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Conexiones Mafiosas

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Prólogo de libro

Hace 12 años Clara Szczaranski denunció falta de leyes


contra el crimen organizado
Clara Szczaranski 03/01/2021 - 08:53

En 2008 se publicó el libro Conexiones mafiosas. El crimen organizado a las puertas de


Chile, del periodista y colaborador de INTERFERENCIA Manuel Salazar. En el prólogo la
ex presidenta del Consejo de Defensa del Estado (1996-2005) realiza una fuerte crítica a
las falencias legales que permitían -y todavía permiten- la expansión de estas redes en
todos los ámbitos del quehacer nacional.

Manuel Salazar abre, en este libro, una ancha ventana sobre la realidad
delictual de nuestros días. Desde su atalaya, muy elevada por el inmenso cúmulo
de información reunido, podemos comprobar el carácter histórico del delito y
la aguda capacidad de adaptación de sus autores. Para quienes “seguimos” el
fenómeno criminal desde cerca y por largo tiempo, ese carácter histórico,
cultural, no es sorprendente. Lo sorprendente es percibir cuantas personas, y
autoridades llamadas en causa, lo ignoran. 

Hoy, ciertamente, no se asalta la diligencia del oro a caballo, ni se trafica en


los Estados Unidos con el alcohol. El delito moderno usufructúa de la amplitud
de los mercados, de los avances tecnológicos, de las fronteras abiertas y de la
profusión de posibilidades de comunicación instantánea y anónima. Mercados
sin límites geográficos, hemos dicho, van a la par de crímenes sin fronteras. Es,
simplemente, otro aspecto de la globalización, y es natural que así sea.
Asimismo, es natural y necesario que el moderno crimen, dedicado a los
tráficos de grandes volúmenes, que tiene como mercado el planeta, requiera
estructuras organizadas de gestión y aportes de capital importantes. 

El mundo actual ha desplazado al sujeto aislado, al individuo persona natural, de


los grandes eventos económicos, lícitos o ilícitos. Sólo las organizaciones,
blancas o negras, empresas propiamente tales u organizaciones criminales, son
capaces de utilizar las ventajas del mundo actual, en que la distancia no existe.
Sólo la organización y la pluralidad de sujetos pueden cubrir operaciones
complejas que deben atravesar fronteras, burlar o comprar controles y llegar
al usuario fragmentado en miles de personas, en cualquier calle de cualquier
ciudad, o llegar a tiempo a la clínica especializada para entregar un riñón,
córnea u otro órgano humano malamente habido.

El trabajo objetivo y acucioso del autor de este libro puede hacer posible
-sobre todo para quienes tienen poder y voluntad decisivos- la consideración
del delito como un fenómeno social, que responde a los tiempos; su
entendimiento como un aprendizaje en el contexto social. La criminología
crítica –pese a la rigidez de la dogmática penal e la inercia judicial- ha
perfilado la llamada cuestión criminal, o el problema criminal, en su
integralidad,  aportando la identificación de nuevos bienes jurídicos y, sobre
todo, de nuevos sujetos activos de delitos propios de lo contemporáneo,
enriqueciendo al Derecho. Prescindir de sensibilidad jurídica al cambio del
mundo en que vivimos es una de las tentaciones a que aludía Rivacoba,
observando la ausencia de una verdadera política criminal en nuestro país, en el
que se legisla al son de las noticias, dando el mando a los eventos por sobre la
previsión y en el que es extremadamente difícil probar y hacer condenar a los
protagonistas del crimen organizado. 

Numerosos procesos judiciales sólo logran determinar hechos aislados y


algunas personas físicas involucradas, cada una por su cuenta, dejando
inadvertida la estructura dueña del negocio de que se trate y su poder de
acción y de corrupción. Así pasan, sin ser consideradas, distintas maniobras
monetarias, financieras y de gestión destinadas a colocar los dineros para
comprar el producto ilícito en su lugar de origen o de producción, y a
exportarlo, transportarlo o distribuirlo. Así también pasan, tampoco 
percibidas, complejas maniobras destinadas a encubrir el retorno de las
ganancias a los inversores-traficantes, autores mediatos, verdaderos dueños
de las acciones criminales.

Los delitos que acaparan la atención de los gobernantes y de los gobernados


son aquellos que cometen individuos humanos social, económica y jurídicamente
marginales contra la propiedad y las personas, delitos vistosamente criminales
y desvinculados de todo poder que no sea el de la fuerza física y el de la
violencia de la infracultura, que encuentra en el crimen un modo de vida.
Estamos llenos, al parecer, de psicópatas, desadaptados y antisociales. Y ellos
consumen nuestros esfuerzos contra el crimen.
Lo antes dicho no quiere decir que debamos desatender al crimen común e
individual, como el del asaltante de casas o personas, por cierto sumamente
dañino para cada afectado, y que, además, inseguriza a la población relacionada.
Sólo pretende llamar la atención sobre las ligas mayores, las que cometen los
delitos propios de los tráficos analizados por Manuel Salazar, delitos que, en
definitiva, lesionan el bien común masivamente y con efectos deteriorantes
sostenidos en el tiempo. 

Además, el accionar de las organizaciones criminales afecta directamente al


Estado de Derecho, en cuanto tal, por su fuerza criminógena y de corrupción,
sobreponiendo a las leyes vigentes otros códigos y poderes fácticos, borrando
certezas, seguridad e igualdad jurídica. Para mayor trascendencia del asunto,
el Estado ante esta clase de crímenes pierde, también, gobernabilidad y
eficacia, sobrepasado por esas fuerzas. Así, por ejemplo, no puede controlar
las piraterías varias, sobre todo en asuntos de propiedad intelectual, artística
o industrial, con el consiguiente desestímulo para la producción de estos bienes
culturales sin los cuales podemos sentir que crecemos, pero sin desarrollarnos.
Crecer y desarrollarse, como me señalaba un médico recientemente, son
conceptos bastante distintos: mejor un ser humano adulto de 1 metro 60,
armónicamente desarrollado que uno de 2 ó más  metros, pero retrasado en lo
motriz, lo intelectual o  afectivamente.

Por lo dicho, creo razonable llamar crímenes trascendentes a los delitos de los
tráficos organizados, materia del libro de Salazar –drogas, armas, personas,
órganos humanos entre otros-, y a los delitos que perpetran las empresas que
operan con productos y servicios lícitos de manera ilícita. Es el caso de las
corporaciones  -que prácticamente monopolizan este tipo de actividad
económica de envergadura- que dolosamente dañan el medio ambiente, la salud
pública, los derechos a la  salud y previsionales o al adecuado transporte
público, sólo por mencionar algunas áreas sensible. Tales lesiones, sin duda,
impactan a nuestro desarrollo colectivo en modo prolongado en el tiempo,
afectando  nuestro futuro como país y, tal vez lo peor en las democracias,
merman la confianza pública en las instituciones.

Hoy es menester dar espacio a la consideración de nuevos sujetos peligrosos:


organizaciones criminales y personas jurídicas, considerando, además, que las
organizaciones criminales también utilizan personas jurídicas para disimular su
operar. Estas entidades, plurales, organizadas y jerarquizadas, debieran llegar
a constituir el centro de atención de las modernas políticas públicas y,
particularmente, de nuestra política de Estado en lo criminal. 

No en todas partes el interés social y político por el fenómeno criminal ha sido


tan limitado como lo es en nuestro país. Sobre todo en el mundo anglosajón, se
ha dado constante atención a los delitos del crimen organizado, a los de cuello
blanco y al actuar ilícito de las empresas y del poder.

Instancias supranacionales europeas, por su parte, vienen observando el


fenómeno ya desde hace algunas décadas, y, sin abandonar los crímenes
tradicionales, buscan enfrentar nuevas  expresiones criminales, propias de los
tiempos. Los delitos o lesiones al sistema jurídico socioeconómico,
generalmente de cuello blanco, y los crímenes de las personas jurídicas y de los
poderes fácticos varios (organizaciones criminales, poder del dinero y  poder
político), son vistos –como decíamos- como daño y riesgo para la vigencia del
mismo Estado de Derecho y para la democracia, particularmente cuando la
reacción al moderno fenómeno criminal es a su vez demagógica y hasta
corrupta.  

Nos toca así, actualmente, en modo obligado, dirigir la mirada hacia estos
nuevos sujetos peligrosos, lo que no es fácil. No sólo los crímenes organizados
son más difícilmente visualizables, por la fragmentación de sus etapas y la
multiplicidad de sus agentes intervinientes, sino porque incluso se discute la
capacidad para perpetrar delitos de las personas jurídicas, ignorando que
varias se constituyen con el sólo propósito de delinquir triangulando
operaciones, como modernos palos blancos, y que operan en todos los ámbitos
con una propia impronta, con criterios  particulares y con voluntad propia. Son
sujetos de derecho válidos para todo, menos para enfrentar responsabilidades
penales como autores, cómplices o encubridores, aunque sí pueden ser víctimas
de delito. Este curioso “fuero” tiene raíces históricas y, en parte no menor, se
apoya en el falso credo que la pena se identifica del todo con la cárcel. En
realidad, penas aplicables a las personas jurídicas no faltan, como lo
demuestran otros países que las suspenden, disuelven, limitan, expatrian, entre
varias otras medidas de naturaleza penal y que apuntan al ente colectivo y no
sólo a sus miembros humanos, siempre reemplazables y utilizables como
fusibles.
De lo anterior deriva que nuevos delitos, en correspondencia con los nuevos
actores criminales, desplacen en impacto social a los tradicionales delitos de
estafa (en un sentido amplio) y a los de corrupción individual funcionaria, dando
paso a operaciones criminales mayores que suelen ligar la corrupción pública a
la privada, el poder económico con el político y el crimen organizado con
cualquiera de los anteriores según sus necesidades de tiempo y lugar. ¡Qué
amable escenario para el crimen organizado, siempre atento al devenir social y
las brechas que socialmente se van abriendo! 

Si estos asuntos alcanzan o deben alcanzar connotaciones penales o si quedan o


pueden quedar en la frontera administrativa, es un tema en discusión en el que
la cultura del país, y la política, son determinantes. 

En todo caso, en la moderna criminalidad, los derechos individuales van dejando


de ser los exclusivos y excluyentes objetos desarticulados de tutela penal a
que nos hemos habituado, y cobran creciente relevancia los sistemas, sus
seguridades y sus certezas, perfilándose importantes bienes jurídicos
colectivos y percibiéndose mejor la dimensión histórica y sociológica del delito.
Actualmente es un valor, por ejemplo, con sus particulares riesgos y lesiones, la
seguridad del tráfico económico internacional y, a su respecto, se levanta
entre otras pocas la barrera punitiva de la tipificación del delito lavado de
dinero. Este delito debe aún madurar en las conciencias de investigadores y
jueces.

Otros temas que se conectan con lo dicho y con el desarrollo de las tecnologías
y comunicaciones en el mundo sin fronteras y de mercados abiertos a que
estamos haciendo referencia, son los correspondientes a los paraísos fiscales
y, especialmente, el más emergente relativo a los paraísos penales: tierras más
allá de la jurisdicción llamada en causa, a las cuales se accede traspasando 
virtualmente, con sociedades y transferencias electrónicas, la  frontera del
país cuyo ordenamiento se infringió, siempre que se posean los recursos y
asesorías necesarios para ello. La criminalidad moderna, por sus recursos y por
las características de los sujetos que involucra, cuenta  con relaciones
transnacionales y con los conocimientos y asesorías necesarias para lograr
utilizar los vacíos del derecho público y toda posibilidad de desregulación para
soslayar las normativas internas, internacionales o extranjeras, colocando,
como decíamos, su escenario de acción no sólo en su país sede sino en el resto
del  mundo disponible.
El asunto se torna del todo factible si se consideran las posibilidades invisibles
que otorgan los opacos y anónimos desplazamientos bancario-electrónicos y las
desviaciones legal-societarias. Con esos instrumentos y los debidos recursos se
alcanzan los mejores “paraísos” del momento, aquellos que la conveniencia o la
necesidad de los Estados, postores ávidos de capitales, han creado. De hecho,
la opacidad del actuar ilícito de los nuevos sujetos peligrosos, su mejor
camuflaje, es alcanzado en el nivel transnacional y financieramente avanzado,
aprovechando anomias, tecnología electrónica, mercados abiertos y la inversión
de la relación mercado-Estado. Esta última es bastante dramática:  el Estado
“busca” capitales ofreciendo a las empresas ventajas no siempre convenientes
al bien común o a los plazos más largos de la historia humana, plazos que no se
nutren de criterios circunstanciales, portadores de pan para hoy y hambre
para mañana. 

Por lo demás, en el mundo actual, mayormente interconectado y liberal al que


estamos aludiendo, con sus mercados sin límites espaciales y que cubren los
más variados objetos, desde las cosas  materiales hasta cuotas de poder, los
ilícitos en referencia se tornan casi obligadamente en transnacionales,
aprovechando la libre circulación de los capitales y las rigideces
jurisdiccionales nacionales, gobernadas por el “principio de indiferencia” de
cada Estado por lo que ocurre en los otros. Lo anterior, según Ferrajoli,
colabora a la creación  de los paraísos penales aludidos. Ciertamente sólo con
poder, ya sea económico, de influencias o de información, se puede usufructuar
del amparo de las zonas extranacionales de anomia. Carecen de esa posibilidad
sofisticada, compleja, los delincuentes aislados y los que nada tienen. 

Pero, pese al espacio de impunidad y facilidades de infracción  que otorgan el


desarrollo económico y tecnológico y el fenómeno de la integración en el mundo
de hoy, curiosamente, es desde el mundo más avanzado y desde sus organismos
especializados  donde proviene la reacción más fuerte contra los delitos de
cuello blanco y, en general, contra los crímenes con pluralidad de sujetos
jerarquizados y compartimentados. 

Muchas son las convenciones europeas sobre delitos económicos, lavado de


dinero y crimen organizado. Es destacable, especialmente, la Convención de
Strasburgo, de 1990 (suscrita por los países europeos y, además, por varios
ajenos al Consejo de Europa, como Australia), que relaciona estrechamente los
delitos de cuello blanco con  los del crimen organizado. Crímenes
estructurados, como prefiero llamarlos para incluir, a la vez, tanto a los
clásicos delitos de las organizaciones criminales, cuanto a las personas
jurídicas que perpetran lesiones contra bienes jurídicos colectivos desde el
campo “normal de los negocios”, sin estigma.

Cada vez son más numerosos en el mundo los casos de empresas lícitas que
utilizan procedimientos ilícitos para optimizar sus ganancias o disfrazar sus
pérdidas, como adulteración de balances, administración desleal de patrimonios
ajenos,  infracción de los deberes de garante y, en general, abuso del derecho
y fraude a la ley, especialmente mediante la utilización bajo apariencia lícita de
los instrumentos legales, económicos y financieros. Basta recordar el caso
Enron. Es así como, por necesidad, se instala en la cultura de negocios y
administración de los Estados modernos un concepto avanzado de investigación
económica dirigido a la investigación patrimonial y a los nexos societarios.

Sin embargo, pese a la actualidad y gravedad del asunto, pese al  efectivo
“cambio de la cuestión criminal”, como destaca Ferrajoli, la sensibilidad y
reacción sociales frente a la globalización del crimen y a los nexos de éste con
los distintos poderes no están a la altura de la magnitud del problema. Esa
insuficiente percepción de la cuestión criminal relevante no ha determinado, en
muchos países, entre los que nos contamos,  cambios sustantivos en las
políticas públicas afectando seriamente  las posibilidades de tutela y de
garantía del interés social, en beneficio de unos pocos. Por lo demás, de
políticas públicas para el fenómeno criminal no se puede siquiera hablar, pues la
reacción al delito en países como el nuestro no pasa de ser un inconexo y
emocional aumento de penas o una reactiva y desarticulada creación de tipos
penales, que no incluye, en sus fundamentos, un análisis acabado del fenómeno
ilícito específico ni integral que se busca enfrentar.

Las investigaciones de Manuel Salazar sobre los diversos tráficos y sus


agentes u operadores, en el escenario antes descrito,  son muy oportunas y
contundentes y son un aporte considerable para un cambio en la visión pública
de este aspecto del fenómeno criminal. 

Es particularmente remarcable la adecuada organización de la información que


realiza el autor, su visión amplia y carente de prejuicios y, en este aspecto, es
notable su capacidad para distinguir, por ejemplo, el daño potencial que puede
derivar del  abuso o mal uso de algunas drogas, de las virtudes propias de esas
mismas drogas cuando son usadas para fines terapéuticos y bajo controles
adecuados, como es el caso de drogas requeridas por nuestro organismo en
ciertas circunstancias o culturalmente reconocidas por diferentes sociedades
o etnias.

En cuanto al título de la obra, temo que estos peligros no están ad portas: la


puerta está abierta, y sólo por razones de mercado y circunstanciales
desventajas comparativas, no la han cruzado aún en tropel.
Las redes de la mafia ítalo estadounidense
Manuel Salazar Salvo 07/01/2021 - 17:10

Esta es la segunda entrega de 24 capítulos de la investigación del periodista Manuel


Salazar sobre las organizaciones criminales alrededor del mundo, contenido en el
libro Conexiones Mafiosas, del 2008. En este artículo, el autor aborda la historia de la
organización criminal más emblemática de Nueva York, la Cosa Nostra.

Las cinco principales familias mafiosas de Nueva York, cabeza de la


denominada Cosa Nostra estadounidense, la más poderosa organización criminal
de los últimos 85 años en el mundo, está hoy en un silencioso proceso de
reestructuración luego de los sucesivos golpes dados por el FBI que llevaron a
sus principales jefes -los llamados “boss”, “underboss” y “consiglieres-, a
impenetrables cárceles o a suntuosas tumbas donde jamás faltan las flores.

Los clanes de las familias Bonanno, Gambino, Lucchese, Colombo y Genovese no


sólo han sufrido los embates de la justicia estadounidense sino que también
múltiples traiciones, “vendettas”, infiltraciones y sangrientas guerras con
otras agrupaciones delictivas en expansión que les disputan diariamente sus
territorios y mercados. Todo ello lo habían soportado durante décadas, pero
esta vez no consiguieron resistir la pérdida de una de sus más grandes
tradiciones: el quiebre de la ley del silencio, la sagrada “omerta” que habían
jurado respetar.

La mayoría de los herederos de los primeros cinco padrinos que formaron en


1931 “La Comisión”, por instancias del legendario “Lucky” Luciano, hoy están
muertos o presos: Joel Massino, (jefe de los Bonanno); Peter “Junior” Gotti (de
los Gambino); Vittorio Amusso, (de los Lucchese); Carmine Persico Jr., (de los
Colombo); y Vincent Gigante (de los Genovese).

[A continuación se mostrarán imágenes crudas que pueden herir la


susceptibilidad de algunos lectores]
Joseph Bonanno y Joel Massino.

Uno de los más famosos y respetados, “il capi di tutti capis” Joe Bonnano, fue
inmortalizado por Francis Ford Coppola y Mario Puzo en la trilogía fílmica de
“El Padrino”, (aunque algunos observadores de la mafia sostienen que el
personaje corresponde a Carlos Gambino), donde Marlon Brando imitó casi a la
perfección su voz ronca y su gusto por los gatos, los anillos de diamantes y los
cigarros cubanos.

Carlos Gambino y Peter Gotti.


Bonnano, quien decía oponerse al tráfico de drogas y a la prostitución, dirigió y
controló con mano de hierro a la Cosa Nostra desde fines de los años 40 hasta
promediar la década de los 60, cuando otras familias comenzaron a disputarle
el poder y las calles de Nueva York, Chicago, Kansas, Detroit, Denver, Phoenix
y  otras ciudades se llenaron de sangre y cadáveres. Joe decidió retirarse en
1968 y se trasladó a vivir a Arizona, donde falleció naturalmente a los 97 años
de edad, en mayo de 2002. 

Un nuevo negocio

A comienzos de la década de 1970, tras conseguirse un relativo armisticio


entre las familias mafiosas, los jefes de recambio decidieron involucrarse
mucho más activamente en un nuevo gran negocio: el tráfico en gran escala de
cocaína y heroína, cuyo consumo masivo se expandía como la espuma desde
California hacia todos los confines de Norteamérica. 

Tommy Lucchese y Vittorio Amuso.


Joe Colombo y Carmine Pérsico.

Hasta ese instante y desde comienzos del siglo XX se habían dedicado


preferentemente al juego ilegal y clandestino, al control de los sindicatos del
transporte terrestre y marítimo, a la usura y a la protección pagada, a la
prostitución y a las inversiones inmobiliarias, al manejo de clubes nocturnos y al
control de algunos rubros productivos tan variados como las lavanderías, la
fabricación de quesos y el comercio de pescados.

Vito Genovese y Vincent Gigante.


Algunos capos y consejeros jóvenes, sin embargo, lograron convencer a sus
mayores para contratar más abogados y expertos en finanzas que les ayudaran
a diversificar las inversiones, a ingresar en los negocios emergentes y 
penetrar con mayor decisión en los círculos del poder político. Fuertes sumas
de dinero fueron dirigidas entonces ya no sólo a policías y jueces, sino que
también a políticos y funcionarios públicos, a los medios de comunicación y a los
cabilderos profesionales.

Lucky Luciano.
En pocos años consiguieron eludir los controles fronterizos y establecer
numerosas rutas que actuaron como un gran puente triangular entre los
proveedores de drogas de Bolivia, Colombia y México, y los ancestros
familiares en Italia, de donde traían la heroína proveniente de Oriente y
llevaban cocaína para distribuir en Europa.
Toto Riina.

Grandes cantidades de dinero fresco obtenido en la venta de drogas en las


calles debieron ser “lavadas” de múltiples maneras y los clanes mafiosos
empezaron a incursionar en  nuevos rubros. La construcción y los negocios
inmobiliarios se transformaron en un sector preferido a fines de los años 70.
Así, crearon empresas que adquirían enormes extensiones de terreno y luego
conseguían que se modificaran las normas para el uso de los suelos.
Incursionaron también en ámbitos tan novedosos como el manejo de la basura y
las pujantes industrias de los fármacos y la bioquímica. Pronto, decidieron
sumarse a las especulaciones bursátiles y a las inversiones en el exterior,
creando sucursales “limpias” en todos los continentes y comprando bancos para
manejar sus cada vez más cuantiosos recursos.

En Italia, mientras, ocurrió algo similar. Desde los años 70 hasta comienzos de
los 90, la mafia siciliana impuso el terror con el gatillo y el bombazo. Dirigida
por Totó Riina, no dudó en asesinar al general Alberto Dalla Chiesa y a los
jueces Giovanni Falcone y Paolo Borsellino, en 1992, quienes habían encarcelado
a cerca de 500 “capi” y empezado a quebrar las reglas del silencio mafioso.
Tomasso Buseta fue uno de los “pájaros cantores” que sufrió el rigor de la
venganza: su esposa, sus dos hijos, y otros 33 familiares fueron asesinados sin
contemplaciones.

El asesinato de Giovanni Falcone y su esposa.

Huyendo del fascismo

Sicilia entera y Palermo en particular, reaccionaron ante la ola de crímenes


como nunca antes lo habían hecho, cansados de tanta sangre y dolor. Las
mujeres protestaron sacando las sábanas pintadas de rojo a las ventanas de
sus casas, en tanto los niños decidieron recuperar las estatuas, las plazas y los
edificios vacíos. En las salas de clases se colgaron los retratos de los
ciudadanos asesinados y los profesores se atrevieron a contarles la historia de
la mafia y de los dramas vividos durante siglos. En sus casas, los padres fueron
interrogados y avergonzados por sus hijos mientras la indignación se extendía
por Italia bajo el símbolo de las “manos limpias”.

La detención de Tomasso Buseta.

Los mafiosos comprendieron que debían cambiar sus estrategias, pero sus
redes invisibles se multiplicaron e incluso robustecieron. La detención de Toto
Riina, en enero de 1993, dejó a la cabeza de la Cosa Nostra siciliana a Bernardo
Provenzano, un hombre de rostro desconocido que vivía oculto desde 1963 y
que optó porque los nuevos negocios mafiosos pasaran lo más inadvertidos
posibles. Ello hasta que también fue finalmente arrestado, en abril del año
2006, conociéndose incluso parte de los vínculos que algunos de sus
lugartenientes habían establecido en Chile. 

Informes de las Naciones Unidas sostienen que en Italia existen en 2008


cuatro grandes asociaciones mafiosas: la Cosa Nostra siciliana o Mafia, con
unos cinco mil miembros organizados en pirámides que obedecían a comisiones
provinciales y regionales; la Camorra, que opera en Nápoles, Milán y La
Campaña, con unas cien familias y cerca de seis mil integrantes; la Sacra
Corona Unita, sólo en la zona de Puglia, con una 20 familias y poco más de mil
integrantes; y la Ndrangheta, con base en Calabria, compuesta por unas 200
familias, más de seis mil miembros y en clara expansión.

Viudas esperando en una calle de Palermo.

Benito Mussolini y los fascistas persiguieron y encarcelaron a miles de


mafiosos desde su advenimiento al poder en 1922, forzando a muchos a huir a
Estados Unidos. Durante la Segunda Guerra Mundial, el gobierno de
Washington decidió crear la Office of  Estrategic Services (OSS), antecesora
de la CIA, para ayudar a organizar la resistencia a los nazis en Europa y
preparar la invasión de Italia. La OSS y la Oficina de Inteligencia Naval (ONI),
recurrieron a los jefes mafiosos de Nueva York y Chicago para evitar los
sabotajes en los puertos locales, recabar información sobre Sicilia y vigilar al
creciente Partido Comunista Italiano. Indultaron a  Charles “Lucky” Luciano y
captaron a Meyer Lansky y Frank Costello, célebres gangster que se movían
entre Nueva York, Florida y La Habana. Los oficiales de la OSS y de la ONI
ofrecieron a cambio de esos trabajos el control del mercado negro de los
productos que Estados Unidos llevaría a Italia.

“Lucky” Luciano se abocó en la mitad de la década de 1940 a crear una red de


conexiones entre Sicilia  y traficantes libaneses y turcos para que lo
abastecieran de morfina, al mismo tiempo que junto a los agentes de la OSS
colaboró con el hampa china que dominaba la producción de opio y heroína
desde el denominado Triángulo Dorado, una región formada por las zonas
fronterizas de Tailandia, Birmania, Laos y la provincia china de Yunan. 
Los sicilianos protestan con sábanas pintadas.

Alfred W. McCoy, uno de los principales expertos de occidente en el tráfico de


heroína, sostiene en su libro The Politics of Heroin in South-East Asia, que
Luciano fundó una alianza crucial con la mafia de Córcega, liderando el
desarrollo de una vasta red internacional de tráfico de heroína con sede en
Marsella, la célebre “Conexión Francesa'”.

Más tarde, cuando Turquía decidió eliminar la producción de opio, se utilizó a


Luciano para contactar a mafiosos expatriados en Vietnam del Sur. Así se
estableció una casi  inexpugnable base de suministro y distribución que pronto
conduciría enormes cantidades de heroína asiática a las costas de California a
través de los militares que retornaban a casa, inició de la “cascada blanca” que
muy pronto invadiría a Estados Unidos.

Bernardo Provenzano.

Conexiones latinas
Diversos analistas del crimen transnacional han afirmado que la instalación en
Paraguay en los años 60 de una conexión latina de la mafia marsellesa, dirigida
por el francés Auguste Joseph Ricord y la llegada de una corriente migratoria
de chinos a comienzos de los años 80, son dos de las razones por las cuales
este país se transformó en un centro de negocios ilícitos de grupos mafiosos
que operan en el cono sur latinoamericano.

Ricord se formó junto a las bandas delictivas que nacieron durante la Segunda
Guerra Mundial y supo sacar provecho del reacomodo a que se vio obligado el
crimen organizado occidental luego de la caída del dictador cubano Fulgencio
Batista y de la erradicación del narcotráfico en La Habana. El francés se
asentó en 1947 en Buenos Aires y se dedicó a la trata de blancas para los más
elegantes prostíbulos de la región. Amparado por jefes policiales, protegido
por nazis y fascistas prófugos, el marsellés abrió un restaurante en las
cercanías del estadio de River Plate, que le sirvió como pantalla para sus
oscuros negocios y más tarde, en 1968, se instaló en Asunción, logrando
exportar a Norteamérica  más de cinco toneladas de heroína antes de ser
deportado en 1972  a Estados Unidos.

La heroína estaba inundando las calles de Nueva York, de Los Ángeles y de


otras ciudades norteamericanas. Era la misma droga que se había distribuido
en la guerra de Vietnam y que los traficantes buscaban colocar ahora en el
mercado estadounidense. Agentes antinarcóticos se topaban con partidas de
droga ocultas al interior de los cadáveres de los soldados que retornaban a su
patria para ser sepultados.

La Casa Blanca ordenó reprimir las nuevas redes de distribución y en uno de las
operaciones se detuvo en Río de Janeiro a Tomaso Buscetta, el ya mencionado
miembro de la mafia italiana que por esos años manejaba la conexión brasileña
de la Cosa Nostra siciliana. Buscetta también había instalado una amplia red de
contactos en Argentina a partir de 1949, la que se mantuvo operando hasta
bien avanzada la década de 1960, y a la que posiblemente se sumaron varios
chilenos.

En 1972 el mercado del tráfico de drogas demandaba un total de 600 millones


de dosis de cocaína y heroína en Estados Unidos y Europa, al doble del precio
de pocos años antes. Las ganancias eran similares o mayores que el juego
clandestino, actividad que en 1971 había reportado 50 millones de dólares a uno
de los jefes de la mafia, el estadounidense de origen judío Meyer Lansky, que
había sido uno de los príncipes de la mafia en la Cuba de Batista. 

En 1948 se contabilizaban en Estados Unidos 47 mil adictos a las drogas; 25


años después, en 1972, la cifra había aumentado a 300 mil.

Asesinato con una lupaza.

Las administraciones de los presidentes John Kennedy, Lyndon Johnson y


Richard Nixon habían emprendido una creciente guerra contra las drogas en el
territorio estadounidense y las familias de la mafia ítalo norteamericana
empezaron a sentir la presión de las diversas instancias policiales y judiciales. 

En Italia, en tanto, la mafia se incrustó en la expansión de la Democracia


Cristiana, partido que desde mediados de los años 50’ estaba creando una
nueva y poderosa clientela electoral sustentada en la colonización de todos los
cargos posibles en el gobierno, en los entes públicos y en las empresas
nacionalizadas. La corrupción se extendía hacia todas las esferas de la
península, principalmente a través de la construcción y de las obras públicas.

De ese período data el acuerdo entre los clanes mafiosos norteamericanos y


sus primos de Sicilia y del resto de Italia para transferirles la concesión del
tráfico de heroína y la búsqueda de nuevas rutas y contactos para la
comercialización de la cocaína que era producida en algunos países de América
del Sur. En los años siguientes, cargamentos cada vez más grandes de
clorhidrato de cocaína empezarían a salir desde Chile rumbo a Europa.

Crímenes en Palermo

Michele Reina, 47 años. (09.03.79)

Antonio Scardino, 14 años. (10.09.83)


Giuseppe Misuroto, 70 años. (13.04.83)

Rocco Chinicce, 49 años. (29.07.83)

Pietro paterno, 45 años. (28.11.84)


Carlos Palieri, 40 años. (02.04.85)

Paolo Semilla, 47 años. (13.05.86)

Matteo Zanca, 48 años. (26.11.86)


Antonio Scopelliti, 56 años. (09.08.91)

Libero Grassi, 45 años. (29.08.91)

Rosario Livatino, 38 años. (21.09.90)


Salvo Lima, 63 años. (12.03.92)
Las redes de producción de cocaína en Chile en las décadas
de los 60 y 70
Manuel Salazar Salvo 07/01/2021 - 21:54

Esta es la tercera entrega de 24 capítulos de la investigación del periodista Manuel


Salazar sobre las organizaciones criminales alrededor del mundo, contenido en el
libro Conexiones Mafiosas, de 2008. En este artículo, el autor aborda el detalle de los
protagonistas principales de las redes vinculadas a la producción de droga en Chile, y
también los vínculos y operaciones internacionales que la hicieron circular por varios
continentes.

El 4 de septiembre de 1970, mientras los chilenos concurrían a las urnas para


elegir al socialista Salvador Allende como nuevo presidente de la República,
tres sujetos se reunían en el bar “Los Peleadores”, en Brooklyn, Nueva York,
para acordar la hora en que un hombre rana se sumergiría en las frías aguas de
la bahía en busca de una bolsa de plástico que contenía 21 kilos de cocaína. La
droga sería arrojada por un compinche desde la cubierta del buque mercante
“Maipo”, perteneciente a los registros de la Compañía Sudamericana de
Vapores, CSAV, que había llegado poco antes procedente del puerto de
Valparaíso.

Nicodemus Olate Romero, alias “El Nico”, Mario Sepúlveda –cuyo verdadero
nombre era Víctor Armando Dragón Ramírez– y Luis Ampuero Otey, formaban
parte de una nueva red chilena tejida por el primero de los mencionados desde
fines de los años 60’ para traficar cocaína hacia distintas ciudades de Estados
Unidos, donde la comercializaban otros miembros de la organización
sudamericana.

La droga era producida en laboratorios instalados en ciudades del norte y del


centro de Chile, y embarcada periódicamente en diversas naves de la CSAV, en
cuya flota la banda contaba con tripulantes que servían de “burreros” y a los
que se les pagaba US$ 1.000 por cada kilo del polvo blanco que fuese
desembarcado sin problemas en los puertos del país norteamericano.

Los “cocineros” de cocaína, como se denominaba a los que fungían de químicos


para fabricar el alcaloide, eran Filiberto Olmedo Rojas, alias “El cara de
diablo”, y los hermanos bolivianos Jesús Felipe, Carlos Alejandro y Luis Berríos
Palza, quienes mantenían laboratorios en Arica, Andacollo, Limache, Algarrobo,
San Bernardo y Santiago, entre otras ciudades, y que no sólo abastecían a esta
nueva organización, sino que proveían de droga a los menos a otra docena de
distribuidores internacionales.

Filiberto Olmedo

En 1959, trabajando de taxista en Arica, Olmedo Rojas, había conocido a dos


ancianos, uno chileno y otro boliviano, que lo introdujeron en los secretos de la
producción de cocaína. Poco después fue contactado por Cristián Alvear, un
traficante santiaguino que enviaba importantes partidas de la droga al
exterior. A través de éste, “El cara de diablo” pudo vincularse a Jorge Marín
Flores, alias “El raja negra” y al Yayo Fritis, los dos más importantes
“movedores” de droga en el norte de Chile. Conoció también a los hermanos
Berríos, con quienes se asoció en la instalación y manejo de varios laboratorios
en la zona central durante casi toda la década del 60’.

Al promediar 1969, Filiberto Olmedo estaba instalado muy cerca del balneario
de Algarrobo, en un laboratorio oculto en una casa ubicada en el camino al
pueblo de San Pedro, donde podía producir cientos de kilos de cocaína al mes.
La droga se la entregaba a Marín Flores y a los Berríos, quienes a su vez la
distribuían entre los demás integrantes de la denominada “Hermandad de
Santiago”, grupo de traficantes que controlaba la distribución local e
internacional, y que dirigía el uruguayo Adolfo Sobosky Tobías, a quien se le
atribuye haber sido representante en Chile de Joe Colombo, el jefe por esos
años de la Cosa Nostra estadounidense, quien dirigía a las cinco principales
familias de la mafia en Nueva York desde sus oficinas ubicadas en Brooklyn.

Eduardo Fritis.

Operación conjunta

Lionel Tuckett y John Cipriano, dos agentes antinarcóticos estadounidenses,


vigilaban ocultos aquella madrugada del 7 de septiembre de 1970 las
evoluciones del hombre rana que rescataba la bolsa con 21 kilos de cocaína
lanzada al mar desde la cubierta del “Maipo”. Ellos ya tenían identificados a
algunos miembros de la organización chilena, pero querían cazarlos a todos y,
en la medida de lo posible, con las manos metidas en el polvo. En los días
siguientes, los policías siguieron de cerca los movimientos de los traficantes en
los suburbios de Brooklyn. Un segundo embarque llegó a los muelles
neoyorquinos en la misma nave, esta vez de 43 kilos de cocaína, a mediados de
noviembre de 1970. El cargamento tenía varios destinatarios: siete kilos eran
para Mario Sepúlveda; ocho kilos para Justo Quintanilla; dos para Amada
Ramírez Arcaya; cuatro para los hermanos Víctor y Martín Hernández, y
Madeline Pineda; y, el resto, para Nicodemus Olate.

Minutos después de cada una de las entregas, los agentes procedieron al


arresto de los traficantes. Todos eran chilenos, salvo un ciudadano
estadounidense, Celestino Valverde, quien había colaborado con el
financiamiento de la operación. En los meses y años siguientes, las autoridades
judiciales norteamericanas reunirían diversos  elementos de pruebas para
solicitar a sus colegas chilenos que procesaran y condenaran a los traficantes.
Esa fue la primera iniciativa formal conjunta entre ambos países orientada a
sancionar la producción y el tráfico de estupefacientes.

El grupo de chilenos implicado en el envío de cocaína a Brooklyn a bordo de


buques mercantes de la CSAV era sólo una de las bandas locales relacionadas a
esa actividad desde fines de la década de los 50’. Varias de ellas se habían
formado a partir de los vínculos establecidos por “lanzas” y carteristas que
viajaban a “trabajar” en Buenos Aires y en algunas ciudades italianas, donde
poco a poco establecieron férreos lazos de amistad e incluso de parentesco.

La mafia siciliana requería de nuevas rutas y correos para llevar cocaína a


Europa e internar heroína a Estados Unidos. Los argentinos, uruguayos y
chilenos dispuestos eran también hábiles falsificadores de documentos y
tenían la apariencia necesaria para no despertar sospechas en los puertos, en
las fronteras y en las aduanas.

En Chile, además, estaban los mejores químicos de la cocaína y no faltaban los


precursores para elaborar la pasta base de coca traída desde Bolivia. Aparte
del ya mencionado Olmedo Rojas, a quien incluso se le atribuye haber
conseguido producir clorhidrato de cocaína en un 100 por ciento, de los
hermanos Berríos y del “Chato Marín”, destacaba  el “Chino Wong”. Nadie
parece conocer el origen de las habilidades de estos químicos formados en la
práctica y con escasa educación, pero algunos viejos policías creen que los
maestros fueron unos hermanos de origen árabe de apellido Huassaf, naturales
de la ciudad de Ovalle, un inmigrante griego de nombre olvidado que se radicó
en Arica en 1960 y algunos inmigrantes alemanes conocedores de los secretos
de las pipetas y los precipitados.

Los que no aprendían, ufanos de sus blancas camisas de nylon traídas de Miami
al puerto libre de Arica, morían quemados cuando el roce de éstas provocaba
chispas que hacían explotar los gases de los laboratorios clandestinos
instalados en Quillota, La Calera, Quinteros y otras ciudades interiores de
Valparaíso.

Al llegar el hombre a la Luna, en 1969, en Chile existían numerosos laboratorios


artesanales donde se refinaba desde medio kilo de cocaína, hasta otros con los
instrumentos necesarios para producir decenas de kilos a muy alta pureza. A
comienzos de 1971, la Brigada contra Estupefacientes y Juegos de Azar,
BEJA, de la Policía de Investigaciones, informó que el número de laboratorios
detectados iba en aumento.

Juicios sumarios de guerra

Varios agentes antinarcóticos de Estados Unidos viajaron a Chile durante el


gobierno de la Unidad Popular para abocarse a la investigación de las redes
locales dedicadas a la exportación de cocaína, en conjunto con funcionarios de
la Dirección de Investigaciones de Aduanas, DIA, y del Consejo de Defensa del
Estado de Chile.

La periodista Alejandra Matus, en su investigación titulada  “El Libro Negro de


la Justicia Chilena”, reveló antecedentes hasta ese momento desconocidos
sobre los vínculos que mantenían algunos altos funcionarios judiciales de la zona
norte del país con las organizaciones dedicadas a la producción y al comercio de
cocaína.

Matus, quien debió asilarse en Estados Unidos luego de ser prohibido su libro
en Chile, entregó detalles sorprendentes acerca de cómo algunos traficantes
protegidos por jueces de la Corte de Apelaciones de Iquique trasladaban desde
Santiago grandes partidas de productos de primera necesidad obtenidos en el
mercado negro para intercambiarlos por pasta base de coca en Bolivia.

Pocos días después del golpe militar de septiembre de 1973, varios de esos
jueces, coludidos con militares de alto rango, ordenaron bajo la excusa de
juicios sumarios de guerra el asesinato de varios funcionarios de Aduanas y de
un abogado procurador del Consejo de Defensa del Estado de Iquique, quienes
habían recavado amplios antecedentes que comprometían a varios magistrados
y empresarios locales en las redes de la cocaína.

A los menos cinco de ellos fueron ejecutados en el centro de detención de


Pisagua, pese a los esfuerzos de abogados del CDE e incluso de algunos agentes
antidrogas de Estados Unidos que estaban en Chile. Casi al mismo tiempo, el
Departamento de Justicia norteamericano solicitó a las nuevas autoridades
militares chilenas, que encabezaba el general Augusto Pinochet, la expulsión de
una veintena de narcotraficantes, acusados de producir y comercializar
cocaína.

Los requeridos y rápidamente expulsados fueron Carlos Alejandro Baeza


Baeza; Vladimiro Lenín Banderas Herreo; Jorge Segundo Dabed Sunar;
Eduardo Fritiz Colón (“El Yayo Fritis”); Francisco Jesús Guinart Moral (“El
Chato Guinart”); Jorge Rosendo Lazo Vargas; Oscar Humberto Letelier Buzeta;
Rafael Enrique Mellafe Campos (“El Ñato Rafael”); Nicodemus Olate Romero
(“El Nico”); Hugo Domingo Pineda Riquelme (“El Cachorro”); Sergio Napoleón
Poblete Mayorga (“El Pilolo”); Emilio Ascencio Quinteros González (“El Chico
Parola”), ranqueado por el FBI como el segundo “lanza” del mundo; Carlos Mario
Silva Leiva (“El Cabro Carrera”); Selím Valenzuela Galdámez (“El Turco”); el
argentino Juan Carlos Canónico Carrasco; Carlos Segundo Choi Ceballos (“El
Chino Choi”); Jorge Guillermo Marín Flores; Guillermo Antonio Mejías Duarte
(“El Toño”); Filiberto Olmedo Rojas (“El Tito”); la brasileña Enair Pucci Bertolo;
el uruguayo Adolfo Sobosky Tobías; y, Luis Rodolfo Torres Romero (“El Olfo”).
Pisagua, campo de prisioneros donde se asesinó a varios testigos claves de las redes del
narcotráfico en el norte de Chile.

Selim Valenzuela y Wladimir Banderas.


La mayoría de ellos, sin embargo, recuperó prontamente su libertad y viajó a
diversos países de América del Sur y de Europa para incorporarse a diversas
asociaciones dedicadas al tráfico de drogas y otros delitos. En Chile, mientras,
desde los servicios secretos del régimen militar y desde ciertas esferas
policiales se entregaron a algunos periodistas antecedentes que vinculaban con
el comercio de drogas al fallecido presidente Salvador Allende y a varios de
sus colaboradores en el gobierno de la Unidad Popular.

En el libro “Septiembre. Martes 11. Auge y Caída de Allende”, de los


periodistas Luis Álvarez Baltierra, Francisco Castillo y Abraham Santibáñez,
publicado el 4 de noviembre de 1973 por Ediciones Triunfo, se afirmó:
“Descubrimientos recientes indicaron que también altos dirigentes de la UP
estuvieron mezclados en el tráfico de estupefacientes. El nuevo director de
Investigaciones acusó a la administración anterior de su servicio de haber
recibido al menos treinta mil dólares mensuales para facilitar un corredor por
Chile de venta de narcóticos a Estados Unidos y Europa. El dinero obtenido se
empleó en la adquisición de armas”.

Antecedentes como este y otros similares se repitieron en los meses y años


siguientes en medios de prensa de todo mundo y también fueron recogidos por
investigadores del narcotráfico en algunos libros. No obstante, nunca se
comprobaron de manera fehaciente. Por el contrario. 

Pese al riguroso control de las fronteras y a la severa represión en todas las


actividades ejercida por la policía secreta de Pinochet, la Dirección Nacional
de Inteligencia, DINA, que comandaba el coronel Manuel Contreras Sepúlveda,
varios de los narcotraficantes expulsados del país en diciembre de 1973
volvieron a instalarse en Chile. Otros, que no habían sido tocados, no sólo
mantuvieron sino que ampliaron sus negocios con la colaboración de argentinos,
bolivianos, peruanos y, especialmente, italianos.

Los ejemplos abundan. En abril de 1974 fue detenida Vasilia Meneses


Contreras con dos kilos de cocaína que pretendía llevar a Estados Unidos. La
mujer sindicó a Mario Silva Leiva, “El Cabro Carrera”, como su proveedor. 
Mario Silva Leiva, "El Cabro Carrera".

Un mes después, en mayo de 1974, efectivos del recién creado OS-7 de


Carabineros, un grupo destinado en su origen a reprimir el narcotráfico, apresó
en la acomodada comuna de Providencia a Carlos Humberto Moya Salinas, alias
“Carlos La Pescada”. El acusado fue condenado a siete años de cárcel, pero
estuvo sólo seis meses en prisión y luego viajó a Bolivia. 

"Carlos La Pescada"
Trece años después, en mayo de 1987, fue arrestado en su elegante
departamento de Vía Tartini, en Milán. La policía italiana lo vinculó a la mafia
siciliana y lo acusó de distribuir drogas en diversos países de Europa.

En octubre de 1978, la policía de Investigaciones descubrió un laboratorio en


el balneario de Algarrobo, muy cerca de Santiago, e incautó 13 kilos de cocaína.
Los agentes estimaron que en ese lugar se habían procesado más de 400 kilos
de la droga. El principal detenido fue Waldo Gribaldo Álvarez, quien declaró
que “El Cabro Carrera” era el financista del lugar.

En 1980, siete años después de haber sido expulsado a EE.UU, volvió a ser
detenido en Chile el traficante Francisco Jesús Ginart. Se le incautaron más
de 45 kilos de cocaína. La policía desarticuló a tres grupos de narcotraficantes
que lo secundaban. Poco después se desmontaron cuatro laboratorios para
refinar pasta base de coca en Valparaíso y se arrestó a Sergio Ramírez y
Filiberto Olmedo, dos antiguos y muy conocidos “cocineros” de la droga, socios
también de Mario Silva Leiva.

Vínculos en Chile

En agosto de 1990 un accidente automovilístico ocurrido en la esquina de las


calles Alonso Ovalle y Nataniel, a metros de la hoy Plaza de la Ciudadanía de
Santiago, puso en alerta a la Brigada de Narcóticos de la Policía de
Investigaciones. Una de las víctimas de la colisión era Giuseppe Ciulla Salutte,
integrante de una familia mafiosa de Palermo, acusada de haber tenido a su
cargo durante varios años la introducción de morfina y heroína en  Milán y
cuyos miembros estaban en Chile desde fines de 1987. La mujer herida, esposa
del italiano, era la chilena Elena Guerrero Espinal, conocida como ‘‘La Canalla’’,
de largo prontuario en el tráfico de drogas local.
Presencia de mafiosos italianos en Chile.

Los policías sabían que los viejos capos criollos de la cocaína, expulsados de
Chile en diciembre de 1973, estaban regresando luego de establecer sólidos
contactos con las organizaciones de narcotraficantes de América y Europa. El
retorno de los jefes ocurría en los momentos en que los carteles colombianos
de Cali y Medellín sostenían una guerra implacable por el control del mercado
de drogas de Nueva York.  Los colombianos también negociaban con las mafias
europeas las condiciones para enviar cocaína a las costas de Portugal y de
Galicia, en España. 

En febrero de 1988, Pablo Escobar Gaviria se había reunido con miembros de la


mafia gallega en Brasil para sellar el pacto y además iniciar los cultivos de
adormidera -la planta de la cual se extrae la heroína- en las sierras y en los
valles andinos.

En enero de 1989, tras asentar las bases de operaciones y las redes de


distribución, los hombres del cartel de Medellín, dirigidos por Gustavo de
Jesús Gaviria, recogían paquetes de droga en algún punto de la frontera entre
Colombia y Brasil para arrojarla desde avionetas al mar cerca de la isla
venezolana de Margarita. De allí, la cocaína era transportada a las costas
portuguesas y luego en lancha hacia Galicia, donde la mafia gallega se
encargaba de introducirla en el resto de España.

Los Ciulla Salutte viajaron a Chile alentados por Elena Guerrero Espinal luego
de ser asesinado en Palermo el hijo mayor de la familia cuando abandonaba una
cárcel. A fines del 87 llegaron al aeropuerto de Pudahuel Pietro Ciulla y
Viscenza Salutte con sus hijos Giuseppe, Cesare y Salvatore. Este último
estaba casado con otra chilena, una hija de Oscar Guzmán Peña, prontuariado
como traficante de drogas.

En junio de 1992 la policía civil chilena recibió desde Italia una petición para
que fuesen detenidos Cesare y Salvatore Ciulla, acusados de haber introducido
600 kilos de morfina base y de heroína a ese país europeo. Los hermanos ya
habían desaparecido. 

Los detectives sabían que desde mediados de los años 80’ habían sido
detenidos en el exterior más de 200 correos o burreros chilenos. Y sabían
también que los financistas y mandantes de los arrestados, en muchos casos,
eran casi los mismos expulsados en 1973. 

En los meses siguientes, un grupo especial de detectives empezó a revisar las


listas de inversionistas que estaban ingresando a Chile. Las alertas rojas de
Interpol contenían decenas, cientos de nombres, de los representantes de las
mafias italoamericanas que estaban buscando nuevos mercados para sus
negocios.

Por esos mismos días, la Tercera Sala de la Corte Suprema tramitaba una
petición de la justicia estadounidense para que fuera extraditado desde Chile
el ex jefe de la Brigada de Asaltos de la policía de Investigaciones, el prefecto
Sergio Oviedo, quien había dirigido las pesquisas para identificar y detener a
los autores del atentado en contra de Pinochet realizado por el Frente
Patriótico Manuel Rodríguez en septiembre de 1986.
Sergio Oviedo, Estados Unidos pidió su extradición.

La Drugs Enforcement Administration, DEA, acusaba a Oviedo de “conspiración


para importar cocaína e importación de cocaína” a Estados Unidos. Los
antecedentes fueron examinados en primera instancia por el presidente de la
sala, el juez Enrique Correa Labra, y el fiscal del tribunal, Marcial García Pica,
quienes recomendaron no dar curso a la extradición. 

Oviedo recuperó su libertad en junio de 1992. Cinco años después, entre 1997
y 1998, al culminar la denominada “Operación Ana Frank”, que llevó a la cárcel a
Mario Silva Leiva y desbarató una amplia red de tráfico de drogas y lavado de
dinero montada en América y Europa, quedó en evidencia que el fiscal García
Pica era uno de los principales contactos del “Cabro Carrera” en los tribunales.
El mundo de narcotráfico, en realidad, parecía un pañuelo. 
Sospechosos vínculos entre funcionarios del Poder Judicial y los jefes del narcotráfico.

El narcotráfico en la hípica.
El debut de los colombianos en el tráfico de
estupefacientes
Manuel Salazar Salvo (*) 08/01/2021 - 22:13

Pablo Escobar Gaviria.

