico.
—Sí.
—Lo haré.
—Eran, toma otros diez y sube por el lado más cercano. —Xena continuó—.
Después... 347
—Xena, mira. —Brendan le tocó el brazo—. Se están yendo.
—Ah. —dijo después de una pausa—. Está bien, cancela lo anterior. Vamos a
ponernos en movimiento para estar preparados si deciden regresar a través
de esa abertura con un ejército. —Una tenue orden recorrió la fila de hombres
y la oscuridad se llenó del sonido de caballos en movimiento y pisadas
amortiguadas cuando el ejército respondió al mandato de Xena. Ella se volvió
hacia Brendan—. Deja los suministros y los vagones aquí. Haz que se
establezca el campamento y estén listos para la acción. —Sin decir una
palabra, Brendan se dio la vuelta y desapareció en la oscuridad mientras los
soldados comenzaban a separarse del resto. Estaban en el linde del bosque,
con los carros escondidos detrás de la primera línea de árboles con toda la
protección posible dadas las circunstancias. Xena recorrió con la mirada los
desplazamientos en la oscuridad, antes de mirar a la mujer rubia sentada al
otro lado de ella—. Y bien.
Gabrielle la miró.
—¿Sabes qué?
—¿Qué?
—Se puede dormir sobre un caballo. —La voz de la mujer rubia sonó algo
sorprendida—. Es bastante bueno.
—Sip.
—Bien. —La reina recogió sus riendas—. Ahora mantente despierta. Vamos a
avanzar rápido. —Presionó sus rodillas contra los costados de Tiger y salieron
de entre los árboles, mientras el ejército se movía a su alrededor. Era casi
fantasmal, meditó, todos esos caballos oscuros y hombres con armadura
inundando las pálidas praderas. El castillo parecía muy lejano. Xena tiró de
uno de sus guanteletes un poco más y repasó su plan dentro de su cabeza
otra vez, debatiendo si enviar una fuerza a través de la ruta trasera, era una 348
buena o mala idea en este momento. El ejército enemigo sabía que algo
estaba pasando al encontrar a su guardia de avanzadilla muerta en el
camino. Ella sospechaba que el líder enemigo iba a tener que tomar una
decisión difícil, mover sus fuerzas a oscuras y arriesgarse a no saber qué había
al otro lado, o esperar hasta el amanecer y arriesgarse, y lo que fuera que
mató a sus hombres estuviera cada vez más cerca emboscándolo.
Interesantes opciones. Xena se reclinó hacia atrás en su silla de montar y pensó
qué elección tomaría ella si fuera su caso, luego se dio cuenta que su ejército
avanzaba por la noche y eso era una buena indicación de lo qué haría. Podía
sentir la garganta un poco seca, y esas pequeñas sacudidas en su vientre.
Estaba atrapada entre la esperanza de que el capitán enemigo fuera
cauteloso y les diera tiempo para prepararse, y el deseo de su sed de sangre.
Se moría de ganas de que fuera tan imprudente como ella y llevara la pelea
hasta ellos en un enfrentamiento antes del amanecer. Tenía que pillarlos en
lugares cerrados. No tenía los soldados suficientes para enfrentarse en campo
abierto, pero pensó que, si podía alcanzarlo en el paso, donde tenía que
luchar con una línea de frente limitada, podría controlar la batalla con bajas
razonables. Bajas razonables. Xena miró a Gabrielle, que cabalgaba
tranquilamente a su lado, moviendo la cabeza de un lado a otro mientras
miraba a través de la penumbra—. ¿Tu costura ha mejorado?
—¿Qué? —Gabrielle flexionó las manos, y exhaló, viendo un toque de
escarcha en el frío aire de la noche—. Oh, bueno... no he tenido mucho
tiempo para practicar —admitió—. ¿Qué te hizo pensar en eso?
—¿Qué?
Era una forma segura de viajar, y dejar que las tropas montadas protegieran
a los arqueros y soldados de infantería en el medio, desde donde podían
responder a cualquier ataque repentino, pero también significaba que las
tropas no montadas tenían que apresurarse para seguirles el paso.
Las antorchas habían desaparecido más allá del borde de las colinas, y solo
la luz de las estrellas proyectaba su tenue brillo plateado sobre el paisaje. Miró
a su izquierda, al ver la curva del bosque que se inclinaba hacia la costa y
levantó su mano, silbando suavemente.
—¿Señora?
9
Amblar o paso de andadura.- En referencia a un animal; andar moviendo a un tiempo la mano y la pata trasera
de un mismo lado.
—Arréglatelas. Rompí suficientes ramas para que puedas pasar con los
caballos —respondió Xena—. Cuando llegues al final, averigua qué hacer y
hazlo.
Brendan asintió.
—Lo haré. —Levantó la mano y chasqueó los dedos, luego soltó dos silbidos.
Veinte jinetes se despegaron, y en un frenesí de movimientos algo confuso, los
arqueros y soldados de infantería se reordenaron para seguir.
Gabrielle observó a los soldados irse, medio deseando que ella y Xena fueran
con ellos. Quería volver a ver el océano, y toda la charla de Xena acerca de
que tenían que coserla, le estaba provocando dolor de estómago. Montar a
través de la oscuridad la estaba poniendo nerviosa y empezaba a desear solo
una mañana normal con un pequeño desayuno que esperar con
impaciencia.
—Buen chico.
—¿Qué?
—¿Cuánto tiempo crees que nos llevará llegar a dónde vamos? —preguntó
Gabrielle, para distraer a Xena y así no terminar hablando de sexo frente a los
otros soldados otra vez.
—Espera hasta que te diga. —Miró hacia adelante, viendo los cuerpos que
habían dejado en el camino cada vez más cerca, el aroma de la sangre y la
descomposición le llegaba débilmente en el viento que soplaba en su rostro.
Sus ojos volvieron a hojear el camino, luego estudió las figuras inertes con
atención. 352
—Dame tu ballesta. —Ordenó al hombre que estaba a su lado—. Veamos si
he mejorado con el paso de los años. —Estiró su mano y tomó el arma que se
le ofrecía, dejando caer las riendas mientras la amartillaba.
Xena alzó la ballesta y colocó el listón contra su mejilla, mirando por el hueco
hacia las sombras que tenían delante.
—Un capricho.
—¿Qué?
Un momento, y lo sabría.
Y en un momento, lo supo. El cuerpo que yacía en el camino se retorció, y ella
soltó un grito, y el camino se vio repentinamente inundado de hombres y
caballos que los atacaban con picas, espadas y flechas que salían a toda
velocidad de la oscuridad para atravesar sobrevestas, armaduras y carne.
Sintió el acero rechinar contra los huesos y utilizó su movimiento y una sacudida
rápida para liberar su espada cuando un sexto sentido la hizo agacharse
mientras sentía una flecha arrancar un mechón de su cabello.
Solo sus poderosas piernas la salvaron. Apretó sus pantorrillas contra el costado
de Tiger y se retorció sobre su lomo, luchando por sacar la pica de las manos
del hombre. Él empujó hacia adelante y estuvo a punto de clavársela a ella
en el ojo, pero Tiger se opuso a su presencia y golpeó con ambas patas
delanteras, alejando la cabeza de Xena de la punta y clavando un enorme
casco en la ingle del piquero.
—¡Sí! ¡Buen chico! —Xena tiró de la pica y la giró en la mano, luego la levantó
y la lanzó volando hacia la multitud de cuerpos empujando y luchando con
la esperanza de estar lo suficientemente cerca, dada su notoriamente mala
puntería, como para no destripar a uno de sus hombres. Mala suerte,
comenzar una guerra así. Xena vio su pica entrar en un pecho con una
sobrevesta blanca, y sonrió aliviada mientras sacaba su espada y comenzaba
a lanzar estocadas a la cabeza y los hombros de un hombre que intentaba
cortarle el costado. Una maza, saliendo de la oscuridad, golpeó la cabeza del
hombre mientras ella lo sorteaba y destripaba al soldado que intentaba
disparar al portador de la maza por la espalda. Su hombre gritó, Xena gritó en
respuesta y reconocimiento, y siguieron adelante. Tiger se estrelló contra otro
caballo y se invirtió su posición de repente, siendo ella la que luchaba por su
vida cuando el otro jinete se encontró con su espada con poderosa
competencia. Podía ver los ojos atentos detrás de su casco mientras él
lanzaba su peso en el ataque. Demasiado cerca para balancear su espada, 354
Xena se dobló y arremetió con su cuerpo contra él, golpeando con su cabeza
la placa frontal del casco inclinado con un resonante estallido. Desenvainó
una daga y esquivó su salvaje sacudida, enterrando la punta en el pecho del
hombre, a la vez que lo golpeaba de nuevo en el mentón con su cabeza
haciéndolo caer hacia atrás de su caballo. El animal se asustó, y Xena agarró
sus riendas, sosteniéndolo mientras pateaba y se resistía, golpeando útilmente
a dos de los soldados de su propio bando y mandándolos al suelo pataleando.
Xena soltó al animal y lo golpeó entre los ojos con la empuñadura de su
espada, casi haciendo que se cayera. Se precipitó lejos de ella, creando un
torbellino de oscuro caos mientras se giraba, levantaba su espada y soltaba
su bota del estribo mientras un cuerpo volador golpeaba el suyo y apenas
tenía tiempo de levantar la rodilla para bloquear la arremetida. Tuvo un gran
impacto en la armadura de su rodilla. Hizo una mueca cuando escuchó el
acero raspando contra el metal y se retorció con fuerza para empujar al
hombre antes de que la hoja dejara la dura superficie y se hundiera en la piel
de su muslo. ¿Por qué había decidido no usar polainas, otra vez? ¿Sexy o algo
así?.
»¡Gabrielle! —La mujer rubia comenzó a avanzar hacia ella, pero los ojos de
Xena se abrieron de par en par, al ver a un soldado enemigo aparecer en la
oscuridad, con la espada en alto, a un brazo de distancia de su amante. Un
ronco grito de advertencia surgió de su garganta, pero ella estaba luchando
contra la repentina caída de Tiger, cuando un soldado moribundo tropezó
frente a él y supo en su corazón, que ningún esfuerzo por su parte la pondría
frente a ese maldito soldado a tiempo. Ella gritó de nuevo, una maldición
confusa que dividió el aire e hizo que las cabezas giraran. Gabrielle medio giró
la cabeza y vio al hombre, y la espada ensangrentada que iba directa a su
cara, mientras intentaba tirar de Parches hacia un lado y sus cascos
resbalaban sobre el barro empapado en sangre de la superficie del camino.
Ningún lugar a donde ir. Los soldados caídos que bloqueaban a Xena ahora
también la bloqueaban a ella y no tenía sitio para dar la vuelta y no podía
escapar y... Desesperada, se giró en su silla de montar y levantó el brazo con
el que sujetaba su vara para protegerse la cara. El extremo de la vara osciló
con su movimiento y el barro manchado salió proyectado sin control y golpeó
al soldado enemigo justo en el lado de la cabeza. Su estocada se amplió, casi
rasurando la oreja de Parches y Gabrielle se echó hacia atrás con sorpresa,
provocando que la vara volviera para golpearlo en el puente de su nariz
haciendo que el soldado agarrara su casco con sorpresa.
Xena le dio una serie de palmadas sin sentido en la espalda, trabajando duro
para recuperar el aliento de la repentina conmoción y la aún más, repentina
transformación de su adorable compañera de cama, en una desventurada e
involuntaria defensora de su propia piel de una manera tan inesperada.
—Gracias.
—¿Eh?
—Xena.
—¿Qué?
—Lo maté.
Xena la miró por un momento, luego echó la cabeza hacia atrás y se rio.
—Pequeña boba. —Rodó el cuerpo del hombre con su bota—. ¿Lo crees
porque hago que parezca tan fácil que los hombres mueran por un golpe en
la cabeza? —Ella se inclinó y sacó una daga del cuerpo, metiéndola de nuevo
en su funda antes de recuperar una segunda, y luego una tercera—. Vamos.
Aún no eres Gabrielle “La Asesina de las Llanuras”.
Gabrielle dejó caer la cabeza hacia adelante para impactar con la armadura
de pecho de Xena con un golpe.
Al final, tuvieron tiempo suficiente para establecer a sus hombres donde los
quería, enviando a los jinetes a ambos lados del camino detrás de la curva de
la colina y encontrando crestas y grietas para esconder a los ballesteros.
La mitad de la fuerza estaba en el lado más cercano del paso, y la otra mitad
en el lado opuesto, y cuando el cielo del este comenzaba a ponerse rosado
con el amanecer, había conseguido colocar a sus arqueros de arco largo
espaciados en la ladera que daba a la abertura.
358
Había tenido tiempo de detenerse y pensar después de haber enviado a diez
hombres a explorar el paso, y que le avisaran antes de que el ejército enemigo
avanzara. Sin embargo, el viento no traía el sonido ni el olor de un ejército, y
no estaba segura de sí estaba decepcionada o aliviada, de tener al menos la
oportunidad de desayunar antes de continuar con el derramamiento de
sangre.
Los carros habían quedado atrás con sus comodidades, pero mientras
caminaba hacia la cima de la escarpa y bajaba al semicírculo de la ladera
protegida debajo de ella, encontró a Gabrielle sentada en el suelo ante un
fuego pequeño sin humo, que calentaba cuidadosamente algo dentro de
una olla de viaje.
Su vara estaba en el suelo a su lado, y Xena pasó por encima, para sentarse
en el otro lado, doblando sus largas piernas y apoyando los codos sobre sus
rodillas.
—¿Qué tienes ahí?
Le dolía, pero de una manera superficial y punzante, era más molesta que
dolorosa, pero había muchas cosas pequeñas que la molestaban así y sabía
que, uno de los inconvenientes de tener que esperar era tener que
reconocerlas.
—¿Sí?
—Sí. —La mujer rubia tomó su propio cuenco y puso algo del guiso restante en
el—. Supongo... que porque la peor parte de crecer en mi familia, fue no saber
nunca lo que vendría antes que llegara. Podías hacer lo mismo dos veces, y
una vez estaría bien, y la siguiente vez recibirías una paliza por ello. Todo fue
tan... Um...
—Arbitrario. —Xena estaba contenta de sentir la comida caliente llenando su
tripa. Se desharía de una molesta incomodidad al menos y le daría a su cuerpo
algo para ocupar su atención y evitar que lloriqueara tanto. Sospechaba que
se había ablandado de muchas maneras que no tenían nada que ver con
pelear, y estaba empezando a darse cuenta de que se había quedado sin
tiempo para adaptarse.
¿Eso no apestaba? La reina exhaló, preguntándose si todo esto iba a ser parte
de esos “ojalá no hubiera hecho eso” y demás cosas, sobre las que
reflexionaba durante la noche con vino fuerte.
—Sí —dijo Gabrielle—. Arbitrario. Esa es una buena palabra para eso. Huh. Tú
no eres así —agregó Gabrielle, como una ocurrencia tardía.
La mujer rubia mojó el pan en su cuenco y mordió el extremo con una 360
expresión seria.
—¿Cómo podrías ser aburrida, Xena? —preguntó—. Tienes toda la energía del
mundo dentro de ti.
—Sí.
—¿Por qué?
Parecía una pregunta seria, por lo que Gabrielle pensó seriamente antes de
responder.
Xena sintió el calor del guiso a través del cuenco traspasando a sus manos
cansadas. 361
—Eso podría ser lo mejor que me hayas dicho alguna vez —reflexionó—.
Excepto, cuando dices te amo. —Gabrielle sonrió—. Esa es la base de la
lealtad del ejército —añadió Xena inesperadamente—. Confianza. —Sus ojos
se desenfocaron un poco, mientras empujaba un poco de carne con la punta
de su cuchillo—. Tienes que seguir ganándote esa confianza, ¿lo sabías,
Gabrielle?
Xena dejó su cuenco, de nuevo vacío, en el suelo y se echó hacia atrás, para
que sus cuerpos se apretaran uno contra el otro. Inclinó la cabeza hacia atrás
y miró a Gabrielle con seriedad.
—Tienes que mantenerte con vida —dijo— Si eso significa, meter esa maldita
vara en el agujero del culo enemigo y retorcerlo para arrancarles las tripas, lo
haces.
—Pe...
—¿Es esa la cosa más bonita que me has dicho alguna vez? —preguntó un
poco vacilante.
—Sí. —Gabrielle se inclinó y besó a Xena en los labios. Podía oler la sangre que
manchaba la armadura de la reina, y el olor a almizcle del cuero y a caballo
que las cubrían a ambas, y todo eso simplemente no importó cuando rodeó
con los brazos a su amante y la abrazó tan fuerte como pudo. Un suave silbido
hizo a Xena ponerse rígida en su abrazo y soltó apresuradamente a la reina
mientras se ponía de pie, sacudiendo los hombros para colocarse la armadura
cuando uno de los guardias se acercó a la cima del risco y las miró
detenidamente—. ¿Vienen?
Xena observó el acercamiento entre dos rocas, sus ojos se movían de un lado
a otro cuando apareció la primera línea de soldados enemigos.
Ah. Estaban tensos, y alerta, la primera fila de jinetes con armadura completa
y cascos y los caballos con sobrevestas de cuero hasta los corvejones, un muro
protector con lanzas de empuje que se erigían con amenaza.
Pobre chica. Xena miró a su compañera por el rabillo del ojo. Tenía las manos
alrededor de su vara, y estaba apoyando su mejilla contra ella, sus hermosas
pestañas delineadas en el sol de la mañana.
—¿Lista?
Gabrielle la miró y sonrió con ironía. Xena le hizo un gesto para que avanzara,
y ella llegó al lado de la reina, mirando por la abertura al ejército que se
aproximaba.
—¿Qué va a pasar?
—¿Lo harás?
364
—Claro —dijo la reina—. Y entonces...
—¿Vas a dejar que termine de contarte lo lista que soy o qué? —se quejó—.
No, no a todos. Solo a algunos de ellos. Lo suficiente como para hacerles daño
de verdad —señaló—. Ahora mira, ¿ves esa fila? Ellos esperan problemas.
Entonces los dejamos pasar.
—Está bien.
—Los atacaremos de todos modos —respondió Xena—. Así que silencio ahora,
y solo mira. —Extendió sus dedos contra la roca, manteniéndolos quietos
después de eso. —El viento soplaba hacia ellos, y ahora traía el sonido de los
soldados que se acercaban, el estruendo de los caballos, y el choque de
armaduras y armas, pero no de voces, mientras los hombres que venían hacia
ellos escuchaban en un silencio tenso. No estaban nerviosos, solo alerta. Xena
podía ver la confianza que tenían en sus propias habilidades marciales y
admitió que, si hubiera estado en su lugar, probablemente se sentiría casi de
la misma manera. Estudió la fila principal de caballos, observando la postura
fácil del jinete, y su movimiento con los animales y dándose cuenta de que iba
a enfrentarse a unos verdaderos soldados a caballo, sin otra opción. Los
primeros enfrentamientos con los exploradores habían sido fáciles, pero, se
había adelantado a ellos y este lote que venía hacia ella, estaba preparado
para problemas y había tres por cada hombre que tenía. Xena sintió que su
corazón comenzaba a latir más rápido, y su piel se erizó cuando sopló la brisa, 365
consciente de los ojos fijos en ella por parte de los hombres a ambos lados.
Golpeteó sus dedos índices contra la roca, y en una silenciosa ola, una señal
fue pasada y sus oídos captaron el sonido de los arcos que se tensaban, el
susurro de las plumas siendo arrastradas rozando con las orejas, cayendo
nuevamente el silencio después de un momento. La primera línea de soldados
pasó su primera línea de arqueros. Sus cabezas giraban lentamente, mirando
a derecha e izquierda, pero las rocas escarpadas y los pinos raquíticos hicieron
bien su trabajo, y los cascos en movimiento siguieron moviéndose, sin
embargo, luchaba por no contener la respiración, mientras los jinetes se
acercaban a la cornisa, en la que estaba parada y trató de no pensar, en que
él podía mirar directamente a la brecha y verla. Entrecerró los ojos mientras los
hombres se acercaban a donde estaba y golpeteó con el segundo dedo de
su mano derecha. Una oleada de movimiento se alejó por la línea, y sus
soldados se arrastraron contra las rocas, y se echaron al suelo, mostrando a las
tropas enemigas, una línea limpia y vacía al final del paso, mientras
avanzaban hacia ella. Gabrielle estaba completamente silenciosa a su lado,
el agarre que tenía alrededor de la cintura de Xena se tensó cuando los
soldados enemigos pasaron por delante, y el segundo, luego el tercero, y el
cuarto, y el quinto pasaron. Cuando el séptimo llegó a su altura, Xena tuvo un
momento de duda al preguntarse si el rumbo más sensato para todos sería
dejar pasar al ejército y no aventurarse a una confrontación cara a cara. Los
hombres morirían aquí, si no lo hacía ella. Ah bueno. La reina enderezó sus
hombros, y levantó ambas manos de la roca, dejándolas caer con un audible
golpe—. No puedo vivir para siempre, ¿verdad?
Gabrielle se frotó los ojos por el humo que salía del campo de batalla, y se
movió un poco para estar detrás de una roca que bloqueaba lo peor. Había
un hedor acre e intentó no pensar en la pila de cuerpos quemados en el
centro de todo.
Xena estaba de pie con sus capitanes, alrededor de una roca que le servía
de apoyo a un trozo de cuero extendido, mientras marcaba con una pluma
llena de tinta. Después de una pausa, Gabrielle decidió ir y ver lo que estaba
diciendo, por lo que, se deslizó cuidadosamente entre los soldados que
escuchaban y se acercó al lado izquierdo de la reina. 369
En el cuero había un dibujo tosco, pero entendible, del paso, con marcas a
cada lado de un extremo al otro. Los largos dedos de Xena estaban
extendidos sobre el mapa mientras la reina hacía aún más marcas en la curva
de su dedo índice y pulgar.
—Está bien. —Xena le echó a Gabrielle una rápida mirada, luego volvió su
atención al mapa—. Quiero que veinte hombres junten tantas rocas de buen
tamaño como puedan encontrar, y comiencen a construir posiciones de
protección para los arqueros, aquí y aquí. —Gabrielle miró el mapa,
preguntándose qué iba a pasar después. ¿El enemigo vendría a atacarlos?
Parecía probable—. Necesito otros veinte exploradores para encontrar
lugares donde ocultarse en las paredes del paso —dijo Xena—. Señales
usuales. Si algo se mueve, silbar y matar.
—¿Qué pasa con los escarpados superiores, Señora? —preguntó uno de los
capitanes, un hombre corpulento con una espesa barba cobriza—. Difícil,
pero podría tener uno o dos hombres allí.
Xena inclinó la cabeza hacia atrás y miró la pared. Había algunos nichos,
cierto, pero la escalada sería realmente endemoniada y no veía un camino
fácil para bajar.
—Puedes intentarlo. —Le dio permiso—. Haz que lleven una cuerda con ellos,
y dejen una línea abajo.
—Sí.
—Empieza con eso y recoge todo lo que podamos encontrar en el paso, pero
vigilad vuestros culos —advirtió la reina—. Hay suficientes escondites para que
un arquero use, entrando desde ese lado.
Gabrielle volvió ligeramente la cabeza para evitar mirar la pira. Tomó la mano
de Xena y se la frotó.
370
—¿Volverán?
—Oh.
—Por supuesto, nosotros también. —La reina continuó con tono irónico—. No
puedo ir tras él sin tropezar con lo mismo en ese lado. Así que probablemente
estamos buscando una larga pelea de gallinas, picoteándonos hasta que
alguien grite; Tío10.
—¿Quién es el tío?
10
N.T.- En el original “yells uncle”, “Grite Tío, o diga Tío”; juego de palabras que significa rendirse.
Xena se rio débilmente, una simple sacudida de su cuerpo. Luego exhaló y
rodó los hombros, haciendo una mueca por la dolorosa rigidez que se había
acumulado en ellos.
—Por supuesto. —Gabrielle levantó la mano de Xena a sus labios y besó los
nudillos, luego soltó a la reina y se dirigió hacia la ladera protegida donde
habían dejado sus cosas. Xena se apoyó contra la roca y dejó que sus manos
cayeran sobre sus muslos. Veinte perdidos, y diez más enviados de vuelta al
campamento con otros diez más de sus jinetes que con suerte dejarían sus
cargas y se reunirían con ellos antes de que el sol pasará del punto medio.
Cien de ellos habían muerto, cierto, pero Xena se puso seria por las pérdidas
que había sufrido entre sus hombres, dado que habían estado resguardados
y tenido la ventaja. Sabía que era la primera batalla, que algunos enfrentaban
en mucho tiempo, pero, aun así. Repasó la batalla en su mente, analizando
su proceder y dándole vueltas a los errores que había cometido, uno de las
más importantes, había sido su estúpida inmersión en la batalla en lugar de 371
mantenerse apartada para dirigir a sus tropas. Un viejo defecto. El peor, cierto.
Siempre, más un guerrero que un general, Lyceus se lo había dicho una vez, lo
que significaba un extraño cumplido y ella lo había tomado como tal, pero
ambos también habían reconocido la verdad. Levantó la vista cuando
Gabrielle regresó, le cogió la alforja y la abrió para buscar un atado de
paquetitos cuidadosamente doblado. Gabrielle estaba de pie, sosteniendo el
odre de vino—. Entonces, si no van a venir a por nosotros, y nosotros no vamos
a ir tras ellos...
Xena sacó la taza de viaje y vertió un paquete de hierbas en ella, luego tomó
la bota de vino de las manos de Gabrielle y la destapó, exprimiendo un chorro
del rico líquido rojo sobre las hierbas.
—Oh.
Dio vueltas al vino en su taza, mezclando bien las hierbas antes de tragar el
contenido en tres largos tragos, llenando la taza de nuevo y bebiendo para
quitar el regusto de su boca.
—Simplemente no nos alinearemos como un montón de blancos de paja y
marcharemos como hicieron ellos.
La reina se sentó a su lado, extendiendo sus largas piernas con un débil roce
de piedras sueltas. Dondequiera que no hubiera armadura, había
magulladuras y cortes y ahora ella los sentía.
372
—Te da miedo, ¿eh? —Volvió sus manos, mostrando un feo corte en su palma,
y un pinchazo cerca de su muñeca con la punta de un cuchillo—. Sí, supongo
que sí.
—¿No te duele? —la mujer rubia se estiró para tocar la piel cortada.
—No.
—¿En serio?
Xena trató de recordar si alguna vez había tenido miedo, luchando. Tal vez
cuando comenzó, hace todos esos años.
—Simplemente no sientes nada —le dijo a Gabrielle—. Estás en el medio de
todo y lo haces. Peleas, matas, te mantienes con vida... no hay tiempo para
estar asustada o dolorida —suspiró y flexionó las piernas—. Eso viene después.
—Creo que esos tipos sabían que eras tú —comentó Gabrielle de repente—.
Todos querían llegar a donde estabas y atraparte.
—Pude verlos. Los tipos en la parte trasera estaban haciendo señales con sus
manos, enviando más soldados a donde estabas. —Su amante pateó un poco
los talones contra la roca—. Entonces fue cuando elegí a algunos de nuestros
chicos y comencé a rodar esas piedras grandes sobre ellos.
Xena escupió el vino que tenía en la boca contra la otra roca, rociándola de
color borgoña.
373
—¿Qué? —balbuceó, girando la cabeza para mirar a la inocente de pelo
fregona sentada a su lado—. ¿Cuándo fue eso?
—¿Es por eso que gritaste mi nombre? —Su voz se elevó con incredulidad—.
¿Casi me eliminas con una de esas malditas cosas?
—Te mueves tan rápido —dijo ella—. Fuiste por un lado y pensamos que ibas
por el otro lado así que... —Se encogió un poco de hombros—. Solo quería
hacer algo para ayudar y no creí que mi vara fuera muy buena.
Xena se cubrió los ojos por un minuto, luego abrió los dedos y miró a Gabrielle
a través de ellos.
—¿Sabes una cosa? —dijo—. Tú y yo hacemos una jodida buena pareja. —
Negó con la cabeza y se rio entre dientes. Gabrielle sonrió, ruborizándose. Las
risas de la reina se desvanecieron y dejó su taza, desabrochándose la
armadura de su pecho—. Está bien. Ahora necesito que me hagas otro favor.
—Se quitó la armadura—. Me he tragado esa mierda, así que, seré capaz de
soportar que me cosas, empieza a hacerlo.
—¡Oh! —Gabrielle se puso de pie, sus ojos se abrieron de par en par ante el
sangriento desastre en la parte delantera del hombro de Xena—. Ugh... ¡Guau,
eso se ve terrible!
Xena se paseaba de un lado a otro, recordando una vez más por qué odiaba
los asedios. Odiaba esperar por algo, y quedarse esperando que algo
sucediera, para ella era igual que apuñalarse a sí misma en el tobillo con una
pica de hielo.
Se movió hasta el borde de la roca y miró a través del paso. El ángulo impedía
su visión completa, por lo que, colocó exploradores en las paredes del recodo,
y pudo ver el débil destello del sol en la armadura del hombre más cercano,
sabiendo que él podía ver al segundo grupo de exploradores en el interior del
codo, mirando hacia abajo a través del paso.
Incluso las hechas por las razones equivocadas. Había escuchado a los
hombres maravillados de cómo su elección del momento era tan preciso, los
había llevado exactamente al lugar correcto, en el momento justo para
detener al ejército enemigo, en un lugar donde los números no los ayudaban.
Se puso las manos en las caderas y volvió a examinar a sus tropas. Los hombres
repartían raciones de viaje y se acomodaban para vigilar y casi podía sentir la
confianza cuando la vieron de pie allí y una ola de saludos casuales recibía a
su mirada.
En un lugar soleado no lejos de ella, Gabrielle estaba sentada con los brazos
alrededor de las rodillas mientras observaba unas mariposas, su cabello pálido
se agitaba con la brisa y brillaba con el resplandor de la tarde.
Xena se desvió hacia donde estaba y se dejó caer junto a ella, apoyando un
codo en la roca contra la que estaba sentada su compañera.
Gabrielle extendió su mano, con la palma hacia arriba, y sonrió cuando una
mariposa aterrizó sobre ella.
376
—¿No son bonitas? —dijo—. Tantos colores.
Gabrielle la miró.
Tenía buenos capitanes, sin duda, pero la verdad de la situación, era que ella
conocía el plan, la única que lo conocía, y el ejército, probablemente se
desmoronaría sin ella para centrarlos. No era la mejor manera de llevar tropas,
pero era su manera de hacerlo y en esta etapa de su vida no era probable
que cambiara.
—Pero tú eres la que más sabe —dijo después de un momento—. Creo que
nuestros muchachos se sienten muy bien al respecto, como si supieras qué
hacer cuando sucede algo.
—Bueno, si vas, será mejor que duermas algo primero —aconsejó—. No quiero
que caigas dormida y alertes al enemigo con tus ronquidos.
—Viejo hábito de guerrero —dijo Xena—. Porque solo los viejos que no roncan
sobreviven.
—P...
Xena era una luchadora increíble. Incluso Gabrielle, que había visto alrededor
de una docena de peleas reales en su vida, se daba cuenta de eso. Era como
una tormenta de viento imparable en medio de la batalla, totalmente
diferente al resto del ejército y había tenido una buena demostración de eso
al principio del día.
Con Xena, no había nada de eso. Era implacable, y después de unos minutos
de pelear, los soldados enemigos estaban muertos, en el suelo o
retrocediendo, y aunque los capitanes enemigos habían instado a sus
hombres a perseguir a Xena, después de algunas oleadas hacia ella, Gabrielle
pudo ver claramente el ímpetu desvanecerse, mientras veían a sus
compañeros caer bajo la ferocidad de la reina.
Así pues, Xena era solo una persona, pero como era quien era, hacía una gran
diferencia en la lucha y sospechaba que lo sabía, y era por eso, que quería
estar en la batalla en lugar de liderarla.
Era una pregunta interesante y difícil, porque Gabrielle sabía que su amante,
también era muy buena diciéndole a la gente qué hacer y cuando estaba
peleando, no había nadie más que lo hiciera realmente y aunque los hombres
de Xena parecían saber que tenían que hacer, también hubo momentos en
que necesitaron a alguien a cargo.
—Xena, ¿alguna vez has visto una oveja estreñida? —inquirió—. No tienen una
cara diferente.
Esa era la otra cosa sobre Xena. En ocasiones era muy ingeniosa, lo
suficientemente como para darle pequeños cortes donde menos se los
esperaba.
—Ah.
—Es complicado para ti, ¿no? ¿Queriendo estar a cargo y también hacerlo
todo?
Xena comenzó a reír silenciosamente, una evidente sacudida de su cuerpo
contra la parte posterior de la cabeza de Gabrielle.
—Me haces sonar como una chiflada —suspiró—. Pero sabes que tal vez lo soy
—añadió—. Quiero hacerlo todo. Hades, lo quiero todo. ¿Eso es mucho pedir?
—Entonces, ¿qué piensas? —cambió de tema—. ¿Te gusta más esto que
pasar el rato en el castillo?
—Bueno. —Movió sus pies calzados con botas—. Era mucho más cómodo en
el castillo. Mm. —Xena tuvo que estar de acuerdo con eso—. Había menos 380
bichos y menos piedras, y podíamos quedarnos más en la cama.
—Todo muy cierto —la reina admitió—. Especialmente la última parte —Puso
su mano sobre la mejilla de Gabrielle.
—¿Sabes lo que pienso? —dijo Xena—. Creo que mi vida era un coñazo total
hasta que te conocí. Tú me despertaste.
—¿Yo?
—Mm. Tú. —La reina dejó descansar su cabeza contra la superficie de la
roca—. Que locura, ¿eh? Haz que tu culo se duerma antes de que lo azote —
ordenó, poniendo fin a la conversación—. Tenemos una ajetreada noche por
delante.
381
Parte 12
—¿Qué Hades?
—¿Qué pasa?
Miró hacia abajo para encontrar a Gabrielle mirándola, con las manos
cruzadas tranquilamente sobre el estómago y los ojos un poco soñolientos.
—¿Qué quieres decir con que pasa? —preguntó con irritación—. ¡Me quedé
382
dormida!
—Vamos, Xena. Tienes que dormir alguna vez. Todo el mundo lo hace —dijo
con tono de lógica—. Especialmente si vas a salir con los soldados más tarde,
vi a algunos de ellos durmiendo. ¿Por qué tu no deberías?
—¿Hay alguna regla que diga que las reinas no necesitan dormir?
Por supuesto que necesitaba dormir. Sabía eso, y que Gabrielle y el resto del
ejército también lo sabían, pero odiaba categóricamente quedar en una
posición vulnerable y estar dormida era casi igual de malo.
—¿Qué?
—¿Por qué?
—¿Qué?
—Está bien. —Cruzó los tobillos—. ¿Crees que empacarían toda esas
armaduras y armas, y entrarían en las tierras de otras personas solo para
charlar con ellas?
—Bueno...
384
—Xena. —Un soldado apareció al borde de su claro—. Le ruego me disculpe,
Majestad. —Desvió la mirada y medio se giró. Xena lo miró.
—¿Me veo particularmente como una reina sentada aquí en la tierra, con mi
amante en el regazo o qué? —preguntó—. Escúpelo. ¿Cuál es el problema?
—Los centinelas han hecho señas, dijeron que vieron algo, tal vez, un
movimiento hacia nosotros, hacia adelante —dijo—. Volvieron de nuevo, pero
no están seguros de lo que sigue.
—Te voy a dar ostras, pequeña y sucia rata almizclera. —Xena se puso de pie
y estiró el cuerpo, gruñendo un poco mientras sus hombros chasqueaban en
su sitio. Pasó los dedos por su cabello y se sacudió para acomodar la
armadura, luego comenzó a caminar hacia la colina con Gabrielle detrás.
Podía sentir la energía en aumento a medida que cruzaba las líneas y le hizo
alegrarse de haber perdido la cabeza y haber echado una siesta para poder
disfrutar el zumbido de la anticipación, en lugar de solo soportarlo. Percibió
una ausencia a su lado, y giró en un elegante círculo mientras caminaba,
localizando a Gabrielle corriendo hacia ella desde donde estaban los
suministros—. ¿Qué estás haciendo?
—Esto. —Gabrielle tenía una mano por encima de su cabeza, sus dedos se
cerraban sobre algo. Le ofreció a la reina el contenido de su otro puño—.
¿Rollo de carne?
—Estoy de humor para una buena pelea —informó a Gabrielle—. Pero mantén
tu cabeza baja. No sé lo que están haciendo esos bastardos. —Terminando su
rollo, revisó sus armas mientras se dirigía a la primera estación de guardia,
asegurándose que no había perdido ninguna daga mientras descansaba.
Gabrielle sopesó su vara y se consideró tan preparada como podía. Siguió a
Xena mientras descendían por la pequeña pendiente, con cuidado de no
resbalarse sobre las rocas sueltas mientras caminaba. Estaba oscureciendo,
pero aún había luz suficiente para poder ver los contornos de los guardias, con
la cabeza medio vuelta para ver a Xena mientras se acercaba. No estaba
segura de la reina, pero ella se sentía mejor después de descansar un poco.
Pensó que Xena también lo hacía, ya que su expresión parecía menos
cansada, y había más de su habitual bote en sus pasos. El hecho de que no
quisiera descansar le parecía una locura, pero se figuró que solo era una de
esas extravagancias de Xena, que surgían cuando estaba frente a otras
personas. A veces, en verdad era una persona diferente cuando estaban a
solas. Gabrielle echó a trotar para seguir el ritmo mientras Xena bajaba el resto
de la pendiente y entraban en la primera estación de guardia. Aquí había
media docena de soldados, todos con capas oscuras y armas envueltas en
cuero negro—. ¿Qué me cuentas? —preguntó Xena, cambiando su voz a un
tono más bajo.
Delante de ella, podía ver su puesto de avanzada, las rocas que sobresalían
para proporcionar un buen refugio a los hombres escondidos detrás de ellas,
y uno le hacía señas mientras se acercaba. Se deslizó a través de las rocas y
pasó a la fuerza entre dos troncos, llegando hasta los hombres cuando la
última luz comenzó a desvanecerse.
—¿Cuál es el problema?
—Allí, señora.
Xena miró por encima del borde de las rocas, y vio un resplandor breve e
intermitente que se iluminó mientras lo observaba, y luego volvió a apagarse.
—¿Cuánto tiempo?
—Gracias, pero creo que la esperaré aquí —dijo—. No estoy realmente loca
por trepar a los árboles. —Vio a los soldados observar al enemigo—. ¿Cómo te
llamas?
—Tab —le contestó el hombre de inmediato. Era joven, no mucho mayor que
ella, y también compartían el mismo cabello liso y pálido.
387
—¿Esta es tu primera vez?
Xena agarró una delgada rama y la apartó a un lado para tener una vista
clara del campamento enemigo. Para su sorpresa, pudo ver escuadrones de
hombres moviéndose por las líneas del frente, y se dio cuenta de que existía la
posibilidad de que su adversario hiciera un asalto nocturno completo.
Los ojos azul claro de Xena se abrieron de par en par. Se dio la vuelta y soltó
las ramas, dirigiéndose hacia abajo lo más rápido que podía sin caerse y
esperando que nadie fuera lo suficientemente tonto como para estar sentado
debajo del árbol.
»Y... —Xena de repente dio una vuelta en el sitio, sus ojos inspeccionaron el
área intensamente hasta dar con Gabrielle. La miró por un segundo, luego
señaló—. ¡Perfecto! —apareció una breve sonrisa—. ¡Copien todos a la rata
almizclera! —Gabrielle se encontró inesperadamente siendo el foco de
atención, y logró sonreír débilmente y sacudir su báculo mientras los soldados
a su alrededor luchaban por imitar lo que había hecho—. ¡Poned los escudos
sobre vuestras cabezas! —bramó Xena—. Dispararán flechas prendidas. ¡No
las toquéis ni dejéis que os toquen! ¡El fuego quemará cualquier cosa que
golpee!
—Sí. —La reina giró en círculo, satisfecha por fin, al ver a los arqueros
agachándose detrás de las repisas despojadas rápidamente del follaje, y los
árboles desarraigados se apilaban entre filas de soldados cuando la oscuridad
de la noche se cernía sobre ellos—. Recuerdas eso, ¿verdad Defan?
389
—Bien. Así que cuéntaselo a todos estos chicos mientras esperamos. —Xena le
empujó hacia las líneas y luego se dirigió decidida hacia el refugio de
Gabrielle—. Deja sitio, rata almizclera. —Se deslizó en el pequeño espacio con
su amante—. Hijos de bacante.
—Pareces realmente asustada de ellos, así que penssfrfr. —Gabrielle miró por
encima de los dedos de Xena que estaban cubriendo su boca.
—Yo. —La reina se inclinó hacia ella—. Nunca. Estoy. Asustada —dijo
lentamente—. ¿Entiendes? —Gabrielle asintió. Xena la liberó—. Nunca digas
eso delante de los hombres —dijo—. Ni siquiera lo insinúes. Tienen que creer
que soy tan estúpida como para no tener miedo de nada, así me seguirán. —
Dio un golpecito a la nariz de Gabrielle—. ¿Me sigues?
—A cualquier lugar —respondió Gabrielle—. ¿Pero son bacantes de verdad?
He escuchado historias sobre ellos y me preguntaba si había alguno, en el otro
ejército —dijo—. Y es por eso que estaba... Um... Interesada.
—No —negó con la cabeza—. Nunca pude descubrir cómo hacerlo — 390
admitió—. Puedes comprarlo... Hubo un tipo que pasó la última temporada de
calor tratando de venderme un poco, pero yo no... —Sus labios se torcieron—
. No pensé que iba a necesitarlo y es peligroso simplemente tenerlo cerca. No
estaba buscando que mis aposentos ardieran a mi alrededor.
—Oh. —En la penumbra, Gabrielle podía ver el perfil de Xena, y podía sentir la
tensión en el cuerpo presionado contra el de ella—. Sí, supongo que tiene
mucho sentido —murmuró, recordando sus primeros meses en la fortaleza—.
Hubieras tenido que llevarlo contigo todo el tiempo.
Mm. Xena escuchó con atención, pero los sonidos seguían siendo distantes, y
le faltaba el ruido de cascos de caballos que la alertarían sobre la
aproximación del ejército.
—Historias —dijo Gabrielle—. Había un tipo que solía pasar en el invierno y nos
contaba muchas historias sobre dragones, bacantes y centauros y todo tipo
de cosas —dijo—. Supongo que tampoco existen, ¿eh?
La reina se frotó las manos y se inclinó aún más contra la roca. 391
—Sí. Los he visto. —Miró fijamente hacia la oscuridad—. Espero que no tengan
ninguno con ellos —añadió—. Cuando vengan hacia nosotros, mantienes tu
cabeza baja y te quedas detrás de la roca.
—¿Qué?
—¡Amazonas!
—Sí —dijo Xena—. Un montón de mocosas con aspecto achaparrado y
excrementos de pájaros por todas partes. De todos modos, los centauros, sí,
tenían medio caballo en la parte trasera y un tipo grande y feo en la
delantera.
—Si perdemos esta guerra y eres capturada, es posible que te vendan a esas
Amazonas. Podrías pedirles que te enseñen uno. —La mujer rubia se puso muy
seria, y se calló, agarrando con más fuerza su vara y acurrucándose en el
rincón de la roca un poco más. Apoyó su barbilla en su antebrazo y observó
la oscuridad. Xena podía oír el ruido de los cascos contra la piedra a lo lejos,
y una brisa refrescante le traía el olor de la guerra en la nariz. —Aquí vienen —
dijo, luego dejó escapar un silbido bajo y penetrante. A su alrededor, el sonido
de los hombres moviéndose y las armas preparadas resonó en el aire, y con
una sensación de suave premonición, desenvainó su espada y dejó que su
punta se apoyara entre sus pies mientras agarraba la empuñadura con ambas
392
manos. Gabrielle permaneció en silencio en su lugar. Xena movió los hombros
para acomodar su armadura, y miró de reojo a su compañera—. ¿Gabrielle?
—la otra mujer giró su cabeza hacia Xena, la débil luz de la luna se reflejaba
en sus ojos—. Nunca dejaría que te llevaran —declaró Xena sencillamente.
Gabrielle ahora podía oír los caballos que se acercaban y tiró de su capucha
y se la abrochó.
Dragones. Xena se preparó y lanzó dos silbidos a sus tropas con la esperanza
de haber hecho lo suficiente para prepararlos y recordar cómo sacarlos de lo
que ella sospechaba, sería un Hades con muchos problemas.
—Dije, ten cuidado con lo que pides —respondió la reina cuando apareció la
primera fila de jinetes, perfilada con una luz verde y ardiente de antorchas que
sostenían por encima de sus cabezas—. ¿Sabes qué es lo único en mi vida que
nunca pedí?
—¿Qué?
—A ti. —Xena se metió los dedos entre los dientes y silbó tan fuerte como pudo,
dos sonidos cortos y dos largos mientras los pernos de ballesta delineados en
fuego verde se dirigían hacia ella—. ¿No es divertida la vida?
Um
—Me agacho.
393
Gabrielle se agachó. Bajó su cabeza detrás de la roca y sostuvo firmemente
su vara oyendo el silbido y el grito de flechas, mientras Xena la presionaba a
su lado, atrapándola con cuidado contra la piedra. Eso estaba bien para ella,
y miró la cara de la reina, apenas visible a la luz de la luna.
El sonido agudo de una flecha golpeando la roca la hizo saltar, y miró más allá
de su escondite, para ver cómo un pequeño arbusto se incendiaba cuando
el eje rebotaba y aterrizaba en las hojas. El fuego se elevó, un color feroz y
verdoso diferente a todo lo que alguna vez había visto antes.
—¡Guau!
Los soldados enemigos cabalgaban a través del paso, agitando las antorchas
sobre sus cabezas y soltando gritos salvajes. En medio latido, todo el paso
parecía arder, el calor los envolvía y las chispas comenzaron a volar por todas
partes.
—Mira. —Señaló a través del paso, donde una pared de fuego se estaba
acercando a ellos—. ¿Qué dijiste de malas noticias?
—¿Van a quemarlo todo? —Gabrielle miraba fijamente, con los ojos muy
abiertos—. ¿Qué vamos a hacer? —miró a Xena—. No vas a pelear contra
ellos, ¿o sí?
—No. —Metió los dedos entre los dientes y volvió a silbar, luego se agachó
apresuradamente detrás de la piedra mientras una ráfaga de flechas
encendidas salpicaba las rocas a su alrededor—. No estoy buscando morir 394
hoy. —Uno de los soldados enemigos giró la cabeza y agitó su antorcha hacia
sus seguidores. Un grito hizo que ambas miraran, y Gabrielle se quedó sin
aliento, cuando uno de sus soldados salió tambaleándose de su refugio, con
la cabeza y los brazos iluminados por el implacable fuego verde. Se dejó caer
al suelo y rodó, pero las llamas simplemente giraron alrededor de él sin
apagarse, hasta que sus gritos se convirtieron en balbuceos jadeantes, su
ballesta salió despedida de sus manos para estrellarse contra las rocas. Xena
escuchó a los soldados enemigos gritar, y echó la cabeza hacia atrás sobre
las rocas para ver una línea de diez que se dirigían hacia ella—. Por otro lado
—murmuró—. Creo que estoy en problemas. —El fuego cercano los delineaba
claramente, y Xena se dio cuenta de que había sido reconocida. Observó la
hilera de caballos que tronaban hacia ella, alentados cuando dos, cayeron
de sus sillas alcanzados por sus arqueros. A un lado, vio una espesa mancha
de sombras que se desprendía de las rocas y se dirigía hacia los jinetes, con
sus soldados de infantería intentando arrojarse a una trampa mortal solo por
ella. No estaba bien. No era su estilo, reina o no reina. Xena se desabrochó la
capa y comenzó a quitársela, pero se detuvo cuando Gabrielle la agarró del
brazo y tiró—. ¿Qué? —preguntó bruscamente—. No tenemos tiempo para
charlar.
—¡Por allí! —señaló Gabrielle—. Si vamos dando la vuelta por detrás de ese
fuego, hay un lugar donde podrías... ¡Whoa! —Gritó Gabrielle, mientras era
sacada completamente de detrás de la roca y arrastrada por el suelo a gran
velocidad—. Qu... ¡Ay! ¡Oh!
No les impidió dispararles. Xena sintió que algo le golpeaba la espalda y, sin
pensarlo dos veces, se quitó la capa y la dejó caer hacia atrás, sintiendo un
calor abrasador en la parte posterior de sus brazos que esperaba no fuera a
más. 395
Una segunda flecha aterrizó delante de ella y la saltó por encima, agarrando
a Gabrielle mientras se colocaban de manera que, el grueso de la madera en
llamas, quedara entre los soldados y ellas. Xena vio el agujero escondido que
Gabrielle había querido decir y se metieron en él, justo cuando dos de sus
propios arqueros doblaban la otra esquina.
—¡Sí, Majestad! ¡Teníamos que envolver las cabezas! —Uno de ellos se inclinó
hacia adelante y dejó que la punta de una flecha envuelta en hierba se
prendiera en las llamas—. ¡Me alegro de que no la alcanzaran! —Se echó
hacia atrás e insertó cuidadosamente el eje en su ballesta, levantándola y
apuntando más allá de los árboles hacia la oscuridad.
Xena saltó a la parte alta de la roca para ver más allá del fuego protegiendo
sus ojos del brillo. Podía sentir el calor golpeando contra su piel y había tanta
luz y tantos pedazos de oscuridad en movimiento, que le era muy difícil saber
lo que estaba pasando.
Tenía la pared protectora de fuego que sus enemigos habían encendido tan
amablemente entre ellos y la mayoría de sus tropas, y ahora podía oír el sonido
de ballestas que disparaban desde las rocas a su alrededor, mientras los
soldados enemigos eran perfilados por las llamas y ubicados por las antorchas
que sostenían.
—¡Xena!
Ah, en toda vida debería haber una pequeña rata almizclera. Xena se giró y
se dejó caer de rodillas cuando una andanada de flechas encendidas pasó
sobre su cabeza, rebotando contra las rocas detrás de ella y cayendo al suelo.
—¡Gracias! —la reina levantó su mano e hizo una señal y una línea de
ballesteros se movió de las rocas hacia ella—. ¡Sigue cuidando de mí, nena!
Gabrielle estaba asustada y emocionada por turnos. Podía ver todos esos
cuerpos en movimiento y oír a los hombres peleando, pero era muy difícil saber
qué estaba pasando de verdad. Sin embargo, estaba muy contenta de que
Xena no hubiera empezado a pelear contra los hombres a caballo.
Miró hacia arriba cuando Xena regresó, y luego se movió hacia un lado
cuando la reina se unió a ella detrás de la roca.
—¿Cómo va?
—Oh. 397
Xena saltó de nuevo encima de la roca, después se acercó al borde y saltó
hacia el siguiente saliente, agarrándose de la esquina y alzándose hacia una
posición más alta. Sin embargo, se abstuvo de enderezarse mientras miraba
por encima de las llamas y vio flechas que se dirigían hacia ella.
—Lo estoy. Solo quería verlo —dijo Gabrielle—. ¿Viste algo allí arriba?
—No. —La reina suspiró—. Me está volviendo loca. Realmente no puedo ver lo
que está pasando, y no puedo decirle a la gente qué hacer. La vida
simplemente va cuesta abajo rápidamente. —Tamborileó con sus dedos
contra la roca—. Bien, quédate aquí. Voy a provocar algunos problemas.
Rodeó las rocas justo a tiempo para ver a Xena salir a un pequeño espacio
despejado con los árboles ardientes detrás de ella y el ejército al frente. Se
quedó mirando incrédula cuando la reina agitó sus brazos hacia el enemigo
y soltando un fuerte grito.
—¡Oye, patéticos soldados! —gritó Xena—. ¿Me queréis? ¡Venid aquí! ¿Os
creéis que podéis cogerme? ¡No hay suficientes pelotas en todo vuestro
ejército para hacerme nada, aparte de reír!
Gabrielle miró. Mientras los caballos corrían, algunos sin jinetes, se agitaban y
resoplaban, y después de un momento se dio cuenta de que la madera
ardiente a la que habían prendido fuego estaba siendo arrastrada tras ellos.
—¡Oh! —se quedó sin aliento, mirando los troncos ardientes golpear las rocas,
llevando el caos a las filas del enemigo—. ¿Tu hiciste eso?
Gabrielle podía oler el hedor de la batalla, y ahora, escuchar los gritos de los
heridos mientras el ejército enemigo desaparecía más allá de la curva, de
vuelta a sus líneas.
Apareció uno de los guardias, con la cara sucia por el hollín de los fuegos.
—He ido más allá de la curva, Xena —informó—. Hay muchos de los nuestros
en el suelo. —La reina asintió, mirando a su derecha.
—Tengo una pira aquí preparada. Poneos con ello. —Se dio la vuelta y
comenzó a caminar hacia el terreno más elevado, arrastrando a Gabrielle
junto con ella—. El próximo movimiento es mío.
Eso era muy raro. Gabrielle se inclinó hacia atrás y por un momento observó
las llamas parpadear firmemente bajo la lluvia, antes de acomodarse
nuevamente, intentando ponerse un poco más cómoda. Con la lluvia había
llegado un viento frío del norte, y estaba vacilando entre estar agradecida por
el refugio de su capa extendida por encima y querer envolverse nuevamente
con ella.
Brr. Se frotó los brazos y movió los húmedos dedos de los pies, ladeando la
cabeza para escuchar mientras captaba la voz de Xena en el viento.
También deseó tener algo de té. Pero sus cosas de cocina habían regresado
con Parches en sus alforjas, así que se las arregló con su pera y un trago de
agua de lluvia ahuecando sus manos y pensó en la pelea que acababan de
ganar.
Los hombres estaban asombrados. Gabrielle los había oído hablar y pensaban
que el Dios de la Guerra había tocado a Xena, tan seguros de su liderazgo
que estaban listos para seguirla hasta el Hades y regresar.
—¡Rata almizclera!
Ah
—¡Aquí! —Gabrielle asomó su cabeza hacia la lluvia otra vez, y luego la siguió
con un brazo que agitaba—. Justo donde me dejaste.
Xena caminaba trabajosamente por el suelo mojado y carbonizado, la lluvia
empapaba sus pieles y goteaba por las puntas de su pelo largo y oscuro. Tenía
un odre de vino en una mano, y lo golpeaba suavemente contra su pierna
mientras caminaba hacia donde estaba refugiada Gabrielle.
—¿Manteniéndote seca?
—No, ciertamente no. —Gabrielle se movió a un lado para hacer sitio cuando
la reina se unió a ella, sintiéndose mucho más caliente cuando su pequeño
refugio se llenó con la presencia de Xena—. Guau, es una tormenta de las
buenas, ¿eh?
—Te gusta todo lo mío. —Bromeó la reina, sacudiendo sus dedos para librarlos
de las gotas de lluvia—. Entonces, ¿qué piensas de la pelea?
—Creo que eres brillante.
—En serio —reconoció Gabrielle—. Eso fue increíble. Pensé que nos iban a
matar a todos y tú hiciste que se volviera contra ellos. Eso fue realmente
inteligente —le aseguró a la reina con tono serio—. ¿Cómo pensaste en todo
eso?
¿Por qué?
—Porque simplemente sigues adelante hasta que ganas —dijo la mujer rubia—
. No importa qué, si necesitas hacer un hoyo en una montaña, o ir río abajo
encima del tronco de un árbol, o engañarlos a todos. No quieres perder.
Xena extendió sus piernas lo mejor que pudo en el pequeño espacio, sus botas
presionaban contra la roca del otro lado.
Xena la miró.
—Eres idiota —dijo en tono suave—. Pero es por eso que te quiero tanto.
—Así que piensas que soy brillante, ¿eh? —fue en una dirección diferente—.
Ya sabes, solía sentarme en mis pieles por la noche y pensar en lo que el otro
tipo iba a hacer, y lo que yo haría y tratando de preparar pequeños escenarios
de batalla.
—Guau.
—¿Diferente? 404
—Diferente a lo que otras personas conservan en sus mentes.
Xena se inclinó y le dio un beso en los labios, luego se giró un poco y le dio
otro, distrayéndolas de manera efectiva de la lluvia a mares. Sintió que las
manos de Gabrielle calentaban el cuero sobre sus costillas y, durante un largo
y dichoso momento, todas las incomodidades se desvanecieron.
Entonces la lluvia comenzó a caer más fuerte, goteando por las rocas y
corriendo sobre las puntas de las botas de Xena. Aunque sus cabezas estaban
protegidas, nada más lo estaba y Gabrielle sintió un nuevo escalofrío, en la
parte posterior de sus piernas mientras el agua corría hacia el paso. Exhaló,
mirando a Xena mientras un trueno retumbaba nuevamente.
—Ponte esa maldita cosa. —Xena puso sus manos sobre la roca—. ¿Sabes lo
estúpida que me vería con eso colgando a la mitad de mi culo?
—No soy tan baja. —Sin embargo, Gabrielle se abrochó la capa alrededor del 405
cuello, contenta de su protección cuando el viento la golpeó con una ráfaga
de agua. Se subió la capucha y la apretó con fuerza, luego siguió a Xena,
cuando la reina comenzó a subir por la ladera de la colina, parpadeando con
fuerza para ver a través de la penumbra y la lluvia. Pasó junto a soldados en
refugios improvisados, muy parecidos al de ella, envueltos con capas, o
valiéndose de salientes de roca, los hombres se apiñaban debajo masticando
las raciones de campaña mientras la tormenta rugía a su alrededor—.
¿Intentarán volver ahora esos otros tipos? —preguntó Gabrielle, mientras
alcanzaba a la reina—. Para sorprendernos, quiero decir.
—Tal vez, pero lo dudo. —Xena siguió subiendo, escogiendo sus pasos con
cuidado mientras la roca suelta se deslizaba bajo su peso—. Este clima trabaja
contra ellos tanto como contra nosotros, tal vez más, porque nosotros estamos
en modo defensivo, y tratar de atacar cuando no se puede ver es bastante
estúpido.
—Oh. —Gabrielle olfateó, y parpadeó con más lluvia en sus ojos—. Sí, eso tiene
sentido. Se estremeció cuando un relámpago iluminó el cielo, y sintió que se le
erizaba el pelo—. ¡Oh!
—No te preocupes. Soy más alta que tú. Me freirá primero. —Xena entrecerró
los ojos al desvanecerse la luz y gruñó—. Ah. Nos hizo un favor. —Cambió de
dirección y se dirigió hacia un saliente rocoso, el suelo abrasado por el fuego
de los dioses estaba echando a perder sus botas.
No era mucho refugio, solo dos esquinas de roca con un poco de techo, pero
había un poco de piedra seca para sentarse en la esquina trasera y estaban
a resguardo del viento y la lluvia. Xena asumió que era lo mejor que iba a
conseguir, y se dio la vuelta, contemplando el paisaje oscuro y lluvioso con
restos chisporroteantes de fuego de los dioses con una expresión especulativa.
—Mentirosa.
—Está bien, es más agradable que sentarse bajo una roca en un charco. —La
mujer rubia se enmendó amablemente—. Tengo algunas peras. ¿Quieres una?
—Uh huh. —Xena captó algo moviéndose desde la otra dirección, y se volvió
para mirarlo. Dos carros avanzaban hacia el ejército, los caballos avanzaban
lentamente impasibles en medio del clima, con figuras encorvadas en los
asientos del conductor y caminando a su lado. Mientras, vio a los soldados salir
de sus refugios y dirigirse hacia ellos.
Hm.
—Más nos vale. —La reina observó, cruzando los brazos sobre su pecho. Los
soldados llegaron a los carros, y luego se volvieron para escoltarlos, y asintió—
. Supongo que lo son —dijo—. Con un poco de suerte, alguien tuvo una
tormenta de ideas y enviaron los suministros que pedí.
Ambas permanecieron juntas mientras los carros avanzaban lentamente
hacia donde estaba acampado el ejército, y los hombres se reunieron a su
alrededor cuando se detuvieron. Incluso a través de la lluvia, a la luz de los
relámpagos, estaba claro que lo que sea que los carros llevaban era
bienvenido y Xena se relajó cuando comenzó la descarga.
—¡Majestad!
—El campamento lo envió para usted, Majestad —dijo el que ella había
agarrado—. Pensamos que podrías quererlo aquí. 407
Gabrielle se había arrodillado junto al bulto y lo estaba desatando.
—No, no fue así. Soy la maldita reina —replicó Xena—. Será mejor que hayan
enviado algo bueno o los mandaré a todos a la mazmorra cuando
regresemos. —Dirigió a los soldados una mirada severa—. ¿No?
—Id allí y diles que le digan a quienquiera que haya empacado esto, que
obtendrá una granja y su libertad cuando regresemos. ¿Me escuchas?
—Gracias por traer esto. —Gabrielle les sonrió—. Fue muy amable por vuestra
parte.
—Gabbbrrriiieeeelllleeee...
Gabrielle dejó su ropa seca a un lado y se acomodó con las piernas cruzadas
para abrir el paquete. En el interior, encontró panecillos dorados que emitían 408
un aroma de nueces y miel.
—Seguro.
—Supongo que debería comerme alguno antes que tú, por si acaso, ¿eh?
—¿Qué?
Ah. Aunque Xena no había dado importancia a esa regla desde que habían
salido de la fortaleza, se dio cuenta de que el argumento de Gabrielle era
válido. Molesto como una vaca muerta en el calor del verano, pero válido. La
reina apoyó los codos en las rodillas y miró tanto al paquete como a su
amante.
La decisión inteligente sería lanzar la maldita cosa bajo la lluvia. Sin embargo,
Xena estaba hambrienta, y sabía que su compañera también, y si estabas en
medio de una tormenta, con un ejército después de sobrevivir a un ataque
con Fuego de los dioses, ¿cuál era el relativo riesgo de comer pastel de miel
de todos modos?
—Te diré algo. —Xena se acercó y partió un trozo—. Vamos a comerlo juntas.
—Esperó a que Gabrielle tomara un pedazo, luego la saludó con el suyo—.
Tengo que tomar algunos riesgos en la vida, ¿verdad? —Solemnemente,
Gabrielle le devolvió el saludo, luego ambas dieron un mordisco al pastel y lo
masticaron, mirándose a los ojos lo mejor que podían, dada la oscuridad.
Después de un momento, Xena se lamió los labios—. No está mal —dijo—. Pero
el tuyo es mejor —Le guiñó un ojo, y volvió a rebuscar en el paquete.
—¡Xena!
—Jejeje.
Xena se relajó lo mejor que pudo, con las piernas estiradas sobre el suelo
rocoso y la espalda apoyada contra la pared de piedra. Después de una
larga discusión, decidió aguantar la tormenta y esperar al menos hasta por la
mañana, por lo que aceptó la oportunidad de descansar y, a regañadientes,
se aprovechó de ello.
Podría haber dirigido un ataque a través del paso. Los soldados la habrían
seguido gustosamente, si lo hubiera hecho, y habría ganado el elemento
sorpresa, especialmente después de rechazar al ejército enemigo durante su 410
turno de atacar, pero la oscuridad, y el clima lo desaconsejaban, por lo que
decidió, no arriesgar su fuerza más pequeña, sin importar cuál fuera la posible
ventaja.
—Oye.
—Hola.
—Esos tipos estaban bastante seguros de que iban a ganar con esa cosa,
¿no?
—Seguro —dijo—. Hubiera sido así. En esta parte del mundo... Realmente no
esperas encontrar personas que lo hayan experimentado antes. —Hm—Me
quemé el trasero con eso —continuó la reina—. Antes de cruzar el mar a este
lugar...
—Espera.
—¿Qué?
—¿Cruzaste el mar?
—Oh.
—Así que vine por aquí —dijo la reina—. No tenía nada cerca de lo que
necesitaba para luchar contra ese ejército, y pensé que les llevaría un tiempo
construir nuevos barcos.
—¿Y?
—Entonces ganaste.
—Sí.
—Qué tal Xena la Idiota —respondió la reina—. Será mejor que regresemos
con algunas historias realmente buenas para contar sobre mí.
—Ya tengo algunas historias increíbles —protestó—. Esa chica que salvaste en
esa aldea, y encontraste a Bregos, y...
—Sí.
Xena se colocó de costado, extendiendo la mano para pasar sus dedos por
el cabello de Gabrielle.
—¿De Verdad?
—Sí —respondió Gabrielle—. Era una mala persona, y lastimó a mucha gente,
y creo que fue porque dejó que su corazón tomara las decisiones por él.
—¿Qué?
Gabrielle se alzó sobre su codo y se puso casi nariz con nariz con Xena.
—No lo creo. Creo que él te quería. Pude verlo en su cara cuando te miró y
conozco ese sentimiento.
Otra buena razón para no atacar esta noche. La reina sintió que se le
encendían las entrañas cuando los dedos de Gabrielle tiraron de los cordones
que sujetaban sus cueros y después de una breve pausa, la piel ceñida se
aflojó y un cálido toque se enroscó alrededor de su pecho.
Xena sabía mejor que la mayoría, que, en la guerra, cada momento contaba
porque podría ser el último. Así que hacer el amor con Gabrielle aquí, en este
lugar, en este momento, le parecía menos raro. Levantó la camisa de la mujer
rubia y sintió que sus pieles se despegaban de sus hombros cuando los labios
de Gabrielle mordisquearon suavemente su clavícula.
—Sí. Yo también te amo —respondió Xena. Importaba más que cualquier otra
cosa. Sintió a Gabrielle quedarse quieta—. Siempre.
Xena hizo una pausa, luego hundió sus manos en el charco de agua de lluvia
que había encontrado justo fuera de su improvisado refugio. Bajó la cabeza y 415
se echó una buena cantidad en la cara, con los ojos abiertos de par en par al
sentir el frío tocar su piel.
Le dolían los huesos por haber estado sentada en el granito durante toda la
noche, la piedra absorbía incluso el calor que le proporcionaba el cuerpo de
Gabrielle, e incluso deseó en silencio una maldita almohada de plumas para
poner el trasero.
Paciencia.
Enderezándose, sacudió sus manos para deshacerse del exceso de agua, y se
volvió, para encontrar una pieza de lino que se le ofrecía.
—Ah. Gracias. —Aceptó el trapo y se secó la cara con él, dando un paso
hacia un lado mientras lo hacía—. El elegante lavabo de granito es todo tuyo.
—Xena hizo un gesto grandilocuente hacia el charco mientras su compañera
lo miraba cautelosamente—. Venga. Es genial
Gabrielle le brindó una triste sonrisa mientras metía los dedos en el agua.
—Brrr.
—Sí. —Dev estuvo de acuerdo—. Mala noche. Sin embargo, los mantuvo a
todos allí quietos.
Xena asintió.
—Lo que sea. —Gabrielle parpadeó con algunas gotas en sus pestañas,
mientras se daba palmaditas con el agua en la cara.
—Está bien. —Gabrielle puso el lino en una piedra para que se secara y miró
su propia armadura—. ¿Te vas a quedar aquí?
—Tal vez. —Movió sus cejas—. Depende de si traes algo realmente bueno o
no.
El aire era frío, pero llevaba su camiseta acolchada, que le llegaba hasta la
mitad de los muslos y las polainas, e iba lo suficientemente abrigada para
acercarse al grupo de hombres que rodeaban el área desordenada con las
provisiones. La vieron mientras se acercaba y se abrió un camino hasta la
comida, tan rápido como una sacudida de cola de cordero.
—¡Buenos días!
—Buenos días, su gracia. —El cocinero del día le tendió un pedazo de madera,
con una buena cantidad de carne seca, rodajas de fruta y dos porciones de
pan de trigo—. ¿Será suficiente?
—Hemos oído que eres una buena cocinera, su gracia —dijo—. Su majestad
habla muy bien de ti.
418
Gabrielle inclinó la cabeza hacia un lado. Sabía que Xena estaba conforme
con lo que solía poner delante de ella, pero no creía que lo mencionara a sus
tropas, ¿verdad?
—¿Qué? —Xena se giró con sus manos ocupadas ajustando una hebilla
cuando entró.
—¿Qué?
Gabrielle la miró.
—¿Eso qué?
—Sí, les dije que sabías cocinar. —Caminó hacia donde estaba Gabrielle y
tomó un pedazo de la carne seca, dándole un mordisco y masticando la dura
sustancia—. Y que, es algo que aprecio entre tus otras, —Alargó la mano y
trazó el borde de la oreja de su amante—, habilidades.
—Oh.
—Uh...
—Tuve que entrenar como una loca todo el invierno para evitar que tu maldita
comida, se me quedara pegada en las caderas. —Sus ojos brillaron un poco,
observando la expresión de su amante—. Es lo que hay.
Impactante, la verdad. Tener que trabajar tan duro después de las últimas
temporadas de un aflojamiento gradual. Después de todo, esos vestidos
ocultaban una multitud de pecados, y últimamente le había resultado más
fácil aceptar las distracciones de las maquinaciones de su corte y la
fascinación por sus viticultores como una excusa para dejar ciertas cosas a un
lado, al menos hasta cierto punto.
Gabrielle sintió que era una declaración muy sensata. Tomó un cuenco y puso
la carne seca dentro, luego tomó el odre de vino que colgaba de una grieta
en la roca cercana y vertió lo suficiente en el cuenco para cubrir la carne.
Repasó los resultados, tapó la piel antes de volverla a colgar y luego usó la
punta de su pequeño cuchillo para mover la carne en el vino, presionándola
un poco con la punta.
—Esto no estaría tan malo si lo pongo en un guiso con algunas raíces y esas
bayas que te gustan.
—Uh huh. —Xena tragó lo que quedaba de su pan y fruta, se colocó la capa
sobre los hombros y la ató en su sitio—. Quédate aquí y sigue probando. Voy
a ir a despertar a las tropas.
Forzó su atención a su tarea, después de todo, tenía que mantener esta nueva
reputación a la altura, y si podía hacer algo comestible con los cueros de
caballo seco que le habían dado, entonces tal vez, podría pasar a su siguiente
tarea de conseguir meter un colchón de plumas en una alforja.
Él lo hizo.
—Por supuesto que sí. —Xena pilló al otro guardia mirándolos por el rabillo del
ojo, se le acercó y le dio un golpecito en la oreja, él volvió a mirar hacia
adelante rápidamente—. No pensabas que los ruidos que salían de mi tienda
por la noche eran cánticos, ¿verdad?
—¿Señora? —El hombre realmente chilló, mientras ella se inclinaba más cerca
para ponerse a su nivel y le clavaba la miraba.
—No importa. —Xena se puso de rodillas y colocó las manos a ambos lados
de la abertura donde los hombres estaban escondidos, sofocando una risa
mientras ambos inhalaban bruscamente y se quedaban inmóviles—. Veamos
qué tenemos aquí, ¿eh? —Había movimiento en el campamento enemigo.
Podía ver el ligero movimiento de las puntas de las lanzas y escuchar el suave
y amortiguado murmullo de los caballos. ¿Estaba ese maldito bastardo
preparándose para atacar de nuevo? Frunció el ceño cuestionándose a sí
misma, por no lanzar su propio ataque antes—. No vale la pena, que te pateen
el culo por culpa del sexo.
—¿Señora?
El guardia decidió que escapar era la mejor parte del valor, y se dio la vuelta
y salió en desbandada del puesto, sin más palabras, trozos de roca resbalaban
debajo de sus botas, mientras medio se deslizaba, medio caía al sendero
inferior.
El otro guardia se protegió los ojos y se acercó lo más posible a Xena, mientras
miraba las líneas enemigas.
El hombre asintió.
—¿Es una mujer, majestad? —le preguntó el guardia, levantando la voz con
sorpresa—. ¿En el medio?
—No —dijo, después de una breve pausa—. He visto gente del este. No se
parecen a ella. —Hizo un sonido similar al que había hecho el soldado—. No
he visto ese estandarte antes.
Bien. Xena revisó sus opciones, y terminó golpeando la roca con una mano.
—Veamos qué están tramando. —Se dio la vuelta y se dirigió hacia el borde
de las rocas, colocando sus dedos entre sus labios y dejando escapar un largo
silbido, seguido por dos más cortos. No tenía mucho tiempo, y miró la curva en
el camino con ojos impacientes, hasta que una línea de sus propios jinetes se
movió acercándose, unas leves gotas de agua resbalaban sobre ellos,
reflejando la luz del sol matutino en los abrigos recién lavados y las pieles
humanas. Cada uno con distinta armadura. Sin nada que coincidiera, salvo la
cabeza de halcón plantada en algún lugar y la capacidad uniforme de los
jinetes que hablaba de experiencia y del tipo de entrenamiento exclusivo de
Xena. Sonrió solo de verlos, pero no tuvo tiempo de saborear eso, dio un paso
fuera de la cornisa del puesto de guardia y se dejó caer en el aire, su plan ya
avanzaba casi más rápido que ella. Se sintió insegura. Sintió que las cosas se
escapaban de su control, y justo cuando había acomodado sus pensamientos
lo suficiente como para dirigirse a sus jinetes, su sentimiento se confirmó
cuando un nuevo conjunto de cascos resonó detrás de ellos. Cascos
pequeños. Cascos de pony. Xena llegó hasta la tropa montada en el mismo
momento, en que Parches aparecía a toda velocidad doblando la esquina,
con su pelaje blanco y teja brillando al sol mientras la cabeza de su jinete se
asomaba detrás de sus orejas, dorada y distintiva. La reina suspiró—. Hasta
aquí los planes —suspiró—. Dev, separa a los hombres. Hay seis jinetes que
vienen hacia nosotros, parece una partida para hablar.
—No —dijo justo cuando Gabrielle llegó sobre su montura peluda—. Voy a
425
pregúntales lo que quieren. Solo voy a escuchar.
—Sí. —Dev señaló a los jinetes, que se extendieron por el paso, y se quedaron
quietos, mientras el ruido del enemigo acercándose resonaba ruidosamente
contra las rocas—. ¡Sacad las armas!
—Xena —susurró Gabrielle—. ¿Qué está pasando? —Miró más allá de los
soldados, sin ver mucho más que tintineantes colas de caballo y espaldas
tensas.
Xena ladeó las orejas y se apoyó en la roca, sus dedos retorciendo las riendas 426
de Parches.
—Yo —dijo Xena—. ¿No? —Gabrielle no respondió, cuando los ojos de la mujer
se deslizaron repentinamente más allá de los soldados y cayeron sobre ella, el
arrogante rostro se contrajo un poco en reacción cuando sus miradas se
encontraron. Le dio la impresión de una fiera fría y calculadora y una belleza
helada, e hizo que se le revolviera el estómago y apretó las manos en la silla
de montar de Parches—. ¿Quieres ser la reina hoy? —Xena vio la rigidez del
cuerpo de su compañera, y supuso que la habían visto—. ¿Decirle que eres
yo?
—Uh uh. —Gabrielle gruñó, sacudiendo su cabeza mínimamente—. Es
aterradora.
Gabrielle miró por el rabillo del ojo a Xena. El rostro de su amiga y amante no
mostraba alarma, una leve sonrisa se dibujaba en sus labios.
427
—¿Y ahora qué? —murmuró, mientras caía el silencio y todos parecían estar
esperando.
Esperando por ella, estimó Xena, teniendo un irónico momento de gratitud por
su papel como centro de esta particular rueda del Destino, y al mismo tiempo
deseando que simplemente pasara de largo.
Sumergirse en una bañera caliente hubiera sido mucho más divertido. Levantó
la vista hacia Gabrielle, poniendo una expresión lo más seria posible.
Los seis jinetes seguían allí, enfrentados contra sus doce hombres y una rata
almizclera. Podía ver la cabeza de Gabrielle asomando desde las rocas, y el
impaciente movimiento de los cascos de los caballos enemigos y calculó que
tenía muy poco tiempo antes de que alguien hiciera algo estúpido. 428
Una moneda en el aire en cuanto a quién sería. Xena apoyó su cuerpo sobre
la cornisa y comenzó a descender por el otro lado, presionando su cuerpo
contra la roca y quedándose en las sombras tanto como podía. Estaba en un
ángulo que les impedía verla fácilmente, pero, todo lo que hacía falta era una
mirada hacia el horizonte y alguien notaría una gran araña oscura
aferrándose a la ladera.
Miró a Gabrielle. Ella sostuvo su mirada y luego miró brevemente hacia arriba
como si mirara hacia el cielo. Sus labios se contrajeron y volvió a mirar al frente,
inclinándose hacia adelante y aflojando sus botas en sus estribos.
Todos los soldados de Xena se rieron. Dev giró en su silla de montar para
mirarla, su postura permaneció relajada.
Bueno, ya que ella había empezado algo... Gabrielle alentó a Parches hacia
adelante, los hombres se apartaron para dejarle sitio. Mientras lo hacía, vio los
ojos del enemigo enfocándose en ella, y se dio cuenta de que tenía su
atención.
Lo cual no era mucho, desde luego, pero podía decir que de todos modos
estaba haciendo enojar a la líder enemiga. Podía verla más claramente 430
ahora, y bajo su abundante y vivo cabello había un rostro fuerte y de extraña
forma, y ojos que se inclinaban un poco hacia arriba.
—Pues que mal, de verdad —respondió con tono coloquial—. Sin embargo,
va a ser una gran historia, ¿no? Si somos un grupo de harapientos donnadies
y te dimos una paliza, quiero decir.
Por el rabillo del ojo, vio a Xena aparecer repentinamente detrás del enemigo,
levantándose del matorral como una sombra, sus cueros oscuros y su capa
gruesa absorbiendo la luz del sol mientras comenzaba a moverse hacia los seis
jinetes.
A la vista de sus hombres y de Gabrielle, y, sin embargo, tan silenciosa que ni
siquiera los caballos enemigos giraron una oreja en su dirección. Apenas pudo
evitar que sus ojos se agrandaran en reacción al atrevimiento de Xena y tuvo
que preguntarse qué demonios estaba haciendo la reina.
O lo que Xena consideraba las partes buenas, que por lo general incluían 431
cualquier cosa con sangre y gritos.
—¿Sabes lo que creo? —La mente de Gabrielle iba a mil por hora—. Creo que
pensaste que iba a ser algo fácil y...
—¿Por qué no? —Gabrielle guio a Parches hacia delante unos pasos. Detrás
de la mujer enemiga, el último jinete se puso rígido, luego se inclinó sobre su
montura mientras retrocedía un paso—. Debería importarte puesto que soy la
persona que le contará a todos cómo Xena te venció.
—Es como dijo el hombre, mi señora. —El soldado más cercano habló—. Se
creen que son mucho más de lo que son. —Se adelantó unos pasos, junto con
otros dos.
—No lo es. —Un divertido y vibrante susurro dijo a su derecha, cuando un rayo
de sol destelló en la espada de Xena, a pocos centímetros del cuello de la
mujer.
—Ah, ah, ah... —Xena advirtió a los soldados enemigos, quienes se giraron y
comenzaron a desenvainar sus espadas—. Esas manos arriba o estornudo y
esto se pone aún más feo de lo que ya es. —Los hombres miraron a su líder,
quien tenía la sensatez de quedarse quieta, solo girando levemente su cabeza
para examinar a la intrusa sentada a caballo a su lado. Xena tenía su brazo
estirado a la mitad de su cuerpo, y los ojos de la mujer bajaron hasta la punta
de la hoja que la amenazaba, que permanecía firme como una roca, incluso
mientras el momento se alargaba. Después de aguantar la respiración un
buen rato, la líder enemiga levantó una mano ligeramente, y los soldados
volvieron a colocar sus armas, observando el cuadro con ojos recelosos y
enojados. Xena los comprobó a todos con su visión periférica, sin dejar de
432
mirar a la mujer que estaba a su lado. Dejó que esperaran hasta que estuvo
segura de que estaban a punto de hacer algo estúpido; luego, con una
sacudida de su muñeca, movió la punta de la espada horizontalmente,
cortando un mechón de cabello de la mujer antes de dejar que la hoja se
deslizara cuidadosamente en su vaina. La líder enemiga se contrajo,
aguantando un estremecimiento, luego giró su caballo para enfrentar a Xena,
poniendo distancia entre ellas con estudiada despreocupación.
