Moya 2017 America Latina - 2
Moya 2017 America Latina - 2
Moya 2017 America Latina - 2
América Latina
como categoría histórica
en una perspectiva global*
José C. Moya
13
JOSÉ C. MOYA
Desde varias perspectivas, América Latina como categoría parece ser de-
masiado amplia y diversa internamente para contener mucho significado.
¿Qué tienen en común La Española (una isla tropical en la que 95 por cien-
to de la población tiene raíces, al menos parcialmente, en África), Guate-
mala (una región montañosa donde una proporción similar de habitantes
son de ascendencia completa o casi completamente amerindia y cerca de la
mitad de ellos hablan idiomas indígenas) y Argentina (una región templada
más extensa que Europa Occidental, donde más de la mitad de la pobla-
ción es de origen europeo distinto del español)? En términos de desarrollo
histórico, economía y estructura social, ¿no son São Paulo y Buenos Aires
más similares a Nueva York y Toronto que a Lima o Salvador de Bahía?
¿No tienen más en común las pampas en términos geográficos, históricos,
sociales y económicos con las praderas de Estados Unidos y Canadá que
con el altiplano andino?
En este sentido, una tríada conceptual que una elementos geográficos,
etnohistóricos y socioeconómicos ofrece criterios más significativos para di-
vidir el hemisferio occidental que las categorías tradicionales de América
Latina y Norte- (o Anglo-) América. La primera categoría de la tríada con-
sistiría en las tierras altas occidentales del hemisferio, que étnicamente co-
rresponden con Indoamérica o Mestizoamérica; incluye lo que los
antropólogos han llamado la América nuclear: las concentraciones más den-
sas de población amerindia en tiempos precolombinos y, actualmente, en
Mesoamérica y el altiplano andino central. Demográfica y culturalmente,
14
América Latina como categoría histórica en una perspectiva global
estas dos regiones son las más indígenas en el centro y se vuelven más mes-
tizas en la medida que uno se mueve al norte o al sur. Esta región histórica
desarrolló una economía colonial y una composición social basadas en la
explotación del trabajo indígena, minas de plata, haciendas y pueblos de
indígenas dueños de tierras. Contenía las colonias más ricas del imperio
español, pero también formas de organización rígidamente corporativistas
y estructuras sociales enormemente desiguales que, en ocasiones han per-
sistido, tanto en formas obvias como veladas, hasta el presente. En México,
los tres estados con la población hablante de idiomas indígenas más grande
(Oaxaca, Chiapas y Guerrero) también tienen los índices más bajos de de-
sarrollo humano. Los niveles de pobreza de las poblaciones indígenas son
de 25 a 40 puntos más altos que los de las poblaciones no indígenas en
Guatemala, Ecuador, Perú y Bolivia.2
La segunda categoría geográfica y etnohistórica en el Nuevo Mundo
incluiría las tierras bajas costeras y corresponde a Afroamérica. Estas regio-
nes no estaban densamente pobladas en tiempos precolombinos, para em-
pezar, y tanto la conquista europea como las enfermedades del Viejo
Mundo diezmaron o aniquilaron a la población local. Su desarrollo histórico
estuvo basado en la importación de esclavos bantúes y de África Occidental
y en la producción de cultivos comerciales tropicales para su exportación a
Europa. Estos complejos agrícolas se desarrollaron, entonces, en tierras ba-
jas tropicales, islas pequeñas o cerca de la costa. Incluso en lugares tan pe-
queños como Puerto Rico, la distinción entre la ecología de un complejo
costero, que estuvo basado en la esclavitud y el comercio agrícola, por un
lado, y la de una tierra alta del interior, antes basada en la agricultura inde-
pendiente y en campesinos hispanos, por el otro, es aún visible. Más que
Indoamérica, Afroamérica trasciende las categorías tradicionales de Anglo-,
Hispano- y Lusoamérica, dado que incluye las Antillas Británicas, France-
sas, Españolas, Holandesas y Danesas, el noreste y áreas del centro de Bra-
sil; partes del sur de Estados Unidos, las costas caribeñas de Centro y
Sudamérica, y ciertas franjas costeras del Pacífico en Perú, Ecuador, Co-
lombia, Panamá y México.
2
G.H. Hall y H.A. Patrinos, “Latin America”, en G.H. Hall y H.A. Patrinos (eds.), Indigenous
Peoples, Poverty, and Development, Cambridge, Cambridge University Press, 2012, pp. 344-358.
15
JOSÉ C. MOYA
3
A. Dupuy, “French Merchant Capital and Slavery in Saint-Domingue”, Latin American Pers-
pectives, vol. 12, núm. 3, 1985, pp. 82-92, esp. pp. 91-92.
4
D. Eltis, “The Total Product of Barbados, 1664-1701”, The Journal of Economic History, vol.
55, núm. 2, 1995, p. 336.
16
América Latina como categoría histórica en una perspectiva global
sur presentan los niveles más altos de pobreza.5 El extremo este de Cuba,
donde históricamente se han encontrado las concentraciones más altas de
pobladores negros, se volvió la región más pobre del país, una situación que
medio siglo de políticas redistributivas socialistas no han podido cambiar.
En Colombia, los municipios con la mayor proporción de afrodescendien-
tes en los departamentos del Chocó, Nariño y Bolívar también muestran los
niveles de pobreza más altos.6 Esos niveles son de cinco a 16 veces más al-
tos en las provincias del noreste de Brasil que en las del sur del país. Los 15
condados de Estados Unidos con los porcentajes más altos de afroamerica-
nos están entre el 3 por ciento más pobre de los 3 194 condados del país.7
La historia no es un grillete inescapable y el buen gobierno puede cam-
biar fortunas. Esto ha sucedido, por ejemplo, en Barbados —una sociedad
con una historia profunda de esclavitud, cuyo índice de desarrollo humano
hoy se encuentra en el cuartil superior del mundo—. Sin embargo, la corre-
lación entre un pasado de riqueza producida mediante la esclavitud y un
presente de subdesarrollo socioeconómico es fuerte y observable a escalas
hemisférica, nacionales y locales.