Esta es la cuarta entrega de 24 capítulos de la investigación del periodista Manuel Salazar


sobre las organizaciones criminales alrededor del mundo, contenido en el libro Conexiones
Mafiosas, de 2008. En este artículo, el autor aborda los factores que contribuyeron al
despegue del negocio de las drogas en Colombia y su vínculo con Estados Unidos.

En 1971 el gobierno colombiano decidió abruptamente cerrar las minas de


esmeraldas ubicadas en la región de Bocayá, al noreste de Bogotá, dejando con
los brazos cruzados a miles de trabajadores y aventureros que buscaban
enriquecerse rápidamente. Casi al mismo tiempo, desde la ribera atlántica de la
nación cafetera, en Barranquilla, al norte de Caraena, empezó a trascender por
la prensa la historia de unos señores costeños que hacían ostentación de su
riqueza. Ella provenía, según relataban, de la venta de una yerba que fumaban
los “gringos” y que se había puesto muy de moda en el país del norte hacia
finales de los años 60’.

Dos numerosas familias, los Dávila Armenta y los Dávila Jimeno, estaban
adquiriendo grandes cargamentos de marihuana y arrendando barcos para
enviar la yerba prensada hacia las costas de Norteamérica a través del Caribe.
Más al norte, los guajiros, un pueblo violento y afecto al contrabando
fronterizo con Venezuela, incursionaba también en nuevas formas de ganarse la
vida, empobrecidos por la recesión económica que azotaba al continente.

Los buscadores de esmeraldas se trasladaron a la sierra y empezaron a plantar


semillas de marihuana entregadas gratuitamente por los nuevos exportadores y
muchos contrabandistas guajiros se transformaron en “marimberos”, nombre
que se les dio a los tripulantes de las embarcaciones que llevaban la cannabis
hacia las costas de Florida.

En Estados Unidos, mientras, varios cientos de colombianos que habían salido


de su país en busca del sueño americano, empezaron a formar redes de
distribución junto a cubanos y otros latinos en las calles de las principales
ciudades de la costa atlántica norteamericana. Una encuesta ordenada por
Washington aquel año indicó que un tres por ciento de los adultos –unos 4,5
millones de personas– había consumido cocaína alguna vez en su vida. Por ese
tiempo, pequeños grupos de colombianos traficaban cocaína a Estados Unidos y
Europa, pero no la fabricaban. La adquirían a unos US$ 8.000 el kilo en los
países del Cono Sur –en Argentina, Chile, Bolivia y Perú–, donde se ubicaban los
laboratorios que refinaban la pasta base y producían un polvo blanco de altísima
pureza.

El colombiano Benjamín Herrera Zuleta, el denominado “Papa Negro de la


cocaína”, encarcelado en Atlanta en 1973, se fugó de la prisión y huyó hacia
Chile para ocultarse y restablecer contactos con algunos de sus proveedores
de droga. En Santiago alcanzó a estar sólo algunas semanas. El golpe militar lo
obligó a huir hacia Perú, donde nuevamente fue detenido en 1975 y deportado a
Estados Unidos. Manos amigas pagaron una subida fianza, recuperó su libertad
y a los pocos meses se transformó en el mayor distribuidor colombiano de
cocaína en ese país norteamericano.

En Medellín, capital de la provincia de Antioquia, Herrera Zuleta trataba con


Martha María Upegui de Uribe, la “Reina de la Cocaína”, que era secundada por
los hermanos Gilberto y Miguel Ángel Rodríguez Orejuela y por José Santacruz
Londoño, encargados de adquirir la droga en las bases operativas establecidas
en Chile y Argentina. Estos tres últimos muy pronto se transformarían en los
principales jefes del naciente Cartel de Cali.
Violencia cotidiana en Medellín

Miguel Rodríguez Orejuela

La “ventanilla siniestra”

Otros factores también contribuyeron al despegue del negocio de las drogas


en Colombia: la dictadura militar chilena extraditó a Estados Unidos a los
principales traficantes de cocaína y desarticuló las redes de distribución y los
laboratorios; Medellín y Cali estaban a mitad de camino entre los productores
de hojas de coca de Perú y Bolivia y el mercado estadounidense; Colombia tenía
un pasado de violencia, de contrabandos diversos y, por ello, de habilidades
para eludir fronteras y  controles; las leyes eran aplicadas –cuando ello
ocurría– por gobiernos débiles y casi ausentes en las zonas elegidas para los
cultivos ilícitos; y, finalmente, en todos los ámbitos empresariales y
comerciales, había hambre de divisas.

El gobierno del presidente Alfonso López Michelsen (1974-1978) creó la


“ventanilla siniestra” del Banco de la República, para captar sin ningún tipo de
preguntas los dólares que estaba produciendo la bonanza marimbera y el
contrabando de café. En 1975, un informe de la Dirección de Aduanas de
Colombia registró la matrícula de 64 buques dedicados al tráfico de marihuana
y la existencia de 131 pistas áreas clandestinas, muchas de ellas situadas en los
desiertos guajiros del norte.

La marihuana se cotizaba en Colombia a unos US$ 25 el kilo y un avión Douglas


DC-3, los preferidos por los traficantes para estos fines, podía despegar casi
de cualquier parte con un cargamento de 3.500 kilos.

Era tal el entusiasmo por la nueva exportación no tradicional que en 1978 López
Michelsen advirtió que los estadounidenses estaban protestando por la baja en
la calidad de la yerba. El tipo de marihuana más solicitado era la “Red Point” o
“Santa Marta Gold”, que los ambiciosos tratantes habían decidido mezclar con
otras sustancias para hacerla más rentable.

En California, en tanto, apareció la “sin semilla”, un nuevo tipo de marihuana que


los entusiasmados consumidores empezaron a cultivar hasta en los balcones de
los departamentos, siguiendo las instrucciones de manuales conseguidos sin
dificultades en el comercio. En México, mientras, las presiones de la Casa
Blanca habían obligado a las autoridades a fumigar y destruir las plantaciones
con desfoliadores como el Paraquat y el Glifosato.

Un nuevo presidente, Julio César Turbay Ayala (1978-1982), asumió el gobierno


en Colombia bajo una decidora consigna: “Reduciré la inmoralidad a sus justas
proporciones”.

En 1968, las reservas de divisas netas en Colombia fueron de US$ 35 millones.


Trece años después, en 1981, llegaron a US$ 5.630 millones. Sólo ese año la
“ventana siniestra” generó US$ 1.734 millones.
Cocaína, cuidadosamente envasada, rumbo a EE.UU.

Los temores norteamericanos en la revista Time

Trampolín en Bahamas

A los 25 años, el colombiano Carlos Lehder estaba preso en Connecticut, en


Nueva Inglaterra. Hijo de un ingeniero inmigrante alemán, había sido llevado a
Estados Unidos por su madre a temprana edad y tras ser violado cuando niño
por unos familiares, desarrollo una profunda aversión al país que lo acogía.
Ahora, en 1974, compartía celda con George Jung, un vendedor de marihuana
que mantenía una red de distribución en Los Angeles, entre los consumidores
de la industria del cine, del disco y de los espectáculos. Ambos escucharon
hablar del potencial que estaba adquiriendo el mercado de la cocaína y se
comprometieron a trabajar juntos al salir de prisión. Pocos meses después
estaban llevando cocaína en maletas y por medio de “burreros” hacia Hollywood
y su entorno, con pingües ganancias.

En 1975, Lehder compró gran parte de la isla Cayo Norman, en las Bahamas, a
unos 80 kilómetros al oeste de Nassau, y consiguió el apoyo del primer
ministro, Lynden O. Pindling, a cambio de un generoso pago mensual en dólares.
Las  Bahamas son unas 700 islas y más de dos mil islotes, muchos de ellos con
atracaderos protegidos y pistas aéreas casi naturales. Viejos contrabandistas
de ron conocían como sus manos esas comarcas marinas y sabían desde 1920
como ingresar cargas clandestinas a los cayos de Florida. Si uno traza desde el
norte de Colombia una línea recta hacia Florida y sus alrededores, es seguro
que tendrá que pasar por algún sector de aquellas islas, situadas
inmediatamente al noroeste de Cuba.

Era el lugar ideal para los proyectos de estos dos socios, cuya historia fue
contada pormenorizadamente  el año 2001 en la película “Blow”, dirigida por
Ted Demme, fallecido poco después víctima de una sobredosis, y con la
actuación de Johnny Depp, Penélope Cruz, Franka Potente y Jordi Mollá.

A comienzos de 1977, Lehder y Jung hicieron su primer gran negocio: un


embarque de 250 kilos de cocaína, suministrados por un nuevo proveedor en
Medellín: Pablo Escobar Gaviria, un antioqueño, hijo de un campesino y de una
maestra rural, que se había iniciado como carterista, ladrón de lápidas de
cementerios, secuestrador y ladrón de autos.

Escobar cayó preso y en la cárcel, la mejor escuela del delito, supo también del
negocio de las drogas. Al salir del presidio, en 1975, aprendió el oficio con
contrabandistas. Viajó como polizón en un barco con varios paquetitos de
cocaína que logró vender en Miami. Regresó a Colombia con 40 mil dólares. En
1977 ya había ganado su primer millón.

Lehder volvió a Colombia a comienzos de 1980 y se instaló en Armenia, su


ciudad natal. Regaló aviones y carros a los bomberos, construyó una sede a los
periodistas y levantó un centro turístico con una gran estatua de John Lennon
en el frontis. Formó un partido pro nazi, el Movimiento Latino Nacional, para
postular al Senado, y fundó su propio periódico. Admiraba a Hitler por haber
“exterminado a 21 millones de comunistas” y en diversos países tenía
depositada una fortuna cercana a los US$ 2.000 millones. Ya trabajaban con
Escobar, José Rodríguez Gacha, alias “El Mexicano”, y Jorge, Luis y Fabio
Ochoa, sus nuevos socios en el nuevo y pujante Cartel de Medellín.

Ese año, organismos internacionales calcularon que el mercado de la cocaína


movía en el mundo unos US$ 180 mil millones.

Fabio Ochoa Restrepo, al centro.

Fabio Ochoa hijo


Jorge Ochoa
 

El Cartel de Cali

Casi desde sus orígenes el Cartel de Cali tuvo una estructura muy jerárquica y
coordinada, al estilo de las familias mafiosas italianas, recomendada por
algunos amigos del Cono Sur y más propia a la idiosincrasia de los caleños y del
Valle del Cauca. En sus inicios, Helmer Herrera Buitrago, alias “Pacho Herrera”,
siguiendo el ejemplo de Benjamín Herrera Zuleta, organizó una red de
distribución en Nueva York para los hermanos Rodríguez Orejuela. La
“manteca” salía por Buenaventura y el Chocó, en la costa del Pacífico, al sur de
Panamá, y se almacenaba en bodegas ubicadas en Guatemala, Honduras, El
Salvador y México.

Helmer Herrera Buitrago


Inicialmente se abastecieron con pequeñas cantidades de pasta base llevada
desde las selvas de Huallaga y Tingo María, en el Alto Perú, hasta los
laboratorios de refinación en Putumayo, los Llanos Orientales y Caquetá, en el
norte del Valle del Cauca, donde se ha especulado durante muchos años que
químicos chilenos ayudaron a montar las primeras instalaciones.

Traficantes peruanos como Demetrio Limonier Chávez Peñaherrera, alias


“Vaticano”, y los hermanos Segundo, Nicolás y Adolfo “Cachique” Rivera se
convirtieron en los principales abastecedores de pasta base de coca,
despachando unas cuatro toneladas mensuales hacia la ciudad fronteriza de
Leticia, al sur de Colombia, desde donde eran transportadas por vía aérea hacia
los centros de acopio y producción.

En el Cartel de Cali varias empresas trabajaban de manera independiente, pero


con un núcleo central que actuaba como matriz conductora y que formaban los
hermanos Miguel y Gilberto Rodríguez Orejuela, José Santacruz Londoño y
Helmer Herrera Buitrago, todos familiares entre sí. En los años
inmediatamente siguientes controlarían la distribución de drogas desde Boston
a Houston, a lo largo de toda la costa atlántica norteamericana.

Gilberto Rodríguez Orejuela

José Santacruz Londoño


La industria se expande

A fines de 1980, Bradley Graham, periodista del diario Washington Post, abrió
una gran polémica al afirmar que los colombianos poseían pistas aéreas en las
Bahamas y privilegios en Panamá, bajo la protección del coronel Manuel Antonio
Noriega desde 1979. En el mismo artículo, aseguró también que miembros del
régimen de Fidel Castro participaban en el negocio.

En marzo de 1982, los jefes del Cartel de Medellín se reunieron con Noriega
para establecer una ruta alternativa a las Bahamas, asediada ya por la DEA, y
nuevas condiciones de resguardo. Los colombianos le hicieron una suculenta
oferta: US$ 10.000 por cada kilo de “nieve” movilizado y un 5% por cada dólar
lavado. Ese mismo año, a sugerencia de algunos integrantes de la mafia ítalo-
norteamericana, Escobar y sus secuaces dieron instrucciones para empezar a
cultivar amapola en las selvas del Putumayo y Caquetá, y producir heroína.

La Organización Mundial de la Salud, OMS, por su parte, informaba que en


1981, en Estados Unidos habían muerto 202 mil personas por sobredosis de
drogas.

Hasta 1983, Pablo Escobar logró esconder sus verdaderas actividades e incluso
consiguió un escaño como suplente en el Parlamento, en representación de una
corriente del Partido Liberal. Construyó viviendas sociales y dotó de
iluminación nocturna a las canchas de fútbol de las barriadas más populares. Su
carrera política, sin embargo, fue abruptamente interrumpida cuando el
ministro de Justicia, Rodrigo Lara Bonilla, lo desenmascaró públicamente y lo
obligó a abandonar las lides partidarias.

A fines de mayo de 1984, pistoleros del cartel de Medellín asesinaron a Lara


Bonilla, y se entregó a los medios de prensa la versión de que el ministro estaba
apoyando un tratado con Estados Unidos para extraditar a los
narcotraficantes.

En 1986, al asumir como presidente Virgilio Barco (1986-1990), Colombia


ostentaba la tasa de asesinatos más alta del mundo.

La ONU, por su parte, estimaba que un dólar gastado en hojas de coca se


transformaba en 300 luego de convertirse en cocaína. Ese año, un gramo de
cocaína al 65% de pureza se comercializó entre US$ 100 y US$ 120 en las
calles de Estados Unidos, donde llegaron 150 toneladas de la droga, el doble
que en 1985. El 80% de ella viajaba desde Colombia y Pablo Escobar ya había
acumulado una fortuna calculada en US$ 2.000 millones.

El negocio producía ganancias que ningún otro rubro igualaba. En enero de 1988,
en Bolivia se compraba el kilo de cocaína con pureza de 96% en US$ 7.000. A
Estados Unidos llegaba a US$ 80.000 el kilo. Era rebajada, por ejemplo con
lactosa, resultando dos kilos con 45% de pureza. Y así sucesivamente hasta
llegar a unos 16 kilos, con 5% de pureza. A US$ 120 el gramo, los US$ 80.000
se convertían en US$ 1.920.000. Y el volumen seguía creciendo. A fines de año
se calculó que la cocaína ingresada a los mercados norteamericanos había
superado las 300 toneladas: unas 120 por el Pacífico, unas 100 por el Caribe y
el Atlántico, y el resto por las más diversas rutas.

La búsqueda de Escobar

La sangre inunda las calles

En 1987 Colombia registró más de 2.500 homicidios, muchos de ellos cometidos


por cerca de 150 “grupos de autodefensa”, verdaderos escuadrones de la
muerte que asesinaban a miembros de la izquierdista Unión Patriótica, a
prostitutas, homosexuales, ladrones y vagabundos, según informaban el Comité
Colombiano para la Defensa de los Derechos Humanos y las agencias
internacionales de noticias acreditadas en Bogotá. Como en ningún otro país del
orbe, en los últimos cuatro años habían sido asesinados 70 jueces.

Al iniciarse 1988, pistoleros del Cartel de Medellín asesinaron a Carlos Mauro


Hoyos, el Procurador General de la República. Esposado y vendado, lo
ejecutaron disparándole en la cabeza bajo un árbol. En las horas siguientes se
difundió la existencia de un grupo autodenominado “Los extraditables”, que no
eran otros que los capos del narcotráfico, quienes se adjudicaron el crimen.
“Preferimos una tumba en Colombia a una cárcel en Estados Unidos”, afirmaron
desafiantes.

El cadáver de un procurador asesinado.


Corría la sangre por las calles de Colombia, un país de 30 millones de
habitantes, donde más de 500 mil personas se dedicaban al tráfico de drogas,
dirigidas por unos 250 capos que poseían cada uno fortunas que oscilaban en su
mayoría entre los US$ 15 y US$ 200 millones en propiedades, y donde el
gobierno gastaba más de US$ 2.500 millones para tratar de contenerlos.

No obstante, el drama recién comenzaba. En los años siguientes, las calles de


las ciudades de Colombia se transformarían en las más peligrosas del mundo.
Los sicarios y el trotil impondrían la Ley del Talión y, a diferencia de las
tradiciones de las antiguas mafias occidentales, no se respetaría ni a las
madres ni a los hijos. Se avecinaba “la guerra de los carteles”.

Transporte de cocaína al interior del estómago.


Rafael Caro Quinteros Juan Ochoa
Los “Novios de la muerte” llegan a Bolivia en alianza con
militares y criminal de guerra nazi
Manuel Salazar Salvo 10/01/2021 - 06:00

Esta es la quinta entrega de 24 capítulos de la investigación del periodista Manuel Salazar


sobre las organizaciones criminales alrededor del mundo, contenido en el libro Conexiones
Mafiosas, de 2008. En este artículo, el autor aborda el arribo del narcotráfico en Bolivia,
enfocado en la cocaína, producto derivado de la coca, planta de uso tradicional en ese país.

En los comienzos del siglo XX, Bolivia era el principal productor de estaño del
mundo. Durante la Segunda Guerra Mundial, contribuyó a la causa aliada
vendiendo su mineral a un precio diez veces menor que el bajo precio de
siempre. Los salarios obreros se redujeron a la nada, hubo huelga y las
ametralladoras escupieron fuego. 

Simón Patiño, dueño del negocio, junto a las familias Aramayo y Hochschild,
pagaba US$ 50 anuales de impuesto a la renta. En las minas, en tanto, los
obreros indígenas morían como moscas con sus pulmones destrozados por el
polvo de silicio. En 1952, una revolución nacionalizó el poco estaño que quedaba,
pero esas minas y otras, más algunos cultivos básicos, siguieron siendo el
principal sustento del país.

La considerable población indígena mascaba hojas de coca como lo habían hecho


sus antepasados desde hacía siglos. En 1960, existían 3.030 hectáreas
sembradas, las que producían anualmente 3.368 toneladas de hojas de coca,
cifra que se mantuvo estable durante toda esa década.

Investigadores bolivianos que han analizado los primeros tiempos del


narcotráfico en ese país, coinciden en afirmar que numerosos pilotos
estadounidenses dedicados al contrabando entre las costas de Florida y
América del Sur, fueron los primeros en tratar de convencer a los grandes
agricultores de que el tráfico de cocaína era la fórmula para enriquecerse de
manera fácil y rápida.
Klaus Barbie.

Aquellos aventureros sugirieron a los hacendados interesados que, para tener


éxito, debían contar con el apoyo de los militares y así garantizar la seguridad
de los cocales y el tráfico expedito de las avionetas por los cielos altiplánicos
rumbo a Colombia, Brasil y Venezuela.

Uno de los contactados para impulsar la alianza fue el general de Aviación René
Barrientos, quien dio un golpe de Estado en 1964 y más tarde, en 1966, fue
elegido presidente. Su primera iniciativa fue inflamar el patriotismo y alentar
la antigua aspiración de recuperar el litoral perdido en la Guerra del Pacífico.
Anunció que un barco boliviano navegaría por los mares bajo los colores rojo,
amarillo y verde del emblema patrio, símbolo del pronto retorno a las riberas
del Pacífico.

Barrientos creó la empresa estatal Transmarítima Boliviana y puso al frente de


ella a un amigo personal: el ciudadano alemán nacionalizado boliviano Klaus
Altmann, falsa identidad que ocultaba al criminal de guerra nazi Klaus Barbie,
quien asumió también como asesor del Departamento IV del Ejército,
encargado de contrainsurgencia.

En América Latina soplaban vientos de revolución. Cuba, China y Vietnam


inspiraban a miles de jóvenes para tomar las armas en busca de cambios
sociales más profundos. La Agencia Central de Inteligencia norteamericana,
CIA, contactó a Barbie casi al mismo tiempo que Ernesto “Che” Guevara
ingresaba a Bolivia, a comienzos de 1967, con la intención de crear un foco
guerrillero en las selvas de Ñancahuazú. El Che no logró sus propósitos, pero
concentró todos los esfuerzos de Washington y de sus aliados en el continente
para impedir que iniciativas similares cundieran en Bolivia o en otros países de
la región. En los años siguientes, los regímenes militares y la Doctrina de
Seguridad Nacional inundaron América del Sur.

Las bases de la industria

En abril de 1969, Barrientos murió al estrellarse su helicóptero en un extraño


accidente, y tras una sucesión de gobiernos que vanamente intentaron
mantenerse en el poder, llegó al Palacio Quemado, en 1971, el coronel Hugo
Banzer, un descendiente de alemanes que mantenía estrechos vínculos con
oscuros personajes de Estados Unidos, Brasil, Argentina y Paraguay. En los
meses siguientes se nombró general y, con la entusiasta colaboración de Klaus
Barbie, empezó a organizar grupos paramilitares que protegieran la puesta en
marcha de la naciente industria cocalera.

Los grandes hacendados de Santa Cruz de la Sierra y del Beni, abandonaron los
recursos forestales, el petróleo y el azúcar, y optaron por las plantaciones de
coca, alentados por el explosivo incremento de los precios de la cocaína en
Estados Unidos.

A fines de 1975 se crearon varias comisiones secretas para organizar la


producción y el tráfico de cocaína, desde la disponibilidad de tierras hasta la
instalación de laboratorios y las rutas de comercialización hacia las naciones
del norte. La superficie de coca sembrada ya se había duplicado, y la
producción de hojas triplicado con respecto a 1965.

Inicialmente, los bolivianos intentaron ellos mismos introducir la cocaína al


mercado norteamericano, pero carecían de experiencia en el tráfico y en la
distribución, optando por trabajar con los colombianos y establecer una
asociación que se consolidaría en las décadas siguientes.

Al promediar 1977, las presiones estadounidenses para el retorno de la


democracia en Bolivia obligaron a Banzer y a sus aliados a convocar a
elecciones. La situación política y social era cada vez más explosiva y los
gobiernos se sucedieron sin lograr los apoyos necesarios para estabilizarse en
el poder.

Luis Arce Gómez.


El 1° de noviembre de 1979, el coronel Alberto Natusch Busch, ex ministro de
Banzer, dio un nuevo golpe de Estado, pero el Congreso Nacional resistió la
asonada y el oficial retornó con sus tropas a los cuarteles, luego de conseguir
que asumiera al frente del gobierno la presidenta de la Cámara de Diputados,
Lidia Gueiler.
La presidenta interina convocó a elecciones para el 29 de junio de 1980. Tres
semanas antes, su primo, el general Luis García Meza, la urgió a nombre de la
Junta de Comandantes de las Fuerzas Armadas para que suspendiera los
comicios. En los primeros días de junio,  el vocero de la Casa Blanca, Hodding
Carter, había dicho en Washington que ‘‘en Bolivia se está gestando un golpe de
Estado para impedir las elecciones porque los militares temen que un
presidente civil ponga al descubierto el gigantesco tráfico de cocaína al que
muchos de ellos están directamente vinculados’’.

Las elecciones se realizaron el 29 de junio y el 11 de julio se anunciaron los


resultados provisionales que dieron como estrecho ganador a Hernán Siles
Suazo. No obstante, la escasa diferencia obligaba al Parlamento a decidir quién
ocuparía la casa de gobierno. El 17 de julio de 1980, un cruento golpe de Estado
abortó el retorno a la democracia y la Junta de Comandantes nombró al general
Luis García Meza como el enésimo presidente de facto del país. Nueve días
después el embajador de Estados Unidos abandonó el país y las relaciones
diplomáticas con la Casa Blanca quedaron rotas. Los barones del narcotráfico
habían llegado al poder.

Luis García Meza.

Amigos, primos y hermanos

El general García Meza era amigo íntimo del principal productor de cocaína de
Bolivia, el empresario Roberto Suárez Gómez, de 41 años, originario de la
región del Beni, descendiente directo de Nicolás Suárez, conocido en Europa
como uno de los pioneros de la industrialización de la goma, y quien encabezaba
una entidad conocida como “La Cooperación”, la que cobijaba a los principales
capos del narcotráfico. 

García Meza fue convencido de dar un golpe de Estado en una reunión que se
celebró en Santa Cruz, en la casa de Sonia Atala, donde los grandes
traficantes ofrecieron un financiamiento de cuatro millones de dólares. En esa
cita participaron José Paz, prominente figura de la mafia; Edwin Gasser, dueño
del mayor ingenio azucarero del país, dirigente de la Liga Anticomunista
Mundial (WALC); y, Pedro Bleyer, presidente de la Cámara Industrial de Santa
Cruz.

Una de las condiciones para financiar el golpe fue la designación del coronel
Arce Gómez, primo hermano de Roberto Suárez, como ministro del Interior,
quien les había propuesto proteger la impunidad de sus operaciones a cambio
de un pago quincenal de 75 mil dólares por grupo, además de un impuesto de 40
dólares por tambor de hoja de coca vendido a los traficantes por los
campesinos de las zonas productoras.

Golpe militar en Bolivia.

Arce también dispuso la prohibición de venta directa de coca de los campesinos


a los traficantes con lo que el Ministerio del Interior pasó a ser intermediario
obligatorio. Por ese tiempo, la tonelada métrica de hoja de coca acondicionada
en barriles se vendía a tres mil dólares.

Años después se sabría que aquella asonada recibió el apoyo logístico de la CIA
-pese a la oposición de la DEA- y de los militares argentinos que deseaban
completar el mapa de las fronteras ideológicas en América del Sur.

Un mes antes del golpe había llegado a Santa Cruz de la Sierra, el neofascista
italiano Stefano delle Chiae para coordinar junto a Barbie a los grupos
paramilitares que durante la semana que siguió al levantamiento de García
Meza sumieron a Bolivia en un baño de sangre, persiguiendo, torturando y
asesinando a cientos de opositores.

El italiano había estado radicado en Buenos Aires, oculto bajo la falsa


identidad de Vincenzo Modugno, luego de haber trabajado varios años para la
policía secreta del general Augusto Pinochet, la Dirección Nacional de
Inteligencia, DINA, que dirigía el coronel Manuel Contreras. En la capital
trasandina había establecido relaciones con militares argentinos y bolivianos
quienes lo convencieron para viajar a la nación altiplánica donde, le aseguraron,
se estaban concentrando las fuerzas que impedirían la extensión del comunismo
hacia el resto del continente.

Delle Chiaie y Cauchi.

En Santa Cruz, mientras, ya estaba instalada una organización semi secreta que
se hacía llamar “Los novios de la muerte” y que dirigía Joachim Fiebelkorn, un
alemán, ex miembro de la legión extranjera española, que procedía de Paraguay,
donde había dado muerte a un ex oficial de la SS nazi. El grupo lo integraban,
además, una variopinta muestra de la ultraderecha internacional: Herbert
Kopplin, ex SS, experto en armas cortas; Hans Jurgen, perito en explosivos;
Manfred Kuhlman, mercenario procedente de Rhodesia; Kay Gevinaer, chileno
alemán, técnico en electrónica; y, Hans Stellfeld, instructor militar, veterano
de la Gestapo, entre otros “especialistas” en guerra sucia.

Un dulce para la CIA

 “Los novios de la muerte” trabajaban para Roberto Suárez en la protección de


los cargamentos de drogas que salían hacia el norte y cuidaban que los
colombianos no se arrancaran sin pagar. Muchos lugareños los conocían como
“Las Águilas Negras”, pues las 30 avionetas de Suárez tenían dibujadas en sus
alas imágenes de esas aves depredadoras.

Los mercenarios pasaban gran parte de su tiempo en el restaurante “Bavaria”,


bebiendo en compañía de prostitutas llegadas de Alemania y de los países
vecinos, mirando películas pornográficas junto a oficiales de las tropas locales
y escuchando marchas nazis y franquistas que les recordaban las pasadas
épocas de esplendor. Todo ello pagado por los padrinos del narcotráfico.

Roberto Suárez.

Delle Chiaie estuvo en esa ciudad con ellos, pero se instaló finalmente en La
Paz, requerido como asesor por el Servicio Especial de Seguridad (SES) que
dirigía Barbie y que dependía del ministro Arce Gómez. Con el italiano estaba
otra pequeña jauría de “lobos grises”: el francés Jean Lecler, un torturador de
la Legión Extranjera; los neofascistas Pierluigi Pagliai, Sandro Saccucci y
Carmine Palladito; el mercenario africano Olivier Danet; los argentinos Alberto
Vilanova, Carlos Martínez y Roberto Correa; y el ex carabinero italiano,
vinculado a la mafia, Marco Marino Diodato.

En los meses que siguieron al golpe, García Meza y Arce Gómez convirtieron a
Bolivia en el portaviones de la cocaína. Miles de campesinos fueron obligados a
extender sus cultivos de coca para abastecer las necesidades de “La
Cooperación”. Los que se negaron a someterse a sus designios, fueron
diezmados sin piedad.
Cuando estas actividades escandalizaron a la DEA y al Congreso de Estados
Unidos, los narcotraficantes encontraron el modo de neutralizarlos y
entregaron a la CIA una fábrica clandestina de cocaína en la zona de
Huanchaca, en la selva de El Beni, cuya explotación le serviría para financiar
sus operaciones encubiertas en América Central. 

En esa tarea, la CIA se vinculó estrechamente a un emprendedor traficante:


Jorge Rocas, más conocido como “Techo de Paja”, quien trataba de expandir e
intensificar la producción de pasta base, construir laboratorios propios, y
anular el poderío de su tío, Roberto Suárez..

Una de las primeras medidas tomadas por el coronel Arce Gómez fue incluir a
los paramilitares en las planillas de pago del Ministerio del Interior. Después
reunió a los jefes de las cinco principales familias del narcotráfico y les
ofreció completa libertad a cambio del pago quincenal de US$ 75.000 a cada
una. Paralelamente, estableció un “impuesto” de 40 dólares por cada tambor de
hoja de coca vendido a los traficantes por los productores y siguió con el
control total de las transacciones desde el mismo Ministerio, que se
transformó en un intermediario obligatorio.  

Los Novios de la Muerte.

Los grupos de Fiebelkorn y Delle Chiaie dirigieron a cerca de 800 paramilitares


bolivianos y extranjeros que se transformaron en la guardia pretoriana del
“régimen de los cocadólares” y que no trepidaron en utilizar el terror para
imponer sus condiciones.
Reagan se ruboriza

En febrero de 1981, dos semanas después de la asunción del republicano Ronald


Reagan en la presidencia de Estados Unidos, el Departamento de Estado puso
tres condiciones para restablecer relaciones diplomáticas con Bolivia: un
programa de democratización del país, el recambio de los ministros vinculados
al narcotráfico y el control efectivo de la mafia de la droga. En agosto, García
Meza fue reemplazado por una junta militar que integraron los generales Celso
Torrelio, Waldo Bernal y Oscar Pammo.

Pese al aparente arreglo diplomático, en Estados Unidos, en Europa y en


diversos países latinoamericanos se inició una activa campaña de prensa para
revelar lo que estaba ocurriendo en Bolivia, comprometiendo a la mayoría de los
altos mandos de las fuerzas armadas del país.

“Traficando personalmente o proporcionando protección a los traficantes,


algunos oficiales han recibido millones de dólares”, informó The New York
Times  en su portada del 31 de agosto. Según el diario, los datos habían sido
proporcionados por fuentes diplomáticas y por agentes antinarcóticos, pero
más tarde se supo que las fuentes tenían domicilio en la Casa Blanca. 

Marco Merino Diodato.

Los acusados eran los generales Hugo Banzer Suárez, ex presidente de la


República; Luis García Meza; Waldo Bernal, comandante en jefe de la Aviación;
Oscar Pammo, comandante de la Armada;  Hugo Echeverría, delegado ante la
Junta Interamericana de Defensa; y, los coroneles Luis Arce Gómez, ex
ministro del Interior; Ariel Coca, ex ministro de Educación; Faustino Rico Toro,
director de la Escuela Militar; Norberto Salomón, agregado militar en
Venezuela; Arturo Doria Molina, comandante del regimiento Tarapacá; Alberto
Gribosky, comandante del regimiento Ingavi;  y, Rolando Canido, el ministro del
Interior vigente.
La elaboración y embarque de la cocaína en Bolivia estaba concentrada en
Santa Cruz de la Sierra, en la frontera con Brasil, y en total operaban cuatro
grandes grupos organizados: tres dedicados a la producción y exportación
ilegal y un cuarto que “quitaba” droga para luego exportarla, cobrando además
protección a las otras tres bandas. El grupo más antiguo era dirigido por el
general Hugo Banzer, y su zona de operaciones estaba localizada en las
pequeñas poblaciones de San Javier y Río Grande. Sólo en 1980 había
facturado 480 millones de dólares por la venta de 20 mil kilos de clorhidrato
de cocaína con una pureza del 99 por ciento.

El segundo grupo era dirigido por el coronel Arce Gómez y operaba en Okinawa,
Monte Verde y Perseverancia. Su producción de 1980 había alcanzado a los 30
mil kilos de cocaína y sus ingresos llegado a los 640 millones de dólares.

Un tercer grupo lo encabezaba el general Waldo Bernal y sus centros


operativos estaban en Yapacani, Puerto Virrarroel y Montero.

La organización más poderosa era la del general García Meza, el único que no
tenía producción propia. Su método de trabajo consistía en confiscar la droga a
los pequeños traficantes independientes y proteger a las otras organizaciones
asegurándoles impunidad a cambio de subidas cantidades de dólares.

Hugo Banzer.

Otro de los grandes traficantes de drogas era el comandante en jefe de la


Aviación, general Waldo Bernal, que había recibido pagos de hasta 100 mil
dólares por cada avión cargado de coca que salía hacia el exterior desde los
aeropuertos bolivianos. Sólo en el aeropuerto de San Cruz, ciudad de 300 mil
habitantes, operaban 25 compañías aéreas con un total de más de 160 aviones
de distinto tipo.

En 1985,  los observadores internacionales coincidían en que el problema de la


droga en Bolivia se resumía en tres razones principales: el poder de los
fuertemente armados narcotraficantes y de sus aliados, entre ellos algunos
importantes empresarios  bolivianos; el carácter altamente organizado de los
productores campesinos de coca y su determinación de defender el derecho a
cultivar coca; y, finalmente, la necesidad de obtener “cocadólares” para
mantener a flote la economía boliviana.

Banzer y Augusto Pinochet.

De las 3.030 hectáreas de coca sembradas en 1960 en Bolivia, en 1986 se había


pasado a 59 mil; y de 3.368 toneladas de coca originadas en 1960, a una
producción superior a las 132 mil. La enorme mayoría de los bolivianos, sin
embargo, seguían sumidos en la más dura de las pobrezas.
Las tríadas chinas cruzan los océanos
Manuel Salazar Salvo 11/01/2021 - 06:00

Esta es la sexta entrega de 24 capítulos de la investigación del periodista Manuel Salazar


sobre organizaciones criminales alrededor del mundo, contenido en el libro Conexiones
Mafiosas, de 2008. En este artículo, el autor aborda la presencia internacional de las
"tríadas chinas", organizaciones criminales de este país asiático cuya actividad delictual
abarca desde el tráfico de drogas hasta la trata de personas. 

No hay cifras exactas, pero se calcula que la diáspora china en el mundo


superaba en 2008 los 60 millones de personas, población inmigrante que
reporta legalmente a su país de origen cerca de US$ 20 mil millones al año. Las
principales colonias se ubicaban en Estados Unidos, con cerca de 30 millones;
Rusia, con más de 10 millones; y Alemania, con unos siete millones.

En 1994, según datos del Inmigration and Naturalización Service, INS, cien mil
jóvenes graduados en las universidades de ese país estaban inmigrando
anualmente a naciones de Europa y América, y sólo unos pocos retornaban a sus
provincias de origen.

En América del Sur, las comunidades chinas crecían con un dinamismo


inigualable: Brasil albergaba a unos 200 mil; Perú tenía ya una colonia que
superaba los 500 mil habitantes; en Paraguay vivían cerca de 40 mil; a Bolivia,
sólo entre los años 2000 y 2006, entraron más de siete mil; y, en Argentina,
había más de 50 mil chinos que copaban el rubro de los supermercados, con
unos cinco mil locales instalados, tres mil de ellos en Buenos Aires.

La inmensa mayoría de estos inmigrantes son personas honestas, que buscan


mejores horizontes para ellos y sus familias, que trabajan duro y que poco a
poco se ganan el respeto de las comunidades que los acogen.

No obstante, con ellos también viajan individuos ansiosos de lucros fáciles y


dispuestos a casi cualquier cosa para conseguirlo. Estos sujetos con frecuencia
pertenecen a las denominadas tríadas chinas, peligrosas organizaciones
criminales que se han extendido en las últimas décadas a todos los continentes.
Cabeza de una tríada en 1910.

A comienzos de la década de 1990, Interpol advirtió a su filial en Chile que las


actividades ilícitas más relevantes emprendidas por las tríadas chinas eran el
tráfico de heroína, la trata de blancas, la falsificación de tarjetas de crédito,
la extorsión, la usura y el contrabando. En los años siguientes, estas
agrupaciones mafiosas emprendieron un nuevo y muy lucrativo negocio: el
tráfico humano.

En 1994, las autoridades estadounidenses informaron que unos 100 mil chinos
al año estaban ingresando clandestinamente a ese país. Cada uno de ellos debía
pagar a las organizaciones que los transportaban entre US$ 20 mil y US$ 40
mil por el viaje. Por lo bajo, el tráfico de orientales al país del norte reportaba
a sus gestores cerca de US$ 2.000 millones al año.

Jefe de antigua tríada.


Una tríada de Shangai.

Símbolo de una tríada.

El origen

Las tríadas se remontan al siglo XVII. Surgieron durante la resistencia de los


súbditos de la dinastía Ming a los invasores mongoles que instauraron la
dinastía manchú. Eran sociedades secretas con rigurosas normas y códigos, que
se identificaban con un triángulo, símbolo de la trinidad formada por el Cielo, la
Tierra y el Hombre, el orden cósmico de los budistas. A ninguno de los
miembros de estas cofradías les era permitido llevar la coleta introducida en
China por los manchúes. Todos se dejaban el cabello largo, hasta la nuca, como
en los tiempos de los Ming. El tabaco, el alcohol y el opio les estaban
rigurosamente prohibidos. 

En 1911, el médico Sut-Yan-Sen, apoyado por el general Chiang Kai-shek,


consiguió finalmente derrotar a la dinastía manchú, fundó el Partido Nacional
Kuomintang (KMT) y formó el primer gobierno de la naciente república. Para
esa fecha ya había cerca de 35 millones de chinos que pertenecían a alguna
secta secreta, incluidos muchos de los nuevos gobernantes.

Transformadas en entes parecidos a las sociedades de socorros mutuos, y


ansiosas por conseguir financiamiento, las tríadas degeneraron en
organizaciones criminales y se instalaron en Hong-Kong, isla que prosperaba
gracias al comercio legal de opio establecido por los británicos luego de
imponer a China en el siglo XIX la entrega en concesión de ese territorio.  

El cuidado de las coletas.

En 1926, Chiang Kai-shek decidió unificar a China. Para ello requería destruir
los sindicatos comunistas de Shangai y lo consiguió aliándose con una de las
tríadas más poderosas: la llamada Banda Verde, que dirigía un chino llamado Tu
Yueh-shen. La matanza fue feroz, pero las ganancias óptimas: el poder político
para el general Chiang y el monopolio del opio y de la prostitución para la Banda
Verde, cuyo jefe fue nombrado general, director de cinco bancos y ejecutivo
de la cámara de comercio de la ciudad, en aquel tiempo dividida entre
británicos, franceses y chinos.

En la provincia de Cantón, mientras, otro jefe del KMT, el general Kot Siu-
wong, asumió la conducción de una tríada que tomó su nombre de la dirección
urbana de su cuartel principal: Sap Sze Ho N° 14. Hoy se llama simplemente
14K y es una de las más poderosas del planeta.
A comienzos de los años 30, el gobierno nacionalista chino creó un Comité para
la Supresión del Opio, una excusa para detentar el monopolio del comercio de la
droga y consolidar el poder de las tríadas.

La bonanza de las mafias chinas fue interrumpida por la invasión de los


japoneses en 1937, quienes ocuparon Hong Kong en 1941 y prohibieron el
comercio de opio. No obstante,  las tríadas pronto establecieron acuerdos de
mutua conveniencia con los ocupantes. A cambio de mantener el orden y hacer
algunas labores de espionaje, las pandillas pudieron manejar el mercado negro,
la prostitución y las drogas Cuando los británicos recuperaron la isla en 1945,
las tríadas estaban perfectamente organizadas y la policía diezmada por la
guerra. Cientos de mafiosos chinos se pusieron uniforme y llenaron las vacantes
en las filas de la ley. Ya habían aprendido a mutar como el virus de la gripe.

Alianzas anticomunistas

Un nuevo inconveniente para las tríadas surgió en 1947. Se llamaba Mao Tse-
tung y avanzó imparable hasta la victoria de los “rojos” en 1949. Chang Kai-
shek y sus chinos nacionalistas huyeron a Formosa (hoy Taiwan). Las tríadas
más importantes, como la 14K, la Banda Verde, la Banda Roja o la Chiu Chau, se
refugiaron una vez más en Hong-Kong. 

Allí, en 1950, Tu Yueh-sheng, el jefe de la Banda Verde, instaló el primer


laboratorio para producir heroína en gran escala y decidió extender sus
tentáculos a todas las zonas donde hubiera refugiados chinos. 

Aquel anuncio desató una guerra entre los grupos criminales y la Banda Verde
casi desapareció. La gran vencedora fue la 14K, que en 1955 intentó unir a
todas las tríadas bajo una bandera, desatando un nuevo enfrentamiento.

Los británicos, cansados del creciente desorden, crearon la Triad Society


Bureau, una sección policial especializada en el combate contra las tríadas. Al
promediar los años 50 habían arrestado a unos diez 10 mil chinos, la mayoría de
los cuales fueron deportados a Taiwan. Allí crearon otra sociedad secreta, el
Bambú Unido, que supo acomodarse con el gobierno y poner en marcha un nuevo
y prometedor negocio: el tráfico de heroína hacia Estados Unidos y Europa.
Para ello las tríadas enviaron químicos profesionales a la región donde se
ubicaban las mejores plantaciones de adormidera (planta de la que se extrae el
opio) del mundo, en el denominado Triángulo de Oro, una zona geográfica donde
convergen territorios que hoy corresponden a Laos, Tailandia y Birmania. El
sector era controlado por altos oficiales del Kuomintang que, apoyados por
Estados Unidos, combatían al mando de tropas irregulares contra la influencia
comunista en el sudeste asiático. A cambio de la capacitación química, los jefes
de las tríadas pidieron droga de alta calidad y a bajo precio.

Dos importantes “cabezas de dragón” de la tríada Chiu Chau, fueron los


hermanos Ma: Ma Sik-yu y Ma Sik-shun. Este último fundó, entre otras
empresas, el periódico en idioma chino de mayor tirada en Hong Kong, The
Oriental Daily News, de tendencia pro nacionalista. Los dos hermanos cumplían,
además, otras labores delicadas como miembros del servicio secreto de
Taiwán, a cargo de una red de espionaje en la región.

Policías protegen los juzgados de Hong Kong.

Al término de la guerra de Corea, en julio de 1953, Estados Unidos reemplazó a


Francia en Indochina y Washington creó un sistema regional de defensa
ideológico siguiendo el modelo de la OTAN. En septiembre de 1954, nació  la
Otase, que agrupó a Australia, Nueva Zelanda, Pakistán, Filipinas, Tailandia, el
Reino Unido, y Estados Unidos. Un mes después se completó el dispositivo con
un tratado bilateral de defensa entre Estados Unidos y Taiwan .

La CIA ayudó a formar los servicios de inteligencia de esos países y creó una
instancia de relación entre los partidos anticomunistas de la zona. Surgió
entonces en torno al mismo Chiang Kai-shek, una Liga Anticomunista de los
Pueblos de Asia, la  Asian People’s Anti-Communist League (Apacl).

En ella, además de Chiang Kai-shek, estaban Paek Chun-hee, futuro presidente


de Corea del Sur; Ryiochi Sasakawa, un criminal de guerra convertido en
millonario y benefactor del partido liberal japonés; el reverendo Sun Myung
Moon, fundador de la Iglesia de la Unificación; y el presidente de Filipinas,
Ferdinand Marcos, entre otros. Pocos años después, agregarían una sección
latinoamericana, a la que se sumarían el general paraguayo Alfredo Stroessner,
el general boliviano Hugo Banzer y otros oficiales de los regímenes militares
que estaban inundando el continente.

En su afán por detener el avance del comunismo, las agencias de inteligencia


estadounidenses, británicas y francesas, entre otras, facilitaron la instalación
de numerosas organizaciones criminales y terroristas que crecieron y se
extendieron en los años siguientes a todos los continentes.

Recordando a Chian Kai-shek.

Al otro lado de los mares

En tanto, Ma Sik-yu, a quien llamaban “Polvo Blanco” estableció también


contactos con la “Conexión francesa”, la red que desde Marsella proveía de
cocaína y heroína a la mafia ítalo-norteamericana de Nueva York y Miami. Uno
de los coordinadores de la ruta era Auguste Ricord, instalado por esos años  en
Paraguay.
Casualmente o no, el gobierno del general Stroessner , dictador en Paraguay
desde 1953, estableció estrechos vínculos con el régimen nacionalista del
general Chiang Kai-Shek, elegido presidente de Taiwan en 1950. De esa
relación surgió la idea de crear una corriente migratoria china hacia América
del Sur.

En 1975, tras la muerte del líder anticomunista chino, su hijo Chiang Ching-kuo
fue designado presidente en 1978. Cinco años después, en 1983, al discutirse la
sucesión de Ching-kuo, se mencionó el nombre del general Wang sheng, pero se
impusieron los equilibrios entre los clanes chinos y el militar debió esperar su
turno. Wang sheng fue enviado como embajador a Paraguay, donde al poco
tiempo elaboró un proyecto para instalar a cinco mil familias de chinos de
Hong-Kong en las húmedas tierras del Chaco paraguayo.

La iniciativa provocó la inmediata inquietud argentina. El diario La Nación  de


Buenos Aires dio cuenta editorialmente de su preocupación ante la noticia de
que no cinco mil sino 35 mil chinos de Hong-Kong iban a instalarse en el área
comprendida entre Ciudad Presidente Stroessner, en Paraguay; Puerto Iguazú,
en Argentina; y, Foz de Iguazú, en Brasil. “Motivo de inquietud es su lugar de
procedencia, Hong-Kong, donde el narcotráfico, además de otras actividades
ilícitas, se ha incrementado notablemente en los últimos años”, indicó el
periódico argentino en 1985, 12 años antes de que Hong Kong volviera al
dominio chino.

Temores en Argentina.
Temores en Argentina.

Temores en Argentina.
La tierra de los sueños

Muchos chinos soñaban con llegar a Estados Unidos, la tierra de las grandes
oportunidades. En 1882, el gobierno norteamericano promulgó una ley de
exclusión para ellos, situación que estuvo vigente hasta 1965, cuando se
autorizó el ingreso anual de 20 mil inmigrantes procedentes de Taiwán, Hong
Kong o China. El historiador Hung Hui sostiene que en 1940 había 77 mil chinos
en Estados Unidos; 150 mil en 1950; y 250 mil en 1960. De allí en adelante, el
número se multiplicó explosivamente.

Las principales comunidades se establecieron en San Francisco y en Nueva


York, en los legendarios Chinatown, donde no era necesario hablar inglés para
poder vivir.
Los inicios del barrio chino en Nueva York.

El barrio chino de San Francisco.

La instauración del comunismo maoísta y las guerras en el sudeste asiático,


provocaron una masiva emigración de chinos hacia occidente y, entre ellos,
viajaron también las tríadas, informadas ya del auge del consumo de drogas
registrado en Estados Unidos y Europa al promediar la década de 1960.

Al llegar los años 70, proliferaron las pandillas en los barrios chinos. Los
Fantasmas, Las Águilas Blancas y Los Dragones Voladores se disputaron la
supremacía en el Chinatown de Manhattan, donde hasta ese instante reinaban
las tong, nombre de las sociedades secretas donde se habían agrupado los
asiáticos para ayudarse entre sí y proteger a sus paisanos.
Simultáneamente, la promocionada imagen de Bruce Lee, un joven cultor de
artes marciales que se transformó en estrella de cine, encendió el entusiasmo
por el kung fu y fortaleció el ánimo de los nuevos inmigrantes.

Tras la abrupta muerte del “puño de dragón”, en julio de 1973, a los 33 años de
edad, cundió el rumor de que había sido envenenado por las tríadas por haber
revelado secretos ancestrales. Aquella versión adquiriría renovado vigor años
más tarde cuando su hijo, el actor Brandon Lee, muriera en 1993 en un extraño
accidente en un set cinematográfico.

No obstante, la guerra de las bandas chinas se extendió hasta los años 80,
cuando se establecieron las primeras alianzas con las mafias locales y los
temperamentales latinos que traficaban con marihuana y cocaína en las calles
de las principales ciudades norteamericanas.

Algunas tríadas consolidaron sus cabezas de playa en San Francisco y Nueva


York y establecieron las primeras rutas para llevar a sus “hermanos” y
parientes desde el Asia. Los carteles colombianos ya habían empezado a
plantar adormideras en la cordillera de Los Andes y era necesario apurarse si
querían controlar al menos una parte del nuevo y creciente mercado de la
heroína, la “china white” que ellos conocían tan de cerca.
Las rutas de la heroína (extracto de 'Conexiones
Mafiosas')
Manuel Salazar Salvo 12/01/2021 - 06:00

Mapa del tráfico

Esta es la séptima entrega de 24 capítulos de la investigación del periodista Manuel


Salazar sobre organizaciones criminales alrededor del mundo, contenido en el
libro Conexiones Mafiosas, de 2008. En este artículo, el autor aborda los cambios en el
funcionamiento de las organizaciones dedicadas al tráfico de drogas en las décadas de
1970 y 1980. El aumento de la producción de opio y la irrupción del consumo de heroína en
los países de occidente.

La invasión soviética de Afganistán, las prolongadas hostilidades en el Líbano y


los permanentes conflictos de baja intensidad en el Asia y en el Medio Oriente,
provocaron cambios importantes en el funcionamiento de las organizaciones
criminales dedicadas al tráfico de drogas en las décadas de 1970 y 1980. El
más notorio fue el asombroso aumento de la producción de opio y la explosiva
irrupción del consumo de heroína en los países de Occidente.

