Brunner Universidad Sociedad
Brunner Universidad Sociedad
Brunner Universidad Sociedad
en América Latina
1 Serie
Investigación
Universidad Veracruzana
Instituto de Investigaciones en Educación Biblioteca Digital de Investigación Educativa
Universidad Veracruzana
Dr. Raúl Arias Lovillo
Rector
Dr. Ricardo Corzo Ramírez
Secretario Académico
L.E. Víctor Aguilar Pizarro
Secretario de Administración y Finanzas
Dr. Adalberto Tejeda Martínez
Director General de Investigaciones
ISBN: 978-968-834-855-0
Universidad y Sociedad
en América Latina
Comisión Editorial
Josefina Acosta Avilés
Miguel Ángel Casillas Alvarado
Héctor Hugo Merino Sánchez
Irmgard Rehaag Tobey
Jorge Vaca Uribe
INTRODUCCIÓN 5
Libros 125
Capítulos de libros 127
Artículos en revistas 130
Introducción
a l a segunda edición
E
l libro Universidad y Sociedad en América Latina (UySAL) se
pu- blicó hace 20 años bajo el sello editorial de la Universidad
Autónoma Metropolitana-Azcapotzalco, en su Colección Ensayos, con
el apoyo de
la Secretaría de Educación Pública. Hoy se reedita por una generosa
iniciativa de un grupo de colegas mexicanos, entre los que se cuentan
Adrián de Garay Sánchez, Rector de la UAM-Azcapotzalco, y Miguel Casillas
Alvarado, Director del Instituto de Investigaciones en Educación de la
Universidad Veracruzana, así como mi amigo Germán Álvarez Mendiola.
La pregunta que naturalmente se hará el lector de esta reedición de
UySAL es si acaso el libro mantiene su vigencia, en un mundo que se halla en
constante cambio y donde la universidad, a pesar de sus rasgos
inherentemente conser- vadores, se ha transformado también de muchas
maneras que no podíamos prever hace dos décadas.
Para responder a esta pregunta es necesario partir por el principio y pre-
guntarse, en primer lugar, qué análisis de la universidad ofrecía UySAL a
me- diados de los años 80 del siglo pasado.
Para decirlo en pocas palabras, el libro se organiza en torno a un
sencillo esquema, ilustrado en un cuadro de doble entrada, que sirve al autor
para iden- tificar y estudiar las principales transformaciones de la
universidad latinoame- ricana entre los años 1950 y 1985.
Partiendo del supuesto de lo que entonces solía llamarse la “autonomía
rela- tiva” de las instituciones universitarias dentro del campo de las
superestructu- ras de producción y reproducción culturales de la sociedad, se
afirmaba a través de dicho esquema, por un lado, la presencia de “factores” de
contexto externo e interno del sistema universitario y, por el otro, su
vinculación con “contenidos”
José Joaquín Brunner Universidad y Sociedad en América Latina
Diagrama 1
CONTENIDOS
ECONÓMICOS POLÍTICOS
FAC
TOR INTERNOS A B
ES
EXTERNOS C D
CONTENIDOS
ECONÓMICOS POLÍTICOS
A Transformaciones en el B
INTERNOS
2. Con
Véase todo, abordo
Referencias varios dedel
Bibliográficas losAutor
tópicos contenidos
sobre EducaciónenSuperior,
este esquema,
al finalyde
heeste
desarrollado
volumen.de los argumentos allí contenidos en diversos textos publicados desde el año 2000.
algunos
CONTENIDOS
ECONÓMICOS POLÍTICOS
A B
Empresarialización del régimen de produc- ción de Tímido movimiento dentro del modelo de
conocimiento avanzado y comodifi- cación de la gobierno colegial-burocrático-repre- sentativo-
producción de certificados. Creciente de-base-electoral propio de las universidades
especialización de la división y la organización del públicas hacia fórmulas más diversificadas.
trabajo académico. Consecuente segmentación del Progresiva profesionalización de la gestión
mercado universitaria con fortalecimiento de las posiciones
de posiciones académicas y progresiva administrativas superiores. Mayor pero disparejo
estratificación de los grupos que trabajan con peso de los esquemas internos de evaluación del
conocimiento avanzado. Implementación del uso de desempeño, uso de indicadores de productividad y
las NTIC en la docencia, investigación, gestión y calidad y empleo de incentivos.
vincula- ción de la universidad con su medio Cambios subterráneos y aparentes en la cultura
externo. organizacional de la universidad pública con
Industrialismo académico versus comunidad acentuamiento en varias de la crisis de identidad.
académica Autogobierno versus institución adminis- trada
F
A
C
T
O C D
R Avanzada diferenciación de la plataforma Leve desplazamiento del eje tradicional de
ES institucional de oferta de servicios univer- relaciones entre la universidad y el Estado en dos
sitarios. direcciones:
Fin de la idea moderno-humboldtiana de (i) utilización por los gobiernos de instru- mentos
universidad. de asignación de recursos ligados al desempeño y
Acceso abierto y diversificado a la universi- dad resultados de las universida- des públicas;
en la trayectoria hacia la universaliza- ción de sus (ii) adopción de regulaciones para organizar el
servicio docentes. mercado de proveedores privados de educación
Inflación de certificados en el mercado laboral con superior.
la consiguiente reducción de su valor de cambio y Gradual asentamiento de los sistemas nacionales
de señalización. de aseguramiento de la calidad mediante el
Creciente “mercadización” de las institucio- nes y empleo de procedimientos públicos de evaluación
funciones universitarias y desdibuja- miento del y acreditación de programas, unidades e
límite público / privado. Progresivo desarrollo de un instituciones.
“anillo externo” de nuevas interfases
universidad/empresa/ gobierno/sociedad civil.
Internacionalización universitaria impulsada
“desde fuera”.
discutible utilidad, a la hora de analizar universidades que en su gran
mayoría
—digamos, alrededor del 95% de las más de 2 500 universidades que según
re- ciente contabilidad existen en América Latina; véase Brunner, 2007— son
ins- tituciones de transmisión y certificación de conocimientos; es decir, se
encuen- tran amplia o exclusivamente dominadas por su función docente.
De allí también la importancia estratégica que posee el estudio —a la
ma- nera iniciada por S. Schwartzman en la década de los 803—, de las
transforma- ciones que experimenta la división y organización del trabajo
docente en nues- tras universidades. En efecto, es éste un requisito para
luego poder entender los nuevos roles, relaciones, intereses y
representaciones de su intensidad que ponen en juego los diferentes grupos
que componen la profesión académica, así como su jerarquía interna,
estratificación y patrones de distribución de be- neficios materiales y
simbólicos, y los conflictos distributivos que en torno de ellos se generan.
Adicionalmente, convendría estudiar en este contexto el significado y
las consecuencias que sobre el régimen de producción de las universidades
tiene la gradual introducción de las nuevas tecnologías de información y
comunicación (NTIC). Desde ya sabemos que sus efectos sobre las prácticas
de investigación, enseñanza y gestión universitarias pueden llegar a ser, en
ocasiones, de alto im- pacto, tanto sobre la productividad del trabajo y la
cohesión de las comunidades disciplinarias, como para la comunicación
académica, las formas de aprendi- zaje de los estudiantes y la transformación
de las instituciones en empresas de servicio de conocimiento. Incluso, hay
quienes piensan que el uso de las NTIC es inherente al nuevo modo de
producción de conocimiento, que la literatura identifica como MP2 (véase
Nowotny, Scott & Gibbons, 2001). Me temo que de todo esto, sin embargo,
sabemos poco y poco se ha investigado a este respecto en América Latina.
En cuanto al casillero C, para mantenernos dentro del ámbito de los
“fac- tores” de “contenido” económico, resulta aparente que los procesos de
diferen- ciación institucional —que en los años 80 del pasado siglo apenas
comenzaban a manifestarse— han adquirido ahora un ritmo que algunos
consideran desbo- cado, con la proliferación de instituciones universitarias
públicas y privadas de todo tipo, y de sus diferentes sedes, unidades, niveles y
programas de enseñan- za, investigación y transferencia. A lo cual se agrega
la masiva presencia, en un
4. Véase Brunner y Uribe, 2007, y Brunner y Tillett, 2005. Para una visión
internacional comparada, véase Teixeira, Jongbloed, Dill y Amaral, 2004.
5. Ver Clark, 1998 y 2004.
8. Véase García de Fanelli, 2005, y Brunner, Santiago, García Guadilla, Gerlach & Velho,
2006. Para una visión internacional, véase OECD, 2007, Jongbloed, 2001, 2004a y 2004b.
9. Profesor-investigador de la Universidad Diego Portales en Santiago de Chile.
PRESENTACIÓN
E
l desenvolvimiento de un debate sistemático y riguroso sobre la
universidad mexicana de hoy encuentra, como primer obstáculo, la
elu- sividad misma del objeto de estudio. Todo mundo habla de la
universi-
dad, pero ante la acumulación caótica de opiniones divergentes por su
sentido y por su método, se tiene la impresión de que hay una suerte de
opacidad en la universidad, en tanto materia de conocimiento, de que su
naturaleza esencial se escapa al análisis.
Dos situaciones convergen en la constitución de esta dificultad analítica.
De un lado, quien reflexiona sobre la universidad está ahí, en la proximidad
inme- diata de su objeto y formando parte de los procesos que pretende
desentrañar. Del otro, la percepción de lo universitario está particularmente
mediada por imágenes ideológicas, formadas en una historia larga y
compleja, que inducen a juzgar a la institución más por la distancia que
guarda con los modelos nor- mativos asumidos, que a partir de las
peculiaridades de su desarrollo y de la naturaleza real de sus relaciones con
la sociedad.
En este panorama, el libro de José Joaquín Brunner, Universidad y
Sociedad en América Latina, constituye un aporte central al conocimiento de
la univer- sidad de nuestros países en tanto institución “realmente existente”,
construida por procesos históricos concretos que se apartan con originalidad
de las pres- cripciones de los modelos clásicos y de las formas de
modernización típicas de los países metropolitanos.
José Joaquín Brunner desarrolla este análisis a partir de una intensa
expe- riencia académica y política. Protagonista de los procesos de reforma en
las uni- versidades chilenas durante la segunda mitad de la década de los
sesenta y hasta
1973, Brunner se concentró después en el campo de la sociología de la
cultura,
José Joaquín Brunner
E
s precisamente en torno a esa conexión entre universidad y
desa- rrollo nacional, que gira buena parte de la literatura
especializada de la región (véase Copetti, 1980). El supuesto principal
de gran parte de esta
literatura es que la universidad y la sociedad se hallan relacionadas de
maneras variables y complejas, pero que en cualquier caso es posible
identificar algunos factores claves que inciden en esa relación.
Vistos esos factores desde la universidad, ellos pueden ser internos o
exter- nos a ella y, en cada caso, podrán tener un contenido básicamente
económico o político. De allí resulta que las transformaciones de la
universidad y su mayor o menor adaptación a los cambios que ocurren en la
sociedad, pueden visuali- zarse a lo largo de cuatro situaciones que combinan
pares de factor/contenido, según se muestra a continuación:
CONTENIDOS*
ECONÓMICOS POLÍTICOS
F* A
C INTERNOS A B
T O
RES
EXTERNOS C D
José Joaquín Brunner Universidad y Sociedad en América Latina
(*) Este sencillo esquema nos servirá a lo largo de todo el trabajo. Conviene por tanto señalar que en su
con- formación se combinan dos dimensiones que habitualmente se presentan por separado en el análisis
de la universidad, o que en otros casos no se exploran sistemáticamente.
La dimensión interno/externo posee aquí un sentido similar al que le han otorgado algunos
historiado- res de la ciencia (T. Kuhn entre ellos; ver 1982: 129-150), cuando analizan la historia interna o
externa de las disciplinas científicas. También en nuestro caso queremos afirmar la radical identidad (o
interioridad) de la institución universitaria y su plena inserción en el sistema social que la abarca. Esa
tensión justamente entre lo interior y lo exterior es la que a veces se quiere capturar mediante la noción
de autonomía relativa del campo cultural y de sus instituciones.
En cambio, colocar esta polaridad en el centro del análisis sin prejuzgar de inmediato sobre su estatuto
teórico, parece ser más conducente para un análisis des-ilusionado de la universidad. Pues no se parte de
la subordinación al movimiento de estructuras de la cual ella sería meramente una superestructura o un
epi- fenómeno, pero tampoco se la ubica frente y fuera de la sociedad (como si eso fuese posible) para
luego estudiar sus vínculos con ésta.
Por el contrario, lo que se intentará mostrar —y al efecto debe servir la segunda dimensión de nuestro
esquema— es que tanto en sus articulaciones internas como en sus transacciones externas la universidad
no conforma un todo unitario y funcional, bien adaptado hacia fuera y perfectamente ensamblado dentro
de sí.
Más bien, lo que ocurre es que esas articulaciones y transacciones, con sus variables contenidos
econó- micos y políticos, dan lugar a una variedad de dinámicas encontradas, en torno a las cuales se
constituyen los problemas universitarios pero, también, se organizan los actores y se desarrollan los
conflictos que van condicionando el desarrollo de la institución.
11. Véase la variada literatura que va de Caplow y Mc Gee, 1958, a Smelser y Content, 1980.
profesores de la enseñanza superior, que constituían el 5.7% del total de
los tres niveles, pasaron a ser el 10.7% en 1976. (Proyecto Desarrollo y
Educación en América Latina y el Caribe [pdealc], 1981: VIII-92)
La misma fuente citada señala que los profesores de tercer nivel alcanzaban
a
120 mil en Brasil (en 1975), a 41 mil en México (en 1976), a 40 mil en
Argentina (en 1977) y a 25 mil en Colombia el mismo año. Otros países con
menor pobla- ción registraban, sin embargo, importantes contingentes de
docentes universi- tarios: es el caso de Venezuela con 20 mil en 1976 y el
Perú con 13 mil en 1977.
Como sea que se evalúe este espectacular crecimiento del personal
acadé- mico de las universidades latinoamericanas, el hecho es que la
relación entre la universidad y la sociedad estará en adelante marcada por el
surgimiento de este nuevo grupo ocupacional masivo de intelectuales, trátese
de científicos, profe- sionales de la enseñanza o de jóvenes que ingresan a
este mercado académico y aspiran a realizar a través de él sus carreras.
C. La Masificación de la Universidad
La situación que hemos caracterizado por la combinación de factores
externos (a la universidad) con un contenido preferentemente económico
(nuestro ca- sillero C) nos pone en terreno bien conocido. Ha sido una
práctica frecuente postular o en otros casos explicar las transformaciones de
la universidad a par- tir de cambios e innovaciones en la economía;
particularmente a través de la demanda de personal calificado y de
conocimientos instrumentales, requeridos ambos por el nuevo modo de
producción industrial.
