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Efectos de La Estancia en Prisión

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FACULTAD DE CIENCIAS HUMANAS Y SOCIALES

EFECTOS DE LA ESTANCIA EN PRISIÓN

Revisión de las principales consecuencias que conlleva el paso por


prisión en los internos.

Autora: Marta Rodríguez López


Director: Javier Hugo Martín Holgado

Madrid
Marzo 2019


2

Marta
Rodríguez
López














EFECTOS DE LA ESTANCIA EN PRISIÓN

RESUMEN
La prisión es la institución destinada a encerrar a las personas que cometen un
acto delictivo. Tiene una doble finalidad: la reeducación y la reinserción social, y la
prevención de comisión de nuevos delitos para proteger, así, a la propia comunidad. El
hecho de ingresar en prisión introduce a la persona en un proceso de asimilación de la
subcultura propia de la prisión que se conoce con el nombre de prisionalización. Se
trata de una institución reglada basada en normas rígidas y un ambiente hostil que
provoca varios efectos en las personas que pasan un tiempo en ella. Los efectos
dependen de una serie características previas de la persona, el contexto en el cual se
desarrolló, posibles problemas de salud mental, historial de consumo, entre otras, y
crean más o menos vulnerabilidad en cuanto a sufrir una mayor o menor victimización.
Éstos serán, mayoritariamente, de tipo físico, psicológico y social. Se describirán
detalladamente estas consecuencias que provoca el paso por prisión para ahondar en
aquellas dificultades que marcarán el resto del ciclo vital de la persona y causarán en
ella un gran sufrimiento. El trabajo de los funcionarios que se encuentran en contacto
directo con los internos también es de suma importancia para su estancia en cárcel. El
sistema penitenciario es ya suficientemente violento y conviene trabajar para que sean
efectivas las medidas de tratamiento, reeducación y reinserción social de los internos,
para lo cual se ofrecen una serie de sugerencias de cambio.

Palabras clave: prisión, prisionalización, efectos, efectos psicológicos, efectos


sociales.
4

ABSTRACT
Prison is the institution intended to imprison people who commit a criminal act.
It has a dual purpose: re-education and social reintegration, and prevention new crimes
to protect the society. The fact of entering prison introduces people in a process of
assimilation of the subculture proper to the prison that is known as prisionalization. It is
a regulated institution based on rigid rules and hostile environment which causes
different effects. These effects depend on a series of previous characteristics of people,
the context in which it develops themselves, possible mental health problems, drugs
abuse, among others, that create more or less vulnerability in terms of suffering more or
less victimization, as well as the different effects. These will be mostly physical,
psychological and social. This consequences will be described in more detail to delve
into those difficulties will mark the rest of a person's life cycle and cause great
suffering. The work of the officials who are in direct contact with inmates is also one of
the most important influences for their stay in jail. The penitentiary system is already
very violent and it is convenient to work so that the measures of treatment, re-education
and social reintegration of inmates are effective, for which a series of suggestions for
change are offered here.

Key words: prison, prisionalization, effects, psychological effects, social


effects.
5

ÍNDICE
1. INTRODUCCIÓN…………………………………………………………… 6
2. LA CÁRCEL COMO INSTITUCIÓN………………..……………………... 7
2.1. Documentos legales referidos a la prisión ……………............................ 7
2.2. La realidad de la prisión ………………………………………………... 8
3. CARACTERÍSTICAS PREVIAS DEL CONDENADO……………………. 11
4. EFECTOS DE LA ESTANCIA EN PRISIÓN………………………………. 14
4.1. Físicos …………………………………………………………………... 15
4.2. Psicológicos …………………………………………………………….. 17
4.2.1. Trastornos del estado de ánimo …………………………………. 17
4.2.2. Trastornos de personalidad ……………………………………… 19
4.2.3. Abuso de sustancias ……………………………………………... 20
4.2.4. Suicidio y conductas autolesivas ………………………………... 22
4.3. Sociales …………………………………………………………………. 23
5. INFLUENCIA DEL PERSONAL DE PRISIÓN …………………………… 26
6. CONCLUSIONES: FORMAS DE CAMBIAR ESTA REALIDAD ...……... 28
7. REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS ………………………………………. 31
6

1. INTRODUCCIÓN

El ser humano es considerado un animal social y, por ello, se organizan en


grupos sociales. Se necesita la interacción con otros para el desarrollo personal, la
socialización y la supervivencia. Las diferencias individuales son muchas y tendrán aquí
una gran importancia en relación a la vivencia de cada persona en el mismo contexto.
Existe el concepto de cultura como el elemento común del que participan las personas
que viven en un determinado lugar, quedando asentadas las bases de una realidad
compartida.
Se podría pensar entonces: si todas las personas siguen unas mismas normas
sociales y morales por pertenecer a la misma cultura, ¿por qué existen personas que se
desvían de ellas y que, incluso, actúan de forma contraria a lo establecido? ¿Qué ocurre
con estas personas? Cuando alguien difiere de los valores y/o creencias comunes, no
comparte la misma realidad que el resto y, por tanto, se considera una ruptura con lo
socialmente compartido. El comportamiento desviado será considerado contrario a la
legislación vigente que regula las normas sociales y la persona pasará a ser considerada
como delincuente.
Durante mucho tiempo se ha pretendido identificar las causas que crean a un
delincuente. Se conoce la importancia de, al menos, cuatro factores que, en interacción,
podrían provocar la desviación social de la conducta: el temperamento y las
experiencias vividas, que van creando un estilo de personalidad y una forma de
relación consigo mismo, con el mundo y otras personas. Se incluye aquí el proceso de
socialización del niño, la adaptación al medio y el compromiso o no con la norma.
La delincuencia es un problema social que afecta al correcto desarrollo de la
comunidad y provoca sentimientos de miedo e incertidumbre en ella. Cuando una
persona comete un acto contrario a la ley, deberá ser penado por el mismo. La forma
habitual de castigo creada por la sociedad moderna es la prisión, siendo ésta una
institución pública que forma parte del Sistema de Justicia del Estado y que se encarga
de recibir a todas aquellas personas condenadas o imputadas por un delito recogido,
previamente al hecho, en el Código Penal. Según Coyle (2005) es el establecimiento
para castigar a los delincuentes, proteger a la sociedad de nuevos actos criminales,
conseguir una sociedad justa y pacífica, o bien, evitar el contagio de la delincuencia. En
prisión se encuentran, entonces, aquellas personas que han cometido un delito tipificado
7

en el Código Penal o han dejado de cumplir con una sanción administrativa impuesta
sobre ellos.
La cárcel es un lugar duro y violento que provoca efectos negativos, tanto
físicos, psicológicos y sociales. Novo, Pereira, Vázquez y Amado (2017) mencionan a
Clemmer (1950) como el primero en acuñar el término prisionalización, definido por
Escaff, Estévez, Feliú y Torrealba (2013) como la repercusión que tienen las
subculturas carcelarias en los sujetos.
El objetivo de este trabajo es conocer el impacto que produce la estancia en
prisión en las personas, así como explorar los diferentes efectos físicos, psicológicos y
sociales más llamativos. Para ello, se recabará información acerca de la forma de vida y
el funcionamiento de las instituciones penitenciarias y la influencia de ello en los que
allí residen.

2. LA CÁRCEL COMO INSTITUCIÓN


2.1. Documentos legales referidos a la prisión
En la Constitución Española (CE), se recogen los derechos y libertades
fundamentales de todas las personas por el hecho de serlo, donde se incluye el derecho a
la libertad. Cuando una persona es penada por un delito y entra en prisión, cumple una
pena privativa de libertad. En cierto modo, significa la pérdida de el derecho
fundamental a la libertad por haber atentado contra las normas establecidas y reflejadas
en el en el Código Penal (CP).
La legislación impone la forma en que una persona puede ser privada del
derecho a la libertad y, además, menciona la necesidad de encontrarse el acto, que la
persona juzgada se supone ha llevado a cabo, tipificado como delito. El artículo 25.1 CE
y el artículo 1 de la LO 10/1995, de 23 de noviembre sobre la regulación del CP, dictan
la necesidad de una regulación previa al acto para poder ser considerado un delito. En
este sentido, se hace imprescindible legislar también sobre la institución donde residirán
forzosamente aquellas personas privadas de su libertad.
Como institución pública, los centros penitenciarios cuentan con una normativa
penitenciaria que los regula. Según el Ministerio del Interior, las normas clave del
sistema penitenciario son la Constitución Española (artículo 25.2), la Ley Orgánica
1/1979 de 26 de septiembre General Penitenciaria, el Reglamento Penitenciario
aprobado por Real Decreto 190/1996 de 9 de febrero y sus modificaciones posteriores y
8

el Real Decreto 840/2011 que regula la ejecución de las penas alternativas de trabajos
en beneficio de la comunidad y la estancia permanente en un centro penitenciario.
En la CE refiere en su artículo 25.2. los objetivos principales de reeducación y
reinserción, los cuales se encuentran también en el artículo 1 de la LO 1/1979 de las
instituciones penitenciarias:
Las Instituciones penitenciarias reguladas en la presente Ley tienen como fin
primordial la reeducación y la reinserción social de los sentenciados a penas y
medidas penales privativas de libertad, así como la retención y custodia de
detenidos, presos y penados.

