Los Deseos en La Vida Espiritual
Los Deseos en La Vida Espiritual
Los Deseos en La Vida Espiritual
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boca para que te la llene” (Sal 81,11). Dilatar nuestro deseo para que Dios
pueda llenarlo.
Muy expresivo en español: “estar a sus anchas”, “poner a sus anchas”.
Dios pone a Gad a sus anchas (Dt 33,20), a Jafet “a sus anchas” (Gn 9,27).
“Toda la vida del cristiano es un santo deseo. Lo que deseas no lo ves
todavía, mas por tu deseo te haces capaz de ser saciado cuando llegues al
momento de la visión.
Texto de Agustín sobre la bolsa: Supón que quieres llenar una bolsa y
que conoces la abundancia de lo que van a darte; entonces extenderás la
bolsa, el saco, el odre, lo que sea; sabes cuán grande es lo que vas a meter
dentro y ves que la bolsa es estrecha, y por eso ensanchas la boca de la
bolsa para aumentar su capacidad. Así Dios, difiriendo la promesa
ensancha el deseo, ensancha el alma y ensanchándola la hace capaz de sus
dones.
Deseemos, pues, hermanos, ya que hemos de ser colmados. Ved de qué
manera Pablo ensancha su deseo para hacerse capaz de recibir lo que ha de
venir. Dice en efecto “No es que haya conseguido el premio o que ya esté
en la meta; hermanos, yo no pienso haber conseguido el premio”.
¿Qué haces, pues, en esta vida si aún no has conseguido el premio? Sólo
busco una cosa, olvidándome de lo que queda atrás y lanzándome hacia lo
que está por delante, corro hacia la meta para ganar el premio al que Dios
me llama desde arriba. Afirma de sí mismo que está lanzado hacia lo que
está por delante y que va corriendo hacia la meta final. Es porque se sentía
demasiado pequeño para captar aquello que ni el ojo vio, ni el oído oyó, ni
el hombre puede pensar.
Tal es nuestra vida: ejercitarnos en el deseo. Ahora bien este santo
deseo está en proporción directa a nuestro desasimiento de los deseos que
suscita el amor del mundo. Ya hemos dicho en otra parte que un recipiente
para ser llenado, tiene que estar vacío. Derrama pues de ti el mal, ya que
has de ser llenado del bien-
Imagínate que Dios quiere llenarte de miel. Si estás lleno de vinagre,
¿dónde pondrás la miel? Hay que vaciar primero el recipiente, hay que
lavarlo y limpiarlo, aunque cueste fatiga, aunque haya que frotarlo, para
que sea capaz de recibir algo.
Y así como decimos miel, podríamos decir oro o vino; los que
pretendemos significar es algo inefable: Dios. Y cuando decimos Dios, ¿qué
es lo que decimos? Esta sola sílaba es todo lo que esperamos. Todo lo que
podemos decir está muy por debajo de esta realidad; ensanchemos, pues,
nuestro corazón, parra que cuando venga nos llene, ya que seremos
semejantes a él, porque le veremos tal cual es (S. Agustín, comentario a al
1 Juan, PL 35, 2008-2009).
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satisfacer las necesidades que tenemos, pero no la necesidad que somos.
Los locos aman sus visiones, los fetichistas aman las cosas, los egoístas se
aman a sí mismos, sólo las personas son capaces de amar a otra persona.
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asador, agotamos los recursos, nos multiplicamos. Possunt quia posse
videntur. Todo es posible para el que cree.
En cambio cuando no creemos, a la primera intentona ya nos desani-
mamos. Si yo estoy seguro de que ésta es la llave correcta, intentaré abrir
la puerta con más seguridad, insistiré una y otra vez hasta que se abra. Si
dudo si ésta es la llave buena o no, a la segunda intentona abandono, y
puede ser que sí era la llave. Esta es la fe que arranca moreras (Lc 17,6),
que planta árboles en el mar, y mueve las montañas (Mt 17,20; 1 Cor
13,2).
