Chance Villagomez
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RESUMEN
El cacicazgo persistió más tiempo en la Mixteca Baja de Oaxaca occidental y Puebla meridional que en
muchas otras partes de Nueva España. Este artículo delinea la historia del segundo cacicazgo en tamaño
de la región, el de los Villagómez de Suchitepec, Oaxaca, en los siglos XVIII y XIX. Este estudio de
caso ilumina algunas tendencias generales en la Mixteca Baja de la época, incluso el retiro de muchos
caciques de los cargos políticos y sus relaciones continuas con sus terrazgueros, a pesar de la oposición
creciente en muchos pueblos.
Palabras claves: Nobleza indígena, cacicazgo, Mixteca Baja, terrazgueros
ABSTRACT
The cacicazgo persisted longer in the Mixteca Baja of western Oaxaca and southern Puebla than in
many other parts of New Spain. This article sketches the history of the second largest cacicazgo in the
region, that of the Villagómez of Suchitepec, Oaxaca in the eighteenth and nineteenth centuries. This
case study illuminates some general trends in the Mixteca Baja at the time, including the withdrawal of
many caciques from political offices and their continuing relationships with their terrazgueros despite
growing opposition in many pueblos.
Key words: Indigenous nobility, cacicazgo, Mixteca Baja, terrazgueros
Sumario: 1. Orígenes del cacicazgo Villagómez. 2. Unión de los cacicazgos de Miltepec y Suchitepec y
su expansión por herencia. 3. El siglo XIX. 4. Conclusión. 5. Referencias documentales. 6. Referencias
bibliográficas.
Los españoles inventaron el término «cacicazgo» para describir los derechos, privi-
legios, y propiedades de los gobernantes indígenas, o «caciques», en las regiones de
América subyugadas por los europeos en el siglo XVI1. En Mesoamérica el cacicazgo
fue una institución híbrida desde el principio, combinando la práctica indígena con
concepciones españolas y un código legal colonial en desarrollo. En el sentido más
general, el tenedor de un cacicazgo gozaba derechos de propiedad y derechos seño-
riales sobre una población subordinada. En la Mesoamérica prehispánica, donde los
1 Mis investigaciones para este trabajo fueron patrocinados por un Fulbright-Hays Faculty Research Grant.
Agradezco a John Monaghan su ayuda con aspectos de la genealogía Villagómez y a Patricia Cruz, Justyna
Olko y José Luis de Rojas su invitación a participar en este dossier sobre la nobleza indígena de Nueva España.
Los dos cacicazgos más grandes en la Mixteca, a finales de la época colonial, estu-
vieron encabezados por familias con el apellido Villagómez. Estas familias pueden
haber compartido una ascendencia común, aunque se les hizo poco caso en el siglo
XVIII, cuando ya estaban separadas y diferenciadas. El más grande de los dos caci-
cazgos Villagómez se fundó en Acatlan y Petlalcingo, con propiedades significativas
en Yanhuitlan y Silacayoapan (Chance 2008, 2009). El otro, en el que se centra este
trabajo, se concentró en San Juan Suchitepec, aunque sus tierras y terrazgueros se
dispersaron por muchas partes de la zona norteña de la Mixteca Baja. Esta hacienda,
como veremos, se formó en el siglo XVIII, producto de varios casamientos provecho-
sos entre herederos de diferentes cacicazgos.
Los precursores del gran cacicazgo Villagómez del siglo XVIII se situaron en las
comunidades pequeñas y vecinas de Santiago Miltepec y San Juan Bautista Suchi-
tepec, en el corredor al norte de Huajuapan, Oaxaca, hoy la ciudad más grande de
la Mixteca Baja. Poco se sabe de la historia prehispánica o colonial temprana de
estas comunidades. Caso creyó que Suchitepec, el más grande de los dos, produjo
el Mapa de Xochitepec, un manuscrito histórico y genealógico del siglo XVI, pro-
bablemente preparado alrededor de 1580 (Caso 1958: 459). Representa un número
Domingo Cortés
de Guzmán
Chila
Teresa de la Cruz = Martín Joseph Joseph de Villagómez Fernando = Josefa Bautista Juan Bautista
Villagómez Villagómez Guzmán Mendoza Villagómez Cortés Cortés de Velasco
Acatlan, Petlalcingo, Mendoza Suchitepec y Guzmán y Velasco Tequixtepec,
Silacayoapan, Suchitepec Miltepec Tequixtepec Chila,
Yanhuitlan muerto por 1758 (ver Fig. 2) 1698 - Cuyotepeji
muerto h. 1764 (ver Fig. 2) 1697 - 1772
(ver Fig. 2)
donde tenía una tienda (AGN Tierras 1251, exp. 2, fol. 37v; Indios 41, exp. 196; In-
dios 42, exp. 77; Indios 43, exp. 29). ¿De dónde venían estos Villagómez primeros y
cuándo y cómo llegaron a Miltepec y Suchitepec? No hay información, pero sugiero
que unos varones Villagómez de la región de Acatlan-Petlalcingo, donde el apellido
ya era prominente hacia finales del siglo XVI, se casaron con mujeres locales en
Miltepec y Suchitepec en algún momento a finales del siglo XVII2. La esposa de don
Lorenzo, de apellido Velasco, era tal vez descendiente de don Felipe de Velasco, el
cacique de Miltepec en el siglo XVI antes mencionado. Pero en los primeros años
del siglo XVIII, los cacicazgos Villagómez de Miltepec y Suchitepec eran entidades
separadas. Probablemente estaban conectados por lazos de parentesco, pero todavía
no se puede demostrar.