El opio es el látex seco de la adormidera (Papaver somniferum). Contiene


diferentes sustancias psicoactivas siendo la morfina (de Morfeo, dios de los
sueños) la más abundante. Otros alcaloides que posee la Papaver son la codeína,
la papaverina y la narcotina. Todas las partes de la planta (tallos, hojas y
flores) contienen morfina. Las cápsulas (los frutos) poseen la mayor
concentración. Al igual que en la Cannabis sativa, la potencia y la cantidad de
opio que den las plantas depende de factores como la genética de la semilla, la
luz, el suelo y la temperatura.
El consumo de opio, al igual que la coca, la marihuana y el hachís, se remonta a
las más antiguas civilizaciones, donde se empleaba con fines rituales y
medicinales. Sólo comienza a dar problemas a partir del siglo XVIII, luego de
la colonización de India por parte de Gran Bretaña. Fueron los mercaderes
europeos los que enseñaron a fumarlo y los británicos quienes lo introdujeron
en China a partir de 1829.

En 1880, la emperatriz china Tseu-Hi, adicta a la droga, legalizó el cultivo, el


consumo y la importación de opio en su país. Tres años después, el químico
alemán Heinhrich Dreser logró aislar un nuevo opiáceo, la diacetilmorfina,
potente analgésico que sirvió como remedio contra la tos y los males
respiratorios de asmáticos y tuberculosos. Ante el rápido éxito de la nueva
sustancia, el laboratorio Bayer registró su nombre como “Heroin”.

Transporte antiguo del opio

Al promediar la década de 1950, el principal productor de opio era Irán, con


150 toneladas entregadas anualmente a la industria farmacéutica mundial.
Pequeñas cantidades de látex de opio, procedentes de la “Medialuna Dorada”
(Pakistán, Afganistán, Irán e India) y del “Triángulo Dorado” (Laos, Tailandia y
Birmania), llegaban subrepticiamente a laboratorios instalados en Turquía y en
las riberas del mar Mediterráneo. Allí se transformaban en heroína y luego
seguían viaje hacia los hasta entonces restringidos mercados de consumo de
Europa y Norteamérica.

El negocio se había puesto en marcha en la Segunda Guerra Mundial, cuando la


Cosa Nostra estadounidense, bendecida por el Pentágono, llegó a un acuerdo
con la mafía de Marsella y la mafia siciliana para colaborar en la lucha contra
los nazis a cambio del control del mercado negro y de las drogas.
En un hotel de Palermo, en octubre de 1957, hace más de medio siglo, se
reunieron Joe Bonanno, en representación de las organizaciones criminales
ítalo norteamericanas, y Giuseppe Genco Russo, jefe de la mafia siciliana. Allí
acordaron los términos de la distribución de droga en occidente. Tres años
después, el 80% de la heroína consumida en Estados Unidos llegaba de Italia y
de otros puertos mediterráneos a través de la denominada “Conexión
francesa”, red delictiva que la Casa Blanca logró desbaratar sólo en 1970.

Varios integrantes no detectados de la red marsellesa lograron refugiarse en


el Líbano, donde establecieron vínculos con empresarios cristianos que desde
1935 a 1950 habían abastecido al gángsters “Lucky” Luciano con opio y morfina
base procedente del Asia Menor, y crearon una nueva estructura que renovó
los sembradíos de adormidera en las comarcas sirias del valle del Bekaa.

En los años siguientes, en medio de una cruenta y prolongada guerra civil,


crecieron en Beirut varias organizaciones dedicadas al comercio de armas y de
drogas. Los libaneses, aliados con traficantes sirios, compraron armas italianas
para los palestinos, quienes pagaban con morfina base obtenida en Turquía e
Irán; más tarde retribuyeron con heroína las pistolas y rifles adquiridos en
Bulgaria; y también entregaron armas a los “contras” antisandinistas y a los
guerrilleros de izquierda salvadoreños, a cambio de cocaína, droga que a su vez
vendían a los acaudalados consumidores de Arabia Saudita, Egipto, Siria, Irak y
de los emiratos. En 1986, cuando los libaneses sufrían la “toxicomanía de
guerra” tratando de superar el stress, funcionaban en ese país más de 15
grandes laboratorios que producían miles de kilos de heroína, parte de los
cuales salían rumbo a la “conexión libanesa” creada en América del Sur.

Amapolas en Los Andes

En América Latina surgieron zonas de cultivo y de procesamiento de amapola


en México, Guatemala, Colombia y Perú. Los primeros cultivos de la adormidera
crecieron en Colombia de manera experimental en 1980. En 1992, el gobierno
cafetero reconoció que había unas 25 mil hectáreas sembradas. Dos años
después, la cifra subió a 33 mil hectáreas.

Por esa misma fecha, el gobierno peruano informó que las amapolas podrían
estar cubriendo unas mil hectáreas de la región de Cajamarca, unos 600
kilómetros al norte de Lima. En 1994, los cultivos se multiplicaban en Ayacucho,
Amazonas, San Martín y Huánuco. Enviados de los carteles colombianos
ofrecían a los campesinos peruanos  semillas de ocho variedades de
adormidera, a 500 dólares los 20 gramos.

Varias organizaciones de narcotraficantes de Asia y Sudamérica


intercambiaron conocimientos y  tecnología para diversificar sus cultivos y
abrir nuevas rutas para la cocaína y los derivados del opio. Uno de los padrinos
del cartel de Medellín fue fotografiado en 1989 en Karachi negociando
partidas de heroína del tipo “Golden Scorpion”, “555”, “Eagle” y “007”, las
mejor cotizadas.

Entre 1990 y 1993 se registraron importantes variaciones en los precios tanto


del látex de opio como de la heroína en Colombia. El opio comenzó a pagarse a
mil dólares el kilo en 1990, bajó a 200 dólares en 1992 y se estabilizó en cerca
de 350 dólares. La heroína pura en el mercado de Nueva York pasó de
cotizarse a 300 mil dólares el kilo en 1991 a 100 mil dólares en 1993. En 1995,
un kilo de opio costaba en Colombia unos 2.500 dólares, en tanto que el kilo de
heroína llegaba a cerca de 20 mil dólares.

Las tierras andinas colombianas permiten un rendimiento de diez kilos de opio


por hectárea cada cinco meses, es decir una producción total en esos años
superior a las 250 toneladas, de las cuales se originaban 25 mil kilos de
heroína. Esa cosecha tenía un valor en Colombia de 500 millones de dólares,
pero puesta en Estados Unidos llegaba a los dos mil millones de dólares.

En 1994 el kilo de pasta base de cocaína en el Alto Huallaga, en Perú, se pagaba


a 300 dólares; el kilo de opio, en cambio, a 1.500 dólares. Los campesinos
arrancaban los cocales para sembrar adormidera, que entrega opio cada cinco o
seis meses y no hay que esperar los 18 o 20 que demora la coca para ser
cultivada.

En las principales ciudades norteamericanas, los distribuidores de heroína


rebajaban su pureza a un seis por ciento; es decir, multiplicaban sus ganancias
13 veces. Sólo la heroína producida en Colombia movía en Estados Unidos 26 mil
millones de dólares. El mercado total de los heroinómanos norteamericanos
generaba anualmente más de 100 mil millones de dólares, y seguía creciendo.
Los principales centros de consumo eran Atlanta, Chicago, Cleveland, Detroit,
Miami, Nueva York y Washington, ciudades donde aumentaban las muertes
violentas. Sólo en Washington, cerca del 78 por ciento de los asesinatos se
originaba en problemas derivados del tráfico de drogas.

La aparición de nuevas mezclas de drogas, la mayoría de ellas de rápido y


fuerte impacto, influyó también en el incremento de la violencia. A comienzos
de los años 80 surgió en California el “crack” o “sugar”, cocaína hervida con
bicarbonato de sodio que da como resultado una sustancia blanca y cristalina.
En 1985 podía comprarse un frasco de “crack” en Nueva York por dos dólares.
Sus efectos duran cerca de diez minutos, iniciándose con una “subida” rápida a
la que sigue una profunda depresión. Sus consumidores descubrieron que
agregándole heroína disminuía el severo síntoma depresivo y bautizaron a la
nueva mezcla como “moon sugar” o “speadball”.

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Cuadro de la producción de opio


Los “lobos grises”

A fines de los años 70, los miembros de la extrema derecha turca, los “lobos
grises” del Milliyetci Hareket Partisi (MHP), se sumaron al tráfico de heroína
hacia Europa como una forma rápida de financiar sus actividades. Los “babas”,
los padrinos de la mafia de Estambul, acordaron con la mafia siciliana un
trabajo conjunto para llevar el polvo blanco hacia Italia, Alemania, Bélgica y
Holanda. Otro tanto hicieron miembros del Partido Kurdo de los Trabajadores,
PPK, quienes requerían con urgencia adquirir armas.

En Turquía se recibía la base de morfina desde Paquistán, Afganistán e Irán, y


luego de transformarse en heroína, salía por diversas rutas hacia Europa.
Todas las operaciones eran financiadas por adineradas familias de respetable
apariencia. En poco tiempo, Europa fue inundada; sólo en Alemania, donde ya
había 100 mil adictos, los decomisos pasaron de 10.867 en 1981, a 25.536 en
1991.

Las cifras se dispararon. Los 147 países que integraban la Interpol hicieron un
balance desolador: la heroína incautada en 1970 llegó a 54 kilos; en 1988, la
cifra subió a cuatro mil kilos. Cálculos conservadores indicaban que había un
millón de adictos en Europa, 500 mil en Estados Unidos, 350 mil en Italia, 100
mil en Francia y varios millones en Asia. El precio de la droga caía y las bandas
luchaban por los mercados. La pureza de la heroína era cada vez mayor y las
mortales sobredosis multiplicaban las víctimas fatales, sobre todo entre los
más jóvenes.    

En 1989 el 70% de la heroína que se consumía en el mundo se producía en el


“Triángulo Dorado” enclavado en la cálida y montañosa región fronteriza entre
Birmania, Tailandia y Laos. Allí, el general Khun Sa –“Príncipe Próspero” – al
frente de 15 mil hombres dedicados a la recolección de 2.500 toneladas de
opio, controlaba el 80% de la heroína producida en la zona. Khun Sa combatió
aliado a los japoneses en la Segunda Guerra Mundial y posteriormente junto a
Tailandia y Birmania en contra del comunismo. En 1960 creó un movimiento
independentista al que financió con la venta de heroína. En 1990, en los casi 20
laboratorios que mantenía Khun Sa, se consiguió aumentar la pureza de la
heroína desde un 3% a más de un 26%.
El general Khun Sa

Birmania, antigua colonia británica, producía grandes cantidades de opio para


exportación a China, a pesar de las protestas vehementes de los sucesivos
reyes birmanos. Más tarde, los restos del ejército nacionalista chino, el
Kuomintang, mantuvieron alta la producción de heroína para cambiarla por
armas.

El comercio de opio en Laos fue resultado de años de lucha e intrigas políticas


en Indochina después de la Segunda Guerra Mundial. Los sindicatos mafiosos
corsos  se establecieron allí como exportadores de heroína hacia Europa.

En Tailandia, en tanto, el británico Malcom Delevihgne promovió en 1934 el


cultivo lícito del opio en las tierras altas. Después de la Segunda Guerra
Mundial, el país tuvo dificultades para obtener opio para sus adictos y autorizó
más cultivos de amapola.

Opio por Kalachnikov

El opio se cultivó en Afganistán durante siglos, pero nunca había sido


considerado un problema doméstico importante. A partir de 1972 Irán,
Pakistán y Turquía aplicaron prohibiciones a los cultivos de opio. Afganistán se
convirtió entonces en un actor principal en el mercado. Las siembras crecieron
en los años 70, hasta llegar en 1980 a producir el 19% del opio ilegal del mundo.

La dinastía de los Duraní gobernó Afganistán hasta 1973, cuando el rey Zahir
Sha fue depuesto por su primo Sardar Mohammed Daud quién estableció una
república con él como presidente. En abril de 1978, un grupo comunista dirigido
por Nur Mohammed Taraki dio un golpe de Estado y asesinó a Daud. Las luchas
internas continuaron y Taraki fue asesinado lo que motivó la invasión soviética
en diciembre de 1979 y una guerra de liberación nacional de once años, seguida
por una guerra civil de otros cinco años.

Durante la resistencia a los soviéticos el opio se expandió rápidamente,


sirviendo como una fuente financiera para los rebeldes muyajedines, apoyados
por Estados Unidos, China, Arabia Saudita y el vecino servicio secreto
paquistaní. El bombardeo de cultivos legales de opio por parte de la aviación
comunista forzó a los campesinos a migrar a zonas montañosas, donde
crecieron más y mejores plantíos de adormidera. El opio lo adquiría el servicio
secreto paquistaní y con el producto de la venta ilegal apoyaba a los rebeldes
musulmanes en la provincia India.

En 1990, tras el colapso de la Unión Soviética y el fin de la guerra de liberación


nacional, Afganistán producía el 41.7% del opio ilegal mundial. El crecimiento de
los cultivos de opio continuó durante la guerra civil. En 1995, cuando los
talibanes vencieron a los muyajedines, Afganistán ya producía el 52.4% del opio
mundial.

A pesar de las motivaciones religiosas para prohibir el opio, los plantíos de


amapola siguieron prosperando bajo el gobierno talibán. De hecho, algunos
“señores de la guerra” apoyaron a los talibanes solamente a condición de que
estos les permitieran continuar con su comercio.

El 27 de julio de 2000 el Mullah Omar declaró una prohibición total al cultivo


del opio en todas las áreas bajo control talibán, lo que incluyó tres acciones
principales: la amenaza de castigo, el monitoreo local y erradicación de los
plantíos, más el castigo público a los transgresores. Los talibanes intimidaron al
campesinado, alegando que la sequía que devastó al país durante tres años
había sido un castigo de Dios por haber cultivado una planta diabólica. El éxito
de la prohibición fue extraordinario.
Mirando hacia el sur

A partir de los años 90, la “ruta de los Balcanes” nuevamente se transformó en


una de las más importantes para transportar heroína a Europa. Grandes
cantidades de opio y base de morfina fueron refinadas en laboratorios turcos,
y vendidas en  Europa Occidental en forma de heroína cruda, “brown sugar” o
de primera calidad, la llamada “número cuatro”. Tras atravesar Pakistán, Irán y
Turquía, la ruta se divide en un tramo al sur que cruza la antigua república
yugoslava de Macedonia, Albania, parte de Italia, Serbia y Montenegro y
Bosnia y Herzegovina, y un tramo hacia el norte a través de Bulgaria, Rumania,
Hungría y Austria.

También ganó importancia la nueva “ruta de la seda”, a través de Asia Central,


para proveer a los crecientes mercados de Rusia y Asia Central. Tayikistán y
Kirguizistán se han convertido en países de tránsito, almacenamiento y
procesamiento. Otras rutas menores trasladan la heroína a través de
Turkmenistán hacia Irán, o por el Mar Caspio hacia el interior del Cáucaso
sobre Turquía, o hacia el norte a Rusia.

Por otra parte, en Egipto se decretó la condena a muerte para los traficantes
de drogas y éstos buscaron una nueva vía a través de África, utilizando como
base principal a Nigeria y como lugares de escala a Khartum, Nairobi y la isla
Mauricio, desarrollando rápidamente la denominada “Conexión Nigeriana”.

Otra alternativa es lo que los europeos llamaron ‘‘la nueva conexión Marbella‘‘,
que parte del puerto turco de Esmirna, dirigiéndose a Grecia, Italia y España.
Muchos de los encargados de llevar la droga se desplazaban con pasaportes
brasileños, paraguayos y argentinos, documentos ya vistos por los españoles,
italianos y portugueses en manos de árabes sospechosos. Los ojos se volvieron
entonces hacia el Cono Sur americano.
Chile 1995

Chile 2000
Chile 2004
Para entender a los hippies: sexo, drogas y rock and roll
(extracto de 'Conexiones Mafiosas')
Manuel Salazar Salvo 13/01/2021 - 06:00
Esta es la octava entrega de 24 capítulos de la investigación del periodista Manuel Salazar
sobre organizaciones criminales alrededor del mundo, contenido en el libro 'Conexiones
Mafiosas', de 2008. En este artículo, el autor analiza el surgimiento del movimiento hippie
en Estados unidos, sus íconos y su relación con el consumo de LSD y cocaína, lo que generó
un aumento en el tráfico de estas sustancias.

El 17 de enero de 1920 las radioemisoras y los periódicos estadounidenses


anunciaron la entrada en vigor de la llamada “Ley Seca”. El senador Andrew
Volstead, promotor de la iniciativa, declaró a los cuatro vientos: “Esta noche,
un minuto después de las doce, nacerá una nueva nación. El demonio de la
bebida hace testamento, se inicia una era de ideas claras y modales limpios. Los
barrios bajos serán pronto cosa del pasado. Las cárceles y correccionales
quedarán vacíos; los transformaremos en graneros y fábricas. Todos los
hombres volverán a caminar erguidos, sonreirán todas las mujeres y reirán
todos los niños. Se cerraron para siempre las puertas del infierno”.

La prohibición del consumo de alcohol, que se mantuvo hasta 1933, originó la


formación y expansión de nuevas y poderosas organizaciones criminales, que no
sólo controlaron el contrabando y la venta de licores sino que también se
hicieron cargo de la administración de numerosos otros delitos, y regaron con
sangre las principales ciudades de Norteamérica.

Cuarenta años después, superadas las guerras y las postguerras, las nuevas
generaciones de estadounidenses comenzaron a sacudirse el pasado y a
enfrentar un acelerado proceso de cambios, cuyas primeras manifestaciones se
vivieron en los campus universitarios. 

A comienzos de la década de los 60’ los viejos profesores de la Universidad de


Harvard, en Massachusetts, contemplaron atónitos como un académico del
plantel, el doctor en Psicología Timothy Leary, un ex católico convertido al
hinduismo, de 40 años, atraía a numerosos estudiantes para experimentos con
drogas que buscaban extender los límites del pensamiento. Desde 1959, Leary
había estado consumiendo hongos y alcaloides alucinógenos. Ahora, en su
búsqueda de nuevas sensaciones, el maestro y los discípulos estaban ingiriendo
una droga aún más poderosa: el LSD 25, descubierta por el químico suizo
Albert Hofmann, mientras exploraba con estimulantes circulatorios y
respiratorios, por encargo del laboratorio Sandoz.

Timothy Leary.

El científico helvético trabajaba con ácido lisérgico, nombre que había dado al
núcleo común de todos los alcaloides del cornezuelo, un hongo parásito del
centeno. En abril de 1943, Hofmann descubrió los efectos del LSD-25 (del
alemán  Lyserg Säure Diethylamid) abriendo las puertas a la psicodelia, palabra
que deriva del griego y significa "algo que manifiesta la mente, el espíritu o el
alma".

Durante los primeros años, el LSD se empleó casi exclusivamente con fines
médicos, en psiquiatría e investigaciones sobre el cerebro. A fines de los años
50’, Sandoz regalaba ácido lisérgico a todos los psiquiatras que lo pedían. Por
esos mismos años, Hofmann recibió una propuesta de la CIA para fabricar
masivamente LSD con finalidades bélicas, invitación que rechazó.

Los psiconautas

Diversos intelectuales se acercaron al auto experimentación con LSD y otras


drogas psicodélicas, alucinógenas, visionarias o enteógenas ("Dios dentro de
nosotros"), como las denominaba el químico suizo.
Allen Ginsberg.

Un hospital para veteranos de guerra de California impulsó en 1960 un


programa experimental que incluía ensayos con LSD. Entre las cobayas humanas
que se sometieron a las pruebas estaba el joven novelista Ken Kesey quien,
persuadido del potencial lúdico de la sustancia, comenzó a difundir su empleo y
se transformó en un “profeta del ácido”. Kesey también aglutinó a personas que
anhelaban experimentar los efectos del LSD. Pronto se les conocería como los
Merry Pranksters  (Alegres bromistas).

Las experiencias conseguidas en Harvard por Leary y sus muchachos se


extendieron como el viento en las praderas, llegando a toda California, desde
Los Angeles a San Francisco. Poetas e intelectuales de la generación beat, ya
habituados a la marihuana y a la mescalina, empezaron a consumir LSD y a
divulgar otras drogas  psicodélicas como la psilocibina y la ketamina.

En septiembre de 1962, Leary fundó la Federación Internacional para la


Libertad Internacional (IFIF), agrupación de la que surgirían los primeros
hippies. Cuatro meses más tarde fue expulsado del cuerpo docente de Harvard,
pese a la férrea defensa  del escritor Aldous Huxley, quien compartía con el
psicólogo la búsqueda de mayores horizontes mentales. El autor de Un Mundo
Feliz  moriría de cáncer poco después, a la misma hora en que el Presidente
John Kennedy fue asesinado en Dallas el 22 de noviembre de 1963.

En 1964, Leary creó la  Revista Psicodélica y recibió el apoyo de los más
antiguos y connotados miembros de la generación beat, entre ellos Allen
Ginsberg, Jack Kerouac, William Borroughs, Lawrence Ferlinghetti, Gary
Zinder, Ernst Jünger, Robert Graves, Gregory Bateson, Arthur Koestler, Henri
Michaux, Anaïs Nin y Alan Watts,  entre otros, muchos de los cuales eran
habituales consumidores de marihuana y otras drogas alucinógenas.

El paso siguiente fue publicar La Experiencia Psicodélica, una adaptación


del  Libro Tibetano de los Muertos, y Las plegarias Psicodélicas, extractos
comentados de un texto sagrado chino. Así, los experimentos con el ácido
lisérgico se acercaron a la religión y los “viajes” se volvieron experiencias
místicas.
“No estéis tristes. El verdadero Dios no ha muerto. Ni siquiera se ha perdido.
Nos espera sencillamente en la profundidad de nuestro espíritu. Estoy
convencido de que sólo una espiritualidad exacerbada o, mejor aún por ser más
rápida, una droga psicodélica, puede conducirnos hasta el Poder Infinito. Haced
como yo y conoceréis la alegría y el terror totales. ¡Os será dado mirar a Dios
de frente!”, predicaba Leary.

La amenaza de América

En enero de 1966 aparecieron las siete primeras comunidades hippies en San


Francisco, en los bosques de pinos gigantes de California y en Nueva York. Poco
después, el presidente Lyndon Johnson fue notificado de un explosivo aumento
de la toxicomanía entre los jóvenes estadounidenses. El nuevo fenómeno se
extendía a todas las principales universidades del país y el mandatario optó,
entre otras medidas, por pedir al FBI un control más estricto sobre los
estupefacientes.

A comienzos de abril, James Goddard, director de la Food and Drugs


Administration, FDA, envió a los rectores de dos mil colegios y universidades
una carta advirtiendo de los peligros de la “nueva y gran amenaza”. En tanto, el
senador Thomas Dodd presentaba ante la Cámara Alta un proyecto de ley para
sancionar con penas aflictivas el consumo de drogas. Paralelamente, se
organizaron campañas contra el LSD en las tres grandes cadenas de televisión
del país: ABC, NBC y CBS.

Presionada desde el gobierno, la empresa Sandoz, fabricante del LSD en


Estados Unidos, congeló las órdenes de compra y redujo la producción de la
droga, que pasó drásticamente de ser el más prometedor hallazgo químico para
la neurología y la psiquiatra a “la amenaza número uno de América”.

La elaboración de la droga, sin embargo, se multiplicaba en laboratorios


clandestinos. Un ejecutivo de Sandoz afirmó: “No me sorprendería que hubiera
más LSD en las universidades de lo que jamás hemos fabricado”.

Ese mismo mes estalló el primer drama. Stephen Kessler, un ex estudiante de


Medicina, de 30 años, fue detenido en Brooklyn y acusado de haber degollado a
su suegra con un cuchillo de cocina. “He flotado durante tres días con LSD”,
declaró al tratar de explicar lo ocurrido.
Al promediar 1966, los hippies eran ya más de 150 mil repartidos en todo el
país. En septiembre Timothy Leary anunció la creación de una religión, la Liga
de Descubrimiento Espiritual (LSD), sobre la base del uso sagrado del ácido
lisérgico. Un ex compañero de Leary en la universidad, Arthur Kleps, fundó en
Florida una religión idéntica: la Neo-American Church.

Los tribunales se vieron en apuros; otra iglesia americana ya empleaba la droga


en sus rituales. “¿Se volverá legal el LSD gracias a la religión?, se preguntó la
revista Science.

El 23 de septiembre de 1966, sobre el césped amarillento del Golden Gate Park


de San Francisco se realizó el primer   love-in (reunión de amor entre seres
humanos) de la era hippie. Veintiocho mil “grandes flores” se tocaron, se
besaron y copularon bajo las estrellas.

Mientras las calles se llenaban de jóvenes estrafalarios, con el pelo largo,


collares y vestidos multicolores, se acrecentó el debate científico. Unos
advertían que el LSD deterioraba los cromosomas humanos, que se corría el
peligro de concebir hijos monstruosos y que era urgente detener “la epidemia
religiosa”. Otros, sostenían que el LSD era un excelente medio para luchar
contra el alcoholismo y que su potencial terapéutico tenía posibilidades
insospechadas.

Leary, por su parte, impertérrito, declaraba:”Vendrá un día en el que los


sacramentos bioquímicos, por ejemplo el LSD, serán utilizados normalmente
como la música sacra, el incienso y la hostia”.

En abril de 1967 una encuesta realizada en la Universidad de Princeton señaló


que el 15% de los alumnos había ingerido LSD. En las universidades de San
Francisco la proporción sobrepasaba el 35 % y la revista Look  se atrevió a
afirmar que el consumo de ácido y de otras drogas alucinógenas llegaba al 50%
entre los jóvenes.

Amor puro y mucha paz

Los hippies eran más 350 mil y nada parecía detener su crecimiento. Sin
distinción de clases, muchachos y muchachas se fugaban de sus hogares y
abandonaban los colegios y las universidades. Un diario calculó en 560 mil el
número de adolescentes -los llamados runaways- que había abandonado sus
hogares y peregrinaba hacia San Francisco.

Las revistas Time  y Newsweek  consagraron sus portadas al movimiento,


atribuyéndoles intenciones filosóficas y religiosas. En Europa, empezaba a
ocurrir lo mismo y semanarios como Combat,  Lui, Aux Ecoutes  y Rock and Folk.,
hurgaban entre los gustos y los hábitos de la nueva feligresía juvenil.

Un connotado experto en drogas, Alfred R. Hindesmith, de la Universidad de


Indiana, declaró: “El mayor problema no es tanto el uso de alucinógenos, sino el
de píldoras anfetamínicas o barbitúricos en nuestra sociedad, Todos estos
calmantes, estos tranquilizantes, estos somníferos que hunden a la humanidad
en una especie de atontamiento”. Aquel año se cursaron 123 millones de
recetas para downies  (barbitúricos) y 24 millones para uppies  (anfetaminas).

Antes de que la prensa descubriera el LSD  y una ley californiana lo prohibiera


por primera vez en 1966, ciudades como San Francisco, Berkeley y Los Ángeles
estallaron en una especie de alucinación colectiva. Parecía un gran momento de
esperanzas e ideales, un amago de revolución que bailaba al ritmo de Greateful
Dead, The Doors, Janis Joplin, Jefferson Airplane, Carlos Santana y otros
grupos musicales. Era una experiencia multitudinaria, hinchada de misticismo,
orientalismo y no-violencia que se reunía en la ecuación básica del Flower
Power: iluminación interior, liberación de los instintos agresivos, amor y paz
para el mundo.

El 6 de octubre de 1967, sin embargo, sorpresivamente,  los hippies de San


Francisco quemaron en la plaza pública todo aquello que habían amado: collares,
ropajes multicolores, sombreros floreados, campanitas, ponchos mejicanos,
viejos uniformes militares, blue jeans desteñidos, minifaldas arrugadas,
revistas y publicaciones psicodélicas, junto a los libros de Timothy Leary, el
sumo sacerdote del beat-hippismo, el gurú del ácido y la marihuana.

¿Qué había pasado?

En Chicago, en Nueva York y en Las Vegas se multiplicaban los espectáculos


floridos para turistas; surgían mendigos que tenían los bolsillos llenos de
dólares del papá; las fábricas producían a tres turnos sombreros hippies,
camisas indias, túnicas hindúes, vasijas mayas y telas psicodélicas; en los music
halls, en los teatros y en las pantallas se repetían las revistas y documentales
sobre el LSD, el amor libre y la revolución de las flores.

Adormecidos, pasivos, indiferentes, sucios, conformistas y hediondos, los


nuevos hippies eran un producto más de la sociedad de consumo, la que se
tomaba su revancha. Los verdaderos hippies, llenos de amargura, se
desterraron en las montañas, los desiertos, los bosques y las reservas de
indios; los mercaderes, los improvisados y los libidinosos tomaron posesión del
templo.

Al mismo tiempo, las estrellas del rock se aturdían con el festín de lujo y
evasión que la industria del entretenimiento le había entregado en bandeja de
oro a cambio de sus lucrativas canciones y conciertos. Truman Capote escribió
sobre los  Rollings Stones: “Yo encontré a los Stones  verdaderamente
perversos. Bebían a todas horas un brebaje llamado Tequila Sunrise y tenían a
una chica desnuda que les ofrecía una bandeja con todas las píldoras
disponibles. Y un tipo filmándoles mientras tenían relaciones sexuales con
completas desconocidas”.

Y también llegaba la hora de los traficantes, pese a los seis años de cárcel y a
los 150 mil dólares de multa prometidos por la justicia a los expendedores de
LSD.

“Soy la droga, soy el rock”

Nadie hizo caso cuando algunos especialistas lo habían advertido, como el


doctor Humphrey Osdmond: “Si se votan leyes demasiado estrictas contra la
droga, será una manera de volverla aún más fascinante para todos como sucedió
con el alcohol durante la Prohibición, época en la que, como todos recordamos,
se vieron más beodos y enlizados que nunca”.  

Se acababa la paz y retornaba la violencia. La contracultura hippie veía morir a


sus principales iconos y caía víctima de su propia lógica. Los consumidores de
alcohol y drogas, que vivieron una realidad alternativa, muy pronto se tornaron
en adictos sin alternativa. Cuando la década de los 60 llegaba a su fin y
emergían los albores de los prometedores años 70, los drogadictos - como una
resaca - estaban tristemente a la orden del día, pidiendo a gritos
rehabilitación.
A la confusa muerte de Brian Jones, miembro de los Rolling Stones, quienes
hicieron masiva la consigna de sexo, drogas y rock and roll, se sumaban caso
tras caso las sobredosis. Skip Spence, en un tiempo miembro de la
banda Jefferson Airplane, pasó de las clínicas a un estado psicótico
permanente, donde algunos días hablaba con Juana de Arco y otros días era
visitado por Clark Kent. 

JanisJoplin.

Mick Jagger Erick Clapton y Dick Simmes.


Spence, quién sufrió un caso de locura severa, al igual que el fundador de
los Pink Floyd, Syd Barret, dejó frases delirantes para el bronce: "soy un mal
adaptado, soy el salvador del mundo, soy la droga, soy el rock n' roll". 

Como si no bastara, en agosto de 1969 los estadounidenses pisaron el vestíbulo


del espanto. Charles Manson, un lunático que se había autoproclamado líder de
una extraña secta satánica, y sus secuaces asesinaron salvajemente en
California a varias personas, entre ellas a la embarazada Sharon Tate, actriz y
esposa del cineasta Roman Polanski. Todos los criminales eran consumidores de
LSD, marihuana y otras drogas psicoactivas.

Más allá del drama y según aumentaron las restricciones sobre la marihuana y
el LSD, un grupo de personas que los médicos toxicólogos describen como
“usuarios circunstanciales”, acudió cada vez más a la cocaína.

Los “circunstanciales” son personas con trabajos muy exigentes que alegan que
deben usar drogas para ser eficaces. Como muchos son deportistas
profesionales, músicos populares o actores de cine, ellos marcan la moda. A
partir de 1969, los “circunstanciales” empezaron a enaltecer la cocaína.

John Lennon, Steppenwolf  y Jefferson Airplane se contaban entre quienes


cantaron sobre su propio uso de cocaína. En Nueva York un popular programa
de radio se llamó Kokaine Karma. En California, actores como Peter Fonda y
Dennis Hopper repartían cocaína en sus fiestas. Phil Spector, un connotado
productor de discos, envió tarjetas navideñas que decían: “Un poco de nieve en
Navidad nunca hizo mal a nadie”. En la industria del cine, en tanto, las escenas
con cocaína eran tan obligadas como las de sexo explícito.
Sicodelia al desnudo.

Al comenzar los años 70, el New York Times publicaba más artículos sobre la
cocaína que sobre cualquier otra droga y el Congreso aprobaba leyes que
amenaza a los traficantes de droga con cadena perpetua. En 1974, la Encuesta
Hogareña Nacional informó que 5,4 millones de norteamericanos habían
probado la cocaína al menos una vez.
Las organizaciones criminales ítalo norteamericanas, colombianas y mexicanas,
mientras, se dieron cuenta que la demanda de los nuevos consumidores los
superaba y que era necesario aumentar la producción y ampliar las redes de
distribución.

La guerra de las drogas recién comenzaba. 


Perros colgados y hojas sagradas (extracto de 'Conexiones
Mafiosas')
Manuel Salazar Salvo 14/01/2021 - 06:00
Esta es la novena entrega de 24 capítulos de la investigación del periodista Manuel Salazar
sobre organizaciones criminales alrededor del mundo, contenido en el libro 'Conexiones
Mafiosas', de 2008. En este artículo, el autor expone el desarrollo del narcotráfico de
cocaína en Perú, impulsados por los traficantes colombianos que compraron hectáreas de
tierra en ese país.

En 1968 el general Juan Velasco Alvarado encabezó un golpe de Estado


reformista e inició una rápida reforma agraria en la costa y en los faldeos de
Los Andes peruanos. Parte de las nuevas tierras y la mano de obra barata
fueron empleadas por los narcotraficantes colombianos que se preparaban para
entrar al mercado norteamericano. Los nacientes carteles de Medellín y de Cali
escogieron el valle del río Huallaga, en el noreste del Perú, como centro de
producción porque allí las variedades de la coca son muy ricas en alcaloides. Y
mientras crecían las plantaciones, otro proceso germinaba entre los campesinos
indígenas. 

En 1964, el Partido Comunista Peruano se dividió entre los prosoviéticos y los


prochinos. De éstos últimos, se escindió en 1967 una vertiente que formó
Sendero Luminoso. Ese mismo año, los guerrilleros del Movimiento de Izquierda
Revolucionaria (MIR) y del Ejército de Liberación Nacional (ELN) impulsaron
una rebelión de corte castrista.

A comienzos de los años 70, en Perú sólo existían 1.500 hectáreas de cultivos
de coca que producían unas 3.500 toneladas de hojas, cantidad que se había
mantenido estable largo tiempo y bastaba para el consumo de la población
indígena, habituada por siglos a su ingestión.

En agosto de 1975, el general Francisco Morales Bermúdez depuso al gobierno


de Velasco Alvarado y reimplantó el predominio de los grupos de poder más
tradicionales. Los casi 600 mil blancos continuaron controlando las riquezas del
país y los amerindios, cholos, mulatos, mestizos y zambos, la enorme mayoría de
la población, siguió en la miseria.
En la amazonía peruana, entre las localidades de Tingo María y Tarapoto, se
agrupaban numerosos poblados de inmigrantes que al sentirse abandonados por
el Estado, optaron por cultivar coca. Los colombianos instalados en el lugar ya
reclamaban hoteles, restaurantes, automóviles, discotecas, prostíbulos y
orquestas limeñas para amenizar sus fiestas y hacer más cómoda su estadía.

La lucha armada iniciada por Sendero Luminoso en mayo de 1980 con el brutal
gesto de colgar cientos de perros en los postes del alumbrado público, buscó el
control total de las actividades productivas, sociales y políticas. Los hombres
de Abimael Guzmán, el “Camarada Gonzalo”, amenazaron a los habitantes,
juzgaron a sus autoridades y designaron a dedo a sus reemplazantes. Se 
movilizaban en grandes grupos, fuertemente armados y dispuestos a
enfrentarse con quien fuese. Desde abril de 1987, Sendero proclamó zonas
liberadas, expulsó a las fuerzas policiales y obligó a los narcotraficantes a
desarmarse.

Los productores de coca deseaban protección y más dinero. Sendero les


ofreció defenderlos y extirpar el alcohol, la violencia y el relajo moral que
habían impuesto los colombianos. Los guerrilleros obligaron a trabajar a todo el
mundo, cerraron los garitos, los burdeles y los clubes nocturnos; asesinaron a
los homosexuales y desterraron a las prostitutas; y castigaron el adulterio de
ambos sexos, llegando a rapar a los hombres, dejándoles dos mechones en la
frente a modo de cuernos.

Abimael Guzmán prohibió a los colombianos cambiar sus dólares en las agencias
bancarias e instruyó a los campesinos sobre cómo y a quién vender su
producción.

El comercio de hojas de coca y de PBC en la región proporcionaba ingresos


cercanos a los 600 millones de dólares. El cinco por ciento, unos 30 millones,
era para los senderistas.

En septiembre de 1989 una hectárea de tierra fértil producía mil kilos de coca,
a tres dólares el kilo; una hectárea de café entregaba 400 kilos a dos dólares
el kilo; una de cacao, 500 kilos a un dólar cada uno; una hectárea de achiote
(planta cuyo polvo es de amplio uso farmacológico), 600 kilos a 0,90 el kilo. La
coca salía por vía aérea hacia Colombia; los productos agrícolas viajaban a la
costa por malas carreteras.
Abimael Guzmán, al iniciar la guerrilla.

La PBC era vendida en bolas de un kilo; cada una valía de 350 a 400 dólares en
1988. Al terminar 1989, su precio bajó a 150 dólares y a 50 en agosto de 1990.
Tres kilos de PBC rinden uno de pasta lavada, que en junio de 1989 valía 400
dólares.

A fines de los años 80 en el Alto Huallaga, vivían 60 mil familias, cada una de
las cuales poseía entre dos y cuatro hectáreas de cocales. Desde 1979 a 1989,
Estados Unidos entregó ocho millones de dólares anuales para que las
plantaciones de coca fueran arrancadas. No obstante, los precios de los
cultivos alternativos siguieron bajando. Expertos peruanos sugirieron a las
autoridades norteamericanas que para terminar con la coca subieran el 30 por
ciento del precio de los productos sustitutos y que se les diera prioridad a su
ingreso a los mercados estadounidenses. También recomendaron apoyar la
creación de agroindustrias procesadoras de café y de chocolate. Ninguna
iniciativa tuvo éxito.

En 1989, cuando la inflación llegó al 2.111 por ciento anual y la economía


peruana se despeñaba, surgió la candidatura de Alberto Fujimori, quien luego
de romper todos los pronósticos, asumió la presidencia del país el 28 de julio
de 1990. En los últimos diez años la lucha en contra de la guerrilla y del
narcotráfico había provocado más de 17 mil muertos y cerca de 15 mil millones
de dólares en pérdidas materiales.

En 1991 la ciudad de Lima tenía 6,5 millones de habitantes. Sólo tres décadas
antes, en 1961, albergaba a 1,8 millones. El 52 por ciento de las industrias era
informal y más del 60 por ciento de la población vivía en extrema pobreza. Ese
mismo año, unas 200 mil familias estaban dedicadas a los cultivos de coca, en
un mercado donde los narcos movían unos 700 millones de dólares y los
campesinos recibían un promedio de 700 dólares anuales por persona. En las
selvas ya se estaba refinando la PBC y enviando la cocaína directamente a
Estados Unidos y Europa, resultado directo de la guerra del estado colombiano
con los carteles de Medellín y de Cali.

El 5 de abril de 1992, Fujimori decidió dar un golpe de Estado, apoyado por los
militares. Uno de los argumentos que usó para disolver el Congreso y arrogarse
poderes casi dictatoriales fue que parlamentarios corruptos bloqueaban
reformas destinadas a detener el cultivo y exportación de coca. Al mismo
tiempo, los militares anunciaron que asumían el control de todas las pistas
aéreas existentes en el Alto Huallaga.

Senderistas en acción.
Fujimori y uno de sus asesores militares.

El economista Hernando de Soto, autor del libro “El otro sendero”, afirmó que
Fujimori había guardado silencio cuando funcionarios estadounidenses le
preguntaron por qué salían cargamentos de droga desde pistas de aviación
controladas por los militares.

Hasta ese momento el sueño de un alto oficial militar peruano era ser enviado a
un cargo diplomático en Londres, París, Bonn, Roma o Washington. Ahora se
peleaban  por lograr el mando en una unidad en el valle del Huallaga. Oficiales
corruptos cobraban una especie de peaje a los aviones de los  narcotraficantes.
Ello les reportaba entre 20 mil y 50 mil dólares mensuales.

El senador Raúl Ferrero Costa estimó que el gobierno de Fujimori había


interceptado 60 avionetas con  droga durante un año. “La cifra es ínfima si se
calcula que hay 30 vuelos diarios de avionetas en el valle del Huallaga”, agregó
el senador, titular de la Comisión de Justicia del disuelto Congreso.

Fujimori dispuso a partir de su autogolpe de abril de 1992 que él sería quien


decidiría el ascenso de los oficiales de las fuerzas armadas. Uno de sus
asesores en el tema era Vladimiro Montesinos, un ex capitán vinculado a la CIA,
principal consejero del general Julio Salazar Monroe, director del Servicio de
Inteligencia Nacional del Perú (SIN). Montesinos había sido expulsado del
Ejército en 1976 por vender secretos militares relativos al armamento
soviético en manos de las fuerzas armadas. Tenía estudios de Derecho y se
transformó en un conocido abogado de los traficantes de drogas colombianos y
peruanos, además de ayudarles a fugarse o hacer desaparecer los expedientes
judiciales. Logró sacar del paso a un grupo de oficiales superiores de la policía
que protegía al padrino mafioso Reynaldo Rodríguez López, detenido en 1985.
Montesinos también hizo desaparecer, en 1989, unas actas procesales sobre
operaciones de bienes raíces dudosas realizadas por Alberto Fujimori.

Ciertos observadores consideraban que el autogolpe de abril de 1992, en cuya


preparación Montesinos desempeñó un papel importante, tuvo como objetivo
principal borrar las pruebas de la complicidad del ejército en el tráfico de
drogas y en las violaciones de los derechos humanos.

Entre el 5 y el 10 de abril, comandos del ejército habrían hecho desaparecer


un tercio de los legajos concernientes a casos en curso, que se encontraban en
el Palacio de Justicia y en los locales de los servicios de la Fiscalía General del
Perú.

Corresponsales del hoy desaparecido Observatoire Geopolitique des Drogues, 


una de las instituciones más prestigiadas del mundo en el tema del
narcotráfico, afirmaron que todo indicaba que Fujimori podía contar con la
fidelidad absoluta del Ejército y que le bastaba con dejar que los oficiales se
financiaran con el comercio de la PBC.

Vladimiro Montesinos.
Inquietud en Chile

En agosto de 1992, oficiales de Carabineros advirtieron que la mayor amenaza


para Chile provenía de una nueva organización criminal denominada el cartel de
Lima, que había llegado a controlar gran parte de la venta de hojas de coca y
que estaba incursionando rápidamente en la refinación. Uno de los temores de
los policías era la repetición en la zona fronteriza chileno-peruana de la alianza
de ‘‘Las ratas de la costa’’, un acuerdo entre traficantes colombianos y
venezolanos dedicados al lavado de dinero para adquirir propiedades,
comercios y casas de cambio de moneda.

En septiembre de 1993 agentes de la Policía de Investigaciones consiguieron


ubicar en Chile a los cabecillas de una importante conexión del cartel de Lima
que desde hacía varios años enviaba grandes partidas de cocaína a Europa.

Los detectives arrestaron en una lujosa residencia de la Vía Roja, de Lo Curro,


al peruano Jorge Saer Becerra, 41 años, quien se encontraba ilegalmente en
Chile desde 1989 bajo la identidad de Jorge Antonio Sáez Rivero. El peruano
era buscado por Interpol en Inglaterra, Australia, Italia, España y Alemania.
La policía germana lo sindicaba como uno de los principales involucrados en la
internación de 2.854 kilos de cocaína refinada a Berlín. El gobierno alemán
pidió a Chile la extradición de Saer y policías de ese país viajaron a Santiago a
fines de octubre de 1993 para llevárselo.

Un día antes de que la Corte Suprema aprobara su detención preventiva para


ser deportado, misteriosamente logró obtener la libertad bajo fianza y salió de
la ex Penitenciaría para huir al extranjero. 

Saer Becerra, conocido en Perú y Colombia como “El Coqui”, era un importante
miembro del cartel de Cali, y había internado a Chile cerca de una tonelada de
cocaína que fue almacenada en una bodega de Las Condes, y posteriormente
enviada a mercados extranjeros en sucesivos embarques. Estaba vinculado a
otro narcotraficante peruano que estuvo radicado en Chile, Juan Guillermo
Cornejo Hualpa, que usaba el nombre falso de Jorge Acosta Vargas, y que tras
conocerse la captura de Saer huyó hacia argentina abandonando un patrimonio
de dos millones de dólares. Dejó su mansión en Lo Curro, su parcela en la zona
central y sus empresas. Este peruano era muy cercano a Reynaldo Rodríguez
López, “El padrino” de la droga en Lima en la década de los 80’
Durante las pesquisas, Investigaciones había pedido reiteradamente la
colaboración a las policías de Perú y Bolivia sin conseguir mucho. Era evidente,
además, que muchos de los antecedentes proporcionados a los policías peruanos
les eran entregados a los propios delincuentes para que evitaran ser
capturados.

Poco tiempo después los agentes chilenos comprobaron que Saer había sido
visto en algunos elegantes restaurantes de Santiago acompañado de Eugenio
Berríos, el ex químico de la DINA, la primera policía secreta de Pinochet, quien
apareció asesinado en Uruguay luego de haber sido sacado clandestinamente
del país por miembros de la inteligencia del ejército chileno. 

Demetrio Chávez.

“Vaticano” y “Lan Chile”

En marzo de 1994, el narcotráfico en Perú era controlado por ocho


organizaciones principales que se repartían los beneficios del negocio de las
drogas. La DEA, informó que tras la captura de Demetrio Chávez Peñaherrera
-alias “Vaticano”- el 14 de enero de 1994 en la ciudad colombiana de Cali, otros
narcos se aprestan a ocupar su lugar.

“Vaticano” era sindicado como el mayor narcotraficante peruano y se le


atribuía el control anual de unos 60 mil kilos de PBC lavada, equivalentes a 900
millones de dólares, que enviaba al cartel de Cali. El mismo día de su arresto
fue deportado a Perú y rápidamente condenado a 30 años de cárcel. Algunos
policías peruanos afirmaban que el condenado sería reemplazado por su
hermano Elías, alias “Lan Chile”.

“Vaticano”  tenía un competidor, el colombiano Waldo Vargas Arias -alias “El


Ministro”- quien controlaba el despacho de unos 40 mil kilos de pasta lavada
hacia Cali y que había montado laboratorios para producir cocaína de alta
pureza.

Otros postulantes para transformarse en los “barones” de la coca eran los


hermanos Cachique Rivera, con bases en todo el Perú y que no sólo estaban
relacionados con el cartel de Cali sino también con importantes organizaciones
criminales de Europa. A la zaga, se ubicaban a la espera otras seis
organizaciones menos conocidas aunque poderosas que operaban en Ayacucho,
en las cercanías de Tacna y en Madre de Dios, territorio que limita con Bolivia
y Brasil.

Un mes después, en abril de 1994, los miembros de una comisión especial de


parlamentarios, anunciaron que unos 100 oficiales de las tres ramas de las
Fuerzas Armadas y 250 de la Policía Nacional estaban involucrados en casos de
narcotráfico, sumándose a otro centenar de oficiales que ya habían sido
sentenciados.

Rodríguez López.

En abril, se informó que por primera vez un general peruano sería sometido a la
justicia civil por un delito vinculado al tráfico de estupefacientes. Se trataba
del general Jaime Ríos Arayco, jefe del comando político militar de la zona del
Alto Huallaga, quien sería procesado junto a otros 11 oficiales.

En ese instante, las mafias de la droga controlaban el 60 por ciento de la


amazonia peruana, donde un millón 200 mil personas se dedicaban al cultivo y a
la refinación de coca que era movilizada en su mayoría a través de 300 pistas
aéreas clandestinas, en un mercado clandestino que ya llegaba a los mil millones
de dólares anuales.

Expertos judiciales advertían que el 80 por ciento de las mujeres recluidas en


el país estaban purgando condenas por narcotráfico. La mayoría eran mujeres
pertenecientes a los estratos más pobres y que habían sido sorprendidas
vendiendo pasta base. Les seguían en número las “mulas” que transportaban
droga al exterior, casi todas jóvenes hermosas, modelos o de procedencia
universitaria. 

Las “firmas” peruanas operaban, principalmente, en las cuencas amazónicas


cercanas a las fronteras con Colombia y Brasil. En la segunda mitad de los años
90 se habían detectado alrededor de 25 organizaciones muy activas, entre las
que sobresalían las dirigidas por José María Aguilar Ruiz, “Shushupe”; Waldo
Simeón Vargas Arias, “Ministro”; Lizardo Macedo Santillán, “Cristal”; los
hermanos Cachique Rivera; Lamber Rengifo Tello; Diego Vallejos Reyes,
“Albino”; y, Julio Daniel Augurto Lugo, “Camello”.

En tanto, el 40 por ciento de los 23 millones de peruanos seguía siendo pobre,


sin alcanzar siquiera lograr satisfacer sus necesidades básicas. El rápido
enriquecimiento que brindaba el narcotráfico se imponía como una de las
formas más rápidas y seguras para abandonar la miseria. En este escenario,
Fujimori logró imponerse nuevamente en las urnas y asumió en julio su segundo
período al frente del gobierno.

A fines de octubre de 1995, otros once altos oficiales del ejército peruano
-dos generales, tres coroneles, cuatro capitanes y dos tenientes-, fueron
acusados por un fiscal ante los tribunales de justicia peruanos por tráfico de
drogas.

Los generales implicados fueron identificados como David Jaime Sobrevilla,


quien actuó en 1992 como jefe del comando político militar de la zona del
Mantaro, y Macdonald Pérez Silva, miembro de su estado mayor. Sobrevilla era
llamado ‘‘El Abuelo’’ por los narcos, y fue acusado de colaborar con el
narcotraficante Abelardo Cachique Rivera -alias “El Negro”-  condenado a
cadena perpetua.

1992.

1994.
1995.

La acusación se sumaba a las realizadas en los dos últimos años en contra de


otros tres generales. Uno de ellos el general Jaime Rios Araico, ex jefe del
frente de Huallaga, acusado de  colaborar con Demetrio Chávez Peñaherrera,
“Vaticano”, quien tras ser detenido relató a la justicia los detalles de su
relación con Vladimiro Montesinos.

Uno de los casos más sorprendentes fue el uso del avión presidencial para
transportar cocaína al resto del mundo. Miembros de la Fuerza Aérea Peruana,
FAP, cargaron 93 kilos en un viaje a Moscú, 15 kilos rumbo a Islas Canarias, 30
kilos en dos viajes a Miami y 174 kilos que iban a ser desembarcados en una
gira de Fujimori a Europa en mayo de 1996. Uno de los principales responsables
de los cargamentos era el edecán aéreo del mandatario de origen japonés.
El imperio de los yakuza viaja hacia el occidente
Manuel Salazar Salvo 15/01/2021 - 06:00

Esta es la décima entrega de 24 capítulos de la investigación del periodista Manuel Salazar


sobre organizaciones criminales alrededor del mundo, contenido en el libro 'Conexiones
Mafiosas', de 2008. En este artículo, el autor analiza el desarrollo de la mafia japonesa,
conocida como yakuza, y su particular código de honor inspirado en los samurais.