Hay tiempos que no se pueden acortar. Todo lo queremos "ahoritita",
café instantáneo. Pero un embarazo lleva 9 meses y todos nuestros
inventos no conseguirán acortarlo sustancialmente, porque un hijo tiene
que ser esperado largamente. No es una muñeca prèt-a-porter que uno
compra y se la lleva a casa, para luego aburrirse al día siguiente y meterla
en un armario.
Recuerdo que cuando J y Al querían adoptar a una hija de Colombia, y
empezaron los trámites, les dije que era muy bueno que todo el proceso de
adopción durase al menos 9 meses, como un embarazo. No se trata de
viajar en jet a Colombia y traerse la niña puesta. Hay que preparar el
corazón, la acogida, irse haciendo a la idea. Entonces se intensifica el deseo
y se valora lo que se ha hecho esperar.
Por eso a veces Dios demora al concedernos lo que le pedimos para que
se intensifique nuestra espera y se profundice nuestra relación interpersonal
mientras tanto.
7. Los Sueños
Salmos que contrastan las promesas y el bienestar del pasado con la
realidad deficiente de hoy: Salmos 77 y 80; Dn 3,37. Lo importante es
tener sueños, aunque se muevan en el terreno de la utopía. Las grandes
profecías del Adviento: león y cordero, las espadas transformadas en arado
y las lanzas en podaderas.
No hay que eliminar la dimensión utópica de la vida. Contempla las
estrellas, pero no dejes que se apague el fuego de tu hogar.
Los grandes soñadores. Los Josés del Antiguo y Nuevo Testamento.
Dichosos los que tienen sueños y están dispuestos a pagar el precio para
que se hagan realidad.
Soy alto de mirar a las palmeras. Necesitamos mirar hacia algo que esté
por encima de nosotros, que nos atraiga y nos ayude a trascender nuestra
realidad. Modelos utópicos, quizás, pero puntos de referencia.
Nunca conseguiremos realizar de adultos nada con lo que no hayamos
soñado de niños. Anécdota del chico que tiraba piedras para dar a la
luna. Nunca llegó a darle, pero ciertamente fue el chico del pueblo que
tiraba las piedras más alto.
El número de las cosas reales es mayor que el de las posibles. La
realidad desborda la fantasía. No pongamos límite a la fantasía de Dios.
Lánzate a volar y tendrás alas. La función crea el órgano.
Piensa que aún te falta por escribir la página más hermosa de tu vida.
El que está de vuelta de todo es porque quizás no haya ido nunca a
ningún sitio.
Cuando un hombre tiene un sueño, es sólo un sueño. Cuando muchos
hombres tienen el mismo sueño, es el inicio de una realidad nueva.
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Anécdota del P. X y el Dr. X fundadores de Fontilles, la noche en que
escucharon el aullido del leproso en la barraca del campo. El mundo está
mal, pero hay gente dispuesta a hacer algo.
Hay una bonita historia sobre un famoso rabino jasídico, llamado Zusia
de Anípolis. Hablando sobre la grandeza de la vocación de Abrahán y
Moisés, afirmaba: “Cuando después de mi muerte me presente en el
tribunal del cielo, no me preocupa el que me pregunten si fui tan santo
como Abrahán o Moisés. Porque no soy ni Abrahán ni Moisés, y por eso Dios
no espera que sea como ellos. Me preocupa el que me pregunten: Zusia,
¿por qué no has sido Zusia? ¿Por qué no has realizado todo lo mejor que
podías haber llegado a realizar?”
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B) DESEO DE DIOS Y ORACIÓN
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Constantemente oramos por medio de la fe, la esperanza y la caridad,
con un deseo ininterrumpido. Pero además en determinados días y horas
oramos también a Dios con palabras para que, amonestándonos a nosotros
mismos por medio de esos signos externos, vayamos tomando conciencia
de cómo progresamos en nuestro deseo y de ese modo nos animemos a
proseguir en él. Porque sin duda el efecto será mucho mayor cuanto más
intenso sea el afecto que lo hubiera precedido (S. Agustín, “Carta a Proba”).
