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La Quinta Columna - Alberto Laguna Reyes

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ALBERTO LAGUNA REYES

ANTONIO VARGAS MÁRQUEZ

LA QUINTA COLUMNA

La guerra clandestina tras las líneas republicanas


1936-1939

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Para Antonio, por enseñarme tanto.
Y yo también pienso en ti, Arancha.
A mi madre, por estar siempre a mi lado.

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Siglas utilizadas

AGA (Archivo General de la Administración)


AGHD (Archivo General Histórico de la Defensa)
AGMAV (Archivo General Militar de Ávila)
AGMI (Archivo General del Ministerio del Interior)
AGMS (Archivo General Militar de Segovia)
AHEA (Archivo Histórico Ejército del Aire)
AHN (Archivo Histórico Nacional)
ARCM (Archivo Regional de la Comunidad de Madrid)
BOE (Boletín Oficial del Estado)
CDMH (Centro Documental de la Memoria Histórica)
CNT (Confederación Nacional del Trabajo)
CPIP (Comité Provincial de Investigación Pública)
DEDIDE (Departamento Especial de Información del Estado)
DGS (Dirección General de Seguridad)
FAI (Federación Anarquista Ibérica)
FET y de las JONS (Falange Española Tradicionalista y de las Juntas de Ofensiva
Nacional Sindicalista)
GNR (Guardia Nacional Republicana)
IGM (Inspección General de Milicias)
JSU (Juventudes Socialistas Unificadas)
MVR (Milicias de Vigilancia de Retaguardia)
NKVD (Naródny Komissariat Vnútrennij Del, Comisariado del Pueblo para Asuntos
Internos)
POUM (Partido Obrero Unificado Marxista)
PSOE (Partido Socialista Obrero Español)
RAH (Real Academia de la Historia)
TERMC (Tribunal Especial para la Represión de la Masonería y el Comunismo)
SIE (Servicio de Inteligencia Exterior)
SIFNE (Servicio de Información de la Frontera Nordeste de España)
SIM (Servicio de Información Militar)
SIPM (Servicio de Información y Policía Militar)

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Agradecimientos

Gracias de corazón a todas las personas e instituciones que me han ayudado a rescatar
del anonimato las historias de la Quinta Columna que aparecen en este libro. Sin su
ayuda, seguramente nunca hubieran visto la luz. Las cito a continuación.
Arancha, la «niña de mis ojos». Siempre gracias por tu confianza, paciencia, consejos
y tu pluma brillante. Formas parte de esta obra, casi igual que nosotros. Sin ti, nunca lo
hubiera conseguido.
Mi familia, en especial a mis padres por haberme inculcado el espíritu de sacrificio
que me ha servido para no tirar la toalla. A mi padre, por su fantástico trabajo de campo,
visitando sin descanso los archivos militares de Madrid y Ávila. Nunca olvidaré su
análisis minucioso de los sumarios que pasaban por sus manos, especialmente aquellos
que se encontraban en el cuartel Infante Don Juan. Siempre estarás presente. A mi
madre, por su apoyo moral y sus eficaces traducciones del francés que han sido
indispensables para comprender mejor la figura de Charles Duret.
Mis hermanos, sobrinos y amigos, a los que he quitado muchas horas de mi tiempo y
han estado siempre cerca para escuchar mis historias de la Guerra Civil. Aunque no lo
creáis, también formáis parte de este libro. A mis jefes y compañeros de trabajo, gracias
por vuestra confianza y comprensión desde el primer momento.
El Archivo General Militar de Ávila y todos sus empleados tanto militares como
civiles. Sus miembros son los guardianes de nuestro legado militar y a ellos les
tendremos que agradecer para siempre su trabajo encomiable y su profesionalidad.
Puedo decir lo mismo de los componentes del Archivo General Militar de Segovia y del
Archivo General Histórico de la Defensa, ubicado en el paseo de Moret de Madrid. En
las dependencias de este último nos hemos sentido como en casa mientras buceábamos
entre consejos de guerra y declaraciones juradas.
El Museo Militar de Toledo, por su incesante búsqueda de fondos fotográficos para
este libro, y al Centro de Historia y Cultura Militar de Ceuta, en especial al coronel
Cabieces, cuya ayuda ha sido muy importante para reconstruir historias como la del
laureado Ricardo Bertoloty. Al Museo Específico de Regulares de Ceuta, uno de los
museos más apasionantes que se pueden visitar en España y uno de los grandes
desconocidos de nuestro patrimonio.
Los archiveros y auxiliares del Centro Documental de la Memoria Histórica de
Salamanca, con los que he tenido mucho trato en el verano de 2018. Su pasión por el
trabajo y su paciencia con los investigadores merecen un reconocimiento especial.
El Archivo Histórico del Ejército del Aire. Sus expedientes nos han sido muy útiles

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para entender la historia de algunos quintacolumnistas, como Villapalos o Pereda.
También para los archiveros del Archivo Histórico Nacional, que nos han permitido
seguir investigando los pormenores de la guerra, y a los funcionarios del Archivo del
Ministerio del Interior por las facilidades que nos han concedido a la hora de estudiar las
hojas de servicio de policías y carabineros.
El Archivo General de la Administración de Alcalá de Henares, donde hemos podido
analizar los expedientes de depuración de los profesores Antonio Luna y Julio Palacios,
personajes esenciales de la Quinta Columna en la recta final de la guerra. También le
damos las gracias al profesor Pascual Marzal, catedrático de Historia del Derecho de la
Universidad de Valencia, que me proporcionó mucha luz sobre la figura de Luna y su
papel en la guerra.
El Archivo Regional de la Comunidad de Madrid, en especial a las archiveras y
auxiliares del turno de tarde. Gracias por sus consejos y por habernos mostrado el
maravilloso fondo fotográfico de Santos Yubero, esencial para ilustrar esta
investigación. Mención destacada para Javier Díez Llamazares, subdirector general de
Archivos de la Comunidad de Madrid, por su comprensión, amabilidad y eficacia.
Alfredo Alvar, uno de los grandes historiadores de nuestro tiempo, que nos abrió las
puertas de la Real Academia de la Historia junto con Miguel Ángel Ladero Quesada. Sin
su ayuda, nunca hubiéramos conocido los entresijos de la Sección Femenina de Falange
y los fondos de la Asociación Nueva Andadura.
África Borges por sus apasionadas conversaciones sobre su tío Antonio del Rosal y
López de Vinuesa y por cedernos la única fotografía que existe en la actualidad del
primer quintacolumnista de la guerra.
La familia Ordeig, por ayudarnos a reconstruir la historia de la organización
clandestina de San Francisco el Grande y el cautiverio de sus líderes en las cárceles de
Barcelona. Nuestro agradecimiento también para los descendientes de Valentín de Pedro,
que nos permitieron entender mejor el lado humano del contraespionaje republicano en
Madrid.
Pedro Bareño y Gustavo Villapalos, que nos han permitido obtener unos mejores
perfiles de los enlaces que solía utilizar el espionaje franquista para acceder a la
retaguardia madrileña. Con su colaboración hemos ampliado más datos acerca de sus
padres, que sirvieron como correos humanos del SIPM entre 1937 y 1939. Nuestro
reconocimiento para Antonio y Ramiro Guardiola, cuya ayuda ha sido fundamental para
conocer la intrahistoria de los «nadadores del Tajo». También agradecemos los esfuerzos
de los descendientes de Antonio Gutiérrez Mantecón, en especial a sus hijos Resti y
Aurora y a su nieto Enrique.
Al Museo de la Fundación Nacional de la División Azul por permitirnos utilizar el
único retrato que existe de Juan María Bartolí Bella. A Gonzalo Rodríguez, del Foro

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Memoria Blau, por habernos enseñado a comprender la historia de los quintacolumnistas
que se convirtieron en divisionarios tras la Guerra Civil.
Al coronel Solans, sobrino de Antonio Rodríguez Aguado, por abrirnos la puerta de
su casa y del Casino Militar de Madrid, donde empezamos nuestras investigaciones.
También a las hijas de Joaquín Jiménez de Anta, por cedernos en su día las imágenes de
su padre, y a Manuel Manzano-Monís, que nos ha resuelto muchas dudas sobre su
progenitor.
Marta Castilla y su hijo Jordi Massó por permitir adentarme en Alberto Castilla
Olavarría, uno de los más brillantes infiltrados republicanos dentro de la Quinta
Columna. Años después de nuestro primer encuentro, Marta y yo nos volvimos a
encontrar en Madrid y disfrutamos de una de las charlas más apasionantes y emotivas de
este libro. No dejes de escribir, Marta. A Francisco Burgos por su búsqueda incansable
de fotografías antiguas de su tío, José Burgos Iglesias.
A Félix Gil le estaré siempre muy agradecido, por haber creído en mí desde el primer
minuto. Gracias por tu confianza, tu libertad y comprensión.
Y, sobre todo, le doy las gracias a Antonio Vargas Márquez, el otro autor de este
libro, al que siempre llevaré en mi memoria y en mi corazón. Todo un ejemplo de
tenacidad, implicación y espíritu de sacrificio.
Madrid, enero de 2019
Alberto Laguna Reyes

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Introducción

Lejos de las trincheras y del campo de batalla se libró otra Guerra Civil, una guerra
clandestina protagonizada por personajes anónimos cuyas historias nunca han salido a la
luz. Un combate feroz que dejó cientos de víctimas en uno y otro bando, una lucha que
no entendía de fronteras ni de límites territoriales y que se desarrolló en la retaguardia de
las principales ciudades. Fue un enfrentamiento entre los partidarios de los sublevados
que permanecían en territorio republicano y los servicios secretos del Frente Popular, en
el que la Quinta Columna ejerció un papel tan esencial como desconocido.
El primero en hablar de la existencia de una Quinta Columna fue el general Emilio
Mola. En octubre de 1936, Mola afirmó que Madrid caería en poder de los alzados, ya
que avanzaban sobre la capital cuatro columnas militares que se unirían a una quinta que
ya se encontraba dentro de la ciudad. Seguramente, el «Director» del golpe nunca se
planteó las consecuencias que tuvieron sus palabras en el seno de la República. La
psicosis que generaron aquellas manifestaciones entre sus adversarios fue enorme, y la
persecución a posibles quintacolumnistas —reales o ficticios— se convirtió en una
constante hasta el final de la guerra. ¿Existió realmente esa Quinta Columna a la que se
refería Mola, o la propaganda de la República aprovechó sus palabras para perseguir a
sus enemigos internos?
Esa misma pregunta nos hicimos en 2011 cuando empezamos a investigar el
funcionamiento de las organizaciones clandestinas de los sublevados. Ocho años después
podemos decir, sin riesgo a equivocarnos, que el fenómeno quintacolumnista sí que
existió en España durante la Guerra Civil. Posiblemente no surgió como tal en octubre
de 1936, como decía Mola, sino que se fue cimentando a medida que evolucionaba la
contienda.
Desde un primer momento, nos pareció apasionante investigar en profundidad el
papel de la resistencia franquista en el interior de las principales ciudades que controlaba
la República. Teníamos la sensación de estar adentrándonos en un terreno inexplorado
(más allá de Javier Cervera y su gran libro Madrid en guerra), que los historiadores
habían dejado de lado por razones que seguimos sin entender. Y no tardamos mucho
tiempo en descubrir que había muchas historias, silenciadas durante años, que merecían
ver la luz. Historias que tenían que ser investigadas con rigor y objetividad, más allá de
ideologías, para comprender esa otra cara de la guerra. Historias enterradas en archivos
militares y civiles, en hemerotecas, en libros descatalogados y en la memoria de sus
descendientes que necesitaban ser desempolvadas cuanto antes.
La Quinta Columna nació de manera improvisada. Grupos independientes de

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personas, la mayoría vinculadas a Falange, se empezaron a organizar al poco de estallar
la guerra convencidos de que el conflicto terminaría en pocos meses. Estaban
equivocados. Querían ayudar a los sublevados, pero el destino y las circunstancias les
habían obligado a permanecer en una zona que no era la suya. En cierta manera, lo
consiguieron. Sus primeras acciones estuvieron encaminadas a garantizar su propia
supervivencia, pero con el paso del tiempo se atrevieron a realizar pequeños sabotajes o
a practicar el «socorro blanco», es decir, recaudar fondos y víveres para los derechistas
encarcelados y sus familias. También preparaban la entrada de las tropas de Franco en
las ciudades republicanas. Para ello tendrían que garantizar, por un lado, la seguridad de
los militares alzados y, por el otro, el buen funcionamiento de los servicios básicos,
como la luz, el agua o el transporte. Todos estos objetivos quedaron relegados a un
segundo plano cuando los miembros de la Quinta Columna comprendieron que podían
ayudar al espionaje de los sublevados de una forma mucho más útil: obteniendo
información del enemigo.
A medida que avanzaba la guerra, los grupos de emboscados se empezaron a
profesionalizar. Superado el pánico de los primeros meses, se habían acostumbrado a
operar en la clandestinidad, a infiltrarse en las organizaciones del Frente Popular y a
tomar precauciones para sobrevivir en territorio hostil. Muchos establecieron contacto
con los servicios de información de Franco, que también se habían profesionalizado. El
coronel de Caballería José Ungría, máxima autoridad del espionaje sublevado, jugaría un
papel casi decisivo en la coordinación de estas organizaciones de la Quinta Columna.
Era un militar que creía firmemente en la necesidad de ganar la guerra de la información,
por lo que decidió centralizar en una misma unidad todos los servicios de inteligencia
que actuaban en la zona de los sublevados. Estaba convencido de que el espionaje sería
más efectivo si una sola institución se encargaba de este cometido, por lo que decidió
crear el Servicio de Información y Policía Militar (SIPM). Su hombre de confianza en el
frente de Madrid era el comandante Bonel Huici, un oficial de Caballería que dirigió las
redes secretas de la capital con ingenio y dedicación, aunque estas no empezarían a
brillar hasta mediados de 1937. Contó con la colaboración de la junta de Falange
Clandestina dentro de la ciudad, dirigida por Valdés Larrañaga quien, a pesar de estar
preso en una cárcel madrileña, conocía de primera mano las actividades
quintacolumnistas.
La situación en Cataluña fue algo diferente, sobre todo al inicio de la guerra. Los
derechistas emboscados empezaron buscando su propia supervivencia hasta que
decidieron crear organizaciones secretas para combatir al Frente Popular. La mayoría
tuvieron como denominador común su origen falangista, aunque también destacaron
grupos de conservadores y monárquicos. Su relación con la inteligencia sublevada fue
muy estrecha, especialmente con los Servicios de Información de la Frontera Nordeste

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de España (SIFNE). Se trataba de una especie de agencia de inteligencia privada,
financiada por empresarios y políticos catalanes como Francesc Cambó, que se puso al
servicio de los nacionales en el verano de 1936. Antes de ser absorbida por el SIPM,
creó una importante red de enlaces en el sur de Francia que mantenían contacto diario
con los grupos de la Quinta Columna en Cataluña.
En el bando opuesto a los quintacolumnistas se encontraban los diferentes servicios
secretos que tuvo la República para acabar con los denominados «enemigos del pueblo».
Las Milicias de Vigilancia de Retaguardia (MVR) fueron las primeras que lucharon
contra los emboscados, aunque lo hicieron de una manera brusca y en muchos casos
violenta. La creación de la Brigada Especial, que usó los métodos de los servicios de
inteligencia soviéticos para perseguir a estos «enemigos», supuso un gran avance en la
lucha contra la Quinta Columna, gracias especialmente a la figura de Fernando Valentí,
un comisario de policía que se convirtió en la bestia negra de los emboscados. También
participaron en estas luchas clandestinas otras agencias de inteligencia, como los
Servicios Especiales del Ministerio de la Guerra o el Departamento Especial de
Información del Estado (DEDIDE), que dependía de Gobernación.
Pero, sin duda alguna, la entidad más poderosa que combatió de manera implacable y
eficaz contra la Quinta Columna fue el Servicio de Información Militar (SIM). Creado
en el verano de 1937 por Indalecio Prieto, fue la organización más temida por los
derechistas por los métodos poco ortodoxos que utilizaban sus agentes. El SIM también
tuvo algunas influencias soviéticas y supo utilizar mejor que nadie la figura del
confidente o agente alborotador. Estos eran en su mayoría personas con un pasado
derechista, con pocos escrúpulos, que se infiltraban entre los quintacolumnistas para
descubrir sus verdaderas actividades en la retaguardia republicana. Algunos lo hicieron
tras ser coaccionados por el SIM y otros tomaron ese camino por dinero, aventura o
incluso por convencimiento ideológico.
La guerra en la sombra que libraron los emboscados verá la luz por primera vez a lo
largo de los diecisiete capítulos de este libro. Cada uno de ellos reconstruye la historia de
personas que formaron parte de estas redes de información en la sombra y de quienes
lograron desmantelarlas. Historias individuales de gente, en su mayoría, anónima. Sacar
a la luz todas estas historias no hubiera sido posible sin el incansable y concienzudo
trabajo de Antonio Vargas Márquez, coautor de este libro, que nos dejó en 2016. Sin su
brillante investigación en los archivos y fuera de ellos, los hombres y mujeres que
figuran en esta obra seguirían en el más profundo de los olvidos.

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PRIMERA PARTE. LOS INICIOS

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Capítulo 1. ANTONIO DEL ROSAL, LAS IDEAS POR
ENCIMA DE LA FAMILIA

Hijo de un alto mando del Ejército republicano, Antonio del Rosal y López de Vinuesa
se convertiría en el primer líder de una organización de la Quinta Columna durante la
Guerra Civil. Sin ser profesional del espionaje o tener conocimientos en actividades
subversivas, este joven estudiante universitario dirigiría la primera red falangista que
conspiró contra la República en Madrid. Lo hizo, además, en uno de los periodos más
peligrosos del conflicto, entre finales de 1936 y principios de 1937, una época
tristemente famosa por los asesinatos indiscriminados de derechistas o supuestos
enemigos del Frente Popular. Apenas existen documentos gráficos suyos y hay muchas
lagunas informativas alrededor de su figura. Sí se conoce, sin embargo, que fue un espía
republicano quien desbarató su vida secreta, un infiltrado tan eficaz que hasta el
poderoso NKVD soviético intentó captarle. Pero empecemos por el principio.
Del Rosal se había afiliado a la Falange antes de 1936, mientras estudiaba en la
Universidad Central de Madrid. Residía en el barrio de Chamberí, en el número 24 de la
calle María de Guzmán, en un pequeño piso que compartía con su madre, su hermana
Concepción, su cuñado y su sobrino de apenas dos años. Su familia estaba
desestructurada desde que su padre, el teniente coronel de Infantería Francisco del Rosal,
decidió abandonar a su esposa por una mujer mucho más joven. Con su nueva pareja, el
militar tuvo en 1933 un hijo que murió a los pocos días de nacer en el Hospital Castrense
de Carabanchel. Le llamó Antonio, como a su único hijo varón, con el que había tenido
una ruptura muy dramática, no solo por el abandono del hogar, sino porque ambos
estaban en las antípodas políticas. A pesar del alto cargo que ostentaba en el Ejército y
de su heroica actuación en África, Francisco era de izquierdas y masón, mientras que
Antonio simpatizaba con las ideas de José Antonio y se mostraba como un católico
ferviente.
La situación de la familia Del Rosal era crítica cuando estalló la guerra. Se mantenían
a duras penas con los ingresos que conseguía el cuñado de Antonio como aparejador.
Sus circunstancias eran tan complicadas que sus dos hermanas pequeñas se habían tenido
que ir a vivir a Loja (Granada), para que se hiciera cargo de ellas la familia materna, que
sí tenía recursos económicos. En este contexto les sorprendió la guerra, y Antonio fue
rápidamente movilizado. Muy a su pesar, le nombraron teniente de complemento por
tener estudios universitarios. Logró zafarse de ir al frente esgrimiendo el alto cargo de su
padre, que empezaba a ser todo un ídolo para la República. Le designaron coordinador
de un taller anarquista de ametralladoras cuya misión era reparar el armamento en mal

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estado que llegaba del frente de Somosierra.
Con el fin de no levantar sospechas por su pasado falangista, una de las primeras
cosas que hizo fue afiliarse a la CNT. Era una época en la que disponer de un documento
que acreditara tu pertenencia a una organización del Frente Popular podía salvarte la
vida. Disponer de ese carné anarquista le resultó muy útil para vivir más tranquilo y
también para responder a algunas deudas que tenía con la comunidad de propietarios de
la casa donde residía. En una ocasión, la portera le insinuó que debía pagar el dinero que
le debía su familia o de lo contrario avisaría a la policía. Antonio, en tono arrogante, le
contestó que la CNT se encargaría de «solucionar» los problemas económicos. A partir
de ese momento, la mujer no volvió a molestarle.
En noviembre de 1936 las tropas de Franco comenzaban el asedio de Madrid, el
gobierno de la República había sido evacuado a Valencia y muchos frentepopulistas
pensaban que era cuestión de tiempo que la capital cayera en poder del enemigo.
Antonio también tenía ese convencimiento, así que decidió movilizarse para facilitar la
entrada de las tropas sublevadas, junto con varios amigos y familiares de derechas. De
manera improvisada y, en opinión de algunos, poco profesional, empezó a actuar como
jefe del primer grupo quintacolumnista de la retaguardia madrileña. Fue el líder de
España Una.

El nacimiento del quintacolumnismo

La espontánea organización empezó a gestarse ese mes de noviembre, coincidiendo


con las primeras sacas de presos con destino a Paracuellos. Era una época tenebrosa para
los conspiradores por los riesgos que podían correr en el caso de ser descubiertos.
Aunque habían disminuido los llamados «paseos» en comparación con los meses de
agosto y septiembre, tener un pasado falangista era peligrosísimo, y más si se llevaban a
cabo actividades clandestinas. Las medidas para controlar el orden público de la Junta de
Defensa en Madrid estaban siendo efectivas, pero las Milicias de Vigilancia de la
Retaguardia (MVR) y algunos chequistas seguían provocando el terror. El ambiente en
la ciudad, con los sublevados a punto de lanzar su ofensiva final, era de tensión
permanente, y la búsqueda de posibles espías o quintacolumnistas estaba muy
generalizada, gracias entre otras cosas a la propaganda. Era habitual ver carteles en zonas
muy concurridas, algunos de un tamaño enorme, como el que hicieron los alumnos de
Bellas Artes para la calle Alcalá, en el que se veía reflejado el mensaje de «guerra al
espionaje».
Pese al acecho de las MVR, el grupo de Del Rosal inició sus actividades
clandestinas, posiblemente porque sus miembros estaban convencidos de que la guerra

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no duraría más de tres meses. Su prioridad era organizarse para apoyar desde dentro de
la ciudad a las tropas nacionales en cuanto estas lanzaran su ataque definitivo sobre
Madrid. Sus componentes también intentaron recabar información del enemigo y realizar
sabotajes en la retaguardia para favorecer la ofensiva.
La organización consiguió adquirir muy pronto un engranaje bien estructurado en el
que Antonio era el líder absoluto, seguido de su cuñado Antonio Amaya, que también
simpatizaba con Falange. Tras ellos estaba un viejo amigo de ambos, José Rodríguez, un
militar barcelonés que había participado en la Sanjurjada en 1932 y que, a finales de
1936 estaba destinado en la oficina de información de detenidos de la Dirección General
de Seguridad (DGS), por lo que tenía acceso a información muy relevante.
A ellos se unió un personaje de lo más enigmático, Exuperio Muñoz, un hombre de
mediana edad que se hacía llamar don Tomás. También era falangista, aunque su bagaje
político era mayor que los demás, ya que tiempo atrás había sido alcalde de Villarta de
San Juan (Ciudad Real). Al fracasar el alzamiento en La Mancha, Exuperio tuvo que
abandonar su pueblo a toda prisa para refugiarse en Madrid y evitar ser detenido por las
milicias locales. El comité de su pueblo había condenado a muerte a este exportador de
vinos, al que acusaban de haber maltratado a sus obreros durante una huelga en los años
treinta.
Antonio del Rosal, Antonio Amaya, José Rodríguez y Exuperio Muñoz serían los
jefes supremos de la organización España Una. Como tales, los cuatro redactaron un
manifiesto fundacional y elaboraron unos carnés identificativos con una señal que no
dejaba lugar a dudas: la huella del dedo pulgar derecho de Antonio, que tan solo se podía
ver al trasluz. Sus primeros objetivos consistieron en captar nuevos adeptos y llevar a
cabo actividades subversivas contra la Junta de Defensa de Madrid hasta que los alzados
entrasen en la capital.
«Prudencia y seguridad» fueron las dos premisas fundamentales de la organización y
así aparecieron recogidas en el manifiesto fundacional. Solo una veintena de personas
llegaron a formar parte de la red, que operó en Madrid entre noviembre de 1936 y
febrero de 1937. Además de los cuatro cabecillas, el resto de los miembros de España
Una eran, por lo general, militares, policías, guardias de asalto, funcionarios de correos y
trabajadores de la Cruz Roja. Todos ellos eran simpatizantes de las derechas y se
oponían rotundamente al gobierno de la República.

Unos objetivos ambiciosos

El líder del grupo recibía a diario informes precisos de lo que sucedía en la DGS,
gracias al trabajo que realizaba uno de los hombres más valiosos de la organización, el

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agente de vigilancia José Montoya Sastre. Otro miembro eficaz del grupo era Francisco
Dolera, un guardia de asalto que trabajaba en la cárcel de San Antón y que varias veces
permitió que Antonio accediera a la prisión sin identificarse para mantener entrevistas
con personas de interés.
Otro de los cometidos de España Una eran los sabotajes. El jefe de los
quintacolumnistas se convirtió en todo un experto en inutilizar el armamento del
enemigo. Como jefe del taller de ametralladoras donde estaba destinado, consiguió
romper decenas de estas armas automáticas o retirarlas de circulación, evitando así que
fueran enviadas a las unidades militares republicanas. En ocasiones, también se
aproximaba al frente para reparar in situ las ametralladoras, lo que le permitía tener un
conocimiento más profundo del lugar en el que se encontraban las posiciones
republicanas. De esta manera elaboró varios croquis con la ubicación de estas
posiciones, que fueron enviados a zona sublevada a través de contactos que tenían en
determinadas embajadas madrileñas. Su hermana, Concepción del Rosal, era la
encargada de relacionarse con algunos refugiados en legaciones latinoamericanas para
que, por medio de diplomáticos afines, enviaran los croquis de Antonio a Francia por
medio de valija diplomática. Una vez allí eran recogidos por agentes de Franco.
Aunque España Una solo operó durante tres meses, sus planes fueron de lo más
ambiciosos. Uno de sus objetivos era secuestrar al general José Miaja y entregarlo a los
sublevados. El encargado de preparar el secuestro fue el joven estudiante gallego José
Luis Cervera, que se encargó de tomar nota de los desplazamientos que solía hacer el
general y su escolta en Madrid. La acción no se llevó a cabo finalmente por las
indiscreciones de algunos de sus amigos, que debieron hablar más de la cuenta.
Otro de los propósitos que tenían los quintacolumnistas era realizar golpes de mano
contra miembros de las fuerzas de seguridad de la República y rescatar a los derechistas
que iban a ser condenados a muerte. Pretendían disparar a los pelotones de fusilamiento
antes de que cumplieran el mandado de los tribunales populares. El grupo de acción que
se encargaría de llevar a cabo estos golpes lo formaron varios policías adeptos a España
Una, que conocían las fechas y los lugares de ejecución. No consiguieron sus objetivos
porque algunos de sus miembros fueron descubiertos.
Los falangistas operaban fundamentalmente en dos viviendas de Madrid. La primera
estaba situada en el número 42 de la calle General Arrando, domicilio que ocuparían Del
Rosal y su familia tras ser desalojados de su piso en la calle María de Guzmán por estar
muy cerca del frente. En su nueva casa, Antonio recibía visitas de contactos que le
facilitaban todo tipo de datos sobre la situación en los frentes de Madrid o las
actuaciones de las fuerzas de seguridad en la retaguardia madrileña. En el interior de la
cocina, en una puerta falsa, escondía un pequeño alijo de armas —sobre todo, pistolas—
dentro de una lata de metal.

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La segunda vivienda estaba situada en el número 10 de la calle Prim, en pleno barrio
de Chueca. En ella vivía temporalmente Exuperio Muñoz junto con otros dos falangistas,
José Luis López y Manuel Cortés Latorre. Los quintacolumnistas recibían allí visitas y
en uno de los dormitorios escondían varias pistolas dentro de un armario.

La guerra sucia

Hasta enero de 1937, la seguridad republicana no tuvo constancia de la existencia de


España Una. Casi por casualidad, un policía comunista consiguió recabar datos que
demostraban la existencia de una organización subversiva de «carácter fascista» que
estaba actuando en Madrid. El agente en cuestión se llamaba Tomás Durán González y,
aunque antes de la guerra compaginaba los estudios de Magisterio con su empleo de
mecanógrafo, desde septiembre de 1936 formaba parte de las MVR.
Durán, que se convertiría más adelante en todo un mito en la guerra sucia contra la
Quinta Columna, estaba destinado en el palacio de Marqués de Riscal, el cuartel general
de la Primera Compañía de Enlace del Ministerio de Gobernación. Se trataba de un
edificio que había sido requisado a Renovación Española y que se convirtió durante los
primeros días del alzamiento en una especie de checa extraoficial, dependiente del
ministro Ángel Galarza.
Tras la huida a Valencia del gobierno de la República y la constitución de la Junta de
Defensa de Madrid el 6 de noviembre de 1936, el palacio de Marqués de Riscal siguió
funcionando como unidad de investigación. Allí estaba destinado Tomás Durán, el ex
mecanógrafo, cuyo trabajo consistía en localizar posibles «fascistas» entre los cientos de
carnés y fichas de Renovación Española que aparecieron en el palacete. Utilizando sus
grandes dotes de interpretación, en ocasiones se entrevistaba con algunos de los afiliados
del partido conservador con el objetivo de sonsacarles información sobre la existencia de
posibles grupos subversivos en la retaguardia madrileña.
El policía comunista se puso tras la pista de España Una después de entrevistarse con
Marieta Montero, una joven que acababa de salir de la cárcel por su vinculación a
Renovación Española. Usando una identidad falsa —se hacía llamar Rafael Lagarma—
se enteró de que la joven había logrado su libertad gracias a un aval de un ateneo
libertario que le había entregado Antonio del Rosal. En poco tiempo, Durán se ganó la
confianza de Marieta e incluso de su madre, Dolores. Les hizo creer que era una persona
de derechas y simpatizó con ellas tras saber que varios de sus familiares habían sido
asesinados durante los primeros días del golpe. En unos días y gracias a la confianza que
empezaron a tener, le hablaron inocentemente de la existencia de la pequeña red de la
Quinta Columna.

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Ante la insistencia de Durán, Marieta accedió a presentarle al líder de España Una.
La entrevista entre ambos se celebró en enero de 1937 en la calle General Arrando, en el
domicilio de Antonio. Antes de que se celebrara el encuentro, agentes comunistas del
Grupo 13 de las MVR montaron un discreto dispositivo frente a la casa. En esta primera
reunión, Durán estuvo acompañado por un agente afiliado al Partido Comunista llamado
Carlos Escanilla Simón, que semanas atrás había estado vinculado al disuelto CPIP
(Comité Provincial de Investigación Pública), y que también se hizo pasar por
derechista. Ambos le hicieron ver a Del Rosal que estaban dispuestos a colaborar
activamente con la organización con el fin de acabar con el gobierno del Frente Popular.
Y Antonio, engatusado por la verborrea de Durán, cayó en la trampa.

El principio del fin

Durante casi tres semanas Antonio del Rosal y Tomás Durán establecieron lazos de
amistad. El agente republicano le facilitaba supuestos informes militares para seguir
acercándose a él y a sus colaboradores más estrechos. Casi sin querer, Antonio le fue
contando cómo actuaba su organización y quiénes eran sus principales componentes.
Mientras tanto, un grupo de agentes de paisano vigilaban discretamente el domicilio de
Antonio y tomaban nota de todas las personas que entraban y salían de su casa.
Durante estas vigilancias, los agentes comunistas cometieron algún desliz que
levantó las sospechas de Antonio. Ocurrió un día en el que el líder quintacolumnista se
dirigía al hospital anarquista de la calle Santa Engracia. Una indiscreción en un
seguimiento le puso en alerta, por lo que pidió a los responsables de su grupo que
extremaran las medidas de seguridad. Desde ese día empezó a desconfiar de todo el
mundo y se planteó intentar escapar de la zona republicana. El 29 de enero de 1937
intentó refugiarse en una embajada junto a su compañero José Rodríguez para evitar su
detención, pero fue demasiado tarde. Los dos fueron detenidos por agentes comunistas
de la Inspección General de Milicias (IGM) cuando se disponían a entrar en la legación.
Carlos Escanilla, el otro falso quintacolumnista, dirigió personalmente los arrestos.
Tras la detención de los dos principales responsables de España Una, el objetivo de
Durán era poner entre rejas a todos los miembros de la organización que seguían en la
calle. Los siguientes en caer fueron Antonio Amaya, cuñado de Del Rosal, y Exuperio
Muñoz. No sabemos con exactitud cómo, pero el policía comunista consiguió engañar a
Amaya y reunirse con él el mismo día 29 de enero a las ocho de la tarde, en la esquina de
las calles José Abascal y Zurbano. En el momento en el que los dos empezaron a hablar
irrumpieron en la zona varios policías deteniendo a los dos con gran dureza. El espía
republicano también fue arrestado para no levantar sospechas; las fuerzas de seguridad

17
pretendían que los falangistas siguieran pensando que Durán era de los suyos.
Durante los dos siguientes días fueron cayendo poco a poco los miembros de España
Una. En total, la seguridad republicana detuvo a veinte personas, entre las que se
encontraban la madre y la hermana de Antonio del Rosal. Inicialmente, todos los
arrestados fueron llevados a un centro de detención comunista situado en el número 17
de la calle Españoleto, un precioso hotel que había pertenecido en su día al vizconde de
Rosas. Los responsables del grupo fueron interrogados por Luis Colinas, un policía
comunista que, como veremos más adelante, dirigía otra de las checas más misteriosas
de Madrid. José Rodríguez, el militar que formaba parte de la organización con el que
había tratado de refugiarse Del Rosal, fue abofeteado por Colinas tras tutearle durante el
interrogatorio. Los malos tratos no habían hecho más que empezar.

Una fuga de película

Tras pasar un día en la calle Españoleto, todos los arrestados fueron trasladados hasta
«El Castillo», una checa clandestina situada en la calle Alonso Heredia, de la que
posiblemente tendrían conocimiento de su existencia los responsables de la DGS. Los
traslados se realizaron bajo fuertes medidas de seguridad, pero en uno de ellos se
produjo una fuga que traería de cabeza a los agentes comunistas. Gregorio Herrero, uno
de los responsables de la checa de Españoleto, trasladó en su coche a Exuperio Muñoz y
José Rodríguez hasta «El Castillo». A la altura de la calle Diego de León, José
Rodríguez consiguió zafarse de sus captores y saltar del coche en marcha. Pese a la
espectacularidad del salto, Rodríguez no sufrió ningún daño y, aunque estaba esposado,
logró escapar a pie. Gregorio Herrero, pistola en mano, salió tras él intentando darle
caza, pero fue en vano. El militar logró escapar. Poco hemos podido averiguar de su
paradero posterior, tan solo que la DGS daba por seguro que se había refugiado en la
embajada de Estados Unidos.
Otro de los componentes de España Una que consiguió eludir el arresto fue Mariano
López, un joven miembro de la Cruz Roja que trabajaba como enlace para la
organización. Al parecer, en su casa contaba con varios aparatos de radio de gran
potencia, con los que intentaba contactar con las tropas de Franco apostadas cerca de
Madrid. Cuando se enteró de que sus compañeros habían sido arrestados, consiguió huir
in extremis de su domicilio. La policía encontró en su vivienda los aparatos de radio y
algunas armas cortas.

Torturas y malos tratos en una cárcel clandestina

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Durante casi un mes, los quintacolumnistas fueron maltratados en la checa «El
Castillo». Las palizas, amenazas, golpes y simulacros de fusilamiento estaban a la orden
del día. Una vez terminada la guerra, la Causa General recogió las declaraciones de
Concepción del Rosal, hermana de Antonio, en las que recordaba así su paso por esta
checa: «Los interrogatorios los hacían un tal Gregorio Cabrero, Víctor Ronda y Tomás
González. A mí me interrogaban a veces con la pistola en el pecho y otras en la sien. Me
amenazaron con darme palizas e incluso con llevar a mi hijo de catorce meses a Rusia».
José Luis López Esteban, otro componente del grupo que sobrevivió a la guerra,
también habló de su cautiverio en «El Castillo»: «Me dieron palizas tan grandes que me
hicieron perder el conocimiento. Tuve que hacer frente a simulacros de fusilamiento.
Fueron especialmente duros durante los interrogatorios Gregorio Cabrero, responsable
de la checa, y Tomás Durán».
Como se puede comprobar tras leer estas declaraciones, Durán ya se había quitado la
careta de quintacolumnista y participaba activamente en los interrogatorios. Había
dejado atrás su papel de infiltrado para convertirse en un duro interrogador al servicio de
la República.
La situación de los detenidos en «El Castillo» era terrible por la sensación de
abandono que tenían. Se trataba de un centro de detención completamente ilegal, por lo
que los miembros de la organización de Del Rosal estaban abandonados a su suerte.
Oficialmente, la checa no existía para nadie, por lo que las torturas a los presos eran muy
duras. Fernando Valentí, todo un experto en la lucha contra la Quinta Columna, y que
meses más tarde se convertiría en comisario de la Brigada Especial, confirmaría este
hecho ante las autoridades franquistas en 1939. Aseguró que en la calle Alonso Heredia
estaba «instalada una de las brigadas extraoficiales que dirigía José Cazorla», consejero
de orden público de la Junta de Defensa de Madrid y miembro del Partido Comunista.
Aunque algunos componentes de la DGS conocían muy bien la operación contra la
Quinta Columna, no está muy claro que Cazorla supiera realmente lo que pasaba con los
detenidos. Según sus declaraciones tras la guerra, «la primera noticia que tuvo de este
servicio fue motivada por diversas denuncias formuladas acerca de la desaparición de
personas, que, según los datos adquiridos, eran detenidas por elementos que ostentaban
nombramientos de la DGS, pero ajenos al control de la misma». De acuerdo con sus
palabras, Cazorla realizó las gestiones oportunas para «averiguar el paradero de esos
detenidos», y expresó ante el comisario de policía David Vázquez Valdominos sus
sospechas de que todo había sido obra del Partido Comunista.

¿Quién estuvo detrás de las detenciones?

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La responsabilidad sobre la desarticulación de España Una generó una gran
controversia tras la guerra. José Cazorla, supuestamente al mando de las brigadas
extraoficiales en la checa de Alonso Heredia, afirmó en 1939 que se tomó muy en serio
la búsqueda de los responsables de los arrestos, dando a entender que él no tuvo nada
que ver con ellos. Afirmó que se enteró de la operación «tras insistirle» al policía
comunista Luis Colinas, que terminó dándole cuenta de las «detenciones de elementos
complicados en una organización de espionaje, a cuyo frente figuraba Antonio del
Rosal». Según la versión de Cazorla, fue el propio Colinas el que le presentó más
adelante a Tomás Durán como uno de los artífices de la desarticulación del grupo
quintacolumnista.
El comisario Fernando Valentí también ofrecería ante las autoridades franquistas su
particular visión de las detenciones:

Aproximadamente a últimos de enero del año 1937, se le ordenó por el comisario general Vázquez
Valdominos que se hiciera cargo de un asunto que habían empezado unos de las Milicias de Vigilancia y
para el que era necesario nombrar unos agentes, ya que dichas milicias lo habían llevado bastante mal. Que
entonces le comunicaron que en la calle Alonso Heredia había unos cuarenta detenidos relacionados con
este asunto, con los cuales había que instruir las correspondientes diligencias. Que como quiera que en la
calle Alonso Heredia era donde estaba instalada una de las brigadas que con carácter extraoficial dirigía
Cazorla, supone lógicamente que fuera este quien dirigiera en sus comienzos este servicio.

Durán también ofreció su visión de los hechos una vez terminada la guerra. Comentó
que tras la desarticulación de España Una, Cazorla y Vázquez Valdominos «le
felicitaron» y le pusieron a las «órdenes» de Valentí, que «en lo sucesivo llevó la
dirección y la tramitación de aquel servicio». Como comprobaremos en los próximos
capítulos, unas semanas después Cazorla puso a Durán en contacto con los servicios
secretos soviéticos.
Los miembros de España Una estuvieron más de cuarenta días detenidos en «El
Castillo». Los captores se ensañaron especialmente con Antonio del Rosal, al que
golpearon con dureza durante los interrogatorios. Los supervivientes de la organización
recordaban tras la guerra que el joven estudiante se desmayaba tras las palizas, y sus
interrogadores, para reanimarle y seguir con los malos tratos, le tiraban jarras de agua
helada a la cabeza.
Durante el tiempo que estuvo en la checa, Antonio estableció lazos de amistad con
una joven falangista de El Escorial que también se encontraba detenida. Se llamaba
Carmen Cabezuelo, tenía veinticinco años, era hija del administrador de la fábrica de
chocolate de esta localidad y novia de José María Alfaro, amigo íntimo de José Antonio.
Otros presos que estuvieron en «El Castillo» cuentan que ambos intimaron, y que a pesar
de las circunstancias, se contaron confidencias relacionadas con sus actividades en la
retaguardia. A los pocos días, Carmen desapareció sin dejar rastro. Nunca nadie ha

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sabido lo que pudo pasar con ella, aunque sus familiares estaban convencidos de que fue
ejecutada ese mismo año de manera extraoficial.

Por fin en una cárcel oficial

La prensa de la época no se hizo eco de las detenciones hasta el 12 de marzo de 1937.


Justo por estas fechas, los quintacolumnistas fueron trasladados a una cárcel oficial,
algunos de ellos en pésimas condiciones. Entre ellos, el propio Antonio del Rosal. A la
espera de que se celebrara el juicio, casi todos los hombres quedaron recluidos en la
prisión de San Antón y las mujeres en la de San Rafael. Celedonio Pérez, director de la
cárcel de San Antón y miembro de la CNT, recibió a los quintacolumnistas con cierto
apego, posiblemente porque muchos de ellos figuraban como afiliados en la entidad
anarcosindicalista. Con el fin de que olvidaran cuanto antes su cautiverio en «El
Castillo», leyó un pequeño discurso ante ellos: «Tratáis con revolucionarios, pero
hombres, no fieras ni bestias como lo que habéis visto hasta aquí».
Los periódicos republicanos publicaron íntegra una nota de prensa de la Consejería
de Orden Público, en la que se explicaba al detalle la detención en Madrid de un grupo
de «espías nacionales» a los que se había «incautado un importante alijo de armas y
valiosa información». La noticia decía que la policía encontró en la casa de Del Rosal
varias pistolas escondidas en una antigua caja de hojalata y diferentes croquis con
posiciones militares. También encontraron el mapa de un aeródromo en Guadalajara
dibujado con tinta simpática (esto es, tinta invisible) sobre un dibujo de una figura
humana. Según la nota de prensa, la policía localizó entre las pertenencias de los
detenidos varios carnés elaborados con cartulinas por los propios quintacolumnistas, en
los que se apreciaba la huella identificativa del líder de la organización. Fernando
Valentí, tras la guerra, también confirmó la existencia de estas cartulinas, así como la
incautación en casa de Antonio de varios croquis de índole militar.
La detención de Del Rosal y del resto de quintacolumnistas supuso un grave conflicto
entre las instituciones del Frente Popular. La mayoría de los arrestados poseían carnés de
la CNT, algunos de ellos reales, como el del propio Antonio, y otros falsificados. Este
hecho provocó las iras de los comunistas, y algunos periódicos vinculados al PCE
atacaron con dureza a los anarquistas por la facilidad con la que los «emboscados» de
derechas se infiltraban en sus filas. Esto desencadenó varios cruces de artículos por parte
de la prensa anarquista y comunista en marzo de 1937.

El juicio contra España Una

21
Inicialmente, Del Rosal y sus compañeros fueron juzgados por el Tribunal Popular
Especial, Sección Primera de Madrid, acusados de «conspiración a la rebelión». Se
encargó de instruir el sumario contra ellos el juez Mariano Luján, un veterano en juicios
contra quintacolumnistas que se caracterizó por su humanidad. Casi todos los acusados
elogiaron el comportamiento de Luján, al que contaron sin tapujos su cautiverio en la
checa de «El Castillo» y los malos tratos que habían recibido por parte de los agentes
comunistas.
En el verano de 1937, los detenidos pasaron a disposición del Tribunal de Espionaje
y Alta Traición que acababa de nacer. Casi todos los acusados fueron trasladados hasta
Valencia, donde estaba situada la sede del recién creado tribunal. El 23 de septiembre
empezó la vista a puerta cerrada contra los acusados, presidida por el magistrado Vicente
Gil Tirado. Una de las implicadas explicó cómo se desarrolló el juicio: «Presidió el
Tribunal un magistrado llamado Tirado y su actuación fue de terrible parcialidad en
contra de los acusados, marcando así una comedia judicial que tuvo aquel acto al que no
contribuyó la actuación indocumentada y cobarde de los defensores».
Lo cierto es que los abogados defensores, nombrados de oficio, no pudieron —o no
quisieron— evitar una condena ejemplar del tribunal contra los miembros de España
Una. La justicia republicana tenía ante sí un primer gran caso de espionaje y la opinión
pública pedía una sentencia dura contra la Quinta Columna. Algunos políticos de
renombre trataron de interceder en favor de los encausados, pues eran conscientes de su
posible condena a muerte. Fue el caso del líder anarquista Melchor Rodríguez, conocido
más tarde como El Ángel Rojo, que realizó un sinfín de gestiones para defender a
Antonio del Rosal. El ex delegado especial de prisiones de Madrid intentó explicar al
tribunal que el joven estudiante tenía ideas anarquistas, al igual que su padre, el teniente
coronel Del Rosal, que dirigía con «brillantez» una columna anarquista que llevaba su
nombre. Por estas fechas, Melchor Rodríguez empezó una guerra dialéctica contra
Cazorla, al que acusaba de «tener cárceles privadas ilegales» controladas por el Partido
Comunista, en clara referencia a la checa de «El Castillo».
También intercedieron por los miembros de España Una algunos alcaldes de pueblos
vinculados al partido Izquierda Republicana. Incluso la Cruz Roja Internacional quiso
gestionar un canje a la desesperada, pero los intentos por salvar la vida a Antonio del
Rosal y sus colaboradores cayeron en saco roto. Doce miembros de la organización
fueron condenados a muerte. La sentencia decía lo siguiente:

Fallamos que debemos condenar y condenamos a los procesados Antonio del Rosal y López de Vinuesa
(de 23 años, soltero, estudiante, natural de Loja, Granada); Exuperio Muñoz González (de 41 años, casado,
mecánico, natural de Infantes, Ciudad Real); José Joaquín de Carlos Ortiz (de 25 años, soltero, empleado,
natural de Madrid), Antonio Amaya Ruiz (de 28 años, casado, aparejador, natural de Melilla); Agustín
Gascón Sagarzazu (de 41 años, casado, empleado, natural de Béjar, Salamanca); Pedro Cursi Janer (de 32
años, soltero, agente de Investigación y Vigilancia, natural de Figueras, Gerona); Carlos Sánchez Riaño

22
Zapata (de 32 años, soltero, agente de Investigación y Vigilancia, natural de Leganés); José Antonio
Montoya Sastre (de 30 años, soltero, agente de Vigilancia, natural de Madrid); Lázaro Nebrera Huertas (de
27 años, delineante, natural de Baeza, Jaén); Darío Prado Rodrigo (de 31 años, soltero, agente de
investigación, natural de Cerezal, León); Valentín Román Tarodo (de 25 años, soltero, estudiante, natural
de Infantes, Ciudad Real); José Luis Cervera Pérez Ulate (de 20 años, soltero, natural de Madrid) y José
Gregorio González Guarino (de 25 años, soltero, empleado, natural de Santander). Se les declara autores
responsables por participación directa y voluntaria de un delito de espionaje y alta traición con la
concurrencia de las circunstancias agravantes expresadas a la PENA DE MUERTE y con las accesorias
correspondientes en el caso de indulto.

La sentencia apareció publicada en todos los medios como un gran triunfo de la


justicia del Frente Popular. En un último intento por salvar su vida, la madre y la
hermana de Antonio del Rosal, mantuvieron el 22 de octubre de 1937 una reunión con el
presidente de la Generalitat de Cataluña, Lluís Companys. Le suplicaron un indulto de
última hora, pero no pudieron hacer nada. La presión mediática era enorme y la
ejecución de aquellos «espías fascistas» ya estaba vista para sentencia.
Una semana después, el 29 de octubre, se organizó la ejecución de los condenados en
el cementerio de Paterna de Valencia. A todos ellos se les permitió escribir la noche
anterior, en la prisión celular número 1 donde estaban presos, una carta de despedida a
sus familiares y la «solicitud de sus últimas voluntades». Antonio pidió que le dieran un
par de naranjas, según el relato de sus descendientes, para recordar «para siempre el
sabor de la tierra».
A primera hora de la mañana, un pelotón del Ejército Popular fusiló a los miembros
de España Una, que murieron junto a otros quince quintacolumnistas de una
organización denominada las Hojas del Calendario.

TRAS LA GUERRA CIVIL

Los miembros de España Una

Casi un mes después del fin de la guerra, el periódico La Hoja Oficial del Lunes
publicó un artículo que hablaba de lo que más tarde se conoció como el Complot Del
Rosal. En su edición del 9 de mayo de 1939 y usando un tono totalmente partidista, el
periódico sacó a la luz un reportaje titulado «Los mártires de Paterna». El autor, Luis
Fernández, que firmaba como Arturo Rigel, utilizó una redacción poética y
perfectamente adaptada a la terminología falangista que dominaba por entonces. Decía
que los «mártires son trece hermanos nuestros que un 29 de octubre nos dejaron para
siempre, envueltos entre sangre y honor sobre las tierras de aquel campamento
valenciano».

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Lo más curioso del artículo es que el autor quita peso a la organización
quintacolumnista como tal e insinúa que fue la seguridad republicana la que exageró los
cargos que atribuyeron a los falangistas. Leamos un fragmento:

Se enteraron oficialmente de la causa (los detenidos). Eran el Complot Del Rosal. Habían querido entre
otras cosas secuestrar a Miaja. ¿Habían querido secuestrar a Miaja? ¿Eran en realidad un complot? No.
Únicamente, eso sí, habían intentado unirse para aportar algo para España. Pero unos cuantos, no todos. Y
de aquellos pocos no había salido aún criterio fijo del camino a seguir. Ellos eran solo un manojo de
españoles que habían iniciado una cruzada. Pero modesta y sencilla cogida nada más nacer.

El texto de Arturo Rigel se refiere también al testimonio que le facilitó un soldado


republicano que fue testigo del fusilamiento de los miembros de España Una en
Valencia:

Mire usted, se bajaron del camión riéndose y fumando. No quisieron que les vendaran y al situarlos junto a
la pared, ellos pidieron colocarse. Se numeraron, se pusieron en fila ellos mismos y algunos sacaron un
pañuelo y otros papel de fumar poniéndolo en el corazón para que apuntaran allí. Ante la emoción de
algunos soldados del piquete, el capitán que lo mandaba ordenó retirarse al que no tuviera valor para ver
aquello y hubo que sustituirlos por otros varios. En el momento definitivo alzaron el brazo y gritaron
Arriba España, Viva Cristo Rey. Crea usted que a todos se nos saltaron las lágrimas. Eran unos valientes.

Casi la mitad de los miembros de la organización Del Rosal murieron en Paterna. Sin
embargo, algunos de los componentes menos importantes sobrevivieron a la guerra. Lo
hicieron tras pasar por un sinfín de prisiones y campos de trabajo. Fue el caso de
Concepción del Rosal, hermana del protagonista de esta historia y esposa de Antonio
Amaya, que tras estar encerrada en la cárcel de Ventas durante más de un año fue
liberada. Eso sí, estuvo a punto de ser asesinada por un grupo de milicianas
descontroladas que querían hacer justicia en el interior de la prisión tras un bombardeo
de la aviación sublevada. El 14 de febrero de 1938 Concepción consiguió su absolución
y salió en libertad para reunirse con su hijo de apenas un año, que estaba entonces al
cuidado de unos vecinos. Se había quedado viuda y a un hermano suyo lo habían
fusilado. Tenía que empezar una nueva vida.
También sobrevivieron a la contienda los hermanos Rafael y Rosario de Carlos Ortiz,
aunque no así su hermano José Joaquín, que murió fusilado con apenas veinticinco años.
Una vez terminada la guerra, las declaraciones de ambos fueron muy útiles para que los
investigadores franquistas conocieran lo que sucedió en la checa de «El Castillo» e
inculparan a sus responsables. También fueron muy útiles las declaraciones de otro
miembro de la organización, el industrial José Luis López Esteban, que puso a los
investigadores franquistas tras la pista de Tomás Durán. Él fue quien le informó por
primera vez de la infiltración del policía comunista en la red de Antonio del Rosal.
En diciembre de 1940, los restos de los miembros de España Una fueron exhumados

24
del cementerio de Paterna. El cadáver de Antonio tuvo que ser reconocido por su
hermana mayor en el mismo camposanto. El 7 de diciembre, militantes de la Falange
valenciana hicieron entrega de los cadáveres a una centuria falangista, venida desde
Madrid, que se encargó de trasladarnos a la capital en dos camionetas cubiertas de flores.
Fueron enterrados en el cementerio de la Almudena. Tres años más tarde, el 1 de agosto
de 1943, se inauguró en el camposanto madrileño un mausoleo dedicado a los «mártires
de Paterna», como se conoció durante el franquismo a los miembros de la organización
España Una y a los de las Hojas del Calendario, que murieron fusilados el mismo día en
Valencia. Era un monumento pequeño y simple, que constaba de apenas dos lápidas en
las que se leía la siguiente inscripción: «A las víctimas heroicas del complot España
Una». El acto de inauguración del mausoleo contó con la presencia de un gran número
de personalidades del régimen, entre ellas el gobernador de Madrid, el jefe de la Brigada
Político Social y el jefe superior de policía de la capital.
Para la familia de Antonio del Rosal la posguerra fue muy dura, por las muertes de
miembros de Falange y de su cuñado, y por la huida a Francia del progenitor, el teniente
coronel Francisco del Rosal. Además de sobreponerse a las terribles pérdidas, sus
hermanas tuvieron que hacer frente a una situación económica muy complicada. Muy
pronto empezaron a trabajar para la administración pública, donde comenzaron a ganar
una pequeña cantidad de dinero.

Francisco del Rosal

Muchos se preguntarán por el papel que jugó en esta historia el teniente coronel
Francisco del Rosal, padre del líder quintacolumnista. Tras muchas conversaciones
mantenidas con algunos de sus descendientes, hemos podido saber que «no movió un
dedo» para salvar la vida de su hijo condenado a muerte. Sí hizo gestiones para sacar de
prisión a su primera esposa, Dolores López de Vinuesa, que también había sido detenida.
El fundador de la Columna Del Rosal no debió sentirse demasiado afectado
emocionalmente por el fusilamiento de su hijo en Paterna, ya que nueve días después
contrajo en Castellón matrimonio con su nueva esposa, Consuelo García Sánchez. Tras
su boda siguió liderando su unidad, hasta que fue nombrado gobernador militar de
Tarragona en la recta final de la contienda. En 1939 conseguiría huir a Francia y se
instaló, al igual que otros republicanos, en Palavás. Cuando estalló la Segunda Guerra
Mundial, marchó a América, primero a México y más adelante a Nicaragua. Tenemos a
nuestra disposición el pasaporte que utilizó para entrar en Managua, donde crecieron los
otros tres hijos que tuvo con su esposa Consuelo. Murió en la capital nicaragüense en
1945, a los sesenta y dos años. Tres años después, su primera esposa solicitó al Archivo

25
General Militar de Segovia la hoja de servicios de su marido para incorporarla al
«expediente de viudedad» tras su fallecimiento en Managua, Nicaragua. La respuesta del
archivo a la viuda, el 13 de febrero de 1948, fue sorprendente: «No existía su hoja de
servicios».
En 1947, dos años después de su muerte, el Tribunal para la Represión de la
Masonería y el Comunismo de España abrió una investigación para intentar localizar el
paradero del veterano ex militar anarquista. En el transcurso de esta investigación, los
investigadores supieron por medio de su madre que Francisco del Rosal había muerto.
En el Centro Documental para la Memoria Histórica de Salamanca hemos localizado los
antecedentes masónicos del teniente coronel Francisco del Rosal, todos ellos previos a la
guerra. Dicen que en 1932 aparecía su nombre en una lista de personas que se habían
dado de baja de la logia masónica Cabo Espartel en los Valles de Alcazarquivir, zona
que había pertenecido en el pasado al Protectorado español de Marruecos, donde Del
Rosal pudo estar destinado un tiempo. Al parecer se había dado de baja en esta logia
mediante un documento llamado «plancha de quite». Sus antecedentes masónicos
también le relacionaban con una logia, denominada Fernandina, en Santa Isabel de
Fernando Poo, en Guinea Ecuatorial. Según consta en el archivo, Francisco del Rosal
todavía pertenecía a esta logia en 1937.

Tomás Durán González

Por sus servicios en la desarticulación del Complot Del Rosal, Tomás Durán recibió
de manos de José Cazorla 500 pesetas de gratificación. Después hizo carrera en la
seguridad republicana y, como veremos en los siguientes capítulos, fue reclutado por la
inteligencia soviética en España para realizar determinados trabajos. También formó
parte de la temida Brigada Especial, que dirigía el comisario Fernando Valentí. En esta
unidad consiguió introducir a un amigo suyo, José Granda, que llegaría a ser otro gran
experto comunista en la lucha contra la Quinta Columna.
A mediados de 1937 ambos se hicieron con un piso, situado en el número 91 de la
calle Lista, para continuar sus servicios de infiltración para la inteligencia republicana.
Con el visto bueno de Valentí, los dos policías pretendían convertir su flamante piso en
un lugar discreto ideal para atraer a posibles quintacolumnistas. A finales de año,
después de ser militarizada su quinta, Durán fue destinado a una oficina del Servicio de
Inteligencia Especial Periférico (SIEP), en la calle Ayala. Se trataba de una unidad
formada por guerrilleros republicanos que estaban especializados en hacer sabotajes en
campo «enemigo». Tras la restructuración del servicio fue enviado a Jaén, donde siguió
trabajando para el SIEP. En la siguiente parte de este libro profundizaremos más sobre

26
su figura y su relación con el NKVD soviético.

27
Capítulo 2. LA IMPENETRABLE RED DE LAS
HERMANAS UNCITI

Las primeras organizaciones quintacolumnistas tuvieron un denominador común: la falta


de discreción y de profesionalidad por parte de sus integrantes. De alguna manera era
lógico que pecaran de estos errores, porque la mayoría de sus miembros apenas tenían
conocimientos de espionaje y se adentraban en el peligroso mundo de la clandestinidad
casi sin experiencia. Entre noviembre de 1936 y mayo de 1937, la seguridad republicana
estaba al acecho del enemigo y cualquier fallo podía ser letal para los emboscados. En
este contexto, un puñado de mujeres —muchas de ellas vinculadas a Falange—
decidieron coordinarse y constituir un grupo que se moviera por la retaguardia madrileña
sin levantar sospechas. Ellas tampoco tenían nociones de espionaje, pero eran
plenamente conscientes de la importancia de la reserva. Sabían que la República tenía
ojos y oídos en todas partes y un error podía tener consecuencias fatales. Se hacían
llamar Hermandad Auxilio Azul María Paz, en honor a su fundadora, una joven de solo
veinte años cuya historia tendría tintes dramáticos.
Antes de que empezara la guerra, las falangistas habían aprendido a moverse con
cautela dentro de la clandestinidad. Cuando José Antonio y sus colaboradores más
cercanos fueron detenidos en marzo de 1936, la Sección Femenina de Falange adquirió
un gran protagonismo a la hora de difundir, en secreto, entre sus correligionarios los
mensajes del líder. En la antesala del alzamiento, Pilar Primo de Rivera coordinaba las
actividades de estas mujeres que entraban en las cárceles, en un principio para visitar a
sus familiares detenidos. La realidad era bien distinta, pues algunas aprovechaban esas
visitas para actuar como enlaces o difundir propaganda entre los presos. Otras trataban
de recaudar fondos para las familias de los arrestados, incluso en la calle. En cierto modo
estaban actuando como miembros de la Quinta Columna antes de que estallara el
conflicto y, por supuesto, antes de que Mola utilizara por primera vez este término.

Presentada por José Antonio

María Paz Martínez Unciti fue posiblemente la primera quintacolumnista de la


Guerra Civil, aunque su historia tan solo duró unos meses y terminó de una manera
trágica. Nacida en Valladolid en 1917, no tenía ni veinte años cuando las guarniciones de
Marruecos se sublevaron, pero por entonces ya estaba curtida en la clandestinidad
madrileña. Se había afiliado a la Falange en 1934 y, desde entonces, se había mostrado

28
muy activa dentro de la Sección Femenina, a pesar de ser una de las militantes más
jóvenes. Sus primeras actividades como falangista consistían en vender por la calle
jabones y sellos para financiar los periódicos del partido y para ayudar a las familias de
los militantes que habían sido arrestados por sus enfrentamientos con los partidos de
izquierda.
José Antonio Primo de Rivera había sido su mentor. Él se encargó de afiliar a la
joven a la Falange, ya que su familia y los Martínez Unciti se conocían desde hacía años.
El padre de María Paz, Ricardo Martínez Unciti, había sido compañero de Miguel Primo
de Rivera en la Academia General Militar de Zaragoza y ambos mantuvieron su amistad
durante los años veinte. Martínez Unciti, teniente coronel de Ingenieros, se convirtió
durante la dictadura de Primo de Rivera en un personaje público, no solo por su papel
como militar (fue uno de los Últimos de Filipinas), sino por sus inventos, sus
conocimientos en matemáticas e historia y sus conferencias sobre El Quijote, libro del
que era un gran apasionado.
El inicio de la guerra sorprendió a María Paz en Madrid, ciudad en la que residía
desde que era una niña. No está muy claro cómo transcurrieron sus primeros días tras el
fracaso del alzamiento, pero sabemos que la DGS tenía su ficha por ser «propagandista»
de los partidos de derechas. La joven se encontraba en el punto de mira de la policía,
pero, aun así decidió apoyar a los falangistas que se escondían en Madrid e intentaban
escapar de los asesinatos indiscriminados. Según el fondo histórico de la Sección
Femenina de Falange, María Paz ayudó a sus «camaradas» desde agosto de 1936. Según
un fragmento del informe que elaboró sobre ella la Jefatura Provincial de Falange un
mes después de que terminara la contienda: «En agosto de 1936, dándose cuenta de las
necesidades tan apremiantes de los camaradas, con gran espíritu de sacrificio se dedicó a
buscarles refugios en embajadas, víveres y documentaciones falsas. Fue reuniendo a su
alrededor un pequeño grupo de camaradas que le ayudaban en su tarea».

Actividades clandestinas

En su autobiografía Recuerdos de una vida, Pilar Primo de Rivera también


confirmaba que la joven empezó a realizar estas actividades clandestinas en agosto de
1936, junto con «un reducido número de camaradas» que pusieron los «cimientos» de lo
que luego sería el Auxilio Azul. Una de sus colaboradoras más relevantes fue su propia
hermana Carina, de veinticuatro años, funcionaria del Ministerio de Obras Públicas.
Aunque no era falangista, Carina aportó su grano de arena a la organización que se
estaba gestando, poniendo a disposición de su hermana sus contactos dentro del
ministerio. Le presentó a una compañera de trabajo que militaba en el Partido Comunista

29
y estaba afiliada a la UGT, de la que era muy amiga pese a las diferencias políticas. Se
llamaba Enriqueta López Moncade, aunque todo el mundo le conocía como Queta.
Gracias a sus gestiones, algunos miembros de Falange y militares jubilados consiguieron
salir en libertad tras haber sido detenidos por las Milicias de Vigilancia de Retaguardia.
La joven, que estaba destinada en los Canales de Lozoya, se presentaba en las checas
con su carné del Partido Comunista y avalaba a los detenidos, a los que solían poner en
libertad gracias a su mediación.
El historiador Julius Ruiz, que también ha investigado el papel de las hermanas
Unciti, asegura que entre las «proezas» que consiguió realizar María Paz durante la
guerra destaca la de «poner a salvo» en la embajada de Argentina a Pilar Primo de
Rivera. No descartamos que la joven hubiera colaborado en esta operación, pero es
curioso que la jefa de la Sección Femenina no mencionara este episodio en su biografía.
La hermana de José Antonio aseguraba que el responsable de esconderla en la embajada
y luego de sacarlas de la España republicana fue José María Jardón, un argentino con
orígenes asturianos, a quien «nunca agradeceré bastante su interés».
Los primeros meses de la guerra fueron terribles para los Martínez Unciti. La
situación económica de la familia era muy delicada tras la muerte del padre tres meses
antes de que estallara el conflicto. El sueldo de Carina en el ministerio y la pequeña
pensión de viudedad que recibía la madre eran los únicos ingresos que entraban en el
domicilio de la calle Isabel la Católica. Con ese dinero y con el racionamiento decretado
en la capital era complicado alimentar a todas las integrantes de la familia. Todas eran
mujeres, pues el único hombre, Rafael, se encontraba en zona sublevada. Muy a su
pesar, los primeros bombardeos sobre Madrid les obligaron a abandonar la vivienda en la
que residían por que estaba muy cerca del frente. Tuvieron que mudarse a un piso del
número 61 de la calle Ayala, en el barrio de Salamanca. Este era el hogar de una amiga
de la familia, María Baeza, hija de un general de Artillería.
Por esta época María Paz ya había experimentado en sus propias carnes la barbarie
de la guerra: había perdido a muchos de sus compañeros y amigos de Falange en el
asalto al cuartel de la Montaña, mientras otros tantos se encontraban detenidos en las
cárceles de Madrid. Además, sus dos referentes políticos estaban a cientos de kilómetros
de distancia: José Antonio permanecía preso en Alicante, y Pilar Primo de Rivera trataba
de llegar a zona nacional gracias a la diplomacia argentina. Pese a estas circunstancias, la
joven falangista trabajó de una manera incansable para tratar de poner a salvo a los
compañeros que permanecían escondidos en la retaguardia «enemiga». Sin embargo,
para llevar a cabo su misión asumió unos riesgos que terminarían costándole la vida. La
seguridad republicana no tardó mucho tiempo en dar con ella. El Comité Provincial de
Investigación Pública, una checa oficial que dependía de la DGS, empezó a seguirle la
pista al descubrir que la joven ayudaba a refugiarse en diferentes embajadas de Madrid a

30
otros jóvenes derechistas que se encontraban en busca y captura.
El 30 de octubre de 1936 María Paz acompañaba a uno de estos jóvenes hasta una
legación. Iban cogidos del brazo, simulando ser una pareja de enamorados, cuando
fueron detenidos por milicianos de la checa de Fomento. Según cuenta la historiadora
Laura Sánchez Blanco en su libro Rosas y margaritas, su acompañante era Emilio
Franco Manera, cuñado del filósofo y escritor Julián Marías. La desaparición del joven
fue denunciada unos días más tarde por sus familiares en la comisaría de Vigilancia del
distrito Centro. Hemos localizado esta denuncia en los fondos de la Audiencia Territorial
de Madrid, en la que su hermana Dolores afirma que Emilio «salió de su domicilio el 30
de octubre» y desde entonces se «encuentra en paradero desconocido». Esta es una parte
de su declaración:

Comparece ante el inspector de guardia que suscribe, siendo las 13.00 horas del 3 de noviembre de 1936,
la que dice ser y llamarse Dolores Franco Manera de 23 años, licenciada en Filosofía y Letras, soltera, hija
de Emilio y Dolores, natural y vecina de Madrid, calle Mayor 5, 1.º. Denuncia que el día 31 salió de su
domicilio su hermano, llamado Emilio, de 18 años, estudiante, cuyas señas son: alto, delgado, moreno,
viste traje azul marino, sin nada a la cabeza, sin que hasta la fecha sepan dónde se encuentra. Y por si
pudiera haberle sucedido algo, es por lo que denuncia a la Autoridad por si esta ordena su busca.

El propio Julián Marías aportó más detalles acerca de Emilio Franco en sus
memorias, Una vida presente. Afirmaba que tenía dieciocho años cuando desapareció
junto a «una muchacha amiga, aproximadamente de su edad». Antes de la guerra
estudiaba el preparatorio para ser ingeniero agrónomo y era un apasionado de las novelas
policíacas. El filósofo no mencionó la posible vinculación de su cuñado con Falange y
dijo que se enteró de que había sido trasladado a una checa por una monja que había
coincidido allí con él.
En su página web, la Fundación Francisco Franco también afirma que el
acompañante de María Paz en el momento de su arresto era Emilio Franco, aunque no
ofrece más detalles acerca de su detención. Lo que sí parece claro es que los dos jóvenes
se conocían bastante bien, ya que sus familias tenían lazos de amistad, según se
desprende de algunos artículos de prensa publicados antes de la guerra.

En la checa de Fomento

Existen algunas contradicciones sobre el lugar en el que fueron detenidos María Paz
Martínez Unciti y su acompañante. En los archivos de la asociación Nueva Andadura se
dice que ambos fueron arrestados cuando se disponían a entrar en la embajada de
Turquía, que estaba situada en el número 21 de la calle Zurbano. Otras versiones, como
la del escritor falangista Tomás Borras, aseguran que fueron interceptados cuando se

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disponían a acceder a la embajada de Finlandia, cuyas dependencias estaban controladas
por Francisco Cachero, un trabajador español que estafaba a los refugiados con altas
cantidades de dinero.
Más allá del escenario en el que fueron arrestados, sí que parece claro que Martínez
Unciti fue trasladada hasta la checa de Fomento, situada en el número 9 de la calle del
mismo nombre. Allí permaneció algunas horas hasta que se celebró un simulacro de
juicio. Según la versión de Borras, el tribunal le pidió que delatara al menos a siete de
sus «camaradas», a lo que ella se negó rotundamente. Fue condenada a muerte esa
misma madrugada. El relato del escritor se basa en el testimonio de una religiosa
escolapia que estaba presa en Fomento y que coincidió unas horas con María Paz en los
calabozos. Después trasladaron a la joven en camión hasta el pueblo de Vallecas y la
llevaron hasta las inmediaciones del cementerio, donde la obligaron a bajarse junto a
otros tres hombres. Uno de ellos era Arturo de Egaña Bargés, conde de Egaña, de treinta
y cinco años, que había sido arrestado acusado de «fascista». Los cuatro tuvieron que
arrodillarse y en esa posición se les disparó en la nuca a bocajarro.
El cadáver de María Paz fue localizado a primera hora de la mañana del 1 de
noviembre de 1936 por uno de los operarios del cementerio de Vallecas. Presentaba una
«herida por arma de fuego en la cabeza». Como solía suceder en esos casos, el empleado
municipal tuvo que informar al juzgado del hallazgo del cuerpo para que se abrieran las
diligencias oportunas. La descripción ocular que hicieron los funcionarios judiciales de
los restos de María Paz fue la siguiente:

De unos 18 años de edad, de estatura 1.50 complexión regular, pelo rubio, vistiendo chaqueta y falda de
paño negro, blusa de seda negra, viso de seda color rosa, camisa azul de seda, otra negra también de seda,
sostén negro de encaje, braga azul de seda, medias negras de malla, ligas azules y doradas, zapatos negros.
Hallado el 1 de noviembre de 1936.

La familia de la joven tardó poco tiempo en descubrir su fatal desenlace. Con la


ayuda de su amiga comunista, Carina Martínez Unciti y el resto de sus hermanas trataron
de averiguar su paradero desplazándose hasta las diferentes checas de Madrid.
Descubrieron que había permanecido unas horas en la checa de Fomento, donde un
grupo de milicianos les dijo que había sido «puesta en libertad». Denunciaron su
desaparición ante la DGS. Carina se desplazó hasta las oficinas de la Puerta del Sol para
denunciar que su hermana había sido secuestrada y posiblemente asesinada por los
chequistas de Fomento. Los policías que le atendieron estuvieron a punto de detenerla
por «calumnias» contra la República.
Según explica Tomás Borras en su libro Seis mil mujeres, la familia Martínez Unciti
descubrió el asesinato de María Paz tras acudir al Ayuntamiento de Madrid. Al parecer
allí pudieron ver el informe del médico forense que reconoció su cadáver solo unas horas

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después de aparecer en Vallecas. El informe decía que en ese cementerio había aparecido
el cuerpo de «una mujer como de unos catorce años, muerta por estallido del cráneo». Se
encontraba enterrada en la fosa 894 junto con los otros cadáveres que aparecieron ese
mismo día.

La Quinta Columna se profesionaliza

Tras la muerte de su hermana, Carina decidió coger el timón de la organización que


se había empezado a forjar durante el verano de 1936. La tragedia marcó un punto de
inflexión en su vida, y pese al duelo por la pérdida, se comprometió a seguir los pasos de
María Paz asumiendo el mando de las falangistas de Madrid. Una de las primeras
medidas que adoptó fue incrementar las medidas de seguridad entre las mujeres que
formaban parte del grupo para evitar posibles infiltraciones de la policía. Tomás Borras,
que siempre tuvo una gran relación con la familia Martínez Unciti y que entrevistó a
Carina varias veces tras la guerra, reflejó en su obra las «normas de acción» que
estableció la nueva jefa de Auxilio Azul:

1. No hablarás de la organización más que con tus enlaces inmediatos y cuando sea
preciso.
2. No quieras saber más de lo que te corresponda, ni decir más de lo que debes.
3. Acostúmbrate a obedecer rápidamente las consignas que te den y hallarás la mayor
de las satisfacciones: la del deber cumplido.
4. Cuando dudes de tu conducta a seguir, elige la que mayor sacrificio te suponga.
5. Que tus actos digan más que tus labios.

Carina Martínez Unciti confirmó al periodista e historiador José Luis Vila San-Juan
que ella misma había «confeccionado» ese reglamento para «actuar en la más rigurosa
clandestinidad». También le explicó la estructura del Auxilio Azul y el
perfeccionamiento en materia de seguridad que había ido adoptando la organización a
medida que avanzaba la guerra. La prioridad era la compartimentación de la información
y para conseguirla era necesario establecer un sistema de comunicación seguro entre las
quintacolumnistas. Primero utilizaron la técnica de las células triangulares. Según la
profunda investigación del historiador Javier Cervera en su libro Madrid en guerra, cada
integrante de la red era designada con un número y cada tres formaban un triángulo. Solo
una integrante de este triángulo conocería a las que estaban en otros triángulos. Ellas
formarían una serie. Solo la responsable de cada serie tenía hilo directo con Carina, el
resto ni siquiera sabía de su existencia.

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El sistema de comunicaciones siguió mejorando con el tiempo y ya en fecha tan
temprana como 1937 la organización contaba con una junta directiva formada por siete
personas. El resto de las quintacolumnistas quedaban integradas de manera
independiente en «conexiones, grupos y subgrupos». Cada subgrupo estaba formado por
quince falangistas, entre las que una ocupaba el cargo de jefa y otra de subjefa, por si la
primera era detenida. Cada tres subgrupos formaban un grupo que también contaba con
una responsable y una suplente. Cada tres grupos formaban una conexión cuya jefa se
comunicaba directamente con la cúpula de la organización.
Este sistema de seguridad resultó ser un éxito rotundo, ya que durante la guerra ni un
solo agente republicano consiguió infiltrarse en Auxilio Azul. De hecho, la República no
fue consciente en ningún momento de la existencia de esta organización de la Quinta
Columna. Por lo demás, Carina se preocupó enormemente por la salud «religiosa» de sus
«camaradas» y redactó un programa espiritual dirigido a ellas:

1. Al amanecer eleva tu corazón cada día y promete ganarlo para Él y para España.
2. De Él depende tu seguridad en el difícil camino que has escogido: pídeselo con
fervor.
3. Recuerda en todos los actos de tu vida que desde el Cielo te observan nuestros
caídos. Sé digna de ellos.
4. Nadie da lo que no tiene: que tú puedas dar a la caridad nuevas colaboradoras con
verdadero espíritu cristiano y español.
5. Nuestros hermanos caen cara al sol. Que su hogar no se vea envuelto en las
tinieblas de la necesidad.

Estas cinco normas fueron solo el punto de partida del programa espiritual que puso
en marcha Auxilio Azul durante la guerra. Sin embargo, las quintacolumnistas fueron un
poco más lejos y en 1937 crearon una pequeña red de sacerdotes que celebraban misas
clandestinas en diferentes lugares de Madrid. Uno de estos lugares era una vivienda de la
calle Espejo número 14, propiedad de dos hermanas que pertenecían a la organización.
Otro estaba situado en el sótano de una lechería de la calle Velázquez número 46, un
lugar conocido por las falangistas como «la parroquia», en el que se celebraba misa cada
domingo. Aquella capilla secreta llegó a ser tan famosa entre los emboscados madrileños
que más de quinientas personas asistieron a la misa del Jueves Santo de 1938. Aunque el
servicio secreto de la República terminaría descubriendo que allí se celebraban oficios
religiosos, por el olor a incienso, los espías republicanos nunca relacionaron la lechería
con la existencia del grupo de la Quinta Columna.
Al frente de todos estos servicios religiosos se encontraba el padre Tomás Ortega
Orgaz, sacerdote de Colmenar Viejo que había sobrevivido a las matanzas del inicio de

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la guerra gracias a un familiar suyo del Partido Comunista. Se infiltró en un centro de
Socorro Rojo Internacional de la calle Lagasca donde consiguió atraer a otros religiosos
que se encontraban perseguidos. Llegó a celebrar misas en este centro comunista, pero
finalmente decidió poner en marcha la capilla secreta de la calle Velázquez, un local
mucho más seguro para sus fieles. Tanto él como el resto de los sacerdotes que formaban
parte de los servicios espirituales de Auxilio Azul también consiguieron llevar la
comunión a las cárceles y celebrar algunas misas en embajadas.

Tres años trabajando en la sombra

Las mujeres de la organización trabajaron en la clandestinidad hasta el final de la


guerra sin ser descubiertas. Lo hicieron siempre con sumo cuidado y aplicaron al
milímetro las normas que había dispuesto Carina. A medida que iban pasando los meses,
la entidad iba adquiriendo un mayor peso en la retaguardia madrileña. Sus componentes
llegaron a contactar directamente con Manuel Valdés Larragaña, el máximo responsable
de la Falange Clandestina en Madrid y uno de los mejores amigos de José Antonio.
La estructura del grupo llegó a ser tan potente que las falangistas consiguieron
hacerse con el control de un local de la calle Barquillo. Se convirtió en su cuartel
general, aunque a simple vista era un taller de corte y confección vinculado con la CNT.
El local funcionó como tapadera hasta el final de la guerra sin que nadie sospechara de
las actividades que allí se realizaban.
Hasta finales marzo de 1939, Auxilio Azul realizó un sinfín de actividades
quintacolumnistas de las que apenas hay constancia en los libros de Historia. El primer
objetivo fue ayudar a los miembros de Falange o personas de derechas que se
encontraban perseguidas, pero a medida que avanzaba la contienda las pretensiones
fueron más ambiciosas. Durante este tiempo se dedicaron también a adquirir víveres para
las familias de los detenidos, recaudar dinero para compras en el mercado negro y
sobornos, difundir partes de guerra del Ejército sublevado y actuar como enfermeras de
los refugiados en las embajadas.
No se conoce con exactitud el número de mujeres que formaron parte de Auxilio
Azul, ya que muchas de ellas ni siquiera sabían que se encontraban dentro de una
organización de la Quinta Columna. Además de Carina, varias de las hermanas Martínez
Unciti colaboraron con el grupo, como María de los Ángeles, que dirigía el «servicio de
trabajo». Se dedicaba a recaudar fondos mediante la venta de ropa que había sido
confeccionada en viviendas particulares, tiendas amigas e incluso dentro de la cárcel de
Ventas. Como el dinero recaudado no era suficiente para mantener todos los servicios
que hacían, las quintacolumnistas abrieron dos negocios: una tienda de novedades en la

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calle Hortaleza y un puesto al aire libre en el mercado de Torrijos.
Elena Walker, esposa del famoso abogado Antonio Garrigues y Díaz Cañabate, fue
otra de las agentes destacadas de Auxilio Azul. Gracias a que tenía pasaporte
estadounidense consiguió adquirir un gran número de víveres procedentes de la Cruz
Roja Internacional para cederlos a la organización. También merece la pena mencionar a
Carmen Timmermans, jerezana afincada en Madrid que se convirtió en toda una experta
de las falsificaciones. Consiguió más de quinientos folios en blanco legalizados por el
Cuartel General de los Carabineros que pudieron ser convertidos en salvoconductos para
circular libremente por Madrid. Según Tomás Borras, uno de los colaboradores más
estrechos de Carmen fue el director de cine falangista, Carlos Arévalo, que se encontraba
emboscado en la retaguardia madrileña.
De acuerdo con el testimonio de Borras, dos mujeres pertenecientes al grupo de
Carina consiguieron infiltrarse en el Servicio de Información Militar (SIM), la agencia
de espionaje más poderosa de la República. Sus nombres en clave eran «J» y «M»,
aunque Javier Cervera ha conseguido desvelar la identidad de una de ellas: María Felisa
Pares, que se encargaba de conocer al detalle las actividades del contraespionaje
republicano. Gracias a estas dos mujeres, la cúpula de Auxilio Azul también tenía
noticias de lo que sucedía dentro de la cárcel de San Lorenzo, la prisión oficial del SIM
en Madrid. Al parecer habían «comprado» a un miliciano, miembro del cuerpo de
guardia y apodado El Litri, que les facilitaba todos los datos. Una de las
quintacolumnistas le había encandilado con sus encantos, y gracias a ello obtuvo
información muy relevante sobre detenidos y condenados.
La infiltración de las mujeres falangistas en instituciones republicanas fue una
constante a lo largo del conflicto. Además de introducirse en instituciones benéficas
como la Cruz Roja Internacional, también lograron formar parte de la administración de
Justicia, actuando algunas como abogados de derechistas emboscados. Según la
investigación de la historiadora Soraya Gahete, la propia Carina logró infiltrarse en la
checa de Santa Rita en Carabanchel, haciéndose pasar por comunista. Es posible que lo
consiguiera gracias a su antigua compañera de trabajo, Enriqueta (Queta), que tras la
muerte de María Paz empezó a colaborar de una manera más intensa con la Quinta
Columna. Hasta que fue destinada a Barcelona por el Ministerio de Obras Públicas en
1937, actuó como una derechista más, con la ventaja de que ella tenía el carné del
Partido Comunista, lo que le permitía moverse con una mayor libertad. Tras su marcha
se le perdió el rastro para siempre, aunque hemos descubierto que en Cataluña participó
en la elección de la junta directiva del Sindicato de Trabajadores del Ministerio. Acabada
la contienda, algunas quintacolumnistas sostenían que murió en un bombardeo franquista
junto al puerto de Barcelona.

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El final de la guerra

Ninguna mujer perteneciente a Auxilio Azul fue detenida durante la guerra acusada
de formar parte de la organización falangista. Algunas sí que fueron arrestadas por otros
asuntos, pero nunca por formar parte del grupo quintacolumnista. La propia Carina fue
detenida en 1938 por el SIM junto a otras mujeres mientras se celebraba una misa en la
lechería de la calle Velázquez. Pasó unos días en prisión acusada de «desafecta», pero
los agentes nunca sospecharon que ella se encontraba detrás de una organización
clandestina.
En marzo de 1939, tras la victoria del coronel Casado y su Consejo Nacional de
Defensa contra los comunistas, el local de la calle Barquillo se convirtió en un hervidero.
La guerra estaba tocando a su fin y las falangistas, conscientes de ello, se pasaron los
días enteros cosiendo camisas azules y brazaletes con los emblemas de Falange. Su idea
era entregárselas a los miembros de las diferentes organizaciones de la Quinta Columna
para que pudieran hacerse con el control de los servicios básicos de Madrid antes de que
entraran las tropas de Franco. El 27 de marzo, antes de que llegaran las primeras
avanzadillas sublevadas a la capital, este local fue el primero en todo Madrid en izar la
bandera rojigualda desde uno de los balcones que daban a la calle. Ese mismo día, las
mujeres de Auxilio Azul también se atrevieron a mostrar públicamente los estandartes de
Falange con una gran bandera colocada en la entrada del local.
Al día siguiente, el 28 de marzo, Madrid amaneció repleto de banderas rojigualdas
para recibir a las tropas de Franco que ya estaban entrando en la capital. Casi todas esas
banderas fueron elaboradas por las componentes de Auxilio Azul en lo que fue su última
misión de la Guerra Civil.