Hacia 1718, el pequeño pueblo de Miltepec sostenía sólo un cacicazgo y el go-
bernador era el hijo de don Lorenzo, don Fernando de Villagómez y Guzmán. Su
preeminencia local no impidió su encarcelamiento por una deuda que su padre debía
al alcalde mayor de Huajuapan. Hasta esas fechas, el pueblo y cacicazgo de Miltepec,
aunque legalmente distintos según la ley española, no se distinguían para la mayoría
de los residentes. Los cargos de cacique y gobernador todavía no se habían diferen-
ciado, como era el caso en muchas otras comunidades mixtecas, y el cacique del
pueblo tenía dominio efectivo sobre todas las tierras de la comunidad. Don Fernando
reclamó para su cacicazgo un sitio grande de ganado mayor que rentaba a un español
por 1.000 pesos el año, una cantidad sustancial. También administraba el arrenda-
miento de un sitio de ganado menor que el pueblo había recibido por merced en 1617.
Aunque don Fernando reconoció que el cacicazgo y el pueblo eran dos entidades
distintas que deberían separarse, no se sintió obligado a emprender pasos concretos
en esa dirección. En efecto, un siglo después don Fernando fue acusado de usurpar el
sitio del pueblo; aparentemente el sitio había quedado en el cacicazgo desde entonces
(AGN Indios 41, exp. 196; Indios 42, exp. 77; Indios 43, exp. 29; Tierras 1251, exp.
2, fol. 34v; Tierras 2986, exp. 192, fol. 91v).
Aunque don Fernando no fue el último cacique de Miltepec en servir como gober-
nador, fue el último en gozar del pleno apoyo y cooperación de la gente del pueblo y
su república (cabildo). Pero la enajenación que desarrolló en décadas futuras se debió
en parte a las acciones propias de don Fernando. Ya no residió en Miltepec mientras
fue gobernador en 1718. Se había casado con una cacica de San Pedro y San Pablo
Tequixtepec, doña Josefa Bautista Cortés y Velasco, y la pareja optó por vivir en la
comunidad de la esposa. Tequixtepec era más grande y más próspero que Miltepec,
y como un pueblo comercial en expansión con un sector pequeño pero creciente de
españoles y castas, Tequixtepec también tenía varios caciques y cacicazgos. Uno de
ellos perteneció al padre de doña Josefa, don Felipe Bautista. Su madre, doña Josefa
Juana Cortés de Guzmán, fue una cacica de Chila, donde tenía propiedades signi-
2 Es posible, pero menos probable, que la familia Villagómez de Suchitepec tuviera raíces en Yanhuitlan
en la Mixteca Alta. Un don Rodrigo de Villagómez y Guzmán fue cacique allí en 1674, aunque esta referencia
viene después del casamiento de don Diego de Villagómez de Acatlan-Petlalcingo con doña María Pimentel
y Guzmán de Yanhuitlan (Romero y Spores, comps. 1976: 109). Agradezco a John Monaghan por llamar mi
atención sobre esto.
ficativas. Desde el punto de vista de don Fernando, su casamiento con una dama
más rica y mejor conectada socialmente que él mismo, fue altamente estratégico en
términos económicos y sociales, y la decisión de residir en su comunidad de Tequix-
tepec era un paso lógico. Mientras los padres de doña Josefa escogerían más tarde a
su hermano menor como heredero de los cacicazgos de ambos (siguiendo la regla de
primogenitura), dos generaciones más tarde y a través de un lance inesperado, esas
haciendas llegaron a formar el núcleo de un cacicazgo Villagómez extendido que
abarcaba varias comunidades (AGN Tierras 1251, exp. 2, fols. 2-49v).
