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Dignidad Humana 1

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1.

Introducción
Parece que por regla cualquier exposición debe empezarse por la conceptualización del tema a
tratar. En este caso habría que comenzar dando los conceptos de dignidad, primero, y luego,
de Derechos Humanos. En este sentido es menester diferenciar la condición humana de la
dignidad humana.
Pero ¿cómo definir la dignidad humana? El problema es que, como señala Elías Neuman en
un diálogo con Antonio Beristain, dos grandes criminólogos de actualidad, al referirse a este
interesante tema nos dice: "dignidad humana" y "derechos humanos" encierran conceptos de
universalidad capaces de traspasar cualquier sistema político-social. Son valores idénticos que
no sólo deben sentirlos todos los habitantes del planeta, sino hacerse efectivos por sobre las
contradicciones de cualquier formulación o interés.
Hay cosas que se viven o sienten, pero que no se pueden definir. Así, uno puede ignorar lo que
en realidad es la dignidad, y entender muy bien lo que es la humillación. De ahí que cualquiera
sea la circunstancia en la que se halle el ser humano, no pierde o no debe perder la dignidad.
A pesar de la dificultad de definir la dignidad, a nadie le puede molestar que ella constituya la
suma de las virtudes y atributos humanos. Por eso es que, como veremos luego, se pueden
perder o ver limitados ciertos derechos aún los fundamentales mas no la dignidad, o por lo
menos es reclamable.
Semánticamente es un concepto adjetivado atribuido a una persona individual, física, natural,
pero que dadas las circunstancias, también se aplica a las personas colectivas. El Estado,
conocido también como "Nación", ya que así como se habla del "Estado boliviano", también se
menciona, y es corriente, a la "Nación boliviana", personas colectivas a las que se le puede
atribuir DIGNIDAD. De esta manera la dignidad pasa a ser un atributo de la persona, así como
"bueno", "malo", "bondadoso" o cualquier otro.
Una muestra actual y bastante clara la dio el pueblo guaraní cuando dice que va suscribir un
"tratado de paz" con España. Es de resaltar que este pueblo kereimba (guerrero) e
indómito nunca se sometió a la corona española.
La DIGNIDAD como atributo de toda la colectividad exige de ésta y de cada uno de sus
componentes una actitud que la haga merecedora. Al hablar de derechos humanos se requiere
necesariamente poseer vida, existir realmente, entonces la dignidad se hace patente.
En el Art. 6 de la constitución política del estado boliviano se instituye que "la dignidad y
la libertad de la persona son inviolables. Respetarlas y protegerlas es deber primordial del
Estado"; precepto recogido del artículo I de la Declaración Universal de los Derechos Humanos
que dice: "Todos los seres humanos nacen libres e iguales en dignidad y derechos y dotados
como están de razón y conciencia, deben comportarse fraternalmente los unos con los otros"
Así empieza a enmarcarse jurídicamente la DIGNIDAD como fundamento de los derechos
reconocidos a todos los seres humanos, cuyo conjunto se expresa en el Estado o la Nación. Esta
y no otra es la razón por la que el precepto constitucional referido primero hace referencia a la
DIGNIDAD y luego pasa a enumerar los derechos y garantías.
¿Qué se precisa, entonces, para reclamar el reconocimiento y respeto de los derechos
humanos? Poseer ante todo y sobre todo DIGNIDAD, hay que ser digno a poseer tales
derechos.
Con la globalización actual que abarca todo el quehacer humano, y hasta el pensar, ya que
todos piensan de modo liberal, el derecho nacional está siendo abarcado por el derecho
internacional. No nos detengamos, entonces, en los derechos individuales, sino en el derecho
colectivo, en la dignidad colectiva que irradia al individuo, aunque bien puede ser del individuo
a la colectividad.
En este sentido, la DIGNIDAD es un valor, que vale, por lo que la dignidad debe ser objeto de
valoración por los que valoran.
No es posible reclamar la vigencia y reconocimiento de los derechos si no se tiene
merecimiento para ellos. Se puede decir que es suficiente vivir para ser merecedor de los demás
derechos, acorde con la opinión del insigne Prof. Eugenio Raúl Zaffaroni, quien sostiene que
"es también más o menos obvio que el Derecho Humano a la vida es prioritario en el marco de
los derechos humanos o, al menos, lo señala de modo preferencial un elemental dato óntico.
Sin vida no hay posibilidad alguna de ejercer los restantes derechos humanos". Pero o
olvidemos que la dignidad es el fundamento de los derechos humanos.
La dignidad es una expresión del alma que aflora en el cuero y por ello vence todos los peligros
y adversidades, permitiendo la realización de los derechos que universalmente se le ha
reconocido a todo hombre por su sola condición humana; sin embargo, este hombre con tantos
derechos, ha "encontrado más peligro entre los hombres que entre los animales", como
señalara Federico Nietzsche.
El que no posee virtudes no puede ni siquiera dormir bien y esto es lo que pasa con aquel
(hombre o pueblo) que carece de dignidad, por eso mínimamente se debe aspirar a una buena
reputación y a un pequeño tesoro.
