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INTRODUCCIÓN
Para continuar luego especificando que un método debe incluir lo que incluye todo tipo de
enseñanza, sea de aritmética, de astronomía, de música o de matemáticas.
En efecto, la actuación en que algo se concreta está inmersa en un aglomerado de circuns-
tancias, entre las cuales se incluyen necesariamente las que dan origen a esa misma actuación. Es
más, dicha actuación no sería plenamente comprensible ni explicable si no se accediera a las
causas, motivos y razones que la sustentan. Quien decide seguir un método concreto para lograr
determinados objetivos debe conocer con exactitud los pasos y procedimientos que definen tal
método. Es un requisito primero e indispensable para aplicarlo. Pero al mismo tiempo, quien se
limita a aplicar un procedimiento sin ser plenamente consciente de la herramienta que utiliza,
tampoco logrará los resultados óptimos esperados. Existe, además, otra cuestión digna de ser
tenida en cuenta: quien pone en marcha un método sin haber captado plenamente las razones
que lo sustentan correrá el peligro de usarlo de manera superficial, quizás reduciéndolo a una
simple etiqueta, de contenido cambiante o sin contenido realmente válido y coherente. Si admi-
timos que un método es un todo complejo, como afirma Mackey, es preciso analizar el tema y
descubrir los componentes de tal complejidad.
Frente a la complejidad que el concepto de método encierra, Anthony (1963) ofreció una
inteligente contribución en la que trató de establecer una clara jerarquización entre los elemen-
tos que configuran una metodología. El autor diferencia entre approach, method and procedu-
re (enfoque, método o estructuración y actividad o técnica). El enfoque contiene o implica la
estructuración, y ésta, a su vez, contiene las actividades. La relación de dependencia entre los tres
componentes queda así diáfanamente establecida, de modo que el método será necesariamente
el resultado de una adecuada interacción entre los tres elementos.
Cada componente definido por Anthony viene a ser como un estrato escalonado del conjun-
to. El enfoque se mantiene en el nivel de los principios y de la conceptualización: en este estra-
to se especifica la naturaleza de lo que es la enseñanza y el aprendizaje, así como todos los pre-
supuestos a los que se atienen o deben atenerse. El método baja un estadio más en la
jerarquización y comprende, ordenadamente, los materiales lingüísticos, procedimientos y mane-
ras a través de los cuales se pueden aplicar los principios expuestos en el enfoque. Este compo-
nente debe concretarse de manera que no entre en conflicto con el anterior, sino más bien deri-
vando armónicamente de él. Según el autor, el método no es unívoco, puede concretarse de
varias maneras, lo cual implica necesariamente que un mismo enfoque es susceptible de aflorar
a la realidad en métodos diversos, si bien teniendo en cuenta que nunca habrá contradicción
entre ellos; en todo caso, complementariedad. El tercer componente es lo que Anthony denomi-
na técnica, que comprende el conjunto de actividades a través de las cuales el método se con-
creta en el aula. El método, para Anthony, es, pues, uno de los tres estratos en que está inserta una
metodología, estrato sustentado en un determinado conglomerado de principios, y acompañado
de un conjunto de técnicas o actividades. La jerarquización así delineada es lógica y está bien tra-
bada, el conjunto ofrece una base teórica válida, pero la relación entre las partes no se clarifica
suficientemente ni se pone de relieve –siendo como es esencial–, ni se menciona el cometido de
profesores y alumnos en cada uno de los estadios, o cómo los materiales textuales se deben
engranar con las técnicas aplicadas, elementos todos ellos necesarios en el proceso docente en
el que cualquier métodología se debe aplicar.
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La propuesta analítica de método hecha por Mackey (1965) fue más conocida, difundida
e influyente entre los profesionales de la didáctica. Un método incluye lo que toda enseñan-
za incluye, sea de aritmética, astronomía o música… (Mackey 1965: 156). Su análisis se
centra también en tres ejes: materiales, profesor y alumno, dando preferencia al análisis de los
textos utilizados en la docencia. Este hecho limita notablemente los resultados a que puede
llegarse. En realidad, los conceptos en que se fundamente el modelo de método propuesto
por Mackey giran en torno a la selección, gradación, presentación y repetición de materia-
les.A través de ellos se debe llegar a la propuesta docente que implica un método.Y durante
el proceso también es preciso aplicar determinados criterios. Por ejemplo: para elegir unos
materiales docentes y no otros, para enseñar primero ciertos elementos lingüísticos y no
otros, para aplicar la técnica de la repetición y no otra, etc. Mackey parece que se inclina a
definir el concepto de método a partir de los materiales docentes ya existentes. En este pro-
cedimiento subyace una contradicción: los materiales existentes, ya en cuanto tales, resultan
de la aplicación de criterios metodológicos previos y dependientes de una metodología
determinada. Fundamentar en ellos una conceptualización que pretende ser general o univer-
sal no parece procedente.
