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EN LETRA: DERECHO PENAL

Año V, número 8 (2019)

Reseñas bibliográficas

“RIESGOS PENALES LABORALES. RESPONSABILIDAD PENAL DEL


EMPRESARIO POR RIESGOS, ENFERMEDADES Y ACCIDENTES LABORALES”
DE PATRICIA GALLO

Dra. María Belén LINARES*

Fecha de recepción: 4 de abril de 2019


Fecha de aprobación: 5 de mayo de 2019

GALLO, Patricia, Riesgos Penales Laborales. Responsabilidad penal del empresario


por riesgos, enfermedades y accidentes laborales, Montevideo-Buenos Aires, B de f,
2018, 734 pp.

I. Presentación de la obra

El contenido del libro que presenta Patricia GALLO coincide en gran medida con el trabajo
que presentó para obtener el título de Doctora en Derecho por la Universidad Autónoma de
Madrid el 8 de septiembre de 2017.

El propósito de la investigación llevada a cabo por la autora consiste, por un lado, en analizar
el estado de la aplicación del delito de peligro contemplado en el artículo 316 del Código penal
español y, por otro, en trasvasar las conclusiones obtenidas de dicho análisis a una propuesta
legislativa específica para nuestro país.

El Catedrático de la Universidad Autónoma de Madrid, Prof. Dr. Manuel CANCIO MELIÁ —


quien fue director de la tesis doctoral de la autora—, formuló brevemente en el prólogo de la
obra que ahora reseño dos preguntas cuya respuesta constituye el objeto del trabajo, que fueron:
¿es conveniente criminalizar una organización deficiente de las medidas de seguridad laborales a
través de un delito de peligro específico? ¿Es esta una opción que resulte adecuada para el
ordenamiento jurídico-penal argentino?

* Dra. en Derecho (Universidad de Sevilla). Contacto: mblinares@hotmail.com.

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Para responder a estas cuestiones, la autora adoptó una sistemática ambiciosa y desafiante, que
a continuación procedo a detallar.

II. Sistemática adoptada por la autora

La obra de GALLO se estructura en seis capítulos, que abordan los siguientes temas que, en
este párrafo, me limito a mencionar: 1, introducción a la problemática de los riesgos laborales; 2,
tratamiento jurídico de la siniestralidad laboral en la Argentina; 3, determinación del bien jurídico
en el delito del artículo 316 del Código penal español; 4, el peligro como técnica de tipificación
para la intervención penal en el marco de los riesgos laborales; 5, presupuestos normativos para la
delimitación de ámbitos de responsabilidad dentro de la empresa y frente al trabajador
imprudente; y, 6, análisis crítico de la configuración legal del tipo penal del artículo 316 del
ordenamiento español.

En los primeros dos capítulos de esta exégesis, GALLO se enfoca en contextualizar la


problemática vinculada a la siniestralidad laboral. Singularmente, la autora efectúa precisas
anotaciones acerca del delito contra la seguridad de los trabajadores en sus confines típicos, para
luego detenerse en la cuestión relacionada con los riesgos laborales y, de forma particular, en la
situación en la Argentina. Además, se enfoca en el estudio del mandato constitucional recogido en
el artículo 14 bis —que protege la seguridad e higiene del trabajador— y sobre la tendencia
legislativa a incorporar el delito de riesgos laborales en América Latina.

Sobre la base de dicho hilo argumental, la autora afronta la tarea de individualizar el objeto de
tutela en el delito recogido y reprimido en el artículo 316 del Código penal español. A tal efecto,
GALLO explica las diferentes posturas adoptadas, para tomar posición y afirmar finalmente que, en
el tipo penal bajo estudio, el bien jurídico —individual y no colectivo— es la vida y la salud del
trabajador.

