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MODULO 34 - Historia Judia

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M O D U L O

El Caso Dreyfus
34
Antisemitismo en Francia
Desde la constitución del Segundo Imperio en diciembre de 1852, presidido por
Napoleón III, Francia vivió veinte años de estabilidad y prosperidad económi-
ca. Su industria crecía, aumentaba su producción agropecuaria; las inversiones
francesas en ferrocarriles y la construcción del canal de Suez cimentaban su
prestigio. Sin embargo el crecimiento francés era ampliamente superado por el
rápido desarrollo norteamericano, el ya más lento crecimiento inglés y, sobre
todo, por la explosiva producción alemana.
La guerra franco-prusiana en 1870 resultó una gran victoria para los ale-
manes, que consagraron su unificación, dejando a Francia humillada tras la
pérdida de los territorios de Alsacia y Lorena.
El “Caso Panamá” había puesto de manifiesto la corrupción de la Tercera
República1. Francia tenía enormes expectativas con respecto al Canal de
Panamá, dado que su influencia en Latinoamérica podía ser clave para alcan-
zar a Inglaterra y sobre todo a Alemania en expansión industrial y territorial.
La burguesía francesa en pleno se apresuró a contribuir con su patriótica inver-
sión, pero un error de cálculo y las dificultades técnicas subsiguientes derivaron
la construcción de dicha empresa en un escándalo. Finalmente, por la presión
de la prensa y la opinión pública, la compañía cayó en quiebra, y quinientos mil
accionistas perdieron un millón de francos.
La prensa antisemita creyó ver en el fracaso la confabulación de un sindi-
cato judío que actuaba a nivel internacional. La propaganda antisemita tendría
su causa inmediata en el colapso sufrido por el banco católico “Unión General”,
en el que muchos pequeños inversionistas católicos perdieron sus ahorros. El
director del mismo culpó de la bancarrota al “capital judío”, y aparecieron
varias ediciones de periódicos antijudíos. Pero las ideas antisemitas incremen-
taron su influencia a partir de la publicación, en 1886, del libro de Eduard
Drumont “La Francia judía”. Esta obra presentaba el histórico antagonismo
entre arios y semitas, describiendo la destructiva influencia de los judíos en la
historia de Francia y su decisivo ascendiente en la vida política a partir de
1880. Exigía una revolución social basada en el reparto de la propiedad judía.

1- Tercera República: Tras el colapso del Imperio de Napoleón III por la derrota en la guerra Franco-
Prusiana, se realizaron en febrero de 1871 elecciones para la Asamblea Nacional Constituyente que dio ori -
gen a la Tercera República Francesa (1875-1940).

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Fueron vendidos de este libro centenares de miles de ejemplares, multiplicán-
dose así la actividad antisemita. Se organizaron asociaciones de estudiantes
antisemitas y otras agrupaciones similares. Especialmente activos fueron los
grados inferiores de la clerecía, a quienes interesaban los problemas sociales.
Organizaron el movimiento democrático cristiano. Asimismo muchos socialistas
participaron en esta campaña de propaganda.
También en el Parlamento mostrarían su activi-
dad los antisemitas. En 1891 uno de ellos propuso
que se expulsase de Francia a los judíos, y treinta y
dos diputados le apoyaron; la propuesta no llegó a fig-
urar en el orden del día. A comienzos del año 1892 se
inició la publicación, bajo la dirección de Drumont,
del diario antisemita “Libre Parole”. Explotó éste el
derrumbamiento de la compañía del canal de
Panamá para incrementar su influencia. Varios
financistas judíos se hallaban implicados en la
cuestión, y Drumont presentó esta circunstancia
como una prueba de que los judíos corrompían el
país. Poco tiempo después el interés por este caso
decayó, y con él la preocupación antisemita.

El Juicio
A finales del año 1894 estalló nuevamente el sentimiento antisemita cuan-
do Alfred Dreyfus, oficial judío que había servido en el Estado Mayor General
de Francia, fue arrestado bajo la acusación de espionaje. Los antisemitas man-
ifestaron que aquélla constituía una prueba más de la “traición judía”. Su pro-
paganda abandonó su carácter social para transformarse en una incitación
patriótica ornada con ataques a los ideales de la Revolución francesa. El min-
istro de la Guerra vaciló en un principio, pero más tarde decidió traer a Dreyfus
ante un tribunal militar. Mediante falsificaciones y presión política Dreyfus fue
declarado culpable y condenado al exilio en la Isla del Diablo para el resto de
sus días.
Todo un vendaval político que agitaría durante años a la opinión francesa
comenzó con el proceso y la condena de un hombre, el Capitán Dreyfus. Fue su
condición de judío –y probablemente envidias profesionales- lo que puso en fun-
cionamiento el mecanismo del proceso, donde luego la polarización extrema
entre el antisemitismo y la defensa de los derechos humanos revelaría conflic-
tos más profundos en la sociedad francesa. Sin embargo, salvo el insistente
reclamo de que se reconociera su inocencia, la comprensión que este puntilloso
oficial del ejército tuvo del affaire1 que lleva su nombre, fue casi nula.
El juicio que se siguió al Capitán Dreyfus fue llevado adelante en forma
muy rápida. El tribunal militar, por otra parte, se valió para la condena de
pruebas más bien débiles, apoyadas por razonamientos y presunciones, sin

1- Caso
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tener en cuenta, tampoco, los antecedentes profesionales brillantes e inta-
chables del oficial juzgado. Luego, la condena a prisión y la degradación que
configuraron la sentencia parecieron poner punto final a este proceso de
trámite rápido y de oscuras motivaciones
políticas. El tiempo se encargaría de desmentir
esta presunción, sacando el caso a publicidad y
haciendo confluir en él todo un conjunto de
contraposiciones ideológicas y de intereses.
El caso Dreyfus provocó una gran conmo-
ción en la oficialidad del ejército francés. Sobre
todo a partir del descubrimiento de que las
pruebas imputadas a Dreyfus correspondían,
en realidad, a los actos de otro oficial, el
comandante Walsin-Esterhazy, el sentido del
honor y la verdad que tenían algunos oficiales,
el deseo de tapar los errores cometidos, las
razones políticas y los prejuicios comenzaron a
operar entrechocadamente en el ánimo de los
militares.
El Coronel Henry –que colaboró a fraguar
pruebas falsas contra Dreyfus- y el Coronel
Picquart –que honradamente no quiso ocultar
Emilio Zola
las evidencias contra Esterhazy que relevaban
a Dreyfus- llegaron a batirse a duelo. Ante el conflic-
to, no fueron pocos los oficiales superiores que
tuvieron una actitud prescindente, por falta de valor
para afrontar las cuestiones en juego.
Después que el caso Dreyfus parecía cerrado por
su condena, la infatigable acción del hermano del
Capitán, Mateo Dreyfus, logró atraer la atención de
algunos intelectuales y políticos, y de una pequeña
parte de la opinión pública. Esta parte se fue
ampliando progresivamente, a través de la acción
decidida del pequeño grupo de luchadores, entre los
cuales descuella el escritor Emilio Zola, pero donde
fueron también muy importantes las contribuciones
Henry
de Clemençeau, Anatole France y Jean Jaurés. El
affaire tuvo un vuelco notable después del suicidio del Coronel Henry, que
mostró a la opinión pública que no podía darse por descontado el honor del
ejército y de cada uno de sus oficiales.