La tercera región geográfica y etnohistórica del Nuevo Mundo incluye
las zonas templadas en las orillas del norte y sur del hemisferio, que corres-
ponden a Euroamérica. Esta zona comprende el norte de Estados Unidos,
Canadá y la franja templada que va desde São Paulo al sur de Argentina y
la mitad sureña de Chile. Sin metales preciosos ni trabajo indígena (la den-
sidad de población aquí era la más baja del hemisferio en tiempos
precolombinos)8 y sin tierras tropicales donde pudieran crecer los cultivos
5
Cálculo de datos de “perfiles provinciales” de la Oficina Nacional de Estadísticas (de la
República Dominicana), www.one.gob.do
6
G.J. Pérez, Dimensión espacial de la pobreza en Colombia, Cartagena, Centro de Estudios Eco-
nómicos Regionales, 2005.
7
J.C. Moya, “Migración africana y formación social en las Américas, 1500-2000”, Revista de
Indias, vol. LXXII, núm. 255, 2012, pp. 319-345.
8
Las poblaciones indígenas de las regiones que formaron Euroamérica experimentaron un
descenso menos severo durante el periodo colonial que las de América nuclear, precisamente
dada su baja densidad, dispersión espacial, contacto limitado con los europeos y el hecho de que
estos contactos ocurrieran a lo largo de siglos, en lugar de estar temporalmente concentrados. Sin
embargo, continuaron siendo relativamente pequeñas. Para mediados del siglo XIX las poblacio-
nes amerindias de Estados Unidos (400 000), Canadá (100 000), el sur de Brasil, Uruguay y el este
y sur de Argentina (80 000) eran, juntas, menores a un tercio de la población de Londres. J.C.
17
JOSÉ C. MOYA
comerciales que los mercados del Viejo Mundo demandaban, estas regio-
nes fueron páramos marginales durante la época colonial.
Esta situación cambió drásticamente a partir de una serie de revolucio-
nes socioeconómicas ocurridas en Europa durante el siglo XIX. La explo-
sión demográfica del Viejo Mundo creó un mercado inmenso para los
alimentos de zonas templadas del Nuevo Mundo que antes no existía y
proveyó de gran parte de la fuerza laboral que se dedicaría a esos cultivos.
La Revolución Industrial creó la demanda de otros productos de climas
templados del Nuevo Mundo —como las pieles, el sebo, la lana y la lina-
za— que no existía antes. Promovió también la urbanización en Europa, lo
cual incrementó aún más la demanda de alimentos americanos, puesto que
menos gente cultivaba ahora su propia comida. Proveyó, además, innova-
ciones en materia de transporte (especialmente trenes y barcos de vapor)
que hicieron posible el movimiento masivo de bienes y personas a través
del Atlántico y desde las planicies templadas del Nuevo Mundo. Las pra-
deras y las pampas, que antes de mediados del siglo XIX no habían sido más
que pastizales semivacíos, en el siglo XX se convirtieron en los mayores
productores de riqueza agropastoral que el mundo había visto.
Así, las colonias más pobres se volvieron en el siglo XIX los países más
ricos de las Américas y las regiones más ricas dentro de esos países. Para
principios del siglo XX, el PIB per cápita de Estados Unidos, Canadá, Argen-
tina, Uruguay y Chile era de dos a seis veces mayor que el promedio del
resto del hemisferio.9 El norte de Estados Unidos, el sur de Brasil y el este
de Argentina —las áreas menos desarrolladas de esos países antes del siglo
XIX— se volvieron las más ricas. El desarrollo tardío de Euroamérica mostró
Moya, “Immigration, Development, and Assimilation in the United States in a Global Perspecti-
ve, 1850-1930”, Studia Migracyjne, vol. 35, núm. 3, 2009.
9
Datos compilados por A. Maddison en Monitoring the World Economy, 1820-1992, París, Cen-
tro de Desarrollo de la OCDE, 1995, muestran que para 1900 Estados Unidos tenía el segundo PIB
per cápita más alto del mundo, después de Nueva Zelanda, y el más alto en el hemisferio occi-
dental. Una extrapolación de los datos de Maddison muestra que Uruguay era el segundo en las
Américas, con un PIB per cápita que alcanzaba 81 por ciento del de Estados Unidos. Argentina y
Canadá le seguían, con 68 por ciento, y luego Chile, con 54 por ciento. No existen datos compara-
bles para Cuba, un país cuyo PIB per cápita era mayor que el de Estados Unidos hasta la década de
1820. Las cifras de otros países latinoamericanos son de dos a cinco veces más bajas que las del
Cono Sur: México tenía 24 por ciento del PIB per cápita de Estados Unidos, Colombia 24 por
ciento, Venezuela 20 por ciento y Perú 17 por ciento.
18
América Latina como categoría histórica en una perspectiva global
ser una bendición en el largo plazo. Relativamente libre de las rígidas insti-
tuciones coloniales (desde una Iglesia fuerte hasta monopolios comerciales,
gremios, latifundios, ejidos y haciendas) y de estructuras sociales fuerte-
mente verticales, estas regiones no sólo se volvieron las más ricas en el he-
misferio, sino también las menos desiguales. Incluso puede decirse que
nacieron siendo “modernas” y que no formaban parte de una “modernidad
temprana”: eran capitalistas y liberales, en lugar de coloniales y mercanti-
listas. En la medida en que se desarrollaban, se estructuraban más y deja-
ban de ser sociedades de asentamientos nuevos, también se volvieron más
desiguales. Sin embargo, estas desigualdades no estaban tan arraigadas de-
bido a siglos de conquista y esclavitud como en otras partes y estas regiones
siguieron siendo las más equitativas del hemisferio occidental en términos
de distribución de recursos materiales, políticos y culturales.
