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After The Rain - Renée Carlino

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Annabelle

Dey Turner Julie


Adriana Tate Eli Hart Julieyrr Val_17
Alessandra evanescita Lauu LR Valentine Rose
Amélie Fany Keaton Marie.Ang Vals<3
Annabelle Florbarbero Mary Haynes Vane’
Rory Geraluh Mire Ann Farrow
Beatrix Ivy Walker Miry Vani
CrisCras Jane Snow Q *~ Vero ~*
Dannygonzal Jasiel Odair Sofía Belikov

Adriana Tate Fany Keaton Miry


Alessa Masllentyle florbarbero SammyD
Alessandra Wilde Helena Blake Sandry
Anakaren itxi Val_17
AriannysG Jasiel Odair Valentine Rose
Danita Key Vane’
Dannygonzal Laurita PI Victoria
Elizabeth Duran Lizzy Avett' Yani B
Eli Hart Mary

Anna Karol Vane’


Sinopsis Capítulo 15
Capítulo 1 Capítulo 16
Capítulo 2 Capítulo 17
Capítulo 3 Capítulo 18
Capítulo 4 Capítulo 19
Capítulo 5 Capítulo 20
Capítulo 6 Capítulo 21
Capítulo 7 Capítulo 22
Capítulo 8 Capítulo 23
Capítulo 9 Capítulo 24
Capítulo 10 Capítulo 25
Capítulo 11 Capítulo 26
Capítulo 12 Epílogo
Capítulo 13 Agradecimientos
Capítulo 14 Sobre la Autora
De la autora de Sweet Thing y Nowhere But Here, bestsellers del USA
TODAY, llega un romance contemporáneo profundamente emotivo sobre las
segundas oportunidades que aguardan más allá de los sueños rotos de la
juventud.
Bajo los reflectores brillantes de la arena de un espectáculo de rodeo, la
joven Avelina Belo se enamora de un apuesto vaquero con una personalidad de
enormes proporciones. Luego de un muy breve cortejo, felizmente se muda
lejos de su familia en el norte de California para establecerse a la vida de casada
con su vaquero, en un rancho ganadero de unas 2.800 hectáreas en Montana.
Un terrible accidente después, y las esperanzas del futuro prometedor de
Avelina se esfumaron.
Nate Myers se graduó como el mejor de su clase en la escuela de
medicina de UCLA, más que preparado para seguirle los pasos a su padre, un
cirujano cardiotorácico súper famoso. Seis años después, la carrera de Nate está
siendo arruinada por una demanda de mala praxis. Cuestionándose a sí mismo
por primera vez, se retira a un rancho ganadero en Montana para visitar a su tío
y ganar algo de perspectiva. Allí, conoce a una hermosa joven llamada Avelina,
quien le enseña más de lo que alguna vez supo en lo que respecta a los asuntos
del corazón.
Para Heather, por un millón de razones.
Sanadora
Traducido por Ivy Walker
Corregido por AriannysG

OTOÑO 2013

Mi segundo nombre es Jesús. En realidad, es Jesús de los Santos. En


España significa Jesús de los Santos, en Estados Unidos es solo un segundo
nombre muy extraño con el cual crecer. Mis padres vinieron a América desde
España a principios de los años ochenta por lo que mi padre podía ir a trabajar
en el rancho ganadero de su primo en el centro de California. Para mi mamá y
papá, América significaba libertad, educación, prosperidad y felicidad. Nací
aquí en el ochenta y cinco, diez años después que mi hermano Daniel. Mi
madre, al ser una católica devota, continuó la tradición de su familia de darles a
sus hijas segundos nombres religiosos. Yo era su única hija, nacida Avelina
Jesús de los Santos Belo, lo cual era un trabalenguas, así que en los registros
escolares y médicos mi madre lo acortó a Avelina Jesús Belo. Sin presión allí.
Aparte de aguantar las bromas ocasionales de los compañeros de clase
sobre mi segundo nombre, tuve una infancia idílica viviendo en el rancho y
asistiendo a las escuelas públicas locales. Desde que recuerdo, montaba caballos
y movía al ganado con mi padre, hermano y primos. El trabajo estaba en mi
sangre y montar a caballo vino a mí de forma natural, a diferencia de hacer
amigos o hacer otras cosas típicas femeninas.
Teníamos todo lo que mis padres desearon cuando llegaron aquí hasta
que cumplí dieciséis años. Fue entonces cuando mi padre fue diagnosticado con
cáncer pulmonar. Él fue el primero de muchos que amé, pero no fui capaz de
sanarlo. No había poderes curativos en mis manos, solo era una niña con
demasiadas duras lecciones por aprender. Después de que falleció, mi madre se
deprimió. Su recuerdo la perseguía y la hizo frágil. Durante meses se sentó en la
casa del rancho, en frente de la ventana, mirando hacia fuera por alguien que
viniera a rescatarla, tal vez el espíritu de mi padre, o tal vez la muerte.
Me molestaba que no fuera más fuerte, por no ver lo bendecida que era.
Después de enterrar a mi padre, mi hermano se sumergió en su propia vida, fue
a la universidad y comenzó una familia en la ciudad de Nueva York, lejos del
rancho. Los caballos se convirtieron en mis amigos... y familia. Empecé a
participar en carreras de barriles en rodeos y competiciones para ganar dinero
extra mientras miraba a mi madre decaer frente a mis ojos.
En mi último año de secundaria, justo después de cumplir los dieciocho
años, en octubre de 2003, mi hermano tomó la decisión de enviar a nuestra
madre de regreso a España. Daniel me prometió que era por su propio bien y el
mío. Estuvo de acuerdo en aceptarme para que pudiera terminar mi último año
de secundaria, lo que significaba mudarme a Nueva York, vivir en la ciudad
con su pretenciosa esposa, comenzar en una nueva escuela, y estar sin mis
caballos. No tenía otras opciones. Sabía que tendría que ir a alguna parte, y
Nueva York parecía una mejor opción que España en ese momento.
Dos semanas antes de que fuéramos a mudarnos, incendios de malezas
silvestres comenzaron a hacer estragos en el sur de California, enviando nubes
de humo y neblina a nuestro valle, así que llevé a mi madre conmigo a un rodeo
en el norte de California para escapar del aire terrible. Remolcamos a nuestros
cuatro caballos, parando periódicamente y dejándolos pastar en la hermosa
tierra sin tocar del Valle Central de California. Durante nuestro viaje, me dirigió
unas pocas palabras. Se quedó encorvada en el asiento del pasajero, mirando
por la ventana. Cuando viajamos al oeste de un pequeño tramo de carretera
donde las montañas se unían con el océano, suspiró y dijo con su fuerte inglés
acentuado—: Eres una sanadora. Tienes un don. Me has traído a casa, belleza. —
Bella, me llamó. Lucía exactamente como ella, con ojos marrones demasiados
grandes para mi cabeza y largo y oscuro cabello rebelde.
—No lo soy, mamá. Solo soy una chica y todavía estamos en California
—dije. No respondió, ya se había ido demasiado lejos. La mayor parte del
tiempo se encontraba igual de desalentada. Habría la ocasional observación sin
sentido y luego volvería a estar de luto en silencio por mi padre. Existía en un
mundo lleno de dolor que estaba fuera del alcance de los vivos. Existía en el
pasado, y sabía que nunca sería capaz de ayudarla, lo que lo convirtió en la
segunda vez en mi corta vida que me sentí totalmente impotente.
Pasó la mayor parte de ese fin de semana en la cabina de nuestro
vehículo o en la sucia habitación del motel donde nos alojábamos mientras yo
practicaba y competía. Le llevé la comida y me aseguré de que estuviera bien
antes de volver a ocuparme de los caballos. Tenía previsto competir por última
vez el domingo por la tarde, así que me pasé la mañana viendo las demás
pruebas, sentada en lo alto del corral, justo fuera de la arena. Era un pequeño
rodeo compuesto básicamente por una arena principal y dos corrales salpicados
por unos cuantos conjuntos de viejas gradas de madera. No había mucho
dinero en las bolsas de esos rodeos, pero era una buena práctica y no me
quedaba muy lejos para conducir.
Durante la final del equipo de lazo varonil uno de los caballos ensillado,
y esperando en el corral, caminó hacia mí. Le dio un golpecito a mi pierna y
olisqueó mis vaqueros. Dejé que oliera mis zapatos y luego empujé la parte
frontal de su rostro, en el espacio entre los ojos y la nariz.
—Vete, sal de aquí.
Tan pronto como las palabras salieron de mis labios, oí un breve silbido.
Al otro lado del corral había un hombre, con el rostro ensombrecido por la gran
ala de su sombrero Stetson negro. La yegua se fue de mi lado bruscamente y
corrió hacia él. Vi cómo se subió a la silla con gracia antes de dar al caballo una
orden sutil con el pie para avanzar a la arena. Su compañero de equipo de lazo
entró desde el otro lado. Justo antes de que el buey fuera puesto en libertad, el
hombre miró hacia mí y asintió, el tipo de asentimiento que significa algo. Es la
tranquila versión de vaquero de un silbido de admiración. Perdí el equilibrio en
la parte superior del corral y me tambaleé por un momento antes de sonreírle
también.
Al instante, el buey salió del túnel, seguido por los hombres, uno a cada
lado. Enlazaron a la veloz criatura en cinco segundos y medio. Era rápido, muy
rápido, pero no lo suficiente para ganar. Esperaba ver a dos vaqueros
enfurruñados trotando de vuelta a la puerta, pero solo uno parecía totalmente
derrotado. El otro, el hombre del Stetson negro, sonreía y cabalgaba hacia mí.
Cuando se acercó con las riendas y lazo en la mano izquierda, se quitó el
sombrero con la derecha. Era mucho más joven de lo que esperaba y sonreía
enfáticamente. Dos profundos hoyuelos aparecieron en los lados de sus mejillas
juveniles.
—Hola, me distrajiste —dijo, sin dejar de sonreír.
—Lo siento —murmuré.
—Estoy bromeando. Escogí un arrastrador. No teníamos oportunidad. —
Su voz era suave y confiada. Se refería al hecho de que el novillo no levantaría
sus patas traseras para ser lazado.
—Lo bueno, pensé que lo eché a perder.
—Se necesita más que una hermosa mujer encaramada en una valla para
distraerme de mi juego —dijo, poniéndose el sombrero en la cabeza. Nunca
pensé en mí misma como hermosa o incluso una mujer para el caso. Mi corazón
saltó y brincó dentro de mi pecho. Maniobró su yegua a través de la puerta,
saltó, y la llevó al corral donde ella se acercó a mí de nuevo—. Le agradas a
Bonnie. —Se rio—. Eres la única, aparte de mí.
Me bajé y empecé a ayudarlo a quitarle su silla y el freno.
—Es un buen caballo.
—Es una bebé, demasiado ansiosa, pero va a aprender —dijo, casi para sí
mismo.
—Bonnie, ¿eh? Lindo nombre. ¿Eres Clyde1? —pregunté.
Sonrió, se quitó el sombrero, y extendió la mano.
—Oh, perdón, señora. ¿Dónde están mis modales? Soy Jake McCrea.
Tomé su mano y la estreché con firmeza. —Avelina Belo.
—Nombre hermoso y exótico. Te queda bien. —La esquina de su boca se
elevó en una sonrisa hermosa. Sus ojos eran del azul más vibrante. En la luz del
sol parecían pequeñas corrientes eléctricas que rodeaban sus pupilas.
—Gracias —dije, pero me encontré pérdida en búsqueda de más
palabras. Su elogio despertó un sentimiento en mí que nunca había
experimentado. Nunca estuve interesada en salir, y nunca pensé en mí misma
como atractiva. Esa sensación de cosquilleo que las niñas tienen mucho antes de
que cumplan dieciocho finalmente me golpeó como un millón de pulsos de luz
estrellándose sobre mi pecho y dirigiéndose al sur.
—¿Qué hace una chica como tú alrededor de los corrales?
Dudé. —¿Como yo?
—Sí, ¿como tú?
—Voy a competir. —Saqué el teléfono de mi bolsillo trasero y comprobé
la hora—. Oh, demonios. Compito en veinte minutos. Tengo que calentar mi
caballo y cambiarme.
—Puedo calentar tu caballo, solo, ¿apúntame a la dirección correcta?
—Es la Appaloosa, justo ahí. La que está tratando de morder a ese chico.
Siguió mi mirada hacia donde Dancer estiraba su cuello a través de las
rejas del corral, tratando de morder el brazo de un chico joven que se
encontraba apoyado contra la valla. Jake silbó para llamarla, pero Dancer no le
hizo caso. Miró hacia mí con una mirada inquisitiva.

1Referencia a Bonnie Parker y Clyde Barrow, dos fugitivos, ladrones y criminales de los Estados
Unidos.
—Dancer —dije en un susurro. Levantó sus orejas antes de girar y trotar
hacia mí.
—¿Eh? —dijo Jake, sacudiendo la cabeza—. Nunca había visto eso antes.
La saqué del corral a la parte trasera del remolque y comencé a vestirla
para la carrera.
—Tiene grandes líneas. —Pasó una mano sobre su flanco manchado.
—La mayoría de la gente piensa que es fea.
—No, es hermosa. —Acariciaba al caballo, pero mirándome directamente
a los ojos cuando lo dijo.
Mi pulso se disparó. —Puedes pasearla un par de veces mientras me
cambio. Se cansa rápido.
—Está bien —dijo mientras trabajaba para alargar el estribo. Se subió en
la silla y Dancer inmediatamente se resistió. Se sentó firme en su asiento,
claramente un gran jinete. Tirando de las riendas más estrictamente, causó que
Dancer trotara unos pasos atrás. Agitaba su cola y luego pinchó sus orejas con
irritación. Jake se inclinó y le habló en un tono suave—: Ahora, tranquila. No
vas a avergonzarme delante de esta hermosa chica, ¿verdad?
—Siempre toma el tercer barril demasiado amplio. No puedo quitarle
eso, para que lo sepas.
Dancer trotaba en su lugar, ansiosa por correr hacia los barriles de
práctica.
—¿Cómo puedes ganar si siempre está cometiendo errores? —preguntó
Jake, sonriendo.
—Es lo suficientemente rápida.
—Ya veremos. —Le dio un apretón con los tacones de sus botas y se
fueron.
Me puse rápidamente la camiseta de competición, los vaqueros y las
botas, y en cinco minutos regresó. Dancer estaba caliente, pero Jake parecía
totalmente agotado.
—¿Estás bien, vaquero? —Sonreí.
Había una corriente reluciente de sudor que goteaba de sus patillas. Saltó
y me entregó las riendas antes de quitarse el sombrero y peinarse el cabello
rubio oscuro hacia atrás. Dejó escapar un gran suspiro.
—Hombre, es una perra mala, llena de fuerza y energía. No sé cómo
compites con ese caballo, deslizándote alrededor de eso. No tomó el tercer
barril ampliamente, prácticamente me lanzó sobre él.
Me reí.
—Ya verás. —Tomé las riendas, subí a la silla, y me dirigí hacia la
arena—. Esta no es un caballo de cuerda. Ella baila en el aire —grité.
Tenía razón, era un caballo difícil de manejar, pero no cuando yo la
montaba. Llegué a la puerta justo cuando llamaron mi número. El timbre sonó y
salimos. Me agaché un poco en su cuerpo mientras Dancer corrió hacia el
primer barril. Rodeó con toda facilidad, luego nos fuimos al segundo barril y
luego al tercero, el cual tomó un poco más ancho que perfecto. Era una mejora.
Le di una patada con fuerza, golpeé el final de las riendas de ida y vuelta contra
sus hombros. Aceleró y salió volando hacia la puerta, apenas tocando sus
pezuñas en el suelo.
Mientras miraba el reloj, el locutor anunció mi puntuación. Gané.
Tras recoger mi premio, me dirigí al establo donde tenía aparcados mi
camioneta y mi remolque. Jake se encontraba sentado en el portón trasero,
riéndose cuando me acerqué.
—¿Tienes algo bueno allí, cariño? —preguntó.
Levanté mi trofeo y lo sacudí en el aire.
—¡Gané trescientos dólares!
—¿Me estás diciendo que vas a llevarme a tomar una cerveza para
celebrar?
Tragué saliva mientras lo miraba desde lo alto de Dancer. Negué
ligeramente y luego traté desesperadamente de apartar mis ojos de él. Se había
puesto un par limpio de vaqueros Wranglers y una camisa blanca de botones.
Todavía con una sonrisa confiada, balanceó las piernas hacia atrás y adelante
juguetonamente en el borde de la puerta trasera.
Cuando salté para quitar la silla y el freno, se dio la vuelta y puso su
mano sobre la mía.
—Estaba bromeando. No sobre la cerveza, pero sí sobre el comprarla. Me
gustaría invitarte a salir para una cena adecuada. ¿Puedo hacer eso?
Me apretó la mano, mirándome a los ojos, esperando mi respuesta.
—Mi mamá está en nuestro motel. Tengo... tengo dieciocho años. —Mi
voz tembló vergonzosamente.
—Oh, bueno, acabo de cumplir veintiuno. —Sonrió de nuevo—. Estoy
lejos de mi casa en Montana, haciendo el circuito de rodeo a través de
California. Somos solo mi compañero de lazo y yo, así que se vuelve un poco
solitario. —Me di cuenta de que quería decir “solo” en el sentido genuino, no de
una manera sexual—. ¿Tal vez puedas traerla? Ambas necesitan comer,
¿verdad?
—Está bien —le dije a Jake McCrea solo tres cortos meses antes de que
me casara con él.
Ejercicio reglamentario
Traducido por Melanie13
Corregido por Vane’

PRIMAVERA 2005

Ir de un lado a otro en las filas de una concurrida zona de aparcamiento


mientras mi madre gritaba en el asiento trasero, no era como me había
imaginado el día en que me convertiría oficialmente en médico. Mi padre, en su
camisa de vestir con estampado hawaiano, se sentó en el asiento del pasajero,
tranquilo como siempre, mientras yo aceleraba y desaceleraba ansiosamente,
mirando una y otra vez el reloj en el tablero. Tenía diez minutos para estar en
mi asiento antes de que comenzara la ceremonia. No había espacios en el
estacionamiento, estaba lleno de graduados que se apresuraban a lo largo de
éste con sus batas de graduación verde y negro, mientras que mi papá estaba
sentado, tarareando “Yesterday” de los Beatles.
—Voy a llegar tarde. ¡Mierda! Voy a llegar tarde.
—Cristo, Nathaniel, vas a matar a alguien. ¡Cálmate! —gritó mi madre.
—Mamá, por favor, no estás ayudando. Y papá, deja el maldito tarareo.
—Nathaniel, ¿vas a realmente llamarte a ti mismo un médico y utilizar
ese tipo de lenguaje? —Miré por el espejo retrovisor para ver a mi madre
molesta con sus brazos cruzados, sonriéndome.
—Oh, eso no importa, Elaine. —Mi papá finalmente despertó de su
aturdimiento nostálgico—. Nuestro chico aquí tiene que elegir sus batallas.
Primero necesita encontrar una plaza de aparcamiento en este infierno olvidado
por Dios que ellos llaman universidad.
Esquivé a un grupo de peatones y vi un espacio abierto en el otro lado.
Cuando golpeé el freno, pude oír a mi madre gimiendo en voz baja.
—Papá, ¿cómo puedes decir eso de tu alma mater y del hospital en
donde hiciste tus prácticas?
—Los tiempos han cambiado, Nate. Eso es todo lo que estoy diciendo. —
Miró por la ventana y volvió a tararear "Yesterday".
El día de graduación es un punto de inflexión para muchos, pero para mí
solo era la siguiente casilla para marcar mientras seguía obedientemente los
pasos de mi padre. La Escuela David Geffen de Medicina en UCLA es un reto
para la mayoría, incluso si tu padre es el jefe de cirugía cardiotorácica, pero
para mí la escuela de medicina fue una brisa. Una fiesta. La mitad de mis cursos
consistían en un profesor arrojando información que se había plantado en mí y
me había nutrido desde el momento en que fui capaz de hablar. Los cursos de
anatomía eran como recitar el alfabeto. Las venas braquiocefálicas están
conectadas a la vena cava superior. La vena cava superior está conectada a la
aurícula derecha. La aurícula derecha se separa del ventrículo izquierdo por el
tabique atrio ventricular. Sabía estas cosas no porque mi papá fuera médico,
sino porque mi papá era el cirujano cardiotorácico más apasionado y venerado
en todo Los Ángeles.
Incluso con sus métodos poco convencionales y a veces arriesgados, mi
papá era considerado, dentro de la gran comunidad de cirujanos de todo el
país, como el mejor en su campo.
Los tres saltamos de mi destartalado Nissan Altima y comenzamos a
caminar hacia el sonido del maestro de ceremonias, quien ya empezaba su
discurso. Me apresuré, llevando mi gorro en una mano y las llaves del coche y
el teléfono celular en la otra.
—¡Espera! —gritó mi madre. Me giré para encontrarla de pie en el borde
del estacionamiento con la mano en la cadera de su traje de pantalón negro.
—¿Qué pasa, mamá?
—Vamos, Elaine —gritó mi padre.
—Espera, espera, ¡maldita sea! —Mi madre nunca maldecía—. Ven aquí,
Nathaniel. —Era una mujer menuda con rasgos infantiles, un peinado estilo
pixie negro, y una pequeña nariz de duende. La mayoría del tiempo, su postura
timorata y su gentil sonrisa la hacían parecer suave. Había sobrepasado su
metro sesenta de estatura desde que tenía doce años de edad, pero todo lo que
tenía que hacer era sacudir su cabeza hacia mí y su mirada era tan poderosa
como cualquier arma. Mi madre era una fuerza a tener en cuenta. ¿Sabes lo que
dicen que detrás de cada gran hombre hay una gran mujer? Mi madre decía:
No, la mujer se encuentra siempre tres pasos por delante.
Aunque aquel día estuviera detrás de mi padre y de mí, iba tres pasos
por delante de nosotros y, por lo que parece, tenía el control de la situación.
Miré a mis pies y luego a su cara y vi que su expresión cambiaba de enfado a
orgullo.
Caminé hacia ella. Se paró en las puntas de sus pies y ahuecó mi cara.
—Tú eres mi único hijo. Esta es la única vez que voy a llegar a tener este
momento. Antes de que subas a ese escenario y te conviertas oficialmente en
médico, quiero que sepas que estoy orgullosa de ti. Incluso si dejas todo esto: la
bata blanca y los títulos; incluso si tiras todo por la borda, eso no importa,
porque estoy orgullosa de lo que eres aquí. —Me dio un golpecito sólidamente
en el pecho, sobre mi corazón, y entonces agarró el celular de mi mano—. Y no
teléfonos el día de hoy. Ya he confiscado el de tu padre.
Le sonreí y le guiñé un ojo. —Gracias, mamá. Te amo. —Me incliné y
besé su mejilla.
—Te amo, también, y si esto de ser médico no tiene éxito, todavía pienso
que serías un gran modelo.
—Creo que ese barco ha zarpado, Elaine —intervino mi padre.
No sería justo decir que mi padre me había presionado a convertirme en
médico, porque no lo hizo, al menos no abiertamente. Yo quería seguir sus
pasos desde el principio. Pero desde que era un niño, me impulsó con mucho
cuidado en la dirección específica de la cirugía cardíaca, descartando
básicamente cualquier otra profesión del mundo. Decía—: Hijo, ¿qué es más
importante que mantener los corazones de la gente latiendo?
Pensé que era tan inteligente que una vez le dije—: ¿De qué sirve un
corazón que late sin un cerebro que funcione?
Él, por supuesto, respondió rápidamente—: Sirve tanto como cualquier
corazón que late. Lo importante a destacar es que incluso se puede mantener un
cerebro que no funciona con vida a la vez que tienes un corazón latiendo. No
funciona al revés, ¿verdad?
Hubo unos cinco minutos en mi primer año de licenciatura, cuando
llegué a casa después de leer sobre el uso de herramientas eléctricas en la
cirugía ortopédica, en los que le dije a mi padre—: Creo que la ortopedia va a
ser lo mío, papá. —Al día siguiente llevó a casa un baúl lleno de artículos de
Home Depot y un hueso de fémur de vaca extragrande. A continuación,
atropelló el hueso de vaca con su coche en la calzada hasta que se astilló, se
agrietó y se rompió por varios sitios, y luego me dio una bolsa de tornillos y
pernos diminutos y un taladro inalámbrico.
—Ten, chico.
Pasé dieciséis horas seguidas en el garaje, sin ni siquiera un vaso de
agua.
Cuando terminé, me sentía exhausto y completamente desgastado, pero
orgulloso del hueso de vaca ya montado, que paseé por toda la casa. Mi madre
se mortificó y le dijo a mi padre que había creado un monstruo. Él se limitó a
reírse desde el sofá, gritándome: —Parece bonito, pero ¿soportará dieciocho
kilos?
Mientras estudiaba el hueso en mis manos, me hice terriblemente
consciente de que no sabía nada acerca de la ortopedia. Había pasado la mayor
parte de todo un día meticulosamente planificando y montando un
rompecabezas increíblemente complicado, solo para aprender que el propósito
de la cirugía no tenía nada que ver con cómo se veía el hueso sino cómo
funcionaría el hueso. Momentos después de esa realización, tuve otra, casi
instantáneamente: No me importaba en absoluto acerca de cómo funcionaban
los huesos. Ortopedia no era mi pasión. Claro, entendí la importancia del
aprendizaje de los fundamentos de la biología, la anatomía, la fisiología y
medicina general, pero había estado soñando con hacer una cirugía de corazón.
En mis sueños me gustaría viajar al interior del corazón. Vivir en él e
inspeccionar cada detalle en cada cámara como si las partes fueran habitaciones
individuales. Me obsesioné con el corazón y sus funciones físicas. Incluso ahora,
los únicos corazones rotos que me interesaban eran los que requerían cirugía.
Lanzándome entre pasillos y sillas, encontré mi asiento junto a Olivia
Green, mi pareja de laboratorio en la mayor parte de la escuela de medicina.
Tenía una personalidad ardiente para ir con una mata de pelo rojo que a
menudo enrollaba en una gruesa trenza por encima del hombro. Para muchos
de nuestros compañeros de clase, Olivia parecía torpe socialmente debido a su
interpretación literal de casi todo. Tenía cierta franqueza acerca de sí misma, lo
cual me gustaba porque de vez en cuando nos usábamos para otras cosas y
nunca me dio ninguna mierda emocional.
—Llegas tarde. Te perdiste la entrada.
—Ya me di cuenta. Estaba atrapado en el estacionamiento.
—¿Atrapado por quién? —susurró con voz preocupada.
Mi mejor amigo, Frankie, se encontraba sentado al otro lado de Olivia. Se
inclinó, me lanzó una mirada y se echó a reír. —Nate se refiere a que el
estacionamiento ya está lleno, Olivia.
—Oh —respondió. Frankie negó con la cabeza y luego me susurró—: ¿Y
ella va a realizar una cirugía de corazón? Ese es un pensamiento aterrador.
—Cállate, Frankie —dijo, dándole un codazo en el costado. Frankie y
Olivia apenas se llevaban, y creo que fue por mi bien. Olivia iba a hacer un
mejor médico que nosotros dos combinados, y creo que eso se metió bajo la piel
de Frankie.
El maestro de ceremonias, Rod Lohan, quien también era un amigo y
colega de mi padre, comenzó su discurso. Anunció los nuevos médicos de la
clase del 2005, y antes de darme cuenta, era llamado al escenario.
—Nathanial Ethan Meyers.
Pensé que sería la última vez que escucharía mi nombre completo sin la
palabra "doctor" delante, como si el resto de mi vida se definiera
completamente por mi profesión.
Al acercarme al doctor Lohan, a quien había respetado la mayor parte de
mi vida, vi un destello en sus ojos. Estaba orgulloso. Me di vuelta y busqué a mi
madre y padre en la multitud y los encontré mirándome de la misma manera.
Los largos y duros años de trabajo habían dado sus frutos en ese momento,
pero mientras que el doctor Lohan colocaba la capucha de la graduación en mis
hombros, me di cuenta de que mi trabajo solo acababa de empezar.

Después de la ceremonia, cené con mis padres y luego me encontré con


Olivia, Frankie, y algunos otros graduados de la escuela de medicina para
tomar unas cuantas bebidas. Fuimos a McNally, un pub irlandés local. Un
hombre tocaba la guitarra y cantaba canciones tradicionales de pub en un
pequeño escenario en la parte posterior. Entre versos, gritaba—: ¡Griten de
vuelta, muchachos!
Negué con la cabeza y me pregunté cómo me habían convencido para
venir a un lugar como este. Olivia se sentó allí, aburrida, tomando un pequeño
cóctel, mientras que Frankie, la mariposa social, hacía sus rondas a través de la
multitud.
—Solo quiero agua —le dije al camarero.
—¿Qué es lo que te pasa, hermano? ¿No vas a tomar una copa de
celebración? —gritó Frankie desde la mitad de la barra.
Olivia me miró, sacudiendo la cabeza. —¿Acaso no sabe que no bebes?
Me encogí de hombros. —Lo que sea, se está divirtiendo.
—Es un imbécil. —No tenía expresión en su rostro.
Tiré de su trenza. —Ahora, doc. No te pongas caliente.
Para entonces, Frankie se había acercado. —Hola, señor y señora
aburridos. ¿No tienen algunas revistas médicas que estar estudiando? —Olivia
puso los ojos en blanco.
—En realidad, necesito irme Frankie. —Le di una mirada de disculpa.
—Me voy de aquí —murmuró Olivia.
—¿Qué hay de comer juntos mañana? —me preguntó mientras yo
ayudaba a Olivia a bajar del taburete.
—Sí, eso estaría bien. —Frankie era un amigo bueno y leal, pero podía
ser desagradable, así que entendía la falta de paciencia con él por parte de
Olivia.
Sostuve la puerta abierta para Olivia y nos dirigimos a la calle.
—Te acompañaré a casa —le dije. Su apartamento estaba a cuatro
cuadras de donde nos encontrábamos y el mío a seis cuadras en la otra
dirección, pero sabía que me invitaría a pasar.
—¿Por qué te quedas en Los Ángeles para tu residencia? No lo entiendo
—dijo mientras caminábamos rápidamente, hombro con hombro, por la acera.
—No todo el mundo tiene el privilegio de hacer su residencia en
Stanford. —Golpeé mi hombro contra el suyo en un gesto burlón.
—Habrías sido aceptado, pero ni siquiera lo intentaste.
—¿Cuál es tu punto, Olivia?
—No lo sé. Parece que te estás quedando aquí debido a tu padre.
Podía sentir el calor extendiéndose por mi cara. Apreté la mandíbula, me
detuve en seco, la agarré por los hombros y le di la vuelta para que me viera de
frente. Sus grandes ojos oscuros y pecas la hacían parecer más joven, pero sus
labios siempre se encontraban fruncidos en un acto de control, que a veces le
hacía ver mayor. —Mi padre no tiene nada que ver con esto. Y no se me ha
dado un tratamiento especial, si es eso lo que quieres decir.
Se encogió de hombros y elevó una ceja. —Está bien, lo que tú digas.
—Sabes lo mucho que he trabajado. No tiene nada que ver con él. No voy
a vivir a su sombra. Puedo ser un mejor cirujano. Es para lo que nací y quiero
hacerlo aquí. Me gusta Los Ángeles. He estado aquí toda mi vida. No necesito
distraerme en un lugar nuevo.
Se dio la vuelta y se alejó, diciéndome—: Lo entiendo, Nate. No tienes
que acompañarme el resto del camino. Estoy bien. Buenas noches.
La vi caminar por la cuadra del frente de su edificio, antes de empezar a
correr hacia ella. —Espera, Olivia.
Mantuvo la puerta del vestíbulo abierta. —¿Qué pasa?
Dudé. —¿Puedo... puedo pasar? —Sonreí lo suficiente para hacerle saber
que no estaba enojado.
Se rio una vez y luego hizo un gesto con la mano para que caminara
hasta la puerta.
Una vez que estuvimos solos en el ascensor, la empujé contra la pared y
la besé. Su pelo siempre olía a aceite de árbol de té. Era una especie de
desencanto y creo que ella lo sabía. Como yo, no buscaba a alguien que la
distrajera. Traté de no respirar por la nariz. Me devolvió el beso, duro y
exigente, y luego empezó a tirar de mi cinturón. No tenía ni un pelo de cálida o
romántica.
—Espera —susurré—. No aquí.
Cuando las puertas del ascensor se abrieron, agarró mi mano y me llevó
por el pasillo. —Rápido —dijo—. Quiero estar en la cama a las nueve.
—Te meteré en la cama ahora mismo.
Desbloqueó la puerta de su apartamento, se giró y me miró. Su nariz se
arrugó en repulsión. —No quiero hacerlo en mi cama, Nate.
Nunca habíamos tenido sexo estando acostados. Creo que, en la mente
de Olivia, eso era demasiado íntimo. Era un milagro que pudiera excitarme lo
suficiente en su compañía. Era preciosa, pero el sexo con Olivia era como un
ejercicio regimentado que consistía exactamente en lo mismo cada vez. Me
decía dónde poner las manos y cómo moverme, y yo básicamente seguía sus
instrucciones, cerraba los ojos y fingía por unos momentos que no nos
estábamos utilizando el uno al otro noche tras noche. Aunque no era que
quisiera encontrar el amor. No tenía tiempo para una relación, así que mi
acuerdo con Olivia era perfecto. Solo que a veces era difícil pasar por alto su
carácter frío.
—Aquí. —Se acercó a la pequeña mesa de comedor en la cocina. De
espaldas a mí, se sacó las medias y bajó sus bragas hasta los tobillos, se levantó
la falda, y miró por encima del hombro—. Vamos. —Sonrió juguetonamente.
Follé a Olivia como siempre, en contra de una mesa con la mayor parte
de mi ropa. Cuando la incliné más, pasé la mano por su espalda, en el interior
de su camisa, y moví mi otra mano al frente de su cuerpo. Estuvimos unos diez
minutos así hasta que se vino en voz alta, gritando—: ¡Oh, joder!
Terminé doce segundos más tarde y cinco minutos después estaba de
vuelta en el ascensor para volver a casa.
Olivia se iba la semana siguiente a Stanford. No sabía si alguna vez iba a
volver a verla, pero por desgracia, el pensamiento no me molestó. Me pareció
realmente el comienzo de mi vida, y lo único en lo que podía pensar era en
convertirme en el mejor cardiocirujano del país.
Lo que nos rompe
Traducido por Alessandra Wilde, *~ Vero ~* & Jane
Corregido por Sandry

PRIMAVERA 2005

Jake fue mi primer beso… mi primer todo. Después de que mi madre


finalmente regresara a España, él se encargó de mí y me hizo sentir segura. Nos
casamos en Las Vegas en una de esas capillas rapiditas, pero no nos importó
porque nos amábamos. Vendimos mis otros tres caballos, mi camioneta, y mi
caravana, pero Jake me permitió quedarme con Dancer. Ya sabía que nunca
podría separarme de ella.
Siempre pensé que iría a la escuela de enfermería o me convertiría en
veterinaria, pero en lugar de eso, en el momento en que conocí a Jake, abandoné
la escuela secundaria y nunca me molesté en obtener mi certificado de estudios.
El invierno en que nos casamos, nos contrataron como cuidadores en un rancho
a unos cien kilómetros al noreste de Great Falls, Montana. La ganadería era algo
que conocía bien, pero no habría importado lo que hiciera, siempre que
estuviera con Jake.
Los propietarios de la hacienda eran una pareja mayor, Redman y Bea
Walker. No tenían hijos, solo contrataban ayuda, por lo que vivimos allí en una
de las cuatro cabañas de la casa principal del rancho. Bea hacía nuestras
comidas mientras Redman, quien se ponía más malhumorado con los minutos,
cabalgaba por el rancho en un gran caballo alazán, gritando órdenes al resto de
nosotros. También estaba Dale, que tenía unos cuarenta años (era un gran
veterinario) y Trish, su esposa, que fue una reina nacional de rodeo. Dale
ayudaba en el rancho, pero su práctica de veterinaria también se extendía a
otros ranchos cercanos. Trish era una domadora, al igual que Jake y yo, lo que
significaba que trabajaba con los caballos y el ganado y manejaba los deberes
del cuidado general del lugar.
No había niños en el Rancho Walker; Jake y yo éramos los más jóvenes, y
a veces Trish, Bea, y los demás trabajadores nos llamaban "los niños". Por
casualidad escuché a Trish decirle a Bea que su condición la hacía estéril. Nunca
indagué más para averiguar qué condición tenía Trish, pero sabía que Bea había
luchado por tener hijos también, lo que la hacía muy comprensiva con la
situación de Trish. Redman y Bea tuvieron un hijo, que yo sepa, que murió al
nacer, así que los que vivían en el rancho se convirtieron en su familia. En el
interior de Bea y Redman había historia y sabiduría y un montón de viejos y
dolorosos recuerdos que compartían como lecciones siempre que se presentaba
la oportunidad.
La ganadería es una vida peligrosa y no para los débiles de corazón. A
veces el dolor detrás de los ojos Bea y Trish, que sabía que era por no poder
tener hijos propios, hizo que el rancho se sintiera como una especie de
cementerio de los sueños rotos; solo embelleciéndose por los impresionantes
paisajes, los grandes cielos de ensueño, los millones de estrellas que veíamos en
las noches claras, y por supuesto, el fuerte impulso femenino de Bea y Trish
para seguir adelante y ser madres para todos nosotros.
Para Jake y yo, nuestros corazones y sueños no se habían roto
todavía. Estábamos emocionados acerca de la vida y hablamos de eso todo el
tiempo. Y queríamos niños. Cada vez que Jake me hacía el amor, decía: “haz un
bebé conmigo, Lena”. Eso fue lo que me llamó la atención. “Esta vez va a
funcionar”, decía, aunque no lo hizo durante casi un año.
Mientras tanto, nos refugiamos el uno en el otro. Él no tenía mucha más
experiencia que yo en el departamento de relaciones, pero era tierno y dulce
conmigo y aprendimos juntos. Exploramos el cuerpo del otro y el propio, y
descubrimos cómo sentirnos bien estando arropados bajo las gruesas mantas de
lana en nuestra pequeña cabaña del rancho Walker.
Los padres de Jake vivían un par de horas al norte, cerca de la frontera
con Canadá. No oímos de ellos mucho excepto por una llamada telefónica
ocasional de la madre de Jake. Jake no quería que los conociera, porque dijo que
su padre era un malvado borracho y su madre había soportado el abuso por
tanto tiempo, que no era más que una cáscara de una mujer.
En el verano de 2004 hicimos el circuito de rodeo de nuevo, viajando de
regreso a California y hasta Texas. Ninguno de los dos alguna vez atrajo la
atención nacional, pero eso era lo que nos encantaba hacer. En otoño
condujimos el ganado de regreso al rancho y en primavera los llevamos a
pastar.
Los inviernos eran largos y fríos en Montana, pero nos teníamos el uno al
otro, y a nuestros caballos. Jake me había comprado un pequeño perro de
pastoreo. Era una mezcla de pastor australiano y odiaba a todos. Solo tenía un
propósito en la vida, y ese era reunir el ganado. Lo llamamos Pistol.
La primavera siguiente, Jake y yo hicimos un plan para llevar el ganado a
pastar y luego acampar durante más o menos una semana en el valle antes de
regresar. Una vez que Redman estuvo de acuerdo, decidimos pensar en ello
como una pequeña luna de miel, aunque habíamos estado casados durante más
de un año. Queríamos tomarnos nuestro tiempo para regresar, pescar en los
ríos, y disfrutar de la naturaleza.
—Quiero traer a Dancer —le dije mientras se sentaba en los escalones
que subían a nuestra cabaña.
—No, no es buena para este tipo de cosas. Ya lo sabes. No tiene ninguna
resistencia.
Me senté a su lado. Metiendo un mechón de mi cabello oscuro detrás de
mi oreja, él entrecerró sus ojos y me sonrió, dejando al descubierto sus hoyuelos
juveniles. —Llevaremos a Bonnie y Elite. Son buenas chicas. ¿Está bien, cariño?
Se sentó allí en sus apretados pantalones de mezclilla y con su sombrero
de vaquero ajustado en su cabeza. Tenía las piernas muy abiertas y el pecho
inflado, amplio y firme. Su presencia era muy fuerte y convincente. Nunca
podía decirle que no. —Bien.
—Ven aquí, Lena. —Me llevó a su regazo y puso el pelo de mis hombros
cayendo por mi espalda. La rugosidad de su mandíbula me hacía cosquillas en
el cuello mientras ponía pequeños besos cerca de mi oído—. Eres mía —
susurró—. Nadie más puede tenerte.
Le di un beso en la boca, expresando mi acuerdo. Era la chica más
afortunada del mundo entero. Me apreté en su abrazo y empujé mi espalda
contra su pecho. Sus manos se entrelazaron por encima de mi centro,
sosteniéndome apretada contra su cuerpo. Me pregunté cómo se sentirían sus
manos juntas sobre mi vientre de embarazada. —¿Qué estás pensando, ángel?
—Me pregunto cómo serán nuestros hijos.
—Solo puedo imaginar unas preciosas niñas tan hermosas como su
madre.
Girándome para mirarlo, le sonreí. —¿Quieres decir que no quieres
chicos?
—Oh, no es eso. Es que me es difícil imaginarlos.
—¿Qué vas a enseñarles?
Alzó su mirada pensativamente. —Además de trabajar y los caballos, el
ganado, supongo. Tal vez les voy a enseñar cómo encontrar a la chica perfecta y
cómo ser un hombre.
Miré al cielo y descansé la parte posterior de mi cabeza en su hombro. —
Dime, Jake McCrea, ¿cómo encuentra una persona a la chica perfecta?
—Tienes que buscar mucho el brillo en sus ojos.
Comencé a reír y luego me hizo cosquillas y me caí por el ataque de
risa. —Eres un tonto —grité—. Deja de hacer eso ahora mismo.
Nos quedamos en silencio durante unos momentos. Me puso en su
regazo y me besó suavemente, sosteniendo mi labio inferior entre sus dientes
durante un segundo antes de soltarlo y murmurar cerca de mi oído—: Eres una
mujer sexy. Ven a la cama conmigo, Lena.

Metimos nuestras cosas en las alforjas y salimos al amanecer. Fue un


viaje de dos días hasta los pastos y uno de vuelta sin el rebaño. El cielo estaba
despejado, pero hacía mucho frío. Yo llevaba un grueso abrigo de plumas y
unos vaqueros gruesos sobre la ropa térmica, pero aun así tenía frío. Jake
llevaba una camiseta, una chaqueta Carhartt, vaqueros y una gorra de béisbol.
La primera noche acampamos al ocaso cerca de un arroyo. Jake encendió
una hoguera para que yo pudiera calentar un poco de té. Desenvolví los
sándwiches que Bea había preparado para nosotros mientras veía a mi tonto
marido desnudarse hasta quedarse sin nada. Quedó completamente desnudo,
de pie fuera de la tienda. —¿Qué estás haciendo? —pregunté con diversión.
—Ir a nadar.
—Jake, te congelarás.
—No, no lo haré. Mírame. —Se puso sus botas de vaquero de nuevo y
corrió por el corto terraplén hacia el arroyo. Cogí una manta y lo
perseguí. Antes de que pudiera alcanzarlo, se arrancó sus botas y rápidamente
entró a la parte más profunda del río, gritándome todo el camino.
—Oh, cariño, ¡esto se siente muy bien! —gritó—. ¡Tienes que
meterte! Vamos, desnúdate.
—De ninguna manera! ¡Estás loco! —Solo duró unos dos minutos y luego
llegó corriendo fuera del agua, abrazándose a sí mismo—. No quieres ver esto,
señora McCrea. —Estaba temblando, pero sin dejar de sonreír. Sus abdominales
y pecho y bíceps se flexionaban mientras apretaba sus brazos contra su cuerpo.
—Eres un vaquero sexy, incluso congelándote. —Le puse la manta
alrededor y se rio, temblando bajo la lana.
—¿Me vas a calentar, cariño? —preguntó, sus ojos brillando con
esperanza.
—Me encantaría calentarte, guapo.
De vuelta a nuestra tienda, Jake no se vistió. Se metió en nuestro saco de
dormir y se limitó a sonreírme mientras me desvestía. Había una pequeña
linterna en el suelo de la carpa, pero daba suficiente luz para que yo viera el
deseo en sus ojos.
—Apresúrate Lena, necesito que me calientes.
Me desnudé y me metí en el saco de dormir, mirándolo. —¿Deberíamos
apagar la linterna?
—Nadie va a vernos; estamos en el medio de la nada. Dejémosla
encendida para que pueda verte. —Sonrió y luego se hundió y besó el camino
desde el hueco de mi cuello hasta mis pechos—. Tu cuerpo es perfecto —dijo
mientras seguía besando cada centímetro de mí. Hicimos el amor dos veces esa
noche y luego nos quedamos enredados el uno con el otro durante mucho
tiempo después. En un momento más tarde por la noche, se agitó por el sonido
del viento soplando a través de los árboles cercanos.
La temperatura había bajado dramáticamente una vez que el sol se puso,
y pensé que sería prudente vestirnos de nuevo. De mala gana salí de la calidez
del saco de dormir.
—Es solo el viento —dije entre dientes castañeteando mientras mi cuerpo
temblaba incontrolablemente.
—Te estás congelando, Lena. Vuelve aquí.
—Pero...
—Confía en mí, estoy lo suficientemente caliente para mantenerte cálida
durante toda la noche.
Él tenía razón, como siempre. Me desnudé otra vez y me apreté contra su
cálido cuerpo, desnudo. Lanzó su musculosa pierna por encima de mí y pasé mi
mano a través de la misma, encontrando el pelo áspero en sus muslos y la parte
lisa donde los vaqueros habían irritado su piel. Su gran cuerpo me envolvió y
me hizo sentir amada y protegida.
Dicen que el hogar está donde está el corazón. El mío estaba siempre ahí,
escondido entre los grandes brazos de Jake.
Al amanecer estábamos de vuelta a los negocios, guardando nuestro
campamento y ensillando los caballos. Había una extraña calma a través del
valle, como si fuera parte de una pintura de paisaje, vivo y brillante, pero
congelado al mismo tiempo. Las colinas parecían unidimensionales. No había
viento susurrando en los árboles, ni sonidos de la naturaleza, y no había
vocalizaciones de la manada, lo que me dio una sensación de aprensión.
Miré a Jake, quien fue encinchar la silla de montar en Elite, nuestra
hermosa yegua alazán de color negro y marrón. Su rostro tenía una expresión
de preocupación.
—¿Calma antes de la tormenta? —pregunté.
—No lo creo —dijo rápidamente—. Los caballos estarían nerviosos. —Le
dio un rodillazo a Elite en el vientre para que pudiera respirar, lo que le
permitió cinchar con más fuerza. Cuando dio un tirón, ella se asustó, saltó a un
lado, y comenzó a escabullirse hacia atrás. Jake agarró las riendas, tirando de
ellas hacia arriba y contra su cuello—. Siéntate, siéntate —dijo con los dientes
apretados. Era su comando para detener al caballo de moverse hacia
atrás. Trataba de tener el control, pero Elite estaba asustada. Sintió algo.
Saltó a la silla sin dudarlo y la giró en un círculo mientras tiraba de las
cuerdas. —Prepara a Bonnie —me dijo—. Voy a hacer correr a esta un poco.
—Se aproxima una tormenta, ¿verdad, Jake? —pregunté con voz
temblorosa.
Volvió a girar el caballo y me miró fijamente, midiendo mi expresión. Sus
labios se convirtieron en una sonrisa de confianza en sí mismo. —No te
preocupes, cariño, todo va a estar bien. —Con eso, dejó las riendas y le dio un
pequeño apretón a Elite con los talones. Con sus patas traseras, saltó hacia
adelante, y se pusieron en marcha.
Los caballos son hermosos, majestuosos y útiles, pero no son criaturas
inteligentes. No tienen forma de juzgar una situación, simplemente reaccionan.
Jake quería cansar a Elite para que no estuviera tan nerviosa y nos pusiera en
peligro. Yo sería la que la montaría. Intentaba controlarla para que no
reaccionara ante la fatalidad que todos sentíamos que se cernía sobre nosotros.
Una vez que estuvo de vuelta con Elite, parecía ansioso. Quería ponerse
en marcha y mover el ganado. Se bajó de la silla y me entregó las riendas. —Ella
está bien. Vámonos —dijo, y luego me dio un beso en la nariz.
Poco a poco fuimos avanzando por el valle a medida que el tiempo
comenzaba a animarse. Jake se sentó, relajado en su silla de montar, mientras
hacía trotar a Bonnie de un lado a otro detrás del rebaño, silbando o dando
órdenes periódicamente. A veces podía oírle gruñir—: Levántense, levántense.
—Una vaca y su ternero se quedaron atrás, frenando nuestro avance. Pistol
trabajó a un lado, merodeando y manteniendo el ganado en la fila mientras
trotaba con Elite hacia el otro lado. Robaba miradas a Jake cada vez que sentí el
viento aumentar. Llevaba su gorra de béisbol hacia bajo, sombreando sus ojos,
pero podía ver su boca. Cada vez que lo miraba, me daba su sonrisa con
hoyuelos, un pedazo de paja saliendo a escondidas por la comisura de sus
labios mientras lo masticaba.
A medida que el sol descendía en el cielo y se ocultaba tras las lejanas
montañas, grandes nubes de tormenta se adentraron, rápidas e
inquietantemente oscuras. El cielo se volvió casi negro a las tres de la tarde. Yo
temblaba por las ráfagas de viento que me golpeaban. La expresión de Jake
empezó a cambiar. Su mandíbula se tensó y flexionó y se sentó erguido en la
silla de montar. Encontramos una sección de hierba alta donde el ganado podía
agruparse.
—Nos detendremos aquí y acamparemos en los árboles —gritó sobre el
fuerte, viento recio. La manada comenzó a reaccionar y Elite comenzó a saltar
nerviosamente. Jake corrió con Bonnie hacia mí—. ¡Bájate de ella! —gritó.
Intenté tirar de ella en círculo, pero apenas llegó a la mitad y luego
comenzó a desplazarse nerviosamente hacia atrás. —¡Bájate! —El tono de Jake
fue más duro del que alguna vez le había oído decir.
Elite se sentó ligeramente sobre sus patas y echó las orejas hacia atrás.
Me bajé de la silla, salté y me alejé rápidamente. Jake ya se encontraba a su lado,
agarrando las riendas y llevándola hacia los árboles. Ató a los caballos mientras
yo extendía la tienda para empezar a instalarla. Antes me congelaba, pero luego
empezó a nevar. Se me entumecieron las manos mientras tanteaba los anclajes
de la tienda.
Las tormentas de primavera no eran nada fuera de lo común, pero esta
tormenta tenía un fervor y furia que, me di cuenta, había asustado incluso a
Jake. El viento era feroz, azotando la carpa mientras trataba inefectivamente de
acomodarla. No estábamos preparados para una caída de la temperatura tan
drástica, como tampoco para los varios centímetros de nieve. Se sentía como si
estuviéramos en la cima de una montaña en una ventisca.
Jake clavó el último poste en el suelo y luego se dirigió a mí. —Entra ahí,
Lena. —Sonaba sin aliento.
—No, te esperaré.
Me atrajo hacia su pecho. —Voy a comprobar esa cosa y traer de vuelta a
Pistol. Solo métete allí. Vuelvo en un minuto. —Acercó sus helados labios a mi
boca y apretó con fuerza antes de desatar a Elite del árbol y saltar a la silla de
montar.
Justo cuando pasó por delante de mí, uno de los cabos de la carpa se
soltó del ancla, obligando al material a salir volando hacia atrás y haciendo un
sonido como el de un látigo que se rompe. Elite se encabritó justo encima de mí,
y vi cómo el miedo y el pánico se apoderaban de la cara de Jake, casi como si la
escena se reprodujera a cámara lenta. Las pezuñas de Elite revolotearon a pocos
centímetros de mi cabeza. Trastabillando, caí sobre mi trasero y levanté la vista
para ver a Jake tirando de las riendas de Elite con fuerza, obligándola a
retroceder desde la posición elevada hasta caer encima de él. Intentaba
protegerme. Había obligado a un animal de trescientos kilos a caer hacia atrás
sobre él, aplastando su cuerpo, lo que me permitió escapar sin un rasguño.
—¡Jake! —grité tan fuerte que Elite inmediatamente se dio la vuelta, se
levantó, y se quitó de ahí frenéticamente. Mi marido, mi vaquero, estaba
acostado allí, casi sin vida, en la nieve y el barro. Había visto a Jake en un
caballo encabritado y sabía que no la habría tirado hacia atrás de esa manera si
yo no hubiera estado de pie allí.
Corrí hacia él y caí de rodillas. Tenía los ojos cerrados, pero gemía. —
Jake, por favor, mírame. —Durante varios minutos se quedó de esa manera,
gimoteando mientras sangre comenzó el gotear de su nariz. Presa del pánico,
rápidamente solté la cuerda del anclaje de la tienda, lo agarré por debajo de los
brazos, y arrastré su cuerpo macizo de un metro ochenta a la tienda. Gimió e
hizo sonidos guturales horripilantes cuando le di un tirón a través del terreno
áspero. Tenía que sacarlo del frío o moriría allí. Después de asegurarme de que
la tienda estuviera estable, lo cubrí con los sacos de dormir.
Mi mente se aceleró ¿Qué podía hacer, cómo podría ayudar, cómo podría
curarlo?
Me arrodillé junto a él cuando comenzó a moverse.
—Jake, di algo. ¿Estás bien?
Me miró y había lágrimas en sus ojos. —No puedo sentir mis piernas.
El aire salió de mis pulmones como si me hubieran golpeado en el
estómago con un millar de puños. Estaba destruida y no tenía palabras. Podía
sentir cómo sacudía mi cabeza hacia atrás y hacia delante lentamente, pero no
estaba haciendo un esfuerzo consciente para hacerlo. Me encontraba en un
estado de completa incredulidad y de shock.
—No —dije finalmente, pero la palabra que salió de mis labios apenas
hizo un sonido. Jake hizo una mueca, claramente dolido por la constatación de
lo que vio en mi cara—. No puede ser —dije. Asintió con la cabeza y luego cerró
los ojos, apretando las lágrimas en las esquinas de sus ojos antes de que un flujo
constante empezara a correr por sus mejillas. Esa fue la primera vez que vi a
Jake llorar. Incluso entonces, trató de girar la cabeza hacia otro lado.
—No, Jake, no voy a creerlo, te lo prometo, todo va a estar bien. Mírame.
Le giré la cabeza para que me mirara a la cara, pero no quiso mirar. —
Abre los ojos y mírame —sollocé, entonces mis propias lágrimas comenzaron a
caer en su pelo.
Dios no me haría esto a mí, pensé. Traté de convencerme de que ningún
Dios dejaría que este tipo de tragedia les sucediera a dos personas tan
enamoradas con un largo y esperanzador futuro por delante. Pero, por
supuesto, sabía que no era cierto. Conocía este tipo de dolor y tristeza; estaba
familiarizada con él y sabía que no discriminaba.
Pasé esa noche sosteniéndolo, contando sus respiraciones y rezando.
Estábamos a un día de distancia. Teníamos un teléfono, pero no había servicio
en el valle. Por la mañana, él cayó dentro y fuera de la conciencia, mientras me
preparaba para el viaje de vuelta. El tiempo se había calmado, pero todavía
estaba nevando y hacía mucho frío. Estaba aterrada y cada vez quo lo miraba
allí tendido, la sensación de hundimiento que tenía en mi estómago caía más
profunda. Durante uno de sus momentos más lúcidos, me murmuró algo
cuando me senté a su lado para ponerme las botas. Me incliné cerca de su cara.
—Encinta tus pies —dijo en voz baja, casi inaudible.
Sacudí mi cabeza arriba y abajo rápidamente y luego rebusqué entre su
bolsa hasta que encontré un rollo de cinta adhesiva. Pasé la cinta sobre mis
calcetines y luego pegué el exterior de mis cordones.
—Buena chica —susurró.
Agarré mi mochila y me incliné para besarlo. Cuando movió un brazo
para tocar mi cara, hizo una mueca y succionó el aire a través de sus dientes. —
No te muevas, voy a estar de vuelta pronto. —Pude saborear el hierro de la
sangre cuando lo besé.
—Te amo —dijo.
—Yo también te amo. —Las lágrimas inundaron mis ojos y me dejé caer
sobre su cara donde se mezclaron con las suyas—. Jake, vas a estar bien, te lo
prometo —dije lentamente, mientras tomaba respiraciones profundas y
deliberadas.
Mi corazón se encontraba pesado y galopando dolorosamente mientras
miraba su expresión tornarse sombría. Tragó saliva y negó con la cabeza. —
Busca un lugar seguro, no te preocupes por mí. No vuelvas por mí. No estoy
bien —dijo, y luego perdió el conocimiento. Me vine abajo, llorando sobre su
pecho durante varios minutos antes de que pudiera obligarme a ponerme de
pie.
Llorando histéricamente, salí a trompicones de la tienda y descubrí que
Bonnie había desaparecido. Volví a caer de rodillas, maldiciendo a Dios y a mi
segundo nombre. Los dos caballos se habían ido. No tuve más remedio que
caminar y esperar que Redman y Dale vinieran a buscarnos. Tenía poca fe en
que Jake y yo sobreviviéramos.
Por primera vez en su vida, Pistol se acercó y me lamió la cara, gimió, y
acarició su nariz en mi brazo.
—Vamos, muchacho.
Volví a atravesar el familiar paisaje nevado que tantas veces recorrí. En
las partes donde la vegetación era densa, la nieve ya se había derretido, creando
un barro espeso y resbaladizo. El agua chapoteaba en mis botas y me entumecía
los pies. Me caí varias veces al mediodía. A caballo, incluso a paso lento, habría
cubierto el doble de terreno.
Haciendo una pausa cerca de un árbol, me agaché y llamé a Pistol. Lo
metí en mi pecho y traté de utilizar su calor para calentar mi cuerpo. Me quedé
dormida durante un minuto y soñé con que mi caballo Dancer venía a mí. Me
desperté con un sobresalto y me di cuenta de que el clima estaba mal otra vez.
Para mantenerme lo suficientemente caliente para sobrevivir, tendría que seguir
en movimiento. Me levanté, silbé y grité, con la esperanza de que Bonnie o Elite
aparecieran para llevarme a casa. Mientras caminé en contra de la tormenta,
mantuve mi cabeza hacia abajo, tratando de protegerme de la nieve.
En un momento el viento era tan fuerte que la nieve parecía que venía
hacia mí, no sobre mí.
Cada vez que me preguntaba si Jake aún respiraba, mi corazón se hundía
tan abajo en mi pecho que dolía físicamente. Traté de mantener la concentración
en volver al rancho. Por la noche, la nieve dejó de caer el tiempo suficiente para
que pudiera hacer un refugio con ramas y hojas, pero no duró mucho. Todo
estaba saturado de nieve, así que encontré una gran roca y me tendí sobre ella.
Pistol se levantó de un salto y se acurrucó en mí. Nos quedamos así,
acurrucados en una bola durante horas hasta que tuve la fuerza para moverme
de nuevo.
Antes de que la luz llenara el cielo, estaba caminando fuera del valle,
delirante, con hambre, con sed, y sin esperanza. —Dancer —susurré una y otra
vez. Después de horas de desear, vino a mí, como si estuviera en un sueño.
Salió de la neblina, sacudiendo su melena blanca contra su cuello—. Dancer —
dije, y vino trotando por la nieve.
Fue la primera vez en mi vida que realmente me rendí. Dancer podría
haber sido un sueño o una ilusión, pero en ese momento nada importaba más a
excepción de mi próximo aliento. Mi cuerpo estaba entumecido y mis ojos
ardían. Pasando mi pierna por encima de su espalda desnuda, la agarré con
firmeza, cogiendo un puñado de su melena cerca de sus oídos con una mano y
un puñado cerca de su cuello con la otra. Me incliné hacia abajo y cerca de su
cuerpo y apreté mis piernas tan fuertes como pude. —Ve a casa —dije, y
arrancó, bailando en un galope por la llanura abierta.
Cuando desaceleró, estaba trabajando fuertemente y echando espuma
por la boca. Pistol todavía nos seguía. Teníamos una gran llanura por cruzar y
entonces estaríamos cerca de un camino que conducía al rancho.
Me quedé dormida y solamente desperté cuando oí a Redman gritando a
Bea—: ¡Llama una ambulancia!
Envuelta sobre la espalda de Dancer, mantuve mis ojos cerrados,
finalmente sintiéndome segura después de escuchar las voces familiares. Dejé
que mi mente vagara a los días en que conocí a Redman y Bea. Hicieron que
Jake y yo nos sintiéramos como si fuéramos parte de una familia de nuevo. El
rostro de Redman era guapo, degradado como estaba, y su voz era profunda y
rica. Imaginé la versión más joven de sí mismo como el Sundance Kid2. Bea, una
mujer luchadora delgada, habría sido la perfecta Etta Place3 en sus días. Ahora
tenía el pelo completamente gris, siempre cuidadosamente en un moño en la
nuca de su cuello, y nunca usaba maquillaje. Como Redman, su cara estaba
cubierta de líneas profundas de muchos años de trabajo al aire libre. El cabello
de Redman todavía tenía algún indicio de rayas de color rojizo a través del gris,
pero sus ojos eran de un azul apagado, que a veces ocurre cuando el color se
desvanece con la edad, por lo que incluso los ojos más brillantes parecen sin
vida con el tiempo. Era un hombre inteligente y un jinete experto, y era
compasivo y divertido en torno a las personas que conocía bien, pero tenía mal
genio. Bea aceptaba mucha mierda de él, así que de vez en cuando se la
devolvía.
—Jesucristo, Red, ¿por qué dejaste que estos niños fueran solos? —gritó
mientras me tiraba hacia abajo de la espalda de Dancer. Me desplomé en ella y
hablé con el poco aliento que me quedaba.
—Jake está... herido... mal. Tres horas... al este de la pastura. Necesita...
ayuda —me las arreglé para dejar salir. Ese fue mi último recuerdo antes de
despertar en una habitación de hospital.

