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Exposición - Sacrificios Ofrendas

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Biannely

Los sacrificios

Probablemente el libro de Levítico sea uno de los principales escollos que impiden a
muchos completar la lectura de la Biblia en un año. Toda esa enrevesada
terminología en la que abundan sacrificios, sangre, ovejas, bueyes, altares,
contaminación, flor de harina, imposición de manos, etcétera, se aleja mucho de la
comprensión de nuestra mentalidad posmodema y occidental.

Intentaremos «descomplicar» esos sacrificios que suelen ser considerados como un


sistema muy complejo.

Con respecto al sistema sacrificial Dios fue muy detallista. No podemos ofrecer una
interpretación de cada «detalle» que aparece en el texto. Si tratamos de hacerlo
corremos el riesgo de poner en ridículo la hermosura de la verdad contenida en el
santuario y sus servicios. Que el Señor haya sido detallista no implica que
necesariamente cada detalle sea un símbolo de alguna realidad concreta.

Lo primero que hemos de notar es que Dios menciona a Moisés cinco tipos de
sacrificios. Sepa que aunque para nosotros todos parecen idénticos, no lo eran, ni
tenían el mismo propósito, ni se presentaban como ofrendas los mismos elementos.
Que Dios quería que estos sacrificios fueran comprendidos por todos se deduce de
que cada uno de los cinco sacrificios es analizado dos veces en los primeros siete
capítulos del libro:

El holocausto

Es más conocida de todas las regulaciones cúlticas del antiguo Israel. El vocablo
hebreo traducido como holocausto, aloh, significa literalmente «lo que sube», lo cual
alude a una ofrenda que asciende hasta la misma presencia de Dios. El sacrificio no
trae a Dios a la tierra, sino que eleva al ser humano y le permite entrar en contacto
con el cielo. El principal objetivo del holocausto era poner al oferente en contacto
directo con el Señor. La primera mención bíblica de este tipo de ofrenda se
encuentra en Génesis 8:20. Tan pronto Noé abandonó el arca, lo primero que hizo
fue ofrecer un «holocausto en el altar» que fue recibido como un «olor grato» ante el
Señor (versículo 21), una frase antropomórfica que significa que «Dios acepta el
sacrificio». 4 En la versión babilónica del diluvio también se hace mención de un
sacrificio que Utnapistim ofrece a los dioses y que cuando estos «olieron el dulce
sabor [...] se apiñaron como moscas» para comer el sacrificio. Aunque el holocausto
es llamado «mi alimento» en Números 28:2 (BJ), Dios, a diferencia de las deidades
de las naciones paganas, no necesita ingerir alimento físico (cf. Salmo 50:12, 13).
Según Levítico 1, el holocausto podía incluir el sacrificio de becerros, ovejas,
cabras, tórtolas o palominos (versículos 2, 3, 10, 14). Supongo que habrá notado
que el precio y el tamaño de los animales va en orden descendente: del más caro al
más barato; del más grande al más pequeño. Ello implica que aunque el holocausto
fuera un acto voluntario, Dios había hecho provisión para que estuviera al alcance
de todos, con independencia de la condición económica del oferente. El holocausto
era un sacrificio tan personal que, tras haber colocado sus manos sobre la víctima,
exceptuando a las aves, el mismo pecador la degollaba. Luego, «los hijos de Aarón»
tomaban la sangre y la rociaban «sobre los lados del altar, el cual está a la puerta
del Tabernáculo» (Levítico 1:5). A diferencia de otros sacrificios en los que alguna
porción quedaba en manos del sacerdote, el holocausto pertenecía por completo al
Señor. No había nada de ambivalencia en la orden divina: «El sacerdote lo quemará
todo sobre el altar» (Levítico 1:3). Más que una ofrenda por el pecado, el holocausto
era un símbolo de consagración, de dependencia de Dios y de entrega completa.
Era como si el pecador dijera: «Así como este animal es dado por completo a Dios
en el altar, yo también me doy por entero al Señor». 5 Aparte de estos holocaustos
personales o voluntarios Dios había prescrito un holocausto continuo a favor de toda
la nación (Levítico 6:12), en el que se ofrecía un cordero por la tarde y otro por la
mañana (Éxodo 29:39, 41). Este ceremonial formaba parte del tamid, el sistema de
mediación continuo que se realizaba en el santuario. El fuego continuo en el altar
constituía un recordatorio perenne de que el perdón divino estaba alcance de todos,
que Dios cubría con su misericordia a toda la nación de forma gratuita «por medio
del cordero sacrificado sobre el altar». 6 Dicho holocausto sí era obligatorio. El
holocausto no se presentaba con un espíritu lúgubre y de lamento, sino con «gozo y
con cánticos» (2 Crónicas 23:18). Resultan muy acertadas las palabras del
Comentario bíblico adventista: «Hoy no ofrecemos holocausto, pero haríamos bien
en aplicar a nuestra vida diaria ese espíritu que impelía a ofrecer holocausto. Dios
todavía se agrada del servicio gozoso y voluntario (2 Corintios 9:7)». 7 No podemos
finalizar esta sección sin hacer referencia a que, como el holocausto, Cristo «se
entregó a sí mismo por nosotros, ofrenda y sacrificio a Dios en olor fragante»
(Efesios 5:2). Precisamente por haber entregado a su Hijo «como holocausto por el
pecado, ahora el Padre puede decir: «Entrégate a mí; dame tu voluntad; apártala del
control de Satanás, y yo me apoderaré de ella; entonces yo podré obrar en ti tanto el
querer como el poda de mi santa voluntad» (Testimonios para la iglesia, tomo 5, p.
486).

