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Moya 2017 America Latina - 2

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DOSSIER

América Latina
como categoría histórica
en una perspectiva global*
José C. Moya

¿EL TÉRMINO AMÉRICA LATINA CONSTITUYE UNA CATEGORÍA


HISTORIOGRÁFICA APROPIADA?

L os historiadores al sur del Río Bravo escriben historias locales y nacio-


nales, en lugar de hemisféricas. Con pocas excepciones, los brasileños
escriben sobre Brasil, los mexicanos sobre México y esto es aún más cierto
en el caso de los historiadores de países más pequeños. En conjunto, los
historiadores al norte del Río Bravo no limitan el objeto de su investigación
a un solo país. De hecho, puede decirse que los estudios latinoamericanos
son una creación angloamericana. Aun así, los estudios históricos en el nor-
te raramente abarcan el “sur” entero, excepto en los libros de texto. La
mayoría de las monografías y los ensayos históricos no tratan de América
Latina, sino de países específicos y, con mayor frecuencia, de regiones,
ciudades y pueblos específicos. ¿Puede, entonces, “América Latina” ofre-
cer más que un término impreciso, pero conveniente, para libros y mapas?
¿Es una categoría significativa de análisis histórico o, como algunos han
sugerido, una invención artificial y arbitraria?1
El presente ensayo aborda esta cuestión al discutir no sólo la “idea” de
América Latina, sino también al analizar las trayectorias históricas y los ras-
gos socioeconómicos, culturales y políticos que pueden debilitar o fortalecer
esta idea. En primer lugar, dilucida cómo distintos patrones de asentamien-

*Traducción del inglés de Agnes Mondragón Celis.


1
En M. Tenorio Trillo, Argucias de la historia: Siglo XIX, cultura y “América Latina”, México,
Paidós, 1999.

13
JOSÉ C. MOYA

to parecen haber producido una región demasiado desigual para que la


“idea” tuviera más que un significado retórico y cómo categorías distintas a
“Latina” ofrecen una mejor explicación de la formación histórica, la compo-
sición étnica y racial y el desarrollo socioeconómico de las distintas regiones
de las Américas. La segunda y más extensa sección en cierto sentido usa el
mundo para definir a América Latina. Identifica rasgos y patrones en el
asentamiento precolonial, el colonialismo, la formación racial y etnocultural
y la integración global que parecen ser característicos de América Latina en
comparación con el resto del mundo.

LAS LIMITACIONES DE AMÉRICA LATINA COMO CATEGORÍA HISTÓRICA

Desde varias perspectivas, América Latina como categoría parece ser de-
masiado amplia y diversa internamente para contener mucho significado.
¿Qué tienen en común La Española (una isla tropical en la que 95 por cien-
to de la población tiene raíces, al menos parcialmente, en África), Guate-
mala (una región montañosa donde una proporción similar de habitantes
son de ascendencia completa o casi completamente amerindia y cerca de la
mitad de ellos hablan idiomas indígenas) y Argentina (una región templada
más extensa que Europa Occidental, donde más de la mitad de la pobla-
ción es de origen europeo distinto del español)? En términos de desarrollo
histórico, economía y estructura social, ¿no son São Paulo y Buenos Aires
más similares a Nueva York y Toronto que a Lima o Salvador de Bahía?
¿No tienen más en común las pampas en términos geográficos, históricos,
sociales y económicos con las praderas de Estados Unidos y Canadá que
con el altiplano andino?
En este sentido, una tríada conceptual que una elementos geográficos,
etnohistóricos y socioeconómicos ofrece criterios más significativos para di-
vidir el hemisferio occidental que las categorías tradicionales de América
Latina y Norte- (o Anglo-) América. La primera categoría de la tríada con-
sistiría en las tierras altas occidentales del hemisferio, que étnicamente co-
rresponden con Indoamérica o Mestizoamérica; incluye lo que los
antropólogos han llamado la América nuclear: las concentraciones más den-
sas de población amerindia en tiempos precolombinos y, actualmente, en
Mesoamérica y el altiplano andino central. Demográfica y culturalmente,

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América Latina como categoría histórica en una perspectiva global

estas dos regiones son las más indígenas en el centro y se vuelven más mes-
tizas en la medida que uno se mueve al norte o al sur. Esta región histórica
desarrolló una economía colonial y una composición social basadas en la
explotación del trabajo indígena, minas de plata, haciendas y pueblos de
indígenas dueños de tierras. Contenía las colonias más ricas del imperio
español, pero también formas de organización rígidamente corporativistas
y estructuras sociales enormemente desiguales que, en ocasiones han per-
sistido, tanto en formas obvias como veladas, hasta el presente. En México,
los tres estados con la población hablante de idiomas indígenas más grande
(Oaxaca, Chiapas y Guerrero) también tienen los índices más bajos de de-
sarrollo humano. Los niveles de pobreza de las poblaciones indígenas son
de 25 a 40 puntos más altos que los de las poblaciones no indígenas en
Guatemala, Ecuador, Perú y Bolivia.2
La segunda categoría geográfica y etnohistórica en el Nuevo Mundo
incluiría las tierras bajas costeras y corresponde a Afroamérica. Estas regio-
nes no estaban densamente pobladas en tiempos precolombinos, para em-
pezar, y tanto la conquista europea como las enfermedades del Viejo
Mundo diezmaron o aniquilaron a la población local. Su desarrollo histórico
estuvo basado en la importación de esclavos bantúes y de África Occidental
y en la producción de cultivos comerciales tropicales para su exportación a
Europa. Estos complejos agrícolas se desarrollaron, entonces, en tierras ba-
jas tropicales, islas pequeñas o cerca de la costa. Incluso en lugares tan pe-
queños como Puerto Rico, la distinción entre la ecología de un complejo
costero, que estuvo basado en la esclavitud y el comercio agrícola, por un
lado, y la de una tierra alta del interior, antes basada en la agricultura inde-
pendiente y en campesinos hispanos, por el otro, es aún visible. Más que
Indoamérica, Afroamérica trasciende las categorías tradicionales de Anglo-,
Hispano- y Lusoamérica, dado que incluye las Antillas Británicas, France-
sas, Españolas, Holandesas y Danesas, el noreste y áreas del centro de Bra-
sil; partes del sur de Estados Unidos, las costas caribeñas de Centro y
Sudamérica, y ciertas franjas costeras del Pacífico en Perú, Ecuador, Co-
lombia, Panamá y México.

2
G.H. Hall y H.A. Patrinos, “Latin America”, en G.H. Hall y H.A. Patrinos (eds.), Indigenous
Peoples, Poverty, and Development, Cambridge, Cambridge University Press, 2012, pp. 344-358.

15
JOSÉ C. MOYA

Estas regiones comparten con Indoamérica un rico pasado colonial. San-


to Domingo fue probablemente el lugar más rico del mundo en las décadas
anteriores a la Revolución Haitiana de 1791 y valía para los franceses mu-
cho más que las inmensas extensiones de Quebec o Luisiana.3 Barbados
producía más dinero para los británicos que las trece colonias del continen-
te juntas.4 El sur de Estados Unidos era más rico que el norte incluso a
principios del siglo XIX y también lo era el noreste de Brasil, en compara-
ción con el sur. Sin embargo, la desigualdad social probablemente era ma-
yor que la de Indoamérica.
Santo Domingo puede haber sido el lugar más rico de la tierra en rela-
ción con su territorio, pero nueve décimos de sus habitantes eran esclavos.
La población rural de Afroamérica carecía de la seguridad económica y so-
cial básicas que los pueblos indígenas y la tenencia comunal de la tierra
ofrecían en Indoamérica. La eficiencia y riqueza de aquellas sociedades
agrícolas estaba basada en tales niveles de explotación y verticalidad en sus
estructuras sociales que se volvieron insostenibles en el largo plazo y deja-
ron cimientos frágiles para la construcción de Estados-nación y economías
capitalistas no mercantilistas.
En consecuencia, la relación entre la esclavitud y la riqueza, tan palpa-
ble en el periodo colonial, comenzó a invertirse a mediados del siglo XIX y
para el siguiente siglo la proporción de afrodescendientes en la población
de una región se había vuelto un indicador de empobrecimiento, en lugar
de abundancia. El rico Santo Domingo se volvió el país más pobre en el
hemisferio occidental y uno de los más pobres del mundo, y ocupa hoy el
lugar 172 entre los 194 Estados del mundo. La República Dominicana, la
parte más pobre de La Española en el pasado colonial, dada su escasez de
haciendas, ahora goza de un producto interno bruto (PIB) ocho veces más
alto que su vecino Haití, una brecha del doble de tamaño de aquella entre
Alemania y la República Dominicana. En este país, las provincias con las
mayores concentraciones de población afrodescendiente en la frontera y el

3
A. Dupuy, “French Merchant Capital and Slavery in Saint-Domingue”, Latin American Pers-
pectives, vol. 12, núm. 3, 1985, pp. 82-92, esp. pp. 91-92.
4
D. Eltis, “The Total Product of Barbados, 1664-1701”, The Journal of Economic History, vol.
55, núm. 2, 1995, p. 336.

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América Latina como categoría histórica en una perspectiva global

sur presentan los niveles más altos de pobreza.5 El extremo este de Cuba,
donde históricamente se han encontrado las concentraciones más altas de
pobladores negros, se volvió la región más pobre del país, una situación que
medio siglo de políticas redistributivas socialistas no han podido cambiar.
En Colombia, los municipios con la mayor proporción de afrodescendien-
tes en los departamentos del Chocó, Nariño y Bolívar también muestran los
niveles de pobreza más altos.6 Esos niveles son de cinco a 16 veces más al-
tos en las provincias del noreste de Brasil que en las del sur del país. Los 15
condados de Estados Unidos con los porcentajes más altos de afroamerica-
nos están entre el 3 por ciento más pobre de los 3 194 condados del país.7
La historia no es un grillete inescapable y el buen gobierno puede cam-
biar fortunas. Esto ha sucedido, por ejemplo, en Barbados —una sociedad
con una historia profunda de esclavitud, cuyo índice de desarrollo humano
hoy se encuentra en el cuartil superior del mundo—. Sin embargo, la corre-
lación entre un pasado de riqueza producida mediante la esclavitud y un
presente de subdesarrollo socioeconómico es fuerte y observable a escalas
hemisférica, nacionales y locales.
La tercera región geográfica y etnohistórica del Nuevo Mundo incluye
las zonas templadas en las orillas del norte y sur del hemisferio, que corres-
ponden a Euroamérica. Esta zona comprende el norte de Estados Unidos,
Canadá y la franja templada que va desde São Paulo al sur de Argentina y
la mitad sureña de Chile. Sin metales preciosos ni trabajo indígena (la den-
sidad de población aquí era la más baja del hemisferio en tiempos
precolombinos)8 y sin tierras tropicales donde pudieran crecer los cultivos

5
Cálculo de datos de “perfiles provinciales” de la Oficina Nacional de Estadísticas (de la
República Dominicana), www.one.gob.do
6
G.J. Pérez, Dimensión espacial de la pobreza en Colombia, Cartagena, Centro de Estudios Eco-
nómicos Regionales, 2005.
7
J.C. Moya, “Migración africana y formación social en las Américas, 1500-2000”, Revista de
Indias, vol. LXXII, núm. 255, 2012, pp. 319-345.
8
Las poblaciones indígenas de las regiones que formaron Euroamérica experimentaron un
descenso menos severo durante el periodo colonial que las de América nuclear, precisamente
dada su baja densidad, dispersión espacial, contacto limitado con los europeos y el hecho de que
estos contactos ocurrieran a lo largo de siglos, en lugar de estar temporalmente concentrados. Sin
embargo, continuaron siendo relativamente pequeñas. Para mediados del siglo XIX las poblacio-
nes amerindias de Estados Unidos (400 000), Canadá (100 000), el sur de Brasil, Uruguay y el este
y sur de Argentina (80 000) eran, juntas, menores a un tercio de la población de Londres. J.C.

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JOSÉ C. MOYA

comerciales que los mercados del Viejo Mundo demandaban, estas regio-
nes fueron páramos marginales durante la época colonial.
Esta situación cambió drásticamente a partir de una serie de revolucio-
nes socioeconómicas ocurridas en Europa durante el siglo XIX. La explo-
sión demográfica del Viejo Mundo creó un mercado inmenso para los
alimentos de zonas templadas del Nuevo Mundo que antes no existía y
proveyó de gran parte de la fuerza laboral que se dedicaría a esos cultivos.
La Revolución Industrial creó la demanda de otros productos de climas
templados del Nuevo Mundo —como las pieles, el sebo, la lana y la lina-
za— que no existía antes. Promovió también la urbanización en Europa, lo
cual incrementó aún más la demanda de alimentos americanos, puesto que
menos gente cultivaba ahora su propia comida. Proveyó, además, innova-
ciones en materia de transporte (especialmente trenes y barcos de vapor)
que hicieron posible el movimiento masivo de bienes y personas a través
del Atlántico y desde las planicies templadas del Nuevo Mundo. Las pra-
deras y las pampas, que antes de mediados del siglo XIX no habían sido más
que pastizales semivacíos, en el siglo XX se convirtieron en los mayores
productores de riqueza agropastoral que el mundo había visto.
Así, las colonias más pobres se volvieron en el siglo XIX los países más
ricos de las Américas y las regiones más ricas dentro de esos países. Para
principios del siglo XX, el PIB per cápita de Estados Unidos, Canadá, Argen-
tina, Uruguay y Chile era de dos a seis veces mayor que el promedio del
resto del hemisferio.9 El norte de Estados Unidos, el sur de Brasil y el este
de Argentina —las áreas menos desarrolladas de esos países antes del siglo
XIX— se volvieron las más ricas. El desarrollo tardío de Euroamérica mostró

Moya, “Immigration, Development, and Assimilation in the United States in a Global Perspecti-
ve, 1850-1930”, Studia Migracyjne, vol. 35, núm. 3, 2009.
9
Datos compilados por A. Maddison en Monitoring the World Economy, 1820-1992, París, Cen-
tro de Desarrollo de la OCDE, 1995, muestran que para 1900 Estados Unidos tenía el segundo PIB
per cápita más alto del mundo, después de Nueva Zelanda, y el más alto en el hemisferio occi-
dental. Una extrapolación de los datos de Maddison muestra que Uruguay era el segundo en las
Américas, con un PIB per cápita que alcanzaba 81 por ciento del de Estados Unidos. Argentina y
Canadá le seguían, con 68 por ciento, y luego Chile, con 54 por ciento. No existen datos compara-
bles para Cuba, un país cuyo PIB per cápita era mayor que el de Estados Unidos hasta la década de
1820. Las cifras de otros países latinoamericanos son de dos a cinco veces más bajas que las del
Cono Sur: México tenía 24 por ciento del PIB per cápita de Estados Unidos, Colombia 24 por
ciento, Venezuela 20 por ciento y Perú 17 por ciento.