En 1983, la policía japonesa tenía registrados a unos 99 mil yakuza que


pertenecían a poco menos de 2.500 bandas. Las más importantes, en orden
decreciente, eran: Yamaguchi-gumi  (10.400 miembros);  Sumiyoshi-
rengo (6.723); Motokyokuto Aioh Rengo-kai  (4.416);  Inagawa-
kai  (4.347); Ichiwa-Kai (2.800); Matsuba-kai (2.147); Nippon Kokusui-
kai  (943); Dai Nippon Heiwa-kai  (914); y, Toa Yuai Jigyo Kumiai  (796).

Sus negocios eran de una versatilidad sorprendente. Iban desde el apoyo


monetario a las campañas electorales de los partidos de derecha, hasta el
manejo de locales nocturnos que ofrecían camareras, prostitutas y todo aquello
que la población quería pero que estaba prohibido.

Dominaban los gremios de estibadores de los puertos, los sindicatos de


jornaleros de la construcción y los miles de vendedores callejeros;
extorsionaban desde pequeños bares a grandes empresas; dirigían todos los
tipos de juegos de apuestas posibles, incluido el boxeo, el sumo y las luchas
greco romanas.
En conjunto, manejaban casi un centenar de empresas productoras de
espectáculos y decenas de agencias de artistas. Casi todas las compañías
cinematográficas también estaban en sus manos.

La policía calculaba que casi la mitad de los ingresos percibidos por los yakuza
provenía de la venta de anfetaminas, y que desde los años 70’s habían
empezado a incursionar en la usura, el contrabando y la pornografía, incluida la
infantil.

Grupo de samurais en 1890.

Un pormenorizado estudio policial realizado en 1982 sobre las actividades de


las sociedades yakuza estableció que poseían 4.616 cafeterías; 4.276 oficinas
de préstamos; 2.291 baños turcos, estudios de desnudos y locales de strip-
tease; 2.156 empresas de construcción; 571 compañías inmobiliarias; y 366
empresas de transportes, entre otros muchos intereses.

Las empresas que les servían de pantalla presentaban ofertas para los
proyectos de obras públicas como construcción de redes de metro y de
aeropuertos. También dirigían equipos de béisbol, carreras de caballos y
subastas de propiedades hipotecadas. Se apropiaron de hospitales, academias
de inglés, productoras de juegos de videos, empresas extractoras y
recicladoras de basura; e incluso, dominaban las empresas de seguridad.  
El más respetado

En julio de 1981 falleció de un ataque cardíaco Kazuo Taoka, cabeza durante 35


años de la Yamaguchi-gumi, la más poderosa organización criminal japonesa.
Poco después, en la ciudad de Kobe, se reunieron 1.300 yakuza, pertenecientes
a unas 200 bandas, para honrar al jefe difunto. La ceremonia se efectuó en un
enorme sitio baldío donde se erigiría el Edificio Taoka, destinado a recordarlo.
Presentes en el lugar estaban las principales figuras del espectáculo nacional,
entre ellas la mayor estrella del cine, el galán Ken Takakura, protagonista de
decenas de películas sobre los yakuza.

El fallecido había llegado a controlar más de 2.500 empresas que le reportaban


anualmente a su organización cerca de US$ 470 millones.

El joven emperador Meiji.

La muerte de Taoka sumió a la Yamaguchi  en una prolongada lucha interna por


la sucesión, similar a las observadas en la Cosa Nostra estadounidense, que
derivó en alianzas y pactos con otras agrupaciones similares existentes en el
mundo, tales como las tríadas chinas, las mafias italianas e incluso los en ese
momento nacientes carteles colombianos de la cocaína. 

Este sindicato del crimen fue fundado en 1915 por Harukichi Yamaguchi y
medio centenar de estibadores del puerto de Kobe. Yamaguchi-gumi  obtuvo el
derecho a manejar el mercado al por mayor de Kobe y a controlar el mundo del
espectáculo, extendiendo luego su influencia a todo el país.

Desde los años 60’s editaba su propia revista, que era distribuida entre todos
los miembros del clan. En uno de sus números, Taoka había explicado las
directrices morales de la sociedad: “Recomiendo a los socios de la Yamaguchi-
gumi que pongan todo de su parte para evitar el odio del pueblo. Es preciso
mostrarse gentil y bondadoso, y siempre se deberá exhibir una sonrisa y obrar
con sinceridad”.

Toyama, “El emperador de los tugurios”, y Uchida, su brazo derecho.

Pasado medieval

El origen de los yakuza se remonta a comienzos del siglo XVII cuando Ieyasu
Tukugawa unificó a Japón, puso fin a siglos de guerras civiles e inició la época
del shogunato, transformándose él mismo en el primer gran shogun.

La paz dejó sin trabajo a unos 500 mil samurai, muchos de los cuales se
hicieron mercaderes o ingresaron a la nueva administración del estado. Otros,
optaron por los caminos de la aventura, a veces como bandoleros errantes y en
ocasiones como defensores de los más desamparados. Entre ellos estaban
los ronin, los samurai sin señor, que luego se transformaron en los kabuki-
mono (“los locos”), que vestían ropas extravagantes, usaban extraños cortes de
cabello y llevaban largas espadas.

De éstos, surgieron dos grupos claramente diferenciados: los hatamoto-


yakko (“servidores del shogun”) y los  machi-yakko  (“servidores de la ciudad”),
agrupados para enfrentar los excesos y abusos de los delegados del shogún.

Entre los  machi-yakko, todos de extracción plebeya y humilde, fue posible


distinguir a partir del siglo XVIII dos vertientes: los bakuto  (tahúres) y
los tekiya  (buhoneros). Los primeros se situaron en los caminos y en las
ciudades; los segundos, en las ferias y en los mercados. Tenían territorios
propios muy delimitados y se caracterizaban por una gran cohesión entre ellos.

Ultranacionalista asesina a dirigente político.

Ambos tipos se organizaron a partir de familias que adoptaban a nuevos


integrantes y que se ligaban siguiendo uno de los conceptos principales de la
cultura japonesa, la relación entre oyabun  y kobun  (condición de padre y
condición de hijo). El primero presta consejo, protección y ayuda; el segundo,
ofrece lealtad y obediencia a toda prueba. Es una especie de vínculo entre
maestro y aprendiz, entre señor y vasallo, entre cabeza y parte de un clan.

La okka  (familia) se constituye jerárquicamente: primero el oyabun, luego el


subjefe, los maestros, los soldados y finalmente los aprendices.

El oyabun  asignaba los puestos y las funciones, cobraba los arriendos y los 
pagos por protección.

Los nuevos miembros se iniciaban intercambiando tazas de sake  frente a un


altar dedicado a Shinto, la deidad autóctona de Japón.

Expulsados o mutilados

En 1740 algunos tekiya  fueron nombrados intendentes de ferias y se les


confirió la dignidad de “un apellido y dos espadas”, propia de los samurai.

Los bakuto, en tanto, se afincaron en el Camino Imperial de Tokaido, la ruta


principal que unía a Kioto con Edo (hoy Tokio), donde controlaban cerca de 60
posadas, que servían de albergue a los viajeros y donde se practicaban juegos
de apuestas.

Fue aquí donde los tahúres comenzaron a emplear el nombre “yakuza”. El


término procede del punto más bajo del juego de naipes hanafuda  (naipes de
flores). Cada jugador recibe tres naipes, y el último dígito de la cifra total
será la puntuación de la mano; por tanto, si la mano del jugador es 20 el total
será cero. La peor mano es la secuencia de 8, 9 y 3, números que en japonés se
pronuncian ya, ku, sa.

El nombre sirvió luego para designar a los tahúres como personas inútiles,
nacidos para perder. Más tarde se extendió para referirse no sólo a
los bakuto  y tekiya, sino para todas las bandas delictivas del Japón.

Las reglas de ambos grupos se hicieron cada vez más rígidas. La cobardía, la
desobediencia y la revelación de secretos no sólo eran una traición sino que un
ultraje al honor del grupo. A excepción de la muerte, la pena más severa era la
expulsión, que se hacía saber a todas las otras bandas. Incluso hoy, cuando un
yakuza es expulsado, se envían cientos de postales sin sobre a todas las
“familias” con el anuncio oficial de la medida y pidiendo que se rechace
cualquier relación con el afectado.

La ceremonia del yubitsume.

Como había faltas graves que no merecían ni la muerte ni la expulsión, se


adoptó el yubitsume, una ceremonia en que el trasgresor se cercena la falange
superior del dedo meñique. Si el individuo cometía una nueva falta, se debía
amputar la segunda falange del mismo dedo o la primera del siguiente. Un
estudio realizado por el gobierno japonés en 1971 reveló que para esa fecha el
42 por ciento de los bakuto  se había amputado una falange, y que el 10 por
ciento había cumplido el rito por lo menos en dos ocasiones.

La sanción buscaba debilitar la mano del responsable para que no pudiese


sostener con firmeza la espada y, a la vez, aumentaba aún más la dependencia
de su protector.

Los tatuajes, otra de las costumbres de los yakuza, también se extendió en


este período. Inicialmente fue una señal de castigo empleada por la autoridad
para marcar a los proscritos de la sociedad; por cada delito se tatuaba al
infractor un anillo de color negro alrededor del brazo. Su carácter de estigma,
sin embargo, tuvo también una vertiente honrosa que fue adoptada no sólo por
los yakuza, sino que incluyó a geishas y prostitutas que se grababan el nombre
de su cliente preferido en el interior de los muslos.
Funeral de un jefe yakuza.

Dioses famosos, héroes legendarios, dragones, tigres y crisantemos, poblaron


los cuerpos de los integrantes de los clanes, como una prueba de fuerza, coraje
y virilidad. Hoy la autoridad de saunas y baños públicos de Japón obliga a poner
anuncios que advierten: “No se permite la entrada a personas con tatuajes”.

El último shogun

En 1867 abdicó el decimoquinto y último shogun de la familia Tokugawa. Lo


sucedió el joven emperador Meiji, que inició el período de la restauración. Se
rompieron entonces los últimos lazos feudales y se liberaron las capacidades
comerciales e intelectuales. El país ya albergaba a 45 millones de habitantes.

Entre 1890 y 1914 Japón dobló su producción industrial y triplicó el número de


fábricas. Nació y maduró el primer parlamento, así como los primeros partidos
políticos. Creció y se hizo poderoso el ejército que luego invadiría China y
Corea y que saldría victorioso de una guerra con Rusia en 1905.

Los yakuza se expandieron entre los obreros de la construcción, los


estibadores de los puertos y los conductores de los rikshaw, nuevos carruajes
de los cuáles sólo en Tokio funcionaban 50 mil. Y mientras los cambios se
multiplicaban y la nación se democratizaba, crecía y se desarrollaba el
ultranacionalismo.
Taoka y Inagawa, jefes yakuza.

A fines del siglo XIX surgió en Fukuoka, en la isla Kiushu, en el extremo más
próximo a la costa de Asia, el bastión de la nueva corriente militarista y
patriótica que invadiría Japón. Irrumpió Mitsuru Toyama, “el emperador de los
tugurios”, creador de la Genyosha, la “Sociedad del Océano Tenebroso”, quien
vinculó desde allí en adelante a las sociedades delictivas con la vida política.

Su propósito era aprovechar los sentimientos nacionalistas de los antiguos


samurai para lograr el sometimiento de otras naciones y la instauración de un
régimen autoritario en Japón. El “océano tenebroso” era para Toyama y sus
partidarios el estrecho pasaje que separa a Japón de Corea y de China.

Los yakuza se convirtieron en la antítesis de sus orígenes; pasaron a ser


hampones de alta categoría, imbuidos del patriotismo que proclamaba Toyama.

La “Sociedad del Océano Tenebroso” envió agentes a China, Corea y Manchuria


en misión de espionaje. En sus escuelas se instruyó a toda una generación de
partidarios del ultranacionalismo en artes marciales, lenguas extranjeras y
técnicas conspirativas. Ellos fueron los cimientos de una red de inteligencia
creada bastante antes de la Segunda Guerra Mundial.

Paralelamente, reprimieron el malestar público, intimidaron a candidatos


políticos y a votantes, suprimieron a dirigentes sindicales y estudiantiles.
En 1895, un grupo de ninjas se introdujo en el palacio imperial y asesinó a la
emperatriz de Corea, suceso que contribuyó a invadir el país donde el Japón
permaneció por casi 50 años.

Surgieron cientos de sociedades secretas ultranacionalistas en todo el país.


Solían llevar nombres como “Cuerpo del Compromiso de Sangre”, “Grupo de
Leales a la Sinceridad”, “Cuerpo de Campesinos Temerarios”, “Asociación para
las Operaciones Celestiales” y otros por el mismo estilo. Algunas eran
patrocinadas por personas acaudaladas, pero otras se financiaban mediante
delitos que se mantienen hasta hoy entre las bandas yakuza: el juego, la
prostitución, el chantaje, el control de los sindicatos y las ventas callejeras.

Sociedad del Dragón Negro

En 1901, Ryohei Uchida, brazo derecho de Toyama, fundó la “Sociedad del


Dragón Negro”, cuyo objetivo era dominar y dirigir todo el continente asiático,
que impulsó la guerra con Rusia y ayudó a preparar la tan ansiada invasión de
China. Su período de esplendor duró 30 años, en los que se dedicó a exhortar a
los japoneses para que emprendieran una guerra santa contra el capitalismo, el
bolchevismo, la democracia y el mundo occidental.

El actor Ken Takakura.


En 1919, Toyama, Uchida y Tekejiro Tokunami crearon la   Dai Nippon Kokusui-
kai  (“Sociedad de las Esencias Nacionales del Gran Japón”), la primera
federación nacional de bandas mafiosas, que agrupó a 60 mil hampones,
trabajadores y partidarios del nacionalismo, que eran el equivalente a los
Camisas Negras de Mussolini en la Italia de esos días.

Con el tiempo, la Kokusui-kai  se convirtió en el brazo paramilitar del Seiyukai,


uno de los principales partidos políticos de la época. La otra gran fuerza
política, el Minseito ya había creado su propia fuerza de choque con miembros
de las bandas yakuza del rubro de la construcción.

En el mismo momento en que los nazis se apoderaban de Alemania y los


fascistas subían al poder en Italia, en el Japón creció un ambicioso movimiento
militarista. Se hallaba próxima para ellos la “Esfera de la Coprosperidad del
Gran Extremo Oriente”, el esperado momento en que el poderío nipón barrería
a las potencias occidentales instaladas en la región. Y también era el momento
tan esperado por Kazuo Taoka, el jefe de la   Yamaguchi-gumi, la sociedad
yakuza que reinaría de ahí en adelante entre las sociedades criminales del
Japón.

Los tatuajes, elemento fundamental de la cultura yakuza.


Al otro lado de los mares

El director de cine estadounidense Sydney Pollack eligió a los actores Robert


Mitchum y Ken Takatura como protagonistas de su película “Yakuza”, estrenada
en 1975, una notable aproximación a los códigos de honor de la delincuencia
nipona. No obstante, los torsos tatuados y las amputaciones de dedos no
impresionaron mayormente a los norteamericanos. Para ellos los yakuza eran
algo exótico y muy distante. 

Dos décadas más tarde, sin embargo, directores como Teruo Ishii, Seijun
Suzukii, Quentin Tarantino, Takeshi Kitano y Takashi Miike, entre otros,
capturarían la atención de las nuevas generaciones sobre la cultura yakuza.

En 1983, el presidente Ronald Reagan creó una comisión especial para


investigar a las sociedades delictivas y pidió a sus integrantes una especial
preocupación sobre los yakuza. El FBI ya le había advertido que los hampones
japoneses estaban presentes en diversos estados y que se dedicaban
preferentemente al contrabando de armas y de pornografía, pero que también
incursionaban en el tráfico de drogas, en la trata de blancas y en el juego.

Durante las sesiones de la comisión, donde incluso prestaron testimonio algunos


japoneses encapuchados, quedó claro que las organizaciones yakuza estaban
asentadas en una docena de ciudades y que penetraban rápidamente en
variados ámbitos de la sociedad norteamericana.
Miembros de las mafias yakuza.
Diversas agencias de seguridad tenían en sus archivos pruebas de las
relaciones que desde la década de 1930 mantenían las bandas asiáticas con la
mafia ítalo-norteamericana para suministrarle grandes partidas de morfina,
heroína e incluso cocaína. También habían participado en el negocio del juego
en toda la costa occidental, desde Seattle hasta la frontera con México,
actividades que se interrumpieron el 7 de diciembre de 1941, tras el
bombardeo a Pearl Harbor, pero que, 40 años después, reaparecían con más
vigor que antes.

Esta vez, además, existían decenas de denuncias de mujeres que alegaban


haber sido llevadas bajo engaño a Japón para una vez allí obligarlas a trabajar
como prostitutas. El FBI, por su parte, tenía identificadas a diversas empresas
que operaban en el rubro de la construcción y de los negocios inmobiliarios, e
incluso en exploraciones petrolíferas y en procesamiento de gas natural, todas
ellas estrechamente ligadas a inversiones de la yakuza. Ya no cabían dudas: una
nueva invasión, ahora más silenciosa, había comenzado.
Los mariachi entran al baile (extracto de 'Conexiones
Mafiosas')
Manuel Salazar Salvo 16/01/2021 - 06:00

Esta es la undécima entrega de 24 capítulos de la investigación del periodista Manuel


Salazar sobre organizaciones criminales alrededor del mundo, contenido en el libro
'Conexiones Mafiosas', de 2008. En este artículo, el autor describe cómo los viejos
contrabandistas mexicanos empezaron a modernizarse para ingresar al nuevo gran
negocio: satisfacer la demanda del creciente mercado de drogas estadounidense.

Al iniciarse la década de 1970, los viejos contrabandistas mexicanos


empezaron a modernizarse para ingresar al nuevo gran negocio: satisfacer la
demanda del creciente mercado de drogas estadounidense. Ya no sólo se
trataba de proveer de tequila, paquetes de marihuana y hongos alucinógenos a
los gringos. Ahora los pedidos eran grandes e incluían partidas de heroína y
cocaína. Había que trazar nuevas rutas, cambiar los medios de transporte, fijar
puntos de entrega y establecer alianzas con las incipientes organizaciones
“hermanas” que estaban surgiendo en Colombia.

Los traficantes aztecas se valieron inicialmente de grupos delictivos de


Guatemala y Honduras, en Centroamérica; y de Trinidad y Tobago, Haití,
República Dominicana y Puerto Rico, en el Caribe. Empleaban diferentes rutas
para bajar hasta esos países a buscar la cocaína y luego subirla hacia Estados
Unidos.

Juan Ramón Matta Ballesteros


Para las operaciones terrestres, usaban camiones con doble fondo, que viajaban
hasta Panamá con cargas lícitas y luego volvían supuestamente vacíos,
mostrando en las fronteras los papeles de entrega de las mercancías legítimas.

La prohibición paulatina de drogas y finalmente del alcohol en las primeras


décadas del siglo XX en los Estados Unidos, produjo una expansión del
contrabando de estos productos desde México, tráfico en el cual se
involucraron de manera creciente las elites locales y regionales. Los altos
funcionarios del gobierno central también vieron el incremento exponencial de
las ganancias y flaquearon rápidamente ante el caudal de dólares que inundaba
las zonas fronterizas y se extendía al resto del país.

Amado Carrillo

El hábito de la corrupción

La Segunda Guerra Mundial y luego la guerra civil en China con sus efecto
sobre el tráfico de heroína hacia los Estados Unidos, significaron un nuevo
avance de los grupos locales dedicados al tráfico de marihuana y opio. En los
años 50’ surgieron las zonas de producción de drogas y se establecieron los
primeros contactos con las redes internacionales de tráfico de
estupefacientes.

También por esos años se consolidaron los estrechos vínculos entre el poder
político, cada vez más centralizado, y las organizaciones criminales. A modo de
ejemplo, los investigadores mexicanos citan los recursos depositados en bancos
extranjeros por el presidente Miguel Alemán Valdés (1946-1952) y altos
funcionarios de su administración, que ascendieron a un monto superior a los
500 millones de dólares.
El cadáver de Amado

Se recuerda que el gobernador de Chihuahua fue forzado a dimitir por una


protesta popular que lo acusó de controlar la prostitución en Ciudad Juárez. El
gobernador de Baja California también tuvo que dejar su puesto tras las quejas
de unas ocho mil prostitutas que exigían dejar de pagar una cuota a una
supuesta organización caritativa que dirigía su esposa.

Quince años después, los hippies que buscaban los paraísos artificiales y los ex
combatientes de Vietnam que requerían heroína, así como la interrupción de las
rutas que proveían de drogas a  la mafia ítalo-norteamericana desde el
Oriente, contribuyeron aún más a la expansión de las nuevas organizaciones
criminales mexicanas.

Una inquieta Casa Blanca apoyó desde Washington en marzo de 1970 una 
campaña contra el auge del narcotráfico. Ocho meses después se informó que
Chihuahua había sido el estado con el mayor número de siembras de amapola
destruidas, seguido por Sinaloa. Ese mismo año, individuos armados
procedentes de Sinaloa empezaron a adquirir tierras y a contratar campesinos
para plantar amapolas y marihuana.
Enrique Camarena, agente de la DEA asesinado

Pocos años después, en 1977, diez mil soldados participaron en la “Operación


Cóndor", destinada a destruir plantaciones de marihuana en Sinaloa, Durango y
Chihuahua, en un área triangulada de 70 mil kilómetros, zona que producía más
del 70% de los enervantes de todo el país. En 1979 el subprocurador General
de la República, Samuel Alba Leyva, aseguró que la siembra, el cultivo y el
tráfico de drogas en la región habían sido erradicados.

A mediados de los 70, México ya era la principal fuente de marihuana de alta


potencia para el mercado estadounidense, proveía el 70% de la heroína y era
una de las dos rutas principales para la cocaína que viajaba desde América del
Sur.

Detención de Rafael Caro

Con el crecimiento disparado de la demanda y los beneficios obtenidos, gran


parte de las autoridades nacionales comenzaron a participar sin rubores en el
negocio, mediante un control cercano de todos los procesos de producción y
distribución, según lo acreditan decenas de investigaciones realizadas por
especialistas de los más diversos orígenes.

La policía política de entonces, la Dirección Federal de Seguridad (DFS), jugó


un papel crucial en la centralización a nivel nacional de la producción y el
tráfico de drogas.

El investigador Elaine Shannon, en su libro “Desperados. Los caciques latinos de


la droga, los agentes de la ley y la guerra que Estados Unidos no puede ganar”,
publicado en 1988, señala:

José Albino Bazán, socio de Caro

 “A mediados de los años 70’, cuando las bandas de Sinaloa guerreaban entre sí
y con la Policía Judicial Federal (PJF) y la DEA (Drug Enforcement Agency).
Los comandantes de la DFS, Esteban Guzmán y Daniel Acuña, fueron a ver a los
señores de la droga de Sinaloa, Ernesto Fonseca, Miguel Ángel Félix Gallardo,
los Caro y los Quintero, y les aconsejaron que dejaran a un lado la violencia y
que edificaran una base de operaciones en Estados Unidos. Según Gabriel (un
informante de la DEA que decía haber trabajado en la parte interna de la DFS
de 1973 a 1981) los funcionarios de la DFS persuadieron a los traficantes de
Sinaloa de que se reubicaran en Guadalajara. Dijo que los agentes de la DFS
edificaron una especie de complejo narcoindustrial. Conforme a su relato, los
agentes de la DFS presentaron a los traficantes con personas de influencia en
Guadalajara, les buscaron casa y les asignaron guardaespaldas. Los traficantes
proporcionaban músculo y sangre, según dijo, y los dirigentes de la DFS
aportaban cerebro, coordinación, aislamiento de otras agencias del gobierno y
poder de fuego en forma de miles de armas automáticas introducidas de
contrabando. Gabriel afirmó haber asistido a sesiones de estrategia tenidas
por los altos funcionarios de la DFS en Ciudad de México, en las que se
planearon operaciones multinacionales de drogas. Dijo haber visto a los
funcionarios de la DFS retando a Ernesto Fonseca por haberse enviciado a la
cocaína y por manejar su negocio chapuceramente. Explicó que la DFS
contrataba asesores como él para ayudar a las familias a establecer redes en
las comunidades hispánicas de Estados Unidos”.

Todos en Guadalajara

En 1976, en Ojinaga empezó a sobresalir un hombre que le gustaban los


sombreros finos, las metralletas R-15 y las camionetas Bronco; y que, además,
ayudaba a los pobres y a los estudiantes. Era Pablo Acosta, “El zorro de
Ojinaga", el primer gran capo que llegó a controlar la exportación de cocaína,
heroína y marihuana por la región nororiente de Chihuahua. Agentes federales
lo sorprendieron y acribillaron en su rancho. Su organización pasó a manos de
tres hermanos que habían llegado a trabajar a sus órdenes seis años antes
desde Sinaloa. Se trataba de Amado, Cipriano y Vicente Carrillo, sobrinos de
Ernesto Fonseca Carrillo alias "Don Neto".    

Al comenzar la década de los 80’, Miguel Ángel Félix Gallardo formó el cartel
de Guadalajara, integrando Juan Ramón Matta Ballesteros, Ernesto Fonseca
Carrillo , Manuel Salcido Uzeta, Javier Barba Hernández, Juan José Quintero
Payán. Pablo Acosta Villarreal, Juan José Esparragoza, Amado Carillo Fuentes,
Rafael Caro Quintero, Juan García Abregó Quintero, Héctor “El Güero” Palma,
“El Chapo” Joaquín Guzmán, y los hermanos Arellano Félix, entre otros. Todos
eran de Sinaloa.

Los Arellano Félix, el cartel de Tijuana


Félix Gallardo había llegado a un acuerdo con los carteles colombianos para
trasladar cocaína, heroína y marihuana a California. Conocía bien el negocio:
había sido policía y luego guardaespaldas del gobernador de Sinaloa, Leopoldo
Sánchez Celis. En 1982 el cartel de Guadalajara introducía 1,5 toneladas de
cocaína al mes hacia Estados Unidos.

Guadalajara era una ciudad tranquila, donde se bebía tequila y se escuchaba


mariachi. Los pueblos vecinos sufrían el desempleo y la pobreza, pero de pronto
todo cambió y fue notorio el auge económico en las comunidades rurales. Los
mariachis que llegaban al baile fueron desplazados por las bandas que
interpretaban narcorridos y música más alegre. En Cúcula, cuenta una
periodista mexicana, a veces se encontraba sólo un mariachi: el del monumento
que se encuentra a la entrada del pueblo.

Francisco Javier Arellano Félix

Los carteles colombianos que intentaron transportar cocaína por México en


forma independiente obtuvieron fracaso tras fracaso, y tuvieron que aliarse
con la delincuencia organizada local, que estaba coludida desde décadas antes
con múltiples instituciones. El poder económico de los cafeteros fue inútil en
las tierras de Pancho Villa, donde siempre “el poder otorga dinero”, pero no
siempre “el dinero otorga poder”.

La repartición de un país

Enrique “Kiki” Camarena, un osado agente estadounidense de la DEA, logró


ganarse la confianza de Rafael Caro Quintero, Ernesto Fonseca Carrillo,
Manuel Salcido y Miguel Ángel Félix Gallardo, los “mero mero” de Guadalajara.
Se trataban de compadres  y Camarena les prometió protección e impunidad,
desde el estado de Guerrero hasta Tijuana.
En noviembre de 1984, 450 soldados apoyados por helicópteros ingresaron al
rancho “Búfalo”, en Chihuahua, donde laboraban unos diez mil campesinos. Las
tropas capturaron unas mil hectáreas de cannabis, que significaban cerca de
diez mil toneladas de marihuana, el consumo de un año en el mercado de EE.UU,
avaluada en más de US$ 8.000 millones.

Ernesto Fonseca Carrillo

Cuatro meses tardaron los perjudicados en descubrir que Camarena los había
traicionado. En marzo de 1985 lo secuestraron en la vía pública, lo torturaron y
lo asesinaron.

El error fue grave y las consecuencias peores. Washington presionó al gobierno


mexicano y la DEA atrapó a Miguel Ángel Félix, a Rafael Caro, y a Ernesto
Fonseca, dejando al cartel de Guadalajara sin sus principales cabezas.
Entonces, Juan José Esparragoza-Moreno, “El Azul”, uno de los más respetados
jefes mafiosos, convocó a una junta de principales y antiguos para proponer una
solución salomónica: la repartición de todo el territorio mexicano.
Juan García Abregó

Así surgieron cuatro grandes nuevos carteles: Tijuana, a cargo de los Arellano
Félix y “Chuy” Labra; Sinaloa, dirigido por “”El Chapo” Guzmán y “El Güero”
Palma; el del Golfo, controlado por Juan García Abregó; y, el de Ciudad de
Juárez, liderado por Amado Carrillo.

Eran y se sentían como una verdadera gran familia, pero la herencia no tenía
límites, la competencia aumentaba y el tiempo apremiaba. Los lazos se
rompieron en semanas y se desató la guerra entre los nuevos carteles.

“El Chapo” y “El Güero” se aliaron con Amado Carrillo en contra de los Arellano
Félix. A la esposa del “Güero” le cortaron la cabeza y a sus hijos los lanzaron
amarrados desde un puente. En la batalla no se dieron tregua ni cuartel y hasta
un cardenal de la iglesia católica murió acribillado en el pleito.
El Chapo Guzmán

Mientras, desde Ciudad Juárez, Gilberto Ontiveros Lucero, "El Greñas", y


Jesús Meléndez, “Don Chuy”, se transformaron en “los reyes de la cocaína”. El
alcaloide que introducían a Estados Unidos viajaba por aire desde Colombia a
los puertos de Veracruz o Tampico; de ahí por avión o en camiones llegaba a
Chihuahua y luego era trasladada a bodegas de Juárez y El Paso, desde donde,
finalmente, salía hacia Los Ángeles, oculta entre piñatas y artesanías
mexicanas. En 1988, el cartel de Juárez tenía en su nómina a 30 jefes y
comandantes de la Policía Judicial Federal, encargados de custodiar los
cargamentos. Amado Carrillo Fuentes, el jefe indiscutido, decidió transportar
la cocaína en grandes cantidades a bordo de aviones Boeing 727, que
aterrizaban en Chihuaha después de un largo viaje desde Medellín, en Colombia.
Muy pronto se empezó a hablar del “Señor de los Cielos”.

Un trabajo similar realizaba mientras el cartel del Golfo, que podría ser
considerado el más antiguo de México. Comenzó en la década de 1950 con el
tráfico de whisky en la zona norte de Tamaulipas. Juan Nepomuceno Guerra
fue el líder que prevaleció hasta el fin de sus días y las autoridades nunca
pudieron probarle delito alguno. En los años 80’ llegó un sobrino del jefe, Juan
García Abrego, quien giró el negocio hacia las drogas y puso a su lado a tres
hombres de confianza: Óscar Malherbe, Jaime González y Raúl Valladares,
quienes se hicieron cargo de llevar miles de toneladas de cocaína a Estados
Unidos, en una férrea asociación con el colombiano cartel de Cali, dirigido por
los hermanos Gilberto y Miguel Rodríguez Orejuela. El vínculo entre ambas
organizaciones era Luis Hermida Madrid, llamado “El ingeniero”, por su
habilidad para trazar rutas de transporte.
El Güero Palma

¿Narco democracia?

La especificidad fundamental del crimen organizado en México es que se


origina, se sostiene y nutre desde las estructuras del estado, en particular de
aquéllas que teóricamente existen para combatir, precisamente, a la
delincuencia. Las inmensas diferencias en niveles de renta y de poder, junto
con otro tipo de factores como el escaso desarrollo de la sociedad civil,
ayudaron a crear las condiciones para su mantenimiento.

Así, según sostiene Carlos Resa Nestares, consultor de la Oficina de las


Naciones Unidas sobre Drogas y Delincuencia, en su estudio “Sistema Político y
delincuencia organizada en México”,  las asociaciones criminales mexicanas no
pueden situarse dentro de los modelos más o menos habituales de delincuencia
organizada y sus conexiones con el poder político sino que puede aprehenderse
de forma más apropiada si se incorpora el concepto de crimen organizado de
estado. Las pautas más acordes serían las de delincuencia organizada de
estado, definida como el conjunto de “actos que la ley considera delictivos
(pero que son) cometidos por funcionarios del estado en la persecución de sus
objetivos como representantes del estado”
La ruta desde Perú

“Igual que con la iniciativa privada, con el petróleo o con las arcas estatales de
todos los niveles de la administración pública, las élites políticas mexicanas han
controlado el cada vez más lucrativo negocio del tráfico de drogas para su
propio beneficio”, afirma Resa Nestares, también profesor de Derecho en la
Universidad Autónoma de Madrid.

En 1991, un ya bien establecido traficante de drogas, Oliverio Chávez Araujo,


también conocido como “El Zar de la Cocaína”, ex militar que traspasó la
frontera del comercio de marihuana hacia el de cocaína con gran éxito,
llegando a disputar su control a Juan García Abrego en el codiciado estado
norteño de Tamaulipas, declaró: “he vencido a todos los cárteles, pero con el de
la charola no he podido”.

El culto a los narcos

Uno de los entonces aliados de García Abrego, Óscar López Olivares, alias “El
Profe”, se refirió también al negocio de las drogas: “El narcotráfico, y esto
debe entenderse, es un asunto manejado por el gobierno completamente
porque desde la protección que se da a los cultivos de marihuana, todo está
debidamente controlado, primero por el ejército, después por la Policía Judicial
Federal y hasta por los fumigadores de la Procuraduría”. Cuando finalmente
García Abrego pierde sus resortes políticos y es detenido en Nuevo León, su
anciano tío, Juan Nepomucemo Guerra, que durante décadas controló el
contrabando en Matamoros, declaro: “es mi sobrino, ¿qué le puedo decir?...
contra el gobierno no se puede”.

Territorios en disputa

Durante los tiempos del partido único en México, el Partido Revolucionario


Institucional, (PRI), los caciques políticos regionales y estatales no sólo
mantenían el control político y el poder público, sino que en muchos casos -y de
ello abundan las evidencias- solapaban a las bandas criminales a cambio de una
cierta estabilidad en los niveles de violencia. Así, al tiempo que crecía el poder
y la influencia de las bandas del narcotráfico -y las disputas por territorios de
paso, y luego de mercados- se hacía necesario extender las redes de
complicidad, del orden municipal al estatal y luego al federal.
Asesinatos diarios conmocionan al país azteca

Pero los problemas se complicaron cuando llegaron la pluralidad y la


alternancia; cuando un gobernador es de un partido, el alcalde de la capital de
esa entidad está en manos de otro partido, y más aún cuando existe una lucha
tripartidista. Y la crisis alcanza niveles geométricos cuando otras bandas
criminales disputan territorios, rutas y mercados, empujados por la ley del
mercado de las drogas; por la sobreoferta que debe encontrar nuevos puntos
de distribución y consumo. Se alteraron los equilibrios políticos, económicos y
sociales que hicieron posible, por lo menos hasta el año 2000, una convivencia
más o menos manejable. Luego vendría la violencia sin freno y los mexicanos
empezarían a transitar por los senderos del espanto.
A las puertas del Vaticano (extracto de 'Conexiones
Mafiosas')
Manuel Salazar Salvo 17/01/2021 - 06:00

Cardenal Jean Villot con Paulo VI

Esta es la duodécima entrega de 24 capítulos de la investigación del periodista Manuel


Salazar sobre organizaciones criminales alrededor del mundo, contenido en el libro
'Conexiones Mafiosas', de 2008. En este artículo, el autor describe cómo a fines de los
años 60’ y comienzos de los 70’, convergieron en Italia a lo menos cinco organizaciones que
con distintos fines dieron forma a una poderosa estructura criminal cuyas extensas y
complejas ramificaciones políticas y económicas aún permanecen en la más densa oscuridad.

A fines de los años 60’ y comienzos de los 70’, convergieron en Italia a lo


menos cinco organizaciones que con distintos fines dieron forma a una
poderosa estructura criminal cuyas extensas y complejas ramificaciones
políticas y económicas aún permanecen en la más densa oscuridad. Los
protagonistas fueron la mafia ítalo-norteamericana, la logia masónica
Propaganda 2, la CIA, el Partido Demócrata Cristiano de Italia y varios de los
más encumbrados habitantes del Vaticano.

La trama tiene orígenes diversos y remotos, pero es posible ubicar un punto de


inflexión en el otoño europeo de 1964. En algún lugar de los montes Apeninos,
en una mansión vigilada por cámaras de televisión y guardias armados, 12
hombres vestidos de esmoquin, con sus cabezas cubiertas con capuchas de
seda negra, flanqueados por grandes retratos de Hitler, Mussolini y Perón,
esperan el inicio de una ceremonia ritual que dirige un sujeto canoso, el único
con la cara descubierta.

Alexander Haig, coordinador de la Red Gladio

Un desconocido ingresa al gran salón. Lleva capuz pero sus ojos están tapados.
Jura ser fiel al grupo y no revelar sus secretos. Los iniciados entregan un
sobre cerrado y depositan una gota de su sangre en un frasco de cristal. El
celebrante extrae de los sobres las fotografías de cada uno de los asistentes y
las deposita en un recipiente de oro. Agrega la del recién llegado y una gota de
la sangre ya mezclada sobre los retratos, sellando el pacto suscrito.

En las fotografías aparecen, entre otros, Vito Miceli, general del Servicio
Secreto de Información Italiano (SID); Carmelo Spanuolo, juez de la Corte
Suprema y primer fiscal de Milán; Raffaele Giudice, jefe de Carabineros de
Hacienda; Ugo Zilletti, jefe del Consejo Supremo de los Magistrados de Italia;
Joseph Miceli Crimi, cirujano jefe del Departamento de Policía de Palermo;
Roberto Calvi, administrador del Banco Ambrosiano; y, Antonio Viezzer,
coronel del SID.

Cardenal Agostino Casaroli

El recién iniciado es Michele Sindona, banquero que desde 1957 lava el  dinero
obtenido del tráfico de heroína por la familia Gambino, cabeza de la mafia de
Nueva York. El sujeto de rostro descubierto es Licio Gelli, el Gran Maestro, el
“Naja Hannah” (Rey Cobra) de la organización. Los conjurados integran el
núcleo principal de la logia masónica Propaganda 2, creada por Gelli para
oponerse a la creciente influencia del Partido Comunista Italiano, el más activo
de Europa, y actuar como dique ante la ola izquierdista que invade América
Latina.

Gelli, nacido en 1919 cerca de Florencia, había combatido muy joven junto a los
franquistas en la división italiana de los “camisas negras”. En 1940 se enroló en
el Partido Nacional Fascista. Dos años después viajó a Albania, donde se
transformó en el hombre de confianza del secretario de los fascios italianos en
el exterior. En 1943 adhirió a la República Social Italiana y constituyó en su
tierra natal uno de los primeros fascios republicanos.
Licio Gelli

También aceptó ser oficial de enlace de la SS alemana, participando en el


interrogatorio de prisioneros ingleses y cazando desertores, muchos de los
cuales fueron fusilados. Concluida la guerra, en 1945 se le detuvo por delitos
cometidos durante el régimen fascista y fue condenado a dos años y medio de
cárcel. En marzo de 1946 recuperó su libertad y comenzó a trabajar en
comercio minorista. En 1947 consiguió pasaporte a Francia, España, Suiza,
Bélgica y Holanda, países donde amplió sus negocios y contactos. Se inscribió
sucesivamente en la Democracia Cristiana, en el Partido Monárquico y en el
Movimiento Social Italiano. Acosado por la policía italiana, decidió viajar a
Argentina donde desde 1946 gobernaba Juan Domingo Perón.

Gelli regresó a Italia en 1960 e ingresó a la Orden Masónica de la


Francmasonería, conocida como el Gran Oriente. En 1962, como ejecutivo de la
empresa Permaflex, gestionó una masiva venta de colchones para los ejércitos
de la OTAN. Sus vínculos con jefes militares, políticos y empresarios
aumentaban. En 1967 se radicó en Arezzo, como ejecutivo de la colchonería
Dormire y se convirtió en uno de los principales agentes de la “Operación
Gladio”, un plan de la CIA para impedir la expansión del comunismo en Europa y
que dirigía el general Alexander Haig, antiguo comandante en jefe de la OTAN.
Roberto Calvi

Gladio forjó acuerdos entre la mafia y ciertos funcionarios de la curia


vaticana, reclutó a neofascistas para atentados que se atribuían a la izquierda
y repartió millones de liras entre los partidos políticos y la prensa.

En los salones vaticanos

En 1973, Juan Domingo Perón retornó a la Argentina. En el charter de Alitalia


que condujo al general a Buenos Aires iba también Gelli. Asistió a la ceremonia
de asunción del líder de los descamisados y días después recibió la Orden del
Libertador San Martín, en el grado de Gran Cruz. La P2 se consolidaba en el
país trasandino. Entre sus hombres destacaban “El Brujo” José López Rega, el
canciller Alberto Vignes, el almirante Emilio Massera y el general Carlos
Suárez Manson.

Juan Domingo Perón y José López Rega


En 1974, surgieron por primera vez en la judicatura italiana indicios de las
operaciones de Gelli con el terrorismo de ultraderecha y del financiamiento
masónico a las vanguardias de la subversión neofascista.

El Gran Maestro de la P2 entraba y salía de Hungría, Rumania, Libia y diversos


países de Europa y el Medio Oriente. Gestionaba millonarios contratos para
Argentina y otras naciones latinoamericanas, proveía de armas a los árabes, a
las dictaduras militares y a guerrillas izquierdistas. De todo ello obtenía
jugosos dividendos propios. Operaba en secreto desde una habitación de un
hotel en Roma. Desde allí adquiría costosas villas y haciendas en el norte de
Italia, en Mónaco y en Sudamérica, pero además –y eso era lo decisivo-
acrecentaba la fuente de su poder: el acopio y el manejo de información.

Humberto Ortolani, jefe de la inteligencia italiana

Fue en ese momento en que Gelli se acercó a los salones vaticanos a través del
cardenal Paolo Bertoli, un viejo conocido de la región de Toscana. Conoció a los
cardenales Sebastiano Baggio, Agostino Casaroli, Ugo Poletti y Jean Villot,
entre otros, quienes le facilitaron el acceso a una serie de audiencias con Paulo
VI. El jefe de la P2 añadió glamour a su figura consiguiendo que se le nombrase
caballero de la Orden de Malta y caballero del Santo Sepulcro.

La P2 había nacido en Italia a principios del siglo XIX, cuando se fundó la


Sociedad Secreta de los Carbonari, logia similar a la masonería, donde
militaban francmasones, militares y mafiosos. Lucharon contra Napoleón,
reclutaron miembros para combatir por la independencia de Grecia e influyeron
en España. Pertenecer a los Carbonari involucraba aceptar reglas implacables.
Cualquier miembro que violase los secretos de la logia tendría una muerte
segura y violenta, era la ley del silencio, la omerta.

Emilio Massera
Desde 1960, cuando Gelli vislumbró que una sociedad similar le permitiría
lograr sus fines, planificó cuidadosamente su asalto al poder. La estrategia
constaba de tres partes: primero debía conseguir el apoyo de jefes militares;
el paso siguiente era provocar el caos económico en Italia, para lo cual organizó
una sostenida fuga de capitales que convertía a dólares en el exterior,
retornándolos al país para adquirir industrias y volver a sacar los beneficios en
un círculo creciente hasta lograr el quiebre de la balanza de pagos y la
postración de la economía italiana. La última etapa, casi simultánea, consistía en
fomentar la violencia política para crear el caos y convencer a los italianos de
la necesidad de reimponer el orden, con una autoridad fuerte y centralizada, lo
que él llamaba la nueva era del fascismo.

Tres hombres serían sus principales apoyos: Humberto Ortolani, Michele


Sindona y Roberto Calvi.
Albino Luciano, Juan Pablo I

Ortolani, abogado, jefe de las unidades de contraespionaje italianas durante la


Segunda Guerra Mundial, amigo íntimo del Secretario de Estado del Vaticano,
el cardenal Agostino Casaroli, anfitrión de una veintena de cardenales que se
reunieron los días previos al cónclave que eligió a Paulo VI, Caballero de Su
Santidad, era el brazo derecho de Gelli.

Sindona, formado por los jesuitas, rey del mercado negro de alimentos durante
la Segunda Guerra Mundial, lavandero de los fondos provenientes del tráfico
de heroína que dirigían Vito Genovese y Carlo Gambino, había adquirido su
primer banco en 1959. Después de incorporarse a la P2 en 1964 compró otros
seis bancos en Italia, Alemania, Suiza y Estados Unidos, logró el control de
CIGA, la mayor cadena de hoteles de Italia, el Grand Hotel de Roma, el Hotel
Meurice, de París, el diario “Daily American”, de Roma, y al menos otras 500
sociedades.
Paul Marcinkus y Juan Pablo II

Presiones fiscales

En 1969, el Papa Paulo VI, presionado por el gobierno italiano para que pagara
impuestos, decidió vender gran parte del patrimonio empresarial del Vaticano.
Deseaba también evitar embarazosas situaciones como explicar la propiedad de
los laboratorios Sereno, una industria que fabricaba píldoras anticonceptivas.
La operación era compleja y el pontífice eligió al empresario del momento, el
hombre que le pareció ideal: Michele Sindona. A su lado puso al cardenal Paul
Marcinkus, presidente del Instituto para las Obras de Religión (IOR), la
verdadera caja fuerte del Vaticano.

La primera gran operación financiera fue la venta de la Societa Generale


Immobiliare (SGI), la nave insignia del tramado empresarial de la Santa Sede.
Sus acciones fueron transferidas al Paribas Transcontinenal de Luxemburgo y
de allí a Fasco AG, compañía fundada por Sindona para administrar los dineros
de la mafia. El paso siguiente fue invertir la liquidez del Vaticano en
multinacionales como Procter & Gamble, General Motors, Westinghouse,
Standard Oil, Colgate, Chase Manhattan y General Food, entre otras diversas.
Marcinkus en Time

Casi como una ironía de la historia, en 1970 la SGI adquirió la mitad de


Paramount Pictures, ingresando al luminoso negocio de Hollywood al mismo
tiempo en que la compañía empezaba el rodaje de “El Padrino”. Buena parte de
los ingresos percibidos por las tres películas sobre los Corleone fue a engrosar
las arcas de uno de los mayores entramados financieros de la mafia. 

En mayo de 1972, Sindona enfrentó una de sus cada vez más frecuentes crisis
financieras. Licio Gelli, para quien “las puertas blindadas de los bancos se abren
siempre hacia la derecha”, acudió presuroso en su ayuda. Tapado el escándalo,
hubo que devolver el favor y pronto las arcas del Vaticano se transformaron en
la lavandería de los dineros negros provenientes de los negocios de la P2, de la
democracia cristiana y de la mafia italiana. Los fondos eran captados por el
banco y sociedades del Vaticano y transferidos por Sindona a cuentas secretas
del Finebank y del Amincor, dos bancos suizos que controlaba el mismo Sindona
y que eran propiedad de la Cosa Nostra estadounidense.
Ceremonias secretas en la Logia P-2

El gran soporte de estos negocios estaba en Sicilia, donde las tres principales
instituciones de entonces en Italia monopolizaban el manejo del miedo: la mafia
con sus luparas (escopetas con el cañón recortado); la Iglesia blandiendo la ira
de Dios; y la democracia cristiana amenazando con la llegada del comunismo.

Escape hacia Argentina

El 8 de octubre de 1974 se inició la debacle. El Franklin Nacional Bank de


Estados Unidos, propiedad de Sindona, sufrió el mayor colapso financiero en la
historia norteamericana. El gobierno debió responder por pérdidas que
subieron de los 2.000 millones de dólares.
Michele Sindona

En Italia se ordenó detener a Sindona que huyó a Estados Unidos, mientras una
tras otra se desmoronaban las empresas de su imperio y las pérdidas del
Vaticano bordeaban los mil millones de dólares. La Santa Sede recurrió
entonces a un nuevo gestor, Roberto Calvi. Este hombre pertenecía al Banco
Ambrosiano desde 1947. Allí a nadie se le daba una cuenta corriente sin que
exhibiera su certificado de bautismo. Su prestigio era intachable e incluso
había sido nombrado Cavaliere del Lavoro por el Presidente Giovanni Leone.
Muy pocos sabían que era el tesorero de la P2.

Ocho años después, Calvi experimentaría lo mismo que Sindona. Huyendo por
Europa mientras intentaba conseguir armas para Argentina, en plena guerra de
las Malvinas, apareció colgado de un puente en Londres.

En 1981 estalló el escándalo en Italia. Durante un allanamiento a las oficinas de


Gelli en Arezzo la policía confiscó archivos donde figuraban 962 presuntos
miembros de la P2, entre ellos dos ministros del gobierno, cardenales,
banqueros, altos mandos de las fuerzas armadas, de la policía, de los servicios
secretos, magistrados, fiscales y otras personalidades. Gelli huyó con rumbo
desconocido. Cayó el gobierno de Arnaldo Forlani mientras la península itálica
se sacudía hasta sus cimientos. El mundo financiero miraba estupefacto.
El asesinato de Sindona

Un año antes, 85 personas habían sido destrozadas en la estación ferroviaria


de Bologna. El ataque había sido organizado por Gelli desde Montecarlo como
parte de una “estrategia de tensión”, destinada a desviar la atención ante la
posible caída de la red financiera tan delicadamente urdida 20 años antes. Los
ejecutantes de la masacre fueron llevados desde Bolivia. Dos de ellos –Pierre
Luigi Pagliai y Stefano Delle Chiaie– eran conocidos integrantes de la manada
de lobos negros de la ultraderecha internacional, usados en más de alguna
oportunidad por los gobiernos militares de Argentina, Chile, Bolivia y Paraguay.

En septiembre de 1982 Gelli fue arrestado en un banco de Ginebra cuando con


identidad falsa intentaba sacar de una cuenta secreta cerca de 100 millones de
dólares depositados por las subsidiarias sudamericanas del Banco Ambrosiano.
Conducido a la prisión de alta seguridad de Champ-Dollon, escapó en agosto de
1983 poco antes de ser extraditado a Italia. El 21 de septiembre de 1986, Gelli
reapareció en el palacio de Justicia de Ginebra, flanqueado por cuatro
abogados. El juez Pierre Trembley lo recibió declarando luego que se le veía
agotado, “en el límite de sus fuerzas”.

“Il Corriere Della Sera”, el mayor diario italiano, reveló que el escape de Gelli
desde Champ-Dollon contó con el apoyo de la Unión de Bancos Suizos (UBS).
Según el periódico, un grupo de agentes del FBI y de la DEA armaron un
tinglado financiero en Luxemburgo y en el Caribe para seguir las huellas del
dinero de la Cosa Nostra hacia los paraísos fiscales. La UBS organizó la fuga y
la salida de Gelli hacia Argentina para evitar que se descubrieran otras cuentas
secretas, aseguraron los agentes del FBI.
Vito Genovese

Muerte súbita

En agosto de 1978 un ataque al corazón terminó con la vida de Paulo VI. Pocos
días después, contra todos los pronósticos periodísticos y de las personas más
o menos bien informadas, Albino Luciani, patriarca de Venecia, fue elegido Papa
y tomó el nombre de Juan Pablo I. “No tenemos bienes materiales para
negociar ni tenemos intereses económicos que defender”, dijo el nuevo
pontífice a los representantes del cuerpo diplomático cuando fueron a
felicitarle por su elección.