Las ofrendas de cereales


Resulta curioso que en Levítico 2, donde se abordan las ofrendas vegetales, en
ningún momento se haga referencia a la expiación. Y la razón es simple: estas no
eran ofrendas expiatorias del pecado. En hebreo, las ofrendas vegetales son
llamadas minjá. Una breve ponderación del uso de minjá en otros pasajes bíblicos
nos ayudará a entender su significado en Levítico 2. En el Antiguo Testamento una
minjá tiene como meta agradar a quien se le ofrece. Por ejemplo, cuando Jacob
quiso congraciarse con Esaú, le envió un «regalo» (hebreo minjá. Génesis 32:13). El
presente que los hermanos le llevaron a losé también es denominado minjá
(Génesis 43: 11). Según R. K. Harrison, minjá se usa «como expresión de
reverencia (Jueces 6:29; 1 Samuel 10:27), de gratitud (Salmo 96:8), de homenaje
(Génesis 43:11, 15, 25) o de lealtad (2 Samuel 8:2, 6)». 8 A diferencia del
holocausto, las ofrendas de cereales no eran presentadas en su totalidad, sino que
el sacerdote tan solo ofrecía «un puñado» que era colocado para que ardiera «sobre
el altar, como memorial». El resto de la ofrenda era destinada para «Aarón y sus
hijos» (versículos 2, 3, 9, 10). Mientras otras naciones sí incluían la miel y la
levadura en sus sacrificios, los israelitas no debían utilizar dichos productos en
susofrendas porque eran susceptibles a la fermentación. 9 Las enseñanzas
rabínicas prescribían que «todas las oblaciones han de ser amasadas con agua
templada y ha de tenerse el cuidado de que no se fermenten» (Menajot V: 2). 10
Cuando ofrecían voluntariamente a Dios estas ofrendas, los israelitas hacían público
su deseo de agradar al Amo de sus vidas. Aunque estos cereales habían sido el
resultado de su arduo trabajo, reconocían que su cosecha era producto de la
bondad del Señor. De esa manera, las ofrendas de cereales ponían sobre el tapete
la estrecha relación que existe entre la vida física y la vida espiritual. Nuestro trabajo
no está desligado de nuestra adoración. Roy Gane pone el asunto en su correcta
perspectiva al declarar: «Estas ofrendas expresan la firme relación con el Señor,
constituyen una manera de honrar y amar a quien les ha provisto su pan de cada
día (cf. Mateo 6:11)». 11 Además, las oblaciones recordaban a los israelitas que el
Señor los había bendecido para que ellos fueran un medio de bendición para otros,
pues una parte de su ofrenda sería utilizada en la manutención de los ministros de
Dios (Levítico 2:10). En otras palabras, el Padre no nos bendice para que, egoístas,
acumulemos las bendiciones, sino para que, por medio de ellas, otros sean
bendecidos. A tal propósito la mensajera del Señor declaró: «Usted es mayordomo
de Dios. Posee el talento de los medios económicos y puede hacer mucho bien con
él. Puede depositarlos en el banco del Cielo al ser rico en buenas obras. Sea una
bendición para los demás por medio de su vida» (Testimonios para la iglesia, tomo
2, p. 285). Permítaseme agregar un detalle adicional antes de pasar al próximo
grupo de ofrendas o sacrificios. Las oblaciones eran un «memorial» delante del
Señor. Dios no pasa por alto nuestro interés por agradarlo; él no relega a un
segundo plano el gozo que sentimos al devolverle una parte de lo mucho que él nos
ha dado. Jesús no olvida cuando compartimos con los demás lo que hemos recibido
de él (Mateo 25:31-46). En una franca alusión a las ofrendas de cereales, Pablo
consideró la ofrenda que los filipenses le enviaron a través de Epafrodito, como
«olor grato, sacrificio acepto, agradable a Dios» (Filipenses 4:18). Mientras que el
holocausto representa la entrega total de lo que somos; las ofrendas de cereales
simbolizan la entrega de lo que tenemos.

Los sacrificios de paz

Aparte de su nombre más conocido, «ofrendas de paz», este sacrificio ha recibido


distintos calificativos. Algunas versiones bíblicas lo llaman «sacrificio de comunión»
(BP, BJ), «sacrificio de reconciliación» (DHH), «salud y bienestar» (TLA). La razón
de estas diferencias es que todos estos conceptos se hallan abarcados en la
palabra hebrea selamin. Me llama la atención que todos los términos usados para
referirse a esta ofrenda (paz, comunión, reconciliación, salud) hacen referencia a
una condición de bienestar. Por ende, esta debía ser una ofrenda de mucha
importancia para el antiguo Israel. Veamos por qué. Mientras que en Levítico 3 se
prescribe el sacrificio, en Levítico 7:11-16 se presentan los motivos por los cuales se
precisaba este tipo de ofrenda. Allí se nos presentan tres motivos concretos: (1)
como acción de gracias (versículos 11, 15), (2) por el cumplimiento de un voto
(versículo 16) y (3) por alguna acción voluntaria (versículo 16). Algunos estudiosos
creen que la frase «acción de gracias» más bien tiene que ver con la confesión. 12
La clave aquí radica en que, en todos los casos, «este sacrificio se ofrecía cuando
las circunstancias eran de gozo» para el oferente. 13 No hay dudas de que quien
ofrecía este sacrificio se hallaba en paz con Dios. Con razón algunos intérpretes
bíblicos lo llaman «ofrenda de salvación» pues el objetivo concreto de esta ofrenda
era celebrar «la salvación o integridad del hombre en su relación con Dios». 14
Según Éxodo 24:5, con esta ofrenda se confirmó el pacto que Dios había
concertado con su pueblo. Stephen N. Haskell está en lo correcto al decirnos que
«en el Antiguo Testamento, el sacrificio de paz se celebra en las ocasiones de júbilo
especial». 15 Por otro lado, aunque esta no era una ofrenda por el pecado, debía
ofrecerse sobre el holocausto (Levítico 6:12); dando a entender con esto que
nuestra paz había sido lograda por el holocausto que Dios había presentado en
nuestro favor. Como habrá notado, en esta ofrenda, a diferencia del holocausto no
se permitía el sacrificio de aves. ¿Sabe por qué? Porque tras cumplir con las rutinas
del sacrificio, el mismo oferente en compañía de su familia y amigos podía comer
del animal sacrificado (Levítico 7:11-34) y para ello debía ser un animal cuya carne
alcanzara para todos los participantes; por eso tenía que ser una vaca, una oveja o
una cabra (Levítico 3:1, 6, 12). Mientras que del holocausto no se comía nada, y de
las ofrendas de cereales únicamente comía el sacerdote, de la ofrenda de paz
podían comer todos, siempre y cuando se obedecieran estrictamente las
regulaciones al respecto (ver Levítico 7:15-21). ¿Qué tiene que ver esta ofrenda con
nosotros? Mucho. Cristo fue nuestra ofrenda de paz (Efesios 2:14). Hoy, por la fe,
nosotros podemos tener acceso a su sacrificio y «comer su carne» en comunión con
los demás (Juan 6:53-56; Lucas 22:17-20). Por su sacrificio «tenemos paz para con
Dios» (Romanos 8:1), una paz «que sobrepasa todo entendimiento» (Filipenses
4:7). Usted y yo poseemos suficientes razones para celebrar la comunión, la
reconciliación, la paz, la salud y el bienestar que generosamente hemos recibido del
Padre.
JOEL
Los sacrificios por el pecado y por la culpa nos enseñan una verdad
incontrovertible: el pecado tiene un coste. De ahí que cuando «alguien» pecaba le
correspondía ofrecer un sacrificio directamente proporcional a su estatus
económico. La ofrenda tenía que ser un becerro si la infracción había sido cometida
por un sacerdote o por toda la congregación (Levítico 4:4, 14); el dirigente debía
presentar un macho cabrío (Levítico 4:23); una persona común del pueblo podía
ofrecer una cabra o un cordero (Levítico 4:28, 32); pero si no podía pagar el precio
de un animal de tal envergadura, podía ofrecer «dos tórtolas o dos palominos», o
tan solo un poco de harina (Levítico 5:7, 11). La idea clave aquí es que, aunque
tiene un precio, el perdón es asequible para todos. Como todos los integrantes de la
nación eran pecadores, Dios había hecho provisión de perdón para todos. Solo
tenían que seguir al pie de la letra las instrucciones prescritas en la ley del sacrificio
por el pecado. Que uno de los objetivos de estos sacrificios era servir como medio
de perdón para el pecador queda claro en la repetición de la frase «será
perdonado» (Levítico 4: 31, 35; 5:10, 13, 16, 18). El individuo recibía un beneficio
directo al ofrecer su sacrificio por el pecado o por la culpa. El perdón ofrecido por
Dios se basaba en un principio inalterable: «La expiación por la vida se hace con la
sangre» (Levítico 17:11, BJ). «Sin derramamiento de sangre no hay perdón»
(Hebreos 9:22, NV1). Estos pasajes ilustran que en todo momento el pecador ha
recibido el perdón de sus faltas, no en virtud de su condición, sino en virtud de la
sangre derramada en su lugar. El Talmud lo expresa con estas palabras: «Siempre
que la sangre toca el altar el oferente recibe la expiación». 4 El verbo hebreo kipper,
traducido como «expiación», conlleva la idea de cubrir. También está relacionado
con una aldea designada como lugar de abrigo o refugio. La expiación sirve como
un escudo que cubre, que resguarda al ser humano de las graves consecuencias
que provoca el pecado y le proporciona un refugio que lo protege de la muerte, el
quebrantamiento de la ley divina. Tras analizar esta expresión, el filólogo H.
Herrmann concluye acertadamente: «Si no se hace expiación, queda amenazada la
vida; y si se hace, se preserva la vida. Puesto que la vida es así salvada por la vida,
la idea de sustitución en algún sentido está innegablemente presente en el término
kipper». 5 Lo que estamos diciendo es que Levítico 4 y 5 declaran implícitamente
que la sentencia que debía dictarse contra el pecador, en realidad, recaía sobre el
animal. En otras palabras, el animal ejercía la función de sustituto del ser humano y
padecía la muerte que le correspondía al culpable.

