Cátedra "La Caixa" de Responsabilidad Social de La Empresa y Gobierno Corporativo
Cátedra "La Caixa" de Responsabilidad Social de La Empresa y Gobierno Corporativo
Cátedra "La Caixa" de Responsabilidad Social de La Empresa y Gobierno Corporativo
Antonio Argandoña
La finalidad de los IESE Occasional Papers es presentar temas de interés general a un amplio público.
357 29 13 Copyright © 2007 IESE Business School. IESE Business School-Universidad de Navarra
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LA CORRUPCION Y LAS EMPRESAS
Antonio Argandoña*
Resumen
La corrupción es un problema para los países, avanzados o en vías de desarrollo, pero también
es un grave obstáculo para el buen funcionamiento de las empresas. Este documento explica
qué entendemos por corrupción, cuáles son sus causas y sus consecuencias, cómo afecta a las
empresas, las actuaciones internacionales emprendidas para erradicarla y, sobre todo, qué
acciones pueden adoptar las organizaciones para prevenirla y para defenderse de sus
consecuencias.
* Profesor de Economía, Cátedra "la Caixa" de Responsabilidad Social de la Empresa y Gobierno Corporativo, IESE
Introducción
La corrupción es un grave problema humano, social, político, económico y ético, sobre todo en
los países en vías de desarrollo. La lucha contra la corrupción es, pues, un deber de los
gobiernos, los ciudadanos y los medios de comunicación, y también de las empresas. Para éstas,
constituye una responsabilidad interna, en primer lugar, porque afecta a la cultura de la
empresa, a su rentabilidad y a su misma capacidad de supervivencia, así como a sus accionistas,
directivos y empleados, a sus clientes y proveedores. Y también una responsabilidad externa,
porque la empresa tiene unos deberes respecto de la sociedad civil y los ciudadanos.
Los muchos estudios llevados a cabo sobre el fenómeno de la corrupción muestran que existe
en todo el mundo un nivel de corrupción no pequeño. No sabemos si es creciente o no, pero, en
todo caso, la sensibilidad de los ciudadanos, las empresas y los gobiernos ante este fenómeno
ha crecido mucho (aunque aquí se puede encontrar también no poco escepticismo y aun
cinismo). No estamos ante un fenómeno exclusivo de países ricos o pobres, de economía de
mercado o de planificación central, grandes o pequeños, democráticos o no: la corrupción está
presente en todo el mundo, aunque con caracteres diversos. Se trata de un fenómeno
polifacético, con numerosas variantes y que, por tanto, ha sido y es objeto de explicaciones
muy variadas. Y no es una enfermedad única, sino, en todo caso, el síntoma de males
profundos de la economía, la política, la sociedad y la moral en todo el mundo. Por tanto, el
objetivo de las actuaciones privadas y públicas contra la corrupción, más que perseguirla
directamente, debe ser conseguir que todos los países tengan gobiernos, Administraciones,
empresas y ciudadanos honrados y eficientes, que actúen siempre con criterios éticos.
Qué es la corrupción
Se suele definir la corrupción como «el abuso de una posición de confianza para la obtención
de un beneficio deshonesto». La palabra “corrupción” sugiere que esas conductas, aunque sean
aparentemente inocuas, acaban destruyendo los principios por los que se rige una sociedad, con
efectos muy perniciosos, del mismo modo que la corrupción de un ser vivo es prueba de su
*
Nota: Documento presentado en la International Conference on Management Best Practices “Ethics at the Service
of Company Leadership”, Colonia, mayo 2007.
Más en concreto, la corrupción es «la acción y efecto de dar o recibir algo de valor para que
alguien haga (o deje de hacer) algo, burlando una regla formal o implícita acerca de lo que debe
hacer, en beneficio del que da ese algo de valor o de un tercero»: a) una acción u omisión (por
ejemplo, no llevar a cabo una denuncia), incluyendo el intento o promesa de hacerla, así como
el efecto de esa acción (el pago) y la conducta habitual del corrupto; b) incluye a ambas partes
de la transacción: dar, ofrecer o prometer y recibir o solicitar; c) lo que se da o pide puede ser
dinero, bienes, un empleo, o la promesa de obtenerlos; d) la acción se lleva a cabo para que
alguien en el sector público (político, funcionario, juez, etc.) o privado (directivo o empleado)
haga o deje de hacer (acción u omisión, incluyendo la inducción y el mandato a un tercero); e)
burlando una regla (ley, contrato, costumbre o código profesional) de acuerdo con la cual el
que lleva a cabo la acción debería actuar de acuerdo con los intereses propios de su institución;
f) puede ser en beneficio del que paga o de un tercero (pariente, partido político, empresa, etc.),
y g) por razones obvias, suele llevarse a cabo en secreto.
