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Analisis Critico Sobre El Estado

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DERECHO ADMINISTRATIVO

ANALISIS CRITICO SOBRE EL ESTADO


EN AMERICA LATINA

No podemos empezar a hablar del Estado de forma crítica si antes definir y conceptualizar
su significado y/o significante.
La palabra estado se refiere a la situación en la que pueden encontrarse personas,
objetos, entidades o contextos en un determinado momento. Esto abarca también los
modos de ser o estar en el transcurso del tiempo.
La palabra proviene del latín status, que significa "estar detenido". Con el tiempo, la
palabra comenzó a usarse para referir el estado de algo en un momento determinado, uso
que se extendió rápidamente en la política para referirse a la república.
En su sentido más amplio, la palabra estado puede usarse de la siguiente forma: "Su
estado de salud es excelente"; "Dejaron la casa en estado de abandono"; "La crisis social
ha alcanzado un estado alarmante"; "Revisemos el estado del clima antes de salir";
"Durante el experimento el líquido ha pasado a estado gaseoso".
Estado en política
El Estado es una forma de organización socio-política. Se trata de una entidad con poder
soberano para gobernar y desempeñar funciones políticas, sociales y económicas dentro
de una zona geográfica delimitada. Los elementos que constituyen el Estado son
población, territorio y poder.
El Estado moderno normalmente se estructura en tres poderes: poder ejecutivo, poder
legislativo y poder judicial.
En la actualidad, existen distintas formas de organización de un Estado. Entre ellas,
podemos mencionar el Estado central, el Estado federal o el Estado autónomo,
denominaciones relativas al modo en que se organiza el territorio y se distribuyen las
competencias.
La palabra Estado, referida a la unidad política máxima de un país, se escribe con
mayúscula. Por ejemplo: "El Estado de Chile"; "El Jefe de Estado anunció nuevas
medidas"; "Hay rumores de que habrá un golpe de Estado". Asimismo, se usa mayúscula
cuando la palabra alude a las estructuras militares: Estado Mayor, Estado Mayor Central y
Estado Mayor General.
Diferencia entre Estado, nación y gobierno

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Se usa erróneamente las palabras nación y gobierno como sinónimo de Estado, según los
contextos. Pero aunque están relacionadas, son definiciones distintas. Veamos la
diferencia.
El Estado se comprende específicamente como la organización de un territorio bajo el
dominio de un gobierno.
La nación se refiere a la comunidad de personas que comparten una lengua, cultura,
religión, historia y/o territorio. Puede organizarse en un Estado nacional o no.
Un Estado nacional es aquel que resulta de la organización socio-política de una nación
que comparte un territorio, una lengua y una historia común. Es decir, es el Estado que
representa a una nación. Este es el caso de la mayor parte de los Estados modernos de
la actualidad. Por ejemplo, Portugal, Italia, México, Colombia, etc.
Otros Estados se han caracterizado por reunir diferentes naciones bajo su dominio. Por
ejemplo, el Estado español (que integra a las naciones de Cataluña y el país Vasco) o la
extinta Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS).
La palabra gobierno, en cambio, se refiere a las personas que administran el Estado,
independientemente de su naturaleza. En otras palabras, se llama gobierno a las
autoridades que, en nombre de un Estado, ejercen funciones administrativas de cualquier
tipo por un tiempo determinado.

 El Estado en América Latina


En relación al tema que nos ocupa: la emergencia de un nuevo orden estatal en
Latinoamérica, me referiré a tres cuestiones principales. La primera tiene que ver con los
modos de participación de la sociedad en las estructuras y en el ejercicio del poder, es
decir, con la democracia. La segunda, con la capacidad de esa sociedad para formular e
implementar políticas atendiendo a sus propios intereses, lo que atañe a la autonomía y,
por ende, la dependencia. La tercera cuestión, en fin, se plantea en la perspectiva del
futuro de América Latina, en el contexto de las transformaciones por las que pasa el
mundo en este fin de siglo.

