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182217-Texto Do Artigo-501006-1-10-20210701

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HACIA UNA DESCOLONIZACIÓN DE LA PSICOLOGÍA

LATINOAMERICANA: CONDICIÓN POSCOLONIAL, GIRO


DECOLONIAL Y LUCHA ANTICOLONIAL

RUMO A UMA DESCOLONIZAÇÃO DA PSICOLOGIA LATINO-AMERICANA:


CONDIÇÃO PÓS-COLONIAL, VIRADA DECOLONIAL E LUTA ANTICOLONIAL

TOWARDS A DECOLONIZATION OF LATIN AMERICAN PSYCHOLOGY:


POSTCOLONIAL CONDITION, DECOLONIAL TURN
AND ANTI-COLONIAL STRUGGLE

David Pavón-Cuéllar1
Universidad Michoacana de San Nicolás de Hidalgo, México

Resumen: El objetivo del presente artículo es revisar, analizar y discutir


algunas de las opciones que se ofrecen a quienes orientan su trabajo hacia
la descolonización de la psicología latinoamericana. Esta orientación
emergente está actualmente dominada por el pensamiento decolonial. Sin
embargo, aunque la decolonialidad permita cuestionar y quizás revertir
operaciones coloniales dentro y fuera de la esfera psicológica, todavía no ha
dado lugar a un retorno reflexivo de lo decolonial sobre sí mismo para
examinar sus propios límites y puntos ciegos. En el campo de la psicología,
tal reflexión deberá considerar temas como los que aquí se abordan, entre
ellos el carácter irremediablemente europeo de la concepción psicológica
del sujeto, el hibridismo de las actuales subjetividades y su escisión por
causa de la contradicción y la mutua exclusión entre las tradiciones
culturales coexistentes en la esfera subjetiva. Se mostrará cómo ciertas
consecuencias y formas de persistencia del colonialismo justifican la
descolonización de la psicología, pero también pueden obstaculizarla,
complicarla e incluso comprometerla. Esto hace necesario que los
psicólogos consideren seriamente la relación del giro decolonial con la
condición poscolonial y con la lucha anticolonial.

Palabras clave: Psicología; Descolonización; Colonialismo; Decolonialidad;


Poscolonialidad

1
Doctor en Filosofía por la Universidad de Rouen. Doctor en Psicología por la Universidad de Santiago de
Compostela. Profesor Investigador en la Universidad Michoacana de San Nicolás de Hidalgo. Email:
davidpavoncuellar@gmail.com
95
Cadernos Prolam/USP-Brazilian Journal of Latin American Studies, v. 20, n. 39, p. 95-127, jan. /jun. 2021
ISSN: 1676-6288
David Pavón-Cuéllar

Resumo: O objetivo deste artigo é revisar, analisar e discutir algumas das


opções oferecidas a quem orienta seu trabalho para a descolonização da
psicologia latino-americana. Essa orientação emergente é atualmente
dominada pelo pensamento decolonial. No entanto, embora a
decolonialidade permita questionar e talvez reverter as operações coloniais
dentro e fora da esfera psicológica, ela ainda não levou a um retorno
reflexivo do decolonial sobre si mesmo para examinar seus próprios limites
e pontos cegos. No campo da psicologia, tal reflexão deve considerar
questões como as aqui discutidas, entre elas o caráter irremediavelmente
europeu da concepção psicológica do sujeito, o hibridismo das
subjetividades atuais e sua cisão por contradição e exclusão mútua entre
tradições culturais coexistentes na esfera subjetiva. Será mostrado como
certas consequências e formas de persistência do colonialismo justificam a
decolonização da psicologia, mas também podem complicá-la e até
mesmo comprometê-la. Isso torna necessário que os psicólogos
considerem seriamente a relação da virada decolonial com a condição
pós-colonial e com a luta anticolonial.

Palavras-chave: Psicologia, Descolonização; Colonialismo; Decolonialidade;


Pós-colonialidade

Abstract: The purpose of this article is to review, analyze and discuss some
of the options offered to those who orient their work towards the
decolonization of Latin American psychology. This emerging orientation is
currently dominated by decolonial thinking. However, while decoloniality
allows questioning and perhaps reversing colonial operations within and
outside the psychological sphere, it has not yet led to a reflective return of
the decolonial on itself to examine its own limits and blind spots. In the
field of psychology, such reflection should consider issues such as those
discussed here, among them the irredeemably European character of the
psychological conception of the subject, the hybridism of current
subjectivities and their split due to contradiction and mutual exclusion
between coexisting cultural traditions in the subjective sphere. It will be
shown how certain consequences and forms of persistence of colonialism
justify the decolonization of psychology, but can also hinder, complicate
and even compromise it. This makes it necessary for psychologists to
seriously consider the relationship of the decolonial turn to the postcolonial
condition and to the anti-colonial struggle.

Keywords: Psychology; Decolonization; Colonialism; Decolonialism;


Postcolonialism

DOI:10.11606/issn.1676-6288.prolam.2021.182217

Recebido em: 07/01/2020


Aprovado em: 28/06/2021
Publicado em: 01/07/2021

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Cadernos Prolam/USP-Brazilian Journal of Latin American Studies, v. 20, n. 39, p. 95-127, jan. /jun. 2021

1. Introducción

Las referencias a la colonialidad empiezan a proliferar en el campo de la


psicología. Muchas de ellas adoptan una perspectiva decolonial que era
prácticamente desconocida entre los psicólogos en las décadas anteriores.
Aunque haya precedentes en los temas que se tratan y en las actitudes
ante ellos, estamos ante algo nuevo que podría marcar y reorientar la
historia de la psicología, especialmente en las regiones asiáticas, africanas y
latinoamericanas más lesionadas por el colonialismo.

Lo nuevo es que haya un programa colectivo internacional que apunte


abiertamente a la descolonización de la psicología (ADAMS et al., 2015;
PAVÓN-CUÉLLAR, 2020a) y a la construcción de una opción psicológica
decolonial (KESSI, 2019). Como era de esperarse, este programa se ha
desarrollado sobre todo en corrientes favorables al trabajo reflexivo, situado
y politizado, como la psicología política (ALVES; DELMONDEZ, 2015), la
social de la liberación (v.g. ORELLANO; GONZÁLEZ, 2015), la comunitaria
(v.g. DUTTA, 2018), la social comunitaria (v.g. ROZAS OSSANDÓN, 2018) y la
feminista (v.g. KESSI; BOONZAIER, 2018). Sin embargo, el mismo programa
también ha irrumpido en tradiciones en las que difícilmente hubiéramos
esperado encontrarlo, como la fenomenológica-existencial (SANTOS, 2017)
y la psicoanalítica (AYOUCH, 2018; BESHARA, 2019).

