MODULO 34 - Historia Judia
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El Caso Dreyfus
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Antisemitismo en Francia
Desde la constitución del Segundo Imperio en diciembre de 1852, presidido por
Napoleón III, Francia vivió veinte años de estabilidad y prosperidad económi-
ca. Su industria crecía, aumentaba su producción agropecuaria; las inversiones
francesas en ferrocarriles y la construcción del canal de Suez cimentaban su
prestigio. Sin embargo el crecimiento francés era ampliamente superado por el
rápido desarrollo norteamericano, el ya más lento crecimiento inglés y, sobre
todo, por la explosiva producción alemana.
La guerra franco-prusiana en 1870 resultó una gran victoria para los ale-
manes, que consagraron su unificación, dejando a Francia humillada tras la
pérdida de los territorios de Alsacia y Lorena.
El “Caso Panamá” había puesto de manifiesto la corrupción de la Tercera
República1. Francia tenía enormes expectativas con respecto al Canal de
Panamá, dado que su influencia en Latinoamérica podía ser clave para alcan-
zar a Inglaterra y sobre todo a Alemania en expansión industrial y territorial.
La burguesía francesa en pleno se apresuró a contribuir con su patriótica inver-
sión, pero un error de cálculo y las dificultades técnicas subsiguientes derivaron
la construcción de dicha empresa en un escándalo. Finalmente, por la presión
de la prensa y la opinión pública, la compañía cayó en quiebra, y quinientos mil
accionistas perdieron un millón de francos.
La prensa antisemita creyó ver en el fracaso la confabulación de un sindi-
cato judío que actuaba a nivel internacional. La propaganda antisemita tendría
su causa inmediata en el colapso sufrido por el banco católico “Unión General”,
en el que muchos pequeños inversionistas católicos perdieron sus ahorros. El
director del mismo culpó de la bancarrota al “capital judío”, y aparecieron
varias ediciones de periódicos antijudíos. Pero las ideas antisemitas incremen-
taron su influencia a partir de la publicación, en 1886, del libro de Eduard
Drumont “La Francia judía”. Esta obra presentaba el histórico antagonismo
entre arios y semitas, describiendo la destructiva influencia de los judíos en la
historia de Francia y su decisivo ascendiente en la vida política a partir de
1880. Exigía una revolución social basada en el reparto de la propiedad judía.
1- Tercera República: Tras el colapso del Imperio de Napoleón III por la derrota en la guerra Franco-
Prusiana, se realizaron en febrero de 1871 elecciones para la Asamblea Nacional Constituyente que dio ori -
gen a la Tercera República Francesa (1875-1940).
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Fueron vendidos de este libro centenares de miles de ejemplares, multiplicán-
dose así la actividad antisemita. Se organizaron asociaciones de estudiantes
antisemitas y otras agrupaciones similares. Especialmente activos fueron los
grados inferiores de la clerecía, a quienes interesaban los problemas sociales.
Organizaron el movimiento democrático cristiano. Asimismo muchos socialistas
participaron en esta campaña de propaganda.
También en el Parlamento mostrarían su activi-
dad los antisemitas. En 1891 uno de ellos propuso
que se expulsase de Francia a los judíos, y treinta y
dos diputados le apoyaron; la propuesta no llegó a fig-
urar en el orden del día. A comienzos del año 1892 se
inició la publicación, bajo la dirección de Drumont,
del diario antisemita “Libre Parole”. Explotó éste el
derrumbamiento de la compañía del canal de
Panamá para incrementar su influencia. Varios
financistas judíos se hallaban implicados en la
cuestión, y Drumont presentó esta circunstancia
como una prueba de que los judíos corrompían el
país. Poco tiempo después el interés por este caso
decayó, y con él la preocupación antisemita.
El Juicio
A finales del año 1894 estalló nuevamente el sentimiento antisemita cuan-
do Alfred Dreyfus, oficial judío que había servido en el Estado Mayor General
de Francia, fue arrestado bajo la acusación de espionaje. Los antisemitas man-
ifestaron que aquélla constituía una prueba más de la “traición judía”. Su pro-
paganda abandonó su carácter social para transformarse en una incitación
patriótica ornada con ataques a los ideales de la Revolución francesa. El min-
istro de la Guerra vaciló en un principio, pero más tarde decidió traer a Dreyfus
ante un tribunal militar. Mediante falsificaciones y presión política Dreyfus fue
declarado culpable y condenado al exilio en la Isla del Diablo para el resto de
sus días.
