Location via proxy:   [ UP ]  
[Report a bug]   [Manage cookies]                

150 513 1 PB

Descargar como pdf o txt
Descargar como pdf o txt
Está en la página 1de 19

Revista Ensambles Otoño 2018, año 4, n.8, pp.

95-113
ISSN 2422-5541 [online] ISSN 2422-5444 [impresa]

Entre la empleabilidad y las economías callejeras.


Una mirada etnográfica desde una política
de juventud

Paula Isacovich*

RESUMEN: Este artículo presenta resultados de una investigación doctoral


finalizada sobre la producción social de juventudes y políticas de juventud
en un barrio popular del sur de la Ciudad de Buenos Aires. La discusión que
abordo parte de recuperar la centralidad que los estudios en la temática otor-
garon a la cuestión del empleo. Sobre la base de datos elaborados en el marco
del seguimiento etnográfico de una política de formación laboral orientada
a jóvenes, sostendré que para comprender las relaciones entre jóvenes y po-
líticas estatales no bastan los modelos asociados a instituciones como el tra-
bajo asalariado porque otras opciones de vida están configurando la juventud
y –desde esas mismas relaciones– también las políticas. Propongo dar
cuenta de economías populares situadas. Ello implica atender a las posibili-
dades de acceso al consumo, a los sueños, a las violencias cotidianas. Así,
se iluminan sentidos y tensiones en torno a la regulación y también resis-
tencias diarias de jóvenes y trabajadores de políticas de juventud, mujeres y
varones.
Palabras claves: jóvenes, trabajo, etnografía

ABSTRACT: This article presents results of a finished doctoral research on


the social production of youths and State policies for young people in a
working-class neighborhood in the south of Buenos Aires City. The
discussion that I approach part of recovering the centrality that previous
studies gave to the employment issue. Based on our own ethnographic data,
I will argue that in order to understand the relations between young people
and State policies, the models associated with institutions such as salaried
work are not enough because other life choices are shaping both youth and
policies. I propose to account for popular economies localized. This means
considering the possibilities of access to consumption, to dreams, to daily
violence. Thus, they illuminate senses and tensions around the regulation.
And there is also captured daily resistance of both young people and State
workers, women and men.
Key words: young people, work, ethnography

REVISTA ENSAMBLES AÑO 4 I Nº 8 | OTOÑO 2018 | PP. 95-113 | 95


1. Introducción

L
a cuestión juvenil ingresó sostenidamente en la agenda pública y académica
argentina desde fines de los años ‘90. Asociada a temas como el desempleo y
la “empleabilidad”, a las modalidades de acción política o bien al delito callejero
y al problema de la seguridad ciudadana (Gentile, 2017; Jacinto, 2010; Vázquez, 2015).
Aun cuando los temas y abordajes han sido diversos, lo dicho se relaciona con la
manera en que los y las jóvenes, en especial aquellos provenientes de sectores po-
pulares, han sido interpelados por políticas sociales específicamente orientadas a
este grupo etario, las cuales privilegiaron desde hace más de dos décadas el fortale-
cimiento de las posibilidades de inserción laboral, en especial por medio de com-
ponentes educativos (Jacinto, 2010).
En ese marco, la discusión académica sobre políticas de juventud enfocó la cues-
tión del trabajo ya sea como objetivo de los dispositivos, asociado a la “inclusión”
y/o a la movilidad social ascendente; como expectativa o meta de los y las jóvenes,
o bien como universo de sentido sobre la base del cual ellos y ellas se vinculan con
las políticas sociales. Uno de los enfoques se sustenta en la teoría de la heteroge-
neidad estructural (de Raúl Prebisch)1 y considera que en países con desarrollos ca-
pitalistas dependientes como la Argentina, los jóvenes que viven en condiciones de
pobreza, se ven expuestos a la posibilidad del desempleo y la precariedad laboral,
resultando en “riesgo de marginalidad social” (Salvia, 2013; Van Raap, 2010). Estos
estudios cuestionaron las perspectivas de impacto de las políticas orientadas a pro-
mover la inserción laboral de jóvenes, porque no logran promover el acceso al “tra-
bajo decente” 2.
Otro enfoque se apoya en la teoría de la juventud como etapa de transición a la
vida adulta, que supone un tránsito de la dependencia a la autonomía en términos
laborales, económicos, habitacionales y de formación de una familia/hogar propio
(Casal, García, Merino y Quesada, 2006). Desde esta mirada, las políticas “intervie-
nen en la transición” aportando a fortalecer la “subjetivación” y transfieren a los jó-
venes “capital social”. Ello en ocasiones permite a los jóvenes acceder a empleos “de
calidad” (Jacinto y Millenaar, 2010), aunque en términos generales la mayoría de
los dispositivos reproducen las condiciones socioeconómicas de origen, signadas a
su vez por desigualdades de género (Millenaar, 2010).
Mientras que los primeros estudios colocan el foco en las condiciones estructu-
rales en las cuales se produce el desempleo juvenil y las políticas de juventud, los
segundos atienden a las instituciones, en sentido amplio (familia, trabajo, hogar) y
también aquellas en las cuales se despliegan políticas de formación laboral para jó-
venes. Y todos ellos evidencian una extendida preocupación por el acceso de los y
las jóvenes a un trabajo asalariado, ligado a un ideal de empleo estable, formal y so-
cialmente protegido, sintetizado en la noción de “trabajo decente”. Con este objetivo
–que recupera lineamientos de acción y evaluación de la OIT, replicados por agen-
cias de gobierno locales–, se evalúan las políticas de acuerdo a si mejoran o no las
posibilidades de los y las jóvenes. En tanto que las experiencias juveniles se exploran
para analizar tanto esos efectos como las expectativas y actitudes que expresan, eva-
luando si favorecen o no una trayectoria laboral “exitosa”.

96 ISACOVICH
Así analizado el tema, los sujetos quedan reducidos a una categoría de exclusión
e intervención estatal que no alcanza a captar sus posibilidades de agencia ni las
maneras particulares en que esa “exclusión” es vivida. Y la politicidad de las acciones
juveniles queda en la sombra.
En este artículo quiero contribuir a esa discusión sosteniendo que las relaciones
que se establecen entre jóvenes y políticas estatales no alcanzan a comprenderse
desde modelos asociados a instituciones como el trabajo asalariado porque otras op-
ciones de vida (y de trabajo) están configurando los modos de vivir la juventud y –
desde esas mismas relaciones– también las políticas. Para ello recupero un enfoque
sobre el neoliberalismo propuesto por Gago (2014), quien discute su reducción a
una doctrina de política económica y administración pública impulsada desde or-
ganismos internacionales, para reinterpretar el proceso examinando mutaciones en
distintos niveles. La autora se apoya en la noción foucaultiana de “gubernamentali-
dad” para sostener que el neoliberalismo se comprende mejor como “un conjunto
de saberes, tecnologías y prácticas que despliegan una racionalidad [de gobierno] de
nuevo tipo que no puede pensarse sólo impulsada “desde arriba” porque su innova-
ción consiste, más profundamente que en las políticas que usualmente se refieren
con el término, en una forma de gobernar por medio del impulso a las libertades”
(Gago, 2014: 9-10).
Así definido este “neoliberalismo desde abajo”, permite captar las formas de re-
sistencia cotidiana que se imbrican en una proliferación de actividades tales como
las ferias, la producción textil, la autoconstrucción y otras, presentes en las economía
villeras, signadas por la informalidad. Lo que señala Gago es que esa economía in-
formal instituye realidades productivas (como las que se evidencian en la prolifera-
ción de grandes ferias y edificaciones de ladrillo) y posibilidades de progreso. Al
mismo tiempo, advierte que aquel impulso por medio de las libertades habilita for-
mas de resistencia y por ello permite pensar al “neoliberalismo” como arena de con-
flictos sociales, de luchas políticas (Gago, 2014). Recuperando estas contribuciones,
en este artículo busco mostrar algunos modos en que las resistencias cotidianas
hacen a la configuración de las políticas.
Los datos aquí presentados fueron elaborados en el marco de la investigación et-
nográfica que dio sustento a mi tesis doctoral, la cual versó sobre la producción social
de políticas y juventudes en el Bajo Flores, barrio popular del sur de la Ciudad de
Buenos Aires3. La etnografía se centró en Aprender a Trabajar4, una política de for-
mación laboral basada en talleres de oficios que al inicio de mi trabajo de campo lle-
vaba en el barrio veinte años continuados.
El trabajo de campo realizado en el Bajo Flores me permitió advertir numerosos
sentidos que se anudaban en torno a las acciones políticas con jóvenes que se des-
plegaban allí. Entre ellos destacaban los debates e intentos en torno a la necesidad
de generar trabajo remunerado para los chicos y chicas5. En torno al trabajo político,
al trabajo y al dinero se anudaban expectativas, posibilidades, experiencias (algunas
frustrantes o violentas) y aprendizajes. En este artículo, me interesa enfocar estos
sentidos para analizar dimensiones relevantes de la producción de las políticas y la
vida de los y las jóvenes, tal como pude aprehenderlas. Para ello, examinaré de cerca
las posibilidades de trabajo y de acceso al dinero que vislumbran los y las jóvenes

