Pedagogy sp-1
Pedagogy sp-1
Pedagogy sp-1
(20) Para lograr nuestro objetivo como educadores de los colegios de la Compañía ne-
cesitamos una pedagogía que se esfuerce en formar «hombres y mujeres para los
demás», en un mundo postmoderno donde están actuando fuerzas contrarias a este
objetivo2. Necesitamos además una formación permanente para que, como
maestros, podamos facilitar esta pedagogía con eficacia. Sin embargo, en muchos
sitio, la administración pública pone límites a los programas educativos, y la
formación del profesorado es contraria una pedagogía que estimule la actividad
del alumno en el aprendizaje, fomente el crecimiento en calidad humana, y
promueva la formación en la fe y en los valores, además de transmitir conocimien-
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Por ejemplo el secularismo, el materialismo, el pragmatismo, el utilitarismo, el fundamentalismo, el
racismo, los nacionalismos, la pornografía, el consumismo... por nombrar sólo algunas.
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tos y destrezas, como dimensiones integrales del proceso formativo. Esta sería la
situación real a la que hemos de enfrentarnos muchos de nosotros, profesores o
directivos de los colegios de la Compañía. Plantea un complejo desafío apostólico
en el diario quehacer de ganarnos la confianza de nuevas generaciones de jóvenes,
acompañarlos en la senda de la verdad, ayudarles a trabajar por un mundo justo,
lleno de la compasión de Cristo.
(21) ¿Cómo podemos hacer esto? Desde la publicación en 1986 de las Características
de la Educación de la Compañía de Jesús, ha surgido una pregunta común a
profesores y directores de nuestros colegios ante las realidades del mundo de hoy:
¿Cómo podemos lograr lo que se nos propone en ese documento, la formación de
jóvenes para ser «hombres y mujeres para los demás»? Es necesario que la
respuesta sea relevante para culturas muy diferentes; sea útil para situaciones dife-
rentes; aplicable a varias disciplinas; atractiva para múltiples estilos y preferen-
cias. Y sobre todo que hable a los profesores tanto de las realidades como de los
ideales de la enseñanza. Todo esto ha de hacerse además con especial atención a
ese amor preferencial por los pobres que caracteriza la misión de la Iglesia hoy. Es
un reto difícil que no podemos olvidar porque afecta al núcleo de lo que es el
apostolado de la educación de la Compañía. La solución no es simplemente exigir
a nuestros profesores y directivos una mayor dedicación. Lo que necesitamos más
bien es un modelo práctico para saber cómo hemos de proceder en orden a
promover los objetivos de la educación jesuita, un paradigma que sea significativo
para el proceso de enseñanza-aprendizaje, para la relación profesor-alumno, y que
tenga un carácter práctico y aplicable para la clase.
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Decreto 1, nn. 42-43. El subrayado es nuestro.
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Pedagogía de los Ejercicios Espirituales
(23) Una característica distintiva del paradigma de la pedagogía ignaciana es que, en-
tendido a luz de los Ejercicios Espirituales de San Ignacio, no sólo es una des-
cripción adecuada de la continua interacción de experiencia, reflexión y acción del
proceso de enseñanza-aprendizaje, sino también una descripción ideal de la in-
terrelación dinámica entre el profesor y el alumno en el camino de este último
hacia la madurez del conocimiento y de la libertad.
(24) Los Ejercicios Espirituales de San Ignacio son un pequeño libro que nunca fue
concebido para ser leído como un libro cualquiera. Su intención era más bien la de
señalar una manera de proceder para guiar a otros a través de experiencias de
oración, - en las que ellos mismos podrían encontrar al Dios vivo y convertirse a
Él -, para llegar a confrontarse honestamente con sus auténticos valores y
creencias, y poder así tomar decisiones libres y conscientes sobre el futuro de sus
vidas. Los Ejercicios Espirituales, cuidadosamente estructurados y descritos en el
pequeño manual de San Ignacio, no están concebidos para ser meras actividades
cognoscitivas o prácticas devotas. Por el contrario, son ejercicios rigurosos del
espíritu, que comprometen íntegramente al cuerpo, a la mente, al corazón y al
alma de la persona humana. Consiguientemente, ofrecen no sólo temas de
meditación sino también realidades para la contemplación, escenas para la
imaginación, sentimientos que se deben evaluar, posibilidades que hay que ex-
plorar, opciones que considerar, alternativas que sopesar, juicios que formular y
elecciones que hacer, en orden a un objetivo comprensivo único, ayudar a los
individuos a «buscar y hallar la voluntad divina en la disposición de su vida».