Las formas de corrupción son muchas, y no muy bien definidas, porque el fenómeno es complejo
y cambiante. Las más típicas son el soborno (la iniciativa la toma el que efectúa el pago) y la
extorsión (la iniciativa la toma el que lo recibe); algunas formas de comisiones, regalos y favores
pueden ser plenamente aceptables, pero pueden también catalogarse como corrupción si llegan a
influir en la decisión del que los recibe. El fraude, la malversación y el desfalco no son
corrupción, en sentido estricto, pero la acompañan frecuentemente, y suelen incluirse también
entre las prácticas corruptas, lo mismo que el nepotismo, el clientelismo, el favoritismo, el uso
indebido de influencias, el abuso de poder, la financiación ilegal de partidos políticos y el
uso incorrecto de información privilegiada. Por extensión, se aplica también a conductas
delictivas que suelen ser consecuencia de la corrupción, como el chantaje, el blanqueo de dinero y
algunas formas de crimen organizado y mafias, hasta llegar al estado cleptómano o depredador,
en que el gobernante no distingue entre los bienes públicos y su propiedad privada.
Pero estas condiciones no son estáticas, sino que, a menudo, el corrupto puede manipularlas,
aumentando la discrecionalidad de sus actuaciones (mediante reglas o procedimientos poco
transparentes), creando ocasiones de beneficio privado (vendiendo servicios a precios favorables:
por ejemplo, la recalificación de terrenos), creando costes artificiales (multiplicando las exigencias
de permisos y autorizaciones), reduciendo los costes de recaudación de la extorsión (evitando vías
alternativas para la concesión de un permiso, o exigiendo la participación de intermediarios que
Asimismo, la corrupción dificulta la competencia, falsea las reglas del juego económico,
impide el funcionamiento eficaz del libre comercio y el aprovechamiento de sus beneficios,
crea recelos sobre el sistema de libre mercado, etc., en definitiva, pone en peligro el sistema
económico, o su aceptación por los ciudadanos. Y, sobre todo, reduce la eficiencia económica,
en forma de mayores costes y precios y menores volúmenes de producción, distorsiona la
producción (que se desvía hacia bienes, servicios, recursos y factores que no son los más
adecuados, según las ventajas comparativas de los países), reduce la calidad, conduce a
pérdidas de tiempo, etc.
Y, finalmente, la corrupción es también un problema ético. El que lleva a cabo la acción corrupta
(político, funcionario, directivo) está incumpliendo los deberes de su cargo o posición, actuando
de forma injusta y desleal para con la empresa, administración o institución para la que trabaja,
tanto si actúa como extorsionador como si responde a un soborno, y puede incurrir también en
una acción injusta con la propia administración (si, por ejemplo, se reduce la calidad de un
suministro o aumenta su coste, o si afecta negativamente a su reputación), con el que paga
(porque incurre en un coste mayor, o porque se le amenaza con un daño injusto) o con otros
afectados (por ejemplo, otros competidores o proveedores, excluidos injustamente de una relación
comercial a la que tienen derecho). El que paga está contribuyendo al menos a una injusticia y, a
menudo, actuando él mismo también de forma injusta (para con la otra parte o para con otros
afectados). Y unos y otros causan daños a la sociedad, porque la corrupción es una falta de
solidaridad y tiende a difundirse, en un complejo aprendizaje moral que impacta negativamente
en las conductas de muchas personas y que crea un ambiente de corrupción, desconfianza, etc.
Además, incurrir en actuaciones corruptas es una estrategia equivocada. La ventaja competitiva que
puede adquirir la empresa corrupta (por ejemplo, aumentando sus ventas mediante sobornos) es poco
sostenible y muy costosa. Descuidar sus ventajas duraderas, basadas en calidad, innovación o
servicio, para pasarse a otras mucho más endebles y cuyo mantenimiento puede ser crecientemente
costoso, suele ser síntoma de falta de calidad en la dirección. Una conducta que puede ser
económicamente rentable cuando se practica por primera vez –por ejemplo, cuando se responde a una
extorsión–, deja de serlo cuando el juego es repetido –cuando hay que practicar habitualmente la
corrupción– y cuando el entorno se adapta a la nueva situación –cuando la extorsión se extiende.
Sobre todo, la corrupción genera graves problemas sociales y morales. Los empleados que se
ven forzados a participar en ella ven lesionada su dignidad y su integridad moral. La confianza
se resiente. Algunos querrán aprovecharse (por ejemplo, intentando desviar en beneficio propio
algunas de las cantidades que pasan por sus manos, o chantajeando a la dirección); otros
manifestarán su disconformidad con actitudes de absentismo, bajo rendimiento, falta de
iniciativa, etc., y si la corrupción arraiga, es probable que los mejores abandonen la empresa.
