Matrimonio Camino de Santidad
Matrimonio Camino de Santidad
Matrimonio Camino de Santidad
12. Amor con amor se paga. La fidelidad creativa de los esposos cristianos.
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Cuenta una leyenda india que una princesa bellísima recibió de su prometido un pesado
paquete como regalo de cumpleaños. Impaciente por la curiosidad, lo abrió enseguida y, en
medio del abundante envoltorio encontró una gruesa bala de cañón. Desilusionada y llena
de furia tiró contra el suelo el proyectil de bronce. Al caer se abrió la capa exterior y apareció
una pequeña bola de plata. La princesa mudó de color y agachándose la recogió. Al tomarla
en sus delicadas manos y empezar a darle vueltas, la bola de plata se abrió también y
apareció un pequeño estuche de oro. Ahora la princesa estaba radiante: abrió el estuche con
mucho cuidado y, en su interior, sobre un blando terciopelo azul, destacaba una maravillosa
sortijaza engarzada con espléndidos brillantes, que hacían corona a dos sencillas palabras:
“te amo”.
También es bueno tomar nota de que aquellos que pretender vivir verdaderamente
como cristianos en su hogar tienen que luchar hoy con dificultades añadidas. Porque es
verdad que algunos cambios sociales afectan a la familia superficialmente, pero el
cambio, sobre todo cultural, que estamos viviendo afecta a los cimientos sobre los que
se asienta la familia cristiana. Son ideas y planteamientos que han sido asumidos y se
encuentran ya en el ambiente, difundidos a través de los medios de comunicación sin
que nadie se detenga a cuestionarlas. He aquí algunas de ellas:
El Papa Benedicto XVI resume así la visión cristiana del matrimonio y la familia:
Casarse por la Iglesia no es sólo un rito. El 'sí' que intercambian un hombre y una
mujer los convierte en esposos. Este acontecimiento encierra un significado profundo:
decir sí a otro es regalarle confianza, es afirmarle por completo. Cuando dos personas,
tratando de aceptarse como son, ofrecen su sí a todo lo que el otro es, surge un espacio
en el que los dos pueden trasformarse cada día. La presencia amorosa del otro, ayuda a
sacar a la luz lo mejor de uno mismo. Quien se fía de otro y se confía a él, lo hace con la
esperanza de permanecer fiel y de obtener fidelidad. Esta será el apoyo firme que les
puede sostener y dar seguridad. De la misma manera que un árbol cuyas raíces son
profundas puede crecer cada día sin perder firmeza, algo semejante debe ocurrir en el
matrimonio. Quien se casa demuestra que su confianza en el otro es suficientemente
fuerte como para vincularse con él de por vida2.
1BENEDICTO XVI, Los desafíos de la familia. Discurso en la Asamblea Plenaria del Pontificio Consejo
para la Familia, 14.5.2006.
2 Cf. A. GRÜN, El matrimonio, bendición para la vida común, San Pablo, Madrid 2002, 8.
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El amor de los que se casan tiene mucho que ver con Dios. No se conocieron por
casualidad; Alguien les ha dado fuerza para superar las crisis que vivieron en el
noviazgo y, por fin, no han tomado por sí solos la decisión de casarse. Dios andaba
siempre por medio. Lo verdaderamente nuevo y original por parte de los esposos
cristianos es que, animados por su fe cristiana, se comprometen a vivir su matrimonio
como manifestación de la ternura del amor que Dios nos ha revelado en Jesucristo. La
Biblia lo compara al amor de un padre y una madre, al amor de los esposos entre sí....
Al casarse en el Señor, los esposos cristianos se dicen el uno al otro: «Te amo con tal
hondura, con tal verdad, con tal entrega y fidelidad que quiero que veas siempre en mi
amor matrimonial la señal más palpable de cómo te quiere Dios. Cuando sientas cómo
te quiero, cómo te perdono, cómo te cuido, podrás sentir de alguna manera cómo te
quiere, te perdona y te cuida Dios». Y manifiestan públicamente a la comunidad
cristiana: «Nosotros queremos vivir nuestro amor matrimonial como una
manifestación del amor de Dios. Todos los que veáis cómo nos queremos, podréis intuir
de alguna manera cómo Dios nos ama a todos. Queremos que nuestro amor y nuestra
vida matrimonial os recuerden a todos cómo os quiere Dios».