REVISTA ENSAMBLES AÑO 4 I Nº 8 | OTOÑO 2018 | PP. 95-113 | 97


desde el barrio, o bien las que sueñan, dando cuenta de un mundo de sentidos que
desborda la cuestión de la formalidad y la estabilidad laboral, aunque no la desdeña.
Luego daré cuenta de un esfuerzo permanente de regulación y producción de
normas que se asientan en una mirada dicotómica según la cual a los jóvenes del
Bajo Flores se los supone en la necesidad de optar entre dos caminos, que se pre-
sentan como separados y contrapuestos. Así, las políticas se estructuran cotidiana-
mente para orientar a los chicos, en especial a los varones, a optar por el camino del
trabajo. Pero en la promoción de esa “opción”, aún cuando se pueda reivindicar el
empleo asalariado, se advierte más nítidamente cómo las experiencias, expectativas,
posibilidades, aprendizajes, los sueños, inciden sobre los sentidos de trabajo y con
ello sobre las configuraciones específicas de ciertas políticas de juventud. Relacio-
nadamente, buscaré alumbrar modos en que los y las jóvenes disputan posibilidades
de vida en condiciones de desigualdad.

2. Ferias, changas, obras y otros quehaceres. El universo de


posibilidades en el que se insertan, las vidas de los sectores po-
pulares y las políticas de juventud

El Bajo Flores es una zona amplia del sur de la Ciudad de Buenos Aires, com-
puesta por distintos complejos de viviendas sociales y por la Villa 1-11-14, una de las
más extendidas y populosas de la ciudad.
Dimensionar las posibilidades y dificultades de trabajo y de acceso al dinero que
enfrentan sus habitantes resulta un desafío complejo. Los datos estadísticos mues-
tran que los barrios del sur de la Ciudad de Buenos Aires alcanzan indicadores la-
borales y económicos más desfavorables que los del norte. Evidencian menor nivel
de actividad económica, mayor cantidad de niños y ancianos por cada trabajador ac-
tivo, mayor informalidad laboral e ingresos monetarios por debajo del promedio de
la urbe. Distintas fuentes como los Censos Nacionales o la Encuesta Permanente
de Hogares realizados por los organismos oficiales de estadística nacional y de la
Ciudad de Buenos Aires, respectivamente, abonan la lectura de que las condiciones
se agravan para los y las jóvenes (Cravino, 2006; CEDEM y DGEyC, 2014).
A su vez, los datos estadísticos resultan limitados en un contexto en el cual la ac-
tividad informal, e inclusive ilegal, es como mínimo importante en términos com-
parativos respecto de la actividad formal y asimismo, frecuentemente, la actividad
informal resulta subregistrada. Por ello (y secundariamente por razones de espacio
que obligan a la síntesis), omito detallar aquí datos cuantitativos y en cambio pre-
sento datos etnográficos, los cuales permiten captar otra densidad de características
de la economía barrial.
En el Bajo Flores se sitúa Aprender a Trabajar, donde jóvenes de zonas aledañas
asisten a diario para participar de talleres de oficios tales como Mecánica automotriz,
Construcciones, Electricidad, Diseño gráfico, entre otros. Durante mi trabajo de
campo, los talleres organizaban a los y las jóvenes de acuerdo al oficio y a su edad:
quienes tuvieran entre 13 y 18 años asistían por las mañanas, de lunes a viernes,
entre las 8 y las 12 hs. En ese horario también cursaban Lectoescritura, Ciencias,
Derechos Humanos y Orientación Laboral. Además, al atardecer se realizaban ta-
98 ISACOVICH
lleres para jóvenes que hubieran superado los 18 años de edad. Ellos y ellas apren-
dían distintos oficios en una clase semanal y una tarde por semana confluían en un
taller común de Orientación Laboral. En total trabajaban allí aproximadamente
veinte trabajadores estatales, y asistían entre sesenta y ochenta jóvenes.
Aprender a Trabajar había surgido entre mediados y fines de la década de 1980,
de las acciones impulsadas por un conjunto de personas que buscaban trabajar y
también realizar alguna práctica política, al retornar del exilio al que se habían visto
forzados durante la última dictadura militar. Para ello, establecieron acuerdos con
la entonces Intendencia de la Capital Federal (actualmente denominada Ciudad Au-
tónoma de Buenos Aires) y también con vecinos y trabajadores de políticas estatales
del Bajo Flores, para utilizar un edificio estatal que se hallaba disponible. Cuando
inicié la investigación, a fines de 2009, el Bajo Flores y Aprender a Trabajar habían
cambiado notablemente pero la impronta militante de sus fundadores y el carácter
de política estatal seguían modelando tensamente las acciones y las relaciones so-
ciales que pude observar.
Llegar a Aprender a Trabajar suponía atravesar decenas de actividades económi-
cas que sucedían día tras día en las calles del barrio. El primer impacto lo generaba
el tumulto de personas, mayormente hombres, que esperaba en una esquina deter-
minada la llegada de vehículos que reclutaran trabajadores para actividades del rubro
de la construcción o bien para talleres textiles. En las inmediaciones de aquella es-
quina había no menos de cinco puestos de venta de alimentos cocidos, los cuales
se calentaban en carritos rodantes para alimentar al paso a habitantes del barrio que
en muchos casos carecen de la posibilidad de cocinar en sus viviendas. También
había paños dispuestos sobre el suelo para la venta de productos usados –indumen-
taria en primer lugar–, y también un negocio polirrubro que ocupaba varios metros
cuadrados de vereda con cochecitos de bebés, colchones, muebles y otros productos
exhibidos para la venta. Otro rubro visible era el de las remiserías, que da cuenta de
la escasa circulación por el barrio de transportes públicos de pasajeros como los au-
tobuses, en especial en horarios nocturnos.
Con ese mundo de rebusques callejeros soñaba Gabriel, un joven de dieciséis
años, quien asistía regularmente al taller de Mecánica automotriz con el fin de, en
un futuro cercano, “ponerse su propio taller”. Le pregunté dónde pensaba situarlo y
me respondió algo que me resultó casi evidente: en la calle. También Piki, uno de
los ex alumnos de Aprender a Trabajar que solía frecuentar los eventos festivos y vi-
sitar la institución, tenía una changa6 callejera: lavaba autos.
A la economía informal de las calles le correspondía otra de las penumbras, como
era el caso del taller de costura en el cual trabajó Rosa, una de las alumnas de los ta-
lleres del turno tarde. Tenía veintiún años, una hija pequeña y había migrado desde
Bolivia. Así lo contó una tarde:
“Me dijeron que iba a tener que limpiar y doblar en un taller. Me dijeron el
sueldo que me iban a pagar y era bueno(…) A veces me quedaba hasta las
2 de la mañana para doblar algo. Mis amigas me decían que me fuera, que
me saliera. Pero el señor me mostraba por la ventana cómo le estaban ro-
bando a un paisano para amenazarme. Hasta que una amiga me sacó…”.