1- Positivismo científico: Ver módulo 35.


69
J’accuse
En ese momento, a tres años de la condena, el affaire se había convertido
en el eje de la vida política y social de Francia. Habían trascendido los límites
del ejército, el gobierno y el parlamento, y se discutía en la calle y en la pren-
sa. Los característicos salones de la época se convirtieron en verdaderos
núcleos de opinión. Los partidos políticos tomaron posición. La derecha, repre-
sentada por los diversos grupos monárquicos y nacionalistas, era la que más
encarnizadamente se oponía a la reapertura del caso: sus principales argu-
mentos fueron la defensa del ejército, poner freno a las maquinaciones de los
“judíos antinacionales” y sobreponerse a la debilidad y corrupción de la Tercera
República. Los socialistas permanecieron al margen, si exceptuamos a Jean
Jaurés, incansable dreyfusista. Para
ellos el caso demostraba una vez más,
como antes el affaire Panamá, la deca-
dencia burguesa. Los moderados
temían por la seguridad y la estabilidad
del gobierno y procuraron no provocar
roces con el ejército, que a pesar de los
veinte años de República, seguía siendo
predominantemente monárquico.
El único núcleo político que comenzó a interesarse por la reapertura del
caso fue el radical. Los radicales eran los ortodoxos defensores de las idea lib-
erales, republicanas y anticlericales de la Gran Revolución. Eran un grupo
pequeño y desde la muerte de Gambetta1 estaban alejados del poder. A pesar de
la gran capacidad polémica de radicales como Clemençeau, debían enfrentarse
a una opinión unánimemente contraria a la reapertura del caso. Los pocos
hombres que creían en la inocencia de Dreyfus constituían apena voces ais-
ladas e impotentes. Justamente de la impotencia surgiría un grito desespera-
do que desencadenaría la crisis que se estaba preanunciando. Se trataba de la
carta que publicó Emilio Zola en L’Aurore el 13 de febrero de 1898. “J’Accuse”:
tal el título de la carta abierta dirigida al presidente de la República. Era la
primera exposición orgánica del caso desde sus comienzos, visto por un hombre
que se hallaba en el momento más alto de su prestigio de escritor, tanto en
Francia como en el extranjero. Luego de pasar revista a los principales hechos,
Zola reprobó enérgicamente el fallo de la corte marcial que condenó a Picquart
y absolvió a Esterhazy. Los últimos párrafos son especialmente combativos:

“¡Comprended esto! Hace un año que los generales Billot, Boisdeffre y


Gonse saben que Dreyfus es inocente y guardan para sí esta espantosa
verdad. ¡Y esa gente duerme! ¡Y tienen mujer e hijos que los quieren!
(...)
Yo acuso al teniente coronel Du Paty de Clam de haber sido agente
diabólico del error judicial –quiero suponer que inconsciente- y de
hacer su obra nefasta durante tres años con maquinaciones desca -
belladas y repulsivas.

1- Gambetta: líder republicano. Tuvo gran influencia en la comuna de París en las elecciones de 1881.
70
Yo acuso al general Mercier de haberse hecho cómplice, al menos por
debilidad, de una de las mayores iniquidades del siglo.
Yo acuso al general Billot de haber tenido en sus manos las pruebas
de la inocencia de Dreyfus y de no haberlas utilizado, haciéndose de
tal modo culpable del crimen de lesa humanidad y de lesa justicia con
un fin político, y para salvar al Estado Mayor comprometido.
Yo acuso al general Boisdeffre y al general Gonse de haberse hecho
cómplices del mismo crimen, el uno por fanatismo clerical, el otro por
espíritu de cuerpo que hace de las oficinas de guerra un arca santa e
intocable.
(...) Esta actitud mía no es más que un arma revolucionaria destina -
da a activar la explosión de la verdad y la justicia.
(...) No ignoro que me pongo al alcance del artículo 30 y 31 de la ley
sobre la prensa, del 29 de julio de 1881, que condena los delitos de
difamación, y es voluntariamente que me expongo. Espero”.

Siglomundo 12

La carta provocó el efecto esperado. La valentía de Zola, un intelectual ais-


lado y sin compromisos de ningún tipo, decidió la participación activa de
muchos dreyfusistas dudosos. A partir de este momento la opinión pública no
necesitó ni de partidos políticos, ni del Parlamento, ni de ninguna institución
para expresarse. Las opiniones se exponían en panfletos, en ligas, en mani-
festaciones callejeras y en declaraciones individuales o conjuntas.
La intención del J’Accuse era clara: llevar nuevamente a los tribunales el
affaire Dreyfus. Para evitar ligar el caso Dreyfus al caso Zola, el gobierno trató
de limitar el juicio contra el escritor a un simple proceso de difamación.
Espontáneamente, los intelectuales dejaron su gabinete de trabajo para asumir
la defensa de Zola. Proust, Péguy, Lucien Herr, Anatole France, Seignobos,
León Blum y muchos otros profesores universitarios y científicos, ya estaban
tomando parte activa en el grupo dreyfusista. Mientras tanto, estudiantes
antidreyfusistas quemaban en la calle el texto del J’Acusse y apedreaban la
casa de Zola gritando: “¡Muera Zola! ¡Mueran los judíos! ¡Viva el ejército!”
En este clima se inició el juicio a Zola el 7 de febrero de 1898. Zola o el
Estado Mayor. Zola fue declarado culpable por ocho votos contra cuatro y con-
denado a un año de prisión. La multitud que aguardaba el veredicto en la calle,
comenzó de inmediato a festejar el triunfo antirevisionista. Los partidos políti-
cos competían por atribuirse el triunfo. El Primer Ministro Méline se expresa-
ba en estos términos:

“Los judíos que desataron esta insensata campaña de odios, precipi -


taron contra ellos mismos un siglo de intolerancia: los judíos y tam -
bién esa elite intelectual que parece complacerse en envenenar la
atmósfera y despertar odios sangrientos. Aplicaremos contra ellos
todo el rigor de la ley. Si los poderes que ahora poseemos son insufi -
cientes, pediremos otros”.

Ibidem

71
Clemençeau en L’Aurore decía que en realidad era un triunfo de la Iglesia,
que pretendía desencadenar una guerra religiosa contra los judíos, protestantes
y otros. La actitud de la Iglesia ponía en peligro el espíritu de la Revolución
Francesa. La prensa internacional manifestó en su mayoría su solidaridad con
Zola y su indignación contra el fallo. Zola, que había apelado su sentencia, fue
nuevamente condenado, y se vio precisado a huir a Londres. La Libre Parole
volvió a agitar la opinión pública.