El programa decolonial también ha confluido lógicamente con el de los


psicólogos críticos. Ha permitido problematizar conceptos clave de la
psicología, como el desarrollo humano (BOTERO GÓMEZ, 2015), e incluso
cuestionar las fronteras de la especialidad psicológica y su obsesión con el
método, proponiendo en cambio un enfoque transdisciplinario y una
mayor atención hacia la actitud (MALDONADO TORRES, 2017). El giro
decolonial ha inspirado ya trabajos en los que se trasciende el campo de la
psicología, por ejemplo al mostrar convincentemente que las mentalidades

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David Pavón-Cuéllar

individualistas son fuente y no solución de la desigualdad global (ADAMS;


ESTRADA VILLALTA, 2017).

Ha quedado claro que la decolonialidad tiene un gran potencial para


cuestionar y quizás revertir operaciones coloniales en la psicología. Lo que
falta es un retorno reflexivo de lo decolonial sobre sí mismo en el que se
consideren temas como los que aquí se abordan, entre ellos el carácter
irremediablemente europeo de la concepción psicológica del sujeto, el
hibridismo de las actuales subjetividades y su escisión por causa de la
contradicción y la mutua exclusión entre las tradiciones culturales
coexistentes en la esfera subjetiva. Como lo veremos, estas consecuencias y
formas de persistencia del colonialismo, aunque ciertamente justifiquen la
descolonización de la psicología, también pueden obstaculizarla,
complicarla e incluso comprometerla, obligándonos así a luchar contra
ellas. Necesitamos, pues, considerar seriamente la relación del giro
decolonial con nuestra condición poscolonial y con una lucha anticolonial.
Es lo que haremos en las siguientes páginas.

2. Subjetividad poscolonial: europeización, objetivación, hibridación

Es comprensible que no alcancemos a discernir algo que tiñe todo a


nuestro alrededor. Estando en todo, se confunde con todo y es como si no
existiera. Es lo que les ocurre con la herencia colonial a los académicos y
profesionales de la psicología en América Latina. Esta herencia les pasa
desapercibida porque está presente en todo lo que estudian,
estructurándolo, moldeándolo y coloreándolo. En el contexto
latinoamericano, en efecto, la esfera subjetiva tiene toda ella un carácter
poscolonial, previamente colonizado, antecedido por el colonialismo,
constituido y predeterminado por él.

Que la subjetividad que abordamos haya sido previamente colonizada


quiere decir que es una subjetividad originariamente europea o

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europeizada. Esto implica, entre otras cosas, que sea una subjetividad
como la que encontramos en Europa: una subjetividad psicológica,
psicológicamente objetivable, separable del sujeto que la estudia, pero
también de todo lo demás. Es una subjetividad confinada en un mundo
interno individual, en un alma o entidad consciente, mental o cognitiva,
que se abstrae lo mismo de la corporeidad que de la comunidad. Esta
abstracción típicamente europea, grecorromana y judeocristiana está en el
fundamento de la psicología.

La psicologización fue posibilitada por la evangelización y por otras


formas de europeización de las poblaciones originarias americanas, pero
también por la inmigración de europeos y por el mestizaje entre los
inmigrantes y los nativos. El resultado fue la subjetividad poscolonial de
América Latina, una subjetividad ya europeizada, que por ello puede ser
objetivada por la psicología. Ahora bien, aunque los latinoamericanos
tengan uno de sus orígenes en Europa, aunque puedan ser de algún modo
como los europeos, no son europeos y no sólo se han originado en Europa.
Son algo diferente y su origen también está en otros lugares, muchos de
ellos en el continente africano y especialmente en el americano, en
América antes de América, en el Mayab de los mayas, el Ixachitlan de los
nahuas, el Apeika de los guaraníes y todos los demás espacios ancestrales
ahora englobados por el nombre “Abya Yala” del pueblo guna. Tenemos
aquí otros afluentes que vienen a confluir con el europeo en la subjetividad
latinoamericana, una subjetividad mestiza, compleja, polifacética, plural,
diversa y difusa en la que se conectan y condensan múltiples tradiciones
culturales diferentes y distantes entre sí.

Con sus innumerables expresiones, la subjetividad latinoamericana es un


buen ejemplo del sujeto poscolonial que Stuart Hall (1990) define por su
“hibridismo”, su “heterogeneidad y diversidad”, su experiencia de la
“diáspora” y su identidad constituida “a través y no a pesar de la diferencia”
(p. 235). Estos rasgos característicos reflejan para Hall (1996) una herencia

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David Pavón-Cuéllar

colonial hecha de “relación, interconexión y discontinuidad”, así como


“diseminación y condensación” (p. 136). Tenemos aquí aspectos
fundamentales que nos constituyen como latinoamericanos y para los que
no suele haber categorías de análisis ni en el conductismo ni en el
cognitivismo, ni en el humanismo ni en el psicoanálisis, ni en el modelo
sistémico ni en las demás corrientes psicológicas europeas y
estadounidenses que seguimos en América Latina.

3. Conocimiento psicológico de lo poscolonial: reducción, alienación,


degradación

La psicología latinoamericana es importada. Busca en su objeto lo que la


inspiró en su origen, lo que la fundó y justificó, y sin duda lo encuentra,
pues alguien de América Latina es también de Europa. Somos de allá por
nuestra lengua española o portuguesa, por nuestra fe o complexión
cristiana, por nuestra moral burguesa, por nuestra individualidad moderna,
por nuestra objetividad psicológica y por otros vectores de nuestra
personalidad. Todo esto permite verificar las hipótesis de la psicología que
se nos aplica.

Los psicólogos respiran aliviados al confirmar que aquel de quienes se


ocupan es como las ideas con las que lo piensan. Es como europeo y como
estadounidense. Es casi como si lo fuera. En las palabras de Homi Bhabha
(1984), es “casi el mismo, aunque no del todo” (p. 126). No somos totalmente
lo que son los europeos o estadounidenses. Tan sólo somos una suerte de
indicio, de muestra de eso, una muestra bastante significativa que sin duda
sirve para confirmarlo. ¿Acaso no lo somos? Lo somos, pero tan sólo en
parte. Como también lo dice Bhabha, somos una “presencia parcial” (p. 127).
Tan sólo somos una parte, un fragmento, un pedazo de lo estudiado por los
profesionales de la psicología.

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Los psicólogos comprueban aliviados que somos lo que estudian, pero


también descubren atónitos que no lo somos del todo, sino sólo en parte.
Puede ocurrir, entonces, que nos hagan menos, reduciéndonos a una
fracción de lo reconocible, o que nos conciban como seres erráticos o
patológicos. Tal vez, en el mejor de los casos, nos vean como lo que somos,
como seres dobles, híbridos, tan europeos como no-europeos. Sin
embargo, aun en este caso, quizás lo no-europeo se presente como otro,
como exótico en el sentido orientalista de Edward Said (1978). El riesgo aquí
es que la psicología europea, difundida entre nosotros con su divulgación o
con su propagación cultural o con sus aplicaciones psicoterapéuticas, nos
haga identificarnos con sus representaciones y desconocernos en todo lo
no-europeo que somos y que no corresponde a esas representaciones.

