Ociosos
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id=35107 25-07-2006
Las familias de la clase ociosa heredan apellidos que atraviesan siglos y guerras, con o sin
guión, con o sin preposición, cuyo origen no siempre es conveniente averiguar; sillones en
consejos de administración que se traspasan como canonjías, masters y cursos de idiomas
en el extranjero, escuelas de negocio privadas que funcionan como agendas ocultas,
jornadas repletas de comidas, cenas y desayunos, fiestas, encuentros, seminarios,
convenciones; escogidos nombres de pila que se suceden, repiten, insisten, hasta afianzar
su identidad de marca (por utilizar conceptos neoliberales), hasta grabarse en la memoria
colectiva de la sociedad. La clase ociosa, desde los años ochenta, construyó, antiguas
maderas nobles, un altivo mirador de cristal desde el cual contemplar su obra: ellos
mismos y su ser-en-el-mundo. Consolidaron la eficacia de los procesos de producción con
las externalizaciones y deslocalizaciones, elevaron la industria del ocio y el
entretenimiento hasta unos beneficios desconocidos y diseñaron la ideología
contemporánea y sus ramificaciones tecnocráticas creando el negocio universal de la
cultura de masas.
La novela Cuarteto, de Manuel Vázquez Montalbán, publicada en 1988, teje una compleja
red de relaciones de clase y perversiones “de estilo” entre unos personajes absortos en su
propia contemplación, que encajan en la descripción de la clase ociosa de Veblen: gusto
“formado” de sofisticada apariencia, rivalidades y envidias que simulan antiguos duelos de
honor, la comida como goce sensorial (deconstrucciones, emulsiones, fusiones e
influencias orientales) y como telón de fondo, por debajo de la espuma de la frivolidad, la
idea de la reproducción de la clase, de su especie. Una reproducción necesaria, ineludible, 4
para la preservación de “su” modo histórico de producción y para afianzar, en tiempos
convulsos, su propia identidad fundamental: el culto al ego (la ostentación) y a la riqueza
(la acumulación de patrimonio).
El drama, en la obra de Vázquez Montalbán, se planteará con la inesperada presencia de
un embarazo. El asesinato, casi ritual, desatará la tensión entre los personajes. La
investigación policial será testigo mudo, coro silencioso. Se sabe, se conoce lo ocurrido,
pero no se puede actuar ya que no se puede nombrar. La clase ociosa resulta absuelta y
hace las maletas: hija, en parte, de la primitiva casta sacerdotal, ha conseguido mantener
el valor de cambio y uso del apellido, es decir, hacer del nombre un conjuro, una eximente
completa ante cualquier procedimiento judicial, ante cualquier contratiempo. La reiterada
conducta autoritaria, impredecible, desvergonzada, que emana de su condición de
“hacedores de la lluvia” extenderá -por miedo- la admiración religiosa a las clases
subordinadas hasta llegar al fanatismo de la forma: un examen detallado de lo que según
el sentir popular se estima como apariencia elegante demostrará que tiende a dar en todo
momento la impresión de que el usuario no se dedica habitualmente a realizar ningún
esfuerzo útil (TCO, pág. 181). La clase ociosa subsidiaria -esa que disfruta por delegación
soñando alcanzar la categoría social de sus modelos de virtud e ingresos- cree que el
cambio de clase (si acaso esto es posible, sin sufrir daño psicológico irreparable) es sólo
una cuestión de renta.
Para ellos su mundo social era un paisaje predestinado del que podían esperar algún
cheque de vez en cuando, un respaldo económico inicial para el negocio de antigüedades y
algún día una herencia suficiente que les permitiera seguir siendo lo que eran hasta el fin
de sus días, es decir, seguir siendo importantemente nadie, considerablemente nada
(Cuarteto, pág. 38)
¿Qué significa la frase las clases hablan entre sí se comunican a través de códigos fijos
establecidos por la democracia formal y sus diccionarios? (subrayado # 2)