La mujer miró más allá de Xena, al cuerpo del guardia que había mandado
por su caballo que ahora yacía en la tierra más allá de ellos. Luego volvió su
atención a la figura alta y de cabello oscuro con una armadura muy gastada
frente a ella y cruzó las manos sobre el cuerno de su silla.
—Podríamos luchar hasta que te gane. —La otra mujer estuvo de acuerdo—.
Pero creo que no eres tan estúpida, así que tengo una mejor opción para ti.
—Clavó sus ojos afilados y oscuros en Xena—. Si tienes las agallas para venir a
mi campamento y descubrir qué es. —Xena se rio—. Te garantizo tu seguridad
—dijo la mujer.
Xena se rio con más fuerza, recostándose en su silla y cruzando los brazos sobre
su pecho.
—¿Tú vas a garantizar “mi” seguridad?
Ah. Las fosas nasales de Xena se hincharon. Persia. No era bueno. Vio a
Gabrielle sacar su vara, y se dio cuenta de que se pondría muy feo
rápidamente, y aunque sus hombres superaban en número al enemigo aquí,
decidió no hacer apuestas.
Xena levantó una mano y saludó, cuando alcanzó a Parches, que estaba por
delante del resto de sus hombres por un caballo de largo. Se dio la vuelta,
puso el brazo sobre el cuello del pony y se apoyó contra él, sintiendo que la
mano de Gabrielle le tocaba la espalda de inmediato.
Después de una pausa, Sholeh hizo señas a sus hombres, y retrocedieron por
el paso, rodeando el cuerpo caído de su camarada sin detenerse. El caballo
sin jinete soltó un relincho, después se dio la vuelta inseguro y siguió a sus
compañeros de establo por la curva fuera de la vista.
—Oh, sí. —La reina asintió—. Venga. Vamos a ver si puedo encontrar una
manera de salir de este lío. —Caminó de nuevo hacia el ejército con su mano
sobre la brida de Parches—. Sabía que debería haberme quedado en la
cama.
435
Un suave ruido de piedras sueltas la hizo buscar con la mirada, para encontrar
a Gabrielle trepando por la pendiente hacia ella, su cabello rubio brillando en
ese mismo sol. Tenía su vara en la mano, y la estaba usando para mantener el
equilibrio mientras subía la última pendiente y se unía a Xena en su pequeña
meseta.
Xena resopló.
—¿Te detendría si te dijera que sí?
—Sí.
—Tú.
—A ti —respondió Gabrielle suavemente—. Creo que por eso sus hombres iban
detrás de ti durante la lucha.
Tontorrón, pero la hizo sentir mucho menos sola y deprimida ante la idea de
entrar en un campamento enemigo, por lo que Xena no lo cuestionó. Aceptó
el abrazo y la emoción, y rodeó la parte posterior del cuello de Gabrielle con
su mano libre, saboreando el consuelo que le proporcionaba.
—No. —La mujer rubia se puso de pie, y tiró de su armadura para colocársela
un poco más derecha—. Déjame ir a buscar a Parches. —Cogió su vara y
comenzó a bajar la ladera, mirando hacia atrás por encima del hombro varias
veces, como para comprobar si Xena todavía seguía allí. 438
Dev hincó una rodilla inesperadamente a sus pies y puso sus manos sobre la
otra.
—Una docena de nosotros, Majestad, iríamos con usted —dijo—. Por favor,
déjenos.
—Está bien —respondió—. Iremos todos y haremos el idiota juntos. Que alguien
traiga los odres de vino.
—Sigue así y te haré que te quedes aquí para cocinar —advirtió Xena.
—Hay cuevas, en las montañas interiores, hay alijos que dejé allí. Pueden vivir 439
de eso hasta que todo esto pase —dijo Xena con seriedad.
—Sí —repitió.
Tristeza, por estar llevando a otros a las bolas de Hades con ella.
Orgullo, porque ellos querían ir voluntariamente.
¿Estaban los Destinos riéndose de ella? Xena alzó la cabeza con orgullo e hizo
un gesto vago, aunque grosero, en dirección al cielo. Los dejó reír. Esperaba
que acabaran atragantándose.
Sabía que la mayor parte de eso era teatro. Aunque la cara de Xena estaba
relajada, Gabrielle podía ver en su postura corporal, que era todo lo contrario
y se preguntaba si la reina, igual que ella, quería salir corriendo hacia la otra
dirección.
Sin embargo, ellas iban al frente. No como cómo la líder enemiga que había
aparecido detrás de los soldados a caballo. Xena y Gabrielle estaban en la 441
parte delantera de la línea, sin un portador de estandarte pavoneándose
frente a ellas.
—Tal vez. —Xena se esforzó por mantener su cuerpo relajado en su silla cuando
este quiso reaccionar a la tensión y su mano apremiaba por agarrar la
empuñadura de su espada—. Les pateé el culo cuando vinieron a por
nosotros, lo más probable es que, por lo menos, quieran golpear un poco mi
orgullo primero.
Gabrielle la miró.
—Nope. —Xena jugueteó con un mechón de la crin de Tiger—. Creo que no.
—Las palabras hicieron sonreír a Xena—. Estás segura de que has llegado a
conocerme, ¿eh? —Se alegró de la distracción, ya que, la línea de jinetes
enemigos se veía cada vez más grande en su visión periférica.
Gabrielle observó a los soldados acercarse por el rabillo del ojo y se alegró de
simplemente asentir con la cabeza. Los hombres que venían hacia ellos, no
parecían estar de muy buen humor y estaba bastante segura que Xena los
manejaría mejor.
Xena levantó su mano e hizo una señal casual, luego dejó caer el brazo otra
vez mientras guiaba a Tiger por el paso derecho hacia los soldados enemigos.
Su caballo era una media cabeza más alto que los suyos, y aprovechó al
máximo la ventaja que le daba, enderezándose un poco en su silla de montar
para aprovechar también al máximo su estatura.
Los dos jinetes de en medio eran los hombres que la líder enemiga había
llevado con ella, y abarraban mazas cruzadas en su silla de montar mientras
avanzaban.
Gabrielle sintió que sus ojos se agrandaban, y agarró su vara, bastante segura
de que la llamarían para usarla en un futuro muy cercano. Podía ver cuán
enojado estaba el soldado enemigo, e instó a Parches a acercarse más a Tiger
cuando Xena se movió en su silla de montar y se sujetaba con las rodillas,
liberando sus manos de las riendas.
Eso significaba, según había aprendido, que Xena iba a buscar sus armas o
agarrar partes de la anatomía de Gabrielle y era fácil adivinar cuál de las dos
cosas iba a suceder allí. Envolvió sus riendas alrededor de una mano y apretó
su vara con la otra, ensayando en su mente los movimientos que necesitaría
hacer para sacarla de su soporte sin golpear a Parches en la cabeza.
—¡Y yo dije NO! —Xena hizo una seña a los hombres detrás de ella, y apretó
las rodillas, el paso de Tiger se convirtió casi en una cabriola—. Así que mueve
tu trasero, chaval.
Gabrielle en verdad se preguntó. ¿Eran todos esos gritos algo bueno o malo?
—¿Oye, Xena?
—¡Ocupada!
—Pero...
—Hay un montón detrás de estos tipos... ¿Vamos a luchar contra todos ellos?
Xena la miró, luego miró a las líneas enemigas, que se estaban acercando a
ellos, viendo la inminente lucha que se avecinaba. Los doce hombres habían
sacado sus armas y una gran parte de la carnicería parecía ser muy inminente.
—No habéis...
Los soldados enemigos miraron a su líder, quien miró a Xena un largo rato.
Luego giró a su caballo.
—Espera aquí —respondió por encima del hombro—. Veré cuál es la voluntad
de la grandiosa.
—Ah. —Xena ahora estaba bastante segura de que no iban a ser atacados,
al menos no de inmediato—. Tu pregunta me hizo cuestionarme, y eso
probablemente nos ha sacado de un gran berenjenal.
Xena reprimió una respuesta, ya que el gran idiota estaba regresando a través
de las líneas. Lo miró por el rabillo del ojo, y reprimió una risa ante su expresión
de haber chupado un limón. No estaba segura que entrar en el campamento
enemigo fuese algo positivo, pero si él pensaba que era algo malo,
probablemente significaba que no le cortarían la garganta, al menos por el
momento. 446
—Doscientos seis, doscientos siete... —Dev seguía contando impasible. Miró a
Xena cuando el soldado enemigo se acercaba—. ¿Majestad?
—Buena elección —respondió Xena. Dejó las riendas de Tiger sueltas sobre su
cuello mientras lo guiaba tras del capitán enemigo, usando solo sus rodillas y
dejando que sus manos descansaran sobre sus muslos desnudos—. Vamos,
Gabrielle. —Obligó a sus hombros a no ponerse rígidos mientras traspasaban
las líneas enemigas y los pelillos de su nuca se erizaron en reacción al hosco
resentimiento—. Asegúrate de tomar buenas notas, para que puedas contar
historias sobre cuán patético es este grupo.
Era absolutamente heroico. ¿Y qué decía eso de que ella estuviera aquí? Echó
un vistazo a los soldados que observaban. ¿Eso la convertía en un héroe
también? ¿O solo en una tonta cegada de amor?
—Donde vayas, voy —dijo, dejando los pensamientos sobre héroes para 447
después—. ¿Qué crees que va a pasar ahora?
Xena miró por encima de la cabeza de Tiger y vio un gran pabellón en la tenue
ladera justo fuera del paso en el otro extremo. Podía ver una gran guardia a
su alrededor, y extendiéndose a través de las llanuras abiertas hasta el río,
ahora podía ver largas filas de suministros avanzando, y carros de apoyo por
docenas y docenas que se dirigían hacia ellos.
Inmenso. No tres veces, sino probablemente diez veces más que los soldados
que tenía, incluso sin contar a los sirvientes y trabajadores que viajan con ellos.
Este era el ejército con el que siempre había soñado, en lugar de lo que había
decidido, cuando la oportunidad de tomar y mantener lo que había ganado
llegó.
—Creo que vamos a estar atascados entre el Hades y una pared de roca. Eso
es lo que creo que va a pasar —le dijo Xena con una sonrisa breve e irónica—
. ¿Pero sabes qué?
—¿Qué?
—Uerm...
—Uerm.
448
Parte 14
Fueron conducidos a través del grueso del ejército, pasando por las cocinas y
las áreas de oficios, hombres que afilaban espadas y herreros que herraban
caballos. Xena asimiló las escenas a su alrededor mientras fingía no hacerlo,
notando el gran sentido del orden y el aire de severa profesionalidad en los
hombres por los que pasaba.
Muy diferente de los hombres que tenía con ella. Los camaradas de Dev eran
mayores, como él, curtidos por años de pelear y vistiendo buena armadura,
pero sin ningún tipo de coincidencia en el estilo o el color.
Como la misma Xena. Su equipo estaba finamente elaborado, las juntas eran
perfectas, las placas moldeadas a su forma y su ajuste de guante, pero tenía
años de abolladuras y arañazos que veía como una señal de lo que había
hecho para llegar a donde estaba. No era porque no pudieran haberle
fabricado una nueva, ni comprar algo nuevo para las tropas, era más porque
valoraba las cosas de quienes hicieron bien su trabajo y sobrevivieron.
Los soldados enemigos delante de ella se detuvieron unos minutos más tarde,
en un espacio pequeño y despejado debajo del ornamentado pabellón. Su
líder se volvió y miró a Xena mientras se preparaba para desmontar.
—Esperarás aquí.
Xena lo estudió.
—Sí, me lo imaginaba.
—Quiero que te quedes aquí, y hagas algo por mí mientras descubro lo que
ella quiere —dijo.
—¿Qué hable?
—Ya sabes. —La reina la codeó. Gabrielle la miró, con una expresión perpleja.
Xena sacudió la cabeza en dirección a la multitud—. ¿Para qué te oigan?
—Su magnificencia te verá ahora —dijo en voz alta—. Date prisa. No le gusta
que la hagan esperar.
—No puedo dejar esto. —Agitó los dedos—. Estaré bien. Simplemente
comienza a hablar.
Podía sentir los ojos de Gabrielle mirándola, casi como un calor entre sus
omoplatos, y sonrió ante eso cuando llegó hasta el capitán enemigo, que
esperaba en el camino. Realmente quería tener a la pequeña chiquilla con
ella, pero había sido honesta en su petición de historias y esperaba que
Gabrielle contara las realmente buenas.
—¿Cómo sé que has dejado todas tus armas? —El capitán todavía estaba en 452
su camino, su gran cuerpo bloqueando el paso.
—No lo sabes. —Xena siguió caminando hacia él—. Solo puedes fiarte de mi
palabra.
Ovejas. Gabrielle bajó la mirada hacia la espada que sostenía en sus brazos,
y cambió su peso, abrazándola mientras sus ojos seguían a Xena por la última
pendiente hacia el pabellón. Se acercó a la solapa y entró como si fuera suya,
y la mujer rubia contuvo la respiración por un momento, mientras observaba
las paredes y escuchaba con atención, buscando cualquier señal de lucha.
—Buena hoja. —Dev había acercado su caballo hasta ella—. Buena la mano
que la maneja.
—¿Te refieres a volar esa cosa por el aire? —Gabrielle vio que los soldados
enemigos se acercaban—. ¿Y cómo salta tan alto como el techo? Lo sé. Es
increíble.
—La he visto saltar de una pared de espaldas mucho más grande que aquella
de allí. —Uno de los otros hombres intervino amablemente—. Nunca ha fallado
un golpe.
—Bueno, como cuando salvó a esa chica de los caníbales. —Gabrielle giró a
Parches para quedar de frente a los hombres—. ¿Estuviste allí para verlo?
Xena hizo una pausa, lo justo para tomar aliento y cuadrar los hombros antes
de apartar la solapa de la tienda y entrar, dejando que sus ojos recorrieran el
interior antes de dejar caer la tela detrás de ella y que disminuyera la luz.
En el interior estaba oscuro, con el sol moteado que entraba por la tela, dos
globos de cristal colgantes para vela colgaban a ambos lados de un fino
escritorio de madera. Detrás del escritorio estaba sentada Sholeh, mirándola
con ojos fríos e intensos, con las manos apoyadas en la superficie del escritorio
a cada lado de una taza.
Xena miró deliberadamente otra vez alrededor, notando los cofres, tapices,
pieles y atavíos que hablaban de una gran riqueza y una atención a la
comodidad. Finalmente, ladeó la cabeza hacia Sholeh y levantó una ceja.
—¿Qué quieres?
La mujer detrás del escritorio se reclinó en su silla cubierta de piel y miró a Xena.
La luz se reflejaba en su ardiente cabello y con sus extraños ojos y rostro
anguloso, la hacía exótica y extraña, y un poco peligrosa.
Sholeh juntó las puntas de sus dedos y los apretó contra su barbilla, sus ojos fijos
en la figura alta y sombría frente a ella. 455
—Bregos me habló extensamente sobre ti —dijo—. Me dijo que eras una gata
salvaje con los modales de un cerdo.
—Yo diría que se acerca bastante —dijo—. Pero eso fue un cumplido viniendo
de un idiota como lo era él.
—Me traicionó mucho antes de conocerte —dijo—. Bregos estaba fuera por
Bregos. Vendería su alma a cualquiera con monedas. Yo solo era una
conveniente bolsa de dinero para sus aventuras.
—Eso es muy interesante —dijo la mujer persa—. Tan inesperado. —Se giró y se
retiró a su escritorio, apoyada en él para enfrentar a Xena—. ¿Mataste a
Bregos?
—Sí.
—Mm. —Sholeh ahora cruzó los brazos sobre el pecho, reflejando la postura
de Xena—. No eres lo que esperaba encontrarme, una gata salvaje del
campo de batalla. —Miró a Xena de pies a cabeza con el más mínimo indicio
de una sonrisa cruzando su rostro—. Podría matarte.
—Podrías intentarlo. —Xena dejó que una sonrisa surcara su cara—. Muchas
otras personas lo han hecho.
—Creo que te quiero a ti —respondió con una fina sonrisa—. Tienes talentos
que necesito. Os haremos a ti y a tus hombres un sitio aquí —añadió—. Y
podemos discutir cómo podemos trabajar mejor... eh... juntas.
—Bien —dijo—. Estoy segura de que esto será interesante para ambas.
Interesante.
La voz de Gabrielle se fue apagando cuando vio que las dos mujeres salían
del pabellón y se paraban juntas brevemente, antes de comenzar a bajar
hacia donde estaba el ejército. Se le secó la garganta cuando vio lo amistoso
que parecía todo, y sintió un momento de inseguridad enfermiza mientras
observaba a la líder enemiga hablar tan informalmente con Xena.
Quizás se llevaban mejor de lo que Xena había esperado. Tragó saliva. Tal vez,
Xena había encontrado a alguien que se parecía mucho más a ella.
Quien tenía mucho más que ofrecer que una pastora palurda.
Mientras los soldados a su alrededor se volvían para mirar a las dos mujeres,
Gabrielle se encontró siendo objeto de su atención, la líder enemiga
señalándola y haciendo una pregunta a Xena.
No podía oír lo que decía Xena, pero la expresión en el rostro de la otra mujer
era claramente desdeñosa, y el movimiento que hizo con su mano fue de
desprecio, como si estuviera espantando una mosca. Le dijo algo a Xena,
luego volvió su atención a los soldados.
Gabrielle sintió ganas de vomitar. Pero agarró con más firmeza la hoja que
descansaba en sus brazos y se enderezó, obligando a sus ojos a centrarse en
Xena, casi sobresaltándose cuando encontró a su reina mirándola
directamente, ignorando el discurso de la princesa.
Él se inclinó y ella le habló en voz baja, con las manos presionadas contra el
costado de los caballos.
—Solo vete. —Xena le dio una palmada en la rodilla—. Todo irá bien. —Se
apartó de él y se giró, acercándose a la cabeza de Parches y rascándole la
frente—. Oye, enano.
—Te ves bien con eso. —La reina se apoyó contra Parches—. Escuchadme
todos. —Dejó que su voz se transmitiera—. Acomodaros y relajaos. Nos
uniremos a estos tipos en la campaña de Sholeh, encabezándola hacia el río.
—Con cautela, los hombres asintieron. Gabrielle se limitó a permanecer
sentada en su silla de montar en silencio—. Eso es todo —dijo Xena—. Retiraos,
echad un vistazo alrededor y familiarizaros con la forma en que hacen las
cosas. —Esperó un momento, cuando nadie se movió—. ¿Ahora? —sugirió,
con un toque más ácido en su tono, resoplando cuando los soldados
finalmente comenzaron a bajar de sus caballos murmurando unos con otros.
—Sí. —Xena se giró, sintiendo el peso de la espada caer en su sitio. Puso sus
manos a ambos lados de su amante y la miró a los ojos—. Sobre lo que ella
quería. —Gabrielle tragó saliva y solo asintió—. Quiere que yo sea su capitana,
en el camino para tomar el control de esta parte del mundo —continuó
Xena—. Por lo visto, le gusta mi estilo. —La reina hizo una pausa—. Ella es lo
que siempre quise ser yo. —Gabrielle sintió un dolor en el pecho tan intenso
que casi se mareó. Se preguntó si sería su corazón rompiéndose,
comprendiendo que estaba viendo lo más importante de su vida deslizándose
entre sus dedos. Sin embargo, ¿no era esto lo que siempre había esperado?
Incluso desde el principio, había pensado que Xena encontraría a alguien más
interesante, e incluso podía ver que esta princesa persa era muy, muy
interesante. Ni siquiera podía culpar a Xena—. No piensa mucho de ti —
continuó Xena, luego se detuvo al ver la expresión de Gabrielle y su respiración 460
temblorosa y rápida. Su amante no la miraba, estaba mirando más allá de
ella—. ¿Gabrielle?
—Lo sé.
Xena estudió la forma dolorosamente tensa y las lágrimas que podía ver
temblando en la comisura de los ojos de su compañera.
—Yo también.
Gabrielle deseó haber estado en otro lado. Incluso deseó estar en casa en
Potedaia, siendo golpeada por su padre y rodeada de ovejas malolientes.
Sintió una presión sobre su pierna, y miró hacia abajo, sorprendida de ver la
cabeza de Xena descansando allí, con un ojo azul que la miraba.
Había algo tan franco en ese gesto que la hizo dejar de respirar. Estaban
rodeadas por caballos, y era casi como si ella y Xena estuvieran solas en el
paso, incluso los sonidos del ejército parecían desvanecerse.
—No estaba buscando que nos mataran a todos hoy —dijo Xena después de
una larga pausa.
—Pero lo haré —le susurró su amante—. Porque no puedo cambiar quien soy.
La mujer rubia no pudo evitarlo. Puso su mano sobre la mejilla de Xena y apartó
la angustia, respondiendo a la mirada en los ojos de la reina.
—No has matado a nadie —dijo ella—. Tú... has hecho un trato con ella,
¿verdad? Todos van a estar bien, ya no pelearemos con ellos.
Xena exhaló.
—Eso es lo que ella quiere —dijo—. Yo a su lado, nuestros ejércitos juntos, 461
hacerse con el poder del resto del mundo. —Su aliento calentaba la pierna
de Gabrielle a través de la tela—. Esa es una jodida fantasía.
—Pero pensé…
—Pensé que me conocías mejor que eso. —Una sonrisa irónica torció sus
labios—. Gabrielle, no soy la segundona de nadie.
Lo mejor que pudo hacer fue mostrar algo parecido a una sonrisa. Después de
un momento de silencio, durante el cual Xena miró a su alrededor con
cautela, se aclaró la garganta y pensó que era mejor que dijera algo.
Cualquier cosa.
—No tengo ni puñetera idea —suspiró la reina—. Ni una puñetera idea. —Miró
a su alrededor de nuevo, luego a su compañera—. Probablemente vamos a
terminar muriendo, si no logro encontrar la manera de escabullirnos de aquí.
—Observó a Gabrielle asentir en respuesta—. No te importa una mierda en
este momento, ¿verdad? —Gabrielle negó con la cabeza, incapaz de reprimir
otra pequeña sonrisa—. Tonta rata almizclera. —Xena tuvo que devolverle la
sonrisa de todos modos, consciente que los hombres estaban regresando, y el
tiempo para conversaciones encantadoras y sentimentales había terminado. 462
Maldición.
Por ahora, habían delimitado con estacas una pequeña área para ellos. Los
soldados de Sholeh se arremolinaban a su alrededor, dedicados a sus
actividades en el campamento, pero ellos eran el centro de atención y la
hacían sentir incómoda.
Bueno, más incómoda de lo que ya estaba, de todos modos. Gabrielle exhaló,
y le rascó a Parches entre sus orejas, inclinándose cerca de él.
—¿Su gracia?
—Por supuesto —dijo Gabrielle, después de una pausa—. Claro, vamos allá y
estaré encantada de contarte otra historia.
Se alegró de esta nueva distracción, mientras que Xena se había ido con dos
de los hombres a explorar el campamento. Llevó su paquete de pan al lugar
donde el resto de los soldados estaban sentados en círculo, alrededor de una
pequeña fogata, y todos la saludaron con sonrisas y una bienvenida informal.
Se sintió bien por ser parte de ellos. Gabrielle se sentó en un trozo de tronco
cortado y colocó sus botas debajo de ella, movió sus hombros bajo su
armadura de cuero mientras se acomodaba con el pan sobre su rodilla.
No hablaban sobre dónde estaban, ni dónde estaba Xena o qué iba a pasar.
Los hombres simplemente charlaban sobre el clima y la altura del río, dándole
la oportunidad de masticar su pan mientras escuchaba.
464
De repente, encontró un punto de familiaridad, un recuerdo de ella yendo al
pozo en busca de agua, pasando junto a los trabajadores del campo
tumbados a la sombra cerca de allí, oyendo la misma charla relajada e
insignificante y observó con la misma benévola apreciación de alguien que
pertenecía a donde estaba, y era aceptada.
Se preguntó si Xena también se sentía así. Pero claro, ella nunca había tenido
un hogar de verdad, no desde que era una niña pequeña, así que, ¿quién
sabe?
¡Puaj!
El hombre sonrió.
—El primero en salir por las puertas fui yo —dijo—. Después que las abrieras.
—Todos estábamos allí —dijo otro soldado—. Estaba más rabioso que una 465
gallina mojada, echábamos de menos salir con su Majestad. Podría habernos
llevado, eso seguro.
—Por supuesto.
—Sí.
Gabrielle dejó que sus manos descansaran sobre sus rodillas y miró más allá de
ellas brevemente, con los ojos un poco desenfocados al recordar el terror y la
emoción de aquella época, y lo asustada que había estado, y lo valiente que
Xena había sido y...
—Buena organización. —Xena refunfuñó mientras caminaba por el sendero
rocoso que conducía desde el paso hasta el centro del campamento. El
ejército de Sholeh se extendía hasta la mitad del río, ocupando toda la
cuenca del delta y una vez que mermaban las rocas desde el paso, no había
nada más que tierras abiertas y despejadas frente a ellos. Ningún lugar para
esconderse, ningún lugar donde pudiera llevar fácilmente a los hombres y a
Gabrielle y escabullirse, tendrían que caminar o montar durante una marca
de vela antes de que estuvieran fuera de la vista incluso de noche, a menos
que tuviera suerte y cayera una tormenta. Aparte de eso, estaban siendo
vigilados muy, muy de cerca. Independientemente de las palabras de Sholeh,
sus hombres no habían recibido a Xena con los brazos abiertos y sabía que
cualquier movimiento por su parte provocaría una alarma muy rápidamente.
Estaban despejando un gran espacio no lejos de donde su pequeña banda
se había plantado, para el resto de su ejército. No era la mejor ubicación, pero
tampoco era la peor. Los hombres de Sholeh se alejaban de allí a
regañadientes, y Xena se relajó un poco cuando entró en el área abierta,
contenta de que estuviera libre de la presión de tantos hombres 466
moderadamente hostiles. Era casi como estar de vuelta en la fortaleza. Miró a
su alrededor, localizando primero los caballos y después la figura distintiva de
Gabrielle sentada en un tronco con el resto de los hombres que la rodeaban.
Estaba contando una historia. Xena podía decirlo, no solo por su postura y la
forma en que movía sus manos, sino por la embelesada atención de su
audiencia. Allí a la luz del sol, parecía resplandecer, su cabello rubio atrapaba
los rayos y dibujó una breve sonrisa en el rostro de Xena. Muy breve—. Está
bien. —Se frotó la parte posterior del cuello, sintiendo sonar un hueso—. Vamos
a fingir que estamos impresionados con estos bastardos antes de tener que ir
a bailar con la princesa de hielo allá arriba.
—Al menos esa te está respetando —comentó uno de sus hombres después
de una breve pausa—. O lo parece, de todos modos.
—¡Xena! —Le dirigió a la reina una lastimosa mirada—. ¡No digas eso!
—Eres tan chuletita de cordero. —Todos estos tipos saben lo que es el sexo.
Relájate. —Colocó su brazo sobre su amante—. ¿Todos encuentran este lugar
agradable?
467
El soldado más cercano a Gabrielle se encogió de hombros.
—Un lugar como cualquier otro —dijo—. Será mejor cuando el resto de nuestro
grupo esté aquí.
—Sí.
—Sí, Majestad.
A ningún nivel.
La paciencia aún no era virtud cuando Xena llegó a la tienda, así que, hizo
una pausa al llegar a la solapa, considerando cómo esperaría que alguien se
aproximara a ella si este hubiera sido su espacio. El antagonismo constante
era algo que le resultaba muy natural, pero en realidad había aprendido de
Gabrielle que a menudo un momento de cortesía obtenía inesperadas
recompensas.
Y bien. Xena golpeó el poste de soporte con la parte posterior de sus nudillos
y esperó, sus orejas recogieron el movimiento dentro de la tienda, un momento
antes que la solapa se moviera y revelara una figura débilmente iluminada.
—Un jabalí salvaje —respondió Xena—. Espero que no estuvieras esperando 469
un conejito.
Sholeh la estudió con una expresión neutra, luego dio un paso atrás e hizo un
gesto a Xena para que avanzara.
Oh oh.
—Entonces, ¿qué tienes en mente? —Xena caminó hacia una silla de
campaña de cuero tensado entre postes de madera, y se sentó, extendiendo
las piernas y cruzando los brazos sobre su pecho.
Sholeh fue a su escritorio y quitó el tapón a una botella de vino. Vertió algo del
contenido en dos copas, las cogió y le ofreció una a Xena mientras se
acercaba a donde estaba sentada.
—Interesante.
—¿Tienes prisa? —Xena echó la cabeza hacia atrás, mirando a Sholeh con
una sonrisa libertina.
—A ver si podemos aclarar alguno de tus misterios, Xena. ¿De dónde vienes?
—Levantó la tapa de la bandeja y reveló platos de carnes y frutas, todos con 471
aromas ricos y exóticos.
—Creo que mi curiosidad tiene prioridad sobre la tuya —destacó—. Así que te
sugiero que respondas a mi pregunta, o esta será una comida corta.
—¿Es eso así? —Sholeh extendió su cuchillo con su carga hacia su invitada—.
Prueba esto. Mi cocinero se enorgullece de ello.
Había peligro allí. Pero Xena se alzó y puso su cara a corta distancia del
cuchillo, tomando el bocado de la punta con un leve chasquido de dientes.
Se acomodó de nuevo, masticando la carne antes de tragársela.
Era más dulce de lo que esperaba, con muchas especias que no reconoció.
Xena sacudió su daga de muñeca a su mano, con su filo oscurecido por el uso
y los años. Pinchó un poco de la carne, luego un poco de fruta en la punta y
se la llevó a los labios.
—Mi madre fue destripada cuando yo era una niña. —Sacó el trozo de fruta y
lo masticó—. Nunca conocí a mi padre. —La persa se detuvo, sus cejas 472
finamente arqueadas y oscuras se levantaron un poco. Xena comió la carne
de su cuchillo, y lamió la hoja, sus ojos enigmáticamente divertidos—.
¿Pensabas que estaba bromeando sobre lo del jabalí salvaje? —preguntó—.
Podría haber sido amamantada por los lobos con los que crecí en un agujero,
en el que tenías que luchar para salir o morir.
—Una pena para él. —Xena arrastró las palabras—. Los persas no son mucho
de mujeres arrogantes.
—¿Ganaste?
—Estoy aquí —respondió Xena, con una leve sonrisa—. Eso es algo de lo que
Bregos se olvidó. —Cambió de postura, cruzando las piernas y descansando
los codos sobre ellas mientras cortaba cuidadosamente un trozo de fruta
cocinada.
Las cosas picantes estaban bien, pero el sabor era raro a su paladar y se
encontró deseando un plato de guiso de cordero de Gabrielle y uno de los
rollos crujientes en su lugar.
—No sé. ¿Es extraño tener familia? No puedo imaginarme eso. Tenía dos
hermanos. Uno murió por mí y maté al otro. Nunca le vi mucho sentido.
¿Era del tipo que le gustaba rudo? Xena sintió que esos ojos se alzaban y se
fijaban en ella, el suave roce del cuero contra la piel llegaba a sus oídos.
¿Asumía que a Xena también?
¿Por qué no? La mayoría de los demás lo hacían. No podía contar las veces
que había llevado a un infeliz a su cama y este le había asegurado
fervientemente que podía soportar cualquier cantidad de dolor incluso antes
de que se hubieran acercado a la cama.
Idiotas.
—Y bien.
—Aprendí eso por mi cuenta —dijo—. Pero descubrí que a veces es más
importante saber qué es lo que quieres que cómo obtenerlo.
Sholeh sonrió.
—Yo también. —Se debatió sobre si levantarse, y luego decidió que estaba
mejor donde estaba.
¿Pesca?
¿Cebo?
Xena mostró la sonrisa más sexy de la que era capaz.
—Entonces supongo que veremos cuál de nosotras tiene los dientes más
afilados. —La fusta estalló en el aire, cortando una llama de vela en dos y
haciendo saltar una sola chispa—. De rodillas.
475
—Eso va a ser un problema.
—¿Problema?
Xena lo ignoró.
—Tendrás que romperme las piernas para hacer que mi cabeza esté más
cerca del suelo.
—Puedo hacerlo.
Sholeh se rio.
—¿De verdad crees que tienes algún poder aquí, Xena? Mi ejército nos rodea.
Con un chasquido de mis dedos, morirás tres veces.
—¿Y ahora?
—Todavía no lo haré —dijo—. Soy difícil de matar, y una perra vengativa como
no lo creerías. —Mantuvo su respiración lenta incluso mientras sentía las leves
y profundas sacudidas de sus músculos al forzar nuevamente a su cuerpo a
mantenerse inmóvil.
—Podría rajarte la garganta solo por capricho. ¿No te das cuenta? —presionó
un poco y el diente mordió la carne de Xena provocándole sangre—. ¿Eres
tonta? ¿O crees que lo soy yo?
—¿Qué sigue? ¿Tienes algunas piedras que quieras arrojarme? —Se burló de
Sholeh—. Guarda tus juguetes. No soy una puta consentida de la corte.
—Tu desafío me excita —dijo—. Eres una oponente más digna de lo que
pensaba. Excelente.
Xena se puso las manos en las caderas.
Ajá. Bueno, al menos se iba a divertir antes de que todo se fuera al Hades.
Xena dejó caer sus manos y meneó los dedos, apartando su enfoque de la
cara de Sholeh y ampliando su visión para estudiar sus movimientos.
—¡¡¡¡¡Baarrruuuuuu!!!!!
Era difícil decir en realidad quién era la más afortunada, cuando el sonido de
un cuerno atronó cerca, rompiendo su intenso retablo y haciendo que Sholeh
se girara para mirar hacia la solapa de la tienda, dejando escapar una
maldición baja y gutural.
Xena dejó que sus puños se relajaran extendiendo lentamente los dedos, su
cuerpo temblaba bajo su cubierta de cuero mientras sus reflejos de lucha se
calmaban un poco. Se lamió los labios y esperó que el cuerno significara
alguna distracción morbosa.
—¿Algún problema?
—Será mejor que sea algo urgente, Phenosah. De lo contrario, pagarás por la
interrupción.
—Su excelencia. —Una voz baja y masculina respondió desde afuera—. Traigo
noticias de su padre.
Xena sintió un profundo afecto por este desconocido persa. Le había dado
tiempo para dar un paso atrás y hacer un balance de lo que estaba
sucediendo, un momento demasiado fluido y demasiado peligroso que había
sido interrumpido antes de que se hubiera visto forzada a elegir uno de los dos
desagradables caminos.
Desde luego su ego estaba recibiendo una paliza, pero para variar, Xena dejó
que su buen juicio se hiciera cargo y saludó informalmente a su adversaria
guiñándole un ojo, y saliendo por la solapa hacia la reunión de la noche, con
un escalofrío de alivio que no pudo reprimir.
Sin embargo. Xena echó un vistazo alrededor a los miles de soldados que la
rodeaban, sus ojos la miraban con curiosidad mientras pasaba entre sus
ordenadas filas y por sus legiones, pasando por máquinas de guerra con armas
de lanzamiento masivo y bosques de lanzas afiladas con cariño.
Si hubieran luchado, habría habido solo unos pocos resultados posibles. Habría
derrotado a Sholeh y se hubieran hecho amigas, habría derrotado a Sholeh y
tendría al ejército bajo sus órdenes, y habría vencido a Sholeh y, en el proceso,
la hubiera herido o matado y luego habría hecho que el ejército la persiguiera
y la troceara en pedazos muy pequeños, después de hacerle sin motivo
alguno cosas horribles a su cuerpo.
Con una leve sonrisa, entró al campamento, levantando una mano para
saludar a los soldados que se removieron sorprendidos y se apartaron para
dejarle paso. Cruzó hasta donde estaba sentada Gabrielle y se arrodilló junto
a ella, descansando su brazo casualmente sobre la rodilla de su amante
mientras miraba alrededor al resto.
—Bien.
—¿La cena no era de su gusto, majestad? —aventuró uno de los soldados—
Tengo algo de sopa aquí si es lo está buscando.
—La cena me hizo escupir una bola de pelo —dijo Xena—. Y todo lo que podía
pensar era en chuletas de cordero. —Miró de reojo a Gabrielle—. Pero
escuchad. La próxima vez que me llamen allí, voy a hacer una escena, y con
un poco de suerte, será suficiente para sacarnos de aquí.
—Es el último lugar al que quiero ir —dijo—. Nos dirigiremos hacia el agua y nos
llevaremos a estos bastardos lo más lejos posible de nuestro hogar.
Todos los soldados asintieron. Todos ellos entendieron exactamente lo que 480
estaba diciendo. Incluso Gabrielle estaba asintiendo con la cabeza, cuando
no estaba poniéndola sobre el hombro de Xena y por una vez, tuvo la
experiencia de compartir un plan y hacer que todos estuvieran totalmente de
acuerdo con él.
—Si vas a provocar una escena, ¿cómo vas a escabullirte con nosotros? —
Gabrielle habló, arruinando el momento por completo—. ¿No correrán todos
hacia donde estés?
Ah bueno.
—Creo que solo lo estás diciendo porque vas a asegurarte de que nos
escapemos, incluso si tú no lo haces.
—La pequeña tiene razón, Xena —dijo uno de los soldados mayores—.
Ninguno de nosotros es un recluta. Sabemos el trato. No queremos escapar si
tú no estás con nosotros. —Se levantó y se acercó al pequeño fuego, llenando
un cuenco de madera con sopa y llevándoselo para ella—. No puedo hablar
por todos, pero mi vida no vale la tuya.
El silencio esta vez tenía un sabor diferente. Xena levantó el cuenco de sopa
y bebió por su borde, disfrutando su sabor mientras le lavaba las extrañas 481
especias de su lengua, que casi se mordió cuando Gabrielle se inclinó y le dio
un beso en la mejilla.
—Los soldados de por aquí piensan que eres increíble —le susurró Gabrielle al
oído.
—Ah, ah. —Gabrielle se apoyó contra ella—. No nuestros muchachos. Los otros
muchachos —Puso sus labios cerca de la oreja de Xena, haciéndole
agradables cosquillas—. Todos estaban hablando después de que empujaste
a ese tipo grande al suelo.
—De acuerdo.
Entonces eso estaba resuelto. Xena exhaló. Ahora solo tenía que descubrir
cómo hacerlo de verdad, sin tener que cortarse a sí misma en pequeños
pedacitos primero.
482
Parte 15
—Oye.
—¡Oh! —Gabrielle miró por encima de Xena, viendo a algunos de los soldados
de Sholeh alrededor de su propia fogata, fingiendo no vigilarlas. Ya estaba
avanzada la noche y las estrellas estaban en su totalidad, sobre sus cabezas,
la luna era lo suficientemente brillante como para que pudiera ver a una
buena distancia de donde estaban—. Eso tiene sentido.
—Gracias.
Eclipsada por una nota de papi. Xena era lo suficientemente humana como
para sentir un poco pisoteado su ego por eso, pero le daba un poco más de
tiempo para resolver las cosas, pensó que a la larga no era tan malo.
La reina se rio por lo bajo con ironía. Exigiendo ropas para tapar los agujeros
de su cuerpo que el resto de los guardias le harían disparándole flechas en el
culo. 484
—¿Cansada?
—Sí —dijo su rubia compañera—. Pero no creo que pueda dormir aquí —Miró
a su alrededor—. Es como si fuera a suceder algo, en cualquier momento. —
Sus hombros se levantaron y se relajaron mientras respiraba profundamente—
. ¿No es así?
—No lo sé.
Pillada con la guardia baja, Gabrielle solo podía quedarse de pie mirándola 485
de vuelta, con la mandíbula un poco caída mientras intentaba pensar una
respuesta.
—Buh...
—¿Quieres decir que no? —Los ojos de Xena se agrandaron con fingida
inocencia.
—No... Pe... yo... —La mujer rubia dejó de hablar y frunció el ceño.
—Tal vez debería llevarte allí conmigo —reflexionó la reina—. Podríamos hacer
un trío —añadió—. ¿Qué piensas? —Los ojos de Gabrielle se agrandaron, y sus
fosas nasales se dilataron. Incluso a la tenue luz, Xena vio que el pequeño
parpadeo y la arruga que se formaba en la frente de su amante, y alargó la
mano para pellizcarle la nariz—. Relájate. Estoy bromeando —dijo—. Deja de
volverte loca.
Gabrielle cruzó los brazos sobre el pecho y se inclinó también contra Tiger.
Xena la miró con una sonrisa vaga e irónica en el rostro. Se apartó del costado
de Tiger y le hizo señas a Gabrielle para que la siguiera, pasando el brazo por
encima de los hombros de su compañera, mientras la alejaba de los caballos
hacia el árbol achaparrado bajo el que había dejado su silla de montar.
Lo que probablemente significaba que, no tendría que lidiar con ella hasta
que volviera a caer la noche, que era una buena oportunidad para que Xena
pudiera provocar un altercado y poner en marcha su plan sin tener que jugar
al juego de Sholeh.
—No.
Xena se recostó contra la silla de Tiger, sintiendo que la tensión de un día muy
largo provocaba dolores en sus huesos. Por mucho que quisiera que se fueran
de donde estaban, quería quedarse un poco más y simplemente relajarse un
poco.
—¿Huh?
Xena tuvo que pensar por un minuto antes de recordar de qué había estado
hablando.
—Ah. —Cogió su odre y bebió un sorbo—. No quería tener sexo con ella.
487
—¿No querías?
—Nop. —Xena flexionó los dedos de sus pies dentro de sus botas y se alegró
de sentirlos—. Hubiera terminado siendo un desastre para los dos. Demasiada
mierda por medio.
—No, no lo eres.
—Oh, dame un respiro, Gabrielle, por supuesto que lo soy. —Xena se rio—.
¡Oye, Ardos! —Llamó a uno de los soldados, el cual se giró y medio se incorporó
para mirarla—. ¿Soy odiosa?
—¿Señora??? —Sus ojos se abrieron como platos.
—Xena, sé amable. —Gabrielle le dio un codazo—. Está bien, está bien, eres
odiosa. ¿Contenta? —La reina la miró fijamente, luego hizo un puchero con el
labio inferior y puso cara triste—. ¡Xena!
Ugh.
—Nop.
—Nop.
—Nop.
—Está bien. Me doy por vencida. ¿Por qué? —Gabrielle se desplazó un poco,
quitando una piedra de debajo de su pierna y tirándola a un lado, haciendo
todo lo posible para dejar de lado, la incomodidad del duro suelo. Sabía que
Xena estaba tratando de distraerla, pero había tantas cosas de qué
preocuparse que ella...
—Ella no eras tú.
—Q... ¿Qué?
¿Lo hacía? Gabrielle pensó sobre eso. En realidad, era difícil comprender que
Xena la prefiriera frente a una exótica, poderosa, que aparentemente no olía
a oveja, princesa, la cual tenía un gran ejército y quería llevársela para
gobernar el mundo.
—No puedo creer que me estés llamando amable. —Suspiró con fingida
exasperación—. Toda esa narrativa se está desperdiciando. Es una maldita
vergüenza. —Miró despreocupadamente a su derecha, hacia el pabellón
iluminado por antorchas. Los guardias de alrededor no mostraban signos de
movimiento, y se echó hacia atrás otra vez después de un minuto e inclinó la
cabeza para mirar las estrellas en su lugar.
Era una noche hermosa, clara para un cambio y los diminutos puntitos de luz
se extendían de horizonte a horizonte. Xena de pronto recordó haber estado
tumbada en el campo, cuando era mucho más joven, y ver a esas mismas
estrellas recorrer el cielo noche tras noche, describiendo sus raros pero
marcados patrones.
—¿Lo hacías?
Xena movió su cabeza para poder ver hacia donde señalaba el brazo de
Gabrielle, estudiando el parche de luces.
—No.
—¿No?
—No.
—¿En serio? Yo si lo veo, mira, sus orejas están ahí, y una cola. ¿No puedes
verlo? —preguntó Gabrielle—. Es tan bonito, que casi puedo imaginarlo
dando saltos, masticando un trébol... ¿No lo ves?
490
—No. —Xena negó con la cabeza—. A mí me parece un gran Tiger viejo y
gordo.
—Xena.
—Lo siento. —La reina volvió la cabeza y luego todo su cuerpo, envolviendo
su brazo alrededor de Gabrielle y besándola—. Soy nueva en esto de tópicos
románticos. Venga.
—Erf.
—Ohh.
Era muy tarde en la noche o temprano en la mañana, dependiendo de cuál
fuera la perspectiva. Xena todavía estaba recostada en el suelo, con la
cabeza apoyada en la silla de montar. Gabrielle estaba acurrucada contra
ella profundamente dormida, ambas cubiertas con la capa de Xena.
A su izquierda, podía oír los caballos moverse, solo un poco, un pesado casco
golpeando contra el suelo rocoso en un descontento equino. Pero eso era
ordinario y de esperar, al igual que los suaves ronquidos de los hombres y el
susurro del viento a través del paso.
491
Xena no sentía ningún deseo de levantarse y ponerse en marcha; aunque el
suelo era duro e incómodo, el calor del cuerpo de Gabrielle acomodado
sobre ella, lo hacía soportable y dejó que su cabeza descansara nuevamente
sobre la superficie de cuero de su silla.
Un suave roce, cuero contra piedra. Pasos con un deliberado sigilo tan débiles,
que hubiera sido fácil pensar que lo estaba imaginando, si no se hubiera
pasado buena parte de su vida esperando y repeliendo ataques contra su
vida.
¿Era este otro? Xena repasó las señales que ahora estaba recibiendo, una
bocanada de sudor y cuero en el viento, un toque de miedo y otro débil roce
de una aproximación lenta.
Con los ojos cerrados, los sonidos y los olores se intensificaron, y ahora los
sonidos apagados del campamento se volvieron mucho más claros, mientras
los filtraba para determinar la magnitud de la amenaza que podía sentir
acercándose.
¿Con una daga, como tenía ella, o una espada? Xena había notado que la
mayoría del ejército llevaba espadas curvas y elegantes, comunes en su tierra
de origen, que eran mortales en la batalla, pero notablemente inútiles en las
peleas en el suelo, por lo que pensó, si el hombre valía algo, la atacaría con
una daga, o en el peor de los casos, con una espada corta.
Y bien.
»Veamos qué clase de bobo enviaron aquí. ¿Hmm? —La antorcha reveló un
rostro barbudo, viejo, hosco y con el ceño fruncido. El hombre iba vestido con
cuero oscuro y armadura, su intento de acercarse con sigilo también era
evidente en el hollín que oscurecía su piel y los trozos de piel de animal
envueltos alrededor de las uniones de su armadura. No lo había ayudado.
Xena desenvolvió su capa, exponiendo la cabeza despeinada de Gabrielle,
y reprimió una sonrisa mientras su amante miraba alrededor con precavida
confusión—. Mira lo que he encontrado, rata almizclera. Una serpiente.
—No ha escuchado tus historias, supongo. —Xena cruzó los tobillos—. ¿Qué
clase de uniforme es este? ¿El de los tipos vagando con sus propios asuntos?
—El hombre permaneció en silencio—. ¿Ignorando las órdenes de tu líder? —
Xena lo presionó—. ¿Sabes lo que les ocurre a los hombres de mi ejército que
intentan eso? —Después de un poco más de silencio, se puso en pie, aburrida
de teatros improductivos. Se colocó su capa y envainó su daga—. Vamos,
Gabrielle.
Su avance fue tan repentino que llegaron hasta el anillo alrededor del
pabellón antes de que los soldados comenzaran a apresurarse para
interceptarlos y Xena se encontró cara a cara con el guardia personal de
Sholeh, quien desenvainó su espada curva y la tendió hacia ella.
—Yo tampoco quería ser molestada —dijo Xena en voz alta—. Pero una de tus
pequeñas mascotas aquí decidió intentar apuñalarme mientras dormía. —
Giró su espada y le dio un golpecito a Gabrielle en el pecho—. Quédate atrás,
cosa linda. No te queda bien el rojo.
—Espera.
Sholeh miró fijamente la figura alta de Xena, la luz de la antorcha brillando con
fuerza sobre su espada desenvainada y delineando el extraño grupo detrás
de ella.
496
Rodeándolos había legiones de sus tropas, esperando una palabra para
atacar.
¿Morirían? Sí, quizás. Agarró con más firmeza su vara, que apenas recordaba
haber cogido y traído consigo y se apartó el pelo de los ojos, contenta de
haber tenido la oportunidad de, al menos, descansar un poco.
Estaba soñando con ovejas cuando Xena la había despertado, y estaba muy
contenta por eso, porque era uno de esos sueños, en que estaba atrapada
en medio del maldito rebaño y por todas partes, había lana grasosa y
pestilente y no muy agradable.
—No sé de qué estás hablando —dijo—. ¿Cómo te atreves a acercarte a mis 497
habitaciones?
Gabrielle se mordió el labio inferior hasta casi sangrar cuando vio que la cara
de Sholeh se congelaba y su espalda se ponía rígida, adivinando que
seguramente Xena había golpeado un punto sensible.
—¿No te contó acerca de sus delirios de conquista? —preguntó Xena con una
sonrisa libertina en su rostro.
—Vigila tu lengua a no ser que quieras perderla. —Rechinó entre dientes
Sholeh, mirando a su alta adversaria—. Bantar, vuelve adentro. Puedo
encargarme de esto. —Le hizo un gesto imperioso y él, de mala gana,
retrocedió hacia la entrada de la tienda, con los ojos fijos en Xena—. ¿De qué
va esto?
—Mpmh. —Gabrielle emitió un minúsculo sonido, no era una risa, ni una tos, y
luego se aclaró la garganta y se hizo a un lado, revelando al aspirante a
asesino—. Este hombre intentó matarnos —anunció.
Todos la miraron fijamente, y Xena apartó su alta figura de en medio, para que
pudieran verlo bien. Se cruzó de brazos y decidió que se estaba divirtiendo,
independientemente del peligro que los rodeaba.
El hombre de Xena la miró, luego reclinó la cabeza e hizo contacto visual con
su reina. Xena sacudió su cabeza hacia él, y solo entonces entregó su
antorcha, mirando a Sholeh directamente a la cara mientras lo hacía.
Por un largo momento, Xena no respondió. Dejó que el sonido de las antorchas
y el movimiento del ejército a su alrededor llenaran el aire de la noche. 499
—A menos que ya supiera las respuestas. —La voz de Xena fue más profunda
y un poco más fuerte—. Te dije que no soy fácil de matar. Si eso es lo mejor
que puedes hacer, estás perdiendo el tiempo con este excelente ejército. —
La persa se quedó inmóvil. Xena se imaginó que iba a pasar la siguiente marca
de vela, ya fuera peleando por su honor o luchando por su vida, y solo estaba
esperando a ver en qué dirección, iba a saltar Sholeh. Captó un movimiento
por el rabillo del ojo y respiró hondo antes de darse cuenta de que era
Gabrielle cuando la mujer rubia se acercó a ella. Uno de estos días. Xena
obligó a sus piernas a relajarse y se volvió hacia Sholeh—. Entonces, ¿qué va
a ser? —preguntó, deseando que el teatro de la mañana terminara—. Yo no
soy tu juguete. ¿Quieres trabajar conmigo? Bien. De lo contrario, me voy de
aquí.
—¿Realmente crees que tienes esa opción? —preguntó Sholeh, en voz baja.
—Sí, tengo esa opción —respondió Xena, igual de seria—. Mi vida y sus vidas...
—Extendió su brazo para indicar a sus hombres, y, a Gabrielle—. Me
pertenecen. No a ti.
—No.
—Parece que no eres lo que estaba buscando después de todo. —Se dio la
vuelta y caminó hacia su tienda, levantando una mano mientras lo hacía, y
haciendo una señal—. Mátalos. Me vuelvo a mi descanso.
—Ya era hora, joder. —Xena puso los dedos entre los dientes y lanzó un agudo
silbido—. Vamos, chicos, venid a por mí. —Se dio la vuelta y desenvainó su
espada, mientras el campamento estallaba en movimiento a su alrededor, sus
hombres se juntaron inmediatamente en un círculo cerrado.
Xena sintió que se acercaba algo mucho más grande, y se dio media vuelta
justo a tiempo para agarrar la brida de Tiger cuando el semental corcoveó,
casi pateando a uno de sus hombres en la cabeza.
—¡Deja de hacer eso imbécil! —Dio un largo paso y luego saltó sobre la
espalda de Tiger, levantando rápidamente su espada para desviar una
flecha. Caos. Xena tiró de la cabeza de Tiger y vio a Gabrielle trepando a la
espalda de su pony, mientras sus hombres interrumpían sus apresuradas
batallas para subirse a sus propios caballos. Como era la única
501
verdaderamente montada, envió a Tiger por la línea divisoria entre los
hombres y el ejército que se aproximaba, arrojando su espada de su mano
izquierda a la derecha y cambiando las riendas al mismo tiempo y golpeando
de vuelta el hacha de la mano de un hombre. Sí. Las flechas estaban
comenzando a llenar el aire, y vio dos líneas de tropas formando y dirigiéndose
hacia ellos—. ¿Listos? —gritó.
—¡YA!
Xena dejó las riendas de Tiger flojas, esperando que el caballo tuviera el
sentido común de no meter un casco en un agujero y enviarlos a ambos a la
tumba. Se abrió camino hacia donde habían estado durmiendo,
agradeciendo mentalmente, al que fuera de sus hombres que había pensado
en ponerle la silla de montar a Tiger y engancharle sus bolsas.
La única oportunidad que tenían era la velocidad. La única esperanza que
tenían era mínima. Xena soltó un grito salvaje y cortó dos flechas en el aire,
sintiendo la fría humedad de la noche golpeando su piel.
No iban a lograrlo. Incluso Gabrielle podía ver eso cuando los jinetes del
ejército corrían tronando hacia ellos con la intención de cortar su escape. Las
fosas nasales de Parches se abrían, mientras reaccionaba al peligro que lo
rodeaba y tuvo un momento para asimilar la, ahora muy real, posibilidad de
morir.
Y en ese momento, se dio cuenta de que estaba bien con todo. Los últimos 502
días habían estado tan llenos de terror y ansiedad, que el simple hecho de
saber que eso iba a terminar de una manera u otra era algo tranquilizador.
Vio a Xena enfrentarse a un jinete que venía directo a atravesar sus filas, su
caballo más grande golpeaba violentamente a un lado a los demás, mientras
luchaba por alcanzar a la reina, con las manos alrededor de una enorme
hacha de batalla cuya hoja, ya manchada, centelleaba a la luz de las
antorchas.
Ah. Era el tipo al que Xena había derribado. Gabrielle sabía que eso iba a
causar problemas. Impulsó a Parches con los talones y preparó su vara,
mientras se abría paso hacia donde Xena estaba peleando con el tipo en
serio.
El cuerpo más pequeño de Parches se escabulló entre dos de los caballos más
grandes, y en medio de todos los gritos y el movimiento Gabrielle vio la forma
oscura y distintiva de Tiger. Una lanza rozó su pierna, y sintió una punzada en
la espalda y lo siguiente que supo fue que todos corrían, rápido, bajando la
ladera.
Ella aferró su vara con una mano, agarró las riendas de Parches con la otra, y
apretó las rodillas como Xena le había enseñado. Ahora estaba rodeada por
los hombres de Xena, pero podía sentir la ansiedad a su alrededor y escuchar
el feroz desafío en los repetidos y fuertes gritos de Xena.
Esto era una locura. Gabrielle se concentró en mantener a Parches tan cerca
de Tiger como fuera posible y preguntándose cuántos minutos les quedaban
antes de que chocaran con el enemigo y esas lanzas comenzaron a
atravesarles y...
Esperaba que fuera rápido. No quería hacer mucho daño, y no quería ver sufrir
a ninguno de sus compañeros soldados, ni a Xena...
Pero luego suspiró y agarró su vara con más firmeza y recordó que al menos
había tenido el invierno pasado y el conocimiento de un amor que poca
gente podía experimentar, y de todos modos Xena estaba delante y nunca
sabías qué pañuelo iba a sacarse de la oreja la reina de la manera más 504
inesperada.
—¡IZQUIERDA! —Gritó Xena, tan increíblemente fuerte que hizo vibrar sus
tímpanos y sintió que Tiger se pegaba tan fuerte contra ella que casi golpeó a
Parches cabeza abajo por la pendiente, y todo el grupo giró y se dirigió en
una nueva dirección mientras el ruido del ejército se hacía cada vez más y
más fuerte. Gritos. Gabrielle escuchó el sonido de algo rompiéndose, y luego
una descarga de flechas los roció, una de ellas se deslizó para clavarse con
impactante fuerza en el costado de su silla de montar. Con los ojos muy
abiertos, colocó sus brazos cerca de su cuerpo y esperó que su armadura la
protegiera de cualquier otra. De pronto, pudo oler el agua, y apenas tuvo
tiempo de meter la vara bajo el brazo y agarrarse mientras Parches se
sumergía en una orilla fangosa y en el agua fría que ondulaba contra ella—.
¡DERECHA! —Gabrielle consiguió que Parches cabeceara a un lado justo
antes de ser golpeada por los caballos al otro lado de ella y se encontró hasta
la cintura en el agua, su pony medio nadando y medio corriendo en una
neblina helada que se le metió en los ojos y llenó su boca. Uno de los soldados
desapareció a su izquierda, y solo alcanzó a ver brevemente una lanza, y los
ojos en blanco del caballo antes de que desaparecieran, una extraña
salpicadura cálida golpeó su hombro antes de que fuera aclarado por el frío
otra vez. Algo pasó junto a su oreja, y se agachó instintivamente, luego tuvo
que aguantar mientras Parches se desviaba hacia un lado, mientras el hombre
frente a ella se caía del caballo con una flecha en la nuca. Gabrielle trató de
agarrarlo mientras su cuerpo era empujado hacia atrás por la corriente, pero
la parte de su camisa fue arrancada de su agarre por el agua rápida y tuvo
que soltarla. Era duro. Se sintió tan indefensa. Estas personas, estos hombres
que había empezado a conocer estaban muriendo a su alrededor y en este
momento, con todas las flechas y lanzas y gritos parecía no haber esperanza.
Solo estaban prolongando el final. ¿O no?—. ¡IZQUIERDA!
Gabrielle los sintió cambiar de nuevo, y pudo ver los ojos de Parches rodar de
miedo mientras luchaba a través del agua, cada vez más profunda y enfocó
su miedo en él, dándole palmaditas en el cuello y llamándolo para animarlo.
¡No! —Se agarró a Parches con fuerza—. ¡Déjalo seguir! —El agarre se relajó.
No podía ver nada. La oscuridad se cerró a su alrededor y pudo oler el
penetrante e intenso aroma del musgo y los cuerpos apretados contra ella, los
505
hombros de caballo presionando contra los de ella, y atrapándola
dolorosamente mientras su pony luchaba por mantener sus pies. El agua la
abrumó, luego el olor a barro la alertó brevemente antes de que la salpicaran,
con una ola de frío húmedo, vio que un brazo se estiraba hacia abajo y
agarraba uno de los lados de la brida de Parches mientras el agua caía a su
alrededor y sintió que el pony cambiaba de natación a escalada, el ángulo
de subida casi la hizo caer hacia atrás de su grupa—. ¡CUIDADO!
No había mucho más que pudiera hacer. Gabrielle enroscó sus manos
alrededor del borde de su silla de montar y apretó con más fuerza el cuero
mojado, sintiendo la tensión en sus hombros mientras estaba inclinada casi en
vertical, mirando hacia arriba a una masa de animales en apuros que
amenazaban con caer sobre ella.
De lo que vendría después, no tenía idea. Todo lo que podía hacer era resistir
firme y esperar.
506
—Esperad. —Xena giró a Tiger y lo hizo detenerse, sintiendo que su caja
torácica se agitaba gravemente bajo sus rodillas. El resto de su pequeña
fuerza obedeció con gratitud, tanto hombres como caballos se alegraron de
tener un pequeño momento de descanso mientras se acurrucaban detrás de
un grupo de rocas en la mitad de la pendiente, ahora eran ocho en lugar de
los catorce con los que habían comenzado. Xena se apoyó en la piedra y miró
más allá, a las fuerzas que se agolpaban en el extremo opuesto del arroyo.
Sabía que tenían que seguir adelante, pero también, que los caballos estaban
al borde del colapso y todos necesitaban un momento para simplemente
pararse y recuperar el aliento. Incluso ella. Xena podía sentir que le temblaban
las manos por el frío del agua y el esfuerzo, y se las metió debajo de los brazos
para calentarlas tratando de ignorar los moretones que había sufrido en la
pelea. Le dolían los hombros por mantener a raya a los soldados a caballo de
Sholeh el tiempo suficiente para que escaparan, y había sufrido un corte largo
en una pierna que dolía como un loco. Que desastre. Tenían poco tiempo. La
pequeña grieta que había encontrado para escapar del arroyo sería
vadeada, se despejaría demasiado pronto, y ya había dejado seis cuerpos
tras ella. Solo era cuestión de tiempo. Podría haberse girado y plantar cara,
junto al agua, pero algo la había impulsado a avanzar, y a pesar de la
persistente sensación de que solo estaba prolongando lo inevitable, había una
parte, que simplemente no estaba lista para darse por vencida. Sintió un
repentino calor contra la piel de su muslo y bajó la vista para encontrar a
Gabrielle recostada en silencio contra ella, su piel salpicada de sangre y barro
estaba pálida bajo la suciedad. Tenía los ojos cerrados y parecía solo querer
el contacto, aunque sonrió un poco, cuando Xena dejó descansar una de sus
manos sobre la cabeza de su amante. Sospechaba que esta, era una historia
que su adorable y sorprendentemente valiente compañera de cama no iba
a terminar contando a nadie, excepto quizás al barquero de la laguna Estigia
cuando subieran a bordo—. Un agradable paseo —comentó, mientras los ojos
de Gabrielle se abrieron parpadeantes para mirarla—. Lo has hecho bien, rata
almizclera.
—Todo lo que hice fue aguantar. —Opuso Gabrielle—. No hice nada útil.
—Te agarraste —le dijo la reina—. La cosa más jodidamente útil que podías
hacer por mí. ¿Sabes que hubiera pasado si te hubieras caído?
—Ambas habríamos muerto —le dijo Xena—. Hubiera sido un final romántico,
aunque estúpido, para mi impresionante vida, ¿eh? Cortada en pedazos
protegiendo a mi compañera en un agujero de barro. —Limpió un poco de
sangre de la mejilla de Gabrielle—. Habrían dicho, chico, esa Xena... sabía
pelear, pero maldita sea, murió como una idiota perdidamente enamorada,
¿eh? —Los ojos de Gabrielle se llenaron de lágrimas mientras miraba a Xena
en silencio, con una emoción tan intensa, que por un breve segundo hizo que
el horror de la noche se desvaneciera. Entonces Xena miró hacia otro lado, y
bajó por la pendiente y exhaló—. Está bien, el tiempo de descanso ha
terminado —les dijo—. Vamos a seguir tan lejos como podamos. —Tomó las
riendas de Tiger—. Cuando nos alcancen, simplemente nos llevamos a tantos
de ellos con nosotros como podamos.
¿Había alguna razón para prolongar este juego hasta el amargo final?
Sí. La reina exhaló con fuerza. Luego se puso de pie y se dirigió hacia la ladera
donde el resto del grupo estaba esperando. La lluvia caía contra ella, pero la
veía como una amiga, ya que los ocultaba mucho más de lo que lo hubiera
hecho la luz del sol de la mañana.
Toma tus abrazos donde puedas encontrarlos, ¿eh? Xena envolvió su brazo
alrededor de los hombros de Gabrielle y sacudió su barbilla en dirección a la
cresta.
—Vamos.
Cogió las riendas de Tiger y comenzó a guiar el camino, moviéndose con
cuidado sobre el suelo rocoso para que el semental pudiera encontrar su
equilibrio.
Apenas había espacio suficiente entre los árboles para pasar con los caballos,
pero con esa luz, también era el único lugar decente en el que podían evitar
ser detectados, al menos por el momento.
Xena tiró de Gabrielle un poco más cerca y la apretó mientras subían juntas 510
una pequeña cuesta, agachándose entre un árbol y un arbusto grueso y
pesado.
Absurdo. Xena se metió otra baya en la boca y negó con la cabeza, mientras
Gabrielle la alcanzaba y estaban una al lado de la otra.
—La lengua morada. —La reina sacó la suya y, efectivamente, estaba teñida
de un color profundo—. Oye, tal vez pueda hacerles eso a los matones Persas
y les asuste. ¿No crees? —Uno de los hombres cercanos soltó una risita y luego 511
guardó silencio. Xena continuó comiendo su aperitivo, pensando en lo que
probablemente vendría después.
—Oye, ¿Xena?
—¿Qué?
—Lejos de esos tipos que intentan matarnos —dijo—. Y abajo hacia el río.
—Siiii. —La reina estuvo de acuerdo—. Los malos están en todas partes. Están
detrás, delante de nosotros, y a ambos lados. —Terminó la última de sus
bayas—. La única salida real que tenemos es el único camino por el que yo
no os llevaría.
—Retroceder por ese camino.
—Siii.
—Sii.
Gabrielle se frotó unas gotitas de la cara y se sorbió la nariz, pero envolvió su 512
brazo alrededor de la cintura de Xena y se mantuvo tranquila y con el mejor
de los ánimos siguiendo las zancadas de su compañera más alta sin quejarse.
—Maldición. —Una fila de soldados de Sholeh se movía entre los árboles justo
debajo de ellos, barriendo metódicamente la ladera.
—Lo sé. —Xena apoyó los codos en la roca y calculó. Los soldados enemigos
eran cautelosos, pero por sus actitudes era obvio que se consideraban
cazadores y a ella la presa. Hm—. Está bien. —La reina pasó la lengua por sus
labios manchados de púrpura—. Vamos a atar los caballos aquí mismo, y
salgamos a dar un pequeño paseo. —Se deslizó del peñasco y se agazapó
junto a él, mirando atentamente a través de los árboles—. Tengo una idea —
añadió, envolviendo su capa alrededor y atándola ceñida—. Y no tenemos
mucho que perder.
—No lo tenemos, señora. —El soldado sobre el peñasco se deslizó y se unió a
ella—. No lo tenemos.
Xena sonrió.
513
Parte 16
La lluvia caía con más fuerza, empapando los árboles con una llovizna tan
espesa, que casi parecía niebla, mojando la línea de soldados que se movía
imperturbable mientras barrían pacientemente el bosque. Caminaban con las
armas listas, sus cabezas se movían de un lado a otro mientras buscaban
metódicamente entre los árboles.
—Nos hicieron la vida más fácil. Deberíamos ser suficientes para tomarlos una
vez que lleguemos allí. Ya era hora. Estoy harto de todo este desfile. Es hora de
conseguir un poco de botín.
—Espero que aquel andrajoso nos contara la verdad, con toda esa charla de
gemas y todo eso —refunfuñó el otro hombre—. Un camino demasiado largo
para recorrer si no es así.
—Mmph.
—¿Crees que realmente quería a ese mal bicho salvaje con ella?
El soldado resopló.
—Tal vez para empezar. Pero es demasiado para ella como para ponerle una
correa —dijo—. Hubiera sido una equivocación, seguro.
Chico listo. Xena deslizó sus botas otro tramo de cuneta, con los ojos fijos en
las espaldas de los soldados enemigos a menos de dos cuerpos de ella.
Calculó la cantidad de espacio detrás del último, luego hizo una señal detrás
de ella y comenzó a moverse de nuevo.
Los hombres se habían espaciado igual que el enemigo, sus cuerpos bañados
por la lluvia se movían con inquietante silencio mientras seguían a las tropas
de Sholeh.
La reina flexionó sus manos, luego sacó dos dagas y envolvió sus dedos
alrededor de las empuñaduras, acelerando un poco el ritmo hasta que estuvo
detrás de uno de los soldados. Se había detenido para ajustarse un poco la
armadura, haciendo una pequeña pausa entre él, los hombres que venían 515
atrás y el que estaba justo al frente.
La propia Xena hizo el primer movimiento. Se deslizó hacia arriba sobre una
roca, apoyando los pies en el suelo a menos de un brazo de su objetivo, lo
suficientemente cerca para oler el cuero y el metal que llevaba, y el aroma
del almizcle masculino.
Mas tarde.
Ocho abajo, un par de miles por delante. Xena hizo un gesto a sus hombres
para que la siguieran, y comenzó a perseguir al siguiente en la fila, siguiendo
a los cazadores por un débil sendero trillado entre la maleza. Habían
comenzado en la parte posterior de la línea, y ahora quedaba por ver cuánto
tiempo podrían mantener el ataque silencioso.
No había nobles por los que preocuparse, ni preciosas princesas persas, solo
una oscura noche, un largo camino, y un par de marcas de vela para
ocultarse y comer hasta llenarse del botín. Sin remordimientos, ni pensar en el
mañana.
Ah, los buenos tiempos. Xena se agachó detrás de un árbol y trepó por un
grupo de rocas, estirándose para agarrar una rama con ambos brazos, se
balanceó sobre una brecha en la cresta antes de dejarse caer, una de sus
botas se resbaló un poco sobre la roca cubierta de musgo.
Era condenadamente fuerte, y casi pesaba el doble que ella. Xena era una
hábil luchadora, pero la necesidad de mantener un ojo por encima de su
hombro para ver si estaba a punto de ser descubierta, le distraía lo suficiente
como para darle una sólida ventaja.
Quedó inmovilizada mientras él forcejeaba con ella, con los ojos lúgubres e
intensos mientras liberaba una mano y la cerraba alrededor de su garganta,
apretando con fuerza y cortándole la respiración mientras buscaba su daga
y su rodilla se apoyaba dolorosamente en su antebrazo.
Eso lo desequilibró. Xena tiró de su cuerpo con fuerza hacia un lado y liberó
uno de sus brazos, arañando con fuerza por su rostro mientras buscaba una
cuenca ocular.
Cubiertos por las hojas, sus hombres no podían verla, pero con respecto a eso,
el enemigo tampoco. Xena intentó zafarse de su adversario y sintió que su
cuerpo se movía y se echaba sobre ella. Agarró su brazo libre, sosteniéndolo y
manteniendo los dedos fuera de su cuchillo, mientras él apretaba más y más
fuerte, y la luz comenzó a apagarse.
Oh no. Esto no era bueno. Simplemente, de ningún modo iba a dejar que este
cabeza de alfiler la matara, después de todo lo que había hecho hasta ahora.
Su cuerpo se movió de nuevo y sintió que su peso liberó un muslo y eso era
suficiente.
518
Lo suficiente para que arqueara la espalda y tensase los largos músculos de su
torso, levantar su pierna y enganchar su bota alrededor del hombro de su
atacante y, justo lo suficiente, para alejar su cuerpo del de ella, y él perdiera
el agarre sobre su garganta.
Un gran suspiro, y consiguió ponerlo panza arriba con una poderosa llave de
todo su cuerpo, sus dedos se arrastraron hasta una empuñadura y la liberaron
del cinturón mientras él se revolvía para agarrar sus brazos y solo conseguía
uno.
El soldado gimió. Xena liberó la hoja y la clavo otra vez, y otra vez, hasta que
la mano del soldado se aflojó y comenzó a desplomarse hacia un lado, su
cuerpo aplastó los arbustos mientras la sangre salía a chorros en contrapunto
a la fría lluvia que los azotaba.
Xena empujó su cuerpo y se liberó, le dolía el cuello como un hijo de perra. Se
puso de pie y ladeó la cabeza para escuchar si alguien se acercaba, pero la
lluvia ganaba incluso a sus oídos y tuvo que terminar mirando con cuidado por
detrás de las hojas para tener una visión clara del camino.
—Te levantaste, él no —ofreció—. Está resbaladizo aquí, ¿sí? Toda esta lluvia.
—Sii. —Xena se pasó el dorso de la mano por la frente—. Muy bien, vamos. No
entiendo cómo esos idiotas no nos oyeron rodando de un lado a otro como
jabalís apareándose. —Revisó sus armas y comenzó a caminar a lo largo de la
cresta de nuevo—. Pero bueno, a caballo regalado no le mires el culo.
—Eso apesta. —El soldado se colocó detrás de ella, y el resto siguió su ejemplo
mientras se apresuraban un poco, tratando de alcanzarlos—. Aunque ha
estado cerca. Me alegro que haya salido bien.
—Chico.
—Mm.
—Maldita sea si lo sé. —Xena respondió honestamente—. Pero no creo que las
cosas sean tan perfumadas y estupendas en su campamento como Sholeh
cree que son. —Reflexionó sobre eso, una sonrisa irónica apareció en su
rostro—. Lástima que no tuvimos más tiempo. Podría haber trabajado con eso.
—Yo... no lo hice —dijo Gabrielle—. En realidad, no... Como sea, vi a ese tipo
ir por ti y yo... Um... —Xena se rio suavemente—. Bueno, pero me caí y me
deslicé detrás de estas rocas —explicó Gabrielle, mientras los hombres de
Xena se reunían a su alrededor—. Y mientras recuperaba el equilibrio, los vi
avanzar por encima de donde estabais vosotros.
—Mm. —Xena miró hacia la lluvia—. ¿No para alcanzar al resto de ellos?
—¿Crees que hay más detrás de nosotros? —preguntó uno de sus hombres.
—Sí.
—Está bien. —Xena se levantó—. Vamos a seguir antes de que los perdamos
de vista. Tal vez podamos averiguar qué está pasando, antes de que
terminemos atravesados contra un árbol. —Indicó el camino—. Ahora,
mantened los ojos atentos a todos lados.
—Creo que uno de ellos me golpeó en la espalda —dijo—. Sentí algo así. —
Xena apoyó su mano sobre la espalda de la mujer más pequeña y luego la
retiró, inclinándose hacia delante para mirar más de cerca entre sus
omóplatos. Pasó sus dedos sobre el cuero de su capa, luego sujetó algo y lo
sacó, sosteniéndolo ante sus ojos. Hijo de Bacantes. Entre sus dedos índice y
pulgar había una punta de flecha dentada, teñida de un negro intenso—.
¿Qué? —Gabrielle volvió la cabeza—. ¿Qué es eso?
Xena dejó caer la punta de flecha en una bolsa remetida en su cinturón y, sin
mucha ceremonia, agarró a Gabrielle por el cuello y le quitó la capa y la
armadura, casi estrangulándola.
—Quédate quieta.
Xena pasó su mano por la parte posterior del cuello de su amante, sintiendo
sus dedos tocar la piel húmeda y fría. Palpó ansiosamente a lo largo de la
espina dorsal de Gabrielle, exhalando de alivio cuando todo lo que encontró
fue carne que se calentó muy rápidamente bajo su contacto. Su compañera
se quedó quieta e inclinó un poco la cabeza hacia delante.
—Supongo que sabía lo que estaba haciendo cuando encargué esa maldita
armadura. Que suerte tienes.
Chocó contra ella para ponerse en movimiento otra vez y alcanzar a los
soldados que esperaban.
—¿Estaba en problemas?
—Oh.
—Oh.
Justo debajo de ellos, podía ver la fuerza principal de las tropas de Sholeh
acurrucadas en una masa, usando árboles para mantener el equilibrio
mientras daban la espalda al clima y también esperaban.
No tenían refugio excepto los árboles entre ellos. Los hombres de Xena
estaban felices de tener granito a sus espaldas y compartieron raciones de
viaje en tranquila satisfacción mientras observaban el clima a su alrededor.
Xena cruzó los brazos sobre el pecho y ahogó un bostezo. Sobre su cabeza 526
tenía una repisa de piedra, y se extendía más allá de su alcance,
proporcionando suficiente cobertura no solo para protegerlos de la lluvia, sino
para protegerlos de los ojos curiosos, y, estaba contenta de tomarse el tiempo
que se le daba y dar descanso a su cuerpo
Sin embargo, con el clima que estaba viendo, nadie podía escabullirse a
ningún lado a menos que se arrastrara sobre su vientre y eso era poco
probable. La lluvia era tan fuerte que caía de lado, y podía ver las ramas y las
hojas arrastradas por el viento que aullaba siniestramente a través del bosque.
No apto para hombre ni para bestia, decía el viejo dicho. Xena observó la
pequeña cascada que corría por el borde del refugio en el que se
encontraban. Bueno, ella no era ni hombre ni bestia, entonces, ¿dónde la
dejaba?
Oh bueno.
—¿De veras?
Su compañera asintió.
—Por supuesto que tiene sentido —dijo—. Sabía que podía contar contigo
para encargarte de esas cosas.
Gabrielle dio una ligera sacudida con evidente sorpresa.
—¿En serio?
—Por supuesto.
Pero, aun así, ¿qué conseguiría? Necesitaba alejar al ejército del paso,
necesitaba hacer que Sholeh quisiera seguirla, en lugar de saquear el reino
indefenso, que sabía, estaba al otro lado del valle. Eso significaba que
esconderse en la oscuridad y escapar no resolvía el problema. Xena se tragó
el sabor amargo del conocimiento, comprendiendo una verdad acerca de sí 528
misma en ese momento que no había esperado y no era bienvenida.
Un rayo que cayó casi sobre sus cabezas los hizo saltar a todos, y Xena se
golpeó su cabeza contra el granito al ser la más alta de ellos. Reprimió una
maldición y se llevó una mano a la oreja mientras el trueno retumbaba y hacía
rechinar sus dientes.
Otro estruendo y un destello, y Xena hizo una mueca cuando un rayo cayó
sobre los árboles en los que se refugiaban las tropas de Sholeh, incendiándolas
con un fuerte golpe. De repente, las ramas ardientes se derrumbaron sobre los
hombres, y en una oleada de movimiento se separaron y comenzaron a
dirigirse en todas direcciones. Una de las cuales era directamente hacia Xena.
Todos los soldados enemigos la miraron. Xena les devolvió la mirada, y luego
les sonrió, mientras el rayo volvía a brillar, reflejando el brillo en sus ojos, y la
hoja apoyada en su hombro.
Estaba completamente oscuro cuando finalmente dejó de llover. Gabrielle
estaba tan cansada de estar de pie en el viento helado con el grupo de
ansiosos soldados, que salió inmediatamente después de Xena directa a la
negrura sin ninguna vacilación. El aire era frío y húmedo, y la hizo
estremecerse, pero se aferró a la parte posterior de la capa de la reina y siguió
caminando.
—Guau. —Xena tenía el ojo atento a sus pasos, mientras se abría paso a lo
largo de la cresta y barría las sombras teñidas de plata a su alrededor por
cualquier movimiento. Era consciente de que los hombres la seguían desde el
refugio, y aguzó el oído cuando oyó el sonido de todas las botas. Veintiséis
juegos, aparte del ligero correteo de Gabrielle. Xena no estaba segura de
cuánto tiempo iba a durar, y estaba aún menos segura de sí era una buena
idea tener veinte soldados enemigos paseando a sus espaldas, pero hasta
ahora habían mantenido la boca cerrada y no habían intentado nada
estúpido. Además, estaba oscuro como la boca del lobo, no había otros
531
soldados visibles, y pensó que se habían dado cuenta, que era tan buena guía
como cualquier otro para seguir. Salir al bosque en la oscuridad era una
posibilidad, pero permanecer bajo la cornisa no era una opción. Xena se
detuvo en un recodo en las rocas, girando su oído hacia el viento antes de
continuar, oyendo poco más que la lluvia de hojas que caían y el fluir del agua
que corría por la pendiente. En lo alto, aún podía ver nubes pasando por el
cielo, solo alguna estrella ocasional que se exponía brevemente antes de ser
oscurecida nuevamente. La mayor parte del sendero había sido arrasado, y
se dirigía principalmente por instinto, sin tener nada más que seguir que la
curva de la tierra y su propia lógica—. ¿Xena?
Hablando de lógica.
—¿Siiii?
Xena podía oír la nota nostálgica en la voz de su amante, y tuvo que admitir
un eco de eso en su propio corazón.
—Los ponys tienen cerebro, ya que carecen de todo lo demás. —Xena sonrió
para sí misma imaginando, con poco esfuerzo, el ceño fruncido en la cara de
Gabrielle—. Así que no te preocupes por ellos. Son animales. Estarán bien.
—Si vivimos lo suficiente, por supuesto —dijo Xena—. Pásame ese palo,
¿quieres?
Estiró la mano hacia atrás y tomó la vara que Gabrielle le entregó de buen
grado. Poniéndola delante de ella, tanteó con cuidado el suelo, no quería
llevarlos a todos a una zanja.