2.2. La realidad de la prisión


El objetivo previsto en los documentos legales no es otro que el trabajo de los
profesionales en un ambiente de cercanía y compromiso con los internos para conseguir
la reeducación y reinserción social de éstos. Autores como Valverde (1997), en cambio,
describen la prisión como un lugar de castigo (Valverde, 1997, p.70). Se podría decir
que la teoría es contraria a la práctica: la prisión no es un lugar de aprendizaje y
crecimiento personal, no es un lugar en el que poder reflexionar y replantearse el estilo
de vida anterior, sino un lugar en el que estar sometido a una institución castigadora. La
función principal de la cárcel como institución es entonces la seguridad.
El ecosistema físico de la prisión debe estar construido como una fortaleza de la
que no se pueda escapar. Una cárcel está organizada en módulos y, dentro de ellos, se
encuentran los espacios comunes y los pasillos de celdas. En general, la construcción de
las prisiones suele ser de mala calidad; lo cual no se refiere a los materiales, sino a la
apariencia final. Los módulos se convierten en la vivienda de los internos. Se ven
obligados a convivir con otras personas a las que no conocen las veinticuatro horas del
día. El hacinamiento, o sea, la sobrepoblación en las cáceles, reduce aun más el espacio
personal ya que el contacto con otros es inevitable. La celda es el lugar que más se
asemeja a una estancia privada, sin serlo. Este espacio también debe ser compartido, lo
cual reduce aún más la intimidad de los presos y aumenta la despersonalización
(Altamirano, 2013). Se produce tanto hacinamiento físico como psicológico (Valverde,
1997). Actualmente, la sobrepoblación en las cárceles españolas es menor por la
disminución de la densidad de población penitenciaria. Aún así, el número elevado de
internos sigue ocasionando el desgate físico y psicológico (I. Heredero, comunicación
personal, 5 de febrero de 2019).
9

Se trata de un espacio despersonalizador, según Ríos (2013) y Zubiría (2015).


Los colores son escasos, no hay decoración ninguna, las puertas de barrotes imponen
enormemente y, por si fuera poco, se acompañan de candados enormes que, lejos de
hacer esas puertas más seguras, sirven más para intimidar, dominar y ejercer el control
sobre los presos.
La mala calidad y el escaso cuidado que los internos tienen con los espacios,
siendo el lugar en el que suelen expresar su agresividad y que no reconocen como suyo,
se unen con el hacinamiento y provocan problemas higiénicos en las cárceles. Valverde
(1997) hablaba tanto de la falta de higiene en el espacio como en los internos. Ríos
(2013) mencionaba también la escasa higiene en las celdas. Heredero, uno de los
educadores sociales del centro penitenciario de Soto del Real, declaró que la higiene en
prisión ha cambiado enormemente desde los tiempos de Valverde (1997). Ríos (2013)
reconoce que el problema del mal estado de las instalaciones, se debe al mal uso de los
internos.
Asimismo, describir el día a día de un interno en prisión no es complicado. ¿En
qué invierten el tiempo? Los espacios destinados a actividades de ocio en los módulos
son escasos y queda restringida su movilidad para que sea más sencilla la vigilancia y el
control.
Los internos utilizan la sala común para comer, relacionarse con otros, jugar a
las cartas o simplemente dejar pasar las horas. Ríos y Cabrera (2002) recordaban el
artículo 24 LOGP que obliga a permitir que los presos ocupen su tiempo en diferentes
actividades, pero es el artículo 10.3 LOGP el que define la realidad y establece que el
“régimen de estos centros se caracterizará por una limitación de las actividades en
común de los internos”.
El patio es otro de los lugares comunes en el que los presos pasan el tiempo. Se
trata de un cuadrado, construido de hormigón, con muros muy altos coronados por
alambre de espino. La utilización del tiempo queda relativamente vacía y las
posibilidades son siempre las mismas, por ello, Ríos y Cabrera (2002) se refieren a la
alteración de la noción del tiempo.
A la vista de estas características arquitectónicas, se entiende la necesidad de los
internos de adecuar la conducta al nuevo contexto que les rodea. La adaptación al medio
hostil en prisión es complicada, ya que las características previas de la persona pueden
no encajar con los valores del nuevo entorno y, además, existe el agravante de la falta
de privacidad, la falta de libertad y la gran regulación y dureza normativa (Sánchez y
10

Coll, 2016). Ruíz (2017) menciona la insalubridad, la desinformación, la ausencia o


ruptura de vínculos, la falta de capacitación del profesional y la propia cultura
carcelaria, como factores de riesgo para la adaptación y la salud mental de los internos.
Por ello, el preso puede adoptar una postura de enfrentamiento y sublevación ante la
institución, o sumisión a la misma para evitar más problemas (Valverde, 1997).
Escaff et al. (2013) hablan de la prisionalización como un proceso en el que una
persona, privada de libertad, adquiere, de forma no consciente, códigos, normas sociales
y formas de comportarse para poder convivir en la cárcel. Se debe mencionar que, la
forma de construcción y forma de vida en la prisión crea por sí misma una subcultura
propia del contexto carcelario. Crewe (2005, citado en Novo et al., 2017), se refiere a un
sistema compartido de creencias. Uno de los aspectos más importantes de la
prisionalización, es el clima de violencia que no solo se da entre los internos, sino que
también es ejercida por la institución. La violencia se genera por la forma de
funcionamiento de las instituciones penitenciarias (Ruíz, 2017), y es ejercida de forma
continua y permanente.
Una persona que haya conseguido adaptarse en prisión correctamente, ha podido
crear relaciones de conveniencia que le pueden situar en una posición de poder frente a
otros. Novo et al. (2017) citan a Caldwell (1956), quien apoyaba la idea de la existencia
de una escala social dentro de la prisión. Los internos con un estatus superior suelen
ejercer violencia sobre los internos que pasan más desapercibidos. Estos grupos eran
antes, según Valverde (1997), muy respetados y controlan el conjunto de normas de
conducta que los reclusos deben adoptar en su proceso de adaptación. El grupo
privilegiado dominaba a los demás y afianzaba la cultura carcelaria propia de ese
módulo y que será distinta a los demás. Hoy en día las relaciones de poder entre los
presos han cambiado gracias a la progresiva desaparición de bandas criminales
organizadas, las cuales se dedicaban mayoritariamente al monopolio de la heroína.
Además, debido al aumento de la frecuencia de las visitas vis a vis, se han reducido las
agresiones sexuales entre los internos, lo cual estabiliza las relaciones entre ellos (I.
Heredero, comunicación personal, 5 de febrero de 2019).
Por último, Sánchez y Coll (2016) resumen como frecuentes en las instituciones
penitenciarias, la presencia de enfermedades infecciosas, la alta prevalencia de
problemas de salud mental, el abuso de drogas o otras sustancias, los problemas en el
acceso a la sanidad, la dificultad de acceso y desconocimiento de los aspectos y
procedimientos legales, el hacinamiento, la cohabitación en las celdas con
11

desconocidos, la monotonía de las actividades rutinarias y la rigidez de horarios, entre


otros, son causantes del aislamiento emocional y disgregación de la identidad. Debido a
estas condiciones, la prisión provoca alteraciones en la salud de una persona.
Bebbington et al. (2017) destacan el desarrollo de psicosis, trastornos de personalidad,
abuso de drogas y alcohol, que, además, aumentan el estrés cotidiano de los internos.
Un estudio realizado en Colombia por Ruiz (1999) nos mostraba que los internos que se
siente enfermos sufren mayores cifras de estrés y malestar psicológico. Casado-
Quintana y Moreno (2015) también encuentran relación entre la enfermedad
psicopatológica y el estrés en prisión. Altamirano (2013) habla del estrés como la
respuesta de la persona ante el hacinamiento, la enfermedad, la heterogeneidad de la
población penitenciaria y las restricciones de seguridad.
La prisión crea por sí misma exclusión social. El mundo avanza y las personas
quedan estancadas entre cuatro paredes. Cuando vuelven a tener contacto con la
sociedad, se ven envueltos en una situación de marginalidad y rechazo.