Existe el riesgo de que la psicología importada opere en la sociedad


latinoamericana como uno de aquellos regímenes de representación en los
cuales, como lo ha notado Stuart Hall (1990), nos “experimentamos a
nosotros mismos como otros” (p. 225). Esta experiencia de una otredad
alienante reviste diversas formas. Lo no-europeo de nosotros puede
aparecer como extraño e irreconocible, como absurdo e incomprensible,
como psicopatológico, anormal, indebido, extravagante, folclórico, incluso
cómico, ridículo, vergonzoso. Esta otredad acaba convergiendo a menudo
con sus degradantes reflejos caricaturescos en la industria cultural, como
ha sido el caso, en México, de personajes clásicos del cine y la televisión
como Cantinflas, Madaleno, la India María o Chano y Chon.

4. Psicología poscolonial: compromiso, mestizaje, selección

Lo risible de nosotros mismos, lo subjetivo inconcebible para las ideas


psicológicas europeas-estadounidenses, puede vislumbrarse también en la
versión latinoamericana de estas ideas. Si fuéramos tan despreciativos
hacia los hombres de ciencia como lo somos hacia el pueblo, nos

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David Pavón-Cuéllar

burlaríamos de los investigadores de la psicología mexicana, que se


muestran en muchas producciones académicas tan cándidos y
disparatados como Chano, tan polifacéticos y desenfadados como la India
María, tan empecinados en su arbitrariedad y su incoherencia como el
indio tepuja Madaleno, y tan elípticos y enredados como Cantinflas. Desde
luego que aplicar esta caracterización a los honorables psicólogos
académicos de México es tan injusto como aplicársela a la gente humilde,
pero nos permite caer en la cuenta de que la otredad que así nos
representamos de manera degradante y desconsiderada opera lo mismo
en la psicología que en la subjetividad.

Lo otro no-europeo, irreconocible e incomprensible, reside y aparece no


sólo en lo subjetivo latinoamericano, sino también en las ciencias humanas
que intentan aprehenderlo. Como lo diría Gayatri Chakravorty Spivak (1985),
“el instrumento de estudio participa de la naturaleza de su objeto”, ya que
la “cadena semiótica” poscolonial engloba también la “conciencia” del
estudioso, poniéndole en una posición de “compromiso irreductible” (p. 35).
Debemos comprometernos con la poscolonialidad, pero de cualquier
modo, lo queramos o no, ya estamos comprometidos con ella.

La psicología latinoamericana es tan poscolonial como su objeto y debe


asumirse como tal. Asumir la poscolonialidad no puede consistir sólo en
que los psicólogos latinoamericanos aceptemos nuestro lado cantinflesco y
quizás hagamos bromas con él de modo indulgente y autocomplaciente.
De lo que se trata es más bien de reconstruir aquello que se descubre tanto
como se desfigura cuando pareciera que estamos cantinfleando. Quizás
consigamos así desentrañar mucho de lo que Stuart Hall (1996) considera
propio de lo poscolonial, como las “dobles inscripciones”, los elementos
“dialógico” y “diaspórico”, las “condensaciones y elipses”, y las
temporalidades múltiples, diferentes, “suturadas y sobredeterminadas” (p.
134). Todo esto puede conocerse y asumirse reflexivamente en la psicología
latinoamericana. Puede también emplearse metódicamente al abordar la
subjetividad en América Latina, estudiándola en sus propios términos,

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haciéndole así justicia, estando a su altura, considerándola en su totalidad y


no sólo en parte.

Nuestra poscolonialidad subjetiva requiere una psicología que asuma de


modo reflexivo su propia condición poscolonial. Esto le exige al saber
psicológico recrearse a sí mismo, dejar de sólo importarse, y atreverse a
contradecirse y complicarse al mestizarse, al ser otro y no solamente uno,
indígena y no únicamente europeo-estadounidense. Aquí hay que
entender bien que una psicología reflexivamente poscolonial no es la que
se priva de lo proveniente de Europa y Estados Unidos. Por el contrario, es
la que lo asimila como parte de su herencia poscolonial, pero a través de
una asimilación activa, crítica y selectiva, como la que encontramos, por
ejemplo, en el trabajo realizado por Derek Hook (2012) en el contexto
sudafricano.

Lo que asimilemos debe ser elegido al sopesar múltiples factores, entre


ellos los que tal vez nos hagan rechazarlo, como su eurocentrismo, sus
pretensiones universalistas o su exclusión de nuestra otredad. Un buen
ejemplo de esta elección avisada se encuentra en la decisión de Spivak
(1988) de rechazar a Michel Foucault por considerar, en primer lugar, que
sólo piensa en la dominación dentro de la sociedad, quizás para no pensar
en la explotación de unas sociedades por otras, y por lo mismo, en segundo
lugar, que ignora la división internacional del trabajo, ofreciendo tan sólo
una “miniatura” del imperialismo donde sólo hay periferias para locos,
prisioneros y niños (pp. 84-87). Todo esto, para Spivak, es lo que uno
compra al comprar a Foucault. Se trata de algo, por cierto, que no ha sido
meditado en la psicología latinoamericana, especialmente en su corriente
social, en la que hay cierto interés por los planteamientos foucaultianos
(por ejemplo, HUNING; SCISLESKI, 2018; GONÇALVEZ, 1999).

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David Pavón-Cuéllar

5. Poscolonialidad como imposibilidad: contradicción, tensión y


devastación

Si conviene pensar dos veces antes de servirse de ciertos conceptos de un


pensador crítico tan intachable como Foucault, ¿qué actitud adoptar ante
la psicología europea-estadounidense? La mayor parte de sus modelos y
conceptos merecen las acusaciones que Aimé Césaire dirigió a ciertas
corrientes psicológicas de su época por su complicidad con el colonialismo.
Al igual que en esas corrientes, lo que sigue prevaleciendo en la psicología
es lo que Césaire (1955) describe como “investigaciones dirigidas,
generalizaciones interesadas, especulaciones tendenciosas”, diversas
formas de puesta “en margen, aparte, de lo no-blanco”, así como “lugares
comunes renovados” y “prejuicios explicados y legitimados” (pp. 40-51).