REVISTA ENSAMBLES AÑO 4 I Nº 8 | OTOÑO 2018 | PP. 95-113 | 99


Esa economía no estaba disociada: los productos que se comercializaban en los
puestos y las ferias callejeras del barrio, en especial los textiles pero también otros
como copias no autorizadas de películas y temas musicales, provienen de talleres
textiles y otros emprendimientos productivos “clandestinos” radicados en las villas
de la ciudad (Gago, 2014).
El trabajo en el marco de políticas e instituciones estatales era otra posibilidad
en la que habían logrado insertarse varios de los sujetos con quienes interactué en
el campo. En primer lugar, es el caso de los trabajadores y las trabajadoras de Apren-
der a Trabajar. Algunos de ellos habían sido antes ex alumnos, o bien madres de
alumnos o alumnas. Mientras que unos trabajaban en relación de dependencia, con
aportes jubilatorios y obra social, otros lo hacían bajo modalidades más flexibles,
como contratos de locación de servicios. Tal era el caso de Mario, quien había sido
alumno de Electricidad, Herrería y Periodismo durante su adolescencia y en 2010,
con veintiséis años, estaba a cargo del taller de Herrería en el marco de un contrato
de trabajo formal. Aquel año, Mario faltó a trabajar casi tan cotidianamente como
muchos de los alumnos faltaban a las clases y, entre otras preocupaciones que algu-
nos de sus compañeros de trabajo expresan sobre él, comentaron que posiblemente
estuviera consumiendo paco7. Sus alumnos, en tanto, protestaban por su inconstan-
cia y lo cuestionaban, lo confrontaban cada vez que asistía. El vínculo se fue debili-
tando con el correr del año y por momentos el taller se sostenía por la colaboración
de Manuel, otro ex alumno que se hacía cargo de explicar técnicas y procedimientos
del oficio herrero, y también de supervisar los trabajos y el uso de herramientas.
Entre quienes asistían a los talleres, aquellos que más experiencia o interés en
trabajar exhibían eran los de mayor edad: Rosa, la joven boliviana que mencioné
más arriba o Aldana, que ingresó a los veintitrés años en una escuela secundaria
del barrio como celadora tiempo después de haber culminado sus estudios secun-
darios. Aldana tenía dos hijos y recientemente se había separado del padre de ambos.
Se fue con los niños a la casa de su madre, una de las trabajadoras del comedor de
Aprender a Trabajar. También Manuel, que hacía changas de albañilería y pintura,
además de ocuparse del taller de Herrería ante las ausencias de Mario. Gloria, quien
limpiaba viviendas particulares, algunas de las cuales eran habitadas por trabajado-
res de políticas de juventud. Y los chicos del taller de Electricidad, que estaban tra-
bajando en domicilios particulares del barrio, supervisados por el docente del taller.
De las mujeres mencionadas, Gloria era la única que no tenía hijos. Las demás
lidiaban con las responsabilidades propias del cuidado, apelando a jardines mater-
nales en algunos casos y a la ayuda familiar de otras mujeres en otros. Otras muje-
res, en cambio, como Andrea, rehusaban dejar a sus hijos para salir a trabajar.
Algunas trabajadoras de Aprender a Trabajar sospechaban que Andrea estaba su-
friendo maltratos por parte de su marido, ella por su parte evadía conversar sobre
ese tema. La Asignación Universal por Hijo8 resultaba para ella un alivio económico
que eventualmente le permitía comprar ropa o calzado para sus dos hijos pequeños.
Aldana era –en la mirada de las trabajadoras sociales de Aprender a Trabajar– el
contraejemplo: gracias a su trabajo como celadora, y al apoyo de su madre, había lo-
grado dar por finalizada una relación de pareja que había derivado en tratos violentos
en el último tiempo.

100 ISACOVICH
Quienes aún no habían cumplido la mayoría de edad podían apelar a políticas
estatales de pasantías subsidiadas. Ese fue el caso de Noemí, quien por intermedio
del Programa Reconstruyendo Lazos trabajó como lavacopas en una pizzería du-
rante unos meses9. Ella se manifestaba contenta con la tarea a diferencia de Pedro,
quien también trabajó en el marco del mismo programa pero no compartía una
evaluación favorable de esa experiencia. Él había iniciado la pasantía con cierta re-
sistencia. Le ofrecieron trabajar en el Zoológico de la Ciudad, lo que implicaba
trasladarse al barrio de Palermo, situado a unos treinta minutos de viaje en trans-
porte público, cuatro días a la semana en horas de la mañana, y pese a la insisten-
cia de sus docentes, Pedro rechazó la oferta alegando que no quería ocupar el
horario matinal para no dejar de asistir a Aprender a Trabajar. A ello agregaba:
“¡es que a la mañana no puedo! Aparte, no me levanto para venir acá, no me voy a le-
vantar para ir a trabajar.”
Las políticas estatales aportaban en otros casos becas de ayuda escolar y también
viviendas transitorias, como le sucedía a Ernesto, quien vivía en un departamento
del Consejo de Derechos de Niños, Niñas y Adolescentes10. Ernesto había llegado al
Bajo Flores varios años atrás, cuando tenía catorce años de edad, vivía en la calle y
había sido detenido por tenencia de marihuana. Entonces, empleados del “Consejo
de Derechos” lo llevaron a Aprender a Trabajar, según me relató: “…ellos me trajeron
para acá. Porque supuestamente yo tenía que vincularme”. Al inicio la asistencia de Er-
nesto era discontinua pero en el año 2010 cursó su último año de Herrería por la
mañana, mientras que por la noche procuraba completar la escuela secundaria y
con el dinero que recibió por una beca de ayuda económica para estudiantes se com-
pró una moto, que usaba para trabajar como repartidor de pizzas. Según me co-
mentó en alguna de varias conversaciones que mantuvimos, Ernesto tenía interés
en tener un sueldo fijo.
La circulación por el barrio me permitió vislumbrar numerosas actividades eco-
nómicas que se despliegan total o parcialmente en las calles. La mayoría de ellas de
manera informal, aunque no todas: los padres de algunos chicos y chicas con quie-
nes me vinculé trabajaban como recolectores de residuos o barrenderos en una em-
presa privada concesionaria del Gobierno de la Ciudad en marcos de relaciones
salariales. También la madre de Pedro trabajaba en relación de dependencia en un
hospital cercano; en tanto que otros padres oficiaban de obreros de la construcción
(de manera registrada o no, alternativamente).
No obstante los casos mencionados, la mayoría de las actividades que observé
en el Bajo Flores, y en especial aquellas a las que accedían los jóvenes –aunque no
todas–, escapan a las regulaciones protectoras del trabajo que configuran los esque-
mas de seguridad social en nuestro país. Tampoco requieren de estudios formales
extendidos a niveles superiores. Y en su mayoría también se encuentran entre las
menos rentables del mercado laboral. Asimismo, como ya señalé, resulta muy sig-
nificativa la productividad de la calle, donde suceden actividades económicas de ma-
nera total (como el lavado de autos) o parcial (como la venta ropa o discos copiados,
entre otros rubros).
Pese a todos los rasgos de esta economía, algunos datos sugieren que durante la
última década la circulación de dinero en el barrio se expandió significativamente.