Poder popular y movimientos sociales


Las luchas democráticas contemporáneas en América Latina han estado fuertemente
influidas por los cambios que ella ha experimentado en su formación socioeconómica, en
especial los que indujeron a la salarización y a la urbanización en gran escala, y por el
marco internacional de la guerra fría, que determinó la agudización de las luchas de

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clases y la polarización de las fuerzas políticas. Manifestaciones importantes de esas


luchas han sido el esfuerzo radical por afirmar y ampliar la participación de las masas en
el contexto de regímenes burgueses democráticos, que cristalizó en el fenómeno del
poder popular, y la resistencia popular a regímenes de corte tecnocrático y militar, que dio
origen a los movimientos sociales.
Poco estudiado y casi falto de bibliografía, el fenómeno del poder popular es hoy
prácticamente ignorado en nuestros estudios sociológicos y políticos. Surgiendo de forma
espectacular en el curso del proceso chileno de la Unidad Popular, representó un intento
de masas obreras y populares marginadas para organizarse y, simultáneamente,
constituir un poder alternativo al del Estado burgués tradicional, cuya lógica sofocaba el
ímpetu transformador de la coalición de izquierda que gobernaba entonces Chile. Su
ámbito de actuación fue eminentemente local, pero su trayectoria implicó transitar de la
defensa de intereses inmediatos al planteamiento de políticas nacionales. Por ello, sus
expresiones fueron múltiples, comenzando por las juntas de abastecimiento y precios,
pasando por los llamados "cordones industriales" y llegando a los comandos comunales
urbanos y campesinos, que reunían obreros y/o campesinos, profesionales, estudiantes,
mujeres.
Fenómeno similar, aunque más coyuntural y localizado, se registró en esos años en
países como Argentina, Colombia y México. Sin embargo, sólo los regímenes de
orientación socialista, vale decir los de Cuba y la Nicaragua sandinista, se preocuparon de
rescatarlo e institucionalizarlo.
En los países donde la represión estatal forzó las masas al repliegue, ellas se refugiaron
en sus últimas trincheras: la vivienda, la escuela, el local de trabajo, para desde allí
desarrollar la lucha por sus derechos. El nuevo sindicalismo brasileño, peruano, mexicano
tiene ese sello de origen, así como los movimientos barriales, ecologistas,
generacionales, feministas. A medida que la burguesía se adhirió a las movilizaciones en
pro de la democracia y bregó por tomar su conducción, ella estimuló esos movimientos a
apurar sus especificidades y aún su corporativismo, como forma de alejar a las masas de
la lucha política general. La manera como, en Brasil, ella alentó con una mano el
desarrollo de esos movimientos, mientras con la otra llevaba al fracaso la campaña por el
restablecimiento de las elecciones presidenciales directas (el llamado movimientos por las
"directas-ya"), ilustra elocuentemente la táctica empleada por la burguesía
latinoamericana para asumir el liderazgo de los procesos de democratización.

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De consuno con el imperialismo, la burguesía acabó por lograr su objetivo. La hegemonía


de esa alianza se ha traducido en la implementación de un proyecto de corte democrático-
liberal. Desde el punto de vista de la reconstrucción democrática, ese proyecto enfatiza el
papel del parlamento, instancia en donde la burguesía puede con facilidad obtener
mayoría, directamente o, lo que es más frecuente, a través de la élite política a su
servicio. En relación al papel del Estado en la vida económica, el proyecto burgués-
imperialista abraza al neoliberalismo, con el fin de adecuar la economía latinoamericana a
los intereses de los grandes centros, privatizar el capital social que se encuentra en la
esfera pública y limitar la capacidad de intervención en la economía de que dispone el
ejecutivo, ya sea transfiriendo parte de sus atribuciones al parlamento, ya sea
apropiándose la burguesía misma de la otra parte, en nombre de supuestos derechos de
la iniciativa privada.
Ese proceso se encuentra todavía en curso y choca con muchas resistencias. En efecto,
si es cierto que el modo como se ha desarrollado el movimiento popular se ha constituido
en obstáculo a su plena afirmación política, le proporciona empero las premisas para una
estrategia de lucha por el poder y para un proyecto nuevo de sociedad. Al lado de sus
organizaciones tradicionales, como los sindicatos, el movimiento popular cuenta hoy con
órganos de todo tipo, que ha debido crear para asegurar su derecho a la educación, al
transporte, a la vivienda, al abastecimiento de alimentos, luz y agua, los cuales le
confieren un tejido mucho más denso que en el pasado y una capacidad insospechada
para comprender, manipular y controlar los complejos mecanismos de producción y
circulación de bienes y servicios. Por ello, cuando la burguesía plantea un modelo de
sociedad que transfiere esos mecanismos y su control al mercado y al parlamento,
instancias donde ella reina soberana, el movimiento popular puede contraponerle su
propio esquema de régimen social, basado en la organización de las masas en función de
sus intereses inmediatos y en su participación directa en las instancias pertinentes de
decisión.
La experiencia de los pueblos latinoamericanos les ha enseñado que la concentración de
poderes en manos del Estado, cuando éste no es suyo, apenas lo refuerza en tanto que
máquina de opresión de la burguesía. Debilitarlo hoy, restarle fuerza económica y política
interesa, pues, al movimiento popular, siempre que ello implique transferencia de
atribuciones y riqueza no a la burguesía, sino al pueblo. Así, el fin de la política
proteccionista es visto con benevolencia. Respecto a las privatizaciones, el movimiento
popular —sin perder de vista que la propiedad pública siempre es más permeable a sus