La vida cristiana está toda ella atravesada por el amor esponsal de Cristo a su
Iglesia, a la humanidad, a cada uno de nosotros. El Señor nos ama con un amor
gratuito, fiel, irrevocable, más fuerte que todas las adversidades, un amor que nos acoge
y nos acompaña hasta la vida eterna. El amor entre marido y mujer realiza y expresa
este amor oculto de Cristo que fecunda a su Iglesia y sostiene nuestra vida. Cristo es
origen y maestro del amor del varón a la mujer. La Iglesia, los cristianos santos
transformados por el amor de Cristo, son origen y signo del amor fiel de la esposa hacia
su esposo. De este modo el matrimonio cristiano es como una pequeña encarnación,
una realización doméstica del amor infinito con que Cristo ama a su Iglesia y del amor
con que la Iglesia responde fielmente a Cristo.
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Este carácter sacramental otorga una hondura y una plenitud diferente a su abrazo
conyugal. Los esposos cristianos no "hacen el amor", sino que lo celebran. La unión
sexual de los esposos cristianos es una fiesta, donde ellos, con su propio cuerpo, con su
capacidad erótica, con la fusión de sus cuerpos y de sus almas, con el disfrute
compartido, hacen presente en medio de ellos a Dios. Es sobre todo en esa experiencia
íntima donde mejor pueden entender y saborear su amor matrimonial como
sacramento del amor de Dios.
El lazo mutuo que une a las personas que se casan, el vínculo matrimonial, lejos de
ser una traba, es un elemento que une lo que en ellos podría desgarrarse. Toda persona
puede experimentar en sí sentimientos contradictorios; los distintos deberes y tareas la
descoyuntan. Entonces necesita un lazo que mantenga unida la pluralidad. Ese lazo es
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el amor. El vínculo matrimonial expresa el amor incondicional de los esposos que les
hace bien, los mantiene vivos y supera el desdoblamiento interior en ellos3.
Para los cristianos, el matrimonio es una verdadera vocación. Tan sagrada como la
vocación sacerdotal o la vocación a la Vida consagrada. A algunos de sus hijos, Dios les
llama por medio del bautismo, de la confirmación y del sacramento del matrimonio a
vivir su vida cristiana en los gozos y las preocupaciones de los que forman un hogar. Su
vocación es ser testigos vivientes de la ternura del amor de Dios para con todos. Se
santifican en las circunstancias familiares concretas, y no a pesar de ellas. La vocación
universal a la santidad afecta también a los cónyuges y padres cristianos. Pero para
ellos viene especificada por el sacramento del matrimonio que han celebrado y se
traduce concretamente en las realidades propias de la existencia conyugal y familiar. De
ahí nacen la gracia y la exigencia de una auténtica y profunda espiritualidad conyugal y
familiar, que ha de inspirarse en los motivos de la creación, de la alianza, de la cruz, de
la resurrección y del signo. Nos encontramos ante todo un reto para los esposos
cristianos que han de lograr que su vida real y concreta sea expresión de su
espiritualidad específica y original, que no es precisamente la de un sacerdote o un
consagrado. Porque Dios no llama sólo al matrimonio, sino que llama en el
matrimonio. Los esposos cristianos han de estar despiertos cada día para descubrir a
qué les invita el Señor, porque el Señor siempre sorprende.
Los momentos fuertes de la vida en familia son ocasiones propicias para rezar, ya
personalmente, ya en comunidad familiar. Pero ello no es suficiente; toda la vida debe
hacerse oración, liturgia que se eleve cotidianamente al Padre, por el Hijo en el
Espíritu. Las relaciones intrafamiliares han de expresar ese clima de oración y diálogo
cristiano en el hogar. El servicio y la donación de uno a otro han de ser realizados en
espíritu de oración.
Ser matrimonio es una experiencia de vida. El matrimonio es algo más que la suma
de dos personas: es una realidad nueva con su propia biografía, diferente de la que
tenían cada uno de sus miembros por separado. No es fácil vivir como esposos. Hemos
sido educados en el individualismo y pretendemos ser autosuficientes, decidir solos,
mantener por encima de todo nuestra zona privada, etc..
La vida en matrimonio no es algo que viene dado naturalmente, sino algo que se
conquista con esfuerzo. ¿Cómo se trabaja por la propia pareja? Viviendo valores como:
el respeto como aceptación del otro en cuanto distinto, sin pretender violentarlo
ni someterlo. Se trata de dejar al otro ser él mismo. Es más, el que
verdaderamente respeta quiere que el otro sea lo que está llamado a ser y no
pueda interesar a los demás o uno mismo.