—Agua —dijo después de un momento—. La luna debe estar saliendo por allí.
No podía ver el cielo desde donde estaban, bajo los árboles, pero el destello
que Gabrielle había visto era distintivo y después de un momento, decidió
desviarse hacia él.
Oh, por supuesto. Xena podía sentir la cosa, fuera lo que fuera, retorciéndose
bajo su toque. Podía sentir el pelaje, y lo que parecía ser cuero, y la presión
para actuar le estaba golpeando directamente en la parte posterior de su
cabeza.
—Corred allí.
—¿Majestad?
—¡XENA!
—Sip.
—Eso fue lo más maldito que he visto en mi vida. —Uno de los parásitos
enemigos se levantó valientemente junto a ella—. ¿Qué eran esas cosas?
—¿Tú?
—No —dijo Xena sin alterarse—. Aunque no importaría si así fuese. —Se
encontró con los ojos de Gabrielle—. Nunca sabrías si me he vuelto chalada.
—Xena.
La reina enseñó los dientes y se abalanzó sobre su compañera,
chasqueándolos y haciendo chillar a Gabrielle. Luego se rio entre dientes y le
dio unas palmaditas en la espalda a su compañera de cama.
Gabrielle observó fascinada a los soldados. Sabía que Xena quería decir
exactamente lo que dijo, y haría lo que había dicho que haría, pero estos 537
hombres que la acababan de conocer ese día tenían que descubrirlo aún.
¿Lo harían? Había al menos el doble de ellos, y eran soldados. Había estado
con los soldados de Xena el tiempo suficiente para comprender que los
hombres realmente pensaban que eran los mejores y los más duros, sin
importar si lo eran o no, y no les resultaba fácil someterse a nadie.
—Es verdad —les dijo a los hombres—. Si creéis que vais a querer hacer eso,
simplemente volved a vuestro campamento ahora.
Los soldados miraron al más viejo de ellos, que llevaba un nudo de rango en
el hombro, aunque no destacaba mucho de entre los otros.
—Si volvemos, estamos muertos —dijo el hombre, medio encogiéndose de
hombros—. Si vamos contigo, probablemente acabaremos muertos. Parece
un poco mejor.
—¿Sois reclutas?
El hombre asintió.
—Lo son. —Él asintió de nuevo—. Los capitanes, los mayores. Sus asesinos
también.
Los hombres intercambiaron miradas, luego su líder asintió por tercera vez.
—Ella se llevó a todos los hombres de mi pueblo. La mayoría murió el otro día
en el paso.
—Uh huh. —Xena reflexionó sobre eso—. Yo podría ser igual de perra, ¿sabes?
—sugirió—. Tal vez también creo que eres carne de cañón.
—Tal vez. —El hombre estuvo de acuerdo—. Pero tú estabas en el frente allí,
justo con la carne de cañón.
Gabrielle les brindó a los nuevos reclutas de Xena una sonrisa amistosa, antes
de girar y seguir a su reina. Ahora se sentía mejor con sus extraños apegados,
al menos podía entender por qué no intentaban atacarlos.
—¿Eso es normal?
—¿No?
—Nop. Más problemas de los que vale la pena, teniendo a los granjeros con
palos afilados metiéndoselos unos a otros en el culo y deseando estar en otro
lugar —dijo Xena—. A menos que sea como dijeron, Sholeh los quería como
relleno en nuestras líneas de frente.
—Ugh.
—Sin embargo, explica algunas cosas —admitió—. No entendí por qué sus
ataques eran tan condenadamente patéticos la mayoría del tiempo, luego
me encontré con unos bastardos que realmente sabían lo que estaban
haciendo y que estaban a punto de patearme el culo.
—Nop.
La reina se deslizó de lado a través del crecido follaje a los lados, obligando a
su compañera a quedarse un paso por detrás. El camino que había elegido
era más o menos la continuación del que habían encontrado en el otro valle,
y consistía principalmente en maleza espesa, una pared de roca y muchas
maldiciones para meterse entre uno y otro.
Esa era la ruta que Bregos había tomado, y donde se habían librado las últimas
guerras, y donde los resentimientos eran más fuertes. Sí, había conseguido el
botín de sus conquistas, pero también se había hecho enemigos en esa ruta y
casi esperaba una incursión de represalia durante el largo invierno.
—¿Xena?
—¿Qué?
Xena sacó su daga más grande y comenzó a abrirse camino a través de las
ramas, contenta de sus guanteletes y deseando haberlos tenido puestos
antes, cuando huía de los murciélagos. Le dolían las manos por los cortes y
rasguños y, de algún modo, había aterrizado sobre su hombro y eso también
le dolía.
—¿Qué?
—¿En serio?
—En serio.
—Sip.
—Mm. —Xena pasó por un espeso arbusto y vio que era algo más fácil a partir
de ahí. Exhaló en silencioso alivio y guardó su cuchillo—. Pero ya sabes... —Se
volvió e hizo una pausa, mientras la fila de soldados entraba en el claro—. Tú.
—Señaló al líder de los exiliados de Sholeh—. ¿Por qué dejaron que aquella
caravana de mercaderes pasará? ¿Fue una trampa?
—Si te refieres a ese montón de carros... creo que él que hizo un trato con ella
le suplicó comida, ¿Sí? Ella los envió. —Miró a su grupo—. No escuchamos
mucho, pero había un talador que entró al campamento, dijo que la gente se
estaba muriendo de hambre.
Xena arrugó el ceño. Sí, no había suministros, ni carros durante las estaciones
frías, pero siempre había tierras para buscar, ¿no?
Sin lugar a dudas, fue culpa suya. Lo había dejado ir. Los dejó ir.
—Solo queremos ir a casa, señora —dijo—. Tengo familia allí. Una niña que
acababa de nacer la noche en que me llevaron.
Los hombres de Xena los habían rodeado para esperar al lado de su reina, y
estudiaron a los hombres enemigos con ojos sombríos y atentos.
—Solo por eso patearé todos vuestros culos cuando salgamos de este maldito
bosque —gruñó—. ¡Venga, moveos! —Extendió la mano y azotó a Gabrielle
en el trasero—. Y tú, rata almizclera, tendrás lo tuyo más tarde.
—Ohh. Genial. —Gabrielle sintió que su espíritu se aligeraba mientras recogía
su vara y comenzaba a seguir a la figura alta y acechante de la reina—. ¿Eso
significa que nos encontrarás una fuente termal de nuevo?
Gabrielle sonrió.
—Xena.
El amanecer los encontró cerca del borde de la meseta del río, resguardados
en una cueva de piedra caliza blanca y seca, en la que se acomodaron para
descansar un poco.
Estaba cansada hasta los huesos. Cada pulgada de ella quería acurrucarse
al sol y dormir a pesar del vacío en su estómago y su deseo de mantenerse al
lado de Xena. Aunque su cuerpo parecía estar acostumbrándose a dormir
muy poco y comer menos, sintió que estaba llegando al límite y esperaba que
Xena decidiera quedarse quieta, aunque fuera por un corto periodo de
tiempo.
—Urf.
—Xena, no creo que sea muy buena ni para matar hormigas en masa, incluso
por error.
—Probablemente no. —Dejó que sus manos descansaran sobre las rodillas, los
rasguños en carne viva visibles a la luz del sol—. Eres demasiado adorable para 546
ser una asesina despiadada de todos modos. Nadie lo creería —suspiró—.
Ahora yo, por otro lado... podría ser una inocente esquiladora y todos huirían
de mí.
—Yo no huiría.
—Uno, dos, tres... Claro que sí. —Gabrielle se acercó y cubrió una de las manos
de Xena con la suya—. ¿Vamos a quedarnos aquí por un tiempo?
—Yo también —admitió Xena—. Síp, vamos a quedarnos aquí por ahora.
Quiero llegar a la ciudad, e intentarlo a la luz del día, con veinte patanes con
armadura detrás de mí no va a ser suficiente. —Distraídamente quitó un trocito
de su armadura de rodilla, el borde cortado y retorcido en un punto irregular.
Sabía que debía haber acabado así en una de sus peleas, pero no tenía
ningún recuerdo de eso. ¿Cómo se llamaba, la niebla de guerra? Sacudió un
poco de barro seco de su pierna. Un agitado pozo negro de guerra, más bien.
—Pensé que íbamos a intentar hacer que Sholeh nos siguiera —dijo Gabrielle—
. ¿No era ese el plan?
—Los planes cambian. —La reina extendió sus piernas con cuidado—. Hay
demasiadas de sus tropas entre nosotros y el río. Si hago que nos persiga, solo
nos toparemos con ellos y morir es tan malditamente aburrido. 547
Sintió que Gabrielle se movía, y giró la cabeza para ver a su compañera
levantándose despacio detrás de ella, con las manos ya en sus hombros. Se
inclinó hacia adelante y apoyó los codos en las rodillas, aceptando el toque
con gratitud mientras Gabrielle comenzaba a masajear con dedos suaves las
partes de sus hombros que podía alcanzar. Era vergonzosamente íntimo, pero
ya no le importaba.
—Ungh.
Xena giró la cabeza y miró a Gabrielle, con los ojos medio oscurecidos por el
pelo rígido por el barro.
—Bueno, “yo” creo que, a todos vosotros, se os han comido los ojos las ratas y
necesitáis bastones blancos para encontrar el camino. —Miró hacia adelante
otra vez—. Desde luego que no me siento sexy en este momento. —Gabrielle
se acercó más, olvidando su propio cansancio, mientras respondía a la
inesperada nota de desaliento en la voz de su amiga. Como la mayoría de los
hombres, Xena estaba apaleada por los viajes, su piel estaba manchada de
barro y llena de arañazos aún sin cerrar. Presionó su vientre contra la espalda
de Xena mientras pasaba sus manos bajo la dura armadura, hacia la cálida
piel de debajo, los sólidos huesos, evidentes debajo de las yemas de sus dedos.
Vio cómo la reina bajaba la cabeza un poco más y, al ver un poco del cuello,
se inclinó hacia delante y lo besó. Xena gruñó suavemente, y ella lo tomó
como una invitación y regresó para otro beso, mordisqueando el pequeño
bulto que era parte de la columna vertebral de la reina. Podía sentir la tensión
bajo sus manos relajándose lentamente, mientras ascendía por el poderoso
cuello. Xena dejó descansar la cabeza sobre sus manos, los codos apoyados
sobre sus rodillas. Dejó que los pensamientos del ejército de Sholeh se
perdieran durante unos minutos. La calidez del contacto detrás de ella, la hizo 548
sentir como si estuviera atrapada brevemente en un capullo en otro lugar,
donde la estaba esperando un baño, y una taza de hidromiel y la más suave
de las camas. No había nada de eso allí, pero la presencia de Gabrielle, le
hizo sentir que las comodidades de esa vida estaban lo suficientemente cerca
como para tocarlas. Respiró hondo y soltó el aire, mientras los músculos de su
cuello se relajaban bajo el poderoso masaje. Otro mordisquito a lo largo del
borde de su oreja y, a pesar del estado completamente sucio en el que
estaba, maldita sea si no la hacía sentir sexy—. Te vas a enfermar si sigues
comiendo toda esa suciedad —comentó.
—Bueno. —Gabrielle exhaló, justo contra la piel del cuello de Xena—. Podría
ser, pero realmente creo que es probable que quieras estar más cómoda
ahora mismo, —Se levantó y se acercó a la reina, tendiéndole las manos—.
¿No es así?
No era seguro, por supuesto, pero era el lugar más seguro que podía encontrar
para darle a su pequeño grupo el descanso que tanto necesitaban y Xena 549
sintió el cansancio en sus propios huesos mientras seguía a Gabrielle entre dos
arbustos aromáticos. Al doblar una esquina, ya podía oler el rico aroma del
agua en el aire.
Tuvieron que abrirse camino a través de una pila de rocas caídas, verdes por
el musgo, separadas de la pared cercana hacía mucho tiempo. Escondido
bajo las ramas y bordeado por espesa vegetación, el estanque parecía
oscuro y turbio, pero la nariz de Xena detectó agua fresca y eso le provocó
picazón en la piel cubierta de barro.
—Maldición.
Gabrielle estaba siguiendo su ejemplo, y movió los dedos de los pies en el agua
oscura durante un minuto, antes de mirar hacia abajo para desabrocharse el
cinturón alrededor de su cintura.
—Esto es agradable.
Xena se quitó la armadura de las piernas y la dejó a un lado, mirando
pensativamente sus extremidades magulladas, las articulaciones le dolían
mientras pasaba sus manos sobre las rodillas. Con un suave gruñido, apoyó las
manos a cada lado de ella y se metió en el agua, tanteando con cautela el
fondo mientras el agua subía por sus muslos. Estaba fresca, pero no fría y le
llegaba hasta la cintura.
Xena se apoyó contra las rocas y cruzó los brazos sobre la fría y húmeda
superficie.
—¿Seguir sucia?
—Dame eso, y trae tu trasero aquí. —Agarró el jabón y esperó a que Gabrielle
se liberara de las calzas y saltara audazmente de la roca en el agua con solo
su camisa, las mangas ondeando a su alrededor.
—¿Lo odias? —Xena dejó el jabón y se desató los cueros, sacándoselos por la
cabeza y dejándolos en el agua para que se remojaran—. Nunca lo hubiera
imaginado, rata almizclera, viviendo con ovejas y pollos en tu dormitorio y todo
eso.
—Eres preciosa.
—¿Te has golpeado la cabeza con esa roca o algo así? —preguntó con tono
desconcertado—. Parezco medio muerta. —Colocó su armadura sobre la
piedra y comenzó a lavar sus brazos con el jabón—. Ven aquí.
Gabrielle se acercó y dejó su camisa al lado del cuero de Xena. Tomó el jabón
de las manos de la reina y comenzó a limpiarla con él. Restregó su fuerte
espalda, mientras Xena se giraba y se apoyaba en la orilla, soltando un
pequeño y cansado suspiro.
—Tienes una especie de bulto aquí —dijo Gabrielle después de unos minutos.
Las manos en su espalda continuaron el paciente masaje y dejó que su cuerpo 552
se relajara, el agua que se movía suavemente y la fría piedra con olor a musgo,
ralentizaban sus pensamientos. Necesitaba un tiempo fuera del caos. Estaban
pasando demasiadas cosas a la vez, y su siguiente paso, era llevarlos al borde
de un acantilado, o hacer algo útil, y estaba tan, tan condenadamente
cansada, de luchar y de intentar sacarse un conejo cocinado de su culo.
—Te amo. —La voz de Gabrielle flotó sobre su hombro derecho, mientras el
aroma del jabón llenaba a su nariz y sentía los dedos masajeando sus
hombros—. ¿Y sabes qué? Arreglé algo entre esos árboles, creo que podrías
sentarte y tal vez descansar.
—Sí, pensé que tal vez, te gustaría sentarte en algo mejor que una piedra.
Las manos de Gabrielle se deslizaron hacia abajo para descansar sobre sus
caderas mientras se movían juntas y presionó su vientre contra el de Xena, un
calor agradable viajó por su cuerpo e hizo retroceder el agotamiento y
desterró la espantosa locura de lo que estaban haciendo.
Tiempo muerto.
—Tenemos algo suave para que podamos sentarnos allí, ¿eh? —Xena apartó
sus labios lo justo para hablar—. Pequeña sinvergüenza. —Regresó para otro
beso, saboreando el más leve toque de bayas mientras su lengua provocaba
suavemente contra la de su compañera de cama.
—Ungh.
553
—¿Cómo en el Hades se te ocurrió ESTO? —Xena se detuvo, en medio de una
placentera, aunque mojada seducción cuando ella y Gabrielle se las
arreglaron para entrar juntas, en el pequeño claro que la mujer rubia había
preparado.
—Oh. —Tomó una profunda bocanada de aire y la expulsó—. Eso. Ah, sí, fui yo
—admitió—. ¿Te gusta?
—Solía hacer esto cuando tenía que quedarme fuera vigilando a las ovejas —
dijo—. Mola mucho, ¿eh?
—No. —La mujer rubia la tocó—. Estaba en la cueva. La encontré antes que
el resto de esos tipos lo hicieran.
Eso significaba que, en este lugar tan poco práctico, podía simplemente
sentarse y relajarse un rato. Con un gruñido de aprobación, se volvió y se sentó
en el pellejo estirado, sintiendo que se movía debajo de ella, mientras probaba
cautelosamente la fuerza de las cuerdas.
—Ven aquí.
—Yo era idiota —respondió Xena rápidamente—. Sin mencionar, que era
demasiado joven y estúpida como para valorar lo que es tener algo tan simple
como una puñetera almohada.
—Oh.
—Entonces. —Ignoró lo insensato que era ellas allí balanceándose con los
posibles soldados enemigos a su alrededor—. ¿Dónde aprendiste a hacer uno
de estos? No me imagino a un montón de granjeros acunándose.
—Uh oh. —Las fosas nasales de Xena se ensancharon—. Sabía que había una
historia de dormir con ovejas en alguna parte de tu pasado.
Gabrielle comenzó a reírse, sacudiendo la cabeza mientras las risas bajaban
por su cuerpo.
—Oh, por el amor de los dioses, Xena. —Xena se rio entre dientes—. Nunca he
dormido con una oveja. —Las risas de la mujer rubia finalmente se
desvanecieron—. Ni siquiera accidentalmente. Pero solía tener que salir a
vigilar a los rebaños cuando pastaban, en verano.
Bien. Gabrielle recordó los largos días de verano que había pasado sola con
los animales lejos en el campo. Los recuerdos parecían un poco borrosos, y
casi sintió que no podía volver atrás y ser de nuevo la chica que había sido
entonces.
¿Tanto tiempo había pasado? Solo tres o cuatro temporadas, pero eso
parecía una vida. Apenas podía recordar el aroma del trébol, el sonido de los
pájaros sobre sus cabezas y el suave balido de las ovejas cercanas.
—Gabrielle.
—¿Sí?
—¿Te ibas a lanzar delante de una manada de lobos para evitar que se
llevasen tus chuletas de cordero? —La voz de Xena se elevó con
incredulidad—. Me estás tomando el pelo, ¿verdad?
—Bueno. —Sonaba un poco loco—. No lo sé... nunca tuve que hacer eso. Lo
peor que sucedió fue que uno de los corderos cayó en un pequeño hoyo de
arenas movedizas y tuve que tirarme tras él —suspiró—. Una estupidez.
—¿Lo sacaste?
—Um... No —admitió—. Creo que la cosa más loca que jamás imaginé fue huir
para unirme al circo ambulante.
—¿Yo?
—Sí, tú. —Xena le dio un beso en la parte superior de la cabeza—. No voy a
ser yo la única atrapada haciendo de héroe de pacotilla en esta maldita
historia.
—Um.
—Si puedes sacar a una oveja de las arenas movedizas, puedes dirigir a mi
ejército.
—Uhhhm.
558
Xena levantó la rodilla, apoyando su tosco tazón de madera sobre ella,
mientras observaba el sol que comenzaba a deslizarse detrás de la línea de
árboles. Excepto, por el hecho que no tenía una jarra de cerveza fría en la otra
mano, se sentía condenadamente maravillosa en ese momento, y ni siquiera,
la idea de tener que viajar toda la noche le molestaba.
Estar limpia, haber dormido durante horas y conseguir una comida decente
hizo maravillas en ti, ¿verdad? Se pasó la lengua por los labios. Especialmente
cuando te estás haciendo vieja.
—Oye, ¿Xena?
—¿Siii?
—Uh huh.
—Lo sé por el sabor —dijo la reina—. Quiero decir que tiene algo.
Tener suficiente para comer, y tiempo para comerlo, era un lujo del que no
sabían mucho desde que comenzaron la lucha, y le hizo apreciar de nuevo, 559
todo lo que había conocido en el castillo durante el invierno. Que curiosa era
la vida a veces, lo que ella había conocido antes había sido mucho peor de
lo que habían experimentado aquí.
Gabrielle levantó sus rodillas y las rodeó con sus brazos mientras giraba su
cabeza hacia la reina.
Gabrielle se dio cuenta de que cada vez le resultaba más difícil recordar
cómo se había sentido al tenerle miedo a Xena, mientras respondía a las burlas
con una sonrisa pícara.
—Nunca me olvido que tú eres la reina. —Tranquilizó a su compañera—. Pero
honestamente, no he dicho nada.
—Yo también. —La mujer más alta se chupó las yemas de los dedos—. Y bien,
¿estás lista para partir?
—Supongo.
Xena se puso de pie y silbó, mirando hacia atrás cuando vio a los hombres 560
comenzar a formar preparándose para moverse.
Buena pregunta.
—¿Tienen a Tiger?
—Esta mañana. Pude verlos desde allí. Indicó la pared que había escalado.
—Yo también —dijo Xena—. Estoy segura que a estas horas ya lo han matado
—añadió con un intento de indiferencia—. El no dejará que nadie lo monte.
—Una punzada de dolor recorrió su pecho otra vez, viendo de nuevo la
imagen de hombres rodeando a su amado semental y sus ojos
desenfrenados—. Pobre bastardo.
—Lo sé. —Xena le dio un beso en la cabeza—. Ve a jugar con él para que no
se arrepienta de seguirnos. Dale un higo o algo así.
—Está bien. —Su amante la soltó, y regresó al lado del pony, acariciando su
cuello y rascándole las orejas—. Hola Parches —logró una sonrisa—. Así que te
escapaste, ¿eh? Eres tan listo. —Parches la empujó en el pecho con su nariz,
aparentemente contento de verla de nuevo. Todavía llevaba los arreos sobre
su espalda, incluyendo la silla de montar y sus bolsas, y buscó en una para
encontrar una manzana algo marchita—. Aquí tienes- —Ella se la ofreció—. No
es mucho, pero te encontraremos algo mejor, una vez que nos pongamos en
marcha.
Pensó en Tiger, levantando los ojos para observar a Xena mientras formaba a
los hombres para salir. ¿Cuán mal debía sentirse su amiga? Ella nunca dijo
mucho al respecto, pero Gabrielle podía decir que amaba a los caballos, y al
negro grande en particular. Sabía cómo se habría sentido si Parches hubiera
sido capturado. 562
Guau. Le dio otro abrazo al pony, luego tomó sus riendas y esperó mientras los
hombres se reunían alrededor y la oscuridad comenzaba a caer sobre ellos.
¿Había algo que pudiera decirle a Xena al respecto? ¿O la reina solo querría
fingir que no le importaba?
De nuevo, todo parecía estar del revés. Se dirigían hacia la ciudad, ella se
había comprometido con algo que no estaba segura de poder hacer, y su
futuro parecía más en duda ahora que el día anterior. A medida que el
camino se desenmarañaba frente a ellos, una abertura apenas visible entre la
maleza, esperaba que las cosas salieran bien.
Esperaba no cagarla demasiado.
Un búho ululó. Luego, muy lejos, hubo un grito, una voz ronca que se alzaba
en agonía, pero la pequeña banda siguió caminando sin pausa, dejando lo
que fuera que fuese aquello, atrás.
—Sí.
—Escucha. Puedes hacerlo —dijo—. No saben quién eres, Gabrielle. Eres solo
una niña de campo que vienes a la gran ciudad para contar historias y hacer
algunos dinares. No es nada del otro mundo.
—Xena, no puedo hacer esto. Tengo miedo —susurró, mirando más allá de la
reina hacia donde los hombres esperaban pacientemente escondidos entre 564
la maleza—. ¡Simplemente no puedo caminar hasta allí!
—Shh. —La reina ahuecó su mejilla con una mano sorprendentemente gentil—
. No vas a ir caminando hasta allí.
Eso es todo. Solo la idea de dejar a Xena e ir sola por ese largo camino le daba
tanto miedo a Gabrielle que la dejaba sin palabras, ahora que estaban allí, al
borde de la maleza, con nada más que ese espacio vacío frente a ellos.
—¿Vas a estar justo detrás de mí? —preguntó—. Pensé que no querías que te
vieran.
—No lo harán. —Gabrielle exhaló—. Gabrielle, escúchame —dijo Xena—. Solo
tú puedes hacer esto. Ninguno de nosotros puede. —Se indicó a sí misma,
luego a los otros soldados—. Tenemos que entrar a la ciudad, necesitamos
aliados.
—Las vicisitudes de la guerra, amiga mía. Eso es lo que pasa a veces. Un día
eres una perra y al siguiente, una salvadora.
—Bueno. Haré lo mejor que pueda, eso es todo —dijo—. Solo, por favor, ten
cuidado, ¿de acuerdo? No quiero que te pase nada mientras estoy allí —
Rodeó a la reina con sus brazos y la abrazó.
565
Xena le devolvió el abrazo.
Casi de inmediato, se sintió asombrosamente sola. Era difícil dejar a los demás,
volver la espalda a su pequeño grupo de hombres, y a la figura alta y vigilante
de Xena.
Habría sido insoportable, pensó, si no hubiera tenido Parches con ella. Aunque
no podía hablar, su cálida y peluda presencia le proporcionaba cierto
consuelo, y retrocedió para caminar a su lado, con el brazo sobre el cuello
cuando salieron a la tenue luz de la luna que se ponía. El cielo por el este
comenzaba a blanquear con el amanecer.
Delante de ella, podía ver la franja del camino, e incluso a esa hora temprana
había figuras oscuras moviéndose sobre ella, caballos con hombres sobre sus
gruesos lomos con el distintivo contorno de las armas. Pronto, llegaría al
camino, y entonces...
Y entonces.
Eres la única que puede hacer esto. Gabrielle dejó que las palabras de la reina
resonaran en su mente, atrapada entre sentirse halagada porque había algo
que solo ella podía hacer, y vergüenza de que quisiera salir corriendo y no
hacerlo.
Miedo. Respiró hondo y calmó sus pensamientos, pensando en qué les diría a
los soldados cuando se encontrará con ellos. ¿La interrogarían? Xena le había
dicho que dijera que no era más que una pastora errante, que escapaba de
la lucha en el valle, y buscaba hacer fortuna.
¿La creerían?
Parecía bastante sencilla, pero Gabrielle sabía que ninguna hija de una familia
de pastores se habría vestido así, y ninguna chica habría estado viajando por
el camino hacia la ciudad portuaria sin una escolta.
Sin embargo, ¿Lo sabrían los hombres de Sholeh? Después de todo, eran
liderados por una mujer, ¿No?
Solo pasó media marca de vela antes que viera las figuras montadas que
venían hacia ellos, iluminadas por el creciente amanecer y reconocibles por 567
su perfil como soldados. Podía ver los cascos en forma de cono y, cuando se
aproximaron más, las espadas curvas, su garganta se secó un poco.
Más cerca, y pudo ver que los soldados la estaban mirando. Se aclaró la
garganta e intentó calmarse para parecer tan inocente e inofensiva como
pudo, dándole palmaditas a su pony en el cuello y hablándole con forzada
indiferencia.
—Tú allí. —El más grande de los dos hombres se le acercó, mientras que el
segundo retrocedió y arrastró su caballo de lado para bloquear el camino—.
Detente.
—En uno de los valles, allá atrás. —Indicó la cordillera detrás de ellos.
El hombre la estudió.
—A la ciudad de allí. —Señaló detrás de él—. Soy una bardo. Me imagino que
tal vez, hay algunas posadas que podrían contratar una.
Rehusó mirar detrás de ella, mirando al otro soldado en su lugar. Mantuvo sus
manos apoyadas en la silla de montar e intentó relajarse, con las orejas
arqueadas para escuchar el golpeteo de los cascos del caballo cuando el
hombre se detuvo.
Si llegaba.
569
Xena estaba bastante convencida de que se estaba volviendo loca.
Seguramente, esa tenía que ser la razón por la que estaba parada donde
estaba, abrazada a un árbol, cerrando sus brazos alrededor de su tronco para
evitar que el resto de ella, corriera a toda velocidad por el camino tras esa
figura menuda que se alejaba.
Era una locura. Estaba totalmente fuera de control y le estaba llevando casi
toda la energía que tenía quedarse quieta, por no hablar de planear una
invasión de forma inteligente.
—Um... ¿Xena?
—¿Sí? —La reina no se atrevió a volver la cabeza para mirar al soldado detrás
de ella.
—¿Estás bien?
—Está bien. —Se soltó con cuidado del árbol y dio un paso atrás—. Vamos a
salir.
—¿Majestad?
—Nada. —Xena consideró que su compañera de cama se estaba alejando
demasiado para su comodidad, y decidió arreglar eso—. Todos preparados
para encorvarse.
—¿¡Majestad!?
571
Le llevó un rato, pero como ningún otro soldado se le había acercado,
Gabrielle se sintió un poco más relajada, lo suficiente como para estirar las
piernas en los estribos y mirar a su alrededor las tierras por las que pasaba.
La verdad es que el paisaje era bonito. La hierba a la orilla del río se agitaba
con la brisa y le traía un olor a verde intenso. Estaba tranquilo, aunque la misma
brisa traía el sonido de las gaviotas a sus oídos, y recordó nuevamente lo cerca
que estaban del océano, aunque estaba totalmente escondido detrás de los
acantilados.
Su miedo iba cediendo, las murallas de la ciudad todavía estaban muy lejos y
había tiempo suficiente para que entrara en pánico otra vez antes de llegar.
Sin embargo, hasta que sucediera, pensó que bien podría disfrutar del
tranquilo paseo tanto como pudiera y no preguntarse demasiado sobre
dónde estaba Xena.
—Buenos días.
Gabrielle detuvo a Parches. Se giró y miró hacia atrás, luego hacia la mujer.
—Estoy siguiendo al ejército, por supuesto. —Se sentó un poco más erguida y
se echó la capucha hacia atrás, dejando al descubierto el cabello rubio un
poco más amarillo y más largo que el de Gabrielle—. No encontrarás mucha
acción allí. —Señaló la ciudad portuaria—. Muy pesado.
Podía oler los caballos, el cuero, el acero y su hombro chocó con fuerza contra
algo antes de agachar la cabeza y escabullirse entre los dos soldados mientras
estos pasaban corriendo con gritos y risas.
—Ah, pe... pe... Pe... —Xena apretó fuerte la mandíbula para ahogar un grito
de indignación, con una mano apretada alrededor de un desafortunado tallo
de hierba de río, la otra sujetando su chakram listo para decapitar. Estaba sola
después de haber superado a sus hombres con una velocidad loca, se arrastró
por la hierba que había dejado su piel medio cortada en tiras por los bordes
afilados, y su corazón daba tumbos en su garganta—. Estúpido hijo de... —Los
soldados siguieron riendo y cabalgando, sin apenas mirar hacia atrás al pony
desbocado que se alejaba de ellos, y sin percatarse de la mujer que echaba
humo a un cuerpo del camino, casi lo suficientemente cerca como para
agarrar la cola de sus caballos. Xena casi quería matarlos de todos modos. El
hecho de que echaría a perder su plan le impedía lanzar su arma, mientras
sentía que los latidos de su corazón comenzaban a disminuir y que la tensión
de la batalla casi desaparecía de su cuerpo. Patanes estúpidos. Se dio cuenta
que los hombres solo estaban jugando con Gabrielle, actuando para asustar
a la campesina solitaria, y además no eran más que unos críos. Sin embargo,
eran soldados regulares de Sholeh, ahora que sabía lo que significaban las
marcas de rango, podía verlo a simple vista. Eso la había hecho correr. Los
reclutas con los que pensaba que Gabrielle no tendría ningún problema,
después de todo, probablemente conocían a alguien como ella en casa.
Xena reflexionó eso. Bueno, tal vez no JUSTO como ella. Guardó su arma y
comenzó a retroceder hacia donde había dejado a su pequeña y variada
fuerza, agachándose y avanzando como un cangrejo, lo que en realidad era
mucho más incómodo de lo que parecía. Bueno para los muslos, pero pésimo
para la espalda. Xena ya podía sentir la tensión, y para cuando se encontró
con sus compañeros que se arrastraban rápidamente, tenía ganas de
tumbarse y echarse una siesta. Desafortunadamente, no era una de sus
opciones, así que simplemente cambió su dirección y se dirigió hacia la
ciudad portuaria de nuevo—Vamos. 575
—M... M… Xena. —Uno de los hombres jadeó—. ¿La pequeña está bien?
—Sí, está bien. —la reina respondió secamente, señalando a Jens hacia
adelante—. A la velocidad que ese enano está yendo, ella estará en las
puertas en una marca de vela.
Pregunta arriesgada.
—De por allí, sí. —Gabrielle intentó ganar tiempo—. Hay una especie de
barullo en este momento —explicó, encogiéndose ligeramente de hombros, 577
mientras miraba de cerca el rostro del hombre.
—¿La lucha todavía está en marcha? —El hombre pareció sorprendido—. ¿El
ejército no lo ha atravesado? Teníamos órdenes de partir detrás de ellos esta
mañana.
—¿Qué quieres decir? —Hizo una pausa, cuando el hombre ladeó la cabeza
con cierta sospecha—. Quiero decir... Mi familia regresó allí —añadió—. De
vuelta al valle.
El hombre se relajó.
—Um…
—Las existencias de alimentos. Este ejército está en movimiento, irá río arriba y 578
no tomará prisioneros —dijo el hombre enérgicamente—. Así que, si yo fuera
tú jovencita, me metería detrás de esas murallas, y conseguiría un lugar, ¿eh?
Encuentra a una anciana que necesite un par de manos, antes que termines
al servicio del servicio, no sé si me pillas.
Pensó en todos los hombres del ejército, dispersados por orden de Xena,
quienes, sabía de corazón, probablemente todavía estaban al otro lado de
ese paso esperando a su reina.
Pensó en todos esos aldeanos pobres, ya en cierto sentido violados por Bregos
y sus hombres, objetivos fáciles para que Sholeh utilizara.
Gabrielle esperó a que pasaran y luego continuó su camino, con las tripas
revueltas por una miríada de emociones, así como un montón de dudas
cuando las grandes puertas comenzaron a extenderse sobre su cabeza y el
sonido de la ciudad llegó hasta ella.
—Chico —murmuró finalmente mientras Parches giraba una oreja hacia ella—
. Espero que Xena sepa lo que está haciendo. —El pony resopló—. Sí, gracias.
Me alegra que tengas tanta confianza.
579
Parte 18
—Hola. —El hombre solo levantó una ceja, y ella se figuró que tal vez la
ingenuidad no era tan buena como solía ser—. Soy eh... —De repente se dio
cuenta que todos los ojos estaban sobre ella y casi la hizo tartamudear—. Solo
estaba... um... buscando un lugar para contar algunas historias.
Un grito ronco hizo que el guardia se volviera a mirar dentro de las puertas y
Gabrielle estiró su cuello para ver qué estaba pasando. Dentro había una
multitud de personas, y un poco por encima, una plataforma con un hombre
sobre ella, amarrado a un soporte vertical en medio de una paliza.
—Idiotas. Te digo que han vivido muy bien por aquí demasiado tiempo. —
Caminó hasta el borde de la plataforma de guardia y se apoyó en ella,
estudiando de cerca a Gabrielle—. Bardo. ¿Eh? —Gabrielle volvió la cabeza
lentamente de la escena y la inclinó para mirarlo—. ¿Tienes historias como esa,
muchacha?
Muy lejos de ti. Gabrielle condujo a Parches por una calle lateral, despejando
el camino de la fila de gente que venía detrás, luego se dio la vuelta y examinó 582
el espacio abierto dentro de las puertas, donde estaba la plataforma.
—No seas tan bastardo, Balos. —El acompañante del hombre del delantal se
acercó al otro lado de Parches, mientras una pequeña multitud se
congregaba frente a ellos para ver la paliza—. Quería el pago, es todo. Por sus 583
bienes.
—¿Por qué pagar por lo que pueden tomar? —preguntó, con un débil bufido.
—Porque si todo lo que haces es tomar, no queda nada la segunda vez —dijo
Gabrielle, haciéndose eco automáticamente de las enseñanzas de Xena—.
Es estúpido. —Un pequeño silencio se alargó, y Gabrielle se volvió para mirar
al hombre mayor, encontrándose con que él la estaba mirando con expresión
recelosa—. Pero, por otro lado... solo soy una chica de campo. ¿Qué voy a
saber yo? —Sus labios se curvaron un poco—. De todos modos, ¿podrías
decirme dónde está la posada?
—¿Cuál? —el hombre más joven se giró un poco y quedó frente a Gabrielle—
. Hay más de un puñado, muchacha, pero la mayoría están llenas a rebosar
con gente como ellos. ¿Quieres su compañía?
Un fuerte crujido los hizo volverse y mirar. El brazo del comerciante colgaba en
un ángulo extraño y poco natural, y su cuerpo estaba rígido por la agonía,
pero su mandíbula estaba apretada con tanta fuerza que los músculos casi le
deformaban la cara y un delgado hilo de sangre goteaba por la comisura de
su boca debido a sus esfuerzos por no gritar.
Gabrielle lo miró irse, luego se volvió para mirar a su compañero más joven.
—¿Lo estoy?
¿Podía confiar en este hombre? Gabrielle lo estudió. No era viejo, pero 584
tampoco era tan joven, tal vez la misma edad que Xena. Tenía ojos astutos y,
de repente, le recordó a Jellaus, el trovador de Xena.
Si no, bueno...
Las murallas de la ciudad se alzaban sobre ellos y levantó la mirada para ver
a los guardias en la parte superior de la misma mientras se abrían paso a través
de las calles, alejándose del ruido de la plaza y la multitud, y lejos de los altos
y ricos edificios.
Más abajo, donde las viviendas eran de una sola planta y estaban construidas
de manera tosca, el viento llevaba un toque de sal, hasta que finalmente
Lennat la guio a través de un arco de piedra cubierto de enredaderas.
Tan bajo que Gabrielle tuvo que agachar la cabeza para entrar incluso con
la pequeña estatura de Parches. Cuando se enderezó, miró a su alrededor y
vio un pequeño patio de piedra cubierto de maleza, con algunas penosas
mesas de madera esparcidas por todas partes, y una construcción de una sola
planta con tejado de paja que se alzaba delante de ella.
—No parece nada del otro mundo —dijo Lennat—. Pero la cerveza es buena.
—Indicó una destartalada construcción de madera justo a la izquierda—. 585
Puedes dejar a tu amigo allí. Tengo un poco de paja, no mucho. Se llevaron
las cabras. —La dejó en el patio, subió los escalones de madera que crujieron
por su peso y abrió la puerta, dejando que se cerrara detrás de él.
Parches se hizo con una pajita colgante y comenzó a tirar de ella, masticando
mientras le quitaba los arreos y los colocaba ordenadamente en una esquina.
Luego tomó un puñado de paja y comenzó a frotar su pelaje eliminando el
barro de su viaje.
Cuando terminó, recogió sus alforjas y se las puso sobre el hombro, revisando
dentro de su bolsa para asegurarse de que tenía las dos monedas que Xena
le había dado allí, a salvo antes de salir por la puerta, y se dirigió hacia el frente
de la posada.
Sé que puedes hacerlo. Podía oír la voz de Xena, tranquila y segura. Rata
almizclera, cuento contigo.
586
Xena estaba empezando a odiar el espacio abierto, algo que encontró un
poco inusual, porque en general le encantaban los espacios abiertos, y una
de las cosas, con que estaba secretamente encantada era con sus nuevas
habitaciones en el castillo y la enorme ventana que le permitía ver los jardines
y las montañas más allá de la muralla.
Pero en este momento, odiaba el espacio abierto. Era todo lo que había entre
ella y los muros de la maldita ciudad, y no había forma de acercarse más sin
exponerse a las líneas de los guardias de patrulla.
De ninguna manera. Las hierbas habían sido quemadas, lo cual, como tirana,
apreciaba completamente, y Sholeh había dejado un contingente de
tamaño considerable para proteger su nueva adquisición, el cual estaba
encaramado en lo alto de la muralla y en grupos a caballo entre la entrada
de la ciudad y el pequeño arroyo que bajaba a través del campo y
continuaba hacia el mar.
Eso significaba que Xena estaba atrapada donde estaba hasta el anochecer
y odiaba estar atrapada en cualquier parte por cualquier motivo.
—Espero que sí. —Xena se apoyó en los codos—. De lo contrario, será una
noche muy emocionante.
—Ella es valiente.
Ah.
—Buena pregunta.
Xena se volvió y se deslizó por la roca sobre la que había estado apoyada,
sentándose en el suelo. Extendió las piernas y las cruzó, sintiendo la fría
superficie de la roca contra sus omoplatos.
—Sí. —La voz de Jen tenía un tono claro comprensivo—. Sé que te gustaba el
chico grande.
Probablemente había perdido su reino. Incluso si por algún milagro lograra que
Sholeh diera media vuelta, le llevaría tanto tiempo que ¿quedaría algo a
donde volver?
—Aquí estoy. —Gabrielle miró a las dos o tres personas que había dentro de la
posada, hombres sentados encorvados sobre cuencos de espaldas a ella. Se
acercó a la última mesa cerca de la cocina y dejó las bolsas cuando Lennat
se le unió—. ¿Es esta tu posada?
—Bueno, tengo que darle los dinares a alguien. Bien podría ser a tu madre —
dijo—. Además, es agradable.
Lennat le sonrió irónicamente.
—Hubo dos personas de allí que terminaron mendigando como escoria en las
calles —admitió—. No admito mendigos.
Hacía frío y estaba oscuro, era a media mañana incluso antes de que el sol se
deslizara de mala gana sobre el borde de las murallas y dejara pasar un poco
de luz a través de las nubes. 591
Gabrielle apoyó las manos en la pared y miró hacia afuera, envuelta en un
grueso abrigo contra el frío. Era una mañana especial, al menos para ella, y
quería tomarse ese tiempo para simplemente pararse y mirar el patio de
entrenamiento y recordar.
Gabrielle dejó caer la cabeza y la apoyó contra sus manos cruzadas, mientras
las lágrimas rodaban por su rostro. No era frecuente que se permitiera sentir
ese vacío, saber la certeza de que solo ella había sobrevivido.
Sin importar su relación con Xena, sin importar sus amistades en la fortaleza,
había una tristeza a la que nada de eso afectaba, no de esta manera.
Gabrielle sorbió por la nariz y se enderezó, limpiándose los ojos cuando oyó el
sonido de caballos moviéndose y vio a los mozos que llevaban cuatro o cinco
potros al patio. Su belleza la golpeó, y sonrió un poco, parpadeando para
quitarse las últimas lágrimas.
Cuando pasaron más allá de su vista, le dio una palmadita a la pared, antes
de darse la vuelta y entrar en la torre, entrar en el espacio que una vez había
conocido como esclava, y donde había conocido a Xena.
592
Ya no era la torre de la reina, por supuesto. No donde ella vivía de todos
modos, aunque su cámara de entrenamiento, solitaria y austera, todavía se
usaba regularmente. Por capricho, Gabrielle se desvió por las escaleras hasta
la parte principal de la fortaleza y se metió dentro de la cámara pequeña e
irregular que había sido su primer hogar aquí.
Dentro, solo algunas ropas dobladas, y un jergón, pero sus ojos se fijaron en la
superficie de este último y caminó hacia adelante, arrodillándose junto a la
cama y poniendo sus manos sobre ella.
—¡Aquí, chica!
—Ella cuenta historias, madre. —Interrumpió Lennat—. Seguro que eso vale
algo, ¿sí?
—No, no... puedo pagar —dijo—. Solo me gustaría algo para cenar, y un lugar
para acostarme. —Le ofreció a la mujer la moneda—. Y... contaré historias
gratis. ¿Qué te parece?
—No puedo esperar a escuchar qué historias tienes que contar —dijo Lennat—
. Apuesto a que son interesantes. Me encantan las buenas historias.
594
Gabrielle lo siguió por un pasillo lateral, contenta de estar lejos de todos esos
ojos curiosos.
—Bueno, no llevo haciendo esto mucho tiempo —objetó—. Pero haré lo mejor
que pueda.
La habitación que le habían dado era muy pequeña. Gabrielle dejó su alforja
y se abrió paso alrededor de la estrecha cama, encontrando apenas espacio
suficiente para que incluso su estatura relativamente pequeña se moviera
dentro. Había una pequeña ventana en la parte de atrás, se acercó y la abrió,
aliviada por la luz que entraba y la brisa fresca que la acompañaba.
La parte posterior de la posada daba a un largo y tortuoso sendero, y al final
del camino podía ver el paseo marítimo. Eso explicaba la sal en el aire, y
estaba contenta de simplemente quedarse quieta por un momento y dejar
que los acontecimientos la alcanzaran.
Pero a pesar que estaba cansada, no tenía ganas de quedarse allí sentada
en ese espacio diminuto, decidió relajarse durante media marca de vela más
o menos, y luego ir a explorar la ciudad. Con un gruñido de satisfacción, tiró
de su alforja y la abrió, levantando las piernas para sentarse sobre ellas
cruzadas, mientras revisaba sus suministros.
Había sido difícil saber qué traer, aunque los dioses sabían que no tenían
mucho con ellos. Gabrielle sacó una camisa de repuesto y dejó que su mano
descansara sobre ella, incapaz de reprimir una pequeña sonrisa sabiendo que
era de Xena. Era de un intenso color azul, y pensó que tal vez se la pondría
para contar sus historias esta noche, como una especie de amuleto de buena
suerte.
Dejando eso a un lado, sacó lo poco que tenía en cuanto a provisiones, dos
manzanas un tanto arrugadas, una pera y un puñado de nueces. Dado que
había pagado la cena, las guardó para más tarde y sacó el pequeño saco
donde llevaba sus dinares.
Las letras eran de un extraño color oscuro, pero los trazos eran firmes, decididos
y familiares a sus ojos. Se mordió el labio y agachó la cabeza un poco para
ver mejor, girando a medias su cuerpo hacia la ventana para atrapar la luz.
Gabrielle se quedó mirando el papel, leyendo las palabras una y otra vez
mientras un escalofrío recorría su espalda y se le ponía la piel de gallina en los
brazos. Le entraron ganas de llorar, pero el alivio que le dieron las palabras era
un contrapunto perfecto, todo lo que acabó haciendo fue cerrar los ojos con
un suspiro. 596
Era un viaje tan extraño en el que estaban, ¿verdad? Gabrielle dobló el
pergamino y se lo metió debajo de sus ropas, cerca de su corazón. Le picaba
un poco, pero eso era bueno, le recordaría que estaba allí, apoyó los codos
en las rodillas y descansó la barbilla en la mano mientras simplemente se
quedaba sentada pensando en Xena.
—No meteré la pata, Xena. —Hizo una pausa antes de abrir el pestillo—. Lo
haré bien. Te haré sentir orgullosa de mí. Lo prometo.
Xena dependía de ella, estaba segura que iba a hacer esto bien.
Por una vez, Xena se alegró de las nubes que habían surgido y cubrían el cielo
cerca del anochecer. Hicieron que la tierra se oscureciera y condujo a sus
tropas a través de las praderas vacías sin ser vistas.
—No hagáis ruido al andar. —Se dirigió a sus hombres—. No caminéis juntos.
—Sí, nunca se sabe cómo de hambrientos están esos persas. Si oyen venir un
rebaño de reses es posible que salgan en estampida —les tiró Xena, luego
volvió su atención a las llanuras planas y negras que tenía delante. Ella podía
ver. Sombras grises, por supuesto, pero el contorno de la hierba era nítido para
sus ojos, al igual que las rocas dispersas, y pequeñas colinas entre ellos y las
murallas de la ciudad. Sin embargo, había un anillo de luz alrededor y se dio
cuenta que eso supondría un problema cuando llegaran tan lejos. Pero eso 597
podía esperar hasta entonces. Estaba patéticamente feliz por estar en
movimiento, la larga espera por la caída de la noche había agotado sus
nervios. Mientras que, aquí el pequeño grupo de tropas había descansado un
poco, ella había pasado el tiempo estresándose por cada pequeña cosa
hasta que estaba tan nerviosa que se sentía como si estuviera sentada sobre
hormigas. No es que supiera de verdad lo que se sentía sentada encima de
un hormiguero, por supuesto, aunque recordaba haber tenido que comer
hormigas en una etapa de su vida solo para sobrevivir. Xena se lamió los labios,
recordando ese gusto extraño y ácido con demasiada claridad. Eran mejor
los gusanos. Había aprendido a tostarlos, y una comida de aquellos con
algunos tubérculos había sostenido a su ejército recién formado, en más de
una noche o dos durante una luna en aquel entonces. Habían vivido, pero
nunca había recibido altas calificaciones por su cocina, eso era
condenadamente seguro. Totalmente correcto. Tenía otras habilidades, y
había aprendido algunas otras como buscar comida, reunirse y quedarse con
el ejército durante las comidas. Recordó una noche que regresaba con algo
de pesca y dobló una curva para ver una ladera entera cubierta con sus
tropas reunidas en campamentos limpios, con ordenadas hogueras y
pensando... Esto es mío. Xena miró atrás, a su pequeño y diverso grupo y tuvo
que sonreír, sacudiendo la cabeza cuando una vez más se encontró a sí
misma al frente, dirigiéndose hacia problemas inimaginables. Oyó el retumbar
de un trueno sobre su cabeza y tiró un poco de su capa envolviéndose
cuando comenzó a oler la lluvia en el aire. Alargó sus zancadas, pensando
que cuanto más rápido avanzaran, antes podrían llegar a las murallas, y ver
de verdad qué tenía que hacer para entrar allí. ¿Estaría Gabrielle
esperándola? Sí. Se dijo Xena firmemente. Gabrielle estaría allí. Sabía que su
pequeña compañera de cama estaba molesta por haber sido lanzada a la
muralla en ropa interior, por así decirlo, pero estaba segura, que comprendía
lo importante que era entrar a la ciudad. Estaba segura, ¿verdad? Xena
frunció el ceño, luego su atención fue desviada por un pequeño movimiento
sombrío delante. Dejó escapar un silbido bajo y se detuvo, esperando que los
hombres no se amontonaran sobre ella. Sus ojos recorrieron el área, luego la
barrieron de nuevo, buscando el movimiento que había llamado su atención.
Detrás, los hombres se detuvieron a tiempo y esperaron en silencio, los nuevos
reclutas sujetados firmemente por los soldados de Xena. A lo lejos, podía oír la
lluvia barrer sobre la hierba, pero sus orejas lo ignoraron, enfocándose en el
área a su alrededor, escuchando atentamente los sonidos que no eran lluvia,
y no eran viento, y luego sus otros sentidos tomaron el control cuando su
cuerpo reaccionó a algo tan rápido que ni siquiera tuvo tiempo de advertir a
los hombres antes de encontrarse desenvainando su espada y 598
defendiéndose. No eran nada más que sombras, pero sombras con acero.
Dejó de intentar verlos y, en lugar de eso, permitió que sus instintos de batalla
tomaran el control. Su espada se encontró con la que se blandía hacia ella y
soltó un grito salvaje mientras retorcía las muñecas y bajaba los brazos,
desviando el ataque antes de seguir moviéndose y atacando, mientras daba
la espalda a su adversario con una patada giratoria. Nunca se esperaban eso,
y esta no fue una excepción. Sintió que su bota golpeaba la carne, luego
continuó dando la vuelta y levantó su espada frente a ella, su superficie titilaba
mientras zigzagueaba una figura de ocho en el aire ante sus ojos. Movimiento
a su izquierda. Se giró y sintió algo golpear su espada y la sombra detrás de
eso se despejó a su vista a una figura alta con una espada en cada mano, y
su corazón se aceleró. Enderezó su cuerpo para enfrentarlo y abrió los ojos de
par en par, absorbiendo toda la luz que podía para captar tanto de él como
fuera posible mientras lanzaba un ataque directamente hacia ella. Sabía que
luchar contra dos espadas era difícil. Mantuvo su atención en el parpadeo del
acero mientras giraba a la izquierda y luego a la derecha para contrarrestar
sus golpes.
El olor a sangre en el viento. Esto hizo que se le erizaran los pelos de la nuca y
atrapó la primera cuchilla, agachándose cuando la segunda barrió sobre su
cabeza. Soltó una mano de su espada y atrapó el brazo de su adversario
mientras volvía, girando su cuerpo hacia él nuevamente y pateándolo en las
tripas tan fuerte como pudo.
Cualquier otra persona se habría caído de culo. Xena agradeció las largas
noches en su cámara de entrenamiento mientras su cuerpo reaccionaba
automáticamente y en lugar de golpear la tierra, ella se retorcía en una 599
voltereta hacia atrás, que la sacó del alcance del hombre cuando aterrizó y
luego se impulsó de nuevo hacia delante, pillándolo mientras trataba de
recuperar la postura, cuando arremetió con su espada hacia un lado y lo
golpeó justo en la muñeca.
Sus hombres estaban dispersos entre ellos. Blancos fáciles, sus espaldas
expuestas a los recién llegados mientras luchaban contra los atacantes en el
frente.
Xena contuvo el aliento, lanzando sus dados mentales y esperando a ver
cómo caían.
—¡Vete al Hades! —le gritó uno de sus granjeros con una sorprendente
bravuconería, y Xena sintió un momento de placer macabro por haber
tomado una decisión acertada una vez más.
Los persas dejaron de pelear con los hombres de Xena y se dieron la vuelta
para atacar a sus ex camaradas, liderados por el hombre del caballo, que
cargó contra ellos con su espada levantada.
La pierna del jinete se enredó en su estribo y sus manos se agarraron del codo
de Xena y cayeron juntos hacia un lado tirando del caballo, mientras la
oscuridad borraba incluso las nubes y aterrizaron con el gran animal justo
encima de ellos.
Fue inesperado. Dolía. Xena podía sentir cómo se quedaba sin aliento y sus
piernas se entumecían rápidamente mientras el caballo forcejeaba
frenéticamente. Liberó su brazo del agarre del jinete y le golpeó en la cara
con el codo, pero al sentir el impacto y la reacción, supo que era inútil y que
él ya no era una amenaza.
El caballo, por otro lado, la estaba asfixiando. Xena empujó todo lo que pudo
con sus manos y sintió un aumento repentino de presión mientras el animal
rodaba, aplastándola por un largo, agudo y, terriblemente doloroso
momento, antes de levantarse y quitarle el peso de encima y sentir la lluvia en
su lugar.
Gritos. El olor a sangre. Lucha a su alrededor. La reina trató de recuperar el
aliento mientras flexionaba su cuerpo con un toque de miedo, esperando no
haberse roto nada crítico.
Como su espalda, por ejemplo. Pero aparte del dolor agudo, sus extremidades
se movieron cuando lo pidió, se enrolló en una bola y luego de rodillas,
agarrando su espada mientras buscaba el siguiente ataque.
Pero podía oír venir caballos, y sabía que no podían aguantar por mucho
tiempo. Con una exhalación inestable, se puso de pie y cojeó hacia la hilera
de hombres, repasando sus pocas opciones mientras tomaba posición con
ellos.
601
Gabrielle encontró el camino hasta la orilla del agua, atraída por el olor de la
sal y el sonido de las gaviotas sobre su cabeza. No estaba muy lejos de la
posada y las calles de este extremo de la ciudad parecían muy tranquilas.
Dobló la última esquina y se encontró cerca de los muelles, sus ojos se abrieron
un poco de sorpresa, cuando vio los grandes barcos allí amarrados.
Esa nave parecía más corriente, al menos a sus ojos. Las velas tenían una forma
diferente y el exterior parecía muy golpeado. Tampoco había soldados
protegiéndolo, aunque los hombres que estaban descargando llevaban la
librea de Sholeh.
—Hola.
—Hola niña. ¿Qué es lo que quieres? Estoy seguro de que no lo tenemos aquí.
—Indicó su bandeja en la que había un par de bollos oscuros y duros—. Lo
único que hay aquí, es lo que no se quiere.
—Soy del otro lado del paso. Del valle —respondió Gabrielle, viendo al vecino
del puesto del panadero ladear la cabeza para escuchar—. De no muy lejos.
¿En la casa de Xena? Gabrielle sacó una moneda y la miró. A ella le parecía
bastante común, un lado acuñado con una hoja, en el otro un círculo.
—Estas marcas —dijo—. Algún tipo de prensa, ¿Sí? Ella la inventó. —Le tendió
otra moneda—. ¿Ves esta? Esta es local.
—Ya veo. —Se dio la vuelta y se encontró con que el vecino del hombre se
acercaba con una pequeña bandeja de madera en sus manos—. Oh,
gracias. —Tomó un trozo del queso que le estaba ofreciendo, su nariz tembló
cuando captó el distintivo olor a leche de oveja que provenía de su superficie
húmeda.
—No es del agrado de ellos —explicó el hombre con una sonrisa de lado—. Así
que al menos tenemos un poco para vender.
Gabrielle abrió su bollo por la mitad y le agregó el queso, mordisqueando este
inesperado sabor de su hogar natal con un poco de placer melancólico.
Gabrielle asintió.
—Antes que el ejército llegara allí. —Pensó rápido—. Venía aquí... Ah... quería
ver si podía hacer algunos dinares. No hay muchas posibilidades de que
pueda volver a la granja.
—Tú. Chica.
—¿Por qué vas vestida como un chico? —exigió el hombre—. ¿Buscas burlarte
de nosotros?
—Deberíamos cortarlos. —El hombre sacó una daga. Era grande, y tenía
barba completa. Su armadura estaba marcada con el emblema de Sholeh y
llevaba la espada curva de sus tropas personales—. Es una insolencia.
—Mentira. —El hombre se abalanzó sobre ella, pero justo cuando lo hizo, un
cuerno sonó desde los muelles y él se detuvo en medio del movimiento, su
cuerpo dio un tirón hacia atrás mientras giraba su cabeza hacia el sonido.
Gabrielle podía oír su propio corazón latir con fuerza, pero reunió todo el
coraje que pudo y se enderezó.
—He estado allí —añadió medio encogiéndose de hombros—. Conté algunas 606
historias, conseguí algunas monedas. Ahora, ¿puedo preguntar qué Hades
pasa con vosotros?
—Sí. —Gabrielle sintió que empezaba a anochecer—. Para eso estoy aquí.
Solo estoy tratando de hacer un dinar, eso es todo. —Comenzó a alejarse—.
De hecho, tengo que volver a la posada así que, disculpadme.
»Xena, no sé si puedo hacer esto —murmuró—. Creo que solo voy a meternos
a las dos en problemas. —Se sentó en silencio durante unos minutos
escuchando la lluvia mientras oscurecía cada vez más dentro de la
habitación. Luego, con un suspiro, se inclinó hacia adelante y rebuscó en su
bolsa que había dejado sobre la cama, sacando su pedernal, el percutor y el
cabo de una vela. Las herramientas se sentían un poco extrañas en sus manos, 607
y se dio cuenta de que había pasado mucho tiempo desde la última vez que
tuvo que usarlas. En la fortaleza, por supuesto, había velas, pero por lo general
las encendía con el fuego de la chimenea o con una de las antorchas que los
sirvientes mantenían encendidas. Sin embargo, después de algunos golpes
torpes, consiguió suficientes chispas para encender la vela, el interior de la
habitación se iluminó con un brillo suave y cálido. Puso la vela sobre la mesita
y luego vio una vela más grande que ya estaba en un soporte. Con gratitud,
encendió la vela nueva con su cabo y fue recompensada con una luz más
brillante mientras apagaba su mecha y la dejaba a un lado. Había un
pequeño espejo roto sobre la mesa y colocó la vela junto a él, se puso de pie
tirando de su camisa de repuesto y se desabrochó el cinturón para quitarse la
que llevaba puesta. Después de una breve ojeada a su reflejo, sacó un trozo
de tela de su bolsa y lo sumergió en el agua que había dejado en el lavabo,
frotando el trapo húmedo sobre su piel y eliminando los signos del viaje. Se
echó un poco de agua en la cara y se pasó las manos mojadas por el cabello
para ordenarlo, luego se puso la camisa azul y dejó que sus pliegues se
asentaran sobre ella. Por un momento, se quedó muy quieta cuando la
camisa esparció el aroma de Xena, y este la rodeó con una dulce acritud e
hizo que su corazón se encogiera. Tocó la tela, luego agachó la cabeza hacia
un lado y aspiró el aroma profundamente, envolviendo sus brazos alrededor
de sí misma como si pudiera abrazar la esencia de su amante. Después suspiró
y se miró en el espejo, haciendo una mueca ante el drapeado de la tela. Era
una camisa de manga media para Xena, así que a ella le llegaba hasta las
muñecas, pero el cuerpo era demasiado grande y la longitud, casi le llegaba
a las rodillas. Levantó su cinturón y lo abrochó alrededor de su cintura,
recogiendo la tela y haciendo que el ajuste fuera un poco más razonable y
sacó el peine de su bolsa para peinar su pelo claro y no parecer tanto una
criatura salvaje. Aun así, mirando su propio reflejo en la tenue luz de la vela, le
resultó difícil relacionar a la figura que la miraba con la que recordaba de su
pequeña habitación en casa. Su rostro se había alargado y adquirió un perfil
más delgado, pero el mayor cambio que pudo ver fue en los ojos que la
miraban. Ya no eran los ojos de una niña. Pasado un momento, sacó el trozo
de pergamino escondido contra su corazón y leyó las palabras allí escritas
unas cuantas veces antes de volver a guardarlo, y se echó un último vistazo—
. Está bien, Gabrielle. Les has dicho a todos que eres una bardo. Así que saca
tu trasero ahí y cuenta algunas malditas historias.
Xena saltó de la roca y agarró al jinete por los hombros, con la daga en su
mano derecha hundiéndose en la garganta del soldado, mientras tiraba de
su brazo a través de la parte delantera de su cuello. Apretó sus rodillas
alrededor de los flancos del caballo cuando este se sacudía alarmado,
mientras empujaba al hombre que acababa de matar de su silla de montar.
Parecía que la pelea hubiera durado por siempre. Cada pulgada le palpitaba
y tenía que ignorar el dolor como puñales que atravesaba su cuerpo, pero
tenía suficiente ira y suficiente frustración dentro, como para mantenerse en
la batalla.
Enganchó el brazo, con una maza, de otro hombre con su pie y tiró de él justo
cuando estaba a punto de descender sobre uno de sus hombres. El soldado
destripó al portador de la maza, agarró el arma antes de que cayera, y la
transfirió a su mano izquierda mientras continuaba luchando contra otro jinete
con su espada en la derecha.
—Como yo, mi señora. —Jens dijo con voz áspera—. Creo que se dieron
cuenta que cuanto más tiempo se quedaran, más de ellos matarías.
Los hombres se cerraron a su alrededor, eran más de los que se había atrevido
a esperar que sobrevivieran a la pelea, y esperó a que se acercaran todos,
identificando sus rostros en las sombras. Algunos eran campesinos, otros eran
sus hombres, pero todos tenían la misma mirada de intensa emoción y ella
bebió eso como vino dulce.
—Buen trabajo —dijo después de una silenciosa pausa—. Enviaron lo mejor 610
que tenían para buscarnos.
Xena asintió.
Xena se relajó.
—Si tienes uno a mano, sí. —Envainó su espada, luego abrió la bolsa de su
cinturón y sacó sus paquetes cuidadosamente doblados de hierbas y la
pequeña taza de madera plegable que tenía junto a ellos. Tenía un par de
opciones, y después de un largo momento de lucha mental, eligió la menos
peligrosa de todas, mezclando dos de las hierbas en la taza antes de destapar
la piel que Jens le tendía y verter agua sobre ellas—. Gracias.
Xena hizo girar la taza unas cuantas veces, luego se lo bebió de un solo trago
rápido, haciendo una mueca mientras las hierbas se aferraban a la parte 611
posterior de su lengua. Sin embargo, las tragó, y luego dedicó unos minutos a
estirar cuidadosamente su cuerpo, tratando de determinar cuánto daño
había sufrido.
—¿Mi lady?
Xena reconoció al primer soldado que había desafiado a los persas. Era un
hombre de estatura mediana y complexión media, con pelo lacio y rostro
honesto.
—¿Sí? —Esperaba que las hierbas comenzaran a hacer efecto rápido. Ahora
que la pelea había terminado, el dolor comenzaba a ser un poco
abrumador—. ¿Estás contento por haber hecho esa elección?
La reina suspiró.
—De nada —respondió en voz baja—. Ahora ve y haz algo útil, ¿quieres? —El
hombre agachó la cabeza y se alejó, dejando que su reina se enfrentara a la
necesidad de bajarse de su cómodo caballo y prepararse para moverse. 612
Levantó la pierna por encima de los cuartos traseros del animal y se dejó caer,
haciendo una pausa con sus manos agarrando la silla de montar mientras
probaba si sus piernas soportarían su peso. A duras penas. El dolor le subió por
la columna vertebral mientras soltaba su agarre de la silla de montar e
inmediatamente se agarró de nuevo cuando sus rodillas amenazaron con
doblarse. El caballo que había aterrizado sobre ella le había retorcido el
tronco y podía sentir la tensión recorrer de arriba a abajo su espalda mientras
sus músculos se agarrotaban.
»Malditos sean los dioses del Hades —murmuró en voz baja—. Esta mierda de
heroína de pacotilla me va a matar. —Deseó que Gabrielle estuviera allí. No
es que su linda compañera de cama pudiera hacer mucho para ayudarla,
pero a diferencia de cualquier otra persona que hubiera conocido, incluso su
hermano, encontraba que la presencia de Gabrielle la reconfortaba cuando
no se sentía muy bien. En este momento, definitivamente no se sentía muy
bien. Cautelosamente, soltó la silla y se incorporó, obligándose a moverse y
caminando en un pequeño círculo. Ay. La lluvia la golpeó y levantó su cara
hacia arriba, manteniendo sus manos un poco alejadas de su cuerpo para
que el agua enjuagara la sangre. Sin embargo, incluso esa pequeña amplitud
de movimiento dolía, y dejó caer nuevamente las manos, aunque sintió un
ligero alivio de los dolores cuando las hierbas finalmente decidieron empezar
a hacer efecto. Esa noche no había terminado. Xena regresó a su montura
prestada, que estaba mordisqueando la hierba, aparentemente contento de
quedarse cerca. Revisó el contenido de las alforjas del animal, del interior
emanaba el aroma de las especias embriagadoras que había olido en el
campamento de Sholeh. La irritaban. Despreció los trozos de comida
enrollados, pero encontró un útil juego de dagas bellamente talladas que se
metió en el cinturón, y una bolsa llena de monedas, que también se quedó.
Luego le quitó las bridas al caballo, le aflojó la correa de la cincha y le quitó
la montura mientras el animal daba un paso de costado sorprendido.
»Venga chica. —El caballo resopló hacia ella—. Vete. —Xena le dio una
palmadita en el cuello—. Ve y encuentra un buen pasto, y algún semental
cachondo para hacerte la vida mejor. La guerra no es un lugar para ti. —Vio
que el caballo se alejaba, sin irse ni quedarse del todo, después se giró y se
dirigió hacia el frente de la línea de batalla.
Era difícil no cojear, pero se las arregló, caminando entre sus tropas, dándole
una palmada a uno en el brazo, sonriéndole a otro, hasta que se paró sobre
un terreno limpio y volvió a mirar a la ciudad. 613
Tenía una cita a la que no podía faltar. Ya habría tiempo suficiente para
quejarse más tarde, cuando pudiera tener la posibilidad de baños calientes,
sábanas suaves y adorables ratas almizcleras, pero ahora era el momento de
ser la reina.
Había mucha gente, más de la que había pensado que podía albergar la
posada, y el ruido le recordó mucho al del comedor del castillo, donde los
sirvientes y los esclavos comían juntos en una cacofonía de voces por las altas
conversaciones.
—Sidra —decidió.
La chica asintió.
La fortaleza de Xena había sido el primer lugar en el que siempre había tenido
suficiente para comer, incluso desde el principio, incluso cuando no era más
que una esclava recién comprada en las dependencias de los trabajadores.
Le había sorprendido que, a pesar de toda su crueldad a menudo aleatoria,
la reina había entendido a nivel básico que esta era una de las necesidades
fundamentales de cualquier persona y sin importar cuán duro fuera el trabajo,
y cuán peligrosas fueran las circunstancias, nunca faltaba alimento y cobijo a 615
las personas que Xena tenía a su cargo.
Ser esclava era algo difícil, aunque solo lo había sido por un tiempo corto. Pero
había hablado con suficientes sirvientes y esclavos en la fortaleza como para
comprender que, si eras un esclavo, ser uno bien alimentado y bien alojado,
marcaba la diferencia.
Era una cuestión de dignidad personal, y Gabrielle se había dado cuenta, que
cuando Xena le había hecho un espacio en el pasillo, y luego un espacio en
sus propias habitaciones a medida que su relación se desarrollaba de un
modo inusual, su nueva y atemorizante amiga comprendía muy bien sus
necesidades.
—Aquí tienes. —La chica regresó y dejó una jarra de sidra. Echó un vistazo al
cuenco casi vacío de Gabrielle y miró a su alrededor, luego deslizó otro
cuenco sobre la mesa y le guiñó un ojo antes de continuar su camino
alrededor de las mesas.
Mmm. Gabrielle no dudó en dar cuenta del regalo, disfrutando del sabor
áspero y ligeramente a nuez del pan moreno, mientras lo empapaba en la
sopa. Le había preguntado a Xena una vez por qué había decidido gobernar
su reino de la forma en que lo hacía, tratar a sus esclavos como lo hacía, y su
respuesta había sido tan pragmática como simple, y muy de Xena.
—Tú. —La mujer permaneció en silencio, pero los fulminó con la mirada—.
¿Estás escamoteando? —dijo el soldado.
—Tal vez deberíamos llevarte con nosotros entonces. —El soldado dio la vuelta
a su daga y la golpeó, alcanzando a la mujer en la cara—. Arrancándote la
lengua para librarte de tu insolencia. —Él volvió a guardar su cuchillo y la
despachó, volviéndose a mirar la habitación de nuevo. —La mente de
Gabrielle regresó al corto tiempo antes de que hubieran dejado la fortaleza,
cuando Xena había reaccionado de una manera tan inesperada al haber
encontrado que se le escondían las mercancías. No tan enojada como
Gabrielle había esperado, más como...—. Guardaros algo y terminaréis en el
hoyo de la basura con el último grupo que lo hizo. ¿Entendido? —ladró el
soldado—. ¡Nos os pertenece! ¡Memorizadlo! —Salió con sus compañeros
siguiéndolo. Cuando se marcharon, el último cogió una barra de pan de una
de las mesas y se la llevó riendo mientras la puerta se cerraba tras ellos.
Su compañero resopló.
617
—¿Habría servido de algo? Me enteré que la Persa va tras ella, quiere clavarle
su ejército en el culo a Xena.
—Hubiera sido mejor que dar vueltas como una perra azotada y dejar que nos
roben, ¿verdad?
—Mm.
—No hay forma de evitarlo —dijo el que estaba más cerca de Gabrielle—.
Ahora. Sin embargo, si él hubiera tomado otro camino...
—¿Si hubiera pedido ayuda a Xena, quieres decir? —Gabrielle habló con tono
informal. Limpió su cuenco con el pan y lo masticó antes de mirar hacia el
extraño silencio que había iniciado. Encontró a los hombres en la mesa de al
lado mirándola y las voces cercanas se habían reducido
considerablemente—. Probablemente hubiera venido aquí y los habría
mantenido alejados.
—¿Y quién eres tú para opinar, chica? —dijo—. Nunca te he visto aquí antes.
—No, probablemente no. Acabo de llegar hoy —dijo—. Pero vengo de las
tierras de Xena —explicó—. Parece que he llegado en mal momento, ¿Eh?
El hombre más cercano, ahora dio media vuelta, por lo que su silla estaba 618
frente a ella, y miró por encima del hombro al resto de la habitación antes de
girarse e inclinarse.
—¿Qué te hizo venir aquí? —preguntó el otro hombre que, por sus ropas,
parecía un comerciante—. Entonces, ¿Es verdad lo que hemos oído? ¿Que
sus tierras están en rebelión?
—Había algunos soldados exiliados —dijo—. Pero Xena se hizo cargo de ellos.
El camino ahora está limpio.
—Excepto por los persas —dijo con una breve sonrisa—. Escuchamos que
querían que Xena se uniera a ellos.
—Solo soy una bardo errante —dijo—. No puedo saberlo... solo sé lo que he 619
oído mientras viajaba por el camino, ¿sabes?
—Bardo, ¿eh? —El hombre se volvió cuando otra figura entró y se acercó a
donde estaba sentada Gabrielle—. Lennat, ¿has oído eso? Una bardo.
—Tal vez tú puedas cambiar eso —dijo—. No hay mucho que pueda levantar
el estado de ánimo en estos lares estos días, ¿no crees?
—Bien. —Lennat palmeó en la mesa—. Tal vez puedas animar a mi madre. Está
preparada para llevar su olla allí, saltar y flotar hacia el mar dentro de ella. —
Se levantó y se dirigió hacia la cocina, dejando a Gabrielle junto a su pequeño
anillo de asistentes.
620
Xena se levantó lentamente del suelo, sus ojos asomaban sobre el borde de la
hierba mientras observaba a la guardia caminar a lo largo de la muralla,
pasando por la pequeña puerta trasera con mucha más frecuencia de lo que
era conveniente para ella.
Qué plan tan idiota. Xena extendió con cuidado los brazos y juntó las manos,
luego apoyó la frente sobre ellas. Si los guardias no se cansaban antes de la
medianoche, tendría que encontrar otra forma de llegar a la ciudad, a menos
que quisiera arriesgarse a ser atrapada.
Tenía un cierto atractivo. Xena sintió que se parecía mucho más a su imagen
que esconderse en el estiércol de caballo, y ahora podía hacerlo y ahorrarse
la larga y aburrida espera que podía terminar de la misma manera de todos
modos.
Por otro lado, veinte de ellos podían dispararle flechas, y esa era una podrida
forma de espicharla, que seguramente arruinaría el día.
Otro crujido suave. Xena repasó los sonidos, tratando de descubrir cuántos de
ellos había, y si no debía simplemente ordenar a sus hombres que atacaran y
terminar de una vez.
—¡Por los dioses! —La voz de Jens cortó el silencio—. ¡Cogedlo, chicos! —Xena
no tuvo tiempo para discutir. Levantó su rodilla y sintió que las garras se
soltaban de su armadura cuando sus manos se abrieron paso a través del lío 623
de garras y dientes y sintieron el suave pelo bajo sus dedos. Agarró al animal,
oliendo el cálido aroma de la sangre y sospechando que era la suya. Era
enorme y poderoso. Tenía un pelaje negro medianoche, una mala actitud, y
el fuerte olor a almizcle de un macho. Una pata trasera rastrilló hacia atrás y
por muy poco no la alcanzó en la cara y ella reaccionó instintivamente,
girando la cabeza y mordiendo el pie del gato. Este se apartó bruscamente,
casi arrancándole los dientes de la boca y luego vio que las garras se dirigían
hacia ella cuando el animal se volvió y atacó mostrando todos los dientes—.
¡Ahora!
—Señora, ¿qué está pasando allí? —preguntó uno de sus otros hombres, con
voz tímida— ¿Qué los ha agitado?
—Tal vez Gabrielle se ha quitado la ropa y está corriendo y cantando por allí.
—Está bien. —Estiró el cuello y vio que el camino aún estaba despejado—.
Vamos y entremos allí, antes que me desangre hasta morir y arruine la
diversión.
Lo cual, no sin razón, era cierto. Mucho más accesible que su irascible amante,
ella se había convertido en un amable conducto para la población que era
demasiado humilde para asistir a la corte, y demasiado cautelosa para
desafiar su temperamento.
—Gabrielle.
—Hola. —Gabrielle dejó la cuchara sobre la mesa y cruzó las manos—. Por
favor, dile a tu madre que pienso que es una gran cocinera. Gracias —le dijo
sinceramente—. La cena estaba buenísima.
—Así que creen que, si dicen lo bueno que está, ¿subirás los precios? —
Gabrielle sonrió un poco, recordando a la gente en su pueblo natal que
habrían pensado eso. Su padre había sido uno de ellos.
—¿A mí? —Gabrielle alzó las cejas—. ¿Tan fácil de asustar parezco?
Nunca creerán que eres un soldado, Gabrielle. Tienes que ser tú.
—No me ofendo —respondió la mujer rubia—. Pero, ¿qué te hizo pensar que
lo era? —Echó un vistazo casual a su alrededor, pero sus compañeros de mesa 626
estaban ocupados en sus platos e ignorándolos a los dos. O ella pensaba que
lo estaban. Con un breve fruncimiento de ceño, devolvió su atención a su
compañero—. Lo siento, me perdí eso... ¿Qué dijiste?
—Antes fui a tu habitación y no estabas —repitió Lennat—. Pensé que tal vez
habías ido a buscar un alojamiento mejor. —Hizo un gesto a una de las
sirvientes que se acercó—. Una jarra, Else. Y otra para mi amiga aquí también.
—En fin —repitió Gabrielle—. Antes solo estaba dando un paseo —dijo—.
Solamente estaba viendo el lugar ya que nunca había estado aquí. —Hizo una
pausa poniendo en orden sus pensamientos—. Vi a algunos de los soldados...
parecen muy hostiles.
Lennat levantó una mano y miró a su alrededor otra vez, con una expresión
algo ansiosa en su rostro.
—Ten cuidado, Gabrielle. Tienen oídos en todas partes.
Sin embargo.
—Ellos ya querían hacerme daño solo por llevar esto. —Gabrielle tiró de la tela
de sus polainas—. ¿Cuánto peor podría ser si me escucharon decir que son
odiosos? ¿No se supone que los soldados son odiosos? No es como si dijera
que se quedan a los ratones como mascotas.
—¡Gabrielle!
—Shh. Sí. —Lennat la hizo callar—. Solo un tonto no lo sabría, pero sentenciar
a la ciudad y sentenciar mi propia piel son dos cosas diferentes, ¿entiendes?
—murmuró—. No deseo que mi cuerpo se divida en dos, delante de las
puertas.
—Lo siento.
Él se pasó los dedos por su rubio pelo para apartárselo de los ojos, era de un
tono más claro incluso que el suyo, y tomó un sorbo de su jarra. Gabrielle se
dio cuenta que era joven, tenían más o menos la misma edad y lo encontraba
encantadoramente atractivo, alguien en quien, tal vez, podría haber estado
interesada en el pasado.
En el pasado, cuando Lila y ella se sentaban cerca del borde del pasto
observando a los transeúntes del camino y hablando sobre este y aquel, y
quién pensaban que era guapo, y con quién algún día podrían casarse.
Antes de Xena.
—En fin —repitió Gabrielle—. Entonces, ¿es el momento de ir allí y ver si soy
buena en esto de contar historias?
—De verdad —respondió con total sinceridad—. Espero que a esta multitud le
guste lo que tengo que contar.
—Depende —dijo—. ¿Vas a contar historias sobre ellos? —Él señaló con su
pulgar por encima del hombro a la puerta—. ¿Chiquilla?
Gabrielle sonrió.
—No —negó con la cabeza—. No conozco ninguna historia sobre ellos —dijo—
. Vengo del otro lado de las colinas. —Imitó el gesto del hombre, señalando
más allá de la posada, de las murallas, de vuelta al valle más allá del horizonte.
—¿Ahora?
—Si. —Gabrielle lo sintió, una cierta tensión que hizo que se le erizara la piel.
Aquí había peligro, se dio cuenta, el peligro del que Lennat había estado
tratando de advertirle—. ¿Así que quieres escuchar mis historias?
Gabrielle se relajó solo un poco. Esto era para lo que la habían enviado, y
ahora vería si podía estar a la altura de las expectativas de Xena o no. 630
Y si no, siempre estaba esa puerta de atrás.
Y así, segura en ese abandono en el límite del rastrojo, una figura solitaria se
levantó y permaneció en pie, perfilada contra la hierba antes de avanzar,
deslizándose por la tierra con total seguridad. Detrás de ella, una pequeña
fuerza emergió y la siguió, sombras oscuras contra un fondo aún más oscuro.
El frente de las puertas no era más que una vorágine de actividad, las
antorchas rodeaban la abertura cuando los soldados comenzaron a
congregarse a su alrededor. Por encima de su cabeza, los guardias en la parte
superior del muro habían dejado sus puestos hacía ya un buen rato, corriendo
hacia donde estaba la acción y dejando su pequeño tramo de almenas casi
631
vacío.