REVISTA ENSAMBLES AÑO 4 I Nº 8 | OTOÑO 2018 | PP. 95-113 | 101


Uno de ellos es la ampliación notoria de la edificación con materiales como ladrillos
y cemento, mucho más onerosos que las chapas y cartones que en otros contextos
sirvieron para construir viviendas precarias. Esta edificación está destinada princi-
palmente al mercado de alquileres de piezas (Cravino, 2006; Gago, 2014). A falta
de datos precisos sobre la economía del barrio, resulta relevante el contraste con los
datos etnográficos de investigaciones que relataron situaciones tales como colectas
de pequeños montos de dinero para sostener entre vecinos una copa de leche para
los chicos, o bien el hambre que comprometía vínculos sociales tradicionales en ba-
rrios populares hacia el cambio de milenio (Manzano, 2013; Epele, 2010). No estoy
sugiriendo que se haya terminado la escasez, ni menos la necesidad de dinero, pero
sí que la disponibilidad de moneda circulante se incrementó notablemente respecto
de los tiempos en que el desempleo alcanzaba valores más elevados. El comedor
que funciona en Aprender a Trabajar aporta otro dato contrastante: mientras que a
principios del milenio se formaban largas colas para acceder a un plato de comida,
durante mi trabajo de campo era recurrente que sobraran alimentos, los cuales se
distribuían para que los chicos los llevaran a sus casas.
Hasta aquí, el panorama de opciones y posibilidades ligadas al trabajo está ubi-
cado entre las calles, las distintas agencias y programas estatales emplazados en el
barrio y la economía oculta de los talleres textiles. Y también existen otras economías
ocultas con presencia en el barrio: las del robo y el comercio de drogas. Aquí la ile-
galidad resulta más notoria para todos, y –como veremos– estas actividades consti-
tuyen un factor central de preocupación para trabajadoras y trabajadores estatales.
Los chicos y chicas tienen al respecto actitudes diversas. Y en cualquier caso, más allá
de las retóricas, las dinámicas de actividad no configuran escisiones tajantes sino
que más bien podrían desdibujar las fronteras entre lo legal y lo ilegal.
En otro orden, la cuestión laboral emerge ligada a la posibilidad de concretar de-
seos y proyectos (como ponerse un taller mecánico), a historias de migraciones y
mudanzas, a experiencias de explotación, a la necesidad de subsistencia, a la posi-
bilidad de discontinuar una relación de pareja mediada por tratos violentos, entre
otros aspectos. Y se evidencia un escenario desigual en el cual conviven economías
pujantes con los explotados de esos mundos informales: inquilinos, costureros,
entre otros. En el próximo apartado veremos de qué manera esta diversidad de cues-
tiones asociadas al trabajo imprime particularidades a las acciones estatales sobre
los y las jóvenes que se tramitan diariamente en Aprender a Trabajar.

3. El trabajo y el “otro camino”

En la puerta de Aprender a Trabajar solían reunirse jóvenes a conversar e inter-


cambiar relatos de hazañas y virtudes de los objetos que consumían. En esas exhi-
biciones, el interés se concentraba en los artículos más onerosos: ropa deportiva de
primeras marcas, aparatos electrónicos o zapatillas. Los chicos y las chicas ponían
empeño en el cuidado de su imagen personal, en su mayoría asistían limpios, pro-
lijos y cuando alguno no lo hacía llamaba enseguida la atención de las trabajadoras
sociales, que comenzaban a preguntarse si estaría pasando por alguna situación que
requiriera su intervención. Ellos preferían la ropa deportiva de talles amplios y los

102 ISACOVICH
gorros con visera. Ellas la ropa ceñida al cuerpo, que insinuara sus contornos. Tanto
las exhibiciones de objetos como el vestuario daban lugar a tensiones con los do-
centes de los talleres. Las primeras, porque generaban dudas en torno a cómo ha-
bían obtenido aquello que exhibían. Además, podían ser motivo de conflicto entre
jóvenes, como una vez que Ernesto le prestó a otro joven un abrigo de una marca
reconocida y luego reclamó su devolución con enojo durante algunas semanas, hasta
que finalmente pudo tenerlo de nuevo consigo. En cuanto al vestuario, en especial
las gorras y las bermudas, si bien los y las talleristas no cuestionaban su uso coti-
diano, sí observaban que resultaban inadecuadas para presentarse a trabajar.
La relevancia del estilo y de los consumos culturales para la producción de sí de
los y las jóvenes (Manzano, 2010; Reguillo, 2000; entre otras), se volvía evidente
en esas situaciones. Allí se expresaba, además, una voluntad de acceder al consumo
que era percibida y comprendida por los trabajadores de Aprender a Trabajar. Algu-
nos de ellos cuestionaban esos consumos reflexionando sobre los modelos y condi-
ciones sociales desde los cuales aquellos son promovidos.
Por otra parte, las conversaciones entre ellos en la puerta daban daba lugar al re-
lato de hazañas urbanas: una pelea, una burla osada, inclusive pude escuchar el re-
lato elíptico de algo que pudo haber sido un hurto. Estas conversaciones daban lugar
así al despliegue de una sociabilidad en la cual se valoraban especialmente ciertos
bienes de consumo y también una capacidad de disputa por medio de la fuerza física
que desde la sociología fue interpretada en términos de un capital agonístico que
reviste una imagen de virilidad (Mauger, 2016).
Los chicos y chicas manifestaban también de otros modos su interés por el di-
nero. Por ejemplo, en ocasión de un Taller de Orientación Laboral donde estaban
aprendiendo a leer avisos clasificados de diarios, dos jóvenes en tono provocativo
leyeron: “Gane más de $10.000”. Y otro: “Señorita para privado, zona oeste, $300 por
día”. Varios de los presentes comentaron, entre risas, que esos avisos –los cuales
ofrecían sumas cuantiosas de dinero en comparación con otros trabajos posibles–
resultaban “raros”.
Aun cuando los trabajadores podían cuestionar los deseos y modelos de con-
sumo, cuando podían promovían iniciativas para que chicos y chicas accedieran a
algún dinero. Una de esas ocasiones fueron los “proyectos” en torno a los cuales se
organizó la actividad diaria de los talleres en el año 2011. Para ello conformaron dos
grupos que llevarían a cabo, en un caso, la edición de una revista con avisos publici-
tarios de comercios del barrio. Y en el otro una remodelación del salón del fondo, el es-
pacio cerrado más grande de la sede de Aprender a Trabajar, donde tenían lugar
numerosas actividades. Allí se proponían construir una “Sala de Cine” para el barrio.
El trabajo “por proyectos” se inscribía en Aprender a Trabajar pero también en
una política del Consejo de Derechos de Niños, Niñas y Adolescentes, que otorgaba
subsidios para propuestas formuladas por jóvenes. El subsidio permitiría abonar
una suma mensual de entre doscientos y cuatrocientos pesos a cada participante, y
también comprar materiales tales como pintura, hierro, o abonar servicios de im-
prenta y otros necesarios para llevar a cabo los planes. Para ello se realizó una reu-
nión con el objeto de comunicar a jóvenes y adultos a cargo de aquellos la propuesta.
De la reunión participaron alumnos y alumnas de los talleres de oficios, docentes y

REVISTA ENSAMBLES AÑO 4 I Nº 8 | OTOÑO 2018 | PP. 95-113 | 103


también varias madres y un padre. Los interesados en participar debían inscribirse
presentando fotocopia de su DNI, y una autorización firmada por un adulto respon-
sable, a los fines de la gestión de cobro del subsidio.
El proyecto perseguía varios objetivos, entre ellos, distribuir sumas de dinero entre
los y las jóvenes participantes; afianzar el aprendizaje de oficios; actualizar los vín-
culos con instituciones, comercios y vecinos del barrio (invitados al cine o a publi-
citar en la revista); mejorar el estado del salón; contar con una sala que permitiera
realizar actividades con mayor cantidad de invitados en mejores condiciones (por
ejemplo, con sillas para todos); y también otros dos que con el tiempo devinieron
en fundamentales teniendo en cuenta el tiempo y la energía dispensados en ellos:
comprometer la asistencia diaria de chicos y chicas y debatir con ellos, mediante ejem-
plos prácticos, cuestiones tales como las maneras de relacionarse en el trabajo y los
usos del dinero. Las tareas propias de la refacción en el marco del proyecto Sala de
Cine, estuvieron a cargo de Fernando, un hombre que promediaba los treinta años,
había sido alumno de Aprender a Trabajar en la época de sus inicios y ahora traba-
jaba allí como docente de Electricidad. En aquella reunión con madres, un padre y
varios chicos, Fernando afirmó:
La idea de esto es que ellos puedan tener un compromiso con el trabajo de
mañana, porque el día de mañana no van a poder decir ‘llegué tarde, no lo
hice, me olvidé’. La idea es que asuman una responsabilidad porque en el
trabajo uno se perjudica si no, y perjudica a otros.