Me desperté con el sonido del pitido de un monitor por encima de mí.


Estaba viva. No era un sueño. Giré mi cuerpo dolorido y apreté un botón para
llamar a una enfermera. Después de lo que pareció una hora, una enfermera
finalmente entró y apagó la alarma del monitor.
—Te has quedado petrificada, cielo. ¿Cómo te sientes?
—¿Dónde está mi marido? ¿Dónde están Redman y Bea y Dale y Trish?
—La enfermera sonrió, viéndose placentera por mi estado de alerta.
Antes de que pudiera contestar, oí el fuerte acento de Texas de Trish
haciéndose eco en la sala. —Oh, ¿está despierta? —Entró corriendo, seguido de
Dale y Bea.
Trish llevaba el pelo largo, rubio y rizado como lo había hecho en sus
días de reina del rodeo. —Oh, Avelina, estás despierta, es genial ver esos
grandes ojos marrones mirándome. —Su pelo rebotó en la parte superior de sus
hombros.
Había piedad en sus tres caras. Mis ojos se llenaron de lágrimas. —¿Jake?
—Fue todo lo que podía chillar.
Todo el rostro de Dale tenía un aspecto desolado, y parecía haber
envejecido desde la última vez que lo vi. Dale era más guapo que la mayoría de
los hombres con los que te puedes cruzar en Montana. Tenía un aire de
sofisticación. Su pelo castaño oscuro era liso y siempre peinado con esmero, a
juego con las cejas que enmarcaban sus ojos verdes claro. Pero ese día su
expresión no tenía el brillo que solía tener.
Bea se acercó con una sonrisa fingida. —Jake está en el pasillo. Redman
está con él.
—Eso no es lo que quiero saber, Bea. —Mi voz era alta, fuerte y exigente.
—No me faltes el respeto, chica —replicó.
Me puse a llorar y luego sollocé—: ¿Qué pasa, Dale? Vas a decírmelo,
¿no?
Se quedó sin palabras. Me arranqué la vía intravenosa. Sujetando mi bata
de hospital por detrás, me apresuré hacia la puerta. Trish me impidió salir al
pasillo. Tenía un labio superior arrugado que dibujaba el color rosado de su
lápiz labial en las diminutas líneas que había sobre su boca, que solo eran
visibles cuando te situabas a unos cinco centímetros de su cara. El resultado de
tantos años de fumar, supuse.
Frunció el ceño. —Gracias a Jesús, Jake está vivo, cariño. Ha estado
despierto hoy, hablando con nosotros.
—Entonces, ¿por qué estás frunciendo el ceño?
Resopló y tragó audiblemente, tratando de contener las lágrimas. Con las
manos agarrando la parte exterior de mis hombros, me miró directamente a los
ojos y dijo—: Se rompió el cuello, cielo. Nunca volverá a caminar de nuevo.
Apreté los ojos cerrándolos, deseando poder desaparecer. Sabía que Jake
no sería la clase de hombre que se tomaría la noticia con facilidad. Aterrorizada
de verlo, me arrastré hacia el pasillo y seguí a Trish a su habitación. Sus ojos
estaban abiertos y miraba el techo de su cama de hospital cuando entré.
Redman corrió junto a mí en su camino hacia la puerta. —Me alegra ver
que estás en pie. Es todo tuyo.
Agarré el brazo de Redman y tiré de él. —¿Por qué estaba Dancer afuera
allí? —dije, mirando intensamente a sus ojos azules nublados.
Entrecerró los ojos y luego negó con la cabeza. —No lo sé. Estábamos
arreando a los caballos para salir y me di cuenta de que su puesto se encontraba
abierto y que se había ido. Unos minutos más tarde se acercaba a la casa contigo
sobre ella. Todo lo que importa es que los dos están aquí con nosotros. —Se
inclinó, besó mi mejilla y salió de la habitación.
Me moví a la cama de Jake y me incliné. No hizo contacto visual
conmigo.
—Hola —susurré. No respondió. Continuó mirando más allá de mí hacia
el techo. Sus ojos parecían huecos—. ¿Jake? —dije en voz baja.
Vi su nuez de Adán moverse mientras tragaba su miedo y habló—:
Debiste dejarme ahí.
—Oh, Jake, lo siento mucho. —Me dejé caer sobre su pecho, derrotada
por la culpa. Estaba paralizado por mi culpa.
Sabía que podía mover las manos y los brazos, pero ni siquiera intentó
sostenerme. Solo me dejó deslizarme fuera de él. Me derrumbé en el suelo en
sollozos.

Jake pasó un mes en el hospital y después, un mes en un centro de


recuperación. Por cada parte que recuperó, el pleno uso de sus manos y brazos,
utilizando una silla de ruedas, yo bailaba y celebraba mientras él se quedaba allí
sentado y me miraba. Un día, cuando estábamos con su fisioterapeuta, le
pregunté si Jake podría tratar de usar sus piernas.
Jake espetó antes de que el terapeuta pudiera responder—: Los médicos
dijeron que sería imposible. ¿Estás sorda? ¿No oíste eso? —Antes del accidente
nunca me dijo una palabra hiriente.
—Lo siento, cariño —murmuré.
No respondió. En su lugar, giró por el pasillo hacia la salida.
En nuestra cabaña, Dale y Redman construyeron una rampa y realizaron
otras adaptaciones para la silla de ruedas. La vida no puedo ser más fácil una
vez que Jake estuvo en casa. No quería que lo bañara o que me preocupara por
sus necesidades en ninguna forma que lo avergonzara. En cambio, llamaba a
Bea, e incluso entonces era solo para hacer lo mínimo. Me hacía sentir inútil e
impulsaba una gran brecha entre nosotros. Para el invierno, su pelo y su barba
eran más largos y sus ojos se habían vuelto más inexpresivos y distantes. La
corriente eléctrica que animaba sus pupilas ya no existía y su color se redujo a
un azul lúgubre y nebuloso. Hablaba poco conmigo o con cualquier otra
persona. Se pasaba todo el día sentado en su silla, en la habitación de enfrente,
mirando por la ventana. La gente del rancho pasaba y le saludaba, pero él
nunca respondía al saludo. Había un pequeño televisor en el rincón, que tenía
encendido todo el día, normalmente en un canal de noticias o de deportes. Creo
que era para ahogar sus propios pensamientos.
Además de las miradas de Jake, su personalidad cambió mucho en los
meses siguientes a su accidente. No me hablaba de cómo se sentía. No me
besaba; apenas me miraba. Dale intentó una y otra vez ayudarlo. Incluso animó
a Jake para comenzar a estudiar para que pudiera volver a la universidad y
llegar a ser veterinario, o al menos un asistente. Le ofreció trabajar con él, pero
Jake se negó. Se enfurecía con cualquier persona que hiciera sugerencias como
esa.
Dejé de tratar de convencerlo que podría tener una vida normal. A veces
me llamaba estúpida y entonces se mortificaba después de tratarme así. La
única cosa que podía hacer era dar mi mejor esfuerzo para no
incomodarlo. Continué trabajando en el rancho para que pudiéramos tener
dinero. Pedí todo lo que una persona con discapacidad podía necesitar e hice
que entregaran todo directo en nuestra puerta.
Los médicos me convencieron de que Jake no necesitaba más
medicamentos para el dolor, pero se irritaba mucho si trataba de bajar sus
dosis. Me decía que tenía suerte de no saber lo que se sentía el ser aplastado por
un caballo. Estaba equivocado; el dolor y la culpa que sentía era como una
estampida de veinte caballos salvajes pisoteando mi corazón todos los días.
En la noche más fría del invierno después del accidente, Jake encontró
una botella de whisky debajo del fregadero. Me senté en el sofá y lo vi beber
copa tras copa frente al fuego. Antes de ir a la cama, me acerqué a él. Pasé una
mano por su brazo desde detrás y me incliné para besar un lado de su cara.
Agarró mi mano, me detuvo, y la apretó tan fuerte que tuve que
aguantar la respiración para evitar que un grito se escapara de mis
labios. Acercándome hacia su cara, bulló entre dientes—: No. Me. Toques.
Me soltó y agarré la botella. —No más de esto, Jake.
Levantó su largo brazo, se apoderó de mi pelo y cuello por detrás, y
golpeó mi cabeza en la mesa de la televisión a través de su silla. Traté de
alejarme, pero me golpeó una y otra vez. Arañé sus brazos y traté
desesperadamente de escapar, podía sentir mi pelo ser arrancado con cada
golpe. Estaba llorando y gritando y sorprendida por su fuerza. Cuando probé la
sangre en mi boca, supliqué clemencia.
—Por favor, cariño, detente —lloré.
Me sostuvo sobre su silla y susurró—: Te voy a llevar conmigo. —Olía a
whisky y espeso sudor mezclado con el almizcle de su pelo grasiento.
Caí de rodillas mientras él agarraba mi cuello con más fuerza. —¡Por
favor! ¡Déjame ir, me haces daño!
—Quieres venir conmigo, ¿no? —dijo, con la mayor naturalidad.
Segundos más tarde, sentí a Redman apartándome de las manos de
Jake. No le dijo nada a Jake mientras me levantaba y me llevaba afuera.
Caminando hacia la casa grande conmigo en sus brazos, Redman dijo—:
Vas a estar bien. —Su voz era baja y calmante.
Me llevó a la habitación de invitados y me puso sobre la cama. Bea entró
con un recipiente con agua tibia y una toallita para limpiar mi cara. Extendí la
mano y sentí mis mejillas hinchadas y la sangre mezclada con lágrimas.
La expresión de Bea era estoica mientras limpiaba los cortes sobre mis
ojos. —No te mereces esto —dijo.
—Sí, lo hago. —Lo creía como si fuera una gran verdad, al igual que creía
que saldría el sol por la mañana y que caería por la tarde.
Ella comenzó a cantar a Danny Boy en silencio mientras continuaba
limpiando mi cara. Me dormí pensando en cuándo Jake volvería a mí. Si es que
volvía a mí.
Por la mañana, tenía un ojo hinchado cerrado. Me arrastré a nuestra
cabaña con la cabeza gacha y lo encontré mirando por la ventana delantera con
su expresión habitual en blanco. Giró la silla y me miró, estudiando mi cara
durante todo un minuto. Fue la primera vez desde su lesión que vi algún signo
de compasión o del hombre que conocí antes. Sentía culpa y pánico por lo que
me había hecho. Frunció el ceño y negó con la cabeza, pero no dijo nada. Solo se
giró y volvió a mirar por la ventana.
Después de limpiar la cabaña, me puse una chaqueta gruesa, gorra de
béisbol y gafas de sol y me dirigí a la puerta. —Voy a comprar leche, pan y
queso para sándwiches. ¿Algo más que quieras?
No me respondió, lo que no era inusual. En la parte inferior de la rampa,
miré a la ventana y vi que me miraba.
Te amo, articulé hacia él.
Te amo, articuló.
Dejé que una sonrisa llegara a mis labios antes de girar hacia mi
camioneta. Cuando llegué al pomo, oí el explosivo zumbido de un disparo. Me
volví hacia nuestra cabaña y vi, a través de la ventana, a Jake desplomado en su
silla.
Fue en una mañana fría de enero, cuando mi marido, Jake McCrea, se
puso una pistola en la boca y apretó el gatillo, acabando con su vida solo unos
segundos después de decirme que me amaba.
No lo pude arreglar. No tenía poderes curativos en mis manos.
No me llevó físicamente con él, como había amenazado, pero se llevó lo
que quedaba de mi corazón, poniendo fin a cualquier indicio de vida dentro de
mí. A los diecinueve años, me volví fría y dura y deseé el final de mi sombría
existencia.
Unirnos
Traducido por Val_17, Beatrix & Jane
Corregido por Alessandra Wilde

PRIMAVERA DEL 2010

A los veintinueve años era el médico adjunto más joven del centro
médico de la Universidad de California en Los Ángeles (UCLA), lo que me
valió el molesto apodo de Doogie2. Me había saltado un par de años de las
tonterías del instituto por las que el resto de mis compañeros tenían acné por
estrés. Podía hacer cálculos mientras dormía, así que no me sorprendió que mi
residencia de cirugía general y cardiaca también transcurriera a un ritmo más
rápido de lo normal.
Todos los demás médicos de mi residencia encontraron la manera de
meter la pata y alargar el ya dolorosamente largo camino para llegar a ser
médico adjunto. Frankie echó a perder sus oportunidades follando con todo el
mundo en el programa. Luego estaba Lucy Peters, que empezó a salir con un
residente mayor y luego echó a perder una apendicectomía después de que él
rompiera con ella. Pero el mayor perdedor de todos los degenerados fue Chan
Li, que llegó un día al trabajo con resaca y dejó un retractor metálico de trece
pulgadas dentro del abdomen del paciente al que había realizado una cirugía
de manual. Idiota.

2Referencia a “El Doctorcito”, serie de televisión estadounidense que trata de la vida de un


adolescente prodigio que ejerce su residencia como médico en un hospital.
Mi papá comenzó a alejarse de mí mientras subía de rango en el hospital.
Seguía siendo el jefe, pero creo que trataba de evitar los rumores de nepotismo
que me rodeaban, sobre todo después de que empecé a sobresalir en cada
cirugía. Iba a trabajar y ocasionalmente regresaba al departamento en el que
vivía con mi gata, Gogo. Mis papás expresaron preocupación de que estuviera
haciendo del trabajo toda mi vida. Pensé: ¿Y qué? ¿Cómo puedes ser el mejor de
otra manera?
Conocí a Lizzy Reid un lunes mientras me paraba junto a su cama de
hospital y examinaba su ficha. La chica de quince años se encontraba dormida
cuando entré, pero empezó a despertar mientras leía su historial médico. Me
miró a través de sus penetrantes ojos verdes y sonrió. Su piel era bronceada e
impecable. Era difícil creer que tuviera un corazón defectuoso.
—Hola, doc.—Me dijo tímidamente, estirando su mano hacia mí.
—Elizabeth, soy el doctor Meyers. Es un placer conocerte. —Estreché su
mano y volví a leer su ficha.
—Puedes llamarme Lizzy. —No respondí—. Pareces un poco joven para
ser un cirujano.
—Te aseguro que soy lo bastante mayor.
—Oh. —Se encogió de hombros y apartó la mirada. Murmuró algo para
sí misma.
—¿Qué pasa? —pregunté.
Sonrió tímidamente. —Oh, solo pensaba en voz alta. Me preguntaba
algo. Soy súper curiosa siempre.
—¿Qué quieres saber?
Frunció los labios y su tono se volvió duro. —Me pregunto… ¿aún
enseñan modales para tratar a los pacientes en la escuela de medicina?
No pude evitar reír. Puse su ficha en la ranura al frente de su cama,
deslicé el lápiz en el bolsillo de mi bata blanca de laboratorio, y crucé los brazos
sobre mi pecho.
Sonriendo, dije—: Técnicamente es “modo”.
—Es lo mismo —replicó.
—Tal vez tienes razón. —Puse el estetoscopio en mis oídos y calenté el
diafragma en mi brazo, frotándolo hacia atrás y adelante—. ¿Puedo escuchar tu
corazón?
—Gracias por preguntar, doc. Sus modales están mejorando. Y gracias
por calentarlo —dijo mientras bajaba la parte superior de su vestido solo lo
suficiente para que pusiera la pieza en su pecho. Oí arritmia auricular de
inmediato, pero esperé los resultados de su cardiograma. Su corazón sonaba
como a un ritmo musical. En vez del boom-boom… boom-boom… boom-boom,
sonaba como boomboom-boom… boomboom-boom. Moví el estetoscopio y escuché
un profundo soplo cardíaco causado por un defecto interauricular.
—¿Y bien? —preguntó.
Sus padres entraron en la habitación con rostros preocupados.
—Doctor Meyers —dijo la madre—. Escuchamos que es el mejor por
aquí. —Se acercó para estrechar mi mano.
Lizzy habló y apuntó su pulgar hacia mí. —¿Quieres decir que este
jovencito es el mejor?
—Elizabeth —regañó su madre, luego se giró hacia mí—. Lo siento. —Se
encogió de hombros—. Típica adolescente. Soy Meg, y este es Steve.
Estreché sus manos, tomé la ficha médica, y comencé a escribir notas. Sin
levantar la vista, dije—: La condición de Elizabeth es muy común. Tiene un
ritmo cardíaco irregular, pero no debería tener ningún efecto a largo plazo en su
salud. Lo que necesitaremos abordar, y la razón por la que se sentía mareada
durante el ejercicio, tiene que ver con un defecto menor en su corazón. Vamos a
utilizar un catéter para corregirlo.
—¿Tendrá que abrirla? —preguntó Steve.
—No. Lo haremos a través de la parte superior de su pierna en la arteria
femoral, la que conduce al corazón. Al principio, la presión del corazón
mantendrá el dispositivo en su lugar. Eventualmente, nuevo tejido crecerá
sobre el tabique, lo cual corregirá los niveles de oxígeno en su sangre. Confío en
que será capaz de volver a sus actividades normales en uno o dos meses.
—Eso es todo. ¿Estará bien después de eso?
—Eso espero, Meg. —Sonreí con confianza, pero me di cuenta de que mi
intento para encantar a la mamá de Lizzie fue ineficaz.
—Está bien, chico inteligente, ¿cuántas veces ha hecho esto? —preguntó
Meg.
—Cuatro veces, y he asistido y observado un procedimiento similar en
un paciente de la misma edad. Es común, y hay poco riesgo de complicaciones.
Pero, tenga en cuenta, eso no significa que no haya ningún riesgo. —Fui a la
cama de Lizzy y observé sus signos vitales—. Podemos programar el
procedimiento para esta tarde.
—Confío en usted, doc —dijo—, a pesar de que sigo pensando que se ve
demasiado joven.
Finalmente le sonreí. —Vas a estar bien… mejor que antes.
Sus ojos brillaron cuando me devolvió la sonrisa. Me pregunté
brevemente como se vería en diez años. Una visión pasó por mi mente de ella
en un vestido de novia y luego otra sosteniendo un bebé. Impresionado por mi
reacción inusualmente sentimental, sacudí la cabeza en un intento de eliminar
el pensamiento.
—¿Qué? —dijo Lizzy.
—Nada. —Hice un breve asentimiento hacia sus padres, salí de la
habitación, y di mis instrucciones para organizar la cirugía.
Más tarde ese mismo día en la sala de operaciones, mientras mi equipo
quirúrgico y yo veíamos la pantalla de rayos X y alimentábamos la alineación
en la pierna de Lizzy, su presión comenzó a caer. Pasaron unos momentos
mientras tranquilamente pedía la administración de medicamentos y les daba
instrucciones a los otros cirujanos y enfermeras, pero su presión arterial siguió
cayendo en picada. El anestesiólogo me miró fijamente, esperando que tomara
una decisión.
Hay algo que debe ser dicho sobre los conocimientos y la experiencia en
el campo de la medicina. Puedes saber todos los hechos y haber leído cada caso
de estudio, pero cuando tienes menos de diez segundos para tomar una
decisión, principalmente tu experiencia es lo que se pone a prueba. Tu
capacidad de ser confiado en tus respuestas viene de saber los resultados
positivos en estudio y los resultados negativos de tus propios malditos errores.
—Tenemos que abrirla —dije.
Cada enfermera y doctor se puso en movimiento al momento en que las
palabras salieron de mi boca. En cuestión de segundos, las bandejas fueron
empujadas delante de mí con instrumentos quirúrgicos de todo tipo. El olor a
yodo era denso en la sala, incluso a través de mi mascarilla. El sonido de la
sierra perforando el esternón de Lizzy era como uñas en una pizarra. Nunca
había tenido una reacción emocional a la truculencia de una cirugía hasta ese
momento. Todo lo que hacía parecía incorrecto. Poner los separadores para tirar
de su hueso y tejido tomó más esfuerzo de lo habitual, y tuve que cauterizar
varios extremos con fugas de los esternones. Me atraganté detrás de la
mascarilla por el olor de la sangre y el hueso vaporizado. El hermoso pecho de
Lizzy fue abierto y extendido, revelando una pesadilla a punto de desatarse.
Para mi sorpresa y absoluto horror, toda su cavidad torácica estaba llena
de sangre. Como en un sueño, mis manos y brazos se movían más lento que mi
cerebro. —¡Succión! —seguía gritando, pero no pude encontrar la fuente de la
hemorragia. Los segundos se sentían como días—. ¡Mierda! ¡Succión, maldita
sea!
—Se está yendo —dijo alguien con calma.
—Estoy tratando —respondí con los dientes apretados. Lo había hecho
todo bien. No podía entender lo que pasaba y por qué ocurría tan rápido.
Empecé a correr a través de las largas listas de procedimientos en mi cabeza.
¿Había comprobado todas las fuentes posibles?, me pregunté. Seguí ladrándole
órdenes al equipo.
Veinte minutos más tarde, un compañero cirujano me dijo que se había
terminado. Tomé la hora de la muerte con el corazón de Lizzy todavía caliente
en mis manos.
La primera cara que vi cuando salí de la sala de operaciones fue la de mi
padre. Puso las manos en sus caderas, lo que hizo que su vientre con sobrepeso
vestido con un estampado hawaiano sobresaliera de su bata de laboratorio.
Señaló la sala de espera al final del pasillo y dijo—: Ve a decirle a la madre y
luego reúnete conmigo en mi oficina.
¿Estaba enojado? Acababa de perder a mi primer paciente, una hermosa
chica de quince años que tenía el resto de su vida por delante.
Me tragué la ira. —¿No me vas a decir que lo sientes?
—¿Sentirlo por qué?
—Esto es jodidamente trágico —dije con voz frenética.
—Baja la voz —me ladró de vuelta, pero era demasiado tarde. Ya había
llamado la atención de la madre de Lizzy, que me observaba a través de una
pared de vidrio desde la sala de espera. Mi padre se inclinó y con una voz
tranquila y calmada, dijo—: No fue una tragedia, fue un error, que tú cometiste.
Leí la ficha médica. La diagnosticaste mal.
Conmocionado, me quedé mirando fijamente la pared detrás de él. No
podía parpadear. Mis ojos estaban secos y atascados, y mi corazón latía fuera de
mi pecho. Los pensamientos comenzaron a arremolinarse frenéticamente en mi
cabeza. Era un cirujano terrible. Era un imbécil. Era un asesino.
—¿Por qué no me detuviste? —susurré. Aun no podía mirarlo a los ojos.
—Porque te hallabas tan malditamente ansioso por entrar en ese
quirófano, no tuve tiempo.
Oí un grito desde la sala de espera. Vi como Meg, la madre de Lizzy, caía
al suelo, sollozando. De alguna manera lo sabía; pudo ver que no estábamos
discutiendo buenas noticias.
Dejé a mi padre, corrí hacia ella, y me arrodillé a su lado. —Lo siento. No
pude… lo intenté. —Las lágrimas hicieron su camino al frente de mis ojos y se
derramaron. Extendí la mano, la tomé en mis brazos y la mecí de un lado a otro
durante varios minutos mientras gritaba—: ¡No! —Una y otra vez en ruidosos
sollozos.
Cuando sentí las manos de Steve levantándome, miré sus ojos llenos de
lágrimas y dije—: Lo siento mucho. —Mi voz temblaba de manera poco
profesional y se mezclaba con la tristeza y la culpa.
No respondió, solo tiró a su esposa destrozada contra su pecho y salió
por la puerta de la sala de espera. Ladeé la mirada para ver a mi padre, que
seguía de pie al final del pasillo, luciendo impasible y estoico. No podía
enfrentarlo.
Salí del hospital y me fui a mi apartamento, donde me quedé durante
seis días sin hablar con ni un alma. Mi padre tocó el timbre de la puerta una
tarde de domingo.
Cuando abrí, me dio una sonrisa compasiva antes de caminar junto a mí
hacia la sala de estar. —No fue totalmente tu culpa, Nate. —Me hundí en el sofá
y lo vi caminar, abriendo las persianas—. Hijo, eres la persona más trabajadora
que conozco. Por favor, no te desanimes. Esto es parte del trato. Cada médico
comete errores y cada médico pierde pacientes. Somos humanos y no somos
perfectos. Esa chica necesitaba un trasplante de corazón, no el cierre
percutáneo. Quién sabe si hubiera durado el tiempo suficiente para conseguir
uno.
—¿Quieres decir, si no la hubiera matado?
Se paró por encima de mí mientras miraba mis manos inquietas. —Te
puse de permiso.
—¿Qué? ¿Por qué? —dije sin ninguna expresión en la cara.
—Hice un llamado ejecutivo. Te pusiste un poco engreído, Nate.
—¿Me estás castigando por haber perdido un paciente?
Se sentó a mi lado. —Mira este lugar. ¿Aquí es donde vives? Tienes casi
treinta años y no has comprado nada de decoración para una casa en la que has
vivido por cinco años, ¿ni siquiera un televisor?
—Nunca estoy aquí.
—Siempre estás en el hospital.
—¿Cuál es tu punto?
—No es saludable.
—Bien, ¿y ahora qué? ¿Quieres que me tome tiempo libre y decore mi
apartamento?
—Llamé a tu tío Dale.
—¿Por qué?
—Te vas a tomar un mes. Tengo cubiertos a tus pacientes. Hijo,
mírame…
Era difícil mirarlo a los ojos porque sabía que tenía razón. Necesitaba
alejarme, pero no sabía lo que haría sin el hospital. —¿Qué pasa con el tío Dale?
—El hermano de mi padre, un veterinario, vivía en un rancho en Montana, uno
que había visitado cuando era niño. Los propietarios, Redman y Bea, eran
amigos de mis abuelos. Visitamos el Rancho Walker durante los veranos
cuando era un niño, pero ahora mi tío vivía allí.
—Dale podría requerir de un poco de ayuda, y tienen el espacio. Es
hermoso allí en esta época del año. Podrías pescar. ¿Recuerdas cómo hacerlo?
—Sonrió.
—¿Qué, y ayudar a Dale a traer los terneros al mundo?
—Algo así. No estás por encima de eso, ¿verdad? —La expresión de mi
padre era de decepción. Era la primera vez que había visto esa mirada en sus
ojos en mucho tiempo. La última vez que pareció decepcionado de mí fue
cuando tenía diecisiete años y conduje el auto de mi madre sobre su cultivo de
flores en el patio delantero. Esa mirada me hacía sentir pequeño.
Apreté la mandíbula. —No, papá, no lo estoy. Iré.
—Ese es mi chico. —Me dio unas palmaditas en la espalda.
A pesar de lo reticente que me resultaba la idea, dos días más tarde ya
había hecho las maletas y estaba listo para irme. Frankie iba a vivir en mi
apartamento y cuidaría de mi gata en mi ausencia. Su enérgica invocación llegó
puntualmente a las seis de la mañana.
—Oye, hermano. —Me dio un abrazo de lado y dejó caer una bolsa de
lona grande en la entrada. Miró a su alrededor y dijo—: Guau, ¿todavía no has
decorado este lugar?
—No he tenido tiempo.
—¿Traes a mujeres aquí?
—No he tenido tiempo.
—No es como si fuera difícil para ti. Eres un doctor, y te ves como… —
Hizo un gesto con la mano en torno a mí—. Te ves así.
—No ha estado en la parte superior de mi lista de prioridades. —Mi gata
saltó sobre el sofá en frente de nosotros—. De todos modos, esa es mi chica.
—Tipo incorrecto de coño, hombre. ¿Cuál es su nombre?
—Gogo.
Se rio. Ella lo abordó, ronroneando, y se frotó la espalda en su cadera. Él
la ahuyentó con la mano. —Go-go, ¡vete!
—Mejor que seas amable con ella.
—Estará bien. Esta situación es un poco patética; no sé por qué accedí a
quedarme aquí. Este apartamento y el gato van a matar mi vida sexual. Igual
podrías tener gatos y renunciar. En serio, Nate, ¿cuándo fue la última vez que
cogiste?
—No lo sé. Vámonos. ¿Vas a llevarme al aeropuerto o qué?
—Dime. —Empezó a moverse hacia mí.
—Hace un tiempo —le dije, imponiéndome sobre el metro y medio de
Frankie.
—Jenny, la enfermera neonatal me dijo que estaría dispuesta a pagarte
por dejarle chupar tu polla —dijo, señalando a mi entrepierna dramáticamente.
—¿Por qué me dices esto?
—Porque eres extraño, hombre. Te ves como un modelo y las mujeres se
están alineando por ti, y no has tenido relaciones sexuales, ¿desde cuándo?
Dime.
—No lo sé. Olivia, supongo.
—¿Qué? —Su voz era alta—. Eso fue hace cinco jodidos años por lo
menos. Eso no es normal.
Sacudiendo la cabeza, finalmente me reí. —Sí. Tal vez tienes razón.

Aterricé en el aeropuerto internacional de Great Falls temprano en la


tarde. Había traído una pequeña maleta de mano y mi laptop, nada más.
Cuando mi tía Trish se detuvo junto a la acera, bajó la ventanilla del lado del
pasajero de su camioneta gris. No la había visto en ocho años, pero era
exactamente la misma.
Levantó sus gafas de sol en un gesto dramático y dijo—: Bueno, bueno,
mírate, todo crecido. Entra aquí, cosa guapa.
Una vez que estuve en el interior del camión, se inclinó y me besó en la
mejilla.
—Hola, tía Trish.
Cuando se apartó de la acera sacudió la cabeza, sus rizos rubios
rebotando. —Ha sido demasiado tiempo, maldita sea. Sé que tú y tu padre han
estado ocupados, pero te extrañamos aquí. Tu tío Dale extraña mucho a tu
papá.
—Ha sido difícil escapar.
Me miró por encima de su hombro y frunció los labios. —¿En serio?
Sonreí tímidamente.
—Bueno, ahora estás aquí. Redman, Bea y tu tío estarán encantados de
verte.
Atravesamos kilómetros de tierra mientras el sol se hundía lentamente
en el horizonte. Miré por la ventanilla del pasajero hacia un campo y vi unos
cuantos antílopes berrendos pastando.
—Criaturas impresionantes —le dije.
—Sí, son magníficos.
—Dios, es realmente hermoso aquí afuera, ¿no es así?
—Has estado atrapado en esa jungla de cemento durante demasiado
tiempo. Te sentirás más vivo aquí. El aire limpio entra en el torrente sanguíneo.
—Una sonrisa beatífica grabada en su rostro—. Has cambiado mucho desde la
última vez que te vi.
—¿Cómo es eso? —pregunté.
—Estás más delgado.
—Hago ejercicio.
Se rio entre dientes. —Haces algún tipo de ejercicio en Los Ángeles. Veo
esos músculos, cariño, pero esos son músculos flacos. Vamos a reforzarlos aquí.
Me reí. —Está bien, tía Trish.
—Cuando lleguemos al rancho, te voy a mostrar los alrededores y
presentarte a las otras personas que tenemos allí con nosotros. Estamos
poniéndote a trabajar, ya sabes, ¿verdad? —Me miró y me guiñó un ojo.
Bajé la mirada a mis manos suaves y sin vello. Mis preciadas manos de
cirujano no estaban destinadas a palear mierda en un rancho, pero le sonreí de
todos modos. —¿Quién vive allí con todos ustedes ahora?
—Son solo Redman, Bea, Dale, yo y Caleb. Es un hombre joven, como tú.
Ha estado haciendo la cosa ranchera la mayor parte de su vida. Trabaja duro.
Diría que ustedes dos se llevarán bien, pero Caleb puede ser un poco, bueno…
es un poco del tipo macho, y tú eres más como… ¿cómo lo llaman por ahí?
¿Metrosexual?
—¿Qué? —Me reí con sorpresa—. No soy metrosexual. —Su propia risa
sonó.
—Bueno, te ves muy bien arreglado para mí, y aparte de ese lío de
cabello en la parte superior de tu cabeza, parece que depilas cada centímetro de
tu cuerpo.
—¡Tía Trish! —le reprendí en broma.
—Pero soy tu tía, así que no necesito saber nada de eso.
Después de que caímos en unos momentos de agradable silencio, dijo—:
De todos modos, Avelina todavía está con nosotros. Es una gran trabajadora,
esa chica, pero se mantiene a sí misma.
Me acordé de escuchar una historia de un hombre que se suicidó en el
rancho. Estaba bastante seguro de que la mujer de la que mi tía hablaba era la
esposa del hombre, pero sabía muy poco aparte de eso. —Avelina es la mujer
que…
—Sí. —Miró al frente y suspiró—. Tan joven para ser una viuda. Han
pasado cuatro años desde que perdió a Jake. —Mi tía meneó la cabeza—. Como
dije, se mantiene a sí misma, pero va a ayudarte con los caballos. Es muy hábil
con los animales. Sin embargo, no tan hábil con los seres humanos.
—Hmm. —Durante el resto de la hora y media que duró el viaje hasta el
rancho, pensé en cómo mi tía describía a Avelina y me pregunté si yo también
carecía de algunas gracias sociales. ¿Acaso mi carrera se impuso de tal manera
que perdí de vista la razón por la que quería ser cardiocirujano: ayudar a la
gente a vivir sus vidas con más plenitud? Sin embargo, últimamente no
pensaba en mis pacientes como algo más que en los cuerpos inconscientes de la
mesa de operaciones. Tuve que perder a una, tan vibrante y joven, para
despertarme.
—Aquí estamos —dijo, girando la camioneta hasta un largo camino de
tierra. Mientras nos acercábamos al granero, cabañas y la casa principal, el
rancho se presentó como una foto tomada desde mi recuerdo de la infancia.
Poco había cambiado. El rancho tenía un amplio porche envolvente, y sentados
en una mecedora de madera, la imagen de la nostalgia vaquera, estaban Bea y
Redman, sonriendo de oreja a oreja.
Me bajé del vehículo y me dirigí hacia ellos. —¡Párate aquí para que
pueda besarte! —gritó Bea, sin dejar de sonreír. Redman y Bea eran como
abuelos alternativos para mí.
Redman se puso de pie y me abrazó primero y luego me agarró de los
hombros y examinó mi cara a fondo. —Estás flaco. Podemos arreglar eso, pero
en nombre de Dios, ¿que llevas en los pies? —preguntó, mirando mis zapatos.
—Son Converse.
Me ignoró y se giró a Bea. —¿Tenemos algo por ahí para que este chico
se ponga a trabajar?
Ella me miró con adoración. —Estoy segura de que podemos encontrar
algo adecuado. —Bordeando alrededor de Redman, me tomó en sus brazos—.
Hola, Nathaniel. Te extrañamos. —Me di cuenta por su voz que se encontraba
al borde de las lágrimas.
—Los he extrañado también.
Alguien se acercó por detrás y puso una mano en mi hombro. —Nate —
dijo una voz masculina.
Me di la vuelta. —Tío Dale, me alegro de verte. —Nos abrazamos.
—Me alegra que hayas decidido aparecer. Ojalá pudiera tener a tu padre
aquí más seguido. —Su sonrisa era cauta. Era un hombre mucho más tranquilo
que mi padre, pero igual de compasivo y el mejor en su campo de la medicina
veterinaria. Él, mi padre, y yo compartimos el mismo cabello oscuro y ojos
claros. Cuando los tres estábamos juntos no había duda de que éramos
parientes.
—Vamos a llevar tus cosas a tu habitación, cariño —dijo Bea—. Y luego
te mostraremos el lugar y refrescaremos tu memoria.
La seguí hasta la casa principal, por el largo pasillo, y más allá de una
gran chimenea de piedra de río. La habitación era pequeña, con una cama
grande cubierta con un sencillo edredón azul. La mesita de noche estaba llena
de fotos enmarcadas y el escritorio en el otro lado de la habitación tenía una
pequeña lámpara. Estudié una foto de mi padre y Dale, de pie delante de la casa
principal y equipados para la pesca. Me veía en el fondo, tal vez con cinco años
como máximo. Lucía como si no tuviera ninguna preocupación en el mundo.
Me encantaba el rancho cuando era niño; era como Disneylandia para mí.
La ventana de la habitación de invitados daba al patio delantero hacia el
rancho, establos y corrales. Más allá de ellos estaban las majestuosas montañas
de Montana. Algunas en la distancia muy lejana todavía se hallaban cubiertas
con nieve.
Bea permanecía de pie en la puerta. —¿Está bien para ti, cariño?
—Por supuesto, Bea. —Redman se acercó y se puso detrás de ella.
—Muchas gracias, a ustedes dos, por invitarme. Esto será maravilloso.
Redman se rio. —No te equivoques, estás aquí para trabajar, hijo —dijo
antes de marcharse.
—Acomódate, relájate un poco, y sal cuando estés listo. Cenaremos en la
gran mesa alrededor de las seis y media. Estoy haciendo pastel de carne. ¿Sigue
siendo tu favorito?
—Sí. Gracias, suena delicioso —mentí. Era vegetariano desde hace años,
pero el amor puro y la hospitalidad que sentí de Bea me conmovían, y,
francamente, era algo que no había sentido en mucho tiempo. De vuelta en Los
Ángeles, incluso mi madre dejó de preguntarme sobre cenar con ella porque
constantemente la rechazaba para quedarme en el hospital.
Deshice las maletas y preparé el portátil, pero antes de que pudiera
encenderlo, algo me llamó la atención: un movimiento fuera de la ventana.
Había una mujer montando un caballo moteado hacia el granero. La vi bajar de
un salto y atarlo a un poste. Un feo perrito la seguía mientras ella quitaba la
silla de montar y la llevaba al granero. Salió con un gran cepillo para caballos y
comenzó a cepillar el largo cuerpo y las crines de la criatura con manchas.
La mujer tenía el pelo largo y oscuro, casi hasta la cintura, envuelto en un
lazo suelto en la nuca. Cuando se giró y miró hacia la casa, se quedó inmóvil y
me contempló fijamente. Sonreí con sutileza. Incluso desde esa distancia pude
ver que era increíblemente hermosa. Su rostro no mostraba ninguna expresión
mientras me miraba con atención. Un segundo después, se dio la vuelta y
desató rápidamente al caballo, llevándolo al establo y desapareciendo de mi
vista.
—Avelina —me dije.
—Sí, esa es Avelina. —Una voz fuerte y poco familiar me sorprendió
desde atrás.
Me volteé para encontrar a un hombre grande y premonitorio parado en
la puerta, sosteniendo una caja de cartón. —¿Debes de ser Caleb? —le pregunté.
Dejó la caja en el suelo y se me acercó, estirando su mano. —Ese soy yo.
Y tú eres Nathanial. —No era una pregunta. Tenía una voz profunda y
monótona.
—Encantado de conocerte. Así que, ¿Avelina está por ahí fuera?
—Sí. —Hizo una pausa, y luego con una sonrisa sardónica dijo—:
Mercancía dañada.
—Oh. —Impresionado por su comentario insensible, no podía pensar en
cómo responder. Señaló a la caja.
—Hay un par de botas que Red dijo que te encajarían y algunas otras
ropas que Bea reunió. Encantado de conocerte —dijo, mientras caminaba hacia
la puerta.
Desvié mi atención hacia la ventana y volví a ver a Avelina. Estaba de pie
en la plataforma de una gran camioneta azul, levantando bolsas blancas que
debían pesar al menos diez kilos. Las arrojaba a un gran montón en el suelo,
cerca del granero. A toda prisa, me quité los pantalones y me puse un par de
viejos Wranglers de la caja. Me calcé las botas de color marrón oscuro, que
estaban desgastadas, pero me quedaban perfectas. Saqué de mi maleta mi
sudadera gris de la UCLA y me la puse. Estudié mi reflejo en el espejo. Bien
afeitado, con unos Wranglers dos tallas más grandes, unas viejas y feas botas de
vaquero y una sudadera universitaria. Sería un personaje de aspecto interesante
en el rancho. Me pregunté cómo sería mi primera impresión con Avelina y
luego me pregunté por qué me importaba. Me intrigaba la inesperada belleza
que poseía, que me hipnotizaba incluso a treinta metros de distancia. Después
de ver a Avelina en persona, las palabras de mi tía sobre ella resonaban una y
otra vez en mi cabeza. Tuve un repentino deseo de demostrar que mi tía se
equivocaba. Salí, bajé los escalones de la casa y saludé a Redman, que se mecía
en su silla en el porche.
—Voy a ir a ayudar a Avelina.
—Buena suerte con eso —murmuró.
Me le acerqué mientras se inclinaba para levantar otra bolsa de, lo que
parecían, granos. Se puso de pie, sosteniéndola sobre su hombro. Levanté la
vista hacia ella desde donde me encontraba al lado de la camioneta. Hubo un
momento en que ninguno de los dos habló ni se movió. Llevaba una camisa de
franela a cuadros negra y roja de manga larga metida en un par de ajustados
vaqueros negros. No podía haber pesado más de cincuenta y cinco kilogramos,
y desde donde me encontraba parecía ser de estatura media, pero sostenía la
enorme bolsa por encima del hombro como si estuviera llena de aire.
Parpadeó dos veces, miró mis botas, y luego volvió a mirarme a los ojos,
pero no dijo nada.
—¿Eres Avelina? —pregunté. Asintió y luego se mordió el labio inferior.
Sus ojos no tenían ninguna expresión. Bajó la mirada hacia mis botas de
nuevo—. ¿Puedo llamarte Lena para abreviar?
—No. —Su voz salió seria e insistente.
—Oh, lo siento. —Me quedé allí, aturdido, sin saber qué hacer mientras
se cernía sobre mí con la bolsa gigante.
—Llámame Ava. Todo el mundo me llama Ava —dijo rápidamente antes
de arrojar la bolsa hacia el granero.
—¿Te puedo dar una mano con el resto de las bolsas?
—Solo tíralas en ese montón. —No me miró mientras hablaba—. Vuelvo
en un momento.
Saltó y fue hacia la casa a un ritmo determinado.
Descargué todo el grano y empujé la puerta trasera en su lugar. Cuando
llegué al porche, Ava se había ido, pero Red seguía sentado allí, fumando su
pipa.
—Vamos a ir a la ciudad mañana y conseguirte unas botas, chico. —Era
casi de noche y la luz de la linterna que colgaba sobre él solo iluminaba un lado
de su cara. El otro estaba oculto por completo en la oscuridad. Estudié las
arrugas profundas en la frente de Redman y alrededor de sus ojos.
—¿Estas botas no servirán?
—Ah, no debí darte esas. —Le dio una calada a su pipa, soplando una
pequeña columna de humo hacia mi cara—. Ava no estuvo muy contenta.
—¿Por qué?
—Bueno, son las botas de su marido muerto —dijo con total naturalidad.
—Jesús, Redman. —Me pasé la mano por el cabello—. Me siento muy
mal. ¿Por qué me darías…?
—La cena está lista. No dejes que te afecte, ¿de acuerdo? Ava tiene toda
una manada de demonios flotando a su alrededor. Es mejor que te mantengas
alejado.
—¿Ha estado en terapia? —Me senté en la mecedora junto a Redman
pero no me miró. Se quedó en la oscuridad y fumó su pipa.
—La gente como Ava, la gente como nosotros, no va a terapia.
Reflexionamos en el Señor.
—Redman, honestamente, eso es una locura. Tal vez solo necesita
alguien con quien hablar.
Finalmente se volvió y me miró. —Su marido se voló la cabeza justo en
frente de ella… ese maldito cobarde. —Fue la primera vez que oí a Redman
usar ese tipo de lenguaje—. Ella maldijo al Señor en lugar de recurrir a él. Se
maldijo, y ahora va a pagarlo.
—Con el debido respeto…
—¡Ehh! —Hizo un sonido como si estuviera regañando a un animal—.
Ten cuidado, muchacho. Médico de primera venido de LA, crees que sabes una
cosa o dos acerca de nuestras almas, ¿no? —Su rostro se veía lobuno en la
penumbra—. No sabes nada de este negocio.
Negué y sonreí, tratando de reírme de ello. —Redman, no quise decir
que sabía lo que necesitaba. Es solo que es tan joven.
—Es mayor que yo. —Se rio una vez, finalmente rompiendo la tensión,
pero todavía había algo irónico acerca de su sonrisa—. Ver de frente a la muerte
y suplicar, esa es la edad que tiene.
—Creo que te equivocas. ¿Por qué no sientes simpatía por ella?
—Simpatía, la tengo. Tiempo, eso no.
Básicamente Redman decía que no quería lidiar con ella. Recuerdo
escuchar historias, al crecer, sobre Redman y Bea. Mi padre dijo que sus padres,
mis abuelos, eran demasiado cálidos y amables. Ellos eran pusilánimes, por lo
que enviaban a Dale y mi papá al Rancho Walker por algo de amor rudo de
Redman y Bea, la llamada de atención del todopoderoso, dirían. Me preguntaba
si la personalidad de mi padre se debía a los veranos que había pasado en el
rancho.
Mi padre tenía dinero, y yo también, pero en el rancho había una
sensación de que nadie nacía con una cuchara de plata en la boca. Todos
simplemente tratábamos de vivir justo al lado del otro. Mi padre dijo que
Redman le dijo que tener demasiado dinero causaba que el sentido de
supervivencia de un hombre se atrofiara. Supongo que entendía lo que quería
decir.
Avelina era la única persona en el rancho que no estaba en la larga mesa
de comedor de Bea esa noche por el pastel de carne. No pregunté por qué. Dale
y Redman recordaron los buenos momentos con mi padre mientras trataba de
esquivar discretamente la carne en mi cena. Después, ayudé a Bea a llevar los
platos en la cocina.
Al otro lado del fregadero había una puerta que llevaba al patio lateral
donde Bea tenía pollos. Ava se encontraba sentada en los dos escalones de
concreto en el patio, de espaldas a la puerta. Me di cuenta a través de la
mosquitera que comía. A su lado, se sentaba estoicamente, el perro feo.
Me acerqué al fregadero y luego oí la mosquitera abrirse detrás de mí,
pero mantuve mi cabeza en la tarea de enjuagar los platos.
—Yo me encargo de eso. —Su voz era pequeña. Cuando me di la vuelta
para mirarla, miró a sus pies, su cabello largo colgando hacia adelante.
—Soy Nate. Es un placer conocerte, también.
Levantó la mirada y finalmente sonrió un poquito, lo suficiente para
demostrar que podía ser cortés. Mirando fijamente sus grandes ojos marrones,
dije—: ¿Lavaré si tú secas?
Su sonrisa se hizo más amplia. —Bueno.
Lavamos los platos en silencio mientras los otros se congregaban en la
cocina para dar las buenas noches.
Palmeándome en la espalda, Dale dijo—: Bueno, veo que Ava ya te puso
a trabajar.
Ava se rio. —Él es quien me puso a trabajar.
Todos en la sala se volvieron y la miraron con rostros aturdidos, como si
nunca la hubieran oído hablar.
Ava se sonrojó de inmediato, sus labios carnosos aplanándose. Trish con
cautela se le acercó con los brazos extendidos, pero Ava escapó y salió
corriendo de la casa, seguida por el perro feo.
—¿Qué carajos?
—Lenguaje —me regañó Bea.
Caleb salió de la cocina meneando la cabeza.
—¿Por qué todo el mundo parece tan sorprendido? —pregunté.
Me di la vuelta hacia Dale, cuyo rostro parecía lleno de compasión. Sus
espesas cejas oscuras juntas. —Simplemente no hemos escuchado su risa en
cinco años.
—Oh. —La cocina quedó en silencio de nuevo.
En mi camino a la cama, Bea me sorprendió en el pasillo. —Parece
entusiasmarse contigo con bastante facilidad. Red y Caleb te dirán que te
mantengas alejado, que está maldita. No lo está. A veces pienso que esos chicos
solo tratan de protegerla. Ninguno de nosotros podría soportar verla sufrir más
—me dijo, su sonrisa sincera y profunda.
Una sensación aleccionadora me recorrió el cuerpo. —No voy a hacerle
daño. Apenas le dije cinco palabras. —De repente pensé en Lizzy, en su cama
de hospital, mirándome con confianza en sus ojos. Joder—. Creo que necesito
un poco de aire, Bea. Voy a dar un paseo.
—Está bien, cariño. —Me dio un beso en la mejilla. Tiré de su pequeño
cuerpo en mis brazos. Su cabello largo y gris olía a humo de tabaco de la pipa
de Redman. Pensé en los años que le había dado de su vida, sin hijos que la
unieran a él, y me pregunté en mi mente pragmática ¿por qué una persona
haría eso?
—Eso estuvo bien —dijo una vez que se apartó.
Una luz
Traducido por Vani
Corregido por Helena Blake

Se escandalizaron de que llenara un momento de mi vida, un segundo,


con un poco de alegría. No creían que me lo mereciera. Trish se acercó a mí con
cautela y Nate se quedó con las manos llenas de espuma de jabón, con cara de
asombro. Los ojos de Redman eran grandes como diamantes de arena, y los de
Bea brillaban como si no hubiera escuchado bien. Las paredes habían empezado
a cerrarse y entonces corrí, como siempre.
Me hubiera gustado que estuviéramos solo Nate y yo en la habitación,
para que pudiera recordar lo que se siente el estar alrededor de al menos una
persona que no cree que soy tóxica. Parecía bastante agradable, y no me hizo un
montón de preguntas estúpidas.
No olía como otros hombres que conocía. Su olor era limpio y fresco,
como después de un afeitado de lujo. Me di cuenta de que no había un solo pelo
oscuro fuera de lugar en su cabeza, y el verde agua mar de sus ojos llenaba casi
todo el iris. Era una de las personas más atractivas que jamás había visto.
Mientras secaba los platos junto a él, me había maravillado por la intocable
suavidad de su piel, incluso en la severa línea de su mandíbula. Tenía un gran
parecido con Dale, con su clásica buena apariencia y ojos claros que brillaban y
llamaban la atención de todos en una habitación.
Tal vez me permití relajarme a su lado por su cálida sonrisa o por su
simpática jovialidad o por la forma en que entornaba los ojos cuando me
miraba, como si intentara ver más allá de mi interior, hasta mi alma. Lástima
que nunca la encontrara.
En la oscuridad, me envolví en una manta y me acurruqué en mi
mecedora del porche. Levanté las piernas suavemente, dejando que el sonido de
la madera crujiendo me adormeciera.
—Ava —susurró, su mano ahuecando mi hombro. Abrí los ojos y vi a
Nate de pie junto a mí, recortado por la luz de la luna—. Ava, ¿quieres que te
ayude a entrar? Hace frío aquí afuera.
—No, estoy bien. —Cuando me puse de pie, una pequeña botella de
whisky se deslizó de mi regazo y tintineó en el suelo. Nate la recogió y me la
entregó con calma—. Solo bebí un poco.
—No te juzgo —dijo al instante.
Tragué saliva y luego me levanté y lentamente comencé a moverme más
allá de él hacia la puerta.
—Espera. ¿Por qué huiste? —preguntó.
—Porque todos estaban enojados conmigo.
—¿Enojados por qué?
Pude ver su expresión de desconcierto en la oscuridad.
—No sé —murmuré.
—¿Quieres hablar de ello?
—No lo entenderías. Yo casi no lo entiendo.
—Pruébame, soy un buen oyente. —Cruzó sus brazos definidos en su
pecho. Me di cuenta de que solo llevaba una camiseta negra, pantalones
vaqueros, y sandalias.
—Eso es definitivamente un calzado de California. No es adecuado para
una noche de Montana, incluso en verano —me reí.
—Ese es un sonido agradable —dijo en voz baja.
—¿Qué?
—Tu risa.
—Oh, gracias —dije mientras mis nervios se arremolinaban en mi
estómago.
—¿Quieres entrar? ¿Podríamos hablar? —La invitación parecía genuina e
inocente, pero me sorprendí por mis propios pensamientos de acurrucarme a
mí misma en su largo cuerpo, o arrastrar mi nariz en su camisa y respirar ese
olor hasta quedarme dormida. Cuando me di la vuelta para hacer frente a la
cabina, miré más allá de él a la ventana. La visión del cuerpo desplomado de
Jake destelló en mi mente. Di un grito ahogado.
—¿Qué es? —preguntó con preocupación, sus cálidas manos apretando
mis brazos. Traté de moverme más allá de él a la puerta de nuevo; me
bloqueó—. Dime, por favor.
Negué, temiendo que si decía las palabras la imagen podría parpadear en
mi mente otra vez.
Después de unos minutos de silencio habló, su voz baja, cálida y
relajante—: Escucha, Ava. He perdido un paciente recientemente. Soy médico...
—Cuando tragó pude ver los músculos de su mandíbula flexionarse—. Perdí a
un paciente y fue mi culpa. —Agarró mi mano, frotando su pulgar sobre mis
nudillos nerviosamente. Me aparté. Fue como si estuviera tratando de
consolarme con la historia, sin embargo, podía oír su propio dolor en la
admisión.
No podía estar segura de por qué me hablaba de su paciente, pero su
expresión era tan dolida que me hizo sentir un poco enferma. Evidentemente,
conocía mi historia y tal vez pensó que podíamos estar deprimidos juntos o algo
así.
—¿Era tu esposa?
—No, pero…
—Me tengo que ir. Siento lo de tu paciente.
—Espera, Ava.
Me di vuelta. —¿Sí?
—Solo pensé que podríamos pasar un poco el rato mientras estoy aquí.
Quiero decir, ya que somos casi de la misma edad.
Al instante sentí lástima por él. Buscaba las palabras a tientas como
ningún médico que hubiera conocido.
—Bueno. ¿Tal vez podamos sacar a los caballos mañana? —propuse.
Asintió y sonrió—. ¿Podemos pescar? —sugerí.
—Eso suena genial.
—Pero no hablar —advertí.
—No hablar —repitió y luego dio un paso fuera del camino para dejarme
pasar.
Como muchas noches, antes de acostarme fui a la cocina, encontré la
gran botella de whisky bajo el fregadero y me bebí tres grandes tragos, rezando
para no soñar. Mi nueva versión de la oración para dormir tras la muerte de
Jake, aunque no tenía nada que ver con la fe en un poder superior. Simplemente
esperaba que el whisky adormeciera mi mente lo suficiente como para
permitirme caer en un sueño profundo y sin pesadillas.
Empaqué almuerzos y ensillé a Dancer y Tequila, un viejo caminante de
Tennessee que habíamos tenido en el rancho durante muchos años. Era el
caballo más como para andar y tenía el paso más suave. Pensé que Nate lo
apreciaría; supuse que no había montado un caballo en algún momento desde
que era un médico de lujo en Los Ángeles. Después de esperar un rato y sin
indicios de Nate, me pregunté si tal vez había cambiado de opinión acerca de ir
a dar un paseo. Tal vez la idea de estar a solas conmigo a caballo le aterrorizaba.
Busqué en el cobertizo por cañas de pescar. Redman era un acaparador
cuando se trataba del cobertizo y el granero, creo que porque Bea tenía un brazo
fuerte sobre la necesidad de mantener la casa ordenada. Era la manera de
Redman de rebelarse. Había unas doce cajas de trastos llenas de basura en su
mayoría, pero me las arreglé para encontrar la caña y los señuelos adecuados
para pescar.
Antes de oírlo, sentí una presencia que venía hacia mí desde atrás. No
estaba acostumbrada a estar rodeada de gente, así que era muy consciente
cuando alguien se hallaba cerca. Solo seguí rebuscando en las cajas hasta que
encontré mi señuelo favorito, uno de oro brillante en forma de corazón.
—¿Puedo ayudarte a encontrar algo? —preguntó Nate.
—No, ¡lo tengo! —Sostuve el señuelo en triunfo—. Este bebé los consigue
cada vez.
—Buenos días. Estoy feliz de ver que tu espíritu competitivo está vivo.
Mi sonrisa se desvaneció. Nada sobre mí está vivo. Estábamos de pie a
centímetros de distancia, uno frente al otro en la pequeña caseta oscurecida.
Entre nosotros, sostuve el señuelo. Él lo tomó y lo examinó. Cuando miré al
suelo, me di cuenta de que llevaba zapatillas Converse. Dejé escapar un suspiro,
aliviada de que no usara las botas de Jake. Sus vaqueros negros parecían ser de
diseñador, apretados contra sus piernas y poco pegados en la parte inferior.
También llevaba una camiseta negra sencilla. Su pelo y ropa contrastaban muy
bien contra su piel suave, bañada por el sol y sus brillantes ojos verdes.
Una pequeña sonrisa jugaba en sus labios. —No tiene forma de nada que
exista en la naturaleza. ¿Por qué un pez querría comer esto?
Levanté la mirada, parpadeando. El pensamiento no se me había
ocurrido. Existían señuelos de todas las formas y tamaños.
—Bueno, es un poco la forma de un corazón, y eso existe en la
naturaleza.
—Un corazón real no es en forma de corazón. —Me lanzó una sonrisa
engreída—. Es más como un cono, algo así. —Su sonrisa desapareció
bruscamente y se quedó pensativo durante unos instantes, tal vez recordando
algo doloroso. Era una mirada que me resultaba familiar.
—¿Salimos? —pregunté.
Asintió y luego me siguió fuera del establo. Desaté a Tequila y se puso a
caminar un par de metros. —Este es Tequila. Lo montarás. Sabes cómo montar,
¿verdad?
—No muy bien.
—Eso está bien. Levántate allí y voy a ajustar los estribos.
Levantó el pie con gracia en el estribo, se levantó en la silla, y me miró.
Su pecho bullía y el miedo se reflejaba en su rostro.
—Sigue adelante y baja —dije.
—¿Por qué?
—Vamos a hacer esto correctamente para que te sientas cómodo.
Cuando bajó, le entregué las riendas. —Llévalo alrededor de un círculo.
—Nate siguió mis órdenes—. Ahora vamos a dejar que te huela. —Dejó a
Tequila oler sus manos.
Le di una zanahoria para que se la diera al caballo. Me di cuenta de que
le venía de perlas. Sabía que de pequeño pasó tiempo en el rancho, pero los
caballos son animales grandes e intimidantes si no has estado mucho con ellos.
—Se llama Tequila, porque es el único caballo en que puedes andar cuando
estás borracho hasta la mierda.
Nate dejó escapar un gran suspiro de alivio y luego se echó a reír. —
Gracias a Dios. No voy a mentir, el nombre me asustó.
—Es un caminante de Tennessee. Te vas a ver muy lindo y elegante
montándolo —dije, en tono de burla.
—Oh, ya veo, esto es todo para tu diversión, ¿verdad?
Me reí.
—Allí está ese sonido de nuevo. —Sonrió y se fijó en la silla de montar.
Llamé a Dancer, que pastaba en una pequeña parcela de césped cerca de
la casa principal. Escalando en la silla de montar, las cañas de pescar en mi
mano, miré a Nate. Se veía cómodo; relajado en su asiento después de unos
minutos de familiarizarse con el caballo.
—¿Por qué no estabas en el desayuno esta mañana? —preguntó.
—Normalmente como en mi cabaña. ¿Y recuerdas nuestro acuerdo?
—¿Qué?
—No hablar.
Caminamos lentamente junto a la casa principal. Bea nos saludó desde el
porche donde estaba tejiendo en su silla. Dancer cogió su ritmo un poco cuando
avanzamos hacia el prado por encima del arroyo. Podía sentir a Nate y Tequila
mantener el ritmo detrás de nosotras. Reduje a Dancer y dejé a Nate cabalgar a
mi lado.
Nate sujetaba las riendas alto, lo que era normal en un caballo como
Tequila que trotaba naturalmente con una postura de cuello alto, pero estaba
segura de que sostenía las riendas de esa manera por temor. —En realidad es
más cómodo para el caballo el galope que el trote.
—Me siento cómodo —dijo.
—No quiero que se te escape. Ve adelante y suelta un poco para que
puedas verlo. Dale un pequeño apretón.
—Tengo miedo de que no se detenga.
—Tú estás montando el caballo. Lo estás controlando. No pondrías un
coche en punto muerto en una colina y solo ves lo que ocurre, ¿verdad?
Se echó a reír. —No, definitivamente no lo haría, y la analogía no me está
ayudando. Este caballo tiene mente propia.
—No, si no le permites hacer su camino. Si quieres que se detenga, tira
de las riendas y di: "Whoa, caballo".
—¿Tengo que decir "caballo"? —Me miró incrédulo.
—Estoy bromeando.
—Mierda, me estaría riendo en este momento, pero estoy aterrorizado.
—Cuando me miró pude ver que sus ojos estaban muy abiertos.
—Escucha, Nate, Tequila no va a pasar a Dancer. Se entrenó de esa
manera.
—Está bien —dijo, con la voz temblorosa—. Eso es lo que quiero
escuchar.
—Vamos a trotar un poco y luego vamos a galopar. Dale una pequeña
patada con el talón un poco más atrás de lo normal, solo en tu lado derecho. Así
es como reconoce el galope. Permanece en posición vertical y mueve tus caderas
con el movimiento. Será como un trote suave, y luego vamos a correr después
de eso.
Sus ojos se abrieron aún más.
—Relájate, vamos a galopar un poco mientras tenemos este bonito
espacio abierto —dije, dándole una sonrisa tranquilizadora.
Dejé a Dancer agarrar el ritmo. Pude ver en mi visión periférica que Nate
hacía lo mismo. —¡Esto es divertido! —me gritó—. Quiero correr.
—Deja las riendas, pero permanece firme. Golpea con ambos talones.
A decir verdad, Tequila me seguía, pero era bueno que Nate aprendiera
a dar las órdenes adecuadas. Hubo un momento fugaz en el que le miré y vi
alegría en su cara. Quería esa sensación y pensé que tal vez podría permitirme
un poco de ella de vez en cuando.
Me resultaba incómodo y me distraía que Dancer corriera mientras yo
sostenía las cañas de pescar, así que aminoré la marcha y me dirigí hacia un
terraplén conocido que bajaba hacia el arroyo. Nos detuvimos en lo alto de la
orilla. Nate parecía estar divirtiéndose mucho. Sacó un par de gafas de sol
oscuras de la alforja y se las puso sin dejar de lucir una enorme sonrisa.
—Eso fue increíble —dijo—. Es más caluroso aquí de lo que pensé que
sería.
—Sí, debería haberte agarrado un sombrero.
—¿Qué, como un sombrero de vaquero?
—No, una gorra de beisbol —Me reí—. Esto no es Texas, Nate.
—Trish lleva un sombrero de vaquero.
—Ella es la reina del rodeo. —No me molesté en mencionar que Jake
llevaba ambos, gorra de béisbol y sombrero de vaquero dependiendo de lo que
hacía. Solo de pensar en él con su sombrero de vaquero la noche que nos
conocimos se sintió como un cuchillo cortando a través de mi corazón.
—¿No lo eras tú?
—No, soy de California —dije simplemente y luego empecé a conducir a
Dancer abajo a la colina.
—Oh. No lo sabía. Espera, ¿estamos bajando con los caballos por esta
colina?
—Cuatro patas son mejor que dos —le grité de nuevo.
—Buen punto —dijo cuando Tequila se abrió paso por la orilla.
En ese lugar, dejamos que los caballos bebieran del arroyo antes de
atarlos. Nate se pasó continuamente la mano por su pelo alborotado por el
viento. Aquella mañana no tenía ningún producto en el pelo como el día
anterior. Los mechones sueltos y despeinados daban a su aspecto un encanto
más juvenil. Nunca había conocido a un médico que se pareciera a una persona
real, con defectos e inseguridades, pero más que eso, nunca había conocido a un
médico que fuera tan terriblemente guapo y no lo supiera.
Sin hablar, nos dirigimos a través de los polos y cavamos alrededor en
las alforjas por varias cosas. Nos quitamos nuestros zapatos, enrollamos
nuestros pantalones, y caminamos con cuidado sobre las piedras en la orilla del
arroyo.
—¿Así que eres de California? ¿Qué parte?
—Central Valley. —Estaba sentada en una roca para atar mi señuelo.
—Permíteme. —Nate se acercó. Entregué mi caña y señuelo.
Sus hábiles manos ataron el señuelo a la caña con velocidad y precisión.
—¿Qué clase de médico eres?
—Un cirujano cardiotorácico —dijo, sonriendo. Sonreí también,
probablemente compartiendo el mismo pensamiento cuando ató el señuelo en
forma de corazón.
—Bien hecho.
Eché mi caña en la parte más profunda de la corriente y la tambaleé
lentamente.
—¿Sabes cómo pescar con moscas? —preguntó.
—Tienes que estar tranquilo, Nate, vas a asustar a los peces. Y sí, sé
cómo.
—Bueno. Solo pensé que tal vez me podrías mostrar —dijo—. Ha sido un
tiempo.
Era adorable. No pude evitar que una sonrisa tocara mis labios.
—Solo tienes que pulsar la caña con el dedo índice, girar el gancho, tirar
hacia atrás, y liberar la caña en el pico del polo. Apunta al agua más profunda
—dije, haciendo un gesto hacia donde mi caña había aterrizado.
Lanzó e inmediatamente consiguió un bocado, pero lo perdió.
—Necesitas dar un paso atrás cuando sientes un tirón seguro, así es
como se configura el gancho —dije.
—Es correcto. Todo vuelve a mí —señaló con una sonrisa.
La mirada despreocupada de Nate me llevó a recordar un sentimiento
que conocía, pero había estado ausente durante mucho tiempo. Era la primera
vez en mucho tiempo que deseaba esa sensación de nuevo.
Corazones en la naturaleza
Traducido por Mary Haynes, Valentine Rose & Marie.Ang
Corregido por Mary