TRAS LA GUERRA CIVIL

Solo dos meses después de que terminara la guerra, las mujeres de Falange
celebraron una concentración en Medina del Campo para analizar su papel entre 1936 y
1939. En ese encuentro se dio a conocer una parte de las actuaciones del Auxilio Azul en
Madrid, con cifras que podrían ser un poco exageradas. Se decía que durante los tres
años de conflicto se repartieron en la capital más de 900.000 pesetas en socorros y más
de 800.000 en víveres. También se entregaron más de 3.500 cartillas de racionamiento
falsificadas y más de 20.000 documentaciones falsas, así como miles de expedientes de
inutilidad para retirar del frente a personas que no se identificaban con las ideas del
Frente Popular.
A partir del verano de 1939, Carina Martínez Unciti intentó pasar a un segundo plano

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dentro de la Falange. Aunque en agosto de 1939 fue nombrada delegada provincial de la
Sección Femenina de Madrid, optó por permanecer en la sombra y no era habitual verla
aparecer en actos públicos. Para que su nombramiento se hiciera efectivo, tuvo que
contar con varios certificados que demostraran su «adhesión» al régimen de Franco. Uno
de ellos llegó procedente de sus compañeros técnicos administrativos del Ministerio de
Obras Públicas, quienes dieron fe de su «espíritu» afín al «Glorioso Movimiento
Nacional». En el archivo de la Asociación Nueva Andadura también hemos localizado
un expediente personal de Carina en el que jura «por Dios ser la fundadora de Auxilio
Azul María Paz y llevar el mando de la organización durante la guerra».
En otras ocasiones, Carina también tuvo que avalar a personas —especialmente,
militares—, que habían colaborado con su grupo desde la retaguardia republicana. En el
Archivo General Militar de Madrid hemos localizado varios avales, firmados de su puño
y letra, que permitieron que diferentes oficiales del Ejército continuaran su carrera
militar durante el franquismo.
Por su actuación en la guerra, Carina recibió numerosas condecoraciones. Fue
nombrada capitán honorario del Ejército, recibió una Cruz de Guerra y dos Cruces Rojas
al Mérito Militar, así como una Medalla de Campaña con distintivo blanco. También
obtuvo la Y de plata individual y colectiva de la Sección Femenina.
Fueron pocas las entrevistas que concedió a la prensa para hablar de su actuación
durante la contienda, pero una de las más relevantes se publicó en ABC el 18 de julio de
1961. En ella detallaba a grandes rasgos el papel de su organización, y citaba algunos
nombres de las personas que recibieron ayuda de su grupo: los hermanos Álvarez
Quintero, la madre de Millán Astray, Valdés Larrañaga o Raimundo Fernández Cuesta.
El 27 de octubre de 1972 se dio a conocer la noticia del fallecimiento de Carina, según
consta en una esquela del diario ABC.
En cuanto a María Paz Martínez Unciti, durante los primeros años de la dictadura fue
convertida en todo un mito y recibió un gran número de homenajes en la capital. En
Vallecas todavía hay una calle que lleva su nombre, como ocurrió con una residencia
falangista en El Escorial y un coto forestal en Fuente del Saz. El 8 de agosto de 1939 se
celebró una misa funeral en su memoria en la iglesia de los Carmelitas, oficiada por el
padre Tomás Ortega, el sacerdote encargado de organizar las capillas clandestinas del
Auxilio Azul durante la guerra.
En 1948, los restos de la joven fueron exhumados del cementerio de Vallecas, donde
se encontraba enterrada tras su asesinato. Fue un acto masivo al que acudió un gran
número de personalidades del Régimen y que tuvo mucha repercusión en la prensa de la
época. Sus restos fueron trasladados hasta el salón de sesiones del Ayuntamiento de
Vallecas donde fueron velados durante unas horas. Al día siguiente, fue enterrada en el
cementerio de la Almudena.

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Capítulo 3. CONSPIRANDO ENTRE OBRAS DE ARTE

La basílica de San Francisco el Grande ha sido considerada desde su construcción uno de


los templos más relevantes de Madrid, no solo por su historia, sino por su inmensa
cúpula, la tercera de mayor diámetro del cristianismo. Desde mucho antes de que se
proclamara la Segunda República, la basílica fue protegida por los diferentes gobiernos
que solían nombrar a expertos de fama reconocida para su conservación y protección.
Uno de estos expertos se convertiría en un importante quintacolumnista, conspirando con
su hijo contra el Frente Popular durante los primeros meses de la Guerra Civil. Se trataba
del arquitecto valenciano Francisco Ordeig Ostembach, que desde 1919 trabajaba como
«inspector conservador» del templo, preservando la estructura original del edificio y los
bienes de incalculable valor que se encontraban en su interior. Hombre cultísimo y con
un conocimiento incalculable del arte madrileño, era la persona idónea para coordinar,
sin levantar sospechas, un grupo de la Quinta Columna en una época en la que el
espionaje franquista todavía no había florecido.
Ordeig era una persona que se sabía adaptar perfectamente a la situación política de
cada momento. Había llegado a San Francisco el Grande en pleno gobierno de maura, se
había mantenido en el cargo durante la dictadura de Primo de Rivera y no tuvo
problemas para continuar tras proclamarse la Segunda República. Hijo de un político
valenciano del Partido Liberal Conservador, durante los convulsos años treinta no le
quedó más remedio que entrar en política. Se afilió al Partido Radical Socialista, según
dijo en su día, por la «presión política de la época» y para proteger a «los empleados» de
la basílica.
En los años previos a la sublevación compaginaba su trabajo como conservador con
algunas actividades benéficas que realizaba para las escuelas VOT (Venerable Orden
Tercera) de San Francisco de Asís, donde impartía de forma gratuita clases de dibujo,
geometría y arquitectura. Años atrás, en 1930, había sido homenajeado por sus propios
alumnos en un acto al que acudió la infanta doña María Luisa y que apareció en las
portadas de los principales periódicos de la época. Lo cierto es que era un personaje
bastante conocido en los ambientes culturales, gracias entre otras cosas a su matrimonio
con la hija de otro ilustre arquitecto, Martín Pastells, miembro de la Real Academia de
las Bellas Artes de San Fernando y arquitecto municipal de Alcalá de Henares. Era
habitual que los periódicos hicieran mención a su trabajo e incluso publicaron su
fotografía en portada, como sucedió en septiembre de 1931 en la de ABC. El diario
monárquico sacó una imagen suya en sus páginas principales, junto al ministro de Estado
de la República, Enrique Amezua, como consecuencia del hallazgo de varios objetos de

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gran valor de la basílica que habían aparecido junto a un cuartel cercano.

Un depósito de obras de arte

El 18 de julio de 1936 Francisco Ordeig seguía trabajando como conservador de San


Francisco el Grande, cargo que ocupó hasta que se constituyó la Junta Delegada de
Incautación, Protección y Salvamento del Tesoro Artístico. Una de las primeras
decisiones que tomó la junta fue instalar en el interior de la basílica un depósito de
muebles artísticos y obras de arte que corrían el riesgo de ser destruidos por encontrarse
cerca de los frentes de batalla. Los miembros de esta entidad consideraban que la
estructura del templo garantizaba la seguridad de estas obras de arte por su gran
«espaciosidad y solidez». Ordeig fue designado en diciembre de ese año «delegado
depositario» y máximo responsable del almacén gracias a la intermediación de Alejandro
Ferrant, uno de sus mejores amigos en Madrid y miembro de la junta. Consideraba que
era la persona perfecta para llevar a cabo este cometido con «responsabilidad y
dedicación», por sus grandes conocimientos de la castiza iglesia madrileña. En pocos
meses el improvisado depósito pasó de albergar unos cuantos muebles artísticos a
almacenar miles de piezas de gran valor. Entre ellas se encontraban unos quince mil
cuadros y esculturas, piezas de marfil pertenecientes a la nobleza e incluso una colección
de carruajes reales del siglo XVIII y XIX. Se cree que a lo largo de 1937 fueron trasladadas
hasta las naves de la basílica unas cincuenta mil obras de arte.

Primeras actuaciones clandestinas

El principal objetivo que se marcó el arquitecto valenciano tras ser nombrado


«delegado depositario» de San Francisco el Grande fue «impedir» que las obras de arte
del depósito fueran sacadas de España. Gracias a sus gestiones y a las de sus
colaboradores, ninguna de las obras fue extraída del almacén antes de junio de 1937. En
una ocasión llegó a ocultar en los sótanos del templo unos treinta códices hispano-árabes
que iban a trasladarse al extranjero. Ordeig puso a buen recaudo aquellos manuscritos,
que procedían del Monasterio de San Lorenzo del Escorial, alegando que habían
desaparecido tras un «error en la redacción del acta de incautación». Gracias a esta
ocultación, los códices aparecieron en perfecto estado una vez terminada la guerra y
fueron expuestos en 1939 en el Museo Arqueológico de Madrid.
En su labor de ocultación y recopilación de obras de arte, nuestro protagonista contó
con la ayuda de Fernando Chueca y Julián Navarro, dos jóvenes arquitectos que también

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formaban parte de la Junta del Tesoro Artístico. Ambos contribuyeron a la salvación de
un gran número de cuadros procedentes de edificios religiosos que habían sido
incendiados en la capital. Fue el caso de unas tablas realizadas por un discípulo de
Alfonso de Berruguete que fueron rescatadas in extremis tras el intento de saqueo de la
Capilla del Obispo. Aunque los dos arquitectos serían expulsados de la Junta del Tesoro
Artístico unos meses más tarde, ambos siguieron colaborando con Ordeig durante los
primeros meses de 1937. De hecho, idearon un ambicioso plan para proteger toda la
riqueza artística religiosa de Madrid y trasladarla a San Francisco el Grande, aunque se
tuviera que realizar de una manera clandestina. Lo consiguieron en determinadas
ocasiones, tal y como sucedió con las imágenes de las Escuelas Pías de San Fernando,
que fueron rescatadas horas antes de ser incendiadas.
Desde mucho antes de que empezara la guerra, Ordeig y su familia vivían en un
apartamento contiguo a la basílica, como sucedía con otros empleados que se dedicaban
a la conservación del templo. Una vez empezada la guerra, el arquitecto siguió
residiendo allí para controlar «de una manera más estricta» las obras que se almacenaban
en el depósito. A diario llevaba a cabo un inventario para evitar posibles sabotajes, robos
o ataques de diversa índole. Por este motivo, el edificio se encontraba fuertemente
custodiado por un destacamento de cuatro miembros de la Guardia Nacional
Republicana (GNR). Estaba dirigido por el cabo Asterio Espejo Iglesias, militar de la
vieja escuela que simpatizaba con los sublevados.

La Quinta Columna emerge en San Francisco el Grande

En poco tiempo, el cabo Espejo empezó a hacer buenas migas con el hijo de Ordeig.
El chico también se llamaba Francisco, tenía diecinueve años y se había afiliado a
Falange antes de comenzar la guerra. De manera improvisada y casi sin darse cuenta,
este joven estudiante y su amigo el guardia pusieron en marcha un pequeño grupo
contrario a la República. En un primer momento se dedicaron a escuchar las diferentes
emisoras de radio de los sublevados que sintonizaban desde un potente receptor en el
interior de la basílica. También participaban en las escuchas algunos amigos de
Francisco y varios de los integrantes del destacamento de la GNR que también apoyaban
a los alzados. Todos ellos solían difundir entre su entorno más próximo los partes de
guerra que ofrecían los nacionales. Este grupo que acababa de formarse pasó a
denominarse 15.ª Bandera de Falange.
Las primeras reuniones clandestinas de este grupo se celebraron en el apartamento
que la familia Ordeig tenía dentro de la basílica. Alrededor de la mesa camilla del salón,
el joven Francisco y sus amigos escuchaban el parte de guerra de las emisoras de Burgos

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y Salamanca. Su padre era plenamente consciente de lo que se cocía en el salón de su
vivienda y en ocasiones participaba en aquellos encuentros, que parecían inofensivos
porque se desarrollaban en la intimidad familiar. Pasadas algunas semanas, su hijo cogió
una cuartilla y empezó a copiar al pie de la letra el parte sublevado, para leérselo al día
siguiente a algunos de los empleados del almacén. Solía hacerlo en el cuarto de la luz de
la basílica para no levantar sospechas entre los trabajadores que simpatizaban con el
Frente Popular. Poco a poco, el joven Francisco se estaba adentrando en el peligroso
mundo de la Quinta Columna.
Ordeig hijo fue realmente el verdadero impulsor del quintacolumnismo en San
Francisco el Grande. Además del grupo clandestino que había puesto en marcha dentro
de la basílica, también consiguió establecer contacto con algunos de sus amigos
falangistas de Chamberí. Estos también se estaban organizando en una pequeña red
derechista, formada por estudiantes, y llamada 3.ª Bandera de la Falange. A comienzos
de 1937 ambos grupos se fusionaron porque pensaban que Madrid terminaría cayendo en
poder de los sublevados en pocas semanas. Sus objetivos iniciales eran cooperar con las
tropas de Franco cuando llegaran a la ciudad y conservar «intacto el Tesoro Artístico que
se almacenaba en las naves de San Francisco el Grande».
Pese a su juventud, Francisco Ordeig asumiría la dirección del grupo de la Quinta
Columna que acababa de nacer. Contaba con el visto bueno de su padre. Junto a él,
también desempeñaron cargos de responsabilidad otros dos jóvenes estudiantes: Mateo
Núñez Iglesias, un chico de veintiún años que residía en la calle Alamillo, y Enrique
Iglesias Gala, de la misma edad y vecino de la calle Mancebos.
Con la intención de apoyar a las tropas franquistas a su entrada en la capital, los
jóvenes falangistas trataron de reunir algunas armas que les entregaban amigos y
conocidos. Un chico llamado Federico Gobar, sobrino de Calvo Sotelo, les entregó
treinta balas que había robado a su tío, comisario de policía del distrito de la Latina. Otro
joven, Antonio Hernández, les facilitó una pistola que localizó en los derribos de unos
edificios de Argüelles, así como munición de diferente calibre y un casco de campaña.
Un estudiante, de nombre Manuel Ergoyena, entregó una pistola tipo Star, y el joven
Antonio Espinosa se comprometió a ceder un fusil ametrallador que tenía escondido bajo
el colchón de su cama.
Estos imberbes quintacolumnistas intentaban prepararse para la «inminente» llegada
a Madrid de los «suyos», y con tal fin se hicieron con varias camisas azules para
participar en la toma de la ciudad cuando llegara el momento. Se habían aprendido, tras
escucharlo por radio, el santo y seña que debían dar los emboscados a las avanzadillas
franquistas en cuanto llegaran a la ciudad para evitar ser confundidos por fuerzas
enemigas.

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Contacto con los servicios de información

La vivienda de la familia Ordeig solía estar muy concurrida. Además de las


reuniones de las que ya hablamos, para escuchar las radios franquistas, solían
frecuentarla muchas personas que apoyaban a los sublevados directa o indirectamente.
Una de ellas era una modista cántabra, Pilar Ceballos, que estaba refugiada en un piso
con bandera inglesa en la plaza del Ángel y que se movía a sus anchas por las diferentes
embajadas de Madrid. También recibían la visita de Matilde López Serrano, bibliotecaria
del Palacio Nacional y una de las agentes más brillantes del espionaje de los sublevados
en el tramo final de la guerra. Por último, acudía con relativa frecuencia Francisca Serra
Puig, secretaria de la Junta del Tesoro Artístico y conocedora de las actividades
subversivas que se realizaban en San Francisco el Grande.
Es posible que alguna de estas tres mujeres pusiera en contacto a los Ordeig con la
cúpula de la Falange Clandestina que operaba en Madrid por estas fechas. Sin embargo,
estamos convencidos de que los responsables de este vínculo fueron otros, según se
desprende de la declaración jurada que hizo tras la guerra Francisco Ordeig Ostembach:

Desde el primer momento tuvo conocimiento de lo que sucedía en el interior de San Francisco el Grande la
organización clandestina de Falange Española. A través de ella intenté en repetidas ocasiones hacer llegar
al campo nacional las incidencias por las que atravesaba este convento. Quise en particular conseguir que
no fuese bombardeado por las baterías nacionales. Y siempre que algún proyectil alcanzó su recinto di
aviso con la mayor rapidez. Las personas que me mantuvieron en ese contacto fueron Gregorio de Rábago
(en 1939 vocal de la junta del Colegio de Abogados), Luis Hernández (notario), Fray Ludovico del Pardo y
el doctor Sánchez Cuenca.

De estos cuatro nombres a los que se refiere nuestro protagonista, apenas hemos
localizado referencias vinculadas a la Quinta Columna. Tan solo el primero, Gregorio
Rábago Rodríguez, parece tener relación directa con actividades subversivas. Según el
historiador Javier Cervera, Gregorio era fiscal del Tribunal Supremo y logró que muchos
a los que se acusaba de ser enemigos de la República fueran finalmente exculpados.
Cervera dice que una mujer que se evadió de zona republicana y llegó a territorio de los
sublevados confirmó que, a través de este letrado, se podía contactar con un grupo de la
Quinta Columna que operaba en el Hospital de los Franceses. De acuerdo con este
testimonio, Rábago usaba un lenguaje convenido para enlazar con otros
quintacolumnistas usando palabras clave que se encontraban en el artículo 1.500 del
Código Civil.
Es posible que Rábago fuera uno de los contactos de la familia Ordeig con la Falange
Clandestina, aunque no lo podemos afirmar con rotundidad. Lo que sí parece claro es
que, en febrero 1937, el conservador de San Francisco el Grande mantuvo una reunión
secreta con Ángel Ferrant, uno de los responsables de la Junta del Tesoro Artístico. En

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ese encuentro le confesó abiertamente que se «hallaba al servicio de la Falange», y que
en la zona franquista eran «conocedores» de las actividades que estaba realizando en la
basílica para preservar las obras de arte que allí se almacenaban. Le prometió que el
templo «no sería bombardeado» durante el tiempo que durara la guerra, tras haber
adquirido ese compromiso con la Falange Clandestina. Tras esta confesión, Ferrant
permaneció leal al valenciano y no contó a nadie aquella conversación. Pese a haber
firmado en su día el Manifiesto de la Alianza de Intelectuales Antifascistas para la
Defensa de la Cultura, los hermanos Ferrant hicieron todo lo posible para proteger a
Francisco y a su familia y cooperaron con ellos en determinados momentos.
En marzo de 1937, Ángel Ferrant ya ostentaba la presidencia de la Sección del
Consejo Central de Archivos, Bibliotecas y Tesoro Artístico (CCABTA). Desde su cargo
controlaba mejor todo lo que sucedía en San Francisco el Grande y gracias a sus
gestiones evitó, hasta en cinco ocasiones, que el Ejército del Centro instalara en el huerto
de la basílica unas piezas de artillería para bombardear a las unidades enemigas en la
Casa de Campo. Como responsable del depósito de obras de arte, Ordeig consideraba
que la instalación de estas piezas a pocos metros del templo podía poner en riesgo los
tesoros que se almacenaban dentro de la iglesia, ya que tarde o temprano terminarían
convirtiéndose en objetivos de la aviación sublevada. Tras hablarlo con Ferrant, este
consiguió que la Junta de Defensa de Madrid ordenara un cambio de ubicación de las
piezas republicanas.
La ayuda de Ángel Ferrant fue indispensable para que la incipiente organización de
la Quinta Columna de San Francisco el Grande prosperase. Por estas fechas, parece que
los Ordeig ya estaban en comunicación directa con los servicios de información de
Franco que operaban en el frente de Madrid. ¿De qué manera se producía el enlace?
Posiblemente a través de un joven falangista llamado Víctor Tobares que acudía a diario
a la basílica. Este chico, que no llegaba a los veinte años, estuvo realizando algunas
pruebas en las zonas elevadas del templo para instalar un heliógrafo que mandara señales
luminosas a las posiciones de los sublevados en la Casa de Campo. Desconocemos si ese
mecanismo se puso en marcha finalmente, pero sí que sabemos que durante la primavera
de 1937 algunos soldados republicanos declararon haber observado luces parpadeantes
durante la noche en lo más alto de la cúpula.
Los falangistas también se plantearon utilizar palomas mensajeras para contactar con
el espionaje franquista en el frente de Madrid, e incluso gestionar una emisora de radio
de gran potencia con la que contactar con las avanzadillas nacionales en la Ciudad
Universitaria. Desconocemos si estos procedimientos se llevaron a cabo, pero sí que
parece claro que los sublevados contactaban con los quintacolumnistas lanzando
proyectiles de artillería sin carga desde la Casa de Campo. Los mensajes solían ir en la
espoleta del proyectil, que habitualmente caía en la parte exterior de la iglesia y eran

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recogidos por Ordeig o su hijo.
Como puede comprobar el lector, por estas fechas la organización clandestina
empezaba a funcionar a toda máquina, aunque fue por poco tiempo. Las fuerzas de
seguridad republicanas empezaron a sospechar de la existencia del grupo falangista de
una manera fortuita o casi accidental.

Un guardia civil contra la Quinta Columna

En abril del 1937 los Servicios Especiales del Ministerio de la Guerra, una de las
primeras agencias de contraespionaje de la República, recibieron una información
confidencial de un mando de la 7.ª División del Ejército del Centro. Al parecer, unos
centinelas habían observado durante varias noches seguidas unas señales luminosas que
salían de San Francisco el Grande y enfocaban a los altos de Cuatro Vientos, donde se
encontraban los sublevados. Pasados unos minutos, los propios centinelas republicanos
vieron cómo, desde posiciones franquistas, se hacían unas señales de «aparente
contestación» en dirección a la basílica.
Manuel Salgado Moreira era por aquel entonces el máximo responsable de los
Servicios Especiales, un organismo controlado por los anarquistas que se dedicaba a
perseguir dentro de la retaguardia a los posibles enemigos del Frente Popular. Desde su
despacho del Ministerio de la Guerra tardó muy poco tiempo en averiguar que en San
Francisco el Grande se había instalado un depósito del Tesoro Artístico. Descubrió que
su responsable era Francisco Ordeig, un intelectual al que calificó políticamente como
«ambiguo». Tras realizar sus primeras indagaciones, Salgado decidió poner en marcha
una gran operación para descubrir lo que estaba pasando en la basílica, una acción que
contó con el visto bueno del Comité de Defensa de la CNT. Situó al frente de la
operación a uno de sus mejores hombres, Valentín de Pedro, un alférez de la GNR que
antes de la guerra había sido guardia civil. De Pedro era todo un experto en la lucha
contra los emboscados y dirigía de forma muy eficaz el 2.º Negociado de los Servicios
Especiales, formado en buena parte por antiguos miembros de la Guardia Civil.
Antes de analizar la operación policial, vamos a conocer un poco mejor la figura de
Valentín de Pedro, un personaje que gozó de cierta popularidad en la retaguardia
republicana. Hijo y hermano de guardias civiles, había nacido en Pedroñeras (Cuenca) y
tenía veintisiete años cuando la guerra comenzó. Desde que ingresó en la Benemérita
tuvo fama de izquierdista entre sus compañeros, aunque muchos le calificaban como un
gran profesional y una persona implicada enormemente con su trabajo. De hecho, saltó a
la fama en 1935 por evitar un atentado contra Manuel Azaña en un acto público
celebrado en la Castellana, actuacion por la que fue condecorado. En los meses previos a

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la sublevación había sido conductor personal y escolta de los ministros Portela
Valladares y Ángel Galarza, así como del director de la Guardia Civil, el general
Sebastián Pozas.
Cuando empezaron los combates prestó servicio como «jefe de Camiones» del
Ministerio de Agricultura para traer víveres a Madrid, actuación por la que fue
condecorado por el gobierno republicano. Después fue nombrado secretario del Comité
Central de la GNR, un organismo que pretendía depurar a la Guardia Civil y arrestar a
los guardias con significación derechista. Como secretario mandó detener a un gran
número de agentes, aunque quien practicaba realmente los arrestos era su hermano
Francisco, que también había sido miembro de la Benemérita. Su otro hermano,
Eugenio, fue asesinado en septiembre de 1936 en circunstancias que nunca fueron
aclaradas. Fue acusado de este crimen otro guardia civil apellidado Maroto, que murió
acribillado a balazos en el cementerio de San Isidro después de que De Pedro le
detuviera en los cines Tívoli. Testigos presenciales acusaron a Valentín de ser el autor
material de su muerte «como venganza» por el asesinato de su hermano.
En febrero de 1937, De Pedro fue destinado al 2.º Negociado de los Servicios
Especiales, donde dos meses más tarde le encargaron que se pusiera al frente de la
operación de San Francisco el Grande. Tenía dos hombres de su total confianza que, al
igual que él, procedían de la Guardia Civil: se trataba de los guardias segundos Gerardo
Sanz Monzón y Emilio de la Visitación Villa. Ambos jugaron un papel decisivo en la
operación que se empezó a fraguar en abril de este año.

¿Infiltrados o agentes alborotadores?

En el Centro Documental de la Memoria Histórica de Salamanca existe un dossier de


dieciséis cuartillas en el que se relata al milímetro la «táctica» que utilizaron los
Servicios Especiales para descubrir a los posibles emboscados de San Francisco el
Grande. En ese dossier se explica que De Pedro ordenó a sus dos agentes de confianza
que se infiltraran en el templo y que averiguaran si Ordeig o sus empleados conspiraban
contra la República. Logró que el 3 de abril Sanz Monzón y De la Visitación fueran
destinados al retén de la GNR de la basílica, como «guardias de refuerzo». En poco
tiempo conseguirían ganarse la confianza del cabo Espejo, jefe del retén, tras insinuarle
que ellos también eran simpatizantes de los sublevados.
Espejo fue demasiado ingenuo con los recién llegados. En apenas unos días ya les
había hablado de la existencia de un grupo subversivo dentro de la basílica, dirigido por
el responsable del depósito, Ordeig Ostembach, y su hijo de diecinueve años, Ordeig
Pastells. Padre e hijo también pecaron de una enorme ingenuidad: hablaban con total

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normalidad de sus actividades clandestinas delante de los nuevos guardias. Lo cierto es
que los dos infiltrados supieron empatizar a las mil maravillas con los emboscados, hasta
el punto de incitarles a que siguieran recopilando armas para realizar posibles atentados
contra dirigentes republicanos.
Mientras los dos infiltrados hacían su trabajo, la organización de San Francisco el
Grande seguía creciendo por momentos. Los objetivos de los quintacolumnistas
empezaban a ser más ambiciosos que al principio. Además de buscar la preservación del
tesoro artístico, los falangistas empezaron a recabar información del «enemigo» para
entregársela a los alzados. No hay muchos datos en los archivos que hablen del papel
jugado por los Ordeig en materia de espionaje militar, pero sabemos que al menos uno
de sus colaboradores, Federico Urbano, elaboró un croquis con el emplazamiento exacto
de un cañón antiaéreo republicano que llegó hasta las líneas sublevadas. Este muchacho
había militado antes de la guerra en las Juventudes Católicas, pero a partir de 1937
decidió afiliarse a la UGT para estar más seguro.
Durante casi dos meses, los dos infiltrados de los Servicio Especiales remitieron una
decena de informes al Ministerio de la Guerra con datos concluyentes que demostraban
la existencia de una red de espionaje en la basílica de San Francisco el Grande. Leamos
un fragmento de uno de estos informes, fechado en el mes de mayo de 1937:

Al frente del edificio y como máximo responsable se encuentra Francisco Ordeig Ordenbaz, elemento
fascista, cargo de confianza que ejerce gracias a su táctica de captación sobre altos cargos del Ministerio de
Bellas Artes. En la actualidad está afiliado a Izquierda Republicana. Se le considera como elemento
directivo de las actividades de los que allí hay. Se oculta sistemáticamente y él procura inhibirse no
dándose a conocer como quien es verdaderamente. Este individuo se declaró como neto fascista ante los
guardias citados.

El incidente del observatorio

A finales de abril de 1937 se produjo un incidente que cambiaría el rumbo de los


acontecimientos. Una mañana se presentó en el exterior de la basílica un grupo de
soldados de unas baterías de Artillería que se encontraban emplazadas en la zona de las
Vistillas. El teniente al mando portaba un documento oficial, firmado por el estado
mayor del Ejército del Centro, en el que se ordenaba instalar un observatorio artillero en
lo más alto del templo para gozar de una mejor perspectiva. Los guardias que
custodiaban la entrada no permitieron a los soldados acceder y avisaron a toda prisa a
Francisco Ordeig padre, ya que era el máximo responsable del depósito de obras de arte.
El arquitecto sabía perfectamente lo que tenía que hacer, pues había vivido situaciones
similares semanas atrás. Intentó explicar a los soldados que la instalación de un
observatorio pondría en serio peligro las obras que se almacenaban en las naves porque,

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en el caso de ser detectado por la aviación de los sublevados, «podrían abrir fuego»
contra el templo causando un gran destrozo. Pese a las explicaciones, los militares se
mantuvieron impasibles, así que el conservador valenciano, sin perder un instante, envió
a uno de los miembros de la GNR hasta la sede de la Junta del Tesoro Artístico. Su
misión era muy clara: entrevistarse con los hermanos Ferrant e informarles de lo que
estaba pasando. Curiosamente, el guardia encargado de aquella misión no era otro que
Emilio de la Visitación, uno de los dos infiltrados de los Servicios Especiales.
Ordeig le indicó que al llegar a las oficinas de la junta preguntara por Alejandro
Ferrant o por su hermano Ángel. En el caso de que no estuvieran tendría que preguntar
por otro miembro de la junta llamado José Rodríguez Cano, o por la secretaria Francisca
Serra, ambos conocedores de las actividades que se llevaban a cabo en el depósito. Le
dijo que todos aquellos miembros de la junta «eran de confianza» y le sugirió que
levantara el puño al entrar a la sede para que nadie sospechara de él. Una vez allí, Emilio
de la Visitación no localizó a ninguno de los hermanos Ferrant, aunque sí que logró
reunirse con Rodríguez Cano. Tras relatarle el incidente con los militares, hizo su
aparición Ángel Ferrant, al que Emilio volvió a contarle lo que pasaba. Sin esperar un
instante, Ferrant se marchó a ver a los generales José Miaja y Vicente Rojo, a los que
consiguió convencer para que retiraran el observatorio.
Durante el tiempo que estuvieron en San Francisco el Grande, los dos infiltrados
republicanos fueron testigos de «otros comportamientos sospechosos» del máximo
responsable del depósito. Ambos presenciaron la caída en el interior del edificio de un
proyectil de gran tamaño de los sublevados que no llegó a explotar. Francisco Ordeig y
el cabo Espejo lo escondieron en una zona apartada, prohibiendo a todos los trabajadores
que hablaran de lo que había ocurrido. Es posible que en la espoleta del proyectil hubiera
un mensaje cifrado del espionaje de los sublevados con directrices a tener en cuenta.
Esta situación no era nueva. Unas semanas atrás, un avión de los alzados dejó caer una
bomba sin carga que rompió las cañerías de la basílica. En esa ocasión, tampoco nadie
informó a la Junta del Tesoro Artístico de lo que había pasado.

El desenlace de la operación

Si el guardia Emilio de la Visitación se ganó la confianza de Francisco Ordeig, el


otro infiltrado, Gerardo Sanz, realizó tareas más propias de un agente alborotador.
Además de reunir pruebas contra los miembros de la organización, su misión se centraba
en provocar a los quintacolumnistas. En una ocasión consiguió tender una trampa a tres
jóvenes falangistas que formaban parte del grupo y que confiaron en él hasta las últimas
consecuencias. Les convenció para acompañarle hasta el Ministerio de la Guerra con

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objeto de hablar con un supuesto contacto que les ayudaría a comprar armas en la
clandestinidad. El 25 de mayo de 1937, los falangistas acompañaron a Emilio de la
Visitación hasta el exterior del Ministerio pero, antes de entrar, el infiltrado les pidió que
se quedaran en la calle para negociar «con una mayor discreción». Le esperaron unos
treinta minutos con «actitud disimulada», sin darse cuenta de que eran observados por
una docena de agentes de los Servicios Especiales. Pasado este tiempo, fueron detenidos
a punta de pistola por varios policías que salieron del edificio junto con el infiltrado. Los
tres falangistas se llamaban Enrique Rielo, Antonio Hernández y Manuel Ergoyena.
La operación de los Servicios Especiales no había hecho más que comenzar. A las
23.30 horas de esa noche, Valentín de Pedro ordenó registrar con detalle la vivienda de
los Ordeig en San Francisco el Grande. Padre e hijo fueron arrestados de madrugada, así
como el resto de los colaboradores de la organización quintacolumnista. Fue una
intervención de una gran envergadura, en la que participaron más de un centenar de
soldados fuertemente armados, que cortaron las calles cercanas a la basílica para evitar
posibles fugas.
En total treinta y ocho personas fueron arrestadas acusadas de formar parte del
«complot de espionaje San Francisco el Grande». Inicialmente, los detenidos fueron
trasladados al Ministerio de la Guerra a la espera de pasar a disposición judicial. Según
relató Ordeig padre tras la guerra, estuvo a punto de ser fusilado junto con su hijo en la
Alameda de Osuna, pero gracias a la intervención de Salgado Moreira pudieron salvar la
vida. Una semana después de su arresto, se les llevó al Ministerio de Hacienda, donde
empezaron los interrogatorios a cargo de los Servicios Especiales. En ese momento
descubrieron la traición de los dos infiltrados de la GNR.
Tras estas primeras detenciones, Valentín de Pedro decidió arrestar a los
colaboradores de los quintacolumnistas en la Junta del Tesoro Artístico. En la mañana
del 27 de mayo de 1937 fueron detenidos Alejandro y Ángel Ferrant, el primero cuando
se desplazaba hasta el Ministerio de Hacienda para protestar contra la operación policial
y el segundo en las oficinas de la junta. Los Servicios Especiales les acusaban de
«fascistas peligrosos» que jugaban con dos «barajas». Dos días más tarde fue apresada
Francisca Serra. Rodríguez Cano ya estaba en prisión por otro asunto que nada tenía que
ver con San Francisco el Grande. Los miembros del Tesoro Artístico se movilizaron para
pedir la libertad de los hermanos Ferrant y mantuvieron un sinfín de entrevistas con
personalidades de la República para conseguir su absolución, ya que consideraban todo
como un «malentendido». Se entrevistaron con Miaja y con Salgado Moreira y les
explicaron que las acusaciones contra los miembros de la junta eran «exageradas» y
basadas en «interpretaciones erróneas» de los infiltrados. Por su parte, los dos agentes
republicanos defendieron su actuación alegando que todos sus informes se correspondían
con la realidad.

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Las detenciones de los hermanos Ferrant causaron tal revuelo que el gobierno de la
República se interesó por su situación. Tres ministros del Ejecutivo telegrafiaron desde
Valencia a la Junta de Defensa de Madrid mostrando su preocupación por el arresto.
Finalmente, tras cuatro días en el calabozo, los tres miembros de la junta salieron en
libertad gracias a las «demandas» de las altas personalidades republicanas que, según De
Pedro, fueron «muy insistentes».

Juicio y traslado

No corrieron tanta suerte Francisco Ordeig, su hijo y el resto de los implicados en el


complot de San Francisco el Grande. Tras unas semanas de espera en la cárcel de San
Antón, finalmente se celebró su juicio. Fueron acusados primeramente de «adhesión y
auxilio a la rebelión» por el Juzgado Especial de la Rebelión Militar número 3. En el
sumario que se siguió contra los implicados venían reflejadas todas las diligencias
efectuadas por los Servicios Especiales, así como las declaraciones de los dos guardias
infiltrados. Les acusaban de realizar espionaje y de constituir un grupo criminal para
conspirar contra la República. Al joven Ordeig le consideraban el más peligroso de todos
los detenidos, según se podía leer en el sumario:

Desarrolla dentro del edificio una labor activísima… Tiene contacto constante con elementos destacados
de FE y de derechas. Procura común acuerdo con elementos fascistas de Madrid en proporcionarse armas,
municiones y guardarlas allí. Es admisible la posibilidad de que él sepa dónde se encuentra la emisora
clandestina con la cual ellos radian los partes al enemigo. Este individuo es el que se encarga de recoger,
por medio de clave, los mensajes del enemigo. Los transmite a los demás elementos, los lee a sus afines
que se encuentra dentro del edificio y por fin escucha las emisiones de las radios facciosas. Estos
elementos dan vivas al fascio y a Franco y por último hacen el saludo a la Romana.

El juicio empezó el 11 de octubre de 1937 en el Palacio de Justicia de Madrid.


Durante la vista, el abogado de la familia Ordeig (Pascual Calderón Uclés, que meses
más tarde moriría asesinado) negó las acusaciones formuladas contra sus defendidos. Lo
mismo hicieron el resto de los abogados defensores, que acusaron a los Servicios
Especiales de haber «exagerado» sus informes. El representante del ministerio fiscal
solicitó a la presidencia del tribunal que, «debido a la figura delictiva» de los implicados,
el asunto debería ser juzgado por el Tribunal Especial de Espionaje que se había creado
recientemente en Valencia. El presidente, José González Serrano, se mostró de acuerdo
con la Fiscalía y decidió trasladar a los detenidos hasta Valencia después de verano.
Los quintacolumnistas fueron llevados a Valencia el 30 de octubre de 1937 y
recluidos durante tres meses en la cárcel Modelo. Finalmente, no serían juzgados allí,
sino en Barcelona, por lo que fueron trasladados a la Ciudad Condal el 16 de febrero de

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1938. Quedaron a disposición del Servicio de Información Militar (SIM), el tenebroso
servicio de inteligencia de la República que contaba con sus propias checas y campos de
trabajo en Cataluña. Primero fueron encerrados en la checa de la calle Vallmajor, donde
algunos de los implicados sufrieron golpes y vejaciones. Fue el caso de Francisco Ordeig
padre, que perdió gran parte de sus dientes por las palizas que sufrió durante las seis
semanas que permaneció allí. El 2 de abril, todos los implicados en el «complot de San
Francisco el Grande» fueron enviados al buque prisión Uruguay, una cárcel flotante en
pleno puerto de Barcelona custodiada por agentes del SIM. Unos días más tarde, la
mayoría de los detenidos fueron trasladados al preventorio de Montjuic, donde se
enteraron de que finalmente serían juzgados por el Tribunal Central de Espionaje.
La vista empezó el 17 de mayo de 1938, casi un año después de ser detenidos en
Madrid. Durante el juicio, que duró tres días, el fiscal solicitó la pena de muerte para
cuatro de los encausados: Francisco Ordeig hijo, Enrique Iglesias, Mateo Núñez y
Federico Urbano. Para el resto pidió diferentes penas que iban entre los diez y los treinta
años de cárcel. Durante este nuevo proceso, los detenidos no pudieron contar con los
abogados defensores que tenían en Madrid y buscaron otros letrados que pertenecían al
Colegio de Abogados de Valencia y de Barcelona.

La sentencia

El 19 de mayo de 1938 se dio a conocer la sentencia del tribunal. Ninguno de los


procesados fue condenado a muerte, aunque se decretó una pena de treinta años de
prisión para el joven Francisco Ordeig Pastells, por ser responsable directo de un «delito
de conspiración para cometer espionaje». El tribunal puso la misma pena a los otros
estudiantes falangistas que colaboraron con él en la puesta en marcha de la organización.
Su padre, por su parte, fue «absuelto» con todos los «pronunciamientos favorables».
Horas después de leer la sentencia, el juez ordenó al SIM ponerle en libertad con el visto
bueno del Ministerio de Defensa Nacional.
La libertad de Francisco Ordeig Ostembach tardó en llegar unas semanas por
problemas burocráticos. El 7 de julio, un día antes de ser liberado, sufrió un atentado en
el interior del preventorio de Montjuic que a punto estuvo de acabar con su vida. Alguien
—posiblemente uno de los guardianes— le disparó desde lejos con intención de
asesinarle mientras paseaba por el patio. Sobrevivió al ataque milagrosamente, ya que la
bala impactó en una placa metálica que llevaba, por casualidad, en uno de los bolsillos
de su camisa. De no haber sido por ella, el proyectil le hubiera perforado el hombro. Con
todo, el disparo le provocó heridas muy graves en el brazo, arrancándole todos los
tejidos de la extremidad y la fractura en tres trozos del hueso del cúbito.

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Estuvo a punto de morir desangrado, de no haber sido por la ayuda que le brindaron
el resto de los reclusos, en especial un médico que también estaba preso, y su hijo,
Francisco Ordeig Pastells. Gracias a su rápida intervención evitaron que el arquitecto
valenciano muriera desangrado en pleno patio. Fue trasladado al Hospital Militar de
Vallcarca, donde le realizaron las primeras curas. Tuvo que ser reanimado en dos
ocasiones con respiración artificial y logró recuperarse gracias a una transfusión de
sangre. Después, el SIM volvió a encerrarle en el buque prisión Uruguay, habilitado ya
como clínica de presos, hasta que su abogado logró su evacuación definitiva al Hospital
General de Sant Pau, donde permaneció unas semanas en la sección de «indigentes».
Allí se enteró de que la seguridad republicana «había reactivado» su causa, por lo que se
escondió en casa de unos parientes hasta que las tropas franquistas entraron en
Barcelona.
Su hijo Francisco, tras ser condenado a treinta años de cárcel, fue enviado el 9 de
junio de 1938 al campo de trabajo número 5 en Clariana (Lérida) para trabajar en la
construcción de una carretera. Estuvo apenas un mes realizando trabajos forzosos hasta
que fue trasladado de nuevo a Barcelona y encerrado en la cárcel del Pueblo Español.
Después permanecería unos días en la checa Vallmajor, donde sufrió malos tratos por
parte de sus captores. Las malas condiciones de su celda le provocaron fiebres altas y fue
devuelto al preventorio de Montjuic, y más adelante a la enfermería de la prisión de Deu
de la Mata.
El 30 de octubre de 1938 se le trasladó de nuevo. Las tropas de Franco se estaban
aproximando a Barcelona, por lo que los presos «más peligrosos» tenían que ser
evacuados lejos de la Ciudad Condal. Le internaron en un campo de trabajo en Cadaqués
(Gerona) donde permaneció hasta el 29 de enero de 1939. Ese día fue enviado a la
prisión de Figueras bajo la tutela del SIM, de donde consiguió escapar junto a otros
presos. Una bomba de la aviación franquista permitió su huida, aunque por poco tiempo.
Tras varios días deambulando por el campo, Ordeig fue capturado de nuevo y trasladado
a Navata, un pueblecito del Ampurdán gironés donde «pensaba que iba a ser fusilado».
Le encerraron en el interior de una masía, aunque pudo fugarse a las veinticuatro horas
tras saltar desde una ventana junto a «otros cuatro compañeros». Permaneció tres días
escondido en el monte, hasta que consiguió establecer contacto con las tropas
sublevadas, que le confundieron con un soldado republicano evadido. El 7 de febrero de
1939 fue internado en un centro de clasificación para evadidos y prisioneros, hasta que
sus familiares pudieron demostrar su verdadera identidad.

TRAS LA GUERRA CIVIL

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El 23 de abril de 1939, casi un mes después de que las tropas franquistas entraran en
Madrid, se creó una pequeña unidad de investigación para esclarecer los sucesos de San
Francisco el Grande. Al frente de los investigadores estaba el brigada Miguel Sanz
Herranz, perteneciente a la Compañía Expedicionaria de Zaragoza, que contó con la
colaboración del cabo Asterio Espejo, en su día jefe del destacamento de la GNR de la
basílica.
Tras su paso por Barcelona, Francisco Ordeig Ostembach regresó a Madrid y prestó
declaración ante las autoridades nacionales para relatar sus vivencias durante la guerra.
Pudo ejercer su profesión de arquitecto sin problemas tras ser depurado por el Colegio
Oficial de Madrid, donde tuvo que prestar declaración tras la contienda. También
participó en calidad de testigo en el proceso de depuración de algunos miembros de la
Junta del Tesoro Artístico, como los hermanos Alejandro y Ángel Ferrant. Sobre este
último realizó las siguientes declaraciones, que fueron muy relevantes para su
reinserción en la sociedad civil a partir de 1939:

Conocedor el señor Ferrant de mi ideología adicta al movimiento y dada la intimidad que nos une y fiado
de su caballerosidad, le revelé el secreto de hallarme al Servicio de la Falange Española. Esta era
conocedora de nuestra actuación en la Junta, motivo por el cual participé en la promesa de que San
Francisco el Grande no sería bombardeada como así sucedió. Convencido de la labor patriótica que desde
su cargo puede aportar a la Causa Nacional, Ferrant se convierte en uno de mis más fieles colaboradores no
regateando esfuerzos ni sacrificios para la ejecución de mis iniciativas. De ahí que por su intervención no
se colocaran baterías en San Francisco ninguna de las cinco veces que las quisieron situar en la huerta.
También logró que se desmontara el puesto de observación, que no revelase las ocultaciones hechas por mí
de cuadros y objetos para evitar su evacuación y sustraerlas de la fiscalización de los elementos rojos de la
junta.

Gracias a esta declaración de Ordeig y de otros quintacolumnistas, los hermanos


Ferrant consiguieron superar el proceso de depuración. Contaron también con un aval de
Pedro Muguruza, arquitecto y comisario general del Servicio Militar de Defensa del
Patrimonio Artístico, que les consideró ante la Causa General: «Simpatizantes y
colaboradores» del bando nacional sin problemas. Alejandro, una vez terminada la
guerra, fue nombrado conservador de la 4.ª Zona Artística Nacional (Cataluña, Valencia
e Islas Baleares), realizando importantes reformas arquitectónicas en las catedrales de
Lérida, Palma, Tortosa, Tarragona, Solsona y Valencia. Su hermano Ángel volvió a
partir de 1939 a su actividad como escultor y participó en la remodelación de la fachada
del Teatro Albéniz en Madrid. En 1960 consiguió el premio de escultura de la Bienal de
Venecia.
Francisco Ordeig siguió trabajando como conservador de San Francisco el Grande
diez años más. En 1940 dirigió las obras de restauración de la basílica, donde continuó
viviendo con su familia hasta su muerte, en julio de 1951.

53
Su hijo, Francisco Ordeig Pastells, estudió medicina tras la guerra, especializándose
en la rama de la neuropsiquiatría. En 1945 hizo el servicio militar en Burgos como
alférez de complemento y muchos años más tarde, en 1962, se casó con Emilia Aguilar
Aznar, con la que tuvo cinco hijos. Murió en Madrid en 1990. Sus hijos afirman que
«jamás» hablaba de lo que le sucedió durante la Guerra Civil y que, debido a su
cautiverio en Valencia y Barcelona, se convirtió en una persona hipersensible a todo tipo
de violencia.
Disponemos de mucha información sobre los miembros de la GNR que detuvieron a
los quintacolumnistas de San Francisco el Grande. Los guardias Valentín de Pedro y
Gerardo Sanz fueron capturados por las autoridades franquistas tras la guerra y
sometidos a consejo de guerra. Antes de explicar su cautiverio en las cárceles de Franco,
vamos a conocer lo que sucedió con De Pedro tras dirigir con éxito su primera gran
operación contra la Quinta Columna.
Solo unas semanas después de arrestar a la familia Ordeig y al resto de los
emboscados, Valentín de Pedro fue condecorado por el gobierno de la República por su
«brillante» actuación. Tras la disolución de los Servicios Especiales, siguió vinculado al
mundo de los espías y en 1937 ingresó en otra agencia de inteligencia republicana, el
DEDIDE (Departamento Especial de Información del Estado). Ocupó el puesto de
subjefe en Madrid en sus oficinas de la calle O´Donell, donde continuó combatiendo a la
Quinta Columna. Aunque por estas fechas se encontraba muy próximo al Partido
Comunista, en 1938 decidió abandonar el DEDIDE por su fuerte «influencia soviética».
Se incorporó, ya como teniente, a la 154.ª Compañía de Asalto que operaba en la Cuesta
de la Reina y después, ya como capitán, ocupó un puesto de responsabilidad en la 4º
Brigada de Asalto.
A finales de marzo de 1939, cuando la guerra estaba tocando a su fin, Valentín de
Pedro decidió abandonar Madrid. Era plenamente consciente de los riesgos que podía
tener en el caso de ser detenido, por lo que optó por dejar su domicilio en la calle
Bárbara de Braganza junto a su mujer, Teresa Pérez de Acuña, escapó hacia Alicante,
donde pensaba que podía coger un barco para salir de España. No pudo huir y fue
arrestado por las autoridades franquistas y recluido en el campo de Albatera (Alicante).
Allí permaneció unos días hasta que fue trasladado a Madrid y encerrado en las prisiones
de Yeserías, Porlier y Conde de Toreno. Antes de que empezara su consejo de guerra,
fue interrogado y maltratado en innumerables ocasiones para tratar de esclarecer los
hechos de San Francisco el Grande.
En uno de los interrogatorios a los que fue sometido dijo lo siguiente sobre su
actuación: «Tengo la impresión de que fue un hecho provocado por los guardias que
intervinieron en el asunto, en cuya provocación no intervine». Con estas palabras, De
Pedro responsabilizaba de las detenciones a sus infiltrados de los Servicios Especiales,

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Gerardo Sanz y Emilio de la Visitación. Pese a todo, el consejo de guerra que le juzgó no
tuvo piedad de él y le condenó a pena de muerte. Fue fusilado el 15 de febrero de 1941
en el cementerio Este. Según sus descendientes, en su piquete de ejecución había una
persona que había querido participar «voluntariamente» en su fusilamiento, aunque
desconocemos su identidad.
Horas antes de su muerte, Valentín escribió una carta a su hijo de seis años en la que
le pedía que no siguiera su tradición castrense y le rogaba que nunca formara parte del
Ejército. Su mujer fue condenada a ocho años de cárcel por «auxilio a la rebelión»,
aunque finalmente tan solo cumplió una condena de tres años. Su hermano, el guardia
civil Francisco de Pedro, también murió fusilado por su actuación durante la contienda.
Gerardo Sanz Monzón, uno de los dos infiltrados en la operación de San Francisco el
Grande, tenía veinticuatro años cuando terminó la guerra. Pese a estar afiliado al Partido
Comunista, se puso al lado de Casado durante los enfrentamientos de marzo de 1939
porque estaba «cansado» y quería «vivir en paz». Cuando la policía franquista le detuvo
en abril de 1939, desmintió en todo momento haber actuado como «confidente» de los
Servicios Especiales, aunque reconoció que delató a los quintacolumnistas «por miedo»
a sus superiores. Fue condenado a muerte y murió fusilado junto a Valentín de Pedro.
Los investigadores también trataron de localizar al otro infiltrado, Emilio de la
Visitación Villa, pero no consiguieron dar con él. Los agentes registraron su casa, en el
número 84 de la calle Ayala, y tan solo pudieron contactar con su padre, que confesó que
su hijo había salido de España y que le había mandado una carta desde un campo de
internamiento de refugiados españoles en Francia. Este guardia, nacido en Nava
(Asturias) en 1908 y de profesión soldador, consiguió escapar del país vecino en 1940,
pocos días antes de la invasión nazi. Se embarcó en un buque llamado Santo Domingo y
el 26 de julio de 1940 llegó a la ciudad mexicana de Coatzacoalcos (Veracruz), donde se
instaló una temporada. Murió en la capital mexicana 1972, a los sesenta y cuatro años, y
allí se encuentra enterrado. Un hermano suyo, Salvador, murió en 1941 en un campo de
concentración nazi, aunque no está muy claro si fue en Gusen (Austria) o Mauthausen
(Alemania).

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SEGUNDA PARTE. LOS ENLACES

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Capítulo 4. LOS PRIMEROS CORREOS HUMANOS

Atravesaban a diario las líneas enemigas, se disfrazaban de milicianos para pasar


desapercibidos y llevaban consigo mensajes cifrados sin que nadie sospechara de ellos.
Así actuaban los enlaces de Franco que penetraban de manera clandestina en la
retaguardia republicana para contactar con los primeros grupos de la Quinta Columna.
No empezarían a operar de una manera efectiva hasta la primavera de 1937 pero, desde
entonces, sus visitas a Madrid se prolongarían hasta el final de la guerra. Eran, por lo
general, jóvenes con espíritu aventurero, que se habían evadido de territorio «enemigo»
y que estaban dispuestos a arriesgar sus vidas por unos ideales. Su líder indiscutible fue
el comandante de Caballería Francisco Bonel Huici, jefe del espionaje de los sublevados
en el frente de Madrid.
Uno de los primeros enlaces que tuvo el servicio de información de los sublevados se
llamaba Juan María Bartolí Bella, tenía veintidós años y estudiaba Derecho antes de la
guerra. Hijo de un importante contratista de obras de Reus (Tarragona), sentía un gran
recelo hacia el Frente Popular, porque el despacho de su padre había sido atacado varias
veces tras las elecciones de 1936. Esto le llevó a afiliarse a la Falange unos meses antes
de la sublevación, aunque esta le sorprendería en Madrid mientras hacía el servicio
militar. A diferencia de otras unidades militares, la suya no se levantó en armas contra la
República el 18 de julio, por lo que no pudo participar en los primeros combates.
Una vez aplastado el alzamiento en la capital, Juanito, como le conocían sus amigos,
tomó la decisión de no regresar más al cuartel donde estaba cumpliendo sus obligaciones
militares. Pensaba que le enviarían al frente para combatir a los sublevados, por lo que
optó por permanecer «sin hacer nada» en la pensión en la que residía, en plena Puerta del
Sol. Pensaba que la guerra duraría unas pocas semanas y que todo regresaría a la calma
en poco tiempo. A medida que pasaban los meses, Bartolí empezó a tener problemas
económicos. El negocio de su padre había sido requisado y sus cuentas embargadas por
la República. Casi de golpe, dejó de percibir la paga mensual que solía enviarle su
progenitor desde Reus, por lo que tuvo que empezar a trabajar como dependiente de
comercio a finales de octubre de 1936. Pero unas semanas después, su vida dio un giro
radical.
A mediados de noviembre de 1936, la policía le detuvo acusándole de «desertor» por
no haberse presentado en su unidad tras la sublevación del 18 de julio. Fue trasladado a
la cárcel de San Antón, donde permaneció más de un mes incomunicado hasta pasar a
disposición del Tribunal Popular de Urgencia número 4 de Madrid. Durante el juicio,
Bartolí negó pertenecer a Falange y también desmintió haber cursado los estudios de

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Derecho en la Universidad Central. El joven catalán no quería que los policías pudieran
encontrar pruebas incriminatorias contra él en los ambientes universitarios, ya que fue
allí donde había empezado a coquetear con el partido de José Antonio en 1935.

Infiltrados en la CNT

El juicio contra Bartolí se celebró el 14 de diciembre de 1936 y el tribunal terminó


absolviéndole por falta de pruebas. Una vez en libertad se puso en contacto con un
amigo falangista, Manuel Manzano Monís, que se había afiliado a la CNT para pasar
desapercibido en la retaguardia republicana. Le recomendó que él también se afiliara y le
presentó al secretario general del Sindicato de Enseñanza, Juan Tebar Carrasco que, pese
a ocupar un puesto de responsabilidad, simpatizaba con los sublevados. Desde su puesto,
Tebar había conseguido ayudar a muchos derechistas que se encontraban perseguidos,
por lo que decidió también echar una mano a Bartolí. Ambos hicieron amistad desde el
principio. El catalán se enteró muy pronto de que Tebar, el falso anarcosindicalista, era
en realidad un licenciado en Filosofía y Letras que antes de la guerra pertenecía al
Cuerpo Pericial de Aduanas y compaginaba su empleo con el de profesor en el Instituto
Samper, una academia que preparaba oposiciones. Tras la proclamación de la Segunda
República, Tebar se aproximó a algunos partidos de izquierdas, pero a medida que
pasaban los años se posicionó cerca de Falange. Solía participar en las tertulias que José
Antonio organizaba en el Café Europeo, y entre sus amigos íntimos se encontraban los
falangistas —y escritores—, José María Alfaro y Alfredo Marquerie.
A mediados de 1937, Tebar empezó a tener problemas con la justicia por unos
artículos aparecidos contra él en la prensa. El periódico Ahora, perteneciente a las
Juventudes Socialistas Unificadas (JSU), le acusaba directamente de «fascista» por haber
permitido afiliarse al Sindicato de Enseñanza a varios sacerdotes y personas de derechas.
Una de estas personas a las que había ayudado fue Manuel Hernández, quien antes de la
guerra había militado en Acción Popular y Falange, pero que al estallar el conflicto se
infiltró como delineante en la Brigada Stajanov. La policía descubrió que había
practicado sabotajes en su unidad tras modificar de manera voluntaria los planos que
pasaban por sus manos. Fue detenido y acusado de «espionaje y alta traición», y entre
sus pertenencias, los agentes descubrieron un carné del Sindicato de Enseñanza de la
CNT. Tras ser interrogado, el chico confesó que dentro del sindicato había varios
derechistas infiltrados, entre ellos su secretario general.
Antes de ser acusado formalmente de derechista, Tebar elaboró un plan para salir de
la España republicana lo antes posible. Contó con la ayuda de Bartolí, que también
deseaba escapar de Madrid para combatir al lado de los nacionales en el frente. Mientras

58
la policía ultimaba una «limpieza» dentro del Sindicato de Enseñanza, los dos
emboscados prepararon su fuga con precisión milimétrica. En ella también iban a ser
evacuadas otras veinte personas, entre las que estaba Juan Tebar Alemany, el padre del
falso sindicalista, que pertenecía a Izquierda Republicana.

La gran evasión

Tebar y Bartolí utilizarían para escapar un camión de la CNT y un coche del


Sindicato de Enseñanza en el que pintaron las siglas de la formación. Dos motoristas
escoltarían el convoy y portarían los salvoconductos necesarios para abandonar Madrid
sin ser molestados por las patrullas de milicianos. La expedición partió la tarde del 19 de
mayo de 1937. La lista de fugados ascendía a veintiséis personas, entre las que se
encontraba otro personaje, que, pasados unos meses, tendría cierto protagonismo dentro
del espionaje sublevado. Se trataba de Carlos Bareño Escalante, un estudiante asturiano
de Físicas que había mantenido contacto con un teniente de Intendencia que llevaba
meses intentando organizar la Quinta Columna dentro de Madrid. Tanto Tebar como
Bartolí se dieron cuenta de que Bareño podría resultar una persona de gran utilidad para
los servicios de información de los suvlevados por sus vínculos con los grupos
clandestinos que ya se estaban gestando en la retaguardia.
El convoy de la CNT con los evadidos llegó por la tarde hasta Fontanarejo de los
Montes, un pequeño pueblo de Ciudad Real próximo a las posiciones de los sublevados.
En ese lugar les esperaban cuatro jóvenes de la localidad, conocidos de Tebar, que
también pretendían «pasarse» a la España sublevada por el frente de Toledo. Los cuatro
hicieron de guías por el monte y en plena noche trasladaron a los huidos hasta las
inmediaciones del Tajo. Allí pudieron adentrarse en la fábrica de electricidad de Los
Ciscarros, donde hacía guardia una patrulla avanzada de los sublevados, formada por
guardias civiles y falangistas. Los evadidos se presentaron ante ellos con los brazos en
alto y el grito de «nos pasamos». Les entregaron las pocas armas que llevaban, varias
pistolas y un fusil, y algunos billetes del Banco de España sin estampillar.
Los evadidos fueron interrogados por el oficial de la Guardia Civil que estaba al
mando de la posición y trasladados a la mañana siguiente hasta Calera y Chozas
(Toledo), donde volvieron a prestar declaración ante el comandante de puesto de la
Benemérita. Hemos tenido acceso a las manifestaciones que hizo Bartolí, en las que
explicaba algunos datos generales sobre la situación en la retaguardia republicana. Dijo
que la organización que ofrecía «más garantías» para circular libremente por Madrid era
el Partido Comunista. También señaló que el Sindicato de Enseñanza de la CNT, al que
pertenecía, «contaba con unos 2.000 afiliados, siendo unos 1.500 de derechas».

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Tras sus declaraciones, los huidos fueron llevados a Talavera para ser entrevistados
por el comandante militar de la plaza, que decidió su internamiento en un campo de
concentración de evadidos y prisioneros. Casi todos estuvieron recluidos unos pocos días
hasta que la Comisión Clasificadora de Pasados y Prisioneros decretó su libertad.

Indagaciones en Madrid

Mientras tanto en Madrid se había producido una operación de limpieza a gran escala
en el Sindicato de Enseñanza de la CNT al comprobar la huida de su secretario general.
Un gran número de afiliados fueron detenidos y puestos a disposición judicial por
«desafección al régimen». Hemos recuperado un fragmento del interrogatorio al que fue
sometido Luis Xarríe Martínez, un joven de diecinueve años que figuraba entre los
arrestados por la policía:

A su llegada a Madrid, en octubre de 1935, por la amistad de su padre con Juan Tebar Carrasco por
pertenecer ambos al Cuerpo Pericial de Aduanas y precisando el diciente a alguna Agrupación Sindical, se
afilió a la CNT, Sindicato de Enseñanza, sección de Estudiantes. Se afilió por la facilidad que le fue dada
por el citado Juan Tebar Carrasco, entonces Secretario de Segunda Enseñanza de dicho sindicato.
Preguntado sobre su opinión acerca de la ideología política del citado Tebar y tras unas digresiones en las
que el diciente no se manifiesta con claridad, termina diciendo que va a manifestar con toda certeza lo que
piensa.

Como se puede apreciar en estas declaraciones, Tebar ya formaba parte de la CNT un


año antes de que estallara la Guerra Civil. Por aquel entonces debía tener cierto peso
dentro del sindicato, ya que «facilitaba» la infiltración a amigos y familiares que se
sentían perseguidos por las autoridades. Sigamos leyendo las declaraciones de Luis
Xarríe:

Juan Tebar Carrasco es un hombre que le ha producido siempre admiración por su sapiencia, puesto que
domina varias lenguas muertas y es un hombre docto en literatura, historia y filosofía. Que sabe
positivamente que a su alrededor y como miembros del sindicato estaban constantemente dos individuos
llamados Juan Bartolí Bella y José María Patxot Ortiz, de los que con certeza absoluta sabe que eran
fascistas. Que por su parte manifiesta que dada su formación intelectual se considera apolítico y que
únicamente le preocupa ver a las personas perseguidas. A causa de esto, lo mismo encubriría, o mejor
dicho no delatará, a cualquiera que fuera fascista, lo mismo que haría en su caso con cualquier izquierdista.
Que por esta causa, conociendo que Bartolí y Patxot eran fascistas, no manifestó a Tebar ni a ningún
miembro del sindicato de la CNT su convencimiento respeto a los citados individuos a quienes conocía
como tales por declaración de ellos mismos. De Tebar tenía la impresión de que era un antifascista tibio y
que le creía un hombre de circunstancias.

Las palabras de Xarríe también vincularon a Tebar con María, una joven madrileña

60
hermana de Carmen Cabezuelo, jefa de Falange de El Escorial que desapareció sin dejar
rastro en 1937. Según el relato de Xarríe, fue María Cabezuelo quien le informó de la
evasión de Tebar a la España de Franco:

Que habiendo hablado con María Cabezuelo de la marcha a Valencia de Tebar, esta le dijo
confidencialmente que donde se había ido era al campo faccioso habiendo pasado por el sector del Jarama.
Y que no solamente sabía esto, sino que también sabía que había llegado con seguridad absoluta, pues
oyendo la radio había oído las contraseñas, las cuales decían en estas palabras o muy parecidas: «LEONES
ROJOS LLEGAMOS CON SEGURIDAD. NO REPETIR EL CAMINO».

Xarríe no creyó las palabras de María Cabezuelo en un primer momento. Por eso
decidió desplazarse hasta la vivienda de Tebar en la calle teniente Castilla (hoy, Augusto
Figueroa) para charlar con él unos minutos. Pero en la puerta se encontró con un hombre
de uniforme con una actitud bastante sospechosa:

Cuando el compareciente llegó a la calle del teniente Castillo, en la acera de enfrente se encontraba un
individuo cuyas señas son: mediana estatura, moreno, enjuto, de pelo castaño, vestido con una canadiense
de color marrón oscura, ostentando en el pecho una escarapela con los colores republicanos y sobre ella
una estrella de cinco puntas roja, característica de los que prestan servicio en el Ministerio de la Guerra. Le
dijo que Tebar no estaba en Madrid, que se había ido a Valencia a gestionar el asunto de su cesantía
(Cuerpo de Aduanas) y que en la casa no había nadie, instándole repetidamente para que se marchara. El
compareciente preguntó a dicho individuo cuándo volvería Tebar respondiéndole que le esperaba el
viernes anterior y que no sabía cuándo volvería. Por las gestiones que ha hecho en el sindicato ha llegado
al convencimiento de que las noticias de María Cabezuelo eran ciertas.

Unos días después de la huida de Tebar a la zona de los sublevados, la policía


registró su domicilio con la intención de encontrar pruebas que le incriminaran como
espía al servicio de Franco. De ese registro solo hemos conocido que los agentes
localizaron un potente aparato de radio que permitía sintonizar las emisoras franquistas.

Reclutados por Bonel Huici

Regresemos de nuevo hasta Talavera, donde habíamos dejado a los miembros de la


expedición de evadidos. Tras abandonar el campo de concentración donde estaban
recluidos, la mayoría de los fugados en edad militar fueron llamados a filas por el
Ejército de los sublevados. Antes de acudir a la caja de reclutas de Toledo, Bartolí, Tebar
y el joven asturiano Bareño fueron convocados a una reunión secreta en la Torre de
Esteban Hambrán (Toledo). El convocante era el comandante Bonel Huici, jefe de los
Servicios Especiales de la 14.ª División, el embrión de lo que más adelante sería el
Servicio de Información y Policía Militar (SIPM). Este oficial, que se había convertido

61
en el máximo responsable del espionaje franquista en el frente de Madrid, quería
hacerles una proposición de lo más arriesgada. Teniendo en cuenta la manera en la que
se habían evadido de Madrid, propuso a Bartolí y Bareño convertirse en agentes secretos
y formar parte de la «sección de enlaces» que estaba poniendo en marcha. A Tebar, sin
embargo, prefirió mantenerlo al margen porque su rostro era «muy conocido» en la
retaguardia republicana.
Los dos jóvenes escucharon con atención la propuesta del comandante. Deberían
atravesar las líneas enemigas por el Tajo y llegar a Madrid por sus propios medios para
contactar con grupos quintacolumnistas. Una vez en la capital, tendrían que localizar a
los jefes de estas organizaciones y entregarles «en mano» las órdenes del espionaje de
los sublevados. También deberían recoger los datos sobre el enemigo que habían
recopilado los emboscados y trasladarlos a la otra zona por el mismo conducto que
habían utilizado para salir.
Bonel Huici les explicó que había decidido reclutarles porque ambos (Bartolí y
Bareño) tenían un profundo conocimiento de la retaguardia republicana, puesto que
habían vivido en el «Madrid Rojo». También les dijo que confiaba en su capacidad de
adaptación al territorio enemigo, en el amor que profesaban hacia España y en su fuerte
sentimiento religioso. Aunque con dudas iniciales, los dos jóvenes aceptaron la
propuesta sin ser demasiado conscientes de los riesgos que podría entrañar su nuevo
cometido. Oficialmente fueron nombrados «soldados voluntarios» del Batallón de
Toledo, aunque nunca quedaron encuadrados en esta unidad militar. Su nombramiento
fue un hecho puramente burocrático, ya que a partir de ese instante trabajarían
directamente para los Servicios Especiales como «enlaces con la retaguardia enemiga».

La primera misión de Bareño

Los dos nuevos espías apenas tuvieron tiempo para formarse como agentes secretos.
Bonel encomendó a Bareño su primera misión como enlace justo un mes después de
haberse pasado a zona nacional. El 19 de junio tendría que atravesar las líneas enemigas
y llegar a Madrid para contactar con Antonio Rodríguez Aguado, el militar al que
conocía desde antes de evadirse. Bareño debería reunirse con él y entregarle unas cartas
de Bonel, ya que estaba intentando crear una red clandestina en la retaguardia madrileña
junto a varios oficiales del cuerpo de Intendencia. También le facilitaría varios grupos de
claves para descifrar mensajes secretos que debería escuchar a través de Radio
Salamanca.
Días antes de su marcha, el asturiano estuvo en varias posiciones avanzadas de
primera línea del frente junto al Tajo. Tenía que familiarizarse con el terreno para

62
adentrarse poco tiempo después en territorio republicano. Permaneció una semana en los
puestos de Añover y los Ciscarros hasta que, vestido con un mono azul, se internó en
territorio enemigo a través del río. Solo un día después de atravesar las líneas
republicanas, Bareño llegó a Madrid para entrevistarse con Rodríguez Aguado en su
vivienda del barrio de Salamanca. Como veremos en el siguiente bloque, allí le entregó
las cartas que había escrito Bonel con instrucciones para su organización. El
quintacolumnista recibió de buen grado las órdenes y le facilitó al enlace franquista
varios croquis y documentos con información militar para que la trasladase a la otra
zona.
En la capital permaneció ocho días. Tras contactar con otras organizaciones de la
Quinta Columna, por fin regresó a territorio nacional sin sobresaltos, por el mismo lugar
por el que se había evadido en el mes de mayo. Su primera misión como enlace del
espionaje de Franco había sido un éxito.

El debut de Bartolí

Bartolí tardó unas semanas más en realizar su primera misión en Madrid. El 13 de


julio de 1937 penetró en la retaguardia republicana por la misma ruta que Bareño había
utilizado semanas atrás. Es posible que su marcha a territorio enemigo se precipitara por
la ofensiva republicana en Brunete. En la capital se reunió con dos miembros de la
Quinta Columna en el Café Europeo, situado en plena glorieta de Bilbao. A ellos les
facilitó las nuevas indicaciones de Bonel en las que solicitaba, con carácter urgente,
datos precisos sobre el ataque del Ejército Popular en Brunete. También les pedía que
intentaran captar a alguno de los oficiales del estado mayor del Ejército del Centro para
que actuara como agente doble del espionaje de los sublevados.
A los tres días, Bartolí regresó a Toledo con toda la información que había recopilado
de los quintacolumnistas madrileños. En la retaguardia nacional estuvo poco tiempo, ya
que el 5 de agosto volvió a cruzar el Tajo para retornar a la capital, donde permaneció
poco más de una semana. En esta ocasión se reunió con dos oficiales del Ejército del
Centro que se encontraban muy próximos a los generales Vicente Rojo y José Miaja y
que colaboraban con la Quinta Columna. Aunque la ofensiva de Brunete ya había
terminado, ambos militares le entregaron un superponible al 1:50.000 con la ubicación
exacta de las fuerzas republicanas en la zona de Villanueva de la Cañada y Quijorna.
También le dieron otro mapa a gran escala con las «unidades fascistas que los rojos
creían tener identificadas en el frente», así como otros documentos de interés sobre las
bajas (muertos y heridos) que había sufrido la República durante la batalla.
Ocultó todos esos papeles en una mochila e intentó regresar a territorio franquista.

63
No pudo conseguirlo. Cuando estaba aproximándose al Tajo, se percató de que la zona
estaba fuertemente vigilada, por lo que tuvo que regresar a Madrid y pedir ayuda a uno
de los oficiales que le había entregado los mapas sobre Brunete. Lo primero que hizo
este militar —llamado José López Palazón— fue ocultar los documentos en un pozo sin
agua del cuartel en el que estaba destinado. Después le entregó un uniforme a Bartolí
para que se hiciera pasar por un soldado más de la guarnición. Allí permaneció una
semana hasta que otro quintacolumnista le facilitó un salvoconducto del Ejército del
Centro que le permitía circular por el frente del Tajo con total libertad. De esta manera se
podría mover libremente por las inmediaciones del río hasta encontrar el «paso» más
seguro para volver con los documentos que le habían entregado. Con una semana de
retraso, Bartolí conseguiría regresar a casa sano y salvo.

Tebar, a la caza de masones

Mientras los dos enlaces se adentraban en territorio republicano, Juan Tebar también
se puso a las órdenes de los Servicios Especiales. Fue nombrado «agente de campo» en
zona nacional y su principal cometido consistió en localizar masones en el interior de la
retaguardia sublevada. El funcionario de Aduanas tenía un amplio conocimiento de la
masonería, puesto que su padre había sido un masón reconocido en Madrid, y había
tratado, sin éxito, de introducirle en ese misterioso mundo. Bonel le encargó que
investigara en Toledo los vínculos de algunas personalidades con determinadas
hermandades secretas, y por lo que parece, sus investigaciones levantaron ampollas entre
las altas esferas. Debido a las presiones recibidas, el jefe de los espías tuvo que
destituirle y nombrarle secretario del Centro Nacional Sindicalista de Toledo, cargo en el
que solo permaneció unos meses. También fue destituido por mantener vínculos con
falangistas contrarios al Decreto de Unificación. La policía le acusó, sin pruebas
concluyentes, de ser un «posible agente al servicio de Francia», por lo que cayó en
desgracia hasta el final de la guerra.

Una etapa nueva

Después de realizar sus visitas a Madrid, tanto Bareño como Bartolí comunicaron a
Bonel que querían hacer la guerra de otra manera. Al tener ambos estudios
universitarios, le comunicaron que pretendían hacer el curso de alféreces provisionales
para combatir a los republicanos en el frente. El jefe de los espías franquistas no opuso
impedimento y les dejó marchar sin demasiados problemas. Sabía perfectamente los

64
riesgos que corrían sus enlaces cuando se internaban en territorio enemigo. Los dos
superaron el curso y, el 19 de septiembre de 1937, fueron destinados como alféreces
provisionales de Infantería. Bartolí fue enviado con la 2.º Bandera de la Falange de
Castilla, en las posiciones franquistas de Somosierra. Más adelante combatiría en Lérida,
Extremadura y Córdoba, donde permanecía en abril de 1939.
Por su parte, Bareño fue enviado al Regimiento de Infantería de San Quintín n.º 25,
una compañía que combatía en el frente de Lozoya (Guadarrama). Según consta en su
hoja de servicios, participó en la ocupación de varias posiciones republicanas de alta
montaña como El Puerto y El Nevero. Después formó parte del Cuerpo del Ejército de
Castilla y permaneció seis meses en Medianía (Zaragoza), al frente de una compañía de
ametralladoras y morteros. En marzo de 1938 estuvo a punto de morir tras despeñarse
por un barranco mientras buscaba un emplazamiento para su unidad. Tras pasar dos
meses en los hospitales de Hijar y San Sebastián, se incorporó voluntariamente al 10.º
Tabor de Regulares n.º 4 de Larache, participando en los avances franquistas en pueblos
como Aldehuela y Cubla.
El 18 de septiembre de este año, Bareño y sus hombres sufrieron lo indecible en
Sarrión (Teruel). Los republicanos lanzaron una gran ofensiva con la intención de
recuperar dos posiciones estratégicas que estaban defendidas por el asturiano y sus
hombres. Según consta en su hoja de servicios, el ataque fue especialmente duro en la
posición Cónico donde se encontraba Bareño: «La sección mandada por este oficial
opuso siempre tenaz resistencia a pesar de ser diezmada hasta quedar solamente con tres
sargentos, cinco cabos y nueve soldados, siendo envuelta y rebasada en dos ocasiones».
Tras sobrevivir a aquella dura batalla, Bareño continuó prestando servicios en Teruel,
donde estaba cuando terminó la guerra.

TRAS LA GUERRA CIVIL

Carlos Bareño

A los pocos días de terminar la guerra, la unidad de Bareño prestó servicios de


vigilancia de prisioneros republicanos en la plaza de Toros de Utiel (Valencia). Después
le mandaron hasta Rocafort (Valencia), donde fue nombrado instructor para la
preparación del desfile de la victoria que tuvo lugar en Valencia el 2 de mayo. Ocho días
después se embarcó con su tabor rumbo a Ceuta, para llegar el día 14 a Alcazarquivir.
Permaneció durante los meses de junio y julio en el campamento de Teffer, donde le
notificaron que le habían concedido las siguientes medallas por su papel en la guerra:
Medalla de Campaña con distintivo negro, Cruz Roja del Mérito Militar y una Cruz de

65
Guerra.
En octubre de 1939 fue destinado a la plana mayor del tabor y se encargó de
reorganizar el gabinete de cartografía. Tomó el mando de la sección de enlace y
transmisión, así como de la sección de información y del grupo de escolta. En 1940 se
incorporó al Regimiento de Artillería n.º 49 de Ceuta, aunque solo por unos meses. Este
mismo año comenzó sus estudios en la Academia Militar de Segovia y contrajo
matrimonio con Sofía Guillermina López, con la que tuvo nueve hijos.
En 1940 tuvo que participar como testigo en el proceso de depuración de su hermana
Margarita Daisy, que era maestra nacional al empezar la guerra. Margarita fue acusada
de ser izquierdista tanto por la Guardia Civil como por la Falange de Carabanchel Bajo.
Decían que había realizado manifestaciones contrarias a Franco y que solía vestir
durante la guerra con el gorro de miliciana. También aseguraban que fue «ascendida por
los rojos a inspectora de las escuelas de la provincia de Madrid y nombrada directora del
colegio Santa Cruz, una vez que las monjas fueron expulsadas del mismo».
En el proceso contra su hermana, Bareño declaró que Margarita no podía tener ideas
izquierdistas, ya que fue componente de la Quinta Columna. Según la revista Muesca,
declaró a su favor Francisco Bonel Huici, ex jefe de Carlos Bareño en los Servicios
Especiales, quien confirmó que Margarita había realizado tareas quintacolumnistas en la
retaguardia republicana. En los fondos de la Asociación Nueva Andadura hemos
contrastado este hecho gracias a un certificado en el que figura como miembro de la
organización femenina Auxilio Azul. Finalmente fue depurada en 1942 y pudo seguir
ejerciendo como maestra con cierta normalidad.
Por lo demás, Bareño hizo carrera dentro del Ejército. Llegó a ser general de brigada
de Artillería en septiembre de 1977 y dedicó gran parte de su trayectoria a la enseñanza
castrense. Murió en Madrid el 13 de septiembre de 1994 a los setenta y seis años.

Juan María Bartolí Bella

Terminada la guerra se incorporó a la escolta personal de Franco en El Pardo hasta


que se enroló en la División Azul y fue destinado a la 2.ª Compañía de Antitanques.
Murió el 13 de diciembre de 1941 a los veintisiete años en el hospital de Riga y está
enterrado en el cementerio de Porchow. Según consta en el foro de Internet Memoria
Blau, el escritor Dionisio Ridruejo incluyó en su libro Cuadernos de Rusia más detalles
sobre su muerte:

Al pobre Bartolí no podré olvidarle. Recuerdo su expresión cuando subió a Possad. Estaba enfermo y más
pesimista que de costumbre. Vestía un abrigo blanco de piel y llevaba al aire la cabeza. Cuando pasó
herido por el puesto, sabía que llevaba la muerte sobre sí —un tiro en la médula— y se mostraba valiente,

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sin disgusto grave de terminar... El tiro en la médula ha convertido en un cadáver toda la parte inferior de
su cuerpo. Sufre mucho y a veces desea morir. Sus ojos expresan una infinita tristeza, pero es muy valiente
y resignado.

Lo último que sabemos de Bartolí es que en 1996 sus amigos publicaron en La


Vanguardia una esquela en su memoria, recordando que había muerto muchos años atrás
mientras combatía a los soviéticos durante la Segunda Guerra Mundial. Hemos
contactado con uno de los pocos descendientes vivos que todavía le quedan al
divisionario, un sobrino ya mayor que reside en Barcelona. Los recuerdos de su tío son
escasos, aunque todavía permanece en su mente el sufrimiento que padeció su abuelo, el
padre de Bartolí, cuando se enteró de la muerte de su hijo en Rusia. «Nunca más volvió a
ser el mismo, y en la familia estaba prohibido hablar del tío Juanito», dice su
descendiente.

Juan Tebar Carrasco

En abril de 1939 Juan Tebar regresó a Madrid y se instaló en una vivienda situada en
la calle Alcántara. Luego fue destinado como agente de Aduanas en el paso fronterizo de
Canfranc (Huesca). Mientras se reincorporaba al servicio activo, tuvo que someterse a un
intenso proceso de depuración por parte del Juzgado de Instrucción de Funcionarios de
Aduanas. Este juzgado emitió inicialmente un informe desfavorable contra Tebar,
basándose en varias acusaciones que había en su contra, procedentes de Valcarlos, un
pueblecito navarro en el que había estado destinado durante los años treinta.
Las acusaciones procedían del puesto de la Guardia Civil y de la comisaría de policía
de esta localidad. Los agentes decían que el funcionario había «fundado un partido
político de izquierdas» y, más adelante, había puesto en marcha una «sección de la CNT,
que dependía de Pamplona». Le tildaban de «ateo», de «practicante del espiritismo» y de
ostentar símbolos masónicos. El cura del pueblo llegó a declarar que, en una ocasión, le
mostró una insignia de esta hermandad secreta con intención de «provocarle». En otro
informe policial la acusación fue más contundente y los agentes denunciantes
aseguraban de manera abierta que era «masón» y que pertenecía a la logia de Irún. La
Falange de Valcarlos se mostró menos tajante en su escrito, pero advertía que a Tebar le
«gustaba el juego» y que viajaba con frecuencia a San Juan de Luz.
Estas imputaciones hicieron que el Tribunal para la Represión de la Masonería y el
Comunismo abriera en 1942 una investigación para intentar localizar los antecedentes
masónicos de Tebar. Como es lógico, fue interrogado por el tribunal, y en su declaración
desmintió rotundamente su vinculación con la masonería. También rechazó haber
formado parte de un partido izquierdista y aseguró que todas estas acusaciones

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procedentes de Valcarlos tenían su origen en viejas rencillas con el maestro y el médico
del pueblo. En relación con la CNT, dijo que nunca antes de 1936 había tenido contactos
con los anarcosindicalistas y que había pertenecido a Falange desde antes de la
sublevación.
En su proceso de depuración como funcionario de Aduanas, Tebar contó con un gran
número de declaraciones a su favor, pero también en su contra. La Guardia Civil y la
policía de Irún, donde estuvo destinado entre 1927 y 1931, dijeron de él que tenía
«buena conducta», aunque con tendencia «izquierdista». Sin embargo, en sus informes
indicaban que durante la contienda había protegido a muchas personas de derechas
dentro del Sindicato de Enseñanza de la CNT. Pese a ello, el tribunal continuó
investigando su posible vinculación con otras sociedades secretas, como el movimiento
teosófico. De hecho, le llegaron a acusar de haber aparecido en una lista de la Sociedad
Teosófica de la Rama de Bilbao de 1931, con nombre simbólico de Mefisto.
La Delegación Nacional de Información e Investigación de Falange calificó a Tebar
como una «persona de orden y de ideales derechistas antes del Movimiento». Pese a los
elogios iniciales, esta delegación se mostró enérgicamente en su contra por su actuación
como secretario de la Central Nacional Sindical de Toledo en 1938. Decían de él que
«dejó algunas deudas pendientes» en la ciudad y le tildaron de traidor por «acusar sin
justificación» de masones a personas de «buena conducta». Por estos hechos le
consideraban una persona con una gran «falta de conciencia y honradez», un «hombre
endiablado con espíritu canallesco».
El tribunal que juzgó su proceso de depuración propuso inicialmente sancionarle con
una «inhabilitación para el desempeño de puestos de mando y confianza». Sin embargo,
unos meses más tarde se retractaría de la propuesta y anunciaría su absolución tras
escuchar un gran número de declaraciones a su favor, como las de José María Alfaro o
Alfredo Marquerie. Los avales de ambos personajes públicos, amigos con los que solía
coincidir en las tertulias del Café Europeo que organizaba José Antonio, resultaron
decisivos para su reingreso en el Cuerpo de Aduanas a mediados de los cuarenta.