Y así es como la autora prepara el camino para enfrentarse a uno de los temas que más
polémica y repercusión ha suscitado en la ciencia del Derecho penal: el peligro como técnica
legislativa de tipificación para la intervención penal. Precisamente, estudia la clase de peligro que
desvalora el precepto ya mencionado y, pese a que de forma casi unánime la doctrina y la
jurisprudencia española entienden que se trata de peligro concreto, GALLO aporta una tesis
diferente, que consiste en que dicho precepto se configura como un delito de peligro común y, por
lo tanto, de peligro abstracto-concreto —el peligro común, para la autora, es incompatible con el
peligro concreto—.

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Luego, GALLO apunta el análisis de dos fenómenos característicos que se configuran en el


escenario de la producción de resultados lesivos en el trabajo, análisis que le permitirá alcanzar
importantes conclusiones orientadas a diseñar el tipo de peligro que se propone: un fenómeno que
se configura con la delimitación de las esferas de competencia de garantes frente a riesgos
laborales, la imputación de resultados lesivos y la determinación de la autoría y la participación; y
otro fenómeno que se configura con el estudio de la intervención culposa1 del trabajador en los
accidentes laborales2 cuando cause como resultado la lesión o muerte de aquel y, además, con el
estudio del impacto de la conducta de la víctima en la responsabilidad penal del empresario por
estos delitos. También, aquí, la autora se ocupa de examinar el supuesto de concurrencia de
riesgos introducidos por el empresario y por el trabajador.

En la última parte de esta obra, tras analizar críticamente la estructura del vigente tipo penal
regulado en el artículo 316 del Código penal español, la autora formula el pretendido tipo penal
de riesgos laborales para el ordenamiento jurídico-penal argentino.

La problemática que aborda esta tesis es, desde luego, inmensa, y no pretendo reflexionar
aquí sobre todas las cuestiones estudiadas, sino que me limitaré a exponer, sucintamente, una
humilde valoración crítica respecto de la siguiente cuestión, que sin duda viene despertando un
atractivo debate social: ¿debe responder el empresario que ordena a sus empleados la realización
de un trabajo en condiciones que sean peligrosas para su salud cuando estos consienten tal
irregularidad? ¿Debe responder el empresario si dolosa o imprudentemente tolera que el
trabajador coadyuve al accidente del que es víctima? ¿Es responsable criminalmente el empresario
o su delegado por no haber impedido la imprudente autolesión del trabajador? Y, por tales
razones, ¿cede la responsabilidad del empresario o del delegado ante el accidente no provocado
por la víctima, pero sí provocado imprudentemente por otro trabajador?

Antes de entrar en aquella concreta materia, entiendo relevante destacar cuáles son las
aportaciones originales que GALLO efectúa en su obra.

1 Acerca de la corrección del empleo en el ámbito penal —por su mayor exactitud normativa— de los términos culpa y
culposo, en lugar de la expresión relativa a la genérica categoría conceptual de imprudencia, ver POLAINO NAVARRETE,
Lecciones de Derecho penal, Parte general, 2.ª ed., t. II, Madrid, Tecnos, 2016, pp. 120 ss.
2 GALLO, Riesgos Penales Laborales. Responsabilidad penal del empresario por riesgos, enfermedades y accidentes laborales,

Montevideo-Buenos Aires, B de f, 2018, p. 324, nota 2: “[c]orresponde aclarar que esta expresión es usada aquí como
sinónimo de resultado dañoso (lesión o muerte) sufrido por el trabajador, en tanto concreción de un riesgo laboral
introducido por el empresario, el trabajador o ambos, y desvinculado de su connotación relativa a lo causal, según su
significado etimológico/coloquial”.

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1. Uno de los aportes originales lo configura la respuesta que formula la autora al


planteamiento que se expone y que se corresponde con la responsabilidad del delegante respecto
de la actuación del delegado/empresario.

