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CAP.I. INTRODUCCIÓN - Word.pie Pag.

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CAPÍTULO I.

INTRODUCCIÓN

LA FILOSOFÍA Y SUS PROBLEMAS


Tomado de Gregorio Fingermann. “Filosofìa”. 1982.

1. La filosofía: su objeto.- 2. Nociones históricas.- 3. Problemas fundamentales de


la filosofía.- 4. Ciencia y sabiduría.- 5. El conocimiento filosófico.- 6. Disciplinas
filosóficas.- 7. Posición de la teoría del conocimiento en el sistema de la filosofía.-
8. Los métodos de la filosofía.

1. L a filosofía: su objeto

De acuerdo con la etimología de la palabra, “filosofía” significa “amor a la


ciencia”, “amor al saber”. Refiere la tradición que Pitágoras, interrogado por el tirano
Leonte acerca de su profesión, le respondió que era filósofo, es decir, un simple
“amante del saber”, y no un sabio (sofo). Si es cierta esta anécdota, Pitágoras quería
significar con esto que no poseía la verdad hecha, sino que su amor a ella llevaba a
consagrar la vida a su búsqueda.
Pero considerar la filosofía como un simple amor a la ciencia, de acuerdo con la
etimología del vocablo, es darle un significado muy vago, porque sería filósofo el cultor
de cualquier ciencia particular o de un grupo, grande o pequeño, de disciplinas
especiales. Sin embargo, hoy día no es este el sentido de los términos “filósofo” y
“filosofía”. La filosofía, en sus albores, indudablemente que abarcaba todas las
ciencias. Pero muchas, se fueron desprendiendo de su seno, hasta convertirse en
disciplinas científicas independientes. Es preciso saber, pues, que ha quedado como
residuo de este gradual desprendimiento, residuo que pueda considerarse como
típicamente filosófico, y saber también cuáles caracteres que distinguen ahora la
filosofía de las ciencias particulares.
Ante todo debemos decir que la filosofía es una “ciencia”, cosa que concuerda
asimismo con la etimología. Falta ahora saber que clase de ciencia es, y cual es su
objeto, puesto que las ciencias se distinguen por sus objetos. A este respecto,
debemos declarar que es muy difícil determinar el objeto de la filosofía, porque
cualquier objeto puede servir para la reflexión filosónica. Así, al lado de la historia,
como ciencia particular, tenemos la filosofía de la historia; al lado de las ciencias
naturales está la filosofía de la naturaleza; al lado de las matemáticas tenemos la
filosofía de las matemáticas, etcétera.
Para encontrar las señales características, las señales esenciales que distinguen
la filosofía de cualquier ciencia particular, debemos buscar lo que hay en común en
todas las definiciones que se dieron de la filosofía, los puntos de contacto en los
distintos sistemas que se elaboraron en el curso de la historia. Pues bien, en todos los
sistemas propuestos por los filósofos el rasgo sobresaliente y común es la tendencia a
abarcar la “totalidad” de los objetos. El conocimiento filosófico tiende a la
universalidad, mientras que las ciencias particulares solo se ocupan de un sector
limitado de los objetos, puesto que únicamente estudian una parte de ellos.
De acuerdo con este rasgo, podemos decir que la filosofía tiende a llegar, tras de la
pluralidad y diversidad de los “fenómenos”, ha darnos una concepción unitaria del

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Dra. María Elena Álvarez Cancino. UAdeC. Facultad de Ciencias Químicas. Página 1
mundo, de la vida y del espíritu. La filosofía aspira a llegar a una última unidad, a una
esencia, a algo irreductible, a lo que es “en sí”, es decir, el ser.

