After The Rain - Renée Carlino
After The Rain - Renée Carlino
After The Rain - Renée Carlino
OTOÑO 2013
1Referencia a Bonnie Parker y Clyde Barrow, dos fugitivos, ladrones y criminales de los Estados
Unidos.
—Dancer —dije en un susurro. Levantó sus orejas antes de girar y trotar
hacia mí.
—¿Eh? —dijo Jake, sacudiendo la cabeza—. Nunca había visto eso antes.
La saqué del corral a la parte trasera del remolque y comencé a vestirla
para la carrera.
—Tiene grandes líneas. —Pasó una mano sobre su flanco manchado.
—La mayoría de la gente piensa que es fea.
—No, es hermosa. —Acariciaba al caballo, pero mirándome directamente
a los ojos cuando lo dijo.
Mi pulso se disparó. —Puedes pasearla un par de veces mientras me
cambio. Se cansa rápido.
—Está bien —dijo mientras trabajaba para alargar el estribo. Se subió en
la silla y Dancer inmediatamente se resistió. Se sentó firme en su asiento,
claramente un gran jinete. Tirando de las riendas más estrictamente, causó que
Dancer trotara unos pasos atrás. Agitaba su cola y luego pinchó sus orejas con
irritación. Jake se inclinó y le habló en un tono suave—: Ahora, tranquila. No
vas a avergonzarme delante de esta hermosa chica, ¿verdad?
—Siempre toma el tercer barril demasiado amplio. No puedo quitarle
eso, para que lo sepas.
Dancer trotaba en su lugar, ansiosa por correr hacia los barriles de
práctica.
—¿Cómo puedes ganar si siempre está cometiendo errores? —preguntó
Jake, sonriendo.
—Es lo suficientemente rápida.
—Ya veremos. —Le dio un apretón con los tacones de sus botas y se
fueron.
Me puse rápidamente la camiseta de competición, los vaqueros y las
botas, y en cinco minutos regresó. Dancer estaba caliente, pero Jake parecía
totalmente agotado.
—¿Estás bien, vaquero? —Sonreí.
Había una corriente reluciente de sudor que goteaba de sus patillas. Saltó
y me entregó las riendas antes de quitarse el sombrero y peinarse el cabello
rubio oscuro hacia atrás. Dejó escapar un gran suspiro.
—Hombre, es una perra mala, llena de fuerza y energía. No sé cómo
compites con ese caballo, deslizándote alrededor de eso. No tomó el tercer
barril ampliamente, prácticamente me lanzó sobre él.
Me reí.
—Ya verás. —Tomé las riendas, subí a la silla, y me dirigí hacia la
arena—. Esta no es un caballo de cuerda. Ella baila en el aire —grité.
Tenía razón, era un caballo difícil de manejar, pero no cuando yo la
montaba. Llegué a la puerta justo cuando llamaron mi número. El timbre sonó y
salimos. Me agaché un poco en su cuerpo mientras Dancer corrió hacia el
primer barril. Rodeó con toda facilidad, luego nos fuimos al segundo barril y
luego al tercero, el cual tomó un poco más ancho que perfecto. Era una mejora.
Le di una patada con fuerza, golpeé el final de las riendas de ida y vuelta contra
sus hombros. Aceleró y salió volando hacia la puerta, apenas tocando sus
pezuñas en el suelo.
Mientras miraba el reloj, el locutor anunció mi puntuación. Gané.
Tras recoger mi premio, me dirigí al establo donde tenía aparcados mi
camioneta y mi remolque. Jake se encontraba sentado en el portón trasero,
riéndose cuando me acerqué.
—¿Tienes algo bueno allí, cariño? —preguntó.
Levanté mi trofeo y lo sacudí en el aire.
—¡Gané trescientos dólares!
—¿Me estás diciendo que vas a llevarme a tomar una cerveza para
celebrar?
Tragué saliva mientras lo miraba desde lo alto de Dancer. Negué
ligeramente y luego traté desesperadamente de apartar mis ojos de él. Se había
puesto un par limpio de vaqueros Wranglers y una camisa blanca de botones.
Todavía con una sonrisa confiada, balanceó las piernas hacia atrás y adelante
juguetonamente en el borde de la puerta trasera.
Cuando salté para quitar la silla y el freno, se dio la vuelta y puso su
mano sobre la mía.
—Estaba bromeando. No sobre la cerveza, pero sí sobre el comprarla. Me
gustaría invitarte a salir para una cena adecuada. ¿Puedo hacer eso?
Me apretó la mano, mirándome a los ojos, esperando mi respuesta.
—Mi mamá está en nuestro motel. Tengo... tengo dieciocho años. —Mi
voz tembló vergonzosamente.
—Oh, bueno, acabo de cumplir veintiuno. —Sonrió de nuevo—. Estoy
lejos de mi casa en Montana, haciendo el circuito de rodeo a través de
California. Somos solo mi compañero de lazo y yo, así que se vuelve un poco
solitario. —Me di cuenta de que quería decir “solo” en el sentido genuino, no de
una manera sexual—. ¿Tal vez puedas traerla? Ambas necesitan comer,
¿verdad?
—Está bien —le dije a Jake McCrea solo tres cortos meses antes de que
me casara con él.
Ejercicio reglamentario
Traducido por Melanie13
Corregido por Vane’
PRIMAVERA 2005
PRIMAVERA 2005
A los veintinueve años era el médico adjunto más joven del centro
médico de la Universidad de California en Los Ángeles (UCLA), lo que me
valió el molesto apodo de Doogie2. Me había saltado un par de años de las
tonterías del instituto por las que el resto de mis compañeros tenían acné por
estrés. Podía hacer cálculos mientras dormía, así que no me sorprendió que mi
residencia de cirugía general y cardiaca también transcurriera a un ritmo más
rápido de lo normal.
Todos los demás médicos de mi residencia encontraron la manera de
meter la pata y alargar el ya dolorosamente largo camino para llegar a ser
médico adjunto. Frankie echó a perder sus oportunidades follando con todo el
mundo en el programa. Luego estaba Lucy Peters, que empezó a salir con un
residente mayor y luego echó a perder una apendicectomía después de que él
rompiera con ella. Pero el mayor perdedor de todos los degenerados fue Chan
Li, que llegó un día al trabajo con resaca y dejó un retractor metálico de trece
pulgadas dentro del abdomen del paciente al que había realizado una cirugía
de manual. Idiota.
A mediodía el marcador era Ava: seis, yo: cero. Me encantan las mujeres
que me desafían, pero Ava me estaba ganando por goleada, lo que creo que era
aún más refrescante. Los peces ya no picaban, así que Ava me dio un sándwich
de su alforja.
Abrí el papel de aluminio. —Mantequilla de maní y jalea. Me gusta.
Su sonrisa era tímida. —No tengo mucho en mi cabaña.
Nos sentamos en las rocas bajo la sombra de un árbol cerca de la
corriente y comimos. El día era inusualmente cálido para ser primavera. Ava
llevaba unos pantalones ajustados enrollados y desvanecidos, y una blusa de
algodón de color beige con mangas cortas de encaje. Cuando se inclinaba podía
ver el oleaje de sus pechos relucientes de sudor. Su piel era de un tono cálido y
natural.
—¿Por qué te mudaste aquí desde California? —le pregunté.
Levantó la mirada, luciendo en conflicto. —Nate… —Me di cuenta por
su expresión que quería decirme cosas, pero no podía encontrar las palabras.
Bajó la vista hacia sus pies. Me acordé de nuestra regla de no hablar.
Dejé de masticar y tragué mientras miraba a un lado de su rostro
intensamente. —Suéltate el cabello, Ava —le dije en un tono decidido. Algo se
apoderó de mí de repente y sentí la necesidad de tocarla, como si mi cuerpo se
moviera a su propia avenencia.
Frente a ella, en la roca, observé cómo mantenía la mirada al frente y
deslizaba lentamente la cinta de su cola de caballo. Su pelo largo y liso caía
limpiamente por sus hombros. La agarré por el cuello y tiré de ella hacia mí. No
se resistió, pero tampoco me miró. Me incliné hacia su pelo e inhalé tan hondo
que me sentí adormecido. Me sorprendió lo atraído que me sentía al tocarla e
igualmente me sorprendió que me hubiera obedecido y se sometiera a mi tacto.
Era como si existiera una fuerza más allá de mí que creara los
movimientos involuntarios de mis manos sobre su cuerpo. Olía a dulce azafrán
como nadie que haya conocido, tan dulce y natural que solo Dios podía crearlo,
un recordatorio de la salvación en la época secular en la que vivimos.
Quería frotar su piel contra la mía. Bajé mi mirada hacia su camisa y me
pregunté si su sudor sabía tan dulce como olía. Quería estar dentro de ella.
Estaba increíblemente cerca de decirle que se quitara la ropa. De alguna manera
sabía que lo haría si se lo pidiera. A veces parecía tan sin rumbo. Era como si su
mente fuera un molinete que giraba sin cesar en la pantalla del televisor, y
esperaba que alguien llegara y cambiara de canal. Parecía perdida y frágil en un
momento y al siguiente aguda e insensible. Sabía que no podía aprovecharme
de alguien como Ava, aunque en ese momento estuviese cien por cien seguro
de que quería escapar de todo conmigo.
Mi corazón se desbocó, empujando la sangre hacia el centro de mi
cuerpo, golpeando con tanta fuerza que realmente me asustó. Corría maratones
y recorría kilómetros en bicicleta, estaba condicionado para la resistencia, y sin
embargo me encontré completamente sin aliento en su presencia. Ese día no
había pensado en el hospital, ni en Lizzy, ni en la cirugía, pero de repente, y por
primera vez en mi vida, mientras me encontraba allí respirando a Ava, pensé en
nuestros corazones en relación con el amor.
Sorprendido por el pensamiento, me levanté bruscamente, respirando
con agitación. Me quedé postrado de la conmoción, sostuve mi mano sobre mi
pecho y la miré. No podía formar palabras.