La imposición de manos
Para que el animal sirviera como sustituto del pecador, era preciso transferir el
pecado al animal. ¿Cómo ocurría eso? Por medio de la imposición de manos. En
Levítico 16:21 poner las manos sobre la cabeza del macho cabrío equivalía a
colocar sobre el animal todos los pecados y las rebeliones de los hijos de Israel. El
mismo acto de imposición de manos ocurría durante el servicio diario (Éxodo 29:10;
Levítico 4:4, 15, 24, 29, 33). Por tanto, podemos sugerir que, diariamente, a través
de la imposición de manos, el pecado se trasladaba del individuo a la ofrenda
sacrificial. 6 Declaraciones rabínicas afirman que, al imponer sus manos sobre la
víctima, «el oferente, por así decirlo, quita sus pecados de sí mismo y los transfiere
sobre el animal vivo». 7 El teólogo judío Abravanel (1437-1508) solía decir que
«después de la oración de confesión [relacionada con la imposición de manos] los
pecados de los hijos de Israel quedaban sobre el sacrificio». 8 Al participar de este
ritual el pecador quedaba absuelto de la sentencia de muerte que pendía sobre él y
era liberado del pecado. Ahora el pecado había establecido su sede en la vida del
animal; por tanto, el animal debía sufrir las consecuencias y morir en lugar del
oferente. Pero las cosas no quedaban ahí.

La transferencia del pecado al santuario

Una vez que el animal era sacrificado su sangre se introducía en el recinto sagrado.
Cuando el pecado había sido cometido por el sacerdote o por la congregación, se
rociaba la sangre siete veces delante del velo que separaba el Lugar Santo del
santísimo, se colocaba sangre sobre los cuernos del altar del incienso y el resto se
derramaba sobre el altar que se hallaba en el atrio del santuario (Levítico 4:6, 7, 17,
18). En ambos casos la carne de estos sacrificios era quemada en su totalidad
(versículos 12; 21). Cuando el pecado era cometido por un miembro o algún
dirigente del pueblo, la sangre se colocaba sobre los cuernos del altar del
holocausto (Levítico 4:25, 30). Sé que tantos datos abruman; sin embargo, no se
desanime y siga leyendo. Si se fija bien, el sacrificio en favor del miembro común no
era quemado, ¿sabe por qué? Porque los sacerdotes debían comer del sacrificio
«por el pecado; en el Lugar Santo» (Levítico 6:26). El asunto no acababa con la
imposición de manos y con la muerte del animal, la expiación continuaba por medio
de la manipulación de la sangre y la ingesta de la carne del sacrificio por el pecado.
¿Qué sentido tiene esto? Confieso que aquí nos enfrentamos a cierto grado de
complejidad; pero trataremos de buscar algunas pistas que nos ayuden a
simplificarlo, pues esto es básico para el entendimiento que tenemos los adventistas
sobre el tema del santuario. De momento solo veremos dos de dichas pistas. La
primera tiene que ver con la sangre y la encontramos en Levítico 6:27: «Y si su
sangre salpica sobre el vestido, lavarás aquello sobre lo cual caiga en Lugar Santo».
De este pasaje podemos colegir que la sangre era un agente de contaminación, ya
que al caer sobre el vestido este debía ser limpiado. ¿Estoy diciendo que la sangre
que purificaba al pecador también contaminaba? Exacto (ver Números 35:33; Salmo
106:38; Lamentaciones 4:4). Aunque parezca paradójico la sangre cumple una
doble función: limpia y contamina. Después de analizar más de media docena
pasajes bíblicos relacionados con este tema, el finado Gerhard Hasel concluyó: «La
sangre del sacrificio contamina» el santuario, pero «purifica o limpia al oferente». 9
Encontramos la segunda pista en Levítico 10:17: «¿Por qué no comisteis la
expiación en Lugar Santo? Pues es muy santa, y él os la dio para llevar el pecado
de la comunidad, para que sean reconciliados delante de Jehová». Aquí la frase
clave es que el sacerdote tenía que comer la carne del sacrificio cuya sangre no se
había introducido al santuario, para «llevar el pecado». Por tanto, el pecado era
transferido al santuario a través de la sangre y por medio del sacerdote. Éxodo 28:
38 declara que el sacerdote había de llevar «las faltas cometidas por los hijos de
Israel». De esa manera, el pecado de todos, sacerdotes, dirigentes, comunidad e
individuos, ya sea por la sangre o por medio del sacerdote, terminaba morando en el
santuario de Dios.