La tríada conceptual presentada arriba ofrece un marco más adecuado
que la díada convencional Norte-Latinoamérica para explicar las diferen-
cias en la composición etnorracial y los niveles de desarrollo socioeconómi-
co en el hemisferio occidental. Después de todo, y a pesar de los supuestos
establecidos hace mucho de un norte rico y un sur pobre en el hemisferio
—supuestos reafirmados por la historiografía dedicada a “por qué América
Latina quedó rezagada”— el hecho es que la brecha de ingreso entre los
países más pobres y los más ricos en América Latina es tres veces más am-
plia que entre éstos y Estados Unidos.
Un Mundo Nuevo
19
JOSÉ C. MOYA
global de nuestra especie. El Homo sapiens llegó ahí entre treinta y setenta
mil años después que a otros continentes. En efecto, además de algunas
islas del Pacífico y regiones polares, las Américas fueron la última gran re-
gión del planeta que los humanos ocuparon.
Otra muestra de su condición de Nuevo Mundo y una característica
distintiva de América Latina es el hecho que hoy 67 por ciento de su po-
blación desciende de personas que llegaron después de 1492. Si se exclu-
yen los Andes centrales (Bolivia, Perú y Ecuador) y Mesoamérica
(Honduras, Guatemala y el área más al sur de México), esa cifra sube a 78
por ciento.10 En ningún lugar fuera de las Américas, Australia y Nueva Ze-
landa es tan nueva la población. En comparación con el 33 por ciento de la
población de América Latina cuyos antepasados ya estaban ahí hace qui-
nientos años, en el caso de África, Asia y Europa, esta cifra supera 94 por
ciento. Es difícil encontrar un contraste más directo y extremo entre los
“mundos” nuevo y viejo.
La tardía ocupación humana de las Américas da cuenta de muchas de
sus características demográficas alrededor de 1492. Puesto que habían te-
nido decenas de miles de años menos para reproducirse, la población era
significativamente menor, tanto en términos absolutos como relativos al
área, que en cualquier otro lugar. El número de personas por kilómetro
cuadrado era tres veces menor que en África, seis veces menor que en Asia
y ocho veces menor que en Europa.11 No sólo era menos densa, sino que
estaba menos esparcida que en Eurasia y África, con más de dos tercios
concentrados en la América nuclear (Mesoamérica y los Andes centrales),
un área que ocupa sólo 9 por ciento del hemisferio. La menor densidad y
propagación de la población se combinaron con las características de la
10
Las cifras de los orígenes continentales de la población de los países de América Latina se
calculó con datos seleccionados por L. Putterman y D.N. Weil para su artículo “Post-1500 Popu-
lation Flows and the Long-Run Determinants of Economic Growth and Inequality”, The Quar-
terly Journal of Economics, vol. 125, núm. 4, 2010, pp. 1627-1682, disponible en: www.brown.edu/
Departments/Economics/Faculty/Louis_Putterman/world%20migration%20matrix.htm Para la
composición racial de los estados mexicanos utilicé datos sobre lenguas indígenas obtenidos por
el Instituto Nacional de Estadística y Geografía e información genómica en I. Silva-Zolezz et.al.,
“Análisis de la diversidad genómica en las poblaciones mestizas mexicanas para desarrollar medi-
cina genómica en México”, 2009, disponible en: www.pnas.org /cgi/doi/10.1073/pnas.0903045106
11
Calculado con datos de G. Caselli, J. Vallin y G.J. Wunsch, Demography: Analysis and Synthe-
sis, Ámsterdam, Academic Press, 2006, vol. III, pp. 13, 34 y 42.
20
América Latina como categoría histórica en una perspectiva global
12
J.C. Moya, “L’Amérique ibérique dans l’histoire globale des migrations”, Revue d’histoire du
XIXe siècle, núm. 51, 2015, pp. 15-34.
21
JOSÉ C. MOYA
estas áreas y el resto del hemisferio y entre las Américas y el resto del mun-
do —incluyendo, con terribles consecuencias después de 1492, el ámbito
de las enfermedades.
La baja densidad de población fuera de la América nuclear, la aniquila-
ción de la población amerindia en las décadas posteriores a la conquista y
las ventajas militares y tecnológicas de los conquistadores ayudan a explicar
la segunda característica distintiva de América Latina: la repercusión ex-
traordinariamente profunda que los colonizadores posteriores a 1492 ten-
drían en comparación con los colonizadores de regiones más pobladas y
desarrolladas, como los españoles en Marruecos y Filipinas, los británicos
en India, los holandeses en Indonesia y los franceses en la Cochinchina.
22
América Latina como categoría histórica en una perspectiva global
23
JOSÉ C. MOYA
Iberización
Este colonialismo con colonización, es decir, con un nivel de asentamiento
significativo y suficientemente equilibrado en términos de género, permi-
tió la formación y reproducción de la cultura de los colonizadores con una
fuerza transformadora sin precedentes en la historia moderna del colonia-
lismo, fuera de las colonias inglesas de asentamiento. Esta historia compar-
tida de colonización ibérica es lo que hace que parte de América sea
“Latina”. Ciertamente Iberoamérica es una denominación más precisa
para la región que América Latina, un término controvertido que fue pro-
movido en primer lugar por los franceses durante su aventura imperial en
México en 1860 y que no se volvió común hasta el siglo XX.21
En el nivel más primario, el colonialismo ibérico transformó la ecología
física de las Américas a un grado desconocido en la historia del colonialismo
europeo en el mundo afroasiático e incluso del colonialismo árabe en el nor-
te de África. Estas transformaciones de la biota del hemisferio tuvieron con-
secuencias demográficas, económicas y sociales importantes. En el ámbito
microscópico, los patógenos importados aniquilaron a la población indígena
en una catástrofe demográfica de magnitud sin paralelo en el mundo, con la
posible excepción de la peste negra. Decenas de nuevas plantas y animales,
20
Para los porcentajes por género de distintas migraciones coloniales, véase J.C. Moya, “Ca-
nada and the Atlantic World…”, op. cit., pp. 34-35.