Bosco y Di Pietro (1970), como más tarde hicieron también Krashen y Seliger (1975), propu-
sieron un modelo para analizar sistemáticamente los métodos aplicados en la enseñanza de len-
guas. Bosco y Di Pietro se valieron de un conjunto de rasgos distintivos (funcional/no funcional,
afectivo/no afectivo, etc.), a partir de cuya presencia o no en un determinado método se llegaba
a un esquema razonablemente contrastivo entre todos ellos. El modelo está inspirado en el aná-
lisis de rasgos binarios aplicado en ciertas escuelas de lingüística y queda sometido, por tanto, a
las limitaciones de este tipo de análisis.Tiene, no obstante, claras ventajas a la hora de identificar
y objetivar elementos distintivos y diferenciadores. Krashen y Seliger, por su parte, se basan tam-
bién en la identificación de ciertos rasgos diferenciales, más concretos y cercanos a la enseñan-
za de lenguas, aunque más dependientes de lo que en este campo era usual en la década de los
setenta. El potencial universalizador queda cercenado por el sesgo de la teoría de aprendizaje en
el que se fundamenta el modelo.
Richards y Rodgers (1986: 15) hablan de enfoque, diseño y procedimiento (approach,
design and procedure), diferenciando –como lo hacía Anthony– tres fases en la configura-
ción de un método. Las diferencias estriban en los cometidos y funciones que cada fase impli-
ca. Es especialmente relevante lo que Richards y Rodgers asignan a la fase de diseño. En ella
incluyen:
a) Objetivos.
b) Selección y organización de los materiales docentes.
c) Actividades requeridas por el método.
d) Cometidos y responsabilidades de los alumnos.
e) Cometidos y responsabilidades de los profesores.
f) Cometido y función de los materiales docentes.
El concepto resultante de esta propuesta es bastante más aquilatado que el ofrecido por
Anthony, y los autores demuestran su validez en la aplicación sistemática de su modelo a nume-
rosas opciones metodológicas.
La metodología comunicativa ha tendido a desdibujar la propuesta de Richards y Rodgers,insis-
tiendo en la permeabilidad de todos los componentes del método y en la necesidad de adaptacio-
nes y cambios dependientes del contexto docente/discente. En cierta medida, la insistencia y énfa-
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sis en los procesos docentes, propia de esta metodología, conlleva la renuncia a esquemas rígidos,
los cuales no permitirían adaptaciones requeridas por –supuestas o no– realidades diferenciadas.
En esa línea parece situarse también Nunan (1985: 2-3 y 1988: 77).
Sería ilusorio centrar la solución en uno solo de los muchos componentes que participan en
el proceso docente y discente. Ése sería, por ejemplo, el caso si ligáramos unívocamente el con-
cepto de método a la calidad de los materiales docentes, o al profesor o al alumno individualiza-
damente, o incluso sólo a las actividades desarrolladas en la docencia. De otra parte, también es
preciso tener en cuenta que no todos los componentes tienen igual importancia en el proceso.
Cabe incluso pensar que la importancia de cada componente varía de acuerdo con las circuns-
tancias del entorno en que nos encontramos o según el tipo de discentes a que se atienda.
Probablemente, lo que más se acerca a la realidad es considerar el tema desde una perspectiva
multidisciplinar, como respuesta a las preguntas:
I. ¿cuándo se enseña o aprende una lengua extrajera?,
II. ¿dónde se aprende o se enseña una lengua extranjera?,
III.¿cómo se aprende o se enseña una lengua extranjera?,
IV. qué se desea aprender o enseñar de esa lengua extranjera?,
V. ¿para qué se desea aprender o enseñar la lengua extranjera?,
VI.¿por qué se quiere aprender o enseñar esa lengua extranjera?
La respuesta a todas esas preguntas nos llevará a una variada gama de disciplinas y subdisci-
plinas:
a. Lingüística y todos sus componentes (gramática, léxico, contexto, pronunciación…);
b. Pedagogía (diseño curricular, estrategias metodológicas, diseño de actividades…);
c. Psicología (características del discente, motivación, resortes que favorecen el aprendiza-
je…);
d. Sociología y sociolingüística (contexto social en que se desarrolla la enseñanza, caracterís-
ticas de la interacción comunicativa…);
e. Organización y gestión (del tiempo, de las intervenciones de quienes participan en el pro-
ceso, de los materiales, de las actividades, de los elementos auxiliares…).