2. Nociones históricas

Si consideramos la cuestión desde el punto de vista histórico, hay que reconocer


que todas las ciencias se originaron en la filosofía.
Para la escuela jónica -llamada así por haberse iniciado en Jonia, colonia griega del
Asia Menor-, la filosofía se confunde con la física. Los filósofos jónicos se preocuparon
del origen y fundamento de todas las cosas, tratando de hallar el principio inmutable
que explicara toda la variedad de los fenómenos de la naturaleza. Para Tales de Mileto
ese elemento primordial es el agua. Para Anaximandro todo se origina en la masa
caótica primordial. Para Anaxímenes el elemento originario es el aire.
Los filósofos jónicos, por buscar la esencia universal en un substrato material,
son considerados como filósofos naturalistas.
La escuela pitagórica -por haber sido Pitágoras su fundador - incluye dentro de
la filosofía las matemáticas que se desarrollaron en tal forma que pronto se han de
cultivar como ciencia aparte. Según esta escuena, la explicación de los fenómenos no
puede encontrarse en la materia misma, concreta y sensible, sino en sus relaciones
cuantitativas. Por eso los pitagóricos consideraron al número como la esencia de las
cosas.
La escuela eleática significa un avance en el sentido de la abstracción.
Considera el principio de todo lo existente como algo inmutable que no es percibido
por nuestros sentidos y que nada tiene que hacer con la percepción exterior. Es el
“ser” puro, que solo puede concebir la inteligencia. En vez del principio sensible de los
jónicos, concibe un principio inteligible, negando así la realidad del mundo de los
fenómenos, que es solo apariencia y, por lo tanto, el “no ser”.
Heráclito, de Efeso, es quien establecería un puente entre ambas concepciones,
pues no era posible negar la existencia del mundo fenoménico. Trata de identificar el
puro “ser” abstracto con el “no ser”, es decir, con el mundo sensible negado por los
eleáticos. Afirma que lo único existente es el cambio, el “devenir”, pues las cosas “no
son” algo inmutable, sino que se transforman, “devienen”, pasan. Todo pasa como un
río, es su célebre aforismo. Ahora bien, lo que da impulso a este eterno devenir es el
fuego, o sea, el calor que da vida a todo.
Con Anaxágoras se introduce en el pensamiento griego un elemento espiritual
como última causa inteligente del mundo. Es el “nous”, una especie de razón
constructiva que mueve y ordena el mundo.
Como se ve, hay hasta aquí un continuo progreso en el pensamiento filosófico
que culmina con la diferenciación entre naturaleza y espíritu, dándose más valor a este
último elemento, especialmente con Sócrates.
Corresponde, en efecto, a Sócrates (470-400? a. de C.) el mérito de haber sido
el primero en considerar el espíritu como una voluntad moral. Para él, el pensamiento
está por encima de todo lo existente. La filosofía socrática es, por consiguiente, de
carácter moral, con un menosprecio casi absoluto por todo lo realizado en el terreno
de la filosofía naturalista.
Con Platón, su discípulo, llega la filosofía a una altura extraordinaria, aunque
aún no hace diferenciación entre filosofía y ciencia. Su sistema se basa en el idealismo
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metafísico y ético, esbozado por Sócrates y sobre ese basamento construye el mundo
espiritual y material. La filosofía platónica se caracteriza por la oposición entre el
mundo de las ideas y el mundo de la realidad material.
Aristóteles, discípulo de Platón, es el primero en comprender la necesidad de
organizar los conocimientos y la indagación científica y de distinguir los diferentes
campos de la investigación consagrando a cada objeto un tratado aparte: es el padre
de la lógica, de la psicología experimental, del derecho natural y de las ciencias
naturales que llegan a ser casi una disciplina independiente. Pero todos estos tratados
de que se compone la enciclopedia aristotélica revelan ser la obra de un mismo
espíritu y sus doctrinas científicas están impregnadas del mismo carácter filosófico y
metafísico que le da una unidad inconfundible.
Contrariamente a Platón, Aristóteles dirige su interés a la diversidad de
fenómenos, a los hechos y datos concretos, tanto de la naturaleza como de la historia
y la psicología. Sus especulaciones son presididas y provocadas por los datos positivos
y sensibles, para remontarse a las ideas y no descender desde éstas a las cosas como
hacía Platón.
Se trata, pues, de dos actitudes mentales diferentes, que se encuentran
siempre en el curso de la historia de la filosofía y que polarizan la corriente del
pensamiento en dos direcciones divergentes: el idealismo y el empirismo en sus
formas extremas. Es la misma diferencia que encontramos entre Hegel y Schopenhauer
o entre Wundt y Husserl.