3. CARACTERÍSTICAS PREVIAS DEL CONDENADO


Cabe resaltar que no solo la prisión es la causante de los efectos negativos en los
internos. Las personas que ingresan cuentan con unas características de vida y de
personalidad que significan cierta vulnerabilidad, o no, en este entorno. Muchos presos
entran en una situación complicada. La historia de vida de los internos suele conllevar
dificultades en muchos ámbitos, como la familia, la educación/escolaridad, la formación
para el empleo, la vida laboral o las relaciones interpersonales. Además, hay personas
que ya han sido previamente diagnosticadas de un problema de salud mental o han
tenido un historial grave de adicciones. También, ingresan personas sanas que por su
estancia en prisión adquieren déficits, enfermedades y desarrollan incluso, problemas
mentales. El perfil más común en los nuevos ingresos son las adicciones no superadas,
la ausencia de actividad laboral, la falta de vínculos familiares, okupas y residentes en
alberges municipales (I. Heredero, conversación personal, 5 de febrero de 2019).
En el estudio de Amour (2012), realizado con una muestra de Inglaterra y Gales,
se mencionan algunas circunstancias que actúan como factores de riesgo y multiplican
los efectos provocados por la institución. Se obtuvo que el 52% de los internos tenían
una escasa cualificación. Se refiere aquí con cualificación tanto a la educación recibida
en la escuela como la posterior cualificación laboral. En otro estudio realizado en
España por Solbes (2018), se encontraron los siguiente resultados: el 9% de su muestra
12

declara ser analfabeto, un 67% no tiene el título de la Educación Secundaria


Obligatoria, el 5% tenía cualificación en Formación Profesional y sólo el 2% tenían
estudios de bachillerato. Para la segunda definición del término que refería Amour
(2012), Solbes (2018) también obtuvo resultados en cuanto a la profesión de los
internos. El 37,9% se dedicaba a la construcción (albañilería y pintura), el 18,9% eran
vendedores ambulantes, el 12,1% se dedicaba a la hostelería, el 8,3% eran pescadores y
el 18,9% de la muestra declaró no haber trabajado nunca. En general, se trata de una
escasa cualificación profesional y/o cualificación básica.
Amour (2012) obtuvo que un 32% de los internos eran personas sin hogar. En
España, si se relaciona el sinhogarismo de larga duración, con problemas de salud
mental graves y la politoxicomanía, en comorbilidad, se convierten en el factor de
riesgo más importante para la conducta delictiva (García et al., 2018).
En el aspecto psicológico, el Estudio sobre Salud Mental en el Medio
Penitenciario realizado en 2007 por la Dirección General de Instituciones Penitenciarias
de España, muestra los resultados sobre los antecedentes psicológicos al ingreso en
prisión. El 17,6% de los internos aseguraban haber tenido previamente algún
diagnóstico psiquiátrico, y el 3,2% de ellos, había estado internado en un hospital
psiquiátrico. Así, se observó que el 2,6% padecían un trastorno psicótico, el 6,9% un
trastorno afectivo, el 6,9% un trastorno de la personalidad y el 3% corresponde a otros
diagnósticos. Junto al abuso de drogas, encontraron patología dual en un 9,6%. El
mayor porcentaje (44,2%) se corresponde con el consumo y la dependencia a diferentes
drogas únicamente.
Los problema psicológicos también incluyen las conductas autolíticas o intentos
de suicidio previos a la entrada en prisión. En el Estudio sobre Salud Mental en el
Medio Penitenciario de 2007, se halló que al menos un 3% de los internos había
realizado algún acto autolesivo anterior a su ingreso.
En cuanto al consumo de droga anterior al ingreso en prisión, Amour (2012)
concluye que está presente en un 55% de hombres y un 60% de mujeres. Según Zabala
et al. (2016), tanto las mujeres como los hombres empiezan un proceso de consumo de
alcohol, aunque leve, al menos un año antes de entrar en prisión en un 52% de los casos.
En el estudio de Solbes (2018), el historial previo de abuso de sustancias también es
considerado un factor de riesgo para la delincuencia. Los datos por Solbes (2018)
aportan cifras mayores que el estudio de Amour (2012), concluyendo que el 88,8%
13

consumía drogas antes del ingreso destacando el alcohol, el hachís, la cocaína, la


heroína y las pastillas.
Otro aspecto importante son las relaciones familiares. Los resultados obtenidos
por Solbes (2018) muestran que la mayoría de los internos no tienen pareja (62,1%). En
este sentido, se recogieron datos sobre la valoración subjetiva de los internos en cuanto
al apoyo recibido. El apoyo familiar durante la estancia en prisión favorece las actitudes
positivas en cuanto a la reeducación y, en concreto, en esta muestra el 90,8% de los
internos afirmaron tener buen apoyo familiar. Además, se obtuvieron datos de gran
interés sobre la familia de los presos y su relación con la prisión para determinar el
contacto previo con la cultura carcelaria. Fue un 43,7% de ellos quienes reconocieron
haber tenido familiares en prisión, frente a un 56,3% que no tenían antecedentes
familiares en este ámbito.
Es común que los internos hayan pasado por situaciones traumáticas durante
su infancia. El 47% en el estudio de Amour (2012) se fugó de sus hogares cuando era
menor, borrando así de su vida a sus padres biológicos. Se entiende que esto favorecería
la relación con grupos sociales marginales o excluidos, en primer lugar en la escuela,
donde la mayoría también refieren no haber estado completamente adaptados. Por
último, son comunes también los historiales de hechos traumáticos de contenido sexual
en la infancia (Durcan, 2008; citado en Amour, 2012). La exposición a distintas formas
de abuso sexual empobrece la salud mental y deriva en personalidades reactivas o, al
contrario, sumisas, que crean igualmente gran vulnerabilidad en entornos carcelarios.
En concreto, las mujeres presas refieren haber sufrido este tipo de abusos más que los
hombres. En la muestra de Amour (2012), el 9% había sufrido abuso infantil, de las
cuales un 41% sufrió penetración por parte de su agresor. También, la violencia
psíquica (70%) y la violencia doméstica (75%) forman parte de los antecedentes
comunes en la población femenina.
Para las mujeres, la prisión significa otro motivo de discriminación más. Es
decir, las mujeres son discriminadas ya por su condición de mujer y lo serán doblemente
por su historial delincuencial. Además, muchas de ellas son inmigrantes o de población
gitana, lo cual significaría una triple discriminación. El colectivo femenino presentaba
baja economía, exclusión social, bajo nivel educativo, desempleo de larga duración,
desventajas sociales y económicas unidas a estas experiencias traumáticas de
discriminación. (De Miguel, 2014)
14