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América Latina como categoría histórica en una perspectiva global

ser una bendición en el largo plazo. Relativamente libre de las rígidas insti-
tuciones coloniales (desde una Iglesia fuerte hasta monopolios comerciales,
gremios, latifundios, ejidos y haciendas) y de estructuras sociales fuerte-
mente verticales, estas regiones no sólo se volvieron las más ricas en el he-
misferio, sino también las menos desiguales. Incluso puede decirse que
nacieron siendo “modernas” y que no formaban parte de una “modernidad
temprana”: eran capitalistas y liberales, en lugar de coloniales y mercanti-
listas. En la medida en que se desarrollaban, se estructuraban más y deja-
ban de ser sociedades de asentamientos nuevos, también se volvieron más
desiguales. Sin embargo, estas desigualdades no estaban tan arraigadas de-
bido a siglos de conquista y esclavitud como en otras partes y estas regiones
siguieron siendo las más equitativas del hemisferio occidental en términos
de distribución de recursos materiales, políticos y culturales.
La tríada conceptual presentada arriba ofrece un marco más adecuado
que la díada convencional Norte-Latinoamérica para explicar las diferen-
cias en la composición etnorracial y los niveles de desarrollo socioeconómi-
co en el hemisferio occidental. Después de todo, y a pesar de los supuestos
establecidos hace mucho de un norte rico y un sur pobre en el hemisferio
—supuestos reafirmados por la historiografía dedicada a “por qué América
Latina quedó rezagada”— el hecho es que la brecha de ingreso entre los
países más pobres y los más ricos en América Latina es tres veces más am-
plia que entre éstos y Estados Unidos.

LAS CARACTERÍSTICAS DISTINTIVAS DE AMÉRICA LATINA

Un Mundo Nuevo

Además de su diversidad interna, América Latina comparte un conjunto de


rasgos que la distinguen, en diferentes medidas, del resto del mundo. Su
condición de Nuevo Mundo es una de las más tempranas. El término es,
por definición, eurocéntrico y está relacionado con la noción de “descubri-
miento”, aunque, después de todo, esta parte del mundo no es geológica-
mente más nueva que ninguna otra. Aún desconocido para los primeros
europeos que usaron el término, mundus novus de hecho expresa de manera
bastante precisa la posición de las Américas en la historia de la difusión

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JOSÉ C. MOYA

global de nuestra especie. El Homo sapiens llegó ahí entre treinta y setenta
mil años después que a otros continentes. En efecto, además de algunas
islas del Pacífico y regiones polares, las Américas fueron la última gran re-
gión del planeta que los humanos ocuparon.
Otra muestra de su condición de Nuevo Mundo y una característica
distintiva de América Latina es el hecho que hoy 67 por ciento de su po-
blación desciende de personas que llegaron después de 1492. Si se exclu-
yen los Andes centrales (Bolivia, Perú y Ecuador) y Mesoamérica
(Honduras, Guatemala y el área más al sur de México), esa cifra sube a 78
por ciento.10 En ningún lugar fuera de las Américas, Australia y Nueva Ze-
landa es tan nueva la población. En comparación con el 33 por ciento de la
población de América Latina cuyos antepasados ya estaban ahí hace qui-
nientos años, en el caso de África, Asia y Europa, esta cifra supera 94 por
ciento. Es difícil encontrar un contraste más directo y extremo entre los
“mundos” nuevo y viejo.
La tardía ocupación humana de las Américas da cuenta de muchas de
sus características demográficas alrededor de 1492. Puesto que habían te-
nido decenas de miles de años menos para reproducirse, la población era
significativamente menor, tanto en términos absolutos como relativos al
área, que en cualquier otro lugar. El número de personas por kilómetro
cuadrado era tres veces menor que en África, seis veces menor que en Asia
y ocho veces menor que en Europa.11 No sólo era menos densa, sino que
estaba menos esparcida que en Eurasia y África, con más de dos tercios
concentrados en la América nuclear (Mesoamérica y los Andes centrales),
un área que ocupa sólo 9 por ciento del hemisferio. La menor densidad y
propagación de la población se combinaron con las características de la
10
Las cifras de los orígenes continentales de la población de los países de América Latina se
calculó con datos seleccionados por L. Putterman y D.N. Weil para su artículo “Post-1500 Popu-
lation Flows and the Long-Run Determinants of Economic Growth and Inequality”, The Quar-
terly Journal of Economics, vol. 125, núm. 4, 2010, pp. 1627-1682, disponible en: www.brown.edu/
Departments/Economics/Faculty/Louis_Putterman/world%20migration%20matrix.htm Para la
composición racial de los estados mexicanos utilicé datos sobre lenguas indígenas obtenidos por
el Instituto Nacional de Estadística y Geografía e información genómica en I. Silva-Zolezz et.al.,
“Análisis de la diversidad genómica en las poblaciones mestizas mexicanas para desarrollar medi-
cina genómica en México”, 2009, disponible en: www.pnas.org /cgi/doi/10.1073/pnas.0903045106
11
Calculado con datos de G. Caselli, J. Vallin y G.J. Wunsch, Demography: Analysis and Synthe-
sis, Ámsterdam, Academic Press, 2006, vol. III, pp. 13, 34 y 42.

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América Latina como categoría histórica en una perspectiva global

geografía para disuadir la movilidad y conectividad internas. La forma alar-


gada del hemisferio occidental, a lo largo de un eje norte-sur (en compara-
ción con el eje este-oeste de Eurasia) produce un mayor cambio climático
y obstaculizó la difusión de plantas y animales domesticados. Las cadenas
montañosas que atraviesan el lado occidental de las Américas, de Alaska a
Chile, los desiertos que van de Nevada a Chihuahua y de Atacama a la
Patagonia, la selva del Darién en el Istmo de Panamá y partes de la Ama-
zonía añadieron impedimentos al movimiento de las personas y su cultura
material.12
El contraste en el nivel de conectividad y difusión entre el Nuevo y el
Viejo Mundo es notable. Las papas, la quínoa, las llamas, los conejillos de
Indias, el bronce, los puentes de cuerdas y el quipu (una técnica para contar)
se domesticaron o desarrollaron en los Andes centrales, pero no se difundie-
ron a Mesoamérica o a cualquier otra parte de la América precolombina. De
manera similar, los jitomates, los pavos, la escritura y el concepto del cero se
domesticaron o desarrollaron en Mesoamérica y permanecieron ahí. Por otro
lado, el trigo, la cebada, las lentejas, la linaza, el ganado, los caballos, las ove-
jas, las cabras, los gatos, las abejas melíferas, el bronce, el hierro, el alfabeto
y los números arábigos se domesticaron o desarrollaron en el Medio Orien-
te y se difundieron a lo largo y ancho de Eurasia. En efecto, de todas las
ventajas tecnológicas y materiales que explican porqué los españoles fue-
ron capaces de llegar y conquistar a los amerindios y no al revés (carabelas
que pudieran navegar contra el viento, la brújula, el astrolabio, la cartogra-
fía, la imprenta, el acero, las armas de fuego, los caballos y otros animales
domesticados, además de la inmunidad a la viruela), ninguna se había do-
mesticado ni desarrollado en España.
Las brechas más amplias en términos de desarrollo tecnológico dentro
del Nuevo Mundo —donde culturas de la Edad de Bronce en la América
nuclear colindaban con grupos paleolíticos— y entre las Américas y Eurasia
fueron el resultado de esas diferencias en el nivel de movilidad, contactos
y conectividad. Había contacto limitado o nulo entre Sudamérica y Nortea-
mérica, entre las dos áreas de cultura compleja en la América nuclear, entre

12
J.C. Moya, “L’Amérique ibérique dans l’histoire globale des migrations”, Revue d’histoire du
XIXe siècle, núm. 51, 2015, pp. 15-34.

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JOSÉ C. MOYA

estas áreas y el resto del hemisferio y entre las Américas y el resto del mun-
do —incluyendo, con terribles consecuencias después de 1492, el ámbito
de las enfermedades.
La baja densidad de población fuera de la América nuclear, la aniquila-
ción de la población amerindia en las décadas posteriores a la conquista y
las ventajas militares y tecnológicas de los conquistadores ayudan a explicar
la segunda característica distintiva de América Latina: la repercusión ex-
traordinariamente profunda que los colonizadores posteriores a 1492 ten-
drían en comparación con los colonizadores de regiones más pobladas y
desarrolladas, como los españoles en Marruecos y Filipinas, los británicos
en India, los holandeses en Indonesia y los franceses en la Cochinchina.

Colonialismo con colonización


La capacidad transformadora del colonialismo en América Latina reflejó no
sólo las características distintivas del Nuevo Mundo de la preconquista,
sino también los rasgos específicos de la colonización ibérica en la América
hispánica y Brasil. Una de esas características fue la migración en masa. La
riqueza y las oportunidades generadas por la plata en los virreinatos de la
Nueva España y Perú y por un boom de oro y diamantes en el Brasil del si-
glo XVIII atrajeron a cientos de miles de inmigrantes. Además, los metales
preciosos promovieron el crecimiento económico y ofrecieron oportunida-
des no sólo en las minas, sino también en las rutas comerciales. El oro de
Minas Gerais generó una edad de oro económica a lo largo de las costas de
Brasil, además de olas de migración portuguesa. El transporte de plata de
México a España convirtió a La Habana en un gran centro comercial y un
imán para los españoles. La exportación de plata peruana por el Río de la
Plata en la segunda mitad del siglo XVIII provocó que el PIB argentino y las
tasas de inmigración crecieran a niveles superiores a los de México o Perú.
Las corrientes migratorias libres y espontáneas que estos factores provo-
caron eran raras fuera de Iberoamérica antes de 1800. En otras partes, los
poderes imperiales lucharon por persuadir a sus sujetos a mudarse a las
colonias y terminaron por depender de varias formas de migración forzada
o semivoluntaria. Más de tres cuartas partes de los 600 mil británicos que
llegaron al Nuevo Mundo antes de 1780 lo hicieron como trabajadores no

22
América Latina como categoría histórica en una perspectiva global

remunerados, obligados por contratos, y más de 54 mil llegaron como con-


victos. Antes de 1800 sólo había unos cuantos miles de británicos en la In-
dia que no fueran soldados.13 Las autoridades francesas dependían de
trabajadores no remunerados (engagés) y prisioneros para mantener una pre-
sencia europea en las Antillas.14 Reclutaron a engagés, soldados y a mujeres
de orfanatorios y asilos (las llamadas filles du roi) para que se establecieran
en Quebec y Luisiana.15 Los holandeses tuvieron que depender de los ma-
rineros de las Compañías de las Indias Orientales y Occidentales (la mitad
de los cuales no eran holandeses), de soldados, trabajadores no remunera-
dos, huérfanos y extranjeros para que se asentaran en sus colonias.16 Los
portugueses también debieron exportar a huérfanos, prostitutas reformadas
y convictos para poblar sus colonias fuera de América17 y la Corona españo-
la usó fuerza de trabajo convicta para que se estableciera en sus puestos en
África y envió a la fuerza a miles de vagabundos, prisioneros, desertores y
soldados mexicanos a las Filipinas.18
En contraste, cuando poblaron las Américas, España y Portugal no sólo
no tuvieron que recurrir a trabajadores no remunerados, convictos o extran-
jeros, sino que la oferta de emigrantes dispuestos era tan alta que debían
restringir, en vez de promover, las salidas.19 A pesar de estas restricciones,
13
A. Games, “Migration”, en D. Armitage y M.J. Braddick (eds.), The British Atlantic World,
1500-1800, Nueva York, Palgrave Macmillan, 2002, pp. 36-38.
14
G. Debien, “Les engagés pour les Antilles, 1634-1715”, Revue d’Histoire des Colonies, 38,
1951.
15
J.C. Moya, “Canada and the Atlantic World: Migration from a Hemispheric Perspective,
1500-1800”, en B. Bryce y A. Freund (eds.), Entangling Migration History: Borderlands and Transna-
tionalism in the United States and Canada, Gainesville, University Press of Florida, 2015, pp. 14-46.
16
F. Ribeiro da Silva, Dutch and Portuguese in Western Africa: Empires, Merchants and the Atlantic
System, 1580-1674, Leiden, Brill, 2011, pp. 97-118.
17
T. Coates, Convicts and Orphans. Forced and State-Sponsored Colonizers in the Portuguese Empi-
re, 1550-1755, Stanford, Stanford University Press, 2001 y Convict Labor in the Portuguese Empire,
1740-1932: Redefining the Empire, Leiden, Brill, 2014.
18
R. Pike, Penal Servitude in Early Modern Spain, Madison, University of Wisconsin Press,
1983; E.M. Mehl, Forced Migration in the Spanish Pacific World: From Mexico to the Philippines, 1765-
1811, Nueva York, Cambridge University Press, 2016.
19
B.H.S. Van Bath, “The absence of White Contract Labor in Spanish America during the
Colonial Period”, en P.C. Emer (ed.), Colonialism and Migration: Indenture Labor before and after
Slavery, Dordrecht, Nijhoff, 1986, pp. 19-31. Los portugueses sí usaron a convictos para que se
asentaran en las inhóspitas regiones fronterizas de Pará y Maranhão, pero en números limitados
(menos de 850 en un periodo de setenta años, comparado con los 54 mil convictos británicos en-
viados a Estados Unidos durante un lapso similar). T. Coates, op. cit., pp. 22-25.

23
JOSÉ C. MOYA

alrededor de 900 mil españoles y 700 mil portugueses se marcharon al Nue-


vo Mundo durante el periodo colonial. Además, la idea común de que eran
hombres solteros, a diferencia de la migración de familias a la Norteamérica
británica, está basada en estereotipos sobre los conquistadores y los casos
excepcionales de los puritanos de Nueva Inglaterra y los cuáqueros de Pen-
silvania. En realidad, la proporción de mujeres en los movimientos transat-
lánticos británicos y españoles fue similar: de entre 20 y 25 porciento.20

Iberización
Este colonialismo con colonización, es decir, con un nivel de asentamiento
significativo y suficientemente equilibrado en términos de género, permi-
tió la formación y reproducción de la cultura de los colonizadores con una
fuerza transformadora sin precedentes en la historia moderna del colonia-
lismo, fuera de las colonias inglesas de asentamiento. Esta historia compar-
tida de colonización ibérica es lo que hace que parte de América sea
“Latina”. Ciertamente Iberoamérica es una denominación más precisa
para la región que América Latina, un término controvertido que fue pro-
movido en primer lugar por los franceses durante su aventura imperial en
México en 1860 y que no se volvió común hasta el siglo XX.21
En el nivel más primario, el colonialismo ibérico transformó la ecología
física de las Américas a un grado desconocido en la historia del colonialismo
europeo en el mundo afroasiático e incluso del colonialismo árabe en el nor-
te de África. Estas transformaciones de la biota del hemisferio tuvieron con-
secuencias demográficas, económicas y sociales importantes. En el ámbito
microscópico, los patógenos importados aniquilaron a la población indígena
en una catástrofe demográfica de magnitud sin paralelo en el mundo, con la
posible excepción de la peste negra. Decenas de nuevas plantas y animales,

20
Para los porcentajes por género de distintas migraciones coloniales, véase J.C. Moya, “Ca-
nada and the Atlantic World…”, op. cit., pp. 34-35.
21
Aun en 1918, Aurelio M. Espinosa, un lingüista de la Universidad de Stanford, desestimaba
el término América Latina como “un intruso […] un nombre nuevo [que] no sólo es vago, carente
de significado e injusto, sino también, y aún más, no científico”. “The Term Latin America”,
Hispania, vol. 1, núm. 3, 1918, pp. 135-43. Tres años más tarde, el término América Latina fue
formalmente repudiado en el segundo Congreso Hispanoamericano de Historia y Geografía en
Sevilla, Hispania, vol. 4, núm. 4, 1921, p. 194.