3. Problemas fundamentales de la filosofía.

Cualquier persona, por menos cultura filosófica que posea, alguna vez se habrá
preguntado acerca de la finalidad de la vida. En efecto, una de las interrogantes que
más espontáneamente surge en el espíritu se refiere al fin y al valor que pueden tener
la humanidad y el universo. Vemos que el hombre trabaja, se afana, sufre. No es difícil,
entonces, que nos preguntemos si la vida vale la pena de ser vivida, si tiene algún
sentido y para qué toda nuestra existencia.

a) El problema teleológico

En esto consiste lo que se denomina el problema teleológico (de teleos = fin), es


decir, el problema de los fines. Queremos saber nuestro destino, cual es la finalidad
del mundo y de nuestra existencia y qué debemos hacer. Este problema presupone
una realidad ya formada, una realidad que ha tenido un comienzo, pero en la que es
menester descubrir el fin hacia el cual se encamina esta realidad en su constante
transformación.
El problema teleológico implica, por lo tanto, otro problema: la cuestión
práctica de la acción. Se trata de averiguar las normas a las cuales hemos de ajustar
nuestra conducta, para lo cual es preciso saber distinguir, previamente, lo “bueno” de
lo “malo”, o lo “bello” de lo “feo”, o lo “justo” de lo “injusto”, o lo “verdadero” de lo
“falso”. Pero distinguir lo “bueno” de lo “malo”, como lo “bello” de lo “feo”, no es otra
cosa que formular apreciaciones acerca de los objetos, expresados en “juicios de
valor”. Así se establecen jerarquías entre los distintos valores, ya sean éticos, estéticos,
etc., porque el hombre trata de realizar aquello que estima más valioso. Con esto se
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crea una verdadera doctrina o teoría de los valores. La teoría de los valores, a la cual se
reduce en último término el problema teleológico, constituye la axiología (de axios =
digno). Ella es considerada por algunos filósofos como una legítima ciencia, la ciencia
de la estimativa, que se ocupa de todo aquello que es digno de ser preferido.

b) El problema gnoseológico.

El segundo problema filosófico se refiere a la actividad de nuestros sentidos.


Casi todos nuestros datos acerca del mundo los obtenemos mediante la percepción.
Ahora bien, como hemos observado que con frecuencia nuestros sentidos nos
engañan, surge la pregunta acerca del valor del testimonio de nuestros sentidos,
puesto que bien pudiera ocurrir que éstos nos engañasen siempre. Este es el problema
gnoseológico o del conocimiento, que determina la posibilidad, el límite y el valor de
nuestros conocimientos, ya sean aquellos que derivan de nuestros sentidos
(conocimiento sensible) o bien aquellos que parecen trascenderlos límites fijados por
los sentidos (conocimientos inteligibles o racionales).

c) El problema metafísico.

El tercer problema, que es el problema del ser, se refiere a su naturaleza y su


origen, y se pregunta qué es lo que es, y de dónde proviene el ser. Tiene este problema
su fuente en nuestra propia existencia. Sabemos que existimos. Tenemos conciencia
de que vivimos. Nuestras vivencias nos dan un conocimiento inmediato de nuestra
existencia, de la existencia de un “yo” opuesto a un “no yo” del cual tenemos un
conocimiento mediato. Pero si bien tenemos la noción de nuestra existencia por medio
de nuestras vivencias, no sabemos cual es nuestra esencia. En efecto, ¿qué somos
nosotros?, ¿qué es el mundo?, ¿somos materia?, ¿somos espíritu, o somos ambas
cosas a la vez?, Y después de todo, ¿qué es materia y que es espíritu en su esencia?
Este último problema, el que trata de las esencias, es el problema del ser, el problema
ontológico (de onto = ser), o sea, la metafísica, porque se ocupa de asuntos que
sobrepasan los límites de nuestros conocimientos directos.
Estos tres problemas, que son los fundamentos de la filosofía, aparecen aquí,
en el orden psicológico, es decir, en el orden natural en que se presentan a la mente
humana. En efecto, el problema de los fines es el primero que nos planteamos, porque
en la vida, cuando chocamos con el dolor – que es lo más frecuente - , nos
preguntamos para qué servirá todo esto, y si vale la pena vivir. Más complejo es el
segundo problema. Requiere reflexión y análisis, que solo son posibles cuando hay
madurez de espíritu. Ni el niño ni el hombre común dudan de los datos de sus
sentidos. Pero es el último problema, el del ser, el más difícil de todos y necesita una
meditación mucho más profunda.
Sin embargo, desde el punto de vista lógico, estos tres problemas debieran
invertir su orden. Primero el problema ontológico (del ser), segundo el problema del
conocer y tercero el de los fines o valores. La filosofía no es otra cosa que el estudio de
estos tres problemas fundamentales y la búsqueda afanosa de sus soluciones, que
nunca son definitivas. El filósofo busca constantemente verdades nuevas, corrigiendo
las que se creían verdades. Los problemas filosóficos son, en realidad, siempre los

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mismos y sólo varía el modo de plantearlos, según las épocas. No es verdadero filósofo
el pensador que cree haber encontrado la solución de estos problemas eternos.