Toda la imperfección existente y que nos rodea es lograda por el hombre y si queremos que ella
no exista, el hombre debe ser superado, por eso hay que amar as virtudes, la dignidad: HAY
QUE SER DIGNO.
Hay quienes hablan mucho de dignidad y virtud. Y no entienden nada de la dignidad porque se
arrodillan y extienden la mano en busca de la dádiva, del regalo. Pretendemos ser
misericordiosos y nos estamos acostumbrando a que nos tengan misericordia. Por la vía de la
misericordia se pretende lograr lo que no por la dignidad.
En cuanto a Bolivia se refiere, se trata de justificar nuestra falta de dignidad atribuyéndonos la
condición de país pobre y subdesarrollado. Nada más falso, si bien no estamos al día con los
avances de la tecnología de punta de los países llamados del primer mundo, no quiere decir que
seamos pobres.
¿Quién ha dicho que el desarrollo es felicidad? Más bien, el escritor tarijeño William Bluske
Castellanos sostiene que el
"subdesarrollo es felicidad". Con sobrada razón dice este insigne escritor tarijeño que "... la
felicidad es un estado espiritual y no un resultado de la técnica y el desarrollo".
Claro que habría que especificar a qué pobreza se hace referencia. En este sentido de repente la
sentencia resulta cierta, ya que como sostiene Juan Renjifo Llanos en su artículo intitulado
"Bolivia... un país pobre", publicado en la página Editorial del Diario El Deber del 26 de mayo
de 1999, "hay pobreza en el respeto a las leyes y pobreza en dignidad, honor, justicia y verdad.
Hay muchos pobres de conciencia y de las principales virtudes humanas que empobrecen el
espíritu y el alma. En fin hay mucha pobreza en buenas costumbres como hijos, como padres,
como maestros, como esposos, como verdaderos amigos, como líderes, como autoridades,
como políticos..." Esta y no otra es la pobreza que nos sacude hasta los tuétanos.
He comenzado, como ven, refiriéndome de manera sucinta para cumplir con nuestro
cronograma, a la DIGNIDAD humana. Ahora bien, en cuanto a los Derechos Humanos
debemos señalar que ellos se asientan sobre valores creados por el hombre porque responden a
su propia naturaleza. Es decir, los derechos humanos son inmanentes a la naturaleza humana,
o dicho de otro modo, son esenciales a su propia naturaleza.
El ser humano nace con ellos, están en él, nadie se los otorga ni reconoce ni siquiera el Estado,
porque derivan de la ley natural. Debemos convencernos definitivamente que no es el Estado ni
la ciudad ni la familia los que han hecho al hombre, sino, como dice Tristán de Ataide, citado
por Pablo A. Ramella en su libro "Los Derechos Humanos", "el hombre existe, como hombre,
en la sociedad o fuera de ella. Ésta es apenas una necesidad condicional, un medio para que
aquél realice mejor su finalidad completa".
Por eso es mejor que, siendo los derechos atributos inseparables de la persona humana, deben
ser respetados sin reparo ni distinción alguna. Así está reconocido en el código social elaborado
por la Unión Internacional de Estudios Sociales de Malinas, que dice: "Teniendo el hombre un
destino personal, la sociedad es para él el medio necesario que le ayuda a alcanzar su propio
fin. Sus derechos dimanan de su naturaleza".
Cuando el hombre vio peligrar sus derechos, creó su "Dios Mortal", el Leviatán de
Tomas Hobbes, y desde entonces el Estado está obligado a reparar las medidas lesivas de la
libertad, de la propiedad, del honor, y de la salud de todos, que deben respetarse las minorías
étnicas y devolverse a la persona humana la dignidad que Dios le concedió desde el principio,
oponiéndose a la explotación de los hombres por el hombre.
Ninguna razón de Estado puede justificar a violación de los derechos primordiales del hombre.
Para una mejor comprensión de lo dicho, he traído las expresiones del extinto presidente
argentino Juan Domingo Perón que en 1950, en un mensaje al parlamento, dijo: "Frente a un
mundo absolutamente dividido en dos fracciones diametralmente opuestas de individualismo y
colectivismo, nosotros realizamos en nuestros país, y proponemos a la humanidad, la doctrina
del equilibrio y la armonía del individuo y la colectividad por la justicia social que dignifica
al trabajo, que humaniza el capital, que eleva la cultura social, que suprime la explotación del
hombre por el hombre, que produce la realidad positiva de los derechos del trabajador, del
anciano, del niño y de la familia, de tal manera que el "nosotros" de la sociedad se realiza y
perfecciona por el yo individual, dignificado como persona humana".
"La validez universal de los Derechos Humanos –dice Paloma Durán L:_ es una cuestión
práctica referida a la ratificación, por las naciones del mundo, de la Declaración Universal de
1948 y los pactos internacionales posteriores de las Naciones Unidas".
Históricamente se sostiene que los acontecimientos que pueden considerase fuentes de los
Derechos Humanos, son las ideas reformadoras de Martín Lutero (1517) expuestas en sus
95 tesis sobre la venta de indulgencias de la Iglesia católica, hasta ese momento homogénea.
A las ideas y tesis luteranas se adhirió Calvino con similares tendencias, provocando una
creciente que fue discriminándose por toda Europa y llegaron a América como sectas
