Poemas
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El albatros
Y salí con una gran sed. Porque el gusto apasionado de las malas lecturas
engendra una necesidad en proporción de aire libre y de refrescos.
Al mismo tiempo oí una voz que me cuchicheaba al oído, una voz que
reconocí perfectamente: era la de un Ángel bueno o la de un Demonio bueno,
que a todas partes me acompaña. Puesto que Sócrates tenía su Demonio
bueno, ¿por qué no había yo de tener mi Ángel bueno, y por qué no tendría,
como Sócrates, el honor de alcanzar mi certificado de locura, firmado por el
sutil Lélut y por el avispado Baillarger?
De repente -¡Oh milagro!, ¡oh goce del filósofo que comprueba lo excelente
de su teoría!- vi que la vieja armazón de huesos se volvía, se levantaba con
energía, que nunca hubiera sospechado yo en máquina tan descompuesta, y
con una mirada de odio que me pareció de buen agüero, el decrépito
malandrín se me echó encima, me hinchó ambos ojos, me rompió cuatro
dientes, y con la misma rama me sacudió leña en abundancia. Con mi enérgica
medicación le había devuelto el orgullo y la vida.
Hícele señas entonces, para darle a entender que yo daba por terminada la
discusión, y, levantándome tan satisfecho como un sofista del Pórtico, le dije:
« ¡Señor mío, es usted igual a mí! Concédame el honor de compartir conmigo
mi bolsa; y acuérdese, si es filántropo de veras, que a todos sus colegas,
cuando la pidan limosna, hay que aplicarles la teoría que he tenido el dolor de
ensayar en sus espaldas.»
Me juró que se daba cuenta de mi teoría y que sería obediente a mis consejos.
Pérdida de la aureola
-Querido, usted conoce mi terror de los carruajes y de los caballos. Hace un rato
apenas, cuando atravesaba yo el bulevar con gran prisa y chapoteaba entre el
barro, a través de ese caos de movimiento, de donde la muerte llega al galope de
todas partes a la vez, mi aureola, en un movimiento brusco, se deslizó en el
fango del macadem. No tuve el valor de recogerla. Juzgué menos desagradable
perder mis insignias que dejarme romper los huesos. Y luego, me dije para mi
coleto: “No hay mal que por bien no venga. Puedo ahora pasearme de incógnito,
cometer malas acciones y entregarme a la crápula, como los simples mortales”.
Y heme aquí, completamente parecido a usted, como ve.
– Por lo menos debiera usted anunciar la pérdida de su aureola, reclamarla por
el comisario.
-¡Oh no! Me siento bien aquí. Sólo usted me ha reconocido. Por otra parte, la
dignidad me aburre. Y sobre eso, pienso con alegría que cualquier malvado la
recogerá y se la pondrá impúdicamente. Hacer a alguien feliz. ¡Qué alegría! ¡Y
sobre todo, un alguien feliz que me hará reír! Piense en X o en Z… ¡Qué
divertido resultará!