Efectos de La Estancia en Prisión
Efectos de La Estancia en Prisión
Efectos de La Estancia en Prisión
Madrid
Marzo 2019
2
Marta
Rodríguez
López
EFECTOS DE LA ESTANCIA EN PRISIÓN
RESUMEN
La prisión es la institución destinada a encerrar a las personas que cometen un
acto delictivo. Tiene una doble finalidad: la reeducación y la reinserción social, y la
prevención de comisión de nuevos delitos para proteger, así, a la propia comunidad. El
hecho de ingresar en prisión introduce a la persona en un proceso de asimilación de la
subcultura propia de la prisión que se conoce con el nombre de prisionalización. Se
trata de una institución reglada basada en normas rígidas y un ambiente hostil que
provoca varios efectos en las personas que pasan un tiempo en ella. Los efectos
dependen de una serie características previas de la persona, el contexto en el cual se
desarrolló, posibles problemas de salud mental, historial de consumo, entre otras, y
crean más o menos vulnerabilidad en cuanto a sufrir una mayor o menor victimización.
Éstos serán, mayoritariamente, de tipo físico, psicológico y social. Se describirán
detalladamente estas consecuencias que provoca el paso por prisión para ahondar en
aquellas dificultades que marcarán el resto del ciclo vital de la persona y causarán en
ella un gran sufrimiento. El trabajo de los funcionarios que se encuentran en contacto
directo con los internos también es de suma importancia para su estancia en cárcel. El
sistema penitenciario es ya suficientemente violento y conviene trabajar para que sean
efectivas las medidas de tratamiento, reeducación y reinserción social de los internos,
para lo cual se ofrecen una serie de sugerencias de cambio.
ABSTRACT
Prison is the institution intended to imprison people who commit a criminal act.
It has a dual purpose: re-education and social reintegration, and prevention new crimes
to protect the society. The fact of entering prison introduces people in a process of
assimilation of the subculture proper to the prison that is known as prisionalization. It is
a regulated institution based on rigid rules and hostile environment which causes
different effects. These effects depend on a series of previous characteristics of people,
the context in which it develops themselves, possible mental health problems, drugs
abuse, among others, that create more or less vulnerability in terms of suffering more or
less victimization, as well as the different effects. These will be mostly physical,
psychological and social. This consequences will be described in more detail to delve
into those difficulties will mark the rest of a person's life cycle and cause great
suffering. The work of the officials who are in direct contact with inmates is also one of
the most important influences for their stay in jail. The penitentiary system is already
very violent and it is convenient to work so that the measures of treatment, re-education
and social reintegration of inmates are effective, for which a series of suggestions for
change are offered here.
ÍNDICE
1. INTRODUCCIÓN…………………………………………………………… 6
2. LA CÁRCEL COMO INSTITUCIÓN………………..……………………... 7
2.1. Documentos legales referidos a la prisión ……………............................ 7
2.2. La realidad de la prisión ………………………………………………... 8
3. CARACTERÍSTICAS PREVIAS DEL CONDENADO……………………. 11
4. EFECTOS DE LA ESTANCIA EN PRISIÓN………………………………. 14
4.1. Físicos …………………………………………………………………... 15
4.2. Psicológicos …………………………………………………………….. 17
4.2.1. Trastornos del estado de ánimo …………………………………. 17
4.2.2. Trastornos de personalidad ……………………………………… 19
4.2.3. Abuso de sustancias ……………………………………………... 20
4.2.4. Suicidio y conductas autolesivas ………………………………... 22
4.3. Sociales …………………………………………………………………. 23
5. INFLUENCIA DEL PERSONAL DE PRISIÓN …………………………… 26
6. CONCLUSIONES: FORMAS DE CAMBIAR ESTA REALIDAD ...……... 28
7. REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS ………………………………………. 31
6
1. INTRODUCCIÓN
en el Código Penal o han dejado de cumplir con una sanción administrativa impuesta
sobre ellos.
La cárcel es un lugar duro y violento que provoca efectos negativos, tanto
físicos, psicológicos y sociales. Novo, Pereira, Vázquez y Amado (2017) mencionan a
Clemmer (1950) como el primero en acuñar el término prisionalización, definido por
Escaff, Estévez, Feliú y Torrealba (2013) como la repercusión que tienen las
subculturas carcelarias en los sujetos.