protestantes. Sumóse, a esos hechos eminentemente ideológico-religiosos surgidos por
necesidad de tolerancia y libertad de conciencia que se consolida, el advenimiento
del pensamiento capitalista seriamente cuestionado por Marx, que ve en la sociedad
de mercado la formación de una plebe que se mantiene en el nivel mínimo de subsistencia, y
reclama que el Estado debería asumir la función garantista de la dignidad humana.
En síntesis, los sistemas políticos de las sociedades occidentales han tenido que atravesar
etapas perfectamente delimitadas: desde el régimen feudal al Estado absoluto, para pasar al
Estado Liberal donde harán su aparición los derechos fundamentales, bajo el principio
de igualdad de derechos, basado en la autonomía individual y su desarrollo.
La idea central que podemos encontrar en todos los momentos históricos, será el reclamo por
la vigencia de la dignidad humana. En cada época esta dignidad se realiza de acuerdo con las
condiciones económicas, sociales, culturales y políticas, y sólo en el mundo moderno a través
de los derechos fundamentales.
El Art. I de la Declaración Universal de los Derechos Humanos, transcrito arriba, dice que
"todos los seres humanos nacen libres e iguales en dignidad y derechos y dotados como están
de razón y conciencia, deben comportarse fraternalmente los unos con los otros".
A continuación el Art. II, sostiene: "Toda persona tiene los derechos y las libertades
proclamadas en esta declaración, sin distinción alguna de raza, color, sexo, idioma, religión,
opinión política o de cualquier otra índole, origen nacional o social, posición económica,
nacimiento o cualquier otra condición. Además, no se hará distinción alguna fundada en la
condición política, jurídica o internacional del país o territorio de cuya jurisdicción dependa
una persona, tanto si se trata de un país independiente, como de un territorio
bajo administración fiduciaria, no autónomo o sometido a cualquier otra limitación
de soberanía".
Ambos preceptos han sido recogidos en el artículo 6 de la constitución política del Estado
Boliviano, ley suprema del ordenamiento jurídico nacional.
La libertad es la máxima expresión de la dignidad y de los derechos humanos. En ella se hallan
subsumidos ambos conceptos. La negación total y absoluta de la libertad es la esclavitud,
proscrita en los ordenamientos jurídicos de todo el mundo civilizado. En nuestro país, en el
artículo 3 de la constitución política del estado de 1880, se lee: "La esclavitud no existe en
Bolivia. Todo esclavo que pise territorio boliviano es libre".
Bajo esos principios universales y constitucionales se yergue el Derecho Penal como órgano
de control social garantista, dirigido a proveer seguridad jurídica al conglomerado social, a
través del aseguramiento de la dignidad y de los derechos humanos cuando ellos resultan
lesionados por acciones contraventoras del ordenamiento jurídico nacional e internacional, de
ahí que se exprese en un catálogo conductual bajo normas prohibitivas e imperativas que todos
estamos en la obligación de observar, es decir, Actuar conforme a derecho.
Ya Rouseau señalaba que "la obediencia a la ley que se ha prescrito es la libertad".
La libertad es la medida que determina el ejercicio de los derechos. Cuando la Ley suprema
dice en el Art. 7: "Toda persona tiene los siguientes derechos fundamentales, conforme a las
leyes que reglamentan su ejercicio: a) A la vida...", debemos entender no como derecho a vivir,
sino como el derecho a disponer de la propia vida. Nadie puede quitar la vida a otro, ni siquiera
el Estado, por eso la pena de muerte esta proscrita. Esa es la razón por la que no esté penado
el suicidio y sí el homicidio. La ley penal no protege la "cosa en sí misma", sino la "relación de
disponibilidad" del titular de la cosa.
Ahora bien ¿qué precisamos para ejercer plenamente los derechos sean fundamentales o no?
En primer lugar tenemos que despojarnos de la miserabilidad humana, ser dignos de ser seres
humanos, orgullosos de nuestra estirpe zoológica. Darnos cuenta del rol protagónico
individual. Alguien dijo que en este pueblo todos quieren ser caciques, ninguno indio. ¿Y qué
de los valores éticos y morales? Estos parecen haber desaparecido por completo. Aunque esto
suene apocalíptico, estamos siendo testigos, sino protagonistas, de la pérdida paulatina del
respeto, estima, dignidad y hasta despersonalización, en suma de la pérdida de valores de la
sociedad boliviana en los últimos tiempos.
No todos pueden ser directores generales o propietarios de empresas comerciales o
industriales. ¿Qué harían los arquitectos e ingenieros con sus grandiosos planos y proyectos si
no hubieran albañiles? Y ¿qué harían los compositores y los directores de orquesta si no
hubieran músicos? –Dice Otto Goldman en su obra citada. Bastan estas dos interrogantes para
darnos cuenta de cuan importante somos en el puesto que nos corresponde actuar, sin que ello
signifique un menoscabo de nuestra dignidad. Este es el punto de convergencia de todas las
profesiones y aptitudes, todos los actos y los méritos, el respeto mutuo que hace posible la
convivencia pacífica. Dentro de cada actividad que se desarrolle simplemente pretendamos ser