El 27 de agosto Juan Pablo I cenó con el cardenal Jean Villot y le pidió una
rápida investigación sobre todas las operaciones financieras que llevaba
adelante el Vaticano. Le preocupaba mucho lo que ocurría en el Instituto para
las Obras de Religión, que dirigía el cardenal Marcinkus. Una semana después,
Luciano pudo examinar los primeros datos que había pedido y algunos
cardenales le pusieron al tanto de lo ocurrido en los últimos años.
El colegio de cardenales

El 5 de septiembre, Juan Pablo I recibió a una de las mayores autoridades de


la Iglesia ortodoxa, el metropolita Nicodemo de Leningrado. Ambos se
sentaron a tomar café, pero tras el primer sorbo Nicodemo cayó al suelo y
murió casi al instante. La versión oficial señaló que había sufrido un infarto.
Tenía 49 años y una muy buena salud. 

Tres semanas más tarde, el  28 de septiembre de 1978, apenas 33 días


después de haber sido electo, falleció sorpresivamente Juan Pablo I. No hubo
autopsia y hasta hoy se desconocen las razones de su muerte. Los secretos del
Vaticano nuevamente estaban seguros.
Vodka y balas (extracto de 'Conexiones Mafiosas')
Manuel Salazar Salvo 18/01/2021 - 06:00

Esta es la decimotercera entrega de 24 capítulos de la investigación del periodista Manuel


Salazar sobre organizaciones criminales alrededor del mundo, contenido en el libro
'Conexiones Mafiosas', de 2008. En este artículo, el autor describe los orígenes de las
organizaciones delictivas eurorientales y eurasiáticas, vinculadas a la mafia de la ex URSS.

Cuando sacaron el primer pedazo del Muro de Berlín, a fines de 1989, los
eufóricos alemanes no pensaron que estaban abriendo las puertas no sólo a la
libertad sino que también a una delincuencia que no conocían. Antes de la caída
del  Muro: 50 mil automóviles robados en 1989. Después del Muro: 142 mil el
año 1993. Las nuevas pandillas de ladrones profesionales les robaban sus BMW,
los Mercedes y los Audi para venderlos en Europa Oriental, en el norte de
África y en el Oriente.

Ningún alemán era tan inocente para suponer que florecerían jardines de rosas
y que el “milagro económico” se extendería raudamente a países cuyas
economías habían sido desastrosas durante medio siglo.

Eran los gloriosos días de la unificación y las organizaciones criminales


observaban incrédulas como junto con arrancarse los alambres de púas
aparecía el esplendor de las praderas tanto tiempo anhelado.

No perdieron tiempo. Ningún tipo de contrabando se dejó de lado. A principios


de la década de los 90’, los puestos camineros improvisados y desplegados en el
ex Berlín oriental descubrían camiones llenos de cigarrillos, de licores y otros
productos “exentos de derechos de aduanas”.

En 1993 la policía tuvo que emplear trajes protectores para examinar con
mucho cuidado latas de lo que los sindicatos del crimen llamaban “Mercurio
Rojo”, un eufemismo para la sustancia más nociva que existe: el plutonio. En
1991: 41 casos de materiales radioactivos; en 1994: 267.

La delincuencia empezó a cruzar sin frenos a través de fronteras antes


vigiladas por guardias con perros y metralletas. Recién se había creado la
Europol y los gobiernos europeos se esforzaban por asimilar legislaciones y
afinar los criterios de gobierno para la naciente unificación política y
económica del continente. Las mafias de los ex socialismos reales, sin embargo,
iban muy adelante, sobrepasando todos los controles.

Novias y modelos

Hacía tiempo que las bandas criminales del Este se habían dado cuenta que
Alemania,  “el corazón de Europa”, era el trampolín perfecto para dar el salto
hacia el rico Occidente, la base de distribución para sus productos, con una
moneda fuerte y codiciada. En pocos meses empezaron a llegar a las ciudades
germanas montones de marcos alemanes falsificados en Polonia.

Las armas, mercancía principal de estas organizaciones

En 1994 la Dirección Federal Contra el Crimen de Alemania (BKA) informó que


en el último año había confiscado 1.590 kilos de heroína, 29.627 dosis de LSD y
254 mil pastillas con derivados de las anfetaminas. Alemania se transformaba
rápidamente en el pasadizo predilecto para el intercambio de drogas entre
Europa occidental y Europa oriental.

Las mujeres eran otro producto vendible. Los casamientos falsos pasaron a ser
rutina para los proxenetas alemanes que contrabandeaban tailandesas para
venderlas en los bazares del amor. En 1985 hubo 850 “novias” tailandesas; en
1994, más de cuatro mil.

El mundo de la prostitución abrió nuevos cotos de caza en Rusia y en los Países


Bálticos, y los distritos alemanes de luces rojas se llenaron de inocentes
muchachitas de ojos azules que se habían tragado los avisos de la “carrera de
modelos en Occidente” que aparecían en los periódicos de la ex URSS. Una vez
en Alemania les quitaban los pasaportes, las aterraban con amenazas y les
exigían el pago de “sus gastos de viajes”. Las que se negaban eran violadas y
golpeadas hasta vencer su resistencia.
Vyacheslav Ivankov

Otros negocios también proliferaron. En 1994 se confiscaron 700 millones de


cigarrillos ilícitos ingresados por los miembros de la mafia vietnamita. Y
aumentaron las transacciones de sustancias radioactivas provenientes de la ex
URSS. En agosto de 1994 tres hombres fueron detenidos en el aeropuerto de
Munich con una maleta que escondía 350 gramos de plutonio-239 y 200 gramos
de uranio. Sólo el plutonio tenía un valor de US$ 250 millones. Ese mismo mes
la policía de Munich recibió un llamado telefónico de un hombre con acento de
Europa Oriental que les advirtió que una granada cargada con desechos
nucleares de una planta de Eslovenia sería detonada en el centro de la ciudad si
se enviaban soldados alemanes a Bosnia.

¿Qué había ocurrido? No era sólo la caída del Muro de Berlín: era la
desintegración del Estado policial más fuerte del mundo y la reaparición
pública de una vasta cultura criminal que había logrado sobrevivir al terror
zarista y a las exterminaciones masivas impuestas por los líderes comunistas
de la ahora fragmentada ex Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas, URSS.
Las muñequitas, usadas para traficar drogas

Los miserables campesinos que sufrieron la más absoluta pobreza, cuando todo
era del Zar, debieron robar para sobrevivir y rebelarse ante tanta injusticia.
Sólo siendo delincuentes podían salir de la miseria y entonces, al igual que en
otras regiones del mundo que pugnaban por superar el feudalismo, se
organizaron en grupos y desarrollaron códigos secretos para protegerse y
ayudarse entre sí. En Rusia y sus alrededores el pacto era muy simple: no
delatar y no trabajar para el Zar.

La llegada del comunismo, con Lenin primero y Stalin después, significó que
millones de bandidos fueran ejecutados o encarcelados. En los “goulags” se
forjaron nuevas y más fuertes alianzas. Allí los tatuajes se transformaron en
una tarjeta de presentación: los alambres de púas representaban la duración
de la pena, cada púa un año; las barras les otorgaban grado y jerarquía, y cada
dibujo de puñales, calaveras o serpientes, grabado en la piel con goma
derretida obtenida de neumáticos viejos, significaba la antigüedad que
constituía mando. Así crecieron y se desarrollaron “los ladrones de la
hermandad de la ley”, origen de las poderosas organizaciones criminales que
aparecerían a comienzos de la década de 1970.

En 1941, cuando los nazis invadieron a Rusia, Stalin recurrió a cientos de miles
de delincuentes encarcelados. Les prometió reivindicarlos a cambio de la
defensa de la patria obrera. Terminada la Segunda Guerra Mundial, no hubo
perdón y los envió nuevamente al encierro. Muchos trataron de congraciarse
con sus cancerberos, y recibieron el apodo de “Suky” (perro en ruso). Entre
1945 y 1953 se desató en los penales soviéticos un conflicto largo y sangriento:
“La guerra de los perros”, que transformó y modernizó al hampa rusa. Poco más
tarde, cuando los nuevos jerarcas del Kremlin abrieron el puño y las puertas de
las cárceles, cerca de ocho millones de malhechores volvieron a las ciudades.

Etanoles y recetas

La corrupción y la burocracia comunistas fueron un inmejorable caldo de cultivo


para la nueva generación de delincuentes. Muy pronto coincidieron los intereses
de ambos grupos. Los primeros otorgaban empleos, papeles, favores y
prebendas; los segundos, organizaron el mercado negro, perfeccionaron la
extorsión y el soborno, y brindaron “protección” a los miles de pequeños
negocios que empezaban a surgir cómo única forma de paliar los rigores
económicos del “socialismo real”.

Mujeres rusas en la trata de blancas internacional

La “glasnost” y la “perestroika” impulsadas por Mijail Gorbachov desde


mediados de 1985, sumió a la URSS en una espiral de transformaciones que
terminó con su desaparición formal el 25 de diciembre de 1991. En su gobierno,
el “hombre de la mancha en la frente” emprendió una campaña contra el
alcoholismo. La gente no podía comprar vodka como antes pero se siguió
emborrachando con etanoles conseguidos en el mercado negro o con bebidas
espirituosas caseras. Existía una vieja tradición en los campos para hacer licor
con frutas y con papas. En el proceso de fermentación la mezcla debe cerrarse
herméticamente pero hay que dejar lugar para el intercambio de gases al
interior del recipiente. Generalmente se usa un guante de hule para tapar los
frascos y cuando el licor está listo, los gases hacen que el guante y cada uno de
los dedos se levanten; a eso los rusos le empezaron a llamar “el saludo de
Gorbachov”.

Mientras, los ex combatientes de Afganistán, que contaban con exenciones


impositivas, se convirtieron en importadores de bebidas espirituosas y licores
extranjeros que competían con la “magia blanca” del vodka. Los veteranos de
guerra se transformaron en “animadores” de un negocio que buscaba
apoderarse del mayor mercado de bebidas alcohólicas en el mundo. Los rusos
beben un cuarto de litro de alcohol de alta graduación diario, entre 27 y 54
litros de vodka per cápita al año, La nueva oferta llegó con una receta casera
para el estrés: una medida de Stolichnaya o Moskovskaya (las dos marcas más
populares) mezcladas con valeriana. Y si se trataba de componer una resaca,
sólo había que desayunar un pepino en conserva, sumergido en cuatro vasos de
vodka bien helado.

Temores ante posible tráfico de elementos nucleares


En 1992, todo lo que había sido ilegal, ya era legal. Existían cerca de cinco mil
organizaciones criminales de diversos tamaños, el 80% de los nuevos negocios
pagaba algún tipo de protección, y la mayoría de los bancos  estaba en poder de
la “organizatsja”, “mafiya”, “mafia roja”, “mafia rusa” o como se la llamase.
Muchos de sus miembros eran profesionales: ingenieros, economistas,
abogados, bioquímicos…, además con magíster y postgrados diversos. Eran más
sofisticados, más educados, pero seguían conservando el salvajismo de sus
ancestros, lo que en los años siguientes quedaría demostrado en crueles
expresiones de violencia. En 1993, se registraron en Moscú 1.400 asesinatos
del tipo mafioso.

Un submarino para la coca

La expansión internacional del crimen organizado ruso apuntó primero hacia los
países recién independizados de la URSS. Además de aprovechar los nuevos
mercados, ofrecían la posibilidad de un fácil acceso a Europa occidental y a la
Unión Europea a través de Europa central y del este. También a los Balcanes,
entonces en pleno conflicto, y hacia el sur, el acceso al Cáucaso y a Irán,
Turquía e Irak y, lo más importante, Asia Central y sus conexiones con la
heroína de Afganistán y Pakistán.

A principios de los 90’ grupos de la mafiya trataron de establecer acuerdos con


las tríadas chinas, tanto en Shanghai como en Macao, Hong Kong e incluso
Malasia, sirviéndose del puerto de Vladivostok como base de operaciones.

Otras bandas, en tanto, se concentraron en Estados Unidos, Canadá y México,


y poco después en América Latina y el Caribe, tras percibir que la región
ofrecía mercados abiertos para los arsenales acumulados en la guerra fría, los
que podrían cambiar por drogas que, a su vez, llevarían de contrabando a toda
Europa.

Las primeras raíces de las organizaciones criminales rusas en Estados Unidos


comenzaron a establecerse cuando miles de judíos empezaron a emigrar de la
URSS. Uno de ellos, Ludwig Fainberg, se estableció a comienzos de los años 90’
en Florida en busca de una porción del sueño americano. Le apodaban Tarzán
por su desarrollada musculatura y abrió un night club que bautizó como
Porky’s,  cuya principal característica era la presencia de muchachas de los más
variados orígenes y razas. A poco andar, el local se transformó en un centro de
reunión predilecto de las principales pandillas que operaban en Miami. Fainberg
trabó amistad con un colombiano llamado Juan Almeida, estrechamente
vinculado a los carteles de la droga del país cafetero.

El ruso le contó de sus amistades en las fuerzas armadas de la ex URSS y


luego de profundizar las confianzas concretaron su primer negocio en 1993: la
adquisición de seis helicópteros militares MI-8 que fueron transportados a
Sudamérica y cuyo destino aún se desconoce, salvo uno que hoy opera en
Venezuela transportando turistas.

La transacción resultó perfecta, tanto que Almeida medio en broma y medio en


serio le preguntó a su amigo si era posible conseguir un submarino. Tarzán dudó
algunos días, pero finalmente llamó a uno de sus contactos en Rusia:

-¿Es posible comprar un submarino?-, preguntó.

-¿Con o sin misiles?-, fue la respuesta que lo dejó con la boca abierta.

En las semanas siguientes ambos hombres fueron recibidos en una base naval
rusa. Les mostraron el submarino y les ofrecieron una tripulación completa
para operarlo. El precio inicial era de US$ 100 millones, pero luego de días de
regateo se llegó a una cifra de US$ 15 millones. ¡Una ganga!

El submarino nunca llegó a Colombia. Fainberg y Almeida fueron detenidos por


la DEA a comienzos de 1997 en Miami. El primero testimonió en contra del
segundo a cambio de una sustancial rebaja de su pena. Hasta hace poco vivía
tranquilamente en Israel.

Cohetes y alcohol

Vyacheslav Kirilovich Ivankov llegó a Nueva York en marzo de 1992 y se instaló


en Brighton Beach, en la llamada “Pequeña Odessa”, en Brooklyn, uno de los
cinco grandes distritos que conforman la “Gran Manzana” y donde habitaban ya
varios miles de inmigrantes de la ex URSS. Conocido como “El pequeño
japonés”, Ivankov se dedicó a la extorsión de sus compatriotas al frente de una
banda de un centenar de mafiosos. El FBI seguía sus pasos de cerca: las
autoridades rusas le habían informado que Yvankov había sido enviado por una
de las principales organizaciones criminales de Moscú. En junio de 1995,
secuestró a dos empresarios rusos a quienes les pidió un rescate de US$ 3,5
millones. Fue detenido y encarcelado.

En los años siguientes los agentes norteamericanos desbarataron varios otros


negocios emprendidos por los secuaces de Ivankov, entre ellos la venta de 40
misiles tierra-aire procedente de Armimex, una fábrica de armas de Bulgaria,
ofrecidos en tres millones de dólares. La preocupación fue mayor cuando
detectaron que estaban  tratando de comercializar una pequeña arma nuclear.
Se optó por no correr riesgos; los involucrados fueron arrestados y
condenados a tres años de cárcel.     

Hasta ese instante, la extorsión, las armas, la prostitución, las drogas y el


lavado de dinero eran las principales actividades de los mafiosos rusos en
Estados Unidos. Pero día a día se involucraban en nuevos negocios, cada vez
más complejos.

Helicópteros M18

En 1997, agentes de diversos departamentos de la justicia estadounidense


detectaron una extraña exportación masiva de líquido para limpiar vidrios y
parabrisas. Los mafiosos rusos habían estado adquiriendo miles y miles de
galones de alcohol etílico en grandes destilerías de diferentes estados.
Mediante un proceso químico simple teñían de azul el alcohol, lo etiquetaban
como producto industrial y lo enviaban a Rusia y Ucrania, donde le quitaban el
color y lo embotellaban como vodka para reexportarlo a occidente. Tras largas
indagaciones las autoridades norteamericanas establecieron que el monto de la
operación llegaba a unos 100 mil barriles de 200 litros cada uno,
comercializados luego como vodka por un monto cercano a los 100 millones de
dólares. Los “exportadores” fueron acusados de conspiración para fraude
fiscal y las destilerías locales condenadas a pagar fuertes multas.  

A finales de los años 90, el Departamento para el Control del Crimen


Organizado del Ministerio del Interior de la Federación Rusa informó que más
de 8.000 organizaciones delictivas eurorientales y eurasiáticas, y unos 750 a
800 "ladrones de la hermandad de la ley" conformaban la mafia de la ex URSS.
Hasta el año 2000, entre 200 y 300 de esos grupos realizaba todo tipo de
operaciones transnacionales. Además, se identificaron al menos 150 bandas
delictivas de orientación étnica, compuestas por chechenos, georgianos,
ucranianos, armenios y ruso-coreanos, de los cuales al menos 25 tenían
actividad en diversas partes de Estados Unidos, el Caribe y América Latina.

Algunas de ellas estaban operando en el Cono Sur de América, en Argentina,


Uruguay, Perú y Chile. En los años siguientes, una de esas organizaciones
ofrecería los helicópteros de transporte MI-8 a una prestigiosa institución
chilena.
La conexión cubana (extracto de 'Conexiones Mafiosas')
Manuel Salazar Salvo 19/01/2021 - 06:00

El diario El País de España, 12 de julio de 1989

Esta es la decimocuarta entrega de 24 capítulos de la investigación del periodista Manuel


Salazar sobre organizaciones criminales alrededor del mundo, contenido en el libro
'Conexiones Mafiosas', de 2008. En este artículo, el autor aborda las redes
internacionales de narcotráfico surgidas en torno a la Cuba revolucionaria, las cuales
significaron graves trances internacionales para los hermanos Castro.

El 13 de julio de 1989, en medio de la incredulidad de los cubanos, fueron


fusilados en La Habana el general Arnaldo Ochoa, el coronel Antonio de la
Guardia, el mayor Amado Padrón Trujillo y el capitán Jorge Martínez Valdés.
En las semanas siguientes fue destituido el ministro del Interior, el general
José Abrantes, quien poco después murió en la cárcel en muy extrañas
circunstancias. Aquellos sucesos constituyen uno de los momentos más difíciles
y más oscuros vividos por los hermanos Fidel y Raúl Castro desde el inicio de la
revolución en 1959.

La aguda y permanente guerra de propaganda entre los partidarios y


detractores del régimen castrista ha hecho imposible precisar las verdaderas
razones que condujeron a ese desenlace. Algunos, sostienen que la ejecución y
la posterior razzia en el gobierno cubano y en las Fuerzas Armadas
Revolucionarias (FAR) tuvieron como propósito segar las raíces de una posible
rebelión para deponer a los hermanos Castro. Otros, afirman que fue el
dramático costo que Fidel debió pagar para impedir que su gobierno fuera
sindicado como uno de los actores  principales en el tráfico de drogas hacia
Estados Unidos. Los menos, creen que los acusados eran los principales
responsables de la corrupción que comenzaba a invadir la isla caribeña.

El escenario mundial de aquel momento era un dato relevante. El sindicato


Solidaridad había ganado las primeras elecciones libres en Polonia el 4 de junio
de 1989; Hungría se preparaba para comicios libres; cien mil mineros siberianos
estaban en una huelga indefinida; millones de soviéticos exigían autonomía
desde el Báltico hasta Georgia; los primeros martillos empezaban a golpear el
Muro de Berlín; la URSS se convulsionaba con la glasnost y la perestroika.

Enfrentado en los años 80’ a una crisis económica creciente debido al embargo
mantenido por Estados Unidos y al distanciamiento del Kremlin, Fidel Castro
había decidido crear una estructura secreta que consiguiera divisas y
productos de todo tipo que le estaban vedados. Con ese propósito nació en
1979 la Corporación de Exportaciones e Importaciones, Cimex, que luego fue
reemplazada por el Departamento de Moneda Convertible (MC), dependiente
del Ministerio del Interior que dirigía el general Abrantes.

El general Ochoa
Amado Padrón

Jorge Martínez
El control de MC fue encomendado a uno de los mejores “cuadros” de la
nomenclatura cubana, el coronel Antonio “Tony” de la Guardia, regalón de Fidel
desde comienzos de los años 60’ y considerado un verdadero James Bond de la
revolución. En la hoja de vida de Tony brillaban las proezas: en 1971 había sido
enviado a cargo de tropas especiales para asesorar al presidente Salvador
Allende; en 1973 viajó a Madrid para secuestrar a Fulgencio Batista, que murió
la misma noche en que De la Guardia aterrizaba en España; en 1975 llegó a
Suiza con US$ 60 millones que los Montoneros argentinos consiguieron con el
secuestro de los industriales Jorge y Juan Born; poco después comercializaba
piedras preciosas robadas por el Frente Democrático Popular de Palestina; en
1976 asesoraba al nuevo gobierno de Jamaica; y, en 1978, aterrizó en
Nicaragua para llevar armas al Frente Sur de los sandinistas que dirigía Edén
Pastora, y donde combatían varias decenas de comunistas chilenos.

En 1986, De la Guardia instaló las bases de MC en Panamá, bajo la dirección del


mayor Amado Padrón. Desde allí contrató lancheros para llevar las mercaderías
prohibidas a Cuba, muchos de los cuales eran también transportistas de
drogas; y empleó a lavadores de dinero para encubrir a sus socios en Estados
Unidos, quienes también trabajaban para los cada vez más poderosos carteles
colombianos de la marihuana y de la cocaína.

Por entonces, La Habana permitía el tránsito de aviones con droga por los
cielos cubanos y la siembra en el mar de paquetes con polvo blanco que eran
recogidos por lanchas de alta velocidad para llevarlos a las costas de Florida. A
cambio, se les pedía que a su regreso transportaran armas para las guerrillas
que el Departamento América del Partido Comunista Cubano (PCC), dirigido por
Manuel “Barbarroja” Piñeyro, alentaba en América Latina.

De la Guardia había cumplido exitosamente la tarea durante más de diez años y


en ella comprometido a empresarios de las más variadas nacionalidades,
incluidos varios chilenos que le ayudaban a multiplicar los intereses cubanos
fuera de la isla.
Manuel Piñeiro Losada

Persecución de lancha con drogas en el caribe


Persecución de lancha con drogas en el caribe

Bromas al número uno

Ahora, en 1989, a los 50 años, vivía en Siboney, uno de los barrios más cuidados
de La Habana, vestía jeans de marcas estadounidenses, usaba Rolex en la
muñeca izquierda, pintaba motivos naif, llevaba a cuestas tres matrimonios y
disfrutaba diariamente de una reserva en primera fila en el cabaret Tropicana,
cuyas bailarinas eran su compañía predilecta. Tenía también acceso expedito a
los ámbitos más reservados de Fidel y era uno de los pocos que se atrevía a
inferirle bromas pesadas al “número uno”, como él le decía al líder indiscutido
de la revolución.

A mediados de junio de 1986 llegó a las oficinas de MC en Ciudad de Panamá un


cubano exiliado llamado Reinaldo Ruiz. Tenía una agencia de viajes que vendía
visas a sus compatriotas de la isla a US$ 2.500 cada una, negocio que proveía
de divisas a La Habana y a los bolsillos de Manuel Noriega, el “hombre fuerte”
del país centroamericano. Ruiz resultó ser primo del encargado de
Interconsult, la empresa chapa de MC, Miguel Ruiz Poo. El agente de MC le
pidió varios computadores IBM y dos decodificadores de cablevisión, aparatos
que sirven para bajar del aire las señales de la televisión por cable.

A los pocos días los primos estaban cenando juntos y planificando nuevos
negocios. Reinaldo era casado con una colombiana que conocía a Gustavo
Gaviria, primo de Pablo Escobar, el jefe del cartel de Medellín, y su principal
asesor financiero.

El trato pareció obvio: Ruiz tenía los medios para transportar cocaína a
Estados Unidos a través de Cuba. Sólo necesitaba de algunas facilidades y las
ganancias serían suculentas para todos. En los días siguientes se encontró en La
Habana explicando su plan a Tony de la Guardia, quien lo aprobó y le garantizó
que todo estaría bajo control.

Fue en Panamá, hacia fines de 1986, donde el ayudante de campo del general
Arnaldo Ochoa, el capitán Jorge Martínez Valdés, estableció el contacto que
permitiría darle una nueva dimensión al negocio. Se trataba del colombiano
Fabel Pareja, empleado de Pablo Escobar, quien le puso al día sobre las
actividades de Tony de la Guardia y le propuso una entrevista con el jefe del
cartel de Medellín.

La ruta de la conexión cubana.

La idea tardaría meses en concretarse pues Martínez debía requerir la


autorización del general Ochoa, en ese momento al frente de las tropas
cubanas y soviéticas en Angola. Conseguido el permiso, el capitán obtuvo del MC
un pasaporte falso a nombre de un ciudadano colombiano para viajar a Medellín
en mayo de 1988 y entrevistarse por fin con Escobar. Acordaron el despacho
de cocaína a Estados Unidos a través de Cuba a cambio del pago a los
funcionarios cubanos de US$ 1.200 por kilo de droga.

Se registraron varios envíos, unos frustrados y otros consumados, hasta


diciembre de 1988, cuando el general Ochoa regresó a La Habana desde África
para un nuevo y promisorio mando: la comandancia del poderoso ejército de
Occidente, que incluía La Habana.

Arnaldo Ochoa era considerado como el “tercer hombre” del gobierno cubano,
tras Fidel y Raúl Castro. Era uno de los grandes héroes militares de la
revolución, un prestigiado combatiente internacionalista que se había
destacado en las guerras de Nicaragua, Etiopía y Angola, hijo de un matrimonio
campesino, forjado a pulso desde los tiempos de los combates en la Sierra
Maestra, muy querido por la oficialidad y por el pueblo cubano.

El tercer componente del triángulo era el ministro del Interior y jefe de los
servicios de inteligencia cubanos, José “Pepe” Abrantes, considerado como la
persona más allegada a Fidel, con quien parecían inseparables. Solían desayunar
juntos y Abrantes llevaba siempre consigo los medicamentos que tomaba el
comandante. 

Ochoa, al centro, en Angola


Raúl y Fidel

Fidel en Chile; a su izquierda, Arnaldo Ochoa

La pugna de los colosos

Raúl Castro desconfiaba de Abrantes y de las fuerzas que dependían del


Ministerio del Interior, Minint. El hermano de Fidel, a cargo del Ministerio de
las Fuerzas Armadas Revolucionarias, Minfar, consideraba que el primero era
demasiado grande, exageradamente poderoso, corrupto y cada vez más
infiltrado por la inteligencia norteamericana. 

El Minfar de Raúl Castro, con 300 mil integrantes, totalizaba 1,7 millones de
hombres y mujeres si se le agregaban las milicias civiles. Estaba a cargo del
ejército, la marina y la fuerza aérea. El Minint, en tanto, agrupaba a 83 mil
miembros, encabezados por el general de división José Abrantes, y controlaba
la Policía Nacional, el Departamento de Seguridad del Estado, las Tropas
Especiales, el servicio de Guardafronteras y los bomberos. Las fuerzas
armadas eran responsables de la defensa del país; el Ministerio del Interior,
de la aplicación de la ley y del contraespionaje.

Raúl Castro consideraba que el Minint se había transformado en un ejército


paralelo, con cientos de agentes en el exterior, con actividades que les
proporcionaban dólares a manos llenas y con un nivel de vida en Cuba que nadie
más tenía. Y dentro de ese ministerio, el MC era el organismo con mayor
autonomía, que le proporcionaba a Pepe Abrantes recursos enormes para
gratificar a sus amigos y colaboradores. A comienzos de 1989 había gastado
más de cuatro millones de dólares en la importación de 1.300 automóviles Lada
que distribuyó entre sus hombres de confianza. Eso, al jefe del Minfar le
resultaba cada vez más intolerable.

Abrantes y Castro.

Uno de los pilotos que trasladaban cocaína desde Colombia a La Habana era
informante de la agencia antidrogas estadounidense, DEA, y en el segundo
semestre de 1988 un vasto grupo de agentes norteamericanos procedentes de
diversos organismos seguía muy de cerca las operaciones de los traficantes
asociados con el MC cubano. Cada movimiento era grabado y filmado en Florida,
Ciudad de Panamá y Colombia. Muy pronto Washington tuvo pruebas suficientes
para incriminar a Fidel Castro en una conjura internacional, aliado con los
narcotraficantes colombianos y mexicanos.

En las primeras semanas de 1989 la red de Tony de la Guardia detectó la


infiltración norteamericana y de inmediato se empezaron a cerrar las puertas y
ventanas de todas las operaciones. Pero ya era demasiado tarde. La Casa Blanca
estaba sobre Manuel Noriega y Ronald Reagan desplegaba una guerra total en
contra del narcotráfico que inundaba las principales ciudades norteamericanas
y estremecía a Colombia, amenazando con desestabilizar al continente entero.

Antonio de la Guardia.

El maletín de Gorbachov

Fidel y Raúl Castro empezaron a recibir advertencias desde los más diversos
orígenes. La última, la más perentoria, la llevó personalmente Mijail Gorbachov
el 8 de abril de 1989 en una visita a Cuba, tras reunirse en Washington con el
presidente Reagan. No se podía hacer nada. Había que destapar todo el
escándalo para tapar lo fundamental: la sobrevivencia del régimen. Y así se
hizo.

El lunes 29 de mayo de 1989, Raúl Castro convocó a sus asesores más próximos,
los generales Abelardo Colomé y Ulises Rosales, para discutir el nombramiento
del general Arnaldo Ochoa como jefe del Ejército de Occidente. Sabía de las
enormes capacidades individuales de Ochoa, de su audacia y de su indiscutido
liderazgo entre los oficiales de las FAR. Y por eso también le temía. Desde
1970 le seguía los pasos, sospechaba de su independencia y últimamente no le
gustaban nada las simpatías de Ochoa por la glasnot y la perestroika que Mijail
Gorbachob llevaba adelante en la Unión Soviética.

Fidel, Gorbachov y Raúl Castro

Colomé y Rosales compartían la misma percepción. Los tres acordaron que no se


le podía entregar un mando tan importante, lo que constituiría además un grave
riesgo. Esa misma tarde, Raúl Castro le comunicó a Ochoa que su carrera sería
interrumpida, decisión que el afectado pareció comprender. Pasara lo que
pasara, le dijo el menor de los Castro, hoy, mañana y siempre, serían hermanos.

Duró poco la hermandad. Apenas dos días después, Ochoa pidió ver a solas a
Raúl Castro. El 2 de junio el héroe de tantas guerras, desde el desembarco en
bahía Cochinos hasta la feroz embestida sudafricana en Cuito Canavale, en
Angola, entró en el despacho del número dos cubano para hablarle al hermano
de Fidel como tal vez nunca nadie le había hablado antes. Ochoa estaba harto
de los métodos de los hermanos Castro. Había visto en África y en otros países
lo fácil que le sería a Cuba obtener recursos con un poco más de apertura
política y mental, y le confesó a Raúl Castro que él mismo había decidido
hacerlo para mantener a sus tropas, para mejorar sus posiciones militares en
Angola y, a la larga, para defender la revolución.

Cuando salió del despacho del hombre más duro del régimen cubano, Ochoa ya
sabía que sus días estaban contados. Quizá pensó en algún momento que sus
oficiales en Angola, los mismos que desfilaban diariamente por su casa para
compartir un vaso de whisky y conversaciones políticas, los mismos a los que
había repartido ascensos y regalos con el dinero procedente de la venta de
diamantes y de marfil, le apoyarían en su momento más amargo. No pasó nada.
Fue detenido el 12 de junio.

“Fuentes amigas”, según las autoridades cubanas, estaban esos mismos días
poniendo en las manos de Fidel Castro antecedentes muy inquietantes sobre
implicaciones de altos funcionarios del régimen en el tráfico de drogas. Las
fuentes tenían domicilio en torno al canal de Panamá, donde el general Manuel
Antonio Noriega resistía en el poder sólo con el apoyo de La Habana y de los
sandinistas. 

Los últimos datos aparentemente llegaron en el maletín del presidente de


Panamá, Manuel Solís Palma, que visitó por sorpresa Cuba el 11 de junio. La
contrainteligencia cubana había interceptado, además, una comunicación entre
Colombia y Estados Unidos, que ponía en evidencia a militares de la isla. Ese
mismo día Fidel y Raúl mantuvieron una reunión cara a cara de 14 horas que
terminó con un Fidel colérico, exigiendo medidas ejemplares, ordenando a su
hermano que cortara las cabezas de las serpientes que envenenaban la
revolución.

Las horas finales

Todos los implicados fueron detenidos un día después de la larga cumbre entre
los dos hermanos. Inmediatamente las piezas del rompecabezas empezaron a
calzar. El 14 de junio Raúl Castro se refirió por primera vez públicamente al
escándalo, todavía sin pruebas suficientes para detallar los acontecimientos.
Transcurrirán diez días de interrogatorios hasta que el diario del Partido
Comunista de Cuba, Granma, publicó el 22 de junio un largo editorial escrito de
puño y letra de Fidel Castro, en el que se hacía un relato pormenorizado de los
hechos que llevaron a altísimos funcionarios del régimen socialista cubano a
convertirse en cómplices y colaboradores del más importante productor de
cocaína del mundo en ese momento, Pablo Escobar Gaviria, capo del
mundialmente conocido cartel de Medellín.

Con ese editorial comenzó el exorcismo. Todos los medios de comunicación se


pusieron al servicio del caso. Por primera vez se permitió y se estimuló que la
gente gritase contra aquellos a quienes había visto pasar durante años en
automóviles blindados protegidos por numerosos escoltas. Todos, Gobierno y
pueblo, tenían que hacer fuerza juntos para curar al país del cáncer que lo
asaltaba.

El primer episodio del psicodrama comenzó el 25 de junio. Cuarenta y siete


generales de las FAR formaron, bajo la presidencia del general Ulises Rosales,
un tribunal de honor para juzgar a Ochoa. Ante ellos, Raúl Castro le dijo al
general expulsado con deshonor: “Por donde usted pasa deja el rastro de la
corrupción”.

Arnaldo Ochoa ante el tribunal

El jefe del Ejército cubano le dio un último consejo a su subordinado, sentado


ahora en el banquillo de los acusados: “Tiene todavía la posibilidad de legar a
sus hijos un análisis autocrítico y una reflexión que les ayude a comprender la
inequívoca justeza de las decisiones de este tribunal militar que habrá de
juzgarlo”.
Justo una semana antes, en el Día del Padre, Ochoa había recibido en su celda
a sus tres hijos, Yanina, Diana y Alejandrito, a quienes prometió que
colaboraría con las autoridades y se arrepentiría públicamente de sus delitos.
Así lo hizo después, al declararse culpable y manifestar que su último
pensamiento ante el pelotón de de ejecución sería para Fidel Castro.

En los interrogatorios salió a relucir una de las páginas más negras de la


historia de la corrupción institucional cubana. El cartel de La Habana estaba
cuidadosamente organizado y meticulosamente protegido por altos
departamentos oficiales, fundamentalmente el MC, un organismo creado para
contrarrestar el bloqueo estadounidense y convertido en una cueva de
ladrones. Departamento de marihuana y cocaína le llamaban en las calles,
tergiversando su sigla.

No había nada más que hacer. La tragicomedia bajó el telón y en la madrugada


del 13 de julio de 1989 los cuatro principales implicados cayeron bajo las balas
de la revolución.

El diario El País de España, 12 de julio de 1989


La visión de Newsweek
La guerra de los carteles (extracto de 'Conexiones
Mafiosas')
Manuel Salazar Salvo 19/01/2021 - 18:38

Guerrilleras de las FARC

Esta es la decimoquinta entrega de 24 capítulos de la investigación del periodista Manuel


Salazar sobre organizaciones criminales alrededor del mundo, contenido en el libro
'Conexiones Mafiosas', de 2008. En este artículo, el autor aborda el enfrentamiento
de los carteles de Medellín y de Cali, los cuales no se daban tregua a fines de los 80'.

A fines de los años 80’, Colombia se convulsionaba en una lucha fratricida. Los
carteles de Medellín y de Cali no se daban tregua, sembrando de explosiones y
de muertos las calles y los caminos de las principales provincias del país. La
policía, el ejército y varias de las principales agencias de inteligencia de los
Estados Unidos redoblaban sus esfuerzos para frenar la violencia y detener el
creciente tráfico de drogas hacia las principales capitales del mundo.

El 18 de agosto de 1989 fue asesinado el político liberal Luis Carlos Galán, el


favorito en las encuestas para ser el próximo presidente. En los días siguientes
se realizaron cientos de allanamientos y se detuvo a cerca de diez mil
personas, mientras el gobierno norteamericano ofrecía enviar tropas, inquieto,
además, por el creciente poder de fuego de las guerrillas de izquierda y las
bandas de ultraderecha, que empezaban a forjar alianzas con los narcos.

Pablo Escobar Gaviria, el jefe del cartel de Medellín, advirtió que morirían diez
jueces por cada colombiano extraditado a Estados Unidos.
A fines de septiembre, el embajador estadounidense agregó leña al fuego al
entregar una lista de 12 senadores y diputados vinculados al narcotráfico. El
senador Juan Slo, comentando la denuncia, declaró: “Todo el que en Colombia
haga política, directa o indirectamente está vinculado con el narcotráfico.
Todos hemos recibido directa o indirectamente ayuda de los narcos y todos
nos hemos sentado en los clubes al lado de ellos”.

El 6 de diciembre un camión cargado con una tonelada de dinamita explotó en


Bogotá, junto al cuartel central de la policía secreta, el Departamento
Administrativo de Seguridad, DAS. El atentado dejó 40 muertos, más de mil
heridos, decenas de automóviles destruidos y un edificio de 12 pisos en ruinas.

Entre 1985 y 1990, en Medellín, una ciudad de 2,2 millones de habitantes, hubo
más de 23 mil asesinatos. En 1990 se registraban 20 muertes diarias por armas
de fuego; y sólo entre abril y agosto fueron asesinados más de mil jóvenes y
300 policías. El país comenzaba a entrar en una espiral sangrienta que nadie
podía detener.

Escobar, en tanto, empecinado en el uso de la bala y el trotil, comenzaba a


perder la batalla emprendida en contra de los hermanos Gilberto y Miguel
Rodríguez Orejuela, los capos del cartel de Cali, por el control de los mercados
internacionales de la cocaína.

General Rosso Serrano y Miguel Rodríguez


Orejuela, en 1995
Gilberto Rodríguez Orejuela

La organización criminal caleña había logrado establecer sólidos acuerdos con


las mafias italianas para abrir rutas de distribución a través de España,
Portugal, los Países Bajos, Checoslovaquia y Polonia. La agencia de control de
drogas norteamericana, la DEA, calculó que en 1990 ingresaron cerca de 180
toneladas de cocaína a Europa. Los decomisos habían variado bruscamente: en
1984 en todos los países del viejo continente se incautaron 900 kilos de
cocaína; en 1990, la cifra había subido a 17 toneladas.

Los análisis de Interpol explicaban el creciente interés de los colombianos por


ingresar a Europa: en 1990, un kilo de cocaína costaba entre US$ 11 mil y US$
23 mil en Estados Unidos; entre US$ 27 mil y US$ 35 mil en España; y, entre
US$ 41 mil y US$ 94 mil en Alemania.

La DEA también sabía que los hermanos Orejuela tenían cerca de tres mil
funcionarios distribuidos en todo el mundo, muchos de ellos en calidad de
“células dormidas”.

“Los miembros de una célula no saben lo que hacen los integrantes de otra
célula. Para cada tarea hay designadas distintas personas. El cartel manda a
alguien a determinado lugar del mundo y le encarga abrir un negocio legal. Esa
persona se queda allí y espera su misión. Quizá su única labor sea la
colaboración positiva. Hemos confiscado libros del cartel donde se explica
cómo tienen que actuar los residentes. Deben alquilar una casa, levantarse por
las mañanas, ir al trabajo, cortar el pasto los sábados, saludar a los vecinos,
etc. Tienen que llevar una vida lo más normal posible, pero su negocio servirá en
algún momento para contrabandear drogas o blanquear dinero. Operan como los
agentes de un servicio secreto. Y a veces pertenecen a la organización durante
cinco o diez años antes de entrar por primera vez en acción”, explicaba por ese
tiempo un agente de la DEA a periodistas alemanes.

El cartel de Cali era una especie de cooperativa de unos 12 o más grupos de


traficantes, que tenía una jerarquía de mando más firme que la del cartel de
Medellín, métodos empresariales más modernos y había evitado enfrentarse
violentamente con el gobierno.

En vez de los pequeños aviones y lanchas que utilizan los traficantes de


Medellín, los de Cali preferían vías más lentas pero más seguras, como eran los
embarques marítimos de café, chocolates, madera, frutas y otros productos de
exportación. Las estructuras de distribución y venta en el extranjero estaban
rigurosamente controladas para evitar la infiltración de informantes; y, los
posibles compradores tenían que ser aprobados personalmente previo depósito
de una cuantiosa fianza.

Álvaro Guzmán, un sociólogo de la Universidad del Valle de Cali, quien seguía


muy de cerca las evoluciones del cartel, definía sus diferencias con el cartel de
Medellín: “Uno, es el capitalista salvaje representado por Pablo Escobar, que
tiene su propio ejército y se cree dueño del país. El otro, el de Cali, es el
equivalente gerente moderno, que trata de acomodarse con el poder político, y
que opera dentro del Estado igual como la mafia en Estados Unidos”.

Los hermanos Orejuela se habían preocupado, además, de consolidar en


Colombia y en algunos países vecinos, un holding empresarial legítimo, integrado
por una cadena de farmacias, flotas de taxis, agencias de cambio de moneda,
un club de fútbol, laboratorios farmacéuticos, sociedades de bienes raíces y
numerosas firmas constructoras. 
Mapa de cultivos de drogas en Colombia

Una fuga y dos versiones

Al promediar el año 1991, el presidente colombiano César Gaviria (1990-1994)


declara que la guerra  se ganará o perderá en las cortes de justicia y crea un
sistema especial de “jueces sin rostro”, protegidos de amenazas y sobornos.
También ofrece a los narcos rebajar sustancialmente sus penas y les garantiza
que no serán extraditados. La condición es que se entreguen, confiesen sus
crímenes y devuelvan las ganancias mal habidas.
César Gaviria Trujillo

El 19 de junio de 1991, Pablo Escobar decide aceptar la oferta y se entrega a la


justicia junto a 14 de sus principales lugartenientes. Pone como primera
condición ser llevado a “La Catedral”, una prisión que él mismo se había
encargado de construir, en la localidad de Envigado, su tierra natal.
Dormitorio de Pablo Escobar en la cárcel de Envigado

 La opinión pública se divide: unos creen que se ha cedido ante los criminales;
otros consideran que es una salida adecuada para terminar con tanta violencia.
Washington, por su parte, decide aumentar la presión. Una investigación del
Senado norteamericano denuncia que en la isla caribeña Antigüa, mercenarios
británicos e israelíes han estado entrenando a los “soldados” del cartel de
Medellín en tácticas y operaciones terroristas.

Casi un año después, el 22 de julio de 1992, tras pagar US$ 1,5 millones en
sobornos, Escobar y sus hombres se fugan de “La Catedral”, eludiendo un
férreo cerco de policías y militares. En las inmediaciones, les esperan más de
70 esbirros armados incluso con cohetes tierra-aire. En los minutos siguientes
se pierden en lo más intrincado de la selva.

Dos versiones intentan explicar la huída: una señala que fuerzas de elite del
ejército norteamericano intentarían secuestrar a Escobar; la otra, apunta a
una rebelión del segundo mando que había quedado a cargo del cartel de
Medellín. En cualquier caso, un día después, “Dakota”, uno de los voceros de
Escobar, anuncia a través de la radio Caracol que “la guerra ahora será a fondo,
contra nuestros enemigos de Cali y contra los altos dignatarios del gobierno”.
Afiche del ejército colombiano

Cientos de sicarios salieron a las calles en sus motos a cazar policías. Los jefes
militares del cartel de Medellín pagaban con gruesos fajos de dólares por cada
uniformado muerto. En tanto, Los Pepes (Perseguidos por Escobar), una
organización formada por el cartel de Cali, también ofrecía subidas sumas de
dinero por las cabezas de los lugartenientes del capo de Antioquia. Las víctimas
se contaron por cientos en el año 1993.

Finalmente, el 2 de diciembre, a los 44 años de edad, Pablo Escobar fue


abatido mientras corría por los techos de un centro comercial de Medellín,
donde estaba refugiado con uno de sus guardaespaldas, tras ser sorprendido
por una unidad militar de elite que seguía sus pasos.
Funeral de Escobar, en diciembre de 1993

El período más cruento de la guerra de los carteles llegaba a su fin. El cartel


de Medellín entraba en una etapa de dispersión. El cartel de Cali, en cambio,
aunque algo dañado, había conseguido mantener casi intactas sus principales
estructuras. No obstante, en ese momento se iniciaría un proceso de dispersión
de las organizaciones criminales colombianas que se agudizaría hasta bien
entrado el siglo XXI. Cuatro nuevos carteles habían ya crecido a la sombra de
la lucha entre Escobar y los hermanos Rodríguez Orejuela. Ellos eran los
carteles de la Costa, de Bogotá, de Pereira y de Villavicencio.

El diablo pasa la cuenta

El 7 de agosto de 1994 asumió la presidencia de Colombia el liberal Ernesto


Samper. Cinco meses después, en enero de 1995, el mandatario fue acusado de
haber financiado su campaña electoral con aportes del cartel de Cali. El
escándalo se vio agravado al saberse que el jefe policial a cargo de las fuerzas
que perseguían a los hermanos Rodríguez Orejuela, el coronel Carlos Velásquez,
había sido filmado en un motel en los brazos de una supuesta informante, que
en verdad era una infiltrada de la agrupación mafiosa caleña.

En mayo, una denuncia periodística dejó en evidencia que el cartel de Cali


pagaba los gastos de decenas de personajes públicos que frecuentaban uno de
los hoteles más lujosos de Cali. Parlamentarios, jueces y funcionarios estatales,
además de figuras de la televisión y del espectáculo, disfrutaban de fiestas y
banquetes, a cuenta de los narcotraficantes. En agosto, la ola de corrupción
salpicó al que había sido el contendiente de Samper, el candidato conservador
Andrés Pastrana Arango, quien sería años después, entre 1998 y 2002,
presidente de la república, y más tarde, a partir de 2005, embajador de
Colombia en Washington.

Andrés Pastrana

Los sostenidos esfuerzos de la DEA para acabar con el cartel de Cali tuvieron
su recompensa al promediar 1995. El 9 de junio cayó Gilberto Rodríguez
Orejuela; el 19 de junio, Henry Loaiza Ceballos; el 24 del mismo mes, Víctor
Julio Patiño Fomeque, responsable de los embarques marítimos; el 4 de julio,
José Santacruz-Londoño, el número tres; y, el 6 de agosto, Miguel Rodríguez
Orejuela.
Henry Loaiza Ceballos

José Santa Cruz Londoño


Víctor Patiño Fomeque

Pese a los éxitos policiales, la producción de drogas se mantuvo constante,


sumándose incluso miles de hectáreas dedicadas al cultivo de adormidera para
elaborar heroína. Los capos del cartel de Cali seguían dirigiendo el tráfico
desde las prisiones donde estaban recluidos, y seguros.

Y mientras los tentáculos de las organizaciones criminales colombianas seguían


extendiéndose ahora de manera silenciosa hacia todos los continentes, las
semillas de corrupción que habían plantado durante años en la nación cafetera
empezaban a florecer en todas las esferas del acontecer local.

En enero de 1996, el ex jefe de campaña y ex ministro del presidente Samper,


Fernando Botero, reconoció la relación con el cartel de Cali. En seguida, los 15
principales gremios empresariales del país pidieron en una declaración pública
la renuncia del primer mandatario. Se supo entonces que el  jefe de Estado se
había reunido cuatro días antes de su elección con emisarios de los hermanos
Rodríguez Orejuela. La ley colombiana establecía un máximo de US$ 5 millones
para gastar en las campañas presidenciales; Samper había dispuesto de US$ 18
millones.

En mayo, un nuevo escándalo cayó sobre el gobierno cuando la Fiscalía General


de la nación ordenó el arresto del Procurador General de Colombia, Orlando
Vásquez Velásquez, ex ministro del Interior, ex embajador en Chile y ex
senador. Vásquez fue acusado de haber recibido dineros y dádivas del
narcotráfico. Por el mismo proceso ya estaban detenidos Fernando Botero,
siete congresistas de la bancada liberal y numerosos dirigentes políticos.
Ese mismo mes, el Instituto de Medicina Legal de Colombia entregó un nuevo
balance trágico: en 1995 se habían contabilizado 39.375 muertes violentas, una
cada 20 minutos, 70 al día. De ellas, más de 30 mil correspondían a homicidios.

El 11 de julio la Casa Blanca decidió cancelar la visa para viajar a Estados


Unidos al presidente Samper “por proteger los intereses de los carteles de la
droga”. Y cuando el gobernante aún no terminaba de protestar, el 20 de
septiembre la policía descubrió tres kilos de heroína ocultos en el avión
presidencial, poco antes de que despegara hacia España para una visita oficial.  

Guerrilleras de las FARC


Las armas llegan de Ecuador

Con unas 70 mil hectáreas de cultivo, Colombia desplazó a mediados de los 90’ a
Bolivia como segundo productor mundial de hojas de coca, y se ubicó detrás de
Perú, que ocupaba el primer lugar. Esas plantaciones le permitían producir
entre 500 y 700 toneladas anuales de cocaína. Los cultivos de amapola, por su
parte, ocupaban cerca de 20 mil hectáreas, situándose como el primer
productor latinoamericano de heroína, superando a México y Guatemala. Los
cultivos de cannabis, estancados desde fines de los años 70’, empezaron a
repuntar de manera explosiva.
La detención o rendición de la mayoría de los líderes de los carteles de
Medellín y Cali, dejaron paso a medio centenar de organizaciones de mediana
importancia, a las que había que sumar unas dos mil empresas familiares
dedicadas al tráfico de estupefacientes.

Al mismo tiempo, las guerrillas, enfrentadas al aislamiento internacional como


resultado del derrumbe de los regímenes comunistas, y sin ninguna posibilidad
de alcanzar el poder, entraron a mantenerse mediante los recursos generados
por las drogas. Enfrentadas a ellas, los grupos paramilitares de extrema
derecha, apoyados a menudo por el Ejército, colaboraban estrechamente con
los narcotraficantes.

Lo que en Colombia llaman “paramilitarismo” se organizó de manera muy


estructurada en torno a dos familias: los Castaño y los hermanos Carranza.
Carlos Castaño era el líder de la Autodefensa de Córdoba y Urabá (ACCU),
aliados del cartel de Cali y con creciente dominio en la zona norte del país luego
de los golpes sufridos por la organización de los hermanos Rodríguez Orejuela.
Su organización asumió la dirección de las principales bandas criminales y la
industria del secuestro de Medellín.

Carlos Castaño, líder de los paramilitares

Los Carranza, por su parte, propietarios de minas de esmeraldas y de grandes


explotaciones ganaderas, pasaron a controlar parte del centro de Colombia.
La unión de estos dos grupos formó un cinturón de control político y
administrativo que se extendió desde la región amazónica, en las fronteras con
Venezuela y Brasil, hasta la costa atlántica. Esa situación estratégica les
permitió a los Castaño y a los Carranza apoderarse de unos 3,5 millones de
hectáreas, casi  un tercio de las mejores tierras agrícolas del país.