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demandas que la privada— se orienta hacia la propuesta de un área social regida por el
principio de la autogestión y de la subordinación de los instrumentos estatales de
regulación a las organizaciones populares.
En la lucha por su propuesta democrática, el movimiento popular ha avanzado
considerablemente en su capacidad de concretar alianzas y aglutinar amplios sectores de
la población. Desde fines de los 80, los procesos electorales, en México, en Brasil, en
Argentina, en Perú, en Venezuela, han mostrado un claro avance de las fuerzas
progresistas. El que, en la mayoría de los casos, los gobiernos resultantes de esos
comicios hayan asumido la defensa de intereses ajenos al pueblo es harina de otro costal.
Ello ha implicado un divorcio creciente entre las élites políticas y las masas, llevando a
que el proyecto democrático-liberal se vuelva cada vez más cuestionado.
La tarea central de la izquierda latinoamericana consiste en formular una alternativa viable
a ese proyecto y hacerlo junto y con las masas. En ese contexto, habrá que rescatar las
conquistas históricas que las masas han logrado ya, en el seno de la sociedad burguesa,
y plasmar nuevos institutos jurídicos y normas de vida, que correspondan a una sociedad
superior. La izquierda tendrá que alcanzar, sobre esa base, su unidad, descartando de
antemano los planteamientos dogmáticos y sectarios que hacen de esa unidad un punto
de partida, para, a la inversa, poner al pluralismo político e ideológico como criterio
fundamental de una práctica social libre y solidaria.
 
Autonomía y dependencia
Respecto al segundo punto, la capacidad de los países latinoamericanos para auto-
determinarse, conviene recordar que, en los 70s, la declinación del poderío
norteamericano, vis-à-vis del bloque socialista y de los otros centros capitalistas, abrió
camino a una mayor autonomía de los Estados latinoamericanos en el plano internacional.
Al lado de proyectos de afirmación nacional como el del "Brasil potencia" o de la "Gran
Venezuela", se desarrolla entonces un vigoroso latinoamericanismo, que se expresa en la
formación del Sistema Económico Latinoamericano (SELA), en 1975, e iniciativas como
las del Pacto de San José, mediante el cual México y Venezuela buscan paliar los efectos
causados por la crisis petrolera a los países centroamericanos, o la del Grupo de
Contadora, con el que esos dos países, junto a Colombia y Panamá, tratan de frenar al
intervencionismo yanqui en la región.
En los 80, caracterizados por la contra-ofensiva norteamericana, bajo el gobierno de
Ronald Reagan, y el derrumbe del socialismo europeo, esa situación se modificó