La asunción de la acción preventiva por medio de delegantes/terceros en la organización de la


empresa no configura una técnica que habilite la exoneración de responsabilidad por parte del
empresario. Estos supuestos de delegación de competencias conducen a formular las siguientes
preguntas: ¿cuál es la responsabilidad del delegante, por cuanto asume una posición de garantía?,
pero, también, ¿cuál es la responsabilidad del empresario, por cuanto continúa reteniendo deberes
residuales de garantía?

GALLO sostiene, en lo que se refiere a la segunda pregunta formulada, es decir, la


responsabilidad del empresario respecto de la actuación de su delegado, que “fuera de […] casos
especiales de dominio superior del delegante (autoría mediata) y de dominio compartido con el
delegado (coautoría o autoría accesoria), habrá que recurrir a la aplicación del art. 318.2 para
imputar el delito de peligro (art. 316), a título de autor, al delegante que infringió su deber
residual de vigilancia/infracción respecto del delegado que no ‘facilitó los medios’ de seguridad
necesarios a los trabajadores, configurándose así el ‘peligro grave’, en los términos del art. 316”.3

2. El artículo 316 del Código Penal español restringe el círculo de sujetos activos del delito
con la expresión “los que con infracción de normas de prevención de riesgos laborales y estando
legalmente obligados, no faciliten los medios”, mas la autora, con sólidos argumentos, propone
como sujeto activo del delito de peligro al organizador de la actividad peligrosa.

El legislador penal español, tal y como afirma GALLO, “sorprende al intérprete con una
fórmula ‘enigmática’ para la determinación de los eventuales autores y no con una mera
descripción, que […] sería lo ideal”4. La autora, con sentido, entiende que “el criterio correcto —
simétrico y coherente— de autor, teniendo en cuenta el riesgo definido en el art. 316, debe ser el
‘organizador’ (del proceso productivo, o una de sus facetas)”5, es decir, parte de un concepto
material —y no formal— de sujeto activo del delito.

3. La doctrina penal española considera incluida, en el delito de peligro, la prevención de las


enfermedades laborales (como uno de los objetivos del delito de peligro). Sin embargo, la autora

3 GALLO, supra nota 2, p. 593.


4 GALLO, supra nota 2, p. 565.
5 GALLO, supra nota 2, p. 597.

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sostiene que dicho objetivo resulta incompatible con la técnica de peligro concreto. En palabras de
GALLO, “otra razón importante para fundamentar […] el delito del art. 316 como de peligro
abstracto-concreto, es que de este modo queda abarcada en el riesgo típico la conducta infractora
susceptible de generar enfermedades laborales a largo plazo, y que, en rigor, no podría quedar
incluida según la exégesis del peligro concreto (solo abarcadora del riesgo propio de los accidentes
de trabajo y las llamadas ‘enfermedades accidente o instantáneas’)”.6

Ahora sí, y luego de haber destacado los principales aportes de la obra que reseño, entro,
pues, sin más demora, en el desarrollo de la cuestión que señala el título del epígrafe que sigue.

III. Autopuesta en peligro del trabajador

En la dogmática penal moderna, sobre todo a partir del desarrollo normativo del ilícito a
través de la imputación objetiva, se ha hecho lugar con diferentes terminologías y sobre la base de
universos de casos en ocasiones independientes, pero a menudo convergentes, a la posibilidad de
que el comportamiento de la víctima defina o co-determine el ilícito típico y su exclusión.7

Es posible que la configuración de un contacto social competa no solo al autor, sino también a
la víctima8, quien podría ejercer un mínimo de protección de sus propios bienes jurídicos y ser,
incluso, efectivo. Esta lesión de deberes de autoprotección es agrupada bajo el rótulo de actuación
a riesgo propio, autopuesta en peligro o imputación a la víctima.9

El principio de imputación a la víctima se basa en el reconocimiento de la libertad de la


persona y es un criterio de dignificación del ser humano como ser social titular de derechos y

6 GALLO, supra nota 2, p. 644.


7 TORÍO LÓPEZ, “Significación dogmática de la compensación de culpas en el Derecho penal”, en Estudios penales en memoria
del Prof. Agustín Fernández Albor, Servicio de publicaciones de la Universidad de Santiago de Compostela, 1989, pp. 709-
723, especialmente p. 713.
8 JAKOBS, La imputación objetiva en el Derecho penal (trad. SUÁREZ GONZÁLEZ, CANCIO MELIÁ), Madrid, Civitas, 1996, p.