Voy a reseñar algunas dificultades para vivir en matrimonio sin pretender ser
exhaustivo:
Hay que asumir un cierto grado de conflictividad que ayuda a madurar a los
esposos. La unidad del matrimonio no exige la uniformidad, la anulación de un
miembro en favor del otro, exige más bien desarrollar lo original de cada uno para
luego complementarse. Los pequeños roces y conflictos surgirán por doquier. No son
únicamente síntoma de que algo va mal en la relación de pareja. Incluso pueden ser
signo de vitalidad y de diferencias positivas que pueden ser integradas.
Los esposos cristianos tienen que crecer y madurar en su amor matrimonial. Parece
a primera vista que el amor fuera algo espontáneo, instintivo. Sin embargo, el amor es
algo vivo que crece y se desarrolla, tiene un dinamismo interno que sigue sus propias
leyes. Las voy a enunciar y comentar brevemente:
1. La primera obliga a aceptar al otro tal como es. Amar al otro como
quisiéramos que fuera, es, en el fondo, amarnos a nosotros mismos, o
sea egoísmo puro y duro. Esto requiere evitar lo que los psicólogos
llaman proyecciones. Espontáneamente tendemos a lanzar sobre el
otro la imagen idealizada del otro sexo, que nos forjamos durante la
infancia y la adolescencia. Esto agrava la dificultad de amar. Por otra
parte, es preciso no sucumbir a la tentación de suprimir las
diferencias. "Quien no se resigna a aceptar la interpelación de la
diferencia, o anula al otro con voluntad de dominio o se anula a sí
mismo, refugiándose, por lo general, en el papel de víctima, o entra en
componendas que le permitan disimular la diversidad", ha advertido
M. Cuyás6. Anular al otro no es indicio de personalidad vigorosa; son
más bien los débiles quienes necesitan reducir a nada a los que tienen
a su lado. El respeto mutuo es la condición primera y la apremiante
consecuencia de esta primera ley del amor; cuando los esposos se han
perdido el respeto -con palabras, gestos, comportamientos- inician
una pendiente donde todo lo negativo es posible.
5Álvaro y Mercedes GOMEZ-FERRER, Sabemos que el amor puede morir si no se celebra: Ecclesia 3019
(21.10.00) 7.
Es un amor total, esto es, una forma singular de amistad personal, con la cual
los esposos comparten generosamente todo, sin reservas indebidas o cálculos
egoístas. Quien ama de verdad a su propio consorte no lo ama sólo por lo que de
él recibe, sino por sí mismo, gozoso de poder enriquecerlo con el don de sí.
Es, por fin, un amor fecundo que no se agota en la comunión entre los esposos,
sino que está destinado a prolongarse suscitando nuevas vidas. "El matrimonio
y el amor conyugal están ordenados por su propia naturaleza a la procreación y
educación de la prole. Los hijos son, sin duda, el don más excelente del
matrimonio, y contribuyen sobremanera al bien de los propios padres" (GS.
50)"
La revelación del amor tiene en la historia del hombre una forma y un nombre:
Jesucristo, Redentor del hombre, que así revela plenamente el hombre al propio
hombre. Por el sacramento del matrimonio, el amor de Jesús –fiel y lleno de ternura-
se une al amor de los esposos y lo transforma. Cristo sana el amor de la pareja siempre
quebradizo y siempre expuesto al afán de posesión, a las proyecciones psicológicas y a
los egoísmos humanos. La Iglesia formula todo esto poniendo de manifiesto con el
concilio de Trento que el sacramento del matrimonio respecto a la institución natural
del matrimonio: perfecciona el amor conyugal, confirma la indisolubilidad y santifica a
los cónyuges (Denzinger, 1779).
El evangelista San Juan (2,1-12) nos expone lo que Jesús piensa del matrimonio en
su relato de la boda en Caná. Es una historia simbólica. Convertir el agua de las
purificaciones judías en vino del Reino es manifestarnos que la vida de los cristianos en
general, y la de los matrimonios en particular, ya no está marcada por el cumplimiento
de la Ley meticuloso y a la larga penoso. Quien se atiene escrupulosamente a lo
mandado tiende a entumecerse; su vida como que se petrifica y pierde sabor y gusto.