21
Aun en 1918, Aurelio M. Espinosa, un lingüista de la Universidad de Stanford, desestimaba
el término América Latina como “un intruso […] un nombre nuevo [que] no sólo es vago, carente
de significado e injusto, sino también, y aún más, no científico”. “The Term Latin America”,
Hispania, vol. 1, núm. 3, 1918, pp. 135-43. Tres años más tarde, el término América Latina fue
formalmente repudiado en el segundo Congreso Hispanoamericano de Historia y Geografía en
Sevilla, Hispania, vol. 4, núm. 4, 1921, p. 194.
24
América Latina como categoría histórica en una perspectiva global
25
JOSÉ C. MOYA
26
América Latina como categoría histórica en una perspectiva global
27
JOSÉ C. MOYA
pronto o antes y duraron más tiempo, pero su influencia de largo plazo fue
significativamente menor. Una explicación más importante es el subdesarro-
llo demográfico y económico de la América de la preconquista y la aniquila-
ción de su población indígena después del contacto que se discutió más
arriba. En efecto, esta aniquilación y la brecha en la tecnología y la cultura
material entre los ibéricos y los amerindios se parece más a la expansión de
los austronesios y bantúes de hace tres milenios en el Pacífico y la mitad sur
de África, respectivamente, a expensas de grupos con conocimientos limita-
dos de metales, sin animales de carga ni vehículos con ruedas y con poca in-
munidad a enfermedades externas, que a la expansión de los imperios árabes
y europeos en Eurasia y África, donde la brecha tecnológica y material entre
los conquistadores y los conquistados era considerablemente más angosta.
La otra explicación clave es el flujo relativamente denso y duradero de
personas que se asentaron, que además tenía un componente femenino im-
portante. En muchas regiones, los colonizadores ibéricos y sus descendien-
tes, además de los colonos europeos posteriores, terminaron por constituir la
mayoría. Esto es cierto incluso en zonas fuera de Euroamérica, como Antio-
quia y Caldas en Colombia, los Altos de Jalisco y otras áreas del norte de
México y las tierras altas centrales de Costa Rica y Puerto Rico, Mérida en
Venezuela y el occidente y centro de Cuba. Donde esto no sucedió, la po-
blación se hispanizó o lusitanizó mucho más de lo que las personas en colo-
nias en África o Asia se afrancesaron o britanizaron. Aun en los países menos
europeizados de la región —como Guatemala o Bolivia, por ejemplo— el
español y el cristianismo son casi universales, en un drástico contraste con la
situación en India, Indonesia, Indochina, Irak, Irán o Costa de Marfil (Côte
d’Ivoire) —por usar una sola letra en el alfabeto poscolonial.
Multirracialidad y desigualdad
Durante la mayor parte de la historia de nuestra especie, las personas per-
manecieron toda su vida dentro de un radio de menos de 100 kilómetros.25
Puesto que las diferencias fenotípicas humanas en esa área eran apenas
25
Los paleontólogos no han sido capaces de determinar un tamaño fijo para el ámbito espacial
de las personas del Paleolítico, pero la cifra de un radio de 100 km de hecho estaría entre los esti-
mados más altos. S.L. Kuhn et al., “The early Upper Paleolithic Occupations at Üçağızlı Cave,
28
América Latina como categoría histórica en una perspectiva global
Hatay, Turkey”, Journal of Human Evolution, vol. 56, núm. 2, 2009, pp. 87-113, encontró un radio
de aproximadamente 30 km donde aparecieron herramientas de piedra similares para un grupo
de hace aproximadamente 35 mil años. H.L. Dibble y P. Mellars (eds.), The Middle Paleolithic:
Adaptation, Behavior, and Variability, Filadelfia, University Museum, 1992, pp. 75, 100 y 103; y M.
Mussi, Earliest Italy: An Overview of the Italian Paleolithic and Mesolithic, Nueva York, Kluwer, 2002,
pp. 73, 141 y 354, también encontraron que la mayoría del material que los grupos paleolíticos
reunieron provenía de un área con un radio de 25 km y que en los raros casos en los que los indi-
viduos viajaban distancias más largas, éstas no eran mayores de 100 kilómetros.
26
F.M. Snowden, Blacks in Antiquity: Ethiopians in the Greco-Roman Experience, Cambridge,
Harvard University Press, 1970.
27
A. Saunders, A Social History of Black Slaves and Freedmen in Portugal, 1441-1555, Cambrid-
ge, Cambridge University Press, 1982.
29
JOSÉ C. MOYA
28
B. Lewis, en Race and Slavery in the Middle East: An Historical Enquiry, Nueva York, Oxford
University Press, 1990, sostiene que el Islam creó las primeras “civilización verdaderamente uni-
versal” y sociedad multirracial. Sin embargo, además de que esta afirmación sólo se sostiene si se
excluye a las Américas del universo, el mundo islámico no experimentó las migraciones transo-
ceánicas masivas que llevaron a personas de diferentes continentes al mismo lugar.
29
H. Wagatsuma, “The Social Perception of Skin Color in Japan”, Daedalus, vol. 96, núm. 2,
1967, pp. 407-443.
30
D.J. Wyatt, The Blacks of Premodern China, Filadelfia, University of Pennsylvania Press,
2010, pp. 17, 22-23, 89; B. Lewis, op. cit., p. 22.
30
América Latina como categoría histórica en una perspectiva global
31
D. Howard, “Colouring the Nation: Race and Ethnicity in the Dominican Republic”, tesis
doctoral, Universidad de Oxford, 1997, p. 5; H.L. Gates Jr., Black in Latin America, Nueva York:
New York University Press, 2011, pp. 223-47.
32
J.M. Fish, “What Brazilian Censuses tell us about Race?” Psychology Today, diponible en:
https://www.psychologytoday.com/blog/looking-in-the-cultural-mirror/201112/what-does-the-bra-
zilian-census-tell-us-about-race
31
JOSÉ C. MOYA
33
R.C. Davis, Christian Slaves, Muslim Masters: White Slavery in the Mediterranean, the Barbary
Coast and Italy, 1500-1800, Nueva York, Palgrave Macmillan, 2003.
34
S.R. Joshel, Slavery in the Roman World, Nueva York, Cambridge University Press, 2010, pp.