Todo un vendaval político que agitaría durante años a la opinión francesa
comenzó con el proceso y la condena de un hombre, el Capitán Dreyfus. Fue su
condición de judío –y probablemente envidias profesionales- lo que puso en fun-
cionamiento el mecanismo del proceso, donde luego la polarización extrema
entre el antisemitismo y la defensa de los derechos humanos revelaría conflic-
tos más profundos en la sociedad francesa. Sin embargo, salvo el insistente
reclamo de que se reconociera su inocencia, la comprensión que este puntilloso
oficial del ejército tuvo del affaire1 que lleva su nombre, fue casi nula.
El juicio que se siguió al Capitán Dreyfus fue llevado adelante en forma
muy rápida. El tribunal militar, por otra parte, se valió para la condena de
pruebas más bien débiles, apoyadas por razonamientos y presunciones, sin
1- Caso
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tener en cuenta, tampoco, los antecedentes profesionales brillantes e inta-
chables del oficial juzgado. Luego, la condena a prisión y la degradación que
configuraron la sentencia parecieron poner punto final a este proceso de
trámite rápido y de oscuras motivaciones
políticas. El tiempo se encargaría de desmentir
esta presunción, sacando el caso a publicidad y
haciendo confluir en él todo un conjunto de
contraposiciones ideológicas y de intereses.
El caso Dreyfus provocó una gran conmo-
ción en la oficialidad del ejército francés. Sobre
todo a partir del descubrimiento de que las
pruebas imputadas a Dreyfus correspondían,
en realidad, a los actos de otro oficial, el
comandante Walsin-Esterhazy, el sentido del
honor y la verdad que tenían algunos oficiales,
el deseo de tapar los errores cometidos, las
razones políticas y los prejuicios comenzaron a
operar entrechocadamente en el ánimo de los
militares.
El Coronel Henry –que colaboró a fraguar
pruebas falsas contra Dreyfus- y el Coronel
Picquart –que honradamente no quiso ocultar
Emilio Zola
las evidencias contra Esterhazy que relevaban
a Dreyfus- llegaron a batirse a duelo. Ante el conflic-
to, no fueron pocos los oficiales superiores que
tuvieron una actitud prescindente, por falta de valor
para afrontar las cuestiones en juego.
Después que el caso Dreyfus parecía cerrado por
su condena, la infatigable acción del hermano del
Capitán, Mateo Dreyfus, logró atraer la atención de
algunos intelectuales y políticos, y de una pequeña
parte de la opinión pública. Esta parte se fue
ampliando progresivamente, a través de la acción
decidida del pequeño grupo de luchadores, entre los
cuales descuella el escritor Emilio Zola, pero donde
fueron también muy importantes las contribuciones
Henry
de Clemençeau, Anatole France y Jean Jaurés. El
affaire tuvo un vuelco notable después del suicidio del Coronel Henry, que
mostró a la opinión pública que no podía darse por descontado el honor del
ejército y de cada uno de sus oficiales.
1- Gambetta: líder republicano. Tuvo gran influencia en la comuna de París en las elecciones de 1881.
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Yo acuso al general Mercier de haberse hecho cómplice, al menos por
debilidad, de una de las mayores iniquidades del siglo.
Yo acuso al general Billot de haber tenido en sus manos las pruebas
de la inocencia de Dreyfus y de no haberlas utilizado, haciéndose de
tal modo culpable del crimen de lesa humanidad y de lesa justicia con
un fin político, y para salvar al Estado Mayor comprometido.
Yo acuso al general Boisdeffre y al general Gonse de haberse hecho
cómplices del mismo crimen, el uno por fanatismo clerical, el otro por
espíritu de cuerpo que hace de las oficinas de guerra un arca santa e
intocable.
(...) Esta actitud mía no es más que un arma revolucionaria destina -
da a activar la explosión de la verdad y la justicia.
(...) No ignoro que me pongo al alcance del artículo 30 y 31 de la ley
sobre la prensa, del 29 de julio de 1881, que condena los delitos de
difamación, y es voluntariamente que me expongo. Espero”.
Siglomundo 12
Ibidem
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Clemençeau en L’Aurore decía que en realidad era un triunfo de la Iglesia,
que pretendía desencadenar una guerra religiosa contra los judíos, protestantes
y otros. La actitud de la Iglesia ponía en peligro el espíritu de la Revolución
Francesa. La prensa internacional manifestó en su mayoría su solidaridad con
Zola y su indignación contra el fallo. Zola, que había apelado su sentencia, fue
nuevamente condenado, y se vio precisado a huir a Londres. La Libre Parole
volvió a agitar la opinión pública.