24
América Latina como categoría histórica en una perspectiva global

además de la tecnología importada, transformaron aspectos elementales de


la vida cotidiana, desde hábitos de alimentación, vestimenta, trabajo y ocio
hasta el uso de la tierra, específicamente con la introducción de la agricultu-
ra extensiva, la ganadería y la cultura ecuestre. En forma de estancias en las
pampas, fazendas en Brasil, haciendas en Indoamérica o plantaciones en
Afroamérica, la prevalencia de latifundios —un sistema de tenencia de la
tierra dominado por extensas haciendas— moldeó el espacio rural y las rela-
ciones sociales en la mayor parte de América Latina. El precoz desarrollo de
la agricultura comercial —tanto para la exportación como para el consumo
interno— se volvió otra característica histórica distintiva de la región. La
planeación urbana en el Mediterráneo del Renacimiento —con sus plazas
centrales y su diseño reticular como tablero de ajedrez— dio forma al espa-
cio en los pueblos y las ciudades de Chile a México. La ley ibérica impuso
una cultura legal (y legalista) unificadora que afectó desde el matrimonio y
las relaciones domésticas hasta las herencias y los contratos comerciales. El
catolicismo romano tuvo efectos unificadores y duraderos en toda la región,
en tanto conjunto de creencias y prácticas y como institución pública.
Los idiomas ibéricos impusieron un grado de unidad lingüística que dis-
tingue a América Latina de cualquier otro continente. En las posesiones
españolas, el hecho de que durante el primer siglo de colonización las llega-
das provinieran fundamentalmente de Andalucía, Extremadura y Nueva
Castilla, en lugar de España en general, dio forma y unificó el castellano
americano. A pesar de la existencia de acentos regionales, el español y el
portugués en Iberoamérica no desarrollaron idiomas criollos similares a los
creoles basados en el francés de Haití, Guayana y Nueva Caledonia, los
creoles ingleses de Belice, Guyana y las Indias Occidentales, o el papiamen-
to de las Antillas Holandesas. En efecto, es revelador que con una pequeña
excepción (el palenquero, un patois hispano-bantú que hablan menos de
dos mil descendientes de cimarrones en un pueblo al sureste de Cartagena),
los únicos creoles en Iberoamérica son idiomas basados en el inglés, intro-
ducidos por inmigrantes de las Indias Occidentales a la costa atlántica de
América Central y las islas colombianas de San Andrés y Providencia. Esta
ausencia no corresponde con ningún rasgo intrínseco del español o del por-
tugués ni con el imperialismo ibérico en general. Después de todo, un creo-
le basado en el español se desarrolló en las Filipinas (chabacano) y dieciocho

25
JOSÉ C. MOYA

creoles portugueses surgieron en África, Asia e incluso en las Américas (el


portugués constituye más de la mitad del vocabulario del papiamento en
Aruba, Bonaire y Curazao, y un cuarto del saramacano en Surinam).
Una comparación de los niveles de saturación de los idiomas coloniales
alrededor del mundo muestra la singularidad de la experiencia colonial ibé-
rica en las Américas. Sólo 10 por ciento de la población de India y Pakistán
habla inglés y menos de 0.25 por ciento lo habla como lengua materna. La
proporción es similar, o más baja, en el caso de Tanzania, Uganda, Kenia,
Malawi y Suazilandia y es mayor en otros países africanos, pero las cifras
incluyen a hablantes de dialectos locales.22 Los creoles basados en el fran-
cés (a los que generalmente se les llama francés africano) se hablan en
grados distintos en treinta países africanos, pero sólo pequeñas cantidades
de habitantes urbanos hablan francés como lengua materna. Lo mismo su-
cede en Haití. De los habitantes de Mozambique, 40 por ciento habla por-
tugués, pero sólo 6 por ciento lo hace como lengua materna. La proporción
de la población en las ex colonias rusas que habla ruso como idioma princi-
pal va de menos de 15 por ciento en Uzbekistán, Turkmenistán, Tayikis-
tán, Kirguistán, Azerbaiyán, Armenia y Georgia, hasta 72 por ciento en
Bielorrusia.23 Sólo 60 por ciento de la población de Surinam habla holandés
como lengua materna, la misma proporción de hablantes de portugués en
Angola y de árabe en Argelia y Marruecos, a pesar de que el colonialismo
árabe en la región bereber del norte de África es más de ocho siglos más
antiguo que el colonialismo ibérico en las Américas. El francés práctica-
mente ha desaparecido de Indochina y también lo ha hecho el holandés de
Indonesia, el portugués de las ex colonias lusitanas en Asia y el español de
las Filipinas. En comparación, prácticamente toda la población de Brasil
habla portugués y el caso es el mismo con el español en los países de la
América hispánica, con la excepción de Guatemala, Bolivia y Perú, donde
lo habla 86-88 por ciento de la población.24
22
D. Crystal (ed.), The Cambridge Encyclopedia of the English Language, Cambridge, Cambridge
University Press, 2004, pp. 100-109; M.P. Lewis (ed.), Ethnologue: Lanaguages of the World, Dallas,
SIL International, 2009, que también se ha usado para otros casos en este párrafo.
23
J.M. Landau y B. Kellner-Heinkele, Politics of Language in the ex-Soviet Muslim States, Ann
Arbor, University of Michigan Press, 2001.
24
F. Moreno Fernández y J. Otero Roth, Demografía de la lengua española, Madrid, Instituto
Complutense de Estudios Internacionales, 2006, pp. 19-28.

26
América Latina como categoría histórica en una perspectiva global

Estos drásticos contrastes en el uso de idiomas coloniales y la ausencia


de creoles españoles o portugueses en Iberoamérica reflejan un fenómeno
más amplio que trasciende la lingüística: la extensión y profundidad cultu-
ral del colonialismo ibérico en el Nuevo Mundo. Su impacto va de lo más
primario y físico a lo más etéreo. Es palpable en la ecología, la flora y fauna,
la agricultura y la cría de animales, la comida y la cocina, el espacio urbano,
la arquitectura pública y doméstica, la política, la ley, el idioma, la literatu-
ra, la música, el arte elevado y popular, los patrones de nomenclatura y
prácticamente cualquier aspecto de la vida social. Incluso algunos artefac-
tos culturales latinoamericanos que llegaron a considerarse como prototípi-
camente indígenas —como los bombines, las polleras (faldas) tradicionales
y los charangos (guitarras pequeñas) de la región andina— en realidad son
importaciones castellanas del siglo XVI. En efecto, la huella de la cultura
ibérica con frecuencia se volvió invisible precisamente por ser tan profunda
y estar tan enterrada en el tiempo, de tal forma que para la mayoría de los
observadores parecía ser local, natural e indígena. Además, el énfasis de la
historiografía en los componentes amerindios y africanos de América Lati-
na en décadas recientes ha contribuido a hacer de este omnipresente ele-
mento, supuestamente obvio, algo menos visible.
Esto ha ocultado la presencia de dos factores cruciales en la definición
de América Latina como una categoría significativa más allá de la mera co-
lindancia geográfica. Uno de ellos es interno: la huella cultural ibérica es el
principal elemento común que permite la inclusión de países y regiones
que son drásticamente distintos en composición etnorracial, nivel de desa-
rrollo económico y estructura social en la misma categoría. El otro es exter-
no: la huella ibérica distingue a América Latina del resto del llamado sur
global. En ninguna parte del mundo afroasiático se expandió la cultura eu-
ropea de manera tan extensa ni permeó tan profundamente.
Esta colonización transformadora, por su parte, refleja condiciones y pro-
cesos específicos. Uno podría ser que el colonialismo ibérico en las Américas
comenzó antes y duró más tiempo (unos tres siglos en el continente y cuatro
en Cuba y Puerto Rico) que la mayoría de los casos de colonialismo europeo.
Pero esto no es suficiente. Después de todo, las experiencias coloniales de
los árabes en Marruecos o, para tal caso, España, los holandeses en Indone-
sia, los portugueses en África y los españoles en Filipinas comenzaron tan

27
JOSÉ C. MOYA

pronto o antes y duraron más tiempo, pero su influencia de largo plazo fue
significativamente menor. Una explicación más importante es el subdesarro-
llo demográfico y económico de la América de la preconquista y la aniquila-
ción de su población indígena después del contacto que se discutió más
arriba. En efecto, esta aniquilación y la brecha en la tecnología y la cultura
material entre los ibéricos y los amerindios se parece más a la expansión de
los austronesios y bantúes de hace tres milenios en el Pacífico y la mitad sur
de África, respectivamente, a expensas de grupos con conocimientos limita-
dos de metales, sin animales de carga ni vehículos con ruedas y con poca in-
munidad a enfermedades externas, que a la expansión de los imperios árabes
y europeos en Eurasia y África, donde la brecha tecnológica y material entre
los conquistadores y los conquistados era considerablemente más angosta.
La otra explicación clave es el flujo relativamente denso y duradero de
personas que se asentaron, que además tenía un componente femenino im-
portante. En muchas regiones, los colonizadores ibéricos y sus descendien-
tes, además de los colonos europeos posteriores, terminaron por constituir la
mayoría. Esto es cierto incluso en zonas fuera de Euroamérica, como Antio-
quia y Caldas en Colombia, los Altos de Jalisco y otras áreas del norte de
México y las tierras altas centrales de Costa Rica y Puerto Rico, Mérida en
Venezuela y el occidente y centro de Cuba. Donde esto no sucedió, la po-
blación se hispanizó o lusitanizó mucho más de lo que las personas en colo-
nias en África o Asia se afrancesaron o britanizaron. Aun en los países menos
europeizados de la región —como Guatemala o Bolivia, por ejemplo— el
español y el cristianismo son casi universales, en un drástico contraste con la
situación en India, Indonesia, Indochina, Irak, Irán o Costa de Marfil (Côte
d’Ivoire) —por usar una sola letra en el alfabeto poscolonial.

Multirracialidad y desigualdad
Durante la mayor parte de la historia de nuestra especie, las personas per-
manecieron toda su vida dentro de un radio de menos de 100 kilómetros.25
Puesto que las diferencias fenotípicas humanas en esa área eran apenas
25
Los paleontólogos no han sido capaces de determinar un tamaño fijo para el ámbito espacial
de las personas del Paleolítico, pero la cifra de un radio de 100 km de hecho estaría entre los esti-
mados más altos. S.L. Kuhn et al., “The early Upper Paleolithic Occupations at Üçağızlı Cave,

28
América Latina como categoría histórica en una perspectiva global

perceptibles, utilizamos indicadores distintos de la apariencia física, tales


como el parentesco, las marcas en el cuerpo, las costumbres y el idioma o
dialecto para determinar la pertenencia a un grupo. Al día de hoy, el idioma
y los hábitos son las formas más comunes de marcar la etnicidad en el Viejo
Mundo, donde las fronteras étnicas separan a pueblos vecinos que no se
ven particularmente distintos. Esta forma de determinar la etnicidad aún
existe en las Américas, como en el caso de los aimaras y los quechuas en las
tierras altas andinas, los mixtecos y los zapotecos en Oaxaca y los yanoma-
mi y los ye’kuana en la frontera amazónica entre Brasil y Venezuela. Otra
forma surgió en el Nuevo Mundo después de 1492, que construyó la etni-
cidad no sólo a partir de diferencias culturales y lingüísticas entre pueblos
vecinos, sino como resultado de migraciones transcontinentales de grupos
cuya diferencia fenotípica era obvia.
El concepto de raza como una realidad biológica puede no haber nacido
en las colonias ibéricas americanas, pero era poco conocido antes y en otras
partes. Frank M. Snowden, en su estudio clásico sobre los negros en la An-
tigüedad, encontró que los griegos y romanos tendían a ver la apariencia fí-
sica como el resultado de diferentes ambientes, en lugar de considerarlo un
componente intrínseco de la naturaleza humana, y mostraban una falta ge-
neral de conciencia racial.26 Incluso con la llegada de la esclavitud de negros
africanos al Mediterráneo en las décadas anteriores a los viajes transatlánti-
cos de Colón, la raza no era una categoría omnipresente y cuando surgía se
discutía con mayor frecuencia en términos bíblicos que biológicos.27
Las primeras migraciones masivas de larga distancia en la historia de la
humanidad —que fueron posibles gracias a innovaciones en tecnología ma-

Hatay, Turkey”, Journal of Human Evolution, vol. 56, núm. 2, 2009, pp. 87-113, encontró un radio
de aproximadamente 30 km donde aparecieron herramientas de piedra similares para un grupo
de hace aproximadamente 35 mil años. H.L. Dibble y P. Mellars (eds.), The Middle Paleolithic:
Adaptation, Behavior, and Variability, Filadelfia, University Museum, 1992, pp. 75, 100 y 103; y M.
Mussi, Earliest Italy: An Overview of the Italian Paleolithic and Mesolithic, Nueva York, Kluwer, 2002,
pp. 73, 141 y 354, también encontraron que la mayoría del material que los grupos paleolíticos
reunieron provenía de un área con un radio de 25 km y que en los raros casos en los que los indi-
viduos viajaban distancias más largas, éstas no eran mayores de 100 kilómetros.
26
F.M. Snowden, Blacks in Antiquity: Ethiopians in the Greco-Roman Experience, Cambridge,
Harvard University Press, 1970.
27
A. Saunders, A Social History of Black Slaves and Freedmen in Portugal, 1441-1555, Cambrid-
ge, Cambridge University Press, 1982.

29
JOSÉ C. MOYA

rítima— produjeron en Iberoamérica otro fenómeno histórico sin prece-


dentes: sociedades multicolor que después se volverían multirraciales.28 La
transición de una a otra no estaba predeterminada. Muchos grupos en el
mundo utilizan el color de la piel para describir a individuos e incluso
muestran tener prejuicios en este sentido. Los japoneses, mucho antes de
entrar en contacto con los europeos, usaban el “blanco” (shiroi) para descri-
bir un color de piel y lo asociaban con la belleza (particularmente de las
mujeres), mientras despreciaban tonos más oscuros.29 Pueden encontrarse
tendencias similares en la China premoderna, en India y el mundo árabe.30
Sin embargo, ninguno de estos grupos hizo que el color dejara de ser un
descriptor de la apariencia para convertirse en una forma de denominar a
un grupo de personas.
Tres circunstancias permitieron la transformación del color a raza en las
Américas. En primer lugar, la migración de larga distancia, transoceánica,
como ya se mencionó, provocó que las diferencias morfológicas fueran más
prominentes que en el resto del mundo, donde la apariencia física variaba
gradualmente y de forma menos perceptible entre poblaciones adyacentes.
Era inmensamente más fácil distinguir a europeos, africanos subsaharianos
y amerindios unos de otros que, por ejemplo, japoneses o indios de tonos
de piel distintos. En segundo lugar, al menos al principio, los rasgos mor-
fológicos coincidían con la ascendencia y la lengua, religión y otros marca-
dores culturales. En tercer lugar, con el tiempo la “raza” se volvió una
categoría más útil que los marcadores religiosos y etnonacionales para
determinar quién pertenecía y quién no y para asignar recursos, poder, de-
rechos y privilegios. Lo “cristiano”, un término que los conquistadores y
colonizadores tempranos tendieron a emplear para fines de autoidentifica-
ción, perdió su utilidad en la medida en que la población nativa y los escla-

28
B. Lewis, en Race and Slavery in the Middle East: An Historical Enquiry, Nueva York, Oxford
University Press, 1990, sostiene que el Islam creó las primeras “civilización verdaderamente uni-
versal” y sociedad multirracial. Sin embargo, además de que esta afirmación sólo se sostiene si se
excluye a las Américas del universo, el mundo islámico no experimentó las migraciones transo-
ceánicas masivas que llevaron a personas de diferentes continentes al mismo lugar.
29
H. Wagatsuma, “The Social Perception of Skin Color in Japan”, Daedalus, vol. 96, núm. 2,
1967, pp. 407-443.
30
D.J. Wyatt, The Blacks of Premodern China, Filadelfia, University of Pennsylvania Press,
2010, pp. 17, 22-23, 89; B. Lewis, op. cit., p. 22.