Desde una perspectiva humana, era comprensible. Había una alerta obvia y
como soldados, entendía la mentalidad de grupo que atraía a los guardias
hacia ella.
Sin embargo.
Sintió que Jens se ponía tenso detrás de ella, y sonrió débilmente para sus
adentros, disfrutando de lo disparatado que era lo que estaba haciendo.
—¿Quién eres?
Perdicus miró más allá de ella y en ese momento vio la fuerza contra la pared.
—Uh... —Sus ojos se abrieron un poco cuando dos de los hombres se separaron
del resto, con las armas desenfundadas y visibles.
—¿A qué se debe toda esa algarabía? —La reina cambió de tema, su voz
ganó nitidez— En las puertas.
Xena se rio por lo bajo, luego se movió de repente, agarrando la capa del
hombre y girándolo para empujar su cuerpo contra la pared y mantenerlo
quieto con una presión poderosa.
—Responde mi pregunta, chaval —dijo con voz áspera—. ¿Estás aquí por
elección o no?
Lentamente, él bajó sus ojos a dónde sus botas colgaban a un pie del suelo,
luego volvió su atención hacia ella.
Ah. Una mentira en alguna parte. Xena sintió a sus instintos ponerse a la
defensiva y sus helados ojos azules perforaron los de él.
—¿Qué pueblo?
—¿Q... qué?
Xena lo sacudió.
—No tengo tiempo para jugar contigo, chico. Eres de por aquí. ¿Qué ciudad
es la que supuestamente perdiste?
—P… Potedaia —gorgoteó—. Yo... estoy seguro de que nunca has oído hablar
de ella.
La vida estaba llena de deliciosas ironías a veces, ¿no es así? Xena lo soltó y lo
dejó caer de golpe al suelo, mientras aliviaba los gritos de indignación de su
maltratado cuerpo sin siquiera estremecerse.
—Si he oído —dijo brevemente—. Y bien, ¿a dónde ibas?
—Tenía que hacer una cosa hoy y yo... —Se frotó las manos otra vez—. Estaba
tratando de alejarme de ellos. Pensé que sería una buena oportunidad, con
todo el jaleo. —Echó un vistazo a los otros hombres—. Entonces... Um...
Maldiciendo en voz baja, echó un vistazo más allá de sus hombres para ver
figuras que se acercaban por los muros desde esa dirección también. Al darse
cuenta de que solo tenía un momento para decidir qué hacer, y deseando
tener mejores opciones, envainó su daga y desenvainó su espada.
UH oh.
—¿Majestad?
636
Gabrielle esquivó por debajo de un par de brazos extendidos y evitó una
mesa, tratando de mantenerse un paso por delante de los soldados que la
perseguían. La posada era un desmadre, y se quedó sin aliento cuando pasó
junto a dos de los clientes y encontró una silla justo en su camino.
Sin pensarlo mucho, agarró el brazo de la silla y saltó sobre ella, levantando su
cuerpo y retirando el otro brazo con una fuerza duramente ganada durante
el invierno. Escuchó al soldado detrás maldecir y el sonido de la madera
raspando, para entonces ya había pasado la siguiente mesa y se dirigía hacia
la puerta.
Ugh. Así que bien, contar la última historia sobre Xena derrotando a Bregos era
un poco obvio, pero no esperaba ser linchada por ello.
La puerta se abrió y entraron más soldados. Gabrielle se giró y los esquivó por
un pelo, luego se dio por vencida y trepó a una de las mesas, enviando platos
y cacharros para todos lados mientras patinaba y derrapaba sobre la
superficie, saltando a la siguiente cuando un soldado saltó y se quedó un poco
corto.
Corrió por la mesa de al lado, luego se desvió hacia la ventana cuando los
hombres de Sholeh se acercaron desde el lado de la cocina.
—¡Yahh!
—¡No la dejéis escapar! ¡La Santísima la quiere! —gritó uno de los cabecillas
de los soldados—. Matad al resto de la basura de aquí, ¡pero cogedla!
¡Cogedla! ¡Una bolsa de recompensa para quien me la traiga!
Alcanzó el suelo muy rápido y apenas tuvo tiempo de poner las manos antes
de golpear la tierra con ellas, el choque sacudió sus hombros mientras caía
con fuerza y rodaba hacia un lado, en un espacio lleno de sombras
apresuradas y del parpadeo de las antorchas.
Fue una especie de regalo de los dioses el que no hubiera chocado contra
nadie. Con un jadeo, se puso de pie y contuvo el aliento, luego vio a los
hombres que salían por la puerta e iban por ella y se dio la vuelta y echó a
correr, apretando los puños y alegrándose de, al menos, haber comido una
buena cena, ya que ahora necesitaba esa energía.
Los soldados corrieron tras ella, pero las angostas calles funcionaron en su
beneficio y echó a correr por el camino bordeado de piedra lo más rápido
que podía.
Sin embargo, era básico, y sabía hacerlo mucho mejor que darse la vuelta e
intentar luchar con los soldados, asi que puso toda su energía en alejarse lo
más posible. Podía escuchar un montón de ruido detrás, y luego el sonido de
cascos.
Eso no era bueno. Divisó un callejón muy angosto y se metió dentro, razonando
que a menos que las fuerzas de Sholeh fueran montadas sobre parientes de
Parches, no iban a seguirla montados por allí.
Una maldición y un grito detrás validaron su elección, pero sintió algo rozar su
espalda, entonces algo más la golpeó con fuerza y se tambaleó hacia
adelante perdiendo el equilibrio y chocando contra la pared de piedra del
edificio a su derecha, dejándola sin aliento por un largo y giratorio momento.
Se le ocurrió que debería tener miedo, y que la muerte estaba muy cerca, 639
pegada a ella, cuando se precipitó hacia las hojas de espada iluminadas por
antorchas que se le acercaban.
No lo tenía. Pensó que tal vez Xena le estaba contagiando un poco y después
de pensar eso, pensó en Xena en su totalidad y el espacio entre ella y la puerta
parecía incalculablemente inmenso. Aceleró y sus ojos se agrandaron cuando
vio a dos hombres que se alzaban en su camino, extendiendo los brazos para
atraparla.
Gabrielle sintió que su piel se raspaba contra la roca, y el olor del musgo
penetró en sus pulmones mientras era maltratada por los dos soldados. Vaciló,
luego se relajó y se quedó quieta, dejando que su cuerpo se quedara
completamente inerte.
—¡Q... Hades! —gritó el otro soldado—. ¡La has matado, Sholeh te cortará los
huevos, idiota!
Gabrielle sintió que el peso aflojaba la presión sobre su cuerpo, ella bajaba
lentamente hacia el suelo, sus rodillas golpeaban la roca mientras se
desplomaba contra el muro y su atacante la soltaba instintivamente. Escuchó
el suave crujido del cuero sobre la piedra cuando él dio un paso atrás, y con
una respiración profunda, giró su cuerpo y saltó más allá de los dos pares de
piernas hacia un espacio despejado.
—¡Oye!
Sus manos golpearon la piedra y empujó hacia arriba, lo suficiente como para
ponerse en pie y salir corriendo, más allá del grupo de tropas que reaccionó 640
con retraso antes que se dieran la vuelta para perseguirla.
Pasos, mucho más fuertes. Frenéticamente, empujó contra la barra, pero sus
botas simplemente patinaron, dándole poco agarre en el suelo de piedra y
comenzó a entrar en pánico al ver las espeluznantes sombras de las antorchas
acercándose más y más.
—¡Cogedla! Esta vez, ¡Al Hades con eso! ¡Matadla! —gritó el hombre que iba
en cabeza, cuando él apareció a la vista y comenzó a caminar hacia ella con
la espada desenvainada y lista—. ¡Mátala! ¡Se la llevaremos en trozos!
Oyó gritar. Giró por completo con su espada extendida esperando que
ninguno de sus hombres estuviera en su camino. Vio a un hombre caer de
rodillas, levantó su espada hacia arriba y la bajó, partiéndole el cráneo, sin
siquiera importarle si era amigo o enemigo.
Solo Jens tenía agallas para moverse en su dirección, su capitán la miraba con
una mezcla de aprensión y algo más.
643
—Estamos dentro, señora.
Jens esperó, pero después de unos segundos estaba claro que Xena había
terminado de hablar.
—¿Quieres que busque un lugar para acomodarnos? —¿Por qué? Xena miró
a su alrededor. Parecía un lugar tan bueno para morir como cualquier otro, y
de verdad sentía ganas de quedarse allí hasta que aparecieran más soldados
de Sholeh. Sus planes se habían disipado como la niebla y descubrió que
estaba perdiendo el interés en la ciudad, en Sholeh, en su ejército o en
cualquier otra cosa. Tal vez aparecerían pronto más soldados y tendría que
enfrentarse a eso en lugar de tener que enfrentarse a andar a través del
estrecho espacio de regreso a la puerta. De vuelta a la figura acurrucada
cerca de ella. Si aparecían suficientes soldados, tal vez nunca tendría que
enfrentarse con eso para nada—. ¿Señora? —En lugar de responder, Xena
reunió su coraje hecho trizas y se alejó de él, lejos de la pared del fondo y de
regreso a la puerta. Era vagamente consciente de que su nuevo recluta,
Perdicus, luchaba por ponerse de pie, sujetándose un corte en un brazo, pero
pasó junto a él sin mirarlo siquiera y se encontró frente a la puerta, todavía
abierta hacia el exterior. Con un profundo suspiro, alargó la mano y la cerró.
Luego colocó la punta de su espada en la piedra y apoyó la empuñadura
contra la pared antes de inclinarse cansinamente sobre su rodilla al lado del
cuerpo de Gabrielle.
»Muy bien, todos vosotros. —La voz de Jens flotaba a su lado—. Coged las
armas que os gusten y sacad esta basura de aquí. Encontraremos un lugar
donde escondernos una vez que su Majestad haya terminado.
Sin duda, dolería menos de lo que le dolía ahora. Xena inclinó un poco la
cabeza y se mordió el labio interior, tomándose un momento para recuperar
el control antes de inclinarse y tocar la cara de Gabrielle, moviendo un poco 644
el cabello hacia atrás para dejar al descubierto el pómulo redondeado.
Xena cerró los ojos y exhaló. Luego los abrió de nuevo y dejó que su pulgar se
deslizara suavemente sobre los labios de Gabrielle en una silenciosa
despedida.
Y luego se congeló en su sitio, quedándose tan quieta que podría haber sido
una estatua arrodillada allí en la puerta colocada por un escultor demente
que no entendía el uso de una entrada.
—Sabía que podías —susurró Xena en respuesta, toda su mente daba vueltas.
Las repentinamente opuestas emociones eran demasiado para ella y tuvo
que apartarlas, su cuerpo estaba atrapado entre las ganas de llorar y las
ganas de gritar de alegría, y ninguna reacción era realmente posible en ese
momento.
Posada.
Estúpida.
Ahora que había un después, tenía que preocuparse de nuevo. Xena esbozó
una pequeña sonrisa mientras llevaba a Gabrielle a la calle, pasando sobre
los cadáveres mientras sus hombres se reunían a su alrededor. Lástima por
ellos, reflexionó. Probablemente hubieran terminado viviendo más tiempo si su
compañera no lo hubiera hecho.
Qué lástima.
—Vamos —dijo Xena—. Por ese camino de atrás. Manteneos ocultos a la vista
si podéis y mantened los ojos bien abiertos. —Pasó junto a Perdicus, cuyos ojos,
de repente, se concentraron en su carga mientras comenzaba a
sorprenderse—. Muévete.
646
Parte 20
Xena asomó la cabeza por la esquina de una pared y miró con cautela por
un largo y estrecho callejón lleno de basura y sombras.
Gabrielle levantó su mejilla del hombro de Xena y miró hacia abajo por el
callejón.
—Sí... hay una calle más grande en el otro lado, y por ella bajas a los muelles
o subes hasta la posada. —Dejó caer la cabeza—. Chico, me siento fatal.
—Cierra el pico. —La reina volvió la cabeza—. Jens, da un paseo por allí.
Asegúrate de que una maldita legión no está esperando al otro lado.
—Sí. —Su capitán se deslizó junto a ella y se metió en el callejón sacando una
larga daga de su cinturón.
El resto de los hombres iban en fila detrás de ella, pegados contra la pared, un
poco a refugio debido al ángulo de los edificios. De vez en cuando, podía oír
gritos y cornetas desde la dirección de las puertas principales, pero hasta
ahora. habían permanecido sin ser detectados.
Increíble. Xena volvió a negar con la cabeza convencida de que podía oír
algo sacudiéndose dentro de su cráneo cuando lo hacía. Esperaba poder
mantenerlo todo en su sitio el tiempo suficiente para que pudieran ponerse
bajo algún tipo de refugio y tener que cargar con Gabrielle no le hacía la vida
más placentera.
Por supuesto, podría haber ordenado a uno de los hombres que la llevara,
pero era más probable que se cortara su propia mano voluntariamente, así
que simplemente hizo de tripas corazón y se apoyó contra la pared,
esperando a ver si podían proseguir o no.
Esperaba que fuera que sí. No tenía un auténtico plan de respaldo y solo un
mínimo plan regular, y al fondo, su oído detectaba un trueno que significaba,
que más temprano que tarde, y para colmo de males, estarían merodeando
bajo la lluvia.
—Sí. —Xena pronunció casi sin vocalizar—. Vámonos. —Lanzó la orden por
encima del hombro y dobló la esquina, pasando con cuidado por encima de
un trozo de madera caída antes de continuar por el callejón hacia donde Jens
estaba esperando.
El trueno volvió a caer sobre sus cabezas y pudo oler la lluvia en el aire, lo que
era un alivio después de todos los olores de la ciudad que bombardeaban su
sensible nariz. Avanzó hasta su capitán y ambos miraron cautelosamente
hacia el espacio abierto más allá del estrecho lugar. 648
En la oscuridad, era difícil decir lo que estaban viendo. Había paredes a cada
lado de ellos, que se cernían sobre sus cabezas y se inclinaban en varias
direcciones. Xena ladeó la cabeza y olfateó el aire, captando una leve
insinuación del mar, pero era demasiado débil para que supiera de dónde
venía.
—Por ahí. —Le indicó Gabrielle soltando un brazo del cuello de Xena y
señalando—. Esa es la pared trasera de la posada.
—¿Esa es la entrada?
—Aja.
—Uh... ¿Xena?
—Oye, ¿Xena?
—¿Decirte que?
—¿Tan malas eran las historias que estaban persiguiendo tu trasero por toda
la ciudad? —preguntó la reina con tono coloquial. Oyó movimiento a su
alrededor mientras los hombres se relajaban, al menos tanto como podían
dadas las circunstancias—. Deben tener un gusto más pésimo de lo que 651
pensaba.
—Ahhhh.
Xena se quedó quieta, sus ojos moviéndose de un lado a otro escaneando las
sombras en la habitación.
—¿Oscuridad?
—Sí. —Gabrielle guardó silencio un momento—. Te escuché llamarme. —Siguió
hablando de repente—. Y luego me desperté en medio de la pelea. Fue
realmente extraño.
—Sí. —Su amante parecía segura—. Muy lejos, luego mucho más fuerte.
Sonabas bastante cabreada. Así que supongo que pensé que sería una
buena idea ir a buscarte. —Hizo otra pausa—. O algo. De todos modos,
escuché un montón de ruido y abrí los ojos y allí estabas luchando.
—Aja.
Xena la miró.
Estaba demasiado oscuro para ver, pero sabía que Gabrielle estaba
sonriendo ya que su voz cambió un poco.
—Sí, pero en el buen sentido. —Le dio un abrazo a su amante—. Mira, estamos
aquí, dentro de la ciudad, y no estamos muertos.
—Eso es verdad.
Xena afinó el oído, pero oyó poco más allá de la puerta que no fuera alguna
corneta lejana.
—Está bien —dijo con voz más fuerte, indicando a los soldados que
escucharan—. Vale. —Varios de ellos se aclararon sus gargantas. Xena tuvo
que tomarse un momento para reprimir su sensación de ridículo, antes de
poder dedicarse seriamente a la tarea que tenía entre manos—. Está bien —
dijo—. Lo primero que tenemos que hacer es tomar este tugurio y deshacernos
de cualquier basura persa que aún esté por aquí.
—¿Sí?
Xena sonrió.
—Me persiguieron cuando les dije lo lista que eres y cómo engañaste a Bregos
—dijo Gabrielle—. Fue entonces cuando entraron los soldados y todo
enloqueció.
—Ahhhhh. —Xena asintió para sí misma—. Jens, lleva a los hombres y limpia
este lugar. Si encuentras a alguien a quien le gusten los persas, mátalo. 653
—Sí. —Su capitán parecía contento de tener algo que hacer además de estar
de pie en la oscuridad—. Habéis oído a Su Majestad. Abre esa puerta,
vámonos.
—Dámela.
—¿Estás bien?
—Dámela.
—Oh chico.
654
Una taza de licor y un puñado de hierbas más tarde, Xena reunió fuerzas para
levantarse y sentarse en la cama, estirándose cuidadosamente bajo la cálida
luz de las velas mientras escuchaba el progreso de sus tropas.
—Maldita sea.
—Um...
—Está bien, tal vez no lo sabes. —Xena mostró media sonrisa y luego dio unas
palmaditas en la cama—. Acuéstate.
—¿Es uno de esos días otra vez? —Otra breve sonrisa cruzó la cara de Xena.
Su compañera exhaló y se movió, haciendo muecas mientras movía sus
hombros—. Ay.
—¿Aquí?
—Sí.
—Quédate quieta.
—Claro. —Gabrielle estaba absolutamente contenta de hacer precisamente
eso. Se sentía muy cansada, y le dolía en muchos sitios, y aunque parecía muy
extraño estar tumbada en medio de una posada con peleas a su alrededor,
sabía que, si Xena decía que todo estaba bien, simplemente lo estaba. E
incluso si no lo estaba, sería de todos modos, porque así era como Xena lo
quería—. Ay —murmuró Gabrielle mientras sentía una presión en un lado del
cuello donde le dolía, una extraña sensación de pellizco que le hizo sentir
incómodos dardos de dolor en el brazo.
—Oh. —Gabrielle hizo una mueca cuando el agarre se intensificó, y sintió una
presión repentina empujando hacia abajo sobre sus hombros al mismo
tiempo—. Oo. —Se sintió muy extraño. En realidad, no era como si Xena
estuviera tratando de arrancarle la cabeza, pero si como si las cosas se
estuvieran moviendo cuando se suponía que no debían hacerlo. Sofocó un
jadeo cuando las manos de la reina se tensaron y retorcieron y, antes de que
pudiera chillar, sintió un chasquido y un crujido y luego un rubor cálido que se
extendió por sus hombros—. ¡Oh, eso fue raro! 656
Xena estaba callada, sus dedos solo sondeaban gentilmente a lo largo del
cuello de Gabrielle.
—Oh... sí. —Se relajó un poco más en la superficie de la cama—. Eso es mucho
mejor... Creo que me lo torcí cuando me golpeó esa puerta. Recuerdo que mi
cabeza golpeó mi hombro, y luego... —Hizo una pausa cuando la mano de
Xena le tocó la cara—. Me dolió mucho, y luego se detuvo. Justo como eso.
Pensé que era raro. —Dejó que las palabras se apagaran al escuchar a la
reina tomar aliento entrecortadamente y era casi como un grito ahogado.
Una suave y cálida corriente de aire rozó su cuero cabelludo mientras el pulgar
de la reina acariciaba suavemente su mejilla—. ¿Xena?
—¿Mm?
—¿Estás bien?
—No —respondió Xena—. No estoy bien en absoluto.
—No te ves muy bien. —Admitió mirando los ojos inyectados en sangre
observándola, llenos de una emoción que no había visto desde los primeros
días de su relación.
Las palabras eran del típico humor negro de Xena, pero Gabrielle podía ver
los surcos doloridos y profundos en la frente de la reina y las sombras de una
inesperada tristeza en sus ojos. Después de una breve y silenciosa pausa, 657
extendió la mano y cubrió la de Xena con la suya.
—Vamos, Xena. —Gabrielle tuvo que hacer una pausa para aclarar la
ronquera de su voz—. No me iría dejándote sin más... y me perdería toda la
diversión, ¿verdad? —Sintió la mano de Xena girar hacia arriba y unirse a la de
ella con un fuerte apretón—. Justo cuando estamos empezando.
—Eso está bien —dijo en voz baja—. Porque si la palmas, nunca te volvería a
ver, y maldito si eso no me repatearía el culo. —Insegura de lo que quería
decir, Gabrielle simplemente permaneció en silencio, absorbiendo la mirada
inusual de melancolía en la cara de su compañera—. Nunca antes me había
preocupado pasar la eternidad sola en el Tártaro —continuó Xena con tono
tranquilo—. Eso de verdad... simplemente me afectó.
Gabrielle intentó imaginarse cómo sería, y descubrió que no podía. Nunca 658
había pensado en morir ni en lo que sucedería después, aunque sabía sobre
el Tártaro, por supuesto, y los Campos Elíseos y el Hades.
Xena miró más allá de ella, a la pared más alejada. En el exterior, el sonido de
espadas chocando resonó en la habitación, lo que repentinamente, le dio al
momento un toque de surrealismo.
—Estoy segura de que lo está. —Susurró, un grito ronco flotó a través de la
puerta abierta— ¿Pues?, ¿Te preocupa tener alguien con quien hablar?
—Probablemente no, pero apuesto a que tú sí. —Xena se quedó sin aliento y
sus ojos se abrieron un poco mientras se miraban a muy poca distancia—.
Quiero decir, vamos Xena. —La voz de Gabrielle se suavizó instintivamente—.
No puedo imaginarme a nadie haciendo que te quedes en un lugar en el que
no quieras estar. —Una cálida oleada de afecto la invadió y besó la parte
superior de la cabeza de Xena, el dolor en su pecho casi superándola—. Me
alegra que estemos juntas de nuevo. Realmente te eché de menos. —La reina 659
se movió y se dio la vuelta, agarrando a Gabrielle y tirando de ella en un torpe
y enmarañado abrazo, apretándola con sus poderosos brazos en una mezcla
de alivio silencioso e implícito— Urf. —Gabrielle sintió que los nudos sus propias
entrañas se desenredaban— Eso se sintió genial.
—Sí, bueno —dijo Xena con voz casi normal—. Si has terminado de hacerme
sentir como una mierda, ¿te importaría darme un masaje en la espalda? —
Soltó a Gabrielle y rodó sobre su estómago otra vez.
—¿En serio?
—Nada en absoluto.
—El lugar está despejado, señora. —Esperó a que la reina se girara, luego se
retiró de la abertura para dejarle espacio—. No han protestado mucho por
alojarnos.
660
—Bien. —Xena se secó las manos con el trozo de lino que había junto al lavabo
y movió los hombros recientemente relajados. El laborioso masaje de Gabrielle
no había hecho nada por los moretones, pero esos pocos minutos de ese
suave contacto, habían hecho mucho para devolverle su seriamente alterada
compostura. Por supuesto, ella no admitiría nada de eso—. Veamos qué
tenemos. Vamos, rata almizclera. —Dejó caer el trozo de lino y se dirigió hacia
la puerta, dándose palmaditas en la armadura para asegurarse de que todo
estaba nuevamente en su sitio mientras salía de su minúsculo nido al pasillo.
—Vale. —Se sentía mejor por el breve descanso, aunque todavía le dolía la
cabeza como una loca. Al menos, Xena le había arreglado el cuello, había
tenido la oportunidad de recuperar el aliento y, después de todo, habían
tenido algo de tiempo para hablar y acurrucarse. Siguió a Xena fuera de la
habitación, resistiendo el impulso de agarrarse a la parte posterior de su
armadura. La posada ahora estaba oscura y mayormente silenciosa, y podía
oír arrastrar cosas detrás de ella y el abrir y cerrar de la puerta trasera. En la
distancia, todavía podía oír los cuernos sonar, pero ya no había más pies
corriendo o gente gritando cerca, y siguió a Xena a la gran sala con más
curiosidad que miedo—. ¿Encontraste al posadero, Jens?
—Es una mujer. —Gabrielle pasó junto a Xena y miró a su alrededor, el interior
de la posada que había visto antes, ahora estaba tan destrozado y hecho
polvo que era casi irreconocible—. Oh... Uo
Gabrielle sacó la cabeza por debajo del brazo de Xena y miró hacia afuera.
—Gabrielle... ¡eres tú! —Sus ojos se abrieron como platos. —Xena se dio la
vuelta y cerró la puerta, apoyándose en ella y observando con leve interés a
medida que se acercaba su nueva adquisición. Una rápida mirada a la cara
de su amante confirmó que el ex soldado persa había dicho la verdad. y
captó un destello de sobresaltada vergüenza que la intrigó—. Eres tú —repitió
Perdicus—. No me lo puedo creer. ¿Qué estás haciendo aquí?
—¿Qué estás haciendo tú aquí? —respondió ella, tomando las manos que él
había extendido después de una pausa—. ¿Estabas en su ejército?
—N... No. —Gabrielle dio un paso atrás, luego se detuvo cuando golpeó algo
grande y cálido detrás de ella, sintiendo un peso sobre sus hombros cuando
Xena apoyó sus brazos sobre ellos—. Yo... Um...
—Ella está conmigo —aportó Xena amablemente—. Ahora ve con los otros.
Puedes ponerte al día sobre la destrucción de tu aldea más tarde. —Miró
fijamente a Perdicus hasta que él soltó las manos de Gabrielle y retrocedió, 662
uniéndose al resto de sus hombres cuando entraron en la habitación. Luego
inclinó la cabeza y bajó su mirada a Gabrielle, que tenía una de esas miradas
fruncidas en su rostro—. ¿Amigo tuyo?
—Mm. —La reina vio que entraba el último soldado y Jens cerró la puerta
detrás de él. Se estaban acomodando en los restos de lo que alguna vez
fueron mesas y sillas, la mayoría rotas, todas tiradas en medio de un revoltijo
de platos y tazas por todas partes. Perdicus se había sentado en un rincón y
estaba mirando a Gabrielle con una expresión insondable—. ¿Era un buen
amigo?
Gabrielle consideró la pregunta.
—Ah.
—Creo...
—Piensa rápido. —Xena tenía su mano en el pestillo de la puerta—. Entonces
agáchate, a menos que quieras un cálido baño rojo.
—Espera... —Gabrielle levantó una mano—. Déjame hablar con ellos. —El
crujido de botas que se acercaban a la puerta ahora era muy fuerte. Las
voces habían cesado, y Gabrielle sintió que los latidos de su corazón
aumentaban a medida que se accionaba el pestillo y la madera de la puerta
comenzaba a moverse. Una rápida mirada a Xena le mostró el perfil de la
reina profundamente ensombrecido con los ojos fijos en ella, observando.
Esperando. Confiando en ella. Gabrielle sintió el peso de eso sobre sus
hombros cuando agarró la puerta, impidiendo que se abriera—. ¿Lennat?
¿Eres tú?
Apoyó la mano en la puerta y Gabrielle dio un paso atrás, pero evitó que se 664
abriera por completo.
—Me escondí —dijo con sinceridad—. Debieron de distraerse con todo lo que
estaba ocurriendo... ¿Qué está pasando? ¿Lo sabes?
—Se han ido todos... bueno, la mayoría de ellos —dijo Lennat en un tono
bajo—. Algo los ha asustado... gritaban algo sobre un ataque, y Xena... ¡Se
volvieron locos mientras contabas esa historia!
—No. —Lennat se apoyó contra la puerta sin moverla ni una pulgada, ya que
Xena estaba presionando ahora al otro lado—. Sé-quién-eres. —Él la miró
fijamente—. Pero está bien. No se lo diremos a ellos. Queremos ayudarte.
—Quieres ayudar a Xena, eso es lo que quieres decir —dijo en voz baja.
—Sí.
—Tened cuidado con lo que pedís, chicos —dijo la reina lentamente—. Y será
mejor que lo que habéis dicho sea en serio, o vuestras cabezas decorarán los
postes de afuera cuando salga el sol. ¿Me seguís?
Lennat la miró fijamente, luego giró la cabeza para mirar a Gabrielle, que le
dedicó otra sonrisa y se encogió de hombros.
—Oh.
—Uh... 666
—Vas a necesitarlos.
No fue hasta varias marcas de vela más tarde que Gabrielle salió por la puerta
y dejó que se cerrara detrás de ella. El patio estaba completamente oscuro y
silencioso a su alrededor, y pisó con cuidado las losas rotas mientras se dirigía
hacia el establo.
Así que le había dicho a Xena que iba a visitar a Parches, y ahora se abría
paso con cuidado por la destartalada puerta y entraba en el establo,
iluminado solo por un único farol con una vela que colgaba en el interior.
—Hola Parches. —El pony estaba en el puesto donde lo había dejado y
asomó la cabeza por el divisor extendiendo la nariz hacia ella en señal de
saludo, aparentemente contento de verla—. Oye chico. —Gabrielle se sintió
contenta, en cualquier caso, y le rascó la frente y lo abrazó con una sensación
de placer sencillo—. Me alegra que estés bien y que esos tipos no te
molestaran. —Sintió que los puntiagudos pelos de la nariz del pony le hacían
cosquillas en el brazo—. Tuve que correr cuando me estaban persiguiendo,
Parches, pero no te preocupes. Nunca te dejaría aquí. —Soltó al pony y se
dirigió hacia el destartalado pesebre de heno, donde unos solitarios fardos
estaban amontonados en la parte trasera—. Déjame que te traiga algo para
desayunar. —Inclinándose sobre el borde del pesebre, agarró una bala,
después gritó mientras perdía el equilibrio y caía de cabeza sobre la paja.
Parches resopló—. Puaj. —Gabrielle escupió un poco de heno de su boca—.
Chico, te puedo asegurar que este no ha sido mi día, Parches. —Suspiró y
consiguió ponerse de pie—. Primero me persiguen, luego me... —Hizo una
pausa durante un largo rato, sus manos tiraban del heno—. Entonces me
golpean tontamente, luego aparece mi antiguo novio. —Parches apoyó la
barbilla en el separador de puestos, sus orejas se giraron hacia ella. Gabrielle
suspiró, levantó el fardo y lo pasó por encima del borde del puesto, dejándolo 667
caer en el tosco comedero del otro lado. Trepó por el divisor y revisó el
abrevadero, encontrando un pequeño pero fresco suministro de agua
corriendo allí. Se sentó en el abrevadero y apoyó los codos en las rodillas,
luego dejó que su cabeza descansara sobre sus manos mientras el
agotamiento se apoderaba de ella—. Oh chico. —Parches se acercó y le dio
un empujoncito. Se enderezó y dejó que sus manos cayeran sobre sus muslos,
mirando el interior del establo en busca de un lugar donde sentarse y
descansar un rato. Había un montón de viejos sacos en la esquina que
parecían ser buenos candidatos, se levantó y se acercó a ellos, empujándolos
con la bota antes de sentarse. Nunca se sabía si había ratas debajo, en primer
lugar, o arañas. Gabrielle se recostó contra la pared del establo dejando que
su cuerpo se relajara mientras observaba distraídamente a su pony
mordisquear el heno que le había dado. Deseó que Xena estuviera con ella,
pero sabía que la reina estaba muy ocupada dirigiendo a los soldados aquí y
allá, y enviándolos a conseguir algunas cosas y enterarse de otras. Sonaba
realmente agotado, y estaba feliz de que Xena le hubiera dado el visto bueno
para venir aquí, aunque por el ceño fruncido de su amante sospechaba que
la reina no estaba del todo contenta con eso. ¿Le preocupaba que Gabrielle
resultara herida? Extendió las piernas y las cruzó por los tobillos, dejando que
el sonido habitual de Parches masticando le aliviara la tensión. ¿O quizá Xena
preferiría venir aquí con ella y descansar un poco también?—. ¿Qué piensas,
Parches? —Gabrielle se dirigió a su peludo amigo—. ¿Crees que Xena quiere
venir aquí y acurrucarse conmigo? —Parches levantó la vista de su heno con
unas briznas sobresaliendo de su boca mientras la miraba desde debajo de su
peludo flequillo. Hizo reír a Gabrielle—. Eres tan lindo —le dijo al pony,
sonriendo mientras él se acercaba sin prisa y ofrecía su nariz para que se la
rascara—. Estoy tan contenta de que no te haya pasado nada, Parches...
aunque me gustaría que pudieras estar con tu amigo Tiger. —Parches
resopló—. Lo sé, pero creo que Xena lo echa de menos de verdad, incluso
aunque finja que no lo hace. —Gabrielle le frotó las orejas al pony—. Ella hace
eso, ¿sabes? Ella finge mucho. —Se calló pensando en su conversación de
antes—. Creyó que yo estaba muerta, Parches. ¿No fue una tontería por su
parte? —Parches le mordisqueó el pelo, su cálido aliento le hacía cosquillas
en el cuero cabelludo. Gabrielle le acarició la mejilla mientras imaginaba el
rostro de Xena, sus expresiones eran mucho más elocuentes que su brusco
discurso cuando sintió de nuevo el dolor y este se había mostrado tan
claramente en los ojos de su amante. Fue un poco aleccionador ver ese dolor.
Se sintió un poco extraña, y más que un poco inquieta, y casi saltó y se golpeó
la cabeza contra la mandíbula de Parches cuando la puerta del establo se
abrió y se cerró de golpe. 668
—¿Gabrielle?
Hablando de inquietante.
—Por aquí. —Gabrielle observó con cautela como Perdicus miraba alrededor
de la forma robusta del pony hasta que la vio. Recogió un poco de heno y se
lo ofreció a Parches cuando Perdicus se agachaba debajo de la barandilla y
se acercaba a ella, mientras su cansada mente intentaba resolver sus
sentimientos al verlo de nuevo—. Hola.
—Lo siento —murmuró—. Creo que se supone que todos deberíamos estar
haciéndolo, al menos es lo que ella dijo. —Miró hacia la puerta—. Así que
pensé en venir a ver si podía hablar contigo un minuto. —Gabrielle estaba
demasiado cansada para protestar o contribuir a la conversación. Se limitó a
mirarle, notando a la tenue luz que él había cambiado en el año que había
pasado desde que lo había visto por última vez. Llevaba el pelo más largo y
recogido en una pequeña cola en la espalda y se le veía cómodo llevando
la armadura de un soldado, muy en desacuerdo con el hijo de granjero que
ella había conocido—, No sabía lo que te había pasado —estaba diciendo
Perdicus—. Regresé a casa... y no quedaba nada.
Él miró al suelo.
—Sí.
Mientras ese pensamiento se hacía eco en su mente, como por arte de magia,
la puerta exterior del granero se abrió y una ráfaga de aire fresco y perfumado
entró junto con una figura alta y oscura que parecía llenar el espacio con una
energía tensa e inquieta.
—Ella está bien. Mueve tu culo. —Xena desenvainó su espada y dio un paso
hacia él—. Ve a hacer algo útil.
—Por ahora. —Xena acarició con las uñas la nariz a Parches—. Oye, enano...
¿estás cuidando de mi rata almizclera? —le preguntó al pony—. Deberías
haber mordido a ese tipejo en el culo. ¿Qué pasa contigo?, ¿Eh?
Xena sintió finalmente un frágil momento de paz, uno que sabía que sería
fugaz y de muy corta duración. Pero ella lo aceptó y saboreó su dulzura.
Echó un vistazo con cautela más allá de la esquina del establo, mirando hacia
la calle que bajaba de la ciudad, viendo a algunas personas a lo lejos
comenzando el día, pero sin la masa de soldados, y los ruidos de caos desde
las puertas habían desaparecido completamente.
Sin embargo, algo estaba ardiendo, podía oler el fuerte olor a humo en el
viento y había campanas de barcos que sonaban desde el puerto. Sin
embargo, ahora que había salido el sol, de alguna manera todo parecía
menos aterrador. Se apartó del establo y se dirigió hacia la posada con el
corazón más liviano debido a eso.
—Oh. Hola.
—Sí, por supuesto. —El hombre accionó el pestillo y abrió la puerta—. Perdón.
Xena se apoyó en la mesa con los nudillos. Su armadura había sido limpiada,
y las manchas de batalla habían sido eliminadas de su piel y, a la luz de la
mañana asomando por las ventanas, también parecía estar de mucho mejor
humor.
—Sí. —Miró a su amante y luego a la cocina—. Cocina algo. Estamos todos 673
muertos de hambre y ninguno de nosotros es capaz ni de poner a hervir un
poco de maldita agua. —Ah. Gabrielle captó las miradas de gratitud de los
soldados mientras trotaba obedientemente hacia donde estaba la cocina,
con la esperanza de encontrar suficientes cosas sin romper, para hacer algo
útil allí. La destrucción había dejado el espacio cubierto de ollas y tarros, y ella
comenzó a recogerlos y a colocarlos en el mostrador mientras se movía más
adentro. El fogón de la cocina aún estaba caliente y puso algo de madera
sobre él antes de recuperar una olla redonda de hierro que había rodado
hasta una esquina, y colocarla en los ganchos sobre el hogar. Había muchos
restos y sobras, raíces, trozos de algo desecado y de esto y aquello, así que
decidió que un gran estofado sería probablemente su mejor opción.
»Está bien. —La voz de Xena llegó hasta ella—. Cuando esos malditos
exploradores regresen, quiero que dos escuadrones se desplieguen en
abanico cerca del muelle. Quitaos la librea —instruyó—. Tiene que haber al
menos, tres guerreros en el puerto. Los quiero. —Eso captó la atención de
Gabrielle, y levantó la vista de donde estaba cortando una raíz para mirar a
Xena con perplejidad. ¿Guerreros? ¿No era eso lo que había en la habitación
con ellos? ¿Por qué Xena quería tres más? Los hombres también parecían
desconcertados. Los agudos ojos de Xena captaron las expresiones y se inclinó
hacia adelante sobre sus nudillos otra vez. —Ella está haciendo campaña
para saquear—. Dijo la reina. —Eso es lo que hay en esos barcos... Ese es el
premio—.
—Oh —soltó Gabrielle—. Guau... Eso es cierto. Estaban cogiendo todas las
mercancías de los otros barcos, de los mercaderes —dijo—. Pero, ¿cómo lo
sabías?
—Oh. —Gabrielle volvió a cortar sus verduras. Las arrojó a la olla, ya llena de
agua caliente, y luego continuó hurgando en el desbaratado desorden.
Encontró algo de carne seca, un paquete grande escondido en un armario,
y con un gruñido de aprobación, comenzó a prepararlo para añadirlo al guiso.
La voz de Xena justo detrás de ella hizo que casi se cortara el pulgar.
—¡Yow!
—Te ves como si pensaras que esto es un trozo del enano. ¿Cuál es el
problema?
—¿Qué?
—Um... ¿Caballo?
Xena dejó de masticar, sus ojos se abrieron un poco cuando sus palabras
volvieron para morderla en el culo.
—Uh... —Se lamió los labios—. No. Ciervo.
—Uff.
—Creo. —Xena examinó el bistec seco—. Sí, sabe a eso. —Decidió con
silencioso alivio.
—Estaba pensando...
—Oh, no.
—Sip, supongo.
Gabrielle no estaba segura de qué hacer, así que agarró un palo de escoba
y se agachó detrás del mostrador, observando atentamente a su amante
mientras los ruidos que llegaban del pasillo trasero, se hacían cada vez más
fuertes. Gritos y golpes, y cuando se acercaron rápidamente a la puerta
cerrada de la habitación grande de la posada, Xena levantó su espada y
puso una mano en el pestillo de la puerta, tensando su cuerpo y preparándose
para abrirla.
Se oyó un fuerte berrido y luego Xena saltó hacia atrás, arrastrando un cuerpo
tras ella y girándolo para lanzarlo al centro de la habitación.
—¡Condenado Hades! —La posadera fue arrojada por encima de una mesa
y aterrizó sobre su trasero—. ¿Qué está pasando aquí? ¿Quién en el Hades
eres tú? ¡Sal de mi posada!
—Ya me imagino.
—¡Para vieja! —Sacó su espada otra vez cuando la posadera hizo intención
de levantarse. La punta de la espada se movió en su dirección de manera
brusca y directa.
—¡Saca tu culo de ahí! —La mujer se puso de pie rápidamente y agarró una
silla, balanceándola hacia Xena sin miedo—. ¡Condenados vagabundos! ¡Sois
todos unos ladrones!
—Frena. —Xena la apuntó con su espada—. No tengo ningún afecto por las
viejas con mala leche, especialmente si intentan golpear a mi adorable
pareja.
Las orejas de Gabrielle captaron este nuevo nombre para ella, pero salió de
detrás del mostrador y se movió alrededor de la forma alta de Xena.
—Lo dice en serio... Por favor, no sigas —le dijo a la posadera—. No era mi
intención causar tantos problemas.
—Sí lo era. —Envainó su espada otra vez, pero en su lugar, apuntó con su dedo
a la mujer—. Sé amable —advirtió—. Toca un pelo de su cabeza y perderás el
tuyo. —Su mano cayó sobre el hombro de Gabrielle y ella y la posadera se
miraron fijamente.
A mitad de comenzar otro arrebato, la mujer se detuvo, tal vez viendo algo en
la cara de Xena que valía más como advertencia que sus palabras o la
brillante espada. Fijó su atención al resto de la habitación.
—¿Esa es Xena?
—Esa es Xena.
La posadera resopló.
—Um... Sí.
—No lo entiendo. —La mujer suspiró—-. Por los dioses, el mundo está patas
arriba. Lo juro.
—Mm. —Gabrielle no podía negarlo—. Eso pasa mucho con Xena alrededor.
—Se giró y se dirigió hacia la sopa—. Te acostumbras a eso.
Los cuernos volvieron a sonar, ahora con un tono frenético, antes de que se
desvanecieran, y el sonido de gritos y pies corriendo ocuparon su lugar, pero
alejándose de la posada. Por ahora.
679
—No... bueno... —Gabrielle miró fascinada a los enormes barcos—. Fui por el
otro lado, donde están los pequeños y ese mercado.
Xena hizo un gesto al grupo para que se detuviera y los hombres se separaron
y se apoyaron contra las paredes, simplemente mirando la escena de forma
casual.
—Menos mal que fuiste por el otro lado —comentó Xena con tono coloquial—
. Hundir todos estos malditos barcos buscándote me hubiera llevado un
tiempo.
—¡Xena, tenemos que detenerlos! —Ella comenzó a caminar hacia el carro 680
solo para ser arrastrada como una oveja por una poderosa mano apretada
en la parte posterior de su ropa—. ¡Xena!
—¡Shh! —la reina siseó—. ¿Quieres que nos maten antes de que comience la
diversión? —Le dio un apretón a su amante—. ¿Qué demonios crees que va a
pasar si empiezo a patearles el culo a esos tipos?
—Si alguien hubiera estado allí cuando esos tipos me estaban llevando...
—Está bien. —Con una paciencia verdaderamente notable para ella, Xena le
dio unas palmaditas en la espalda a su amiga—. No vuelvas a hacer eso.
Había acero en ese tono, y ella lo sabía. Gabrielle se dio cuenta de que
estaban en un punto donde la reina no iba a tolerar que la cuestionaran y
asintió con la cabeza.
—Aquí mismo te dije que lo tienes todo. —Un hombre estaba en la plataforma
de rodillas. Frente a él estaban dos de los soldados de Sholeh, de los
auténticos, marcados con su emblema y con el mismo aire de mortífera
seguridad que Xena.
Xena suspiró.
—¡No las tengo! —El hombre escupió sangre—. ¡Las intercambié por comida
para mis hijos!
—Muy bien entonces. —El soldado sacó su espada y agarró al hombre por el
pelo, echándole la cabeza hacia atrás—. Nadie se queda con algo nuestro.
Gabrielle se mordió el labio inferior, agarrándose al brazo de Xena mientras
luchaba contra sus instintos de protestar. Levantó la mirada hacia el perfil de
la reina, tan inmóvil y tranquila, y en ese momento, Xena le devolvió la mirada.
—Me vas a matar. —Soltó a Gabrielle e hizo señas a los soldados, agarrándose
a una lámpara en la pared sobre su cabeza, y pateando la pared para saltar
por encima de las cabezas de los habitantes de la ciudad y aterrizar en la
plataforma.
Sin esperar una reacción, liberó su espada y se dejó caer sobre una rodilla,
arqueando su cuerpo mientras el segundo soldado la atacaba. Él era hábil y
ella solo pudo bloquear su movimiento antes de volver a ponerse en pie y 682
desviar la hoja lejos de ella.
Xena miró hacia los barcos, donde por ahora nadie se había dado cuenta de
la pelea. Sin embargo, sabía que solo tenía unos segundos antes de que lo
hicieran, y ese conocimiento estimuló sus reacciones cuando evadió la hábil
espada de su oponente agachándose delante de él, saltando ligeramente
sobre el cuerpo caído, poniéndose en cuclillas y saltando en el aire.
Gabrielle la miraba con asombro mudo, con los ojos muy abiertos, y se acercó
inmediatamente a Xena y abrazó a su amante.
—Por los dioses. —La mujer se había agarrado al hombre que había escapado 683
a la muerte gracias a Xena —. Por los dioses, finalmente nos han escuchado y
nos han enviado ayuda.
—Por los dioses, es cierto. —El hombre al que había salvado se abrió camino
hasta ella—. ¡Es Xena! ¡Xena la despiadada!
—Shh. —Levantó sus manos—. Bajad la voz. Esos bastardos llegarán aquí en un
minuto. —Esperó hasta que se calmaron de nuevo, tratando de ignorar el gran
abrazo que estaba recibiendo de Gabrielle. Después de todo, era una
especie de mella para su imagen de despiadada. Echó un vistazo a los barcos,
pero un carro de barriles de cerveza volcados estaba atrayendo toda la
atención en ese momento y vio a un grupo de guardias de Sholeh dirigiéndose
hacia allí—. Vamos a recuperar esta ciudad.
—Xena, por allí. —Gabrielle señaló el pequeño mercado—. Esa gente también
quiere que Sholeh se vaya, estaban muy cabreados con ellos.
—Argh.
—Nada.
Gabrielle asintió, pero luego tuvo que agacharse cuando Xena los empujó a
todos contra la pared.
—Qu...
—¿Qué pasa si vuelven los dueños de esta cosa? —preguntó Gabrielle—. Los
hombres de Sholeh se llevaron todas sus mercancías. —Se movió con cuidado
alrededor de la cubierta, sintiendo que el barco se movía debajo de ella—.
Estaban bastante enojados.
—Preocúpate por eso cuando ocurra. —Xena apoyó los codos en la madera,
mirando sobre el borde, ya que era lo suficientemente alta para ver por
encima—. Jens, revisa debajo de las cubiertas. Asegúrate de que no hay
nadie.
—Mala suerte para ellos si es así. —Jens se rio también, y desapareció en las
sombras de abajo mientras el resto de los soldados tomaban asiento de
espaldas a la cabina. Xena permaneció de pie, observando la actividad en
tierra, su cuerpo recordaba nuevamente la sensación de una cubierta
moviéndose debajo de ella. Los planes que había estado revisando, le
preocupaba cambiarlos ahora, y, mientras observaba a los hombres de
Sholeh caminando por el muelle, estaba claro que tenía que buscar nuevas
ideas—. Los viejos tiempos, je.
Je. 686
Parte 21
Gabrielle volvió la cabeza para mirarlo. Parecía tenso y molesto, y vestía una
sobrevesta de lino que cubría su armadura persa, de la que sus dedos estaban
tironeando. Se había cortado el pelo muy corto y era un poco más alto de lo
que ella recordaba, y le resultaba muy difícil relacionarse con él como parte
de un pasado que creía haber dejado atrás.
Ella giró la cabeza de nuevo para mirar lo que estaba pasando no queriendo
perderse nada. Xena tenía un brazo apoyado en la cabina y la otra mano
hacía malabares con su arma redonda mientras seguía el progreso de Jens
con atención.
—¿Ah sí? —Xena cambió su agarre sobre el chakram cuando Jens colocó la
pasarela en su sitio y caminó a través de ella con actitud amistosa mientras
saludaba al hombre—. La pregunta es, ¿estaba escuchando para
entretenerse o escuchando para tener algo que contar a los persas?
—Estuvo allí todo el tiempo —dijo Gabrielle—. Incluso cuando llegaron los
soldados, recuerdo que estaba realmente sorprendido y se escondió debajo
de la mesa.
—Excelente.
—Se corrió la voz —dijo Perdicus—. Uno de sus hombres entró y dijo que había
una mujer que venía a la ciudad, una bardo, y que Sholeh pagaría mil dinares
por ella.
Y, bien... Ya que ella había sacado a la mitad de ellos del maldito ejército
persa, eso no era tan sorprendente, ¿Verdad? Xena gruñó suavemente en voz
baja. No era una sorpresa, no, pero tampoco significaba que no tuviera que
detestarlo.
—Eso es lo que dijeron. —Sus ojos buscaron en su rostro—. No sabía que ahora
contabas historias. Pensé que tu...
—Sí. —La mujer rubia miró hacia otro lado—. Bueno, ya no tengo que
preocuparme por él.
Jens estaba regresando a bordo con el hombre del carro. Él le estaba dando
palmaditas en la espalda amigablemente, así que Xena era libre de guardar
su arma y mirar a su amante. Gabrielle tenía ambas manos sobre la superficie
de la madera, y su expresión era todo lo sombría que le permitía su dulzura.
—Como eres una mujer buscada, quédate aquí —dijo arrastrando las 689
palabras—. Y para que conste, vales mucho más que unos míseros mil dinares.
—Con una palmadita, dejó a Gabrielle de pie allí y rodeó la esquina de la
cabina para reunirse con Jens y su nuevo amigo, mientras bajaban de la
pasarela a la cubierta—. Bien, bien.
—H... hola. —Se aclaró la garganta—. Ah... Había rumores en el mercado, ¿sí?
De que todos vosotros estabais aquí.
Xena se apoyó contra el alto mástil, con cuidado de mantenerlo entre ella y
la vista desde el muelle.
—¿De ese pequeño mercado de allí? —Señaló el final del muelle donde
estaban los pequeños y tristes puestos. Detrás de ellos podía ver algunos
mercaderes, aunque la mayoría de los puestos estaban vacíos y parecían
cerrados.
—Sí —dijo el hombre—. La anciana me envió aquí. Para decirte que los
exploradores se habían ido y que no encontraron nada.
Nada ¿eh? Xena lo consideró, repasando sus planes y las pocas opciones que
de verdad tenían. Sabía que había un núcleo de la ciudad que quería salir de
debajo de los persas, pero también sabía que estos ciudadanos estaban
acostumbrados a la paz y que su milicia había sido eliminada por Sholeh.
—A esa pequeña bardo que estaba contigo —dijo—. Los persas la quieren, la
quieren de verdad.
—Se ha corrido la voz sobre lo del muelle de allá abajo. —El hombre continuó 690
con una sonrisa nerviosa—. Así que... pensamos... quiero decir, todos pensaron,
que tal vez podrías... Uh... subir a la posada, si quieres, y decirnos qué hacer.
Queremos ayudar a deshacernos de estos cerdos.
—Genial. —Señalo el carro—. La vieja me hizo poner las cosas de la bardo allí,
para que nadie las viera. Las he traído aquí, pensé que podría quererlas.
—Ya lo verás esta noche —prometió Xena—. Solo asegúrate de que todos
estén allí, no me gusta repetirme.
El asintió.
691
—¿Crees que nos habían visto?
—Mmhm. —La reina gruñó—. Algo no encaja. Así que vete y averigua qué es.
—Sí.
—Sí, entendido señora. —Él inclinó la cabeza y miró más allá de Xena—. ¿Qué
hay de ese?
Xena no se volvió sabiendo a quién se refería.
—Excepto Parches —dijo con expresión triste—. Xena, por favor, no dejes que
le pase nada.
—¿No? —La mujer rubia parecía confundida—. Pensé que habías dicho...
— Shh. — Xena la empujó hacia las escaleras—. Baja ahí y encuentra algo
ingenioso que hacer mientras descubro cómo hacer navegar a esta cosa.
Gabrielle miró a la reina, luego echó la cabeza hacia atrás y miró la vela
enrollada del mástil.
—¿A dónde vamos con esto? —preguntó, más curiosa que preocupada.
—A causar problemas. —Xena pasó sus manos por las amarras tratando de
recordar habilidades olvidadas durante mucho tiempo cuando capitaneaba
un barco no muy diferente de este, más o menos, con una tripulación de
canallas y una pila de ballestas o dos—. Ah. —Xena se enderezó—. Todos
abajo —ordenó—. Permaneced fuera de la vista. —Le dio un codazo a
Gabrielle otra vez—. Venga. Si encuentras una cama ahí abajo, tal vez la
usemos.
Distraído, Perdicus la siguió, junto con el resto de los hombres. Xena los observó
hasta que desaparecieron, luego se acercó y levantó la pasarela antes de
dirigirse al timón y comenzar a examinarlo.
Hizo una pausa y parpadeó cuando la luz inundó su rostro desde los
cuadrados de vidrio emplomado a lo largo de la pared trasera del barco y dio
una vuelta para mirar lo que se dio cuenta que probablemente era, donde
vivía el dueño del barco.
694
No era muy espacioso, pero había una cama de aspecto cómodo
empotrada en la pared a un lado, y una mesa de trabajo en el otro. Tres cofres
estaban colocados contra la pared delantera, pesados artículos de cuero
atados con flejes de latón y un estante en la pared trasera que contenía
extraños instrumentos metálicos y montones de pergaminos enrollados.
Pulcro. Miró hacia la pared del fondo que era, se dio cuenta, la pared trasera
del barco, con sus bloques de vidrio incrustados dejando entrar la luz desde el
exterior y una imagen poco clara del muelle detrás de donde estaba el barco
amarrado.
Cerca del rincón más alejado, vio una reja de hierro y se acercó para mirar
dentro. Había una escotilla detrás de la reja y se preguntó que era.
Acercándose, extendió la mano a través de la rejilla y tocó la madera, luego
vio un pestillo en un lado.
Gabrielle accionó el pestillo y notó que la madera se movía bajo sus dedos.
Empujó con fuerza contra ella y la escotilla se abrió, dejando entrar más luz y
una brisa fresca desde el exterior. Una cuerda gruesa estaba atada al pestillo
y otra vez a la rejilla, lo que facilitaba volver a cerrar la escotilla. 695
—Mola.
—¿Qué?
—No creo que vayamos a estar aquí mucho tiempo —dijo—. Pero Xena
probablemente querrá estar aquí, eso es cierto. —Caminó hacia la mesa de
trabajo y dejó su bolsa sobre ella echando una anhelante mirada a la litera—
. Además, es lo suficientemente alto como para que ella esté de pie.
—Bueno, podríamos ir a buscar otro sitio para estar —dijo Perdicus—. ¿No
quieres?
Gabrielle lo miró.
—No —dijo ella—. Estoy bien aquí, gracias. —Se apoyó contra la mesa
observando como él se movía incómodo—. Tú puedes seguir, sin embargo.
Perdicus la miró.
—Pensé que podríamos hablar, ya que vamos a quedarnos aquí un tiempo —
dijo—. Ahora que volvemos a estar juntos, quiero decir. —Se acercó a ella—.
Nunca pensé que volvería a verte otra vez.
Ugh.
Siempre le había gustado Perdicus, y una vez le había dicho a Lila que, si tenía
que casarse con alguien, había gente mucho peor, pero ahora...
Su rostro cambió.
—Mi padre está muerto —dijo Gabrielle, reconociendo al menos uno de los
juegos de pisadas—. Ya no estamos en Potedeia, y he... —Miró hacia la puerta
cuando Xena entró, la reina se detuvo, sus pálidos ojos se movieron entre los
dos—. Mi vida ha cambiado.
—Bueno, yo...
—No eres más que un parásito —le dijo—. Deja a Gabrielle en paz o serás un
parásito muerto.
Él la miró.
—Hola. —Gabrielle metió sus manos debajo de sus brazos—. Gracias. —Echó
un vistazo a la cabina—. Este lugar está bastante bien, ¿no? 697
La reina entró mirando a su alrededor.
—No está mal. —Estuvo de acuerdo—. Descubrí por qué está tan
malditamente vacío. —Levantó un trozo de pergamino—. La tripulación no
podía darse el lujo de enfrentarse por la carga. Los persas cogieron todo lo
que tenían. —Su oscura cabeza se sacudió de un lado a otro—. Así que se
marcharon.
—Parece que sí. —Tocó la rejilla mientras resoplaba en voz baja—. ¿Por qué
Hades no pensé en eso? —Gabrielle se acercó a ella, acomodándose contra
el cuerpo de Xena, rodeándola con ambos brazos y abrazándola en reflexivo
silencio. Xena la miró dejando caer un brazo sobre los hombros de Gabrielle
mientras estudiaba la infeliz expresión del rostro de su amante—. ¿Qué te
pasa? —preguntó con su típica falta de tacto—. ¿Tienes el ciclo o algo así?
Gabrielle suspiró.
—No. —Soltó a la reina y se enderezó—. Siento que no vamos a ninguna parte.
Las cosas se vuelven cada vez más raras.
—Ah.
La cara de Gabrielle se arrugó en una sonrisa y esta vez abrazó a Xena con
mucho más entusiasmo.
—Bueno, yo te amo más que a nada, incluidos los caballos, ¡hala! —aseguró
a su compañera—. Y sé que, si alguien puede sacarnos de esto, eres tú.
698
Xena disfrutó del abrazo sintiendo un extraño y casi culpable sentimiento de
alivio.
—Guarda esa idea porque esta noche vamos a tirar los dados y, o bien
ganamos todo, o será una mañana de mierda.
—Oh.
—Sí, señora —dijo Jens—. ¿Pero no crees que tal vez deberíamos ir contigo?
Sin embargo, estaba muy contenta de salir del barco e irse con su amante, en
lugar de quedarse a bordo sola. O más exactamente, no sola. Siguió a Xena
cuando salieron de la pasarela y los soldados la subieron a bordo.
Era difícil decidir. Después de todo, no tenía ni idea de cuánto sabía Sholeh, y
como no estaba segura de cuál era el verdadero problema, se había traído a
Gabrielle con ella. Si algo estaba en marcha lo último que quería era tener
que preocuparse por lo que estaría pasando en el barco.
Gabrielle, no.
—Guau.
—Mm. —Xena se apartó del muelle cuando la pared giró hacia el interior,
acercándose a la plaza en la que había atacado a los soldados. Ahora
estaba oscura y vacía, la plataforma estaba desierta. Se detuvo en la esquina
y permaneció de pie por un momento dejando que sus sentidos se
extendieran en el espacio mientras Gabrielle se acomodaba detrás de ella.
La brisa soplaba por el muelle y le llegaba a la cara y se esperaba un olor a
pescado, sal, y decadencia humana. La basura de la ciudad era arrojada a
las aguas para ser arrastrada hasta el mar, y la mezcla de eso, con el olor a
quemado en algún lugar cercano, le revolvió un poco las tripas. Pero no era
cerca, por lo que se deslizó cautelosamente hacia el espacio abierto y fue
hacia la plataforma, rodeándola con tiento. Hizo una pausa y apoyó las
manos en el borde de la plataforma, alzando su cuerpo para poder observar
la parte superior. Vacía. Soltó su agarre y aterrizó, sacudiéndose el polvo de
las manos mientras se giraba para mirar a Gabrielle—. Nada. 700
—Um. —Gabrielle miró a su alrededor—. ¿Qué esperabas ver?
—Si se dieron cuenta de lo que pasó aquí, habría esperado ver un cadáver o
dos arriba —dijo—. Pero está limpio como la punta de tu nariz.
—Tal vez no vieron lo que pasó —sugirió—. Creo que tus chicos...
—Sí. —Xena lo consideró. Encontró muy poco probable que pudieran matar a
dos de los secuaces de Sholeh a plena luz del día en medio de una multitud,
y hacer que pasara completamente desapercibido. Por otro lado, también
encontraba muy improbable que, a pesar de haber matado probablemente
a una veintena de soldados de Sholeh y haberlos dejado diseminados por la
calle la noche anterior, no había oído ningún indicio de que la estuvieran
buscando, solo a Gabrielle. No tenía ningún sentido. O Sholeh era la única en
todo su maldito ejército con cerebro, o ella y Gabrielle iban a doblar una
esquina y caminar directamente hacia una sorpresa que ninguna de las dos
disfrutaría. Dobló la esquina y se detuvo, pero el tramo de la calle, el doble de
ancho para permitir el paso de los carros hacia los muelles, estaba tan vacío
como la plaza. Los edificios a ambos lados, llenos de mercaderes durante el
día, estaban oscuros y silenciosos, y no sintió nada que llamara su atención
mientras guiaba a Gabrielle por el camino—. ¿Vamos a la posada? —
preguntó Gabrielle después de caminar unos minutos más.
—Lo hice. —La reina llegó a un cruce y miró en todas direcciones—. No quería
que nadie supiera lo que estaba haciendo, excepto yo.
—Oh.
—Ya veremos. —Xena giró a la derecha y comenzó a subir por una calle más
estrecha, pasando del silencio oscuro de los muelles, a los sonidos apagados
y las tenues luces de las ventanas cerradas de la parte habitada de la ciudad.
Podía percibir vagos olores a comida desde detrás de las puertas bien
cerradas, y escuchar voces bajas y apagadas. Por alguna razón, la hizo sentir
mejor. Escuchó los sonidos de cascos a lo lejos, y luego el sonido de botas
crujiendo en algún lugar cercano. Tiró de Gabrielle a un hueco en la pared y
la mantuvo quieta mientras los ruidos se acercaban—. Shh. —Gabrielle se
encontró envuelta en la capa de Xena con su cabeza asomando bajo la
barbilla de su compañera. Podía oír los pasos aproximándose y luego las voces
masculinas con ese extraño timbre persa. Sintió que Xena liberaba un brazo
de su agarre y el movimiento cuando su compañera lo extendió sobre su
cabeza para colocar su mano alrededor de la empuñadura de su espada.
Era muy estresante, pero aún con todo, todavía se sentía segura—. Mantén la
cabeza baja —le susurró Xena al oído—. Para que no te la corte.
Eso la hizo estremecerse, aun así, en su corazón, Gabrielle sintió una extraña
sensación de júbilo. Se acurrucó más cerca del cuerpo de Xena e inclinó el
cuello hacia abajo, los latidos de su corazón se aceleraron a medida que las
voces se hacían cada vez más fuertes.
Ella no entendió el idioma. Pensó que tal vez Xena sí, porque la reina resopló
un poco, una exhalación que sintió detrás de sus omóplatos cuando los
soldados llegaron a su altura y se pararon.
Estaban discutiendo. Uno de los hombres, que vestía armadura completa con
el emblema de Sholeh en la sobrevesta, estaba dándole toques con el dedo
al otro hombre en el hombro. Su compañero tenía los brazos abiertos y
protestaba en voz alta y enojada.
Gabrielle reconoció el nombre de Xena en los gritos y sintió que otro bufido se
abría paso a través del pecho de su compañera, pero no tuvo tiempo de
reflexionar sobre eso porque el primer soldado le dio un gran empujón al
segundo y este retrocedió y cayó justo en las botas de Xena.
—¡Ahgh, bastardo persa! —gritó el hombre, pateando con sus botas mientras 702
el otro soldado se acercaba y se estiraba para ayudarle. Alcanzó al hombre
en la ingle y comenzó a levantarse, pero el soldado se recuperó y sacó su
espada curva, lanzándose hacia adelante en un ataque.
—¡Eh!
—Ven, ven aquí... —dijo jadeando—. Eres mi billete para salir de aquí,
pequeña... ¡Eres la que ella quiere! —Él la agarró del brazo y ella lo empujó
hacia atrás con la vasija—. Para... ¡Ven aquí!
Sujetándose los dedos, el hombre fue a por ella con rostro enojado.
—Pero...
Gabrielle hizo lo que pudo, que consistió en tomar impulso y arrojar su vasija
de agua al soldado tan fuerte como pudo, tropezando hacia atrás cuando la
fuerza de su sacudida la hizo perder el equilibrio. Se estrelló contra algo duro
detrás de ella, luego cayó al suelo con un pesado cuerpo encima.
Gabrielle se dio la vuelta pudiendo ver poco más que eso. Buscó en el suelo
algo para agarrar, encontrando, que todo lo que tenía a mano, era un trozo
de piedra del tejado. La luz de la luna destelló en la espada de Xena, oyó reír
a la reina y ella deseo como el Hades que eso significara que iban a estar bien.
Una lanza pasó volando junto a Xena, haciendo que Gabrielle se sobresaltara,
pero el arma rebotó contra la pared y cayó a sus pies con un estruendo. Ella
la miró.
—Supongo que es uno de esos caballos a los que no hay que buscarles cosas
en la parte trasera, ¿eh? —Tiró su piedra y recogió la lanza, extendiendo sus 704
manos como Xena le había enseñado y girándose para enfrentar la batalla.
—¡Tengo una lanza!
Sombras.
Se giró para enfrentarlas, poniéndose casi espalda con espalda con la reina.
Levantó el arma y se preparó para lo que viniera, decidida a estar a la altura
de la confianza que Xena había puesto en ella, sin importar lo que tuviera que
hacer.
—¡Yah!
—¡Gabrielle! —Lennat agitó sus brazos tratando de evitar chocar con ella—.
Espera. ¡Te encontré!
—¡Ah!
—Muévete. —La reina tropezó con ella con impaciencia—. Clávale tu atizador
en las bolas al chico posada si no se quita de en medio.
—Uh. —Lennat echó un vistazo más allá de ella—. No. Quiero decir, sí. —
Comenzó a caminar rápidamente—. Hay un almacén... Podéis esconderos allí.
Sonó un cuerno a lo lejos. El sonido parecía tener una nota triunfal y miró
rápidamente a su amante que ladeó la cabeza para escuchar.
—¿Qué es eso?
Xena la miró.
—Ellos...
Xena simplemente pasó junto a él, permaneciendo en las sombras lo más que
podía. Escuchó el intercambio de algunas palabras detrás de ella seguido del
ligero golpeteo de las botas de Gabrielle mientras su amante la seguía por la
calle.
—Uff.
Sin mirar atrás, la reina se acercó y agarró la parte de atrás del cuello de su
capa y empezó a tirar de ella, sus largas piernas las subieron a las dos con un
esfuerzo aparentemente mínimo. Al final del callejón pudo ver una pared que
bloqueaba su camino casi de su misma altura y, más allá de eso, el espacio
estaba iluminado con antorchas parpadeantes.
—Shh.
Gabrielle presionó contra ella cuando llegaron a la pared del final, apoyando
la espalda contra la piedra y volvieron a mirar por donde habían venido. La
cuesta era más empinada de lo que había imaginado y apoyó su lanza contra
los ásperos adoquines mientras recuperaba el aliento.
A su lado, sintió que Xena se movía y levantó la vista para ver a la reina estirarse
para mirar por encima de la pared. De pronto, se le ocurrió que la elección
de ruta de Xena no había sido aleatoria, y se volvió para mirar a su amiga justo
cuando la reina soltaba una maldición feroz y sincera.
Gabrielle frunció el ceño, luego entrecerró los ojos y se concentró en el primer 708
cautivo del grupo, una sensación de conmoción hizo que su piel se calentara,
y luego se enfrió.
—Oh, Dios mío —susurró—. ¡Es Brendan! —Mientras miraba horrorizada, los
soldados persas condujeron a los hombres de Xena al centro de la plaza, con
una risa audible incluso desde donde estaba parada. Ella no podía entender
qué era tan gracioso. Brendan y sus hombres estaban desarmados y
enlodados, pero llevaban la espalda recta y la cabeza alta, la fuerza de
cincuenta aparentemente intacta desde la última vez que los habían visto—.
Oh no.
Xena giró la cabeza hacia un lado y la miró, sus labios se tensaron con
sarcasmo.
—Sí. —Dejó que sus manos descansaran sobre sus rodillas—. ¿Qué demonios
voy a hacer ahora? —preguntó—. Probablemente comiencen a cortar en
pedazos a esos bastardos antes de la mañana.
Gabrielle frunció el ceño. Luego se levantó y volvió a su caja, mirando por 709
encima de la pared de nuevo. Los persas habían empezado a atar a los
prisioneros a las estacas de la plaza mientras filas de soldados esperaban con
las ballestas levantadas, vigilando a la multitud y el área a su alrededor.
—No entiendo.
Xena se apoyó en la pared junto a ella, con los ojos apenas visibles en la parte
superior.
—¿Qué?
—Oh.
—¿Para qué te unas a su ejército otra vez? —La voz de Gabrielle se elevó.
—No —murmuró la reina—. Creo que se ha dado por vencida con eso. Creo
que me quiere muerta o desacreditada, y se da cuenta de que, si comienza
a matar a mis hombres, o saltaré frente a esas flechas para ayudarlos o me iré,
y conmigo esa estúpida reputación mía.
—Cállate.
—Xena, lo eres —dijo—. Deja de fingir que no es así. —Vio los ojos pálidos fijarse
en ella recorridos por sombras—. Eso es lo que querías decir con lo de tu
reputación, ¿no? Esos hombres te son leales porque saben que te preocupas
por ellos.
Qué rara era la vida, ¿verdad? Se sentía muy cansada y realmente deprimida
y tuvo que extender una mano para mantener el equilibrio mientras casi
tropezaba con los irregulares escalones. Ni siquiera tenía la energía suficiente
para preguntarse qué iba a hacer Xena respecto al desastre en el que se
encontraban, solo esperaba tener la oportunidad de recibir algunos abrazos
antes de que todo terminara.
Eso es todo lo que ella quería, de verdad. Gabrielle suspiró de nuevo. Eso y tal
vez un baño caliente, y una sonrisa de Xena. No era pedir demasiado de la
vida, ¿verdad?
Tal vez lo fuera. Sus ojos vagaron sobre los soportes de madera resquebrajados
y las persianas rotas. Tal vez no era justo para ella obtener lo que quería
cuando todos los demás tenían que sufrir.
Los persas habían sido brutales y Gabrielle sintió que su corazón se hundía al
darse cuenta de que ella y Xena eran la razón. Los soldados las habían estado
buscando y habían dejado tras de sí muerte y dolor debido a que sus objetivos
se habían escapado, dejando que la gente de la posada sufriera.
Se sintió avergonzada, más aún cuando vio a dos niñas saliendo de detrás de
la posada llorando y aferrándose la una a la otra. Dos chicas, asustadas y
desconcertadas que la devolvieron un impactante recuerdo del momento en
que la habían cogido a ella y todo lo que había tenido para aferrarse era la
mano temblorosa de Lila.
712
Tragó saliva cuando las dos pasaron junto a ella sin apenas verla mientras
miraban a su alrededor con horror y ella recordó vívidamente ser una niña
aterrorizada, mirando un mundo que se había vuelto de forma repentina
brutalmente cruel.
Luego miró hacia el suelo y exhaló antes de seguir caminando, pasando junto
a un cuerpo inmóvil y acurrucado con una lanza que sobresalía de él y un
hombre simplemente sentado a su lado mirando más allá de ella con ojos
ciegos.
Dioses, ella quería. Xena dio un paso atrás y se deslizó hacia abajo para
sentarse con la espalda contra la pared y sus rodillas levantadas con los brazos
apoyados sobre ellas.
—Um... —Gabrielle se volvió para mirarlo—. Ella está planeando —dijo después
de una pausa—. Vaya, es cierto que pasaron por aquí, ¿eh?
—No lo sé —confesó—. Supongo que ha sido tan horrible estar bajo sus botas
que se siente bien verlos un poco jodidos.
—Un poco. —Gabrielle lo miró—. Pero no tanto. —Echó un vistazo más allá de
él y bajó la voz—. Tienen a algunos de los hombres de Xena.
—Sí, lo hemos oído —dijo el hombre rubio—. Pero eso no es problema,
¿verdad? Ella los recuperará, y entonces estaremos listos. —La confianza en su
voz la sorprendió. Gabrielle se quedó sin aliento cuando se dio cuenta de que,
de algún modo, de alguna manera, esta gente a la que apenas conocían, se
había creído la misteriosa invencibilidad de su amante en el momento más
inoportuno—. ¿Sí? —Lennat asintió—. ¿Estaba furiosa?
¿Furiosa?
—Oh, ¿por sus chicos? —Gabrielle logró responder—. Uh... Sí, sí lo estaba. —Se
apartó de la pared—. Estoy... Iré a ver si ha terminado con ella... con la
planificación. —Su corazón latía rápidamente, podía sentirlo dentro de su
pecho, una sensación incómoda que la hizo querer frotar el punto encima de
él.
—Gabrielle, espera. —Lennat la siguió—. ¿Qué...? Quiero decir, ¿hay algo que
podamos hacer para ayudar? —preguntó—. ¿Podemos... Uh... conseguir
algunas armas o algo? Quiero decir, tú eres la experta. 715
Gabrielle resistió el impulso de mirar a su alrededor para ver con quién estaba
hablando Lennat.
—¿Qué?
—Nos lo contaste. —Él extendió su mano para tocar su brazo—. Nos contaste
cómo Xena fue contra toda lógica y ganó, Gabrielle. Todos lo oyeron.
—Solo queremos ser parte de las cosas —dijo con fervor su compañero—. Sé
que no somos soldados, y tal vez ella no cree que podamos hacer mucho,
¡Pero podemos! Conocemos la ciudad y haremos lo que sea necesario. Lo que
sea que ella quiera que hagamos.
Lo que sea que ella quiera que ellos hagan. La mujer rubia sintió que se le
retorcían las tripas.
—Lennat, estos tipos son realmente malos. Podrías salir herido... Tal vez muerto.
—Nadie más está haciendo nada. Queremos cambiar las cosas. —Se acercó
a ella—. Como en tu historia.
Su historia. De repente, Gabrielle deseó haber nacido muda, como el niño que
se había ocupado de los bueyes en Potedaia.
—Sí —dijo ella—. Como, eh... cuando cambian los turnos de vigilancia... ¿Algo
así?
¿Su bardo?
—Ey.
—No esa clase de susto —dijo ella—. Estaba preocupada por ti cuando te vi
allí sentada. —Cogió la mano de Xena y se la frotó—. Te sientes tan fría.
Xena extendió una pierna, su bota terminaba entre las patas delanteras de
Parches.
—¿Yo?
—Tu. ¿Puedo traerte una manta o algo así? —Gabrielle se acercó más y
presionó su cuerpo contra el de la reina, sintiendo el inusual frío en los lugares
donde se tocaban sus pieles.
—No, estoy bien —dijo Xena, no muy segura de sí lo estaba o no—. Solo tengo
ganas de matarme a mí misma, eso es todo.
—Um.
—¿Nos vamos?
—Sí.
—Corrió el riesgo —dijo Xena—. No estoy siendo la reina hoy. Solo quiero
dejarlo. —Exhaló después de terminar de hablar, tragando mientras el 718
agotamiento que había mantenido a raya durante demasiado tiempo se
asentaba sobre ella—. Tal vez te enseñe a pescar. ¿Te gustaría?
Gabrielle abrió la boca para hablar y luego volvió a cerrarla. Podía ver el perfil
de Xena y, al mirarla de cerca, vio el cansancio que no había visto antes
enmascarado en la energía oscura de la reina. La protesta que había
empezado a hacer murió sin ser pronunciada y en su lugar extendió la mano
para acariciar la mejilla de Xena.
—Me gustaría.
—¿No crees que soy una perdedora por huir? —preguntó—. ¿Te estoy
decepcionando? Un pésimo final para una historia, ¿no? —Gabrielle pensó en
la gente de fuera, y en los hombres atados a las estacas, y sobre sus propias
palabras que relataban con orgullo el heroísmo de su amiga y, mirando a
Xena a los ojos, se dio cuenta de algo un poco vergonzoso sobre si misma que
hizo que se le revolvieran las tripas—. ¿No es así?
—¿No te importa?
—Xena, ¿estás...?
Gabrielle guardó silencio, pero podía sentir la tensión en el cuerpo bajo sus
manos y frotó suavemente la espalda de Xena, sintiendo un leve escalofrío al
tocarla. Después de algunas respiraciones, la tensión se relajó un poco y soltó
su agarre cuando la reina comenzó a ponerse de pie.
—Xena...
—Dije shh. —La armadura de Xena se colocó en su sitio cuando se puso de pie
y se estiró poniendo sus manos sobre el lomo de Parches para estabilizar su
equilibrio—. Déjame ser una vieja perra en paz, ¿eh? —Lentamente flexionó
una pierna y luego la otra, respirando profundamente mientras su espalda casi
se quedó agarrotada. Otra maldita buena razón para escabullirse del lugar,
antes de que tuviera que intentar luchar y terminara cayendo sobre su trasero.
Con un suspiro, le dio unas palmaditas al lomo del pony y lo rodeó rígidamente,
yendo hasta la puerta del establo y abriéndola lo suficiente como para mirar
hacia afuera. El patio estaba más ocupado de lo que se había esperado.
Hombres y mujeres se arremolinaban, algunos trabajando para eliminar
escombros y otros simplemente hablando entre ellos. Las voces eran muy
bajas, e incluso sus oídos no podían distinguirlas, pero el lenguaje corporal
indicaba tanto entusiasmo como enfado y la hizo pensar. ¿Enfado? Por
supuesto. Los bastardos habían llegado como jabalíes en celo buscándola, y
tenían derecho a estar enfadados con ellos y también con ella. Era el
entusiasmo lo que le parecía raro, y se volvió a medias solo para encontrar a
Gabrielle justo al lado de su codo, mirando por debajo—. Ah. Rata almizclera.
—¿Vamos a salir por ahí? —preguntó Gabrielle—. Nos van a ver todos. 720
—Mm —respondió la reina—. Probablemente no sea una buena idea ya que
no soy muy popular por aquí, ¿eh? —Gabrielle no respondió. Dio media vuelta
y regresó a donde estaba Parches, recogiendo su brida y comenzando a
ponérsela. Xena la miró con la cabeza inclinada hacia un lado mientras
reflexionaba sobre el lenguaje corporal de este lado de la pared del granero.
Después de un minuto, caminó hacia la parte trasera del establo, donde había
amontonada una pila de equipos agrícolas viejos y rotos—. Veamos si puedo
encontrar otra salida.
—No.
—Están esperando que salgas y les digas cómo vamos a vencer a Sholeh —
dijo—. Así que probablemente será mejor si nos vamos por otro lado.
—Um... de ti.
—¿De mí?
—Dijiste que volverías aquí, ¿recuerdas? Supongo que piensan que es para
eso. —Comenzó a sacar a Parches de su recinto—. Creo que yo también 721
pensé eso.
—Oye.
Xena no se movió.
—¿Estás bien? —dijo sin pensar haciendo una mueca mientras flexionaba la
mano y encontraba una astilla en ella— ¿Qué pasa?
Xena se relajó abruptamente, dejando que su cuerpo se deslizara sobre las
piernas de Gabrielle inclinándose hacia atrás para mirarla a través de la
oscuridad.
—Lo que sea que seas, quiero estar contigo —dijo—. Así que supongo que eso
también me hace estúpida.
—Oh. Lo siento... —Una breve sonrisa arrugó la cara de la mujer rubia, que se
transformó en una mueca cuando flexionó los dedos— Ay.
Xena exhaló, dejando que sus manos cayeran sobre el suelo de paja mientras
miraba hacia el techo, pensando en la posibilidad de que cayeran arañas
encima de ellas.
—Mueve el culo.
Gabrielle se incorporó, estirando los brazos con una mueca mientras seguía a
Xena hacia la puerta y esperando saber qué decirles a todos antes de que se
abriera.
724
Parte 22
La puerta del establo era pesada y Gabrielle tuvo que esforzarse mucho para
cerrarla, lo que le dio un momento para recobrarse antes de darse la vuelta y
mirar a la multitud que estaba allí delante de ellas.
Xena estaba de pie justo en frente de ella, con una mano en las riendas de
Parches y la otra vacilando entre las ganas de agarrar su espada y las de
cubrirse los ojos, o al menos, así es como interpretó Gabrielle su lenguaje
corporal, al fin y al cabo.
—¿Quieres que les diga que nos vamos? —preguntó, levantando la mirada a
la cara de Xena claramente perfilada a la luz de las antorchas.
Así que, si Xena no quería ayudarlos, eso era todo. Ella haría todo lo posible
por explicárselo y seguirían adelante.