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drásticamente. Junto a ello, los coletazos de la crisis económica internacional agravaron


los problemas latinoamericanos. Estados Unidos reemplazó, entonces, en tanto que
instrumentos de intervención en los asuntos de América Latina, al Departamento de
Estado y el Pentágono por sus Departamentos del Tesoro y de Comercio, actuando de
consuno con el Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial. Los acuerdos
referentes al pago del servicio de la deuda externa y a préstamos y financiamientos,
particularmente los que se han concluido con el FMI y el Banco Mundial, atan de las
manos nuestros gobiernos, fijando al detalle, por largos períodos, la política
presupuestaria, los planes de inversión, los montos de los gastos sociales, los niveles de
la tasa de interés. Al firmarlos, los gobiernos latinoamericanos renuncian a cualquier
pretensión de independencia en la formulación de sus políticas y pasan a disponer de un
grado de autonomía prácticamente nulo.
Se nos está imponiendo, así, una política de reconversión económica funcional a los
objetivos de los grandes centros capitalistas. En ese marco, se nos asigna la obligación
de abastecer a éstos con materias primas y manufacturas de segunda o tercera clase, a
costa del desmonte de nuestras estructuras productivas y de nuestros propios mercados,
poco importando que ello implique volver la espalda a la atención de las necesidades más
elementales de la población. Paralelamente, se nos fuerza a la práctica de una política de
privatizaciones, que transfiere a precio vil para las manos de los grandes grupos,
extranjeros en su aplastante mayoría, las empresas creadas con fondos públicos, fondos
que han sido formados por nuestros pueblos con enorme sacrificio. Al Estado queda poco
más que la función de reprimir a las masas para garantizar la consecución de esos
propósitos.
La izquierda y las fuerzas progresistas de América Latina no disponemos de una
estrategia adecuada para hacer frente a esa problemática ni estamos siendo capaces de
vincular las luchas populares en pro de una verdadera democracia con el proyecto de una
sociedad más justa e independiente. Hay un vacío teórico e ideológico, que se hace tanto
más peligroso cuanto más decidida es la acción de los grandes centros internacionales y
de nuestras burguesías para llevar adelante su política de reconversión.
Sin embargo, es indispensable preocuparse con los efectos económicos y sociales de esa
política. La reconversión implica modernizar o sencillamente destruir sectores de
productividad más baja, lo que impacta negativamente el empleo y contribuye por ello a
degradar el salario. Cabe a las fuerzas populares actuar en pro de la puesta en marcha de
mecanismos compensatorios de transición, mientras se concluye la construcción de un

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parque productivo renovado, capaz de competir internacionalmente, reduciendo los costos


y al mismo tiempo elevando los niveles de empleo y salario.
La propuesta misma de reforma del Estado que se ha planteado en América Latina, debe
ser revisada. No se trata ya de defender indiscriminadamente su presencia en la
economía ni de batirse por un proteccionismo exacerbado —que sólo sirvieron, en la
mayoría de los casos, para transferir valor a los grupos empresariales privados.
Primero, de postular que el Estado asuma papel rector en esa nueva etapa del desarrollo
económico, a fin de orientar el proceso de los grupos nacionales y transnacionales.
Luego también, de garantizar que la privatización de las empresas estatales no signifique
tan sólo el traspaso del patrimonio público a manos privadas, mediante transacciones de
dudosa seriedad, sino que conduzca a una creciente participación popular en el plano de
la producción y de la distribución.
Desde el punto de vista jurídico-institucional, la consecuencia más importante fue la
promulgación de la Constitución de 1853. Nada más ilustrativo para comprobar la
distancia que existió entonces entre el orden constitucional impuesto y la realidad del
país, que tomar en cuenta los antecedentes doctrinarios de esta Constitucion, derivados
de la ley que preside al desarrollo de la civilización en la América del Sud.

 Evolución histórica del Estado-Nación en América Latina: del liberalismo al


posneoliberalismo.
En este trabajo se analiza el recorrido histórico de la evolución del Estado-nación en
América Latina entre mediados siglo XIX, pasando por el siglo XX, hasta llegar a la
primera década del siglo XXI. Este trabajo está estructurado con base a la periodización
de la historia política latinoamericana en cuatro tipos de Estados: El Estado liberal-
oligárquico, en el siglo XIX e inicios del XX; el Estado nacional-popular, el Estado
autoritario-burocrático y el Estado neoliberal, en el siglo XX; y en la primera década del
siglo XXI se puede hablar de la posible conformación de un Estado posneoliberal, como
consecuencia del giro político hacia la izquierda en América Latina. Se concluye que el
Estado-nación sigue siendo un actor importante de la globalidad y de la economía política
mundial y que lejos de desaparecer más bien tiende a fortalecerse y a transformarse sus
funciones de regulación. La compleja naturaleza del problema socio-económico
latinoamericano requiere la instrumentación de un modelo económico y/o de desarrollo
coherente, programas adecuados y elevada eficacia administrativa, así como la