La clara definición de método es necesaria para todos aquellos que se dedican a la ense-
ñanza de idiomas, ya sea como investigadores o como docentes. Es la única manera de evitar
ambigüedades, malentendidos o desenfoques del mismo problema. Una posible vía de análisis
para detectar los elementos que integran un método es el estudio de las implicaciones que
acarrea su puesta en marcha en el aula.A modo de ejemplo, cabe hacerse la siguiente pregun-
ta: Cuando un profesor sigue o aplica una determinada metodología, ¿qué elementos le llevan
a esa conclusión y qué consecuencias acarrea para el aula la aplicación coherente y fiel del
modelo metodológico adoptado? Atendiendo a dicho análisis, se detectan tres grandes ejes en
torno a los cuales giran todas las actuaciones metodológicas. Bien es cierto, y esto debe men-
cionarse expresamente, que la presencia de tales ejes no es siempre un hecho plenamente
consciente, dado que algunos elementos pertenecen al cúmulo de creencias, vivencias y prác-
ticas que todo ser humano acarrea consigo desde su niñez y que con frecuencia nunca alcan-
zan el nivel de lo racional.
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Eje 1:
Como norma, la elección de un determinado camino se lleva a cabo por un conjunto de
razones que, consciente o inconscientemente, están presentes en el sujeto actuante. Este con-
junto de razones o motivos es complejo. Pero dentro de esa complejidad sobresalen principios
o creencias en torno a la naturaleza y características de la lengua objeto de la enseñanza (en
consecuencia, principios y creencias sobre qué conviene o debe ser aprendido o enseñado),
principios o creencias en torno a cómo se aprende una lengua y a cómo debe enseñarse, prin-
cipios y creencias en torno a la influencia del contexto sobre el aprendizaje y principios sobre
la mejor manera de gestionar la enseñanza y el aprendizaje. En este componente no se inclu-
yen, pues, actuaciones operativas; solamente se asientan las bases para tomar, más tarde, las
decisiones oportunas. Por tal razón este eje puede recibir el nombre de Componente teórico,
o de los principios y creencias subyacentes.
Eje 2:
A partir de las creencias y principios que se tienen sobre la lengua y su enseñanza y apren-
dizaje se seleccionan y estructuran los materiales que van a constituir el objeto de tal enseñan-
za o aprendizaje.También este componente es complejo, ya que la selección de materiales dis-
centes implica la toma de decisiones varias, destacando entre ellas la definición de lo que se va
a enseñar (concreción de objetivos, en todas sus variantes: lingüísticos y no lingüísticos) y el
orden o secuenciación en que tales objetivos se presentarán a lo largo del proceso. Por tal moti-
vo este eje recibe el nombre de Componente del contenido (objetivos), que fluye de las creen-
cias y principios y se asienta en ellos.
Eje 3:
Una vez que se ha seleccionado y ordenado el contenido, éste debe ser llevado a la prácti-
ca (a los libros de texto y al aula). La puesta en marcha de los objetivos requiere necesariamen-
te de técnicas, procedimientos o, genéricamente, de actividades o ejercicios que deben ser
perfilados y diseñados. En su diseño y elaboración inciden también aspectos pedagógicos, psi-
cológicos, contextuales y de gestión. De la importancia de las actividades habla el hecho de
que sólo a través de ellas la docencia y la discencia se hacen realidad. El tercer eje lo denomi-
no, por tanto, Componente de las actividades mediante las cuales el contenido selecciona-
do se lleva a la práctica.
Cada uno de los tres ejes tiene un cierto grado de autonomía, si bien es cierto que mantie-
nen también (y deben mantener) un alto grado de interrelación o interdependencia.A su vez, se
dan en cada uno de ellos elementos varios, destacando, en consecuencia, la multiplicidad de fac-
tores que los integran y la consiguiente complejidad que los caracteriza. Desde luego, la cuestión
del método está lejos de poder ser reducida a formulaciones simplistas, como serían la utiliza-
ción de unas u otras técnicas, la utilización de materiales auténticos o no, la aplicación de
una u otra teoría lingüística, etc. Pero veamos con mayor detalle lo que encierra cada uno de
los componentes.
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método audio-oral. Los materiales docentes para la clase deben ser el fruto de una correcta com-
prensión de los principios de la ciencia lingüística moderna y han de aplicar los resultados de
la investigación científica sobre el lenguaje (Fries, 1945: Introducción). Se asume que deben ser
los lingüistas, y no los profesores, quienes han de elaborar los materiales para la clase.Aquéllos,
como especialistas en la ciencia del lenguaje, están preparados para seleccionar las estructuras y
el léxico adecuado, básico y representativo. La palabra inglesa instructor define bien lo que se
espera del profesor: su tarea consistirá en ofrecer al alumno un conjunto de materiales lingüísti-
cos organizados por especialistas, mediante actividades basadas también en estudios científicos
provenientes de otra ciencia, la psicología. Son, pues, intermediarios para la práctica, que no
tienen por qué plantearse cuestiones teóricas.Ya hay otros que las han planteado y resuelto.
