Cristología para La Misión
Cristología para La Misión
Cristología para La Misión
CRISTOLOGÍA PARA LA
MISIÓN
Líneas conclusivas. 72
Trabajo Grupal No. 2 75
Documentos y Siglas 76
Orientaciones Bibliográficas 78
MODULO DE CRISTOLOGIA
SINOPSIS
OBJETIVO GENERAL
Conocer los aspectos fundamentales de la persona y misión de Jesús, para comprender la misión de
la Iglesia y nuestra propia misión.
CONTENIDOS
Para descubrir a Cristo en el Evangelio, hay que leer esos retazos de -su vida
desde sus amores y vivencias. El Evangelio sigue aconteciendo hoy y, mientras
lo leemos o meditamos, el Señor se deja ver y entender, aunque sea en la
oscuridad de la fe: (Jn 6,20).
Cuando uno habla o escribe sobre Cristo, sobre su Persona y su mensaje, refleja
su propia relación con Cristo. No se puede hacer "cristología" verdadera en
abstracto. Quien ha encontrado a Cristo de verdad, le acepta tal como es.
Conocer a Cristo es una dinámica de encuentro, de relación personal, de amistad,
de respeto y contemplación de su misterio; es compromiso de compartir con El su
vida y su misión. A Cristo se le descubre escondido en las páginas evangélicas y
en la vida, cuando se ha aprendido la actitud del "discípulo amado" de reclinar la
cabeza sobre su corazón (cf. Jn 13,23-25). "Nadie puede percibir el significado del
Evangelio (de Juan) si antes no ha posado la cabeza sobre el pecho de Jesús y
no ha recibido de Jesús a María como Madre" (Orígenes; cf. Rm 23).
Solamente cuando se acepta a Cristo tal como es, hombre entre los hombres,
Hijo de Dios y Salvador, se comienza a descubrir el sentido profundo de la vida y de
la historia humana. Sin Él, el hombre camina a tientas y sobre ensayos
vulnerables.
"En realidad, el misterio del hombre sólo se esclarece en el misterio del Verbo
Encarnado... Cristo manifiesta plenamente el hombre al mismo hombre y le
descubre la sublimidad de la vocación" (GS 22).
Los que han encontrado a Cristo, como Pedro, Juan y Pablo, nos lo han
presentado como portador de 'Palabras de vida eterna" (Jn 6,68), "por
quien todo ha sido creado" (Jn 1,3), "en quien todo subsiste" (Col 1,1 7). Pero
siempre es "Jesús de Nazaret" (Jn 1,45), "el Salvador del mundo" (Jn 4,42),
porque "murió (fue entregado) por nuestros pecados y resucitó por nuestra
justificación" (Rom 4,25). Quien encuentra a Cristo se convierte en apóstol
suyo: "Nosotros somos testigos" (Act 2,32); "hemos encontrado a Jesús, hijo de
José, de Nazaret" (Jn 1,45).
Viviendo en sintonía con Cristo, teniendo "sus mismos sentimientos" (Fil 2,5), el
Señor manifiesta sin recortes su realidad de Salvador, porque es perfecto Dios y
perfecto hombre. Conocer el "misterio" de Cristo equivale a sintonizar con su
"caridad que supera toda ciencia" (El 3,19). Todo lo demás sería "basura" (Fil
3,8), si no se orientara hacia "la insondable riqueza de Cristo" (Ef 3,8).
En el seno de María tuvo lugar este "sí" de Cristo a los hombres de parte de
Dios y a Dios de parte de los hombres. Dios quiso el "sí" de María, haciéndola
figura de la Iglesia y de toda la comunidad humana. "Dios inicia en ella, con su
'fiat' materno, una nueva alianza con la humanidad" (MD 19). Ella es la Virgen de
nuestro "sí": "A partir del 'fiat' de la humilde esclava del Señor, la humanidad
comienza su retorno a Dios” (Mc 28).
Recibir a Cristo tal como es, equivale a la actitud bíblica de San José,
esposo virginal de María: "Toma al Niño y a su Madre" (Mt 2,13). La figura de
José ayuda a encontrar la propia identidad en el seguimiento de Cristo como
donación esponsal a sus designios salvíficos. Por esto, "reflexionar sobre la
participación del esposo de María en el misterio Divino consentirá a la Iglesia
encontrar continuamente su identidad en el ámbito del designio redentor, que
tiene su fundamento en el misterio de la encarnación" (RC 1).
La Iglesia, desde la Pascua, vive los Evangelios haciendo de la vida de Cristo, por
medio de la fe, retazos de su propia vida. Por esto los Evangelios son, al mismo
tiempo, historia de Cristo e historia de la fe de una Iglesia que ya vive de la
Pascua. Lo que sucedió en la vida mortal de Cristo, como historia de salvación,
sigue sucediendo en la historia eclesial.
Conocer a Cristo equivale a amarle, a partir de una relación personal con Él para
vivir de Él y para dejarse guiar por sus criterios, escala de valores y actitudes
fundamentales. A Cristo se le descubre desde su interioridad: desde su relación
de donación al Padre en el amor del Espíritu Santo, y desde su amor a todo
ser humano viviendo la historia de cada hermano desde dentro, como
consorte, esposo y protagonista.
CRISTO, EL HOMBRE
ENTRE LOS HOMBRES
Presentación
Cada paso y cada gesto de la vida de Jesús son una expresión de su cercanía a todo
ser humano. El Evangelio acontece hoy, cuando uno de nosotros lo escucha, lo
lee, lo medita, lo proclama.
Quien lee el Evangelio hoy y capta su realidad más honda, encuentra las huellas de
Cristo en la propia vida y en la de cada hermano. Aquello que narra el
Evangelio aconteció en unas coordenadas geográficas e históricas, pero también
sigue aconteciendo en cada época humana y en cada rincón de nuestro mundo.
Para descubrir esta realidad de fe, basta reconocer la propia realidad limitada
donde Cristo nos espera, porque a Cristo se le encuentra amándonos en la
propia pobreza y limitación. Este sigue siendo el desafío del Evangelio en nuestra
vida concreta personal, comunitaria, histórica y sociológica. "Estos signos
concretos fueron escritos para que creáis que Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios,
y para que creyendo tengáis vida en su nombre" (Jn 20,31).
1.1 En nuestras circunstancias de lugar y tiempo
Esta vivencia de nuestra vida, como suya propia, se cobró un precio muy alto.
Porque Cristo experimentó nuestras limitaciones, salvo el desorden y el
pecado. "Fue tentado" (Lc 4,1-13), sintió "miedo y angustia" ante la realidad
de una muerte infame (Mc 14,33-34) y experimentó (sin disminuir su actitud de
filial, abandono) un sentimiento de "ausencia" en el momento de dar su vida
por amor nuestro en la cruz (Mc 15,34).
Jesús vivió su vida terrena momento por momento, a la sorpresa de Dios.
Desde el primer instante tenía conciencia de ser Hijo de Dios (Lc 2,40 y 49);
pero esta realidad y vivencia no impidió un crecimiento en su conocer humano
y en su actuar espiritual (Lc 2,52). Nos amó hasta experimentar nuestras
limitaciones (no el pecado y el error); pero esta experiencia era en El una
donación total y filial a la voluntad salvífica de su Padre (conocido y amado
profundamente) y una donación esponsal a cada uno de nosotros. Por esto
puede vivir ahora nuestra propia existencia como desde dentro, dejando oír su
voz y sentir su presencia desde cualquier tempestad humana. "Soy yo" (Jn
6,20).
marchan de casa, esposos fieles e infieles... Son los detalles de sus maravillosas
parábolas, como retazos de su propia vida injertada en la nuestra. Jesús
quiso vivir todo esto también en la intimidad de la vida familiar con María y José,
como indicando las líneas de nuestra colaboración a su obra salvífica. "Gracias a
su banco de trabajo sobre el que ejercía su profesión con Jesús, José acercó el
trabajo humano al misterio de la redención" (RC 22).
Jesús habla desde nuestra realidad vivida por dentro, para ayudarnos a ver las
cosas con sus mismos ojos y a vivirlas con su mismo corazón. Los detalles
evangélicos hacen vibrar nuestro corazón al unísono con el suyo, y nos ayudan
a ver su rostro en el rostro de cada hermano: "Soy yo..."
Este es Jesús, "el Hijo de María" (Mc 6,3), a quien también llamaban "Hijo de
José de Nazaret" (Jn 1,45; Lc 4,22). En la maternidad verdadera de María
Virgen, comprendemos que Jesús, el Hijo de Dios, es verdadero hombre,
"nacido de mujer" (Gal 4,4).