El hijo de Fernando y Josefa, don Bernardo Villagómez, nació en Tequixtepec en
1718 y murió a la edad de 41 años en 1759 (ver Figura 1). Continuando la tradición
familiar, don Bernardo sirvió como gobernador de Miltepec (no se sabe por cuánto
tiempo), y poco antes de su muerte se encontró con una ruptura política decisiva
entre el pueblo y su cacicazgo. No se sabe hasta qué punto las acciones propias de
don Bernardo ayudaron a producir esta escisión, pero el año de 1757 hizo época en
la comunidad, cuando recibió las 600 varas de tierra comunal («fundo legal») del go-
bierno central. En su solicitud, la república se había quejado de la represión por parte
de don Bernardo, cuyo cacicazgo controlaba todas las tierras del pueblo. En efecto,
toda la tierra del nuevo fundo legal se tomó del cacicazgo; don Bernardo aceptó este
arreglo sin quejas, aunque fue gobernador a la sazón (AGN Tierras 1251, exp. 2,
fols. 2-49v). Seguramente entendió los cambios en la política agraria en la Mixteca
Baja de esa época, pues muchos otros caciques de la región se encontraron en una
situación semejante. La ley garantizó los fundos legales a los pueblos, y donde los
cacicazgos monopolizaron las tierras de las comunidades, tenían que ceder algunas
de sus tenencias sin compensación.
Pero la república de Miltepec no estaba satisfecha con las 600 varas de tierra que
recibió, quejándose de que no todo era laborable. Aunque el pueblo tenía sólo 49
casados, muchos menos de los 70 que había a finales del siglo XVI, al año siguiente
el pueblo persuadió al alcalde mayor de Huajuapan de que otorgase al pueblo dos
parcelas adicionales. Esta vez don Bernardo se opuso, sosteniendo que la concesión
violaba sus derechos de cacicazgo. El pleito judicial resultante llegó hasta la audien-
cia que falló a favor de don Bernardo, pero el cacique murió antes de tomar posesión
y el pueblo quedó con el control efectivo de las parcelas (AGN Tierras 1251, exp. 2,
fols. 2-49v).
Don Bernardo actuaba en círculos indígenas y españoles y su experiencia en Te-
quixtepec le dio una perspectiva más cosmopolita, en comparación con los residentes
macehuales de Miltepec, la mayoría de los cuales eran campesinos monolingües. Don
Bernardo se casó con la cacica doña Brígida de Mendoza, posiblemente de Suchite-
pec, donde el apellido era bastante común. Don Bernardo probablemente dominaba
la lengua castellana, dado que una hermana suya estaba casada con un labrador es-
pañol, Juan Joseph Rodríguez. El cacique arrendaba unas tierras a su cuñado y a otro
español en Teposcolula, Antonio Matías Pérez, con quien tenía intereses mercantiles
(AGN Tierras 1251, exp. 2, fols. 2-49v; Tierras 763, exp. 2).
La única hija conocida de Bernardo y Brígida fue doña Rita Villagómez Cortés de
Velasco, nacida en 1747. Aunque se sabe poco de su vida si sabemos que heredó el
cacicazgo pequeño de Miltepec de su padre (su madre, como vimos, no heredó los
cacicazgos de sus padres en Tequixtepec y Chila). Doña Rita creció probablemente
en Tequixtepec y se casó con otro Villagómez, don Gregorio, de Suchitepec. Don
Gregorio era el hijo y heredero de don Joseph de Villagómez Guzmán Mendoza,
cacique de Suchitepec, y más probablemente nieto del primer cacique Villagómez de
esa comunidad (ver arriba y Figura 1). Don Joseph había sido gobernador en Suchite-
pec alrededor de 1733, y no fue especialmente acaudalado. Durante más de 12 años,
luchó para pagar los rezagos de tributos que debía desde su término de gobernador
y por último se vió obligado a hipotecar las tierras de su cacicazgo, su único recurso
(AGN Tierras 661, exp. 1, fols. 40v-54v).