(25) Una dinámica fundamental de los Ejercicios Espirituales de San Ignacio es la con-
tinua llamada a reflexionar en oración sobre el conjunto de toda la experiencia
personal, para poder discernir a dónde nos lleva el Espíritu de Dios. Ignacio exige
la reflexión sobre la experiencia humana como medio indispensable para discernir
su validez, porque sin una reflexión prudente es muy posible la mera ilusión
engañosa, y sin una consideración atenta, el significado de la experiencia indi-
vidual puede ser devaluado o trivializado. Sólo después de una reflexión adecuada
de la experiencia y de una interiorización del significado y las implicaciones de lo
que uno estudia, se puede proceder libre y confiadamente a una elección correcta
de los modos de proceder que favorezcan el desarrollo total de uno mismo como
ser humano. Por tanto, la reflexión constituye el punto central para Ignacio en el
paso de la experiencia a la acción; y tanto es así que confía al director o guía de las
personas que hacen los Ejercicios Espirituales, la responsabilidad primordial de
ayudarles en el proceso de la reflexión.
(26) Para Ignacio, la dinámica vital de los Ejercicios Espirituales es el encuentro del
individuo con el Espíritu de la Verdad. No es sorprendente, por tanto, que encon-
tremos en sus principios y orientaciones, para guiar a otros en el proceso de los
Ejercicios Espirituales, una perfecta descripción de la actitud pedagógica del pro-
fesor como persona cuyo trabajo no es meramente informar sino ayudar al estu-
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diante en su proceso hacia la verdad. 4 Para usar con éxito el Paradigma Peda-
gógico Ignaciano, los profesores deben ser conscientes de su propia experiencia,
actitudes, opiniones, no sea que impongan sus propias ideas a los estudiantes. (Cf.
párrafo 111.)
Relación Profesor-Discípulo
(27) Aplicando pues el paradigma ignaciano a la relación profesor-alumno de la educa-
ción de la Compañía, la función primordial del profesor es facilitar una relación
progresiva del alumno con la verdad, especialmente en las materias concretas que
está estudiando, con la ayuda del profesor. El creará las condiciones, pondrá los
fundamentos, proporcionará las oportunidades para que el alumno pueda llevar a
cabo una continua interrelación de EXPERIENCIA, REFLEXIÓN y ACCIÓN.
(28) Comenzando por la EXPERIENCIA, el profesor crea las condiciones para que los
estudiantes reúnan y recuerden los contenidos de su propia experiencia y seleccio-
nen lo que ellos consideren relevante, para el tema de que se trata, sobre hechos,
sentimientos, valores, introspecciones e intuiciones. Después, el profesor guía al
estudiante en la asimilación de la nueva información y experiencia de tal forma
que su conocimiento progrese en amplitud y verdad. El profesor pone las bases
para que el alumno «aprenda cómo aprender», implicándole en las técnicas de la
REFLEXIÓN. Hay que poner en juego la memoria, el entendimiento, la
imaginación y los sentimientos para captar el significado y valor esencial de lo que
se está estudiando, para descubrir su relación con otros aspectos del conocimiento
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La visión fundamental del paradigma ignaciano de los Ejercicios Espirituales, y sus implicaciones en la
educación jesuita, ha sido estudiada por François Charmot S.J. en La Pédagogie des Jésuites: ses principes,
son actualité , Paris, aux Editions Spes, 1943. «Se pueden encontrar más razones convincentes en los diez
primeros capítulos del Directorio de los Ejercicios Espirituales. Aplicados a la educación, ponen de relieve el
principio pedagógico de que el profesor no puede conformarse con informar, sino que debe ayudar a los
alumnos en su camino hacia la verdad». (Texto del P. Michael Kurimay S.J. en una nota resumen de una
sección del libro de Charmot que trata del papel del profesor según los Ejercicios, tomado de un comentario y