Para Fernando, esta idea de “compromiso con el trabajo” se traducía en la asistencia


diaria, el cumplimiento de horarios establecidos y en la “capacidad de planificar”. El
supuesto era que visualizar metas concretas podía estimular la asistencia, y la beca
reforzaría el estímulo, así como podía también movilizar el apoyo de algunas madres
y algún padre.
Una semana después de la reunión referida, los proyectos se pusieron en marcha.
Los integrantes del grupo abocado a la “Sala de Cine” comenzaron vaciando y lim-
piando el salón, preparándolo para el inicio de las refacciones. Al finalizar la primera
semana de trabajo se realizó una reunión para planificar los objetivos de la semana
siguiente. Allí acordaron picar las paredes y el techo. Desde entonces, semana tras
semana los días viernes realizaron reuniones donde jóvenes y adultos discutían y
planificaban los objetivos de la semana siguiente. Las denominaron “Taller de se-
guimiento de proyectos” y se fueron instaurando como un espacio/tiempo de eva-
luación y autoevaluación del trabajo realizado.
En el “Taller de seguimiento de proyectos” se analizaban los avances respecto de
la planificación establecida la semana previa, las tareas realizadas por cada uno, los
conflictos y situaciones riesgosas, como una vez que Fernando regañó a dos chicos
por haber estado bromeando subidos a un andamio. Asimismo, se discutían crite-
rios tales como qué hacer ante las inasistencias reiteradas, situaciones ante las cuales
algunos jóvenes sugerían que por cada inasistencia debía descontarse un monto del
pago, como principal modalidad de reprimenda. Fernando y también otros docentes
rechazaban de plano estas propuestas inclinándose por modos de regulación que
consistían en verbalizar, señalar conductas y exponer situaciones a la discusión co-

104 ISACOVICH
lectiva. Por otra parte, cada vez que había oportunidad algunos de los chicos y chicas
se ocupaban de mostrarnos orgullosamente, a quienes quisiéramos observar, los
avances alcanzados o su participación personal en alguna tarea.
Las reuniones de los viernes eran cordiales y afectuosas pero se complementaban
con otros mecanismos de regulación. Por ejemplo, el regaño por haber “jugado”,
refería a una escena en la cual cuatro jóvenes saltaban al mismo tiempo sobre un
andamio. Uno de ellos era Pedro, que amenazaba con “hacer juicio a Aprender a Tra-
bajar” si se lastimaba. Se resistió a descender hasta que Fernando subió “para ba-
jarlo” y en ese movimiento fue este último quien sufrió un fuerte golpe. Entonces,
decidió separar a los participantes del proyecto en dos grupos a los cuales les asignó
tareas diferenciadas “para que se vea quién trabaja y quién no”. Juana, estudiante de
sociología y docente de Orientación Laboral, hubiese preferido trabajar en el taller
de los viernes sobre los “Accidentes de trabajo” como contenido temático. En cambio
Fernando optó por establecer varios límites: hacia la situación concreta, hacia Pedro
y dos de sus amigos, quienes en su perspectiva dificultaban avanzar con los trabajos.
Y también hacia la voluntad de Juana de regular la situación por medio del diálogo
y el análisis de normativas de seguridad laboral, algo que para Fernando no resultaba
siempre adecuado.
Las energías vertidas en discutir, evaluar, conducir y modificar las conductas, y
en particular los modos de trabajar y de comportarse y relacionarse en el trabajo lla-
maron mi atención en el marco del proyecto Sala de Cine pero también en otros
momentos. Por ejemplo un encuentro mensual de todos los jóvenes y trabajadores
del turno mañana, denominado “Intercambio”, donde se trataban “temas grupales”
en los cuales se establecían normas y criterios relacionados con los modos de actuar
ante proyectos tales como un paseo fuera del barrio, una jornada de trabajo volun-
tario, u otras. También en el denominado “Espacio de las mujeres”, donde se deba-
tían los vínculos de pareja y los modos de crianza y donde las trabajadoras sociales
procuraban favorecer las condiciones para que las chicas pudieran salir a trabajar.
En distintos talleres y momentos se discutió la cuestión de qué significa ser ado-
lescente o joven, y más en particular sobre la imagen difundida en los medios de co-
municación sobre los jóvenes de barrios populares, que de manera insistente asocia
juventud y pobreza con violencia y delito callejero. Estas discusiones procuraban
comparar aquellas imágenes estigmatizantes con las experiencias de los chicos y las
chicas de Aprender a Trabajar y con las miradas que ellos tenían sobre sí mismos.
Así, los trabajadores de Aprender a Trabajar procuraban distanciar, diferenciar
ambas imágenes y los adolescentes coincidían en afirmarse en cuestiones que no
aparecían reflejadas en aquellos estereotipos. Pero estaban también aquellos que
bromeaban sobre el tema, como Abel, quien dijo en una oportunidad: “yo quiero ser
malo”. Tanto las bromas como esta expresión de un adolescente especialmente tí-
mido, retraído, alertaban sobre los códigos de sociabilidad, como un indicio de que
algunos jóvenes podían verse obligados a infundir temor en sus pares o bien a mos-
trar bravura para ser respetados11.
Esos códigos de sociabilidad son percibidos por los trabajadores de Aprender a
Trabajar como un “riesgo” omnipresente que es preciso confrontar, en particular
en lo que refiere al consumo. Para ello, la apuesta de Aprender a Trabajar es al trabajo

REVISTA ENSAMBLES AÑO 4 I Nº 8 | OTOÑO 2018 | PP. 95-113 | 105


y la educación, en sintonía con las políticas de juventud en distintos niveles. El tra-
bajo es una meta, un horizonte que se construye diariamente. Y la educación repre-
senta la manera fundamental en que se tramitan las posibilidades de iniciarse y
afianzarse en la construcción de ese horizonte. Con estos acuerdos fundamentales,
conviven de manera más o menos conflictiva distintos sentidos y formas que ad-
quiere esa pedagogía orientada al trabajo.
Para algunos trabajadores lo importante es ocupar el tiempo de los jóvenes con
actividades que limiten la exposición a los “peligros” de la calle. Otros discuten esa
visión y consideran en cambio que el aporte fundamental de los talleres de oficios
no pasa por la cantidad de tiempo ocupado sino por la “calidad” de la propuesta. Es
la opinión de Cecilia, docente de Lectoescritura en Aprender a Trabajar desde 2001
y oriunda del Bajo Flores:
Acá están 4 horas, no queremos estar las 24 horas detrás de ellos. Y en el
medio está todo eso que ya sabemos: pobreza, exclusión, armas, la mal-
dita droga, el deterioro (…) Yo pienso que no podemos tenerlos debajo de
la pollera. Obvio que afuera es la jungla pero si estás todo el día… cuando
no estás el pibe no puede solo.(…) Lo asistencial no va. La culpa no va.
El tiempo libre no lo manejamos acá. El tema es la calidad de lo que les
ofrecemos.

Sin duda, la “calidad” es un concepto que puede referir a contenidos de lo más


diversos. Pepe, fundador y coordinador general de Aprender a Trabajar, abogaba por
una mirada crítica en sentido amplio, vinculada con las presiones a las cuales los y
las jóvenes son sometidos y cuya elusión requiere de mucha “convicción” y también
de acompañamiento adulto. Desde esta perspectiva, el problema está en la desigual-
dad y en las pautas de consumo que “la sociedad” les impone a los chicos. Para con-
frontarla propone la reflexión crítica (y también acciones directas de protesta que
no he tratado en este artículo). En sus palabras:
En la urgencia de buscar soluciones para las situaciones tan precarias que
viven los pibes, complicada, nos olvidamos de hacer que es el tema de cómo
trabajar y generar el tema de la conciencia crítica y yo digo propositiva tam-
bién, ¿no? Porque no sólo queda en criticar lo que hay. Esto de pensarse desde
por qué hay barrios pobres y barrios ricos, por qué hay pobreza en un lado y
exceso de riqueza en otro y no quedarnos en que ‘Ah, bueno, pobre, le conse-
guimos la beca, tienen el comedor, los ayudamos en la escuela’ (…) Nosotros
acá llevamos 20 años y tenemos más de 10 chicos muertos, viste. Algunos
muertos por problemas de salud, que son los menos. Y otros porque estaban
transitando… venían acá y querían zafar pero a la vez seguían transitando
el otro camino. Y bueno. Cuando la sociedad te exige, para ser alguien, tener
determinada cantidad de cosas, la propuesta más rápida o más fácil es la que
vas a… en algún momento, por alguna urgencia, por alguna presión, vas a…
si yo te digo vení, vamos a hacer rejas. En 3 meses, vos podés sacar plata para
poder vivir más o menos. Pero si a vos te ponen que te tenés que comprar una
cosa de 3, 4 mil pesos ya, porque si no sos feo y distinto… y bueno, si alguien
te da la oportunidad, tenés que ser muy firme para resistirse a todo eso.