4. EFECTOS DE LA ESTANCIA EN PRISIÓN


Ruiz (2007) habla de la prisión como un suceso traumático. Es lógico pensar,
entonces, que el proceso de adaptación no es nada sencillo. Se ha comentado antes la
dureza diaria que viven las personas inmersas en el mundo carcelario, y ahora conviene
resaltar las consecuencias que derivan de ello.
Cajamarca, Triana y Jiménez (2015) mencionan alteraciones a nivel emocional,
afectivo, cognitivo y perceptivo. Los efectos se dan por la mala adaptación al entorno,
por un proceso de prisionalización difícil y conflictivo y, como refería Valverde (1997),
por la construcción arquitectónica de las cárceles. Asimismo, influyen diferentes
variables, como la edad, el nivel cultural y la trayectoria penal (Cajamarca, Triana y
Jiménez, 2015). El contacto con el mundo de las drogas u otras sustancias es otro de los
factores de riesgo importantes para el sufrimiento de estos efectos tan negativos. El
abuso de sustancias provoca problemas psicológicos, desintegración de la personalidad
y, de nuevo, ruptura familiar y social (Sánchez y Coll, 2016).
Varios autores han teorizado sobre los efectos directos de la prisionalización en
los internos. Arroyo y Ortega (2009) constituyen la aparición de un comportamiento
regresivo, inmaduro, ansioso, comportamiento agresivo y un deterioro afectivo
(aparición de ansiedad). Herrera y Expósito (2010) añaden el incremento de un estilo de
personalidad dependiente, la devaluación de la propia imagen y de la autoestima.
Se recoge también la idea de Escaff et al. (2012) sobre la relación de estos
efectos con la duración de la condena. La persona presenta una mayor inestabilidad
emocional, sus relaciones, lazos o vínculos estarán muy debilitados, sufren una pérdida
del sentido de pertenencia a los grupos sociales primarios anteriores, pérdida del puesto
de trabajo, entre otras circunstancias; lo cual influye en la dificultad para la reinserción
social y aumenta el riesgo de reincidencia. Alós, Esteban, Jódar y Miguélez (2015)
describen, por ejemplo, que las personas que han pasado más tiempo en prisión tienen
un peor desempeño en el empleo fuera de prisión que las personas cuya condena ha sido
de menor duración. El impacto emocional que significa permanecer encarcelado durante
una larga temporada, altera completamente todos los aspectos de la vida de una persona.
Si pensamos en los internos que han sido condenados a un período de tiempo
relativamente corto y en las consecuencias que eso provoca en su vida a corto plazo,
debemos multiplicar esos efectos hasta llegar a la soledad extrema o la
desestructuración total de la vida para una persona que ha podido pasar la mayoría de su
vida en la cárcel.
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4.1. Físicos
Escaff et al. (2013) mencionan como muy comunes las alteraciones somáticas:
visión, audición y olfato. La explicación es sencilla: el ambiente, el olor, la comida y su
sabor peculiar, la oscuridad o el bullicio de gente constante, son elementos cotidianos en
los módulos que provocan alteraciones en el funcionamiento físico de los órganos
sensoriales.
En primer lugar, sobre los problemas visuales, Valverde (1997) hablaba de una
deformación de la percepción visual, que afecta al cálculo de distancias, formas y
colores. La arquitectura de la prisión, que limita mucho los espacios y reduce la vida del
interno a espacios pequeños, cerrados, repetitivos, sin color o decoración y con
iluminación artificial, provoca perturbaciones espaciales en la visión, que recibe el
nombre de “ceguera de prisión” y depende de la duración de la condena (Martxoa,
2015). En segundo lugar, la audición se deteriora por la presencia de un ruido constante
de gente hablando, mesas moviéndose y puertas abriéndose y cerrándose, un sonido
constante al que los internos se habitúan. Martxoa (2015) re refiere a un rumor sordo
más que a un contraste de ruidos claros, al que se añade el eco que provoca la
arquitectura y hace que el sonido retumbe y afecte más al oído. En tercer lugar, cabe
mencionar el olor tan característico de la cárcel. No se trata de un conjunto de perfumes
o ambientadores de ningún tipo. Valverde (1997) afirmaba que se trata de un
desinfectante que se utiliza diariamente para limpiar los módulos. Es la pobreza olfativa
la que provoca la afectación del sentido del olfato (Martxoa, 2015).
El cuerpo se va debilitando por el encarcelamiento y va reduciendo su
funcionalidad. Las posibilidades de remediar estos efectos son mínimas, ya que no
existen recursos suficientes para hacer actividades de ocio o deportivas que ayuden al
preso a escapar de la monotonía y desarrollar o mantener sus capacidades y habilidades
(I. Heredero, conversación personal, 5 de febrero de 2019). Además, Escaff et al. (2013)
apuntan a una alteración de funciones vitales. La ansiedad, las posibles vivencias
traumáticas, los sentimientos negativos y la distorsión del sentido del sí mismo,
provocan inquietud, nerviosismo y diversas alteraciones en el sueño, el apetito o el
peso, por ejemplo.
En concreto, Valverde (1997) hablaba de las consecuencias del sedentarismo de
los internos en los módulos, el cual provoca tensión muscular que deriva en
agarrotamiento de los distintos grupos musculares. A la escasez de movilidad, se unen
la ansiedad permanente y el miedo ante el peligro y el futuro como las causas del estado
16

de alerta constante en los presos, que provoca dolores de cabeza, de cuello y espalda por
la tensión acumulada (Martxoa, 2015).
Martxoa (2015) recupera la idea de la despersonalización para introducir la
presencia de la alteración de la imagen personal. La carencia total de intimidad, les
lleva a perder la conciencia de los límites de su propio cuerpo. La falta de espacio y el
hacinamiento provocan un contacto continuo con otros internos que afecta a la imagen
corporal. Sánchez y Coll (2016) reconocen en la necesidad de cambio de las prisiones
como instituciones con tanta dureza para los internos, ya que las experiencias vividas,
las formas de relación o las estrategias para la adaptación o la supervivencia que
incorporan los presos como propias, pueden llegar a usar su propio cuerpo como
instrumento de protesta, ejerciendo sobre sí autolesiones o huelgas de hambre.
Además, las instalaciones para el cuidado personal suelen estar muy deterioradas
y resulta costoso mantenerlas totalmente limpias por la gran cantidad de usuarios. Esto
provoca graves problemas de salud en los internos y el desarrollo de enfermedades
infecciosas como las que recogen Sánchez y Coll (2016): VIH, hepatitis B y C,
tuberculosis y enfermedades de trasmisión sexual.
En cuanto a las enfermedades comunes en prisión y que afectan al estado físico
y de salud de los internos, Vera et al. (2014) mencionan las principales causas de
mortalidad/enfermedades más comunes en las cárceles españolas a partir de un estudio
realizado en el año 2011. Las enfermedades cardiovasculares constituyen un 19,5% de
las muertes en prisión, las de origen digestivo un 10,7%, las enfermedades del sistema
respiratorio obtienen un porcentaje del 7,4% y las tumorales con un 6,7%. Se describe el
VIH como la enfermedad infecciosa con la que más se ha luchado en prisión en los
últimos años. Valverde (1997) hablaba del SIDA como un problema ocasionado sobre
todo por el consumo de drogas en prisión, pero en el que influyen varios factores, como
las características precarias de vida previas del condenado (escasos hábitos de higiene,
falta de asistencia sanitaria y drogadicción), el hacinamiento y la necesidad de
compartir, la movilidad entre prisiones que aumenta los contagios y la falta de recursos
(por ejemplo, de jeringuillas). Vera et al. (2014) mencionan la evolución de esta
realidad en las prisiones, ya que las enfermedades infecciosas han pasado de ser la
principal causa de mortalidad a significar sólo un 6% de las muertes en prisión. La
salubridad y atención han mejorado cualitativamente aunque aun dejen mucho que
desear (I. Heredero, conversación personal, 5 de febrero de 2019).
17

Un enfermo en la cárcel se encuentra con dificultades para su recuperación a


causa de la escasa atención sanitaria, la alimentación y la falta de métodos de
prevención efectivo de contagio de enfermedades. de contagios. Estos podrían ser los
motivos del mantenimiento de la deteriorada calidad de vida de los internos.

4.2. Psicológicos
En el plano psicológico y emocional, el paso por prisión puede significar una
experiencia traumática, dañar la psicología de la persona, provocar trastornos de
ansiedad, empobrecer las habilidades sociales, provocar la pérdida de conciencia de
derechos fundamentales básicos, minar la autoestima y propiciar el aprendizaje de la
cultura de la violencia y la evitación, entre muchos otros efectos (Cajamarca, Triana y
Jiménez, 2015). Otros autores, como Morales (2007), mencionan como factores de
riesgo para problemas psicológicos: la frustración y sentimientos de culpa, la rebeldía o
negativa a aceptar la autoridad, la falta de gratificación sexual y lúdica, el hacinamiento,
el aislamiento, el consumo de sustancias tóxicas, el alto grado de ansiedad, la carencia
de intimidad y el sentimiento de ser torturado.
En general, los efectos que se consideran generalizables son: la hipervigilancia,
ansiedad, despersonalización, desconfianza, distanciamiento emocional, distanciamiento
psicológico, disminución de la autoestima, pérdida de intimidad, síntomas de estrés
post-traumático, dependencia de la prisión como institución y alteraciones en el plano
sexual. Surge un cambio en la valoración del sí mismo por la falta de reconocimiento
propio por las nuevas formas de relación con otros y con el sí mismo, y el significado de
las mismas. Se produce una actitud de afrontamiento negativo ante el futuro y la pérdida
del sentido de vida (Escaff et al., 2013; Ruíz, 2007; Haney, 2002, citado en Novo et al. ,
2017).