Una mirada retrospectiva sobre lo que se ha hecho, dicho y formulado en torno a la enseñan-
za de idiomas nos lleva a la siguiente conclusión: el tema del aprendizaje de lenguas ha padeci-
do de manera permanente un mal que podría denominarse crónico; el mal de la excesiva simpli-
ficación. La simplificación más común ha sido la de establecer una relación de total dependencia
entre lingüística o gramática y aprendizaje-enseñanza de lenguas. Las mayores controversias
sobre cómo enseñar idiomas se han centrado en torno a si la gramática debe tener mayor o
menor protagonismo.Además, tanto la discusión como las soluciones aportadas y adoptadas han
estado siempre estrechamente ligadas a una determinada y subyacente teoría sobre el lenguaje.
Tres de las grandes corrientes metodológicas, metodología audio-oral, gramatical y comunicativa,
no podrían entenderse bien sin tener en cuenta el peso decisivo que ha desempeñado el com-
ponente lingüístico en la metodología definida.
Relacionar la enseñanza de idiomas con la lingüística no debe tomarse como un camino
necesariamente equivocado, ya que la segunda tiene como función precisamente estudiar la
naturaleza de la lengua, que, a su vez, constituye el objeto de la docencia. El sesgo se ha dado en
la simplificación de los hechos, que ha llevado a reducirlo todo o casi todo al componente lin-
güístico. Probablemente, a este hecho contribuía la situación de los profesores de lenguas (con
formación específica en general muy deficiente), la opinión generalizada de los hablantes (que
tienden a equiparar lengua con gramática) y la escasa reflexión sobre la dimensión pedagógica
de la enseñanza y del aprendizaje de lenguas. La tradición no gramatical que se detecta en la his-
toria de la enseñanza de idiomas es una reacción clara contra el predominio de los criterios gra-
maticales y lingüísticos en la docencia. Pero el recurso a la naturaleza y al aprendizaje natural
resulta también excesivamente sesgado e incompleto. Con excesiva frecuencia, los supuestos
ligados al aprendizaje natural conllevan la creencia de que éste es fácil, rápido y eficaz. La apa-
rente facilidad y eficacia de los recién nacidos en la adquisición del lenguaje como medio de
comunicación con sus iguales ha constituido un atractivo y tentador señuelo, especialmente útil
como medio propagandístico. Si hacemos, no obstante, un breve cómputo del tiempo que un
niño tarda en adquirir las destrezas comunicativas básicas y el vocabulario necesario para ello,
pronto comprobaremos el espejismo de tales ilusiones: un niño tarda bastantes años en adquirir
el vocabulario que en la docencia se considera fundamental (de 3.000 a 4.000 palabras). En tér-
minos de eficiencia los logros son bastante menos espectaculares de lo que habitualmente se
tiende a suponer.
El profesor de idiomas no es un lingüista, pero ésta es la profesión que le es más afín desde
el punto de vista de la naturaleza del objeto de su enseñanza: la lengua. Su objetivo no es ense-
ñar algo sobre la lengua, sino la lengua en cuanto tal. Pero no debe perderse de vista que el
profesor tenderá a enseñar una lengua según el concepto que tenga de ella. Si su visión del sis-
tema lingüístico está centrada en el logro de la corrección gramatical, tal cual se describe en la
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tradición prescriptivista, no cabe duda de que ello influirá de manera decisiva sobre lo que ense-
ñará a sus alumnos. Si, por el contrario, su visión o percepción del sistema lingüístico pone el
énfasis en la capacidad comunicativa de aquél, el componente formal y gramatical pasará a un
segundo plano, recibiendo la importancia que merece como mediador en el proceso comunica-
tivo, sin que en ningún momento constituya por sí mismo el objetivo terminal de la docencia.
La psicología y la pedagogía son disciplinas relativamente recientes en el ámbito universita-
rio. Este hecho disculpa en parte la escasa atención que se ha prestado a la dimensión discente
y docente en la enseñanza de idiomas. Pero claro está que tal realidad no anula ni deja sin efec-
to la gran importancia de ambas ciencias en la docencia. La marginación del alumno como suje-
to que aprende ha sido habitual a lo largo de muchos siglos de enseñanza. La atención se centra-
ba en el profesor y quizás también en el libro de texto. Sin embargo, el profesor es sólo uno de
los elementos del proceso que tiene lugar en el aula; el otro gran protagonista es el alumno.
Incluso más: toda la razón de ser de tal proceso reside en el alumno, no en el profesor. De acuer-
do con este enfoque, quien debe recibir atención prioritaria ha de ser el discente. Porque, en
definitiva, el objetivo último es lograr que el alumno aprenda. La clarificación de la función del
alumno conlleva respuestas a preguntas como: ¿cuál es la naturaleza del aprendizaje?, ¿qué con-
diciones se precisan para optimizarlo?, ¿qué teoría del aprendizaje es más adecuada, si son varias
las que se proponen? Tales respuestas necesitan de disciplinas como la psicología y la psicolin-
güística.