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Creo que ese es el fruto más inmediato de la oración, el efecto que tiene
sobre el orante. Orar es sintonizar con los deseos de Dios, apropiárselos. La
oración me lleva a desear más intensamente el bien y, al desearlo,
automáticamente diré y haré cosas que acabarán influyendo en que la
situación mejore.
Si pido por alguien en crisis y deseo intensamente su mejoría, y dejo
que ese deseo crezca en mí y me invada, actuaré de una manera positiva
que redundará en beneficio de esa persona. Se me ocurrirá quizás algún
consejo inspirado para darle. Mis visitas y conversaciones transmitirán más
cordialidad y mejores vibraciones. Buscaré ayuda de otros con más
insistencia y con mayor eficacia. Y si mi colaboración no consigue solucionar
del todo el problema, al menos tendrá un efecto paliativo.
Para eso hace falta que la oración sea intensa y constante para que la
persona por quien se ora llegue a penetrar en lo más hondo del ser del
orante. Las novenas prolongadas hacen que la oración no sea momentánea,
sino que se prolongue en el tiempo.
2B.- Germinalidad
Acoger deseos como en la historia del que iba a comprar flores y
descubría que le vendían semillas. Esperar que germinen, pero sin tener la
curiosidad de arrancarlas para comprobar si ya tienen raíz.
Aunque solo una mínima parte de un millón de buenos deseos llegase a
dar fruto, ¿no valdría la pena acogerlos todos?
Quizás como Simeón y Ana sólo veremos un niño, y habrá que seguir
esperando a que crezca, a morir sin verlo crecer pero creyendo que crecerá.
Esperamos a Jesús este Adviento, pero a un Jesús que tiene que ser
concebido dentro de mí, a quien yo tengo que ofrecer al mundo como María.
Acoger su palabra es acoger una semilla de eternidad y hacer posible que el
Verbo siga haciéndose carne en mí en mis coordenadas espaciales y
temporales.
Lo importante es colaborar con la corriente profunda del evangelio,
aunque los resultados no se vean a corto plazo, o aunque todos mis
esfuerzos no consigan que este capítulo en el que me ha tocado trabajar
acabe bien. Pero sé que contribuyo a la dinámica positiva de la historia que
Dios conduce hacia un último final de salvación.
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En el monte Carmelo caí en la cuenta de la fuerza intercesora de Elías.
Al leer el texto me impresionó que Elías le anuncia a Ajab la lluvia aun antes
de ponerse a orar. Estaba seguro de que su oración iba a ser escuchada (1
R 18,41).
Me impresionan también las repeticiones del número 7 en los orantes.
Oran 7 veces sin desanimarse, a pesar de que las primeras oraciones no
parecen surgir efecto (1 R 18,43). Naamán se bañó siete veces en el
Jordán. Supongo que a la quinta o sexta estaría ya un poco escamado (2 R
5,14). 7 veces se tumbó Eliseo sobre el hijo de la Sunamita y repitió la
misma operación (2 R 4,35).
Y aun después de orar sólo vemos un pequeño signo, una nubecita.
¡Qué fe se necesita para creer que es nubecita es el comienzo de las
promesas tan abundantes! ¡Qué contraste entre lo prometido y lo que
aparece después de orar mucho! (1 R 18,44).
Santiago nos recuerda en su carta el poder intercesor de Elías, que
surge de su capacidad de compadecerse de la gente (Stg 5,17).
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La oración no es ofrecida a Dios para cambiarlo a él, sino para excitar en
nosotros la confianza en el pedir. Esta se activa considerablemente
considerando su amor para con nosotros, por el que quiere nuestro bien.
Además parece inútil querer captar la benevolencia de quien ya se nos ha
adelantado en ese sentido. Dios se nos ha anticipado en su benevolencia
puesto que él nos amó primero. Sto. Tomás S.Th. 2-2 q 83, a 3 ad 5.