A mediodía el marcador era Ava: seis, yo: cero. Me encantan las mujeres
que me desafían, pero Ava me estaba ganando por goleada, lo que creo que era
aún más refrescante. Los peces ya no picaban, así que Ava me dio un sándwich
de su alforja.
Abrí el papel de aluminio. —Mantequilla de maní y jalea. Me gusta.
Su sonrisa era tímida. —No tengo mucho en mi cabaña.
Nos sentamos en las rocas bajo la sombra de un árbol cerca de la
corriente y comimos. El día era inusualmente cálido para ser primavera. Ava
llevaba unos pantalones ajustados enrollados y desvanecidos, y una blusa de
algodón de color beige con mangas cortas de encaje. Cuando se inclinaba podía
ver el oleaje de sus pechos relucientes de sudor. Su piel era de un tono cálido y
natural.
—¿Por qué te mudaste aquí desde California? —le pregunté.
Levantó la mirada, luciendo en conflicto. —Nate… —Me di cuenta por
su expresión que quería decirme cosas, pero no podía encontrar las palabras.
Bajó la vista hacia sus pies. Me acordé de nuestra regla de no hablar.
Dejé de masticar y tragué mientras miraba a un lado de su rostro
intensamente. —Suéltate el cabello, Ava —le dije en un tono decidido. Algo se
apoderó de mí de repente y sentí la necesidad de tocarla, como si mi cuerpo se
moviera a su propia avenencia.
Frente a ella, en la roca, observé cómo mantenía la mirada al frente y
deslizaba lentamente la cinta de su cola de caballo. Su pelo largo y liso caía
limpiamente por sus hombros. La agarré por el cuello y tiré de ella hacia mí. No
se resistió, pero tampoco me miró. Me incliné hacia su pelo e inhalé tan hondo
que me sentí adormecido. Me sorprendió lo atraído que me sentía al tocarla e
igualmente me sorprendió que me hubiera obedecido y se sometiera a mi tacto.
Era como si existiera una fuerza más allá de mí que creara los
movimientos involuntarios de mis manos sobre su cuerpo. Olía a dulce azafrán
como nadie que haya conocido, tan dulce y natural que solo Dios podía crearlo,
un recordatorio de la salvación en la época secular en la que vivimos.
Quería frotar su piel contra la mía. Bajé mi mirada hacia su camisa y me
pregunté si su sudor sabía tan dulce como olía. Quería estar dentro de ella.
Estaba increíblemente cerca de decirle que se quitara la ropa. De alguna manera
sabía que lo haría si se lo pidiera. A veces parecía tan sin rumbo. Era como si su
mente fuera un molinete que giraba sin cesar en la pantalla del televisor, y
esperaba que alguien llegara y cambiara de canal. Parecía perdida y frágil en un
momento y al siguiente aguda e insensible. Sabía que no podía aprovecharme
de alguien como Ava, aunque en ese momento estuviese cien por cien seguro
de que quería escapar de todo conmigo.
Mi corazón se desbocó, empujando la sangre hacia el centro de mi
cuerpo, golpeando con tanta fuerza que realmente me asustó. Corría maratones
y recorría kilómetros en bicicleta, estaba condicionado para la resistencia, y sin
embargo me encontré completamente sin aliento en su presencia. Ese día no
había pensado en el hospital, ni en Lizzy, ni en la cirugía, pero de repente, y por
primera vez en mi vida, mientras me encontraba allí respirando a Ava, pensé en
nuestros corazones en relación con el amor.
Sorprendido por el pensamiento, me levanté bruscamente, respirando
con agitación. Me quedé postrado de la conmoción, sostuve mi mano sobre mi
pecho y la miré. No podía formar palabras.
Una mirada de horror se apoderó de su rostro y luego se transformó en
vergüenza cuando sus mejillas se enrojecieron. Se levantó y empezó a correr por
las rocas hacia la colina. Me sentí confundido y culpable y la perseguí.
—¡Ava, espera!
Su pie descalzo deslizó sobre una roca cubierta de musgo y salió volando
hacia atrás. Parecía como en cámara lenta mientras la veía girarse en el aire para
proteger su cuerpo. Aterrizó sobre su costado con violencia sobre unas rocas
escarpadas.
Dejó escapar un profundo gemido. Corrí hacia ella y me arrodillé. Sus
ojos estaban cerrados fuertemente cuando comenzó a llorar. Su grito me
recordó a la madre de Lizzy, sin procesar y real.
—¿Estás herida?
—Sí. —Se las arregló para dejar salir con una respiración pesada.
—¿Dónde? —preguntó frenéticamente. Recorrí su cuerpo mientras yacía
acurrucada en posición fetal.
—Por dentro.
—Por el amor de Cristo, ¿dónde, Ava? Por favor, deja que te ayude. Soy
médico.
Sus ojos inyectados de sangre se abrieron cuando su mano se movió
lentamente hacia su pecho. Presionó firmemente el espacio sobre su corazón. —
Aquí. Estoy sangrando. Debo estarlo —dijo, cayendo en un ataque lleno de
potentes sollozos.
El entendimiento absoluto me golpeó. La tomé en mis brazos, la acuné
como a un bebé y dejé que sollozara en mi pecho. Fui demasiado lejos en la
montaña y ella luchaba con ello.
Después de una hora de sostenerla fuertemente, sentí que su cuerpo se
relajaba. Se había quedado dormida en mis brazos.
Recordé un momento en el que asistí en una cirugía de dieciocho horas
con mi padre y otro médico establecido. Las cosas seguían yendo mal, pero mi
padre se había mantenido firme. Era difícil entender cómo tenía la resistencia
física, pero rápidamente aprendí que ser un médico lo requería. Había
sostenido unos fórceps y una abrazadera en una arteria sangrante durante
cuatro horas seguidas durante la cirugía mientras mi padre trataba de averiguar
el problema.
Aquel día sostuve a Ava durante horas de la misma manera cerca del
arroyo mientras dormía. Mis brazos rebosaban de cansancio y hormigueo, pero
la sostuve con determinación. Era increíble lo profunda y relajada que era su
respiración. Al examinar su cuerpo, me di cuenta de que tenía los pies
diminutos y los dedos pintados de rosa, lo que me pareció adorable pero
peculiar, conociendo el tipo de vida que llevaba Ava. Parecían recién pintados y
me pregunté si lo había hecho por mí.
No hacía ningún sonido mientras dormía. Le tomé el pulso con la mano
y luego me incliné para escuchar su corazón constante. La mujer seguramente
nunca había dormido tan plácidamente. Era como si cayera en una muerte
temporal mientras yacía junto al riachuelo. Su cuerpo parecía tan inerte como
los cuerpos que abría en mi camilla. Sin señales de vida hasta que miras dentro
y ves que el órgano late. Lo extraño es que cuando ves por primera vez un
corazón latiendo, esperas oír ese ritmo que es tan sinónimo de él, pero apenas
hay un sonido. En su lugar, es solo un movimiento como si tuviera una
existencia independiente. En realidad, el corazón palpita unas cuantas veces
una vez que está fuera del cuerpo, y aunque soy consciente de la razón
científica, me pregunté en ese momento, sosteniendo a Ava junto al arroyo, si
tal vez nuestros corazones realmente podrían romperse por un amor roto o una
tragedia.
Cuando por fin se despertó y abrió los ojos, miró primero al cielo y sus
ojos registraron que el sol se encontraba mucho más bajo que cuando se quedó
dormida en mis brazos.
—¿Qué pasó? —preguntó con una expresión de desconcierto.
Me reí. —Te caíste y luego tomaste una pequeña siesta.
—¿Cuánto tiempo?
—Unas pocas horas. —La ayudé a ponerse de pie con las piernas
temblorosas.
—¿Y me sostuviste todo ese tiempo?
—Fueron el mejor par de horas que he tenido en mucho tiempo. —
Poniéndose sus zapatos, parecía tranquila y retirada de nuevo—. No pretendí
sobrepasar mis límites antes. Lo siento —le dije.
—No debería tener, ya sabes… no debemos.
Me senté a su lado en una roca. —¿Sigues sintiendo mucho dolor? —Qué
tonta pregunta que era esa.
—Dolor, sí, todavía lo siento y siempre lo haré. No creo que alguna vez
se mejore.
—Se necesita tiempo para sanar.
—No sé si es la curación lo que duele. Simplemente lo extraño y nunca
voy a dejar de extrañarlo.
—Entiendo.
—¿Lo haces? —dijo. No estaba siendo sarcástica; sus ojos rebosaban
curiosidad.
—Lo intento.
Asintió, comprendiéndolo, antes de que mirara a la corriente. —Vamos a
limpiar el pescado aquí. Bea puede hacer barbacoa con ellos esta noche.
Su brusco cambio de tema fue bienvenido. Me pareció interesante que la
última vez que había comido carne fuera un trozo de trucha que pedí en un
restaurante de cinco estrellas de Hollywood. Observé cómo Ava cortaba el
vientre del pequeño pez desde el cuello hasta la cola y luego procedía a extraer
las vísceras. Pensé en cómo había desperdiciado cinco años de su veintena
lamentándose por un hombre demasiado cobarde para vivir por una mujer tan
fuerte, hermosa y capaz.
Sostuvo el vientre de pescado abierto hacia mí. —¿Ves? Bonito y limpio.
—Arrugué la nariz—. No puedes ser aprensivo, eres un cirujano.
Me reí. —Buen punto. Acabo de uhm… bien… estás haciendo un gran
trabajo. Creo que voy a dejar que te encargues de esto.
—Redman tendría un día de campo si viera tu expresión.
—Por favor, no le digas a Redman que te dejé hacer esto. Me colgaría de
las bolas.
Se echó a reír. —Te haría algo peor que eso. Aunque será mejor que te
acostumbres a este tipo de cosas, Nate. Estás en un rancho ganadero después de
todo.
Ah, la ironía.
Después de haber limpiado el pescado, nos dirigimos de vuelta al
rancho. Finalmente me armé de valor para llevar a Tequila durante un corto
trayecto de vuelta. Fue liberador estar fuera en el aire fresco y limpio.
Seguramente debe haber más oxígeno puro en el aire de Montana. Al crecer en
Los Ángeles, existía la idea de que respirar en el aire acondicionado era más
saludable que salir al aire libre lleno de smog. La gente no se atrevía a conducir
con las ventanillas bajadas ni a bailar bajo la lluvia ácida en las calles de Los
Ángeles.
En el establo, sin mediar palabra, ayudé a Ava a cepillar a los caballos.
Bea bajó de la casa y se paseó por el cobertizo. Ava se le acercó y le entregó la
bolsa de pescado.
—Aquí. Trucha.
—Gracias, cariño. No tenía ni idea de lo que iba a cocinar esta noche. —
Ava asintió.
Después de que Bea se fue, le pregunté a Ava —¿Te agrada Bea? —en un
tono plácidamente neutral para que pareciera vana curiosidad.
Levantó la vista inmediatamente. —Sí, por supuesto, la amo.
—Oh. Lo siento, es que... um, parece que te cuesta hablar con ella.
—Me cuesta hablar con todos.
—¿También conmigo?
Arrojó el cepillo en un cubo, pasó por delante de mí y respondió—: Sí,
pero no tanto. —Cuando salió del establo, la llamé—: ¿Vas a estar en la cena?
—No.
Pasó más de una semana en la que no vi a Ava más que de pasada. Veía
su camioneta y su remolque de caballos bajando por el largo camino de entrada
casi cada dos días, pero se ausentaba durante la cena o se sentaba sola con el feo
perro en el porche trasero.
Una mañana, mientras yo realizaba la glamurosa tarea de palear mierda
con Caleb, Ava pasó junto a nosotros en su camioneta. Me quedé esperando a
que mirara para poder saludarla, pero no lo hizo. Se limitó a bajar la colina
dejando una gran nube de polvo a su paso.
—¿A dónde va? —pregunté.
—Les enseña a los niños.
—¿Qué les enseña?
—Astronomía —dijo, sin expresión.
—¿En serio?
—No, imbécil, les enseña cómo montar caballos.
Me reí. —Está bien, está bien, me tienes. Fue una pregunta estúpida.
Resopló y sacudió la cabeza, mirando a otro lado.
—¿Qué? —le dije con un ligero tono de urgencia. Su mierda petulante
me ponía de los nervios.
—Nada, es solo que estás muy interesado en esa perra. No tengo ni puta
idea de por qué.
Me enderecé y apoyé mi antebrazo en la parte superior de la pala. —¿Por
qué crees que es una perra?
—Simplemente lo es. No le da a nadie la hora del día. —Continuó
paleando mientras hablaba. Era obvio que Caleb le tenía cierto resentimiento;
estaba algo más que irritado por su indiferencia.
—Sabes su historia, ¿no? —le pregunté.
—Sí, su marido se voló la cabeza. Probablemente no podía soportar
jodidamente vivir con ella. —Se puso de pie, imitó una pistola con el dedo bajo
la barbilla y simuló el sonido de un disparo.
—Eres un pendejo, hombre.
—¿Qué? ¿Por qué no me dices eso a la cara?
—Lo acabo de hacer —Nunca sabré por qué razón me enemistaría con un
hombre de trescientos kilos que superaba mi metro ochenta. Un profundo
sentido de la caballerosidad afloró en mí.
—Será mejor que te ocupes de tus propios asuntos.
En una voz totalmente tranquila y carente de emoción, le dije—: ¿Hace
cuánto tiempo que trabajas aquí paleando mierda, mi amigo?
—Lo suficiente para saber que le estás ladrando al árbol equivocado. Ni
siquiera hace contacto visual conmigo, por lo que tus posibilidades son escasas.
—¿Así que de eso se trata realmente? ¿Qué, te le insinuaste? Tal vez no
eres su tipo.
Tiró la pala sin esfuerzo a través del corral sobre un montón de
herramientas. —¿Y tú, maricón?
—Neandertal —espeté.
—Cobarde —dijo, alejándose.
—Tal vez en otros tres mil años, cuando hayas evolucionado podemos
tener de nuevo esta conversación. ¿Por lo menos tienes pulgares oponibles? —le
grité la última parte mientras desaparecía de la vista.
Por la noche, cuando Ava descargaba los caballos de su remolque, me
lancé sobre ella. —¡Buu!
No se asustó.
—Vaya, no eres divertida.
—Me lo han dicho antes —dijo.
Retrocedió a Dancer sobre la rampa hacia mí. —Quítate del camino,
Nate. Nunca te coloques detrás de un caballo a menos que quieras que te patee
la cabeza… u otra parte del cuerpo.
Me aparté y la seguí hacia el granero donde situó a Dancer en un
compartimiento. —¿Cómo estuvo tu día? ¿Qué has estado haciendo?
Arrojó un trozo de alfalfa en la comida de Dancer y acarició su cabeza.
Cuando por fin se volteó hacia mí, se inclinó contra la corta puerta del
compartimiento con una desvergonzada sonrisa; una mirada que nunca le había
visto.
—Di unas lecciones de cabalgo a algunos niños en otro rancho, pero
estoy segura de que ya lo sabías.
Ya me tenía. Debía saber que había estado preguntando por ella.
—Bueno, ¿cómo estuvieron las lecciones?
—Excelentes. ¿Qué hiciste hoy día?
Sonreí muy grande. —Paleé mierda.
—¿Cómo estuvo?
—Muy de mierda. —Nos reímos, pero bajó la mirada, casi como si
estuviese avergonzada de reírse en voz alta—. También conocí a Caleb un
poquito mejor.
—Lo lamento —dijo con seriedad.
—¿Por qué no se llevan bien?
—No lo sé. No le agrado… —Su voz disminuyó. Alejó la mirada y su
ánimo cambió.
—¿Por qué crees que no le agradas?
—Bueno, una noche… intentó… —Suspiró por la nariz y llevó la mirada
hacia el techo del granero—. Una noche intentó besarme. No sé por qué. Juro
que nunca le di señales.
—Te creo. —Y sí le creía. No le daba ninguna señal a nadie, ya sea buena
o mala; era raro que siquiera levantase la mirada de sus pies—. Continúa.
—Me pilló en las escaleras, justo mientras bajaba y él regresaba de la casa
principal. Agarró mis caderas y se inclinó. Le di una cachetada.
—¿Cómo reaccionó?
—Me dijo una grosería, y que yo tenía la culpa por, uhm… por las cosas
que han pasado en mi vida.
—Nada es tu culpa. Sé lo que pasó.
Se encogió de hombros. —No importa.
—Sí, sí importa. Ese maldito imbécil no tiene derecho a tratarte así. —
Levanté la mirada pensativamente—. Solo me pregunto, ¿qué te dijo?
—Zorra.
—Voy a matarlo. —Incluso cuando lo dije, no pude creer mi reacción. Al
parecer, había algo en el agua de Montana que transforma a un incrédulo,
amante del Starbucks y pacifista vegetariano en un protector de Dios de todas
las mujeres y el ganado.
Resopló por la nariz. —Gastarías tu tiempo.
Se hizo el silencio durante varios momentos mientras nos mirábamos en
el granero. El ambiente era embriagador. Vi cómo sus ojos bailaban por mi
rostro y luego se quedaban fijos en mis labios. Una parte de mí quería inclinarse
y besarla, pero ella no hizo ningún movimiento hacia mí y, francamente, no me
apetecía recibir una bofetada.
—En serio, Ava, no creo que no le agrades a Caleb. Es exactamente lo
contrario. Lo más probable es que le gustes. —De repente, sonaba pragmático
como si estuviera hablándole a un salón lleno de universitarios—. Apuesto a
que se sintió rechazado, y porque tiene un pene pequeño sintió la necesidad de
hacerte sentir mal.
Sonrió. Su mirada era adorable, casi como agradecida. —Gracias. Esa fue
una explicación muy interesante de lo que pudo haber pasado ese día en las
escaleras. Aun así, todo el mundo aquí sabe lo que me pasó. Es difícil creer que
no me culpan por lo que Jake. —Podía asegurar que le dolía decir su nombre.
—Eso no es verdad. —Me le acerqué para cerrar la distancia, pero
sacudió su cabeza, deteniéndome—. No deberías acercarte a mí.
Entrecerré los ojos. —¿Acercarme físicamente?
—No, no deberías querer conocerme. Jake era mi marido. Lo sabes,
¿verdad? —Sus ojos se llenaron de lágrimas—. Mi marido, Jake, se suicidó
porque no pude amarlo correctamente. No pude hacerle querer vivir.
—Como dije, conozco la historia, Ava, pero estás equivocada. Tan solo
déjame tomar tu mano. Es más fácil así. —Levanté mi brazo y tomé su mano, y
la sostuve mientras nos quedábamos varios centímetros lejos del otro. Su palma
era pequeña, con callos y fría. Había un poco de mugre bajo sus uñas, pero la
piel de su dorso era suave.
—Es más fácil hablar cuando no hay un espacio incómodo entre
nosotros.
—Tu mano es suave —dijimos al mismo tiempo.
—Las manos de los doctores siempre son suaves porque tenemos que
exfoliar mucho. —Sonreí y soltó una carcajada, sonando como un hada,
provocando que mi corazón saltara con un latido.
—Exfoliar. Esa es buena. Eres gracioso, Nate.
—Nunca nadie me ha dicho eso.
—Eso es un poco triste. Siento que he sonreído y reído más cerca de ti
que de cualquier otra persona en años.
Nuestras expresiones se volvieron serias otra vez. Mientras sostenía su
mano en la mía, pensé en intentar y hablar con ella de verdad.
—¿Dónde está tu familia?
—No por aquí. Mi padre está muerto. —Tragó—. Mi mamá volvió a
España. Mi hermano vive en Nueva York. Y yo estoy aquí, donde pertenezco,
en algún tipo de infierno.
—Detente —susurré, sacudiendo la cabeza—. No digas eso.
—Es como me siento.
—Bueno, durante el verano, es hermoso aquí.
—No me refería a eso.
—¿A qué te referías?
—Al principio, los días se confundían entre otros. Después del accidente
de Jake, despertaba y pensaba mucho en lo que pasó el día anterior, pero todos
mis recuerdos eran borrosos, incluso los recientes. No podía superarlo, y luego
cuando creí que por fin era capaz de aceptar que Jake estaría paralizado por
siempre, se suicidó. Después de eso, ya no eran días, eran semanas…
diluyéndose como si mi vida estuviera en modo rápido. Pero solo tengo
veinticuatro.
Limpié una lágrima derramándose por su mejilla. —Me alegro que
hables conmigo de eso. ¿Tal vez podamos pasar el rato después de cenar?
Parpadeó, y luego soltó un suspiro. —No, no lo creo. —Parecía en
conflicto, y no quise presionarla. Sabía que tendría que tomarme mi tiempo si
quería llegar a conocerla. Aun así, no podía dejar de pensar en ella. Incluso
cuando no estaba con ella, pensaba en su cabello, en la manera que olía, y en su
cálida y suave piel.
Después de cenar fui a mi habitación y maté el tiempo con mi
computadora hasta que fui capaz de conectarme a internet. Cada segundo que
tomaba conectarse a una página se sentía como una hora. Me era bastante claro
por qué la gente en el rancho no usaba internet. Después de horas de clickear
con frustración y observar el pequeño temporizador en la pantalla ir en círculos,
por fin me levanté y comencé a leer. Justo cuando volteé la segunda página de
un libro llamado “El Vaquero de Montana: Legendas del Gran Cielo Campestre”,
escuché el sonido de piedritas golpear mi ventana.
Me apresuré en ponerme de pie y me dirigí a la ventana. Corriendo las
cortinas, eché un vistazo para ver a Ava mirándome con curiosidad desde el
suelo, justo a unos cuantos metros abajo.
Abrí la ventana. —Hola, Ava. —Sonreí—. Estoy seguro de que a Redman
y Bea no les importaría que uses la puerta. —Se encontraba tan tierna allí
parada, con su cabeza hacia atrás, mirándome.
—Shhh. —Llevó un dedo a su boca. Sus ojos se agrandaron—. Tengo una
idea.
Pude olfatear el olor a whiskey en su aliento, incluso a cuatro metros de
altura. —¿Quieres que te suba hasta aquí? ¿Quieres venir a mi habitación? —De
repente, tenía diecisiete otra vez y eso me hizo sonreír.
—Solo ponte una chaqueta y zapatos. Tengo que mostrarte algo.
Alcancé mi chaqueta y mis zapatos, y luego me lancé por la ventana,
aterrizando fuerte y casi cayéndome.
Cuando me puse de pie, situó sus manos en mis hombros y dijo—:
Necesito tu ayuda.
—Has estado bebiendo.
—Sí. —Asintió con teatralidad, levantando sus cejas como si estuviera
orgullosa por ello. Sacó un frasco de su bolsillo y me lo tendió—. ¿Quieres un
poco?
No podía asegurar que conociera a alguien que bebiera alcohol directo
del frasco, y ciertamente no una mujer pequeña de un metro sesenta, pero me
intrigaba. Siguiéndola hasta la cabaña, destapé la botella y bebí un largo trago.
Al no haber bebido más que unas pocas veces en la universidad y el instituto, el
licor me dio unas pequeñas arcadas, pero luego bajó suavemente, dándome una
sensación de calor en la garganta. —Necesitamos más. Vamos a buscar más —
dijo, apuntando la botella mientras subía las escaleras hacia su cabaña.
Me quedé afuera en el porche hasta que volvió con una botella cuadrada
de Jack Daniels.
—Este funcionará —dijo.
—¿A dónde vamos?
Siguiéndola, con la botella en una mano y la cantimplora en la otra, me
pregunté por un segundo si realmente había una razón legítima por la que la
gente me decía que me mantuviera alejado de ella. Nos acercamos a una
segunda cabaña al otro lado de la casa principal. Pude ver a Caleb a través de la
ventana del dormitorio.
—Ten cuidado —dijo—, no hagas ruido. Mira. —Señaló a una jaula de
metal, una que podría usarse como jaula para perros. Se encontraba en la
sombra bajo el alero de la cabaña, pero era inconfundible lo que había dentro.
Incluso en la oscuridad pude ver el blanco sobre los ojos y la nariz del mapache.
—¿Tú lo atrapaste?
—Sí, fue fácil. —Sonrió con alegría.
—No estoy seguro de si los mapaches se destacan por ser buenas
mascotas.
—No es una mascota, tonto.
Se puso de puntillas y se asomó a la cabaña de Caleb. —De acuerdo, ya
es tiempo. —Pudimos oír la ducha en el baño prenderse—. Ten. —Me tendió un
par de guantes de trabajo de cuero—. Necesito tu ayuda para llevar la jaula
dentro. Le dejaremos a Caleb un regalito.
Por fin, lo entendí. Me fue difícil mantener una cara seria. —Eres una
pequeña escurridiza, ¿lo sabías?
—Nunca he hecho algo así, pero supongo que Caleb no fue muy
simpático contigo, y, bueno, ya sabes, tampoco fue simpático conmigo. Pensé
que era momento de enseñarle una lección.
—¿Estás vengando mi orgullo, cariño? —Le guiñé el ojo, y sonrió.
—Es lo que las chicas de campo hacemos.
—Dios, me he perdido demasiado.
Tomamos la jaula mientras el mapache rasguñaba y nos siseaba.
—Oh, mierda —gruñí.
—No lo toques, es un malvado pequeño bastardo.
—Pero parece tan tierno.
—Es probable que esté rabioso. Espero que muerda a Caleb.
—Ava, tienes una verdadera racha de maldad —bromeé.
La puerta de la cabaña de Caleb estaba abierta. Ava abrió la jaula y sacó
al animal desde el otro lado, animándolo a huir. Lo dejamos allí para
apresurarse por la habitación frontal, y luego corrimos por las escaleras y nos
escondimos en las sombras, espiando por la ventana de la cabaña.
Esperamos, observando hasta que Caleb salió del baño envuelto en una
toalla de la cintura para abajo. Se quedó inmóvil en el pasillo. Desde nuestro
punto de vista, teníamos asientos en primera fila para ver. Caleb gritó como
niña y arrojó sus grandes brazos por el aire, tirando su toalla sin darse cuenta
antes de correr de vuelta al baño. Al macho alfa le asustaban los mapaches.
Con Ava, nos tiramos al piso, agarrando nuestros estómagos y
riéndonos, pero intentado no hacer sonido alguno.
—Oh, por Dios, ¿viste su rostro? —dijo—. Estaba aterrado.
—Eso fue épico; nunca lo olvidaré. Me pregunto qué pasará con el
mapache.
—No creo que Caleb vuelva a salir del baño. Tal vez deberíamos abrir la
puerta principal.
—Nah. Se las arreglará. No me lo imagino siendo el tipo que pide ayuda,
incluso cuando lo necesita.
—¿Ahora quien tiene la racha de maldad? —bromeó—. Pero tenías razón
sobre una cosa. —Por fin, teníamos controladas nuestras histerias y estábamos
apoyados con nuestras espaldas contra la cabaña.
—¿Sobre qué?
—Que definitivamente tiene un pequeño… ya sabes qué. —Incluso en la
oscuridad pude ver su gran sonrisa.
—Sí, definitivamente tiene el síndrome del pene pequeño —dije en una
seria voz de doctor.
—¿Aprendiste eso en la escuela de medicina?
—Es raro. Por primera vez en mi vida no quiero pensar en la escuela de
medicina, o en ser doctor o cirugías u hospitales. Esto es agradable. Estar
sentado aquí contigo. Nunca había visto tantas estrellas.
Levantó la mirada. —Sí, me parecían aburridas después de perder a Jake.
—Me miró—. ¿Entiendes lo que quiero decir?
Asentí.
—Pero parecen más brillantes esta noche.
Finalmente hablaba con facilidad sobre Jake y no quería detenerla. —
¿Era muy divertido?
—Sí. Jake tenía un verdadero y serio lado trabajador en él, pero también
podía ser divertido y tonto. No era un chico educado; tuvo una infancia difícil y
un ego sensible.
—¿A qué te refieres? —Sabía exactamente a lo que se refería, pero quería
que siguiera hablando.
—No lo sé, supongo que ahora que soy un poco más mayor, puedo mirar
atrás y ver que tenía algunos defectos reales. —Apartó la mirada y podía decir
que le dolía decir las palabras—. No me refiero a que no fuera un buen hombre,
pero la verdad es que no podía contener su orgullo. Podía ser jactancioso y
arrogante. Al principio, pensé que simplemente era seguro de sí mismo e
intentaba impresionarme, pero después del accidente, su verdadera cara se
mostró y no era muy bueno conmigo.
—Eso es realmente terrible, Ava. Siento que hayas tenido que pasar por
eso.
—Quizás lo merecía.
—¿Por qué, en el mundo, pensarías eso?
—No lo sé. No sé si alguna vez pertenecí aquí. Ahora, no he visto a mi
mamá en cinco años, mi hermano está fuera, en Nueva York, viviendo su vida,
y yo estoy aquí. Todo porque seguí a un vaquero a Montana y me casé —dijo
con una risita.
—¿Por qué no puedes ir a España y vivir con tu madre?
—Nací aquí. Nunca he estado ahí. Es el país de mis padres, no el mío. En
realidad, supongo que no tengo un lugar que sea mío. De todos modos, ya no
quiero hablar de ello. Me gustaría un trago de eso si no te importaría pasármelo
—dijo, apuntando el whisky.
Le entregué la botella. Tomó un gran trago y luego suspiró. —No te lo
tomes a mal, pero no entiendo por qué estás aquí. Quiero decir, sé que tu tío
está aquí, pero ¿por qué querrías dejar tu elegante vida en Los Ángeles para
venir aquí a palear mierda?
Me eché a reír. —Creo que no se puede llamar a lo que tenía una vida
elegante. Nunca quise nada más que ser médico, y eso me consumió. Todo lo
relacionado con mi carrera cayó en su lugar perfectamente. —Hice una pausa
por un largo tiempo, buscando las palabras correctas, pero nada elocuente se
me ocurría—. Lo jodí, y básicamente causé la muerte de una joven niña.
Probablemente, voy a ser demandado por mala praxis, así como el hospital. Me
siento muy mal por eso.
—¿Te sientes más terrible por ser demandado o por la muerte de la niña?
Era una pregunta que debería haber sido ofensiva, pero no lo era. Golpeó
una fibra sensible, pero solo porque me cuestioné lo mismo. Sus ojos se
ampliaron, mirándome con intensidad. —Me siento muy mal por la chica, la
vida perdida, la familia que se encuentra de luto por ella. Pero, hasta esta
semana, también me sentí muy mal porque perdería mi trabajo. Cuando llegué
a casa el día que sucedió, me di cuenta de que no tenía nada excepto mi trabajo.
No sabía qué hacer conmigo. Mi padre me envió aquí.
—¿Para despejar tu cabeza?
—Algo así, aunque si conozco a mi padre podría haberme mandado aquí
más para bajarme de la nube que otra cosa.
—Oh.
—Podría haber funcionado, porque el trabajo parece mucho menos
importante ahora. Me siento muy mal por la chica y su familia. Eso es todo.
Asintió, sonriendo con compasión.
Llevamos la jaula de vuelta a la cabaña de Ava y, al dejarla en el suelo, la
puerta se abrió de golpe, pinchándome la parte regordeta de la palma de la
mano cerca del pulgar.
—Mierda. —Me sujeté la mano, agarrándola con fuerza.
—¿Qué pasó?
—Joder.
—¿Qué pasa, Nate?
—Me corté la mano.
—¿Por qué no llevabas los guantes? Aquí, déjame ver —dijo, llevándome
al interior de la cabaña. No tuve tiempo para echar un vistazo; la seguí directo
al fregadero. Abrió el agua, puso mi mano debajo de ella, y se fue, regresando
un momento más tarde con la botella de whisky.
Mi mano chorreaba. Estaba intentando actuar rudo, pero francamente mi
mano pulsaba tanto que no podía dejar de apretar los dientes.
—Dios, realmente está sangrando —dijo. Descorchó el whisky, tomó un
trago, y luego lo sostuvo en mi boca. Poniendo su otra mano en mi nuca para
agarrarme, inclinó la botella para que pudiera tomar un trago. Sus pequeñas
manos eran cálidas y suaves, pero fuertes.
—Gracias.
—De nada.
Sacó mi mano del agua y vertió el whisky en ella.
—¿Qué haces? —grité. Se encogió de inmediato—. Quiero decir, ¿por
qué harías eso?
—Oh, yo… bueno, es solo que había un animal salvaje en esa jaula.
Quién sabe qué tipo de enfermedades acarreaba. El alcohol la esterilizará. —Su
voz era pequeña.
—Lamento levantarte la voz, es solo que, no hay… ¿algún ungüento
antibacteriano por ahí?
En ese momento, aplicaba presión en mi mano con una toalla de papel.
—No, no tengo, pero Dale probablemente sí… algo que usa con los caballos.
Mis ojos se abrieron incluso más. —No, eso está bien.
Miró el corte, que aún se encontraba sangrando. —Puedo arreglar esto.
Sostuvo mi palma, pero rebuscó en un cajón a su izquierda con la otra
mano y encontró un pequeño tubo.
—¿Qué es eso?
—Pegamento.
—No. —Sacudí la cabeza.
Me miró con determinación en su rostro. Había más que un recuerdo
distante de una mujer intensa en ella. —Tengo una aguja e hilo si piensas que
sería más agradable.
Sostuve mi mano mientras rociaba el líquido adherente justo en mi
herida y juntaba a la fuerza la piel. Quemó durante varios minutos y luego, la
soltó y el corte estaba sellado.
—¿Ves? Como nuevo.
—Probablemente moriré por algún envenenamiento por intoxicación por
estas cosas.
—Hay un hospital cerca, a unos ochenta kilómetros de distancia. Puedo
llevarte ahí, así pueden ponerte algo de ungüento en ese pequeñito corte, pero
he estado bebiendo, así que tus posibilidades de vivir son más altas si
simplemente te quedas aquí y te conformas con el pegamento. —Sonrió.
—Ja ja —me burlé, pero pensé en sus palabras por un momento: «te
quedas aquí» y me pregunté si era una invitación—. Quizás debería quedarme
aquí por la noche en tu cabaña, así puedes cuidarme hasta que me recupere.
Se echó a reír alegremente hasta que, como nubes de tormenta que
rápidamente se reúnen en el cielo, su expresión de tornó oscura. Algo en mis
palabras tocaron una fibra sensible. Parecía que estuviera tratando de
disuadirse del sentimiento.
—Estoy bromeando —dije—. Creo que mi mano estará bien, salvo por
alguna extraña infección específica de Montana.
Al final, sonrió de nuevo y luego me acompañó a la puerta.
Esas botas
Traducido por vals <3 & Sofía Belikov
Corregido por Dannygonzal

No hay nada más adorable que un hombre tratando de enmascarar el


dolor de un pequeño corte. La mano de Nate había sangrado mucho debido a la
naturaleza de su lesión, no a la profundidad. Era como un gran corte de papel y
definitivamente no necesitaba puntos de sutura, pero aun así parecía
horrorizado por mis métodos. Se dirigió hacia la puerta principal de la cabaña
mientras inspeccionaba más el corte. Dándose la vuelta, dijo—: Gracias, Ava. Te
lo agradezco. Parece que el pegamento funciona.
—Por supuesto, no hay problema. Oh, tengo algo para ti. —Corrí hacia
mi cuarto y agarré una caja que contenía un nuevo par de botas de talla diez y
medio. Las había comprado para Jake, pero él nunca sería capaz de usarlas.
Cuando le tendí la caja a Nate, buscó en mi cara alguna indicación del
significado de mi acto.
—¿Para qué son?
—Bueno, necesitas botas y estas son de tu talla, la misma de Jake, pero
nunca las usó así que no te preocupes.
—Gracias. En serio. Esto es realmente considerado de tu parte.
—No es gran cosa. Vas a tener que estirarlas un poco.
Se asomó por debajo de la tapa. —Guau, me gustan. —Eran café oscuro
de un diseño discreto, algo que sabía que Nate podría usar incluso con Levi’s
después de dejar el rancho.
—Creo que lucirán muy bien en ti. —El whiskey me estaba haciendo
sentir más valiente de lo usual. Estudié los labios de Nate. Eran llenos, pero no
hinchados. Cuando terminaba una oración los frunciría un poco y entonces
sonreiría de lado. Era un sutil pero encantador hábito.
—Deberíamos salir de nuevo así. —Asentí y sonreí—. Me arreglaste
todo con un nuevo par de botas y una mano súper llena de pegamento.
Me perdí en pensamientos por un momento, de nuevo, preguntándome
que me habría tomado arreglar a Jake. ¿Por qué no pude arreglar a Jake? Mis ojos
empezaron a humedecerse. —Tengo que ir a la cama —dije.
—Lo siento. ¿Dije algo malo?
—No, yo solo… bebí demasiado esta noche y creo que necesito ir a la
cama.
Tragó. —No fue tu culpa.
¿Cómo podía leer mi mente? Fue mi culpa. Así como no le creí cuando
dijo que no era mi culpa, puedo decir que no me creyó cuando le dije—:
Tampoco fue la tuya… con tu paciente.
—Buenas noches. —Sus manos estaban llenas con la caja así que se
inclinó y me besó en la mejilla. Sentí la barba de un día o dos cubriendo la línea
de su mejilla. Todavía emanaba ese rico olor, pero mezclado con uno como de
tierra por estar afuera entre los árboles.
—Buenas noches. —Me las arreglé para hablar apenas por encima de un
susurro.
Después de una larga noche de tragos, caí en un profundo sueño. No
hubo pesadillas de Jake acostado en una piscina de sangre cuando dormía así
de profundo. Desperté con el sonido de golpes secos en la puerta. El reloj
marcaba las cinco de la mañana. Me apresuré a ponerme el chándal y luego
corrí a la puerta. Al abrirla, encontré a Dale al otro lado, con una sonrisa de
oreja a oreja.
—Hola, niña, es tiempo. Rosey está en labor de parto. —Era una yegua
gris que habíamos tenido por algunos años y todos anticipábamos el nacimiento
de su potro. El rancho siempre brillaba un poco más con un bebé caballo
trotando por ahí.
—Está bien, ya voy. —Cuando se giró para bajar por las escaleras,
añadí—: ¿Le dijiste a Nate? Apuesto que le gustaría verlo.
Dale se volteó para mirarme con una afectuosa sonrisa y dijo—: Seguro,
le diré, cariño.
En el establo, Redman estaba sentado en un banco mientras Bea y Trish
miraban sobre la puerta de Rosey.
—Buenos días, Red.
—Buenos día, niña. Por qué ustedes las chicas se vuelven tan locas con
esta escena, nunca lo sabré. —Le dio una calada a su pipa.
Sonreí. —Es una nueva vida, Red. ¿No sueñan todos con uno de estos?
Hizo un sonido de resoplido y miró lejos.
—Sube aquí, chica. Creo que va a ser pronto —me dijo Trish.
Dale y Nate llegaron caminando justo cuando la yegua empezó a hacer
un mayor esfuerzo. Se encontraba recostada de lado y pudimos ver que
expulsaba la placenta y no el potro.
—¡Mierda! —gritó Dale—. Nate, consigue mi bolso y regresa. Tenemos
que ayudarla.
Nate se fue y regresó rápidamente con el botiquín de medicina de Dale.
Ambos hombres entraron al establo para evaluar la situación. —¿Qué tenemos
que hacer? —preguntó Nate.
—Tenemos que cortar la placenta y ayudarla a expulsar al potro. —Dale
le tiró un par de guantes largos, con lo que todos estábamos familiarizados a
excepción de Nate—. Póntelos. —Nate los miró con cautela. No estoy segura de
que sus planes de vacaciones incluyeran buscar dentro de un caballo
retorciéndose y sacar un potro, pero siguió las órdenes de Dale con diligencia y
en poco tiempo eso era exactamente lo que hacía. Dale cortó la placenta y ayudó
al animal empujando su vientre. Nate introdujo las manos y lo atrajo de las
piernas frontales, trayendo la cabeza del potro con él. Instintivamente supo que
tenía que quitar la placenta de la boca y de la nariz del potro. Esta se removió
como celofán.
Cuando el bebé empezó a ponerse de pie en sus tambaleantes patas
frontales, todos dejamos salir un enorme suspiro de alivio. Después de levantar
las piernas traseras del potro, Nate levantó sus manos en triunfo y anunció—:
¡Es una chica! —Sonreía con un júbilo que también se me dibujó a mí. Trish de
hecho lloró lágrimas de felicidad.
—Lo hiciste bien, Nate —dije.
Todos se voltearon y me miraron, luego Dale dijo—: Tienes razón, Ava,
lo hizo bien.
Observamos a la yegua limpiar a su potro y entonces fue el momento
cuando la dulce pequeña bebé finalmente se levantó en todas sus cuatro patas y
dio sus primeros pasos. Todos nos inclinábamos sobre el corral, entrecerrando
los ojos del sol brillante subiendo sobre los picos de las intimidantes montañas
en la distancia.
—Tan hermosos —dijo Trish en voz baja. La visión me hizo sentir viva, al
menos en ese momento, y eso era más de lo que había sentido en un largo
tiempo. Sabía que Trish estaba tan conmovida por el nacimiento de los
animales porque nunca podría experimentar eso por sí misma, lo que me
entristecía.
Nate miró con admiración mientras el pequeño caballo rápidamente
aprendía a caminar y luego a correr. Cuando fue a alimentarse de su madre,
todos no regresamos a la casa. Cada uno de nosotros se sentía exhausto excepto
por Nate, quien lucía emocionado.
Se movió a mi lado. —Eso fue increíble.
—¿Lo fue?
—Sí —dijo, y siguió caminando conmigo hacia la cabaña.
Me detuve y lo miré. —¿Hacia dónde vas?
Su sonrisa fue tímida por primera vez. —Te iba a acompañar de regreso.
—Oh. No tienes que hacerlo.
—Quiero hacerlo.
—Probablemente tome una siesta; tengo una lección a las tres.
Continuó caminando. —Gracias por decirle a Dale que fuera a traerme.
—Él lo hubiese hecho de cualquier manera. ¿Qué te dijo exactamente?
Aproximándose a la puerta de mi cabaña, Nate se detuvo y sonrió. —
Dijo que no querías que me lo perdiera. —Sus ojos entrecerrados ligeramente.
Era esa mirada la que me hacía sentir como si estuviese buscando una forma de
pasar algún campo de fuerza invisible que protegía mi alma.
—Es cierto. No quería que te lo perdieras. Es increíble ver eso en la vida
real.
—Eres increíble —susurró. Mis dedos hormigueaban. El calor comenzó a
propagarse desde el centro de mi cuerpo a mis extremidades. Tomé una
respiración apresurada. Él miró entre nosotros a nuestros pies y entonces
alcanzó mi mano. La levantó hasta su boca y, sin mirar, la besó como algún
caballero del siglo quince demostrando respeto a su reina.
Alzó la vista y sacudió la cabeza. —No soy este chico. Tú me haces
sentir… —buscó las palabras—, me haces sentir. Eso es. No he sentido nada
como esto por nadie.
—¿Qué sientes?
—Siento como que quiero estar a tu alrededor todo el tiempo y… yo
solo… he estado pensando mucho últimamente.
—¿En qué?
—En tu boca.
Antes de saber lo que pasaba, lo besé al instante. Me respondió con la
misma rapidez, devolviéndome el beso y apretándome con fuerza contra la
puerta de la cabaña. Agarrando mi nuca con una mano y moviendo la otra
hacia mi cadera, cerró el espacio vacío que quedaba entre nosotros. Sus labios
eran suaves pero sus movimientos eran urgentes. Me permití olvidar por un
momento todo el dolor. Su boca se desplazó hasta la línea de la mandíbula y
besó un rastro hasta mi oreja. Su piel cálida y áspera me provocó escalofríos.
Ambos respirábamos fuerte. Su boca fue a la mía de nuevo y ahí fue
cuando me golpeó. Jake acostado en una tumba, pudriéndose, por mi culpa, y
yo me estaba besando con un doctor en un porche. Lo empujé, casi enojada.
Lucía dolido. —Necesito más —dijo, respirando pesadamente.
—No puedes hacer eso de nuevo, nunca.
Su rostro se contrajo. Echó la cabeza hacia atrás, sorprendido, y volvió a
dar un paso adelante. —Pero te quiero. Y tú me quieres.
—No. —Me giré, abriendo la puerta rápidamente, y bloqueándola detrás
de mí. Me deslicé contra la pared y caí deshecha en el piso.
A través de la puerta, me suplicó—: Lo siento, Ava. Solo déjame entrar.
Solo déjame sostenerte. —Algunos minutos pasaron y entonces en una voz más
ligera dijo—: Tú me besaste.
Me levanté, sintiendo el fornido peso de mi decisión mientras abría la
puerta. —Quédate ahí. —Saqué mi mano.
Sus brazos estaban cruzados sobre su pecho. —No te tocaré, pero
deberíamos hablar de lo que acaba de pasar.
Alcé mi mano y le mostré mi anillo de compromiso todavía firmemente
en mi dedo anular, cimentado en su lugar por la culpa. —Estoy casada.
Se quedó sin habla. Bajó la mirada y dejó salir un suspiro por su nariz
mientras sacudía la cabeza con decepción.
—Estoy casada —repetí.
Cuando levantó la vista, tenía las cejas juntas en una mirada de pura
lástima. Descruzó los brazos y los extendió. —Déjame sostenerte por un
momento. No puedo imaginar que a Jake le importara tener a alguien viendo
por su esposa y confortándola… solo por un momento.
Me metí en el calor de su cuerpo, mis brazos se aferraron a su cintura.
Me pasó la mano por el pelo de la nuca y me hizo bajar la cabeza hasta apoyarla
en su pecho. Caí en un silencioso sollozo. Las lágrimas corrían sin cesar por mi
cara y por su ropa. Meciéndose de un lado a otro, susurró—: Shh. Está bien.
Me había roto ante Nate dos veces en un corto período de tiempo. Caí en
sus brazos como un niño desahuciado, hambriento de atención. Mi dolor sobre
Jake estaba resurgiendo porque mis sentimientos por Nate se hacían más
fuertes. Traté de convencerme de que nada tendría sentido acerca de nosotros, y
de que no había forma de que funcionáramos. Veníamos de dos mundos
totalmente diferentes, y él finalmente regresaría a L.A.
Olfateando, le pregunté—: ¿Por qué quieres estar a mi alrededor?
—Porque me gustas.
—¿Pero eso qué significa?
—No lo sé, pero no quiero necesariamente analizarlo. ¿Por qué solo no
disfrutamos de la compañía del otro? Estaré aquí por otro par de semanas.
Podemos pescar y montar y tratar de olvidar todo lo demás.
—¿Y luego te irás?
—Sí. Tengo que regresar. Hay una investigación y tengo que cumplir con
la junta directiva del hospital.
—¿Y luego qué?
—No lo sé.
Sabía la respuesta. Nate regresaría a su vida en Los Ángeles y yo sería
dejada con mi culpa y los recuerdos de mi difunto esposo.
—No creo que pueda… estar contigo. Quiero decir, estar contigo de esa
manera. —Levanté la mirada para medir su expresión. No podía decir si sabía
lo que quería decir.
—Entiendo. Sin embargo, somos amigos, ¿verdad?
—Sí.
Besó mi frente y entonces me dejó ir, gentilmente haciéndome girar, y
empujándome hacia la puerta. —Descansa un poco.
Me giré y lo miré a los ojos. —Gracias por entender.
—Por supuesto.
—¿Podemos ir a nadar mañana? Hay una poza. ¿Podemos montar hasta
allá?
Agarró mi barbilla con su pulgar y su dedo índice, inclinando mi cabeza
hacia su rostro. Con una pequeña sonrisa sincera, dijo—: Me encantaría.
Acostada en mi cama ese día, pensé en el beso y las palabras de Nate.
Cómo quería más. Si era honesta conmigo misma, yo también. Pero entonces
me giré y me acurruqué en la almohada a mi lado… la almohada de Jake. Lloré
hasta quedarme dormida, rogando por alguien que me salvara.
Pudo haber sido solo horas después cuando escuché un golpe en mi
puerta. Cuando la abrí, Trish estaba ahí, sosteniendo una bandeja de pan de
banano. —Sé que no puedes decirle que no a un pan de banano de Bea.
Planeaba algo. —¿Qué te dijo Nate? —Abrí más la puerta para dejarla
entrar. Caminó hacia mi cocina y empezó a hacer café.
De pie detrás de ella, me pregunté si se encontraba aquí como parte de
alguna intervención o algo. —¿Me escuchaste? —pregunté.
—Te escuché. Nate no me dijo nada. Tomemos algo de café y de este
delicioso pan, hecho con amor solo para ti.
—¿Qué haces aquí?
Puso las manos en las caderas y resopló. —¿Dónde aprendiste tus
modales? Vivo en la cabaña junto a la tuya y nunca me has pedido venir a
visitarte. Apenas y comes con nosotros en la casa grande, y en los últimos cinco
años nunca te he oído murmurarle más de cinco palabras a alguien en cualquier
tiempo determinado. —Alargó una mano y tiró de mis brazos—. Estoy aquí
para ti, nena.
Me senté, vacilante. —¿Gracias? —dije, más como una pregunta.
—Quiero que me hables.
—¿Sobre qué?
—Sobre ¿por qué te vi intercambiando saliva con mi sobrino en el porche
hace un minuto y luego llorando en sus brazos al siguiente?
Planté el rostro en mis manos sobre de la mesa. —Lo besé.
—¡Bien por ti!
—¿Qué? —Al principio pensé que se sentía molesta por el beso. La miré
a través de los dedos.
—Escucha, cariño, está bien que beses a Nate. Tal vez Redman piensa de
forma distinta, pero a quién demonios le importa lo que piense ese viejo.
Me reí a pesar de mí misma, y ella imitó mi gesto. Cuando nos
detuvimos, el peso de la culpa regresó, decayendo mi expresión. Trish miró más
allá de mí, por la ventana. —¿Estás pensando en Jake?
—Sí. —Mordí duramente mi labio para apaciguar el dolor en mi corazón.
—¿Todavía lo amas?
—No… Lo odio. Lo odio tanto, lo que me destroza, teniendo en cuenta
que tal vez siempre lo odié. —Comencé a llorar—. Tal vez siempre lo hice y esa
es la razón por la que se suicidó, porque no pude amarlo lo suficiente.
El dolor corría profundamente por mi interior, a pesar de que
permanecía en silencio y quieta en la superficie, como un lago siniestramente
calmado. No había nada que pudiera ondear la superficie, ningún color que
mostrara las profundidades, solo un oscuro vacío. El beso fue como encontrar
mi camino hacia la superficie y abrirme paso entre ella por un momento, sin
aliento y en apuros. Quería más aire, pero respirarlo era doloroso. Estaba
acostumbrada a la sofocante oscuridad. Parecía más fácil ahogarme en el dolor,
porque al menos era silencioso en las profundidades de mi infierno.
Se estiró por encima de la mesa y tomó mis manos en las suyas. —A
pesar de todo, Jake era un vaquero, no como tus chicos de California. —Sacudí
la cabeza, pero continuó rápidamente—: Fue criado por una madre borracha e
irresponsable. Su único sentido de autoestima se basaba en su trabajo y en su
amor por ti. —Ambas estábamos sorbiendo y tratando de contener las
lágrimas—. Eras más de lo que cualquier hombre podría haber pedido. Jake
sabía que lo amabas, pero creía que no podía amarte en respuesta. No sabía
cómo, y eso fue lo que lo mató. Murió mucho antes de que disparara esa pistola.
—No habría estado en ese estado de no ser por mí.
—¿Crees que habría permitido que ese caballo pisoteara a cualquiera?
No importaba que fueras tú la que se encontraba allí de pie. Lo que deberías
recordar son todos los buenos tiempos. Aquellos donde era tierno contigo. Tan
gentil, pero aun así fuerte. Solía decirle a Dale que Jake te trataba como una flor
delicada. Puedes odiarlo todo lo que quieras, pero sabes que solo fue lo que
hizo al final, cuando era solo un cascarón de hombre, lo que odias. Ten algo de
simpatía por su alma, Ava.
—Me persigue.
—Creo que solo son los malos recuerdos los que te persiguen. Ahora está
con el Señor, y si estuviera observándote, nada más querría lo mejor para ti.
Conozco a Jake. Querría que fueras feliz. Creo que pensaba que la única forma
en que podía encontrar el perdón para su alma era si te dejaba ser. Ya te ha
hecho pasar bastante.
—¿Cómo podría estar con el Señor si terminó con su propia vida?
—No dejes que Redman te influya, niña. —Movió una mano—. Estoy
cansada de oír todas esas estupideces. Voy a ayudarte a olvidar algunos de esos
malos recuerdos.
No hablamos más de Nate ese día. Le conté a Trish sobre la historia del
mapache y se rio por diez minutos seguidos. Insistió que debía tirar la
almohada en la que Jake había dormido, y así lo hice. Incluso al día siguiente fui
al pueblo y compré nuevas sábanas y otras cosas para la casa. Hace un montón
de tiempo habíamos tirado la silla de Jake, casi inmediatamente después de que
muriera, pero la pequeña televisión en la esquina de la habitación principal
todavía se hallaba allí, mirándome fijamente. La cogí y la llevé hasta la casa
grande, donde Redman leía en su silla de cuero.
—Red, ¿quieres la televisión? —Se levantó rápidamente y la tomó de mis
manos.
—Sí, pero Bea está en la cocina —dijo furtivamente, sus ojos
desplazándose por la habitación.
—Bueno, será mejor que la pongas en el cobertizo si no quieres meterte
en problemas. —Se fue con ella, y supe que pronto sería añadida a la larga pila
de artículos guardados.
Me había aferrado a esa televisión todos esos años porque a Jake le
gustaba. Aunque no debió haber importado, teniendo en cuenta que Jake ya no
estaba conmigo. De regreso en mi cabaña, boté todo lo suyo, toda su ropa y
zapatos, su cepillo de dientes y afeitadora, y las apilé en una caja. Conservé
algunas de sus fotos y recuerdos que compartimos, pero eso fue todo. Las
memorias del último año de Jake quedaron en esa caja. La llevé a la cabaña de
Caleb y llamé a la puerta.
Lucía cansado para cuando abrió. —¿Ha sido una noche larga? —
pregunté inocentemente.
Parpadeó, apreciándome. —¿Qué quieres?
—Lamento que no nos llevásemos mejor. Estas son todas las cosas de
Jake. Tal vez puedas usar algunas de ellas, o alguno de tus amigos del rancho
de Wilson las querrá. Hay unos buenos pantalones allí, y el sombrero de Jake.
Los ojos de Caleb se ampliaron. —¿Vas a tirar su sombrero?
—Tengo que hacerlo, Caleb. Sé que no me comprendes, o la forma en la
que me he comportado en el pasado, pero tú tampoco has actuado todo
perfecto. Estoy tratando de arreglar las cosas contigo. Si quieres el sombrero, es
tuyo. Si no, dáselo a alguien.
—Bueno. —Pasó una mano por su cabello y luego tomó la caja de mis
manos—. Estás tan colada por ese doctor que sientes como si pudieras ser
agradable conmigo.
—No tiene nada que ver con eso. ¿Podemos parar esta mierda entre
nosotros, por favor?
Nos miramos en silencio. Finalmente vi que la resignación le invadía.
Asintió.
—Te veo en la cena —dije mientras me alejaba.
Aquí o allí
Traducido por Sofía Belikov & Adriana Tate
Corregido por Lizzy Avett’