Cristo transforma el amor de los esposos en vino del Reino nuevo: su vida adquiere un
sabor nuevo. Muchos matrimonios temen que con el paso del tiempo su amor vaya
desapareciendo poco a poco o se vuelva algo insípido. La rutina, es verdad, puede dar al
traste con la fuerza encantadora del primer amor. Pero a este miedo Jesús da una
respuesta que podría sonar así: “Porque Dios se ha hecho hombre, el vino de tu amor
nunca se agota. Si entras en contacto con el amor de Dios que hay en ti, tu vida tendrá
un sabor nuevo. Puedes celebrar tranquilo la fiesta del amor”10.
No es bueno para nadie presentar el amor de los esposos cristianos como algo
idílico y paradisíaco. Sería pecar contra la verdad de la vida real y ponerse una venda
ante los problemas de cada día. En toda vida matrimonial se dan conflictos pequeños o
grandes. Lo 'anormal' sería que no los hubiera. Porque la presencia de conflictos o de
crisis no quiere decir que el matrimonio vaya mal; no son necesariamente
perjudiciales11.
Aunque es verdad que algunas crisis en la vida matrimonial endurecen a las parejas
y hacen que entre ellas aumente el desamor, pudiendo llegar en ocasiones a la ruptura
de la convivencia. Pero también hay crisis que, de hecho, pueden dar ocasión a una
nueva vitalidad, a una madurez mayor, aunque es verdad que esto no se produce de
manera automática. Cuando se pierde el trabajo, cuando muere una persona querida,
cuando la salud queda dañada para siempre..., la convivencia queda perturbada y a
veces se dan pérdidas irreparables. Pero también en ocasiones como éstas, algunas
personas han experimentado algo completamente nuevo, más vivo y más profundo.
Precisamente son matrimonios felices los que han sido capaces de resolver
positivamente sus crisis y sus conflictos. Los conflictos conyugales son situaciones
provocadas por la dificultad que tienen los casados para armonizar intereses
encontrados, por las diversas mentalidades o por los caracteres difíciles. Advirtamos en
todo caso que, cuando la situación conflictiva no se resuelve a tiempo, desencadena un
enfriamiento del amor y eventualmente alguna crisis de mayor o menor importancia.
Se han tipificado las diversas etapas que suele recorrer la vida matrimonial así
como las crisis que las acompañan12. Cuando estas crisis se resuelven bien contribuyen
a una mayor madurez y a un amor de mejor calidad. Cuando se vive una situación de
conflicto conviene cuidar.
11 Cf. H. HELLOUSCHEK, El amor y sus reglas de juego. Las crisis en la relación de pareja como
oportunidad de crecimiento, Sal Terrae, Santander 2003, 146-148.
12 Cf. M. SÁNCHEZ MONGE, ‘Serán una sola carne’. Estudio interdisciplinar del matrimonio y la familia,
Hay que tener en cuenta que el amor conyugal pide siempre respuesta, pero la
persona amada puede que no corresponda o que no lo haga exactamente como se
esperaba. Entonces el que ama puede sentirse decepcionado, no correspondido y hasta
traicionado. Por otra parte, la convivencia diaria origina roces, momentos de
malhumor, nerviosismo, tensiones y cansancios en los que es imposible no herir al otro
con faltas de delicadeza, inadvertencias e incluso con ofensas culpables. Es necesario
perdonar. El verdadero amor, en circunstancias como éstas, se convierte en perdón,
comprensión, disponibilidad para la reconciliación. En muchas ocasiones el amor
matrimonial sólo puede crecer con el perdón. El perdón no es un sentimiento, sino una
decisión, escribió Madre Teresa de Calcuta. El perdón no es sentimentalismo
edulcorado; es condición indispensable para poder vivir una vida plenamente humana.
No se puede vivir casados haciendo del rencor el motor de la vida y el centro de la
existencia.