4.2.1. Trastornos del estado de ánimo.


En el estudio estadístico de Bebbington et al. (2017), se extrajeron una serie de
cifras utilizando muestra de múltiples prisiones de muchos países del mundo, para que
resultara más fiable extrapolar estos datos a toda la población delincuente. En primer
lugar, un 20% de los internos sufre depresión y un 30% de ellos sufre un trastorno de
ansiedad, incluyendo ataques de pánico. Estas cifras resultan válidas tanto para hombres
como para mujeres. Se observó mayor presencia de fobias en la población femenina y,
en general, los estados depresivos predominan en mujeres presas.
18

Niño, Díaz y Ramírez (2017) concluyen, en su revisión de otros estudios, que al


menos 1 de cada 25 personas encarceladas han sufrido en el último año alguna
alteración del estado de ánimo, siendo lo más común el trastorno depresivo, el trastorno
afectivo bipolar, el trastorno de ansiedad generalizada y el trastorno de pánico. Estas
autoras también mencionan el desarrollo de una fobia social como consecuencia a largo
plazo de la estancia en prisión, derivada de la ansiedad anticipatoria que asumen los
internos por la tensión constante con la que se vive en prisión.
En el plano emocional, Ruíz (2007) entiende que a mayor tiempo en prisión,
más aumentan los niveles de sintomatología emocional. Las emociones más comunes a
las que se refiere este autor son la ansiedad, el estrés y los síntomas depresivos. Escaff
et al. (2013) mencionan el miedo como incertidumbre hacia el futuro, el miedo a volver
a entrar en prisión, la alerta permanente, los pensamientos, recuerdos y sueños que le
obligan a revivir la experiencia traumática, la evitación a distintas situaciones o
personas; la rabia provocada por el aislamiento, el sentimiento de no ser escuchado, la
imposibilidad de vivir de forma autónoma y libre, los problemas que conlleva
defenderse ante otros; impotencia; tristeza y angustia, como las consecuencias
observadas del desgaste emocional, afectividad plana, labilidad emocional, sentimiento
de desamparo y la soledad, que conlleva una pérdida de esperanza total y abandono de
esfuerzos y expectativas anteriores. Herrera (2000) concluyó de su estudio que la
psicopatología observada mayoritariamente en prisión es la somatización, las
obsesiones, los actos compulsivos, la insensibilidad, la depresión, la ansiedad, la
hostilidad y la ideación y ansiedad paranoide.
En este sentido, Cajamarca, Triana y Jiménez (2015), dicen que existe una
mayor dificultad para adaptarse al nuevo contexto por las consecuencias patológicas que
este provoca. Amour (2012) cita los factores que contribuyen a la salud mental
deteriorada de los internos según los estudios de la OMS. El hacinamiento, la violencia,
el aislamiento con el exterior, la inseguridad e incertidumbre ante el empleo, los
servicios sanitarios deficientes, la falta de privacidad y los períodos forzados en
aislamiento como sanción, agravan los efectos negativos enormemente. Así, con todos
estos factores de riesgo, se presume un alto porcentaje de enfermedades de salud mental
en la población carcelaria.
Valverde (1997) describió la tendencia a un estado permanente de ansiedad por
la sensación constante de peligro que viven los presos. La inseguridad y el desapego con
otros que podrían ser la fuente del daño, conducen a la indiferencia afectiva (p.116).
19

Esta desvinculación, que provoca alteraciones en la afectividad de los internos, que les
lleva a la despreocupación por el mal ajeno y hasta por el suyo propio.
Se aíslan los sentimientos como mecanismo de defensa a las frustraciones
emocionales y como una forma de protegerse a sí mismo frente a los demás, una forma
de no mostrar debilidad. Martxoa (2015) explicaba este mecanismo mediante la
inseguridad situacional. Es común la labilidad afectiva (Martxoa, 2015), ya que si
pensamos en la prevalencia de los trastornos bipolares, la convivencia puede crear
buenas relaciones entre los internos que les permitan relajarse en momentos puntuales,
pero la desconfianza sigue ahí y, por ello, los cambios de humor serán muy frecuentes.
La culpa y la soledad también son factores de riesgo para el trastorno bipolar, puesto
que formarían parte de las etapas depresivas, las cuales evolucionarían a rabia e ira
contra aquello que les arrebata su libertad.
La desconfianza, la ansiedad, el miedo, la tensión, los cambios de humor, el
estado de alerta continuo y demás alteraciones, hacen muy complicada la creación del
vínculo terapéutico necesario para el trabajo de los profesionales con los internos.
Según Añaños-Bedriñana (2017), los problemas emocionales como la baja autoestima,
la desmotivación y la escasa autoconsciencia, dificultan la intervención en las prisiones
sobre todo en las mujeres.

4.2.2. Trastornos de personalidad.


Según Escaff et al. (2013) la prisión causa la desintegración de la personalidad.
Se dan muchos cambios en la forma de ser de la persona a causa de la
despersonalización y las condiciones de vida. Arroyo y Ortega (2009, citado en Molina-
Coloma, Salaberría y Pérez, 2018) mencionan que las condiciones de la prisión en
general, el aislamiento afectivo, la vigilancia permanente, la falta de intimidad, la rutina
o las frustraciones reiteradas, conduce a la desconfianza y a la agresividad en las
relaciones personales. Se produce un empobrecimiento cognitivo (Ruíz, 2007),
especialmente en la memoria (bloqueos y lagunas sobre situaciones vividas por la gran
carga emocional) y la atención, ya que disminuye la concentración, la atención
sostenida y se crea un sistema de alerta permanente que se incorpora en la
sintomatología derivada (Escaff et al., 2013).
Bebbington et al. (2017), también apuntó como los trastornos más comunes son
el trastorno paranoide (1% de la población total de hombres y un 2% de la población
total de mujeres), el trastorno límite (TLP) y el trastorno antisocial de la personalidad.
20

Estos dos últimos son los más llamativos si los comparamos con las cifras de
prevalencia de la población general no carcelaria. El TLP es superior en un 33% y el
trastorno antisocial en un 73%.
En un estudio realizado por Molina-Coloma, Salaberría y Pérez (2018), se
hallaron diferencias en cuanto a la realidad actual de las prisiones. Determinan que los
trastornos más comunes (ordenados según la prevalencia) son el trastorno antisocial de
la personalidad, el trastorno de personalidad paranoide, esquizoide y narcisista, dejando
más de lado el trastorno límite de la personalidad. En este estudio, no se obtienen
diferencias de sexo y constituyen que el trastorno de personalidad más común en
hombres y mujeres es el antisocial. En concreto, el trastorno de personalidad antisocial
(TAP) es un patrón de comportamiento desviado de la norma social que cursa con la
manipulación de otras personas, la violación de sus derechos y la falta de
remordimientos, que pueden derivar en conductas delictivas (Alvarado, Rosario y
García, 2014).
En cuanto a los efectos propios de la prisión que pueden provocar un trastorno
de personalidad en los reclusos, se encuentra el trastorno paranoide unido al consumo
de sustancias. Según la literatura, es el único que puede considerarse como una
consecuencia de la estancia en un centro penitenciario. En el estudio de González,
Mujica, Terán, Guerrero y Arroyo (2016) encuentran relación entre el trastorno
paranoide y el consumo de sustancias en un 62,49% de los casos.
Cabe mencionar también que la presencia de enfermedad se presenta como un
factor de riesgo para sufrir más violencia física, psicológica y sexual; lo cual aumenta la
exclusión, ya dentro de la propia institución (Bebbington et al., 2017).

4.2.3. Abuso de sustancias.


Valverde (1997) habla de la droga como un elemento esencial para entender y
conocer el funcionamiento de las prisiones. Los internos que controlaban el tráfico de
drogas suelen tener un estatus de poder mayor a los demás. La droga es habitual en las
prisiones. Los internos pueden usar el tráfico o consumo como forma de protesta contra
la institución, pero Valverde (1997) reconocía el abuso de sustancias como el
mecanismo de defensa por excelencia contra la ansiedad. El consumo continua
funcionando como vía de escape pero, cada vez más, se utiliza de forma recreativa (I.
Heredero, conversación personal, 5 de febrero de 2019). En el estudio de Zabala et al.
(2016) se halla que el abuso de sustancias es más común en internos con largas
21

condenas (72,3%). Una explicación posible es el aumento de ansiedad progresivo que,


en consecuencia, va incrementando la adicción a las sustancias.
En un estudio realizado en Colombia, Larrotta, Rangel, Luzardo, Gómez y
Redondo (2017) estudiaron cuáles eran las sustancias consumidas más comunes por los
internos en las prisiones. Estas son: tabaco (37,77%), alcohol (5,88%), marihuana
(26,1%), cocaína (7,12) y benzodiacepinas (3,1%). Otros autores, mencionados en el
estudio de Zabala et al. (2016), concluyen que, en España, el 50% de los internos
consumen cannabis. A la luz de los resultados, ambos estudios coinciden en que la
marihuana es la droga ilegal más consumida.
Los trastornos derivados por el consumo de sustancias, con mayor frecuencia de
aparición, son la esquizofrenia y el trastorno de personalidad paranoide (I. Heredero,
conversación personal, 5 de febrero de 2019). Si pensamos en la sustancia más
consumida en prisión, González (2018) encuentran una relación significativa entre el
trastorno de personalidad histriónica y el consumo de marihuana (80%). En cuanto al
trastorno paranoide, se encuentra relación significativa con el consumo de cocaína
(83,3%).
Zabala et al. (2016) hallan el abuso de sustancias en comorbilidad con
trastornos mentales es más común en mujeres jóvenes con nivel socio-económico bajo.
La depresión se presenta en un 61,5% de los caos de abuso de sustancias y en un 59%
con el abuso de alcohol. El abuso de alcohol por su parte, es más frecuente en hombres.
Como consecuencias, Dye (2010, citado por Amour, 2012) comenta el aumento
del deterioro psicólogo, los problemas de salud mental y las tasas de suicidio. Las
conexiones neurológicas se van deteriorando y la persona va perdiendo poco a poco la
funcionalidad. Los efectos directos de las sustancias consumidas, junto al tiempo de
exposición al consumo, influyen enormemente en el deterioro pudiendo derivar incluso
en trastornos psicológicos irreversibles como, por ejemplo, el desarrollo de una psicosis.
Asimismo, el consumo de sustancias introduce a la persona en una realidad alternativa
para conseguir, en cierta medida, salir de la monotonía, evadir una realidad hostil y
como una vía de escape del sufrimiento y la culpa. Los cambios psicológicos
producidos por las drogas pueden aumentar el riesgo de conductas suicidas.