100.
9 Al respecto, ver JAKOBS, “La organización de autolesión y heterolesión especialmente en casos de muerte”, en Estudios de

Derecho penal, Madrid, Civitas, 1997, pp. 395-412; CANCIO MELIÁ, Conducta de la víctima e imputación objetiva en el Derecho
penal, 2.ª ed., Barcelona-Bogotá, Universidad Externado de Colombia y J. M.ª Bosch Editor, 2001, pp. 325 ss.; POLAINO
NAVARRETE/POLAINO-ORTS, “Autodeterminación personal y libertad. Implicaciones jurídico-penales”, en BUOMPADRE
(dir.), Cuestiones actuales de Derecho penal. Tendencias y perspectivas, Resistencia, ConTexto, 2012, pp. 61-82, especialmente
p. 78.

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obligaciones. Si se le reconoce la libertad, también se le reconoce un ámbito en el que en el uso de


su libertad puede resultar autolesionada.10

La discusión acerca del valor del consentimiento del empleado en condiciones de trabajo que
sean peligrosas para su salud o integridad física —estrechamente vinculado a esta cuestión— y el
debate de la existencia de un deber de seguridad del empresario de impedir las conductas
imprudentes del trabajador hacia sí mismo o hacia otro, ha despertado en los últimos años
numerosas posiciones.

Desde una perspectiva general podría rechazarse la tesis que sostiene la responsabilidad penal
del empresario cuando el trabajador consiente el riesgo de un tercero, cuando contribuye a su
propio riesgo, o cuando, incluso, él mismo lo crea. En estos supuestos, cierto sector de la
doctrina considera que no hay responsabilidad penal, pues la conducta peligrosa —pero, en
cualquier caso, el resultado lesivo— no podría serle imputado al tercero, sino solo a la víctima.

Parte de la doctrina considera que los supuestos de mero consentimiento en el actuar


arriesgado del tercero no suscita un problema de tipicidad, de atribución de comportamientos o
de resultado, sino de justificación de una conducta típica a través del consentimiento. Pero,
personalmente entiendo que el consentimiento no constituye una causa de justificación que
excluye la antijuridicidad, sino una causa de atipicidad que excluye el carácter típico de la
conducta consentida.11

Ahora bien, ¿este esquema resulta aplicable a los supuestos de accidentes laborales en los que
el trabajador que resulta muerto, lesionado o puesto en peligro, ha generado o contribuido al
riesgo, o lo ha consentido? La respuesta mayoritaria es negativa, y a esta se llega negando la
imputación a la víctima (es decir, la imputación objetiva) y la validez del consentimiento (es decir,
la tipicidad).

Amplío lo anterior. Recordemos que cuando la víctima emprende con el agente una actividad
que puede producir una lesión sobre sus bienes, la actividad generadora del riesgo debe ser
imputada al ámbito de responsabilidad preferente de la víctima, en la medida en que se presenten

10 P. ej., quien, sin necesidad alguna, le pide a una persona claramente ebria que realice un acto de cierta complejidad
(como conducir durante un trayecto un automóvil) ha de asumir —al menos en parte— las consecuencias negativas
resultantes; quien participa en una dura contienda (como un combate de boxeo), no tiene derecho a no resultar lesionado;
quien tiene trato sexual con una persona drogodependiente o que se prostituye, actúa a propio riesgo, en lo que se refiere
a un contagio con el virus VIH (JAKOBS, supra nota 8, p. 111).
11 POLAINO NAVARRETE, supra nota 1, pp. 149-151.