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articulación orgánica de las políticas económicas y sociales. En este sentido, es necesario


redefinir el nuevo papel del Estado en la economía y en la sociedad en América Latina.

 Derecho y democracia en América Latina


Desde el punto de vista de la vigencia de ordenamientos políticamente democráticos y
socialmente justos, América Latina sigue siendo el continente del desencanto y de la
frustración. Al concluir el siglo XX, buena parte de sus países se encuentran en una
situación más deficitaria aún que a comienzos del siglo. Basta pensar en las fundadas
esperanzas que despertara la Revolución Mexicana, que promulgara en 1917 la primera
Constitución con contenido verdaderamente social del mundo, en la implantación en la
Argentina en 1916 de una república democrática y aceptablemente liberal que aspiraba a
integrar políticamente a los hijos de inmigrantes, en la superación de las guerras civiles
que habían signado la vida política colombiana durante el siglo XIX. Chiapas, la creciente
exclusión social argentina y la dislocación institucional de Colombia son realidades
finiseculares que testimonian un fracaso institucional. Ni el Perú de Fujimori ni la
Venezuela de Chaves son ejemplos alentadores de afianzamiento democrático. La
Revolución Cubana, que alentara tantas legítimas expectativas, presenta alarmantes
síntomas de degeneración autoritaria. Haití, país que tuviera la gloria de sancionar una de
las primeras constituciones democráticas del mundo, sigue ocupando uno de los últimos
lugares a nivel internacional por lo que a superación de la miseria se refiere.
Estos hechos confieren a la América Latina el poco afortunado carácter de ser un
continente institucionalmente paradójico. En efecto: nació a la vida independiente bajo el
auspicio de las mejores tradiciones europeas de los siglos XVII y XVIII: la corriente liberal
de John Locke plasmada en la Constitución de los Estados Unidos, el proceso de la
Ilustración española que, no obstante su tibia secularización, estuvo signado por un
auténtico propósito de asegurar el imperio de la razón en las relaciones políticas y
económicas, y el mensaje igualitario de la Revolución Francesa. Era razonable pensar
que este continente, no obstante las dudas que en su hora formulara Hegel, estaba
destinado a culminar la marcha de la razón en la historia y a realizar el ideal de una
organización estatal perfecta.
Sin embargo, los países latinoamericanos se han convertido en laboratorios fecundos
para la falsación de todas las teorías del desarrollo democrático con el consiguiente
desconcierto de los politólogos que se ven forzados a recurrir a conceptos tales como
"democracias sui generis", "anomia" o "democracias imperfectas" para explicar el peculiar