30
América Latina como categoría histórica en una perspectiva global

vos africanos se cristianizaban. “Español” (o “portugués”), otros endónimos


comunes, duraron más pero se volvieron problemáticos pues la gran mayoría
de las personas de origen ibérico en las colonias comenzó a nacer en Amé-
rica y a ser llamada criolla en la América hispánica y mazomba en la América
portuguesa.
Esta forma de usar el color no sólo para describir la apariencia de los in-
dividuos sino también para nombrar y controlar a grupos, apareció en las
colonias iberoamericanas un siglo antes que en otras partes del hemisferio
occidental y casi cinco siglos antes de que surgiera en Europa Occidental
con las migraciones poscoloniales posteriores a la Segunda Guerra Mun-
dial. También llevó a un grado mayor de diversidad racial y mestizaje que
en cualquier parte del mundo. En ningún otro lugar los colores —blanco,
negro, amarillo, rojo, pardo, raza cobriza— se volvieron una forma tan tem-
prana y omnipresente para definir a individuos y grupos. Y dado el alto
grado de mestizaje, en ningún otro lugar el color de piel ha contribuido
tanto a las jergas locales. Los distintos términos raciales, identificados por
colores, del español coloquial latinoamericano, van de chocolate, café, ca-
nela y trigo a color cartucho, negro azul y negro color teléfono (una referen-
cia a los teléfonos viejos que eran totalmente negros).31 Los brasileños del
noreste dieron 134 respuestas diferentes cuando el Instituto Brasileiro de
Geografía e Estatística les preguntó de qué color eran.32
Puesto que la multirracialidad no sólo resultó de la migración libre, sino
también de la conquista y el tráfico de esclavos, estuvo vinculada desde el
principio a la desigualdad racial y, con el tiempo, a ideologías y estructuras
racistas. La esclavitud era, y aún es —en números absolutos hay más escla-
vos en el mundo hoy que en cualquier otro momento de la historia— una
práctica particularmente común y extendida, a la que pocos grupos han
sido inmunes. Incluso cuando los europeos esclavizaban a los africanos du-
rante el periodo de su hegemonía colonial, más de un millón de europeos

31
D. Howard, “Colouring the Nation: Race and Ethnicity in the Dominican Republic”, tesis
doctoral, Universidad de Oxford, 1997, p. 5; H.L. Gates Jr., Black in Latin America, Nueva York:
New York University Press, 2011, pp. 223-47.
32
J.M. Fish, “What Brazilian Censuses tell us about Race?” Psychology Today, diponible en:
https://www.psychologytoday.com/blog/looking-in-the-cultural-mirror/201112/what-does-the-bra-
zilian-census-tell-us-about-race

31
JOSÉ C. MOYA

estaban esclavizados en el norte de África.33 Sin embargo, la esclavitud en


las Américas tomó formas especialmente severas. La naturaleza transoceá-
nica del comercio hizo imposible escaparse y regresar a casa o que amigos o
familiares rescataran o compraran de nuevo a los esclavos. Este grado de
esclavitud, en el que los derechos de propiedad sobre los esclavos son altos
y se extienden automáticamente sobre los hijos y las generaciones futuras
ad infinitum, era poco conocido en otros lugares. También lo era la propor-
ción de la fuerza de trabajo que estaba esclavizada, que iba de 40 a 94 por-
ciento en las áreas de plantaciones de las Américas (los niveles más altos
que he encontrado en otras partes son de 30 por ciento en la Italia romana
durante el primer siglo de nuestra era y de aproximadamente la mitad en
las colonias holandesas de Batavia y Colombo en el siglo XVII).34 La esclavi-
tud de indígenas fue masiva durante el primer siglo de colonización —65
mil personas fueron esclavizadas en las regiones costeras de Costa Rica,
Nicaragua y Honduras— e incluso después de que la Corona española y
portuguesa la abolieran, continuaron desarrollándose toda clase de sistemas
de trabajo de servidumbre.35
El uso de términos como cuarterón y ochavón (adoptados después en
inglés como quadroon y octoroon) revelan una conciencia racial basada en la
biología y la descendencia que desautoriza la idea común de que las taxo-
nomías raciales en América Latina eran fluidas y estaban más basadas en la
cultura, la clase o el estatus que en la ascendencia. Lo mismo puede decir-
se sobre la terminología de castas en los cuadros de la Indoamérica colonial.
Pueden no representar categorías oficiales, pero revelan una conciencia de
raza, ascendencia y pureza racial y, después de todo, la sociedad colonial
estaba oficialmente organizada alrededor de un sistema de castas basado en
la raza. Después de la independencia, las legislaturas de los nuevos países
latinoamericanos abolieron estos sistemas coloniales basados en la raza. En
efecto, el único país latinoamericano que tuvo segregación racial legal den-

33
R.C. Davis, Christian Slaves, Muslim Masters: White Slavery in the Mediterranean, the Barbary
Coast and Italy, 1500-1800, Nueva York, Palgrave Macmillan, 2003.
34
S.R. Joshel, Slavery in the Roman World, Nueva York, Cambridge University Press, 2010, pp.
7-8, 56; U. Bosma y R. Raben, Being “Dutch” in the Indies: A History of Creolisation and Empire,
1500-1920, Singapur, Nus Press, 2008, pp. 46, 93-94.
35
A. Gallay (ed.), Indian Slavery in the Americas, Lincoln, University of Nebraska Press, 2009.

32
América Latina como categoría histórica en una perspectiva global

tro de sus fronteras fue Panamá, puesto que las autoridades estadouniden-
ses lo impusieron en la zona del canal controlada por Estados Unidos. Sin
embargo, tanto la esclavitud africana como los sistemas de trabajo de servi-
dumbre indígena continuaron existiendo mucho después del fin del colo-
nialismo ibérico.
Aunque las relaciones interraciales en América Latina hoy puedan ser
menos conflictivas y tensas que en Estados Unidos o Europa Occidental,
es posible que los niveles de desigualdad socioeconómica racial sean más
altos. Utilizando una comparación estadística, el historiador George Reid
Andrews encontró que los niveles de desigualdad racial de Brasil supera-
ban los de Estados Unidos en la década de 1980.36 Otro estudio que usa
datos de la distribución del ingreso encontró el mismo patrón para el siglo
XXI.37 Un libro reciente sobre raza y color en Brasil, Perú, Colombia y Méxi-
co se titula, sin rodeos, Pigmentocracies [Pigmentocracias], puesto que en-
contró que las desigualdades socioeconómicas basadas en el color de piel
eran aún más grandes que aquellas basadas en la autoidentificación racial.38
Sólo una mirada casual a los concursos de belleza en cualquier parte de
Afro- e Indo- América Latina dará evidencia clara de este colorismo en los
estándares hegemónicos de belleza. Independientemente de que los con-
cursos tengan lugar en Venezuela o Guatemala, el fenotipo de las ganado-
ras y, de hecho, de la mayoría de las competidoras sugeriría que están
sucediendo en algún país europeo (cuando pregunto a los estudiantes, la
respuesta más común es Italia). América Latina no es la región más des-
igual del mundo. Al menos desde la década de 1980, la África subsahariana
ha tenido el promedio más alto de coeficientes de Gini.39 Pero América
Latina es el segundo lugar por poco. Esto es resultado, en gran medida, de
una larga historia de multirracialidad enmarcada en estructuras de grandes

36
G.R. Andrews, “Racial Inequality in Brazil and the United States: A Statistical Compari-
son”, Journal of Social History, vol. 26, núm. 2, 1992, pp. 229-263.
37
C. Gradin, “Race and Income Distribution: Evidence from the US, Brazil and South Afri-
ca” , Society for the Study of Economic Inequality, ECINEQ, Documento de trabajo 179, agosto de
2010.
38
E. Telles, Pigmentocracies: Ethnicity, Race, and Color in Latin America, Chapel Hill, University
of North Carolina Press, 2014.
39
K. Deininger y L. Squire, “A New Data Set Measuring Income Inequality”, World Bank
Economic Review, vol. 10, 1996, pp. 565-591.

33
JOSÉ C. MOYA

disparidades de poder. Todos los países latinoamericanos, excepto tres, es-


tán entre los cuarenta Estados-nación más desiguales del mundo. Es nota-
ble que las tres excepciones (Argentina, Uruguay y Cuba) fueran los países
que recibieron al número más grande de inmigrantes libres en relación con
su población.

Homogeneidad cultural, sus orígenes y consecuencias


Iberoamérica es el área continental más extensa del mundo vinculada por
prácticas legales, idioma, religión, patrones de nomenclatura y formas de
organización del espacio urbano similares, entre otros marcadores cultura-
les. Hay menos idiomas principales (aquellos con medio millón de hablan-
tes o más) en todo Iberoamérica (nueve) que en muchos países, como
Ghana, Kenia o Myanmar (diez cada uno), Pakistán y Sudáfrica (11), Irán
(13), Uganda (14), Filipinas y Mozambique (15), Etiopía y Nigeria (17),
Tanzania (18), la República Democrática del Congo (24) o incluso partes
de países, como la porción europea de Rusia (11) o la isla de Sumatra en
Indonesia (14), por no mencionar India, el subcontinente en el que hay
más idiomas principales que comienzan con una sola letra (k, 16) que en
toda América Latina, o en todo el hemisferio occidental, para tal caso.40
El hecho de que la región más multirracial del mundo sea también una
de las menos multiculturales puede parecer una paradoja, pero los orígenes
de los dos rasgos pueden ser los mismos. La América precolombina fue, de
hecho, una de las regiones más multiculturales del planeta. El relativo ais-
lamiento de los grupos poblacionales y la escasez de Estados —particular-
mente fuera de Mesoamérica y los Andes centrales— preservaron la
separación y la diferencia. Alrededor de 1500, las Américas tenían menos
de la mitad de los habitantes de Europa, pero dieciséis veces más idio-
mas.41 Sin embargo, el mismo colonialismo ibérico que creó la multirracia-
lidad al traer olas de inmigrantes que se establecieron y esclavos de tierras
lejanas también borró gran parte de la diversidad cultural de la América
40
Calculado con datos sobre idiomas y número de hablantes en M.P. Lewis, op. cit.
41
Cálculos basados en datos de J.M. Decroly, “Distribution of the World Population”, en G.
Caselli, J. Vallin y G.J. Wunsch (eds.), op. cit., vol. III, capítulo 70, pp. 101-117 y “Native Peoples
of the Americas”, Encyclopaedia Britannica, 2010, p. 85.

34
América Latina como categoría histórica en una perspectiva global

precolombina al imponer el poder unificador de las dos Coronas sobre un


hemisferio que tenía pocas y pequeñas entidades estatales, en compara-
ción con el resto del mundo. En cierto sentido, el imperialismo ibérico, in-
cluso con todas las limitaciones de su aparato burocrático, llevó a la región
de un extremo de fragmentación política (y, en algunos casos, prepolítica)
a un extremo de unificación política, para estándares contemporáneos.
La unificación política fomentó la homogeneización cultural a través de
una mezcla de coacción, adopción y adaptación desde abajo. La diversidad
religiosa disminuyó en la medida en que el catolicismo se impuso desde
arriba y en muchos casos se adoptó. Lo mismo sucedió con prácticas legales
locales, el diseño urbano y la arquitectura pública y doméstica, además de
muchos otros rasgos culturales. El español y el portugués de manera cre-
ciente se volvieron la lingua franca que hablantes de distintos idiomas indí-
genas o africanos usaban para comunicarse entre sí. Al menos 110 idiomas
se extinguieron en México cuatro generaciones después de la conquista.42
Los idiomas del norte de Perú, que se habían resistido a la quechuaniza-
ción de los incas, casi desaparecieron con el colonialismo español.43 La pér-
dida fue aún mayor más allá de los imperios azteca e inca, donde la falta de
Estados permitía una mayor diversidad lingüística. Más de doscientos idio-
mas indígenas desaparecieron en el Brasil colonial.
Sin embargo, quienes llevaron a cabo la mayor parte de la iberización de
América Latina no fueron los españoles ni los portugueses, sino personas
nacidas en América de diferentes orígenes raciales, hispanizadas o lusitani-
zadas, y en gran medida esto ocurrió después del periodo colonial. Este fue
el caso especialmente entre grupos aislados que se encontraban en lo pro-
fundo de las selvas tropicales, donde las autoridades coloniales apenas si
habían llegado, y en las áreas amerindias más densamente pobladas. La
mayor parte de la pérdida de idiomas en la Amazonia ocurrió después de
que Brasil se independizara. En las áreas rurales de las tierras altas de Perú,
Bolivia o Guatemala, la hispanización es un proceso avanzado, pero aún en

42
S.A. Wurm, Atlas of the World’s Languages in Danger of Disappearing, París, UNESCO, 2001, pp.
47-48, 170.
43
W.F.H. Adelaar, The Languages of the Andes, Cambridge, Cambridge University Press, 2004,
p. 170.

35
JOSÉ C. MOYA

marcha.44 El español se ha vuelto la lengua principal sobre todo entre per-


sonas menores de cuarenta años. En efecto, en lugar de “iberización”, el
proceso de homogeneización en América Latina podría denominarse de
forma más precisa “iberocriollización”. Después de todo, América Latina
puede estar en el Nuevo Mundo, pero contiene algunos de los países más
viejos. En vísperas de la Primera Guerra Mundial había aproximadamente
cuarenta Estados-nación en el planeta, la mitad de los cuales estaban en
América Latina y ya tenían casi un siglo de existir.
Varias tendencias poscoloniales aumentaron la homogeneidad cultural.
Los esfuerzos de los nuevos países por forjar una identidad nacional pro-
movieron la uniformidad cultural de la ciudadanía. La presencia del Estado
y la educación pública en español se extendieron de manera creciente y
constante al campo. Puesto que los Estados-nación latinoamericanos han
existido durante al menos un siglo más que el resto (excepto por un par de
docenas) de los países actuales, el proyecto de nacionalización y homoge-
neización está más avanzado. La migración de las zonas rurales a las urba-
nas y la consecuente urbanización, otro motor de la homogeneización
nacional, también tuvo lugar en América Latina antes que en Asia y África.
Éste también fue el caso de la expansión de la alfabetización (en idiomas
ibéricos), la política de masas y los medios de comunicación. En el proceso,
la conexión entre la ascendencia amerindia y el idioma y la cultura amerin-
dios se debilitaron cada vez más. Lo mismo sucedería con los descendien-
tes de la inmigración más grande de la historia de América Latina, los 17
millones de europeos que llegaron después de la independencia, especial-
mente entre 1870 y 1930, y en cantidades menores durante las dos décadas
posteriores a la Segunda Guerra Mundial.
Distintos factores, además de los mencionados antes, facilitaron la inte-
gración de estos recién llegados y sus descendientes. Más de cuatro quintas
partes de los recién llegados provenían de países latinos y católicos (40% de
Italia, 32% de España, 11% de Portugal y 2% de Francia) y una proporción
similar se dirigió a la región más “latinizada” de América Latina: el este de
Argentina, Uruguay y el sur de Brasil, regiones en las que la población indí-
gena había sido escasa y la llegada de africanos limitada —en donde menos

44
W.F.H. Adelaar, op. cit., pp. 49-62, 114-16, 175-76, 611-23.

36
América Latina como categoría histórica en una perspectiva global

de uno por ciento del comercio transatlántico de esclavos había llegado—.