El objetivo de este trabajo es conocer el impacto que produce la estancia en
prisión en las personas, así como explorar los diferentes efectos físicos, psicológicos y
sociales más llamativos. Para ello, se recabará información acerca de la forma de vida y
el funcionamiento de las instituciones penitenciarias y la influencia de ello en los que
allí residen.
el Real Decreto 840/2011 que regula la ejecución de las penas alternativas de trabajos
en beneficio de la comunidad y la estancia permanente en un centro penitenciario.
En la CE refiere en su artículo 25.2. los objetivos principales de reeducación y
reinserción, los cuales se encuentran también en el artículo 1 de la LO 1/1979 de las
instituciones penitenciarias:
Las Instituciones penitenciarias reguladas en la presente Ley tienen como fin
primordial la reeducación y la reinserción social de los sentenciados a penas y
medidas penales privativas de libertad, así como la retención y custodia de
detenidos, presos y penados.
4.1. Físicos
Escaff et al. (2013) mencionan como muy comunes las alteraciones somáticas:
visión, audición y olfato. La explicación es sencilla: el ambiente, el olor, la comida y su
sabor peculiar, la oscuridad o el bullicio de gente constante, son elementos cotidianos en
los módulos que provocan alteraciones en el funcionamiento físico de los órganos
sensoriales.
En primer lugar, sobre los problemas visuales, Valverde (1997) hablaba de una
deformación de la percepción visual, que afecta al cálculo de distancias, formas y
colores. La arquitectura de la prisión, que limita mucho los espacios y reduce la vida del
interno a espacios pequeños, cerrados, repetitivos, sin color o decoración y con
iluminación artificial, provoca perturbaciones espaciales en la visión, que recibe el
nombre de “ceguera de prisión” y depende de la duración de la condena (Martxoa,
2015). En segundo lugar, la audición se deteriora por la presencia de un ruido constante
de gente hablando, mesas moviéndose y puertas abriéndose y cerrándose, un sonido
constante al que los internos se habitúan. Martxoa (2015) re refiere a un rumor sordo
más que a un contraste de ruidos claros, al que se añade el eco que provoca la
arquitectura y hace que el sonido retumbe y afecte más al oído. En tercer lugar, cabe
mencionar el olor tan característico de la cárcel. No se trata de un conjunto de perfumes
o ambientadores de ningún tipo. Valverde (1997) afirmaba que se trata de un
desinfectante que se utiliza diariamente para limpiar los módulos. Es la pobreza olfativa
la que provoca la afectación del sentido del olfato (Martxoa, 2015).
El cuerpo se va debilitando por el encarcelamiento y va reduciendo su
funcionalidad. Las posibilidades de remediar estos efectos son mínimas, ya que no
existen recursos suficientes para hacer actividades de ocio o deportivas que ayuden al
preso a escapar de la monotonía y desarrollar o mantener sus capacidades y habilidades
(I. Heredero, conversación personal, 5 de febrero de 2019). Además, Escaff et al. (2013)
apuntan a una alteración de funciones vitales. La ansiedad, las posibles vivencias
traumáticas, los sentimientos negativos y la distorsión del sentido del sí mismo,
provocan inquietud, nerviosismo y diversas alteraciones en el sueño, el apetito o el
peso, por ejemplo.
En concreto, Valverde (1997) hablaba de las consecuencias del sedentarismo de
los internos en los módulos, el cual provoca tensión muscular que deriva en
agarrotamiento de los distintos grupos musculares. A la escasez de movilidad, se unen
la ansiedad permanente y el miedo ante el peligro y el futuro como las causas del estado
16
de alerta constante en los presos, que provoca dolores de cabeza, de cuello y espalda por
la tensión acumulada (Martxoa, 2015).
Martxoa (2015) recupera la idea de la despersonalización para introducir la
presencia de la alteración de la imagen personal. La carencia total de intimidad, les
lleva a perder la conciencia de los límites de su propio cuerpo. La falta de espacio y el
hacinamiento provocan un contacto continuo con otros internos que afecta a la imagen
corporal. Sánchez y Coll (2016) reconocen en la necesidad de cambio de las prisiones
como instituciones con tanta dureza para los internos, ya que las experiencias vividas,
las formas de relación o las estrategias para la adaptación o la supervivencia que
incorporan los presos como propias, pueden llegar a usar su propio cuerpo como
instrumento de protesta, ejerciendo sobre sí autolesiones o huelgas de hambre.