traducción privados de algunas partes del libro citado)
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y la actividad humana, para apreciar sus implicaciones en la búsqueda continua de
la verdad. La reflexión debe ser un proceso formativo y libre que modele la
conciencia de los estudiantes, -sus actitudes corrientes, sus valores y creencias, así
como sus formas de pensar-, de tal manera que se sientan impulsados a pasar del
conocimiento a la ACCIÓN. Consiguientemente el papel del profesor es asegurar
que haya oportunidades de desarrollar la imaginación, y ejercitar la voluntad de
los alumnos para elegir la mejor línea de actuación que se derive de lo aprendido y
sea su seguimiento. Lo que ellos van a realizar en consecuencia bajo la dirección
del profesor, si bien no logrará transformar el mundo entero de forma inmediata
en una comunidad de justicia, paz y amor, podrá al menos constituir un paso
educativo en esa dirección y hacia ese objetivo, aunque no sea más que
proporcionar nuevas experiencias, ulteriores reflexiones, y acciones coherentes
con la materia considerada.
El Paradigma Ignaciano
(30) El paradigma ignaciano de experiencia, reflexión, acción, sugiere una multitud
de caminos en los que los profesores podrían acompañar a sus alumnos y facilitar-
les el aprendizaje y la madurez, enfrentándolos con la verdad y el sentido de la
vida. Es un paradigma que puede proporcionar una respuesta muy adecuada a los
problemas educativos a los que nos enfrentamos hoy, y posee la capacidad in-
trínseca de avanzar más allá de lo meramente teórico y llegar a ser un instrumento
práctico y eficaz en orden a realizar cambios en el modo como enseñamos y como
nuestros alumnos aprenden. El modelo de experiencia, reflexión y acción no es
solamente una idea interesante, digna de un diálogo serio, ni una mera propuesta
intrigante para provocar largos debates. Es más bien un paradigma ignaciano
educativo nuevo y a la vez familiar; un modo de proceder que todos podemos
adoptar confiadamente en nuestra tarea de ayudar a los alumnos en su verdadero
desarrollo como personas competentes, conscientes y sensibilizadas en la com-
pasión.
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Figura 2 Paradigma Ignaciano
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La metodología de la «clase magistral» en la que prevalecía la autoridad del profesor [magister] como
comunicador del conocimiento, llegó a ser el modelo predominante desde la Edad Media. La lectura en voz
alta en la clase, constituía la «lectio» o lección, que los estudiantes debían aprender y defender. Los avances
de la técnica de la imprenta proporcionaron una mayor facilidad en el uso de libros para la lectura y el estudio
personal. En tiempos más recientes la proliferación de textos y apuntes, escritos por especialistas y difundidos
masivamente por las editoriales, han tenido un impacto significativo en la enseñanza escolar. En muchos
casos, el libro de texto ha sustituido al profesor como máxima autoridad, hasta el punto de que la elección de
un texto es quizás una de las decisiones pedagógicas más importantes que ha de tomar el profesor. Es práctica
común, que la materia de la asignatura venga definida por los capítulos o las páginas del texto que los
alumnos han de saber para pasar el examen. Con frecuencia se presta poca atención al modo como el conoci-
miento y las ideas que se utilizan en una determinada asignatura, no sólo pueden aumentar el acervo de
conocimientos, sino también influir decisivamente en la comprensión y valoración del mundo en que se vive.
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Basta pensar en los «aprendices» del mundo artesanal, para darse cuenta de que no siempre la pedagogía
ha supuesto tal pasividad para el alumno.
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lidades de aprendizaje más complejas de la comprensión, la aplicación, el
análisis, la síntesis y la evaluación.
