Tema 16. Sociedades
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Uno de los traductores más activos de esta época, fue el famoso Hunayn Ibn Ishaq (m.
873), cristiano nestoriano, que tradujo varias obras médicas del griego al siríaco, y
dirigió a un grupo de traductores, entre los que se encontraba su hijo, que tradujeron al
árabe las obras de Hipócrates y Galeno. Hunayn fue autor de muchos e importantes
estudios, como su trabajo de oftalmología, al que dedicó 30 años. En esta época florece
la famosa escuela médica de Gundisapur, fundada en el siglo III d.C. por los monarcas
sasánidas, heredera de la tradición greco-siria, y más tarde centro de traducciones
médicas en árabe. Fue el centro médico más importante en los países del Islam durante
el califato omeya.
Al periodo de traducciones siguió una fase de compilación en la que los autores árabes
codificaron la cultura galénica en auténticas enciclopedias médicas, entre estos autores
cabe citar a al-Razí (m. 925), quien compuso una ingente cantidad de obras sobre
medicina, filosofía, alquimia, teología y de asuntos varios. Sus obras sobre medicina
tuvieron vigencia, durante 5 siglos. Se puede considerar a al-Razí como el mayor clínico
del Islam. Dentro de la cultura islámica, la medicina ocupa un importante lugar, y una
de las mayores aportaciones de la civilización araboislámica fue, sin duda, la fundación
de hospitales. Fueron fundados por soberanos, o por grandes personajes.
En el ámbito filosófico destacan las obras de al-Kindí (m. 870), llamado el “filósofo de
los árabes” por haber sido el único gran pensador de estirpe genuinamente árabe. Y al-
Nazzám (m. 854), figura de importancia en la historia de la evolución de las ideas del
Islam. Y al-Safi’i (m. 820), considerado como el fundador de la ciencia jurídica
musulmana. Fue en Bagdad, donde posteriormente, Nizám al-Mulk, ministro de los
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reyes selyuqíes, funda, en el siglo XI, la primera de las conocidas madrasas nizamíes.
Importantes sabios y estudiosos de este periodo fueron: Avicena, al-Biruni o ‘Umar
Jayyám (m. 1133), poeta y gran algebrista, que trabajó junto a Nizám al-Mulk en la
corte selyuqí. También en este tiempo se introduce el uso de la brújula y comienza a
difundirse el ajedrez, procedente de la India.
El califa omeya Al-Hakam II, uno de los soberanos más cultos del Islam, convirtió a
Córdoba en otro de los centros culturales más importantes del siglo X. Allí
convergieron y se enriquecieron mutuamente, a través del Islam, las cultura de Oriente y
Occidente. El mayor apogeo lo alcanzó durante el califato de ‘Abd al-Rahman III y de
su hijo Al-Hakam II, que protegieron a los principales intelectuales de la época.
Córdoba perdió poco después su brillantez y fue suplantada por otras capitales de los
reinos de taifas.
En al-Andalus florecieron grandes filósofos como Ibn Tufayl de Guadix (m. 1185). Ibn
al-‘Arabi de Murcia (1164-1240), el mayor representante del sufismo en al-Andalus; y
de manera especial Ibn Rusd, conocido con el nombre de Averroes (1126-1198), el gran
comentarista de Aristóteles.
1.2.2. Toledo
La relación de los científicos toledanos que residían en Toledo, porque habían nacido en
la ciudad o vinieron a ella, es extensa; recordemos al famoso astrónomo cordobés
Azarquiel. El hecho de que en Toledo hubiera una población musulmana, judía y
mozárabe facilitó el intercambio cultural. La comunidad judía actuó de mediadora entre
el Islam y el cristianismo. El judío traduce el árabe en romance, y el cristiano lo pone en
latín. La traducción del Corán fue realizada por el judío Pedro de Toledo en 1143. En
una segunda etapa, Alfonso X recogió y continuó la tradición traductora de Toledo.
Sevilla fue paraíso de los poetas, y Toledo de los científicos.