Cuando Suchitepec recibió su fundo legal en los 1740s (una década antes que Mil-
tepec), don Joseph se vió atrapado en el fuego cruzado entre los intereses del pueblo
y el cacicazgo. Residía con su familia fuera del pueblo, en el Rancho San Joseph, y la
república ya no confiaba en su manejo de las finanzas del pueblo, aunque había sido
su deber como gobernador. El cacique y otros oficiales del pueblo también estaban
«de pique» entre 1744 y 1752 sobre el amojonamiento correcto del fundo legal, lo
cual, como en Miltepec, se tomó enteramente de las tierras de cacicazgo. Don Joseph
perdió esta batalla, y el cacicazgo Villagómez de Suchitepec se encontraba en una
posición débil cuando su hijo don Gregorio se casó con doña Rita Villagómez de
Miltepec, en los 1760s (AGN Tierras 1589, exp. 1, fols. 41v-44v)3.
Después de la muerte de su padre y una vez tomado el control de su hacienda, una
serie de eventos obligó a don Gregorio a dedicar la mayoría de su tiempo a adminis-
trar el cacicazgo de su esposa en lugar del suyo. No perdió tiempo en tomar posesión
de las tierras que la audiencia había adjudicado al padre de doña Rita, don Bernardo
Villagómez, poco antes de su muerte una década antes. Cuando doña Rita recibió la
posesión de la tierra formalmente en 1767, la república de Miltepec hizo otra vez
objeciones, y el amargo conflicto entre pueblo y cacicazgo continuaba aún después
de la muerte de don Gregorio (AGN Tierras 1251, exp. 2, cuaderno 3, fol. 5v). Pero
la vida de la pareja cambió enormemente en 1781, cuando doña Rita heredó el caci-
cazgo grande de su tío abuelo don Juan Bautista Cortés de Velasco, antes cacique de
Chila, Tequixtepec, y Cuyotepeji. Este extenso cacicazgo tenía propiedades dispersas
en los distritos de Acatlan y Huajuapan, y don Gregorio dedicó el resto de su vida a
mantenerlo unido a través de una dilatada litigación con varios pueblos y caciques.
Don Juan Bautista Cortés de Velasco fue quizás el cacique más sagaz en la Mixteca
Baja en los primeros años del siglo XVIII. Más despiadado que otros, poseyó tierras
en muchos lugares, pero no se sintió en casa en ninguno de ellos. Nacido en Chila
en 1697, don Juan heredó allí un cacicazgo de su madre, doña Josefa Juana Cortés y
Guzmán, y otro en Tequixtepec de su padre, don Felipe Bautista (ver Figura 2).
3 Además de Gregorio, don Joseph tuvo al menos un hijo más, Alberto.
Melchor Guzmán
Chila, vive 1597
Isabel de la Cruz = Juan Bautista Cortés de Velasco Josefa Bautista Cortés y Velasco = Fernando Villagómez y Guzmán
(sin hijos) Chila, Tequixtepec, Cuyotepeji Chila Miltepec (ver Fig. 1)
1697 - 1772 1698 -
(ver Fig. 1)
Clara Morales =
(sin hijos)
Brígida de Mendoza = Bernardo Villagómez
Miltepec, 1718 - 1759
Cayetana Ortiz = (ver Fig. 1)
Figura 2: Genealogía y herederos del Cacique don Juan Bautista Cortés de Velasco, 1697-1772.
Los antecedentes del padre de don Juan no están claros; se rumoreaba que el
abuelo paterno y tocayo de don Juan había inmigrado a Tequixtepec desde el pueblo
nahua de Santiago Tecali en el Valle de Puebla (AGN Tierras 1089, exp. 1, fol. 10v).
Por contraste, el cacicazgo de Chila se había mantenido sin duda en la familia de la
madre de don Juan desde por lo menos finales del siglo XVI, y doña Josefa lo heredó
en 1694. Su esposo, don Felipe Bautista, fue gobernador en Chila en 1699 (AGN
Tierras 1089, exp. 1, fol. 24-52v)4.
4 Para detalles sobre los caciques Guzmán de Chila en el siglo XVI, véase AGN Indios 1, exp. 18; Indios 3,
exp. 773; y Indios 4, exp. 945. No fue poco común que los caciques sirvieren de gobernador en las comunidades
de su esposa. Véase Chance (2008, 2009) para más ejemplos.