—¿Gabrielle?
—¿Sí?
—Cuando todo esto acabe, voy a desnudarte y darte azotes hasta dejarte sin
sentido —dijo con total seriedad—. Lo juro.
Mientras ella estaba allí parada y ellos estaban allí esperando, Xena sintió una
extraña sacudida dentro de su pecho y sospechó que estaba enfermando, o
algo aún más molesto le estaba sucediendo. Miró las caras frente a ella y
detectó miedo, interés, y lo más sorprendente, esperanza.
Oh chico.
—Su Majestad.
Sin embargo.
—¿Sí? —respondió la reina, ya que parecía probable que nadie más
respondería—. ¿Esta es toda la gente que has podido encontrar?
—Han colgado a dos de ellos en la puerta, dijeron que eso te atraería aquí.
Xena suspiró.
727
—Maldición.
—No me puedo creer que aún no sepan que ya estás aquí, Xena. ¿Qué les
pasa?
—No puedo creerme que vaya a hacer lo que voy a hacer —respondió Xena
con otro suspiro—. Tampoco puedo creer que esté comprando en esa
estúpida historia tuya de héroe de mierda. —Cuadró los hombros y se enfrentó
a la multitud de nuevo—. Está bien. —Levantó la voz considerablemente—. Lo
primero que debo hacer es ir a enseñarles a esos estúpidos bastardos por qué
esos hombres estaban dispuestos a meterse directamente en la trampa de
Sholeh por mí.
—Quieres decir... pensé que habían sido capturados —dijo Lennat—. Eso es lo
que dijeron los soldados.
—Sí, eso es lo que ellos piensan. —Xena se mordió el labio—. ¿Quién ha visto
la disposición allí? —Cambió de tema—. ¿Tú? —Señaló a un hombre que
levantaba la mano vacilante—. Muy bien, tú y tú, venid aquí. —Soltó a
Gabrielle y se dirigió al lateral del establo donde había una desvencijada
mesa apoyada contra la pared—. Trae esa antorcha, y que alguien traiga un
trozo de pergamino. —Levantó la vista y vio que todos la miraban
boquiabiertos—. ¿Queríais acción? ¡Pues moveos!
Por supuesto.
Lo que era inconcebible para ella era que Xena había considerado, aunque
fuera tan brevemente, sencillamente abandonarlos.
Dioses.
—Guau, Parches. —El pony parecía un poco descontento por estar de vuelta
en su pequeño cubículo. Sacudió la cabeza haciendo tintinear la brida,
mirando hacia la puerta aún abierta. Gabrielle lo acarició suavemente,
sacando su gruesa melena de debajo de una de las correas de la brida—.
Seguro que estamos en un aprieto, ¿eh? —Parches resopló—. No es que
realmente pueda decir nada —admitió Gabrielle apoyada en el pony—. Yo
también estaba lista para alejarme de todo esto, ¿no? Podría haber intentado
convencerla de que no lo hiciera. —Apoyó la frente contra el cuello del
pony—. Ojalá ahora supiera lo que está bien y lo que está mal.
Soltó al pony y se dirigió hacia donde Xena había estado sentada cuando la
había encontrado y se sentó en el mismo lugar, sin querer saber lo que estaba
sucediendo afuera, contenta de sentarse allí y esperar a ver lo que Xena
quería que hiciera.
¿Qué pasaría si Brendan hubiera sido uno de los que habían colgado en la
puerta? Ella sabía lo que era eso. Había visto a las víctimas de la ira de Xena
colgadas de manera similar en varias ocasiones, y no estaba preparada para
pensar en ver al hombre al que había llegado a considerar un amigo colgado
de ese modo.
Se sentía más que un poco enferma del estómago. Apoyó el codo sobre su
rodilla y la barbilla en su puño. Tal vez sería mejor si bajaba al barco y
729
simplemente esperara con el resto de los hombres allí, pensó.
Entonces recordó que Perdicus estaba allí y se lo pensó mejor. Hablar con él
era peor que estar sentada aquí esperando saber lo peor de lo que estaba
sucediendo, ya que al menos aquí no tenía que verlo mirándola y
preguntándose quién Hades era ella ahora.
—Gabrielle.
—Voy a ir a los muelles para recoger a los hombres. Quiero que te quedes
aquí. —Xena estudiaba el suelo, negándose a mirar a Gabrielle a los ojos.
Horrible. Aterrador.
—¿Volverás aquí con ellos? —Se las arregló para preguntar con tono suave.
—¿Vas a zarpar en el barco con ellos? —Su voz se quebró en la última palabra
y cerró la mandíbula con fuerza.
—No lo sé.
—¿Qué quieres que haga? Este no es un mal lugar, una vez que los persas se
vayan —dijo con tono forzado e informal. —Harías bien—. Esperó a que
Gabrielle respondiera, luego volvió a mirar hacia arriba después de un largo
momento de silencio para ver a su compañera allí parada, con las manos
fuertemente agarradas alrededor de la barandilla y lágrimas corriendo por su
rostro. Su cuerpo se movió más cerca—. Está bien, tal vez no —murmuró la
reina—. Deja de asustarte. Solo estoy tratando de encontrar una manera de
evitar verte ensartada con una lanza, no deshacerme de ti.
Gabrielle se dio la vuelta y se secó los ojos con la manga en un gesto casi
enojado.
—¿Por qué no? —Gabrielle se volvió y miró a su amante—. ¿Por qué debería
ser fácil para ti? No es fácil para Brendan, ni para esas personas, ni para mí. —
Sus ojos estaban oscurecidos por la ira—. ¡Así que adelante! Vete, o escóndete
o lo que sea que vas a hacer y solo... —Se giró, rodeó a Parches con los brazos
y hundió la cara en un lado de su cuello—. Olvídalo.
Dejó que el silencio se alargara, hasta que tuvo que volver a levantar la
cabeza y girarla, solo para encontrar el espacio en el que Xena había estado,
vacío, y ella y Parches solos en el granero.
731
La conmoción la dejó aturdida, y tuvo que sujetarse de la crin del pony para
evitar caerse al suelo mientras giraba completamente en círculo para
confirmar lo que sus ojos le decían.
O al menos, fingió que eso era lo que estaba haciendo. Levantó el borde de
la capa y se secó el sudor de la cara, frotándose los ojos furtivamente mientras
lo hacía. Esperó hasta que estuvo segura de que nadie estaba mirando, luego
se apartó de la pared y se dirigió al barco.
Fue reconocida, y la tabla estaba en su sitio cuando llegó al borde del muelle
y cruzó sin incidentes hacia la cubierta del barco.
—Jens.
—Aquí, señora. —Su capitán se encontró con ella—. Tenemos todo preparado,
guardamos las cosas cuando nos enteramos de que tenían a Brendan y a los
demás.
—Todo listo para salir —dijo Jens—. ¿Crees que podemos ayudarles a escapar
de allí sin la gente del pueblo? No hay muchos luchadores.
Xena podía sentir el aire entrar y salir de sus pulmones mientras observaba a su
capitán mirarla, una mirada de absoluta confianza en su rostro delataba sus
suposiciones sobre cuáles eran sus planes. Ella cerró con fuerza su mandíbula
por lo que estaba a punto de salir, y se tomó un largo y estabilizador momento
antes de intentar hablar de nuevo.
—Um... —Su garganta se relajó un poco—. Haz que estén todos aquí y listos.
Tengo que recoger algo de abajo. Entonces hablaremos.
—Bien. —Jens asintió volviéndose hacia los hombres—. Salid de ahí atrás,
todos.
Si tan solo saliera de aquí y dejara todo atrás, podría comenzar de nuevo,
¿verdad? Xena sintió que estaba respirando demasiado rápido y no parecía
haber suficiente aire en la habitación. Solo sacar el barco, ir a algún lado,
llevarse a los pocos hombres que tenía con ella y tal vez... había lugares en la
costa, pequeñas ciudades...
Los ojos de Xena se posaron en la bolsa común de color oscuro que 733
descansaba sobre la mesa del capitán. La miró fijamente durante un largo y
congelado momento.
—¿De verdad harías eso, Xena? —Se preguntó a sí misma en voz alta—. ¿En
serio eres tan tremendamente idiota o eres un pedazo enorme de escoria? —
Su voz resonó en las paredes y fue su única respuesta. Se levantó y fue a la
mesa, sentándose en el taburete mientras levantaba la bolsa y la abría. El olor
que surgía de ella la hizo cerrar los ojos y esperó a que se desvaneciera antes
de abrirlos de nuevo y cerrar la bolsa, cruzando los brazos y apoyando la
cabeza sobre ellos. No se pasó. Ella seguía sufriendo por dentro. Se levantó y
caminó hacia la ventana enrejada y miró hacia afuera, viendo un puñado de
estrellas y recordando cómo era estar en el mar sin nada más que estrellas a
su alrededor. Tranquila. En paz. Las olas golpeando el casco y arrullándola
para dormir. Xena se dio la vuelta y se apoyó contra la pared, viendo su propio
reflejo mirándola desde el espejo de metal plateado de la pared de enfrente.
No lo reconoció. Su cabello había crecido mucho desde que había dejado la
fortaleza, colgando parcialmente sobre sus ojos y enmarcando su rostro con
un desorden que no había visto en mucho tiempo, una cara que estaba
mucho más demacrada de lo que recordaba, con ojeras oscuras bajo los ojos
y líneas que no recordaba tener, marcando ángulos. Apenas podía
encontrarse con sus propios ojos en el espejo. Parecía que cada decisión que
había tomado desde que salió del castillo había sido errónea y ahora estaba
a punto de tomar otra más sin ninguna expectativa de que esta fuera a ser
mejor. Estudió sus botas un momento, consciente del crujido encima de su
cabeza mientras los hombres se reunían y la esperaban. Finalmente, levantó
la cabeza y se encontró con sus propios ojos de nuevo, esta vez más
honestamente—. ¿Qué va a ser, Xena? —Esos ojos pálidos la estudiaron como
si fueran otra persona—. ¿Placer o dolor? ¿Difícil o fácil? —Cruzó sus brazos
sobre su pecho—. ¿Tu manera de verlo o la de ella?
La decisión al final, fue más fácil de lo que ella pensaba que sería. O tal vez,
realmente, nunca había tenido elección en primer lugar. Se acercó al espejo
y se enderezó, tirando de su armadura en su sitio y pasando sus dedos por su
cabello para empujarlo hacia atrás.
Parches la sacó del establo y la condujo al patio ahora silencioso, solo las
antorchas mostraban signos de vida.
Pergamino extendido, con marcas oscuras y llamativas en él, escritas por una
mano que reconocía.
Ella se estremeció por dentro un poco al oírlo, pero al mismo tiempo, hizo que
el nudo apretado dentro de ella se relajara un poco.
—Sí... Xena lo dibujó, pero ha dicho que tenía algo de lo que encargarse, y se
fue antes de poder decirnos lo que teníamos que hacer. —Él la miró—. Pero
probablemente tú lo sepas.
Oh. Oh.
—Dijo que iba a conseguir algo de ayuda —dijo uno de los otros hombres—.
Supongo que esos otros soldados.
—Cierto. —Gabrielle cruzó los brazos sobre el pecho para ocultar sus dedos
cruzados—. Bueno, um... probablemente va a buscar la manera de crear una
distracción, ya sabéis. Para hacer que todos miren a otra parte.
—Por supuesto. —Lennat dio una palmada en la mesa—. Eso es lo que ella
quiso decir. Dijo que estuviéramos preparados.
—¡Sí, sí lo hizo! —dijo el otro hombre—. ¡Deberíamos ir ya! ¡No queremos perder
la oportunidad de ayudar!
—Ya hay mucha gente allí —dijo uno de los hombres mayores—. Podríamos
mezclarnos entre ellos.
—Nos mezclaremos con ellos —dijo con voz más segura—. Todo lo que 737
necesitamos es esa distracción, y puede ser cualquier cosa. Xena es... muy
inteligente. Podría ser... eh… cualquier cosa que no esperas, pero tenemos
que estar allí listos para intervenir.
—No. —Gabrielle se sintió mejor solo de pensar en hacer algo—. Esos hombres
también son mis amigos —dijo—. Y significan mucho para mí.
—¿Señora?
—Dije, tira de las cuerdas y prepárate para alzar las velas. —Sintió que se 738
quedaba sin aliento al decir las palabras, una conciencia que no había
sospechado que todavía tuviera había aparecido inesperadamente—.
Vamos, no tenemos toda la noche para salir de aquí.
—Sí, Majestad. —Se volvió hacia los hombres—. Ya habéis oído. Coged las
líneas y guardad el equipo ahí. Nos retiramos.
—La dejé en un lugar seguro. —Ella esperó, pero no hubo respuesta, así que
miró a Jens. Su rostro era inexpresivo pero la luz de las estrellas mostraba
destellos por la humedad debajo de sus ojos y ella tomó aire vacilante, no
estando segura de lo que eso significaba. Eran soldados. No creía que tuvieran
ningún sentimiento particular hacia su consorte, más allá del hecho de que
sabían que Xena la tenía aprecio. ¿Tenía?—. Ella estará bien. —Concluyó la
reina—. Hará bien no mezclándose en todo esto.
—No estaba pensando en ella. —Jens se dio vuelta y se alejó, uniéndose a dos
hombres en la barandilla y levantando un grueso remo de madera con ambas
manos.
Parecía tranquilo. Podía ver antorchas en tierra frente a los muelles, y estudió
la costa con atención, esperando ver si su paso causaba algún aviso.
Tal vez tendría suerte, solo por esta vez. Se concentró en mantener el timón
derecho y vigilar, empujando todo lo demás al fondo de su mente para más 740
tarde.
En paz.
Xena miró más allá de la proa y parpadeó para alejar el recuerdo, deseando
que la idea de lo que era la felicidad hubiera pasado desapercibida para ella
aquella vez, como lo había hecho tantas veces antes.
Lo cierto es que era más fácil sentirse miserable todo el tiempo, reflexionó, que
no saber lo que era.
—Xena.
Su oído captó el bajo susurro y giró la cabeza para ver el segundo barco de
guerra pasar, pero a diferencia del primero, este tenía guardias en la parte
posterior que los miraban con visible interés.
Jens miró a Xena. La reina apretó más sus manos alrededor del timón.
—Diles que nos vamos a casa —dijo en voz baja—. Diles que estamos sin
blanca.
741
Él asintió, luego se volvió para mirar al guardia, extendiendo los brazos con las
palmas hacia arriba, vacías.
—¡Eso es lo que obtienes por ser ovejas! —Les insultó—. ¡Corred como perros!
¡Si te encontramos por ahí, te atraparemos otra vez!
Sin embargo, los guardias los siguieron a lo largo de la barandilla, y Xena sintió
que sus omoplatos se contraían cuando varios guardias más se unieron a ellos
con una antorcha, enviando reflejos parpadeantes sobre ella y su tripulación.
—Calma.
Sintió una punzada y no saltó por un pelo cuando una flecha se clavó en la
madera cerca de su codo y apretó la mandíbula para no gritar de
indignación, a sabiendas de que su voz, y atrapar alguna de las flechas, 742
probablemente delataría al menos una sospecha de quién era y daría al traste
con su huida antes de que realmente comenzara.
—¡Oye! ¿Qué es esto?! —Jens gritó por ella—. ¡No te hemos hecho nada!
Tontos del culo. Xena se agachó cuando sintió que otra flecha se le acercaba,
sacudiéndose hacia atrás mientras se hundía en el timón, a ni un palmo de
distancia de sus dedos.
Deseó que la marea fue más rápida y movió el timón para girar la proa del
barco hacia el buque de guerra persa, deslizando la popa donde ella estaba
hacia la orilla opuesta.
Escuchó un leve bufido de risa por parte de Jens, y ella logró controlar la suya
cuando la alarma se extendió, y las luces comenzaron a perfilar el canal de 743
agua, proyectándose de manera molesta y brillante contra su vela.
Xena se alejó de los barcos de guerra y miró con esperanza la vela cuando el
viento vino desde atrás y la llenó un poco. Esquivó una flecha, luego contuvo
el aliento cuando otra la golpeó en la espalda, el impacto la empujó hacia
adelante y la lanzó contra el timón.
—¡Coge eso! —gritó Xena, sin intentar ocultar su identidad. Jens salió
disparado a través de la cubierta, agarró la flecha, tiró de ella y se dirigió al
otro extremo para tirarla. Otro soldado corrió y apagó el fuego con su capa,
pisándola mientras avanzaban más allá del alcance de los guardias—. Vamos,
vamos. —Xena consiguió que la vela recogiera el viento—. Jens, sácame la
maldita punta de la espalda, ¿quieres?
Su capitán se acercó, y cautelosamente apoyó su mano sobre su hombro
para estabilizarse antes de agarrar la flecha y sacarla de su armadura.
—Hasta el fondo.
—Sí. —Xena miró hacia arriba, para ver a la guardia del siguiente barco de
guerra salir disparada hacia la parte posterior, prestando atención a los gritos
de advertencia de sus camaradas que seguían chillando en la cubierta—.
Estamos en el fondo ahora, eso es seguro.
—Sí.
Los hombres que iban con ella estaban nerviosos. No eran soldados, y
Gabrielle recogió todas las miradas furtivas hacia ella para poner cierto nivel
de confianza en su liderazgo solo por su asociación con la reina.
La ironía de eso dolía. Cerró su mano con más firmeza alrededor de su lanza
prestada, y deseó brevemente haberse traído a Parches con ella, extrañaba
su familiar simpatía acompañada mayormente por extraños.
Lennat asintió.
745
—Por supuesto —murmuró—. Ese es el objetivo, supongo, ¿no?
¿Lo era? Gabrielle tuvo que estar de acuerdo en que una guerra predecible
probablemente no era algo bueno. Sin embargo, en su vida personal, tanta
expectación no era bienvenida ni deseada, al menos por ella.
—Correcto. —Ahora podía oír los sonidos de la plaza y miró entre los hombros
de los hombres que tenía delante y vio la brillante luz de las antorchas al otro
lado de la curva del camino.
Su nariz se arrugó cuando un poco de viento sopló contra sus caras y se dio
cuenta de que no solo podía oler la sangre en él, sino que reconocía de
inmediato que era ese olor porque se había acostumbrado a él.
Había descubierto que la guerra tenía un olor diferente a cualquier otra cosa,
incluso diferente a la masacre de su aldea que recordaba. No estaba segura
de por qué. Cambió su agarre en su lanza y trató de prepararse para lo que
tenía por delante, sintiéndose ya enferma del estómago.
—Sí. —Gabrielle vio que los hombres que iban delante de ella estaban
haciendo una pausa, buscando una forma de acercarse a la plaza para ver
mejor lo que estaba pasando—. Hay un hueco allí. —Señaló con su lanza, y se
metió entre la primera línea para abrir el camino hacia allí. —Hubo algunos
pasos arrastrando los pies detrás de ella, luego sintió a los hombres a su
espalda y se cubrió un poco más con la capucha mientras se acercaban a la
fila de guardias y la luz se hacía lo suficientemente fuerte como para que ella
pudiera ver realmente a los que había encima de la plataforma. Se quedó sin
aliento. Las antorchas parpadeaban sobre el brillo de la sangre en la piel de
los cautivos más cercanos a ella y, a lo largo de la plataforma, se podía
escuchar claramente el sonido de los látigos. Pero su atención se centró en los
rostros de los prisioneros, los perfiles más cercanos a ella, calándole hondo su
746
familiaridad y recalcando el hecho de que de verdad conocía a estos
hombres. Había hablado y bromeado con ellos durante el viaje desde la
fortaleza y el hombre más cercano a donde ella estaba parada había sido
padre justo antes de que salieran. Los rostros duros. Los ojos que miran al frente
mientras sentían los látigos, ninguna reacción evidente excepto las bruscas
sacudidas por la fuerza de los golpes—. Oh, Dios mío —susurró Gabrielle,
mientras se detenía con los hombros contra una pared baja con su pequeña
fuerza rodeándola.
—Sí. —Gabrielle sintió que sus ojos se llenaban de lágrimas, tanto por la pena
como por el firme coraje que estaba presenciando—. Los conozco. —Echó un
vistazo a la gente que estaba cerca de la plataforma, viendo una mezcla de
disgusto y fascinación mientras observaban la tortura.
—¿Cuánto tiempo crees que le llevará a Xena hacer lo que sea que vaya a
hacer? —le susurró al oído—. Esos pobres hombres no durarán mucho, me
parece que no.
Gabrielle envolvió ambas manos alrededor de su lanza.
—¿Hacer qué?
Gabrielle estaba al tanto de los otros ciudadanos que estaban cerca de ella
escuchando.
—Bien. —Se dio cuenta de que realmente no tenía ni idea de qué iba a
pasar—. Es... eh, depende de qué dirección, eh, de la que venga la
distracción —susurró, haciendo una pausa cuando una historia comenzó a
surgir inesperadamente en su cabeza. Trató de dejarla a un lado, pero
entonces se le ocurrió que iba a contar una historia, de alguna manera, al
menos les diría cómo quería que las cosas salieran. ¿Y?—. Bien, si la distracción
viene de ese lado... —Señaló hacia el otro lado de la plaza—. Entonces
podemos subir por esos escalones de allí, y comenzar a desatar a esos pobres
hombres. —Señaló la estructura en forma de escalera—. ¿Los veis? —Los
hombres a su alrededor asintieron después de una pausa—. Y si viene de aquel 747
otro... —Gabrielle señaló hacia el puerto—. Entonces todos corremos hacia
allá, y podremos subir por la parte delantera, donde están esos escalones más
bajos.
Gabrielle volvió la cabeza y miró hacia abajo por donde habían venido.
—Entonces nos quitamos del medio —dijo—. Así que estad preparados, ¿de
acuerdo? —Un látigo chasqueó, y todos se volvieron para mirar, mientras el
cuero se retiraba de la cabeza del primero y le siguió una salpicadura de
sangre.
748
La reina alzó la vista para ver una falange de arqueros, y varios otros luchando
por llevar un caldero largo y abierto al borde de la barandilla que los
enfrentaba. Soltó una maldición y se apoyó con fuerza en el timón,
empujando hacia la derecha cuando el barco comenzó a girar lentamente
hacia la izquierda.
»¡Jens, ven aquí! —Su capitán dejó el costado del barco y corrió hacia la
cubierta del timón, zigzagueando de un lado a otro para convertirse en un 749
objetivo menor, llegando hasta Xena justo cuando la reina extendió su brazo
con su espada por encima de él rozando su cabeza mientras golpeaba una
veloz flecha. Tropezó con ella y sujetó el timón cuando ella lo soltó, agarrando
con las dos manos su espada cuando una lluvia de flechas la alcanzó y hubo
un momento en el que perdió la cabeza mientras su cuerpo se las arreglaba
para desviarlas. No había tiempo para pensar. No había tiempo para hacer
nada más que reaccionar por instinto, estirarse, y dejar que sus años de
experiencia y completa falta de sentido común se hicieran cargo. Saltó por la
cubierta, apartando las flechas de su camino mientras llegaba a la pared más
alejada donde el resto de los hombres estaba acurrucado—. ¡Id detrás del
castillo de proa! ¡Yo os cubro!
El aceite dejó de caer cuando los hombres bajaron en espiral y ella dio un
paso atrás cuando los arqueros también se detuvieron para evitar alcanzar a
sus propios hombres.
—¡Xena!
Ella saltó hacia un lado, y sintió una flecha rozarle la nuca, dejando una
quemadura detrás de ella y un breve dolor cuando le arrancó un mechón de
pelo de la cabeza. Sintió que el persa se le acercaba y se dejó caer sobre una
rodilla, mientras otra flecha se clavaba en la cubierta y le daba golpecitos
oscilantes en la bota.
La espada golpeó su bota y ella la pateó hacia afuera, luego medio rodó
sobre su costado y le dio una patada con su otro pie, alcanzándolo en la
cadera y empujándolo directamente en el camino de una flecha de uno de
sus propios compañeros.
Tres botes largos remaban tras ellos, pero a medida que aceleraban, se
alejaban de su oponente y podía sentir que su suerte estaba cambiando.
Gabrielle se había ido acercando cada vez más a los escalones, deslizándose
lentamente entre el público hasta que estuvo justo al lado del borde.
Por suerte para ella, sus ojos apenas llegaban a la altura de la plataforma y su
cuerpo quedaba escondido por ella. Invirtió su lanza para que el extremo
romo quedara a lo alto, y pudo sentir una creciente sensación de impaciencia
a su alrededor.
Por lo menos.
Gabrielle vio que el hombre grande se inclinaba para escuchar a otro soldado
de pie en el suelo cerca de la parte delantera de la plataforma. Se enderezó
después de un momento, luego sacó un cuerno de su cinturón y lo sopló,
produciendo un sonido sorprendentemente parecido al de una oveja
tirándose un pedo.
Se olvidó de eso un segundo después porque todos se volvieron y él comenzó
a gritar.
¿De verdad? La cruda verdad la golpeó en el estómago y cerró los ojos frente
al dolor de eso.
—Seguidme. —Se giró y dejó caer un lazo de cuerda sobre el grueso poste, 754
sacando la espada de su funda mientras comenzaba a dirigirse hacia la
pasarela del tercer barco sin esperar a ver si venían. Detrás de ellos, oyó a los
hombres en los botes de remos empezar a gritar cuando doblaron el casco
del tercer barco de guerra y los vieron en tierra. Miró hacia atrás para ver a sus
hombres que bajaban del barco y la seguían, y sacó su daga y la apretó con
la mano libre cuando vio a un escuadrón de persas dirigirse directamente
hacia ella. La vida realmente apestaba a veces. Se agachó para esquivar la
espada del primer hombre y lo destripó con la daga, apartándose del medio
cuando Jens se enfrentó al segundo—. ¡Id a la pasarela! —ordenó.
—¿Vamos a robar el más grande? —gritó Jens, incrédulo—. ¡Por los dioses,
Xena!
—Nada que quieras que te caiga encima. —Xena cogió la segunda vasija y
la arrastró por la bodega hacia donde había más bultos cuidadosamente
amontonados en las sombras. Su bota se enganchó en uno y casi se cae,
luego se arrodilló y tiró de la cubierta hacia atrás para ver qué era. Lanzas.
Miró a su alrededor, sus experimentados ojos asimilaron las formas de los
paquetes—. Coged todo esto que está tapado. —Cogió la vasija, gruñendo
756
un poco por el peso del líquido, y la arrojó contra la pared más alejada de la
bodega de carga, viendo cómo se hacía añicos y empapaba las cajas
debajo de ella. Dos vasijas más la siguieron y ahora la bodega estaba tan llena
de gases del líquido que estaba haciendo que incluso Xena tuviera arcadas—
. Sacad seis más con vosotros. —Señaló las escaleras—. Una vasija, dos agarres.
Rápido. —Los hombres no dudaron. Agarraron las vasijas y se dirigieron hacia
las escaleras, haciendo una pausa para dejar que Xena se deslizara delante
de ellos mientras dejaban el fétido pozo atrás y se esforzaban subiendo las
escaleras hacia el cielo nocturno visible arriba. Xena desenvainó su espada
antes de salir, y sus ojos se dirigieron hacia donde la pasarela acababa de
colocarse contra la barandilla—. ¡Extendedlo por la cubierta! —gritó mientras
se movía hacia donde la antorcha todavía estaba revoloteando donde la
había dejado. Los hombres hicieron lo que les dijo, contentos de deshacerse
de las pesadas vasijas mientras la sustancia empapaba la tablazón de la
cubierta. Sacó la antorcha de su soporte, caminó hacia la bodega de carga
y esperó—. Id al lado más alejado. —Ordenó, mirando a los persas subir por la
pasarela—. Descolgad esas cuerdas. Cuando os diga que saltéis, SALTAD.
—SALTAR. —La cubierta retumbó bajo sus pies y los hombres captaron el
mensaje, girando y agarrando las cuerdas mientras Jens soltaba su espada y
corría tras ellos. Xena esperó el tiempo suficiente para ver las horrorizadas
miradas de comprensión en las caras de los persas antes de irse a un lado,
agachándose por debajo del larguero de la vela mayor cuando una enorme
columna de llamas emergió de la bodega. Pilló a la primera hilera de persas
desprevenidos y se abrasaron en el sitio, mientras la segunda hilera
trastabillaba frenéticamente y daba marcha atrás con las manos sobre la
cubierta empapada cuando un brillante destello de calor estalló en ella. Xena
agarró una de las largas cuerdas y desenroscó el bucle de su extremo,
lanzándolo sobre uno de los hombres en llamas mientras se tambaleaba hacia
ella—. Muérete —le aconsejó—. Te dolerá menos.
Estalló en llamas.
La soga se partió en su mano y ella gateó a cuatro patas hacia el poste roto
mientras el hombre que lo había partido recobraba el sentido y se estiraba
hacia ella. Le apartó las manos de un puntapié y saltó por encima del poste
justo cuando otro persa saltaba sobre ella y se cayó al suelo mientras él caía
sobre el poste.
Sintió que algo caía sobre ella, y apretó los dientes, luego se retorció
sorprendida cuando el agarre sobre ella se aflojó y pudo darse la vuelta,
manteniendo la cabeza baja mientras el poste roto se balanceaba
violentamente sobre ella.
Gabrielle podía oír los gritos y el sonido de disparo de flechas, y podía saborear
la sangre en su boca. El persa se agachó sobre ella y la golpeó en la parte
posterior de la cabeza haciéndola ver las estrellas, escuchando maldiciones
cerca de una voz que reconoció como Brendan.
Cualquier cosa.
—¡Matadlos! ¡Matadlos a todos! —gritó el hombre grande—. ¡No te quedes ahí
parado, idiota! ¡Fuego!
Cuernos.
—Qu...
Echó una mirada rápida a su alrededor y vio que el resto de los persas corrían
en la misma dirección, a pesar de los gritos del hombre con barba grande 760
para que se detuvieran.
No había tiempo para preocuparse por eso. Ella se escabulló hasta donde
Brendan estaba luchando para terminar de liberarse y comenzó a cortar las
cuerdas de nuevo.
—Es una larga historia —dijo finalmente, mientras la cuerda se partía bajo su
cuchillo—. No estoy muy segura de que...
—F... ¡fuego! —El hombre logró tartamudear—. ¡Su gracia, es fuego! ¡Los
barcos están en llamas! ¡Necesitamos ayuda!
Fuego.
—Guau, eso es... —Gabrielle se agachó detrás del poste y se echó al suelo
mientras el hombre grande se volvía y escaneaba la plataforma.
—Pero...
Ella tiró de la lanza hacia atrás y la giró para estrellarle el otro extremo en la
cabeza, viendo como la sangre y el sudor salían volando mientras el hombre
giraba y caía al suelo.
Gritos, muy lejos. Sopló una brisa desde el muelle y de repente todo el mundo
entró en pánico cuando el caustico humo llegó hasta allí.
—¡Fuego! —Gabrielle miró hacia el muelle y vio una sólida ola de cuerpos
moviéndose hacia ellos—. ¡Soltad a los muchachos y salgamos del medio! —
gritó a Lennat que había aparecido de repente—. ¡Vienen todos hacia aquí!
—¿Qué? —El viejo soldado la cogió por los hombros—. ¿Qué quieres decir?
¿Ella no está aquí?
Los persas comenzaron a correr hacia las puertas alejándose del carro,
dándose la vuelta y soltando sus armas para correr lo más rápido que podían.
Desde su derecha, Gabrielle oyó otro ruido fuerte y al volver la vista vio un
almacén largo y bajo que aparentemente se usaba como establo, se abrieron
las puertas de par en par y empezaron a salir caballos, algunos con jinetes y
otros corriendo libres.
El olor a carne quemada y el penetrante aroma del fuego griego llenaron sus
pulmones.
—¡Déjalo! —Una voz cercana llamó su atención, alejándola del horror. Vio a
dos hombres en las puertas del improvisado establo, uno agarrando al otro y
apartándolo—. ¡Deja que ese maldito bastardo se fría! ¡Se lo merece!
Allí de pie vio que los últimos persas atravesaban corriendo las puertas,
dejando atrás el caos y la muerte. 764
Pero a través de todo eso, a través del humo y los gritos, la sangre y el pánico,
una figura alta apareció frente a la plataforma en llamas perfilada por el
fuego verde.
—¡Bien, cerrad las malditas puertas! —gritó Xena a todo pulmón—. ¡No voy a
repetirlo! —Se puso las manos en las caderas mientras sus hombres corrían
hacia las puertas, sus ojos recorrían lentamente la horrible escena hasta llegar
al establo, hasta la puerta y la figura delgada y desaliñada de pie en la
apertura.
Otra vez.
Parte 23
Gabrielle descubrió que el paseo por la plaza era uno de los más largos que
había hecho en su vida. El rugiente fuego a su izquierda y las paredes que
alzaban a su derecha, le daban la sensación de caminar por un túnel, y al final
del túnel estaba esa figura alta esperando.
Gabrielle comprendió que las palabras tenían que venir primero de ella.
Xena suspiró.
Xena lo miró.
—¿Cómo qué?
—Ni una puñetera vez haces lo que te digo, ¿verdad? —suspiró—. ¿Qué Hades
voy a hacer contigo?
—Sin frenos y cuesta abajo. —Estuvo de acuerdo—. Una vez que se apague el
fuego, comienza a reunir a cualquiera de por aquí con sentido común para
que pueda darles las malas noticias de una sola vez. 767
—Sí.
—Sí.
—Me alegra ver tu fea jeta, Brendan. —Xena dijo finalmente con tono suave—
. Aunque no me hicieras caso.
—Lo siento, Xena. —Levantó la cabeza y la miró a los ojos—. Hice lo que pude
para hostigarlos, pero cuando supimos que te habían cogido...
—Les dije que se dispersaran —dijo entre dientes—. ¿Sois todos idiotas? ¿No
viste el ejercito que había allí?
—Sí. —Brendan mostró una sonrisa de medio lado—. Lo hemos visto. —Se volvió
hacia Gabrielle—. Pequeña, te lo agradezco. Si no, habría acabado asado
como el cerdo de mama. Eres un alma valiente.
—Me alegro de que todo haya salido bien —dijo Gabrielle en voz baja—. Estoy 768
muy contenta de que Xena esté aquí. —Podía sentir el movimiento cuando
exhaló la reina y se alegró cuando Xena la empujó hacia adelante y
continuaron su camino al establo.
Xena apretó los labios, levantando la vista para estudiar el rostro cansado,
ensangrentado, raspado, y sucio de su compañera.
—Voy a decirte una cosa —dijo—. Tenemos un día antes de que esa perra
persa se organice y venga a por nosotros. ¿Qué tal si encontramos una bañera
y un catre? —Vio aparecer una sonrisa en los labios de Gabrielle, pero había
tanto entre ellas en este momento que ya no estaba segura de lo qué
significaba eso—. ¿Sí? ¿No?
—Sé que hay mucha mierda de la que tenemos que hablar —dijo—. Vamos a
esperar a sentirnos personas para discutir sobre ello.
—Me alegra que hayas vuelto —dijo—. No quiero discutir contigo sobre nada.
Xena vio la inquietud en sus ojos y el miedo detrás, y eso la hizo tragar un
incómodo nudo.
—Está bien. —Estuvo de acuerdo—. Eso suena muy bien para mí también. —
Se levantó y esperó a que Gabrielle se uniera a ella—. ¿En serio salvaste el
trasero de Brendan?, o solo estaba siendo adulador para hacerme la pelota.
Xena dejó que sus muñecas descansaran sobre los hombros de Gabrielle.
Gabrielle suspiró.
Le sonaba como los Campos Elíseos. Gabrielle sintió que sus pasos se volvían
más ligeros mientras cruzaban la plaza. Incluso en los pocos minutos que
habían estado dentro del establo, parecía haberse organizado un poco. Los
hombres de Xena estaban formando una barrera alrededor de los restos aún
en llamas y en las murallas podía ver guardias con uniformes de colores
familiares.
—¡Gabrielle! —Patinó y frenó—. Guau. Cuando dijiste que Xena iba a crear
una distracción, ¡Sin duda, no estabas bromeando! —soltó—. La mitad de la
costa está en llamas.
Xena giró la cabeza lentamente hacia un lado mientras miraba hacia abajo
a su compañera, con ambas cejas arqueadas tan alto que casi llegaban a la
línea del pelo.
—Déjanos —le dijo Xena—. Así que muévete antes de que te de una colleja.
—Uh... lo siento. —Lennat se apartó a un lado y dejó pasar a las dos mujeres
hacia una casa de dos pisos en el límite de la plaza ya rodeada por soldados—
. Guau.
—Mantén un ojo en los muelles —dijo Xena—. Si parece que va a arder toda
la maldita ciudad, llama y házmelo saber. De lo contrario... —Se volvió y miró
el silencioso caos—. Que todo el mundo descanse tanto como pueda.
Mañana tendremos compañía.
Guio a Gabrielle más allá de los soldados, hacia la puerta abierta de la casa
que les ofrecía, por fin, al menos unas pocas horas de paz.
Tal vez.
La tranquilidad fue casi impactante. Las gruesas paredes del edificio 772
bloqueaban la mayor parte del ruido del exterior, e incluso las ventanas
estaban cubiertas con gruesas cortinas que amortiguaban lo poco que podía
pasar. Xena empujó la puerta que daba a la habitación que sus hombres
habían preparado para ella y se detuvo en la entrada, revisándola durante
un largo momento.
Ahhh.
—Guau. ¿Eso es una bañera? —la voz de Gabrielle sonó agotada, pero
agradecida.
—Claro que sí. —La reina se apartó para dejar pasar a su compañera—. Se ve
bien, ¿eh?
La reina se rio entre dientes, pero notó cierta tensión en la voz de Gabrielle y
se acercó sin prisa, poniendo ambas manos sobre los hombros de la mujer
rubia.
—Yo también. —Xena la soltó y se giró nuevamente, notando las rejas de hierro
que protegían las ventanas y las sombras de sus hombres haciendo guardia 773
fuera—. Maldita sea, incluso podría ser capaz de dormir esta noche.
Bueno, en este momento, aparentemente era ella la que la dirigía, así que
solucionado, ¿no? Se acercó al arcón y alargó la mano para desenganchar
su espada y dejarla sobre la madera con su maltrecha vaina junto con su
chakram.
Oyó el sonido de líquido que se vertía y luego un suave golpe antes de que
Gabrielle apareciera a su lado ofreciéndole una copa de madera.
—¿Qué es?
—Hecho.
774
—Lo noto. —Xena se apartó los tirantes de cuero de sus hombros, examinando
una herida profunda en el antebrazo que no recordaba haber recibido. Dejó
caer la prenda y salió de ella, aguantando el aliento por los calambres en su
espalda—. Maldita sea —murmuró mirando hacia atrás para descubrir que
Gabrielle se había alejado hasta el otro lado de la habitación, un hecho que
la hizo fruncir el ceño. Creía que había dicho todas las cosas correctas, ¿no?
Maldita sea, estaba demasiado cansada y demasiado golpeada para esto—
. Ey.
—Sí, pero olvidé lo que era. —Frunció el ceño un poco—Tal vez me acuerde
más tarde. Vuelve a lo que sea que estabas haciendo. —Su compañera ladeó
la cabeza con desconcierto, y después le dio una palmadita vacilante a Xena
en la cadera antes de volver a alejarse hacia el baño, dándole la espalda al
cuerpo desnudo de la reina y pasando sus manos sobre el suave borde de
mármol. Por un momento, la reina pensó en la extraña actitud de su amiga,
sacudió la cabeza y siguió desvistiéndose dejando las preguntas para
después—. Estoy condenadamente cansada para esto —murmuró en voz
baja—. Vieja perra gruñona.
—¿Has dicho algo? —preguntó Gabrielle mirando por encima del hombro.
—Saldría y te ayudaría a levantarte, pero te juro por los dioses Gabrielle, que
estoy demasiado hecha polvo. Lo siento.
Tal vez podrían incluso... Gabrielle de repente supo lo que quería. Era una
locura. No estaba siendo tonta, estaba en el límite de la locura. Con un suspiro,
se sacó el raído y andrajoso sobretodo y se quitó las polainas, contenta de
librar a su piel de su tacto, y las arrojó a una pila para lavarlas más tarde.
Después de un momento sintió que el agua se movía y abrió los ojos para
encontrar a Gabrielle bajando con cuidado por el otro extremo de la bañera, 776
con su maltratado cuerpo casi tan golpeado como el de Xena. Tenía
magulladuras por todo el torso y largos rasguños en los brazos, y cuando se
recostó hacia atrás y se deslizó hasta el cuello en el agua, dejó escapar un
gemido que la reina entendió por completo.
Movió los dedos de los pies y se echó hacia atrás con cuidado hasta que sintió
el borde de mármol fresco en su espalda mientras dejaba que la paz de la
habitación calara en ella. Habían sucedido tantas cosas en los últimos días
que le resultaba difícil recordar la última vez que había podido sentarse.
—La vida apesta, ¿eh? —Xena cogió un poco de jabón y comenzó a frotar su
piel manchada de sangre después de unos minutos de silencio incómodo.
—En este momento, no —dijo levantando una mano y dejando que el agua
perfumada cayera entre sus dedos—. Esto es increíble.
—Entonces, um... —Se movió un poco más cerca mientras se frotaba los brazos
con su propio pedazo de jabón—. ¿Qué va a pasar ahora? —Hizo una mueca
cuando el jabón le escoció en la piel en carne viva del dorso de una mano—
. Ay.
—Bien. —Xena se metió debajo del agua para mojarse el pelo, luego salió a
la superficie—. Con un poco de suerte, podremos comer algo, luego hacemos
el amor y luego nos vamos a dormir —respondió—. ¿Te parece bien?
¿Eh? Para nada era lo que Gabrielle había preguntado, pero la respuesta le
parecía perfecta.
—Oye, ¿Xena?
—¿Mm?
Xena fue pillada por sorpresa aclarándose el pelo. Se detuvo, levantó la vista
por debajo de flequillo mojado y comenzó a reír. Dejó caer el jabón y se sentó,
sus hombros se sacudían mientras veía a Gabrielle ponerse de un delicado
tono rosa brillante.
—Pequeña zorra.
Ah, el hielo estaba roto. Gabrielle sonrió y luego comenzó a reír suavemente
también, mientras se frotaba el jabón sobre los hombros y respiraba el ligero
aroma a hierbas.
—¿De verdad quieres que te diga que prefiero una sopa a ti? —Xena se rio
más fuerte—. Quiero decir, vamos, Xena. —Gabrielle notó que sus manos
temblaban, un poco—. Dame un respiro, ¿eh? —Entonces sintió un toque en
su pierna y levantó la vista—. ¿Qué? —Se encontró unos centelleantes ojos
azules que la miraban, con un calor detrás de ellos que ahuyentaba la
telaraña del miedo.
Sintió que las manos de Xena la agarraban mientras su cuerpo reaccionaba 779
ante el contacto, la evidente fuerza en la presión la hizo contener la
respiración como siempre. Mordió suavemente el lóbulo de la oreja de Xena,
luego se movió más abajo, mordisqueando y provocando, mientras esos
recuerdos de las largas tardes de invierno volvían para inundar su memoria y
se dejaba perder en ellas.
—Creo que serías bastante buena en eso. —Xena estaba sentada en otra silla
frente a ella, apoyada contra uno de los brazos con una pierna recogida
debajo de ella y la otra extendida. Tenía una copa de vino acunada en los
largos dedos de una mano, y un poco de pan y queso en la otra. Tenía casi
todo lo que quería. Estaba limpia, su libido estaba saciada por el momento, y
había comido lo suficiente como para sentirse casi normal. Sin embargo—.
Maldita sea, me duele la espalda. —Xena suspiró—. Hades, me duele cada
hueso de mi cuerpo. —Dejó descansar su cabeza contra la silla—. Gabrielle,
déjame decirte una cosa. Esta mierda de ser un héroe es matadora.
—No —respondió Xena en un tono triste—. Cuando dejé el barco solo agarré
tu bolsa, eso es todo.
—Ajá.
—Nadie me escucha, Gabrielle —suspiró Xena—. Nadie hace lo que les digo.
—Mm.
—Yo... em...
—¿Hm?
781
Xena exhaló.
—Tuve esa loca idea —dijo—. Me mentí a mí misma, y a ti, y a esos hombres
en ese barco y la verdad es que, a lo único a lo que nos iba a llevar, era a la
muerte. —Sintió el calor en la parte posterior de su cabeza cuando Gabrielle
exhaló, pero las gentiles manos siguieron moviéndose en silencio—. Entonces
tuve otra idea loca. —Xena continuó con tono más suave—. Pensé que, si
capitaneaba a esos hombres al mar y moríamos, ya que no teníamos
aparejos, no teníamos suministros... ni siquiera teníamos barriles de agua...
entonces, al menos no morirías conmigo. —Hizo una pausa, pero Gabrielle no
dijo nada y Xena suspiró para sus adentros, preparándose para continuar—.
La parte estúpida de eso fue, naturalmente, que vas a decir algo tan poco
brillante como que preferirías morir conmigo que... ah... no importa. Lo que
sea.
—Xena. —La reina miró por encima del hombro—. No necesitas explicarme
nada. —Gabrielle había cruzado las manos sobre el respaldo de la silla y
apoyado su mentón en ellas—. Eres la reina.
Lo sabía. Recitó Xena mentalmente. Sabía cómo se sentía ella. Sabía cómo se
sentía porque ella se lo había dicho una puñetera docena de veces y lo ignore
por completo como la tonta del culo que soy. Exhaló audiblemente entre un
suspiro y un gemido.
—Algún día maduraré y no seré tan idiota. —Gabrielle la miró en silencio—. Por
supuesto que importa—. Dijo la reina después de una larga pausa. Luego
enmudeció cuando el repentino temor de haber hecho algo irreparable la
golpeó y se preguntó si tal vez Gabrielle de verdad la veía así ahora. Tal vez
no volvería a confiar en ella otra vez. ¿Podría? Irónico, Xena. Haces que todos
los demás demuestren su lealtad y piensas que eso significa que puedes
aprovecharte de ello. Su corazón dio unas cuantas vueltas incómodas, pero
su propia conciencia interna se adueñó de ella y apartó a un lado el 782
escarmiento por algo más productivo. Si había algo que Xena sabía, era cómo
limpiar su propio desastre. La humildad apestaba. Pero eso no quería decir
que no supiera cómo serlo si tenía que hacerlo—. Gabrielle —dijo—. Lo siento,
la cagué. No debería haberte dejado en el establo. —Inclinó la cabeza hacia
atrás para mirar a su amante. —Por favor, perdóname.
—Tú —dijo—, Brendan, el ejército... ¿qué hice para merecer todo este
idealismo cursi?
—Genial. —La reina suspiró de nuevo—. Creo que dejaré de ser yo entonces.
Tal vez seré un burro. Solo estar en el campo todo el día masticando pasto y
tirándome pedos. ¿Qué te parece? —Gabrielle levantó la mirada hacia ella—
. No contestes a eso. —Xena le acarició la mejilla y vio que la expresión ya
cálida se convertía en algo tan empalagoso que casi se derritió en ese
momento—. Vamos a dormir un poco. Maldita sea sí sé lo que va a pasar
mañana, pero si no me echo una siesta, puedo terminar cortándome los
dedos tratando de desenvainar mi espada. —Gabrielle volvió la cabeza y
besó la palma de Xena. Luego se puso de pie y tendió las manos a la reina,
esperando a que las estrechara antes de tirar de ella para ponerla de pie y
conducirla a la cama. Subieron mientras Xena apagaba la vela cercana,
dejando como única luz las antorchas parpadeantes que brillaban a través
de las ventanas y el aplique de pared cerca de la puerta. Xena estiró su
cuerpo con cuidado y dejó que su cabeza descansara sobre la almohada.
Ahora que ella estaba allí y estaba tranquila, era difícil creer que estuviera allí
y estuviera tranquila, y que pudiera pasar un rato quieta y simplemente
descansar. Habían pasado tantas cosas tan rápido. Hades, tanto había
sucedido tan rápido desde la puesta de sol. Sentía que el mundo estaba
girando demasiado rápido para ella, y que le estaba atropellando el culo con
demasiada frecuencia y con demasiada consistencia. Para, quería decir. Solo
para, y déjame asimilar todo lo que está pasando. El día parecía haber
durado toda una vida. Xena cerró los ojos y pensó en todas las cosas que
habían sucedido, repasando la pelea, y el hallazgo del barco, la búsqueda
de sus hombres, y ella y Gabrielle separándose en el establo. ¿Por qué había
dejado que todo la sobrepasara de ese modo? Su corazón casi se detuvo
cuando sintió un toque cálido en su vientre, luego se relajó cuando Gabrielle
se acurrucó más cerca, poniendo su brazo sobre el estómago de Xena y
trayendo un muy bienvenido calor a lo largo de su costado. Ese calor llegó a
sus puntos doloridos. Hizo que sus músculos tensos se relajaran, y exhalando
levemente, rodeó a Gabrielle con el brazo y reconoció lo feliz que estaba de
que estuvieran allí juntas. No mucho antes, había estado mirando
directamente a la posibilidad de perder a su amante, ya fuera por el curso de 784
los acontecimientos o por su propia imprudencia, y ahora que tenía la
oportunidad de pensar realmente en ello, tenía que preguntarse en qué
Hades había estado pensando. ¿Perder esto? Si el movimiento no hubiera
perturbado a su compañera de cama, se habría abofeteado a si misma. Se
preguntó si estaba perdiendo la cabeza después de todo, si la edad estaba
debilitando su capacidad de pensar y planificar, ya que todo lo que había
hecho en el último año era meter la pata con absolutamente todo lo que
había caído en sus manos. Gabrielle la apretó un poco y le dio un ligero beso
en el pecho. Bueno. Casi todo. Y bien, ¿qué debía hacer a continuación?
¿Qué esperaba la ciudad de ella? ¿Qué esperaba Gabrielle de ella? ¿Era su
reticencia a enfrentarse a Sholeh por sentido común o era simple cobardía?
Xena sabía que solo escucharía esa pregunta de si misma, pero también sabía
que era la única que podía mirar esa cara en el espejo y ver la realidad
reflejada en ella, no una leyenda de pacotilla. Esa realidad era la que la
impulsaba a salir por patas, tomar lo que podía y huir. Tenía sentido, ¿no? ¿Por
qué quedarse y morir? Solo un idiota haría eso con el ejército que Sholeh tenía
frente a ellos. Por supuesto, ella se llevó una veintena de hombres, pero ¿qué
era eso contra miles? ¿Qué podría hacer realmente? Xena abrió los ojos y
estudió el techo, buscando por cualquier indicio de arañas. Bueno, está bien,
entonces ella había destruido sus barcos atracados, e incitado a la ciudad a
la revuelta, y había echado a los persas de las puertas, pero en realidad...
Hm—. ¿Gabrielle?
—Supongo que, porque en mi corazón sabía que, si pudieras hacer algo así,
lo harías.
—No creo que tenga nada que ver con que seas una reina.
—Bueno, podría ser porque soy una maníaca homicida que se cree la elegida
de Ares, el Dios de la Guerra.
Xena suspiró.
—Pero no lo hiciste.
—Pero quería.
Gabrielle dudó por un largo momento, luego exhaló, calentando la curva del
pecho de Xena con su aliento.
—Yo también.
Xena sintió el sueño, mantenido a raya por tanto tiempo, tomando el control.
Se quedó dormida con las palabras de Gabrielle en su mente, su influencia y
peso se hundieron rápidamente en sus sueños.
Gabrielle estaba de pie a la luz del sol que entraba por la ventana, trabajando
con un trapo para limpiar la superficie de la armadura de Xena. El olor del
metal y el cuero mezclado con la tela limpia y secada al sol, flotaba a su
alrededor, y ella pulía pacientemente en la tranquila paz de la habitación.
Afuera, en la plaza, los hombres y los carros estaban retirando los restos
calcinados de la plataforma, y en su lugar, las tropas de Xena habían 786
empezado a montar el campamento allí, y el grupo iba creciendo gracias a
los voluntarios de la ciudad mientras colocaban montones de suministros en su
sitio.
Miró hacia afuera cuando escuchó una voz familiar y vio a Xena esquivando
una carreta de bueyes mientras gritaba algo a dos hombres que luchaban
con un poste de madera.
Era un poco divertido observar a todos los demás reaccionar ante la presencia
de Xena. Lo que sea que estuvieran haciendo los hombres, o disminuían la
velocidad, o se detenían por completo hasta que ella pasaba, girando sus
cabezas como si un viento los empujara mientras sus ojos se quedaban
pegados a su alta figura con sus cueros recién lavados.
Era un nuevo día en más de un sentido. Terminó uno de los brazaletes y lo dejó
sobre el arcón, luego levantó el otro, girándose para mirar cuando un suave
golpe llamó a la puerta.
—Adelante.
Lentamente, la puerta se abrió y apareció una cabeza rubia.
—Buenos días.
Gabrielle sonrió.
—Hola, Lennat. Buenos días a ti también. —Frotó una mancha resistente del
metal cobrizo—. Han pasado muchas cosas, ¿eh?
—Si. —Lennat avanzó alentado por sus palabras—. Um... vinieron, cogieron a
tu pony y lo pusieron en el establo de aquí arriba —dijo—. Espero que no te
importe.
—Peor —dijo Lennat—. Había mucha gente en los barcos. —Se calló—.
Algunos intentaron saltar y nadar, pero seguían ardiendo —agregó—. Fue
bastante espantoso.
—¿De verdad?
—Si —respondió—. ¿Qué otra cosa se suponía que debían hacer? Sus naves
aparecieron en nuestro puerto y el ejército marchó por el camino; el consejo
pensó que solo dejarían unos pocos soldados aquí y seguirían adelante.
Lennat asintió.
—Tienes razón —dijo—. Ah, oye, escucha... uno de los hombres de Xena del 788
barco resultó herido, lo trajeron a la posada y él estaba preguntando por ti.
—¡Gabrielle!
—¿Seguro que quieres que toda la maldita ciudad sepa la respuesta a eso?
—¿Qué quieres?
—Um...
—Mmm. —Xena gruñó por lo bajo—. Está bien. —Puso sus manos sobre el
alféizar y se inclinó hacia Gabrielle—. Les dije a todos estos pueblerinos idiotas
que se reunieran en mitad del camino cerca de las puertas. Vamos a ver de
qué están hechos.
—Está bien, pero date prisa —dijo la reina—. Estaré de vuelta en un cuarto de
marca a por ellos. —Metió la mano dentro y palmeó el brazo de Gabrielle—.
Estate preparada. Volveré también a por ti.
—Bien, es bueno saberlo. Ah, solo quería informarte de eso, supongo que te
veré por aquí —añadió apresuradamente, abrió la puerta, salió por ella y la
cerró con un fuerte golpe.
Brendan estaba garabateando en un pergamino cuando Xena llegó. Hizo una 790
pausa y miró a la reina mientras su sombra oscurecía su espacio de trabajo.
—Majestad.
—Mm. —Xena miró a su alrededor—. Casi me siento como una majestad esta
mañana —admitió francamente—. En lugar de un pedazo de estiércol de
caballo que lleva tres estaciones pegado a una rueda de carro. —Brendan se
limitó a parpadear ante esta declaración—. Y bien —continuó la reina—.
¿Cuántos persas han muerto?
—Una veintena —dijo Brendan—. El fuego hizo mucho del trabajo, allá abajo.
Xena había escuchado los gritos mientras subía desde los muelles.
—Bien.
—No está tan mal. —Jens había llegado al otro lado de Brendan—. Los
hombres que salieron por patas anoche dejaron todo excepto lo que llevaban
en sus manos. —Indicó los edificios largos y bajos en los que habían vivido los 791
soldados—. Y la armería, con muchas buenas flechas allí.
—Bien —dijo Xena—. Lleva a esos novatos inútiles allí para que vayan calle por
calle y traigan todos los carros de la ciudad hasta las puertas —dijo—. ¿Hay
algo salvable en el muelle?
—No. —Tanto Jens como Brendan negaron con la cabeza—. Ah. —Jens
levantó una mano—. El pequeño barco que tomamos, eso queda —dijo—.
Amarrado donde lo dejaste. Sacamos a los muertos, los tiramos y llevamos a
la posada a ese persa del que te encariñaste.
—¿Qué?
Oh. Ugh.
Xena echó otro vistazo al espacio, luego se giró y se dirigió decidida hacia sus
aposentos temporales, dejando atrás a sus capitanes.
—Va a ser un Hades de pelea —comentó Jens—. Sin embargo, te digo que es
peor estar sentado en el cuartel oxidándose —dijo—. No importa como acabe
la cosa.
Jens dejó que sus manos descansaran en la caja que su compañero estaba
usando como mesa.
—Nunca lo dejó —discrepó—. Solo se sentía un poco superada por todo esto,
ya sabes.
—Mm.
—Ninguno más audaz —reconoció Brendan—. Jell la vio como un ratón, pero
el diminuto ratón tiene dientes de gato de montaña, ¿no?
—Hmph.
Gabrielle hizo una mueca, pero estiró los brazos y colocó sus manos alrededor
de los peldaños, cogió impulso y comenzó a trepar hacia la plataforma. Era
una escalera alta y se agarró con fuerza cuando sintió que la madera
comenzaba a temblar debajo de ella cuando Xena comenzó a seguirla.
—Ay.
Eso hizo sonreír a Gabrielle y se las arregló para recorrer el resto de escalera en
poco tiempo, llegando a la cima y subiéndose a la plataforma ayudada por
los gruesos postes de madera que había, aparentemente, para ese propósito,
y que habían sido usados durante años por muchas manos antes que las suyas.
—¿Son ellos?
—Son ellos.
»Muy bien. —Xena puso sus manos en la barandilla—. ¡Escuchad! —Dejó que
su voz se extendiera por la plaza y el murmullo de voces se silenció de
inmediato. Enderezó su postura, echó los hombros hacia atrás y su cabeza se
levantó mientras la brisa acariciaba su cabello oscuro en un remolino.
Gabrielle estaba contenta de estar allí. Incluso estando de espaldas al ejército
que se aproximaba, parada allí al sol al lado de Xena, frente a la gente de la
ciudad, tenía una sensación de destino cumplido sin importar cuál fuera el
resultado del día—. Mi nombre es Xena. —La voz de la reina sonó fuerte y
clara—. Por si acaso alguien se había perdido esa parte. —La multitud se agitó,
pero todos permanecieron en silencio. En el centro de la plaza, los hombres
de Xena estaban reunidos de pie mirando a su líder con un poco de
respetuoso espacio alrededor de ellos—. Esta es mi pareja, Gabrielle —
continuó Xena—. Mi consorte y segunda al mando. —Los ojos de Gabrielle casi
se salieron de sus órbitas y ahogó un chillido—. El ejército persa se dirige de
regreso hacia aquí. —La reina continuó, ignorando alegremente a la mujer
que estaba alucinando a su lado—. Hay buenas y malas noticias sobre eso. La
buena noticia es que, si nos quedamos y luchamos, probablemente
saquearán la ciudad ya que aquí solo tenemos cien hombres y una rata
almizclera, aparte de mí. —Gabrielle se agarró a la barandilla para evitar
caerse. ¿Pareja? ¿Qué? ¿Segunda al mando? ¿Qué?—. Las malas noticias son
que, si nos vamos, van a saquear la ciudad porque nos ocultasteis —continuó
Xena—. Así que a tragar con eso y a prepararse para luchar. —Hizo una pausa 795
y miró a su audiencia—. Si todos damos todo lo que tenemos, algunos de
vosotros podríais terminar viviendo. Esa es la mejor oferta que recibiréis. —Dejó
de hablar y esperó. La multitud se agitó, oleadas de conmoción casi visibles
se extendieron sobre la multitud para rebotar contra su pecho acorazado
mientras miraba a su compañera de plataforma con su visión periférica.
Gabrielle la miraba con los ojos muy abiertos—. ¿Y bien? —Xena se dirigió a la
multitud—. ¿Qué va a ser?
—Su majestad. —La llamó el anciano con voz algo ronca—. Nuestra ciudad
estaba siendo destruida lentamente. Si el destino ahora es que sea destruida
rápidamente, entonces lo aceptaremos. —Se aclaró la garganta, mientras un
rumor se elevaba detrás de él—. Lo que podamos hacer para ayudar, lo
haremos.
Bonito.
—Muy bien. —Xena reunió su postura más regia—. Aquellos de vosotros que
tengan armas y quieran pelear, id a por ellas y volved aquí. —Ella los
inspeccionó con un lento giro de su cabeza—. El resto de vosotros... encontrad
un lugar donde esconderos. —Por un momento después de que ella dejó de
hablar, todos se quedaron allí de pie mirándola fijamente—. ¡Largo! —Xena
levantó las manos e hizo un gesto para que se fueran, mirando como la
multitud comenzaba a dispersarse, un fuerte murmullo de conversaciones se
elevaba por encima de la plaza.
796
—¿Sí? —Gabrielle se había unido a ella, pero en lugar de mirar hacia afuera,
estaba con la espalda apoyada contra la pared—. ¿De verdad has querido
decir eso?
—¿El qué?, ¿Tu nombre? —La reina miró hacia ella—. ¿O la parte sobre que
eres mi novieta? —Gabrielle arrugó la cara—. ¿No lo eres?
De repente el sonido del viento era muy fuerte en sus oídos. Gabrielle se dio
media vuelta y enfrentó a la reina, viendo la seriedad en su rostro.
Las fosas nasales de Xena se ensancharon y sus ojos se abrieron como platos.
—Uh...
—Sí. —Xena movió su mano y cubrió los labios de Gabrielle con sus dedos—.
¿Puedes esperar a que los abuelos se vayan? —Sacudió la cabeza hacia un
lado cuando el primero de los ancianos apareció por la escalera, jadeando
con fuerza. Gabrielle asintió—. Está bien. —Xena ignoró a los ciudadanos,
abrazó a Gabrielle y la apretó con fuerza.
Gabrielle caminaba entre la multitud siguiendo a la reina y casi ajena a su
entorno. Toda su atención estaba completamente centrada en la figura alta
delante de ella, las palabras que la reina había dicho recorrían una y otra vez
su mente mientras el ruido de los preparativos para la lucha crecía a su
alrededor.
Miró a Xena y se dio cuenta de que la reina estaba de espaldas y que los dos 798
soldados la estaban mostrando honores a ella. Gabrielle sintió que se
sonrojaba intensamente, y logró un débil movimiento de mano en su
dirección, mientras le sonreían.
—Su gracia... hemos limpiado esto para usted. —Brendan le entregó su lanza
con la punta ahora pulida y brillante.
—No creo que vaya a marcar a ningún cerdo —dijo Gabrielle seriamente—. A
menos que te estuviera persiguiendo, es decir.
Xena se volvió para mirarla con una media sonrisa. Luego se volvió hacia las 799
tropas.
—Sí.
—No saldremos de las murallas una vez que estén aquí —gritó—. Traed todo lo
que haya por ahí. Comida, agua, todas las malditas cosas puntiagudas que
tengáis, y un impulso suicida. —Levantó las manos con los puños apretados—
. Solo tenemos que llevarnos por delante a cuarenta de ellos por cada uno de
nosotros.
—Bien. —Se volvió para mirar a Gabrielle—. Veamos qué problemas podemos
encontrar para nuestra amiga Sholeh.
800
—Por supuesto. —Gabrielle la siguió afablemente, levantando su lanza y
caminando con ella—. ¿Sabes lo que echo de menos?
—Hm.
—El Príncipe Eslan se fue cuando aparecieron los persas —explicó—. Em...
Xena.
Lennat, que los había seguido adentro con Jens, encogió un poco sus
hombros.
—Creo que los que no tenían nada se colaron y pillaron lo que pudieron — 802
dijo.
—No había mucho más que pudiera hacer —dijo—. Se llevó el tesoro con él.
—¿Qué?
—Es por eso que no se llevaron nada más. —Lennat parecía como si estuviera
disculpándose—. Se llevaron toda la moneda, el oro, todas las joyas...
prácticamente cualquier cosa de valor, en ese barco.
—¿Qué?
—No importa. —La reina murmuró—. Dejemos eso para más tarde. Así que se
llevaron el botín, ¿eh? —Ella soltó una risa y siguió caminando—. Es más listo
de lo que me parecía.
—Sí —dijo Lennat—. Creo que eso es lo que los persas estaban buscando,
principalmente. Estaban bastante enfadados.
—¿Qué Hades...? —giró la cabeza hacia atrás y se frotó los ojos—. ¿Qué es
todo eso de ahí?
—¡Guau!
—Bonito. —Se acercó para examinar los espejos, placas de un tamaño medio
más o menos del escudo de un jinete, montadas firmemente en la pared por
los cuatro costados.
804
—Guau. Hace calor aquí. —Gabrielle salió de la luz reflejada y se dirigió a la
puerta—. Todo ese sol.
—¿Jens?
—Aquí, ¿señora? —Su capitán asomó la cabeza y parpadeó—. Por los dioses.
—Sí, Majestad —respondió Jens con tono confuso—. Los espejos, ¿verdad?
—Sí —dijo la reina—. Tal vez si les mostramos a los persas que aspecto tienen,
huirán gritando. —Ella comenzó a bajar los escalones con un trote rápido—.
¿Gabrielle? Tenemos que encontrar un viejo lobo de mar11.
11
N.T. Xena dice —old salt— que significa viejo lobo de mar, pero literalmente es sal vieja.
Gabrielle corrió tras ella, tratando de no tropezar con su lanza.
805
Parte 24
—¿Qué es eso? —Gabrielle cerró la puerta tras ella llevando una jarra mientras
cruzaba la habitación—. Encontré esta sidra fría. Pensé que te gustaría.
—Ven aquí. —Xena se dio la vuelta con algo en las manos mientras Gabrielle
se acercaba, levantó los brazos y se lo puso a su amante en la cabeza
ajustándolo—. Ahí. —Dirigió a Gabrielle hacia el espejo, y ambas estudiaron
el aro de filigranas plateadas que ahora se apoyaba en su pálido cabello.
—Es una corona de niña —dijo—. Es lo que usa la realeza para que el resto de
la gente sepa que son de la realeza y no se tropiecen con ellos.
—Si te gusta, la llevaré puesta —dijo—. Es tan ligera que apenas la noto.
—Me gusta. —Xena le sonrió—. Además, ¿no quisiste siempre ser una princesa?
—No —admitió.
—¿De Verdad?
—De verdad. —La mujer rubia asumió una expresión triste—. Lo que de verdad
siempre quise ser es acróbata.
—¿Qué?
—Apuesto a que tu serías buena en eso —le dijo a Xena—. Te he visto hacer
todas esas volteretas en el aire. —Xena consideró la posibilidad de pasarse
toda la vida haciendo trucos de circo para poder comer y suspiró—. En fin. —
Gabrielle se inclinó hacia adelante y deslizó sus brazos alrededor de la reina—
. Gracias.
No eran falsas, reflexionó la reina, solo las que se mostraban como adorno en
los hogares de mayor categoría, pero aun así, la participación era gratificante,
ya que le había prometido poco a la ciudad, aparte de una buena pelea.
Tal vez estaban listos para una buena pelea. La gente lo estaba a veces,
razonó.
—Recuérdame que haga que recojan un montón de piedras —dijo—. Pueden
arrojárselas, al fin y al cabo.
—Todos están un poco emocionados —dijo—. Creo que los persas los
cabrearon de verdad.
—Ahhhh.
809
—Uno de los carros, los tipos que lo trajeron dijeron que era para nosotros para
la cena.
Gabrielle podía oír los susurros a su alrededor cuando pasaban, y cuando vio
aparecer el sexy contoneo en la forma de andar de Xena, supo que la reina
también lo hacía. Un camino se abrió ante ellas y entraron al campamento de
los soldados, separados un poco de la multitud por montones de armas,
equipos y suministros.
Una vez dentro, los soldados vieron a su reina y alguno casi se hizo un esguince
intentando llamar su atención, la energía de la personalidad de Xena pasaba
por encima de ellos como una fuerza irresistible.
Asombroso. Gabrielle solo podía sorprenderse ante el cambio en su amante
de la depresión del día anterior. Había pasado de esperar un desastre a esta
actitud positiva y feroz que incluso la hacía hablar de irse a casa cuando
terminaran.
Tan raro. Ella suspiró. Pero era mejor que tener que escuchar a Xena tan
deprimida, y sentir la angustia rodeándola. ¿Y quién sabe? Tal vez ella tenía
un plan en su cabeza que lo resolvería todo, y de verdad solo iba a ser cuestión
de patear el trasero a todos y ese sería el final.
Dos de los hombres que agitaban la gran olla la miraron sorprendidos. 810
Xena volvió la cabeza y miró el carro. Caminó con determinación hacia allí
con Gabrielle pisándole los talones, y rodeándolo, examinó el interior con
curiosa intensidad, sus dedos tocaron las marcas en el costado y sus ojos
recorrieron el yugo y las correas.
La reina le hizo un gesto con el dedo y le miró con enojo mientras se acercaba
lentamente con los ojos parpadeando por la aprensión. Se apartó del carro y
se puso las manos en las caderas.
—¿Cuál es tu nombre?
—¿De dónde sacaste las provisiones que has traído aquí? —preguntó la reina
con tono agudo.
Gabrielle no estaba segura de lo que estaba pasando, pero había aprendido 811
por las malas que Xena generalmente sabía lo que estaba haciendo y, a
menudo, las cosas que parecían confusas en realidad no lo eran una vez que
obtenía lo que buscaba.
—Gabrielle.
—¿Sí?
Los ojos del hombre se volvieron hacia ella, grandes y temerosos.
—Sí —dijo ella—. Estaba llevando suministros desde uno de los barcos a los
barcos más grandes.
El hombre la miró.
812
—¡He hecho lo que ellos me dijeron!
Él se pasó la lengua por los labios y tragó saliva, pero permaneció en silencio,
su aterrada respiración se oyó repentinamente fuerte en la plaza ahora
silenciosa cuando la reina soltó una mano de su agarre y, con un descuidado
movimiento de su muñeca, sacó una daga que centelleó a la luz del sol.
813
—¡Oye!
Xena no se movió ante la voz, pero Gabrielle si lo hizo, alejándose del carro y
poniéndose entre la reina y lo que sea que viniera, de la manera más adorable
que se puede imaginar.
—¿Quién Hades te crees para golpearle? ¿Qué te ha hecho, tu...? —Se lanzó
sobre Xena, blandiendo sus pinchos.
—¡Oye, es solo una anciana! ¡No hagas eso! —gritó uno de los hombres—. ¡Ella
no te ha hecho nada! ¡Eres tan mala como los otros!
—¡Eso no es cierto! —La posadera se llevó una mano a la cara—. ¡Es peor!
Xena dio otro paso cuando la mujer intentó levantarse y puso su espada
contra su cabeza.
814
—Estoy a punto de ofrecer mi vida por este maldito lugar. ¿Quién Hades eres
tú para interferir con cualquier cosa que elija hacer? —Ella miró a su
alrededor—. ¿Quiénes sois vosotros para cuestionarme? ¿Lameculos? Os
rendisteis ante Sholeh como perros en celo.
—¿Así me pides que luche por ti? —continuó Xena gritando más fuerte—.
¡Maldita seas! ¡Tomaré lo que me dé la gana!
La posadera se quedó inmóvil, sus ojos se movían con atención por la cara de
Xena. Luego miró a lo largo de la espada a unos centímetros de su cara, su
borde afilado se mantenía firme en el agarre de la reina.
—Y bien. —Se puso las manos en las caderas—. ¿Eres la resistencia, vieja?
Gabrielle asintió.
815
—Yo también lo creo. —Se apartó de Xena cuando la multitud de alrededor
comenzó a relajarse y los hombres de Xena detrás de ellas guardaban sus
armas—. ¿Quieres que pruebe yo primero el guiso, de todos modos?
—¿Insensata devoción?
—Eres tan idiota. —Suspiró Xena alejándose de la olla y volviéndose para mirar
a la multitud, a la posadera y al ahora revivido carretero en primera fila,
mirándolas—. Es mejor que no haya nada en esa carne, porque si había algo
y le ocurriera cualquier cosa a mi aquí compañera, antes de estirar la pata, os
destriparé a todos.
De Verdad.
—Bueno, gracias. —Gabrielle habló por las dos—. Por supuesto que lo
apreciamos, y sé que los chicos también. —Levantó la mirada—. ¿Verdad,
Xena?
—Oh. —La reina parecía divertirse ahora—. ¿Me estás preguntando mi opinión
ahora en lugar de morderme en la cara?
—No te he mordido.
817
—Solo porque mis reflejos aún no están muertos —respondió la reina—. ¿Tienes
más de dónde vino eso? —Se dirigió a la posadera—. También podrías darles
a todos los demás una buena comida.
—Vosotros. —Se dirigió a dos de los hombres que estaban a su lado—. Tomad
el carro y traedlo todo.
Xena olfateó.
—Señora.
—¿Sí, Brendan?
—Probablemente. —La reina hizo una mueca cuando se le clavó una astilla
en la palma de una mano—. Pero eso no es para lo que son. Te lo diré después.
—Se agarró a los peldaños y tiró de su cuerpo hacia arriba, sintiendo la tensión
en su espalda por los músculos que aún no se habían recuperado, incluso
después del descanso que había tenido la noche anterior. La parte superior
de la torre de vigilancia estaba llena de soldados que se giraron cuando su
cabeza se asomó por el borde y la reconocieron. Le dejaron espacio cuando
se bajó de la escalera y se hicieron a un lado cuando se acercó al borde de
la muralla y echó un vistazo. La puesta de sol estaba pintando el espacio
abierto en un bonito tono dorado, enturbiado principalmente por la línea
negra que se movía lentamente hacia ellos. Había pasado de ser una mancha
indistinta a movimiento visible. Caballos, estandartes y las altas torres de guerra
avanzaban lenta pero implacablemente como la marea. Un gran ejército.
Pero Xena ya no se sentía intimidada, estaba hasta las narices de los persas y
su fuerza arrolladora. Al Hades con eso—. Está bien. —Se apoyó en la muralla—
. Esto es lo que ellos van a hacer, y esto es lo que nosotros vamos a hacer en
respuesta.
—¿Cómo sabe su majestad lo qué van a hacer? —Uno de los reclutas habló
de repente—. Nunca nos contaron nada. Solo hacíamos lo que nos
mandaban. 819
—Exactamente. —Xena sonrió—. Así es como sé lo que van a hacer. — Miró al
hombre, que parecía completamente confundido—. Con tantos estúpidos en
infantería como carne de cañón, tus opciones son limitadas. —El hombre
frunció el ceño—. Pero mis opciones son ilimitadas —continuó—. Puedo hacer
cualquier cosa. —Apoyó los codos en la muralla—. Y ella no tiene ni idea de
lo que voy a hacer.
Gabrielle estaba sentada en un cajón puesto boca abajo, con los talones
golpeando ociosamente uno de los lados. Vio a Xena cruzar la plaza por
enésima vez con un manojo de lanzas en equilibrio sobre un hombro y se
alegró de ser solo espectadora por un tiempo.
La muralla se alzaba sobre ella y, además, ahí donde estaba, mientras el último
rayo de sol se derramaba sobre la parte superior de la misma, se asentaba
una sensación de extraña paz. Al otro lado de donde estaba sentada,
alrededor de la mitad de los soldados estaban reunidos encorvados sobre sus
cuencos de estofado mientras el resto trabajaba con Xena.
De hecho, tenía dos cuencos de guiso a su lado, pero hasta ahora la reina
había estado demasiado ocupada para comer y decidió esperarla para
hacerlo juntas.
Ah. Por fin. Xena dejó caer su última carga de armas y se dirigió en dirección
a Gabrielle. Los pasos de la reina eran un poco lentos, y pensó que tal vez su
amante estaba intentando ocultar una ligera cojera, pero su actitud era tan
descarada como siempre cuando se unió a Gabrielle en su caja.
—Hola.
820
—Hola —respondió Xena—. ¿Estás esperando a que se solidifique esa bazofia
para poder usarla como ladrillos o qué?
Gabrielle consideró todas las posibilidades, tanto las halagüeñas como las que
no tanto.
—¿Qué tal un poco de vino? —preguntó—. Hay un poco de uva roja por allí.
—No lo quiero. —Xena apoyó los codos en sus rodillas mientras tomaba un
poco del estofado—. Te quiero a ti.
—Oh, bien.
—Oh, ¿bien? —Xena masticó su bocado—. Esa es una buena respuesta a “Te
quiero”. —Golpeó la rodilla contra la cadera de Gabrielle—. Come.
—UH Huh.
—Sholeh dijo que le cortaría la lengua a cualquiera que le oyera hablar de ti.
—Eso no es cierto.
—No. Tienes razón —dijo con total naturalidad—. Yo nunca haría eso. —Apoyó
la cabeza en un puño—. Solo seguiría matando gente hasta que me mataran
a mí.
—Maldita sea, te amo. —Se estiró, cogió la mano de la mujer rubia y la acercó,
besando los nudillos—. Sin mencionar que haces un estofado
condenadamente bueno.
—Gracias. —Gabrielle se relajó, apretando los dedos de Xena con los suyos—
. Yo también te amo —añadió—. No puedo esperar a que todo termine para
que podamos ir a divertirnos a algún lado.
—Por supuesto.
—O... —Se acordó de algo—. Lennat dijo que llevaron a Perdicus a la posada
y que estaba herido... ¿Qué le pasó?
—Oh.
—Está bien. —Gabrielle copió su postura, poniendo sus pies debajo de ella y
relajándose—. ¿Y ahora qué? —Miró a la reina—. ¿De verdad crees que se
detendrán y no nos atacarán esta noche?
Xena se movió, girándose a medias y dejando que sus piernas colgaran por
un lado de la caja mientras acomodaba su cabeza en el regazo de Gabrielle.
Cruzó las manos sobre el estómago y miró hacia el cielo cada vez más oscuro
mientras Gabrielle pasaba los dedos por el cabello oscuro de la reina.
Era un dichoso momento de paz. Incluso los sonidos de los soldados se habían
desvanecido, los de la plaza estaban sentados en silencio y descansando, y
los que estaban en las murallas ocupando sus puestos de guardia estaban
callados también. La gente de la ciudad se había agrupado con los soldados
si se estaban quedando para pelear, o habían regresado a sus hogares hasta
que comenzara la batalla.
—La verdad es que creo que se detendrá —reflexionó Xena pensativa—. Creo
que probablemente no quiera hacerlo —admitió—. Pero en la oscuridad, y
dado quién está aquí... sí, creo que ella se detendrá.
—¿Por ti?
—Por mi —confirmó Xena—. Cada vez que nos hemos encontrado hasta
ahora, la he sorprendido, creo —dijo con tono tranquilo y pensativo—. No creo
que le guste ser sorprendida. Seguro que no.
824
—Ah. Bueno. Sí, yo tampoco lo creo —dijo Gabrielle.
—No, ¿eh? —Xena echó la cabeza hacia atrás y la miró, con una sonrisa
divertida.
—Me gustaría que se fuera a otro lado —dijo—. Me gustaría que todo esto
hubiera terminado. La verdad es que creo que no me gusta la guerra, Xena.
—¿Quieres decir que no encuentras divertido salir herida y morir? —Los ojos de
Xena se abrieron con fingida inocencia—. Oh, vamos, rata almizclera... aún
no hemos llegado a la parte buena. —El sonido de unas botas arrastrándose
cerca hizo que las dos se sobresaltaran un poco, y Xena giró la cabeza para
encontrar a Brendan allí con un hombre mayor y canoso con una espesa
barba blanca—. ¿Sí? —Ella entrecerró los ojos y gruñó para compensar la
ternura de su posición actual.
—Ahh. —El hombre la miró con sus ojos grises y firmes, tenía un discreto aire
competente que le gustaba—. ¿Capitán de barco?
—¿Alguna vez has celebrado un matrimonio? —preguntó—. Aparte del tuyo, 825
quiero decir.
—Nah. —El viejo lobo de mar sacudió su cabeza, dándole una mirada
escéptica—. Todos eran hombres en el barco. No hacíamos ese tipo de
matrimonios.