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Capítulo 5. GUSTAVO VILLAPALOS, UN ESPÍA DE
PELÍCULA

Los primeros enlaces que utilizó el espionaje de Franco para acceder a la España
republicana actuaron de manera amateur y poco profesional. Por lo general trabajaban
un par de meses y después solían pedir un cambio de destino, conscientes de los riesgos
que tenían sus misiones. Sin embargo, hubo un personaje de lo más enigmático que
despuntó por encima de los demás y asumió un sinfín de riesgos. Se llamaba Gustavo
Villapalos y atravesó en más de veinte ocasiones las líneas enemigas para sacar de
Madrid a decenas de perseguidos por el Frente Popular. Hombre de gran carácter y pose
cinematográfica, mantuvo mucha relación durante la guerra con el futuro vicepresidente
del Gobierno, Manuel Gutiérrez Mellado, que también realizó misiones de enlace para
los sublevados.
Gustavo Villapalos había nacido en Picassent (Valencia) en 1915. Al empezar la
guerra era agente de segunda clase de la Guardia Civil, profesión que había elegido para
seguir la estela de su padre, que también había formado parte del cuerpo. Su trabajo no le
alejó de la política y, pese a las prohibiciones internas, decidió afiliarse a Falange sin dar
cuenta de ello a sus superiores. Ya desde antes de la sublevación tuvo problemas con la
justicia y a punto estuvo de ser expulsado de la Guardia Civil por sus vinculaciones con
el partido de José Antonio. Le detuvieron en julio de 1936 al considerarle cómplice de
tirotear, desde un coche, a cuatro socialistas a la salida de la Casa del Pueblo en Madrid.
La policía dijo que el vehículo donde se efectuaron los disparos era propiedad de
Villapalos, pero pasadas unas horas fue puesto en libertad por falta de pruebas.
La sublevación de julio de 1936 le sorprendió haciendo un curso de telegrafista en el
acuartelamiento de las Cuarenta Fanegas (hoy calle Príncipe de Vergara en Madrid).
Junto a su compañero, Ricardo Claverías, intentó entrar en el cuartel de la Montaña,
donde se había atrincherado el general Fanjul y sus hombres. Se desplazaron hasta el
barrio de Argüelles en un coche oficial y allí tuvieron que cambiar de planes. Al llegar a
las inmediaciones del cuartel descubrieron que todas las entradas y salidas estaban
custodiadas por agentes leales a la República, así que no les quedó más remedio que
regresar a las Cuarenta Fanegas sin poder prestar apoyo a los militares rebeldes.
Abandonar las Cuarenta Fanegas para desplazarse hasta el cuartel de la Montaña le
costó otro arresto a nuestro protagonista. El jefe del servicio telegráfico de la Guardia
Civil ordenó su detención y su posterior traslado a las instalaciones de Guzmán el
Bueno. Allí permaneció dos días encerrado hasta que, el 22 de julio, fue puesto en
libertad. Sus superiores le obligaron a enrolarse en una columna de voluntarios que

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pretendía cortar el avance franquista en la sierra de Guadarrama. Gracias a José Jarillo de
la Reguera, uno de los capitanes de la columna con el que tenía muy buena relación,
evitó combatir en el frente. Fue designado conductor de uno de los camiones que
transportaba efectivos hasta el puerto de los Leones.
El día después de llegar a la sierra, Villapalos fue convocado a una reunión secreta.
El capitán Jarillo le citó en su tienda de campaña para proponerle una operación de lo
más arriesgada: hacer que toda una compañía de la Benemérita se pasara a los
sublevados La acción contaba con el visto bueno del comandante Miguel Andrés López
y de otros oficiales de la Guardia Civil que simpatizaban con los alzados. Gustavo
tendría que liderar el convoy de la evasión hasta llegar a San Rafael, conduciendo un
camión cargado de armas y explosivos. Tras él marcharían otros cuatro vehículos de la
compañía y en la parte final iría una sección de tanques llegados desde Alcalá de
Henares.
El intento de evasión se produjo esa misma tarde. En un primer momento, la
comitiva circuló sin incidencias. Sin embargo, cuando los vehículos llegaron hasta la
curva del sanatorio Hispano Americano, la artillería franquista atacó con dureza la
caravana: posiblemente creía que la República iba a lanzar una ofensiva inminente
contra la vertiente segoviana de la sierra. Fruto del intenso bombardeo, los efectivos de
la compañía se dispersaron y solo la mitad de sus miembros consiguieron adentrarse en
territorio sublevado. No fue el caso de Villapalos, cuyo camión volcó durante el ataque,
y tuvo que regresar a Guadarrama junto al comandante Andrés y el capitán Jarillo.
Hicieron creer al resto de unidades republicanas que habían sufrido una emboscada
de los nacionales y que varios guardias civiles, aprovechando el caos, consiguieron
evadirse a la otra zona. Gustavo pudo respirar tranquilo unos días, pero por poco tiempo.
El 28 de julio recibió un nuevo encargo del capitán Jarillo: en esta ocasión tendría que
trasladar hasta Madrid al comandante Andrés en plena noche y en secreto. Su vida corría
serio peligro, ya que un grupo de milicianos querían fusilarle como respuesta a la
evasión de los guardias civiles. Villapalos aceptó el encargo y trasladó esa misma
madrugada al comandante hasta una embajada en calidad de refugiado.

¿Atentado o accidente?

Estas fueron algunas de las primeras actividades clandestinas que el joven guardia
civil realizó en el verano de 1936, aunque no fueron las únicas. El 1 de agosto se vio
envuelto en otro asunto de lo más oscuro, una vez más en compañía de su inseparable
Jarillo. En esta ocasión, su amigo le pidió que trasladara en coche hasta unas posiciones
de vanguardia al coronel José Puig, uno de los mandos del Ejército republicano en

70
Guadarrama. Como responsable de las tropas en la sierra, el coronel quería visitar a los
soldados del pueblo que combatían en primera línea de fuego. Sin embargo, nunca
llegaría a su destino. Villapalos, que seguía actuando como conductor, le recogió en su
estado mayor junto al capitán Jarillo, que ejercía como uno de sus ayudantes. El viaje
transcurría con normalidad hasta que se produjo un accidente fatal a dos kilómetros de
las posiciones avanzadas. Desconocemos el motivo, pero el coche en el que viajaban
cayó por un terraplén a la salida de una curva. El coronel Puig murió en el acto, y el
capitán Jarillo sufrió heridas leves en la cara y en las articulaciones. Por su parte,
Gustavo consiguió salir ileso del accidente, aunque con algunas magulladuras y heridas
sin importancia. Lo sucedido aquel 1 de agosto sigue siendo todavía hoy un misterio, a
causa de las diferentes versiones sobre los hechos. Todo apunta a que fue una acción
predeterminada de Villapalos y Jarillo para acabar con la vida del militar republicano.
Así se puede observar en la declaración jurada del primero, efectuada el 18 de enero de
1940: «Cometo el primer atentado contra el coronel Puig de Regulares que mandaba el
frente rojo de Guadarrama, resultando muerto, haciendo ver que había sido un disparo
nacional y resultando herido el que suscribe al volcar el coche en el que iba todavía
hoy».
El 13 de febrero de 1941 amplió su declaración y ofreció nuevos datos sobre el
accidente del mando republicano:

Al bajar un día del frente con este capitán (Jarillo) y el coronel Puig, jefe rojo que mandaba el frente de
Guadarrama, con motivo de un viaje que hicieron en el frente desde una de las posiciones al Estado Mayor,
por orden del citado capitán, simularon un vuelco con el automóvil en el que falleció dicho jefe. El capitán
regresó a Madrid con unos cortes que se había hecho en la cara, simulando que había sido herido en el
frente.

Villapalos hablaba abiertamente de su responsabilidad en el accidente del coronel


republicano. Sin embargo, la versión que ofreció ante la Guardia Civil en agosto de 1939
fue algo diferente:

En la sierra tomó al coronel Puig, quien mandaba las fuerzas rojas, y al teniente del Instituto Jarillo, y al
bajar para dirigirse al Estado Mayor, volcó el referido coche, resultando muerto el coronel y herido el
teniente, por cuyo motivo le procesaron acusándole de haber matado al coronel en combinación con el
referido teniente por resultar el primero con un tiro detrás de la oreja.

Más allá de sus declaraciones ante las autoridades franquistas, merece la pena repasar
la repercusión que tuvo la muerte de Puig en los periódicos republicanos. Solo un día
después del accidente, la prensa de Madrid se hizo eco de la noticia destacando en sus
portadas la muerte del «heroico militar» en una acción de guerra. El 2 de agosto de 1936,
el periódico La Libertad reflejaba los hechos de la siguiente manera:

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Había ido a inspeccionar la línea de fuego. El coche le llevaba raudo cuesta abajo. Le acompañaba su
ayudante. Al pasar por un trozo de la carretera, en una curva y sin árboles, sonó el tableteo de la
ametralladora. El pecho del coronel se ensangrentó mientras su rostro se ponía intensamente pálido. Hizo
un gesto de dolor y quedó muerto. El conductor aceleró la marcha. De pronto, a un metro del automóvil,
una explosión. Ha estallado una granada. El teniente ayudante resulta herido y el conductor ileso.

La prensa madrileña no puso en duda en ningún momento la versión oficial de la


muerte del coronel republicano, aunque es posible que la censura frenara las
especulaciones. Una vez terminada la guerra, Villapalos contó que la República le
«procesó» por el accidente y que algunas personas del entorno del militar le
responsabilizaron de su muerte. Estuvo unos días detenido en Guadarrama mientras los
mandos de la columna hacían una profunda investigación del accidente. En este tiempo,
se presentó en la sierra Alejandro Ramos, un comisario socialista que por aquel entonces
gozaba de una gran popularidad. Gracias a sus gestiones consiguió la libertad de
Gustavo, al que conocía desde antes de que empezara la guerra, por ser vecino suyo en la
calle Alberto Aguilera. Como comprobaremos más adelante, la relación entre los dos
antiguos vecinos continuaría durante toda la contienda.
Seis días después de los hechos, Villapalos ascendió a cabo, según aparece publicado
en el Diario Oficial del Ministerio de la Guerra con fecha del 8 de agosto de 1936. Dos
meses después volvió a conseguir otro ascenso, en este caso a sargento de la recién
creada Guardia Nacional Republicana (GNR). En octubre Villapalos seguía formando
parte de la sección de conductores de las fuerzas de la República desplegadas en la sierra
de Guadarrama. En una ocasión le mandaron a por provisiones hasta Navalcarnero y se
vio implicado en un tiroteo con una patrulla de milicianos locales. Fruto del intercambio
de disparos fue arrestado y trasladado hasta la Casa de Campo, donde prestó declaración.
Era su tercera detención en menos de tres meses. Una vez más, su amigo Alejandro
Ramos dio la cara por él y consiguió su libertad tras una fuerte discusión con los
milicianos. Dos semanas después volvió a tener problemas con la justicia: la policía le
acusaba de haber querido disparar en la pierna a un capitán de estado mayor, al que
conocía desde 1935, para evitar su traslado a primera línea de frente. Al final, el joven
guardia civil fue absuelto nuevamente por falta de pruebas, aunque tuvo que prestar
declaración durante horas en el Ministerio de la Guerra.
El 13 de noviembre de 1936 se produjo un hecho que estuvo a punto de costarle la
vida al futuro quintacolumnista. Abandonó la sierra durante unos días de permiso y al
llegar a Madrid sufrió en sus propias carnes las consecuencias de un bombardeo. El
ataque se produjo en pleno barrio de Chamberí, justo en el momento en el que Gustavo
charlaba con una portera de la calle Luchana. Un gran proyectil explotó a pocos metros
de donde él se encontraba y la metralla destrozó su pierna. Los médicos pudieron
salvarla, pero una ligera cojera le acompañaría hasta el final de la guerra.

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El paso a la zona franquista

Después de recuperarse de las heridas, en agosto de 1937 intentó pasarse a la zona


sublevada a través de San Martín de Montalbán, un pueblecito de Toledo situado a pocos
kilómetros de las líneas franquistas. Con la excusa de ir a ver a unos tíos suyos que
residían en este pueblo cercano, Villapalos trató de llegar hasta las primeras posiciones
de los alzados, pero tuvo que desistir del intento porque no se encontraba recuperado.
Caminó por la noche durante muchos kilómetros en pleno monte, pero el dolor de
rodilla, donde todavía tenía metralla, era insoportable, así que tomó la decisión de
regresar antes de que amaneciera. Escribió una carta a los servicios de información del
Ejército de Franco en la que se ponía a su disposición y se ofrecía para actuar como
agente secreto en la retaguardia enemiga. Le dio esa misiva a su tía para que ella se la
entregara a un vecino que sabía cómo hacérsela llegar al comandante Bonel Huici, jefe
del espionaje nacional en el frente de Madrid. Este vecino, propietario de un estanco,
había creado una pequeña red de enlaces con la «otra España», formada principalmente
por hombres de campo. Gracias a sus conocimientos del terreno, estos hombres llegaban
a la otra zona sin ser detectados por los centinelas de la República y entregaban
documentos secretos a los Servicios Especiales. Uno de ellos, apodado El Pastor, fue el
encargado de llevar consigo a través del Tajo el ofrecimiento de Gustavo.
Al cabo de cinco días, un enlace franquista acudió hasta el domicilio de Villapalos en
Madrid y le entregó una carta firmada por Bonel en la que aceptaba su ofrecimiento. Le
pedía también que tratara de aportar informaciones de índole militar acerca de la
ubicación exacta en Madrid de piezas de artillería de campaña y antiaéreas. No tuvo
demasiados problemas para enterarse del lugar en el que se encontraban las baterías
republicanas en Cuatro Caminos y Delicias y, pasados unos días, remitió un croquis con
la ubicación exacta de esas posiciones. Por estas fechas se había integrado a la Guardia
de Asalto tras la disolución de la GNR, como habían hecho otros guardias civiles.
Bonel se dio cuenta en poco tiempo de las capacidades de Villapalos como agente
secreto y para reunirse con él le propuso pasarse a zona sublevada a través de un punto
del Tajo que se encontraba poco vigilado. Le dio las indicaciones exactas para llegar
hasta allí y le pidió que, aprovechando su paso, tratara de organizar con sus propios
medios una expedición de evadidos entre los que tendrían que estar un sobrino de
Franco, llamado Felipe, y un teniente coronel de la Marina. Villapalos aceptó el reto y,
tras localizar a los posibles evadidos, organizó el viaje a finales de septiembre.
Utilizando un vehículo de la Guardia de Asalto conducido por él mismo, les trasladó
hasta San Martín de Montalbán, donde consiguió convencer al Pastor para que les guiara
hasta las primeras posiciones sublevadas. La expedición fue un éxito y todos los
evadidos llegaron sanos y salvos hasta las avanzadillas franquistas. Bonel recibió al

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futuro espía y le felicitó por el trabajo realizado. Después le propuso empezar a colaborar
de manera oficial con el espionaje franquista y convertirse en uno de sus agentes secretos
dentro de la capital. Su misión sería contactar con personas que estuvieran perseguidas y
trasladarles hasta la otra zona a través del Tajo. Villapalos aceptó el ofrecimiento y desde
ese día pasó a formar parte de la plantilla del servicio de información sublevado, donde
permaneció hasta casi el final de la guerra.

Su primera misión como agente secreto

Una semana después, Gustavo tuvo que regresar a Madrid para realizar su primera
misión. Debía entregar una potente emisora de radio a Enrique Vidal, un teniente coronel
de Ingenieros que colaboraba con la Quinta Columna. La entrega fue un éxito, así que
Villapalos permaneció ocho días en la retaguardia republicana hasta que regresó a zona
nacional, donde le esperaba de nuevo Bonel con otro encargo. Le ordenó que se instalara
en Madrid como «agente de información permanente», un cargo que dependía
directamente de la «sección de enlaces con la zona enemiga». De esta manera se adhirió
oficialmente al espionaje sublevado que desde noviembre de 1937 pasó a denominarse
Servicio de Información y Policía Militar (SIPM).
La misión de Villapalos en Madrid era convertirse en una especie de nexo entre el
cuartel general del SIPM y la Falange clandestina que operaba de manera encubierta en
territorio madrileño. Una vez en la capital se incorporó a un grupo de la Quinta Columna
que se dedicaba a organizar expediciones de evadidos a la otra zona. Estaba dirigido por
Antonio Bouthelier Espasa, un abogado falangista de veinticinco años que aparecerá con
bastante frecuencia en los próximos capítulos de este libro. Antonio estaba infiltrado en
el sindicato de técnicos de la CNT y llegó a convertirse en 1937 en secretario particular
de Salgado Moreira, jefe de los Servicios Especiales del Ministerio de la Guerra.
Bouthelier y Villapalos se entendieron a la perfección. En poco tiempo, el guardia
valenciano asumió el papel de guía de estas expediciones de evadidos gracias a los
muchos conocimientos que tenía de la zona del Tajo. A efectos oficiales, para la
República él seguía destinado en la 40.ª Compañía de la Guardia de Asalto, aunque sus
compañeros pensaban que todavía no se había recuperado de las heridas del bombardeo.
De hecho, por estas fechas seguía cojeando de una manera ostensible.

Más de veinte incursiones

Villapalos realizó más de veinte incursiones a zona nacional hasta el final de la

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guerra. Dirigió y participó personalmente en la evacuación a través del Tajo de casi un
centenar de personas, algunas con cierto renombre, como Fernando Castiella, futuro
ministro de Exteriores; los aviadores Díaz de Lecea y González-Gallarza y algunos
familiares de mandos sublevados, entre ellos un cuñado del general Carroquino. Para
llevar a cabo las expediciones solía utilizar un camión de Aviación que le suministraba
otro quintacolumnista miembro del grupo Bouthelier. En ocasiones también usaba un par
de vehículos con los emblemas de la CNT que no levantaban sospechas entre las
patrullas de milicianos anarquistas que solían hacer controles a la salida de Madrid.
La mayoría de las expediciones se llevaron a cabo con total normalidad y sin apenas
incidentes, salvo una que a punto estuvo de terminar en tragedia. Fue en enero de 1938.
Villapalos había organizado la evasión de unos treinta militares de alta graduación que
estaban perseguidos por el Frente Popular. El traslado hasta las inmediaciones del Tajo
fue de lo más tranquilo, pero todo cambió cuando los evadidos fueron detectados por una
patrulla de cuatro milicianos. Algunos oficiales habían empezado a cruzar el río cuando
se produjo un intenso tiroteo con las fuerzas republicanas que vigilaban la zona.
Villapalos resultó herido durante la lucha, pero gracias a su rápida actuación evitó una
masacre. Pudo avisar a tiempo a los centinelas sublevados que estaban al otro lado del
río, y que salieron inmediatamente en su ayuda. Todos los evadidos llegaron en perfectas
condiciones a la otra zona. Gracias a su actuación, nuestro protagonista fue propuesto a
la Medalla al Mérito Militar Individual.

Una importante red de colaboradores

Para preparar sus expediciones en Madrid, Gustavo Villapalos tuvo que establecer
una pequeña red de colaboradores, que formó en su mayor parte por personas de su
confianza a las que conocía desde antes de la guerra. Uno de sus hombres más leales fue
Alejandro Ramos, el comisario político con el que tenía una deuda pendiente por haberle
sacado hasta dos veces del calabozo. Le visitaba con frecuencia en su habitación de la
pensión de Conde de Peñalver y le proporcionaba salvoconductos de gasolina sin hacer
demasiadas preguntas. Otra de sus colaboradoras era Matilde Jiménez Bofill, de treinta
años, que había sido secretaria del director del Instituto Nacional de Previsión. La
conocía desde antes de la contienda y ella le ayudaba a aproximarse con seguridad a las
personas a las que pretendía sacar de Madrid.
Organizar las expediciones requería una compleja preparación previa. Bouthelier le
daba a Villapalos una lista con los nombres de las personas a las que tendría que visitar
para ofrecerles la posibilidad de escapar de Madrid. Él o Matilde se reunían con ellos en
persona, y para ganarse su confianza (muchos pensaban que podía ser una trampa), les

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entregaban una fotografía de un familiar que estaba en zona sublevada. Detrás de la
imagen, este familiar había escrito de su puño y letra unas líneas incitándoles a evadirse.
En ese texto también les pedían que confiaran en los agentes franquistas que les estaban
visitando, porque se encontraban arriesgando su vida por ellos. En el caso de que
estuvieran dispuestos a participar en una expedición, se les citaba una semana más tarde
en la esquina de la calle Hermosilla con Alcalá. Allí tendrían que esperar la llegada de
dos o tres coches, normalmente un Ford de color gris, un Hupmobile negro o un Chrysler
oscuro. Al volante de uno de ellos solía ir Villapalos. En el otro solía viajar José María
Artiñano, uno de los colaboradores más estrechos de la organización. En el caso de que
se encontraran con un control de carretera, los conductores portaban los salvoconductos
necesarios para continuar la ruta. Un alférez de complemento, Antonio Rodríguez
Huerta, solía encargarse de falsificar estos documentos oficiales.
Otro de los colaboradores de Villapalos era Manuel Gutiérrez Mellado, por entonces
un joven oficial de Artillería que, tras evadirse de Madrid, también se convertiría en
enlace del SIPM. Según los documentos que hemos localizado en el Archivo de la
Memoria Histórica de Salamanca, la evasión de Guti (como le conocían) tuvo que
producirse en octubre de 1938, seis meses antes de que terminara la guerra. Lo hemos
podido comprobar tras leer un telegrama que le envió el jefe del 1.er Cuerpo del Ejército
Nacional al comandante militar de Talavera el 19 de octubre de este año. El mensaje
informaba de que Gutiérrez Mellado se iba a desplazar hasta esta localidad toledana
donde «quedaría a disposición de la junta de clasificación de evadidos y prisioneros», ya
que acababa de llegar «de zona roja». Hemos verificado por medio de otro documento
que solo quince días después fue destinado oficialmente al SIPM, aunque su
nombramiento no fue publicado por el Boletín Oficial.
Según nos han dicho dos de los hijos de Villapalos, fue su padre quien dirigió la
evasión de Guti a la otra zona tras abandonar su refugio en la embajada de Panamá.
Hemos podido confirmar, después de leer varias declaraciones juradas de militares, que
los dos trabajaron juntos al menos unos meses. Así lo confirmó el alférez de Artillería
Julián Manuel de la Vega, quien explicó que mientras Guti se encargaba de recopilar
«códigos y señales», Gustavo trasladaba «a jefes y oficiales al otro campo».

El itinerario de los evadidos

La ruta que hacían las expediciones solía ser larga y agotadora para los evadidos. Los
automóviles tomaban la carretera de Barcelona y antes de llegar a Alcalá de Henares se
desviaban por diferentes caminos de tierra hasta aproximarse al sur de Madrid. Tras
repostar en Aranjuez, la expedición llegaba, casi de noche, hasta un bosque cercano a

76
San Martín de Montalbán. Los evadidos tenían que bajarse de los coches y echarse al
suelo. Pasados unos minutos llegaba el guía que tendría que trasladarles hasta la otra
España. En ocasiones ese guía era El Pastor, al que hemos conocido en páginas
anteriores, y otras veces solía ser El Lagarto, un agricultor llamado Julio Rentero que
también conocía muy bien la zona. Los guías llevaban a los fugados hasta las cercanías
del Tajo, en concreto al canal de la Ventorrilla, que solía estar seco o tener muy poca
agua. Desde allí se tardaba poco tiempo en llegar hasta las posiciones franquistas más
avanzadas.
Cuando esta ruta estaba muy vigilada, Villapalos trasladaba a los evadidos hasta un
cortijo que estaba situado junto al río Cedena, muy próximo al pueblo de Navahermosa.
El lugar era conocido como la «casa de los abuelitos», ya que sus propietarios eran una
pareja de ancianos que se mostraban dispuestos a apoyar a los alzados. Allí solo tenían
que esperar unas horas la llegada de un enlace del SIPM que les guiaría hasta la otra
zona tras cruzar el Tajo desde un punto cercano a El Carpio.

Una expedición que no salió bien

La gran mayoría de las expediciones tuvieron éxito y los fugados llegaron sanos y
salvos a su destino. Sin embargo, a través del Archivo Histórico Nacional hemos podido
reconstruir una evasión que no tuvo un desenlace tan feliz. La historia empieza el 13 de
abril de 1938. Por aquel entonces Villapalos llevaba más de seis meses pasando a gente
al otro lado. Para este día, nuestro hombre había preparado la huida de diez personas
reclamadas por sus familiares. Se trataba de Luis Arias Chantres, profesor de la Escuela
de Ingenieros Industriales; Hipólito Álvarez Orne, capitán de la Guardia Civil; César de
la Torre Trassierra, arquitecto; Joaquín Romero de Arveiza, empleado de la Agrupación
General Hostelera; Luis García Alós, trabajador de las oficinas de Unión Republicana;
Ramón Morales Troyano, abogado, y José Luis Rodríguez Pulido, empleado del Metro.
No hemos podido averiguar la identidad de los otros tres fugados.
Como en otras ocasiones, Villapalos había contactado con los evadidos unas semanas
atrás para saber si estaban dispuestos a huir de Madrid y reunirse con sus familiares en la
España de Franco. Así describía uno de ellos ante el SIM republicano ese primer
contacto del quintacolumnista:

El declarante (Joaquín Romero) se hospedaba en la Fonda Milán, sita en avenida del Conde de Peñalver 5.
Un individuo desconocido, de aspecto pueblerino, le enseñó una fotografía de hace algunos años y otra
más reciente de la madre del declarante, con unas líneas escritas por su propia mano en la que le invitaba a
pasarse al campo enemigo para visitarla en Segovia, que es donde su madre reside. El declarante aceptó la
invitación que le hizo el visitante, que quedó en volver a la pensión al día siguiente para decirle el día
señalado para la partida. Así lo hizo el 13 de abril último, quedando convenidos en que al día siguiente el

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declarante se presentase en la calle Alcalá esquina a Hermosilla, de donde debían partir los coches.

Como hemos visto antes, llevar una fotografía de un familiar era uno de los
procedimientos favoritos que utilizaba Villapalos para aproximarse a los posibles
evadidos. Leamos ahora la declaración que hizo ante el SIM otro de los fugados, César
de la Torre. En esta ocasión, dijo que la aproximación la realizó Matilde Jiménez Bofill:

El declarante dice que el día 15 de marzo (1938) recibe una carta fechada en París de su hermana Beatriz.
Uno de los párrafos le llamó la atención por decir lo siguiente: «Dentro de poco irá a veros Maribel (su
sobrina), pasará unos días con vosotros, pero como es muy buena, no os dirá absolutamente nada de la
guerra». Interpretó el declarante que se refería a un posible avance del enemigo sobre Madrid y que este
resultaría poco peligroso para la población civil de esta capital. Después los hechos han venido a dar otro
sentido distinto a este párrafo. El día 30 o 31 se presentó en su casa una señorita diciendo que se llamaba
García Rey (en realidad era Matilde). Fue recibida por el declarante y cuando estaban solos, después de
preguntarle si era César de la Torre, sacó del bolsillo una fotografía de su sobrina Maribel con una
dedicatoria escrita de su puño y letra y la fecha escrita por su madre (30 de enero de 1938). Haciendo esta
pregunta, ¿conoce usted a esta niña?, diciendo el declarante que era sobrina suya. Entonces ella dijo:
«Tengo el encargo de ofrecerle a usted pasarse al otro lado con toda clase de garantías», contestando el
declarante que por su cabeza no había pasado la idea de semejante cosa, que no podía comprender a qué
obedecía. Entonces ella aclaró: «Su familia ha hecho gestiones allí para solicitar que usted sea incluido en
las expediciones que nosotros realizamos». El declarante contestó que había de pensarlo y qué clase de
garantías le eran prometidas. Le dijo que llevaban realizadas excursiones durante los dos años de guerra y
que no había ocurrido ningún percance.

Los diez evadidos estaban citados a las doce y media en la esquina de la calle
Hermosilla con Alcalá. Era el 14 de abril de 1938 y justo ese día se conmemoraba en la
capital la proclamación de la Segunda República. A esa hora aparecieron los dos coches
que iban a trasladar a los expedicionarios hasta zona nacional: Villapalos conducía el
Ford gris y Artiñano estaba al volante del Chrysler oscuro, junto a Matilde. Los siete
hombres cuya identidad hemos desvelado anteriormente se subieron en el Ford, y los tres
restantes en el Chrysler. Los vehículos emprendieron su ruta por la carretera de
Barcelona, pero a la altura de Torrejón de Ardoz el Ford se quedó sin gasolina. El otro
coche continuó su camino sin sobresaltos.
Gustavo Villapalos se hizo cargo de la situación y regresó a Madrid junto a uno de
los expedicionarios, el abogado Ramón Morales, que sabía dónde conseguir combustible
en casos de emergencia. Pasadas dos horas consiguieron la gasolina que les faltaba y
regresaron hasta Torrejón subidos en una motocicleta con sidecar que nuestro
protagonista consiguió tras mostrar su carné de la Guardia de Asalto.
El coche reanudó su marcha y antes de llegar a Alcalá de Henares se desvió por una
serie de caminos de tierra con la intención de eludir a las posibles patrullas de
milicianos. Aunque llevaba salvoconductos falsificados, el quintacolumnista quería
evitar riesgos y prefería tomar caminos poco concurridos hasta llegar al Tajo. Tras parar

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en una casilla de peones camineros, los evadidos llegaron hasta las inmediaciones de San
Martín de Montalbán, donde tendrían que continuar el viaje a pie. El coche se desvió por
un terreno boscoso y en un punto concreto todos los viajeros se apearon. Allí tendría que
estar esperándoles un guía local que les conduciría hasta las primeras avanzadillas de los
sublevados, pero no se presentó nadie. Pasados treinta minutos, Villapalos tomó la
decisión de regresar a Madrid. A las dos de la madrugada ya había dejado a todos los
huidos en sus casas, aunque antes se había comprometido con ellos a hacer todo lo
posible para organizar una nueva expedición.
Cumplió su promesa. A los doce días ya había organizado un nuevo viaje. Iban a
participar los siete hombres que antes hemos conocido y dos soldados republicanos que
pretendían desertar. El día elegido para abandonar la capital era el 26 de abril y el punto
de encuentro volvió a ser la esquina de la calle Alcalá con Hermosilla. Esta segunda
expedición arrancó a primera hora de la mañana. Una vez más, Villapalos y Artiñano
condujeron los dos coches e hicieron la misma ruta que habían realizado semanas atrás.
Llegaron casi de noche a San Martín de Montalbán, y los viajeros volvieron a bajarse de
los automóviles en un paraje repleto de árboles. En esta ocasión sí se encontraba
esperándoles el guía que tendría que conducirles a campo nacional.
Los evadidos se despidieron del guardia civil y empezaron a seguir en pleno monte al
guía durante casi siete horas. En algún momento se dieron cuenta de que estaban dando
vueltas en círculos y así se lo transmitieron al guía, que reconoció que se había
desorientado. A la desesperada, intentó reconstruir el camino de vuelta, pero ya era
demasiado tarde, porque los primeros rayos de sol ya iluminaban el lugar. Los huidos
tomaron la decisión de esconderse en una casa de campo abandonaba mientras el guía se
marchaba en busca de ayuda. Les entregó una hogaza de pan para que pasaran el resto
del día y se comprometió a regresar esa misma noche con la ruta debidamente estudiada.
Pero el guía no apareció ni esa noche ni la siguiente. Los evadidos pensaron que
habían sido abandonados a su suerte y optaron por salir de la casa en parejas para
intentar localizar una carretera que condujera a Madrid. No lo consiguieron y todos
fueron detenidos por soldados de la 47.ª Brigada Mixta. Se les trasladó hasta
Navahermosa, donde fueron interrogados por el SIM. En sus declaraciones todos
acusaron a Villapalos de organizar la expedición y a Matilde Jiménez Bofill de ser su
«compinche». La joven fue detenida a los pocos días y acusada de «alta traición».
Leamos un fragmento del interrogatorio al que fue sometida:

La declarante siempre recibía órdenes de Gustavo... No conoce más persona directora que él, al que oyó
decir en algunas ocasiones que recibía órdenes de un comandante y que hablaba constantemente de un
comandante y aunque la declarante no puede precisar de qué comandante se trataba, supone que su
residencia habitual está en la Puebla de Montalbán, de donde deben partir los emisarios que el comandante
enviara para ponerse de acuerdo con otros de la zona leal... Invitada la declarante a que diga qué personas
pudieran ser las encargadas de estar en contacto con el supuesto comandante o algunas personas de campo

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faccioso para recibir aquí los documentos y dineros al objeto de realizar las expediciones, constata que no
cree que en Madrid hubiera otra persona más que Gustavo para esos menesteres.

En total fueron juzgadas once personas por el frustrado intento de evasión por el
Tajo. Todos los detenidos fueron encerrados: los hombres en las cárceles de San Antón y
Porlier y las mujeres en la cárcel de Ventas. Estaba previsto que el juicio se celebrara en
febrero de 1939, sin embargo, la vista se fue retrasando por supuestas «enfermedades»
de los encausados. Por esas fechas la justicia republicana era consciente de que la guerra
estaba terminando y en muchas ocasiones no actuaba de manera contundente.
Aunque el juicio no llegó a celebrarse, el SIM concentró todos sus esfuerzos en
intentar localizar a Villapalos, al que consideraban un agente franquista muy peligroso.
Ángel Pedrero, jefe de los espías republicanos en la zona centro, ordenó su busca y
captura tras hacer una breve descripción del personaje, que fue distribuida entre sus
hombres:

Se considera urgente la localización y detención de Gustavo Villapalos, teniente de Asalto (posiblemente


dado de baja por enfermo). Es alto, grueso, de unos 35 años, prestancia de flamenco, pistola grande en
bandolera, viste jersey grueso de color gris, pantalón brich, botas altas, gorro cuartelero de Asalto (gris).
Suele conducir en las expediciones un Hupmobile... Perteneció al 4.º Tercio de la Guardia Civil y cuando
empezó el movimiento tenía la categoría de cabo. Debe ser el jefe de las expediciones y aprovechar
algunas de estas para pasar al enemigo y regreso. Tal vez se le localice en la calle Alberto Aguilera.

Un cambio de aires

Las fuerzas de seguridad de la República no consiguieron detener a Villapalos pese a


los esfuerzos de Pedrero. Un primo suyo, que también era miembro de la Guardia de
Asalto, fue arrestado y acusado de colaborar con él en las expediciones. Mientras tanto,
en zona sublevada, la vida de nuestro protagonista dio un giro radical. En septiembre de
1938 puso fin a su etapa como enlace del SIPM para marcharse a Tablada (Sevilla), con
la intención de hacer un curso de piloto de aviación. Muy a su pesar, abandonó su papel
de agente secreto para hacer realidad otro de sus sueños: aprender a volar.
En Tablada conoció al as de la aviación nacional Joaquín García Morato, que
formaba parte del grupo de instructores que impartía el curso. Ambos hicieron buenas
migas, pero su relación apenas duró unas semanas. Una mañana recibió la orden de
abandonar las clases de vuelo y reunirse con el teniente coronel José Rodríguez y Díaz
de Lecea, que años más tarde sería ministro del Aire. En aquel encuentro, el coronel le
dijo que estaba al corriente de sus actuaciones en el SIPM y le ordenó incorporarse a una
especie de servicio de espionaje que había puesto en marcha la Aviación sublevada. Le
comentó que su papel como agente de campo era «más importante» que aprender a

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volar. Por eso le ordenó regresar varias veces a la retaguardia madrileña y organizar
nuevas expediciones de evadidos, en su mayoría oficiales de Aviación. Estuvo
realizando estas expediciones hasta casi el final de la guerra, aunque ya no dependía
orgánicamente del SIPM.
Tres días antes de que los nacionales entraran en Madrid, Villapalos fue enviado de
nuevo a la capital para preparar el desarme de las unidades enemigas. El 29 de marzo de
1939 acudió con una veintena de falangistas al Ministerio de Hacienda, el último reducto
republicano en la capital. El objetivo era detener a Julián Besteiro y a las principales
autoridades que allí se encontraban. Al llegar se encontró con el líder socialista,
gravemente enfermo y recostado en una cama, y acompañado por Antonio Luna, un
miembro destacado de la Quinta Columna al que conoceremos en los próximos
capítulos. Luna y Besteiro eran buenos amigos, y para garantizar la seguridad del viejo
profesor, el primero decidió estar con él durante su arresto. Esta fue la última actuación
de Villapalos en la guerra, aunque su vida, a partir de entonces, continuaría siendo
apasionante.

TRAS LA GUERRA CIVIL

Su papel como enlace del SIPM tuvo su reconocimiento tras la guerra. Antes de
volver a Aviación fue condecorado con una Medalla de Campaña, dos Cruces Rojas y
dos Cruces de Guerra. No está demasiado claro qué es lo que hizo exactamente en el
Ejército del Aire, pero no descartamos que en la posguerra actuara como una especie de
agente secreto.
Un incidente con la Guardia Civil frenó en seco su carrera como espía. Un oficial de
la Benemérita le denunció el 5 de agosto de 1939 por «ostentación del empleo de
oficial» cuando trataba de entrar en unas instalaciones militares con un uniforme de
teniente. El guardia civil, que le conocía desde antes de la guerra, no entendía cómo
Villapalos podía lucir los emblemas de oficial. Llegó a contactar con la Jefatura de
Aviación para saber si pertenecía a este cuerpo y allí sorprendentemente le contestaron
que no le conocían. Sin dudarlo, le retuvo unas horas y le sometió a un duro
interrogatorio hasta aclarar su situación.
En la declaración, Gustavo Villapalos relató su historia durante la guerra y explicó
con detalle sus actuaciones como «enlace del SIPM en territorio enemigo». Dijo que
había utilizado en el pasado el uniforme de teniente de Aviación «para poder ir y venir a
la zona roja» porque «daba una confianza absoluta al personal que debía pasar a la
España nacional». También dijo que en la actualidad «continuaba prestando servicio
como teniente en los puestos de mando de Aviación» sin que nadie, «a sabiendas de que

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no lo soy, me hayan dicho una palabra».
La Guardia Civil continuó investigando a Villapalos a raíz del incidente y pidió
informes de él a sus jefes más inmediatos durante la guerra. Bonel Huici emitió un
certificado a su favor explicando que había estado a sus órdenes y que había actuado con
«gran valor y serenidad» en sus más de veinte incursiones en la retaguardia republicana.
Recordaba también que a finales de 1938 abandonó el SIPM para hacer un curso de
piloto de Aviación.
Otro de los oficiales que prestó declaración fue su jefe directo en el Ejército del Aire,
el teniente coronel José Rodríguez y Díaz de Lecea, quien certificó que, en esos
momentos, Villapalos seguía «prestando servicios secretos». Dijo que estaba autorizado
para usar los emblemas de teniente para realizar mejor sus cometidos: «El jefe declarante
puede afirmar que en el uso de esos distintivos no ha habido por parte de Villapalos
torcidas intenciones de uso indebido de emblemas sino, como queda dicho, para la mejor
realización de su misión. Quiere hacer resaltar de modo terminante los heroicos servicios
que, con riesgo de su vida, ha prestado a la causa nacional».
El incidente con la Guardia Civil no pasó a mayores, y al cabo de unos meses pudo
retomar su sueño de ser piloto. En abril de 1940 empezó el curso de piloto de caza, que
finalizó con éxito en junio del mismo año ya como alférez provisional. Durante su
formación tuvo un grave accidente mientras trataba de despegar con un Fiat italiano en el
aeródromo de Reus (Tarragona). Mientras rodaba por la pista chocó con otro avión que
se encontraba en la plataforma de orientación, y se partió el tren de aterrizaje, el radiador
de agua, el del aceite y la hélice. Villapalos no sufrió heridas graves, pero el Ejército
abrió una investigación para buscar responsabilidades, ya que el coste de las
reparaciones era muy elevado. Finalmente, no fue expedientado y pudo continuar el
curso.
Mientras se formaba como piloto, Gustavo volvió a tener nuevos problemas con la
justicia relacionados con su pasado en la guerra. Una mujer llamada María Anunciación
Elías, maestra nacional de cuarenta y siete años años, le denunció ante la DGS por unos
comentarios que hizo en noviembre de 1936. La denunciante había estado alojada en la
pensión Aguado, la misma a la que Villapalos solía acudir para visitar a Alejandro
Ramos, el comisario socialista amigo suyo que colaboraba con la Quinta Columna.
Según explicó a la policía, durante esas visitas Gustavo «se jactaba de haber asesinado a
más de cien personas» y afirmaba que «no le causaban impresión los gestos que hacían
los individuos a los que asesinaba».
Como consecuencia de la denuncia, tuvo que prestar declaración en la comisaría de
investigación de Hospicio y ante el juez instructor Militar de Guardia número 3.
Desmintió rotundamente las acusaciones: «Nunca se había jactado» de haber cometido
asesinatos, pero sí reconoció que, por su trabajo como agente secreto, «tenía que

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mostrarse de alguna manera partidario» del Frente Popular para ocultar su verdadera
identidad. Durante el proceso contó con un sinfín de apoyos, como el de Bonel Huici y
sus superiores en el Ejército del Aire, que destacaron su comportamiento «heroico» e
«impecable» durante la guerra.
El juzgado también pidió informes sobre su actuación a la Guardia Civil y todos
fueron favorables, pese a no contar con las declaraciones de sus compañeros de fatigas
durante los primeros momentos del conflicto. El comandante Andrés, al que había
salvado la vida durante la guerra, no pudo declarar a su favor, pues había muerto en
combate en 1938 con el Ejército franquista en Quinto (Zaragoza). Tampoco declaró el
capitán Jarillo, que entonces se encontraba destinado en San Sebastián. Sí redactó un
informe a su favor el jefe de la Brigada de Investigación del 14.º Tercio de la Guardia
Civil, en el que relataba con detalle su actuación durante la guerra, siempre «a favor de
las fuerzas nacionales y a disposición del SIPM». El informe terminaba con una frase de
lo más elocuente: «Es una persona que ha observado intachable conducta, goza de
buenos antecedentes y merece buen concepto, estando adicto a la España nacional de una
manera inquebrantable».
En el marco de sus investigaciones, la policía intentó localizar a Alejandro Ramos
para conocer su versión de los hechos y verificar su colaboración con Villapalos. Ningún
agente consiguió dar con él, pues había huido al extranjero antes del final de la guerra.
Los policías tuvieron que conformarse con escuchar la declaración de su hermano
Jacinto, que también residía en la pensión Aguado en 1936. En su comparecencia, se
limitó a confirmar que existía una buena relación entre su familia y la de Gustavo desde
antes de la sublevación. Para terminar, Jacinto informó de que trabajaba desde 1940 para
nuestro protagonista en un taller de reparación de coches que era propiedad del ex
guardia civil.
Finalmente, la denuncia de la maestra no prosperó, y pese al intercambio de
acusaciones entre ambos, el procedimiento no salió. Según un expediente que se
conserva en el Archivo del Ejército del Aire, no existían motivos para «imputarle
culpabilidad alguna», ya que durante la guerra se limitó a «fingir y aparentar» para llevar
a cabo su trabajo como agente del SIPM.
Villapalos superó el curso con éxito, y ya como teniente provisional, fue destinado
como piloto de combate al 29.º Grupo del Regimiento Mixto de Getafe. Poco tiempo
después de incorporarse a su nuevo destino se vio envuelto en un asunto de lo más
extraño que terminaría provocando su salida del Ejército. Todo empezó un 21 de abril de
1941 con «unas prácticas de navegación» que hizo el antiguo espía a bordo de un avión,
modelo De Havilland Dragon, que salió de Getafe y llegó hasta Barcelona. Era un viaje
ordinario, de apenas veinticuatro horas, que no tenía por qué complicarse. Sin embargo,
tuvo serios problemas con los dos pasajeros que trasladó hasta Cataluña. Se trataba de

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los empresarios Juan Caccamano Ambrosino y Diego García Bermúdez, dos personajes
a los que seguía la pista el Juzgado Especial de Delitos Monetarios por «tráfico ilegal de
moneda extranjera». Nuestro piloto conocía bien al primero porque habían hecho
negocios juntos en el sector del automóvil, pero desconocía sus actividades delictivas.
Con el visto bueno del comandante que estaba al mando del aeródromo de Getafe,
Villapalos trasladó a los empresarios hasta Barcelona, aprovechando las prácticas que
tenía que hacer todos los meses. El vuelo a la Ciudad Condal fue plácido y en él también
iban a bordo un alférez copiloto y un mecánico de vuelo. Al llegar a Barcelona los
empresarios se alojaron en el Hotel Ritz en compañía del quintacolumnista, mientras que
el copiloto y el mecánico se hospedaron en un hotel más modesto. Al día siguiente,
cuando estaban a punto de regresar a Madrid, la policía detuvo a Caccamano y García
Bermúdez en el mismo aeródromo del Prat. Les acusaban de estar involucrados en una
organización ilícita que traficaba ilegalmente con moneda extranjera. Gustavo evitó ser
detenido gracias a su condición de militar.
A raíz de este incidente, la Asesoría General del Ejército del Aire elaboró un informe
negativo contra Villapalos que terminó con una falta leve. El juzgado no vio cargos
delictivos contra él, pero el auditor general consideró que había tenido una falta de
delicadeza en su conducta y propuso su baja de la Aviación, puesto que se trataba de un
teniente provisional. El director general de personal se tomó muy en serio el informe y
aceptó que se redactara una orden ministerial para que se le diera la baja del Ejército.
Este escrito se oficializó el 15 de abril de 1942, pero unos días antes, el ministro de
Trabajo, José Antonio Girón de Velasco, envió un extraño escrito al Ministerio del Aire.
Solicitaba que Villapalos fuera «agregado» a su ministerio porque eran necesarios «sus
servicios especiales». Desconocemos si Villapalos trabajó realmente para Girón de
Velasco a partir de 1942, pero no lo consideramos descabellado, porque ambos tenían un
pasado común: su pertenencia a Falange.
Por estas fechas, España ya había enviado a la División Azul a la Unión Soviética a
combatir a los comunistas. Según el historiador Ricardo de la Cierva, Villapalos también
combatió en Rusia, donde resultó herido en dos ocasiones, siendo condecorado por ello
con la Cruz de Hierro de 1.ª Clase y la Medalla de Combate Cuerpo a Cuerpo. En esta
investigación no hemos localizado ningún documento que confirme su pasado
divisionario, aunque esto no quiere decir que no participara en los combates.
Ocho meses después de causar baja en el Ejército del Aire, Gustavo siguió dando que
hablar a sus mandos. En una nota informativa escrita desde Marruecos por la 2.ª Sección
del Estado Mayor, se informaba de su presencia en Larache el 8 de enero de 1943. Le
acompañaba otro ex teniente de Aviación, Alberto Valero Purón, y durante su estancia
en la ciudad portuaria llegaron a exhibir, siempre vistiendo de paisano, sus respectivos
carnés de oficiales provisionales. Se entrevistaron con el industrial Alfonso Cabrera

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Perdomo, que según la policía se dedicaba al «tráfico de relojes y alhajas», y con él
trataron de trasladarse en un taxi hasta Alcazarquivir. Parece que consiguieron sobornar
al jefe de la policía que estaba en el puesto fronterizo y pasaron al otro lado, donde solo
estuvieron una noche. Al día siguiente regresaron a Larache, visitaron el aeródromo y se
hospedaron en el famoso Hotel España. Según la investigación que hizo la policía sobre
sus actividades en el protectorado español, los agentes consideraban que podían estar
actuando como «contrabandistas».
El asunto llegó a manos de la DGS, que recibió nuevos informes sobre la presencia
de Villapalos en el Protectorado. Unos pocos días después de llegar a Larache, los dos
exoficiales se marcharon a Tánger en un taxi conducido por el chófer español Antonio
Cortés Navarro. Al llegar a una plaza le pidieron que les esperara en ese mismo punto un
par de horas. Pasado ese tiempo, ninguno de los dos regresó al lugar acordado, aunque sí
que lo hizo una tercera persona que se comprometió a pagar el trayecto que habían hecho
los dos extenientes. Al ser una cantidad demasiado elevada, este hombre pidió al chófer
que le acompañara hasta la «embajada americana» en Tánger para poder pagarle de
manera inmediata. La deuda quedó resuelta, pero el taxista informó a las autoridades
militares de lo que había pasado.
La 2.ª Sección de Estado Mayor del Ejército del Aire trató de localizar a Villapalos,
porque sospechaba que podría estar «al servicio de alguna de las embajadas extranjeras»
en el norte de África. Los investigadores que llevaban su caso también consideraban que
su conducta era «poco digna» porque seguía utilizando la cartera identificativa cuando
en realidad había causado baja del servicio. Para encontrarle se pidió su colaboración a la
policía en un escrito dirigido a la DGS el 6 de febrero de 1943. Desconocemos si fue
detenido o no por este asunto, tan solo hemos podido confirmar que tiempo después fue
condenado a tres años y medio de presidio menor por un «delito de estafa, amenazas e
injuria a la autoridad», aunque más adelante fue absuelto.
Al igual que otros quintacolumnistas, Gustavo Villapalos no solía hablar de su
historia durante la Guerra Civil, ni siquiera con sus familiares más cercanos. Hizo una
excepción en los ochenta con el periodista Luis Fernández Villamea, que investigaba el
papel de Gutiérrez Mellado durante el conflicto. En el libro que publicó posteriormente,
Así se entrega una victoria, Fernández Villamea recogía unas manifestaciones de
Villapalos en las que criticaba al por entonces vicepresidente del Gobierno. Le acusaba
de apuntarse «todos los méritos» de sus compañeros de la Quinta Columna porque era
una persona «muy dada a ponerse plumas de otros». Pese a sus duras palabras, decía que
hablaba con «respeto» hacia él, pero «sin piedad en cuanto a su obra política posterior».
A través de sus descendientes hemos sabido que Villapalos y Gutiérrez Mellado
mantuvieron una buena relación en la posguerra, hasta el punto de que el general estuvo
a punto de ser el padrino de su hija Paloma. Pero con el paso de los años los dos

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quintacolumnistas se fueron distanciando.
Como hemos visto, el historiador Ricardo de la Cierva recopiló en sus libros
información sobre nuestro protagonista. Su relato coincide en algunos aspectos con los
datos que hemos recogido de él en esta investigación. Sin embargo, hay algunas
informaciones que no hemos podido confirmar. De la Cierva decía que Villapalos había
participado en la defensa del cuartel de la Montaña, que había sido detenido durante los
combates y condenado a muerte por ser amigo de José Antonio. También decía que
había estado en la cárcel Modelo y que había escapado del fusilamiento saltando de un
camión en marcha que le llevaba hasta el paredón. Como hemos podido comprobar en
los diferentes archivos que hemos consultado, Gustavo no pudo entrar en el cuartel de la
Montaña porque se encontraba asediado por las fuerzas republicanas. Tampoco hay
constancia de que estuviera preso en la cárcel Modelo ni de que le condenaran a muerte.
En su libro Misterios de la Historia, De la Cierva también aseguraba que Villapalos
se había evadido a la zona sublevada en noviembre de 1936 por el sector del
Manzanares, una afirmación muy alejada de la realidad, ya que por esas fechas estaba
convaleciente por las heridas sufridas durante un bombardeo. Como él mismo
reconocería en su declaración jurada, tardó un año más en llegar a territorio de los
alzados y lo hizo por el Tajo, donde tenía vínculos familiares. El famoso historiador
también indicaba que se incorporó al Ejército sublevado y que le otorgaron el mando de
una bandera de Falange con la que tomó el cerro de la Estrella, por lo que fue propuesto
para la Laureada de San Fernando. De toda la información que hemos recopilado, no
hemos encontrado una sola línea que hable de esta acción de guerra. Con todo, no
descartamos que pudiera haber participado en acciones armadas contra la República en
la sierra de la Estrella, una zona muy concurrida por agentes del SIPM.
Más allá de su vida de película, Villapalos fue un hombre de familia, con grandes
valores y, según sus descendientes, un gran amor a España. Aunque renegaba de Franco
durante gran parte de la dictadura, se mostró partidario de ensalzar su figura tras su
muerte en 1975. Consideraba que los miembros de la nueva política faltaban a la
memoria del general, y desde entonces, decidió colocar a la vista en su domicilio un gran
número de fotografías de Franco para recordar su papel en la guerra. Falleció el 30 de
marzo de 1985, a los setenta años, tras una larga enfermedad. Uno de sus tres hijos,
también de nombre Gustavo, fue rector de la Universidad Complutense de Madrid y
consejero de Educación de la Comunidad de Madrid por el Partido Popular.

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Capítulo 6. LA CAPTURA DEL AGENTE MANTECÓN

Las historias de los enlaces del SIPM no siempre tuvieron un final feliz. Algunos agentes
que atravesaban las líneas enemigas fueron capturados por la seguridad republicana y
acusados de espionaje. Varios de ellos fueron fusilados sin juicio previo, otros serían
torturados para sacarles información y a punto estuvieron de perder la vida en las
cárceles de Madrid y Barcelona. Eso le pasó a Antonio Gutiérrez Mantecón, un cántabro
de treinta años que había sido reclutado por la inteligencia franquista tras evadirse de la
retaguardia madrileña en octubre de 1937.
Aunque cántabro de nacimiento, Gutiérrez Mantecón se sentía madrileño de
adopción porque había vivido más de media vida en la capital. Siendo un niño abandonó
su pueblo, Castillo de Pedroso, para trasladarse a Madrid. Dejó atrás el cuidado de las
vacas de su padre para dedicarse al negocio floreciente de ultramarinos que había
montado su hermana en la capital. Se trataba de las Tiendas Rojas, una red de comercios
pequeños en las calles Antonio López, Humilladero, Ferrocarril y en la plaza de Cuatro
Caminos donde uno podía encontrar cualquier cosa. Siendo todavía muy joven, se hizo
cargo de la tienda de la calle Humilladero, negocio que mantuvo hasta bien entrada la
guerra.
Dos años antes de la sublevación contrajo matrimonio con Angelines Vallejo, hija de
dos maestros nacionales a la que había conocido cerca de Príncipe Pío. Pocos días
después de la victoria del Frente Popular en las elecciones de 1936 nació su primera hija,
a la que llamó Concepción. Solo dos meses después del 18 de julio Angelines se volvió a
quedar embarazada. Pensando que su familia estaría más segura lejos de la zona centro,
Gutiérrez Mantecón decidió trasladar a su mujer e hija hasta Puerto Lápice (Ciudad
Real) a principios de 1937. Un conocido le recomendó este traslado porque la
retaguardia manchega tenía menos problemas de racionamiento que la madrileña,
además de estar más alejada del frente. En junio de este año nació su segundo hijo, al
que llamó Enrique.
Mientras su familia intentaba echar raíces en Puerto Lápice, Antonio decidió
quedarse en Madrid para continuar sacando adelante su negocio de ultramarinos. Sin
embargo, antes de ser movilizado por el Ejército Popular republicano tomó una de las
decisiones más difíciles de su vida. En el verano de 1937 se dio cuenta de que quería
pasarse a la España sublevada, porque se sentía más identificado con el orden que
transmitían los militares que con el descontrol del Frente Popular. Pese a no sentir
simpatía hacia los falangistas ni hacia la figura de Franco, el cántabro consiguió
atravesar las líneas sublevadas por el frente de Toledo en octubre de 1937. Permaneció

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internado en el campo de concentración de evadidos y prisioneros de Talavera al menos
una semana, hasta que le pusieron en libertad. El 16 de octubre de 1937 salió a la calle y,
al igual que otros jóvenes, fue movilizado por la Caja de Reclutas número 3 de Toledo.
Al principio le destinaron al Batallón de Ametralladoras número 7 de Plasencia, pero allí
estuvo poco tiempo. Bonel Huici se fijó en él. El jefe del SIPM decidió captarle como
enlace con la Quinta Columna en Madrid gracias a su experiencia en la España roja y al
espíritu aventurero que parecía tener aquel muchacho montañés.
Según relató Gutiérrez Mantecón en una entrevista que le hizo Diario 16, mientras
formó parte del SIPM llegó a ostentar el empleo de sargento. Uno de sus compañeros en
el espionaje franquista fue Manuel Gutiérrez Mellado, que también formaría parte del
servicio secreto de los sublevados tras evadirse de Madrid. En esa entrevista, Antonio
relató que ambos estuvieron a punto de morir en un tiroteo con dos espías republicanos
que fueron detenidos tras penetrar en territorio controlado por los alzados.
Poco tiempo después de ingresar en el SIPM, Bonel le ordenó adentrarse de nuevo en
la retaguardia republicana y, como habían hecho otros agentes, entregar una potente
emisora de radio a una organización de la Quinta Columna en Madrid. Su incursión se
llevó a cabo el 13 de noviembre de 1937, solo un mes después de llegar a la zona
franquista. Penetró por un paso situado en Nava de Ricomalillo (Toledo), en plena sierra
de la Estrella. Junto a él atravesaron las líneas enemigas otros cuatro espías franquistas
que tenían que cumplir otras misiones en la capital. Los cinco pasaron la primera noche
juntos en una caseta de peones camineros. Al día siguiente optaron por separarse, para
llegar a Madrid cada uno por diferentes vías. Querían evitar que las fuerzas de seguridad
republicanas se pusieran tras su pista. Antes de dirigirse a la capital, Antonio se permitió
la licencia de pasar por Puerto Lápice para visitar a su mujer y ver a sus hijos.

Una trampa del DEDIDE

Uno de los enlaces que formaba parte de la expedición de Gutiérrez Mantecón se


llamaba Salvador Acevedo Soriano, conocido como El Moñas. Era un chófer de treinta y
dos años que se había pasado a la zona sublevada tras dejar a su familia en Pozuelo de
Calatrava. Al igual que el cántabro, El Moñas trabajaba desde hacía poco tiempo para el
SIPM y tampoco tenía grandes conocimientos del peligroso mundo del espionaje. Con
todo, consiguió llegar a Madrid por sus propios medios y contactar con la Quinta
Columna.
La misión del Moñas consistía en entregar dos mil pesetas y una carta con
indicaciones de Bonel a un miembro destacado de la organización quintacolumnista
Bandera Alonso. Justo después de efectuar la entrega, el emboscado Joaquín Zaragua le

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presentó a un «camarada suyo» llamado Francisco Maestre, que en realidad trabajaba
como confidente del Departamento Especial de Información del Estado (DEDIDE), la
agencia republicana de contraespionaje que dependía del Ministerio de Gobernación.
Como buen confidente, Maestre se ganó la confianza de Acevedo y se mostró muy
interesado en averiguar el paradero de Gutiérrez Mantecón por la «necesidad» que tenía
su organización de instalar cuanto antes la emisora de radio que traía. El Moñas le dijo
que había perdido su pista en Puerto Lápice, donde había ido a visitar a su mujer e hijos.
El infiltrado republicano tomó la decisión de viajar en su coche hasta La Mancha en
busca de nuestro protagonista y le pidió a Acevedo que le acompañara en esta delicada
misión.
Tras entrevistarse con los familiares de Gutiérrez Mantecón en Puerto Lápice,
Maestre averiguó que se había tenido que ir a Piedrabuena, otro pueblo de Ciudad Real,
a recabar informes que le había pedido el alto mando sublevado. Hasta ese pueblo fueron
en el coche del confidente y una vez allí supieron que un grupo de milicianos le había
detenido por llevar una pistola «sin la correspondiente licencia». Solo estuvo arrestado
unas horas, ya que logró su puesta en libertad gracias a las gestiones que hizo el agente
del DEDIDE que seguía haciéndose pasar por miembro de la Quinta Columna.
Mantecón, Acevedo y Maestre recogieron la radio que permanecía escondida en el
campo y volvieron a Madrid. Cuando el coche circulaba a la altura de Madridejos
(Toledo), el trayecto se vio truncado por un control inesperado de la Guardia de Asalto.
En realidad, el control había sido preparado por Maestre para que los dos agentes
franquistas fueran atrapados a la vez, llevando consigo la emisora y documentación
confidencial.

Malos tratos en San Lorenzo

Los dos fueron trasladados hasta la prisión de San Lorenzo, una cárcel que dependía
directamente del DEDIDE, donde permanecieron dos meses y medio encerrados y
sometidos a malos tratos. Gutiérrez Mantecón recordaba de la siguiente manera su paso
por esta prisión una vez terminada la guerra:

Fue interrogado casi a diario y durante los dos primeros meses todas las noches. Fue víctima de toda clase
de malos tratos de obra y de amenazas, siendo golpeado con vergajos por los agentes interrogadores,
tomando parte de los malos tratos un agente conocido por el Pecas, detenido actualmente en la cárcel de
Yeserías. Dirigía los interrogatorios un ruso alto, fuerte, de cara ancha, con pelo rubio ondulado, peinado
para atrás. Iba vestido con gabardina y una boina este sujeto que ejercía autoridad plena en la prisión,
siendo considerado como jefe de la brigada. Apenas hablaba castellano y se servía de una intérprete
española, de unos 25 años, que vestía camisa roja con corbata roja y que se distinguía en los malos tratos.
Siendo la que concretamente indicó que al declarante había que atarlo, desnudarlo y meterle en la cámara,

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que era una celda muy fría en los sótanos, empleada para castigos. También ordenaba que se le golpease
para obligarle a confesar. Entre los malos tratos sufridos en la checa de San Lorenzo, destaca que también
fue martirizado con duchas de agua helada por la noche en la misma celda del sótano y en pleno invierno.
Le amenazaron con cortarle la lengua con unos alicates por negarse a declarar, propósito que de todos
modos no lograron por la negativa del declarante a revelar los secretos del servicio.

Según la versión de Antonio, agentes soviéticos participaron en los interrogatorios.


Ochenta años después hemos conocido que estos rusos pertenecían al grupo técnico de
investigación, una unidad de asesoramiento vinculada con el NKVD —el servicio de
inteligencia soviético— que apoyaba al DEDIDE en operaciones contra la Quinta
Columna. Sigamos leyendo las declaraciones de Gutiérrez Mantecón recordando su paso
por San Lorenzo:

Al declarante se le sometía a constantes palizas de las que todavía conserva huellas. También tomó parte
de los malos tratos y en los interrogatorios un sujeto muy joven, como de veinte años, de estatura mediana
y delgado. Asistió a los interrogatorios dos o tres veces, y en una ocasión se levantó de la mesa sobre la
que estaba sentado y dio un puñetazo al declarante, insultándole y diciendo a los demás agentes que cómo
no hacían nada en la comida para obligarle a declarar, siendo seguida esta indicación inmediatamente:
durante 10 o 12 días le dieron una comida cargadísima de sal sin que le suministraran para beber más que
un cuarto de litro de agua aproximadamente para las veinticuatro horas.

Gutiérrez Mantecón tuvo que ser ingresado en el hospital penitenciario de la calle


Puebla para recuperarse de las heridas sufridas durante los interrogatorios en la prisión
de San Lorenzo. Después pasaría por la prisión de la Ronda de Atocha, hasta que fue
enviado a la cárcel Porlier, donde permaneció varios meses más. Nunca relató con
detalle los sufrimientos que realmente padeció en San Lorenzo. Tan solo les contó a sus
familiares que sus captores le habían destrozado las uñas introduciéndole astillas en las
mismas para que confesara sus actividades como agente secreto.
Mientras tanto, el DEDIDE sacó rédito de sus declaraciones y del material que le fue
incautado en Madridejos. Entre sus ropas, la Guardia de Asalto localizó varias cartas y
documentos que terminarían siendo de gran interés para la inteligencia republicana. Una
de ellas iba dirigida al médico militar Mariano Gómez Ulla, al que muchos tildaban en la
retaguardia republicana de «faccioso», a pesar de salvar cientos de vidas de milicianos
heridos en el frente. La guerra le había sorprendido en Madrid mientras su mujer se
encontraba en zona nacional.
La misiva que Gutiérrez Mantecón tenía que entregar a Gómez Ulla estaba firmada
por un médico amigo suyo, que se encontraba en zona sublevada. En ella le invitaba a
evadirse «al otro campo», porque su mujer se encontraba gravemente enferma. Además,
le pedía que confiara en el portador del mensaje (Antonio), que prepararía a conciencia
su huida de Madrid. Por aquel entonces, Gómez Ulla era teniente coronel del cuerpo de
Sanidad Militar y ocupaba el puesto de jefe de cirugía del Hospital Militar número 3.

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Obviamente, tras los arrestos de los hombres del SIPM esta carta no pudo ser entregada a
su destinatario y quedó custodiada por el DEDIDE, cuyos jefes empezaron a urdir una
compleja operación policial en colaboración con los soviéticos.

Un policía infiltrado

Fue precisamente en ese momento cuando entró en escena Tomás Durán González, el
policía comunista que meses atrás había desarticulado la organización España Una. Tras
poner entre rejas a los quintacolumnistas que terminarían siendo fusilados en Valencia,
los servicios secretos soviéticos se fijaron en él e intentaron captarle como espía a sueldo
de Moscú. En la primavera de 1937 fue presentado a los asesores soviéticos por José
Cazorla, consejero de orden público de Madrid, y estos le ofrecieron incorporarse al
NKVD si aceptaba someterse a una serie de «pruebas» para comprobar su valía. La
primera de ellas, de la que nos ocuparemos en otro capítulo por su complejidad, consistía
en preparar la desarticulación de un grupo quintacolumnista dirigido por el arquitecto
falangista Javier Fernández Golfín.
La segunda prueba que los soviéticos encomendaron a Durán fue que adoptara la
personalidad de Gutiérrez Mantecón y simulara ser un enlace de los sublevados para
entrevistarse con el doctor Gómez Ulla. Tendría que convencerle para que se pasara al
otro lado y entregarle la carta firmada por su amigo desde la otra zona. Lo que buscaba
el DEDIDE con esta operación era cazar al famoso cirujano intentando pasarse al otro
bando.
El agente comunista, todo un experto en la infiltración, aceptó el encargo de los
soviéticos. El 26 de enero de 1938 se dirigió a la vivienda de Gómez Ulla para
entrevistarse con él. Le dijo que se llamaba Antonio, que venía de la otra zona y que
traía una carta que hablaba de la enfermedad de su esposa, por lo que le invitaban a
evadirse al otro campo. Se ofreció a organizar personalmente su evasión, que se tendría
que realizar por la sierra norte de Madrid, a la altura de Bustarviejo. La propuesta fue
aceptada por el médico, a cambio de que con él también huyeran tres colaboradores
suyos, dos médicos y un militar retirado.

Una celada para Gómez Ulla

El espía republicano preparó a conciencia con el DEDIDE y la inteligencia soviética


la falsa evasión de Gómez Ulla. El día acordado recogió al médico y a sus tres
colaboradores en un automóvil del Ejército del Centro con destino a la sierra madrileña,

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donde conocía un supuesto paso a la otra zona. Los acompañantes del doctor eran los
médicos Domingo Hergueta Lerín y Álvaro Elices Gasset, y el militar retirado Manuel
Cubero Lucena, que eran simpatizantes de los sublevados. Ninguno sospechó de Durán,
que desempeñó perfectamente el papel de agente secreto franquista, aunque en realidad
trabajara para la República. Al llegar a las afueras de Bustarviejo, el vehículo se detuvo
en seco en un lugar indicado por el DEDIDE. Era la señal inequívoca del punto final de
la operación. Hicieron su aparición seis agentes con pistolas que detuvieron a los cuatro
fugados, que no opusieron resistencia y fueron trasladados de nuevo a Madrid, donde
pasaron a disposición del SIM.
Los primeros trabajos de Durán para los soviéticos habían sido un éxito. El NKVD
empezaba a ser consciente de sus capacidades como agente secreto y le encargó un
nuevo cometido: aproximarse a los familiares de Gutiérrez Mantecón que vivían en la
zona del Retiro. Querían que averiguara si estaban al corriente de sus actividades en zona
nacional y si colaboraban con él de alguna manera. El espía republicano acudió hasta la
vivienda familiar del cántabro e hizo amistad con Mercedes Ojeda, una amiga de la
familia que paradójicamente trabajaba para la Falange clandestina en Madrid como
enlace de uno de sus líderes, Valdés Larrañaga. Durán le contó una historia parecida a la
que le había contado Gómez Ulla, asegurando que era un correo enviado desde zona
sublevada y que se encontraba en una situación «caótica», ya que había quedado
«desconectado» de los otros emboscados con los que colaboraba. Ojeda se mostró
dispuesta a ayudarle, aunque suponemos que no lo hizo, porque unas semanas más tarde
se pasó a la zona sublevada por el frente de Talavera junto con Manuel, un hermano de
Gutiérrez Mantecón.
Mientras sucedía todo esto, Antonio seguía preso en la cárcel Porlier a la espera de
que se celebrara su juicio por espionaje. Conscientes de que podrían condenarle a
muerte, el SIPM intentó canjearle por otro espía republicano, en una operación en la que
también intentaron rescatar a su otro compañero de fatigas, Salvador Acevedo. Parece
que el canje sí se pudo llevar a cabo ya que, según consta en el libro de Javier Cervera
Madrid en guerra, en noviembre de 1938 Gutiérrez Mantecón se reintegró en el SIPM y
pudo reunirse con su familia. Tuvo mucha relación con Ezequiel Jaquete, otro
quintacolumnista de renombre con el que colaboró organizando expediciones de
evadidos a territorio sublevado.

TRAS LA GUERRA CIVIL

Antonio Gutiérrez Mantecón

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Terminada la guerra, Gutiérrez Mantecón se reencontró con su esposa y sus hijos tras
casi dos años de cautiverio. Su aspecto físico se había deteriorado enormemente, y pese a
su corpulencia, había perdido más de diez kilos desde su detención a finales de 1937.
Tuvo siete hijos con su esposa Angelines, uno de los cuales murió en 1944 cuando
apenas tenía once meses.
Sus familiares siempre sospecharon que tras la guerra tuvo relación con el SIPM. En
los primeros años de la posguerra eran frecuentes sus ausencias durante semanas, en las
que se marchaba de casa sin decir nada, posiblemente para realizar actividades
vinculadas con el espionaje. Sus hijos, con los que nos hemos entrevistado, recuerdan
que a veces la familia se marchaba a la sierra de Madrid a pasar los meses de verano.
Junto a ellos iba un hombre algo enigmático, con aspecto de militar, que hacía de chófer
y al mismo tiempo de escolta del cabeza de familia.
Desde el punto de vista profesional, Gutiérrez Mantecón se dedicó a la explotación
de minas de wolframio en Extremadura y Galicia, donde enviaba de vez en cuando a sus
hijos cuando suspendían determinadas asignaturas en la universidad. En Madrid puso en
marcha el restaurante Igueldo, situado junto a la calle Joaquín Costa, al que solían acudir
los futbolistas del Real Madrid antes de los partidos. También fundó una empresa de
transportes junto a un ciudadano extranjero.
Siguió viviendo en la Colonia El Retiro, en concreto en el número 3 de la calle Juan
de Jaúregui, donde hizo una gran amistad con un vecino, el director de cine Manuel Mur
Oti, que se planteó hacer una película sobre su historia en la Guerra Civil. El guionista
de series como La Barraca y Cañas y barro se pasaba largas horas del fin de semana
jugando a las cartas con el ex agente nacional con el que tenía una gran camaradería.
Sus hijos recuerdan a Gutiérrez Mantecón como un hombre «sin pelos en la lengua»,
que decía las cosas «con total sinceridad». Esto le trajo algunos problemas con las
autoridades del Régimen, ya que llegó a criticar a Franco y a Falange públicamente en
Badajoz. Gracias a su amiga Mercedes Ojeda, el incidente no pasó a mayores y nadie le
pidió explicaciones por sus palabras. También se sentía protegido por el ministro del
Aire durante la dictadura, el general José Rodríguez Díaz de Lecea, militar muy
vinculado con elementos quintacolumnistas.
La historia de Gutiérrez Mantecón en la contienda pasó desapercibida durante más de
cuarenta años, hasta que el 3 de septiembre de 1981 Diario 16 publicó en su portada una
entrevista con él. El cántabro quiso responder en este periódico a las críticas que había
recibido Gutiérrez Mellado por parte de Milans del Bosch, en las que el militar golpista
decía que el teniente general había combatido «en la guerra con la forma sucia de los
espías». En la entrevista, Antonio aseguraba que Guti —como conocían a Gutiérrez
Mellado en los años treinta— se comportó «como un valiente» y «se jugó la vida a mi
lado en múltiples ocasiones». Relató cómo en 1937 el famoso militar arriesgó su vida

93
para intentar rescatar el cadáver de un oficial sublevado que había sido ejecutado por el
SIM y lanzado al río Tajo tras la incursión de un grupo de espías republicanos.
Dos décadas después de aquella entrevista, Gutiérrez Mantecón moriría tras sufrir
varios infartos en su casa. Tenía noventa y dos años.

Salvador Acevedo Soriano

Quince días después de que terminara la guerra, agentes del SIPM hicieron un
registro minucioso en la cárcel de San Lorenzo, en la que habían estado presos Gutiérrez
Mantecón y Salvador Acevedo durante tres meses y medio. En una de las celdas
encontraron una inscripción mural firmada por el segundo en la que decía lo siguiente:

Aquí os dejo mi recuerdo por si alguno queda para leerlo. Pasé aquí por espionaje. Me cogieron una
emisora que traía a cuestas desde Talavera de la Reina. Me mandó el comandante Bonel, jefe de
información del campo. Me cogieron por «chivato». Me fusilarán. Moriré mudo. Nada diré. Nada sé. Solo
fui yo. Solo pagará mi esposa Pepita Andrés y una niña de cuatro meses que se llama Primitiva. Quedarán
solas. Mirar por ellas. Que a mi hija no le falte que comer. Vive en Piedrabuena (Ciudad Real) en la
avenida Pablo Iglesias 16. Me llamo Salvador Acevedo Soriano, tengo 31 años y muero fusilado sin pena y
a gusto, como mueren los hombres que se comprometen a hacer una cosa.

No tenemos constancia de que Salvador Acevedo muriera fusilado en la guerra,


aunque no descartamos que esta inscripción la escribiera tras ser sometido a malos tratos
en San Lorenzo y creyendo que iba a ser fusilado. De hecho, tras la guerra aparecía en la
prensa la identidad de una persona que podría ser él en un artículo publicado en 1951 por
el periódico falangista Imperio. En la noticia figuraba alguien con el mismo nombre y
los apellidos de Salvador, en una lista de encarcelados por tráfico ilegal de cereales que
eran vendidos en el mercado negro a «precios abusivos». Es posible que este reo fuera el
mismo que el enlace del SIPM, pues antes de la guerra ya estaba familiarizado con el
mundo de la delincuencia. En 1932 la prensa le acusaba de «bandolerismo» por haber
asaltado un cortijo en Fuente del Fresno (Ciudad Real), por lo que fue detenido mientras
huía al monte portando armas de fuego y navajas. En 1933 fue acusado de falsificación
en Madrid y durante su traslado a prisión intentó fugarse. Saltó del furgón policial a la
altura del teatro de la Zarzuela, pero no lo consiguió.

Tomás Durán González

La historia de este leonés de veinticuatro años fue de película. Como se dijo en el


capítulo 1 participó activamente en la desarticulación de la organización España Una en

94
la primavera de 1937, por lo que los servicios secretos soviéticos se fijaron en él como
espía potencial. Comenzó a realizar una serie de pruebas previas a su ingreso en el
NKVD, entre ellas la celada al doctor Gómez Ulla o la aproximación al entorno de
Gutiérrez Mantecón. Su relación con el NKVD en España fue muy intensa, y terminada
la guerra explicó a las autoridades franquistas algunos procedimientos que utilizaban los
soviéticos para recabar información del enemigo:

Tenían medios directos de información por diversas ramas de confidentes que utilizaban y entre los que se
encontraban antiguos falangistas, mostrando los referidos rusos gran fe en este método de trabajo, sobre
cuya eficacia hablaron alguna vez en conversaciones con el declarante. Recuerda también que le llamaron
la atención los métodos de trabajo que realizaba para la redacción de informes después de sus entrevistas
con los elementos fascistas. Los rusos le imponían que entregase estas notas en forma dialogada, reflejando
lo más fielmente sus preguntas y las contestaciones de los fascistas.

En esa declaración ante un consejo de guerra al que fue sometido, Durán también
explicó otros detalles del proceso de selección para ingresar de manera oficial en la
inteligencia soviética. Además de las pruebas prácticas que tuvo que realizar —lo que
hemos contado sobre Gómez Ulla y Fernández Golfín—, también fue sometido a un
examen médico y a una evaluación política que se trataba de una «especie de examen
ideológico».
Aunque realizó con éxito todas las misiones que le encomendaron los técnicos del
NKVD, al final Durán no se incorporó al servicio de inteligencia soviético por estar en
desacuerdo con la purga del Partido Obrero Unificado Marxista (POUM). Formó parte
de la Brigada Especial dirigida por Fernando Valentí, todo un experto en la guerra sucia
contra la Quinta Columna, y del que nos ocuparemos más adelante. Tras disolverse esta
brigada, se incorporó al SIM unos meses, hasta que fue destinado a Jaén al Servicio de
Inteligencia Especial Periférico (SIEP), la unidad republicana que se encargaba del
espionaje exterior. Allí se encargó de dirigir los grupos de guerrilleros que se infiltraban
en territorio sublevado por el frente de Granada para obtener información y realizar
sabotajes.
Consciente de que la guerra estaba perdida para la República, el 25 de febrero de
1939 Durán tomó la decisión de pasarse a los sublevados buscando el indulto de Franco.
Llevando consigo cientos de documentos del SIEP, cruzó las líneas enemigas por el
mismo lugar por el que solían pasar los guerrilleros que habían estado a sus órdenes.
Antes había engañado a un guía republicano diciéndole que necesitaba llegar a la otra
zona para realizar una misión «secreta y especial». Llegados a la altura de Albuñol,
intentó asesinar al guía por la espalda disparándole con su pistola. El disparo no fue
mortal y se produjo una «lucha feroz» entre ambos hasta que Durán consiguió rematarle.
Cuando le hicieron la autopsia, encontraron pelos de Durán en la boca del guía.
Finalmente, Durán se presentó a las autoridades sublevadas con un librillo de papel

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de fumar que contenía los nombres de todos los agentes del SEIP infiltrados en la zona
sublevada. Por este motivo, algunas versiones afirman que fueron fusiladas cuarenta
personas favorables a los republicanos. Pese a este intento de congraciarse con el
régimen franquista, permaneció preso casi dos años, primero en la prisión provincial de
Granada y luego en Conde de Toreno, en Madrid.
La justicia franquista abrió una gran causa para investigar el papel de Durán durante
la Guerra Civil que se prolongó hasta casi el año 1941. Llegó a mantener un careo con
Gutiérrez Mantecón en el que el enlace del SIPM confirmó que había estado presente en
uno de sus interrogatorios en San Lorenzo. En otro careo con el doctor Gómez Ulla, este
reconoció perfectamente a Durán como el falso enlace nacional que le ofreció pasarse al
otro campo.
El espía republicano tuvo que declarar por otros asuntos en los que estuvo implicado,
como la detención de quintacolumnistas como Antonio del Rosal o Javier Fernández
Golfín, o la desaparición y posible asesinato de Carmen Cabezuelo, una joven falangista
de San Lorenzo de El Escorial y novia de José María Alfaro. Debido a su relación con
estos asuntos participó en alguno de sus interrogatorios el mismísimo Raimundo
Fernández Cuesta.
Tomás Durán González colaboró con los sublevados. Tras ser condenado a muerte,
intentó salvarse a la desesperada entregando un minucioso informe de sus actividades en
la guerra unos días antes de su ejecución. Fue ejecutado en diciembre de 1940 en el
cementerio de la Almudena.

Mariano Gómez Ulla

Después de ser detenido por el DEDIDE en Bustarviejo, Gómez Ulla fue enviado
hasta Barcelona, donde fue juzgado por el Tribunal Central de Espionaje y Alta Traición
en septiembre de 1938. Desde la España sublevada hicieron todas las gestiones posibles
para negociar su canje, que finalmente se produjo gracias a la mediación de la Cruz Roja
Internacional. El 22 de noviembre abandonó Cataluña en un coche propiedad del
ministro José Giral y atravesó la frontera francesa hasta llegar a Perpiñán, donde fue
entregado a miembros de la Cruz Roja. Allí se efectuó su canje de manera oficial: el
famoso médico militar se incorporaría unos días después a la zona de los sublevados vía
Irún, mientras que un doctor republicano preso en Burgos, de apellido Bago, pasaría al
territorio del Frente Popular a través de Cataluña.
Desde 1939 Gómez Ulla continuó ejerciendo como médico militar, y durante la
Segunda Guerra Mundial se encargó de organizar los servicios quirúrgicos de la División
Azul. En el año 1941 fue nombrado jefe de los Servicios de Sanidad Militar del Ejército,

96
cargo que ostentó hasta su muerte el 24 de noviembre de 1945. En su memoria, el
Hospital Militar de Madrid recibió el 5 de junio de 1946 el nombre de Gómez Ulla.

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TERCERA PARTE. LA QUINTA COLUMNA SALE DEL
AGUJERO

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Capítulo 7. ANTONIO RODRÍGUEZ AGUADO, EL
HOMBRE MÁS BUSCADO

Tenía una salud endeble, pero llegó a ser uno de los agentes sublevados más brillantes de
la Guerra Civil. Se llamaba Antonio Rodríguez Aguado, era teniente de Intendencia y
durante meses la inteligencia republicana puso precio a su cabeza por considerarle el
«espía más peligroso» de Madrid. Su historia y la de sus colaboradores más cercanos fue
apasionante, así como los intentos del SIM y la Brigada Especial para cazarlo. Su
organización, que llevaba su propio nombre, ha sido una de las grandes desconocidas del
conflicto pese a contar entre sus filas con infiltrados en el mismísimo estado mayor del
general Miaja.
En julio de 1936 Rodríguez Aguado acababa de llegar a Madrid procedente de
Chiclana de la Frontera (Cádiz), donde su madre residía en una lujosa villa junto al mar.
Tenía treinta y un años y había pasado una temporada en esta localidad gaditana
intentando recuperarse de sus problemas de salud: tenía tuberculosis y los médicos le
recomendaron que pasara un tiempo en el sur antes de incorporarse a su nuevo destino
como oficial de Intendencia en Burgos. Nunca llegaría a viajar porque, justo aquel
verano, tuvo que permanecer varios meses hospitalizado tras una recaída de su
enfermedad. En la cama del hospital se enteró del inicio de la guerra.
Antes de 1936 Rodríguez Aguado había pasado por los destinos más variopintos
dentro del Ejército. Tras salir como alférez de la Academia de Intendencia de Ávila, en
1927 fue destinado a Sevilla para incorporarse después a una unidad militar de cría y
doma de caballos en Écija (Sevilla). Posteriormente le enviaron a la Comandancia de
Ingenieros en Melilla para hacerse cargo de la pagaduría. A finales de 1935 tuvo que
trasladarse a Barcelona para dirigir la sección de contabilidad de la IV Región Militar,
aunque nunca consiguió adaptarse a la Ciudad Condal. Su falta de adaptación y sus
problemas de salud hicieron que en 1936 pidiera el traslado a Burgos, su ciudad natal a
la que tendría que haberse incorporado aquel tumultuoso verano. Por entonces, ya se
había separado, aunque no de manera oficial, de su mujer Teresa González Albertos, con
la que había tenido dos hijos.
Todo apunta a que la presencia de Rodríguez Aguado en Madrid los días previos a la
sublevación fue una mera coincidencia. Pese a formar parte de Falange desde hacía un
año —era el máximo responsable del partido de José Antonio en el cuerpo de
Intendencia— el militar no estaba al corriente de la conspiración porque su salud
endeble le había alejado de sus camaradas falangistas. Había llegado a la capital a
principios de julio de 1936. Su idea era permanecer unos pocos días en la ciudad antes

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de trasladarse a Burgos, donde tenía que presentarse ante sus oficiales aquel mes de
agosto. Sin embargo, todas sus esperanzas por empezar una nueva vida en su localidad
natal se desvanecieron con el estallido de la guerra.
Antonio sufrió una enorme recaída de su enfermedad en el tren que le llevaba desde
Cádiz hasta Madrid. Unas toses insoportables provocaron su ingreso en una zona de
aislamiento en el Hospital Militar de Carabanchel, donde fue tratado por el prestigioso
médico Valdés Lambea, que más adelante se convertiría en un importante colaborador
de la Quinta Columna.

