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Querido compañero (a).
Te escribo porque estoy convencida que el campo
educacional es un espacio privilegiado para la concretización de aquello que me propuse en mi vida, y por lo que me torné una seguidora y compañera de Jesús. Quiero dirigirte unas palabras sobre tu papel en ese espacio y sobre la desafiante misión para la cual necesito convocarte.
Tal vez no sepas que cuando fundé la Congregación de
Jesús, la inspiración desde Dios fue buscar y descubrir su voluntad en un contexto social, político y religioso confuso; donde los pobres, la familia, los niños y jóvenes fueron un referente para responder apostólicamente mediante la educación, concebí una amplia gama de apostolados siendo la Mujer una prioridad en su rol y protagonismo. Tanto es así que los primeros trabajos pedagógicos fueron casi “informales”- recuerdo la experiencia vivida junto a mis primeras compañeras en forma clandestina, creando y buscando nuevas formas de acercamiento y de conquista para educar. Me daba cuenta que necesitábamos colaborar con la misión de la Iglesia en el sentido de promocionar la familia como el núcleo central de la formación integral en un contexto social y cultural caracterizado por graves divisiones y preocupantes fuerzas de disgregación. El impulso mayor venía, sí, de la necesidad que notaba de formar a la juventud a partir de determinados valores que queríamos, en ese entonces, promover.
Comencé a constatar que no era suficiente formar buenas
religiosas: era necesario también formar buenos ciudadanos, trabajadores competentes, personas capaces de liderar acciones de transformación, que asumieran los modelos evangélicos que soñábamos construir. Veía que esos valores eran comunicados más fácilmente a los jóvenes que todavía no estaban tan contaminados por las influencias que la sociedad de entonces podía tener sobre ellos. Mi convicción era que la formación cristiana en un contexto humanístico tendría un impacto decisivo sobre el modo de ser de los estudiantes y sobre su visión del mundo. Fue con esa esperanza que fundamos los colegios. En el primero, en San Omer, coloqué tanta expectativa que elegí a religiosas de gran talento y con la mayor capacidad para el diálogo internacional posible. Mis compañeras notaban que nunca antes había puesto tanto talento humano concentrado como en la misión educativa. Eso ayudó para que aquella institución enseguida se distinguiera, lo que nos animó a ampliar la acción en ese campo. Fundamos colegios en diversos países, entre ellos, los países bajos, Italia, Inglaterra, Alemania, España.
Mis compañeras y yo nos convencíamos cada vez más de
que los apostolados establecidos en la Fórmula del Instituto podrían ser llevados a cabo por medio de las obras educacionales, pues de la conveniente educación de la juventud dependía el propio bienestar del cristianismo y la concretización del Reino. Nuestra idea era formar a las personas de una manera integral, abarcando la inteligencia, la voluntad, la memoria y la sensibilidad. Queríamos atender a todas las clases sociales, motivo por el cual las escuelas eran gratuitas, a pesar de todas las dificultades que, como puedes imaginar, pasábamos para eso. En general conseguíamos ayuda de benefactores y, con esas colaboraciones, llevábamos adelante el trabajo. Fue fundamental la dedicación de hermanas Religiosas – que tomaron la tarea de enseñar a los que muy poco sabían y llevaron tantas almas a crecer en el conocimiento del Señor. Muchas cosas fueron sucediendo desde entonces para que Dios hiciera de nosotras lo que somos hoy.
Entramos en nuevos continentes, y sé que muchas veces,
en el fervor de la batalla educacional, no nos dimos cuenta que las comunidades a quienes catequizábamos también tenían algo a enseñarnos. Algo parecido ocurrió en algunas obras de educación popular en que no partimos del saber del estudiante y pretendimos imponer nuestra visión, como si nuestro conocimiento fuese definitivo y absoluto. Sin embargo, creo que fuimos reflexionando críticamente sobre nuestra acción y tornándonos más capaces de dialogar, de aprender y de interactuar con culturas diversas –lo que enriqueció a ellas y, principalmente, a nosotras.