Veamos cómo lo explica Elena G. de White: «La sangre, que representaba la vida
perdida del pecador, cuya culpa cargaba la víctima, la llevaba el sacerdote al Lugar
Santo y la asperjaba delante del velo, detrás del cual estaba el arca que contenía la
ley que el pecador había violado. Mediante esta ceremonia el pecado era transferido
simbólicamente, a través de la sangre, al santuario. En ciertos casos, la sangre no
era llevada al Lugar Santo; pero entonces el sacerdote debía comer la carne, como
Moisés lo había indicado a los hijos de Aarón al decir: "Él os la dio para llevar el
pecado de la comunidad, para que sean reconciliados delante de Jehová" (Levítico
10:17). Ambas ceremonias simbolizaban igualmente la transferencia del pecado del
penitente al santuario» (Cristo en su santuario, cap. 7, p. 108; la cursiva es nuestra).
Dios perdonó al pecador, pero todavía no ha dado una solución definitiva al
problema del pecado. Ahora hay que erradicar del santuario la contaminación que
ha sido generada por los pecados confesados del creyente. ¿Cuándo ocurría dicha
erradicación?

El Día de la Expiación

Los judíos vinculaban el Día de la Expiación con el inicio de una nueva creación. 14
Ese día Dios purificaba a su pueblo y daba inicio a una nueva etapa en la relación
entre él y sus hijos. A lo largo del año el Señor se había hecho cargo de los pecados
confesados de cada miembro de la comunidad del pacto al permitir que el pecado
de sus hijos penetrara hasta su misma morada. No obstante, el pecado no puede
permanecer para siempre ante la presencia de un Dios santo. De modo que una vez
al año, durante el Día de la Expiación, todos los pecados que habían contaminado el
santuario, los pecados confesados, debían ser borrados de allí. Al final de dicho
proceso de purificación, todo lo que había infestado al templo de Dios tenía que ser
erradicado del santuario y colocado sobre el macho cabrío de Azazel. De esa
manera el Día de la Expiación se convertía en un día de juicio en el que se ponía fin
al problema del pecado y a quien lo había provocado.
¿Quién es Azazel?

Muchos han interpretado de forma errónea la función que los adventistas atribuimos
a Azazel dentro de los rituales del culto hebreo. Algunos nos acusan de imputarle al
macho cabrío de Azazel una función expiatoria de pecados (Levítico 16:8,10, 26).
Según ellos, los adventistas en realidad atribuimos el perdón final de los pecados al
diablo. Harold Bloom, en su libro La religión americana, dice: «No se me ocurre
ninguna otra doctrina [...] que asigne un papel tan crucial a Satán. Si ese espíritu
malo se borrara de manera prematura, entonces para los adventistas del séptimo
día no habría salvación [...). Satán [...] carga con los pecados del pecador, y así lo
que se nos ofrece es, en realidad, una expiación satánica». 15 Esta es una
acusación grave pero, ¿habrá algo de cierto en ella? Recordemos que «sin
derramamiento de sangre no hay perdón» (Hebreos 9:22, NVI). Justo después de
haber dado las instrucciones respecto al Día de la Expiación, Dios le dijo a Moisés
que «la misma sangre es la que hace expiación por la persona» (Levítico 17:11).
Por eso los adventistas creemos que Jesús murió por nuestros pecados (1 Corintios
15:3), que cargó nuestros pecados (Isaías 53:6) y que nos limpia de todo pecado (1
Juan 1:7). Dicho esto repasemos algunos puntos clave de Levítico 16. El Señor
ordenó que se eligieran «dos machos cabríos» (versículo 5), uno para Jehová y otro
para Azazel (versículo 8). El hecho de que este pasaje contraste a Jehová con
Azazel sugiere que este último ha de ser un personaje tan real como lo es Jehová, y
además que representa un poder antagónico al Señor. 16 Ritos similares tanto en
Babilonia como en Ebla asocian al macho cabrío con un demonio del desierto. 17
En la literatura judía extrabíblica, Azazel es identificado como Satanás. 18 El libro de
Henoc lo tilda de ser el responsable de «enseñar toda clase de iniquidad» (1 Henoc
9:6 cf. 10:8; 13:2). 19 Por supuesto, hay muchos intérpretes que rechazan identificar
a Satanás con el macho cabrío de Azazel. Por ejemplo, la Epístola de Bernabé, un
documento cristiano fechado entre los años 70-79, sostiene que el macho cabrío
para Azazel era un símbolo de Cristo (capítulo 7). Bajo el argumento de que el
macho cabrío no puede ser usado para representar tanto a Cristo como al diablo,
los seguidores de tal propuesta olvidan que en la Biblia la serpiente y el león son
usados como símbolos de Jesús (Juan 3:14, 15; Apocalipsis 5:5) y de Satanás
(Apocalipsis 12:9; 1 Pedro 5:8). Levítico 16: 9 subraya algo bien interesante: «Hará
traer Aarón el macho cabrío sobre el cual caiga la suerte por Jehová, y lo ofrecerá
como expiación» (la cursiva es nuestra). Otras versiones dicen: «sacrificio
expiatorio» (NVI, BP), «sacrificio por el pecado» (DHH, BJ). En cambio, el macho
cabrío que representaba a Azazel debía presentarse vivo (versículo 10); es decir, su
sangre no era derramada, su función no tenía nada que ver con la expiación del
pecado. Incluso, su participación en el proceso comenzaba cuando el sacerdote ya
había «acabado de expiar el santuario» (versículo 20). ¿Entonces cuál era el papel
de Azazel? Al final del Día de la Expiación, todos los pecados que ya habían sido
perdonados y que habían contaminado el santuario, eran sacados del tabernáculo y
colocados de manera simbólica «sobre la cabeza del machocabrío vivo» (versículo
21) para que este llevara «sobre sí todas sus iniquidades» (versículo 22). La función
del macho cabrío de Azazel no era perdonar pecados, sino pagar por haber sido el
instigador del pecado. Levítico 16 proclama que Satanás no se saldrá con la suya,
muy pronto tendrá que pagar por todo lo malo que ha hecho en nuestro planeta.