Si la psicología sigue siendo como Césaire la presenta, entonces ofrece


poco recuperable para una propuesta psicológica latinoamericana que
asuma reflexivamente su poscolonialidad. Esta propuesta debería afirmar
una otredad negada prácticamente por todas las corrientes de la psicología
europea-estadounidense. El problema es que la perspectiva poscolonial
impide simplemente dejar atrás esas negaciones coloniales de nuestra
otredad, entre ellas las de la psicología, ya que forman parte de la herencia
poscolonial que nos constituye y que es tanto del colonizador como del
colonizado.

En otras palabras, la psicología existente es algo que ya somos y de lo


que no podemos deshacernos, pero que tampoco podemos aceptar, dado
que tiene un carácter intrínsecamente colonial, etnocéntrico y
universalista, imperialista y racista, que niega la otredad que igualmente
somos. Esta doble imposibilidad hace que la condición poscolonial sea no
sólo desgarradora, sino sencillamente insostenible. No puede sostenerse
porque lo híbrido en lo que se funda tampoco puede sostenerse, porque es
lógicamente contradictorio, porque no hay síntesis posible entre nuestra

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negación y nuestra afirmación, entre el universalismo europeo y la


particularidad no-europea.

Lo que hay en la condición poscolonial es tensión y conflicto entre dos


polos irreconciliables, mutuamente excluyentes, así como dominación,
explotación y aniquilación del uno por el otro. Es por esto último que Bonfil
Batalla (1987) rechazó el concepto de “mestizaje” y prefirió hablar sin
ambages de “etnocidio” y “desindianización” para designar lo que ocurre
en tierras mexicanas desde el siglo XVI (pp. 42-43). Al igual que México, toda
Latinoamérica es el escenario de una permanente devastación etnocida.
Esta devastación colonial es el meollo insostenible de la condición
poscolonial de la subjetividad y debe ser el centro de atención de una
propuesta psicológica en la que se adopte la perspectiva de la
poscolonialidad.

6. Continuación de lo colonial: huellas, heridas, estructuras

El concepto de lo “poscolonial” es necesario para designar la herencia del


colonialismo, pero puede producir dos ilusiones contra las que nos alerta
Ella Shohat (1992): una es la que hace “glorificar el hibridismo”, olvidando la
devastación colonial, y la otra es la que hace ignorar la persistencia de la
devastación, imaginando que “lo colonial es ahora una cuestión del
pasado”, como parece insinuarse con el prefijo “pos” del concepto de
“poscolonial” (pp. 111, 116). Si no queremos desechar el concepto como lo
hace comprensiblemente Shohat, entonces conviene que le demos un
sentido muy preciso, el de algo deplorable y no glorificable, algo aún
presente y no ya pasado, una herencia viva de muerte, un momento
posterior que nos mantiene atrapados en el anterior. La poscolonialidad, en
efecto, es la continuación objetiva y subjetiva de la devastadora lógica de lo
colonial después del colonialismo en sentido estricto.

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David Pavón-Cuéllar

La colonialidad prosigue objetivamente a través de lo que la misma


Shohat (1992) ha descrito como “deformadoras huellas económicas,
políticas y culturales que el colonialismo ha dejado en el presente” (p. 111).
Las huellas coloniales, de hecho, constituyen estructuras objetivas, ya
denunciadas por Frantz Fanon (1961), donde las antiguas colonias
permanecen dominadas mediante “préstamos y dones, exigencias,
concesiones y garantías” (p. 161), influencia de “burguesías locales” con
vocación colonizada (p. 167) y transacciones comerciales “bajo el control” de
las potencias económicas mundiales (p. 169). Todo esto permite que se
continúe con el saqueo y la explotación económica de los pueblos
anteriormente colonizados (BOND, 2006; CECEÑA, 2009), que estos
pueblos no dejen de trabajar para desarrollar a los países desarrollados
(KAR; SCHJELDERUP, 2016; HICKEL, 2017), y que así, globalmente, los
centros opulentos puedan seguir enriqueciéndose a costa de las periferias
pobres, empobreciéndolas y manteniéndolas en la pobreza (LAPLANTE
HILLALI, 2018). Los países africanos, latinoamericanos y del sudeste asiático
siguen siendo así objetivamente devastados por la colonialidad.

Además de perpetuarse de forma objetiva, la devastación colonial se


continúa subjetivamente a través de aquellas heridas que dejan en el
sujeto y que pueden llegar a discernirse y atenderse en una psicología con
sensibilidad poscolonial (HOOK, 2012). Estas heridas, lo mismo que las
huellas objetivas, tienen efectos deformadores que estructuran y
constituyen interiormente la subjetividad. Lo que los sujetos son y pueden
ser en un contexto de poscolonialidad obedece en gran parte a lo que el
colonialismo les ha hecho y sigue haciéndoles (PAVÓN-CUÉLLAR, 2020b).

¿Qué nos hace el colonialismo? Para Césaire (1955), nos “inculca el miedo,
la desesperación, el complejo de inferioridad” (p. 24). Para Fanon (1952), nos
convence de ser inferiores, nos “inferioriza” para “superiorizar” a nuestro
colonizador, nos hace “interiorizar” y “epidermizar” la inferioridad (pp. 8, 75),
nos “mutila”, nos “deshumaniza”, nos “animaliza” (1961, pp. 44-45, 146). El
colonialismo, además, nos impone una forma violenta de existencia, nos

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compele a volvernos unos contra otros y contra nosotros mismos, nos


enajena y nos divide, nos hace identificarnos al mismo tiempo con el
agresor europeo y con su víctima indígena, condenándonos así a ser
culpables y víctimas, verdugos y mártires (PAVÓN-CUÉLLAR, 2020b).

El colonialismo nos convierte en nuestro peor enemigo, nos hace


odiarnos o despreciarnos, recelar o avergonzarnos de lo que somos. Nos
vuelve, de manera única en cada caso, inseguros, temerosos, desconfiados,
agresivos o sumisos en las relaciones que establecemos con los otros, entre
nosotros y cada uno consigo mismo. Nos habitúa poco a poco a la
subordinación, la servidumbre, el despotismo, el abuso, el robo, la
impunidad, la injusticia, la envidia, el resentimiento, la impotencia, la
dependencia, la pasividad, el mimetismo.