Toda la vida de Jesús se mueve en una sola dirección: vivir nuestras cir-
cunstancias para darse a sí mismo. Sus pasos, gestos y palabras están
orientados hacia su donación, que inicia el día de la encarnación en el seno
de María (Hb 10,5-7) y culmina en la "cruz" como "abandono" filial en las manos
providentes del Padre para nuestra salvación. Vivió y murió amándonos, para
hacernos ver que la vida es hermosa y que vale la pena vivirla, porque Dios es
bueno.
El misterio del hombre se descubre captando los amores de Cristo por todo
ser humano. El Señor conoce a cada hombre amándolo tal como es (Jn 2,25).
"El misterio del hombre sólo se esclarece en el misterio del Verbo encarnado" (GS
22).
Cristo, "trabajó con manos de hombre, pensó con inteligencia de hombre, obró
con voluntad de hombre, amó con corazón de hombre", viviendo en sintonía
con las preocupaciones de cada uno de nosotros, "unido en cierto modo con
todo hombre" (GS 22). Los latidos de su corazón todavía se pueden percibir
hoy en cada palabra del Evangelio, cuando uno escucha con actitud de
"discípulo amado", que "reclinó la cabeza sobre el pecho de Jesús" (Jn 13,23-
24).
De todo cristiano y de toda comunidad eclesial habría que decir que es un eco
de los amores de Cristo: "Los gozos y las esperanzas, las tristezas y las
angustias de los hombres de nuestro tiempo, sobre todo de los pobres y de
cuantos sufren, son a la vez gozos y esperanzas, tristezas y angustias de los
discípulos de Cristo" (GS 1). Esta actitud cristiana se hace posible entrenándola
todos los días en el encuentro personal con Cristo.
Basta con abrir cualquier página del Evangelio para encontrarnos con los amores
de Cristo: "tomó nuestras enfermedades y cargó con nuestras dolencias" (Mt 8,17;
Cs 53,4): "se compadeció de ellos y curó a todos sus enfermos" (Mt 14,14),
Porque Cristo vino para solidarizarse con toda persona que sufre: "El Espíritu del
Señor está sobre mí, porque me ungió para evangelizar a los pobres" (Lc 4,18; cf.
7,22); "pasó haciendo el bien" (Act 10,38).
Las palabras que brotan de sus, labios van dirigidas a todos y a cada uno,
como palabras nacidas de un amor eterno y permanente que se concreta en
cada ser humano: "Venid a mí todos los que estáis fatigados y cargados, que yo
os aliviaré" (Mt 11,28); "tengo compasión" (Mt 15,32); "tengo otras ovejas"
(Jn 10,16), "¿quieres curar?" (Jn 5,6); "queda limpio" (Lc 5,13), "tu fe te ha
salvado" (Lc 17,19). Son siempre palabras nacidas de un corazón que se olvida
de sí mismo y aguanta cualquier contratiempo para poder hacer un bien a la
persona amada: "aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón, y
hallaréis descanso para vuestras almas" (Mt 11,29).
Los actos religiosos fundamentales (oración, sacrificio, ayuno, limosna), son, para
Jesús, una expresión del amor a Dios y a los hermanos: relación filial con Dios
(oración), ofrecimiento de una vida transformada en caridad (sacrificio),
esfuerzo por orientar la propia existencia según el amor (ayuno, penitencia),
sintonía con los hermanos que sufren (limosna) (Cf. Mt 5,23;.6,1-24).
Cristo se dio a todos y del todo, para renovarnos a todos en El. Es pan de vida"
(Jn 6,35.48), hombre comido, porque no solamente comparte sus cosas, sino
que principalmente se da a sí mismo. En este amor se encontrará solo (Lc 22,41 -
46) y no aceptado (Lc 23,18-25). Pero Jesús, por amor nuestro, siguió la
voluntad del Padre aún en el modo de darse a los hermanos.
Este modo de amar del corazón de Cristo muestra el rostro de Dios Amor,
pero también nos indica que ese rostro resplandece ya en el rostro de todo
hermano. La cercanía de Jesús a todo ser humano, con una preferencia no
excluyente ni exclusiva por el más débil, es el modo de amar característico de
Dios hecho hombre. Dios, que nos creó de la nada, se acerca ahora, por
Cristo, a nuestra nada para vivirla desde dentro y para llenarla del todo con su
amor: "Soy yo".
Cuando Jesús envió a sus apóstoles les dictó el mensaje que habían de
anunciar: "el Reino de Dios está cerca" (Mi 10,7). Esta cercanía de Cristo es
actual, porque sigue interpelando para un encuentro vivencial con Él y para un
profundo cambio de vida.
El hombre busca siempre la verdad y el bien; cuando por limitación o por culpa
propia, confunde la verdad con el error y el bien con el mal, entonces Jesús deja
sentir su amor compasivo que sana toda dolencia y que restaura sin humillar (Mt
15,30-32). Jesús mismo se ofrece como luz que disipa todo error (Jn 8,12) y
como savia de una vid que comunica a los sarmientos una vida nueva y
fructífera (Jn 15,4-5).
El camino más sencillo para descubrir las huellas de Cristo en nuestra propia
vida, es el de intentar descubrir esas mismas huellas en la vida de cada
hermano (Mt 25,34-40). El pan y el vino que Cristo transforma en su cuerpo y
en su sangre, han sido primero granitos de trigo y de uva, que representan
los retazos de vida de cada ser humano. El cuerpo místico de Cristo se
construye a partir de estas huellas que el Señor va dejando en el caminar
común de toda la familia humana. Porque sus huellas ya se identifican con
las nuestras. Este caminar común, de Cristo y nuestro, en unión con todos los
hermanos, construye la existencia haciendo de la vida un "sí"
CRISTO, EL HIJO DE
DIOS HECHO HOMBRE
Presentación
La cercanía de Cristo a cada hombre, para llamarlo por su propio nombre, indica
una cercanía peculiar de Dios. Sólo Dios puede irrumpir así, como Jesús, en
todas las circunstancias de la vida del hombre, sin herir su autonomía. Ningún
ser humano en la historia se ha atrevido a decir lo que Jesús ha dicho de sí
mismo: "Quien me ve a mí, ve al Padre" (Jn 14,9). Su vida de autenticidad, de
humildad y de bondad, es garantía de verdad.
Sólo Dios puede amar así. Porque Jesús se dio a sí mismo por completo, sin
pertenecerse y a modo de consorte y protagonista de la vida de cada ser humano.
En todas las religiones y especialmente en el Antiguo Testamento, se vislumbra un
Dios que quiere vivir entre los hombres. Pero en Jesús encontramos a Dios hecho
hombre, nuestro hermano, el "Emmanuel" o Dios con nosotros de las antiguas
promesas (cf Is 7,14; Mi 1,23).
En Jesús, Dios tiene rostro humano, como "imagen de Dios invisible, primogénito de
toda criatura" (Col 1,15). La cercanía del buen samaritano, según la parábola de
Jesús, va más allá de los cálculos humanos (Lc 10,30- 37). Esa bondad inesperada,
que sana, perdona y restaura, no puede ser otra que la del Hijo de Dios, que ha venido
a establecer su "shekináh" o tienda de caminante entre nosotros (Jn 1, 14, Ex 33,7).
A través de sus gestos, Jesús deja entrever su condición de Hijo de Dios: "Soy ya".
Jesús vive su realidad de Dios hecho hombre, con el gozo de poder comprender y
compartir nuestra misma realidad, amándonos con sentimientos humanos, para
hacernos partícipes de su filiación divina y de su misma actitud filial, hasta poder decir
con Él y como Él: “! Abba, Padre!” (Mt 6,9; Lc 11;2; Gal 4,6).
Jesús no tiene nada más que a sí mismo para darse. Y este es el significado
profundo de Belén, Nazaret, Calvario, signos de Iglesia, Eucaristía, signos pobres
del hermano... A través de su humildad "humillada" (Fil 2,7), "hemos visto su
gloria, gloria de Hijo Unigénito del Padre, lleno de gracia y de verdad" (Jn 1,14).
Este su modo original de amar muestra el rostro de Dios Amor.
Las acciones y palabras de Jesús son una transparencia personal de Dios Amor:
"¿No sabíais que me había de ocupar en las cosas de mi Padre?" (Lc 2,49); "hago
siempre lo que le agrada" (Jn 8,29). Esa es la garantía de haber sido enviado por el
Padre, hasta poder afirmar: "Yo y el Padre somos una misma cosa... creed en mis
obras para que conozcáis y creáis que el Padre está en mí y yo en el Padre" (Jn
10,29-38). Jesús se sintió siempre unido al Padre en el ser, la vida, el conocimiento,
el obrar y la gloria (Jn 17,5).