Ibidem
Ibidem
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además los Papas, todavía en la década de 1860, seguían sosteniendo sus dere-
chos al poder temporal y lanzado anatemas contra los gobernantes que querían
establecer estados omnipotentes. Allí donde el nacionalismo se hacía poderoso,
el clericalismo era considerado casi con certeza como enemigo principal.
Las consecuencias del affaire Dreyfus fueron de vital importancia para el
futuro político de la República Francesa. Declinó la influencia de los círculos
militares y eclesiásticos, mientras se vigorizaban los elementos radicales. Poco
después de finalizado este episodio, fue aprobada una ley que separaba en
Francia la religión del Estado. Pero el affaire Dreyfus manifestaría también su
relevancia con respecto a la actitud que observaba la sociedad francesa hacia
los judíos, ya que asestó un fuerte golpe al movimiento antisemita organizado
en el país. Con todo, la fracción antidreyfusista se afirmó con más fuerza en sus
creencias antisemitas y colaboró activamente en la formación de la ideología del
grupo derechista denominado Action Française, que aparecería con posteriori-
dad. Dentro del campo radical y anticlerical, a su vez, se comenzó a advertir el
carácter de amenaza pública y política que suponía la presencia de la propa-
ganda antisemita.
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enemigo de los alemanes. Soñaba con que la tierra de su nacimiento, Alsacia,
volviera a pasar a poder de Francia. El 6 de octubre de 1894 los servicios secre-
tos del ejército francés, que habían secuestrado una carta que transmitía infor-
mación reservada sobre unos cañones al agregado militar alemán en París, lle-
garon a la conclusión que el traidor no podía ser otro que el capitán Dreyfus.
Solo muchos años después, el 21 de julio de 1906, se realizó la ceremonia de
reincorporación al ejército y fue promovido a Mayor, estando presente el luego
Ministro de Guerra, general Picquard. El presidente de Francia le concedió el
título de la Legión de Honor. Tiempo después Dreyfus se retiró del ejército, pero
regresó para combatir por su patria durante la Primera Guerra Mundial, como
teniente coronel. Comandó un parque de artillería en la batalla de Verdún
mientras que su hijo, Pierre, estuvo a cargo de una batería de cañones. A fines
de la guerra, Dreyfus se retiró y murió de un ataque cardíaco el 12 de julio de
1935, en París. Su mujer, Lucie, logró esconderse durante la guerra en Tolosa
con un falso nombre durante la ocupación nazi, y murió en diciembre de 1945.
La historia de la familia Dreyfus completa el ciclo trágico de una injusticia bes-
tial: Madeleine Levi, la preferida de los ocho nietos de Alfred y Lucie, combatió
en la resistencia francesa contra los alemanes. Fue arrestada y torturada y
murió en 1944 en el campo de concentración nazi de Auschwitz.
Pasaron los días con olvido de las más humanitarias y lógicas formalidades
judiciales. No se le comunicó al reo la causa de su privación de libertad; no se
le mostró el documento sobre el cual se edificó el proceso; no se le hicieron cono-
cer los cargos, aunque él dijera una y otra vez, apelando a los trámites judi-
ciales: “Si me enseñaran los documentos de que se trata, quizá comprenda algo.
Hoy es mi undécimo día en prisión y todavía no sé de qué se me acusa...”
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Recién en esta etapa de los acontecimientos, el 5 de enero de 1895 se lo
degradó en una ceremonia pública. A hora temprana la ceremonia se llevó a
cabo con ciertas formalidades: registro del condenado y colocación de esposas.
Fue trasladado a la escuela militar, custodiado por gendarmes y por dos solda-
dos; encabezaban el cortejo con revólveres en mano.
Así fue llevado al centro de la plaza, donde se inició el cumplimiento de
aquella sentencia, bajo la dirección del General Darras:
Conforme con el fallo, fue remitido a la Isla del Diablo, antiguo paraje de
leprosario. Durante su cautiverio Dreyfus llevó un Diario. He aquí el comienzo
de éste:
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Otros fragmentos del diario de Dreyfus:
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humanas! ¿Dónde están mis hermosos sueños de juventud, y las
aspiraciones de mi edad madura? Ya nada vive en mí. Se extravía mi
cerebro bajo el esfuerzo del pensamiento. ¿Cuál es el misterio de este
drama? Todavía hoy nada comprendo de cuanto ha sucedido. ¡Ser
condenado sin pruebas tangibles, por el simple testimonio de un
escrito! Cualquiera que sea el temple del alma y la conciencia de
alguien, en todo eso ¿no hay lo suficiente para desmoralizarlo?