Según lo expresara Halsey (1971), “el vínculo contemporáneo de la
universi- dad con la economía en una sociedad industrial es directo y obvio a
través del mercado de profesionales y a través de las actividades de
investigación en las ciencias aplicadas” (:457).
¿Significa lo anterior que en América Latina las universidades han
crecido al ritmo de la economía, comandadas por las señales del mercado
laboral o, en otros casos, por una combinación de la mano invisible y la
mano del planifica- dor público?
¿Y significa esto que la universidad ha abandonado su pretérita
irrelevancia y disociación, o su conexión puramente estamental con las élites,
para alcanzar la fase que Graciarena (1982) designa como de “congruencia
funcional y asocia- ción relevante” con el sistema social? “En este nuevo
contexto histórico, dirá nuestro autor, al profesionalizarse la universidad se
ligó cada vez más a la eco- nomía como productora de recursos humanos y
de innovaciones técnicas, pero se sometió a la política del Estado a cuyo
amparo trató de definir su espacio de libertad académica e ideológica” (:22).
Esta misma idea central —que la universidad crece y se transforma bajo
la presión de demandas externas, especialmente de origen económico— será
repeti- da una y mil veces, por los más diversos autores. “El fenómeno de la
función de la universidad como respuesta a los requerimientos de la estructura
social y econó- mica de que forma parte, escribió don José Medina Echavarría
a mediados de la década de los 60, es un hecho patente y general” (Medina
Echavarría, 1967: 186).
En verdad, gran parte del debate sobre la universidad latinoamericana
po- dría entenderse a través de esta clave interpretativa. Es decir, indagando
hasta dónde llegó esa supuesta funcionalización, lo cual implica por lo menos
un do- ble esfuerzo de comprensión:
a) entender cómo en su momento se percibió que debía cambiar la so-
ciedad latinoamericana y, por tanto, cómo se impulsó el cambio de
la universidad;
b) entender, aunque no sea sino muy parcialmente, qué es lo que efecti-
vamente ha estado cambiando en las sociedades latinoamericanas y,
a partir de allí, ver si la universidad se funcionalizó a esos cambios y
en qué sentido lo hizo.
Uno de los objetivos de los siguientes capítulos será reunir los elementos
dis- persos en diversos estudios que puedan servir para abordar ambas
preguntas. En un caso se trata de analizar las visiones ideológico-normativas y
políticas del cambio social y del futuro que se buscaba construir para la
universidad. En el otro, por el contrario, se trata de un ejercicio de
verificación de procesos socia- les; del análisis de las correspondencias entre
modelos (de cambio) postulados y transformaciones (sociales) efectivas.
D. La Politización de la Universidad
Desde hace tiempo las universidades debieron enfrentar los problemas que
los ingleses llamaron de town and gown. Es decir, aquellos que surgían de la
rela- ción entre una comunidad dedicada a transmitir el saber a la
ciudadanía cir- cundante, con sus negocios propios y su propia estructura de
poder.
Actualmente esos problemas, dependientes de factores exógenos a la
uni- versidad y de carácter político —ubicados por tanto en nuestro
casillero D—, son numerosos y algunos explosivos.
La relación entre la universidad y el Estado (véase Medina Echavarría, 1967:
151-166), con sus dimensiones concomitantes de autonomía (véase Levy,
1980b),
del carácter público o privado de las instituciones de enseñanza superior
(Levy,
1980a: 115-152), del estatuto que rige a los académicos y, en general, de la
legisla- ción que puede afectar y transformar el mundo de la educación
superior,13 son todos asuntos que poseen el mayor dinamismo y que son
determinantes para la existencia y la transformación de las universidades.
Pero en realidad el problema que más agudamente se ha planteado en
este sector de las relaciones externas de la universidad, sobre todo desde el
momento en que la institución universitaria alcanza el umbral de una
institución de ma- sas, es el de su politización. Se trata de un problema que
no es exclusivamente latinoamericano (véase Ben-David, 1972), pero que
entre nosotros ha alcanzado caracteres de naturaleza e intensidad propios.
Sólo en América Latina ha sur- gido y se ha mantenido, de manera más o
menos consistente, un proyecto de universidad militante14 o comprometida
que está llamada no a participar en los esfuerzos del desarrollo —tarea que, a
fin de cuentas, fue aceptada como una suerte de sentido común universitario
en el escenario del Tercer Mundo; véase Coleman, 1982— sino a ocupar un
papel estratégico y de vanguardia en la trans- formación social y, en lo
posible, en la revolución y liberación nacional.
Como se ve, el problema de la politización de la universidad no se
reduce ya al de sus vínculos con el Estado. Depende, en cambio, en medida
creciente, de la posición de la universidad dentro de la sociedad civil y de sus
cambiantes relaciones con los partidos políticos, grupos de presión y, más
genéricamente, con las varias fuerzas sociales que participan en la producción
de la sociedad.
Resumiendo lo dicho a lo largo de este capítulo, podemos concluir que la
universidad, atrapada en la dialéctica entre la economía y la política —
dialéctica que actúa desde dentro y desde fuera de ella, generando
continuamente nuevos problemas—, se encuentra hoy sometida a múltiples
presiones y demandas y en acelerado proceso de transformación.
Difícilmente puede imaginarse que ella encarna todavía un modelo; o que
existe una idea de universidad que es socialmente compartida por los
propios miembros de la comunidad (científicos naturales, científicos sociales,
docentes, administradores universitarios, alum-
C
omo ha mostrado James Coleman (1982), la idea de la
universidad- para-el-desarrollo —que llama developmental
university—15 constitu- ye el resultado de una combinación de
tradiciones no-europeas. No
se trata sólo de que la concepción europea de universidad haya resultado, se-
gún escriben Ben-David y Zloczower (1966), “irremediablemente anticuada”
(:71) y, por tanto, con poco poder de irradiación hacia los países que
iniciaron tardíamente el proceso de construcción nacional y de creación de
un sistema intelectual moderno. Se trata además y muy decisivamente del
hecho de que en América Latina la idea de la universidad-para-el-desarrollo
configuró una constelación político-cultural sui géneris. Un producto
relativamente original, como veremos, donde se combinaron la tradición de
la universidad de élite, los intentos de su reorganización “desde dentro”, las
dinámicas exógenas inducidas
15. Según este autor, la idea de la “ developmental university” hunde sus raíces en tres
tradi- ciones convergentes: (i) la tradición del “ land-grant movement” de mediados de
1860 en los Estados Unidos, que destaca que la universidad debía involucrarse con los
problemas más significativos de la sociedad y servir como instrumento de reconstrucción de
ésta. (ii) La tra- dición de la universidad japonesa durante el periodo de su modernización
forzada. (iii) La tradición soviética de planificación rigurosa de la mano de obra
especializada. En realidad, es dudoso que esta particular combinación de tradiciones haya
influido en América Latina, aunque —seguramente por otros caminos— una cierta
tradición constructivista y reformista de los Estados Unidos y una cierta tradición
planificadora asociada a la imagen del socialismo estatal (apoyada la primera por la
cooperación internacional privada y la segunda por el clima intelectual interno) debieron
influir en la conformación de los modelos latinoamericanos de universidad/desarrollo.
José Joaquín Brunner Universidad y Sociedad en América Latina
16. Más adelante los mismos autores señalan que el Banco Mundial y la Fundación Ford
pro- porcionaron fondos a economistas de la educación para que difundieran el evangelio
del capi- tal humano por las naciones de Asia, África y América Latina (:15).
17. Sobre esta combinación véase Solari, 1977:
65.
en América Latina. Aunque este trabajo fue publicado en 1968, muchas de
sus ideas se hallaban en boga a lo largo de los años 60; particularmente en lo
que se refiere a la crítica de la universidad tradicional o de élites y a la
propuesta para una modernización de la universidad. En efecto, el
documento sugería una re- forma de la universidad que sólo rendiría sus
frutos a través de una planificación global “en que se determine con claridad
qué funciones y productos se esperan de ella”. Se postula la necesidad de
que la institución universitaria asuma las tareas de enseñanza e
investigación “con un sentido moderno y apto para con- tribuir al
desarrollo”. Pero esta meta no se alcanzaría “mientras la inmensa ma- yoría
de los profesores e investigadores sean de dedicación parcial”. Se sugiere que
la universidad debe planificar internamente sus esfuerzos y recursos y que
debe tomar parte “en la discusión de los grandes problemas nacionales”.
Para poder operar este proceso de racionalización interna, la universidad
tendría que hacer frente a cambios de estructuras, los que “implican
transformaciones muy profundas también en las relaciones de poder” (:176-
183).
Así ubicado el tipo modernizante del modelo de universidad/desarrollo que
se gesta en América Latina en el periodo de posguerra, pero que alcanza su
formu- lación más plena durante la década de los 60 —esto es, muchas veces
con retardo a la práctica modernizante que se venía dando en diversas
universidades de la región— procederemos a continuación a caracterizar
algunos de sus rasgos más salientes. Al efecto utilizaremos nuevamente el
esquema de ordenación que em- pleamos en el anterior capítulo,
distinguiendo por tanto entre procesos internos y externos a la universidad y,
en cada caso, según su carácter más marcadamente económico o político. En
consecuencia, revisaremos brevemente el significado de las siguientes
dinámicas que caracterizan a los proyectos modernizadores:
CONTENIDOS
ECONÓMICOS POLÍTICOS
18. Debe notarse que jornada completa no implica por necesidad dedicación exclusiva.
resultaría en un conjunto de problemas y conflictos típicos (véase Brunner
& Flisfisch, 1983: 170-216) los cuales no siempre han sido estudiados con el
debido detalle. Por ejemplo, resistencia de los catedráticos tradicionales;
conflicto entre principios antagónicos de legitimación para el acceso a
posiciones académicas; pugna entre orientaciones localistas y cosmopolitas
dentro de los académicos; querellas en torno a la importación y/o adaptación
de modelos foráneos; dispu- tas por la asignación y el control de fondos, etc.
En fin, la fase de constitución de un mercado de posiciones académicas —
que en su primera etapa se parece más a la conformación de enclaves de
profesiona- lización, algunos de los cuales incluso tenderán a orientar su
producción “hacia fuera”— es un proceso que marcó profundamente el
desarrollo universitario durante la fase de su modernización. Curiosamente,
la profesionalización aca- démica nació menos de un diseño deliberado que
de las combinadas presiones nacidas de la expansión de la matrícula, la
presión de los jóvenes docentes o in- vestigadores, la lógica de los programas
de cooperación técnica internacional, la habilidad de algunas instituciones
universitarias y de sus administradores para obtener recursos públicos, etc.
Pero en todas partes donde se puso en marcha, este proceso de
profesionalización fue transformando la base de sustentación de la
universidad tradicional y abrió las puertas para la conformación de lo que en
las naciones adelantadas se llamaba una comunidad académica moderna.
Sobre todo, los patrones de legitimación de la propia institución
universi- taria empezarán a cambiar lentamente. La universidad, en
adelante, no podrá justificarse exclusivamente por la docencia y por el
otorgamiento de diplomas. Aunque ésta permanezca como su función central
en muchas partes y la mayoría de los académicos no sean más que docentes,
la universidad como institución social tenderá a justificarse ahora por su
función de investigación y por su aporte de conocimientos al desarrollo del
país y a la cultura de la nación. No importa, incluso, que esta última función
no pase de ser una cuasificción; que dicho aporte no llegue siquiera a pesar
seriamente en el crecimiento económico y en la forma de vida de la
colectividad. Lo que interesa es que, con la conformación de la profe- sión
académica, cambia la propia retórica de la universidad, su autocomprensión y
los modos como sus miembros construyen la identidad institucional.
Puede ser, como ya entonces algunos se adelantaron a denunciar, que
este movimiento hacia la modernidad haya significado sólo una
penetración en América Latina de las nuevas formas internacionales de
organización de los conocimientos. Puede ser, por tanto, que mediante este
aspecto de la moder- nización universitaria no se haya logrado nada más que
un ceñimiento de los patrones de dependencia.
Sin embargo, como bien ha observado Graciarena (1971), “parece
necesario que toda reforma, cualquiera que sea, que procure la
modernización de la uni- versidad, deba proponerse también la creación de
condiciones que faciliten la emergencia de una profesión académica” (:74).
Así lo entendió, precisamente, el programa modernizador.
20. Véase Graaff, 1980, especialmente pp. 157-72. Para el estudio de un caso de particular
inte- rés, véase Levy, 1979: 576-599.
la movilización de recursos ideológicos y organizacionales; y donde es
necesa- rio elaborar mecanismos de representación y, por tanto, cuentan los
comporta- mientos de participación y alineación políticas, etc.
La propia autocomprensión institucional —y la concepción del papel que
la universidad debe jugar en el contexto nacional— se transforma también a
par- tir de los cambios en cadena que hemos venidos esbozando, y otros se
vinculan estrechamente con la introducción del planeamiento en la
universidad. En ade- lante, la universidad adquiere conciencia de su
modernidad o de la falta de ella y de la necesidad de modernizarse. La
institución se asume a sí misma como un medio modelable que puede ser
transformado deliberadamente, lo cual le plantea serios problemas de
conservación de su tradición histórica y de relación entre continuidad y
cambio.21 Por otro lado, esta nueva conciencia de sí misma que desarrolla la
universidad se liga —de maneras diversas en cada país— a una conciencia
similar que se desarrolla en diversas instancias del aparato estatal. Cada vez
más se hablará de una planificación nacional que debe abarcar al pla-
neamiento educacional y, en el mismo sentido, de un planeamiento
educacio- nal que debe desenvolverse en el marco de los planes nacionales de
desarrollo. Sobre todo, este imperativo de la supracoordinación se hizo valer
en relación al ajuste que debía obtenerse entre la producción, por parte de la
universidad, de recursos altamente calificados y las demandas del mercado
laboral. “A partir de ese momento, en efecto, la economía precisó estar en
condiciones de hacer previsiones seguras en cuanto al volumen y calidad del
personal formado que necesitaría en el futuro, que debería ser provisto por
las universidades y otros establecimientos superiores de educación”
(Graciarena, 1971: 72).