106 ISACOVICH
Las miradas sobre cómo trabajar con los pibes son divergentes pero tienen en
común una lectura dicotómica en la cual droga y prácticas ilegales como el robo for-
man parte de un “otro camino” respecto de aquel en el cual Aprender a Trabajar pre-
tende iniciar a los jóvenes: el “camino del trabajo”. Más allá de lo discutible que
resulta esta dicotomía, interesa señalarla porque resulta constitutiva –pese a los es-
fuerzos que realizan para confrontar esas imágenes– de las miradas que los traba-
jadores de Aprender a Trabajar expresan sobre los jóvenes del barrio y también del
modo en que construyen y evalúan su propia acción política. Desde ya, esta afirma-
ción no supone que consideren los “dos caminos” como mutuamente excluyentes.
Lejos de eso, emergen de sus testimonios como alternativas que coexisten en las
vidas de jóvenes con quienes trabajan. Al mismo tiempo, ni es cierto que todos los
pibes del barrio estén involucrados en prácticas como el robo o el consumo o venta
de drogas (prácticas que por otra parte no son homogéneas), ni es eso lo que piensan
estos trabajadores (que tampoco piensan todos de la misma manera). Por el contra-
rio, lo que se afirma (y teme) es que esa posibilidad es una opción bastante extendida
en el barrio, en “la jungla”, lo cual se agrava por la presión social que ejercen mo-
delos de éxito personal ligados al consumo y los códigos de socialización que pon-
deran la virilidad y la fuerza física (el capital agonístico), azuzados por las
estigmatizaciones mediáticas sobre los jóvenes de barrios populares.
La oposición dicotómica entre los dos “caminos” remite a la que identificó Wac-
quant (2006) entre un gimnasio de aprendizaje y práctica de boxeo y las calles de
un gueto negro en Chicago. El autor encontró en el gimnasio un espacio donde se
enseñan las habilidades técnicas y los saberes estratégicos necesarios para forjar a
un púgil, pero asimismo halló en el gimnasio una función de aislamiento, de escudo
respecto de la inseguridad y las presiones de la vida en el gueto. Y un aspecto fun-
damental de la construcción de esa dicotomía, y de ese carácter protector, es el hecho
de que el gimnasio es una escuela de moralidad, en el sentido de que promueve la
disciplina, la vinculación al grupo (lazos sociales, vínculos afectivos), el respeto por
sí mismo y por los demás. En el gimnasio, un “programa de vida” sumamente exi-
gente invita al individuo a descubrirse y transformarse a sí mismo, resignificando
los sentidos morales y los usos de la fuerza física y la virilidad. Esta construcción fí-
sica y moral del boxeador, y el esfuerzo que supone, sólo se comprende ampliando
la mirada a la estructura de oportunidades que el barrio ofrece, que se distribuyen
entre la escuela, los trabajos menos calificados y las redes y actividades de la econo-
mía callejera.
En la dicotomía Aprender a Trabajar/camino del trabajo – jungla/otro camino el
joven es concebido como un ser débil (no muy fuerte, no muy convencido)12 y ex-
puesto a las “otras ofertas”. El “camino del delito” es definido como “otro” en contra-
posición al “camino del trabajo” en tanto fuente de ingresos. Desde esta concepción,
Aprender a Trabajar propone el aprendizaje de oficios como un modo de disciplina-
miento que supone la apropiación de técnicas corporales y otras regulaciones como
el cumplimiento de horarios y el uso adecuado de máquinas, herramientas y anda-
mios. Complementariamente, se abordan asuntos relativos a cuál es el vestuario ade-
cuado para salir a buscar trabajo y cuál es el lenguaje apropiado a utilizar. De esta
manera, las prácticas normativas que se impulsan en Aprender a Trabajar, se articu-

REVISTA ENSAMBLES AÑO 4 I Nº 8 | OTOÑO 2018 | PP. 95-113 | 107


lan en torno a la formación laboral y secundariamente se apoyan en la crítica social
como instrumento de autogobierno, de formación de una conciencia capaz de guiar
al joven por el “camino” del trabajo y de la “lucha” (por sus derechos y por la trans-
formación social). Así se promueve un cierto control físico-moral.
Del mismo modo que la dicotomía que identificó Wacquant,ésta se comprende
situada en el barrio, en su economía, en los modos en que es percibida y significada
por los adultos y también por jóvenes que expresan una necesidad de ser “malos”,
de mostrar una virilidad que se exterioriza en desafíos ostentosos como modo de
construir para sí lo que Bourgois (2010) llamó el “respeto” y otros autores analizaron
en términos de “honor” (Garriga Zucal, 2010) o “capital agonístico” (Mauger, 2016).
Ese modo de valorización de sí, que se asienta en una capacidad de confrontación
pero también en una serie de lenguajes tales como la estética corporal, el consumo
de objetos que hacen a la construcción de esa estética –como la ropa deportiva– o la
oratoria, constituye una “presión” como la que mencionaba Pepe. Todo ello confi-
gura estas políticas y sus objetivos. De esta manera, los esfuerzos diarios de traba-
jadores y trabajadoras estatales no se orientan solamente ni principalmente a la
inserción de los pibes y pibas en el empleo sino que procuran fomentar su prepara-
ción para un trabajo que se vislumbra en el horizonte (de las familias, de los vecinos,
de ex alumnos, etc). Como me dijo el docente del taller de Construcciones en una
entrevista realizada en 2015:
La experiencia es buena. Algunos se han recuperado, otros no. Pasa que nos-
otros trabajamos sobre una línea muy delgada, tenemos pibes que están muy
en el borde. (…) Si lo vemos que no tiene pasta de alto chorro13, lo traemos
a trabajar con nosotros. (… Pero) si no podemos recuperar a los pibes, Apren-
der a Trabajar como proyecto fracasa.

4. De la promoción del “trabajo decente” a la regulación de las


economías populares: políticas y modos de transitar la juventud

En este artículo procuré contribuir a comprender los modos de vida y de gobierno


de las juventudes tal como se configuran en un barrio popular del sur de la Ciudad
de Buenos Aires. Para ello exploré las opciones de vida y de inserción laboral que se
abren para jóvenes con quienes interactué entre 2009 y 2015. Lejos de los cánones
del “trabajo decente”, estas opciones se orientan: a una economía callejera en la cual
se destaca el comercio, entre otras actividades, mayormente informales; al trabajo
en el marco de políticas y agencias estatales; a rubros socialmente valorados como
de “escasa calificación”: construcción, limpieza, recolección de residuos y transporte
(informal). Paralelamente, la dedicación a la vida doméstica en el marco de econo-
mías familiares compuestas por otros ingresos y también por la percepción de sub-
sidios, era una posibilidad seguida por algunas mujeres.
Las experiencias mostraron asimismo la violencia a la que han sido sometidos
varios de estos jóvenes, en trabajos que en términos generales ni siquiera permiten
niveles de acceso al consumo tales como los que ellos y ellas aspiran a conseguir, lo
que supone una doble violencia. Y también figuraba la opción de buscarse la vida
por “el otro camino”, donde la violencia a la que podrían quedar expuestos parecía