Su oración expresa una confianza filial infinita, que hace posible nuestra
participación en su realidad de Hijo. Dándose al Padre por nosotros, nos comunica
su misma filiación.
Jesús nos muestra a su Padre a través de su propia existencia (Jn 14,9) No sólo nos
revela al Padre, sino que principalmente se nos muestra como epifanía personal del
Padre Repite constantemente el "yo soy", como un eco del "yo soy" ("Yavé") de Dios
en el Sínaí (Ex 3,14) Jesús hace esta afirmación en las circunstancias de nuestra vida
tempestuosa (Jn 6,20), presentándose como "Iuz del mundo" (Jn 8,12), que existe
eternamente en Dios (Jn 8,58). La fuerza del "yo soy" es mayor que la de los poderes
de este mundo (Jn 18,5-6). Jesús, como Hijo de Dios, perdona, da un mandato
nuevo, juzga y exige adhesión incondicional a su persona.
Desde el inicio de su existir humano, Jesús tiene conciencia de ser Hijo de Dios (Lc
2,49). Esta conciencia de su propio "yo" divino, de su divinidad, se fue expresando
progresivamente en su ciencia y vivencia de niño, joven y adulto (Lc 2,40 y 52). El
crecer de su experiencia humana le permitía participar en nuestras limitaciones
de hombres peregrinos, que sufren ante la oscuridad y la debilidad cuando se
acerca el dolor, la humillación, la muerte (Jn 12,27-28; Mt 26,37). Ex-
perimentando nuestras limitaciones (no el pecado ni el desorden ni el error),
se mostró como Hijo plenamente confiado en las manos del Padre (Le 22,42;
23,46).
Jesús no hizo pesar su "condición divina" sobre nuestra realidad humana, sino
que "se anonadó tomando la condición de siervo y haciéndose semejante a
los hombres" (Fil 2,6-7). Siendo perfecto hombre, participó en todo de nuestro
caminar. Su plena inserción en las circunstancias humanas, para transformarlas
desde dentro, fue posible gracias a su filiación divina. Asumiendo como propia
la historia humana, la hizo entrar en la historia de Dios Amor.
Los Evangelios siguen siendo una llamada a reconocer a Cristo como Hijo de
Dios hecho hombre: "¿Quién es éste?" (Le 7,49); "¿de dónde la vienen esos
dones, y qué sabiduría es ésta que le ha sido dada, y cómo se hacen por sus
manos tales milagros"? (Mc 6,2).
Jesús resucitado se dejó ver de los suyos con su mismo cuerpo ya glorificado.
Se les hizo encontradizo mostrándoles el mismo amor que pacifica y perdona,
haciéndoles a ellos transmisores y testigos de su misterio de muerte y
resurrección: "Como me envió mi Padre, así os envío yo... recibid el Espíritu
Santo" (Jn 20,21); "id por todo el mundo y predicad el Evangelio a toda
criatura" (Mc 16,15; cf. Mt 28,19-20).
Dios nos ha amado así, dándonos a su Hijo como consorte de nuestro caminar.
Esta manifestación de Dios, por medio de su Hijo hecho nuestro hermano,
supera todas las esperanzas humanas. Jesús, en cuanto Hijo de Dios, es
"consubstancial" al Padre: "de la misma substancia (o naturaleza) del Padre"
(Credo).
"Dios es Amor" (1 Jn 4,8.16). No sólo nos ama, sino que es Amor, como Padre
que engendra eternamente al, Hijo. El amor entre el Padre y el Hijo se expresa
en el Espíritu Santo. Por esto decimos que Dios es uno, la máxima unidad, en
tres personas y una sola naturaleza. Jesús es "el Unigénito del Padre" (Jn
1,18), enviado al mundo por el amor del Padre (Jn 3,16; 10,36), que promete
enviar al Espíritu Santo: "El abogado, el Espíritu Santo, que el Padre enviará en
mi nombre, ése os lo enseñará todo y os traerá a la memoria todo lo que yo os
he dicho" (Jn 14,26). El cristiano vive "bautizado" o esponjado en esta vida íntima y
trinitaria de Dios Amor, Padre, Hijo y Espíritu Santo (Mt 28,19). Esta vida, que Dios
ha comunicado a nuestros corazones, se manifiesta en el amor a los hermanos (1
Jn 2,5-10).
Dios nos ha amado así, por propia iniciativa: "El nos ha amado primero" (1 Jn
4,10.19), con un amor "mayor, que el que puede comprender nuestro corazón" (1
Jn 3,20). Y nosotros "hemos conocido el amor de Dios" (1Jn 3,16) precisamente
porque "nos ha dado a su Hijo como propiciación por nuestros pecados" (1 in
4,10) y "para que vivamos por El" (Jn 4,9), de su misma vida, gracias a la
"unción" o "prenda" del Espíritu Santo (1Jn 2,20; Ef 1,13-14}.
Es verdad que Jesús se manifestó por medio de signos pobres de Belén, Nazaret y
el Calvario, insertado plenamente en nuestras mismas circunstancias por amor,
como hermano que comparte las mismas limitaciones de espacio y de tiempo,
como verdadero hombre_ Pero así, con este amor de "encarnación" y cercanía,
fue educando a "los suyos", "amándolos" en cada momento y hasta el extremo
de dar la vida por ellos, para invitarles a creer en su propio misterio: "¿Crees en
el Hijo de Dios?" (in 9.35).
Ante el amor de Cristo que se da del todo, como manifestación del modo de amar
que es exclusivo de Dios (Jn 15,13), no cabe hacer rebajas a la fe y a la entrega.
En su vida de donación y en sus palabras de amor, Jesús se ha declarado así:
"Todo lo que he oído de mi Padre, os lo he dado a conocer" (Jn 15,15). Sólo el
Hijo de Dios hecho hombre nos ha dado a conocer el misterio de Dios Amor
uno y trino (Mt 11,25-27; Lc 10, 21). Quien ama a Cristo sin rebajas, tampoco
hace rebajas a su fe en el misterio del Verbo encarnado (Dios hecho hombre) y
en el misterio de la Trinidad (Dios uno y trino).
Quien ama a Cristo, le quiere comprender desde sus amores, que suenan a vida
eterna, vivida por él en el Padre y en el Espíritu Santo "antes de la creación del
mundo" (Jn 17,5). Participamos de la vida eterna de Cristo en la medida en
que afirmamos su realidad de Hijo de Dios hecho hombre: "Esta es la vida
eterna: que te conozcan a Tí único Dios verdadero, y a tu enviado Jesucristo"
(Jn 17,3). La presencia divina en Jesús no es la que experimentaron los profetas
y los místicos (una especie de comunicación de Dios), sino una presencia
substancial: la del Hijo de Dios, que vive eternamente "junto a Dios" (Jn 1,1).
El amor filial de Cristo al Padre en el Espíritu Santo (Lc 10,21) es amor divino
y humano a la vez. Jesús amó como Hijo de Dios y con corazón de hombre, con
sus reflexiones, sentimientos y actitudes plenamente humanas. Esta realidad
interna de Cristo (su "corazón": Mt 11,29) refleja y resume la realidad eterna del
Verbo "vuelto" al Padre en el amor del Espíritu Santo, así como también
manifiesta la realidad humana con expresiones espirituales y sensibles.
Este "corazón" fue formado de carne y sangre de María, y educado con el cui-
dado de ella y de San José (Lc 2.40.51-52). El amor de Cristo, divino y humano,
es un amor trascendente al hombre concreto, para salvarlo en toda su integridad
haciéndolo entrar en el misterio de Dios Amor. El mensaje de Jesús tiene origen en
Dios.
El "Verbo" de Dios, como expresión o palabra personal suya, es Dios (Jn 1,1) y
se ha hecho hombre concreto en Cristo, el Señor resucitado. No hay otra
encarnación del Verbo porque ésta es completa, suficiente e irrepetible. Cristo el
Verbo encarnado, es la revelación plena y personal de Dios. La historia humana,
sembrada de pequeñas semillas del Verbo, ya ha encontrado su orientación
definitiva en Cristo. Esta historia, de espacio y de tiempo, ya sólo puede
comprenderse a partir de la eternidad del Verbo y a partir de su misma
humanidad glorificada por la crucifixión y la resurrección.