Una mirada de horror se apoderó de su rostro y luego se transformó en
vergüenza cuando sus mejillas se enrojecieron. Se levantó y empezó a correr por
las rocas hacia la colina. Me sentí confundido y culpable y la perseguí.
—¡Ava, espera!
Su pie descalzo deslizó sobre una roca cubierta de musgo y salió volando
hacia atrás. Parecía como en cámara lenta mientras la veía girarse en el aire para
proteger su cuerpo. Aterrizó sobre su costado con violencia sobre unas rocas
escarpadas.
Dejó escapar un profundo gemido. Corrí hacia ella y me arrodillé. Sus
ojos estaban cerrados fuertemente cuando comenzó a llorar. Su grito me
recordó a la madre de Lizzy, sin procesar y real.
—¿Estás herida?
—Sí. —Se las arregló para dejar salir con una respiración pesada.
—¿Dónde? —preguntó frenéticamente. Recorrí su cuerpo mientras yacía
acurrucada en posición fetal.
—Por dentro.
—Por el amor de Cristo, ¿dónde, Ava? Por favor, deja que te ayude. Soy
médico.
Sus ojos inyectados de sangre se abrieron cuando su mano se movió
lentamente hacia su pecho. Presionó firmemente el espacio sobre su corazón. —
Aquí. Estoy sangrando. Debo estarlo —dijo, cayendo en un ataque lleno de
potentes sollozos.
El entendimiento absoluto me golpeó. La tomé en mis brazos, la acuné
como a un bebé y dejé que sollozara en mi pecho. Fui demasiado lejos en la
montaña y ella luchaba con ello.
Después de una hora de sostenerla fuertemente, sentí que su cuerpo se
relajaba. Se había quedado dormida en mis brazos.
Recordé un momento en el que asistí en una cirugía de dieciocho horas
con mi padre y otro médico establecido. Las cosas seguían yendo mal, pero mi
padre se había mantenido firme. Era difícil entender cómo tenía la resistencia
física, pero rápidamente aprendí que ser un médico lo requería. Había
sostenido unos fórceps y una abrazadera en una arteria sangrante durante
cuatro horas seguidas durante la cirugía mientras mi padre trataba de averiguar
el problema.
Aquel día sostuve a Ava durante horas de la misma manera cerca del
arroyo mientras dormía. Mis brazos rebosaban de cansancio y hormigueo, pero
la sostuve con determinación. Era increíble lo profunda y relajada que era su
respiración. Al examinar su cuerpo, me di cuenta de que tenía los pies
diminutos y los dedos pintados de rosa, lo que me pareció adorable pero
peculiar, conociendo el tipo de vida que llevaba Ava. Parecían recién pintados y
me pregunté si lo había hecho por mí.
No hacía ningún sonido mientras dormía. Le tomé el pulso con la mano
y luego me incliné para escuchar su corazón constante. La mujer seguramente
nunca había dormido tan plácidamente. Era como si cayera en una muerte
temporal mientras yacía junto al riachuelo. Su cuerpo parecía tan inerte como
los cuerpos que abría en mi camilla. Sin señales de vida hasta que miras dentro
y ves que el órgano late. Lo extraño es que cuando ves por primera vez un
corazón latiendo, esperas oír ese ritmo que es tan sinónimo de él, pero apenas
hay un sonido. En su lugar, es solo un movimiento como si tuviera una
existencia independiente. En realidad, el corazón palpita unas cuantas veces
una vez que está fuera del cuerpo, y aunque soy consciente de la razón
científica, me pregunté en ese momento, sosteniendo a Ava junto al arroyo, si
tal vez nuestros corazones realmente podrían romperse por un amor roto o una
tragedia.
Cuando por fin se despertó y abrió los ojos, miró primero al cielo y sus
ojos registraron que el sol se encontraba mucho más bajo que cuando se quedó
dormida en mis brazos.
—¿Qué pasó? —preguntó con una expresión de desconcierto.
Me reí. —Te caíste y luego tomaste una pequeña siesta.
—¿Cuánto tiempo?
—Unas pocas horas. —La ayudé a ponerse de pie con las piernas
temblorosas.
—¿Y me sostuviste todo ese tiempo?
—Fueron el mejor par de horas que he tenido en mucho tiempo. —
Poniéndose sus zapatos, parecía tranquila y retirada de nuevo—. No pretendí
sobrepasar mis límites antes. Lo siento —le dije.
—No debería tener, ya sabes… no debemos.
Me senté a su lado en una roca. —¿Sigues sintiendo mucho dolor? —Qué
tonta pregunta que era esa.
—Dolor, sí, todavía lo siento y siempre lo haré. No creo que alguna vez
se mejore.
—Se necesita tiempo para sanar.
—No sé si es la curación lo que duele. Simplemente lo extraño y nunca
voy a dejar de extrañarlo.
—Entiendo.
—¿Lo haces? —dijo. No estaba siendo sarcástica; sus ojos rebosaban
curiosidad.
—Lo intento.
Asintió, comprendiéndolo, antes de que mirara a la corriente. —Vamos a
limpiar el pescado aquí. Bea puede hacer barbacoa con ellos esta noche.
Su brusco cambio de tema fue bienvenido. Me pareció interesante que la
última vez que había comido carne fuera un trozo de trucha que pedí en un
restaurante de cinco estrellas de Hollywood. Observé cómo Ava cortaba el
vientre del pequeño pez desde el cuello hasta la cola y luego procedía a extraer
las vísceras. Pensé en cómo había desperdiciado cinco años de su veintena
lamentándose por un hombre demasiado cobarde para vivir por una mujer tan
fuerte, hermosa y capaz.
Sostuvo el vientre de pescado abierto hacia mí. —¿Ves? Bonito y limpio.
—Arrugué la nariz—. No puedes ser aprensivo, eres un cirujano.
Me reí. —Buen punto. Acabo de uhm… bien… estás haciendo un gran
trabajo. Creo que voy a dejar que te encargues de esto.
—Redman tendría un día de campo si viera tu expresión.
—Por favor, no le digas a Redman que te dejé hacer esto. Me colgaría de
las bolas.
Se echó a reír. —Te haría algo peor que eso. Aunque será mejor que te
acostumbres a este tipo de cosas, Nate. Estás en un rancho ganadero después de
todo.
Ah, la ironía.
Después de haber limpiado el pescado, nos dirigimos de vuelta al
rancho. Finalmente me armé de valor para llevar a Tequila durante un corto
trayecto de vuelta. Fue liberador estar fuera en el aire fresco y limpio.
Seguramente debe haber más oxígeno puro en el aire de Montana. Al crecer en
Los Ángeles, existía la idea de que respirar en el aire acondicionado era más
saludable que salir al aire libre lleno de smog. La gente no se atrevía a conducir
con las ventanillas bajadas ni a bailar bajo la lluvia ácida en las calles de Los
Ángeles.
En el establo, sin mediar palabra, ayudé a Ava a cepillar a los caballos.
Bea bajó de la casa y se paseó por el cobertizo. Ava se le acercó y le entregó la
bolsa de pescado.
—Aquí. Trucha.
—Gracias, cariño. No tenía ni idea de lo que iba a cocinar esta noche. —
Ava asintió.
Después de que Bea se fue, le pregunté a Ava —¿Te agrada Bea? —en un
tono plácidamente neutral para que pareciera vana curiosidad.
Levantó la vista inmediatamente. —Sí, por supuesto, la amo.
—Oh. Lo siento, es que... um, parece que te cuesta hablar con ella.
—Me cuesta hablar con todos.
—¿También conmigo?
Arrojó el cepillo en un cubo, pasó por delante de mí y respondió—: Sí,
pero no tanto. —Cuando salió del establo, la llamé—: ¿Vas a estar en la cena?
—No.
Pasó más de una semana en la que no vi a Ava más que de pasada. Veía
su camioneta y su remolque de caballos bajando por el largo camino de entrada
casi cada dos días, pero se ausentaba durante la cena o se sentaba sola con el feo
perro en el porche trasero.
Una mañana, mientras yo realizaba la glamurosa tarea de palear mierda
con Caleb, Ava pasó junto a nosotros en su camioneta. Me quedé esperando a
que mirara para poder saludarla, pero no lo hizo. Se limitó a bajar la colina
dejando una gran nube de polvo a su paso.
—¿A dónde va? —pregunté.
—Les enseña a los niños.
—¿Qué les enseña?
—Astronomía —dijo, sin expresión.
—¿En serio?
—No, imbécil, les enseña cómo montar caballos.
Me reí. —Está bien, está bien, me tienes. Fue una pregunta estúpida.
Resopló y sacudió la cabeza, mirando a otro lado.
—¿Qué? —le dije con un ligero tono de urgencia. Su mierda petulante
me ponía de los nervios.
—Nada, es solo que estás muy interesado en esa perra. No tengo ni puta
idea de por qué.
Me enderecé y apoyé mi antebrazo en la parte superior de la pala. —¿Por
qué crees que es una perra?
—Simplemente lo es. No le da a nadie la hora del día. —Continuó
paleando mientras hablaba. Era obvio que Caleb le tenía cierto resentimiento;
estaba algo más que irritado por su indiferencia.
—Sabes su historia, ¿no? —le pregunté.
—Sí, su marido se voló la cabeza. Probablemente no podía soportar
jodidamente vivir con ella. —Se puso de pie, imitó una pistola con el dedo bajo
la barbilla y simuló el sonido de un disparo.
—Eres un pendejo, hombre.
—¿Qué? ¿Por qué no me dices eso a la cara?
—Lo acabo de hacer —Nunca sabré por qué razón me enemistaría con un
hombre de trescientos kilos que superaba mi metro ochenta. Un profundo
sentido de la caballerosidad afloró en mí.
—Será mejor que te ocupes de tus propios asuntos.
En una voz totalmente tranquila y carente de emoción, le dije—: ¿Hace
cuánto tiempo que trabajas aquí paleando mierda, mi amigo?
—Lo suficiente para saber que le estás ladrando al árbol equivocado. Ni
siquiera hace contacto visual conmigo, por lo que tus posibilidades son escasas.