El profesor nace, no se hace: éste ha sido uno de los dichos más populares en relación con
la figura del docente. En él se contiene una gran verdad: que el profesor debe tener cualidades
innatas para ser un buen profesional. Pero también es preciso reconocer que se trata de una ver-
dad a medias: un profesor con cualidades innatas para esta función todavía puede mejorar
notablemente su trabajo si encauza esas cualidades de manera ordenada, coherente y sistemáti-
ca.Y esto se logra mediante un entrenamiento y formación específicos para la profesión. No es
menos importante recordar que la persona que ejerza de profesor y no tenga excesivas cualida-
des innatas para esa función sólo cuenta con la formación externa para desarrollar su tarea con
mayor eficacia. Cuando hablamos de las cualidades innatas de un profesor nos referimos, cons-
ciente o inconscientemente, a su capacidad para ser aceptado por los alumnos, para que éstos
entiendan con claridad su mensaje, se motiven y adquieran nuevos conocimientos. El docente ha
de saber ordenar adecuadamente los materiales que ofrece a la clase, tras haberlos seleccionado
de manera tal que incluyan lo relevante y dejen de lado lo que es de menor o ninguna importan-
cia para el logro de determinados objetivos. Pues bien, estas cualidades del profesor que nace
son algunos de los elementos que se analizan y pueden aprender y adquirir en un periodo de for-
mación. Ésa es la finalidad de la pedagogía.
Tanto la enseñanza como el aprendizaje, en cuanto se refieren a profesores y alumnos, perso-
nas concretas condicionadas por un medio, no pueden eludir la influencia del contexto en el cual
se desarrollan. El término contexto se entiende aquí en sentido amplio, entendiendo por tal:
– que el aprendizaje tiene lugar en un medio geográfico determinado: en la ciudad cosmopo-
lita o en un entorno aislado y encerrado en sí mismo; cerca o lejos del país donde se habla
la lengua que se aprende; en una sociedad afín a ese mismo país o tradicional enemigo de
aquél; en un aula cómoda y confortable o en un aula menos atractiva o nada acogedora.
Todos esos factores derivados del entorno físico inciden positiva o negativamente en el
aprendizaje, en general, fuera del alcance de la consciencia del educando.
– que el aprendizaje tiene lugar dentro de un contexto social y cultural determinados.
También estos factores externos ejercen su influencia sobre el proceso discente y docente.
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El pedagogo debe ser consciente de ellos y conocer su naturaleza, así como los mecanismos
de acción sobre los individuos para controlar mejor tales variables. Ciencias como la socio-
logía, la sociolingüística y la antropología cultural constituyen el mejor bagaje para el profe-
sor a la hora de enfrentarse al reto que plantea el entorno socio-cultural en la educación.
– que la enseñanza y el aprendizaje se desarrollan dentro de un contexto histórico no sólo
en lo referido a los hechos del ser humano en general, sino también en lo referido a las
modas y principios sobre la enseñanza y el aprendizaje que están en vigor o en boga en
cada momento de nuestro devenir. La ciencia pedagógica no ha constituido ni constituye
un todo monolítico; más bien al contrario: a lo largo de los siglos se han sucedido distintas
visiones y enfoques pedagógicos, dependiendo éstos de la escala de valores dominante en
cada época. El estudio de este conjunto de enfoques no es sólo aconsejable sino necesario
para llevar a cabo un análisis de los factores, causas y efectos que subyacen en el proceso
docente. La adecuada valoración de teorías y principios constituye un bagaje imprescindi-
ble para acertar con la formulación de una teoría más equilibrada y pertinente en cada
momento histórico.
Uno de los ámbitos más abandonados en los tratados sobre la enseñanza en general y sobre
la enseñanza de idiomas en particular es el que podríamos denominar gestión de la clase. Debido
a tal vacío, el sentido común ha sido el recurso más frecuente sobre el cual ha descansado la prác-
tica. Pero el ideal no es éste. La docencia tiene su razón de ser en la medida en que propicia un
aprendizaje más eficaz en términos de cantidad, calidad y tiempo. Si no fuera así, bastaría con ate-
nernos al dicho de que se aprende a pesar del profesor o sin profesor. Pues bien, la eficacia pre-
cisa de planificación adecuada y de una buena gestión de la clase. Quizás el tema de la planifica-
ción ya empieza a estar más presente en el ámbito educativo. A ello ha contribuido la
obligatoriedad de elaborar programas y la política educativa que se ha ido instaurando en todos
los países desarrollados en la segunda mitad del siglo XX. La planificación, sin embargo, no basta.