4. Ciencia y sabiduría

Debemos hacer todavía una distinción entre sabiduría y ciencia. La ciencia es un


conjunto de conocimientos sistemáticamente ordenados, relativos a objetos, que
pueden ser contenidos de la percepción o meros frutos de la imaginación. Estos
conocimientos se reducen, en último análisis, a ideas y pensamientos. Pero estas ideas
y pensamientos están íntimamente ligados entre sí, y encadenados de tal modo que un
pensamiento sirve de base al que le sigue, y así sucesivamente. Se trata, por
consiguiente, de un sistema de pensamientos, puesto que todos ellos hacen referencia
a un objeto o a un grupo de objetos, cuya finalidad es la explicación de los fenómenos
mediante la formulación de leyes de validez general.
Para que un sistema de pensamientos tenga realmente el valor de ciencia debe
reunir dos caracteres fundamentales: la universalidad y la objetividad. La universalidad
consiste en la captación de lo común y de lo permanente, que hay en los objetos y en
los fenómenos, es decir, lo que persiste a través de todo cambio. En este sentido no
existe ciencia de lo particular, ni de lo individual. Además, todo conocimiento científico
debe ser válido para todos los espíritus. Así, por ejemplo, cualquier persona que
conozca los rudimentos de la aritmética debe reconocer que 3 x 5 = 15. Esto depende
de la necesidad lógica con que los pensamientos derivan unos de otros.
La objetividad consiste en la adaptación del pensamiento al objeto. Una ciencia
debe estar fundada en hechos que nadie pueda negar. Sólo los hechos o los objetos
deben dirigir la investigación, sin intervención de factores extraños, especialmente los
factores subjetivos, como los sentimientos o intereses. En una palabra, la ciencia debe
ser imparcial y no se forma con opiniones personales.
La sabiduría, en cambio, es algo distinto. Es un saber más práctico que teórico.
Consiste más bien en una actitud con respecto a las cosas, a la vida y a las personas,
llena de comprensión, moderación y prudencia.
En un principio significaba lo mismo que filosofía y se llamaba prudencia o
sapiencia. Era una de las cuatro virtudes fundamentales que dirigían la acción humana.
Hoy se considera la sabiduría como el arte de ordenar la vida, en forma razonable para
lograr la dicha individual. Por esto no existen, para la sabiduría, leyes ni reglas
absolutas, porque la dicha es algo personal que cada uno entiende a su manera. Todo
se reduce, pues, a consejos de prudencia.
El hombre sabio, según la concepción antigua, no es solo el hombre de ciencia,
sino el hombre de experiencia con una perfecta madurez del juicio. El sabio auténtico
en este sentido se distingue por la serena aceptación de las dificultades y dolores que
le ofrece la vida, con tranquila resignación a su destino, bueno o adverso, al modo del
filósofo estoico.

5. El conocimiento filosófico.

No existe una diferencia fundamental entre el conocimiento filosófico y el


conocimiento científico. Esto se debe, en primer lugar, a que no hay una fuente
especial para el conocimiento científico y otra para el conocimiento filosófico. En
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segundo lugar, tampoco son diferentes los resultados obtenidos por filosofía y por la
ciencia, respectivamente.
Pero si, en esencia, la filosofía no difiere de la ciencia, hay, sin embargo, un
carácter por el cual se distinguen ambas esferas del conocimiento. La ciencia, como lo
hemos dicho, trata de reducir los datos múltiples de los sentidos a cierto número
limitado de principios con los cuales explica los fenómenos. El conocimiento filosófico,
en cambio, es el examen crítico de estos mismos principios en que se apoya la ciencia.
La crítica es, por lo tanto, el rasgo característico por el cual el conocimiento
filosófico se distingue del saber científico. La filosofía, en efecto, indaga en la
naturaleza de dichos principios; busca sus contradicciones, sus fundamentos, su
origen, y los acepta cuando después de ese análisis crítico no encuentra razones para
rechazarlos. El filósofo aborda con intrepidez los problemas que el hombre de ciencia
contempla con cautela. El filósofo plantea y discute las soluciones, más o menos
aventuradas, de las cuales es el primero en desconfiar. Pero estas soluciones, aunque
son frágiles y precarias, por ser hipotéticas, influyen en el progreso de la ciencia, en su
trabajo paciente y cauteloso.