Entre las modalidades subjetivas que perpetúan la colonialidad, hay


algunas que nos interesan especialmente porque afectan a la psicología y
no sólo a la subjetividad. Tal es el caso del mimetismo, que hace “adoptar
de modo irreflexivo” todo lo proveniente de Europa y Estados Unidos,
incluso el racismo (FANON, 1961, p. 157). El gesto mimético parece descansar
en una actitud aún más elemental, aún más irreflexiva, como la que ilustra
Kwame Nkrumah (1966) al referirse a los paradójicos “aplausos de la
audiencia africana ante las matanzas de asiáticos o pieles rojas” en
películas de Hollywood (p. 246). Se empieza por admirar y celebrar lo que se
termina imitando. Es exactamente lo que ocurre con la psicología
latinoamericana en la que primero se venera la psicología
europea-estadounidense que luego se busca repetir irreflexivamente.
Ignacio Martín-Baró (1998 [1986]) criticó ya este “mimetismo que nos lleva a
aceptar los sucesivos modelos vigentes en Estados Unidos”, aceptándolos
por lo general de modo “acrítico”, lo que implica negar los “fundamentos
mismos de la ciencia” (p. 289). El trabajo científico, en efecto, implica
forzosamente un distanciamiento crítico, indisociable de la actitud

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David Pavón-Cuéllar

reflexiva, que falta en el reflejo mimético ciego y maquinal que aún reina
entre los psicólogos de América Latina.

7. Neocolonialismo: repetición, diferencia, hegemonía

El mimetismo no es más que una de las manifestaciones de lo que


Martín-Baró (1998 [1986]) ha descrito como “la miseria de la psicología
latinoamericana” (pp. 286-287). Las raíces de esta miseria, para el jesuita
español-salvadoreño, deberían buscarse no tanto en el colonialismo
hispano-portugués, sino más bien en “el neocolonialismo del ‘garrote y la
zanahoria’ que se nos ha impuesto desde hace un siglo” (p. 287). A cambio
de la zanahoria de la tecnología, la modernidad y el desarrollo, se aceptaría
un garrotazo cultural-ideológico neocolonial del que finalmente formaría
parte la psicología latinoamericana.

El dispositivo psicológico es poscolonial por ser heredero del


colonialismo, pero simultáneamente se inserta en una lógica neocolonial.
Esta lógica, tal como fue definida por Sartre (1964), le permite al
colonialismo “arreglarse” o “reformarse” y así perpetuarse después de
suprimirse, manteniéndose en los tiempos de la poscolonialidad,
posteriormente a las independencia de las antiguas colonias (pp. 25-48).
Tras la descolonización, el colonialismo se reconstituye bajo una forma
nueva con la que logra sobrevivir a su final.

El neocolonialismo es un colonialismo rehabilitado, pero también


renovado, reformado, rectificado para ser tolerable al resultar irreconocible.
Es así, en los términos de Shohat (1992), una “repetición con diferencia”, una
“regeneración del colonialismo por otros medios” (p. 113). Estos otros
medios son los que permiten la regeneración. Como ya se comprendiera
en el Congreso de Pueblos Africanos de 1961, la reaparición poscolonial del
colonialismo requiere necesariamente de una lógica neocolonial
consistente en una “forma sutil e indirecta de dominación por medios

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políticos, económicos, sociales, militares o técnicos” (ALL-AFRICAN


PEOPLES’ CONFERENCE, 1961, párr. 2). Hay que agregar aquí los medios
culturales, ideológicos y científicos, entre ellos la psicología.

Lo psicológico es crucial para lo que Shohat (1992) ha identificado en


clave gramsciana como una forma neocolonial de “hegemonía” en lugar de
la “dominación colonial directa” (pp. 111-112). No pudiendo ya ejercerse
directa y abiertamente sobre el sujeto, el poder neocolonial se ejerce de
modo indirecto y soterrado a través del sujeto, en el ámbito mismo
estudiado por la psicología. En el poder neocolonial, como lo ha observado
Germán Rozas Ossandón (2018), “el enemigo se ha internalizado, está en
nuestro interior, en nuestra forma de pensar, en nuestra forma de ver el
mundo, habiéndose desarrollado como parte de nosotros mismos” (p. 63).
La subjetividad y la psicología pasan así a un primer plano cuando nos
desplazamos del colonialismo al neocolonialismo, o bien, si se prefiere, en
los términos de Aníbal Quijano (1992), del “colonialismo” exterior a la
“colonialidad” interior, de la “represión” a la “seducción”, de la imposición de
lo europeo a la “europeización como aspiración” (pp. 12-14). El
neocolonialismo es un colonialismo aceptado e incluso deseado por el
colonizado, lo que nos exige avasallar internamente al sujeto al persuadirlo,
al sugestionarlo, al cautivarlo, al manipularlo, al disciplinarlo, al adaptarlo y
al hacerle todo lo demás que se hace en la psicología.

La importancia de lo psicológico no debe hacernos creer que la


economía desempeña un papel secundario en la lógica neocolonial. Esta
lógica es fundamentalmente económica. Ahora como en tiempos de
Fanon (1961), la “estructura neocolonial” forma parte del sistema capitalista
(pp. 148-161). Es en el capitalismo donde ciertos países tienen que
desarrollarse de manera subdesarrollada, subordinada o dependiente,
colonial y ahora neocolonial (NKRUMAH, 1966), avanzando por los caminos
laberínticos del neocolonialismo, extraviándose cada vez más, pero sin
avanzar en absoluto, volviendo siempre al punto de partida (ver HAAG, 2011;

109
David Pavón-Cuéllar

LANGAN, 2018). Todo esto es economía, pero una economía que necesita
del consenso en la sociedad, de la persuasión de los sujetos, de la
hegemonía en la cultura, de la ideología y la psicología. El factor subjetivo
está en el centro del proceso económico neocolonial.

8. Giro decolonial en psicología: descolonización, relocalización,


pluriversalización

En el neocolonialismo denunciado por Sartre, Fanon, Nkrumah y Shohat,


como en la colonialidad a la que se refiere Quijano, tenemos la
continuación poscolonial de lo colonial bajo una forma renovada que le
permite sobreponerse a las independencias nacionales de las antiguas
colonias. Las independencias no suprimen el orden colonial, sino sólo sus
formas anteriores. El colonialismo se transforma, pero permanece, lo que
justifica el giro decolonial en el que se concibe la descolonización como un
asunto pendiente, como un “proyecto inacabado” (MALDONADO-TORRES,
2008, pp. 70-71). Este proyecto descolonizador es el que sigue orientando a
los pensadores decoloniales.

Quijano (1992) ya vislumbra, como primera tarea para la “destrucción de


la colonialidad”, una “descolonización epistemológica para dar paso a una
nueva comunicación intercultural” (p. 19). El nivel de la epistemología y de
la comunicación, del saber y del discurso, es aquel en el que ha quedado
confinada la descolonización emprendida por los pensadores decoloniales.
Es en este nivel donde se ubica Walter Mignolo cuando se propone
“desmontar construcciones imaginarias” como las que oponen el Centro y
la Periferia, el Primer y el Tercer Mundo (1995, p. 39), así como “limpiarse de
la colonialidad del ser y del saber” o “desprenderse de la retórica de la
modernidad” (2007, pp. 29-30). Es en el mismo nivel en el que Nelson
Maldonado-Torres (2008) propone su “postura crítica” y su “cambio radical”
ante la “colonización en el ser, el poder y el conocimiento” (p. 66). Aunque
ciertamente se piense en el ser y el poder y no sólo en el saber y el

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conocimiento, se trata básicamente de pensar, de pensar decolonialmente,


de una descolonización en la forma de pensar.