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economía, la religión, los medios de comunicación, el arte, la música, y otras
realidades, están impactando ese mundo y afectan al estudiante para bien o
para mal. De vez en cuando deberíamos promover claramente que nuestros
alumnos reflexionaran en serio sobre las realidades contextuales de nuestros
dos mundos. ¿Qué fuerzas son las que influyen en ellos? ¿Cómo
experimentan que esas fuerzas están marcando sus actitudes, valores,
creencias, y modelando sus percepciones, juicios y elecciones? Y las
realidades del mundo, ¿cómo afectan a su misma forma de aprender y le
ayudan a moldear sus estructuras habituales de pensamiento y acción? ¿Qué
pasos prácticos están dispuestos a dar en orden a conseguir una mayor
libertad y control de su futuro?
(36) Para que surja la relación de autenticidad y verdad entre profesores y alum-
nos se requiere confianza y respeto, las cuales se alimentan de una continua
experiencia del otro como genuino compañero de aprendizaje. Significa,
también, ser profundamente conscientes y estar atentos al ambiente
institucional del colegio. Como profesores y directivos, hay que estar atentos
al complejo y a menudo sutil mundo de normas, comportamientos y
relaciones que crean el clima educativo.
a) El contexto real de la vida del alumno que incluye su familia, los com-
pañeros, las situaciones sociales, la misma institución educativa, la
política, la economía, el clima cultural, la situación eclesial, los medios
de comunicación, la música y otras realidades. Todo esto tiene un im-
pacto positivo o negativo en el estudiante. De vez en cuando será útil e
importante animar a los alumnos a reflexionar sobre los factores del
entorno que están experimentando y cómo estos afectan a sus actitudes,
sus modos de captar la realidad, sus opiniones y sus preferencias. Esto
será especialmente importante cuando los alumnos estén tratando temas
que les van a provocar probablemente fuertes sentimientos.
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(39) b) El contexto socio-económico, político y cultural dentro del cual se
mueve un alumno puede afectar seriamente a su crecimiento como
«hombre para los demás». Por ejemplo, una cultura de pobreza endémica
afecta negativamente, en general, a las expectativas de éxito escolar; los
regímenes políticos opresivos bloquean los cuestionamientos que pueden
poner en peligro sus ideologías dominantes. Estos y otros muchos
factores pueden restringir la libertad, que tanto fomenta la pedagogía
ignaciana.
(41) d) Los conceptos previamente adquiridos que los alumnos traen con-
sigo al comienzo del proceso de aprendizaje. Sus puntos de vista y los
conceptos que pueden haber adquirido en aprendizajes anteriores, o
haber captado espontáneamente de su ambiente cultural, así como los
sentimientos, actitudes y valores que tienen respecto a la materia que van
a estudiar, todo ello forma parte del contexto real de la enseñanza.
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pios. Exige que uno sea sensible a las connotaciones y matices de las pala-
bras y a los acontecimientos, que analice y valore las ideas, que razone. Sólo
con una exacta comprensión de lo que se está considerando se puede llegar a
una valoración acertada de su significado. Pero la experiencia ignaciana va
más allá de la comprensión puramente intelectual. Ignacio exige que «todo el
hombre», - mente, corazón y voluntad -, se implique en la experiencia
educativa. Anima a utilizar tanto la experiencia, la imaginación y los
sentimientos, como el entendimiento. Las dimensiones afectivas del ser
humano han de quedar tan implicadas como las cognitivas, porque si el
sentimiento interno no se une al conocimiento intelectual, el aprendizaje no
moverá a una persona a la acción. Por ejemplo, una cosa es saber que Dios
es Padre. Pero para que esta verdad sea vida y llegue a ser efectiva, Ignacio
nos hará sentir la ternura con la que el Padre de Jesús nos ama y cuida de
nosotros, perdonándonos. Y esa experiencia más profunda puede hacernos
caer en la cuenta de que Dios comparte su amor con todos los hermanos y
hermanas de la gran familia humana. En lo profundo de nuestro ser
podremos sentirnos impulsados a preocuparnos de los demás, -de sus
alegrías y sus penas, sus esperanzas, sus pruebas, de su pobreza y la
injusticia que padecen- y a querer hacer algo por ellos. Aquí están
implicados el corazón y la cabeza, la persona en su totalidad.
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