El 18 de julio en el hospital

Se enteró de que se habían sublevado las guarniciones en Marruecos en su habitación


del Hospital Militar. A través de la radio tuvo conocimiento de que las tropas se habían
acuartelado en Madrid y muchas personas miraban con desconfianza a los cuarteles de la
Montaña y Campamento ante un posible alzamiento. En ese momento pensaba que no
podía permanecer impasible y decidió fugarse del hospital, pese a no tener el alta
médica. Al ser un oficial de Intendencia, creía que su obligación era permanecer junto a
sus compañeros en el Parque Central de Intendencia de Pacífico y ponerse a las órdenes
de sus superiores. Poco se sabe de la actuación de Rodríguez Aguado durante los dos
días que permaneció en Pacífico. Tan solo hemos podido saber que la sublevación
militar fracasó de manera rotunda en el parque, aunque apenas se registraron combates.
Una vez confirmada la victoria del Frente Popular en Madrid, Antonio pudo abandonar,
sin problemas, las instalaciones militares. Lo hizo vistiendo un mono de color azul,
simulando ser uno de los cientos de milicianos que se agolpaban junto a las puertas del
cuartel. Regresó hasta el Hospital de Carabanchel, como si nada hubiera ocurrido, pero
fue detenido a las pocas horas acusado de «rebeldía» por «ausentarse sin permiso».
Estuvo encerrado un mes y medio en la «clínica de presos» en las que fue testigo del
arresto del general López Ochoa, al que luego asesinarían de manera brutal a pocos
metros del hospital. Al margen de presenciar este crimen, la vida en su celda fue
tranquila y, gracias a los cuidados de los doctores, pudo mejorar de su enfermedad. En
septiembre de 1936 se celebró finalmente su juicio, del que salió airoso. Hizo creer al
tribunal militar que le juzgaba que había abandonado el hospital por motivos
«particulares» y que le fue «imposible» regresar a Carabanchel por el caos que se vivía
en Madrid durante los primeros días del pronunciamiento. Durante su declaración
reconoció haber estado unas horas en el Parque de Intendencia, pero desmintió haber
apoyado a los rebeldes, así como que perteneciera a Falange desde 1935.
Consiguió ser absuelto y, tras salir en libertad, evitó su incorporación al Ejército

100
alegando que no estaba recuperado todavía de la tuberculosis. Tras conseguir que se le
declarara inútil, una de las primeras cosas que hizo fue establecer contacto con los
responsables de Falange en Madrid que se estaban organizando desde la clandestinidad.
Nuestro hombre quería aportar su granito de arena a la sublevación y para ello se
aproximó a Valdés Larrañaga, líder indiscutible de la Falange Clandestina, que en ese
momento se encontraba preso en una cárcel de Madrid. Su acercamiento se produjo por
medio de falangistas de su confianza, como el abogado Julián Abejón o Manuel
Manzano Monís, estudiante de arquitectura al que hemos conocido en el capítulo 4.
Una vez establecido el contacto, la jefatura falangista le encomendó que tratara de
poner en marcha un grupo de la Quinta Columna dentro del Cuerpo de Intendencia, con
el objetivo de practicar el «socorro blanco». Es decir, debería reunir a un grupo de
militares para ayudar a otros miembros del cuerpo que hubieran sido detenidos por las
autoridades republicanas durante los primeros días del alzamiento. Fue a partir de ese
momento cuando Rodríguez Aguado empezó a trabajar para la Quinta Columna desde la
oscuridad, constituyendo una de las redes más eficaces de la inteligencia franquista en
territorio enemigo. La red como tal no empezaría a funcionar de una manera coordinada
hasta marzo de 1937, aunque las gestiones para ponerla en marcha se establecieron
mucho antes. Jugó un papel decisivo en estos primeros momentos el teniente Joaquín
Jiménez de Anta, un compañero de promoción con el que Antonio tenía una gran
amistad ya desde los tiempos de la academia. Por la confianza que tenía con él, Antonio
le habló sin tapujos de la organización que estaba intentando poner en marcha bajo
supervisión de Falange.

Los primeros pasos

Desde un primer momento Antonio supo que Jiménez de Anta era el candidato
idóneo para convertirse en su mano derecha. Nacido en Arévalo (Ávila) en 1908, a título
personal había ayudado con comida y dinero a otros militares de Intendencia que
permanecían presos en la cárcel de San Antón. El abulense aceptó sin dudar la propuesta
de su antiguo compañero, con el convencimiento de estar actuando con una organización
de carácter humanitario. Su papel fue esencial para captar nuevos adeptos para el grupo
que se estaba forjando entre los oficiales del Parque de Pacífico. En unos pocos días se
sumaron unas quince personas, entre las que estaba el jefe del taller de vestuario, y su
hermano Bernardo, que se ofreció a «colocar» dentro del taller a un gran número de
derechistas perseguidos por la República. También se incorporaron otros oficiales, como
Ernesto Ramajos Aguilera, un teniente que había tenido problemas con la justicia tras ser
detenido en en verano de 1936.

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En pocas semanas se constituyó una potente organización dentro de la Intendencia de
Madrid, a la que se sumaron otros militares que se encontraban muy bien situados en
puestos estratégicos. Era el caso del teniente Emilio Castrillo, que facilitaba hojas de ruta
y gasolina para los coches y camiones del Ejército del Centro, o el comandante Carlos
Lorenzo, que se encargaba de un almacén de vituallas.
Los tentáculos del grupo de Rodríguez Aguado también llegaron hasta la Escuela de
Capacitación de Oficiales del Ejército, situada en el pueblo de Barajas. Allí trabajaba el
sargento Julio César Carmona, que también apoyaba la causa franquista y que no dudó
un instante en incorporarse a la Quinta Columna. Él se encargaba de los vehículos de la
escuela y, como veremos más adelante, no tuvo problemas en ponerlos a disposición de
los quintacolumnistas para desplazarse por los frentes de la Casa de Campo, Ciudad
Universitaria, Brunete o Talavera.
Pocas semanas después de que quedara constituido el grupo se produjo un hecho que
dejó descolocado a Antonio. Su contacto con la Falange Clandestina, Manuel Manzano,
le comunicó que su enlace con la jefatura falangista había sido detenido, por lo tanto, el
grupo recién creado perdía su contacto con la zona sublevada. A partir de ese instante,
Antonio asumió el papel de líder indiscutible y adoptó seis decisiones que quedaron
reflejadas en una especie de manifiesto fundacional de la organización:

1. Buscar a toda consta un enlace con la España Nacional.


2. Aprovechar los medios de que disponían para organizar e intensificar el socorro
blanco.
3. Organizar la Quinta Columna dentro de la policía. Se encargaría de este objetivo,
como veremos más adelante, Victoriano Sanjuán, el antiguo delegado de Falange
dentro del Cuerpo de Investigación y Vigilancia.
4. Formar milicias civiles.
5. Organizar fuerzas militares.
6. Buscar elementos de confianza en los tribunales civiles y militares, así como en el
estado mayor del Ejército Rojo.

Una fuga por el Tajo

La prioridad de los quintacolumnistas era restaurar el contacto con la zona sublevada.


Una vez roto el contacto con la Falange clandestina, Rodríguez Aguado intentó ponerse
en comunicación con los sublevados de todas las maneras posibles, estrellándose
siempre con la falta de medios para conseguir el enlace. Estas dificultades terminarían en
el mes de mayo de 1937, tal y como describió Jiménez de Anta, segundo líder de la

102
organización, después de la guerra:

Todos nuestros esfuerzos se estrellaban ante la imposibilidad de lograr contacto con la zona nacional hasta
que, por fin, en el mes de mayo de 1937, se nos incorporó un falangista llamado Lorenzo García de Mora.
Por medio de él surgió la posibilidad de buscar guías en los pueblos de Noez y Totanes, situados ambos en
el frente Sur del Tajo.

Lorenzo era en un cabo conductor de la Escuela de Oficiales de Barajas que conocía


muy bien la zona del Tajo, por residir allí algunos de sus familiares. Conocía a varios
agricultores y ganaderos que se movían a la perfección por ese territorio y que se
comprometían a pasar a una o varias personas a la zona sublevada previo pago de cierta
cantidad de dinero: solía ser entre quinientas y mil pesetas en moneda republicana.
Rodríguez Aguado asumió el riesgo y envió a uno de sus hombres de confianza junto a
uno de esos agricultores para probar la posible ruta con la España de Franco. El elegido
para esta peligrosa misión fue el teniente Ernesto Ramajos, miembro de la organización
desde sus orígenes, que se encontraba «muy marcado por las autoridades republicanas».
La llegada del teniente Ramajos a la zona sublevada tuvo tintes novelescos. Le
ayudaron a fugarse tres de los hombres fuertes de la red: el falangista Manuel Manzano y
los cabos conductores Crescendio de Lucas y Lorenzo García. Antes de salir de Madrid,
el oficial permaneció escondido en una vivienda de la calle Goya, propiedad de la
familia de uno de los conductores. El día acordado para su evasión, los dos cabos de
Intendencia (Crescencio y Lorenzo) robaron el automóvil de un comandante republicano
cerca de Retiro con salvoconductos y gasolina suficientes para llegar al Tajo. A la hora
acordada, Ramajos se subió al coche lleno de temor, y permaneció sentado en la parte de
atrás. Lorenzo se encargaba de conducir, mientras que Manzano y De Lucas, pistola en
mano, daban seguridad a la operación.
El coche, con las marcas del Ejército del Centro, se dirigió hasta las afueras de
Totanes (Toledo), donde les esperaba el guía local que tendría que trasladar a Ramajos
hasta las posiciones de los sublevados. Este guía, apodado El Francés, llevó al teniente
en plena noche y sin que se produjera ningún incidente hasta las avanzadillas franquistas.
El precio que le había pagado previamente la organización fue más elevado de lo
normal: unas 7.000 pesetas. La operación había sido un éxito.
Como líder del grupo, Antonio había acordado previamente con el militar evadido
que para confirmar su llegada a la otra zona tendría que enviar un mensaje en clave a
través de la emisora A.Z Radio, que se podía sintonizar desde la retaguardia republicana
sin demasiados problemas. En menos de veinticuatro horas, el jefe quintacolumnista
escuchó el mensaje. El objetivo se había cumplido. Se había establecido el enlace.
Ramajos consiguió pasar a territorio sublevado un documento escrito por Antonio
que tenía que entregar a los mandos al servicio de información del frente de Madrid,

103
dirigidos por el comandante Bonel Huici. Se trataba de una especie de carta de
presentación en la que explicaba con detalle quiénes eran los miembros de la
organización y cuáles eran sus pretensiones. El evadido también le entregó algunos datos
relacionados con movimientos de tropas republicanas en el frente de Brunete que habían
sido recopilados por sus compañeros del Parque de Intendencia.

La llegada a Madrid de un emisario

En el mes de junio de 1937 llegó hasta Madrid un emisario de la inteligencia de


Franco para contactar directamente con Rodríguez Aguado en su casa de la calle
Lagasca. Tras la evasión de Ramajos a territorio sublevado, el espionaje franquista
quería mantener un contacto fluido con la organización para controlar sus actividades.
Como hemos visto en capítulos anteriores, ese emisario que llegó hasta la capital se
llamaba Carlos Bareño y había sido reclutado por Bonel Huici como enlace con la
retaguardia enemiga. Bareño, que ya conocía a Antonio desde antes de dedicarse al
espionaje, le entregó un documento firmado por Bonel. En el escrito le ordenaba de
manera oficial que constituyera una organización «perteneciente a Falange, del tipo
análogo» a las otras que empezaban a funcionar en la ciudad. Se nombraba de manera
oficial a Antonio como jefe y a Jiménez de Anta como segundo de a bordo, aunque les
prohibía a los dos pasarse a zona sublevada, porque eran más útiles en territorio
republicano. El escrito establecía un lema para los quintacolumnistas: «Obediencia ciega
y mando único».
El espionaje de los sublevados también ordenaba a Rodríguez Aguado que pusiera en
marcha lo antes posible un «servicio de evacuación de oficiales perseguidos por los
rojos, preferiblemente de Aviación y Artillería». Los quintacolumnistas deberían enviar
junto con los militares evacuados, informes del enemigo, preferiblemente de índole
militar, ya que podrían ser muy relevantes para el curso de la guerra. Bareño se despidió
de Antonio diciéndole que, a partir de esta primera visita, su red estaría en contacto con
la inteligencia sublevada a través de enlaces que se desplazarían en secreto a Madrid
para reunirse con él. En el caso de que los enlaces no pudieran llegar a tiempo, también
le entregó unas claves para escuchar las órdenes directas de Bonel a través de la emisora
A.Z Radio.
Este sería el primero de los muchos encuentros que se celebrarían en el verano de
1937 entre los emisarios de Franco y los componentes de la Quinta Columna. Con el
enlace ya establecido, el grupo de Rodríguez Aguado empezó a producir un importante
flujo de información gracias, entre otras cosas, al trabajo que desarrollaron los
colaboradores de la organización infiltrados en instituciones republicanas. Jiménez de

104
Anta fue el encargado de crear una especie de subgrupo, del que formaban parte esos
infiltrados que tenían acceso a datos clasificados. Él fue el encargado de gestionar la
adhesión de dos capitanes de Infantería que jugaron un gran papel para la Quinta
Columna por su fácil acceso al estado mayor del Ejército del Centro. Se trataba de José
López Palazón y José Fulleda Castillejo, ambos militares profesionales que ejercían
como profesores de la Escuela de Oficiales de Barajas. El primero, tinerfeño de
nacimiento y de treinta y cuatro años, se convertiría en un agente valiosísimo al obtener
datos precisos de algunas operaciones republicanas, gracias a la amistad que tenía con el
coronel Manuel Matallana, que había sustituido a Vicente Rojo como jefe del estado
mayor del Ejército del Centro. Antonio se planteó incluso captar directamente a
Matallana por su pasado conservador y católico, pero terminó desechando esa
posibilidad por su «carácter ambiguo».
Además de hacer espionaje puro y duro, obteniendo información del estado mayor
del Ejército del Centro, López Palazón también estableció en la Escuela de Oficiales de
Barajas una especie de hotel clandestino donde pernoctaban los enlaces que venían de
zona nacional. Bonel Huici, desde su cuartel general de la Torre de Esteban Hambrán,
recomendaba a sus agentes que se desplazaban hasta la retaguardia republicana que se
alojaran allí por considerarlo un «refugio seguro».

Las expediciones de evadidos

Aprovechando las altas temperaturas del verano de 1937, Rodríguez Aguado trabajó
a destajo para organizar el máximo de expediciones de evadidos por el frente del Tajo.
Sabemos que durante cuatro meses sus hombres sacaron de Madrid a más de sesenta
militares, entre los que se encontraba Adolfo Meléndez Cadalso, años más tarde
presidente del Real Madrid. Las evacuaciones se realizaban en plena noche o a primera
hora de la mañana, y para llevarlas a cabo se utilizaron camiones y coches ligeros de la
Escuela de Oficiales de Barajas y del Parque Central de Intendencia de Pacífico. La
mayoría de los viajes coincidieron con la batalla de Brunete. No es descartable, por lo
tanto, que los republicanos descuidaran la vigilancia por la zona del Tajo.
Meléndez Cadalso relató ante los Servicios Especiales del frente de Madrid (así se
llamaba por aquel entonces la inteligencia franquista), cómo transcurrió su huida de la
capital gracias a Rodríguez Aguado. Al estallar la guerra era intendente general y, al
igual que otros militares tomó la decisión de refugiarse en la embajada de Rumanía por
miedo a ser detenido por las MVR. Permaneció un año refugiado hasta que un
colaborador de Antonio le propuso evadirse a zona nacional a través del Tajo. Según su
testimonio, aceptó el ofrecimiento sin dudarlo por lo que abandonó la embajada rumana

105
en agosto de 1937. Los miembros de la Quinta Columna se habían citado con él en la
esquina de la calle Velázquez y Goya a primera hora de la mañana. A la hora acordada
apareció un camión con las siglas de la CNT, conducido por Crescencio de Lucas, uno
de los conductores que se encargaban de las evacuaciones. Dentro viajaban una docena
de mandos del Ejército, todos ellos vestidos con el uniforme de soldados, que iban a ser
también evacuados.
El camión abandonó el barrio de Salamanca para trasladarse hasta la carretera de
Barcelona. Una vez allí, cerca de Alcalá de Henares, salió por un descampado y con los
faros apagados esperó a que llegara otra furgoneta del Ejército, conducida por Lorenzo
García y en la que viajaban otros cinco evadidos. Los dos vehículos se aproximaron
después hasta Toledo siguiendo caminos de tierra y carreteras poco transitadas.
Finalmente, tras dieciséis horas de viaje y habiendo recorrido más de 300 kilómetros
«por un itinerario zigzagueante», el convoy llegó al punto acordado. Después de pasar
por pueblos como Pastrana, Tarancón, Corral de Almaquer o Tembleque, los miembros
de la expedición llegaron al atardecer del 23 de agosto a la sierra de Noez, en las
inmediaciones de Totanes. Los oficiales bajaron de los camiones y se escondieron en un
bosque. Según el relato de Meléndez Cadalso, un hombre con aspecto de campesino les
esperaba entre los árboles dispuesto a llevarlos a orillas del Tajo. La expedición caminó
durante horas eludiendo las posiciones republicanas hasta que llegaron al margen del río.
Oculta entre unos matorrales había tres barcazas con las que los militares evadidos, entre
ellos Meléndez Cadalso, cruzarían a zona nacional.
El papel que jugaron los conductores y los guías en las expediciones fue tan relevante
que el propio Franco les envió una felicitación cifrada por su «valiente trabajo».
También fueron decisivos, desde el punto de vista logístico, los miembros de la
organización que facilitaban los camiones o furgonetas en los que se trasladaba a los
evadidos. López Palazón, que estaba al mando de la Escuela de Oficiales de Barajas, se
encargaba de elaborar las hojas de ruta de los vehículos para que pudieran acercarse al
Tajo sin llamar la atención. La cobertura que utilizaban los quintacolumnistas para
aproximarse al río era la búsqueda de víveres y leña para el Cuerpo de Intendencia.
Los hombres de Rodríguez Aguado no solo sacaron de Madrid a militares
perseguidos por la República, sino que también a nueve civiles, incluyendo un sacerdote
que había sido movilizado y se encontraba en una brigada mixta republicana. Según
relató Jiménez de Anta en sus memorias escritas tras la guerra, este religioso estaba en
una situación «muy delicada» dentro de la brigada, donde era pagador habilitado, ya que
muchos de sus compañeros sabían que había sido sacerdote antes de la guerra. El día
antes de ser evacuado entregó a los quintacolumnistas 90.000 pesetas de la caja de la
brigada, una cantidad que ayudó enormemente a la organización, que cada vez tenía más
gastos.

106
Unión con las Milicias Pizarro

Casi sin saberlo, la red de Rodríguez Aguado había organizado una trama perfecta
para realizar actividades contrarias a la República en la clandestinidad madrileña. Bonel
Huici era consciente del poderío que empezaba a adquirir la organización, por lo que
ordenó que sus quintacolumnistas se fusionaran con un grupo de milicias de Falange que
también realizaban tareas de espionaje. Se hacían llamar las Milicias Pizarro y estaban
formadas por dieciséis banderas, coordinadas por el antiguo jefe de Falange en
Guadalajara, Francisco Grañén, conocido con el seudónimo de Paco Llanas.
Grañén, que era licenciado en Filosofía y Letras y trabajaba como maestro nacional,
había escapado de Guadalajara junto a un capitán de Infantería, José Burgos Iglesias, que
también había participado en la sublevación en la ciudad. Los dos se instalaron en
Madrid donde habían intentado reagrupar a jóvenes falangistas que se encontraban
desperdigados por la ciudad. Aunque, debido a su complejidad, dedicaremos el siguiente
capítulo a estas Milicias Pizarro, basta saber por ahora que crearon una gran red de
información que contaba con dos bases clandestinas: una escuela de idiomas y un
sanatorio.
Rodríguez Aguado asumió la dirección de las dos organizaciones que, sin embargo,
seguían teniendo autonomía propia. Mientras que la suya se dedicaba a la evacuación de
oficiales por la ruta del Tajo y al espionaje militar, las Milicias Pizarro estaban más
enfocadas a la preparación de la toma de Madrid por parte del Ejército sublevado.

Más de ocho meses de espionaje

Durante los ocho meses que operó el grupo de Antonio en la retaguardia republicana,
se enviaron un centenar de informes militares del enemigo que terminarían siendo de
gran utilidad para el alto mando sublevado. Normalmente usaban las expediciones de
evacuados para trasladar estos mensajes, escritos con un código cifrado. Pero el sistema
era lento y las informaciones no siempre llegaban a tiempo. Por eso los
quintacolumnistas trataron de instalar una emisora de radio en un piso del número 53 de
la calle Fuencarral. Pese a los muchos intentos, nadie consiguió hacer funcionar el
aparato a causa de la escasez de medios técnicos.
La información que obtenían los hombres de Rodríguez Aguado fue muy abundante
y de calidad, como reconocería el propio Bonel Huici tras la guerra. Muchos de los datos
que la organización facilitó a los sublevados se mencionan en las memorias que Jiménez
de Anta escribió tras el conflicto. Estos son algunos de los informes que aparecen
recogidos en un pequeño libro que se encuentra en el Archivo General Militar de Ávila:

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1. Plano elaborado con las baterías antiaéreas y piezas de artillería de Ciudad
Universitaria.
2. Enmascaramiento y situación de varios cazas republicanos en el aeropuerto de
Barajas que a los pocos días fue bombardeado por la aviación nacional.
3. Información del lugar exacto de montaje de aparatos de aviación, situado en la
Alameda de Osuna y que fue bombardeado.
4. Datos relativos a la ofensiva republicana por Guadalajara en septiembre de 1937 y
que fracasó en el momento de iniciarse por el bombardeo que sufrieron sus
fuerzas. Se enviaron planos situando coordinadas, la artillería y los puestos de
mando.
5. Informes relativos a la existencia de municiones en los depósitos de la Plaza de
Toros, en Torrijos y en Nuevos Ministerios.
6. Emplazamiento del aeródromo de Algete con el número de aparatos y distribución
en el campo.
7. Informe relativo a la situación de un campo de aviación en el kilómetro 42 de la
carretera de Madrid a Zaragoza.
8. Noticia acerca del emplazamiento de un aeródromo en Campo Real que fue
bombardeado.
9. Informes referentes a las fábricas de material de guerra de la calle López de
Hoyos, Delicias, Stanard Eléctrica, Casa de la Moneda y otras.
10. Informe referente al conocimiento por el «mando rojo» de las claves de las
emisoras de campaña de los ejércitos nacionales.
11. Relación de puestos de mando de las distintas unidades del Ejército del Centro.
12. Por medio de López Palazón se remitieron a zona nacional un gran número de
copias de telegramas republicanos cifrados.
13. Comunicación del emplazamiento exacto de doce minas en forma de V que los
rojos tenían situadas en la carretera de Guadalajara a Jadraque.

Las medidas de seguridad

Como responsable de la red de espionaje, la principal preocupación de Antonio eran


las medidas de seguridad que deberían adoptar todos los componentes de su
organización. Eran pocos los que le conocían personalmente, ya que había conseguido
establecer un complejo sistema de comunicaciones para evitar posibles infiltraciones de
la policía. El militar burgalés solo tenía trato directo con Jiménez de Anta, con el
falangista Manzano, con Francisco Grañén y con su novia por aquel entonces, Conchita
García Castro, una joven madrileña de veintitrés años, hija del coronel de Caballería

108
Antonio García Benítez.
Conchita era la encargada de entregar personalmente a Antonio las órdenes que le
enviaban por radio desde la otra zona, primero a través de la emisora A.Z Radio y más
adelante por Radio Salamanca. Un joven sastre, Tomás Arenal, era el «escucha» de la
organización. A través de un potente receptor de radio que tenía en su casa sintonizaba a
diario las emisoras del bando sublevado, prestando especial atención a los mensajes
cifrados que iban dirigidos a su grupo de la Quinta Columna. Era habitual que todas las
noches, a las doce menos cuarto y en la sección de crónicas (justo antes del parte de
guerra), el locutor hiciera la llamada: «Atención Antonio, atención Antonio, atención
Antonio». Inmediatamente después leía el mensaje codificado que consistía en unas
setenta u ochenta letras separadas una a una por un guion. Solo los dos jefes de la red
(Antonio y Joaquín) tenían las claves para descifrar los mensajes.
Tomás Arenal copiaba en una cuartilla el mensaje, sin saber lo que significaba ese
código, y se lo entregaba a Conchita para que se lo hiciera llegar directamente a Antonio
en su casa de la calle Lagasca, donde este se encargaba de descifrar el mensaje. Conchita
solía ocultar la cuartilla dentro de una barra de pan que había desmigado.

Un infiltrado en el estado mayor de Miaja

Lo cierto es que Conchita fue una espía de acción. Además de actuar como enlace
directo de Rodríguez Aguado, también jugó un papel decisivo a la hora de captar
colaboradores de gran valor. Aprovechando que su padre era un conocido militar de
Madrid, no tenía problemas en acceder al Ministerio de Hacienda. Allí, aprovechando su
belleza, coqueteaba con algunos militares republicanos bien posicionados. Uno de los
oficiales que cayó entre sus brazos fue el capitán de estado mayor Agustín Delgado
Cros, que durante los primeros días de la sublevación fue detenido por desafecto.
Gracias al ayudante del general Miaja, que era su amigo, fue rehabilitado y siguió
prestando servicio en el Ejército republicano. Fue enviado a la Delegación de
Propaganda y Prensa del Ministerio de la Guerra, donde empezó a colaborar con algunos
militares sublevados que se encontraban emboscados. A título individual también ayudó
a varios amigos suyos, que permanecían refugiados en la embajada de Panamá, y que
trataban de poner en marcha, sin mucho éxito, una organización clandestina.
Conchita sabía que Delgado Cros poseía un enorme potencial para la Quinta
Columna porque, además, también era amigo del general Vicente Rojo, que había sido
su compañero de promoción. El propio Rojo evitó que Delgado Cros fuera destinado al
frente y más tarde consiguió su traslado al Negociado de Salvoconductos, donde
trabajaba cuando Conchita establó relación con él. La joven espía fue clave para que

109
accediera a colaborar con la red de Antonio, aunque también contribuyó el vínculo que
tenía Delgado Cros con otro miembro de la organización, José López Palazón.
Rodríguez Aguado se reunió con Delgado Cros en una pensión de la Gran Vía donde
le propuso formalmente colaborar con los alzados desde la clandestinidad. Le
consideraba una persona «muy útil», por encontrarse en un puesto de relevancia dentro
del estado mayor del Ejército del Centro y con acceso directo a documentación
confidencial. Fue una tensa reunión, ya que el líder quintacolumnista no tenía claro si el
oficial estaba dispuesto a traicionar a sus amigos. Sin embargo, pocos minutos después
de que se lo pidiera, Agustín se puso a sus órdenes y se comprometió a colaborar con él.
Desde aquella entrevista y hasta diciembre de 1937, el oficial facilitó a la Quinta
Columna un gran número de datos de operaciones republicanas en Brunete y
Guadalajara, así como de salvoconductos para circular libremente por Madrid. Llegó a
falsificar, al menos en dos ocasiones, la firma del general Miaja, con el que tenía trato
diario.

Los policías de la Quinta Columna

Dentro de la organización se formó una especie de subgrupo de información civil


dirigido por el agente de policía Victoriano Sanjuán Salas. Afiliado a Falange desde
1934, Victoriano era el máximo representante del partido de José Antonio dentro del
Cuerpo de Investigación y Vigilancia. No es de extrañar, por lo tanto, que en el verano
de 1936 tuviera hilo directo con Raimundo Fernández Cuesta y otros líderes falangistas
que se encontraban presos en las cárceles de Madrid y a los que visitaba con frecuencia.
Al estallar la sublevación, Sanjuán estaba destinado en la comisaría de la Casa de
Campo. Durante las primeras semanas de la guerra su trabajo resultó especialmente duro,
ya que su cometido consistía en fotografiar los cadáveres de los «paseados» que
aparecían en las afueras de Madrid. Muchas de sus imágenes permitieron que decenas de
asesinados fueran reconocidos por sus familiares en la DGS. También se enfrentó a
situaciones verdaderamente comprometedoras, como la que sufrió un amigo íntimo suyo,
también falangista, llamado Manuel Carazo Jiménez. Gracias a su actuación, evitó que
un grupo de milicianos se llevaran a su amigo, haciéndoles creer que se lo llevaba
detenido por falangista. En su lugar, le trasladó a un piso seguro.
La vinculación de Sanjuán con el quintacolumnismo empezó en enero de 1937,
cuando entró a formar parte de la organización clandestina de Golfín-Corujo, que unos
meses más tarde sería desarticulada y de las que nos ocuparemos más adelante. Evitó
que lo detuvieran y empezó a trabajar de una manera directa para Rodríguez Aguado al
que conocía desde antes de la guerra por su pasado falangista. El militar le propuso

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adherirse a su red de espionaje y le sugirió que pusiera en marcha un subgrupo de
espionaje dentro de la policía. Sanjuán aceptó el ofrecimiento y uno de sus primeros
trabajos consistió en hacer desaparecer listas y fichas policiales de personas que se
encontraban en peligro. Más adelante llegaría a suprimir o incluso amañar las
declaraciones de algunos detenidos, falseando atestados policiales. En más de una
ocasión consiguió avisar a determinadas personas que iban a ser arrestadas para que
huyeran de sus domicilios antes de que llegara la policía. Fue el caso de los hermanos
Pisón, dos famosos aviadores que se encontraban perseguidos por la República y que a
punto estuvieron de ser arrestados de no haber sido por su ayuda.
Sanjuán y la mayoría de sus colaboradores fueron detenidos el 20 de septiembre de
1937 acusados de «espionaje y alta traición». Sin embargo, el policía consiguió
desvincular su arresto con la organización de Rodríguez Aguado de la que no dijo
absolutamente nada a sus captores. El motivo de su arresto fue su vinculación con otro
grupo de la Quinta Columna, las Hojas del Calendario, que había sido descubierto por la
seguridad republicana unas semanas atrás. En el momento de su detención, opuso
resistencia y protagonizó un espectacular tiroteo en plena calle utilizando su arma
reglamentaria, una pistola marca Star, calibre 7,65 mm, con la que intentó defenderse.
Finalmente fue capturado y trasladado hasta la DGS junto a varios de sus colaboradores
de la Quinta Columna dentro de la policía. Durante los interrogatorios, Sanjuán actuó
con una gran inteligencia y logró convencer a sus captores de que trabajaba a las órdenes
de José León Breu y Cándido Galán, los dos jefes de Las Hojas del Calendario. En
ningún momento mencionó a Rodríguez Aguado y Jiménez de Anta.

Infiltrados en la justicia militar y civil

Disponer de colaboradores en la justicia militar y civil fue otra de las prioridades de


Antonio y sus quintacolumnistas. Juan Segovia Jorge era un alférez de Infantería de
cuarenta años que estaba destinado en los Juzgados Militares de Madrid durante la
contienda. Simpatizaba con los alzados y por este motivo fue captado por Rodríguez
Aguado para que llevara a cabo sabotajes dentro de la justicia castrense. Gracias a sus
actuaciones logró retrasar algunos de los procesos judiciales contra derechistas. También
conseguiría facilitar certificados de trabajo, e incluso carnés de la CNT y de la UGT, a
personas que se encontraban en busca y captura. Segovia se hacía con estos documentos
aprovechando que su juzgado se encargaba de expedir las órdenes de inhumación de los
milicianos que morían en los frentes madrileños. De esta manera, entregaba a estas
personas estos carnés que les permitían salir airosos de los controles o conseguir víveres.
Los brazos de la red clandestina también llegaron a la justicia civil gracias a Mateo

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Salla Gaya, secretario del Tribunal Supremo de Madrid y teniente de la escala de las
Oficinas Militares. Desde su despacho en las Salesas logró adelantar o suspender
determinados juicios, haciendo desaparecer algunos procedimientos judiciales. También
facilitó libertades provisionales, indultos e incluso algún ingreso en un sanatorio
psiquiátrico, evitando más de un traslado a prisión. Según consta en la memoria de
Jiménez de Anta a la que nos hemos referido anteriormente, los servicios prestados por
Salla durante el conflicto podrían resumirse con los siguientes datos: cincuenta y un
juicios absolutorios y libertades; treinta y dos sobreseimientos y libertades sin juicio;
cinco traslados de cárceles y campos de trabajo a Madrid; cinco ingresos en hospitales y
cinco personas liberadas de la evacuación forzosa.

Los primeros problemas

A mediados de septiembre de 1937 Rodríguez Aguado empezó a tener serios


problemas para organizar las expediciones de evadidos. Por estas fechas, las fuerzas de
seguridad de la República ampliaron la vigilancia en la zona de Totanes, punto de
encuentro de los evadidos con los guías locales. Como consecuencia de estas medidas,
los quintacolumnistas tuvieron que cancelar inmediatamente este servicio de evacuación
por los peligros que conllevaba. La última expedición que salió de Madrid tuvo lugar el
13 de septiembre, y en ella también se pasó a los nacionales el último guía que quedaba
en libertad, ya que los demás habían sido detenidos. Entre las once personas que
participaron en esta última fuga se encontraba Fidel de la Cuerda, que años más tarde se
convertiría en el jefe de los Servicios Especiales del Ministerio de Gobernación durante
la dictadura franquista.
Tras confirmar que los últimos militares habían llegado sanos y salvos al otro lado, el
espionaje franquista ordenó a sus agentes en Madrid que abrieran nuevas rutas de
evacuación. El 15 de octubre de 1937 se envió hasta el pueblo de Armallones
(Guadalajara) a dos miembros de la organización para intentar abrir un nuevo paso. Los
enviados eran Julián Sánchez Arangüena, teniente de Intendencia, y José Bazán
Buitrago, agente de policía. No tuvieron demasiada suerte y ambos fueron arrestados
cuando intentaban atravesar las líneas republicanas tras librar un tiroteo con una partida
de carabineros. Durante el enfrentamiento resultó herido Sánchez Arangüena, que
consiguió hacer desaparecer casi toda la documentación que llevaba consigo antes de ser
detenido. Este no sería el único intento de los emboscados por encontrar nuevas rutas
hacia territorio de los sublevados. Otro militar de Intendencia, Francisco Mariné
Verdugo, trató de escapar por Ciudad Real, pero una patrulla de milicianos lo detuvo.
El tercer intento de fuga se produjo a finales de octubre de 1937. En esta ocasión, la

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evasión fue un éxito, pese a las dificultades de los quintacolumnistas. Rodríguez Aguado
dirigió personalmente la evasión de seis de sus colaboradores en la zona de Jadraque
(Guadalajara). Entre ellos se encontraba Manuel Manzano Monís, el joven estudiante de
arquitectura que al principio de la guerra tenía vínculos con la Falange clandestina.
Manzano, que simulaba ser miembro de la CNT, estaba destinado en la Junta de
Compras del Ministerio de la Guerra, donde habían comenzado a sospechar de él. Por
este motivo aceptó el ofrecimiento de Antonio de liderar una expedición que abriera una
nueva ruta a la zona sublevada por el valle del río Henares. Consiguió su propósito, pero
su marcha fue más accidentada de lo normal ya que uno de sus compañeros de fuga
resultó ser un infiltrado republicano. Pese a todo, logró su objetivo y llegó sano y salvo a
la otra zona, aunque la ruta que siguió era demasiado peligrosa, por lo que fue desechada
por la Quinta Columna.

Operación contra la Quinta Columna

En su lucha contra los emboscados, el gobierno republicano decidió poner en marcha


en noviembre de 1936 una unidad dentro de la policía para dedicarse, casi de manera
exclusiva, a combatir a la Quinta Columna. Se conoció con el nombre de la Brigada
Especial y su primer jefe fue el comisario profesional David Vázquez Valdominos,
aunque a mediados de 1937 se hizo cargo de ella Fernando Valentí. Este último, al que
hemos estudiado en capítulos anteriores, era un militante de Izquierda Republicana que
antes de la guerra nada tenía que ver con el mundo policial. Tras la sublevación se
convirtió en policía provisional hasta llegar a ser todo un referente en la guerra contra los
espías derechistas.
Valentí y sus hombres establecieron su cuartel general en un edificio incautado en el
número 108 de la calle Serrano. Desde allí desarticularon unas pocas redes
quintacolumnistas antes de seguir la pista a Rodríguez Aguado en septiembre de 1937,
casi coincidiendo con el fin de las expediciones de evadidos. Como hemos visto en
capítulos anteriores, el método utilizado por la brigada para localizar a los enemigos del
Frente Popular era usar agentes alborotadores en cafés y bares de Madrid, una técnica
que habían aprendido de los asesores soviéticos que se encontraban en la capital. Estos
confidentes, algunos con pasado derechista, se encargaban de señalar e identificar a
posibles espías a través de sus conversaciones informales con otros clientes.
Uno de estos agentes era un teniente de Carabineros de treinta y nueve años llamado
Bonifacio Reinoso, conocido con el apodo de Boni. La Brigada Especial le encargó que
acudiera a escuchar las conversaciones de los clientes al Café del Prado, un clásico de las
tertulias madrileñas donde habían acudido años atrás nombres ilustres como Federico

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García Lorca o Luis Buñuel. De manera fortuita, Boni empezó a oír charlas de jóvenes
que se mostraban especialmente críticos con el régimen republicano y no tardó
demasiado tiempo en enterarse de que estos chicos formaban parte de una trama
clandestina. Se trataba de unos pocos militantes de las Milicias Pizarro, el grupo que se
había unido al de Rodríguez Aguado en el verano de 1937. Estos chicos, que apenas
superaban los veinte años, pecaron de indiscretos al mostrar en público su animadversión
contra la República.
Con la intención de recabar más información de sus actividades, Boni se hizo pasar
por partidario de los sublevados y entabló relación con varios de ellos, especialmente
con uno llamado Sebastián Álvarez del Pino. En poco tiempo, este le confesó que
formaba parte de una organización subversiva clandestina y, apenas sin conocerle, le
propuso formar parte de ella. Tras recibir los informes de su confidente en el Café del
Prado, la Brigada Especial decidió infiltrar a otros dos agentes dentro del grupo de
emboscados. Se trataba de los policías comunistas José Granda y Gabriel González Ruiz
de la Peña, dos grandes especialistas en la lucha contra la Quinta Columna y expertos en
técnicas de infiltración. En apenas un mes, los nuevos infiltrados consiguieron obtener
suficiente información sobre la red Rodríguez Aguado para poner en marcha una gran
operación policial. Valentí disponía de casi treinta nombres de sospechosos, entre los
que se contaban los principales responsables de las Milicias Pizarro y algunos militares
de Intendencia vinculados con Antonio. Sin embargo, gracias a las medidas de seguridad
que había adoptado el jefe quintacolumnista, la policía republicana no pudo averiguar (al
menos todavía) la identidad del jefe de la red.
La operación policial empezó durante la noche del 15 de octubre de 1937 y se
prolongó hasta el 30 del mismo mes. En ella se detuvo a treinta miembros de la
organización, entre ellos los dos máximos responsables de las Milicias Pizarro,
Francisco Grañén y José Burgos, ambos arrestados el día 17. También fue detenido
Tomás Arenal, el joven falangista que se encargaba de escuchar los mensajes cifrados, y
Conchita García Castro, la novia de Rodríguez Aguado.
Los detenidos fueron trasladados inicialmente a la cárcel de la Ronda de Atocha,
donde permanecieron incomunicados entre dos y tres días. Muchos de ellos sufrieron allí
golpes y vejaciones para sonsacarles información, pero lo peor estaba por venir. Todos
los arrestados fueron llevados a finales de mes hasta el número 108 de la calle Serrano,
sede de la Brigada Especial, donde fueron interrogados con una gran dureza por el
propio Fernando Valentí y uno de sus colaboradores, Jacinto Rosell. También participó
en los interrogatorios José Granda, que ya se había quitado la careta de infiltrado y se
mostró especialmente agresivo con Grañén y Burgos. Los malos tratos a los detenidos
fueron tan duros que unos meses más tarde los tribunales de la República abrieron un
expediente disciplinario a Valentí y sus hombres por comportamiento inadecuado con

114
los prisioneros.

A la caza de los líderes

Los quintacolumnistas detenidos confesaron en poco tiempo que formaban parte de


una vasta red de espionaje que se dedicaba a la obtención de información y a evacuar
personas perseguidas a zona sublevada. Los investigadores terminaron averiguando que
la cúpula estaba formada por un puñado de oficiales de Intendencia, liderados por los
tenientes Antonio Rodríguez Aguado y Joaquín Jiménez de Anta. Desde ese instante, la
Brigada Especial puso precio a la cabeza de los dos militares y empezó una búsqueda sin
tregua de ambos por la zona centro de Madrid.
Debido a la dureza de los interrogatorios, algunos de los detenidos se ofrecieron a
colaborar con la policía a cambio de unas pocas pesetas y de la promesa de obtener la
ansiada libertad. Fue el caso de Conchita, la novia de Antonio, que el 18 de noviembre
de 1937 acompañó a un grupo de agentes republicanos hasta el domicilio de Jiménez de
Anta, en el número 10 de la calle Antonio Acuña, para detenerle. Jiménez de Anta
consiguió huir del piso gracias a la llamada que recibió desde el Parque de Intendencia
de Pacífico en la que le advertían de que agentes de la Brigada Especial habían estado
allí preguntando por él esa misma mañana. Aquella noche Joaquín tuvo que salir con lo
puesto de su casa y dormir en la vivienda de un familiar situada en la calle Espartinas.
Rodríguez Aguado también logró escapar in extremis de la detención en la vivienda
en la que se refugiaba por aquel entonces en la calle Sagasta, muy cerca de la plaza de
Alonso Martínez. Su huida fue de película, ya que la policía había acordonado el edificio
y él tuvo que escapar por la azotea accediendo a otro bloque en el que no había
vigilancia. En el registro de su domicilio los agentes encontraron, con la ayuda de
Conchita, varios planos del Ejército del Centro que Antonio tenía escondidos en el brazo
de la lámpara de su dormitorio. Desde ese momento las fuerzas de seguridad republicana
comenzaron a pisarles los talones y los dos militares tuvieron que cambiar cuatro veces
de vivienda en ocho días. Sabemos que el último piso en el que se refugiaron fue el del
falangista Manuel Carazo, situado en el número 52 de la calle María de Molina.
En diciembre de 1937 la Brigada Especial ya no tenía dudas de que Rodríguez
Aguado y Jiménez de Anta dirigían uno de los grupos de quintacolumnistas más potentes
de la capital. La confirmación de que los dos oficiales eran agentes secretos de Franco
llegó tras la detención de uno de los enlaces que Bonel Huici solía enviar a Madrid para
contactar directamente con los grupos clandestinos. Se trataba de Gutiérrez Mantecón, al
que hemos conocido en el capítulo anterior, que en el momento de su arresto llevaba
numerosas cartas del SIPM dirigidas a Antonio como máximo responsable de la red de

115
espionaje. Los sabuesos de Valentí ya tenían claro que nuestro protagonista era el
enemigo público número uno de la República y tenían que encontrarle a cualquier
precio.
Mientras la Brigada Especial iba desenmascarando a los quintacolumnistas, la
organización intentaba ocultarse para sobrevivir. La mayoría de los efectivos intentaron
huir, pero poco a poco fueron cayendo en las redes de la policía. Fueron detenidos
hombres muy importantes del grupo, como el capitán Delgado Cros, el sargento Julio
César Carmona o el abogado Carlos Viada, que estaba infiltrado en la Junta de Compras
del Ministerio de la Guerra. Los republicanos también arrestaron a la novia de Jiménez
de Anta, una artista que se hacía llamar Conchita Manón.
El grupo de la Quinta Columna más importante de Madrid había sido desarticulado y
aunque los dos jefes todavía permanecían fugados, toda la policía de la capital estaba
tras su pista. Era cuestión de tiempo que dieran con ellos, por lo que ambos tomaron la
decisión de intentar pasar a la zona sublevada. Trabajaron incesantemente buscando una
posible ruta de evacuación para sus jefes, dos policías quintacolumnistas llamados José
Aiguabella y José María Estrada. También intentaron hacerlo los conductores
Crescencio de Lucas y Lorenzo García, pero fueron detenidos en Polán (Toledo) cuando
se aproximaban al Tajo para estudiar un posible itinerario.

Refugio en una embajada

Sin posibilidad de escapar de Madrid y con casi todos sus compañeros detenidos, a
Rodríguez Aguado y Jiménez de Anta no les quedó más remedio que intentar refugiarse
en una embajada para evitar su arresto. Contaron con la ayuda de Justino Juste, un
sacerdote amigo de la organización que el 18 de diciembre de 1937 consiguió que un
automóvil con bandera francesa les trasladara hasta la embajada de Turquía, situada en el
número 21 de la calle Zurbano. Colaboró en su evacuación Henry Helfant, agregado
comercial y de prensa de la embajada de Rumanía y mano derecha del diplomático
chileno Aurelio Núñez Morgado en el cuerpo diplomático en Madrid. Helfant mantenía
una buena relación con los dos quintacolumnistas tras la evacuación de Meléndez
Cadalso unos meses atrás.
Antonio y Joaquín llegaron a la legación turca a última hora de la tarde y una vez allí
fueron recibidos por otro teniente de Intendencia, Antonio Quiñónez, que también estaba
refugiado. Él fue el encargado de verificar su identidad ante los diplomáticos turcos que
estaban al corriente de que estaban dando refugio a dos espías muy importantes.
También confirmó su filiación Juan Segovia Jorge, como hemos visto antes, colaborador
de Antonio en los juzgados militares que también había logrado refugiarse allí.

116
Desde la embajada de Turquía, Rodríguez Aguado consiguió enviar varios mensajes
al SIPM para informarles de que su red de espionaje había sido descubierta y que tanto él
como Joaquín se encontraban refugiados en un edificio con bandera turca. El envío de
estos mensajes se realizó a través de Carmen Barrora, una refugiada de la embajada
francesa que, al ser evacuada a Marsella, se llevó consigo un informe del
quintacolumnista escrito en tinta simpática. En Marsella el documento fue recogido por
un agente franquista que actuaba en el país vecino. Este no fue el único mensaje que los
emboscados enviaron al SIPM. También hicieron llegar a la zona sublevada otros dos
documentos, escritos también con tinta invisible, a través de unos dibujos que hizo la
condesa del Vado (refugiada en la embajada turca), y que pasaron a Francia por medio
de valija diplomática. Lo cierto es que la condesa del Vado se convirtió en una gran
colaboradora de Antonio durante el tiempo que esta permaneció en la embajada. Gracias
al trabajo de la aristócrata, el militar consiguió contactar con los pocos miembros de su
organización que quedaban en libertad, como Sebastián Moll Carbó o el teniente de
Artillería Salvador Cruz Cañero. Según declararía Jiménez de Anta tras la guerra, este
último estuvo implicado, «aunque no puedo afirmar que fuera el responsable» en la
explosión de la estación de metro de Lista, que se produjo el 10 de enero de 1938, y en la
que fallecieron un elevado número de madrileños, sin que pudiera aclararse nunca si se
trató de un accidente o de un sabotaje.
La vida en la embajada de Turquía resultó ser mucho más intensa de lo que creían los
dos miembros de la Quinta Columna. Además de escuchar Radio Salamanca a través de
un potente receptor, durante su estancia aprovecharon para elaborar una amplia lista de
personas izquierdistas con «responsabilidades». Su idea era entregar esa relación a los
sublevados en cuanto entraran en Madrid. Los dos también colaboraron en la edición de
Pasarán, un periódico con tintes derechistas que se editaba dentro de la legación.

Un infiltrado en la embajada de Turquía

Mientras Antonio y Joaquín trataban de habituarse a su nueva vida como refugiados,


en el exterior el poderoso SIM se hizo cargo de la operación para detenerles. La Brigada
Especial había hecho un gran trabajo arrestando a casi todos los integrantes de la red,
pero todavía seguían en libertad los dos peces gordos del espionaje franquista. El
gobierno de la República encargó a su servicio de inteligencia que diseñara una gran
operación para poner entre rejas a los dos agentes enemigos «más peligrosos» de la
retaguardia a los que llamaban los «representantes de Franco en Madrid». Ángel
Pedrero, jefe del SIM en la zona Centro, se situó al frente de la misma y colocó a sus
mejores hombres tras la pista de los quintacolumnistas. Pedrero era partidario de realizar

117
operaciones encubiertas contra la Quinta Columna y para ellas también solía utilizar la
figura del agente infiltrado o confidente. En esta ocasión, no iba a ser menos. El maestro
socialista, reconvertido en responsable de los espías republicanos, introdujo dentro de la
embajada a José María Lezameta Irazábal, un abogado de Orduña de cincuenta y tres
años con pasado derechista.
Aunque antes de la guerra Lezameta había militado en el Partido Tradicionalista y en
Falange, empezó a colaborar con los servicios secretos de la República a cambio de su
libertad tras ser arrestado en dos ocasiones por desafecto. Su última detención se produjo
en febrero de 1937 tras el asalto de la embajada de Perú, donde coincidió con Alberto
Castilla, otro infiltrado de la inteligencia republicana del que nos ocuparemos más
adelante.
Por medio de un conocido suyo, que también se encontraba refugiado en la embajada
turca, Lezameta se enteró de que allí se escondían dos jefes de la Quinta Columna cuya
identidad tardó poco en averiguar. Tras informar de ambos al jefe del SIM, este le
ordenó que acudiera a la embajada con la excusa de visitar a su conocido, y
aprovechando la situación, intentara relacionase con ellos. Eso fue lo que hizo y en poco
tiempo consiguió ganarse su confianza. Rodríguez Aguado y Jiménez de Anta le
pidieron abiertamente que colaborara con su organización transmitiendo algunas órdenes
a los pocos camaradas de su organización que seguían libres. El abogado aceptó sin
pensárselo dos veces. Los quintacolumnistas habían mordido el anzuelo.
Durante el mes de enero de 1938 se produjeron al menos dos reuniones entre los dos
militares y el infiltrado del SIM en el edificio de la embajada turca de la calle Zurbano.
Lezameta se mostraba cada vez más interesado en sus actividades y en una de sus charlas
les propuso facilitarles un automóvil para que cometieran un atentado contra un dirigente
del SIM, posiblemente el mismo Pedrero. También les sugirió realizar actos de sabotaje,
como la voladura de un polvorín situado en los subterráneos del cine Coliseum, o atacar
el Palacio de la Ópera durante un mitin comunista. Todo resultó ser un farol para ganarse
su confianza y obtener datos sobre sus actividades. Como buen confidente, Lezameta
transmitía a sus superiores el contenido de sus charlas con Rodríguez Aguado y Jiménez
de Anta a cambio de la promesa de obtener un pasaporte francés con el que huir de
España y recibir un cheque pagadero por el valor de 300.000 pesetas.
Lezameta se movía como pez en el agua en el cuartel general del SIM, situado en el
edificio del Ministerio de la Marina. De hecho, durante una reunión con altos cargos del
ministerio, celebrada el 9 de enero de 1938, en la que se preparó la detención de los
agentes sublevados, Pedrero elogió a su confidente por haber descubierto el lugar donde
se escondía el «estado mayor de Salamanca en Madrid». Según relató el capitán Juan
Sánchez Simón, un espía sublevado que estaba infiltrado en las entrañas del SIM durante
la guerra, Lezameta también ofreció su colaboración a Pedrero para lograr la «libertad de

118
su querida», que se encontraba detenida «por otro asunto». Este agente franquista
también dijo que la inteligencia republicana instaló en las oficinas del SIM una cama
donde Lezameta «pernoctaba con su amiga».

El asalto a la embajada

Gracias a las informaciones facilitadas por el infiltrado, las fuerzas de seguridad


pusieron en marcha una operación de gran envergadura para arrestar a Rodríguez
Aguado y Jiménez de Anta. Manuel Uribarri, jefe supremo del SIM, se desplazó desde
Barcelona a Madrid para seguir in situ la operación que había sido autorizada por
Indalecio Prieto, ministro de la Defensa Nacional. El 28 de enero, pasadas las 14.00
horas, decenas de agentes del SIM accedieron por la fuerza en la embajada de Turquía.
La idea era entrar en el edificio de la calle Zurbano, efectuar una redada y comprobar la
identidad de todas las personas que se encontraban refugiadas. Fue una mera excusa, ya
que el objetivo encubierto de la operación era arrestar a los dos jefes de la Quinta
Columna. De hecho, el día antes del asalto, el SIM de Barcelona envió un telegrama a
los agentes de Madrid con la siguiente descripción de Jiménez de Anta para que
estuvieran muy pendiente de ella durante el registro:

Es un hombre bajo, regularmente grueso, muy blanco de piel y con una voz siempre afónica. Cara ancha,
redonda y de facciones regulares. El señor ministro me encarga transmita a ustedes su felicitación por el
éxito del servicio, lo que hago con mayor satisfacción, dando a ustedes y el personal a sus órdenes la
enhorabuena.

Muchos de los embajadores que se encontraban en Madrid protestaron enérgicamente


por la redada, ya que consideraban que el gobierno de la República había violado el asilo
diplomático. El SIM tuvo que dar explicaciones ante los corresponsales extranjeros y el
propio Pedrero relató ante los periodistas una historia poco creíble. Según su versión,
que apareció publicada en la prensa de la época, el asalto estuvo motivado por unos
disparos que se habían efectuado desde la embajada contra una patrulla de milicianos.
Los agentes habían decidido entrar en el edificio para detener a los posibles autores del
tiroteo.
Pocas personas creyeron sus explicaciones. Era un secreto a voces que los servicios
secretos querían apresar a Rodríguez Aguado y Jiménez de Anta, a los que consideraban
los hombres más peligrosos de la retaguardia madrileña. Ambos fueron arrestados dentro
de la embajada sin oponer resistencia, aunque inicialmente dieron nombres falsos a sus
captores: el líder de la organización se hizo llamar Antonio Quintana de la Rosa y su
segundo, José Santana. En unas horas el SIM terminó confirmando la identidad real de

119
los quintacolumnistas.
Leamos un fragmento del informe que elaboró el propio Pedrero para justificar el
asalto a la embajada:

El día 28 sobre las 12.00 horas del mismo y cuando transitaban por la calle Zurbano con dirección la casa
cuartel donde residen varios compañeros de este departamento sita en el número 41, observaron en el
momento de pasar que de la casa número 21-23 de la misma calle partieron varios disparos desde una de
las ventanas altas, comprobando que, habían salido de las mencionadas, y solicitando información a los
guardias de seguridad que se hallaban en la calle, así como también a otros agentes de la Brigada Social
que prestaban servicio en lugares próximos. Al mismo tiempo avisaron por teléfono a estas oficinas.
Penetraron en el citado domicilio para investigar sobre las personas que podrían haber hecho los disparos.
Al entrar en la casa vieron que en algunos pisos se hallaba la bandera turca pero que al tratarse de una
agresión en la vía pública y considerando que las autoridades podrían hacer un registro, penetraron en los
pisos de referencia en el momento crítico.

El informe de Pedrero no tiene desperdicio, ya que también relataba con sumo detalle
lo que encontraron los agentes del SIM al entrar en la embajada. Dijo que allí se estaba
celebrando un «banquete» entre los refugiados tras la celebración de una boda que había
oficiado el presbítero de San Ildefonso. Los datos de esta boda fueron, en realidad, la
única verdad que dijo del jefe del SIM en su informe, ya que el resto de las
informaciones son irreales. En el documento, que se puede consultar en el Centro
Documental de la Memoria Histórica, se dice que se encontró en la embajada un arsenal
de armas y joyas:

Se procedió a un minucioso registro que dio por resultado el hallazgo de varias armas largas y cortas, entre
ellas fusiles mauser y pistolas de gran calibre hasta un número de cuarenta y seis y apareciendo armas
escondidas… habiéndose encontrado un saco lleno de cajas de mauser, balas de rifle del nueve largo, gran
cantidad de cartuchos cargados de postas.

El máximo responsable del espionaje republicano en Madrid también decía en el


informe que sus hombres habían localizado dentro de la embajada gran cantidad de oro,
plata y joyas, así como moneda de otros países y de la España sublevada. Para dar mayor
credibilidad a su versión, el documento venía acompañado por un montaje fotográfico en
el que se podía apreciar el supuesto alijo de armas y el dinero incautado. Solo en la parte
final del documento hacía mención de la presencia de Antonio Rodríguez Aguado entre
los refugiados al que calificaba de la siguiente manera: «Desde luego está comprobado y
confirmado que el representante de Franco en esta capital se hallaba entre los refugiados
y se trata de Rodríguez Aguado».
El asalto a su embajada turca provocó una queja formal por parte del gobierno de
Turquía, que denunció la violación de su legación en Madrid «sin motivo justificable».
La República hizo caso omiso a las acusaciones y la mayor parte de refugiados fueron

120
trasladados, en calidad de detenidos, hasta el Ministerio de la Marina para prestar
declaración. Entre ellos estaban los dos quintacolumnistas, a los que Pedrero interrogó
personalmente. En al menos una ocasión, el maestro socialista les golpeó en el rostro y
mandó a sus subordinados que simularan su fusilamiento para obligarles a declarar. El
SIM también simuló la detención de Lezameta, que siguió los interrogatorios de Antonio
y Joaquín escondido tras una cortina.
En el Archivo Histórico Nacional hemos localizado una de las declaraciones que
realizó Jiménez de Anta ante el espionaje republicano el 12 de febrero de 1938, solo
unos días después de ser arrestado. En ella relataba, a grandes rasgos, cómo había
empezado a trabajar para los sublevados tras reencontrarse con Antonio, su antiguo
compañero de academia en Madrid, unos pocos días después de empezar la guerra. Les
dijo a los interrogadores que fue Antonio el que le propuso «ingresar en una
organización fascista» que operaba en la retaguardia. También hemos encontrado dos
declaraciones de Rodríguez Aguado, fechadas el 1 y el 11 de febrero de 1938. En ambas
reconocía haber liderado un grupo de espionaje y aseguraba que hubiera podido pasarse
a territorio sublevado de no haber sido por Conchita, su novia en la capital, que no estaba
dispuesta a abandonar a su familia. Los dos quintacolumnistas no pudieron aguantar la
presión de los interrogatorios y terminaron confesando el funcionamiento de su red y los
procedimientos que tenían para contactar con el SIPM. Llegaron a facilitar incluso las
claves que utilizaban para descifrar los mensajes procedentes de la otra zona y la
identidad de algunos de los enlaces que se desplazaban a Madrid para entrevistarse con
ellos.

Las amenazas

Solo unas horas después del asalto a la embajada de Turquía, Ángel Pedrero recibió
en su domicilio una nota anónima manuscrita en la que se le tildaba de asesino.
Desconocemos con exactitud quién o quiénes pudieron ser los remitentes de ese
anónimo, pero intuimos que fueron agentes de la Quinta Columna que estaban al
corriente de la detención de Rodríguez Aguado y Jiménez de Anta. Leamos un
fragmento:

Camarada Pedrero. Enemigo público número uno. Ladrón, criminal, segundo del enemigo que ya murió
Atadell [en referencia a Agapito García Atadell]. Ahora robas oficialmente. Entraste con tu pandilla en la
casa de Turquía y entregas al Gobierno lo que quieres y escondes lo demás. Esperemos que pronto nuestro
invicto y glorioso general Miaja te coja para escarmiento de los demás ladrones y criminales que rondan
nuestro Madrid. Morirás tú y los tuyos.

121
Además de Pedrero, otro miembro del SIM también recibió un anónimo muy
amenazante tras la detención de los quintacolumnistas. Se trataba del capitán de
Intendencia Juan Sánchez Simón, que accidentalmente se encontraba destinado en el
SIM, aunque en realidad trabajaba como espía de los sublevados. El mensaje llegó sin
remitente a su vivienda de la calle Desamparados:

Muy señor mío. Por la presente le comunicamos que, en el día de ayer, en el asalto a la embajada de
Turquía, fue hecho prisionero Jiménez de Anta por cuyo nombre, en este ministerio, solo usted puede
conocerle; y por lo tanto, desde este momento le hacemos a usted responsable y pagará con su vida si el
nombre verdadero de este sr es descubierto, ya que solo Juan Sánchez Simón puede descubrirle en esa
garita de asesinos y salteadores que pronto pagarán con la vida los crímenes y robos que están realizando.

Al día siguiente de recibir el mensaje, Sánchez Simón se lo entregó a Pedrero, que lo


guardó en su despacho para utilizarlo durante los interrogatorios de Antonio y Joaquín.
Los dos reconocieron haber conocido al espía antes de la guerra, pero descartaron la
implicación de Simón en la organización clandestina, posiblemente porque desconocían
que era en realidad un agente de los sublevados.
El comportamiento de este espía franquista, infiltrado en el mismísimo SIM, nos ha
dejado algunas incógnitas sobre su verdadero papel en el asunto de la embajada de
Turquía. ¿Cómo es posible que denunciara ante Pedrero haber recibido un anónimo
amenazante en el que se desvelaba la identidad de Jiménez de Anta? ¿Fue un hecho
premeditado para ganarse la confianza del jefe de la inteligencia republicana? ¿Quiso
eliminar las sospechas que podían existir sobre él? ¿Se permitió el lujo de delatar a su
excompañero de Intendencia, a sabiendas de que el SIM ya conocía su verdadera
filiación? Por desgracia no tenemos respuesta para estas preguntas.

Un juez amigo y el traslado a Barcelona

Casi todos los miembros de la organización de Rodríguez Aguado pasaron a


disposición del Tribunal de Espionaje y Alta Traición, cuyo juez era Mariano Luján, al
que hemos conocido en páginas anteriores. Se trataba de un conocido magistrado que se
hizo famoso en la década de los treinta por acusar a Alfonso XIII de «falsedad» y
«malversación» por enriquecerse a través de las carreras de galgos. Aunque tenía fama
de duro, Luján se mostró benevolente con los arrestados y atacó con dureza a los agentes
de la Brigada Especial por haber maltratado a los detenidos durante las diligencias
policiales. Incluso llevó a cabo una investigación interna a Valentí y sus policías con el
fin de valorar una posible sanción por haberse extralimitado en sus funciones. Luján se
mostró mucho más cercano a los detenidos que a sus captores y retrasó al máximo las

122
diligencias. En una ocasión consiguió avisar a un miembro de la organización (Antonio
Rodríguez Sastre), familiar lejano del juez, de que iba a ser detenido esa misma noche.
La mayoría de los arrestados fueron juzgados por Luján, con la excepción de
Rodríguez Aguado, Jiménez de Anta, Segovia Jorge y Sebastián Moll, que serían
trasladados a Valencia el 16 de febrero de 1938. Junto a ellos, también fueron
trasladados los otros refugiados de la embajada de Turquía y el propio Lezameta, al que
finalmente el SIM no le había entregado su ansiado pasaporte para huir a Francia. Casi
todos los miembros de las Milicias Pizarro fueron a parar a la cárcel Porlier de Madrid,
mientras que el policía Victoriano Sanjuán y algunos de sus hombres acabaron en la
prisión de Alicante.
Tras unos días en Valencia, Rodríguez Aguado y Jiménez de Anta fueron trasladados
a Barcelona donde quedaron, de nuevo, a disposición del SIM. Les encerraron primero
en el barco prisión Villa de Madrid y después en el Uruguay, dos buques fondeados en el
puerto de Barcelona. Más adelante acabarían en la cárcel del Pueblo Español, en
Montjuic. En todas estas prisiones tuvieron que soportar unas pésimas condiciones de
vida, tanto por la humedad como por la mala alimentación que sufrían los derechistas
acusados de espionaje. El estado de salud de Antonio, que padecía tuberculosis desde
antes de la guerra, empeoró considerablemente y durante su cautiverio tuvo que ser
atendido por el médico militar Mariano Gómez Ulla, que también estaba preso en
Barcelona.

Un canje que no llega

Los servicios de información de Franco supieron desde febrero de 1938 de la


detención de los quintacolumnistas. De hecho, el día 8 de este mes un oficial del Ejército
sublevado envió una carta a la madre de Rodríguez Aguado, para comunicarle que su
hijo había sido apresado por el enemigo. En esa misiva, firmada desde Griñón, le
aclaraba que el teniente había estado trabajando desde 1937 para la «causa nacional», y
que había «vivido constantemente acosado por la policía». Comentaba que fue
«traicionado por una mujer» y que «en diversas ocasiones pudo pasarse cómodamente a
nuestra zona, pero prefirió seguir actuando en su delicada misión».
El estado de salud de Antonio empeoraba por semanas. Su situación llegó a ser tan
grave que el juzgado tuvo que cancelar su comparecencia en septiembre de 1938 porque
ni siquiera se podía poner en pie. El SIPM tenía noticias suyas a través de Cruz Roja
Internacional y, a la desesperada el coronel Ungría, jefe del espionaje franquista en todo
el territorio nacional, trató de gestionar su canje. En el Archivo General Militar de Ávila
hemos localizado un documento interno del SIPM, en el que se habla abiertamente de un

123
intercambio de prisioneros en el que figuraba el nombre del quintacolumnista. El escrito,
con fecha del 26 de septiembre de 1938, proponía su canje a cambio de dos republicanos
presos en cárceles de Burgos, Sebastián Alonso Peña y Manuel Cañedo Mancebo. Unos
meses antes, el Delegado Especial de Canjes del Ejército Nacional quiso incluirle en otro
canje de espías franquistas que fracasó, el de Carmen Tronchoni, Carlos Bielsa y José
María García Bravo, que finalmente fueron fusilados en Montjuic.
Durante todo el verano de 1938 la familia de Rodríguez Aguado se mostró muy
preocupada por su estado de salud y algunos de sus allegados pidieron a la desesperada
que intercedieran en el canje las «más altas autoridades del régimen». Mientras tanto, en
Barcelona el SIM tomó la decisión de separar a Antonio y Joaquín, que habían
permanecido juntos en todo momento tras su detención. Al primero le ingresaron en la
enfermería del Uruguay porque su estado era «gravísimo» y al segundo lo trasladaron al
antiguo seminario de la ciudad.

El fatal desenlace

Por estas fechas el Tribunal Central de Espionaje de Barcelona volvió a tomar


declaración por separado a los quintacolumnistas, a petición del Tribunal de Espionaje
de Madrid. Antonio solo pudo declarar un día y lo hizo desde la misma cama de la
enfermería del Uruguay, porque su estado era muy grave. El funcionario judicial que le
tomó declaración dijo que apenas podía hablar y que solo pudo firmar unas páginas con
letra temblorosa. Unos días después, el 28 de octubre de 1938, el militar moría en el
antiguo seminario, donde fue trasladado finalmente para pasar sus últimos días junto a su
inseparable Jiménez de Anta. Faltaban tres meses para que las tropas de Franco entraran
en Barcelona.
Las primeras informaciones de la muerte de Rodríguez Aguado no llegarían a la zona
sublevada hasta el 10 de diciembre de 1938, un mes después de su fallecimiento. La
noticia no sería comunicada oficialmente a su familia hasta el 23 de este mes. La
hermana del teniente, Concepción, recibió en Badajoz la siguiente carta, firmada por un
mando del SIPM:

Muy distinguida señora mía. Pedida información sobre su hermano Antonio, tengo el sentimiento de
notificarle que según me participan, ha fallecido en la prisión de Barcelona donde se encontraba. Al
transmitirle tan dolorosa noticia me sumo a su sentimiento y al de su familia. Deseo encuentre lenitivo a
tan sensible pérdida, considerando que su hermano ha entregado su vida en aras del Glorioso renacimiento
de la Patria.

124
La supervivencia de Jiménez de Anta en los bosques

Tras la muerte de su jefe, Jiménez de Anta permaneció en la cárcel-seminario de


Barcelona hasta el 24 de enero de 1939, dos días antes de que la Ciudad Condal cayera
en poder de los franquistas. Esa jornada, un gran número de presos, entre los que se
encontraba Joaquín y Juan Segovia (el otro quintacolumnista), fueron evacuados hacia la
frontera con Francia como rehenes del SIM. Muchos de aquellos presos con los que
viajaban rumbo al país vecino terminarían fusilados en Santa Maria del Collell. Joaquín
consiguió escapar junto a Segovia.
Ambos se libraron del pelotón de fusilamiento tras escapar de sus captores
aprovechando un descuido. Los dos, junto con un agente de la Guardia Civil apellidado
Bravo Portillo, que también estaba detenido, consiguieron saltar en marcha del camión
que le transportaba, a la altura de Sils (Gerona). Como sucedió con otros falangistas,
Jiménez de Anta y sus compañeros de fuga se vieron obligados a permanecer escondidos
en pleno bosque hasta el 2 de febrero, cuando se presentaron ante una avanzadilla de los
sublevados en Massanet de la Selva. La guerra había terminado para ellos, pero tardaron
unos días más en conseguir su libertad. Tuvieron que demostrar ante las autoridades
nacionales que eran cautivos de los republicanos y que habían trabajado desde la
clandestinidad para Franco durante casi dos años.

TRAS LA GUERRA CIVIL

Rodríguez Aguado

Los familiares de Rodríguez Aguado nunca supieron dónde estaban enterrados sus
restos en Barcelona. Una vez terminada la guerra, el SIPM hizo todas las gestiones para
que en su hoja de servicios apareciera reflejado «con máximo honor» su trabajo para la
causa nacional durante la «Cruzada». Como agente franquista en la «zona roja», sus
allegados recibieron las pagas atrasadas del oficial. Una parte de ellas las cobró su
esposa, Teresa González Albertos, y la otra su madre, Práxedes Aguado, que seguía
viviendo en Chipiona en un chalé llamado Villa Limpias.
En diciembre de 1940, la viuda solicitó que a su marido le fuera otorgado el «empleo
de capitán» por «antigüedad», ya que tendría que haber logrado el ascenso el 9 de
octubre de 1937, fecha en la que prestaba servicios para el SIPM. Su hermana
Concepción, mientras tanto, solicitó también las certificaciones de actuación de Antonio
durante la guerra para que le fuera concedida una administración de lotería en Madrid.
Además de perder a su hermano, ella también había perdido a su marido, el capitán de

125
Infantería Fernando Solans López, que murió en el frente de Madrid el 24 de diciembre
de 1936 cuando el coche en el que viajaba fue ametrallado por un caza republicano cerca
de la Casa de Campo.
Rodríguez Aguado dejó huérfanos de padre a sus dos hijos, Teresa Cristina Regla y
José Antonio. La primera tenía siete años cuando perdió a su progenitor (había nacido en
el Hospital de la Cruz Roja de Melilla en 1931), y el segundo tenía seis (nació en Ávila
en 1932). La madre de los niños presentó una solicitud de 1941 para que sus hijos
estudiaran en el colegio de la Armada en Madrid en calidad de «huérfanos de un mártir
de la Cruzada». A Antonio le concedieron numerosas recompensas honoríficas, como la
Cruz de Guerra a título póstumo, la Medalla de Campaña con distintivo de Vanguardia, o
la Cruz Roja al Mérito Militar. El 29 de agosto de 1939 se celebró una misa funeral en su
honor en la iglesia de Santa Teresa y Santa Isabel de la calle Martínez Campos de
Madrid.

Joaquín Jiménez de Anta

En enero de 1939, mientras era trasladado por el SIM a la frontera de Francia con
otros presos, Joaquín Jiménez de Anta hizo una promesa a Dios. Si sobrevivía a la guerra
(pensaba que le iban a fusilar), se comprometía a vestir con traje negro todos los días de
su vida a excepción de los domingos, que iría de blanco. Según nos han relatado sus
familiares, cumplió su promesa hasta el final de sus días.
Después de presentarse a una avanzadilla franquista tras su fuga, Joaquín se tuvo que
desplazar a Barcelona y prestar declaración ante las autoridades nacionales. En ella
explicó quién era y cuáles habían sido sus avatares durante la Guerra Civil. Después de
confirmar su identidad, el SIPM le encomendó que trabajara unos meses para la Policía
Militar en la Ciudad Condal, dando caza a los responsables de las checas catalanas.
Aunque había combatido contra los republicanos desde la clandestinidad, Jiménez de
Anta, al igual que otros militares que habían formado parte de la Quinta Columna, se
sentían cuestionados por sus compañeros de profesión, que sí habían combatido en los
frentes de batalla. Este hecho y su odio hacia el comunismo fueron determinantes para
que se enrolara como voluntario de la División Azul en 1942, permaneciendo un año y
medio en el frente de Leningrado.
Al regresar a España, se quedó a vivir definitivamente en Barcelona, donde cursó los
estudios de Medicina y contrajo matrimonio con la que fue su esposa. En 1953, a los
cuarenta y cinco años, pasó a la reserva dentro del Ejército, para dedicarse de manera
exclusiva a la medicina. En poco tiempo se convirtió en un prestigioso ginecólogo,
profesión que compatibilizó con su salto a la política. En los años sesenta fue nombrado

126
concejal del Ayuntamiento de Barcelona y se centró en ayudar a personas sin recursos y
enfermos mentales. Murió en 1975 con sesenta y siete años.
Al igual que Rodríguez Aguado, su trayectoria en la Guerra Civil le valió varias
medallas, como la del Sufrimiento por la Patria o la de Campaña con distintivo de
Vanguardia, concedida por Franco en 1940. También obtuvo dos Cruces Rojas por
Mérito Militar y una Cruz al Mérito de Guerra de Italia.

Concepción García Castro

Concepción García, o Nati, como también se conocía a la novia de Rodríguez


Aguado, fue detenida por la Brigada Especial unos meses antes del arresto de Antonio.
No tardó demasiado tiempo en confesar que actuaba como «enlace directo» del jefe de la
organización, desvelando su papel como espía por miedo a los malos tratos. También
delató posteriormente a otros miembros del grupo y relató los procedimientos que
usaban los quintacolumnistas para intercambiar información con el SIPM. Se mostró
colaboradora con los policías de Valentí, posiblemente por las amenazas que sufrió tanto
ella como su familia.
En diciembre de 1937 el Tribunal de Espionaje y Alta Traición forzó varios careos
entre Conchita y diferentes miembros de la Quinta Columna. Fueron momentos muy
tensos, porque los otros quintacolumnistas le acusaban de traidora y de ser una
confidente de la Brigada Especial. Sabemos que fue trasladada a la cárcel de mujeres de
Ventas, donde le hicieron un seguimiento especial: el juez que llevaba su caso ordenó a
los funcionarios que intervinieran el correo que recibía en la cárcel. Por estas fechas
empezó a tener problemas de salud. Según uno de los médicos que le atendió «estaba
renaciendo en su organismo» un proceso tuberculoso que parecía había superado en el
pasado.
En febrero de 1939, Conchita seguía encerrada en Ventas y allí se enteró de que su
padre, Antonio García Benítez, se encontraba gravemente enfermo al padecer una
«aortitis con hipertensión y con frecuentes crisis espáticas». El 2 de marzo de 1939 el
tribunal permitió que saliera unas horas de la cárcel para poder visitarle en su casa de la
Corredera Baja número 25. Dos días después de aquella visita el Tribunal le dio un
permiso para pernoctar fuera de la prisión durante un mes, ya que su padre se debatía
entre la vida y la muerte. Este es el último dato que disponemos de ella. Después de la
guerra le perdemos por completo el rastro.

José López Palazón

127
Este capitán de Infantería, director la Escuela de Capacitación de Oficiales de
Barajas, fue uno de los personajes más destacados de la Quinta Columna en Madrid. Sin
embargo, una vez terminada la guerra sufrió lo indecible por unas acusaciones que
marcarían para siempre su carrera militar. López Palazón fue detenido por la Brigada
Especial el 7 de diciembre de 1937, acusado de «espionaje». Sin embargo, hay algunas
sombras alrededor de su figura que tienen difícil explicación. Una de ellas la
encontramos en la declaración que, una vez concluida la guerra, hizo ante la Causa
General. Afirmó que, al día siguiente de ser arrestado por la policía republicana,
consiguió abandonar las instalaciones policiales acompañado por un agente, con la
promesa de volver esa misma noche. Dijo que, con la ayuda de un subordinado,
consiguió burlar la vigilancia policial y esa misma tarde logró entrar en la embajada de
Francia en calidad de refugiado. ¿Cómo es posible que la Brigada Especial le diera ese
trato de favor a un militar acusado de espionaje? ¿Llegó a algún tipo de acuerdo con
Fernando Valentí para conseguir su libertad? ¿Utilizó sus contactos con las altas esferas
republicanas para refugiarse en la embajada? No tenemos respuesta a ninguna de esas
preguntas.
En cualquier caso, López Palazón conseguiría en la embajada francesa
documentación falsa para simular ser otra persona. Gracias a esto logró que le incluyeran
en una expedición que iba a partir en barco al país vecino desde Caldetas (Barcelona).
En la población catalana siguió refugiado en un piso con bandera francesa, hasta que el
17 de marzo de 1938 se embarcó en un buque de guerra, llegando a Francia dos días más
tarde. Fue internado en el campo de concentración de Chomerac, donde permaneció dos
meses. Logró engañar a los guardias que custodiaban el campo y se trasladó a la España
sublevada a través de Irún. Se presentó en Burgos el 21 de mayo. Allí fue sometido a un
proceso de depuración y finalmente fue absuelto el 6 de agosto de ese año. Pidió
voluntariamente ir al frente y fue destinado a primera línea con la 31.ª División. En abril
de 1939, con la guerra ya terminada, se incorporó con el cargo de pagador al Regimiento
Oviedo n.º 8, acuartelado en Málaga. Un año después, su vida daría un enorme vuelco.
En 1940 la policía le detuvo tras recibir una denuncia de Manuel Alcántara, un
comandante de Infantería que le acusaba de haber «combatido con los rojos» y de «no
haber hecho nada» para evitar el fusilamiento de un capitán de derechas, de apellido
Riera, tras el asalto al cuartel de la Montaña. El denunciante dijo que López Palazón, tras
refugiarse en la embajada francesa, estaba «muy mal visto» por otros refugiados, que
decían que no había actuado «decentemente» durante los primeros días del
levantamiento.
La denuncia del comandante Alcántara no fue la única. Un tal Cándido González
Durán le acusó de haberle detenido durante los primeros compases de la guerra y le
acusó de haberle maltratado de «obra y palabra». Aunque pasadas unas semanas se

128
retractó de la acusación, el nombre de López Palazón ya estaba manchado y las
autoridades le volvieron a someter a un nuevo consejo de guerra para estudiar su posible
inhabilitación.
En este nuevo consejo, López Palazón desmintió rotundamente las acusaciones y
explicó con más detalle sus avatares en la guerra y su relación con la Quinta Columna.
Reconoció que durante las primeras semanas del alzamiento el gobierno de la República
le había enviado a la sierra de Guadarrama para frenar la ofensiva franquista. Dijo que se
disparó a sí mismo en la pierna para evitar combatir contra «sus hermanos» y fue curado
por el doctor Gómez Ulla que le «salvó la vida» porque sabía perfectamente lo que había
hecho y no quiso denunciarle.
En este segundo consejo de guerra, López Palazón recibió muchísimos avales de
personalidades del SIMP, que destacaban su actuación «valiente y enérgica» como
agente en la retaguardia republicana. Aun con estos apoyos, el tribunal le inhabilitó para
el servicio en el Ejército y truncó así su trayectoria como militar. La denuncia del
comandante Alcántara y las sospechas de sus «buenas relaciones» con Miaja y Matallana
fueron determinantes para que decidieran acabar con su carrera.

Los conductores

Los conductores Crescencio de Lucas y Lorenzo García fueron esenciales para la


organización. Ambos fueron detenidos el 10 de noviembre de 1937 en Polán (Toledo),
cuando trataban de abrir una nueva ruta para evacuar a zona sublevada a Rodríguez
Aguado y Jiménez de Anta, perseguidos de cerca por la policía. Su arresto se produjo
cuando se disponían a subir a una barca en el Tajo con la que llegar a un paso en la
Dehesa de la Ventosilla, un lugar que en otra época había sido historia por un accidente
de caza de Alfonso XIII.
Tras su detención fueron trasladados a Polán, donde se les maltrató e interrogó
brutalmente. Los llevaron a Navahermosa, también en los Montes de Toledo, donde
permanecieron seis meses obligados a realizar trabajos forzados en la construcción de
refugios subterráneos y carreteras. Allí vivieron momentos terribles que les marcarían de
por vida, como un simulacro de fusilamiento en el que sus captores les obligaron a cavar
su propia tumba.
En mayo de 1938, Crescencio enfermó gravemente y tuvo que ser trasladado hasta
una especie de hospital que estaba en Lugar Nuevo (Toledo). Por entonces, su
compañero Lorenzo García de Mora ya había fallecido como consecuencia de la
desnutrición y los malos tratos recibidos. Tras recuperarse, Crescencio tomó el 20 de
julio de 1938 la decisión de huir, valiéndose de la ayuda de un alférez sanitario que

129
simpatizaba con las derechas. En plena noche consiguió escapar del hospital
penitenciario donde estaba tras descolgarse por el balcón de un segundo piso. Tras
dirigirse a Navillas de la Sierra y luego tomar el margen derecho del río Torcón, logró
alcanzar las posiciones de los sublevados tras sufrir un intenso tiroteo.
Se presentó al comandante franquista de la posición de Navillas, al que le explicó que
era miembro de la Quinta Columna y que había escapado de zona republicana. Hasta que
pudieron verificar su filiación con el SIPM, fue internado en el campo de concentración
de los Arenales (Cáceres), donde se encontraban numerosos prisioneros de guerra y
evadidos de la otra zona. Allí se hizo pasar por sargento del ejército republicano,
contándoles a sus compañeros de cautiverio que había sido apresado por una avanzadilla
franquista cerca de Toledo. Con esa cobertura, De Lucas se ganó la confianza de los
otros prisioneros izquierdistas y logró descubrir un complot en el que participaban una
quincena de personas, que querían fugarse del campo utilizando a un centinela como
rehén.
Como consecuencia de esta información y tras verificar que había trabajado para
Rodríguez Aguado, Bonel Huici le hizo llamar y le convocó a una reunión en Móstoles,
donde se encontraba su puesto de mando. Allí propuso a Crescencio que se incorporara a
los servicios secretos y le sugirió que se convirtiera en el enlace con otras organizaciones
de la Quinta Columna que todavía actuaban en Madrid. Crescencio aceptó la oferta y a
partir de ese día empezó a atravesar las líneas republicanas, adentrándose en la
retaguardia madrileña. Su misión tenía también un carácter más de combate, ya que en
ocasiones participaba en emboscadas a patrullas enemigas por los Montes de Toledo.
En abril de 1939, tras el final de la guerra, fue destinado al SIPM de Talavera, donde
consiguió detener a dos oficiales franquistas que habían asesinado a un comandante por
rencillas personales. Esto le hizo ganar mucho prestigio entre sus compañeros, pero en
1940 decidió regresar por motivos familiares al Parque Central de Intendencia de
Pacífico, su puesto antes de la guerra. En 1955 seguía trabajando en el mismo lugar,
aunque ya como brigada. Justo este año protagonizó un incidente que a punto estuvo de
costarle muy caro. Cuando estaba fuera de servicio atropelló involuntariamente con su
Vespa a una mujer de sesenta años, causándole la rotura del cuello del fémur. Unos años
más tarde volvió a tener problemas con la justicia tras ser declarado «responsable de una
infracción» de contrabando de tabaco, por la que tuvo que pagar una multa de 42.000
pesetas.