El pensamiento decolonial es un ejercicio predominantemente


intelectual, especulativo y académico, centrado en cuestiones
epistemológicas y discursivas o comunicacionales. De estas cuestiones,
quizás la más relevante para la psicología latinoamericana sea la del
universalismo, en la que radica el meollo del problema del funcionamiento
colonial de las ideas psicológicas europeas-estadounidenses. No es tan sólo
que estas ideas tengan que revestirse de universalidad para operar
colonialmente, sino que ha sido la colonización de los pueblos asiáticos,
africanos y americanos la que ha permitido la universalización de las
mismas ideas.

El carácter universal de la psicología puede concebirse, en los términos


de Quijano (1992), como una “pretensión irracional” de las creencias de la
“etnia particular europea occidental” (pp. 19-20). Esta etnia cree poder
sobrepasar el horizonte cultural de sus ideas, entre ellas las psicológicas,
descontextualizándolas y presentándolas como aplicables a cualquier
cultura, como no circunscritas al espacio cultural del que provienen, como
provenientes de ninguna parte. Es así como la etnia europea noroccidental
incurre en lo que Santiago Castro-Gómez (2005) ha denominado “la hybris
del punto cero”, describiéndola como la “arrogancia y desmesura” de
ignorar nuestro “lugar de enunciación” (p. 19), nuestro punto “étnico y
cultural de observación”, disimulándolo para “convertirlo en un lugar sin
lugar” (pp. 60-61). Castro-Gómez ve operar esta hybris en las ciencias
humanas y sociales que se atribuyen una observación “imparcial y
aséptica” (p. 42) y que separan el sujeto y el objeto de conocimiento “para
ubicarse en un lugar epistémico incontaminado” (p. 307). Todo esto es
patente en las corrientes psicológicas dominantes obnubiladas por sus
obsesiones de cientificidad, objetividad y replicabilidad, correlativas de su
pretensión colonial de universalidad.

111
David Pavón-Cuéllar

Para imprimir un giro decolonial a la psicología, será preciso volver sobre


su historia y resituarla en su contexto particular europeo-estadounidense.
Esta relocalización habrá de permitirnos revertir en el campo psicológico la
“deslocalización” de la que habla Mignolo (2007, p. 33). Una vez que
hayamos relocalizado lo proveniente de Europa y Estados Unidos, habrá
que realizar una tarea que no dejamos de proyectar y postergar: la de
construir psicología desde nuestros pueblos, psicología que no sólo se
asuma como poscolonial, como involuntariamente heredera del
colonialismo, sino que se posicione como decolonial, trabajando
voluntariamente para desprenderse del universalismo y otras expresiones
de la colonialidad.

La sensibilidad poscolonial y decolonial hará que los psicólogos


latinoamericanos nos enorgullezcamos de lo que ahora nos avergüenza:
que nuestras ideas no se exporten, que no se apliquen en otras latitudes,
que no trascendamos al exterior de nuestro contexto. Mejor será que
nuestras ideas psicológicas permanezcan humildemente localizadas,
situadas aquí en América Latina, sin dejarse llevar por la megalomanía del
universalismo. Su mayor aspiración tendría que ser la de integrarse en la
“pluriversidad decolonial” a la que se refiere Mignolo (2007, p. 31) y que
Ramón Grosfoguel (2007) define como un “pluriverso horizontal y
democrático”, en contraste con un “universo vertical y autoritario” como el
impuesto por Europa y Estados Unidos (p. 72). En lugar de una psicología
universal, deberíamos aspirar a una pluriversidad de opciones psicológicas.
Habría que tener tantas psicologías diferentes como distintas culturas haya
en el mundo. Es el ideal rector de las psicologías indígenas (v. g. KIM;
BERRY, 1993; PAREDES CANILAO et al, 2015).

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9. Límites de una psicología decolonial: dualidad, individualidad,


irreversibilidad

El problema con las psicologías indígenas es que su condición de


psicologías podría impedir que sean verdaderamente indígenas. El
problema, en otras palabras, es el riesgo de que lo indígena se pierda al
intentar asimilarse al ámbito psicológico de reflexión, investigación,
enseñanza y ejercicio profesional. Después de todo, las psicologías
dominantes e incluso las alternativas y críticas no dejan de ser
eurocéntricas en sus objetos y recursos teóricos (PAINTER, 2015), formando
parte del orden disciplinario de un conocimiento occidental que ha
implicado la destrucción o distorsión de los saberes no europeos ni
estadounidenses (STAEUBLE, 2006).

La idea misma de lo psicológico podría ser una idea


europea-estadounidense irreconciliable con otras culturas. He intentado
mostrar en otros lugares que los pueblos originarios de América Latina
tienen concepciones de la subjetividad sustancialmente diferentes de la
psicología, irreductibles a ella e incompatibles con ella (PAVÓN-CUÉLLAR,
2021; PAVÓN-CUÉLLAR y MENTINIS, 2020), y que la importación de lo
psicológico al contexto latinoamericano ha sido un mecanismo
fundamental del proceso colonizador (PAVÓN-CUÉLLAR, 2016). La
colonización ha implicado una psicologización, un doble gesto
solipsista-dualista de encerramiento del sujeto en su individualidad y de
escisión entre su expresión como objeto de la psicología y todo lo demás,
de tal modo que el desarrollo decolonial de psicologías indígenas puede
saldarse con un efecto colonial inesperado, el de la recuperación y
neutralización de otras formas de concebir al sujeto en las que su mente,
cognición, conciencia, conducta o personalidad no se disocian de su
comunidad ni del universo (PAVÓN-CUÉLLAR, 2021).

El dualismo y el solipsismo de la psicología están en la esencia misma de


la civilización europea-estadounidense y de sus inclinaciones coloniales

113
David Pavón-Cuéllar

eurocéntricas, universalistas e imperialistas. Esto es algo que Grosfoguel


(2007) ha puesto de manifiesto al abordar la filosofía cartesiana y al
denunciar, por un lado, cómo el monólogo solipsista mantiene el mito de
una Europa aislada que se genera y desarrolla por sí misma, “sin
dependencia de nadie en el mundo”, y, por otro lado, cómo la división
dualista entre cuerpo y alma, entre lo extenso y lo pensante, permite
universalizar al yo que piensa al situarlo en un “no-lugar” y un “no-tiempo”
que le habilitan para hacer un reclamo imperialista “más allá de todo límite
espacio-temporal” (pp. 63-64). El imperialismo implica la abstracción de un
alma descarnada universalizable y además autosuficiente, auto-centrada,
eurocéntrica. El objeto de la psicología es el sujeto del colonialismo.

