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Protocolo Infancia

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Protocolo de sesión del 30 de noviembre de 2017

Dimos inicio a la sesión, retomando algunas direcciones que Lyotard nos abrió en su texto
Prescripción, en el que se expone la relación entre ley, cuerpo e infancia, a partir de una
lectura de la colonia penitenciaria de Kafka.

En dicho texto, el cuerpo aparece en la encrucijada de una doble dimensión estética, de un


doble toque: se podría decir que se encuentra entre una “estética de la crueldad”, propia de
lo que, en el cuerpo, es sacrificado cruentamente a la ley; y una “aisthesis inmemorial”,
propia de lo que, en el cuerpo, resiste o insiste, como potencia frente a la ley. Primer toque:
el cuerpo sin ley, pre-inscrito, intratable e inocente -pues no sabe de culpa ni de moral-,
sólo una vez ingresado al orden de la ley y del lenguaje, puede tener noticias de sí.
¿Podríamos leer como infancia -como aquello que no tiene habla ni voz, una inocencia que
tiene la potencia de producir el balbuceo y el gesto-, a este cuerpo, a este primer toque del
que nos habla Lyotard? Sin embargo, como decíamos, sólo podemos saber de ese primer
toque por medio del segundo, es decir, diferido por el re-toque de la ley.

El cuerpo ha sido capturado por la ley, toda vez que ha sido condenado a ser una mera
superficie donde la palabra de la ley se inscribe, traduciéndose como impresión, como re-
toque, como herida, que instala al cuerpo sufriente en una economía de la culpa, cuya
operación sería la administración de la muerte. En este sentido, Lyotard dirá que solo la ley
libera al cuerpo de la culpa por medio de la muerte, puesto que para la ley, el cuerpo es
desde ya culpable, por el hecho de haber sido tocado antes que ella lo tocara. Por lo tanto,
el cuerpo solo puede coincidir con la ley, muriendo en virtud de la justicia. Una vez muerto,
queda redimido pues ya no queda nada de ese remanente de culpa ¿Habría que entender,
entonces, que la única redención posible del cuerpo, sería aquella que llega con la muerte?
¿Cómo desactivar la relación entre cuerpo y ley, sin tener que pasar por la muerte? ¿Cómo
pensar una idea de redención que no sea expiatoria, que no pase por la ley?

En relación a esto, el concepto de redención que Benjamin expone en sobre el concepto de


historia puede ser iluminador, puesto que, en una constelación de pensamiento totalmente
distinta, nos abre la posibilidad de pensar la redención en oposición a la expiación de
culpas. Lo que se redime no son los pecados, sino todo aquello que en la historia ha sido
oprimido. Si en Lyotard, la potencia del cuerpo -que al mismo tiempo es la potencia de la
infancia-, es aquello que insiste o resiste a contrapelo de la ley; en Benjamin, la potencia de
lo oprimido es lo que insiste o resiste a contrapelo de la historia. ¿Pero de qué historia se
está hablando? Se trata de la concepción historicista de la historia, que a fines del siglo XIX
se vuelve hegemónica y se instala como el concepto dominante de Historia. Esta idea de
historia se relaciona con las ciencias positivas que durante esos años están en auge. De su
alianza, surge la pretensión de transformar la historia en ciencia histórica, con un método
científico para el conocimiento de los hechos del pasado “tal como sucedieron”, como si
estos fueran objetos de un saber objetivo. Y así como, en el momento en que la ley se
transforma en un saber para el condenado -y entonces sabe de qué es culpable-, éste olvida
y neutraliza el potencial redentor del cuerpo, de su antes de la ley; Así, cuando la historia se
transforma en un saber, ésta olvida y neutraliza todo el potencial redentor del pasado, de su
antes de la historia.

¿Cómo recuperar esa potencia? La clave está quizás en el fragmento I del texto. Para
Benjamin, la historia es un campo de batalla y una de sus batallas es la que se libra por el
concepto de historia. La lucha de la historia contra la historia dominante, contra aquello que
ha vencido y seguirá venciendo, si es que no se desactiva el concepto dominante de
historia, la interrupción de ese dominio es la tarea del materialista histórico benjaminiano.
Sin embargo, la victoria depende de su alianza secreta con la teología, nos dice Benjamin.
¿Por qué esa alianza es la clave de la única chance de triunfo? Es porque la teología abre la
posibilidad de pensar y hacer la historia desde una experiencia radicalmente distinta de la
temporalidad: da lugar a la experiencia redentora, interrumpiendo la idea de historia como
un saber objetivo y como un continuum temporal, lineal y progresivo.

La historia como experiencia abre la posibilidad de que todos o cualquiera, entren en


relación con la historia. De este modo, la historia, como se piensa tradicionalmente –en la
tradición de los vencedores- quedaría interrumpida. Para Benjamin, ya no habría más
historia con H mayúscula, no más hechos objetivamente más relevantes que otros, los
cuales se articularían siguiendo un secreto hilo conductor cuya verdad solo podría ser
conocida por el historiador académico entrenado en las ciencias históricas.
No apoderarse de un saber, sino apoderarse de un recuerdo, experimentarlo en el instante
de peligro, en ese instante en que todo saber quedaría destituido, puesto que un recuerdo
que acontece en un instante de peligro es inadministrable para cualquier saber: acontece a
espaldas de nuestra conciencia y de nuestra voluntad, pues se encontraba durmiendo en lo
más profundo. Sin embargo, es un recuerdo gatillado por el peligro, en otras palabras, es un
recuerdo que podría salvarnos. Para Benjamin, el peligro es prestarse como herramientas
para la clase dominante, pero esto no quiere decir que la clase dominante se pueda
identificar en un grupo de personas. Aquí la clase dominante se puede traducir de modo
general como todo aquello que domina: Son las relaciones normativas de medios y fines
que el orden del derecho nos impone; es la concepción burguesa del lenguaje que nos
inculca la idea de que el lenguaje es un medio para la comunicación de ideas y
pensamientos; es la historia historicista y la idea de progreso como norma histórica, etc.

¿Se puede pensar la infancia como aquello que tiene que ser redimido porque ha sido
vencido y no ha cesado de perder? ¿forma parte de la tradición de los oprimidos? ¿Es la
infancia una potencia que podría abrirnos a otra dimensión de la experiencia y de la
temporalidad? Si aquel recuerdo que nos puede salvar, acontece como experiencia
involuntaria en el instante de peligro, ¿Cómo podemos estar seguros de que volverá a
acontecer esa experiencia? ¿Qué relación hay entre ese recuerdo que salva y la infancia?
¿Cómo podemos producir las condiciones para que esa experiencia del tiempo acontezca?
En otras palabras ¿Cómo podemos crear las condiciones de acontecimiento de una infancia
redentora?

Waldo Ortiz

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