Dreyfusistas y antidreyfusistas doctrinarios


Cualquier observador desinteresado hubiera pensado que todo giraba en un
círculo vicioso interminable. Pero si bien es cierto que el affaire tenía verdaderos
ciclos de furor y de alma, también es cierto que los cuatros años transcurridos
no habían pasado en vano. Dreyfusistas y antidreyfusistas habían formado una
verdadera base doctrinaria para la polémica. Los dreyfusistas habían creado la
Liga de los Derechos del Hombre. Recogían los ideales liberales de la Revolución
Francesa a los que consideraban en peligro. Denunciaban a la reacción clerical
que quería volver a los tiempos anteriores a la Revolución. La lucha por la jus-
ticia era una cuestión de principios: de ella dependían las libertades individ-
uales. Clemençeau denunciaba el chauvinismo1 en estos términos: “El patrio-
tismo requiere una patria, que no puede existir sin justicia”. En esta posición
estaban los intelectuales como un verdadero bloque. Aunque constituían un
grupo pequeño, estaban mejor coordinados para la acción que sus opositores.

Los antidreyfusistas, en cambio, eran totalmente heterogéneos e influían


sobre una masa de opinión mucho menos estable todavía. La Libre Parole, con
Drumont a la cabeza, se limitaba a una histérica campaña antisemita y a agi-
tar el fantasma de la guerra con Alemania. Déroulède alimentaba las fantasías
de poder que no había realizado Boulanger. En realidad, el verdadero doctri-
nario del antidreyfusismo era el escritor Maurice Barrès:

“Un nacionalista –decía- es un hombre que toma conciencia de su for -


mación. El nacionalismo es la aceptación de un determinismo. No hay
incluso libertad de pensamiento. Yo no puedo vivir más que según mis
muertos. Ellos y mi tierra me señalan una cierta actividad”.

Ibidem

En cuanto a los intelectuales, consideraba que

se han comprometido en la defensa de Dreyfus, no por el triunfo de la


razón sino por una “pasión malsana”. La influencia del cientificismo
y el positivismo les ha hecho perder el sentimiento de nación y los ha
convertido en verdaderos desarraigados, enemigos de la sociedad.

1- Chauvinismo: del francés, nacionalismo exagerado. Patriotería. Diccionario enciclopédico Oriente.


72
¿Qué importa la inocencia o no de Dreyfus si está en peligro el Estado
Mayor? ¿Qué sería de Francia si el pueblo pierde la confianza en sus
jefes?

Ibidem

Las ideas de Barrès entusiasmaron a los jóvenes escritores anti-positivis-


tas como Julio Verne y León Daudet, que se reunieron en la Liga de la Patria
Francesa. Déroulède, a su vez, resucitó la Liga de los Patriotas, disuelta al fra-
casar el boulangerismo.
En las Universidades se formaban grupos de choque como la Juventud
Antisemita, el Comité de la Juventud Realista y la Juventud Socialista, que
protagonizaron verdaderas batallas callejeras.
A lo largo de los tres procesos judiciales que jalonaron el affaire, y pese a
que en los dos primeros se mantuvo el veredicto de culpabilidad, Dreyfus contó
para su defensa con la asistencia de abogados hábiles y prestigiosos: Demange,
Labori y Mornard.
Poco después comenzaron a circular rumores sobre ciertos sucesos ocurri-
dos en el seno del Estado Mayor, originando una agitación pública que duraría
tres años, entre 1897 y 1899.
En las nuevas elecciones de 1898 la mayoría de los candidatos dreyfusistas
fueron derrotados; pero Cavaignac, nuevo ministro de la Guerra, a pesar de ser
enemigo jurado de los dreyfusistas, se vio obligado a ordenar un nuevo examen
de los documentos archivados sobre el caso, y de este modo se descubrió la fal-
sificación. Henry, el funcionario que la había realizado, se suicidó en presidio.
No obstante, los jefes militares siguieron oponiéndose a la reapertura del pro-
ceso, y la controversia pública se volvió más violenta. Finalmente se realizaría
una nueva vista del caso, en agosto de 1899. El tribunal confirmó por mayoría
la culpabilidad de Dreyfus, pero recomendó la reducción de la pena y el
Presidente le otorgó el indulto. Dreyfus sólo quedó totalmente exculpado en el
año 1906.
El asunto Dreyfus fue un episodio en el enfrentamiento entre la Iglesia y el
Estado, que tenía también implicaciones nacionalistas. Desde el principio de la
historia, la Tercera República había estado impregnada de anticlericalismo.
Este movimiento no era necesariamente ateo, pero creía que una Iglesia
poderosa, con ambiciones de extender su influencia política y social, constituía
una amenaza para el gobierno republicano. Los anticlericales aspiraban a limi-
tar la influencia de la Iglesia Católica en la política, reducir sus privilegios
económicos y dar término al dominio asfixiante que ejercía sobre la educación.
El anticlericalismo era, en parte, consecuencia de la revolución industrial, que
propugnaba los intereses materialistas e intensificaba la lucha entre la bur-
guesía y el antiguo régimen. Era también en parte concecuencia del adelanto de
la ciencia y de las doctrinas filosóficas escépticas y liberales, empleadas muchas
veces como armas esenciales contra el conservadorismo religioso. Pero la razón
principal de su desarrollo fue, probablemente, el nacionalismo militante. La
Iglesia Católica no sólo tomaba puntos de vista internacionales, sino que

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además los Papas, todavía en la década de 1860, seguían sosteniendo sus dere-
chos al poder temporal y lanzado anatemas contra los gobernantes que querían
establecer estados omnipotentes. Allí donde el nacionalismo se hacía poderoso,
el clericalismo era considerado casi con certeza como enemigo principal.
Las consecuencias del affaire Dreyfus fueron de vital importancia para el
futuro político de la República Francesa. Declinó la influencia de los círculos
militares y eclesiásticos, mientras se vigorizaban los elementos radicales. Poco
después de finalizado este episodio, fue aprobada una ley que separaba en
Francia la religión del Estado. Pero el affaire Dreyfus manifestaría también su
relevancia con respecto a la actitud que observaba la sociedad francesa hacia
los judíos, ya que asestó un fuerte golpe al movimiento antisemita organizado
en el país. Con todo, la fracción antidreyfusista se afirmó con más fuerza en sus
creencias antisemitas y colaboró activamente en la formación de la ideología del
grupo derechista denominado Action Française, que aparecería con posteriori-
dad. Dentro del campo radical y anticlerical, a su vez, se comenzó a advertir el
carácter de amenaza pública y política que suponía la presencia de la propa-
ganda antisemita.