el mejor. Nada más. Esta es la lucha que se debe emprender día a día. Hagamos las cosas por
placer y superación y no solamente por dinero.
Cuando Dios mandó al hombre: "Dominad la tierra", le dijo que trabajara honradamente y
transformara lo que en bruto había creado sobre ella, por el bien de todos; muchos fueron los
que a través de la historia se dedicaron al logro de esa transformación para el bien de todos.
Sólo así se explican las grandes obras, bellas y útiles producidas por el hombre, aunque no
faltaron los que se preocuparon por la deformación y destrucción del mundo. Contradicciones
propias y necesarias de un mundo donde hay diferencias, así, "han usado el acero no sólo para
fabricar arados y tractores sino también para bayonetas y tanques; de los extractos vegetales no
sólo han hecho medicamentos, sino también para los asesinatos en masa y destrucción", nos
dice con toda claridad Otto Goldman.
El gobierno habla de un Plan de Dignidad Nacional, pero para hablar de dignidad nacional
primero tenemos que hablar de dignidad personal: "Aquello que es el hombre eso es la
humanidad".
Sin embargo, hay hechos, o actos, mejor dicho, que desvirtúan todo sentido de dignidad y son
los criminales. Conductas descriptas en el código penal como delitos. El país que vive en
el delito o del delito carece de dignidad, y no son todos los delitos, sino aquellos que afectan en
mayor medida la dignidad, porque los delitos, de diversa gravedad, existieron en toda la
historia desde que el hombre se organizó de la manera que ahora se halla organizado, pasando
por todas las etapas que la sociología nos enseña por la boca de H. Lévy-Bruhl, en su obra
"Sociología del Derecho".
Por eso nada nuevo se tiene que decir. Basta con señalar que esta sociedad es imperfecta. Sin
embargo, a pesar de la imperfección reclamamos el reconocimiento y respeto a los derechos
humanos.
Decía que hay delitos que realmente degradan al ser humano a nivel de animal inferior, pero es
como dice Franceso Carnelutti, el delito es un acto de incivilidad, porque si fuéramos realmente
civilizados no realizaríamos ninguna de las conductas descriptas en el código penal. Este
catálogo describe conductas para que no las realice el ser humanos, por eso las conmina con
una pena.
Cada uno de los hechos recriminables constituye un atentado contra los derechos de los demás,
aparte de aquellos que el individuo por sí solo manifiesta en su comportamiento que deben ser
delitos pero que no se hallan descriptos en el código penal, como por ejemplo, la condición de
"humildad" (entre comillas), porque ninguna persona debe sentirse "humilde" (sigue entre
comillas) en el sentido peyorativo, es decir como un ser que merece misericordia de sus
semejantes. Es posible que esa misericordia no provenga de Dios, pero nunca de otros seres
humanos iguales.
El ejemplo mayor lo tenemos con el narcotráfico. Bolivia supuestamente ocupa un lugar
preponderante en este delito cuyo bien jurídico protegido es impreciso; y en corrupción, figura
jurídica que tiene muchas manifestaciones. Nunca se detuvieron ni por un momento a pensar
en el enorme daño que le inflingen a la sociedad en su conjunto a través de la corrupción y
deshumanización individual.
Han visto, eso sí, la facilidad con la que por ese medio pueden ganar mucho dinero sin esfuerzo
alguno, porque se dieron cuenta que el dinero es el motor del mundo, la fuerza motriz que
impulsa al hombre y lo mantiene en movimiento. El dinero gobierna al mundo y también al
hombre, dice Otto Goldman en su opúsculo intitulado "Lo que importa es ganar dinero",
publicado en 1996.
Quizás el individuo que pugna por hacer dinero, aunque sea de mala manera, en algún
momento ha meditado sobre el riesgo de sus acciones; pero siendo tanto su apetito de
enriquecimiento, el riesgo corrido únicamente encarece el servicio. Total no le gusta el
trabajo honrado, aquél que dignifica al humano. Ignoran que el trabajo ya es una categoría de
"valor".
No hay nada que hacer, el economicismo se ha apoderado del mundo y del alma y espíritu del
hombre. Éste ya no tiene conciencia, ha perdido su dignidad.
El dinero fácil proviene de menos trabajo, del menor esfuerzo, mayor tiempo libre. Han
despojado al trabajo de su valor profundo y del dinero han hecho un ídolo, sin darse cuenta que
como todo ídolo es frío y duro. Este preciado ídolo ha sido y es el causante de los más grandes
crímenes, traiciones, asesinatos, infidelidades y crueldades.
Por creer que el dinero es lo más importante en la vida, se destruye la persona y la felicidad, si
no echemos una mirada en las celdas carcelarias o policiales donde guardan detención aquellos
que pretendieron ser ricos de la noche a la mañana en base a la corrupción, actitud nada
razonable porque se olvidó el hombre que la dignidad es el único valor del ser humano que está
por encima de los otros valores, su auténtica realidad, porque es la forma con la que nos
asemejamos a Dios.
No nos vamos a detener en el análisis de las figuras penales, más bien nos vamos a referir a los
comportamientos que tienen directa relación con el ejercicio de los derechos humanos. Si
hemos hecho referencia a los delitos es porque queremos resaltar que los derechos humanos