Esto hizo la brecha cultural más estrecha entre los inmigrantes y las socie-
dades que los recibieron. Los inmigrantes llegaron en grandes cantidades
y, junto a sus hijos y nietos, terminaron por constituir la mayoría de la po-
blación de las regiones receptoras, lo que les hizo imposible concentrarse
en un solo estrato socioeconómico.45 Esto impidió la formación de una clase
marginal semipermanente de origen inmigrante, como sucedió con los ta-
mil en Malasia y Sri Lanka, o de una clase mercantil dominante, como fue
el caso de los indios en África y los chinos en el sureste asiático, lo que ge-
neró una mezcla de xenofobia y resentimiento de clase en la población
original, a menudo con consecuencias violentas.
Con toda seguridad, la preservación de las culturas anteriores a la migra-
ción variaba con las circunstancias. Quienes se asentaron en colonias rura-
les relativamente aisladas —como los galeses o los alemanes del Volga en la
Patagonia y las Pampas, y los alemanes en el sur de Brasil— fueron capaces
de preservar sus idiomas y costumbres durante más tiempo que quienes se
asentaron en espacios urbanos o suburbanos. La llegada de cantidades im-
portantes de inmigrantes europeos a todos los países de acogida después de
la Segunda Guerra Mundial reactivó vínculos con los países de origen e
identidades anteriores a la migración. Ciertos grupos, especialmente los del
norte de Europa, que tenían un sentido de superioridad con respecto a la
cultura “latina”, tendieron a mantener una identidad separada durante más
tiempo que aquellos que provenían del sur de Europa. La relativa riqueza
nacional y el prestigio a lo largo del tiempo también tuvieron un efecto.
Durante la mayor parte del periodo de migración masiva, los países recep-
tores eran percibidos como más modernos y avanzados que la mayoría de
los países de origen. Los hijos de los inmigrantes a menudo se avergonzaban
de sus orígenes y buscaban identificarse con el nuevo país. El creciente pres-
tigio económico y cultural de los países del sur de Europa en las últimas
décadas ha llevado a un aumento en la identificación con los orígenes inmi-
grantes.
45
Los inmigrantes europeos constituían 35 por ciento de la población en Uruguay a finales
del siglo XIX y 30 porciento en Argentina antes de la Primera Guerra Mundial, en comparación
con 20 por ciento en Australia y 15 por ciento en Estados Unidos. J.C. Moya, “L’Amérique ibéri-
que…”, op. cit.

37
JOSÉ C. MOYA

Sin embargo, para estándares mundiales, lo sorprendente de los países


latinoamericanos de inmigración, incluyendo los que los recibieron en me-
nores cantidades, no es la persistencia de las culturas, hábitos e identidades
anteriores a la migración, sino la rapidez y exhaustividad de su desapari-
ción. Los migrantes alrededor del mundo, desde los árabes y los gujaratis de
África oriental, los ibos y los libaneses en África occidental a los alemanes
del Volga en Kazajstán, los chinos en Malasia y los indios en Trinidad man-
tienen identidades y estructuras comunitarias separadas durante generacio-
nes y a veces durante siglos, aunque no estén definidas territorialmente. Su
identidad étnica no sólo influye en las costumbres, las maneras y el compor-
tamiento doméstico, sino que casi determina lo que dicen y comen, dónde
viven, cómo se ganan la vida, con quién socializan y se casan, y práctica-
mente cada aspecto de su vida pública y privada.
En comparación con este nivel de separación y continuidad, la per-
sistencia étnica en América Latina, especialmente después de la tercera
generación, muestra ser menos relevante, por decirlo suavemente. Lin-
güísticamente, estas sociedades anfitrionas han mostrado ser apisonadoras.
Los inmigrantes de tercera generación que hablan el idioma de sus antepa-
sados son pocos, y quienes lo hablan son sin duda excepcionales. El
yiddish, que había sobrevivido un milenio como el idioma de una minoría
étnica en el centro y este de Europa, desapareció en tres generaciones en
Argentina, Uruguay, Brasil, Cuba y México.46 Las tasas de exogamia son
excepcionalmente altas. Esto es cierto incluso entre grupos que ya eran
minorías étnicas y altamente endogámicos antes de cruzar el Atlántico.
Más de la mitad de los judíos en Argentina, Uruguay y Brasil contraen ma-
trimonio fuera del grupo, en un nivel sin precedentes en la historia de un
grupo cuyas tasas de exogamia en Europa del Este, el norte de África y
Medio Oriente alrededor de 1930 estaban por debajo de 2 por ciento y hoy
están por debajo de 35 por ciento en otras sedes de la diáspora, como Aus-
tralia, Canadá y Nueva Zelanda, y por debajo de 25 por ciento en Sudáfri-
ca.47 Para todos los grupos inmigrantes en América Latina, la segregación
46
J.C. Moya, “The Jewish Experience in Argentina in a Diasporic Perspective”, en A. Brod-
sky y R. Rein (eds.), The New Jewish Argentina, Leiden, Brill, 2013, pp. 7-29.
47
S. Reinharz y S. DellaPergola (eds.), Jewish Intermarriage Around the World, New Brunswick,
Transaction Books, 2009.

38
América Latina como categoría histórica en una perspectiva global

residencial u ocupacional nunca fue alta para estándares internacionales y


se han vuelto imperceptible.48
Esta fuerza asimilacionista refleja —y se refleja en— nociones de ciuda-
danía que América Latina comparte con el resto del hemisferio. Treinta y
seis de los treinta y ocho países del Nuevo Mundo otorgan ciudadanía por
derecho de nacimiento (ius soli), una forma inclusiva de ciudadanía cívica
que permite que cualquiera se vuelva miembro de la comunidad política y
ciudadano, independientemente de su ascendencia. Esto contrasta fuerte-
mente con el resto del mundo, donde sólo once de 156 países tienen ius soli
y otorgan ciudadanía basada en la “sangre” (ius sanguinis), en lugar de como
derecho de nacimiento. El sistema legal de América Latina, basado en prin-
cipios universalistas en vez de derechos de grupos, resultó de y fortaleció
identidades nacionales integradas. Esto, a su vez, ilustra el alto grado de uni-
formidad cultural tanto en América Latina como dentro de sus naciones.
La coexistencia de la desigualdad socioeconómica y de la uniformidad
cultural podría explicar otra de las aparentes paradojas de América Latina:
que tiene los niveles más altos de violencia individual y el nivel más bajo
de violencia entre grupos en el mundo. Las tasas de homicidios en los paí-
ses más desarrollados o igualitarios (Uruguay, Argentina, Chile, Cuba y
Costa Rica) más Perú y Bolivia son más bajas que el promedio global. Pero,
dadas las marcadas desigualdades, combinadas en décadas recientes con el
narcotráfico, América Latina en conjunto ha sufrido la tasa de homicidios
más alta del mundo, sobrepasando la del Caribe no hispánico y el África
subsahariana y empequeñeciendo a las del resto del planeta al menos des-
de la década de 1970, cuando los datos comenzaron a recolectarse alrede-
dor del mundo.
Por otro lado, la uniformidad cultural ha minimizado la violencia inter-
grupal dentro de y entre países latinoamericanos. A pesar de la abundancia
de regímenes represivos en su historia, América Latina ha sufrido conside-
rablemente menos democidios —que además han sido menos sangrien-
tos— que cualquier otro continente en aproximadamente los últimos
cuatro siglos. Miguel Ángel Centeno, en su estudio de la guerra en la Amé-

48
J.C. Moya, Cousins and Strangers: Spanish Immigrants in Buenos Aires, 1850-1930, Berkeley,
University of California Press, 1998, pp. 180-188.

39
JOSÉ C. MOYA

rica Latina poscolonial, encontró que, para estándares globales, lo que des-
taca sobre la región es “la ausencia general de matanzas organizadas” y la
rareza de guerras tanto civiles como internacionales.49 En el riguroso estu-
dio de R.J. Rummel sobre genocidios y masacres de Estado, los gobiernos
latinoamericanos son responsables de menos de uno porciento de los 169
millones de personas en el mundo que han muerto a manos de su gobierno
en el siglo XX.50 Incluso formas menos terribles de conflictos colectivos
étnicos intranacionales, regionales y sectarios son menos comunes en Amé-
rica Latina, no sólo en contraste con países más nuevos del mundo
afroasiático, sino también en comparación con Europa Occidental, la cuna
putativa y el sitio por excelencia de las comunidades nacionales maduras y
cohesivas. América Latina no tiene nada parecido a los movimientos sepa-
ratistas etnonacionalistas —y a menudo violentos— vasco, catalán, corso,
flamenco, norirlandés y escocés. Ningún país latinoamericano envía a cua-
tro “equipos nacionales” a la copa del mundo de futbol, como el Reino
(aparentemente no tan) Unido, y ninguno tiene un partido político separa-
tista que denigre al resto de la nación como la Lega Nord italiana. Sólo cli-
chés como “repúblicas bananeras” o “países emergentes” acumularon
prejuicios y ciertas suposiciones no sometidas a examen pueden sostener la
idea de que las naciones latinoamericanas son proyectos relativamente in-
completos en comparación con Europa Occidental.

Globalización, modernidad y exclusión de América Latina de “Occidente”


La centralidad de América Latina en los procesos gemelos de globalización y
modernidad es otro de sus rasgos unificadores y distintivos principales. Aun-
que vastas extensiones de Eurasia habían estado conectadas desde la época
del imperio mongol, es imposible hablar de globalización (un término que se
refiere a un globo o esfera) antes de 1492. Las periodizaciones eurocéntricas
solían situar el principio de la historia moderna en la caída de Constantinopla
en 1453. Sin embargo, el “descubrimiento” de las Indias es obviamente un
mejor candidato para una fecha inicial que claramente es arbitraria.
49
M.Á. Centeno, Blood and Debt: War and the Nation-State in Latin America, University Park,
The Pennsylvania State University Press, 2002, pp. 7-10.
50
R.J. Rummel, Death by Government, New Brunswick, Transaction Publishers, 1994, pp. 4-7.

40
América Latina como categoría histórica en una perspectiva global

Las consecuencias de ese evento transformaron drásticamente las visio-


nes del mundo —literalmente— y el mundo mismo. Karl Marx describió el
intercambio colombino como el umbral del mundo moderno en la primera
página del Manifiesto Comunista. Adam Smith, el padre filosófico del ca-
pitalismo, lo llamó el “evento más importante registrado en la historia de
la humanidad”.51 Esta aseveración puede ser hiperbólica en relación con la
historia general de la humanidad, pero es irrefutable en cuanto al origen
del capitalismo moderno. La plata de las Américas —que representó 85 por
ciento de la producción mundial entre 1530 y 1810— hizo posible el desa-
rrollo del capitalismo mercantil en Europa, como los historiadores econó-
micos han afirmado por mucho tiempo.52 Puso en marcha el primer sistema
comercial verdaderamente global, de acuerdo, entre otros, con la nueva
“escuela californiana” de sinólogos que han mostrado que durante tres si-
glos Europa pagó todas sus importaciones casi exclusivamente con plata
americana, mucha de la cual terminó en China.53 Y, además de otros recur-
sos del Nuevo Mundo, también fue el elemento más importante para ex-
plicar la Revolución Industrial, de acuerdo con recuentos más audaces —y
menos convincentes.54
Cualquiera que haya sido el papel de la plata latinoamericana en el adve-
nimiento de la industrialización en Europa, sí fomentó niveles de industria-
lización y urbanización dentro de la región que han pasado desapercibidos
en recuentos eurocéntricos, y más recientemente asiacéntricos, de la histo-

51
A. Smith, The Wealth of Nations, Londres, Canaan, 1904 [1776], vol. II, p. 125.
52
Véase, por ejemplo, E.J. Hamilton, “American Treasure and the Rise of Capitalism, 1500-
1700”, Economica, 27, noviembre de 1929, pp. 338-357.
53
K. Pomeranz, The Great Divergence: Europe, China, and the Making of the Modern World, Prince-
ton, Princeton University Press, 2000, pp. 159-161 y capítulo 6; R. Von Glahn, Fountain of Fortu-
ne: Money and Monetary Policy in China, 1000-1700, Berkeley, University of California Press, 1996,
capítulo 4.
54
Véase K. Pomeranz, op. cit., capítulo 6, que otorga un papel prominente al intercambio co-
lombino en la producción de tal divergencia; y A.G. Frank, ReOrient: Global Economy in the Asian
Age, Berkeley, University of California Press, 1998, una respuesta asiacéntrica a recuentos euro-
céntricos de la economía mundial entre 1400 y 1800 que aminora la importancia de 1492 fuera del
mundo atlántico (pp. 328-330), pero termina argumentando que básicamente fueron la plata, los
recursos y los mercados de las Américas los que permitieron a las economías europeas ir al paso de
China e India hasta 1800 y luego rebasarlas, teniendo así un efecto catalítico más allá del Atlántico
(pp. 262-263, 277-285 y 344).

41
JOSÉ C. MOYA

ria de la economía mundial. Alrededor de 1600, la población de Potosí su-


peraba la de cualquier ciudad de Europa Occidental, con la excepción de
París y Nápoles, y sus minas de plata eran el complejo industrial más gran-
de del mundo. Dos siglos más tarde, en Iberoamérica se ubicaban cuarenta
y cinco de las cincuenta ciudades más grandes del Nuevo Mundo. La po-
blación de la Ciudad de México excedía, por sí sola, la de las cinco mayores
ciudades estadounidenses juntas. En términos de producción, tecnología y
tamaño de la fuerza laboral y su organización, además de productividad, el
complejo minero del Bajío mexicano probablemente rebasaba la supuesta
cuna de la Revolución Industrial en el centro de Inglaterra.55 El efecto de
esa producción superó el de las regiones plateras. Cuba occidental desarro-
lló una precoz economía de servicios para abastecer a la flota platera que
convirtió la isla en el área más urbanizada del mundo alrededor de 1800, de
nuevo delante de los sitios putativos de vanguardia mundial en urbaniza-
ción en Inglaterra y Holanda.56 Algunas décadas más tarde, los ingenios
azucareros de vapor, el séptimo ferrocarril del mundo y otras tecnologías
hicieron de la isla una pionera en la Revolución Industrial —un proceso
que sólo se ha contado al otro lado del Atlántico o al norte de la línea Ma-
son-Dixon—. Y, a pesar de las suposiciones anglo-gálicas de supremacía
hipocrática, Cuba tenía más médicos per cápita durante el siglo XIX que
Inglaterra o Francia.57
El papel central, y a veces pionero, de América Latina en el desarrollo
de la globalización y modernidad no terminó con el fin del dominio colonial

55
J. Tutino, Making a New World: Founding Capitalism in the Bajío and Spanish North America,
Durham, Duke University Press, 2011.
56
E.E. Lampard, “Historical Contours of Contemporary Urban Society: A Comparative
View”, Journal of Contemporary History, vol. 4, núm. 3, 1969, pp. 3-25, sostiene que “incluso en
1800 sólo en Holanda y Gran Bretaña hasta una de cada cinco personas residían regularmente en
pueblos y ciudades” (p. 3). Sin embargo, calculando la población urbana de Cuba en 1792 de
forma conservadora, considerando a aquellas personas que vivían en ciudades de más de 10 mil
habitantes, con datos de R. Morse, “Trends and Patterns of Latin American Urbanization, 1750-
1920”, Comparative Studies in Society and History, vol. 16, núm. 4, 1974, p. 439, encontramos una
cifra de 30 por ciento. Las cifras comparables para 1800 que ofrece J. de Vries, European Urbani-
zation, 1500-1800, Cambridge, Harvard University Press, 1984, p. 39, son de 29 por ciento para
Holanda y 20 por ciento para Inglaterra y Gales.
57
A. Lopez-Denis, “Disease and Society in Colonial Cuba, 1790-1840”, tesis doctoral, Uni-
versidad de California, Los Ángeles, 2007, pp. 66-67.