Una vez planificado el trabajo y organizados los contenidos, es preciso administrarlos a los dis-
centes y gestionar la marcha de la clase, en la cual participan muchos y variados ingredientes. La
complejidad de lo que ocurre en la clase exige ciertos conocimientos sobre cómo gestionarla.
Estamos habituados a relacionar el término gestión con la economía y las finanzas, o con activi-
dades de claro contenido económico o empresarial. Sin embargo, en una clase también deben
gestionarse bien los tiempos (quién habla cuándo, cuánto y cómo), la interacción de los alumnos
con el profesor o entre sí, el trabajo en grupos, las prácticas, la relación entre explicaciones teó-
ricas y capacidad de asimilación por parte de los alumnos, la conveniencia o no de que las clases
sean de una extensión determinada, la administración de los gestos, la introducción de momen-
tos que puedan relajar a los discentes, la administración de actividades motivadoras frente a las
más estrictamente fundamentadas en el contenido que se enseña, etc. Realmente la clase dista
mucho de constituir algo sencillo o simple. De ahí la necesidad de saber gestionarla.
su gramática se refiere, no parece que los hablantes lleguen a asimilar realmente el tema. Si algo
queda en la mente de quienes han completado el sistema escolar, este algo es que la lengua es la
gramática. Pero de ahí en adelante, abunda más la confusión y vaguedad que la claridad.
Además, los hablantes (que previamente han sido alumnos) llegan fácilmente a asumir las
mismas convicciones que los profesores: se acaba perfilando una equiparación e incluso identi-
dad entre gramática y lengua. Los libros o manuales utilizados en la metodología tradicional (de
gramática y traducción) son un buen ejemplo de ello. Puesto que la lengua se explica y entien-
de en términos de gramática, el contenido se elabora a partir de criterios de organización grama-
tical. Ese es el enfoque obligado y coherente con el punto de partida, del cual surge la necesidad
de que el alumno aprenda el artículo, el nombre y sus formas, el adjetivo y sus formas, el ver-
bo y sus flexiones, etc. Se dejan de lado factores como la frecuencia de uso del léxico; factores
derivados de un estudio de las necesidades especiales de los estudiantes; o factores extralingüís-
ticos que favorecen el aprendizaje. Los programas que se elaboran o sirven de base para el apren-
dizaje parten siempre del mismo supuesto: la gramática como punto de referencia.Al uso de la
lengua se llega a través del aprendizaje de los elementos formales que definen el sistema. Las
convicciones teóricas que sustentan la metodología tradicional condicionan también los objeti-
vos presentados al alumno y las características que los distinguen frente a otros posibles fines.
En una metodología de base estructural (audio-oral, por ejemplo) los programas docentes
cambian de naturaleza: los manuales no recogen reglas que deben aplicarse a listados de pala-
bras para formar frases: más bien constan de conjuntos de estructuras lingüísticas que el alum-
no ha de consolidar mediante la repetición continuada. Precisamente por ello, los libros ni
siquiera mencionan las reglas.Y puesto que las palabras no se dan aisladamente, sino dentro de
estructuras lingüísticas, tampoco se obliga al alumno a aprender listas de palabras: éstas deben
aprenderse dentro del contexto de las estructuras en que se dan. La elaboración de los progra-
mas de que constan los manuales, así como la fijación de objetivos discentes, se fundamentan en
el principio teórico relativo a la naturaleza de la lengua, principio que podría formularse a gran-
des rasgos de la manera siguiente: la lengua es un conjunto de estructuras jerárquicamente
organizadas. La conclusión que deriva de tales principios se hace pronto evidente: una lengua
se aprende adquiriendo y consolidando las estructuras que la constituyen. Estas serán el obje-
tivo en torno al cual se describirán y definirán los objetivos docentes.