Mirando fijamente el correo de mi padre en representación del hospital,


me encontré leyendo la misma línea una y otra vez mientras pensaba en Ava,
en su piel y ojos, en cómo se presionó contra mí de la forma más dulce. En los
sonidos que hacía contra mi oído mientras besaba su cuello.
Estaba siendo demandado, mi carrera se hallaba al borde del precipicio,
y todo en lo que podía pensar era en Ava. Llamé a mi padre.
—Hola, hijo. ¿Cómo estás?
—¡Genial! —dije con entusiasmo.
—Vaya, no me esperaba eso.
—Estoy disfrutando mi tiempo aquí. Es hermoso.
—Es bueno oírlo. Necesitarás regresar en una semana o así, cuando la
investigación esté finalizada. Sé que nunca has pasado por esto antes, pero no
hay nada de lo que preocuparse. Te sentarás frente a la junta y tendrás que,
básicamente, reiterar tu declaración.
—¿Has oído algo sobre la autopsia?
—No, eso será incluido en la información presentada a la junta. ¿Sabes
que sus padres insistieron en ello y que tienen un abogado?
—Sí, lo sé, estoy leyendo esas agradables noticias ahora. No hay nada
que pueda hacer.
—Esto me ha pasado varias veces, Nate. Te acostumbrarás a ello. Cuando
los miembros de una familia pierden a un ser querido, necesitan una razón, y
por lo general culpan al doctor.
—Pero sí me perdí algo en su historial y electrocardiograma.
—No habría forma de saber si hubiera vivido o muerto incluso si
hubieras visto esa irregularidad. Lo importante es recordar que ese
procedimiento que intentaste salva vidas, y lo que sea que haya pasado en esa
mesa no fue el resultado de nada de lo que hiciste.
—Pero no lo logré a tiempo.
—Deja de culparte. Te envié allí para alejarte de todo esto por un tiempo,
y ganar algo de perspectiva.
—Tienes razón. Es solo que cuando pienso en ello, me pongo enfermo.
Solo tendré que esperar y ver qué se decidió. Oye, papá.
—¿Sí?
—¿Por qué ya no venimos aquí?
—Bueno, la vida ha estado ocupada, Nate.
—La verdad es que me siento vivo en este lugar, claro, cuando no estoy
pensando en la investigación. —Quería decirle que había conocido a alguien,
pero no quería marginar la investigación de la muerte de Lizzy. Era la primera
vez que deseaba no haber tomado un trabajo como el de mi padre. Hacía
imposible tener una relación padre e hijo.
—¿Dale está manteniéndote ocupado?
—Sí, ayudé a sacar una potra esta mañana.
—Eso es genial, hijo.
—Podría transferirme. Hay un hospital en Missoula.
—Estoy familiarizado. ¿Por qué querrías practicar allí?
Me aclaré la garganta. —No sé, es una idea nada más. —Pasaron varios
momentos de un incómodo silencio—. Te veré pronto, papá.
—Bien, hijo.
Desde la ventana de mi habitación, observé el sol descendiendo hasta la
punta más alta de las montañas en la distancia. Podía oler el ajo y las cebollas
del estofado de Bea circulando por la casa. Dejé mi habitación y encontré a Ava
inclinada contra la pared del oscuro pasillo. La miré. Su largo cabello caía en
rizos sueltos sobre sus hombros. Llevaba un vestido de algodón con un diseño
floral y un par de botas de vaquero rojas. Su piel brillaba y sus labios tenían un
matiz más rosado.
—Te ves increíble.
En una baja y tímida voz, dijo—: Ensillé a los caballos. Por si querías ir
ahora… a nadar.
—Pensé que tenías una lección.
—La cancelé. —Su labio inferior temblaba.
Cuando sonreí, se relajó; mi día mejoraba y mejoraba. —¿No es un poco
tarde, y helado?
—Sé dónde hay una fuente termal.
—Oh. —Tal vez sí enviaba señales mezcladas. Sabía que estaba
intentando organizarlo todo en su mente. Me hice prometerme que no
importara lo que hiciera, no tomaría ventaja de ella. En mi mente, el vestido, las
botas de vaquero, y el lápiz labial eran señales de que Ava trataba de encontrar
a la chica perdida en su interior. Intentaba ser sociable, y al parecer yo era solo
un amigo… un chico que conocía desde hacía apenas unas semanas.
—¿Listo?
—¿Vas a cabalgar con eso? —pregunté.
—No está tan lejos.
La seguí en otro caballo mientras Ava cabalgaba a Dancer a todo su
galopeo a través del campo que se extendía por cerca de un kilómetro o así
detrás del rancho. Su vestido volaba alrededor de la cima de sus delicados y
bronceados muslos mientras su cabello flotaba detrás de ella en sedosas ondas
de color chocolate. Cabalgaba con tal facilidad y gracia que me era difícil
apartar la mirada. Sentada encima de un caballo blanco y con manchas negras
con su vestido floral y el cabello casi negro, Ava lucía como una pintura en
movimiento. Algún artista, algún Dios en el que no había creído antes, me
estaba demostrando su existencia. Podía olerla en el aire como a las flores
silvestres.
Cabalgué junto a ella y grité en el viento—: ¡Eres hermosa!
Se rio y luego golpeó a Dancer con los pies, acelerando. Traté de
mantenerme a su lado. Después de envolver las riendas alrededor de un asta, se
soltó, inclinó la cabeza hacia atrás y los brazos hacia afuera, con las palmas
extendidas, sintiendo el viento del mundo apresurarse hacia ella. Cuánta
libertad, pensé. Su cuerpo estaba abierto hacia el cielo en un gesto seráfico. La
observé con asombro hasta que los caballos se detuvieron naturalmente cuando
llegaron al final del campo.
—Eso se sintió bien —dijo—. La fuente está aquí. Dejaremos que los
caballos pasten.
Se bajó de un salto. La seguí hasta el rocoso borde de un pequeño
acantilado. Bajamos unos cuantos metros y antes de que pudiera ver cualquier
agua, pude oler el azufre. Descendimos un poco más, hasta que vimos un
estanque de un claro azul con agua humeante.
—¿Cuán caliente es?
—Es perfecta —dijo mientras se quitaba las botas y las ponía en una roca.
Hice lo mismo y luego me quité la camiseta. Estábamos de pie en los lados
opuestos del pequeño estanque. Me miró de arriba abajo y luego alargó una
mano hasta la tira de su vestido, tirándola por encima de su cabeza. Tragué
duro, esperando ver un traje de baño, pero me equivocaba. Llevaba una
camisola de encaje blanco y un par de bragas a juego, lo cual podría en realidad
haber cubierto más de los típicos trajes de baño a los que acostumbraba a ver en
las playas de Los Ángeles, pero este era mucho más sexy y delicado.
Sin su típica timidez, se metió en el agua. —Ah, esto se siente tan bien.
Me quité mis pantalones vaqueros y entré usando solamente boxers. Me
observó fijamente mientras maniobraba caminar sobre las rocas hacia el agua.
—¿Corres?
—Sí.
—Eso pensé —dijo.
—¿Por qué?
—Porque eres musculoso, pero no corpulento.
—Oh. —Quise hacerle un cumplido, pero me encontré con la lengua
atada porque había tantas cosas que le podía decir—. Tú estás… muy, eh… en
buena forma.
Se echó a reír. —Gracias… supongo.
—No, tienes un cuerpo fantástico, y veo un montón de cuerpos —
balbuceé.
—¿Eh?
Nervioso, comencé a tartamudear de nuevo. ¿Qué me pasaba? —Yo… yo
soy médico.
—Sí, lo sé.
—Es por eso que he visto un montón de cuerpos.
—Ah, de acuerdo —dijo. Su sonrisa fue de simpatía.
Un sonido provino de entre los arbustos y de repente un hombre y una
mujer aparecieron llevando dos toallas. Salté a través de las aguas termales para
cubrir a Ava con mi cuerpo.
—Oh, discúlpenos —dijo la mujer—. Nadie nunca está aquí arriba.
Escuché a Ava reírse en voz baja contra mi nuca. Cuando me volteé para
mirarla, nos encontrábamos a pocos centímetros de distancia. —¿Crees que esto
es gracioso?
Se encogió de hombros, todavía sonriendo. —Pregúntales si quieren
unírsenos.
—¿En serio?
—¿Por qué no? Es lo suficientemente grande.
Me giré de nuevo hacia la pareja todavía rondándonos. —Son
bienvenidos a unírsenos si gustan.
—Pensé que nunca preguntarías —dijo el hombre al instante.
Rápidamente se quitó los pantalones vaqueros y la camiseta, y se hallaba en el
agua en sus calzoncillos en cuestión de segundos.
—No tienes que cubrirme, esto se ve como un traje de baño —dijo Ava
en mi oído.
La volví a mirar y abrí los ojos ampliamente. —Eso no se ve como un
traje de baño.
Me apartó ligeramente. —Está bien —dijo.
—Soy Jimmy y ella es mi esposa, Brenda. —Brenda se despojaba de su
ropa, a su sujetador y bragas. La escena delante de mí era impactante, si no
mortificante, y cada vez que miraba a Ava parecía divertida.
—Encantado de conocerlos, Jimmy, Brenda. —La saludé con la mano sin
dejar que mis ojos miraran su cuerpo completamente blanco a la vez entraba en
las aguas termales—. Yo soy…
—Él es Tom y yo soy Darlene —espetó Ava.
¿Qué demonios?
—¿Viven por aquí? —preguntó Jimmy.
—Sí, calle abajo —respondí ambiguamente porque no tenía la certeza de
por qué Ava le dio nombres falsos.
—Sí, nosotros también. Brenda y yo, vivimos pasando el Rancho R&W.
Trabajamos juntos en Smith’s Food and Drug. ¿Alguna vez han ido allí?
—Ah, sí —dijo Ava—. Todo el tiempo.
—¿Tienen hijos? —preguntó Brenda. Se encontraba completamente
sumergida así que, finalmente podía hacer contacto visual con ella. La pareja
parecía estar en sus treinta años. Brenda ligeramente tenía sobrepeso, con
cabello rubio oscuro y pequeños rasgos planos. Jimmy era completamente
calvo, pero tenía un rostro juvenil.
—Sí, tenemos cinco. Todos niños —dijo Ava.
Miré a Ava, sorprendido. Me lanzó un beso como si hubiésemos estado
casados durante décadas. —Sí, así es, cinco niños —dije, vacilante—. ¿Qué hay
de ustedes?
—Solo una niña pequeña. Estamos intentando tener el niño. Es por eso
que la abuela se va a quedar con la pequeña Emmy esta noche. —Le movió las
cejas a Jimmy y la situación se puso incluso más incómoda, aunque no creía que
a Ava le importara; se encontraba disfrutando de inventar una nueva historia
de vida. Me molestó que no estuviera a solas con ella, a pesar de que la
presencia de Jimmy y Brenda eliminó la tentación. No creo que hubiera sido
capaz de contenerme. Ava tenía envuelto su largo cabello en un moño
desordenado en la cima de su cabeza y su piel estaba brillante y enrojecida.
Tenía que mantener mi mente lejos de cuán transparente era su camisón.
—¿En qué trabajan? —preguntó Jimmy.
—Yo soy escritora y él es un payaso de rodeo —dijo Ava señalándome.
Me reí a carcajadas.
Jimmy me miró. —No te ves como un payaso de rodeo. La mayoría de
ellos tienen bastantes cicatrices en la cara.
—Soy realmente bueno en lo que hago —le dije con cara de póquer.
—Y, Darlene, ¿qué tipo de cosas escribes, cariño? —preguntó Brenda.
—Galletas de la fortuna. Bueno, no escribo las galletas, escribo la fortuna.
—¡Estás bromeando! Eso es lo máximo —dijo Jimmy—. ¿Por qué no
compartes una con nosotros?
A ese punto moría de risa por dentro, pero intenté seguirle el juego. Se
estaba haciendo más y más difícil contenerme mientras Ava seguía divulgando
los detalles de nuestras falsas vidas.
—Bueno, aquí va una. Encontrarás muchos regalos brillantes si miras
dentro de seis, treinta y dos, cuarenta y cinco, diecinueve, veintitrés, doce.
—¡Eso es fantástico! —espetó Brenda.
—Con los números y todo —susurré al oído de Ava. Encogió un hombro
y bateó sus pestañas con orgullo.
—Jimmy, ¿cómo se conocieron tú y Brenda?
—Yo contaré esta historia, Jimmy. Crecimos en Kentucky, fuimos a la
misma escuela secundaria y todo, y nunca nos conocimos. Eso es porque Jimmy
es diez años mayor que yo. —Nunca habría adivinado eso, pero no dije eso en
voz alta. Ava y yo asentimos, alentando a Brenda a continuar—. Bueno, yo
trabajaba en el Piggly Wiggly y Jimmy aquí, vino un día mientras llenaba los
estantes. Preguntó dónde podía encontrar la mejor botella de vino. Le mostré el
pasillo y luego me pidió que eligiera mi favorito. No sabía nada sobre vinos así
que elegí uno con la etiqueta más bonita y se lo entregué. Antes de que me
fuera del trabajo esa noche, el gerente me dio una bolsa y dijo que un cliente la
había dejado para mí. Era el vino y una pequeña nota de Jimmy. La nota decía:
“Si quieres compartir tu vino, llámame” con su número de teléfono.
—Así que, ¿lo llamaste? —pregunté.
—¡Oh, diablos, no! Lo dejé que siguiera viniendo. Todas las semanas
hacía lo mismo. Me decía: “Disculpe señora, ¿puede mostrarme sus mejores
vinos?” Y yo lo hacía, y luego dejaba la botella para mí con la misma nota. Para
al final de ese verano, tenía un excelente gusto en vino; sabía exactamente
cuales botellas señalar. Una noche vino con la misma rutina excepto que no dejó
la botella. Era mi favorita y él también lo sabía. En cambio, esperó que
terminara mi turno. Cuando salí, se hallaba inclinado contra su brillante auto
Camaro blanco sosteniendo la botella, pero no me dijo nada. Me subí a mi auto
y me detuvo al lado de él, bajé la ventana, y dije: “Oye, ¿quieres compartir?”
dijo: “No, creo que mantendré esta para mí.”
Ava comenzó a reírse. —Me gusta tu estilo, Jimmy —dijo.
Esa debe ser la clave, dejar que crea que tiene el control y luego
quitárselo. Oh, Dios, ¿por qué estoy tan obsesionado con descifrar a esta chica?
Brenda continuó—: Así que, la próxima vez que vi a Jimmy en el Piggly
Wiggly, le ofrecí hacerle la cena, con vino incluido. Vino esa noche y nunca se
fue.
—Sí, es una historia real —dijo Jimmy—. Pasé de quitarle la camisa a
vivir en su apartamento en cuestión de horas.
—¡Ja! Eso es una… muy linda… eh, una dulce historia —dije.
Ava se veía tranquila y relajada. No quería sacarla de las aguas termales,
pero se hacía tarde y tenía miedo de que tuviera frío en el camino de regreso.
—Deberíamos irnos —le dije en voz baja.
Su cabeza descansaba contra las rocas y sus ojos apenas estaban abiertos.
—¿Hmm?
—Estoy preocupado de que vayas a tener frío montando empapada todo
el camino de regreso.
—Eso es lindo de tu parte, preocuparte por mí —dijo en un tono de voz
relajado.
—Entonces, ¿deberíamos despedirnos?
—Está bien. —Salió lentamente. El sol se había puesto, pero todavía
quedaba suficiente luz en el cielo para ver cada centímetro de Ava en su
camisón blanco transparente y bragas. Jimmy la escaneó de pies a cabeza. Le
fruncí el ceño y luego me bajé y envolví mi brazo a su alrededor.
—Adiós—les grité mientras subíamos el pequeño acantilado.
—Adiós, gusto en conocerlos, Tom y Darlene —gritó Brenda.
Cuando llegamos a la cima, Ava se puso su vestido por encima de su
cabeza y tembló. —Me estoy congelando. Tengo una manta si quieres viajar
conmigo. Podemos colocar a Tequila atrás.
No tenía la certeza de lo que me pedía. Me tendió la manta enrollada y
luego subió a la silla en el lomo de Dancer. Rápidamente me coloqué mis
pantalones vaqueros, camiseta y zapatos, luego la miré. Se agachó y ató las
riendas de Tequila en la silla de Dancer. —Bueno, ¿vas a subir y mantenerme
caliente o qué?
—Oh. —Subí en la silla detrás de ella. Se corrió hacia delante para que yo
pudiera entrar y luego se sentó de nuevo. Su pequeño trasero se encontraba
justo contra mi polla. Oh, mierda, no te pongas duro. Envolví la manta alrededor
de ambos y con una mano la atraje hacia mí de manera que su espalda estaba
nivelada contra mi pecho. Extendí mi mano alrededor de su cintura y tomé las
riendas sin argumento de ella.
Colocando la manta apretada alrededor de nuestros hombros, echó su
cabeza hacia atrás para apoyarla justo debajo de mi mentón. Hice un sonido de
chasqueo y Dancer comenzó a moverse, remolcando a Tequila detrás de
nosotros. No sabía si debería hablar; si traía a Ava de regreso a la realidad,
quizás enloquecería. Estaba acurrucada contra mí tan agradablemente dentro
de nuestro pequeño capullo en la manta. Dancer marchó lentamente y no la
alenté a ir más rápido.
—Estás aprendiendo, vaquero —dijo en una voz perezosa.
¿Doctor vaquero?
—¿Te gusta este lugar? —Me pregunté si Ava alguna vez querría irse.
—Es difícil decir ahora, pero sé que me encantaba antes. Mira alrededor,
y toma una respiración profunda. Es hermoso. ¿Por qué alguien querría vivir en
alguna otra parte?
—¿Planeas quedarte aquí para siempre? —A pesar de que solo la había
conocido un par de semanas, quería llevarla lejos de todo, de regreso a Los
Ángeles.
No respondió; simplemente se encogió de hombros. Después de unos
pocos minutos, dijo—: ¿Nate?
—Sí.
—¿Sabes que ni siquiera tengo un diploma de la escuela secundaria?
Un recuerdo lejano surgió, de mi madre recordándome que los diplomas
eran mucho más fáciles de quitar que la integridad. —Eso no importa, Ava.
¿Has pensado en obtener tu diploma de equivalencia general?
—¿Para qué?
No podía responder la pregunta. Había una parte de mí que quería
sugerirle que sería de gran ayuda en el futuro, pero honestamente no podía
pensar en por qué a menos que quisiera encontrar un tipo de trabajo diferente.
Inclinándome, besé su hombro. Se estremeció, pero no se opuso o
respondió. —Ava, si alguna vez quieres obtener tu diploma de equivalencia
general puedo ayudarte a estudiar, ¿de acuerdo?
—Está bien. Gracias. —Su tono de voz era inescrutable—. ¿Cómo fue
crecer en la ciudad?
—No crecí en la ciudad realmente. Sabes lo grande que es Los Ángeles.
Vivimos en una zona rural del condado en un gran pedazo de propiedad gran
parte de mi niñez, así que crecí con tierra. Incluso hice 4-H3.
—¿Qué hiciste para 4-H?
—Tuve que criar un cerdo. La peor experiencia de mi vida. —Sentí su
risa vibrar contra mi pecho.
—¿Por qué dices eso?
—Me encantaba ese cerdo. Wonka. Felizmente me seguía alrededor de la
propiedad y solíamos tomar siestas juntos, dormía en su enorme panza. Era mi
amigo. Y entonces estuvo la subasta.
—Tenías que venderlo para el matadero, ¿cierto?
Coloqué mi mano sobre mi adolorido corazón. —La peor parte fue que
mis vecinos de al lado lo compraron y su hijo, el pequeño Johnny Shithead,
llegaba de la escuela todos los días y decía: “Oye, Nate, ¿adivina qué? Comí
tocineta en el desayuno nuevamente.” Ese pequeño bastardo. Quería arrancarle
los ojos con mi lápiz mecánico.

3 El 4-H es una organización juvenil de Estados Unidos, administrada por el Departamento


Estadounidense de Agricultura. Las cuatro H se refieren a Head, Heart, Hands and Health.
(Cabeza, Corazón, Manos y Salud).
Se echó a reír de nuevo y luego colocó su mano sobre la mía y la apretó.
Me incliné y la besé justo detrás de la oreja. Se estremeció, así que la apreté
contra mí. No me parecía estar lo suficientemente cerca de ella.
Ir y venir
Traducido por Dannygonzal
Corregido por Key

Nate fue un perfecto caballero después de la experiencia termal. Me llevó


a mi cabaña y luego llevó a los caballos al establo para cepillarlos. Esa noche me
quedé en casa, por fin me sentía lo suficientemente cansada y relajada para
dormir sin el whisky. Durante los días siguientes tuve muchas lecciones y Nate
ayudó mucho a Dale. Rara vez lo veía, excepto en la mesa de Bea. Ella estaba
muy contenta de que por fin me uniera a ellos con regularidad. Incluso me
pedía que hiciera un plato de acompañamiento de vez en cuando, y yo lo hacía
con gusto.
Una noche, Redman, Bea, Dale y Trish fueron al pueblo para la subasta
mensual de antigüedades. Caleb rechazó educadamente cenar con nosotros,
dejándonos a Nate y a mí solos. Nate admitió en secreto que era vegetariano
pero que no quería decirle a Bea, así que hice pasta con vegetales y
champiñones y una salsa roja. Se cernió sobre mí en la estufa y observó cómo
revolvía la salsa. —Eso huele increíble. ¿Y si abrimos una botella del vino de
Bea?
—Asegúrate de que no sea uno bueno. Nos matará.
Mientras dejábamos la cocina y nos dirigíamos hacia el comedor
equilibrando nuestros platos y vasos llenos, Pistol comenzó a sollozar desde
afuera de la puerta con tela metálica. Sin invitación, Nate se aproximó y lo dejó
entrar, a pesar de que el malgeniado perrito le gruñó.
Solo sonrió y me siguió al comedor. Pistol se instaló bajo la mesa a mis
pies. Después de unos momentos de silencio, algo me vino a la mente y lo
solté—: ¿Tienes una novia en L.A.?
Bajó su tenedor y tomó un sorbo de vino. —No, Ava, no tengo novia. No
te habría besado si la tuviera.
—Técnicamente te besé.
—No te habría dejado.
—¿Sales con muchas mujeres? Apuesto que tienes una manada a tu
alrededor todo el tiempo. —Tan pronto como dejé salir las palabras, puse mi
mano sobre mi boca y sentí un rubor subiendo por mi cara. No podía creer lo
que le había dicho.
Levantó su mirada pensativamente como si estuviera tratando de decidir
cómo responder una pregunta que no debí haber hecho.
—No he estado con nadie en casi cinco años. —Levantó sus cejas y me
miró directamente a los ojos.
—Guau. ¿Por qué?
—He estado ocupado convirtiéndome en un cirujano. Me consumió, pero
no me arrepiento. De todas formas, realmente no hubo química con nadie en
Los Ángeles.
—Oh.
—Esto está delicioso —dijo, cambiando de tema.
—Gracias. ¿Puedo preguntarte algo, Nate?
—Claro.
—¿Estás tratando de arreglarme a mí y a mi corazón por lo que pasó con
tu paciente?
Su tenedor hizo un ruido en el plato. Cogiendo la servilleta y limpiando
su boca, sacudió su cabeza lentamente. Parecía arrepentido y perdido en sus
pensamientos. —No lo sé. Quiero decir, no, no lo creo.
—Las únicas personas por las que te has preocupado en cinco años son
personas con corazones rotos.
Sus fosas nasales se ensancharon, su mandíbula se endureció, y se metió
el labio inferior a la boca.
—Lo siento, ¿te ofendí?
—No. —Sacudió la cabeza como si estuviera tratando de convencerse a sí
mismo.
—Es solo que no entiendo por qué disfrutas estando a mi alrededor.
—No tengo idea de por qué tienes tan baja opinión de ti misma. Eres
hermosa y amable, Ava.
—Pero… debo parecerte ignorante.
—No digas eso —susurró, luciendo herido—. Eso está lejos de ser
verdad. Los títulos universitarios no te hacen inteligente, las experiencias de
vida sí. Honestamente, eso es algo que me falta y es probable que sea el
responsable por mucho de la razón por la que fallé como doctor. Desde que
estoy aquí, a tu alrededor, he aprendido más de mí mismo y del corazón de lo
que aprendí en todos mis años en la universidad.
—Es difícil para mí creer eso.
—Es verdad, Ava. Estoy atraído por ti, pero no creo que estés rota, así
que no, no estoy tratando de arreglarte. Solo deseo que pudieras ver que
todavía tienes mucha vida por vivir. Y tienes mucha gente aquí que se preocupa
por ti.
Comencé a lagrimear. —Creo que ahora veo eso, pero ¿qué hay de ti?
Vas a irte y… —Lágrimas comenzaron a llenar mis ojos antes de que una bajara
por mi mejilla.
Estirando el brazo y limpiándolas con la yema de su pulgar, sacudió la
cabeza. —No pienses en eso en este momento. ¿Podemos disfrutar que estamos
juntos? —Asentí—. También planeo hacer grandes cambios en mi vida, pero no
me olvidaré de ti.
Bajé la mirada al plato, pero me sentí enferma. No podía comer otro
bocado.
Él alejó su silla de la mesa. —Ven aquí, Ava.
Mis piernas estaban débiles cuando me puse de pie. Gentilmente me tiró
del brazo, colocándome sobre su regazo. Me derretí en sus fuertes brazos.
Rodeando mi espalda y mi cuello, acercó su rostro a mi oreja. —Hueles muy
bien —dijo—. Nunca te haré daño, lo prometo. Dime lo que quieres. Haré
cualquier cosa.
Sorbí por la nariz. —Solo sostenme. —La piel de su rostro se veía áspera
del crecimiento de la barba de todo un día. Estirándome, pasé mis dedos por su
cabello limpio. Tan libre de productos y perfectamente desarreglado. Me incliné
y froté mi mejilla contra su mandíbula áspera.
Fuimos sorprendidos por el sonido de un hombre aclarándose la
garganta detrás de nosotros. Me giré para ver la viva imagen de Dale, pero no
era él. El hombre se veía más viejo, con más cabello gris, y con un ligero
sobrepeso.
—¿Papá? —dijo Nate.
—Siento interrumpir. ¿Dónde están todos?
Inmediatamente salí del regazo de Nate y me paré a su lado con torpeza.
—Están en el pueblo. ¿Qué haces aquí?
Caminó hacia nosotros. —Qué bienvenida tan agradable y educada. ¿No
has aprendido nada aquí? —Soltó una risita y la pesadez del momento se
levantó.
Nate se puso de pie y abrazó a su padre, girándose hacia mí, dijo—: Esta
es Ava McCrea. Ava, este es el doctor Jeffrey Meyers, el jefe de Cirugía
Cardiotorácica y…
—Lo más importante, soy el papá de Nate. Puedes llamarme Jeff —
interrumpió su padre.
Estiré mi mano. —Mucho gusto.
—Papá, Ava hizo pasta. Está deliciosa. ¿Tienes hambre?
—Estoy hambriento. Eso suena perfecto.
—Conseguiré un plato para usted. Tome asiento —dije nerviosamente.
Jeff fue a la mesa del comedor, pero Nate me siguió a la cocina.
Parándose detrás de mí en la estufa, dijo—: No tienes que servirle.
—No importa. Regresaré a mi cabaña así pueden tener algo de tiempo
juntos.
—Absolutamente no. Por favor, únete a nosotros, insisto. —Levanté la
mirada a sus ojos suplicantes—. ¿Por favor? —pidió de nuevo.
—Está bien. —El temor me recorrió, pero fue superado casi
instantáneamente por el deseo de complacer a Nate. Tenía nervios por cómo su
padre me percibiría, y me sorprendió lo mucho que me importaba. Me pregunté
si sería capaz de decir que no tenía educación, o si pensaría que no era lo
suficientemente buena para estar alrededor de su hijo. Una parte de mí quería
escapar y nunca descubrir lo que pensaba, pero entonces ambos hombres tenían
miradas sinceras en sus ojos, haciéndome sentir acogida y no juzgada. Así que
decidí quedarme.
Me senté en la mesa mientras su padre y él hablaban de deportes y pesca
y de montar caballos. Nate parecía desenfadado y feliz para estar discutiendo
las cosas más simples de su vida. —Entonces, papá, en serio, ¿qué te trajo hasta
aquí?
—Bueno, renté un carro y pensé que podíamos manejar hasta Wyoming
e ir a Yellowstone juntos.
Los ojos verdes de Nate se iluminaron incluso más. —Me gustaría eso. —
Alcancé su mano debajo de la mesa y la apreté. Me lanzó la sonrisa más pura y
desinhibida.
—Vamos a reunirnos con el consejo el viernes así que tenemos casi una
semana para regresar.
El rostro de Nate cayó. —Oh —dijo, de repente luciendo muy
desilusionado. Sabía que estaba escapando de lo que percibía era una falla
monumental en su carrera. Pero no tuve la sensación de que su padre estuviera
de acuerdo. Parecía muy sincero sobre ello, como si perder la paciencia fuera
solo parte del trabajo. Pero Nate claramente se mortificaba por ello.
Terminamos la cena y lavamos los platos, y luego Nate se ofreció a
acompañarme a mi cabaña. En la puerta, me preguntó si podía entrar. Le
mostré el interior, donde recientemente me había deshecho de las pertenencias
de Jake. Me mostró una foto en la que aparecía de pie frente a Dancer y
sosteniendo un trofeo del rodeo en el que conocí a Jake.
—¿Qué ganaste?
—Solía hacerlo en la competencia de barril. ¿Sabes qué es eso?
—Por supuesto que sí. Vivo en Los Ángeles, no bajo una roca. ¿Por qué
ya no compites?
—Dancer está demasiado vieja, y de todas formas acostumbraba a ir con
Jake.
—Oh. Bueno, en todo caso puedes entrenar un nuevo caballo, ¿verdad?
—Sí, creo. —¿Pero y la otra parte?
Se movió hacia varias pilas de libros amontonados en mi pequeña área
del comedor. —¿Te gusta leer?
—Sí.
—¿Qué te gusta leer?
—De todo. —Me paré justo detrás de él y cuando giró, quedamos frente
a frente.
—¿De todo?
—Excepto romance.
Miré sus labios. Un lado de su boca se levantó muy sutilmente y me miró
profundamente a los ojos. Mis propios ojos se dirigieron al techo, nerviosos. Dio
un paso hacia mí e inclinó su cuerpo de manera que se cernió sobre mí y todo lo
que pude ver fue a él. Intenté bajar la cabeza para mirar al suelo, pero sus dedos
me levantaron la barbilla. —No apartes la mirada. Quiero mirarte. ¿Puedo hacer
eso?
Asentí lentamente.
Se inclinó y besó mi mejilla con un delicado roce antes de moverse a mi
cuello. Cerca de mi oreja susurró—: ¿Esto está bien?
—Sí —dije, respirando con dificultad.
Cuando mordió mi lóbulo con sus dientes, gemí tan silenciosamente que
pensé que solo yo lo escuché, pero su agarre se apretó y dijo en voz baja—: Me
gusta ese sonido, Ava.
Un cosquilleo caluroso se propagó a través de mí, pulsando por mis
venas desde el centro de mi cuerpo y saliendo por mis extremidades como
pequeñas estrellas explotando bajo mi piel.
—Te quiero. ¿Tal vez algún día puedo tenerte?
—Tal vez —dije, sin respiración.
—Podemos ir despacio.
Lo dejé besar mi boca y luego lo alejé. —Pero, te vas mañana.
En vez de responderme, me besó en la boca de nuevo y la abrí para él,
nuestras lenguas, brazos y manos se enredaron con las del otro, llenos de una
pasión que no sentía en años. Luego abruptamente dio un paso atrás y puso
una mano sobre su corazón. —Ven conmigo. Ven con nosotros.
—Yo… Yo…
Moviéndose rápidamente hacia mí, me arrastró contra la pared. —Dios,
debo tenerte. —Sonaba sin aliento—. Por favor.
—Nate, yo…
Se alejó de nuevo y agarró mis hombros. —Olvídate de él.
Mis ojos se abrieron. Conmocionada por la severidad de su declaración.
—¿Qué dices? ¿Cómo podría olvidarlo? Era mi esposo y lo amaba. Aun lo amo.
De todas formas, ¿qué pasó con lo de tomarlo despacio?
Dejó caer su cabeza con abatimiento. Cuando volvió a levantar la mirada,
se veía absolutamente avergonzado. Pero aún permanecía decidido con su
declaración. —Se suicidó, Ava. Te dejó.
El calor enardecido que sentí antes se desbordó en ira. Cuando arqueó
sus cejas como si quisiera una respuesta, lo perdí. —¡Lo recuerdo! Recuerdo
cada momento antes y cada momento que aplastó mi corazón después. Tú no,
porque no estuviste ahí. No sabes cómo se siente ver a tu alma dejar tu cuerpo y
alejarse en la parte de atrás de una camioneta forense. Ni siquiera me digas que
lo olvide. Nunca olvidaré. Incluso no sé cómo llegaré a ser normal de nuevo
cuando todavía veo su cuerpo muerto sobre mi piso cada vez que traspaso esa
puerta. Que lo peor es que yo soy la razón por la que lo hizo. ¿Sabías eso, Nate?
—Dio un paso atrás pero no aflojé—. ¿Sabías que Jake estaría vivo en este
momento, deambulando por ahí como el resto de nosotros, si no fuera por mí?
¿Sabías eso? ¿Eh? —No respondió, solo se encogió como si el sonido de mi voz
le hiciera daño. Solté una pesada respiración—. Nunca lo puedo olvidar —dije y
luego caí al suelo, dejé caer mi cabeza en las manos, y comencé a llorar.
Se inclinó hacia mí, colocando su mano en mi espalda y pasándola arriba
y abajo. —Lo siento mucho. No sé qué decir o cómo hacerlo mejor. —Sacudí mi
cabeza, diciéndole que no había nada que pudiera hacer. Un momento después,
todo lo que escuché fueron sus pasos retirándose. En voz baja, dijo de nuevo—:
Lo siento. —Y luego escuché el sonido de la puerta cerrándose tras él.
Fue difícil para mí explicarle a Nate que cada vez que pensaba en seguir
con mi vida, pensaría en las últimas palabras que Jake me dijo. “Quieres venir
conmigo, ¿no?” Lo expresaba una y otra vez. Las repetía en mi mente como disco
rayado. Constantemente me preguntaba qué era en lo que Jake pensaba en esos
días finales o incluso en el momento final justo antes de que murmurara, “te
amo”, cuando puso una pistola en su boca.
Recuerdo una vez, antes del accidente, cuando me dijo que sentía como
si hubiéramos nacido como dos mitades del mismo corazón, como uno de esos
dijes de amistad con dos piezas que se enganchan a lo largo de un borde
fracturado. Cuando nos juntamos, nos fundimos tan fuertemente que el corazón
se volvió sólido de nuevo, sin signos visibles o incluso sin los recuerdos de una
fractura. Cuando Jake apretó el gatillo, el sonido de ese disparo destruyó
nuestro corazón compartido en un millón de piezas. Después de su muerte, las
busqué por años. Estaba desesperada por encontrarlas, solo como un
recordatorio de que nuestro amor existió.
Una vez Bea me dijo que recitara una oración católica pero que
sustituyera la palabra «Dios» por «amor». La primera línea que dije fue—: Creo en
el amor.
Ella dijo—: ¿Ves? La misma cosa.
¿Cómo seguir reconociendo que el mismo amor que nos trajo hasta aquí
podía alejarnos? ¿Cómo podía decir que eso es amor?
Cuando pierdes la fe en el amor, pierdes el sentido de quién eres. Era lo
suficientemente inteligente como para saber que lo que hizo Jake fue egoísta,
pero también me sentía triste por él. Su patético legado me llevó a sentir lástima
por él durante lo que me pareció una eternidad. Me hizo guardarle rencor.
Intenté escuchar las palabras de Trish, recordar a Jake en los momentos buenos,
pero cuando se quitó la vida destruyó mi sentido de la autoestima, y por eso me
enfurecía. Estaba enojada, con el corazón roto y llena de culpa, lo que me dejó
demasiado paralizada para seguir adelante. Qué ironía.
Desde mi punto de vista
Traducido por Amélie, Miry & Mary Haynes
Corregido por Yani B

—¿Estás disfrutando tu filete y huevos?


—Mmm, Bea todavía lo logra —dijo mi papá desde la mesa del comedor
en la cocina a la mañana siguiente. Bea y Redman ya se habían ido a trabajar,
dejando a mi padre solo con su alegre glotonería. Me serví una taza de café y
me senté con él.
—Eres médico cardiólogo, debes saber cuánto colesterol hay en esa
comida.
—Moderación es la clave, Nate. No tienes que quitarte todo.
Cuando comenzó a roer el hueso blanco del filete, alejé la mirada. —¿Nos
vamos hoy?
—En realidad, le dije a Dale que íbamos a salir con él a hacer sus rondas
y pasar una noche más aquí y salir mañana. —Se sentó en su silla y frotó su
barriga—. Estoy disfrutando esto.
—Lo apuesto. No tienes a mamá midiendo tus raciones.
—Hablando de mujeres hermosas, ¿qué fue lo que me encontré anoche?
Fue el comienzo de la conversación padre/hijo que siempre había
anhelado, pero me encontré sin ideas de saber cómo explicar la situación. —
Solo estaba abrazándola.
—¿En tu regazo?
—Me gusta.
—Ahh. Así que eso es lo que pasó. Me preguntaba por qué no me
molestabas para poder volver al hospital.
—¿Sabes algo sobre ella? —le pregunté.
—Tu tío me puso al corriente.
—Es muy… no sé… reservada. Pero cuando no está alrededor de otras
personas es divertida, inteligente y dulce.
—Bueno, eso es todo lo que importa, supongo —dijo con sinceridad.
—No creo que pueda permitirse realmente llegar a conocer a nadie, sin
embargo.
—En mi experiencia, seguir adelante forma parte del proceso de
curación. Piensa como si fuera terapia física durante la rehabilitación por una
lesión. Empiezas a usar tus músculos otra vez mientras comienzan a sanar, pero
tienes que tomártelo con calma y coger fuerza de nuevo antes de que puedas
hacer una completa recuperación. El corazón es un músculo. ¿Lo olvidaste ya?
Me reí. —¿Estamos hablando sobre problemas de corazón en una charla
médica?
—¿Por qué no? Este es nuestro lenguaje compartido. Podríamos usar una
metáfora de golf si eso funciona mejor para ti.
Me reí. —Eso sería jugar más a mis puntos fuertes.
Se rio y luego se inclinó, agarrando mi brazo. —Bromas aparte, tú eres
mi hijo y yo soy tu padre. Cualquier otra forma en la cual nos relacionemos es
secundaria. Así que piensa sobre ello cuando te digo que tienes el potencial
para ser mejor cirujano que yo. Pero nada podrá hacerme más orgulloso si te
conviertes en un mejor esposo y padre.
Giré la cabeza hacia atrás y luché contra el bulto creciendo en mi
garganta. —Eres un gran padre.
—Puse un montón de presión sobre ti, y lo lamento.
—¿Qué te pasa, papá?
Miró hacia el techo, pensativo y luego sonrió. —Perspectiva. Creo que tú
también estás experimentando algo de eso. Hijo, quiero tener barbacoas y hacer
excursiones y ver crecer a mis nietos.
—Te estás adelantando bastante rápido.
—Todo lo que estoy tratando de decir es que en la semana después de
que perdiste la paciente, comencé a cuestionarme realmente mi propia vida.
Pensé en los buenos tiempos, y por mucho que me gusta ser un cirujano, los
mejores recuerdos de mi vida no tuvieron lugar en el hospital.
—Entiendo lo que quieres decir. Estoy trabajando en ello, papá.
—Nate, ¿recuerdas cuando solíamos ver fútbol y gritarle a la televisión?
¿O cuando tu madre se iba a esos viajes de chicas y nos pasábamos todo el fin
de semana comiendo comida basura y viendo películas?
—Lo recuerdo.
—¿No son esos los mejores recuerdos?
—Sí, papá, lo son.
—¿Piensas de tu primer bypass4 de la misma forma? ¿La primera vez que
sostuviste un corazón humano? ¿Sentiste alegría o determinación?
—Creo que entiendo lo que estás diciendo, pero estoy bastante seguro de
que sentí alegría cuando la cirugía fue un éxito.
—Mira, yo creo que estás confundiendo tus sentimientos. Lo que
probablemente sentías era alivio; la alegría era para la persona a la que salvaste,
no para ti. Claro, es gratificante saber que salvaste una vida, pero no es tan
gratificante como saber que has creado una. La alegría es la familia, la vida,
todo, las cosas grandes y las cosas pequeñas. Solo sostener a la mujer que amas
en tus brazos puede hacer que un día duro de trabajo se desvanezca.
—Guau, papá. Nunca te había escuchado hablar así.
—Solo quiero que pienses en ello. Eso es todo.
Me levanté y lo abracé. —Gracias. Voy a ver si Ava se unirá a nosotros
para la cena.
—Gran idea. Un poco de terapia física para tu corazón y el de Ava.
Me reí. —Gracias, doctor Romance.
—El gusto es mío.
Una vez fuera, me di cuenta de inmediato que Dancer no estaba en su
corral. Una de las potrancas también faltaba. El tío Dale estaba empacando la
dual para nuestro día. Íbamos a echar un ojo a otros animales en los ranchos
cercanos.
—¿Has visto a Ava?
—Tenía algunas lecciones hoy.
—Una de las potras se ha ido. ¿Da lecciones en un caballo tan joven?

4 Técnica de cirugía tanto vascular como bariátrica.


—Le mencionó algo a Trisha sobre el entrenamiento de la potra negra.
Hoy está en el rancho R&W para las clases de los niños. Tienen barriles allí, así
que tal vez tenga que entrenar. Me sorprendió escuchar que está volviendo a las
andadas. ¿Tuviste algo que ver con eso, Nate?
—Hemos hablado de ello.
—Me alegro de que lo haga. Le da más cosas en las que concentrarse. De
todos modos, cuando tu padre esté listo nos iremos. Esta tarde iremos a R&W,
así que tal vez veamos a Ava. —Me miró con una sonrisa de complicidad.
—Solo me gustaría despedirme antes de que nos vayamos mañana —dije
a la defensiva.
Ayudé a Dale a llevar sus maletas a la caja de la camioneta. Bajó la vista
hacia mis botas. —¿De dónde salieron?
—Ava.
Se rio entre dientes. —Salta al asiento trasero, chico, y deja que tu papá se
siente enfrente.
Empezaba a recordar lo que era volver a ser joven, y me gustaba.
Esperamos en la camioneta durante veinte minutos hasta que mi padre
llegó tambaleándose por las escaleras de la casa principal. En su tercer paso
hacia abajo, Dale se inclinó sobre la bocina y gritó por la ventana—: ¡Date prisa,
viejo!
Pude ver a mi padre decir—: ¡Ya voy! ¡Ya voy!
Dale se giró en su asiento. —Necesita perder algo de peso.
—Lo sé.
Mi padre pasó por delante de la camioneta hacia el granero. —¿Qué
diablos está haciendo? —preguntó Dale.
—Ni idea —le dije.
Volvió a salir con una tonelada de equipo de pesca en sus manos y su
chaleco de pesca con mosca sobre su hombro
Dale bajó la ventanilla. —No sé si tendremos tiempo para eso, Jeff.
—Bueno, vamos a hacer tiempo. Quiero enseñarle a mi hijo a pescar con
mosca y quiero que me ayudes —dijo en su tono de listillo.
—Échalo detrás, entonces.
El tío Dale me miró por el espejo retrovisor, y aunque solo podía ver sus
ojos, sabía que estaba sonriendo. Cuando mi padre finalmente se subió a la
camioneta, nos abrimos paso por el largo camino de tierra a la carretera
principal.
Fuimos primero a un rancho de ganado local para que el tío Dale pudiera
entregar algunos medicamentos, y luego nos dirigimos varias millas al sur a
una casa de propietarios de caballos que habían llamado quejándose de que su
caballo, de casi seis años, no paraba de revolverse.
—¿Qué crees que es, doc? —le dijo mi padre a mi tío mientras nos
dirigíamos hacia la casa en la cima de una colina.
—Probablemente solo cólico, o algún tipo de obstrucción.
—Creo que deberíamos dejar que Nate examine al caballo. ¿Qué piensas?
—Seguro, es una buena idea.
Me quedé callado en la parte de atrás, pero me pregunté por qué
actuaban de forma tan extraña.
Nos detuvimos detrás de un enorme granero rojo donde fuimos
recibidos por dos mujeres jóvenes. Nos recibieron con sonrisas. Me di cuenta de
que la más alta de las dos tenía el pelo rubio trenzado perfectamente sobre sus
hombros.
Dale saludó al pasar junto a ellas hacia el granero. —Buenos días,
señoras.
—Buenos días, Dale —dijeron al unísono.
—Soy Nate. —Alcé mi mano mientras me acercaba, pero ellas empezaron
a reír. La más bajita, de cabello oscuro, apartó la mirada con timidez.
—Lo sabemos —dijo la chica con trenzas—, tú eres el médico.
—Sí, soy un médico.
—Soy un médico, también —interrumpió mi padre con ironía, pero a las
chicas no parecía importarles.
Nos siguieron al granero donde encontramos a Dale en uno de los
puestos mirando por encima de una yegua.
—Entra aquí, Nate, y ponte uno de esos guantes. —Señaló un guante de
plástico largo colgando de su estuche.
Mi padre se inclinó sobre la puerta del establo y contempló el
espectáculo. —Vamos, Nate. Ponte el guante, hijo.
Entré al establo, tomé el guante y procedí a tirar de él hasta mi hombro.
Las chicas miraron y trataron de reprimir su risa.
—¿Qué está pasando?
—Vamos, Nate. No puede ser que no tengas ni idea —dijo mi padre.
Dale se volvió hacia él. —¿Ves lo inteligente que ha hecho a tu chico esa
elegante universidad?
Miré a las chicas para una pista. La bajita se rio en sus manos antes de
que la de trenzas dijera—: Vas a tener que meter la mano en el culo del caballo y
tirar de la caca. —Se echó a reír y luego se escabulleron.
—¿Qué? No. No. No puedo. ¿Sabes lo mucho que estas manos valen?
—Vamos, Nate, dame un respiro. Nada le pasará a tu mano, solo sé
suave con ella. No deseas recibir una patada en las pelotas. No me puedo
imaginar que se sienta muy bien tener un brazo huesudo como el tuyo en su
culo. —Mi padre estaba realmente disfrutándolo.
—¿Por qué tengo que hacer esto?
—Debido a que los dos hemos pagado nuestras deudas.
—Dios mío. —Me dirigí hacia la parte trasera de la yegua y miré a Dale.
—Trátala con cariño, allí mismo, en su trasero. Hazle saber que vienes en
paz.
—Jesucristo.
—Y el culo de un caballo.
—¡Basta, papá!
Dale llegó con una gran jarra de leche llena de gel transparente. —
Espárcela, hijo. Primero lubrícala.
—Tienes que estar bromeando. Ustedes dos están disfrutando de esto.
—Inmensamente —dijo mi padre.
El tío Dale continuó acariciando la cabeza de la yegua y tratando de
calmarla. —Nate, he hecho esto un millón de veces. Dolly está estreñida. Nos
necesita para salir de esta. Ahora haz tu trabajo allí y mira si no puedes
encontrar el bloqueo.
Dudé, mirando fijamente a los cuartos traseros de Dolly mientras ella
giró la cola alrededor.
—Parece estar cabreada —le dije.
—Está realmente incómoda. Lo verás una vez que te crezcan un par y
hagas el procedimiento.
—No sé si debería estar haciendo esto. Este caballo no está familiarizado
conmigo.
—¿Qué es lo que quieres hacer, salir con ella en una cita? Eres un médico,
chico. Anímate.
Sin ninguna expresión en la cara, miré de nuevo hacia la puerta del
establo y a la sonrisa satisfecha de mi padre. —No hables más, papá.
Empujé mi mano en la parte trasera de la pobre Dolly e inmediatamente
descubrí al culpable. El olor por sí solo podría haber matado a un animal
pequeño.
Atragantándome, saqué puñado tras puñado de... bueno... caca, de la
enorme cavidad anal del caballo. Unos diez minutos en el procedimiento, Dolly
pareció relajarse y sentirse mejor.
—Le gustas, Nate —dijo mi tío.
Había tenido demasiados encuentros con mierda desde que había estado
en el rancho para encontrar humor en algo que mi padre o mi tío dijeran. —Eso
es todo. Está bien —murmuré mientras sacaba el guante repugnante de mi
mano.
Salí a la parte principal de la granja a un fregadero donde traté de lavar
la piel de mis manos.
La chica de las trenzas se acercó. —Oye, Nate. Lo hiciste muy bien.
—Gracias. Tomó una gran habilidad tirando la caca del culo de ese
caballo.
—¿Cuánto tiempo estás en la ciudad? —No pilló que yo estaba haciendo
una broma.
Di un paso atrás y sequé mis manos en mi camisa de franela. —Me voy
mañana.
—¿Quieres salir y pasar un buen rato esta noche?
Crucé los brazos sobre mi pecho, incliné la cabeza hacia un lado, y la
miré de forma paternal. —¿Cuántos años tienes?
—Veinticinco. —Parecía tener diecisiete como mucho.
—No, no los tienes.
—Sí, los tengo. Te voy a mostrar mi licencia de conducir.
—No hay necesidad... —Me detuve, dándome cuenta de que ni siquiera
sabía su nombre.
—Darla —ofreció.
—Bueno, Darla, realmente estoy con alguien así que voy a tener que
declinar cortésmente tu oferta.
—Oh, ¿una de tus amigas médicas en Los Ángeles?
—En realidad... —Por un momento pensé que iba a utilizar a Ava como
mi excusa, pero rápidamente me di cuenta de la rapidez con que las palabras
viajan en un lugar como este. Parecía saber mucho sobre mí ya—. Quiero decir,
sí, alguien de L.A.
—Oh. Por un momento pensé que dirías que salías con ese fenómeno,
Ava.
—¿Qué? ¿Por qué en el mundo dirías eso de ella?
Cuando se dio cuenta de mi disgusto, cambió rápidamente de tono. —
Quiero decir, no conozco a Ava muy bien, pero todo el mundo por aquí la llama
fenómeno.
—¿Por qué crees que es así, Darla? —Pronuncié la última sílaba de su
nombre de una manera antinatural mientras luchaba por mantener mi tono
neutral.
Se encogió de hombros.
—No tengo ni idea de a quién te refieres cuando dices "todo el mundo
aquí", pero sí sé una cosa. Ava no es un fenómeno en absoluto. Es inteligente,
hermosa y talentosa. Una mujer menor podría encontrar eso intimidante. Fue
un placer conocerte, Darla.
Aún sin palabras, se las arregló para chirriar un “adiós” mientras
caminaba junto a ella.
Me sentía cada vez más a la defensiva con respecto a Ava al ver cómo la
trataban los demás. Parecía que apenas existía compasión por ella. Era como si
la dura vida de vaquero hiciera que todos fueran un poco insensibles cuando se
trataba de la muerte, incluso de una como la de Jake. No parecían apreciar el
impacto de una tragedia como esa en la viuda de un hombre.
La intención de mi padre era exactamente lo que sospechaba. Me envió al
rancho para que pudiera ver esta forma endurecida de vida y aprender que hay
gente a la que no se le da un antídoto mágico para todos los problemas. Estos
eran asuntos del corazón en muchos aspectos, pero no en la forma en que
conocía el corazón. Era extraño cómo ser enfrentado a la muerte en el hospital
de manera regular y sabiendo que podía salvar una vida con mis propias manos
me dio un falso sentido de lo que significa estar vivo. Estaba aprendiendo que
el estar vivo significa saber que la amenaza de muerte se encuentra ahí, pero
también significa enfrentar su mortalidad y seguir de todos modos.
Me quedé en silencio en tanto mi padre silbaba una melodía sin nombre.
Mi tío bajó por un pequeño camino de tierra hasta la orilla de un arroyo. Nos
bajamos y caminamos hasta la línea de árboles para ver si era un buen lugar
para pescar. Era la parte más ancha y tranquila del río, probablemente con un
metro y medio de profundidad como mínimo. El tío Dale sabía exactamente por
dónde iba y parecía que mi padre también conocía el lugar.
Recogieron sus cosas de la parte posterior. Mi padre se puso un par de
botas overol y mi tío me dio una vara. Llegamos a la corriente y vi a mi papá,
olvidando completamente a todos los demás, caminar hacia el medio del agua y
comenzar a lanzar su caña con mosca. —Él necesita esto —me dijo mi tío—.
Probablemente más de lo que le gustaría admitir.
—Lo sé. Se encuentra bajo mucha presión en el hospital.
—Escuché que, ¿estás un poco hecho un desastre tú mismo?
Mi tío empezó a lanzar, usando una mano para tirar de la cuerda
mientras la otra sacaba la línea de mosca de la parte superior del agua, dejando
que el señuelo chocara contra la superficie una y otra vez.
—Creo que todo estará bien. Habríamos escuchado algo para este
momento.
—Todo lo que trato de decir, Nate, es que es posible que necesites un
poco más de esto en tu vida, también.
—Lo sé. He buscado en otros hospitales. Estoy pensando en irme de Los
Ángeles. —No quería decirle a mi padre, pero sabía que Dale lo entendería.
—Por eso me encuentro aquí, chico. Hay caballos por todas partes y
antes viví en la ciudad el tiempo suficiente. No te hace más inteligente el vivir
en la ciudad. En todo caso, comienzas a perder de vista las cosas importantes
cuando los grandes edificios siempre desvían tu punto de vista. Hace mucho
tiempo, Trisha y yo decidimos que queríamos vivir en un lugar donde
pudiéramos ver el cielo completamente desde un horizonte a otro. Es
importante saber lo pequeño que eres.
—No puedo decir que no estoy de acuerdo contigo, pero ¿por qué Ava
aún se encuentra en el rancho? No parece ser el lugar adecuado para una chica
joven y soltera.
—Trabaja ahí. Ese es su trabajo, además de que tiene una habitación y
comida. Y no es una chica soltera, es viuda. —Su voz tenía un borde áspero.
—Tal vez siente que no tiene otro lugar a donde ir.
—Tenía opciones. Su hermano es algún poderoso abogado en la ciudad
de Nueva York. Vino después de que Jake… ya sabes…
—Se suicidó.
—Sí. Su hermano vino para llevársela de regreso a Nueva York con él,
pero luchó para quedarse. No quería irse. Redman dijo que le pagaría el viaje a
España para ver a su madre y se negó. Ama a los caballos, y eso es
prácticamente todo lo que tiene, además de nosotros.
—Esa chica del otro rancho llamó a Ava un fenómeno. ¿Por qué?
Dejó escapar un gran suspiro. —Bueno, Ava se abstrae en sí misma y
mayormente habla con los caballos. No es demasiado amable con la gente.
—Todos ustedes hablan con los caballos.
—Cierto. —Se rio y se detuvo rápidamente—. Se hallaba en Bozeman
una noche para el rodeo, se emborrachó en el bar e hizo una pequeña escena.
Entrecerré los ojos, sacudiendo la cabeza. —¿Qué? No. ¿Qué quieres
decir? —Eso no sonaba como Ava.
—Hubo un incidente con un chico, ya sabes, un lazador que llegó a la
ciudad. Hay un festival y rodeo en Bozeman cada año, y lo conoció ahí, luego se
obsesionó un poco con él. Lucía justo como Jake y montaba su caballo de la
misma manera, con un poco de arrogancia y haciendo espectáculo.
—Entonces, ¿qué, se acostó con él? —Decir las palabras hizo que mi
estómago doliera, pero Ava era una mujer adulta que pasó por muchas cosas.
Era poco lo que Dale podría decir que manchara la visión que tenía de ella.
—No, era casado y mantuvo su distancia, pero bastante seguro que ella
lo intentó. Terminó borracha en Pete’s, suplicándole y hablando todo tipo de
tonterías.
—Se hallaba en duelo. ¿Nadie tuvo alguna simpatía por ella?
—Todos la tuvimos, Nate. Conocimos a Jake antes del accidente.
Sabíamos el hombre bueno que era. Ava y Jake estaban tan enamorados y
felices. Él era juguetón con ella, la adoraba, pero gran parte de su confianza se
basaba en ser un cierto tipo de hombre. Después del accidente, creo que Jake se
sintió menos hombre, así que se volvió realmente malo con Ava. La golpeó
algunas veces y fue verbalmente horrible. Todos vieron eso y no podían
entender por qué se quedó a su lado. Iba a la ciudad con labios partidos y los
dos ojos hinchados.
Hice una mueca. —Jesús. —No tenía idea de que la pasó tan mal, y me
sorprendió que Ava soportara eso. Se hacía más y más claro para mí que le dio
todo a Jake, incluso permanecer leal a él después de que se convirtió en un
monstruo. La angustia que debía sentir después de lo que ya soportó sería
abrumadora para cualquier persona. Sabía que tomaría un montón el que se
abriera de nuevo, pero también sabía que quería intentarlo. Esperaba que no me
estuviera engañando a mí mismo o tratando de llenar algún vacío propio—. Así
que, ¿qué sucedió, Dale?
—Supongo que cuando siguió a ese chico al bar fue muy lejos. Lo
llamaba Jake. Le dijo que podía golpearla si después la abrazaba.
Tomé una bocanada de aire a través de mis dientes. La última parte me
destruyó. Me sentí terrible por ella.
Dale continuó—: El cantinero llamó a Red y tuvo que recogerla a las dos
de la mañana.
—Dios mío. ¿Necesita ayuda? —No podía entender por qué nunca la
hicieron ver a un terapeuta.
—Todos le estamos dando amor, y ha recorrido un largo camino. Eso
podría ser difícil de creer. Redman sigue tratando de conseguir que vaya a la
iglesia. Sé que no es lo tuyo, Nate, pero creo que eso la ayudaría.
—Creyendo que su marido muerto pasará una eternidad en el infierno
después de tomar su propia vida podría ser una píldora difícil de tragar para
ella. Especialmente desde que se lesionó tratando de salvarla. Prefiero la ayuda
profesional.
—No hay una cura mágica para esto, Nate.
—Lo sé, pero el ver a alguien, hablar con alguien en un lugar seguro,
tampoco le puede hacer daño. —Me hallaba completamente decidido a
convencerlo.
—Tienes razón —dijo—. Y eso también le puede dar una forma de salir
de sí misma. —Levantó la vista al cielo, pensativo, antes de continuar—: Creo
que todos esperamos algo que la sacará de la niebla. Tú pareces ayudar, pero
ahora tienes que regresar.
—Estaré fuera durante unos días. Tendré otra semana antes de que me
regresen mi licencia, si es que aún tengo trabajo. Quién sabe, pronto podría
postularme como tu asistente veterinario.
—Bueno, me encantaría tenerte —dijo al instante—. Siempre podemos
usar un largo brazo extra como el tuyo por aquí. —La boca de Dale se iluminó
con una sonrisa burlona.
—Qué gracioso.
Mi padre se acercó a nosotros con una trucha que flotaba en su hilo. —Tu
querido y viejo papá todavía puede.
Mi tío sacudió la cabeza. —En medio del día. No puedo creerlo. Eres el
hijo de puta más afortunado.
—Bueno, lánzalo de vuelta. Tenemos unas horas antes de volver al
rancho y no hay donde poner esa cosa hasta entonces.
Vi como mi padre sacaba con cuidado el señuelo desde el interior de la
boca del pez. Una vez que lo liberó, lo puso en el agua poco profunda y lo
sostuvo hasta que se deslizó de su mano hacia las profundidades. Levantó el
señuelo. —Aquí, hijo, la caña. Es mi vieja confiable. Consérvala. Úsala cuando
vuelvas. Funciona todo el tiempo. —Él sabía que no podía permanecer lejos.
La tomé de sus manos y la levanté. —Gracias, papá. —Estar ahí con mi
padre era tan diferente a cualquier experiencia que tuve con él en los últimos
años. Nos detuvimos en un pequeño bar para almorzar de camino al rancho
R&W. Dale le preguntó a mi padre sobre el trabajo, lo que lo envió a una
descripción de veinte minutos de un trasplante de corazón que asistió la
semana pasada. Me quedé mirando las señales de neón de cerveza encima de la
barra y apagué a mi padre mientras hablaba. Era la primera vez que hice eso;
generalmente escuchaba con atención sus palabras.
—¿Te aburro, Nate? —Sonrió, pero su voz sonó algo seria.
—Para nada. Solo pensaba en lo agradable que era no hablar sobre
cirugía por un tiempo —le dije, un poco nervioso.
Dale cruzó sus brazos y miró hacia otro lado. Sin palabras, básicamente
dijo: Ustedes dos arreglen esto.
—Tienes razón, y esa es exactamente la razón por lo que pensé que sería
buena idea que vinieras aquí. Solo dime algo, ¿cómo está tu confianza? ¿Cómo
te sientes acerca de volver a trabajar? —Su tono era de preocupación verdadera,
y di marcha atrás.
—No lo sé. No he pensado mucho en eso.
—Esa es una buena señal.
—¿En serio?
—Sí, creo que sí. Ahora, consigámosle a este chico una orden de ostras de
las Montañas Rocosas para dar por terminado el día. ¿Qué dices, Dale?
—Por supuesto.
—Jódanse, chicos, no caeré en eso.
Todos nos reímos y luego mi padre me dio una palmada en la espalda.
—Me alegra ver que lo entiendes.
El sol comenzaba su descenso a medida que nos dirigimos al rancho
R&W. Fuimos en coche hasta un camino de tierra a un costado de la propiedad,
entonces Dale saltó para dejar medicamentos a alguien cerca del granero.
Cuando regresó, empezamos a dirigirnos en sentido contrario en el que
llegamos.
—Este camino se dirige al rancho. Alguien vio la camioneta y el
remolque de Ava aquí junto a los barriles.
Cuando la tierra se asentó, pude ver una pista de barriles y un corral a la
distancia. Mientras nos acercábamos, el sol desapareció detrás de las montañas.
La luz seguía inundando el cielo volviéndolo frío y gris. La camioneta de Ava se
hallaba estacionada al lado del corral, pero no fue hasta que la pasamos que nos
encontramos con una horrible visión que jamás olvidaría.
Ava nos hizo un gesto con los brazos para que nos detuviéramos, pero
miramos más allá de ella hacia la arena. Nos quedamos sin palabras al ver a
Dancer saltar frenéticamente con una pierna visiblemente rota. Su pata trasera
izquierda, por debajo de la articulación de la rodilla, colgaba suelta y se agitaba
mientras se golpeaba contra el corral metálico. Nos detuvimos y saltamos de la
camioneta.
El sonido del tintineo de la brida de Dancer contra los barrotes ahogó
todos los demás sonidos. El otro caballo, la potranca negra, se hallaba ensillada
y atada a un poste cercano. Vocalizaba y agitaba su cola, claramente angustiada
por la escena reproduciéndose frente a nosotros. Dale se acercó a Ava primero.
Le gritó algo, pero lo empujó y corrió hacia la camioneta, con la cara roja por el
cansancio. Le grité, pero no se detuvo.
Dale salió corriendo tras ella. —Ava, no hagas eso, por favor.
No le respondió a Dale o reconoció la presencia de mi padre o la mía.
Pasó junto a nosotros, abrió la puerta trasera del pasajero de la camioneta de
Dale, hizo el asiento hacia adelante y sacó un rifle calibre .22. Lo cargó y se
dirigió a toda prisa hacia el corral. Todos la seguimos mientras Dale trató
desesperadamente de hacer que se detuviera.
—Ava, es posible que no des al blanco en el primer tiro. Podemos volver
al rancho, conseguiré la medicina y podemos sacrificarla de forma más humana.
Sosteniendo el rifle contra el suelo, se dio la vuelta y gritó—: ¡No hay
nada humano en eso, Dale! Te tomará al menos una hora regresar aquí.
—Puede que no tengamos que ponerla a dormir.
—¡Mírala! —Su voz era tan desesperada y lloraba histéricamente—. ¡Mí.
Ra. La!
Era difícil mirar a Dancer. No podía imaginar cómo se sentía Ava.
—Por lo menos déjame hacer el tiro.
Sollozó, se limpió la cara con el dorso de la mano, se puso de pie con la
espalda recta, controlándose, y dijo—: No. Tengo que hacerlo yo.
Caminó estoicamente en el corral y se paró frente a Dancer, que ahora
estaba sobre su vientre, todavía arremetiendo contra los postes de aluminio.
Ava levantó el arma y apuntó justo al punto entre las orejas de Dancer. —
Manténganse quietos —dijo con calma. El caballo de inmediato dejó de
moverse. Tan poco inteligentes como sé que los caballos son, hubo un momento
en la quietud de Dancer cuando pensé que sabía que Ava estaba tratando de
parar su dolor—. Adiós.
Disparó el arma.
El sonido del disparo resonó contra las montañas lejanas, dejando un
zumbido en mis oídos. El cuerpo de Dancer cayó sin vida al lado. El culatazo
del rifle envió a Ava tropezando contra un pequeño cobertizo en el corral detrás
de ella. Soltó un largo sollozo antes de ir corriendo hacia la yegua.
—¿Ava? —le dije, pero no se dio la vuelta. Se puso de pie sobre el cuerpo
de Dancer por unos momentos, luego recargó el rifle contra el corral y
lentamente se alejó. Los tres nos miramos y esperamos a ver qué iba a hacer.
Dale la llamó—: Ava, ven aquí, cariño. Lo sentimos mucho. —Lo ignoró
mientras desataba a la potra del poste. Dale cuadró los hombros y empezó a
caminar rápidamente detrás de ella. Nosotros le seguimos—. ¿Qué vas a hacer,
cariño? No te subas a ese caballo, por favor, Avelina.
—Voy a cabalgar de vuelta —dijo, y se subió de un salto a la silla.
—No es una buena idea. Es casi de noche, está lejos y ese caballo no está
listo.
—Está lista. Está usando una silla de montar con un jinete en ella, ¿no es
así? —Justo en ese momento la potranca echó la cabeza hacia atrás. Ava tiró de
las riendas con las dos manos, reprendiéndola.
—Ava, por favor, no —le dije—. No estás pensando bien.
Mi padre incluso trató de mediar con ella. —No es seguro, cariño. ¿Por
qué no te bajas? Nate puede llevarte de vuelta.
Levanté mi mano, pero miró hacia otro lado y tiró de las riendas, dando
vuelta al caballo en un círculo. Le dio a la potranca una patada leve y se
pusieron en marcha, un borrón negro en la luz mortecina.
—Jesucristo —dijo Dale—. Va a lograr suicidarse.
—Creo que eso es lo que quiere. —Las palabras de mi padre picaban mis
oídos.
—¿La seguiremos? —le pregunté, sintiendo el pánico levantarse.
—Se quedará fuera de la carretera. Lo mejor que podemos hacer es
arreglar las cosas de Dancer y luego volver al rancho.
—Dios, pobre Ava. Apenas empezaba a entrar en razón —le dije—.
¿Vamos a enterrar al caballo?
—No, llamaremos a una empresa para que venga y la remueva —dijo
Dale.
—Creo que hay que enterrarla en el rancho para que Ava tenga un lugar
para visitarla.
Mi padre y Dale se miraron como si lo estuvieran contemplando.
Mientras esperaba una respuesta, sentí cómo gota a gota la lluvia golpeaba mi
piel hasta que empezó a lloviznar constantemente. Todo el tiempo me preocupé
por Ava.
—Está bien —dijo Dale—. Voy a tener que subir y pedir prestado el
tractor de Henry.
—Me quedaré aquí con Dancer —le dije con firmeza.
Se dirigieron a la colina y regresaron en breve con un gran tractor.
Conseguimos subir el caballo en el cargador frontal. —Vas a manejar esta cosa
de vuelta al rancho, Nate, ya que esta fue tu idea.
—Está bien —dije con una breve inclinación de cabeza. No tenía idea de
lo que acordaba. Dale arrancó por delante de nosotros en la camioneta de Ava
mientras que mi padre me siguió en la camioneta de Dale. El tractor solo iría a
unos veinticinco kilómetros por hora. Esencialmente conduje esa cosa sin luces
a excepción de la luz de la camioneta de mi tío detrás de mí, en la lluvia helada
que caía a cantaros durante quince kilómetros por un camino rural con un
caballo muerto en el cargador frontal.
Mi tío se reunió con nosotros al final del camino de entrada al rancho. —
Ella está bien —gritó sobre el sonido del motor.
—¿Dónde está? —le pregunté.
—En su cabaña. Puedes ir hasta allá después de que coloquemos a este
caballo en el suelo. Bájalo, Nate, necesito cavar el agujero.
Quité la silla y la de Dancer mientras Dale usó la retroexcavadora para
cavar una fosa de seis metros. Cuando terminó, le dio la vuelta al tractor y sin
contemplaciones dejó caer al caballo en el agujero. Algo doloroso me ocurrió de
repente. Pensé en Lizzy y su joven cuerpo en la oscuridad de abajo, la promesa
de una vida hermosa delante de ella… ida. Entonces hice algo que nunca había
hecho en mi vida: Oré. No estoy seguro de a quién, pero eso es lo que estaba
haciendo cuando vi al tractor volcando cubo tras cubo de barro encima de
Dancer. Oré porque hubiera algo más para Lizzy, Jake y el maldito caballo que
estábamos enterrando. Pero sobre todo oré porque existiera algo más para Ava
mientras estaba aquí en la Tierra.
Después de que mi tío terminara, conduje la camioneta de Ava hasta el
granero. Bea esperaba en el porche con toallas.
—Mírense, muchachos. ¿Qué clase de locura tienen ustedes tres para
enterrar un caballo en esta lluvia?
Tomé la toalla y comencé a secarme. —¿Has revisado a Ava?
—Está bien. Le llevé de cenar. Ven aquí y entra en calor primero.
Mi tío se fue a su camarote mientras mi padre y yo seguimos a Bea al
interior de la casa principal. —Jeffrey, adelántate y utiliza el baño de invitados.
Nate puede usar la ducha en nuestro baño.
La seguí hasta el dormitorio principal en la parte trasera de la casa y
dentro del enorme cuarto de baño. Se estiró detrás de la cortina y abrió el agua
para mí. —Puedo hacer esto, Bea.
—Estás temblando como un borracho sobrio. —Comenzó a jalar mi
chaqueta—. Deja que te ayude a salir de esta ropa. No te preocupes, no estoy
mirando.
Ayudó a sacar mi camisa sobre mi cabeza y luego se dio la vuelta, se
sentó en el inodoro cerrado y suspiró. No tenía idea de lo que hacía. Me deshice
de mis pantalones y rápidamente me metí detrás de la cortina en la ducha.
—¿Te sientes mejor, Nathanial?
—Sí, estoy bien, Bea —le dije, preguntándome cuándo iba a irse.
—Bueno. ¿Vas a ir a ver a Ava después de que te limpies?
—Sí.
—Bueno. Porque estoy cansada, muchacho.
—¿Sí? ¿De qué? —le pregunté, cuestionándome a dónde iba con esto.
—Estoy cansada de verla sufriendo. No quiero ser insensible, pero me he
estado preguntando cuándo va a superar a Jake. Y ahora esto. Amaba tanto a
ese caballo. La tenía desde que era niña.
Cerré la llave del agua, me estiré por una toalla y salí. —Lo sé, Bea. Era
como si estuvieran conectadas. No sé lo que le voy a decir.
Me miró y luego bajó la mirada a donde la toalla estaba envuelta
alrededor de mi cintura.
—Tal vez intentar algo más que palabras.
Mis ojos se abrieron de golpe. —¡Bea! ¿Qué estás diciendo?
Riendo, dijo—: Parece como que el rancho te está haciendo bien. —Había
ganado un par de kilos desde que llegué. Me tenían trabajando cada minuto del
día, por lo que la mayor parte era muscular. Me reí mientras la pasaba e iba por
el pasillo. Fui a mi habitación y me vestí con pantalones vaqueros, Chucks y un
jersey. Al momento que llegué a la cabaña de Ava había dejado de llover y ella
yacía dormida en la mecedora del porche, envuelta en una manta, como la
había encontrado antes. La vi tomar respiraciones estables. No sabía si debería
despertarla o simplemente llevarla al interior, pero era consciente que no podía
dejarla ahí fuera. Lucía angelical en la poca luz. La piel de su rostro era
perfectamente lisa y se veía tranquila, a pesar de que sabía que no era posible.
El whisky manda
Traducido por Jane
Corregido por Fany Keaton