7-8, 56; U. Bosma y R. Raben, Being “Dutch” in the Indies: A History of Creolisation and Empire,
1500-1920, Singapur, Nus Press, 2008, pp. 46, 93-94.
35
A. Gallay (ed.), Indian Slavery in the Americas, Lincoln, University of Nebraska Press, 2009.
32
América Latina como categoría histórica en una perspectiva global
tro de sus fronteras fue Panamá, puesto que las autoridades estadouniden-
ses lo impusieron en la zona del canal controlada por Estados Unidos. Sin
embargo, tanto la esclavitud africana como los sistemas de trabajo de servi-
dumbre indígena continuaron existiendo mucho después del fin del colo-
nialismo ibérico.
Aunque las relaciones interraciales en América Latina hoy puedan ser
menos conflictivas y tensas que en Estados Unidos o Europa Occidental,
es posible que los niveles de desigualdad socioeconómica racial sean más
altos. Utilizando una comparación estadística, el historiador George Reid
Andrews encontró que los niveles de desigualdad racial de Brasil supera-
ban los de Estados Unidos en la década de 1980.36 Otro estudio que usa
datos de la distribución del ingreso encontró el mismo patrón para el siglo
XXI.37 Un libro reciente sobre raza y color en Brasil, Perú, Colombia y Méxi-
co se titula, sin rodeos, Pigmentocracies [Pigmentocracias], puesto que en-
contró que las desigualdades socioeconómicas basadas en el color de piel
eran aún más grandes que aquellas basadas en la autoidentificación racial.38
Sólo una mirada casual a los concursos de belleza en cualquier parte de
Afro- e Indo- América Latina dará evidencia clara de este colorismo en los
estándares hegemónicos de belleza. Independientemente de que los con-
cursos tengan lugar en Venezuela o Guatemala, el fenotipo de las ganado-
ras y, de hecho, de la mayoría de las competidoras sugeriría que están
sucediendo en algún país europeo (cuando pregunto a los estudiantes, la
respuesta más común es Italia). América Latina no es la región más des-
igual del mundo. Al menos desde la década de 1980, la África subsahariana
ha tenido el promedio más alto de coeficientes de Gini.39 Pero América
Latina es el segundo lugar por poco. Esto es resultado, en gran medida, de
una larga historia de multirracialidad enmarcada en estructuras de grandes
36
G.R. Andrews, “Racial Inequality in Brazil and the United States: A Statistical Compari-
son”, Journal of Social History, vol. 26, núm. 2, 1992, pp. 229-263.
37
C. Gradin, “Race and Income Distribution: Evidence from the US, Brazil and South Afri-
ca” , Society for the Study of Economic Inequality, ECINEQ, Documento de trabajo 179, agosto de
2010.
38
E. Telles, Pigmentocracies: Ethnicity, Race, and Color in Latin America, Chapel Hill, University
of North Carolina Press, 2014.
39
K. Deininger y L. Squire, “A New Data Set Measuring Income Inequality”, World Bank
Economic Review, vol. 10, 1996, pp. 565-591.
33
JOSÉ C. MOYA
34
América Latina como categoría histórica en una perspectiva global
42
S.A. Wurm, Atlas of the World’s Languages in Danger of Disappearing, París, UNESCO, 2001, pp.
47-48, 170.
43
W.F.H. Adelaar, The Languages of the Andes, Cambridge, Cambridge University Press, 2004,
p. 170.
35
JOSÉ C. MOYA
44
W.F.H. Adelaar, op. cit., pp. 49-62, 114-16, 175-76, 611-23.
36
América Latina como categoría histórica en una perspectiva global
37
JOSÉ C. MOYA
38
América Latina como categoría histórica en una perspectiva global
48
J.C. Moya, Cousins and Strangers: Spanish Immigrants in Buenos Aires, 1850-1930, Berkeley,
University of California Press, 1998, pp. 180-188.
39
JOSÉ C. MOYA
rica Latina poscolonial, encontró que, para estándares globales, lo que des-
taca sobre la región es “la ausencia general de matanzas organizadas” y la
rareza de guerras tanto civiles como internacionales.49 En el riguroso estu-
dio de R.J. Rummel sobre genocidios y masacres de Estado, los gobiernos
latinoamericanos son responsables de menos de uno porciento de los 169
millones de personas en el mundo que han muerto a manos de su gobierno
en el siglo XX.50 Incluso formas menos terribles de conflictos colectivos
étnicos intranacionales, regionales y sectarios son menos comunes en Amé-
rica Latina, no sólo en contraste con países más nuevos del mundo
afroasiático, sino también en comparación con Europa Occidental, la cuna
putativa y el sitio por excelencia de las comunidades nacionales maduras y
cohesivas. América Latina no tiene nada parecido a los movimientos sepa-
ratistas etnonacionalistas —y a menudo violentos— vasco, catalán, corso,
flamenco, norirlandés y escocés. Ningún país latinoamericano envía a cua-
tro “equipos nacionales” a la copa del mundo de futbol, como el Reino
(aparentemente no tan) Unido, y ninguno tiene un partido político separa-
tista que denigre al resto de la nación como la Lega Nord italiana. Sólo cli-
chés como “repúblicas bananeras” o “países emergentes” acumularon
prejuicios y ciertas suposiciones no sometidas a examen pueden sostener la
idea de que las naciones latinoamericanas son proyectos relativamente in-
completos en comparación con Europa Occidental.
40
América Latina como categoría histórica en una perspectiva global
51
A. Smith, The Wealth of Nations, Londres, Canaan, 1904 [1776], vol. II, p. 125.
52
Véase, por ejemplo, E.J. Hamilton, “American Treasure and the Rise of Capitalism, 1500-
1700”, Economica, 27, noviembre de 1929, pp. 338-357.
53
K. Pomeranz, The Great Divergence: Europe, China, and the Making of the Modern World, Prince-
ton, Princeton University Press, 2000, pp. 159-161 y capítulo 6; R. Von Glahn, Fountain of Fortu-
ne: Money and Monetary Policy in China, 1000-1700, Berkeley, University of California Press, 1996,
capítulo 4.