Hoy, el panorama ha cambiado mucho, y el apostolado
educacional de la Congregación cuenta con varios colegios diseminados por todo el mundo, al servicio de la Iglesia. Tales obras son integradas no sólo por religiosas, sino también por laicos y laicas “colaboradores”, que se unieron a nosotras en esa inmensa red que acumula e integra el saber de toda una tradición educativa. Es contemplando ese panorama el cual te escribo, querido compañero y compañera en el contexto en que educas, encontrarás otras fuerzas que amenazan ahora la implantación del Reino: sistemas político-económicos estructurados en función del mercado, que reducen la dignidad humana y acentúan la desigualdad; fuerzas opuestas a los valores evangélicos, que disgregan y generan conflictos locales e internacionales . Se extienden velozmente por el mundo ideologías que provocan desigualdades e injusticias y fomentan el individualismo, la ambición desordenada y la corrupción. Insólitas tecnologías permiten que las personas se comuniquen, pero los mensajes que circulan en ellas no siempre elevan el valor de la persona o la dignifican, algunas veces lo reducen a un mero objeto. Máquinas ocupan el lugar de personas y convierten su trabajo en algo alienante y deshumanizador, reforzando la exclusión. Las cabezas y los corazones de los jóvenes están expuestos a todo eso, muchas veces de manera indefensa e inconsciente. Tienes un papel crucial en este momento. Es verdad que la educación, sola, no puede cambiar toda la realidad social, pero ninguna gran transformación podrá ocurrir sin que en ella esté implicada una tarea educativa. Y es para eso que te llamo: para una gran transformación. Prepárate: lo que te pido es un movimiento gigantesco de ruptura y crisis que exigirá de ti no sólo tus fuerzas, sino que abarcará también tus creencias y tus principios; porque deberás interrogarte, al educar hoy, no sobre los contenidos que necesitas enseñar, pero sobre el mundo que pretendes ayudar a construir con tu acción. Para eso, antes será necesario que definas:
¿Qué maestro/maestra deseas ser y cuánto de ti estás
dispuesto a dar en este inmenso proyecto educativo?
No tengo para ofrecerte una pedagogía propiamente dicha,
pero sí algunos elementos de carácter pedagógico que podrán orientar tu trabajo. Los sistematicé al vivir los Ejercicios Espirituales, con el propósito de ayudar a las personas a entrar en contacto con esa Verdad mayor y a descubrir la voluntad de Dios para sus vidas.
Lo central son los estudiantes que recibes cada año, son
personas con sus propias expectativas, características, miedos, ansias y deseos. Ellos tienen una opción de vida a definir, que irá construyéndose a partir de la experiencia con el saber que, como intermediario, tú les presentes. Piensa, ante todo, en ellos.
¿Ya te preguntaste, al iniciar este nuevo año escolar,
quienes son tus alumnos, profesores, padres y apoderados, lo que desean, lo que esperan, lo que sienten?
¿Cuáles son las cosas que le gustan, cómo reaccionan
delante de lo que le desagrada, de qué necesitan para crecer y superar sus límites? Y más: ¿Cómo es su mundo, cómo es esa compleja sociedad donde desarrollan su existencia?
Es fundamental que tomes todo eso en cuenta, porque la
educación no humaniza o cristianiza automáticamente; si queremos ser una fuerza moral en la sociedad, tenemos que reconocer que el proceso educativo se desarrolla en un contexto donde diferentes valores están en juego. Es imposible enseñar de forma neutra: todas las disciplinas confirman o rechazan esos diversos valores. Siendo así, no te conformes en comunicar un saber cómo si tus estudiantes fueran siempre los mismos, y sus contextos semejantes: no te abstraigas de los valores que todo saber engloba.
Para eso, el primer paso será escuchar. Permite que él
hable: déjate encantar por su discurso repleto de sentidos. Transforma tu encuentro en el espacio de todas las voces. Verás que el habla de aquél a quien enseñas, será muchas veces como una dulce y suave melodía que alegrará tus tardes y te ayudará, misteriosamente, a descubrir algo sobre tu propia existencia. Sentirás, entonces, que tú también aprendes. Busca oportunidades para conducirlo a experimentar lo que estudia, pues no es el mucho saber que sacia y satisface al alma, sino el sentir y saborear las cosas internamente. Si los estudiantes penetran en el fondo de lo que leen e investigan, es posible que, curiosamente, también ellos encuentren algo de Dios en ese aprendizaje. Porque en todo lo que enseñes, en toda ciencia y en todo fruto del conocimiento humano, habrá señales y marcas indelebles de ese Creador del cual todas las cosas provienen y para el que todas se dirigen. Deja que esa verdad los fascine y los seduzca: jamás serán los mismos.
