Descripcion Ejercicios
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El cerro de Luvina
De los cerros altos del sur, el de Luvina es el más alto y el más pedregoso. Está plagado de
esa piedra gris con las que hacen la cal, pero en Luvina no hacen cal con ella ni le sacan ningún
provecho. Allí la llaman piedra cruda, y la loma que sube hacia Luvina la nombran Cuesta de la
Piedra Cruda. El aire y el sol se han encargado de desmenuzarla, de modo que la tierra de por
allí es blanca y brillante, como si estuviera rociada siempre por el rocío del amanecer, aunque
esto es un puro decir, porque en Luvina los días son tan fríos como las noches y el rocío se cuaja
en el cielo antes de que llegue a caer sobre la tierra.
Poco después se encontró Tom con el paria infantil de aquellos entornos, Huckleberry
Finn, hijo del borracho del pueblo. Huckleberry era cordialmente aborrecido y temido por todas
las madres, porque era holgazán, desobediente, ordinario y malo…, y porque los hijos de todas
lo admiraban y se deleitaban en su vedada compañía y sentían no atreverse a ser como él. Tom
se parecía a todos los muchachos decentes en que envidiaba a Huckleberry por su no
disimulada condición de abandonado, y en que había recibido órdenes terminantes de no jugar
con él. Por eso jugaba con él cuando tenía ocasión. Huckleberry andaba siempre vestido con los
desechos de la gente adulta y su ropa parecía estar en una perenne floración de jirones, toda
ella llena de flecos y colgajos. El sombrero era una vasta ruina con media ala de menos; la
chaqueta, cuando la tenía, le llegaba cerca de los talones, un solo tirante le sujetaba los
calzones […], y eran tan largos que sus bordes deshilachados se arrastraban por el barro
cuando no se los remangaba. Huckleberry iba y venía a su santa voluntad, no tenía que ir a la
escuela o a la iglesia, y no reconocía amo ni señor, ni tenía que obedecer a nadie; podía ir a
nadar o de pesca cuando le venía en gana y estarse todo el tiempo que se le antojaba; nadie le
impedía andar a cachetes; podía trasnochar cuando quería; era el primero en ir descalzo en
primavera y el último en ponerse zapatos en otoño; no tenía que lavarse nunca ni ponerse ropa
limpia; sabía jurar prodigiosamente. En una palabra: todo lo que hace la vida apetecible y
deliciosa lo tenía aquel muchacho.
Mark Twain, Las aventuras de Tom Sawyer
3. Lee las siguientes descripciones y señala si son descripciones objetivas o subjetivas, si hay
algún retrato literario y qué se describe:
a) El humo de los hornos, que durante toda la noche velaban respirando con bronco resoplido,
se planteó vagamente en sus espirales más remotas; apareció risueña claridad por los lejanos
términos y detrás de los montes, y poco a poco fueron saliendo, sucesivamente, de la sombra, los
cerros que rodean a Socartes, los inmensos taludes de tierra rojiza, los negros edificios…
b) Era un hombre de facciones bastas, moreno, de fisonomía tan inteligente como sensual,
fuerte, si bien algo gastada por el clima americano.
d) Vista a la tenue claridad de la lámpara, con la rubia cabellera en divino escorzo, la sombra
de las pestañas temblando en el marfil de la mejilla y el busto delicado y gentil destacándose en
penumbra incierta sobre la dorada talla, y el damasco azul del celeste canapé, Rosarito
recordaba esas ingenuas madonas pintadas sobre fondo de estrellas y luceros.
Texto 1
Animal cuadrúpedo, más pequeño que el caballo. Las orejas son largas y móviles; los
miembros delgados, con cascos pequeños. El pecho es estrecho, la espalda muy afilada, y el
vientre grande. La cola es larga y delgada, con la punta doblada de cerdas. El pelaje suele ser
de color gris ceniza perla en la región dorsal, y en la región ventral, la punta del hocico y en
torno a los ojos es blanco o de tonalidades claras. Se emplea como caballería y como bestia de
carga y a veces también de tiro.
Texto 2
Platero es pequeño, peludo, suave; tan blando por fuera, que se diría todo de algodón, que
no lleva huesos. Sólo los espejos de azabache de sus ojos son duros cual dos escarabajos de
cristal negros.
Lo dejo suelo, y se va al prado, y acaricia tibiamente con su hocico, rozándolas apenas,
las florecillas rosas, celestes y gualdas… Lo llamo dulcemente: “¿Platero?”, y viene a mí con
un trotecillo alegre que parece que se ríe, en no sé qué cascabeleo ideal…
Come cuanto le doy. Le gustan las naranjas mandarinas, las uvas moscateles, todas de
ámbar, los higos morados, con su cristalina gotita de miel…
Es tierno y mimoso igual que un niño, que una niña; pero fuerte y seco por dentro, como
de piedra. Cuando paso sobre él, los domingos, por las últimas callejas del pueblo, los hombres
del campo, vestidos de limpio y despaciosos, se quedan mirándolo:
Tien’ asero…
Tiene acero. Acero y plata de luna, al mismo tiempo.