son reclamables únicamente cuando nos comportamos conforme a las normas y no cuando las
transgredimos. Toda violación a la norma es una negación de los derechos que la naturaleza
nos proporciona porque perdemos dignidad.
La dignidad entonces se constituye en el fundamento de los derechos humanos, queremos decir
que si no tenemos dignidad no podemos reclamar el reconocimiento ni la vigencia de nuestros
derechos, aunque ellos se hallen reconocidos por las instancias internacionales y nacionales
como tenemos señalado arriba.
Un individuo que no se precia a sí mismo no puede de ninguna manera exigir que se le
reconozcan sus derechos. Lo propio ocurre con una nación que se ha desidentificado o
sencillamente vive en el delito o la miserabilidad. No es pecado ser pobre de solemnidad, lo que
es repudiable es el hecho de que no sepamos aceptar esta condición grandiosa a los ojos divinos
y nos ocupemos de pretender superar la situación merced al delito o al regalo.
Toda vez que aceptamos un regalos perdemos parte de nuestra dignidad. Un obsequio siempre
es un compromiso que se debe retribuir, y cuando no se está en condiciones de retribuir es
signo de dependencia, de sometimiento.
Hay instituciones que se prestan, so pretexto de dar soluciones al problema de la pobreza, para
instigar y hasta determinar a la colectividad a la pérdida de la dignidad. El 26 de mayo de 1999,
se publicó en el diario EL Deber una noticia que da cuenta que los obispos paceños, a obre dela
Iglesia Católica, pedirán la "condonación de la deuda externa de Bolivia", con la advertencia
falsa de que "no es para no pagar la deuda"; pero es que ¿acaso condonación no significa no
pago de la deuda? Condonación no tiene otro significado que el de perdón. Lo que se está
pidiendo es que se nos perdone la deuda. Con ese fin se han dado a la tarea de recolectar firmas
de los ciudadanos. Claro que en La Paz todos van a firmar porque creen erróneamente que de
ese modo están defendiendo los intereses de las "clases" o "población" (entre comillas) más
desfavorecidas, amén que a ellos les agrada el fenómeno de la rebaja por todo y por nada.
Actitud no recomendable para ser dignos de mejor suerte.
¿Qué país o institución financiera tendría confianza en Bolivia como país si en vez de honrar
sus compromisos económicos pide que al final le regalen el dinero que inicialmente le fue dado
en calidad de préstamo? Haciéndose eco de esta interrogante, el monseñor Terrazas, obispo de
la diócesis cruceña y presidente de la Conferencia Episcopal de Bolivia, en el mismo diario El
Deber, del 31 de mayo de 1999,dijo: "No basta pedir que se nos perdone la deuda externa, hay
que pedir también que se haga justicia. No es posible que nos perdonen una deuda dejando a
los que robaron la plata o los que malgastaron libres, tranquilos y felices gozando de ese dinero
que nos tiene oprimidos a todos los que vivimos en este país". Y continúa llamando
la atención a los gobernantes ya quienes administran justicia para que "pongan la ley donde
debe estar, porque ese dinero que ha venido al país y no se ha invertido en lo que se debe, anda
en bolsillos y cuentas particulares". "No es posible –dice- que estos señores estén
regordeándose y diciendo que vayan a pedir perdón y que nos manden más plata para dilapidar
una vez más". Termina haciendo referencia a la dignidad nacional cuando sostiene que "no son
capaces (los gobernantes) de buscar una salida que dignifique al país":No pudo el Monseñor
Julio Terrazas ser más claro y concreto en su apreciación de la dignidad.
Otra cosa muy distinta, pero también violación de la dignidad es el tratamiento penológico que
brinda la justicia tardía a los encausados por un hecho delictivo, cuya explicación criminológica
es realmente desalentadora a la luz de los derechos humanos. Pero no todo es cuestión de
ejecución de la pena, sino que la violación a los fundamentales derechos de la persona humana
subyacen en la misma ley sustantiva y adjetiva, lo cual ha sido denunciado por el Instituto
Interamericano de Derechos Humanos en un estudio e informe pormenorizado de las
legislaciones de los países suramericanos.
La eficacia de las cárceles para el cumplimiento de los fines de la pena viene siendo cuestionada
desde hace mucho tiempo, toda vez que constituyen reservorio de presos sin condena que viven
hacinados sin consideración alguna a su condición humana. Este tratamiento ha motivado
levantamientos y huelgas de los reclusos en justo reclamo de su dignidad.
Mucho hay que decir sobre tan delicado tema, pero este no es justamente el escenario
adecuado. Me doy por satisfecho por la atención que sobre el tema se me ha prestado y
agradezco a ustedes profundamente.
2. Conclusiones
1. La dignidad es un atributo de toda persona sea individual o colectiva.
2. Es condición previa para el reconocimiento de los derechos humanos la dignidad.
3. Los derechos humanos son inherentes a la naturaleza humana. El hombre nace con
ellos.
4. Los preceptos constitucionales sobre la dignidad y los derechos humanos han sido
tomados de la Declaración Universal de los Derechos Humanos.
5. El delito es una negación de los derechos humanos y de la dignidad, por ser un acto de
incivilidad.
6. La justicia que viola la dignidad humana no es justicia.
 