54
Véase K. Pomeranz, op. cit., capítulo 6, que otorga un papel prominente al intercambio co-
lombino en la producción de tal divergencia; y A.G. Frank, ReOrient: Global Economy in the Asian
Age, Berkeley, University of California Press, 1998, una respuesta asiacéntrica a recuentos euro-
céntricos de la economía mundial entre 1400 y 1800 que aminora la importancia de 1492 fuera del
mundo atlántico (pp. 328-330), pero termina argumentando que básicamente fueron la plata, los
recursos y los mercados de las Américas los que permitieron a las economías europeas ir al paso de
China e India hasta 1800 y luego rebasarlas, teniendo así un efecto catalítico más allá del Atlántico
(pp. 262-263, 277-285 y 344).
41
JOSÉ C. MOYA
55
J. Tutino, Making a New World: Founding Capitalism in the Bajío and Spanish North America,
Durham, Duke University Press, 2011.
56
E.E. Lampard, “Historical Contours of Contemporary Urban Society: A Comparative
View”, Journal of Contemporary History, vol. 4, núm. 3, 1969, pp. 3-25, sostiene que “incluso en
1800 sólo en Holanda y Gran Bretaña hasta una de cada cinco personas residían regularmente en
pueblos y ciudades” (p. 3). Sin embargo, calculando la población urbana de Cuba en 1792 de
forma conservadora, considerando a aquellas personas que vivían en ciudades de más de 10 mil
habitantes, con datos de R. Morse, “Trends and Patterns of Latin American Urbanization, 1750-
1920”, Comparative Studies in Society and History, vol. 16, núm. 4, 1974, p. 439, encontramos una
cifra de 30 por ciento. Las cifras comparables para 1800 que ofrece J. de Vries, European Urbani-
zation, 1500-1800, Cambridge, Harvard University Press, 1984, p. 39, son de 29 por ciento para
Holanda y 20 por ciento para Inglaterra y Gales.
57
A. Lopez-Denis, “Disease and Society in Colonial Cuba, 1790-1840”, tesis doctoral, Uni-
versidad de California, Los Ángeles, 2007, pp. 66-67.
42
América Latina como categoría histórica en una perspectiva global
43
JOSÉ C. MOYA
les más extensas. El primero surgió de las cenizas de los dominios ibéricos
en las Américas entre 1810 y 1824; el segundo, de las ruinas de los imperios
austrohúngaro, ruso y otomano después de la Primera Guerra Mundial; el
tercero siguió a la desintegración de imperios europeos de ultramar des-
pués de la Segunda Guerra Mundial, y el cuarto surgió en la década de
1990 del cadáver comunista de lo que ahora pocos recuerdan que solía ser
el “segundo mundo”.
Esto significa que América Latina atravesó un proceso que, para bien o
para mal, es la expresión por excelencia de la modernidad política más de
un siglo antes que todos excepto por una veintena de los más de 190 países
que controlan o afirman ser dueños de cada centímetro cuadrado del plane-
ta hoy. Lo que aún es noticia en muchos lugares del mundo (incluyendo
zonas de Europa) en el siglo XXI —movimientos separatistas, caudillismo
regional y la lucha por crear naciones-Estado coherentes— forma parte de
un periodo específico de la historia latinoamericana del siglo XIX. Esto otor-
ga a la historiografía de la región un elemento de unidad temática y tempo-
ral, puesto que, con excepción de Cuba y Puerto Rico, todos los países
atravesaron un proceso similar (incluso aquellos como Brasil y Chile, donde
la lucha fue menos pronunciada) más o menos en el mismo periodo.
Las conexiones de América Latina con la economía del mundo deca-
yeron en el periodo posterior a la independencia. Sin embargo, revivieron
con tal fuerza después de mediados del siglo que la región llegó a jugar un
rol tan importante en la segunda etapa de globalización y la paralela difu-
sión del capitalismo global-financiero (alrededor de 1870-1930) como el
que había jugado en la primera y la expansión del capitalismo que la acom-
pañó después de 1492. El comercio transatlántico durante ese periodo re-
basó, en volumen y valor, el de la era colonial.58 Las pieles, la lana y el lino
de las pampas, el hule del Amazonas y los minerales de Chile y México
impulsaron la Revolución Industrial del otro lado del océano. América La-
tina se volvió un mercado de gran importancia para la producción de esta
revolución y muchas de sus regiones más avanzadas fueron partícipes tem-
pranos del proceso mismo. La cantidad de llegadas de Europa multiplicó el
58
K.H. O’Rourke y J.G. Williamson, Globalization and History: The Evolution of a Nineteenth-
Century Atlantic Economy, Cambridge, MIT Press, 2001.
44
América Latina como categoría histórica en una perspectiva global
59
Los datos para el PIB per cápita provienen de series históricas construidas por el economista
A. Maddison, disponibles en www.ggdc.net/maddison
45
JOSÉ C. MOYA
46
América Latina como categoría histórica en una perspectiva global
47
JOSÉ C. MOYA
60
W. Lutz y R. Qiang, “Determinants of Human Population Growth”, Philosophical Transac-
tions: Biological Sciences, vol. 357, núm. 1425, 29 de septiembre de 2002, pp. 1197-1210; Population
and the World Bank: Adapting to Change, Washington, D.C., Banco Mundial, 2000, pp. 3, 6, 8; C.J.
L. Murray et. al., “Can we achieve Millennium Development Goal 4? New Analysis of Country
Trends and Forecasts of Under-5 Mortality to 2015”, The Lancet, vol. 370, núms. 22-28 de sep-
tiembre de 2007, pp. 1040-1055.
61
G. Gereffi, “Rethinking Development Theory: Insights from East Asia and Latin Ameri-
ca”, Sociological Forum, vol. 4, núm. 4, 1989, pp. 505-533.