Si procedemos de modo materialista y ponemos a Grosfoguel sobre sus


pies, comprendemos que el colonialismo imperial del yo conquistador, del
“ego conquiro”, está en la base misma del dualismo del “ego cogito”, como
bien lo ha notado Enrique Dussel (1994, p. 47). El mismo colonialismo
también parece constituir el fundamento histórico y socioeconómico del
universalismo y del solipsismo eurocéntrico. Las raíces filosóficas del homo
psychologicus están así arraigadas a su vez en el sistema colonial y ahora
neocolonial.

Quizás una propuesta psicológica decolonial debiera empezar por


desistir de la psicología misma, comprendiendo que la psicología es parte
del problema, parte de la colonialidad. Sin embargo, aun comprendiéndolo,
no es posible actuar en consecuencia. No podemos desprendernos del
elemento psicológico solipsista y dualista porque se trata de un elemento
esencial no sólo de nuestra concepción de nosotros mismos, sino de
nuestra propia constitución, de nuestra forma de ser y actuar.

El caso es que hemos sido psicologizados al ser colonizados. Nuestra


condición poscolonial hace que seamos también lo que nos ha colonizado:
lo psicológico y lo demás de lo que no podemos desprendernos sin
desprendernos de nosotros mismos. Llegamos aquí a un límite

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infranqueable del pensamiento decolonial. Digamos que no hay


decolonialidad que pueda liberarse ni de la herencia colonial ni de su
persistencia neocolonial.

Si no hemos conseguido liberarnos de la colonialidad, mucho menos


podremos revertirla. Estamos condenados a nuestra condición poscolonial
y por ende también a lo psicológico. Por más decolonial que sea, nuestra
psicología seguirá siendo psicología y continuará estando marcada por la
colonialidad. No podemos descolonizarnos hasta el punto de volver atrás y
disolver la psicología en las concepciones indígenas de la subjetividad.
Como bien lo ha señalado Hall (1990), lo original “ya no está aquí, se ha
transformado”, pues “la historia es irreversible” (p. 231). Spivak (1985) tiene
razón al referirse a una conciencia “irrecuperable” que sólo puede ser una
“ficción teórica”, un “índice del futuro”, una “metalepsis” en la que “el efecto
aparece como causa” (pp. 43-44). Esa conciencia no deja por ello de ser
nuestra causa, el ideal que nos mueve, el motor de la descolonización. Así
es como podemos resignificar las concepciones indígenas de la
subjetividad hacia las que nos reorienta la decolonialidad en el campo
psicológico (PAVÓN-CUÉLLAR, 2020a).

10. Lucha anticolonial: estrategia, memoria, porvenir

La psicología decolonial tan sólo podrá partir de su pasado al tender al


futuro. Digamos que no está en condiciones de renegar de su carácter
poscolonial. Está obligada a buscar un equilibrio entre su poscolonialidad y
su decolonialidad.

La psicología decolonial tendrá que aliar su binarismo decolonial con el


hibridismo poscolonial que Hall (1996) asocia con el registro complejo de
“condensación y diseminación, sobredeterminación y diferencia”, donde el
purismo o “absolutismo étnico” resulta insostenible (pp. 131-133). Sin
embargo, como lo advierte Shohat (1992), no habría que sostener tampoco

115
David Pavón-Cuéllar

la “glorificación poscolonial del hibridismo”, ya que la afirmación de lo


original irrecuperable forma parte de una “lucha” presente contra el
neocolonialismo (p. 116). Esta lucha tiene derecho a servirse del absolutismo
étnico, del binarismo, del esencialismo, aunque sea tan sólo
“estratégicamente”, como lo proponía Spivak (1985, pp. 45-47). El famoso
esencialismo estratégico de Spivak puede ser un medio efectivo para
mantener el giro decolonial y su horizonte indígena en una psicología
advertida, no ingenua, que se asuma reflexivamente como poscolonial en
su lucha anticolonial.

Ser estratégicamente esencialistas no supone vaciar de contenido lo


propio, lo indígena y latinoamericano, ya sea reduciéndolo a un simple
medio estratégico o relegándolo al porvenir del fin de nuestra estrategia.
Ciertamente nuestra verdad se realiza en el futuro, pero este futuro tiene su
historia, se ha ido preparando y espera desde hace mucho tiempo en lo
que Martín-Baró (1998 [1974]) describía como lo “bloqueado, oprimido y
aplastado”, lo que sólo puede liberarse a través de “una clarividente
memoria histórica” (p. 135). Lo recordado no es todavía nuestro fin, pero
tampoco es un simple medio, pues constituye nuestra causa y nuestro
propio ser, aunque un ser aún sólo posible.

Es como si primero fuera preciso recordar lo que luego podemos llegar a


ser. Esta memoria, también para Martín-Baró (1998 [1986]), puede servirles a
los pueblos para “abrir un horizonte hacia su liberación y realización” (p.
301). Los pueblos toman conciencia de sus posibilidades al hacer memoria
sobre sus realidades. Es tan sólo a través de su historia que pueden llegar a
su destino. Tan sólo pueden recobrarse al sobreponerse a lo que Glenn
Adams y sus colaboradores (2015) han descrito acertadamente como
“formas de violencia epistémica asociadas a la represión de las
representaciones locales de la historia y la identidad y su reemplazo por la
imposición de entendimientos colonizadores” (p. 217). Enfrentar estas
formas de violencia epistémica puede ser una tarea crucial de los
psicólogos decoloniales en relación con la subjetividad, con la sociedad y la

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cultura, pero también en relación con la propia psicología como campo


académico y profesional.

La descolonización de la psicología latinoamericana, que tal vez conlleve


su desaparición como psicología, nos exige indigenizarla, recuperar lo
indígena, recuperarlo como nuestra causa (PAVÓN-CUÉLLAR, 2020a). El
problema fundamental de esta recuperación, discernido lúcidamente por
Luis Villoro (1950), es que se hace habitualmente mediante un “movimiento
reflexivo de raigambre occidental”, un movimiento en el que lo indígena
permanece callado, pues al expresarse “tiene que hacerlo a través de la
reflexión y, por tanto, a través de los conceptos, temas y palabras que
vienen del Occidente” (pp. 272-273). Es así como la reflexión fracasa en su
objetivo de indigenización.

Indigenizar la psicología requiere ir más allá de la simple reflexividad.


Villoro (1950) nos ofrece aquí dos vías: una es la acción, la praxis aliada con
los pueblos originarios, y la otra es el “impulso amoroso hacia lo indígena”,
respetando su “enigma” (pp. 275-284). Las dos vías tan sólo pueden
converger en luchas anticoloniales que adoptarán inevitablemente una
forma política.