HARLEM
Tres Realidades Sobre Estos Sacrificios.

A. Sólo Podía Ofrecerse A Dios Lo Mejor. Tan temprano como en los días de
Abel, los hombres de Dios le trajeron de lo mejor. Génesis 4:4 afirma: "Y Abel trajo
también de los primogénitos de sus ovejas, de lo más gordo de ellas. Y miró Jehová
con agrado a Abel y a su ofrenda." Esto estaba dentro de un reconocimiento justo
de que Dios era digno de lo mejor que el hombre podía traerle en agradecimiento
por todas sus maravillosas bondades hacia los hijos de los hombres y, además de
eso, tal acción indicó que Dios realmente demandaba los primeros frutos y lo mejor
para que en realidad ocupase el lugar de Dios (el Ser Supremo) ante los ojos y en
los corazones de los hombres. Al dar la ley, Dios dijo: "No ofrecerás en sacrificio a
Jehová tu Dios, buey o cordero en el cual haya falta o alguna cosa mala, pues es
abominación a Jehová tu Dios. (Deuteronomio 17:1)" Con la palabra "falta", Dios se
refirió a cualquier cosa que no permita que sea un espécimen físicamente perfecto.
Dijo: "Asimismo, cuando alguno ofreciere sacrificio en ofrenda de paz a Jehová para
cumplir un voto, o como ofrenda voluntaria, sea de vacas o de ovejas, para que sea
aceptado será sin defecto. Ciego, perniquebrado, mutilado, verrugoso, sarnoso o
roñoso, no ofreceréis éstos a Jehová, ni de ellos pondréis ofrenda encendida sobre
el altar de Jehová... No ofreceréis a Jehová animal con testículos heridos o
magullados, rasgados o cortados, ni en vuestra tierra lo ofreceréis. (Levítico 22:21-
22, 24)" Esto tenía que indicar que no todo lo que el hombre quisiera sacrificar sería
aceptable a Jehová, y en tanto que estos corderos sin defecto señalaban hacia el
perfecto Jesús que sería sacrificado (1ª de Pedro 1:18- 19), al describirse nuestro
sacrificio vivo a Dios en Romanos 12:1 también se hace referencia a ellos. El
sacrificio de nosotros mismos también debe ser "santo" y "agradable a Dios". Los
animales que fueran ofrecidos a Dios debían ser de un año (Números 28:3). Esto
sería cuando tales animales estuvieran en la plenitud de su salud. Además de que
los animales que fueran ofrecidos a Dios, jamás debieron también haberse usado en
trabajos terrenales antes. Así que, Dios pedía todo de ellos. También observemos
que el hombre debía ofrecer a Dios los primeros frutos de su cosecha: "Las
primicias de los primeros frutos de tu tierra traerás a la casa de Jehová tu Dios...
(Éxodo 23:19)"; "Honra a Jehová con tus bienes, y con las primicias de todos tus
frutos. Y serán llenos tus graneros con abundancia, y tus lagares rebosarán de
mosto. (Proverbios 3:9)" Antes de que los hombres usaran las ganancias o
utilidades de Dios en sus cosechas para sí mismos, se esperó que ellos presentaran
las primicias de sus cosechas a Jehová. Cuánta armonía con la práctica de dar en
proporción a los ingresos hoy día, porque se aparta la parte de Dios antes de
disponer de cualquier cantidad para nuestras necesidades personales. Cuán distinto
de la práctica de existir siempre gastando primeramente en nuestras necesidades y
deseos y después darle algo de las "sobras" a Dios.

B. Estos Sacrificios Significaron Numerosos Desembolsos Y Muchos


Inconvenientes Para La Gente. Sacrificar los primogénitos de sus animales y tener
indicado hacer tantos sacrificios seguramente era igual a algo sumamente cuantioso
a manera de gasto financiero para los hebreos. ¿Cuánto más fácil habría sido
haberse quedado con lo mejor para ellos mismos y haberse olvidado de Dios?
Tener que ir tan seguido a Jerusalén con sus animales y sus productos agrícolas
implicaba también lo que la gente llamaría demasiadas "molestias". Para estar
seguro que lo que se traía para presentar era exactamente lo que debía ser, incluía
algún cuidado y previsión que pudo haberse evitado si Dios no hubiese especificado
tan minuciosamente. Pero en ese respecto, como se afirmó antes, vemos el
propósito de Dios al tener cumplidos estos sacrificios. Sí tomaron tiempo,
providencias y gastos. En un sentido, tales sacrificios indicaban: "¿No debe el
hombre disponer de su tiempo para hacer algo por Dios ya que Dios ha tomado
tanto tiempo para bendecir al hombre? ¿No debe el hombre dar algo premeditado
en reconocimiento de la constante providencia de Dios en suplir las necesidades del
hombre? ¿No se esforzará un poquito el hombre para Dios que le ha dado todo lo
que tiene? Dios ha provisto un sistema por medio del cual el hombre mostrase su
preocupación por las cosas de Dios, según el cual reconociese su culpabilidad y
mediante eso pudiese demostrar gratitud a Dios por lo que él constantemente hacía.
Cuando los hombres se apartaron de Dios, olvidaron estos sacrificios, y cuando
rechazaron estos sacrificios se alejaron más y más de Dios. Sin embargo, Dios no
quería que se hicieran estos sacrificios a no ser que el corazón del hombre
estuviese tras ellos (Isaías 1:2-4, 11-15).