Dignidad humana
Rabinovich-Berkman, Ricardo
Abogado, UBA. Doctor en Filosofía del Derecho, UBA.

La de la dignidad humana es una de las cuestiones más complejas que


se le presenta a la Filosofía. Esa problemática se derrama, a su turno,
sobre las ciencias sociales, incluido el Derecho. Suele soslayársela,
dando por sentado, sin mayores explicaciones, que la dignidad existe de
por sí, y que debe ser respetada. Más aún, se confiere a esa afirmación
un sitio fundamental en toda consideración socio-jurídica.

Afirmaciones como la de Ronald Dworkin, en el sentido de que


“quienquiera que profese tomar los derechos en serio debe aceptar la
vaga pero poderosa idea de dignidad humana”, o la de Roberto Andorno
(“La noción de dignidad humana es condición necesaria para establecer
una sociedad civilizada”) tal vez no ayuden.

Al contrario, podrían implicar la descalificación de quien pusiera en dudas


tal noción. Y ninguna premisa científica ha de cerrar el camino a la
crítica. Porque ello significaría, paradójicamente, quitarle el carácter de
ciencia a lo que se hace.

Andorno, que ha dedicado lúcidos trabajos a este tema,


fundamentalmente desde el lado de la Bioética, considera a la dignidad
humana (“uno de los pocos valores comunes en nuestro mundo de
pluralismo filosófico”) un contenido necesario para que exista una teoría
de los derechos humanos.

Al mismo tiempo, la ve como un baluarte para conseguir una delimitación


mínima común para las prácticas biomédicas. Sin embargo, y si bien
considera que “la mayor parte de la gente asume como un hecho
empírico que los seres humanos tienen una dignidad intrínseca”,
reconoce que “el fundamento último de la dignidad humana sólo puede
ser metafísico o teológico”.

Otros pensadores disienten. En las antípodas se encuentra Ruth Macklin,


quien sostiene que el de dignidad humana es un concepto inútil, pues “no
significa más de lo que ya contiene el principio ético del respeto de las
personas”.

Para esta autora estadounidense, “la noción podría ser simplemente


abandonada sin perderse nada”. A lo que parece responder Kurt Bayertz:
“Si la noción de dignidad humana fuese abandonada, sería necesario
substituirla por otra semejante para mantener nuestra civilización”.