Si la teoría de la cual parte la programación está bien definida y es sólida, homogénea, etc.,
los objetivos aparecerán también con claridad y coherencia en los programas docentes. Si la teo-
ría o principios de los cuales se arranca se caracterizan por una definición ambigua, heterogénea
o ajena al lenguaje propiamente dicho, en tal caso los objetivos docentes aparecerán con simila-
res vicios o virtudes. El método directo asume el principio de que las lenguas segundas deben
enseñarse de la misma manera que se aprende la primera lengua (lengua materna). No entra
explícitamente en consideraciones sobre la naturaleza del lenguaje, ni trata de presentar una teo-
ría consistente que la explique. En razón de tal planteamiento, los objetivos docentes se agrupan
en torno al uso que se hace de la lengua, especialmente en la vida diaria y cotidiana. El uso se
centra, además, en el lenguaje oral.Analizando manuales representativos de la metodología direc-
ta, se observa, no obstante, que son muchos los que reflejan una notable influencia de la gramá-
tica. En efecto, incluso desde las primeras lecciones, las lecturas supuestamente ofrecidas para
hablar están mediatizadas por la introducción de cuestiones como la negación, el verbo en
presente de indicativo, etc. El hecho refleja cómo quienes aplican el método directo se valen
también de una determinada concepción lingüística, que añaden a su principio de enseñar
según el método de la naturaleza. La lógica derivada de los principios inherentes a una meto-
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dología directa habría exigido una investigación descriptiva del lenguaje de que se valen los
niños en la adquisición de su lengua materna, además de observar cómo aprenden. Los resulta-
dos de tal investigación podrían haber constituido el elenco de objetivos más adecuados para la
puesta en marcha del método. Al carecer de esta investigación (probablemente ni siquiera se
planteó en aquel entonces), tanto profesores como manualistas se valieron de la teoría lingüísti-
ca más extendida en los ámbitos escolares y académicos: el estudio de la lengua mediante la gra-
mática. Se produce así una evidente contradicción entre los principios extralingüísticos de que
se parte y los objetivos lingüísticos que se proponen como fines. Los niños, en su entorno natu-
ral, no aprenden valiéndose de ejercicios mediatizados por la gramática, como hacían algunos
profesores del método directo. En el momento y en la medida en que la gramática interfiere en
la elaboración de los materiales presentados al alumno, se está desvirtuando el principio de un
aprendizaje natural. La aplicación de los principios de la psicología conductista al aprendizaje
de idiomas se libera de estos inconvenientes porque la transferencia se hace a través de una teo-
ría lingüística bien delineada, cual era el estructuralismo. Se evitan así las contradicciones pro-
pias del método directo.
El hecho lingüístico es muy complejo. Desde que la ciencia del lenguaje ha empezado a ser
autónoma y se ha ido autodepurando de ingredientes ajenos a esa misma ciencia, la afirmación
anterior resulta más evidente. No es razonable, por tanto, pensar que una teoría que se limite a la
explicación del sistema lingüístico desde el ámbito de lo formal o lógico, pueda ser tomada como
punto exclusivo de referencia para la formulación de un método. Pero también es cierto que no
debería caerse en restricciones opuestas: es difícil concebir una metodología sin que ésta tenga en
cuenta la naturaleza del objeto que se pretende enseñar (la lengua). La consideración de lo que es
la lengua constituye un elemento esencial en la formulación metodológica. La interrelación entre
teoría tomada como punto de partida y conjunto de objetivos que se proponen para la docencia
constituyen dos ejes estrechamente relacionados y sustancialmente interdependientes.
Los contenidos seleccionados en la enseñanza de lenguas no forman parte de la teoría peda-
gógica ni de la teoría del aprendizaje. Pero la definición del contenido es una consecuencia direc-
ta de la teoría y del enfoque sobre los cuales se fundamenta dicho modelo educativo. En realidad
es tal la relación entre teoría de la enseñanza-aprendizaje y contenido que difícilmente podría con-
siderarse cada uno por separado sin desfigurar el conjunto ni deshacer la armonía que debe pre-
sidir la actividad docente. La selección de los objetivos dependerá en buena medida de lo que
entendamos por lenguaje, del contexto en el cual se desarrolle la docencia, de los fines que persi-
gan los discentes y de lo que aconsejen los principios pedagógicos y teoría del aprendizaje (espe-
cialmente respecto a la selección, ordenación y gradación de los elementos lingüísticos).
Y en verdad que este componente había estado excesivamente preterido hasta la segunda
mitad del siglo XX.A ello contribuía el hecho de que los métodos ponían el énfasis en los aspec-
tos teóricos que los sustentaban, sin ocuparse adecuadamente de elaborar y presentar un rico
abanico de estrategias para ponerlas en práctica.Así se explica que ejercicios como la memori-
zación de reglas y vocabulario, acompañados de prácticas de traducción, hayan constituido
durante siglos el porcentaje mayoritario de las actividades escolares para aprender lenguas
extranjeras. Una tipología paupérrima si consideramos la multitud de variantes, entre ellas tam-
bién las lúdicas, mediante las cuales puede ser enseñada la gramática o incitar a los alumnos a su
aprendizaje.
En este apartado se ha argumentado en favor de una clara definición de los elementos que
componen o integran un método.Y se ha concluido que un método queda mejor delineado si se
toman en consideración tres componentes:
a) el componente teórico;
b) el componente de los contenidos y
c) el componente de las actividades.
También se ha puesto de relieve el hecho de que los tres componentes están íntimamente
relacionados entre sí, de manera jerárquica y condicionando parcialmente cada uno de ellos al
que le sigue.Vale la pena encarecer las ventajas que un modelo de esta índole ofrece. Con él es
posible 1) identificar y describir cualquier método y 2) contrastar un método con otro o con
otros. En el apartado siguiente se evidenciarán estas ventajas al analizar tres métodos sobresalien-
tes y anteriores a la metodología comunicativa.
