Los Judios y Los Cumpleaños
Los Judios y Los Cumpleaños
Los Judios y Los Cumpleaños
Los cumpleaños realmente no merecen aplauso, porque no conmemoran nada más que nuestra
primera aparición en el escenario de la vida. Como dijo Voltaire, "Dios nos dio el regalo de la vida,
pero depende de nosotros darnos el regalo de vivir bien". Cómo desempeñamos nuestro rol es la
mayor prueba de nuestro carácter.
El gran rabino del siglo XVIII, Rav Moshé Sofer, conocido por el nombre de su mayor trabajo
Jatam Sofer, resolvió una fascinante pregunta a través de esta idea.
El Talmud enseña que las personas realmente santas mueren en el día de su cumpleaños. La razón
dada para esta aparentemente dura relación es que se trata de una bendición que fue decretada
Divinamente. Las personas justas obtienen el regalo de tener años completos. Independientemente
de cuán larga sea su vida, ellos la viven hasta el último día.
Es una hermosa idea, pero el Jatam Sofer se pregunta cómo puede ser cierto eso, siendo que muchas
figuras santas del pasado no fallecieron en el día de su cumpleaños. ¿Acaso eso los descalifica ante
nuestros ojos?
Por supuesto que no, dice el Jatam Sofer. Esas personas piadosas sí murieron en su cumpleaños,
sólo que estamos considerando mal qué día es su cumpleaños. El justo morirá en el mismo día en
que se hizo justo, el día en que demostraron por primera vez su santidad, el día en que confirmaron
el tipo de conducta santa que los elevó por sobre los demás. Ese es el día en que realmente nacieron.
Y ese es el día en el cual pasarán al mundo venidero para ser recompensados por su grandeza.
Cada uno de nosotros tiene más de un cumpleaños. El primero es por supuesto puramente biológico.
Ese momento les dio alegría a nuestros padres, pero realmente no tenemos ningún derecho de
atribuirnos ningún mérito sobre su importancia. Nacimos, pero aún dependía de nosotros probar
mediante la forma en que viviríamos si eso merecía regocijo.
Son los otros "cumpleaños" que tenemos los que merecen reconocimiento.
El día en que aprendí por primera vez a leer el Alef-Bet, cuando mi padre escribió las letras en
hebreo en una tabla con miel, me enseñó como pronunciarlas y luego me permitió lamer la dulzura
de sus formas y absorber la escritura de Dios en mi alma, ese fue el día en que nací a la conciencia
judía.
El día en que recibí mi ordenación rabínica, mi Smijá, fue el día en que nací para comenzar mi vida
en el servicio de Dios y para dedicar todas mis energías para el beneficio de nuestro pueblo.
El día en que me casé fue el día en que, a los ojos de la tradición judía, me convertí en una persona
completa, hasta entonces incompleto sin mi divinamente asignada compañera.
Los cuatro días en los que fui bendecido con la llegada de cada uno de mis hijos me permitieron la
alegría de saber que yo podría transmitir el legado de nuestros ancestros a una nueva generación, y
los nueve nietos que vinieron después fueron una hermosa decoración en el pastel con la que Dios
generosamente me bendijo.
¿Entonces por qué habría de celebrar mi propio cumpleaños, un día que no tiene nada que ver
conmigo personalmente, cuando tengo tantos otros momentos importantes en la vida que merecen
mucho más una celebración?