Advierte el alemán Dieter Birnbacher (citado por Andorno) que “se abusa
a menudo de esta noción como argumento fácil y rápido (knock-out
argument) para criticar prácticas como la clonación o la ingeniería
genética”. De esa manera, aduce, se evita ingresar en el debate de
fondo.

Andorno se hace cargo de éstas y otras objeciones, pero considera


que no hay cómo sustentar los derechos humanos sin el cimiento de la
dignidad. Se lamenta, a su vez, de los efectos que, a su juicio, habrían
tenido las posturas derivadas del positivismo de cuño darwiniano. “El
borrado de los límites entre hombre y animal, alentado por los
descubrimientos genéticos, se usa en contra de la idea de dignidad
humana”, sostiene.

Se podría, sin embargo, a partir de las mismas premisas, llegar a una


conclusión diametralmente opuesta, y optimista. Si la noción de dignidad
humana fuera en verdad tan sólida, entonces la “animalización” de
nuestra especie podría implicar que se traspasase a otras. De hecho, ese
efecto se ha visto, en ciernes en la segunda mitad del siglo XIX, en plena
construcción durante el XX, y de modo militante en el XXI.

Hoy, cada vez, somos más los juristas (y, en su medida, los
ordenamientos) que creemos que la noción de dignidad humana ya no
basta, y debe ampliarse a otros animales. Estas posiciones generan
desde las propuestas de reconocimiento (u otorgamiento) de derechos
propios a individuos de otras especies, hasta las opciones que llegan a
incluir a la Tierra o a la naturaleza como sujeto jurídico (caso, por
ejemplo, de la actual Constitución de Ecuador).

Dentro de la cultura de raíz bíblica, la dignidad humana estaría


relacionada con la consideración de Adán como hecho por Dios “a su
imagen y semejanza” (“betzalmenukidmuteinu”, en el texto hebreo del
Génesis). Esta particular creación implicaría, por un lado, un vínculo
único y especial con la divinidad, del que participaría todo miembro de la
especie, por el mero hecho de serlo. Por el otro, una tajante separación
del ser humano y “los animales”, que no disfrutarían de aquella similitud
de origen.

Esa noción de la reproducción de Dios en su obra predilecta, Adán, en


cuyo rostro el Señor se contemplaría a sí mismo por primera vez, y se
reconocería, parece haberse prolongado, a lo largo de los siglos, en el
pensamiento de raíz judaica. Así, por ejemplo, se lo puede rastrear en el
reconocimiento de la humanidad de los aborígenes americanos, por parte
de los teólogos-juristas españoles del siglo XVI, muchos de los cuales
eran probables o ciertos descendientes de israelitas (Bartolomé de las
Casas, Francisco de Vitoria, Melchor Cano, etc.).

Y persiste esa visión en exponentes de la filosofía más contemporánea


que tienen gran influjo de la tradición hebraica. Como Martin Buber y,
muy notablemente, Emmanuel Levinas. Este último es probablemente el
filósofo más importante de la segunda mitad del siglo XX para la temática
de base de los derechos esenciales del ser humano.

En la cultura grecorromana, en cambio, y muy particularmente a través


de la síntesis ecléctica de base estoica (con componentes platónicos y
aristotélicos) que se propaga (especialmente en los grupos intelectuales
y las clases dominantes) desde el siglo I a.C., el hincapié se hace en la
presencia de la razón (logos, ratio) como característica común de toda la
especie. Esta visión ya se nota en Cicerón, se presenta luego en Séneca
y otros pensadores, y plasma extraordinariamente en el emperador
Marco Aurelio (siglo II).

Esta línea de pensamiento, sobre todo en Roma, adquiere un bisel


notoriamente jurídico. Si el ser humano posee una razón común (logos
koinós), derivada de un entendimiento (noeros) característico de la
especie, entonces esa razón permite distinguir lo que se debe hacer y lo
que no. Esto, en definitiva, es lo que hace toda ley (nomos). Ergo,
existiría una ley común a la humanidad.

Claro que donde hay una ley, está presente una comunidad política
(polis). Es decir, que existe una ciudadanía (politeymatós) compartida
entre los miembros de nuestra especie. Que podría ser, así, concebida
como “el pueblo de todos los seres humanos” (ton anthropos pan
guénos).

El resultado fáctico final de esta corriente, fuerte al parecer en la escuela


de juristas que trabajaron al servicio del Principado desde Antonino Pío
hasta los primeros Severos, habría sido la Constitución (o Edicto) de
Caracalla (212). Dicha disposición otorgó la ciudadanía romana a casi
todos los libres que estuvieran en el territorio imperial.