—¿Así que de eso se trata realmente? ¿Qué, te le insinuaste? Tal vez no
eres su tipo.
Tiró la pala sin esfuerzo a través del corral sobre un montón de
herramientas. —¿Y tú, maricón?
—Neandertal —espeté.
—Cobarde —dijo, alejándose.
—Tal vez en otros tres mil años, cuando hayas evolucionado podemos
tener de nuevo esta conversación. ¿Por lo menos tienes pulgares oponibles? —le
grité la última parte mientras desaparecía de la vista.
Por la noche, cuando Ava descargaba los caballos de su remolque, me
lancé sobre ella. —¡Buu!
No se asustó.
—Vaya, no eres divertida.
—Me lo han dicho antes —dijo.
Retrocedió a Dancer sobre la rampa hacia mí. —Quítate del camino,
Nate. Nunca te coloques detrás de un caballo a menos que quieras que te patee
la cabeza… u otra parte del cuerpo.
Me aparté y la seguí hacia el granero donde situó a Dancer en un
compartimiento. —¿Cómo estuvo tu día? ¿Qué has estado haciendo?
Arrojó un trozo de alfalfa en la comida de Dancer y acarició su cabeza.
Cuando por fin se volteó hacia mí, se inclinó contra la corta puerta del
compartimiento con una desvergonzada sonrisa; una mirada que nunca le había
visto.
—Di unas lecciones de cabalgo a algunos niños en otro rancho, pero
estoy segura de que ya lo sabías.
Ya me tenía. Debía saber que había estado preguntando por ella.
—Bueno, ¿cómo estuvieron las lecciones?
—Excelentes. ¿Qué hiciste hoy día?
Sonreí muy grande. —Paleé mierda.
—¿Cómo estuvo?
—Muy de mierda. —Nos reímos, pero bajó la mirada, casi como si
estuviese avergonzada de reírse en voz alta—. También conocí a Caleb un
poquito mejor.
—Lo lamento —dijo con seriedad.
—¿Por qué no se llevan bien?
—No lo sé. No le agrado… —Su voz disminuyó. Alejó la mirada y su
ánimo cambió.
—¿Por qué crees que no le agradas?
—Bueno, una noche… intentó… —Suspiró por la nariz y llevó la mirada
hacia el techo del granero—. Una noche intentó besarme. No sé por qué. Juro
que nunca le di señales.
—Te creo. —Y sí le creía. No le daba ninguna señal a nadie, ya sea buena
o mala; era raro que siquiera levantase la mirada de sus pies—. Continúa.
—Me pilló en las escaleras, justo mientras bajaba y él regresaba de la casa
principal. Agarró mis caderas y se inclinó. Le di una cachetada.
—¿Cómo reaccionó?
—Me dijo una grosería, y que yo tenía la culpa por, uhm… por las cosas
que han pasado en mi vida.
—Nada es tu culpa. Sé lo que pasó.
Se encogió de hombros. —No importa.
—Sí, sí importa. Ese maldito imbécil no tiene derecho a tratarte así. —
Levanté la mirada pensativamente—. Solo me pregunto, ¿qué te dijo?
—Zorra.
—Voy a matarlo. —Incluso cuando lo dije, no pude creer mi reacción. Al
parecer, había algo en el agua de Montana que transforma a un incrédulo,
amante del Starbucks y pacifista vegetariano en un protector de Dios de todas
las mujeres y el ganado.
Resopló por la nariz. —Gastarías tu tiempo.
Se hizo el silencio durante varios momentos mientras nos mirábamos en
el granero. El ambiente era embriagador. Vi cómo sus ojos bailaban por mi
rostro y luego se quedaban fijos en mis labios. Una parte de mí quería inclinarse
y besarla, pero ella no hizo ningún movimiento hacia mí y, francamente, no me
apetecía recibir una bofetada.
—En serio, Ava, no creo que no le agrades a Caleb. Es exactamente lo
contrario. Lo más probable es que le gustes. —De repente, sonaba pragmático
como si estuviera hablándole a un salón lleno de universitarios—. Apuesto a
que se sintió rechazado, y porque tiene un pene pequeño sintió la necesidad de
hacerte sentir mal.
Sonrió. Su mirada era adorable, casi como agradecida. —Gracias. Esa fue
una explicación muy interesante de lo que pudo haber pasado ese día en las
escaleras. Aun así, todo el mundo aquí sabe lo que me pasó. Es difícil creer que
no me culpan por lo que Jake. —Podía asegurar que le dolía decir su nombre.
—Eso no es verdad. —Me le acerqué para cerrar la distancia, pero
sacudió su cabeza, deteniéndome—. No deberías acercarte a mí.
Entrecerré los ojos. —¿Acercarme físicamente?
—No, no deberías querer conocerme. Jake era mi marido. Lo sabes,
¿verdad? —Sus ojos se llenaron de lágrimas—. Mi marido, Jake, se suicidó
porque no pude amarlo correctamente. No pude hacerle querer vivir.
—Como dije, conozco la historia, Ava, pero estás equivocada. Tan solo
déjame tomar tu mano. Es más fácil así. —Levanté mi brazo y tomé su mano, y
la sostuve mientras nos quedábamos varios centímetros lejos del otro. Su palma
era pequeña, con callos y fría. Había un poco de mugre bajo sus uñas, pero la
piel de su dorso era suave.
—Es más fácil hablar cuando no hay un espacio incómodo entre
nosotros.
—Tu mano es suave —dijimos al mismo tiempo.
—Las manos de los doctores siempre son suaves porque tenemos que
exfoliar mucho. —Sonreí y soltó una carcajada, sonando como un hada,
provocando que mi corazón saltara con un latido.
—Exfoliar. Esa es buena. Eres gracioso, Nate.
—Nunca nadie me ha dicho eso.
—Eso es un poco triste. Siento que he sonreído y reído más cerca de ti
que de cualquier otra persona en años.
Nuestras expresiones se volvieron serias otra vez. Mientras sostenía su
mano en la mía, pensé en intentar y hablar con ella de verdad.
—¿Dónde está tu familia?
—No por aquí. Mi padre está muerto. —Tragó—. Mi mamá volvió a
España. Mi hermano vive en Nueva York. Y yo estoy aquí, donde pertenezco,
en algún tipo de infierno.
—Detente —susurré, sacudiendo la cabeza—. No digas eso.
—Es como me siento.
—Bueno, durante el verano, es hermoso aquí.
—No me refería a eso.
—¿A qué te referías?
—Al principio, los días se confundían entre otros. Después del accidente
de Jake, despertaba y pensaba mucho en lo que pasó el día anterior, pero todos
mis recuerdos eran borrosos, incluso los recientes. No podía superarlo, y luego
cuando creí que por fin era capaz de aceptar que Jake estaría paralizado por
siempre, se suicidó. Después de eso, ya no eran días, eran semanas…
diluyéndose como si mi vida estuviera en modo rápido. Pero solo tengo
veinticuatro.
Limpié una lágrima derramándose por su mejilla. —Me alegro que
hables conmigo de eso. ¿Tal vez podamos pasar el rato después de cenar?
Parpadeó, y luego soltó un suspiro. —No, no lo creo. —Parecía en
conflicto, y no quise presionarla. Sabía que tendría que tomarme mi tiempo si
quería llegar a conocerla. Aun así, no podía dejar de pensar en ella. Incluso
cuando no estaba con ella, pensaba en su cabello, en la manera que olía, y en su
cálida y suave piel.
Después de cenar fui a mi habitación y maté el tiempo con mi
computadora hasta que fui capaz de conectarme a internet. Cada segundo que
tomaba conectarse a una página se sentía como una hora. Me era bastante claro
por qué la gente en el rancho no usaba internet. Después de horas de clickear
con frustración y observar el pequeño temporizador en la pantalla ir en círculos,
por fin me levanté y comencé a leer. Justo cuando volteé la segunda página de
un libro llamado “El Vaquero de Montana: Legendas del Gran Cielo Campestre”,
escuché el sonido de piedritas golpear mi ventana.
Me apresuré en ponerme de pie y me dirigí a la ventana. Corriendo las
cortinas, eché un vistazo para ver a Ava mirándome con curiosidad desde el
suelo, justo a unos cuantos metros abajo.
Abrí la ventana. —Hola, Ava. —Sonreí—. Estoy seguro de que a Redman
y Bea no les importaría que uses la puerta. —Se encontraba tan tierna allí
parada, con su cabeza hacia atrás, mirándome.
—Shhh. —Llevó un dedo a su boca. Sus ojos se agrandaron—. Tengo una
idea.
Pude olfatear el olor a whiskey en su aliento, incluso a cuatro metros de
altura. —¿Quieres que te suba hasta aquí? ¿Quieres venir a mi habitación? —De
repente, tenía diecisiete otra vez y eso me hizo sonreír.
—Solo ponte una chaqueta y zapatos. Tengo que mostrarte algo.
Alcancé mi chaqueta y mis zapatos, y luego me lancé por la ventana,
aterrizando fuerte y casi cayéndome.
Cuando me puse de pie, situó sus manos en mis hombros y dijo—:
Necesito tu ayuda.
—Has estado bebiendo.
—Sí. —Asintió con teatralidad, levantando sus cejas como si estuviera
orgullosa por ello. Sacó un frasco de su bolsillo y me lo tendió—. ¿Quieres un
poco?
No podía asegurar que conociera a alguien que bebiera alcohol directo
del frasco, y ciertamente no una mujer pequeña de un metro sesenta, pero me
intrigaba. Siguiéndola hasta la cabaña, destapé la botella y bebí un largo trago.
Al no haber bebido más que unas pocas veces en la universidad y el instituto, el
licor me dio unas pequeñas arcadas, pero luego bajó suavemente, dándome una
sensación de calor en la garganta. —Necesitamos más. Vamos a buscar más —
dijo, apuntando la botella mientras subía las escaleras hacia su cabaña.
Me quedé afuera en el porche hasta que volvió con una botella cuadrada
de Jack Daniels.