Además, las instalaciones para el cuidado personal suelen estar muy deterioradas
y resulta costoso mantenerlas totalmente limpias por la gran cantidad de usuarios. Esto
provoca graves problemas de salud en los internos y el desarrollo de enfermedades
infecciosas como las que recogen Sánchez y Coll (2016): VIH, hepatitis B y C,
tuberculosis y enfermedades de trasmisión sexual.
En cuanto a las enfermedades comunes en prisión y que afectan al estado físico
y de salud de los internos, Vera et al. (2014) mencionan las principales causas de
mortalidad/enfermedades más comunes en las cárceles españolas a partir de un estudio
realizado en el año 2011. Las enfermedades cardiovasculares constituyen un 19,5% de
las muertes en prisión, las de origen digestivo un 10,7%, las enfermedades del sistema
respiratorio obtienen un porcentaje del 7,4% y las tumorales con un 6,7%. Se describe el
VIH como la enfermedad infecciosa con la que más se ha luchado en prisión en los
últimos años. Valverde (1997) hablaba del SIDA como un problema ocasionado sobre
todo por el consumo de drogas en prisión, pero en el que influyen varios factores, como
las características precarias de vida previas del condenado (escasos hábitos de higiene,
falta de asistencia sanitaria y drogadicción), el hacinamiento y la necesidad de
compartir, la movilidad entre prisiones que aumenta los contagios y la falta de recursos
(por ejemplo, de jeringuillas). Vera et al. (2014) mencionan la evolución de esta
realidad en las prisiones, ya que las enfermedades infecciosas han pasado de ser la
principal causa de mortalidad a significar sólo un 6% de las muertes en prisión. La
salubridad y atención han mejorado cualitativamente aunque aun dejen mucho que
desear (I. Heredero, conversación personal, 5 de febrero de 2019).
17
4.2. Psicológicos
En el plano psicológico y emocional, el paso por prisión puede significar una
experiencia traumática, dañar la psicología de la persona, provocar trastornos de
ansiedad, empobrecer las habilidades sociales, provocar la pérdida de conciencia de
derechos fundamentales básicos, minar la autoestima y propiciar el aprendizaje de la
cultura de la violencia y la evitación, entre muchos otros efectos (Cajamarca, Triana y
Jiménez, 2015). Otros autores, como Morales (2007), mencionan como factores de
riesgo para problemas psicológicos: la frustración y sentimientos de culpa, la rebeldía o
negativa a aceptar la autoridad, la falta de gratificación sexual y lúdica, el hacinamiento,
el aislamiento, el consumo de sustancias tóxicas, el alto grado de ansiedad, la carencia
de intimidad y el sentimiento de ser torturado.
En general, los efectos que se consideran generalizables son: la hipervigilancia,
ansiedad, despersonalización, desconfianza, distanciamiento emocional, distanciamiento
psicológico, disminución de la autoestima, pérdida de intimidad, síntomas de estrés
post-traumático, dependencia de la prisión como institución y alteraciones en el plano
sexual. Surge un cambio en la valoración del sí mismo por la falta de reconocimiento
propio por las nuevas formas de relación con otros y con el sí mismo, y el significado de
las mismas. Se produce una actitud de afrontamiento negativo ante el futuro y la pérdida
del sentido de vida (Escaff et al., 2013; Ruíz, 2007; Haney, 2002, citado en Novo et al. ,
2017).
Esta desvinculación, que provoca alteraciones en la afectividad de los internos, que les
lleva a la despreocupación por el mal ajeno y hasta por el suyo propio.
Se aíslan los sentimientos como mecanismo de defensa a las frustraciones
emocionales y como una forma de protegerse a sí mismo frente a los demás, una forma
de no mostrar debilidad. Martxoa (2015) explicaba este mecanismo mediante la
inseguridad situacional. Es común la labilidad afectiva (Martxoa, 2015), ya que si
pensamos en la prevalencia de los trastornos bipolares, la convivencia puede crear
buenas relaciones entre los internos que les permitan relajarse en momentos puntuales,
pero la desconfianza sigue ahí y, por ello, los cambios de humor serán muy frecuentes.