Sabrás encontrar las estrategias didácticas más
adecuadas: muchos teóricos ya profundizaron sobre ciertas ideas que yo ya intuí, reforzando la necesidad de que los contenidos tengan sentido para el estudiante –sin lo que no ocurre aprendizaje significativo– y describiendo las múltiples inteligencias que podemos movilizar en el acto de aprender. Yo acostumbraba llevar a las personas a ejercitar no sólo la inteligencia, como también la imaginación y los sentidos, proponiendo meditaciones y contemplaciones; hoy, además de esos recursos, las nuevas tecnologías te darán una amplia gama de opciones para incentivar a los alumnos y hacerlos sumergirse en el conocimiento. Recuerda que no hay aprendizaje sin que los afectos estén implicados. Moviliza sus corazones, hazlos reaccionar ante lo que ven y estudian: es apasionándonos por un saber que lo descubrimos por dentro, y sólo con el alma podemos conocer lo esencial. Pero no los lleves a realizar esa experiencia inútilmente. La experiencia sin reflexión es estéril, así como la reflexión sin experiencia es un mero ejercicio especulativo. Articula, por lo tanto, ese proceso con algo de él, no se puede disociar: el esfuerzo de captar el significado y el valor de lo que se estudia, su relación con otros aspectos del conocimiento y de la actividad humana, sus implicaciones. Desde la experiencia de los Ejercicios, yo hablaba del proceso de discernimiento cuando, en la lectura de los sentimientos experimentados en la oración, ayudaba a descubrir el impulso y la intención que movían al sujeto en cada caso y a ver con mayor claridad la verdad en cuestión. Tienes como aplicar eso en tu trabajo pedagógico, haciendo con que tus estudiantes reflexionen críticamente y capten el sentido más profundo de lo que experimentan, penetrando en las implicaciones de los conocimientos, llegando a construir convicciones personales y a posicionarse frente a los hechos.
El mundo de hoy está tan repleto de conflictos y
desigualdades que tendrás mucha materia para provocar reflexiones y ampliar la sensibilidad y la capacidad crítica de tus estudiantes frente a las cuestiones sociales y culturales. Habiendo movilizado su afecto y su mente, estarás haciendo de ellos los protagonistas del propio proceso de construcción del saber. Ellos se involucrarán en un amplio debate sobre los múltiples puntos de vista que estarán siendo negociados en el grupo. Enséñales a ser tolerantes y a argumentar a favor de lo que creen, sin anular la voz de los demás. Entonces tu interacción con los demás se convertirá en un gran concierto de múltiples voces que enseñará que es posible transitar por un mundo heterogéneo y diverso, repleto de culturas y visiones. Dialoga, tú también, con tus estudiantes: ellos se convertirán en tus compañeros de estudio y en ese momento ya no habrá más quien sólo enseña o quien sólo aprende, pues unos educarán a los otros, en comunión. Únicamente no permitas que ese debate reflexivo y crítico ocurra sin fijar un norte; sin caer en un plan de doctrinación que sofoque la mente, ofréceles un referencial de búsqueda. Tú desafío será hacer que comprendan que el principal criterio de todo y para todo es, siempre, el amor. No un amor cualquiera, sino aquél que Jesucristo testimonió. Sólo con los ojos del amor se puede realizar la verdadera y profunda lectura del mundo.
Pero te digo que quien ama no se queda parado: el amor
todo transforma y todo significa. No te espantes, por lo tanto, si para tus estudiantes el aprendizaje se convierte en algo cada vez más parecido con la acción , porque aquél que lee el mundo con los criterios del amor no puede contentarse con lo que encuentra , y se involucra , se entrega y se arroja hacia adelante. La pedagogía en la que creo, querido compañero/compañera, es así: además de la inteligencia, mueve afectos y voluntades porque pretende mover al propio mundo.