Victoriano Sanjuán Salas

Este prometedor agente del Cuerpo de Investigación y Vigilancia fue detenido por la

130
seguridad republicana en septiembre de 1937 y, pese a las torturas a las que fue
sometido, no consiguieron relacionarle con la organización Rodríguez Aguado. Tras su
arresto sería trasladado en noviembre de 1937 al Reformatorio de Adultos de Alicante,
donde estuvo solo dos meses hasta que fue reclamado por un juez de Madrid. De vuelta a
la capital estuvo en la cárcel Porlier hasta casi el final de la guerra. A mediados de marzo
de 1939, en pleno conflicto entre comunistas y partidarios del coronel Casado, obtuvo la
libertad y permaneció escondido hasta que las tropas franquistas entraron en Madrid.
Las nuevas autoridades de la capital tuvieron noticias de Sanjuán el 4 de abril de
1939. La jefatura de Falange hizo llegar al SIPM un documento con los nombres de los
policías de la capital que antes de julio de 1936 pertenecían al partido, entre los que
figuraba Victoriano. El quintacolumnista acudió a la comisaría del Congreso el 13 de
abril y allí prestó declaración ante el SIPM, relatando sus andanzas en la retaguardia
republicana. Aunque se puso a las órdenes de los nuevos responsables policiales, estos
no le permitieron regresar al trabajo hasta que no verificaron su testimonio.
En octubre de 1939 fue depurado de manera oficial y regresó a su empleo en la
policía. Le destinaron a la Secretaría Particular de Franco, pero en 1940 le enviaron a
Salamanca para trabajar en la recuperación de los documentos militares y policiales del
bando republicano. En 1941 formó parte del negociado antimasónico, hasta que ascendió
a agente de primera clase. Tras unos meses en Las Palmas, en 1942, ya de vuelta en
Madrid, empezó a trabajar como escolta del ministro de Trabajo, José Antonio Girón de
Velasco, con quien hizo una gran amistad.
En 1947, con cuarenta años, contrajo matrimonio con María Teresa Aguado. Al año
siguiente ascendió a inspector de primera clase y siguió trabajando como escolta del
ministro de Trabajo. En el 1953 fue nombrado comisario de 2.ª clase y en 1957 se
convirtió en el guardaespaldas personal de Girón de Velasco, que acababa de dejar el
ministerio. Por estas fechas le regaló al político falangista una de las pistolas que tenía en
su propiedad, un presente que no fue notificado a las autoridades policiales y por el que
tuvo algún pequeño problema con sus jefes.
En 1960 ascendió a comisario de 1.ª clase y en 1963, con cincuenta y cinco años, fue
nombrado jefe de la comisaría de la Estrella, en Madrid. Allí pasó los últimos años de su
vida, siendo felicitado públicamente al menos en dos ocasiones por haber detenido a una
banda de atracadores y a unos ladrones de automóviles. Murió en Madrid el 22 de junio
de 1966.

Agustín Delgado Cros

Este capitán de Infantería estaba infiltrado en el estado mayor del Ejército del Centro

131
y consiguió recabar información de gran importancia de los generales republicanos José
Miaja y Vicente Rojo, con los que tenía mucha amistad. Fue detenido en diciembre de
1937 como colaborador de Rodríguez Aguado y juzgado por «espionaje y alta traición».
Evitó que lo trasladaran a Barcelona, posiblemente gracias a los contactos que tenía en el
alto mando republicano. Permaneció en la cárcel Porlier hasta que le dieron la libertad
condicional el 7 de marzo de 1939. Ese mismo día y hasta que los nacionales entraron en
Madrid, estuvo a las órdenes de Luis Pérez Peñamaría, un coronel que estaba
organizando a las milicias de Falange para que se hicieran con el control de los servicios
básicos de Madrid en cuanto Franco lanzara su ofensiva final.
Como otros militares, una vez terminada la contienda fue sometido a un expediente
de depuración del que salió airoso: pocos meses después de que terminara su proceso, en
agosto de 1939, consiguió el ascenso a comandante. Siguió prestando servicios en el
SIPM de Madrid hasta que fue nombrado ayudante del general de brigada Pablo Cayuela
Ferreira. Después, seguiría haciendo carrera en el Ejército, terminándola como coronel.
Murió en Madrid el 30 de diciembre de 1976.

Manuel Manzano Monís

Este joven falangista fue el encargado de poner en contacto a Rodríguez Aguado con
la Falange Clandestina durante los primeros meses de sublevación. Como hemos leído
en páginas anteriores, consiguió evadirse de la retaguardia republicana y pasar a zona
sublevada por Guadalajara. Una vez allí, continuó combatiendo como alférez provisional
en un regimiento de zapadores de Valladolid. Terminada la contienda finalizó sus
estudios de arquitectura y se convirtió en uno de los arquitectos más relevantes de
España. En colaboración con el escultor Carlos Ferreira realizó el monumento a Calvo
Sotelo en Plaza de Castilla de Madrid en 1960.
Durante su carrera profesional destacó como arquitecto municipal y delegado de
Bellas Artes del municipio de Fuenterrabía, convirtiéndose en el autor del primer Plan de
Ordenación del Casco Antiguo en 1952. Se encargó también de la restauración del
recinto amurallado de la ciudad en 1963, que le valió una mención de la Academia de
Bellas Artes de San Fernando. Esta restauración supuso también que ganara el Premio
Europeo a la Reconstrucción de una Ciudad. Falleció en Madrid en 1997, a los ochenta y
ocho años.

Los otros refugiados en la embajada de Turquía

132
Después del asalto a la embajada turca en Madrid, todos los refugiados fueron
arrestados por el SIM y, al igual que Rodríguez Aguado y Jiménez de Anta, fueron a
parar al Ministerio de Marina. La mayoría de los refugiados, salvo los miembros de la
Quinta Columna, fueron trasladados después en camiones hasta el Ministerio de la
Guerra, donde prestaron declaración y quedaron recluidos en celdas en grupos de diez
personas. Según el testimonio de Joaquín Martínez Friera, uno de los refugiados en la
legación turca, en febrero de 1938 los asilados fueron llevados hasta Valencia y después
hasta Barcelona donde se les confinó en el buque-prisión Villa de Madrid, cárcel flotante
del SIM en el puerto de la Ciudad Condal.
Según el testimonio de Martínez Friera, el 13 de mayo de 1938 casi todos los
refugiados fueron trasladados hasta la cárcel del Pueblo Español, en Montjuic, donde
estuvieron hasta el 9 de junio. Ese día, los detenidos menores de cuarenta y siete años
fueron llevados por ferrocarril y carretera hasta el campo de trabajo número 5 del SIM,
situado en la localidad de Ogern (Lérida). Este era uno de los campos de concentración
más terroríficos de la República, puesto en marcha en 1938 por el servicio secreto
republicano. Los trabajos forzados y las condiciones de vida que tuvieron que soportar
aquellos hombres fueron terribles y algunos de ellos murieron en el campo. Estas
condiciones de vida están perfectamente reflejadas en Camí de l´infern (Camino del
infierno), el libro que escribió en 2009 Jordi Cardona, vecino de Ogern.
Martínez Friera relataba que los prisioneros del campo de trabajo de Ogern llegaron
al campamento en unas condiciones lamentables, como «esqueletos andantes». Afirmaba
que las jornadas de trabajo eran larguísimas y que las condiciones higiénicas «no
existían». Muchos de los presos enfermaron de colitis, otros tenían llagas y úlceras de
gran tamaño, muchas de ellas con gusanos. Los internos en el campo se dedicaron
durante algunas semanas a construir carreteras como la que se quería poner en marcha
entre La Bassella y la Seu d´Urgell.
En 1939, ante la proximidad de las tropas de Franco, casi todos los refugiados de la
embajada turca que estaban en Ogern fueron trasladados cerca de la frontera francesa.
Sus guardias los utilizaron como escudos humanos para pasar al país vecino. Otros de
los refugiados consiguieron escapar y los restantes, es el caso de Martínez Friera, fueron
devueltos a Barcelona y trasladados hasta la prisión de San Elías, donde permanecieron
hasta el 26 de enero de 1939, fecha en la que los sublevados entraron en la capital
catalana.

Juan Sánchez Simón

Este teniente de Intendencia era en realidad un espía al servicio de Franco infiltrado

133
en el SIM republicano. No está muy claro su papel tras el asalto a la embajada de
Turquía en enero de 1938. Pero cuatro meses más tarde tuvo que declarar ante el juez
Luján para explicar su vínculo con los quintacolumnistas y especialmente para responder
a unas acusaciones de «espionaje» que le habían llegado desde el Parque de Intendencia
de Pacífico. El juez quería conocer más datos sobre una denuncia que había recibido de
un soldado de Intendencia, que afirmaba que un capitán destinado en el SIM era en
realidad un agente de contrainteligencia de los sublevados. Este soldado afirmó haber
escuchado conversaciones un tanto extrañas del capitán de Intendencia, y por ese motivo
decidió ponerlo en conocimiento de la justicia.
Sánchez Simón afirmó de manera reiterada que nunca había estado a las órdenes de
la organización de Rodríguez Aguado y que nunca había colaborado con el «enemigo».
En relación con Jiménez de Anta, sí confesó que había tenido cierta relación con él
mientras trabajaba como cajero del Parque Central de Intendencia, pero «nunca declaró
nada de política».
A través de su declaración ante el juez Luján hemos reconstruido los avatares de este
espía de Franco durante la guerra. En 1938 tenía treinta y un años, aunque se había
incorporado al SIM republicano el 24 de julio de 1937. Antes había estado destinado en
la Brigada de Ferrocarriles, donde conoció a Ángel Pedrero, con el que hizo una cierta
amistad. Cuando Pedrero llegó al SIM lo reclamó. Sánchez Simón terminó siendo
destinado al espionaje republicano como responsable de Intendencia, donde se dedicaba
a «administrar y gestionar el suministro de víveres» para todas las fuerzas que
constituían el SIM y, según reconocería ante el juez, «apenas intervenía en
investigaciones de carácter policiaco».
Con la intención de mostrar su «republicanismo» durante el interrogatorio, dijo que
desde junio de 1930 pertenecía al PSOE y que contribuía a la cuota de seis pesetas
mensuales, aunque la pagaba con un nombre supuesto, ya que el Ejército no le permitía
pertenecer a una fuerza política. Una persona que conocía sus supuestas ideas
izquierdistas era el secretario de Pedrero, Octaviano Sousa, que en los años treinta era
jefe de propaganda del PSOE en Extremadura. Afirmó que con la guerra ya empezada se
volvió a afiliar al PSOE.
Sánchez Simón se sintió respaldado durante su declaración y el propio Pedrero envió
una nota al juzgado defendiendo su inocencia:

Este capitán viene prestando servicios a mis órdenes con toda disciplina, celo y lealtad en pro de la causa,
cuya defensa nos está confiada, teniendo asimismo la satisfacción de participar a usted que el mencionado
capitán, con anterioridad a los antes mencionados servicios, ha desempeñado otros en el Ejército de la
República, según copia de su hoja de servicios que obra en esta dependencia, dando repetidas pruebas de
sincera adhesión al régimen republicano y siendo un gran entusiasta de la causa del proletariado.

El jefe de los espías de la República no fue el único que avaló a Simón. También lo

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hizo un antiguo compañero de la Brigada de Trenes Blindados, el capitán Arturo
Campos, que destacó su conducta «intachable y gran entusiasmo en el desarrollo de la
función de los servicios de Intendencia». Por último, para seguir mostrando su
proximidad hacia las izquierdas, el propio Sánchez Simón entregó al juez un artículo que
había escrito pocas semanas después de estallar la guerra en la revista Nuestras Armas, y
en el que se mostraba como un firme defensor del proletariado.
El espía franquista salió victorioso de la investigación a la que fue sometido y
finalmente no fue condenado por las acusaciones de ser un espía de los sublevados.
Siguió prestando servicio en la Pagaduría de Intendencia del SIM, aunque por poco
tiempo. El 2 de febrero de 1939, cuando la guerra estaba a punto de terminar, su relación
con Pedrero dio un giro radical. El jefe del SIM le detuvo diciéndole que «llevaba mucho
tiempo vigilándole» y que había «podido comprobar» que no entregaba los vales de
víveres del economato del SIM «más que a personas desafectas al régimen y familiares
de fascistas». También le dijo que estaba «bien enterado» de que trabajaba para la
inteligencia franquista. Aun así, a los dos días decidió ponerle en libertad, seguramente
porque sabía que la guerra estaba decidida.
Tras el final de la guerra, Sánchez Simón siguió haciendo carrera en el Ejército, tras
solventar con éxito su proceso de depuración. Eso sí, tendría que ocupar el rango que
ostentaba antes de la guerra: sargento primero. Durante su consejo de guerra aseguró
haber sido «agente exterior» de la España nacional, «cumpliendo en todo momento todas
las misiones que le fueron encomendadas». El coronel Ungría, máxima autoridad del
espionaje franquista, elaboró un certificado en el que se «acreditaba» su calidad como
agente secreto y le proponía para varias «recompensas» como la Cruz de Guerra, la Cruz
de Campaña y la Cruz Roja.

José María Lezameta Irazábal

Lezameta siempre tuvo fama de «estafador» y «aficionado a la bebida». Pero su


carácter extrovertido y aparentemente bonachón le hizo escalar posiciones en la
sociedad. El que sería un infiltrado del SIM en la embajada de Turquía, se mostró desde
muy joven partidario de las derechas; siendo casi un adolescente colaboró con algunos
periódicos bilbaínos de corte monárquico, como El Nervión. El abogado Lezameta
impartía antes de que empezara la guerra su cátedra en un instituto donde daba cursos de
Filosofía y Derecho y gozaba de cierto prestigio en los círculos derechistas de la capital.
Como antes hemos visto, para no levantar sospechas, Lezameta también fue detenido
durante el asalto del SIM a la embajada de Turquía. Él había delatado a Rodríguez
Aguado y Jiménez de Anta a cambio de un pasaporte francés y un cheque que podría

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cobrar en el país vecino en cuanto terminara la guerra. Sin embargo, el SIM no cumplió
su trato. Al igual que el resto de los refugiados de la legación turca, fue trasladado a
Valencia y Barcelona, aunque recibió un trato de favor por parte de sus guardianes, que
posiblemente conocían su actuación como confidente. Lo cierto es que durante su
andadura por las prisiones barcelonesas ningún otro preso simpatizó con él porque le
consideraban un «traidor» y un «chivato».
En el barco prisión Villa de Madrid Lezameta tuvo como compañero de celda a
Martínez Friera, un militar del que antes hemos leído parte de su testimonio. Una vez
terminada la guerra, este último explicó que «nadie quería mantener conversaciones con
él [Lezameta] porque sospechaban que era un espía del SIM». Pese a recibir cierto trato
de favor, Martínez Friera destacó que el confidente «sufrió las mismas calamidades que
todos los detenidos en Barcelona, pero con la desviación que hacia él sentían todos los
presos». Martínez Friera también compartió celda con Lezameta en la checa de San
Elías, donde intimó un poco más y donde extrajo las siguientes conclusiones:

Lezameta era un verdadero infeliz, débil de carácter y tras ser detenido por el SIM había sido débil ante los
interrogatorios. Había confesado parte de lo que sabía relacionado con alguno de los que estaban en el
interior de la embajada. Rezaba continuamente. Siempre, al final del Rosario, pedía a Dios perdón,
destacando en voz alta que sus enemigos no le compadecían.

El confidente del SIM permaneció en San Elías hasta que los sublevados entraron en
Barcelona el 26 de enero de 1939. Tras ser puesto en libertad, su estado de salud era muy
débil, por lo que decidió pedir apoyo a sus antiguos compañeros del Círculo
Tradicionalista de Barcelona. La mayoría de ellos desconocían su vinculación con
Pedrero y le ayudaron económicamente hasta que pudo recuperarse. Después se marchó
a Bilbao y más adelante a Vitoria para estar más cerca de su familia.
Unos meses más tarde fue detenido por la policía y juzgado en julio de 1939 por su
traición a la Quinta Columna. Durante su consejo de guerra desmintió rotundamente
haber colaborado con el SIM y alegó que sus visitas a la embajada turca estaban
relacionadas con Pedro Rodríguez Torres, un amigo suyo que se había refugiado allí. El
consejo se prolongó hasta septiembre de 1940 y en él hubo disparidad de opiniones entre
los testigos citados a declarar. Algunos le acusaban de traidor, mientras que otros
aseguraban que era un «buen español». El tribunal le condenó a muerte, aunque su pena
sería conmutada. Finalmente permaneció más de una década en prisión. El 15 de julio de
1952 salió en libertad.

Ángel Pedrero García

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Tras la desarticulación de la organización Rodríguez Aguado, Ángel Pedrero
permaneció al frente del SIM en la Zona Centro hasta el final de la guerra. Se mantuvo
leal al coronel Casado durante los enfrentamientos que se vivieron en Madrid en marzo
de 1939 entre los seguidores del Consejo Nacional de Defensa, que deseaban liquidar la
contienda, y los comunistas que pretendían continuarla. Cuando las tropas franquistas
estaban a punto de entrar en la capital, huyó con sus hombres hacia la zona de Levante,
donde esperaba poder embarcar hacia el extranjero. Llevaba consigo un maletín con un
importante alijo de joyas, producto de los registros e incautaciones que había hecho el
SIM durante su mandato.
Antes de abandonar Madrid, el general Miaja le había ofrecido un puesto en su avión
para salir de España y refugiarse en un país extranjero. Sorprendentemente, el jefe de los
espías republicanos declinó la invitación. Prefirió permanecer unido a sus hombres pese
a los riesgos que podría correr en el caso de caer en manos de los sublevados. Antes de
intentar escapar fuera de España, había cerrado un acuerdo con el corresponsal del
periódico francés Paris Soir, para que escribiera sus memorias una vez terminada la
contienda. El diario se había comprometido a pagarle 50.000 francos en cuanto llegara a
Francia en concepto de «anticipo» y otros 50.000 cuando terminara de escribir el libro.
Pedrero organizó personalmente su huida de Madrid y la de todos los miembros del
SIM que querían exiliarse. Para ello, puso en marcha un convoy de casi treinta vehículos
en el que viajaban más de un centenar de agentes secretos republicanos fuertemente
armados. Al igual que su jefe, ellos también llevaban algunas bolsas con joyas y dinero
con el que pretendían sobrevivir fuera de España durante los primeros meses de exilio.
El convoy realizó su primera parada en Valencia, aunque muy pronto los agentes
comprobaron que el puerto estaba bloqueado y que nadie podía entrar y salir sin el
permiso de la flota franquista que vigilaba la costa. Después, se encaminaron hacia
Mazarrón (Murcia), donde tampoco encontraron la manera de escapar. Como último
recurso decidieron desplazarse hasta Alicante, pero la ciudad estaba atestada de personas
que también se encontraban bloqueadas.
Salir de Alicante era imposible. Era cuestión de tiempo que en la ciudad entraran los
sublevados y se hicieran con el control del puerto donde se encontraban miles de
personas deseosas por encontrar un barco que los llevara al extranjero. Consciente de
que su arresto iba a ser inminente, Pedrero optó por arrojar al mar su maletín cargado de
joyas, algo que también hicieron la mayoría de sus hombres. Finalmente, el 1 de abril
tanto él como la cúpula del SIM fueron detenidos por las unidades franquistas y
trasladados hasta el campo de concentración de Albatera. Después sería llevado a Madrid
donde fue sometido a numerosos interrogatorios para aclarar su responsabilidad durante
la contienda. De esta época hemos localizado la única fotografía suya que se conserva de
su paso por las cárceles madrileñas. En ella aparece especialmente demacrado, con muy

137
poco pelo y vistiendo una camiseta interior de color blanco.
El SIPM se hizo cargo de los interrogatorios y en ellos Pedrero se mostró bastante
colaborador, hablando sin tapujos de los confidentes que habían colaborado con él para
acabar con la Quinta Columna. La justicia franquista le acusaba no solo de haber
dirigido el SIM de Madrid con mano de hierro, sino de haber colaborado en los
asesinatos de la checa García Atadell, de la que formó parte en el verano de 1936.
También le acusaron de planificar un ataque aéreo contra la catedral de Burgos mientras
se celebraban los funerales del general Emilio Mola, que había muerto en un accidente
de aviación, operación que contó con el visto bueno del espionaje soviético. La idea era
hacer una rápida incursión y bombardear la catedral donde se encontrarían Franco y el
resto de la cúpula militar del bando sublevado. El plan fue considerado como una
«locura por parte del ministro de Defensa, Indalecio Prieto, y rechazado de manera
definitiva por el propio Manuel Azaña, presidente del Gobierno.
Las acusaciones contra Pedrero fueron muy numerosas y de lo más diversas. Algunas
de ellas atacaban su «conducta inmoral», y aseguraban que había mantenido durante la
guerra un sinfín de relaciones amorosas con mujeres. Afirmaban que en octubre de 1936
había enviado a su esposa a Santa Pola (Alicante) mientras él mantenía una «relación
íntima» con otra mujer llamada Araceli Muñoz, sobrina de una agente de la Brigada
García Atadell. También habría mantenido un affaire con una tal Enriqueta Trial, una
chica que le había presentado un famoso locutor de radio, y a la que instaló en un piso de
la calle General Arrando. Paralelamente mantenía «relaciones íntimas» con Elvira
Merino, una mecanógrafa del SIM con la que conviviría en un «lujoso hotel» de
Chamartín de la Rosa, y con otra mujer relacionada con el espionaje republicano,
Cándida del Castillo, a la que estaba muy unido.
Las acusaciones de «inmoral» no solo destacaban su vida amorosa, sino también sus
lujos cotidianos. Por ejemplo, decían de él que solo fumaba tabaco americano (Lucky
Strike o Camel). También le acusaban de llevar una vida desenfrenada, ya que era un
gran apasionado de «los banquetes, bailes y borracheras», así como de las fiestas de
disfraces.
A diferencia de otros procedimientos judiciales, el consejo de guerra contra Ángel
Pedrero y sus lugartenientes del SIM tuvo una gran repercusión en la prensa de la época.
Periódicos como ABC o La Vanguardia publicaban casi a diario los avances del juicio,
mencionando con detalles (y algo de literatura) sus actuaciones durante la Guerra Civil.
Finalmente, le condenaron a la pena de muerte y le ejecutaron en soledad —algo no muy
habitual— el 4 de marzo de 1940 en el cementerio Este de Madrid.

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Capítulo 8. LAS MILICIAS PIZARRO Y SU FRUSTRADA
CONQUISTA DE MADRID

Un maestro de escuela y un experimentado militar curtido en África dirigieron durante


más de un año las Milicias Pizarro, uno de los grupos más numerosos de la Quinta
Columna, y que pretendía facilitar la entrada en Madrid de las tropas de Franco cuando
lanzaran su ofensiva final. Los dos líderes, a los que hemos conocido muy brevemente
en el capítulo anterior, eran Francisco Grañén Masía, jefe de Falange en Guadalajara, y
el teniente de Infantería José Burgos Iglesias. Ambos participaron en la sublevación
militar de la ciudad alcarreña, de la que tuvieron que huir de manera precipitada en el
verano de 1936.
José Burgos Iglesias tenía treinta y cuatro años cuando estalló la Guerra Civil. Estaba
destinado como profesor en el Colegio de Huérfanos de Guerra de Guadalajara, donde
impartía las asignaturas de Geografía e Historia. Además de su trabajo en el colegio,
también puso en marcha junto a otros militares una academia privada, llamada
Politécnica, para complementar sus ingresos y poder vivir de una manera más holgada.
Aunque su destino en Guadalajara era de lo más tranquilo, lo cierto es que su
trayectoria militar no había sido ni mucho menos relajada. Natural de Extremadura, en
1919 José Burgos ingresó como soldado voluntario en el Regimiento Castilla n.º 16, con
sede en Badajoz. Le enviaron, dos años más tarde, hasta África para participar en la
guerra del Rif. Llegó pocos días después de que se produjera el desastre de Annual
(1921) y participó junto a su regimiento en numerosos combates para recuperar el
territorio perdido. Durante dos años se curtió combatiendo a los rifeños en el valle de
Uixan, Nador, Sidi Amet y protegiendo a los convoyes españoles que transportaban agua
y víveres para las tropas. En esta época estuvo a las órdenes de militares de renombre,
como los generales Berenguer, Sanjurjo o el coronel Riquelme.
Por su participación en la campaña de África consiguió numerosas condecoraciones y
también el ansiado ascenso a sargento. Como premio fue enviado a España para hacer el
curso de instructor en la Escuela Central de Gimnasia del Ejército, para regresar después
al Rif y formar a los nuevos reclutas en materia de Educación Física. En 1925 volvió de
nuevo a la península para participar en el curso de ascenso a oficial y permaneció dos
años en la Academia de Infantería de Toledo. En 1928 ascendió a alférez y fue enviado a
Melilla, donde estuvo tres años. Ya como teniente, en 1931 se instaló en Guadalajara
donde contrajo matrimonio con María Luisa Fernández Fole. Vivieron juntos hasta que
la relación se rompió unos meses antes de que empezara la guerra. El matrimonio no iba
bien y por mutuo acuerdo decidieron separarse un tiempo. María Luisa se marchó a casa

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de sus padres en la sierra de Madrid y José permaneció en Guadalajara preparando el
alzamiento militar.

El otro líder de las Milicias Pizarro

Francisco Grañén había nacido en Mequinenza (Zaragoza), en el seno de una familia


acomodada que tenía tierras y ganado. Siendo un adolescente se marchó hasta Lérida
para estudiar magisterio junto a su hermano Julio, con el que terminaría distanciándose
por culpa de la política: mientras que Francisco se inclinó ideológicamente al lado de
Falange, Julio se acercó al Partido Comunista.
Tras aprobar la oposición de maestro nacional, Grañén estuvo trabajando en varios
colegios de Madrid y de Castilla-La Mancha. Sabemos que en 1933 estuvo impartiendo
clases en El Escorial (Madrid), trabajo que compatibilizó con la vicepresidencia de la
Institución de Amigos de la Enseñanza, una entidad de carácter benéfico que pretendía
acercar la cultura a los más desfavorecidos. En 1934 se afilió a Falange de Guadalajara y
fue designado delegado del Consejo Nacional por esta provincia. Como uno de los
responsables falangistas de la zona, estaba al corriente de los planes de la sublevación
militar y participó en algunas reuniones secretas para coordinar el golpe en la capital
alcarreña. Fue durante estas reuniones cuando conoció al teniente Burgos
estableciéndose entre ambos una relación de amistad que les uniría hasta el final de sus
días.

La sublevación en Guadalajara

Burgos y Grañén jugaron un papel muy importante en el alzamiento en la ciudad de


Guadalajara. El oficial formaba parte de la junta militar que organizó el golpe, y que
estaba liderada por el comandante de Ingenieros Rafael Ortiz de Zárate, protagonista de
una de las fotografías más estremecedoras de la Guerra Civil que a buen seguro conocen
nuestros lectores (el oficial aparece detenido por un grupo de milicianos que le apuntan
con varias pistolas).
Al empezar los combates, a Burgos le ordenaron dirigir una compañía mixta formada
por militares y falangistas que debía controlar un sector de Guadalajara situado junto a
los puentes del río Henares. Aunque los alzados tomaron la iniciativa y en poco tiempo
controlaron la ciudad, a medida que pasaban las horas y con la llegada de refuerzos
procedentes de Madrid, las fuerzas republicanas fueron recuperando el terreno perdido.
La falta de munición y los problemas de abastecimiento fueron las principales

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dificultades que tuvieron que hacer frente el millar de sublevados en la ciudad. Con tan
solo seis ametralladoras y unos ochocientos fusiles, los golpistas poco pudieron hacer
para detener el imparable avance de las fuerzas de la CNT, coordinadas por Cipriano
Mera y mandadas por el coronel Puigdengolas.
El sector defendido por Burgos cayó el 22 de julio y los pocos supervivientes de su
compañía, entre los que se encontraba el oficial que la mandaba, tuvieron que replegarse
por el interior de la ciudad y buscar la salvación intentando ocultarse de todas las
maneras posibles. Nuestro protagonista se refugió en una vivienda cercana a la Casa del
Pueblo que pertenecía al matrimonio formado por Toribio Díez y su esposa Ezequiela,
una familia humilde con fama de izquierdistas. Pese a ello, el matrimonio decidió salvar
la vida del militar y esconderlo en el sótano de su casa como agradecimiento a las clases
gratuitas que este había dado a una de sus hijas en su academia Politécnica.
Toribio y Ezequiela le escondieron más de una semana en su modesta vivienda
situada en el número 3 de la plaza de Pablo Iglesias. Hasta que el Frente Popular no se
hizo con el control total de la ciudad y la situación no se tranquilizó, Burgos Iglesias no
pudo salir de su escondite pese a su insistencia, ya que «conocer» la suerte de sus
compañeros. En poco tiempo se enteró de que su jefe directo en la sublevación, Ortiz de
Zárate, había sido asesinado a balazos y que casi todos los militares del cuartel de
Globos habían muerto en su defensa. A primeros de agosto de 1936, despojado ya de su
uniforme y vestido de paisano, salió de Guadalajara y se marchó a Madrid donde residía
su hermana Nieves. Ella le ocultó en su piso de la calle Reforma Agraria (hoy Alfonso
XII) donde permaneció varias semanas sin salir a la calle. Cuando por fin se atrevió a
abandonar su escondite, trató de encontrar documentación falsa para moverse con cierta
libertad ya que se encontraba en busca y captura por ser uno de los impulsores del golpe
en Guadalajara.
El papel de Francisco Grañén en el alzamiento de la capital alcarreña también fue
muy activo. Participó junto a una veintena de falangistas en la toma del Banco de España
cogiendo como rehenes a varios guardias de asalto que custodiaban el oro de sus
cámaras acorazadas. Los falangistas, muy jóvenes e inexpertos, tan solo pudieron
defender sus posiciones unas horas, aunque los combates fueron encarnizados. Casi
todos los sublevados murieron durante la lucha, sin embargo, Grañén logró escapar, tras
quitarle la ropa a un miliciano que había muerto durante los enfrentamientos. Disfrazado
como un militante más de la CNT y con un balazo en el brazo, consiguió que una
camioneta llena de anarcosindicalistas heridos le trasladara a Madrid para ser tratado de
su primera herida de guerra.

Los primeros meses en Madrid

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A medida que pasaban las semanas, la situación de Burgos en Madrid se hacía más
angustiosa. Aunque había conseguido una identidad falsa en el mercado negro —su
nuevo nombre era Manuel Burgos Cantos—, su verdadero deseo era pasarse a los
nacionales y combatir a la República en el frente. No pudo hacerlo al carecer de medios
para acercarse a las zonas de combate, pero trató de refugiarse en las embajadas de Cuba
y Panamá. Sin embargo, tampoco encontró los suficientes contactos diplomáticos para
que le acogieran como refugiado.
En otoño de 1936, con las tropas franquistas a las puertas de Madrid, llegaron
también los primeros bombardeos sobre la capital. Uno de ellos estuvo a punto de acabar
con la vivienda que compartía el militar con su hermana cerca de El Retiro. Por ello, a
finales de octubre, fueron evacuados a una pensión de la calle Montera en la que vivía
otro de sus hermanos, Gonzalo. Al igual que él, también era militar de profesión, aunque
de ideología republicana. De hecho, había participado en la sublevación de Jaca en 1930
y fue condenado a muerte por ello, aunque su pena luego sería conmutada.
A finales de este trágico 1936 muchos madrileños pensaban que el Ejército
sublevado terminaría entrando en la capital más pronto que tarde. Entre ellos estaba José
Burgos Iglesias, que empezó a preguntarse de qué manera podía contribuir a la causa
franquista desde la retaguardia republicana. Por estas fechas ya había establecido
contacto con algunos de los supervivientes de Falange de Guadalajara, que también se
habían refugiado en Madrid. Entre ellos estaba Francisco Grañén, que se había
procurado también una identidad falsa, y que se hacía llamar Paco Llanas.
Ambos mantuvieron muchas reuniones en el mes de diciembre de 1936 en las que
decidieron organizarse de una manera formal y «agrupar» en pequeñas milicias a los
jóvenes falangistas que estaban dispuestos a realizar sabotajes y golpes de mano contra
las autoridades republicanas. Fue así como nació el sentimiento quintacolumnista entre
ambos y así fue como se constituyeron las Milicias Pizarro, nombre ideado por Grañén,
que era un gran estudioso de la conquista española de América.

Los primeros pasos como quintacolumnistas

Como hemos dicho antes, el primer paso que dieron los dos quintacolumnistas fue
agrupar a jóvenes falangistas que se encontraban desperdigados en la retaguardia
madrileña. Les hicieron ver la importancia que tenía estar «unidos» alrededor de una
gran organización para intentar ayudar a los sublevados a tomar Madrid cuando se
produjera la ofensiva final sobre la capital. También captaron a varios oficiales y
suboficiales del Ejército dispuestos a combatir desde la clandestinidad a favor de los
sublevados. El objetivo de las milicias era, por un lado, facilitar la entrega de la ciudad a

142
Franco controlando el buen funcionamiento de los servicios básicos (metro, tranvía,
agua, electricidad...) y, por el otro, verificar el desarme de las fuerzas republicanas.
Por su pasado castrense, Burgos se encargó de agrupar a los militares mientras que
Grañén se dedicó a coordinar alrededor de su figura a los jóvenes falangistas. El primero
consiguió incorporar al grupo a militares de alta graduación como Francisco Cabañas
Chavarría, comandante de Carabineros, el coronel de la Guardia Civil, Alberto Matallana
o el jefe de la Guardia Urbana de Madrid, el coronel José Bermúdez de Castro. Junto a
ellos, también formaron parte de las milicias otros militares destinados en puestos muy
sensibles, como el Ministerio de la Guerra o la famosa Posición Jaca.
En poco tiempo el grupo fue cogiendo músculo y ganando adeptos para sus filas. El
único problema que tenían los quintacolumnistas era la imposibilidad de contactar de
una manera directa con la España franquista. Sin embargo, pasadas unas semanas, el
contacto se produjo gracias a Manuel de los Ríos Porro, un militar que simpatizaba con
los sublevados, y que consiguió huir a Francia en una expedición organizada por la
embajada de Panamá. Tras diversas vicisitudes en territorio francés, De los Ríos pasó a
zona de los sublevados y mantuvo una reunión en Salamanca con los mandos del
incipiente servicio de información de Franco. En ese encuentro, hizo mención por
primera vez a las Milicias Pizarro y al papel que Burgos y Grañén estaban empezando a
jugar en la retaguardia republicana.
Solo unos pocos días después de llegar a territorio franquista, De los Ríos estableció
contacto por radio con Grañén y Burgos para informarles de que había llegado «sin
novedad» a la zona controlada por los nacionales. Los quintacolumnistas sintonizaban
Radio Salamanca desde un potente receptor en casa de Grañén, en la calle Goya. Allí
pudieron escuchar el mensaje del alto mando nacional que agradecía los servicios que
estaban prestando a la «causa» y también les pedía que trataran de recopilar información
del «enemigo», enviándola a Francia por medio de «embajadas amigas». En ese mensaje
radiado también les ofrecía la posibilidad de enviar a Madrid a un agente secreto para
darles instrucciones «más concretas» sobre los métodos operativos del grupo.

Dos centros de espionaje en Madrid

Durante la primavera de 1937 las Milicias Pizarro ya funcionaban a pleno


rendimiento gracias a dos centros de espionaje que pusieron en marcha los jefes
quintacolumnistas. Uno estaba situado en una escuela de idiomas y el otro en un
hospital. Burgos estableció su cuartel general en la academia situada en el número 16 de
la calle Naciones, mientras que Grañén hizo lo propio en el sanatorio de Santa Alicia,
ubicado en la esquina de la calle Ramón de la Cruz con Montesa.

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El líder militar de las Milicias Pizarro decidió crear su centro de espionaje en la
academia de idiomas poco tiempo después de conocer a Matilde Ruiz de Salces, una
atractiva joven de origen francés que ejercía como profesora de español para algunos
miembros de las Brigadas Internacionales. Ambos se habían conocido a primeros de
1937 en la glorieta de Bilbao y se enamoraron casi al instante. Nuestro protagonista no
dudó ni un momento de Matilde y decidió incorporarla a su organización, aprovechando
sus buenas relaciones con los brigadistas extranjeros.
Burgos Iglesias pensaba que la belleza de Matilde podía «cautivar» a cualquier alto
mando del Ejército republicano. Él mismo también fue cautivado por el desparpajo de la
joven y, a pesar de no haber roto formalmente con su esposa, se marchó a vivir con
Matilde a su casa de la calle Naciones. Allí establecieron una especie de academia de
idiomas y durante cuatro meses los dos impartieron clases particulares de francés a
oficiales del Ejército del Centro y personalidades del Frente Popular. De hecho, la
escuela se llegó a anunciar en la prensa de la época para atraer al mayor número de
personas.
Hasta finales de 1937 nadie sospechó que esa academia era, en realidad, una tapadera
que servía para ocultar las actividades de espionaje del teniente Burgos. Tanto él como
su amante, además de impartir clases de francés y español, recibían a los otros miembros
de las Milicias Pizarro que llegaban a la calle Naciones para entregarles informes
secretos sobre emplazamientos militares republicanos en el frente de Madrid. Para no
levantar sospechas de los vecinos, los quintacolumnistas llegaban provistos de libros de
francés y chapurreaban alguna palabra en esta lengua simulando ser alumnos de la
escuela.
La implantación de este centro fue todo un éxito para las Milicias Pizarro, ya no solo
por el volumen de información que allí se recibía, sino porque se garantizaba la
seguridad de sus miembros a la hora de entregar los informes. Además, en la academia
se celebraban reuniones con total discreción evitando así a los confidentes que la policía
tenía en los bares y cafés de Madrid. Los quintacolumnistas llegaron a contar con una
línea de teléfono que había instalado un miembro de las milicias, Félix Feijoo Alfaya,
que trabajaba como ingeniero en Telefónica.
Además de Matilde y Burgos, también impartía clases de francés en la academia otro
importante componente de las milicias. Se llamaba Pedro Giraud y trabajaba como
intérprete en una unidad de las Brigadas Internacionales. Antes de empezar la guerra
había impartido clases en diferentes colegios de la capital e incluso en 1931 había dado
un curso de idiomas a través de Unión Radio. Aunque no tenía el perfil de «desafecto»,
la seguridad republicana terminaría acusándole más adelante de «fomentar la deserción»
de un grupo de brigadistas extranjeros que decidieron abandonar España en verano de
1937.

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El sanatorio de Santa Alicia

El otro centro de espionaje de las Milicias Pizarro estaba situado en pleno barrio de
Salamanca. Fundado en 1919 por el prestigioso doctor Vital Aza, el sanatorio de Santa
Alicia se convertiría en una de las mejores clínicas privadas de España en el periodo de
1920-1930, y estaba especializada en cirugía, ginecología y obstetricia. Al empezar la
guerra fue convertida en un hospital de sangre donde se trasladó a gran número de
heridos procedentes de los frentes de Madrid.
Gracias a sus habilidades sociales, Grañén consiguió captar para su organización a
Carlos Peláez Jiménez, uno de los doctores del hospital y sobrino del propio Vital Aza.
De ideología liberal, pero contrario a los desmanes del Frente Popular, el doctor Peláez
puso en marcha una compleja red de informadores que estaba formada por médicos,
enfermeras y conductores de ambulancias que visitaban con frecuencia los frentes de la
Casa de Campo, Somosierra, el Jarama y Guadalajara. A través de su red, que estaba
supervisada por Grañén, las Milicias Pizarro consiguieron recopilar un gran número de
informes con el número exacto de milicianos muertos y heridos en combate tras
determinadas ofensivas franquistas. Los agentes del doctor Peláez también realizaban
actos de sabotaje como sucedió con dos conductores de ambulancias durante la batalla
de Brunete. Aprovechando su libertad de movimientos en el frente, ambos consiguieron
aislar telefónicamente a varias baterías republicanas de Artillería tras cortar el cable
telefónico horas antes de un ataque de los sublevados.
El doctor Peláez también colaboró con la Quinta Columna ocultando en su clínica a
personas perseguidas por la policía madrileña que simulaban padecer enfermedades
infecciosas. Entre las personas que fueron ingresadas destacó Pilar Millán Astray,
hermana del fundador de la Legión, que meses atrás había estado presa en varias cárceles
de Valencia y Madrid. Otra de las actividades subversivas que se realizaban en el
sanatorio fue elaborar «propuestas ficticias de inutilidad» a jóvenes simpatizantes de las
derechas para evitar que fueran enviados al frente. Además de Peláez, otros médicos del
hospital, como el primo de Francisco, Domingo Grañén, o Juan Benavides, se
encargaban de hacer estos estos informes de inutilidad.
Los responsables de las Milicias Pizarro contaban también con otros dos puntos en
Madrid donde obtenían información muy valiosa para sus intereses. Se trataba de una
pequeña clínica de la calle Preciados que estaba regentada por un enfermero aragonés
llamado Evaristo Escartín, y de una farmacia en la calle Diego de León administrada por
un joven farmacéutico llamado Benjamín Zapata. Los dos, que fueron agentes muy
valiosos para el grupo, se habían afiliado a la CNT para evitar sospechas y salvaguardar
su propia seguridad.

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La fusión con Rodríguez Aguado

En marzo de 1937 las Milicias Pizarro supieron que en Madrid también operaba una
red clandestina de ideología falangista liderada por el teniente de Intendencia Antonio
Rodríguez Aguado. Francisco Grañén se enteró de la existencia de este grupo por medio
de otro profesor falangista, Pedro Asensio Rojas, al que conocía de antes de la guerra.
Como hemos visto en el capítulo anterior, Rodríguez Aguado y sus hombres se
dedicaban tanto al espionaje militar como a la evacuación de personas perseguidas a
través de la ruta del Tajo.
Por medio de Asensio, los dos jefes de las Milicias Pizarro se entrevistaron con
Rodríguez Aguado y su segundo, Jiménez de Anta, para estudiar una posible
colaboración. El encuentro, que tuvo lugar en una pensión cercana a la Gran Vía, fue
especialmente tenso. Los cuatros quintacolumnistas acudieron armados hasta los dientes
pensando que podría tratarse de una trampa de los servicios de información
republicanos. En esa primera reunión no se llegó a ningún acuerdo y las dos
organizaciones siguieron trabajando de manera independiente hasta que en junio y julio
de 1937 llegaron a Madrid sendos agentes secretos de Franco con órdenes muy
concretas. Se trataba de Carlos Bareño y Juan María Bartolí, que por orden de Bonel
Huici pedían a los dos grupos que se fusionaran para ser más fuertes. La orden indicaba
que tanto Burgos como Grañén se tendrían que someter a la disciplina de Rodríguez
Aguado, que se convertiría en el líder absoluto del grupo.
Lo cierto es que los dos responsables de las Milicias Pizarro aceptaron con poco
entusiasmo la orden de Bonel Huici. Nunca empatizaron excesivamente con Rodríguez
Aguado, pues lo consideraban un líder demasiado recto y muy desconfiado. Con todo, a
partir de ese instante empezaron a entregarle todos los informes que llegaban hasta la
academia de idiomas y al sanatorio de Santa Alicia. Grañén se convirtió en el enlace
directo de Rodríguez Aguado y se reunía con él semanalmente en una vivienda situada
en el número 13 de la calle Eduardo Dato. Burgos, mientras tanto, seguía reagrupando
fuerzas militares para hacerse con el control de la capital en cuanto Franco lanzara su
ofensiva final sobre Madrid.

Otros agentes de las Milicias Pizarro

Como hemos visto en el capítulo anterior el joven falangista Tomás Arenal fue uno
de los hombres destacados de las Milicias Pizarro después de asumir el cargo de
«escucha» dentro de la organización. A sus veintiséis años este sastre fue elegido por
Grañén para desempeñar esta misión porque consideraba que tenía un «pasado

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intachable», además de ser un «apasionado del riesgo». Arenal, que también tenía un
hermano en la Quinta Columna, se pasaba el día escuchando las emisoras franquistas
desde su potente receptor.
Otro de los hombres fuertes del grupo era un vallisoletano de treinta y cuatro años de
nombre Sebastián Álvarez del Pino. Aunque antes de la guerra había sido ayudante del
líder falangista Augusto Barrado, al estallar el conflicto se hizo pasar por simpatizante de
los republicanos y fue nombrado delegado del Frente Popular en una finca incautada a
unos nobles cerca de Alcalá de Henares. Del Pino fue una de las personas de confianza
de Grañén, al que conocía desde antes de 1936 y que terminaría convirtiéndose en su
mano derecha.
Antonio Para Álvarez sería otra de las figuras más relevantes de las Milicias Pizarro
y uno de los más estrechos colaboradores del teniente Burgos. Antes de la guerra había
sido capitán de la Guardia Civil, aunque luego se convertiría en comandante de la
Guardia Nacional Republicana. Pese a haber sido detenido y tiroteado en agosto de
1936, fue liberado unas semanas más tarde y gracias a sus contactos en la FAI consiguió
ser nombrado asesor técnico del Batallón Spartacus, una unidad militar formada por ex
guardias civiles leales a la República. Gracias a su posición dentro del Batallón
Spartacus, suministró a los quintacolumnistas información de gran valor que fue
transmitida a territorio nacional.

Los arrestos

En septiembre de 1937 la Brigada Especial dirigida por el comisario Valentí puso en


marcha una gran operación policial para detener al mayor número posible de
quintacolumnistas que operaban en Madrid. La guerra todavía no estaba decidida y
conseguir triunfos en la retaguardia era algo muy valioso para el gobierno del Frente
Popular. Como hemos visto en el capítulo anterior, Valentí solía utilizar a infiltrados y
agentes alborotadores para desenmascarar a los enemigos de la República. Uno de ellos
era el carabinero Bonifacio Reinoso, conocido como Boni, que fingió ser partidario de
las derechas, introduciéndose así en las tertulias del Café del Prado o de los bares
Zaragoza y Salamanca. En uno de estos bares, Boni hizo buenas migas con Francisco
Ávila, uno de los miembros de las Milicias Pizarro, tras hacerse pasar por simpatizante
de los sublevados. El joven no tardaría demasiado tiempo en hablarle de la existencia de
una organización falangista en Madrid.
Ávila, pensando que hacía una gran labor para la Quinta Columna, presentó a Boni a
su jefe más inmediato, Sebastián Álvarez del Pino, que también mordió el anzuelo.
Ambos creyeron que el carabinero podía ser un agente muy valioso para las Milicias

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Pizarro, porque afirmaba tener «muchos contactos». Aprovechando el desliz de los
quintacolumnistas, Valentí también infiltró a otros dos agentes en las milicias. Se trataba
de los policías José Granda y Gabriel González Ruiz de la Peña, dos grandes expertos en
las organizaciones subversivas que terminaron siendo decisivos en la desarticulación del
grupo.
Los tres infiltrados de la policía se ganaron la confianza de los responsables de las
Milicias Pizarro, que terminaron desvelando la identidad de sus dos jefes: Paco Llanas
(Francisco Grañén) y Manuel Burgos Cantos (José Burgos Iglesias). Los investigadores
tardaron muy poco tiempo en conocer la existencia de los dos centros de información en
la academia de idiomas y en el sanatorio de Santa Alicia. La confianza que depositaron
los falangistas en los infiltrados fue tal que incluso se llegaron a comprometer a
entregarles una furgoneta para «pasar» a un grupo de militares a zona sublevada por
Guadalajara. Todo fue una trampa de la Brigada Especial que pretendía recoger el mayor
número de pruebas para encarcelar a los quintacolumnistas.
El 17 de octubre de 1937 la policía llevó a cabo una operación a gran escala para
desarticular las Milicias Pizarro. En total fueron detenidos una treintena de sus
miembros, entre los que se encontraban los cabezas visibles de la organización,
incluyendo Grañén y Burgos. Los policías realizaron más de veinte registros en las
viviendas de los detenidos y encontraron un gran número de pruebas y documentos que
servirían para acusarles de «espionaje y alta traición». Burgos fue arrestado en la
vivienda de la calle Naciones por un grupo de policías liderados por el inspector Hilario
que, pistola en mano, le obligó a señalar los lugares donde almacenaba la información
confidencial.
Los arrestados fueron trasladados en un primer momento al centro de detención de la
brigada Especial en las Escuelas Salesianas de la Ronda de Atocha. Allí estuvieron un
par de días hasta que fueron llevados a la sede de la brigada en el número 108 de la calle
Serrano. Allí fueron sometidos a palizas y amenazas de muerte y casi todos los jefes
quintacolumnistas quedaron incomunicados en una celda minúscula. Burgos describió la
celda una vez terminada la guerra: «Por espacio de tres meses y pico estuve en un
calabozo que apenas tenía dos metros de largo por uno y medio de ancho. Sin ventanas
ni luz exterior y a veces sin luz artificial».
Como consecuencia de los malos tratos y las amenazas, en poco tiempo los
miembros de las Milicias Pizarro terminarían delatando a sus compañeros. Sin embargo,
Burgos y Grañén aguantaron las palizas más tiempo de lo normal y trataron de engañar a
los interrogadores realizando declaraciones «confusas». Echaron toda la culpa de sus
actividades a Manuel Manzano, el falangista al que conocimos en el capítulo 4, que
había conseguido huir a zona sublevada. Sus declaraciones fueron tan embarulladas que
los investigadores no conocieron sus verdaderas identidades hasta bien entrado 1938.

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Según consta en las manifestaciones que hizo el comisario Valentí tras la guerra,
durante los interrogatorios hubo tres miembros de las Milicias Pizarro que se mostraron
«abiertamente» colaboradores con la Brigada Especial: «Un individuo apellidado Abril
Valmorisco, Matilde Ruiz y Burgos Iglesias». Según la versión del comisario, los dos
últimos «se ofrecieron desde los primeros momentos para actuar como confidentes y
descubrir a todos los quintacolumnistas de la organización a cambio de su libertad».
Desconocemos si las palabras del policía republicano fueron intencionadas para atacar,
una vez terminada la contienda, la reputación de Burgos o si por el contrario se ajustaban
a la realidad.
Las declaraciones de Valentí contrastaron radicalmente con las que hizo Burgos al
terminar la Guerra Civil. Para su defensa, el oficial aportó como pruebas algunos
documentos que confirmaban que había tenido que ser ingresado en el Hospital
Penitenciario de Puebla tras las palizas que recibió en la Brigada Especial por negarse a
delatar a sus compañeros. Sabemos que en este hospital también fue internado varias
semanas Francisco Grañén con magulladuras en todo el cuerpo y principio de
tuberculosis.
Aunque en el hospital penitenciario los dos permanecieron en celdas diferentes,
lograron comunicarse entre sí a través de pequeñas notas que se escribían con papel de
fumar y que dejaban en un pequeño hueco de los baños. Por medio de estas notas, en las
que se mandaban ánimos y proclamas patrióticas, trataban de preparar sus futuras
declaraciones ante la policía o el juez. Sin embargo, estos pequeños escritos, que todavía
hoy se conservan en buen estado en el Centro Documental de la Memoria Histórica,
fueron localizados por la Brigada Especial que estaba al corriente de todo lo que pasaba
en el hospital penitenciario. Los agentes encargados del caso dejaron que los dos
quintacolumnistas siguieran comunicándose entre sí y, sin que ellos lo supieran,
pudieron leer todas las notas que se intercambiaban.
Siguiendo de nuevo con las declaraciones que efectuó Valentí tras la guerra, Burgos
estaba «al corriente» de que la policía leía las notas que intercambiaba con su compañero
de fatiga en la Quinta Columna:

Burgos sonsacó con engaños a Francisco Llanas (Grañén) todo cuanto sabía. Para lo cual, de acuerdo con
los agentes de la Brigada, escribía notas a Llanas que dejaba en un agujero del retrete con encargo de que
contestara dejando sus notas en el mismo lugar. Cuando llegaba Burgos, este se las entregaba a los agentes
con lo que lograban descubrir datos importantes debido a la gran confianza que tenía Llanas con el citado
Burgos.

Un frustrado intento de fuga

149
Los dos jefes de las Milicias Pizarro planificaron fugarse del hospital penitenciario
donde se recuperaban de sus heridas. El plan fue organizado por el militar y contó con la
ayuda de la que había sido su esposa antes de la guerra, María Luisa Fernández Fole, y
de algunos amigos de esta que simpatizaban con los alzados. Sin embargo, el
quintacolumnista volvió a caer en una trampa de la Brigada Especial que introdujo de
nuevo a un confidente para descubrir sus verdaderos planes.
En este caso, la policía utilizó los servicios de Joaquina, una guapa enfermera de
veintidós años que trabajaba en el hospital. Se hizo pasar por partidaria de los
sublevados y trabó amistad con Burgos a los pocos días de llegar. Valentí y sus hombres
sabían que el extremeño tenía debilidad por las mujeres bellas, por lo que ordenaron a la
enfermera que se ganara su confianza dejándose querer. En poco tiempo, ambos se
hicieron buenos amigos y él le pidió en secreto que le entregara una carta a su mujer que
todavía estaba en libertad. Joaquina aceptó el encargo y antes de llevar la misiva a la
esposa del teniente, se la entregó a Valentí para que la leyera. En ella solicitaba a su
mujer ayuda desesperadamente para fugarse del hospital porque, a su juicio, se
encontraba en una situación «comprometidísima»:

Marujilla, aprovecho la ocasión de tener una chica buena en el hospital para enviarte esta nota. Piensa bien
todos los pasos que des y toma muchas precauciones. Esta chica irá a verte con frecuencia si tengo la
suerte de continuar aquí. A ella puedes darle escrito lo que tú quieres y especialmente el resultado de tus
gestiones. Yo he hecho la siguiente declaración. Soy de Cáceres, dependiente de Farmacia y que llevo
poco tiempo en Madrid donde me sorprendió el movimiento. Que tengo dos hermanos presos en Cáceres,
uno socialista que fue alcalde de Casas de Don Antonio y otro comunista que es chófer. Es decir, toda mi
familia es izquierdista y que un tal Manzano, de derechas, me había prometido salvar a mi familia con tal
que yo me ofreciera a colaborar con él... La razón de que os diga que no tengo más salvación de la huida o
el canje es debido a que me han cogido documentos comprometedores. Claro que todos esos documentos
se los he cargado a ese Manzano que ya está al otro lado y no lo pueden coger. Pero están todos con letra
mía y es imposible disimular.
Me decíais ayer de venir a verme y os digo que no os dejarán pasar porque sigo incomunicado. Soy
pájaro gordo y peligrosísimo según me dicen. Si me levantan la incomunicación y podéis venir a verme no
vengáis muy bien vestidas y menos tú Marujilla con los abrigos de pieles. Nada de llanto. Si tengo que
morir moriré y nada más. Otros muchos han caído y están cayendo por la misma causa. Dime si conserváis
la radio y si hay alguna noticia importante de allá. Lo de Asturias ya lo sé que las cosas marchan bien, pero
temo que lleguen demasiado tarde para mí, pero temo que nos manden a Valencia o Barcelona. Si
sucediera esto dile a toda la familia que trabaje en el canje mío con todas las personas que conozcáis y lo
más rápidamente posible.

Entre Burgos y su esposa elaboraron dos planes imposibles de fuga, aunque la policía
estaba al corriente de ellos por medio de la enfermera confidente. El primero consistía en
que dos quintacolumnistas se hicieran pasar por agentes de la Brigada Especial y
accedieran al hospital con una orden de traslado falsa. El segundo consistía en que el
militar se descolgara con una sábana desde la única ventana sin barrotes del hospital, que

150
estaba en los baños. Mientras él bajaba, Joaquina y su esposa se encargarían de
entretener a los guardias de la calle para que no se fijaran en las ventanas.
Como era de esperar, los dos planes de fuga fracasaron estrepitosamente gracias al
trabajo de Joaquina y a un inquietante mensaje. Fue el propio militar quien desechó su
huida tras recibir una nota anónima dentro de su celda-habitación en la que le advertían
de la enfermera. En esa nota le decían que «tuviera cuidado con ella», porque era una
«agente de la contrainteligencia» republicana que pretendía «forzar su asesinato». Al
parecer la enfermera, en lugar de entretener a los guardias mientras Burgos se
descolgaba con la sábana desde la ventana, avisaría a los centinelas para que dispararan
sobre él.
Una vez desechada su huida y por miedo a ser asesinado en La Puebla, pidió el alta
voluntaria para abandonar cuanto antes el hospital y regresar a los calabozos de la
Brigada Especial. A su llegada al número 108 de Serrano se encontró con Matilde Ruiz
de Salces, su novia, que le confesó que había intentado suicidarse en dos ocasiones
porque no aguantaba los malos tratos que estaba sufriendo en la Brigada. Le dijo que,
tras su último intento, los policías que la custodiaban habían cambiado radicalmente su
actitud hacia ella y que ahora se mostraban mucho más cariñosos. El sueño de Matilde
era escapar de España y regresar a Francia, donde residía casi toda su familia. Allí, según
ella, sería tratada mejor de una dolencia pulmonar que padecía desde pequeña.
De nuevo en la Brigada Especial, Burgos volvió a ser maltratado por los
interrogadores que pretendían que firmara una nueva declaración reconociendo todos los
cargos de los que le acusaban. Los agentes le dijeron que su mujer y sus hermanos
también habían sido arrestados y que la vida de todos ellos «dependía de su firma». No
le quedó más remedio que plasmar su firma en la declaración, reconociendo, además, su
verdadera identidad y su participación en la sublevación de Guadalajara.

A disposición judicial

En febrero de 1938, cuatro meses después de ser detenidos, los componentes de las
Milicias Pizarro pasaron a disposición judicial. Todos los acusados tuvieron que acudir a
la plaza de las Salesas para prestar declaración ante el Juzgado Especial para Espionaje y
otros Delitos contra la Seguridad Exterior del Estado. Algunos de los quintacolumnistas
llegaron en muy mal estado a los juzgados como consecuencia de las palizas sufridas en
Serrano. Los dos líderes, que ya se estaban recuperando de sus lesiones, también
informaron al juez Mariano Luján de los malos tratos que habían sufrido. El magistrado
decidió abrir una investigación interna para buscar responsabilidades entre los policías
que llevaran el caso. En el Centro Documental de la Memoria Histórica existe una carta

151
que escribió Burgos al juez explicando cómo habían transcurrido los hechos tras su
arresto:

Tras mi detención fui conducido a Serrano 108 donde se me puso a firmar un pequeño atestado consistente
en señalar el momento, lugar y firma en la que se me había detenido, nombre de mis padres y fecha y lugar
de nacimiento. Sin otro requisito se me condujo a los calabozos que la Dirección de Seguridad tiene
instalados en Ronda de Atocha 21 donde permanecí siete días incomunicado durmiendo en el suelo, sin
colchón ni mantas. Al cabo de este tiempo se me condujo a Serrano de nuevo por los agentes Castaño e
Hilario ante los cuales presté mi primera declaración. El primero de ellos se expresó de esta manera: «He
de advertirle a usted que el que se juega todo a una carta está expuesto a perder o ganar y a usted le ha
tocado perder. Quiero indicarle que todo lo que usted tiene que decir ya lo sabemos, pero nos detallará más
ampliamente pues en caso contrario nosotros tenemos procedimientos contundentes para hacer hablar a los
que pasan por aquí».
No logré satisfacer a los agentes que cambiaban bruscamente de lenguaje haciéndome objeto de
insultos cada vez más soeces y de las amenazas más terribles. Me dijeron que mi ejecución no tardaría en
llegar si no firmaba la declaración que el agente Castaño se puso a redactar y escribir a máquina. Una vez
terminada y a pesar de las amenazas no firmé, exasperando ello de tal modo a los agentes que pasaron de
las palabras a la acción. Se abalanzaron sobre mí dándome puñetazos y patadas que me hicieron rodar por
el suelo varias veces. En vista a esta actitud se me condujo a un calabozo invitándome a que reflexionara
sobre esta firma. Esta escena se repitió tres veces subiéndome y bajándome del calabozo hasta que agotado
y rendido mi ánimo tuve que firmar lo que ellos querían ya que era inútil la resistencia ante aquel atropello.

Francisco Grañén también escribió una carta al tribunal en la que relataba los malos
tratos que había recibido después de haber sido detenido por la policía:

El día 17 de octubre de 1937 fui detenido por la Brigada Especial acusado de formar parte de una
organización fascista. Que a pesar de alegar el mismo día de mi detención que tenía dolencias pulmonares
a causa de una tuberculosis con vómitos con sangre, la policía me encerró en un calabozo cuyas
dimensiones eran de un metro de ancho, por dos de largo con una completa falta de ventilación. En dicho
calabozo fui objeto de malos tratos tanto de palabra como de obra en unas cincuenta veces. He sido
sometido a varios interrogatorios y como no aceptaba los graves cargos que la policía me quería aplicar
continuó el trato mencionado (25 de marzo de 1938).

Se dilata el proceso y muere Grañén

Gracias a la labor humanitaria del juez Luján, que simpatizaba con los alzados, el
proceso contra los miembros de las Milicias Pizarro se fue dilatando en el tiempo y casi
ninguna sentencia se pudo concretar. Burgos fue trasladado inicialmente hasta la cárcel
Porlier, pero más tarde pasó a la de San Antón, por su condición de militar. Allí tomó
contacto con otros oficiales del Ejército que colaboraban con la Quinta Columna y que
habían establecido una compleja red de abogados que campaban a sus anchas por las
prisiones de Madrid buscando beneficios penitenciarios para los derechistas.

152
Gracias a ellos se pudo enterar del fallecimiento en Porlier de su amigo y compañero
Francisco Grañén el 29 de agosto de 1938. En el certificado de defunción que hemos
localizado —firmado por el juez municipal del distrito de Buenavista— se dice que la
causa de su muerte fue «tuberculosis pulmonar». El nombre que aparece en el certificado
es el de Paco Llanas, lo que nos hace suponer que las autoridades republicanas
desconocían su verdadera identidad en el momento de su muerte.
El teniente Burgos permaneció encerrado en la prisión de San Antón hasta marzo de
1939, cuando consiguió la libertad condicional. Durante su último año entre rejas se
puso en contacto con Manuel Valdés Larragaña, jefe de la Falange Clandestina en
Madrid, que estaba preso en la enfermería del Hospital Niño Jesús. Las personas que
actuaron como enlaces entre ambos fueron el doctor Jesús Laporta Girón y el abogado
Suárez de la Dehesa. Además de mantener este vínculo con Valdés Larrañaga, el militar
también consiguió mejorar las condiciones de vida de la cárcel «tras ganarse en su faceta
personal» al director de la prisión, el comandante de Caballería Blas Vizcarro que se
comprometió a mejorar la comida y la limpieza de las celdas.
En abril de 1938 Burgos tuvo un papel destacado en la fuga de un cabo de Aviación,
también preso en la cárcel de San Antón, que había sido condenado a muerte tras haberse
escapado de un campo de trabajo. Este cabo se llamaba Miguel Pereda Pelayo y durante
la guerra había participado en la defensa del Santuario de Santa María de la Cabeza, en
Andújar, donde cayó prisionero. Varias organizaciones de la Quinta Columna madrileña
prepararon su huida de Madrid, pero nuestro protagonista jugó un papel decisivo. El 28
de abril era la fecha asignada por el tribunal para su fusilamiento. Gracias a Burgos, el
director de la prisión permitió que Pereda permaneciera varias horas en su despacho
preparándose para la ejecución. Aprovechando un descuido de los centinelas y provisto
de un disfraz de miliciano, el cabo consiguió salir de San Antón y refugiarse en un
despacho de abogados de la calle Eduardo Dato, propiedad de otro quintacolumnista. La
justicia no sospechó de Burgos, pero sí lo hizo del director de la cárcel, al que acusaron
de «negligencia» por haber permitido escapar a un reo condenado a muerte.
Con la guerra en su recta final, en el verano de 1938 Burgos había convertido la
prisión de San Antón en su nuevo hogar. Campaba a sus anchas por sus pasillos y celdas,
consciente de que estaba protegido por los dirigentes y funcionarios de la prisión con los
que tenía un buen trato. Desde el mes de agosto celebró con total tranquilidad reuniones
con otros elementos de la Quinta Columna e incluso consiguió introducir en el interior
de la prisión algunas armas cortas para «hacer frente a cualquier contingencia».

Los últimos días de la Guerra Civil

153
A medida que iban pasando los meses, la guerra iba tocando a su fin. Muchos presos
empezaron a obtener beneficios penitenciarios que hubieran sido impensables en 1937 o
1938. En febrero de 1939, Burgos consiguió salir unos días en libertad después de que el
juez le otorgara un permiso para «cuidar» a su esposa que había tenido un accidente de
coche y sufría una «distensión ligamentosa» en ambas piernas.
Tras pasar unos días en la calle tuvo que regresar a San Antón, pero por poco tiempo.
El 19 de marzo Luján decretó su libertad condicional al igual que sucedió con otros
miembros de las Milicias Pizarro que seguían en prisión. Tanto el oficial como la
mayoría de los militares presos se pusieron a las órdenes del comandante Leopoldo
Morquillas Clua, un militar emboscado que estaba preparando la entrada en Madrid de
las tropas de Franco para hacerse con el control de los servicios básicos de la ciudad.
A las pocas horas de salir a la calle, nuestro oficial fue arrestado de nuevo. En este
caso le detuvieron agentes del SIM que le trasladaron hasta la sede del Ministerio de la
Marina donde permaneció encerrado solo unas horas. Al parecer, uno de los tenientes del
servicio secreto republicano le reconoció como «un antiguo compañero» y le dejó
marchar libremente. Cuatro días más tarde ya se encontraba preparando la entrada de los
franquistas en Madrid.
Paralelamente, el alto mando del SIPM preparaba la rendición de la capital. Bonel
Huici, el jefe de los espías franquistas en el frente de Madrid, encomendó a Burgos una
delicada misión para la noche del 27 de marzo de 1939. Tendría que acudir hasta la zona
de Entrevías y presentarse como «agente nacional» ante los mandos de la 67.ª Brigada
Mixta, que se encargaba de la defensa del sector. A ellos les tendría que contar que había
sido enviado para preparar la entrega del armamento y para ultimar los detalles de la
rendición unilateral de la zona. Burgos se entrevistó con el comisario político de la
brigada republicana, al que tuvo que convencer para que diera una última orden a sus
soldados: abandonar las trincheras, dejar el armamento y regresar a pie hasta Madrid.
La tensión se palpaba en el ambiente y aunque el comisario político estaba dispuesto
a colaborar con Burgos, algunos oficiales del estado mayor de la brigada se opusieron a
una desbandada generalizada por considerarla «poco honrosa». Burgos tuvo que
emplearse a fondo y utilizar sus dotes de gran orador para convencerles de que
abandonar la línea del frente de una manera pacífica era la única salida posible. A
primera hora de la mañana del 28 de marzo, consiguió su propósito: los soldados
republicanos estaban abandonando el sector. Acto seguido acompañó al comisario
político hasta Pacífico para hacerse con el control del arsenal de la 67.ª Brigada Mixta,
que estaba situado en la zona de Vallecas.
Después, en compañía del comandante Morquillas, nuestro protagonista volvió a salir
a la calle y quedó encuadrado en la 5.ª Legión de Milicias de Ingenieros, que había
recibido las órdenes de hacerse cargo de los servicios públicos de Madrid como el metro,

154
el gas y la electricidad. Durante setenta y dos horas estas milicias lograron que los
servicios básicos siguieran funcionando «sin incidentes» hasta que terminó la Guerra
Civil de una manera oficial. El conflicto había terminado para Burgos Iglesias y para las
Milicias Pizarro.

TRAS LA GUERRA CIVIL

José Burgos Iglesias

Terminada la Guerra Civil, en abril de 1939, fue nombrado juez adjunto del Juzgado
Depurador de Suboficiales y Clases. Después de haber logrado su propia depuración, los
tribunales franquistas le permitieron seguir ejerciendo como oficial de las Fuerzas
Armadas a pesar de que el SIPM realizó algunas indagaciones sobre su comportamiento
durante la contienda. El servicio secreto quería conocer al detalle su vinculación con los
policías de la Brigada Especial y su posible colaboración con el comisario Fernando
Valentí.
Pese a las acusaciones, Burgos salió victorioso de su proceso de depuración y siguió
haciendo carrera dentro del Ejército. Continuó ejerciendo como docente militar y en
1941, ya como capitán de Infantería, fue destinado a la Academia de Oficiales de
Zaragoza. En 1942 la Policía franquista se puso en contacto con él para preguntarle si
conocía a una mujer llamada Julia Gregoria Alonso Santiago (Goyita), supuestamente
colaboradora de la Quinta Columna, aunque en realidad era una confidente de los
servicios de información de la República.
Burgos negó conocer a Goyita y respiró aliviado después de que nadie le preguntara
por Matilde, la profesora de francés de la calle Naciones. Hemos podido averiguar que la
joven consiguió salir de España al finalizar la guerra y terminó casándose con uno de los
agentes de la Brigada Especial que la había detenido.
Nuestro militar estuvo «eternamente» agradecido a la familia Toribio Díaz que le
escondió en el sótano de su vivienda tras fracasar la sublevación de Guadalajara. Sin
embargo, esta familia alcarreña sufrió lo indecible durante la guerra tras perder a uno de
sus hijos en el frente de Sigüenza. En el transcurso de la contienda, otro de sus hijos,
comandante republicano fue detenido por el SIM de Aragón acusado de haber sido
cómplice de la ocultación de Burgos durante los primeros días del alzamiento.
En el año 1953, cuando Burgos ya había ascendido a comandante, fue reprendido por
la Orden de San Hermenegildo. Al parecer alguien de esta institución se percató de que
había expedido certificados a determinadas personas que habían pertenecido a la Quinta
Columna durante la guerra. Según consta en el Archivo General Militar de Ávila, él no

155
era la persona indicada para elaborar estos certificados.
Tiempo después decidió dejar el Ejército y se marchó a vivir a Barcelona para seguir
dedicándose a la docencia. En 1958 figuraba como director del colegio de Educación
General Estudios Burgos, situado en la avenida Pearson n.º 34 de la Ciudad Condal, un
centro con una mentalidad muy abierta, dedicado a la «enseñanza libre». En la junta
directiva de este centro también se encontraba su hermano Gonzalo. Falleció en
diciembre de 1977 en Barcelona cuando tenía setenta y cuatro años.

Francisco Grañén Masiá

El segundo jefe de las Milicias Pizarro murió en la cárcel Porlier ocho meses antes de
que la Guerra Civil finalizara. Hasta que los sublevados no entraron en Madrid nadie fue
consciente de que el maestro falangista había fallecido, ya que los republicanos
desconocían su verdadera identidad. Sabemos que en la posguerra su primo Domingo,
publicó una esquela en ABC para recordar su figura. Un año más tarde, se le rindió un
emotivo homenaje en la iglesia de San Jerónimo el Real.
El hermano de Francisco Grañén, Julio, se vio obligado a abandonar España al
terminar la guerra, ya que había ocupado el empleo de mayor del Ejército Popular por
«méritos de guerra» desde 1938. Miembro del Partido Comunista, combatió en el Ebro y
según sus descendientes, su batallón fue uno de los últimos en salir del territorio español
tras la conquista de Cataluña por parte del Ejército de Franco. El primer pueblo francés
donde se estableció fue Collioure, hasta que fue enviado a un campo de refugiados
republicanos. Gracias a la mediación del presidente mexicano Lázaro Cárdenas, Julio
consiguió llegar a México a bordo del Sinaya a finales de 1939. Permaneció un tiempo
en Veracruz hasta que se instaló en la ciudad de México, donde conocía a otros exiliados
republicanos. Allí se las apañó como pudo vendiendo libros y dando clases particulares.
Con el paso de los años Julio Grañén terminó echando raíces en México. Trabajó en
empresas que despuntaban en el periodo 1940-1950, como CONASUPO y ANDSA,
hasta que se convirtió en uno de los fundadores de TMM (Transportación Marítima
Mexicana). Llegó a ser presidente de otra sociedad, Transportes y Comunicaciones, lo
que le permitió mantener contacto con varias navieras españolas. Esta circunstancia hizo
que regresara a España durante la dictadura, aunque lo hizo con pasaporte mexicano.
Murió en 1972.

156
Capítulo 9. LAS DOS CARAS DE ALBERTO CASTILLA

Sin el gran trabajo de los infiltrados, las fuerzas de seguridad de la República no


hubieran combatido de una manera tan eficaz a las organizaciones de la Quinta
Columna. Casi todos los confidentes tenían un denominador común: solían tener un
pasado derechista, poseían una avaricia desmesurada y fueron coaccionados por el
espionaje republicano. Uno de los más brillantes fue Alberto Castilla Olavarría, un
inteligentísimo y controvertido bilbaíno de treinta y un años que fue capaz de infiltrarse
en los más opacos grupos falangistas de la retaguardia madrileña. Como agente doble,
participó en la desarticulación de varias redes de espionaje, aunque saltaría a la fama por
su implicación en una oscura operación política promovida por la Unión Soviética.
En julio de 1936, Alberto Castilla llevaba varios años viviendo en Madrid, ciudad a
la que había llegado procedente de París, donde había aprendido el oficio de ayudante de
ingeniero. Allí se especializó como técnico de sonido para poder trabajar en la incipiente
industria cinematográfica que empezaba a asentarse con fuerza en Europa. Toda su
familia se había trasladado a la capital francesa tras fracasar uno de los últimos negocios
que había puesto en marcha su padre, Zacarías, un empresario venido a menos que en su
día llegó a comprar el Teatro Arriaga de Bilbao. Antes de regresar a España, Alberto
había trabajado como probador de coches Renault, donde afianzó su pasión por la
velocidad y la aventura.
Una vez instalado en la capital, pasó un tiempo impartiendo clases particulares de
francés a jóvenes adinerados del barrio de Salamanca. Después conseguiría ejercer su
profesión en diferentes emisoras de radio y cines, algunos de ellos de nueva creación,
como los que se estaban instalando en plena Gran Vía madrileña. Durante los años
treinta ya tenía cierta fama dentro del colectivo cinematográfico, codeándose con
numerosos artistas e intelectuales del momento. En esta época coqueteó con las
derechas, especialmente con Falange, pero no llegó a afiliarse al partido de José Antonio.
Siguiendo el consejo de su padre, se mantuvo al margen de la política y se centró en su
profesión, donde estaba empezando a despuntar. Su progenitor no quería que su hijo
tuviera los mismos problemas con la justicia que había tenido él en el pasado por el
simple hecho de haber pertenecido a la CGT en Francia o al Sindicato de Técnicos de la
UGT en España.
Cuando estalló la Guerra Civil, Castilla llevaba unos meses trabajando para Sagarra,
una gran compañía cinematográfica que tenía el control de varias salas de cine en
Madrid. Su jefe era Ricardo Urgoiti, amigo íntimo de Luis Buñuel y promotor de Unión
Radio, que le pagaba más de 8.000 pesetas anuales. Es posible que ambos se conocieran

157
desde mucho antes del alzamiento, ya que los dos eran originarios de Vizcaya y se
movían por los mismos círculos intelectuales.

Acusado de derechista

Alberto vivió con relativa normalidad las primeras semanas de la guerra, aunque
sufrió en sus propias carnes la barbarie del conflicto: un cuñado suyo fue asesinado en la
sierra por ser un supuesto «fascista». Residía en un piso de la calle Pablo Iglesias junto a
su mujer, Pilar Loriente, y su hija Marta, de cuatro meses, cuando se produjo el
levantamiento militar. Una vez controlada la situación en Madrid, siguió yendo a trabajar
con naturalidad hasta bien entrado el mes de agosto de 1936. Por esas fechas, un primo
suyo de ideología falangista, Fernando Velasco, le pidió ayuda urgente, porque tenía
miedo de ser detenido por las patrullas de milicianos que estaban al acecho. Castilla le
ocultó en su casa durante unas semanas con la condición de que pasara desapercibido.
Sin embargo, todo cambiaría el 29 de agosto. Ese día, agentes de la Brigada de
Investigación practicaron un registro en su domicilio tras recibir un chivatazo. Al
parecer, el jefe de sala del Cine de la Prensa había denunciado a Alberto ante la policía,
acusándole de ser un «derechista» emboscado. Decía que había mantenido acaloradas
discusiones políticas antes de la sublevación y sospechaba que podía tener una emisora
de radio en su casa con la que contactar con el «enemigo». Fue, sin lugar a dudas, una
denuncia infundada basada en el resentimiento, ya que ambos estaban enfrentados por
motivos personales desde mucho antes de que estallara la guerra.
Aun así, el empleado del Cine de la Prensa no iba mal encaminado cuando hizo
referencia a la emisora. Los policías que practicaron el registro en su domicilio
encontraron una radio de onda corta en el salón y algunos documentos comprometedores
que llevaba consigo el primo de Alberto relacionados con Falange. Ambos fueron
arrestados en ese mismo instante.
Según explica Fernando Castillo en su libro La extraña retaguardia, los dos fueron
trasladados hasta la sede de la Brigada de Investigación de la calle Víctor Hugo. El
comisario Javier Méndez Carballo les interrogó por sus vinculaciones derechistas y,
sobre todo, por el uso que le podían haber dado al aparato de radio que habían localizado
en la vivienda. Estamos convencidos de que Alberto Castilla sufrió malos tratos en los
calabozos de la brigada, de hecho, él aseguraría tras la guerra que el 31 de agosto estuvo
a punto de ser asesinado antes de ser trasladado a la cárcel Porlier. Creemos que pudo
convencer a sus captores de que no tenía nada que ver con los sublevados, algo que al fin
y al cabo era verdad, y también logró justificar la presencia del aparato de radio haciendo
referencia a su profesión, técnico de sonido. A mediados de septiembre fue puesto en

158
libertad gracias a los avales que presentó a su favor el administrador de Sagarra, Roberto
Martín, firmados por la CNT y la UGT. Su primo no tendría tanta suerte y fue obligado a
alistarse en un batallón disciplinario de fortificaciones, donde permaneció hasta 1938.
Este año murió abrasado durante un extraño incendio que se produjo en los barracones
donde dormía.
Existen muchas teorías sobre lo que pudo pasar con nuestro protagonista durante su
estancia en la calle Víctor Hugo y en la cárcel Porlier. No es fácil de entender cómo
pudo conseguir su libertad de una manera tan sencilla mientras su primo fue enviado
directamente a un batallón de castigo por su pasado falangista. No hay pruebas
fehacientes, pero creemos que la seguridad republicana podría haberle facilitado su
salida de la cárcel a cambio de que aceptara trabajar como confidente policial.

En el consulado de Perú

Una vez en libertad, Alberto Castilla regresó a su casa, pero la vivienda de Pablo
Iglesias había quedado totalmente saqueada por la Brigada de Investigación. Como era
imposible instalarse en ella, se marchó hasta el número 11 de la calle de la Reina, donde
residían sus padres. Solo permaneció allí unos meses, pues le surgió la posibilidad de
refugiarse en el consulado de Perú gracias a los contactos que tenía antes de la guerra
con Rafael Gerona, un español que hacía las funciones de secretario. En realidad, no era
un consulado oficial, sino una especie de edificio pseudo diplomático que habían
montado el propio Gerona y Antonio Ibáñez, ex cónsul honorífico de Perú, con fines
lucrativos. Ambos cobraban mucho dinero a los refugiados a los que hacían creer que
estarían seguros por estar bajo protección peruana. Incluso preparaban supuestas
evacuaciones al extranjero, previo pago de altas cantidades de dinero, con el falso apoyo
de la CNT.
Durante varios meses, Castilla vivió en el consulado peruano junto a su familia en
una situación de semilibertad. Entraba y salía de su refugio con total normalidad. Es
posible que esta facilidad de movimientos se debiera a su condición de confidente
policial, porque gozaba de una tranquilidad que no tenían el resto de las personas allí
escondidas. Sus primeras relaciones con la Quinta Columna tuvieron lugar en diciembre
de 1936, mientras se encontraba en calidad de refugiado. Una mañana fue a visitarle al
edificio de Príncipe de Vergara un joven procurador de tribunales que tenía lazos
comerciales con su empresa, Sagarra, y con Unión Radio. El joven se llamaba Ignacio
Corujo e iba acompañado por la hija del político Melquiades Álvarez, asesinado unos
meses atrás en la cárcel Modelo. «Sin preámbulos», le pidieron su colaboración para
instalar una emisora de radio en el consulado para contactar con las tropas sublevadas

159
que se encontraban a las puertas de Madrid. Un hombre llamado Félix Campos Guereta
Fernández, médico de la Cruz Roja refugiado en la embajada de Noruega, se haría cargo
de la emisora cuando estuviera instalada. Alberto aceptó el ofrecimiento con algunas
dudas y se citó para hablar de los aspectos técnicos de la emisora al día siguiente con
Corujo en el domicilio de José Urgoiti, uno de los hermanos de su jefe en Sagarra. Casi
de forma involuntaria, se había empezado a aproximar a la red quintacolumnista de
Golfín-Corujo.
Al día siguiente se celebró una reunión en la que participaron, además de Castilla, el
secretario de Urgoiti y el propio Félix Campos, que había abandonado su escondite en la
embajada noruega. Hablaron del material necesario para poner en funcionamiento la
emisora, así como de otras necesidades que podían surgir en cuanto se pusiera en
marcha. Fue el primero de los muchos encuentros relacionados con la Quinta Columna a
los que acudió Castilla durante los primeros meses de 1937. Le presentaron a los
principales responsables de la organización y pudo enterarse de la manera que tenían de
trabajar los quintacolumnistas.

Dentro de una organización clandestina

Castilla tardó poco tiempo en comprender que detrás de esta red de espionaje estaba
la Falange Clandestina. Sus componentes seguían las directrices de Valdés Larrañaga y
Fernández Cuesta que, pese a estar en prisión, dirigían las actividades del grupo de
manera encubierta. En ocasiones contaban con la estrecha colaboración de Leopoldo
Panizo, otro importante jefe falangista que estaba en libertad y actuaba como líder del
partido en la calle. Castilla se ganó la confianza de los quintacolumnistas y pasaron solo
unos días hasta que estos le presentaron al máximo responsable de la organización. Se
trataba de Javier Fernández Golfín, un joven arquitecto que trabajaba para el Ministerio
de Gobernación y que al producirse el alzamiento fue destinado al Grupo de Defensas
Antiaéreas de Madrid. Desde el principio ambos se entendieron muy bien y se hicieron
buenos amigos. Tanto es así que Alberto llegó a ser nombrado en enero de 1937 «enlace
directo» de Golfín, encargándose de transmitir sus órdenes al resto de componentes del
grupo.
La organización en la que había empezado a colaborar Castilla casi sin darse cuenta
recibió el nombre de Golfín-Corujo en honor a sus dos máximos responsables. Se trataba
de un importante grupo de la Quinta Columna con una compleja estructura y unos
objetivos de lo más ambiciosos. El espionaje contra la República era su principal
cometido y para llevarlo a cabo se aprovechaba el cargo que ocupaba Golfín en el Grupo
de Defensas Antiaéreas. El arquitecto poseía libertad de tránsito por el suelo y subsuelo

160
de Madrid, y tenía acceso a todo tipo de planos con datos relevantes de las piezas
artilleras de la capital. Además, tenía contacto con una mecanógrafa de la Junta de
Defensa de Madrid que le informaba puntualmente de las decisiones que tomaba el
general Miaja y su estado mayor. Los quintacolumnistas también contaban con un
nutrido grupo de militares que facilitaban información de la República por sentirse
identificados con los alzados. Algunos de ellos estaban muy bien posicionados, como los
capitanes médicos José Domingo Hergueta, doctor de guardia del estado mayor de
Miaja, y Rafael Álvarez, médico personal del general, al que había operado en
Carabanchel antes de la guerra. También destacaban el comandante de Carabineros Luis
Díaz Montero y el teniente de este cuerpo, Jesús Aranaz, que se encargaba de la
seguridad de todos los bancos de Madrid.