Así es el "amor excesivo" de Dios por nosotros (Ef 2,4). La inmutabilidad de Dios
no es estática, sino dinámica y vital: Dios se da libremente por amor: su amor
divino es dueño de sí mismo para darse creando y redimiendo al hombre, por
encima de las elucubraciones del mismo hombre.
El amor a Cristo no busca tanto el saber, cuanto el amar y adorar. El Señor con su
misterio de Verbo encarnado ha manifestado la máxima unidad de Dios Amor
(uno y trino) y el ideal de unidad, para que el hombre recupere, con la unidad del
corazón, su verdadero rostro de imagen de Dios. Esta fe cristiana se vive en
relación personal con Cristo, para hacer de la vida un "sí". Su presencia ("Yo
soy") hace posible que nuestra presencia en la historia logre recuperar su sentido
plenamente humano de donación a imagen de Dios Amor.
EJERCICIO INDIVIDUAL Nº 2
1. ¿Qué pasos daría usted para convencer a otras personas de que Jesús
resucitó y vive entre nosotros?
2. Medite Jn 20, 21; Mt 28, 19-20 y anote ¿Qué resonancia ha tenido en su
vida ese mandato del Señor?
3. Después de hacer oración, elabore un “credo personal” que exprese su
fe en Jesucristo.
TERCERA UNIDAD
CRISTO JESÚS, EL
SALVADOR DEL MUNDO
Presentación
El discípulo amado nos hace un resumen de la vida terrena de Jesús, con una
pincelada inigualable: "Habiendo amado a/os suyos que estaban en el mundo, les
amó hasta el extremo" (Jn 13,1).
Todos los pasos del Señor, todos sus gestos y palabras fueron producto y
manifestación de ese amor. Su vida fue misterio "pascual'; es decir, un "paso" hacia
el Padre, para la salvación de toda la humanidad a través de su muerte y
resurrección. Ese fue su "gran deseo" y su vivencia más honda (Lc 22,15),
porque su vida estaba orientada hacia una donación sacrificial "por la redención
de todos" (Mt 20,28).
Jesús es "el Salvador del mundo" (Jn 4,42). Salvación, redención, liberación, son
palabras que indican la misión realizada por Jesús, pero ninguna palabra humana
puede expresar perfectamente el misterio de un Dios hecho hombre, que muere
"dando la vida" (Jn 10,11ss) para que el hombre recupere su verdadera fisonomía
de imagen de Dios Amor.
La salvación que Cristo ofrece, libera al hombre, desde las raíces más hondas
de su ser, en toda su integridad y unidad de cuerpo y espíritu, como persona y
como miembro de la familia humana, para orientarlo hacia el amor de donación a
Dios y a/os hermanos. Es como un "nuevo nacimiento por el agua y el Espíritu"
(Jn 3,5).
Sólo Jesús, el Hijo de Dios hecho hombre, puede decir "soy yo", como Dios en el
Sinaí (Ex 3,14; Jn 8,28 y 58). Es el Señor de la historia, que salva a la
humanidad entera de/ pecado, del tiempo y de la muerte. Pero Jesús, como
hermano y consorte, compromete toda su existencia en esta liberación. Su
mediación salvífica y universal nace de la iniciativa de Dios, que "nos ha amado
primero" (1 Jn 4,10), dándonos a su Hijo "como propiciación por nuestros
pecados y los de todo el mundo" (1 Jn 2,2).
Cristo nos ama con todo lo que es y tiene. Se alegra de ser perfecto Dios y
perfecto hombre para poder ser nuestro Salvador. Su cercanía a toda persona
y a todo problema se realiza con toda su realidad de Hijo de Dios hecho nuestro
hermano. Ha sido "ungido y enviado" por el Padre y por el Espíritu Santo (Le
4,18), para ser "Jesús", el Salvador de todos (Mt 1,21), que anuncia y comunica
esta buena nueva a los "pobres". Solamente quien se siente pobre, enfermo,
limitado o pecador, puede encontrar y comprender a Cristo, porque El "ha
venido a salvar lo que estaba perdido" (Le 19,10).
Jesús tuvo siempre conciencia de ser Hijo de Dios hecho hombre por nuestra
salvación. En cuanto hombre fue viviendo esta realidad, profundizándola con su
reflexión y afecto creciente (Le 2,40 y 52), pendiente de la sorpresa de Dios en
la vida cotidiana. Experimentó cómo el poder de Dios llega al hombre para
destruir el mal y el pecado. Toda su vida, desde la Encarnación (Hb 10,5-7),
fue una ofrenda total, como "sangre derramada" en el amor del Espíritu Santo
(Hb 19,14), para llegar a la glorificación suya y nuestra. El amor de Cristo por
nosotros, según los planes salvíficos del Padre, fue así: dándose del todo,
siempre y por todos. Este es el modo peculiar de amar que tiene Dios.
Jesús "cura a tocios (Mt 12,15). "Una sola oveja", es decir, una sola persona
humana, ocupa los amores del Buen Pastor (Mt 12,11) Cualquier "estropajo"
humano le pertenece, para hacer de él una transparencia suya. Jesús "no acaba
de romper la caña cascada ni apaga la mecha que todavía humea" (Mt 12,20).
Cualquier persona y en cualquier situación es recuperable. Jesús salva amando a
cada uno tal como es; sin humillar ni rechazar a nadie: "Dios ha entregado a
su Hijo por todos" (Rom 8,32).
Jesús se hace encontradizo con cada persona humana, aunque sea un estropajo
como la samaritana y la Magdalena (o como Saulo y Agustín), para sanarla
desde la raíz, amándola plenamente y, de este modo, hacerla salir de su
miseria para poder entrar en los "torrentes de agua viva" de Dios Amor (Jn
4,10 y 14; 7,38).
La salvación integral y total del hombre pasa por el corazón del mismo
hombre. "El hombre no puede encontrar su propia plenitud, si no es en la
entrega sincera de si mismo a los demás" (GS 24). Cristo libera al hombre desde
su raíz, haciéndole descubrir que el valor de cada hermano no consiste en el
tener y poseer, sino en el ser (cf. GS 35).
Jesús transforma todo nuestro ser haciéndonos participar de todo lo que El es.
Nuestra debilidad se va convirtiendo en fuerza divina, nuestro dolor en gozo,
nuestro tiempo en eternidad, nuestra muerte en vida definitiva. El camino de
Jesús ha sido el de hacerse pobre con nosotros: "Siendo rico, se hizo pobre por
amor nuestro, para que vosotros fueseis ricos por su pobreza (2 Cor 8,9).
Cristo asumió todo lo nuestro, "cargando con nuestros pecados" (Mt 8,17)
como si fueran suyos propios, Es hombre débil, no superhombre. Es perfecto
hombre, siendo perfecto Dios, para poder salvarnos en todo nuestro ser. "Lo que
no ha sido asumido, no ha sido salvado", decían los Santos Padres.
Cristo salva todos los esfuerzos humanos que hacen del amor o que están
orientados hacia la verdad y el bien: culturas, arte, ciencia, vida social,
experiencias religiosas... Todo es bueno si se puede orientar hacia el amor,
reconociendo los planes de Dios y adorándole "en espíritu y en verdad" (Jn 4,23).
El Evangelio, que salva purificando todos los valores humanos, los hace pasar a
"la plenitud de la ley, que es el amor" (Rom 13,10). Por esto la verdad y la
moral cristiana no se pueden comercializar ni vender a la moda y a la utilidad o
eficacia inmediata. Cristo lleva al hombre a realizarse amando, respetando
siempre la vida (presente y futura) de todo ser humano (especialmente del más
débil e indefenso) y haciendo que todo acto humano, aún el más íntimo,
nazca del amor. Toda la investigación "científica y toda expresión "artística" y
"cultural", que no nace del amor, es caduca y destructiva.
Esta salvación realizada por Cristo, en cada momento histórico libera al hombre en
toda su integridad. No conocemos los caminos y modos misteriosos del amor que
Dios nos ha manifestado en Cristo. Pero el Señor ha asumido ya, como parte de su
ser, el sufrimiento y la muerte de cada ser humano. Niños inocentes, vidas jóvenes
troncadas en flor, existencias humanas convertidas en andrajos..., tanto del pasado
como del presente y futuro, todo pertenece a Cristo como herencia cariñosa del
Padre. Sólo Él es capaz de salvar lo que ya parece que se hundió en tiempos
pasados. Pero necesita nuestra colaboración para "completar" esta obra de nueva
creación (Col 1,24).
Esta "verdad" de Cristo hace hombres libres para amar (Jn 8,32). Seguir a Cristo
equivale a asumir una opción fundamental por su persona y por su mensaje. No
basta con la etiqueta de "cristiano" o de pertenencia a una institución eclesial.