Cuando ya había alcanzado la edad de 30 años, don Juan dominaba bien la lengua
castellana y había adquirido fama como un «hombre rico» y un empresario astuto
(AGN Tierras 565, segunda parte, exp. 4). Arrendaba todas sus extensas tierras y las
aumentaba por medio de tácticas agresivas y a veces dudosas. Recaudó más de 2.000
mil pesos anualmente de sus arrendatarios españoles en Chila y Tequixtepec, una
cantidad superior al promedio entre caciques mixtecos de la época. Sin embargo, dijo
al juzgado en 1741, que le faltaba dinero para continuar con los varios pleitos sobre
tierras en que estaba involucrado (AGN Indios 55, exp. 3). Durante toda su vida mos-
tró una predilección por la agresión seguida por el remordimiento. En 1732, confesó
haber invadido la hacienda de un cura y la restituyó voluntariamente (AGN Tierras
494, exp. 3). En 1770, ya de edad avanzada y temiendo la muerte, don Juan devolvió
la tierra que o él o su padre habían usurpado de otro cacicazgo en Chila. Mientras
pretendía que hacía esta restitución para limpiar su conciencia, don Juan devolvió
tierras a otros dos individuos más o menos en las mismas fechas para evitar un pleito
que sabía que probablemente perdería (AGN Tierras 1089, exp. 1, fols. 28, 141).
Aunque fue afortunado en el negocio de bienes raíces, don Juan no participó mu-
cho en la política, al menos no abiertamente. A los 36 años de edad, vivió por un tiem-
po en Tequixtepec, donde dirigió brevemente una facción en la turbulenta caldera
política del pueblo y fue elegido gobernador en 1733. El año siguiente perdió frente
a una facción competidora que quedó en el poder durante al menos los siguientes
nueve años, y no he podido confirmar que don Juan llegara a desempeñar de nuevo
un cargo político (AGN Tierras 525, exp. 1, fol. 84; Indios 54, exp. 5; Indios 55, exps.
169, 175, y 196)5.
Hacia 1753, don Juan era conocido en todas partes de la Mixteca por su riqueza y
como «dueño de haciendas» (BN Tenencia de la Tierra en Puebla, Caja 2, exp. 195).
Se había mudado a la ciudad de Puebla, donde residió el resto de su vida, y dejó sus
negocios en la Mixteca en las manos de mayordomos españoles de la región6. Pero
mientras don Juan maniobraba hábilmente en ambos mundos, mixteco y español,
nunca había podido engendrar un heredero (ver Figura 2). Se casó tres veces, y sus
dos primeras esposas murieron sin hijos (AGN Tierras 1089, exp. 1, fol. 14v). Más
tarde, ya con más de 70 años y mientras residía en Puebla, se casó con su tercera es-
posa, doña Cayetana Ortiz de Mendoza, hija de un sastre de recursos modestos y des-
cendiente de caciques tlaxcaltecas. Doña Cayetana estaba embarazada cuando don
Juan murió en 1772 a la edad de 75 años. Cinco meses más tarde ella dio a luz una
hija, doña Eduviges Cortés de Velasco, quien inmediatamente fue declarada heredera
del cacicazgo de su padre difunto. Pero la hija murió a la edad de seis años, haciendo
saltar un pleito sobre la sucesión que duró dos años. Hubo solicitudes por parte del
tío paterno de don Juan, don George (Jorge) Bautista, un cacique de Chazumba; del
5 Documentos en el AGN sugieren que Tequixtepec experimentó dos períodos de turbulencia política
cuando rivalidades para cargos políticos locales eran especialmente acaloradas. El primero fue durante el
tiempo de don Juan entre 1723 y 1743; el segundo duró desde aproximadamente 1804 hasta los 1850s (AGN
Indios 47, exp. 155; Indios 51, exps. 3 y 40; Indios 54, exp. 5; Indios 55, exps. 169, 170, 175, 196; Tierras
525, exp. 1, fol. 84.)
6 Durante 1753-1762, un español de Chila, Isidro Cariño, manejaba los cacicazgos de don Juan (AGN
Tierras 1089, exp. 1, fol. 13v).
3. El siglo XIX
Acosado por campesinos mixtecos hostiles y oficiales españoles, muchas veces in-
clementes, el futuro del cacicazgo seguía siendo dudoso al principio de las guerras
de Independencia en 1810. Pero se recuperó notablemente bajo la administración
agresiva del hijo y heredero de don Narciso, don Mariano Francisco Villagómez
de Villagómez Cortés de Velasco. Don Mariano era todavía menor de edad cuando
heredó el cacicazgo, pero desde aproximadamente 1817 hasta su muerte en 1860,
defendió infatigablemente las propiedades de la familia ante fuerzas abrumadoras.
Heredando una hacienda pesadamente hipotecada, don Mariano se enfrentó con un
contingente de campesinos cada vez más provocativo, animado por la insurrección
de Morelos que se extendía por el paisaje oaxaqueño. Un realista hasta el fin (como la
mayoría de caciques), don Mariano se esforzó por adaptarse a la abolición de las le-
yes de vinculación que quitó la base legal de los mayorazgos y cacicazgos por igual.