Habrán aprendido verdaderamente tus estudiantes cuando
sientan que la vida les fue dada para grandes cosas, y que hay tanto para hacer que no pueden perder un sólo minuto. Entonces se lanzarán en el territorio poco desbravado de las grandes causas y de los proyectos imposibles. Así ocurría con nosotros cuando, como peregrinos, salíamos por tierras desconocidas, embalados por un único sueño…
Hoy hacen falta todavía más “misioneros” Cautiva tus
alumnos para que, cualesquiera que sean sus opciones de vida y sus profesiones, deseen dedicarse sobre todo a la construcción de ese mundo nuevo, con gran ánimo y generosidad. Esa será la mejor evaluación que podrás hacer de tu trabajo, como también del crecimiento de ellos. En esta pedagogía, más que cualquier otra prueba o forma de verificación, importa que acompañes con celo apostólico el recorrido integral de la persona, y de modo personalizado lo ayudes a superarse y alcanzar lo mejor de sí – pero sin obsesión sólo por la productividad o por la eficacia, pues la lógica vigente no puede contaminar tu acción educativa. Por otro lado, anímalo a buscar la excelencia, a no conformarse con la mediocridad, a dar lo mejor de sí en todas las cosas. Podrás ayudarlo si le ofreces oportunidades de confrontarse consigo mismo, de colocar metas y estrategias a alcanzar. No te preocupes tanto con las notas y los meros conceptos: todo eso pasa. Lo que es interno permanece. La evaluación permanente es la manera de avanzar en ese crecimiento personal que, cuanto más profundo, más nos torna capaces de descubrir y de amar a Dios. Por eso no hagas de la evaluación un momento de tensión y angustia; lleva a tu alumno a evaluarse con libertad, tranquilidad y despojamiento interior. No le impongas modelos ni sistemas inalcanzables externos a él mismo. En ese proceso, ayúdalo a desarrollar al máximo todos los dones que recibió y que debe poner al servicio de los demás. Este es todo un modo de proceder, un estilo educativo que puede inspirarte y que resulta, a su vez, de la articulación de nuestra tradición pedagógica con una serie de autores de la psicología, de la sociología y de la filosofía de la educación, que debes también tomar como interlocutores al construir tu práctica docente. Nuestra pedagogía, cerrada en sí misma, se empobrece y agota; al contrario, si confrontada con las demás, de ellas se beneficia y puede también influenciarlas con su carisma.
¿Querido compañero/compañera, notas como es
importante tu papel? En tus manos tienes mucho más que nombres de una lista de presencias… Son personas que se entregan a ti, con sus horizontes abiertos y con las ansias recién brotando en su corazón. Tú trabajo es decisivo: tanto puedes hacer nacer el amor por el estudio y por el conocimiento, como puedes dejar perecer el entusiasmo de un joven por la propia vida. Puedes instigarlo a luchar por grandes cosas, como puedes enseñarle a repetir las trivialidades cotidianas, a conformarse con las desigualdades y con la injusticia, a tolerar las cosas que “siempre fueron así”. Sabes cuál será tu lección más elocuente?. Tu ejemplo. Si amas el saber, despertarás en mucho de ellos el gusto por conocer aquello de lo que hablas. Si asumes tu compromiso como ciudadano y como maestro, puedes estar seguro de que contagiarás a muchos con tu entusiasmo y tu inconformidad. Digo esto con tanta seguridad porque también yo aprendí a conocer y amar un Maestro así, que hablaba de extrañas ideas revolucionarias y creía en un mundo diferente. Fui totalmente tomada por esa causa, y decidí acompañar su lucha irreverente y osada. Aunque débil, me sentí en eso extrañamente fuerte, y a pesar de no tener toda la sabiduría que precisaba, me entregué como instrumento al Espíritu, que habló por mí. Inspírate en Él cuando eduques, como también yo me inspiré.
Tu tarea es ardua y bella. Para llevarla a cabo, jamás dejes
de abrirte a lo nuevo y a empezar de nuevo. No puede enseñar el que dejó de aprender. Lánzate, tú también, hacia la aventura de lo inusitado. Vives en un mundo en el que la información circula incesantemente, y los contenidos disciplinares se tornan obsoletos en poco tiempo. Conéctate a este vasto mar de datos y mensajes y navega con osadía, buscando otros parajes. Renuévate: sólo reconociendo que todavía no sabes, es que puedes ser libre. Las certidumbres pueden haber hecho de ti una presa de los sentidos, y será necesario entonces que te liberes para que sientas de nuevo qué es lo indescifrable y puedas penetrar los misterios que nos rodean.
Trabaja en conjunto con los demás. Hay una misión que
inspira nuestras obras: no la pierdas de vista. Nuestra identidad común será decisiva en este momento en que encuentras en crisis los sistemas políticos, las estructuras económicas, los referenciales éticos y los propios paradigmas científicos que sustentaron, con frágiles certidumbres, las mentalidades de las décadas anteriores. Lo que está en el centro de ese perfil es una educación que siga contribuyendo con el esfuerzo evangelizador. Eso no quiere decir que no se estimule, en nuestras obras, el diálogo intercultural e inter-religioso; significa que, sea cual sea el contexto o la circunstancia, tenemos el compromiso de formar personas que asuman valores de solidaridad y gratuidad, que amen a los demás y den testimonio de ese amor involucrándose activamente en la construcción de una sociedad justa y feliz, marcada por relaciones de equidad, paz y fraternidad. Donde quiera que estés, dedícate a formar personas que vivan la fe articulando lo contemplativo con la justicia y el compromiso social: hombres y mujeres para los demás, capaces de, en todo, amar y servir. Ofrece lo que te fue dado hacer para la mayor gloria de Dios. Esa fidelidad incondicional a nuestra identidad, llevada a cabo de forma creativa y actualizada, hará que, articulado con tantos otros profesores e instituciones, seas como uno solo de ellos. Integrarás esa gran red cuyos lazos no son edificios ni torres, y sí personas que, en colaboración y por medio de proyectos comunes, enfrentan con más fuerza los desafíos.