—Este funcionará —dijo.
—¿A dónde vamos?
Siguiéndola, con la botella en una mano y la cantimplora en la otra, me
pregunté por un segundo si realmente había una razón legítima por la que la
gente me decía que me mantuviera alejado de ella. Nos acercamos a una
segunda cabaña al otro lado de la casa principal. Pude ver a Caleb a través de la
ventana del dormitorio.
—Ten cuidado —dijo—, no hagas ruido. Mira. —Señaló a una jaula de
metal, una que podría usarse como jaula para perros. Se encontraba en la
sombra bajo el alero de la cabaña, pero era inconfundible lo que había dentro.
Incluso en la oscuridad pude ver el blanco sobre los ojos y la nariz del mapache.
—¿Tú lo atrapaste?
—Sí, fue fácil. —Sonrió con alegría.
—No estoy seguro de si los mapaches se destacan por ser buenas
mascotas.
—No es una mascota, tonto.
Se puso de puntillas y se asomó a la cabaña de Caleb. —De acuerdo, ya
es tiempo. —Pudimos oír la ducha en el baño prenderse—. Ten. —Me tendió un
par de guantes de trabajo de cuero—. Necesito tu ayuda para llevar la jaula
dentro. Le dejaremos a Caleb un regalito.
Por fin, lo entendí. Me fue difícil mantener una cara seria. —Eres una
pequeña escurridiza, ¿lo sabías?
—Nunca he hecho algo así, pero supongo que Caleb no fue muy
simpático contigo, y, bueno, ya sabes, tampoco fue simpático conmigo. Pensé
que era momento de enseñarle una lección.
—¿Estás vengando mi orgullo, cariño? —Le guiñé el ojo, y sonrió.
—Es lo que las chicas de campo hacemos.
—Dios, me he perdido demasiado.
Tomamos la jaula mientras el mapache rasguñaba y nos siseaba.
—Oh, mierda —gruñí.
—No lo toques, es un malvado pequeño bastardo.
—Pero parece tan tierno.
—Es probable que esté rabioso. Espero que muerda a Caleb.
—Ava, tienes una verdadera racha de maldad —bromeé.
La puerta de la cabaña de Caleb estaba abierta. Ava abrió la jaula y sacó
al animal desde el otro lado, animándolo a huir. Lo dejamos allí para
apresurarse por la habitación frontal, y luego corrimos por las escaleras y nos
escondimos en las sombras, espiando por la ventana de la cabaña.
Esperamos, observando hasta que Caleb salió del baño envuelto en una
toalla de la cintura para abajo. Se quedó inmóvil en el pasillo. Desde nuestro
punto de vista, teníamos asientos en primera fila para ver. Caleb gritó como
niña y arrojó sus grandes brazos por el aire, tirando su toalla sin darse cuenta
antes de correr de vuelta al baño. Al macho alfa le asustaban los mapaches.
Con Ava, nos tiramos al piso, agarrando nuestros estómagos y
riéndonos, pero intentado no hacer sonido alguno.
—Oh, por Dios, ¿viste su rostro? —dijo—. Estaba aterrado.
—Eso fue épico; nunca lo olvidaré. Me pregunto qué pasará con el
mapache.
—No creo que Caleb vuelva a salir del baño. Tal vez deberíamos abrir la
puerta principal.
—Nah. Se las arreglará. No me lo imagino siendo el tipo que pide ayuda,
incluso cuando lo necesita.
—¿Ahora quien tiene la racha de maldad? —bromeó—. Pero tenías razón
sobre una cosa. —Por fin, teníamos controladas nuestras histerias y estábamos
apoyados con nuestras espaldas contra la cabaña.
—¿Sobre qué?
—Que definitivamente tiene un pequeño… ya sabes qué. —Incluso en la
oscuridad pude ver su gran sonrisa.
—Sí, definitivamente tiene el síndrome del pene pequeño —dije en una
seria voz de doctor.
—¿Aprendiste eso en la escuela de medicina?
—Es raro. Por primera vez en mi vida no quiero pensar en la escuela de
medicina, o en ser doctor o cirugías u hospitales. Esto es agradable. Estar
sentado aquí contigo. Nunca había visto tantas estrellas.
Levantó la mirada. —Sí, me parecían aburridas después de perder a Jake.
—Me miró—. ¿Entiendes lo que quiero decir?
Asentí.
—Pero parecen más brillantes esta noche.
Finalmente hablaba con facilidad sobre Jake y no quería detenerla. —
¿Era muy divertido?
—Sí. Jake tenía un verdadero y serio lado trabajador en él, pero también
podía ser divertido y tonto. No era un chico educado; tuvo una infancia difícil y
un ego sensible.
—¿A qué te refieres? —Sabía exactamente a lo que se refería, pero quería
que siguiera hablando.
—No lo sé, supongo que ahora que soy un poco más mayor, puedo mirar
atrás y ver que tenía algunos defectos reales. —Apartó la mirada y podía decir
que le dolía decir las palabras—. No me refiero a que no fuera un buen hombre,
pero la verdad es que no podía contener su orgullo. Podía ser jactancioso y
arrogante. Al principio, pensé que simplemente era seguro de sí mismo e
intentaba impresionarme, pero después del accidente, su verdadera cara se
mostró y no era muy bueno conmigo.
—Eso es realmente terrible, Ava. Siento que hayas tenido que pasar por
eso.
—Quizás lo merecía.
—¿Por qué, en el mundo, pensarías eso?
—No lo sé. No sé si alguna vez pertenecí aquí. Ahora, no he visto a mi
mamá en cinco años, mi hermano está fuera, en Nueva York, viviendo su vida,
y yo estoy aquí. Todo porque seguí a un vaquero a Montana y me casé —dijo
con una risita.
—¿Por qué no puedes ir a España y vivir con tu madre?
—Nací aquí. Nunca he estado ahí. Es el país de mis padres, no el mío. En
realidad, supongo que no tengo un lugar que sea mío. De todos modos, ya no
quiero hablar de ello. Me gustaría un trago de eso si no te importaría pasármelo
—dijo, apuntando el whisky.
Le entregué la botella. Tomó un gran trago y luego suspiró. —No te lo
tomes a mal, pero no entiendo por qué estás aquí. Quiero decir, sé que tu tío
está aquí, pero ¿por qué querrías dejar tu elegante vida en Los Ángeles para
venir aquí a palear mierda?
Me eché a reír. —Creo que no se puede llamar a lo que tenía una vida
elegante. Nunca quise nada más que ser médico, y eso me consumió. Todo lo
relacionado con mi carrera cayó en su lugar perfectamente. —Hice una pausa
por un largo tiempo, buscando las palabras correctas, pero nada elocuente se
me ocurría—. Lo jodí, y básicamente causé la muerte de una joven niña.
Probablemente, voy a ser demandado por mala praxis, así como el hospital. Me
siento muy mal por eso.
—¿Te sientes más terrible por ser demandado o por la muerte de la niña?
Era una pregunta que debería haber sido ofensiva, pero no lo era. Golpeó
una fibra sensible, pero solo porque me cuestioné lo mismo. Sus ojos se
ampliaron, mirándome con intensidad. —Me siento muy mal por la chica, la
vida perdida, la familia que se encuentra de luto por ella. Pero, hasta esta
semana, también me sentí muy mal porque perdería mi trabajo. Cuando llegué
a casa el día que sucedió, me di cuenta de que no tenía nada excepto mi trabajo.
No sabía qué hacer conmigo. Mi padre me envió aquí.
—¿Para despejar tu cabeza?
—Algo así, aunque si conozco a mi padre podría haberme mandado aquí
más para bajarme de la nube que otra cosa.
—Oh.
—Podría haber funcionado, porque el trabajo parece mucho menos
importante ahora. Me siento muy mal por la chica y su familia. Eso es todo.
Asintió, sonriendo con compasión.
Llevamos la jaula de vuelta a la cabaña de Ava y, al dejarla en el suelo, la
puerta se abrió de golpe, pinchándome la parte regordeta de la palma de la
mano cerca del pulgar.
—Mierda. —Me sujeté la mano, agarrándola con fuerza.
—¿Qué pasó?
—Joder.
—¿Qué pasa, Nate?
—Me corté la mano.
—¿Por qué no llevabas los guantes? Aquí, déjame ver —dijo, llevándome
al interior de la cabaña. No tuve tiempo para echar un vistazo; la seguí directo
al fregadero. Abrió el agua, puso mi mano debajo de ella, y se fue, regresando
un momento más tarde con la botella de whisky.
Mi mano chorreaba. Estaba intentando actuar rudo, pero francamente mi
mano pulsaba tanto que no podía dejar de apretar los dientes.
—Dios, realmente está sangrando —dijo. Descorchó el whisky, tomó un
trago, y luego lo sostuvo en mi boca. Poniendo su otra mano en mi nuca para
agarrarme, inclinó la botella para que pudiera tomar un trago. Sus pequeñas
manos eran cálidas y suaves, pero fuertes.
—Gracias.
—De nada.
Sacó mi mano del agua y vertió el whisky en ella.
—¿Qué haces? —grité. Se encogió de inmediato—. Quiero decir, ¿por
qué harías eso?
—Oh, yo… bueno, es solo que había un animal salvaje en esa jaula.
Quién sabe qué tipo de enfermedades acarreaba. El alcohol la esterilizará. —Su
voz era pequeña.
—Lamento levantarte la voz, es solo que, no hay… ¿algún ungüento
antibacteriano por ahí?
En ese momento, aplicaba presión en mi mano con una toalla de papel.
—No, no tengo, pero Dale probablemente sí… algo que usa con los caballos.
Mis ojos se abrieron incluso más. —No, eso está bien.
Miró el corte, que aún se encontraba sangrando. —Puedo arreglar esto.
Sostuvo mi palma, pero rebuscó en un cajón a su izquierda con la otra
mano y encontró un pequeño tubo.
—¿Qué es eso?
—Pegamento.
—No. —Sacudí la cabeza.