El papel de su vida

A la vista de su entorno más próximo, Alberto se había convertido en un importante


elemento quintacolumnista, pero pasado un tiempo se descubriría que estaba haciendo un
papel, quizá el mejor de su vida. Aprovechando que se había ganado la confianza de los
franquistas emboscados, durante meses se dedicó a facilitar todos los detalles de la
organización clandestina a la policía republicana, posiblemente tras sufrir algún tipo de
amenaza. La Brigada Especial, dirigida por Fernando Valentí, recibía sus informaciones
mientras preparaba una gran operación para detener a los derechistas. El comisario
general de Madrid, David Vázquez Valdominos, presentó al falso quintacolumnista a los
dirigentes de la brigada, a los que pidió que le dieran todo tipo de facilidades porque
estaba ante un asunto muy «importante». Nada más conocerlos, Castilla les entregó un
documento que había redactado de una manera «espontánea», en el que explicaba los
detalles del grupo Golfín-Corujo, la identidad de sus miembros y su modus operandi.
Antes de cederles el escrito, consiguió que los agentes se comprometieran a destruirlo en
su presencia una vez leído, con el fin de no dejar rastro alguno de su delación. Así lo
hicieron, aunque lograrían fotografiarlo sin que el infiltrado fuera consciente de ello.
Llegado el momento podría ser una importante moneda de cambio con la que
chantajearle. Según declararía Valentí ante las autoridades franquistas, gracias a este
escrito él y sus hombres se enteraron de la existencia de esta importante red de la Quinta
Columna en la retaguardia madrileña.
Durante varias semanas, los policías republicanos adoptaron una serie de medidas
para recibir los informes de su confidente de una manera segura. Una de las primeras fue
nombrar a uno de los agentes como «contacto directo» de Castilla, y cuya misión
consistía en reunirse a diario con él y recibir de su mano los informes que elaboraba

161
sobre los derechistas. Este agente se llamaba Jacinto Rosell, había sido joyero antes de la
guerra y era uno de los hombres de confianza de Fernando Valentí. El falso
quintacolumnista y el policía solían verse de una manera muy discreta en un ateneo
libertario de Lavapiés o en el almacén de una sastrería situada muy cerca de Atocha.
Otra de las medidas que adoptó la Brigada Especial fue fijar un sueldo de entre 4.000 y
5.000 pesetas mensuales para su colaborador; era una manera de garantizar su lealtad.
Según dijo Valentí tras la guerra, el joven técnico de sonido «tenía muchas necesidades»
y le «gustaba vivir muy bien», de ahí su papel como informador.
Mientras informaba a la Brigada Especial de las actividades clandestinas de los
derechistas, Alberto seguía estrechando lazos con ellos y ganándose su confianza. En un
momento dado, Fernández Golfín, del que empezaba a ser inseparable, le confesó que su
grupo tenía hilo directo con la Junta de la Falange Clandestina en Madrid, en concreto
con Raimundo Fernández Cuesta, cuyo canje se estaba preparando. Poco a poco se fue
enterando de más detalles del engranaje de la organización, que desde su nacimiento
había estado en contacto con la España sublevada. Uno de los procedimientos que
usaban para enlazar con Sevilla y Galicia era a través del cable telefónico de Unión
Radio, donde tenían varios colaboradores. También conectaban por medio de dos
emisoras, una en Carabanchel y otra en la zona de Pintor Rosales, que tuvo que
desmontarse por estar muy cerca del frente. En una ocasión, los quintacolumnistas
llegaron a usar la emisora del Ministerio de Gobernación para informar al mando
franquista de la existencia en Alcázar de San Juan de un importante convoy de material
que fue bombardeado por la aviación legionaria.
La radio era un elemento esencial para los hombres de Golfín-Corujo, por eso le
pidieron a Castilla que les ayudara a instalar la emisora de radio en el consulado de Perú.
Pese a la buena predisposición de los quintacolumnistas, no se pudo poner en marcha por
falta de material; sin embargo, sí que lograron montar un potente receptor en una de las
habitaciones, conocida como «La Siberia» a causa del frío que hacía en ella. Gracias a
este aparato, los refugiados podían sintonizar las emisoras franquistas y escuchar a diario
los partes de guerra del Ejército sublevado. Obviamente, por medio de Castilla, la
Brigada Especial también estaba al corriente de todo lo que sucedía en el interior del
edificio y de las actividades de las personas que allí se refugiaban.
Con la intención de que siguieran confiando en él, Castilla decidió dar un paso hacia
adelante e hizo creer a los falangistas de Golfín-Corujo que había montado una emisora
de radio en la calle Fernández de los Ríos, muy cerca del frente de Ciudad Universitaria.
Para ponerla en marcha contó con el apoyo de la Brigada Especial, que le cedió el local y
le brindó a uno de sus agentes, Javier Jiménez, que se convirtió en una especie de
guardaespaldas. De una manera discreta le seguía por la calle y observaba con atención
todos los contactos que mantenía con los falangistas emboscados. Tenía orden de repeler

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con su pistola cualquier tipo de agresión que pudiera sufrir, en el caso de ser descubierto.
Los quintacolumnistas, mientras tanto, pecaron de una ingenuidad desmesurada al
aceptar que era real la supuesta emisora de radio de Castilla. No solo eso, también
convirtieron el local de Fernández de los Ríos en una especie de cuartel general donde se
reunían para entregar los informes del enemigo para ser transmitidos a la zona
sublevada. Aquellos informes nunca llegarían a la España de Franco, ya que el
confidente policial se los daba directamente a su enlace de la Brigada Especial, que
preparaba una gran operación contra los emboscados. Entre los datos que Alberto
entregó a sus jefes de la policía destacaban varios planos con las posiciones republicanas
en el frente de Madrid, algunos gráficos con el emplazamiento de tropas y la ubicación
exacta de cañones y ametralladoras en la retaguardia madrileña. Uno de estos planos,
elaborado en una cuadrícula, se lo había entregado directamente Golfín, y pasadas unas
semanas adquiriría un protagonismo muy especial con la entrada en escena del NKVD
soviético. Pero esto lo veremos un poco más adelante.
La relación de Castilla con los líderes de la organización era cada vez más intensa.
Hemos comprobado que Golfín confiaba plenamente en él, pero no era el único. Ignacio
Corujo también había depositado toda su confianza en el infiltrado de la policía y le
había explicado con detalle que él, como procurador de tribunales, se encargaba de todos
los asuntos judiciales del grupo. De hecho, contaba con un importante contacto en el
Palacio de Justicia, Valeriano Rodríguez Olleros, que logró cientos de absoluciones de
derechistas y que pudo «hacer desaparecer» el sumario contra Raimundo Fernández
Cuesta. En una ocasión, le confesó que había conseguido enviar a zona nacional un gran
número de fotografías de personas asesinadas en Madrid que había robado del depósito
judicial de cadáveres de Santa Isabel y del Palacio de Justicia. Era, a su juicio, la mejor
manera de demostrar las «atrocidades» que se estaban realizando en la capital y
utilizarlas con fines propagandísticos.

Las detenciones

A primeros de mayo de 1937 tuvo lugar una doble operación de la Brigada Especial
contra la Quinta Columna madrileña. Gracias a las informaciones que había ido
aportando Castilla, el día 4 se produjeron una treintena de registros y casi cuarenta
detenciones en Madrid, todas ellas relacionadas con la organización Golfín-Corujo. El
infiltrado estaba al corriente de los arrestos; de hecho, los principales jefes
quintacolumnistas fueron detenidos en plena calle, solo unos minutos después de
reunirse con él en la plaza de Colón. Mientras se celebraba la reunión, la plaza estaba
atestada de policías vestidos de paisano que, para pasar desapercibidos, iban

163
acompañados por varias mujeres que simulaban ser sus novias. Una vez terminado el
encuentro, Castilla se dirigió hacia el paseo de Recoletos y Fernández Golfín e Ignacio
Corujo se encaminaron al barrio de Salamanca. Estos últimos serían capturados cuando
paseaban tranquilamente por la calle Jorge Juan.
De manera casi simultánea, la noche del 5 de mayo el consulado de Perú fue asaltado
por la policía con la excusa de que se había montado en su interior un «centro de
espionaje» con una emisora propia. El director general de seguridad, Wenceslao Carrillo,
se desplazó hasta la capital desde Valencia para seguir la operación, que tuvo una gran
repercusión mediática. Castilla pudo huir a tiempo del consulado tras recibir una llamada
de la policía advirtiéndole de lo que luego sucedería. Logró esconderse en casa de sus
padres, en la calle de la Reina, y más adelante en la calle Loriga, en el piso de un
conocido suyo. Su familia no pudo escapar a tiempo del consulado y tanto su mujer
como sus hermanas fueron arrestadas durante el asalto y trasladadas a comisaría para
prestar declaración. En unas horas fueron puestas en libertad.
Javier Fernández Golfín, Ignacio Corujo y el resto de los jefes quintacolumnistas
fueron acusados de «espionaje» y «alta traición» por los tribunales republicanos. Primero
pasaron por la prisión de la Ronda de Atocha, donde fueron maltratados por la Brigada
Especial. A primeros de junio les trasladaron hasta la cárcel de San Antón, donde
quedaron a la espera de pasar a disposición del Tribunal Central de Espionaje, que les
juzgaría unos meses más tarde en Barcelona. Allí coincidieron con Castilla, que también
fue detenido a primeros de junio, aunque su arresto fue, a todas luces, un burdo montaje
de Valentí para que los falangistas no sospecharan de su nombre.
Los detenidos fueron juzgados un año más tarde en Barcelona. Catorce de ellos
fueron condenados a muerte. En el Archivo Histórico Nacional se pueden leer con
detalle las casi dos mil páginas de diligencias que elaboraron los policías republicanos en
las que hablaban, con total naturalidad, de la importancia que había tenido su
«confidente» en los arrestos. Entre los documentos enviados al tribunal también se
encontraban algunos de los informes que escribía Castilla y entregaba a Jacinto Rosell
con la firma de su primo, Fernando Velasco, cuya identidad suplantaría hasta el final de
la guerra.
Su estancia en la prisión de San Antón fue más corta de lo normal. Castilla recobró
su libertad casi el mismo día en el que los detenidos del complot Golfín-Corujo
abandonaban Madrid para dirigirse a Barcelona, donde serían juzgados. Según apunta
Javier Cervera en Madrid en guerra, al menos dos de los condenados a muerte
consiguieron librarse del pelotón de fusilamiento en 1938 y llegar a la zona sublevada,
donde les daban por muertos. Mientras todo esto pasaba, el espionaje soviético
observaba con atención el desenlace de los hechos y preparaba con detalle su próximo
zarpazo en territorio español.

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Una trampa mortal contra el POUM

Una vez descabezada la organización Golfín-Corujo, el NKVD quiso utilizar esta


operación para acabar con el Partido Obrero de Unificación Marxista, el POUM, y con
su líder en España, Andreu Nin. Alexander Orlov, jefe del espionaje soviético en
Madrid, diseñó un oscuro plan para eliminar a los supuestos enemigos de Stalin,
especialmente aquellos vinculados con las ideas trotskistas. Para ello utilizó una buena
parte de los documentos que habían sido incautados a los quintacolumnistas gracias a
Castilla. Su idea era usarlos para falsear una supuesta relación entre el POUM y Andreu
Nin con las actividades clandestinas de los quintacolumnistas madrileños, algo
totalmente irreal, ya que ni siquiera se conocían.
Orlov se hizo con el mapa de Madrid que Fernández Golfín había entregado a
Alberto Castilla el 24 de abril de 1937, solo unos días antes de las detenciones. Había
sido elaborado junto a su hermano Manuel Golfín, miembro también de la Quinta
Columna, y en él venían reflejadas las principales posiciones artilleras de la República
en los frentes cercanos a la capital. Fernando Valentí no tuvo inconveniente en ceder el
mapa a los soviéticos, quienes lo estudiaron durante días antes de poner en marcha su
plan, que contaba con el visto bueno de Moscú. A mediados de mayo todo estaba listo.
Los agentes soviéticos, con beneplácito de la DGS, empezaron a manipular el plano de
Golfín con técnicas especiales que solo un servicio de inteligencia podía utilizar. En el
dorso del plano de Golfín escribieron con tinta simpática un texto que incriminaba
claramente al POUM y a su jefe con las actividades de la Quinta Columna. Para darle
una mayor credibilidad al montaje, el texto lo escribieron utilizando una clave numérica
que la inteligencia de los sublevados había utilizado meses atrás y que obraba en manos
del espionaje republicano.
Sabemos que Castilla estuvo al corriente de este montaje, pues por estas fechas
mantenía reuniones frecuentes con uno de los agentes de Stalin en Madrid, José Escoy
que, aun siendo de origen brasileño, hablaba castellano perfectamente. Nuestro
confidente estuvo al tanto de lo que iba a suceder unas semanas después y participó en
algunos encuentros en los que se trazó el plan de actuación. De hecho, David Vázquez
Valdominos, para dar mayor empaque al montaje, le obligó a escribir dos cartas falsas
dirigidas a una supuesta persona de Barcelona, relacionada con un tal A.N (¿Andreu
Nin?). Le pidió que las fechara en abril de 1937 y que escribiera al supuesto destinatario
pidiéndole que le dijera a A.N que «había cumplido sus órdenes» y que, recibida su
información, «la había transmitido a campo nacional».
Una vez constituidas las pruebas falsas contra el líder del POUM, se puso en marcha
la operación, que culminaría el 16 de junio de 1937. Cuatro agentes de la Brigada
Especial entre los que estaban Valentí y Rosell se desplazaron hasta Barcelona para

165
detener a Andreu Nin y coordinar los arrestos de sus colaboradores. La acción fue rápida
y los trotskistas apenas pudieron reaccionar a tiempo. Los policías trasladaron a Nin a
Valencia, y luego a Madrid, donde se le perdió el rastro para siempre. Casi con toda
seguridad fue asesinado ese verano en un chalé de Alcalá de Henares al que solían acudir
el famoso general republicano Hidalgo de Cisneros y su esposa Constancia de la Mora.
Curiosamente, en 2008, se localizó una fosa común en esta localidad con siete cadáveres
entre los que se pensaba que podía estar el político catalán. No está confirmado que
aquellos restos encontrados pertenecieran a Nin, por lo que su desaparición sigue
envuelta en un halo de misterio sin resolver. La opinión pública republicana estuvo al
corriente por la prensa de la detención del jefe del POUM y su posterior traslado a
Madrid, donde quedó preso en una cárcel secreta. Sin embargo, pocos creyeron la
explicación que dio el gobierno sobre su misteriosa desaparición unos días más tarde. En
un comunicado de prensa se dijo que, mientras estaba preso en Alcalá de Henares, un
comando alemán lo había secuestrado, alegando que uno de los agentes germanos perdió
una cartera con documentos en alemán y varias insignias «fascistas».

Más trabajos de infiltración

Después de culminar con éxito su primer trabajo como confidente, Alberto Castilla
siguió trabajando para la Brigada Especial en otras operaciones contra la Quinta
Columna. Hay constancia de su intervención en numerosos documentos que recogieron
las autoridades franquistas una vez terminada la guerra y que fueron utilizados contra él
en su consejo de guerra. Entre ellos estaba un salvoconducto que le hizo ex profeso
Fernando Valentí el 14 de mayo de 1937 y que se encuentra custodiado en la actualidad
en el Archivo General Militar de Madrid. El salvoconducto es un documento inédito,
porque aparece su única fotografía que hemos podido encontrar en los archivos.
Acompañada por un sello de la DGS, la imagen es la de un hombre de mediana edad,
con unas gafas redondas, pelo oscuro y boina ladeada. Junto a ella hay un texto que dice
lo siguiente:

Don Fernando Valentí Fernández, comisario jefe de la Brigada Especial, certifica: que el portador del
presente volante, Alberto Castilla Olavarría, quien acreditará su personalidad por los documentos que le
identifican, presta servicios de índole secreta para esta Brigada. Y para que conste, y a los efectos
oportunos, expido el presente en Madrid a catorce de mayo de 1937.

Este documento le abrió muchas puertas durante la guerra, pero le incriminó de


manera directa una vez terminado el conflicto. En cualquier caso, seguiría trabajando
para la policía republicana unos meses más, dedicándose a lo que mejor sabía hacer: la

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infiltración en organizaciones derechistas. Se movía como un agente más por la sede de
la Brigada Especial en Serrano número 108, hasta el punto de que, en ocasiones, dormía
allí en una especie de despacho que le habían montado en la sala de billar. Tenía una
gran confianza con el resto de los policías, especialmente con Javier Jiménez, su
guardaespaldas en la operación Golfín-Corujo, que se convertiría en adelante en uno de
sus mejores amigos.
Pese al respeto que se había ganado por su trabajo como infiltrado, a Castilla le
angustiaba vivir en Madrid. Era plenamente consciente de que su vida podía correr
peligro en el caso de que los sublevados ganaran la guerra, por lo que intentó huir a
Francia, donde tenía familia. La Brigada Especial se comprometió, en una especie de
pacto no escrito, a facilitarle la huida, pero antes tendría que trabajar unos meses más
para ellos. Los policías republicanos nunca cumplieron su palabra. Además, le
sometieron a un chantaje en toda regla cuando su padre fue detenido acusado de
«desafecto» por haber pertenecido en su juventud a Renovación Española. Con este
arresto, Valentí ejerció una gran medida de presión sobre nuestro protagonista para que
siguiera trabajando para su brigada a cambio de la libertad de su progenitor.
Uno de los primeros trabajos que realizó Castilla tras la operación de Golfín-Corujo
fue investigar al médico de la prisión de la Ronda de Atocha. La policía sospechaba de él
por considerarle simpatizante de los alzados y quería comprobar si colaboraba con
alguna organización de la Quinta Columna. Simulando ser un preso más, estableció trato
con él en la enfermería de la cárcel y comprobó que era de «derechas». De hecho, le
llegó a confesar que había actuado en el pasado como enlace entre algunos detenidos
amigos suyos y los familiares de estos que estaban en la calle.
Unas semanas después, ya en julio de 1937, Castilla fue enviado hasta la sierra de
Madrid para descubrir si en la Comandancia Militar de Miraflores de la Sierra había un
«complot fascista». Los investigadores republicanos querían saber por qué se estaban
produciendo tantas deserciones de soldados en esa zona, algo que traía de cabeza al
estado mayor del Ejército del Centro. Haciéndose pasar por un soldado más, se trasladó
hasta este pueblo serrano donde permanecería hasta el mes de septiembre haciendo
trabajos de oficina dentro de la comandancia. Se instaló junto a toda su familia en una
casa que había alquilado allí gracias al adelanto de dinero que le había dado la policía
para llevar a cabo la misión. Además de su infiltración en las oficinas militares de la
comandancia, aprovechó su estancia en la sierra para relacionarse con las gentes del
lugar, en su mayoría hombres de campo que posiblemente conocían las rutas de evasión
hacia terreno controlado por los sublevados.
Durante los dos meses que permaneció en la sierra, Castilla consiguió demostrar que
había «elementos de derechas» en la comandancia, pero «cumplían perfectamente con
sus obligaciones militares». Ese verano estrechó lazos con el policía Javier Jiménez, con

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el que solía reunirse en Alpedrete para darle cuenta de sus investigaciones. Sin embargo,
Jiménez tenía otro propósito. Según explicaría el propio agente tras la guerra, Valentí le
había ordenado que aprovechara una de sus visitas a la sierra para asesinar al confidente,
por tratarse de una persona incómoda que, además, estaba saliendo «muy caro» para el
servicio. Aunque luego reconocería que las órdenes de su jefe habían sido en tono
jocoso, la realidad es que no se atrevió a cumplir aquellas directrices. Estaba empezando
a sentir cierto afecto por el técnico de radio al que advirtió de los propósitos del
comisario y le recomendó que tuviera cuidado. En unos meses ambos se convertirían en
grandes amigos, hasta el punto de que planearon recorrer juntos Francia en automóvil en
cuanto terminara la guerra. Esta relación de amistad entre el confidente y el policía le
costaría al segundo el puesto unos meses más tarde. Fue expulsado de la Brigada
Especial y trasladado bajo amenazas a una comisaría de Vallecas, donde ocupó puestos
burocráticos hasta el final de la contienda. Sin saberlo, esta decisión le salvaría la vida.

Los otros infiltrados

La personalidad de Alberto Castilla durante la guerra podría ser digna de un estudio


mucho más detallado que este. Sabemos, por un lado, que soñaba con huir de España lo
antes posible, y por otro, que estaba totalmente implicado en su trabajo como confidente
policial. Tanto es así, que captó para la policía a otras personas que podrían actuar como
infiltrados, algunas de ellas con un gran potencial, como su amigo Gabriel González
Ruiz de la Peña. Se trataba de un trabajador de Unión Radio de ideas derechistas al que
le unía una gran amistad después de que ambos sobrevivieran a un terrible accidente de
motocicleta en el Alto del León. Con él trabajaría directamente en su próxima misión
como infiltrado, así como con un policía comunista llamado José Granda, que también
formaba parte de la Brigada Especial, aunque a veces trabajaba por su cuenta. Como
hemos visto en capítulos anteriores, este agente tuvo un protagonismo destacado en la
desarticulación de las Milicias Pizarro en las que se había infiltrado junto al carabinero
Boni haciéndose pasar por partidario de los sublevados.
Durante un mes, Castilla tuvo que actuar de nuevo como confidente dentro de las
Milicias Pizarro fingiendo estar preparando una emisora de radio para los
quintacolumnistas. Ruiz de la Peña simulaba ser su jefe directo mientras que José
Granda les prestaba su piso de la calle Lista para celebrar de manera discreta reuniones
clandestinas, aunque en realidad eran controladas por la policía. En esa época, Alberto
también se enteró de que un conocido de su familia visitaba a diario la embajada de
Turquía para contactar con Rodríguez Aguado y Jiménez de Anta, dos jefes
quintacolumnistas que permanecían allí refugiados. El conocido de nuestro personaje era

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José María Lezameta, el abogado derechista de Orduña que en realidad trabajaba como
infiltrado del SIM. Pero Castilla no lo sabía.
El confidente de la Brigada Especial (Castilla) hizo creer al infiltrado del SIM
(Lezameta) que apoyaba a los sublevados y se ofreció a colaborar con los agentes
franquistas que permanecían escondidos en la embajada. Para ganarse su confianza le
entregó algunos informes militares republicanos de poco interés para que Lezameta se
los diera a Rodríguez Aguado y este los transmitiera a los sublevados. Cuando
Rodríguez Aguado se enteró de que Castilla había elaborado los informes, se enfadó
sobremanera, porque sabía que trabajaba para la policía como infiltrado. Curiosamente,
unos meses atrás, los quintacolumnistas habían empezado a elaborar un plan para
asesinarle, tras averiguar que había «traicionado» a los miembros de la organización
Golfín-Corujo.
El 13 de enero de 1938 el SIM detuvo a Castilla gracias a las informaciones
aportadas por Lezameta, que estaba convencido de que era un derechista emboscado.
También fueron detenidos el otro confidente de la Brigada Especial, Gabriel González
Ruiz de la Peña, y el policía comunista Granda. Acusados de «fascistas», les trasladaron
hasta el Ministerio de la Marina, donde permanecieron unos días. En poco tiempo
lograron acreditar su identidad como agentes dobles al servicio de la policía y
consiguieron salir en libertad poco antes del asalto a la embajada turca, que se produjo el
28 de enero.

Escondido en Madrid

La salida de Castilla de la sede del SIM tuvo lugar el 19 de enero de 1938, seis días
después de ser detenido. El relato que hizo de su marcha sigue siendo una incógnita, ya
que tan solo tenemos una versión de los hechos, la del propio Alberto tras la guerra. Por
ello es conveniente coger con pinzas sus manifestaciones, porque pueden estar repletas
de imprecisiones y falsedades para confundir a los interrogadores. Según su relato, no
consiguió la libertad por ser confidente de la policía, sino porque «huyó» de la sede del
espionaje republicano aprovechando un descuido de sus captores. Dijo que durante la
mañana del día 19 de enero le sacaron de su celda para que entrara en ella un reo que
acababa de ingresar en el Ministerio de la Marina. Unos guardias le subieron a una de las
plantas superiores y le metieron en un despacho donde permaneció unas horas con la
puerta abierta. Al comprobar que nadie venía a por él, tomó la decisión de abandonar el
despacho y salir a la calle con total naturalidad sin que nadie le molestara. Una vez en el
Paseo del Prado cogió un tranvía y se dirigió hasta un refugio antiaéreo de la calle
Magallanes, donde permaneció quince días.

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Una vez leído su relato de los hechos el lector se preguntará cómo Castilla pudo
escapar con tanta facilidad de la sede del SIM, uno de los lugares más blindados del
Madrid de la guerra. Sinceramente, creemos que algún responsable del espionaje
republicano tuvo que favorecer su huida de manera extraoficial, un hecho que el bilbaíno
nunca quiso reconocer, ni siquiera a las autoridades franquistas. Tampoco descartamos
que el SIM recibiera presiones de índole político para liberarle, ya que Alberto empezaba
a ser un personaje bastante conocido en las «cloacas» de la República.
Ya en la calle, nuestro técnico de radio tuvo que buscarse la vida para sobrevivir en
la clandestinidad madrileña durante todo el invierno de 1938. Sin apenas recursos
económicos, se adentró en el peligroso mundo del hampa, donde colaboró con algunas
redes de estraperlo y falsificación. Su propósito seguía siendo salir de España. Para ello
intentó valerse de todas las ayudas posibles, como la de Pilar Ovejas, una joven riojana
de veintiún años a la que había dado clases de francés antes de la guerra. Le pidió dinero,
como a otras personas de su entorno, y también ayuda para falsificar una serie de
salvoconductos que le permitirían escapar a Francia o a Argelia, un nuevo destino que le
empezaba a atraer. La joven simpatizaba con los alzados y, pensando que su antiguo
profesor era miembro de la Quinta Columna, le ayudó en todo lo posible, permitiéndole,
incluso, esconderse en su casa.

Una fuga imposible

Castilla sobrevivió a duras penas en Madrid durante los seis primeros meses de 1938,
mientras trazaba un plan de fuga. En junio ya era plenamente consciente de que la
República estaba perdiendo la guerra y de que su estancia en la capital resultaba muy
peligrosa. Tenía que huir hacia el Levante y, una vez allí, coger un barco para salir de
España. El 2 de junio abandonó la ciudad tras montar en Canillejas en un camión militar
con dirección Cartagena. Allí esperaba reunirse con los familiares de un empresario del
cine que había escapado a Orán (Argelia) tras sentirse amenazado por sus ideas
derechistas. Pensaba que ellos podrían ayudarle a salir de nuestro país, ya que conocía a
su padre desde antes de la guerra, pero en esta ocasión no tuvo demasiada suerte. Uno de
los hijos del empresario desconfió de sus intenciones y se negó a colaborar con él.
Después se instaló en Murcia, donde se planteó ingresar en los Carabineros o en el
Cuerpo de Ferrocarriles, utilizando siempre la identidad que le había robado a su primo,
Fernando Velasco, en el verano de 1936. Tampoco le acompañó la suerte en estas
gestiones, y durante días peregrinó sin rumbo fijo por Alicante y Benidorm. Después se
marchó hasta Villajoyosa, donde tenía una prima lejana que era maestra, con la intención
de buscar posibles rutas de fuga. Ella tampoco pudo ayudarle. En vista de que su

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situación se complicaba, el 14 de junio de 1938 decidió refugiarse en Beniaján, una
pequeña localidad murciana donde vivía Juan Salazar, un conocido suyo del mundo del
cine. Solo permaneció dos días en su casa, pues el 16 de junio fue detenido por la policía
en la capital murciana, a la que había acudido, según dijo, a «pasar el rato».
Posiblemente llamara la atención de una patrulla de agentes que decidieron identificarle
en plena calle y practicarle un registro. No tardaron en comprobar que su identidad era
falsa y que portaba varios carnés y salvoconductos a nombre de varias personas. En unas
horas descubrieron que su nombre real era Alberto Castilla Olavarría y que estaba en
busca y captura por el SIM tras «escapar» del Ministerio de la Marina en enero de aquel
1938.
Un par de días después de su arresto fue trasladado a Madrid hasta la sede del
espionaje republicano, donde prestó declaración el 20 de junio. Permaneció
incomunicado en sus calabozos durante casi dos meses, hasta que fue puesto a
disposición del Juzgado Especial de Guardia n.º 3. También fue encerrada allí su joven
alumna, Pilar Ovejas, a la que terminarían acusando de colaborar en sus actividades
clandestinas. Durante el tiempo que ambos permanecieron en el SIM se enteraron de la
ejecución en Montjuic de los miembros de la organización Golfín-Corujo, que habían
sido condenados a muerte por «espionaje». Aquella noticia fue un auténtico revés para
Castilla, no solo por su sentimiento de culpa, sino porque también le dejaba gravemente
marcado en el caso de que Franco ganara la guerra.

De nuevo entre rejas

A mediados de agosto, Alberto dejó los calabozos del SIM y fue instalado en la
cárcel Porlier, donde supo que el juzgado que llevaba su caso había incoado el sumario a
favor del Tribunal Central de Alta Traición y Espionaje. En este presidio permaneció
hasta casi el final de la guerra viviendo un auténtico calvario. La mayoría de los presos
sabían que había trabajado como delator de la Brigada Especial y le trataban como un
apestado. Con la intención de conseguir algún beneficio penitenciario y que le otorgaran
la libertad condicional, fingió tener problemas cardiacos. Más adelante, intentaría hacer
creer a los médicos de la prisión que había perdido el juicio, porque en ocasiones sufría
amnesias profundas que le imposibilitaban hacer una vida normal. Era su particular
método para lograr la libertad o ir allanando el terreno de cara a una victoria del Ejército
sublevado. Dos médicos forenses especializados en psiquiatría y cardiología le
sometieron a un sinfín de pruebas médicas en las que descartaron que padeciera
enfermedades relevantes. De hecho, la conclusión a la que llegaron los dos reputados
galenos fue que las dolencias de Castilla estaban siendo «fingidas». Su dictamen irritó

171
enormemente al bilbaíno y, a modo de defensa, escribió una carta al tribunal en la que
aseguraba que nunca había simulado una enfermedad mental, pero sí reconoció que
atravesaba una fuerte depresión.
El resto de los reclusos fueron testigos, en más de una ocasión, de las supuestas
amnesias de Castilla. Le veían quedarse como petrificado en pleno patio sin pronunciar
una palabra y, a veces, hasta convulsionando. En una ocasión habló de su estado de salud
con un quintacolumnista apellidado Triana que estaba preso por formar parte del asunto
de la Telefónica, una red de espionaje desbaratada por el SIM en 1938. Le dijo que
quería contarle su verdadera historia durante la guerra antes de «perder la cabeza» para
siempre, ya que pretendía dar a conocer al mundo el porqué de su actuación en la guerra.
Le hizo creer que no había actuado, al menos voluntariamente, como confidente de la
Brigada Especial en el caso de Golfín-Corujo, pero reconoció que sí había pactado su
libertad con Fernando Valentí unas semanas después de ser arrestado.
Un hecho marcaría la actividad de Castilla en la cárcel Porlier: el fallecimiento de su
padre en enero de 1939. Aunque las autoridades le permitieron asistir a su entierro con
vigilancia policial, su estado de ánimo siguió cayendo hasta límites insospechados. Para
superar la depresión, los médicos le suministraron una fuerte medicación que le haría
permanecer en la cama hasta marzo de 1939, fecha en la que se produjo el golpe de
Casado contra Negrín. El día 9 fue puesto en libertad junto a otros presos, mientras se
producían los primeros combates en Madrid entre los partidarios del Consejo Nacional
de Defensa y los simpatizantes del Partido Comunista.
Sin ninguna documentación, Castilla permaneció escondido en la capital hasta el 26
de marzo de 1939. Ese día decidió marcharse a Valencia ante la inminente entrada en la
capital de las tropas franquistas. Le acompañó en su huida Javier Jiménez, el policía de
la Brigada Especial que se había convertido en uno de sus mejores amigos. Una vez allí
comprobaron que era imposible embarcar hacia el extranjero, por lo que se dirigieron
hacia Alicante, donde les habían dicho que los barcos estaban «preparados» para evacuar
a la población civil. No era cierto. Ninguno de los dos consiguió su propósito de salir de
España y ambos fueron detenidos por las autoridades sublevadas en el mismo puerto
alicantino. Serían encerrados en el campo de concentración de Albatera.

TRAS LA GUERRA CIVIL

Alberto Castilla

Castilla permanecería en Albatera hasta el 7 de junio de 1939, fecha en la que salió


en libertad gracias a un aval de Falange de Murcia que presentó su amigo Luis Vaso, un

172
cineasta con buenos contactos en el Régimen. Este aval decía que Alberto había sufrido
una «persecución» durante la guerra por sus ideas derechistas y aseguraba también que
era una persona afecta a Franco. Gracias a ello pudo abandonar el campo y volver a
Madrid. Sin embargo, su amigo Javier permanecería unos meses más allí, a la espera de
que se celebrara su consejo de guerra.
Una vez en la capital, Castilla se dirigió a la delegación de investigación de Falange,
donde trabajaba Triana, el quintacolumnista al que había conocido en la cárcel Porlier y
a quien había confesado lo que había vivido. Charlaron unos minutos y este le avisó de
que el SIPM estaba investigando su caso, así que le recomendó que se preparase para
una detención inminente. Sin demora, empezó a reunir todo tipo de pruebas para
«justificar sus actuaciones» en la guerra y para ello se trasladó a Bilbao y luego a Burgos
en busca de los avales necesarios. Al regresar a Madrid se entrevistó con el capitán Fidel
González de Bárcena, que actuaba como juez militar, y le contó su historia. Pese a
conocerse desde antes de 1936, el oficial dictó su ingreso en los calabozos del Palacio de
Justicia en calidad de «incomunicado». Castilla no volvería a recobrar la libertad hasta
un año más tarde.
El consejo de guerra contra nuestro infiltrado empezó unos días después de su
presentación ante el juez militar. Su primera declaración fue el 27 de junio de 1939 y en
ella dejó claro en qué consistiría su estrategia judicial: trataría de convencer a los jueces
de que había trabajado para la Quinta Columna, pero que la policía de la República le
había tendido una trampa. También intentó hacerles creer que había jugado un papel
destacado en el canje de Raimundo Fernández Cuesta, algo que no era verdad. Lo cierto
es que su relato era muy confuso y repleto de contradicciones, por lo que el tribunal
acabó detectando sus mentiras.
Paralelamente a este juicio empezaron los interrogatorios contra los miembros de la
Brigada Especial que habían sido detenidos una vez terminada la guerra. Personajes tan
destacados como Fernando Valentí o Jacinto Rosell no tardarían en acusar a Castilla de
haber actuado como confidente suyo en varias operaciones contra la Quinta Columna,
entre ellas la de Golfín-Corujo. Las acusaciones eran claras y el material que iba
recopilando la justicia franquista contra el bilbaíno era cada vez mayor. El SIPM se
había incautado del archivo del Tribunal Central de Espionaje, así como de numerosas
diligencias policiales de 1937 que demostraban su trabajo como infiltrado a las órdenes
directas de Valentí. El consejo de guerra contra Castilla fue largo y especialmente duro,
ya que fueron muchas las personas llamadas a declarar, especialmente
quintacolumnistas, que le tildaron de «traidor» y «desleal».
Desde su llegada a la prisión fue sometido a un programa de seguimiento por parte de
los responsables penitenciarios, que le consideraban un preso «muy peligroso» por su
«gran inteligencia» y su «capacidad de liderazgo». Decían de él que era una persona

173
«difícil de vigilar», ya que se había evadido, al menos en una ocasión, de un presidio.
Por desgracia, no hemos encontrado en los archivos nada relacionado con intentos de
fuga protagonizados por Castilla antes de 1940. Se rodeaba de delincuentes comunes a
los que manipulaba para que apoyaran su causa, y también mantenía estrechos vínculos
con infiltrados republicanos, como Tomás Durán y Gabriel González Ruiz de la Peña. Su
influencia sobre otros reclusos fue tal que llegó a ser enviado a un módulo de
aislamiento donde solo podía relacionarse con malhechores de envergadura, que tenían
asesinatos en su historial.
El 25 de septiembre de 1940 se hizo oficial la sentencia de su consejo de guerra. El
tribunal le condenaba a la pena de muerte y la ejecución tendría que llevarse a cabo en
las semanas posteriores. Al día siguiente, el director de la cárcel de Conde de Toreno,
Cayetano Rodríguez, permitió que Castilla se reuniera con su esposa, sus dos hermanas,
una tía y su hija en su propio despacho, para que tuvieran una mayor intimidad. Quería
tener un gesto de buena voluntad hacia él, teniendo en cuenta que había empezado la
cuenta atrás hacia la ejecución. Fue una reunión emocionante, muy larga, en la que sus
familiares le recriminaron su comportamiento en la guerra y el daño que les había
causado. Terminaron reconciliándose y fijaron un nuevo encuentro pasados unos tres
días.
A vista de los guardias de la cárcel, Castilla afrontaba con cierta entereza los días
previos a su ejecución con visitas constantes a la capilla y reuniones frecuentes con sus
familiares. Sin embargo, su mente trabajaba en un arriesgado plan que solo conocían él y
sus más allegados. Un día después de conocer su condena fue enviado hasta unas celdas
de aislamiento para evitar una posible fuga o un intento de suicidio. Allí coincidió con
dos delincuentes comunes, Luis Fernández Bonilla, apodado El Regia, y Víctor
Cañizares, más conocido como El Jaro, que le propusieron unirse a una fuga con tintes
novelescos que estaban preparando. Conocedores de su condena a muerte, le hicieron
partícipe de su proyecto, que consistiría en evadirse de madrugada a través de un agujero
situado en una celda que comunicaba con la red general de alcantarillado. Le explicaron
que llevaban meses excavando el agujero gracias al material que les había suministrado
otro presidiario apodado El Miaja. Todo estaba listo para la fuga, pero para llevarla a
cabo tendrían que regresar al módulo general de presos donde estaba situado el agujero.
En esta ocasión, Alberto utilizó sus habilidades teatrales para abandonar el régimen
de aislamiento. Rogó al capellán de la cárcel su mediación para que le enviaran de nuevo
a la zona general de presos porque en las celdas de castigo «no podía descansar bien»
por estar rodeado de «maleantes» que hacían «mucho ruido». La dirección del centro
accedió a su petición y también a la de sus dos compañeros de fuga, que habían
solicitado regresar a sus calabozos habituales tras la llegada a la zona de aislamiento de
un preso «muy peligroso». Todo estaba listo para la evasión, pero antes de llevarla a

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cabo Castilla debió tener algún tipo de remordimiento. Sabemos que hizo algunas
preguntas al respecto al padre Esteban, un fraile carmelita de un convento de Plaza de
España que su hermana había enviado para confesarle. En concreto, quería saber si
fugarse de la cárcel iba «contra la moral cristiana», a lo que el religioso le dijo que «no
necesariamente, siempre y cuando no se produjeran daños humanos y materiales».
También informó de sus propósitos a su mujer y hermanas, aunque no les dio ningún
detalle más de la fuga para no comprometerlas.
La evasión se produjo finalmente durante la noche del 6 de octubre. Sobre las dos de
la madrugada, Castilla y los otros dos reclusos se metieron en el estrecho agujero y
descendieron a través de una escala hasta la red de alcantarillas. Andaron durante casi
cuatro horas por el subsuelo madrileño hasta que consiguieron ver la luz a la altura de la
actual glorieta de San Bernardo. En la prisión no fueron conscientes de su huida hasta
primera hora de la mañana, cuando un guardia se percató de la ausencia. No tardarían
mucho tiempo en comprobar por dónde habían escapado, pero ya era demasiado tarde.
El calabozo de nuestro hombre fue registrado y justo debajo de su camastro apareció una
nota escrita de su puño y letra con el siguiente mensaje:

El peso de una condena grave aplana el espíritu y quiebra hasta la resignación avivando el instinto de
conservación… En la humana lucha por conservar la vida hemos puesto en juego cuantos recursos ha sido
posible poner y desde hace meses veníamos trabajando en la preparación de esta ocasión, que no ha podido
ser descubierta a pesar del celo que en nuestra vigilancia han puesto todos los funcionarios de la prisión
con múltiples medidas, entre ellas la requisa diaria del calabozo como la realizada hoy mismo por el jefe
de servicios y el oficial de turno. En estos hechos no hay transgresión moral porque se lleva a cabo sin
comprometer en responsabilidades a terceras personas. Nos queda, pues, la tranquilidad de conciencia de
que, al cumplir la misión sagrada de la conservación de nuestra vida, no cometamos hecho delictivo.

Una vez en libertad, Castilla y sus dos acompañantes se dirigieron juntos hasta la
glorieta de Quevedo donde se separaron para no llamar la atención. El bilbaíno se
aproximó hasta Lavapiés y los otros dos reos se marcharon hacia Puente de Vallecas,
donde establecieron contacto con algunos conocidos del mundo del hampa. Lo primero
que hizo Castilla fue buscar ayuda en el domicilio familiar de su amigo en prisión,
Tomás Durán, el confidente policial que trabajó en la desarticulación del grupo España
Una. En el número 218 de la calle Embajadores estaba su hermano Julio, que decidió
echarle una mano y darle algo de dinero. Sabía que Tomás tenía muy buena relación con
Alberto y, además, estaba al corriente de su historia a través de la prensa. Julio le llevó
hasta un piso en Legazpi en el que se alquilaban habitaciones clandestinamente. Allí
permitieron que Alberto se alojase tres noches por un módico precio.
Mientras se producía su fuga, la policía madrileña detuvo a la mujer de Castilla y a su
suegra y las trasladaron a la comisaría de la calle Fomento. Allí fueron sometidas a un
intenso interrogatorio en el que también sufrieron malos tratos. Los agentes las

175
golpearon con dureza para que confesaran el paradero del evadido, aunque no sirvió de
mucho. Ellas no sabían dónde se había podido ocultar. Lo único que les dijeron a sus
interrogadores es que tal vez supiese algo el padre Esteban, el fraile carmelita que se
había entrevistado con él días atrás. El religioso también fue interrogado y sometido a un
careo con la mujer de Alberto, que se mostró muy arrepentida por haberle señalado en
este contexto.
El día 9 de octubre, nuestro protagonista se quedó sin dinero y tuvo que abandonar la
vivienda de Legazpi en la que se encontraba escondido. No le quedó más remedio que
pedir ayuda a unos familiares lejanos, ya que estaba convencido de que su círculo más
cercano estaría vigilado por la policía. Contactó con una tía suya, Teresa Gaztambide,
que residía en un hotel de Chamartín de la Rosa junto a su marido, un ingeniero
asturiano apellidado Ureña. Su tía accedió a reunirse con él en secreto en la plaza de
Santiago y le entregó doce pesetas, una cantidad insuficiente para sus verdaderos
propósitos, que eran marcharse a Barcelona y tratar de huir después al extranjero.
Castilla decidió arriesgarse un poco más y se reunió con un antiguo amigo que
trabajaba en el Monte de Piedad como prestamista. Logró que le dejara cien pesetas que
le permitieron alquilar una nueva habitación en la Ronda de Valencia y vivir con cierta
tranquilidad mientras preparaba su salida de Madrid. En una ocasión llamó desde un
teléfono público a su familia y departió unos pocos minutos con una de sus hermanas,
que ya estaban al corriente de su evasión. En su búsqueda incesante por encontrar fondos
para sobrevivir se puso en contacto con otro viejo amigo, Domingo Rubio, operador del
cine Monumental al que conocía desde antes de la guerra. Quería que le prestara algo de
ropa para no parecer un «pordiosero» y no llamar la atención de las autoridades, que
posiblemente estaban tras sus pasos. Precisamente, el 15 de octubre por la mañana,
mientras charlaba con su amigo dentro de su casa, irrumpieron en la misma una veintena
de agentes de la Brigada Social. Castilla fue detenido sin oponer resistencia después de
una fuga de nueve días. Alguien le había delatado.
La versión que ofrecen sus descendientes de la evasión difiere de los datos que
hemos obtenido en los archivos sobre este episodio, y también del relato que ofreció el
propio Castilla ante la policía tras su captura. Según su familia, nada más huir de prisión
consiguió llegar a Bilbao, su ciudad de nacimiento, donde se reunió con un primo que le
sugirió que intentara ponerse a salvo pasando a Francia. No lo hizo porque sintió el
impulso de regresar a Madrid. Según esta versión de los hechos, volvió a la capital con la
intención de despedirse de su hija Marta, pero antes de poder hacerlo fue apresado por la
policía.
Fuera como fuese su fuga, tras su arresto prestó declaración en la sede de la Brigada
Social, hasta que fue enviado de nuevo a la prisión de Conde de Toreno. Allí quedó
recluido bajo un régimen de aislamiento total, a la espera de que se ejecutara su condena

176
a muerte. En esta situación, y buscando la salvación a la desesperada, siguió enviando
cartas al tribunal que le había juzgado defendiendo su actuación durante la guerra y
asegurando que él tan solo había sido una víctima del espionaje republicano, que le había
engañado. En una de estas cartas se atrevió a poner en tela de juicio el papel de
Raimundo Fernández Cuesta, que ejerció, hasta su canje, como uno de los jefes de la
Falange Clandestina.
Tres meses después de su captura, el 21 de enero de 1941, Castilla abandonó la cárcel
tras ser reclamado por el piquete de ejecución, que cumpliría el dictamen del consejo de
guerra en el cementerio Este. Desconocemos el procedimiento exacto por el que fue
ejecutado, aunque, posiblemente sería por el garrote, tal y como asegura Manuel García
Muñoz en su libro Los fusilamientos de la Almudena. Su compañero de fuga, Víctor
Cañizares, también sería ejecutado en este mismo cementerio un año más tarde.

Fernando Valentí

El comisario republicano también fue capturado por las tropas franquistas en el


puerto de Alicante mientras trataba de huir al extranjero. Los días finales de la Guerra
Civil los había pasado en Madrid ocupando un puesto de responsabilidad en el SIM,
cuerpo al que se había incorporado tras la disolución de la Brigada Especial en diciembre
de 1937. Su llegada a los servicios secretos se produjo de manera oficial a mediados de
1938, quedando como subordinado del todopoderoso Ángel Pedrero, jefe de los espías
republicanos de la Zona Centro, con el que mantenía algunas diferencias ideológicas.
Mientras que Valentí se había aproximado al comunismo gracias a sus buenas relaciones
con el NKVD, Pedrero se mostraba próximo a los postulados del PSOE, partido al que
estaba afiliado desde los años 30.
Dentro del SIM, Valentí se hizo cargo de la Brigada Z, una unidad que no se
dedicaba al espionaje como tal, sino a destapar las redes de personas que desviaban
capitales de manera fraudulenta o que traficaban ilícitamente con alhajas o moneda
extranjera. Casi todos los policías que habían trabajado con él en la Brigada Especial
también fueron nombrados agentes de la Brigada Z. Todos ellos participaron en
numerosas operaciones que acabaron con la detención de medio centenar de personas,
algunas con cierto renombre, como el boxeador Salvador Almela, que años más tarde
sería alcalde de San Lorenzo del Escorial. En algunas operaciones de la Brigada Z
trabajó también Cándida del Castillo, una importante confidente del SIM y madre del
famoso escritor hispano-francés Michel del Castillo.
A finales de marzo de 1939, Valentí y la mayor parte de sus hombres abandonaron
Madrid y emprendieron su huida rumbo a Valencia, donde tenían que reunirse con

177
Pedrero y el resto de los dirigentes del SIM. Allí esperaban encontrar un gran número de
barcos para salir de España, aunque muy pronto comprobarían que no era así. Se
desplazaron hasta Alicante, pero la situación era idéntica. Estaban atrapados. El 1 de
abril fueron detenidos y trasladados hasta el campo de concentración de Albatera, donde
permanecieron más de dos meses a la espera de ser clasificados.
El SIPM no tardó demasiado tiempo en comprobar que Valentí había dirigido con
mano de hierro la Brigada Especial, convirtiéndose durante la contienda en una especie
de Sherlock Holmes contra la Quinta Columna. Fue trasladado junto con sus policías a la
prisión de Conde de Toreno de Madrid, donde fue fotografiado nada más ingresar. En
esa imagen, custodiada hoy en día por el Centro Documental de la Memoria Histórica, se
puede apreciar a un hombre de mediana edad con semblante tranquilo, vestido con una
camisa blanca y con una barba de varios días. Fue sometido a un consejo de guerra,
especialmente por su participación en el descubrimiento de grupos falangistas como los
de Golfín-Corujo o las Milicias Pizarro. Durante su juicio reconoció haber participado en
la detención de los quintacolumnistas, aunque negó haberles sometido a malos tratos
durante los interrogatorios. Tampoco se mordió la lengua y acusó a Castilla de haber
sido confidente suyo en la policía, calificando su actuación como «decisiva» para llevar
a cabo las detenciones.
Por lo general, Valentí se mostró colaborador con las autoridades franquistas durante
su consejo de guerra. Llama la atención la defensa a ultranza que hizo de casi todos sus
policías pese a las acusaciones que le hicieron algunos de ellos, que manifestaron que se
había quedado con algunas joyas de los detenidos. El tribunal le declaró «culpable» de
numerosos delitos, entre ellos de asesinato, y le condenó a pena de muerte en 1940.
Murió fusilado a primera hora de la mañana del 13 de diciembre junto a nueve de sus
colaboradores, entre los que estaba su inseparable Jacinto Rosell.

Javier Jiménez

Puede parecer contradictorio, pero su relación de amistad con Alberto Castilla le


salvó la vida a Javier Jiménez. Como hemos visto en páginas anteriores, fue expulsado
de la Brigada Especial por ser demasiado fiel a su amigo y le derivaron a la comisaría de
Puente de Vallecas para desempeñar cargos administrativos. Este traslado hizo que se
librara del pelotón de fusilamiento en la posguerra, ya que el tribunal que le juzgó no
encontró pruebas demasiado contundentes contra él. No tuvieron tanta suerte el resto de
los miembros de la Brigada Especial, que fueron fusilados por estas fechas.
Como bien sabe el lector, una vez terminada la guerra Jiménez fue encerrado en el
campo de concentración de Albatera, donde también se encontraba presente su amigo

178
Alberto Castilla. Durante su estancia en el campo, el confidente trató de convencerle
para que no declarara contra él, especialmente en lo referente a la organización Golfín-
Corujo. El caso es que sí lo hizo, aportando datos muy relevantes del infiltrado en
relación con las detenciones de 1937.
Aunque inicialmente sería condenado a la pena capital, Jiménez conseguiría que le
conmutaran la pena gracias a los muchos avales que presentó su familia, sobre todo su
hermano, que había sido artillero del Ejército Nacional. Permaneció unos años en la
prisión de Conde de Toreno, donde se convirtió en colaborador de los servicios
penitenciarios a los que informaba puntualmente de las actividades clandestinas de
Castilla y otros reclusos destacados. Esto le pudo ayudar a obtener la libertad
condicional a mediados de los cuarenta, a pesar de disponer de informes desfavorables
de la Guardia Civil y del Ministerio de Gobernación.
El testimonio de Javier Jiménez fue reflejado en Operació Nikolai, un documental de
TV3 dirigido por Dolors Genovés en 1992 sobre el secuestro y asesinato de Andreu Nin.
Aparece detrás de una mesa de despacho, vestido con traje y corbata explicando la
participación de Castilla en la manipulación de los planos y documentos falsos que
relacionaban a Andreu Nin con la Quinta Columna.

Gabriel González Ruiz de la Peña

Había sido uno de los mejores amigos de Castilla durante los convulsos años treinta,
quien le reclutó como confidente de la Brigada Especial cuando estalló el conflicto. Ruiz
de la Peña no tuvo problemas con la justicia republicana y pudo terminar la guerra de
una manera plácida, trabajando como un agente de policía más. La entrada de las tropas
nacionales en Madrid le sorprendió prestando servicios auxiliares en el cuartel de María
Cristina. Fue detenido y trasladado a la prisión de Conde de Toreno, donde solía
relacionarse con otros confidentes como Castilla, Tomás Durán o José María Lezameta.
Durante el consejo de guerra al que fue sometido presentó varios avales procedentes de
personas a las que había ayudado durante la contienda, como Fausto Vidal, un militante
de Renovación Española, o el capellán castrense Manuel Hiniesta. Sin embargo, las
pruebas que la acusación presentó contra él fueron especialmente duras, ya que
procedían en su mayor parte de los miembros de las Milicias Pizarro, de cuyo arresto
había sido uno de los responsables. Antes de dictar sentencia, el tribunal que le juzgó
recopiló un gran número de informes que confirmaban su trabajo en la Policía
republicana. Además, le tildaban de tener una «vida privada poco honrosa en cuanto a la
moralidad» y le acusaban de ejercer una «actuación destacadísima» contra las personas
de derechas.

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Uno de los informes más duros estaba firmado por el Ministerio de Gobernación. En
él se reconocía que González Ruiz de la Peña había simpatizado con las derechas antes
de la guerra, pero que había sufrido una transformación a partir de julio de 1936. Se
decía que había actuado como confidente «a sueldo» de la DGS y que contaba con un
oficio del comisario general Illera en el que ordenaba a las patrullas de milicianos que
«no se le molestaran ni detuvieran». Este informe decía que la seguridad republicana
ordenó su arresto por haberse quedado con el dinero que debía entregarse «como
premio» a todos los agentes de la brigada. Así lo recogieron:

Está considerado como un inmoral en toda la extensión de la palabra, hallándose separado de su esposa
desde hace tiempo, encontrándose en Francia. Por dinero es capaz de cometer cualquier acto delictivo…
Hacía alarde de la pistola que siempre llevaba diciendo que estaba autorizado para usarla. Se había
provisto de pasaporte para marchar al extranjero porque decía que el día de entrar los nacionales lo había
de pasar muy mal. Se sabe que ha estado detenido más veces, unas 16, lo cual demuestra la suma facilidad
que tiene para salir por su marcada significación.

Los informes negativos prevalecieron en el consejo de guerra, que le condenó a la


pena capital. Murió fusilado en el cementerio de la Almudena el 13 de diciembre de
1940. Tenía treinta y cuatro años.

180
Capítulo 10. DE LA QUINTA COLUMNA A PUERTO
BANÚS

Empresario de éxito, promotor turístico, constructor de lugares emblemáticos y un


personaje muy destacado de la sociedad española de la dictadura. Así era José Banús
Masdeu, un hombre sin apenas estudios que pasó a la historia por participar en la
construcción del Valle de los Caídos, por levantar el madrileño Barrio del Pilar o su
famoso Puerto Banús, en la Costa del Sol. Muchas de sus obras fueron realizadas durante
el régimen y respaldadas por el propio Franco, con el que tenía hilo directo. Un hilo cuya
madeja se remonta a la Guerra Civil, donde actuó como quintacolumnista, aunque ni
siquiera sus familiares más próximos supieron en qué consistió su papel.
Su infancia fue mucho más corta de lo normal. Banús tuvo que dejar los estudios con
apenas trece años para ayudar a su padre en un negocio de construcción que tenía en la
localidad tarragonesa de La Masó, donde había nació en 1903. Su vida transcurrió en
Cataluña hasta que cumplió la mayoría de edad y se trasladó con su familia a la capital
para trabajar en la Compañía de Ferrocarriles de Madrid a Zaragoza y Alicante (MZA),
una de las más poderosas de la época y que se dedicaba a la explotación de las líneas de
ferrocarril.
Durante la convulsa década de los treinta, Banús vivió entre Madrid, Alicante y
Zamora, donde trabajó como contratista de obras, empleo que le había enseñado su
progenitor, con el que mantenía una relación muy especial. No tuvo aparentemente
demasiadas inquietudes políticas, aunque en su etapa zamorana estuvo vinculado con un
partido llamado Conjunción Republicana y Socialista de Zamora.
Cuando estalló la guerra, Banús se encontraba en Madrid trabajando en la
construcción y mejora de varias carreteras que llegaban a la capital desde el norte de
España. Vivía en un piso de la calle Santa Teresa, muy cerca de Génova, una de las
zonas donde más adelante establecería unos contactos asombrosos con diferentes redes
de la Quinta Columna. Un mes después de la sublevación tuvo un serio percance con un
grupo de milicianos que, al verle vestido como «un señorito», le pidieron su
documentación. En esos instantes no la llevaba consigo, por lo que fue detenido y
trasladado a una comisaría hasta que un familiar consiguió identificarle. Le dejaron libre
y no volvieron a molestarle hasta pasados dos años.
Como la mayor parte de varones de su edad, en el otoño de 1936 fue movilizado por
el gobierno del Frente Popular y destinado al Hospital Militar número 24, que se
encontraba situado en un lujoso edificio requisado de la calle Monte Esquinza. La CNT
había instalado allí un sanatorio donde se trataba a heridos de unidades anarquistas

181
procedentes de los frentes de Talavera y Somosierra. Estuvo en ese hospital durante casi
toda la guerra. Para evitar ser trasladado al frente, fingió ser enfermero y masajista, por
lo que se ganó cierta reputación entre los heridos, que le llamaban «doctor», a pesar de
no tener conocimientos médicos.
A finales de año, se afilió al Sindicato Único de Sanidad de la CNT. Por esas fechas,
disponer de un carné de una organización del Frente Popular podía salvarle la vida, por
lo que hizo caso a otros sanitarios de Monte Esquinza que le insistieron en la necesidad
de afiliarse al sindicato anarquista, donde no solían poner dificultades. A esas alturas ya
se había ganado la confianza de los dos máximos responsables del hospital, el doctor
González y su segundo, un camarero de la CNT llamado Antonio Iglesias. Dos
personajes que, pasados unos meses, le suministrarían un gran número de informaciones.

Primeros pasos en la clandestinidad

Uno de los mejores amigos de Banús en Madrid se llamaba Enrique Díez, un joven
de ideología falangista que deseaba ayudar a los sublevados a toda costa desde la
retaguardia madrileña. No tenía medios ni contactos para evadirse a la otra zona, por lo
que estuvo intentando contactar a la desesperada con las organizaciones derechistas que
conspiraran contra la República. Él fue quien introdujo a Banús en el peligroso mundo
de los quintacolumnistas, tras presentarle a varias personas que pensaban de la misma
manera y que se estaban organizando. Uno de ellos era José Luis Pove, que permanecía
escondido en el piso de una hermana suya, en la calle Goya, desde que los servicios de
información republicanos asaltaron en noviembre de 1936 la embajada de Finlandia
donde se refugiaba.
Tanto Pove como Díaz inculcaron sus ideas falangistas a Banús, que en poco tiempo
decidió incorporarse a un grupo de la Quinta Columna que ambos estaban formando. Se
trataba de una organización cuyo propósito era «levantarse en armas» contra el gobierno
de la República, «aprovechando el momento oportuno», y coincidiendo con el ataque de
las tropas de Franco en los frentes cercanos a la capital. La idea era «promover una
alteración del orden público y apoderarse de todos los centros oficiales» de la ciudad.
En unas semanas Banús se convirtió en uno de los miembros más apasionados de la
pequeña red que estaba en marcha. La vida clandestina le había empezado a encandilar y
no tenía problemas en celebrar reuniones en su consulta del hospital militar, al que
acudían los falangistas disfrazados de milicianos de la CNT sin que nadie sospechara de
ellos. Lo que no sospechaba entonces es que, en febrero de 1937, los dos amigos que le
habían introducido en la Quinta Columna huirían de Madrid para viajar a Barcelona. Una
vez allí, tenían previsto desplazarse hasta el Pirineo catalán y llegar a la frontera francesa

182
por medio de uno de los pasos secretos controlados por organizaciones de
contrabandistas que se lucraban con las evasiones. Su aventura pirenaica fue muy corta:
sabemos que Díaz fue detenido cerca de Francia por la policía y acusado de «intento de
deserción».

Nuevos hombres de confianza

Con sus dos referentes lejos de Madrid, Banús se quedó al frente de los jóvenes que
habían conseguido reunir sus dos amigos falangistas. Su capacidad de asumir
responsabilidades le convirtió en el líder de una incipiente organización
quintacolumnista formada por una decena de personas. Uno de sus hombres de confianza
se llamaba José Lus Moreno Ciges, un peluquero de Jaén de treinta y ocho años que
llevaba tiempo afincado en Madrid. Al igual que él, había sido captado por Pove y Díaz
y, tras marchar estos a Barcelona, se mostró dispuesto a seguir su estela, porque pensaba
que los nacionales estaban a un paso de ganar la guerra. Se convirtió en su «enlace
directo». Sus contactos se celebraban normalmente en el hospital de Monte Esquinza
utilizando la contraseña «el de los víveres bien», que significaba que tenía algo
importante que decirle.
Otra de las personas de su confianza era Manuel Carpio Charavignac, un enfermero
del Hospital Militar número 21, situado en la carretera de Chamartín, en el antiguo asilo
de San Rafael. Le había conocido durante los primeros meses de la guerra, y tras
comprobar que simpatizaba con los alzados, decidió incorporarle a su grupo. Le encargó
que buscara colaboradores en los hospitales militares de Madrid porque serían de gran
utilidad en el caso de que se produjera el «ansiado levantamiento en armas» contra la
República. La confianza con Carpio llegó a ser tan estrecha que Banús incluso le pidió
que escondiera en uno de los almacenes de su hospital varias cajas con granadas de
mano y munición de la organización. Algunos soldados del Batallón Local del Cuerpo de
Tren que colaboraban con ellos les facilitaron el armamento para utilizarlo cuando
llegase «el momento».
Carmen de Blas Arantegui era una joven alicantina de veinticinco años que jugó un
papel intenso en esta red. Esposa de un oficial del Cuerpo de Inválidos y clienta de la
peluquería de Moreno Ciges, fue incorporada inicialmente por los importantes contactos
que tenía dentro de Telefónica. Sin embargo, lo que realmente interesaba de ella era la
relación que mantenía su familia con Horacio Echevarrieta, uno de los empresarios más
influyentes del momento. Republicano convencido y amigo de Indalecio Prieto,
Echevarrieta estaba en contra de la situación de caos que se había vivido durante los
primeros compases de la guerra en territorio del Frente Popular. Por eso los

183
quintacolumnistas consideraban que podía ser una persona de gran utilidad para sus
propósitos. Este empresario vasco había pasado a la historia por construir en sus
astilleros el buque-escuela Juan Sebastián Elcano, el submarino alemán E-1 o por haber
negociado con Abd el-Krim la liberación de los prisioneros españoles tras el desastre de
Annual.

Los contactos con un multimillonario

Gracias a las gestiones de Carmen de Blas, Banús consiguió visitar a Echevarrieta en


su palacete, situado entre las calles de Diego de León y Claudio Coello (la entrada estaba
en el número 139 de esta última calle). José se presentó como un agente secreto de los
sublevados y le pidió que colaborara con él para intentar hacerse con el control de
Madrid cuando «llegara el momento». Según relataría Banús más adelante, el empresario
se «puso incondicionalmente» a disposición de su organización y se ofreció a colaborar a
título particular y también a través de su «fortuna». En una de esas entrevistas, llegó a
comentar la siguiente frase: «No soy faccioso, pero tampoco estoy conforme con el
régimen actual».
Siempre según la versión de Banús, Echevarrieta llegó a sugerirle que pusiera a su
disposición unos tres mil hombres armados y estaría dispuesto a tomar Madrid en menos
de veinticuatro horas. El primer punto que accedería a asaltar sería Unión Radio, donde
daría un discurso a la población de la capital con la intención de pedir «tranquilidad»
ante los acontecimientos que se iban a producir. Las conversaciones entre ambos dieron
para mucho. En ellas también acordaron hacer todas las gestiones posibles para que la
Cruz Roja Internacional intentara canjear al líder falangista Valdés Larrañaga y al
quintacolumnista Javier Fernández Golfín. Este último, familiar de su compañera
Carmen de Blas, había sido detenido en 1937 acusado de «espionaje» por la inteligencia
republicana. Como hemos visto en el capítulo anterior, le relacionaban falsamente con el
líder del POUM Andreu Nin, que sería asesinado más adelante en un crimen en el que
posiblemente tuvo mucho que ver el NKVD soviético. A pesar de las gestiones
realizadas por el millonario, ninguno de los canjes se pudo llevar a cabo: mientras que
Valdés Larrañaga permaneció preso en la capital hasta casi el final de la guerra,
Fernández Golfín fue ejecutado en Barcelona.
Tras sus primeras reuniones, Banús y Echevarrieta dejaron de verse. La prioridad de
ambos era garantizar sus medidas de seguridad y para conseguirlo pusieron en marcha
una especie de lenguaje que solo ellos dos conocían. Carmen de Blas actuaría como
correo entre ambos, trasmitiendo esos mensajes cifrados, que se enviarían durante meses.
Ochenta años después, hemos conseguido descifrar una parte de ese sistema de

184
comunicación. Por ejemplo, cuando hablaban de «dos kilos de cebolla», significaba que
habían captado para su red a dos coroneles republicanos. Cuando decían que tenían en su
poder «tres cabezas de ajo», querían decir que los militares captados tenían el rango de
comandantes.
Más adelante, el líder quintacolumnista no tuvo reparos en reconocer ante las
autoridades republicanas que había mantenido contactos con Horacio Echevarrieta. Sin
embargo, el multimillonario se limitó a ponerlo en duda, aunque no llegó a desmentirlo
de una manera rotunda. Decía que por su casa «pasaban cientos de personas» y que «no
siempre se acordaba ni de sus nombres ni de las conversaciones que allí se mantenían».

Aproximación a otras organizaciones

En abril de 1937 los hombres de Banús establecieron contacto con las Milicias
Pizarro, la organización falangista que —según hemos visto— tenía como misión
hacerse con el control de Madrid. Francisco Grañén, su máximo responsable, visitó
varias veces el hospital de Monte Esquinza con la idea de incorporar a sus milicias a
Banús y sus hombres, fusionando así los dos grupos. Las negociaciones entre ambos
fueron tensas, pero finalmente José aceptó la propuesta, ya que Grañén le confesó que
había conseguido enlazar con los servicios secretos de Franco por medio del teniente de
Intendencia Antonio Rodríguez Aguado.
Durante meses, el falso enfermero tarraconense entregó al falangista multitud de
informes sobre muertos y heridos anarquistas en los frentes de batalla, información a la
que tenía acceso por medio del Sindicato de Sanidad de la CNT y a los dos máximos
responsables de su hospital militar. Cuando la relación entre los dos líderes emboscados
empezaba a ser más fluida, la situación dio un giro radical. En octubre de 1937 Grañén y
casi todos los miembros de las Milicias Pizarro fueron detenidos en una gran operación
de la Brigada Especial. Nuestro protagonista se enteró de los arrestos por medio de un
joven de quince años que actuaba como enlace entre los dos grupos y que había evitado
las detenciones gracias a su corta edad.
Consciente de que podía estar en el punto de mira de la policía por su relación con las
Milicias Pizarro, Banús optó por paralizar durante semanas su actividad
quintacolumnista. Siguió haciendo una vida normal, aunque extremó las medidas de
seguridad para evitar posibles seguimientos de agentes republicanos. Un mes más tarde,
cuando pensaba que las aguas habían vuelto a su cauce, volvió a recibir una visita
comprometedora en el hospital. En este caso se entrevistó con Matilde Ruiz Salces,
miembro de las Milicias Pizarro, que le entregó una supuesta carta de Grañén escrita
desde la DGS. En realidad, era una trampa tendida por la policía para intentar atrapar a

185
Banús y lograr que desvelara la identidad del resto de miembros de su organización. Con
su inteligencia habitual, Banús detectó la jugada y confirmó que Matilde en realidad
trabajaba como confidente de la Brigada Especial a las órdenes directas de Valentí.
Fingió no estar interesado en la carta que le dio la joven y le pidió de una manera brusca
que abandonara el hospital inmediatamente o de lo contrario llamaría a la «fuerza
pública».
Gracias a esto, Banús consiguió que la seguridad republicana no le relacionase con
las Milicias Pizarro, y se salvó de ser detenido en la gran operación de la Brigada
Especial. Siguió un tiempo inactivo hasta que regresó a la clandestinidad. Por medio de
un conocido suyo que estaba en la embajada francesa, supo que Rodríguez Aguado había
estado a punto de ser arrestado, pero había conseguido refugiarse en el último momento
en la embajada turca, en compañía de su segundo, Joaquín Jiménez de Anta. Gracias a
este contacto pudo visitarle, porque se encontraba «desesperado» y necesitaba ayuda
urgentemente. Al considerarle el representante de Franco en Madrid, se entrevistó con él
para conocer de primera mano sus necesidades. Rodríguez Aguado le pidió dos cosas:
que tratara de conectar con los miembros de su grupo que todavía permanecían en
libertad y que procurara informar a los sublevados de la situación en la que estaba.
De estas dos peticiones Banús solo consiguió llevar a cabo la segunda. A través de
Eduardo Fernández Rodríguez, un conocido suyo que era cuñado del torero Corrochano,
consiguió enviar a zona sublevada la información de que Rodríguez Aguado había
buscado refugio en la embajada de Turquía. Aprovechando la evasión de Eduardo a la
otra zona —por un pueblo cercano a Talavera—, le entregó a su amigo una carta escrita
por el militar y dirigida al SIPM en la que explicaba su situación. Sin embargo, a Banús
no le dio tiempo a llevar a cabo la otra misión. En enero de 1938, la embajada de
Turquía fue asaltada por el SIM y Rodríguez Aguado acabó detenido.

Incorporación al grupo de Los 195

Desde el verano de 1937 hasta comienzos de 1938 los golpes que la policía dio a las
organizaciones de la Quinta Columna en Madrid fueron contundentes y muy numerosos.
Gracias al trabajo que realizaban los infiltrados y confidentes, las redes de espionaje de
los sublevados iban cayendo poco a poco, dejando «desconectados» entre sí a los
«elementos» que todavía no habían sido detenidos. Uno de ellos se llamaba Jerónimo
López Batanero, era originario de Sigüenza y antes de la guerra había trabajado como
cajero del conde de Romanones. Según el historiador Javier Cervera, López Batanero
tenía vínculos con la Falange Clandestina tras haber coincidido con su líder, Valdés
Larrañaga, en el hospital penitenciario del Niño Jesús donde estaba preso. Tras conseguir

186
su libertad por «falta de pruebas», López Batanero quiso reconstruir las redes
desarticuladas y poner en marcha un grupo, conocido con el nombre de Los 195, por el
número de personas que lo formaban. Pretendía aglutinar a los derechistas emboscados
que «permanecían dispersos» en una sola organización que se dedicara a la obtención de
información, además de preparar la entrada de las tropas franquistas en la capital. Uno de
estos derechistas que permanecía «disperso» y «sin conexión» con los alzados era
Banús.
La adhesión del futuro promotor turístico a Los 195 se produjo en enero de 1938. Se
trataba de una entidad mucho más profesionalizada que la suya, cuyos miembros tenían
una mayor experiencia en el campo del espionaje, ya que en su mayoría la formaban
militares o miembros de las fuerzas de seguridad. Banús siguió recibiendo visitas en su
consulta del hospital militar, pero empezó a participar en reuniones más relevantes que
solían celebrarse en cafés como La Granja del Henar, ubicado junto a la Gran Vía, o El
Europeo, en la glorieta de Bilbao.
La actividad de Banús fue frenética a partir de entonces y asumió más riesgos de los
que estaba acostumbrado, manteniendo conversaciones con personas a las que apenas
conocía. Su nueva organización había conseguido enlazar con los servicios de
información franquistas a través de una emisora de radio clandestina desde la que
enviaban mensajes cifrados utilizando una clave confeccionada a partir del libro Quo
Vadis. Además, escuchaban las directrices del SIPM que emitía a través de Radio
Salamanca justo antes de que empezara el parte de guerra. Sabían que los mensajes iban
dirigidos a ellos cuando oían los códigos como «el zamorano llegó bien» o «Artagna vas
bien». Nuestro protagonista jugó un papel muy importante en la emisora de radio al
captar a un ingeniero especialista en radiodifusión, que puso en marcha un potente
transmisor construido con una combinación de heliógrafo con radio y rayos X.
Además de esto, Banús tuvo otro cometido en Los 195. Le pidieron que participara
en las negociaciones con otros grupos clandestinos relacionados con el movimiento
tradicionalista para tratar de incorporarlos al suyo. Las negociaciones fracasaron porque
uno de los jefes tradicionalistas de Madrid, Carlos de la Flor, se asustó al pensar que la
policía podía estar tendiéndole una trampa.
La nueva red quintacolumnista fue tomando forma a medida que pasaban los meses.
Uno de sus hombres más destacados era Miguel Cortés Rubio, un agente del Cuerpo de
Investigación y Vigilancia con vínculos falangistas que controlaba a varios policías que
estaban dispuestos a levantarse en armas en las comisarias de Palacio-Universidad y
Hospicio. La organización también tenía sus tentáculos en la Sección de Información del
Cuartel General del Ejército del Centro, donde se encontraba destinado el capitán Luis
Paz Zamarra, un viejo conocido de la Quinta Columna que formó parte en su día del
grupo de Golfín-Corujo. También trabajaba allí otro capitán, Ezequiel González

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Bermejo, que había formado parte de los Servicios Especiales dirigidos por el anarquista
Salgado Moreira, con el que tenía buen trato. Ambos oficiales, muy cercanos al general
Miaja, tenían acceso a datos militares muy relevantes, algunos facilitados por su jefe,
Antonio Garijo, otro importante colaborador del espionaje franquista. Los 195 también
contaban entre sus filas con soldados y conductores de batallones de otras unidades de
interés. Uno de ellos era Hermenegildo Vázquez Quintana, conocido con el apodo de
Gildo, un chófer del Cuerpo de Tren que prestaba sus servicios como conductor del
estado mayor de la Posición Jaca y que estaba al corriente de todos los movimientos del
alto mando republicano.
Dentro del grupo estaba también una modista de treinta y seis años a la que todos
conocían con el apelativo de Fanny, aunque su verdadero nombre era Francisca Martínez
Ramírez. Antes de la guerra, Fanny había sido integrante de la sección femenina de
Renovación Española, pero tras el encarcelamiento de José Antonio Primo de Rivera
decidió afiliarse a Falange, donde ocupó cargos de responsabilidad. Llegó a ser jefa del
distrito de Palacio y actuó como enlace de Pilar Primo de Rivera, llevando sus mensajes
a la cúpula falangista que estaba en prisión. Desde que empezó la guerra fue detenida
hasta en cuatro ocasiones, aunque los milicianos que efectuaron los arrestos llegaron a
pensar que estaba «demente», porque les saludaba levantando el brazo y al grito de
«¡Arriba Franco!». Con la organización de Los 195 a pleno rendimiento, Fanny actuó
como enlace de López Batanero, Miguel Cortés y Dolores Mendizábal, una trabajadora
de Telefónica que había sido despedida por desafecta, pero que aún conservaba buenas
amigas trabajando en el edificio de la Gran Vía.

Infiltrados y escuchas

En enero de 1938, el SIM empezó a tener evidencias de que existía en Madrid una
gran organización de la Quinta Columna formada por unas doscientas personas. No está
muy claro el origen de esas pruebas, pero es posible que el servicio secreto de la
República siguiera muy de cerca las actividades de López Batanero, que meses atrás
había sido juzgado por «desafecto». En cualquier caso, la seguridad republicana había
podido confirmar que en el Café Europeo se reunían a diario un grupo de personas que
podrían estar conspirando contra el gobierno del Frente Popular, entre las que se
encontraban el policía Miguel Cortés y la polifacética Fanny.
Las primeras investigaciones para intentar descubrir a Los 195 corrieron a cargo de la
Brigada Especial, aunque el caso quedó posteriormente en manos del DEDIDE y más
adelante del SIM. Como fue una constante en toda la guerra, el espionaje republicano
utilizó a un confidente para introducirse en la red de emboscados con una doble misión:

188
averiguar las identidades de todos los «enemigos del pueblo» y actuar como agente
alborotador dentro de la misma. El confidente elegido por Emilio Peraile Sahuquillo,
responsable del SIM que llevó el caso, fue Pablo Moreno Argüelles, un abogado de
treinta y cinco años que antes de la guerra había estado afiliado a Renovación Española y
desde marzo de 1936 a Falange. De hecho, en el partido de José Antonio había ocupado
el cargo de subjefe del distrito de Congreso. Pese a su implicación política, tenía
antecedentes policiales por estafa, pues en 1933 fue arrestado dentro de una trama de
cobro de recibos falsos.
Moreno Argüelles había empezado a colaborar con la inteligencia republicana tras
ser detenido en el verano de 1937 junto a otros falangistas en una operación denominada
«asunto del Melón», donde posiblemente también actuó como informador policial. La
Brigada Especial fue la encargada de realizar los arrestos, y uno de sus agentes, Víctor
Ronda, decidió captarle como «confidente» por su significado pasado derechista.
Aunque inicialmente se opuso a colaborar, el policía le amenazó con «hacerle algo» a su
pareja, una bailarina con la que vivía en la calle Menéndez Pelayo y de la que estaba
profundamente enamorado. Casi forzado por las amenazas, empezó a trabajar para la
seguridad republicana en una gran operación que el SIM estaba preparando en el Café
Europeo de Madrid. Su primer sueldo procedente del servicio secreto fue de 600 pesetas
mensuales.
A partir de entonces, el espía del SIM Ricardo Están se convirtió en la sombra de
Moreno Argüelles, con el que trabó una gran amistad. Este le ordenó que fuera al café y
que tratara de aproximarse con cautela a un grupo de derechistas que se reunía allí a
diario para conspirar contra la República. Estuvo varios días actuando como un cliente
más y sin acercarse a los quintacolumnistas para que no sospecharan de él. Pasado un
tiempo, cuando los emboscados estaban convencidos de que era un cliente habitual del
Europeo, el confidente se acercó discretamente a dos de ellos, el policía Miguel Cortés y
un amigo de este llamado Raimundo de Oro Pulido. Les dijo que había escuchado una
parte de sus conversaciones y que simpatizaba con sus ideales. Se presentó ante ellos
como un «camisa vieja» de Falange que estaba al frente de una organización dedicada al
socorro blanco, que ayudaba económicamente a los «camaradas» detenidos y a sus
familiares. Aunque con dudas iniciales, Cortés cayó en la trampa y le citó al día
siguiente en el mismo sitio para presentarle a una persona de Los 195. Pasadas
veinticuatro horas, acudió a la cita con Fanny con la intención de entrevistar al abogado
y verificar así su pasado falangista. Leamos a continuación una carta escrita por la propia
Fanny tras la guerra, enviada a la policía de Franco, en la que explicaba su primer
contacto con Moreno Argüelles:

Conocí a Pablo Moreno Argüelles en los primeros días de enero de 1938. Me lo presentó Miguel Cortés
Rubio, dándome el encargo Cortés que como falangista le interrogara yo para cerciorarme si efectivamente

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era afiliado a la Falange. La primera entrevista que tuvimos se celebró en el Café Europeo, sito en la
Glorieta de Bilbao. Pablo Moreno me convenció plenamente de que era falangista por el número de
detalles de nuestra organización, la cantidad de nombres y situaciones pasadas que no podía conocer nadie
ajeno a la Falange y actuando, además, en un cargo de confianza. Me dijo ser subjefe del distrito de
Congreso con anterioridad al Movimiento y añadió que su jefe le tenía dicho que, si él faltaba, ocupase su
puesto. Por lo tanto, además de ser agente de enlace, era jefe del distrito de Congreso. Me hizo ver su labor
de reunir grupos de falangistas que andábamos desconectados, dándome a mí encargo de ayudarles en esta
labor. Me dio a conocer su amistad con la familia Díaz Montero, que pude comprobar por mediación de
Juanita Díaz Montero que vive en [la calle] Goya 64 o 65. Una vez seguros de que era falangista, nos
pusimos a su disposición aceptándole como jefe y trabajando con entusiasmo para formar de nuevo nuestra
Falange.

Hay dos aspectos importantes sobre Moreno Argüelles en la carta escrita por Fanny
en 1939. Por un lado, el confidente no tenía reparos en utilizar su identidad real para
ganarse la confianza de los quintacolumnistas, y por otro, estaba dispuesto a asumir el
papel de «jefe» para atraer alrededor de su figura al mayor número de derechistas
posible.
Con el fin de dar una mayor credibilidad a su historia, el SIM le facilitó un despacho
en el número 3 de la glorieta de San Bernardo donde supuestamente ejercía la abogacía.
Con el despacho ya en funcionamiento, les pidió a Fanny y a Cortés que a partir de ese
momento mantuvieran sus entrevistas en aquella oficina, por ser mucho más discreta que
un lugar público como un café. Los dos derechistas accedieron sin dudarlo. Lo que no
sabían es que en la habitación contigua se encontraban Ricardo Están y otros agentes del
SIM que escuchaban todas las conversaciones que allí se mantenían y elaboraban
informes que luego servirían como pruebas inculpatorias.
Durante casi dos meses, gracias al trabajo de su infiltrado, los servicios secretos de la
República pudieron conocer al detalle cómo se estructuraba la organización de Los 195.
Por el despacho de la glorieta de San Bernardo fueron pasando los emboscados más
relevantes del grupo, incluido José Banús, con el que se entrevistó en al menos dos
ocasiones. Casi sin darse cuenta, Moreno Argüelles se convirtió en el líder indiscutible
de la red de espionaje, por encima incluso de López Batanero, que se quedó relegado a
un segundo plano. En este tiempo, logró que le facilitaran un fichero con los nombres y
direcciones de los casi doscientos «espías enemigos». También se comprometió a
conseguir documentaciones falsas para algunos de los que permanecían refugiados en
embajadas.
En una de sus dos entrevistas con Banús, el confidente le «confesó» que había
conseguido incorporar a Los 195 al jefe militar del Ejército republicano en el sector de la
Casa de Campo. Le dijo que este mando estaba dispuesto a «tomar Madrid con sus
fuerzas», poniendo como pretexto que se había producido en la capital una sublevación
del Partido Comunista. «Una vez realizada la operación, iría entregando el mando de la
ciudad a la organización fascista», afirmaba Moreno Argüelles en su charla con el falso

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enfermero. A través de la Causa General hemos averiguado también que los
quintacolumnistas planearon atentar contra Ángel Pedrero, jefe del SIM del Ejército del
Centro, aunque el infiltrado policial les quitó la idea de la cabeza. Varios de los
miembros del grupo, como el abogado Emilio Barreda o el mecánico Antonio Ariza, se
plantearon «asesinar» al jefe de los espías republicanos en Madrid, pero Moreno
Argüelles les dijo que sería «inconveniente» hacerlo en esos momentos «por temor a
represalias».

La desarticulación de Los 195

En tres meses, el SIM recogió pruebas más que suficientes para poner en marcha una
gran operación en Madrid. El trabajo de su confidente había sido impecable y por ello
fue gratificado por el propio Pedrero con 2.000 pesetas extras que le fueron entregadas
en el Ministerio de la Marina, donde se movía a sus anchas. La fecha elegida para la
desarticulación del grupo quintacolumnista fue el 5 de abril de 1938, coincidiendo con la
marcha de Indalecio Prieto del Ministerio de la Guerra (conocido por Defensa Nacional)
y la remodelación del gobierno de Negrín.
La inteligencia republicana movilizó a cientos de agentes para detener a los hombres
y mujeres de Los 195. Muchos fueron apresados en el despacho de la glorieta de San
Bernardo, cuando pensaban que se iban a reunir con Moreno Argüelles. Otros, como el
propio Banús, fueron arrestados en sus puestos de trabajo o en sus domicilios, donde se
efectuaron una veintena de registros. Todos los implicados fueron trasladados al
Ministerio de la Marina e interrogados allí por agentes del SIM. A primeros de junio de
1938, llevaron a Banús y a algunos de sus compañeros a la cárcel de San Lorenzo, a la
espera de pasar a disposición judicial. Otros acabaron en la prisión de Buenavista, y unos
pocos acabaron en el hospital penitenciario de La Puebla por los golpes sufridos durante
sus detenciones.
En los interrogatorios, casi todos los detenidos reconocieron haber formado parte de
un grupo subversivo que pretendía realizar actividades relacionadas con el espionaje y
preparar la entrada de los sublevados en la capital. Algunos se atrevieron incluso a
alardear del trabajo que habían realizado para la inteligencia franquista, entre ellos la
propia Fanny, en una irónica declaración que hizo por escrito al SIM:

Yo, la que arriba indica, he faltado cuanto he podido al régimen legalmente constituido y, por lo tanto,
reconozco merecer la pena de muerte. Como quiera que inconscientemente he hecho un gran favor a dicho
régimen, suplico me sea aplicada a la mayor brevedad, como pago humanitario a mis buenos servicios.
Arriba España. 6 de abril de 1938.