21. Señala, por ejemplo, el documento de la CEPAL (1968) que hemos venido citando: “la
crea- ción de nuevas estructuras se hace, casi siempre, conservando lo esencial de las
antiguas. En consecuencia, proliferan organismos y autoridades, con el aumento
consiguiente de los cos- tos” y con el efecto sobreviniente que “explica la ambigüedad de
muchos de los intentos de modernización de las universidades” (:182).
mismo periodo ella se masificó “contra el mercado”.22 Dicho en términos
más exactos, la universidad se masificó conforme a unas dinámicas que sólo
recien- temente empiezan a comprenderse, pero que no parecen haberse
ajustado a los requerimientos de la economía, expresados a través del sistema
combinado de señales provisto por el mercado y por los cálculos de demanda
preparados por los organismos públicos de planificación nacional. En breve,
la masificación de la enseñanza superior, que tiene su indicador más patente
en la explosión de la matrícula que ocurre con posterioridad a 1950, no fue
racional desde el punto de vista de la economía ni reprodujo las tendencias de
desarrollo de la matrícula que se habían observado en fases similares del
sistema de enseñanza superior europeo y norteamericano.
Partamos de este último punto que es crucial en realidad para la
concepción de modernización que se extendió por esos tiempos en América
Latina. Se pensó en efecto, y se intentó sostener con acopio de información
histórica y estadística, que los países subdesarrollados (dentro de la órbita de
las economías de mercado) tenderían a seguir una trayectoria de desarrollo
más o menos similar a la que ya habían experimentado los países del centro.
La teoría del desarrollo por etapas tuvo eco asimismo en la sociología,
siendo reformulada como una teoría de la transición de la sociedad
tradicional a la sociedad moderna.23
Como mostró abundantemente la experiencia de la región, la ilusión de
esa modernización por etapas nítidamente acopladas entre sí no se realizó y
a lo más —según ha escrito Fernando H. Cardoso (1977a: 7-40)— América
Latina produjo una copia original del proceso de desarrollo experimentado
previa- mente por Europa y Estados Unidos.
En el terreno de la educación esa “originalidad de la copia” ha sido fre-
cuentemente resaltada en estudios recientes sobre el desarrollo educacional
en la región.24
En materia universitaria, por último, ni la expansión de la matrícula ni el
patrón de evolución institucional a partir de la constelación modernizante
de universidad/desarrollo replicaron el tipo de desarrollo (por lo demás
bastante diversificado) que se encuentra en Europa, en Estados Unidos o en la
URSS.
25. Sobre este punto, véase Solari, 1981, especialmente pp. 395-400 y 431-436.
26. Para un estudio de caso ver Brunner, 1984a: 249-310.
27. Para un análisis detallado y por sectores de países, véase “Introducción” en Rama, 1980:
16-20 y Terra, 1980.
30. Véase sobre todo el artículo de A. Pinto (1975b), “Heterogeneidad estructural y modelo
de desarrollo reciente de la América Latina”.
bases para nuevas explicaciones y para nuevas propuestas que permitiesen
superar ese estado de cosas.
Una cierta escuela, por ejemplo, plantearía el carácter estructuralmente
con- centrador y excluyente (véase Cardoso, 1977a: 34) del estilo de desarrollo
(capita- lista) en América Latina, difundiendo una cierta sensibilidad que,
como veremos más adelante, tendría repercusión en el terreno de las
ideologías educacionales.
Sin duda la escuela más importante que surgiría sería la que pronto fue
co- nocida por aquello que criticaba: la dependencia estructural.
Esta nueva línea de interpretación —“más sociológica y política” que
econó- mica, según escribiera Cardoso— ha sido objeto de innumerables
estudios (véa- se, por ejemplo, Cardoso, 1977b). Bastará por tanto con
recordar brevemente los principales argumentos del enfoque dependentista,
sobre todo aquellos que luego serían asumidos por los proyectos críticos en el
campo educacional.
Lo específico del enfoque de la dependencia fue “el análisis de los
patrones estructurales que vinculan, asimétrica y regularmente, las
economías centrales a las periféricas” (Cardoso, 1981: 36).31 En breve, las
economías de la periferia se encontraban unidas por lazos estructurales de
dominación a las economías del centro, base sobre la cual se asentaban las
relaciones de dominación internas en cada sociedad de la periferia y se
organizaban las oportunidades y formas del de- sarrollo. Así, éste podía ser
conducido desde los enclaves que vinculaban el capital externo al país; por
productores nacionales o mediante el desarrollo industrial que asociaba los
grupos empresariales locales a los multinacionales.
Como consecuencia de estas situaciones estructurales de dependencia, el
de- sarrollo en los países periféricos no estaba llamado a conducir por vías
sinuosas (las asincronías y desfasamientos que vimos antes) desde el
tradicionalismo hacia la modernidad, sino que necesariamente generaba un
nuevo patrón de desarrollo que pronto empezó a llamarse dependiente y
asociado. “Así, pues, no subsisten las tesis de ‘desarrollo del subdesarrollo’ o
de superexplotación ‘estancacionista’ [ni las] hipótesis que sugieren que una
expansión con efectos similares a lo que ocu- rre en el centro se dará en la
periferia” (Cardoso, 1977a: 36).32 Lo que se afirma, en cambio, es la existencia
de un tipo peculiarísimo y contradictorio de desarrollo.
31. Este enfoque está en el centro, asimismo, de una de las obras iniciales del
dependentismo,
Dependencia y Desarrollo (Cardoso & Faletto,
1969).
32. El autor se refiere allí a las escuelas de pensamiento que declaraban la imposibilidad
del desarrollo en la periferia (desarrollo del subdesarrollo y estancacionismo) o postulaban
con optimismo que el desarrollo sobrevendría de todos modos —al igual que en el centro—
ya bien con la modernización, ya bien con el desarrollo de las fuerzas capitalistas de
producción.
En el terreno social, dicho desarrollo dependiente y asociado —con la
pene- tración incompleta y heterogénea de la industrialización y la
generación de su- perposiciones de lo moderno sobre lo tradicional—
explicaba las peculiaridades de las débiles burguesías latinoamericanas, el
distanciamiento del proletariado respecto del resto de la masa popular, el
surgimiento de los sectores marginales, la proliferación de grupos medios
nacidos al amparo del Estado o de la penetra- ción de la empresa
multinacional, etc.
En el terreno político, los dependentistas contribuirán a entender la
confi- guración que iba adoptando el Estado en América Latina, con sus
peculiares rasgos de intervencionismo, promoción de la acumulación de
capital y redistri- bución de beneficios.
Por último, en el terreno cultural, algunos plantearán los efectos de
domi- nación que en este plano introduce la dependencia (véase Quijano,
1971); proce- derán a desarrollar la crítica de las falsas expectativas que
surgían del modelo de la modernización y propondrán como alternativa la
autonomía cultural. Mas como esta última suponía que previamente se había
conquistado la indepen- dencia en el terreno material (de la economía y del
Estado), lo que en verdad se proponía era la revolución. Cabe entonces citar la
palabra autorizada del padre del dependentismo latinoamericano: “No quiero
discutir aquí el acierto o el error de esta afirmación, sino sólo destacar que
en el polo opuesto (y disconti- nuo) del enfoque de la dependencia lo que se
vislumbraba no era el desarrollo autónomo sino el socialismo” (Cardoso,
1981: 36).33
En fin, será a partir de ese doble elemento —el crítico y el
revoluciona- rio— que se articulará el nuevo modelo de
universidad/desarrollo y los corres- pondientes proyectos críticos de
superación de la dependencia cultural. Estos vendrán en parte a sustituir a
los anteriores proyectos de la constelación mo- dernizante y en parte
competirán y se entremezclarán con ellos, tornando aún más compleja la
situación de la educación superior en la región.
Efectivamente, el paso de una constelación a la siguiente —que, reitera-
mos, no es una sucesión nítida sino más bien un acoplamiento contradicto-
rio— se da en el breve plazo de una década y media. Como bien ha señalado
un autor, tan rápido fue en el campo educativo el auge y la posterior caída
de las doctrinas de la modernización inspiradas en la teoría del capital
humano, “que en ningún país hubo tiempo para aplicarlas en forma
sistemática y mu- cho menos para probar, de manera medianamente
satisfactoria, sus aciertos
33. Para un análisis extenso de este punto crucial del enfoque dependentista véase Cardoso,
Biblioteca Digital de Investigación Educativa Instituto de Investigaciones en Educación 38
38
1977b y Serra y Cardoso, s/f.
CONTENIDOS
ECONÓMICOS POLÍTICOS
EXTERNOS
34. En efecto, según señalan ambos autores, “si una característica básica de la sociedad a
la que la institución pertenece es la de ser dependiente […] es necesario encontrar la
expresión que esa dependencia tiene en la universidad” (:50-51).
por funcionalizar el desarrollo de la universidad a las exigencias del
desarrollo dependiente de la sociedad. Ellas respondían “cabalmente a la
nueva etapa del desarrollo del capitalismo dependiente” y encontraban un
importante motor en la asistencia externa, técnica y financiera” (:61 y ss.).
Pues bien, según hemos indicado en nuestro casillero (a1), la crítica del
de- pendentismo a la nueva realidad (económica) interna de la universidad se
centró precisamente en los efectos que estaba generando la asistencia
extranjera e inter- nacional, combinados con aquellos que provenían del
esfuerzo modernizador endógeno. Bajo esta presión, se decía, se estaba
produciendo una “vinculación estrecha con los centros de producción
científica extranjeros, a través de progra- mas comunes, financiamientos,
becas, profesores visitantes”, así como una pro- gresiva “adecuación de los
contenidos de la enseñanza a las pautas de desarrollo de la ciencia y la
tecnología internacional” (Vasconi & Reca, 1971: 70).
En breve, la situación de dependencia estaba generando una acelerada
inter- nacionalización subordinada de la universidad latinoamericana,
sometiéndola a patrones de desarrollo que respondían exclusivamente a los
intereses y a las necesidades de los sectores sociales integrados al polo
moderno de las socieda- des dependientes. Así, en lo que se refiere a nuestro
casillero (c1), se dirá que “el proceso de modernización de la universidad
implica también un proceso de creciente dependencia. Ella se convierte […]
en una organización reproductora y transmisora de los conocimientos,
técnicas, etc., desarrollados en los centros dominantes en el plano
internacional” al mismo tiempo que, por este mismo proceso, “se aparta del
sector marginalizado, que comprende la parte mayorita- ria de la sociedad”
(:99).
Desde esta perspectiva se cuestionará también el sentido del proceso de
masificación que estaba iniciándose por esos años. En efecto, si la
universidad meramente reproduce la cultura dominante y los lazos de la
dependencia —y si sus formas pedagógicas tradicionales y modernizantes
no eran sino el cul- tivo de relaciones que llevan a considerar la
dependencia como un fenómeno natural, según sostenían otros autores; véase
Silva Michelena & Sonntag, 1969:
21—,35 entonces, claro está, tenía pleno sentido preguntarse por el significado
de esa participación ampliada en la cultura. “En otros términos, escribía
Quijano (1971), lo que se está postulando es una ‘democratización’ de la
participación en una cultura determinada, sin cuestionar ni si esa cultura se
lo merece ni si es apta para la democratización” (:54).
35. Para un análisis de los estilos pedagógicos a que dieron lugar los proyectos modernistas
(y crítico) de la dependencia, véase Nassif, 1984: 53-102.
Respecto de ambas cuestiones mencionadas, el enfoque de la dependencia
ha- bía arribado rápidamente a una respuesta negativa. Es así que sostenía el
con- trasentido de ampliar el acceso a una cultura dependiente, que
meramente re- producía los valores y los patrones de comportamiento de un
orden excluyente de dominación.
Tampoco le parecía que fuese viable democratizar esa cultura, puesto
que ese intento chocaría, precisamente, con las exigencias reproductivas de
ese or- den de dominación.
Por lo demás, la mayoría de los dependentistas tampoco creía en que la
extensión de la matrícula en el nivel de la educación superior estuviese pro-
vocando una “ampliación de la base social de reclutamiento de los sujetos
que realizan estudios universitarios” (Vasconi & Reca, 1971: 67).36 En cambio,
atri- buían mayor interés a la incidencia que dentro de ese proceso de
ampliación de la matrícula podía estar provocando la diversificación de las
carreras como producto del ajuste de la universidad a las demandas del
sector moderno de la sociedad.
Ese mismo efecto-de-ajuste a “las nuevas condiciones de desarrollo del
ca- pitalismo dependiente” explicaba el proceso de racionalización y
moderniza- ción del sistema de gobierno universitario al que nos referimos
anteriormente. En efecto, se perseguía con ello, y especialmente con la
adopción de las técnicas de planificación, “un uso más eficiente de los
recursos financieros, materiales y humanos disponibles” (Vasconi & Reca,
1971: 70). De tal modo que en lo rela- tivo a los cambios internos de
contenido político (b1), el nuevo enfoque crítico los veía operando sólo como
un instrumento para racionalizar el manejo de la empresa universitaria, de
acuerdo con patrones de eficiencia propios del sector moderno y, en parte,
impuestos por las agencias internacionales como requisito de elegibilidad para
el otorgamiento de donaciones y/o créditos blandos.37
Desde el punto de vista político exógeno (d1), la universidad
latinoamerica- na era apreciada por el enfoque dependentista como una
institución creciente-
36. Sin embargo, J. Labbens (1966) había mostrado en 1966 que en América Central y en
otros países de América Latina la movilidad educacional ascendente era “un hecho
comprobado que puede inscribirse en el crédito de las universidades” (:70). Volveremos más
adelante sobre este punto.
37. Argumento que para nada debe desestimarse, sobre todo si se piensa en el volumen de
las ayudas que durante esos años se estaban canalizando hacia la educación en América
Latina. Durante el quinquenio 1962-66 solamente cuatro agencias —AID, BID, el Banco
Mundial y el EXIMBANK— otorgaron loans por la suma de 89.1 millones de dólares al sector
educativo de la región. Véase el respectivo cuadro en Vasconi y Reca, 1971: 65.
mente “al servicio de la clase dominante, de la burguesía nacional y del
capital extranjero” (Vasconi & Reca, 1971: 106), encargada de legitimar y
sancionar la cultura dominante y de reproducirla como orden de
dominación.
Frente a tan radical crítica, ¿qué se podía esperar como proposición, si
no un nuevo modelo de universidad/desarrollo concebido como un proyecto
para superar la dependencia?