C. Estos Sacrificios No Pudieron Quitar El Pecado. A pesar del costo que implicó
y del trabajo extra para que los israelitas fuesen a ofrecer estos sacrificios, estos
sacrificios no quitaron el pecado. Los judíos pensaban que tenían vida eterna por
medio de su ley (Juan 5:39), pero ciertamente no fue así. El escritor de Hebreos
muy claramente dice de ellos: "Porque la ley, teniendo la sombra de los bienes
venideros, no la imagen misma de las cosas, nunca puede, por los mismos
sacrificios que se ofrecen continuamente cada año, hacer perfectos a los que se
acercan. De otra manera cesarían de ofrecerse, pues los que tributan este culto,
limpios una vez, no tendrían ya más conciencia de pecado. (Hebreos 10:1-2)"
Igualmente Hebreos 10:11 dice: "Y ciertamente todo sacerdote está día tras día
ministrando y ofreciendo muchas veces los mismos sacrificios, que nunca pueden
quitar los pecados."

II. Por Qué Estos Sacrificios No Pudieron Quitar El Pecado. A. La Sangre De Un


Animal No Podía Expiar El Pecado Del Hombre. Inmediatamente después de que
Hebreos 10:1-2 declara que los sacrificios del Antiguo Testamento no podían quitar
el pecado, el escritor dice por qué: "porque la sangre de los toros y de los machos
cabríos no puede quitar los pecados (versículo 4)" Ante Dios un animal no está en el
mismo nivel que el hombre. En la creación que Dios hizo, un animal es de un orden
inferior que el hombre. Entonces, ¿cómo podía un animal ser un representante
admisible como sacrificio a favor del hombre? A más de esto, la necesidad del
hombre de un Salvador se sitúa en el plano moral, pero un animal no es una criatura
moral. El hombre sólo podía ser salvo de su fracaso moral delante de Dios por
medio de un ser moral que pudiese tomar su lugar ante Dios, y quienquiera que
fuese ese ser moral tendría que ser un espécimen moral perfecto. Jesús fue tentado
en todo según nuestra semejanza, pero sin pecado (Hebreos 4:15); entonces, sólo
él es capaz de salvarnos de nuestros pecados: "Sabed, pues, esto, varones
hermanos: que por medio de él (Jesús) se os anuncia perdón de pecados, y que de
todo aquello de que por la ley de Moisés no pudisteis ser justificados, en él es
justificado todo aquel que cree. (Hechos 13:38-39)" B. Los Sacrificios Del Antiguo
Testamento No Fueron Ofrecidos Por Un Sacerdote Exento De Pecado. Una de las
cosas que el escritor de la Epístola a los Hebreos vez tras vez plantea contra la idea
de que los sacrificios del Antiguo Testamento no lograron el perdón de los pecados
es que ellos fueron ofrecidos por un sacerdote imperfecto. Pero lo que fue deficiente
en los tiempos del Antiguo Testamento nos ha sido reemplazado por el perfecto
Jesús, nuestro sumo sacerdote: "Porque tal sumo sacerdote (Jesús) nos convenía:
santo, inocente, sin mancha, apartado de los pecadores, y hecho más sublime que
los cielos; que no tiene necesidad cada día, como aquellos sumos sacerdotes, de
ofrecer primero sacrificios por sus propios pecados, y luego por los del pueblo;
porque esto lo hizo una vez para siempre, ofreciéndose a sí mismo. Porque la ley
constituye sumos sacerdotes a débiles hombres; pero la palabra del juramento,
posterior a la ley, al Hijo, hecho perfecto para siempre. (Hebreos 7:26-28)" C. Dios
No Decretó Que Los Sacrificios Del Antiguo Testamento Quitaran Los Pecados. Por
cuanto Dios sabía que la sangre de los toros y de los machos cabríos no podía
quitar el pecado (Hebreos 10:4), debemos concluir que él tenía en mente otro
propósito al hacer tales sacrificios. Entonces, es obvio que si Dios no tenía
prescritos los sacrificios del Antiguo Testamento para quitar el pecado, ellos nunca
pudieron haberlos quitado, puesto que todo lo que se relaciona con el perdón del
pecado del hombre de necesidad debe descubrirse en Dios y proceder de él y de su
plan. En otras palabras, él no los decretó con ese propósito o habrían cumplido su
propósito de esa manera.