108 ISACOVICH
ser aún mayor, como le sucedió a Ernesto, que fue detenido o a los “chicos muertos”
que frecuentemente rememoraba Pepe.
Aun considerando la diversidad de posibilidades y la desigualdad de condiciones
de vida que pueden observarse en el Bajo Flores, parece claro que para los habitantes
del barrio fue posible en los últimos años tener un trabajo legal o bien ganar buen
dinero. Pero fue improbable acceder a trabajos que combinaran ambas situaciones.
De esta manera, el escenario que se configura para los y las jóvenes del Bajo Flores
(y de otros barrios en Argentina, como han señalado otras investigaciones citadas),
es de una notable precariedad: trabajos sin protecciones sociales, remuneraciones
exiguas, actividades de corta duración, o bien emprendimientos comerciales más
rentables pero cuya sustentabilidad está supeditada a la falta de controles, dada su
informalidad – y en algunos casos ilegalidad.
En este marco de posibilidades, los trabajadores y trabajadoras de políticas esta-
tales orientadas a jóvenes forjaron iniciativas para generar oportunidades de acceso
a un trabajo y a algún dinero para los pibes, sin ceñirse a la idea de un “trabajo de-
cente”, ni siquiera de uno asalariado. Si bien el trabajo político con los y las jóvenes
sigue atendiendo a cuestiones ligadas a la denominada “empleabilidad” tales como
el cumplimiento de horarios o el aprendizaje de oficios, los esfuerzos cotidianos y
las preocupaciones que enuncian los trabajadores estatales, así como los sueños
que narran los chicos, colocan el consumo y el peligro con centralidad.
En ese sentido, la construcción simbólica del Bajo Flores como una “jungla” car-
gada de peligros, que sitúa la calle y Aprender a Trabajar como opciones dicotómicas
asociadas a elecciones de vida antagónicas –el trabajo o el delito–, fundamenta una
modalidad de intervención en la cual priman el cuidado, el afecto, la protección,
más que la “seguridad” económica o la seguridad social en los términos en que po-
dría protegerla el salario. Por ejemplo, en el Proyecto Sala de Cine, el aprendizaje
de oficios se conjuga con el acceso al dinero y deja ver también la preocupación por
disciplinar la vida y la reproducción de estos jóvenes por medio de iniciativas ten-
dientes a que se comprometan con las tareas programadas y con sus pares, que vis-
tan ciertas ropas y no otras, que pasen en los talleres un tiempo que se resta al estar
en la calle y también a que se involucren en trabajos que, como la refacción del salón
del fondo, no estén reñidos con la ley.
Así, este artículo propuso, por un lado, un recorrido por opciones de vida, posi-
bilidades de trabajo a las cuales acceden habitantes del Bajo Flores, mujeres y varo-
nes jóvenes, lo que da lugar a una economía política situada espacial y
temporalmente. Por otro, una indagación respecto de los códigos de sociabilidad
que expresan los chicos y chicas del barrio y un análisis sobre cómo tanto estos códi-
gos como algunas opciones de vida son conceptualizados por trabajadores estatales
y cómo, en relación con sus análisis, intentan regular los acercamientos juveniles
al dinero: promoviendo un control físico-moral a través de usos del tiempo; del
aprendizaje de técnicas corporales (como las que se requieren para practicar oficios)
y generando trabajos en marcos de legalidad.
Enfocar en detalle las posibilidades de vida y de trabajo, así como las acciones
cotidianas de un conjunto de personas y también los relatos sobre sus sueños y pre-
ocupaciones –que lejos de ser unánimes evidencian tensiones, debates y modos de

REVISTA ENSAMBLES AÑO 4 I Nº 8 | OTOÑO 2018 | PP. 95-113 | 109


trabajo en los cuales se juegan sueños, imaginarios, proyectos, ansiedades y nece-
sidades urgentes–, permite comprender cómo es que algunas políticas destinadas
a promover la empleabilidad juvenil, al menos de acuerdo a sus enunciados nor-
mativos, se redefinen. Observar los procesos y los sujetos que dan vida a las estruc-
turas macroeconómicas y a las instituciones tradicionales permite captar que las
condiciones de posibilidad inmediatas, los modelos de consumo, los códigos de so-
ciabilidad, condicionan y dan formas particulares a las acciones de jóvenes y traba-
jadores estatales configurando modos específicos las políticas de juventud y los
modos de vivir este momento de la vida.
De manera articulada, este artículo también dio cuenta de una politicidad de las
acciones juveniles. Por ejemplo, las inasistencias de Mario y su consumo de sus-
tancias, la exhibición de objetos onerosos o los pequeños desafíos cotidianos de
Pedro, exhiben aspectos de la manera en que estas políticas y el Estado son produ-
cidos; de sus márgenes y sus limitaciones14. Al igual que la negativa de Andrea a
poner en palabras, a exponer, aspectos de su vida. Vistas de este modo, las acciones
de chicos y chicas hablan sobre sus aspiraciones, posibilidades, resistencias, también
sobre el deterioro al cual pueden quedar expuestos en parte por efecto de sus propias
conductas (siempre condicionadas). Como señalaron Bourgois (2010) y Epele
(2010), las acciones juveniles, aun cuando pudieran ser autodestructivas, hablan de
las formas particulares que imprimen los y las jóvenes a la dominación a la cual
están sometidos. Y con ello, muestran los modos en que estas acciones inciden en
la redefinición cotidiana de modalidades y objetivos de las políticas de juventud.
En esta línea de reflexiones, repensar el neoliberalismo en términos de guber-
namentalidad permite captar una multiplicidad de sentidos y resistencias que se
gestan, crecen, disputan, se modifican en la producción diaria de políticas de juven-
tud, tomando distancia –como sugirió Gago– de los usos del vocablo que lo consi-
deran autoevidente. Pero no habilitan a suponer una resistencia unificada, unívoca,
que permita identificar “un sentido contrario” producido “desde abajo” a lo que po-
dría imponerse “desde arriba”. Por el contrario, como advirtió Gramsci, las expre-
siones que confrontan al poder dominante, son fragmentarias, contradictorias,
desarticuladas (Corrigan y Sayer, 2007). Y no es que por ello los sujetos no resistan
ni logren afectar sus modos y condiciones de vida. Pero la fragmentación ilumina,
nuevamente, las condiciones de desigualdad en las cuales se libran esas batallas.

Recibido el 30 de octubre de 2017. Aceptado el 26 de junio de 2018.

* Paula Isacovich es Doctora en Ciencias Antropológicas por la Universidad de


Buenos Aires, docente de la UBA y de la Universidad Nacional de José C. Paz. La in-
vestigación que sustenta este artículo fue financiada por el CONICET por medio de
becas de doctorado y postdoctorado, y por subsidios de la UBA. Ha publicado artí-
culos en revistas y libros especializados, basados en estudios antropológicos sobre
procesos políticos ligados a jóvenes. Email: paulaisacovich@gmail.com