—Está bien. —La reina levantó una mano—. No importa. Perdón por haberte
molestado. Brendan, llévalo de vuelta al agua. —Ella chasqueó los dedos
hacia los dos y esperó a que su capitán se retirara con el viejo lobo de mar a
remolque—. Su tripulación tuvo mucha suerte de que tomaran su barco. —Ella
se cubrió los ojos con una mano—. Dioses, creí que podría encontrar un
maldito magistrado o algo así en esta ciudad de mierda. ¿Qué hicieron todos,
salir pitando tras el barco del botín?
—Eso ha sido muy dulce de tu parte. —Acarició la cara de Xena con ternura—
. Pero hay mucho que hacer, no tienes que hacerlo... podemos esperar a que
todo esto termine.
—Eh...
826
Gabrielle se frotó las manos mientras miraba a Xena inspeccionar los puestos,
su corazón latía un poco rápido y tenía la garganta un poco seca.
No era como si tuviera miedo de lo que iba a pasar. Después de todo, desde
que tuvo la edad suficiente para ayudar en la cocina, casi todo lo que había
escuchado de su madre era quién, cuándo, cómo, y dónde se iba a casar,
tan pronto como pudieran arreglarlo.
Por aquel entonces, le había parecido un poco aterrador, al menos hasta que
comenzó a salir con Perdicus y por lo menos tenía esperanzas de casarse con
alguien que conocía. A su padre realmente no le gustaba Perdi, ya que era el
hijo menor de uno de los comerciantes de la ciudad y tenía perspectivas
indiferentes, pero había reunido suficiente dinero para pagar el precio de la
novia, así que al final lo había aceptado.
¿Lo estaba? Gabrielle nunca se imaginó que casarse iba a ser algo así, pero
luego, dado con quién se iba a casar, tal vez debería habérselo imaginado.
—Sí. —Xena dio media vuelta y saltó encima del muro, se giró y le ofreció una
mano a Gabrielle. El viento inmediatamente alborotó su cabello y lo arrastró
hacia atrás, y Gabrielle tuvo que inclinarse hacia adelante un poco contra
esa fuerza mientras trepaba. Una vez arriba, experimentó un momento de
completo terror cuando sintió que el viento la empujaba y casi la hace salir 827
volando, solo el firme agarre de Xena la mantenía en su sitio—. ¡Whoa!
—Um... —Se sintió muy expuesta aquí en el borde, y miró nerviosa por el
espacio abierto hacia las antorchas y la masa de cuerpos—. Yo no los llamaría
bonitos.
—Oh. —Exhaló, relajando los hombros mientras dejaba que sus ojos exploraran
las luces—. Vaya si lo es.
La reina estudió los patrones. En la pared, las antorchas revoloteaban por la
fuerza del viento, proporcionando un poco de luz. Al otro lado de la llanura,
las antorchas del enemigo también parpadeaban, y cuando estaba parada
allí sobre la muralla, era como si estuviera en el filo del cuchillo de su propio
destino.
De pie allí, haciendo lo que estaba haciendo, era una locura. Ella lo sabía. Ni
siquiera estaba completamente segura de por qué lo estaba haciendo,
excepto que algo dentro de ella le estaba diciendo que debía hacerlo, que
debía llevar a cabo ese pequeño gesto de cementar su compromiso a tiempo
para poder ir a la batalla mañana, o esta noche, y saber qué era eso.
Tal vez fuera por el hecho de que casi había abandonado a Gabrielle, y había
una parte de ella que se preguntaba por qué no lo había hecho, peleándose
con la parte de ella que estaba horrorizada solo por el mero hecho de haberlo
pensando.
—Bien.
—Bien. —Gabrielle se volvió hacia ella, girando los hombros hacia el viento y
mirando a Xena a la luz de las antorchas. Sus ojos verdes eran de color ámbar
por la poca iluminación y sus rasgos apenas se perfilaban bajo el resplandor
de las estrellas—. ¿Crees que pueden vernos?
—No te preocupes por las flechas —le dijo la reina—. Me encargaré de ellas.
—Está bien —dijo, acercándose un poco más cuando el ruido del viento se
apagó ligeramente y apartó de su cabeza la idea del ejército enemigo. Miró
hacia la ciudad y se sorprendió al ver que los soldados se alineaban
mirándolas y que la gente de la ciudad estaba mirando hacia arriba. El nivel
superior estaba lleno de hombres de Xena y había una solemnidad en ellos
que le provocó un pequeño hormigueo en las entrañas. Se volvió y miró a
Xena. La reina le tendió las manos con las palmas hacia arriba, y sin dudarlo,
ella las agarró, la calidez era bienvenida en el viento frío. No sabía lo que iba
a decir Xena ni cómo saldría esto. Pero al mirar a esos ojos pálidos, creyó que
Xena tampoco lo sabía de verdad y estaba segura de que a ninguna de ellas
le importara realmente—. ¿Qué se supone que debo decir aparte de que te
829
amo más que a nada en el mundo? —Xena había tomado aliento para
hablar, ahora lo dejó salir, y se detuvo, pillada un poco desprevenida—. Lo
siento —murmuró Gabrielle.
—Ah.
—Está bien, rata almizclera —dijo con voz amable—. Yo tampoco creo que
pueda.
830
—¿En serio? —La mujer rubia miró hacia arriba.
—En serio. —Xena le sonrió—. Hablo mucho, pero tengo las mismas ganas que
tú de quedarme aquí con el culo desnudo al viento.
—Ahora qué. —Xena miró fijamente hacia abajo por un momento, luego se
enderezó y tomó la mano de Gabrielle otra vez, su expresión se volvió
serenamente seria—. Ahora supongo que te digo cómo me siento. —Los ojos
de Gabrielle se agrandaron de nuevo—. No te desmayes encima mío, rata
almizclera. —La reina se rio suavemente—. Vamos a empezar con esto. —Hizo
una pausa—. Nací bastarda, Gabrielle. Mi madre coqueteó con un viajero y
terminó conmigo, el segundo error de tres. Luego ella murió y nos dejó
huérfanos. —Gabrielle simplemente le apretó las manos, escuchando
atentamente—. Ahora no tengo familia —dijo Xena—. No tengo nada más
que lo que tomé con mis manos y mi espada, y obtuve cicatrices que me
cubren de pies a cabeza. —Hizo otra pausa—. Todo lo que tengo puede
desaparecer en un latido. —Sus ojos se fijaron en Gabrielle—. Excepto tú. —
Gabrielle sintió un escalofrío recorriéndole la piel—. Todo lo que tengo para
ofrecerte es lo que hay aquí. —Xena soltó una mano y se tocó el pecho—. No
puedo prometer nada más, incluido que vayas a ser feliz, que vivamos una
larga vida juntas, o que veamos salir el sol mañana.
Gabrielle se sonrojó.
831
—Lo mismo digo —susurró.
—De verdad que no hay ninguna razón —estuvo de acuerdo—. Me gusta eso.
Odio cuando la vida es predecible. —Levantó las manos y dio un paso
adelante, cuando un cuerno sonó débilmente desde el otro lado de la
llanura—. Os hago saber. —Su voz se alzó y sonó mucho más fuerte, haciendo
eco en las paredes.
—Te hemos oído, señora. —Brendan respondió de nuevo—. Ella será como tú
eres para nosotros.
—¿Estás de acuerdo?
—Más alto.
—Tomo a Xena como mi esposa —gritó en voz alta—. Y como todo lo que
tengo es mi corazón, y mi alma, y mi cuerpo, se le doy voluntariamente a ella,
para siempre.
832
Ahora era el turno de Xena de sonrojarse, aunque su piel más oscura no lo
mostraba tan vívidamente.
—Te hemos oído, pequeña. —Brendan gritó sobre el viento—. Y así eres como
nosotros somos, y te protegeremos como lo hacemos con nuestra señora, por
todos nuestros días. —Hizo una pausa.
—¡Lo hemos oído! —El resto de los soldados soltó el mismo grito, haciendo eco
sobre la pared, compitiendo con el sonido de los cuernos cada vez más
fuertes.
Xena miró hacia la llanura y vio movimiento mucho más cerca de lo que había
previsto. Una hilera de caballos avanzaba tronando hacia las puertas y,
cuando dejó que sus ojos se enfocaran, vio el destello de la luz de la luna
contra las puntas de flecha y se dio cuenta de que había muchos más arcos
que brazos tenía ella.
833
—¿Qué?
Gabrielle hizo una mueca al recordar el hedor de la carne quemada del día
anterior.
—¡Espera! —ladró—. ¡Esperad! ¡No dispares ni una maldita flecha! —De arriba
a abajo de la línea, los hombres se miraron unos a otros, las cabezas se veían
a la tenue luz de las antorchas mientras se pasaban la orden, los crujidos y los
suaves sonidos de las armas que estaban apoyadas contra la pared hacían
eco. La reina esperó hasta que estuvo segura de que todos la habían oído
antes de centrar su atención una vez más delante de ella. Con una
brusquedad que la hizo sacudirse, los soldados atacantes comenzaron a
gritar, casi haciendo que se levantara para ver qué estaba pasando. Algo la
detuvo. Xena realmente no estaba segura de qué, pero una punzada de
advertencia recorrió su piel y en su lugar, agarró la canasta de rocas que le
había dado a Gabrielle y la alzó por la parte superior de la muralla,
moviéndola hacia adelante cerca del borde delantero. Instantáneamente, el
sonido de las flechas cortó el aire y ella se giró y agarró a Gabrielle tirando de
ella hacia abajo mientras giraba, apoyando la espalda contra la pared
cuando una lluvia de misiles fue hacia ella, golpeando la canasta y rebotando
por todos lados, golpeando a la reina en la parte posterior de la cabeza
mientras pasaban de largo. Xena agarró una de ellas y la inspeccionó, su nariz
se contrajo cuando captó el olor acre de las puntas—. ¡Cuidado! —gritó—.
¡Los bastardos han puesto veneno en las puntas!
—Yo también. —Gabrielle examinó la flecha que Xena había dejado caer,
olfateando el extremo y arrugando la nariz ante el olor—. ¿Qué es eso?
—No estoy segura. —Xena vio a los jinetes retroceder, dándose cuenta de lo
cerca que había estado de perder sus recursos más preciados: sus hombres
más experimentados aquí con ella en las murallas—. Veneno, tal vez. No creo
que sean hierbas. —Empujó la flecha lejos de su amante—. No toques eso.
¿eh? No quiero descubrir del modo difícil si sé cómo contrarrestarlo.
—Sí. —Su capitán pasó al lado de donde estaban sentadas y corrió hacia la
plataforma de la escalera, teniendo cuidado de mantener su cabeza por
debajo del nivel de la pared—. Menudos disparos en esta noche oscura, Xena.
Como si todos tuvieran tu vista.
—¿Qué?
—No importa. —La reina exhaló de irritación—. Estoy tratando de luchar una
guerra con seis ponys de tres patas y un barril de pedos de pato. —Volvió su
atención al ejército enemigo y miró a través de las sombras, viéndolos moverse
y desplazarse y, finalmente, convertirse a su vista en figuras individuales.
Se volvió hacia ella. Casi podía ver la sorpresa en su rostro cuando él se estiró
para intentar alcanzar la flecha y se desplomó antes de que pudiera tocarla,
cayendo al suelo en un montón. Sonó un cuerno y las sombras se pusieron de
nuevo en movimiento, una oleada de alarma que flotó hasta ellos en el viento
con el sonido de caballos resoplando y la agitación y choque de los hombres
levantando los brazos.
—Sí. —El viejo capitán estuvo de acuerdo—. Es bueno que los hayas resuelto
con una de las suyas. —Tocó la flecha envenenada—. Mala forma de morir. 838
¿Te acuerdas de la pelea al otro lado de las montañas?
—Sí. —La reina suspiró—. Estoy segura de que el que te explicara cómo sacar
una punta de flecha de mi espalda fue una revelación. —Observó a los
soldados pasarse cajas y cestos más allá de donde estaba sentada—.
Brendan, ve abajo y asegúrate de que todos se mantengan alejados del
espacio abierto. Si empiezan a lanzar cosas desde el otro lado de la muralla,
no quiero que haya nadie debajo.
—Lo es —respondió Xena—. Pero ella quiere que todo se haga a su manera.
Nos quiere desequilibrados. Quiere gobernar el campo de batalla y ¿sabes
qué, Gabrielle? —Se volvió y miró a su amante—. En esta guerra solo hay
espacio para una perra irracional y arrogante con un ego propio del
mismísimo Ares.
—¿Eso ha sido un insulto o solo eres así de simple? —Observó con recelo como
Gabrielle se movía y se inclinaba sobre sus rodillas, de frente a ella—. ¿Cuál de
los dos es?
—G…
Xena bajó la mirada hacia la ballesta que sostenía en sus manos y luego volvió
a mirar a Gabrielle, con los ojos claros medio ocultos por el cabello oscuro.
Después de un momento, sonrió levemente.
—Ah. En nuestra vida abundan los idiotas. Vamos. —Xena se inclinó hacia
delante y se puso de rodillas, luego de pie, manteniendo la cabeza gacha
mientras se dirigía hacia su capitán con Gabrielle a remolque—. ¿De verdad
no piensas que soy una perra?
—Nop.
840
—Sus líneas del frente están aquí. —Xena marcó una larga línea en el suelo—.
Desde aquí, hasta aquí. —Marcó una “X” desde el final del bosque en un lado,
donde no hacía muchos días había estado tumbada en la hierba, hasta el
borde del río.
—¿Por lo que hicimos con los barcos? —dijo Brendan—. Por orgullo, ¿eh? ¿Y
por echarlos de la ciudad?
Xena asintió.
—Así es. —Volvió a su dibujo—. Así que nos van a atacar con todo, nos
mantendrán dando vueltas hasta que puedan levantar esas torres de asalto y
tomar las murallas. Tenemos que detenerlos.
Los hombres miraron los frascos envueltos con tiras de rafia bajo sus brazos.
—Ve a mis aposentos. Asegúrate de que Gabrielle está bien —dijo Xena—.
Aquí está pasando algo. Hay hombres detrás de la puerta... y no sé si hay
alguien en este lado esperándolos.
—¿¿Majestad??
—¿Dónde está él? —susurró una voz—. Abrió la puerta... ¿A dónde se ha ido?
Xena cambió su agarre sobre su espada y movió las orejas con mudo deleite,
su cuerpo se tensó al sentir la proximidad de la batalla, su nariz captó el olor a
polvo y cuero sudoroso cuando el roce comenzó de nuevo y se preparó para
atacar.
—Pero Majestad...
—Me ocuparé de estos tipos. —Xena dio un paso adelante y dio vueltas a su
espada mientras los hombres corrían a su encuentro, pateando a dos de ellos
hacia atrás mientras agarraba al que estaba a la cabeza y le golpeaba la
mandíbula con el codo—. ¡Moveos! —Sintió la vacilación de sus propios
soldados, pero se quedó sin tiempo cuando el resto de los enemigos la atacó
y estaba demasiado ocupada luchando por su vida. Inesperadamente
luchando por su vida, cuando dos hombres la atacaron con espadas gruesas
y curvas mientras se zafaba de las piernas del líder y casi tropieza y cae de
espaldas. Sus reflejos, y el hecho de que había dormido de verdad, la salvaron.
Desvió la espada de un hombre y se giró hacia un lado para evitar la del
segundo, extendiendo su mano para atrapar el brazo del hombre y tirándolo
hacia un lado. Él se liberó y retrocedió, pero se detuvo a medio camino
tambaleándose, girando para enfrentarse al soldado que había saltado sobre
su espalda y luchaba para tirarlo al suelo. Xena se encontró libre para
enfrentarse a su adversario actual, un hombre grande con una buena
armadura que de inmediato desafió sus habilidades cuando su espada se
estrelló contra la de ella. Se concentró en él cuando vio a sus soldados
persiguiendo al resto de los intrusos, y con un giro de su muñeca deslizó su
espada lo suficiente hacia un lado para saltar hacia atrás y mantener el
equilibrio. Recuperando su ímpetu, hizo caso omiso de que sus soldados
estaban ignorando sus órdenes, ya que en este momento estaba salvando su
culo, y se centró para el tema de la lucha. Este hombre era un verdadero
soldado persa. Él la superaba por una cabeza, y la sobrepasaba por la mitad
de su peso, y era condenadamente bueno con la espada. Xena estimó que
era el líder de su pequeña partida de ataque, y ella se encontró con su
espada y se vio empujada a un lado mientras él intentaba golpearle el pecho
con la empuñadura. Eso no sucedía muy a menudo. Xena se giró y dejó que
el impulso del hombre lo llevara más allá de ella mientras echaba sus brazos
detrás de su cuerpo y se agachaba instintivamente cuando él blandió la
espada hacia atrás, su espada no la alcanzó en la cabeza por un pelo.
Literalmente. Se tiró al suelo y rodó, volviendo a ponerse de pie y empujando
su espada hacia adelante con un golpe corto y salvaje que acertó al hombre
justo en el culo mientras trataba de darse la vuelta y alcanzarla. Dio un tirón a
su espada mientras él gritaba de rabia. Ella no le dio la oportunidad de discutir 844
al respecto. Continuando con la ofensiva, ella lo rodeó y agarró su espada
con las dos manos mientras él renqueaba en círculo y bloqueaba su ataque,
ocupado en pararla mientras ella se le echaba encima y chocaba contra él,
golpeándolo en el hombro con el suyo. Fue como arrojarse contra la pared.
Xena sintió que la sacudida recorría todo su cuerpo, pero, aun así, lo empujó
y dio un paso atrás, y él vaciló solo un instante al no haberse esperado eso.
Pero solo un instante. Al momento siguiente, él azotó con su brazo hacia atrás
y golpeó en un lado de la cabeza antes de que pudiera esquivarlo, enviando
una explosión de estrellas a su visión, mientras su cuerpo reaccionaba por puro
instinto y sus manos levantaban su espada justo a tiempo para bloquear su
golpe de vuelta dirigido hacia su cuello. Sintió el impacto cuando sus espadas
se encontraron, y sacudió la cabeza para aclarar su visión, parpadeando con
fuerza cuando él volvió a concentrarse y ella detuvo su movimiento con una
dolorosa sacudida de sus antebrazos. Él maldijo y ella se armó de valor para
bloquearlo de nuevo mientras él retorcía su cuerpo y sus espadas chocaron
entre si. Ella giró en la dirección opuesta y terminaron entrechocando las
manos de manera muy dolorosa, las espadas susurrando en sus rostros cuando
llegaban casi nariz con nariz. Xena no vaciló. Arqueó su cuerpo y le golpeó la
cara con la cabeza, forzándolo a toser mientras él se sacudía hacia atrás. Ella
repitió el movimiento y sus manos se deslizaron una sobre otra cuando sus
cuerpos chocaron, demasiado cerca para que las espadas hicieran algún
daño. Él gruñó y ella vio un destello de dientes mientras él apuntaba hacia un
lado de su rostro, empujándola hacia atrás con todo su peso mientras Xena
luchaba por mantenerse en pie. Ella soltó una mano de su espada y agarró su
daga en su lugar, arriesgando su espada mientras ella daba la vuelta a la
daga y se la metía en las costillas, sintiendo la resistencia de la armadura
empujando contra ella. Él intentó retroceder, pero se deslizaron en semicírculo
y Xena embistió hacia adelante, con la punta de su daga perforando y
encontrando carne debajo. Él se tambaleó hacia atrás y apartó la mano,
dejando la daga en su sitio mientras levantaba su espada y la balanceaba
hacia ella. Xena esquivó el barrido, después se giró y atacó con una patada,
golpeando a un lado la hoja de la espada antes de continuar y patear con la
otra pierna, enviándolo por fin a un lado cuando la pelea comenzaba a
pasarle factura. Ella siguió el movimiento de él, balanceando su espada en un
círculo a dos manos para golpearlo en un lado de la cara con la parte plana
con toda la fuerza de sus brazos. Sintió un crujido en sus brazos y vio volar la
sangre mientras él tropezaba de lado, chocando contra la pared y rebotando
para caer al suelo a sus pies. Xena apartó la espada del hombre con el pie y
recuperó el aliento, mirando a su alrededor para encontrar a los otros
invasores desplomados en el suelo y sus hombres de pie junto a ellos, con los 845
ojos muy abiertos mientras la miraban. Ella los miró, una bota descansaba
sobre la cabeza de su oponente mientras se aseguraba de que él se quedaba
dónde estaba.
»¿Podéis al menos cerrar la maldita puerta? —El hombre más cercano asintió
rápidamente—. Bien. —Xena miró a su jadeante prisionero—. Ahora
averigüemos qué estaban haciendo. —Se dejó caer sobre una rodilla y lo
golpeó en la garganta con los dedos, haciendo que su cuerpo se sacudiera
con fuerza mientras forcejeaba de repente, mirándola con furia—. Y con quién
iban a hacerlo.
Parte 25
Sabía que la reina no estaba tan lejos, justo al final del camino, a la vuelta de
la esquina de la pared donde había llevado a su pequeño grupo de chicos a
hacer lo que fuera que iban a hacer.
Se suponía que Xena no iba a ir con ellos, pero Gabrielle tenía la inquietante
sospecha de que, dada su naturaleza, Xena haría exactamente eso porque
le encantaba estar en medio de todo lo que pasaba y le encantaba causar
tanto caos como podía.
Parecía una muy buena oportunidad para hacer ambas cosas. Gabrielle
suspiró y recogió otra piedra para colocarla en la cesta. ¿Iría Xena? Había 846
dicho que no, de hecho, le había dicho a Gabrielle específicamente que
volvería, pero esto era una guerra y era Xena y…
Bien…
Puso su canasta, ahora llena, sobre el tosco banco de madera que había sido
erigido en un lado de la plaza, y fue a buscar otra. Los soldados estaban
ocupados y agitados a su alrededor, cargando haces de flechas desde la
plaza hacia la muralla, y otros hombres estaban sentados alrededor de
montones de palos haciendo más.
Parecía extraño y aterrador. Primero el ataque, luego nada. ¿Qué harían los
persas a continuación? ¿Qué haría Xena?
Toqueteó la cesta pensativa. Xena haría eso, ¿no? Con el ceño fruncido, dejó
la canasta en el borde y se sacudió las manos, pasó por encima del saliente y
comenzó a caminar a paso ligero.
—Gabrielle, espera.
Mierda. Gabrielle miró hacia la derecha y divisó a Lennat que se dirigía hacia
ella. Vaciló lo suficiente para dejar que la alcanzara, y luego siguió
caminando.
—¿Qué pasa?
—Guau. Eso fue muy raro —dijo Lennat—. Lo que hicisteis tú y Xena, en la
muralla.
Raro. Hum.
847
—Supongo —murmuró Gabrielle—. Pero así es Xena. Nunca hace lo que
esperas que haga.
Bueno, esa era una muy buena pregunta, ¿no? Gabrielle se había estado
preguntando lo mismo durante la última marca de vela, preguntándose cuál
era su estado actual y si de verdad había cambiado algo.
—Guau.
—¿Por qué hiciste eso? —preguntó Lennat después de unos pocos pasos—.
Quiero decir, ¿por qué así?
—¿Por qué no? —Gabrielle bajó los escalones desde la plaza hasta el estrecho
sendero que conducía a la calle que bordeaba la muralla—. Me pareció
genial. Allí estábamos bajo las estrellas, y el viento era genial…
—Gente disparándote flechas.
—¡Eh!
Gabrielle se apartó de la pared a la que había sido arrojada y corrió hacia él,
su conciencia anuló su deseo de ir a buscar a la reina.
—No te muevas —dijo—. Quédate aquí, voy a buscar ayuda. —Podía oír su
respiración cada vez más dificultosa—. Solo estate tranquilo. —Le dio unas
palmaditas en el hombro y se puso de pie considerando sus opciones. La
verdad es que no eran muchas. Dio media vuelta y echó a correr por el
sendero, dirigiéndose hacia donde esperaba que la reina todavía estuviera.
Xena se agachó sobre su víctima, su peso descansaba sobre una rodilla y su
pierna se asentaba sobre el cuerpo retorcido del hombre. Estaba luchando
contra el bloqueo que le había puesto en el cuello, su pecho esforzándose por
coger el aire que su garganta paralizada no permitía que pasara.
—¡Imbécil! —Le dio una bofetada en la cara—. Cuanto más luchas, más aire
usas. ¿Quieres morir? —El hombre la miró con nada más que odio en sus ojos.
Xena lo encontró un poco refrescante, y le hizo sonreír cuando él trató de
escupirle y se encontró incapaz de hacer algo más que babear sobre sí
mismo—. Puedes hablar —dijo ella con tono familiar—. O me sentaré aquí a
verte morir como un pez saltando fuera del agua. Tú eliges.
Pero todo lo que hizo fue respirar, su pecho se agitó mientras parpadeaba.
—Eres un demonio.
—Se suponía que teníamos aliados para abrir la puerta —dijo—. Nos lo
prometieron.
—Te vendieron —dijo la reina—. Apesta, ¿eh? —El soldado miró a los hombres
en las sombras—. Venga. ¿Cuáles son las probabilidades de que estuviésemos
en la puerta en el momento exacto en que llegasteis aquí? —La reina se rio
entre dientes—. No creerás que ha sido una coincidencia, ¿verdad? 850
El persa frunció el ceño. Tenía un rostro oscuro y bien parecido, con barba y
bigote bien recortados, y cejas negras que casi se cruzaban sobre sus ojos.
—Creo que…
—¡Xena!
—Ah —dijo ella—. Siempre estoy tan demandada. ¿Sí, rata almizclera?
—¿Es eso una orden? —La reina soltó una risita—. Eres una pequeña mandona,
¿no? ¿Nos acabamos de casar y ya pones las reglas en la cama?
La reina suspiró.
Xena dio un paso atrás y rodeó al hombre, que fue levantado por sus soldados.
Era más alto que la mayoría de ellos, tan alto como la propia Xena e incluso 851
en su sombría mansedumbre, había un grado de peligro que ella apreciaba
sumamente.
—Es Lennat. —Gabrielle ignoró las últimas palabras—. Nos dirigíamos hacia
aquí…
—¿Por qué?
—Oh.
—Oh.
—Una de las razones por las que no iba a ir era porque te dije que me
esperaras allí y sabía que, si lo hacía, te cabrearías.
—¡Oh!
A un lado, el cuartel de dos pisos que Xena había ocupado, estaba bien
iluminado desde dentro y las sombras bailaban en las ventanas mientras los
soldados se movían de un lado a otro.
La reina hizo una pausa cuando la aguja la atravesó por enésima vez. El
ataque a través de la puerta, tan inquietantemente similar al que ella misma
había estado considerando, la había perturbado un poco.
—Pero… —dijo uno de los hombres—. ¿No se darán cuenta de quiénes somos?
—Ay.
—Preferiría simplemente arreglar tu capa o algo así. —La mujer rubia suspiró—
. ¿No deberías ponerte más armadura si te van a pasar este tipo de cosas?
Xena resopló.
—Sí. —Pasó sus dedos por encima del corte correspondiente en su cuero y
suspiró de nuevo—. Oye, ¿Gabrielle?
Ahora. Ahora estaba al borde una vez más de poner todo eso en peligro. Xena
apartó el pensamiento, y se retorció un poco con impaciencia.
—Sí, creo que sí. —Reconoció la mujer rubia, poniendo su suave mano sobre
el muslo de su amante—. Entonces, ¿vamos a ir con los muchachos esta vez?
La reina respiró hondo, y se giró completamente para mirar a Gabrielle.
—¿Qué en el Hades te hizo preguntar eso? —dijo con tono agudo, un poco
temblorosa al oír los pensamientos que jugaban en la punta de su lengua
saliendo de la boca de su compañera.
—Solo quiero hacerlo —respondió—. Quiero hacer algo. No solo estar aquí
sentada esperando. —Bajó la vista hacia la aguja y jugueteó con el trozo de
hilo restante en sus dedos—. Podrían pasar cosas malas, pero quiero pelear
contra ellas si suceden, no solo dejar que me ocurran. 856
Que extraño. Xena reflexionó en silencio al encontrar partes de sí misma
reflejadas en aquellos ojos ante un espejo tan inesperado. Recordaba,
vagamente, estar cerca de Lyceus, pero incluso ese vínculo entre hermanos
no era ni de cerca como lo que sentía al deslizarse en esta asociación de...
¿Corazón?
¿Alma?
¿Estaba Gabrielle diciendo lo que estaba diciendo solo porque sabía que era
lo que Xena quería oír? ¿Qué quería creer? Un breve recuerdo de ver a su
joven amiga enfrentándose a la princesa persa se le vino a la mente y ella vio
de nuevo aquellos hombros cuadrados, y el incipiente e inseguro fuego que
había endurecido su postura y provocado esos golpes cortos y afortunados.
¿O era que el más improbable de los recipientes guardaba algo dentro que
ella conocía mejor que la mayoría?
—Sí, vamos a ir con los hombres. Hades, estoy… estamos al mando de los
hombres. —Xena sintió un estímulo de punzante energía que enfrió y luego
calentó su piel—. Vamos a ir a por ellos, Gabrielle. —Sus labios se torcieron en
una leve ironía—. Dando una pelea justa.
Gabrielle parecía aliviada y apoyó la mejilla en el hombro de Xena, luego
levantó la cabeza y besó la piel allí.
—Me alegro —dijo—. Solo tenía la sensación de que, si nos quedábamos aquí,
algo muy malo podría pasar.
—Sí.
Xena la estudió.
—Um… no. —Negó con la cabeza— No tengo visiones… ni cosas por el estilo.
Sólo estaba… Solo me siento rara —admitió—. Creo que deberíamos hacer lo
que no se esperan que hagamos, porque si hacemos lo que ellos esperan que
hagamos, no nos esperaremos lo que ellos están haciendo para hacernos a
nosotros.
857
Xena la estudió.
—No vuelvas a decir eso otra vez —dijo después de una breve pausa—. O te
morderé la lengua por ti. —Ella flexionó sus manos y comenzó a levantarse—.
Pongámonos en marcha. Nosotras también tenemos que parecer soldados.
—Él.
Xena se sacudió las manos y enderezó los hombros, respiró hondo antes de
858
atravesar la puerta y entrar en la habitación.
—Largo —les dijo a sus hombres—. Gabrielle está afuera. Id a echarle una
mano. —Los hombres se removieron y se fueron, no sin mirar al hombre antes
de desaparecer. Xena esperó a que salieran, luego volvió su atención al
cautivo—. Y bien —dijo—. ¿Cómo te llamas?
Él la estudió a cambio.
Xena inclinó la cabeza hacia un lado, pensando sobre qué dirección tomar
con este enigma.
—Está bien —dijo—. Dime cómo quieres que te llame entonces, o te pondré
yo un nombre y apuesto que no te va a gustar. —El persa se enderezó
lentamente, echándose hacia atrás y dejando que sus manos descansaran
sobre sus muslos. Tenía unos hombros enormes, un pecho ancho y muy
marcado, y piernas largas y poderosas que estaban repletas de músculos. Su
rostro no era ni viejo ni joven, pero había experiencia en sus líneas y la barba
859
espesa y oscura delineaba su cara perfectamente. Guapo, de un modo más
o menos exótico. Xena esperó a que él respondiera, agudizando sus orejas al
oír movimiento fuera en la plaza—. ¿Y bien?
—¿Quieres que te llame Toro? —preguntó Xena con tono divertido—. Deberías
haberme dejado elegir a mí. Lo hubiera hecho mucho mejor —le informó—.
Pregúntale a Gabrielle cómo la llamo.
—Sí.
Xena se dio cuenta de que era alguien que realmente sabía lo que ella sabía,
vivía en el mundo lleno de sangre en el que ella vivía, y había sufrido tanto las
alegrías como los dolores de guerra como ella lo había hecho.
Era alguien que conocía la horrible y salvaje necesidad.
Lástima.
—Así que. —La reina cruzó las piernas a la altura de sus tobillos y lo miró—.
Heydar.
Él no tenía armas, por supuesto, y ella pensó que si él hacía alguna estupidez
esto se iba a poner muy, muy feo, y había una posibilidad evidente de que él
le pateara el culo completamente si no era muy, muy cuidadosa.
Heydar exhaló un poco.
Ahora, Xena se movió. Dejó caer sus brazos y dio un paso hacia él, entrando
en el área que lo rodeaba mientras sentía como todo su cuerpo se contraía 861
en reacción.
—¿No? —él susurró finalmente con los ojos fijos en el rostro de Xena—. ¿No
pides lealtad, Xena?
—Ah…
—No tienes posibilidad de ganar —dijo—. Ella tomará la ciudad, y a ti, y todo
será en vano.
—No. —Xena negó con la cabeza—. Ella nunca me cogerá. —Él la miró en
silencio. Hubo movimiento en la entrada. Xena sacudió la mano haciendo una
señal y el movimiento se detuvo—. Para empezar, ya estoy cogida. —Una
peculiar sonrisa apareció en su rostro—. Y no importa lo que pase, nadie
olvidará nunca esta lucha.
Heydar suspiró.
—Eres un demonio. Lo que se dice es cierto. —Se miró las botas—. Enciérrame
entonces —dijo finalmente—. No voy a jurar en falso. —Sus ojos se levantaron
brevemente—. Pero tampoco me pondré en tu contra.
Honorable elección. Xena tuvo que reconocerlo, aunque la verdad era que
el destino del soldado estaba en las manos de ella, no en las suyas propias.
—No te vas a quedar aquí. —Señaló hacia la puerta—. Vendrás conmigo, 862
fuera de las murallas.
—Pero…
—No era una pregunta —le dijo la reina—. No voy a tolerar tu daga en mi
espalda. ¿Quieres salir? ¿Quieres volver con tu señora? No hay problema. Yo
te llevaré.
—Q…
—Ella tiene muchas habilidades. —Xena extendió una mano hacia la pila de
ropa doblada que llevaba su amante—. Y considérate afortunado. Si las
miradas pudieran matar, habrías acabado con un agujero en tu espalda del
tamaño de un buey hace un minuto.
Heydar miró a Gabrielle, que le devolvió la mirada con el rostro crispado en
un gesto de enfado. Finalmente, el persa suspiró de nuevo.
Xena resopló.
863
—Xena, ese tipo es grimoso.
—Siempre dices eso sobre los hombres que quieren llevarme a la cama. —
Xena repasó la pila de ropa—. Me pregunto por qué será.
Gabrielle giró la cabeza como si viera sus pensamientos salir rodando por el
suelo.
—¿Eh? —dijo ella—. ¿Lo hago? No, yo no. Yo nunca digo eso. —La reina se rio
entre dientes—. ¿Lo hago? —Su amante se acercó y recogió una gruesa
sobrevesta que había caído al suelo—. No puedo acordarme de la última vez
que dije eso de alguien.
—Yo puedo —dijo Xena—. Lo dijiste sobre Alaran. —Se detuvo estudiando un
trozo de armadura manchado de sangre—. Debería haberte escuchado —
añadió con tono tranquilo—. Me habría ahorrado muchos problemas y
algunos hombres, sus vidas.
—¿De verdad crees que me vería bien de azul? —preguntó—. Eso debe ser
difícil de quitar.
—Cierra el pico y ponte esa cosa. —Golpeó a Gabrielle con la cadera y arrojó
la mayor parte de la pila a un lado, guardando una larga sobrevesta para
ella—. ¿Todos los demás están listos?
—Sí. —Gabrielle colocó la pesada tela sobre su cabeza y luego la bajó por su
cuerpo, parpadeando desconcertada mientras caía sobre sus rodillas. Sin
embargo, de cuerpo no era demasiado grande, así que se figuró que había
pertenecido a un soldado alto y flaco. Sus manos trazaron el extraño patrón
poco familiar en el frente, mientras trataba de no pensar en la sangre que
cubría la mitad inferior y el hecho de que había sido quitada a un hombre
864
muerto.
—¿De verdad querías encontrarlo? —Xena miró por encima del hombro a
Gabrielle con una ceja alzada.
Xena tiró de las costuras de los hombros del atuendo de Gabrielle y estudió el
resultado. Aunque la prenda era demasiado grande y demasiado larga, no le
quedaba mal, y el color oscuro delineaba su delgado cuerpo.
Gabrielle asintió.
—En aquella esquina. —Señaló con una mano—. ¿Vamos a llevar los caballos?
—No —dijo con tono de pesar—. Ellos no traían ninguno. Ojalá esos bastardos
los hubieran traído. Me harían la vida más fácil. Mi espalda todavía me está 865
matando.
—Sí, bueno… quizás la próxima vez. —Se dio la vuelta y recogió sus
guanteletes—. Vamos, rata almizclera. Tenemos historia por hacer.
Su corazón latía con fuerza. Sintió una sequedad en la garganta y se lamió los
labios otra vez, mientras Xena retrocedía lentamente y abría la puerta del
todo.
—Todo bien. Vámonos —le llegó el susurro bajo. Gabrielle avanzó siguiendo a
Xena mientras salía por la puerta y se adentraba en el aire de la noche. Tuvo
una sensación extraña cuando traspasó la puerta, pasando de la aparente
seguridad al peligro, pero sabía que se sentía aliviada cuando el cielo oscuro
y frío llenó sus ojos, y el olor a tierra batida y hierba, sus pulmones.
—¿Mm? —La reina hizo una pausa esperando a que todos la alcanzaran.
—Este sería un buen momento para que alguien haga cosas malas allí, ¿eh?
—Sí. —Xena estuvo de acuerdo—. Es por eso que estás conmigo. —Tú me
importas. Palmeó el hombro de su compañera, después estudió la hierba que
se agitaba frente a ellas. Estaba oscuro, la luna se había puesto y había
dejado todo en la más mínima sombra. Podía ver las líneas del frente de las
fuerzas de Sholeh y escuchar el aleteo de las antorchas justo más allá del
alcance de flechas desde la muralla. Con ellas había dos escuadrones de
soldados, más el persa. Lo miró por el rabillo del ojo, pero él estaba parado en
silencio con dos de sus hombres sujetándolo entre ellos, sin mostrar signos de
causar problemas. ¿Estaba esperando el momento adecuado? ¿O
esperando para ver qué iba a hacer ella? Xena se rio por lo bajo. Déjalo
esperar. Estudió la tierra que tenían delante unos momentos más, luego hizo
un gesto a los hombres para que la siguieran y comenzó a bajar por la muralla, 867
con la mirada fija en el suelo delante de ella. Difícil decir de qué dirección
habían venido los persas. Podía preguntarle a Heydar, pero su orgullo la
impedía hacer eso y, de todos modos, no tenía forma de saber si él estaba
diciendo la verdad, a menos que lo dejara medio muerto otra vez. Eso se
volvía aburrido después de un tiempo. Así que avanzó a lo largo de la muralla
por instinto, razonando que la puerta estaba más cerca de la línea de árboles
por este lado, y Sholeh habría enviado a sus hombres por la línea de árboles y
hasta la sombra de la pared, como ella misma lo había hecho unos días antes.
Se sintió bien estar afuera. La sobrevesta de lana le picaba un poco en la piel,
pero sintió que su cuerpo se relajaba mientras caminaba, y clavó la vista en el
suelo, barriendo las tenues sombras plateadas frente a ella. Sabía que los
hombres la seguirían sin preguntar. Sabía sin lugar a dudas que el culo de todos
estaba sobre sus hombros. Cada paso la estaba acercando más a la
incertidumbre. ¿Y si Sholeh hubiera venido por el otro lado y estaba esperando
el regreso de sus hombres cerca del río? ¿No hubiera tenido más sentido usar
el sonido del agua para cubrir sus huellas? ¿Por qué no había pensado en
eso?—. Porque soy idiota.
Xena casi se paró en seco, recordando justo a tiempo que había hombres con
armas puntiagudas y afiladas detrás de ellas que tampoco podían ver nada.
—Shh…
—Es lindo.
Ah. Su tiro a ciegas no había vuelto para golpearla en el culo después de todo.
Xena se cruzó de brazos.
—¿No ves valor en una pelea justa? —preguntó, después de una pausa.
—No —respondió honestamente.
Xena separó la hierba con las manos una vez más, boca abajo sobre el suelo.
Se levantó un poco, mirando la hilera de hombres que se movían
silenciosamente a través del bosque de tiendas de campaña justo delante de
ella. Dado lo avanzado de la hora, la cantidad de actividad le provocó un
cosquilleo en la nuca.
Bueno.
869
Así que ahora ella estaba aquí. Xena miró a través de la hierba alta, buscando
un punto desde el que pudiera colarse en el campamento, finalmente
descubrió a un pequeño grupo de hombres alrededor de una hoguera al
fondo a un lado. Marcando su objetivo, se agachó y se giró casi como una
serpiente persiguiendo su cola, apoyándose en su codo mientras miraba
hacia atrás por la línea de sus hombres.
—Echar un polvo —respondió la reina, viendo los ojos de su amante moverse 870
mientras luchaba por mantener su atención en el enemigo y no mirarla—. Es
una broma. Vamos a atacar a los persas.
—¿Solo nosotros?
—Solo nosotros.
—Ah… oh…
Heydar llegó, un poco por delante de Brendan. El alto persa se detuvo cerca
de donde estaba Xena, sus ojos se movieron brevemente hacia Gabrielle
antes de juntar sus manos y esperar a que la reina hablara.
Heydar la estudió.
—¿A dónde?
La reina parecía querer darle un puñetazo, pero mantuvo sus manos donde
estaban.
—Dije que te enviaría de vuelta —dijo Xena—. No necesito tener que estar
pendiente de ti, y no necesito que mates a mis hombres por la espalda. Para
cuando llegues allí, ya no estaremos cerca.
—Deberías irte —sugirió Gabrielle de repente—. Ella no dice las cosas dos
veces.
Miró su rostro mientras miraba a Xena. Su tez oscura era casi indescifrable a la 871
luz de las estrellas, pero podía oírlo respirar, y casi sentir la tensión en su cuerpo,
estaba tan cerca de ella.
¿Qué haría? ¿Xena lo sabía? ¿Sabía él lo que Xena iba a hacer? Gabrielle lo
miró a los ojos. Él quería saber.
Él quería saber.
El cuerpo del persa se tensó y, por un segundo, Gabrielle estuvo segura de que
iba a atacar a Xena. Extendió la mano y agarró su lanza, tirando de ella y
preparándola para que el extremo puntiagudo se dirigiera a algún punto
moderadamente útil.
Él vaciló y miró en su dirección, sus ojos cayeron hasta la punta de la lanza.
Levantó una ceja y giró su cabeza completamente para mirarla. Después de
un momento, bajó los ojos y se puso de rodillas.
—Como tú digas —dijo—. Pero ten cuidado, Xena. Los vientos del destino
significan otras cosas para nosotros.
Xena se limitó a mirarlo fijamente hasta que, por fin, él se puso de pie y, con
una última mirada a la pequeña fuerza, se escabulló por la hierba, su gran
cuerpo se movía con una ágil gracia que sorprendió a todos los que lo
observaban excepto a la reina.
—¿Nos vamos? —exhaló Brendan—. ¿Antes de que ese bastardo caiga sobre
nosotros con el resto de sus compañeros?
Xena aterrizó con un golpe en el lugar que ocupaba el animal hasta hacía
poco, el hedor de su piel se alzaba a su alrededor. Se quedó quieta
escuchando el destrozo y el caos mientras el animal cargaba a través de la
hierba y en un momento, como ella había esperado, escuchó el sonido de los
gritos.
Con una leve sonrisa, se giró e hizo un gesto a sus hombres para que
avanzaran, dirigiéndose en diagonal lejos de la dirección en que había
tomado el jabalí. Podía ver el repentino baile de las antorchas y se arriesgó a
echar un vistazo por encima de la hierba para ver a un grupo de soldados
corriendo detrás del animal.
Xena la escuchó y sonrió. Pero mantuvo sus sentidos agudos, reacia a creer
que un solo jabalí distraería a todos los persas. Así que fue paciente,
arrastrándose por la hierba hasta que estuvo justo detrás del espeso parche
de espinas, uno de los pocos zarzales aislados, dispersos en la llanura larga y
plana.
—Simplemente los mataremos a todos de uno en uno —le dijo la reina—. Solo
llevará más tiempo de lo que solía hacerlo. —Señaló al grupo de hombres—.
Vamos allí, a lo largo de esa línea de tierra. Nos acercamos lo más posible
antes de que nos vean, luego tú, Brendan, toma a otros tres hombres y actúa
como si fueras el grupo que regresa de la ciudad.
—Por supuesto. —El capitán parecía feliz—. Buen momento para eso. Buena 874
noche, buen tiempo. Bueno para luchar.
—Nah. —Brendan negó con la cabeza—. La puerta está cerrada. Algo fue
mal.
—Lógico. —El hombre volvió a sus golpes, solo levantó la vista brevemente
cuando una sombra alta cayó sobre él—. ¿Necesitas algo?
Para cuando el enemigo más cercano levantó la vista, el anillo del yunque
875
volvía a sonar y él apartó la vista inclinándose sobre su tarea.
Gabrielle no tenía idea de qué hacer, así que se dirigió hacia donde Xena
estaba golpeando la daga. Después de una pausa, la reina silbó suavemente
por lo bajo, y el resto de los hombres continuaron, extendiéndose de manera
relajada e informal.
Los soldados levantaron la vista con indiferencia mientras Xena se unía a ellos,
con los párpados caídos mientras se reunían alrededor de la mesa de trabajo,
tocando los objetos que había encima de ella.
12
Berma.- Pared o montículo de tierra o hierba de poca altura, que separa dos zonas.
rodeaban. Sin embargo, mientras Xena observaba, algunos de ellos miraron
hacia donde estaba parado su grupo. Interés. El corazón de Xena dio un
vuelco, luego dejó escapar un suspiro cuando eso no fue seguido de
sospecha. Sabía que serían descubiertos, pero quería tener pelea antes, y…—
. Eh. —Brendan la golpeó en el codo—. Mira esto.
—Hay algo escrito. —Gabrielle soltó despacio, manteniendo su voz tan baja
como podía—. ¿Qué son?
—Ugh… 877
—Mm… —Xena recogió un paquete terminado de la pila en la que los
hombres habían estado trabajando. Las piedras habían sido envueltas en la
piel y atadas. Cerca de allí, podía ver un carro, y en el carro había sacos—.
¿Qué Hades pasa con esa perra? ¿No puede luchar como un hombre?
Gabrielle la miró.
—¿Para qué es esto? —preguntó mirando de nuevo los trozos, pero sin
tocarlos—. Dice términos de rendición… ¿Qué significa eso? ¿Van a lanzarlos?
—preguntó—. ¿A nosotros? ¿De verdad creen que nos rendiremos?
—No —dijo—. Pero ellos saben que esas personas de allí, en la ciudad, las
recogerán y las leerán. Saben que nos ayudaron —dijo—. Supongo que no les
ha gustado. —Pensó en todas las personas que ya habían sufrido a manos de
Sholeh, y en cómo sería si cientos de ellos, tal vez más, enfermaran. Muertos.
Después de leer una advertencia para que se rindieran—. Tch, tch, thc. —Xena
chasqueó suavemente—. Gabrielle, me han superado a perra. Maldita sea.
—¿Huh?
—Seguid trabajando. —La reina ordenó suavemente—. Envolved las piedras
con estas cosas, y seguid poniéndolas en los sacos. Dadme unos minutos para
descubrir a quién matar a continuación.
—Estás ahí. —Una voz fuerte y masculina casi la hizo saltar. Instintivamente, su
cuerpo se movió y por un pelo se contuvo de alcanzar la espada escondida
en su funda a lo largo de su espalda y echar todo a perder en ese momento.
—¿Sí? —Brendan respondió rápidamente por ella—. ¿Qué quieres? —Se volvió,
y otros dos hombres se volvieron con él, deslizándose para bloquear la vista
del hombre a su reina.
—Que amable. —Xena murmuró en voz baja. Ella tenía su cara medio vuelta
hacia él y su cabeza un poco baja, tratando de no estar tensa, o hacer que
Gabrielle se pusiera tensa. Su amante se había arrodillado para recoger un
montón de piedras y permanecía agachada allí, con una mano apoyada en
la bota de Xena.
—Llévalo al frente. Estamos casi listos para lanzar esas malditas cosas y adiós
muy buenas. —El persa pareció apaciguarse con su actitud. Barrió al grupo
con sus ojos, después resopló y se dio vuelta para irse. Su pie se enganchó en
algo y casi se tropieza, haciéndolo brincar un paso con una maldición—. ¡Qué!
—Nadie fue tan estúpido como para reírse—. ¡Limpia tu maldito campamento!
—les gritó—. ¡Ya es bastante malo como para que oláis como cerdos! —Se dio
la vuelta y pateó por lo que casi se había caído, luego se alejó lanzando su
capa detrás de él. —¡Moved vuestros traseros y comed ahora! —ordenó
mientras caminaba por el campamento—. Será la última vez que comáis algo
hasta que estemos en el mar.
Xena relajó lentamente sus manos, sus ojos se dirigieron a la pierna del muerto
que el soldado había pateado, ahora visible desde debajo de su capa.
La reina bajó lentamente la mirada hacia ella, sus pálidos ojos brillaban a la
luz del fuego.
—No. —Agarró del hombro a Gabrielle y tiró de ella hacia arriba—. Solo ve
con la corriente, rata almizclera. Una cosa que aprendí en esta larga y vieja
vida mía, es que si no tienes más que polvo y una taza vacía…
—No. —Xena envolvió una piedra en uno de los trozos—. Roba las cosas de
otra persona y úsalas. —Arrojó su paquete al centro de la mesa y buscó otro— 879
. Daos prisa —ordenó—. Tenemos que hacer una entrega.
Lo único positivo de toda esa situación era que había un caballo en ella.
Gabrielle esperó a la cabeza del animal, acariciándolo mientras cargaban los
últimos sacos a bordo y los soldados se preparaban para moverse.
—Sí.
—Póntelos.
—Está bien.
Parte 26
Gabrielle sentía que los latidos de su corazón se aceleraban con cada paso
que daban hacia los persas, mientras se acercaban al primer pequeño
campamento con su carro y su asquerosa carga. Se mantuvo cerca del lado
de los caballos, justo detrás de la forma alta de Xena e intentaba no pensar
en lo que la reina acababa de decirle.
De todos modos, no tenía tiempo para eso. Xena le puso una mano en el
hombro y Gabrielle respiró hondo antes de mirar a su amante.
—¿Sí?
—Sí.
Gabrielle retrocedió un poco, tirando del cuello del saco más cercano y
sacando uno de los bultos que había dentro. Lo sostuvo en su mano
enguantada, el peso de la roca de repente parecía enorme mientras Xena
dirigía el carro más cerca del fuego de cocina donde los hombres habían
estado esperando.
Xena esperó hasta que el último de los soldados se acercó a examinar las
bolsas antes de darle un pequeño empujón a Gabrielle.
La reina suspiró.
—¿Qué?
¿Era esa razón suficiente para matarlos primero? Gabrielle sintió náuseas ante
el conflicto, luchando contra su propio corazón mientras sus instintos se
enfrentaban a su deseo de complacer a su amante.
—Xena…
—No importa. —Xena echó un vistazo por encima del caballo para encontrar
a los persas veteranos observándolos desde el otro lado de la línea. Podía ver
sus perfiles, y el interés que estaban mostrando le provocó un cosquilleo en las
entrañas. No era una buena sensación.
Casi una sensación tan mala como la que había sentido por lo que Gabrielle
no había hecho.
—Lo siento.
—Cállate —le dijo Xena—. Probablemente sea mejor así. Solo espero que mi
puntería haya mejorado con los años o voy a hacer volar esta pequeña fiesta
por las nubes.
El segundo hombre agarró una pica y la balanceó hacia él justo cuando Xena
llegaba a su altura, y antes de que la reina estuviera realmente lista para ello,
la discusión se intensificó y había hombres balanceándose por todas partes.
—¡Mira tú, viejo! —El primer soldado amenazó con su pica a Brendan—. ¡¡¡Estoy
cansado de tanto huevón engreído!!! —Pasó rozando a Brendan y su arma
golpeó en el hombro del caballo, afortunadamente por el lado romo—.
¡Yahhh!
—¡He dicho que basta ya! —dijo el capitán que les había gritado a los hombres
de Xena, antes de levantarse de su barril cerca del fuego y comenzar a
acercarse a ellos.
885
Xena agarró la brida de los caballos y tiró de la cabeza del animal, poniendo
sus labios cerca de su oreja.
El caballo resopló, pero simplemente retrocedió un paso otra vez, mientras los
guerreros se arremolinaban frente a él bloqueando el camino. Xena agarró
mejor el cuero, luego giró la cabeza rápidamente, buscando a su pequeña
rata almizclera perdida. Al no ver señales de Gabrielle, dejó escapar un silbido
corto.
—He dicho ¡BASTA YA! —El capitán persa llegó y agarró a uno de los
combatientes, desenvainó su espada y le golpeó en la cabeza con la
empuñadura, enviando pedazos de hueso y piel por todas partes.
La máquina contra la que estaba apoyada era alta y maciza, una canasta
toscamente tallada, casi del tamaño de un carro, atada al extremo de un
brazo largo, contrarrestada por un peso y ahora colocada en posición para
disparar.
Enorme. Ella las había usado alguna que otra vez, pero arrastrar esas cosas
ralentizaba al ejército y acabó descartándolas, prefiriendo una caballería
rápida e ingobernable y los mejores guerreros de suelo que podía entrenar, en
lugar de máquinas sofisticadas y la monotonía de una guerra larga.
¿Falta de paciencia? Tal vez. Xena sabía que le gustaba conseguir lo que
quería, y conseguirlo ahora, y establecer un asedio en un campo con insectos
mordiéndole el trasero nunca le había atraído.
Nunca.
Y, sin embargo, habían llegado hasta allí desde el centro del ejército persa,
justo entre las columnas de soldados, como había planeado que harían.
¿Estaba volviendo su suerte?
—Por Hades. —El viejo capitán tosió—. ¿Cómo hemos podido abrirnos paso
entre todo eso? No lo sé.
—Xena.
—Sh… —La reina miraba a los persas que se acercaban, que hablaban
casualmente y se aproximaban más con cada paso. El que estaba a la
cabeza ya levantaba la vista y buscaba en su pequeño grupo a alguien al
cargo.
—Te he dicho… —Xena miró por encima del hombro de la mujer más
pequeña, más allá del carro, y sus ojos se agrandaron—. Ah… —Vio un gran 888
grupo de soldados que se dirigían hacia ellos desde el lado opuesto, la
mayoría de ellos montados.
Desde otra dirección, los grandes persas que les habían gritado se acercaban,
y sus hombres formaron apresuradamente a su alrededor, con sus rostros
nerviosos a la luz de las antorchas cuando se dieron cuenta de que se estaban
convirtiendo rápidamente en el centro de una atención no deseada.
Hizo una pausa y pensó en ello. ¿Qué Hades iba a hacer? ¿Qué Hades había
estado haciendo las dos últimas marcas de vela? Su visión periférica captó el
movimiento del ejército acercándose a ellos. A ver como salían de esta.
¿Para qué? ¿Qué sigue, Xena? Estás en medio de un ejército enemigo con un
carro lleno de mierda, diez hombres y una rata almizclera. ¿Qué ibas a hacer
una vez que dejaras de ser una imbécil ingeniosa y terminaras aquí?
¿Vomitar sobre los persas? ¿Desnudarte y bailar? Es más, ¿Tenías un plan,
aparte de seguir moviéndote y ya averiguarías qué hacer después, cuando tu
culo estuviera en llamas?
Maldita sea.
—Sí. —Su reina exhaló y miró a su alrededor, viendo todos los ojos fijos en ella,
todos esperando que ella lo arreglara. Una brisa fresca enfrió su rostro,
trayendo consigo un esbozo de mar y Xena sintió una sensación de latente
dolor y vergüenza, que la hizo temer seriamente el amanecer. Maldición.
Sencillamente no tenía tiempo para ser incompetente—. Agarra la antorcha
—le dijo al hombre más cercano—. Cuando te diga, tírala en el carro.
Entonces prepárate para luchar como el infierno.
Tampoco había tiempo para encontrar otro líder. Xena se ajustó el cinturón y 889
se recolocó la capa sobre el hombro para dejar al descubierto la empuñadura
de su espada. Sus ojos rastrearon a los persas que se acercaban y los dos
hombres a la cabeza, se separaron un poco, dejando al descubierto la figura
más baja y florida detrás de ellos.
Ah.
—Gabrielle.
—¿Sí?
—Oh.
—Creo que estarás orgullosa de mí. —Se inclinó y besó a Gabrielle en los
labios—. Espero que lo hagas. —Soltó la mandíbula de Gabrielle y se preparó,
caminando hacia donde el carro bloqueaba la vista de Sholeh
aproximándose. Estaba a mitad de camino cuando sintió una presencia en
sus talones, y miró hacia un lado para ver a Gabrielle alcanzarla—. ¿A dónde
vas?
—Otro contará la historia con nosotras dos en ella. —Mantuvo sus pasos a la
par que Xena y se preparó para hacer…
—Me parece bien —dijo Xena justo antes de llegar al carro—. Pero no digas
que no te advertí.
—No lo haré.
Xena se echó la capucha hacia atrás mientras se agachaba para pasar junto
al caballo, tomando aire mientras la brisa del mar soplaba contra su rostro. Se
quedó allí brevemente con su mano en el cuello del animal, casi oculta a
simple vista de la multitud que se aproximaba en la noche.
Se quitó los guantes y se limpió las manos en la capa, luego se metió los
guantes en el cinturón y flexionó los dedos, sus palmas ya sentían la forma
fantasmal de su espada. Podía oír a Brendan y los hombres detrás del carro y
despertó el interés de todos los soldados persas que se alejaban del lanzador
y se dirigían hacia la realeza que se aproximaba.
Estaban listos para luchar, eso era seguro. Sholeh tenía a sus siervos a su
alrededor, y todos llevaban estandartes de guerra en la parte superior de sus
lanzas, con un aire de expectación sobre ellos.
Sholeh estaba vestida con una armadura, con la cabeza descubierta y el pelo
brillante a la luz de las antorchas que sostenían sus siervos. Era la imagen misma
de una princesa, su larga capa forrada de piel y su reluciente armadura de
estilo persa.
—¿Qué?
—No importa. —Xena hizo chasquear sus nudillos—. Vamos. —Esperó a que
Sholeh detuviera su pequeño desfile no muy lejos y se preparase para arengar
a sus tropas. Los hombres comenzaron a reunirse cerca, y ella y Gabrielle se
colaron detrás de ellos, hombro con hombro, mientras los soldados de Xena
aparecían a su alrededor, formando una burbuja de caras amistosas y
bloqueándolas de la vista—. Pensé que os había dicho a todos que os
quedarais allí —gruñó Xena.
—Estúpidos bastardos.
—Nosotros también te queremos mi reina —respondió Brendan en voz baja
pero clara—. Y a donde decidas ir, también lo haremos nosotros.
—Todos vosotros solo cerrad el maldito pico —soltó Xena entre sus dientes
apretados—. O de lo contrario…
La suerte estaba del lado de Xena. Sholeh eligió ese momento para comenzar
su discurso, alzándose en sus estribos y levantando las manos, agarrando una
daga en una de ellas. El ejército gritó en respuesta.
892
—Eh… —susurró.
—¡Heydar! ¡Haz que estos hombres se muevan! —El acorazado persa cabalgó
obedientemente hacia el carro, desenvainando su espada con un
movimiento perezoso mientras los soldados se dispersaban más rápidamente,
separándose frente a la princesa y su séquito, y abriéndose en masa a ambos
lados para apartarse del camino—. ¡Apagad ese fuego! ¡Cargad la máquina!
¡Quiero que esa gente de allí conozca mi ira antes de que los mate! —Xena
estuvo muy, muy cerca, de estallar en carcajadas. En cambio, simplemente
esperó a que la última línea de soldados se despejara frente a ella, dejándola
delineada desde atrás por las crecientes llamas, enfrentando a su enemigo—
. ¡Los torturaré por sus acciones! —gritó Sholeh—. ¡Van a…!
—¡Tus hombres huyeron de la ciudad! —gritó Xena—. ¡La ciudad no les hizo
nada, estúpida imbécil! ¡Yo lo hice! —Se señaló a sí misma con el pulgar—.
Prendí fuego a tus malditos barcos con ese vómito de cobarde, fuiste lo
suficientemente estúpida como para transportarlo en uno de los barcos y
pateó sus traseros fuera de las puertas.
Xena dio otro paso adelante, iluminada por el fuego de un lado y la primera
niebla gris del amanecer por el otro.
—Yo. —Se detuvo—. Así que no vas a hacer pagar tu condenado ridículo a
esas personas.
Era una locura, pero cuando se sacudió la conmoción y escuchó lo que Xena
estaba diciendo, supo que, al menos en eso, la reina había tenido razón otra
vez.
Estaba orgullosa. Orgullosa de estar aquí y ser parte de la vida de Xena, incluso
en un momento como este.
—Cogedla —dijo Sholeh con voz plana—. Atadla y veremos cuál de nosotras
es la tonta. —Esperó, luego miró a su alrededor cuando nadie se movió—.
¡Cogedla! —ordenó en voz más alta.
—Esa es una muy buena idea también. —Gabrielle se apartó de los hombres
de Xena—. Aunque me encantaría contarle a todo el mundo cómo todo este 895
gran ejército recibió una paliza por esta única persona.
Ellos eran buenos. Ella era mejor, y mientras arremetía, cortaba y acuchillaba
en círculo, se dio cuenta de que ellos se dieron cuenta de eso cuando dieron
un paso atrás e intentaron reagruparse.
—¿Cuál es el problema? —gritó—. ¿Tenéis miedo de una chica? ¡Pequeños
cagones! —Furiosos, la atacaron de nuevo. Xena sintió que su sangre
bombeaba con fuerza dentro de su cuerpo y cada aliento que inhalaba, la
hacía sentir más poderosa a medida que la excitación de la batalla la invadía
y soltó un grito salvaje. Envainó su daga y sacó su chakram en su lugar,
alternando golpes del revés con su filo afilado y batiendo las espadas de los
persas con la espada en su otra mano. Sintió el vuelo desde atrás antes de
que la golpeara, y se dejó caer sobre una rodilla para oír el silbido de una pica
sobre su cabeza. En lugar de volver a levantarse, puso las manos en el suelo y
pateó hacia atrás con ambos pies, sabiendo que estaba en lo cierto cuándo
sintió que impactaban en un cuerpo pesado, eso hizo que su cuerpo rodara
hacia adelante. Se dejó llevar y luego empujó hacia atrás, arqueando su
espalda con un poderoso impulso, justo cuando sintió algo que venía rápido
desde un lado. No había problema. Se giró hacia la derecha y esquivó al
soldado en movimiento, girando su espada y gruñendo cuando la hoja
impactó en la cabeza del soldado con un fuerte golpe. Su chakram fue en la
otra dirección, desviando una daga en manos de un hombre que ya estaba
sangrando por un corte en su cara. Le dio una patada a su primer oponente
justo en el lateral de su rodilla, sintiendo el crujido por toda su pierna cuando 896
la articulación colapsó. Él cayó y ella hizo girar su espada para enterrar toda
su longitud en las entrañas del segundo hombre, manteniendo su impulso
mientras liberaba su espada y lo dejaba caer junto a ella. Un momento. Un
respiro. Una mirada a través de la multitud para ver a sus hombres luchando
furiosamente en un círculo cerrado, cuya espalda estaba protegida por el
carro en llamas. Contra ellos, una línea de soldados persas regulares que
habían venido desde el otro extremo del campamento donde habían estado
trabajando. Una mirada a su alrededor para encontrar seis hombres en el
suelo, y una docena más que se dirigía hacia ella. Xena abrió sus brazos y dejó
escapar otro grito—. ¡Vamos, débiles bastardos! —gritó—. ¡Os mataré a todos!
—señaló con su espada a las silenciosas filas de tropas—. ¿Queréis pelea?
¡Venid aquí!
Entonces vio movimiento por el rabillo del ojo y se giró a medias, a tiempo para
ver a Heydar dirigirse hacia ella con una mirada decidida en el rostro y su
espada en la mano. Ya estaba manchada de sangre.
Sholeh estaba de vuelta sobre su caballo, detrás de una fila de sus hombres
que luchaban contra los hombres de Xena. Señaló a Xena con la
empuñadura y le gritó algo a Heydar, quien levantó su espada y luego se
quedó sin tiempo porque seis o siete enormes persas se apresuraban hacia
ella.
El sol estaba bordeando el cielo. Esquivó al primero de los nuevos luchadores
y se volvió hacia el amanecer, usando el tono perlado para delinear a sus
oponentes y detectar pequeños cambios en sus cuerpos, antes de hacer
frente a la primera espada con la suya.
Estos sabían cómo luchar con espadas. Xena levantó su otra mano sobre su
empuñadura mientras su oponente se retorcía con fuerza e intentaba
desarmarla. Fue un momento aterrador, pero sus muñecas aguantaron y ella
giró salvajemente hacia atrás en la otra dirección, sorprendiéndolo.
Lo miró a los ojos durante un largo momento, luego el instinto la hizo volverse
y lanzarse al suelo, la tierra golpeó sus manos forzándolas hacia su cuerpo, casi
haciéndola destriparse a sí misma mientras se las arreglaba para rodar sobre
su hombro y codo para volver a levantarse sobre sus rodillas.
Había una lanza clavada en el suelo más allá de su espada justo donde había
estado, la empuñadura tallada con marcados símbolos. Se puso en pie de un
salto mientras Heydar agarraba la lanza y tiraba de ella, y luego tuvo a cinco
de ellos frente a ella, con Heydar en el centro, formando una barrera mientras
avanzaban hacia ella en línea.
897
De esto, dijo una vocecilla en su cabeza con calma. De eso están hechas las
leyendas, Xena. De una persona muy estúpida, haciendo una cosa muy
estúpida. Añade un hermoso amanecer y acabarás siendo alabada por los
bardos de un extremo al otro de la tierra.
—No luches contra nosotros, Xena —dijo de repente Heydar—. No mueras así.
Xena se echó a reír, sintiendo la risa hasta lo más profundo de sus entrañas.
—Ya voy a morir por algo —le dijo—. Tú ya has perdido, Heydar. Demasiada
gente vio a un viejo luchador vencido y un puñado de viejos parándote en
seco.
Era consciente de los gritos fuera del círculo. Ni siquiera el sonido de las
espadas enemigas contra la suya podía bloquearlos y siempre, siempre, con
una oreja atenta para captar el más leve comienzo de un grito de su nombre
que solo podía significar una cosa.
O tal vez no. A veces significaba que estaba a punto de que le patearan el
culo.
Más soldados corrían hacia ellos. Xena se agachó bajo una maza y esquivó
una daga, viendo el muro de hombres que se dirigían hacia ella y se preguntó
si había durado lo suficiente y había matado a suficientes hombres para ser
calificada como futura mención en los fuegos de campamento.
Entonces varias cosas pasaron a la vez. Primero, se dio cuenta de que tenía
un gran problema. En segundo lugar, se dio cuenta de que había un hombre
con un hacha a dos pasos de ella que ya comenzaba a deslizarse hacia abajo
y que no podía darse la vuelta lo suficientemente rápido como para
detenerlo.
En tercer lugar, escuchó que gritaban su nombre y eso le puso el último clavo
a su ataúd.
El hacha venía hacia ella y agarró su empuñadura con ambas manos cuando
sintió que Heydar agarraba su brazo para intentar bajarla. La ira hizo que sus
músculos se tensaran, y sintió que se le escapaba un gruñido mientras halaba
hacia atrás del tirón y golpeaba sus hombros contra el suelo, a la vez que
retorcía su torso dolorosamente.
El soldado tocó débilmente la lanza, luego levantó los ojos y se derrumbó sobre
Heydar, atrapando al gran persa en el sitio, mientras luchaba por liberarse y
continuar la lucha.
Gabrielle se volvió y la miró, con los ojos muy abiertos como huevos de petirrojo
en una cara cubierta de barro y sangre, pero iluminada con una
determinación feroz y un toque de ira. Nada de miedo.
—N… no podía dejar que te hiciera daño —logró decir Gabrielle, mitad ronca,
mitad gemido—. ¿No?
—Cierto.
Sin sonreír, pero con el más leve de los temblores en la comisura de la boca
de Gabrielle, que podría haber sido el más leve esbozo de una.
Gabrielle estaba tendida, completamente flácida sobre los lomos del caballo,
solo la marcada subida y bajada de su pecho, delataba si estaba viva o
muerta.
Sholeh la agarró del pelo y tiró de su cabeza hacia atrás, con su mano firme
en la garganta de la mujer rubia, la hoja presionando contra la piel y
dibujando pequeñas gotas visibles de sangre. Se río de Xena, luego giró la
cabeza para besar a Gabrielle, y la hoja se hundió aún más mientras se movía.
Sholeh gritó con una mano apretada en su rostro, la sangre le recorría todo el
brazo.
Gabrielle escupió algo. Luego escupió otra vez, y luego otra, su respiración
agitaba su pecho mientras se levantaba y se sacudía junto a la alta figura de
Xena.
Gabrielle tosió.
—Llevémonos con nosotros a tantos como podamos —dijo Xena en voz baja,
mientras el ejército comenzaba a plegarse hacia ellos desde todas las
direcciones—. Quienquiera que quede, nunca olvidará esto.
Gabrielle vaciló, luego volvió la cabeza y miró a Xena con el rostro manchado
de sangre. Sus ojos estaban oscurecidos y casi irreconocibles por las
emociones que se agitaban en ellos y parecía como si estuviera a punto de
vomitar.
—Qué Had… —murmuró Brendan protegiéndose los ojos para ver las
murallas—. ¿Qué están haciendo?
Los gritos del ejército de Sholeh comenzaron a flaquear cuando los cuernos
de su propio ejército empezaron a sonar en reacción y las cabezas se
volvieron hacia la ciudad. Las puertas se estremecieron, luego comenzaron a
abrirse lentamente hacia afuera, revelando una gran multitud de hombres y
caballos, que comenzaron a derramarse por el campo hacia las líneas persas.
Xena trepó a la jarcia del lanzador y miró hacia la ciudad, observando el 904
súbito avance con ojos incrédulos. Luego se acordó de la mitad del ejército
persa detrás de ella y se dio la vuelta cuando sintió algo a su espalda,
agachándose instintivamente mientras blandía su espada.
Habían sido sus ojos lo que había sentido, todos enfocados en ella, con una
extraña atención que hizo que se le secara un poco la garganta y se dejó
caer de la jarcia antes de convertirse en un objetivo.
Xena suspiró, el sonido terminó en un gemido. Ahora que las líneas se estaban
cerrando, podía ver a los torpes jinetes con armaduras desparejadas.
—Idiotas.
Sin líder, esas tropas tal y como eran, serían masacradas tan pronto como
llegaran a la altura de los persas y Xena estaba un poco molesta por haber
trabajado tan duro sacrificándose a sí misma por esos idiotas que, quisiera o
no, iban a acabar sacrificándose de todos modos.
Era un desperdicio morir así, tal y como Brendan había dicho. Aunque el hecho
de que ella y sus hombres todavía siguieran vivos la sorprendía, el objetivo
había sido desviar la atención de Sholeh de la ciudad y darle algo más en lo
que centrarse. Matar a Xena habría vuelto insignificante su interés en la ciudad
y tal vez, solo tal vez, la convencería de tomar su ejército y marchar río abajo,
como había planeado originalmente.
—Ah. —Se animó—. Gabrielle, ven aquí. —Cambió su plan al descubrir una
posibilidad.
—Qu…
—Agárrate. —Xena se estiró detrás de ella y golpeó con su espada las cuerdas
que sostenían el lanzador en posición, cortándolas con único y poderoso tajo.
Era aterrador, y estimulante, y Xena deseaba tener unos minutos más para
disfrutarlo antes de aproximarse al suelo y tener que acabar está loca acción
suya. El viento se precipitó contra su rostro y apretó a Gabrielle más fuerte
contra sí mientras la luz de la mañana las bañaba.
—Relájate —le aconsejó a su chillona carga—. Voy a golpear primero. —Las
giró a ambas en el aire mientras el suelo se acercaba rápidamente, oyendo a
los persas gritar detrás suyo y la fuerza de la ciudad gritando delante cuando
reconocieron el misil inesperado que se dirigía hacia ellos.
Xena dobló las rodillas y soltó el aire, gruñendo mientras sus pies tocaban el
suelo con una fuerza vertiginosa. Dejó que sus piernas se doblaran al recibir el
impacto mientras se colocaba entre el suelo y la lacia, como un trapo,
Gabrielle, golpeando sus hombros contra la tierra mientras se quedaba sin
aliento.
—Urrff.
—¿Estás bien?
—Bbbbbbb…
906
—Suficientemente bueno. —Xena sintió una sensación de profundo alivio al
ver las líneas de tropas de la ciudad separándose y una gran forma negra
abriéndose paso a través hacia ella—. ¿Quieres ir a dar un paseo?
—Bbbbbb…
Xena lo tomó como un sí. Esperó a que Tiger se detuviera y entonces saltó
sobre su lomo, acomodándose antes de estirar un brazo hacia su todavía
sacudida compañera.
—¡CÁLLATE Y GRITA! —tronó Xena—. Has salido aquí para morir, maldita sea,
asi que, ¡cállate y sigue adelante! —Lennat abrió la boca para responderle,
después la cerró bruscamente con un clic y simplemente asintió. Sus ojos se
movieron hacia la otra pasajera de Tiger, luego miró hacia adelante y gritó
tan fuerte como pudo. Xena se estremeció. Los hombres a su alrededor se
unieron y empezaron a gritar mientras los caballos comenzaban a ganar
impulso, y los hombres, que cargaban variadas armas, corrían detrás tan
rápido como podían. Había, tal vez, quinientos. Todos y cada uno de ellos.
Xena miró hacia atrás. Toda persona que podía levantar un palo, un arco o
907
una honda, estaba en el campo corriendo hacia los persas, y cuando vio de
refilón sus expresiones frenéticas y entusiastas, la hizo detenerse por un
segundo y darse cuenta de lo monumental que era realmente lo que estaban
haciendo. Monumentalmente estúpido, sí, pero… Xena se giró y levantó su
espada, urgiendo a Tiger a ponerse al frente mientras se echaban encima de
la primera línea de los persas. Podía ver el desbarajuste en el orden de las
tropas, hombres a caballo tratando desesperadamente de ponerse al frente
y golpeando a los lacayos con picas para quitarlos de en medio. Detrás de
ellos, un enorme grupo de hombres se estaba reuniendo alrededor de lo que
ella creía que era Sholeh, y, a un lado de eso, vio una perturbación que tenía
que ser Brendan causando todos los problemas que podía. Aprovechando la
confusión del enemigo. Justo como ella haría. Dirigió a Tiger al centro mismo
de las líneas, donde los hombres y los caballos estaban más contenciosos,
envolviendo una mano en la crin de Tiger y la otra empuñando su espada—.
¡Agárrate fuerte! —le ordenó a Gabrielle.
Gabrielle mantuvo un fuerte agarre sobre Xena con un brazo, pero aflojó el
otro mientras se lanzaban a la batalla en caso de que lo necesitara para
defenderse de algo.
Un hombre se acercó y les apuntó con una lanza. Gabrielle sintió que Tiger se
movía y ella aprovechó el impulso, pateando su bota y golpeando la punta
de la lanza con ella. La punta dio de lleno en el suelo y el hombre, que había
estado corriendo con ella, se vio detenido de repente y tropezó, aterrizando
de rodillas.
Xena lo vio. Gabrielle se dio cuenta porque la reina intercambió sus manos y
colocó su espada en el lado derecho por el que el persa estaba entrando y
luego agarró su chakram con su otra mano. Pudo sentir el cambio cuando las
piernas de Xena se apretaron y tomó una respiración profunda mientras el
hombre y su caballo retumbaban hacia ellas.
Podía ver los ojos del caballo, muy abiertos y enloquecidos, con la cabeza a
un lado mientras Tiger giraba para encontrarse con él, el caballo negro
enseñaba los dientes y chasqueaba cuando la espada de Xena se alzó para
encontrarse con la maza sobre su cabeza.
Pero no fue así. Se detuvo, sostenida por la espada de Xena y, con un giro del
hombro, se desvió hacia un lado mientras Xena se estiraba sobre su cuerpo y
acuchillaba la muñeca del soldado con su chakram, haciéndole un profundo
corte que le obligó a soltar la maza.
Gabrielle soltó al caballo y giró la cabeza cuando algo rozó su brazo, justo a
tiempo para ver una espada dirigiéndose directamente a su cara. Xena
estaba luchando contra otro jinete y lo único que podía hacer era agacharse
rápidamente, empujando su cabeza contra la espalda de Xena, mientras la
hoja cortaba a lo largo de la parte posterior de su cuello, dejando atrás un
dolor abrasador.
Sintió que Xena se movía, la parte posterior del brazo de la reina la golpeó
cuando se giró para enfrentar el ataque, el sonido retumbante del metal
contra el metal hizo que le dolieran los dientes. Escuchó un gruñido, luego un
ruido sordo, y luego Tiger se puso en movimiento de nuevo por lo que se
arriesgó a mirar a su alrededor.
Miró hacia abajo y vio a un soldado persa a punto de cortarle el pie. Tiró
frenéticamente contra su agarre y soltó un grito, estirando el brazo de su mano
libre para agarrarlo del pelo y tirar de él con fuerza.
910
—¡Deja eso!
Detrás de él, un soldado estaba parado de pie con armadura persa. Gabrielle
lo miró, luego entrecerró los ojos tratando de descifrar sus facciones con las
familiares de las tropas de Xena, dándose cuenta un momento después de
que no lo conocía.
Gabrielle se agarró con más fuerza e hizo una mueca mientras sentía el dolor
en la parte posterior de su cuello. Se inclinó hacia adelante y apretó sus rodillas
cuando Tiger se movió más rápido, ahora no era el momento de preocuparse
por eso.
Quería vivir. Pensó que Xena quería vivir. Las cosas estaban cambiando muy
rápido y quería un tiempo para simplemente experimentar y explorar lo que
estaba sucediendo.
911
Explorar lo que había visto en los ojos de Xena, allí en medio del campo de
batalla.
Los hombres de la ciudad gritaron más alto. Xena gritó más alto.
Era raro. Parpadeó un par de veces, viendo grupos de hombres que iban
aparentemente al azar en diferentes direcciones. Muchos de los hombres de
la ciudad se habían reunido cerca de Xena en sus caballos y parecía que
llevaban armas persas en sus manos.
Toda la pelea los había cogido por sorpresa. Estaban terminando su descanso,
preparándose para marchar sobre la ciudad y esperaban poca o ninguna
resistencia. La lucha en el centro del ejército había atraído toda la atención
hacia el interior y cuando, por tonta casualidad, Lennat había sacado a las
tropas de la ciudad, no estaban preparados para ello.
Heydar surgió de las filas alrededor de la princesa, y cabalgó hacia las líneas
delanteras.
—¡Luchad para que el resto de esos bastardos puedan escapar! —gritó Xena
en respuesta—. ¡Mirad! ¡Daos la vuelta y mirad estúpidas mulas! ¡Defiende la
posición y muere mientras ellos huyen!
—¡Tiene razón! —añadió Lennat con tono excitado—. ¡Mirad! —Él señaló hacia
atrás sobre sus cabezas—. ¿Veis? ¡Guauu! ¡Están huyendo! ¡Están huyendo de
verdad!
Xena tiró de la cabeza de Tiger y lo espoleó con fuerza, enviándolo a las líneas
mientras los hombres se dispersaban y saltaban para apartarse de su camino.
Iba a galope tendido en unos pocos pasos y cuando Heydar levantó su
espada para golpear a uno de sus hombres, ella sacó su chakram y lo lanzó.
Cortó el aire y luego se abrió camino por encima de los nudillos de Heydar
mientras giraba golpeando la hoja y lanzándola dando vueltas fuera de sus
manos.
—¡Por ahora, Xena! —le gritó—. ¡Pero los dioses te verán aplastada antes de
que se ponga el próximo sol!
Xena tiró de Tiger y se dio cuenta de que estaba justo en el centro de una
multitud de soldados persas. Dejó caer la cabeza un poco hacia adelante y
lanzó una mirada asesina a su alrededor, finalmente se encontró con los ojos
del hombre al que acababa de salvar de la espada de Heydar.
