La Maldición de Minerva
La Maldición de Minerva
La Maldición de Minerva
Sobre las colinas de Morea desciende lento el sol poniente, más bello aún
en su última hora.
El monte Taigeto, al Sur del Peloponeso, la Morea de Lord Byron
Fue un atardecer como este cuando lanzó su rayo más pálido, cuando tu
sabio, oh, Atenas, lo vio por última vez. ¡Con qué ansiedad los mejores de
entre tus hijos siguieron con la mirada su agonizante brillo, cuya partida
daba paso al último día de Sócrates inmolado! –¡Todavía no! ¡Todavía
no!-.
Sí, era la mismísima Minerva, pero qué diferente de lo que era cuando
aparecía armada en los campos dárdanos! Ya no era como aquella que
apareció bajo el buril de Fidias: el terror de su frente temible había
desaparecido; su inútil égida ya no mostraba la Gorgona; su casco estaba
golpeado y su lanza rota parecía débil e inofensiva incluso a ojos de los
mortales. La rama de olivo que aún deseaba sostener, se secaba al
contacto de su mano; sus grandes ojos azules, todavía los más bellos del
Olimpo, estaban bañados en celestes lágrimas; la lechuza revoloteaba en
torno a su casco dañado y unía sus gritos lúgubres al dolor de su ama.
–Mortal–, me dijo: –el enrojecimiento de tus mejillas proclama que eres
inglés, nombre, antaño glorioso de un pueblo que fue el primero en
potencia y libertad, decaído hoy en la estima del mundo, pero sobre todo
en la mía; en adelante, Palas estará a la cabeza de vuestros enemigos.
Igual que cuando el león abandona su presa, el lobo llega tras él y luego
viene el cobarde y vil chacal; los primeros devoran la carne y la sangre de
la víctima y el último se contenta con roer los huesos en toda seguridad.
Pero los dioses son justos y los crímenes tienen su castigo. Mira lo que
Elgin ha ganado y lo que ha perdido; otro nombre unido al suyo deshonra
mi templo. Diana desdeña iluminar ese lugar con sus rayos. Las injurias a
Palas no han quedado impunes y Venus ha tomado sobre sí la mitad de la
venganza.
Mira a Oriente, donde los pueblos de piel oscura del Ganges sacuden los
fundamentos de vuestro tiránico imperio. La rebelión levanta su siniestra
cabeza; la Némesis de la India venga a su hijos inmolados; rueda sobre
sus olas ensangrentadas y reclama del norte la larga deuda de sangre que
contrató con ellos. Así pudierais desaparecer!
Y ahora te digo adiós. Disfruta del tiempo que te queda; estrecha la sombra
de tu poder desvanecido, medita sobre el derrumbamiento de tus más
queridos proyectos; vuestra fuerza no es más que una palabra vana y
vuestra aparente opulencia, un sueño.
Ya está hecho, y puesto que las advertencias de Palas son inútiles, las
Furias van a tomar el cetro del que ella abdica y, paseando sobre el rostro
del reino sus antorchas ardientes, sus manos salvajes van a destruir sus
entrañas. Pero aún le queda una crisis por pasar, y la Galia llorará antes de
que Albión lleve sus cadenas. La pompa de la guerra, el choque de las
legiones, esos brillantes uniformes, los sonidos restallantes del clarín, el
sonoro rodar del tambor que envía al enemigo un belicoso desafío, el héroe
que se lanza a la voz de su país, la gloria que acompaña la muerte del
guerrero, todo eso enerva a un joven corazón con delicias imaginarias y
presenta a sus ojos el juego sangriento de las batallas.
Pero aprende lo que quizá ignoras: son baratos los laureles que sólo
cuestan la muerte; no es en el combate donde se deleita el caos: es su
día de gracia un día de batalla, pero cuando la victoria ha afirmado que el
terreno permanece, aunque húmedo de sangre, es entonces cuando llega la
hora. Sólo conocéis de oídas sus hazañas más atroces; los campesinos
masacrados, las mujeres deshonradas, las casa libradas al pillaje, las
cosechas destruidas, ahí están los males, extraños para aquellos que nunca
inclinaron la frente bajo el yugo vencedor. ¿Con qué ojo vuestros
burgueses fugitivos verán de lejos el incendio devorar sus ciudades y las
llamas lanzar sobre el Támesis espantado su silueta roja?
Una vida por otra, tal es la ley del cielo y de los hombres, y en vano
lamentará la catástrofe, aquella que prendió fuego al conflicto.
Lord Byron murió el 19 de abril de 1824 en Mesolonyi Μεσολόγγι cuando
prestaba apoyo a la lucha griega por la Independencia.
http://atenas-diariodeabordo.blogspot.com/2012/10/the-curse-of-minerva-la-maldicion-de.html