Además de los anteriores, se han publicado en los últimos años muchos otros documentos
internacionales. Algunos son de carácter general, como los Veinte principios rectores de la
lucha contra la corrupción (Consejo de Europa, 1997), o los Veinticinco principios para
combatir la corrupción (Coalición Mundial para África, 1999). Otros están dirigidos a los
funcionarios, como los códigos de conducta de las Naciones Unidas (1996) y del Consejo de
Europa (2000). Otros se dirigen a actuaciones en ámbitos concretos, como las transacciones
financieras internacionales y el blanqueo de capitales. Y hay que mencionar también las
iniciativas del Banco Mundial, del Fondo Monetario Internacional y de las agencias
dependientes de ellos.
Hay, además, numerosas iniciativas, públicas y privadas, orientadas a las empresas, como el
Décimo Principio del Pacto Global de las Naciones Unidas (2004), que establece un compromiso
para las empresas que voluntariamente se adhieren al mismo, así como información,
benchmarking y ayudas para cumplirlo. Hay que mencionar también las Reglas de conducta
sobre extorsión y soborno en las transacciones internacionales (1977, última versión 2005) de la
International Chamber of Commerce, la Extractive Industries Transparency Initiative (2002), los
Principios del Ecuador para las instituciones financieras (2005), los Wolfsberg Anti-Money-
Laundering Principles for Private Banking (2000), el FIDIC Code of Ethics and Business Integrity
Management System de la International Federation of Consulting Engineeers, y el Sustainable
Development Charter del International Council on Mining and Metals (2002), los Business
Principles for Countering Bribery elaborados por Transparency International, la World Economic
Forum’s Partnership against Corruption Initiative (2004), las OECD Guidelines for Multinational
Enterprises (revisadas en 2000), etc.
2.- Extensión a todas las decisiones. Este tipo de declaraciones puede ser ineficaz, e incluso
contraproducente, cuando las acciones de la dirección no se corresponden con sus palabras. Por
tanto, es imprescindible que en todas las decisiones se cuide incluso la apariencia de que se
actúa siempre de acuerdo con ese principio. Esto es particularmente importante, a la hora, por
ejemplo, de decidir sobre ascensos, promociones, premios, distinciones, etc., a empleados y
directivos, o en el establecimiento de planes y programas, etc., evitando incluso la apariencia de
aplicación de dobles estándares.
4.- Definición de responsabilidades. Debe quedar siempre muy claramente definido quién lleva
las gestiones y quién asume la responsabilidad en las acciones que puedan tener que ver con la
corrupción: contratos, permisos, etc. En algunas ocasiones, convendrá elevar la responsabilidad
última a los niveles más altos de la organización.
6.- Comunicación de los criterios. Esos criterios deberán ser conocidos por todo el personal, y
también por los clientes, proveedores, etc., que tienen derecho a conocer quién negocia con
ellos, quién toma las decisiones que les conciernen, de quién dependen esas personas (cuáles
son las instancias ante las que se puede reclamar), etc.
7.- Bajar a detalles. En el tema que nos ocupa, suele ser conveniente bajar a detalles que
puedan clarificar situaciones. Por ejemplo:
a) Las donaciones a instituciones caritativas, culturales, benéficas, etc., deben ser siempre
una manifestación de responsabilidad ciudadana, pero no deben llevarse a cabo con la
esperanza de recibir favores a cambio, y deben ser siempre recogidas en la contabilidad,
con expresión del medio como se llevó a cabo (transferencia bancaria, cheque, etc.) y, en
su caso, de la persona que lo recibió o de quien actuó como intermediario.
g) Conviene prohibir los “pagos de facilitación” (por ejemplo, propinas para agilizar un
pedido o un pago). Si esto no es posible, se establecerán reglas claras para que no se
conviertan en la puerta de entrada de pagos mayores.
i) Limitación del anonimato: los directivos y empleados deben dar siempre su nombre a las
personas con las que se relacionan en nombre de la empresa (también en los
procedimientos electrónicos).
j) Se deben establecer criterios estrictos sobre la aprobación de gastos (de todo tipo,
incluyendo atenciones a clientes, gastos de viaje, etc.), siempre con el respaldo
documental adecuado (facturas, billetes, etc.).
Es importante que, cuando reciba consultas o denuncias, esa instancia actúe con rapidez y
discreción, respetando los derechos del denunciante o consultante y de los implicados.
Naturalmente, hay que proteger siempre al denunciante de buena fe (whistle blower). Hay que
prever también la posibilidad de recibir denuncias del exterior, por parte, por ejemplo, de
directivos o empleados de empresas que acusan a nuestros directivos o empleados de
actuaciones corruptas.