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“Caballero: espero ante todo una explicación más detallada que la
que me dio usted el otro día sobre la cuestión pendiente. Por lo tanto,
ruego que me dé orden por escrito para poder saber si debo o no con -
tinuar mis relaciones con la casa R. C.”
Firmado: C”
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Mientras continuó la persecución a Zola por el escrito –carta al presidente
de la República, el “Yo acuso”– el escritor, exiliado en Inglaterra, siguió siendo
víctima de la campaña de los grupos antidreyfusianos que, como antes, contin-
uaron restringiendo sus derechos. Se pidió inclusive que se le retirasen los dere-
chos como miembro oficial de la Legión de Honor. Fue injuriado y menoscabado
hasta ser despojado de sus cargos.
A mediados de 1898, y en ese clima, se acercaban las elecciones generales
en Francia. El Ministro Civil de Guerra, Cavaignac, injurió nuevamente a
Dreyfus, aludiendo a una carta en la que aparecía su nombre y que él per-
sonalmente había examinado considerándola auténtica.
La justicia francesa inició un nuevo juicio a Esterhazy en base a tres car-
gos: ultrajes a Francia y a los franceses, indignidad de su vida privada, y haber
provocado la amenaza de una intervención del gobierno alemán.
Esterhazy optó por huir a Inglaterra, donde continuó desprestigiando al
Estado Mayor Francés.
En el mes de junio de 1899 la Corte de Casación revocó, por unanimidad, el
veredicto del Consejo de Guerra de París contra Alfred Dreyfus, quien quedó
bajo la competencia del Consejo de Guerra de Rennes.
De acuerdo con la Corte de Casación, “la minuta”, génesis del proceso con-
tra Dreyfus, había sido escrita por Esterhazy.
El presidente francés Loubet se mostró satisfecho por el curso de los acon-
tecimientos, pero al asistir a un acto público, aunque no oficial, un sujeto le
hundió el sombrero con un golpe de bastón. Como con-
secuencia de esta agresión, los acontecimientos se
precipitaron. El Ministro de Justicia dio orden de pro-
mover la causa contra el ex ministro Mercier. El gabi-
nete francés cayó y le sucedió otro de defensa
nacional.
Picquart, después de una prolongada detención
preventiva, recobró la libertad. Esto se debió a su
perspicacia, ya que al poseer el primitivo documento,
había tomado unas fotografías del mismo. Así pudo
presentarlo en su defensa, hasta que los expertos
Mercier
pudieron comprobarlo.
Todo estaba preparado para el retorno de Dreyfus a París. Así decía la noti-
ficación:
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El día 7 de agosto de 1899 comenzaron las deliberaciones del Consejo de
Guerra de Rennes. El mismo estaba compuesto de siete miembros: seis del
arma de artillería y un ingeniero que quedó presidiendo como garante del
cumplimiento de lo dispuesto por la Corte de Casación.
Dreyfus estaba presente. Con grandes esfuerzos por su debilidad, prove-
niente de su estancia en la Isla del Diablo, llegó al juicio que le estaba destina-
do.
Durante treinta agitados días se prolongaron las audiencias. El gobierno
pedía una condena que finalmente fue dictada por el voto de cinco de los siete
jueces, aun cuando fueron reconocidas por mayoría de sufragios circunstancias
atenuantes; la pena fue de degradación y diez años de reclusión, con la adver-
tencia del propio Consejo de Guerra de que no se debía repetir la ceremonia de
degradación. La sentencia fue repudiada en todas partes. Hubo actos contra las
representaciones diplomáticas de Francia. Hasta se llegó a pensar, como conse-
cuencia del proceso, en un fracaso de la exposición universal del año mil nove-
cientos, cuya sede era París.
Se interpuso un recurso de revisión. Las conversaciones entre el hermano
de Dreyfus, Mateo, y algunos fieles amigos al frente de los grupos dreyfusianos
prosiguieron hasta que, como fruto de las consultas, se decidió el retiro del
recurso de revisión, pues al quedar firme el fallo, podría sobrevenir el indulto.
El 19 de septiembre de 1899 fue otorgado el indulto.
Así se expresó Dreyfus en esa ocasión:
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Por su parte, Dreyfus dio una vez más muestras de su decoro; no aspiraba
a indemnizaciones, pero sí hablaba de la integridad de su honor.
Consigna de trabajo
LA ABSOLUCIÓN
LAS REPERCUSIONES DEL CASO EN EL MUNDO JUDÍO
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