Tampoco hay que amilanarse por las críticas a defectos (reales o imaginarios),
cometidos en el pasado, Los valores salvíficos siguen en pie, y no están
condicionados a conductas limitadas y erróneas. El Evangelio sigue sanando a
todo hombre de buena voluntad que se acerca a él. Pero se necesita el Evangelio vi-
viente del cristiano, que muestre- una vida salvada por Cristo: "Sed misericordiosos
como vuestro Padre celestial" (Lc 6,36); "amaos como yo os he amado, en esto
conocerán que sois mis discípulos" (Jn 13,35).
Cristo es para todos los seres humanos la "esperanza de la gloria" (Col 1,27). "La
mujer vestida de sol" (Apoc 12,1), ya transformada en Cristo, es "la gran señal" de
esta esperanza. María, como figura de la Iglesia, es "la mujer" que, por haberse
asociado esponsalmente a Cristo Salvador, ya ha llegado con todo su ser humano
(cuerpo y alma), a participar en la glorificación de Cristo resucitado. Esta es nuestra
fe, que fundamenta nuestra esperanza y hace posible nuestro amor.
Los títulos que atribuimos a Cristo, o que El mismo se dio, no son palabras de
adorno, sino que expresan la realidad profunda de su ser. "El Buen Pastor da la
vida" en sacrificio (Jn 10,11), como un "amigo" por sus amados (Jn 15,13),
como un "esposo" o consorte que "les es arrebatado" (Mt 9,15). Cristo ha
entregado su vida y derramado su sangre como sacrificio de "alianza" por "!a
redención de todos" (Mt 26,28; 20,28).
El plan salvífico para cada ser humano ya está trazado, respetando la libertad y
responsabilidad de cada uno: compartir la vida con Cristo. Porque si "Cristo
ha muerto por todos", es para que "todos vivan no ya para sí mismo, sino para
aquel que murió y resucitó por ellos" (2 Cor 5,15).
Las vivencias actuales de Cristo resucitado siguen siendo en sintonía con el camino
humano de nuestra historia: "Vive siempre para interceder por nosotros" (Hb
7,25; Rom 8,34). Su entrega al Padre en el amor del Espíritu Santo, es una
mira da amorosa y salvífica: "Miraos siempre, Padre e Hijo, para que así se obre mi
salud" (San Juan de Ávila) .
El ser de Cristo (Hijo de Dios hecho hombre) está en relación directa con la
misión o función de anuncio del Evangelio, de inmolación y de servicio. De ahí
deriva su estilo de vida, que es de caridad pastoral. Su modo de amar (dándose a
sí mismo, sin pertenecerse y como consorte) deriva de su ser y de su función
pastoral. Por esto Jesús vivió pobre para darse Él mismo, obediente para seguir
los planes salvíficos del Padre, virgen como esposo o consorte de la historia de
cada persona humana.
Jesús dio su vida por amor (Jn 15,13; 10,15). Es "el siervo de Yavé" (Is 53), que
"da su vida en rescate o redención de todo" (Mt 20,28). Por esto su muerte es "vicaria",
es decir, solidaria con la suerte de toda la humanidad, como en nombre nuestro, para
expiar los pecados de todos: "Tomó nuestras enfermedades y cargó con nuestras
dolencias" (Mt 8,17). Jesús, víctima inocente se ofrece al amor del Padre por amor
nuestro. En El se realiza el nuevo pacto o alianza de amor entre Dios y los hombres
(1 Cor 11,25; Is 42,6; 49,8; Jer 31,31).
El misterio de Cristo comienza a comprenderse a partir de su amor por cada uno y por
todos: "Me amó y se entregó en sacrificio por mí" (Ef 5,25). Es un amor que reclama
amor de retorno: "Permaneced en mi amor" (Jn 15,9), "caminad en el amor" (Ef 5,2).
La interioridad de Cristo, desde el primer momento, tomó conciencia de ser Hijo de
Dios hecho hombre por nuestra salvación (Hb 10,5-7; Lc 2,49). Todos los momentos
de su vida fueron una profundización humana de esta conciencia de su "yo" divino y
de su unión salvífica y amorosa con cada ser humano.
Cualquier rostro humano, herido por el dolor o iluminado por el gozo, eran para Jesús,
durante su vida mortal, una experiencia nueva. Momentos especiales de esta
experiencia humana fueron el bautismo de penitencia en nombre nuestro y la
transfiguración en el Tabor: "Este es mi Hijo amado, en quien tengo mis
complacencias" (Mt 3,17, 17,5). Y aunque parezca una contra• dicción, el
momento más profundo de esta vivencia fue el de experimentar la propia debilidad
humana ante el "anuncio" de Dios en la cruz, mientras, al mismo tiempo, se entregaba
plena y libremente en sus manos: "En tus manos, Padre, encomiendo mi espíritu" (Lc
23, 46). Así nos amó Cristo, desde nuestra historia, viviéndola desde dentro como
consorte enamorado.
3. Lea Puebla 170 – 219 y destaque cinco de las ideas principales que expone
acerca de la “verdad sobre Jesucristo el Salvador que anunciamos”.
Presentación
Estas exigencias cristianas no tienen rebaja, porque nacen del amor. Y el amor
sólo tiene y tendrá una regla: darse de! Podo. Hacer rebaja a la persona en este
ideal de ser imagen de Dios Amor, sería un proceso de destrucción que
repercutiría en el atropello de los hermanos. Este amor es posible, porque Cristo
vive en nosotros y ama en nosotros: "Sin mí no podéis hacer nada...
permaneced en mi amor" (Jn 15,5.9).
Jesús hizo posible este amor en una pecadora pública (la Magdalena), en una
divorciada (la Samaritana), en un publicano (Mateo) y en un perseguidor y
opresor (Saulo). -El poder y la fuerza no estriban en nuestras cualidades
extraordinarias, sino en nuestra debilidad puesta al servicio de Cristo: 'Todo /o
puedo en aquel que me conforta" (Fil 4,13); "muy gustosamente, pues,
continuaré gloriándome en mis debilidades para que habite en mí la fuerza de
Cristo..., pues cuando parezco débil, entonces es cuando soy fuerte" (2 Cor
12,9-10).
Compartir la vida con Cristo significa compartir sus vivencias y sus amores. La
vocación cristiana es de seguimiento de Cristo, hasta correr su misma suerte:
"¿Podéis beber la copa (de Alianza) que yo he de beber? Le dijeron: podemos"
(Mt 20,22). Toda vocación cristiana, laical, religiosa y sacerdotal, que no tenga su
punto de partida y de referencia en el encuentro vivencial y amistoso con
Cristo, está abocada a la duda sobre la propia identidad.
Lo que impresiona más de los "santos" es su actitud humilde y generosa, que hace
posible la perseverancia en la donación. En efecto, ellos se sintieron
siempre pobres, pero amados por Cristo. A partir de esta experiencia, se
decidieron a seguir al Señor y a amarle en las cosas pequeñas de su propio
"Nazaret", empezando nuevamente todos los días, como reestrenando "el primer
amor" (Apoc 2,4). En realidad, ése es el único camino de santidad, con matices
diferentes en cada uno, pero siempre posible para todos sin excepción.
Jesús amó a "los suyos" hasta hacerles compartir su mismo camino de Pascua
(Jn 13,1). Dirigiéndose al Padre, les llamó "gloria" o signo y prolongación suya (Jn
17,10). Ellos son el don que el Padre le ha dado ("los que tú me has dado")
para participar en su misma vida y misión (Jn 17,1118). La garantía de
autenticidad en el seguimiento de Cristo es la unidad o comunión eclesial, como
reflejo de la unidad o comunión trinitaria (Jn 17,21-23).
Mantener el tono de este seguimiento de Cristo, como opción fundamental por Él,
requiere unos medios concretos. El principal es el encuentro con Él en momentos de
oración personal, privada, comunitaria y litúrgica, a la luz de su palabra y en relación
con su presencia eucarística. La presencia y la palabra de Cristo llega a los creyentes
bajo signos establecidos y queridos por Él: Eucaristía, sacramentos, Escritura,
comunidad... Este encuentro personal con Cristo y la meditación de su palabra
hacen posible el seguimiento evangélico incondicional.
La comunidad eclesial de los primeros tiempos nos dejó una pauta para llegar a ser "un
solo corazón y una sola alma" (Act 4,32) y, consiguientemente, ser una comunidad
evangelizadora; reunirse en Cenáculo con María (Ac' 1,14) para escuchar su palabra,
orar, celebrar la Eucaristía, compartir los bienes con los hermanos y recibir las
nuevas gracias que el Espíritu Santo da a la Iglesia en cada época histórica (Act 2-4).