La Independencia mexicana en 1821 puso fin también al reconocimiento legal de la
nobleza indígena, y don Mariano fue conocido en la región durante la mayor parte
de su vida como un «ex-cacique». También fue el primero de su familia en casarse
con una española criolla, doña Mariana de Jesús de la Sierra Peñafiel, una mujer con
antecedentes en Tequixtepec, aunque su familia se había mudado a Suchitepec antes
de su matrimonio (AHJO Huajuapan Civil, Legajo 5, exp. 2; Monaghan 2005: 421).
La hacienda Villagómez había decaído bajo el padre de don Mariano, quien, como su
propio padre anteriormente, se identificó con Suchitepec pero no vivía allí. Don Ma-
riano, por el contrario, construyó su casa en tierras de su cacicazgo en el Rancho del
Castillo en la municipalidad de Suchitepec. Esto le proporcionó una presencia local,
aunque su residencia fuera del centro del pueblo también simbolizaba la creciente
distancia social y cultural entre los vecinos y la familia Villagómez de ex–caciques.
Los únicos pueblos mayores del cacicazgo donde don Mariano no se enfrentó con
litigios fueron Suchitepec y Chila. En Chila, mientras su padre había perdido las
tierras en El Molino (ver arriba), el cacicazgo poseía todavía tierras en el pueblo su-
jeto de San José Chapultepec que pagaba rentas a don Mariano de 40 pesos por año
(AGNP Acatlan, Protocolo de 1819, núm. 2). El primer reto a don Mariano fue en
Cuyotepeji, en 1812, cuando el pueblo, bajo la bandera de las fuerzas de Morelos, in-
vadió tierras de Villagómez en el Rancho de Cabras y la Cañada de Solano, reclaman-
do que el padre de don Mariano las había usurpado. Aunque don Mariano se sintió
sin fuerzas a la sazón, los vientos políticos cambiaron cinco años después, y cuando
presentó su demanda para restitución en 1817, el pueblo la concedió sin pelea y aún
dijo que le reconoció como su cacique (AHJO Huajuapan Civil, Legajo 3, exp. 15).
Conforme declinaba el pleito con Cuyotepeji (por ahora), estalló otro en Miltepec,
donde don Mariano puso una demanda en 1817 para recuperar una extensión grande
de tierra que el pueblo había invadido. El cacique se sintió acosado por dos lados. Vio
como su enemigo, el subdelegado de Huajuapan, quería destruir el cacicazgo Villagó-
mez. Don Mariano defendió sus intereses al sostener que el cacicazgo debería tratarse
exactamente como los mayorazgos, con sus derechos de vinculación (los cuales to-
davía estarían en efecto durante otros cuatro años). Como respuesta, el subdelegado
calificó a don Mariano de «ladrón» que usurpaba tierra de pueblos indígenas con
mala fe, aunque sabía que el cacique tenía el apoyo de algunos clérigos de la región.
Por otra parte, don Mariano se sintió igualmente enajenado por los vecinos mixtecos
de Miltepec. Desde su rancho en El Castillo menospreciaba el carácter de los indios
en general, quienes a su parecer sólo querían agarrar sus tierras de cualquier manera
posible. Un año más tade la audiencia devolvió las tierras en Miltepec a don Mariano;
el pueblo apeló la decisión pero faltaba la documentación para una argumentación
convincente. Sin embargo, hacia 1820, los vecinos invadían de nuevo las tierras en
conflicto (AGN Tierras 2986, exp. 192; Tierras 1251, exp. 2, fols. 6-23; Tierras 1418,
exp. 6, fols. 56, 126, 137, 175v).
toda la tierra cultivada todavía formaban parte del cacicazgo, y los residentes habían
estado pagando renta hasta por sus solares. Un episodio de 1850 y 1851 representa
gráficamente la naturaleza híbrida del ex-cacicazgo Villagómez 30 años después de
la Independencia. Una decisión judicial en 1850 confirmó el derecho de don Mariano
a cobrar a Cuyotepeji 180 pesos anualmente por el uso de sus solares y tierras culti-
vables, y el pueblo consintió en pagar. No queriendo confiar en los entendimientos
tradicionales no escritos, don Mariano pidió y recibió las firmas de los oficiales de
Cuyotepeji en un contrato formal de arrendamiento por cinco años. El contrato tenía
37 páginas con 24 cláusulas distintas para anticipar todas las contingencias posibles,
pero el pueblo cesó sus pagos después de tres años cuando hubo una epidemia de có-
lera. Siguió un feo escenario cuando el juez de Huajuapan apoyó el derecho de cobrar
de don Mariano y mandó secuestrar los animales de los vecinos de Cuyotepeji con la
asistencia de tres soldados armados.