La culpa y la soledad también son factores de riesgo para el trastorno bipolar, puesto
que formarían parte de las etapas depresivas, las cuales evolucionarían a rabia e ira
contra aquello que les arrebata su libertad.
La desconfianza, la ansiedad, el miedo, la tensión, los cambios de humor, el
estado de alerta continuo y demás alteraciones, hacen muy complicada la creación del
vínculo terapéutico necesario para el trabajo de los profesionales con los internos.
Según Añaños-Bedriñana (2017), los problemas emocionales como la baja autoestima,
la desmotivación y la escasa autoconsciencia, dificultan la intervención en las prisiones
sobre todo en las mujeres.
Estos dos últimos son los más llamativos si los comparamos con las cifras de
prevalencia de la población general no carcelaria. El TLP es superior en un 33% y el
trastorno antisocial en un 73%.
En un estudio realizado por Molina-Coloma, Salaberría y Pérez (2018), se
hallaron diferencias en cuanto a la realidad actual de las prisiones. Determinan que los
trastornos más comunes (ordenados según la prevalencia) son el trastorno antisocial de
la personalidad, el trastorno de personalidad paranoide, esquizoide y narcisista, dejando
más de lado el trastorno límite de la personalidad. En este estudio, no se obtienen
diferencias de sexo y constituyen que el trastorno de personalidad más común en
hombres y mujeres es el antisocial. En concreto, el trastorno de personalidad antisocial
(TAP) es un patrón de comportamiento desviado de la norma social que cursa con la
manipulación de otras personas, la violación de sus derechos y la falta de
remordimientos, que pueden derivar en conductas delictivas (Alvarado, Rosario y
García, 2014).
En cuanto a los efectos propios de la prisión que pueden provocar un trastorno
de personalidad en los reclusos, se encuentra el trastorno paranoide unido al consumo
de sustancias. Según la literatura, es el único que puede considerarse como una
consecuencia de la estancia en un centro penitenciario. En el estudio de González,
Mujica, Terán, Guerrero y Arroyo (2016) encuentran relación entre el trastorno
paranoide y el consumo de sustancias en un 62,49% de los casos.
Cabe mencionar también que la presencia de enfermedad se presenta como un
factor de riesgo para sufrir más violencia física, psicológica y sexual; lo cual aumenta la
exclusión, ya dentro de la propia institución (Bebbington et al., 2017).
como una válvula de escape del sufrimiento continuo de los internos. La soledad, la
culpa, la baja autoestima, las altas tasas de ansiedad y el temor constante en la prisión,
provocan un gran sufrimiento para el cual, según Muñagorri y Peñalver (2008), no
tienen suficientes habilidades de afrontamiento. Altamirano (2013) relacionan las
conductas suicidas con un nivel elevado de tensión y estrés.
Rocamora (2012) habla del suicidio como el desequilibrio entre las capacidades
relacionales y emocionales de las personas y el impacto que una nueva situación vital o
puntual tiene en ellos. Los internos son psicológicamente vulnerables cuando no tienen
recursos para evitar la amenaza que supone el entorno carcelario. Se ven
comprometidos sus intereses, sus creencias, sus afectos y se encuentran rodeados de
estresores que afectan a su salud mental.
Las conductas autolesivas son más frecuentes que los suicidios. Roca, Guàrdia y
Jarne (2012) describen los intentos autolíticos como una conducta realizada para causar
dolor pero sin intención de causar la muerte. Se entiende como una forma de
afrontamiento del estrés o una estrategia de descargar la ira sobre uno mismo. Aun así,
el concepto es muy ambiguo y estos autores mencionan los puntos fundamentales que
debería tener una definición: intencionalidad, gravedad de las heridas, repetición de la
conducta y las automutilaciones. Las formas autolesivas más comunes en prisión son
cortes, las quemaduras y las abrasiones en hombres, y la ingesta de medicamentos en
mujeres (Roca, Guàrdia y Jarne, 2012).
Rocamora (2012) comenta como factores de riesgo aquí la incomunicación, la
sobrecarga emocional, las rupturas y pérdidas, las experiencias de inferioridad, como
antecedentes de la soledad, la desesperación y la desesperanza, que llevan al suicidio.