Fui despertada cuando sentí que me levantaban del columpio. Mis ojos
se abrieron de golpe para ver a Nate mirándome. Me acunaba en sus brazos
mientras se abría camino en mi cabaña. —Hola, hermosa —susurró—. ¿Cómo te
sientes?
—Borracha y triste —murmuré.
—Lo sé. ¿Cuánto tomaste de esa botella?
—Al parecer no lo suficiente, porque todavía estoy consciente. —Negó
con la cabeza mientras se movía a través de mi sala, hacia el dormitorio. Me
puso de pie—. Gracias.
Me tambaleé, así que me apoyó y luego me empujó suavemente para que
me sentara en el borde de la cama. Miré mi colcha hecha jirones, donde una
parte de la costura se encontraba descosida. Deslicé la mano sobre la zona para
cubrirla y que Nate no la viera, pero cuando levanté la vista, mostraba una
sonrisa de compasión.
Negó. —No te avergüences. Deberías ver mi apartamento. Ni siquiera
tengo cortinas.
Logré soltar una risita.
—Ahí está ese sonido.
Me detuve inmediatamente cuando de repente sentí un choque de dolor
por Dancer. —¿Por qué? ¿Por qué tenía que pasar eso hoy?
Él negó. —Lo siento mucho.
—La monté bien, ni siquiera fuerte, alrededor de los barriles. Solo dio un
paso equivocado.
Se puso muy serio y me tomó la cara entre sus manos. —Sabes que esto
no es tu culpa. Tienes que dejar de culparte por estas cosas.
—¿Estas cosas? —Fruncí el ceño—. ¿Quieres decir, todos los que amo
cayendo como moscas a mí alrededor? Debes apresurarte y alejarte de mí. ¿Por
qué estás aquí?
Cruzó los brazos sobre el pecho. —Porque me importas.
—Apenas me conoces. —Lo miré fijamente.
—Te conozco lo suficiente. Me gustaría llegar a conocerte mejor. Y como
dije, me importas.
—Sientes lástima por mí.
—No. —Negó con la cabeza—. No me insultes y te no insultes a ti
misma.
—Mírate. —Agité mi mano hacia su cuerpo finamente musculoso—. Y
eres médico. No tendrías ningún problema en encontrar a alguien.
—Eres alguien, y tendré un jodido tiempo difícil.
Me reí, pero rápidamente aparté la mirada, avergonzada. —Lo siento. No
debo desquitarme contigo.
—No te disculpes. —Se arrodilló frente a mí y tomó mis botas.
Quitándomelas, dijo—: ¿Quieres un baño? —Asentí. Se levantó y fue al baño,
luego escuché el agua salir. Me puse de pie, pero me tambaleé, y él vino
corriendo hacia mí—. Ava, deja que te ayude. —Me llevó al baño y tomó el
borde de mi camisa—. Los brazos. —Los levanté para que lograra sacarla. Me
desabrochó el cinturón, empujé mis vaqueros hasta los tobillos, y me los quité
en tanto sostenía mi mano. La bañera se llenaba rápidamente con vapor y
burbujas—. Puedo darme la vuelta.
—De acuerdo. —Se dio la vuelta y miró la puerta. Me desabroché el
sujetador y quité mis bragas. Me metí en la bañera y me hundí en la celestial
agua caliente.
—¿Estás dentro?
—Sí. —Me hallaba escondida debajo de las burbujas y borracha, así que
había poco sobre lo cual ser consciente.
Se sentó en el borde de la bañera, dándome la espalda. —¿Vas a estar
bien?
—Puedes irte si quieres.
—No voy a irme. Quise decir si te encuentras bien emocionalmente.
—Oh. Bueno, ¿tengo elección? Estoy siendo castigada por algo. Debería
callarme y aguantarlo.
—¿Por qué no dejaste que Dale tratara de ayudar a Dancer?
—Debido a que no habría sido capaz de hacerlo. Lo he visto cientos de
veces. No podía verla sufrir; lo he hecho antes. ¿Me consigues la botella?
—¿Champú?
—No, whisky. —Se puso de pie y salió de mala gana.
Apoyé la cabeza hacia atrás en la toalla y descansé mis rodillas, dejando
al descubierto más piel por encima de las burbujas. Nate regresó y sostuvo el
whisky hacia mí. Su boca se abrió y se le aceleró la respiración cuando me senté
y la tomé. Se apartó de mí rápidamente.
—Eres médico. Realmente no creo que esto tenga algún efecto en ti.
Observé mientras pasaba sus manos por sus piernas en un gesto sutil
para acomodarse. —Ava, soy un hombre. Y me afectas —fue todo lo que dijo.
Tomé un gran trago de la botella. —Lo siento.
—No lo sientas. No eres mi paciente, ¿recuerdas? Eres una mujer
hermosa. Sería difícil para cualquiera no verse… afectado. —Se aseguró de no
darse vuelta y mirarme de nuevo.
—¿Sabes cuál es mi segundo nombre?
—No. Dime.
—Jesús.
—Bromeas. —Se volvió de nuevo, esta vez con una enorme sonrisa en su
rostro.
—Lo digo en serio. ¿Puedes creer eso?
—¿Por qué?
—Es tradicional en mi familia, y mi madre es muy religiosa. Cuando me
casé tenía que dejar mi segundo nombre y utilizar mi apellido de casada en su
lugar.
—¿Así que lo hiciste?
—No, ¿cómo iba a dejar el Jesús? Eso tiene que ser una especie de
pecado.
—Hubiera dejado ese nombre en un segundo. Las cosas no funcionaron
tan bien para él.
Me reí tanto que el agua del baño ondulaba a mí alrededor. La expresión
de Nate era seria, o por lo menos trataba de ser serio hasta que empezó a reír
conmigo.
—Creo que estoy condenada —le dije.
—Creo que deberías dejar el nombre.
—Quizá lo haga. Obviamente, no puedo hacer milagros. A veces siento
que yo fui la que sostuvo el arma a la cabeza de Jake cuando me fui.
—No digas eso. Has tenido que lidiar con un montón de muerte a tu
edad. Muertes trágicas. Lo que hiciste hoy, a pesar de que fue difícil para mí
entenderlo en un primer momento, lo entiendo ahora. Había que hacerlo.
—Estoy lista para salir. —Nos levantamos al mismo tiempo. Me hallaba
desnuda y cubierta de burbujas. Bajó la mirada al suelo mientras tomaba mi
mano para ayudarme a salir. Con la otra mano, tomó una toalla del estante y la
envolvió a mí alrededor rápidamente. Me sequé y luego dejé caer la toalla y me
dirigí hacia él. Tomé su cara entre mis manos y lo besé con fuerza. Sus ropas se
sentían ásperas contra mi piel desnuda.
—Quítate la ropa.
—Ava, espera—murmuró contra mi cuello.
Le besé de nuevo. Me rodeó con sus brazos, levantándome unos
centímetros del suelo y se dirigió rápidamente al dormitorio sin romper nuestro
beso. Me dejó cerca de la cama y trató de apartarse, pero no se lo permití.
—No, por favor. Quiero sentir algo otra vez.
Presioné mi mano en la parte exterior de sus vaqueros. Estaba duro, pero
la expresión de su cara era escrutadora. Se me quedó mirando mientras me
encontraba allí, ofreciéndomele, tocándolo, persuadiéndolo. Por fin pasó su
brazo alrededor de mi cuello, me dio un beso, y me empujó contra la pared.
Envolví mi pierna derecha alrededor de su cintura y acerqué su cuerpo al mío,
retorciéndome contra él.
—¿Por qué sigues vestido?
—Ava, estás borracha.
—Por favor… Quiero sentirme bien… ¿por favor? —le susurré al oído.
Se apartó por un momento, sonrió con adoración, y luego su boca se
hallaba de vuelta en la mía, su mano moviéndose a mi pecho. Su pulgar rozó la
piel sensible de mi pezón. Empecé a sentir el dolor que había sido enterrado
tanto tiempo. Aún con la ropa puesta, se inclinó y besó suavemente mi pecho,
pasando la lengua por el lado de mi pezón mientras su mano se movía más
abajo. Sus hábiles dedos encontraron mi carne. Cuando los adentró en mí, me
sostuve de la pared.
—Ah, no te detengas.
Respiraba con fuerza en el momento en que se puso de rodillas. Levantó
mi pierna por encima de su hombro y luego su boca estaba sobre mí. Mis manos
se perdieron en su desordenado cabello. Cuando gemí, se detuvo y me miró.
—Eres deslumbrante —susurró, y entonces volvió a ello. Sentí un
hormigueo, como la electricidad, entre mis oídos, recorriendo en ondas bajo mi
espina dorsal. Miré el techo, cerré los ojos y dejé mi cuerpo por el tiempo justo
para sentir la dichosa liberación. En el momento que grité, Nate se levantó y me
tomó en sus brazos mientras temblores recorrían mi cuerpo. Apoyé la cabeza en
su hombro.
—Déjame acostarte.
Me sentía débil y completamente agotada. —¿Quieres que lo haga por ti?
—hablé en voz baja cerca de su oído.
—No, cariño. Necesitas dormir —dijo, y entonces me besó. Me pude
saborear en él. Por un momento me acordé de lo que se sentía ser acariciada.
Dejó un rastro de besos suaves hacia mi oreja—. Eres impresionante, sobre todo
cuando te dejas ir así. —Pasó la mano por mi costado desnudo, sobre mi pecho
hasta mi cuello antes de besar mis labios de nuevo con delicada suavidad.
Decidí que todo hombre debía estar obligado a tomar una clase de anatomía
antes de que se le permitiera acercarse a una mujer. Los muchos años que Nate
estudió el cuerpo humano no me pasaron desapercibidos.
Minutos después de que me metiera en la cama, se quitó la ropa a
excepción de sus boxers y me siguió bajo las sábanas. Se deslizó hacia mí sobre
su costado y apoyó la cabeza en la almohada. Nos quedamos allí cara a cara, un
rayo plateado de la luna a través de la ventana caía sobre nosotros.
—Tengo que irme mañana.
—Lo sé.
—¿No vas a venir conmigo?
Negué.
—¿Por qué?
—No voy a encajar.
—Eso no es cierto.
Mis ojos comenzaron a humedecerse. —No puedo.
—Ven aquí. —Me llevó en su pecho, metiendo mi cabeza debajo de su
cuello. Sentí las lágrimas correr por mis mejillas, pero no sentía como si
estuviese llorando, solo mi cuerpo. Mi mente se desconectó, exhausta.
—Estaré de vuelta tan pronto como pueda.
No podía entender por qué querría volver para mí. Sollocé. —De
acuerdo. —Aspiré su aroma y me acurruqué tan cerca como pude. Si pudiera
haberme metido dentro de su piel lo habría hecho.
La cabeza me latía con fuerza cuando me desperté. Me encontraba sola.
En la mesita de noche, Nate dejó ibuprofeno, agua, y una nota.

Ava,
Cuando me desperté esta mañana seguías acurrucada en mis brazos, luciendo
hermosa y pacífica. Lamento tener que irme. No quería hacerlo, pero tenía que viajar.
Por favor, llámame cuando te levantes. 310-555-4967.
Nate.

No lo llamé. En su lugar, volví a dormir por el resto del día. Me desperté


más tarde ante un golpeteo haciendo vibrar las paredes de mi cabaña.
Rápidamente me puse mis vaqueros, una camisa, y fui a la puerta. Era Bea,
sosteniendo un plato de comida. —Caleb hizo todas tus tareas hoy, incluyendo
alimentar a tu perro.
Tomando la comida de sus manos, abrí la puerta de par en par,
invitándola. —¿Qué hora es
—Son pasadas las cinco. ¿Por qué no has ido a la casa todavía?
—¿Para qué?
Se sentó a la mesa conmigo y vio cómo me comía el pastel de pollo hecho
en casa aún caliente. —Bueno, todavía tienes un trabajo, Avelina.
—Bea, sé eso.
—Pistol ha salido muchísimo con Caleb. Parece que tu perro se encontró
un nuevo dueño.
Tragué saliva. —Caleb quiere a Pistol porque tiene miedo a estar solo en
la noche. Tiene miedo de los mapaches. —En el rostro de Bea finalmente
apareció una sonrisa—. Bea, sabes que es divertido. Es el más grande miedoso.
Se rio y ladeó la cabeza. —Pareces estar manejando las cosas bien. Tienes
un poco de color en las mejillas esta mañana.
—Dancer envejecía. No quería ver que se fuera de esa manera, pero es
solo la forma en que las cosas sucedan a veces.
—¿Vas a trabajar con la potranca para las carreras?
Me encogí de hombros.
—Vamos a Bozeman el sábado. ¿Crees que estarías dispuesta?
—¿Qué, ver al clon de Jake amarrar un buey?
—No sé si compite, pero no puedes dejar que eso te detenga. ¿Quieres ir
al rodeo, ¿no?
—Claro que sí —dije en voz baja.
—De todos modos, ¿qué pasa con Nate? ¿Tal vez vaya a volver para
entonces y todos podemos ir juntos?
—Nate no va a volver.
—Por supuesto que lo hará.
—Es un médico en Los Ángeles. ¿Qué es lo que quiere con una patea
mierda inculta como yo?
—¿Mis ojos me fallaron esta mañana cuando entré aquí y encontré tu
trasero desnudo y acurrucado en los brazos de ese doctor?
De repente me sentí terriblemente avergonzada. —¿Estuviste aquí?
—Vine para llevar a Nate. Su padre se encontraba listo para salir sin él.
Ava, lo vi mirándote con tanto amor. Besó tu frente y te susurró algo. No sé
mucho, pero te aseguro que reconozco a un hombre enamorado cuando lo veo.
—Bea… no creo que Nate esté enamorado. —Tragué saliva y luego bajé
la mirada a mi anillo de bodas—. Estoy casada —le dije, mi voz temblorosa.
—No, cariño, no lo estás. Tus votos fueron hasta la muerte. Nathaniel
pasó dos horas bajo la lluvia anoche con Dale enterrando a Dancer para que
tuvieras un lugar para visitarla.
Me levanté de la mesa bruscamente. —Voy a dar un paseo.
—Dale no quiere que saques sola esa potra hasta que esté domada
correctamente.
—Voy a llevar a Elite.
—¡No! —ladró.
Sujeté sus brazos y me incliné así me encontraba cara a cara con ella. —
Tienes que dejarme hacer esto por mi cuenta. No sé cómo sentirme, o lo que
hacía con Nate anoche. Todo el mundo necesita darme un poco de espacio para
resolver esto.
—Han pasado cinco años. Te hemos dado todo el espacio en el mundo.
—¿Bea, qué sabes sobre perder a alguien? —Supe que cometí un error en
el momento en que las palabras salieron de mi boca.
Se cruzó de brazos e inclinó la barbilla hacia el techo. Me di cuenta de
que luchaba por contener las lágrimas mientras fruncía los labios. Pensé que iba
a hablar sobre el hijo que perdió, pero luego me di cuenta de que Jake fue eso
para ella, también. —Quería a Jake como a mi propio hijo. Era lo más parecido a
uno de los míos. Yo también lo intenté. Hice todo lo que sabía. Él no quería
vivir. Se quería más a sí mismo que a ti.
Me senté en la mesa, dejé caer mi cabeza en mis manos y empecé a llorar.
—No digas eso.
—Es cierto. Si te hubiera amado te habría dejado ir. En su lugar, te llevó
con él. Vives su infierno en la Tierra ahora.
Me limpié bruscamente las lágrimas de los ojos, decidida a no volver a
desmoronarme. Me puse en pie y le pasé por delante hasta la puerta, tomando
una sudadera al salir. En el porche me puse las botas empapadas de barro y me
dirigí al establo, al puesto de Elite. Después de aplastar a Jake y largarse,
Redman la había encontrado pastando cerca de un arroyo unos días después
del accidente. Le rogué que la matara o que la enviara a otro rancho, pero no lo
hizo. Nadie se acercaba a ella, como si estuviera maldita. Cogí una zanahoria de
la bolsa que colgaba de la puerta del cobertizo, me incliné sobre la puerta de su
establo y se la tendí.
Se me acercó tímidamente y luego tomó la zanahoria de mi mano. —Eso
es todo. Buena chica. —Froté el espacio entre sus orejas y su rostro—. ¿Quieres
ir a dar un paseo?
Una voz desde atrás me sobresaltó. —¿Qué haces? —Era Redman.
—Voy a llevar a Elite, Red, y no me vas a detener —le dije con voz
decidida.
Se quedó inmóvil a unos cinco metros al final del granero. Pude ver que
entrecerraba sus ojos y luego asintió y miró al suelo. —Está bien —fue todo lo
que dijo antes de salir. Él sabía lo que yo tenía que hacer.
Con solo un freno y sin silla de montar, la conduje hasta el borde del
campo de hierba y subí a su espalda. —¿Te acuerdas de mí? —le susurré. Le di
la vuelta en un círculo, ejerciendo presión constante sobre sus costados. Tirando
y tirando de las riendas, traté de instigarla, pero hizo lo que le enseñaron y
permaneció calmada—. ¡Vamos! —Dejé las riendas, golpeteando mis talones
dos veces, y comenzó a trotar.
La monté tan fuerte que en el momento en que llegamos a la carretera
principal, hacía demasiado esfuerzo. —Chica, ¡estás fuera de forma! —Me
incliné para acariciar su cuello sudoroso y finalmente dije lo que debería
haberle dicho hace mucho tiempo—: No fue tu culpa, y lamento haberte
culpado. —Apreté los ojos cerrados y apoyé la cabeza en su cuello mientras
caminaba lentamente hacia el granero. Pasamos por el montículo de tierra
fresca y una lápida para la tumba de Dancer. Allí, también prometí enterrar mi
culpa.
El largo camino
Traducido por Mire & Geraluh
Corregido por Alessa Masllentyle

Mi padre y yo pasamos tres días tranquilos viajando de regreso a Los


Ángeles, solo deteniéndonos para dormir, comer, o pescar. Para el momento en
que llegamos a California, me encontraba azotando los señuelos de mosca fuera
de la superficie del agua como Brad Pitt en “Nada es para siempre”. La mayor
parte del tiempo que estuvimos pescando o conduciendo, pensaba en Ava, cuán
dulce olía, cuán dulces eran los sonidos que hacía. No había llamado, así que
hice un pacto conmigo mismo para darle un poco de espacio, pero eso no me
impidió pensar en ella.
En el camino, nunca intenté hablar del hospital o Lizzy. Sabía que mi
padre solo esperaba que dijera la verdad sobre lo que pasó, cómo traté de
salvarla. Tendríamos que esperar a escuchar las conclusiones de la
investigación antes de saber cómo seguir adelante, así que no tenía sentido
hablar de ello. Ambos sabíamos eso. En un largo tramo de camino oscuro,
finalmente me preguntó cuáles eran mis planes.
—Nate, ¿qué has decidido?
—No lo sé, papá.
—Creo que sí lo sabes. Puedes decirme. No te detendré, no importa qué.
Te apoyo.
Tragué saliva. —Necesito ver a dónde vamos con Ava.
—Entiendo. ¿Así que te mudarás allí por ella?
—No. Me iré a vivir allí por mí.
—Ustedes dos no podrían ser más diferentes.
—¿Y mamá y tú?, ¿no son diferentes? —Mi madre era una artista hippie
que había renunciado tranquilamente a la medicina occidental hace mucho
tiempo.
—Tu madre y yo somos más parecidos de lo que piensas.
—Tal vez Ava y yo somos más parecidos de lo que piensas.
—¿Cómo es eso?
—La gente no la conoce, papá. Es divertida e inteligente. ¿Por qué
siempre tenemos que definirnos?
Resopló, mirando fijamente hacia la ventana frontal. —¿Quieres
conducir, Nate? Me estoy cansando.
—No, quiero que me respondas.
—Tienes razón, no es sobre lo que hacemos, es sobre cómo amamos,
cómo tratamos a los demás y a nosotros mismos. Es solo que estás cantando una
melodía muy diferente a cuando te envié aquí, así que estoy un poco
sorprendido.
—¿No es eso lo que querías?
—Tal vez no esperaba que quisieras quedarte.
—Hay algo en ella. Siento como que respiro profundo a su alrededor.
Todo parece un poco más brillante. Eso suena poco convincente, lo sé.
—No, no lo hace. Y estoy seguro de que no es solo algo. —Me miró y
alzó sus cejas.
Tenía razón. Era todo con Ava. Imágenes de ella montando a Dancer
llenaban mis sueños, su pelo flotando en el viento. Su voz, su tacto, su boca, sus
muslos envueltos a mi alrededor. No podía dejar de pensarla. Era como un
perrito enfermo de amor.
Al menos lo era hasta que entré por las puertas del hospital días después.
El escritorio de mi oficina se hallaba altamente apilado con gráficos.
Tenía unos ciento doce mensajes de voz y más de doscientos correos
electrónicos. Me puse a trabajar inmediatamente, pero apenas pude poner un
hueco en ello antes de que fuera el momento de reunirme con el director del
hospital, mi padre y un grupo de abogados. No diría que las conclusiones de la
junta y los resultados de la autopsia fueron sorprendentes… sabía que no dañé
su corazón. Lizzy había sufrido un infarto masivo y una parada cardíaca debido
a un defecto cardíaco que padecía desde su nacimiento. El infarto creó un
desgarro en su corazón, lo que provocó una hemorragia. No me iban a acusar
de mala praxis o negligencia, pero no podía evitar sentir que un médico más
experto habría podido encontrar la hemorragia y estabilizarla.
Aun así, mi padre se sintió aliviado después de nuestra reunión. Volví a
mi oficina para regresar a mi trabajo atrasado. Revisaba mi teléfono a menudo,
pero todavía no recibía una llamada de Ava.
Técnicamente no volví a la rotación en el hospital de inmediato, pero de
alguna manera me encontré metido de lleno en el trabajo. Asistí a un
procedimiento de libro de texto para entrar en calor, por así decirlo, y luego
realicé un bypass para otro médico, todo ello en un par de días. Mis
posibilidades de visitar el rancho pronto parecían escasas.
Más adelante en la semana, vi una cara conocida en el pasillo fuera de mi
oficina.
—¡Olivia Green!, ¿qué en el nombre de Dios estás haciendo en este
agujero de mierda? —Extendí mis brazos hacia ella para darle un abrazo.
Sonrió con su misma vieja sonrisa condescendiente. —Esto no es
Stanford, tenías razón en eso. Pero estás mirando a la más reciente cirujana
cardiotorácica a cargo de la UCLA.
—Estás bromeando.
Su cabello era del mismo rojo fuego, trenzado sobre su hombro, justo
como lo recordaba. —Estoy hablando tan en serio como un…
—Ah, ah. —Puse mi dedo sobre su boca—. No lo digas. No están
permitidos los chistes del corazón. No has cambiado nada, excepto que tal vez
tienes sentido del humor ahora.
—Gracias. —Me pegó en el brazo—. Bueno, Nate, no has cambiado
mucho tampoco.
—¿Vamos a tomar un café?
—No puedo. Estoy a punto de entrar en una reunión con tu padre. ¿Qué
hay de cenar?, ¿todavía estás en el departamento en Wilshire?
—Lo estoy.
—Lo sabía. El mismo viejo Nate. Comer, respirar, sueño de cirugía.
—Sí —le dije, vacilante.
—Bueno, ¿quedamos para la cena?
—Claro.
—Iré alrededor de las seis.
—Suena bien. Felicitaciones, por cierto. Es bueno verte.
—Bueno, estarás viéndome mucho más muy pronto.
No respondí mientras se alejaba. En su lugar, revisé mi teléfono. Sin
mensajes. Necesito llamarla, pensé. Quería darle un poco de espacio, pero en este
momento me encontraba sorprendido de no haber oído de ella. En la nota que
dejé, le pedí que me llamara cuando se despertara. Pero no lo hizo, y empezaba
a preguntarme si trataba de decirme algo.
Volví a mi apartamento a las seis menos diez y me encontré con Frankie
y Gogo acurrucados en mi sofá, viendo un nuevo televisor de pantalla plana
que no compré.
—¿Qué le estás haciendo a mi gata y por qué sigues aquí?
Frankie me miró y entrecerró sus ojos mientras encendía las luces. —
¿Cuándo vas a volver a Montana?
—Tan pronto como pueda. —Había planeado inicialmente ir este fin de
semana—. Olivia vendrá.
—¿Por qué? —Frunció el ceño.
—Amigo, en serio, ¿después de todos estos años todavía no puedes
tolerarla?
—Es una perra pretenciosa.
—No te detengas, Frankie —dijo Olivia desde la puerta.
Me volteé para verla parada allí, vestida de negro de pies a cabeza. —
Olivia, me levantaría, pero no quiero hacerlo —dijo Frankie.
—El mismo viejo Frankie. ¿En dónde trabajas ahora, Francis?
—En una clínica en Hollywood. ¿Qué te importa?
—No lo hago —le replicó—. Nate, ¿estás listo?
—Dame un minuto. —Me dirigí a mi habitación y salí a los pocos
minutos en pantalones vaqueros, zapatillas y una camiseta. Olivia me miró con
desaprobación—. Conozco un pub cercano.
—¿Un pub? ¿De verdad? —Se cruzó de brazos.
—Es un pub gastronómico. Es agradable. Un montón de cerveza de
barril. —Sonreí, sabiendo que Olivia no lo aprobaría.
—¿Qué tal un buen restaurante, Nate? Ya no estamos en la universidad.
Frankie sacudió su cabeza.
—Déjame cambiarme. —Me puse una camisa de vestir, zapatos de vestir
y me dirigí a la puerta, ignorando la mirada de Frankie.
Caminamos dos cuadras hacia un pequeño restaurante americano de lujo
en Westwood. Olivia ordenó una copa de vino y yo pedí un whisky en las
rocas.
—Así que, ¿ahora bebes? —acotó a través de la mesa de luz con velas.
—A veces.
Bajó su mirada a su servilleta. —Dios, odio cuando no ofrecen una
servilleta negra.
Me reí. —Realmente, Olivia, ¿a quién le importa?
—Naaaate —se quejó, soltando la palabra un terriblemente largo
tiempo—. Es de mal gusto; voy a salir de aquí cubierta de pelusa.
—Dios no lo quiera, Olivia. Dios no lo quiera.
Se rio. —¿Qué pasa contigo?
—Nada, lo siento. Tengo mucho en mi mente.
—Oí que saliste de ese lío con la paciente que perdiste.
—Esa chica aún murió, Olivia. Sostenía su corazón en mis manos cuando
dio su último aliento.
—No técnicamente si se encontraba en un bypass.
—Se encontraba con un respirador, no un bypass, porque se desangró en
uno puto minuto —dije bruscamente.
—Lo siento si parezco insensible. Es solo que vi el informe. Tenías todo
en su lugar para logar el bypass.
—No sabes nada, Olivia. Apenas tuve un segundo para pensar. No hay
manera de que alguien pudiera haber encontrado la hemofilia en tiempo. Toda
su cavidad torácica se llenó de sangre. Había otros dos cirujanos asistentes y un
residente, por no mencionar al anestesiólogo y las enfermeras. Nadie tenía idea
de qué hacer.
—Realmente lo siento, Nate, pero tengo que creer que había una manera,
de lo contrario, ¿qué tan buenos somos?
—A veces no la hay. A veces no hay explicación razonable para qué
mierda pasa. Podemos tomar todas las precauciones, ir a través de nuestras
vidas estando aterrorizados de todo, y todavía hay una posibilidad de que
salgamos de nuestra puerta y seamos golpeados por una bala perdida dirigida
para otra persona. La vida es aleatoria, y la cirugía… —Dejé escapar una fuerte
respiración—. La cirugía no es exacta. No es una ciencia. Es un maldito
conjunto de procedimientos que con esperanza funciona. A veces no lo hace. —
Miré alrededor de la habitación, notando los pares de ojos sin pestañear, fijos en
mí—. Creo que hemos terminado.
Como si mis palabras ni siquiera la hubieran inmutado, se quejó—: Pero
no hemos comido.
Olivia muy bien podría ser la persona con menos emoción que jamás
había conocido. —Está bien, Olivia, podemos ordenar, pero mantengamos una
conversación ligera. ¿Por qué no me dices qué hay de nuevo en tu vida
personal?
—Me conoces. Soy como tú. Trabajo. Eso es lo que hago. —Levantó su
mirada y sonrió—. Por el aspecto de tu apartamento, has estado haciendo lo
mismo.
—Estoy buscando transferirme. No quiero trabajar bajo mi padre nunca
más.
—¿Demasiada presión?
—No. Solo quiero tener una relación normal con él y eso es difícil cuando
es mi jefe.
—¿A dónde estás buscando transferirte?
—Missoula.
—¿Montana? —Su voz subió.
—El mismo.
—¿Por qué en el mundo?
—Me gusta estar allí.
Se encogió de hombros, todavía con una sonrisa condescendiente.
Comimos en silencio, pero mientras caminábamos después de la cena, me di
cuenta de que fui innecesariamente rudo con Olivia. Estaba angustiado porque
Ava no me llamaba aún. Y me pregunté cuándo volvería allí.
—¿Frankie se está quedando en tu lugar?
—Sí, mientras busco hospitales.
—¿Caminas conmigo a mi hotel? —Su expresión se había suavizado.
—Bueno.
—¿Cuánto tiempo ha pasado desde que nos vimos?
—Cinco años por lo menos, ¿no?
—Sí, y ahora aquí estamos, en la misma ciudad. Estoy por allí. —Señaló
las puertas dobles de cristal de un hotel boutique—. Se siente como si no
hubiera pasado el tiempo.
No estuve de acuerdo, pero no dije nada.
—¿Vas a subir, Nate?
Dejé de caminar. —No. No voy a subir.
Se giró hacia mí. —Podemos ser adultos y compartir una botella de vino
primero. —Sabía exactamente a dónde iba. Sin embargo, no hizo ningún
movimiento para tocarme. Afortunadamente, ese no era el estilo de Olivia.
Siguió mirándome, esperando a que tomara una decisión. Pero la decisión fue
tomada en mi mente; solo trataba de averiguar cómo decírselo suavemente.
—Estoy viendo a alguien.
Se encogió de hombros.
—Exclusivamente —añadí.
—Oh. —Se rio. Aparentemente no tenía que preocuparme por su orgullo.
Olivia era lo más parecido a la helada de lo que se puede ser—. ¿Por qué no lo
dijiste? ¿Quién es, una enfermera?
—No.
—¿Otra doctora?
—No.
—¿Qué hace?
—Es eh, eh… es una vaquera.
Olivia se echó a reír. —¿Qué carajo es una vaquera?
—Trabaja en un rancho… en Montana.
—No te creo, Nate. Ni por un segundo.
—Bueno, es cierto.
—¿Y cómo estás saliendo con ella si estás aquí?
—Voy a volver tan pronto pueda escapar del hospital de nuevo. Es por
eso que quiero transferirme a Missoula.
Resopló—: Eso nunca sucederá. No dejas un hospital importante como la
UCLA y te trasladas al medio de la nada por una vaquera. ¿Qué, te dio una
buena cabalgata y ahora estás enamorado de ella?
—Me alegra ver que te has ablandado con la edad, Olivia.
—¿Por qué no subes y hablamos un rato de estas tonterías? —
Observando la mezcla de luces del tráfico de la autopista, dijo—: Deberías saber
a estas alturas que ese tipo de relaciones no le hacen ningún bien a las personas
como nosotros.
—¿Qué quieres decir?
—Sabes lo que quiero decir. Vamos, solo pasa.
Sentí un dolor en el brazo. Mi pecho latía con fuerza; podía sentirlo todo
el camino hasta el codo. Saqué el teléfono y comprobé las llamadas perdidas.
Ninguna era de Ava.
Cuando Olivia comenzó a alejarse, la seguí sin decir palabra. Fuimos a
través del vestíbulo y hacia el ascensor. Todavía no había hecho ningún
movimiento para tocarme. En la puerta de su cuarto de hotel, deslizó la llave en
la ranura y me miró, sonriendo seductoramente. En el momento que mi
teléfono sonó. Lo saqué y vi que era el código de área de Montana. Levanté el
dedo hacia Olivia. —Tengo que tomar esto.
Puso la mano en la cadera y se encogió de hombros, como diciendo:
adelante.
Presioné el botón para hablar. —¿Hola?
—¿Nate? —Era su voz, dulce y tímida.
—Ava. —Su nombre salió como un suspiro.
—Hola.
—Hola.
—Qué emocionante —dijo Olivia. Me tensé.
Ava tartamudeó. —Um… lo siento, ¿llamé en un mal momento?
—No, espera, por favor. He estado esperando que llamaras.
—¿Estás con alguien, Nate?
—Estoy con una compañera.
—Es tarde —murmuró.
Miré mi reloj. Eran las nueve y media. Miré a Olivia, que tenía cara de
satisfacción.
—Te dejaré ir, Nate. —Sabía que sus palabras tenían un doble
significado.
—¡No! —protesté, pero colgó.
Miré a Olivia, echando humo. —Maldita sea. Me tengo que ir. —
Ninguno de los dos dijo ni una palabra. Dejé el hotel bruscamente y corrí de
vuelta a mi apartamento para buscar mi bicicleta. Manejaba mi bicicleta hasta el
hospital todos los días, pero esta vez pasé del casco y la vestimenta adecuada y
salí a toda velocidad hacia el tráfico, pedaleando fuerte. Llegué a un kilómetro
de la carretera antes de que empezara a llover. No llueve mucho en California,
pero esa noche tenía que llover. ¿Qué carajo? Mis pies no paraban de resbalar de
los pedales. Normalmente llevaba unas zapatillas de ciclismo que se encajaban
en los pequeños pedales de acero. Mis zapatos de vestir apenas conseguían
tracción suficiente. Después de treinta minutos de bicicleta bajo la lluvia,
atravesé las puertas del hospital, empapado, y me dirigí a mi oficina.
Intenté regresarle la llamada a Ava, pulsando llamar una y otra vez. No
contestó y no me sorprendió. ¿En qué coño pensaba? Olivia me hizo creer por
un segundo una mierda sobre quién era yo, pero ese nunca fui yo. Aunque no
fuera a buscar el amor, en el fondo siempre lo había deseado. Todo parecía
interponerse en mi camino.
A veces la vida te envidia; puede quitarte todo, como le pasó a Ava, pero
a mí no me había quitado nada. No tuve nada hasta que la conocí. Incluso mi
carrera no me importaba tanto, al final. Me volqué en ella porque se me daba
bien. El corazón no se me cayó al estómago cuando pensé que podría perder mi
trabajo, pero sí cuando pensé en arruinarlo con Ava. La idea se hundió en mi
cuerpo como una piedra hasta que me sentí entumecido. Sabía que lo único que
podía hacer era intentar volver con ella.
Pasé toda la noche en mi oficina completando todos mis papeleos
atrasados con la sensación de impotencia de que todo lo que estaba a punto de
hacer nunca sería suficiente. Aun así, me quedé sin inmutarme. Necesitaba
volver a ella. Mis correos fueron contestados y mi trabajo se hallaba listo hasta
la fecha. Lo único que faltaba era escribir una carta de renuncia. La primera
carta la escribí directamente a mi padre y la segunda al hospital. Me disculpé
por no ser capaz de dar la noticia con suficiente antelación. Incluso le envié un
correo a los otros doctores pidiéndoles transferirles mis pacientes, por lo que el
hospital no tendría que hacerlo.
A las ocho de la mañana mi padre pasó por delante de mi oficina, dio
marcha atrás, y se detuvo un momento en mi puerta. —Te ves como una
mierda. ¿Noche larga?
Me puse de pie, sintiéndome tambaleante y desgastado. Sostuve la carta
mientras me le acercaba.
Hubo reconocimiento en sus ojos, como si supiera lo que venía, y
entonces me dedicó una pequeña sonrisa tensa. —No trataré de hacerte cambiar
de opinión; ni siquiera sé si quiero. Todo lo que sé es que te quiero aquí, pero…
—comenzó, con un nudo en la garganta. Tragó saliva y continuó—: pero
entiendo por qué te vas. Estoy orgulloso de ti, Nate. Estoy orgulloso de llamarte
mi hijo, y también del médico en que te has convertido.
—Tengo que volver allí.
—Hablé con el jefe del Instituto Internacional del Corazón en Missoula.
Me apoyé en mi escritorio y me crucé de brazos. —¿Y?
—Le conté que eras un cirujano horrible y que estarían haciendo un gran
error contratándote. —Extendió una bolsa de papel blanco hacia mí—.
¿Rosquilla?
—Papá. —Reí—. Tienes que parar con las rosquillas.
—Estoy bromeando. Es un burrito vegetariano que tu mamá me hizo.
Puso masa de garbanzos y tofu en el mismo. Ni siquiera sé qué es tofu.
—Estoy contento de ver que estás cambiando tu dieta. Debes seguirla.
Mamá sabe de lo que habla.
Dejó la bolsa en el suelo y puso las manos en sus caderas, la bata de
laboratorio abierta en las muñecas. —He perdido dos kilos desde que la nazi de
la comida se hizo cargo.
—Estaba muy preocupada por ti.
Sonrió y se sentó en una de las sillas frente a mi escritorio. Di la vuelta y
me senté también.
—Nate, le dije al Jefe del Instituto Internacional del Corazón que eras el
mejor jodido cirujano que he visto y que mejor te paguen bien.
—Gracias. No tienes idea de lo mucho que significan esas palabras para
mí.
Parpadeó. —Pude haber esperado demasiado tiempo para decirlo.
—Mejor tarde que nunca.
—Te quiero, hijo.
—También te quiero, papá.
—Quiero que saques el Ford por ahí. —Los coches restaurados eran la
afición de mi padre. En realidad… no era restaurarlos, los compró restaurados y
gastó una gran cantidad de dinero en ellos. Su favorito era una camioneta Ford
del 67’ de dos tonos, color rojo y blanco.
—No puedo, papá.
Me dio una palmada en el hombro. —Pertenece a Montana.
Un para siempre es solo un ahora
Traducido por Annabelle
Corregido por Adriana Tate

Recordaba cuando Jake me dijo que un para siempre es solo un ahora.


Recordaba la suavidad de su voz al decirlo, como si se lo hubiese memorizado
de la Biblia. Me encontraba sentada en el columpio del porche, mirando hacia el
cielo, pensando en que Jake era la estrella más brillante de allá arriba, muy
lejano pero radiante y poderoso. Brillará de esa manera por el tiempo en que yo
viva, porque cuando un sol tan brillante como Jake se apaga, toma cientos de
años para que su estrella se desvanezca. Un para siempre es solo un ahora; no
hay medida de tiempo cuando se trata del amor. Sabía que Jake estaría allí
arriba en el cielo durante toda mi vida, y me prometí a mí misma que después
de dejar esta Tierra, me pararía ante Dios y diría con orgullo que amaba a Jacob
Brian McCrea con todo mi corazón y mi alma. Pero Jake ya no estaba conmigo
en la Tierra. Cuando apretó el gatillo su para siempre terminó, pero el mío no.
Esa noche, entré a la casa y llamé a Nate. Creía que finalmente estaba
lista para recuperar mi para siempre. Incluso practiqué lo que le diría: “Sé que
no estás intentando repararme, pero tú eres el único que me hace sentir mejor.”
Aunque no tuve la oportunidad de decir esas palabras. Se encontraba con una
mujer, llegué tarde, y sonaba incómodo. Me preguntaba si él y la mujer se
habían reído de mí cuando colgué. Me preguntaba cómo podía ser tan ingenua.
Tomar el consejo de mi esposo fallecido había sido una mala idea. Volví
afuera, y levantando la botella de whiskey hacia el cielo, grité—: ¡Jódete, Jake
McCrea! ¡Jódete!
Gotas entre nosotros
Traducido por Jasiel Odair
Corregido por Anakaren

Manejando el Ford de mi padre, tuve un montón de tiempo para pensar


acerca de cómo simplemente había dejado el mundo atrás por una mujer que
probablemente no me quería. Mis padres alquilarían mi apartamento, y Gogo
felizmente fue a vivir con Frankie.
Me detuve solo dos veces: una vez para comer y comprar comida para el
camino, y otra para llamar a Ava. No contestó. Le marqué a Bea.
—Hola, cariño. Qué agradable sorpresa.
—¿Cómo está Ava?
—Está bien, y yo también estoy bien, gracias por preguntar.
—Lo siento, me alegro de que estés bien. Escucha, estoy en camino hacia
allí. Dejé el hospital.
Se hizo el silencio en el otro extremo por varios momentos. —¿Qué clase
de tontería estás diciendo?
—Sabes que me importa. No puedo dejar de pensarla y quiero estar ahí
para ella.
—¿Qué vas a hacer?
—Necesito encontrar un lugar en Missoula, creo que tengo un trabajo
alineado. Voy a estar en el rancho mañana.
—Me gustaría que me lo hubieras dicho antes. Nos estamos yendo, Nate.
Todos nosotros.
Me congelé. —¿Qué?
—Vamos a Bozeman para el rodeo. Estaremos allí por dos días.
—¿Se llevarán a Ava?
—Por supuesto.
—¿Es este el rodeo donde vio al chico que le recordaba…? —mi voz se
apagó.
—Ese es, pero no tienes de que preocuparte. Ava parecía estar bastante
increíble contigo, y vamos a decirle que estarás allí cuando regrese.
—No creo que entiendas, yo…
—Ve a Missoula y arregla el tema de tu trabajo. Estaremos de vuelta el
lunes temprano.
—Bea, necesito verla. No he dormido en dos días. ¿Vas a pedirle que
espere? La llevaré a Bozeman yo mismo.
La escuché dejar escapar un suspiro. —¿Por qué estamos teniendo esta
conversación? Ava tiene un teléfono, ¿por qué no la llamas?
—No responde mis llamadas.
—¿Hmm? ¿Por qué es eso?
—He tratado de llamarla, simplemente no contesta.
—Ahora que lo mencionas, no la he visto desde ayer por la mañana. —El
pánico en su voz comenzó a levantarse.
—Jesús, ¿puedes ir a verla? ¡Por favor!
—Te regresaré la llamada.
Cuando colgó, inmediatamente me puse en marcha. Pensé que me
encontraba en algún lugar de Nevada, pero no estaba seguro de nada. Los
guiones de color amarillo en el medio de la carretera comenzaron a
desdibujarse en una línea continua. Vi la línea como si me condujera a ella. Bea
llamó de nuevo unos minutos más tarde.
—Está bien, pero no quiere verte, y conozco a Ava lo suficiente para
decirte que por nada cambiará de opinión.
—Por favor, dile que no estaba con otra mujer. Me encontraba cenando
con una colega. No hice nada malo.
—Imagino que llamarte fue la cosa más valiente que Avelina ha hecho en
mucho tiempo.
—Tienes que hablar con ella, por favor.
—Ve a Missoula y duerme un poco antes de matar a alguien en el camino
o a ti mismo. Estaremos de vuelta el lunes.
Después de colgar, salí de la carretera y encontré un motel. La habitación
apestaba a cigarrillos y la ducha se hallaba cubierta de moho. Aparté el edredón
de color marrón con figuras, lo tiré en el suelo, y lavé mis manos con
desinfectante. Dormí encima de las toallas que coloqué sobre toda la sábana. En
la mañana agarré una dona rancia y café, del desayuno gratuito que tenían en el
vestíbulo y me dirigí a mi camioneta, donde descubrí que mi bici había sido
robada de la parte trasera. En mi estado de falta de sueño de la noche anterior,
ni siquiera había pensado en la posibilidad de que me robaran la bicicleta. Me
dejé caer en el asiento del conductor y terminé mi asquerosa dona.
Aún en el aparcamiento del motel, me afeité con una rasuradora eléctrica
utilizando el espejo lateral de la camioneta. Después de afeitarme la mitad de la
cara, las baterías murieron. Hay solo ciertos momentos en la vida en que cada
maldita cosa que hacemos parece tan arbitraria. ¿Por qué en el mundo me tenía
que afeitar la cara para empezar? Me dirigí a una farmacia y conseguí más
baterías y un montón de miradas extrañas de los compradores.
A la salida, la secretaria femenina adolescente mascando chicle me
sonrió. Decidí dejar que el humor prevaleciera. —¿Te gusta cómo se ve? —Le
sonreí y señalé mi cara.
—Está bien.
—Gracias, amiga.
—Adiós —dijo, haciendo el signo de la paz, y salí.
No di la vuelta, pero hice un signo de la paz y le dije—: Adiós.
Llegué a Missoula la noche del sábado y encontré un hotel. En el camino
había llamado al hospital y arreglé una hora para reunirme con el jefe el día
siguiente. Básicamente me ofreció una gran posición por teléfono. Todo caía en
su lugar. Encontré un periódico local y comencé la búsqueda de una vivienda
permanente, en algún lugar entre el hospital y el rancho.
Esa noche, en la oscuridad y la soledad tranquila de mi habitación de
hotel, pensé de nuevo en estar en la cama con Ava, sosteniéndola cerca de mí, la
forma en que su cabello olía a lilas y canela, y cómo su piel era tan suave y
caliente bajo mis dedos. Me quedé dormido con el sonido de las gotas de lluvia
irregulares golpeteando contra el colector de aguas pluviales fuera de la
ventana y la visión del cuerpo de Ava en mis brazos.
A la mañana fui a correr, comprobé un par de casas en alquiler, y me
preparé para encontrarme con el jefe del hospital. Cuando llegué allí, me dieron
un recorrido, mostrándome la tecnología de su instituto. Me sorprendió cuán
avanzada era la instalación. El jefe de cirugía era muy consciente del trabajo que
yo había hecho, probablemente debido a lo que mi padre le dijo. Puso en duda
mis razones para mudarme a Montana dos veces durante nuestra conversación,
y las dos veces le di la misma respuesta.
—Me encanta. Es la tierra de Dios.
Se rio un poco forzado por segunda vez. —Es un gran cambio de Los
Ángeles.
—Necesito un cambio, y no tengo familia aquí.
—Ah. Bueno, el trabajo es tuyo si lo quieres. Podemos ingresarte en la
rotación completa en dos semanas. Hasta entonces te dejaremos en una oficina
para que puedas comenzar a conseguir un cierto trabajo hecho.
Su secretaria me llevó a una oficina vacía. Tenía una pequeña caja de
papeleo y algunas cosas que había traído del hospital en Los Ángeles e hice mi
camino alrededor del hospital, presentándome al resto del personal. Era un
domingo, así que se encontraba relativamente tranquilo. Conocí a algunas
enfermeras, que susurraban y reían como adolescentes cuando me alejaba. Por
la tarde me dirigí a ver más casas en alquiler. Encontré un lugar que era
perfecto, un sitio pequeño cerca de un lago a una hora desde el hospital y a una
hora del rancho, que estaba hacia el lado opuesto.
Un joven totalmente canoso en la parte superior, pero que no debía tener
más de veinticinco años, me mostró la casa.
—Vi un corral y un cobertizo abajo en la propiedad. ¿Puedo tener
caballos aquí?
—Sí. —Se puso de pie cerca de la puerta y me miró mientras examinaba
el interior de los gabinetes de la cocina.
—¿De cuántos metros cuadrados es este lugar? —Había dos habitaciones
al final de un corto pasillo. Un baño completo en la habitación más grande y un
medio baño en el pasillo. La cocina tenía un gran fregadero de porcelana estilo
granja, armarios de madera amarillos y azulejos blancos en las encimeras.
—Ciento doce metros cuadrados y algo más —dijo—. Hay una lavadora
y secadora en el garaje y el agua del pozo es gratuita. No hay servicio de basura
o por cable por lo que tendrá que volcar su propia basura en el vertedero a
veinte millas por el camino.
—Está bien —le dije—. ¿Cuánto cuesta?
—Mil cien al mes, primero y último mes de depósito.
—Lo tomo. —Haría más que eso en algunos días, pero no iba a mudarme
a Montana y asustar a Ava por alardear de mi dinero—. ¿Cuándo puedo
mudarme?
—Escríbeme un cheque y te daré las llaves.
Te amo, Montana. —Hecho. —Le escribí un cheque, y así como así tenía
un lugar.
Fui a la ciudad y compré una cama y algunas cosas básicas necesarias
para que mi nueva casa fuera habitable. Conduciendo de vuelta, escuché The
Nacional hasta que la canción "I Need My Girl"5 sonó. La cambié rápidamente,
sintiendo náuseas. ¿Qué me pasaba?