Xena exhaló, mirando más allá de ellos para ver a los arqueros finalmente
formando alrededor del grueso del ejército en retirada para proteger sus
flancos.
Atrás quedaron las máquinas de asedio, una caída sobre un costado. Todavía
salía humo de los restos del carro. Brendan estaba guiando a sus hombres
hacia adelante a través de las ahora silenciosas tropas que quedaban.
—Impresionante.
Sí. Xena giró lentamente su montura para estudiar la carnicería que las
rodeaba. Impresionante.
Parte 27
Se sentía bien estar simplemente sentada. Dejó que las manos descansaran
sobre sus muslos, parpadeando un poco mientras la luz del sol se derramaba
sobre la piel de sus nudillos teñidos de rojo y marrón, y sobre la parte superior 915
de sus dedos índices en carne viva.
Recordaba haber mirado entre Brendan y Jens y haber visto a Xena caer.
Gabrielle se miró las manos, girándolas para ver las palmas. Recordó correr
hacia Xena, y estar tan enojada porque había visto a la reina dirigiéndoles con
tanto coraje y tanta valentía, y era horrible que esos malditos persas la
estuvieran atacando.
¿Lo había hecho? ¿Había olvidado que tenía la punta afilada en el extremo
de su lanza cuando embistió al soldado?
Tal vez. Gabrielle suspiró, incapaz de recordar a ciencia cierta. Había sentido
alivio cuando el soldado se había ido, y vio que Xena se liberaba, y sabía que
estaban bien de nuevo, durante unos minutos.
—Hola.
—Hola.
—Bueno —exhaló—. Dada la alternativa, sí. Estamos bien —dijo—. Les hemos
vencido, Gabrielle.
—Yo también. —Bajó la bota y apoyó los codos en las rodillas. Después de un
pequeño silencio, entrelazó los dedos y apoyó la barbilla sobre ellos—. Maldita
sea, estoy hecha polvo.
—Ah.
—Sí. —Xena se puso de pie antes de que su cuerpo tuviera más ideas
divertidas y esperó a que Gabrielle se le uniera. Soltó un silbido corto y agudo
y esperó, mientras Tiger la oía, se separaba de la pequeña manada de
caballos que había salido de la ciudad, y se movía hacia ella—. Vamos a 918
lavarnos y a tomarnos un descanso. Creo que nos lo hemos ganado.
—Yo también lo creo. —Gabrielle extendió una mano cuando Tiger llegó a
donde estaban y le acarició la nariz mientras él resoplaba en sus dedos—.
¿Crees que les queda algo de cerveza? Podría tomarme una jarra grande.
Xena se subió al lomo de Tiger y le ofreció una mano a Gabrielle. Le tomó toda
su energía restante para levantar a su compañera a bordo, estaba contenta
de girar la cabeza de su semental hacia las puertas abiertas de la ciudad y
alejarse, más allá de los aún aturdidos ciudadanos.
—¿Crees que hay alguien en la ciudad más peligroso que el ejército al que
acabamos de vencer?
—Nah —dijo— Solo preguntaba, eso es todo. Nos encargaremos de las cosas
aquí fuera y nos prepararemos para lo que viene después.
Xena desvió a Tiger hacia él.
—No, no lo harás, viejo tonto. Toma a estos pobres desgraciados, entra allí, y
descansa un poco. No vamos a perseguir la cola a esa perra ahora.
La reina suspiró.
—Te tengo engañada —suspiró—. Por suerte para mí, también tengo a todos
los demás engañados. ¿Pero sabes qué? Debería haber llevado a ese maldito
ejército conmigo.
—No.
—Oh.
—Tal vez pueda robarle el ejército a Sholeh —reflexionó Xena—. Creo que
conseguí que algunos dieran la vuelta ahí... ¿no? —Miró hacia atrás a su
pasajera—. ¿Allí al fondo? Algunos de ellos se han quedado.
—Um.
—Yo también. —Xena hizo una mueca—. Maldición. Debería haberlo matado
cuando tuve la oportunidad. ¿Qué Hades me pasa? —Sus hombros se
hundieron un poco, y negó con la cabeza—. No entiendo cómo sigo
cagándola tanto y aun así les hemos pateado el culo. No lo entiendo.
Se acercaron a las puertas y Xena pudo ver el interior, donde la mayor parte
de la ciudad parecía estar reunida. La plaza que había contenido su pequeña
fuerza, ahora estaba llena de gente y mesas improvisadas, donde los
mercaderes habían reunido todo lo que les quedaba y lo estaban ofreciendo
para la venta.
Vítores.
Vitoreaban su nombre.
—¡Xena! Xena! ¡Xena! —La multitud se acercó a ella, las sonrientes caras
levantadas y agitando las manos—. ¡Xena!
—Aja.
Los vítores volvieron a alzarse, junto con silbidos y el sonido de percusión en los
cajones de madera esparcidos por la plaza. La espalda de Xena se enderezó
y ladeó un poco a Tiger levantando una mano para reconocer los elogios.
Una enorme bandada de niños corría por la plaza, sus pequeños pies
traqueteaban suavemente sobre el suelo de piedra, mientras se dirigían hacia
los maltrechos soldados que se encontraban en medio de ellos. Cuando
llegaron donde estaba Xena, pequeños cuerpos se retorcían entre la multitud
solo para detenerse justo al lado de la forma alta de Tiger, para mirar a Xena
con absoluto asombro.
Una mujer se apresuró y le puso las manos sobre sus hombros manteniéndolo
en su sitio.
—Ya veo, Kiva. Cállate. —Ella miró tímidamente a la reina que los observaba—
. Su majestad, perdónelo.
La multitud se echó a reír y Xena se rio por lo bajo con ellos, su estado de ánimo
mejoró enormemente. Se relajó sobre la espalda de Tiger y dejó que sus manos 922
descansaran sobre sus muslos, mientras varios de los ancianos de la ciudad se
agitaban entre la multitud para ponerse frente a ella.
—Su Majestad. —Uno se inclinó ante ella—. Perdónanos por no haberte dado
la bienvenida formal a nuestra ciudad antes.
Xena lo miró, miró el destrozo de la plaza, luego se volvió y miró hacia atrás, a
través de las puertas al caos controlado más allá. Se dio media vuelta.
—¡Xena! —Gabrielle la agarró del brazo mientras los ojos del hombre casi
salían de sus órbitas.
—Bh... —El hombre movió su boca como si buscara su lengua dentro de ella—
. Ah...
—Nosotros... seguramente podemos. —El hombre junto a él se hizo cargo
valientemente—. Por supuesto, por supuesto, por favor, venga con nosotros —
dijo—. ¡Todos, tres vítores para la Reina Xena!
—Por supuesto.
—Impresionante.
923
Gabrielle se secó los brazos y las piernas, luego se levantó de mala gana y se
acercó a donde la estaba esperando una sencilla bata de seda, pasó las
puntas de sus dedos sobre la tela antes de dejar la toalla y ponerse la otra
prenda, los frescos pliegues rozaban su cuerpo mientras se la ataba.
Le dolía todo el cuerpo, desde la cabeza hasta los dedos de los pies. Se sentía
como si hubiera estado fuera en los campos recogiendo la cosecha durante
días, el recuerdo del ruido y el caos de la batalla mitigándose y mezclándose
en una pesadilla que se desvanecía.
Caminó hacia la estrecha ventana de piedra y miró hacia afuera, viendo que
el gran mercado improvisado se había extendido, y ahora también parecía
haber gente preparándose para una celebración. ¿La ciudad pensaba que
todo esto había terminado?
Gabrielle estaba sentada al lado de la ventana. ¿Se había acabado para 924
ellos? Tal vez. Trató de imaginárselo desde el punto de vista de los ciudadanos,
pensando en que habían estado bajo el control de los persas durante todo
ese tiempo y luego la llegada de Xena, que los había expulsado en cuestión
de días.
Se sentía tan extraño saber que sería parte de esas historias. Gabrielle giró su
mano a la luz del sol que entraba por la ventana, el calor aliviaba un poco la
rigidez de sus dedos. Lentamente, la cerró y recordó la sensación de la lanza
en ella, y la sacudida que casi la había parado en seco cuando la punta
golpeó la espalda del soldado.
Casi la detuvo. Recordaba haber hundido los pies en el suelo y avanzar, sin
miedo, sin angustia por lo que estaba haciendo, solo una sensación de
determinación feroz impulsándola junto con una sorprendente cantidad de...
¿Ira? Gabrielle frunció el ceño. Estaba alterada, quería desesperadamente
alejar a los soldados de su amante y protegerla para que no la hirieran,
aunque sabía muy bien que Xena no necesitaba protección. ¿Se había
enfadado?
Apoyó la cabeza contra la pared. Sí, lo había hecho. Enfadada con los persas,
y aún más enfadada con Sholeh, que la había agarrado como a un saco de
trigo y pensaba que podía hacer lo que quisiera con ella.
—Oye.
—Hola.
—Solo estaba mirando por la ventana —explicó—. ¿Has terminado con los
hombres?
—Terminé con los hombres desde hace unos veinte años, Gabrielle. —Xena
dio un paso y miró por la ventana—. Pero gracias por preguntar. ¿Qué Hades
están haciendo ahí afuera? ¿Montando un circo?
Xena tenía los ojos cerrados, abrió uno y miró directamente a Gabrielle.
—Lo único que podría arruinar las sábanas. —Se desató la bata que tenía
puesta y la abrió, dejando al descubierto un vendaje ensangrentado justo
debajo de sus costillas.
—Se siente horrible. —La reina tenía los ojos cerrados de nuevo—. Pero, todo
lo demás también. —Aquí, lejos de los hombres, no tenía que fingir y mostrar
buena cara. Aquí con Gabrielle, podía sentirse cómo se sentía y decir cuánto
le dolía y sabía que no se la consideraría peor por eso.
—¿Lo hiciste? —preguntó Xena—. ¿Incluso si eso significa que mataste a ese
tipo?
—Mm. —Xena frotó la espalda de Gabrielle con dedos suaves—. Te dije que
eras una luchadora —dijo—. Recuerdo la noche en que llegaste al castillo,
estabas en el patio sacudiéndole la mugre a un poste y lo dije entonces, uh
oh. Ten cuidado con esa.
—¿Lo hiciste? —Gabrielle dio una última puntada, y limpió el corte con
cuidado, contenta de haber terminado—. Me resulta duro recordarlo. —Hizo
una pausa, y mordió el hilo que había estado usando en el costado de Xena,
luego apoyó las manos en la cama—. Recuerdo lo espantoso que me pareció
ver morir a la gente.
—Es espantoso —dijo—. Pero es parte de nuestras vidas, y no hay mucho que
puedas hacer al respecto, pequeña. —Se mantuvo inmutable mientras los
cansados ojos verdes se movían para encontrarse con los suyos—. ¿Sabes cuál
es la mayor diferencia entre tú y yo? —Gabrielle vaciló, luego negó con la 928
cabeza ligeramente—. Yo soy una asesina —le dijo la reina—. Tú no lo eres.
—Lo hiciste. —Xena le sonrió con los ojos medio cerrados—. Apuesto a que no
te sientes mal en absoluto por haberle arrancado un trozo a Sholeh.
—Lo hicimos.
—Sip.
—Así que supongo que ha sido un buen día de verdad. ¿No es así?
Una brisa fresca entraba por la ventana, trayendo el aroma de carne asada
y el sonido de la risa de los niños, y eso fue suficiente para llevarla a dormir
sabiendo que, de hecho, había sido un puñetero buen día, ya que ambas
estaban aquí para hablar sobre eso.
Saber que no había nada que pudiera hacer al respecto la estaba volviendo
loca.
—Xena.
—¿Por qué estás despierta? —preguntó—. ¿Te dije que solo te echaras una
siesta o algo así?
Gabrielle se movió y medio rodó sobre su costado, estirando sus piernas con
un pequeño gruñido.
930
—Estabas hablando. Me has despertado —dijo—. Guau. ¿Cuánto tiempo
hemos estado durmiendo?
—No lo suficiente. —Xena se estiró con cautela y cruzó las manos sobre el
estómago. Definitivamente todavía estaba cansada, pero no tan
desesperadamente como lo había estado antes y, al menos, el fuerte dolor
de cabeza que había nublado su visión, había desaparecido.
—Aja.
—¿Quieres un poco?
—Aja.
—Usa esa inventiva tuya y sé más descriptiva —solicitó Xena—. ¿Qué está
pasando fuera? ¿Problemas? ¿Caos?
—Están teniendo una gran fiesta allá abajo —le informó su amante
obedientemente—. Tienen tres... no, cuatro fuegos funcionando y mesas
puestas. Hay mucha gente.
—Bonito.
—No, la verdad es que no. De hecho, estoy fatal —dijo la reina—. Parece que 931
me he hecho daño en la espalda. La verdad es que no puedo moverme. Lo
más probable es que no pueda salir de esta cama —informó a Gabrielle—. Así
que mientras estás con eso, tráeme mi equipo y una copa con agua para que
pueda respirar sin gritar.
—Oh, Guau. —Los ojos de Gabrielle se abrieron con alarma—. ¡Xena, eso es
horrible!
—Deja que vaya a por tus cosas. —Rodeó la cama y fue al aparador, cogió
una vela y se inclinó para encenderla en el fuego. La vela prendió y encendió
otras dos, bañando la habitación con luz dorada. Todos los pensamientos
sobre dormir habían desaparecido. Podía sentir la energía nerviosa llenándola,
y cuidadosamente colocó la última vela y sacó el surtido de hierbas de Xena
de su alforja—. ¿Prefieres mejor una copa de vino que de agua?
—Por supuesto. ¿Han dejado algo allí?
—Lo siento. —La reina examinó el surtido—. Me imagino que al menos puedo
bromear y reírme porque no puedo moverme. Te dije que deberíamos haber
tenido sexo anoche. —Suspiró y seleccionó dos de los paquetes de hierbas
que se había tomado la molestia de empacar. Gabrielle se cubrió los ojos con
una mano y sus hombros se sacudieron—. Aquí. —Xena le entregó los
paquetes—. Pon eso en esta copa, ponle más vino y revuélvelo con tus dedos.
—Gracias. —Su amante agotó la copa con firmeza. El sabor era horrible, pero
sabía que las hierbas funcionarían rápido y esta clase de dolor, no era algo
que pudiera evitar—. Maldición, es un pésimo momento. —Dejó la taza y se
recostó—. La última vez que me pasó, estuve en la cama durante tres malditos
días.
—¿Qué?
—Se han llevado nuestras botas. —Gabrielle suspiró—. Bueno, solía pastorear
a las ovejas descalza. —Se dirigió hacia la puerta, pasándose los dedos por el
cabello para ordenarlo un poco—. Vuelvo enseguida.
Xena la vio irse, luego cruzó las manos sobre el estómago, esperando que las 933
hierbas funcionaran. La extraña tensión en su espalda antes de caer rendida
debería haberle advertido, pero pensó que el descanso resolvería el problema
en vez de empeorarlo.
Estaba equivocada.
Podía viajar con muchas cosas. Brazo roto. Pierna rota. Costillas rotas. Su tripa
abierta. Su cabeza abierta. Esta herida en particular, lo sabía muy bien, le
impediría incluso caminar o montar, sin importar cuán acostumbrada estuviera
al dolor o cuán grande fuera su ego.
Tenía mucha suerte. Xena estudió el techo. Había huesos en su espina dorsal
que se salían de su lugar cerca de la parte inferior y hacían que todo se
agarrotara. Su única y verdadera debilidad física, que ahora conocían un
total de tres seres humanos vivos.
Era la verdadera razón por la que se había retirado, suponiendo que solo
saldría cuando pudiera, en un lugar decente que no implicaba estar en
campaña, en medio de la naturaleza arriesgándose a que esto mismo le
sucediera en el peor momento.
—Divertido. —Se dirigió al techo—. Uno pensaría que debería haberme
acordado de ese estúpido detalle antes de comenzar esta locura. —Si eso
hubiera ocurrido mientras peleaba, la habría puesto en el suelo y a merced
de quien fuera con quien se estuviera enfrentando, y el hecho de haber
superado lo de ayer de una sola pieza era un regalo de los dioses. No había
duda. Había estado esperando esto desde que se quedó atrapada bajo ese
maldito caballo, pero había aguantado tanto como ella, bueno...—. Pensaba
que había tenido suerte —murmuró—. Eh. Quizás la tuve. O tal vez la ha tenido
esa perra persa. Difícil de decir. —Esto arrojaba sus planes al estercolero.
Sholeh tendría tiempo para reagruparse y volver a por ella, o peor aún,
atravesar el paso e ir por el otro lado, a través del corazón de su reino sin nada
que lo defendiera aparte de un ejército sin líderes y las puertas de su fortaleza.
Maldición. Xena extendió lentamente su brazo, mordiéndose el labio cuando
un espasmo la golpeó, su otra mano se aferró a las sábanas mientras el dolor
crecía y aumentaba antes que comenzara a disminuir—. Ay —murmuró una
vez que se pasó—. La próxima vez le diré que deje que me corten la cabeza.
Con cuidado, se sirvió otra copa de vino y se la llevó a los labios, las dos copas
anteriores y las hierbas, todavía no habían hecho demasiado efecto. ¿Tres 934
días? Tres días si era realmente afortunada, y si se quedaba quieta y no
intentaba forzar las cosas como lo había hecho la última vez.
Eso había terminado con la pérdida de sensibilidad en sus piernas durante una
semana, aterrorizada de que nunca más volvería a caminar.
—¿Mi lady?
—¿Sí?
Definitivamente algo era diferente. Gabrielle podía oír una nota en su voz
dirigida hacia ella que no había estado presente antes. Se giró para mirarlo,
su sobrevesta manchada por la batalla llevaba la misma cabeza de halcón
que la propia, y al verlo, se dio cuenta que ella también sentía algo diferente
por los hombres.
—Me gustaría llevarle a la reina algo para cenar —dijo en voz baja—. ¿Crees 935
que podrías ayudarme con eso?
—Por supuesto. —El hombre hizo una señal a su compañero—. Mi lady, ¿Quiere
decirme qué es lo que le apetece? Puedo ir a buscarlo.
Como no tenía mucho más que hacer, Gabrielle se abrió paso a través del
espacio abierto, sonrojada, consciente de sus pies descalzos y evitando 936
esconderse detrás de su escolta.
—Hola —Le dio un pequeño saludo a la multitud—. Parece una gran fiesta,
¿eh?
—¡Mi lady! —Se inclinó—. ¡Nos honra con su presencia! No queríamos perturbar
el descanso de la reina. ¿Se unirá a nosotros en nuestra celebración?
—¡Oh! Por supuesto. —El anciano levantó sus manos—. ¡Por supuesto! Nos
ofrecimos hacer eso antes, pero los hombres dijeron... ah... dijeron... ah...
Gabrielle tuvo que parpadear varias veces antes de darse cuenta de que se
refería a la comida.
—Por supuesto. Veamos, queda algo aquí, sí. —Indicó tres asados a los que les
faltaba aproximadamente la mitad—. Resar, consigue un poco de pan y
queso, si me haces el favor, y una jarra de vino para nuestras invitadas de
honor.
Gabrielle volvió a parpadear unas cuantas veces, pero luego fue hacia donde
estaban los cuencos de salsa y sumergió su dedo meñique en uno,
probándolo.
—No. —A ella le gustaba el sabor del vinagre, pero sabía que a la reina no—.
Veamos de qué es esta. —Pasó a la siguiente.
—Gabrielle.
Ugh. Gabrielle dejó de probar y se dio la vuelta para encontrar a Perdicus allí,
con el rostro demacrado y vendajes a lo largo de su cuerpo.
—Hola —dijo.
—¿Con qué?
—No, no lo soy —respondió Gabrielle. Sonrió y tomó una barra de pan que le
ofrecía uno de los hombres de la ciudad y la añadió, luego agarró la jarra de
vino que el hombre también le tendía—. Gracias.
—Espera. —Perdicus le puso una mano sobre su brazo—. Solo habla conmigo
un momento, Gabrielle. ¿Es demasiado pedir? —Miró al soldado y luego a
ella—. ¿Solo un minuto?
—Tú te vienes. —Se acercó—. Hay mucha locura y palabrería por aquí, es
mejor que nos vayamos y volvamos a casa. Ahora.
—Pero no huyó.
—Sí, bueno, aún está loca —dijo—. Así que no me arriesgo a quedarme aquí y
tú tampoco. Vamos. Tenemos la oportunidad de salir mientras está dentro.
—Sí, lo soy —dijo en voz baja—. Pagué tu precio, y tendré lo que pagué. —Él
la agarró del brazo con más fuerza—. No sé lo que piensas que estás haciendo
en todo esto, pero...
Él la miró.
Gabrielle clavó los talones y los detuvo a ambos, justo cuando el soldado la
alcanzó y puso la punta de su espada en la cara de Perdicus. Ella tiró de su
brazo libre y retrocedió.
—Si gracias. Creo que podría necesitar una mano. —Estaba contenta de
retirarse detrás del hombre—. Creo que hemos tenido un reclamo.
—No, no lo tienes. —El soldado se rio—. Ella está unida a la reina, tonto del
culo.
—Eso esta genial. Gracias —mantuvo su voz baja y se llevó un dedo a los
labios—. Creo que su Majestad todavía está descansando.
—Sí. —Gabrielle cruzó sus manos juntas—. Pelear es un trabajo realmente duro,
y...
—¡Luchó magníficamente! —dijo uno de los otros hombres—. La vi. ¡Eso fue
increíble! Por supuesto, querría descansar un poco después de eso. 942
—Correcto. —La mujer rubia lo miró agradecida—. Estuvo increíble.
—Por supuesto —dijo el anciano—. ¿Quizás mañana nos haga el gran honor
de permitirnos agradecérselo adecuadamente? —preguntó—. Nos gustaría
hablar con ella.
—Estoy segura que estará más que contenta de recibirte... eh... después de
que termine su... eh... planificación. Para la siguiente fase de la guerra —
explicó—. Sé que ya está bien para vosotros, pero aún tenemos mucho trabajo
por hacer.
—Oh —dijo el anciano—. Oh, por supuesto. —Se golpeó la cabeza con las
yemas de sus dedos—. Tonto de mí, de verdad. Los bárbaros se dirigieron a sus
tierras, por supuesto Xena tendrá que lidiar con ellos. Qué cortos de miras
somos. Mis más sinceras disculpas, mi lady.
—Está bien —murmuró Gabrielle—. Así que supongo que hablaremos más
tarde. —Echó un vistazo a la puerta interior—. ¿Correcto? —Los hombres le
sonrieron y se retiraron con penoso silencio, cerrando la puerta con un
pequeño chasquido. Gabrielle estudió la bandeja, recordando los días en que
se había ocupado de Xena durante sus primeros encuentros. Agarró una copa
y la jarra de vino e hizo malabares, mientras cogía uno de los pasteles dulces
antes de volverse y dirigirse a la puerta interior. Golpeó la copa contra la
puerta antes de accionar el pestillo y abrirla, mirando por el borde mientras
entraba y la cerró. Las velas se habían quemado un poco, pero la habitación
todavía estaba llena de luz dorada, y cuando sus ojos se volvieron hacia la
cama, esa luz bañó en oro a su ocupante. Xena tenía los ojos cerrados, su
rostro anguloso perfilado por las sombras mientras yacía en silencio, con las
manos a los lados. Por un momento, estaba tan quieta, que el corazón de
Gabrielle casi se le salió por la garganta y corrió por la habitación hacia ella,
pero luego la cabeza de la reina se volvió, y abrió los ojos, y una de esas
oscuras cejas se alzó—. Hola.
—¿Lo soy?
—¿Cómo te sientes?
—Oí lo que les dijiste a los peces gordos ahí fuera. —Xena masticó el pastel y
lo tragó con otro sorbo de vino—. Idiotas. —Miró fijamente el pastel, y le ofreció
otro pedazo—. Buena idea, sin embargo. Tal vez pueda convencerlos que mi
acción habitual después de la batalla es llevarme a mi pareja a la cama
durante tres días. ¿No crees?
—Um. 944
—Oye, vale la pena intentarlo —dijo la reina—. Trae el resto de lo que sea que
tengas y empieza a comer antes que se te salgan las tripas por las orejas.
Puedo oírlas quejándose.
Pillada con la boca llena, Gabrielle simplemente asintió hasta que pudo
aclarar su boca.
—Sí. Todos estaban diciendo que desearían haber sido capaces de oír lo que
estaba pasando antes de que los guardias de la ciudad salieran a ayudarnos.
Podían ver que algo estaba pasando y todo eso, con el fuego.
—Tienes que contarles lo que pasó —sugirió—. Hazlo bien. Ponme tres cabezas
y seis manos. —Levantó la vista después de un largo momento de silencio para
encontrar a su amante mirándola intensamente—. ¿Qué?
—Dioses.
—Guau.
—Ugh. —Xena parpadeó, sintiendo las lágrimas mojar sus pestañas mientras
era capaz de tomar respiraciones más profundas y los espasmos se calmaban
lentamente—. Bueno, eso ha sido tan divertido como debe ser cagar brasas.
—¿Darme la comida?
—Por supuesto —murmuró—. Haría cualquier cosa por ti. —Xena masticó y 946
tragó. El espasmo había sido un aleccionador recordatorio de que ahora tenía
que elaborar alguna verdadera razón para poner todo, la guerra, la ciudad,
su futuro, en espera por unos días hasta que su espalda sanara. Decirles a
todos que quería quedarse en la cama con Gabrielle durante tanto tiempo,
mientras se recuperaba, no haría nada para estabilizar su posición con los
soldados, y mucho menos por animar a los hombres de la ciudad a seguirla en
la campaña. El momento lo era todo. Perder tres días, asumiendo por supuesto
que ese era el tiempo que le llevaría curarse esta vez, detendría ese ímpetu
en seco, y lo revertiría. Era más fácil para los hombres quedarse aquí en la
ciudad y seguir con sus vidas, que arriesgarlo todo solo por la gloria de la
guerra. Y, sin embargo, no había forma de que ignorara esta lesión, ni de
apañárselas para engañar a todos como lo había hecho con su herida de
flecha y Bregos. Con algo de ayuda, tal vez, podría cruzar la habitación.
Pelear, descartado. Montar a caballo, completamente descartado.
Maldición, maldición, maldición—. ¿Xena? —Gabrielle le ofreció otro
bocado—. ¿Qué vamos a hacer?
Xena asintió.
—La vida es corta —dijo—. Tengo que probar cosas nuevas. —Volvió a
empujar a Gabrielle—. Empieza a pensar.
—Pero…
—Estoy esperando.
—¡Xena!
—Sigo esperando.
Gabrielle estaba sentada en silencio en la cama junto a Xena, con las piernas
cruzadas, los codos apoyados en las rodillas y la barbilla apoyada en las
manos.
La reina tenía los ojos cerrados y su respiración era lenta y profunda. Los ruidos
finalmente habían desaparecido, y estaba casi tan silencioso fuera de la
ventana como dentro de sus habitaciones.
Entonces, ¿Por qué preguntarle a ella? Gabrielle frunció el ceño ante su copa.
¿Qué clase de plan esperaba de verdad Xena que se le ocurriera?
¿Qué podían de verdad hacer? ¿Estaba Xena esperando que idease algún
plan cuando a la propia Xena no se le ocurría nada?
Rayos.
Gabrielle tomó otro sorbo de vino dándole vueltas en la boca antes de
tragarlo. La responsabilidad, ya fuera real o algo que Xena le acababa de
decir por su propia y retorcida diversión, recaía sobre sus hombros.
Dejó que la copa chocara ligeramente contra su labio. Bueno, lo primero que
probablemente debería hacer, razonó, es averiguar si Sholeh estaba huyendo
hacia el otro lado o regresando. Eso era algo importante, ¿no? Así que debería
hacer que un grupo de sus muchachos fuera, se enterara, y regresara para
contárselo. Eso llevaría un poco de tiempo.
¿Debería Xena subir a uno de los barcos y marcharse? ¿Qué haría Sholeh
entonces? Gabrielle pensó que Sholeh probablemente destruiría la ciudad sin
importar lo que pasara, porque sabía que la habían cabreado de verdad. Así
que, como la habían cabreado de verdad, ella volvería, o...
Entonces volvió al problema de tener que imaginar lo que debería hacer Xena
si tenían que perseguir a los persas y hacer que dejaran de intentar destruir sus
hogares, y esa era la parte difícil.
Creía que Xena pensaba que debería ir tras ellos y no dejar que se alejaran
demasiado. Gabrielle, inexperta como era, pensaba eso también. Así que,
¿Qué podía hacer Xena?
Ella reflexionó.
Xena la estudió.
—¿Algunas?
Gabrielle asintió.
—Sí. Porque hay más de una cosa que podría suceder, ¿Verdad?
La reina sonrió.
—En fin. —La mujer rubia exhaló—. Pensé en eso, y en ti, y cree una historia en
952
mi cabeza al respecto.
—Bien. —La reina tiró de su mano un poco—. Ven aquí y mantenme caliente
—dijo con tono bajo y soñoliento—. Disfrutemos de esto mientras podamos.
Reserva tu plan para mañana.
—Oye ¿Xena?
—¿Por qué?
—Solo gracias. —La reina besó la parte superior de su cabeza.
—De nada —respondió con una pequeña sonrisa—. Para lo que sea.
953
Parte 28
Gabrielle se despertó lentamente, su cuerpo bañado por la luz del sol que
entraba por la ventana más cercana. Dejó que sus ojos se abrieran sin estar
segura, por un minuto, de dónde estaba hasta que recordó la guerra, y la
batalla, y por qué estaba acostada en una cama desconocida con una
compañera de cama muy familiar.
Afuera podía oír los sonidos de la ciudad. Las voces de los hombres llamando 954
y los cascos que pasaban haciendo un leve eco contra las piedras de la plaza.
Después de otro estiramiento, rodó fuera de la cama por el lado más alejado,
y se puso de pie.
—Mmph.
El suelo de piedra estaba frío contra las plantas de sus pies descalzos y flexionó
los dedos de los pies antes de acercarse a la ventana y mirar hacia afuera.
La jarra de vino todavía tenía un poco y lo vertió en una copa y bebió, usando
el rico vino para enjuagar el sueño de su boca.
Gabrielle le sonrió.
Gabrielle dudó.
—Bueno, estoy segura que lo querrá —dijo—. Sé que ella querrá tener todo
organizado hoy.
—Y hay hombres que desean venir con nosotros. —El soldado produjo una
breve sonrisa—. Algunos son útiles, a diferencia de otros.
—Seguro.
—Mi lady, permítame ir a atender sus necesidades —le dijo el soldado más
viejo—. Volveré pronto, veo que está en buenas manos con Jens aquí. —Se
fue apresuradamente, esquivando el arco que cubría el hueco de la escalera
y bajando a paso rápido.
—¿Qué le pasa?
—Le pedí que consiguiera algo para desayunar —explicó—. De todos modos,
estoy segura que Xena va a querer todos los detalles sobre lo que está
pasando, lo que estáis haciendo, y lo que se está preparando... ella tiene que
planificar, ya sabes.
Jens parpadeó.
El soldado se enderezó.
—Está bien. —Gabrielle hizo un gesto para que se fuera—. Tu amigo volverá 957
enseguida y estaremos bien hasta entonces. Continúa, ya sabes cómo odia
Xena que la hagan esperar. —Jens no necesitó más indicaciones. Le brindó
una sonrisa a Gabrielle, y se fue. Gabrielle esperó, pero el pasillo permanecía
en silencio, y volvió a meter la cabeza dentro y cerró la puerta después que
los últimos pasos de Jens se hubieran desvanecido. Se volvió y contempló la
habitación exterior, pequeña pero bien construida, con muebles pesados
contra las paredes y aparadores en las esquinas. Curiosa se acercó a uno de
ellos y abrió la puerta mirando dentro, para encontrar finas prendas colgadas
en palos de madera y dobladas en los pulidos estantes de madera del interior.
El olor era a lavanda y especias, y por un momento, casi le recordó al único
armario bueno en el hogar en el que había crecido. Las cosas de su madre,
valiosas para ella, estaban allí. Vestidos hechos a mano y cosas que su propia
madre le había dejado, pedazos de raídas ropas elegantes que
representaban lo que había traído al hogar y construido con el padre de
Gabrielle. Gabrielle extendió la mano y tocó el suave tejido, viendo en su
mente las llamas que habían consumido su hogar y todo lo que había en él,
incluido el armario y todos los recuerdos de su madre. Entonces dejó caer la
mano y cerró la puerta, volviéndose para caminar hacia la parte interior y
luego a través de ella, deslizándose hacia la cámara de dormir y echando un
vistazo rápido a la cama para ver si Xena se había despertado. Estaba
despierta.
»Buenos días. —Gabrielle se acercó a su lado de la cama y se metió dentro,
retorciéndose por el colchón hasta que estuvo lo suficientemente cerca de
Xena para inclinarse y besar su hombro—. ¿Te sientes mejor?
Xena tenía las manos cruzadas sobre el estómago y giró la cabeza para
estudiar a su compañera.
—Que ayer —le aclaró—. He enviado a alguien para que nos traiga el
desayuno. Hay un montón de cosas pasando ahí fuera.
—Hm.
958
—¿Eso es bueno o malo?
Gabrielle apartó un mechón de pelo de los ojos de la reina para poder verlos
mejor. Luego trazó una de las cejas de Xena.
—Oh —dijo de repente sintiéndose muy nerviosa ante esa mirada aguda—.
Bueno... um...
—¿Um?
—Si alguna vez te dijera cuál fue MI primer plan, renegarías de mi —admitió la
reina—. Por Hades, yo misma renegaría de mí.
—Supongo que, si te duele así, montar a caballo es una mala idea, ¿eh? —
Gabrielle observó atentamente la expresión de la reina. Xena resopló—. Así
que, ¿Y si pudiéramos tomar una de esas bonitas carrozas, como las que usan
los nobles, y tu podrías ir montada en ella? —Pronunció las palabras tan rápido
como pudo, casi mordiéndose la lengua mientras cerraba la boca cuando
terminó de hablar. Xena parecía pensativa—. Quiero decir... —Gabrielle se
sintió alentada ante la ausencia de una inmediata risa burlona—. ¿Podrías
usarla como un... centro de mando? —Una ceja oscura se alzó—. Tú eres la
reina, ¿verdad? Deberías tener algo cómodo en lo que desplazarte, ¿No es
así? —continuó—. De esa forma, podrías tener algo de tiempo para mejorar,
y aún podríamos ponernos en marcha y regresar a casa y hacer lo que quieras
con el otro ejército.
—Gabrielle.
—¿Sí?
—La idea de montar mi culo en un carrito como una anciana me da ganas
de vomitar.
—Oh.
—Lo digo en serio —confirmó Xena—. Me siento como un asno por no haberlo
pensado yo, pero no voy a desperdiciar una buena idea solo porque no es
mía. —Hizo una pausa—. Al menos no una de tus ideas —enmendó—. Si fuera
de otro, simplemente se la robaría y les haría creer que había sido mía.
—Me imagino muy bien con que volvería —dijo—. Tengo una idea mejor. Pero
consigamos algo de comida para ti, así tendré paz y tranquilidad para pensar,
y luego empezaremos a crear problemas. —Le dio unas palmaditas en la
rodilla a Gabrielle—. Después necesito que me encuentres un buen palo
grande.
—¿Un palo?
—Sí.
Con un cepillado final, recogió la alta y nudosa vara que había encontrado y
se dirigió al dormitorio, con cuidado de no golpear el palo contra nada
mientras abría la puerta y maniobraba hacia dentro.
—¿Xena?
961
—Sí. —La reina ahora estaba tumbada a lo ancho de la cama, con las piernas
fuera de ella y los pies descalzos en el suelo.
La mujer rubia echó la cabeza hacia atrás y estudió el techo por un momento.
Luego se dio la vuelta y se sentó en la cama, recostándose junto a Xena y
acercando su cabeza a la de la reina lo más que pudo.
—Eres tan fácil. —La reina se rio entre dientes—. Veo que ya tienes mi palo. —
Miró la vara nudosa—. Bonita. Dámela. —Levantó con cuidado la mano y
aceptó el báculo mientras Gabrielle se lo pasaba—. Bueno. Prométeme que
no te reirás de mí.
Gabrielle se puso de lado, apoyando la cabeza en una mano mientras
apoyaba la otra en el brazo de Xena.
—Nunca haría eso. —Tranquilizó a la reina—. Además, estás herida. ¿Qué tiene
eso de gracioso? —Frotó su pulgar contra la piel de su amante.
—Todavía no me has visto hacer esto. —Xena se deslizó con cuidado por la
cama y cayó al suelo sobre sus rodillas, apoyándose sobre la superficie del
colchón mientras se esforzaba para incorporarse y agarrándose al palo
mientras cambiaba su peso—. Mira... —Dejó de hablar y apretó la mandíbula
mientras su espalda protestaba vehemente por el movimiento—. Urf.
—Mira, con este problema que tengo... —La reina gruñó, mientras esperaba
que pasara el espasmo—. Puedo estar tumbada o puedo estar de pie. —
Exhaló y se sacudió el flequillo de los ojos con una bocanada de aire—. Estar 962
sentada es una putada.
—¿Puedo hacer algo? —Gabrielle la miró con inquietud. Podía ver cómo el
pecho de Xena se agitaba y la terrible tensión en sus hombros a pesar de las
despreocupadas palabras, y el deseo de arreglar el problema de su amante
casi la estaba volviendo loca.
—Yo también. —La reina la miró con una sonrisa irónica—. No puedes acarrear
conmigo y no puedes arreglarme la espalda, así que al menos dame algo
para distraerme de lo mucho que me duele. —Gabrielle se puso las manos en
las caderas y exhaló—. Solo bromeaba. —Xena hizo un cauteloso gesto con
la cabeza—. Ven aquí.
—Está bien.
—Voy a levantarme —dijo la reina—. Puedes tratar de mantenerme estable,
pero si empiezo a caerme, empuja mi trasero hacia la cama y quítate del
medio. No quiero aterrizar en el suelo ni sobre ti.
—Por los dioses —murmuró—. Creo que palmarla sería menos doloroso que
esto. —Cambió un poco su agarre sobre la vara y se inclinó hacia adelante,
respirando con dificultad—. Oh maldita sea. —Gabrielle no tenía nada que
decir, simplemente aguantó, dándole a su amante todo el apoyo que podía. 963
Al menos parecía probable que la reina se mantuviera erguida. A través de su
agarre, podía sentir que su respiración se ralentizaba mientras Xena tenía su
cabeza apoyada contra las manos alrededor del báculo. Sujetó a la reina con
un solo brazo, con cuidado de no desequilibrarla. Xena esperó a que se
desvanecieran las chispas de su visión periférica hasta estar segura que no iba
a caerse, antes de subir las manos un poco más por la vara y enderezarse del
todo. Por un minuto, pensó que su espalda iba a volver a salirse, pero los huesos
simplemente se colocaron en su lugar de un modo desagradable, una
sensación de fricción que hizo que se le revolviera el estómago—. Ugh.
Xena suspiró.
—La próxima vez que tenga alguna idea estúpida como ir a la guerra,
recuérdame esto, ¿Quieres? —dijo—. Está bien, ahora vamos a ir hasta el otro
lado de la habitación para ponerme la ropa. —Ella adelantó la vara y dio un
paso cauteloso, apoyando todo el peso que podía en el palo. Gabrielle se
pegó como una garrapata, manteniendo su brazo firmemente alrededor de
la cintura de Xena mientras cruzaban lentamente la habitación y terminaban
cerca de la cómoda. Una vez allí, Xena se volvió y se apoyó contra el borde
de madera, soltando una mano de la vara para darle unas palmaditas a su
compañera en la espalda—. Gracias.
—¿Estás segura de que quieres hacer esto? Tal vez deberías volver a acostarte,
Xena... te ves fatal.
—Está bien. —Gabrielle la estudió—. ¿Quieres las cosas de cuero o las cosas
de metal?
Xena colocó su vara entre sus pies y cruzó sus manos alrededor. Era más alta
que ella y tenía muchos nudos y curvas para sostenerse.
964
—Cuero —dijo—. Y, por cierto, gracias por el palo. Es perfecto.
—Limpiaron todas nuestras cosas —dijo Gabrielle—. Déjame que traiga tu ropa
interior.
—Lo recordaré cuando pueda levantarme de nuevo sin gritar —dijo—. Ahora
mismo necesito que me quites este trapo y me laves. —Se lo pasó por la
cabeza mientras la mujer rubia comenzaba a cumplir sus demandas de buena
gana, ya que había muy pocas personas en su vida a las que podría haber
pedido que hicieran esto, y aún menos a las que quisiera pedírselo.
—Al menos. —La reina acarició su pelo, mordisqueando un poco los suaves
mechones rubios cerca de su hombro—. No creo que pudiera tener las tripas
colgando al mismo tiempo, ¿Sabes a qué me refiero?
—Sí. —Gabrielle se inclinó más cerca y la besó justo entre los pechos que
estaba lavando—. Sé lo que quieres decir. —Xena sintió que una agradable
oleada de pasión superaba el malestar en su espalda, y se deleitó en la dicha
momentánea mientras la tensión se relajaba un poco. Colocó su brazo sobre
el hombro de Gabrielle y apoyó la mejilla en la cabeza de su compañera,
luchando contra el deseo de arrastrar su quejoso culo de vuelta a la cama y
llevarse a Gabrielle con ella. Tentador. Muy, muy tentador. Sin embargo—. El
cabecilla de la ciudad está esperando afuera —murmuró Gabrielle mientras
trabajaba—. Quiere hablar contigo.
—Ajá. —Xena sintió la tela con un toque de frescura cruzar su espalda y luego
bajar por la cadera hasta el muslo—. ¿De qué quiere hablar conmigo?
—De acuerdo. —La reina se recostó contra el aparador—. Sigue haciendo eso
y me dará igual.
—Brendan y Jens también están allí. Creo que quieren contarte todo lo que
han hecho para estar preparados.
966
—Genial. —Xena inclinó la cabeza lo suficiente como para mordisquear la
oreja de Gabrielle—. Entonces solo tengo que pasar por esto una vez, y
podemos encontrar algo más interesante que hacer antes de tener que
perseguir a ese enorme dolor de culo persa.
—Bien. —Puso su mano en la cadera de Xena—. ¿Lista para tus otras cosas?
—¿Sí?
—¿Estás bien?
—¿De verdad quieres que responda esa pregunta? —Xena suspiró—. Abrocha
esas correas, ¿Quieres? Luego iré detrás de esa mesa y fingiré mirar mapas sin
llorar mientras dejas entrar a la multitud. ¿Cómo lo ves?
—Seductora.
—Xena.
—Cuanto antes los dejes entrar, antes nos iremos. Mueve el culo.
967
—Buenos días.
Xena arqueó una ceja. Gabrielle se acercó para unirse detrás de la mesa,
cruzando las manos sobre el borde.
—Sé amable —le susurró—. Necesitamos que nos dé el mejor carro.
—Eso tengo entendido, su Majestad —dijo—. ¿Su capitán me dice que desea
irse esta misma noche? Pensábamos que seríamos agraciados con su
presencia al menos otra noche, para que podamos agradecérselo
adecuadamente.
—Muchas gracias —dijo Gabrielle—. Es muy amable por tu parte, y de verdad 968
que lo apreciamos. —Dio un paso alejándose de la reina, atrayendo los ojos
del hombre—. Nos queda mucho por hacer, y hay gente en casa que cuenta
con nosotros para evitar que los persas hagan lo mismo con nuestros hogares.
Xena exhaló y fue capaz de lamerse los labios, parpadeando un par de veces
antes de volver a centrar su atención en el anciano y su afortunadamente
perceptiva compañera de cama.
—Excelente.
—Y... aparte de... p... lo que sea, ¿Hay algo más que podamos ofrecerte? — 969
preguntó el anciano en tono serio—. Su majestad, sin bromas, usted ofreció
todo lo suyo por nuestra ciudad. Se lo debemos todo a usted.
Gabrielle cerró los ojos cuando un rubor tiñó su piel, vívidamente visible a la luz
del sol.
—Es... —Hizo una pausa—. Sé que cabalgaremos duro detrás de los persas, y
yo no soy buena jinete. ¿Crees que puedo ir montada en los carros de bueyes?
Xena parpadeó, ambas cejas oscuras formando una línea casi recta mientras
su mandíbula caía un poco.
—¡Oh, su alteza! —El anciano levantó las manos—. ¡Por favor, que no oigamos
que usted tiene que ir en un carro de bueyes! ¡Debe ir en un carruaje! De
hecho, puede llevarse mi propio carruaje, con dos caballos robustos para tirar
de él, ¡No podemos pensar en usted viajando detrás de las vacas!
—Pequeña zorra —murmuró en voz baja—. Voy a hacerte chillar por eso.
—Nah —dijo—. Solo estaba hablando conmigo misma. —Le dio al anciano
una gentil, aunque vacilante inclinación de cabeza—. En nombre de mi
consorte, gracias —dijo—. Hades sabe que no quiero sus nalgas maltratadas
por rebotar en la silla de montar antes de tener yo mi oportunidad.
—Ah... bueno, por supuesto que estaríamos... ah... —Disimuló su bochorno con
otra reverencia—. Para mí será un honor, su alteza. Lo tendré preparado de
inmediato.
Retrocedió hacia la puerta haciendo una reverencia hasta que salió de la
habitación y la puerta se cerró tras él.
—Creo que se refiere a mí. —Gabrielle rodeó la mesa y puso una suave mano
sobre la espalda de Xena—. ¿No ha sido una buena historia?
—Lo ha sido —Xena respondió en voz baja. Dudó, luego levantó la vista y se
encontró con los ojos de Brendan—. Mi espalda —dijo brevemente—. Lo
mismo de siempre.
—Se me salió la pasada noche. —Se movió con cuidado—. Vaya suerte, ¿eh?
—Miró a Gabrielle de reojo—. Mi orgullo te debe una. —Logró una sonrisa para
su amante.
—Por el amor de los dioses, Xena. Quédate aquí. Déjanos ir —dijo—. No vale
la pena arriesgarse, no después de la última vez, recuerdo... —Se detuvo
cuando Xena levantó su mano en un gesto de advertencia—. Xena.
—Es la única forma en que puedo hacerlo. —Notó la amargura de las palabras
y sintió un momento de intensa ira—. Maldita sea.
—Por los dioses. —El viejo capitán se rio entre dientes, sacudiendo la cabeza—
. Pequeña, buena jugada. —Felicitó a Gabrielle—. Me la has colado hasta el
tuétano, por supuesto.
Gabrielle no tuvo tiempo para disfrutar el elogio, sus ojos vieron la palidez
crecer en la cara de la reina.
—Oh, no. —Xena cerró los ojos y apoyó el peso en sus manos, los dardos de
dolor la hacían sentirse mal del estómago—. Eso es lo último que quiero hacer.
—Podía sentir cómo la sangre abandonaba su cara y el mundo comenzaba
a desvanecerse un poco cuando cerró los ojos y el interior de los párpados
lanzaba destellos rojo brillante al ritmo del latido de su espina dorsal—.
Aguanta un minuto. 972
—Voy a aguantarte a ti. —Gabrielle la rodeó con un brazo.
La calidez del brazo de Gabrielle traspasó sus cueros y notó que Brendan
estaba al otro lado de ella, el roce de su mano llena de cicatrices en su
hombro era un frágil consuelo.
—Maldita sea.
Xena miró la mesa, luego exhaló y lentamente bajó el peso de sus manos de
regreso a sus piernas. El dolor estaba allí, pero no se intensificó, y se apartó el
cabello de la frente con una sensación de impotente furia.
—Sí.
—Lárgate.
—Sí.
—Tal vez —dijo—. Depende de cuán seguro esté Brendan de que nadie se
dirige hacia aquí. —Acarició el borde de la almohada—. No quiero quedarme
atrapada aquí, Gabrielle. Si Sholeh vuelve, esta ciudad está jodida.
—Pero...
—¿Pero? —Xena la miró—. Mi amor, lo único que mantenía lejos a ese ejército
era yo, y no voy a hacerlo en un futuro próximo.
Gabrielle apoyó la barbilla en sus muñecas.
—Está bien.
Xena deslizó su mano sobre la sábana y cerró los dedos alrededor del brazo
de Gabrielle, sintiendo los músculos moverse bajo su toque y la calidez de la
piel de su amante contra su palma.
—Mm.
—Me imaginé... tal vez esto no es lo mismo, pero que aun así no querrías que
la gente lo supiera.
—Mmhmm.
—Y pensé que sería mejor, si me las arreglaba para que me echaran la culpa
a mí de todas las almohadas suaves y las cosas agradables dentro de la
carroza.
Xena suspiró.
—¿Soy tan obvia y transparente? —se quejó—. Debería dejarlo todo y
hacerme pescador o algo así. —Sus quejas solo le consiguieron un par de
besos más—. Quítate la ropa y metete en la cama conmigo. Me hace sentir
mejor. —Gabrielle pensó que eso también la haría sentir mejor. De hecho, no
había nada que prefiriera más que quitarse la ropa y meterse en la cama con
Xena, acurrucarse junto a ella y sentir su cuerpo rozando...—. ¿Gabrielle?
—No.
Xena arrugó la frente. Podía detectar una expresión extraña, casi gruñona en
el rostro de su compañera, nada normal. Extendió la mano y tocó el brazo de
Gabrielle otra vez y, cuando las pestañas rubias se levantaron y pudo mirar sus
ojos, se sorprendió al ver una mirada oscurecida por la pasión de vuelta a ella.
Oh, oh. Xena se mordió la lengua cuando abrió y después cerró la boca, su
mente luchaba por expresar con claridad los instintos directamente en
conflicto entre el cerebro y la ingle. Terminó estornudando y eso casi hizo que
su espalda volviera a salirse y agarró las sábanas y apretó los dientes cuando
Gabrielle la abrazó con alarmado instinto.
—¡Xena! ¡Tómatelo con calma!
—Uh.
—Ven aquí...
—Voy. Pero déjame conseguir las cosas primero, ¿de acuerdo? —dijo—. Y
cuando vuelva, te traeré todo lo que pueda encontrar que sea verde. 977
Paradójicamente, ahora que sus deseos estaban siendo atendidos, Xena se
sintió profundamente decepcionada. Su cuerpo ya había estado anticipando
el toque de Gabrielle y luchó ferozmente contra la necesidad cuando soltó a
su amante y apoyó la cabeza en la almohada.
—Bueno. Ve.
—Mm.
Xena tuvo que sonreír ante eso. Por saber que era verdad, y eso, la hacía sentir
más liviana por dentro, sin importar lo mucho que le doliera.
—Supongo.
—Quiero que esta historia tenga un final feliz —dijo la reina—. Quiero que
sigamos y tengamos una vida salvaje y sexy juntas. No quiero seguir
jugándome la vida y saliendo herida y... —Se detuvo por un momento,
consciente de la forma inmóvil y silenciosa arrodillada junto a ella—. ¿Por qué
la vida es tan difícil para mí en este momento, eh? —Gabrielle se acercó y
acarició la frente de Xena—. ¿Ha sido porque quería salir y patearle el culo a
la gente? —se preguntó Xena—. O tal vez, esto es lo que me pasa por ser una
idiota todos estos años. ¿Tú qué crees?
—Creo que no me importa una cola de oveja lo que está pasando ahí fuera.
—Debería importarnos.
—Me importas tú. —Gabrielle le dio un beso en la nuca a Xena y envolvió con
su brazo la cintura de la reina—. Me importa cómo te sientes y conseguir que
te duela menos. No me importan los persas, la guerra ni el mañana. —La
repentina calidez que envolvía su dolorida espalda casi hizo que Xena
empezara a ronronear. En cambio, se aclaró la garganta y colocó su mano
sobre el brazo de Gabrielle. Su cuerpo se relajó cuando el calor penetró en los
rígidos músculos y se rindió a los suaves y provocativos mordiscos que
atravesaban la parte posterior de su cuello. Se sentía como una muestra de
los Campos Elíseos. También se sentía culpable por no ir y hacer, y ser la líder
que su gente esperaba que fuera. No importaba que comprendiera
perfectamente que si intentaba hacer cualquiera de esas cosas en las
condiciones en las que estaba no llegaría ni siquiera hasta la maldita puerta.
979
Gabrielle debería ir a preparar la maldita carreta. Debería llamar a Brendan y
comenzar a dar órdenes—. Xena —murmuró Gabrielle en su oído—. Nuestra
historia tendrá un final feliz. Te lo prometo.
Pensándolo bien, Brendan era más mayor que ella y, si el viejo bastardo no
sabía cómo preparar un ejército para salir, debería matarlo.
—¿Promesa?
—Promesa.
Después de todo, ella era la maldita reina y debería actuar como tal para
variar. Xena echó los hombros un poco hacia atrás y giró la cabeza lo
suficiente como para volver a apuntar hacia las atenciones de Gabrielle,
permitiendo que el flujo sensual de la pasión distrajera a su cuerpo de su
miseria.
Quizá la vida le estaba pateando el culo, pero nada decía que tenía que
quedarse allí de pie y encajarla, ¿verdad?
Gabrielle empujó la puerta del establo y se deslizó dentro, sonriendo cuando
oyó a Parches relinchar al oírla.
Parches anduvo sin prisa detrás de ella. Tiger se mantuvo firme un momento,
luego obedeció siguiendo a su compañero más pequeño por la puerta 981
mientras salían a la luz del atardecer.
—Su gracia. —Jens se acercó por su otro lado, agachándose bajo la cabeza
de Tiger cuando el semental se detuvo—. Podíamos haberlos traído por ti,
ciertamente.
—Lo sé. —Gabrielle se sacudió el heno del pecho—. Está bien. Me gustan. —
Señaló a los caballos—. De todos modos, todos estáis muy ocupados. —Miró
la plaza—. Guau, mucha gente, ¿eh?
Jens parecía moderadamente complacido.
—Más de los que pensaba, sí. —Él estuvo de acuerdo—. Algunos no son malos
luchadores —añadió—. La Señora podrá hacer algo con ellos.
—¿Ya estamos listos para partir? —preguntó—. Sé que Xena está terminando
algo... um. Ultimando los planes.
—Más o menos —dijo el soldado—. ¿La carreta que han traído es de su gusto?
—preguntó mientras comenzaban a caminar hacia las puertas ya abiertas—.
Me ha parecido un bonito detalle, el anciano la trajo para que fueras
montada. Estoy seguro que a su Majestad le gustó la idea.
—Mejor esto. —Señaló al carro que estaba parado a un lado con un equipo
de cuatro enganchado a él y se dirigieron hacia allí cuando la multitud se
apartó para ellos. Mm. Gabrielle lo miró. El carro, en realidad un carruaje, era
más alto que ella y estaba tallado en majestuosa madera ornamentada. Tenía
paredes altas, ruedas grandes y pesadas, y una parte superior que lo cubría
pero que aún dejaba entrar aire y luz. Había un asiento en la parte delantera
para que alguien se sentara y manejara los caballos, y un escalón en el que
podía ayudarse para subir dentro. Estaba bien hecho, pero no demasiado
vistoso, palmeó el costado cuando llegaron hasta donde estaba parado.
Gabrielle ató las riendas de Tiger y Parches al carro y abrió la puerta, saltando
al escalón y mirando dentro. Había tres bultos adentro, cerca del frente, que
tenía un banco bajo para sentarse. El banco tenía algunas mantas dobladas
y un montón de almohadas que hicieron sonreír a Gabrielle un poquito. En la
parte de atrás había un banco más grande y ancho con un acolchado grueso
tanto en el asiento como contra la pared trasera del carruaje que,
obviamente, estaba destinado a que el propietario se sentara. Antes del
banco había taburetes acolchados y, colgando en las paredes interiores,
había varias redes y eslingas para guardar cosas. Bonito. Gabrielle retrocedió
y cerró la puerta—. Está bien, déjame ir a buscar a Xena y decirle que estamos
listos —dijo.
—Creo que sí. —Gabrielle se pasó los dedos por el pelo—. Déjame ver cómo
está Xena —dijo—. Espero que se sienta un poco mejor después de su
descanso.
—Imprudente. —La mujer rubia discrepó—. Como si ella no pudiera salir herida.
Pero lo hace. Estoy muy preocupada. —Se dio la vuelta y se dirigió hacia los
escalones del segundo nivel, trotando hacia las puertas cerradas, amplias y
grandes, que conducían a los aposentos temporales de la reina. Dos soldados
estaban fuera. Llevaban consigo sus bolsas de viaje y todas sus armas y,
cuando vieron a Gabrielle, ambos saludaron y se acercaron a la puerta para
abrirla. Con una sonrisa, Gabrielle pasó junto a ellos y esperó a que la puerta
se cerrara detrás, antes de tomar una respiración profunda y continuar hacia
la habitación interior. Había dejado a Xena todavía descansando en la cama.
Pensó que el largo día había ayudado un poco, pero sabía que Xena también
había sufrido mucho dolor. Ahora, abrió la puerta interior y echó un vistazo
alrededor, bastante sorprendida de encontrar a la reina fuera de la cama y
de pie junto a la ventana, con una mano a cada lado mientras miraba hacia
fuera—. ¡Oh!
—Está bien. —Xena se volvió con cuidado y agarró su vara, apoyándose en 984
ella para cruzar hasta el tocador. En la parte superior, su armadura estaba
dispuesta pulcramente, bruñida hasta un brillo sombrío—. Terminemos con
esto. Mi ego apenas puede soportar subirme a ese carro, pero no puede lidiar
con hacerlo medio desnuda.
Xena la miró.
—Hay un montón de gente que se viene con nosotros, ¿los has visto? —
Gabrielle resopló cuando agarró la armadura de pecho de Xena y la levantó,
colocándosela cuidadosamente sobre sus hombros—. Creo que eso es genial.
—¿Lo crees?
—Bueno... —La mujer rubia le abrochó las gastadas correas bajo el brazo de
la reina—. Quiero decir, creo que es asombroso que tengan tanta fe en ti y
estén dispuestos a ir contra todo ese gran ejército.
—Mm. —Xena gruñó por lo bajo—. Sí, yo también lo creo. —Movió su cuerpo
con cautela, asentando la armadura cuando Gabrielle terminó de atársela—
. Trataré de darles un poco de emoción antes de hacer que los masacren a
todos.
—Ahora es diferente.
La reina asintió.
—Yo marqué la diferencia, Gabrielle. No necesito tus historias para saber eso
—dijo con un suspiro—. Solía preguntarme cómo era eso, dirigir un ejército y
simplemente tener que observar cómo hacen... lo que les dijiste que hicieran...
y no poder ayudarlos.
—Cuando ibas a pelear contra Bregos —dijo Gabrielle—, querías estar ahí
fuera con los hombres.
—Sí.
—¿Te respondieron?
—Xena.
—Contigo nunca se sabe. —Xena sintió que la inundaba una sensación de 986
resignación, ahora que sus decisiones estaban tomadas y las cosas estaban
en marcha nuevamente—. Quiero que hagas algo por mí.
—¿Algo más? —La mujer rubia terminó con una bota y abrió la otra,
colocándola alrededor del pie derecho vacilante de Xena—. Por supuesto.
—¿Eh?
—Oh. —Su amante se levantó y puso sus manos en las caderas de Xena—. Por
supuesto. —Hizo una pausa mirando hacia la cara demacrada de la reina—.
¿Lista?
—No. —Xena flexionó los dedos de los pies y miró a su alrededor, deseando
con melancolía que todo hubiera terminado y no tener que partir—. Vamos.
—Continuó, colocando su vara delante de ella mientras se dirigía muy rígida
hacia la puerta—. Toma el pinchacerdos y el chakram, y pongamos el
espectáculo de chucho y rata almizclera en marcha.
—Oh.
—Bueno —dijo Gabrielle después de una pausa—. Tienes una cola muy mona.
—Atrévete a decir eso otra vez —dijo mientras se enderezaba y avanzaba con
pasos firmes y constantes, con la cabeza erguida, utilizando la vara
aparentemente como un accesorio informal—. Hola chicos. ¿Estamos listos
para salir?
—¡Majestad!
En este momento, no era así. Xena caminaba entre las filas de gente de la
ciudad y soldados, saludando con gracia aquí y levantando una ceja allá,
sonriendo a sus hombres y echándoles un vistazo a los nuevos combatientes
de la ciudad.
—Soy una lunática —respondió Xena con una sonrisa para la multitud—. Reza
porque aguante siendo una lunática hasta que lleguemos a ese carro o vas a
tener que llevarme hasta allí.
—Casi merece la pena que me desplome por ver eso —comentó la reina—.
Da igual. —Soltó a Gabrielle cuando llegaron a la carroza y se volvió,
enfrentando a la multitud que crecía a su alrededor mientras se detenía junto
a los flancos de Tiger.
Está todo a mi complacencia. Xena reflexionó sobre eso. Iba tras un ejército
de miles con un par de cientos de hombres torpes y desentrenados, un
escuadrón de soldados cansados, una rata almizclera, un problema en la
espalda y un día de ventaja por recuperar.
El hombre le sonrió.
—Mi señora, sus palabras me cautivan. —Hizo una reverencia—. Espero que
obtenga un maravilloso uso de ella.
—Estoy segura que lo haré. —Gabrielle hizo una pausa casi dentro del carro y
miró a Xena—. Oye, Xena...
Xena decidió que no sería tan malo si la debilidad fuese vista como
indulgencia con su pareja, ¿no?
—Oh, está bien. —Xena suspiró—. Brendan, que alguien guíe a mi gran
bastardo, y al enano desaliñado. —Se dirigió hacia la carroza y movió la vara
hacia su mano derecha, agarrando la puerta con la izquierda y liberando a
sus piernas de la mayor parte del peso de su cuerpo, ya que estaban a punto
de ceder bajo ella—. ¡Pongamos este maldito espectáculo en marcha!
—Sí. —Brendan desató a Tiger y a Parches y entregó sus riendas a uno de los
mozos que se había apresurado a acercarse—. Vamos chicos, comienza el
camino, ¿eh?
—Yah. —Xena sintió que el sudor le corría por el cuello y la columna vertebral,
incluso la alta dosis de hierbas era incapaz de contener el dolor por más
tiempo—. Está bien, tú —ordenó a Gabrielle—. Ya te daré yo a ti un poema,
seguro.
—¡Oof!
—Guau.
—Por el huevo izquierdo de Hades. —Xena estaba tumbada sobre su espalda 991
en el asiento, con el antebrazo sobre los ojos—. Agarra esa maldita espada y
ensártame con ella, hazme el favor.
—¿Cerca? —dijo Xena con los dientes apretados—. Espero poder levantarme
de aquí de nuevo.
—Oh, Dios mío... Xena... —Podía ver lágrimas en las pestañas de su amante—
. ¿Puedo traerle algo? Más de esas hierbas, o...
—Xena, no puedo.
La reina suspiró.
—Dijiste que harías cualquier cosa por mí —gimió—. Pido tan poco... mmph.
Gabrielle levantó la cabeza para mirar a los ojos de la mujer a la que acababa
de besar. Luego bajó los labios para besar suavemente las lágrimas de sus
pómulos.
Xena sintió una sacudida, tanto en sus entrañas por los besos, como en su
cuerpo cuando la carreta comenzó a moverse. La parte superior de la carreta
tenía una rejilla abierta para dejar entrar el aire, pero la sensación de
movimiento sin tener control sobre él, de repente la hizo sentir un poco
mareada.
—Está bien. —Se enderezó y se puso de rodillas, tendiéndole las manos a Xena
para que las agarrara. Xena se agarró y se armó de valor. Luego respiró hondo
y se concentró en contraer los músculos de su estómago, agradecida por las 992
largas sesiones en su torre mientras su cuerpo respondía y, con la ayuda de
Gabrielle, pudo sentarse en el banco. Dolía. Se enderezó y se recostó contra
el respaldo acolchado detrás de ella, medio reclinada debido a la pendiente
de la pared del vagón—. Está bien.
—¿Está bien?
Xena flexionó los dedos de los pies con cuidado, feliz de poder sentirlos. Había
tenido esa extraña y débil sensación en las piernas cuando entró en la carreta,
un claro recuerdo de la última vez que había sido herida de esta manera.
—Sí. —Puso sus manos sobre el banco y miró el interior del carruaje—. Con que
esto es, ¿eh?
—Buena idea. —Xena exhaló mirando hacia los agujeros abiertos—. Buen
trabajo.
—Es bonito, ¿verdad? —Estuvo de acuerdo Gabrielle—. Les pedí que dejaran
algunas cosas aquí, frutas y algunos bollos pequeños para que puedas comer
si quieres.
—Hm.
—¿Lo sabes?
—¿Por qué? —Gabrielle recogió una brazada de las almohadas y se las llevó.
Se arrodilló junto al banco y ordenó los artículos suaves y esponjosos,
dejándolos al lado de su amante—. ¿Qué pasa?
—Me enfermo montada en ellas. —Xena levantó el brazo y se cubrió los ojos
otra vez.
—Oh.
—Maldita sea.
—Shh.
—Shh.
994
Parte 29
1002
Xena apoyó los brazos cruzados en la pared de madera del carro. Se había
decidido a aceptar el dolor de ponerse de pie para aliviar la miseria de sentirse
mal del estómago, y ahora que el aire fresco de la noche le había aliviado un
poco, estaba relativamente contenta.
Relativamente.
—¿Sabes lo que necesito ahora?
—¿Qué? —Gabrielle se acercó para pararse a su lado.
—Una silla hamaca —dijo la reina—. Colgando de este maldito techo para
que me pueda dar la brisa, pero sin estar de pie —aclaró—. ¿Eres buena
tejiendo?
Gabrielle guardó un breve silencio.
—¿Qué? —dijo finalmente—. ¿Quieres que te haga una silla? —su voz se
elevó—. Creo que es mejor que me quede con lo de contar historias. La última
vez que intenté coser algo, terminé cosiendo mi camisa a mis pantalones.
Xena se rio suavemente en voz baja. Observó cómo el ejército, o lo que fuera,
cambiaba y se movía más allá del carruaje, el ruido de las ruedas y el sonido
de los cascos de los caballos sonando por encima del raspar más ligero de las
botas de los soldados de infantería.
—Ah.
—¿Qué? —Gabrielle miró por encima de la pared. Ahora había mucha más
luz, cada par de soldados sostenían una antorcha acunada en el hueco de
su brazo, una línea de luz ondulante que perfilaba el camino con un brillo
dorado.
—Pensaba que lo habíamos dejado atrás. —Xena suspiró—. Sabía que
debería haberlo matado en el maldito barco.
Gabrielle estiró la cabeza, parpadeando sorprendida cuando se dio cuenta
de que uno de los jinetes cercanos era un Perdicus de aspecto arisco.
—¡Oh! —Se retiró un poco hacia atrás—. ¿Qué está haciendo aquí? Le dije...
—¿Que se largara? —Xena volvió la cabeza con cuidado para mirar a su
compañera—. ¿Y me perdí eso? Malditos sean los dioses. ¿Dónde estaba yo?
La mujer rubia curvó sus dedos alrededor de la madera.
—En la cama, creo —murmuró—. Salí a buscar... para conseguirnos algo esa 1003
primera noche y él estuvo allí, diciendo toda clase de cosas. Le dije...
—¿Toda clase de cosas? —preguntó Xena—. ¿Cómo qué clase de cosas?
Gabrielle sacudió la cabeza.
—Sólo cosas malas —dijo—. Él piensa... supongo que piensa... —Dejó que su
voz se apagara—. Le dije que me dejara en paz. —Miró a Xena, sorprendida
de ver los ojos entrecerrados y sus fosas nasales ligeramente dilatadas.
Extendió la mano y tocó el codo de Xena—. Solo es un patán, Xena. Creo que
siempre fue un patán, pero se ha vuelto... eh... más patán aún.
—¿Te tocó? —preguntó Xena con voz aparentemente tranquila.
—Me agarró del brazo, pero los otros soldados estaban allí, Xena. Realmente
no... —Gabrielle se detuvo cuando la reina se volvió y la miró—. Todavía cree
que estamos prometidos, supongo. —Se encogió de hombros, sin saber qué
hacer con la silenciosa ira de su compañera—. Estoy segura de que ahora lo
ha entendido bien. Le hablé sobre nosotras.
—Tráeme el chakram, ¿quieres?
Gabrielle estaba a mitad de camino en el carruaje, con la mano extendida
para recoger la bolsa antes de detenerse y girar.
—¿Que vas a hacer con eso?
—Matarlo —respondió Xena amablemente—. Es un imbécil, y no voy a
aguantar tenerlo rondando cerca. —Extendió la mano y meneó los dedos—.
Dámelo. Vamos, vamos. No me digas que te vas a poner triste por él.
Gabrielle recogió la bolsa mecánicamente y la sostuvo, girando los ojos para
encontrarse con los de Xena.
—Realmente no vas a matarlo, ¿verdad?
La reina asintió.
—Si voy a hacerlo —dijo—. Es bueno para la moral. Nada como la sangre
brotando por toda la carretera para que las ideas fluyan. —Movió sus dedos
otra vez—. Vamos. De todos modos, quiero ver si puedo lanzarlo desde dentro
de esta caja.
A Gabrielle se le ocurrió que su amante estaba, de hecho, hablando en serio.
Lentamente cruzó el carro, sus dedos se apretaron un poco en la bolsa.
—Xena, él no me hizo daño —dijo—. No quiero que lo mates.
Xena la estudió.
—¿No quieres? —Dejó su mano sobre la cabeza de Gabrielle, y la inclinó hacia 1004
arriba para que la luz de la antorcha cayera sobre ella y poder ver sus ojos—.
¿De verdad que no, Gabrielle? ¿Lo quieres ahí fuera, siguiéndote,
vigilándote... queriéndote? —Gabrielle se encontró atrapada por esa mirada,
las palabras de la reina penetraron y la hicieron sentir un poco sin aliento—. Sé
honesta, Gabrielle —dijo Xena con voz suave—. Este tipo es un problema para
ti. Él está aquí porque quiere algo —agregó—. No lo quiero aquí...
Oh guau. Gabrielle tuvo ganas de sentarse, y un momento después lo hizo,
hundiéndose en el banco más corto y sintiendo el retumbar de las sacudidas
del camino a través de su columna vertebral. Perdicus era un patán, pero ¿Eso
significaba que debía morir?
¿Cómo podría ella decir eso?
—Xena —murmuró—. No puedo decirte que lo mates. Por favor, no me pidas
eso.
—¿Todavía te sientes atraída por él?
La cabeza de Gabrielle se alzó de golpe.
—¿Eh? —miró a Xena—. Por supuesto que no. No creo que yo... —Ella lo
consideró—. Él solo estaba... —Negó con la cabeza—. Xena, simplemente no
puedes ir matando gente porque me resulten incómodos.
—Por supuesto que puedo.
Por supuesto que podría. Gabrielle se sintió abrumada.
—Bueno, por favor no lo hagas —dijo finalmente—. Odiaría ver a alguien morir
así, solo por mi culpa —exhaló—. Sólo porque me haya molestado, de todos
modos.
Xena levantó los brazos a los largueros del techo y se dirigió hacia donde
estaba sentada Gabrielle. A la luz parpadeante de la vela podía ver la
angustia en su expresión y se detuvo a su lado, agachándose para agitar su
cabello.
—Está bien —concedió—. Pero te lo advierto, si él te pone un dedo encima
otra vez, va a apartar su brazo por las malas. —Los hombros de Gabrielle se
relajaron, un movimiento visible en la luz dorada. Puso el chakram en su bolsa
en el banco y se puso de pie, abrazando a Xena y hundiendo la cara en el
hombro de la reina. Después de haber estado en el lado receptor de un
montón de agradables atenciones por parte de una rata almizclera durante
todo el día, a Xena le pareció algo refrescante estar en el lado de darlas para
variar. Rascó la parte posterior del cuello de su amante con su mano libre,
manteniendo la otra agarrada al mástil del techo para que ambas no
terminaran en el suelo—. Haría cualquier cosa por ti —le dijo a Gabrielle—. 1005
Incluso cosas que no quieres que haga.
Era una mezcla muy extraña de horror y ternura, y Xena sonrió al sentir la suave
exhalación sobre su piel. Todavía quería matar a Perdicus. Eso hacía que se
volviera loca al tenerlo allí, observándolas. Observando a Gabrielle y, lo que
era obvio para Xena, con un ardiente mal humor.
Hizo una pausa y consideró eso por un momento. Luego sus cejas se movieron
un poco y sonrió. Por otro lado, la muerte no era en verdad una tortura, ¿no?
Especialmente de la manera en que ella solía matar.
—Gracias —dijo Gabrielle.
—Todavía no he hecho nada. —Sin embargo, Xena lo entendió. Mordisqueó
el cabello de su amante, saboreando el humo de las antorchas del exterior.
Si miraba hacia fuera, podía ver como el bosque se acercaba, la línea de
árboles pasaba de una lejana mancha a una realidad que se avecinaba,
ocultando cualquier cosa que se escondiera entre ellos. La línea se curvaba
hacia el camino llevando el límite del bosque dentro del alcance de las
flechas.
Xena frotó la espalda de Gabrielle cuando giró la cabeza para mirar por la
abertura, desenfocando ligeramente sus ojos mientras contaba sus recursos y
calculaba los ángulos. Dentro de una marca de vela estarían lo
suficientemente cerca. Tenía ese tiempo para... ¿resolver qué hacer?
No. Incapaz de cabalgar al frente de las tropas, Xena se encontró pensando
que debía usar su mente y, en lugar de resolver sobre la marcha qué sucedería
a continuación, estaba planificando qué iba a hacer para conseguir que las
cosas sucedieran de la forma en que ella quería que lo hicieran.
Interesante perspectiva. Xena meneó la nariz que le picaba un poco. ¿Podría
ser esta la forma en que los dioses le enseñaban una lección?
Nah.
Mejor que no lo fuera. Sus ojos se estrecharon. No, si esos cabrones querían
seguir siendo adorados.
Volvió su atención al ejército, dejando escapar un silbido bajo para atraer la
atención de Jens. Su segundo capitán hizo girar su montura y se acercó a la
carroza, se bajó la capucha y puso la mano en la empuñadura de su espada.
—¿Majestad? —Jens miró dentro—. Su gracia.
Gabrielle, pillada en una postura algo comprometida, solo pudo producir una
sonrisa débil.
1006
—Hola.
Jens le sonrió.
—Date una vuelta por las líneas. —Xena habló en voz baja—. Corre la voz de
que estamos marchando para atravesar el paso.
Jens miró a su alrededor.
—Lo haré —dijo—. Los hombres están de acuerdo, señora. Tenemos un grupo
medianamente bueno con nosotros esta vez.
—¿Sorprendido?
—Sí —admitió el soldado sin reservas—. No creí que tuvieran mucho allí, pero
tal vez tantos años en paz hicieron que los hombres sintieran que querían algo
diferente.
La reina resopló, riéndose entre dientes.
—Haz correr la voz —añadió—. Mi objetivo es pillar a esa perra persa y ponerle
un collar.
—¿Señora?
—Solo dilo —dijo Xena—. Asegúrate que la mayoría de ellos lo sepa. ¿Lo
entiendes?
—Sí. —Jens entendió la instrucción, no la razón de su Señora—. Lo haré,
majestad. —Levantó el puño en señal de saludo, luego apartó a su caballo y
dejó pasar la carreta antes de dirigirse hacia los hombres que iban detrás.
—¿Un collar? —susurró Gabrielle—. ¿Por qué quieres que piensen eso?
—Porque les excitará —respondió Xena con tono divertido—. Confía en mí,
rata almizclera, hay una lógica en mi locura. —Pensó en soltarse de los
largueros del techo y luego lo pensó mejor cuando un movimiento imprudente
hizo que una punzada de dolor le recorriera la parte posterior de los muslos. Se
decidió por un mordisco en el borde de la oreja de Gabrielle en su lugar—.
Incluso si suele ser más una locura que una lógica —añadió con una risita.
—¿Cómo va tu espalda? —preguntó Gabrielle, riéndose suavemente—.
Pareces estar mejor.
—Duele —respondió Xena—. Creo que me voy a recostar un rato de nuevo.
—Esperó a que su amante la soltara, luego se dirigió hacia el banco de atrás—
. ¿Tienes más de esas cosas dulces? —se acomodó sobre sus rodillas, luego 1007
logró rodar en el banco sin sacarse la espalda. Liberar del peso a sus piernas
le sentó tan bien que la hizo ignorar su sensibilidad al movimiento del carro y
aceptó la bola de caramelo que Gabrielle le mostraba con una sonrisa—.
Acuéstate aquí conmigo —dio unas palmaditas en el banco.
Gabrielle guardó el chakram en su bolsa y luego se arrastró sobre el cuerpo
de Xena para terminar estrujada entre la pared trasera del carruaje y la reina.
Apoyó la cabeza en las almohadas y besó el hombro de Xena, observando su
perfil angular.
—Si le pones un collar a Sholeh, ¿Puedo hacer que de vueltas? —Por un
momento, Xena se quedó absolutamente inmóvil. Luego giró la cabeza para
mirar a Gabrielle, su rostro se contrajo mientras luchaba por no reírse—.
¿Sentarse y suplicar?
—Voy a hacer que te sientes y supliques en un minuto.
—Puedo lamerte la oreja... ¡Ay!
Xena cruzó los brazos sobre el larguero de madera, distribuyendo su peso entre
brazos y rodillas, cuando se arrodilló en el banco de la parte delantera del
carruaje.
El bosque estaba ahora cerca de su lado derecho y podía ver claramente la
curva del camino que se dirigía hacia el paso justo en frente de ellos.
El perfil de Brendan estaba a su derecha, y cuando llegaron a la parte más
cercana del bosque, dejó escapar un silbido.
—Detén esta cosa —le ordenó al conductor, cuya pierna no estaba lejos de
su codo.
—Majestad. —El hombre obedeció, mientras el ejército reducía la velocidad
a su alrededor, los gritos de Brendan hacían eco arriba y abajo de las líneas—
. ¿Esta maldita cosa está sacudiendo sus huesos, Majestad, como lo hace con
los míos? —preguntó el conductor mirando a su real pasajera—. Estoy
pensando que ese condenado viejo nunca salió de esa ciudad montado en
esto.
—Eh. Todo está bien —respondió Xena cuando silbó de nuevo y tanto Brendan
como Jens giraron sus caballos para responder a su llamada—. A mi consorte 1008
le encanta ¿A que sí rata almizclera?
La pálida cabeza de Gabrielle apareció a su lado. Estaba arrodillada junto a
Xena en el banco y miró afuera con un interés un tanto enérgico.
—¿Me encanta el que? —preguntó—. ¿Tú? Absolutamente. —Observó el
movimiento del ejército mientras se detenía a su alrededor.
Xena se frotó el puente de la nariz con los dedos y luego suspiró, ya que fue
rescatada por la llegada de Brendan y Jens.
—Está bien, muchachos —dijo—. Escuchad con atención.
Los dos capitanes obedientemente reunieron sus monturas, Brendan agarró
las riendas de los caballos mientras el conductor saltaba para estirar las
piernas.
—Pensaba que nos estábamos moviendo directos a atravesar el paso,
Majestad —dijo Jens en voz alta.
—Lo estamos —respondió Xena en un tono similar. Entonces, bajó la voz—.
Daos una vuelta y decid que nos tomamos un descanso —dijo—. Las líneas de
atrás miran hacia adentro, hacia el camino. Ponlos de espaldas a los árboles.
—Tanto Brendan como Jens la observaron atentamente—. Envía un grupo de
voluntarios... tres o cuatro... al paso. Decidles que busquen señales de los
persas.
—Majestad. —Brendan se apoyó en el asiento del conductor, al alcance de
la reina—. Ya tenemos exploradores por ahí.
—Lo sé. —Xena lo miró a los ojos fijamente—. Asegúrate de pedir voluntarios
en voz alta, y que ninguno sea de los muchachos que vinieron de casa con
nosotros.
Brendan se quedó en silencio, luego asintió con comprensión.
—Lo haré, majestad —dijo enérgicamente. Dio la vuelta a su caballo y
comenzó a bajar por las filas, con Jens detrás de él.
—¿Puedo hacer algo? —preguntó Gabrielle.