6. Disciplinas filosóficas.

De los tres problemas fundamentales de la filosofía, que acabamos de


mencionar, derivan además otros problemas, algunos de los cuales tienen más
contacto con la vida práctica del hombre y que no pueden ser resueltos sin haber sido
estudiados previamente aquellos. Así, por ejemplo, los conceptos del “bien” y del
“mal”, de lo “bello” y de lo “feo” surgen desde el comienzo de la vida individual y
colectiva; porque ya tempranamente el espíritu humano se pregunta qué es lo
“bueno” y que es lo “malo”, porque tiene que decidir su acción. Desde temprano
comienza a valorar, es decir, a estimar y a apreciar ciertas cosas y ciertos actos más
que otros. A veces en esta estymación confunde lo ‘bueno” y lo “malo” con lo “bello” y
lo “feo”, identificando valores0de distinto orden.

I. La filosofía práctica.

1° La ética, o moral, trata de dar normas para regir nuestra conducta, distinguiendo
el bien del mal, llamándose también por esto filosofía práctica. Pero la ética no solo
nos fija normas y señala fines para nuestra conducta, sino que también investiga los
valores éticos, aspirando a darnos una teoría de ellos, estableciendo su orden
jerárquico en una tabla de valores que tengan una “validez universal”. La ética es, así,
una ciencia teórica y práctica a la vez, puesto que por una parte investiga los fines, los
valores y los bienes, y por otra parte prescribe normas de conducta, lo que se debe
hacer.
2° La estética se ocupa de lo bello, es decir, de aquellos estados emocionales que
provocan en nosotros las obras de arte o la naturaleza misma. Esta disciplina trata de
penetrar en la esencia de los valores estéticos, como lo bello, lo sublime, lo trágico, lo
cómico, etc., buscando sus notas características. El filósofo de la estética se pregunta
qué son estos valores estéticos y en qué relación están con los otros valores, de donde
resulta que la estética es una parte de la teoría de los valores. Su fin primordial es
llegar a concebir claramente la esencia del valor estético, porque sólo así podrá
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formular “normas” para juzgar y producir obras de arte. En efecto, una vez
determinada la esencia de lo bello, será posible juzgar los objetos, tanto reales como
imaginarios, establecer si son bellos y en que grado lo son. La estética es, por lo tanto,
como la ética, una disciplina teórica y práctica. Es teórica en tanto que investiga la
esencia de los valores estéticos, y es práctica en tanto que fija normas para juzgar y
para producir obras de arte.

II. La lógica y la teoría del conocimiento.

El problema gnoseológico, es decir, la doctrina de la ciencia, o del saber, da


nacimiento también a otras disciplinas: 1) la lógica, que se ocupa particularmente del
conocimiento “formal”, es decir, de las leyes más generales del conocimiento, y 2) la
teoría del conocimiento, que trata de los principios “materiales” del conocimiento
humano, o sea, de la posibilidad, de la validez y de los límites del conocer. Mientras
que la lógica aspira a darnos una teoría del pensamiento correcto, y suministrarnos un
criterio para distinguirlo del error, la teoría del conocimiento quiere darnos una teoría
del pensamiento verdadero, porque busca la relación entre el pensamiento y el objeto
de ese pensamiento. Se trata, pues, de dos ciencias, que se completan mutuamente y
por esa razón ambas partes pueden denominarse con un término único: “doctrina de
la ciencia”.