Por eso, cuando dice el apóstol, Vuestras peticiones sean presentadas
ante Dios” (Flp 4,6), no hay que entender estas palabras como si se tratase
de descubrir a Dios nuestras peticiones, pues él continuamente las conoce,
aun antes de que se las formulemos; estas palabras significan que más bien
debemos descubrir nuestras peticiones a nosotros mismos en presencia de
Dios, perseverando en oración...
...No hay que decir, como algunos piensan, que orar largamente sea lo
mismo que orar con vana palabrería. Una cosa, en efecto, son las muchas
palabras, y otra cosa el afecto perseverante y continuado. Pues del mismo
Señor está escrito que pasaba la noche en oración y que oró largamente (Lc
5,16; 6,12).
Lejos de nosotros la oración con vana palabrería, pero que no falte la
oración prolongada, mientras persevere la oración pacientemente.
Oramos a aquél que conoce nuestras necesidades antes de que se las
expongamos. Puede resultar extraño que nos exhorte a orar aquél que
conoce nuestras necesidades aun antes de que se las expongamos, si no
comprendemos que nuestro Dios y Señor no pretende que le descubramos
nuestros deseos, pues él ciertamente, no puede desconocerlos, sino que
pretende que por la oración se acreciente nuestra capacidad de desear,
para que así nos hagamos mas capaces de recibir los dones que nos
prepara. Sus dones, en efecto, son muy grandes y nuestra capacidad para
recibir pequeña e insignificante. Por eso nos dice: “¡Ensanchaos! No os
unzáis al mismo yugo de los infieles” (2 Co 6,13).
Cuanto más firmemente creemos, más firmemente esperamos y más
ardientemente esperamos este don, más capaces somos de recibirlo; se
trata realmente de un don inmenso...
...Constantemente oramos por medio de la fe, la esperanza y la caridad,
con un deseo ininterrumpido. Pero además en determinados días y horas
oramos también a Dios con palabras para que, amonestándonos a nosotros
mismos por medio de esos signos externos, vayamos tomando conciencia
de cómo progresamos en nuestro deseo y de ese modo nos animemos a
proseguir en él. Porque sin duda el efecto será mucho mayor cuanto más
intenso sea el afecto que lo hubiera precedido. S. Agustín, Carta a Proba.
No es cambiar a Dios
La oración no trata de modificar los planes de Dios. Solamente le pide
que los cumpla. "Vuestro Padre sabe lo que necesitáis" (Mt 6,8). Decía San
Agustín: "En nuestras oraciones Dios quiere que nuestro deseo entre en
acción, para que tengamos suficiente capacidad para recibir lo que él está
dispuesto a darnos. Por esto nos dice: Ensanchaos".
Santo Tomás repite la misma enseñanza: "Dios conoce nuestras miserias
y nuestros deseos. No se trata de cambiar la voluntad divina con palabras
humanas de modo que Dios conceda lo que antes era contra su voluntad. Si
la oración de petición es necesaria al hombre, es porque tiene una influencia
sobre el que la utiliza".
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La oración, pues, no cambia ni modifica a Dios, sino a nosotros mismos.
Nosotros somos los agradados y capacitados por Dios. Nos hacemos más
nosotros mismos en su presencia, en relación con él, en dependencia de él,
en vista a él, a la vez por él y para él. "Nos descubrimos y conocemos a
nosotros mismos", prosigue san Agustín.
Se trata menos de hacernos oír que de escuchar nosotros mismos y
hacernos capaces de entender. Decía Kierkegaard "La oración no está
fundada en la verdad cuando Dios escucha lo que se le pide, sino cuando el
que pide continúa pidiendo hasta que él mismo entiende lo que Dios
quiere".
Se dirá que Jesús en el Evangelio ha mandado que se pida con insis-
tencia, y él mismo lo hizo así. Pero la petición estaba siempre subordinada a
la aceptación de la voluntad de Dios. En su caso como en el nuestro, el
recurso a Dios significa algo más profundo que el beneficio pedido. Es la
expresión de una confianza filial que es total, global, aunque esté polarizada
en tal necesidad particular, en tal circunstancia dolorosa.