110 ISACOVICH
Notas
1
Se puede consultar Van Raap, 2010. monto fijo de dinero que mensualmente la
2
La expresión refiere a una categoría de Administración Nacional de la Seguridad So-
la Organización Internacional del Trabajo, la cial otorga, por cada hijo menor de 18 años,
cual : “(...) busca expresar lo que debería ser, a personas desocupadas, empleadas en
en el mundo globalizado, un buen trabajo o forma irregular o que perciben ingresos por
un empleo digno. El trabajo que dignifica y debajo del Salario Mínimo Vital y Móvil.
9
permite el desarrollo de las propias capacida- “Reconstruyendo Lazos”, es un pro-
des no es cualquier trabajo; no es decente el grama del Ministerio de Desarrollo Social del
trabajo que se realiza sin respeto a los prin- Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires, di-
cipios y derechos laborales fundamentales, rigido a jóvenes de 16 a 21 años. El programa
ni el que no permite un ingreso justo y pro- los vincula a empresas, comercios e institu-
porcional al esfuerzo realizado, sin discrimi- ciones para “hacer una experiencia de trabajo
nación de género o de cualquier otro tipo, ni remunerado”, en el marco de un contrato a
el que se lleva a cabo sin protección social..., término financiado por el Gobierno de la
(“http://www.ilo.org/americas/sala-de- Ciudad. Pasantía es el término utilizado en
p r e n s a / W C M S _ L I M _ 6 5 3 _ S P/ l a n g — Aprender a Trabajar para designar esas “ex-
es/index.htm”, 2016). periencias”.
3 10
La investigación se desarrolló entre Se trata de un organismo dependiente
2009 y 2015 y contó con el apoyo de dos del Gobierno de la Ciudad, creado por la Ley
becas doctorales del Consejo Nacional de In- N° 114, encargado de garantizar el cumpli-
vestigaciones Científicas y Técnicas. El tra- miento de los derechos establecidos por
bajo de campo intensivo tuvo lugar dicha Ley y por la Constitución de la Ciudad.
11
principalmente en dos etapas, la primera de Estos modos de construcción del “res-
10 meses de duración en 2010 y la segunda peto” fueron estudiados en profundidad por
de 6 meses de duración en 2011. Luego de Bourgois (2010), entre jóvenes vendedores
ello realicé numerosas visitas, en especial de crack en Harlem, Nueva York. Actual-
para realizar entrevistas o asistir a eventos mente Cozzi (2014) estudia el tema en la ciu-
particulares. En el marco del trabajo de dad argentina de Rosario. En otros contextos
campo observé situaciones de clase, reunio- como los de las hinchadas de fútbol, Garriga
nes de trabajo, movilizaciones, almuerzos en Zucal (2010) también mostró el valor posi-
el comedor, entre otras situaciones. Y me tivo que adquiere la capacidad de confronta-
vinculé con jóvenes, trabajadores estatales y ción física y de la construcción de una
militantes barriales, principalmente, aunque imagen de sí ligada a ello para la producción
también con algunos familiares de los y las del honor.
12
jóvenes. Tal como señaló Chaves (2010) los dis-
4
Los nombres han sido modificados cursos sociales definen en su mayoría a los
para preservar la identidad de las personas. jóvenes como personas inseguras, incomple-
5
Las cursivas señalan términos nativos. tas, suponen que ello aumenta su posibilidad
6
Término lunfardo que refiere a tareas de “desviarse” y tornarse peligrosos, para
remuneradas ocasionales, de corta duración. otros o para sí mismos.
7 13
El compuesto conocido como “paco” es La expresión “pasta de alto chorro”, en
un estupefaciente fuertemente adictivo y da- lenguaje coloquial, refiere a las condiciones
ñino elaborado en base a residuos de la pro- para dedicarse al delito callejero.
14
ducción de cocaína, que se fuma en pipa y es Para mayores referencias a esta idea ver
más económico que otras sustancias. Isacovich (2013)
8
La Asignación Universal por Hijo es un

REVISTA ENSAMBLES AÑO 4 I Nº 8 | OTOÑO 2018 | PP. 95-113 | 111


Bibliografía
Bourgois, P. (2010). En busca de respeto. gular la vida. Una etnografía de políticas de
Vendiendo crack en Harlem. Buenos Aires: juventud”. En: Revista Avá, N° 22. Posadas:
Siglo XXI. Programa de Posgrado en Antropología So-
Casal, J.; García, M.; Merino, R.; y M. cial. Universidad Nacional de Misiones.
Quesada. (2006). “Aportaciones teóricas y ISSN: 1515-2413. Pp. 33 a 56.
metodológicas a la sociología de la juventud Jacinto, C. (2010). “Veinte años de políti-
desde la perspectiva de la transición”. Paper; cas de formación para el empleo de jóvenes
Revista de Sociología, Barcelona, 79: 21-48. vulnerables en América Latina: persistencias
Centro de Eestudios para el Desarrollo y reformulaciones”. En: C. Jacinto (Comp.),
Económico Metropoitano (CEDEM) y Direc- La construcción social de las trayectorias labo-
ción General de Estadística y Censos (2014). rales de jóvenes: políticas, instituciones, disposi-
Situación del mercado laboral en la Ciudad de tivos y subjetividades (pp. 119-148). Buenos
Buenos Aires: análisis de la situación por área Aires: Teseo, IDES.
y Comuna. Buenos Aires: Gobierno de la Ciu- Jacinto, C. y Millenaar, V. (2010). “La in-
dad de Buenos Aires. cidencia de los dispositivos en la trayectoria
Chaves, M. (2010). Jóvenes, territorios y laboral de los jóvenes. Entre la reproducción
complicidades. Una antropología de la juventud social y la creación de oportunidades”. En: Ja-
urbana. Buenos Aires: Espacio Editorial. cinto, C. (comp) La construcción social de las
Corrigan, P. y Sayer, D. (2007). “Intro- trayectorias laborales de jóvenes: políticas,
ducción a El Gran Arco: La formación del instituciones, dispositivos y subjetividades (pp.
Estado inglés como revolución cultural”. En: 181-224). Buenos Aires: Teseo.
Lagos y Calla (comp.) Antropología del Estado. Manzano V. (2013). La política en movi-
Dominación y prácticas contestatarias en Amé- miento. Movilizaciones colectivas y políticas es-
rica Latina (pp. 39-116). La Paz: tatales en la vida del Gran Buenos Aires.
INDH/PNUD. Rosario: Prohistoria.
Cozzi, E. (2014). “Los tiratiros. Usos y Manzano V. (2010). “Ha llegado la ‘nueva
formas de la violencia altamente lesiva entre ola’: música, consumo y juventud en la Ar-
jóvenes en la ciudad de Santa Fe”. Estudios – gentina, 1956-1966”. En: Cosse, I.; Felitti, K.
Revista del Centro de Estudios Avanzados. Uni- y Manzano, V. (eds.) Los ’60 de otra manera.
versidad Nacional de Córdoba, 32: 265-284. Vida cotidiana, género y sexualidades en la Ar-
Cravino, M.C. (2006). Las villas de la ciu- gentina (pp. 17-86 ). Buenos Aires: Prometeo.
dad. Mercado e informalidad urbana. Los Pol- Mauger, G. (2016). “Sociología de la si-
vorines: Instituto del Conurbano-UNGS. tuación de investigación. Una clave de inte-
Epele, M. (2010). Sujetar por la herida. ligibilidad del “espacio de estilos de vida
Una etnografía sobre drogas, pobreza y salud. desviantes” de jóvenes de clases populares”.
Buenos Aires: Paidós. Revista Ensambles, 3 (4/5): 158-164.
Gago, V. (2014). La razón neoliberal. Eco- Millenaar, V. (2010). “La incidencia de la
nomías barrocas y pragmática popular. Buenos formación para el trabajo en la construcción
Aires: Tinta Limón. de trayectorias laborales de mujeres jóve-
Garriga Zucal, J. (2010). “Violencia: un nes.” En: C. Jacinto (Comp.). La construcción
concepto difícil de asir”. Antropolitica, Revista social de las trayectorias laborales de jóvenes: po-
de Antropología contemporánea, 29: 225-241. líticas, instituciones, dispositivos y subjetividades
Gentile, M.F. (2017). Biografías calleje- (pp. 297-330). Buenos Aires: Teseo, IDES.
ras. Cursos de vida de jóvenes en condiciones Reguillo, R. (2000). Emergencia de cultu-
de desigualdad. Buenos Aires: Grupo Editor ras juveniles. Estrategias del desencanto. Bue-
Universitario. nos Aires: Norma.
Isacovich, P. (2013) “Hacer el Estado, re- Salvia, A. (2013). Juventudes, problemas de

112 ISACOVICH
empleo y riesgos de exclusión social. Berlín: Frie- cias Sociales, Universidad de Buenos Aires,
drich-Ebert-Stiftung. Buenos Aires.
Van Raap, V. (2010). Educación, políticas Váquez, M. (2015). Juventudes, políticas
sociales y acceso al mundo del trabajo: un estu- públicas y participación. Un estudio de las pro-
dio acerca de la desigualdad de oportunidades ducciones socioestatales de juventud en la Argen-
para los jóvenes en la Argentina. Tesis de Maes- tina reciente. Buenos Aires: Grupo Editor
tría en Políticas Sociales. Facultad de Cien- Universitario.

REVISTA ENSAMBLES AÑO 4 I Nº 8 | OTOÑO 2018 | PP. 95-113 | 113

También podría gustarte