III. La filosofía especulativa.

Del problema ontológico, del problema del “ser”, derivan disciplinas de carácter
metafísico. Son metafísicas porque sobrepasan los datos suministrados por la
experiencia. Lo “metafísico” está más allá del conocimiento sensible, mas allá de lo
físico, concepto que concuerda con la etimología del vocablo. Estas disciplinas
constituyen la filosofía especulativa, porque solo intervienen en su tratamiento el
ejercicio de la razón pura. Las ciencias especulativas son, pues, teóricas, oponiéndose
así a las ciencias prácticas, experimentales o empíricas.
También son dos las disciplinas metafísicas: una busca la esencia de la
naturaleza y la otra investiga la esencia del espíritu, dando lugar así a una metafísica de
la naturaleza y a una metafísica del espíritu, respectivamente.
1° La metafísica de la naturaleza aspira a darnos una concepción ordenada del
mundo y de la vida, para cuyo fin utiliza los materiales que le aportan las ciencias
particulares de la naturaleza: la física, la química, la geología y las disciplinas biológicas.
Trata de los problemas del espacio, del tiempo, de la materia, de la energía, en cuanto
al mundo inorgánico, y de la esencia de los organismos, en cuanto al mundo de lo
orgánico. Los fenómenos vitales ¿pueden explicarse por leyes mecánicas o hay, por el
contrario, un principio especial, un principio vital que condiciona la vida y por lo tanto
hay en todo organismo algo más que los factores físico–químicos? Aquí se enfrentan,
pues, dos teorías acerca de la vida: el mecanicismo y el vitalismo.
2° La metafísica del espíritu trata de dar una síntesis de los resultados metafísicos
de las ciencias del espíritu: la psicología, la ética, la estética, la historia y la filosofía de
la religión le proporcionan los materiales más importantes. Aquí también surgen
diferentes doctrinas. Para el materialismo, lo psíquico es una sustancia material, de
cierta especie corpórea, que se produce en el cerebro y que deja de existir una vez que
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el cerebro ha dejado de funcionar. Frente al materialismo está el espiritualismo que
supone la existencia de una sustancia especial anímica, distinta de la materia. Esta
última doctrina es dualista, porque supone dos sustancias: una material y otra
espiritual.

P
R
O 1) Problema (fines) y Filosofía
B Axiológico 1) Ética práctica
L Disciplinas 2) Estética
E (valores).
M
A 2) Problema
S gnoseológico (del 1) Lógica
Disciplinas 2) Teoría del
conocer).
F conocimiento
I
L 3) Problema
O ontológico 1) Metafísica de
Disciplinas la naturaleza
S (del “ser”). Filosofía
Ó 2) Metafísica especulativa
F del espíritu
I
C
O
S

7. Posición de la teoría del conocimiento en el sistema de la filosofía.

Después de todas estas consideraciones con respecto a las diferentes


disciplinas filosóficas se ve que la teoría del conocimiento ocupa un lugar especial.
Tanto es así que, para algunos pensadores actuales, toda la filosofía debe reducirse a la
teoría del conocimiento, después que muchas disciplinas se desprendieron del tronco
común de la filosofía y llegaron a su independencia total. El fundamento de esta
doctrina reposa en el hecho de que la teoría del conocimiento aspira a darnos la base
de todos los conocimientos, estudiando previamente la capacidad y los límites del
instrumento cognoscitivo, es decir, del espíritu humano.
En efecto, si definimos la filosofía como “la ciencia que aspira a darnos la
concepción del mundo, de la vida y del espíritu, mediante la reflexión del espíritu
sobre sí mismo en su función teórica y práctica”, la posición de la teoría del
conocimiento aparece clara y se justifica, en cierto modo, su posición central. La teoría
del conocimiento resulta ser una parte de la teoría de la ciencia, aquella parte que se
ocupa de los “principios materiales” del conocer, porque trata del pensamiento en su
relación con el objeto, siendo en realidad una teoría del pensamiento verdadero.