Sin embargo, aunque el enfoque dependentista postuló diversas opciones
para superar el atraso latinoamericano de fines de los años 60 —siendo las
más significativas la del desarrollismo nacional y la del socialismo— la verdad
es que no llegó a plasmar un modelo o nueva constelación de
universidad/desarrollo en sentido estricto. Ello obedeció en parte al hecho de
que el enfoque de la depen- dencia careció de un programa de
transformación social como había llegado a formularse, en cambio, dentro
del paradigma cepalino. Careció, además, de una identificación nítida del
sujeto histórico que se encargaría de dirigir ese proceso de superación de la
dependencia. En fin, su propuesta política fue débil y tal vez por eso terminó
refugiándose “en una especie de escatología que afirma la validez del principio
de la revolución al mismo tiempo que esconde la debilidad de la pro- puesta
[…] para llegar a ésta. Esta debilidad se esconde mediante la presentación de
un cuadro de catástrofes que da la ilusión de llevarnos a una transformación
radical” (Cardoso, 1981: 41).38
En el terreno de la conformación interna del campo universitario (a2),
la crítica radical a una incipiente profesionalización que parecía favorecer
mera- mente una acelerada internacionalización del mercado académico y,
por tanto, la subordinación de los esfuerzos nacionales en el terreno de la
ciencia y de la tecnología, no parece haber ido acompañada de una
alternativa radical. Nunca se habló entre nosotros seriamente de una ciencia
indígena o de una tecnología generada endógenamente, a la manera como lo
hicieron intelectuales de la India y de otros países de Asia y África.39 En
cambio, se constituyó una cierta retórica en estas latitudes que contraponía,
sobre todo en las ciencias sociales, una cien-
38. En la vertiente del nacional desarrollismo se publicó una obra —que reúne diversos
tra- bajos— cuyo impacto en la discusión universitaria de la época no fue pequeño. Se trata
de La Universidad Latinoamericana de D. Ribeiro (1971).
Mas la perspectiva dependentista no llegó a consagrar en América Latina un modelo
social- mente aceptado de universidad. Su influencia alcanzó al movimiento estudiantil,
pero no a una proporción significativa de los académicos, de los políticos y de los
burócratas.
39. Probablemente la única excepción digna de mencionarse sea el surgimiento y posterior
desarrollo de la tecnología de la liberación.
cia crítica a la ciencia burguesa. Se postuló que la investigación debía
orientarse por los intereses nacionales, propuesta que en verdad no era
novedosa. En otros casos se proclamó que a la universidad le corresponde “la
formación de cuadros científicos y técnicos orientados a la crítica y
renovación constructiva e incesan- te del sistema, capacitados para defender el
país de la penetración imperialista, a la luz de las tesis y teorías del más puro
nacionalismo, en lo económico, cultural y educacional”.40
En cuanto a la función de la universidad en el modo de desarrollo, se va
a propiciar (c2) una variedad de proyectos que a veces se califican según si
tie- nen un contenido meramente democratizador o uno revolucionario
(Vasconi y Reca) o si corresponden, según la terminología de F. Fernandes
(1970), a las escuelas relacionadas con la “revolución por el desarrollo —que
entraña varias opciones por el capitalismo— o la revolución por la
planificación —que entraña varias opciones por el socialismo” (:153).
En cualquier caso, el rasgo común de las opciones más radicales —o
sea, aquellas que se supone podían ir más profundo en el enfrentamiento
de los problemas de la dependencia— es que todas ellas implican:
• un reconocimiento de que la universidad se haya indisolublemente
su- bordinada a las características globales de la sociedad;
• como consecuencia, la aceptación del hecho de que la universidad no
puede cambiar al margen de los cambios más generales que puedan
im- ponerse en la sociedad;
• sin perjuicio de lo cual cabe asumir el carácter conflictivo (de clase) de
la universidad, disputando en su seno la dirección de sus funciones y,
sobre todo, el poder institucional investido en la alianza modernizante
o en las fuerzas tradicionalistas.
Sobre la base de estos supuestos se llegó incluso a plantear la politización
ne- cesaria de la universidad (b2), como un proceso para sacar a luz algo
que de cualquier modo ya pre-existía pero que se encontraba velado por la
aparente neutralidad de valores de la ciencia; la mitología de la objetividad
científica. La investigación podía así ponerse al servicio de la construcción de
una teoría re- volucionaria y la docencia adquirir un nuevo rol de
concientización política.
En cuanto al gobierno de la universidad, éste debía ser disputado por las
fuerzas revolucionarias o del cambio, pues conquistar el poder universitario
significaba, por lo menos, dificultar el papel reproductor que la institución
41. En cambio, “los sostenedores del proyecto ‘revolucionario’ [reconocen] que, siendo la
universidad una parte de la superestructura institucional de esta sociedad burguesa, no será
posible instaurar en ella un ‘poder revolucionario’” (Vasconi & Reca, 1971: 106).
42. Hay una vasta y suficientemente conocida literatura sobre este tópico. Para una
discusión que retiene todavía el clima de la época véase la revista Aportes, No. 5, julio de
1967; contiene artículos de O. Albornoz, M. Glazer, J.O. Inglese, G.D. Soares, y L. Hoecker y
F. Bonilla.
que el enfoque dependentista logró dar —por unos pocos y fugaces años—
unas ciertas claves de interpretación y un cierto lenguaje expresivo a algunos
de los sectores comprometidos con el cambio universitario, especialmente
dentro del movimiento estudiantil. Por reacción generó, asimismo, un mayor
perfilamien- to de las posiciones que se le contraponían. Fue este intenso
movimiento de ideas e ideologías contrapuestas el que caracterizó a los
procesos de reformas universitarias que se extendieron por diversos países de
la región, entre media- dos de la década del 60 y hasta comienzos de la
siguiente.43
43. Para una visión de este proceso en la región, véase Dooner y Lavados, 1979.
El mismo Graciarena (1979a: 216-218) ha intentado asimismo una
tipología distinta, basada en las características propias de la institución
universitaria, su base social de reclutamiento estudiantil y el tipo de mercado
profesional hacia el cual la institución orienta a sus egresados. Cada tipo de
situación resultante de la combinación de estas variables determinaría las
condiciones sociales lími- te dentro de las cuales podrían moverse los
procesos de reforma.
Empleando el mismo esquema utilizado a lo largo de este trabajo
podemos aproximarnos a los procesos de reforma universitaria desde otro
ángulo. En este caso, distinguiremos las dinámicas típicas de dichos procesos
y cómo, por su combinación, determinan el estilo y la orientación
predominantes en ellos.
CONTENIDOS
ECONÓMICOS POLÍTICOS
44. Un análisis de este tipo es el que se realiza, para el caso de las universidades chilenas, en
Brunner y Flisfisch, 1983: 100-102.
Vasconi & Reca, 1971: 100-102). La tradición co-gobiernista de la Reforma
de Córdoba constituye para este tipo de reformas una tradición y un
paradigma. Pero, como señalamos más arriba, la democratización interna
no agota las posibilidades de este sector de reformas. Se inscriben aquí,
igualmente, los in- tentos modernizadores por introducir la planificación y
la racionalización de los procesos administrativos universitarios así como,
en general, el conjunto de efectos que conforman la cultura organizacional y
los sistemas de decisión dentro de la universidad.
Los procesos que se propusieron alterar la relación entre la universidad y
la sociedad lo intentaron frecuentemente por uno de dos caminos: o
proponién- dose una democratización del ingreso a la enseñanza superior
(nuestro casillero C) o mediante un cambio de posición política de la
enseñanza superior dentro del contexto nacional (nuestro casillero D).
La democratización hacia fuera (proceso tipo del casillero C) fue el eje
de conducción de una variedad de procesos reformistas durante los años 60
y 70.45 Se procuraba por esta vía ampliar la participación cultural en la en-
señanza superior, fomentar una mayor igualdad de acceso a ese nivel de la
enseñanza, diversificar socialmente el alumnado universitario y, sobre todo,
volver más equitativa la distribución social de un tipo de conocimiento que
se halla estrechamente asociado a formas de control en la sociedad, en la po-
lítica y en la cultura. En su versión más radicalizada, la democratización se
entendió como una vía para acercar la universidad a los sectores
marginados, sustrayéndola de su inserción en el polo moderno y de su
dependencia del capital nacional y extranjero.
En cuanto al cambio de relaciones políticas de la universidad y de la
educa- ción en el contexto nacional (casillero D), los procesos reformistas
pretendieron en lo fundamental redefinir la relación con el Estado en función
de algún pro- yecto de coparticipación programada en el desarrollo nacional,
sin que ello sig- nificara abandonar la tradición autonomista de la
universidad latinoamericana (véase, por ejemplo, Bernales, 1979 y González
Casanova, 1979). La formación de sistemas nacionales de enseñanza superior
con participación del Estado fue una de las metas que se persiguió, por lo
general sin demasiado éxito según se indicó más arriba.
Pero también otras innovaciones tuvieron lugar en este sector, no
necesa- riamente como producto de acciones programadas de reforma
universitaria
45. Véanse los trabajos antes citados de Vasconi y Reca, Labbens, Solari, Graciarena y
Rama. Para un enfoque conceptual y empírico del tema véase particularmente Solari, 1981.
(véase, por ejemplo, Albornoz, 1979 y Graciarena, 1979b), que cambiaron en
ge- neral la posición y la disposición del sistema de educación superior dentro
de la sociedad. Entre estas innovaciones cabe mencionar la diversificación de
estable- cimientos de educación superior, la regionalización de este tipo de
enseñanza, la proliferación de instituciones privadas, etc.
Para introducir una visión menos estática y taxonómica de los procesos
reformistas sería necesario complementar el análisis anterior mediante una
distinción, para cada tipo de dinámicas reformistas (desde A hasta D), entre
aquellas que fueron el producto de procesos interactivos de la institución
con el medio y aquellas otras que fueron desencadenadas de maneras más o
menos intencionales por actores en movilización. Tendríamos así una
distinción bási- ca entre procesos fríos (los primeros, producidos
interactivamente) y calientes (los segundos, producidos por movilización de
actores), sin que esta distinción implique que unos no llevaban consigo
conflictos y los otros sí. En ambos tipos de procesos se presentaban
conflictos típicos. Y estos no sólo dependieron del tipo de dinámica
reformista que estaba implicada en cada caso (proceso del tipo A, B, C o D)
sino que, además, del carácter de los actores involucrados y de la naturaleza
(interactiva o movilizada) de esos procesos.
Podemos apenas esbozar una ilustración de esta puesta en movimiento
del esquema de interpretación de los procesos reformistas tomando como
base el caso chileno.46 En efecto, se conocieron en Chile procesos de
reorganización de la producción de las universidades que en algunos casos
(como el de la Universi- dad de Chile entre 1953-1963) nacieron de la acción
de una élite modernizadora, pero que en otros (caso de la Universidad
Católica de Chile entre 1967-1973) fueron desencadenados por el movimiento
estudiantil y tuvieron su origen en las nuevas relaciones de fuerza que éste
había ayudado a crear dentro de la uni- versidad. Fue el movimiento
estudiantil, asimismo, el que en la mayoría de los casos (Universidad
Católica de Valparaíso y de Chile, Universidad de Chile y Universidad
Técnica del Estado) echó a andar un proceso de democratización hacia
dentro. Lo que diferenció a cada uno de estos procesos específicos fue el tipo
de alianza que se establecía entre el movimiento estudiantil y los actores
académicos, y entre ambos y los actores políticos externos a la universidad;
y, enseguida, la estructura previa del poder que se había consagrado en una y
otra universidad. Así, en el caso de la Universidad de Chile se había
producido por
46. El caso chileno ha sido bien estudiado. Véase, por ejemplo Labbens, 1970: 13-27.
Asimismo Schiefelbein et al., 1968, y para un tratamiento extenso de las ideas presentadas
en el texto, Brunner y Flisfisch, 1983, caps. XI y XII.
interacciones con el medio una previa fase de democratización y
moderniza- ción de su estructura de poder y de su sistema de decisiones
políticas, en tanto que en la Universidad Católica de Chile se vivía todavía
dentro de una cultura organizacional y política netamente tradicional, propia
de una universidad re- trasada. La democratización hacia fuera, en cambio,
fue deliberadamente per- seguida por los procesos reformistas de las
Universidades Católicas, de Chile y algunas universidades de la región, pero
en cambio, logró avanzar más y desde antes en las universidades públicas y
en algunas privadas de provincia (como la Universidad del Norte), donde la
democratización fue produciéndose inte- ractivamente. Esto tiene que ver,
sin duda alguna, con la naturaleza (social) diferencial de cada universidad,
en los términos en que, según vimos, Gracia- rena distingue entre
universidades de élite, de masas antiguas e instituciones recientes, sean de
masas o de un marcado carácter vocacional. Por último, si nunca se llegó
en Chile a establecer un sistema nacional de universidades no fue porque no
existiera interés en hacerlo, sino porque nunca llegó a establecer- se una
alianza suficientemente fuerte de actores (internos y externos) capaz de
redefinir la relación de las instituciones de educación superior con el Estado
y entre ellas mismas.
En breve, la naturaleza y orientación de los actores que intervienen en
las dinámicas reformistas (actores que son muy variados comprendiendo un
gru- po de agentes internos a la institución y otro que se mueve fuera de
ella); el carácter de esas dinámicas (acaso son interactivas o “reflejas” como a
veces se les llama en la literatura, o si son deliberadas); el tipo de
universidad en que ellas tienen lugar (si universidades de élite o de masas, si
universidades tradi- cionales o modernas, si antiguas o recientes, etc.) y las
condiciones de contex- to social (grado de desarrollo de la sociedad, tipo de
estructura social, orien- tación de su proceso de cambios, distribución de
recursos políticos, etc.) son los principales factores que inciden en los
procesos de reforma universitaria. De la compleja interrelación entre estos
factores en cada uno de los ámbitos de acción que hemos identificado
previamente (A, B, C, D) resultan los espe- cíficos procesos de reforma,
cuyos efectos se van combinando y entreverando con cambios que ocurren
en otros ámbitos de acción de la propia institución y fuera de ella, sin que
finalmente pueda decirse, con exactitud o rigor, qué parte de la reforma es
producto de la acción programada de los actores y qué parte es producto de
los efectos no intencionados de esa acción.
III. AMÉRICA L ATINA Y L A
EDUCACIÓN SUPERIOR EN LOS 80
S
i la universidad cambió de tan variadas y sinuosas maneras, y
muchas veces por derroteros que caían completamente fuera de las
previsiones que podían formularse a partir de los modelos que
procuraban orientar y
programar su cambio, con las sociedades latinoamericanas ocurrió algo
simi- lar, sólo que a mucho mayor escala.
De entrada, América Latina no se estancó irremediablemente según
habían predicho algunos dependentistas. Todo lo contrario, la periferia
mostró un sig- nificativo dinamismo entre 1959 y 1980. En otras palabras,
allí donde se había anunciado un colapso del capitalismo o alguna forma de
“desarrollo del subdesa- rrollo”, lo que se produjo, en cambio, fue un
importante desarrollo dependiente y asociado. La tasa de crecimiento del
producto para la región fue de 5.5% durante ese periodo, siendo superior a la
tasa de crecimiento que se observó en los Estados Unidos en una fase
comparable de su desarrollo (1870-1900). Los coeficientes de inversión
durante los periodos comparados fueron, en tanto, los mismos en Amé- rica
Latina y los Estados Unidos.47
¿Qué significan estas cifras entonces? F. H. Cardoso ha respondido
sintéti- camente esta pregunta:
47. Véase Tokman, 1982. Asimismo, ver García, 1982; para un resumen de las cifras
pertinen- tes ver los Cuadros del Anexo Estadística (AE/S2).
