Antonio y Cleopatra: Entre El Poder y La Pasión
Antonio y Cleopatra: Entre El Poder y La Pasión
Antonio y Cleopatra: Entre El Poder y La Pasión
William Shakespeare
Versión novelada de
Martín Casillas de Alba
sus dedos para que entendiera que todo esto era so-
lamente un juego—, ¿dónde quisieras que estuviese
esa pulgada?
—Por favor, que no sea en la nariz de mi es-
poso, que ya de por sí… —le contestó Iras, sin po-
der impedir que los demás se rieran del albur.
—¡Que el cielo nos impida tener estos pen-
samientos! ¡Alejo!, ahora nos toca conocer cuál es
tu fortuna —dijo Carmiana volteando y señalando
con el dedo índice al viejo Alejo—, sí, ¡tu fortuna!,
¡tu fortuna!... —empezó a corear en voz alta para
que las demás siguieran el juego—, ¡ya!, ya la ten-
go —haciéndose la adivina— y… tu fortuna es ésta
—dijo Carmiana cerrando los ojos como si estuvie-
ra concentrada en lo que imaginaba—. Que te cases
con una mujer con la que no puedas hacer el amor.
¡Oh!, dulce Isis, te lo ruego que lo hagas y, luego, haz
que se muera esa mujer y dale otra peor y, luego, una
tras otra, cada una peor que la otra, hasta que la peor
de todas lo siga muerta de risa hasta su tumba con
todo y su cornamenta de por lo menos cincuenta as-
tas. Buena Isis, escucha esto que te imploro, aunque
me niegues otros deseos… —y no había terminado
de hacer su predicción cuando los demás, burlándo-
se, no se aguantaron la risa al imaginarse la pesadilla
que esperaba al viejo sirviente.
Iras, que ya se había apaciguado, entró al jue-
go con su compañera y agregó:
—¡Sí, que así sea, buena diosa! ¡Escucha las
oraciones de mi amiga Carmiana y de tu pueblo!
Pues así como es descorazonador ver a un hombre
guapo con una mujer que no le hace caso, también
duele que no le pongan los cuernos a un maldito