Me miró con determinación en su rostro. Había más que un recuerdo
distante de una mujer intensa en ella. —Tengo una aguja e hilo si piensas que
sería más agradable.
Sostuve mi mano mientras rociaba el líquido adherente justo en mi
herida y juntaba a la fuerza la piel. Quemó durante varios minutos y luego, la
soltó y el corte estaba sellado.
—¿Ves? Como nuevo.
—Probablemente moriré por algún envenenamiento por intoxicación por
estas cosas.
—Hay un hospital cerca, a unos ochenta kilómetros de distancia. Puedo
llevarte ahí, así pueden ponerte algo de ungüento en ese pequeñito corte, pero
he estado bebiendo, así que tus posibilidades de vivir son más altas si
simplemente te quedas aquí y te conformas con el pegamento. —Sonrió.
—Ja ja —me burlé, pero pensé en sus palabras por un momento: «te
quedas aquí» y me pregunté si era una invitación—. Quizás debería quedarme
aquí por la noche en tu cabaña, así puedes cuidarme hasta que me recupere.
Se echó a reír alegremente hasta que, como nubes de tormenta que
rápidamente se reúnen en el cielo, su expresión de tornó oscura. Algo en mis
palabras tocaron una fibra sensible. Parecía que estuviera tratando de
disuadirse del sentimiento.
—Estoy bromeando —dije—. Creo que mi mano estará bien, salvo por
alguna extraña infección específica de Montana.
Al final, sonrió de nuevo y luego me acompañó a la puerta.
Esas botas
Traducido por vals <3 & Sofía Belikov
Corregido por Dannygonzal
Fui despertada cuando sentí que me levantaban del columpio. Mis ojos
se abrieron de golpe para ver a Nate mirándome. Me acunaba en sus brazos
mientras se abría camino en mi cabaña. —Hola, hermosa —susurró—. ¿Cómo te
sientes?
—Borracha y triste —murmuré.
—Lo sé. ¿Cuánto tomaste de esa botella?
—Al parecer no lo suficiente, porque todavía estoy consciente. —Negó
con la cabeza mientras se movía a través de mi sala, hacia el dormitorio. Me
puso de pie—. Gracias.
Me tambaleé, así que me apoyó y luego me empujó suavemente para que
me sentara en el borde de la cama. Miré mi colcha hecha jirones, donde una
parte de la costura se encontraba descosida. Deslicé la mano sobre la zona para
cubrirla y que Nate no la viera, pero cuando levanté la vista, mostraba una
sonrisa de compasión.
Negó. —No te avergüences. Deberías ver mi apartamento. Ni siquiera
tengo cortinas.
Logré soltar una risita.
—Ahí está ese sonido.
Me detuve inmediatamente cuando de repente sentí un choque de dolor
por Dancer. —¿Por qué? ¿Por qué tenía que pasar eso hoy?
Él negó. —Lo siento mucho.
—La monté bien, ni siquiera fuerte, alrededor de los barriles. Solo dio un
paso equivocado.
Se puso muy serio y me tomó la cara entre sus manos. —Sabes que esto
no es tu culpa. Tienes que dejar de culparte por estas cosas.
—¿Estas cosas? —Fruncí el ceño—. ¿Quieres decir, todos los que amo
cayendo como moscas a mí alrededor? Debes apresurarte y alejarte de mí. ¿Por
qué estás aquí?
Cruzó los brazos sobre el pecho. —Porque me importas.
—Apenas me conoces. —Lo miré fijamente.
—Te conozco lo suficiente. Me gustaría llegar a conocerte mejor. Y como
dije, me importas.
—Sientes lástima por mí.
—No. —Negó con la cabeza—. No me insultes y te no insultes a ti
misma.
—Mírate. —Agité mi mano hacia su cuerpo finamente musculoso—. Y
eres médico. No tendrías ningún problema en encontrar a alguien.
—Eres alguien, y tendré un jodido tiempo difícil.
Me reí, pero rápidamente aparté la mirada, avergonzada. —Lo siento. No
debo desquitarme contigo.
—No te disculpes. —Se arrodilló frente a mí y tomó mis botas.
Quitándomelas, dijo—: ¿Quieres un baño? —Asentí. Se levantó y fue al baño,
luego escuché el agua salir. Me puse de pie, pero me tambaleé, y él vino
corriendo hacia mí—. Ava, deja que te ayude. —Me llevó al baño y tomó el
borde de mi camisa—. Los brazos. —Los levanté para que lograra sacarla. Me
desabrochó el cinturón, empujé mis vaqueros hasta los tobillos, y me los quité
en tanto sostenía mi mano. La bañera se llenaba rápidamente con vapor y
burbujas—. Puedo darme la vuelta.
—De acuerdo. —Se dio la vuelta y miró la puerta. Me desabroché el
sujetador y quité mis bragas. Me metí en la bañera y me hundí en la celestial
agua caliente.
—¿Estás dentro?
—Sí. —Me hallaba escondida debajo de las burbujas y borracha, así que
había poco sobre lo cual ser consciente.
Se sentó en el borde de la bañera, dándome la espalda. —¿Vas a estar
bien?
—Puedes irte si quieres.
—No voy a irme. Quise decir si te encuentras bien emocionalmente.
—Oh. Bueno, ¿tengo elección? Estoy siendo castigada por algo. Debería
callarme y aguantarlo.
—¿Por qué no dejaste que Dale tratara de ayudar a Dancer?
—Debido a que no habría sido capaz de hacerlo. Lo he visto cientos de
veces. No podía verla sufrir; lo he hecho antes. ¿Me consigues la botella?
—¿Champú?
—No, whisky. —Se puso de pie y salió de mala gana.
Apoyé la cabeza hacia atrás en la toalla y descansé mis rodillas, dejando
al descubierto más piel por encima de las burbujas. Nate regresó y sostuvo el
whisky hacia mí. Su boca se abrió y se le aceleró la respiración cuando me senté
y la tomé. Se apartó de mí rápidamente.
—Eres médico. Realmente no creo que esto tenga algún efecto en ti.
Observé mientras pasaba sus manos por sus piernas en un gesto sutil
para acomodarse. —Ava, soy un hombre. Y me afectas —fue todo lo que dijo.
Tomé un gran trago de la botella. —Lo siento.
—No lo sientas. No eres mi paciente, ¿recuerdas? Eres una mujer
hermosa. Sería difícil para cualquiera no verse… afectado. —Se aseguró de no
darse vuelta y mirarme de nuevo.
—¿Sabes cuál es mi segundo nombre?
—No. Dime.
—Jesús.
—Bromeas. —Se volvió de nuevo, esta vez con una enorme sonrisa en su
rostro.
—Lo digo en serio. ¿Puedes creer eso?
—¿Por qué?
—Es tradicional en mi familia, y mi madre es muy religiosa. Cuando me
casé tenía que dejar mi segundo nombre y utilizar mi apellido de casada en su
lugar.
—¿Así que lo hiciste?
—No, ¿cómo iba a dejar el Jesús? Eso tiene que ser una especie de
pecado.
—Hubiera dejado ese nombre en un segundo. Las cosas no funcionaron
tan bien para él.
Me reí tanto que el agua del baño ondulaba a mí alrededor. La expresión
de Nate era seria, o por lo menos trataba de ser serio hasta que empezó a reír
conmigo.
—Creo que estoy condenada —le dije.
—Creo que deberías dejar el nombre.
—Quizá lo haga. Obviamente, no puedo hacer milagros. A veces siento
que yo fui la que sostuvo el arma a la cabeza de Jake cuando me fui.
—No digas eso. Has tenido que lidiar con un montón de muerte a tu
edad. Muertes trágicas. Lo que hiciste hoy, a pesar de que fue difícil para mí
entenderlo en un primer momento, lo entiendo ahora. Había que hacerlo.
—Estoy lista para salir. —Nos levantamos al mismo tiempo. Me hallaba
desnuda y cubierta de burbujas. Bajó la mirada al suelo mientras tomaba mi
mano para ayudarme a salir. Con la otra mano, tomó una toalla del estante y la
envolvió a mí alrededor rápidamente. Me sequé y luego dejé caer la toalla y me
dirigí hacia él. Tomé su cara entre mis manos y lo besé con fuerza. Sus ropas se
sentían ásperas contra mi piel desnuda.
—Quítate la ropa.
—Ava, espera—murmuró contra mi cuello.
Le besé de nuevo. Me rodeó con sus brazos, levantándome unos
centímetros del suelo y se dirigió rápidamente al dormitorio sin romper nuestro
beso. Me dejó cerca de la cama y trató de apartarse, pero no se lo permití.
—No, por favor. Quiero sentir algo otra vez.
Presioné mi mano en la parte exterior de sus vaqueros. Estaba duro, pero
la expresión de su cara era escrutadora. Se me quedó mirando mientras me
encontraba allí, ofreciéndomele, tocándolo, persuadiéndolo. Por fin pasó su
brazo alrededor de mi cuello, me dio un beso, y me empujó contra la pared.
Envolví mi pierna derecha alrededor de su cintura y acerqué su cuerpo al mío,
retorciéndome contra él.
—¿Por qué sigues vestido?
—Ava, estás borracha.
—Por favor… Quiero sentirme bien… ¿por favor? —le susurré al oído.
Se apartó por un momento, sonrió con adoración, y luego su boca se
hallaba de vuelta en la mía, su mano moviéndose a mi pecho. Su pulgar rozó la
piel sensible de mi pezón. Empecé a sentir el dolor que había sido enterrado
tanto tiempo. Aún con la ropa puesta, se inclinó y besó suavemente mi pecho,
pasando la lengua por el lado de mi pezón mientras su mano se movía más
abajo. Sus hábiles dedos encontraron mi carne. Cuando los adentró en mí, me
sostuve de la pared.
—Ah, no te detengas.
Respiraba con fuerza en el momento en que se puso de rodillas. Levantó
mi pierna por encima de su hombro y luego su boca estaba sobre mí. Mis manos
se perdieron en su desordenado cabello. Cuando gemí, se detuvo y me miró.