Ciertamente, las heridas son inevitables. Las palabras y los gestos ofensivos que el
otro me dirige, me hieren. No se puede evitar herir a la persona con quien convives, por
mucho que la ames. A veces tocamos -queriendo o sin querer- los puntos sensibles de la
pareja. Como en la convivencia con la pareja nos mostramos más como somos, sin
disimular nuestro lado oscuro, nuestras diferencias chocan unas con otras, se producen
incomprensiones, los defectos de carácter producen heridas. A decir verdad, esas
heridas dejan huella en nuestro corazón y en nuestra alma. Tal vez no siempre graves,
pero pequeñas decepciones, pequeños desprecios... cuando vienen de la persona que
más amamos, duelen y duelen de verdad. A veces acuden a nuestra mente después de la
discusión y hacen que la herida sea más profunda. Y hay que tener en cuenta que las
heridas que no se curan bien, debilitan el amor o lo matan. No es cierto que no hace
falta perdonar, que el tiempo lo solucionará todo. Porque frecuentemente, el paso del
tiempo no hace sino enconar las heridas y ahondar el resentimiento. Lo realmente
eficaz no es dejar pasar el tiempo, sino aplicar la inteligencia para limpiar bien la
herida, para distinguir entre la ofensa y la persona que ofende, para descubrir el
camino del perdón.
El primer paso, nada fácil, es reconocer ante el otro que le hemos herido,
aunque fuese sin pretenderlo. Sin un acto de humildad, difícilmente cicatrizan las
heridas. La valentía no se muestra permaneciendo enfadado y alejado, sino
acercándose y reconociendo los propios errores.
“Si dejo que mi amor se vuelque de nuevo en el otro, este amor llevará luz a la oscuridad
provocada por el tumulto de las emociones. Si doy lugar durante mucho tiempo a la
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cólera o al celo, todo se oscurecerá en mí y no lograré vencer esta oscuridad. El amor del
otro hace clara mi oscuridad interior. El amor ilumina y purifica. Durante el conflicto
afloran en mí emociones negativas. Experimento sentimientos de odio contra el otro.
Querría herirlo una y otra vez. Pero hiriendo al otro me daño a mí mismo. Mientras que
el amor del otro vuela hacia mí como una paloma, éste purifica de nuevo mi alma
embarrada. "Perdonar quiere decir dar de nuevo la posibilidad de vivir el destino, la
verdad de la relación. Y, por tanto, el mal que ha sucedido (y el recuerdo de lo ocurrido)
no es ya una herida, una objeción, sino un motivo más para amar. En el perdón sucede
un milagro: el mal se convierte en bien, porque me exige amar más y yo acepto el reto.
Así, el mal se convierte en causa de un amor mayor. En el perdón, cada uno hace con el
otro lo mismo que Cristo hace continuamente con él", decía L. Giusani13.
Ahora bien, el amor no vuelve sin más al estado primitivo. El amor también
purifica en lo profundo porque durante la crisis ha salido fuera la inmundicia interior.
En todo conflicto sale a la luz algo que todavía es impuro. Pero si conservo el amor en
mí, seré purificado cada vez más14. El amor es la fuerza que transforma nuestras
heridas en algo precioso. La herida me recuerda, por una parte, que mi necesidad más
profunda es amar y ser amado. Me hace ver, además, que dependo del amor de Dios
que me salva de cerrarme en mí mismo. La persona que amo, como es frágil, seguirá
hiriéndome porque su amor está minado, aun sin darse cuenta, por pretensiones de
posesión, de exigencias, de celos y de expectativas. Sólo si el amor de los esposos
cristianos está envuelto en el amor de Dios, es capaz de curar y de transformar. Los
cristianos casados no pueden olvidar que el sacramento del matrimonio les convierte
en iconos del amor de Dios que perdona siempre, aunque no merezcamos su perdón.
Hay que pasar, y no es nada fácil, del resentimiento al agradecimiento.
El ser humano está llamado a ser fecundo. Los esposos están llamados a ser
«una sola carne», pero no han de olvidar que normalmente esta carne puede
convertirse en «cuna» de un hijo que viene a sellar el amor matrimonial de los padres.
La familia no es simplemente una estructura social o económica, ni se sostiene por
casualidad. Es más bien una estructura exigida por el ser mismo del ser humano. Su
verdad más profunda radica en que el hombre es un ‘ser familiar’. Amar familiarmente
significa amar en la familia y desde la familia, amar desde esa pertenencia que llega a
impregnarlo todo. Desde la perspectiva familiar, el amor promueve la vida y el bien de
todos sus miembros.
13L. GIUSSANI entrevista en A. Sicari, Breve catequesis sobre el matrimonio, Ed. Encuentro, Madrid
1995, 148.