42
América Latina como categoría histórica en una perspectiva global

y el periodo moderno temprano. En efecto, la independencia política de la


región la sitúa a la vanguardia de dos tendencias que regularmente se con-
sideran umbrales del mundo moderno. La primera es la llamada Revolu-
ción Liberal, el cambio de las monarquías del antiguo régimen, en las que
la herencia legitimaba el poder político, a repúblicas constitucionales, y la
noción de soberanía popular, donde la legitimidad se origina con el consen-
timiento de los gobernados. Este supuesto cambio sirve como base de la
periodización tradicional de la historia occidental, en la que la Revolución
Francesa marca la transición de la modernidad temprana a la historia mo-
derna, o de moderna a contemporánea en el uso de los historiadores de la
Europa continental.
Aquí, América Latina casi siempre se ha excluido de una corriente occi-
dental donde jugó un papel esencial. La centralidad del liberalismo desde
principios del siglo XIX hace que la historia política de la región sea paralela
a la europea y la distingue en eso del resto del mundo. El liberalismo se
volvió una ideología popular, en lugar de simplemente un credo de las éli-
tes, en ciertas partes de América Latina —especialmente en México— an-
tes que en el este y partes del norte de Europa. Las luchas de América
Latina en contra de las monarquías ibéricas precedieron a movimientos si-
milares en el centro y este de Europa en contra de los imperios otomano,
austrohúngaro y ruso por un periodo de cincuenta a cien años. La cruzada
de los liberales latinoamericanos en contra del poder temporal de la Iglesia
durante el siglo XIX coincide en contenido y coordinación temporal con lu-
chas similares en la Europa católica, pero precede a algunas de ellas, como
el caso de Italia. El hecho de que Benito Mussolini fuera llamado así en
honor a Benito Juárez puede parecer sólo una anécdota curiosa, pero es in-
dicativa del estatus icónico que algunos líderes liberales latinoamericanos
alcanzaron en el Viejo Mundo.
La segunda tendencia, relacionada con la anterior y normalmente con-
siderada un umbral de la historia moderna que puso a América Latina en la
vanguardia, es el desarrollo de los Estados-nación. Ninguna década desde
1800 ha dejado de atestiguar el nacimiento de al menos una de esas comu-
nidades políticas. Sin embargo, la producción de estas formas peculiarmen-
te modernas de organizar y delimitar el espacio físico se ha concentrado en
cuatro auges temporales que coincidieron con el fin de entidades imperia-

43
JOSÉ C. MOYA

les más extensas. El primero surgió de las cenizas de los dominios ibéricos
en las Américas entre 1810 y 1824; el segundo, de las ruinas de los imperios
austrohúngaro, ruso y otomano después de la Primera Guerra Mundial; el
tercero siguió a la desintegración de imperios europeos de ultramar des-
pués de la Segunda Guerra Mundial, y el cuarto surgió en la década de
1990 del cadáver comunista de lo que ahora pocos recuerdan que solía ser
el “segundo mundo”.
Esto significa que América Latina atravesó un proceso que, para bien o
para mal, es la expresión por excelencia de la modernidad política más de
un siglo antes que todos excepto por una veintena de los más de 190 países
que controlan o afirman ser dueños de cada centímetro cuadrado del plane-
ta hoy. Lo que aún es noticia en muchos lugares del mundo (incluyendo
zonas de Europa) en el siglo XXI —movimientos separatistas, caudillismo
regional y la lucha por crear naciones-Estado coherentes— forma parte de
un periodo específico de la historia latinoamericana del siglo XIX. Esto otor-
ga a la historiografía de la región un elemento de unidad temática y tempo-
ral, puesto que, con excepción de Cuba y Puerto Rico, todos los países
atravesaron un proceso similar (incluso aquellos como Brasil y Chile, donde
la lucha fue menos pronunciada) más o menos en el mismo periodo.
Las conexiones de América Latina con la economía del mundo deca-
yeron en el periodo posterior a la independencia. Sin embargo, revivieron
con tal fuerza después de mediados del siglo que la región llegó a jugar un
rol tan importante en la segunda etapa de globalización y la paralela difu-
sión del capitalismo global-financiero (alrededor de 1870-1930) como el
que había jugado en la primera y la expansión del capitalismo que la acom-
pañó después de 1492. El comercio transatlántico durante ese periodo re-
basó, en volumen y valor, el de la era colonial.58 Las pieles, la lana y el lino
de las pampas, el hule del Amazonas y los minerales de Chile y México
impulsaron la Revolución Industrial del otro lado del océano. América La-
tina se volvió un mercado de gran importancia para la producción de esta
revolución y muchas de sus regiones más avanzadas fueron partícipes tem-
pranos del proceso mismo. La cantidad de llegadas de Europa multiplicó el

58
K.H. O’Rourke y J.G. Williamson, Globalization and History: The Evolution of a Nineteenth-
Century Atlantic Economy, Cambridge, MIT Press, 2001.

44
América Latina como categoría histórica en una perspectiva global

número de asentamientos coloniales en una proporción de diez a uno.


También lo hicieron los flujos de capitales, hacia el oeste en forma de in-
versiones —la mayoría británicas— y hacia el este como remesas de inmi-
grantes. La circulación transatlántica de bienes, dinero, gente, tecnologías,
prácticas institucionales, ideas y toda clase de bienes materiales y cultura-
les adquirieron una intensidad y una densidad sin precedentes.
Dado que los factores de esa circulación tendían a moverse al unísono y
de forma desigual hacia diferentes destinos, el proceso revirtió el rango
económico de la época colonial y abrió las brechas regionales que llegaron
a caracterizar a América Latina, y el hemisferio occidental en general, du-
rante el periodo nacional. Las exportaciones, el capital, la tecnología y los
emigrantes provenientes de Europa se dirigieron principalmente a las re-
giones del Nuevo Mundo desde las que más se importaba, es decir, las zo-
nas templadas de Norte y Sudamérica y Cuba.
Sin embargo, aunque el nivel de integración a la economía global fue
significativamente distinto, la situación geográfica de América Latina en
un sistema dominado por el Atlántico le otorgó una ventaja sobre otras
regiones del mundo. Es probable que Argentina y Uruguay hayan gozado
de los niveles más altos del mundo en comercio internacional per cápita y
estado entre los diez países más ricos al comienzo de la Primera Guerra
Mundial; sin embargo, el comercio y el PIB per cápita de América Latina
en general fueron mayores que en casi todo el mundo. El PIB per cápita de
México superó el de Hungría y Polonia, y el de Perú fue el doble que el
de China.59 El crecimiento demográfico fue mayor en los países de inmi-
gración, pero América Latina en general y Europa aumentaron su porción
de la población mundial durante ese periodo, mientas que la de Asia y
África disminuyeron. Respecto a los habitantes de las ciudades, Uruguay
puede haber sido el país más urbanizado en el mundo después de Inglate-
rra alrededor de 1900 y Cuba, Argentina y Chile se encontraban entre los
primeros doce. América Latina en general ha sido la región más urbaniza-
da del mundo después del norte de Europa y sus colonias de asentamien-
to desde mediados del siglo XIX. Cuba fue el séptimo país del mundo en

59
Los datos para el PIB per cápita provienen de series históricas construidas por el economista
A. Maddison, disponibles en www.ggdc.net/maddison

45
JOSÉ C. MOYA

tener ferrocarriles, los símbolos por excelencia de la modernidad decimo-


nónica, pero otras cinco naciones latinoamericanas estuvieron entre los
primeros veinte países en construirlos y los veinte estaban en el mundo
atlántico. La ventaja de la geografía podía incluso sobrepasar ciertos nive-
les de desarrollo. El “caballo de hierro” llegó a una docena de países lati-
noamericanos (incluyendo Paraguay y Bolivia, pobres y sin acceso al mar)
antes de alcanzar Japón.
Un patrón similar de difusión aparece en las prácticas políticas y sociales
asociadas a la modernidad. La política de masas más avanzada estaba en
Uruguay —que desarrolló un Estado de bienestar a principios del siglo XX,
el cual precedió a la mayoría de sus contrapartes en Europa Occidental— y
en Argentina —que estableció el voto masculino universal, secreto y obli-
gatorio en 1912, que eligió al primer senador socialista en el hemisferio
occidental un año más tarde y vio la fundación del segundo partido comu-
nista del mundo en 1918, sólo un año después de que los bolcheviques
fundaran el primero en la Unión Soviética y meses antes de que Rosa
Luxemburgo fundara el tercero en Alemania. Aparecieron partidos comu-
nistas en otros cinco países latinoamericanos (México, Uruguay, Cuba,
Chile y Brasil) antes de 1922, un momento que coincide con el de Estados
Unidos, Canadá, Europa Occidental y Australia-Nueva Zelanda y precede
el de la mayor parte de África y Asia por décadas.
La expansión geográfica de las celebraciones del primero de mayo dibu-
ja un mapa similar. Este día del trabajador “internacional” vio protestas en
las calles por parte de socialistas y anarquistas durante su debut en 1890 en
63 ciudades europeas, que iban desde Helsinki y Varsovia en el este hasta
Londres y Lisboa en el oeste, y en seis ciudades al otro lado del Atlántico:
Chicago, Nueva York, La Habana, Buenos Aires, Rosario y Montevideo.
Desde estos sitios pioneros de activismo de la clase trabajadora, la práctica
se extendió durante las dos décadas siguientes a Europa del Este y ocho
países latinoamericanos más, pero a ningún otro lugar fuera del mundo
atlántico, a menos que fuera un asentamiento de inmigrantes europeos.
Independientemente de que sea el PIB, la demografía, la urbanización o
la difusión de tecnología, los partidos políticos o las prácticas colectivas de
los trabajadores, el patrón es el mismo. Algunos países latinoamericanos se
sitúan en el mismo nivel y momento que Europa Occidental y lo que hoy

46
América Latina como categoría histórica en una perspectiva global

llamaríamos el primer mundo y los otros, con la excepción de América


Central, ocupan un espacio o momento más cercano a la periferia europea
que a Asia y África.
El patrón persiste en materia de las principales tendencias políticas del
siglo XX. En 1910, México tuvo la primera revolución social del siglo, siete
años antes que la que supuestamente sacudió al mundo en diez días. Du-
rante los años 1930 y 1940, Cuba, Argentina, Uruguay, Brasil, México y
Chile estuvieron al frente de una tendencia global de formación de regíme-
nes populistas y en una transición de políticas liberales y de libre comercio
a planes autárquicos de industrialización por sustitución de importaciones.
En 1959, Cuba revivió el sueño comunista alrededor del mundo, después
de que el conocimiento público de las purgas estalinistas parecía haberlo
erosionarlo irreparablemente, y llevó —a menudo con apoyo militar— a la
expansión del comunismo en el Tercer Mundo durante las dos décadas
siguientes. A partir de la década de 1970, los países latinoamericanos, espe-
cialmente Chile, estaban a la vanguardia de una curva inversa hacia refor-
mas neoliberales, orientadas al mercado. A partir de la década de 1980, la
transición o el regreso a la democracia en la región precedió a tendencias
similares en Europa del Este, Asia y África. Y a principios del siglo XXI,
países como Venezuela, Argentina, Brasil, Bolivia, Ecuador, Uruguay, Pa-
raguay y Honduras guiaron el camino por un ciclo global de izquierda, lejos
del neoliberalismo y hacia formas de capitalismo más socialdemócratas. El
contenido y momento similar de estos ciclos aumentan la unión que una
experiencia compartida de dominio colonial y de liberalismo y formación
de Estados nacionales durante el siglo XIX otorgaron a la historia política
latinoamericana.
La mayor proximidad de América Latina a Occidente —o a su semipe-
riferia europea— que al Tercer Mundo, al que supuestamente pertenece,
trasciende la historia política y va desde estructuras poblacionales e indus-
trialización hasta niveles educativos y relaciones de género. De la misma
forma que la región siguió los pasos de Europa durante la etapa de creci-
miento de la modernización demográfica en el largo siglo XIX, se mantuvo
cerca durante la etapa de decrecimiento en el último tercio del siglo XX.
Las tasas de fertilidad, el aumento poblacional y la mortalidad infantil dis-
minuyeron, mientras que la esperanza de vida se incrementó mucho antes

47
JOSÉ C. MOYA

y con mayor rapidez que en África, Medio Oriente y la mayor parte de


Asia.60 Para 2008, Cuba, Puerto Rico y Uruguay eran, con Japón, los únicos
países fuera de Europa con un decrecimiento natural de la población.
El momento de industrialización en los países latinoamericanos más
grandes también es un reflejo del de Europa fuera de su centro manufactu-
rero, y no de regiones incluso pioneras fuera del mundo occidental. En un
estudio de 1989 sobre las áreas más industrializadas del mundo en desarro-
llo que enfatizaba el desempeño insuficiente de América Latina, el soció-
logo Gary Gereffi admitió que, en contraste con los llamados cuatro tigres
del este de Asia (Corea del Sur, Taiwán, Hong Kong y Singapur), la frase
convencional “países recientemente industrializados” no correspondía cuan-
do se aplicaba a Argentina, Brasil y México (y pudo haber agregado a Chile,
Uruguay y Cuba), puesto que el rápido crecimiento industrial ahí data, por
lo menos, de la década de 1920.61
La educación presenta un patrón análogo. Ya para principios del siglo
XX, la tasa de acceso a educación primaria en Argentina rebasaba la de
Italia, la de Chile y Ecuador eran mayores que la de Finlandia, las de Mé-
xico y Honduras estaban arriba de las de Rusia, las de Uruguay y Costa
Rica eran el doble que la de Yugoslavia y la de Brasil, diez veces mayor que
la de Corea.62 En 1920, la tasa de Puerto Rico estaba por encima de la de los
17 países del sur y el este de Europa, con la excepción de Checoslova-

60
W. Lutz y R. Qiang, “Determinants of Human Population Growth”, Philosophical Transac-
tions: Biological Sciences, vol. 357, núm. 1425, 29 de septiembre de 2002, pp. 1197-1210; Population
and the World Bank: Adapting to Change, Washington, D.C., Banco Mundial, 2000, pp. 3, 6, 8; C.J.
L. Murray et. al., “Can we achieve Millennium Development Goal 4? New Analysis of Country
Trends and Forecasts of Under-5 Mortality to 2015”, The Lancet, vol. 370, núms. 22-28 de sep-
tiembre de 2007, pp. 1040-1055.
61
G. Gereffi, “Rethinking Development Theory: Insights from East Asia and Latin Ameri-
ca”, Sociological Forum, vol. 4, núm. 4, 1989, pp. 505-533.
62
R.A. Easterlin, “Why Isn’t the Whole World Developed”, The Journal of Economic History,
vol. 41, núm. 1, 1981, pp. 1-19 (cuadro en pp. 18-19); I. Molina y S. Palmer, “Popular Literacy in
a Tropical Democracy: Costa Rica, 1850-1950”, Past and Present, vol. 184, núm. 1, 2004, pp. 169-
207. Las reformas educativas del gobierno revolucionario mexicano aparentemente tuvieron un
efecto impresionante. Para 1930, el nivel de acceso a la educación primaria del país era 50 por
ciento mayor que el de la Unión Soviética y Yugoslavia, el triple del de Turquía y rebasaba el de
Italia. Para la repercusión de la Revolución Mexicana a escala local, véase S.A. Kowalewski y J.J.
Saindon, “The Spread of Literacy in a Latin American Peasant Society: Oaxaca, Mexico, 1890 to
1980”, Comparative Studies in Society and History, vol. 34, núm. 1, 1992, pp. 110-140.