Este evento y otros parecidos en la Mixteca entre 1750 y 1850, parecen indicar que
la estructura interna de derechos y obligaciones entre caciques y terrazgueros, tan
importantes durante la colonia, había fracasado y había sido sustituída por arreglos
contractuales más impersonales promovidos por el gobierno mexicano y su nuevo
sistema judicial. Pero hay más aspectos de esta historia. Al mismo tiempo que don
Mariano redactaba el contrato de arrendamiento para las firmas de los miembros de
la república, también recibía señales tradicionales de respeto de sus inquilinos en
el pueblo, incluyendo regalos de tortillas, comidas, pollos, y guajolotes para fiestas
familiares. Estas señales de respeto seguían, aún cuando la república resistió y con-
travino los fallos judiciales. El hijo y heredero principal de don Mariano, Andrés
Villagómez, seguía recibiendo regalos de comida como reconocimiento de sus dere-
chos señoriales después de la muerte de su padre en 1860 (AHJO Huajuapan Civil,
Legajo 12, exp. 7; Legajo 18, exp. 2; Legajo 21, exp. 5). Esta amalgama híbrida de
costumbres tradicionales y «modernas» no era insólita en la Mixteca Baja, donde los
campesinos habían dependido por mucho tiempo de los caciques para el acceso a la
tierra. Hasta que las leyes se cambiaron después de la Independencia, esta amalgama
se sostenía también por la estipulación legal de que los dueños de cacicazgo tenían
que ser indios de ascendencia noble. Mientras este requisito era muchas veces poco
más que una ficción legal a finales del siglo XVIII, caciques de la época de ascenden-
cia mixta sabían bien que sus enemigos podían acusarles en el juzgado si no tenían
cuidado. Por eso, mientras permaneció el marco colonial, los caciques encontraron
buenas razones para mantener las costumbres indígenas locales, si bien buscaban
también reducir la tensión con repúblicas hostiles con procedimientos más contraac-
tuales. El aspecto notable del cacicazgo Villagómez en Cuyotepeji era que esta insti-
tución híbrida, forjada en tiempos coloniales, persistía más de 40 años después de la
Independencia ante un régimen legal nuevo que pretendió eliminarla.
Cuando murió en 1860, don Mariano dejó una hacienda valorada entre 30.000
y 40.000 pesos (AHJO Huajuapan Civil, Legajo 30, exps. 17 y 26). Este ex-caci-
cazgo fue el segundo en tamaño en la Mixteca Baja, pero se valoró en menos de
un tercio del cacicazgo más grande, el de los Villagómez de Acatlan-Petlalcingo,
valorado en 130.000 pesos en 1821 antes de su división (Chance 2008: 84; 2009:
113). Don Mariano había pagado las hipotecas firmadas por su padre e hizo un nego-
cio provechoso, aunque se puede cuestionar cuán provechoso. Ademas de las tierras
principales en Suchitepec, Miltepec, Cuyotepeji, Tequixtepec, y Chila, también ha-
bía cuatro ranchos y otras propiedades más pequeñas en los pueblos de Cuautepec,
Misquistlahuaca, Tlacotepec, San José Chapultepec, Acaquizapa, Zapotitlán Palmas,
Chilistlahuaca, y, antes de que se vendieron al pueblo, en Patlanala, en el distrito de
Silacayoapan (AHJO Huajuapan Civil, Legajo 30, exps. 17 y 26; Legajo 34, exp. 4).
Viudo en 1856, don Mariano pasó sus últimos años yendo y viniendo entre su rancho
en Suchitepec y Huajuapan, donde tenía dos casas. Una de sus hermanas se había
casado con un comerciante de Huajuapan, y don Mariano tenía tratos mercantiles con
varios criollos. Poseía otras casas en Petlalcingo, Tequixtepec, Suchitepec (centro), y
en el Rancho de las Cidras. Como sus antecesores, derivaba su ingreso de una mezcla
de rentas y comercio, aunque no se sabe la cantidad del segundo. Este ex-cacique,
como otros de su tiempo, tenía poco interés en trabajar sus tierras él mismo. En una
región dedicada principalmente al pastoreo de ganado mayor y menor, don Mariano
poseyó personalmente en 1860 sólo 33 caballos, 30 vacas, cuatro bueyes, y dos mulos
(AHJO Huajuapan Civil, Legajo 34, exp. 4).