9.- Transparencia. Todas las operaciones de la empresa que supongan cobros y pagos deben
recogerse fiel, ordenada y puntualmente en la contabilidad o en los registros previstos. Como es
lógico, se deben prohibir siempre y sin excepción los asientos falsos, deformados, incompletos,
etc., y se debe establecer la obligación de seguir cuidadosamente los estándares oficiales sobre
la contabilidad (legales, o de las organizaciones profesionales de contabilidad y auditoría),
manteniendo también la confidencialidad de esas anotaciones.
Es conveniente llevar un fichero (confidencial) de las personas con las que se desarrollan
relaciones de particular significación (por ejemplo, directores de compras de empresas cliente),
de modo que se pueda conocer en cada caso con quién se trató determinado asunto, quién
formuló un pedido determinado, etc.
10.- Restitución. Se debe establecer claramente el criterio de que la empresa devolverá siempre
los pagos ilícitos y resarcirá a los perjudicados por sus actuaciones corruptas.
13.- Medidas correctoras. Cuando se produce una violación de las reglas contra la corrupción
y la empresa resulte ser sujeto activo o pasivo de una actuación corrupta, se han de poner en
marcha los mecanismos señalados en los párrafos anteriores, sobre todo los de identificación y
sanción (y, en su caso, la revisión del plan vigente). A tal efecto, la empresa debe establecer
procedimientos claros y justos para la definición de responsabilidades por actuaciones
corruptas. Las sanciones deben ser proporcionadas, conocidas y claras.
Pero, además de hacer frente a la crisis, la empresa debe aprovechar esa ocasión para dar un
paso adelante en su compromiso contra la corrupción, elaborando, por ejemplo, una nueva
estrategia contra ese fenómeno (y anunciándola, y poniéndola en práctica), revisando con
detenimiento todas las situaciones anteriores en que se pudieron haber producido actuaciones
corruptas, intensificando las medidas de información y formación a sus empleados (y a sus
clientes y proveedores), etc. En fin, se trata de que la empresa aproveche esa ocasión para dar
un nuevo impulso a su lucha contra la corrupción, haciendo de lo que, en principio, puede ser
visto como una contrariedad o incluso un problema grave, una ventaja competitiva.
14.- En busca de la excelencia. Las empresas no pueden conformarse con evitar ser blanco de
la corrupción ajena o incurrir, ellas mismas o sus directivos y empleados, en situaciones de
corrupción, sino que deben proponerse activamente actuar siempre dentro de las normas legales
y morales. Para ello, es conveniente que la empresa adopte una actitud de rechazo constante de
la corrupción, venga de donde venga y cualesquiera que sean sus causas y sus efectos, aunque
dicha corrupción parezca beneficiar a la empresa. Y puede ser conveniente que colaboren con
otras empresas, los gobiernos, las asociaciones empresariales, las ONG y otras iniciativas,
nacionales o internacionales (Pacto Global, Transparency International, International
Chamber of Commerce, World Economic Forum, etc.) en la lucha contra la corrupción, pública
o privada, facilitando información (con el debido respeto, en su caso, al honor y a la intimidad
de las personas), ofreciendo ayuda, no dejando solos a los que luchan por esa causa, etc.
También deben apoyar los códigos y reglas profesionales de contables, auditores, consultores,
asesores jurídicos, etc., en la medida en que cooperan en la lucha contra la corrupción.
Aunque a veces proporcione, a corto plazo, un beneficio a una empresa, o incluso aunque se
lleve a cabo para obtener algo a lo que la empresa tiene derecho, la corrupción es siempre, por
lo menos, la colaboración a una acción injusta o desleal, cuando no es, ella misma, una acción
injusta; tiene costes importantes, genera riesgos difíciles de medir y manejar, reduce la
transparencia, puede deteriorar la reputación de la empresa, merma la confianza dentro de
la organización y promueve otras conductas ilegales e inmorales. Y en el ámbito de la sociedad,
reduce el crecimiento, la inversión y la eficiencia económica, deteriora la distribución de la
renta y deslegitima al Estado, a la economía de mercado, a la democracia y a las instituciones.
Es lógico, pues, que los gobiernos nacionales hayan desplegado numerosos medios para
combatir la corrupción nacional, y que se hayan multiplicado también las actuaciones
internacionales dirigidas a crear un terreno de juego nivelado para las empresas que actúan en
diversos países, de modo que no corran riesgos extraordinarios ni sufran restricciones indebidas
a la competencia. Estos esfuerzos han culminado en la Convención de las Naciones Unidas
contra la corrupción (2003), primer instrumento verdaderamente global para unificar los
criterios de actuación de todos los países en la prevención y lucha contra la corrupción y en la
corrección de sus efectos.