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destino de estas sociedades. Las razones del fracaso han sido objeto de numerosísimos
estudios que no he de analizar aquí. Deseo más bien detenerme a considerar, en forma
fragmentaria, el papel que puede haber jugado el orden jurídico constitucional en los
intentos de establecimiento de un sistema democrático. Ello puede permitirme sugerir,
como conclusión, una mayor cautela con respecto a las expectativas de éxito de las
reformas constitucionales emprendidas tras la eliminación de la dictadura en algunos
países de la región.
Para avanzar por esta vía, quizá sea conveniente recordar, por lo pronto, un rasgo que
pienso es común a muchos países latinoamericanos. Se trata de lo que podría llamarse
La vocación constitucionalista
No es muy osado afirmar que con respecto al ordenamiento constitucional existe en
América Latina una actitud que difícilmente podría ser calificada de coherente. En efecto,
mientras que por una parte se profesa una enorme fe en la Constitución como factor de
ordenación democrática, por otra se tiene también clara conciencia de la notoria
divergencia que existe entre lo constitucionalmente prescripto y la realidad político-social.
Esta divergencia es tomada como un dato más o menos lamentable pero, en el fondo,
irrelevante y el jurista se consagra al estudio de las normas sancionadas como si ellas
fueran efectivamente vigentes y, con la contribución activa de la clase política, se lanza
periódicamente a la formulación de reformas parciales o totales de la respectiva
Constitución.
Desde el punto de vista jurídico-institucional, la consecuencia más importante fue la
promulgación de la Constitución de 1853. Nada más ilustrativo para comprobar la
distancia que existió entonces entre el orden constitucional impuesto y la realidad del
país, que tomar en cuenta los antecedentes doctrinarios de esta Constitución.
Desde este punto de vista, el documento más importante es el libro de Juan Bautista
Alberdi Bases y puntos de partida para la organización política de la República Argentina,
derivados de la ley que preside al desarrollo de la civilización en la América del Sud.
Alberdi no oculta en ningún momento que el modelo institucional propuesto no se adapta
a la realidad social de la Argentina. La alternativa era entonces o renunciar al modelo o
cambiar el país. La vía elegida fue esta última. Como la estructura étnica argentina no
estaba en condiciones de receptar un modelo institucional avanzado y éste debía ser
impuesto para cumplir con la "ley capital y sumaria del desarrollo de la civilización
cristiana y moderna", era necesario reforzar la acción modernizante de la Constitución con
el debido cambio demográfico:

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Es utopía, es sueño, es paralogismo puro el pensar que nuestra raza hispanoamericana,


tal como salió formada de su tenebroso pasado colonial, puede realizar hoy la república
representativa. No son las leyes lo que necesitamos cambiar: son los hombres, las cosas.
Necesitamos cambiar nuestras gentes incapaces de libertad por otras gentes hábiles para
ella.
Y agrega:
Con tres millones de indígenas, cristianos y católicos no realizaréis la república
ciertamente. No la realizaréis tampoco con cuatro millones de españoles peninsulares,
porque el español puro es incapaz de realizarla allá o acá. Si hemos de componer nuestra
población para el sistema de gobierno; si ha de sernos más posible hacer la población
para el sistema proclamado que el sistema para la población, es necesario fomentar en
nuestro suelo la población anglosajona. Ella está identificada con el vapor, el comercio, la
libertad y nos será imposible radicar estas cosas entre nosotros sin la cooperación de esta
raza de progreso y civilización.
La concepción de Alberdi con respecto a la incapacidad española o criolla -y, por
supuesto indígena- para el desarrollo moderno coincidía plenamente con la expuesta por
otro gran escritor y estadista argentino, Domingo Faustino Sarmiento, en un libro que
puede ser considerado como uno de los primeros estudios sociológicos del continente:
Facundo -Civilización y barbarie.
Esta desarmonía entre orden constitucional y realidad social fue, desde luego, percibida
ya en el siglo XIX por algunos pensadores políticos latinoamericanos que veían con
desconfianza la ciega imitación de los modelos constitucionales vigentes en otras
latitudes. Así, por ejemplo, José Martí afirmaba rotundamente:
La incapacidad no está en el país naciente, que pide formas que se le acomoden y
grandeza útil, sino en los que quieren regir pueblos originales con leyes heredadas de
cuatro siglos de práctica libre en los Estados Unidos, de diecinueve siglos de monarquía
en Francia. Con un decreto de Hamilton no se le para la pechada al potro del llanero.