Si bien el trabajo analítico en cuanto tal no reviste especiales dificultades, el profesor de
idiomas se enfrenta a creencias bien asentadas en la sociedad que le rodea. A la formación y
consolidación de tales creencias contribuyen sustancialmente los anuncios y propaganda des-
medidos, la búsqueda del negocio fácil por parte de muchos y el subconsciente de los discen-
tes, quienes se dejan inducir por quienes les adulan esgrimiendo eslóganes como Aprenda
usted inglés en 60 días o Hable usted como un nativo con el método X. Los hablantes, en su
gran mayoría, no suelen reflexionar sobre la lengua que utilizan, ni sobre los mecanismos de
aprendizaje lingüístico, ni sobre la naturaleza del aprendizaje de una segunda lengua. No es difí-
cil, por tanto, engañarles prometiendo facilidad en lo que no es fácil y rapidez en lo que es
más bien lento por su propia naturaleza. Resulta bastante sencillo –como demuestra la expe-
riencia– hacer creer a un estudiante que puede aprender un segundo idioma sin esfuerzo,
hablando, practicando como hacen los niños al adquirir su primera lengua. La única mane-
ra para que el profesor no caiga en semejantes simplificaciones y no genere ni contribuya a
generar falsas expectativas en los discentes es una adecuada reflexión sobre los procesos de
enseñanza y aprendizaje. El mejor bagaje de un profesor que inicia su camino o quiere conso-
lidar su futuro profesional es una sólida formación sobre todos los componentes que partici-
pan en la configuración de un método. Desde esta perspectiva es inútil y sobre todo estéril
cualquier minusvaloración de la teoría en contraposición a la práctica. La teoría y la práctica
son dos caras de la misma moneda. Como afirma Wardhaugh (1969): No hay nada tan prácti-
co como una buena teoría.
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3. Los errores no se tole- 3. Los errores están subor- 3. Los errores se corrigen
ran. Principios sobre la dinados a la eficacia de inmediato para no con-
lengua: comunicativa. solidar malos hábitos.
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En lo que respecta al segundo eje o componente, se ponen de manifiesto las diferencias que
resultan de los principios en que cada método se apoya:
1. Ser capaz de leer textos 1. Ser capaz de usar el idio- 1. Ser capaz de comunicar-
literarios en la lengua ma en situaciones habi- se oralmente en la len-
aprendida. tuales de la vida cotidia- gua aprendida.
na.
1. Memorizar reglas y nor- 1. Adquirir una buena pro- 1.Aprender mediante repe-
mas de la lengua estudia- nunciación, a la cual se da tición las estructuras y
da. importancia prioritaria. patrones básicos de la len-
gua estudiada, en el nivel
fonológico, morfológico y
sintáctico.
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2. Interacción comunicati-
va y personal como ele-
mento motivador.
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3. Los errores no se tole- 3. La actitud ante los erro- 3. Los errores se corrigen
ran: se corrigen de inme- res no es drástica. de inmediato (para evitar
diato. su consolidación).
4. El profesor mantiene 4.El protagonismo del pro- 4.El protagonismo del pro-
protagonismo normativo, fesor se concreta en activi- fesor es normativo e inter-
no interactivo. dades interactivas. activo (sobre todo en ejer-
cicios de repetición).
CONCLUSIÓN
La enseñanza de idiomas ha cobrado una gran importancia en los últimos cincuenta años,
especialmente porque el sistema educativo la incluye obligatoriamente en el currículo desde
temprana edad. Como consecuencia de ello, son muchos los miles de profesores que se dedican
profesionalmente a esta labor. Las universidades, por su parte, tampoco han quedado marginadas
y la docencia especializada de las disciplinas didácticas está presente por doquier, siendo tam-
bién muchos los que investigan experimentalmente sobre el tema. La expansión y universaliza-
ción de la enseñanza de lenguas ha mejorado la calidad docente y ha concienciando también a
profesores y alumnos sobre los problemas y dificultades del aprendizaje. Este panorama no debe
ocultar lo que aún queda por hacer, por investigar y por solucionar. La cuestión del método
sigue siendo un problema que se resiste a la solución. Las propuestas metodológicas siguen flo-
reciendo por doquier y de ellas también se aprovechan, a veces engañosamente, quienes basan
su actividad en el negocio de la enseñanza de lenguas.
Pues bien, la situación no quita, sino que añade urgencia a la necesidad de clarificar lo que
es un método, o qué se entiende por tal cuando se usa el término. Sólo así será más fácil discri-
minar lo nuevo de lo viejo, lo realista de lo utópico. La propuesta y modelo descritos en estas
páginas espero que sirvan de ayuda en la dirección correcta.
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