Los Castaño empezaron aspirar entonces a construir un proyecto político


contrainsurrecional de extrema derecha, para lo cual disponían del apoyo de
considerables sectores políticos y empresariales colombianos.

De todas los nuevas organizaciones criminales que irrumpieron en la escena


colombiana, la más importante pasaría a ser el cartel del Norte del Valle,
asentado en el valle del Cauca, al suroeste del país, y dirigido por los hermanos
Orlando y Arcángel Henao, a la cabeza de un temible ejército de pistoleros, y
que declaró una guerra sin cuartel a los hermanos Rodríguez Orejuela después
de que éstos se rindieran a la justicia.

La entronización de los Henao se vio facilitada por la alianza con el grupo


paramilitar de extrema derecha dirigido por Carlos Castaño. Su influencia
militar, que se extendía ya a todo el noroeste de Colombia, se amplió en los
años siguientes a gran parte del litoral del Pacífico, de la frontera con Panamá
a la de Ecuador. Por lo tanto, las rutas de exportación de cocaína y marihuana
hacia Estados Unidos y Europa tuvieron menos obstáculos que franquear.
Asimismo, las armas llegaban a los paramilitares y a los narcos por las mismas
rutas, especialmente desde Ecuador.
León Henao Montoya

El gobierno de Samper toleró las actividades de los paramilitares de Carlos


Castaño y de los pistoleros del cartel del norte del Valle en la medida en que,
con el apoyo del Ejército, hacían frente a las guerrillas y de manera general a
todas las manifestaciones de oposición de izquierda.

Casi sin darse cuenta, los políticos colombianos, cada vez más comprometidos
con las nuevas organizaciones criminales, sirvieron la mesa a fines del siglo XX
para que los paramilitares de derecha y los guerrilleros de izquierda
empezaran a controlar la producción de drogas, las rutas y los laboratorios. Los
viejos traficantes, en tanto, empezaban a blanquear sus dineros, invirtiendo en
los países vecinos, en las costas del Mediterráneo y en las más grandes
transnacionales del planeta.
Helmer “Pacho” Herrera

Luis Gómez Bustamante, alias “Rasguño”.


 
El gigante narcotizado (extracto de 'Conexiones Mafiosas')
Manuel Salazar Salvo 21/01/2021 - 06:00

Esta es la decimosexta entrega de 24 capítulos de la investigación del periodista Manuel


Salazar sobre organizaciones criminales alrededor del mundo, contenido en el libro
'Conexiones Mafiosas', de 2008. En este artículo, el autor aborda las redes criminales
presentes en el gigante sudamericano, Brasil, el cual ha albergado importantes nexos
internacionales de narcotráfico y delincuencia debido a sus condiciones geográficas y
sociopolíticas. 

Brasil y sus 8,5 millones de kilómetros de superficie (más de 11 veces la de


Chile) y sus más de 190 millones de habitantes, guarda cuantiosos recursos
naturales y una de las mayores reservas de biodiversidad del mundo. Sin
embargo, el 36,3% de su población vive bajo la línea de la pobreza y el 10,6 %
tiene el carácter de indigente. Sus 16 mil kilómetros de fronteras con casi
todos los países de América del Sur, así como su cercanía a Europa y África, lo
han hecho muy permeable a todo tipo de comercio ilícito y transformado en
refugio predilecto para delincuentes de las más variadas procedencias.

El tráfico de cocaína no ha sido la excepción. En 1985 se incautaron 500 kilos


de esa droga; sólo una década después, en 1995, los decomisos llegaron a 11,4
toneladas, y seguían aumentando. Si se parte del supuesto de que se intercepta
aproximadamente el 10 por ciento del tráfico, se deduce que otras 110
toneladas entraron para el consumo interno o en tránsito hacia otros países.
Esa cantidad equivalía aproximadamente a unos US$ 4.500 millones. Ese mismo
año se decomisaron casi 19 toneladas de marihuana y volúmenes crecientes de
heroína, crack y productos químicos para la producción de cocaína.

A comienzos de la década de 1990, diversos informes policiales advirtieron que


las mafias italianas, estadounidenses y los dos grandes carteles colombianos,
controlaban ya porcentajes considerables de la propiedad de unas 200 de las
más importantes sociedades brasileñas, incluidas grandes empresas dedicadas
a la construcción y al transporte, que les servían para lavar dinero y como
pantallas para el tráfico de drogas y de precursores químicos. El juez Walter
Fanganiello, miembro del tribunal regional de justicia de Sao Paulo, afirmó a
fines de 1995 a un periódico de su país que cerca de 50 jefes de la mafia
internacional vivían en Brasil, la mayoría en Sao Paulo, eje financiero e
industrial de la nación. 

Los gestores financieros de las organizaciones criminales ponían sus ojos en


empresas brasileñas con dificultades económicas y ofrecían aportes de
capitales frescos a cambio de participación accionaria. Así, entraron en
diversos ámbitos del turismo; del transporte terrestre, marítimo y aéreo;  de
la ingeniería civil y química; de la agricultura; e incluso de la banca. El periódico
O Globo, informó en noviembre de 1995 que el mafioso italiano Antonio
Salamone, prófugo de la justicia de su país y nacionalizado brasileño para
evitar la extradición, era dueño de una parte importante de una gran
constructora que trabajaba en obras de Río de Janeiro y Sao Paulo.

“Estamos investigando denuncias contra un pequeño constructor que quebró y


que gracias al dinero del narcotráfico colombiano recuperó la salud financiera y
hoy es propietario de por lo menos mil inmuebles en Río de Janeiro y Sao Paulo,
así como de una red de hoteles usados para distribuir cocaína”, agregó un jefe
policial al mismo periódico.

Anualmente se blanqueaban entre 15 mil y 20 mil millones de dólares originados


en el narcotráfico, especialmente en operaciones montadas por los “doleiros” –
los cambistas de dólares- de Sao Paulo y en Río de Janeiro.
Rutas del tráfico por Brasil.

La conexión nigeriana

El extenso territorio brasileño permitía que los narcotraficantes traspasaran


sin grandes dificultades los controles fronterizos. La policía sabía que la droga
proveniente de Bolivia, Perú y Colombia  ingresaba al estado de Amazonas para
seguir  por carretera hasta el puerto de Belem, donde era embarcada hacia el
extranjero. La ciudad Foz de Iguazú, en tanto, se convirtió en la ruta
preferida de los traficantes de armas que operaban desde Argentina y
Paraguay.

En octubre de 1995, policías antinarcóticos de Sao Paulo informaron que en ese


estado existían más de cinco mil traficantes que abastecían a unos 150 mil
drogadictos, consumidores de unos 3.500 kilos de cocaína al mes. Añadieron
que también se había detectado la creciente participación de extranjeros, en
su mayoría europeos, operando en las redes de la distribución de
estupefacientes.

Antonio Mota Graza, apodado “Curica”, aparecía como el principal intermediario


entre los carteles colombianos y los traficantes brasileños que operaban desde
Sao Paulo para llevar cocaína a Europa. Se estimaba que Mota Graza era el
propietario de unas 20 toneladas de cocaína incautadas entre 1991 y 1995.

A la ola de inmigrantes con antecedentes criminales llegados a Brasil se sumó la


presencia de la denominada “Conexión Nigeriana”, sindicada como responsable
de transportar hacia Europa unas diez toneladas de cocaína al año. Las bandas
de narcos los convencían para que se desnacionalizaran y adquirieran otra
ciudadanía africana, viajando con pasaportes europeos falsos. Entre 1992 y
1995 las policías de Brasil, Uruguay, Paraguay y Argentina detuvieron a más de
400 africanos acusados de tráfico de drogas.
Controles policiales varias veces al día.

Las ciudades brasileñas eran escenario a la vez de una soterrada guerra entre
el cártel de Cali y los miembros del  “Triángulo Dorado”, que luchaban por las
rutas de la heroína hacia Estados Unidos. El conflicto terminó en los primeros
meses de 1995 cuando acordaron usar a Brasil como base de  operaciones
conjuntas. Otra nueva conexión entre las diversas organizaciones criminales
quedó al descubierto a fines de 1994 cuando se incautaron 500 kilos de cocaína
en una pista de aterrizaje cercana de la frontera con Colombia, destinada a
Japón, donde la distribuiría la temida mafia yakuza.

A fines de mayo de 1995, el presidente Fernando Henrique Cardoso creó la


Comisión Nacional de Seguridad Pública para Combatir el Narcotráfico,
integrada por los ministerios de Justicia, Marina, Hacienda, Relaciones
Exteriores y Transportes, en un esfuerzo por controlar el explosivo auge del
narcotráfico. Pocos meses antes, Romeu Tuma, senador por Sao Paulo y ex
vicepresidente honorario de Interpol, había expresado su opinión sobre el
tema:

-El cártel de Cali se asoció con brasileños para crear empresas pantalla de
exportación de químicos, de hierro y de maderas a fin de camuflar sus envíos
de cocaína. Tras la muerte de Pablo Escobar, Cali ha tomado el control del
narcotráfico con más violencia. En Brasil no se da, todavía, la duplicidad de
poder que hay en Colombia; aquí el narcotráfico consigue corromper
autoridades, pero no tiene estructuras de poder propias como en Colombia. En
ese sentido, no deben importar las cantidades de los decomisos, sino la
desarticulación de las bandas y la destrucción de su poder económico.

Fernando Henrique Cardoso.

Las declaraciones de Romeu Tuma apuntaban a la urgente necesidad de


desarticular las bandas, pero la penetración de los narcotraficantes ya había
extendido profundas raíces entre los grupos urbanos más pobres del país como
son los que habitan las favelas. 

La enorme mayoría de las casi 500 favelas existentes en Río de Janeiro, donde
habitan más de 2,5 millones de personas, estaban controladas por el Comando
Vermelho,  entonces la más poderosa organización delictiva del Brasil, que
disponía de 6.500 hombres armados para vigilar un centenar de puestos de
venta de drogas distribuidos en todos los cerros de la ciudad. Otros diez mil
pandilleros trabajaban haciendo contactos y distribuyendo drogas,
estimándose que más de 300 mil personas vivían del comercio de
estupefacientes.

La vigilancia de este comercio en las favelas hasta hoy está encargada a los
olheiros  (campanas), en su mayoría niños pequeños que de acuerdo a códigos
previamente establecidos tiran bengalas o arrían volantines cuando llegan
extraños. Cuando los niños entran a la adolescencia pueden aspirar a
convertirse en “aviones”, los mensajeros entre consumidores y traficantes;
más tarde, si demuestran condiciones, se gradúan como jefes de favela.
El Comando Vermelho es autor de las ‘‘Doce reglas del buen bandido’’, las que
exigen respetar a las mujeres, a los niños y a los indefensos; andar siempre
aseado y bien vestido, y no usar tatuajes. También impuso un riguroso código
de penas que rige en los lugares donde habitan sus miembros. Según éste, los
ladrones son castigados con feroces palizas y se incurre en pena de muerte si
un integrante comete violación, traiciona o mata a quien no corresponda.

En las favelas ya estaba todo está controlado. Si las empresas de electricidad,


de agua potable, de aseo o de correos deseaban ingresar a ellas, debían
negociar directamente con los narcos o buscar una mediación a través de las
agrupaciones vecinales.

Informes de la inteligencia militar indicaban que en las favelas se


comercializaban casi 12 toneladas de cocaína al mes, proporcionando dividendos
que permitían al Comando Vermelho adquirir desde modernos fusiles
automáticos hasta proyectiles antiaéreos.

Las estadísticas policiales situaban en 1994 a Río de Janeiro como una de las
ciudades con los índices de criminalidad más altos del mundo, registrándose un
promedio de 65 homicidios por cada 100 mil habitantes, el doble de los
contabilizados en Nueva York. 

El general Newton Cruz, a cargo de la lucha en contra de los grupos mafiosos,


dio cuenta de que en Río de Janeiro operaban cerca de tres mil peligrosos
sicarios del narcotráfico, apoyados por casi dos mil escoltas y unas 750
embarcaciones de diversos tipos y tamaños. Añadió que los verdaderos jefes
vivían seguros y tranquilos en Miami y en algunas de las principales ciudades de
Europa.
Brutales contrastes en los niveles de vida.

La favela Rocinha, en Río de Janeiro


Pastelitos de miel

Detectives de Río de Janeiro relataban que en las favelas se distribuía


marihuana en en forma de pequeños pasteles endulzados en miel y envueltos en
papel celofán para incitar a los niños a consumir drogas. Los paquetes tenían
una etiqueta que decía Pasteles de Salgueiro CV, PLJ, las siglas del Comando
Vermelho  (CV), cuya consigna es Paz, Justicia y Libertad (PLJ).

En mayo de 1994, la prensa brasileña reveló las conexiones que se habían


establecido entre los financistas de la lotería clandestina llamada jogo do
bicho  (juego del bicho) y los carteles colombianos de la cocaína, corrompiendo
a numerosos representantes de diversas esferas ciudadanas. Los numerosos
allanamientos a las sedes de los padrinos del juego (bicheiros) permitieron
incautar las listas de los beneficiarios de sus favores. Entre ellos figuraban el
ex presidente Fernando Collor, el alcalde de Sao Paulo y el gobernador de Río
de Janeiro; por lo menos diez diputados, un centenar de policías, jueces e
incluso el presidente de la Federación Internacional de Fútbol, FIFA, Joao
Havelange. Los documentos establecerían igualmente el envío de importantes
sumas a Cali y el pago de sobornos a agentes de las unidades antidrogas de la
policía de Río de Janeiro

El juego del bicho o juego de animales, del cual vivían unas 100 mil personas en
Río de Janeiro y en Sao Paulo y que movía unos dos mil millones de dólares al
año, se inició inocentemente en 1889, cuando el barón de Drummond, patrono
del zoológico de Río de Janeiro, introdujo esta lotería para reunir fondos para
alimentar a los animales. En su forma actual, 25 animales representan números
del 1 al 100. La mariposa, por ejemplo, cubre el 13, 14, 15 y 16.  Los jugadores
pueden apostar sin límites y si aciertan al animal, reciben 18 veces el dinero
invertido.
Fernando Collor.

Una encuesta realizada por un periódico brasileño reveló que un 41 por ciento
de la población de Río de Janeiro -unos 3,5 millones de personas- jugaba
ocasional o regularmente en el bicho en alguno de los 300 puntos de apuesta
que existían en esa ciudad. Los empleados al servicio del juego eran calculados
en unos 40 mil, en su mayoría jubilados o gente con limitaciones físicas.

Policías federales afirmaban que esa lotería clandestina  era controlada por
unos 200 poderosos jefes, conocidos como los “banqueros del bicho”, quienes
constituían una verdadera mafia que ocasionalmente se trenzaba en violentas
disputas territoriales.

A fines de 1986, tres cuartos de la población de Río de Janeiro se había


manifestado favorable a la legalización de esa lotería. El entonces gobernador
Leonel Brizola dijo que la actividad “es una de las pocas en el país que trabaja y
paga honestamente”.
A los banqueros del bicho se les atribuía ser muy generosos a la hora de
distribuir sus ganancias, reconociéndose que cada año gastaban unos 500 mil
dólares en cada una de las escuelas de samba que conseguían los mejores
resultados en el Carnaval de Río. El famoso banquero Castos de Andrade, que
asumía esa condición, era en los hechos el dueño del equipo de fútbol Bangú.

Las denuncias periodísticas sobre las actividades mafiosas y la corrupción que


irradiaba el juego, provocó reacciones encontradas.  El jefe de la policía de Río
de Janeiro llegó a sostener públicamente que “uno tiene que enfrentar la
realidad. Si uno trata de suprimir ese juego, 40 mil personas perderán sus
empleos y estarán en las calles robando para sobrevivir”.

A fines de 1988 una encuesta realizada en cuatro ciudades brasileñas había


demostrado que el juego del bicho era la institución que más confianza
inspiraba a la población, con porcentajes superiores al 70 por ciento. La Iglesia
Católica, en cambio, llegaba al 50 por ciento, los diputados y senadores sólo al
20 por ciento y el gobierno a menos del 10. 

Los debates sobre esa lotería clandestina eran un indicio más sobre como la
corrupción y los dobles estándares morales se habían empezado a adueñar de la
sociedad brasileña, proceso al que no eran ajenos otros países del continente.
En 1991, en otro ejemplo destacable,  algunos medios de prensa informaron que
mensualmente ingresaban 15 kilos de cocaína al Congreso Nacional de Brasil,
visitado diariamente por unas 15 mil personas y  donde la droga se
comercializaba al módico precio de 25 dólares el gramo. 

-Aparentemente los principales quioscos de cocaína estaban en el Anexo 4 de


la biblioteca de la Cámara de Diputados y en la playa de estacionamientos
privados del lugar, donde la calidad eran mejor. Los lugares eran óptimos
porque el Congreso, por ley, es territorio inaccesible para la policía. También se
vendía cocaína en los baños. Hay dos empleados arrestados, tres sospechosos
acusados de tráfico directo y otros 22 que podrían estar involucrados,
mientras las ramificaciones más altas del escándalo alcanzan a un diputado
cuyo hermano fue descubierto en 2007 en Sao Paulo con un cargamento de 554
kilos de cocaína.-, ironizaba el diario Folha de Sao Paulo.
Los garimpeiros

Desde fines de la década de los 80, las zonas fronterizas del sur y del
suroeste brasileño empezaron a mostrar los efectos de la invasión de las
mafias de la droga instaladas en Bolivia. En ese territorio, centenares de
barriles conteniendo acetona y éter, precursores químicos indispensables para
la producción de clorhidrato de cocaína, cruzaban diariamente la frontera
hacia laboratorios situados en el altiplano. 

En sentido contrario, ingresaban a Brasil cientos de toneladas de la droga


refinada hacia las  grandes ciudades o destinada al consumo de los miles de
buscadores de oro que se apiñaban en decenas de campamentos en la Amazonia.

Cargamentos de aceite de copaiba, de mineral de casiterita y de madera


provenientes de Rondonia muchas veces ocultaban grandes cargamentos de
cocaína que viajaban hacia las grandes ciudades del sur de Brasil a través de
una carretera recién construida y que los lugareños habían bautizado como la
“Transcocainera”.

Unos cien traficantes de corta edad vendían la droga en los principales centros
poblados de Rondonia, así como en los garimpos, como se denominaba a las
minas a cielo abierto de oro y casiterita existentes en esa región. En ambas
márgenes del río Madeira, unos 50 mil buscadores de oro -los famosos
garimpeiros- recurrían a las drogas y el alcohol para aliviar los rigores de su
dura faena y mantener la esperanza de encontrar la esquiva riqueza.

En la aldea de Ariquemes, a 200 kilómetros de Porto Velho, la mayor parte de


los 80 mil hombres que trabajaban por su cuenta en las minas de casiterita, se
drogaban diariamente con cocaína, con marihuana o fumando pasta base
mezclada con marihuana. Por esos días, los diarios daban cuenta además de una 
guerra entre bandas rivales que se disputaban las operaciones de trueque de
armas y de cocaína provenientes de Paraguay, por automóviles robados en Sao
Paulo y Río de Janeiro.

A fines del siglo XX, la DEA había identificado a 14 carteles que operaban en
BrasilSólo en el estado de Río de Janeiro existían 23 rutas internacionales
para el transporte de drogas: 18 “de salida” (hacia Europa y los EE.UU.), cuatro
“de entrada” (desde Colombia, Perú, Bolivia y Paraguay), y una “de tránsito”
(que triangula heroína de Hong Kong en ruta a EE.UU.).

En 1997 se calculaba que en Brasil se lavaban por lo menos unos U$S 20.000
millones anuales. Por otra parte, el aumento de la violencia parecía
incontrolable. La tasa de asesinatos del país como un todo era de 25 por cada
100.000 habitantes, comparados con los 7,4 de Estados Unidos. En algunos
pueblos, esa tasa se disparaba a 140 por cada 100.000. Además, la tasa de
“masacres” (asesinatos múltiples) aumentaba constantemente. En la zona del
Gran Sao Paulo se produjeron 47 masacres en 1996 y otras tantas en 1997; en
1998, la cifra escaló 189. Casi todos esos crímenes estaban vinculados al
narcotráfico y la inmensa mayoría de ellos quedaban impunes.

Muy pronto surgiría la explicación: decenas de miles de armas de todos los


calibres y de los más variados tipos estaban ingresando al país como moneda de
pago a cambio de drogas.

Fernandinho Beira-Mar
La detención de Beira Mar

Ernaldo Pinto de Medeiros.


Las armas vienen del norte (extracto de 'Conexiones
Mafiosas')
Manuel Salazar Salvo 22/01/2021 - 06:00

Esta es la decimoséptima entrega de 24 capítulos de la investigación del periodista Manuel


Salazar sobre organizaciones criminales alrededor del mundo, contenido en el libro
'Conexiones Mafiosas', de 2008. En este artículo, el autor aborda el comercio y
competencia del negocio de las armas tras el desplome de la Unión Soviética (URSS).

El férreo control que durante la guerra fría ejercían las grandes potencias
sobre el comercio de armas en casi todo el mundo varió bruscamente a partir
del desplome de la Unión Soviética (URSS) y de los socialismos reales, en los
albores de la década de 1990. Los organismos que llevaban cuidadosos
registros sobre las transacciones se vieron enfrentados a una acelerada
reestructuración de los mercados, donde las tradicionales empresas estatales
o los muy bien reconocidos conglomerados privados enfrentaron la feroz
competencia de miles de nuevos productores independientes y crecientes
redes de agentes e intermediarios, de distintas nacionalidades, imaginativos,
ricos, políticamente bien contactados y con la motivación principal de
incrementar sus fortunas.

La irrupción del comercio globalizado relajó las barreras fronterizas, y


cundieron los acuerdos para facilitar las transacciones de todo tipo de
productos, armas incluidas. Los nuevos traficantes no demoraron mucho en
construir sus plataformas de negocio sobre la base de discursos ideológicos,
geopolíticos, nacionalistas, religiosos, separatistas, raciales y cuanto conflicto
existiera sobre el planeta. 

Los antiguos complejos de la industria bélica, como Lockheed, Dassault, Bofors


o Northrop Grunman, tuvieron que competir con cerebros amorales que no
dudaban en eludir embargos y leyes para proveer de armas a todo tipo de
rebeldes, y a las organizaciones criminales que surgían en los diversos
continentes. 

También fueron desplazados los grandes comerciantes de armas tradicionales,


como Adnan Khashoggi, Suliman Olayan, Ghaith Pharaon o Akram Ojjeh, casi
todos relacionados a la monarquía saudita, a los príncipes árabes del Golfo y a
las poderosas transnacionales de armas en Estados Unidos y Europa. 

Adnan Kashogui

Gaith Pharaon
Suliman Olayan

Irrumpió pisando fuerte una nueva generación de traficantes, como Víctor


Bout, un ex piloto soviético que en 1990 recién había cumplido 23 años de edad,
y que en los años siguientes montó uno de los mayores tinglados empresariales
fantasmas para ofrecer armas, de todos los tipos y calibres, desde Ucrania a
Liberia y desde Centroamérica a Afganistán. Bout, a quien se le ha calificado
como el Bill Gates del negocio de la muerte, sostiene que sólo es un afortunado
empresario dedicado al transporte aéreo. 

Víctor Bout

En los años 90, los datos sobre el rubro fueron cada vez menos confiables. Las
mejores estimaciones sostenían que la producción oficial de armas cortas y
ligeras, desde fusiles y ametralladoras hasta granadas y lanzamisiles
portátiles, se mantuvo constante en una cifra aproximada de ocho millones de
unidades al año. De ellas, siete millones eran armas de fuego comerciales, y la
mayoría se fabricaba y vendía en Estados Unidos. 
El otro millón correspondía a armas de uso militar. Junto a ellas se elaboraban
al menos diez mil millones de municiones de calibre militar. 

Datos oficiales recogidos por Small Arms Survey el año 2003 señalaban que
existían 1.249 fábricas de armas cortas distribuidas en 90 países. 

Las exigencias de bajar costos para acceder a los competitivos mercados


globalizados llevaron a la creación de muchas fábricas de armas en países con
mano de obra más barata, donde se podía trabajar con licencias comerciales y
transferir tecnología a las naciones en desarrollo más industrializadas. Eso les
permitió eludir, además, las prohibiciones vigentes en Europa.

En el Tercer Mundo surgieron en pocos años miles y miles de talleres bastante


sofisticados, donde se producían desde revólveres y pistolas de bajo calibre
hasta imitaciones perfectas de los más modernos fusiles y ametralladoras. En
varios países africanos, por ejemplo, cualquier persona podía conseguir una
pistola por cinco dólares. En Sao Paulo (en Brasil), en tanto, una redada policial
en 2002 dejó al descubierto una factoría artesanal que fabricaba unas 50
ametralladoras al mes. 

El término de la guerra fría dejó, por otra parte, voluminosos arsenales de


desechos o de excedentes que empezaron a ser comercializados en el
hemisferio sur. Toneladas de mortales fierros acumulados en bodegas de la ex
URSS y de Europa Oriental, desde la guerra de Vietnam en adelante,
comenzaron a ser vendidos indiscriminadamente a los bandos en pugna que
combatían en los más extraños confines. Si no había dinero, el medio de pago
podía ser oro, diamantes, maderas preciosas, mujeres, animales exóticos,
cocaína, heroína, marihuana o cualquier mercancía que tuviera demanda. Eran
las reglas de los nuevos mercados. Negocios son negocios, fue la consigna. 

Entre esas armas ligeras figuraban los temibles Manpads, sistemas portátiles
de defensa antiaérea, que pueden ser disparados por una o dos personas y
capaces de derribar a un avión a baja altura. El mismo anuario Small Arms
Survey informó en 2004 que existían unas 25 organizaciones terroristas,
guerrilleras o criminales que disponían de este tipo de lanzamisiles. 
Afiche contra el tráfico de armas

Crudo informe 

Amnistía Internacional (AI) y Oxfam publicaron en 2003 un dramático informe


sobre las consecuencias que estaba provocando en el mundo el tráfico de
armas. El trabajo, titulado “Vidas destrozadas”, era un verdadero grito de
auxilio para que la comunidad internacional adquiriera conciencia sobre la
gravedad del tema. 

Indicaba que entre 1999 y 2003 los países de África, Asia y América Latina
habían gastado 87 mil millones de dólares en armas, unos 22 mil millones al año.
En comparación, se señalaba que una educación primaria universal costaría al
año unos 10 mil millones. 

En el mundo había 639 millones de armas ligeras y cada año se producían ocho
millones de armas nuevas. En 2001 se fabricaron, como mínimo, 16 mil millones
de balas, lo que correspondía a más de dos proyectiles por cada hombre, mujer,
niña y niño del planeta. 

Diversos gobiernos e instituciones no gubernamentales habían concluido,


después de numerosos estudios, que las armas generaban un clima de miedo que
demandaba más armas, creando un círculo vicioso del que es difícil salir. Grupos
e individuos inseguros deciden armarse con el fin de protegerse y sus actos son
interpretados como una amenaza por otros que, a su vez, también se arman. A
medida que crece el grado de sofisticación de las armas, su letalidad también
aumenta. Unos cuantos individuos bien armados pueden causar muerte,
destrucción y miedo a gran escala. Matar era cada vez más fácil: se puede
hacer a mayor distancia, con mayor indiferencia y menor esfuerzo. 

Algunos de los datos incorporados al informe de AI y Oxfam eran


estremecedores: 

En Brasil, entre 1993 y 2003, murieron asesinadas 300 mil personas, muchas
de ellas como resultado de la violencia urbana y la gran proliferación de
pistolas y de armas ligeras, responsables del 63% del total de homicidios.
Muchas de las armas usadas se fabricaban dentro del país, aunque también se
importaban de Estados Unidos, España, Bélgica, Alemania, Italia, la República
Checa, Austria y Francia. 

En Colombia había aumentado el suministro de armamento a las guerrillas,


incluidos grandes cargamentos de Perú y Venezuela. En los últimos años,
Estados Unidos, Francia, Alemania, España y Sudáfrica habían suministrado
grandes cantidades de armas ligeras a las autoridades colombianas. 

En toda América Latina, la rápida expansión y el poder creciente de las


empresas de seguridad privada eran motivo de preocupación. Según el gobierno
de Guatemala, en ese país existían alrededor de 116 empresas de seguridad
privada, que daban trabajo a 35 mil agentes. Se trataba de una fuerza no
oficial mayor que la del Ejército local, y doblaba el número de agentes de
policía. 

En Nicaragua, el Ejército había distribuido rifles AK-47 a los cultivadores de


café como medida de autoprotección, pero muchos fueron robados y utilizados
contra las mismas personas a quienes se suponía que debían proteger. 

Las niñas y los niños se habían convertido en uno de los blancos de la brutalidad
policial, los conflictos armados, las guerras de la droga y los asesinatos
políticos y criminales. En Honduras, 1.817 niños de la calle murieron entre 1998
y 2003. 

Al menos 25 mil niños eran miembros de alguna banda en El Salvador, y unos


seis mil niños portaban armas en la ciudad de Río de Janeiro. 

En el Reino Unido, el uso de armas de fuego creció un 35% en 2002. Tres


cuartas partes de las armas de fuego incautadas por la policía en Londres eran
pistolas de aire comprimido, que las bandas convertían en pistolas de 22 y 38
mm. y que eran suministradas por una empresa británica a partir de unidades
fabricadas en Alemania. 

La violencia se intensificaba a medida que los criminales adquirían armas más


mortíferas. En los Países Bajos, los incidentes relacionados con armas de fuego
aumentaron de ocho a quince por día de 1994 a 1999, y los criminales estaban
reemplazando sus revólveres por ametralladoras. 

Los miembros permanentes del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas


(China, Francia, Rusia, el Reino Unido y Estados Unidos) obtenían grandes
beneficios del comercio de armas. En 2001, dichos países eran los cinco
primeros exportadores de armas del mundo y en conjunto eran los
responsables del 88% de las exportaciones de armas convencionales. 

EE.UU. dominaba la industria armamentística y contribuía con prácticamente la


mitad (45%) del total de armas exportadas en el mundo. 

Según Transparency International, la industria armamentista era la segunda


con más probabilidades de implicar sobornos, y el Departamento de Comercio
de Estados Unidos afirmaba que el sector de defensa representaba el 50% de
todas las acusaciones de soborno. 

Entre 1960 y 1999, el número de países productores de armas ligeras se dobló


y se multiplicó por seis el número de empresas que las fabricaba. 

Destrucción masiva de armas

Destrucción masiva de armas

Contagio inminente 

A fines de los años 90, varios gobiernos de América del Sur se inquietaron al
percibir que el comercio de armas empezaba a traspasar sus fronteras. La
guerra a los carteles de la cocaína había obligado a los narcotraficantes a
buscar refugio y nuevos puntos de producción en la Amazonía brasileña,
Venezuela, Ecuador, Bolivia, Perú e incluso Argentina. Paraguay, en tanto, se
transformaba en un verdadero bazar del contrabando y en un portaaviones
para la producción y el tráfico de armas. 

En 2000, Washington aprobó el denominado Plan Colombia, un enorme programa


de ayuda militar de 1.300 millones de dólares, en su mayoría destinados al
Ejército colombiano, pese a la reiterada preocupación internacional por los
vínculos entre las fuerzas de seguridad y los grupos paramilitares de derecha.
El Pentágono buscaba reemplazar la lucha contra el narcotráfico por la lucha
contra el terrorismo. Para ello estaba entrenando, además, a fuerzas militares
y policiales de Bolivia, Brasil, Colombia y Perú. Gestionaba también la
instalación de bases militares norteamericanas en diversos territorios del
continente. 

Las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC), con casi 20 mil


combatientes y sus adversarios paramilitares, mientras, disputaban los hilos de
la producción y distribución de drogas tras el repliegue de las antiguas
organizaciones de narcotraficantes. Establecieron vínculos con grupos
mafiosos de Italia, México e Israel, pero los más importantes, valiosos y
prometedores eran los nexos conseguidos con la mafia rusa. 

El apetito ruso por la cocaína, la heroína y la marihuana era insaciable y los


guerrilleros requerían armas. Las FARC ya no sólo se limitaban a comprar base
de coca y opio para venderla a traficantes que refinaban y exportaban, sino
que decidieron establecer sus propios laboratorios de cocaína y heroína. 

A fines del año 2000 se supo que las FARC habían adquirido 10 mil fusiles
Kalashnikov (AK-47,) comprados legalmente por Perú al Gobierno de Jordania y
lanzados en paracaídas a la selva colombiana. El escándalo significó la caída del
Presidente Alberto Fujimori y de su asesor de seguridad, Vladimiro
Montesinos. La denuncia pública la hizo el traficante de armas Sarkis
Soghanalian, un libanés nacido en Turquía de origen armenio y frecuente
colaborador de la CIA. 
Sarkis Soghanalian

Durante el conflicto entre Irak e Irán, al promediar los 80, Soghanalian había
organizado una operación para vender helicópteros de fabricación
norteamericana al régimen de Saddam Hussein, en pleno bloqueo decretado por
Washington. La CIA facilitó el envío del armamento porque Irán era el enemigo
número uno de la Casa Blanca. 

El mismo libanés cooperaría más tarde con la CIA en América Central surtiendo
de equipos de combate a los contras dirigidos por Edén Pastora, que buscaban
derribar el Gobierno del Frente Sandinista de Liberación Nacional (FSLN) que
gobernaba en Nicaragua. También había sido, junto con Ernst Werner Glatt,
proveedor de armas en el escándalo de Irán-Contra, parcialmente financiado
por el saudita Adnan Khashoggi. 

Soghanalian explicó a la prensa peruana que el Congreso estadounidense tenía


objeciones al Plan Colombia propuesto por el presidente Bill Clinton y que la
CIA había organizado la entrega de armas a las FARC para espantar a los
senadores norteamericanos y convencerlos de aprobar el Plan Colombia. 
Destrucción masiva de armas

Destrucción masiva de armas


Los rusos otra vez 

En octubre de 1997, el embajador ruso en Colombia, Ednan Agaev, advirtió que


se había establecido una fuerte alianza entre el crimen organizado ruso y las
FARC para el intercambio de armas por cocaína. Sus palabras llenaron titulares
de prensa, pero fueron desestimadas en Bogotá y calificadas en Washington
como exageraciones.

La fórmula consistía en intercambiar drogas por armas. Ya a fines de 1997


eran frecuentes en Colombia las incautaciones, en campamentos de las FARC,
de rifles de asalto, pistolas, granadas de fragmentación, minas y lanzadores de
cohetes RPG-7 de origen soviético. La policía brasileña también estaba
incautando en las favelas rifles AK-47 y lanzamisiles producidos por la ex
URSS. 
Se calcula que Europa consumía, a comienzos de 2000, entre 80 y 130
toneladas de cocaína por año, de las cuales unas 10 toneladas eran distribuidas
desde Rusia. Los traficantes de drogas pagaban en efectivo o cambiaban
cocaína por armas, realizando los despachos en los mismos contenedores que
llegaban con drogas. Por esta vía se proveía a las FARC no sólo de rifles de
asalto, sino también de armas pesadas, municiones, misiles antiaéreos
portátiles, artillería pequeña y granadas. 

Las autoridades colombianas afirmaban a mediados de 2000 que las guerrillas


de izquierda poseían unas 45 mil armas y que ingresaba al menos una tonelada
de pertrechos al día a través de rutas trazadas desde Ecuador, Brasil, El
Salvador, Nicaragua, Costa Rica y Panamá, tanto por el mar Caribe como por el
océano Pacífico. 

Otras procedían de la Compañía Anónima Venezolana Industrial de Municiones


(Cavin) y de la fábrica brasileña de pistolas y municiones Taurus. Casi todas las
armas semiautomáticas eran norteamericanas, pero también se habían
identificado rifles egipcios de la compañía Maladi, y rifles Norinco de China. 

Otra importante base de intercambio estaba en Paraguay, donde los controles


casi no existían. Las principales empresas sindicadas como proveedoras de
armas eran Chaco Trading y Hi Tech de Asunción, y Pantanal, ubicada en Pedro
Juan Caballero. Por otra parte, desde mediados de los años 90, parlamentarios
de ese país afirmaban que la isla caribeña de San Andrés era utilizada como
base por militares paraguayos involucrados en el tráfico de armas con
Sudáfrica y para embarcar cargamentos norteamericanos y alemanes hacia
Colombia. 

Las fronteras del continente sudamericano eran cada vez más porosas y
permeables al creciente tráfico de armas que venían del norte. 
La industria del secuestro (extracto de 'Conexiones
Mafiosas')
Manuel Salazar Salvo 23/01/2021 - 06:00

Este es el capítulo 18 de la entrega de 24 capítulos de la investigación del periodista


Manuel Salazar sobre organizaciones criminales alrededor del mundo, contenido en el libro
'Conexiones Mafiosas', de 2008. En este artículo, el autor analiza el creciente aumento de
los secuestros en el mundo y el dinero que diversas mafias adquieren pidiendo rescates.

Afines de junio de 2007 se conoció la muerte de 11 diputados secuestrados


desde abril de 2002 por las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia
(FARC). En los días siguientes, decenas de miles de personas marcharon en
varias de las principales ciudades latino americanas protestando en contra de
esta nueva amenaza, transformada en una floreciente industria delictiva que se
extiende peligrosamente a todas las naciones del continente.  

Desde el 2000 se registran unos diez mil secuestros anuales en el mundo,


según cifras del Banco Interamericano de Desarrollo (BID) y del Centro de
Política Exterior (CPE), con sede en Londres. De éstos, el 75% ocurre en los
países ubicados entre México y Chile. El primer lugar lo ocupa Colombia, con
unos 2.500 al año; seguida por México, con 1.200, Brasil, Argentina, Venezuela
y Ecuador. Las cifras son una referencia, pues se sabe que sólo uno de cada
diez plagios es denunciado a la policía.

En Colombia secuestraban los guerrilleros, los paramilitares, los


narcotraficantes y las bandas de delincuentes comunes. Cifras actuales y
oficiales, elaboradas sobre las denuncias de familiares, señalaban que casi
1.400 personas permanecían secuestradas en la selva colombiana, aunque se
creía que el número real superaba a las 5.500. Algunos de esos cautivos
llevaban más de siete años en esa condición.

En los últimos seis años (2008) hubo más de 18 mil secuestros y 600 personas
han muerto en cautiverio en Colombia; jóvenes brasileñas son violadas después
de capturarlas en centros comerciales o al bajar de sus vehículos en Sao Paulo;
empresarios bonaerenses son torturados mientras sus captores negocian
rescates multimillonarios; en México, se conoce de secuestradores que les
cortan los dedos a niños para enviárselos a sus padres y obligarlos a pagar los
rescates.

Esta nueva industria criminal generó entre 1991 y 1999 más de US$ 1.500
millones. Y ésta es sólo la punta de un dramático tejido que, sostienen los
expertos, no parará de crecer hasta que simplemente ya no sea lucrativo. 

Secuestros en Colombia.

En los últimos años, las potenciales víctimas más acaudaladas se han ido
protegiendo con modernos sistemas de alarma, automóviles blindados y
guardaespaldas, o emigran a Estados Unidos y Europa. Poco a poco, entonces,
los secuestradores se han volcado hacia los estratos medios, hacia pequeños
empresarios, comerciantes, profesionales y estudiantes. En Colombia, Brasil,
México y Argentina, además, de modo creciente las víctimas escogidas son
niños.
Asaltantes, ladrones y narcotraficantes, en tanto, observan como los
secuestradores obtienen jugosos rescates y los agentes de la ley no consiguen
condenas muy severas. Eso los lleva a cambiarse a un negocio que consideran
mucho más rentables y bastante menos riesgoso.

Aviones y diplomáticos

En inglés, el origen de la palabra secuestro (kidnap) significa llevarse (nap) a un


niño (kid), con la amenaza implícita de su asesinato y la evidente carga
emocional que involucra. El delito tiene la misma antigüedad que la especie
humana y siempre hizo flaquear al más duro de los duros frente a la posible
pérdida de un hijo o una hija. Los secuestros por rescate del hijo varón y
heredero, fueron frecuentes en la Europa de la Edad Media y los
conquistadores españoles los impusieron América como forma rápida de
conseguir que los nativos les entregaran oro y riquezas.

Estados Unidos registra el primer caso destacado en 1874, en Pennsylvania,


cuando se solicitaron 20 mil dólares por el niño Charley Ross, que nunca
apareció. El auge del gangsterismo, en los años 20’, provocó un rápido
incremento del delito: entre 1930 y 1931 se registraron 200 secuestros sólo en
Chicago por los que se pagaron más de dos millones de dólares. La nueva
práctica criminal tenía un fuerte aroma italiano por la masiva llegada de
inmigrantes de Cerdeña y Sicilia, la zona con mayor incidencia de secuestros en
toda Europa.
Campaña contra este delito en la prensa colombiana.

El secuestro y asesinato del hijo de 18 meses de Charles Lindbergh, en marzo


de 1932, golpeó de tal manera a la sociedad norteamericana que se adoptó la
pena de muerte para los casos en que la víctima sufriera daños o no hubiese
aparecido en el momento de dictarse sentencia. El FBI informó en 1974 que
desde 1935 se habían producido 647 casos de secuestro y que se había
detenido a más del 90 por ciento de los responsables.

Al sur del Río Grande, mientras, pese a que siempre hubo secuestros
perpetrados por bandidos y delincuentes de los más variados orígenes, se
apreció un notorio cambio a partir del fracaso de las guerrillas rurales de
izquierda y el traslado de los rebeldes a las ciudades, irrumpiendo el secuestro
de carácter político a partir de 1968.

Ese mismo año se inició una verdadera epidemia de secuestro de aviones y de


diplomáticos, la que se prolongó hasta mediados de la década del 70’ y a la que
sumaron grupos de ultraizquierda de prácticamente todos los continentes. El
gobierno de Estados Unidos identifico para el período 1968-1974, 82
secuestros políticos y 113 desvíos de aviones.

De esa época datan varios de los más osados ataques terroristas de algunas
facciones palestinas, japonesas, alemanas, irlandesas e italianas, entre otras,
en contra de diplomáticos, embajadas y aviones llenos de pasajeros, que
terminaron en tragedias, como el secuestro de atletas israelitas en las
olimpiadas de Munich en septiembre de 1972, o la masacre de 24 pasajeros de
un avión por parte de terroristas del Ejército Rojo japonés, en el aeropuerto
de Lod, cerca de Tel Aviv, en mayo de ese mismo año.

Desde 1972, y por iniciativa de Washington, fueron impuestas rigurosas


medidas de seguridad en los aeropuertos y en los controles de las líneas aéreas
para ingresar a los aviones. En 1973 fueron registrados 150 millones de
pasajeros en 531 aeropuertos de Estados Unidos. De esa cantidad, 300
pasajeros se negaron a ser registrados y se les impidió abordar las naves.
Otros 3.200 fueron arrestados pues entre todos llevaban consigo dos mil
pistolas y unos 1.750 kilos de explosivos de alto poder. En los cuatro años
siguientes sólo se anotaron cuatro intentos frustrados de secuestro de un
avión.  

Terrorismo de Estado

En la década de los 70’ irrumpieron en América del Sur regímenes militares que
impusieron a sangre y fuego la doctrina de seguridad nacional recomendada por
la Casa Blanca y el Pentágono. Los secuestros pasaron a ser una herramienta de
terror impuesta desde el Estado en contra de todo lo que oliera a disidencia.
Decenas de miles de personas fueron conducidas a lugares secretos de
detención, torturadas, asesinadas y desaparecidas en Brasil, Uruguay,
Paraguay, Bolivia, Argentina y Chile.

Aquel trauma se mantiene hasta hoy (2008), pese a los esfuerzos realizados
por los gobiernos democráticos para hacer justicia y encontrar a las víctimas
de las múltiples atrocidades.

El secuestro también fue utilizado por grupos que optaron por la resistencia
armada a los militares, como fue el caso en Chile del Frente Patriótico Manuel
Rodríguez, que entre 1984 y 1991 secuestró a un hijo del empresario Manuel
Cruzat, al periodista Sebastiano Bertolone, al cabo de Carabineros Germán
Ovando, a los coroneles de Ejército Mario Haeberle y Carlos Carreño, y al hijo
del propietario del diario El Mercurio, Cristián Edwards. En todos los casos, los
plagiados fueron dejados en libertad. El caso más espectacular fue el del
coronel Carreño, quien fue liberado en Brasil, previa entrega en algunos barrios
populares de Santiago de víveres y provisiones.   

Al promediar la década de los 80’, los secuestros reaparecieron con creciente


intensidad en Colombia, de la mano de los carteles de la cocaína de Cali y
Medellín, que luchaban entre sí por imponerse en los mercados de la droga.
Rápidamente, el delito se extendió también en México y Brasil, para llegar más
tarde a Ecuador, Paraguay, Argentina y a las naciones centroamericanas.

El desplome de la URSS y de los socialismos reales y la extinción de las


dictaduras militares locales proveyó de mano de obra cesante y disponible para
emprender cualquier actividad que permitiera obtener lucro fácil. Mercenarios,
ex agentes de seguridad, ex militares, ex policías, ex guerrilleros y ex
terroristas, se empezaron a encontrar con la nueva delincuencia abocada al
tráfico de drogas, de armas y otros delitos que crecían junto con la
globalización de los mercados y la liberalización de los controles aduaneros.

Un estudio del gobierno colombiano indicó que el sector privado de ese país
perdió US$ 800 millones en secuestros, extorsiones y robos entre 1990 y
1994. La industria del rubro, en tanto, dejó ganancias cercanas a los  US$ 120
millones al año. Un informe del Ejército colombiano estima que las FARC y el
Ejército de Liberación Nacional (ELN) ganaron por lo menos US$ 5.300
millones de 1991 a 1998, de los cuales 2.300 millones provinieron del
narcotráfico, 1.800 millones de la extorsión, y 1.200 millones del secuestro.
Chilenos involucrados en secuestro en Brasil.

Durante años la elite colombiana convivió con el temor de ser secuestrada por
la guerrilla, pero una nueva forma de secuestros indiscriminados y en masa
expandió el temor a ciudadanos comunes que no pueden costearse
guardaespaldas ni vehículos protegidos. La práctica se denomina "pesca
milagrosa". Una banda de guerrilleros aparece de la nada, bloquea una ruta,
detiene cada auto o colectivo, se lleva a los pasajeros que parecen adinerados y
los tiene en cautiverio hasta que se paga el rescate. 

Una lista de secuestrados elaborada por la fundación País Libre incluye


médicos, abogados, campesinos, pilotos, ingenieros, estudiantes y profesores.
La persona de mayor edad tiene 77 años y la menor es un niño de un año.

Delincuentes comunes realizan los secuestros de poca monta a cambio de una


comisión de las guerrillas. El sistema de secuestro por encargo suele usarse en
los llamados “secuestros relámpago (express)”, donde se cobra poco y se
negocia rápido. Hace algunos años a nadie se le ocurriría que guerrilla y
delincuencia común trabajaran aliadas. Hoy han constituido un verdadero
‘outsourcing’ para compartir dividendos en la nueva y muy rentable industria
criminal
Secuestro de industrial en Chile.

Indicios de advertencia

Los ocho países con más secuestros en el mundo -Colombia, México, Brasil,
Filipinas, Venezuela, Ecuador, Rusia y Nigeria- poseen algunos rasgos
semejantes: colapso parcial del Estado; altos índices de impunidad de los
sistemas judiciales; surgimiento de nuevas modalidades de crimen organizado;
ineficacia y corrupción extendida en las fuerzas policiales; nexos crecientes
entre política y delincuencia; proliferación descontrolada de armas livianas;
progresiva arbitrariedad en las relaciones sociales; y, alarmantes
desigualdades sociales y económica.

Con un promedio de 500 secuestros express por mes, la ciudad brasileña de


Sao Paulo está instalada en el ranking internacional de las ciudades con un
índice mayor de riesgo. La nueva industria del "secuestro rápido" en Brasil
mueve unos 70 millones de dólares anuales, equivalente a las ganancias del
narcotráfico en Río de Janeiro.

El 70% de los secuestros express son cometidos por asaltantes comunes que
buscan una vía rápida para obtener dinero. Los delincuentes son muy
emocionales y mucho más propensos a la violencia, aunque bastante más
dispuestos a llegar a un arreglo a la hora de fijar los montos del rescate. Otra
característica relevante es que los grandes empresarios dejaron de ser el
objetivo preferido y se aprecia un notorio incremento de víctimas entre
pequeños y medianos comerciantes, empresarios del transporte urbano y de
supermercados, así como propietarios de fábricas textiles. La clase media se
convirtió en el blanco preferido de los delincuentes.

El promedio del rescate negociado por los secuestradores no supera los US$
1.500 y el tiempo promedio del plagio va de 12 horas a un día. El 62 % de los
secuestros express son cometidos durante el tránsito vehicular, en el trayecto
que realizan las víctimas entre sus casas y los lugares de trabajo. Los ataques
se perpetran  preferentemente en el momento en que los objetivos suben o
descienden de sus vehículos. También ocurren con frecuencia cuando los
automóviles reducen su velocidad antes de llegar a un semáforo o al transponer
un lomo de toro.

Secuestro de empleados bancarios en Chile.

Los secuestradores obligan a sus víctimas a sacar dinero de los cajeros


automáticos, método repetido en otros países, incluido Chile, luego que los
delincuentes percibieron que las tarjetas de crédito estaban reemplazando a
los billetes. Es por eso que los bancos han dispuesto que los cajeros
automáticos no funciones después de las 22 horas y que los montos de moneda
que entregan sean cada vez menores.

En varios países  se ha dispuesto que para el uso apropiada del término 


secuestro extorsivo, sea necesario que los delincuentes exijan una suma de
dinero por la liberación del secuestrado y exista negociación en ese proceso.
De no concurrir esas características se trataría de un robo.

Otra característica nueva es la aparición de  grupos especializados en una


etapa del secuestro, que traspasan a la víctima a un grupo de mayor
infraestructura. De esta  forma se realiza una alianza entre grupos
guerrilleros, paramilitares y delincuentes comunes. Comparten esta
características, Brasil y Argentina, donde los acuerdos y compartimentación de
labores entre delincuentes comunes que se pasaron del asalto al secuestro,
descolgados de grupos guerrilleros, e integrantes activos o retirados de las
fuerzas policiales, muestra el grado de sofisticación alcanzado.

Este negocio se concentra principalmente en las grandes actividades, como la


explotación petrolera, en Colombia, el sector de servicios y terratenientes en
Brasil y empresarios medios exitosos en Argentina.

Junto a esta industria ha surgido una paralela dedicada a la protección y a los


seguros. Cerca  del 50% de las pólizas de secuestros del mundo se venden en
América latina y las empresas del rubro contratan o subcontratan a empresas
que proveen  de protección privada y proveen de negociadores profesionales,
tareas preventivas e incluso terapias psicológicas.

Masiva protesta por secuestros en Argentina.


Para esto, las empresas tienen como variables a considerar aspectos tales
como ingresos y patrimonio del contratante, ubicación territorial, perfil e
incidentes anteriores, medidas de seguridad existentes, tipo de actividad y los
limites de la cobertura que se desee adquirir. En este segmento compiten en la
región Control Risks y Kroll Associates, las cuales cuentan con oficinas en
Colombia,  México y Brasil, y mantienen filiales en toda  Sudamérica.

Argentina ha mostrado desde la época menemista una atractiva plataforma


para desarrollar la industria del secuestro: alta corrupción, escasa preparación
de las policías, debilidad de las instituciones democráticas, alto desempleo
estructural y mantenimiento de zonas urbanas con alto desempleo crónico. El
incremento de los secuestros express que se vivió a fines del 1900 e inicios del
2000 se vinculó con zonas de pobreza dura y permanente y con bajísimas
expectativas de salir de esa condición.