El nacimiento del hijo no tiene por qué suponer una carga penosa, un estorbo,
una amenaza para el amor matrimonial. Al contrario, debería ser la culminación, el
sello de ese amor. Los esposos cristianos tienen que recordar que su matrimonio es
sacramento del amor de Dios, y Dios es creador de vida. Los esposos están llamados a
colaborar con el Creador en la difusión de la vida. Y difundir la vida es: procrear nuevos
seres humanos sobre la tierra, educarlos, abrir horizonte a las nuevas generaciones que
nos sucederán, colaborar en la promoción de la humanidad, hacer un mundo más
habitable, promover unos hogares más humanos donde habite el amor, el diálogo, la
verdad, es decir, hacer crecer el Reino de Dios.
“Una casa no es un hogar”, hace falta crear un ‘clima familiar’. La casa puede
pasar a ser hogar por el clima familiar, por la calidad de las relaciones familiares. La
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casa llega a ser un hogar si hace crecer como personas, si los padres no constituyen tan
sólo principios físicos de vida, ni sólo principios personales de constitución de la
personalidad, sino que son al mismo tiempo principios simbólicos de identificación del
hijo como ser con sentido en el mundo. El padre y la madre influyen manifiesta y
latentemente no sólo física, sino psicológica y espiritualmente en la formación de sus
hijos, más concretamente en la plasmación de la personalidad básica e inicial del hijo
por la misma relación familiar. Fomentar un clima de familia a través de las relaciones
que se establecen entre los diversos miembros es determinante para que la familia
constituya un contexto humanizador o deshumanizador.
10. La transmisión de la fe
15 Cardenal A. M. ROUCO VARELA, Retos y tareas. Conferencia pronunciada por el en el Club siglo XXI de
Madrid.
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reportemos. Cuando falta esta experiencia de la gratuidad del amor familiar, la mirada
sobre la vida se vuelve pesimista. Más aún, en la familia podemos experimentar cómo
no sólo se cuida de nuestra alimentación, nuestra salud, nuestra seguridad, etc…, sino
que también se nos ayuda a encontrar respuesta a nuestras inquietudes más grandes y
persistentes. El amor gratuito de los padres hacia los hijos es como un atisbo, como una
introducción al descubrimiento del amor que Dios nos tiene. Ningún ser humano puede
hacer plenamente feliz a otro, pero todos podemos hacer un poco más felices a los
demás y, de la mano, caminar al encuentro con el Otro, con mayúscula, que es quien
nos puede proporcionar la felicidad plena
Por otra parte, la injusta distribución del bienestar entre los países desarrollados y
aquellos en vías de desarrollo, entre ricos y pobres dentro de una misma nación, el uso
de los recursos naturales a favor de unos pocos... exigen una toma de postura concreta
al matrimonio cristiano, que no puede vivir encerrado en sus pequeños problemas e
intereses. En una sociedad que se vuelve cada vez más violenta, el matrimonio cristiano
educa en la paz y para la paz.
"Estar juntos" como familia, supone tanto como ser los unos para los otros, crear un
ámbito comunitario para la afirmación de cada persona concreta sin olvidarse de los
demás.
Es preciso aprender con paciencia en el discurrir del tiempo la verdad del amor.
Amar a la misma mujer durante toda la vida en el matrimonio fiel e indisoluble,
construyendo una familia, resulta una forma de realizar el deseo única y sumamente
conveniente a la persona. Cuando dos esposos con más cincuenta años de vida
matrimonial, de fidelidad y de pruebas, de fragilidad y de volver a empezar... se miran
el uno al otro, surge una ternura poderosa y consciente que delata un deseo mil veces
más vivo que al principio. ¿A qué se debe que los esposos con muchos años de
matrimonio a sus espaldas, no resistan tener que seguir viviendo cuando la muerte
arrebató a uno de ellos?
17Cf. A. SCOLA, La 'cuestión decisiva' del amor: hombre - mujer, Ed. Encuentro, Madrid 2003, 70
Haz que tu gracia guíe los pensamientos y las obras de los esposos
hacia el bien de sus familias
y de todas las familias del mundo.
Haz que las jóvenes generaciones encuentren en la familia
un fuerte apoyo para su humanidad
y su crecimiento en la verdad y en el amor.
Haz finalmente,
te lo pedimos por intercesión de la Sagrada Familia de Nazaret,
que la Iglesia en todas las naciones de la tierra
pueda cumplir fructíferamente su misión
en la familia y por medio de la familia.
Tú, que eres la vida, la Verdad y el Amor,
en la unidad del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.
(Juan Pablo II)
+ Manuel Sánchez Monge,
Obispo de Mondoñedo-Ferrol.
Madrid, 27.07.08