Nacido en Valencia, crea un género literario llamado rihla (relato de viaje) al escribir su
diario del viaje que realizó para cumplir su peregrinación a La Meca, ciudad que visita
en 1183. Su obra la compuso 2 años después de haber realizado la peregrinación, y ya
de regreso en Granada, en estilo llano e ingenuo; en ella nos habla de los países
visitados por él, de su cultura y de su forma de vida, sin detenerse en la descripción
árida de noticias geográficas. Asimismo, nos legó una interesante descripción de los
numerosos lugares que visitó a su regreso de La Meca, como Bagdad, Mosul, Siria y
San Juan de Acre, entre otros. Su obra constituye una fuente de primer orden para
conocer la situación política y social de Oriente en época de las Cruzadas.
El marroquí, Ibn Rushayd redactó también otra rihla, pero en esta obra encontramos una
innovación, ya que en ella aparece junto con la descripción de los lugares que visitó, la
relación de maestros con los que estudió y los conocimientos adquiridos.
Su padre fue jurista y parece ser que él también estudió leyes. Fue seguidor de la
doctrina de Malik b. Anas y alfaquí e, incluso, desempeñó el cargo de cadí, por eso en
su obra se observa una especial sensibilidad al tratar de temas relacionados con la
Historia del Derecho islámico. Hay que tener presente que lo que Ibn Battuta perseguía,
al igual que otros viajeros, era dar a conocer al sultán la situación, características,
modos de vida y costumbres de los lugares lejanos que él visitaba, cuya información era
de enorme importancia para el sultán, ya que ésta era la única vía posible para acceder
al conocimiento de sitios remotos.
Ibn Battuta fue un incansable viajero que realizó al menos 8 viajes por Oriente, motivo
por el que se le conoce como el “viajero del Islam”. Durante 28 años tuvo tiempo de
recorrer todo el mundo islámico e incluso tierras alejadas de extremo Oriento, y del
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Ibn Battuta, a instancias de un amigo suyo, redactó sus viajes 30 años más tarde de
haber realizado su primera peregrinación a La Meca, sin tener previamente notas
escritas, por lo que, a pesar de su apabullante memoria, tiene ciertos errores que fueron
detectados por algunos de sus contemporáneos, como Ibn Jaldún. No obstante, a pesar
de algunas salvedades, se estima que Ibn Battuta es un autor digno de crédito.
Famoso polígrafo granadino. Los datos que tenemos sobre su genealogía nos lo ha
trasmitido él mismo. Tras su paso por la madrasa yusufiyya de Granada, y después de la
muerte de su padre en la batalla del Salado (1340), entró al servicio de Yusuf I, primero
como secretario de la cancillería, y más tarde, como visir, sucediendo a su preceptor Ibn
Yayyab. Cargo que siguió desempeñando durante el gobierno de Muhammad V. Su
intensa vida política no es obstáculo para su actividad como historiador y literato. Ibn
al-Jatib se interesa por la historia, la poesía, la medicina, el derecho y la mística. Los
viajes que realizó, unos de forma voluntaria como el que hizo junto a Yusuf I a Almería,
como por obligación, al final de su vida, a Marruecos, son una fuente inagotable para
conocer la época en que se desarrolló su actividad. De entre las más de 100 obras que
escribió, en su mayoría perdidas, sobre los más variados temas, destacan sus 5 obras
escritas en el campo de la historia que le convierten en el historiador oficial del reino
nazarí de Granada.
Sus obras destaca como verdadero precursor de varias ciencias del comportamiento
humano, y por lo que respecta a la Historia, su obra marca la aparición de la Historia
como ciencia. La obra de Ibn Jaldún supone una nueva visión en la Historiografía,
aunque hasta mucho después de su muerte no se tuvo en cuenta. Expuso cierto número
de problemas históricos que son fundamentales y ha descrito unas estructuras sociales y
políticas muy complejas, cuya lenta evolución determinó un largo proceso histórico,
cuyas actuales consecuencias son hoy día considerables. Su obra se desarrolló cuando el
mundo árabe dormía en decadencia. Y, a pesar de su fuerte personalidad, su voz no
logró despertar a los árabes de su prolongado sopor.