—Sí —dijo Xena sorprendentemente rápido—. Quiero que vayas allí, donde
están esos hombres alrededor de ese carro, y pidas una ballesta y un carcaj
de flechas. Diles que es para ti.
La mujer rubia parecía un poco confundida, pero se levantó del banco y se
enderezó la sobrevesta, pasándose los dedos por el pelo mientras abría la
puerta del carruaje y saltaba al suelo.
Sentaba bien estirar las piernas. Gabrielle cerró la puerta del carruaje y caminó
hacia los carros de suministros que habían estado rodando detrás del carruaje
1009
de la reina. Algunos de los soldados también se estaban reuniendo allí,
entregando paquetes de lo que pensó al principio, eran palos y luego se dio
cuenta de que eran flechas.
Los hombres se separaron cuando ella se acercó, y los saludos y las reverencias
hicieron peligroso caminar por un momento, así que ella se detuvo hasta que
terminaron, y luego se movió de nuevo hacia adelante.
—Hola.
—Su gracia. —El hombre en el primer carro de suministros hizo una reverencia,
casi arrojándose del asiento del carro al suelo—. ¿Hay algo que podamos
hacer por ti?
Gabrielle echó un vistazo alrededor a todos los ojos ávidos que la observaban
y sintió un poco de vergüenza.
—Ah, bueno, sí —dijo—. ¿Podría por favor tener una de esas ballestas y algunas
flechas?
Dos de los soldados comenzaron inmediatamente a saltar del estribo del carro,
chocando entre sí antes de poder agarrar los paquetes de armas apiladas en
la parte superior.
—¡Eh, cuidado! ¡Lo tengo! —dijo uno.
—Lo tengo. —El otro agarró una de las armas y saltó del carro, extendiéndola
cuidadosamente hacia Gabrielle—. ¿Es esto lo que quiere, mi lady?
Lo cierto es que Gabrielle no tenía ni idea de qué era lo que se suponía debía
querer, pero supuso que el soldado probablemente lo sabía.
—Sí. —Abrió las manos y tomó la ballesta, sintiendo su sorprendente peso al
acercarla a su cuerpo.
Era de madera, en su mayoría, con partes de hierro, y la sostuvo contra su
pecho cuando recordó, en un único y vivido destello, que esta era el arma
que había matado a Lila.
Casi lo deja caer. El hierro se sentía frío contra sus manos, contra sus dedos que
se habían curvado instintivamente alrededor del mecanismo de activación.
Se quedó sin aliento y sintió que los sonidos a su alrededor se volvían extraños
y fuertes, apenas consciente de su entorno hasta que una mano cayó sobre
su hombro.
—¿Mi lady?
La multitud y los sonidos del ejército volvieron a desvanecerse, y volvió la
cabeza para encontrar al soldado que le entregó el arma a su lado, con el 1010
rostro arrugado por la preocupación.
—Ah. Lo siento —murmuró Gabrielle—. Solo estaba pensando en algo.
El otro soldado había saltado de la carreta y ahora se acercaba con un grueso
carcaj lleno de flechas.
—Aquí está, su gracia —dijo—. ¿Será suficiente con esto?
¿Lo era?
—Um... —Gabrielle estudió el carcaj—. Tal vez sea mejor que me lleve dos —
dijo—. ¿Tienes otro como ese?
El soldado saltó de nuevo al carro a toda prisa.
—Por supuesto, mi lady. Solo será un momento.
—Usted va a proteger a su Majestad con eso, ¿verdad? —preguntó el primer
soldado—. Usted es feroz, su gracia, lo es.
Los globos oculares de Gabrielle se abrieron, solo un poco.
—Ah, bueno... —murmuró.
—Sí. —El segundo soldado regresó con otro carcaj—. Seguro que su majestad
se siente segura con usted cerca.
—Eh.
—¿La viste arrancar esa tajada a la Persa? —dijo uno de los otros hombres—.
Lo vi desde el lado que lo hizo, ¡y también lo hicieron esos malditos barbas
rizadas! —agregó—. Parecía como si sus mamás los hubieran golpeado.
Gabrielle aceptó el otro carcaj y logró sonreír.
—Bueno, trato de... eh... contribuir de la manera que pueda. —Se inclinó hacia
atrás—. Entonces um... dejad que me vaya... uh...a prepararme para cuidar
de la reina. —Esquivó para pasar junto a tres o cuatro soldados más y se dirigió
hacia el carruaje.
—Hiciste algo muy valiente, Gabrielle. —Brendan la había alcanzado—. No
seas tímida al respecto. —Llevaba las riendas de su caballo en la mano y
caminó a su lado, sus manos enguantadas se apretaban y aflojaban un poco.
—La verdad es que no lo hice por... —Gabrielle hizo una pausa, y frunció el
ceño—. Bueno, la verdad es que no puedo decir eso, porque es cierto que no
haces algo así por accidente, pero fue lo único que se me ocurrió para
escaparme de ella. No fue valiente, solo un poco desesperado.
—Si. —El viejo capitán estuvo de acuerdo—. Pero nos salvó. 1011
—Bueno, no creo...
—Gabrielle. —Brendan hizo una pausa y le puso una mano en el hombro—. Si
te hubieran llevado, todos estaríamos muertos.
Gabrielle se puso frente a él.
—Oh, no lo creo —discrepó. —Sois grandes guerreros.
—Gabrielle —repitió Brendan, sus ojos adoptaron una expresión irónica—. Si
ella te hubiera llevado, se habría llevado a Xena.
Abriendo la boca para protestar, Gabrielle solo pudo dejar que la respiración
saliera de sus pulmones cuando el significado de sus palabras le caló.
—Oh.
El ejército se estaba reuniendo a un lado del camino abriendo las raciones de
viaje mientras se paraban en grupos y filas, de espaldas al bosque.
—Está bien, chicos. Solo un breve descanso. —Jens regresaba hacia ellos
informando a las tropas—. Descansad, bebed agua y preparaos para seguir
adelante. —Llegó a donde Brendan y Gabrielle estaban parados—. Ya ha
salido el grupo de avanzada, Brendan.
—Bien —dijo Brendan.
—Ese mal tipo que te molestaba se fue con ellos —le dijo Jens a Gabrielle—.
No te ofendas, él es de tu aldea, dicen, pero un protestón como ninguno que
haya visto antes. Me alegra que haya decidido ser útil.
¿Perdicus? Gabrielle agarró con más fuerza el carcaj de flechas.
—Oh. Bueno, eso es genial —dijo—. Yo también me alegro.
—Sí, apuesto a que lo haces —comentó Brendan—. Llevemos este equipo a
su Maj. Las cosas comenzarán a saltar muy pronto.
Volvieron al carruaje, donde una Xena visiblemente impaciente los estaba
esperando.
—¿Qué Hades te ha llevado tanto tiempo? —gruñó la reina—. Pensé que
habías regresado a la maldita ciudad a por eso. —Tenía la cabeza asomando
por la abertura y era casi cómico—. Vuelve a entrar aquí.
Gabrielle abrió la puerta, puso su carga dentro y subió.
—Lo siento —se disculpó—. ¿Es esto lo que querías? —Llevó la ballesta hacia
donde estaba Xena—. Los chicos estaban... uh...
—¿Adulándote? —Xena miró la ballesta—. Sí, esto servirá —dijo—. Bien. 1012
Gabrielle dejó la ballesta y volvió a buscar las flechas.
—¿Cuánto tiempo vamos a estar parados? ¿Debo conseguir algo para que
comas?
—No estamos parados.
—Xena. —Gabrielle volvió a subir al banco—. Puede que no sea una experta
en ejércitos, pero sé cuándo la gente está quieta. —Señaló a las tropas—.
Estamos parados.
—No estamos parados —le informó la reina—. Estamos poniendo una trampa.
—Probó lentamente apoyar todo su peso sobre sus rodillas, haciendo una
mueca cuando sintió que algo se salía de su sitio—. Maldita sea.
—¿Lo estamos?
—Ponte detrás de mí —instruyó Xena—. Agárrate al borde allí y... sí. —Sintió el
apoyo cuando su amante se apretó contra ella y la sostenía en su sitio—.
Ahora dame esa ballesta —dijo—. Y prepárate para pasarme flechas.
—Um… está bien. —Gabrielle estaba confusa, pero dispuesta—. ¿A qué vas a
disparar? —preguntó—. No puede ser a Perdicus, se ha ido con el grupo de
exploración.
Xena se rio en voz baja.
—¿Él se ha ido?
—Sí.
—Bien, bien. Me lo imaginaba. —Xena colocó una flecha en el mecanismo de
la ballesta y la amartilló. Luego dejó que el arma descansara contra la
partición de madera y miró hacia afuera. Soltó dos silbidos, cortos y agudos, y
luego uno largo. Brendan y Jens comenzaron a caminar lentamente por las
líneas, deteniéndose de vez en cuando para charlar con los grupos de
soldados—. Ahora toca esperar —Xena observaba atentamente los árboles.
—¿Qué estamos esperando? —preguntó Gabrielle sintiéndose un poco tonta,
pero contenta de haber sido de alguna utilidad para Xena.
—Moscas.
—¿Eh?
—Enormes, malolientes y mordaces moscardones.
1013
—No —respondió honestamente—. Todo lo que puedo ver son los traseros de
los caballos que tiran del carruaje y esos cinco o seis tipos con lanzas.
—No.
—¿De Verdad?
—Sí.
—Estrategia.
—Oh. —Gabrielle decidió dejar de forzar sus ojos. Dejó que su barbilla
descansara en el hombro de Xena, con las dos manos agarrando los tablones
de madera a ambos lados de la reina y brindándole apoyo.
—Un poco. —Xena estuvo de acuerdo—. ¿A qué distancia puedes ver más
allá de las líneas?
—Tal vez un cuerpo por detrás de los hombres —le dijo a su reina.
Xena tragó saliva y se lamió los labios, observando las temblorosas puntas de
la hierba mientras se abrían, abarcando toda la línea de sus hombres y
llegando incluso a los carros de suministros. Se preguntó brevemente si sabrían
dónde estaba ella y luego ignoró la idea cuando la fila comenzó a moverse
más rápido.
—Preparaos.
Jens se enderezó del carro y se quedó con una mano agarrada de su lanza,
dejando que la otra descansara casualmente sobre la empuñadura de su
espada. A lo largo de toda la línea, los soldados estaban haciendo lo mismo
1016
observando a Brendan, quien observaba a Jens y este observaba a Xena.
Esperó hasta que vio que el movimiento se detenía y sintió que la energía
cambiaba, y luego respiró hondo, presionándose contra Gabrielle mientras
observaba la ballesta y soltaba el eje junto con un silbido penetrante que
resonó y se repitió en el espacio, de repente, en silencio.
Xena vio al persa que estaba corriendo hacia los caballos. Cargó su ballesta
y esperó, observando al hombre repeliendo a uno de los voluntarios de la
ciudad y esquivándolo para alcanzar al animal más cercano, su espada
alejándose del animal mientras su mano agarraba las riendas.
Xena volvió su atención a las líneas y vio a un hombre mayor con una
armadura más ornamentada, con la barba gruesa y rizada común en los
verdaderos persas.
El persa dejó caer la maza y agarró la flecha mientras uno de los voluntarios
de la ciudad se precipitaba hacia él, derribándolo cuando el hombre lo
apuñaló valientemente con una espada corta. Cayeron juntos mientras Jens
se recuperaba, levantándose y hundiendo su lanza en el pecho del persa.
—Es mucho más fácil que usar esa maldita espada, ¿verdad? —Xena volvió a
cargar el arma, observando la batalla con atención—. No sé por qué nunca
había pensado en esto antes. Le hubiera ahorrado a mi trasero muchos
problemas. —Soltó un silbido, al ver a un hombre tirar sus armas y pararse con
los brazos en alto—. Sin mencionar las muchas noches bebiendo hasta olvidar
el dolor.
1018
Brendan soltó un grito de los suyos y levantó su espada.
—Es lo que parece. —La reina volvió a cargar, por si acaso—. También es
mucho menos peligroso para ti, rata almizclera —agregó cuando se hizo
evidente que los persas, de verdad, se estaban rindiendo a los hombres de
Xena, quienes los juntaban en pequeños grupos recogiendo sus armas.
—Eso es seguro. —Gabrielle miró por encima del hombro. El buen ánimo de las
tropas de Xena se hacía evidente, mientras los soldados experimentados
arreaban a sus cautivos, y los nuevos hombres de la ciudad charlaban
entusiasmados sobre su victoria repentina y algo inesperada—. Creo que esto
me gusta más.
—Podría ser una buena idea. —La reina sentía que el dolor aumentaba ahora
que la emoción de la batalla se había desvanecido—. Y tráeme esas hierbas.
—Xena. —Vaciló—. ¿Puedo ir a hablar con ellos por ti? Odio verte lastimarte
más.
Xena se apoyó contra la pared, muy tentada. Podía sentir comenzar los
espasmos y sabía que no importaba cuántas hierbas tragara disueltas en
grandes cantidades de vino, pavonearse por ahí fuera significaría marcas y 1019
marcas de vela de dolor agonizante después.
Ella quería salir y afianzar su victoria, no quería terminar gritando por ello.
—Maldita sea, la vida a veces apesta. —La reina suspiró—. Me estoy volviendo
condenadamente vieja para esto. —Con cuidado, se sentó para bajar las
rodillas, doloridas y medio adormecidas por la presión, y se acostó en el
asiento—. Te diré lo qué…
Se sentía tan bien estar acostada, quieta y estirada. Xena observó cómo
titilaban las velas en el rostro de Gabrielle pensando en qué
decirles. Finalmente sonrió y apretó la mano de su amante.
Xena asintió.
—Y las hierbas —suspiró—. Tal vez pueda drogarme hasta perder el sentido
antes que comencemos a movernos de nuevo.
—¿Dormir?
—¡¡Xena!!
1020
—¿Sí?
—¿Puedo hablar con usted, capitán? —dijo—. Para nuestro bien mutuo, tal
vez —agregó, juntando las manos ante él.
1021
Había sido estimulante. Xena apoyó las manos sobre su estómago y entrelazó
los dedos, su cuerpo estirado con reticente consuelo. Oyó pasos que se
acercaban al carruaje y se estiró para agarrar su copa de vino, tomando un
sorbo cuando un golpe deferente llamó a la puerta.
—Entra.
—¿Ahora? —Xena cruzó sus tobillos con indiferencia y miró al hombre—. ¿Ya
has acabado de deshacerte de esos cadáveres inútiles? —le preguntó a
Brendan—. Quiero ponerme en marcha.
El hombre estaba medio escondido en las sombras, pero tenía la barba espesa
de los verdaderos persas y a Xena le recordó un poco a Heydar. Puso las
manos delante de él, las apretó con cuidado y bajó la cabeza de un modo
razonablemente respetuoso.
—Su Majestad.
—¿Si me atrevo? —Xena plegó las riendas de Tiger en una mano y dejó la otra
relajada en su muslo. Detuvo su caballo casi nariz con nariz con el de Sholeh—
. ¿Si me atrevo? He estado pateando tu feo y pretencioso culito durante las
dos últimas marcas de vela. ¿Me atrevo? Me sorprende que tú te atrevas a
acercarte tanto a mí y no te preocupes por acabar como un pegote sobre
esas rocas de allí.
Se aseguró de que estaba hablando lo suficientemente fuerte como para que
todos la escucharan, tanto los de su lado como los persas. Por un lado, era
parte del pequeño enfrentamiento verbal que tenían y, por otro, era cierto.
Eso era cierto. Xena se reclinó un poco, sin molestarse en sofocar una sonrisa.
—Te atreves —dijo Sholeh en voz baja—. Clavaré tu lengua en una estaca por
eso.
—¿Tú y qué ejército? —Xena dejó que las palabras fluyeran de su boca
disfrutándolas inmensamente—. No será ese ejército. —Señaló a los persas—.
Hazte un favor, chavala. Cógelos y vuelve a casa, y apártate de mí puñetero
camino. —Empujó a Tiger hacia adelante, haciendo que el caballo de Sholeh
moviera de arriba abajo la cabeza nerviosamente—. Venga. Largo.
Sholeh la miró fijamente.
—Estás loca —dijo finalmente—. ¿Crees que estos hombres detrás de mí, estas
flores de Persia, huirán como los pequeños perros que conquistamos por estos 1059
lares?
Xena inclinó la cabeza y miró el ejército al que se enfrentaba.
—Si mato a un número suficiente de ellos, seguro. —Se volvió y miró a Sholeh
a los ojos—. Admítelo, esto te supera. No puedes vencerme.
La persa miró detrás de ella.
—Mira con lo que me enfrentas, Xena —dijo Sholeh—. No tienes nada más que
perros y ancianos.
—¿Disculpa? —Gabrielle habló por primera vez.
Sholeh la miró, luego de nuevo a Xena.
—No le toques las narices —le aconsejó Xena—. Esta vez te arrancará el brazo
y ni todo el encaje del mundo conseguirá que se vea bien.
—Estás loca —dijo Sholeh, después de una pausa—. Será bueno librar al
mundo de ti. Voy a disfrutarlo. —Comenzó a tirar de la cabeza de su caballo,
pero se detuvo cuando Xena extendió la mano y agarró la brida del animal—
. Suéltala.
—Escucha. —La voz de Xena se hizo más profunda, con una expresión seria en
su rostro—. Toma lo que te queda y sal de aquí. ¿Valoras a esos hombres? No
desperdicies sus vidas.
Por un momento, Sholeh vaciló, su cuerpo se quedó inmóvil. Luego dio un paso
de lado con su caballo hacia Xena para quedar rodilla con rodilla.
Xena sabía que había peligro aquí. Sholeh no había mostrado inclinación
alguna por luchar de manera justa y, tan cerca, si elegía golpear a Xena con
un trozo de su elegante armadura cubierta de veneno, solo tenía una
oportunidad de evitarlo.
—Mi honor saldrá de este valle —dijo Sholeh con un intenso susurro—. Tú no me
quitarás eso.
Xena la miró a los ojos, apoyándose en el arco de su silla y acercándose aún
más.
—Ya lo he hecho —dijo de vuelta—. Así que no tengo nada más que
demostrar. Solo retírate, yo me iré a casa y tú puedes irte río abajo.
Ambas estaban tranquilas, respirando casi al unísono.
—¿De verdad crees que esta colección de despojos puede resistir por un
momento a mis hombres? —la voz de Sholeh era escéptica.
Xena sonrió.
1060
—Lo creo —dijo—. Lo que, es más, ellos lo creen —añadió—. No tenemos nada
que perder. Tú sí.
—No puedes hacerlo —dijo Sholeh finalmente—. No más de lo que podría yo.
—Puedo —soltó Xena de vuelta—. No importa lo que pase aquí, yo gano. Si
gano, gano, y si pierdo contra una fuerza cuatro veces mayor que la mía, sigo
ganando. No puedes ganar. Puedes salir de aquí con vida, porque la primera
persona a la que mataré, si decides luchar, es a ti.
Gabrielle estaba allí sentada quieta, con los ojos muy abiertos y la mandíbula
apretada con fuerza. Sostenía su lanza con una mano y tenía la otra apoyada
en la pierna de Xena. El cuerpo de la reina estaba tenso, pero no demasiado
rígido, no la quietud explosiva que solía mostrar cuando estaba a punto de
atacar.
Era difícil creer lo que Xena estaba diciendo, lo directa y honesta que era,
dándole a Sholeh la oportunidad de evitar esta lucha, esta batalla que
seguramente dejaría muchas personas heridas y muertas.
Tal vez incluso ella y Xena.
Gabrielle observó los ojos de Sholeh ya que no podía ver su cara. Estaban
oscuros y escondidos, pero podía ver la leve contracción en sus comisuras y
sabía que la princesa persa realmente estaba escuchando lo que Xena
estaba diciendo.
¿Aceptaría la oferta? Gabrielle exhaló un poco, pensando en cómo sería
simplemente alejarse del paso y dirigirse hacia el valle en el que había nacido,
justo en el camino a casa.
Sintió que las lágrimas picaban en sus ojos y cruzó los dedos, deseando tan
fuerte como pudo, que Sholeh simplemente aceptara la oferta, tomara su
ejército, y sencillamente...
Se fuera.
—Tienes un concepto muy alto de ti misma —dijo Sholeh por fin.
—Soy quien soy. —Xena se encogió de hombros.
La persa se recostó en su silla, con los ojos cerrados e insondables.
—Voy a hacer un trato contigo —dijo—. Tomaré mi ejército y continuaré mi
camino, dejándote con tus ovejas, tus cabras y tus pequeños y sucios
campesinos.
La mano de Xena se movió como un diminuto relámpago, un destello de una 1061
cuchilla parpadeó a la vista y luego giró a través del espacio entre ellas,
quitando el velo a Sholeh antes de que pudiera hacer un movimiento para
defenderse.
Debajo, la mitad de su cara estaba enrojecida e hinchada, enormes marcas
negras talladas a través de la carne donde los dientes de Gabrielle la habían
desgarrado. Agarró el velo y fulminó con la mirada a Xena, tapándose de
nuevo con él mientras tiraba de la cabeza de su caballo para quedar fuera
de su alcance.
—¿Has dicho algo sobre mis sucios campesinos? —Xena mantuvo un aire
tranquilo.
Sholeh se recompuso.
—Dame a tu esclava y yo te daré tu vida a cambio —dijo—. Ese es mi precio
por tu insolencia.
Xena simplemente sonrió, su cuerpo parecía elevarse más alto en la silla de
montar sin que realmente se moviera.
—¿Te refieres a ella? —señaló a Gabrielle.
Sholeh inclinó la cabeza.
—Un pequeño precio, ¿No estás de acuerdo? ¿Cuánto valen las vidas de tus
hombres, Xena? ¿Cuánto vale tu vida? No importa cuánto te jactes de lo
contrario, te destruiremos.
—Xena. —Gabrielle tensó sus dedos.
La reina volvió la cabeza.
—A ver. ¿Qué tontería vas a decir ahora? ¿Es “déjame ir y sacrificarme por
todos” o “no vas a hacer eso, ¿verdad?”
Gabrielle dejó que su aliento saliera por sus labios ligeramente separados.
—No —dijo—. Sólo quería decir que te amo. —Sonrió—. Creo que no voy a
tener la oportunidad de decirlo en un minuto.
—Rata almizclera lista. —Xena se inclinó besándola en los labios. Se enderezó
y se enfrentó a Sholeh—. Regresa corriendo con tus mulas antes que te
arranque la lengua, estúpida imbécil. —Sacó su espada—. Todo el reino de tu
papá no se merece ni que ella escupa en él.
Los persas la oyeron. Sus hombres la oyeron. Todos se movieron, la energía
alrededor del paso se aceleró en un latido cuando la batalla se volvió
repentinamente real, cercana e inminente.
1062
—Que así sea. —Sholeh agarró sus riendas y dio media vuelta, luego se detuvo
a medio movimiento y, lentamente, increíblemente, cayó de su caballo al
suelo con un eje largo y negro enterrado profundamente en su cuello. Se
atragantó y jadeó, con una mano alcanzando débilmente la flecha, el velo
cayó a un lado de su cara exponiendo su conmocionada expresión.
De dolor.
De terror.
Xena dejó caer su espada sobre su hombro y miró más allá de la mujer
moribunda para encontrar a Heydar mirándola fijamente con la ballesta
acunada en sus brazos, ya recargada.
—¡Ovejas! —jadeó Gabrielle.
—Ovejas nadando desnudas chingando con patos —murmuró Xena en
respuesta—. Ahora tenemos toda una historia aquí, rata almizclera.
—Xena, ¡él acaba de matarla!
—Me ha ahorrado el trabajo. —La reina movió a Tiger de costado por encima
de la ahora inmóvil figura y la examinó. Luego miró a Heydar y enarcó las
cejas—. Gracias. Me has ahorrado un corte, señaló la espada. ¿Y ahora
qué? ¿Tienes otro trato para mí?
Gabrielle se sintió mareada. Solo logró que Parches siguiera a Tiger, apartando
los ojos de la pequeña y acurrucada figura en el suelo.
Habían pasado tantas cosas. Era difícil de creer que Sholeh, aunque no le
gustaba en absoluto, ahora se había ido, yaciendo muerta a sus pies y siendo
pisoteada como si fuera...
Como si no fuera nada. Gabrielle se sintió mal del estómago. ¿Pero no era así
como había visto a Gabrielle? ¿Nada? O... no, ¿Sabía qué valor le otorgaba
Xena por su oferta de cambiarla por la seguridad del ejército?
¿Esperaba que Xena dijera que sí? ¿O no? Gabrielle se obligó a mirar a la
persa muerta con el rostro rígido de dolor, los ojos entornados y la sangre bajo
su cabeza. La mejilla que había mordido era la que estaba arriba, y Gabrielle
se encontró a sí misma trazando esas marcas con morbosa fascinación.
¿Esperaba Sholeh que Xena estuviera indecisa entre ella y el ejército? ¿Había
estado tratando de herir a Xena de ese modo?
Bien.
—Eres una persona malvada. —Gabrielle se dirigió a la mujer muerta—. Pero
me alegro que no te hayamos matado nosotros, tu propia gente lo hizo. — 1063
Luego levantó la cabeza y se unió a Xena mientras observaba a Heydar
acercarse lentamente con un grupo de persas montados con él.
Bien.
Xena mantuvo su espada fuera, enviando un contundente, aunque silencioso
mensaje, a los guerreros montados desplegados dirigiéndose hacia ella en
una falange bien medida. Sopesó llamar a sus propios hombres, luego
simplemente sonrió y se recostó en su silla.
Calculó que esto iba a terminar o muy bien, o muy violento.
Heydar se detuvo a un caballo de ella.
—Ahora las reglas cambian —dijo.
—Ahora el idiota que me enfrenta tiene barba y miembro viril —respondió
Xena—. Mis reglas nunca cambian. —Observó sus ojos, aparentemente
relajada, pero tensándose interiormente mientras reevaluaba esta nueva y,
honestamente, mayor amenaza.
Los labios de Heydar se contrajeron, solo un poco.
—No pareces sorprendida que la haya matado. —Miró la figura inmóvil—. ¿No
deberías estarlo? El ejército le juró su honor.
Xena estudió su rostro. No había ningún indicio real de lo que estaba
pensando, pero se tragó firmemente los insultos que tenía en la punta de la
lengua y asumió una expresión ligeramente dudosa.
—Para ser honesta —dijo—, no creo que el ejército se mereciera que los
jodiera.
—¿Después de que nos describiste tan pesimamente? —dijo Heydar con tono
sarcástico.
La reina se encogió de hombros.
—Nos llamó perros, yo os llamé cerdos. Parece que estamos empatados.
El persa asintió un poco.
—Entonces, ¿Qué le ofreciste, Xena? ¿Qué me ofreces?
—Su vida. —Xena observó cómo el sol penetraba más profundamente en el
paso, dorando las rocas y haciéndole desear estar en otro lugar y desnuda—.
¿Quieres el mismo trato?
Heydar recogió sus riendas y se dirigió hacia ella.
—Tengo un plan mejor —dijo—. Ya hemos tenido suficientes palabras sin 1064
sentido entre nosotros, Xena. Ambos sabemos que estos ejércitos no harán
nada más que luchar y morir en este paso, y quién gana o pierde importa
poco.
Ah.
—Ganas dos puntos de dinar por tener más cerebro que ella —dijo Xena,
bajando la espada de su hombro y examinándola—. Aunque se ofreció a salir
echando humo de aquí.
Heydar se detuvo.
—¿Qué?
Xena volvió la cabeza y lo miró.
—Es gracioso. Pensé que por eso la habías matado. Dijo que, si le entregaba
a mi consorte, os cogería a todos vosotros y se iría.
—Mientes.
—No, es verdad. —Gabrielle se aclaró la garganta y habló—. No creo que se
preocupara en absoluto por vosotros. Todo lo que quería era castigarme.
Heydar volvió la cabeza y la estudió.
—¿Castigarte? —preguntó—. ¿Tan tonta eres? Mi hermana no tenía
necesidad de castigarte. Simplemente quería silenciar tu lengua. —Xena
sonrió brevemente—. Nuestra historia es contada por aquellos como tú, que
narran historias —continuó Heydar—. Contigo muerta, los relatos de lo que
pasó aquí mueren contigo.
Gabrielle frunció el ceño y miró a su alrededor.
—¿Estás loco o algo así? Todos aquí vieron lo que pasó.
—Ah. Pero no todos lo contaran. —La boca de Heydar se contrajo—. Eso
requiere un talento especial, eres una pequeña campesina a la que no
podemos arriesgarnos a dejar suelta por el mundo.
Gabrielle lo estudió con una expresión de apenado disgusto en su rostro.
—Pensaba que eras un arrastrado desde el principio —dijo—. En verdad voy a
disfrutar de contarles a todos eso también. —Movió su lanza y la agarró de un
modo adorablemente amenazante—. ¡Eres un gilipollas!
Xena miró a su humeante consorte y tuvo que sonreír de nuevo.
—Tómatelo con calma, pequeña gata salvaje —le aconsejó a Gabrielle—. No
merece la pena cabrearse.
1065
Los ojos de Heydar se entrecerraron.
—Debería haberla matado cuando tuve la oportunidad.
—Te hubiera matado si lo intentabas —respondió Xena con tono suave—. Y
entonces no estaríamos teniendo esta conversación sin sentido. —Giró su
espada—. Ve al grano Heydar. Si tienes algo que decir, dilo, o apártate de mí
puñetero camino.
Heydar sacó su espada.
—Ya llegamos a eso, Xena. No tu... ejército... y mi ejército, sino algo más
significativo. Algo que recuperará nuestra reputación y matará las historias tan
bien como arrancarle la lengua a ella lo haría. —Xena enarcó una ceja—. Tú
y yo resolveremos esto. —Heydar le sonrió—. Tú y yo. Aquí en el suelo. Aquí,
entre los que pueden ganar o perder más que nadie.
Oh mierda. Xena escuchó los términos izarse y un cohete retumbó en su
cabeza. Debería haberlo visto venir. No estaba en desacuerdo con la táctica,
ya que ella misma la había usado con buenos resultados más de una vez, pero
había un momento y un lugar para todo y este no era ninguno de los dos.
—¿Qué probaría eso? —Gabrielle dio un paso al frente—. Xena puede
vencerte. La vi hacerlo. Te capturamos.
—Pero no me matasteis —dijo Heydar, luego miró a Xena—. Deberías haberlo
hecho. Porque puedo matarte, Xena. Tú lo sabes.
Justo en ese momento, reflexionó Xena, era casi seguro que hasta Gabrielle
podría matarla simplemente por estorbar si se caía del caballo. Ahora estaba
en una trampa y sus opciones se estaban reduciendo a cada segundo.
¿Luchar contra él? Xena solo sabía que no podía arriesgarse. ¿No pelear con
él? ¿Cómo podría retirarse de ese tipo de desafío y no perderlo todo?
Maldición.
—Creo que es una idea estúpida —dijo Gabrielle—. Creo que la única razón
por la que quieres hacer eso es porque no pretendes explicarle a tu rey lo nulo
que eres.
—Cállate campesina.
Xena volvió la cabeza y lo miró con los ojos entrecerrados.
—Vigila a quién llamas campesina, apestoso cabrero —dijo—. Porque este
ejército y esta perra campesina te han despellejado. —Señaló a los hombres
detrás de Heydar—. Está en lo cierto. No se trata de nada más que tu ego.
1066
—Veremos si eso es cierto —dijo Heydar con una sonrisa—. Ven entonces,
Xena. Enfréntame. Estás orgullosa de tus habilidades y aquellos que te siguen
te creen invencible. Demuéstralo.
¿Demostrarlo? Xena recordó los últimos siete días y la perspectiva reajustó sus
pensamientos lentamente. ¿Merecía la pena jugarse la vida por su
reputación? Miró de reojo a Gabrielle y encontró a su amante mirándola, el
conocimiento y la aprensión claros en sus ojos.
Puf. Que les dieran a los persas.
—No tengo que demostrar nada. —Xena enfundó su espada—. Ya lo hemos
hecho. No te voy a honrar entrechocando las espadas. —Recogió sus
riendas—. Suficiente. —Hizo una señal a Brendan, y en un torbellino de
movimiento, sus tropas, esa mezcla de aspirantes de la ciudad, viejos soldados
y honestos soldados voluntarios, se cuadraron levantando sus armas, listos para
seguirla.
Confiando y creyendo en ella.
Xena respiró hondo, humillada y emocionada al mismo tiempo. Había llegado
tan lejos gracias a esta banda de chusma, y se sentía bien haber aguantado
contra la pared con ellos. Esto no era algo para que ganara, sola.
Perder sola.
—¡Xena! —gritó Heydar—. ¿Rechazas mi reto? ¡Me tienes miedo! —Él espoleó
a su caballo y se dirigió directamente hacia ella—. ¡¡Entonces te atravesaré
mientras te quedas sentada como una cobarde!!
Gabrielle apretó sus rodillas alrededor de Parches y lo instó a avanzar, el pony
pasó de estar quieto a un galope firme en un instante, mientras su jinete
soltaba un grito y blandía su lanza.
La mente de Xena casi explotó.
—Qu... coj .. ha... jo... G... —Heydar vio al pony en el último momento y trató
de girar en su silla para encontrarse con ella. Los dos animales chocaron entre
sí mientras la lanza atravesaba su armadura y los hombres de Xena echaron a
correr para atacar. El caballo de Heydar cayó y el ejército persa rompió su
aturdida incredulidad y comenzó a avanzar, mientras Parches también caía,
lanzando a Gabrielle bajo una repentina confusión de cascos, polvo, y
hombres corriendo. Xena absoluta y tajantemente no pensó. Ni siquiera sabía
cómo se había bajado de la silla de Tiger, lo único que sabía era que sus botas
golpeaban el suelo mientras avanzaba a través del cuerpo a cuerpo hacia el
lugar donde había visto a su amante por última vez. Demasiado tarde para
preocuparse por estar herida. Demasiado tarde para preocuparse por no ser 1067
capaz de caminar. Se estrelló contra el costado de uno de los jinetes persas
que habían alcanzado al caballo caído de Heydar y le agarró la pierna, la
sacó del estribo y la apalancó lo suficiente como para tirarlo del caballo
mientras él intentaba aplastar con su maza algo que no podía ver. Sacó su
espada y golpeó al caballo en el culo con ella, dejándola pasar mientras se
lanzaba hacia adelante y permitiéndole ver el círculo de persas que luchaban
por ponerse en posición y agarrar el premio que luchaba por ponerse de pie
entre ellos. Heydar rodeó a Gabrielle con un brazo y tiró de ella hacia abajo.
Xena sintió que una fría descarga corría por su piel y lo siguiente que notó fue
la espalda de un hombre frente a ella y su espada atravesándola. La sacó de
un tirón y esquivó hacia un lado, dejando que un caballo tropezara junto a
ella mientras giraba y barría su espada por encima de su cabeza, desviando
un golpe dirigido a su cabeza. Se agachó y sintió que algo se golpeaba contra
su hombro, pero su impulso la llevó hacia delante y luego vio a hombres con
sus colores, y el choque de acero a su alrededor, y la voz de Brendan
gritándole que fuera. Ve. Ve. Xena fue, saltando sobre el caballo caído,
viendo a Heydar con un cuchillo en la mano y la garganta de Gabrielle en su
agarre, y luego el ruido cesó a su alrededor y todo estaba muy silencioso y
lento. Podía escuchar su propio latido. Podía escuchar los latidos del corazón
de Gabrielle cuando se giró y miró por encima del hombro, y sus ojos se
encontraron cuando Gabrielle agarró la mano de Heydar tratando de
liberarse. Xena despejó el camino a su alrededor. Era vagamente consciente
de lanzar un cuerpo a un lado, y de abrir otro, y de la salpicadura caliente de
sangre en su piel cuando le echaba una carrera a la hoja descendente hacia
la garganta de Gabrielle mientras Heydar aullaba triunfante. Demasiado
cerca para la espada. La envainó y saltó medio girando cuando la hoja
alcanzó su armadura y se estrelló contra Heydar tirándolo hacia atrás.
Cayeron juntos mientras él liberaba a Gabrielle y agarraba a Xena en su lugar,
y en ese momento, con su hedor alrededor, simple y llanamente, se le
hincharon enormemente las pelotas. Un aullido surgió de su garganta y se
estiró pasando sus manos para agarrarlo de su armadura, colocando sus
dedos alrededor de su placa pectoral, girando, levantándolo, y luego
arrojándolo al suelo con furia. Él se puso de rodillas, arremetiendo brutalmente
con la espada contra sus rodillas, pero ella se agachó y saltó, dejando que la
espada pasara por debajo y dejándose caer justo encima de él, mientras
Heydar luchaba por recuperar el equilibrio. Sintió que algo crujía y esperaba
que no fuera ella. Luego rodó y se puso de pie justo cuando él hacía lo
mismo. No esperó a que él se moviera, solo esquivó su espada y lo agarró de
nuevo de la armadura, tirando de él y haciéndole perder pie, mientras giraba
en un círculo cerrado, arrastrándolo hacia la parte posterior de un caballo que 1068
se movía de un lado a otro de ellos. El caballo pateó, lanzándolo contra ella,
y sacó su daga justo a tiempo para cortar las correas que sujetaban su placa
pectoral y arrancársela cuando él la empujó hacia atrás y se deslizó hacia un
lado, pasándose la espada a la otra mano y levantándola para golpearla. Sus
ojos estaban muy abiertos, y un poco inyectados de sangre. Xena bajó la
cabeza y atacó como una serpiente, sacando su daga y dirigiéndose
directamente hacia él, moviéndose tan rápido que la espada falló y luego
estuvo cara a cara con él, pecho contra pecho y su mano se estrelló contra
su cuerpo enterrando el cuchillo profundamente en su interior. Él se sacudió.
Lo agarró por la garganta y lo miró directamente a los ojos.
»¿Tienes lo que querías? —rugió. Él la golpeó en la espalda, tratando de
cortarla con la espada una y otra vez. Ella envolvió sus manos alrededor de su
cuchillo y tiró de él tan fuerte como pudo, abriéndole el vientre y derramando
sus entrañas en el suelo alrededor de sus pies. La espada la golpeó una vez
más pero débilmente, entonces escuchó un golpe seco en la roca detrás de
ella y los labios de Heydar simplemente se sacudieron enviando gotas de
sangre y babas—. Nadie, —Xena se inclinó hacia adelante y le susurró al
oído—, va a recordar quién eras.
Y él murió en ese momento, su cuerpo cada vez más pesado mientras soltaba
su agarre.
Lo dejó caer, luego se giró y miró a su alrededor, encontrando a Brendan y
Jens justo detrás, sus cuerpos apoyados uno contra otro, espalda con espalda,
con Gabrielle atrapada entre ellos.
Por una vez, quedándose quieta. Su rostro estaba cubierto de mugre, pero su
cabeza se mantenía alta y sus ojos brillaron a la luz del sol cuando se
encontraron con los de Xena y sonrió.
Xena sacó su espada y se acercó a ellos, girándose para mirar el campo de
batalla y deseando no haberlo hecho. Los persas se arremolinaban alrededor
de todos sus hombres, quienes mantenían valientemente una línea muy cerca
de dónde estaba, metiéndose en una zona de muerte mientras la sangre
volaba, y los persas más experimentados se abrían camino a través de ellos.
Xena se unió a Jens y Brendan cuando se hicieron a un lado para dejar salir a
Gabrielle y formaron un pequeño y retorcido triángulo de guerreros maltrechos
que se enfrentaban a algo demasiado grande como para que pudieran
manejarlo.
—Buena pelea —dijo Brendan mientras sacaba su daga y se preparaba para
unirse a los hombres en las filas—. Y ha sido una muy buena muerte lo que
hiciste allí, Xena.
1069
—Gracias. —Xena suspiró—. Ojalá pudiera decir que marcó una diferencia.
—Lo hiciste. —Jens se volvió y la miró—. Nos hiciste héroes a todos.
Xena lo miró momentáneamente sin palabras. Luego se limpió las manos y
agarró la empuñadura.
—Todo bien entonces. Vamos a patear algunos culos. —Se dirigió hacia la
lucha—. Quédate cerca, rata almizclera.
—Como un calcetín en un pie —afirmó Gabrielle, todavía aferrándose a su
lanza mientras seguía a Xena hacia las líneas—. Oye, ¿Xena?
—Ahora voy a estar ocupada —respondió la reina.
—Estoy realmente orgullosa de ti.
Xena levantó su espada y saludó a nadie en particular.
—Yo también estoy muy orgullosa de mí misma, Gabrielle. Vamos. —Dejó
escapar su grito de batalla y bajó la espada para enterrarla en el cuello de
uno de los persas. Sus hombres la oyeron y respondieron, y el ritmo de la batalla
se aceleró cuando la delgada línea de las tropas de Xena se enfrentó con la
vanguardia de ataque de la fuerza persa. La estrechez del paso era lo único
a su favor. Xena se enderezó a su altura máxima y miró por encima de las
cabezas de sus hombres, viendo una gran cantidad de persas luchando a lo
largo de la pared y otra tanda preparándose para comenzar a dispararles
flechas. Xena respiró hondo, luego se metió los dedos entre los dientes y dejó
escapar un fuerte y largo silbido, con la esperanza de que Tiger la escuchara
y se abriera paso si aún no estaba muerto. Señaló un extremo de la línea.
»¡Jens, dales apoyo! —Jens se dirigió hacia los dos hombres de ciudad
inexpertos que había visto en apuros, mientras oía su silbido resonar
suavemente contra las rocas. Se subió a una roca para obtener un mejor
ángulo sobre dos de los jinetes persas, y sus oídos captaron el sonido de
ballestas disparando—. Maldita sea. —Miró rápidamente hacia los arqueros
levantando una mano para mantener a raya las flechas, cuando vio que
todos retrocedían, girándose y mirando hacia la otra dirección.
Entonces se dio cuenta de que su silbido seguía haciendo eco.
—¡Xena! —Xena sintió que Gabrielle le agarraba de la pierna y tiraba. Recorrió
el campo de batalla con los ojos tratando de dar sentido a lo que estaba
viendo y sus ojos captaron un movimiento en la parte posterior del paso, un
movimiento rápido y turbulento. Caballos. Estandartes—. Oh, por los dioses,
Xena, ¿ves eso? —gritó Gabrielle. 1070
¿Lo veía? ¿De verdad veía ese cuadrado de tela contra las rocas,
destacando a la luz del sol como la ropa interior de una puta?
Esa condenada bandera de batalla, mantenida en alto en manos de la línea
avanzada de tropas montadas, que se dirigían contra la retaguardia de los
persas, que fluía desde el valle en una larga e increíblemente bienvenida
oleada.
—Hijo de bacante. —No había tiempo para relajarse. Xena corrió a lo largo de
las rocas y saltó sobre el lomo del caballo de uno de los capitanes persas,
agarrando al hombre por el cuello mientras cerraba sus rodillas firmemente a
cada lado de él—. ¡Oye! ¡Tonto del culo! —le gritó al oído. Él forcejeó con sus
brazos hacia atrás tratando de agarrarla. Ella le quitó el casco y lo agarró de
la cabeza, girándosela con fuerza para que tuviera que mirar hacia atrás,
hacia donde estaba llegando su ejército—. ¿Queréis morir todos o
no? ¡Escoge! ¡¡¡Rápido!!! —El Persa se congeló—. ¿Crees que soy mala? Tengo
miles allí como yo. —Xena gruñó en su oído—. Cancélalo. Haz sonar el cuerno
o les dejaré que os masacren y este paso olerá a muerte hasta la próxima
generación. —Por un latido, pensó que él iba a ser estúpido. Luego él levantó
la mano, dejó caer la espada y sacó el cuerno del anillo de la silla con un
suspiro de disgusto. Sopló el cuerno. La línea de jinetes persas se volvió hacia
él con indignación, gritando y blandiendo sus espadas hasta que vieron su
brazo apuntando y a la jinete detrás de él. Ellos miraron. El capitán hizo sonar
su cuerno de nuevo y, lentamente, muy lentamente, la lucha disminuyó, los
hombres de Xena empujaron a sus oponentes que iban dando tumbos
tratando de no tropezar con los cuerpos de sus camaradas—. Enhorabuena
—dijo Xena al capitán—. Eres el primer persa inteligente que he conocido hoy.
El hombre dejó que el cuerno descansara sobre su pierna, girando la cabeza
para mirarla.
—¿Por qué no sencillamente matarnos? —preguntó—. Nosotros no dejaríamos
enemigos con vida.
—¿Pero elegís rendiros en lugar de morir? —preguntó Xena—. Interesante.
El hombre se encogió de hombros.
—Somos hombres muertos de todos modos. Quien nos mate no tiene
importancia.
—Mataros me llevaría demasiado tiempo. —Xena se deslizó de la silla del
caballo, sintiendo la sacudida cuando su cuerpo golpeó el suelo y rezando
para que sus rodillas se mantuvieran firmes—. Estoy hecha una mierda. Quiero
un baño de burbujas. —Extendió los brazos cuando Gabrielle se lanzó hacia 1071
ellos, dándole a su consorte un abrazo muy sincero.
—Oooohhh. —Gabrielle exhaló—. Xena, ha sido impresionante.
Xena se limitó a cerrar los ojos mientras lo que quedaba de su pequeña fuerza
se agrupaba a su alrededor, oliendo a tierra, a sangre y a una victoria
inesperada.
—Si los Destinos estuvieran aquí, los besaría.
Gabrielle la miró.
—¿Lo harías?
La reina sonrió ante el tono.
—En la mejilla.
—Oh. Bueno. Yo también.
Xena caminó lentamente hacia el creciente campamento, un enorme anillo
de sus hombres que rodeaban a los persas, cautivos ahora, que habían
atravesado el paso y bajado a los confines más amistosos del valle que
marcaba el inicio de sus tierras.
Los persas habían sido desarmados y ahora estaban sentados en silencio, casi
agotados, y contentos de tener la oportunidad de descansar allí en la hierba.
Xena simpatizaba con ellos. Pasó junto a un grupo de sus propios hombres que
se giraron y saludaron al verla, tocándose el pecho con los puños mientras
pasaba y les saludaba.
Tenía ganas de besar a cada uno de los soldados que veía. Vio a un grupo de
sus nobles, con Lastay en su centro, cerca de la tienda que estaban
levantando para ella y, que joder, también quería besarlos a todos.
Sólo porque sospechaba que Gabrielle podría empezar a trancazos con
todos, se detuvo.
—¡Su majestad! —Lastay la vio y se apresuró hacia ella—. Alabados sean los
dioses, es estupendo que esté bien. —Para su crédito, realmente se veía feliz
de verla. 1072
Xena se preguntó si estaba contento de no tener que estar más al cargo. Ella
también lo entendió.
—Yo también me alegro de verte —respondió sin ningún tipo de rencor—.
Lamento que la guerra haya sido tan corta para ti.
—Yo no —dijo con franqueza Lastay—. Cuando escuchamos que los persas
habían invadido... todos pensaron lo peor.
Xena echó un vistazo a su alrededor.
—Ahórratelo —dijo—. Vamos a un lugar donde pueda sentarme y lavarme las
tripas de las manos. —Le hizo un gesto con la mano, y luego, después de una
breve pausa, al resto de los nobles, indicando la cercana tienda que estaban
prácticamente terminado. Parecían complacidos con la invitación y la
siguieron dentro, mientras apartaba a un lado la solapa, casi deteniéndose a
medio paso cuando los olores del hogar la golpearon con una fuerza
inesperada. Parpadeó al ver a Gabrielle arrodillada junto a un baúl. Su
consorte volvió la cabeza cuando entró y la expresión de total y aliviado
agotamiento, sonó muy familiar para ella—. ¿Contenta de ver estas cosas,
rata almizclera?
—Oh chico —respondió Gabrielle—. Claro que lo estoy. —Miró más allá de
Xena cuando los nobles entraron y se agruparon en la parte delantera de la
tienda, donde había más espacio libre—. Hola.
—Su Gracia. —Lastay se inclinó en su dirección.
Xena caminó con dificultad por la alfombra, sintiéndola inapropiadamente
suave debajo de sus botas, y se acomodó en la gran silla de madera envuelta
en pieles, que sus hombres habían puesto allí para ella.
Se sentía fuera de lugar. Xena observó a sus súbditos y recordó, o trató de
recordar, lo que se sentía al ser alguien que tenía súbditos.
—Tomad asiento. —Señaló los baúles y las banquetas bajas cerca del catre—
. He tenido un largo día.
—Muchos de esos. —Gabrielle se acomodó en la alfombra con las piernas
cruzadas. Todavía estaba vestida con su túnica manchada de la batalla,
ensangrentada y desgarrada, pero juntó las manos y apoyó la barbilla sobre
ellas, mostrando una sonrisa cansada a pesar de todo.
—Majestad. —Lastay se arrodilló ante ella—. ¿Nos cuenta cómo ha llegado
hasta aquí? 1073
—¿No es esa mi frase? —Xena apoyó el codo en el brazo de la silla y dejó
descansar la cabeza en la mano. Miró al resto de los nobles que habían
tomado asiento en silencio detrás de Lastay. Los más jóvenes en su mayoría,
no los viejos cascarrabias—. Pensaba que te había dejado al cargo del
gorroneo de suministros.
Lastay permanecía arrodillado.
—Lo hicimos, Majestad —respondió rápidamente—. El tiempo cambió, sí, y
nosotros... —Ojeó a su alrededor—. Se hizo la siembra. Llegó un tren de carros,
y comerciamos por lo que no teníamos.
—Mm.
—Escuchamos historias extrañas del valle. —Uno de los otros nobles habló en
voz alta.
—¿Lo hiciste, Jelas? —reflexionó Xena—. ¿Qué escuchaste? ¿Historias sobre
asaltantes? —Observó su rostro—. ¿Pueblos arrasados?
—Historias aún más extrañas, Majestad. —Jelas se estiró el pelo, despeinado
de estar atrapado dentro de un casco de batalla—. Historias de hombres
cometiendo atrocidades, y cosas por el estilo.
—Un carro regresó a la fortaleza —agregó Lastay—. Con una niña.
—Ah.
—¿Ella está bien? —preguntó en voz baja Gabrielle—. Parece que fue hace
tanto tiempo —añadió mientras su voz se iba apagando.
—Lo está, su Gracia —dijo Jelas—. Pero luego escuchamos otros relatos.
—¿De Bregos? —soltó Xena.
Lastay asintió.
—Seis hombres vinieron y dijeron que eran de él —dijo brevemente.
—Aja.
—Dijeron que se había unido a un gran ejército, del este —dijo Jelas,
resoplando deliberadamente—. Sabía de quienes hablaban, fueron los que
conocí.
—Aja.
—Esos bastardos dijeron que nos dejarían en paz si abríamos la fortaleza y los
dejábamos tomar el control —dijo Lastay.
Xena los estudió a los dos.
1074
—¿Y el resto de esos cabezas de chorlito te dejaron rehusar? —estaba
honestamente sorprendida—. No me malinterpretes, estoy tan feliz como
Hades de que lo hicieses, pero no tiene sentido.
Lastay se levantó y caminó de un lado a otro, claramente un poco incómodo.
—Hubo cierto debate —admitió—. Hubo quienes dijeron sí, que finalmente sus
puntos de vista eran los que estaban triunfando, y que nosotros habíamos
estado equivocados, aquellos que te habíamos apoyado.
—Gilipollas —comentó Gabrielle.
Jelas y Lastay se giraron para mirarla.
—Ella se ha ganado el derecho a llamarlos gilipollas —dijo Xena—. ¿Y qué
pasó?
Jelas juntó las manos sobre las rodillas.
—Llegó la noticia de que Bregos estaba muerto. —Hizo una pausa—. Que lo
habías matado.
—Lo hice —asintió la reina contoneando sus dedos—. Limpié ese desastre. Lo
encontré agazapado en un páramo quemado comiéndose a sus vecinos
hervidos.
Ambos hombres la miraron, luego a sus compatriotas y después a ella.
—¿Majestad?
Xena repasó sus palabras.
—¿Qué ha sido demasiado para ti, lo del páramo o lo de los vecinos? ¿O yo
usando el término de cocina?
Los hombres la miraron fijamente.
—Por los dioses —susurró Jelas—. La niña decía la verdad. Pensábamos que
estaba loca.
Todos permanecieron callados por un momento. Entonces Gabrielle se aclaró
la garganta.
—Dimos con ellos buscando a los asaltantes —dijo—. Xena estaba explorando
el área, buscando a los chicos malos y encontró a esos hombres alrededor del
fuego, con esa chica en una olla preparándose para cocinarla. —Silencio
estupefacto—. Así que, por supuesto, Xena saltó al fuego y la rescató —dijo la
mujer rubia—. E hicimos que pararan —concluyó en voz baja—. Supongo que
no tuvieron mucho que comer durante el invierno y se volvieron locos.
—Zeus —susurró Lastay—. Horroroso.
1075
—Antes de matarlo, Bregos se fue de la lengua y dijo que se había vendido —
dijo Xena—. Así que fui a averiguar a quién se había vendido.
—Encontramos al ejército persa acampado en la llanura delante de la ciudad.
—Gabrielle retomó el relato de nuevo—. Y... Xena no quería que todos salieran
heridos, así que le dijo al ejército que regresara.
Lastay volvió a sentarse en un baúl.
—Algunos regresaron en pequeños grupos, sí, la mayoría no —dijo—. Volvieron
a por todos nosotros, lo hicieron, dijeron que teníamos que salir y apoyaros —
agregó—. Pero…
Gabrielle estaba cansada y quería un abrazo, algo para almorzar y algo de
tranquilidad para pensar.
—Entramos en el ejército persa, los engañamos, los perseguimos de regreso a
la ciudad, irrumpimos y echamos a los persas fuera de la ciudad, los
golpeamos fuera de las murallas, y luego los perseguimos de vuelta aquí,
donde nos habéis alcanzado. —Respiró hondo después de todo eso—. Y luego
ganamos. Me alegro.
Un silencio más estupefacto.
—Majestad. —Jelas tosió por fin—. Quiere decir... usted... esto era... quiero
decir, el ejército persa, ¿sí? ¿Lo derrotó con esta escasa fuerza de mercaderes
y pastores de vacas?
Xena se encogió de hombros con modestia.
—Yo ayudé también —brindó Gabrielle.
—¿El ejército persa? —repitió Jelas—. Estos hombres que capturamos...
—Los últimos de esos —confirmó Xena.
Jelas se puso la mano sobre la boca y simplemente la miró fijamente.
—No es que no estemos contentas de veros —dijo Xena—. De hecho, es
probable que nos hayáis salvado el culo porque somos una panda bastante
cansada de comerciantes y pastores de vacas.
—Y pastores de ovejas.
—Por los dioses —murmuró Lastay.
—¿He mencionado que Xena también quemó todos sus barcos? —reflexionó
Gabrielle—. Bueno, de todos modos, lo contaré todo adecuadamente, pero
no en este momento. 1076
Xena miró a todos observándola a ella, viendo el descarado asombro de estos
hombres que eran, al menos, los más leales de sus nobles. Pero incluso los
desleales temerían y respetarían lo que acababa de hacer porque,
francamente, era impensable.
Gracioso. Había empezado a rehacer su nombre, volviendo a un lugar en que
se había conformado con sobrevivir y terminó pareciéndose a Ares, la
hermana menor más guay del dios de la guerra.
—Extraordinario —murmuró Jelas—. Cuando las noticias de esto se propaguen
por el mundo...
Sí. Xena se rio con cansancio.
—Así que eso es todo. —Pasó sus dedos sobre las pieles, sintiendo la suavidad
poco familiar contra su piel, calmando el dolor crudo en sus huesos—.
Aseguraos que vuelven al paso y queman esos cuerpos. De lo contrario,
captaremos el hedor todo el camino de regreso a casa.
Lastay se pellizcó el puente de la nariz.
—Ya se está haciendo, Majestad —dijo—. Para ser honesto, esto parecerá una
locura, pero me siento un poco decepcionado.
La oscura ceja de Xena se alzó bruscamente.
—¿Por qué? ¿Por no haber estirado la pata?
Su heredero le dirigió una mirada respetuosamente irónica.
—Por no tener la oportunidad de volverme inmortal en vuestra historia.
La reina ladeó la cabeza, luego se volvió y miró a su consorte.
Gabrielle parpadeó hacia ella.
—Definitivamente voy a contar esta historia, Xena —dijo—. Puede que tenga
que escribirla y simplemente comenzar a pasársela a la gente para que la lea
y dar a mi lengua un respiro.
—Hm. —Xena reflexionó sobre la posibilidad de haberse tropezado y metido
en la historia involuntariamente—. Sí, bueno —exhaló—. Todo bien. Jelas, sube
a tu caballo y toma una docena de hombres. Ve a la ciudad y diles que
pueden dejar de mear en sus cuencos de cerveza.
—Majestad. —Jelas se puso de pie y se inclinó—. Sería un gran placer —dijo—
. ¿Puedo actuar como tu enviado?
La reina apoyó la barbilla en la mano de nuevo.
—Por supuesto —dijo—. Han tenido una época difícil. Tal vez estén listos para 1077
pensar en una... relación más cercana con nosotros.
Jelas sonrió abiertamente.
—Mi señora, me esforzaré por hacer esa idea encantadora para ellos —dijo—
. Pero estoy seguro que usted ya ha abierto la puerta a mis sugerencias.
Xena se encogió de hombros con modestia.
—Apreciaron mi ayuda. —Contoneó sus dedos hacia él—. Ve.
Jelas se fue, llevándose al resto de los nobles con él. Xena esperó a que la
solapa dejara de moverse antes de volver a centrar su atención en Lastay.
—Necesitamos poner gente en este valle. Nos equivocamos. La cagué no
vigilando este lugar —dijo rotundamente—. Subestimamos los problemas del
camino cuando oímos hablar de ellos.
—Si. —Lastay estuvo de acuerdo—. Pero, Xena... tomaste este camino con el
ejército. No era como si se hubieran acercado por la ruta trasera sin ser vistos.
—Casi lo hicieron —dijo la reina—. Si no hubiera llevado al ejército por este
camino, se habrían encontrado con Bregos, y los habríamos tenido en el culo
antes de que supiéramos qué nos había golpeado.
—Pero los atrapaste.
Xena recordó, entonces, por qué los había atrapado como lo había hecho.
—Si, lo hice —suspiró—. Así que vamos a hablar para que los colonos regresen
aquí, y haya un puesto de guardia cerca del paso. No quiero que esto vuelva
a suceder. —Miró sus botas cubiertas mugre—. Está bien. Deja que me
limpie. Que traigan algo de...
—Majestad, sus sirvientes están esperando afuera con carne, bebida y un
baño —dijo Lastay con una sonrisa irónica—. Han estado inquietos. ¿Vas a
querer seguir adelante más tarde hoy?
—Déjame pensarlo —dijo la reina—. Tenemos algunas cosas que resolver.
—Muy bien. —Lastay hizo una reverencia—. Haré pasar a sus
sirvientes. Póngase cómoda, y usted también, su Gracia. —Se inclinó ante
Gabrielle—. Tengo muchas ganas de escuchar todo este relato, cuando esté
lista para contarlo.
Se fue y estuvieron brevemente solas en la tienda, aunque los sonidos de los
sirvientes acercándose eran fuertes y evidentes. Xena se apoyó en el brazo de
la silla y miró a su amante.
—¿Estás lista para ser una princesa? 1078
Gabrielle la miró.
—Estaría feliz con irme a paseo —admitió—. Se siente increíble que esto haya
terminado. Estaba tan asustada.
Xena extendió la mano.
—Yo también. —Esperó a que Gabrielle se levantara y se acercara. Dio unas
palmaditas en el brazo de la silla y, cuando su consorte se acomodó, la reina
estiró los brazos y la abrazó.
Gabrielle le devolvió el abrazo, soltando un feliz suspiro mientras se sentaban
allí, envueltas la una en la otra.
—Perdóname si metí la pata cuando ese gilipollas decía cosas malas sobre ti.
La reina se rio por lo bajo.
—Vaya manera de descubrir que mi espalda no estaba quebrada de verdad
—admitió—. Bah, no te preocupes por eso. Todo este asunto era tan jodido
que tenía que acabar en un baño de sangre con el tiempo.
Gabrielle estuvo callada por un momento.
—Me alegro que no haya sido nuestra sangre —dijo—. Gracias por salvarme
la vida. —La solapa se hizo a un lado y un grupo de sirvientes entró, mirando a
Xena y sonriendo antes de que comenzaran a bajar sus fragantes cargas. La
reina apoyó la cabeza en el costado de Gabrielle, sumamente feliz y a gusto—
. Tenía que estar a la par contigo. ¿Cómo se vería si tu estuvieras salvando MI
culo todo el tiempo? —asintió en aprobación cuando uno de los sirvientes se
arrodilló para quitarle las botas.
—Siempre te ves bien, no importa lo que yo esté haciendo con...
—¡GABRIELLE!
—Los Campos Elíseos no pueden sentirse tan bien como esto. —Gabrielle miró
distraída las costuras de la tienda, con las manos entrelazadas detrás de la
cabeza y la suave brisa que venía por el valle acariciándola. Estaba acostada
de espaldas sobre la cama, bañada, con ropa limpia y con el conocimiento
de que mañana, por primera vez en esta luna, seguiría teniendo estas cosas
buenas. 1079
Era casi embriagador saberlo. Gabrielle se retorció en una posición un poco
más cómoda. Se sentía genial por sencillamente estar en la tienda
esperando a que Xena volviera, sabiendo que ya no había un enorme,
amenazador, y loco ejército persa, esperando para matarlos y que, de alguna
manera, de algún modo, habían conseguido superar todo ese horror de una
sola pieza.
Ciertamente, de una sola pieza. Incluso la espalda de Xena parecía estar bien,
o al menos no le dolía tan terriblemente como antes. Ahora la reina parecía
cansada, y un poco desconcertada por todo, con tantas ganas de volver a
su castillo como Gabrielle.
Aunque…
Ahora que todo había terminado, estaba deseando un poco ver el mar otra
vez, y dar un paseo en ese barco. Gabrielle cruzó los tobillos y decidió
postergar el mencionárselo a Xena por el momento, razonando que, lo último
que la reina probablemente querría hacer, es irse a socializar después de todo
lo sucedido.
Había sido emocionante, algunas veces. Había llegado a hacer y ver muchas
cosas, en su mayoría malas y temibles, pero también una o dos cosas buenas,
y pensaba que había sido bastante valiente con todo.
Por un momento pensó si era una soldado de verdad ahora.
Pensó en el último instante, arremetiendo contra Heydar, tan enojada, que
apenas podía pensar con claridad después de su burla a su amante, y de
cómo ella quería hacerle daño de verdad.
Pensó en él agarrándola, y sabiendo que probablemente estaba a punto de
morir, otra vez.
Otra vez.
Recordó haberle mirado a los ojos y haber visto el triunfo; y luego verlos
ensancharse y aparecer el miedo, y saber sin duda alguna lo que él estaba
mirando y quién venía hacia ellos. Dejó que sus ojos se cerraran y se imaginó
la imagen que había visto al darse vuelta, Xena impulsándose a través de los
soldados combatiendo como una carreta de bueyes desbocada.
Salvaje e imparable. Dos persas habían intentado interceptarla y Gabrielle
creía que Xena ni siquiera los había visto. La reina simplemente los había
derribado como si no fueran más que hombres de paja.
Impresionante. Gabrielle se había sentido culpable por meterse en problemas
y hacer que Xena saltara de su caballo y fuera a salvarla, pero al final todo se 1080
había solucionado, así que supuso que estaba bien.
Y entonces aparece el ejército. Se preguntó qué habría pasado si no lo
hubieran hecho. Había tantos persas y ellos eran tan pocos, que era difícil
imaginar cómo hubieran logrado superarlos, pero Gabrielle sintió, en lo más
profundo de su corazón que, de alguna manera, de algún modo, lo hubieran
hecho.
Sencillamente, tenían mucho por lo que vivir, ella y Xena.
—¡Oye, rata almizclera!
Los ojos de Gabrielle se abrieron de golpe para encontrar a Xena de pie por
encima de ella con las manos en las caderas y las cejas levantadas.
—Oh. Hola.
—¿Durmiendo? —La reina se sentó en el borde del camastro y empujó a
Gabrielle hacia un lado.
—No. Sólo pensando.
—Oh, oh.
Gabrielle observó el perfil de su amante y le puso una mano en el muslo al ver
el cansancio que había allí.
—¿Nos quedamos aquí ahora?
Xena se quedó un momento en silencio, luego miró a Gabrielle.
—No —dijo—. Les dije a los chicos que empacaran el campamento. Si
movemos rápido el culo, estaremos en el castillo antes que oscurezca. —
Cubrió la mano de Gabrielle con la suya—. Tengo muchas cosas por resolver.
—¡Genial! —La idea de estar en el castillo ese mismo día casi hizo que le diera
un patatús a Gabrielle.
—Solo no estaba segura de sí llevar a los malditos persas con nosotros era una
buena idea. Pero pateé a algunos de ellos y creo que todo está bien.
—¿Qué vas a hacer con ellos, Xena? —preguntó Gabrielle con curiosidad.
—No sé. Tal vez venderlos —dijo la reina—. Probablemente pueda obtener un
precio decente por esos bastardos al otro lado de las montañas.
Gabrielle parpadeó.
—¿En serio?
Xena se encogió de hombros.
1081
—Son botín de guerra, Gabrielle. ¿Qué otra cosa se puede hacer con
ellos? No podemos quedárnoslos, y no tienen forma de regresar a casa, a
menos que construyan balsas y tal vez besar a algunas ballenas para que los
arrastren de vuelta a través del mar.
—¿Qué es una ballena?
La reina sonrió y acarició suavemente la frente de Gabrielle, apartando su
abundante y pálido cabello hacia atrás.
—Es un pez del tamaño de ese barco en el que estábamos cuando hicimos
explotar sus naves.
Gabrielle la miró fijamente.
—Eso no es verdad —dijo—. ¿Lo es?
Xena asintió.
—Es verdad. Tal vez podamos hacer ese viaje por mar algún día y encontrar
una.
Gabrielle se incorporó.
—La verdad es que me gustaría hacerlo —dijo—. Cuando dije que quería
escabullirme contigo... eso es lo que quería decir. Todo era nuevo.
La reina pensó en eso por un momento. Entonces sonrió.
—Podemos hablar de eso después que hayamos regresado. —Le dio una
palmadita en el hombro a Gabrielle—. Vámonos. Quiero mi bañera y a ti
dentro de ella.
Fuera, se escuchaban claramente los sonidos del campamento al recoger, los
hombres gritaban y los caballos avanzaban. Gabrielle se levantó del catre y
le ofreció la mano a Xena para que también se levantara, fueron a la entrada
de la tienda y la atravesaron, dirigiéndose hacia el organizado caos y de
camino a casa.
Al final, Gabrielle escogió una túnica de seda verde de manga larga que caía
hasta la mitad de sus rodillas, sujeta firmemente a su cuerpo por su querido
cinturón de cabeza de halcón. Llevaba botas de interior suaves y se sentía
cómoda y lista para enfrentar a la multitud en el gran salón.
Xena se había detenido justo antes de la entrada, como era su costumbre, y
con Gabrielle detrás, escuchando el alboroto de las conversaciones en el gran
salón mientras esperaba con impaciencia el banquete, con la esperanza de
tener la oportunidad de llenar su estómago antes que tuviera que levantarse
y hablar.
—¿Gabrielle?
—Ya voy. —Se acercó a donde estaba Xena con una mano apoyada en el
marco de la puerta y la otra sosteniendo la espada en su vaina—. ¿Puedo
sujetarte eso?
—¿Esto? —Xena levantó la espada—. Claro. —Se la entregó, luego puso la
mano en el hombro de Gabrielle y comenzó a avanzar, sorprendiendo al
guardia de la entrada que tomó aire precipitadamente para anunciarla.
—Ssh. —Xena le dio una colleja, luego se dirigió por el pasillo hacia la
plataforma elevada en la que estaba su mesa y la silla con forma de trono de
respaldo alto detrás de ella. Su presencia, la presencia de ambas, se notó
rápidamente, las cabezas se volvieron y los cuerpos se inclinaron en
reverencias incómodas y honestas, la mayor parte de la sala estaba llena de
nobles ricamente vestidos y una dispersión de sus soldados vestidos con sus
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armaduras de campo y sobrevestas. Xena había considerado llevar las
suyas. Sin embargo, a diferencia de su consorte, disfrutaba de la sensación de
suave seda sobre su cuerpo, después de una luna de nada más que cuero y
acero, y flexionó las limpias, pero ligeramente rígidas manos, mientras se
deslizaba por los escalones bajos con Gabrielle a su lado. La mesa estaba
vacía. Xena no le había dicho a Stanislaus que la llenara con nadie, y palmeó
el asiento derecho, el privilegiado, para que Gabrielle se sentara cuando
ambas llegaron. Esperó a que su consorte tomara asiento, todavía
sosteniendo su espada, antes de enfrentarse a la multitud y contemplarlos.
Una gran multitud. Todos los ojos estaban fijos en los de ella, llenos de diversas
emociones, desde la aprensión hasta la decepción, la felicidad dispersa y el
mudo regocijo. Xena no era tonta, sabía que no todos en la sala estaban
contentos que hubiera regresado, y, de hecho, algunos probablemente
habían estado aliados con Bregos y sus invasores persas. Como en los viejos
tiempos. Xena suspiró y señaló a Lastay, luego a Brendan, a Jens y a otros dos
de sus oficiales, y a uno o dos nobles que parecían ser los más felices de verla;
les hizo un gesto con la mano para que fueran a la mesa, luego se sentó y
esperó mientras los cambios de sitio se llevaban a cabo—. Aquí estamos.
—Aquí estamos. —Gabrielle estuvo de acuerdo—. Y chico, me alegro porque
tengo hambre.
Xena se rio entre dientes, inclinándose hacia atrás cuando la habitación
comenzó a asentarse y los invitados elegidos se reunieron con ella en la mesa.
—¿Todo en calma? —le preguntó a Brendan.
—Como una tumba, señora. —Brendan suspiró relajándose en su asiento—. Los
persas han sido ubicados, los guardias están con ellos —dijo—. Han tenido un
viaje duro. Creo que se alegran de tener un lugar seco para dormir y un fuego.
—Mm. —La reina juntó sus dedos y los golpeó contra sus labios—. Lastay,
¿sabemos quién de aquí estaba con Bregos?
Su duque principal y heredero apoyó los codos en los brazos de la silla.
—Bueno, Majestad, esa es una excelente pregunta —dijo—. He escuchado a
muchos que simpatizaban con sus objetivos, e incluso a algunos que creían
que debería haber regresado durante el invierno, pero...
—¿Pero?
Lastay medio se encogió de hombros.
—Nadie parece asumir lo de los persas —dijo conciso—. La reputación de la
princesa la precedía. 1094
—Ah. —Xena, sonrió, haciendo un gesto hacia adelante a los ansiosos
sirvientes y sus bandejas cargadas de dulces aromas—. ¿Mejor perra conocida
que cachorro por conocer?
Lastay levantó las manos con las palmas hacia arriba.
—Como usted dice, Majestad —él estuvo de acuerdo—. ¿Ella era como afirma
su reputación?
La reina se rio suavemente.
—Bueno, está muerta —comentó—. De hecho, a manos de su propio hombre.
—¿Es eso verdad?
—Era una gilipollas —facilitó Gabrielle que había capturado un rollo y un poco
de queso y estaba ocupada comiendo.
—¿Te trató mal, su gracia? —preguntó Lastay cortésmente.
—Gabrielle la mordió en la cara y le arrancó un trozo —dijo Xena—. Pero
podrás escuchar todo acerca de eso más tarde. ¿Verdad rata almizclera? —
Tomó un poco de queso de la bandeja que estaba pasando por la mesa y lo
mordisqueó, observando a la multitud mientras planeaba lo que iba a decir.
Lo primero es lo primero. Se volvió hacia Brendan.
—¿Tienes esa bolsa? —Brendan le entregó una bolsa de cuero suave con una
sonrisa pícara. Xena pasó el borde de su pulgar sobre el cuero, luego se
levantó y sacó una daga de su manga, golpeando la empuñadura contra la
mesa. La habitación quedó en silencio casi de inmediato. Los nobles que
estaban en sus mesas se volvieron y la miraron, y en la parte posterior de la
habitación, las grandes puertas se abrieron y, lentamente, los hombres que
había capitaneado desde la ciudad, entraron y tomaron posiciones contra la
pared posterior—. Muy bien. —Xena se puso de frente a sus súbditos—.
Apuesto a que todos estáis sorprendidos de verme aquí, ¿eh? —Lastay medio
cubrió sus ojos y suspiró—. Después de todo, dije que iba a salir a conquistar
más territorio, debería haberme llevado más tiempo —continuó la reina—.
Pero la realidad es que algo se presentó que ocupó mi tiempo.
—Su Majestad. —Uno de los viejos duques se puso de pie—. ¿Es cierto que nos
ofrecieron una gran alianza con este imperio oriental?
Xena tuvo que darle un punto por sus agallas.
—No.
—Pero eso es lo que dijeron —insistió el hombre—. El enviado, que vino
aquí. Dijo eso. ¿No lo hizo? —El hombre se volvió hacia sus compañeros de
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mesa—. ¿No es eso lo que me dijisteis?
Uno de los otros nobles se levantó vacilante.
—Sí —dijo con valentía—. Eso es lo que nos dijeron. Que este gran imperio
quería unir fuerzas con nosotros, y que... ah...
—¿Que yo estaba muerta? —Xena ladeó la cabeza hacia un lado.
—No. —El primer hombre se volvió de nuevo—. Que estabas de acuerdo,
Majestad, y que ibas a ir con este ejército.
Xena apoyó las manos en el contenido de la bolsa de cuero que descansaba
sobre la mesa. Un incómodo silencio cayó. La reina exhaló y luego miró
alrededor de la habitación.
—No había un “nosotros” —dijo sin rodeos—. Me ofrecieron un lugar con los
persas. A mi ejército se le ofreció un lugar con los persas. —Se levantó un leve
murmullo—. No daban un culo de rata por el resto de vosotros —concluyó
Xena—. Solo erais una parada de abastecimiento para ellos.
El viejo duque reflexionó sobre eso, luego miró a Xena, era claramente lo
bastante viejo como para sentirse audaz.
—Entonces, Su Majestad, ¿por qué está aquí? —preguntó—. ¿No es eso lo que
siempre ha deseado? ¿Ir y conquistar, y hacer que los ríos corran rojos con la
sangre de los hombres?
—Hm. —Xena tarareo en su garganta—. Bien…
—Porque Xena si da un culo de rata por vosotros. —Gabrielle se levantó y se
puso las manos a la espalda, hablando claro en el incómodo silencio—.
Incluso si los persas no lo hicieron. Todo lo que querían era a ella y lo que ella
quería era mantenerlos lejos de todos vosotros.
Xena apartó la mirada y se aclaró un poco la garganta.
—¿Tienes que hacerme sonar tan abnegada? —murmuró—. Cielos.
Gabrielle fingió no oírla.
—Yo estuve ahí. Lo vi todo.
—Sí. —Xena retomó la conversación—. En respuesta a tu pregunta, Radas,
no. No estuve tentada. —El viejo duque frunció el ceño—. No hay suficientes
riquezas en Persia, ni sangre en el mar para comprarme —concluyó
tranquilamente Xena—. No juego bien con otros, y si aún no lo has pillado,
nunca lo harás, así que sienta tu culo y cierra el pico.
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—Humph. —Sin embargo, el duque se sentó—. Bien, entonces bien hecho,
digo. —Él aplaudió varias veces en la resonante tensión—. Bien hecho,
majestad.
—Gracias. —Xena apenas evitó poner los ojos en blanco—. ¿Algún otro
comentario o pregunta estúpida? —preguntó en voz más alta—. Podéis
apostar que daré con aquellos de vosotros que decidieron quedarse en el
lado de Bregos. No voy a ser tan amable como fui la última vez. —El miedo
recorrió la habitación, una energía a la que ya estaba acostumbrada, aquí,
en este lugar donde su palabra era la ley, y los hombres tenían una razón para
temerla. Xena dejó que todos se inquietaran por un minuto, luego se relajó un
poco—. Sin embargo, esta noche no es el momento para eso —dijo—. Esta
noche es el momento de levantar una copa por los hombres que se quedaron
conmigo y los que dieron sus vidas por permanecer a mi lado. —Miró al otro
lado de la habitación, a los soldados en la parte de atrás, de pie con la
espalda recta, algunos, sus soldados ordinarios, otros, hombres de la ciudad,
casi indistinguibles entre ellos—. Y para dar la bienvenida a nuevas caras que
demostraron ser unos guerreros condenadamente buenos. —Los hombres de
la ciudad y los reclutas ahora eran obvios, por sus rostros enrojecidos y las
miradas que se estaban echando unos a otros. Xena les sonrió—. Bienvenidos.
—Los nobles miraron alrededor de la habitación para encontrar a los soldados
que los rodeaban, y no pocos de ellos parecían indudablemente nerviosos.
Eso hizo que Xena sonriera aún más—. La otra cosa que celebraremos esta
noche... —atrajo la atención de todos de vuelta a ella—. Es mi boda. —Si se
hubiera convertido en un pequeño y peludo roedor y hubiera empezado a
bailar claqué, probablemente hubiera causado una sacudida menos agitada
y estruendosa a lo largo de la sala. Incluso Lastay se estremeció, mirándola
con auténtica sorpresa—. Fue una ceremonia muy corta, y casi acabo con
una flecha en el culo durante la misma, pero así es como es mi vida, ¿no? —
Xena abrió la bolsa y sacó una diadema de oro, con la parte delantera
engastada de joyas y filigrana de encaje—. Lo siento, no invité a ninguno.
—Pero, Su Majestad... —El viejo duque, aparentemente elegido cordero de
sacrificio por sus compañeros, se puso de pie nuevamente—. ¿Qué es
esto? ¿No dijiste que nunca te casarías?
Xena miró a su consorte que estaba mirando fijamente la diadema con los
ojos como platos.
—Dije que nunca me casaría con quien vosotros queríais que lo
hiciera. Nunca, que no me casaría con quien yo quisiera. —Se dio la vuelta y,
con delicadeza, puso la diadema en el cabello pálido de Gabrielle, 1097
colocándola alrededor de su cabeza donde se acomodó como si hubiera
sido hecha para ella. Lo cual, por supuesto, era así. Por una vez, Gabrielle se
quedó muda, sus ojos decían más de lo que las palabras podrían. Por una vez,
fue Xena quien sintió la necesidad de hablar—. Así que ahora tenéis dos reinas.
—Dejó que sus dedos rozaran la mejilla de Gabrielle—. Y ella está a cargo de
mí. —Los ojos de Gabrielle se agrandaron, y sus fosas nasales se ensancharon
mientras mantenía su mirada fija en Xena, sin atreverse a moverla hacia el
resto de la habitación.
»¿Estás alucinando? —preguntó Xena en voz baja. Gabrielle asintió—. Bien. —
La reina se inclinó y le dio un beso en los labios—. Larga vida a las reinas. —Se
enderezó y miró a la multitud—. No estoy oyendo ninguna aclamación. —Con
retraso, el grupo estalló en unas desiguales, algunos de los nobles levantaron
sus copas tan rápido que el vino se derramó en todas direcciones. En la parte
posterior de la sala, los soldados respondieron con mucho más entusiasmo,
silbando y gritando el nombre de Gabrielle para vergüenza de su consorte. Ah
bueno. Xena soltó un silbido penetrante, luego señaló a Jellaus, que estaba
de pie con su laúd—. ¡Vamos a empezar esta maldita fiesta antes que me
muera de aburrimiento!
La música comenzó, los sirvientes comenzaron a llevar las bandejas y Xena se
acomodó en su gran silla, aceptando el caos que ella misma había
empezado, con una sonrisa benigna mientras se estiraba y rascaba a
Gabrielle en la espalda.
Uno jamás sabía adónde le iba a llevar la vida algunas veces, ¿verdad? Xena
se rio entre dientes y sacudió la cabeza. Nunca se sabía.
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Fin
Biografía de la Autora
Libros de la Serie
02 Reina de Corazones