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DESARROLLO DE LA CONCIENCIA NACIONAL BOLIVIANA


No es ninguna casualidad que la preocupación por construir, desarrollar y profundizar la
conciencia nacional en el conjunto del pueblo, recuperando los momentos culminantes de
la lucha emancipadora a lo largo de la historia de Bolivia, haya sido una prioridad de los
más importantes intelectuales, ideólogos y políticos que asumieron la tarea de impulsar
las tareas revolucionarias de la liberación nacional y de la lucha antiimperialista.
Esto significa romper las relaciones de dominación y explotación impuestas por las
metrópolis capitalistas de Europa y Estados Unidos y desarrollar las potencialidades
políticas y sociales de la autodeterminación nacional.
De la misma manera, los representantes de la oligarquía y del colonialismo van a ser los
portadores del colonialismo mental y pedagógico, de aquel pensamiento enajenado
fomentado por el eurocentrismo para garantizar su expansión económica, militar, política y
cultural.
Este punto de vista ha sido dominante en los tres siglos de dominio español y en los dos
siglos de hegemonía republicana a través de la evangelización, la escuela, la justicia, los
medios de comunicación y todos los instrumentos ideológicos al alcance del imperialismo
y los sectores oligárquicos.
En ese sentido la lucha ideológica es un campo estratégico para el control de las mentes,
el pensamiento e inclusive los sentimientos y emociones más profundos de los seres
humanos.
Los procesos
Así, en el marco de la crisis del imperio español en Europa debido a la invasión francesa,
los patriotas del Alto Perú lanzaron la Proclama de la Junta Tuitiva, que fue un llamado a
la lucha por la libertad de los pueblos indios, mestizos y plebeyos y se constituyó en la
fuerza que interpeló y motivó a los guerrilleros de la independencia a alcanzar la
independencia en quince años de combates, enfrentamientos y sacrificio.
A continuación, las conquistas de la lucha popular son apropiadas por los terratenientes,
comerciantes, dueños de minas y herederos del modelo colonial, quienes, apoyados por
el poder empresarial y financiero inglés se impusieron a través de un sistema político

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copiado mecánicamente de Francia y Estados Unidos y consiguieron controlar todos los


mecanismos institucionales del país, arrasando incluso con los frágiles intentos
proteccionistas de Andrés de Santa Cruz y Manuel Isidoro Belzu.
La inserción de Bolivia en la división internacional del trabajo como semicolonia de las
metrópolis imperialistas, proveyendo de materias primas como plata, guano, salitre,
estaño, goma e hidrocarburos debilitó la conciencia nacional y afectó la dignidad y
soberanía.
Esto se complementa con la fuerza que adquirió la rosca minero-terrateniente y el super-
estado que tenían poderosos medios para anular la conciencia de patria.
Luego de la Guerra del Chaco, que marcó con sangre boliviana y paraguaya la voracidad
de las grandes empresas petroleras por controlar la energía en el mundo, Carlos
Montenegro se convirtió en portador de la esperanza y recuperación de la conciencia
nacional cuando denunció el papel nefasto de las inversiones extranjeras en América
Latina y lanzó la disyuntiva “nacionalismo o coloniaje”.
Este mensaje, por obra del pueblo boliviano, de los mineros, los fabriles y los campesinos-
indígenas en armas, se convirtió en la Revolución Nacional.
La traición del MNR al proyecto liberador de la Revolución Nacional se convirtió en el
retorno político y económico de la nueva “rosca”. Tanto Sergio Almaraz como René
Zavaleta evaluaros la situación como un gran retroceso del proceso revolucionario y de la
conciencia nacional y se plantearon la tarea de recuperar y desarrollar la conciencia
nacional con el “Réquiem para una República” y “El desarrollo de la conciencia nacional”,
que se manifestaron después en la nacionalización de la Gulf Oil y la Mina Matilde.

Periodos posteriores
En el periodo neoliberal, la contundencia del impacto del Decreto Supremo 21060, de 29
de agosto de 1985, representó un gran avance del colonialismo mental, al extremo que
muchos intelectuales “izquierdistas” y “socialistas”, junto a los poderosos medios de
comunicación, se convirtieron al credo del libre-mercado, de la entrega de los recursos
naturales, de la enajenación de las empresas estatales y de la reducción al mínimo del
Estado Nacional.
Las denuncias públicas y los discursos de Andrés Soliz y sus libros “La conciencia
enclaustrada” y “La fortuna del Presidente” se convirtieron en los referentes de la lucha
contra la dominación imperialista y neoliberal y contra el “gonismo” como su manifestación
local, convirtiéndose en puntales de la recuperación de la conciencia nacional.

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El pueblo boliviano, con la rebelión popular de octubre de 2003, fue el protagonista de la


apertura de un proceso antiimperialista nacional-popular y el gobierno del presidente Evo
Morales puso en un plano histórico superior la reivindicación de la dignidad y soberanía.

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