Nuestra oración por los demás, nos ofrece la ocasión de ponernos en
comunión con ellos en presencia de Dios. Es el signo y la expresión de
nuestra simpatía, de nuestra solidaridad, y aun mejor, de nuestro amor. J.
Leclercq
El que después de la oración abriga mejores sentimientos, ha obtenido
ya respuesta a sus súplicas (G. Meredith).
Oración de petición
Muchos creyentes han abandonado la oración de petición porque no le
encuentran sentido y para otros es su única manera de orar. ¿Qué pensar
de ello? El presentarnos delante de Dios tal como somos y por lo tanto la
necesidad de expresar nuestros deseos es algo tan elemental como
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verdadero. Una oración en la cual no dijéramos a Dios que nos preocupa tal
o cual asunto o persona y no pidiésemos por ella, sería simplemente mutilar
nuestra relación con Aquél que “nos sondea y nos conoce”. La queja, la
súplica, la petición y el deseo comunicado son actitudes humanas que
expresan nuestra verdad, nuestra humanidad, nuestra debilidad, nuestra
impotencia. Estas expresiones son profundamente humanas y no se puede
ser creyente si no se es humano. El clamor del pueblo que sufre es
escuchado siempre por el Dios liberador.
El problema que se nos plantea es el creer o no en la respuesta
automática. No podemos creer en un Dios máquina que automáticamente
responda a nuestros deseos por buenos que sean. Su acción desborda
nuestros esquemas y su respuesta no la podemos medir. Pero no podemos
negar que haya una respuesta y que se manifiesta muchas veces cuando
nosotros no lo esperamos.
La importancia de la oración de petición viene dada porque nos acerca
más al Señor y a la persona o la realidad por la que pedimos. Si oramos
por una persona, cuando nos encontremos con ella nuestra relación habrá
cambiado pues nos sentimos más cercanos y más hermanos. O cuando
pedimos la paz nos hacemos más pacíficos y pacifistas. La petición nos hace
tomar conciencia de los problemas, nos sensibiliza respecto al sufrimiento
humano que es el sufrimiento de Dios en sus hijos e hijas.
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Hay aquí un engaño. Los engaños de segunda semana, bajo capa de
bien. Hay una dinámica perversa. Si algo es bueno, más será mejor. Más
amigos, más títulos universitarios, más penitencias, más orgasmos, más
cilindrada, más ayunos, más horas de oración…
En el fondo en este planteamiento más que hablar de una gran pasión
que polariza toda nuestra existencia, cabe hablar de una adicción
restrictiva, mutiladora de la realidad. (cf. pasión y adicciones)
El mensaje que recibimos, los valores contenidos en la publicidad que
trata de seducirnos, es que seremos más felices si tenemos más. Es un
mensaje sutil pero insistente. “Si algo es bueno, más será mejor.
Y no se trata sólo de las cosas que acumulamos o consumimos.
Experimentamos un deseo de más logros, más amistades atractivas, más
títulos universitarios, más idiomas extranjeros, más orgasmos, y sobre
todo más de todo aquello que nos obtenga reconocimiento, o que sea
señal de éxito.
Hay una conexión inevitable entre lo que poseemos y nuestra identidad.
Es tentador pensar que somos más porque tenemos más. Nos juzgamos
mutuamente por este tipo de éxito. No hay nada intrínsecamente malo
en tener cosas o conseguir logros y el reconocimiento y la adulación que
vienen junto con ellos, pero debemos estar atentos al modo como su
seducción nos puede llevar al orgullo, la arrogancia y la independencia
respecto a Dios. La riquezas lleva a los honores, y los honores llevan a la
soberbia. Esta es la estructura del deseo que queremos entender en su
dinámica más profunda.
El modo como Jesús desea es totalmente diverso. Jesús nos atrae tener
como deseo fundamental la confianza en Dios. Este sometimiento nos
hace vulnerables. No podemos medirnos por lo que hemos acumulado,
sino por nuestro grado de dependencia respecto a Dios, nuestra pobreza
de espíritu y la libertad que viene junto con ella. Esta inversión de
valores es contracultural. Si las riquezas llevan al honor, la pobreza de
cualquier tipo lleva al deshonor, porque nuestra sociedad no aprecia la
simple confianza en Dios.