Breve reseña biográfica


En Alsacia vivía Raphael Dreyfus, padre de Alfredo, dueño de una próspera
fábrica textil. Alfred Dreyfus fue siempre un hombre reservado y frío, pero de
una tenacidad extraordinaria. De otra forma nunca hubiera pretendido llegar a
ser, por su condición de judío, oficial del Estado Mayor. Entre los jóvenes que
entraban a la escuela “Ecole Polytechnique” para iniciarse en la carrera mili-
tar, existía un grupo selecto proveniente de una escuela jesuita situada en la
Rue des Postes. Eran los postards. Los postards gozaban de todo tipo de
favoritismo, y estos oficiales eran los más
seguros candidatos al Estado Mayor. La tercera
República intentó democratizar, aunque muy
superficialmente, a un ejército que se había
convertido en una verdadera casta militar. Esto
facilitó en parte la carrera de Dreyfus que,
además de no ser postard, llevaba la pesada
carga de su origen judío. Hacia 1894 un futuro
brillante se abría para la carrera de Dreyfus:
con treinta y un años y el grado de capitán, era
admitido entre los pocos aspirantes oficiales del
Estado Mayor, en mérito a su elevado puntaje y
su conducta intachable. La ambición de
Dreyfus estaba satisfecha: se convirtió, gracias
a su patriotismo y sus aptitudes militares, en
miembro del Estado Mayor. Era rico, se había
casado con la hija de un millonario y ninguna
razón monetaria hubiera explicado una traición
suya. Era un patriota fervoroso, revanchista y Familia Dreyfus

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enemigo de los alemanes. Soñaba con que la tierra de su nacimiento, Alsacia,
volviera a pasar a poder de Francia. El 6 de octubre de 1894 los servicios secre-
tos del ejército francés, que habían secuestrado una carta que transmitía infor-
mación reservada sobre unos cañones al agregado militar alemán en París, lle-
garon a la conclusión que el traidor no podía ser otro que el capitán Dreyfus.
Solo muchos años después, el 21 de julio de 1906, se realizó la ceremonia de
reincorporación al ejército y fue promovido a Mayor, estando presente el luego
Ministro de Guerra, general Picquard. El presidente de Francia le concedió el
título de la Legión de Honor. Tiempo después Dreyfus se retiró del ejército, pero
regresó para combatir por su patria durante la Primera Guerra Mundial, como
teniente coronel. Comandó un parque de artillería en la batalla de Verdún
mientras que su hijo, Pierre, estuvo a cargo de una batería de cañones. A fines
de la guerra, Dreyfus se retiró y murió de un ataque cardíaco el 12 de julio de
1935, en París. Su mujer, Lucie, logró esconderse durante la guerra en Tolosa
con un falso nombre durante la ocupación nazi, y murió en diciembre de 1945.
La historia de la familia Dreyfus completa el ciclo trágico de una injusticia bes-
tial: Madeleine Levi, la preferida de los ocho nietos de Alfred y Lucie, combatió
en la resistencia francesa contra los alemanes. Fue arrestada y torturada y
murió en 1944 en el campo de concentración nazi de Auschwitz.

Desarrollo de los procesos


En agosto o septiembre de 1894 los servicios de información franceses sus-
trajeron cierto documento de la embajada alemana. Se había percibido que el
documento, aunque sin firma, estaba dirigido al coronel Schwartzkoppen y fue
tomado de entre sus papeles.
¿Por qué se otorga importancia a este documento? El mismo se refería a
materias de indiscutible trascendencia militar. Contenía cuatro anexos, cuyo
contenido es un misterio, y aún se ignoran los detalles. Se hacía referencia a un
freno hidráulico, a la posición de las milicias de protección, a datos sobre la
estructura de la artillería y, finalmente, el cuarto se relacionaba con un proyec-
to de expedición a Madagascar. La minuta contenía asimismo una propuesta de
adquisición del manual de tiro de artillería, del que se ofrecía una copia. Los
términos de esa oferta eran:

“Este último documento es muy difícil de conseguir y sólo puedo tener-


lo a mi disposición por muy pocos días. El ministro de Guerra ha man -
dado a los cuerpos un número fijo de ejemplares, de los que aquellos
son responsables. Todos los oficiales que los utilizan deben entregar
su ejemplar después de las maniobras. Por consiguiente, si quiere
usted tomar de él lo que le interese y devolverlo enseguida, lo retiraré.
Al menos que usted desee que la mande copiar en extenso y que le envíe
la copia. Voy a salir de maniobras”.

Esta y otras menciones hicieron de aquella carta un documento especial, en


lo atinente a espionaje. Se lo llamó “minuta” o “bordereau” y encendió los
ánimos de los franceses.
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El Estado Mayor deliberó y arribó a la tesis que juzgó infalible: El respon-
sable pertenecía al cuerpo de artilleros y debía ser oficial del propio mi-nisterio,
del Estado Mayor o del grupo de artillería. Se presumía que se trataba de un
oficial subalterno, en base a un razonamiento singular: los oficiales de alto
grado se enteran sólo de lo que ocurre dentro de su órbita, mientras que los aux-
iliares, por sus deberes de preparar el material de todas las secciones, hacen un
recorrido cabal por éstas, de las cuales adquieren conocimiento en su totalidad.
Como la minuta abarcaba varias secciones, uno de los oficiales auxiliares debía
ser el responsable de la traición. Para encontrarlo, se recurrió al cotejo de
escrituras. Se convocó a los peritos calígrafos. El primero de los dictámenes pro-
cedía de Gobert, perito calígrafo del Banco de Francia; el otro, del hijo de quien
inventó el sistema antropométrico. El segundo informe se fundamentó no en
grafología, sino en operaciones de matemática y psicología. Sobre esta base, el
propio Ministro de Guerra ordenó el arresto de Dreyfus el 14 de octubre de
1894: “con la mayor discreción, con el objeto de no alarmar a la opinión pública
antes de que se hubiesen reunido las pruebas suficientes, y al mismo tiempo
salvaguardar en lo posible ante la opinión pública el honor del ejército francés”.
Compareció Dreyfus ante el Estado Mayor, donde fue recibido por otro ofi-
cial, Du Paty, áspero, con un buen conocimiento y aficiones de grafólogo. Este le
dictó un texto idéntico al del documento provocador del escándalo, que el acu-
sado fue escribiendo con su letra. Las crónicas recogieron la historia de aquel
procedimiento y el diálogo a través del cual se desenvolvió el mismo:

- TIEMBLA USTED –EXCLAMÓ.


- SI, TENGO LAS MANOS FRÍAS –CONTESTÓ DREYFUS DUBITATIVO.
Y PARA INTIMIDARLO, AQUÉL AGREGÓ:
- ¡ATENCIÓN, QUE LA COSA ES GRAVE! LA INOCENCIA ES UN BIEN, PERO NO SIEM-
PRE SIRVE DE ESCUDO EN EL MOMENTO PRECISO.

Después de la última frase de Du Paty, Dreyfus guardó silencio, sin com-


prender siquiera lo que ocurría. Basándose en esto procedieron a su arresto y
lo acusaron de alta traición. El acusado proclamó ser inocente. El peso de las
tradiciones hizo que le pusieran un revólver sobre la mesa, para que se suici-
dara expiando así su delito. El monólogo de Dreyfus fue definitivo:

“SI MUERES TE CREERÁN CULPABLE. SUCEDA LO QUE SUCEDIESE, ES PRECISO


QUE VIVAS PARA PROCLAMAR TU INOCENCIA A LA FAZ DEL MUNDO”. EL PROCED-
IMIENTO FUE EXCEPCIONAL. YA EN LA PRISIÓN DE CHERCHE MIDI, INCOMUNI-
CADO Y SOMETIDO A UN RÉGIMEN TIRÁNICO, EL OFICIAL SE DESAHOGÓ Y GRITÓ:
- ¡MI ÚNICO CRIMEN ES HABER NACIDO JUDÍO!