José Joaquín Brunner Universidad y Sociedad en América Latina
Es decir, los cambios que han ocurrido en estas tres décadas en América
Latina son contradictorios y han dado por resultado efectos específicos:
• han quedado claras las limitaciones de este modo de desarrollo
depen- diente y asociado que, en términos generales, conduce a la
heterogenei- dad estructural y a la fusión de lo moderno y lo
tradicional que A. Pinto anticipó en sus estudios de hace dos décadas;
• en particular, la dependencia hacia el exterior en el terreno
económi- co genera las peculiaridades de un desarrollo desigual,
donde coexisten industrias modernas al lado de sectores atrasados,
donde la generación de empleos no es suficiente para absorber el
crecimiento de la pobla- ción combinado con los efectos de las
migraciones internas, y donde se produce un sostenido efecto de
concentración del ingreso generando un sector donde priman patrones
internacionalizados de consumo;
• la existencia de una masa de la población que no se incorpora al
merca- do formal, ligado al polo moderno de la economía, genera el
fenómeno social de la masa marginal o del sector informal de la
economía. Pero se trata de un fenómeno que no es meramente
económico; que tiene ade- más dimensiones políticas, sociales y
culturales;
• lo moderno y lo tradicional no se separan a la manera de una
dualidad nítida, y los grupos sociales que tienen su base en cada sector
(formal e informal) no se hallan separados por un abismo. Más bien
existen rela- ciones internas de dominación y subordinación y
circuitos económicos, sociales, políticos y culturales que ponen en
relación estos mundos;
• ese fenómeno de fusión contradictoria y fragmentaria de los
elemen- tos heterogéneos de la sociedad, da lugar a la conformación
de grupos y clases que se hallan débilmente vinculados hacia el
interior y que se mueven en un complejo cuadro de relaciones entre sí,
caracterizado éste por las formas de dominación internas y por los
lazos de dependencia con el exterior;
• sobre la base de esa heterogeneidad de sus fuerzas sociales, la
sociedad latinoamericana se ha visto en dificultad de sintetizarse a sí
misma bajo la forma clásica del Estado-nación, dando lugar a un
proceso político que se mueve entre los polos de la democracia y el
autoritarismo, por un lado, y del populismo y elitismo por el otro;
Biblioteca Digital de Investigación Educativa Instituto de Investigaciones en Educación 52
52
• sin perjuicio de lo anterior y de la “crisis del Estado” en diversos mo-
mentos de su desarrollo,48 la presencia del Estado ha tendido a crecer
por todos lados en la región, incluso en aquellas sociedades donde se
pretendió sustituir la política por el mercado,49 pero donde se
terminó sosteniendo la supresión de aquélla con la represión y el
funcionamien- to de éste con la visible mano del Gobierno;
• lo anterior no obsta para que en muchas partes se haya observado un
proceso simultáneo de incomunicación entre el Estado y la sociedad
civil, donde aquél sufre crónicamente un déficit de legitimidad y ésta
procura desarrollar nuevas formas de asociatividad que, las más de
las veces, representan formas de protección de intereses corporativos
o, en el otro extremo, formas de movilización de nuevo tipo
(movimientos de la mujer, de defensa de los derechos humanos,
comunidades (reli- giosas) de base, movimientos juveniles, etc.).
Este rápido y demasiado conocido panorama de las transformaciones que
han ocurrido en las últimas décadas en América Latina, muestra
actualmente un cuadro por completo cambiado:50 una región que es
esencialmente urbana; con una industria que a pesar de todo se ha
expandido, absorbiendo a una parte importante de la población activa,
mientras que en torno al proceso de indus- trialización (en sentido global)
iba surgiendo una clase obrera moderna y se de- sarrollaban la administración
y ciertos servicios; donde en el plano político se alcanza una situación de
masas que pesa ahora decisivamente en las conforma- ciones de alianzas y
vuelve crecientemente costosa la exclusión política de ellas; por último, donde
en el terreno cultural se difunde la participación de masas en el mercado de
bienes simbólicos, al tiempo que aumentan fuertemente los niveles
educacionales de la población y se crean nuevas modalidades de inter-
nacionalización a través de la penetración de los mass media.51
Este inesperadamente amplio y profundo proceso de cambios que ha
expe- rimentado América Latina tuvo lugar en un tiempo relativamente
breve (tres
48. Véase sobre el tema la revista Pensamiento Iberoamericano, No. 5, (vols. a, b), enero-
junio,
1984. Asimismo, Lechner, 1981a: 1079-1102 y
1981b.
49. En el sentido de Lindblom,
1977.
50. Véase, por ejemplo, Faletto y Rama,
1984.
51. Véase, por ejemplo, la “Introducción” en Rama, 1980, y para un estudio de casos,
Brunner,
1984a. Sin embargo, hay otras claves para entender el cambio cultural en nuestros países,
como las de Monsiváis. Ver, por ejemplo, su ensayo “El hastío es pavo real que se aburre de
luz en la tarde”, en Monsiváis, 1970.
décadas) y, en vez de homogeneizar a nuestras sociedades, llevándolas por
una vía de transición hacia la modernidad, lo que ha resultado es una mayor
com- plejidad de su heterogeneidad estructural, de su abigarrada estructura
social, de los complicados sistemas políticos y de la variedad cultural. La
modernidad latinoamericana, si así pudiera decirse, está resultando por todo
esto más varia- da, inconexa y surtida de lo que presagiaban las teorías, tanto
de la moderniza- ción como de la dependencia.52
Quizás por eso mismo se ha vuelto casi un tópico de las ciencias
sociales de la región proclamar una crisis de sus paradigmas teóricos.53 Es
nuevamente Cardoso (1983) quien mejor ha captado esta sensibilidad (o
deberíamos decir esta confusión):
Precisamente por esto son pocos también los esfuerzos teóricos sistemáticos
que se han desplegado últimamente y que tengan por destino a América
Latina como objeto relativamente unitario de reflexión y explicación.54 No
podría es- perarse, por tanto, que este documento se moviera en esa
dirección.
EI objeto de lo que sigue es, en cambio, mucho más limitado. Se trata
de articular, en torno a las mismas dimensiones que hasta aquí hemos
empleado como un esquema heurístico básico, un conjunto de información
y de explo-
52. En torno a este tema hay por lo mismo un prolongado debate cuyos antecedentes se en-
cuentran en Martí, Rodó, Vasconcelos, Mariátegui y otros, y que se prolonga hasta
nuestros días, como testimonia, por ejemplo, la obra de O. Paz. Véase, para una breve
introducción al tema, Serrano, 1984.
53. Para una versión relacionada con el contexto del argumento véase Morandé, 1982 y
1984.
54. Una excepción es el trabajo que en tal sentido viene realizando A. Touraine, cuyo
primer informe he podido leer y que me ha ayudado en esta parte del trabajo. En el campo
educacio- nal, la obra colectiva de G.W. Rama y equipo puede considerarse otro intento de
excepción. Véanse las publicaciones del Proyecto Desarrollo y Educación en América
Latina y el Caribe. Para la educación superior, ver dentro de esas publicaciones pdealc,
1981.
raciones interpretativas que se encuentran en la literatura reciente, y
ensayar a partir de allí algunas sugerencias sobre el actual desarrollo de la
educación superior y sobre los problemas que ésta enfrenta.
Al efecto nos concentraremos en un solo problema dentro de cada uno
de los cuatro ámbitos (nuestros casilleros A, B, C, D), seleccionando el que
nos parece está dotado del mayor potencial de iluminación; esto es, el que
permite entender mejor o mejor interrogar esa particular dimensión del
desarrollo uni- versitario. Nos moveremos esta vez desde los problemas que
tienen un conte- nido preferentemente económico, hacia los que se
constituyen en el plano más político, abordando en cada caso primero los
problemas que se hallan regidos por factores externos.
En síntesis, nos proponemos discutir en esta parte los siguientes
problemas, ordenados según se indica en el esquema:
CONTENIDO
ECONÓMICOS POLÍTICOS
FA
2. Los académicos, la 4. Culturas institucionales
CT INTERNOS internacionalización y las heterogéneas; crisis
OR élites nacionales de identidad
ES
1. Universidad mesocrática;
3. Diferenciación innovación y
movilidad social diferenciación y
EXTERNOS segmentación
modalidades de politización
55. Salvo que se indique algo diferente, las cifras provienen de pdealc, 1981.
56. Véase, por ejemplo, Cherkaoui, 1982 y Halsey, Heath y Ridge, 1980.
En América Latina se han formulado respecto de este tema dos
observacio- nes que son valiosas, a pesar de su carácter de hipótesis negativas:
a) Se ha podido sostener con fundamentos plausibles que el crecimiento
de la matrícula universitaria “no fue el producto de una política
diseñada específicamente con ese propósito sino el resultado de un
proceso par- ticular en el cual actúan factores derivados del
crecimiento económico por un lado, de la estructura de poder por el
otro y de la constelación ideológica vigente en los diferentes estratos
sociales involucrados en es- tos procesos” (Tedesco, 1983b: 8). Es lo
que llamamos el tipo de resulta- dos que se obtiene por procesos
interactivos con el medio.
b) Se ha podido demostrar asimismo, parcialmente modificada, la
anterior hipótesis (en lo relativo al modo como operan en este terreno
los factores derivados del crecimiento económico) de que “no existe
una correlación definida entre las variables estructurales y la
cobertura universitaria”. Esto es, que no existe una asociación lineal
entre el grado de desarrollo del país (su grado de urbanización y el PIB
por habitante) y el crecimien- to de la matrícula universitaria, si bien
una cierta correlación pareciera existir en los extremos; las mayores
tasas brutas de escolarización uni- versitaria se registran en algunos
de los países de más alto ingreso y urbanización, y lo mismo vale en
el polo opuesto para los países como Honduras y Haití. Pero esta
relación no vale para otros países ubicados en el tramo más alto de la
escolarización (como Ecuador, que tiene en el año base del estudio un
ingreso medio bajo y una urbanización me- dia alta), ni para otros
países situados en las posiciones medias según la evolución de la
matrícula de educación superior, y que pueden tener un ingreso y una
urbanización altos (Chile) o un ingreso medio alto y una
urbanización baja (Costa Rica) o un ingreso bajo y una urbaniza-
ción media alta (Nicaragua) (véase pdealc, 1981: VIII-14 y ss.). En
fin, se sostendrá como corolario de este análisis de la variedad que
parece caracterizar el desarrollo de la educación superior en América
Latina, “que las variables del nivel económico y urbanización pesan
fuertemen- te, cuando sus índices son bajos, como impedimentos para
el desarrollo de la alfabetización y de la matrícula de la educación
superior; pero en el caso inverso […] no puede probarse su influencia
positiva en ambos desarrollos” (:VIII-18).
En suma, en ambas hipótesis enunciadas más arriba, el peso demostrativo se
pone en los factores políticos e ideológicos, aunque se descarta que el
creci- miento de la matrícula de educación superior haya sido el producto
de espe-
cíficas políticas diseñadas al efecto. Según lo expresa el Proyecto Desarrollo
y
Educación en América Latina y el Caribe en su conclusión
pertinente.
59. En efecto, dicha tasa alcanzaba en EUA a 4.0 (grupo de edad 18-21) en 1900 y a 15.6 en
1940. (En los siguientes quince años llegaría casi a 30.0).
Se trataba por tanto, seguramente, de un grupo social que no se
hallaba en condiciones de presionar eficazmente por carreras de mayor
estatus acadé- mico y que, en cambio, se allanaba fácilmente a la
disponibilidad de vacantes que ofrecía la universidad y el sistema postmedio.
A su vez, las fuerzas sociales representativas de la alta cultura y de los
valores tradicionales de excelencia académica —en fin, familias cuyos hijos sí
son los herederos del capital cultural, el prestigio social y el poder económico
— seguramente llegaron a contemplar sin preocupación tal tipo de
masificación universitaria, puesto que no les afec- taba directamente al no
masificar las oportunidades de ingreso a las carreras de prestigio o, en
general, a aquellas que conducen a posiciones de dirección y control en la
sociedad.
Más aún, este tipo de crecimiento de la enseñanza superior se vio
reforza- do por la diferenciación institucional ocurrida durante esos años, que
yuxtapuso junto a las universidades tradicionales (públicas o privadas)
nuevas universida- des, instituciones no-universitarias de enseñanza superior
y un heterogéneo sec- tor de centros de formación postsecundaria. De tal
modo que a través de esta red de variadas instituciones se lograba no sólo
ampliar la oferta de matrículas sino que, a la vez, se producía una gradación
de las carreras educativas llamadas a po- ner en relación el origen social de los
alumnos, su acumulación de capital escolar, su trayectoria en un
establecimiento de enseñanza superior, el diploma obtenido y la destinación
en el respectivo segmento del mercado de trabajo. En palabras de Tedesco
(1983b): “de esta forma, la diversificación permitiría satisfacer las deman- das
sociales sin poner en crisis el sistema de estratificación social” (:33).
La hipótesis enunciada, cuya formulación más completa se debe a
Germán Rama (1982a),60 es extraordinariamente interesante y, sin embargo,
no deja de ser sorprendente.
En breve, esta hipótesis contiene por lo menos los siguientes argumentos:
a) que se ha producido en América Latina una enorme expansión de la
matrícula durante las últimas décadas, pero que ésta ha ocurrido pri-
mordialmente en un sector (ciencias sociales, educación y
humanidades) que aporta en muy escasa medida al reclutamiento de
las élites (con la excepción de la carrera de economía que se
contabiliza dentro del área de ciencias sociales);
b) que dicha expansión, debido al tipo de carreras de menor prestigio
que involucra, pudo ser absorbida por nuevas instituciones de
enseñanza su-
61. Para una visión global véanse las ponencias al Seminario sobre Cambios Recientes en
las Estructuras y Estratificación Sociales en América Latina, CEPAL, 1983. En particular,
véase Faletto y Rama, 1984.
Se confirma la importancia de la educación en esta movilidad” (Durston &
Rosenbluth, 1984: 36; ver principalmente cuadros 19 al 22). La cita viene al
caso no sólo porque precisa la ocurrencia de un alto grado de movilidad y el
papel desempeñado por la educación en ella, sino que, además, porque hace
referencia al tiempo característico de estos procesos, dimensión ésta que
como acabamos de ver en (b) resulta esencial para entender la dinámica de
los procesos educa- tivos en América Latina.