62
R.A. Easterlin, “Why Isn’t the Whole World Developed”, The Journal of Economic History,
vol. 41, núm. 1, 1981, pp. 1-19 (cuadro en pp. 18-19); I. Molina y S. Palmer, “Popular Literacy in
a Tropical Democracy: Costa Rica, 1850-1950”, Past and Present, vol. 184, núm. 1, 2004, pp. 169-
207. Las reformas educativas del gobierno revolucionario mexicano aparentemente tuvieron un
efecto impresionante. Para 1930, el nivel de acceso a la educación primaria del país era 50 por
ciento mayor que el de la Unión Soviética y Yugoslavia, el triple del de Turquía y rebasaba el de
Italia. Para la repercusión de la Revolución Mexicana a escala local, véase S.A. Kowalewski y J.J.
Saindon, “The Spread of Literacy in a Latin American Peasant Society: Oaxaca, Mexico, 1890 to
1980”, Comparative Studies in Society and History, vol. 34, núm. 1, 1992, pp. 110-140.
48
América Latina como categoría histórica en una perspectiva global
63
A. Benavot y P. Riddle, “The Expansion of Primary Education, 1870-1940: Trends and
Issues”, Sociology of Education, vol. 61, núm. 3, 1988, pp. 191-210.
64
El nivel de alfabetización alrededor de 1900 variaba de manera considerable dentro de
América Latina. Sin embargo, incluso las tasas más bajas de la región (Honduras, 18%; Bolivia,
17%, y Guatemala, 13%) no eran notablemente inferiores a la de Portugal (25%) y Serbia (21%),
superaban la de Bosnia (12%) y eran el doble o triple de las tasas en India (6%), Egipto (5%) y
Turquía (5%). El hecho de que el nivel de alfabetización entre la población negra en Cuba en
1860 —es decir, 18 años antes de la abolición de la esclavitud— fuera más alta que la de la pobla-
ción general de los últimos tres países casi medio siglo después subraya la brecha en niveles
educativos entre América Latina y el mundo no occidental. Con datos de UNESCO, Progress of Li-
teracy in Various Countries, París, 1953, pp. 200-222 y C. Newland, “La educación elemental en
Hispanoamérica: Desde la independencia hasta la centralización de los sistemas educativos na-
cionales”, The Hispanic American Historical Review, vol. 71, núm. 2, 1991, p. 378.
65
Los niveles de alfabetización alrededor de 1910 eran de 35 por ciento en Rusia, 42 por cien-
to en Bulgaria, 50 por ciento en España y 62 por ciento en Italia. Los niveles más altos del mundo
se encontraban en Gran Bretaña, donde se había vuelto universal, entre los sudafricanos blancos
(97%), en Estados Unidos (92%), Canadá (89%) y Francia (87%). B.N. Mironov, “The Develop-
ment of Literacy in Russia and the USSR from the Tenth to the Twentieth Centuries”, History
of Education Quarterly, vol. 31, núm. 2, 1991, p. 240; G. Tortella, “Patterns of Economic Retarda-
tion and Recovery in South-Western Europe in the Nineteenth and Twentieth Centuries”, The
Economic History Review, New Series, vol. 47, núm. 1, 1994, p. 11; UNESCO, op. cit., pp. 200-222.
66
World Bank, Peril and Promise: Higher Education in Developing Countries, Washington,D.C.,
Banco Mundial, 2000, pp. 104-107. Los nueve países latinoamericanos con acceso universal a la
educación primaria en 1965 eran: Argentina, Uruguay, Brasil, Chile, Paraguay, Perú, Cuba, Costa
Rica y Panamá. Los seguían Venezuela (94%), México (92%), Ecuador (91%), República Domi-
nicana (87%), Colombia (84%), El Salvador (82%), Honduras (80%), Bolivia (73%), Nicaragua
(65%) y Guatemala (50%).
49
JOSÉ C. MOYA
67
World Bank, Peril and Promise…, op. cit., pp. 104-107.
68
S.E. Khoo, P.C. Smith y J.T. Fawcett, “Migration of Women to Cities: The Asian Situation
in Comparative Perspective”, International Migration Review, vol. 18, núm. 4, 1984, pp. 1247-1263.
69
J.C. Moya, “Domestic Service in a Global Perspective: Gender, Migration, and Ethnic Ni-
ches”, Journal of Ethnic and Migration Studies, vol. 33, núm. 4, 2007, pp. 559-579.
70
UNESCO, Global Education Digest 2007: Comparing Education Statistics Across the World, Mon-
treal, UNESCO Institute for Statistics, 2007, p. 132.
71
UNESCO, Global Education…, op. cit.; G.W. Rama y J.C. Tedesco, “Education and Develop-
ment in Latin America, 1950-1975”, International Review of Education, vol. 25, núms. 2-3, 1979,
pp. 187-211; K. Bradley y F.O. Ramírez, “World Polity and Gender Parity: Women’s Share of
Higher Education, 1965-1985”, Research in Sociology of Education and Socialization, núm. 11, 1996,
pp. 63-91.
50
América Latina como categoría histórica en una perspectiva global
habían otorgado en 1929 cuando Ecuador lo hizo, y otros nueve países lati-
noamericanos lo hicieron antes de que Francia le extendiera el voto a las
mujeres en 1945. Desde finales del siglo XX, Argentina, Cuba y Costa Rica
han estado, junto a los países escandinavos, entre los diez países con la ma-
yor proporción de mujeres en las legislaturas nacionales en el mundo. El
Informe Global de la Brecha de Género de 2008, del Foro Económico Mundial,
muestra que trece de los diecinueve países iberoamericanos superaron a
Estados Unidos y Canadá en un indicador compuesto de empoderamiento
político de las mujeres. Esto no sólo contradice el persistente estereotipo
norteamericano de América Latina como una región excepcionalmente pa-
triarcal, sino que también lo vuelve particularmente irónico.