8. Los métodos de la filosofía.

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Se ha discutido y aún sigue discutiéndose la cuestión relativa a los métodos de
la filosofía. Esta cuestión puede formularse en la siguiente pregunta: ¿existe un
método propio de la filosofía?
A esta pregunta se puede responder en forma negativa y en forma afirmativa,
según la dirección filosófica que se adopte para encarar este problema.
Los que niega la existencia de un método propiamente filosófico se basan en el
hecho de que las diversas disciplinas aplican otros tantos diversos métodos, propios de
las ciencias del espíritu.
Pero como la filosofía tiene también íntimas relaciones con las matemáticas y
con las ciencias de la naturaleza, debe asimismo utilizar los métodos de estas
disciplinas, con lo cual queda excluido un método peculiar filosófico.
Por su parte, los que afirman la existencia de un método filosófico específico
pueden clasificarse en dos categorías: 1) los empiristas, que se basan en el hecho de
que la filosofía admite los métodos inductivos, propios de las ciencias experimentales o
empíricas, puesto que en la teoría general del conocimiento o gnoseología, que para
ellos es el núcleo central de la filosofía, se aplica este método partiendo de los hechos
de la observación. 2) la segunda categoría, que puede llamarse racionalista, admite
como método filosófico por excelencia el deductivo, racionalista, discursivo y
dialéctico, que consiste en ir fijando, por aproximación, ciertas tesis que luego son
discutidas, contradichas y sustituidas por otras nuevas, hasta lograr el conocimiento de
algo. Se trata de un proceso discursivo, de una encadenación de razonamiento en que
intervienen el análisis y la síntesis: el análisis, para encontrar las notas esenciales de un
concepto, y la síntesis para unificar esas notas, gracias a las relaciones descubiertas
entre ellas.
Este método puede revestir principalmente las dos formas siguientes:
a) El antitético, propio de la especulación de los filósofos antiguos especialmente
los eleáticos, quienes postulan que a todo concepto se opone su contrario, sin
que haya necesidad de recurrir a la experiencia para comprobarlo.
b) El ontológico, que busaca en la constitución de los conceptos mismos los
caracteres que aseguren su necesidad y existencia. Ejemplo típico es la
existencia ontológica de Dios, de Descartes.
Con el auge de la doctrina de la intuición fenomenológica de Husserl, y del
intuicionismo de Bergson, no son pocos los que preconizan un nuevo método
genuinamente filosófico: la intuición.
Aloys Müller, por ejemplo, afirma enfáticamente que solo existen dos métodos
de la filosofía: el fenomenológico y el deductivo. El método fenomenológico es la
intuición no sensible, la aprehensión directa e inmediata de algo y que no puede ser
demostrada. Es la apropiación simple de algo por la conciencia, que tiene mucho de
instintivo, de afectivo y de místico, como se desprende del pasaje que transcribimos
textualmente: “El método demanda el puro estar entregado al objeto. Es necesario
tener la energía de dejar que se hunda todo lo que se ha aprendido, de rechazar lo que
ya se sabe, y de cierto modo comparecer ante el objeto in statu naturae purae. Esto,
que parece novedoso, no es otra cosa que el viejo precepto de la objetividad en la
observación científica, envuelto en un manto de misticismo.
El intuicionismo en sus diversas formas, que algunos autores, como Brightman,
denominan método romántico, ha merecido muy severas críticas, por estar en
contradicción con la inducción y la deducción que son los métodos científicos por
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excelencia. Más aún: el intuicionismo está en contradicción con la filosofía misma, que
consiste en un arduo sistema de ideas elaborado por la razón en la forma más rigurosa.
No es lógico, por esto, fundar la filosofía sobre el instinto y el sentimiento
exclusivamente. Además, resulta incongruente la actitud de los mismos intuicionistas
que atacan a la razón y defienden su posición mediante conceptos y razonamientos. Es
realmente contradictorio defender el irracionalismo con procedimientos racionalistas.
El segundo método, señalado por Müller, es la diferencia deductiva, o sea, la
deducción, pero nunca la inferencia inductiva. La filosofía y la inducción, afirma
rotundamente, sin demostrarlo, residen en esferas distintas. Ahora bien, en nuestro
concepto, si consideramos a la filosofía como una ciencia que aspira a darnos una
concepción global del mundo y de la vida, y que como tal continúa la labor comenzada
por las ciencias particulares, necesita como instrumento de investigación los métodos
utilizados por cada una de las ciencia particulares, y entre ellos también el método
inductivo.
Son significativas a este respecto las palabras del gran hombre de ciencia y
filósofo Karl Jaspers: “Prefiero llamar a la filosofía – dice – filosofía de la razón, pues
me parece urgente insistir en esa antiquísima esencia de la filosofía. Si se extravía la
razón, se extravía la filosofía misma. La tarea de la filosofía fue desde un comienzo, y
sigue siéndolo, alcanzar la razón, restaurarse como razón, y por cierto como razón
auténtica”.

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