Pasaron los días con olvido de las más humanitarias y lógicas formalidades
judiciales. No se le comunicó al reo la causa de su privación de libertad; no se
le mostró el documento sobre el cual se edificó el proceso; no se le hicieron cono-
cer los cargos, aunque él dijera una y otra vez, apelando a los trámites judi-
ciales: “Si me enseñaran los documentos de que se trata, quizá comprenda algo.
Hoy es mi undécimo día en prisión y todavía no sé de qué se me acusa...”

76
Recién en esta etapa de los acontecimientos, el 5 de enero de 1895 se lo
degradó en una ceremonia pública. A hora temprana la ceremonia se llevó a
cabo con ciertas formalidades: registro del condenado y colocación de esposas.
Fue trasladado a la escuela militar, custodiado por gendarmes y por dos solda-
dos; encabezaban el cortejo con revólveres en mano.
Así fue llevado al centro de la plaza, donde se inició el cumplimiento de
aquella sentencia, bajo la dirección del General Darras:

- ¡ALFRED DREYFUS, ERES INDIGNO DE LLEVAR ESTE UNIFORME! EN NOMBRE


DEL PUEBLO FRANCÉS TE DEGRADAMOS!
- ¡SOY INOCENTE!¡JURO QUE SOY INOCENTE! ¡VIVA FRANCIA! -REPETÍA
DRAMÁTICAMENTE- ¡SOBRE LA CABEZA DE MI MUJER Y MIS HIJOS JURO QUE SOY
INOCENTE! ¡LO JURO! ¡VIVA FRANCIA! –AGREGÓ UNA VEZ MÁS CUANDO LE
FUERON SACADAS LAS FRANJAS, LAS INSIGNIAS Y LOS GALONES.

El público interrumpió con bárbaros clamores azuzados por ciertos partidos


políticos y la prensa, para pedir su muerte.
Luego de esto, custodiado, desfiló ante las tropas. Al llegar a los límites de
la plaza le dijo a los periodistas:

- ¡DIGAN A FRANCIA QUE SOY INOCENTE!

Los sentimientos de Dreyfus en esa oportunidad los narró más tarde él


mismo en una carta dirigida a su abogado:

“He cumplido la promesa que le había hecho. A pesar de ser inocente,


he afrontado el martirio más espantoso que pueda imponerse a un sol -
dado; en torno a mí he sentido el desprecio de la multitud. ¡Cuánto
más feliz habría sido en la tumba! Sosténgame, querido amigo, con su
palabra cálida y elocuente. Si hay dudas, si se cree en mi inocencia,
sólo una cosa pido por el momento: aire y la compañía de mi mujer; y
entonces esperaremos a que todos aquellos que me quieren, hayan
descifrado este espantoso caso. Perdone mi deshilvanado estilo, no
puedo coordinar las ideas; estoy profundamente abatido, física y
moralmente”.

Conforme con el fallo, fue remitido a la Isla del Diablo, antiguo paraje de
leprosario. Durante su cautiverio Dreyfus llevó un Diario. He aquí el comienzo
de éste:

“La celda que me asignaron era de piedra y medía cuatro metros en


cuadrado. Las ventanas tienen rejas. La puerta era de tragaluz, con
un enrejado sencillo. Esta puerta daba a un tambor de tres metros
cuadrados, cerrado por una puerta de madera. En ese tambor estaba
instalado el centinela de guardia. Los centinelas se relevaban cada dos
horas y tenían orden de no perderme de vista, ni de día ni de noche”.

77
Otros fragmentos del diario de Dreyfus:

Para ser remitido a mi esposa


Isla del Diablo, Domingo 14 de abril de 1895. Comienzo hoy el diario
de mi triste y espantosa vida. Hoy, en efecto es cuando por primera
vez, desde mi llegada, me dan papel numerado y contado, a fin que no
pueda desperdiciarlo. Soy responsable de su empleo.
Pero ¿qué piensan que podría hacer con él? ¿De qué podría servirme?
¿A quién creen que se lo daré? ¿Qué secreto suponen tengo que confiar
al papel? Cada pregunta que me hago es para mi mente un enigma.
Hasta ahora tenía fe en la legalidad, creía en la lógica de las cosas y
de los acontecimientos, confiaba en la justicia humana. Todo lo raro y
extravagante penetraba difícilmente en mi cerebro...!ay! qué desquicia-
miento! qué naufragio de mis creencias, de mi sano raciocinio! ¡Qué
horribles meses acabo de pasar! ¡Cuántos meses tristes me aguardan
todavía! Estuve decidido a marcharme después de mi inicua condena.
Ser condenado por el crimen más infame que un hombre pueda come -
ter, y por el solo testimonio de un papel supuesto, cuya escritura trata -
ba de imitar a la mía; en verdad que había motivo bastante para que
se desesperara quien siempre ha colocado el honor por encima de todo.
Mi esposa querida, tan abnegada, tan valerosa, me hizo comprender
en este desconcierto de todo mi ser que, inocente como era, no tenía
derecho de huir, de desertar voluntariamente de mi puesto. Vi que ella
tenía razón, que allí estaba mi deber; pero no obstante sentía miedo;
sí: miedo de los dolorosos padecimientos morales que tendría que
sufrir. Era físicamente vigoroso; mi conciencia limpia y pura me daba
fuerzas extraordinarias. Pero las torturas físicas y morales han sido
peores, han sobrepasado el límite de lo imaginable y ahora estoy con el
cuerpo y el espíritu quebrantado.
Al finalizar los quince días de travesía, en una celda permanecí en la
ensenada de la isla Dú Salut por espacio de otros cuatro días, sin
poder subir a cubierta y con un calor abrasante. El cerebro se me di-
solvía, todo mi ser se fundía en una abrumadora desesperanza. Al
desembarcar, fui encerrado en un cuarto de la cárcel, negándoseme
hablar con nadie y dejándoseme frente a frente con mi pensamiento,
bajo el régimen de los presidiarios. Las cartas para mí debieran en
principio enviarse a Cayena; ignoro todavía si han llegado.

De la noche del domingo 14 al 15 de abril de 1895.


Imposible dormir. Esta celda ante la cual se pasea el centinela como
un fantasma que apareciera en mis sueños, el cosquilleo y las pica -
duras de los insectos que pululan por mi cuerpo, la cólera que me hin -
cha el corazón al pensar que estoy aquí cuando siempre y en todas
partes he cumplido mi deber, todo sobreexcita mis nervios, ya tan
sacudidos y ahuyenta mi sueño. ¿Cuándo volveré a pasar una noche
tranquilo? Sólo quizás, cuando esté en la tumba, disfrutando del eter -
no sueño! Qué bueno será no pensar más en las vilezas y cobardías

78
humanas! ¿Dónde están mis hermosos sueños de juventud, y las
aspiraciones de mi edad madura? Ya nada vive en mí. Se extravía mi
cerebro bajo el esfuerzo del pensamiento. ¿Cuál es el misterio de este
drama? Todavía hoy nada comprendo de cuanto ha sucedido. ¡Ser
condenado sin pruebas tangibles, por el simple testimonio de un
escrito! Cualquiera que sea el temple del alma y la conciencia de
alguien, en todo eso ¿no hay lo suficiente para desmoralizarlo?

Jueves 10 de septiembre de 1896.