4.2.4. Suicidio y conductas autolesivas.


Fazel, Ramesh y Hawton (2017) definen el suicidio como un problema
internacional, cuyas tasas han aumentado en los últimos años. Se entiende el suicidio
22

como una válvula de escape del sufrimiento continuo de los internos. La soledad, la
culpa, la baja autoestima, las altas tasas de ansiedad y el temor constante en la prisión,
provocan un gran sufrimiento para el cual, según Muñagorri y Peñalver (2008), no
tienen suficientes habilidades de afrontamiento. Altamirano (2013) relacionan las
conductas suicidas con un nivel elevado de tensión y estrés.
Rocamora (2012) habla del suicidio como el desequilibrio entre las capacidades
relacionales y emocionales de las personas y el impacto que una nueva situación vital o
puntual tiene en ellos. Los internos son psicológicamente vulnerables cuando no tienen
recursos para evitar la amenaza que supone el entorno carcelario. Se ven
comprometidos sus intereses, sus creencias, sus afectos y se encuentran rodeados de
estresores que afectan a su salud mental.
Las conductas autolesivas son más frecuentes que los suicidios. Roca, Guàrdia y
Jarne (2012) describen los intentos autolíticos como una conducta realizada para causar
dolor pero sin intención de causar la muerte. Se entiende como una forma de
afrontamiento del estrés o una estrategia de descargar la ira sobre uno mismo. Aun así,
el concepto es muy ambiguo y estos autores mencionan los puntos fundamentales que
debería tener una definición: intencionalidad, gravedad de las heridas, repetición de la
conducta y las automutilaciones. Las formas autolesivas más comunes en prisión son
cortes, las quemaduras y las abrasiones en hombres, y la ingesta de medicamentos en
mujeres (Roca, Guàrdia y Jarne, 2012).
Rocamora (2012) comenta como factores de riesgo aquí la incomunicación, la
sobrecarga emocional, las rupturas y pérdidas, las experiencias de inferioridad, como
antecedentes de la soledad, la desesperación y la desesperanza, que llevan al suicidio.
Las personas necesitan un proyecto vital, un objetivo de vida, relaciones afectivas,
confianza en otros, apoyo familiar, una vida sana y actividades de ocio. En prisión, estas
necesidades son difíciles de cubrir, lo que sería una explicación directa al problema de
los suicidios en las cárceles.
Larney y Farell (2017) apuntan que las tasas de suicidio están relacionadas con
la superpoblación, la falta de personal sanitario y educativo, el alto gasto diario por
preso para el Estado, el sistema de justicia y salud deficiente, la inadecuada
administración de los servicios sanitarios, la duración de la condena y la presencia de
tan pocos funcionarios para tantos presos. Se menciona la existencia de una correlación
positiva entre la sobrepoblación y el aumento de las tasas de suicidio. Y también, la
23

enorme influencia de la relación de los presos con los funcionarios (Larney y Farell,
2017).
Muñagorri y Peñalver (2008) identificaron como variables de riesgo la presencia
de una mayoría de internos varones, jóvenes, con problemas de toxicomanía y la
presencia de trastornos psicopatológicos en nuestras cárceles. En este sentido, se
relaciona con las enfermedades psiquiátricas, el abuso de sustancias y las conductas
autolesivas. Bebbington et al. (2017) sitúan el aumento del riesgo de suicidio o las
conductas autolesivas por la presencia de una enfermedad o alteración mental.
En relación a los apartados anteriores, Roca, Guàrdia y Jarne (2012) hacen un
recorrido por la influencia de los trastornos del estado de ánimo, de la personalidad y
del consumo de drogas en las alteraciones psicológicas más comunes. La depresión y el
TLP son los más asociados con las conductas autolíticas y el suicidio. Además, en un
estudio realizado en 2004 por Mohino (mencionado en Roca, Guàrdia y Jarne, 2012),
señalaba este autor que el 92,6% de la muestra puntuaban alto en las escalas de
trastorno de límite, negativista y antisocial.
El consumo de drogas se puede entender por sí mismo como una conducta
dañina y autolesiva. El consumo de sustancias estimulantes está asociado con estas
conductas. Roca, Guàrdia y Jarne (2012) mencionan a varios autores cuyos estudios
demuestran que, al menos, un 70% de los casos de autolesiones están relacionados con
el consumo de drogas y la patología dual. La psicosis y la depresión se presentan en
gran medida comórbidos al abuso de sustancias (Zabala et al., 2016).

4.3. Sociales
Uno de los efectos que cabe mencionar aquí, es la posible aparición de un
Trastorno Adaptativo (TA). Según el DSM-V, se trata de respuestas emocionales o de
tipo comportamental ante un factor psicosocial, a lo que añade el CIE-10, que influye en
la actividad social y que aparecen en el período de adaptación a un cambio biográfico o
a un acontecimiento vital estresante, en este caso: la entrada en prisión. Los síntomas
derivados de las dificultades de adaptación tienen que estar presentes al menos 3 meses
para que se pueda considerar TA. Se puede entender como una situación estresante para
la cual no se tienen suficientes recursos, a lo que Sánchez y Coll (2016) mencionan las
dificultades con el idioma, las diferencias religiosas, la falta de lazos familiares y los
conflictos individuales, como los factores más influyentes de la no adaptación.
24

No todos los reclusos padecen un TA cuando ingresan en prisión, ya que


depende de sus características previas, su temperamento, su historia vital, sus forma de
relación y el contexto. Los factores que influyen en la prisionalización deben estar
relacionados y asemejarse o no a la vida en prisión. Los presos que son diagnosticados
con TA, se entiende que sufrirán un mayor número de consecuencias negativas que el
resto. (Cajamarca, Triana y Jiménez, 2015)
En general, las relaciones con otros en prisión se basan en la violencia y la
agresividad. La prisión provoca una muy baja tolerancia a la frustración y alta
agresividad potencial como defensa o reacción al miedo y la tensión diaria (Valverde,
1997). Los internos adoptan una actitud de permanente desconfianza por la vivencia de
debilidad del sí mismo y la mínima autoestima, solo quedándoles la reafirmación
violenta como nueva identidad (Martxoa, 2015). “En un entorno violento, todo se
vuelve violento” (Valverde, 1997, p.108).
La cárcel aísla a las personas que en ella residen, lo cual, sumado a la hostilidad
anterior en las relaciones, provoca la pérdida de lazos sociales tanto dentro como fuera
de prisión. Uno de los efectos derivados de la desvinculación con el exterior y el
estigma arraigado en la sociedad es que la prisión también crea exclusión. Los centros
penitenciarios están situados a las afueras de las ciudades, rodeados de campo y
apartados de lo que es la civilización, ya que nadie quiere que las prisiones estén cerca
de sus domicilios. Ocurre esto mismo con los centros de tratamiento o los recursos que
existen para estas personas cuando salen y necesitan reincorporarse en la sociedad. En
este sentido, Valverde (1997) hablaba sobre la pérdida de vínculos y contacto con el
exterior, sobre la restricción obligada de sus relaciones sociales anteriores. Será
desplazado por las personas con mayor relevancia en el día a día de sus familiares y
amigos. Esto provoca un vacío interno en el preso, un sentimiento de soledad y culpa.
La exclusión no se da en el sentido de desplazamiento de una persona en la
sociedad, sino también puede darse por la falta de adaptación al nuevo ritmo del grupo
social en que se encuentra. Es decir, cuando la persona vuelve a su entorno en libertad,
ya no es el mismo que él dejó cuando ingresó en prisión y sentirá que ha pasado el
tiempo para todo y todos, pero que él se ha quedado estancado. Se sentirá desplazado, lo
cual provocará también alteraciones en la emocionalidad y un nuevo proceso de
adaptación. (Martxoa, 2015; Valverde, 1997)
El sexo también es una forma de relación social y es una faceta de la vida del
preso que se ve también afectada. La sexualidad se ve influida por varias razones. Los
25