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las siguientes circunstancias: que la actividad permanezca en el ámbito de lo organizado


conjuntamente por autor y víctima; que la conducta de la víctima no haya sido instrumentalizada
por el autor; y, además, que el autor no tenga un deber de protección específico frente a los
bienes de la víctima. Los presupuestos señalados, para la doctrina mayoritaria, no se constatarán
en el ámbito de las relaciones laborales.12

¿Pero qué sucedería en los supuestos en los que el accidente de trabajo o la situación de grave
peligro se produjeran en el ámbito laboral y en una actuación para la empresa, pero por una
iniciativa imprudente del trabajador?13 En estos casos, y siguiendo el esquema teórico apuntado en
términos generales, no se rechazaría la imputación del empresario o de su delegado por la
imputación preferente a la víctima, pero sí es probable que pueda hacerse en el caso concreto por
la observancia por parte de estos de su deber objetivo de cuidado si la formación, los medios y la
vigilancia fueron los adecuados. Entonces, no puede imputársele al trabajador su propio accidente
o las lesiones sufridas como resultado de una omisión empresarial en materia de prevención de
riesgos laborales, salvo imprudencia temeraria.14 Dicho lo anterior, procedo, en el apartado que
sigue, a darle voz a la autora.

IV. Tesis postulada por Gallo

La autora dice que “cuando se habla de imputación a la víctima, es de los supuestos en los que
la razón de la atipicidad de la conducta del tercero está, precisamente, en la atribución de lo
sucedido al ámbito de responsabilidad de la víctima, es decir, aquellos casos en que la exoneración
del autor proviene específicamente del carácter responsable de aquella”.15

Sobre la base de aquella posición, la autora asume el enorme reto de preguntarse lo siguiente:
¿cuándo el trabajador es autorresponsable por el resultado lesivo producido?

12 COBO DEL ROSAL/SÁNCHEZ-VERA GÓMEZ-TRELLES, “Responsabilidad penal por accidentes laborales”, en Economist &
Jurist, n.º 62, 2004, p. 68.
13 CORCOY BIDASOLO/CARDENAL MONTRAVETA/HORTAL IBARRA, “Protección penal de los accidentes laborales”, en

Revista del Poder Judicial, n.º 71, 2004, p. 66.


14 Para CORCOY BIDASOLO, CARDENAL MONTRAVETA y HORTAL IBARRA, solo puede hablarse de autopuesta en peligro en

los casos en que el trabajador conoce exactamente el riesgo y no ha sido coaccionado a llevar a cabo la actividad de manera
peligrosa. Los autores mencionados no incluyen dentro de su análisis el criterio de disponibilidad del bien jurídico al
momento de valorar la conducta de la víctima, es decir, que solo toman en referencia el conocimiento real y libre de los
riesgos asumidos (supra nota 13, p. 58).
15 GALLO, supra nota 2, pp. 469 ss.

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Para responder a lo anterior, ella parte del esquema propuesto por su maestro, el Prof.
CANCIO MELIÁ, quien postula que cuando el titular de un bien jurídico (víctima) emprende
conjuntamente con otro (autor) una actividad que puede producir una lesión de ese bien jurídico,
la actividad generadora del riesgo debe ser imputada al ámbito de responsabilidad preferente de la
víctima, en la que medida en que: a) la actividad permanezca en el ámbito de lo organizado
conjuntamente por autor y víctima; b) la conducta de la víctima no haya sido instrumentalizada
por el autor, por carecer ella de la responsabilidad o de la base cognitiva necesaria para poder ser
considerada (auto)-responsable; y c) el autor no tenga un deber de protección específico frente a
los bienes de la víctima.

Y es de acuerdo con ese razonamiento que GALLO analiza cuándo, en el ámbito de los riesgos
laborales, concurren aquellos tres presupuestos.