—Eres deslumbrante —susurró, y entonces volvió a ello. Sentí un
hormigueo, como la electricidad, entre mis oídos, recorriendo en ondas bajo mi
espina dorsal. Miré el techo, cerré los ojos y dejé mi cuerpo por el tiempo justo
para sentir la dichosa liberación. En el momento que grité, Nate se levantó y me
tomó en sus brazos mientras temblores recorrían mi cuerpo. Apoyé la cabeza en
su hombro.
—Déjame acostarte.
Me sentía débil y completamente agotada. —¿Quieres que lo haga por ti?
—hablé en voz baja cerca de su oído.
—No, cariño. Necesitas dormir —dijo, y entonces me besó. Me pude
saborear en él. Por un momento me acordé de lo que se sentía ser acariciada.
Dejó un rastro de besos suaves hacia mi oreja—. Eres impresionante, sobre todo
cuando te dejas ir así. —Pasó la mano por mi costado desnudo, sobre mi pecho
hasta mi cuello antes de besar mis labios de nuevo con delicada suavidad.
Decidí que todo hombre debía estar obligado a tomar una clase de anatomía
antes de que se le permitiera acercarse a una mujer. Los muchos años que Nate
estudió el cuerpo humano no me pasaron desapercibidos.
Minutos después de que me metiera en la cama, se quitó la ropa a
excepción de sus boxers y me siguió bajo las sábanas. Se deslizó hacia mí sobre
su costado y apoyó la cabeza en la almohada. Nos quedamos allí cara a cara, un
rayo plateado de la luna a través de la ventana caía sobre nosotros.
—Tengo que irme mañana.
—Lo sé.
—¿No vas a venir conmigo?
Negué.
—¿Por qué?
—No voy a encajar.
—Eso no es cierto.
Mis ojos comenzaron a humedecerse. —No puedo.
—Ven aquí. —Me llevó en su pecho, metiendo mi cabeza debajo de su
cuello. Sentí las lágrimas correr por mis mejillas, pero no sentía como si
estuviese llorando, solo mi cuerpo. Mi mente se desconectó, exhausta.
—Estaré de vuelta tan pronto como pueda.
No podía entender por qué querría volver para mí. Sollocé. —De
acuerdo. —Aspiré su aroma y me acurruqué tan cerca como pude. Si pudiera
haberme metido dentro de su piel lo habría hecho.
La cabeza me latía con fuerza cuando me desperté. Me encontraba sola.
En la mesita de noche, Nate dejó ibuprofeno, agua, y una nota.
Ava,
Cuando me desperté esta mañana seguías acurrucada en mis brazos, luciendo
hermosa y pacífica. Lamento tener que irme. No quería hacerlo, pero tenía que viajar.
Por favor, llámame cuando te levantes. 310-555-4967.
Nate.
5 Necesito a mi chica.
Corazones y rayas
Traducido por Julie
Corregido por Laurita PI
Me dolía la mano. Sabía que tenía una fractura por haber golpeado a ese
tipo, pero por el momento Ava tenía mi atención. Tenía los ojos hundidos y la
piel pálida cuando la encontré. Cuando cayó al suelo en estado de histeria,
pude ver que el tipo se sobresaltó. Sabía lo que vio en la imagen de un hombre
tirado en el suelo, sangrando. Sabía lo que sentía. La frustración de saber que es
demasiado tarde y que no hay nada que hacer.
—Vamos —insistí, pero no podía escucharme. Se veía distante, perdida
en sus pensamientos.
En la camioneta, bajó la ventanilla y dejó que la lluvia cayera sobre ella.
A mitad de camino, la lluvia se detuvo, pero había rayos en la distancia, y el
aire se hacía más y más cálido mientras nos acercábamos al rancho. Me
estacioné al final del largo camino de tierra.
Tenía los ojos cerrados y su pelo se había secado con el viento. La aparté
de la puerta y subí la ventanilla, luego la acosté en el asiento. Se quedó
dormida. Aspiré aire entre los dientes cuando doblé la mano torpemente,
sintiendo la tensión de la fractura en el nudillo del dedo índice. Ava se movió.
—¿Qué pasa? —preguntó.
—Nada, no te preocupes.
Se incorporó y se acercó a mí, tomando mi mano entre las suyas. La besó.
—Lo siento.
—No fue tu culpa.
—¿No? —Su voz era tensa.
Acuné su rostro, haciendo que me mirara. —Escúchame. No fue tu culpa,
así como lo de Jake no fue tu culpa.
Se apartó y miró por la ventana del pasajero. Encendí la camioneta y
avancé por el sendero. Era mitad de la noche, pero Redman se encontraba
despierto, sentado en la mecedora del porche, fumando su pipa. Apagué el
motor, salí y caminé rápidamente hacia el lado del copiloto. Después de ayudar
a Ava a salir, alcé la vista para ver a Bea de pie en la puerta, esperando.
—Tráela aquí, Nathanial.
Bea se alejó de la puerta y tomó la mano de Ava. —Vamos, cariño.
Vamos a darte un baño.
—Quédate aquí, hijo —exigió Redman, señalando la otra mecedora. Sus
ojos parecían huecos en la oscuridad y su voz era ronca—. Aprecio que fueras a
buscarla.
—No esperaba que Bea y tú estuvieran aquí. ¿Pensé que se quedarían
una noche más?
—Bea quería volver, y yo quería tener una charla contigo.
—De acuerdo, seguro.
—Sé lo que hiciste. En cuestión de días, has hecho algunos grandes
cambios de vida. ¿Supongo que por Avelina?
—Todos siguen preguntándome cuáles son mis motivos. Quiero llegar a
conocerla, eso es todo. Y no puedo hacer eso desde Los Ángeles.
—Pero la pura verdad es que renunciaste a tu trabajo para ver a una
chica.
—Sí, supongo que sí.
—Puede que nunca supere por lo que ha pasado. —Echó el humo
directamente a la luz de la lámpara, aturdiendo un enjambre de pequeñas
polillas.
—Tengo que intentarlo.
Se giró hacia mí, y aunque yo no podía ver su rostro ensombrecido, sabía
que podía ver el mío frente a la luz. —Bueno, supongo que tiene que saber que
hay tantas maneras de amar como las hay de morir.
Asentí. Entendía muy bien lo que Redman trataba de decir. Ava no tenía
que dejar de amar a Jake o llorar su muerte para seguir adelante y vivir su vida,
así como un error no definiría mi carrera, incluso si las consecuencias fueran
grandes.
Me puse de pie y caminé más allá de Redman, entrando por la puerta
principal. Ava se hallaba sentada en el sofá con una bata azul de felpa,
probablemente una de Bea. No se dio cuenta que me encontraba allí,
observando a Bea cepillar su largo cabello. Durante unos momentos me quedé
sumido en mis pensamientos, preguntándome si tal vez trataba de salvarla, y
por qué.
—Bea, ¿puedo quedarme aquí esta noche? —Ambas se giraron al mismo
tiempo. Ava sonrió ligeramente.
—Por supuesto, cariño, la habitación es tuya.
—Gracias.
En el baño, mientras buscaba una aspirina en el gabinete, sentí una
presencia detrás de mí. Me giré para ver a Ava de pie en la puerta.
—Hola.
—Hola. ¿Puedo ver tu mano? —Se acercó a mí.
La levanté y la vi examinarla. —Sé que eres el doctor, pero creo que
deberías poner una férula en este dedo. Está bastante hinchado y parece que tal
vez te fracturaste o lastimaste el nudillo.
—¿Cómo sabes todo eso? —Sonreí y respondió con una mirada serena.
—Esto le pasaba a menudo a Jake. La cuerda se enrolla en el cuerno con
tanta fuerza que a veces sus dedos quedaban atrapados en ella cuando
competía.
Moví mi mirada de nuestras manos a sus ojos mientras me examinaba el
nudillo magullado. —De acuerdo, entablíllalo. Confío en ti.
Asintió y luego se fue, regresando un momento después con cinta
médica y palitos de helado rotos. Los sostuvo en alto. —De la manera rústica.
Me reí, pero luego hice una mueca cuando envolvió la cinta alrededor de
mi nudillo.
—Lo siento.
—Está bien, lo haces genial. Te sale natural.
Hubo algunos momentos de silencio insoportables después que
terminara de vendarlo. Sentía esa familiar atracción hacia ella cada vez que me
acercaba lo suficiente, como dos imanes mientras más se aproximaban. Ansiaba
tomarla en mis brazos, pero me preocupaba que se apartara.
—Tal vez pueda quedarme contigo en el cuarto de invitados. Casi
amanece y estoy cansada, pero quiero hablar contigo —dijo.
—Claro.
Nos trasladamos desde el baño a la habitación de invitados. Bea pasaba
por ahí y abrió la puerta de par en par. —Tengan buenos modales, ustedes dos.
Nos acostamos sobre la colcha, yo completamente vestido y ella en su
bata mullida. Nos colocamos frente a frente sobre nuestros costados. —Nate,
lamento lo de antes.
—Todo está perdonado. También lo siento. Olivia, la mujer que
escuchaste en el teléfono, es una vieja amiga; no hay nada entre ella y yo. Me
habría gustado tener las palabras en ese momento para explicártelo, pero me
sentí tan aliviado por oír tu voz que no podía pensar en nada más.
—Quiero empezar de nuevo. Quiero aprender a ser menos un desastre.
—Sus ojos se llenaron de lágrimas.
—No eres un desastre. No pongas tanta presión sobre ti.
Asintió, mirando hacia el techo. —Cada vez que pienso que lo he
superado, todo vuelve deprisa.
—No tienes que dejarlo ir.
—Lo sé, pero me asusta no dejar ir eso. La vida ya no es preciosa cuando
no tienes nada que perder, y ese es el lugar en el que he vivido todos estos años
desde Jake. He sido indiferente. Pero ahora puedo sentir el miedo volver.
Vuelve aún más fuerte cuando sabes que de nuevo hay algo que perder.
Era su primera expresión real de sus sentimientos hacia mí. —Nunca he
amado y perdido, pero también me siento asustado.