III. Lo Que Esos Sacrificios Llevaron A Cabo. Que porque tales sacrificios no
lograron el perdón, no concluyamos que ellos no tuvieron que llevar a cabo una
parte muy definida. Démonos cuenta que todo lo que Dios hace está bien hecho. Él
tuvo en mente algunos propósitos bien definidos cuando mandó que se hicieran
esos tantísimos sacrificios. A. Eran Para Que Los Hombres Hicieran Memoria De Su
Culpabilidad Ante Dios. Si aquellos sacrificios hubiesen quitado los pecados,
habrían cesado de ofrecerse (Hebreos 10:1-2). El sacrificio de Jesús, porque sí
quita los pecados, fue hecho una sola vez (Hebreos 10:9-12). Cada año había el día
de la expiación en el que el sumo sacerdote entraba al lugar santísimo para hacer
expiación por los pecados de toda la nación, pero debido a que él era imperfecto y
porque entraba con sangre de animales con la cual hacer la expiación, Dios no
limpiaba al pueblo de sus pecados. Al siguiente año él tenía que volver a hacer
exactamente lo mismo otra vez. Así, en vez de gozarse por la remisión de sus
pecados a través de un sacrificio eficaz (como lo hacemos por el sacrificio de
Jesús), una vez más se les recordaba cada año que sus pecados todavía aparecían
en los libros de Dios. En otras palabras, en lugar de que estos sacrificios los
limpiaran de sus pecados, más bien les recordaban que todavía estaban en sus
pecados delante de Dios: "Pero en estos sacrificios cada año se hace memoria de
los pecados. (Hebreos 10:3)" Esta creciente preocupación de esta carga de pecado
fue divinamente hecha a propósito para hacer que los hombres procuraran el
verdadero descanso que se les ofrecería más adelante a través de la venida del
Mesías de Dios. B. Estos Sacrificios Sacerdotales Fueron La Forma De Instruir Dios
A La Gente Sobre La Necesidad De Un Sacrificio Por El Pecado Y La Necesidad De
Un Mediador. De cualquier forma que un israelita pecara, Dios le ordenaba que
hiciera lo siguiente: "Cuando pecare en alguna de estas cosas, confesará aquello en
que pecó, y para su expiación traerá a Jehová por su pecado que cometió, una
hembra de los rebaños, una cordera o una cabra como ofrenda de expiación; y el
sacerdote le hará expiación por su pecado. (Levítico 5:5-6)" Observe dos cosas: al
pecar una persona, se presentaba la necesidad de ofrecer un sacrificio, y el propio
pecador no podía ofrecer el sacrificio por sí mismo, él tenía que tener el sacerdote
(un intermediario o mediador) para hacerlo. Qué lecciones tan básicas fueron
enseñadas de esta manera. Esto enseñó a los hombres a asociar la necesidad del
sacrificio con el pecado y la necesidad de un mediador con Dios. La ley de Moisés
enseñó a los hombres más claramente la siguiente verdad: "...y sin derramamiento
de sangre no se hace remisión. (Hebreos 9:22)" Todo esto fue para preparar a los
hombres para la verdad registrada en 1ª a Timoteo 2:3-6: "...Dios nuestro Salvador,
el cual quiere que todos los hombres sean salvos y vengan al conocimiento de la
verdad. Porque hay un solo Dios, y un solo mediador entre Dios y los hombres,
Jesucristo hombre, el cual se dio a sí mismo en rescate por todos, de lo cual se dio
testimonio a su debido tiempo." C. Estos Sacrificios Hicieron En Forma Ceremonial
Lo Que El Sacrificio De Jesús Hace De Modo Real. Es un estudio completo en sí el
considerar las muchas maneras en que estos sacrificios simbolizaron la muerte de
Jesús. Entre ellos, Hebreos 9:13-14 muestra que los sacrificios purificaban la carne
en forma ceremonial y que si eran capaces de hacer eso, la sangre de Jesús es
capaz de limpiar nuestras conciencias del pecado: "Porque si la sangre de los toros
y de los machos cabríos, y las cenizas de la becerra rociadas a los inmundos,
santifican para la purificación de la carne, ¿cuánto más la sangre de Cristo, el cual
mediante el Espíritu eterno se ofreció a sí mismo sin mancha a Dios, limpiará
vuestras conciencias de obras muertas para que sirváis al Dios vivo?" Los
versículos anteriores están inmediatamente seguidos del que hemos escogido para
usarlo como el pensamiento concluyente de este estudio; es decir, que la muerte de
Cristo en realidad expió los pecados cometidos durante los tiempos del Antiguo
Testamento: "Así que, por eso es mediador de un nuevo pacto, para que
interviniendo muerte PARA LA REMISIÓN DE LAS TRANSGRESIONES QUE
HABÍA BAJO EL PRIMER PACTO, los llamados reciban la promesa de la herencia
eterna. (Hebreos 9:15)" No hay duda de que aquellos que obedientemente
cumplieron con el sistema de sacrificios en el Antiguo Testamento serán salvos por
la muerte de Cristo, y los que no lo hicieron se perderán. Si esto es correcto (y sin
duda lo es, porque los que estuvieron bajo la ley por la ley serán juzgados), aquellos
sacrificios en vez de proveerles por sí mismos la verdadera limpieza (como lo creían
los israelitas) resultaron ser las condiciones de su salvación por la sangre de Cristo
que ellos simbolizaron al igual que el bautismo y la cena del Señor
(representaciones de aquella muerte) lo están entre las condiciones de nuestra
salvación hoy día.

MASCIEL
Cristo, nuestro sacrificio

Todos los sacrificios del santuario no hacían más que señalar al mejor sacrificio, el
de Cristo. Solo tenían validez en la medida en que guiaran al oferente al verdadero
«Cordero de Dios». Por eso, quienes pidieron perdón amparados en los sacrificios
que regían el primer pacto, en realidad, son perdonados no en virtud de tales
sacrificios, sino por el sacrificio del Hijo de Dios (Hebreos 9:23, 24). Mientras que los
sacrificios levíticos eran repetitivos, el de Cristo ocurrió una vez y para siempre
(Hebreos 9:26). La sangre de esos animales no purificaba la conciencia, pero el
sacrificio de Cristo sí es capaz de hacerlo y de convertirnos en servidores del Dios
vivo (Hebreos 9:14). ¡El de Jesús fue un sacrificio mejor porque él era un mejor
Cordero! La imagen de Cristo como víctima sacrificial se asocia en el Nuevo
Testamento con el cordero pascual (1 Corintios 5:7), con las ofrendas por el pecado
que diariamente se ofrecían en el santuario (Hebreos 10:11, 12), con la vaca rojiza
que se sacrificaba fuera del campamento (Hebreos 13:11, 12), con el macho cabrío
sacrificado de Levítico 16 (Hebreos 9:7, 26, 27). En fin, todo el antiguo sistema
sacrificial halló su pleno cumplimiento en el sacrificio de Cristo. Con razón el profeta
Daniel había anunciado que el Mesías, con su muerte, haría «cesar el sacrificio y la
ofrenda» (Daniel 9:27). No podemos obviar que junto con el sacrificio vendría la
exaltación. Pablo se refiere a esto en Filipenses 2:10, 11. El libro de Hebreos
también vincula la muerte de Cristo con su exaltación en estos pasajes: «Así
también Cristo fue ofrecido una sola vez para llevar los pecados de muchos; y
aparecerá por segunda vez, sin relación con el pecado, para salvar a los que lo
esperan» (Hebreos 9:28). «Pero Cristo, habiendo ofrecido una vez para siempre un
solo sacrificio por los pecados, se ha sentado a la diestra de Dios» (Hebreos 10:12).
El Cordero que murió es el mismo que ha sido entronizado en el santuario celestial y
muy pronto vendrá para llevarnos a vivir con él. Así como lo primero que se dice de
Cristo al iniciar su labor en pro de la humanidad es que sería un cordero; de igual
modo el último libro de la Biblia lo proclama como el Cordero exaltado. Jesús es
llamado cordero veintiocho veces en Apocalipsis. Este énfasis en Cristo como
cordero constituye un antídoto contra la autosuficiencia, ese malvado virus que nos
impulsa a suponer que la salvación es resultado de nuestro buen hacer. Sin
embargo, Apocalipsis expresa implícitamente que los que tendrán que afrontar la
terrible gran tribulación, esa de la cual el mundo no tiene ni la más remota idea,
saldrán victoriosos, no por causa de su estricta obediencia y apego a los mandatos
divinos, sino porque lavarán y emblanquecerán «sus ropas en la sangre del
Cordero» (Apocalipsis 7:14). La última generación de creyentes que vivirá sobre
este degenerado planeta alcanzará la victoria sobre el pecado y las fuerzas del mal
única y exclusivamente «por medio la sangre del Cordero» (Apocalipsis 12:11). La
santificación, como la justificación, es fruto del sacrificio de Cristo (Hebreos 10:10).