Por modo tal me siento cansado, quebrantado de cuerpo y de alma,
que he resuelto suspender aquí el diario, pues no puedo prever hasta
dónde irán mis fuerzas, hasta cuándo el cerebro permanecerá firme
bajo el peso de tantas torturas. Lo termino dirigiendo al Presidente de
la República esta suprema súplica, para el caso en que yo sucumba
antes de haber visto el fin de este trágico asunto:

Señor Presidente de la República: me permito suplicaros que este


diario, escrito día por día, sea remitido a mi esposa.
Quizás haya en él gritos de cólera, de espanto ante la condena más
horrorosa que haya herido a un ser humano, y un ser humano que no
ha faltado jamás a su honor. No tengo valor para rehacer así, mental -
mente, mi terrible vida.
No recrimino hoy a nadie, cada cual ha creído proceder en la plenitud
de sus derechos, de su conciencia.
Simplemente declaro aún que soy inocente de ese crimen abominable,
y no pido más que una cosa, la misma, eternamente: que se busque
hasta encontrar al verdadero culpable, al autor de tan odioso delito.
Y el día que la luz se haga, ruego que se ponga en mi esposa, en mis
hijos, toda la piedad que pueda inspirar tan grande infortunio.
Fin del diario

En el año 1895 la esposa de Dreyfus se dirigió vanamente a la Cámara de


Diputados con el propósito de que se revisase el proceso.

Una de las personas pertenecientes al Consejo de


Guerra, el coronel Picquart, había pasado en el
interín a otro destino, en la oficina de informaciones.
Picquart se había propuesto indagar alrededor de los
puntos ambiguos u oscuros del proceso. Quería hacer
luz sobre los móviles del delito. Investigó con tal pro-
lijidad que hasta la correspondencia entre Dreyfus y
su familia fue sometida a análisis químicos.
En 1896 llegó a manos de un capitán del Estado Picquart
Mayor un papel de color azul, reducido a pedazos. Al
ser reconstruido el texto se comprobó que el mismo tendría una importancia
decisiva en el esclarecimiento del caso. Aquel papel tenía como destinatario a
Esterhazy. El texto decía así:

79
“Caballero: espero ante todo una explicación más detallada que la
que me dio usted el otro día sobre la cuestión pendiente. Por lo tanto,
ruego que me dé orden por escrito para poder saber si debo o no con -
tinuar mis relaciones con la casa R. C.”
Firmado: C”

Así fue perfilándose la silueta de un personaje misterioso, miembro del


Ejército francés, nacido en París, de padres húngaros, inteligente, con dominio
de varias lenguas, inclinado a las nociones jurídicas, con una página brillante
en lo militar, ambicioso, de vida desordenada, sin escrúpulos, e incriminado en
reiteradas estafas. Con total falta de moralidad, este personaje debía sus rela-
ciones con el Estado Mayor tanto a su relación con el mismo, como a su vincu-
lación con la “Libre Parole”. Este personaje se llamaba Esterhazy.
Picquart, con la autorización del Ministro de Guerra, consultó al perito calí-
grafo con respecto a dos manuscritos, dos cartas, en presencia del mismo minis-
tro. El grafólogo, que había actuado como perito en el caso Dreyfus, ignorante
del origen de los textos, y ante el asombro del ministro, comentó:

“Es la misma letra de la minuta”

Picquart anhelaba la reapertura del proceso, dado que existían numerosos


factores que indicaban la necesidad de esta medida: la ilegalidad evidente de
los procedimientos; la aparición subrepticia de un expediente desconocido por el
acusado y por su defensor; y por el quebrantamiento de principios fundamen-
tales del derecho positivo francés.
En enero de 1897 Picquart fue removido de su puesto y fue enviado a Susa,
con otro cargo; fue designado para sustituirlo un hombre sumiso a los manejos
del Estado Mayor. Allí, en el sur de Túnez, Picquart prosiguió con la investi-
gación, mientras Esterhazy continuaba con las intrigas contra él para que
cesara en sus intentos de poner en descubierto la verdad.
En el mes de enero de 1898 Esterhazy compareció
ante la corte para responder a los cargos que se le for-
mulaban. A la esposa y al hermano de Dreyfus, así
como a su abogado, Leblois, se les negó el derecho de
asistir al juicio. El acusado inventó una historia mis-
teriosa, consistente en la posesión de un documento
secreto exculpatorio. El manifiesto y la misiva dirigi-
da a él, el “Petit Bleu”, eran falsas. La célebre “minu-
ta” propiamente dicha podría ostentar una letra muy
semejante a la suya, pero sólo era un simple “calco”. Esterhazy
Mientras tanto, en París se sucedían los hechos
en torno al juicio contra el escritor Emile Zola. Después de quince sesiones, el
veredicto del jurado, por mayoría, declaró culpable de difamación a Zola y lo
condenó al máximo de la pena de ley: un año de cárcel y una multa de tres mil
francos. La sanción alcanzó también al dueño del diario “L’Aurore”: una multa
por la misma cantidad y prisión de cuatro meses.

80
Mientras continuó la persecución a Zola por el escrito –carta al presidente
de la República, el “Yo acuso”– el escritor, exiliado en Inglaterra, siguió siendo
víctima de la campaña de los grupos antidreyfusianos que, como antes, contin-
uaron restringiendo sus derechos. Se pidió inclusive que se le retirasen los dere-
chos como miembro oficial de la Legión de Honor. Fue injuriado y menoscabado
hasta ser despojado de sus cargos.
A mediados de 1898, y en ese clima, se acercaban las elecciones generales
en Francia. El Ministro Civil de Guerra, Cavaignac, injurió nuevamente a
Dreyfus, aludiendo a una carta en la que aparecía su nombre y que él per-
sonalmente había examinado considerándola auténtica.
La justicia francesa inició un nuevo juicio a Esterhazy en base a tres car-
gos: ultrajes a Francia y a los franceses, indignidad de su vida privada, y haber
provocado la amenaza de una intervención del gobierno alemán.
Esterhazy optó por huir a Inglaterra, donde continuó desprestigiando al
Estado Mayor Francés.
En el mes de junio de 1899 la Corte de Casación revocó, por unanimidad, el
veredicto del Consejo de Guerra de París contra Alfred Dreyfus, quien quedó
bajo la competencia del Consejo de Guerra de Rennes.
De acuerdo con la Corte de Casación, “la minuta”, génesis del proceso con-
tra Dreyfus, había sido escrita por Esterhazy.
El presidente francés Loubet se mostró satisfecho por el curso de los acon-
tecimientos, pero al asistir a un acto público, aunque no oficial, un sujeto le
hundió el sombrero con un golpe de bastón. Como con-
secuencia de esta agresión, los acontecimientos se
precipitaron. El Ministro de Justicia dio orden de pro-
mover la causa contra el ex ministro Mercier. El gabi-
nete francés cayó y le sucedió otro de defensa
nacional.
Picquart, después de una prolongada detención
preventiva, recobró la libertad. Esto se debió a su
perspicacia, ya que al poseer el primitivo documento,
había tomado unas fotografías del mismo. Así pudo
presentarlo en su defensa, hasta que los expertos
Mercier
pudieron comprobarlo.
Todo estaba preparado para el retorno de Dreyfus a París. Así decía la noti-
ficación:

“Sírvase poner en conocimiento inmediato del capitán Dreyfus el


siguiente acuerdo: la corte revoca y anula el fallo del 22 de diciembre
de 1894 contra Alfred Dreyfus por el primer Consejo de Guerra del
gobierno militar de París, y remite al acusado al consejo de Guerra de
Rennes...”