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Banús relató a los interrogadores su actividad quintacolumnista y facilitó los nombres
de las personas que habían colaborado con él, aunque por entonces el SIM ya conocía
casi todas sus identidades. Sin embargo, no habían descubierto a Carmen de Blas —la
mujer que le presentó a Banús a Echevarrieta—, que fue arrestada tras su declaración
cinco días más tarde. Según hemos podido saber por medio de una de las hijas de
Carmen, tras la guerra su madre guardaba un recelo especial hacia el catalán por
«haberla delatado».
Horacio Echevarrieta se libró de ser detenido por los altos contactos que tenía en la
administración republicana. Sin embargo, sí que tuvo que declarar en calidad de testigo
por haber mantenido vínculos con «supuestos enemigos» de la República, especialmente
con Banús y Carmen de Blas. Dos agentes del SIM le tomaron declaración en su
domicilio de la calle Claudio Coello y en ella «no pudo afirmar, ni tampoco negar que el
doctor Banús haya estado en su casa, pero sí afirma categóricamente que no le identifica
entre sus conocidos y que no recuerda de su persona». Se mostró menos ambiguo cuando
le preguntaron si tenía conocimientos del complot de Los 195, asegurando que «nadie le
había propuesto complot alguno, ni ningún acto de violencia y menos contra la
República, pues de haberlo hecho, lo hubiera arrojado de su casa». Horas después del
improvisado interrogatorio, el empresario bilbaíno abandonó su hogar y se refugió en la
embajada inglesa, donde tenía contactos, quizás por miedo a ser detenido. Por esas
fechas su amigo Indalecio Prieto había abandonado la cartera de ministro de la Guerra, y
sin su protector, Echevarrieta debió sentir que su vida podía correr peligro.

Condenados a muerte

El juicio contra Los 195 empezó a finales de junio de 1938. El fiscal solicitó
inicialmente 61 condenas a muerte por «espionaje y alta traición», aunque más adelante
rebajaría el número de peticiones. Durante la vista, Fanny volvió a adquirir cierto
protagonismo por enfrentarse al tribunal haciendo el «saludo fascista», gritando «¡Arriba
España!» y dando «vivas a la Falange».
El 3 de agosto se dio a conocer la esperada sentencia contra los miembros de la
Quinta Columna. En total fueron condenados a muerte veintitrés de los implicados, entre
los que se encontraban Banús, López Batanero, Fanny, Miguel Cortés o Moreno Ciges.
El resto de los procesados tuvieron que hacer frente a penas de más treinta años de
internamiento en un campo de trabajo, salvo Carmen de Blas, que logró su absolución
tras ser considerada «enferma mental» y fue trasladada a un psiquiátrico.
La prensa de Madrid hizo un seguimiento especial al proceso contra Los 195 y
algunos periódicos publicaron en su portada la «sentencia ejemplar» que había dictado el

192
tribunal. Algunos periódicos cargaron incluso en sus editoriales contra nombres propios
de la organización, como Fanny, a la que comparaban jocosamente con una «Juana de
Arco fascista». Otras publicaciones llegaban un poco más lejos y pedían abiertamente la
«muerte» para los «enemigos del pueblo». Fue el caso de la revista La Voz del Hogar, un
semanario cultural del Cuerpo de Seguridad de Madrid que en su portada del 10 de
agosto de 1938 publicó un durísimo editorial en el que se hablaba de «machacar» la
«intensa» labor que hacían los quintacolumnistas. Como acompañamiento a este artículo
aparecía una ilustración de una mujer (¿quizá Fanny?) en cuyas ropas podía distinguirse
el número 195 con un disparo en la cabeza y la siguiente frase debajo: «Quería la ruina
de nuestro pueblo».
Tras conocer la sentencia, los quintacolumnistas que no habían sido detenidos por el
SIM y que todavía permanecían en libertad trazaron un plan para rescatar a Banús y a los
otros dirigentes condenados a muerte. Una vallisoletana de veinticuatro años, Esperanza
Ortega, y dos militares refugiados en la embajada de Paraguay trazaron el plan mientras
eran trasladados de una prisión a otra. El plan fracasó rotundamente. El servicio secreto
republicano, por medio de otro infiltrado, consiguió descubrir el complot y arrestar a los
derechistas que lo estaban preparando.
Todos los condenados a muerte permanecieron en prisiones de Madrid, mientras que
el resto tuvieron que cumplir su pena en campos de trabajo de Cuenca y Cataluña. A
Banús le llevaron hasta la Casa de Trabajo de Alcalá de Henares, algo parecido a un
batallón disciplinario donde trabajó en la construcción de un campo de aviación. Su
sentencia a muerte no se llevó a término. Conscientes de que la guerra estaba perdida,
los tribunales no se atrevieron a fusilarle, ni a él ni al resto de los implicados, y dilataron
el proceso con un sinfín de excusas. Permaneció en Alcalá hasta casi el final de la
guerra. El 17 de marzo de 1939 fue trasladado a la cárcel de Duque de Sexto de la
capital, donde esperó la llegada de los suyos, que le pusieron en libertad.

TRAS LA GUERRA CIVIL

José Banús Masdeu

Tras el final de la guerra, Banús regresó a sus negocios como contratista de obras.
Cosechó durante décadas un gran éxito empresarial, debido seguramente a su labor como
quintacolumnista y a los muchos contactos que creó durante el conflicto. Estableció su
oficina en el número 6 de la calle Monte Esquinza, a muy pocos metros donde había
ejercido como falso enfermero de la CNT. Allí ideó sus proyectos más ambiciosos como
constructor y promotor turístico hasta convertirse en uno de los hombres fuertes del

193
régimen franquista.
De acuerdo con el periodista del diario Público Javier Noguera, en la posguerra
Banús controló el suministró de gravas y áridos de la capital, pero su principal proyecto
fue su participación en la construcción del Valle de los Caídos. Junto a su hermano puso
en marcha la sociedad Construcciones Molán, cuyo cometido fue excavar la galería
sobre la que se alzaría el monumento funerario. El escritor Mariano Sánchez Soler en su
libro Ricos por la guerra de España indicaba que los dos hermanos también
construyeron la carretera que da acceso a Cuelgamuros, el valle de la sierra de
Guadarrama donde se erige el monumento.
Uno de los colaboradores más estrechos de Banús tras la guerra, que prefiere
mantener el anonimato, afirmó que fue precisamente en el Valle de los Caídos, durante
una comida al aire libre, cuando el constructor sugirió a Franco la posibilidad de levantar
dos barrios para la clase media en Madrid. Se refería a los futuros barrios del Pilar y la
Concepción, que hoy en día siguen siendo de los más poblados de Europa. El dictador
aceptó la propuesta.
Independientemente de si se produjo o no aquella conversación al aire libre con el
dictador, la verdad es que su vínculo con Franco fue bastante estrecho. A través del
Archivo Fotográfico de la Comunidad de Madrid hemos encontrado bastantes fotos en
las que ambos aparecen juntos, muchas de ellas en recepciones celebradas en el palacio
de El Pardo.
Durante sus últimos años, el constructor vivió entre Madrid y la Costa del Sol. En la
costa malagueña levantó una de sus grandes obras, posiblemente la más reconocida a
nivel internacional: el Puerto Banús, en Marbella. Para ello contó con la estrecha
colaboración del príncipe germano-español Alfonso Hohenlohe y el arquitecto Noldi
Schreck, que había diseñado la construcción de Beverly Hills. Banús murió en 1984
cuando tenía setenta y dos años. Nunca tuvo descendencia y con él se marchó su secreto.

Pablo Moreno Argüelles

El confidente que desbarató la organización de Los 195 siguió trabajando para el


SIM hasta que terminó la contienda. Al estar su rostro «quemado» en Madrid, Ángel
Pedrero decidió enviarle a Cuenca, donde tenía familia, para que siguiera prestando sus
servicios en la lucha contra la Quinta Columna. Ricardo Están, el agente republicano con
el que hizo una gran amistad, fue el encargado de trasladarle hasta un molino cercano a
Villarejo de Fuentes, donde se instaló unos meses. Allí recibió la visita de los jefes del
SIM en Cuenca, los comisarios Arellano y Lozano, que le obligaron a trabajar de nuevo
para ellos.

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Hasta casi el final de la guerra se infiltró en un hospital conquense para hacer
informes sobre la ideología de un grupo de médicos y enfermeras que allí trabajaban.
Después conseguiría introducirse en una red derechista que operaba en la ciudad,
utilizando una vez más su pasado falangista. Consiguió ganarse la confianza de Federico
Muela, jefe de Falange en Cuenca, que pretendía unificar su grupo con una entidad
requeté que también trabajaba de manera clandestina en la zona. Fruto de su actuación,
Muela terminó arrestado, aunque más adelante sería puesto en libertad.
Una vez terminada la guerra, el SIPM tardó muy poco en localizar a Moreno
Argüelles. En los papeles incautados a los mandos del espionaje republicano aparecía su
nombre en infinidad de ocasiones, así como las cantidades de dinero que había percibido
por sus servicios. Los investigadores franquistas incluso se incautaron de algunos
informes que había redactado de su puño y letra durante su etapa como infiltrado en
Cuenca.
La policía franquista le detuvo unos pocos días después de que terminara la guerra en
el mismo molino en el que estuvo viviendo mientras trabajaba para el SIM de Cuenca.
Fue trasladado a Madrid, donde se le sometió a un consejo de guerra que le terminaría
condenando a muerte el 22 de abril de 1940. Varios de los implicados en el proceso
contra Los 195 declararon en su contra, asegurando que había trabajado como confidente
del SIM. También confirmó este punto Emilio Peraile, uno de los responsables de los
servicios secretos de la República que también sería condenado a muerte. La sentencia se
llevó a cabo finalmente el 29 de octubre de 1940 en el cementerio Este de Madrid, donde
se encuentra enterrado hoy en día el exfalangista convertido en espía republicano. El
resto de los agentes del SIM que participaron en la desarticulación del grupo de Banús
también fueron detenidos tras la guerra, y algunos de ellos ejecutados ese mismo año. Se
salvó del fusilamiento Ricardo Están, el espía con el que Moreno Argüelles tuvo una
relación especial, que consiguió huir de España antes de que los sublevados llegaran a
Alicante.

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Capítulo 11. ANDRÉS RÉVÉSZ, LA DELGADA LÍNEA
ENTRE PERIODISMO Y ESPIONAJE

Existe una frontera, muy frágil, casi imperceptible, que separa la investigación que ejerce
un periodista, a la luz de todas las miradas de la que lleva a cabo un espía, oculta a todos
los ojos. A veces, pasan de un lado al otro sin que sospechemos lo más mínimo, y más
en tiempos de guerra. Entre 1936 y 1939 un puñado de plumillas atravesaron la frágil
línea que separa el periodismo del quintacolumnismo o el espionaje. Uno de ellos se
llamaba Andrés Révész Speier.
Révész hablaba siete idiomas, se carteaba con personalidades de renombre como el
mismísimo rey de España, escribió más de cuarenta libros y llegó a ser jefe de la sección
internacional del periódico ABC durante más de tres décadas. Además de todo esto, este
periodista originario de Hungría llegó a dirigir una red de espías durante la Guerra Civil,
una historia que nunca llegó a contar a sus seres queridos, pero de la que queda
constancia en varios archivos militares y civiles.
De origen judío, Révész había nacido en la ciudad húngara de Galgóc en 1896. Cursó
estudios de filología francesa en la Universidad de Budapest antes de trasladarse a
Francia, donde continuó su formación académica en la Sorbona. Cuando estalló la
Primera Guerra Mundial se encontraba en París, ciudad de la que tuvo que huir en 1915
para recalar en España. Se instaló en Barcelona, donde trabajó un tiempo como
corresponsal del periódico de su país Az Est (La Tarde) y donde nació su único hijo,
Tibor, un año más tarde. Realizó sus primeras colaboraciones para la prensa española
para el periódico La Época, pero comenzó a despuntar como cronista cuando llegó a la
redacción de El Sol de la mano de Manuel Aznar, abuelo del expresidente del Gobierno
José María Aznar. Tras una temporada en Barcelona se instaló en Madrid para
incorporarse a la plantilla de ABC, a la que llegó en 1922. En este periódico saltó a la
fama tanto por sus artículos internacionales como por sus entrevistas a personajes tan
relevantes como Benito Mussolini o Albert Einstein.
La década de 1930 fue muy intensa para Révész desde el punto de vista familiar.
Perdió a su primera mujer y contrajo matrimonio unos años después con su segunda
esposa, de la que se terminaría separando en junio de 1936. Por estas fechas seguía
trabajando para ABC, donde se había hecho un gran nombre gracias a sus crónicas
diplomáticas y acabó posicionándose ideológicamente al lado de Gil Robles. El estallido
del alzamiento militar le sorprendió en Madrid. El 20 de julio se enteró de que el ABC
había sido incautado, al igual que otros diarios de corte conservador como El Debate, Ya
o El Siglo Futuro. El encargado de comunicarle la incautación fue su jefe directo, el

196
subdirector Alfonso Rodríguez Santamaría, que veinte días más tarde sería asesinado en
la Dehesa de la Villa.
El inicio de la Guerra Civil dejó fuera de juego a Révész. Además de abandonar la
redacción de su periódico, la Oficina de Prensa Extranjera del Gobierno de la República
terminaría por no renovarle su acreditación para ejercer como periodista por su
reputación «reaccionaria». Rosario del Olmo y otros responsables de la oficina le
acusaban de haberse mantenido excesivamente conservador en los artículos que había
escrito años atrás sobre cuestiones internacionales. Los censores republicanos, sin
embargo, no detectaron entonces que aquel polifacético húngaro podía ser una amenaza
para sus intereses, cosa que terminarían descubriendo unos años más tarde.
En diciembre de 1936 la policía detuvo a su hijo Tibor, acusado de pertenecer a
Falange, algo que posiblemente fuera verdad, pues era muy amigo de José Antonio antes
de empezar la guerra. Su origen extranjero le pudo salvar la vida, ya que permaneció tan
solo unos meses en una cárcel de Valencia hasta que consiguió ser evacuado en calidad
de refugiado hasta Marsella, a través de un buque de guerra inglés. También pudieron ser
claves en su salida las gestiones que hizo el consulado austriaco, con quien Révész tenía
muy buena relación. Antes de la marcha de su hijo, Révész tuvo que declarar en una
comisaría madrileña sobre la relación de Tibor con los dirigentes falangistas. Durante el
interrogatorio reconoció que «el chico» había formado parte del partido derechista, sin
embargo, quiso dejar claro que el joven «se quedó sin madre a los quince años y debido
a los trabajos de redacción» que él hacía «su citado hijo vivió en completo abandono».

Espiando para Hungría

Aunque se había quedado sin acreditación para trabajar como periodista, el ex


redactor de ABC siguió moviéndose con naturalidad por embajadas y consulados de
Madrid. Durante más de una década se había dedicado a realizar crónicas sobre el cuerpo
diplomático, lo que le permitió hacer muchos amigos a los que siguió viendo durante la
contienda. Uno de ellos se llamaba Béla Ferencz y ocupaba el cargo de canciller de la
embajada de Hungría, cuya sede estaba situada en el número 49 del Paseo de la
Castellana. Al producirse la sublevación, el embajador húngaro y la mayoría de los
trabajadores abandonaron la representación, salvo Ferencz, que permaneció en la
retaguardia republicana como máximo responsable de la diplomacia magiar. En los
primeros meses de guerra, el canciller y Révész se vieron con asiduidad. De hecho,
gracias a su amistad pudieron refugiarse en un edificio con bandera húngara algunos
amigos del periodista, entre ellos Luciano de Taxonera, antiguo trabajador de Blanco y
Negro y de La Veu de Catalunya.

197
Una mañana de enero de 1937, Ferencz convocó a Révész en la embajada para
hacerle una proposición que procedía de las más altas esferas del Ministerio de
Exteriores de su país. Desde Budapest, estaban especialmente preocupados por el
elevado número de húngaros que se estaban alistando en las Brigadas Internacionales y
por ello querían conocer con detalle cuáles eran sus actividades en España. Conscientes
del sentimiento anticomunista de Révész, el Ejecutivo magiar le pidió que remitiera
informes sobre las identidades y los movimientos en el frente de los voluntarios. Sin
pensárselo dos veces, aceptó el encargo y empezó a construir una pequeña red de
espionaje formada por ciudadanos húngaros que llevaban años instalados en Madrid. Fue
una especie de organización de la Quinta Columna, pero con raíces extranjeras, cuyos
miembros hacían una vida totalmente normal en plena retaguardia madrileña.

El Café Ivory

El Café Ivory se convirtió en el cuartel general de los espías de Hungría. Situado en


la esquina de la calle Alcalá con Cedaceros, su inmensa barra y sus silenciosas mesas de
mármol llegarían a ser un punto estratégico para el intercambio de información. Allí
trabajaba como barman uno de ellos, Julio Morhach, un tipo de origen húngaro que
invitaba a beber a los brigadistas internacionales, a los que sacaba numerosos datos sobre
su presencia en España. Aprovechando su trabajo en el café, Morhach también solía
recoger los informes que le traían el resto de los miembros de la organización sin
levantar sospechas, ya que acudían como simples clientes. El local era frecuentado por la
alemana Herta Bjornsen, que había empezado a colaborar con Révész porque se sentía
en deuda con nuestro periodista por haberla sacado de la cárcel de Ventas, donde había
sido encerrada por «desafecta». Entre los habituales del Ivory había una reportera
alemana apellidada Mahlau, que entregó varios croquis sobre la ubicación de posiciones
antiaéreas republicanas en el frente de Madrid. Como puede comprobar el lector, el
grupo de agentes secretos, más allá de obtener datos de los brigadistas de Europa del
Este, también se dedicó a recabar información militar del bando republicano.
Otros pesos pesados de la organización eran José Gruber y José Mayer. El primero
trabajaba como cocinero en la embajada de Hungría y tenía refugiados en su casa de la
calle Francisco Navacerrada a dos derechistas buscados por la justicia. El segundo había
sido profesional de la lucha libre antes de la guerra, aunque en 1936 ejercía como
mánager de luchadores de la talla de El Tigre Americano o Stan Karoly. También
formaba parte del grupo Carlos Sipo, que había nacido en Budapest y se había dedicado
a la lucha libre antes de convertirse en empleado de la Biblioteca Nacional. Sipo actuaba
de enlace entre el jefe del grupo y algunos colaboradores que se encontraban en otras

198
embajadas de Madrid y varios puntos de interés, como el Hospital de la Cruz Roja de
Ocaña o el Cuartel de Intendencia de Pacífico.
Sin embargo, el hombre más relevante de esta red era Raúl Ladislao de Berena, un
estudiante de Medicina al que todos conocían como Ladislao Frey. Hijo de un aristócrata
de Budapest de origen español, llegó a Figueras en junio de 1937 y tras pasar por
Barcelona, Valencia y Albacete, acabó instalándose en Madrid. Estaba alistado en la
División de Artillería «Anna Pauker» de las Brigadas Internacionales, la misma unidad
en la que había servido un hermano suyo desaparecido en el frente, aunque posiblemente
se pasó a los sublevados. Nada más llegar a la capital, Ladislao Frey contactó con
Révész, al que se presentó como un agente secreto al servicio de Budapest al que habían
ordenado hacerse pasar por comunista e infiltrarse dentro de un grupo de jóvenes
idealistas que habían venido a España a «combatir al fascismo». Durante el tiempo que
trabajó como espía, el joven aspirante a médico facilitó informes precisos con la
identidad de cuatrocientos húngaros que luchaban en el bando republicano. También
entregó algunos mapas con el lugar exacto de las fortificaciones militares que existían en
la sierra de Guadarrama, ya que su unidad se desplazaba con frecuencia a la zona de El
Escorial.
Hemos podido averiguar que Raúl Ladislao desertó de las Brigadas Internacionales
unos meses después de llegar a España, para dedicarse de manera íntegra al espionaje.
Instaló su cuartel general en el Hotel Victoria de Valencia, aunque cada dos semanas se
desplazaba a Madrid para contactar con el resto de los miembros de la organización.
Ladislao encandiló a una joven cajera de la estación de metro de Sevilla, Adela Mingote,
que estaba afiliada al Partido Comunista y que le ayudaba a pasar desapercibido durante
sus estancias en la retaguardia madrileña. Con la intención de no levantar sospechas y
tener gran facilidad de movimientos, falsificó varios carnés con diferentes
personalidades en los que se hacía pasar por oficial de las Brigadas Internacionales y
hasta por agente del SIM. Hemos localizado en el Archivo General e Histórico de la
Defensa dos salvoconductos elaborados por él mismo que le permitieron hacer un gran
trabajo como informador:

Brigadas Internacionales. Estado Mayor Barcelona. Número de orden 2473. El teniente de Artillería
Ladislao Frey, delegado de las Brigadas Internacionales en Madrid, está debidamente autorizado para
viajar libremente en zona leal con objeto de servicio. Rogamos a las autoridades civiles y militares que
tengan en cuenta que el interesado ha sido controlado por nuestra Jefatura y no le pongan impedimento
alguno en su servicio. Este salvoconducto será válido hasta el 31 de agosto de 1938. Barcelona. 28 de junio
de 1938. El coronel jefe de Estado Mayor.
Base de las Brigadas Internacionales. Estado Mayor. Barcelona. Número de orden 5839. El teniente de
Artillería Ladislao Frey está en servicio de investigación. Está debidamente autorizado para vestir de
paisano, para controlar los documentos de militares y para utilizar todos los coches y camiones de la
República en su servicio. Barcelona, 28 de junio de 1938. El coronel jefe de Estado Mayor.

199
Por medio de estos dos documentos conseguía obtener con bastante facilidad víveres,
tabaco y productos básicos de higiene a través de la intendencia de las Brigadas
Internacionales. Al margen de su papel como espía, también creó una especie de entidad
clandestina de estraperlo de víveres en Madrid, en colaboración con dos oficiales
húngaros que estaban destinados en el Cuartel de Pacífico.

El modus operandi de la red

Muchos de los informes que elaboraban la docena de agentes de este grupo de la


Quinta Columna terminaban en manos de Andrés Révész, que solía recibirlos mientras
caminaba por la calle Alcalá entre las cuatro y las seis de la tarde. Cada mes recibía unas
mil pesetas, posiblemente de la legación de Hungría, para pagar a sus hombres por los
servicios prestados, ya que algunos de ellos tenían que sobornar a terceras personas para
recabar datos de interés. Además del Café Ivory, otros lugares en los que se producían
encuentros secretos eran el interior del cine Actualidades, en la Gran Vía, el Bar Chicote
o el elegante Café Kutz, situado en la Plaza del Castillo.
El periodista se encargaba de codificar los informes que recibía utilizando una clave
numérica que escribía en los márgenes de libros propagandísticos en húngaro. Después
se los entregaba al responsable de la embajada de Hungría en Madrid para que los sacara
de España usando la valija diplomática. En ocasiones los enviaba directamente hasta
Budapest, aunque otras veces llegaban a París o Niza, donde los recogía un agente
magiar que tenía orden de llevarlos hasta un responsable del Ministerio de Exteriores.
Debido a la buena sintonía que existía entre el ejecutivo de este país y la España de
Franco, muchos de los informes, especialmente aquellos de índole militar sobre la
República, fueron entregados a José Quiñones de León, representante de los nacionales
en la capital francesa. Él se encargaba de enviarlos a Burgos a través de alguno de los
hombres del Servicio de Información del Noroeste de España, el SIFNE, que operaban
en Francia de una manera encubierta.
Casi todos estos informes salieron de España por medio de la embajada húngara
hasta enero de 1938, fecha en la que se produjo el cierre de la legación tras el
reconocimiento desde Budapest de la España franquista. Con el regreso de Ferencz a su
país, Révész tuvo que buscar otras embajadas para seguir enviando sus mensajes con
total seguridad a través de valijas diplomáticas. Una de ellas fue la de Chile, donde se
encontraba refugiado un falangista apellidado Sánchez Cuesta, que conseguía sacar los
informes posiblemente gracias a Carlos Morla Lynch, encargado de negocios de la
legación chilena y con muy buenos contactos en la Quinta Columna. En otras ocasiones
llevaba los datos hasta la embajada de Turquía, donde se encontraba Antonio Rodríguez

200
Aguado, otro quintacolumnista de peso del que nos hemos ocupado en capítulos
anteriores. También tenía vínculos con Jesús Angulo, el agregado comercial de la
embajada de Paraguay, y con otros diplomáticos de Bélgica y Austria.

Un artículo demasiado duro

Paralelamente a su actividad como espía, Révész procuraba hacer una vida normal en
la retaguardia republicana con el fin de no levantar sospechas. Aunque había trabajado
en el ABC monárquico y algunas personas le acusaban de «reaccionario», apenas fue
molestado por la seguridad republicana. Tan solo le registraron en una ocasión, cuando
un grupo de milicianos quiso revisar su domicilio al poco de empezar la guerra. El
gobierno del Frente Popular sabía que tenía una gran fama como periodista en el ámbito
internacional y que se carteaba con algunos políticos de renombre, como la republicana
Victoria Kent, el socialista francés León Blum o el antifascista italiano Francesco Nitti.
Hemos descubierto, por medio de la prensa de la época, que en el verano de 1938
acudió hasta el Palacio de Justicia para asistir como público al juicio que se estaba
celebrando contra la organización de la Quinta Columna de Los 195, desarticulada por el
SIM unas semanas atrás. El comunista José Luis Salado, director del periódico La Voz,
se encontró con él durante la vista y el 23 de junio escribió un durísimo artículo en el que
le amenazaba directamente:

¿Se acuerdan ustedes del Sr Révész? El Sr. Révész (D. Andrés) fue hasta el 18 de julio el redactor
diplomático de «ABC». Súbdito extranjero, estaba al corriente de todo lo que ocurría en las cancillerías
europeas…El «ABC» decente, el «ABC» donde no hay más que gente honrada, eliminó de sus filas —el
mismo 18 de julio al Sr. Révész—. ¿Dónde se metió ese día el Sr. Révész? Donde quiera que sea, el ex
redactor de «ABC» ha estado todo este tiempo muy bien atendido. Nosotros tuvimos el gusto de volver a
verlo ayer. Fino, con un traje gris muy bien cortado, con su corbatita de lazo y todo. Al señor Révész le
interesa mucho el funcionamiento de nuestros tribunales. Especialmente, el proceso de los ciento noventa y
cinco fascistas… Tenemos ya demasiados pajarracos con billete de ida y vuelta…Sería oportuno que el Sr.
Révész nos mostrase los indignados artículos que seguramente mandó a su tierra. Porque nosotros no
podemos admitir que la curiosidad de la justicia española sea una pasión creciente en el Sr. Révész.

Solo cuatro días después de la publicación de este artículo, varios policías de la


comisaría de Chamberí pertenecientes al grupo civil, irrumpieron en el domicilio de ex
cronista de ABC en el número 60 de la calle General Pardiñas para detenerle y realizar
un minucioso registro en su vivienda. Los agentes, que portaban una orden de la DGS, le
acusaban de lo mismo que el director de La Voz: enviar artículos periodísticos al
extranjero sobre el proceso de Los 195. Según consta en las diligencias policiales, le
tildaban de ser una «persona desafecta al régimen» que estaba «en comunicación con

201
muchas gentes de su misma ideología a quien socorría como agente del socorro blanco».
También le acusaban de tener acceso a embajadas y de haber podido «valerse» de alguna
valija diplomática para mandar artículos «escritos por él mismo y ejercer de esa forma el
espionaje».
Aunque las diligencias hacían alusión a que realizaba una «forma de espionaje», los
policías que le arrestaron no se imaginaban ni mucho menos que Révész estaba al frente
de una importante red de espías húngaros. En el registro de su vivienda incautaron
algunas alhajas y monedas de oro y plata que no habían sido declaradas ante el Tesoro de
la Hacienda, así como otras pruebas que podrían confirmar las acusaciones. Lo que más
llamó la atención de los agentes fue la aparición en su dormitorio de una daga con la
cruz gamada en la empuñadura, con una inscripción escrita en alemán en la hoja que
decía «Sangre y Honor». También encontraron dos recibos de Falange, un visado
caducado para residir en España y una tarjeta de «corresponsal de prensa que quedó sin
efecto tras el inicio del movimiento subversivo». Le acusaron de haber accedido al juicio
contra Los 195 utilizando ese carné, acompañando a la esposa de uno de los procesados
y sentándose en el estrado reservado a la prensa.
Junto a él también fue detenido Pedro Norza Vicente, un joven carabinero cuya novia
trabajaba como cocinera en el piso de Révész. La policía encontró entre las pertenencias
de este chico de apenas veinte años numerosas alhajas y billetes que le había entregado
nuestro protagonista con la intención de que cuidara a su madre, que se encontraba
enferma. Aunque saldría pronto en libertad, le acusaron de colaborar con la Quinta
Columna por no haber declarado las alhajas que había recibido.

Juzgado por «desafecto» o «espía»

La prensa madrileña se hizo eco de la detención, y algunos periódicos como La


Libertad o el ABC republicano utilizaron sus páginas para calificarle de «enlace nazi» o
«fascista». Tras declarar ante la policía, Révész fue trasladado hasta la cárcel Porlier a la
espera de pasar a disposición judicial para ser juzgado por «desafecto» por el Tribunal
Especial de Guardia número 3 de Madrid. Durante el juicio, cuya primera sesión se
celebró el 1 de agosto de 1938, Révész negó todas las acusaciones, asegurando que no
era enemigo de la República. De hecho, afirmó mostrarse a favor de los trece puntos
publicados por Negrín el 30 de abril para resumir su programa político. Declaró que si
hubiera querido salir de Madrid lo hubiera hecho sin problemas gracias a su pasaporte
húngaro y reconoció haber ayudado económicamente a algunas personas como la
alemana Herta Bjornsen, a la que conocía desde hacía años. En la vista judicial presentó
un certificado expedido por el Tesoro de Hacienda donde demostraba haber informado a

202
esta institución de las alhajas de su propiedad, aunque reconoció «ignorar» la obligación
de presentar las monedas de oro y plata. En relación con el puñal, señaló que era un
recuerdo que había comprado en un viaje realizado a Berlín en 1935 junto a varios
periodistas españoles que fueron invitados por una compañía aérea germana.
Cuando se le preguntó por su ideología política, Révész aseguró tener una mirada
«muy amplia», y para demostrarlo presentó un intercambio de cartas con políticos de
izquierdas franceses, como León Blum y Aristide Briand, o con la española Victoria
Kent. Reconoció tener varios libros de índole falangista en su casa, pero dijo que
también poseía publicaciones de carácter comunista o anarquista en su biblioteca
particular. Tras escuchar sus declaraciones y leer las diligencias de la policía, el fiscal
solicitó para él la pena de «doce años de internamiento en un campo de trabajo y la
pérdida de derechos políticos» por un delito de «espionaje».
El 4 de agosto, el presidente del tribunal, Tomás Escalonilla, dio a conocer en una
vista pública la sentencia. Decidió absolver a Révész, al no encontrar indicios de
espionaje en sus actividades, aunque le ponía a disposición del Juzgado Especial de
Contrabando por un posible delito de «contrabando y evasión de bienes». La sentencia
del tribunal fue una victoria para el húngaro, ya que ni los jueces ni los policías habían
sospechado de la existencia de su red de agentes secretos. Su alegría, sin embargo,
duraría tan solo unas horas.

La caída de la red

Mientras sucedía todo esto, el SIM preparaba una operación para detener a Ladislao
de Berena, el miembro de la organización que había desertado de las Brigadas
Internacionales y residía entre Valencia y Madrid. Los espías republicanos de la
demarcación de Levante empezaron a sospechar de él a raíz de la denuncia que interpuso
un confidente que trabajaba en el hotel Victoria de Valencia, que calificaba sus
movimientos como muy extraños. Decía que era extranjero, vestía el uniforme de
teniente de Artillería y «alternaba con frecuencia con señoras, algunas de las cuales no
estaban hospedadas en el hotel». Los miembros del SIM comprobaron que este supuesto
oficial ya había sido denunciado unas semanas atrás por una joven que lo tachó de
«espía», aunque no le dieron demasiada importancia, porque pensaron que la chica
pretendía perjudicarle a causa de «un despecho amoroso».
Con las dos denuncias sobre la mesa, la inteligencia republicana puso en marcha toda
su maquinaria para descubrir quién era realmente ese militar extranjero. Comprobaron,
en primer lugar, que se había inscrito en el hotel con un nombre español, Valentín
Rodríguez, aunque todo el mundo sabía que era extranjero. También averiguaron que

203
realizaba numerosos viajes a Madrid. Posteriormente intervinieron todas sus
conferencias telefónicas: un agente del SIM permaneció las veinticuatro horas pegado a
la centralita telefónica del hotel para escuchar sus conversaciones. A través de ellas,
supieron que charlaba con numerosas jóvenes a las que intentaba «captar», afirmando
que trabajaba en el Ministerio de la Marina, la sede del SIM. También averiguaron que
era un brigadista desertor que nunca había ocupado un puesto de mando en la unidad en
la que estaba. Con estas pruebas e indicios, la seguridad republicana decidió detenerle y
registrar su habitación, donde encontraron muchos documentos falsos con diferentes
identidades.
Los interrogatorios a los que fue sometido Ladislao confirmaron las primeras
sospechas de los agentes. Él tan solo era la punta del iceberg de un grupo de espías que
llevaba tiempo trabajando en España, «posiblemente al servicio de una nación
extranjera». Del detenido decían que era «sumamente inteligente y habilidoso, que
utilizaba a las muchachas a las que enamoraba por su porte distinguido». En relación con
los documentos y salvoconductos que encontraron en su habitación, confirmaron que
habían sido redactados por él mismo y «dictados a una mecanógrafa del Altavoz del
Frente a la que tenía completamente catequizada».
A mediados de julio de 1938, el SIM de Levante ya conocía la identidad de todos los
miembros del grupo del que formaba parte Ladislao de Berena. El joven había confesado
durante los interrogatorios su verdadera historia como espía, su llegada a España y los
nombres de todos los componentes de la organización, así como el modus operandi de la
misma. Confesó también que Andrés Révész era el «jefe del espionaje húngaro en
España» junto con el canciller de la embajada de Hungría en Madrid, que se encontraba
en Budapest desde enero de aquel año.

La segunda detención

Tras informar al Ministerio de la Guerra de sus investigaciones, varios agentes del


SIM de Valencia se desplazaron hasta Madrid para detener a los miembros de la red que
había señalado De Berena. Todos los espías húngaros fueron arrestados poco a poco sin
que ninguno opusiera resistencia. El último de ellos fue Révész. Solo unas horas después
de que el tribunal que le juzgaba en Madrid le absolviera, y mientras preparaba sus cosas
en la cárcel Porlier para salir en libertad, fue detenido por segunda vez en casi dos
meses. En esta ocasión fue trasladado a Valencia junto al resto de sus colaboradores para
ser juzgados por «espionaje y alta traición». Todos fueron encerrados unas semanas en el
Preventorio I, una cárcel que dependía directamente del SIM valenciano, situada en el
colegio de los Escolapios de la calle Carniceros número 6. Los detenidos reconocieron

204
su papel como espías y señalaron a Révész como el máximo responsable del grupo en
Madrid tras la marcha a Budapest del canciller Ferencz. El periodista fue interrogado por
el jefe del SIM en Valencia y, aunque negó inicialmente las acusaciones, terminaría
confesando su verdadero papel de agente secreto el 12 de septiembre de 1938. Leamos
un fragmento de su interrogatorio:

En otra declaración que realiza en la ciudad de Valencia confiesa haber practicado espionaje, lo mismo en
Madrid que en Valencia, procurando transmitir noticias políticas y militares, consiguiendo en varias
ocasiones transmitir por valija diplomática de la embajada de Hungría y también en la legación de Turquía.
Eran noticias que en París llegaban a manos de José Quiñones de León, que era el encargado de
transmitirlas al Gobierno de Burgos… En la legación de Turquía mis informes fueron recibidos por
Rodríguez Aguado, cuyos informes me figuro que habría transmitido por valija diplomática. Al ausentarse
de España el representante de Hungría, el señor Ferencz, se llevó varios informes de interés… El
declarante no ha hecho nunca el servicio militar y por consiguiente conoce menos la técnica militar que las
cuestiones políticas y sus informes se referían mayormente a estas. Sin embargo, confiesa que en ocasiones
también transmitió noticias de carácter militar procurando tener informes con respecto al emplazamiento
de las baterías en Madrid.

Révész permaneció ocho meses en el Preventorio I de Valencia, cinco de ellos


incomunicado, a la espera de que se celebrara el juicio contra su red de espionaje. Según
el libro Andrés Révész, un puente en la Europa dividida, de Fernando Díez e Ignacio
Szmolka, allí coincidió con Fernando García-Berlanga, hermano del director de cine, y
con el bodeguero suizo Cherubino Valsangiacomo, que también estaban presos. Por el
devenir de la guerra, el juicio en el que posiblemente le hubieran condenado a muerte no
pudo celebrarse, y el 10 de marzo de 1939 fue trasladado a la Prisión Celular de
Valencia. Según explicaría tras la contienda, sus últimos días encerrado los dedicó a la
lectura y a charlar con presos como Luys Santa Marina, poeta falangista e importante
dirigente de la Quinta Columna de Barcelona. Parece que sus últimas jornadas en esta
prisión fueron mucho más plácidas que las de la cárcel del SIM, ya que al menos contaba
con una «celda de pago» con una «cama de hierro», por la que pagaba una peseta en un
pabellón conocido como el de los «distinguidos».
Finalmente, el 29 de marzo de 1939 fue puesto en libertad, horas antes de que las
tropas nacionales entraran en Valencia. Una liberación que describiría un año después en
ABC:

El día 29, a las ocho y media de la mañana, oí pregonar: «Andrés Révész con todo». Eso con todo ya no
podía tener dos significaciones: la libertad o el traslado a otra prisión. Digo «ya» porque antes hubiera
podido significar algo peor, algo irremediable. En pocos minutos preparé mi exiguo equipaje y bajé. Uno
de los jefes —si no recuerdo mal se llamaba don Carmelo— me acompañó con la mayor amabilidad hasta
la puerta principal, con lo que me dejó entender que algo gordo había pasado. Ya en la calle me explicó
que delante de la casa pasaba el tranvía pero que no podría cogerlo porque venía siempre lleno. Me
aconsejó pues que fuera a pie hasta la ciudad y así lo hice pues era un paseo bastante largo. Así lo hice

205
marchando entre centenares de soldados, que, por lo visto, habían abandonado en masa el frente. Con el
pelo rapado y con aspecto peor que proletario, llegué a casa de mi compañero de preventorio Antonio
Moltó, que me había invitado. Allí me esperaba el último número de El Pueblo el cual me enteré de que el
día anterior había caído Madrid. La caída de Valencia ya no podía tardar, pero confieso que no la esperaba
tan pronto. Hora y media después, estando en la Gran Vía en casa de otro camarada del preventorio, Luis
Molero, que había organizado una centuria, salieron al balcón con una bandera nacional y Molero izó
enseguida la de la Falange. Miles de personas prorrumpieron en un inmenso grito de júbilo y se
improvisaron cortejos de manifestaciones. Valencia era nuestra. Por la tarde entró la Tercera Compañía de
Propaganda y tomó posesión de la radio. Y al día siguiente asistí a la entrada de las tropas del general
Aranda, precedidas por la Virgen de los Desamparados.

TRAS LA GUERRA CIVIL

No hay apenas referencias a su etapa como espía en la cantidad de obras y crónicas


publicadas por Révész tras la guerra. Tan solo hace un breve apunte a ese episodio en un
artículo que publicó el 29 de marzo de 1940 en ABC, coincidiendo con el aniversario de
su puesta en libertad: «El SIM me acusaba de espionaje y un martes y trece (de 1939) a
las ocho y media de la mañana, tras seis horas de interrogatorio, firmé que, en efecto,
reconocía haber cometido ese crimen. Era preferible eso a que conocieran mi verdadera
actuación».
Solo unos días después de que terminara la guerra, volvió de nuevo al trabajo en la
redacción de ABC. El 4 de abril de 1939, el periódico informaba de su incorporación a la
plantilla tras pasar «nueve meses en diversas prisiones y checas del SIM en Madrid y
Valencia». Al día siguiente, Révész publicó con naturalidad su primer boletín del día
sobre el panorama internacional. Era su vuelta a la normalidad.
En 1940 la Delegación Nacional de Prensa de Falange solicitó los antecedentes del
húngaro al Tribunal Especial para la Represión de la Masonería y el Comunismo. Al
igual que otros gremios, el Registro Oficial de Periodistas sometía a un proceso de
depuración a todos los informadores que habían permanecido en zona republicana
durante gran parte de la guerra, y Révész no fue una excepción, aunque hubiera estado
en prisión. La respuesta del tribunal no se hizo esperar. En poco tiempo comunicó que
carecía de antecedentes masónicos y comunistas, por lo que podía seguir ejerciendo
libremente la profesión de periodista.
Hasta casi la fecha de su muerte, en 1970, Révész trabajó con una gran lucidez como
cronista internacional en la redacción de ABC. Compaginó su labor periodística con la
literatura escribiendo una treintena de libros y traduciendo numerosas obras al
castellano.

206
CUARTA PARTE. EL FINAL DE LA GUERRA CIVIL EN
MADRID

207
Capítulo 12. LOS NADADORES DEL TAJO

Dos hermanos, dos héroes. Así los consideraron al menos los vencedores. Los Guardiola
fueron determinantes para el Ejército sublevado, en especial en el tramo final de la
Guerra Civil. Antonio atravesó el Tajo a nado con unos documentos que evitaron una
segunda ofensiva republicana en Brunete en enero de 1939. Dos meses más tarde, su
hermano Enrique tuvo un papel crucial en las negociaciones de paz que se celebraron en
Gamonal. Dos historias tan apasionantes que estuvieron a punto de acabar en la gran
pantalla.
Antonio Guardiola Sáez (Lietor, Albacete, 1912) trabajaba como ayudante de
protésico dental cuando estalló la guerra. Tenía veinticuatro años. Aunque no
simpatizaba especialmente con ningún partido político, grupos de milicianos fueron a
buscarle a su casa de la calle Jorge Juan de Madrid tras acusarle, sin motivos aparentes,
de ser enemigo de la República. Sus padres, herreros de profesión originarios de Jumilla
(Murcia), hicieron ver a los milicianos que su hijo, al igual que ellos, formaba parte de la
clase obrera y que nada tenía que ver con los sublevados. A consecuencia de estos
intentos de detención, Antonio se trasladó hasta el Campello (Alicante) en septiembre de
1936, pensando que allí estaría mucho más tranquilo. Estaba equivocado. En esta
localidad residía la familia política de su hermano Enrique, que se dedicaba a la pesca,
por lo que empezó a trabajar repartiendo pescado en una bicicleta hasta que fue arrestado
en octubre por ir indocumentado.
Toto, como conocían sus amigos a Antonio, fue trasladado hasta una cárcel de
Alicante y posteriormente a Valencia, donde fue puesto en libertad a los pocos días con
la condición de que se alistara en un batallón disciplinario. Los mandos del batallón
hicieron caso omiso a sus súplicas, ya que pedía no ser enviado al frente porque tenía un
solo riñón y podía tener dificultades en el campo de batalla. Sus problemas renales no
eran una invención para eludir la guerra, sino que se trataba de una realidad evidente: el
joven había perdido un riñón mucho tiempo antes como consecuencia de una
tuberculosis renal. El mismo día en el que su unidad se iba a desplazar al frente de
Aragón, tomó una decisión que cambiaría drásticamente su vida. En la estación de
Valencia optó por desertar y no subir en el mismo tren que sus compañeros. Antes de
que las autoridades se percataran de su ausencia, ya había emprendido su regreso a
Madrid para dirigirse hasta Aranjuez, donde estaba viviendo su hermano mayor,
Enrique.
Por aquella época, Enrique Guardiola, conocido por Quique, estaba tremendamente
desencantado con la situación que se vivía en Aranjuez. Durante las primeras semanas de

208
la sublevación había sido testigo de varias detenciones y asesinatos injustificados, por lo
que decidió buscar la mejor manera para ayudar a los vecinos de su pueblo que sufrían
persecución. Aprovechando que conocía muy bien la geografía del valle del Tajo, intentó
localizar una ruta segura para evacuarlos hasta la zona franquista. Cuando Antonio llegó
a Aranjuez, Enrique le contó lo que hacía y le pidió ayuda. Antonio aceptó colaborar con
su hermano porque él también había presenciado algunos desmanes cometidos por
milicianos en Madrid y Valencia, además de haber sido detenido en una ocasión. Con la
excusa de que se iban a cazar al monte o a recoger madera, los dos se pasaban los días
enteros en el campo intentando contactar, a través del Tajo, con las avanzadillas del
ejército de Franco.

Ayuda de un guarda forestal

En su búsqueda de una posible ruta de evasión, ambos contaron con la ayuda de


Lorenzo Izquierdo, un guarda forestal del valle del Tajo y conocido por todos como El
Carlista por sus ideas políticas. Se trataba de una persona muy querida en Aranjuez, que
había sufrido en sus propias carnes la crisis económica de España en los años treinta. En
1933 llegó a denunciar al Estado porque llevaba tres meses sin cobrar su sueldo de
funcionario, motivo por el cual había sido desahuciado de su casa. Durante varias
semanas, los tres buscaron incesantemente una ruta de evasión a la zona nacional hasta
que, en abril de 1937, encontraron una localización muy poco protegida por donde
podrían llevar a cabo las primeras evacuaciones. Era una zona conocida con el nombre
de La Flamenca, a unos siete kilómetros de Aranjuez. Hoy en día es una finca de unas
cuatro mil hectáreas por la que discurre el Tajo y a la que suelen ir a cazar personajes de
la alta sociedad.
A finales de mes, Enrique y Antonio consiguieron sacar de la España republicana a
tres vecinos de Aranjuez vinculados con partidos de derechas, que consiguieron llegar
sanos y salvos hasta las posiciones franquistas que se encontraban al otro lado del Tajo.
Como solía ser habitual en esos casos, los evadidos fueron interrogados en Talavera de
la Reina por una Comisión de Evaluación de Prisioneros y Evadidos, a la que relataron
que habían escapado de su pueblo gracias a los Guardiola. Los interrogadores quisieron
saber si los hermanos habían cobrado algún tipo de dinero por sus servicios —era
habitual que algunas personas se enriquecieran por ello—, pero los evadidos lo negaron.
Como máximo responsable del espionaje franquista en el frente de Madrid, Bonel
Huici se dio cuenta de que Antonio y Enrique podían ser figuras muy importantes para
sus actividades en la retaguardia madrileña. Por eso decidió enviar a uno de sus mejores
agentes del Servicio Exterior para proponerles que trabajaran para él. Según nos han

209
contado los descendientes de los Guardiola, Bonel envió a Manuel Gutiérrez Mellado,
quien acudió a la vivienda de Enrique para entrevistarse con él. Este se pegó «un susto
de muerte» tras recibir la visita, y aunque dudó inicialmente del enviado, pensando que
los republicanos podían tenderle una trampa, accedió al ofrecimiento. No hay constancia
documental de este hecho en los archivos que hemos consultado. De hecho, es posible
que Gutiérrez Mellado entonces ni siquiera se hubiera evadido a la España sublevada, ya
que sabemos con certeza que permaneció refugiado hasta 1938 en una embajada de
Madrid. Con todo, creemos que el futuro vicepresidente del Gobierno en esas fechas ya
podía estar trabajando para el Servicio Exterior de los sublevados como miembro de la
organización quintacolumnista dirigida por Antonio Bouthelier. Aun así, hemos podido
confirmar que, pasados unos meses, los Guardiola y Gutiérrez Mellado colaboraron de
una manera muy estrecha en el paso de personas a la España nacional. Sembraron unos
fuertes lazos de amistad que se romperían en la posguerra.

Trabajando para el SIPM

Siguiendo las directrices de la inteligencia franquista, los Guardiola se integraron en


el grupo de Bouthelier, que estaba en contacto con la Falange Clandestina y se dedicaba
principalmente a la evacuación de gente perseguida al otro territorio. Como hemos visto
en capítulos anteriores, hombres como Gustavo Villapalos o Ezequiel Jaquete dirigían
evacuaciones similares en zonas como San Martín de Montalbán (Toledo) o Puerto
Lápice (Ciudad Real). Desconocemos si Enrique o Antonio trataron personalmente con
Bouthelier, pero sí que sabemos que trabajaron estrechamente con Ricardo Bertoloty, un
médico militar quintacolumnista que jugó un papel decisivo en la fase final de la guerra.
Al principio, los hermanos Guardiola realizaban evacuaciones muy puntuales,
pasando a pocas personas, pues tardaban semanas en prepararlas por falta de medios. Sin
embargo, a medida que avanzaba la guerra y el trabajo de la Quinta Columna se
profesionalizó, consiguieron ampliar el número de expediciones. Llegaron a contar con
vehículos propios para realizar los viajes y con salvoconductos falsificados. En un
primer momento solo evacuaban a militares perseguidos, pero con el tiempo también
consiguieron sacar a algunos civiles. Como sucedía con otras organizaciones de la
Quinta Columna, con estas expediciones también aprovechaban para trasladar a zona
nacional informes militares del «enemigo» que empezaban a recopilar del frente sur de
Madrid.
Debido a las exigencias de la contienda, los Guardiola tuvieron que diversificar su
trabajo. Antonio se vio obligado a actuar como agente de campo, es decir, a liderar
personalmente las expediciones a través del Tajo. Mientras tanto, Enrique se pasaba más

210
tiempo en Madrid intentando localizar a militares y derechistas perseguidos para
evacuarlos a la otra zona. También se dedicaba a recopilar los diferentes informes del
enemigo que le suministraban los agentes de Bouthelier que se mantenían en contacto
con la Falange Clandestina y otras organizaciones quintacolumnistas. Ramiro, el
hermano pequeño de los Guardiola, también colaboró con ellos pese a ser solo un
adolescente. Aprovechando su corta edad, se aproximaba junto a sus amigos al frente de
Ciudad Universitaria para organizar partidos de fútbol y observar la ubicación de
determinadas posiciones republicanas, así como líneas de trincheras. En cierta manera, el
jovencísimo Ramiro se convirtió en los ojos y oídos de los quintacolumnistas en aquella
zona de la capital.

Detalles de las expediciones

Desde mayo de 1937 y hasta prácticamente el final de la guerra, los Guardiola


consiguieron evacuar de Madrid a un elevado número de militares, la mayoría de
Artillería y Aviación, muy reclamados en la España de Franco. También consiguieron
sacar a algunos civiles destacados, como el presidente del Banco Urquijo. Los
descendientes de nuestros protagonistas nos han relatado que, en una ocasión, lograron
trasladar a zona nacional varios lingotes de oro procedentes del Banco de España.
Debido al peso de la mercancía, tuvieron que pedir ayuda a unos contrabandistas para
que les ayudaran a transportar los lingotes haciéndoles creer que se trataba de
explosivos.
Antes de ser trasladados hasta el valle del Tajo, los evadidos se alojaban en un lugar
seguro del barrio de Salamanca. Dormían en una especie de chalecito situado entre las
calles Lagasca y Goya, propiedad de una colaboradora de la Quinta Columna llamada
Asunción Muñoz. Después, Enrique solía conducir el coche que les trasladaban hasta las
inmediaciones de Aranjuez, y pernoctaban en la finca La Flamenca, en casa del guardia
forestal Lorenzo Izquierdo. Antes de que amaneciera, Antonio recogía a los evadidos y,
actuando como guía, los pasaba a la otra zona cruzando el Tajo. En ocasiones lo hacían a
nado. A veces los fugados se alojaban en el casco urbano de Aranjuez, en casa de
Pascuala, la hermana mayor de la familia Guardiola, que en cierta manera también
colaboraba con los quintacolumnistas. Horas antes de que se celebraran las expediciones,
Enrique solía enviar a su hermano Ramiro a las cercanías de los pasos para comprobar si
había aumentado la vigilancia republicana en la zona. El chico, que apenas tenía quince
años, acudía desaliñado a las proximidades del río con la excusa de ir a pescar o a buscar
algo de comida.
Para conocer mejor en qué consistían las evacuaciones, vamos a leer un fragmento de

211
la declaración que hizo tras la guerra uno de los evadidos, el teniente de Ingenieros
Joaquín Jaudenes García:

Durante mi estancia en zona roja mantuve relaciones con el alumno de 3.er año de Artillería José Fuente
Martínez y establecimos contacto con don Enrique Guardiola, que fue quien me proporcionó los medios
para llegar a las filas nacionales. También quiero hacer saber que Fuente me facilitó datos de
emplazamientos artilleros rojos que hice llegar a conocimiento de la España nacional.

La evacuación de Jaudenes se produjo la noche del 23 de diciembre de 1937 usando


un nuevo paso que los hermanos abrieron en la finca de La Flamenca. El militar hacía
referencia en su declaración al alférez artillero Fuente, que sin embargo durante la guerra
estuvo destinado como «soldado raso» en el Batallón de Caminos n.º 1 de la 3.ª
Compañía de Carreteras. El joven oficial iba a pasarse a la zona sublevada la misma
noche que Jaudenes; sin embargo, Enrique Guardiola «no lo consideró conveniente»
porque, debido a su destino, podría ser de gran utilidad para el SIPM. A partir de ese
instante, el chico se convirtió en un estrecho colaborador del quintacolumnista, al que
suministraba con frecuencia datos de gran valor sobre el sector republicano de Las Rozas
y El Pardo.
La zona de La Flamenca no fue el único paso empleado por los Guardiola para
introducir en la España rebelde a los perseguidos por el Frente Popular. También
realizaron evacuaciones a través de una finca llamada Las Infantas y por una zona de
Aranjuez conocida por la Barca de Añover, donde trasladaban a los evadidos en una
especie de barcaza que se movía tirando de una soga que se encontraba al otro lado del
Tajo.

Antonio llega a la zona franquista

Gracias a su eficacia, los Guardiola se granjearon una gran fama entre los mandos del
SIPM. En marzo de 1938, Antonio fue citado en la Torre de Esteban Hambrán para
conocer personalmente a Bonel Huici. El jefe de los espías franquistas también quería
entregarle las claves para contactar por radio con la emisora que gestionaba la
organización de Bouthelier en Madrid y que le permitía seguir actuando como nexo con
la Falange Clandestina. Un mes más tarde, Enrique también recibió la orden de pasarse a
territorio nacional para conocer a su jefe y recibir unas instrucciones de importancia para
los quintacolumnistas. Sin embargo, el viaje estuvo a punto de convertirse en tragedia. El
10 de abril fue el día elegido por Quique para cruzar el Tajo. Al igual que había hecho su
hermano, estaba a punto de subirse en una pequeña barcaza para atravesar el río en La
Flamenca cuando una patrulla de la Guardia de Asalto le dio el alto. Se produjo un

212
intenso tiroteo entre ambos en el que nuestro protagonista resultó herido de gravedad.
Fue trasladado a un hospital penitenciario donde los médicos consiguieron salvarle la
vida.
Quique estuvo varias semanas ingresado en el hospital. Cuando se recuperó fue
juzgado por la justicia republicana, que a punto estuvo de condenarle a muerte por
«intento de deserción». Finalmente, el mayor de los Guardiola consiguió convencer a los
miembros del tribunal de que era inocente, haciéndoles creer que solo utilizó su arma
para repeler una agresión de los guardias de asalto. Alegó que estaba cazando junto al
Tajo cuando fue «tiroteado sin motivo alguno» por los centinelas que custodiaban al río.
Después de treinta y cinco días preso, fue absuelto y quedó en libertad sin cargos.
Durante las semanas que estuvo en la cárcel, los mandos del SIPM se preocuparon
mucho por su ausencia y citaron de nuevo en la Torre de Esteban Hambrán a su hermano
pequeño. Por segunda vez en pocas semanas, Antonio tuvo que cruzar el Tajo para
escuchar en boca de Bonel Huici que estaba muy extrañado porque Enrique no se había
presentado el día acordado en territorio franquista. Antonio recibió la orden de averiguar
el paradero de su hermano y descubrir las deficiencias que podía tener el paso de La
Flamenca, por donde atravesaban las expediciones de evadidos más numerosas.
Una vez en Madrid, Toto se enteró de que Quique había estado en la cárcel por el
incidente con la Guardia de Asalto, aunque también comprobó que se encontraba en
libertad y recuperado del disparo que había recibido. Antonio volvió a entrar en la
España franquista «con las buenas noticias a finales de mayo de 1938», aunque en esta
ocasión accedió por un paso que solo se utilizaba en casos de «extrema urgencia».
Informó a sus superiores de que los republicanos habían redoblado la vigilancia del Tajo
a su paso por Aranjuez y de que su hermano estaba sano y salvo en Madrid, aunque
recuperándose de las heridas sufridas durante el tiroteo. Aprovechando su viaje, se llevó
consigo a dos tenientes del Parque Central de Intendencia de Pacífico que estaban muy
cuestionados por los comisarios políticos de su unidad.

Otras misiones en la retaguardia republicana

En su tercera visita a la España nacional, Antonio Guardiola ingresó de manera


oficial en el SIPM. Lo hizo el 30 de mayo de 1938, como «agente exterior número 17»,
aunque a efectos legales estaba encuadrado en el Batallón de Voluntarios de Toledo.
Permaneció unos días de descanso en la ciudad manchega hasta que recibió la orden de
regresar a Madrid con una directriz precisa: comprobar si desde El Pardo se escuchaba
una emisora de radio que el SIPM tenía instalada en Ciudad Universitaria. Al mismo
tiempo, le pidieron que recogiera cierta cartografía y un informe sobre posiciones

213
artilleras republicanas que le tendría que entregar un quintacolumnista que estaba
infiltrado en una unidad «enemiga».
Antonio cumplió las órdenes sin sobresaltos, consiguiendo además otros informes de
valor emitidos por colaboradores de la Quinta Columna, como Casimiro Vicente,
comandante militar de Aranjuez, que facilitó datos de las posiciones republicanas
cercanas al Tajo. También hizo lo propio un teniente artillero de la 45.ª Brigada Mixta, o
el capitán médico Manuel Navarro, que entregó información sobre el frente de
Villaverde. Cuando Antonio regresó a la zona sublevada para dar cuenta de todos esos
datos, le informaron de que el SIM había empezado a «sospechar» de él. La inteligencia
republicana pensaba que Toto se «podía haber pasado» a la España franquista porque
llevaba varios días sin ser visto en Aranjuez. No le quedó más remedio que regresar y
tratar de convencer a los agentes del SIM de que era un fiel partidario del régimen y de
la clase trabajadora. Para fortalecer su relato y explicar su desaparición durante días,
nuestro protagonista simuló haber tenido un accidente en el campo, colocándose una
escayola en el brazo derecho.

La recuperación del agente Quique y de nuevo un accidente

En septiembre de 1938, Enrique Guardiola ya se había recuperado de sus heridas y


había vuelto a contactar con el SIPM tras casi seis meses de convalecencia. El 13 de
septiembre volvió con éxito a territorio sublevado, portando nuevos informes que le
habían entregado sus contactos del grupo Bouthelier. Sabemos, por medio del Archivo
General Militar de Ávila, que durante los dos meses siguientes realizó al menos otros
tres viajes de ida y vuelta a zona franquista para entregar nuevos datos de los
republicanos.
El 8 de noviembre de 1938, cuando regresaba a Madrid procedente de la otra zona,
Enrique sufrió un accidente que a punto estuvo de costarle la vida. En una zona boscosa
próxima a Aranjuez le esperaba en una motocicleta otro miembro de la Quinta Columna,
disfrazado con un uniforme de militar republicano. Tenía como misión recoger a Quique
a la hora acordada y trasladarle hasta la capital de manera segura, ya que transportaba
una mochila llena de armas, dinero e instrucciones cifradas para otras organizaciones
clandestinas.
La motocicleta circulaba con las luces apagadas hacia Madrid hasta que un camión
militar se echó encima del quintacolumnista y su acompañante. Los dos cayeron
bruscamente por un terraplén y quedaron inconscientes en el suelo durante varios
minutos. Nadie acudió a socorrerles. Tras un tiempo de incertidumbre, y una vez que
ambos se habían restablecido, regresaron a la carretera y recogieron la mochila, que

214
permanecía tirada en el asfalto. Estaba intacta. A duras penas pudieron llegar a Madrid, y
una vez allí fueron atendidos en un hospital. Enrique sufrió una fisura en la base del
cráneo, lo que le obligó a estar un mes en la cama. Por fortuna para él, nadie en el
hospital sospechó que aquella pesada mochila que llevaba estaba repleta de armas para la
Quinta Columna.

Una información muy valiosa

A causa del accidente se cancelaron varias expediciones de evadidos, aunque esto ya


carecía de importancia, pues la guerra estaba tocando a su fin. Casi dos meses después,
en enero de 1939, un agente del SIPM infiltrado en el estado mayor del Ejército del
Centro consiguió obtener una información muy valiosa: el Ejército Popular estaba
preparando un ataque de gran magnitud en la zona de Brunete, muy similar al que habían
realizado las tropas franquistas en julio de 1937. En esta ocasión, el infiltrado se puso en
contacto con Enrique Guardiola para entregarle en mano el plan de operaciones de la
ofensiva. El ataque era inminente y se iba a llevar a cabo por Navalagamella y
Galapagar.
Enrique Guardiola, que ya estaba recuperado del incidente de la motocicleta, era
consciente de que esa información tenía que llegar de manera urgente al SIPM. Pudo
haberla enviado a través de alguna de las emisoras clandestinas del grupo de Bouthelier,
pero finalmente optó por llevarla en mano, por miedo a que los mensajes fueran
descifrados por los republicanos. Le pidió a Antonio que le acompañara hasta las
inmediaciones del Tajo para darle protección, por si el enemigo hubiese reforzado la
vigilancia. Los dos acudieron de madrugada a Aranjuez para dirigirse al paso por el que
pretendían acceder a territorio sublevado antes de que amaneciera. Al llegar a la zona
comprobaron que la ribera estaba fuertemente custodiada por el enemigo, por lo que
desecharon la posibilidad de adentrarse en el río. Optaron por «picotear» en otros puntos
del Tajo en busca de posibles alternativas. Los dos estaban convencidos de que el plan
de operaciones tenía que llegar al SIPM a toda costa. De hecho, habían recibido la
consigna del Servicio Exterior de Franco que les decía: «No puedes elegir entre llegar o
morir. Es preciso llegar».
Los hermanos caminaron unos seis kilómetros hasta llegar a una zona con menos
vigilancia, por donde se podía intentar atravesar las líneas enemigas. La operación iba a
resultar muy arriesgada, porque no conocían el terreno con exactitud y no podían contar
con las barcas que solían usar para trasladar a los evadidos hasta la otra orilla. Tendrían
que cruzar el Tajo a nado y en pleno mes de enero el agua estaba muy fría. Cuando
Enrique se iba a despedir de su hermano para meterse en el agua, Antonio le pidió que

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reconsiderara su posición. Le sugirió que no fuera él quien llevara los planos a zona
nacional porque «era muy arriesgado» y se ofreció a llevarlos él. Le convenció
diciéndole que al estar casado y ser padre de familia su vida tenía más importancia que la
suya, y en cambio él estaba soltero y sin compromiso. Con mucha dificultad, el mayor de
los Guardiola accedió y fue finalmente su hermano quien trasladó la información.
Antonio se despidió de su hermano con el plan de operaciones republicano
perfectamente envuelto y se introdujo en el agua helada del Tajo. Estaba prácticamente
desnudo y para combatir el frío se embadurnó todo el cuerpo con grasa animal. Estuvo
cuatro horas caminando con el agua al pecho y sufriendo las bajas temperaturas. Durante
ese tiempo perdió la pistola que siempre llevaba consigo, aunque no el plan de
operaciones, que llegó intacto a la otra zona. Cuando por fin consiguió reconocer las
primeras posiciones franquistas, salió del agua y se dirigió a toda prisa a una trinchera
avanzada protegida por una compañía de marroquíes. Uno de los centinelas, al no
reconocerle, le tiró una bomba de mano que cayó a escasos metros de donde se
encontraba. La metralla del artefacto le provocó heridas en el maxilar inferior. No quiso
ser tratado apenas por los sanitarios de vanguardia, porque tenía que entregar
«urgentísimamente» los documentos a sus jefes del SIPM. A la mañana siguiente, el alto
mando de Franco ya estaba al corriente de la operación militar que preparaba la
República. Gracias a su rápida actuación, la segunda ofensiva de Brunete, prevista para
el 13 de enero, fue sofocada por la artillería sublevada, que se anticipó en todo momento
a las operaciones del enemigo. Toto fue condecorado por su actuación con la Medalla
Militar Individual y con las dos máximas distinciones de Falange: un Aspa Roja y un
Aspa de Plata. Fue su última gran actuación en la contienda.

En las negociaciones de Gamonal

Corría el mes de marzo de 1939. La Guerra Civil estaba tocando a su fin tras la
victoria de las tropas del Consejo Nacional de Defensa ante los comunistas, que estaban
dispuestos a alargar la guerra lo que fuera necesario. En este escenario, los Guardiola
volvieron a ser protagonistas de un acontecimiento que tuvo tintes novelescos y que
trataremos con más detalle en el próximo capítulo. El 23 de marzo, cinco días antes de la
entrada en Madrid de las tropas franquistas, el SIPM ordenó a Enrique que participara en
su última misión como agente secreto. Le pedían que acudiera al aeródromo burgalés de
Gamonal junto con dos agentes del Servicio Exterior para custodiar a dos emisarios
republicanos, enviados por el coronel Casado, que iban a negociar la rendición del
Ejército Popular. Los emisarios de Casado eran el teniente coronel Antonio Garijo y el
mayor Leopoldo Ortega, dos militares de carrera con fama de conservadores dentro del

216
Ministerio de la Guerra. Es posible que el primero de ellos, con muchos vínculos
quintacolumnistas, hubiera sido el encargado de facilitar el plan de operaciones del
frustrado ataque en Brunete.
Solo unas horas antes de viajar hasta Gamonal, a Quique no le quedó más remedio
que descubrirse por primera vez desde que empezó la guerra. Pese a los riesgos que
todavía existían en la retaguardia enemiga, se presentó ante el Consejo Nacional de
Defensa como agente al servicio de Franco. Contó con el apoyo de José Centaño de la
Paz, uno de los agentes más brillantes del SIPM en el tramo final de la guerra, del que
nos ocuparemos en el próximo capítulo. A ambos se les unió un tercer espía nacional
cuya identidad no hemos podido averiguar, aunque sabemos que también se encargaría
de la custodia de los dos oficiales enemigos.
El Douglas DC-1 de las Fuerzas Aéreas de la República (FARE) despegó de Barajas
a primera hora de la mañana del 23 de marzo y llegó a Gamonal pasadas las 11.00 horas.
El aparato siguió el rumbo que le había marcado la Quinta Columna tras recibir un
telegrama del SIPM con las últimas indicaciones para el viaje. Debería atravesar
Somosierra en vuelo recto y llegar hasta Burgos, donde dos cazas sublevados les
escoltarían hasta tomar tierra. El trayecto se hizo sin complicaciones, y nada más
aterrizar, los dos emisarios fueron desarmados por una dotación de la Guardia Civil que
les condujo hasta el teniente Juan Ignacio Pombo, uno de los máximos responsables del
aeródromo. Él fue el encargado de llevarlos hasta una sala donde se iba a celebrar la
reunión con tres altos oficiales de Franco: Luis Gonzalo Vitoria, Carmelo Medrano y
Eduardo Rodríguez. Fue una reunión tensa en la que Garijo, que actuaba como portavoz
del consejo, solicitó un plan escalonado de rendición que duraría entre veinte y treinta
días. Los militares sublevados argumentaron que era un tiempo excesivo y les dieron un
plazo de un día y medio para que las unidades republicanas abandonaran los frentes.
También reclamaban que el mismo 25 de marzo se entregara toda la aviación
republicana, que a esta altura consistía en unos cuarenta aparatos.
Simultáneamente, en otro de los despachos del aeródromo se celebró un segundo
encuentro de carácter secreto. Enrique Guardiola, Centaño de la Paz y el
quintacolumnista que los acompañaba mantuvieron una charla con el coronel Ungría,
máxima autoridad del espionaje franquista. Este les dio nuevas indicaciones sobre cómo
actuar en el tramo final de la guerra, pero quería que solo uno de ellos regresara a
Madrid junto con los emisarios republicanos. Enrique Guardiola fue el elegido para
retornar a la retaguardia republicana, ya que debería seguir manteniendo contacto con el
resto de las organizaciones de la Quinta Columna.
A las 16.30 horas de la tarde, los dos emisarios republicanos abandonaron Gamonal
con nuestro protagonista. Centaño de la Paz y el otro quintacolumnista permanecieron en
Burgos por orden del SIMP. Los mandos franquistas pretendían que el mayor de los

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Guardiola siguiera actuando como enlace, ya que no descartaban una segunda reunión
pasados unos días. Y eso fue lo que sucedió el 25 de marzo. Una vez más, Quique
regresó hasta el aeródromo de Gamonal custodiando a los representantes de Casado, que
volvían a ser Garijo y Ortega. Fue una reunión mucho más corta que la anterior.
Tuvieron que explicar por qué no se había producido la entrega de la aviación y pidieron
a los militares franquistas que «suavizaran» la propaganda que estaban haciendo sobre
Madrid. No se llegó a ningún acuerdo y las amenazas de los sublevados fueron
contundentes: tenían orden de avanzar y finiquitar la guerra lo antes posible, aunque
aseguraron que Franco sería «generoso» con aquellas personas que «no hubieran
cometido crímenes» o hubiesen sido «arrastradas engañosamente a la lucha».
En esta ocasión, el quintacolumnista de Aranjuez recibió la orden de quedarse en
Burgos, mientras que los dos oficiales de la República tuvieron que regresar a la capital
pasadas las 14.00 horas. Fue su última misión como agente secreto, y por ella fue
propuesto para conseguir dos condecoraciones, una Cruz de Guerra y una Medalla
Militar Individual. Sus descendientes cuentan que Ungría también le propuso para
obtener la Laureada de San Fernando a título individual, distinción a la que él se opuso
porque no estaba dispuesto a someterse a un juicio contradictorio. Siempre decía que su
actuación en la guerra «no se ponía en duda».

TRAS LA GUERRA CIVIL

El 19 de mayo de 1939 tuvo lugar en Madrid el desfile de la victoria organizado por


los vencedores en el Paseo del Prado, Recoletos y la Castellana. Los Guardiola fueron
invitados por el coronel Ungría a presenciarlo y se sentaron en un lugar destacado del
palco de autoridades. Una vez terminado, el jefe de los espías les presentó a Franco, que
había oído hablar de ellos durante la guerra.
Solo unos meses después, un equipo de cine les ofreció rodar una película basada en
su historia, que ellos mismos tendrían que interpretar. Tras muchas semanas de dudas,
finalmente aceptaron la propuesta, aunque nunca firmaron un contrato. Llegaron a
participar en una sesión de fotos e incluso les tomaron medidas para el vestuario. Casi
todos los permisos estaban cerrados para el rodaje, pero en el último momento la
propaganda franquista se echó para atrás y decidió que la película no se llevara a cabo.
Desconocemos el motivo.
La actuación en la guerra de los hermanos no pasó desapercibida para los vecinos de
Aranjuez. En los cuarenta, el ayuntamiento puso a una calle sus nombres, que
permaneció hasta 1975. El recuerdo de Antonio Guardiola prevalece hoy en día en el
municipio ribereño gracias a otra calle que lleva su nombre en el polígono industrial. Sin

218
embargo, el motivo de este homenaje nada tiene que ver con su actuación en la guerra:
se debe a sus actividades políticas, pues fue alcalde de la ciudad entre 1949 y 1950.
Años antes de entrar en política, Antonio intentó hacer carrera en los toros; de hecho,
tenemos una fotografía suya en la que aparece vestido de luces; justo detrás de él se
encuentran su hermano Enrique y Gutiérrez Mellado, de uniforme. No triunfó en la
tauromaquia, pero fue nombrado delegado de la Tabacalera de Aranjuez, a lo que se
dedicó hasta su jubilación.
El hijo de Antonio recuerda que, en los últimos años de su vida, «cuando sabía que se
iba a morir», acudía con mucha frecuencia a la zona del Tajo y se quedaba mirando al
infinito. «Imagino que recordaría sus expediciones a la otra zona y también aquellos
terribles años de guerra», afirma. En ese mismo escenario, en un oscuro cañaveral, había
localizado tiempo atrás junto a su hermano Ramiro la pistola que perdió cuando
transportaba el plan de operaciones de la ofensiva de Brunete. Se trataba de una
Browning GP-35 de 9 mm semiautomática que muchos años después sería entregada por
la familia a la Guardia Civil. El menor de los Guardiola falleció en los años setenta tras
una larga enfermedad.
Enrique tuvo diferentes trabajos después de 1939. Organizó corridas de toros durante
muchos años e incluso intentó apoderar a algún torero que empezaba a dar sus primeros
pasos en 1940-1950. Tuvo también una fábrica de harina, un estanco y una granja
porcina. Durante los últimos años de su vida se marchó a vivir a Andújar (Jaén) donde
residía su hija, cuyo padrino era Gutiérrez Mellado. Años antes, tuvo en la hípica de
Aranjuez un altercado con el general al reprocharle «haberse atribuido el traslado a zona
nacional del plan de operaciones de la ofensiva de Brunete», una operación cuyo autor
fue su hermano Antonio.
«Tenía un gran carácter, pero era una gran persona», dice uno de sus sobrinos, quien
asegura que su tío Enrique cuidó de su hermano Ramiro «como si fuera su hijo». Quique
falleció los noventa en Andújar, aunque sus restos fueron trasladados al cementerio de
Aranjuez, como había ocurrido con los de su hermano.
El más pequeño de la familia, Ramiro Guardiola, fue el último en fallecer. Su
trayectoria en la Guerra Civil también tuvo su reconocimiento. Bonel Huici redactó en
1939 un certificado en el que decía que, pese a su juventud, «ayudó a sus hermanos en
sus difíciles misiones encomendadas por la jefatura del SIPM, sirviéndoles de enlace y
siendo un eficaz y decidido agente». En este documento, Bonel destacaba sus capaciades
y valoraba el gran trabajo que hizo «disimulando con juegos propios de su edad».
Los Guardiola se llevaron a la tumba casi todas las vivencias que protagonizaron
durante la guerra. Solo contaron unos pocos detalles de su participación a familiares muy
concretos, que al igual que ellos han guardado silencio durante todos estos años. Su
historia ve la luz por primera vez gracias a este libro.

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Capítulo 13. LA QUINTA COLUMNA Y LAS
NEGOCIACIONES SECRETAS DE PAZ

La caída de Cataluña en el invierno de 1939 fue la puntilla para la República. Tras la


entrada de las tropas franquistas en Barcelona casi todos los jefes militares del bando
republicano sabían perfectamente que la guerra estaba perdida. Franco también era
consciente de ello, al igual que las principales organizaciones de la Quinta Columna,
cuyos miembros seguían ocultándose, pero ahora actuaban de una manera mucho más
decidida que tiempo atrás. Dos de ellos jugaron un papel importantísimo, casi decisivo,
en las negociaciones secretas de paz que mantuvieron los sublevados con el entorno del
coronel Casado. Fueron el catedrático Antonio Luna y el teniente coronel retirado José
Centaño de la Paz, dos hombres con una templanza fuera de lo común que supieron
influir en personajes tan relevantes como el socialista Julián Besteiro. Su historia
permaneció en la sombra durante la posguerra y solo unas pocas obras, publicadas ya en
democracia, recogieron su actuación, aunque sin llegar a profundizar en sus figuras.
Antonio Luna García fue detenido al inicio de la guerra, trasladado a una checa e
inhabilitado como funcionario público. Así vivió los primeros meses de sublevación tras
negarse a abandonar Madrid y poner rumbo a Valencia con el resto de los catedráticos de
la Universidad Central. Optó por desobedecer la orden de evacuación y decidió quedarse
en la capital con la esperanza de que los rebeldes, a los que apoyaba incondicionalmente,
entraran lo antes posible. Sabía los riesgos que corría permaneciendo en una ciudad
asediada en la que, además, era considerado «sospechoso» de simpatizar con el
«enemigo». Tal y como recogió la Gaceta de la República, oficialmente fue sancionado
y apartado como catedrático por una orden ministerial con fecha de 22 de enero de 1937.
Así transcurrieron para él los primeros meses del conflicto. Por aquel entonces, Luna
tenía treinta y cinco años y solo llevaba cuatro en Madrid, ciudad a la que había llegado
tras sacarse por oposición la cátedra de Derecho Internacional Público. Hacía más de una
década que había abandonado su Granada natal, donde había compartido tertulias con
Federico García Lorca o el periodista —y futuro alcalde— Antonio Gallego Burín.
Antes de aterrizar en Madrid se había formado en universidades europeas de prestigio,
como Bolonia, Oxford o Friburgo, y trabajado en facultades españolas como La Laguna
o Salamanca.

Amigo de intelectuales madrileños

220
Desde antes de la sublevación, Luna tenía cierto prestigio entre los intelectuales
madrileños, ya que compaginaba su cátedra en la Universidad Central con la dirección
del Instituto de Estudios Internacionales y Económicos, al que había llegado en 1934. No
es de extrañar que desde antes del alzamiento mantuviera vínculos con otros ilustres
profesores, algunos con ideologías diferentes a la suya, como el socialista Fernando de
los Ríos, del que había sido alumno.
De Luna decían que era un tipo «extrovertido, ingenioso, dicharachero e imprudente»
y también un «ferviente católico», como lo fue su padre, José de Luna Pérez, diputado
conservador en las elecciones de 1923. Su profundo sentir religioso y su negativa a
viajar a Valencia pudieron propiciar su detención en otoño de 1936 por milicianos de la
checa de García Atadell. No está muy claro cómo, pero consiguió salir en libertad e
intentó refugiarse en una embajada en calidad de asilado. A través de los contactos que
tenía en el mundo diplomático, hizo gestiones para acceder a las embajadas de Francia,
Holanda, Rumanía y Honduras. No tuvo éxito.
Según afirmaría en su declaración jurada, durante los primeros meses de guerra su
actividad como catedrático fue nula tras la sanción del gobierno republicano. Sin
embargo, en el Instituto de Estudios Internacionales y Económicos «continuó haciendo
como que trabajaba» durante unos meses. A través de esta institución, consiguió facilitar
unos pocos certificados de trabajo a algunas personas perseguidas, aunque fue por poco
tiempo. A finales de 1937, el granadino fue despedido acusado de ser un «faccioso
emboscado» junto a seis de sus compañeros.
Luna no se convertiría en agente secreto hasta abril de 1938, pero antes tuvo que
enfrentarse a otras situaciones complicadas en la retaguardia madrileña. Una de ellas
tuvo lugar en febrero de 1937, solo unas semanas después de que le sancionaran como
funcionario público. Ocurrió cuando le citaron a declarar como «testigo» en el juicio que
se celebraba contra un amigo suyo, el abogado falangista José Luis Estrada Segalerva,
que años después sería alcalde de Málaga. El Frente Popular acusaba a Estrada de
«desafección al régimen», por lo que el fiscal obligó a declarar a varias personas de su
entorno. Antonio, que era uno de sus íntimos, dijo que le conocía «desde hacía muchos
años» y que siempre había hablado «en tono liberal y antifascista», algo que no era del
todo cierto.
Justo antes del verano de 1937 se produjo otro hecho que marcaría su devenir en el
conflicto: la incautación de la Fundación Nacional para las Investigaciones Científicas.
Era una institución de la que había formado parte tiempo atrás y en la que tenía grandes
compañeros, muchos de los cuales fueron expulsados por «facciosos». Con la intención
de protegerlos, Luna decidió pedir ayuda a Julián Besteiro, al que no conocía
personalmente, pero con el que tenía varios amigos en común. El socialista no puso
impedimento alguno y le recibió en su propio domicilio.

221
Fue un encuentro cordial y muy constructivo, aunque ambos estaban en las antípodas
ideológicas. El futuro quintacolumnista le mostró su preocupación por la seguridad de
sus compañeros y le pidió su mediación para evitar que milicianos descontrolados se
apoderaran del millón de pesetas que constituían el patrimonio de la Fundación Nacional
para las Investigaciones Científicas. Besteiro se comprometió a hacer todo lo posible
para evitar que el dinero cayera en malas manos. Fue una conversación sincera en la que
los dos intelectuales hablaron del desarrollo de la Guerra Civil, así como de la
repercusión internacional que estaba teniendo el conflicto. Para Antonio, aquella primera
conversación resultó ser «muy gratificante» y al mismo tiempo «sorprendente», ya que
su interlocutor atacó con «violencia» las políticas del gobierno de Negrín.

Una notificación amenazante

Unos meses después de aquel encuentro, el 13 de noviembre de 1937 Luna recibió


una notificación oficial en su vivienda de El Viso. Llevaba el membrete del Servicio
Especial de Evacuación de Funcionarios y decía lo siguiente:

Para dar cumplimiento a las órdenes sobre el traslado de Madrid a Valencia, deberá presentarse dentro del
plazo de 48 horas en la Delegación de Evacuación establecida en el cine Salamanca, advirtiéndole que esta
presentación es obligatoria y que, si es varón y menor de 45 años, habrá de solicitar el correspondiente
salvoconducto a la DGS para lo que es suficiente la presentación de esta orden de traslado.

Una vez más el gobierno de la República exigía su salida de Madrid junto al resto de
los funcionarios públicos. El día indicado para la evacuación era el 1 de diciembre de
1937. Al futuro quintacolumnista incluso le habían reservado ya una plaza en el autobús
número 12, que saldría del Ministerio de Fomento a las 07.00 horas. Sin embargo, él
tenía claro que no viajaría a ningún sitio por dos motivos: no quería separarse de su
familia y porque aquellas evacuaciones solían tener fines propagandísticos. La prensa
solía hacerse eco del traslado a Valencia de los «sabios» de la República para trabajar en
la Casa de la Cultura. Pese a aquella notificación amenazante, Antonio Luna decidió
permanecer en Madrid, aunque eso significara ser declarado «cesante» de manera
definitiva como catedrático de la Universidad Central.

Sus relaciones con la Falange Clandestina

Cuatro meses después de su fallida evacuación a Valencia, a principios de 1938 Luna


estableció contacto con la Falange Clandestina. No estaba afiliado al partido de José

222
Antonio, pero se sentía identificado con sus postulados ideológicos y con su idea de
España. Este contacto se produjo a través de dos personas muy próximas a Valdés
Larrañaga: el catedrático de Filosofía Salvador Lissarrague (discípulo de Ortega y
Gasset) y Luis Serrano Novo, años después jefe de investigación de los falangistas.
Ambos conocían la vinculación de Antonio con Besteiro y, aprovechando la buena
relación que se estaba fraguando entre ambos, le pidieron que pulsara su estado de
ánimo. Querían saber cuál era su visión de la guerra y las posibilidades que tenía de
asumir una mayor responsabilidad política.
El granadino accedió a trabajar para los sublevados, ampliando los datos que tenía de
Besteiro e intentando moldear su personalidad. Desde ese instante las reuniones entre
Antonio y el político socialista se convirtieron en habituales. Eran conversaciones
informales y larguísimas, que se celebraban cada quince días en la vivienda o en el
despacho del catedrático. En ellas no solo repasaban la actualidad de la guerra, sino que
también hablaban mucho de política nacional e internacional. A Luna le sorprendían las
feroces críticas de Besteiro sobre Azaña o el Partido Comunista, opiniones que llegaban
al gobierno franquista a través del SIPM. A medida que pasaban los meses, la relación
entre ambos se fue haciendo mucho más intensa, hasta el punto de que el profesor
madrileño le pedía consejo en algunas cuestiones de carácter jurídico. Su influencia
sobre Besteiro llegó a ser tan importante que, en determinados momentos, incluso le
ayudó a escribir algunos discursos que terminarían siendo emitidos por Unión Radio.
Aunque la Falange Clandestina estaba al corriente de todos sus contactos, Antonio
Luna no empezaría a trabajar de manera oficial para la Quinta Columna hasta octubre de
1938, coincidiendo con la recta final de la batalla del Ebro. Fue entonces cuando
constituyó la organización Antonio, formada principalmente por intelectuales y
profesores universitarios. A diferencia de otros grupos, el suyo no lo componían jóvenes
aventureros de ideología falangista que arriesgaban sus vidas imprudentemente por sus
ideales. Todo lo contrario. Sus colaboradores eran personas de mediana edad, casi todos
con familia, que actuaban con suma prudencia, conscientes de la responsabilidad que
tenían entre manos. Sabían perfectamente que su cometido era más político que militar y
estaba más encaminado a trabajar en la sombra para poner fin a la guerra de manera
negociada.