Cristo, la propiciación divina

En el Antiguo Testamento la propiciación se llevaba a cabo en el santuario. De


paso, el vocablo griego que usa Pablo, hilasterion, es el mismo que designa el
«predatorio», la tapa que cubría el Arca del Pacto (ver Éxodo 25:17), y así es
traducido en Hebreos 9: 5. Es cierto que a mucha gente no le gusta la palabra
«propiciar» porque encierra la idea de «aplacar la ira de alguien», y en nuestro caso
ese alguien sería Dios. Tratando de erradicar la idea de un Dios airado, y siguiendo
la sugerencia del eminente erudito británico C. H. Dodd, en Romanos 3: 25, algunas
versiones bíblicas prefieren traducir hilasterion como «sacrificio de expiación» (NVI,
RVC) o «instrumento de perdón» (DHH). 9 Y de esa manera, según sus traductores,
se evitaría paganizar al Dios bíblico. Es innegable que en los tiempos de Pablo,
especialmente entre los paganos, el término «propiciación» se utilizaba para
describir el sacrificio que los humanos ofrecían a fin de aplacar el furor de los
dioses. Por ejemplo, Moulton y Milligan han publicado el texto de dos inscripciones
griegas en las que se presenta a los habitantes de la ciudad de Cos ofreciendo
sacrificios de hilasterion con el propósito de ganarse el afecto del emperador
Augusto. 10 No obstante, en la Biblia el asunto es radicalmente diferente. A
diferencia de las religiones paganas, en las que quien ofrecía el hilasterion era el ser
humano, Pablo anuncia que es Dios mismo quien «puso» a Cristo como
«propiciación». Siguiendo muy de cerca el original griego, la Nueva Biblia
Latinoamericana traduce acertadamente el inicio del versículo 25: «A quien Dios
exhibió públicamente». El Padre presenta ante la vista de todos el objeto que él
mismo ha señalado como el propiciador de su ira. Eso establece una diferencia
radical entre el concepto de propiciación de Pablo y el de las religiones paganas.
Una cita de Elena G. de White nos ayudará a entender este asunto: «Si el Padre
nos ama no es a causa de la gran propiciación, sino que él proveyó la propiciación
porque nos ama» (El camino a Cristo, cap. 1, pp. 19, 20). Dios no exige una
propiciación, sino que la otorga a cambio de la salvación humana. Así la
«propiciación» hecha por Cristo no tenía como objetivo principal apaciguar a un Dios
airado; sino que fue una demostración del gran amor que el Padre siente por todos
nosotros (1 Juan 4: 10). Por supuesto, lo que hemos dicho no indica que la ira de
Dios no sea real ni que Cristo no la haya padecido en la cruz. Isaías había
declarado que Jehová castigaría, quebrantaría y sujetaría a padecimiento a su
siervo (Isaías 53:5, 10). Pero, ¿recibió Cristo la ira divina al morir en la cruz en lugar
nuestro? En el Antiguo Testamento la ira divina se manifestaba de dos maneras: (1)
destrucción (Génesis 7:21-23; 19:24-25; Levítico 10:23; Números 16:21); (2) Dios se
alejaba de quienes se habían alejado de él (Oseas 9:12; Lamentaciones 4:16).
Estas dos formas de ejecución de la ira divina quedan evidenciadas en Salmo
89:46: «¿Hasta cuándo, Jehová? ¿Te esconderás para siempre? ¿Arderá tu ira
como el fuego?». En los momentos previos a la cruz, Jesús no quería tomar «la
copa» (Mateo 26:39, 42; Marcos 14:36; Lucas 22:42). ¿Por qué? ¿Qué había en
aquella copa? En las Escrituras la copa es utilizada como símbolo de la «ira divina»
(Jeremías 25:15; Apocalipsis 16:1). Daniel predijo que el Mesías debía venir «para
terminar la prevaricación, poner fin al pecado» (Daniel 9:24). Para acabar con la
prevaricación y el pecado habría que eliminar a los que pecan y prevarican, es decir,
a nosotros. Sin embargo, la ira que debía caer sobre nosotros, cayó sobre el
instrumento que el cielo había provisto para librarnos a nosotros: Cristo. Elena G. de
White comenta que en la cruz «los pecados de los hombres descansaban
pesadamente sobre Cristo, y el sentimiento de la ira de Dios contra el pecado
abrumaba su vida» (El Deseado de todas las gentes, cap. 74, p. 653; la cursiva es
nuestra).

Creo que ahora tienen más sentido las palabras que Pablo: «Con mucha más razón,
habiendo sido ya justificados en su sangre, por él seremos salvos de la ira»
(Romanos 5:9). La sangre de Cristo nos libra de la ira, porque él ocupó nuestro
lugar. La ira que © Recursos Escuela Sabática caería sobre nosotros, la recibió
Cristo; y ahora su sangre nos sirve de escudo protector contra el furor divino que ha
sido desatado por nuestras rebeliones. Al descargar sobre Cristo la ira que tenía
que caer sobre los pecadores, Dios satisface las exigencias de su justicia; y por lo
mismo, al no derramar su ira sobre el mundo, Dios manifiesta también su amor. Así,
la justicia y la misericordia obraron juntas y ambas quedaron satisfechas. 11 Ahora
la salvación está disponible para todo aquel que cree, pues esta justicia «es por
medio de la fe» (Romanos 3:22). En 1900 la señora White declaró por escrito: «La
justicia demanda que el pecado sea no solamente perdonado sino que la pena de
muerte debe ser ejecutada. Dios, al entregar a su Hijo, cumplió con ambos
requerimientos. Al morir en lugar del ser humano, Cristo pagó la pena y proveyó el
perdón» (Manuscrito 50). Hay que precisar que «Dios sufrió con su Hijo» (El
Deseado de todas las gentes, cap. 74, p. 657). No hemos de olvidar tampoco que él
«estaba en Cristo reconciliando consigo al mundo» (2 Corintios 5:19). La muerte del
Hijo de Dios manifiesta de manera irrebatible la bondad y la justicia de Dios.
Mediante la sustitución por Jesús, Dios encontró el modo de preservar la ley y
proteger su justicia, y al mismo tiempo extender su misericordia al pecador culpable
que confía en él.

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