2.5.1. Su vida
una larga y profunda preparación intelectual y religiosa, y buscar trabajo, por lo que
entró en la vida política.
Trabajó al servicio de diversas dinastías, en primer lugar es nombrado Secretario de
Rúbrica del joven sultán Abú Ishaq en la corte de los hafsíes de Túnez; después de 2
años, y a pesar de que acababa de contraer matrimonio con la hija de un gran personaje
de la corte hafsida, sale para la corte de los Meriníes de Bugía durante el gobierno de
Abú ‘Inán (1354). Acusado de participar en un complot contra el monarca, tuvo que
pasar 2 años en prisión (1357-58). Cuando muere el sultán, Ibn Jaldún es liberado y
vuelve a ocupar su antiguo puesto y, aunque no le satisface ese trabajo, accede y
aprovecha el tiempo para profundizar en sus estudios. Poco después abandona su cargo
y se dirige a la corte de los Nasríes de Granada, para ponerse al servicio del rey nazarí,
Muhammad V, y de su primer ministro, Ibn al-Jatib, a quienes había conocido y había
prestado ayuda durante su exilio en Fez, allí residió entre 1362 y 1365. En 1362 llevó a
cabo una delicada embajada ante el rey Pedro I, para ratificar un tratado de paz que el
monarca castellano había realizado con el rey de Marruecos, misión que supo llevar a
buen término gracias a sus altas dotes diplomáticas. Sus buenos servicios fueron
recompensados por el sultán con la entrega del señorío de Elvira, en la vega granadina.
Su vida en Granada, como el mismo dejó constancia, era muy agradable, llegando
incluso a reclamar a su mujer e hijos que había dejado para mayor seguridad en
Constantina. A pesar de su éxito y de los nuevos ofrecimientos políticos que le hacían
en Granada, Ibn Jaldún decide abandonar al-Andalus y volver a África.
El último episodio más significativo de su vida fue el encuentro con Tamerlán ante los
muros de Damasco. El joven sultán Faray, de cuya autoridad dependía Damasco, salió
al encuentro de Tamerlán con una comitiva en la que iba Ibn Jaldún. Llegados ante los
muros de la ciudad, Ibn Jaldún, descolgándose mediante una cuerda para poder bajar al
campo de los timuríes, mantuvo varias entrevistas con Tamerlán, en las cuales le habla
de la gloriosa historia de los mongoles y le obsequia con un ejemplar del Corán. Ibn
Jaldún supo ganarse la simpatía de Tamerlán, quien incluso le pidió que le acompañase
en sus empresas y le escribiese un libro sobre el Magreb. Al regresar a Egipto, vuelve a
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ocupar el cargo de juez supremo que siguió ejerciendo hasta su muerte, el 17 de marzo
de 1406. Fue enterrado en el cementerio de los sufíes, reservado a recibir los restos
mortales de los grandes hombres de religión.
2.5.2. Su obra
La obra de Ibn Jaldún fue muy vasta y constituye hoy días una de las fuentes más
valiosas para los historiadores del mundo árabe. Fue un autor prolífico. Escribió la
“Historia de los Bereberes”, destacando en ella la historia de las 3 dinastías bereberes:
Almorávides, Almohades y Benimerines. A partir de 1378, cuando se retiró a Qal’at
ibn-Salama, hizo la primera redacción de los llamados Prolegómenos. La redacción de
la obra la terminó muchos años más tarde, cuando residía ya en El Cairo. Finalmente
agregó a todo este conjunto, como una especie de apéndice, su propia autobiografía,
titulada Ta’rif. A todo este compendio le dio nombre de Kitab al-‘Ibar, “Libro de los
ejemplos instructivos”.
Por la forma en que su obra está descrita destaca por el uso de una prosa sobrio y
precisa, sin alegorías. Elevó la historia a la categoría de verdadera ciencia al dotarla de
los 3 requisitos que exige la Lógica para que una serie de conocimientos constituyan
una verdadera ciencia: un objeto propio, que es la asociación humana; unas cuestiones
exigidas por los atributos de aquel objeto; y unos principios que demuestren aquellas
cuestiones, los cuales Ibn Jaldún va exponiendo según los va necesitando.