Jesús nos hace participar en su filiación divina. El es "el Hijo amado" del Padre
(Mt 3,17; 17,5), que se bautizó en nombre nuestro para que nuestro ser y
nuestra vida pudieran participar de todo lo suyo. Por esto, a los que creen en* El,
"les da el poder de venir a ser hijos de Dios" (Jn 1,12). El gozo de Cristo consiste
en poder comunicarnos todo lo que El es y tiene.
Jesús se dirigió a Dios llamándole "Padre" (Lc 10, 21), como un niño dice
"papá querido" ("Abba"). Y ésta es la oración que nos ha enseñado para que la
hagamos nuestra, diciendo con Él y como Él: "Padre nuestro..." (Mt 6,9- 13): Es
el mismo Jesús, Hijo de Dios, quien ora y ama en nosotros, gracias al Espíritu
Santo que El mismo nos comunica. Poder orar así indica que participamos en su
misma filiación divina: "Puesto que somos hijos, envió Dios a nuestros
corazones el Espíritu de su Hijo, que grita: ¡Abba! ¡Padre!" (Gal 4,6; cf. Rom
8,14-16).
En Cristo, el hombre nace a una vida nueva y se hace "hombre nuevo" (Ef 4,24). "La
gloria de Dios es el hombre viviente; pero la vida del hombre es la visión (y el deseo)
de Dios" (S. Ireneo). El humanismo y la antropología, a la luz del misterio de Cristo,
aparecen como un proceso de purificación y de libertad en la verdad y el amor.
Cristo crucificado y resucitado nos puede comunicar el "agua viva" del Espíritu
Santo (Jn 7,38-39; 19,34; 20,23) Esa es "la fuerza de Cristo" (2 Cor 12,9), que
nos hace participar en su "plenitud de gracia y de verdad" como de Hijo de Dios
(Jn 1,1416). Dios "en El nos ha dado todo" (Rom 8,32), porque nos ha
predestinado a "ser conformes con la imagen de su Hijo, para que éste sea el
primogénito entre muchos hermanos" (Rom 8,29).
Las bienaventuranzas y el mandato del amor son la carta magna de nuestra actitud
filial con Dios, así como de nuestra actitud fraterna con los demás hermanos. La
vida vale según el "peso del amor” (San Agustín). Jesús nos invita amar como Él y es
Él quien lo hace posible. La realidad de la vida, especialmente en los momentos de
dificultad, se afronta para transformar los obstáculos en donación: "Amad... sed
perfectos como vuestro Padre celestial" (Mt 5,44-48).
La "semilla" que Dios ha puesto en lo más hondo de nuestro ser es "su semilla",
su Palabra o Verbo, que nos hace nacer a su misma vida divina (1 Jn 3,9). La
vida de los seguidores de Cristo debe transformarse en amor, como señal de
participar en la filiación divina de Jesús: "Amaos con intensidad y muy
cordialmente unos a otros, como quienes han sido engendrados no de semilla
corruptible, sino incorruptible, por la palabra viva y permanente de Dios" (1 Pe
1,22-23).
Ensayamos todos los días nuestra actitud filial. El Espíritu Santo orienta nuestro
ser para poder decir, con la voz y el amor de Cristo, "Padre nuestro". Nuestra
debilidad no es un obstáculo cuando la reconocemos para superarla. Dios
Padre, que nos ha elegido en Cristo, nos da la prenda del Espíritu: "Si
vosotros, siendo malos, sabéis dar cosas buenas a vuestros hijos, ¿cuánto más
vuestro Padre Celestial dará el Espíritu Santo a los que se lo piden?" (LC
11,13).
DEL ENCUENTRO, AL
SERVICIO Y A LA
MISIÓN
Presentación
Jesús ha querido prolongarse a través de/ tiempo por medio de sus "apóstoles"
(enviados), que son, a la vez, sus testigos: "Como el Padre me envío, así os envío
yo" (Jn 20,21); "seréis mis testigos" (Act 1,8). La salvación realizada por el Hijo de
Dios hecho hombre llega a todos los hombres y a todos los pueblos, por medio
de los que ya han encontrado a Cristo resucitado.
El anuncio evangélico del Reino, que se inauguró en Cristo, llega a todas las
épocas y a todos los pueblos, y en las coordenadas de tiempo y de espacio, y en
las circunstancias y situaciones personales, sociológicas y culturales: "Seréis mis
testigos hasta los últimos confines de la tierra" (Act 1,8).
Estos testigos deben expresar en sus vidas la realidad querida y fundada por
Jesús: una Iglesia (comunidad convocada) que sea signo de la presencia de
Cristo ("misterio"), principio y servicio de unidad ("comunión'), evangelizada y
evangelizadora ("misión').
Por el hecho de ser "cristológica", la misión sólo tiene sentido a la luz del
encuentro vivencial con El y de la fidelidad a su mandato. Es; pues, misión
para cumplir los designios salvíficos del Padre (dimensión teológica y salvífica),
como prolongación de la misma misión de Cristo (dimensión cristológica), bajo la
acción del Espíritu Santo (dimensión cristológico), como experiencia de la
naturaleza misma de la Iglesia (dimensión eclesiológica), para salvar al hombre
concreto en su integridad (dimensión antropológica, sociológica e histórica).
El gozo del apóstol radica en sentirse amado por Cristo y capacitado para
amarle y hacerle amar. Es Él quien envía, quien acompaña y quien espera en el
campo de acción.
Por esto la vida humana vale en la medida en que sea capacidad de entrega y de
donación (d. GS 24). La dignidad y gloria del hombre, a imitación de Cristo y en
unión con El, consiste, pues, en compartir y servir dándose a sí mismo sin dominar ni
utilizar a los demás.
La vida de Cristo, a través de los suyos, sigue siendo una vida para los demás, a modo
de pan comido. La dignidad de una persona, de un pueblo y de una cultura, no
consiste, pues, ni en la "superioridad" o dominio, ni en la oposición o violencia, La
*libertad del Espíritu" (2 Cor 3,17) es un proceso de construir el propio corazón para
vivir en comunión de hermanos y para construir esta comunión en toda la humanidad,
como reflejo de la comunión de Dios Amor (cf. LG 4; SRS 40). Solamente quien es
"libre" en su propia cultura, apreciándola sin esclavizarse, sabrá apreciar las otras
culturas para llevarlas al encuentro con Cristo.
Quienes han sido elegidos por Cristo para continuar su misión, reciben una
gracia especial del Espíritu, que les contagia de los mismos amores de
Cristo. Por amor al Padre y por amor al hombre, Cristo "da la vida" como
Buen Pastor (Jn 10,11s) y ama hasta darse a sí mismo: "no tiene donde
reclinar la cabeza" (Mt 8,20). La caridad del Buen Pastor se expresa así: se
da del todo (pobreza), según los planes salvíficos del Padre (obediencia),
como consorte o protagonista de la historia de cada ser humano
(virginidad o castidad).
Ante una "nueva evangelización", que supone "nuevo ardor, nuevos métodos y
nuevas expresiones" (Juan Pablo II), se necesitan nuevos apóstoles que sepan
proponer "una nueva síntesis entre Evangelio y vida", "dar un alma a la sociedad
moderna" y "poner el mundo moderno en contacto con las energías vivificantes del
Evangelio". Serán, pues, apóstoles "expertos en humanidad, que conozcan a fondo el
corazón del hombre de hoy, participen de sus gozos y esperanzas y, al mismo tiempo,
sean contemplativos enamorados de Dios" (Juan Pablo II).
Ante un mundo que necesita signos e "imágenes" (por ser una sociedad "icónica"),
hay que presentar gestos evangélicos claros. El Evangelio se anuncia cuando "la
claridad de Cristo resplandece sobre la faz de la Iglesia" (LG 1).
El apóstol, como testigo del encuentro con Cristo, llama a todos a un cambio de
mentalidad ("conversión"), que se concreta en un proceso de configuración con
Cristo ("bautismo"), expresado en una sintonía de criterios, escala de valores y
actitudes, con la persona y el mensaje del Señor.
El "yo soy" de Jesús resucitado, en cada momento histórico, hace posible está
renovación espiritual y apostólica de personas y comunidades eclesiales.
El "Reino" es el mismo Jesús, con todo lo que El es, hace, dice y comunica.