Cerró los ojos y después de unos momentos su respiración se estabilizó.
Me pregunté lo que sería perder a alguien como lo hizo Ava a tan temprana
edad.
La montaña rusa de cuatro semanas de mi vida volvía a su ruta. Me
hallaba en ese punto cuando alcanzabas la cima antes de caer, y piensas que tal
vez te quieras salir, que tal vez puedan detenerla. Pero no creo que puedas
detenerte una vez que comienzas a caer. Al menos yo no podía, y no quería.
Enamorarse es tan emocionante como aterrador.
La atraje hacia mí, apoyé la barbilla en su cabeza y llené mis pulmones
con su dulce aroma.
En la mañana, se había ido. Me escabullí más allá de la cocina, esperando
que Bea no me viera. —Más despacio —gritó—. Ven aquí y come algo.
Derramó un cucharón de avena en un plato y me lo entregó. —Ahí hay
queso Velveeta, o puedes acompañar tu avena con cereal.
Sentí que comenzaría a vomitar. —Qué tal un poco de fruta. ¿Puedo
comer fruta?
—Claro, cariño, revisa el frutero.
Traté de no respirar por la nariz mientras sorbía la avena insulsa, de vez
en cuando masticaba un trozo de manzana para darle sabor. Caleb se sentó
frente a mí comiendo su avena, la cual nadaba en queso Velveeta. Realmente
era como un pequeño milagro, debido a la cantidad de carne roja y queso que
comían estas personas, que no estuvieran todos afligidos con enfermedades del
corazón. Sus dietas eran tan cargadas de colesterol, que no podía evitar
visualizar la acumulación de placa en sus arterias cada vez que daban un
mordisco.
—¿Dónde está Ava esta mañana?
—Trabajando con esa potra —respondió Bea—. Caleb consiguió unos
barriles e instaló una pista para ella en el campo de abajo.
—Eso fue amable de tu parte, hombre.
Él asintió, sin alzar la vista de su tazón.
Me fui de la cocina y recorrí el camino de tierra hacia la pequeña arena
donde Ava montaba la espléndida potra negra. Los movimientos del caballo
eran incluso más elegantes que los de Dancer mientras Ava la galopaba de un
lado a otro. Me senté sobre la tabla superior del corral de madera. Cuando
reparó en mí, guio al caballo hacia donde me encontraba sentado.
—¿Cuál es su nombre? —pregunté.
—De hecho, no le puse nombre hasta ahora. —Sonreía, su cabello
flotando sobre su espalda, y sus mejillas sonrojadas por el aire fresco golpeando
su rostro.
—¿Y bien?
—Shine.
—Es perfecto para ella... y para ti.
—Red me contó que tomaste un trabajo en Missoula.
—Sí.
—Eso es genial. ¿Cómo está tu mano? ¿Podrás hacer cirugías? —Fruncía
el ceño en una expresión preocupada.
—No te preocupes, estaré bien. Sin embargo, tengo que ir al hospital y
ocuparme de unas cosas. Y ahora tengo casa, no muy lejos de aquí. Quiero
llevarte, pero no está lista.
—De acuerdo.
—Te llamaré esta semana, entonces tal vez... —De repente, me sentí muy
nervioso—. Tal vez puedo llevarte a cenar el próximo fin de semana... ¿en una
cita?
—Eso me gustaría. —Su labio inferior tembló—. ¿Nate?
—¿Sí?
—Gracias por lo de anoche. No sé en lo que pensaba. —Su voz se quebró
y sus ojos se llenaron de lágrimas.
Me aclaré la garganta y bajé de un salto la cerca. Extendí mi mano hacia
ella y dije—: Soy Nate y eres preciosa. ¿Cómo te llamas? —Se rio—. Me gusta
ese sonido.
—Soy Ava.
—Encantado de conocerte, Ava. —Nos estrechamos la mano—. ¿Puedo
invitarte a salir este fin de semana?
Shine comenzó a ponerse ansiosa. Ava tiró de ella en un círculo. —Tengo
que cabalgarla un poco. Adiós, Nate.
Se fue en otra dirección. —No me contestaste —grité—. ¿Saldrías
conmigo?
—Sí, vaquero —gritó en respuesta.
Más tarde ese día en el hospital, opté por usar mis botas con mi bata.
Asistí en una angioplastia y cuando Abbie, la enfermera instrumentista, bajó la
vista hacia los protectores sobre mis botas, se rio.
—¿Qué?
Sonriendo, dijo—: Me gustan tus botas. No te tenía como un vaquero.
—Es un estado mental, Abbi, así de simple.
—Todos te hemos llamado Hollywood.
Me reí en voz alta. —Les ahorraré mi imitación de John Wayne6.
6 Fue un actor estadounidense cuya imagen es asociada a las películas del Viejo Oeste.
Hay lugares
Traducido por Geraluh & Vane’
Corregido por Danita
7Juego de palabras, él dice “It’s heart to tell”. Cambia la palabra hard (difícil) por heart
(corazón) que suenan parecidas.
—Eres encantador. No muy divertido, pero definitivamente encantador.
—Se inclinó y me besó, y minutos después estábamos dormidos.
Propósito intangible
Traducido por Snow Q
Corregido por Eli Hart
14 de julio de 2010
Querida Ava,
Querida Ava,
14 de septiembre de 2010
Querida Ava,
14 de octubre de 2010
Querida Ava,
Querida Ava,
14 de diciembre de 2010
Querida Ava,
14 de enero de 2011
Querida Ava,
Feliz año nuevo, cariño. Me pregunto en qué andas. Cuando estuve en el rancho
en Navidad, Trish me enseñó una foto que le enviaste. No podía dejar de mirarla.
Estabas en Venecia con tu madre y las dos se veían hermosas y felices. Me alegra ver
que estás viajando por Europa y experimentando la vida.
¿Adivina qué? Voy a estar en dos bodas este sábado. En realidad, una es más
como una ceremonia de matrimonio en la que me han pedido que sea testigo. Mi amiga y
colega, Olivia, se va a casar. Fue una sorpresa porque no pensé que fuera a hacerlo, pero
aparentemente encontró su homólogo masculino. Es un neurocientífico que es realmente
un inepto social, pero Olivia dijo que está enamorada de su mente, así que nada más
importa. Se conocieron hace tres meses y pronto después de eso, vivía con él. Me contó
que tenían habitaciones separadas. Extraño, pero lo que sea que la haga feliz. Luego, más
tarde ese día, mi mejor amigo, Frankie, se va a casar con una voluntaria de dieciocho
años del hospital en el que trabaja. Podría haber predicho que iba a encontrar a alguien
apenas legal para casarse. Me pidió que sea su padrino. Me siento honrado,
honestamente, solo deseo que pudieras estar allí conmigo para los bailes lentos.
Comí comida china hoy con Frankie y mi galleta de la fortuna decía: “Serás
comido vivo pronto”, me quedé mirándola fijamente durante quince minutos mientras
Frankie se sentaba allí en silencio hasta que finalmente empezó a sonreír y luego a reír.
Me gastó una broma. Tengo que pensar en una buena forma de devolvérsela.
Me reí de ello durante un rato y luego pensé en los escritores de galletas de la
fortuna y me recordaron a ti, pero de nuevo, todo me recuerda a ti.
Nate.
14 de febrero de 2011
Querida Ava,
Para evitar sonar realmente patético, esta carta será corta. Jodidamente te amo y
siempre lo haré, si te encuentras aquí o no. Feliz día de San Valentín.
Nate.
P.D. Edith, la vecina, me dio una botella de whiskey para ahogar mi dolor, y por
supuesto me recordó a ti, pero de nuevo, todo me recuerda a ti.
14 de marzo de 2011
Querida Ava,
14 de abril de 2011
Querida Ava,
Hola, hermosa. Dos meses más hasta que te vea. Espero no estar siendo delirante.
A veces todo parece irreal; el breve traslado a Montana, encontrarte en España,
sostenerte en mis brazos, todo ello. ¿Sucedió alguna vez?
Sabía que tenías que sanar y estar por tu cuenta, entiendo eso ahora, pero no he
oído nada acerca de ti. Ni siquiera sé si te encuentras a salvo. Trish y Bea dijeron que lo
último que oyeron era que vivías con compañeros de piso en Madrid pero que no has
dado señales durante un tiempo. No sabía que ibas a mudarte a Madrid. Me siento
perdido, Ava. No sé qué hacer excepto esperar.
Estuve en cirugía durante veintiún horas ayer. Salvé una vida con mis manos,
pero no sentí nada después. Estaba aliviado, por supuesto, pero solo quería compartirlo
con alguien. Quería compartirlo contigo, pero no estabas aquí. He estado en casa hoy,
descansando y leyendo. Encontré un centro ecuestre en Burbank, lo cual no se
encuentra demasiado lejos de aquí, donde podemos montar a Shine si quisieras traerla de
regreso aquí. Sé que dijiste que terminaste con los caballos, pero si se siente más como
casa tenerla cerca, entonces podemos hacerlo. La única forma en que este lugar se sentirá
como casa para mí es si te encuentras aquí.
Hoy en el hospital oí una historia de un hombre que murió exactamente un día
después del funeral de su esposa. Estuvieron casados durante cincuenta y seis años.
Murió de un síndrome de muerte adulta súbita, una condición cardíaca que puede ser
desencadenada por el estrés. A menudo se conoce como el síndrome del corazón roto.
Había oído acerca de ello, pero era escéptico hasta que alguien me contó su historia.
Fueron los mejores amigos del otro y un verdadero ejemplo de amor para toda la vida.
Cuando ella se encontraba al borde de la muerte, él le prometió que la acompañaría
pronto, y así lo hizo, pero se aseguró de que la enterraran antes de dejarse ir. La cuidó
hasta el final. Parece morboso pensarlo, pero eso es lo que quiero hacer por ti. Quiero
cuidarte. Quiero que nos cuidemos mutuamente hasta el final. La historia me ha
recordado a ti, pero de nuevo, todo me recuerda a ti.
Nate.