encuentros sexuales se realizan en el interior de la cárcel, lo cual reduce la intimidad de


la pareja. El tiempo de los llamados vis a vis íntimos es limitado y éstos se dan en un
ambiente institucionalizado y anormal en el que no hay tiempo para la ternura en la
práctica sexual. La experiencia de los reclusos aquí es algo negativa, ya que lo que
podría ser una oportunidad de pasar un tiempo prolongado y de contacto físico con sus
parejas que se encuentran en el exterior, se convierte en una situaciones violenta de
descarga pulsional (Martxoa, 2015).
Valverde (1997) también mencionaba la masturbación, lo cual significa un
momento de intimidad y alivio de un deseo sexual, y en la cárcel se puede llegar a
convertir en una vía de escape para la ira o el aburrimiento. En segundo lugar, Valverde
(1997) no se refería a las conductas homosexuales como un problema derivado de la
estancia en prisión, pero sí lo menciona como algo común. Puede que descubran su
verdadera sexualidad o adopten una “sexualidad alternativa” (Valverde, 1997, p.110)
que no tiene porqué consolidarse una vez les sea devuelta su libertad. Según Heredero,
las relaciones sexuales entre los internos han disminuido actualmente por la mayor
frecuencia de los vis a vis íntimos (I. Heredero, conversación personal, 5 de febrero de
2019).
El lenguaje es muy importante en las relaciones sociales. A medida que avanza
el proceso de prisionalización, el preso adquiere nuevos términos y formas de
comunicación únicos de la prisión (Martxoa, 2015). La magnitud del cambio en el
sistema de comunicación de la persona dependerá de la duración de la condena. El
lenguaje hace posible la comunicación, la capacidad de reflexión y el pensamiento. Si
las personas modifican su forma de hablar y comunicarse, modificarán también su
forma de pensar. En este sentido, el lenguaje se convierte en un factor más de la
exclusión y recuerda el paso de esta persona por este sistema social alternativo.
Todas estas alteraciones sociales tienen una gran repercusión en la visión y
consideración social de uno mismo. Los internos se llegan a cuestionar su propia vida,
ya que se producen tantos cambios que muchos de ellos no son capaces de reconocerse.
Asimismo, la cárcel limita la capacidad de elección, por lo que el preso no puede
controlar su presente y, lógicamente, se produce la ausencia de expectativas de futuro
(Martxoa, 2015; Valverde, 1997). Los internos quedan condicionados a los mandatos y
normas de la institución penitenciaria y, poco a poco, esto derivará en una indefensión
aprendida, es decir, adoptarán el pensamiento de que las cosas les vienen dadas y no
puede hacer nada para cambiarlas (Casado-Quintana y Moreno, 2015).
26

El fatalismo, según Casado-Quintana y Moreno (2005) es el resultado del


fracaso de los esfuerzos dirigidos a controlar el entorno. Estas autores hablan de esta
actitud como la consecuencia progresiva del paso por prisión y para todos los internos.
La prisión y su día a día alimentan la actitud negativa hacia la vida y provoca que la
gran mayoría de los internos adopten una actitud pasiva y sumisa ante las demandas que
les son impuestas desde fuera, siendo razón de esto el hecho de la pérdida del sentido de
la propia vida.
El estigma social está muy arraigado. El instinto de supervivencia nos obliga a
huir del peligro, pero muchas veces nos olvidamos de que estas personas tienen una
historia, un pasado, unas necesidades y unos derechos. La baja autoestima, la
inestabilidad relacional y el gran sentimiento de soledad, crean también un fuerte auto-
estigma (Sánchez y Coll, 2016). Se hace difícil la lucha por la reinserción social
porque. además de la sociedad, es la propia persona la que se castiga y no se acepta a sí
misma.

5. INFLUENCIA DEL PERSONAL DE PRISIÓN


Es importante mencionar también la influencia directa que ejercen los
funcionarios de prisiones y demás profesionales sobre la calidad de vida de las personas
encarceladas. La relación que se mantiene con los funcionarios de tratamiento y los
funcionarios del módulo es muy distinta (Pozo, Navarro, Nakahira y Cutiño, 2018). Se
han comentado ya los efectos más llamativos que los estudios han señalado como las
secuelas del paso por prisión. La duración de la condena se hace visible, ya que estas
secuelas, como los cambios de personalidad y el deterioro de la salud mental y física,
son más visibles o se encuentran más arraigadas en las personas cuanto mayor ha sido la
duración de su condena. Ahora, se pretende comentar la influencia de los profesionales
con los que el contacto se da de forma inmediata, directa y constante, y afecta
enormemente a la adaptación de los presos y consecuencias.
Dentro de la prisión, existe una jerarquización de roles y funciones rígidas. De
ahora en adelante, vamos a distinguir dos grupos de profesionales a los que llamaremos:
funcionarios de seguridad, encargados del control y en contacto continuo con los
internos, y funcionarios de intervención, encargados de la atención socio-sanitaria de los
presos.
En concreto, la relación preso-funcionario de seguridad es muy distante y se
aleja mucho de la intención de velar por su seguridad (Herrera, 2000). Valverde (1997)
27

escribe que no se debe olvidar que son personas que también pasan la mayor parte del
día encerradas sin haber sido condenados. Es decir, su trabajo está en el interior del
módulo e igualmente podría padecer las secuelas físicas mencionadas en el apartado
anterior. Su papel allí es representar a la institución hacia la cual los internos pueden
sentir rabia. El trabajo de los funcionarios puede ser peligroso porque, aunque no suele
ocurrir, los internos podrían descargar su ira sobre ellos. Los funcionarios deben
ganarse el respeto de estas personas por una cuestión de supervivencia y seguridad
propia. La relación entre ambos, decía Valverde (1997), es de desconfianza mutua ya
que, el funcionario desconfía del interno y lo ve como un manipulador, y los
encarcelados desconfían de los funcionarios por ser sus castigadores.
Pozo, Navarro, Nakahira y Cutiño (2018) aportan nuevos resultados actuales
para las relaciones entre profesionales y presos. En cuanto a la amabilidad y el respeto,
el personal de tratamiento obtiene una mejor valoración por parte de los internos. Por el
contrario, en cuanto a la percepción de la legitimidad de su actuación, los funcionarios
de seguridad mantienen una mejor relación con los internos y aplican las normas de
forma más justa. La dureza del día a día no es tal como relataba Valverde décadas atrás
(Valverde, 1997), pero continua estando presente la desconfianza y la inseguridad.
La función de la prisión y, por tanto, las tareas que deberían ser desarrolladas
por los funcionarios, son la reinserción y la reeducación de los reclusos. Los
funcionarios de seguridad adoptan funciones de control, tareas regimentales de control y
vigilancia. Se limitan a cumplir con los automatismos del día a día en la prisión, sin una
relación personalizada con los internos, algo básico para una intervención. Todo ello,
provoca una mayor desconfianza y separa aun más a presos y funcionarios. Las
consecuencias que ello conlleva son directas y muy influyentes en la adaptación del
interno a la prisión y favorecen la pérdida de identidad y reducen la autoestima
(Martxoa, 2015). La valoración de los funcionarios de seguridad es más positiva, pero la
relación no deja de ser distante (Pozo, Navarro, Nakahira y Cutiño, 2018).
La relación preso-funcionario de intervención, no es tan accesible como debería,
lo cual también significa un déficit en los programas para consecución de los objetivos
recogidos en los textos legales: reinserción y reeducación de los internos. Existe un
déficit en la labor rehabilitadora. Para acceder a los profesionales, fuera de las sesiones
rutinarias programadas de seguimiento, los internos solicitan una instancia que puede
tardar meses en ser resuelta, lo cual puede provocar consecuencias negativas para la
salud de la persona, ya que no se cubren de forma inmediata las emergencias, tanto
28

sanitarias como psicológicas, de estas personas (Herrera, 2000). Se entiende la demora


en la atención como una forma más de ejercer violencia, ya que aumenta la
vulnerabilidad y la peligrosidad de la persona, para sí mismo y para los demás.
Según Amour (2012), muchos problemas de los presos se deben a la falta de
formación de los funcionarios, sobre todo los funcionarios de prisión, para la detección
de enfermedades mentales. Topa y Morales (2005) mencionan la presencia del síndrome
de burnout de los funcionarios como una influencia negativa en el bienestar de los
internos.
Es también evidente la falta de personal sanitario que atienda a estas personas y
pueda contribuir realmente a la consecución de la finalidad primera de la prisión según
la CE (art. 25.2) y la Ley General Penitenciaria (art.1): la reeducación y la reinserción.
La escasa presencia de personal psiquiátrico y de enfermería influye en el incremento de
patologías mentales. Entrenar a los profesionales a detectar señales de posibles
problemas de este tiempo, reduciría la prevalencia de trastornos de salud mental y las
tasas de suicidio.
Otro de los problemas es la imposibilidad de cubrir al completo las necesidades
de los internos. Es de suma importancia para estos objetivos llevar a cabo un plan
individualizado para cada preso y estar convenientemente formados para intervenir de la
forma más rápida posible ante determinadas situaciones. No hay personal, no hay
tratamientos del todo eficaces (Sánchez y Coll, 2016).