La mayoría de los otros ex-caciques que quedaban en la Mixteca Baja a mediados
del siglo XIX sin duda envidiaban el éxito de don Mariano como terrateniente y pe-
queño empresario. Pero lo logró con un gran costo. Don Mariano pasaba gran parte
de su vida en los juzgados manteniendo la unidad de su hacienda, y hacia 1850 esta-
ba gastando entre 500 y 600 pesos anualmente en la litigación. Siempre un litigante
tenaz, en sus últimos años se cansaba de los constantes conflictos que disminuían
su satisfacción en lo que había logrado (AHJO Huajuapan Civil, Legajo 18, exps.
2 y 3). Y se puede cuestionar exactamente qué había logrado. Aunque restableció la
solvencia del cacicazgo casi insolvente que heredó de su padre, los propios hijos de
don Mariano consideraban los grandes gastos de litigación como la razón principal
de un descenso en el valor de la hacienda durante su vida (Monaghan 2005: 420). Sea
cual sea el balance, la tenacidad de don Mariano en defender sus propiedades en un
ambiente social y legal cada vez más hostil a la vinculación y los privilegios nobles,
fue impresionante.
Monaghan y otros han descrito hábilmente la situación del cacicazgo Villagómez a
finales del siglo XIX, después de la muerte de don Mariano. Siguiendo la regla de la
primogenitura, Andrés Avelino Villagómez, el mayor de sus nueve hijos, fue el here-
dero principal, y la familia acordó que él sería el último en poseer el vínculo (Mona-
ghan et al. 2003: 133). Andrés resultó ser un administrador capaz, pero la época del
cacicazgo como hacienda vinculada había pasado, y afrontó la tarea de cortar por lo
sano. Hubo largos y caros conflictos con Zapotitlán Palmas, y Andrés decidió vender
sus propiedades en Cuyotepeji a los inquilinos anteriores del pueblo sólo para eximir-
se de los pleitos (Monaghan 2005: 420). Cuando Andrés murió en 1881, las propie-
dades se dividieron entre sus seis hijos. Reservaron unas tierras para ellos mismos,
vendieron otras a pueblos locales, y aún otras a parientes. La familia Villagómez fue
prolífica a finales del siglo XIX y en los primeros años del siglo XX y las propieda-
des se dividieron más y más a través de los años. Las propiedades de los bisnietos de
4. Conclusión
La historia del cacicazgo Villagómez sugiere que los investigadores han subes-
timado la importancia del faccionalismo y la diversidad de puntos de vista en los
pueblos indígenas. La mayoría de la información que nos proporcionan los archivos
sobre la política interna de los pueblos mixtecos se filtra por las repúblicas, que a
veces representaban consensos locales, pero frecuentemente no lo hicieron. En efec-
to, las muchas instancias de conflicto en los pueblos del cacicazgo Villagómez de-
muestran que en muchas comunidades no hubo consenso. En el caso de Cuyotepeji
mencionado arriba, aún mientras las relaciones entre cacique y algunos vecinos eran
distantes y hostiles, el reconocimiento de derechos señoriales por otros y el pago de
terrazgo, aún si era principalmente simbólico, continuaba. Éste no fue un caso aisla-
do, y la continuidad subyacente del pago de terrazgo se vio oscurecida muchas veces
por los conflictos crecientes entre los caciques y las repúblicas (Chance 2010). Estos
conflictos eran bastante reales, pero la variedad de opiniones hacia los caciques en los
pueblos fue más grande de lo que a menudo reconocemos. Así no debe sorprendernos
que las antiguas formas ideológicas de sostener el status de cacique persistieran en
la Mixteca Baja hasta principios del siglo XX, o que las historias orales aún hoy se
refieran a caciques como yya, el término mixteco antiguo para élite (Monaghan 1997:
271). Que el cambio político no excluía una significativa continuidad cultural, lo
subraya el hecho de que los cacicazgos permanecieron siendo instituciones híbridas
hasta mediados del siglo XIX, combinando, con inquietud, nociones indígenas del
privilegio noble con conceptos europeos de la propiedad privada.
5. Referencias documentales
6. Referencias bibliográficas
Caso, Alfonso
1958 «El Mapa de Xochitepec», en Proceedings of the 32nd Internacional Congress of
Americanists, pp. 458-466. Copenhagen: Internacional Congress of Americanists.