5 Necesito a mi chica.
Corazones y rayas
Traducido por Julie
Corregido por Laurita PI

En mi mente, los rodeos siempre han representado una especie de


costumbre Americana con la que no crecí. De niña conocía los caballos, pero
todo lo que aprendí fue en español gracias a mi padre. No fue hasta más tarde,
después de su muerte, cuando aprendí a hacer carreras. Fue entonces cuando
conocí la cultura del rodeo. En Bozeman, los fines de semana de rodeo había
una gran agitación. Los remolques de caballos llegaban a la ciudad, y los
hoteles, restaurantes y pubs se llenaban de viajeros y vaqueros. Vaqueros como
Jake.
El sábado vimos todos los eventos. Estudié las carreras de barriles de
mujeres y traté de tomar nota de lo que debía hacer. No había recordatorios de
Nate en este mundo, pero eso no me impidió pensar en él. Cada vez que
alguien se lesionaba, pensaría: “Si solo Nate estuviera aquí”, y entonces sacudiría
la cabeza, tratando de deshacerme de la idea. Me recordé a mí misma que Nate
probablemente se encontraba con la mujer de lengua mordaz que oí en el
teléfono.
Durante las finales de lazos por equipo, vi a Russell Coldwell, el hombre
que era la viva imagen de Jake. Después de su carrera, me puse de pie. Quería
ver desde más cerca.
—Siéntate, chica —dijo Bea. Eché un vistazo a Redman, que me miraba
con severidad.
—Solo quiero ver.
—¿Ver qué, cariño? —Trish arrastró las palabras detrás de mí.
—Solo quiero echar un vistazo más de cerca.
—Bueno, entonces ve —dijo Bea finalmente. Salté de las gradas y me
dirigí al corral de retención. Me apoyé en los listones de madera hasta que llamé
su atención. Desmontó de su caballo y se acercó a mí.
—Avelina. —Inclinó el ala de su sombrero color beige.
—Russell. ¿Te quitas el anillo de bodas cuando compites?
—Me divorcié —dijo, bajando la mirada y tocando el poste de madera
con la punta de su bota. Estudié la amplia línea de su mandíbula y la curva de
sus hombros fuertemente construidos, no muy diferentes a Jake, pero tampoco
iguales. Jake tenía una juventud que Russell no. Ambos montaban sus caballos
de la misma manera, con un dominio tan obvio que parecía como si el hombre y
los animales fueran uno.
—Lamento escuchar eso.
—¿Cuáles son tus planes para esta noche?
—No hay planes —mentí.
—Vamos a por unos tragos a Pete’s.
—Bueno. ¿Puedo ir contigo?
—Claro —dijo simplemente—. Déjame cargar los caballos. Mi camión es
el azul; sigue adelante y entra.
—Puedo ayudarte.
—Pfft. ¿Ayudarme con qué?
—A cargar los caballos.
—No, ese no es trabajo para ti.
Parpadeé sorprendida, pero le hice caso y me dirigí a la cabina de su
camioneta. En el espejo lateral pude ver a Bea acercándose a mí.
Caminó hasta la ventanilla e hizo un gesto para que la bajara. —¿Qué
crees que estás haciendo?
—Solo vamos a Pete’s para tomar una copa.
—¿Pensabas decirle a alguien o solo ibas a escabullirte?
—¿Por qué estás siendo dramática, Bea? —Miré en el espejo de nuevo y
vi a Russell observándonos.
Susurró furiosamente cerca de mi oído—: ¿Vas a ir a pasear por la ciudad
con un hombre casado?
—Está divorciado.
—Ese hombre es un problema. Apuesto a que se divorció porque es un
maltratador de mujeres. He oído los rumores y sé que tú también.
—¿Sí? —Mi expresión facial no cambió. Ya no me importaba lo que me
pasara. Apenas podía recordar lo que era preocuparse por mi propia seguridad.
Di la bienvenida al peligro, y quería el dolor porque al menos eso opacaría el
daño en el interior.
—Nate va a estar en el rancho mañana.
—Me pregunto si traerá a esa mujer.
—Deja esta tontería.
—¿Sabes lo que se siente estar en constante decepción por la vida y luego
sentir como si fuera tu culpa?
—Voy a buscar a Red.
—Nos vamos —interrumpió Russell. Se metió en el asiento del
conductor, encendió el motor, aceleró dos o tres veces, y luego lo puso en
marcha y se alejó—. ¿Qué fue todo eso? —preguntó.
—Nada.
Caminando por Pete's, pude ver las miradas de desaprobación en los
rostros de la gente; algunos incluso parecían ligeramente mortificados. Quizá
me consideraban la viuda negra del pueblo, una malvada asesina de maridos
que intentaba clavar sus garras en la siguiente víctima.
—Siento que todo el mundo nos está mirando.
—¿Y qué? —dijo Russell, su tono puramente indiferente.
—Whisky, puro. —Por el rabillo de mi ojo pensé que podía ver a Russell
frunciendo el ceño cuando pedí mi bebida.
—Lo mismo —agregó.
—Lo tienes —dijo el camarero.
—¿Entonces por qué conseguiste el divorcio?
—No nos llevábamos bien. Mi ex es una puta.
—Oh. —Compartimos algunas palabras después de eso. Russell no era
muy hablador. Después del tercer o cuarto whisky, esperaba que entraran
Redman o Bea, me sacaran del taburete de la barra y me arrastraran por el pelo,
pero no lo hicieron. Eché un vistazo a mi teléfono y vi tres llamadas perdidas de
Nate. Eran las once y el whisky se iba directamente a mi cerebro.
—¿Me llamarás Lena? —le pregunté.
—¿Por qué querrías que haga eso? —Estaba descubriendo las muchas
diferencias entre Russell y Jake. Antes de su accidente, Jake era alegre, divertido
y elogioso. Russell parecía miserable.
—Solo quiero escuchar cómo suena cuando lo dices.
—Te llamaré cómo quieras. Te llamaré Tarta de Fresa, siempre y cuando
mi polla esté en tu boca.
Inhalé una corta bocanada de aire y sentí la bilis en mi garganta.
Su expresión era sin remordimientos. —¿Qué? ¿Dije algo que te
sorprendiera, Lena? —dijo con sarcasmo—. Pensé que te encontrabas aquí por
eso. Quieres que te abofetee un poco mientras te estoy follando, ¿verdad?
—No —dije, apenas audible.
—Eso no fue tan convincente.
Las lágrimas pincharon las esquinas de mis ojos. —No, no estoy aquí por
eso.
—Dos más. —Hizo un gesto al camarero para que rellenara nuestros
vasos. El camarero, un hombre alto y desgarbado con el pelo rubio desgreñado,
me miró. Su expresión era de tristeza.
—¿Quieres otra, cariño?
Russell dio un puñetazo en la barra. —Eso es lo que dije.
—Solo lo compruebo con la señorita, Russell.
Cuando el camarero se volvió para recuperar el whisky, Russell resopló.
—Señorita. ¡Ja!
Una vez que se vertió el whisky, bebí, con la esperanza de disminuir el
miedo y el dolor que sentía. —No te pareces en nada a él.
—¿A quién, Jake? ¿Te refieres a Jake Marica McCrea? Sí, no, no me
parezco en nada a él.
—No es… no era así. —Comencé a tartamudear y arrastrar las palabras.
Mi visión era borrosa.
Se volvió hacia mí. —Deberías apegarte a utilizar esa boca para lo que es
buena.
—Tengo que irme —dije, mi voz sonaba pequeña y muy lejana.
—¿A dónde? ¿Tienes a alguien que te dé un aventón?
—No sé por qué estás siendo tan malo.
—Oye, tienes un trasero dulce. Te llevaré a mi habitación y te daré lo que
quieras.
—Estás borracho.
Sonrió ampliamente y me di cuenta de que uno de sus dientes era negro.
El resto eran amarillos, probablemente por masticar tabaco. Nada que ver con
los dientes blancos y rectos de Nate.
Tomé una respiración profunda para no perder el equilibrio y puse la
cabeza en mis manos, apoyando los codos en la barra. ¿Qué estoy haciendo aquí?
Sentí una mano cálida en mi hombro. —¿Ava? —Miré al suelo y vi a un
par de zapatillas negras antes de mirar a los ojos entornados de Nate. Miraba
más allá de mis iris hasta mi corazón. Pero sus ojos no buscaban, sino que
suplicaban. Parecía preocupado—. ¿Vienes conmigo?
—¿Cómo me encontraste? —murmuré.
Me mostró una ligera sonrisa. —No quería pasar ni un minuto lejos de ti.
Llamé a Red y me dijo dónde buscarte.
Me quedé en silencio mientras miraba la expresión preocupada de Nate.
—Ava, le dije a Red y Bea que te llevaría de vuelta al rancho. Ven
conmigo… por favor. —Extendió la mano.
—Ella está conmigo —intervino Russell sin entusiasmo.
—No lo creo —dijo Nate.
Russell se puso de pie en un gesto combativo, hinchando el pecho en
dirección a Nate. —No quiero problemas contigo, hombre —dijo Nate.
—¿Quién es este tipo? —preguntó Russell.
Levanté la vista y me encogí de hombros. Mantuve la mirada en Nate,
pero respondí a Russell—: No lo sé a ciencia cierta, pero es inofensivo.
Cuando me puse de pie en la barra, Nate se acercó a mí y tomó mis
manos entre las suyas. Bajando la mirada a nuestras manos, dijo—: No te vayas
con él, Ava, por favor. —Russell me agarró por el hombro y me tiró hacia atrás,
lejos de las manos de Nate—. Relájate, hombre —le espetó.
Me tambaleé, mirando a Nate. —Vámonos, Lena —dijo Russell, tratando
de alejarme.
—No, no voy a dejar que te la lleves. —Nate se irguió con su camiseta
blanca y pantalones vaqueros de color negro desteñido con un cinturón bajo en
sus caderas estrechas. Se pasó los dedos por el pelo despeinado y oscuro. Las
rendijas de sus ojos parecían más pequeñas, pero el color verde seguía siendo
penetrante mientras me miraba. A pesar de que era más delgado que Russell, se
movía con confianza. Las venas de las manos y los antebrazos y los músculos en
sus brazos lo hacían parecer mucho más intimidante que un hombre más
grande.
Russell pasó por delante de mí y su brazo se balanceó salvajemente en un
puñetazo hacia Nate. Con las manos aún en los bolsillos, Nate se apartó
suavemente y observó divertido cómo Russell caía al suelo.
Nate me agarró la mano y empezó a llevarme hacia la puerta. —Vamos.
—Russell se puso de pie en un segundo y nos siguió.
Nate se volvió rápidamente y le golpeó en la nariz con un puñetazo
rápido. Hubo un crujido y luego Russell cayó al suelo, sosteniendo su cara y
sangrando mucho. Lo miré y vi un chorro rojo saliendo a borbotones de la nariz
y deslizarse por su cuello hasta el suelo.
Dejé escapar un sollozo en voz alta y luego caí de rodillas. —¿Jake? —
Sabía que no era él, pero la imagen era la misma.
En la habitación del frente, segundos después de que oí el sonido la
pistola, que encontré a mi Jake allí tendido, con los ojos abiertos, pero ajeno.
Había estado con vida durante unos segundos, pero no respiraba. Me resultaba
difícil tocarlo, pero tenía que hacerlo. Sentada en el suelo del bar, reproduje los
últimos segundos de la vida de Jake mientras sostenía la cabeza de Russell en
mi regazo. —¿Por qué? —Fue todo lo que había dicho a Jake, sabiendo que
nunca recibiría la respuesta. Lo último que había oído esa noche fue el gorgoteo
en la garganta y los últimos latidos de su corazón, el último sonido humano que
Jake hizo antes de que su alma se desvaneciera y la vida abandonara sus ojos.
Volví a la realidad para ver a Nate luciendo triste y mirándome con
aprensión. Russell también me miraba mientras sollozaba. Por un momento,
incluso con sangre saliendo de la nariz, Russell se veía compasivo. Miró a Nate
y le dijo—: Debes sacarla de aquí. —Y luego me miró—. Ve, cariño, estoy bien.
—Sé que debía lucir patética. ¿Cómo podría Dios ser tan cruel como para
permitir que nuestros recuerdos permanezcan vívidamente como imágenes en
una pantalla de cine para reproducirse una y otra vez mientras observamos con
horror?
Seguí llorando en silencio cuando Nate me levantó del suelo. Me llevó
fuera, hacia la lluvia torrencial y luego a una camioneta roja y blanca brillante.
Se metió en el asiento del pasajero y me sostuvo en su regazo. Con una voz
apenas audible, dijo—: Estoy aquí. —Me besó suavemente en la frente. Después
de un rato, me bajó las piernas y se deslizó hasta el asiento del conductor. Al
arrancar, bajé la ventanilla, apoyé la cabeza en la puerta y dejé que la fría lluvia
me golpeara. Una canción triste sonaba en la radio mientras yo temblaba y
sollozaba.
El miedo de amar
Traducido por Dey Turner
Corregido por Miry

Me dolía la mano. Sabía que tenía una fractura por haber golpeado a ese
tipo, pero por el momento Ava tenía mi atención. Tenía los ojos hundidos y la
piel pálida cuando la encontré. Cuando cayó al suelo en estado de histeria,
pude ver que el tipo se sobresaltó. Sabía lo que vio en la imagen de un hombre
tirado en el suelo, sangrando. Sabía lo que sentía. La frustración de saber que es
demasiado tarde y que no hay nada que hacer.
—Vamos —insistí, pero no podía escucharme. Se veía distante, perdida
en sus pensamientos.
En la camioneta, bajó la ventanilla y dejó que la lluvia cayera sobre ella.
A mitad de camino, la lluvia se detuvo, pero había rayos en la distancia, y el
aire se hacía más y más cálido mientras nos acercábamos al rancho. Me
estacioné al final del largo camino de tierra.
Tenía los ojos cerrados y su pelo se había secado con el viento. La aparté
de la puerta y subí la ventanilla, luego la acosté en el asiento. Se quedó
dormida. Aspiré aire entre los dientes cuando doblé la mano torpemente,
sintiendo la tensión de la fractura en el nudillo del dedo índice. Ava se movió.
—¿Qué pasa? —preguntó.
—Nada, no te preocupes.
Se incorporó y se acercó a mí, tomando mi mano entre las suyas. La besó.
—Lo siento.
—No fue tu culpa.
—¿No? —Su voz era tensa.
Acuné su rostro, haciendo que me mirara. —Escúchame. No fue tu culpa,
así como lo de Jake no fue tu culpa.
Se apartó y miró por la ventana del pasajero. Encendí la camioneta y
avancé por el sendero. Era mitad de la noche, pero Redman se encontraba
despierto, sentado en la mecedora del porche, fumando su pipa. Apagué el
motor, salí y caminé rápidamente hacia el lado del copiloto. Después de ayudar
a Ava a salir, alcé la vista para ver a Bea de pie en la puerta, esperando.
—Tráela aquí, Nathanial.
Bea se alejó de la puerta y tomó la mano de Ava. —Vamos, cariño.
Vamos a darte un baño.
—Quédate aquí, hijo —exigió Redman, señalando la otra mecedora. Sus
ojos parecían huecos en la oscuridad y su voz era ronca—. Aprecio que fueras a
buscarla.
—No esperaba que Bea y tú estuvieran aquí. ¿Pensé que se quedarían
una noche más?
—Bea quería volver, y yo quería tener una charla contigo.
—De acuerdo, seguro.
—Sé lo que hiciste. En cuestión de días, has hecho algunos grandes
cambios de vida. ¿Supongo que por Avelina?
—Todos siguen preguntándome cuáles son mis motivos. Quiero llegar a
conocerla, eso es todo. Y no puedo hacer eso desde Los Ángeles.
—Pero la pura verdad es que renunciaste a tu trabajo para ver a una
chica.
—Sí, supongo que sí.
—Puede que nunca supere por lo que ha pasado. —Echó el humo
directamente a la luz de la lámpara, aturdiendo un enjambre de pequeñas
polillas.
—Tengo que intentarlo.
Se giró hacia mí, y aunque yo no podía ver su rostro ensombrecido, sabía
que podía ver el mío frente a la luz. —Bueno, supongo que tiene que saber que
hay tantas maneras de amar como las hay de morir.
Asentí. Entendía muy bien lo que Redman trataba de decir. Ava no tenía
que dejar de amar a Jake o llorar su muerte para seguir adelante y vivir su vida,
así como un error no definiría mi carrera, incluso si las consecuencias fueran
grandes.
Me puse de pie y caminé más allá de Redman, entrando por la puerta
principal. Ava se hallaba sentada en el sofá con una bata azul de felpa,
probablemente una de Bea. No se dio cuenta que me encontraba allí,
observando a Bea cepillar su largo cabello. Durante unos momentos me quedé
sumido en mis pensamientos, preguntándome si tal vez trataba de salvarla, y
por qué.
—Bea, ¿puedo quedarme aquí esta noche? —Ambas se giraron al mismo
tiempo. Ava sonrió ligeramente.
—Por supuesto, cariño, la habitación es tuya.
—Gracias.
En el baño, mientras buscaba una aspirina en el gabinete, sentí una
presencia detrás de mí. Me giré para ver a Ava de pie en la puerta.
—Hola.
—Hola. ¿Puedo ver tu mano? —Se acercó a mí.
La levanté y la vi examinarla. —Sé que eres el doctor, pero creo que
deberías poner una férula en este dedo. Está bastante hinchado y parece que tal
vez te fracturaste o lastimaste el nudillo.
—¿Cómo sabes todo eso? —Sonreí y respondió con una mirada serena.
—Esto le pasaba a menudo a Jake. La cuerda se enrolla en el cuerno con
tanta fuerza que a veces sus dedos quedaban atrapados en ella cuando
competía.
Moví mi mirada de nuestras manos a sus ojos mientras me examinaba el
nudillo magullado. —De acuerdo, entablíllalo. Confío en ti.
Asintió y luego se fue, regresando un momento después con cinta
médica y palitos de helado rotos. Los sostuvo en alto. —De la manera rústica.
Me reí, pero luego hice una mueca cuando envolvió la cinta alrededor de
mi nudillo.
—Lo siento.
—Está bien, lo haces genial. Te sale natural.
Hubo algunos momentos de silencio insoportables después que
terminara de vendarlo. Sentía esa familiar atracción hacia ella cada vez que me
acercaba lo suficiente, como dos imanes mientras más se aproximaban. Ansiaba
tomarla en mis brazos, pero me preocupaba que se apartara.
—Tal vez pueda quedarme contigo en el cuarto de invitados. Casi
amanece y estoy cansada, pero quiero hablar contigo —dijo.
—Claro.
Nos trasladamos desde el baño a la habitación de invitados. Bea pasaba
por ahí y abrió la puerta de par en par. —Tengan buenos modales, ustedes dos.
Nos acostamos sobre la colcha, yo completamente vestido y ella en su
bata mullida. Nos colocamos frente a frente sobre nuestros costados. —Nate,
lamento lo de antes.
—Todo está perdonado. También lo siento. Olivia, la mujer que
escuchaste en el teléfono, es una vieja amiga; no hay nada entre ella y yo. Me
habría gustado tener las palabras en ese momento para explicártelo, pero me
sentí tan aliviado por oír tu voz que no podía pensar en nada más.
—Quiero empezar de nuevo. Quiero aprender a ser menos un desastre.
—Sus ojos se llenaron de lágrimas.
—No eres un desastre. No pongas tanta presión sobre ti.
Asintió, mirando hacia el techo. —Cada vez que pienso que lo he
superado, todo vuelve deprisa.
—No tienes que dejarlo ir.
—Lo sé, pero me asusta no dejar ir eso. La vida ya no es preciosa cuando
no tienes nada que perder, y ese es el lugar en el que he vivido todos estos años
desde Jake. He sido indiferente. Pero ahora puedo sentir el miedo volver.
Vuelve aún más fuerte cuando sabes que de nuevo hay algo que perder.
Era su primera expresión real de sus sentimientos hacia mí. —Nunca he
amado y perdido, pero también me siento asustado.
Cerró los ojos y después de unos momentos su respiración se estabilizó.
Me pregunté lo que sería perder a alguien como lo hizo Ava a tan temprana
edad.
La montaña rusa de cuatro semanas de mi vida volvía a su ruta. Me
hallaba en ese punto cuando alcanzabas la cima antes de caer, y piensas que tal
vez te quieras salir, que tal vez puedan detenerla. Pero no creo que puedas
detenerte una vez que comienzas a caer. Al menos yo no podía, y no quería.
Enamorarse es tan emocionante como aterrador.
La atraje hacia mí, apoyé la barbilla en su cabeza y llené mis pulmones
con su dulce aroma.
En la mañana, se había ido. Me escabullí más allá de la cocina, esperando
que Bea no me viera. —Más despacio —gritó—. Ven aquí y come algo.
Derramó un cucharón de avena en un plato y me lo entregó. —Ahí hay
queso Velveeta, o puedes acompañar tu avena con cereal.
Sentí que comenzaría a vomitar. —Qué tal un poco de fruta. ¿Puedo
comer fruta?
—Claro, cariño, revisa el frutero.
Traté de no respirar por la nariz mientras sorbía la avena insulsa, de vez
en cuando masticaba un trozo de manzana para darle sabor. Caleb se sentó
frente a mí comiendo su avena, la cual nadaba en queso Velveeta. Realmente
era como un pequeño milagro, debido a la cantidad de carne roja y queso que
comían estas personas, que no estuvieran todos afligidos con enfermedades del
corazón. Sus dietas eran tan cargadas de colesterol, que no podía evitar
visualizar la acumulación de placa en sus arterias cada vez que daban un
mordisco.
—¿Dónde está Ava esta mañana?
—Trabajando con esa potra —respondió Bea—. Caleb consiguió unos
barriles e instaló una pista para ella en el campo de abajo.
—Eso fue amable de tu parte, hombre.
Él asintió, sin alzar la vista de su tazón.
Me fui de la cocina y recorrí el camino de tierra hacia la pequeña arena
donde Ava montaba la espléndida potra negra. Los movimientos del caballo
eran incluso más elegantes que los de Dancer mientras Ava la galopaba de un
lado a otro. Me senté sobre la tabla superior del corral de madera. Cuando
reparó en mí, guio al caballo hacia donde me encontraba sentado.
—¿Cuál es su nombre? —pregunté.
—De hecho, no le puse nombre hasta ahora. —Sonreía, su cabello
flotando sobre su espalda, y sus mejillas sonrojadas por el aire fresco golpeando
su rostro.
—¿Y bien?
—Shine.
—Es perfecto para ella... y para ti.
—Red me contó que tomaste un trabajo en Missoula.
—Sí.
—Eso es genial. ¿Cómo está tu mano? ¿Podrás hacer cirugías? —Fruncía
el ceño en una expresión preocupada.
—No te preocupes, estaré bien. Sin embargo, tengo que ir al hospital y
ocuparme de unas cosas. Y ahora tengo casa, no muy lejos de aquí. Quiero
llevarte, pero no está lista.
—De acuerdo.
—Te llamaré esta semana, entonces tal vez... —De repente, me sentí muy
nervioso—. Tal vez puedo llevarte a cenar el próximo fin de semana... ¿en una
cita?
—Eso me gustaría. —Su labio inferior tembló—. ¿Nate?
—¿Sí?
—Gracias por lo de anoche. No sé en lo que pensaba. —Su voz se quebró
y sus ojos se llenaron de lágrimas.
Me aclaré la garganta y bajé de un salto la cerca. Extendí mi mano hacia
ella y dije—: Soy Nate y eres preciosa. ¿Cómo te llamas? —Se rio—. Me gusta
ese sonido.
—Soy Ava.
—Encantado de conocerte, Ava. —Nos estrechamos la mano—. ¿Puedo
invitarte a salir este fin de semana?
Shine comenzó a ponerse ansiosa. Ava tiró de ella en un círculo. —Tengo
que cabalgarla un poco. Adiós, Nate.
Se fue en otra dirección. —No me contestaste —grité—. ¿Saldrías
conmigo?
—Sí, vaquero —gritó en respuesta.
Más tarde ese día en el hospital, opté por usar mis botas con mi bata.
Asistí en una angioplastia y cuando Abbie, la enfermera instrumentista, bajó la
vista hacia los protectores sobre mis botas, se rio.
—¿Qué?
Sonriendo, dijo—: Me gustan tus botas. No te tenía como un vaquero.
—Es un estado mental, Abbi, así de simple.
—Todos te hemos llamado Hollywood.
Me reí en voz alta. —Les ahorraré mi imitación de John Wayne6.

6 Fue un actor estadounidense cuya imagen es asociada a las películas del Viejo Oeste.
Hay lugares
Traducido por Geraluh & Vane’
Corregido por Danita

—Ven a mí, bebé —susurró Nate—. Hay lugares a los que tú y yo


podemos correr. Lugares donde nadie nos conoce. Nadie puede vernos. —
Tomé su mano y lo seguí en la oscuridad. Nos encontrábamos juntos en un
vacío que era delicado, suave y cálido, y él tocaba mi cara y mi cuello. Había
pájaros cantando y la sensación de la luz del sol sobre mi piel, pero no había
luz. Me acostó y me besó, besó mi pecho. Estaba de lado frente a mí mientras yo
me hallaba sobre mi espalda. Estábamos desnudos, pero cálidos. Su lengua
jugaba con mi pezón y pasé mis manos por su cabello desordenado—. Dios,
eres tan hermosa —dijo—. ¿Puedo tocarte?
—Sí, tócame, por favor.
—¿Dónde te toco, hermosa?
—Aquí. —Puse mi mano en mi carne.
—Muéstrame cómo —dijo.
—Así. —Me toqué y sentí el impulso doloroso debajo. Arqueé la espalda
mientras sentía su cálida mano cubriendo la mía. Mi boca se abrió, pero no
podía respirar. Cubrió mi boca con la suya en un suave asalto.
—Mmm, sabes muy bien. Quiero probar más de ti. —Sus manos
comenzaron a tomar el control mientras se agachaba, arrastrando besos por mi
cuerpo. Estiré los brazos por encima de mi cabeza y me dejé sentir el exquisito
dolor.
Sus manos se deslizaron entre mis muslos y me abrió para él. Besó su
camino por mi pierna más y más cerca hasta que su boca estuvo sobre mí. Moví
las caderas hacia él, tratando de sentir más mientras mis manos se perdían en
su cabello. Su lengua se encontraba sobre mí, luego hundió dos dedos y me
perdí, latiendo contra su boca.
Luego, como un rollo de película bloqueándose y escupiendo, todo se
detuvo y oí un débil sonido de golpeteo.
Abrí los ojos. Era de día y estaba sola en mi cuarto, sintiendo los últimos
ecos del orgasmo que Nate me había dado en un sueño.
—Oh —gemí, tratando de conseguir un apretón.
—Ava, ¿estás bien? —escuché el grito de Caleb desde la sala. Salté
rápidamente de la cama, me puse una bata, y me encontré con él cuando entré a
la cocina.
—Estoy bien.
Caminó hacia mí. —Estás sonrojada. ¿Estás enferma?
—No. —La palabra salió como una respiración apresurada.
—De acuerdo. Bueno, vine porque no te vi en el desayuno. —Alejó la
mirada tímidamente, como si su preocupación lo avergonzara.
—Gracias por chequearme, pero estoy bien.
—De acuerdo. —Se encogió de hombros, se dio la vuelta, y salió.
Cuando se fue, me dejé caer en el sofá. Miré por la ventana del frente y
luego hacia la alfombra beige que Redman colocó después de que Jake se fuera.
La alfombra que cubría el suelo de madera manchado de sangre.
Lamentablemente, esas imágenes nunca desaparecerían, al igual que las
manchas. Mi teléfono sonó, sacándome del trance.
—Hola, hermosa. —La voz de Nate era tan profunda y suave como lo fue
en mi sueño. Sentí una réplica entre mis piernas.
—Hola. —Mi propia voz sonaba extraña.
—¿Sucede algo?
—No. Estaba pensando en ti.
—Eso me hace muy feliz. Quiero llevarte a cenar el viernes. ¿Puedo
recogerte a las seis?
—Sí, me gustaría eso. ¿Me llevarás a algún lugar lujoso? No tengo ropa
elegante.
—Yo tampoco tengo ropa elegante —dijo, riendo—. Me gusta el vestido
que llevabas cuando fuimos a las aguas termales.
—Oh, ¿esa cosa vieja?
—Me dejaste sin aliento.
Mi propio aliento era esquivo en ese momento. Tragué saliva y esperé.
—¿Te gustaría que te llevara de compras?
—Oh, no podría.
—Claro que sí. De todos modos, me encantaría mimarte.
No respondí.
—Muy bien, entonces, tomaré eso como un sí. ¿Vamos primero de
compras y luego la cena?
—Está bien.
—Ava, ¿puedo preguntarte algo? —Su voz bajó.
—Claro.
—¿Cuándo dijiste que pensabas en mí… que pensabas exactamente?
Mi corazón latía en mi estómago. —Pensaba en un sueño que tuve.
—Háblame del sueño.
Escuché algo por el altavoz al fondo; su nombre fue llamado. —¿No
tienes que irte?
—¿Estaba tocándote… en el sueño?
Me costaba respirar. —Sí —susurré.
Lo oí siendo llamado por el altavoz de nuevo. —Bebé, me tengo que ir.
—Escuché una sonrisa en su voz—. Te veré en unos días.
—De acuerdo. —Presioné finalizar y puse la cabeza hacia atrás en el sofá
con la sonrisa más grande en mi cara.
La semana se deslizó y los días parecían largos. Esperaba con interés mi
llamada nocturna de Nate todos los días. Me di cuenta después de la
apasionante llamada telefónica de que trataba de mantener nuestras
conversaciones ligeras. Le dije que quería tomar las cosas con calma, que no
había hecho eso con Jake. Parte de mi sentía como que necesitaba espacio para
crecer. Había estado en un punto muerto emocional durante cinco años sin
siquiera un pensamiento introspectivo. Permanecí por muchos años en el
interior de mi mente entumecida. Hizo que enamorarme de Nate se sintiera
como un nervio expuesto golpeando el aire. Quería recordar quién era y lo que
quería ser cuando pensaba que tenía un futuro.
El viernes, Trish llegó a mi cabaña con una cesta de productos. Cuando
abrí la puerta, la sostuvo con una sonrisa. Tomé la cesta de sus manos mientras
caminaba junto a mí en la sala.
—Mi hermana y yo solíamos ayudarnos la una a la otra a estar listas
antes de nuestras citas. —Miró por encima del hombro y sonrió—. Bueno, ¿me
vas a mostrar lo que te vas a poner esta noche?
—Nate dijo que quiere llevarme de compras.
—Bueno, ¿no es dulce? Pero no quieres verte de esa manera cuando
aparezca, incluso si planea comprarte el mundo.
Miré mi camisa y mis vaqueros. —No, solo voy a ponerme ese vestido
con flores rojas. —Miré la cesta. Se encontraba llena de lociones, perfumes,
cintas para el cabello y algunas flores que debió haber recogido en el camino.
—De acuerdo. ¿Por qué no vas a asearte y yo te peinaré cuando
termines? —Me guiñó un ojo.
—Gracias, Trish.
—El placer es mío, cariño.
Se sentó en la mesa de la cocina a tejer mientras yo tomaba una ducha.
Cuando salí, había hecho aparecer una copa de vino y encendido algo de
música.
—Vamos a divertirnos con esto. —Me trenzó el cabello, torciendo una
cinta roja a través de él. Era un poco demasiado “reina del rodeo”, pero
apreciaba su esfuerzo. Bailamos alrededor de la cabaña y cantamos con la
música. Cuando sonaron golpes en la puerta, ambas nos congelamos. Me miró
de arriba a abajo. Me puse mis bonitas botas marrones y el vestido blanco con
flores marrones que Nate me había pedido. La expresión de Trish era cálida, y
sus ojos se humedecieron—. Disfruta, cariño. Te lo mereces.
—Gracias, Trish. —Y lo decía en serio.
Le abrí la puerta a Nate, que vestía sus zapatillas habituales y vaqueros
que colgaban perfectamente de sus estrechas caderas. Llevaba un sencillo suéter
de cuello V gris carbón sobre una camiseta blanca. Parecía haberse colocado un
poco de producto en el cabello y no estaba totalmente afeitado. Su cara tenía un
rastrojo de uno o dos días. Sus ojos se abrieron de par en par cuando abrí la
puerta. Bajó la mirada hacia mis piernas y luego volvió a mirarme a los ojos
rápidamente.
De su espalda sacó un único tallo de lirio. —Estas me recuerdan a ti —
dijo, con timidez. Miró detrás de mí a Trish mientras recogía sus cosas.
—Hola, tía Trish.
Ella se acercó y le dio un beso en la mejilla. —Nathanial, eres tan guapo
como tu tío. —Bajó los escalones y se fue antes de que él pudiera responder.
Reí, pero su rostro permaneció serio.
—Eres impresionante, ¿lo sabes? —dijo.
Negué con la cabeza, poniendo la flor en mi nariz. —Mmm, déjame
poner esto en agua y luego nos vamos.
Me llevó a una tienda en Great Falls, y cuando nos detuvimos en el
estacionamiento me volví hacia él, sintiendo un poco de nervios.
—Realmente no necesitas comprarme nada. Me siento tonta.
—Me encanta lo que estás vistiendo, pero pensé que quizás podría
escogerte algo para que uses en nuestra próxima cita. —Sonrió, arqueando las
cejas de manera juguetona.
—¿Próxima cita? Está bien.
Cuando entramos en la tienda me di cuenta de que Nate llamó con
antelación y les pidió que abrieran una hora más tarde de lo habitual. Podía ser
muy persuasivo y encantador. También encargó a la joven que trabajaba allí
que eligiera un montón de cosas para que me las probara. Me puse varios
vestidos y, para cada uno de ellos, salí y di vueltas para Nate mientras se
sentaba en una silla junto al probador. Cada vez decía—: Hermoso, vamos a
llevarlo.
—Este es el último. —Salí, sosteniéndolo cerca de mi cuerpo porque era
incapaz de subir la cremallera a mi espalda.
Nate se levantó inmediatamente. —Déjame hacer eso por ti. —De pie
detrás de mí, apartó mi cabello trenzado por encima de mi hombro. Mientras
subía la cremallera del vestido, podía sentir su aliento en mi cuello. Me besó en
el hombro—. Este es mi favorito —dijo.
Miré en el espejo al vestido rojo oscuro a la altura de la rodilla. Tenía una
romántica falda ondeante.
—Me gusta también.
Bajó la cremallera y me empujó suavemente de regreso al vestuario, me
siguió y cerró la puerta. Me empujó contra la pared con espejo y me besó hasta
que estuve sin aliento.
Me separé, jadeando. —Se van a preguntar qué estamos haciendo aquí —
dije.
—No podría importarme menos.
Deslizó una correa de mi hombro y todo el vestido cayó al suelo,
dejándome acalorada y enrojecida en mi ropa interior de encaje negro.
—¡Nate! —lo regañé.
Se inclinó y me besó de nuevo, esta vez más lento y delicado. —No
puedo alejar mis manos de ti —dijo—. Me quedaría aquí toda la noche si
pudiera.
Había algo en su súplica y su voz que me recordó a mi sueño. El calor se
precipitó a través de mi cuerpo y pude sentirlo en él también.
—Pensé que íbamos a tomar las cosas con calma.
Se echó hacia atrás y entrecerró los ojos antes de finalmente soltar una
pequeña sonrisa.
—Es muy duro cuando estoy contigo. —Me besó cerca de mi oído—.
Vístete y vamos a ir a comer.
A los pocos minutos, estábamos de regreso en la carretera en la
camioneta roja de Nate, dirigiéndonos a la ciudad. Llegamos a un pintoresco
restaurante italiano, de elección de Nate. Una vez dentro, sostuvo la silla para
mí y luego ordenó una botella de cabernet. Después de que el camarero se
fuera, dijo—: Espero que esté bien para ti. Me doy cuenta de que no te pregunté.
—Es perfecto.
—Bien.
Me incliné hacia delante y junté las manos. —Gracias por los vestidos.
—De nada, pero creo que disfruté las compras más que tú. —Sonrió y
dejó caer su mirada hacia mi boca.
—¿Crees que hay más en esto de lo que estamos sintiendo? —pregunté.
—¿Qué quieres decir?
—Quiero decir, sé que ha sido un largo tiempo para los dos y me
pregunto…
Dejé que mi voz se apagara.
—¿Qué? ¿Te preguntas si esto es sobre sexo?
Me sonrojé al instante. —Bueno, sí, supongo que me estoy preguntando
eso.
—Ava, ¿crees que dejaría mi trabajo y me mudaría a Montana por sexo?
Los dos nos reímos y el ambiente fue más ligero al instante. —Háblame
de tu familia —dije.
Nate y yo pasamos cuatro horas hablando durante la cena de esa noche.
Me dijo todo sobre su vida, creciendo en Los Ángeles, viendo a su padre
alcanzar la cima de su profesión. Habló solo palabras positivas sobre su padre,
y yo pensé que su descripción sonaba muy parecida a Dale. Todos los hombres
Meyers tenían una tranquila fuerza, inteligencia, y confianza en ellos. Nunca
fueron jactanciosos o machistas, lo que era refrescante, después de haber
pasado tanto tiempo con hombres que sí lo eran. Al mismo tiempo, Nate a
menudo parecía muy en control de las cosas, sobre todo cuando yo era tímida,
lo que también me gustaba.
Cuando empujé el último pedazo de pescado alrededor de mi plato, él lo
agarró con el tenedor y lo acercó a mis labios.
—Abre. —Sus ojos se centraron en mi boca mientras tomaba el bocado.
Para el postre, compartimos un tiramisú. Comí la mayor parte del pastel
del tenedor de Nate. Había largas pausas en nuestra conversación, pero el
silencio no era incómodo. Le hablé de mi vida en California y mis padres y
hermano. Se sorprendió al saber que mi hermano tenía un certificado de
graduación, mientras yo ni siquiera había terminado la escuela secundaria. Se
preguntó si todavía quería y le dije que no, lo que no lo sorprendió del todo.
Siguió con la conversación, preguntándome sobre mi futuro y si quería tener
una familia. Le dije que no había pensado en ello desde Jake. Se inclinó sobre la
mesa, tomó mi mano en la suya, y sonrió amablemente.
—Tienes mucho tiempo para decidir eso —dijo.
—¿Sí?
—Sí.
—¿Quieres una familia?
Sonrió. —Sí, creo que sí.
Esa noche, Nate me llevó de vuelta a mi cabaña, me acompañó hasta la
puerta, y me besó por un largo tiempo. Nunca pidió más; solo fue suficiente
para transmitirme que sus sentimientos eran fuertes. Tuve un breve impulso de
tirar de él al interior, pero rápidamente lo superé cuando dijo que volvería al
día siguiente.
—¿Quieres ver mi lugar?
—Sí. Puedo cocinar allí si deseas —dije, siempre sintiendo la necesidad
de ofrecer algo más.
Cambió su peso a los talones, metió las manos en los bolsillos y se
balanceó hacia atrás y adelante.
—¿Qué si yo cocino para ti?
—Está bien.
Estuvo en mi cabaña a las cinco de la tarde del día siguiente. Los dos nos
hallábamos vestidos más informales que la noche anterior. Él llevaba unos
vaqueros y una andrajosa camiseta, que creo que fue hecha intencionalmente
para verse desgastada. Elegí vaqueros y un suéter, con mi cabello suelto en
suaves ondas sobre mis hombros. En lugar de flores, tenía una botella de vino.
—Trish me dio esto. Dijo que es tu favorito —dijo con una risa.
Tomé la botella de su mano. —¿Se refería a que me emborracharas?
Se encogió de hombros y luego metió sus manos en los bolsillos de sus
pantalones vaqueros, algo que hacía cuando se sentía nervioso.
—Le pregunté lo que te gusta.
—¿Así que tú fuiste el de las intenciones menos-que-honorables?
Sonriendo infantilmente, dijo—: Nunca.
—Bueno, Nate Meyers, ciertamente has tenido tus oportunidades, si esos
eran tus planes.
Se me quedó mirando fijamente durante un par de latidos. Cerré la
puerta detrás de nosotros, la bloqueé y me giré hacia él. Sujetó la parte trasera
de mi cuello y me besó, tirando de mi labio inferior en su boca. Empujé mis
caderas contra él y gruñó profundamente en su garganta.
—El querer no ha desaparecido —dijo finalmente—. Pero estoy tratando
de ser respetuoso. Me lo estás poniendo difícil.
—También lo siento —murmuré.
Nate se hallaba en control, pero muy inocente en sus reacciones a mí. No
tenía duda alguna de que tenía experiencia en el dormitorio, pero no tenía
experiencia con la intimidad. Yo tenía un fuerte deseo de mostrarle cuán
hermosas podrían ser las cosas cuando dos personas se sentían cómodas la una
con la otra; lo suficientemente cómodas para realmente dejarse ir.
Me llevó hacia su camioneta y abrió la puerta para mí. Manejamos por
caminos rurales oscuros, teniendo una conversación ligera. El deseo y la
atracción que sentíamos el uno hacia el otro era palpable. Incluso las pequeñas
miradas se encontraban llenas de sexualidad, llevando promesas sin palabras
por la noche.
Exploré el interior de la pequeña casa que Nate alquilaba. Tenía muy
pocos muebles, solo las necesidades básicas.
—¿Dónde están todas tus cosas?
—Esto es todo.
—Hmm. Tal vez podamos hacer algo al respecto. ¿Cuándo es tu próximo
día libre?
—Tengo libre mañana —dijo mientras me seguía por el corto pasillo
hasta su dormitorio. Su cama estaba bien arreglada con un edredón de aspecto
caro y esponjosas almohadas de gran tamaño. El sol se había puesto, pero el
cielo todavía tenía luz suficiente para llenar la habitación. Había una cálida
brisa emanado desde las persianas abiertas. El aire tenía el olor de las flores
silvestres y sicomoro. A través de la ventana pude ver pasto abierto y un
pequeño corral detrás de la casa. La habitación, aunque desnuda, era muy
atractiva. La cama me llamaba, aunque solo fuera para una siesta, pero sabía
que había mejores usos para ella.
Noté un libro apoyado en la mesa de noche de Nate. No reconocí el
título, pero me di cuenta de que era de ciencia ficción.
—¿Así que sí lees por placer?
Se detuvo en la puerta abierta, apoyándose contra el marco con las
manos en los bolsillos. Se hallaba bien afeitado pero su pelo estaba revuelto de
manera sexy.
—Me ayuda a dormir.
—Esta es una habitación muy bonita. Si quieres, puedo ayudarte a llenar
el lugar el día de mañana. Así se sentirá más como un hogar.
—Las cosas no hacen que un lugar se sienta como un hogar. La gente sí.
—Caminó hacia mí. Me moví hacia atrás, a la cama—. ¿No te parece?
Asentí. Nos encontrábamos a pocos centímetros de distancia. Cuando
miré hacia abajo con timidez, utilizó su dedo índice para levantar mi cabeza,
con lo que mi mirada se encontró con la suya. Mis manos parecieron moverse
por propia voluntad hacia su cabello. Mientras corría mis dedos a través de él,
mantuve los ojos fijos en los suyos. Me estudió. Su expresión era cálida, como si
me estuviera adorando.
—No sabes lo hermosa que eres, ¿verdad?
La pregunta no se encontraba destinada a ser contestada. Sus hábiles
manos encontraron su camino a los botones superiores de mi suéter. Mi pecho
se levantó y cayó estrepitosamente, pero me obligué a ser valiente. Después de
todo, básicamente me había despojado de toda mi ropa para él en dos
ocasiones, por no hablar de que le rogué que me tomara mientras me hallaba
borracha. Esta noche, sin embargo, en su habitación, había una sensación de
que lo que estábamos haciendo sostenía una promesa mucho más grande que
antes, porque nuestras intenciones eran reales, honestas y sobrias.
—¿Estás tan nervioso como yo? —susurré.
—Sí —dijo.
—No parece.
Inclinó la cabeza y me besó, dejando que su lengua se burlara de la mía
durante un momento.
—Tengo las manos firmes —dijo cerca de mi oído. Y era cierto. Sentía
manos de médico, precisas, cálidas, y deliberadas, moviéndose por mi espalda.
Trazó un dedo índice por mi espalda hasta la parte superior de mis vaqueros
mientras sus besos se hacían más urgentes. Cuando presionamos nuestros
cuerpos, pude sentirlo duro contra mí. Me aparté, me senté en la cama y miré
mis manos.
Se quedó quieto sobre mí y cuando finalmente levanté la vista, vi que sus
ojos buscaban los míos por respuestas. —¿Estás bien, Ava? —Sus ojos verdes
eran todavía brillantes en la luz mortecina. Lo quería y sabía que él me quería,
pero quería lo que había sentido antes: la alegría antes de que las cosas se
hicieran más serias y llenas de significado.
Pasaron unos incómodos momentos y luego me eché a reír. Él esbozó
una sonrisa.
—Pensé que te sentías molesta. Caray. ¿Por qué en el mundo te estás
riendo?
—Pensaba en lo adorable que eras cuando estábamos en las aguas
termales y yo inventé esa historia ridícula.
Me di cuenta de que mi cambio de humor repentino lo confundió, pero
trató de recuperarse.
—¿Es eso lo que pensabas hace un momento cuando te besé?
Se sentó a mi lado en la cama y tomé su mano en la mía. —Bueno,
pensaba en cuánta diversión tengo contigo alrededor y cómo las cosas han sido
tan serias desde que volviste.
Como si pudiera leer mi mente y saber a dónde iba la conversación, se
levantó y me llevó a la cocina.
—Vamos, Ava, quiero alimentarte.
Nos sirvió generosas copas de vino, y en menos de media hora ya
bromeábamos de forma divertida y desenfadada, moviéndonos por la cocina
casualmente mientras preparaba la cena, calentando los platos que había hecho
con antelación. Puso música que yo no conocía pero que me encantó. La verdad
es que solo escuchaba música country porque era lo que le gustaba a Jake. —
¿Quién es?
—Es Ray LaMontagne.
—Me gusta.
—A mí también. ¡Ta-da! —Me tendió un plato de lasaña sobre el
mostrador. Lo tomé y me senté en el bar del desayuno.
—Dime lo que piensas.
Tomé un bocado. —Es muy bueno, Nate. —Levanté una ceja—. Tiene un
sabor muy similar a la lasaña de Bea.
Sonrió. —Bueno, ella se ofreció.
—Dijiste que me ibas a hacer la cena, tramposo.
Sonrió mientras se sentaba a mi lado en el bar con su propio plato. —
¿Cómo está el vino?
—Excelente.
—El vino es bueno, la comida es buena, y la música es buena. ¿Qué falta?
—¿El postre? —ofrecí.
—¿Chocolate? —Tomó un sorbo de vino, mirándome por encima del
vidrio con picardía mientras yo negaba con la cabeza muy lentamente.
Inclinándose hacia mí, susurró—: Déjame tener tu boca, Ava.
Me incliné y dejé que me besara. Me atrajo más cerca, casi fuera de mi
asiento, y eso fue todo, todo lo que necesitó.
Todas las apuestas estaban fuera. Finalmente me rendí.
Se agachó y me levantó de la silla y luego me llevó por el pasillo, sus
labios nunca dejando los míos.
Murmullo
Traducido por Val_17
Corregido por Jasiel Odair

Emitió pequeños gemidos dentro de mi boca mientras yo avanzaba por


el pasillo, besándola con fuerza al tiempo que la llevaba hacia mi dormitorio. En
lugar de tantear los botones de su suéter, lo levanté desde abajo y se lo saqué
por la cabeza, y luego la aparté de mí para poder mirarla. Había un pequeño
lazo rosa en el centro de su sujetador de encaje. Besé el oleaje de cada pecho.
Olía como siempre, dulce pero floral. Introduje la mano en la copa del sujetador
y jugué con el pezón antes de sacar el pecho por encima de la tela. Su
respiración se aceleró y se agitó.
—Te deseo —dije cerca de su oído, luego la levanté. Envolvió sus piernas
alrededor de mi cintura cuando la apreté contra la pared. Mi boca se acercó a su
pecho y sus manos encontraron mi pelo.
Dejó caer la cabeza hacia atrás y cerró los ojos. —Oh, Dios, Nate. Vamos
a tu habitación —susurró entre respiraciones pesadas. La llevé a mi cama
mientras besaba mi camino hasta su cuello. Bajándola, alcancé el botón de sus
pantalones.
—Espera, tú primero.
—Está bien —dije rápidamente antes de quitarme toda mi ropa en cinco
segundos—. Tu turno. —Sonreí. Se quedó quieta, mirándome. La luz del pasillo
llenaba la habitación lo suficiente para que pudiéramos vernos el uno al otro.
Movió su mano sobre mi pecho y hasta las hendiduras en la parte baja de mi
abdomen, donde dejó que sus dedos tocaran, trazando y recorriendo. Me miró,
sonrió y dijo con voz aturdida—: Esto es lindo. —Y entonces bajó más y se
apoderó de mí.
—Creo que me tienes en desventaja, señorita —dije.
—¿Ah, sí? —dijo, bromeando—. Entonces, ¿qué te gustaría que haga?
—Quítate la ropa… ahora.
Arqueó las cejas.
—Por favor —supliqué.
Durante al menos diez segundos, se quedó perfectamente inmóvil. Me
soltó y dejó caer las manos a sus costados. Finalmente rompí el silencio y
hablé—: Si crees que hay alguna posibilidad de que no quieras seguir con esto,
dímelo ahora, Ava, por favor. Te deseo tan jodidamente mal que no creo que
vaya a ser capaz de detenerme. ¿Quieres que me detenga ahora?
Negó con la cabeza ligeramente. —No. Nunca.
Con eso, alcancé su espalda y con un fácil golpecito su sujetador se soltó.
Ella lo arrojó a un lado. Caí de rodillas, desabroché el botón de sus pantalones,
y los bajé, besando su estómago y muslos. Tiré de sus bragas negras de encaje
hasta los tobillos y la ayudé a sacárselas. Las arrugué en una bola y las arrojé
por la ventana abierta.
Jadeó. —¡Nate!
Ambos estábamos desnudos y riendo. —Nunca las vas a recuperar.
Probablemente algún animal haya huido con ellas por ahora. —Se rio—. Me
encanta ese sonido —dije y luego mi boca se encontraba sobre la suya mientras
movía mi mano más abajo.
—Oh, Dios —dijo.
—No, solo Nate.
Se rio de nuevo, pero entonces el calor de nuestros cuerpos finalmente
nos consumió. La puse sobre la cama y besé mi camino por su cuerpo hasta que
me cernía sobre ella. Me tomó en su mano y me tiró hacia abajo mientras sus
caderas se alzaban de la cama hacia mi cuerpo, tratando de persuadirme a
entrar en ella.
—Uh-uh, todavía no. —Me acarició más duro mientras besaba, chupaba
y mordisqueaba su mandíbula. Mordí su cuello ligeramente y gruñí cerca de su
oído, luego aparté su mano y sujeté sus muñecas por encima de la cabeza. Con
la otra mano tracé la curva de su cadera y encontré mi camino más abajo. Estaba
húmeda y sensible. Cuando moví mis dedos en su interior se curvó contra mi
mano, queriéndolo más profundo.
Le di la vuelta para que quedara encima y se sentó, las manos apretadas
contra mi pecho. —No así —susurró.
—Sí. Quiero verte. —El pelo colgaba sobre sus hombros, cubriendo sus
pechos. Empujé sus largos rizos hacia atrás para poder ver todo de ella. La débil
luz brillando por encima iluminaba su piel, dándole un aspecto liso y suave.
Permaneció muy quieta mientras movía mis manos por su cuerpo—. Eres la
mujer más hermosa que he visto jamás. —Mi voz era tensa.
Negó con la cabeza ligeramente y apartó la mirada. Agarré sus caderas y
la levanté lo suficiente para que me guiara en su interior. Bajó lentamente,
haciendo el sonido más dulce. Su cuerpo ajustado a mí alrededor.
—Ahh, Nate.
Mi nombre en sus labios sonaba como música. Sus movimientos eran
lentos pero deliberados. Me sentí envuelto por ella. Me perdí en ella.
Hoja en blanco
Traducido por evanescita & Fany Keaton
Corregido por Itxi

Moviéndome encima de Nate, dejé todas mis inseguridades de lado y me


permití sentirlo todo. Me dijo que era hermosa infinidad de veces. Parecía
encantado por mí, y yo por él. Como olas de emoción estrellándose sobre mí,
me senté, arqueé mi espalda y dejé caer mi cabeza. Nate se apoderó de mis
caderas, empujándose a sí mismo, más profundo. Justo cuando pensaba que
todo iba a romperse en pequeñas partículas de éxtasis, me dio la vuelta
rápidamente sin romper nuestra conexión, y empujó dos veces más, mucho más
duro de lo que habíamos estado haciendo antes. Me esforcé para estar más
cerca y luego un segundo más tarde, gritaba fuertemente. Nate se tensó cuando
unos temblores silenciosos lo sacudieron. Se estremeció, sintiendo su propia
liberación. Mi cuerpo palpitaba y se apretaba por todas partes a su alrededor.
Podía oír la sangre corriendo en mis oídos y mi visión llena de luz.
El siguiente momento que estuve consciente, tuvo que ser unos minutos
más tarde. Nate se hallaba a mi lado, sosteniéndome mientras yacía en mi
espalda. Su cuerpo se encontraba más abajo y su boca cerca de mi pecho, con la
cara apoyada sobre su propio brazo extendido por encima de él. Teníamos un
brillo de sudor frío cubriendo nuestros cuerpos, pero no sentía frío. Me
mantenía caliente desde adentro hacia afuera, estaba cómoda y saciada.
Había algo vulnerable en la forma en que me sostuvo mientras dormía
aquella noche. Su posición, por debajo de mí y abrazándome como un don
preciado, era tan reconfortante.
Algún tiempo después, se movió. Me desperté y lo miré. —¿Por qué no
duermes, bebé? —dijo, en voz baja y tranquilizadora.
—No sabía si ibas a llevarme a casa.
Se incorporó rápidamente y encendió una pequeña luz en la mesita de
noche. —Llevarte a casa, ¿para qué? —Sus ojos se encontraban bien abiertos
ahora.
—No sabía si querías que me quedara. —Tiré de las mantas hasta mi
cuello y lo miré atentamente. Miró el reloj, que ponía la 1:10 am, y me volvió a
mirar con una sonrisa torcida.
Tiró de las mantas, exponiéndome. Sin vacilar, se deslizó hacia mí y me
llevó con fuerza a su pecho. Su mano acarició mi espalda. —¿Te quedarás
conmigo, Avelina? No quiero nada más.
—Sí. —De alguna manera, un par de frases hacía que te sintieras bien.
—Duerme, hermosa.
Por la mañana me escabullí de la cama y de puntillas fui al baño a
cepillarme los dientes. Miré sus cosas. Las tenía muy organizadas y ordenadas.
Su cepillo de dientes se hallaba en un estante de metal. Lo cogí y abrí el cajón
debajo del fregadero buscando la pasta de dientes. En el momento en que
levanté la vista, sentí sus manos en mis caderas desnudas. Me miró por el
espejo mientras succioné el aliento a través de mis dientes. Los dos estábamos
completamente desnudos en la brillante luz mientras se presionaba detrás de
mí.
—¿Buscas algo?
—Pa-pasta de dientes —dije.
Abrió el cajón de la derecha y me entregó el tubo. Lo miré en el espejo
con curiosidad, esperando que me diera un momento privado. Oh. Te daré un
momento, me dijo con su mirada. Cuando se dio la vuelta, no pude dejar de
mirar su perfecto trasero; los músculos angulares de su espalda, estrecha y
fuerte. Se volteó rápidamente, casi como si hubiera oído mis pensamientos.
Posó sus manos en mis caderas de nuevo. Me quedé muy erguida. Se inclinó y
me besó en el hombro, deslizando sus manos por mis costados hasta la copa de
mis senos. Tirándome con fuerza contra su cuerpo, me dijo cerca de la oreja—:
No puedo tener suficiente de ti.
Contuve la respiración, cerrando mis ojos y un momento después, sentí
su ausencia dándome el momento prometido.
Encontré una de sus camisetas, la pasé sobre mi cabeza y me dirigí a la
cocina, donde me entregó una humeante taza de café.
—¿Cómo te sientes? —preguntó.
—Bien.
Cogió el café de mis manos y lo dejó en la encimera antes de sostener mis
caderas y levantarme sobre el mostrador. Se puso de pie entre mis piernas y
sonrió. —¿Bien? ¿Eso es todo?
—Me siento muy bien.
Pasó las manos por mis muslos desnudos hacia la parte inferior de la
camiseta. Avanzó unos centímetros hacia arriba muy lentamente, con la mirada
fija en el espacio entre mis piernas y sonriendo.
—Para ser un médico, pareces extrañamente fascinado por mi anatomía
—le dije.
—No tienes ni idea. —La camiseta se subió lo suficiente como para
exponerme a él. Miró hacia arriba, sin dejar de sonreír y arqueó las cejas.
Pasamos el resto de la mañana en la cama.
Por la tarde, fuimos a la ciudad en busca de algunas decoraciones y
mobiliario para su casa. Tenía gustos modestos, lo cual aprecié. En nuestro
camino de regreso desde la ciudad parecía nervioso por algo. Golpeó su pulgar
en el volante y me lanzó una mirada un par de veces.
—¿Qué pasa?
—Nada. —Negó.
—Dime.
Se detuvo frente a mi cabaña, aparcó el vehículo y dio la vuelta hacia mí.
—Quería saber si te quedarías conmigo otra vez.
—Demasiado para tomar las cosas con calma. ¿No tienes que trabajar
mañana?
—Sí, pero me gustas en mi cama. Puedes acompañarme.
Miré por la ventana a mi cabaña y no sentí nada. No escuché nada que
gritara en mi oído para decirle que no. La única duda que tenía era que no sabía
si estaba dispuesta a entregarme a alguien tan rápido y plenamente. ¿Siempre
cederé a la promesa de vida con un hombre solo porque no puedo encontrar la
felicidad por mi cuenta?
Cuando somos jóvenes, queremos tan mal conectarnos con otros que
terminamos reflejados, perdiéndonos a nosotros mismos en el proceso. O por lo
menos lo hice con Jake. Amo los caballos, amo el rodeo, pero también amaba la
ciudad. Y antes de conocer a Jake, lo hice bien en la escuela. Siendo bilingüe,
sentí que tenía habilidades que se desperdiciaron porque al momento en que
Jake entró en mi vida, su brillo silenció todo el color que tenía en mí. Su vida se
convirtió en mi vida. Todas sus ideas se convirtieron en mis ideas. ¿Realmente
sabía si quería ir a la universidad o no? Sabía lo que Jake quería para mí, y eso
fue todo. No quiero que eso suceda de nuevo. Quería averiguar quién era y que
quería ser.
—¿Quieres ir a dar un paseo en su lugar? —sugerí.
Se giró a apagar el motor de la camioneta. —Está bien.
Ensillamos a Shine y Elite. Nate tendría que montar a Elite porque Shine
estaba todavía un poco nerviosa de sus habilidades.
Cabalgamos hacia el pasto. —Estás montando el caballo que aplastó a
Jake.
—Lo sé, Red me dijo —respondió. Su tranquilidad me impactó.
—¿Lo sabías?
—¿Intentabas ponerme a mí, o a ti misma a prueba? —Su actitud era
seria. Cuando empezó a trotar con Elite, se volvió para mirarme. —¿Estás
enfrentando tus temores poniéndome en peligro? ¿Era ese tu plan? —Pateó con
fuerza y se fueron.
Mi corazón se aceleró. Me precipité junto a él y traté de alcanzar y
agarrar las riendas. —¡Oh, no, señorita! —Sonrió todo el tiempo. Tiró de Elite a
la derecha y se fue en otra dirección. Terminamos en la parte superior del
terraplén cerca de las aguas termales. Vi a Nate saltar del caballo con confianza
y atarla a un árbol.
Fui lo más rápido que pude, pero para el momento en que tenía a Shine
atada, ya se encontraba a mitad de camino por la colina hacia el manantial,
dejando un rastro de ropa en su estela. Desapareció detrás de una roca. Caminé
con cuidado por la colina hasta que de repente salió de un arbusto y me agarró,
tirando de mí hacia atrás para ocultarnos detrás de la rama de un árbol que
colgaba bajo. Llevaba sus boxers y nada más. Tiré de mi camiseta sobre mi
cabeza mientras él desabrochaba rápidamente mis vaqueros.
—Vamos a obtener roble venenoso en lugares extraños —le dije, sin
aliento.
—Es algo bueno que sea médico. —Tiró de mí hacia las aguas termales.
Al borde, donde el agua clara se juntaba con la roca, arremolinando su dedo
índice alrededor, apunto a mi sujetador y bragas—. Todo. Quítatelo todo.
—¿Qué pasa si alguien viene aquí?
—Tomaré mis precauciones. —Sus ojos estaban entrecerrados y
somnolientos de deseo.
Miré a mí alrededor; no había ninguna señal de nadie. —Tú primero.
Rápidamente se quitó la ropa interior y entró en las aguas termales,
mirándome todo el tiempo. Me quité el sujetador y bragas, y entré por una roca
que utilicé como un tipo escalera hacia el agua. Alcanzándome, puso sus manos
en mis caderas para guiarme. Perdí todo el sentido de la timidez y solo me
derretí en sus brazos al besar su cuello.
—Quiero hablar contigo —dijo.
—¿Hablar? ¿Ahora? Está bien.
—Lo qué pasó con Jake fue un terrible accidente. Eso no va a pasarme a
mí. No tienes que demostrarle constantemente a Dios o a ti misma que no
puede volver a suceder. Francamente, me asusta un poco que desees probar tu
teoría.
Me aparté de él y lo miré a los ojos. —No estoy probando la teoría.
—Siento que nos acercamos y luego te alejas.
—Tengo miedo, Nate.
—¿De qué tienes miedo?
—De no ser lo suficientemente buena.
Echó la cabeza hacia atrás y entrecerró los ojos. Había sorpresa, pero
también reconocimiento en su expresión. Asintió con la cabeza y luego frunció
los labios como solía hacer cuando pensaba. Le pasé los dedos por el pelo,
mojándolo con el agua, y luego me incliné hacia él y lo besé muy dulcemente.
Exploré su boca, su mandíbula y su cuello con mi boca a la vez que él me
estrechaba contra su pecho. Nos quedamos en silencio mientras el sol se ponía
tras la colina. La naturaleza parecía estar en un silencio irreal, casi tanto que casi
me dormí en los brazos de Nate.
—Yo también —dijo finalmente.
—¿Qué?
—Tengo miedo de no ser lo suficientemente bueno.
Sonreí. —¿Acaso estamos teniendo una charla de corazón a corazón?
Se río.
—¿Qué es tan gracioso?
—Hablar del corazón es particularmente hilarante para un
cardiocirujano.
—¿Y por qué es eso?
—Bueno, tienes que pensar en ello, literalmente. Sangrante corazón,
doloroso corazón e insoportable corazón todo significan diferentes cosas para
mí.
Sonreí y me puse de pie sobre la roca con una mano en mi cadera. —¿Te
arranco el corazón?
—¡Exactamente! —Alcanzó mi brazo y me tiró hacia abajo con un
chapoteo—. Ven aquí, niña tonta.
Nate se quedó conmigo esa noche en la cabaña y no me quejé cuando me
despertó egoístamente por la mañana. —Dios, qué guapa estás —dijo mientras
se inclinaba para besar mi frente. La ducha corría y se puso de pie junto a la
cama en sus calzoncillos.
Me acurruqué en mi lado bajo las sábanas, desnuda. —¿Tienes que irte
pronto?
—Sí, después me ducharme. Hay personas muy enfermas que me
necesitan.
Entrecerré los ojos, haciendo un puchero. —Bueno.
—Hmm —dijo, cruzando los brazos sobre su pecho. Dio un paso atrás y
ladeó la cabeza.
—¿Qué sucede?
—Te ves un poco sonrojada. Antes de ir con los demás pacientes, tal vez
debería examinarte.
Batí mis pestañas. —Bueno, doctor Meyers, me siento un poco débil.
¿Qué cree que podría ser? —Abrí las mantas, revelándome.
Se sentó en la cama y pasó su mano por el lado de mi cadera. La luz de la
mañana emitía un tono azulado en la habitación, casi haciendo que la ventana y
las cortinas se vieran como piezas de una fotografía de antaño.
Su expresión me hizo pensar que realmente me examinaba. Sus ojos se
estrecharon inquisitivamente. Pasó su mano grande, suave contra mi vientre y
entre mis senos antes de descansar sobre mi corazón.
Esperé, tratando de evaluar su expresión. Finalmente, sus ojos se
elevaron para encontrarse con los míos. Sonrió con adoración, besó la punta de
un pezón, luego se trasladó a mi boca. —Creo que sé exactamente lo que
necesita.
—¿Y qué es eso?
—Te lo mostraré, pero debemos hacerlo en la ducha primero. —Se puso
de pie rápidamente, y me llevó al baño.
Dentro de la ducha caí de rodillas y le demostré mi propia versión del
cuidado de la salud.
—Oh —dijo—. Está bien.
Después, me puse de pie para que pudiera tomarme en sus brazos. Su
pecho estaba todo agitado. Lo único que alcanzó a decir a través de su pesada
respiración fue—: Jesús.
Me reí ante la ironía. —Sip.