En lo que se refiere a que la actividad permanezca en el ámbito de lo organizado


conjuntamente por autor y víctima, cabe aclarar que la expresión ámbito de lo organizado debe ser
entendida “en el sentido de que haya una correcta delegación de la competencia originaria del
empresario sobre la indemnidad de los bienes jurídicos del trabajador (junto al encargado de la
tarea laboral específica) y un funcionamiento coordinado durante el desarrollo de la actividad
laboral de esta competencia delegada con la esfera de competencia no delegable del empresario
(organización del proceso productivo)”.16

Explica la autora que las dos esferas de competencia —del empresario y del trabajador— en
el marco de la empresa se armonizan cuando el trabajador, autónomo, cuenta con las herramientas
de seguridad normativamente previstas para lograr una adecuada interacción con el riesgo. Es
decir, en verdad, cuando la autora explica el contenido de aquella expresión se refiere
estrictamente a “una coordinación conjunta de ambas esferas de autonomía, donde la esfera del
empresario contiene a la del trabajador”. 17 Cuando el empresario no le brinda las condiciones
seguras laborales al trabajador —con anclaje legislativo—, no le delega la competencia sobre la
indemnidad de sus bienes jurídicos y, así, le impide la organización que debe tener el trabajador
sobre su vida y su salud.

Entonces, para GALLO, que escapa de las formulaciones generales de la teoría de la


imputación objetiva en el contexto laboral, no existe en el ámbito de seguridad laboral una

16 GALLO, supra nota 2, p. 471.


17 GALLO, supra nota 2, p. 471.

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“organización conjunta” ni tampoco una independencia de las competencias del empresario y


trabajador. Ella distingue dos niveles de organización: 1, nivel de organización del proceso
productivo, que es exclusivo e indelegable del empresario, en el que el trabajador no tiene ningún
tipo de injerencia; y 2, nivel de organización de la seguridad/protección de los bienes jurídicos de
los trabajadores, que es una competencia originaria del empresario, pero que bajo ciertas
condiciones se la delega al trabajador para que este se autoorganice en dicha protección. Estos
niveles, a su vez, configuran dos esferas de competencia: 1, contextual o continente del
empresario; y 2, contenida del trabajador. En otras palabras, el trabajador se autoorganiza en el
ámbito de la organización del empresario, generándose de ese modo dos ámbitos concéntricos de
organización. Este ámbito, sin duda, representa un nuevo esquema en las categorías de la
imputación objetiva, aporte que aquí resulta necesario, pues no existe una organización conjunta
ni una organización independiente, sino que se debe resolver una interacción con el riesgo que
parte de una relación desigual como es la relación laboral, donde el empresario y el trabajador
ocupan distintas posiciones de poder. Por ello es que se debe hablar de una organización
continente, de una organización contenida y de ámbitos concéntricos de organización.

Tras lo analizado con relación al primero de los requisitos señalados por la autora —que sigue
a su maestro—, lo relevante es que el trabajador cuente con las herramientas para autoorganizarse
en su esfera de competencia, en tanto titular de los bienes jurídicos que exponen al riesgo laboral.

Pero, no basta con que el empresario brinde las medidas de seguridad materiales y
organizativas, sino que, además, la conducta de la víctima no debe haber sido instrumentalizada
por el autor, pues aquella carece de la responsabilidad o de la base cognitiva necesaria para poder
ser considerada (auto)responsable. En efecto, “es fundamental que informe al trabajador no solo
respecto del significado del riesgo, sino también transmitiendo una adecuada valoración de este
[deber de información amplio]. Ambos aspectos son fundamentales para que el trabajador perciba
e interprete correctamente el riesgo y pueda asociar las medidas de prevención previstas y
provistas para su concreta actividad laboral, con ese riesgo”.18