En suma, la masificación de la enseñanza superior es probablemente el
fe- nómeno singular más decisivo de la evolución de este nivel educacional
en la región durante las últimas tres décadas. Ha significado, en concreto,
el paso de una universidad de los herederos a una universidad mesocrática; el
paso de una universidad de hombres a una universidad donde se encuentran
represen- tados por lo menos dos de los más de cinco sexos que según
Durrell existen en Alejandría; el paso de una universidad identificada con la
formación pro- fesional a un sistema diversificado de educación superior,
donde priman las carreras (profesionales, semiprofesionales y técnicas) que
se hacen cargo de la transmisión y manipulación simbólicas (pedagogías,
ciencias sociales, admi- nistración en el sector servicios, humanidades, etc.).
Este tránsito hacia la diferenciación (masificada) de la enseñanza
superior se realizó en América Latina en un lapso relativamente breve
(alrededor de 30 años) y significó: una proliferación de establecimientos de
educación superior, una regionalización de los mismos en cada país, una
diversificación de las ca- rreras y, según algunos (hipótesis de Rama), una
segmentación que liga orígenes sociales y trayectoria educacional con puestos
en la jerarquía laboral y social.
2. Académicos, internacionalización y
élites nacionales
Como señalamos más arriba, la expansión de la enseñanza universitaria ha
traído consigo, durante las últimas tres décadas, un cambio importante en
la posición del personal académico; al mismo tiempo, el incremento en la
forma- ción de científicos, profesionales y técnicos superiores introducía un
cambio significativo en la composición y organización del trabajo intelectual
en las so- ciedades latinoamericanas.
La sola dimensión cuantitativa define de por sí una nueva situación. Los
do- centes de enseñanza superior, que en 1960 llegaban a 66 mil, crecieron a
388 mil
en 1976; en tanto que los egresados universitarios de la región que hacia 1960
eran
50 mil cada año, ascendían hacia comienzos de la década siguiente a
alrededor de 255 mil cada año. En 1973 el número de egresados en Brasil fue
de 138 mil, en México de 25 mil y una cifra parecida en Argentina. Este
último fenómeno se manifestó en el incremento del personal profesional y
semi-profesional dentro de la PEA, que en 1960 y 1970 consistía en los
siguientes porcentajes dentro del total de la PEA: Argentina 5.4 y 9.7%; Brasil
3.3 y 4.8%; Chile 4.6 y 6.8%; Panamá
4.6 y 5.7%; Paraguay 3.2 y 3.7%; Venezuela 5.2 y 8.8%. Dentro de la PEA
urbana llegó a representar ese último año un 11.3% en Costa Rica, un 8.5% en
Ecuador y un 8.8% en Uruguay (descendiendo desde 10.0% el año 1960).62
En suma, en estos años se ha producido una expansión significativa y
un cambio en la composición de los grupos intelectuales de la región, dentro
de los cuales los académicos ocupan una posición crecientemente central
(véase Brun- ner & Flisfisch, 1983). En efecto, estos últimos son los
encargados de certificar a las restantes élites consagrando formalmente su
competencia técnica, de cuya formación se encargan, al mismo tiempo que en
algunos países constituyen ellos mismos una poderosa élite cultural que goza
de creciente prestigio e influencia.
La centralidad de la élite de los académicos aumentó a medida que se
in- crementaba la importancia de las certificaciones educativas,
crecientemente exigidas por el mercado y las burocracias para acceder a
posiciones dirigen- tes dentro de la sociedad y, progresivamente, para
ocupar un número relati- vamente grande de posiciones no-manuales de
nivel intermedio. Del mismo modo, su centralidad tiende a incrementarse
allí donde el papel social de los conocimientos se torna también más
importante, sea para la producción, para la gestión social o para el consumo
cultural.
La importancia creciente de esa élite universitaria, compuesta por los
cate- dráticos o académicos principales y por otros miembros que integran un
com- plejo sistema de jerarquías y relaciones de poder dentro de los
establecimientos de enseñanza superior, arranca —en la época moderna— de
la profesionaliza- ción de las actividades de enseñanza e investigación.
Crecientemente son los investigadores quienes proporcionan el modelo del
académico, puesto que a ellos se asocian los valores más importantes de la
tradición universitaria y los aspectos más creativos de la función
institucional.
Desde el punto de vista de la organización interna de la universidad, que
es el tema que aquí nos interesa más directamente, la preponderancia del
investigador ha ido definiendo una crecientemente compleja división del
trabajo universitario,
62. Véase Rama, 1982a: 91. Para un análisis más detallado véase Filgueira y Geneletti, 1981.
que se manifiesta en la actualidad por las dimensiones y la complejidad del
labo- ratorio moderno y por la interdependencia que se establece entre los
científicos en el proceso de producción de conocimientos. Del mismo modo
crece la compleji- dad (y el carácter esotérico) de la comunicación entre
científicos, que no sólo ape- lan a un ethos propio sino que, paralelamente,
conforman una comunidad donde rigen reglas específicas para la constitución
de prestigios y para el establecimiento de autoridad (científica y social) (véase
Bourdieu, 1975: 19-47).
La conformación de la moderna comunidad científica conlleva dos
fenómenos que son esenciales para la nueva forma de organización del trabajo
intelectual.
Por un lado, aumenta el grado de su internacionalización y, al mismo
tiempo, se vuelve más compleja la interdependencia (y las formas de subor-
dinación) dentro del mundo científico internacional. Un papel decisivo
juega aquí el control ejercido por los científicos de los países más
desarrollados, y en particular de los Estados Unidos de Norteamérica, sobre
la producción y man- tenimiento de paradigmas científicos (en el sentido de
Kuhn); sobre los medios de comunicación de los avances de la ciencia y sobre
los canales de socialización en esos paradigmas.
Por otro lado, la necesidad de formar o contribuir a la formación de
cientí- ficos sobre una base nacional ha llevado a la creación de programas
de posgra- do, los que pronto se han confundido con una variedad de
estudios que han surgido por doquier en la región, impulsados por el antes
analizado proceso de diferenciación y segmentación, por la presión que creó
la masificación de la matrícula, por la demanda social en torno a nuevas y
más altas (distinguidas) clasificaciones académicas, etc. Como señala un
estudio sobre la materia, con la excepción probablemente de Brasil y Cuba,
en los restantes países de la región los estudios de posgrado han tendido a
crecer de manera rápida durante los últimos veinte años, crecimiento que se
habría caracterizado por su desorden, falta de planificación, iniciativas
independientes, sin reglamentación adecuada, con tendencias al
profesionalismo y particularismo de esos estudios y sin ma- yor conexión
con las necesidades del desarrollo nacional (Véase Klubitschko & Schkolnik,
s/f).
El mismo trabajo citado muestra cómo los estudios de posgrado han
servi- do para reforzar los lazos de interdependencia y subordinación de la
profesión académica nacional, respecto de la empresa científica transnacional
y extranjera
—lo que Fuenzalida (1983)63 llama la nueva organización internacional del
co-
63. Probablemente el aporte más original al tema desde la perspectiva de un enfoque
depen- dentista renovado.
nocimiento—, fenómeno que desde una perspectiva modernizante puede
leerse como parte del avance irresistible del universalismo del saber y que,
en vena crítica, fue denunciado por los dependentistas como una expresión
avanzada de la dependencia cultural.
Desde el ángulo que aquí más interesa, el desarrollo de los estudios de
pos- grado constituyó un proceso que vino a reforzar a aquel otro de la
profesionali- zación y significó, dentro de la universidad, un canal adicional
para la sustitu- ción del docente tradicional por el experto (académico) que
está en posesión del correspondiente certificado. En torno al establecimiento
de este tipo de estudios vendría a expresarse, por tanto, toda una serie de
nuevos conflictos que com- prenden desde la competencia entre disciplinas
por la asignación de recursos hasta la creación de especialidades y
subespecialidades; desde las modalidades de la profesionalización de las
diversas ciencias, hasta el control monopólico sobre campos o subcampos de
investigación.
De interés es el tema de las relaciones que se establecen entre la élite
uni- versitaria o los académicos profesionales y las restantes élites
intelectuales (en sentido amplio) dentro de la sociedad. En los países
avanzados este tema ha sido abordado a través de la discusión de la
emergencia de una nueva clase, aque- lla compuesta precisamente por la
intelligentsia técnica y los intelectuales de la vertiente crítica. Esta nueva
clase se caracterizaría por su papel en la dirección de la sociedad y en la
gestión de la producción posindustrial; y por constituir una comunidad
lingüística que comparte una cultura del discurso crítico (véa- se Gouldner,
1980).
Nada hace pensar que en América Latina estemos frente a un fenómeno
semejante.
A pesar de la centralidad que han adquirido los profesionales y técnicos
en nuestras sociedades —centralidad que muchas veces tiene menos que ver
con la producción que con la generación de estatus; menos con la economía
que con el Estado y la política— resulta difícil hablar de una nueva clase.
Sobre todo, por- que, como se vio precedentemente, el periodo de
conformación de esos nuevos grupos intelectuales ha coincidido en América
Latina con el proceso de dife- renciación y segmentación del sistema
educacional, y con una proliferación de egresados de carreras de servicio y de
consumo cultural. Esto ha significado que la “nueva clase” sea aquí, entre
nosotros, mucho más una superposición y en- trecruzamiento de una
variedad de estratos profesionales y semi-profesionales que otra cosa; un
abigarrado conjunto de grupos donde coexisten los prestigios tradicionales de
carreras como las de abogado y médico con nuevos prestigios apenas en
formación; donde se establecen estrictas divisiones, jerarquías e inco-
municaciones entre esos grupos, los cuales están ahora en proceso —la
mayor parte de ellos— de establecer su propia identidad corporativa y
cultural. En fin, en estas latitudes más que estar en presencia de la formación
de una nueva clase estamos a la vista de un redimensionamiento y de una
recomposición de los estratos altos y medios, pero sobre todo de estos
últimos.64
Mas no se trata solamente de la heterogeneidad de los grupos
intelectuales (en sentido amplio) sino, además, de su diversa posición
política y cultural en la sociedad. Si en las sociedades más avanzadas se
puede decir efectivamente que el Estado ha llegado a ser en medida
importante una síntesis del trabajo intelectual (su organización social y su
proyección por los específicos medios a disposición de los aparatos estatales;
véase sobre esto Poulantzas, 1978); en América Latina, en cambio, el Estado
sigue siendo en muchas partes una expre- sión directa y relativamente
estrecha del monopolio que un grupo detenta sobre la fuerza física. De aquí
parte una diferencia esencial en el tipo de relación que se establece en el
centro y en nuestra periferia, entre élites intelectuales y élites militares.
Frecuentemente son estas últimas las que comandan en la sociedad sin que
se llegue a establecer una verdadera hegemonía del factor intelectual so- bre el
militar; o, mejor, del conocimiento organizado por las élites civiles sobre el
conocimiento organizado por las élites militares.
Lo anterior modifica también la posición y el peso relativo de la élite
univer- sitaria. Ya vimos que ella se encuentra sometida a un fuerte proceso
de interna- cionalización y subordinación relativa y que, a pesar de controlar
la producción de los certificados educacionales que consagran a las demás
élites civiles, no controla la consagración de las élites militares.
Por otro lado, los académicos profesionales —en particular los investi-
gadores que proporcionan el modelo de la profesión— se encuentran some-
tidos a una tensión sistemática en cuanto al reconocimiento de su prestigio.
En efecto, éste no puede ser legítimamente conquistado dentro del mercado
académico nacional y depende, por tanto, de instancias externas difícilmente
controlables. De allí que en muchas partes de América Latina la élite
universi- taria, a pesar de su centralidad relativa (y creciente), se vea
permanentemente arrastrada fuera de su ámbito natural —la universidad y
el sistema de insti-
a) Diferenciación institucional
65. Caracterizaríamos ese rasgo por el supuesto de una operación relativamente indepen-
diente de las estructuras, las cuales por sí mismas, esto es, independientemente de los
actores sociales y políticos y de los agentes culturales, producirían efectos pertinentes, como
son: di- ferenciación institucional, reproducción social, etc.
y políticos y a los agentes culturales (en este caso, agentes
educacionales: académicos, administradores universitarios, burócratas
del sistema de enseñanza, estudiantes) y reencontrar las modalidades
concretas de su acción, sea a través del Estado, del sistema político o
del mercado.66 Es decir, la diferenciación es vista ahora como un
proceso que resulta: i) de las estrategias desplegadas por esos actores
y agentes (estrategias que producen efectos perversos y no sólo
outcomes previstos y racionalmen- te calculados) dentro de ciertas
condiciones límite (que son “estructu- rales”) y, al mismo tiempo, ii)
como el resultado (epifenoménico según diría Lindblom [1977: 257-
258]) de las interacciones en que los individuos se comprometen para
satisfacer su interés particular.
En un extremo la diferenciación aparecería entonces como generada
por la política —y en este caso se tornan preeminentes la acción del
Estado, de los círculos burocráticos, de los partidos y grupos de
presión edu- cacionales— mientras que en el otro aparece impulsada
por el merca- do, trátese del mercado de consumidores (demanda
estudiantil y de las familias) o por el mercado de trabajo (demanda
de las empresas o, en general, de la economía mediada de diversas
maneras).
b) Existe, en seguida, el problema de los efectos de la diferenciación.
¿Se trata, por ejemplo, como sostiene la hipótesis de Rama,
meramente de un proceso de segmentación del sistema de educación
superior que lle- va inevitablemente a volverlo más desigual o, en el
mejor de los casos, lo convierte casi exclusivamente en un aparato de
reproducción de la distribución social del capital cultural? ¿O se
trata, acaso, de un mo- vimiento estructuralmente determinado que
responde a los lazos de la
66. Hay interesantes avances en esta dirección, por ejemplo, en el estudio de Rhoades (1982)
sobre la diferenciación educacional en los Estados Unidos, Gran Bretaña, Suecia y Francia.
El avance en esa dirección implica, en América Latina, una crítica de las tesis
reproduc- tivistas, en la línea sugerida por J.C. Tedesco en El reproductivismo educativo y
los sectores populares en América Latina (1983a).
El mismo J.C. Tedesco retorna este abordaje crítico de las tesis reproductivistas en su
tra- bajo Los Paradigma de la Investigación Educativa (1985).
Que el reproductismo más usual (por no decir más vulgar) se funda en una mala
lectura de los trabajos de Bourdieu y su escuela, queda bastante claro con el reciente
articulo de J.C. Passeron, La teoría de la reproducción social como una teoría del cambio:
una evaluación críti- ca del concepto de contradicción interna (1983: 417-442).