Del deseo de pobreza espiritual se sigue nuestra libre apertura a la
pobreza actual, si viniere. Cuando menos deseemos adquirir menos
vamos a ser considerados. Por tanto el deseo de confiar sólo en Dios
lleva al increíble deseo de deshonor, humillación y desprecio que vienen
inevitablemente junto con él.
Esta es la senda hacia la humildad y nuestra disponibilidad humilde para
cualquier servicio. La pobreza espiritual lleva a la humillación, y la
humillación lleva a la humildad.
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revelación en el momento de su bautismo. Tú eres mi hijo querido. Pero
pronto escucha la voz del tentador que intenta modelar su filiación de
acuerdo con sus criterios.
El mal espíritu nos empuja a resolver la pregunta acumulando posesiones
que podamos señalar con el dedo y decir: “Ahí tienes. Debo ser alguien
porque tengo todos estos trofeos. Pedimos a Dios que nos conceda
conocer cuán atraídos estamos por estas cosas que en sí mismas pueden
ser muy buenas. ¿Las poseemos o nos poseen ellas a nosotros?
¿Solucionan nuestro problema de identidad? ¿Nos dicen quiénes somos?
La cantidad de riquezas o de logros que hemos adquirido nos llevan a una
posición de importancia, reconocimiento, fama, por las que los otros nos
dicen quiénes somos. Nos vemos reflejados en el espejo. El prestigio es
tan importante y tan atractivo porque nos permite definirnos por nuestros
títulos y honores. Pero la dinámica avanza en el sentido de una mayor
dependencia de cosas fuera de nosotros para crear el sentido de
autoestima.
La tercera trampa y la más peligrosa es la actitud de radical
independencia respecto a Dios, una estima soberbia de nosotros mismos
como nuestra propia causa y sostén. No necesitamos a Dios, sino más
cosas y más admiradores como testimonios de nuestra propia valía.
Jesús nos conduce en una dinámica opuesta. Recibimos nuestra
identidad, nuestra autoestima de la mirada amorosa de Dios que nos
llama hijos queridos. No necesitamos resolver la cuestión de nuestra
identidad mediante cosas externas que nos sirvan para afirmarnos. Esta
falta de necesidad es un espíritu de apertura que Jesús denomina
“pobreza de espíritu”. Sabemos lo que son las cosas y de dónde viene.
La pobreza de espíritu nos da una libertad interior, libertad de y libertad
para. Ya no nos importa ser humillados o despreciados, porque nuestro
nombre y nuestra identidad nos ha sido dada por nuestro Creador.
La libertad respecto a las posesiones y al prestigio nos permiten caminar
con la libertad de Jesús. Él sabía quién era y nos pide que nos aceptemos
como hijos amados de Dios. El imitarle a él es nuestro modo de expresar
quiénes somos. No vivimos la vida de un yo independiente, sino que
Cristo vive en nosotros y a través de nosotros.
Ejercicios en la vida ordinaria de Creighton, en Internet
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“Yo soy para mi amado y hacia mí tiende su deseo” (Ct 7,11). Me impresionó
esto último. El Señor me desea, su deseo tiende hacia mí. Es un tema que no tengo
bien interiorizado. Siempre pienso en el deseo que tengo yo de él, y casi nunca en
el que él tiene de mí. Pero es un hecho que tengo que meditar y asimilar. Gabrielle
me puede ayudar mucho para ello.
La Biblia de Jerusalén en una nota dice que esta frase está tomada de Gn 3,16:
“Hacia tu marido tenderá tu deseo” אל אישך תשוקתךLa atracción que Dios siente por mí
es como la que la mujer siente por su marido. Me resulta una perspectiva muy
nueva. Normalmente la Biblia compara a Dios con el marido y a nosotros con la
mujer.
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