48
América Latina como categoría histórica en una perspectiva global

quia.63 En la primera década del siglo XX, el nivel de alfabetización en Chi-


le y Costa Rica era ligeramente mayor al de España y el de México era
similar al portugués.64 Las tasas de Uruguay (75%), Argentina (65%) y
Cuba (62%) los convertía en unos de los países con mayor nivel de alfabe-
tización del mundo en ese momento, delante —y en unos casos por un
margen amplio— de todo el sur y el este de Europa.65 Ni India, Pakistán,
Marruecos ni una cuarentena de países más habían alcanzado esos niveles
un siglo después. Para 1965, el acceso a la educación primaria era universal
en nueve países latinoamericanos y los niveles de la región, en general,
eran similares a los de Europa, pero 27 por ciento superiores a los del sur de
Asia, 32 por ciento más altos que Medio Oriente y el norte de África y 50
puntos más que el África subsahariana.66 Las disparidades en la educación
superior eran aún más pronunciadas. En un ejemplo extremo, entre las
décadas de 1950 y 1980, el acceso a la educación superior en Argentina

63
A. Benavot y P. Riddle, “The Expansion of Primary Education, 1870-1940: Trends and
Issues”, Sociology of Education, vol. 61, núm. 3, 1988, pp. 191-210.
64
El nivel de alfabetización alrededor de 1900 variaba de manera considerable dentro de
América Latina. Sin embargo, incluso las tasas más bajas de la región (Honduras, 18%; Bolivia,
17%, y Guatemala, 13%) no eran notablemente inferiores a la de Portugal (25%) y Serbia (21%),
superaban la de Bosnia (12%) y eran el doble o triple de las tasas en India (6%), Egipto (5%) y
Turquía (5%). El hecho de que el nivel de alfabetización entre la población negra en Cuba en
1860 —es decir, 18 años antes de la abolición de la esclavitud— fuera más alta que la de la pobla-
ción general de los últimos tres países casi medio siglo después subraya la brecha en niveles
educativos entre América Latina y el mundo no occidental. Con datos de UNESCO, Progress of Li-
teracy in Various Countries, París, 1953, pp. 200-222 y C. Newland, “La educación elemental en
Hispanoamérica: Desde la independencia hasta la centralización de los sistemas educativos na-
cionales”, The Hispanic American Historical Review, vol. 71, núm. 2, 1991, p. 378.
65
Los niveles de alfabetización alrededor de 1910 eran de 35 por ciento en Rusia, 42 por cien-
to en Bulgaria, 50 por ciento en España y 62 por ciento en Italia. Los niveles más altos del mundo
se encontraban en Gran Bretaña, donde se había vuelto universal, entre los sudafricanos blancos
(97%), en Estados Unidos (92%), Canadá (89%) y Francia (87%). B.N. Mironov, “The Develop-
ment of Literacy in Russia and the USSR from the Tenth to the Twentieth Centuries”, History
of Education Quarterly, vol. 31, núm. 2, 1991, p. 240; G. Tortella, “Patterns of Economic Retarda-
tion and Recovery in South-Western Europe in the Nineteenth and Twentieth Centuries”, The
Economic History Review, New Series, vol. 47, núm. 1, 1994, p. 11; UNESCO, op. cit., pp. 200-222.
66
World Bank, Peril and Promise: Higher Education in Developing Countries, Washington,D.C.,
Banco Mundial, 2000, pp. 104-107. Los nueve países latinoamericanos con acceso universal a la
educación primaria en 1965 eran: Argentina, Uruguay, Brasil, Chile, Paraguay, Perú, Cuba, Costa
Rica y Panamá. Los seguían Venezuela (94%), México (92%), Ecuador (91%), República Domi-
nicana (87%), Colombia (84%), El Salvador (82%), Honduras (80%), Bolivia (73%), Nicaragua
(65%) y Guatemala (50%).

49
JOSÉ C. MOYA

excedía los niveles del “núcleo” de Europa Occidental (Francia, Alemania


y Reino Unido).67
Los patrones de género muestran paralelismos en varios aspectos. En
términos de migración rural a urbana, los demógrafos han encontrado dos
patrones globales: uno predominantemente femenino, característico de
Europa Occidental, las áreas donde se han establecido los europeos y Amé-
rica Latina y otro en el que los hombres predominan y que es característico
de Medio Oriente, África, el sur de Asia y en menor grado del este de Asia
y Europa.68 El servicio doméstico se feminizó en América Latina, Europa
Occidental y Norteamérica durante los siglos XVIII y XIX, mientras que en
el África subsahariana e India los hombres aún constituían de 64 a 87 por
ciento de los sirvientes en 1970.69 América Latina comparte con Europa y
las áreas de establecimiento de europeos proporciones altas y tempranas de
acceso femenino a la educación primaria, secundaria y terciaria con respec-
to al masculino, además de niveles altos de alfabetización femenina. Estas
son las únicas regiones del mundo donde las estudiantes universitarias so-
brepasan en número a los hombres.70 En efecto, Panamá fue uno de los
primeros países en alcanzar ese umbral a principios de la década de 1970 y,
al inicio del siglo XXI, la proporción de mujeres en el acceso a la educación
superior en ese país y en Argentina, Uruguay, Cuba, Paraguay, Honduras,
la República Dominicana y en ocasiones Brasil, superaba la de Estados
Unidos y Europa.71
Las tendencias políticas marcadas por el género siguen una dirección
similar. En términos de sufragio femenino, ningún país independiente fue-
ra de Europa, la Unión Soviética y las áreas de asentamiento de europeos lo

67
World Bank, Peril and Promise…, op. cit., pp. 104-107.
68
S.E. Khoo, P.C. Smith y J.T. Fawcett, “Migration of Women to Cities: The Asian Situation
in Comparative Perspective”, International Migration Review, vol. 18, núm. 4, 1984, pp. 1247-1263.
69
J.C. Moya, “Domestic Service in a Global Perspective: Gender, Migration, and Ethnic Ni-
ches”, Journal of Ethnic and Migration Studies, vol. 33, núm. 4, 2007, pp. 559-579.
70
UNESCO, Global Education Digest 2007: Comparing Education Statistics Across the World, Mon-
treal, UNESCO Institute for Statistics, 2007, p. 132.
71
UNESCO, Global Education…, op. cit.; G.W. Rama y J.C. Tedesco, “Education and Develop-
ment in Latin America, 1950-1975”, International Review of Education, vol. 25, núms. 2-3, 1979,
pp. 187-211; K. Bradley y F.O. Ramírez, “World Polity and Gender Parity: Women’s Share of
Higher Education, 1965-1985”, Research in Sociology of Education and Socialization, núm. 11, 1996,
pp. 63-91.

50
América Latina como categoría histórica en una perspectiva global

habían otorgado en 1929 cuando Ecuador lo hizo, y otros nueve países lati-
noamericanos lo hicieron antes de que Francia le extendiera el voto a las
mujeres en 1945. Desde finales del siglo XX, Argentina, Cuba y Costa Rica
han estado, junto a los países escandinavos, entre los diez países con la ma-
yor proporción de mujeres en las legislaturas nacionales en el mundo. El
Informe Global de la Brecha de Género de 2008, del Foro Económico Mundial,
muestra que trece de los diecinueve países iberoamericanos superaron a
Estados Unidos y Canadá en un indicador compuesto de empoderamiento
político de las mujeres. Esto no sólo contradice el persistente estereotipo
norteamericano de América Latina como una región excepcionalmente pa-
triarcal, sino que también lo vuelve particularmente irónico.
¿Por qué una región que para el inicio del siglo XIX era el área más euro-
peizada del mundo, fuera de Europa misma y su colonia de asentamiento
en Norteamérica, y que seguiría teniendo paralelos históricos con Occiden-
te mucho más fuertes que con el resto del mundo en los dos siglos siguien-
tes sería categorizada consistentemente como no occidental? Parte de la
respuesta a este enigma yace en la definición temprana de América Latina
como el polo opuesto a Norteamérica. Durante el siglo XIX y buena parte
del XX, Estados Unidos definió el hemisferio sur en los términos dicotómi-
cos en los que describía el sur de su nación. El norte era moderno, capitalis-
ta, industrial, democrático y racional; el sur, tradicional o atrasado, feudal,
rural, autoritario y lleno de códigos de honor premodernos. Además del sur
hemisférico, se añadieron otras tres díadas: anglo-latino, protestante-católi-
co y blanco-mestizo. Algunas de estas dualidades aún eran prevalentes en
la teoría de la modernización y los estudios del desarrollo en general duran-
te las décadas de 1950 y 1960.
La mayoría de los académicos del siglo XXI descartarían estas dualidades
como ejemplos de orientalismo occidental (aunque “australismo” sería un
término más preciso, considerando que se refiere al sur y no al este) o los
deconstruirían como binarios derrideanos.72 Aun así, América Latina sigue
categorizándose como no occidental en varias disciplinas académicas. En
ciencia política normalmente se estudia en el campo de política comparada
72
R. de la Campa, “Latin, Latino, American: Split States and Global Imaginaries”, Compara-
tive Literature, vol. 53, núm. 4, 2001, p. 377, percibe en el término América Latina un esfuerzo
angloamericano por establecer otredad, una forma de orientalismo norteamericano.

51
JOSÉ C. MOYA

que, a pesar de su nombre se concentra, al menos de facto, en el mundo no


occidental en lugar de hacer comparaciones. En economía se trata como
parte del mundo “en desarrollo”, una versión supuestamente más positiva
que el más viejo “subdesarrollado”, “menos desarrollado” o Tercer Mundo
que aún coincide esencialmente con el mundo no occidental. En la mayo-
ría de los departamentos de historia de las universidades estadounidenses,
el campo latinoamericano se agrupa con otros campos distintos de Estados
Unidos y Europa y las clases de historia latinoamericana cumplen con re-
quisitos “multiculturales” (un código para no occidental y no blanco).
Esto refleja el hecho de que la definición de Occidente sigue estando
plagada de presuposiciones y metanarrativas sobre la modernidad, el desa-
rrollo, la democracia y la raza. El relativo descenso económico de España y
Portugal y la debilidad de su política representativa durante el siglo XIX y
buena parte del XX le quitó el derecho a una categoría que se había vuelto
sinónimo de modernidad y democracia liberal. Así que, a pesar de que la
península ibérica ocupa el extremo oeste de Europa y que sus habitantes
hayan sido los pioneros de la expansión ultramarina occidental y los aban-
derados de ese proceso durante más de dos siglos, España y Portugal fue-
ron relegadas del centro a la semiperiferia y de Occidente al sur.73 Una
cartografía selectiva los llevó del oeste al sur o la parte mediterránea de
Europa, a pesar de que Portugal no colinda con el Mediterráneo. El com-
ponente lingüístico de este proceso vio la marginación del español y el
portugués en la medida en que el francés y luego el inglés se volvían los
idiomas globales dominantes de la cultura y el poder occidentales. Occi-
dente se convirtió, al menos de forma implícita, en una forma de llamar al
Norte, un sinónimo del norte de Europa y sus puntos de asentamiento. Si
Iberia se volvió, en el mejor de los casos, una semiperiferia cuasioccidental
en la cartografía conceptual anglo-francesa, Iberoamérica quedó atrapada
en una periferia no occidental. El “milagro económico” español del último

73
E. Dussel, en “Eurocentrism and Modernity”, Boundary, vol. 20, núm. 2, 1993, p. 65, hace
una breve mención de la marginación de España y Portugal en el discurso de la modernidad occi-
dental. J. Cañizares-Esguerra, en Puritan Conquistadors: Iberianizing the Atlantic, 1550-1700, Stan-
ford, Stanford University Press, 2006, ha confrontado estos supuestos, defendiendo con fuerza la
centralidad de la presencia ibérica en la formación no sólo de América Latina, sino del mundo
entero.

52
América Latina como categoría histórica en una perspectiva global

cuarto del siglo XX, el regreso de la democracia y la membresía a la Unión


Europea con el tiempo “admitieron” a ese país, y de manera creciente a
Portugal, en el Occidente conceptual. Sin embargo, a pesar de la consolida-
ción casi total de la democracia liberal al otro lado del Atlántico, las ex colo-
nias ibéricas todavía se consideran demasiado pobres para unirse.
Este supuesto está basado en la miopía histórica y la homogeneización
conceptual de una región económicamente diversa. Durante la época colo-
nial, en Europa se asociaba a las Indias Occidentales con riqueza, en lugar
de pobreza. La frase “rico como Perú” se volvió un cliché en la mayoría de
los idiomas de Europa occidental.74 Desde finales del siglo XIX hasta la dé-
cada de 1950, el PIB per cápita de Argentina y Uruguay en general fue ma-
yor que el de la mayor parte de las naciones europeas, en ocasiones
incluyendo a Francia y Alemania. En el siglo XIX, Argentina, Chile, Uru-
guay y Puerto Rico se encuentran en el quintil más rico de la población
mundial. México, Panamá, Venezuela, Costa Rica, Brasil, Cuba, Colombia,
Perú, República Dominicana y Ecuador están en el tercio más rico. El Sal-
vador, Guatemala, Paraguay y Bolivia se encuentran cerca de la mitad, en-
tre el percentil 45 y 48. Sólo Honduras y Nicaragua están debajo de la línea
del percentil 40. El PIB per cápita promedio en este siglo de Uruguay, Ar-
gentina, Chile y Puerto Rico rebasa el de dieciséis países europeos.
Indicadores más generales de desarrollo social muestran patrones simi-
lares. En el índice de desarrollo humano de las Naciones Unidas, ocho
países latinoamericanos se encuentran en el tercio más alto del mundo y
ninguno en el tercio inferior. La mortalidad infantil es significativamente
más baja incluso en los países latinoamericanos más pobres que en el mun-
do en conjunto. La esperanza de vida en diez países latinoamericanos de
2005 a 2009 sobrepasó la de quince naciones europeas. En los caso de Cos-
ta Rica, Puerto Rico, Chile y Cuba, excedió a la de Estados Unidos. Nueve
países latinoamericanos están más urbanizados que veinticinco países eu-
ropeos, incluyendo Italia, Suiza y Austria. Y se encuentran en posiciones
aún más altas en el Índice de Planeta Feliz (HPI, por sus siglas en inglés),
un índice más nuevo que combina satisfacción subjetiva con la vida, espe-
La frase “rico como Perú” era todavía muy común a finales del siglo XVIII y principios del
74

XIX, tanto como para aparecer en formas de entretenimiento musical como la ópera de Mozart
Cosi fan tutte de 1790 y la de Rossini Il viaggio a Reims de 1825.