Es tan sólo políticamente como la psicología puede indigenizarse por el


gesto mismo por el que participa en ciertas luchas anticoloniales. Al tomar
parte en estas luchas, la psicología politizada se transforma a sí misma y de
algún modo se arriesga, pudiendo llegar a disolverse al transformarse, pero
también opera tan estratégicamente como el esencialismo indígena,
empleándose como un arma para enfrentarse a la colonialidad. Llegamos
así a lo que Derek Hook (2005) ha llamado “psicopolítica” para designar el
uso que Frantz Fanon y Steve Biko hicieron de la psicología en sus
respectivas luchas anticoloniales. Estas luchas no prescindieron del arma
psicológica, pero la emplearon de modo sólo estratégico y además la
hicieron ir más allá de sí misma, transformándose e indigenizándose. De
igual modo, las mismas luchas no excluyeron las reflexiones poscoloniales y

117
David Pavón-Cuéllar

decoloniales, pero sí las acotaron, reconociendo sus límites para afrontar


algo real, concreto y material, que no puede sólo resolverse de modo
reflexivo, ni a través del hibridismo ni en el purismo absolutista.

11. Conclusión

Rechazando la celebración poscolonial de lo híbrido, nuestra lucha


anticolonial enfatizará la falta de síntesis entre lo colonizado y lo
colonizador, el conflicto irreductible entre lo indígena y lo
europeo-estadounidense, la necesaria toma de partido por lo uno o por lo
otro y la resultante acción a favor o en contra de la colonialidad y el
neocolonialismo. No se trata de negar algo tan evidente como el mestizaje,
pero sí es preciso entenderlo de otro modo, como coexistencia en la
diferencia, como tensión y contradicción. Todo esto y más ha sido
sintetizado por Silvia Rivera Cusicanqui (2014) en el concepto aymara ch’ixi,
el cual, designando un gris compuesto de puntos o manchas de colores
opuestos y yuxtapuestos, permite describir la condición en la que lo
indígena y lo europeo subsisten y “no se funden, sino que se antagonizan o
se complementan” (pp. 75-76).

El ch’ixi abre un espacio donde podemos continuar luchando contra la


colonialidad al renunciar al ideal poscolonial de lo híbrido.
Simultáneamente, renunciando al ideal decolonial de lo puro y absoluto,
nuestra misma lucha anticolonial tiene que asumir la imposibilidad de
simplemente desprendernos de aquello europeo de lo que también
formamos parte y en lo que sólo podemos debatirnos cuando luchamos
contra sus expresiones coloniales y neocoloniales. Nuestra lucha es,
además, demasiado importante como para obstinarnos en privarla de
poderosos recursos occidentales, entre ellos ideas y alianzas en frentes
radicales a los que de cualquier modo pertenecemos, nos guste o no.

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Aunque luchemos contra la colonialidad, necesitamos de nuestras


posiciones, trincheras y armas europeas-estadounidenses para luchar
efectivamente contra ella. No podemos darnos el lujo, como lo hace
Mignolo (2007), ni de pretender que nuestra lucha “ya no es de izquierda”
ni de intentar deslindarla del comunismo y de la tradición que va “de Las
Casas a Marx” (pp. 30-33). Tampoco es conveniente desperdiciar
dispositivos críticos tan potentes como el marxismo y el psicoanálisis bajo
el pretexto de que siguen produciendo “conocimiento desde el punto
cero”, como dice Grosfoguel (2007, p. 65). Más que arrebatarnos lo
europeo-estadounidense, tendríamos que seguir haciendo con él eso que
siempre hemos hecho tan bien al resistir, enriqueciéndonos y
fortaleciéndonos al asimilarlo, al devorarlo como en la antropofagia de
Oswald de Andrade (1928) o al fagocitarlo como en el pensamiento de
Rodolfo Kusch (1962).

No hay razón para despojarnos de una civilización occidental que


también nosotros hemos contribuido a construir. Nos pertenece tanto
como a los europeos y a los estadounidenses. La hemos pagado no sólo
con lo que se nos ha robado, sino también con lo que hemos dado
voluntariamente. Sin embargo, aun si no la hubiéramos pagado, nada nos
impide utilizarla. Así como los indígenas disparaban rifles europeos contra
los colonos, así nosotros podemos ahora dirigir dispositivos críticos
occidentales contra el neocolonialismo de la psicología dominante.

Necesitamos del marxismo y de otros dispositivos análogos que se han


forjado para combatir las diversas formas de opresión, explotación,
enajenación e ideologización en el capitalismo, entre ellas las coloniales y
neocoloniales. De cualquier modo nuestra lucha anticolonial será, por
necesidad, anticapitalista, como lo es nuestra otra cultura, la indígena,
intrínsecamente “anticapitalista” y no sólo “precapitalista”, como bien lo
entendió Césaire (1955, p. 25). No estamos antes ni podemos estar fuera del
capitalismo y de su psicología.

119
David Pavón-Cuéllar

Debemos permanecer aquí y ahora, en el mundo capitalista,


debatiéndonos contra lo colonial de lo que no podemos desprendernos.
Esto es algo que se les olvida frecuentemente a los académicos
decoloniales, pero que siempre se ha entendido muy bien en el contexto
latinoamericano. Como lo recuerda Cusicanqui (2019), “desde tiempos
coloniales se han dado procesos de lucha anticolonial”, mientras que “lo
decolonial es una moda muy reciente que, de algún modo, usufructúa y
reinterpreta esos procesos de lucha, pero también los despolitiza” (párr. 4).
Despolitizándolos, acaba con ellos. Les quita su radicalidad y los convierte
en otra cosa: en reflexión académica, apolítica, despolitizada
paradójicamente por su posición política de poder y privilegio en una
estructura legada por el colonialismo. Todo esto ha empezado a ser
comprendido entre psicólogos cuya conciencia de la colonialidad los vuelve
particularmente autoconscientes de sus “ubicaciones políticas” en la
academia (MACLEOD, BHATIA y KESSI, 2017, p. 309)

La despolitización y academización tan sólo pueden comprometer una


descolonización como la que ansiamos para la psicología latinoamericana.
Esta descolonización será política o no será. Por más que se inspire de los
pensamientos poscolonial y decolonial, tendrá que imprimirles un
elemento de lucha anticolonial.

Es preciso repolitizar el giro decolonial en el campo psicológico. Esta


repolitización es ella misma ya de cierto modo una descolonización. Es un
movimiento con el que se hace retroceder la psicología colonial que
despolitiza todo lo que toca. Si la colonización implicó una psicologización,
esta psicologización fue también una despolitización, una privatización y
personalización de lo político.

12. Referencias
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