Ulises y El Caballo de Troya
Ulises y El Caballo de Troya
Ulises y El Caballo de Troya
Texto: Antonio Altarriba
Imágenes escogidas de historietas realizadas con Luis Royo
Ulises regresa cansado del campo de batalla. Por su rostro
escurre el sudor que se mezcla con el polvo y con la sangre de sus
rivales o, quizá, con la de sus compañeros. La sangre es la misma,
igualmente oscura y espesa, la derramen griegos o la derramen
troyanos. Su casco y su armadura han perdido el esplendor original.
En su escudo, abollado por innumerables golpes, ya no se
distinguen las hermosas escenas que Marón, el herrero de Ítaca,
forjó. Su espada tiene la hoja mellada y el bronce ha adquirido el
tono negruzco del coágulo o, quizá, de la gangrena. Cuando llega a
su tienda de campaña, apenas le quedan fuerzas para despojarse
de las armas. Sin lavarse, sin tomar ningún alimento, sin ni siquiera
mojarse los labios con un sorbo de vino vivificador, se deja caer
pesadamente sobre el camastro. Acaba de dirigir el octavo ataque
contra el flanco Noroeste de Troya. Aunque quizá sea el noveno...
Ya ha perdido la cuenta de los asaltos que ha comandado, de los
enfrentamientos que ha protagonizado, de los hombres que ha
matado, de las heridas que ha recibido... Sólo sabe que esta vez
también su ataque ha sido rechazado. Troya, ennegrecida por los
incendios, agrietada por las embestidas, famélica por el asedio,
resiste. Ulises no termina de entender de dónde sacan las fuerzas,
de qué recursos se sirven los sitiados, pero se mantienen firmes.
Hace ya más de diez años que la guerra dura. Y han pasado
tantas cosas... Aunque, si bien se mira, sólo ha pasado una: la
muerte. Un día tras otro, repetida una y mil veces, con los mismos
gestos, pero con distintos rostros... ¡Ha visto morir a tantos
compañeros...! Imbrio, Teucro, Anfímaco, Idomeneo, Patroclo, Asio,
Meriones e incluso el temible, ¿el inmortal? Aquiles... ¡Y también ha
visto morir a tantos enemigos...! Alcatoo, Ifitión, Polidoro,
Hipodamas, el invencible Héctor... Ha contemplado tanto
sufrimiento, tanta rabia, tanta destrucción que tiene la impresión de
no haber conocido otra cosa. Sin embargo, el recuerdo de una vida
pacífica permanece todavía vivo en su memoria. Es más, a menudo
ese recuerdo le muerde con el punzón hiriente de la nostalgia y
remueve las imágenes del pasado. Afloran así los bellos paisajes de
la patria, el encanto de sus playas, los trigos preñados de grano
meciéndose en el horizonte, los rebaños de cabras pastando en los
prados y también la suavidad de la piel de su esposa Penélope y
también la voz cantarina de su hijo Telémaco que, cuando se fue de
Itaca apenas empezaba a andar y que ahora será ya un joven ágil y
esbelto. Y todo ello unido, mezclado con el cansancio de la última
Ulises evoca el momento en el que la flota griega arribó a las
costas troyanas y tanto él como sus compañeros desembarcaron
llenos de entusiasmo, deseosos de mostrar su valor y convencidos