Las "parábolas" del Reino indican una vida humana vivida por Jesús, desde
dentro y para transformarla según los designios salvíficos de Dios. Es una
vida que tiene su valor si se mira con esta perspectiva de trascendencia: "El
Reina se manifiesta en la persona misma de Cristo, Hijo de Dios e Hijo del
hombre, quien vino a servir y a dar su vida para redención de muchos" (Mc
10,45) (LG 5).
Hasta los detalles más pequeños de nuestra existencia son mensaje del
Reino: las semillas, el sembrador, el fermento en la harina, el tesoro
escondido, la perla fina, la red... (Mt 13). El mismo Jesús es el sembrador;
la buena semilla es su palabra, que hace germinar creyentes "hijos del
Reino" (Mt 13, 38) ya en esta tierra. Pero el camino prosigue hasta llegar al
"Reino del Padre" (Mt 13,43).
El Reino que Jesús predica y que encarga predicar a los suyos, entra en el
corazón para transformarlo según los valores evangélicos (Lc 17,21). "No es
de este mundo" (Jn 18,36), porque no se apoya en los poderes y ambiciones
humanas; pero Jesús deja ya en esta tierra unos signos de servicio
permanente comunitario o "eclesial": su palabra, su Eucaristía y sacramentos,
su pastoreo, cada hermano con su propia vocación y ministerio... y
establece servidores o ministerios como el de Pedro y el de los Apóstoles
(Mt 16,18; Lc 10,16). El Reino que establece Jesús en esta tierra es sólo un
inicio o preparación del Reino definitivo, "preparado eternamente" por el
Padre en el "más allá" (Mt 25,34).
Esta Iglesia, Reino de Cristo e inicio del Reino definitivo, es la Iglesia a la que
sirven y aman los Apóstoles, como cuerpo de Cristo y complemento suyo (Col
1,14), esposa o consorte (Ef 5,25s), "sacramento" o signo transparente e
instrumento (Ef 5,32), madre como María (Gal 4,4.19.26), pueblo santo de
redimidos por la sangre de Cristo (1Pe 2,9s; Apoc 1,5-6).
La Iglesia es el mismo Cristo que vive en los hermanos redimidos por El (Mt
25,35-40; Act 9,5).
Todo apóstol, como Pablo, ama a la Iglesia hasta sufrir por ella (Col 1,24), a
imitación del amor y de la oblación de Cristo: "Amó a la iglesia y se entregó por
ella" (Ef 5,25).
La Iglesia es, por su razón de ser o "por su naturaleza, misionera, puesto que
toma su origen de la misión del Hijo y de la misión del Espíritu Santo, según el
propósito de Dios Padre" (AG 2). La fidelidad a Cristo se convierte
necesariamente en fidelidad a la Iglesia misionera (Cf. EN 16; PO 14).
Las culturas indican la relación del hombre con, sus semejantes, con el
ambiente y con la trascendencia (y con Dios). Los valores culturales esperan
"gimiendo" (Rom 8,22) la llegada del anuncia evangélico, para poder sobrevivir
a los embates de la historia, purificando sus defectos y desarrollándose hasta
la perfección en Cristo (cf. EN 20; GS 44,53; LG 17). “Sólo desde dentro y a
través de la cultura, la fe cristiana llega a hacerse histórica y creadora de
historia" (CFL 54).
La misión que Cristo encargó a los suyos, es universalista ("a todas las
gentes"). Pablo llevó esta misión clavada en su corazón, desde el momento de
la conversión (Act 9,15), hasta sus últimos años en la cárcel de Roma antes
de su martirio: "El Señor me asistió y me dio fuerzas para que por mi fuese
cumplida la predicación y todos los gentiles la oigan" (2 Tim 4,17).
Dejar que Cristo ore y ame en nosotros comporta hacer propia su oración y sus
vivencias: "Padre nuestro... venga a nosotros tu Reino" (Lc 11,2). El amor a
Cristo, que se prolonga en su Iglesia y que espera y llama desde cada
corazón y cada pueblo, hace vivir la dinámica del "Padre nuestro", corno
dinámica misionera universal: "Así, finalmente, se cumple en realidad el
designio del Creador, quien creó al hombre a su imagen y semejanza, pues
todos los que participan de la naturaleza humana, regenerados en Cristo por
el Espíritu Santo, contemplando unánimemente la gloria de Dios, podrán decir:
'Padre nuestro` ((AG 7).
EJERCICIO INDIVIDUAL Nº 5
2. Haga una síntesis del contenido de Chistifideles Laici (CFL) 35 " Id por
todo el mundo".
Presentación
Dios se hizo hombre para construir, con la colaboración del hombre, una
nueva creación: "Un nuevo cielo y una nueva tierra" (Apoc 21,1). Desde el día
de la encarnación del Verbo, la historia ha cambiado de sentido. Todas las
cosas están ya orientadas hacia Cristo para "recapitular todo en El" (Ef 1,10).
Esta realidad de fe parece una utopía, pero da sentido a la existencia humana. Sin
esta perspectiva de esperanza cristiana, la vida sería un absurdo. La historia recobra
su sentido porque se hace tarea de construir la vida amando como Cristo. El
resultado no es ni inmediato ni constatable con cálculos humanos. La cruz y!a
resurrección siguen aconteciendo en el "Cristo total" o Cristo místico, que somos
nosotros con El. La vida humana es un "presente" que vale la pena vivir como
donación. Entonces la vida siempre es hermosa y se transforma en vida
eterna.
Cristo, que vive en nosotros, es el primer interesado en hacer que esta esperanza
llegue a. ser realidad plena. El hace posible nuestra respuesta generosa a
colaborar en la tarea de una nueva creación. El hombre, que ha sido creado. A
"imagen de Dios" Amor (Gen 1,6s), ahora, por Cristo, es llamado a un
encuentro y visión de Dios que le transformará y le hará participar
definitivamente en su vida divina de máxima unidad en el amor: "Ahora somos
hijos de Dios, aunque aún no se ha manifestado lo que hemos de ser.
Sabemos que, cuando se manifieste, seremos semejantes a Él, porque le
veremos tal cual es" (1 Jn 3,2; cf. Rom 8,14).
Por Cristo, todo va pasando a ser "vida nueva" (Rom 6,4). El pan y el vino,
transformados en su cuerpo y sangre (Eucaristía), son el signo eficaz de un
cambio radical que ya se está realizando en toda la humanidad y en toda la
creación. Pero esta realidad se vive en la fe y la esperanza de saber que
"completamos" la acción salvífica y transformadora de Cristo (Col 1,24).
Cristo, "el Hijo del hombre", como Hijo de Dios y hermano nuestro, por su
humillación y glorificación, ya puede elevar a toda la humanidad a participar en
su gloria. Pero el camino lo ha trazado El y sigue siendo Él: "Vencer el mal con
el bien" (Rom 12,21), transformando todo en donación.
Este adviento de esperanza se vive con actitud mariana: "Los fieles que viven
con la liturgia el espíritu del adviento, al considerar el inefable amor con que la
Virgen Madre esperó al Hijo, se sentirán animados a tomarla como modelo y a
prepararse, vigilantes en la oración y jubilosos en la alabanza, para salir al
encuentro del Salvador que viene" (MC 4).
Huir de la realidad y escapar del presente no sería actitud cristiana, sino simple
alienación. El Hijo de Dios vivió en unas coordenadas geográficas e históricas
para realizar la redención. Le echaron en cara su cualidad de ser de Nazaret (Jn
1,46), de ser el "hijo del carpintero" y de "tener por madre a María" (Mt 13,55).
Pero nos redimió precisamente amando estas circunstancias y transformándolas
en donación.
La encarnación del Verbo, por la que el Hijo de Dios "habita entre nosotros"
(Jn 1,14), cambia y transforma el destino de la humanidad. Las circunstancias
humanas de la vida de Cristo fueron las mismas que las nuestras, pero
fueron vividas por El desde dentro y con un amor de Hijo de Dios hecho
nuestro "consorte" y hermano. Así fue y sigue siendo "el Salvador del mundo",
como "Hijo de Dios enviado por el amor del Padre para nuestra salvación» (1
Jn 4,14; Jn 3,17). Para continuar esta obra de salvación, Cristo quiere necesitar
de nosotros y de nuestro presente como parte de su misma historia.
La vida se hace ensayo de un "amén" o "sí" eterno, que hemos de decir, "por
Cristo" y, en el Espíritu, al Padre (2 Cor 1,20). El "sí" se ensaya en el tiempo, día
a día, y en la propia circunstancia de Nazaret. Este ensayo es fidelidad, generosidad,
contemplación, asociación de Cristo y compromiso de inserción en la historia
para cambiada amando. Al final de una vida así, de la persona humana ya
sólo queda su verdadera identidad: haber hecho de la vida un “fiat" como el de
María.