Este mensaje significaba que cesaba el confinamiento. Dreyfus tenía ahora


sólo la condición de arrestado; se le reintegraba su grado militar y podía usar
su uniforme militar.

81
El día 7 de agosto de 1899 comenzaron las deliberaciones del Consejo de
Guerra de Rennes. El mismo estaba compuesto de siete miembros: seis del
arma de artillería y un ingeniero que quedó presidiendo como garante del
cumplimiento de lo dispuesto por la Corte de Casación.
Dreyfus estaba presente. Con grandes esfuerzos por su debilidad, prove-
niente de su estancia en la Isla del Diablo, llegó al juicio que le estaba destina-
do.
Durante treinta agitados días se prolongaron las audiencias. El gobierno
pedía una condena que finalmente fue dictada por el voto de cinco de los siete
jueces, aun cuando fueron reconocidas por mayoría de sufragios circunstancias
atenuantes; la pena fue de degradación y diez años de reclusión, con la adver-
tencia del propio Consejo de Guerra de que no se debía repetir la ceremonia de
degradación. La sentencia fue repudiada en todas partes. Hubo actos contra las
representaciones diplomáticas de Francia. Hasta se llegó a pensar, como conse-
cuencia del proceso, en un fracaso de la exposición universal del año mil nove-
cientos, cuya sede era París.
Se interpuso un recurso de revisión. Las conversaciones entre el hermano
de Dreyfus, Mateo, y algunos fieles amigos al frente de los grupos dreyfusianos
prosiguieron hasta que, como fruto de las consultas, se decidió el retiro del
recurso de revisión, pues al quedar firme el fallo, podría sobrevenir el indulto.
El 19 de septiembre de 1899 fue otorgado el indulto.
Así se expresó Dreyfus en esa ocasión:

“El gobierno de la República me devuelve la libertad. Esta no repre -


senta nada para mí sin el honor. Desde hoy seguiré persiguiendo sin
tregua la reparación del espantoso error judicial del que soy víctima.
Quiero que Francia entera sepa, por obra de una sentencia definitiva,
que soy inocente. Mi corazón no descansará mientras quede un solo
francés que me impute un crimen cometido por otro”.

Mientras tanto Esterhazy prosiguió con sus maquinaciones. Publicó un


panfleto, “Interioridades del asunto Dreyfus”, donde puso como antifaz el con-
traespionaje. Dreyfus solicitó con fecha 21 de abril de 1903, una nueva revisión
de su proceso. Examinados todos los expedientes y documentos existentes, se
comprobaron los siguientes hechos: a) aparecen o son descubiertos documentos
de existencia hasta entonces ignorada, que desde luego no habían sido aporta-
dos a ningunos de los procesos, a pesar de ser de indiscutible y decisiva impor-
tancia; b) Se llegaron a conocer las falsificaciones posteriores a la condena
primera del acusado, efectuadas para impresionar a los jueces de Rennes; c) Se
comprobaron falsificaciones de documentos, así como el cambio de una fecha,
para que un documento, urdido después del primer fallo contra Dreyfus del año
1894, sirviera en los posteriores procedimientos y apareciera como anterior a
esta fecha.
El proceso fue paulatino. Recién el 15 de junio de 1906 se abrieron los
debates públicos definitivos. Ese mismo año sucedió un acontecimiento político
de gran trascendencia: triunfaron en las elecciones parlamentarias los partidos
de izquierda.

82
Por su parte, Dreyfus dio una vez más muestras de su decoro; no aspiraba
a indemnizaciones, pero sí hablaba de la integridad de su honor.

“Soldado ante todo, estimo que habiendo consagrado mi vida a mi


Patria, ésta puede disponer de mí e infligirme dolores inmerecidos. He
soportado todas las angustias, todas las penalidades de la Isla del
Diablo, como hubiera soportado los sufrimientos de una campaña
atroz... no quiero más que mi honor, íntegro e inmaculado. Porque es
la herencia sagrada e inalienable de mis hijos”.

El 12 de julio de 1906 la Corte de Casación francesa, por fallo unánime de


sus integrantes, revocó la condena de Dreyfus y ordenó su reintegro a la condi-
ción anterior a la falsa acusación. El 20 de julio de 1906, en una ceremonia ple-
namente colmada de alegría cívica, acompañada por los defensores de la democ-
racia y de la justicia, le fueron reintegrados a Dreyfus todos los atributos per-
didos. Ese mismo día fue nombrado Caballero de la Legión de Honor.
5 DE AGOSTO DE 1995