Antes de ir a casa de Nate esa noche, fui a la biblioteca e investigué cómo


obtener mi certificado de estudios. También me encontré buscando escuelas de
enfermería. Mi curiosidad me sorprendió.
A finales de la semana, llevé a Shine y a Tequila a casa de Nate, que tenía
un día libre. Montamos cerca del lago y tendimos una manta para hacer un
picnic en un campo cubierto de hierba cerca de un roble solitario. El sol era muy
intenso, pero la temperatura era más fresca que antes. El gran cielo sin nubes se
extendía por kilómetros. Nos tumbamos de espaldas, yo apoyada en el brazo de
Nate, mientras dejábamos que el aire puro invadiera nuestros sentidos. Había
tanta luz que tuvimos que cerrar los ojos para no quedarnos ciegos.
—¿Cómo estuvo ayer el trabajo? —pregunté.
—Bien. Le puse a un hombre un marcapasos. El resto del día pasó sin
incidentes. ¿Cómo estuvieron tus lecciones?
—Dejé las clases cuando Dancer murió —suspiré.
—Bueno, ¿las comenzarás cuando Shine se encuentre lista?
—Tal vez. O tal vez vaya a la escuela y obtenga mi certificado —dije,
tentativamente.
Se puso de lado para mirarme y apoyó cómodamente su mano en mi
cadera mientras apoyaba la otra bajo su cabeza. Había facilidad entre nosotros.
Me sentía segura con Nate.
Entrecerrando los ojos, con un lado de su hermosa boca levantada,
expresó—: Nena, creo que es una gran idea.
Me besó dulcemente, luego se echó hacia atrás y se quedó dormido. Lo
observé y me pregunté ociosamente en cómo era antes de conocernos. Dijo que
era un adicto al trabajo que no podía relajarse, pero aquí estaba conmigo, en la
yerba, en un campo en el centro de Montana, durmiendo con una sonrisa en su
rostro, luciendo más relajado que cualquiera que haya visto.
Cuando despertó, el sol caía y el viento se aligeró. A través de un
bostezo, dijo—: ¿Dormiste algo?
—No, solo soñé despierta. Fue un buen día.
Se dio la vuelta hacia mí y acarició con su rostro mi cuello. —¿Te gusta
estar aquí? —murmuró.
—Sí.
No había ningún alma a la vista, y mucho menos una casa o autos, solo el
sonido de una bandada de gansos sonando a la distancia y pequeños pájaros
piando de cerca. Cuando el sol se ocultó detrás de una distante montaña pensé
que escuché un sonido de algo zumbando. Nate cerró sus ojos, se inclinó hacia
adelante, y me besó de nuevo, aun siendo gentil. Fácilmente, desabrochó mis
vaqueros.
Me reí con ligereza. Me miró a los ojos, curioso y dijo—: ¿Qué?
—Nada, solo que eres bueno en eso.
—Tengo manos saludables —contestó antes de meter su mano dentro de
mis pantalones.
—Yo diría que sí.
—Ven acá, bebé. Quiero tocarte. —Me acercó para que así nuestros
cuerpos se encontraran casi al ras. La única cosa entre nosotros era su mano
dirigiéndose hacia el sur. Su dedo índice rozó mi punto sensible y me quedé sin
aliento.
Sus ojos se fijaron de nuevo en los míos. Sentí que mis propios párpados
se agitaban. Comenzó a hacer círculos deliberados en mi carne.
—Tócame.
—Lo estoy haciendo.
—Más —dije, desesperada.
De alguna manera, con la otra mano, desabrochó mi camisa. Tiró de mis
pechos por encima de mi sujetador, y en un segundo su boca se hallaba sobre
mí, su lengua girando alrededor de mi pezón. Agarré su cabeza contra mi
pecho y dejé que la mía cayera hacia atrás, permitiéndole tener todo de mí. Sus
dedos me penetraron y me sentí apretarme en torno a él.
—Quiero que me hagas el amor —me dijo al oído—. Te necesito, pero
hace frío aquí afuera. —Sus dedos seguían moviéndose rítmicamente en mí—.
Voy a hacer que te corras, y luego te llevaré a casa y voy a follarte.
Su pulgar rozó el lugar perfecto y gemí. —Ahh —entrecortada y
salvajemente antes de correrme por completo contra él.
Cuando recuperé el aliento, saqué rápidamente su mano de mis vaqueros
mientras me besaba a lo largo del pecho hasta el cuello. —¿Cómo suena eso? —
preguntó.
—Pensé que dijiste: hacer el amor.
—Eso es justo lo que hice. Ahora quiero follarte. Vamos, de pie.
Era verdad, eso era lo que Nate me podía hacer con sus manos: hacerme
el amor. Hay beneficios en salir con un cirujano. Pero tenía más curiosidad por
lo que había planeado. Enrolló la manta y me llevó hacia los caballos. Nos
montamos en nuestras sillas de montar y salimos camino a casa. Una vez
adentro, me empujó contra la pared y me besó con fuerza. Esta vez parecía
apurado.
—Olemos a caballo.
—No me importa —gruñó.
Me acercó al respaldo del sofá, me dio la vuelta, me inclinó y me bajó los
vaqueros. Me pasó la mano por la columna vertebral, con la camiseta aún
puesta, antes de deslizarse dentro de mí. Su cuerpo quedó lo más cerca posible
del mío. Con un brazo que me sujetaba por la cintura, me pasó una mano por el
pelo, con su aliento pesado contra mi hombro. Esta vez se mostró diferente,
desinhibido, gimiendo contra mi cuello, lo que le hizo parecer más vulnerable.
Los movimientos se volvieron feroces e intensos, hasta el punto de que quise
sollozar arrebatadoramente al acabar. Recuperó el aliento, me dio la vuelta y me
besó con tanta suavidad que al final lloré. Sabía que era capaz de sentir las
lágrimas en su rostro.
Dio un paso atrás y me analizó, sus parpados todavía pesados. —¿Por
qué lloras?
Sabía que él sabía por qué. Fue debido a la intensidad tan fuerte que no
pude evitarlo. Solo sonreí y sacudí la cabeza.
—Lo sé —dijo antes de inclinarse y besarme de nuevo.
En la ducha estuvimos tranquilos y amables el uno al otro, apreciando
cada momento y cada toque. Cada vez que miraba a Nate a los ojos,
simplemente me besaba. Me pregunté si estos momentos serían lo que
recordaríamos como momentos felices. Si eliminas los nacimientos, muertes,
bodas, logros, lamentaciones, y todo lo demás que hacen de un circo nuestra
vida, lo que queda, y que con mayor frecuencia se pasa por alto, son los
momentos en que dos cuerpos, hechos el uno para el otro, se unen y tienen
sentido dentro de toda esta tormenta de mierda misteriosa que llevamos por
vida.
Nos preguntamos por qué estamos aquí, ¿cuál es el sentido de todo esto?
¿Qué mantiene al planeta girando, torcido ligeramente sobre su eje, en algún
océano cósmico de la nada? ¿Quién se encuentra allí, sacudiendo nuestras
cadenas como si fuéramos marionetas? ¿Por qué primero tuve que pasar por
toda esta tragedia? ¿Era para que fuera única actuando cuando llegara el
momento para la felicidad? Cuando nada tenía sentido, y para mí hubieron
muchos años sin sentido, aprendí a simplificar mi análisis de la vida. En un
momento particular, aprendí a decir: estoy en la ducha con un caliente y desnudo
doctor que se encuentra frotando mi trasero; ¡supéralo!
Más tarde, en la cama, mi pierna enredada en la suya y mi cabeza
descansando en su pecho, levanté la mirada a sus ojos cerrados, aunque sonreía.
—¿Cómo se siente, doctor Meyers?
—Como si no quisiera levantarme de este lugar. Quedémonos así para
siempre.
—El para siempre es solo el ahora. Disfrutemos y no pensemos en el
mañana. —En el momento en que las palabras salieron de mi boca, finalmente
entendí lo que Jake quería decir las veces que lo dijo. Cerré mis ojos y me quedé
dormida y saciada.
Por la mañana, cuando Nate salió de la cama, se inclinó sobre mí y
sonrió, sus ojos todavía seguían medios cerrados con su sonrisa infantil y
encantadora. Su cabello rizado en todas las direcciones posibles. Me arrodillé,
aún desnuda, y apoyé mis codos en sus hombros, nuestros pechos desnudos
presionados. Arruiné más su cabello.
—Buenos días.
—Mmm, buenos días —dije.
—Cuando tu corazón está contra mi pecho, siento que estoy vivo.
Mi garganta dolía de la emoción. Por alguna razón, la manera en que lo
dijo lo hizo parecer como una cruda admisión, casi más pesada que un “te amo”.
—Yo también.
—Nunca te vayas —susurró.
¿Por qué lo haría?
Cambio de corazón
Traducido por Lauu LR
Corregido por Val_17

Es fácil acostumbrarse a llegar a casa con las luces encendidas, el olor de


la comida y una hermosa mujer semidesnuda en tu cocina. La mera presencia
de Ava le dio a la palabra casa un significado diferente en mi mente.
Después de llegar a casa un día, cerré la puerta con cuidado y eché un
vistazo por la esquina para verla vistiendo solo una de mis camisetas blancas
con cuello en «V». Con su piel impecable, y su cabello, levantado en un moño
desordenado con mechones sueltos saliendo por todas partes, era de algún
modo la cosa más sexy que había visto jamás.
La música sonaba suavemente, una canción que no reconocí, y una vela
ardía. Ava revolvió algo sobre la estufa. No se había dado cuenta que me
encontraba aquí, y lo aproveché al máximo, simplemente observándola
moverse. Sus gráciles pasos alrededor de la cocina la hacían parecer como si
flotara.
—Sé que estás ahí —dijo sin mirar sobre su hombro. Caminé hacia la
luz—. ¿Cuánto tiempo ibas a quedarte allí y observarme?
—Por todo el tiempo que pudiera. —Dejé mis llaves sobre el mostrador
mientras se ponía de puntillas para envolver sus brazos alrededor de mi cuello
y darme la bienvenida a casa. Deslicé mis manos por sus costados desnudos—.
Realmente no estás usando nada debajo de esto, ¿verdad?
—Acabo de salir de la ducha. No tuve tiempo —dijo, aferrándose a mis
hombros.
—Y gracias a Dios por eso.
Comimos, hablamos y tuvimos sexo en dos de las cinco habitaciones de
mi casa, incluyendo la cocina. Ni siquiera sé cómo terminamos allí, pero sabía
que mi casa se volvía el lugar más fantástico en el que estuve alguna vez.
Acostados en la cama esa noche, mientras mirábamos el techo, le dije—: ¿Sabías
que las personas que tienen sexo con más frecuencia viven más tiempo?
Adormilada, respondió—: ¿Más frecuentemente que qué?
—Más frecuentemente que otras personas, supongo.
—¿Cómo sabrían cuánto es “más” si las personas que no tienen sexo
están muertas?
—Eres una listilla, pero tienes un buen punto. Debe haber sido un
infierno de estudio.
—¿Crees que es un asunto de personas saludables teniendo más sexo o el
sexo haciéndote más saludable?
—Ambas, tal vez. Solo lo leí en algún lado —dije.
—¿Esa es tu forma de darme una charla sobre la salud del corazón?
—¿Estás haciendo una broma sobre el corazón, Avelina? Es difícil
decirlo7.
Comenzó a reír histéricamente. —Esa fue mala. Incluso tú tienes que
admitir que fue horrible.
—Tengo un gran sentido del humor. Lo que sucede es que pasé muchos
años cerca de frikis de la ciencia.
—Si te viera en la calle, nunca te tomaría por un doctor o un friki de la
ciencia.
—Bueno, soy ambos. ¿Qué pensarías de mí si me vieras en la calle?
—No lo sé… que eres un actor o un modelo.
—Detente.
—Hablo en serio. Tienes el buen aspecto de un modelo. ¿Qué pensarías
de mí si me vieras en la calle?
—Diosa. Eso es lo que pienso cuando te veo ahora. —Me di la vuelta
para mirarla. Había suficiente luz viniendo del pasillo para que pudiera ver su
expresión y sus magníficos labios gruesos curvarse en una sonrisa.

7Juego de palabras, él dice “It’s heart to tell”. Cambia la palabra hard (difícil) por heart
(corazón) que suenan parecidas.
—Eres encantador. No muy divertido, pero definitivamente encantador.
—Se inclinó y me besó, y minutos después estábamos dormidos.
Propósito intangible
Traducido por Snow Q
Corregido por Eli Hart

Fuimos a cenar un miércoles por la noche al mismo restaurante italiano


al que fuimos antes. Me gustaba la idea de que estuviéramos estableciendo
lugares favoritos en nuestra relación.
Justo cuando tomábamos nuestros primeros sorbos de vino, pero antes
de haber tenido la oportunidad de ordenar, escuchamos una conmoción al
fondo del comedor. Un hombre robusto colapsó en el piso, sosteniendo su
brazo izquierdo, Nate saltó inmediatamente de su asiento y se apresuró hacia el
hombre, que todavía se encontraba consciente.
—¡Llama a una ambulancia! —gritó Nate a uno de los meseros antes de
desplomarse en sus rodillas. Lo observé mientras revisaba los signos vitales del
hombre lo mejor que podía. Le ordenó que se recostara y un instante después el
hombre perdió la consciencia. Nate nunca me miró, solo permaneció
concentrado y en calma, comenzando inmediatamente la RCP. Una vez que
llegó la ambulancia ladró órdenes a los paramédicos. Trasladaron al hombre a
la camilla y hacia la ambulancia.
Nate se apresuró hacia mí y tomó mis manos en las suyas. —Lo siento
tanto, pero tengo que ir. Este hombre está muy enfermo.
—Lo entiendo.
—¿Puedes reunirte con nosotros en el hospital con mi camioneta?
—Sí, por supuesto.
Se inclinó y me dio un casto beso rápido en los labios y saltó a la parte
trasera de la ambulancia. Permanecí de pie ahí, y observé las luces rojas
desvanecerse en la distancia. Un escalofrío me recorrió. Cuando la multitud se
dispersó del restaurante, regresé adentro para pagar nuestra cuenta. La revisé
dos veces. La botella de vino que era lo único que ordenamos, costaba ochenta y
ocho dólares. Tenía exactamente noventa y siete dólares en mi monedero y a mi
nombre.
Coloqué todo el dinero que tenía en la bandeja y me fui. De camino al
hospital comencé a sentir lo extraño de la situación. Me sentía dolorosamente
ansiosa mientras conducía su camioneta hasta el hospital, sabiendo que tal vez
podría conocer a sus colegas.
Una vez allí, me enteré rápidamente de que habían trasladado al hombre
en un vuelo de emergencia al hospital de Nate en Missoula, que distaba cerca
de unas tres horas, y que Nate había ido con ellos. Volví a subir a la camioneta y
me dirigí a Missoula. A mitad de camino, finalmente llamó.
—Ava, lo siento tanto.
—Estoy conduciendo para allá.
—Oh.
Estuvo en silencio varios minutos, lo que me hizo sentir como una
completa idiota. —Creí que tal vez necesitarías tu camioneta.
—Eso es dulce de tu parte.
—Puedo regresar.
—No, está bien. Te veré cuando llegues aquí. —Sonaba distraído.
El medidor de la gasolina se encontraba casi vacío cuando aparqué en el
estacionamiento del hospital. Llamé a Nate de mi teléfono, pero no respondió.
Dejé un mensaje de voz y colgué, pensando que lo vería apresurarse hacia el
estacionamiento en un par de minutos. Fui a la entrada principal pero las
puertas estaban cerradas. Apoyé mi frente en los cristales bloqueados, con la
esperanza de que alguien me viera. Toqué con fuerza y esperé, volví a tocar y
esperé un poco más, pero no vino nadie. Volví a subir a su camioneta y me
envolví el jersey alrededor de las rodillas desnudas para mantener el calor.
Busqué entre mis contactos el número de Trish justo antes de que mi teléfono se
apagara. Hacía tanto frío en su vehículo que me empezaron a castañear los
dientes. Recordaba haber pasado ese frío una vez. Fue sobre una roca en un
valle con mi perro acurrucado a mi lado para mantenerme caliente mientras me
preguntaba si mi marido se estaba muriendo solo en una tienda de campaña en
medio de la nada.
Me maldije por haber sido tan estúpida como para conducir horas desde
mi casa sin dinero, pero no tenía otras opciones. Con la mirada fija en la entrada
principal, seguía esperando ver un alma solitaria a la que pudiera convencer de
que me abriera las puertas para poder llegar hasta Nate. Después de al menos
una hora, salí y decidí correr para mantenerme caliente. Corrí por una calle
oscura mientras temblaba, con los brazos apretados a mi alrededor. El hospital
brillaba desde donde yo me encontraba en la oscura calle.
Busqué una cabina telefónica para llamar a Trish o a Bea por recobro,
pero no encontré nada hasta que estuve de pie delante de la Iglesia San Francis
Xavier. Era inquietante y estaba oscuro, el campanario de piedra del edificio
proyectaba una larga e intimidante sombra que se tragaba la luz de la luna y me
dejaba envuelta en incluso más oscuridad. Traté de abrir la puerta de la iglesia,
esperando encontrar refugio, o tal vez un pastor que pudiera ayudarme a hacer
una llamada telefónica, pero se encontraba cerrada. Cuando la toqué, el eco que
recorrió el interior de la iglesia me aterrorizó.
Regresando al hospital, encontré la entrada de emergencia en el otro
lado. Deseé haberlo pensado antes; por supuesto, se hallaba abierta. Una vez
dentro, vi niños tosiendo, mujeres gimiendo, y un hombre durmiendo en dos
sillas gastadas con manchas en lo muebles de vinilo. Me acordé de que no me
gustaban los hospitales cuando Jake se reponía de su accidente, pero ahora
simplemente sentía compasión por todos los que me rodeaban. Me acerqué a la
ventanilla de recepción, donde me recibió con poco entusiasmo una mujer
joven, probablemente de mi edad, que llevaba una bata azul y unas gafas
redondas a lo Harry Potter. Llevaba el pelo recogido en una impecable coleta.
Miré por un momento mi reflejo borroso en el cristal. Temblaba y llevaba un
vestido que me caía por encima de las rodillas, y apenas podía distinguir las
manchas de rímel por el viento frío, que me había hecho lagrimear ferozmente.
—¿Puedo ayudarla?
—Estoy aquí para ver al doctor Meyers.
—¿Disculpe?
—Soy la novia del doctor Meyers.
Me miró sospechosamente y luego recogió el teléfono y dijo algo en un
tono silencioso. Cuando colgó el recibidor, se inclinó hacia el vidrio entre
nosotras y dijo—: El doctor Meyers está en cirugía en este momento. —Buscó
un trozo de papel y escribió el número de teléfono del hospital en él y me lo
entregó a través del pequeño hoyo—. Puede llamar de nuevo durante las horas
habituales de oficina y dejarle un mensaje a su secretaria si lo desea —me habló
como si fuera una niña o una persona loca.
—De acuerdo. —Tomé el trozo de papel y salí por las puertas deslizantes
de vidrio, mirando el papel en mi mano con incredulidad. ¿Lo llamó? Me
pregunté. ¿Le dijo que me dijera eso? De ninguna manera, pensé. Regresé a la
camioneta de Nate, todavía congelándome. La encendí y encendí la calefacción
y entonces lloré, el tipo patético de llanto como cuando te orinas los pantalones
en el preescolar y sientes una mezcla de vergüenza y arrepentimiento por
contenerte tanto tiempo. Entonces, cuando todos comienzan a reírse de tus
vaqueros húmedos, te enojas y quieres gritarles a todos ¡Jódanse! Después de
que los niños dejan de reírse, no quieres volver a verlos porque eres la única
niña de jardín de infancia que se ha orinado en la alfombra de los cuentos
mientras la señorita Alexander leía “El Árbol Generoso” por décima vez. Todos
los demás se encontraban sentados comiendo compota de manzana mientras tú
te movías inquieta, tratando de contenerte hasta el final de la historia cuando la
profesora preguntaba cuál era la moraleja, para que pudieras decir: “Se trata de
ser generoso con tus amigos”, aunque, más tarde en la vida, aprendes que la
historia se trata en realidad acerca de un bastardo egoísta que succionó la vida
de la única cosa que daba una mierda por él. Pero nunca tuviste tu momento de
brillar porque te orinaste en el tapete para cuentos, se rieron, y luego lloraste
lágrimas patéticas.
No que eso me haya sucedido…
Me arrepentí de seguirlo aquí y creer que se preocupaba por mí de la
misma forma que yo me preocupaba por él. Toqué la bocina y el contador de la
gasolina con ira, pero nadie me escuchaba. Observé cuando un helicóptero
aterrizó en el helipuerto del hospital y deseé por un breve momento que
aterrizara sobre mí. Ahí fue cuando llegaron las realmente patéticas lágrimas, las
de “siento lástima por mí”, y hubo bastantes, esa noche en la camioneta de
Nate. Aumenté la calefacción incluso más, hice que la cabina se pusiera caliente,
apagué el motor, y me desvanecí con los mocos en el rostro y en el suéter.
Desperté a la mañana siguiente con luz recibiéndome a través de la
ventana delantera. Retorciéndome, desesperadamente intenté limpiar los mocos
endurecidos de mi rostro con saliva y la parte posterior de mi manga, lo que
podría haber sido lo más bajo que me sentí en mucho tiempo. La dignidad huía
rápido de mí y no la estaba persiguiendo. La entrada al hospital se hallaba
abierta ahora. Atravesé las puertas de vidrio, pensado que el infierno no tiene
tal furia como la… bueno, ya conoces el dicho.
En el cuarto piso, encontré un grupo de médicos de pie en un círculo.
Nate entre la multitud. Caminé con paso decidido directo hacia él, le entregué
sus llaves, y dije—: El tanque de gasolina está vacío y no tenía dinero después
de pagar la botella de ochenta y ocho dólares del vino que ordenaste. Y, por
cierto, pasé la noche en el estacionamiento en tu camioneta congelándome el
trasero así que voy a casa ahora.
—Disculpen —les murmuró a los otros médicos antes de salir del
círculo—. Ava —llamó mientras me alejaba—. Ese hombre estaba en la lista de
trasplantes del hospital. Hoy le darán un corazón. Hay todo un equipo aquí. Mi
colega, Olivia, voló anoche para asistir a esto. Es un gran asunto… ¡Ava! —
gritó.
Me detuve y giré lentamente para enfrentarlo. Mi dignidad regresó y se
encontraba de pie en la esquina, exigiéndome que enderezara los hombros. Así
que lo hice. —Está bien —dije. Me sentía derrotada pero no quería que lo viera.
—Está bien, ¿qué?
—No tienes que explicarme nada. Acabo de pasar la noche en un
estacionamiento en tu camioneta y estoy cansada y no tengo dinero. ¿Puedes
prestarme un par de dólares para montarme en un autobús de regreso al
rancho?
Entornó los ojos. —Lo siento, no me di cuenta.
—¿Dónde creíste que estaba?
Sacó su billetera de su bolsillo trasero, pero se detuvo antes de abrirla y
negar con la cabeza. —¿Por qué no te quedas aquí un poco más y duermes
algo? Estoy seguro de que puedo encontrarte una cama.
—¿Dónde creíste que estaba? —repetí.
Nate parecía más exhausto de lo que me sentía. —Ava, lo siento mucho.
Me siento terrible por… por todo. No me di cuenta.
—Dijiste eso, pero quiero que respondas mi pregunta.
—Estuve despierto toda la noche en una cirugía. No pensé.
—¿En mí? —Me dolía sonreír, pero lo hice. Con amargura—. ¿No
pensaste en mí?
—¿Estamos discutiendo?
—No. —Negué con la cabeza con determinación—. No discutimos. No te
preocupes. Estás ocupado, lo entiendo. —Bajé la mirada a la billetera que
todavía tenía en las manos. Vio dónde tenía mis ojos y la abrió, sacando tres
billetes de cien dólares—. Esto es humillante —dije. Tragué y traté
desesperadamente de reprimir las lágrimas que inundaban mis ojos. Extendió la
mano para alejar el cabello de mi rostro, pero lo detuve y lo hice yo—. De algún
modo tomar tu dinero así, después de seguirte aquí, después de congelarme y
dormir en tu camioneta se siente más humillante que ser golpeada por mi
esposo.
Negó con la cabeza frenéticamente. —No digas eso.
—¿Ni una vez pensaste en mí después de que hablamos por teléfono?
—Tratábamos de estabilizar al hombre, Ava. Luego el corazón estuvo
disponible.
—En todo ese tiempo, después de todas estas horas, ¿no te preguntaste
donde me encontraba luego de que te dijera que vendría?
Sus ojos parecían vacíos y luego sacudió la cabeza lentamente de un lado
a otro. —No pensé en ti. Todo lo que podía pensar era en conseguirle al hombre
su corazón.
—Tal vez luego de darle el nuevo corazón, puedas conseguir uno para ti.
—Miré más allá de Nate, al grupo de médicos que todavía lo esperaban. La
mujer con feroz cabello rojo parecía molesta mientras permanecía de pie con las
manos en su cadera. Me miraba—. Probablemente piensan que soy tu caso de
caridad.
—No, no lo hacen.
—¿Por qué todavía estoy aquí hablándote?
—Déjame recompensártelo. ¿Qué tal el domingo? Estoy libre el domingo,
todo el día.
—No te preocupes por recompensármelo. —Mi voz se hizo más aguda—.
No me debes nada.
Fue increíble como en un minuto podía ir de imaginar alguna vida de
fantasía con Nate a sentirme completamente rechazada por él al siguiente. Ya
había dejado un trabajo por mí, no podía esperar que abandonara otro.
Dejé el edificio con rapidez y pude escucharlo corriendo detrás de mí. —
Por favor, escúchame. ¿A dónde irás ahora? ¿Cómo llegarás a la estación de
autobuses?
—Puedo caminar. Sé dónde está.
Caminé por una calle bordeada por arboles hacia una intercesión
principal. Cuando llegué al fondo para cruzar la calle, miré hacia atrás y vi a
Nate todavía siguiéndome. —Creo que es maravilloso lo que haces —le dije—.
Deberías estar orgulloso por salvar una vida. —Se encontraba al menos a quince
metros de distancia, pero ahora disminuía el paso, caminando hacia mí con
precaución. Tuve que gritar prácticamente por encima del ruido del tráfico—.
No somos iguales, tú y yo. Todos seguían diciéndolo, pero supongo que no lo
escuchábamos.
—No somos tan diferentes. —Caminó con los brazos extendidos hacia
mí—. Ven aquí, por favor, Ava. —Vestía el traje de cirugías y una bata de
hospital y yo un vestido corto y arrugado. Mi cabello grasoso medio atado atrás
y volando en un desorden. Debía parecer como si un médico tratara de atrapar
a una persona loca de regreso al manicomio.
Cuando el pequeño hombre verde apareció, indicándome que cruzara,
me arrojé a la calle inmediatamente. —Nos vemos por ahí, doctor Meyers —
grité sobre mi hombro. Nunca miré atrás.
Me subí a un autobús de regreso a Great Falls y llamé a Trish desde la
estación de autobuses para que me recogiera. Cuando llegó, sus ojos lucían
abatidos. Me subí, pero no miré su rostro por el resto del viaje. No podía
mirarla a la cara.
Finalmente dije—: Gracias por venir a recogerme.
—¿Qué sucedió, dulzura?
—Nada importante. —Era más o menos la verdad.
—Habla conmigo.
Me encogí. —Es un médico. Tiene un trabajo exigente. No es como era
con…
—No te atrevas a decir su nombre —me interrumpió.
—No va a funcionar conmigo y Nate. No vamos a hablar más de eso. No
puedo estar enojada con él por querer salvar una vida. Quise eso, también.
Simplemente no soy la adecuada para él. No soy lo suficientemente lista o tengo
la destreza. Hago cosas estúpidas. Merezco estar sola.
—Deja de pensar en eso ahora. No estás dándole una oportunidad. Creo
que podrías estar buscando una forma de salirte.
—Dije que ya no quiero hablar más de eso. ¿Crees que Red me prestará
dinero para ir a España?
Podía verla mirándome, pero no volteé a verla. —¿Extrañas a tu mamá?
—Sí.
—Dale y yo pagaremos para que vayas.
—No tienen que hacer eso —murmuré sobriamente.
—Estaríamos felices de hacerlo. Pero dime algo, Ava… ¿crees que
regresarás, o crees que huirás a España a esconderte ya que no puedes
esconderte ya aquí?
—No tengo que esconderme porque nadie me está buscando. Te lo dije
extraño a mi mamá y quiero verla.
—De acuerdo, cariño.
Mientras conducíamos de vuelta, miré por la ventana. Esta vez mis
observaciones simplificadas de mi propia vida no fueron tan agradables. Eres
Avelina McCrea. Tenías toda tu vida por delante: un marido guapo, un trabajo que te
gustaba y planes para el futuro. Ahora tu marido ha muerto. Te dejó atrás, y nadie más
te mira. Supéralo.

Para ese momento al día siguiente, estuve en el aeropuerto en la ciudad


de Nueva York. Mi hermano se reunió conmigo ahí durante mi escala. Me
ofreció dinero, pero me negué. Miré las fotos de sus niños, a quienes no había
visto desde que eran bebés. Abracé a Daniel por un largo rato y le prometí
permanecer en contacto con él. Mientras nos abrazábamos, me recordó que yo
no era responsable por la felicidad de nuestra madre, solo la mía propia, y
entonces se disculpó por no estar ahí para mí luego de que Jake muriera.
Lloramos en los brazos del otro. Al principio fue incómodo abrazarlo; un poco
de la vergüenza infantil todavía quedaba entre nosotros. Pero después de unos
minutos, sentía una triste familiaridad con su abrazo. Su voz sonaba como la de
mi padre, menos el acento pesado. Era alto para ser español, y mientras se hacía
mayor, podría ver que sus ademanes eran casi idénticos a los de mi padre.
—Comienzas a parecerte a mamá cuando era joven —dijo, haciendo eco
de mis pensamientos.
—¿Te asusta lo mucho que nos parecemos a ellos?
—No. Hay un parecido, Ava. —Rio—. Eres tan joven todavía. Sé que
enfrentaste lo peor de todo. Cuando papá se enfermó, ya estaba por mi cuenta y
tuviste que lidiar con mamá. Lo siento. De verdad, y lo siento por Jake también.
Quiero que sepas que eres mucho más fuerte de lo que mamá fue luego de que
papá muriera. Has hecho todo por tu cuenta. Aun así, puedo decir que no tienes
mucha fe en ti misma. Creo que eso es lo que está reteniéndote de tener fe en
otros y abrirte a ellos. Pero puedes cambiar eso. Incluso mamá lo hizo. Verás.
Tienes una larga vida por delante para descubrir quien quieres ser.
—Me pregunto qué tan diferentes serían las cosas ahora si hubiera
venido a vivir contigo en lugar de casarme con Jake.
—¿Recuerdas lo que papá solía decir?
Negué con la cabeza, buscando la respuesta.
Daniel rio. —Él diría, en su mal inglés, por supuesto: “Adelante siempre,
hacia atrás jamás.”
—Oh sí, lo recuerdo ahora. —Mis ojos se inundaron de nuevo—. ¿Por
qué no somos cercanos, Daniel?
—Nunca es demasiado tarde —dijo, antes de acompañarme a la línea de
seguridad.
Corazón perdido
Traducido por Ann Farrow
Corregido por florbarbero

Después de que Ava dejó hospital, me fui directamente a una cirugía


durante dieciséis horas. El trasplante de corazón no fue un éxito. El cuerpo del
hombre lo rechazó tan seriamente que no pudimos mantenerlo vivo. Salí de la
cirugía sintiéndome como una mierda porque perdí dos corazones ese día, por
no mencionar la culpa que sentía ante la idea de Ava tomando el autobús a casa
sola, tan dolida y molesta conmigo.
Le envié mensajes y la llamé un millón de veces en vano. Pasaron varios
días durante los que quedé atrapado en el hospital, durmiendo en las
habitaciones de guardia y sintiendo que las paredes se cerraban sobre mí. El
miércoles, el tío Dale me llamó por lástima.
—¿Hola?
—Hola, hijo.
—¿Dónde está? —le dije, con el cuerpo cansado y agotado.
—Se fue a España.
Me mordí el labio y sentí que mis ojos se aguaban. La frustración y la ira
enviaron una oleada de sangre a mi cabeza. —¿Por qué? ¿Por qué haría eso?
—Nate, tienes que darte cuenta de que Ava era muy joven cuando llegó
al rancho. Apenas tenía diecinueve años. Podría haber estado casada, pero aún
no había madurado, ¿sabes? Todavía no lo hace.
—Sí, supongo. —Mi voz era baja.
—Trish solía decir que Ava se congeló en el tiempo cuando Jake murió.
No habló con nadie durante años. En realidad, nadie sabe a dónde fue todo ese
tiempo. Se encontraba encerrada en su propia miseria o culpa. No creció
emocionalmente.
—¿Qué me estás diciendo?
—Las mujeres son complicadas.
—Soy consciente de ello.
—¿La amas?
—¿Qué significa eso?
—Significa que te preocupas por ella cuando está conduciendo dos horas
y media en la oscuridad.
Sentí un dolor punzante en el pecho. —Eso me carcome.
—Eso no quiere decir que la ames.
—No sé si puedo.
—¿Estás pidiendo mi consejo?
—No.
—Qué mal. Creo que eres capaz de amar y necesitas demostrárselo,
joder, Nate. Demuéstrale que estarás allí para ella. Eso es todo. ¿Crees que el
pretexto de tu trabajo es una especie de excusa para descuidar a las personas en
tu vida que se preocupan por ti? Pregúntale a tu papá qué hacer. Él hizo su
trabajo, y no recuerdo escuchar historias de tu madre durmiendo en la cabina
fría de una camioneta en un estacionamiento.
Tomé una respiración profunda por la nariz. Sintiéndome resignado,
simplemente dije—: Gracias, tío Dale. Lo pensaré.
Colgué el teléfono y marqué inmediatamente a mi padre y le pregunté
qué debía hacer. Su respuesta fue simple.
—Ve a España, imbécil.
—Vaya, papá. Gracias.
—Es como si todo te resultara fácil, Nate, excepto esto.
—Bueno, es un poco difícil para mí simplemente levantarme e irme.
—No tiene que serlo.
Esa noche volví a casa y el vacío de la misma me recordó que estaba solo.
El lugar era más frío, más oscuro, y me sentí raro allí, como si no perteneciera.
Pensé en el ambiente cálido que había creado Ava, y me pregunté cuánto
tiempo tardaría en dejar de extrañarla, en que su presencia dejara de resonar en
la casa vacía. Intenté leer un diario médico, pero solo podía pensar en cómo se
sentía atraer a Ava hacia mí mientras dormíamos, cómo su espalda encajaba
perfectamente contra mi pecho. Con mi cara apoyada en su pelo; entonces, me
sentía vivo, completo, sano y relajado. Ahora, solo, me sentía ansioso.
La llamé esa noche y le supliqué (prácticamente rogué) para que me
devolviera la llamada, pero no lo hizo. Me resigné al hecho de que pude haber
jodido todo con ella una vez más. Y esta vez quizás sería imposible arreglarlo.
En el trabajo al día siguiente, me encontré con Olivia en el pasillo
mientras se dirigía a tomar su vuelo de regreso a California. —¿Te vas?
—Tengo una hora. ¿Quieres tomar un café? ¿O tal vez encontrar una
habitación vacía de guardia? —dijo, completamente directa.
Me reí. Quizá Olivia tenía sentido del humor, pero solo disfrutaba
viendo a los hombres retorcerse. La provoqué. —Habitación de guardia.
—Púdrete. Hay un carrito de café en el vestíbulo. Vamos.
Sonreí y la seguí por el pasillo. Su andar era el mismo de siempre, casi a
una velocidad increíble. Volteó y me miró. —¿Tienen algo en contra de
Starbucks por aquí?
—No lo sé. ¿A quién le importa? —Escuché su risa, aunque no podía ver
su rostro. Caminaba tres pasos por delante de mí, como si el café fuera a
desaparecer.
Conseguimos nuestro café y nos sentamos en una pequeña mesa
redonda en el vestíbulo.
—Así que, ¿qué crees que pasó? ¿Además del hecho de que él rechazó el
corazón? —le pregunté entre sorbos.
—Bueno, claramente no estaba saludable. Tal vez ese corazón debió ser
para alguien que se estuviera cuidando mejor. Tienes que querer vivir, ya sabes.
—Su familia parecía devastada. —Parpadeó, sin expresión, y no
respondió. Sonreí—. Olivia, ¿perdiste algún tipo de chip de sensibilidad?
—No. —Negó con la cabeza—. Quiero a mis pacientes, solo que lo
demuestro de manera diferente. Además, hicimos todo lo que pudimos.
—A lo mejor solo estoy hecho pedazos por Ava.
—Lo sé.
—¿En serio?
—Al principio pensé que estabas siendo tonto. Después de esa noche en
Los Ángeles, cuando te fuiste, pensé que cometías un gran error. Pero luego,
cuando vino aquí y vi cómo la perseguías, entendí lo que querías… lo que era
más importante para ti en ese momento. Y entonces vi lo devastado que estabas
cuando volviste sin ella. La gente lo hace, Nate. Aprenden a equilibrar todo, y
tú también puedes hacerlo. Eso en realidad nunca ha sido lo mío. No quiero el
matrimonio y la familia. Me gusta leer libros y tirarme a los chicos de las
cabañas cuando estoy de vacaciones.
—Dios, Olivia, casi admiro cuán censurablemente honesta eres.
Se echó a reír. —Siempre te dije que tú y yo éramos iguales, pero nunca
lo fuimos. Lo supe hace mucho tiempo. Recuerdo una vez después... ya sabes,
una de nuestras noches, preguntaste si podías quedarte a dormir después, y dije
que no. En el momento fue una pregunta tan extraña para mí, ¿quién querría
hacer eso? ¿Quién querría despertar por la mañana y tener que lidiar con otra
persona? Solía pensar que ser de esta manera me hacía una mejor cirujana, lo
que probablemente me hace rara. Aunque creo que también significa que eres
una especie de marica. —Sonrió.
—Eres una perra. —Sonreí—. Fuiste casi amable conmigo por un
segundo.
—Te quiero, Nate. Eres, de lejos, uno de los maricas más sexy que
conozco. Puedes conservar todo ese amor, novia y cosas familiares. Todavía te
respeto porque tan destrozado como estabas después que Ava te dejó ese día, te
desempeñaste mejor que cualquier otro cirujano con el que he trabajado. Ese
hombre no murió por tu culpa.
Me levanté y la abracé, a pesar de que sus abrazos eran rígidos y torpes.
—Eres una odiosa, Olivia, tal vez la persona más odiosa que conozco, pero
también te quiero, y te respeto. Ahora regresa a Los Ángeles y salva algunas
vidas. Tengo un paciente de diez años esperando por mí.
Mientras caminaba a través de las puertas correderas, ondeó la mano por
encima del hombro sin darse la vuelta y gritó—: Tengo el corazón lleno por
primera vez, doctor Meyers. Nos vemos por ahí.
Poco después, conocí a Noah, un niño de diez años con estenosis aórtica,
que requeriría una intervención similar a la que intenté con Lizzy. Repasé el
expediente con una de las enfermeras mientras estábamos de pie junto a su
cama. Noah, con su cara pecosa y llena de energía, me escuchaba.
—¿Doctor Meyers, mi mamá dijo que vas a poner un globo en mi
corazón?
Siempre he tratado de tomar un enfoque honesto con los niños. —Bueno,
cuando tus padres regresen puedo explicarlo más, pero básicamente vamos a
abrir una de las válvulas de tu corazón con algo parecido a un globo.
—Está bien, genial. Usted parece muy inteligente.
La enfermera salió de la habitación y me acerqué al niño para observar el
monitor sobre su cabeza.
—Gracias, Noah, también pareces muy inteligente.
—¿Puedo hacerte una pregunta?
—Claro.
—¿Sabes que mi corazón está en mal estado?
Incliné la cabeza hacia un lado. —Bueno…
—Tengo un problema en el corazón. No te preocupes, sé todo sobre eso.
—Está bien, continúa. —Lo dejé seguir, pero sentí un poco de miedo.
—¿Crees que voy a ser capaz de sentir el amor?
—Bueno, por supuesto —respondí rápidamente; entonces la
comprensión se asentó—. En realidad, no amamos con nuestros corazones.
Quiero decir, el corazón es un órgano que necesitamos para seguir con vida.
—Oh. —Asintió—. ¿Así qué amamos con nuestros cerebros?
—Sí. Creo que sí.
—Es solo que Emily… de mi escuela, es realmente... bueno, es una
sabelotodo, ¿sabes?
—Sí, conozco a alguien así. —Me preguntaba si Emily tenía el pelo rojo y
una personalidad vehemente como Olivia.
—Bueno, me gusta y mi mamá dice que es inteligente y bonita.
—¿Así que crees que a ella deberías gustarle también?
Frunció el ceño, luciendo en conflicto. —Supongo, pero es solo que
conozco a esta chica, Grace, y cada vez que la tengo cerca, mi corazón late muy
rápido. Creo que podría estar enamorado de ella. —Me miró a los ojos cuando
dijo la última parte. Su rostro era serio, como si estuviéramos hablando de
negocios entre hombres—. Entonces, si no amas con el corazón, ¿a qué se debe
eso?
Tenía una explicación fisiológica, pero de alguna manera ya no tenía
sentido. —Esa es una buena pregunta. Tal vez sí amamos con el corazón.
—Así que, si tengo un corazón roto, entonces...
—Voy a arreglar tu corazón, Noah, para que puedas amar todo lo que
quieras con él.
Sonrió. —¿En serio?
—Sí. —Me sentí más decidido que nunca a cumplir mi promesa.
—¿Está enamorado, doctor Meyers? —Abrió los ojos.
—Sí —le dije al instante.
—¿Cómo lo sabes?
—Porque mi corazón late muy rápido cuando estoy cerca de ella. —Le
sonreí y dejé caer mi pluma en el bolsillo de la bata.
Me devolvió la sonrisa. —Genial.
En la sala de operaciones, mientras corría una línea desde la arteria
femoral de Noah hasta su corazón, su presión comenzó a caer de repente. Me
quedé tranquilo, le pedí al anestesiólogo que le administrara un cierto tipo de
droga, y luego vi su presión arterial estabilizarse. Hay una conexión equilibrada
entre el miedo y el éxito. Tenía que considerar a cada uno de mis pacientes
como personas reales. Eso es lo que aprendí después de Lizzy. Tenía que sentir
el miedo de su mortalidad y empujar a través de ello.
Enfrentar la increíblemente dolorosa verdad que la gente muere todo el
tiempo no lo hace más fácil de aceptar, pero aprender de esto puede hacer el
resto de tu vida menos arbitraria y más significativa. Mi carrera se dedicaría a
salvar a tantas personas como pudiera, pero mi vida sería acerca de vivir. ¿Qué
bueno era reparar un corazón si sacrificaba el mío en el proceso?
Mientras operaba a Noah, el miedo que sentía por perder a otro paciente
se desvaneció, siendo sustituido por el temor de que cualquier esperanza de mi
futuro hubiese volado al otro lado del océano Atlántico hacía días.
Fui a ver a Noah en recuperación justo cuando empezaba a despertar de
su anestesia. Estaba muy aturdido pero su madre le acariciaba la espalda y lo
animó a despertar lentamente. Tan pronto como Noah se dio cuenta de que su
madre se encontraba allí, sosteniéndolo como un bebé, dijo—: Oye, mamá, mi
boca está seca, ¿me puedes traer un poco de agua?
Su madre fue por el agua, mientras que yo escribía algunas notas en su
historia clínica y observaba los monitores.
—¿Cómo estoy, doc?
—Muy bien, Noah. Creo que vas a sentirte mucho mejor.
—Estuve pensando en lo que hablamos.
—Bueno.
—¿Qué sabes sobre el sexo?
Me eché a reír y me balanceé sobre los talones con nerviosismo. —Bueno,
creo que esa podría ser una conversación para que tengan tú y tu papá.
—No tengo papá. Se largó. —Este pobre chico.
Justo en ese momento su madre entró en la habitación. Me aparté de
Noah y me acerqué a ella. Era una mujer que parecía muy dulce, con una cara
en forma de corazón y labios carnosos. Sabía que Noah tuvo que haber
heredado su franqueza de alguien, así que toqué el tema directamente.
—Noah me está preguntando sobre… —me aclaré la garganta—, “sexo”.
Miré de nuevo a Noah, que me veía expectante.
—¿Qué le dijo?
—Nada. En realidad, no es mi lugar.
Se encogió de hombros. —Bueno, Noah no tiene un papá, así que
supongo que un médico sería lo siguiente mejor. —Se acercó a abrazarme, lo
que me sorprendió un poco. Le devolví el abrazo, para mi propia sorpresa.
Mientras nos abrazamos, dijo—: Gracias por salvar a mi niño. Ahora, ¿puedo
pedirle un favor más?
—Claro.
Se apartó y en voz baja dijo—: Darle a Noah un ejemplo de la vida real
de un hombre bueno. Aunque sea por un momento, sé que tendrá un impacto.
Parpadeé varias veces, preguntándome cómo podría cumplir con lo que
me pedía. —Está bien, ¿me estás pidiendo hablarle a Noah sobre los pájaros y
las abejas?
Es totalmente inapropiado involucrarse con los pacientes a nivel
personal, pero la mamá de Noah fue muy convincente. —Le estoy pidiendo
hablar con Noah acerca de ser un hombre.
Salió de la habitación bruscamente mientras yo me quedaba allí, mirando
fijamente al frente.
—¿Doctor Meyers? —preguntó Noah.
Me giré y caminé hacia él.
—Nunca respondió a mi pregunta, doc.
—Umm, sé una cosa o dos sobre sexo. ¿Qué te gustaría saber?
—Bueno, he visto dos perros, ya sabes, lo hacen, y pensaba que no
parecían estar disfrutando mucho. Pero todo el mundo me dice que es lo que
haces cuando estás enamorado y te casas. Si estar enamorado es tan grandioso,
por qué los perros…
—Espera, Noah, déjame pensar sobre esto. ¿Cuando eres un poco mayor,
ya sabes, cuando eres un hombre? —Asintió con entusiasmo—. Bueno, cuando
eres un hombre y encuentras a la mujer adecuada... —Podía sentir una gota de
sudor corriendo por el lado de mi rostro—. Entonces puedes estar con ella de
esa manera. Pero no es como los perros, exactamente.
—¿Duele?
Estaba a punto de decir que no, pero rápidamente me di cuenta de que
había algo de falsedad en esa respuesta. —Puede doler si ambos no están listos.
Es por eso que tienes que respetar los deseos de la chica y dejarla decidir si está
lista, siempre y cuando estés listo, también. Tienes que ser un hombre bueno en
ello.
—¿Qué quieres decir con un hombre bueno?
—Un hombre bueno está dispuesto a prometerse a sí mismo a su chica
para que pueda protegerla y demostrarle lo mucho que la ama. No puedes tener
demasiado orgullo cuando estás enamorado. Si sabes a ciencia cierta, sin lugar a
dudas, que los dos están listos, entonces cuando se reúnan físicamente se
sentirá bien y correcto.
—Oh.
—Pero no deberías preocuparte por esa parte hasta que seas mayor.
—¿Como tú?
—Sí, como yo.
—¿Es usted un hombre bueno, doctor Meyers? ¿Quiero decir, con tu
chica?
Mi mandíbula se tensó. —Quiero serlo, Noah.
—Genial.
—Genial —le respondí y luego extendí mi puño para golpear el suyo.
Caminé casualmente fuera de la habitación de Noah y luego corrí a toda
velocidad por el pasillo a mi oficina y reservé un vuelo a España.
No es mi hogar
Traducido por Eli Hart
Corregido por Victoria