Hay que decidirse a vivir el presente hipotecándolo en la vida eterna, que Cristo
nos ofrece. El secreto del cambio es la donación y el servicio humilde. Por esto el
creyente, tanto en períodos de intenso trabajo como en los tiempos de descanso,
vive pendiente de la presencia de Cristo a través de su Eucaristía, de su
palabra, de sus sacramentos y de su comunidad eclesial. Esta presencia
activa de Cristo resucitado transforma nuestro presente en plenitud de vida
eterna; "Estaré con vosotros hasta la consumación de los siglos" (Mt 28,20).
"La espera de una tierra nueva no debe amortiguar, sino más bien avivar, la
preocupación de perfeccionar esta tierra, donde crece el cuerpo de la nueva
familia humana, el cual puede de alguna manera anticipar un vislumbre del
siglo futuro... El Reino está ya misteriosamente presente en nuestra tierra;
cuando venga el Señor, se consumará su perfección" (GS 39).
Cristo, el Hijo de Dios hecho nuestro hermano y redentor, es, por ello mismo, el
"hombre nuevo" (1 Cor 15,47), que ha inaugurado un modo nuevo de ser y de
vivir, "El que es imagen de Dios invisible (Col 1,15) es también el hombre
perfecto, que ha devuelto a la descendencia de Adán la semejanza divina,
deformada por el primer pecado" (GS 22).
El amor que Cristo nos tuvo desde la encarnación, se fue actualizando en cada
momento de su existir terreno: "Nos amó y se entregó por nosotros" (El 5,2). Este
amor histórico acompaña y transforma nuestro presente para hacerlo pasar a una
vida definitiva. Su amor actual por nosotros es amor que transforma nuestra vida
terrena en vida eterna. Por estar injertados en el misterio de su encarnación, de
su vida y de su muerte, lo estamos también en el misterio de su nueva vida de
resucitado: "porque si hemos sido injertados en El por la semejanza de su
muerte, lo seremos también por la de su resurrección" (Rom 6,5).
Nuestra vida parece que se nos escurre entre las manos, sin poderla detener.
Todas las obras humanas parecen llevar el sello de la caducidad y, a veces, el
del fracaso. Pero nuestra fe no se apoya en cálculos y lógicas humanas, sino en
Cristo resucitado presente, "sabiendo que quien resucitó al Señor Jesús,
también con Jesús nos resucitará... Por lo cual no desmayamos, sino que
mientras nuestro hombre exterior se corrompe, nuestro hombre interior se renueva
de día en día" (2 Cor 4,1416; 1 Cor 6,14).
Cristo nos invita a pasar a una "cena" o fiesta definitiva: "Estoy a la puerta y llamo;
si alguno escucha mi voz y abre la puerta, yo entraré a él y cenaré con él y él
conmigo" (Apoc 2,30),
La afirmación "soy yo", que Jesús continua diciendo en cada corazón y en cada
comunidad humana, hace posible la orientación de todo nuestro ser hacia el
amor. Es posible hacer de la vida un "si", porque Cristo deja sentir en ella su
presencia y su amor. “Por El decimos amén (sí) para gloria de Dios " (2 Cor 1,20).
Este "si" es oblación o donación incondicional de Cristo, como pronunciándose en
armonía de una vida que se comparte esponsalmente: "Por El, ofrezcamos
continuamente a Dios un sacrificio de alabanza” (Hb 13,15). Jesús nos da a su
madre como modelo y ayuda para vivir en sintonía con Él; ella es la Virgen de
nuestro "sí" (cf. Lc 1,38-45; 11,28).
A partir del encuentro vivencial con Cristo, "por quien todo ha sido hecho" (Jn
1,3; Col 1,16}, la vida recobra todo su sentido y toda su belleza . El
seguidor de Cristo va dejando de lado la chatarra para vivir activamente
los acontecimientos, como la sorpresa de Dios, transformando la vida en
donación. “Nunca entre vosotros me precié de de saber cosa alguna sino a
Jesucristo, y éste crucificado” (1 Cor 2, 2); “todo lo considero como
pérdida, a causa del sublime conocimiento de Cristo Jesús, mi Señor, por
cuyo amor todo lo sacrifiqué y lo tengo por basura, con tal de ganar a
Cristo” (Fil 3,8).
Jesús dejó sentir su presencia y deja oír su voz en el corazón de toda persona
que no se cierre al amor: "SOY YO". Quien encuentra a Cristo corno Salvador
en su propia realidad, pasa del encuentro a la entrega y a la misión: sentirse
amado por Él, quererle amar del todo y hacerle amar de todos. Con Cristo, por
Él y en Él, es posible hacer de la vida un "sí". "Vivo en la f e del Hijo de Dios,
que me amó y se entregó por mí " (Gal 2,20).
Desde el rostro de cada hermano y desde lo hondo de cada acontecimiento
Jesús dice: "SOY YO". El no es extraño ni forastero en ninguna cultura y en
ningún pueblo. Pero este forastero de fe se ensaya escuchando en cada palabra de
la Escritura el eco del Verbo hecho nuestro hermano. Es Cristo mismo quien nos
descifra el significado del Evangelio y de la historia (Apoc 5,1- 14). Se necesita la
actitud de fe del discípulo amado: reclinar la cabeza sobre el pecho de Jesús, es
decir, escucharlo desde sus amores (cf. Jn 13,23-25). Es también la actitud de
recibir a María como Madre, para aprender de ella a meditar la Palabra de Dios
dejándola entrar hasta lo más hondo de nuestro corazón (Lc 2,19.51).
Los nuevos "areópagos" de hoy, en los que se ventila el sentido de la vida humana
y el sentido de la historia, necesitan nuevos evangelizadores al estilo de Pablo,
que sepan anunciar con audacia y sin rebajas el misterio de Cristo Hijo de Dios,
hecho nuestro hermano, muerto y resucitado, "el Salvador del mundo "(Jn 4,42).
Con labios de hombre y con corazón de hombre, con una humanidad como la
nuestra, que sentía sueño, debilidad ternura y dolor, Cristo dijo en medio de la
tempestad: "SOY YO"; no temáis" Un 6,20). Como Hijo de Dios, engendrado
por el Padre desde la eternidad y concebido como hombre en el seno de María por
obra del Espíritu Santo, Jesús sigue diciendo: "SOY YO" (Jn 8,23-58). Con su
misma humanidad ya glorificada, manifestando toda su gloria de Hijo de Dios,
Jesús "se dejó ver" de los suyos, diciendo: "SOY YO MISMO, palpad y ved" (Lc
24,39). Es Jesús que, con esa misma voz habla hoy a nuestro corazón, desde los
signos eclesiales y desde cada hermano, para comunicarles el don de la fe. Por
esto, la realidad de Jesús no se deja reducir a un adorno ni a una abstracción.
Por el hecho "pascual" de "pasar" al Padre con todo su ser de hombre y de Hijo de
Dios, Cristo se nos convierte en las "primicias" de nuestra resurrección futura
(1Cor 1, .20).
Cristo ha resucitado no como el caso de Lázaro para recibir una vida mortal, sino
para manifestar plenamente en su humanidad glorificada su misterio de Hijo
unigénito de Dios.
Dios continúa revelando el misterio de su Hijo a "los pequeños" (Mt 11,21), a los
que no piden signos extraordinarios ni elucubraciones teóricas complicadas (cf Jn
20,29), a los que, como María, dejan entrar la Palabra de Jesús a lo más hondo
del corazón, para hacer de la vida un "sí ".
La vida se hace un "sí" a Cristo, aquí y ahora, para ensayar el "Sí" de una vida
eterna, donde El se manifestará definitivamente: "SOY YO»...
SDV Summi Dei Verbum (Carta Apostólica de Pablo VI, sobre la vocación:
1963).
SRS Solicitudo Rei Socialis (Encíclica de Juan Pablo II, sobre la cuestión
social: 1987).
EVALUACIÓN TERMINAL
MODULO DE CRISTOLOGIA
NOMBRE: ___________________________
Código: ______________________________
FECHA: _______________________________________
II. Lea la tercera unidad de este módulo y elabore una catequesis acerca del
tema: Cristo Jesús, el Salvador del Mundo.
CASA J.: El Jesús de los Evangelios, Madrid, BAC 1977; De los Evangelios, al Jesús
histórico, Madrid, BAC 1980.
ESQUERDA J.: Hemos visto su gloria, Madrid, Paulinas 1989; Corazón abierto,
Barcelona, Balmes 1984.