A CIEN AÑOS DEL CASO DREYFUS - SE ACTUALIZA LA POLÉMICA


PARÍS (DE NUESTRO DO AL ACCESO PÚBLICO. EN ESTOS MOMENTOS LLAMADO PARA REALI-
CORRESPONSAL). LA EL HECHO, CONOCIDO HA ALCANZADO UNA ZAR ESTA OBRA, OFRE-
ACADEMIA MILITAR DE AYER, HA MOVILIZADO NOTORIEDAD MAYOR, Y CIÉNDOSE ELEGIR
PARÍS RECHAZA LA AL PERIODISMO, Y HOY SU FOTO ESTÁ EN ENTRE DIVERSOS PER-
INSTALACIÓN EN SU SE HISTORIA EL CÉLE- TODOS LOS DIARIOS. LA SONAJES, TALES COMO
PATIO DE ARMAS DE BRE PROCESO Y LAS ESTATUA PROYECTADA DE GAULLE, MAO,
UNA ESTATUA DE DIVISIONES QUE SERÁ DE TRES METROS ROBERT SCHUMANN,
ALFRED DREYFUS, REA- PROVOCÓ EN SU ÉPOCA CON CINCUENTA DE DREYFUS... “PREFERÍ A
LIZADA POR EL ESCUL- POR EL FUERTE ANTI- ALTURA Y MUESTRA A DREYFUS PORQUE ÉSTE
TOR TIM, POR ENCARGO SEMITISMO QUE SURGIÓ DREYFUS DE PIE. ALLÍ REPRESENTA EL HONOR
DEL PRESIDENTE DE LUEGO DE LA DERROTA SE DESTACA EL SABLE DEL EJÉRCITO -DICE. Y
FRANCIA FRANCOIS ANTE ALEMANIA EN DEL CAPITÁN, SEMIQUE- AGREGÓ- YO AMO
MITTERRAND Y DEL 1870, EL NACIMIENTO BRADO. EL MINISTRO MUCHO AL EJÉRCITO.
MINISTRO DE CULTURA DE LA REPÚBLICA Y LA DE CULTURA FRANCÉS LO DIGO SINCERA Y
JACK LANG. LAS IRRUPCIÓN DE PRINCI- DECLARÓ QUE, POR INI- MUY SIMPLEMENTE.
RAZONES INVOCADAS NO PIOS SOCIALES1. CIATIVA DEL PRESI- CONSIDERO QUE ESTE
SON MUY SATISFACTO- ALGUNAS PERSONALI- DENTE Y CON LA PER- MONUMENTO ES PARA
RIAS Y SE RELANZA EN DADES, DE LAS MUCHAS SONAL INTERVENCIÓN EL HONOR DE LA VER-
LA ACTUALIDAD EL QUE YA OPINAN SOBRE DE ÉSTE, SU CARTERA DAD. PERO TAMBIÉN
TEMA DEL ANTI- LA CONTROVERSIA, PREPARÓ UN PLAN PARA PARA EL HONOR DE UN
SEMITISMO. SUGIRIERON NO ABRIR ESTIMULAR LA HOMBRE DEL EJÉRCITO,
LA ACADEMIA MILITAR HERIDAS, Y COLOCAR EL CREACIÓN ESCULTÓRICA QUE CONSAGRÓ SU VIDA
DE PARÍS SE OPONE A MONUMENTO FRENTE AL EN FRANCIA, ENCAR- A AMBAS COSAS.
LA INSTALACIÓN EN SU COLEGIO GANDO UNAS DOSCIEN- TAMBIÉN CONDENO A
PATIO DE HONOR, EN EL POLYTECHNIQUE DE TAS OBRAS A DISTINTOS LOS ENEMIGOS DE
SITIO EN QUE FUE SELECTOS ALUMNOS Y ARTISTAS. POR ESTA VÍA DREYFUS, LOS ANTI-
INJUSTAMENTE LARGA TRADICIÓN, SE QUERÍA TAMBIÉN SEMITAS Y ANTIREPU-
DEGRADADO EL 5 DE DONDE HABÍA ESTUDIA- “HONRAR LA MEMORIA BLICANOS”.
ENERO DE 1895, DE DO DREYFUS. DE ILUSTRES FRANCE-
UNA ESTATUA DE LA OBRA, RECIÉN EN SES O CONME-MORAR
ALFRED DREYFUS, MAQUETA, PERTENECE DIVERSOS ACONTECI-
INVOCANDO QUE EL AL ESCULTOR TIM, UN MIENTOS”.
LUGAR NO ESTÁ LIBRA- NOTABLE ARTISTA QUE EL ESCULTOR TIM FUE
1- Hace referencia a los principios de Democracia y Tolerancia.
83
La vida interna de los judíos franceses
Alrededor del año 1880 murió el fundador y presidente de la Alliance
Israélite Universellé1 de París, Adolfo Cremieux, quien en un discurso en la
sesión de la Alliance en el mes de agosto de 1871 se refirió al “doble amor”.

“Recordemos siempre nuestros deberes para con la patria y cumplá -


molos con toda nuestra fuerza y posibilidades. Todos nuestros com -
pañeros (delegados de la Alliance Israelite Universelle) aman a sus
patrias como nosotros, los judíos franceses, amamos a la nuestra.
Pero aparte de nuestros deberes con nuestra patria, nosotros, miem -
bros de la Alliance, debemos estar siempre unidos. Los judíos de
Francia, Austria, Inglaterra, Bélgica, España, Holanda y Rusia for -
man un solo frente, con ideas e intenciones comunes, unidos entre her -
manos por lazos de amor”.

Al principio la Alliance siguió el camino marcado por Cremieux. Abrió


escuelas en el Oriente; educó niños judíos en Turquía y en Persia en el espíritu
democrático y emancipatorio, dio ayuda en casos de
grandes catástrofes, de pogroms, de procesos por calum-
nias de crimen ritual y en presencia de toda suerte de des-
dichas, en Turquía, Rumania, y en parte, también en
Rusia. Pero, por diversas circunstancias, la obra de la
Alliance fue perdiendo cada vez más su carácter político y
se recluyó en el ámbito cultural y filantrópico. A esto la
obligaba la agitación que se desarrollaba en la prensa anti-
semita de toda Europa, contra la pretendida
“Internacional judía”, contra el “gobierno central
Cremieux
judío” en París. Como ya hemos mencionado, Drumont,
para alarmar a todo el mundo, se servía continuamente del espectro de la
Alliance, como se servía del argumento que significaba para su propaganda la
existencia de la casa Rothschild. Entonces se hacía necesario probar, ante todo,
lealtad, reduciendo al propio judaísmo a un grado ínfimo para que pasara casi
inadvertido. La Alliance Israélite nada podía hacer en favor de los judíos rusos
perseguidos, en consideración al acuerdo franco ruso, ratificado en 1891.
Incluso la Alliance fue impotente durante la agitación por el proceso de Dreyfus.
Algunas personalidades judías individualmente, pero no organizaciones
enteras, habían tomado parte en esa lucha por la verdad. Entre las principales
figuras más destacadas encontramos a José Reinach, diputado republicano
moderado y redactor del diario “Repúblique Francaise”. Había luchado primero
contra el boulangismo y más tarde contra la conspiración antisemita en el asun-
to Dreyfus. Otro destacado escritor y crítico literario, colaborador de los
grandes diarios de París, fue Bernardo Lazare. En un artículo publicado en
1891 defendía aún a los judíos contra la mentira antisemita con el viejo argu-
mento, sosteniendo que el antisemitismo desaparecería con la desaparición del
aislamiento de los judíos. Los intereses del judaísmo se reducían a la estrecha
1- Ver módulo 31
84
esfera de la comunidad religiosa y de la sinagoga, para aquellos a quienes
agradaban estas instituciones. Los órganos de la comunidad o de sus rabinos
dirigentes eran dos semanarios parisienses: el liberal “Archives Israelites” y el
conservador “Univers Israelite”, publicaciones muertas, sin sentido alguno para
las cuestiones candentes de la vida nacional. Sólo subsistía el interés por el
pasado, por la historia hebrea, en algunos círculos de la sociedad judía. En las
últimas décadas del siglo XIX se desarrolló la “Jojmat Israel”1 (“Ciencia Judía”),
en Francia, como una continuación del renacimiento que se había producido en
Alemania. Aparecieron laboriosos correctores de materiales históricos; investi-
gadores pacientes completaban la obra de sus predecesores alemanes. Todas
estas fuerzas, a las que se agregaron muchos estudiosos de otros países, se
agruparon alrededor de la revista trimestral Revue des Etudes Juifs, que a par-
tir de 1880 publicó en París la “Sociedad para la ciencia judía”.

Consigna de trabajo

El caso Dreyfus polarizó a la sociedad francesa entre dreyfusistas y


antidreyfusistas. Políticos, escritores, artistas, hombres públicos, tomaron
parte en el debate que enfrentó a la sociedad francesa.
Te invitamos a tomar parte en esta polémica mediante la elaboración de
una página de un diario dedicado al tema, teniendo en cuenta los si-
guientes titulares:
NOTICIAS DEL MUNDO

AFFAIRE DREYFUS (FOTO)


BREVE RESEÑA BIOGRÁFICA

EL JUICIO EN POCAS LÍNEAS

FRASES IMBORRABLES VERTIDAS DURANTE EL JUICIO

LA ABSOLUCIÓN
LAS REPERCUSIONES DEL CASO EN EL MUNDO JUDÍO

A 100 AÑOS DEL CASO

1- Ver módulo 31, pág. 254

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