Por fin, en la línea que hemos indicado en el texto, pero dentro de un marco teórico
que desborda los temas educativos, puede consultarse Giddens, 1984: 162-226.
dependencia y que lleva a funcionalizar el sistema a la heterogeneidad
de la economía y de la sociedad? ¿O se trata, en cambio, como
sostendrían algunos modernizadores, de un proceso positivo que
responde a la ma- yor diversidad de la economía, a una mayor
diferenciación de los roles sociales y al dinamismo, en general, de la
vida moderna?
En otras palabras, convendría saber —y en el estado actual de la
infor- mación disponible es difícil arribar a conclusiones sólidas— si el
proceso de diferenciación ha impulsado efectos de innovación o ha
reforzado las tendencias reproductivas (de desigualdades) del sistema
de educación. La primera hipótesis (la del valor innovador de la
diferenciación) ha sido descartada prácticamente de plano por los
analistas latinoamericanos del tema,67 pero no cabe duda que
convendría explorarla.
c) Existe, por último, un tercer problema relativo a la historia larga de
los sistemas de enseñanza superior en América Latina, que permitiría
se- guramente poner el problema de la diferenciación contemporánea
bajo una luz distinta. Efectivamente, los sistemas universitarios de
nuestros países experimentaron desde temprano una diferenciación
que, mu- chas veces, no fue poco intensa ni dejó de introducir
innovaciones y de generar problemas. Así, por ejemplo, en Chile ya
desde el siglo pasado los grupos católicos conservadores disputaron
con éxito el monopolio ejercido por la Universidad de Chile sobre la
educación superior. Más adelante se crearon otras universidades
privadas (pero financiadas por el Estado y actuando como entes
públicos), cada una de las cuales res- pondió a los intereses y a las
orientaciones de diversos grupos (religiosos, regionales, políticos, etc.)
que les imprimieron un desarrollo diferencia- do. Por fin, desde la
década de los 30 del presente siglo, y aceleradamente a partir de
mediados de los años 60, las universidades experimentaron un
intenso proceso de diferenciación interna que llevó a la creación de
carreras cortas y medias; a la regionalización de algunos
establecimien- tos de la capital; a la creación de escuelas de enseñanza
popular dentro de las universidades pero mediante estructuras
separadas y paralelas; a la incorporación de la enseñanza normal
dentro de las universidades (proceso que ocurrió más temprano que
los otros); a la consagración de un monopolio compartido entre el
Estado y las universidades para esta- blecer y operar canales de
televisión, etc.
67. Una excepción se encuentra, por ejemplo, en los artículos de J. Labbens citados
anterior- mente, y otra en Albornoz, 1979.
En fin, la diferenciación institucional del sistema de enseñanza
superior tiene antecedentes importantes en los procesos de
diferenciación inter- na ocurridos anteriormente. Convendría pues
estudiarlos para iluminar aquélla y para abordar su análisis con
parsimonia.
68. Véase para un tratamiento más extenso Brunner y Flisfisch, 1983, particularmente cap.
X, pp. 170-209. Una versión novelada de cómo operan esos recursos internos y externos y
cómo son convertidos (o no) en recursos institucionales se encuentra en la obra de C.P.
Snow, The Masters, que relata la elección de la autoridad de un College en una de las
universidades tradi- cionales de Gran Bretaña.
a conocimientos y valores, realizada entre generaciones con experiencias vi-
tales diversas, genera (a veces) un clima poco propenso para el orden
formal, el respeto de jerarquías que se presentan como indubitables y para
la simple repetición de rutinas. Pero tampoco cabe exagerar: hay
establecimientos que se denominan de enseñanza superior y que son, sin
embargo, modelos de so- metimiento a la disciplina escolar, de
burocratismo, de tratamiento rutinario del saber y de una comunicación
cultural poco densa, esquemática y carente de imaginación. En estos últimos
frecuentemente los conflictos tienen origen externo y una dinámica por
completo distinta a aquella que es característica de los conflictos
universitarios.
En cuanto a los problemas de naturaleza ideológica o filosófica que a ve-
ces se plantean en torno a las ciencias y a la determinación social de los co-
nocimientos, nada hay en principio que los convierta (en la universidad) en
problemas irremediablemente políticos. Ni Kuhn ni Lakatos, por decirlo así,
han sido los postestandartes de un ataque irracionalista contra las ciencias,
aunque su obra haya servido para revisar la imagen tradicional de ellas. En
cambio, la crítica militante contra las ciencias (entonces por lo general lla-
madas burguesas) ha provenido de sectores donde se fusionan interrogantes
sobre su estatuto epistemológico (por lo general de las ciencias sociales)
con codificaciones ideológicas que proclaman un condicionamiento externo
(so- cial) de ellas. En estas condiciones, la politización de la universidad
se en- tiende por esos sectores, más bien, como una contra-politización
destinada a liberar la ciencia de su subordinación a los intereses del capital
internacional y la burguesía interna.
Este tipo de discusión —donde se mezclan concepciones de la ciencia,
deba- te ideológico, argumento político y, con frecuencia, tácticas de poder en
la lucha por transformar situaciones universitarias— encontró un espacio
propicio es- pecialmente en tiempos del predominio del modelo (crítico) de la
dependencia. En efecto, dadas las premisas de ese modelo, su aplicación
(bastante mecánica por otra parte) al campo cultural tenía que resultar en
cuestionamientos sobre la objetividad de la ciencia y su papel objetivo en la
transmisión de las relaciones de subordinación. Según lo expresa un texto
ampliamente difundido a comien- zos de los años 70:
69. Este tipo de proceso ha sido estudiado especialmente en relación a Argentina, Chile y
Uruguay. Véanse los siguientes trabajos que poseen enfoques convergentes: Rama, 1984b,
Brunner, 1984c y Garreton, 1982.
4. Heterogeneidad cultural e identidad
institucional
Según anticipamos, los problemas que interesan en esta dimensión del
desarro- llo universitario no tienen que ver exclusivamente con los cambios
en la orga- nización y distribución de la autoridad. En realidad, los
problemas son mucho más vastos y complicados y provienen de los
fenómenos que hemos analizado en los párrafos precedentes: masificación de
la matrícula universitaria y cambio del perfil social de la enseñanza superior
en los diversos países; surgimiento de la profesión académica en medio de
un universo de grupos intelectuales que se ha diversificado y ampliado;
diferenciación de los sistemas de educación su- perior; transformación de las
relaciones de la universidad con el Estado, con la sociedad civil y, más
profundamente, cambios en las propias condiciones de su inserción política.
En breve, los problemas que resultan son de cultura institucional e
íntima- mente asociados a ellos, problemas de identidad de la institución
universitaria y de sus componentes.
Como ha sido sugerido por el análisis de Clark (1980a), la cultura
institucio- nal de la universidad envuelve al menos cuatro diversas fuentes
de origen que dan lugar, cada una, a un distinto estrato de esa cultura
institucional.
En el nivel más primario, la universidad moderna tiende a ser un
acopla- miento más o menos logrado de las diversas culturas de las
disciplinas científi- cas, identificadas cada una con un paradigma dentro del
cual son socializados los miembros de la especialidad.70
Las disciplinas, efectivamente, han llegado a ser verdaderas culturas con
sus compromisos paradigmáticos, sus redes informales de contacto, sus
jerarquías internas, sus órganos de comunicación, sus sociedades de
practicantes, su his- toria propia, etc.
Nada indica, en cambio, que el desarrollo de las ciencias en nuestros paí-
ses periféricos esté siguiendo paso a paso el desarrollo que ellas siguieron en
los países centrales donde se originaron, así como nada indica que entre no-
sotros vayan por necesidad a florecer culturas disciplinarias como las que
han identificado los estudiosos en Estados Unidos y Europa. Por el
contrario, hay indicios de lo difícil que ha resultado en estas latitudes que
echen raíces esas culturas de las ciencias, a veces por el lento y precario
desarrollo de algunas
70. Este tema ha sido estudiado en el caso de una universidad mexicana por L. Lomnitz
(1976).
disciplinas, otras veces, por el contrario, por su implantación explosiva y
rápi- da. En otros casos, como suele ocurrir con las ciencias sociales, dichas
cultu- ras no llegan a florecer porque son intervenidas desde fuera, por el
gobierno, por ejemplo, o por los partidos políticos. En unos pocos casos, sin
embargo, algunas comunidades científicas especializadas logran echar raíz
en uno de nuestros países (en Argentina hace dos décadas, en México, en
Brasil)71 pero incluso entonces las culturas de las disciplinas suelen
encontrar obstáculos y resistencia dentro del sistema de instituciones
intelectuales del país. Ya lo dijimos antes: las élites científicas y, en
general, las universitarias no tienen en los países periféricos la significación
que han alcanzado en algunos de los países centrales. Su identidad social es
por lo mismo más débil; a veces care- cen de medios de comunicación o los
recursos que obtienen son insuficientes para cumplir con decoro su
actividad; el clima universitario no siempre es el más adecuado para el
trabajo creativo y, en ocasiones, falta por completo una adecuada estructura
de incentivos que permita a las ciencias desarrollarse localmente y a los
científicos cumplir eficazmente su función. En breve, la cultura de las
disciplinas adquiere en los países de América Latina —y algo similar
ocurre en África y Asia, con situaciones de excepción naturalmente, como
puede ser el caso de la India—72 un sentido (para los participantes) por
completo distinto, como producto combinado de: la implantación tardía de
estas disciplinas; su carácter por lo general precario; su inserción subordina-
da en el sistema internacional de las ciencias y las resistencias que le opone
frecuentemente la propia organización de la universidad (por ejemplo, con
sus abultadas Facultades, con el predominio de las orientaciones
profesionalizan- tes, con el burocratismo imperante, etc.).
Junto a la cultura de las disciplinas existe un estrato de cultura institu-
cional que es más abarcante, puesto que cubre a toda la profesión académica.
Se trata en efecto de la cultura propia de la profesión académica. Ésta,
aunque se ha desarrollado entre nosotros tardíamente como cultura de
una profe- sión académica moderna —propia de hombres que viven de la
universidad e, idealmente al menos, para la investigación y la transmisión
del conocimien- to superior—, tenía poderosos antecedentes en la ideología
tradicional de la cultura universitaria. Sobre todo, los valores de libertad
académica, de libre indagación, de la libertad de cátedra y enseñanza, etc.,
que usualmente for- man parte de la moderna cultura de la profesión
académica, suelen tener en-
71. Véase sobre el tema, por ejemplo, Schwartzman, 1979 y Díaz, Texera y Vessuri, 1983.
72. En este contexto véase Eisemon, 1984: 263-277.
tre nosotros una larga tradición. Otra cosa distinta es que esos valores (o
esa tradición) respondan realmente a una práctica académica en la que su
sentido no sea puramente retórico.
Así, por ejemplo, construir parte de la propia identidad corporativa en
tor- no a la libertad para indagar y descubrir, cuando en realidad rara vez
existen las condiciones para investigar o, si se investiga, se hace de manera
puramente rutinaria, termina por vaciar de contenido ese principio y genera
en torno a él una mala fe compartida.
En cambio, en las condiciones políticas de América Latina ha sido más
fre- cuente que dicho principio de la libertad académica y su correlato
institucio- nal de la autonomía universitaria, hayan sido esgrimidos contra
el Estado o contra gobiernos opresivos. Pero incluso en este caso nada
asegura que no esté haciendo un uso meramente táctico de los principios,
por ejemplo, para esca- bullir controles públicos sobre la gestión
universitaria, para soslayar cuestiones de responsabilidad social del trabajo
intelectual o de eficiencia de la empresa universitaria, etc.
En fin, la cultura de la profesión académica existe entre nosotros menos
por una práctica generadora de sus componentes modernos, que como un
legado de tradiciones y principios cuya defensa no necesariamente favorece la
emergencia de esa cultura moderna de la profesión académica. Al mismo
tiempo, allí donde ella ha empezado a desarrollarse arrastra por lo general
dentro de sí una abi- garrada mezcla de elementos que provienen del
fenómeno de la heterogeneidad interna de nuestras instituciones
universitarias y de su desigual y fragmentaria modernización. Este tipo de
heterogeneidad puede apreciarse —a la manera de verdaderos clivajes en la
cultura académica— cuando en virtud de procesos re- formistas, las diversas
fuerzas universitarias tienden a identificarse rápidamen- te con su base
institucional de existencia, perdiendo toda orientación hacia los intereses de
la profesión académica. El fenómeno en cuestión ha sido estudiado en el caso
de una universidad chilena:73 se muestra allí cómo durante el proceso de
reforma de esa universidad, los científicos naturales y los sociales se separa-
ron rápidamente, e igual cosa hicieron respecto de ambos grupos los
docentes e investigadores de profesiones relativamente modernizadas como
ingenieros, arquitectos, etc. En torno a estos tres núcleos y un cuarto
conformado por los representantes de las posiciones burocráticas de
dirección más importantes, se fueron organizando los restantes docentes e
investigadores, de manera también más o menos típica y explicable, según el
mismo tipo de factores que incidían en
73. Véase Brunner y Flisfisch, 1983, cap. XII, especialmente pp. 308-321 y nota 129 en p. 329.
la conformación de aquellos núcleos iniciales. Entre esos factores, los
siguientes tenían un peso significativo: el tipo de posiciones dominantes
dentro de cada núcleo, que es el factor determinante según ya se indicó: el
estatus institucional de esas diversas posiciones de base; su diverso prestigio
social; su peculiar situa- ción de mercado (acaso poseían o no alternativas de
salida (exit), con qué costo y hacia qué destino); su orientación en cuanto a la
dimensión de lo corporativo/ político; el tipo de agrupación que dichas
posiciones dominantes tenderían a generar y, por fin, las bases de la
legitimidad discursiva de cada conglomerado de posiciones.
En fin, este estudio concluía postulando que la heterogeneidad
institucional generada por la modernización desigual de nuestras
universidades, ha produ- cido unas condiciones de profesionalización tales
que impiden el surgimiento de una cultura de la profesión académica
relativamente compartida, estable y orientada por valores comunes.74
En un nivel inmediatamente superior se ubica el estrato de la cultura
del establecimiento, que incluye la leyenda organizacional, los valores propios
de su clima social y cultural interno y los efectos de la específica combinación
que en cada establecimiento logran los dos estratos anteriores de la cultura
institucio- nal. Este estrato cultural se encuentra condicionado por el tamaño
y organiza- ción del establecimiento, por sus formas de autoridad, por el
peso que en ella tienen la investigación y la docencia, por el tipo de
disciplinas o actividades que son preponderantes, etc.