La antigua tradición germánica trae, a su vez, la noción de Wirdi, término


arcaico del que deriva, por ejemplo, el alemán actual Würde, que suele
traducirse como “dignidad”. La idea es completamente diferente, en sus
orígenes. Sólo se reconoce Wirdi al guerrero. El destino está prefijado: a
unos toca vivir más, a otros morir antes. Pero lo importante es caer
luchando, mirando a la muerte de frente.

El guerrero que mata a otro en combate, sabe que el vencido será


llevado por las valquirias al Asgard, la ciudad de los dioses. Allí pasará el
tiempo en el Valhalla, con Odín, o en el Fólkvangr, con la diosa Frey. En
ambos salones festejará, entre comidas, bebidas y canciones, mientras
se entrena militarmente.

Cuando al que lo mató le toque caer a su vez, llegará al Asgard y se


encontrará con su derrotado. Celebrarán juntos y practicarán el combate.
Ambos serán Einherjar, guerreros caídos en gloria. Y un día llegará el
Ragnarök, cuando las fuerzas del dios maligno Loki se desaten.
Entonces, todos los Einherjar lucharán del lado de Odín, en esa guerra
final… Y perderán, para que todo pueda volver a empezar.

Esa visión de la dignidad como un atributo del guerrero, va a sobrevivir,


mutada, tras la conversión de los pueblos germánicos al cristianismo. Se
la va a notar en las tradiciones medievales y en las normas de la
caballería. Por ejemplo, en lo atinente al tratamiento de los vencidos en
combate.

En fin, desde el punto de vista europeo, todas estas tradiciones alrededor


de la dignidad humana se fueron amalgamando, alrededor de la
cosmovisión cristiana, durante la Edad Media.
Etimológicamente, el sustantivo dignitas del latín clásico (acentuación
esdrújula), se vincula con el verbo deco, que conlleva el sentido de
“colocar las cosas en el lugar correcto” (de donde deriva la semántica de
“decorar”). Y éste, a su vez, surgiría de la raíz proto-indoeuropea dek,
que implica algo así como “tomar lo que a uno le corresponde”
(relacionado, por ejemplo, con el inglés actual totake).

La semántica etimológica estaría relacionada, entonces, con un “tomar-


recibir”, dentro de la comunidad, aquello (estatus, derechos, bienes) que
a cada cual corresponde. Entonces, al agregársele el adjetivo “humana”,
se estaría asumiendo la existencia de una serie de atribuciones que
“corresponden” a todo miembro de la especie, por el solo hecho de serlo.

La introducción de concretas referencias a tales atribuciones (que


tenderían a superponerse con los objetos de los derechos
fundamentales) en los ordenamientos, se produce a partir de la visión
racionalista cartesiana. Ésta, desde Gotfried Leibniz y Samuel Pufendorf,
pretende construir sistemas normativos geométricos, atemporales y a-
espaciales (perfectos), basados en axiomas.

Las atribuciones vinculadas con la dignidad serían, justamente, esos


axiomas, derivados del principio básico (Pufendorf) de la sociabilidad
natural de nuestra especie (desarrollado como oposición al homo homini
lupus de Thomas Hobbes). Aparecen expresados en la Declaración de
Independencia de las colonias inglesas de Norteamérica (1776), como:
igualdad, vida, libertad y búsqueda de la felicidad. Luego, plasman en la
Declaración post-revolucionaria francesa, y de ella pasan, por primera
vez, a los textos constitucionales.

Desde entonces, se mantendrán dos tendencias paralelas: Por un lado,


seguirán emitiéndose declaraciones que se trasladarán, en el siglo XX, al
ámbito internacional (característicamente, la de las Naciones Unidas en
1948, muy derivada de las atrocidades del nazismo y el Pacto de San
José de Costa Rica de 1969) donde se coloquen como centro esas
atribuciones, y otras que se van agregando. Por el otro, se dotará a las
constituciones políticas, que se generalizan desde el siglo XIX, de
preceptos que proclamen y amparen el goce de aquellas atribuciones
inherentes a la dignidad humana. A partir del siglo XX, prácticamente no
faltan esas disposiciones en ningún texto constitucional. Emblemática, la
Constitución alemana de 1949, trae el artículo 1 que expresa: “La
dignidad humana es inviolable. Respetarla y protegerla es el deber de
cualquier autoridad estatal”.

Una tercera vía, más tímida, pero que viene haciendo eclosión desde
fines del siglo XX, es la de la introducción explícita de aquellas
atribuciones, y de la dignidad misma, en los códigos civiles. Un ejemplo
es el argentino, cuyo texto de 2015 dice (art. 51): “La persona humana es
inviolable y en cualquier circunstancia tiene derecho al reconocimiento y
respeto de su dignidad”.
 

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