Los secuestros se concentraron en víctimas que no podían costear su


protección y seguridad, que tenían escasos ingresos y ninguna una visibilidad
publica que les permitiera captar la atención de los medios  y de la autoridad. 

El secuestro, una herramienta del terrorismo internacional.

Junto con ello irrumpieron grupos con cierta preparación técnica como la
“Banda de los Comisarios”, que actuaba desde 1979 y que se nutria
principalmente de oficiales  y suboficiales policiales entrenados en la lucha
antisubversiva de los tiempos de las dictaduras militares.
La sostenida crisis económica de Argentina y la falta de liquides  monetaria
indujo a los nuevos delincuentes a exigir, incluso, el pago de los rescate en
especies como televisores, videos  y otras especies de la creciente
modernización electrónica. 

Mientras, al otro lado de la cordillera de Los Andes, en Chile, los secuestros


proliferaban entre bandas enemigas dedicadas al narcotráfico, una especie de
ensayo de laboratorio para luego arremeter en contra de los mismos objetivos
identificados en Ecuador, Brasil, Paraguay, Colombia y Argentina. En el crimen
organizado, los mercados tampoco tienen fronteras.
El arco iris sintético (extracto de ‘Conexiones Mafiosas’)
Manuel Salazar Salvo 24/01/2021 - 06:00

Este es el capítulo 19 de la entrega de 24 capítulos de la investigación del periodista


Manuel Salazar sobre organizaciones criminales alrededor del mundo, contenido en el libro
'Conexiones Mafiosas', de 2008. En esta entrega, Salazar relata la masificación de las
metanfetaminas, droga fuertemente utilizada por militares en la segunda guerra mundial.
También relata la llegada de la droga a Chile.

El 15 de marzo de 2008 una operación conjunta de la policía mexicana y la


agencia antidrogas de Estados Unidos, DEA, permitió encontrar US$205
millones en billetes ocultos en la casa de Zhenli Ye Gon, un empresario chino
nacionalizado mexicano, considerado como uno de los principales importadores
de efedrina ilegal al país azteca. Esa fortuna en efectivo, la mayor que se le ha
confiscado al crimen organizado en el mundo, según la DEA, es sólo una migaja
de las ganancias por ventas de materia prima para elaborar y vender
metanfetaminas – la segunda droga más usada en la actualidad por los
estadounidenses, sólo superada por el alcohol.

Zhenli Ye Gon, traficante asiático en México

El informe "Evaluación de la Amenaza Nacional de las Drogas 2007", publicado


recientemente por la DEA, indica que 11,7 millones de estadounidenses
consumen metanfetaminas. El mismo reporte indica que el narcotráfico entre
México y Estados Unidos mueve alrededor de US$22.000 millones, y la mayor
parte proviene de drogas sintéticas.
La creciente producción de metanfetaminas es consecuencia del deficiente
control en la importación ilegal de efedrina y pseudoefedrina, que se produce
en China y la India. La DEA creó un proyecto llamado “Prisma” en marzo de
2004 para intentar controlar el tráfico de precursores químicos para fabricar
estas drogas de diseño. En esa iniciativa participan otras tres organizaciones
internacionales y los gobiernos de 95 países, con un centro de operaciones en
Hong Kong.

Ese proyecto ha permitido la confiscación de numerosos cargamentos de


efedrina y pseudoefedrina provenientes de la industria china y etiquetados
como antigripales, que son la base para la elaboración de drogas sintéticas en
los laboratorios de los cárteles mexicanos.

Desde el año 2005 las agencias antidrogas han venido afinando sistemas de
cooperación a fin de construir un consenso para intercambiar información
sobre preparaciones farmacéuticas que contengan efedrina y pseudoefedrina,
lo mismo que otros precursores como los anabólicos.

En diciembre de 2005 las autoridades mexicanas confiscaron en el puerto de


Manzanillo un cargamento de 3,2 toneladas de pseudoefedrina (5.1 millones de
tabletas). La sustancia estaba oculta en mil 260 cajas que supuestamente
contenían ventiladores eléctricos procedentes de China.

La Oficina de Política Nacional para el Control de las Drogas de la Casa Blanca,


que dirige John Walters, estimaba en ese tiempo que cada año los
estadounidenses gastaban US$ 65 mil millones de dólares en la compra de
drogas ilícitas. Y desde 2003 preferían las metanfetaminas por sobre la
cocaína, la heroína, el crack y la marihuana.

La DEA ha sostenido que las rutas favoritas de los traficantes chinos de


precursores químicos incluyen los puertos de Long Beach, California, y de
Hawai. A este último paradero los precursores llegan a bordo de naves
mercantes que generalmente no están sujetas a inspección en los puntos de
carga y desembarque.

La pseudoefedrina tiene una conversión de uno a uno; es decir, para producir un


kilo de metanfetaminas se necesita un kilo de pseudoefedrina, pero como las
tabletas contienen otros ingredientes, se tienen que extraer éstos de cada
tableta, lo que indica que los cargamentos traficados son muy cuantiosos.

El elixir de los espíritus

La primera utilización masiva de anfetaminas fue en la Guerra Civil Española.


Más tarde, durante la Segunda Guerra Mundial, la mayoría de los países
beligerantes recurrió a sus efectos. Tanto entre las tropas alemanas como en
las británicas y japonesas, el consumo de anfetaminas se generalizó,
destacando su empleo por los pilotos de guerra para mantenerse alertas en
incursiones riesgosas o de largo recorrido. Para las tropas japonesas, la
metanfetamina era el “senroyu zoko zai”, algo así como el “elixir de los
espíritus de la lucha”.

Extasis español

También se distribuyó la droga entre los trabajadores de la industria de


armamentos con el propósito de aumentar su productividad. Aunque no se
entregaron oficialmente anfetaminas a las tropas estadounidenses, se calcula
que más de un millón y medio de combatientes tomaron la droga con
regularidad, obtenidas de los militares británicos. Entre las fuerzas británicas
se dispensaron cerca de 72 millones de comprimidos de Benzedrina. Este uso
masivo que permitió a los hombres de la Real Air Force (RAF) vencer a los
pilotos de la Lufwafe. También significó que al término de la guerra hubiese
cientos de adictos y psicópatas.

El consumo extendido de anfetaminas entre los soldados norteamericanos


ocurrió durante la guerra de Corea, entre 1950 y 1953. Se calcula que las
tropas consumieron más anfetaminas que todas las fuerzas británicas y
estadounidenses durante la Segunda Guerra Mundial.

Desde el término de ese conflicto en 1945 y hasta principios del año 1958, el
acceso de la población a productos que contenían anfetaminas fue
relativamente sencillo. Al consumo elitista de cocaína, circunscrito a las
vanguardias artísticas y culturales, se le sumó la experiencia con anfetaminas
de los veteranos de la guerra. A ello se sumó la aprobación médica de su
prescripción como píldoras antifatigas y los cambios de algunos valores de la
sociedad de la postguerra, cuando se extendió el énfasis del individualismo y
de la realización personal, además de  un gran impulso a la eficiencia y
productividad laboral.

Los primeros problemas serios se detectaron cuando los que se inyectaban


morfina o heroína descubrieron la posibilidad de inyectarse el polvo contenido
en los inhaladores nasales. A finales de los 50’, la anfetamina pasó a sustituir a
la cocaína en la famosa combinación “speed ball”, de rápido efecto. Las
anfetaminas eran más baratas y fáciles de conseguir que la cocaína y sus
efectos resultaban mucho más prolongados. Con el aumento de la
disponibilidad, el consumo abusivo de anfetaminas pasó de la vanguardia
cultural a las clases medias y a sectores marginales vinculados a la
delincuencia. La transición hacia el consumo por vía intravenosa fue uno de los
principales desencadenantes de la aparición de problemas adictivos con la
anfetamina.

La enorme cantidad de anfetaminas con que la población se vio inundada


durante la postguerra tuvo serias consecuencias en el Japón, donde fue
acompañada de propaganda destinada a levantar el ánimo de la población
desmoralizada por la derrota y los bombardeos nucleares. De esta manera se
explica la verdadera epidemia de consumo de metanfetamina por vía
intravenosa que tuvo lugar en ese país oriental entre fines de la Segunda
Guerra Mundial y 1955. El producto más demandado eran las ampollas que
contenían tres miligramos de metanfetamina (el Philipon), cuyo contenido se
inyectaba a la vena, llegándose a consumir cantidades medias al día de unos 90
miligramos.

El consumo se inició en los grandes conglomerados urbanos de Tokio, Osaka,


Kobe y Yokohama. Los primeros grupos de población más afectados fueron las
minorías chinas y coreanas. En 1948 se calculó que entre el 5 y el 10% de los
japoneses de entre 16 y 25 años tenían una dependencia anfetamínica. En 1949
la metanfetamina se clasificó como sustancia peligrosa y su uso se restringió
por ley. El momento crítico de la epidemia se registró en 1954, cuando en una
población cercana a los 89 millones, entre 500 mil y dos millones de personas
eran consumidoras de metanfetamina; de ellos, la mitad eran consideradas
adictas.

El salto cuantitativo

El consumo abusivo de psicoestimulantes en Escandinavia empezó y se extendió


fundamentalmente en Suecia. Las anfetaminas se introdujeron en este país en
1938. Entre 1942 y 1943 se estimaba que consumían anfetaminas unas 200 mil
personas.

El salto cuantitativo del consumo se produjo tras la introducción en 1955 de la


fenmetrazina (Preludín), un análogo de la anfetamina comercializado como
medicamento supresor del apetito. La fenmetrazina fue descubierta en los
laboratorios Boehringer Ingelheim.

La producción farmacéutica de anfetaminas no dejó de crecer durante los años


60’. En Estados Unidos, de 3,5 millones de dosis en 1958 se pasó a más de 20
millones en 1970. En 1966, el 50 % de la producción estadounidense era
desviada a mercados ilícitos y el 90 % del tráfico ilegal, unas 25 toneladas de
anfetaminas, se realizaba principalmente en el entorno de las paradas de
camiones, en gasolineras y restaurantes carreteros.

A partir de los años 70’ destacó la aparición de variantes de anfetamina,


algunas provistas de propiedades alucinógenas: derivados metoxilados, como la
PMA, las DMA y las TMA (metoxi, dometoxi o trimetoxi anfetaminas);
metilenodioxi anfetaminas, como la MDA, MDMA y MDR; y otros análogos como
la alucinógena DOM o STP (dimetoxi-metanfetamina).
Durante los 70’, el consumo de variantes de anfetaminas quedó circunscrito al
entorno hippie, mientras crecía la invasión de cocaína sudamericana. No
obstante, las restricciones aplicadas a las anfetaminas supusieron la aparición
de laboratorios clandestinos que siempre mantuvieron abastecido el mercado.
En 1982 se decomisaron en Estados Unidos unos 200 laboratorios clandestinos,
en 1986 unos 500 y en 1989 más de 800. En 1987 el número de laboratorios
decomisados en Alemania se dobló y a fines de los 80’ ya existían laboratorios
clandestinos en muchas partes del mundo, desde Canadá a Australia, pasando
por México y Tailandia.

Paralelamente, las variantes metileno y metoxiladas de las anfetaminas


cobraron un nuevo interés. Si bien el consumo no médico del MDMA se afianzó
en determinados grupos minoritarios, por ejemplo entre los espiritualistas new
agers, desde finales de los 80’ la misma sustancia se volvió a poner de moda
pero asociada a juergas o fiestas en grandes discotecas, donde predominaba la
música tecno.

Esta droga, considerada un estupefaciente anfetamínico, fue sintetizada en


Estados Unidos en 1980 para apoyar algunas terapias de la demencia. Su
primer nombre fue “XTC”, de allí “Ecstasy” y luego “Extasis”, en español. De
efectos alucinógenos parecidos a los provocados por la marihuana, fue
declarada ilegal por la ONU en 1986. En 1989 se difundió en España y en Italia
como afrodisiaco, cualidad que detenta tanto como el cuerno de rinoceronte,
las uñas de gato negro o la cresta de un gallo capón… En Ibiza y en Mallorca se
le conoció con varios nombres, entre ellos “E”, “Droga para las fiestas”, “The
love pil”, “Acid house”, “Polvo de estrellas”, “Paraíso”, “Paloma” y “Esencia de
Adán”.

La moda se extendió en los campos universitarios de Estados Unidos y de


Europa. Un estudio realizado en Londres detectó un aumento de las
intoxicaciones agudas relacionadas con anfetaminas raras a partir del año 1991,
año en que murieron seis adolescentes por consumo excesivo de Extasis.

“Católicas” y “Tilines”

En Chile, las drogas sintéticas recibían por aquellos años diferentes nombres,
se comercializaban en envases variados y, en la mayoría de los casos, los
consumidores ignoraban el contenido químico de los comprimidos. Era usual que
junto a las pastillas se bebiera algún tipo de alcohol. Las más conocidas eran las
“blancas”, comprimidos de Escancil, una metanfetamina que inhibe el apetito,
de color blanco y tamaño pequeño; las “católicas”, cápsula de anfetamina de
colores blanco y celeste, semejantes a los usados por el club de fútbol
Universidad Católica; las “tilines”, gragea de color rojo, que los consumidores
lavaban para sacarles el colorante y evitar que en los controles policiales se
reconociera su ingestión; las “verde con blanco”, un tipo de anfetamina; las
“tonaril”, droga usada para tratar el mal de Parkinson y que produce cierto tipo
de alucinaciones; y, la “rubia de ojos celestes”, denominación que se le daba al
estimulante Desbutal.

En los años 90’ los Países Bajos se transformaron en el principal productor de


anfetaminas en Europa. Los laboratorios estaban en el sur del país y
parcialmente en el norte de Bélgica. La elaboración de los estupefacientes era
dirigida por organizaciones criminales, grupos pequeños e incluso individuos que
mantenían los laboratorios con producciones muy diferentes.

Expertos holandeses calcularon en 1995 que el número de laboratorios ilegales


era de entre 100 y 150. Ese año se incautaron 15 centros de producción de
anfetaminas y sus derivados. El laboratorio más grande hasta ese momento
contaba con una dirección israelí y tenía una capacidad de producción de 1,5
millones de comprimidos de éxtasis al día. Por medio de una empresa de
fachada se compraban los precursores químicos necesarios a empresas
holandesas. La producción era enviada a mercados de Europa y Estados Unidos.

También con respecto a la producción de LSD, los Países Bajos desempeñaban


un papel clave. En 1997 la droga pura se fabricaba en Estados Unidos y luego se
transportaba a los Países Bajos para ser transformada en comprimidos o
cápsulas en los laboratorios ilegales.

Un informe de las Naciones Unidas de 1994 señala que un 80% de las


anfetaminas decomisadas en Europa provenía de los Países Bajos. Las
cantidades incautadas demostraban que las drogas eran enviadas a casi la
totalidad de los países europeos, en especial a Gran Bretaña, Alemania,
Escandinavia, Francia, España e Italia. Anfetaminas producidas en Holanda
también salía hacia Europa oriental, Sudamérica, Australia, Nueva Zelandia y
Sudáfrica.
El tráfico de éxtasis reportaba ingresos crecientes. La droga se compraba en
los Países Bajos a un valor que oscilaba entre tres y seis dólares el comprimido
para luego ser vendida, por ejemplo, en el mercado ruso en 40 o 60 dólares la
pastilla.

En 1998 los expertos internacionales coincidían en que el alto nivel de


corrupción, la falta o la ausencia total de controles en el ámbito del tráfico de
insumos, la privatización de empresas estatales, así como el gran número de
expertos sin empleo o mal pagados en la industria química y farmacéutica,
constituían las condiciones idóneas para la creación de centros ilegales de
producción de drogas sintéticas en Europa central y oriental, una situación por
la cual los narcotraficantes holandeses estaban optando cada vez más por
producir o encargar producción de drogas sintéticas en aquellos países,
cooperando con los grupos delictivos de esa región.

El hoy desaparecido Observatorio Geopolítico de las Drogas (OGD) se atrevía


incluso a vaticinar que “ante el auge actual (en 2008) de las drogas sintéticas
cabe temer que los narcotraficantes establezcan vínculos con otros
productores ilícitos de América Central y de Asia, lo que podría redundar en la
creación de un comercio global de estupefacientes sintéticos, comparable con
el tráfico de heroína y de cocaína”.

Remedio para el asma

El desarrollo de la química farmacéutica permite que hoy se puedan sintetizar


en el laboratorio casi todas las sustancias psicotrópicas o estupefacientes que
se pueden obtener de productos naturales. Sin embargo reciben el nombre de
drogas de diseño o drogas sintéticas aquellas sustancias cuyo origen no está
derivado de un producto vegetal, sino que proceden de la síntesis química y/o
modificaciones diseñadas teóricamente y producidas en laboratorios.

Una de las primeras, la anfetamina, irrumpió en la vida moderna tras esfuerzos


científicos para encontrar un tratamiento eficaz destinado a controlar el asma
bronquial. En los albores del siglo XX los médicos sólo disponían de las
inyecciones de adrenalina como un rápido broncodilatador para reducir las
crisis de los asmáticos. La adrenalina, hormona segregada por las glándulas
suprarrenales, sólo es efectiva mediante inyección, ya que se destruye cuando
se administra por vía oral.
El farmacólogo K.K. Chen descubrió que en las antiguas clasificaciones chinas
de sustancias medicinales se recomendaban infusiones de la planta mahuang
para el tratamiento del asma. El mahuang, nombre chino que recibía la planta
efedra (Ephedra vularis), era conocida por sus propiedades estimulantes y
broncodilatadoras desde hacía más de cinco mil años. En 1923, Chen y sus
colaboradores lograron aislar el ingrediente activo de la planta, la efedrina, en
los laboratorios Lilly de Indianápolis, en Estados Unidos.

Efedra floreciendo

La efedrina obtenida del extracto de la planta se introdujo con éxito en


terapéutica, ya que era una sustancia eficaz por vía oral. Sin embargo, la
escasez de la planta hacía inviable su aprovechamiento comercial a gran escala.
Por ello se consideró que, a mediano plazo, debía encontrarse un sustituto
sintético de la efedrina.

La estructura química de la feniletilamina era similar a las mostradas por la


adrenalina y la efedrina. Partiendo de esa base en corto tiempo se sintetizaron
y caracterizaron unos dos mil análogos, de los cuales cerca de 30 fueron
probados en seres humanos. De todos ellos, el producto estrella fue la
anfetamina, una sustancia que fue sintetizada en 1927 por el químico Gordon
Alles.

Otras versiones científicas señalan que ya en 1910, la compañía E. Merck había


sintetizado derivados de la anfetamina, buscando potenciar sus efectos para
quitar el hambre y como retardados o inhibidor del sueño.

Muy pronto la anfetamina mostró características muy distintas a la efedrina,


actuando principalmente sobre la psiquis y no sobre el aparato respiratorio,
como lo hacía la sustancia de origen natural. No obstante, dado que podía
inhalarse, muy luego se hizo célebre como astringente nasal, surgiendo en 1932
en Estados Unidos un producto denominado Benzedrona, una marca de
inhalador de anfetamina que se hizo famosa en todo occidente. Comercializada
sin receta, no pasó mucho tiempo antes de que algunas personas decidieran
probar los efectos que ocasionaba al ingerir directamente su contenido.

La síntesis de anfetamina fue seguida del desarrollo de otros análogos con el


fin de disponer de productos más selectivos, desprovistos de efectos no
deseados. Entre estos análogos desarrollados en aquellos años destacan las
nuevas moléculas con diversas sustituciones químicas en la estructura de la
anfetamina, que hoy están tan de moda y reciben el nombre de drogas de
diseño.
Las plantas de los dioses (Extracto de 'Conexiones
Mafiosas')
Manuel Salazar Salvo 25/01/2021 - 06:00

Este es el capítulo 20 de la entrega de 24 capítulos de la investigación del periodista


Manuel Salazar sobre organizaciones criminales alrededor del mundo, contenido en el libro
'Conexiones Mafiosas', de 2008. En esta entrega, Salazar aborda la rica diversidad de
plantas y hongos de América -incluido Chile y los mapuche- y sus usos tradicionales, y
también en el hampa, como es el caso de la burundanga.

En 1958, el químico Albert Hofmann, el descubridor del LSD, aisló por primera
vez dos de los principios activos de algunos hongos alucinógenos usados por
indígenas mexicanos en sus ceremonias religiosas, a los que llamó psilocina y
psilocibina. En los meses siguientes, el científico y algunos colegas pudieron
comprobar con gran sorpresa que las sustancias encontradas estaban
íntimamente relacionadas con algunos compuestos que existen en forma natural
en el cerebro humano, entre ellos la serotonina, la denominada “hormona del
placer”, responsable –por ejemplo– de la sensación de bienestar que sigue al
orgasmo.

¿Qué hacía ese compuesto químico en el interior de un hongo? ¿Cuáles eran las
relaciones que existían entre las plantas alucinógenas y la compleja estructura
química de la mente humana?

La serotonina influye en el sueño, regula el ánimo, las emociones y los estados


depresivos. Afecta la frecuencia de los latidos cardíacos y la secreción de
hormonas, como la del crecimiento. También tiene ingerencia en desequilibrios
mentales como la esquizofrenia, el autismo infantil y las conductas obsesivas,
por mencionar algunas funciones.
El Amanita muscaria de la India, considerado un intoxicante divino al que se denomina “el
fundamento del cielo”.

Es comprensible, entonces, el interés que despertó el hallazgo de Hofmann en


la comunidad científica por conocer más acerca de los componentes
psicoactivos existentes en las denominadas  “plantas de los dioses”,
prácticamente desconocidos hasta ese momento.

En las cinco décadas siguientes las organizaciones criminales dedicadas al


tráfico de drogas concentrarían su atención en los progresos logrados por los
químicos y los botánicos en la identificación de estas sustancias psicoactivas.
Sus propósitos, sin embargo, serían muy distintos.

La botánica moderna, que tiene poco más de dos siglos, calcula que existen
entre 300 mil y 700 mil especies vegetales en el planeta. De ellas, sólo poco
más de 300 ha sido identificada como poseedoras de propiedades alucinógenas.
Otra vertiente de investigación son los hongos –entre 30 mil y 100 mil– algunos
de los cuales son empleados aún en ritos religiosos y en las curaciones de los
médicos brujos en las comunidades aborígenes. De los hongos se extraen casi
todos los antibióticos y la industria farmacéutica los emplea para sintetizar
esteroides, muy solicitados hoy para mejorar la apariencia y el rendimiento
físico.

La mandrágora, usada por los brujos de la Edad Media. La raíz fue asociada al hombre y
la mujer. Aparece en la película “Harry Potter y la piedra filosofal”. La superstición dice
que los gritos de la planta podían volver loco a quien la desenterrara.

La mayor cantidad de plantas alucinógenas se ubica en América, al sur de la


frontera entre México y Estados Unidos. La nación azteca es, en este aspecto,
la más rica del mundo. Allí se encuentra el peyote, el llamado cacto sagrado; el
teonanacatl y unas 25 especies de hongos. 

En América del Sur, las culturas nativas andinas disponen de especies como el
borrachero, la campanilla, el floripondio, el huanto, la haucacachu y la maicao,
entre otras. En Colombia, Ecuador y el Amazonas se ubica la ayahuasca; y en
Perú y Bolivia se encuentra el cacto San Pedro o Agua Cola, base de una bebida
llamada cimora, usada para conseguir estados visionarios especiales.

Las plantas alucinógenas son complejas fábricas químicas. Provocan


alucinaciones visuales, auditivas, táctiles, olfativas y gustativas. Se emplean en
ritos religiosos y son motivo de veneración y temor. El que sean venenosas
(tóxicas) depende de la dosis. Pueden ayudar, alterar o matar. La dosis hace la
diferencia entre una medicina, un narcótico y un veneno.

Los secretos mapuches

En Chile, los médicos brujos mapuches empleaban un árbol alucinógeno de la


familia de la belladona, llamado latué o “Árbol de los brujos”. También la tupa o
“Tabaco del diablo” y los frutos del árbol del keule, además del arbusto taique,
el chamico, el tóxico shanshi, los frutos de la “Hierba loca” y el taglli.

Grabado en madera de Gustavo Doré que ilustra el juicio a una bruja de Salem,
Massachussets, en el siglo XVII, por usar planas alucinógenas.
La antropóloga chilena Carmen Olivos, publicó en 2007 una detallada
investigación sobre el uso de plantas alucinógenas por parte de los mapuches.
En ella destaca el hallazgo en 1997 en el sitio de La Granja, cerca de Rancagua,
de unas 600 pipas usadas por mapuches que, tras ser analizadas en Estados
Unidos, indicaron la presencia de un vegetal alcaloídeo que podría corresponder
al cebil o el latúe, pero en ningún caso al tabaco. Olivos destaca otra
investigación realizada en 1971 que registró el temor que la población nativa
parecía sentir hacia el latúe y su cualidad como vehículo para la comunicación
con el otro mundo. De allí el celo con que se guardaba su utilización y dosis: era
una planta de machis. 

Conocida desde el siglo pasado como una planta extremadamente venenosa, se


dice que los mapuches esparcían latúe en el agua para aletargar los peces y que
fueran presa fácil. Olivos cita también al sacerdote capuchino Ernesto de
Mösbach, quien indicó que el latúe correspondía al mismo tipo de vegetales
perseguidos por la iglesia en toda América por su cualidad de tener al demonio
dentro: “Vegetal diabólico; una de las plantas más tóxicas del país. Su infusión
trastorna la mente y quebranta su resistencia contra intenciones torcidas y
hasta causa la muerte”, relató el cura en sus apuntes coloniales.

La antropóloga se pregunta en su investigación: ¿Qué sería lo que fumaban los


mapuches en su infinidad de pipas tan expresivas? ¿Cuál fue la realidad del
tabaco del diablo, del casi extinto keule, o de esas variadas especies citadas
por los botánicos? ¿Qué implicaciones tiene el hecho de que haya tantas
especies psicoactivas en la Araucanía? ¿Cómo podemos saber la concepción que
tenían ellos del delirio o más bien del estado que producen ciertos
psicoactivos? ¿Cómo los diferenciaban, y en qué repercutían estas
diferencias? 
Figuras de piedra con remates de sombrillas de hongos encontradas en la zona maya de
Guatemala.

En África y Asia se han encontrado escasas plantas psicoactivas. No obstante,


de ésta última región es originario el cáñamo, el alucinógeno más extendido y
consumido en el planeta. También es de allí la Amanita Muscaria, el posible
soma, el narcótico divino de la India. 

La práctica de la brujería en Europa durante la Edad Media hizo célebres a las


plantas toloache, mandrágora, beleño y belladona, además del ergot, un hongo
parásito del centeno que envenenaba a regiones enteras al molerse
accidentalmente en la harina. Las personas que lo consumían vagaban por los
campos sumidas en inquietantes alucinaciones y los atemorizados aldeanos lo
bautizaron como “El fuego de San Antonio”.

Los aborígenes de Australia y Nueva Zelandia consumían un narcótico hipnótico


llamado kava-kava; en las Antillas, los indios usaban un polvo conocido como
cohoba, llevado desde la zona del río Orinoco, en Venezuela; en Estados Unidos
se ingerían algunas especies de datura; en Texas, se hervían los frijoles del
mescal y las semillas del castaño mexicano; y, más al norte, los indios
canadienses mascaban las raíces del gladiolo dulce. En todas las regiones y
comarcas, en los cuatro puntos cardinales del orbe, los aborígenes buscaban
una comunicación más expedita con los espíritus y las realidades desconocidas.
Ceremonia con el cacto San Pedro en las tierras altas de Los Andes. Incluye la plegaria,
la purificación y la ofrenda. El chamán se comunica con los espíritus que habitan la
planta.

La temible burundanga

Incolora, inodora e insípida, la escopolamina en Colombia es mezclada en


bebidas y esparcida sobre la comida. Quienes la consumen se vuelven tan
dóciles bajo los efectos de este alcaloide que en muchos casos ayudan en el
robo de sus propias casas y en el saqueo de sus cuentas bancarias.

Las mujeres son drogadas asiduamente durante días y violadas con frecuencia;
en ocasiones terminan siendo rentadas como prostitutas. Dado que la
escopolamina bloquea por completo la formación de la memoria, es muy difícil
para las víctimas identificar a sus agresores y recordar detalles sobre lo
sucedido.

En el país cafetero se registran tantos casos relacionados con la escopolamina


que hace rato dejaron de ser noticia, a menos de que sean realmente
excepcionales. Uno de ellos, por ejemplo, involucra a tres jóvenes mujeres en
Bogotá que atrajeron a sus víctimas masculinas haciendo que los anhelantes
hombres olieran y lamieran sus senos impregnados con el alcaloide. Seducidos y
domados, los elegidos dieron fácilmente los códigos de seguridad de sus
cuentas bancarias y las mujeres los mantuvieron durante varios días
secuestrados mientras desocupaban sus depósitos. La embajada de Estados
Unidos en Bogotá admite que el problema es muy serio y ofrece a sus oficiales
guías de prevención para evitar ser drogados.
La escopolamina tiene una historia negra y larga en Colombia. Una leyenda
narra que las tribus indígenas la usaban para enterrar en vida a las esposas y a
los esclavos de los caciques difuntos para que éstos los acompañaran en el más
allá. El nazi Joseph Mengele, el “Ángel de la Muerte”, experimentó con
escopolamina como “suero de la verdad” y la agencia de inteligencia americana
(CIA) también recurrió a ella, reconociéndola como “la sombra de la noche”.

El árbol del cual se extrae la escopolamina crece en los alrededores de Bogotá


y es tan famoso en el campo que a menudo las madres advierten a sus hijos
para no quedarse dormidos bajo su follaje. El árbol es conocido como el
"borrachero" y se sabe que el polen de sus flores blancas y amarillas provoca
sueños extraños.

Este alcaloide es usado en tratamientos médicos para atender enfermedades


del movimiento y el temido Parkinson, además de espasmos de origen intestinal,
biliar, renal y del aparato genital femenino.

El San Pedro, el cacto “de los cuatro vientos”, que se supone produce la armonía con los
animales y los seres sobrenaturales.
En Venezuela se han registrado decenas de denuncias sobre esta droga, donde
los afectados quedaron con lo puesto, sin necesidad de ser intimidados ni usar
la fuerza. La policía ha logrado arrestar a varios colombianos y acusarlos de
suministrar escopolamina en la bebida de clientes de locales nocturnos.

En Chile, dos casos son atribuidos a esta droga, denominada burundanga. Uno
de ellos involucró a un joven en un pub del barrio Suecia, donde dos mujeres
vertieron el elemento en su trago antes de iniciar una frenética noche de
disipación. ¿Resultado?: al día siguiente despertó en su departamento semi
vacío, sin electrodomésticos, sin dinero en sus tarjetas de crédito y sin su
automóvil. "Quedé tirado a los tres minutos que estaba tomando la cerveza y
no sentí ningún gusto extraño ni nada", dijo a un noticiario de televisión.

El cuento se transformó en una leyenda urbana. Miles de visitantes de los


foros de internet, donde se intercambian datos e información sobre drogas,
entraron en pánico. Se relataron casos donde algunos jóvenes habían sufrido la
extirpación de órganos para ser comercializados en el oscuro mercado de
piezas humanas. Se llegó a comentar que el vudú había traspasado las fronteras
criollas y se impresionaron con un caso que conmocionó a los venezolanos
cuando el sacerdote Lorenzo Piñango, subsecretario de la conferencia episcopal
venezolana, apareció desnudo y asesinado en un hotelucho de Caracas. Le vieron
llegar acompañado de un joven y el asunto fue silenciado para no remover una
muerte tan escabrosa. Releyendo la reconstrucción del asesinato, los
internautas sudamericanos vieron los efectos de la burundanga en aquel
dramático episodio.
José Matsuwa, renombrado chamán mexicano, en una ceremonia del tambor bajo la
influencia del peyote.

Al nivel de la heroína

Muchos de los alcaloides extraídos de las plantas psicoactivas se vendieron


durante años en las farmacias estadounidenses, tanto en forma pura como en
forma sintética. Tras declararse la guerra contra las drogas en el gobierno de
Richard Nixon ambas sustancias pasaron al mercado negro y el crimen
organizado asumió su control. En 1980, de 333 muestras de psilocibina
obtenidas en la calle y analizadas por los laboratorios Pharm Chem de Palo Alto,
California, el 53% contenía LSD y otro 15% tenía diversas mezclas de
sustancias tóxicas. Lo mismo empezó a observarse en Europa, en Japón, en
Australia y en otros lugares del mundo.

Holanda facilitó la producción de hongos e incluso se empezaron a


comercializar por internet a 50 euros los kits. Curiosamente, la globalización
empezó a tener efectos alucinógenos. Los hongos mágicos empezaron a vivir
una nueva época dorada en países como Reino Unido. El diario The Guardian
llegó a comentar la existencia de Psyche Deli, una tienda en el popular mercado
de Portobello donde se vendían sin rubor. Los dueños del negocio decidieron
entrar en contacto con el Ministerio del Interior británico para conocer cuál
era la situación legal. Un oficial les comunicó que no estaba prohibido el cultivo
y comercio de hongos frescos.
Peregrinos mexicanos regresan del desierto de Zacatecas cargando canastas
repletas con el sagrado peyote.

Psyche Deli vendía unos 50 kilos de hongos a la semana, lo que equivale a 500
dosis individuales. Para evitar problemas con la ley, no los promocionaban como
alucinógenos sino como elementos decorativos o destinados a la investigación
micológica. 

En Japón también se extendió el consumo de setas alucinógenas aprovechando


huecos legales. Fumar allí marihuana puede acarrear una pena de cinco años de
cárcel, pero no hay ningún castigo por importar, comprar o vender hongos
mágicos. Esto sucede porque no están clasificados como narcóticos, sino como
plantas venenosas, lo que significa que son legales mientras no se vendan para
ser consumidas. Por esta razón se ofrecen como elementos decorativos para
embellecer los hogares nipones. 

Todo cambió en julio de 2005  cuando entró en vigencia una nueva regulación en
el Reino Unido que prohíbe el consumo y venta de varios hongos alucinógenos.
Un caso en una corte británica en 1978 declaró que la venta de hongos
"mágicos" sin procesar era legal, lo que desató el inicio de un consumo masivo
que fue creciendo con los años. Pero en 2005 el gobierno del Reino Unido
promulgó una normativa que clasificó los hongos como una droga tipo A, es
decir igual que la heroína. La pena por posesión puede ser hasta de siete años y
si es por tráfico incluso llega a cadena perpetua.

Los británicos y sus vecinos habían retornado junto a Harry Potter a los mitos
y leyendas de brujas que vuelan en escobas, elfos, duendes y gnomos. Hasta
Alicia, en el cuento de Lewis Carroll había mordido un hongo que le recomendó
un gusano que fumaba plácidamente, y cuyo efecto la hacía encogerse y
agrandarse. No obstante, la aventura duró poco.

Mientras, en los laboratorios clandestinos de Estados Unidos, México, Europa y


Japón, los químicos al servicio del crimen organizado comenzaban a producir las
drogas psicoactivas de las plantas de los dioses para iniciar un nuevo asalto a
los mercados mundiales.
El fruto del keule chileno, empleado en la actualidad para hacer mermelada. Muy pocos
saben como extraer sus propiedades alucinógenas.
¿Alcohol o marihuana? (extracto de 'Conexiones Mafiosas')
Manuel Salazar Salvo 26/01/2021 - 06:00

Este es el capítulo 21 de la entrega de 24 capítulos de la investigación del periodista


Manuel Salazar sobre organizaciones criminales alrededor del mundo, contenido en el libro
'Conexiones Mafiosas', de 2008. En esta entrega, el autor describe cómo en los países
más desarrollados, el hábito de fumar marihuana crece casi en la misma proporción que
disminuye el consumo de alcohol.

La mayoría de las organizaciones dedicadas a vigilar la ingestión de drogas en el


mundo coinciden en que durante las dos primeras décadas de este siglo el
consumo de cannabis sativa se ha duplicado en casi todas las regiones del
planeta. Sorprendentemente, en los países más desarrollados, el hábito de
fumar marihuana crece casi en la misma proporción que disminuye el consumo
de alcohol.

En la actualidad se calcula que el cultivo ilícito de esta planta ocupa entre 670
mil y 2,5 millones de hectáreas en el mundo, cinco veces más que las siembras
de adormidera y de coca, generando una producción que supera las 500 mil
toneladas de marihuana y de hachís

 A comienzos del siglo XXI, los mayores sembradíos se ubicaban en Rusia,


Kazajistán, Marruecos, Afganistán y Pakistán, seguidos en América Latina por
México, Colombia, Brasil y Jamaica. En África, destacaban las cosechas de
Nigeria, Ghana, Sudáfrica y Malawi; y, en Asia meridional y sudoriental, los
cultivos más significativos estaban en Tailandia, Camboya, Indonesia, Filipinas,
India, Nepal y Sri Lanka.
En marzo de 2007, sin embargo, el informe anual de la Junta Internacional
para la Fiscalización de Estupefacientes, JIFE, dependiente de la ONU,
afirmó:

“Ahora la marihuana se siembra  en 50 estados de la Unión, siendo el principal


cultivo en 12 estados, uno de los tres principales en 30 estados y uno de los
cinco principales en 39 estados. Es más importante que el algodón en Alabama,
que las uvas en California, que el maní en Georgia y que el tabaco en las
Carolinas. Cinco estados  producen más de US$ 1.000 millones de marihuana:
California, Tennessee, Kentucky, Hawai y Washington. El valor de la cosecha de
cannabis en todo el país norteamericano superó los US$ 35.000 millones, cifra
bastante mayor a los US$ 23.000 millones del cultivo de maíz, a los US$
17.600 millones de frijoles de soja y a los US$ 12.200 millones de la cosecha
de heno”.

En la revista The Bulletin of Cannabis Reform se publicó una investigación


realizada por expertos del Nacional Organization for the Reform of Marijuana
Laws, Norml, donde se concluyó que el gran valor y el enorme crecimiento de la
producción en todos los estados hacen de la marihuana “una persistente y
firme parte de la economía nacional y, en consecuencia, el fracaso de su
erradicación sugiere que ha llegado la hora de discutir seriamente su
legalización, una nueva forma de aumentar ingresos netos por medio de
impuestos a la producción y al consumo de marihuana”.

“La marihuana se ha convertido en una parte penetrante e ineradicable de la


economía de Estados Unidos”, agregó el informe difundido por el programa
Money, de CNN, en diciembre de 2006.

El 13 de julio de 2007, el diario La Opinión de California informó que la


producción de marihuana en los parques nacionales de Estados Unidos se había
transformado en una nueva y millonaria industria. Sólo en ese estado, en el
2006 fueron destruidas 2,8 millones de plantas de marihuana, luego de que las
autoridades hallaron sembradíos en los 18 parques nacionales del estado.
“Nuestros tesoros nacionales son ahora el centro de cultivo de drogas
nacionales e internacionales y del tráfico”, fue el lacónico comentario de  John
P. Walters, director de la Agencia de Política de Control Nacional de Drogas.
El auge de la producción interna se vio estimulado por los estrictos controles
fronterizos que siguieron a los atentados del 11 de septiembre de 2001. El
contrabando desde México, Sudamérica y el Caribe se volvió más difícil y los
carteles de la droga trasladaron sus operaciones a Estados Unidos. No
obstante, la tendencia ya se había visualizado al iniciarse la década del 2000.
En febrero de ese año, el embajador estadounidense en Colombia, Curtis
Kamman, admitió que su país era uno de los principales productores de cannabis
del mundo. “No tengo los detalles de nuestra producción de marihuana, pero sé
que somos autosuficientes.

Desafortunadamente, miles de norteamericanos la cultivan en sus sótanos y


jardines, lo que hace muy difícil el control”, declaró el diplomático en aquella
oportunidad a la prensa colombiana.

Los europeos también

El Observatorio Europeo de las Drogas y Toxicomanías informó en 2005 que la


marihuana era, por lejos, la sustancia ilegal más consumida en Europa. Diversos
estudios de población indicaban que entre el 3% y el 31 % de los adultos (de 15
a 64 años) la han probado por lo menos una vez en la vida. Las tasas más
elevadas se registran en Francia (26,2 %), el Reino Unido (30,8 %) y Dinamarca
(31,3 %). En la mayoría de los países de la Unión Europea, UE,  15 de los 23 que
habían facilitado información, la prevalencia del consumo a lo largo de la vida se
mantenía entre el 10% y el 25 % y, según las estimaciones nacionales, se
calculaba que en la UE más del 20% de la población total, unos 62 millones de
personas, había probado el cannabis alguna vez y que uno de cada diez jóvenes
europeos era consumidor de la esta yerba.

A modo de comparación, en la Encuesta Nacional sobre Consumo de Drogas y


Salud realizada en los Estados Unidos en 2003, un 40,6 % de los adultos
encuestados afirmaba haber probado la marihuana por lo menos en una ocasión,
y un 10,6 % declaraba haber consumido la sustancia en los últimos 12 meses

La mayor parte del hachís que se consume en la UE se produce en Marruecos,


donde se cultivan unas 65 mil hectáreas de cannabis, y se introduce en Europa
central a través de la península ibérica. La yerba, en tanto, llega también desde
los Países Bajos y Europa oriental. Los precios varían considerablemente. Van,
por ejemplo, desde 1,1 euros el gramo de marihuana en España, a 12 euros en
Letonia o a casi 20 euros en Noruega.

Los ministros de Sanidad de Bélgica, Francia, Suiza, Holanda y Alemania


coincidieron en asegurar que las restricciones actuales no han llevado a
disminuir el consumo de la droga y que, por el contrario, frente al aumento de
la adulteración, se están multiplicando los llamados “cannabicultores”, las
asociaciones pro cannabis y los café shop donde se expenden todo tipo de
productos vinculados a la planta.

En España, Italia y Portugal no estaba prohibido el consumo y la autorización


para el uso terapéutico de la marihuana se había extendido a Canadá, Suiza,
Inglaterra y Holanda, así como a los estados norteamericanos de California,
Colorado, Alaska, Washington y Nevada, entre otros.

Cada vez eran más los enfermos que padecían cánceres diversos, asma,
glaucoma, Sida, epilepsia, anorexia, esclerosis múltiple y otros males, que
demandan el uso de marihuana para disminuir los síntomas más dolorosos.

En diversos países se estaba proponiendo cada vez con más fuerza la


legalización de la planta y sus derivados sintéticos para su uso terapéutico.
Algunos consumidores, sin embargo, temían que una decisión en ese sentido
sólo termina beneficiando a la industria farmacéutica mundial.

El peligro mayor

Uno de los principales argumentos de los defensores de la marihuana señala


directamente a la industria del alcohol. Un informe de la

Organización Mundial de la Salud, OMS, apuntaba hace más de una década que
las muertes causadas directamente por el alcohol sobrepasaban los 800 mil
casos anuales y que las discapacidades que produce en el mundo son mayores
que las debidas a la desnutrición. Estas alarmantes cifras son sólo un rasguño
en la superficie del problema.

El daño que el alcohol produce en el organismo no se limita a la cirrosis del


hígado, sino también daña al cerebro, afectando las capacidades intelectuales.
También incrementa los riesgos de ataques cardíacos, produce inflamaciones
del páncreas, daña las fibras musculares, disminuye la masa ósea y atrofia los
testículos, con daño importante de los espermios y la posible pérdida de la
fertilidad. También afecta de modo determinante la sexualidad pues disminuye
la acción de la líbido y los niveles de testosterona.

En Chile (2008), el alcoholismo afecta al 12,6% de la población. Pero eso no es


todo. El 40% de los suicidios, el 52% de los actos criminales, el 60% de los
homicidios y el 70% de los accidentes del tránsito están ligados también al
consumo de alcohol. En Chile el costo económico dado por gastos de salud, por
muertes prematuras, por menor productividad, por accidentes y por la violencia
provocada, sobrepasan los US$ 700 millones de dólares anuales

Un estudio reciente del Consejo para el Control de Estupefacientes, Conace,


señaló que un 50% de los jóvenes comienza a tomar alcohol a los 17 años, e
incluso hay un 5% de ellos que empieza a los 12 años o antes.

En la Quinta Región, un estudio realizado el 2001 en diferentes colegios


determinó que un promedio de 65,2% de la población escolar (de octavo a
cuarto medio) consume alcohol, lo que se traduce en tres de cada cinco
menores.

El Cuarto Estudio Nacional de Consumo de Drogas en Chile realizado por el


Conace en el año 2000, que se aplicó a 44.421 personas entre 12 y 64 años de
edad, y que representa a 7.779.905 individuos a nivel nacional.

Estableció que 133.292 personas declararon consumir alcohol todos los días;
1.105.483 personas reconocieron que consumen alcohol en fines de semana y
otros 2.679.229 declararon consumirlo ocasionalmente en el mes.

Para entender estas cifras, es importante considerar que el alcoholismo clásico


implica que se ha ido desarrollando tolerancia, aumentando la dosis y la
imposibilidad de suspender el consumo de alcohol por síntomas de privación, lo
que quiere decir que hay un hábito y una dependencia física.

Según el último estudio de Conace (2008) los que califican como bebedores
problema alcanzan a un 23,8%. Es decir, en Chile hay 986.932 personas con
algún grado de problemas derivados de su consumo de alcohol.
En términos generales los hombres duplican a las mujeres en su problema
asociado al uso de bebidas alcohólicas. Sin embargo, cuando se realiza este
análisis para el grupo de 12 a 18 años de edad, las cifras se estrechan ya que
33 de cada 100 hombres declaran consumo reciente de alcohol y 28 de cada
100 mujeres también lo hacen. Esta diferencia es más amplia cuando se analiza,
para el caso de los menores, porque 35 de cada 100 hombres y 20 de cada 100
mujeres son bebedores problema.

Sí, actualmente los drogodependientes son policonsumidores. En el pasado los


alcohólicos eran muy clásicos, porque solamente consumían sustancias legales.
La juventud ahora consume todo tipo de drogas. Por ejemplo, el alcohol y la
cocaína van de la mano, porque la cocaína como estimulante provoca rigidez
muscular, por el contrario, el alcohol produce una sensación de relajo.

Por otro lado, no se puede desconocer que muchos alcohólicos llegaron a la


cocaína porque les inhibe los efectos de la embriaguez. Es raro encontrar un
cocainómano que no sea alcohólico.

Otras cifras entregadas por el Conace indican que el 19% de los jóvenes que
están entre octavo y cuarto medio ha consumido alcohol cinco o más días en el
último mes; y el 13 por ciento reconoce llegar a tomar cinco o más tragos en
una salida de sábado por la noche. Y si bien históricamente los hombres
lideraban estas estadísticas, las mujeres están equilibrando la balanza. Datos
del Conace de 2002 afirman que  las adolescentes entre 12 y 18 años
consumieron más alcohol que sus pares hombres durante el último año (54,5 por
ciento versus 53,1 por ciento).

Entre los efectos más comunes del consumo de alcohol en adolescentes se


mencionan los accidentes por realizar actividades bajo su influencia, como
manejar motos o autos, nadar en el mar o asumir riesgos innecesarios. También
la ingesta etílica incide en el consumo de otras sustancias, conductas violentas,
infecciones de transmisión sexual y embarazo, deterioro del rendimiento
escolar, problemas familiares y legales, entre otros problemas.

Gran parte de los psiquiatras coinciden en que el consumo de una sustancia


“lícitas” como el alcohol, facilitan el inicio de las “ilícitas”; es decir, el alcohol
es la verdadera puerta de entrada hacia el consumo de drogas más fuertes.
¿Por qué entonces se prohíbe la marihuana y se mira para otro lado respecto
del alcohol? La respuesta franca es simple: la industria chilena del vino obtenía
unos US$ 35 millones en 1990; en 1999 llegó a los US$ 525 millones y hoy
(2008) ya supera los US$ 1.000 millones. La industria de la cerveza reporta
anualmente cerca de US$ 400 millones; y la industria pisquera, otros USS 100
millones, sin contar la importación y venta de otra enorme variedad de licores
como el ron, el vodka, el tequila y el whisky. En conjunto, dan trabajo a más de
200 mil personas e influyen de manera determinante en actividades tan
disímiles como el deporte, la cultura, la publicidad, los espectáculos, la
gastronomía, el turismo e, incluso, la política y las leyes.

La legislación autoriza una patente para expender alcohol por cada 600
habitantes. En 2004, sólo en Antofagasta, existían 800 establecimientos con
permiso, además de múltiples clandestinos. Es decir, oferta de alcohol para un
mercado superior a las 500 mil personas, en una ciudad que bordea en total los
300 mil habitantes. Al otro extremo del país, en la Región de Los Lagos, según
datos del Conace, había una botillería por cada 164 habitantes, sumando entre
legales y clandestinas, 5.784. La misma situación se repite en el resto del país.

En 2006 fallecieron 1.628 personas en accidentes de tránsito; el 40 % de ellas


había consumido alcohol. Y así, suman y siguen los ejemplos de las
consecuencias del abuso del alcohol. Por el contrario, es muy difícil encontrar
denuncias sobre violencia o hechos delictuales bajo los efectos de la
marihuana.

Entra la pasta base

En 1990, el director de la Policía de Investigaciones, general (r) Horacio Toro,


ordenó erradicar los cultivos de cáñamo en el valle de Aconcagua. Los
detectives cuadricularon y revisaron metro a metro la zona hasta eliminar todo
vestigio de esta planta de la discordia. El resultado no lo previeron: al poco
tiempo, la pasta base de cocaína empezó a invadir las poblaciones de Santiago,
con las funestas consecuencias comprobadas en los años siguientes.

Quince años después, en enero de 2005, el senador radical Nelson Ávila


presentó un proyecto de ley para “despenalizar la siembra, plantación, cultivo o
cosecha de especies vegetales del género cannabis u otras productoras de
sustancias estupefacientes o psicotrópicas destinadas al uso o consumo
personal exclusivo y próximo en el tiempo”.

El debate en la Cámara Alta fue arduo y, pese a que la iniciativa fue rechazada,
algunos senadores abrieron una pequeña ventana de esperanza a los
consumidores de marihuana. Entre ellos, el senador socialista Jaime Gazmuri,
quien señaló en esa oportunidad:

“Respecto del alcoholismo y de sus graves efectos en la sociedad chilena no hay


ningún debate comparativo como el que existe acerca de la droga; no hay
ninguna preocupación sustantiva de la autoridad pública. Y, por la vía de la
adicción al alcohol, se está infligiendo un daño tremendo a grandes sectores de
nuestra población”, añadiendo que “este fue un aspecto importante en las
políticas públicas en los años sesenta y setenta. Los gobiernos de los
presidentes Frei Montalva y Allende desarrollaron masivos programas de
prevención, de reeducación y de rehabilitación en alcoholismo. Treinta años
después, carecemos de ellos y los daños al país por la adicción alcohólica, si
bien no se dispone de cifras comparativas, son quizás peores”.

Y agregó casi al final de su intervención:

“(…) imagino que la Brigada Antinarcóticos no anda persiguiendo a gente que


cultiva dos matas de buena cannabis sativa en el fondo de su casa. Pienso que
ello no ocurre. O sea, quien siembra para el autoconsumo lo hace sin exponerse
a graves penas. Y si llegara a ocurrir, la sanción sería de falta”.
El retorno de la esclavitud (extracto de 'Conexiones
Mafiosas')
Manuel Salazar Salvo 27/01/2021 - 06:00

Este es el capítulo 22 de la entrega de 24 capítulos de la investigación del periodista


Manuel Salazar sobre organizaciones criminales alrededor del mundo, contenido en el libro
'Conexiones Mafiosas', de 2008. En este artículo, el autor se refiere al creciente
fenómeno del tráfico de personas, el cual se ha transformado en un lucrativo negocio
internacional que afecta a las personas más desvalidas del mundo, pero principalmente, a las
mujeres de distintas latitudes del planeta.