53
JOSÉ C. MOYA

ranza de vida en el nacimiento y huella ecológica per cápita. Nueve de los


países más altos en 2009 pertenecen a América Latina.75
Esto deja a la raza como el otro criterio que mantiene a América Latina
fuera del Occidente conceptual. Aunque este último término supuesta-
mente corresponde a una entidad geocultural, su asociación con la raza ha
sido explícita al menos desde finales del siglo XIX. Para entonces hacía mu-
cho que la blancura había reemplazado al cristianismo como el marcador
distintivo de Occidente con respecto al resto del mundo.76 Esto coincidió
temporalmente con la creciente identificación de América Latina como
mestiza en Estados Unidos.77 La racialización de los latinos en ese país
fortaleció tal asociación y la llevó hasta el siglo XXI. El gobierno de Estados
Unidos define oficialmente a los hispanos como una categoría no racial,
pero en el uso ordinario se ordenan como un grupo más en la clasificación
racial convencional del país, junto a los blancos, negros, indígenas norte-
americanos y asiáticos. Por lo tanto, aunque los latinos, como los estadouni-
denses en general, simplemente representan una metacategoría constituida
por las otras cuatro, su inclusión común en esta clasificación racial ha ayu-
dado a reforzar la designación de América Latina como no blanca en el
lenguaje coloquial, e incluso en el académico. El lenguaje, por su parte, ha
naturalizado este supuesto.
Académicos de varias disciplinas han contribuido a fortalecer la separa-
ción conceptual de América Latina con respecto a Occidente tanto por su
elección de temas como por su forma de abordarlos. Los antropólogos, en
particular aquellos que no provienen de la región, han dirigido la mirada a
lo “primitivo” y la otredad. Durante las últimas cuatro décadas han escrito,

75
The New Economics Foundation, “The Happy Planet Index, 2009”, p. 3, diponible en:
www.happyplanetindex.org/public-data/files/happy-planet-index-2-0.pdf [consultado: 9 de no-
viembre de 2009].
76
P.B. Rich, Race and Empire in British Politics, Nueva York, Cambridge University Press,
1986.
77
R.F. Weston, Racism in U.S. Imperialism: The Influence of Racial Assumption on American Fo-
reign Policy, 1893-1946, Columbia, University of South Carolina Press, 1972; L. Briggs, Reprodu-
cing Empire: Race, Sex, Science, and U.S. Imperialism in Puerto Rico, Berkeley, University of Califor-
nia Press, 2002, y M.L. Krenn (ed.), Race and U.S. Foreign Policy in the Ages of Territorial and Market
Expansion, 1840-1900, Nueva York, Taylor & Francis, 1998, pp. 43-116; cuatro capítulos sobre la
anexión de Texas y la Guerra entre México y Estados Unidos, “Imperialismo y el anglosajón” en
pp. 208-240 y sobre Cuba y Puerto Rico, pp. 254-265.

54
América Latina como categoría histórica en una perspectiva global

por ejemplo, más de veinte libros en inglés sobre los yanomami en Brasil,
pero ni uno solo sobre inmigrantes portugueses, que son cuarenta veces más
numerosos, pero aparentemente no suficientemente “otros”. Los estudios
literarios y culturales angloeuropeos han tendido a enfatizar lo exótico y lo
mágico. Los trabajos literarios de esa clase tienen más posibilidades de ser
traducidos, lo que refuerza la asociación externa de la literatura latinoameri-
cana con lo mágico, en lugar de lo racional. Los politólogos han escrito cien-
tos de volúmenes sobre dictaduras, represión y revoluciones, pero pocos
sobre democracias, instituciones y política electoral. Los economistas e his-
toriadores económicos a menudo han enfatizado el subdesarrollo y la pobre-
za a tal punto que la historia de la región parece una de fracaso total.
La falta de perspectiva global ha causado tales distorsiones. En térmi-
nos de historia económica, América Latina casi nunca se sitúa en un con-
texto global, sino que se compara con Estados Unidos, como si un país que
contiene menos de 5 por ciento de la población mundial fuera una especie
de estándar universal. La historia política puede ser aun menos comparati-
va. El énfasis desproporcionado en las tiranías y la represión, sin referencia
externa alguna, ha opacado el hecho de que, en comparación con la mayo-
ría de las regiones del mundo, incluyendo a Europa Occidental, lo notorio
sobre América Latina es la ausencia general de guerras internacionales,
genocidios, holocaustos y matanzas organizadas por el Estado.
El punto aquí no es demostrar que Occidente es sólo un concepto capri-
choso. Como muchas otras categorías sociales extensas, incluyendo Améri-
ca Latina, es inconsistente, maleable y fluctuante, pero en última instancia
significativo. Tampoco ha sido la intención condenar estereotipos, que son,
por sí mismos, sólo mecanismos cognitivos. He intentado desenmascarar
sólo aquellos clichés que están particularmente divorciados de la evidencia
empírica y que distorsionan realidades históricas y sociales, para después
explicar porqué y cómo la hegemonía económica y política del norte de
Europa y de América durante los siglos XIX y XX produjo —en parte por
diseño y en parte por ignorancia— una historiografía y un discurso general
que excluyeron a América Latina de “Occidente” y de las narrativas de la
modernidad.
Esto ha tendido a ocultar el papel central que la región ha jugado en
este proceso. A diferencia del Viejo Mundo, América Latina, como catego-

55
JOSÉ C. MOYA

ría histórica y no como territorio, no tiene historia antigua ni medieval. Al


mismo tiempo surgió de y produjo la historia moderna. Esta noción no es
original. La han expresado pensadores desde Marx hasta académicos pos-
marxistas como Walter Mignolo quien, en las reflexiones sobre el tema,
reveladoramente tituladas, La idea de América Latina, enfatiza que América
fue inventada y no descubierta, y vincula esta invención con la díada mo-
dernidad-colonialismo.78
***
El argumento de este ensayo, sin embargo, ha diferido en la conceptualiza-
ción de esta diada. Ha tratado la modernidad no sólo como una invención
ideológica o metanarrativa occidental, sino también como una tendencia
factual en la historia de la humanidad que comprende la masificación de
la reproducción demográfica, la producción, el intercambio, el consumo, la
política, la cultura, las conexiones a larga distancia, la comunicación y
la movilidad. Ha puesto un menor énfasis en el imperialismo europeo, ha-
ciendo eco de los descubrimientos de más de una generación de historia-
dores de la América Latina temprana que han mostrado los límites de los
mandatos imperiales ibéricos y la predominancia de fuerzas locales en el
desarrollo de la región. Ha subrayado la importancia del colonialismo ibéri-
co, pero como un amplio proceso social, económico y cultural que le da
sentido a América Latina como categoría histórica y la distingue del resto
del hemisferio occidental y del resto del mundo poscolonial, en vez de
como mero dominio político. El acento aquí se ha puesto en el lado ameri-
cano del Atlántico y en la historia en sentido amplio, en lugar del lado este
y las corrientes ideológicas y discursivas. América Latina en efecto fue in-
ventada y no descubierta, pero principalmente en la primera acepción del
término —crear algo nuevo— y no en la segunda —producir algo falso.
Esta creación, es cierto, parece ser demasiado dispar internamente para
constituir una categoría cohesiva. Los contrastes entre países y regiones en
términos de geografía y clima, composición étnica, estructura social y distri-
bución de recursos materiales y culturales pueden ser profundos. En tiem-
pos precolombinos existían vastas disparidades en niveles de desarrollo,
que continuaron con algunos cambios a lo largo del periodo colonial, se re-

78
W.D. Mignolo, The Idea of Latin America, Oxford, Blackwell, 2005.

56
América Latina como categoría histórica en una perspectiva global

virtieron durante el siglo XIX cuando la mayoría de las colonias marginales


se volvieron los países más desarrollados y se ampliaron en el siglo siguien-
te. Alrededor de 1900 los países más ricos en América Latina eran unas
cuatro veces más ricos que los más pobres. Para el año 2000, eran seis veces
más ricos (o diecinueve veces, si se considera a Haití). La brecha entre el
ingreso de los países más pobres y los más ricos de Iberoamérica es tres
veces más amplia que la que existe entre esta región y Estados Unidos.79
Sin embargo, estas brechas son más amplias dentro de casi todas las
demás regiones del mundo. El PIB per cápita de Túnez y el de Libia son de
nueve a veinte veces mayores que el de sus vecinos en el Sahel. El de Su-
dáfrica y Botsuana son de diez a cincuenta y dos veces más altos que los
otros veinte países subsaharianos. En el Medio Oriente, o incluso dentro
de la península arábiga, las monarquías “petroleras” son de cuatro a treinta
y seis veces más ricas que Jordania y Yemen. En el sur de Asia, Malasia y
Singapur son de diez a trece veces más ricos que Bangladesh e Indonesia.
En el este de Asia, el PIB per cápita de Corea del Sur es dieciséis veces más
alto que el de Corea del Norte. En Europa, Suiza, Luxemburgo y los países
escandinavos son de siete a doce veces más ricos que los países más pobres
de los Balcanes y Europa del Este. Sólo Europa Occidental tiene brechas
en el ingreso menores que las de Iberoamérica, pero esto es el resultado de
convergencias recientes. Antes de 1960, la diferencia entre el PIB de los
países más ricos y el de los más pobres era similar en ambas regiones (una
proporción de aproximadamente cuatro a uno).
La profundidad del colonialismo ibérico y su capacidad integradora
vuelve problemática la aplicación de la “teoría” poscolonial en América
Latina. Poscolonial no es aquí un término temporal neutral que se refiere al
periodo posterior a la emancipación política en cualquier ex colonia, de
Australia a Zimbabue y de Argelia a Estados Unidos. Los estudios poscolo-
niales surgieron de, y respondieron a, una situación particular: las antiguas
colonias francesas y especialmente inglesas que se independizaron des-
pués de la Segunda Guerra Mundial, o incluso más tarde, donde la pe-
netración cultural europea era relativamente superficial, especialmente en
79
Todos los datos para el PIB per cápita por país provienen de A. Maddison, Monitoring the
World Economy, 1820-1992, París, OCDE, 1995, su página de internet (véase nota 59) y reportes de
las Naciones Unidas y el Banco Mundial.

57
JOSÉ C. MOYA

el ámbito de la cultura popular y donde, con cierta ironía, la presencia sim-


bólica de los ex colonizadores ocupa un lugar preponderante, especialmen-
te en relación con la europeizada élite intelectual local. Esta situación es
casi antitética en América Latina, donde el colonialismo ibérico comenzó
siglos antes, duró mucho más tiempo y dejó un impacto cultural considera-
blemente más profundo, no sólo en contraste con otros proyectos colonia-
les europeos en ultramar, sino también en comparación con el colonialismo
ruso en Eurasia y el colonialismo árabe en el norte de África. Además, la
poscolonialidad en América Latina es un fenómeno de dos siglos de existen-
cia y los antiguos poderes imperiales cayeron a una posición semiperiférica,
produciendo más lástima que resentimiento. Para el siglo XX, los españoles
y portugueses en la América hispana y Brasil, respectivamente, se habían
convertido más en el objeto de chistes populares que de diatribas antiimpe-
rialistas o meditaciones fanonianas por parte de los intelectuales locales.
Las tendencias postindependentistas promovieron la cohesión interna
y la distinción externa que el colonialismo ibérico había trazado. Durante el
siglo XIX, la mayoría de los países compartía una secuencia de luchas regio-
nales e inestabilidad política y económica, seguidas de un periodo de con-
solidación nacional, ascenso del liberalismo y reintegración a la economía
atlántica que no tuvieron contraparte en el resto del mundo “poscolonial”
de la época. Durante el siglo XX atestiguaron el surgimiento del voto uni-
versal, de estados populistas, desarrollistas y economías keynesianas, ade-
más del resurgimiento de la democracia liberal y la economía neoliberal,
seguidas de un giro a la izquierda a principios del siglo XXI.
Finalmente, América Latina se ha definido y distinguido por el mo-
mento de su modernización poscolonial —un proceso que incluye la tran-
sición demográfica, tendencias hacia la producción en masa y la integración
de mercados, la urbanización, el surgimiento y difusión de nuevas tecnolo-
gías, el desarrollo del trabajo organizado, la política de masas, la educación
y alfabetización masivas, una mayor conectividad global y una prolongada
tendencia hacia la igualdad de género—. El ritmo ha variado internamente.
En algunos países y para ciertos indicadores se ha mantenido al paso de, o
incluso ha superado a, los principales países de Europa Occidental. En ge-
neral, se ha parecido al de la periferia del este y sur de Europa. Sin embar-
go, América Latina en conjunto ha rebasado a casi todo el mundo, con

58
América Latina como categoría histórica en una perspectiva global

excepción precisamente de los países con los que la han comparado de


forma consistente los historiadores económicos y los economistas: las socie-
dades de asentamientos anglosajones, Japón y desde la década de 1970 los
cuatro tigres asiáticos (Corea del Sur, Taiwán, Hong Kong y Singapur).
Estas comparaciones selectivas han producido nociones exageradas de re-
zago y fracaso.
El propósito de este ensayo no ha sido impulsar la posición de América
Latina en una carrera teleológica o exigir su admisión a “Occidente” como
si fuera una membresía en un club de élite, sino elucidar su significado
como categoría histórica al situar a la región en una perspectiva global y no
selectiva. En esta perspectiva, los rasgos distintivos y unificadores que
hacen de América Latina una categoría histórica válida se muestran con cla-
ridad. Su condición de Nuevo Mundo interactuó con la naturaleza trans-
formadora del “colonialismo con colonización” ibérico y el surgimiento
temprano de Estados nacionales para producir una serie de dualidades que
parecen paradójicas, pero no lo son. América Latina es al mismo tiempo una
de las regiones más multirraciales y menos multiculturales del mundo. Tie-
ne uno de los niveles más altos de desigualdad racial-socioeconómica y uno
de los niveles más bajos de conflicto étnico. Muestra las tasas más altas de
violencia individual, vinculada al crimen, y una de las más bajas de violencia
colectiva intergrupal dentro de sus naciones y entre ellas. Además, sus tra-
yectorias y características demográficas, económicas, socioculturales y políti-
cas se parecen más a las de Europa, particularmente la Europa latina, que a
cualquier otra región del mundo, pero se le excluye conceptual y consisten-
temente de Occidente y se le asocia automáticamente con “el resto” o su
más reciente reencarnación, el “sur global”.

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