Mi madre no había cambiado en cinco años. Era tan hermosa como


siempre, excepto que su pelo era más claro por las canas que lo recorrían. A
menudo escuchaba su voz por teléfono, recordándome en español que rezara
por la salvación de Jake una y otra vez. El hecho de que mi madre creyera que
Jake estaría en un infierno ardiente por haberse quitado la vida no facilitaba la
conversación con ella.
Me recogió en el aeropuerto en Barcelona y me llevó a su pequeño
apartamento. Parecía que el tiempo la sanó y el dolor que usaba como un manto
se fue. Una vez dentro me enseñó la habitación de invitados. Cuando me senté
en la mesa, se sentó a mi lado y me jaló en sus brazos. En español, me dijo cuán
lleno se sentía su corazón porque me encontraba aquí dijo que yo era más fuerte
que ella. Le dije cómo lucía mejor, y concordó. Acreditó tiempo para orar y
sanar de su alma y corazón. Le pregunté por su dolor, lo que nunca había
hecho.
En español, pregunté—: ¿Alguna vez se va?
—No —respondió—. Aún escucho la risa de tu padre como si estuviera
en la habitación. Siempre hará falta algo, pero como un perro de tres piernas,
aprendes a caminar otra vez. Pronto estarán corriendo como si nada faltara.
Su sinceridad se sentía tan cálida y real. Extrañaba a mi hermano. —Te
necesitaba —le dije.
—Siempre estuve aquí. Solo no estuve bien por un tiempo.
—¿Qué cambió?
—Carlos.
En mi mente, escuché el chirrido de una aguja siendo sacudida a través
de un disco. —¿Perdón?
—Conocí un hombre, Ava, y estoy enamorada. Es guapo y amable y
perfecto.
Tenía muchos problemas para pensar en ese momento. La parte criada a
la antigua de mi cerebro pensaba: ¿Cómo pudo? Pero luego veía la felicidad en
sus ojos, algo que no había visto en muchos años, y pensé: ¿Cómo no podría? No
se hallaba muerta.
—Oh, por Dios —dije demasiado fuerte en inglés.
—Carlos, ven a conocer a mi hermosa Avelina —anunció mi madre.
Él besó mi mano y prácticamente se inclinó. —Tan hermosa como tu
madre —dijo con un guiño.
—Avelina, Carlos tiene una hija de tu edad.
—Sí, Sabina vive en este edificio, en el segundo piso. Es como nos
conocimos tu madre y yo —dijo Carlos con inglés cortado.
—¿Debería invitar Carlos a cenar a Sabina? —preguntó, dubitativa.
—Eh… de hecho, estoy completamente cansada. Creo que hoy solo me
gustaría descansar. —No esperé a que me respondiera. Me giré y fui hacia el
pasillo. Justo antes de dejar la habitación, miré a Carlos quién tenía una sonrisa
compasiva. La devolví amablemente y luego entré al salón de invitados y me
dejé caer en la cama. Mi madre vino unos momentos después—. No necesitas
encontrarme amigos, mamá —dije, pero creo que mi frustración de hecho venía
de cuán confundida me hallaba por su nueva vida y el nuevo hombre en ella.
Se cruzó de brazos. —Solo quiero que goces mientras estás aquí. Sabina
puede mostrarte los alrededores. Es muy divertida e inteligente. —Su expresión
era genuina, y me di cuenta de que debería estar agradecida por su intento de
ayuda. Solo necesitaba descubrir cómo, y si encajaría ahí.
—Mamá, ¿puedes darme algunos días? Es mucho lo que tengo que
digerir.
Finalmente, algo en ella se deshizo, vino hacia mí y me envolvió en sus
brazos. —Sé que descubrirás qué hacer, belleza, igual que yo.
—¿Eso crees?
Asintió. —Lo sé —dijo, y luego me besó en la frente y salió de la
habitación.
Casi una semana después, finalmente accedí a conocer a Sabina, la hija
de Carlos. Imaginé que conocerla sin nuestros padres presentes era lo mejor,
incluso si hubiera aceptado a Carlos en el último par de días que estuve aquí.
Mi madre parecía una nueva persona y Carlos siempre era caballerosamente
amable conmigo.
Sabina y yo nos encontramos en un café la tarde del viernes. No era en
absoluto lo que esperaba. Se encontraba cubierta en tatuajes, fumaba cigarrillos
sin parar y decía «joder» cada tres palabras. Francamente, me sorprendió que la
considerara una buena influencia. Yo, por inicio, amaba lo especial de Sabina y
enviaba cuán segura era. Hablaba inglés casi perfecto y me dijo que la mayoría
de las personas de nuestra edad en Espala iban a clubes y se emborrachaban y
bailaban y tenían sexo casual. Me sentí como una extraterrestre inexperta.
—Así que, quiero llevarte a El Sol. Bailaremos toda la noche, pero
tenemos que encontrarte algo que usar. Te vistes como una niña de doce años.
Bajé la mirada a mi suéter de punto y mis vaqueros y me reí. Tenía razón.
Sabina me llevó a su apartamento y me dio un montón de vestidos para llevar a
casa de mamá y medírmelos.
—Regreso por ti a las once —dijo mientras caminaba hacia la puerta.
—¿Eh? A las once, ¿de la noche? Ya estoy en la cama a esa hora.
—Los clubes no abren hasta después de las doce.
Me sorprendió.
En casa de mamá, me probé todos los vestidos, la mayoría apenas me
quedaban a medio muslo. Elegí uno de los más decentes, negro. Estaba hecho
de un material pegado y expandible que mostraba un montón de pierna, pero
tenía un cuello de tortuga y manga larga. Era el vestido más conservador de
todos.
Mientras me rizaba el cabello, mi madre entró en la habitación y se sentó
en la cama sin decir palabra.
—Me sorprende que estés de acuerdo conmigo saliendo con Sabina.
Tiene algo loco.
Mamá dijo algo en español por lo bajo.
—¿Qué, mamá?
Se levantó y vino detrás de mí. Nos mirábamos por el espejo. —Mírate —
dijo en español—. Mírate. Toda una mujer, pero la vida te ha regresado a ser
una niña. No necesitas ya mi permiso o aprobación.
Absorbí lo que decía por cómo lo decía en lugar de sentirme ofendida. —
Lo sé. A veces olvido cuánto tiempo ha pasado.
Mientras terminaba de arreglarme, le conté a mi madre todo sobre Nate y
la incertidumbre que sentía. Me dijo que esperara a ver qué hacía. De todos
modos, no tenía otra opción. Podría haber vuelto a su casa y esperarlo, pero
había cosas que necesitaba saber sobre él y sobre mí, cosas que únicamente la
distancia podía decirme. ¿Nos olvidaríamos el uno del otro y seguiríamos con
nuestras vidas si estuviéramos a un mundo de distancia? ¿Volvería él a ser un
adicto al trabajo y yo volvería a caminar por la vida entumecida y sola?
Tristemente, la idea de eso tenía algo extrañamente reconfortante. Lo
desconocido es un lugar que da miedo, y yo había gastado gran parte de mi
valor tratando de mantenerme caliente en la cabina de su camioneta aquella
noche en el hospital.
Sabina llegó puntualmente a las once. En el poco tiempo desde que la vi
esta mañana, se blanqueó el cabello a un rubio platinado. Sus cejas seguían
oscuras y sus labios rojo sangre. Se veía despampanante en un vestido brillante
metálico y unos tacones de quince centímetros de alto.
—¡Te ves asombrosa! —dije, con los ojos bien abiertos.
—No te ves tan mal, hermana.
—No puedo creer que te blanquearas el cabello. Eres tan valiente.
—Gracias, pero solo es cabello. —Se encogió de hombros—. Algunas
personas no tienen.
Tomamos un taxi al club. Sabina me jaló por la larga fila a la entrada. Se
acercó al bravucón y batió sus pestañas. —Bueno —dijo en inglés—, ¿qué
esperas, enorme zoquete? Abre la puerta.
El hombre negó con la cabeza pero abrió la enorme puerta de metal. —
Vaya, ¿cómo conoces a ese chico? —pregunté.
—Mi papá es dueño de este lugar, junto con la mitad de los clubes en
Barcelona. —Otra vez, estaba sorprendida de que mi madre saliera con un
propietario de clubes.
Sabina era confiada y demandante pero también muy cuidadosa. Quería
que me divirtiera.
—Vas a pasarla increíble, te lo prometo —gritó mientras caminábamos.
La seguí en tanto se movía rápido entre la multitud y por unas escaleras a la
sección exclusiva VIP. Las cabinas eran altas y rojas de terciopelo con
incrustaciones doradas de tela. Le gritó al mesero en español que trajera la
mejor botella de champán. Pronto la gente se reunió alrededor de la cabina,
algunos eran amigos de Sabina. Insistió a todos que su amiga americana
necesitaba pasarla de lo mejor.
No pasó mucho tiempo antes de que un apuesto español me arrastrara a
la pista de baile. Me pasé una canción tras otra bailando con todas mis fuerzas,
pero aún no era capaz de deshacerme de mis pensamientos sobre Nate. Al final,
los ritmos de la música empezaron a coincidir, mis músculos se relajaron y por
fin pude dejarme llevar. Sabina y todas sus amigas bailaban en círculo entre
ellas. Parecía que todos los cuerpos se movían juntos con fluidez, como si
fueran uno solo.
Me perdí en la libertad que sentía. Me recordó a correr con Dancer en el
campo.
Parecía que realmente no existían respuestas a las preguntas que tenía
sobre el rumbo de mi vida. Lo único que sabía era que mi deseo de vivir y
trascender la tragedia de Jake se había hecho fuerte. Al margen de lo que me
dijeran, sabía en el fondo de mi corazón que Jake no sería juzgado por la
brevedad de su vida, ni por la forma en que la terminó. Creía en esa verdad, y
mi fe al respecto me bastaba para seguir adelante.
Algunas veces el amor puede ser más fácil de encontrar que un
propósito, pero no creo que eso sea menos importante. Hice de Jake mi
propósito, lo que fue un error. Comenzaba a darme cuenta de que todos
necesitan una razón para seguir separados. Nate tenía su trabajo y yo sabía que
ese es su propósito, su alma. Pensé que tenía el mío con los caballos, pero no era
suficiente. En la pista de baile, saltando de un lado a otro, mirando a Sabina,
que parecía hacer todo con un abandono temerario, me pregunté cómo me veía
la gente. Posiblemente como un alma enfurruñada, triste, apesadumbrada y
torturada, como recordaba a mi madre tras la muerte de mi padre. Quería
cambiar eso, encontrar mi propósito, aferrarme al amor y vivir de verdad mi
vida, pero necesitaba el coraje que di por perdido en el camino.
Me di cuenta de que me había ido a España no porque pensara que no
iba a funcionar con Nate o porque no pudiera salir de la enorme cantidad de
dolor que sentía tras la pérdida de Jake. Fui a España para recordar cómo
sonaba mi propia voz antes de dejarme llevar por la de otra persona. Decidida a
redefinir mi vida con tanto por delante, no quería que la vida de Jake, el
accidente de Jake, la horrible, trágica y lamentable muerte de Jake, me
definieran más. Me fui a España para encontrarme a mí misma, y el primer
lugar en el que miré fue en la pista de baile de un club nocturno.
Menos de veinte minutos después, al menos una de mis preguntas fue
respondida.
—¡Me estoy cansando! —le grité a Sabina.
—Bien, chiquilla. Vamos a casa. —Me agarró de la mano y la sostuvo.
Justo antes de que llegáramos a la cima de las escaleras, puso su brazo a mi
alrededor y me acercó. Me besó en la mejilla—. Siento que somos hermanas
separadas al nacer.
Sentí que Sabina era una de las chicas más genuinas que jamás hubiera
conocido. La imposibilidad de establecer vínculos con las muchachas de la
escuela siempre me hacía sentir como una marginada, pero Sabina tenía ese tipo
de personalidad que te atraía y te hacía sentir cómoda. Quizá por eso mi madre
quería que pasáramos tiempo juntas.
Solo un escalón más abajo, los enormes tacones de Sabina quedaron
atrapados en la escalera y cayó. Intenté agarrarla en el último segundo, pero
estaba fuera de mi alcance. Las escaleras eran empinadas y de metal, y mientras
la veía caer esperaba que pudiera evitar golpearse la cabeza. Agarró el barandal
y se sostuvo a medio camino, pero pude ver una gran raja en su pierna. Me
apresuré hacia ella.
—¡Oh, por Dios!, ¡¿estás bien?!
Sus ojos se cerraron con mucha fuerza, pero las lágrimas seguían
brotando de las comisuras. Maldijo en voz baja en español. Si no hubiera tenido
la oreja tan cerca de su cara, no la habría oído. La oscuridad del club no
permitía ver lo mal que se encontraba.
—¿Estás bien?
—No, mi tobillo. Creo que está roto. —También había un montón de
sangre cayendo por su pantorrilla.
—Ven, vamos a bajarte.
—¿Dónde está mi maldito padre? —le gritó a uno de los meseros. En
español, le dijo que su padre se hallaba en otro club.
—Ava, llévame a la oficina de mi papá.
Cuando se levantó, gritó, y pude ver que su tobillo estaba bastante
hinchado. Su pie parecía colgar de una forma muy precaria que indicaba que
definitivamente había un hueso roto. Se veía tan dolorida que apenas podía
hablar. La recargué en mi cadera y le grité al mesero que encontrara al
bravucón. Un enorme hombre rudo vino corriendo y rápidamente la cargó.
Caminamos a la oficina de su padre, donde le ordené al bravucón llamar a los
paramédicos. Encontré un kit de primeros auxilios en un cajón y comencé a
envolver su tobillo mientras se recargaba en la enorme silla de cuero de su
padre.
Dolor irradiaba de su cara y rayas negras caían por sus mejillas.
—Aguanta, Sabina, estarán aquí pronto. Aguanta. —Encontré un trapo
limpio, lo mojé, y lo puse en su frente.
Cuando los paramédicos llegaron, Sabina no dejaba ir mi mano. —
Quédate conmigo —seguía diciendo con su suave acento inglés.
No la dejé. Los paramédicos me permitieron ir en la ambulancia y me
elogiaron por el buen trabajo que hice en su pie.
Eran casi las cuatro de la madrugada cuando Sabina se durmió por fin
después de que el médico le ajustara el tobillo. Iba a necesitar una operación
más adelante, pero por el momento estaría bien. Carlos apareció y me agradeció
infinitamente que cuidara de su hija. Era un hombre de buen corazón. Saber
que mi madre estaba con él y era feliz, curó otra herida abierta que llevaba años
supurando en mi interior.
Caminar por el largo pasillo de luz fluorescente, me reveló que me
gustaba cuidar de las personas. Era buena en ello. Para mi sorpresa, encontraba
redención en ello. Exitosamente tomé mi primera decisión clara de avanzar con
mi vida mientras salía por el estacionamiento. Me graduaría de la preparatoria
y aplicaría a la escuela de enfermería.
Y como si el cielo oscurecido se hubiera abierto, revelando el paraíso en
lo alto, encontré a Nate encorvado en un banco cerca del aparcamiento, de
espaldas a mí. Parpadeé como si fuera un producto de mi imaginación, tratando
de reenfocar mi realidad, pero sabía que era él. De alguna manera, sin siquiera
ver su cara, supe que era Nate.
Me acerqué inadvertidamente antes de que tuviera tiempo de voltear y
verme. Me senté a su lado. Levantó la vista con aprensión. Tenía los ojos
inyectados en sangre y llevaba una sudadera gris con capucha sobre la cabeza,
que le ensombrecía los ojos. Tenía las piernas abiertas, como si hubiera dormido
sentado.
—¿Eres una aparición? —pregunté.
—¿Tú? —preguntó nostálgico antes de bajar la mirada y analizar mi
vestido con los muslos y piernas expuestas.
—¿Cómo supiste?
—Fui a casa de tu madre primero y me dijo que estabas aquí. —Un rastro
de sonrisa tocó un lado de su boca. Entrecerró los ojos, buscando respuestas en
los míos.
—¿Viniste hasta España por mí?
—Te seguiría a donde fuera.
Renovado
Traducido por Rory
Corregido por Valentine Rose

Parpadeé, esperando su respuesta. Era cierto, la habría seguido a


cualquier parte; no había nada que creyera más en ese momento mientras la
miraba con ojos cansados. Su regordete labio inferior tembló y su respiración se
aceleró.
—¿Qué hay de tu trabajo? —preguntó, su voz tímida y temblorosa.
Me encogí de hombros. —No es tan importante como tú. —Estiré un
brazo, alentándola a acercarse más. Se deslizó por la banca y se hundió en mi
abrazo.
—Nate, quiero hacer algo con mi vida.
—Lo sé.
—No estoy segura de que entiendas.
—Comprendo que todavía estás de luto.
—Ya no se trata de Jake. —Parecía que su nombre se le hacía más fácil de
nombrar.
Me recosté, así podía ver su rostro. —¿Qué es, entonces?
—Estoy intentando descubrirme a mí misma.
—También yo —dije instantáneamente.
—Entonces, sé honesto, ¿por qué viniste aquí?
—Porque un niño de diez años me hizo darme cuenta de que estoy
enamorado de ti, Ava. De toda tú.
Tomó una rápida respiración.
—Dije que te amo. ¿Me escuchaste?
Asintió, con sus ojos muy abiertos.
—Esa parte la tengo descifrada —dije—. El resto está un poco borroso.
Apartó la mirada y luego sus ojos regresaron al instante a los míos. —De
acuerdo, pero ¿qué quieres?
—Quiero estar contigo. Sé eso con certeza.
—Vine aquí a descubrirme a mí misma. Necesito más propósito en mi
vida. No sé cómo será mi vida en cinco años.
—Nadie sabe. Solo debemos soñarlo y luego perseguirlo —indiqué.
—Sé que quiero ser una enfermera —dijo.
Me reí entre dientes. —Bueno, eso podría hacer las cosas más fáciles.
—Pero no para ti.
—Oh, de acuerdo.
—Necesito hacerlo por mi cuenta. Quiero ayudar a las personas. Siempre
he querido hacerlo y sé que puedo ahora.
—¿Qué hay de los caballos?
—Esa era otra vida. —Elevó la mirada al cielo y tomó tres respiraciones
profundas—. No lo sé, siento que estoy recordando quién era antes de Jake, y
recuerdo querer ser una enfermera. Los caballos siempre fueron un pasatiempo
hasta que lo conocí.
—Haré todo en mi poder para ayudarte a alcanzar tu meta, Ava.
—Gracias —dijo.
Comenzó a hablar de nuevo, pero antes de que pudiera decir algo,
solté—: Pero primero quiero saber qué sientes por mí. —El sol salía, y se
estremeció en mis brazos—. Tengo una habitación de hotel. Vamos a dormir
algo. Pero quiero una respuesta más tarde.
—De acuerdo.
En el último momento, antes de salir de Estados Unidos, reservé una
habitación en uno de los mejores hoteles de Barcelona. Los ojos exhaustos de
Ava se abrieron de par en par cuando entramos al extravagante vestíbulo.
Dentro del ascensor, la sujeté contra mi costado. Los dos nos sentíamos
inestables por el cansancio, utilizándonos el uno al otro como anclas.
Una vez dentro de mi habitación, miró a su alrededor con asombro. —
Nunca he estado en un lugar como este. —Observó la gran cama con dosel, con
un edredón granate. Se quitó el vestido mientras se alejaba de mí antes de
lanzarse al lío de sábanas—. Oh, esto es maravilloso —murmuró en las
almohadas—. Ojalá no estuviera tan cansada para poder disfrutar de esto.
Me acerqué al lado de la cama y la miré detenidamente. Se puso boca
arriba, con los ojos cerrados y una pequeña sonrisa perezosa en los labios.
Me quité mis ropas, dejando nada más mis calzoncillos, y me deslicé
junto a ella. La abracé por la espalda, envolviéndola.
—En la mañana… —suspiró.
—Es de mañana —respondí.
—Entonces esta noche.
—¿Qué pasa, nena?
—Comenzaremos a perseguir… el sueño.
—Estoy haciéndolo ahora. Vamos a dormir. —Besé su nuca y escuché
por unos pocos minutos hasta que sus respiraciones se tornaron tranquilas.
Dormitando, pude oír el trueno en la distancia y un golpeteo lento de la
lluvia contra la ventana. El cuarto se oscureció y el sonido constante de las gotas
contra la ventana, junto con Ava en mis brazos, hizo que dormirme fuera
felicidad pura.
En la noche, una luz proveniente del baño me despertó. El agua en la
bañera corría y pude distinguir el contorno borroso del cuerpo de Ava
moviéndose. Cuando entré al baño, estaba completamente desnuda, inclinada
sobre el grifo de la enorme bañera, probando la temperatura del agua.
Me acerqué por detrás y rocé la mano sobre su trasero. Se enderezó,
sorprendida por mi presencia. La atraje contra mí y dobló su cuello, dándome
un acceso completo. Besé el espacio debajo de su oreja y la sentí relajarse contra
mi cuerpo. Más tarde, salió de mi abrazo para mirarme. —Llovió mucho hoy —
señaló mientras se movía y besaba el hueco de mi cuello.
—Sí. Todavía está lloviendo.
Tarareó ligeramente contra mi pecho. —La lluvia es buena.
—Después del baño, creo que deberíamos sentarnos en la terraza y
esperar hasta que la lluvia se detenga.
—¿Qué haremos después de la lluvia?
—Después de la lluvia, tomarás una decisión. Deseo que vengas
conmigo, cuando estés lista, por supuesto, pero quiero que vivas conmigo.
No hizo ningún indicio sobre aceptar o negarse.
En la bañera, dijo unas pocas palabras. Me situé detrás de ella,
acariciando su brazo y besando su hombro y cuello. —¿En qué piensas? —
pregunté.
—Pensaba en que las probabilidades que te suicides son bastante pocas.
—Las personas comenzarían a sospechar, ¿no lo crees?
El dulce sonido de su risa hizo eco en el baño. —Nunca me he reído
sobre eso, porque es tan trágico.
—En verdad fue una tragedia que Jake no estuviera equipado para
superar ese tipo de adversidad, pero tú todavía estás aquí. —Se quedó callada
de nuevo. No respondió—. ¿Es el miedo lo único que te retiene? Por favor dime
que no tiene nada que ver con esa noche que te dejé en el restaurante.
—Nada me está reteniendo. Estoy aquí contigo, en tus brazos.
—Pero no me has dicho qué sientes.
—Dijiste que después de la lluvia.
Volteó y se sentó a horcajadas y no pasó mucho tiempo antes de que
hubiera agua chapoteando y derramándose sobre los bordes. Miré a su cálida y
suave piel en la penumbra y vi cómo pequeñas gotas de agua caían por la cima
de sus pechos. Lamí y chupé y luego la atraje con fuerza. —Te quiero en la
cama —gruñí.
Gimió, pero no contestó por lo que, con algo de torpeza, me puse de pie
y la levanté de la bañera al mismo tiempo. Me dirigí a la cama con ella en mis
brazos, toda empapada, y la acosté. Soltó una carcajada, pero su sonrisa
desapareció rápidamente cuando vio cuan serio yo me encontraba. Sus pezones
estaban duros. Presioné mi mano contra el centro de su pecho y sentí que su
piel se hallaba muy caliente. Me cerní sobre ella mientras me miraba con sus
grandes ojos marrones. —¿Qué estás haciendo? —susurró.
—Observándote. —La agarré por detrás de los muslos y la atraje hacia el
borde de la cama para que estuviera abierta para mí. Me paré entre sus piernas
abiertas, mirando cómo su pecho subía y bajaba con su respiración apresurada,
su cabello negro húmedo y esparcido por encima de su cabeza. Con lentitud,
levantó los brazos, presentándome su cuerpo. Su espalda se arqueó en la cama
y sus rodillas cayeron a los lados mientras se abría más para mí. Mi corazón
latía con rapidez, toda la sangre en mi cuerpo corriendo hacia el centro. Alejó la
vista. Incluso sin maquillaje, sus labios de cereza sobresalían brillantemente
contra su piel.
—Mírame. —Levantó la mirada de nuevo cuando me incliné y besé cada
pecho, mis manos apoyadas en sus caderas. Parecía inquieta. Sus ojos parecían
urgentes—. ¿Qué pasa?
—Tienes que tocarme. —Podía sentir su calor contra mi muslo y su
cuerpo se sacudió ligeramente hacia mí. Me quería y yo la provocaba,
haciéndola esperar. Me paré derecho. Cerniéndome sobre ella, puse mi dedo
índice en su vientre y lo moví hacia el sur muy lentamente hasta que tocaba su
suave carne. Sus ojos se cerraron, y apartó la cabeza de nuevo.
—Abre tus ojos, Ava. Quiero verte.
Le metí dos dedos y dejé que mi pulgar dibujara círculos hasta que se
retorció contra mí. Podía sentir cómo se desmoronaba al tiempo que su cuerpo
se tensaba en torno a mis dedos. Justo antes de correrse, arqueó de nuevo la
espalda, sus párpados se agitaron y su boca se abrió con asombro. Retiré mi
mano y me le abalancé dentro con su cuerpo todavía temblando por el orgasmo.
Mis manos se encontraron con las suyas por encima de su cabeza, sujetándola a
medida que entraba y salía. Se relajó y me dejó encontrar el ritmo. Sus brazos se
aferraron a mis costados, acercándome, sus labios cerca de mi oreja, besando y
chupando y emitiendo dulces sonidos hasta que sentí que alcanzaba de nuevo
la cima. Arqueando su cuerpo hacia mí, se puso rígida. Podía sentir su
liberación pulsando a mi alrededor. Se corrió una y otra vez hasta que terminé,
y entonces me desplomé sobre ella. Nuestros cuerpos estaban cubiertos de
sudor. La besé durante mucho tiempo y luego bajé por su cuello hasta que me
quedé dormido, estrechándola contra mí.
Cuando nos despertamos, había dejado de llover. Fuimos a la terraza
usando las batas negras a juego del hotel. El sol se asomaba entre las nubes.
Se inclinó sobre el borde del balcón para mirar el paisaje cuando envolví
mis brazos a su alrededor desde atrás. —Por favor, habla conmigo.
—El miedo principalmente es lo que está reteniéndome. Necesito
encontrar un balance para no temerle a la vida sin una persona.
—Ese no es un sentimiento muy romántico.
—Antes tenía estrellas en los ojos. Idealicé lo que Jake y yo teníamos.
Solo estuve con él un año y medio. Apenas nos estábamos conociendo. Me dejé
arrastrar tanto por él que pensé que no podría seguir sin él.
—¿No es así como se supone que te sientas?
—Mírate. Eres de repente un experto en el amor.
—Sé un par de cosas cuando se refiere al corazón.
—Bueno, doctor Meyers, cuente.
—El amor es egoísta. La otra noche te demostré cuán egoísta puedo ser,
pero no cometeré ese error otra vez. Creo que sé lo que es necesario hacer, pero
primero debes decirme dónde quieres estar.
—Quiero estar contigo.
Reafirmé mi agarre a su alrededor. —Entonces regresaremos.
—No, tú regresarás. Yo voy a quedarme con mi mamá por un tiempo y
tomaré clases aquí. Esa es mi decisión.
—¿Aquí, como en España? —La volteé, por lo que estábamos cara a cara.
Mi propia expresión debió haber sido de asombro.
Arqueó sus cejas y respondió con fuerza—: Sí.
—Pero dijiste que querías estar conmigo.
—Sí, pero tienes que aprender a dar más, y yo tengo que aprender a dar
menos. —Sabía a lo que se refería. Necesitábamos una relación balanceada, y
ninguno de nosotros se hallaba emocionalmente listo para lo que eso requería.
Una pequeña sonrisa tocó sus labios.
—No estoy seguro de lo que estás diciendo, Ava.
Subió su mano y acarició mi mandíbula. —Estoy enamorada de ti, Nate;
tanto que no quiero arruinar nada. Tengo miedo de que, si regreso ahora, eso es
lo que sucederá. Todo lo que estoy pidiendo es un poco de tiempo.
—¿Cuánto?
—Un año.
Trague saliva, sorprendido. Mis ojos se abrieron de golpe. —¿Un año?
¿No voy a verte por un año?
Asintió. —De esa forma sabremos.
Crucé las manos sobre mi pecho. —Sé lo que quiero ahora.
—¿No quieres estar seguro?
—Estoy seguro.
—Nate, dentro de un año seguiré siendo joven y tú también, pero al
menos en ese tiempo podrás averiguar dónde quieres ejercer de forma
definitiva y yo podré volver a estudiar, algo que debería haber hecho hace
mucho tiempo.
—Tenía pensado ejercer en Montana.
—Dijiste que teníamos que descubrir el sueño y perseguirlo. ¿Cuál es tu
sueño, Nate? ¿Dónde quieres vivir el resto de tu vida? Sé que no es Montana. Si
yo no estuviera en la foto, ¿no querrías estar más cerca de tu madre y tu padre,
especialmente si tienes hijos?
—Supongo. Pero ¿qué hay de ti?
—Puedo vivir donde sea.
—¿Por qué no podemos salir y llevar las cosas con calma mientras lo
desciframos?
—Porque tú y yo no somos capaces de eso. Creo que lo hemos probado.
—Esto es una locura. —Mi voz comenzó a subir incontrolablemente—.
Entonces, ¿eso significa que no podemos hablar por teléfono o enviarnos
correos?
—Eso es exactamente lo que estoy diciendo. Te estoy pidiendo un año así
puedo aclarar todo por completo. Regresaré a la escuela, y creo que deberías
regresar a Los Ángeles.
Parpadeé, todavía intentando averiguar cómo hacerla cambiar de
parecer. —¿Acaso Los Ángeles es incluso un lugar donde quisieras vivir?
—Sí, y no me harás cambiar de opinión —aseguró.
—Puede pasar mucho en un año, Ava. —¿Y si ella conociera a otra
persona?
—Quiero estar contigo. Te amo y eso no cambiará en un año. —Su tono
era determinado.
Asentí con la cabeza, aunque la perspectiva de lo que íbamos a hacer me
daba mucho miedo.
Tomamos el metro hacia el apartamento de su mamá. En la entrada, le di
la vuelta para tenerla de frente. —No sé cómo voy a estar lejos de ti.
Su sonrisa se amplió. —Estarás en mi corazón.
—Sin bromas del corazón.
Me incliné y la besé profundamente, preguntándome si sería la última
vez.
—Adiós, Nate Meyers. Me hiciste una mejor persona, pero quiero ser la
mejor que puedo ser por ti y por mí misma. —Su voz temblaba—. Será difícil
para mí también.
Sacudí la cabeza y bajé la mirada a mis zapatos. —Todavía no lo
entiendo.
—Lo harás.
—¿Qué pasa si no lo logramos?
Las lágrimas cayeron por sus mejillas. Las limpié con mi pulgar y sentí
mis propios ojos comenzar a aguarse. Sacudió la cabeza y se encogió de
hombros.
—Estamos apostando con lo que tenemos —dije.
—Sería más una apuesta si no nos tomáramos este tiempo. Mira lo que
ha pasado hasta ahora.
—Nunca me he sentido de esta forma con nadie, Ava. Pienso en ti más
que en otra cosa. Puedo ver un futuro contigo. Si esto no funciona, romperás mi
corazón, ¿lo sabes? —La atraje a mi pecho y la abracé.
—Te veré dentro de un año, el catorce de junio de dos mil once.
—¿Donde?
—Si está destinado a ser, te encontraré donde sea que estés. Solo por
favor, déjame crecer y descubrirme. Quiero vivir; me lo debo a mí misma.
Me era difícil dejarla ir. Continué alargando nuestra despedida.
—¿Qué puedo hacer? No sé qué hacer.
—Regresa a Los Ángeles y construye una vida allí.
—Siento como si estuvieras rompiendo conmigo.
Sorbió y sacudió la cabeza. —Por favor, déjame ir.
—No puedo. Por favor no hagas esto —rogué.
—No es para siempre.
—Podría serlo.
Se zafó de mi abrazo, enderezó sus hombros y elevó su barbilla. —Un
año.
—Te acecharé —dije.
Soltó una carcajada y luego comenzó a llorar de nuevo. —Un año —
susurró esta vez, luciendo adolorida. Se puso en puntillas, y me besó. Su boca
se mantuvo cerrada, pero permitió que sus labios permanecieran sobre los míos
por más de unos pocos segundos, y después se fue.
Las cartas
Traducido por florbarbero & CrisCras
Corregido por SammyD

14 de julio de 2010

Querida Ava,

Pasó alrededor de un mes desde la última vez que te vi en frente del


departamento de tu madre, pero se siente como si hubiera pasado una década. Dijiste
que no te enviara correos electrónicos ni te llamara, pero no dijiste nada acerca de enviar
cartas… quiero darte el espacio que necesitas, pero mi corazón sufre por ti y escribirte
me hace sentir que nuestra conexión todavía es real.
Volví a Montana a mi pequeña casa vacía y fría. Los gansos del lago seguían
haciendo estragos, pero al menos hacían el suficiente ruido para ahogar mis
pensamientos más íntimos. Antes de conocerte, todo lo que pensaba era en el trabajo.
Ahora lo único en lo que pienso es en la vida fuera del trabajo, aunque no tengo mucha.
Estuve en el rancho un par de veces. De hecho, me traje a Shine y a Tequila a mi
casa. Pastan en el prado y, a veces llevo a Tequila a dar largos paseos. Shine todavía
necesita trabajo, pero Trish ha venido a ayudar con eso. Mi madre vino a quedarse
conmigo la semana pasada. Se parece a ti en muchos aspectos. Cálida y cariñosa, pero en
el fondo es un petardo. Ella desearía haber tenido la oportunidad de conocerte. Le hablé
acerca de ti sin parar. Sé que no voy a estar aquí mucho más tiempo. Ya se los dije en el
hospital y le mencioné a mi papá que podría querer volver a Los Ángeles antes de que
finalice el año.
Tengo miedo de tomar decisiones porque no estás aquí. Solo tengo que confiar en
que te sientes de la misma manera. Fui a las aguas termales hoy, yo solo, y luego regresé
de nuevo al rancho. El viento en mis oídos sonaba como tu voz, por alguna razón. Me
recordó a ti, pero de nuevo, todo me recuerda a ti.
Nate.
14 de agosto de 2010

Querida Ava,

Hice un trasplante de corazón a un niño hoy. Fue un éxito y fue emocionante.


Su nombre es Noah y es el chico de diez años más inteligente que he conocido. Durante
el último par de meses enfermó cada vez más y más por lo que finalmente tuvo que ser
colocado en la lista de trasplantes. Lo triste es que algún otro niño perdió la vida en
alguna parte. Noah me preguntó si su personalidad sería diferente después del
trasplante. Le dije que un corazón sano solo le haría mucho bien. Me preguntaba si eso
es lo que siempre tratabas de decirme.
Espero que te encuentres bien… persiguiendo tus sueños. He estado haciendo un
montón de planes últimamente. No sé si lees mis cartas, pero no voy a dejar de
enviártelas.
Mi conversación con Noah antes de su cirugía me recordó a ti, pero de nuevo
todo me recuerda a ti.
Nate.

14 de septiembre de 2010

Querida Ava,

Hoy volví a mi casa en el lago y empaqué algunas cajas. Planeo mudarme el


próximo mes. Tengo mi trabajo de vuelta en UCLA. Por supuesto, se rumorea que, si mi
padre no fuera un cardiocirujano reconocido allí, me habrían echado.
Olivia no para de hacerme creer que soy el mejor y que por eso me quieren de
vuelta, pero es que yo solo me siento el mejor cuando estoy cerca de ti. Tengo un agente
que me está buscando una casa cerca de la playa. Pensé que te gustaría. Sé que no me
responderás, así que tengo que confiar que te gustará.
He estado trabajando mucho, pero no demasiado. Dale y Redman me mantienen
conectado a tierra en mis días libres. Ayer tuve el placer de meter el brazo en el culo de
una vaca en el rancho. Dale todavía se ríe histéricamente cada vez que hago algo así
para él. Solo finjo que es un procedimiento serio, de vida o muerte. Empecé diciendo en
voz alta los comandos como si estuviera en la sala de operaciones: "Jarra gigante de
lubricante por favor". "Preparando al puño para el culo de esta vaca". Mantengo una
cara totalmente seria, y probablemente eso es lo que hace a Dale rodar por el suelo
riendo. No puedes tomarte a ti mismo demasiado en serio. Eso es lo que aprendí
últimamente. Incluso aprendí que la risa en el hospital alrededor de las personas
enfermas es la mejor medicina para ellos y para mí. Supongo que eso es parte de lo que
me faltaba antes.
Siempre me pregunto si alguna vez piensas en mí. A veces, cuando me encuentro
en la cama, puedo sentirte. Sucede algunas veces a la semana, cuando me quedo
dormido. Puedo sentir tu calor. Jodidamente me mata, Ava. A veces pienso en darme por
vencido, pero entonces me doy cuenta de que no sé cómo hacerlo, porque no dejaré de
extrañarte.
No he lavado mis sábanas y sé que es asqueroso, pero no quiero lavar el olor de tu
pelo en mi almohada. Me recuerda a ti cuando me duermo, pero de nuevo, todo me
recuerda a ti.
Nate.

14 de octubre de 2010

Querida Ava,

Hoy es mi trigésimo cumpleaños y mi último día en Montana. Feliz cumpleaños


a mí. Jodidamente te extraño. Las enfermeras quirúrgicas me llevaron a beber después de
la cirugía hoy. Trataron de ligar conmigo. Probablemente no debería estar diciendo esto,
pero estoy borracho y orgulloso. Tuve que apartarlas con un palo. Es una broma. Nadie
se me acerca porque de lo único de lo que hablo es de ti y nuestra casa en Los Ángeles
Oh, sí, tengo una casa con vistas al océano. Me mudaré a ella en dos días. La
casa es impresionante, pero necesita algo de trabajo. Espero que esté lista para junio.
Voy a hacer yo mismo todo lo que hay que arreglar. Hay unos armarios empotrados de
madera increíbles en el comedor que han sido pintados un millón de veces, así que voy a
desmontarlos, tintarlos y devolverles su belleza original. Te encantará.
¿Adivina qué? Redman me dio un puñetazo en la cara la semana pasada, el
anciano es intratable. Dice que me hice el listillo con él. Creo que su mano dolió más que
mi cara, pero fingí que lo hizo bien. Tiene un serio problema de acaparamiento y le dije
que tenía que ver a un consejero, así que me dio un puñetazo. Entonces le dije que
necesitaba controlar la ira y trató de golpearme de nuevo, pero me agaché. Bea dijo que
él maneja la ira golpeando sacos de granos. Todos te extrañan. Aunque no tanto como
yo.
Bea y Red están locos, pero son geniales. Les prometí que volvería cada verano y
me hicieron confirmarlo por escrito. También hay una cláusula sobre ti. Espero que no
sea solo un sueño mío. Caminé por tu cabaña y vi que hiciste que alguien empacara
todo. No sé qué pensar. El tiempo avanza. El columpio se balanceaba un poco por el
viento y me recordó a ti, pero de nuevo, todo me recuerda a ti.
Nate.
14 de noviembre de 2010

Querida Ava,

Me encuentro de regreso en Los Ángeles y he estado trabajando sin parar en


nuestra casa y en el hospital. ¿Notaste que dije "nuestra casa"? Espero no estar
engañándome a mí mismo. Te dije que te perseguiría, pero también quiero darte tu
espacio. El otro día enloquecí un poco, llamé a Trish y la obligué a decirme todo lo que
sabía.
Me dijo que te encontrabas en un programa acelerado de enfermería. ¡Me siento
orgulloso de ti! Joder, te extraño.
Conocí a uno de nuestros vecinos, Edith. Es más vieja que la suciedad, pero
todavía se mantiene bien. Le he hablado de ti, y ayer me preguntó si tenía alguna foto.
Le dije que no y me miró de una manera peculiar. Me dijo que era lo suficiente bien
parecido como para no tener que inventar una novia imaginaria. ¿Eres real, Ava?
Recuerdo cómo te ves y cómo te sientes, cómo hueles y los sonidos que haces. Debes ser
real. Dios, espero que seas real y espero que vuelvas a mí.
Edith tiene un perro llamado Poops. En realidad, se llamaba Carl, pero luego
empezó a comer su propia caca así que cambiaron su nombre a Poops. Ella dijo que se
encontraba tan enojada con él por eso que no le permitió continuar teniendo un nombre
humano. Por lo general, la gente se agacha para acariciar al pequeño spaniel King
Charles y preguntan: "¿Cuál es su nombre?" Y Edith dice: "Poops, porque come su
propia caca". Es lo mejor para todos, me dijo. Creo que te gustaría.
Cose unos edredones increíbles y luego los vende en eBay por miles de dólares.
Los edredones me recuerdan a ti, pero de nuevo, todo me recuerda a ti.
Nate.

14 de diciembre de 2010

Querida Ava,

Pasaré Navidad en el rancho. Increíblemente, me tomaré unos días de descanso.


He estado trabajando sin parar para mantener mi mente alejada de ti.
Ayer perdí un paciente en la mesa de operaciones. Era un hombre joven con una
condición cardíaca subyacente. Hicimos todo lo que pudimos, pero su corazón no pudo
aguantar más. Tuve que decirle a su familia y fue horrible. Tenía un hijo de cuatro años
y una hija de dieciocho meses. Su esposa se encontraba tan devastada cuando se lo dije
que cayó en mis brazos y lloró. La dejé sollozar en mi hombro durante quince minutos y
luego, de repente, se detuvo, como si nada.
Se puso de pie y miró a su hijo, que también lloraba. Dijo: "Papá se fue al cielo.
Seremos solo nosotros ahora". Fue como si lo hubiera asimilado cuando comprendió que
no tenía poder para cambiar el resultado. Cuán difícil debe ser afrontarlo. Le dije al chico
que tenía que ser el hombre de la casa y cuidar de su madre y su hermana, y sollozó, se
limpió la nariz, y asintió. Eso jodidamente me mató y me llevó todo lo que tenía no
romperme frente a ellos.
Siempre digo que a veces la vida nos golpea sin ninguna buena razón. Lo sabes
mejor que nadie.
Nuestra casa se encuentra casi terminada. Contraté a un diseñador para añadir
todos los detalles finos para que se vea y se sienta como un hogar. Toda la parte de atrás
de la casa tiene ventanas de piso al cielo raso y las puertas dan al agua. Hay un patio
fuera de nuestra habitación y, a veces dejo las puertas abiertas para poder dormir con el
sonido de las olas rompiendo contra las rocas.
Iré al rancho para las vacaciones porque mis padres se van a un crucero, y
aunque nuestra hermosa casa con vistas al mar cuenta con todas las comodidades que
puedas imaginar, no será un hogar hasta que estés aquí. Regresa a mí.
El olor de las flores plantadas en la colina al lado de nuestra casa llega hasta
nuestro dormitorio cuando las puertas se hallan abiertas y me recuerda a ti, pero de
nuevo, todo me recuerda a ti.
Nate.

14 de enero de 2011

Querida Ava,

Feliz año nuevo, cariño. Me pregunto en qué andas. Cuando estuve en el rancho
en Navidad, Trish me enseñó una foto que le enviaste. No podía dejar de mirarla.
Estabas en Venecia con tu madre y las dos se veían hermosas y felices. Me alegra ver
que estás viajando por Europa y experimentando la vida.
¿Adivina qué? Voy a estar en dos bodas este sábado. En realidad, una es más
como una ceremonia de matrimonio en la que me han pedido que sea testigo. Mi amiga y
colega, Olivia, se va a casar. Fue una sorpresa porque no pensé que fuera a hacerlo, pero
aparentemente encontró su homólogo masculino. Es un neurocientífico que es realmente
un inepto social, pero Olivia dijo que está enamorada de su mente, así que nada más
importa. Se conocieron hace tres meses y pronto después de eso, vivía con él. Me contó
que tenían habitaciones separadas. Extraño, pero lo que sea que la haga feliz. Luego, más
tarde ese día, mi mejor amigo, Frankie, se va a casar con una voluntaria de dieciocho
años del hospital en el que trabaja. Podría haber predicho que iba a encontrar a alguien
apenas legal para casarse. Me pidió que sea su padrino. Me siento honrado,
honestamente, solo deseo que pudieras estar allí conmigo para los bailes lentos.
Comí comida china hoy con Frankie y mi galleta de la fortuna decía: “Serás
comido vivo pronto”, me quedé mirándola fijamente durante quince minutos mientras
Frankie se sentaba allí en silencio hasta que finalmente empezó a sonreír y luego a reír.
Me gastó una broma. Tengo que pensar en una buena forma de devolvérsela.
Me reí de ello durante un rato y luego pensé en los escritores de galletas de la
fortuna y me recordaron a ti, pero de nuevo, todo me recuerda a ti.
Nate.

14 de febrero de 2011

Querida Ava,

Para evitar sonar realmente patético, esta carta será corta. Jodidamente te amo y
siempre lo haré, si te encuentras aquí o no. Feliz día de San Valentín.
Nate.

P.D. Edith, la vecina, me dio una botella de whiskey para ahogar mi dolor, y por
supuesto me recordó a ti, pero de nuevo, todo me recuerda a ti.

14 de marzo de 2011

Querida Ava,

Me desesperé el otro día e intenté en pensar en tácticas para conseguir una


respuesta de ti. Pensé que podría decir que me habías transmitido una enfermedad de
transmisión sexual o que tenía información secreta de que el mundo iba a terminar y
que teníamos que estar juntos.
Tenemos que estar juntos. Ha pasado mucho tiempo. Mentí en mi carta de enero.
En realidad, robé esa foto de ti y tu madre que le enviaste a Trish. Tenía que hacerlo. La
miro ahora y recuerdo la manera en que el sol hace que tus ojos marrones parezcan
verdes. Recuerdo cómo te sientes en mi cama.
Nuestra casa se halla acabada, por si quieres terminar esta tortura y volver a mí.
La boda del mes pasado fue bien excepto por el hecho de que parecía que todo el
mundo a mi alrededor parecía estar enamorado y yo estaba solo. Pensé que en mi
discurso de padrino habría una buena oportunidad para devolvérsela a Frankie y
gastarle una broma, pero en lugar de contarle un chiste fui en una larga y dolorosa
oración sobre el amor perdido y los corazones rotos. La gente lloraba para cuando
terminé, así que tuve que aligerar el humor diciendo: “Puede que Frankie y Emily
nunca sepan acerca esas tristes verdades. ¡Por muchos años de dicha marital y muchos
pequeños Frankies corriendo por ahí!”. Todo el mundo aplaudió, pero yo simplemente
me dirigí a la barra, me tomé unos cuantos whiskeys, y fui al baño, seriamente borracho,
y le lloré a un camarero en su descanso. Sueno realmente patético de nuevo. Trae tu
dulce trasero de regreso aquí, Avelina. Quiero amarte ahora.
Oí esa canción, “I Need My Girl” de The National hoy y ¿cómo podía no
recordarme a ti? Pero de nuevo, todo me recuerda a ti.
Nate.

14 de abril de 2011

Querida Ava,

Hola, hermosa. Dos meses más hasta que te vea. Espero no estar siendo delirante.
A veces todo parece irreal; el breve traslado a Montana, encontrarte en España,
sostenerte en mis brazos, todo ello. ¿Sucedió alguna vez?
Sabía que tenías que sanar y estar por tu cuenta, entiendo eso ahora, pero no he
oído nada acerca de ti. Ni siquiera sé si te encuentras a salvo. Trish y Bea dijeron que lo
último que oyeron era que vivías con compañeros de piso en Madrid pero que no has
dado señales durante un tiempo. No sabía que ibas a mudarte a Madrid. Me siento
perdido, Ava. No sé qué hacer excepto esperar.
Estuve en cirugía durante veintiún horas ayer. Salvé una vida con mis manos,
pero no sentí nada después. Estaba aliviado, por supuesto, pero solo quería compartirlo
con alguien. Quería compartirlo contigo, pero no estabas aquí. He estado en casa hoy,
descansando y leyendo. Encontré un centro ecuestre en Burbank, lo cual no se
encuentra demasiado lejos de aquí, donde podemos montar a Shine si quisieras traerla de
regreso aquí. Sé que dijiste que terminaste con los caballos, pero si se siente más como
casa tenerla cerca, entonces podemos hacerlo. La única forma en que este lugar se sentirá
como casa para mí es si te encuentras aquí.
Hoy en el hospital oí una historia de un hombre que murió exactamente un día
después del funeral de su esposa. Estuvieron casados durante cincuenta y seis años.
Murió de un síndrome de muerte adulta súbita, una condición cardíaca que puede ser
desencadenada por el estrés. A menudo se conoce como el síndrome del corazón roto.
Había oído acerca de ello, pero era escéptico hasta que alguien me contó su historia.
Fueron los mejores amigos del otro y un verdadero ejemplo de amor para toda la vida.
Cuando ella se encontraba al borde de la muerte, él le prometió que la acompañaría
pronto, y así lo hizo, pero se aseguró de que la enterraran antes de dejarse ir. La cuidó
hasta el final. Parece morboso pensarlo, pero eso es lo que quiero hacer por ti. Quiero
cuidarte. Quiero que nos cuidemos mutuamente hasta el final. La historia me ha
recordado a ti, pero de nuevo, todo me recuerda a ti.
Nate.
14 de mayo de 2011

Querida Ava,

El domingo pasado fue el día de la madre y me tomé el día libre para pasarlo con
mi mamá. Hablamos sobre su vida al lado de mi padre. Me habló acerca de cómo papá
siempre le dio la cantidad justa de espacio para ser quien quería ser, pero al mismo
tiempo siempre fue atento, lo cual la hizo sentirse amada, como si estuviera en una
verdadera asociación. Es un regalo conocer el equilibrio. Es importante en la vida y es
importante en mi profesión. Solo quería que supieras que he estado intentando
mejorarme a mí mismo en este tiempo. Quiero ser el hombre que no te decepcionará,
nunca. En un mes espero verte. Este ha sido el año más largo de mi vida.
La primavera en California es hermosa, como ya sabes. Todo florece. Puedo olerte
en las flores silvestres. A veces creo verte parada en nuestro balcón, pero parpadeo y te
has ido. ¿Siempre será de esta manera, Ava? ¿Parpadearé y te habrás ido? No les he
preguntado a Bea ni a Trish si han oído algo de ti. Estoy resignado a lo que sea que el
destino tenga guardado. Cada visión que he tenido de mi futuro te incluye, pero sé que
tienes libre voluntad y esos son mis sueños. Espero que también sean los tuyos.
Lo he arreglado de forma que no trabajo incesantemente. Tendré tiempo libre
contigo, con nuestros niños, si vuelves a mí, Ava. Te prometo eso.
Con el tiempo extra, he empezado a surfear. Me pone en modo zen antes de ir a
trabajar. En la parte trasera de nuestra casa tenemos unas escaleras de madera que
bajan a la playa. Me costó un par de veces pillarle el truco, pero ahora soy un surfista
habitual. Incluso me he dejado crecer el pelo medio centímetro. Pasos de bebé. Hace
tiempo que mi mente está tranquila. Ya no busco respuestas. Sé exactamente lo que
quiero y sé que puede que no lo consiga. Ha sido duro; me siento solo. Te extraño. Echo
de menos la idea de ti.
Edith, nuestra vecina, siempre me dice que soy raro porque no tengo novia. Sigo
diciéndole que vas a venir, pero cuando pregunta dónde te encuentras ahora, tengo que
decir que no lo sé. No sé dónde te encuentras en este mundo, en tu mente, o en tu
corazón, pero espero que dentro de un mes todo esté en el mismo lugar… conmigo.
La gente me pregunta todo el tiempo si tengo citas o si me encuentro en una
relación. Nunca sé cuál es la cosa correcta que decir. Normalmente les digo que espero a
que vuelva a mí la única chica a la que amaré alguna vez. Recibo muchas miradas
extrañas, pero no me importa.
Tienes nuestra dirección de los sobres, así que supongo que podemos
simplemente planear encontrarnos aquí el 14 de junio. Ya me he tomado el día libre.
Ven a casa.
Esta mañana compré un par de zapatos y me detuve en un estante de botas de
mujer. Vi un par justo como las tuyas y me recordaron a ti, pero de nuevo, todo me
recuerda a ti. ¿Crees que siempre lo hará?
Nate.
14 de junio de 2011

Querida Ava,

Esta es la última carta que voy a escribirte. Me despido; lo hago con el fin de
seguir adelante con mi vida. No regresaste a mí. No sé cuánto tiempo mi esperanza fue
falsa. No sé si superaste lo nuestro un mes después de la última vez que te vi o si fue
ayer. Solo sé que he pasado un año esperando por ti y nunca has venido.
Anoche llovió toda la noche. Tuvimos una extraña tormenta de verano, pero de
algún modo hizo que todo pareciera fresco esta mañana; renovado. Me levanté temprano
y limpié la casa de arriba abajo, me di una ducha, y esperé. La casa estaba llena de flores
para ti y compré tu vino favorito. Incluso preparé la cena para ambos y luego me la comí
solo. Me senté afuera en el balcón y observé el sol ponerse en el océano y luego el viento
se soltó y entré a escribirte esta carta.
Te amaba, te amo ahora, pero podré seguir adelante. Sé que puedo. Tú me lo has
enseñado. No estar contigo está lejos de mi sueño, pero como nuestros corazones, los
sueños pueden romperse y volver a repararse. Me resulta difícil no preguntarme si te he
asustado con todas estas cartas. Espero que no. Espero que simplemente te haya hecho
ver lo hermosa y sorprendente que eres. Supongo que ahora me doy cuenta de que lo
único que quiero es que seas feliz y estés a salvo. Eso es lo máximo que puedo esperar
ahora. Traje algunas de tus cajas aquí pero no abrí…
La casa en el océano
Traducido por CrisCras
Corregido por Elizabeth Duran

Las luces traseras del taxi se volvieron borrosas mientras se alejaba más y
más. Me quedé parada inmóvil, observándolas desvanecerse en la distancia.
Podía oír las olas rompiendo abajo, pero se encontraba demasiado oscuro para
ver el océano. Era solo una vasta nada negra, hecha incluso más negra por la
casa iluminada encaramada en el acantilado.
Sabía que Nate me estaría esperando. El retraso del vuelo y la rotura del
GPS en el taxi hacían que pareciera que el universo me complicaba el camino de
vuelta a él, pero estaba aquí, congelada en la calle. El viento golpeaba mi
espalda, animándome a seguir adelante. Poco a poco me dirigí a la puerta con
una pequeña maleta en la mano. Durante un año estuve pensando en este
momento. ¿Qué diría? ¿Qué me pondría? ¿Seguiría Nate queriendo estar
conmigo? Sabía por las cartas que me esperaría.
El picaporte giró con facilidad, así que entré silenciosamente. Desde la
entrada pude verlo, sentado en un escritorio, escribiendo. Se hallaba de
espaldas a la puerta así que no notó mi presencia.
Tenía la tentación de observarle durante unos pocos segundos antes de
conseguir su atención. Su brazo se apoyaba en la mesa y su mano se encontraba
perdida en su pelo mientras se inclinaba sobre la mesa, su mano derecha
volando a través del papel. Su pelo estaba un poco más lago y parecía
bronceado, lo cual me hizo sonreír. Llevaba pantalones vaqueros negros, sin
zapatos, y una camiseta gris claro. Parecía casual y cómodo, pero su postura le
daba un aspecto ligeramente desanimado. Me pregunté si se debía a que llegaba
tarde.
—Nate —hablé finalmente. Se giró en su silla y me miró. Parpadeó unas
pocas veces, mostrando poco reconocimiento.
—Ava. —La palabra apenas hizo un sonido en sus labios. La probaba.
Se levantó, pero se quedó dónde estaba. Nos observamos el uno al otro
durante un momento. Vi sus ojos moverse hacia todas partes. Miró mi maleta,
luego subió y bajó por mi cuerpo. Se tambaleó de nuevo.
Dejé caer mi maleta y fui hacia él. Sus manos agarraron mi rostro con
fuerza. Como el sol en el océano, me hundí en Nate antes de que todo se
quedara en silencio. Estábamos juntos.
—Estás aquí.
—Sí —dije.
—¿Por qué me hiciste esperar? —Se apartó y abrió mucho los ojos,
acusadoramente.
—Acordamos un año.
—No, quiero decir hoy.
Aparté la mirada. —Oh, mi vuelo…
—No importa —dijo, luego estrelló su boca contra la mía. Me derretí en
su contra.
Se apartó de repente y bajó la mirada a mí, sus ojos todavía muy amplios.
—Así que ¿planeaste volver a mí… todo el tiempo, como dijiste que lo harías?
—Contaba los minutos desde el momento en el que te dejé en la puerta
de mi madre. Tenía que hacerlo; tenía que demostrar…
—Shh —dijo, dando un paso hacia delante otra vez y estrellando sus
labios con los míos. Un segundo después se apartó abruptamente otra vez. Y en
ese momento me reí con ganas. Finalmente sonrió, provocándonos a los dos un
ataque de risa hasta que casi nos encontrábamos llorando—. Estamos locos. No
puedo creer que lo hicimos.
Le miré intensamente a los ojos. —Gracias por las cartas. Fue la única
manera en que lo superé. Me motivaste, así que gracias. Me demostraste lo
fuerte que eres y lo mucho que quieres que estemos juntos. Nunca pediré una
prueba de nuevo. Ahora puedo confiar en ti y espero que tú también puedas
confiar en mí.
—Apenas. —Sonrió—. Lo lograste por los pelos, ¿sabes eso?
—¡Ja! Nate Meyers, ¿desarrollaste un sentido del humor mientras no
estaba?
Sonrió. —Tuve que hacerlo… para pasar por ello.
Caímos el uno en los brazos del otro. —Estoy aquí ahora.
Su expresión se volvió seria. —Si parpadeo, ¿desaparecerás?
—No voy a ir a ninguna parte. Estás atrapado conmigo para siempre. Así
es justo como yo opero. Estoy al cien por ciento o nada.
Llevaba un vestido y una chaqueta de cuero cuando entré en la casa.
Minutos más tarde, no llevaba nada en absoluto.
—Así que… ¿no te marcharás nunca? —Me llevó rápidamente por el
pasillo hasta el dormitorio. Nuestro dormitorio.
—Nunca. Mi corazón permanece aquí.
Me besó y sonrió contra mi boca. —¿Dónde has estado? —susurró.
—Creciendo.
—Yo también —respondió rápidamente.
Éramos un borrón de cuerpos, intentando ponernos al día con todo,
interrumpiéndonos con besos apasionados. Pronto, nos encontrábamos en la
cama. Se cernía sobre mí, entre mis piernas. La habitación estaba a oscuras, pero
la luz de la luna que se reflejaba sobre el océano iluminaba la cara de Nate lo
suficiente para que viera el asombro en sus ojos. Levanté mis manos y acaricié
su mandíbula. —¿Qué pasa?
—Solo estoy mirando a mi futuro, y es hermoso —dijo.
Sonreí. —Para siempre es solo ahora.
Traducido por CrisCras
Corregido por Elizabeth Duran

No es precisamente un pensamiento reconfortante saber que nuestros


profesionales médicos están locos de remate, especialmente cuando me acerco a
mis años de geriatría. Fue un placer absoluto y francamente un alivio ver
finalmente a la chica.
Verás, mi vecino en un doctor. Está un poco ido de la cabeza, lo cual es
un poco atemorizante cuando consideras su profesión. Lleva botas de vaquero
con sus batas de médico, y sin embargo surfea cada día. El chico está
confundido. Me habló hace meses acerca de esta chica y sobre lo hermosa que
era, y me dijo que ella vendría a vivir con él. Tengo que admitirlo, no creí ni una
maldita palabra de lo que dijo. Es lo suficientemente atractivo para ser el soltero
más codiciado de Los Ángeles, pero es un poco extraño, como dije, pendiente
de una chica que de la cual me encontraba segura de que no existía. Y luego ella
vino.
Me encontraba sentada en mi terraza una mañana cuando los vi en su
balcón. Generalmente no soy una vecina entrometida, no me entrometo, y
nunca cotilleo. Excepto por supuesto cuando Joanna Jacobs dormía con el
marido de Kylie Whitmore, pero eso solo fue un anuncio de servicio público
para permitir que la gente del barrio supiera, especialmente las mujeres
casadas. No lo llamaría cotilleo.
Perdí a mi Georgie hace años y nunca lo superé. Algunas personas
encuentran el amor de nuevo. Esos son los afortunados. Otros encuentran el
amor más fácilmente, lo que los hace desafortunados. Cuando vi a Nate y Ava
en el balcón, quise apartar la vista y darles su intimidad, pero no pude. No
podía dejar de mirar porque me recordaba lo que se sentía ser consumido. Se
abrazaban, se besaban y hablaban, y aunque no podía oír lo que decían, me
daba cuenta de que ambos se mostraban interesados y ansiosos. No hubo un
momento en el que no se tocaran. Más tarde, se besaron durante un largo rato y
luego Nathanial la llevó adentro. Ya he vivido lo suficiente como para saber lo
que pasó después. Puede que sea una anciana, pero no soy una tonta.
Nate no mintió acerca de una cosa. Ava era hermosa y exótica, y cuando
finalmente la conocí, también resultó ser amigable y dulce. Me dijo que se
encontraba muy cerca a recibir su certificado de enfermería y que ella y Nate
planeaban casarse el próximo verano. Me habló sobre los caballos y mencionó a
su primer marido. Conocía la historia.
Había gente en este mundo que ha experimentado una gran tragedia
personal, algunos de los cuales simplemente se marchitaban por el dolor o
vagaban a través de la vida adormecidos hasta que su tiempo llegaba a su fin.
Ava no lo hizo. Eligió seguir adelante y darle otra oportunidad, pero pienso que
le tomó mucho tiempo sanar y empezar a crecer otra vez. En todos mis años, he
aprendido que la vida nos sirve muchas tormentas a las que hacer frente.
Algunas serán lentas y melancólicas bestias tranquilas, y otras serán ruidosas,
atronadoras y aterradoras. Pero si estás dispuesto a mirar lo suficientemente de
cerca, no importa lo devastadora que pueda ser la tormenta, después de la
lluvia siempre encontrarás una nueva vida que brota en las secuelas.
Agradezco infinitamente a mis amigos, familia, lectores, blogueros y
colegas autores que me han apoyado tanto y han sido tan amables en su
disposición a leer y difundir el libro.
A mi editora, Jhanteigh Kupihea, es un placer trabajar contigo. Me
encanta todo lo que aportas a cada una de estas historias y estoy muy
agradecida de tener a alguien conmigo en este viaje a quien respeto tanto. Tu
compromiso, tu impulso y tu ética de trabajo se aprecian más allá de las
palabras.
Julie, Hadley, Rebecca, Amy, Toni, Carey, Jo, Kylie, Kim C, Katy, Kim J,
Gretchen, Emmy, Kendall, Penny, gracias por la amistad, la diversión y el
apoyo.
A mi agente, Christina Hogrebe, gracias por ser siempre la voz de la
razón que tanto necesito a veces.
Shannon, por escuchar mis tonterías y obligarme a hacer sentadillas y
flexiones de brazos mientras te hablo al oído, gracias.
Rebecca, Katie, Carla, Angie, Heather y Noelle, gracias por todos los
esfuerzos adicionales para ayudarme a perseguir este sueño.
Gracias a mi madre y mi padre, Rich, Rachel, Donna y el resto de la
pandilla.
A Sam y Tony, las personas más interesantes que conozco; gracias por
desafiarme y enseñarme cosas nuevas cada día.
Y, por último, a Anthony, que nunca me ha quitado nada de lo que soy.
Tú eres siempre la inspiración.
Renée Carlino es una autora bestseller de novelas
contemporáneas, de ficción y New Adult. Sus libros
han aparecido en publicaciones norteamericanas,
como Cosmopolitan, InStyle, USA TODAY,
Huffington Post, la revista Latina, Publisher's
Weekly, Redbook, Sunset Magazine, Coastal Living y
The Union Tribune.
Vive en el sur de California con su marido y sus dos
hijos. Cuando no está en la playa con sus chicos o
trabajando en su próximo proyecto, le gusta pasar su
tiempo leyendo, yendo a conciertos y comiendo
chocolate oscuro.
Más información en su sitio web: www.reneecarlino.com

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