Las personas necesitan un proyecto vital, un objetivo de vida, relaciones afectivas,
confianza en otros, apoyo familiar, una vida sana y actividades de ocio. En prisión, estas
necesidades son difíciles de cubrir, lo que sería una explicación directa al problema de
los suicidios en las cárceles.
Larney y Farell (2017) apuntan que las tasas de suicidio están relacionadas con
la superpoblación, la falta de personal sanitario y educativo, el alto gasto diario por
preso para el Estado, el sistema de justicia y salud deficiente, la inadecuada
administración de los servicios sanitarios, la duración de la condena y la presencia de
tan pocos funcionarios para tantos presos. Se menciona la existencia de una correlación
positiva entre la sobrepoblación y el aumento de las tasas de suicidio. Y también, la
23
enorme influencia de la relación de los presos con los funcionarios (Larney y Farell,
2017).
Muñagorri y Peñalver (2008) identificaron como variables de riesgo la presencia
de una mayoría de internos varones, jóvenes, con problemas de toxicomanía y la
presencia de trastornos psicopatológicos en nuestras cárceles. En este sentido, se
relaciona con las enfermedades psiquiátricas, el abuso de sustancias y las conductas
autolesivas. Bebbington et al. (2017) sitúan el aumento del riesgo de suicidio o las
conductas autolesivas por la presencia de una enfermedad o alteración mental.
En relación a los apartados anteriores, Roca, Guàrdia y Jarne (2012) hacen un
recorrido por la influencia de los trastornos del estado de ánimo, de la personalidad y
del consumo de drogas en las alteraciones psicológicas más comunes. La depresión y el
TLP son los más asociados con las conductas autolíticas y el suicidio. Además, en un
estudio realizado en 2004 por Mohino (mencionado en Roca, Guàrdia y Jarne, 2012),
señalaba este autor que el 92,6% de la muestra puntuaban alto en las escalas de
trastorno de límite, negativista y antisocial.
El consumo de drogas se puede entender por sí mismo como una conducta
dañina y autolesiva. El consumo de sustancias estimulantes está asociado con estas
conductas. Roca, Guàrdia y Jarne (2012) mencionan a varios autores cuyos estudios
demuestran que, al menos, un 70% de los casos de autolesiones están relacionados con
el consumo de drogas y la patología dual. La psicosis y la depresión se presentan en
gran medida comórbidos al abuso de sustancias (Zabala et al., 2016).
4.3. Sociales
Uno de los efectos que cabe mencionar aquí, es la posible aparición de un
Trastorno Adaptativo (TA). Según el DSM-V, se trata de respuestas emocionales o de
tipo comportamental ante un factor psicosocial, a lo que añade el CIE-10, que influye en
la actividad social y que aparecen en el período de adaptación a un cambio biográfico o
a un acontecimiento vital estresante, en este caso: la entrada en prisión. Los síntomas
derivados de las dificultades de adaptación tienen que estar presentes al menos 3 meses
para que se pueda considerar TA. Se puede entender como una situación estresante para
la cual no se tienen suficientes recursos, a lo que Sánchez y Coll (2016) mencionan las
dificultades con el idioma, las diferencias religiosas, la falta de lazos familiares y los
conflictos individuales, como los factores más influyentes de la no adaptación.
24
escribe que no se debe olvidar que son personas que también pasan la mayor parte del
día encerradas sin haber sido condenados. Es decir, su trabajo está en el interior del
módulo e igualmente podría padecer las secuelas físicas mencionadas en el apartado
anterior. Su papel allí es representar a la institución hacia la cual los internos pueden
sentir rabia. El trabajo de los funcionarios puede ser peligroso porque, aunque no suele
ocurrir, los internos podrían descargar su ira sobre ellos. Los funcionarios deben
ganarse el respeto de estas personas por una cuestión de supervivencia y seguridad
propia. La relación entre ambos, decía Valverde (1997), es de desconfianza mutua ya
que, el funcionario desconfía del interno y lo ve como un manipulador, y los
encarcelados desconfían de los funcionarios por ser sus castigadores.