14 de mayo de 2011
Querida Ava,
El domingo pasado fue el día de la madre y me tomé el día libre para pasarlo con
mi mamá. Hablamos sobre su vida al lado de mi padre. Me habló acerca de cómo papá
siempre le dio la cantidad justa de espacio para ser quien quería ser, pero al mismo
tiempo siempre fue atento, lo cual la hizo sentirse amada, como si estuviera en una
verdadera asociación. Es un regalo conocer el equilibrio. Es importante en la vida y es
importante en mi profesión. Solo quería que supieras que he estado intentando
mejorarme a mí mismo en este tiempo. Quiero ser el hombre que no te decepcionará,
nunca. En un mes espero verte. Este ha sido el año más largo de mi vida.
La primavera en California es hermosa, como ya sabes. Todo florece. Puedo olerte
en las flores silvestres. A veces creo verte parada en nuestro balcón, pero parpadeo y te
has ido. ¿Siempre será de esta manera, Ava? ¿Parpadearé y te habrás ido? No les he
preguntado a Bea ni a Trish si han oído algo de ti. Estoy resignado a lo que sea que el
destino tenga guardado. Cada visión que he tenido de mi futuro te incluye, pero sé que
tienes libre voluntad y esos son mis sueños. Espero que también sean los tuyos.
Lo he arreglado de forma que no trabajo incesantemente. Tendré tiempo libre
contigo, con nuestros niños, si vuelves a mí, Ava. Te prometo eso.
Con el tiempo extra, he empezado a surfear. Me pone en modo zen antes de ir a
trabajar. En la parte trasera de nuestra casa tenemos unas escaleras de madera que
bajan a la playa. Me costó un par de veces pillarle el truco, pero ahora soy un surfista
habitual. Incluso me he dejado crecer el pelo medio centímetro. Pasos de bebé. Hace
tiempo que mi mente está tranquila. Ya no busco respuestas. Sé exactamente lo que
quiero y sé que puede que no lo consiga. Ha sido duro; me siento solo. Te extraño. Echo
de menos la idea de ti.
Edith, nuestra vecina, siempre me dice que soy raro porque no tengo novia. Sigo
diciéndole que vas a venir, pero cuando pregunta dónde te encuentras ahora, tengo que
decir que no lo sé. No sé dónde te encuentras en este mundo, en tu mente, o en tu
corazón, pero espero que dentro de un mes todo esté en el mismo lugar… conmigo.
La gente me pregunta todo el tiempo si tengo citas o si me encuentro en una
relación. Nunca sé cuál es la cosa correcta que decir. Normalmente les digo que espero a
que vuelva a mí la única chica a la que amaré alguna vez. Recibo muchas miradas
extrañas, pero no me importa.
Tienes nuestra dirección de los sobres, así que supongo que podemos
simplemente planear encontrarnos aquí el 14 de junio. Ya me he tomado el día libre.
Ven a casa.
Esta mañana compré un par de zapatos y me detuve en un estante de botas de
mujer. Vi un par justo como las tuyas y me recordaron a ti, pero de nuevo, todo me
recuerda a ti. ¿Crees que siempre lo hará?
Nate.
14 de junio de 2011
Querida Ava,
Esta es la última carta que voy a escribirte. Me despido; lo hago con el fin de
seguir adelante con mi vida. No regresaste a mí. No sé cuánto tiempo mi esperanza fue
falsa. No sé si superaste lo nuestro un mes después de la última vez que te vi o si fue
ayer. Solo sé que he pasado un año esperando por ti y nunca has venido.
Anoche llovió toda la noche. Tuvimos una extraña tormenta de verano, pero de
algún modo hizo que todo pareciera fresco esta mañana; renovado. Me levanté temprano
y limpié la casa de arriba abajo, me di una ducha, y esperé. La casa estaba llena de flores
para ti y compré tu vino favorito. Incluso preparé la cena para ambos y luego me la comí
solo. Me senté afuera en el balcón y observé el sol ponerse en el océano y luego el viento
se soltó y entré a escribirte esta carta.
Te amaba, te amo ahora, pero podré seguir adelante. Sé que puedo. Tú me lo has
enseñado. No estar contigo está lejos de mi sueño, pero como nuestros corazones, los
sueños pueden romperse y volver a repararse. Me resulta difícil no preguntarme si te he
asustado con todas estas cartas. Espero que no. Espero que simplemente te haya hecho
ver lo hermosa y sorprendente que eres. Supongo que ahora me doy cuenta de que lo
único que quiero es que seas feliz y estés a salvo. Eso es lo máximo que puedo esperar
ahora. Traje algunas de tus cajas aquí pero no abrí…
La casa en el océano
Traducido por CrisCras
Corregido por Elizabeth Duran
Las luces traseras del taxi se volvieron borrosas mientras se alejaba más y
más. Me quedé parada inmóvil, observándolas desvanecerse en la distancia.
Podía oír las olas rompiendo abajo, pero se encontraba demasiado oscuro para
ver el océano. Era solo una vasta nada negra, hecha incluso más negra por la
casa iluminada encaramada en el acantilado.
Sabía que Nate me estaría esperando. El retraso del vuelo y la rotura del
GPS en el taxi hacían que pareciera que el universo me complicaba el camino de
vuelta a él, pero estaba aquí, congelada en la calle. El viento golpeaba mi
espalda, animándome a seguir adelante. Poco a poco me dirigí a la puerta con
una pequeña maleta en la mano. Durante un año estuve pensando en este
momento. ¿Qué diría? ¿Qué me pondría? ¿Seguiría Nate queriendo estar
conmigo? Sabía por las cartas que me esperaría.
El picaporte giró con facilidad, así que entré silenciosamente. Desde la
entrada pude verlo, sentado en un escritorio, escribiendo. Se hallaba de
espaldas a la puerta así que no notó mi presencia.
Tenía la tentación de observarle durante unos pocos segundos antes de
conseguir su atención. Su brazo se apoyaba en la mesa y su mano se encontraba
perdida en su pelo mientras se inclinaba sobre la mesa, su mano derecha
volando a través del papel. Su pelo estaba un poco más lago y parecía
bronceado, lo cual me hizo sonreír. Llevaba pantalones vaqueros negros, sin
zapatos, y una camiseta gris claro. Parecía casual y cómodo, pero su postura le
daba un aspecto ligeramente desanimado. Me pregunté si se debía a que llegaba
tarde.
—Nate —hablé finalmente. Se giró en su silla y me miró. Parpadeó unas
pocas veces, mostrando poco reconocimiento.
—Ava. —La palabra apenas hizo un sonido en sus labios. La probaba.
Se levantó, pero se quedó dónde estaba. Nos observamos el uno al otro
durante un momento. Vi sus ojos moverse hacia todas partes. Miró mi maleta,
luego subió y bajó por mi cuerpo. Se tambaleó de nuevo.
Dejé caer mi maleta y fui hacia él. Sus manos agarraron mi rostro con
fuerza. Como el sol en el océano, me hundí en Nate antes de que todo se
quedara en silencio. Estábamos juntos.
—Estás aquí.
—Sí —dije.
—¿Por qué me hiciste esperar? —Se apartó y abrió mucho los ojos,
acusadoramente.
—Acordamos un año.
—No, quiero decir hoy.
Aparté la mirada. —Oh, mi vuelo…
—No importa —dijo, luego estrelló su boca contra la mía. Me derretí en
su contra.
Se apartó de repente y bajó la mirada a mí, sus ojos todavía muy amplios.
—Así que ¿planeaste volver a mí… todo el tiempo, como dijiste que lo harías?
—Contaba los minutos desde el momento en el que te dejé en la puerta
de mi madre. Tenía que hacerlo; tenía que demostrar…
—Shh —dijo, dando un paso hacia delante otra vez y estrellando sus
labios con los míos. Un segundo después se apartó abruptamente otra vez. Y en
ese momento me reí con ganas. Finalmente sonrió, provocándonos a los dos un
ataque de risa hasta que casi nos encontrábamos llorando—. Estamos locos. No
puedo creer que lo hicimos.
Le miré intensamente a los ojos. —Gracias por las cartas. Fue la única
manera en que lo superé. Me motivaste, así que gracias. Me demostraste lo
fuerte que eres y lo mucho que quieres que estemos juntos. Nunca pediré una
prueba de nuevo. Ahora puedo confiar en ti y espero que tú también puedas
confiar en mí.
—Apenas. —Sonrió—. Lo lograste por los pelos, ¿sabes eso?
—¡Ja! Nate Meyers, ¿desarrollaste un sentido del humor mientras no
estaba?
Sonrió. —Tuve que hacerlo… para pasar por ello.
Caímos el uno en los brazos del otro. —Estoy aquí ahora.
Su expresión se volvió seria. —Si parpadeo, ¿desaparecerás?
—No voy a ir a ninguna parte. Estás atrapado conmigo para siempre. Así
es justo como yo opero. Estoy al cien por ciento o nada.
Llevaba un vestido y una chaqueta de cuero cuando entré en la casa.
Minutos más tarde, no llevaba nada en absoluto.
—Así que… ¿no te marcharás nunca? —Me llevó rápidamente por el
pasillo hasta el dormitorio. Nuestro dormitorio.
—Nunca. Mi corazón permanece aquí.
Me besó y sonrió contra mi boca. —¿Dónde has estado? —susurró.
—Creciendo.
—Yo también —respondió rápidamente.
Éramos un borrón de cuerpos, intentando ponernos al día con todo,
interrumpiéndonos con besos apasionados. Pronto, nos encontrábamos en la
cama. Se cernía sobre mí, entre mis piernas. La habitación estaba a oscuras, pero
la luz de la luna que se reflejaba sobre el océano iluminaba la cara de Nate lo
suficiente para que viera el asombro en sus ojos. Levanté mis manos y acaricié
su mandíbula. —¿Qué pasa?
—Solo estoy mirando a mi futuro, y es hermoso —dijo.
Sonreí. —Para siempre es solo ahora.
Traducido por CrisCras
Corregido por Elizabeth Duran