GALLO pone de relieve, entonces, cómo el ámbito de competencia del trabajador está
integrado en el del empresario: el trabajador solo podrá ejercer su soberanía y actuar como titular
autónomo, si como dependiente (de la organización ajena) se lo provee del fondo de
conocimientos necesarios para vincular el riesgo con las medidas de seguridad correspondientes. Si
bajo tales condiciones el trabajador decide interactuar con el riesgo de otro modo (no inocuo), el

18 GALLO, supra nota 2, p. 473.

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resultado lesivo será imputable a su ámbito de responsabilidad, pues la protección de sus bienes
jurídicos solo depende de sí mismo. Estos son los postulados que la autora explica para definir la
imprudencia temeraria del trabajador.

Otro de los presupuestos apuntados consiste en que el autor no tenga un deber de protección
específico frente a los bienes de la víctima, y a su respecto la autora destaca que “si bien el
empresario, en tanto organizador de la actividad peligrosa, tiene la posición de garante respecto
de ese foco de riesgo (contracara de la protección de los bienes jurídicos de sus dependientes), ese
deber no es ilimitado y se cumple cuando brinda las condiciones seguras de trabajo, del modo aquí
indicado. Es decir, no le corresponde proteger los bienes jurídicos del trabajador respecto de
cualquier riesgo, sino solo con relación a los inherentes al foco de peligro (normativamente
contemplados) que debe controlar: proceso productivo”.19

La autora concluye afirmando que el acto imprudente del trabajador que afecta su vida y
salud, en tanto titular de esos bienes jurídico, debe tener sentido objetivo de organización para
liberar al empresario de responsabilidad criminal. En efecto, cuando ese acto se realiza por el
trabajador en una situación de déficit de libertad, y cuando ese déficit de libertad es imputable al
empresario, es este quien resultaría responsable por las consecuencias lesivas de tal acto.

En suma, compartiendo con la autora su posición, “para que se configure la autopuesta en


peligro del trabajador, exonerante de la responsabilidad penal del empresario (imputación del
comportamiento al ámbito de la víctima), este debe haber cumplido el deber de seguridad en
todos sus aspectos”.20

V. Reflexión final

GALLO transitó los estadios elementales para poder esbozar las respuestas a las preguntas que
fueron formuladas al comienzo de esta reseña, y lo hizo, a mi modesto entender, de forma muy
acertada.

En el análisis de la experiencia española en materia de protección jurídico-penal de la vida y la


salud de los trabajadores, la autora detectó cuidadosamente aquellos temas en los que tuvo sentido
ocuparse. La autopuesta en peligro del trabajador fue, sin duda, uno de ellos, y tanto fue su
sentido que generó, de forma inmediata, que me detenga en su comentario.

19 GALLO, supra nota 2, p. 474.


20 GALLO, supra nota 2, p. 475.

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Con esmero y excepcional sensibilidad lingüística, GALLO encaró en un riguroso método


científico una cuestión que pocos juristas se han animado a trabajar, y arribó a una postura que,
además de ser respetuosa del esquema del instituto de imputación a la víctima, representa un
enfoque sumamente novedoso en la ciencia penal contemporánea.

Esta obra representa en la comunidad jurídica un sólido aporte de madurez acerca de la


configuración típica del delito contra la seguridad de los trabajadores en el Código penal español,
figura legal que suscita varias y diversas cuestiones polémicas que GALLO, con gran talento y
fecunda labor investigadora, abordó con perspicacia.

Fue su maestro, el Prof. CANCIO MELIÁ, quien afirmó que esta obra, que tanto agrado y
satisfacción me ha provocado reseñar, es “un trabajo de máximo interés por la metodología
utilizada y por el objeto estudiado, que supone un avance de la disciplina en el área estudiada tanto
para la discusión en España y Argentina como en general para los países de habla española”.21 Es al
lector a quien, ahora, le corresponde comprobarlo.

21 CANCIO MELIÁ, “Prólogo”, en GALLO, supra nota 2, p. XXV.

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