Pozo, Navarro, Nakahira y Cutiño (2018) aportan nuevos resultados actuales
para las relaciones entre profesionales y presos. En cuanto a la amabilidad y el respeto,
el personal de tratamiento obtiene una mejor valoración por parte de los internos. Por el
contrario, en cuanto a la percepción de la legitimidad de su actuación, los funcionarios
de seguridad mantienen una mejor relación con los internos y aplican las normas de
forma más justa. La dureza del día a día no es tal como relataba Valverde décadas atrás
(Valverde, 1997), pero continua estando presente la desconfianza y la inseguridad.
La función de la prisión y, por tanto, las tareas que deberían ser desarrolladas
por los funcionarios, son la reinserción y la reeducación de los reclusos. Los
funcionarios de seguridad adoptan funciones de control, tareas regimentales de control y
vigilancia. Se limitan a cumplir con los automatismos del día a día en la prisión, sin una
relación personalizada con los internos, algo básico para una intervención. Todo ello,
provoca una mayor desconfianza y separa aun más a presos y funcionarios. Las
consecuencias que ello conlleva son directas y muy influyentes en la adaptación del
interno a la prisión y favorecen la pérdida de identidad y reducen la autoestima
(Martxoa, 2015). La valoración de los funcionarios de seguridad es más positiva, pero la
relación no deja de ser distante (Pozo, Navarro, Nakahira y Cutiño, 2018).
La relación preso-funcionario de intervención, no es tan accesible como debería,
lo cual también significa un déficit en los programas para consecución de los objetivos
recogidos en los textos legales: reinserción y reeducación de los internos. Existe un
déficit en la labor rehabilitadora. Para acceder a los profesionales, fuera de las sesiones
rutinarias programadas de seguimiento, los internos solicitan una instancia que puede
tardar meses en ser resuelta, lo cual puede provocar consecuencias negativas para la
salud de la persona, ya que no se cubren de forma inmediata las emergencias, tanto
28
permisos se conceden al poco tiempo de estancia. Aun así, el cambio brusco de contexto
significa una dificultad en la adaptación al mismo. El apoyo familiar y el mantenimiento
del contacto con ellos, ayudaría a reducir los problemas emocionales, la sensación de
soledad, la pérdida de sentido de la propia vida, y aumentaría la autoestima. Para estas
mejoras son tan importantes las relaciones del exterior como las del interior de las
prisiones. Para mejorar el contacto entre los internos, el clima y la calidad de vida, se
propone la realización de talleres organizados y guiados por y para internos. Un taller en
el que poder compartir su experiencia y buscar apoyo entre los compañeros del módulo,
disfrutar de distintas actividades como dibujo, cine, fotografía, gimnasia o el
aprendizaje de idioma, que consigan mejorar el día a día de los internos y ocupar el
tiempo en actividades productivas. Todas las propuestas se ven convenientes teniendo
en cuanta la edad de los internos. Según las habilidades, capacidades, enfermedades e
intereses, los talleres y programas deberían ir orientadas a aumentar la vitalidad de los
internos y mejorar su calidad de vida.
En conclusión, la prisión debe cambiar su forma de actuación para acercarse
cada vez más a los objetivos fijados para ella como institución rehabilitadora y
reeducadora para las personas que han cometido un delito. No es sólo una cuestión de
falta de recursos económicos, materiales o humanos, es también una falta de
concienciación y compromiso de los profesionales que trabajan en las prisiones y de
todas las personas que viven en él. Los cambios se presumen necesarios debido a la
realidad descrita de los centros penitenciarios en la actualidad. Si realmente interesa
reducir las tasas de población penitenciaria y el número de delitos cometidos, se deben
dirigir todas las prácticas, programas de tratamiento y programas de rehabilitación, a
dos objetivos claros: la reinserción social y la reeducación del interno.
7. REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS
Alós, R., Esteban, F., Jódar, P. & Miguélez, F. (2015). Effects of prison work
programmes on the employability of ex-prisoners. European Journal of
Criminology, 12(1), 35-50.
Altamirano, Z. (2013). El bienestar psicológico en prisión: Antecedentes y
consecuencias (tesis doctoral). Universidad Autónoma de Madrid, España.
Alvarado, I., Rosario, I. & García, N. (2014). El trastorno antisocial de la personalidad
en personas institucionalizadas en puerto rico: estudio de casos. Revista
Puertorriqueña de Psicología, 25(1), 62-77.
32