¿Por qué una región que para el inicio del siglo XIX era el área más euro-
peizada del mundo, fuera de Europa misma y su colonia de asentamiento
en Norteamérica, y que seguiría teniendo paralelos históricos con Occiden-
te mucho más fuertes que con el resto del mundo en los dos siglos siguien-
tes sería categorizada consistentemente como no occidental? Parte de la
respuesta a este enigma yace en la definición temprana de América Latina
como el polo opuesto a Norteamérica. Durante el siglo XIX y buena parte
del XX, Estados Unidos definió el hemisferio sur en los términos dicotómi-
cos en los que describía el sur de su nación. El norte era moderno, capitalis-
ta, industrial, democrático y racional; el sur, tradicional o atrasado, feudal,
rural, autoritario y lleno de códigos de honor premodernos. Además del sur
hemisférico, se añadieron otras tres díadas: anglo-latino, protestante-católi-
co y blanco-mestizo. Algunas de estas dualidades aún eran prevalentes en
la teoría de la modernización y los estudios del desarrollo en general duran-
te las décadas de 1950 y 1960.
La mayoría de los académicos del siglo XXI descartarían estas dualidades
como ejemplos de orientalismo occidental (aunque “australismo” sería un
término más preciso, considerando que se refiere al sur y no al este) o los
deconstruirían como binarios derrideanos.72 Aun así, América Latina sigue
categorizándose como no occidental en varias disciplinas académicas. En
ciencia política normalmente se estudia en el campo de política comparada
72
R. de la Campa, “Latin, Latino, American: Split States and Global Imaginaries”, Compara-
tive Literature, vol. 53, núm. 4, 2001, p. 377, percibe en el término América Latina un esfuerzo
angloamericano por establecer otredad, una forma de orientalismo norteamericano.
51
JOSÉ C. MOYA
73
E. Dussel, en “Eurocentrism and Modernity”, Boundary, vol. 20, núm. 2, 1993, p. 65, hace
una breve mención de la marginación de España y Portugal en el discurso de la modernidad occi-
dental. J. Cañizares-Esguerra, en Puritan Conquistadors: Iberianizing the Atlantic, 1550-1700, Stan-
ford, Stanford University Press, 2006, ha confrontado estos supuestos, defendiendo con fuerza la
centralidad de la presencia ibérica en la formación no sólo de América Latina, sino del mundo
entero.
52
América Latina como categoría histórica en una perspectiva global
XIX, tanto como para aparecer en formas de entretenimiento musical como la ópera de Mozart
Cosi fan tutte de 1790 y la de Rossini Il viaggio a Reims de 1825.
53
JOSÉ C. MOYA
75
The New Economics Foundation, “The Happy Planet Index, 2009”, p. 3, diponible en:
www.happyplanetindex.org/public-data/files/happy-planet-index-2-0.pdf [consultado: 9 de no-
viembre de 2009].
76
P.B. Rich, Race and Empire in British Politics, Nueva York, Cambridge University Press,
1986.
77
R.F. Weston, Racism in U.S. Imperialism: The Influence of Racial Assumption on American Fo-
reign Policy, 1893-1946, Columbia, University of South Carolina Press, 1972; L. Briggs, Reprodu-
cing Empire: Race, Sex, Science, and U.S. Imperialism in Puerto Rico, Berkeley, University of Califor-
nia Press, 2002, y M.L. Krenn (ed.), Race and U.S. Foreign Policy in the Ages of Territorial and Market
Expansion, 1840-1900, Nueva York, Taylor & Francis, 1998, pp. 43-116; cuatro capítulos sobre la
anexión de Texas y la Guerra entre México y Estados Unidos, “Imperialismo y el anglosajón” en
pp. 208-240 y sobre Cuba y Puerto Rico, pp. 254-265.
54
América Latina como categoría histórica en una perspectiva global
por ejemplo, más de veinte libros en inglés sobre los yanomami en Brasil,
pero ni uno solo sobre inmigrantes portugueses, que son cuarenta veces más
numerosos, pero aparentemente no suficientemente “otros”. Los estudios
literarios y culturales angloeuropeos han tendido a enfatizar lo exótico y lo
mágico. Los trabajos literarios de esa clase tienen más posibilidades de ser
traducidos, lo que refuerza la asociación externa de la literatura latinoameri-
cana con lo mágico, en lugar de lo racional. Los politólogos han escrito cien-
tos de volúmenes sobre dictaduras, represión y revoluciones, pero pocos
sobre democracias, instituciones y política electoral. Los economistas e his-
toriadores económicos a menudo han enfatizado el subdesarrollo y la pobre-
za a tal punto que la historia de la región parece una de fracaso total.
La falta de perspectiva global ha causado tales distorsiones. En térmi-
nos de historia económica, América Latina casi nunca se sitúa en un con-
texto global, sino que se compara con Estados Unidos, como si un país que
contiene menos de 5 por ciento de la población mundial fuera una especie
de estándar universal. La historia política puede ser aun menos comparati-
va. El énfasis desproporcionado en las tiranías y la represión, sin referencia
externa alguna, ha opacado el hecho de que, en comparación con la mayo-
ría de las regiones del mundo, incluyendo a Europa Occidental, lo notorio
sobre América Latina es la ausencia general de guerras internacionales,
genocidios, holocaustos y matanzas organizadas por el Estado.
El punto aquí no es demostrar que Occidente es sólo un concepto capri-
choso. Como muchas otras categorías sociales extensas, incluyendo Améri-
ca Latina, es inconsistente, maleable y fluctuante, pero en última instancia
significativo. Tampoco ha sido la intención condenar estereotipos, que son,
por sí mismos, sólo mecanismos cognitivos. He intentado desenmascarar
sólo aquellos clichés que están particularmente divorciados de la evidencia
empírica y que distorsionan realidades históricas y sociales, para después
explicar porqué y cómo la hegemonía económica y política del norte de
Europa y de América durante los siglos XIX y XX produjo —en parte por
diseño y en parte por ignorancia— una historiografía y un discurso general
que excluyeron a América Latina de “Occidente” y de las narrativas de la
modernidad.
Esto ha tendido a ocultar el papel central que la región ha jugado en
este proceso. A diferencia del Viejo Mundo, América Latina, como catego-
55
JOSÉ C. MOYA
78
W.D. Mignolo, The Idea of Latin America, Oxford, Blackwell, 2005.
56
América Latina como categoría histórica en una perspectiva global
57
JOSÉ C. MOYA
58
América Latina como categoría histórica en una perspectiva global
59