Por fin, te recuerdo lo esencial: jamás olvides tu propio
compromiso, aquél por el cual llegaste al magisterio y por el cual permaneces en él. No puede educar el que no tiene un ideal que da sentido a su trabajo y que hace con que cada aula se torne el más bello de los lugares, porque en ella son gestadas las más poderosas transformaciones. Abre sus ventanas y siente correr la brisa que anuncia la vida nueva; mira las extrañas luces que entran por las rendijas y que llenan su espacio de colores inusitados. Observa: no hay apenas pizarras, mesas y pupitres, sino gente toda hecha de expectativa y sueños. Sabes que no será fácil conservar esta llama, porque el cotidiano es penoso y complejo; siempre que puedas, reza con esa intención. Busca escuchar la voz de Dios; el conocimiento de las cosas muchas veces comienza por el silencio.
Te invito a hacer experiencia con Dios, que pueden
inspirarte de un modo especial en tu trabajo.
Tienes por destino grandes obras, ya que eres educador;
ejercítate en el conocimiento de lo que Él te pide.
¿Recuerdas que te decía que, mientras al comienzo
todas las maestras eran Religiosas, ahora somos muchos más, en un enorme cuerpo apostólico que cuentan con la colaboración de millares de laicos y laicas en todo el mundo? Nota que me dirigí a ti, desde el comienzo de esta carta, como compañero, compañera… Es de la Misión que te hablaba. Quiero que, más que colaborador o amigo, amiga, seas nuestro compañero en la Misión. Ella es tanto mía como tuya; abrázala con disponibilidad y coraje.
Ah, sí, pues debo decirte algo: en esta Misión, es necesario
tener coraje. El miedo nunca incorporó nada de importante o diferente a la historia de los hombres y mujeres. Al contrario, él sólo impidió cambios, retardó transformaciones, postergó lo que debía ser hecho. El miedo es contrario al hombre, haciéndolo sucumbir cada vez más en las pequeñas oscuridades de sí mismo. El miedo de cambiar es vejez. Solo el coraje te permitirá abandonar lo que acomoda y paraliza. Miedo es fácil, común; coraje es difícil. Coraje es estar dispuesto a enfrentar lo que sea necesario, en nombre de aquello en que crees y en que pones tu esperanza. Miedo es negarse, es jamás salir de sí. Miedo es callar y volverse para dentro. Y nosotros, querido compañero, compañera en misión, estamos volcados hacia el infinito. Pero el coraje de que te hablo es gracia, es don: no te olvides de pedirlo diariamente a Dios.
Su siempre agradecida:
“Que Jesús diga Amen”
Mary Ward fue la pionera de la acción apostólica y educadora
porque:
Rompió con los esquemas de su tiempo llevando junto con sus
seguidoras un género de vida de "contemplativas en acción", desempeñando sus obligaciones sin clausura. Fue la primera en enviar a sus religiosas fuera de su tierra. Fue la primera en ver las posibilidades de la mujer en todos los campos apostólicos. Vislumbró el apostolado de la educación cristiana. Estuvo abierta a todas las obras apostólicas del momento. Mary Ward, como educadora, trató de ajustar la vida religiosa a las necesidades de la educación. Su idea fue la educación para todas las clases sociales adaptadas a las necesidades de la persona y del lugar y que integra una formación espiritual, intelectual, física y psicológica que prepare a la persona en su totalidad. Oración a Mary Ward (Por su beatificación)
Dios dador de todo bien, te damos gracias
por el regalo de María Ward al mundo. Movida por tu amor lucho por la dignidad de la mujer y la propagación de la fe. Te pedimos que, a través del reconocimiento oficial de la iglesia, su ejemplo de vida llegue a ser luz para muchas personas. Por Cristo nuestro Señor. Amén