Los historiadores estiman que demoró cerca de 400 años el traslado desde
África de unos 15 millones de esclavos hacia América. Hoy, las Naciones Unidas
(ONU) afirman que en la actualidad existe un comercio de seres humanos que
afecta a unos seis millones de personas anualmente, por un valor que oscila
entre los US$ 7.000 y US$ 10.000 millones. Este rubro del crimen organizado
se ha ubicado inmediatamente detrás del tráfico de armas y de drogas,
amenazando con convertirse en la principal actividad ilícita del planeta.

En el año 2005 se contaron en el mundo 175 millones de emigrantes


documentados y se calcula que el número de indocumentados llegó a otros 90
millones. Aún mayor es el número de emigrantes internos -150 millones sólo en
China- que se trasladan desde áreas rurales hacia ciudades en rápido
crecimiento.

El tráfico de seres humanos constituye la más tenebrosa de las formas en que


se está desplazando la mano de obra en la nueva economía globalizada. Sus
víctimas terminan trabajando en extremas condiciones de explotación, sin
ningún derecho, amenazadas y violentadas hasta lo indecible.

Una de las dimensiones más escabrosas de este tráfico es el comercio sexual.


De China, India o Camboya a Tailandia; de Rusia a los Emiratos del Golfo; de
Perú y Colombia a Japón; de la República Dominicana y Argentina a España; de
Nigeria y Albania a Italia; y así sucesivamente. La nueva demanda es carne
humana, joven y fresca, para satisfacer apetitos sexuales que no logran calmar
con sus parejas habituales.
Desde la desaparición de la URSS, decenas de miles de mujeres han sido
“exportadas” desde Rusia, Ucrania, Moldavia y Rumanía para ser explotadas
sexualmente en las ciudades de Europa occidental y Japón.

En Londres, los traficantes de mujeres, prácticamente desconocidos hasta


mediados de los 90, controlan el 80% de la prostitución. Interpol calcula que
pueden suministrar mujeres traídas de los Balcanes en sólo 48 horas. Los
encargados de reclutarlas llegan a cobrar hasta US$ 500 por cada una. Se les
engaña con promesas de trabajo, se les pasa las fronteras pagando coimas y se
las oculta en casas o departamentos discretos, en ciudades como Budapest,
Praga, Lepzig o Sarajevo donde se las prepara para la prostitución a punta de
drogas, palizas y violaciones.

En 1998 se descubrió en Florida, Estados Unidos, la presencia de esclavas


mexicanas. Un informe gubernamental publicado en 1999 señala que las
autoridades de inmigración habían identificado 256 burdeles en 26 ciudades
que se abastecían de mujeres traficadas.

Diversos organismos internacionales estiman que unas 150.000 niñas y mujeres


son introducidas cada año en el mercado sexual del sur de Asia. Sólo en India
las personas contagiadas con SIDA superan los 2,5 millones.

Las víctimas de la esclavitud sexual son subyugadas con drogas y expuestas a


una violencia extrema, privación de alimentos y tortura sicológica. Algunas
sufren lesiones permanentes en sus órganos reproductivos y muchas mueren a
causa de los malos tratos.

Novias por encargo

Los informes de la Oficina de las Naciones Unidas para los


Refugiados, ACNUR; la Organización Internacional para las Migraciones, OIM,
y otras entidades preocupadas del tema difunden aquellas horrorosas
experiencias ocultando la identidad de las involucradas.

Cuentan que en uno de los destinos turísticos de Madagascar, una joven de 15


años es obligada por sus padres a ejercer la prostitución con hombres turistas
mayores de edad para generar ingresos para la familia. Los habitantes locales
observan que la joven vestida con ropa ceñida frecuenta lugares turísticos, y
come y bebe con extranjeros hasta altas horas de la noche. Si el turista es
acusado por la policía, le paga a la familia de la joven una pequeña suma de
dinero para que no formulen cargos.

En Birmania, una joven viaja a la provincia Yunnan de China en busca de trabajo


para escapar de las tristes condiciones económicas causadas por décadas de
abuso del gobierno militar. Al llegar al pueblo fronterizo chino, le ofrecen
empleo en un bar de la localidad. El dueño se da cuenta de que es una ciudadana
extranjera sin documentación y procede a confinarla a un pequeño hotel donde
es prostituida para el comercio sexual con turistas y comerciantes chinos.

En Afganistán, una joven es prometida en matrimonio a un hombre de una aldea


cercana para resolver una larga disputa entre las familias. Aunque es todavía
niña, la sacan de la escuela para que se case con alguien que nunca ha visto. A
su llegada, la obligan a cocinar, limpiar y servir a toda la familia de su esposo
unas 18 á 20 horas diarias. Si hace algo mal, le pegan y la amenazan con matarla
si intenta escapar. Un día, su marido decide casarse con otra y simplemente la
vende a otro hombre.

La OIM afirmó en diciembre de 2007 que 400 mujeres desaparecieron en


Argentina, víctimas de la explotación sexual. En un informe sobre la trata de
personas, sostuvo que en el mundo se somete anualmente a cuatro millones de
adultos y dos millones de niñas y niños a condiciones de esclavitud, actividad
que genera ganancias estimadas en US$ 32.000 millones, donde más del 85%
proviene del comercio sexual.  

La entidad agregó que en América Latina, entre 700 mil y dos millones de
personas son víctimas de los traficantes cada año. En la misma investigación se
estableció que del total de mujeres ingresadas a Chile por organizaciones de
trata de blancas, el 40% por ciento son argentinas y que más de la mitad de las
jóvenes paraguayas captadas por bandas de proxenetas terminan esclavizadas
en prostíbulos argentinos.

Uno de los fenómenos más destacables ha sido la aparición y desarrollo de


corrientes migratorias feminizadas, donde las mujeres inician solas el proceso
migratorio. Ello no es casual, en la medida en que se constata que la pobreza
tiene rostro de mujer. En este sentido, las penurias económicas, las
catástrofes naturales o políticas que se suceden en el Sur, el nivel de
desempleo, las reformas económicas estructurales y la falta de oportunidades
afectan en mayor medida a las mujeres que ven en la emigración una salida a su
situación. 

En los países occidentales, a medida que las mujeres de clase media se


incorporan al mercado de trabajo, aumenta la demanda de empleadas del hogar
ya que muchas mujeres al insertarse en el mundo laboral, requieren el servicio
doméstico para la realización de las labores como la limpieza, cuidado de niños
y ancianos.

En estas faenas el idioma es fundamental. De ahí que sean cada vez más las
latinas que intentan establecerse en España. Un informe reciente de
Extranjería de ese país señala que sólo en Madrid tienen residencia autorizada
19.741 dominicanas, 17.119 peruanas, 9.866 cubanas, 9.619 colombianas, 8.350
ecuatorianas y 8.292 argentinas, entre otras nacionalidades de esta región. No
se informa sobre las actividades que realizan.

En el año 1998, en tanto, una investigación realizada por la ONG Parsec calculó
en un mínimo de 15 mil y en un máximo de 19 mil la presencia de prostitutas
extranjeras en Italia. Un año después, la prensa entregó datos muy diferentes:
70 mil mujeres se prostituían en Italia, la mitad de las cuales eran extranjeras
y diez mil menores de edad. Muchas de ellas procedentes de Nigeria, Albania y
Colombia. 

Para el año 2004 ya eran 80 mil las personas ocupadas en el mercado de la


prostitución. 50 mil extranjeras. El 48% había llegado de Europa del Este, el
22% de África, el 10% de Sudamérica y el 4% de otros países. La nueva
investigación señaló también el aumento del número de los transexuales (5%) y
de los travestis (0,8%), agregando que los principales centros de la actividad
eran Roma, Milán, Turín, Florencia y Nápoles.

Por esa misma fecha, la policía colombiana informó que una organización
criminal asentada en las ciudades de Cali, Palmira y Buenaventura estaba
trasladando centenares de mujeres reclutadas en el país para ser enviadas a
Milán después de un período de “capacitación” en Argentina, donde recibirían
documentos falsos y pasaportes con apellidos italianos.

Unas 600 mil mujeres son introducidas legal e ilegalmente al año a Europa para
dedicarse a la prostitución.

Otra actividad “suplementaria”, en diversos países, es el tráfico de  niños


pequeños destinados a transformarse en mendigos o a ser vendidos para la
adopción en Occidente. En Albania los traficantes ofrecen cinco mil euros a las
familias pobres por un recién nacido e incluso los adquieren cuando la mujer
está embarazada. Ofertas similares se realizan en América Latina e incluso en
algunas regiones de Asia

La esperanza está en el norte

En algunos países, el crecimiento económico ha creado una necesidad de ciertos


puestos de trabajo que excede la oferta de mano de obra local. En otros, a la
mano de obra se la considera demasiado cara, sobre todo cuando existe gente
dispuesta a trabajar a cambio de salarios inferiores. Quienes acuden a los
trabajadores indocumentados son generalmente empresarios con necesidades a
corto plazo, especialmente en los sectores de la hotelería, la industria textil y
la construcción. En los países ricos y en desarrollo la afluencia de
indocumentados está causando estragos en los mercados laborales que ya han
sufrido recesiones y grandes cambios estructurales.

El territorio estadounidense de las islas Marianas del Norte es uno de los


principales destinos de los inmigrantes ilegales procedentes de Asia. Los
traficantes les aseguran que entrarán a EE.UU. pero luego se les conduce a
fábricas de ropa que en ocasiones pertenecen a organizaciones mafiosas
asiáticas, y se les obliga a trabajar para saldar sus deudas.

La ONU calcula que cada año los emigrantes envían a sus países de origen un
total de US$ 165.000 millones en remesas. Las despachadas a América Latina
crecen a un ritmo de 10% anual, y ya superan el equivalente al 10% del PIB en
Haití, Nicaragua, El Salvador, Jamaica, República Dominicana y Ecuador. En
Colombia igualan en volumen a la mitad de las exportaciones de café, mientras
que en México se equiparan al total de ingresos por el turismo.
Después de los atentados del 11 de septiembre de 2003 en Estados Unidos, los
precios para pasar clandestinamente la frontera desde México hacia EE.UU.
saltaron de US$ 300 a más de US$ 2.000. En 2005 las autoridades estimaron
que había unos 300 grupos con capacidad para intentar el cruce del río Grande.
Uno de ellos era la organización Salim Boughader, llamada así por el nombre de
su jefe, un mexicano de ascendencia libanesa, especializada en el transporte de
inmigrantes ilegales procedentes del Cercano Oriente. Otra banda, llamada
“M”, traficaba con egipcios que traían a Brasil como turistas, de allí a
Guatemala, luego a México y enseguida  a EE.UU. 

La Organización Internacional del Trabajo (OIT) cree que hay 12,3 millones de
personas en condiciones de trabajo forzoso, servidumbre, explotación infantil
y esclavitud sexual en el mundo. Otras estimaciones mencionan un número que
oscila entre cuatro y 27 millones.

Otro de los factores que más ha incidido en el aumento de la  migración ha sido
la creciente diferencia en los niveles de vida y beneficios sociales y laborales
entre los países ricos y los países en vías de desarrollo. En las últimas dos
décadas esas disparidades han tendido a acentuarse, sobre todo la evolución
de las remuneraciones. Mientras en los países del primer mundo los salarios han
tendido a subir, en la mayoría de los países en desarrollo han tenido alzas
leves, se han mantenido estacionarios o, en numerosos casos, incluso han caído.
A modo de ejemplo, en 1980 la diferencia en el salario por una hora de trabajo
de un obrero de manufacturas chino y otro estadounidense era US$ 0.25 a
US$ 9.87; en 1995, la relación se disparó a US$ 0.25 contra US$17.20. De
modo similar, en 1996, un obrero mexicano podía ganar en promedio hasta
nueves veces más trabajando en Estados Unidos. 

En 1995 los costos por hora de trabajo en las industrias manufactureras eran,
en dólares estadounidenses, de: 0,25 en India y China, 0,46 en Tailandia, 0,60
en Rusia, 1,70 en Hungría y 2,09 en Polonia; frente a 13,77 en el Reino Unido,
14,40 en Australia, 16,03 en Canadá, 17,20 en Estados Unidos, 19,34 en
Francia, 23,66 en Japón y 31,88 en Alemania. 

Los cambios tecnológicos también han tenido una enorme repercusión en el


aumento de la migración. La masificación del tránsito aéreo y las mejoras en el
transporte terrestre y marítimo, han facilitado la migración al reducir el costo
y aumentar la eficiencia. De igual modo, la creciente penetración de los medios
de comunicación ha permitido a una mayor cantidad de personas en los países
del sur enterarse de las condiciones de vida en los países del norte. 

Seducidos no sólo por las oportunidades económicas sino también por nuevos
patrones culturales transmitidos por la televisión, el cine y el video, muchas
personas han decidido emigrar de sus países. 

Pasaportes que valen oro

Como negocio, el tráfico de migrantes es sumamente lucrativo. Por pasar en


automóvil ilegalmente a alguien a través de una frontera de Europa Oriental, o
en una embarcación desde Marruecos a España, pueden cobrarse unos US$ 500
dólares, pero un complicado paquete de viaje para un emigrante indocumentado
desde China a Estados Unidos puede llegar a costar hasta US$ 30.000. Este
flujo ilegal de trabajadores ha dado origen a un gran mercado de documentos
falsificados y Bangkok se ha convertido en un importante centro de producción
de documentos falsificados, en especial pasaportes coreanos y japoneses que
se venden a unos US$ 2.000 a los emigrantes chinos para viajar a otras partes
del mundo. 

En Estados Unidos, la agricultura es el sector donde la participación de los


inmigrantes alcanza cotas más altas; en Bélgica y los Países Bajos es el de la
extracción y tratamiento de minerales; en Dinamarca, Alemania, Australia y
Canadá es el sector manufacturero; en Francia y Luxemburgo, la construcción y
la ingeniería civil; y en el Reino Unido, el sector de servicios. 

En América Latina si bien la mayoría de sus emigrantes van a Estados Unidos,


existen otros flujos hacia Argentina, Brasil y México. Se calcula, por ejemplo,
que hoy viven y trabajan en Argentina unos 200 mil inmigrantes
indocumentados provenientes de Bolivia, Paraguay y Perú. En Chile, hay otros
200 mil, en su mayoría peruanos, cubanos y ecuatorianos (en 2008). 

México, por su parte, atrae a emigrantes centroamericanos. Al otro lado del


planeta, más de nueve millones de ex soviéticos se desplazaron hacia diversas
regiones de Europa, mientras lo mismo hacían polacos, albanos, rumanos,
húngaros y búlgaros.  En Japón, la escasez de mano de obra se agudizó tanto a
finales de la década de 1980, que se permitió la entrada de numerosos
inmigrantes con contratos temporales de corta duración. Como resultado de
ello, la cifra de residentes extranjeros se infló como un globo hasta alcanzar
1,36 millones en 1995, casi el 1,1% de la población.  Hay, además, unas 300.000
personas que llegaron al país como turistas y que se cree que siguen en él una
vez expirados sus visados.  

Las nuevas economías industriales de Singapur, Hong Kong, la República de


Corea y Taiwán han atraído grandes contingentes de trabajadores no
calificados, aun cuando tratan de controlar su afluencia. Singapur tiene el
sistema más rígido, que impone severas sanciones a los empleadores de
inmigrantes ilegales. Los países de la siguiente generación de “tigres asiáticos”,
tales como Tailandia y Malasia, son fuente y destino de trabajadores
emigrantes, así como en casi todos los países de esa región.

Cada uno de estos flujos, lo mismo que en todos los continentes, está siendo
controlado por las cada vez más poderosas organizaciones criminales que, al
igual que las grandes transnacionales, se están repartiendo el planeta. Esta
vez, sin embargo, no son drogas, ni armas, ni productos electrónicos o
automóviles de lujo. Son hombres, mujeres y niños, ansiosos de salir de la
pobreza y dispuestos a cualquier sacrificio para conseguirlo, empresa que 
muchas veces les cuesta sus vidas.
Los tucanes y el demonio (extracto de 'Conexiones
Mafiosas')
Manuel Salazar Salvo 28/01/2021 - 06:00

Este es el capítulo 23 de la entrega de 24 capítulos de la investigación del periodista


Manuel Salazar sobre organizaciones criminales alrededor del mundo, contenido en el libro
'Conexiones Mafiosas', de 2008. En este artículo, el autor describe cómo a lucrativas
actividades ilícitas tales como el comercio de drogas, de armas y de inmigrantes, se está
sumando el tráfico de animales y los productos asociados a ellos. 

Como algunos grandes consorcios internacionales, el crimen organizado se ha


ido diversificando en las últimas décadas. Al comercio de drogas, de armas y de
inmigrantes, las más lucrativas actividades ilícitas hasta ahora, está sumando
el tráfico de animales, una verdadera industria que no sólo transa con especies
exóticas vivas sino que incorpora una enorme variedad de subproductos que van
desde el marfil arrancado a los elefantes, pieles, plumas, cueros, alimentos e
incluso miembros y órganos reducidos a polvos para pócimas cosméticas y
compuestos farmacéuticos.

Las estimaciones de Interpol y de las entidades mundiales que trabajan en la


defensa de los animales, indican que el monto involucrado en este negocio,
oscila entre los US$ 7.000 y los US$ 20.000 millones al año y que se ha
extendido a todo el planeta.

Desde 1975 existe la Convención sobre el Comercio Internacional de Especies


Amenazadas de Fauna y Flora Silvestres, CITES, un acuerdo suscrito por 175
países para velar por el comercio internacional lícito de animales y plantas
silvestres. Hoy, unas cinco mil especies de animales y cerca de 28 mil especies
de plantas están amparadas por el CITES.

El mayor consumidor de especies salvajes sigue siendo Estados Unidos. A fines


de los años 90’, los yacarés eran las mascotas de moda en Nueva York, aunque
terminaron en su mayoría en las alcantarillas de la ciudad. En Alaska están
ocurriendo gravísimas matanzas de morsas para obtener marfil alternativo al
de los elefantes. Otro ejemplo alarmante, según el FBI, son las más de 100 mil
serpientes enviadas por correo cada año. Pero, además, los ciudadanos
estadounidenses importan ilegalmente más cacatúas, más pieles prohibidas,
más simios, más aves en peligro de extinción que ninguna otra nación de la
Tierra. Le siguen en este ranking  la Unión Europea, Japón y los Emiratos
Árabes.

En Tailandia, Birmania, Camboya y Laos, región que coincide con el llamado


Triángulo de Oro de la heroína, las mafias de la droga son las que controlan
también el contrabando de loros, cuernos de rinoceronte, pieles de felinos y
saurios.

Los narcotraficantes gustan alardear de su poder adquiriendo animales


salvajes. Pablo Escobar,  el tristemente célebre capo del cartel de Medellín,
tenía cerca de dos mil animales de cien diferentes especies en su zoológico
privado, el cual, según la Sociedad Mundial para la Protección de los Animales,
era la colección más valiosa de animales en extinción de toda América.

Desde mediados de los años 90’ los animales exóticos se han vuelto cada día
más populares como compañía. En el Reino Unido, por ejemplo, se importan unos
115 mil reptiles y anfibios al año para su venta al público. Allí, el número de
personas que poseen tortugas de agua dulce y serpientes es casi igual al de los
dueños de caballos y la cifra sigue aumentando.

En las selvas y en internet

Las selvas de América del Sur ven año tras año como merma su fauna, con un
comercio ilegal que se acerca a los US$ 10.000 millones. Hoy, casi dos mil
especies de animales están en extinción. Un papagayo que en Brasil, Colombia o
Perú vale unos US$ 10, puede venderse en US$ 3.000 en Nueva York. Un tucán
que abunda en las selvas peruanas, puede costar cerca de US$ 2.000 dólares;
un caimán, unos USS 4.000; y por animales menos conocidos, se paga hasta
US$ 20.000.

En Brasil, el alemán Marc Baungarten, un agente de laboratorios interesados en


venenos que sirven de materia prima a productos farmacéuticos, ha sido
detenido una y otras vez tratando de despachar hacia Europa diversas
especies de arañas. El gigante carioca, con su enorme biodiversidad, provee un
10% de este  comercio ilegal en el mundo. Los cazadores reciben sumas
irrisorias ante el precio, hasta cien veces superior, que obtienen los
traficantes en el exterior. El mirlo, un pájaro de plumas negras, puede ser
comprado en US$ 150 en los mercados sureños de Brasil y venderse a US$
13.000 en Estados Unidos.

En Florida, EE.UU., internet se ha convertido en el gran bazar para el comercio


de animales exóticos, según reveló una investigación del Fondo Internacional
para el Bienestar de los Animales, IFAW. Desde un tigre siberiano ofrecido en
US$ 70.000, una piel de pantera siberiana en US$ 100.000, hasta supuestas
medicinas y afrodisiacos hechos con diferentes partes del cuerpo de
leopardos, rinocerontes y elefantes, se promocionaban en páginas web, en chat
rooms y en casas de subastas del ciberespacio.

Según datos del Departamento de Pesca y Vida Silvestre de Florida, unos 12


mil barcos con cargamento de animales transitan cada año por Miami.

El IFAW basó su estudio en web de EE.UU., Inglaterra, Alemania, Israel e


India. Concluyó que el principal motivo de este comercio ilegal es que la gente
desea compulsivamente tener una mascota exótica. La segunda causa tiene que
ver con la creciente demanda de productos supuestamente curativos. En Asia
existen algunas medicinas alternativas elaboradas con huesos de tigres y
rinocerontes, así como productos a los que se les atribuyen poderes
afrodisíacos. Los favoritos son el cuerno de rinoceronte, los caballitos de mar
secos y el pene de la foca arpa.

A través de la historia de la evolución, millones de especies han desaparecido


debido a procesos naturales. Según los conservacionistas, la depredación de la
fauna ha crecido vertiginosamente y hoy se estima que una especie desaparece
cada 15 minutos.

Cada año se consumen en el mundo entre 600 y 900 toneladas de marfil, que se
obtienen de miles de colmillos de elefantes adultos. Según el CITES, la
población de elefantes africanos se redujo de 1,3 millones de ejemplares a
poco más de 600 mil, durante la década del 80. Las organizaciones
proteccionistas Traffic y WWF han afirmado que unas 700 especies de
animales están al borde de la extinción y otras 2.300 seriamente amenazadas.

Más de 50 millones de primates son capturados anualmente y utilizados en


laboratorios de investigación o como animales de compañía. Diez millones de
pieles de reptil se destinan a la confección de bolsos, zapatos u otros
productos de lujo. Cinco millones de aves son cazadas para decorar los salones
de casas de países desarrollados, restaurantes de lujo y coleccionistas
privados.

Unos 15 millones de pieles de mamíferos (nutrías, felinos, etc.) engruesan cada


año lujosas peleterías en EEUU, Europa y Japón. Cerca de 250 millones de
ranas (sobre todo, ranas toro) son apresadas para la gastronomía de los países
ricos. Entre 350 y 600 millones de peces abastecen cada año acuarios y
peceras en todo el orbe.

Algunos animales podrían desaparecer en esta primera década del siglo XXI.
Entre ellas el Tigre de Liberia (quedan unos 200 ejemplares); la Nutria Gigante
(ya desapareció de Uruguay y quedan unos pocos centenares en Argentina); el
Cocodrilo del Nilo; la Águila Imperial Ibérica (hay 150 parejas en libertad); la
Tortuga Marina, (perseguida por coleccionistas y ofrecida como curiosidad en
restaurantes de lujo); el Gorila de Montaña (viven unos 600 ejemplares en las
montañas húmedas de África); el Guacamayo Escarlata (importados en grandes
cantidades por EEUU.); el Rinoceronte Negro Africano (sobreviven unos dos
mil ejemplares, de 65 mil que había en los años 70’);  el Panda Gigante (quedan
no más de mil); el Lobo Marsupial (el último ejemplar fue avistado en los años
80’).

Huesos de tigre para el amor

 El 70% de los animales con los que se trafica muere durante el viaje. Los
precios que se pagan en el mercado negro son astronómicos. Un gorila puede
valer 90.000 euros, un orangután 30.000, un halcón peregrino 18.000. Un kilo
de cuerno de rinoceronte, con fama afrodisiaca, ha llegado a cotizarse en
12.000 euros. También avivan la lujuria los huesos de tigre, a 1.800 euros el
kilo; y la carne de ballena, que es más barata, sólo 360 euros.

En 20 años la población mundial de rinocerontes ha descendido un 85%. Los


cuernos de este mamífero son transformados en objetos decorativos. La
medicina tradicional china utiliza bilis y vesículas biliares de osos. Cada año se
capturan más de 100 millones de tiburones y algunas poblaciones han
disminuido más del 80%. Sus aletas son un producto muy cotizado.
En 50 años se han extinguido tres subespecies de tigre. De las cinco restantes,
la que mejor se conserva es el tigre de Bengala con sólo 4.500 ejemplares.

Así, pronto desaparecerán desde los tucanes al demonio de Tasmania. 

La Phyllobates Terribilis vive sólo en el Chocó, en Colombia, en ninguna otra


parte del mundo. Su piel amarilla cubre un cuerpo del tamaño de la palma de la
mano, que parece ser frágil y blando, y sus patas son largas y delgadas. Es la
rana más venenosa del mundo, que está siendo traficada para extraer su
veneno obtenido de uno de sus tejidos, para ser utilizado como sustancia que
alivia los dolores del cáncer. Es más efectivo que la morfina, y sólo un gramo
vale mil dólares.

Colombia tiene un 10% de la biodiversidad del planeta y ocupa el segundo


puesto en variedad de especies después del Brasil. Según las estadísticas de la
Policía Ambiental y Ecológica, los animales más apetecidos son los reptiles,
luego las aves y finalmente los mamíferos. En 2007 fueron incautados 33.872
reptiles, 11.441 aves y 1.991 mamíferos. La babilla es el reptil que más se
trafica; el oso perezoso y el oso tití son los más deseados de los mamíferos,
mientras que en la especie de las aves, el flamingo ocupa el primer lugar.

Los precios de los animales varían según cada departamento. Por ejemplo, en el
Meta un loro real vale US$ 10. En Córdoba una babilla cuesta US$ 40. El oso
perezoso se ha vendido en el Quindío en US$ 400.

El año pasado la Policía Ambiental y Ecológica capturó a 94 mil personas por


este delito. El tráfico de insectos, arácnidos y coleópteros va hacia Indonesia
y Malasia. Las aves y algunos reptiles viajan hacia el centro de Europa. Los
primates, especialmente los más pequeños, son enviados a todas las latitudes.

Existen cuatro tipos de comercio. El primero es el de la alimentación exquisita,


como los crustáceos y las aletas de tiburón que deleitan los paladares de los
japoneses y chinos. El segundo es el comercio de la moda con las pieles de las
babillas, mucus, acutus y mamíferos que van generalmente hacia Roma y Milán.
La experimentación científica es el tercer comercio constituido con los
laboratorios clandestinos ubicados por lo general en el Amazonas, donde hacen
productos farmacéuticos. El cuarto es el comercio de los coleccionistas. En
este la guacamaya tricolor, las iguanas y los micos titís, son las víctimas
frecuentes. Existe también el comercio ilegal del fetichismo, en el que se
utiliza la cabeza o manos de los animales para hacer hechizos.

El tráfico de animales es un negocio jugoso. Un mico tití es vendido por US$ 50


en el inicio de la cadena y puede terminar su ciclo en Milán, a un costo de US$
10.000.

Una industria pujante

El negocio de la vivisección es el tráfico con seres vivos sintientes, como


perros, gatos, monos, ratas, ratones, caballos, cerdos y otros que acabarán sus
vidas en dolorosos experimentos. En el año 1989, la Comunidad de Suizos
Antiviviseccionistas denunció que miles de perros y gatos que habían sido
recogidos de las calles, robados de sus casas o comprados a sus dueños, fueron
amontonados en jaulas, cargados en camiones y enviados a laboratorios de
vivisección de Suiza y Alemania.

El negocio lo dirigía un tal Erich Stock, traficante alemán, que vendió en los
años 70’ y 80’ un número incalculable de animales a las multinacionales de
Basilea y a otros laboratorios suizos. Los clientes de este mercenario eran
tantos que tenía grandes registros para apuntar sus entregas diarias. En
Alemania, entre sus clientes figuraban los más grandes institutos de
investigación y las más grandes empresas farmacéuticas, como Hoechst, la
Behrong-Werke de Marbug (Alemania), la Chemiewerke de Hamburgo, Merck
AG de Darmstadt, el Instituto de Bioquímica de Frankfurt, etc. Entre los
suizos estaban Ciba-Geigy, Hoffmann-La Roche, Sandoz, Universidad de
Basilea, Universidad de Zurcí y el Instituto Battelle de Ginebra.

En 1985 un periódico de Zúrich publicó que perros beagle eran importados


desde Los Ángeles, EE.UU., para ser usados en investigaciones. Se les cortaban
las cuerdas vocales cuando aún son cachorros. Así podían sufrir los
experimentos sin que sus gritos fueran oídos. Los animales llegaban a Suiza
embalados de 10 en 10. Eran cachorros de 13 semanas y costaban a la industria
química 1.900 francos cada uno.

Algunos periódicos alemanes levantaron un coro de protestas


antiviviseccionistas en 1980 al publicar que el laboratorio Ciba-Geigy había
llegado a un acuerdo con el Ministerio de Economía sueco para la venta de
1.000 gatos al año, destinados a experimentos de vivisección. Los felinos,
procedentes de los criaderos de la multinacional, se vendieron a un precio de
unos 1.000 marcos alemanes cada uno.

Cada año se experimenta en el mundo con unos 100 millones de animales, en


Europa hay 50 millones en riesgo de que se les use de ese modo. Los efectos
biológicos de unas 30 mil sustancias químicas se estudian en ratas, ratones,
monos, conejos, cobayas o perros, de acuerdo con un informe de la Liga Italiana
contra la Vivisección de Animales.

Ese informe indica que en Italia se mata a 70 mil animales anualmente, y que
70 por ciento de ellos son ratas y ratones, por ser los más fáciles de manejar,
los que ocupan menos espacio en los laboratorios y los que más se reproducen,
con un número anual de crías que va de 50 a 100.

Los autores del estudio destacan la crueldad e inutilidad de las pruebas de


toxicidad de medicamentos u otros productos, en las que se obliga a los
animales a ingerir o respirar barniz, pesticidas, desinfectantes y pegamentos,
entre otras sustancias, o se recubre con ellas su piel y ojos para verificar si
causan corrosión o irritación. Así se causa a los animales náuseas, diarrea,
temblores, disturbios en el comportamiento, convulsiones y hasta la muerte,
por exposición a benceno, amianto, metanol, gasolina o dioxinas.

Según los defensores de los animales, la razón de los experimentos es


comercial. En Italia se relaciona con la existencia de 16 empresas acreditadas
ante el Ministerio de Salud para realizar exámenes de toxicidad. Una de ellas
es Italfarmaco, que trabaja para las industrias química y farmacéutica, tiene
filiales en cinco países, da empleo a mil 400 personas y factura en promedio
casi un millón de dólares por día. La industria química de la Unión Europea
factura unos US$ 607 mil millones anuales y da empleo a 1,7 millones de
personas.

Vínculos con los narcos


Una red de cooperación contra el comercio ilegal de animales y plantas está en
construcción en América del Sur. La estrategia se acordó en la primera
Conferencia Sudamericana sobre el Comercio Ilegal de la Fauna Silvestre, que
reunió en julio a 150 expertos y autoridades en Brasilia, y que fue organizada
por la Red Nacional de Combate al Tráfico de Animales Silvestres (Renctas),
con el apoyo del gobierno de Estados Unidos, cada vez más inquieto por los
vínculos entre los traficantes de fauna y de drogas, tras comprobarse que
cerca del  40 por ciento de las 350 o 400 cuadrillas que practican en Brasil el
contrabando de animales mantienen vínculos con el narcotráfico. 

En Chile, en tanto, los loros Choroy, Cachaña y Tricahue, los únicos nativos, y
las tortugas de tierra, sobretodo las traídas desde Argentina, son los animales
que se han puesto de moda (en 2008). En lugares secundarios se ubican los
primates, aves acuáticas, rapaces, colibríes, tucanes, serpientes, iguanas,
lagartos, salamandras, sapos, ranas, peces tropicales y algunos invertebrados
como las arañas. Entre los subproductos más comercializados destacan los
cueros, pieles, marfil; almizcle, carne y piel de avestruz, plumas y aves
embalsamadas, caparazones y carne de tortugas marinas, pieles de serpientes,
cocodrilos, varanos, ancas de ranas e invertebrados como mariposas y corales.

Un guacamayo en Brasil cuesta unos US$ 8, pero una vez en Chile su precio
puede llegar por sobre los dos millones de pesos, al igual que los  tucanes y
loros exóticos. Un flamenco en buen estado se cotiza en un millón de pesos. En
2008 la ex animadora de televisión Paulina Nin De Cardona tenía una de las
tiendas de mascotas más importantes del país. En ella se podía encontrar
perritos de la pradera por 240 mil pesos, pitones por 600 y hurones por 180.

Para traficar monos, los amarran con alambres o los encadenan para
introducirlos en diminutas cajas que impiden delatar sus movimientos al pasar 
por las aduanas. Muchos primates que hoy están en rehabilitación fueron
encontrados en refrigeradores, cajoneras de frutas, tubos de acero, e incluso
en llantas de automóviles o camiones. La mayoría de los monos muere en
deplorables  condiciones. No es distinto el caso de los flamencos, loros u otras
aves exóticas. Generalmente les amarran el pico y las alas con cuerdas o cintas
adhesivas para que no dejen en evidencia su traslado. También se les encierra
en pequeños tubos o cajas, lo que generalmente termina asfixiándolos o
quebrándoles huesos y alas.
El SAG también se esfuerza por detener a los cazadores de cóndores y
guanacos. A estos últimos les quitan la piel y usan su carne para charqui. La
extracción de la piel no es distinta  a los procesos que se ejecutan con bebés
focas, zorros, visones o castores en otras partes del mundo. Se les corta la
garganta para arrancarles la piel en caliente, empezando por la pata trasera.
Un tubo, generalmente de bambú,  se le introduce para inflar la piel y
arrancarla sin problemas. Pero hay especies que hay que mantener con vida,
como los coipos, los pumas o los zorros. Para ellos, las trampas van desde cajas
artesanales con carnadas, hasta las trituradoras de patas que se accionan al
pisar el animal un dispositivo similar a las trampas de ratones.
La ofensiva por el uranio (extracto de 'Conexiones
Mafiosas')
Manuel Salazar Salvo 30/01/2021 - 06:00

Este es el último capítulo de la investigación del periodista Manuel Salazar


sobre organizaciones criminales alrededor del mundo, contenido en el libro 'Conexiones
Mafiosas', de 2008. En este artículo, el autor describe el papel de las armas
nucleares, su despliegue en el mundo y cómo han contribuido a la contaminación.

El 29 de julio de 2007, al cumplirse el 50 aniversario del Estatuto de la


Agencia Internacional para la Energía Atómica, AIEN, el presidente del
Pontificio Consejo Justicia y Paz del Vaticano, el cardenal Renato Martino,
pidió con urgencia “que los Estados del mundo eliminen o al menos limiten el
riesgo de que sujetos no estatales, como organizaciones criminales y
terroristas, se doten de armas nucleares”.

La inquietud del Vaticano fue un indicio más de la creciente preocupación en


Estados Unidos y en Europa –en 2007- ante un posible ataque nuclear de
Osama Bin Laden. Michael Scheuer, uno de los principales expertos en Al
Qaeda, quien dirigió una unidad secreta de la CIA destinada a cazar al
terrorista musulmán, advirtió que “(ellos) han demostrado tener habilidad para
trabajar con las distintas mafias. Si hay una sola arma nuclear dando vueltas
por ahí -y las hay-, ellos serán los primeros en asegurarse que se la vendan. En
estos momentos, Bin Laden no está buscando un arma nuclear, está buscando el
momento para lanzarla”.

En la actualidad (2008) existen unas 27 mil armas nucleares, de las cuales unas
16 mil están desplegadas. EE.UU. tiene 7.006; Rusia, 7.802; Reino Unido, 185;
Francia, 348; China, 402; India, 30 a 40, Pakistán, 30 a 50; e Israel, con cerca
de 200 armas nucleares (SIPRI 2003). Unos diez países tienen programas para
fabricarlas y se presume que otro número similar cuenta con capacidad para
hacerlo. Diversos organismos internacionales han advertido que la delincuencia
transnacional organizada tiene un papel cada vez más activo en la búsqueda y
comercialización de materiales y tecnologías destinadas a la producción de
armas nucleares.
La caída de la URSS y de los socialismos reales dejó cesantes a numerosos
científicos y técnicos que han sido absorbidos por las mafias dedicadas al
llamado “tráfico atómico”, organizaciones que se nutren del robo o compra
ilícita de uranio enriquecido y de plutonio, y de la tecnología del ramo,
producidos por empresas dedicadas al ciclo del combustible nuclear.

Hoy (2008) funcionan cerca de 450 reactores nucleares en 32 países del


planeta, 25 están en construcción, 40 en proyectos y 75 en etapa de propuesta.
Entre todos, en 2003 requerían poco más de 68 mil toneladas de uranio al año;
es decir, un promedio de 155 toneladas por central. Esa demanda crecerá en a
lo menos unas 25 mil toneladas en los próximos años, cuando los proyectos
estén terminados, y seguirá aumentando.

En 2003 los grandes productores fueron: Canada (10.457 ton.), Australia


(7.572), Kazakhstan (3.300), Nigeria (3.143), Rusia (3.150), Namibia (2.036),
Uzbekistan (1.770), EE.UU. (846 toneladas), Ucrania (800), Sudáfrica (824) y
China (750).

El precio del uranio se mantuvo estable durante casi dos décadas, llegando a
estabilizarse en US$ 10 la libra en 2004. De allí a marzo de 2008, ante la
verdadera fiebre por construir nuevas plantas nucleares, subió hasta los US$
130, en una escalada que parece irreducible y que ha provocado conmoción en
los mercados mundiales.

Chequeo en planta nuclear


A mediados de 2004  los productores de uranio vieron subir el precio de sus
acciones hasta las nubes y empezaron a recorrer  los continentes en busca del
mineral. Cameco Corp., el consorcio de uranio más grande del mundo, aumentó
en 18% la producción de la mina McArthur River de Canadá, el depósito más
rico del planeta. Areva SA, de Francia, invirtió US$ 100 millones para habilitar
una mina en el sur de Kazajstán. E International Uranium Corp. inició
prospecciones en el desierto de Gobi, entre otras muchas iniciativas de las
compañías uraníferas.

El precio subió desde que Rusia limitó las exportaciones pensando en guardar el
uranio para las 25 nuevas centrales que planea tener construidas en 2020. 
Poco antes se había convertido en el segundo exportador del metal, vendiendo
uranio extraído de viejas cabezas nucleares a dueños de reactores en Estados
Unidos. 

Rusia está intentando asociarse con compañías australianas para extraer uranio
en Sudáfrica y en otros sitios de África. En 2006 se extrajo en ese continente
el 17% del uranio mundial, que podría subir al 20 % el próximo año. 

En tanto, según datos de la consultora Sprott Securities Inc, de las 35


mayores acciones de compañías de uranio, el beneficio medio en el 2006 fue
del 90%. Una web especializada, oroyfinanzas.com, ha registrado subidas
vertiginosas de las acciones de algunas empresas que han obtenido ganancias
cercanas al 800%.

Vagón de asistencia para accidentes nucleares


Aumenta el tráfico

El Organismo Internacional de Energía Atómica, OIEA, dependiente de la


ONU, registró entre 1993 y 2003 cerca de 550 casos confirmados de tráfico
ilícito de elementos nucleares y otros materiales radiactivos. Un 40%
correspondió a materiales nucleares y el 60% a elementos radiactivos
distintos. De los primeros, 18 casos incluían uranio muy enriquecido (UME) o
plutonio, materiales que pueden utilizarse para fabricar un dispositivo nuclear
explosivo. Hasta ahora, la enorme mayoría del tráfico nuclear confirmado ha
sido de pureza menor, como uranio poco enriquecido (UPE), por lo general en
forma de pastillas de combustible de reactor nuclear y  uranio empobrecido,
pero se teme que estas condiciones cambien rápidamente. 

El uranio empobrecido es un residuo obtenido de la producción del combustible


destinado a los reactores nucleares y las bombas atómicas. El material que se
utiliza en la industria civil y militar nuclear es el llamado isótopo de uranio U-
235. Como se encuentra en muy bajas proporciones en la naturaleza, el mineral
de uranio ha de ser enriquecido, es decir, ha de aumentarse industrialmente su
proporción de isótopo U-235. Este proceso produce gran cantidad de desechos
radiactivos del uranio llamado empobrecido.

Deshechos radioactivos
Desde 1977 la industria militar estadounidense utiliza uranio empobrecido para
revestir munición convencional  y partes de artillería, tanques y aviones. Ello
porque el uranio empobrecido tiene características que lo hacen muy atractivo
para la tecnología militar: es muy denso y pesado, de tal manera que los
proyectiles con cabeza de uranio empobrecido pueden perforar el acero
blindado de vehículos militares y edificios; en segundo lugar, se inflama al
alcanzar su objetivo, generando tanto calor que provoca su explosión.

La combustión del uranio empobrecido hace que arda y se oxide en un 70%,


volatilizándose en micro partículas altamente tóxicas y radiactivas. Éstas, al
ser tan pequeñas, pueden ser ingeridas o inhaladas tras quedar depositadas en
el suelo o al ser transportadas a kilómetros de distancia por el aire, los
alimentos y el agua. Depositados en los pulmones o los riñones, el uranio 238 y
los productos de su degradación (torio 234, protactinio y otros isótopos de
uranio) emiten radiaciones alfa y beta que provocan muerte celular y
mutaciones genéticas causantes de cáncer en los individuos expuestos, y de
anormalidades heredadas en sus descendientes, así como nuevas enfermedades
de difícil diagnóstico.

Desde 1991 (hasta 2008) cerca de 300 mil iraquíes han sufrido esta
contaminación. La leucemia tiene una tasa de aumento del 67% sobre
indicadores normales, además de otros tipos de cáncer, mientras se realizan
estadísticas acerca del número de niños que han nacido sin cabeza o con
hidrocefalia.

El efecto sobre seres humanos es el mismo en todas partes. En una comunidad


de veteranos de guerra de Mississippi, el 67% de los niños ha nacido con
malformaciones. Síntomas similares al de la Guerra del Golfo se han descrito
entre niños de la antigua Yugoslavia donde en 1996 la aviación norteamericana
usó bombas con uranio empobrecido.

La contaminación afecta también a Europa y EE.UU. desde que comenzó a


usarse en maniobras y en la industria civil en los años 70. Por su alta densidad,
este uranio ha sido empleado por industrias civiles. En la construcción de los
primeros 550 Boeing 747 se usó uranio empobrecido, que provocó la corrosión
en el 20% de estas unidades y una larga lista de accidentes. 
El MOX y el UF6

El uranio natural es enriquecido por oxidación en una mezcla denominada Mixed


Oxide, de sigla MOX, que se puede obtener del plutonio del armamento
nuclear. El accidente de Tokai-mura, en Japón, en septiembre de 1999, fue
provocado por una mala manipulación del combustible de uranio para reactores
que funcionaban con MOX, y después del accidente las multinacionales
europeas continuaron enviando este combustible en barcos. En Francia, la
planta de plutonio de Cadarache produce 40 toneladas anuales de MOX y se ha
solicitado su cierre por riesgo sísmico. Lo mismo ha ocurrido con plantas
situadas en Alemania, Holanda, Gran Bretaña y España.

Greenpeace ha denunciado que España ha estado enviando secretamente uranio


altamente enriquecido a EE.UU., elemento que no es sólo de origen español, sino
también sueco y japonés. La presencia de plutonio en este intercambio
demuestra, según Greenpeace, que en España se investiga también para
producir armas nucleares.

El MOX, el uranio enriquecido como combustible de centrales nucleares y


materia prima de armamento nuclear, produce residuos en forma de uranio
empobrecido. Estos residuos se conocen como UF6 y habitualmente es 
almacenado en bidones cilíndricos al aire libre. Se calcula que las compañías
productoras depositan unas 160 mil toneladas métricas de uranio empobrecido
en territorio europeo; en tanto la cifra llega en EE.UU. a más de 700 mil
toneladas de similares desechos.

Para evitar este peligroso almacenamiento, las estrategias en práctica son


varias. Por una parte, el uso en material militar y, por otra, la reconversión para
distribuirlo en múltiples productos de la industria civil, rebajando
químicamente su radioactividad. Una tercera alternativa es que el uranio
empobrecido puede ser "reprocesado" para obtener nuevo uranio enriquecido,
denominado REPU, también almacenado en cilindros al aire libre. Este
reprocesamiento se está haciendo en Rusia, Gran Bretaña, Francia, Holanda y
Alemania.

En cada una de las etapas de estos procesos, a lo largo y ancho del planeta,
existen márgenes y tareas para el crimen organizado, desde el transporte
clandestino de los desechos hasta la búsqueda de piezas y componentes para
construir nuevas plantas nucleares.

Algunos ejemplos

El 31 de marzo de 1990 fue encontrado muerto en su habitación del


desaparecido Hotel Carrera, en Santiago de Chile, el periodista británico
Jonathan Moyle. Era, además, agente del servicio secreto británico e
investigaba un supuesto tráfico de armas. Los peritajes policiales señalaron que
había fallecido en un extraño ritual onanista. No obstante, en Europa se habló
de un asesinato luego de que Moyle hubiera descubierto pistas que lo llevaban a
una oscura trama para procurarle a Irak unos diminutos artefactos llamados
kritones, imprescindibles para producir la detonación de una bomba nuclear. El
caso permanece aún en las tinieblas.

Jonathan Moyle

En diciembre de 2002, el coronel Mohamed Gadaffi, líder de Libia, admitió que


su país se había embarcado en un programa para desarrollar armas atómicas,
pero que deseaba desistir de él. Libia fue visitada por agentes de la Agencia
Internacional Atómica, incluyendo su propio director, Mohamed ElBaradei,
quien se mostró anonadado por “el enorme mercado negro existente, tanto para
la información nuclear, como para el comercio de equipos”.
A fines de los años 90’, el FBI acusó a Wen Ho Lee, un científico de origen
taiwanés, de haber robado secreto nucleares estadounidenses para
vendérselos a China, entre ellos el diseño de la ojiva nuclear más avanzada
hasta entonces, la W-88, diseñada para los misiles submarinos Trident.

Wen Hoo Lee

A comienzos de 2004, las autoridades de Pakistán informaron que el científico


Abdul Qadeer Khan, considerado el padre de la bomba nuclear desarrollada por
ese país, estaba siendo interrogado bajo la sospecha de haber entregado
secretos nucleares a Irán, Libia y Corea del Norte y dado instrucción en el
extranjero sobre cómo hacer armas nucleares.
Abdul Qaader Khan

La detención de científicos nucleares provocó reacciones de protesta. Masood


Khan, vocero del Ministerio de Relaciones Exteriores del gobierno paquistaní,
dijo que la investigación se está centrando en unos seis funcionarios detenidos,
entre los que se encuentra Khan. Según el portavoz, el gobierno piensa que
alguna de estas personas puede haber vendido secretos nucleares para
enriquecerse. Además, negó que el Estado paquistaní haya estado involucrado
en el tráfico de información nuclear. 

La noticia se da a conocer mientras Pakistán enfrenta acusaciones de haber


liberado conocimiento o medios para desarrollo nuclear a países como Irán,
Libia y Corea del Norte. 

En los meses siguientes se supo que en la trama urdida por Abdul Qadeer Khan
estaban involucrados empresas y personas de a los menos media docena de
países de Europa, Asia y Medio Oriente.

Y así, sucesivamente, los ejemplos se han reiterado hasta 2008, cuando la


justicia alemana acusó a unas 50 empresas germanas de haber entregado
ilegalmente, a través de Rusia, materiales secretos para la construcción del
reactor nuclear de Buschehr, en Irán.
Khadafi

Al sur del mundo

Mientras, en el Cono Sur de América también se observan movimientos para


adecuarse al nuevo “boom” de la energía nuclear. La Comisión Nacional de
Energía Atómica de Argentina, CNEA, alertó hace poco que las reservas de
uranio se agotarán en 17 años. Un grupo de diputados se opuso  a que empresas
extranjeras exploren zonas donde se ubican las reservas de ese mineral. Las
autoridades afirmaron, sin embargo, que las actuales dos centrales (Atucha I y
Embalse Río III), junto a la futura Atucha III, requerirán de 7.500 toneladas
de uranio para su vida útil y que el país tienen reservas suficientes para ello. En
tanto, cuatro empresas extranjeras pidieron permiso para prospectar uranio
en Córdoba, Mendoza, Chubut, Neuquén, La Rioja, Santa Cruz y Salta. Una de
ellas es la empresa canadiense Maple, que cateará en el mineral de Cerro Solo,
que podría tener un potencial parecido a la mina de Namibia, una de las más
grandes del mundo.

Algo similar ocurre en Paraguay, donde se reformó la ley minera y una misión
gubernamental viajó a Canadá para exponerle a los empresarios de ese rubro
las nuevas condiciones de explotación. El resultado fue inmediato: tres
empresas se instalaron en las tierras del Chaco en busca de uranio, pagando
derechos de prospección cercanos al millón de dólares mensual. Alexander
Hirtz, de la empresa canadiense Transandes Paraguay SA; y Guillermo Casado,
de Servicios Mineros SA, coincidieron en julio pasado en www.minera.cl que
pronto llegarán cerca de 50 empresas en busca de diversos minerales.

Perú, en tanto, ya está sumido en el mismo entusiasmo. En enero de 2008 se


anunció que la canadiense Vena Resources se asociará con Cameco Corp, la
mayor compañía de uranio en el mundo, para explorar en el sureste del país,
iniciativa similar a las canadienses Cardero Resources , Solex Resources ,
Frontier Pacific Mining, Wealth Minerals y Strathmore Minerals , que ya
buscan el codiciado metal en los territorios del centro y del norte.

Perú es el tercer productor mundial de cobre, de zinc y de estaño, primero de


plata, quinto de oro y cuarto de plomo y molibdeno. "Si el monstruo de la
minería de uranio está interesado en Perú es porque ve un buen potencial", dijo
a la agencia de noticias Reuters el presidente ejecutivo de Vena Resources,
Juan Segarra.

La compañía tiene en concesión miles de hectáreas de terreno en Macusani, en


la región andina de Puno, una de las zonas más ricas de recursos de uranio en
este país, según el estatal Instituto Peruano de Energía Nuclear (IPEN).

En 2005, el IPEN y Vena Resources firmaron un acuerdo, el primero de este


tipo en el país, para compartir un estudio que realizó la institución en la década
de 1980 y que detectó hasta 78 anomalías con uranio en Puno.

"Se estima que hay millones de libras de uranio en Puno y tenemos que
confirmar para desarrollar. Nuestra socia Cameco va invertir 10 millones de
dólares en la exploración", afirmó Segarra.

Según el IPEN, el potencial bajo el suelo de Puno asciende a unas 10 mil


toneladas métricas de uranio, un tercio de todo el potencial de este recurso
que tiene Perú, informó Reuter.

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