6. CONCLUSIONES: FORMAS DE CAMBIAR ESTA REALIDAD


Se hace llamativa la dualidad que existe entre la teoría y la realidad de la prisión.
Los objetivos, reeducación y reinserción social de los internos, son inspiradores y
forman parte de un castigo positivo a los delincuentes, pero ¿qué se está haciendo mal
para que cada año aumente la cifra de población reclusa? En el estudio de Amour
(2012), se comprobó el incremento del número de presos de 9,25 millones en 2009 a
10,1 millones en 2011. En España, la población reclusa se incrementó en 2016 un
140%, siendo los delitos contra la salud pública y los atracos, los más comunes
cometidos en ese año (Zabala et al. 2016). La prisión supone un gran desembolso
económico para el Estado. Los recursos disponibles se hacen insuficientes para el
número de internos y, por ello, resulta complicado atender a las necesidades de todos
ellos.
29

Boira (2012) revisó el funcionamiento de las penas alternativas a la prisión. Los


trabajos en beneficio de la comunidad (TBC) son una pena privativa de derechos pero
no de libertad, que pueden llevar consigo el cumplimiento de un programa de
tratamiento. Se trata de una actividad no retribuida de utilidad pública que pueden
significar una forma de cumplir con la deuda del penado con la comunidad y, a la vez,
contribuir a la mejora del entorno. El número de plazas de TFG asciende notablemente.
Boira (2012) menciona que en el año 2000 existían 2.923 vacantes y ya en 2010,
ascendió la cifra a 18.579. Ciertos delitos de menor envergadura en cuanto a la
gravedad y la duración de la pena prevista en el Código Penal, así como en casos en que
el juez decide suprimir la pena privativa de libertad por ser ésta menor a dos años
siempre que la persona no cuente con antecedentes penales previos, no requieren el
internamiento de la persona en un centro penitenciario. La utilización de la alternativa
de los TBC reduciría mucho el coste de las prisiones y evitaría que ciertas personas
sufrieran los efectos que conlleva.
Morales (2007) defiende que la prisión es un mal necesario. Se debe adoptar una
nueva cultura basada en la responsabilidad, donde las personas que han cometido un
delito y no quepa en ellos la imposición de una pena alternativa al internamiento en
prisión, comprendan la ilicitud del acto cometido y reconozcan la necesidad de pagar
por ello. Asimismo, Morales (2007) apunta a la necesidad de una atención integral pre,
durante y post carcelaria para que esta responsabilidad y buena consecución de los
objetivos de la prisión. Es tan importante organizar programas de tratamiento efectivos
para todos los efectos, consecuencias y características de los internos, como a la
población en general (I. Heredero, conversación personal, 5 de febrero de 2019).
Actualmente, en prisión existen una serie de programas de tratamiento
orientados a la rehabilitación y reeducación de los internos según el delito cometido.
Para algunos profesionales que desempeñan su trabajo en estas instituciones, la falta de
recursos es un impedimento para conseguir mejores resultados (I. Heredero,
conversación personal, 5 de febrero de 2019). Según el Ministerio del Interior, los
programas específicos más implementados actualmente son el PCAS (para delitos
sexuales), PRIA-MA (para delitos de violencia de género), PICOVI (intervención en
conductas violentas), PROSEVAL (para delitos de seguridad vial) y el PROBECO (para
el entrenamiento de habilidades sociales).
Todos estos programas han demostrado ser lo suficientemente eficaces como
para que se continúe invirtiendo en ellos. El problema se encuentra en que no todos los
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internos se benefician de los mismos. Los programas de tratamiento resultan escasos y


los profesionales de intervención de los módulos se ven obligados a elegir qué internos
podrían beneficiarse más de los mismos. A la hora de elegir, los funcionarios
seleccionan a los internos con mejor comportamiento o mayores necesidades, sin tener
que haber cometido el delito para el cual reciben tratamiento. Según Heredero, esta es
una de las causas de las grandes tasas de abandono de los programas de tratamiento. Se
podría considerar que la función reeducadora de la cárcel no es tal para todos los presos
(I. Heredero, conversación personal, 5 de febrero de 2019). Arroyo (2011) propone que
para conseguir una verdadera rehabilitación de los internos es importante formar a los
funcionarios en prácticas que contribuyan a la reeducación y futura reinserción. Se
entiende la necesidad de intervenir con las personas de forma individualizada, con
terapias específicas para su rehabilitación y fomento de la autonomía personal. De esta
forma a los presos les será más sencillo volver a la sociedad, gestionar su tiempo en
libertad y emprender una nueva forma de vida. Junto a ello, Arroyo (2011) señala la
necesidad de una sensibilización social para romper con el estigma que hace aún más
difícil la vuelta de los reos a la comunidad.
Para reducir realmente las consecuencias negativas provocadas por el paso por
prisión de forma genérica y sin atender al delito cometido, se ve necesaria la realización
de otro tipo de programas de tratamiento o estimulación. Por ejemplo, Casado-Quintana
y Morales (2015) propone que para reducir el fatalismo y la desesperación, es necesario
que los internos puedan hacer actividades de ocio, como las salidas al campo de futbol
cercano a la prisión, que depende del profesional encargado del módulo y de las
actividades. En algunas instituciones penitenciarias existen talleres de arte terapia que
ayudan a la estimulación de los sentidos, sobre todo la vista, y las habilidades
psicomotrices de los internos. Estos talleres significa una forma de luchar contra las
consecuencias físicas, emocionales y sociales comentadas en este trabajo.
Los internos necesitan mantener sus vínculos con el exterior y contar con el
apoyo de sus familiares y amigos. Además, se considera importante la toma de medidas
de protección ante las consecuencias tan dañinas para la integridad física y salud mental
de estas personas. Se propone, debido a la falta de recursos, la planificación de
actividades que no requieran mucho tiempo, personal ni dinero.
Una propuesta es la realización de comunicaciones a distancia por internet. Las
salidas programadas y permisos se empiezan a conceder cuando el interno ha cumplido
un cuarto de la condena, lo cual, en los casos en que la pena sea de duración breve, los
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permisos se conceden al poco tiempo de estancia. Aun así, el cambio brusco de contexto
significa una dificultad en la adaptación al mismo. El apoyo familiar y el mantenimiento
del contacto con ellos, ayudaría a reducir los problemas emocionales, la sensación de
soledad, la pérdida de sentido de la propia vida, y aumentaría la autoestima. Para estas
mejoras son tan importantes las relaciones del exterior como las del interior de las
prisiones. Para mejorar el contacto entre los internos, el clima y la calidad de vida, se
propone la realización de talleres organizados y guiados por y para internos. Un taller en
el que poder compartir su experiencia y buscar apoyo entre los compañeros del módulo,
disfrutar de distintas actividades como dibujo, cine, fotografía, gimnasia o el
aprendizaje de idioma, que consigan mejorar el día a día de los internos y ocupar el
tiempo en actividades productivas. Todas las propuestas se ven convenientes teniendo
en cuanta la edad de los internos. Según las habilidades, capacidades, enfermedades e
intereses, los talleres y programas deberían ir orientadas a aumentar la vitalidad de los
internos y mejorar su calidad de vida.
En conclusión, la prisión debe cambiar su forma de actuación para acercarse
cada vez más a los objetivos fijados para ella como institución rehabilitadora y
reeducadora para las personas que han cometido un delito. No es sólo una cuestión de
falta de recursos económicos, materiales o humanos, es también una falta de
concienciación y compromiso de los profesionales que trabajan en las prisiones y de
todas las personas que viven en él. Los cambios se presumen necesarios debido a la
realidad descrita de los centros penitenciarios en la actualidad. Si realmente interesa
reducir las tasas de población penitenciaria y el número de delitos cometidos, se deben
dirigir todas las prácticas, programas de tratamiento y programas de rehabilitación, a
dos objetivos claros: la reinserción social y la reeducación del interno.

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