Un rasgo importante de la cultura del establecimiento es la existencia
de ritos de identificación y diferenciación y la profundidad y amplitud con
que ellos son practicados (del estilo de las clásicas competencias de regata
entre las universidades de Oxford y Cambridge en Gran Bretaña, o los
llamados clásicos (de futbol) entre las Universidades de Chile y Católica de
Chile). En ciertos ca- sos, por ejemplo en el de universidades privadas de
origen religioso, estos ritos pueden conducir a la creación de un especial
clima moral en la universidad, y a formas de asociación que se basan en
valores culturales compartidos. También el origen social de los estudiantes
suele ser un factor que influye en esta cultura del establecimiento: a mayor
homogeneidad de dicho origen social —como el que se observa en ciertas
universidades privadas de Venezuela y de Chile—,75 la cultura del
establecimiento tenderá también a un cierto estilo más homogéneo (que
puede incluir el cultivo de la diversidad como marca de distinción).
74. Véase Brunner y Flisfisch, 1983, cap. XII, especialmente pp. 308-321 y nota 129 en p. 329.
75. Para Venezuela véase Klubitschko, 1984, y para Chile, Brunner, 1981b.
D
igamos de partida que no se pretende hacer aquí un ejercicio de
fu- turología o de prospectiva sobre el desarrollo de la enseñanza
superior en América Latina. Tampoco nos detendremos en
identificar o carac-
terizar la crisis de la región,76 ni trazaremos a partir de su evolución
probables escenarios alternativos, considerados como cuadro de condiciones
diversas que pudieran ser tenidos en cuenta por la planificación de la
universidad.
¿Qué nos proponemos hacer, entonces?
Digámoslo así: un ejercicio a la vez más limitado pero seguramente más
exi- gente. En efecto, nos proponemos identificar algunas de las principales
opciones
76. La actual crisis ha sido identificada por el (entonces) Secretario Ejecutivo de la CEPAL
“como la peor desde los años aciagos de la Gran Depresión. De hecho, la crisis que se
desencadenó en
1981 ha sido la más profunda, generalizada y larga que ha sufrido América Latina en el
último medio siglo y ha implicado grandes costos, tanto económicos como sociales” (Iglesias,
1984c).
Sobre el tema de la crisis pueden verse Iglesias, 1984a y 1984b.
Para una visión desde el enfoque (crítico) de la dependencia, véase MacEvan, 1985.
La profundidad y extensión de la crisis ha llevado a algunos analistas a diagnosticar
una crisis “en el estilo transnacional de crecimiento”, lo que les lleva a predecir que “en el
futuro habrá escaso crecimiento, gran inestabilidad y grave incertidumbre”. A este
respecto véase Sunkel, 1985.
En fin, sobre los costos del ajuste a la nueva situación económica puede consultarse
Mas- sad y Zahler, 1984. Señalan allí estos autores: “Quizás lo que mejor ilustra la magnitud
de este proceso de ajuste para la región sea el planteamiento siguiente: si el PNB hubiese
continuado creciendo a la mitad de la tasa media registrada en 1970-1980, América Latina
habría obtenido en el trienio 1981-1983 un producto bruto adicional, a precios constantes de
1983, de 150 000 millones de dólares. Este valor equivale a cerca de la mitad de la deuda
externa de la región, o al PNB de Suecia o Suiza”.
José Joaquín Brunner Universidad y Sociedad en América Latina
CONTENIDO
ECONÓMICOS POLÍTICOS
FA B. Libertad versus
A. Excelencia versus
CT intereses seguridad
INTERNOS compromiso o eficiencia
nacional; pluralismo
OR
ES limitado
D. Autonomía versus
C. Igualdad versus
EXTERNOS selectividad
responsabilidad, lealtad
79. Sobre el proyecto de reforma véase Universidad de Buenos Aires, 1984. Asimismo, Delich,
1984.
Es fácil apreciar que este conjunto de cuestiones y las dinámicas que
les subyacen han sido piezas importantes en la activación de diversos
procesos de diferenciación.
La enseñanza masiva busca su propia excelencia a través de la
distinción de niveles internos en la formación. En un momento se hablaba en
Venezuela, por ejemplo, de educación superior básica, educación
profesional intermedia, educación superior de pregrado, de posgrado (con la
distinción entre maestría y doctorado; véase Pérez, 1976: 15) y pronto surgirá
la propuesta de los estudios de posdoctorado.
Simultáneamente, la combinación de estos dos valores y sus tensiones
des- embocan en políticas que apuran el fenómeno más típico de
diversificación de los actuales sistemas de enseñanza superior: esto es, la
diferenciación vertical de estatus entre instituciones (véase Clark, 1978b y
1982: 22 y ss.). En efecto, resulta paradójico que políticas inspiradas en
parte en el valor de la igualdad (y por tanto destinadas a mejorar la
distribución de oportunidades de acceso a la enseñanza superior) produzcan,
al combinarse con políticas inspiradas en los valores de excelencia,
meritocratismo, selección de los mejores, etc., estruc- turas altamente
ambivalentes, algunas de las cuales, combinadas con efectos más generales
de la estructura social, pueden resultar eventualmente en nuevas
constelaciones educacionales no-igualitarias y por tanto socialmente injustas
(que es lo que ocurre allí donde el proceso de diferenciación vertical de
estatus entre instituciones conduce al fenómeno de la segmentación, tal como
se apunta en la hipótesis de Rama).
80. Esta discusión ha vuelto a tener importancia en América Latina a partir de los procesos
de transición en el Cono Sur, y del papel que se espera de la universidad en la democracia.
Véase Claeh, 1984a, panel sobre “Transición y Transformación”, con la participación de C.
Filguei- ra, J. Grompone, G. Rama y C. Zubillaga. Asimismo, Claeh, 1984b.
Mas como muestra gran parte de los estudios contemporáneos sobre los
sistemas de educación superior, especialmente aquellos realizados con inten-
ción comparativa, en el caso de dichos sistemas interviene un tercer agente
que cumple un rol principal en la coordinación de ellos: los académicos y,
más es- pecíficamente, las élites de la profesión, indistintamente llamadas
oligarquía académica, mandarines, “vacas sagradas”, establishment
académico, etc. (véase, para un análisis en profundidad, Clark, 1977).
Tampoco es posible hablar, en realidad, del mercado como de un
mecanismo único. La universidad tiene relación por lo menos con tres
mercados distintos: el compuesto por la demanda de los estudiantes
(mercado de consumidores); el integrado por las posiciones disponibles para
ser ocupadas por la profesión académica (academic market); y finalmente, el
mercado laboral en función del cual, se supone, la universidad forma recursos
humanos altamente calificados.
Por último, el Estado está lejos de ser un aparato burocrático integrado:
se relaciona con el sistema de educación superior a través de diversos
organismos, muchas veces dotados de políticas distintas y aún contradictorias
entre sí (véa- se, por ejemplo, Fuentes, 1981).
En suma, el delicado balance entre libertad y control en el sistema de en-
señanza superior debe ser buscado por medio de estos mecanismos de coor-
dinación (véase Clark, 1978a) que operan cada uno diversificadamente y
que, salvo en condiciones por completo excepcionales, tienden a operar de
maneras relativamente independientes entre sí. Es evidente que esos grados
de autono- mía son relativos, desde el momento que el Estado moderno ha
encontrado mil maneras de intervenir los mercados, y otras cien para
limitar la libertad de los académicos; que el mercado rige en parte al menos
el comportamiento de los académicos pero también entrega señales a los
funcionarios del Estado; y que los académicos suelen ser poderosos
formuladores de decisiones dentro de las oficinas públicas que tienen
relación con la universidad y pueden frenar la acción de los mercados,
estableciendo monopolios específicos o resistiendo las demandas expresadas
por el mercado.
Sea como fuere, la sola percepción de que las opciones de políticas para
en- contrar balances (temporales) entre la libertad y el control dependen de
varios mecanismos que operan no siempre congruentemente entre sí,
debiera bastar para echar por tierra los simplismos que en estas materias
suelen azotar nues- tras tierras. Se cree a veces, por ejemplo, que entregando
al mercado la coordi- nación del sistema de educación superior81 ello bastará
para que éste se vuelva
82 Según señala este mismo autor, las tasas de retorno para proyectos de educación
superior son más altas en los países en desarrollo que las tasas para proyectos de capital
(físico) (:51-55). Es decir, los Estados no han gastado necesariamente a ciegas en la
enseñanza superior como muchas veces se supone, aunque evidentemente la situación varía
de un país a otro.
83 Sobre las respuestas escépticas véase Psacharopoulos, 1980: 51-
65.
universidad. En breve, el efecto igualador no necesariamente se habría
logrado y tampoco aumentaría, con este tipo de diferenciación institucional,
el grado de eficiencia externa (con relación al mercado laboral y los costos de
formación) e interna (con relación al rendimiento y sus costos
institucionales) del sistema de enseñanza superior.
Pero lo que a veces puede resultar un mal balance entre los valores de
equidad y eficiencia desde el punto de vista del Estado, no lo es inevitable-
mente desde el punto de vista de los estudiantes. En la mayoría de los países
de la región la diferenciación institucional que ha dado lugar a este tipo de
institutos profesionales y técnicos ha abierto miles de nuevas vacantes, sa-
tisfaciendo en parte la demanda por enseñanza superior. En algunos casos,
dicha demanda ha sido estimulada mediante el otorgamiento de subsidios
(en la forma de becas, créditos, etc.), en otros, en cambio, se ha dejado su
regula- ción íntegramente al mercado. En ocasiones ha ocurrido que los
egresados de esos institutos, como sucedía en Francia a fines de los años 70,
obtienen una buena remuneración una vez que están en posesión de su
diploma, mientras que en otros casos el mercado laboral no tiene ninguna
capacidad de absor- ber los miles de nuevos técnicos, subtécnicos y
semiprofesionales que egresan de este tipo de establecimientos. En América
Latina, en general, la demanda estudiantil se ha combinado con la oferta
educacional para impulsar en estos establecimientos la formación de
personal para el sector terciario moderno, mediante la preparación en
carreras de administración, contabilidad, servi- cios de computación,
comercio, etc. No está claro, todavía, si de aquí resultará o no una sobre-
oferta de este tipo de personal.
La Paradójica Modernidad
En fin, el análisis de los conflictos que se producen entre políticas
inspiradas por valores divergentes en la esfera de la educación superior, nos
permite for- mamos una idea del tipo de dinámicas y de opciones que
enfrenta este sistema y que seguramente modelarán su futuro desarrollo.
Al terminar podemos decir, en consecuencia, que la universidad, en sus
cambiantes y complejas relaciones con la sociedad, no se deja apresar fácil-
mente por esos modelos o constelaciones de universidad/desarrollo, que tan
en boga estuvieron en América Latina durante los años de posguerra y hasta
comienzos de 1970.
Este periodo estuvo marcado por un espíritu en general optimista y
volcado hacia el futuro, cuyo diseño se creyó poder alcanzar mediante la
modelación de la realidad, la planificación de la acción y la ingeniería social.
Tal espíritu está en concordancia con las condiciones materiales y sociales de
la región, que entre
1950 y el primer quinquenio de la década del 70 se desarrolló si no de
manera espectacular, por lo menos a un ritmo tal que permitió multiplicar
las opor- tunidades de participación en un generalizado movimiento de
progreso. Que este último haya roto por completo con los augurios
catastrofistas de algunas vertientes del dependentismo no significa, sin
embargo, que haya realizado los sueños del modernismo. El desarrollo que se
produjo fue ambiguo, heterogéneo y dejó al margen a sectores importantes de
la población. Generó economías con sectores informales importantes,
sociedades con clivajes que no se conocieron en los países centrales, culturas
mezcladas y contradictorias; allí, al medio, las universidades
latinoamericanas aparecen también cargadas de esta paradóji- ca
modernidad (véase Paz, 1983: 161-79). Conforman sistemas de educación su-
perior que en su mayoría han alcanzado o están por alcanzar el estadio de
la masificación; que se han diferenciado de maneras originales y rápidas, sin
que esté claro si ese movimiento ha representado o no un deslizamiento
hacia for- mas casi estamentales de segmentación; que crecen
sorprendentemente por el lado de las ciencias sociales, las humanidades y las
pedagógicas; que abrigan en su seno instituciones y sectores altamente
internacionalizados al lado de otros locales y vueltos por entero hacia el
mercado interno; que a veces representan empresas de las más grandes en un
país, sólo que administradas de las maneras más inesperadas, según parece
ocurrir en todas partes del mundo con estas instituciones generadoras de
anarquía organizada…
El sueño de los años 60 fue planificar la enseñanza superior, modelar su
or- ganización de acuerdo con patrones que la experiencia había mostrado
eficaces en otras latitudes, incrementar su eficiencia interna mediante
racionalizaciones administrativas y de gobierno, democratizar sus
estructuras de autoridad, re- novar el vínculo pedagógico, programar la
producción de recursos humanos, y sintonizar finalmente ese output a las
demandas del mercado laboral. Todo eso y más se quiso hacer; al efecto se
confió en una combinación entre la interven- ción benevolente del Estado, la
acción esclarecida de una generación de nuevos burócratas universitarios, el
respaldo de los académicos modernos, la moviliza- ción estudiantil y la
generosa cooperación internacional.
Cuando llegó la hora mala —que en realidad para los universitarios
tiene muchos indicadores a lo largo de estos años: intervención de sus
instituciones en diversos países; pérdida de autoridad intelectual de la
universidad frente a
los jóvenes; abandono de éstos de las aulas para triunfar o morir en la sierra,
en la selva o en las ciudades capitales; déficit de legitimidad institucional
fren- te a la sociedad y el Estado; resquebrajamiento de la identidad
universitaria, etc.— decimos, cuando llegó la hora de la crisis que ha
sacudido a la región durante los últimos años, la universidad se descubrió
otra vez a sí misma en su vulnerabilidad y, contra todo presagio, también en
sus fortalezas.
La universidad sigue allí, irreconocible seguramente para muchos, cam-
biada de mil maneras, integrada dentro de un sistema educativo superior
más vasto y complejo que nunca, pero en nada desmerecida frente a las
demás ins- tituciones principales de nuestra región y de nuestro tiempo, que
igual que la universidad han vivido esta modernidad paradójica: la empresa
privada nacio- nal, las iglesias, las fuerzas armadas, los medios de
comunicación de masas, nuestro sector financiero, los servicios
burocráticos del Estado, las líneas de transporte de cada país…
A diferencia de muchas de estas otras instituciones o sistemas, la
universi- dad ha sido objeto a lo largo de los últimos treinta años de una
enorme sobre- carga de demandas de reforma. Quizás haya llegado la hora de
pensar cuál es la tradición que ella ha decantado y cuál es la modernidad que
ha ido construyén- dose en la universidad, muchas veces incluso a nuestras
espaldas.
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