Su mano derecha

Su colaborador más cercano era Julio Palacios, un físico zaragozano de cuarenta y


cuatro años con pasado monárquico, que antes de la sublevación presidía el Instituto
Nacional de Física y Química. Personaje de reconocido prestigio, en 1935 fue enviado

223
por el gobierno de la República a Filipinas junto con el poeta Gerardo Diego, donde
Palacios pronunció varias conferencias histórico-científicas. Unos años antes le habían
encargado coordinar la visita a España de Albert Einstein, con el que hablaba de tú a tú.
Vecino de Luna en el barrio de El Viso, Palacios estuvo protegido durante toda la
guerra por su hermano Miguel, comandante médico y miembro del estado mayor de la
Columna Uribarri, formada por guardias civiles y anarquistas valencianos. Al igual que
Antonio, Julio también era catedrático de universidad en la Facultad de Ciencias,
especializado en termología. Al producirse el alzamiento tenía previsto viajar a Buenos
Aires para participar en un ciclo de conferencias, pero su viaje se vio truncado por la
guerra.
En más de una ocasión, Palacios estuvo a punto de ser detenido por su pasado
militante en Acción Popular o Unión Monárquica. La influencia de su hermano Miguel y
el coraje con el que plantaba cara a los milicianos, a veces, pistola en mano, evitaron su
arresto y le permitieron vivir con cierta tranquilidad. Al igual que Antonio, hizo caso
omiso a las órdenes de evacuación a Valencia, motivo por el que fue expulsado tanto de
la universidad como del Instituto Nacional de Física.
Para mantener a su familia se vio obligado a trabajar como profesor de aritmética en
una academia no oficial de la CNT. Fue por poco tiempo. Su mujer, que había nacido en
Portugal, fue evacuada al país vecino con sus tres hijas en una expedición organizada por
el cuerpo diplomático madrileño. Palacios también intentó salir de España en esa
expedición, pero los organizadores no lo consideraron oportuno porque carecía de
pasaporte luso. Unas semanas más tarde recibió una invitación del gobierno holandés
para impartir un seminario de termología en Ámsterdam. Era una gran oportunidad para
huir de la guerra y reunirse con su familia en Europa, pero volvió a tener problemas con
las autoridades republicanas. El Ministerio de Instrucción Pública no le permitió viajar,
alegando que sus servicios eran «indispensables» en la retaguardia, algo totalmente
falso, ya que había sido apartado oficialmente de su empleo como funcionario.
En octubre de 1938, Antonio Luna le confesó a Palacios que llevaba unos meses
trabajando para el SIPM y le propuso de manera oficial unirse a la organización
clandestina que se estaba fraguando. Los dos eran catedráticos, se conocían hacía tiempo
y tenían mucha confianza. Desde ese instante empezaron a trabajar juntos, al principio
practicando socorro blanco en cárceles y más adelante ocultando en sus domicilios a los
enlaces que venían de la otra zona con mensajes para la Quinta Columna.
Hombre cultivado en todas las facetas de la vida, Palacios escribió al terminar la
guerra unas pequeñas memorias como agente secreto que actualmente se encuentran
custodiadas en el Archivo General Militar de Ávila. Bajo el título de Memorias de un
agente del SIPM en la zona roja, este documento escrito en primera persona nos ha
permitido conocer con detalle cómo transcurrieron los últimos días del conflicto en

224
Madrid, así como los procedimientos que utilizaban los quintacolumnistas.

Dos médicos en la Quinta Columna

Otro de los hombres próximos a Luna era Ricardo Bertoloty, comandante médico
retirado por la Ley Azaña, y célebre por haber conseguido la Laureada de San Fernando
en 1916 y por haber sido médico personal de Alfonso XIII en la década de los veinte.
Acusado de «faccioso» desde los primeros momentos del alzamiento, fue detenido en
siete ocasiones y liberado en todas ellas gracias a los muchos contactos que tenía en la
retaguardia republicana. Desde el verano de 1936 dirigía el Servicio Antivenéreo de las
Milicias y el Ejército Popular, situado en la calle Zurbano. Debido a las sospechas que
existían por su pasado, un comisario político seguía permanentemente sus pasos, aunque
solía zafarse de él sin demasiadas dificultades.
Junto a Bertoloty también estaba Diego Medina Garijo, otro ilustre comandante
médico que actuaba como doctor particular del coronel Segismundo Casado, del que era
amigo íntimo: ambos habían coincidido en la escolta del presidente de la República antes
de la guerra, donde estrecharon su relación. Movilizado al estallar la guerra, dirigió
durante gran parte de 1937 el Hospital de Gaseados de Madrid, cargo que
compatibilizaría con la Jefatura de Sanidad de la Primera División Orgánica Militar. Más
adelante se le nombró profesor de la Escuela de Guerra Química y máximo responsable
del Tribunal Médico de Reconocimiento de los reemplazos de 1918 y 1922. Pese a los
nombramientos, Medina era partidario de los alzados, y aprovechando su buena posición
empezó a trabajar desde la clandestinidad para la organización Antonio. Su captación
como agente franquista corrió a cargo de Bertoloty, al que conocía de años atrás.
A modo de anécdota, Palacios recordaba en sus memorias que Luna y los otros
miembros de su organización eran muy dados a jugar a las cartas hasta altas horas de la
noche, especialmente al bridge. Lo hacían en la zona de El Viso, donde vivían muchos
de ellos. Justo antes de empezar la partida escuchaban el parte de guerra de los
sublevados en una potente emisora que Antonio tenía en su domicilio en el número 2 de
la calle Leizarán. Los quintacolumnistas disponían de un enorme mapa Michelín de
España, y en base a las novedades bélicas que anunciaba el locutor, reflejaban con
chinchetas los pueblos que iban conquistando las tropas nacionales.

La confesión ante Besteiro

La organización Antonio se enteró de que Julián Besteiro se había desplazado hasta

225
Barcelona en noviembre de 1938. Los nacionales estaban perfectamente informados de
su plan de viaje (por carretera a Alicante y desde allí en avión hasta Barcelona), así como
de las reuniones que iba a mantener con Azaña, con Negrín y con Companys.
Aprovechando su estancia en Cataluña, Besteiro participó en el Comité Ejecutivo del
PSOE, donde leyó un breve discurso dirigido contra el Partido Comunista acusándole de
«dirigir y fomentar» la contienda. Para muchos, sus palabras fueron una muestra de
pesimismo e irresponsabilidad, pero para los sublevados fue la antesala de lo que
ocurriría unos meses más adelante.
A su regreso a Madrid, Luna se entrevistó de nuevo con Besteiro para conocer los
pormenores de su viaje. Se encontró con un hombre alicaído, visiblemente enfermo y
con unas ganas tremendas de que la guerra tocara a su fin. En privado, volvió a acusar a
los comunistas de no desear la paz, así como al propio Negrín, del que dijo que su vida
estaba basada en excesos. Fue en este encuentro, repleto de confidencias, cuando
Antonio le desveló su verdadera condición de agente de la Quinta Columna. Le confesó
que los sublevados le habían asignado intentar acabar con el gobierno de Negrín para
tratar de poner fin a la contienda. El socialista permaneció «inmutable» tras recibir la
noticia, pero accedió a seguir viéndose con él, ya que los dos tenían un objetivo común.
Fue a partir de ese momento cuando Luna empezó a realizar su verdadero trabajo en la
sombra.
El contenido de esta entrevista con Besteiro fue enviado en un informe hasta
«Terminus», nombre en clave del Cuartel General de Franco. El encargado de trasladarlo
fue un enlace del SIPM que solía atravesar el Tajo todas las semanas con un gran
número de documentos que obtenía la Quinta Columna. En el Archivo de Ávila se puede
consultar este y otros mensajes enviados por la organización Antonio, cuyos hombres
recibieron más adelante la denominación de agentes del Servicio de Información
Exterior (SIE). Las secciones destacadas del SIPM en los frentes de vanguardia eran
habitualmente las primeras que recibían estas informaciones procedentes de Madrid. Por
estas fechas, las secciones que más vínculos tenían con los quintacolumnistas o agentes
del SIE eran las de la Torre de Esteban Hambrán (Toledo) y Sepúlveda (Segovia).
Ambas funcionaban a pleno rendimiento en diciembre de 1938, especialmente la
primera. El ir y venir de enlaces a la retaguardia madrileña para recibir o entregar
información era una constante en esas fechas.
El espionaje sublevado no fue el único destinatario de las informaciones aportadas
por Besteiro de su viaje a Cataluña. La organización Antonio hizo llegar los
desencuentros del profesor con Negrín al Comité de Defensa de la CNT a través de un
valioso colaborador de su grupo. Era Francisco Urzaiz Guzmán, un comandante de
inválidos y secretario del coronel Adolfo Prada que estaba muy bien posicionado en
sectores anarquistas. Gracias a su trabajo, la prensa afín a la CNT también estuvo al

226
corriente de las desavenencias políticas vividas en Barcelona.

Acercamiento a Casado

La derrota del Ejército republicano en la batalla del Ebro en noviembre de 1938


supuso un punto de inflexión para el Frente Popular. Casi ningún militar profesional
pensaba que la República estuviera preparada para aguantar un año más de guerra y la
gran mayoría soñaban con una paz honrosa. Entre ellos se encontraba el coronel
Segismundo Casado, jefe del Ejército del Centro, líder con carisma y con un profundo
sentimiento anticomunista. Tanto el SIPM como la organización Antonio vieron en él
capacidades suficientes como para enfrentarse a Negrín y acabar de una vez por todas
con su gobierno.
Los quintacolumnistas de Luna diseñaron varios planes para aproximarse al entorno
de Casado. El primero consistía en acercarse a uno de sus ayudantes, el capitán de
complemento Rafael Sánchez Guerra, que en el pasado había sido presidente del Real
Madrid. Uno de los hombres del grupo se entrevistó con él sin éxito, ya que se negó a
colaborar de una manera tajante.
Poco después, el mismo agente se aproximó a César, el hermano de Casado, que era
teniente coronel de Caballería y residía en el número 20 de la calle Zurbano. Según los
historiadores Javier Cervera y Ángel Bahamonde, el hombre que realizó la aproximación
era Eduardo Rodrigáñez, un ingeniero agrónomo amigo de Antonio Luna. Quería saber
si el coronel estaría dispuesto a «mediar» de alguna manera para negociar la paz y si
aceptaba mantener una reunión confidencial con agentes de la Quinta Columna.
Desconocemos el desenlace de esta reunión, pero hemos sabido que unas semanas
después Rodrigáñez tuvo que esconderse porque el SIM le pisaba los talones.
Este no fue el único acercamiento que se hizo al entorno de Casado. Antonio
Bouthelier, otro de los quintacolumnistas al que hemos visto en capítulos anteriores,
explicó en su libro 8 días, la revuelta comunista la forma en que uno de su grupo se
había aproximado a la mismísima esposa del coronel Casado:

Efectivamente, ya hacía más de un año que, conocidos los antecedentes que concurrían en sus familiares
(de Casado), algunos de ellos, su propia mujer entre otros, horrorizados por las enormidades que de
continuo hacían los rojos, se habían hecho gestiones cerca de Casado para que, valiéndose de su posición
como jefe del Ejército del Centro, facilitase la labor de quienes, en la misma entraña de la zona roja,
trabajaban, silenciosa y abnegadamente, por la causa de la eterna España. A todos los requerimientos
contestó con evasivas, cuando no con negativas rotundas, que daban al traste con las mejores esperanzas…
Tan solo cuando lo vio todo definitivamente perdido, se avino a tomar contacto con los agentes nacionales.

227
Una misión delicada

26 de enero de 1939. Barcelona había caído en poder de las tropas franquistas y el


frente catalán se desmoronaba por momentos. El estado de ánimo de las autoridades
republicanas era bajísimo, y también el de los militares profesionales, que pensaban que
la guerra estaba perdida. Era cuestión de tiempo que los sublevados lanzaran su ofensiva
final sobre Madrid y el resto del territorio controlado todavía por la República. En este
contexto, Luna recibió un delicado encargo de la zona sublevada. Querían que su
organización se aprovechara de la desmoralización enemiga para reunirse en secreto con
Casado. El objetivo era que pulsara su disposición para liquidar la contienda y hacerle
llegar una serie de «garantías» que ofrecía el «Caudillo a los militares rojos» que
«depusieran las armas y no tuvieran delitos comunes sobre su conciencia».
Antonio estudió con su hombre de confianza Palacios la manera de acercarse a
Casado sin levantar las sospechas del SIM, que tenía ojos y oídos en casi todos los
rincones de Madrid. Decidieron apostar por la prudencia y realizar la aproximación de
manera indirecta a través de una tercera persona. El elegido fue su médico personal y
amigo, Diego Medina Garijo, que también formaba parte de la Quinta Columna. Sin
embargo, para llevar a cabo la misión, antes tenían que transmitir al doctor las directrices
sobre cómo debía actuar con el coronel.
Comunicarse con Medina no era sencillo, ya que el médico estaba muy vigilado. Los
quintacolumnistas crearon una pequeña cadena de información antes de transmitir las
«garantías» del Caudillo a Casado. Luna entregó la orden a Palacios y este a su vez se la
dio en mano a Ricardo Bertoloty en su hospital de la calle Zurbano, aunque para ello
tuvo que despistar al comisario político, que le vigilaba de cerca. Leamos un fragmento
del librito de Palacios que recuerda este pasaje:

Sin pérdida de tiempo me puse al habla con Ricardo (Bertoloty). Lo encontré en su hospital en compañía
del comisario y tuvimos que estar cerca de una hora fingiendo hablar de abstrusos temas científicos hasta
conseguir que este molesto personaje se aburriese y nos dejara en paz. Nadie mejor que Ricardo, el
Laureado comandante médico, para exponer acertadamente nuestro asunto a su compañero Diego (Medina
Garijo), que era quien, en definitiva, había de poner el cascabel al gato.

Todo transcurrió muy deprisa. Solo hacía unos días que Barcelona estaba en poder de
los franquistas y era el momento indicado para contactar con Casado. Bertoloty logró
burlar la vigilancia a la que estaba sometido Diego Medina y le entregó las directrices
que le había dado Julio Palacios. El 1 de febrero de 1939, con la excusa de hacer una
pequeña revisión médica al coronel, que padecía del estómago, el doctor se presentó en
su despacho. El jefe del Ejército del Centro le recibió con amabilidad, algo normal
porque ambos eran buenos amigos. Una vez terminada la exploración, el galeno
descubrió su verdadera personalidad. Le explicó que en realidad trabajaba para el

228
servicio secreto de Franco. Desde la otra zona, los nacionales le habían pedido que le
mostrara a Casado dos cuartillas con una serie de «concesiones del Caudillo» a los
militares republicanos que estuvieran dispuestos a liquidar la guerra lo antes posible.
Según refleja Javier Cervera en su libro Madrid en guerra, las concesiones que Medina
le enseñó al coronel fueron las siguientes:

1. La España nacional mantiene cuantos ofrecimientos de perdón tiene hechos por


medio de proclamas y la radio y será generosa para cuantos, sin haber cometidos
crímenes, hayan sido arrastrados engañosamente a la lucha.
2. Para los jefes y oficiales que depongan voluntariamente las armas, sin ser
culpables de la muerte de sus compañeros ni responsables de otros crímenes,
aparte de la gracia de la vida, la benevolencia será tanto mayor cuanto más
significados y eficaces sean los servicios que en estos momentos prestan a la causa
de España o haya sido menor su intervención y malicia en la guerra.
3. Los que rindan las armas evitando sacrificios estériles y no sean reos de asesinatos
y otros crímenes graves podrán obtener un salvoconducto que les ponga fuera de
nuestro territorio, gozando entre tanto de plena seguridad personal.
4. A los españoles que rectifiquen su vida en el extranjero se les dispensará
protección y ayuda.
5. Ni el mero servicio en el campo rojo, ni el haber militado simplemente como
afiliado en campos políticos extraños al Movimiento Nacional serán motivo de
responsabilidad criminal.
6. De los delitos cometidos durante el dominio rojo solo entenderán los Tribunales de
Justicia. Las responsabilidades civiles se humanizarán en favor de las familias de
los condenados.
7. Nadie será privado de libertad por actividades criminosas más que el tiempo
necesario para su corrección y reeducación.
8. El retraso en la rendición, la estéril resistencia a nuestro avance serán causas
graves de responsabilidades que exigiremos en nombre de la sangre inútilmente
derramada.

Casado quedó sorprendido por la propuesta de su amigo. Aunque sabía que Medina
no apoyaba los ideales frentepopulistas, no se podía imaginar que tenía lazos con el
servicio secreto «enemigo». Con todo, se mostró «conforme» con las «concesiones» y
habló de terminar la guerra «cuanto antes mejor». Como garantía para evitar engaños,
solicitó que le entregaran en mano una carta escrita personalmente por su amigo, el
coronel Fernando Barrón, que luchaba con los sublevados. El quintacolumnista tomó
nota de la petición y antes de despedirse le propuso escuchar estas «concesiones» a

229
través de Radio Nacional de España de Burgos, utilizando la contraseña que el militar
considerara oportuno.
Siguiendo la misma cadena de transmisión, pero a la inversa (Medina–Bertoloty–
Palacios–Luna), el doctor comunicó a sus compañeros la respuesta de Casado. Aportó,
además, algunos datos del encuentro que demostraban el verdadero afán de
protagonismo del militar republicano, que quería terminar la confrontación «con un acto
grandioso que asombraría al mundo y sin perder un solo hombre ni disparar un
cartucho».
La aproximación al jefe del Ejército del Centro había sido un éxito para la Quinta
Columna. Los hombres de Luna estaban exultantes y dieron cuenta al SPIM de todos los
detalles del encuentro mediante un enlace que había llegado a Madrid para la ocasión a
través del Tajo. Era de noche cuando este enlace recogió el informe codificado de la
entrevista y emprendió el camino de regreso hasta el puesto de la Torre de Esteban
Hambrán, donde le esperaba ansioso su jefe, el comandante Bonel Huici.
Casi al mismo tiempo, se celebraba en el castillo de Sant Ferran de Figueras (Gerona)
la última sesión en territorio español de las Cortes de la República, presidida por
Martínez Barrio y con la presencia de Negrín y doce ministros del Ejecutivo. Cuatro días
más tarde, todos cruzarían la frontera rumbo a Francia. El gobierno republicano estaba
en desbandada. La guerra tenía los días contados.
A partir de aquel 1 de febrero de 1939 y por medio del comandante médico Medina,
quedó abierta la comunicación entre Casado y el servicio secreto franquista. Durante
todo el mes, el médico visitaba casi a diario al coronel, con el pretexto de vigilar su
maltrecho estómago, aunque la realidad era otra bien distinta: ambos conversaban
durante largos minutos sobre la situación político-militar de España. Después, el médico
transmitía el contenido de sus conversaciones a Bertoloty, fingiendo un encuentro
profesional en el hospital de gaseados. Sobre las 13.00 horas, este último se citaba con
Palacios en plena calle simulando un «tropiezo casual» en el que le explicaba, casi
susurrando, las últimas novedades de las negociaciones. El físico era el encargado de
llevárselas personalmente a Antonio Luna, que elaboraba un informe en clave y se lo
entregaba en mano a los enlaces que venían de la otra zona. Sin embargo, los
quintacolumnistas se vieron obligados a cambiar la cadena de transmisión de mensajes
en varias ocasiones. Debido al rápido desarrollo de los acontecimientos, alguna vez
tuvieron que entregar sus informes en mano al conductor de un «misterioso coche» que
solía atravesar las líneas enemigas. Palacios recordaba que al volante de este vehículo
solían estar el conocidísimo Antonio Bouthelier o Manuel Guitián, un joven agente del
que daremos detalles más adelante.

230
Casado y Besteiro, juntos

Paralelamente, Luna continuaba haciendo su trabajo alrededor de Julián Besteiro, al


que seguía viendo cada dos semanas. El socialista era consciente de que Antonio estaba
al servicio de Franco y por eso le hablaba con total franqueza sobre el final de la guerra.
En un momento dado, el quintacolumnista le comunicó que Casado había «aceptado las
garantías del Caudillo», lo que «llenó de satisfacción» a Besteiro, que vio en ese gesto
un gran paso para conseguir una paz honrosa. Ante la insistencia de Luna, Besteiro
también aceptó reunirse con el coronel con el propósito de «aconsejarle» desde el punto
de vista político y ganar la batalla de la opinión pública.
El jefe del SIM del Ejército del Centro, Ángel Pedrero, organizó la reunión entre
Casado y Besteiro. Se celebró el 3 de febrero en el domicilio del profesor. Ambos
estaban en contacto desde diciembre del año anterior, a pesar de que nunca habían
hablado personalmente. En el encuentro, los dos reconocieron que mantenían vínculos
con la Quinta Columna, así como con militares partidarios de finiquitar la guerra, como
los generales Martínez Cabrera, gobernador militar de Madrid, o Carlos Bernal, jefe de
la base naval de Cartagena. Según contó Casado en su libro Así cayó Madrid, en ese
encuentro ya se habló de la creación de un Consejo Nacional de Defensa que permitiera
derribar al gobierno de Negrín y lograr una paz honrosa. Leamos un fragmento de este
libro de Casado, en el que recuerda su primera entrevista con Besteiro:

Después de saludos cordiales, [Besteiro] me dijo que tenía muchos deseos de conocerme, porque había
seguido con interés mi mando en Madrid y quería felicitarme:
—Además, desearía —si usted no encuentra improcedente la pregunta— conocer la situación militar en
la actualidad.
—Le contestaré con mucho gusto: los altos mandos militares hemos acordado que la única Autoridad
Legal en la zona republicana es la Autoridad Militar, por estar en estado de guerra y aislados totalmente e
incomunicados con el Gobierno. Además, como no sabemos nada del Gabinete, y si regresa carecerá de
legalidad, vamos a constituir un Consejo Nacional de Defensa con representante de todos los partidos y
sindicatos con excepción del Partido Comunista, con la exclusiva misión de negociar la paz con el bando
nacionalista… Me permito rogarle que con su gran prestigio acceda usted a participar en él.
—Mi coronel —me contestó—, como se habrá dado cuenta durante esta desdichada guerra, he vivido
al margen de toda actividad política; pero por la paz y solo para hacer la paz, me tiene usted a su
incondicional disposición… Con mucho gusto entraré a formar parte de ese organismo, pero con la
condición precisa de no asumir la Presidencia, que forzosamente tendrá que ejercer un militar.

Nuevo acercamiento a Casado

Un par de días después de aquella entrevista en la que se empezó a gestar el Consejo


Nacional de Defensa, entró en escena una nueva organización de la Quinta Columna que

231
también se aproximó a Casado. Estaba dirigida por el teniente coronel de Ingenieros José
Centaño de la Paz, militar polifacético de cincuenta y cinco años que abandonó las
Fuerzas Armadas con la llegada de Azaña al Ministerio de la Guerra en 1931. Antes de
la sublevación dirigía la fábrica de precisión de Experiencias Industriales de Aranjuez,
que sería trasladada a partir de 1936 a la calle Joaquín Costa de la capital. Después,
Centaño de la Paz se vio obligado a reingresar en el Ejército para dirigir el Parque de
Artillería nº 4, donde en la primavera de 1938 fue reclutado por la Quinta Columna. Su
amistad con el coronel Ungría, máxima autoridad del espionaje de los sublevados, fue un
gran aval para convertirse en uno de los agentes secretos más relevantes de la retaguardia
madrileña. Llegó a gestionar una potente emisora de radio bajo el nombre de EMM
(España, Melilla, Madrid), conocida popularmente como Lucero Verde. Desde un piso
situado en el número 27 de la calle Goya, a pocos metros de la sede del Partido
Comunista, enlazaba directamente con otra emisora controlada por el SIPM en la Torre
de Esteban Hambrán. Gracias a este sistema de comunicación, la inteligencia franquista
pudo obtener durante la segunda mitad de 1938 gran cantidad de datos sobre el
despliegue republicano en los frentes de Madrid, así como el número exacto de unidades
de reserva enemigas.
Desconocemos el motivo, pero los sublevados también encargaron a Centaño de la
Paz reunirse con Casado con la misma intención que lo había hecho días atrás Medina
Garijo, de la organización Antonio. Con el fin de no levantar las sospechas del espionaje
republicano, el veterano militar solicitó una entrevista con el coronel, que había sido
profesor suyo muchos años atrás, para tratar una cuestión sobre «telémetros de
campaña». Casado le recibió «algo desconfiado» en su despacho de la Posición Jaca.
Centaño llegó acompañado por un joven médico llamado Manuel Guitián Balbás, que
también formaba parte de la Quinta Columna, aunque actuaba como enlace entre Madrid
y Valencia. Sin perder un minuto, ambos se presentaron como los «principales»
portavoces de Franco en la capital y le dijeron que cualquier cosa que quisiera trasladar a
Burgos de ahora en adelante la tendría que transmitir directamente a ellos. Después le
entregaron un documento que contenía las «concesiones» que Franco estaba dispuesto a
conceder a los militares de la República para finiquitar la guerra. Al jefe del Ejército del
Centro le sorprendió aquella revelación, pues cinco días antes había recibido casi las
mismas concesiones de manos de otro espía franquista, pero aceptó el ofrecimiento con
una sola exigencia: recibir una carta escrita del puño y letra de su amigo Barrón, misiva
que ya había solicitado unos días atrás a los otros agentes de los sublevados.
Existen muchas incógnitas en relación con este acercamiento a Casado. ¿Cómo es
posible que dos organizaciones de la Quinta Columna negociaran paralelamente con el
coronel para preparar el final de la Guerra Civil? Creemos sinceramente que hubo cierta
descoordinación por parte del espionaje sublevado y la Falange Clandestina, que no se

232
pusieron de acuerdo para llevar a cabo esta delicada misión. También consideramos que
pudo existir cierto afán de protagonismo por parte de algunos de los quintacolumnistas,
que quisieron atribuirse un papel clave en las semanas finales de la contienda para
congraciarse con el nuevo régimen. Mientras que la organización de Antonio Luna
actuaba directamente a las órdenes de la Falange Clandestina (entidad de carácter civil),
Centaño de la Paz lo hacía como militar de carrera, dependiendo directamente del SIPM.
De hecho, a efectos oficiales, este último debería ser el interlocutor con jefes
republicanos «por su doble carácter de militar y agente del servicio de absoluta
confianza por su antigüedad y probada lealtad».
La realidad es que hubo cierta confrontación entre estos dos grupos clandestinos y
algunos otros que operaban en la retaguardia madrileña. Esto provocaría ciertas
indiscreciones que pusieron en riesgo las vidas de varios agentes del SIPM,
especialmente aquellos que actuaban de enlaces atravesando en secreto las líneas
enemigas. Fruto de esta rivalidad, Franco se vio obligado a emitir un comunicado
pidiendo a todas las organizaciones falangistas de Madrid que no cometieran
«imprudencias ni se metieran en nada sin orden expresa» de sus superiores. También
ordenaba que los agentes «no se descubrieran a los rojos» y que solo «obraran por
órdenes expresas de los enlaces».

La captación de otros mandos

La carta de Barrón tardaba más tiempo de lo esperado en llegar a Madrid. Hubo


momentos de incertidumbre y desazón por parte de los agentes de Luna, sobre todo
Diego Medina, que se había descubierto ante Casado como espía al servicio de los
sublevados. El médico seguía informando de sus encuentros matutinos con el coronel,
que cada vez le exigía más cosas a su interlocutor. Quería que hiciera llegar a Franco su
petición de que se «respetara la vida de los militares decentes» y quizás de Vicente
Girauta (comisario general de Seguridad de Madrid) y José Gómez Osorio (gobernador
civil). Él, mientras tanto, se comprometía a garantizar la seguridad de los presos
derechistas que permanecían en las cárceles de Madrid y a impedir las actuaciones en la
retaguardia del SIM.
El trabajo de los agentes franquistas en la capital no solo se centraba en Casado, sino
también en otros responsables del Ejército Popular. Tanto Diego Medina como Centaño
de la Paz contactaron paralelamente con el general Matallana, con el que la Quinta
Columna había coqueteado tiempo atrás por su carácter conservador. Según declararon
ambos tras la guerra, pretendían que el general «ejerciera influencia sobre algún
personaje remiso o vacilante de su deber patriótico». Según Centaño, Matallana colaboró

233
con el espionaje franquista en la medida de sus posibilidades, ya que se encontraba muy
vigilado. De hecho, facilitó por medio de otro quintacolumnista (el capitán Suárez
Inclán) datos significativos sobre movimientos de tropas e incluso varios superponibles
con la situación de las tropas republicanas en los frentes cercanos a la capital.
Otros dos importantes jefes militares republicanos contactaron con los alzados para
ponerse incondicionalmente a las órdenes de Franco. Se trataba de los tenientes
coroneles Félix Muedra y Antonio Garijo, este último jefe de información del estado
mayor del Grupo de los Ejércitos. En un informe recibido por el SIPM el 11 de febrero
de 1939, Garijo proponía «actuar rápidamente contra Madrid y Valencia», aunque no
recomendaba lanzar una ofensiva en el frente de Extremadura porque «no daría
resultados prácticos inmediatos».
Por estas fechas, Negrín había regresado a España tras su paso por Francia, donde se
había refugiado tras la entrada de las tropas franquistas en Cataluña. Primero se instaló
en Valencia y posteriormente viajó a Madrid con algunos de sus ministros. Después de
entrevistarse con Casado y de sobrevivir a un durísimo bombardeo de la aviación
enemiga, decidió convocar una reunión urgente en Los Llanos (Albacete) para el 16 de
febrero, a la que tendrían que acudir los principales mandos militares de la República.

La carta de Barrón y la euforia de Casado

Un día antes de aquella reunión en Los Llanos, por fin llegó a Madrid la carta de
Barrón dirigida a Casado. Un enlace del SIPM trasladó en secreto el documento y se lo
entregó personalmente a Antonio Luna, que decidió esconderlo en uno de sus zapatos.
Después, siguiendo la cadena habitual, se lo hizo llegar a Diego Medina, que la llevó
hasta el despacho del coronel en la Posición Jaca. Con lágrimas en los ojos, Casado leyó
con atención la misiva —reconocía perfectamente la letra de su amigo Barrón— y justo
después de terminarla se atrevió a decir en voz alta: «Arriba España, muerte a Rusia».
Posiblemente, era la primera vez en tres años que pronunciaba esa frase. Casado se
mostró dispuesto a actuar para acabar con los comunistas y finiquitar la guerra lo antes
posible. Al mismo tiempo, le dio al quintacolumnista algunas recomendaciones para que
fueran trasladadas a la zona sublevada. Aconsejó el lanzamiento de octavillas sobre la
capital en las que se tildara de «cobarde» a Azaña por haber «abandonado al pueblo» y
en las que se cuestionara a Negrín por «servir los intereses de Rusia». También sugirió
que se realizaran emisiones radiofónicas con fines propagandísticos en las que acusaran
a los comunistas de «llevar a la muerte a millares de españoles». Por último, se
comprometió a «adueñarse» con sus propias fuerzas de la «situación» de Madrid sin
necesidad de ayuda externa. En todo caso, pediría colaboración a la Quinta Columna

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para capturar a los principales jefes del SIM.
Los detalles más relevantes de la reunión fueron transmitidos inmediatamente a la
emisora del SIPM en la Torre de Esteban Hambrán. Esta vez sí hubo coordinación a la
hora de transmitir el mensaje entre el grupo de Luna y el de Centaño, que trabajaban
alrededor del mismo objetivo. Un día después, la organización Antonio ampliaba los
datos del encuentro en otro mensaje radiado. Se decía que Casado se comprometía a que
la entrada de las fuerzas nacionales en Madrid se produjera en un plazo «máximo» de
quince días, porque el plan ya lo tenía «completo» en su mente y solo le faltaba
perfeccionarlo con su estado mayor. Pedía a los alzados que las tropas «italianas y
moras» se situaran en las proximidades de la capital y que se «cuidara su entrada en el
casco urbano». Por último, el mensaje también informaba de que Casado había tenido
que «contener al SIM», ya que en los últimos días la Falange madrileña había realizado
«movimientos improcedentes y peligrosos».

Un infiltrado en Los Llanos

La Quinta Columna se enteró de cómo transcurrió la reunión de Los Llanos entre


Negrín y sus principales jefes militares gracias al brillante trabajo de Manuel Guitián. El
joven ayudante de Centaño de la Paz averiguó por medio de un confidente la identidad
de todos los mandos del Ejército que asistieron al encuentro. Además de Casado, se
encontraban allí los generales Miaja, Matallana y Camacho y el almirante Buiza. El
confidente de Guitián era Antonio Garijo, un militar al que hemos mencionado en
páginas anteriores y que jugaría un papel muy importante en las futuras negociaciones de
Gamonal.
Garijo se reunió con Guitián en Valencia, sabedor de que el ayudante de Centaño de
la Paz era miembro de la Quinta Columna. Le contó que casi todos mandos que
participaron en el cónclave de Los Llanos se mostraron de acuerdo con acabar la guerra.
Eran partidarios de «entregar la zona sin que se derramara una gota más de sangre y sin
que se disparara un solo tiro». Aseguró que, a título personal, tenía preparada la entrega
de la zona centro y para hacerla efectiva pretendía «solicitar un salvoconducto
unipersonal» para trasladarse él mismo a territorio nacional en barco o avión. Pensaba
aterrizar o desembarcar en las líneas franquistas próximas a Valencia enarbolando una
bandera blanca. Tras la reunión de Los Llanos, Garijo desechó su posible traslado a
territorio franquista, ya que creía que los acontecimientos se iban a acelerar.
Casado coincide en su libro con prácticamente todos los detalles que Garijo facilitó a
la Quinta Columna. Sin embargo, aportó algunos datos de interés sobre el
comportamiento de Negrín en aquella cita sin precedentes en la Guerra Civil. Aunque el

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político canario reconoció que la situación era «verdaderamente grave», dijo que las
circunstancias exigían «continuar la lucha» porque estaban «agotadas» las posibilidades
de negociar la paz. Negrín consideraba que los problemas de abastecimiento y transporte
podrían ser solventados rápidamente, ya que en Francia se encontraban un gran número
de baterías, armas automáticas y aviones adquiridos por la República. Casado también
recordaba en sus memorias que el comportamiento de Miaja le chocó enormemente, por
ser el único de los militares de la reunión que se mostró a favor de «resistir a toda costa».

Nuevas reuniones de Centaño con Casado

El 20 de febrero a las 15.30 horas, Casado se reunió por segunda vez con Centaño de
la Paz y Guitián. A los dos agentes franquistas les sorprendió el emotivo recibimiento
que les dio el coronel y la camaradería con la que se dirigió a ellos. Durante la charla
hizo mención a su formación liberal, a sus creencias republicanas e incluso a sus
vínculos juveniles con la masonería. Mostró un odio visceral a los comunistas,
especialmente después de sufrir un atentado en Valencia en el que estuvo a punto de
morir. Tras reconocer que tenía previsto expatriarse en cuanto terminara la guerra, los
agentes le preguntaron por los detalles y plazos del plan que estaba trazando para
preparar la entrada de Franco en Madrid. Respondió con evasivas. Según un informe de
Centaño, «no parecía muy dispuesto» a darlo a conocer antes de que fuera «aprobado por
el gobierno a constituir».
Dos días después se produjo un tercer encuentro entre Centaño y Casado donde se
habló de nuevo del plan que estaba preparando. El militar aseguró que a finales de mes
comenzaría «la liquidación del asunto», pero pidió calma a los emisarios de Franco
porque, de iniciarse una ofensiva nacional sobre Madrid, él se vería obligado a cumplir
con su «deber» como oficial. Pese a todo, el quintacolumnista mostró su confianza en su
interlocutor en sus informes, pues le consideraba «sincero e incapaz» de una traición. El
SIPM no venía con tan buenos ojos al republicano. Bonel Huici, justo por estas fechas,
escribió una carta a su jefe, Ungría, en la que cuestionaba la «lealtad» del coronel
republicano.
Franco tampoco se fiaba de Casado y el 25 de febrero remitió una carta a Ungría en
la que se mostraba especialmente duro con el oficial enemigo, recordándole que la
rendición tenía que hacerse «sin condiciones». Hizo llegar la misiva a Madrid a través
del puesto del SIPM en Sepúlveda, remarcando que a su ejército le «sobraban» los
medios para tomar la capital. El dictador reconocía estar preparando las octavillas para
lanzar sobre la ciudad y haber dado las órdenes oportunas para que cesaran los
bombardeos. También mencionaba la posibilidad, de que, llegado el momento, las

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fuerzas republicanas facilitaran el paso a las nacionales por determinados sectores del
frente, como la Marañosa, el Jarama, Guadalajara o Cifuentes.
Mientras tanto, Antonio Luna y sus hombres se habían desencantado de la actitud de
Casado. Decían de él que solo contestaba con evasivas cuando le preguntaban por sus
planes y le acusaban de no controlar al SIM, que seguía practicando detenciones y
evacuando de Madrid obras de arte. Al mismo tiempo, Diego Medina seguía acudiendo
con frecuencia a la Posición Jaca para sonsacar nuevos datos al coronel. El doctor sabía
los riesgos que corría en cada una de sus visitas y era plenamente consciente de que el
espionaje republicano controlaba sus movimientos. Con todo, siguió aportando datos de
valor para los sublevados e informó de la presencia en la retaguardia madrileña de cargos
relevantes del gobierno de Negrín y del Partido Comunista.
A finales de febrero, los cuatro máximos responsables del grupo Antonio decidieron
reunirse para tratar la situación personal de Medina, que se sentía cada vez más acosado
por el SIM. De la siguiente manera recordaba Palacios el encuentro:

Yo no conocí a Diego hasta que, en vista de que nuestra misión era francamente desairada desde que las
respuestas de Casado carecían de la debida congruencia, acordamos reunirnos los cuatro (Luna, Palacios,
Bertoloty y Medina) para intercambiar impresiones. Ello me dio motivo, en primer término, para abrazar a
Diego y expresarle mi admiración por su valor temerario: era el último eslabón de la cadena, en contacto
inmediato con las fauces de la fiera y blanco de todas las sospechas por parte de los espías rojos que
vigilaban a Casado. Además, tenía que realizar su peligrosa misión sosteniendo una fuerte lucha interior
entre su sincera y afectuosa amistad con Casado y la evidencia de que las vacilaciones de este iban a ser
causa de que dejase pasar el momento oportuno para borrar sus anteriores yerros.

Franco pierde la paciencia

Pese a los riesgos que asumían sus miembros, especialmente Medina, la organización
Antonio intentó que Casado emitiera lo antes posible un comunicado explicando que él
asumía el poder porque la República «estaba huérfana». Pusieron a su disposición la
pluma de varios juristas de la Quinta Columna que le ayudarían a dar forma al texto,
entre ellos el propio Luna. Incluso Besteiro estaba dispuesto a trabajar en ese
documento, en el que se aportarían los argumentos constitucionales necesarios para
derribar al gobierno de Negrín. Sin embargo, Casado se mostró inicialmente dubitativo,
pero adquirió el compromiso de pedirle en su próxima entrevista con el presidente del
Gobierno que abandonara el poder.
Las evasivas del coronel estaban acabando con la paciencia de Franco. Había dejado
de confiar en Casado después que se negara a detallar su plan para derrocar a Negrín. En
estas circunstancias, los sublevados empezaron a preparar su ofensiva final sobre
Madrid, aunque sus planes se frenaron en seco durante unas horas. El 27 de febrero, un

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agente del SIPM en territorio enemigo (posiblemente, Centaño) envió un mensaje
cifrado a «Terminus» en el que decía que Casado se había comprometido a constituir al
día siguiente «una junta liquidadora» que pusiera fin a la guerra. Para formalizar los
detalles de esta junta, proponía el traslado a zona sublevada de Besteiro y del coronel
Fornells. La propuesta fue denegada de manera rotunda desde Burgos, porque pensaban
que las negociaciones tendrían que llevarlas a cabo solo militares. En otro durísimo
comunicado, se advirtió que la España nacional solo aceptaba «la rendición sin
condiciones», pero accedía a que se desplazaran hasta su territorio uno o dos militares
profesionales debidamente acreditados. La fecha fijada para ese encuentro fue el 2 de
marzo en el aeródromo burgalés de Gamonal.
Ni el 28 de febrero se constituyó la prometida junta liquidadora, ni los dos emisarios
republicanos pudieron viajar hasta territorio franquista por una serie de «dilaciones».
Casado no había cumplido con su palabra y la situación de los quintacolumnistas en
Madrid era de incertidumbre total. Así lo recordaba Julio Palacios en sus memorias:

Teníamos la sensación de vivir en un volcán. Nuestros informes decían que los comunistas estaban ya
perfectamente preparados para su plan catastrófico. Dos batallones tenían la misión de asesinar, no solo a
presos y refugiados, sino a todas las personas contenidas en una larguísima lista en la que estaban también
diplomáticos extranjeros y jefes y oficiales de todas las tendencias no comunistas. Las ejecuciones debían
ir acompañadas por los consabidos incendios y voladuras. Casado nos había dicho que había podido retirar
de Madrid 700 toneladas de dinamita, pero quedaban aún 900 por localizar.

Casi todos los miembros de la organización Antonio daban por hecho que las
negociaciones con Casado se habían roto tras sus últimos desplantes; sin embargo, el
SIPM ordenó que mantuvieran activo un enlace con él. Medina, por lo tanto, continuó
visitándole mientras que Luna trataba de convencer a Besteiro para que asumiera un
mayor protagonismo político. No fue el único en intentarlo. El 4 de marzo de 1939, su
compañero Palacios, que conocía a Besteiro desde antes de la guerra, le escribió una
carta para que se pusiera al servicio de los militares que estaban dispuestos a liquidar el
conflicto.

La Quinta Columna y el golpe de Casado

Por estas fechas la actividad en la retaguardia republicana era frenética. Cada vez
eran más los que pensaban que la opción de «resistencia» de Negrín era una locura,
sobre todo tras el reconocimiento del gobierno de Burgos por parte de Francia e
Inglaterra. Unos días antes, Azaña había enviado una misiva al presidente de las Cortes
presentando su dimisión como presidente de la República, sabedor de que la guerra
estaba perdida. Entre tanto, Negrín no paraba de convocar reuniones con los altos

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mandos militares para estudiar la situación en el frente. Una de las últimas se celebró el
2 de marzo en la Posición Yuste de Elda, con la presencia de importantes jefes
comunistas, entre ellos Enrique Líster. Fue la última cita a la que acudió Casado, ya que
los acontecimientos durante los días siguientes dieron un giro radical. El 4 de marzo se
produjo la sublevación en Cartagena, dirigida en la sombra por la Quinta Columna, que
permitió la huida de toda la flota republicana a Orán (Argelia) un día más tarde.
El mismo día que la flota salía de España se produjo el golpe de Casado en Madrid.
Fue una especie de alzamiento interno dentro del territorio del Frente Popular que se
originó, según relataría el coronel en su libro, como respuesta a un supuesto complot
comunista por hacerse con el poder. Más allá de posibles conspiraciones, lo cierto es que
el militar asumió el papel de líder con el objetivo de lograr su ansiada paz honrosa. Un
día después varias unidades socialistas y anarquistas se desplegaron por Madrid para
ocupar puntos sensibles como las estaciones de radio, la DGS, el Banco de España o
Telefónica. Ya por la noche, según consta en un informe del SIPM, tanto Casado como
Besteiro dirigieron un emotivo discurso al pueblo madrileño a través de Unión Radio.
Decían que el gobierno de Negrín carecía de «base jurídica» para seguir en el poder y
afirmaban que, tras la dimisión de Azaña, su cargo era «ilegítimo». Como especialista en
Derecho, Luna colaboró en la redacción del manifiesto que terminaba diciendo: «Viva
España, viva la República».
La Quinta Columna madrileña siguió con una gran expectación el desarrollo de los
acontecimientos en Madrid, pero se mantuvo en un segundo plano. Solo unas horas antes
de los discursos radiados de Casado y Besteiro, la organización Antonio ya estaba al
corriente del golpe gracias a Manuel Guitián, que había observado movimientos
«extraordinarios» de tropas alrededor de la Posición Jaca. El joven quintacolumnista
propuso al resto de sus compañeros que mantuvieran «a toda costa» el enlace directo con
Casado a través del agente más próximo al coronel, que era el doctor Medina.
Julio Palacios asumió la responsabilidad de contactar con Medina para darle estas
directrices. Era muy arriesgado llamarle a su vivienda o despacho, ya que su línea podría
estar intervenida por el SIM, así que decidió telefonear a Bertoloty, que al ser médico
también podía enlazar con él sin levantar sospechas. El laureado doctor se citó con
Palacios en la calle Serrano para recibir instrucciones la noche del 5 de marzo. Cuando el
físico se dirigía al punto de encuentro, observó que se respiraba una tensa calma en las
desiertas calles de la capital, aunque la presencia de milicianos de la CNT era más
numerosa de lo habitual. A la hora acordada, los dos quintacolumnistas se encontraron y
se fundieron en un profundo abrazo. Bertoloty estaba muy «agitado», pues había
presenciado el ametrallamiento desde un coche de dos personas que caminaban por
Serrano. Durante unos segundos pensó que los asesinados habían podido ser sus
camaradas de la Quinta Columna.

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Una vez transmitidas las directrices a Bertoloty para que se las facilitara a Diego
Medina, Palacios regresó a casa. Lo primero que hizo fue sintonizar Unión Radio y lo
que escuchó a continuación le emocionó sobremanera: era un discurso de Casado y
Besteiro. Así reprodujo aquellos momentos:

A eso de las once busqué de nuevo Unión Radio para oír el parte rojo y me dio un vuelco el corazón.
¡Estaba hablando Besteiro! ¡La frase «decapitada la República», que había escuchado de sus labios tres
días antes, no me dejaba lugar a dudas! El admirable discurso, leído con voz entrecortada por la emoción,
estaba a la altura del momento… Pero el gozo desaparece súbitamente y todos nos miramos con estupor:
está hablando Casado y repite la consigna de Negrín, «nos salvaremos todos o nos hundiremos todos».
Dice que nada tiene que rectificar y su lenguaje no es el de un vencido sino de quien en sus manos todavía
tiene el destino de España.

Solo unas horas después de aquellos discursos, la mañana del 6 de marzo se instauró
el Consejo Nacional de Defensa bajo la presidencia honorífica de Miaja. Era una especie
de gobierno provisional formado por todos los partidos y organizaciones del Frente
Popular que estaban de acuerdo con poner fin a la guerra. La única ausencia en aquel
consejo era el Partido Comunista. Ese mismo día empezaron los combates urbanos sobre
la capital entre los partidarios de Casado, deseosos de lograr una paz honrosa, y los
comunistas que estaban dispuestos a «resistir» hasta las últimas consecuencias.
Durante una semana, los enfrentamientos en las calles de Madrid fueron intensísimos
y ocasionaron cientos de víctimas. Los grupos de la Quinta Columna permanecieron al
margen y a duras penas consiguieron enviar media docena de informes de situación al
SIPM. La capital estaba paralizada. Uno de estos informes, fechado el 7 de marzo,
aconsejaba a las «fuerzas de ocupación» que lanzaran una ofensiva «muy urgente» por
los sectores del Hospital de Carabanchel o del Parque del Oeste, porque los «rojos
abrirían los frentes». Desconocemos con exactitud qué organización recomendó la
ofensiva, pero las consecuencias fueron catastróficas para el Ejército franquista: cuando
al día siguiente realizaron una operación de reconocimiento por las zonas madrileñas de
El Plantío, Ciudad Universitaria y El Pardo, se toparon con una tenaz resistencia. Los
republicanos no estaban dispuestos a abrir los frentes. Las fuerzas sublevadas tan solo
ocuparon una línea de trincheras y perdieron a más de doscientos hombres, un coste
demasiado alto cuando la guerra estaba a punto de terminar. Mientras tanto, las noticias
que llegaban desde Cartagena también supusieron otro duro mazazo para Franco, aunque
de magnitud más grave. Uno de los buques mercantes que se preparaba para
desembarcar tropas en la ciudad, el Castillo de Olite, fue hundido por una batería costera
republicana, causando más de mil quinientas víctimas.
En Madrid la situación era dramática. Debido a los combates entre casadistas y
comunistas, la Quinta Columna estaba paralizada. Antonio Luna y sus hombres
intentaron contactar con Casado para conocer de primera mano la situación de la ciudad.

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Palacios fue el encargado de ponerse al habla con el coronel y trató de aproximarse hasta
su despacho, acompañado de Guitián y Bertoloty. Subidos en un automóvil, se
aproximaron al Ministerio de Hacienda, donde pensaban que se encontraba el estado
mayor del Consejo Nacional de Defensa. Tuvieron que desistir, porque las calles estaban
intransitables, repletas de vehículos incendiados y con un elevado número de cadáveres
que empezaban a pudrirse. Circular por la capital era demasiado arriesgado y las noticias
que llegaban de Hacienda eran desalentadoras: los comunistas llevaban las riendas de la
lucha.
Según escribieron los quintacolumnistas Antonio Bouthelier y José López Mora en
su libro 8 días de la revuelta comunista, la situación llegó a ser tan dramática para los
casadistas que el propio general Matallana rogó la intervención urgente de Franco.
Relataban que Matallana se reunió en los pasillos del Ministerio de Hacienda con dos
miembros de la Quinta Columna y, con lágrimas en los ojos, les pidió que las fuerzas
sublevadas «ocuparan Madrid» cuanto antes. A través de Julio Palacios hemos podido
saber que los dos agentes que se reunieron con el general Matallana fueron Centaño de la
Paz y Ricardo Bertoloty. Como puede comprobar el lector, las dos organizaciones que se
habían aproximado a Casado de manera independiente ahora trabajaban de la mano.
Solo unas horas después de que la Quinta Columna informara al SIPM del ruego de
Matallana, los emboscados madrileños recibieron la siguiente contestación por parte del
espionaje franquista: «Decisiones o determinaciones del Caudillo no dependen de
organización o personas relacionadas con Casado, sino de lo que convenga a España,
que solamente él puede apreciar en cada momento. Actúen como hasta ahora y tengan fe
en quien gloriosamente dirige los destinos de España, cualquiera que sea el camino que
elija para llegar a la paz».
El general republicano no fue el único que lanzó un llamamiento desesperado de
auxilio. Algunos de los miembros del consejo gestionaron por estos días su entrada en el
Hospital Francés en calidad de refugiados políticos, convencidos de que los combates se
inclinarían del lado comunista.

Las últimas negociaciones

A medida que pasaban los días, la situación en Madrid dio un vuelco. Las tropas del
consejo habían empezado a recuperar el terreno perdido gracias, según la organización
Antonio, al control de la prensa y la radio. El 10 de marzo los quintacolumnistas de Luna
informaban a Burgos de que el consejo «dominaba» la situación y suplicaban a Franco
que todavía no lanzara su ofensiva final. Dos días más tarde, casi todos los focos
comunistas se habían extinguido y el Consejo Nacional de Defensa se reunía para

241
celebrar la victoria. Aprovechando ese encuentro, sus miembros prepararon una
propuesta para negociar la paz con Franco, que contenía unas condiciones mínimas de
rendición. Elaboraron un documento escrito en una cuartilla que se resumía en dos
puntos claves: la negociación se haría directamente con el enemigo, «sin intervención
extranjera», y la imposición de unas «condiciones mínimas» de rendición. Estas
condiciones estarían basadas en la «garantía de la soberanía nacional, ausencia de
represalias y libertad de expatriación en un plazo de veinticico días». El documento
asignaba como representantes de las negociaciones a Casado y Matallana, que se
ofrecían a acudir personalmente a la zona franquista para terminar la guerra. La
propuesta del consejo fue entregada ese mismo día a la Quinta Columna.
No hubo respuesta oficial de los sublevados hasta cuatro días más tarde. Franco
consideraba, una vez más, que los republicanos no estaban en condiciones de exigir
garantías de ninguna clase. Además, se mostraba indignado con algunas declaraciones
que había realizado Casado ante la prensa internacional en las que se mostraba ambiguo.
Por un lado, hablaba de buscar una paz honrosa, pero al mismo tiempo hacía referencia a
realizar una resistencia «gallarda».
Las organizaciones de la Quinta Columna se preparaban mientras tanto para una
ofensiva final inminente de los sublevados sobre Madrid. Algunos de sus miembros
mostraban ante el SIPM su temor a quedar «al descubierto». Uno de ellos fue Centaño de
la Paz que, a través de su emisora, Lucero Verde, advirtió de los riesgos que podrían
correr sus agentes si se lanzaba un ataque. La respuesta del SIPM fue tajante: «Nunca
debió descubrirse la organización a nuestros enemigos». Los servicios secretos también
daban libertad a los quintacolumnistas sobre el terreno para decidir «quiénes debían
intentar pasarse a la otra zona y quiénes deberían quedarse» en la capital. Eso sí,
ordenaba «dejar asegurado el servicio con hombres no quemados».
Para Casado, estos cuatro días de espera fueron una «verdadera tortura». No había
recibido respuesta a su propuesta de negociación desde el lado franquista, así que se
entrevistó de nuevo con los representantes del enemigo (posiblemente con Centaño)
durante el 18 de marzo. Esa misma noche le cedió las instalaciones de Unión Radio para
que enviara lo antes posible un nuevo mensaje a «Terminus», solicitando una reunión
con los sublevados.
La respuesta no se hizo esperar ni veinticuatro horas. El SIPM, por orden de Franco,
comunicó a Centaño que se denegaba la presencia de Casado junto a Matallana en zona
sublevada. Sin embargo, sí se autorizaba la «venida de un jefe profesional con plenos
poderes para regular los detalles de la entrega». En el escrito se lanzaba un dardo
envenenado contra Casado, asegurando que sus recientes declaraciones en la prensa
habían «despertado» recelo porque eran «contrarias a la rendición».
Ante esta nueva situación, el Consejo Nacional de Defensa acordó enviar a la otra

242
zona a dos oficiales que también habían mantenido contactos con la Quinta Columna,
aunque de menor entidad. Eran Antonio Garijo y Leopoldo Ortega, jefes de las secciones
de información y operaciones del Grupo de los Ejércitos que actuarían como meros
emisarios, sin plenos poderes para adoptar compromisos. Su misión tan solo consistiría
en transmitir las iniciativas del consejo, recoger las pretensiones del enemigo y lograr un
plazo de veinticinco días para que las personas que lo consideran oportuno pudieran
expatriarse sin dificultades.

La primera reunión de Gamonal

El día elegido para la negociación fue el 23 de marzo. Los emisarios del consejo
viajarían en avión desde Madrid hasta el aeródromo burgalés de Gamonal entre las
nueve y las doce de la mañana. Antes de partir, Casado entregó a sus representantes un
documento que él mismo había redactado para que se lo hicieran llegar a los sublevados.
En él se insistía en la necesidad de disponer de «facilidades» para la expatriación de las
personas que lo desearan. También reflejaba un plan de entrega de sus fuerzas, que se
tendría que hacer por zonas o teatros de operaciones.
Como hemos visto en el capítulo anterior, el Douglas de la República despegó a las
nueve de la mañana de Barajas. En su interior viajaban, además de Garijo y Ortega, tres
agentes del SIPM que tenían la misión de custodiar a los republicanos hasta su llegada a
Gamonal. Solo conocemos la identidad de dos de ellos, Centaño de la Paz y Enrique
Guardiola. Tras una hora de trayecto en vuelo directo por encima de Somosierra, el
avión llegó hasta el aeródromo burgalés. Los oficiales fueron conducidos a un comedor
donde se celebró la reunión. Allí estaban varios mandos del Ejército nacional, como los
coroneles Luis Gonzalo Victoria y José Ungría o los comandantes Carmelo Medrano y
Eduardo Rodríguez.
Fue un recibimiento «menos frío» de lo esperado, según afirmaría Garijo a su
regreso. La reunión empezó sobre las once con la entrega por parte de Ungría de una
copia de las normas para «la rendición del Ejército rojo y la ocupación total del territorio
aún en su poder». Los emisarios republicanos hicieron lo propio y también facilitaron el
documento de Casado. Dejaron claro que en ese escrito no se hablaba de exigencias de
ninguna clase, sino de recomendaciones para lograr una entrega más segura porque
«quedaba descontada la victoria del Ejército nacional».
Después de pedir que se «suavizara» la propaganda y se redujeran los bombardeos
como el que había sufrido Valencia el día anterior, los representantes del consejo
pidieron algunas aclaraciones sobre las garantías ofrecidas por Franco, que fueron
entregadas por la Quinta Columna los días 1 y 5 de febrero. Después, Garijo explicó que,

243
si se desataba una ofensiva nacional, las consecuencias podrían ser «catastróficas» para
los agentes nacionales en la retaguardia madrileña, «e incluso para nuestro Gobierno».
Consideraba que la gente «tiene la idea de que la guerra había terminado y sería más
difícil controlarla» ante un ataque sobre Madrid. En relación con la posible expatriación
de ciudadanos, calcularon que entre 5.000 y 10.000 estarían dispuestos a obtener sus
pasaportes para salir de España, «no por responsabilidad penal», sino por «miedo
físico». Los oficiales franquistas aseguraron que darían las máximas facilidades para la
evacuación y recomendaron a los miembros del Consejo Nacional de Defensa que
también se expatriasen.
Los representantes de Franco informaron a sus interlocutores de que sus poderes en
la reunión se «reducían exclusivamente» a poner en su conocimiento las normas para la
rendición de las fuerzas enemigas. Entre ellas, hicieron más hincapié en la entrega de la
aviación republicana, que tendría que hacerse el 25 de marzo entre las 15.00 y las 18.00
horas. A la hora acordada, los cazas y bombarderos deberían aterrizar con su armamento
y equipo completo, sin munición, en los aeródromos de Navalmoral, Cáceres, Badajoz,
Mérida, Teruel y Córdoba. Por su parte, la rendición de las fuerzas terrestres se haría el
día 27 y la entrega empezaría tras el disparo de tres salvas de artillería en todos los
sectores de los frentes. Al conocer los detalles del plan de rendición, Garijo comunicó a
sus interlocutores que encontraba «difícil» llevarlo a cabo tanto por la «psicología del
Ejército enemigo» como por la urgencia de las fechas.
Tras una breve interrupción para almorzar, la reunión prosiguió hasta las 15.00 horas,
momento en el que se dio por concluida la negociación. Mientras transcurrían las
conversaciones, los tres miembros de la Quinta Columna (Centaño, Enrique Guardiola y
otro agente desconocido) esperaban las directrices de Ungría para proceder a partir de
aquel momento. El jefe del SIPM ordenó a Guardiola que acompañara de regreso a
Madrid a los emisarios republicanos, pero a los otros espías se les obligó a quedarse en
Burgos.
Mientras todo esto sucedía, Antonio Luna, Julio Palacios y el resto de
quintacolumnistas vivían en una tensión permanente. Eran plenamente conscientes de
que sus vidas podían correr peligro en el caso de que se iniciara una ofensiva sobre la
capital, pues estaban muy marcados por sus conversaciones con Casado y con Besteiro.
Se enteraron por medio de Guardiola de que Centaño se había quedado en Burgos, por lo
que a partir de entonces tendrían que asumir ciertos riesgos para mantener el enlace con
el gobierno en Madrid.
El Consejo Nacional de Defensa se reunió la noche del 23 de marzo para estudiar las
conclusiones de la reunión de Gamonal. Las impresiones en líneas generales fueron
positivas, a excepción del plan de entrega de la aviación y las fuerzas terrestres, que fue
considerado imposible de cumplir en un plazo «tan corto». La reunión terminó de

244
madrugada sin consenso. Al día siguiente la actividad en la retaguardia siguió siendo
muy intensa. El día amaneció con el fusilamiento del coronel Barceló y del comisario
Conesa, dirigentes comunistas implicados en los enfrentamientos de semanas atrás.
También se produjo uno de los últimos desfiles militares de la República en la plaza de
Manuel Becerra, en homenaje a tres coroneles y un dirigente socialista asesinados por
partidarios de Negrín en El Pardo durante los combates de marzo.

¿Un nuevo agente de Franco?

Mientras tanto, los hombres del consejo seguían trabajando en la sombra con la
intención de que Franco flexibilizara sus plazos de entrega del Ejército republicano,
especialmente la aviación. El encargado de mover ficha en esta ocasión fue Besteiro, que
contactó con un viejo amigo de su familia refugiado en la embajada de Chile: el duque
de Frías. Besteiro consiguió convencerle para que saliera de la legación y se entrevistara
con Casado, ya que quería pedirle su ayuda como personalidad destacada. La lealtad a
los sublevados del duque era indudable, pues había participado el 18 de julio de 1936 en
la defensa del cuartel de María Cristina y fue encarcelado más adelante en San Antón.
Pese a sus reticencias iniciales, el noble finalmente accedió a reunirse con el coronel en
su despacho del Ministerio de Hacienda. Según afirmó después de la contienda, el
militar se comportó con «caballerosidad», pese a la distancia ideológica que existía entre
ambos. Le pidió que trasladara hasta zona nacional una emotiva carta escrita de su puño
y letra dirigida personalmente a Franco. En ella reconocía estar «abrumado» por la
responsabilidad del momento y destacaba el anhelo de paz que se respiraba en su zona.
El duque de Frías aceptó la petición y esa misma tarde consiguió llegar a territorio
sublevado gracias al trabajo del teniente coronel Manuel Fontela, jefe de la 18.ª División
republicana por cuyo sector, el Cerro de los Ángeles, se realizó el paso. A última hora de
la noche, «Terminus» ya había recibido la carta de Casado, aunque reaccionó de manera
impasible a su contenido sentimental.
En relación con este pasaje hay algunas contradicciones que merece la pena reseñar.
En un artículo de 1961, el duque de Frías decía en ABC que fue Casado quien le pidió
que llevara su carta a territorio sublevado, pero el coronel republicano insinuaba en su
libro Así cayó Madrid que fue el noble quien se ofreció al consejo. Según esta última
versión, el duque «deseaba contribuir en la medida de sus fuerzas» a conseguir la paz y
para lograrlo pidió permiso para trasladarse a Burgos «dejando en Madrid como rehenes
a sus hijos y sus bienes». Según consta en su libro, el traslado del duque a terreno
sublevado fue sometido a votación por los miembros del consejo: cinco a favor y tres en
contra. Besteiro fue uno de los que se opusieron al viaje por no «considerar conveniente»

245
que las gestiones de paz las llevaran otras personas ajenas al consejo.
La entrada en escena del duque de Frías nos hace dudar en estos instantes del papel
jugado por la Quinta Columna durante la última semana de la Guerra Civil. ¿Por qué
recurrió el consejo a una persona externa que nada había tenido que ver con las
negociaciones? ¿Por qué Casado no recurrió a los hombres de la organización Antonio,
especialmente al doctor Medina, para trasladar la información? ¿Los republicanos habían
dejado de confiar en los quintacolumnistas o acaso estos permanecían escondidos a la
espera de recibir una orden más concreta? Por desgracia, no tenemos respuesta para
ninguna de estas preguntas.

La segunda reunión de Gamonal

El Consejo Nacional de Defensa solicitó por radio a Burgos una segunda reunión en
Gamonal para tratar los detalles de la capitulación. Una vez más, Garijo y Ortega fueron
los designados para participar en el encuentro. Los dos llegaron al aeródromo franquista
a las 14.45 horas del 25 de marzo de 1939. Junto a ellos, como hemos visto en el
capítulo anterior, iba Enrique Guardiola en calidad de agente del SIPM, aunque ya no
regresaría a la capital. El piloto que estaba al frente del Douglas republicano era José
Corrochano Márquez, el piloto personal del general Miaja, con el que huiría de España
unos días más tarde.
Según contó Garijo, los participantes en aquella reunión fueron los mismos jefes
militares que asistieron el 23 de marzo. Lo primero que quisieron saber los
representantes de Franco fue si a lo largo de esa misma tarde se realizaría la entrega de la
aviación. Los emisarios de Casado echaron balones fuera, escudándose en las malas
condiciones climatológicas. Después dijeron que «no se tenía en la mano» todos los
aparatos, pero que el jefe de las Fuerzas Aéreas estaba dispuesto a ser el primero en
entregarse con su gente de confianza. Sin embargo, aseguraron que no podían responder
por todas las tripulaciones por temor a que, una vez en el aire, algunos pilotos optaran
por expatriarse.
Acto seguido, los republicanos quisieron saber si los nacionales podían elaborar un
documento oficial, similar al que Casado recibió en febrero de la Quinta Columna, en el
que se reflejara con detalle los aspectos que hablaban de las responsabilidades de los
perdedores. Dijeron que los militares no precisaban de ese escrito oficial, pero sí los
políticos, ya que como «conductores de masas, necesitaban darlo a conocer a su gente».
Lo que más llamó la atención a los sublevados fue la falta de aceptación por parte del
consejo de las normas de rendición que se habían entregado en la primera reunión de
Gamonal el 23 de marzo. Los emisarios, conscientes de que la negativa podría echar por

246
tierra la negociación, se comprometieron a entregar la aviación el día 28. Como gesto de
buena voluntad, mencionaron la idea del general Matallana de entregarse a los
sublevados en un sector controlado por los alzados, como «acto simbólico».
La conversación se interrumpió unos minutos. El coronel Gonzalo se puso en
contacto telefónico con el Cuartel General de Franco para explicar cómo estaba
transcurriendo la reunión, incidiendo en la negativa del Consejo Nacional de Defensa de
cumplir los plazos de entrega. El general Martín Moreno, su interlocutor, ordenó
inmediatamente que finalizase el encuentro y que los dos emisarios enemigos volvieran
cuanto antes a Madrid, pues las condiciones meteorológicas eran pésimas. Así se lo
hicieron saber a Garijo y Ortega, que abandonaron «desconcertados» Gamonal a las
18.00 horas. Esta vez no los acompañó ningún miembro de la Quinta Columna. Las
negociaciones se habían cortado abruptamente. La ofensiva final de los sublevados
estaba a punto de comenzar.
Durante los tres días siguientes, los frentes republicanos se fueron derrumbando poco
a poco mientras las tropas franquistas avanzaban sin encontrar resistencia alguna. Con
las negociaciones ya rotas, el Consejo Nacional de Defensa trató de ganar tiempo para
lograr una mayor seguridad en la evacuación de las personas con responsabilidades. El
26 de marzo, Casado se sirvió de nuevo de la Quinta Columna para enviar a la
desesperada varios mensajes a «Terminus». Según Ricardo de la Cierva, a través de la
emisora Lucero Verde se hizo llegar a la otra zona la posibilidad de acelerar la entrega
de la aviación. Era demasiado tarde. Franco había puesto en marcha su última operación
de la guerra.
Creemos que el encargado de transmitir aquellos últimos mensajes por la emisora
clandestina de la Quinta Columna fue Manuel Guitián, ya que Centaño de la Paz se
encontraba en Burgos desde el 23 de marzo. Mientras esto sucedía, la organización
Antonio volvía a hacer acto de presencia en la retaguardia madrileña. Al menos dos de
sus componentes, Antonio Luna y Diego Medina, salieron de sus escondites y se
aproximaron de nuevo a Julián Besteiro para preparar la capitulación de Madrid.

Valdés Larrañaga escapa de Madrid

Los acontecimientos se iban acelerando a medida que pasaban las horas y la Falange
Clandestina iba adquiriendo un mayor protagonismo por las calles de la capital. Fue en
estos días cuando el líder falangista Valdés Larrañaga consiguió su libertad tras
convencer al director de la cárcel de Duque de Sexto de que le dejase marchar. Se
escondió en el Hospital Francés y luego en un piso propiedad de un diplomático de
Estados Unidos, antes de que la Quinta Columna preparara su huida a zona franquista.

247
Según explicaba Valdés en su libro De la Falange al Movimiento, antes de abandonar
Madrid se entrevistó con Julián Besteiro gracias a las gestiones que había realizado
Antonio Luna. No hay apenas datos de ese encuentro, tan solo que el republicano le
recomendó que tuviera cuidado al pasar al territorio franquista, «no fuera a caer en
manos de algún comunista».
Después de aquella misteriosa entrevista en los sótanos del Ministerio de Hacienda,
los quintacolumnistas de Lucero Verde se encargarían de la evacuación de Valdés.
Guitián dirigió la operación de traslado en la que también participaron los falangistas
Salvador Lissarrague y Serrano Novo, dos de sus hombres de confianza. El joven
médico fue a recogerle en un coche hasta un piso de la calle Goya donde permanecía
escondido y se dirigieron hasta Alcalá de Henares. Después, dando un rodeo inmenso, se
aproximaron hasta Aranjuez y echaron gasolina en una estación de suministro donde
también estaba repostando una unidad republicana. Todos supieron mantener la calma y
no levantaron las sospechas de los soldados del Ejército Popular, que estaban empezando
a abandonar los frentes.
El coche continuó su ruta hasta las localidades de Mora y Navalmorales, en la
provincia de Toledo. Antes de llegar a este último pueblo, los miembros de la Quinta
Columna escondieron a su jefe en una venta en la que residía un paisano que colaboraba
con el SIPM. Le pidieron que permaneciera allí unas horas hasta que fueran a recogerle a
la mañana siguiente. Aceptó sin dudarlo, cenó un «excelente arroz con conejo» y,
cuando ya estaba amaneciendo, una partida de agentes del SIPM se personaron en la
venta para recogerle. Todos llevaban un capote militar con el yugo y las flechas y
estaban armados con fusiles, ametralladoras y bombas de mano. Junto a ellos iban
Guitián y su ayudante Serrano Novo, también ataviados con los emblemas falangistas.
Después de seis horas de ruta y tras descansar en un cortijo, la expedición atravesó una
vaguada en la que estaban ubicados dos «puestos enemigos» que estaban conectados por
teléfono. En medio de un silencio sepulcral, atravesaron la zona sin ser detectados y
consiguieron llegar unos minutos después al río Tajo, donde les esperaba una barca. Con
ella conseguirían llegar a terreno sublevado.
Mientras se producía esta fuga, la noche del 26 de marzo los miembros más
destacados del Gobierno republicano se despidieron del pueblo de Madrid por radio
explicando que las negociaciones con el enemigo se habían roto. Al día siguiente se
celebró la última reunión del Consejo Nacional de Defensa, ya sin Miaja, que se había
marchado a Valencia. Durante la mañana del 27 de marzo de 1939 se hicieron visibles en
la capital las diferentes organizaciones de la Quinta Columna que llevaban tres años
operando desde la clandestinidad. Algunos de sus miembros lucían brazaletes de color
blanco para ser identificados por las pocas fuerzas de seguridad que todavía permanecían
en la capital. Sus misiones consistieron en controlar los servicios básicos de la ciudad,

248
evitar posibles sabotajes y desarmar a las principales unidades militares de la República.
Casado y la mayor parte de miembros del consejo abandonaron Madrid el 28 de marzo.
Se desplazaron hasta Valencia en un Douglas para treinta plazas, propiedad de un grupo
de norteamericanos que simpatizaban con el Frente Popular. Consiguieron salir de
España desde Gandía, a bordo de un buque inglés con el que llegaron hasta Reino Unido.

La Quinta Columna en Hacienda y Ciudad Universitaria

El Ministerio de Hacienda se había quedado desalojado casi por completo durante la


mañana del 28 de marzo. Allí solo permanecían un puñado de políticos y militares
republicanos que contaban las horas para ser detenidos por las primeras avanzadillas
franquistas. Entre ellos se encontraba Julián Besteiro, que había tomado la decisión de
permanecer en la capital, al igual que el anarquista Melchor Rodríguez, apodado años
después como El Ángel Rojo, que hacía funciones de alcalde de la ciudad. También se
encontraban Rafael Sánchez Guerra, ex presidente del Real Madrid y ayudante de
Casado; el coronel Adolfo Prada, nuevo responsable del Ejército del Centro, y el teniente
coronel Antonio Garijo, uno de los protagonistas de las conversaciones de Gamonal. En
total se encontraban dentro del ministerio unas veinte personalidades, protegidas por
varias decenas de carabineros armados que todavía permanecían leales a la República.
Antes del mediodía, el coronel Adolfo Prada abandonó las instalaciones de Hacienda
para dirigirse a la Ciudad Universitaria, donde había sido citado por el alto mando
sublevado. Tendría que participar en un acto simbólico de la entrega de Madrid, en pleno
frente de batalla, ante las fuerzas franquistas que habían protegido el sector del Hospital
Clínico. Prada acudió acompañado por dos de sus hijos, que eran sus ayudantes, y una
escolta formada por tres milicianos y tres guardias de asalto. Junto a ellos también
acudió el doctor Diego Medina Garijo, que actuaría en calidad de agente del SIPM. El
quintacolumnista los acompañó hasta un punto concreto cerca del asilo de Santa
Cristina, donde estaba previsto que se reunieran con el coronel sublevado, Eduardo
Losas. Allí se realizó la entrega simbólica de la ciudad poco antes de las 13.00. El acto
quedó inmortalizado para siempre gracias a un documental elaborado unas semanas más
tarde por el Departamento Nacional de Cinematografía, titulado La liberación de
Madrid. En la filmación se observa el saludo militar entre Prada y Losas con la presencia
del agente Medina, vestido de civil.
Mientras esto sucedía, la situación en el Ministerio de Hacienda era de calma tensa.
Sobre las 15.00 horas Antonio Luna hizo su aparición en los sótanos de la calle Alcalá,
donde había acudido tras recibir una llamada de Besteiro. Viendo que ninguna autoridad
nacional se había presentado en el ministerio, el líder de la organización Antonio decidió

249
proteger a su amigo. Antes de llegar, comprobó que las calles empezaban a estar repletas
de jóvenes falangistas armados, algunos casi adolescentes, cuya actitud podría poner en
peligro a las autoridades republicanas. Hemos podido saber más datos sobre la actitud
que mantuvo Luna en el Ministerio de Hacienda gracias al libro de Sánchez Guerra, Mis
prisiones:

Por la tarde, como nos había prometido, vino a acompañarnos y a «protegernos» (así lo afirmó él
jactanciosamente) el señor Luna. El profesor Luna, ampuloso, pedantísimo, pesado, se dedicó a hacernos,
escuchándose al hablar, la apología del programa de Falange, a explicarnos qué era y lo que significaría el
movimiento salvador de Franco.
—Queremos —nos decía— crear un nuevo Imperio; hacer una España unificada, grande, libre.
Nosotros —como dijo José Antonio en su discurso del Cine Madrid el 19 de mayo de 1935— amamos a
España con una voluntad de perfección; nosotros no amamos a esta ruina, a esta decadencia de nuestra
España física de ahora.
La cita le había salido perfecta. Se arrellanó más cómodamente en el sillón, inició unas tosecitas que no
las mejoraría Margarita Gautier, bebió como hacen los oradores mitinescos unos sorbos de agua y continuó
su perorata:
—Hemos de lograr la España que soñamos: una España para todos, donde no haya un solo hogar sin
pan y sin lumbre, todo el mundo encuentre trabajo, en la que no sea posible el estraperlo, ni el favoritismo
político, ni los negocios sucios. Ah, mis queridos amigos —prosiguió después de una nueva pausa, en un
tono declamatorio y patético— ¡lo lograremos! Vaya si lo lograremos. ¡España volverá a ser lo que fue en
tiempos de los Reyes Católicos! No olviden ustedes que detrás de nosotros, dispuestos a ayudarnos como
hasta ahora, tenemos a las dos naciones más grandes del mundo: Alemania e Italia… Yo comprendo que el
porvenir para las democracias y para los demócratas es sombrío y triste, pero ustedes, personalmente, no
tienen nada que temer de la España de Franco. El caudillo es magnánimo y no ejercerá su implacable
justicia más que con los hombres que hayan cometido crímenes. Ustedes podrán irse tranquilamente a sus
casas. Ustedes han luchado honradamente por un ideal equivocado.

Siguiendo el relato de Sánchez Guerra, al que Luna no le inspiraba ninguna simpatía


ni confianza, el quintacolumnista permaneció unas horas más en el Ministerio de
Hacienda a la espera de que llegara algún responsable del Ejército de Franco. Sobre las
nueve de la noche se presentaron allí varios falangistas «perfectamente uniformados»
con la intención de ocupar las instalaciones. Aunque no iban armados, su
comportamiento fue un tanto hostil con las autoridades republicanas, sobre todo al
principio. Su jefe tuvo un pequeño encontronazo con Besteiro, al que recriminó por no
hacer el saludo fascista. El jefe de la organización Antonio salió en defensa de su amigo
y mostrando su carné de agente del SIPM, dijo: «Estos caballeros se han entregado
voluntariamente y están ahora bajo mi protección y custodia». El incidente no pasó a
mayores y los falangistas permanecieron toda la noche en el ministerio, a las órdenes de
la organización Antonio.
Al día siguiente, el 29 de marzo, una compañía de infantería se hizo cargo del
ministerio. Al caer la noche, todos los allí presentes fueron trasladados ya como

250
detenidos a la cárcel Porlier. La guerra había terminado. También para la Quinta
Columna madrileña.

TRAS LA GUERRA CIVIL

Antonio Luna

El catedrático se presentó a las primeras fuerzas nacionales que tomaron Madrid el


29 de marzo de 1939. Con la guerra ya terminada, su propósito era regresar cuanto antes
a la universidad, por lo que solicitó al ministro de Educación su reingreso en la facultad
de Derecho. Luna fue sometido a un proceso de depuración como sucedía con todos los
profesionales que habían permanecido durante la guerra en la retaguardia republicana.
Salió victorioso y el 9 de octubre de 1939 fue «rehabilitado» en su destino sin ningún
tipo de sanción.
Por poco tiempo formó parte de la comisión de depuración de la Universidad de
Madrid. Según el historiador y sacerdote José Orlandis, en ese periodo fue utilizado por
agentes del régimen para llevar a cabo sus venganzas personales dentro del mundo
académico. No hemos podido corroborar esta afirmación en la presente investigación.
El 19 de julio de 1939, Luna fue llamado a declarar en calidad de «testigo» durante el
proceso judicial contra Julián Besteiro. Pocas personas en Madrid conocían tan bien
como él el papel que había desempeñado el socialista durante la guerra. Sus buenas
intenciones para poner fin al conflicto habían quedado perfectamente demostradas y así
se lo hizo saber al tribunal que juzgaba a su amigo. Pese a contar con numerosos avales y
declaraciones favorables, el profesor fue condenado inicialmente a cadena perpetua por
un delito de rebelión militar, aunque pasados unos meses su pena sería conmutada por
treinta años de prisión. Su muerte en el presidio de Carmona (Sevilla) en septiembre de
1940 le causaría una gran pena al quintacolumnista, que siempre tuvo buenas palabras
hacia «don Julián», como solía llamarle.
En la posguerra, Luna compaginó su trayectoria como catedrático con la fundación y
dirección del Instituto Francisco de Vitoria de Derecho Internacional integrado en el
Consejo Superior de Investigaciones Científicas. Gracias a su inmensa preparación, se
convirtió en hombre de reconocido prestigio internacional y viajó al extranjero de forma
constante. En 1955 pasó varios meses en Estados Unidos, donde se incorporó a la
universidad católica de Notre Dame, en la que impartió clases y dirigió la revista natural
Law Forum.
A medida que pasaban los años, su prestigio dentro del régimen franquista seguía en
aumento. En 1957 fue nombrado asesor jurídico del Ministerio de Asuntos Exteriores, y

251
años más tarde delegado de España en la VI Comisión de Naciones Unidas. En una
ocasión llegó a ser propuesto por el Consejo de Seguridad de la ONU para cubrir una de
las cinco vacantes que existían en el Tribunal de la Haya, pero, según ABC, una
«maniobra británica» le privó de conseguir el puesto. Su trayectoria a partir de 1963
daría un vuelco tras ser nombrado embajador de España en Colombia, donde
permanecería dos años. Su carrera diplomática no había hecho más que comenzar y dos
años después se hizo cargo de la embajada española de Viena. La muerte le sorprendió el
9 de mayo de 1967 tras sufrir un infarto de miocardio. Se había desplazado a Madrid el
día anterior para participar en un evento familiar.

Julio Palacios

Palacios se presentó a las autoridades cuando las tropas franquistas entraron en


Madrid. Lo primero que hizo fue acudir hasta la calle Núñez de Balboa, donde el SIPM
había instalado su cuartel general, para entrevistarse con el coronel Ungría. Le contó que
había trabajado durante toda la guerra como agente emboscado de la organización
Antonio y le entregó las pequeñas memorias que había escrito durante las últimas
semanas de la guerra. Por su actuación en la contienda fue condecorado con la Medalla
de Campaña con distintivo de Vanguardia.
Días después de su presentación, Franco le nombró vicerrector de la Universidad de
Madrid a propuesta del ministro de Educación. Pese a ocupar este cargo, también fue
sometido a un proceso de depuración dentro de la misma universidad por haber
permanecido toda la guerra en «zona roja». Consiguió superar el proceso en julio de
1939, demostrando que había pertenecido al SIPM y que había colaborado en favor de la
«causa nacional». Casi por estas fechas consiguió varios nombramientos destacados por
parte del régimen, todos relacionados con el sector científico. Se convertiría en
vicepresidente del Instituto España, director del Instituto Nacional de Física y Química y
máximo responsable de la junta para la Ampliación de Estudios e Investigaciones
Científicas.
Su prestigio como máxima autoridad de la ciencia española le permitiría viajar por
toda Europa y América. En plena Segunda Guerra Mundial, Palacios se desplazaría hasta
la Francia ocupada por los nazis para impartir un ciclo de conferencias en la Universidad
de Toulouse.
No sabemos muy bien a qué se pudo deber, pero empezó a perder protagonismo
dentro del régimen franquista. Tras regresar de una misión cultural por Argentina y
Uruguay, donde acudió invitado por la Institución Cultural Española de Buenos Aires,
fue cesado de casi todos sus cargos a excepción del que tenía en la Universidad de

252
Madrid. Es posible que sus ideas monárquicas y su reingreso en Renovación Española
fueran determinantes para que su carrera profesional sufriera este profundo retroceso.
También se mostró partidario de Don Juan de Borbón y de su manifiesto de Lausanne, al
que se adhirió en 1945 para pedir a Franco que dejara el poder y restaurara la monarquía
en su persona como heredero legítimo de Alfonso XIII. Por ello fue destituido como
vicerrector y se le exilió primero a Almansa (Albacete) y luego a Portugal, de donde era
originaria su esposa.
Residió entre Lisboa y Estoril, ciudad esta última donde seguiría aproximándose a la
figura de don Juan de Borbón, que había instalado allí su improvisada «corte». En
Portugal siguió ejerciendo la docencia, la investigación científica y la escritura de libros,
algunos de ellos de reconocido prestigio. Finalmente regresó a nuestro país y en 1953
accedió en la Real Academia Española con un discurso titulado «El lenguaje de la física
y su peculiar filosofía».
Durante todo este tiempo mantuvo contacto epistolar con algunos científicos
españoles que se habían visto obligados a exiliarse tras la guerra. Sin embargo, llama
especialmente la atención la relación que mantuvo por carta con el líder comunista
Manuel Tagüeña, del que había sido profesor durante los años treinta en la facultad de
Ciencias. El investigador Francisco A. González ha tenido acceso al intercambio de
cartas entre el líder comunista y el ex miembro de la Quinta Columna. Tagüeña le
escribió por primera vez el 5 de mayo de 1956 desde su exilio en México, presentándose
como «antiguo discípulo». Le decía que se había acordado de él con cierta nostalgia
mientras repasaba unos apuntes de termología, la asignatura que impartía Palacios
durante su época universitaria:

Quería decirle que siento haber consagrado mi juventud en una causa que me alejó de España. Es cierto
que los jóvenes suelen ser juguetes de las circunstancias y del momento que les rodea, y que ya encuentran
formado, cuando empiezan a actuar. Más tarde comprobé que había elegido un camino que no podía dar la
felicidad a mi pueblo ni a ningún otro. No me guiaron entonces más que ideales y deseos puros de que
España saliera de su marasmo, pero me equivoqué, ya que me encontré en el campo menos adecuado para
conseguir esos fines. En mi amarga y larga peregrinación por el mundo he visto derrumbarse muchos
falsos ídolos y he visto acrecentarse mi amor a España y mis deseos de reintegrarme a mi Patria, sin más
deseo que el de trabajar modestamente en mi profesión para colaborar con un trabajo efectivo en la vida de
mi pueblo… Fue el conseguir trasladarme a Méjico, paso obligado en mis planes de regresar a mi Patria,
ya que directamente no podía hacerlo. Ahora veo con confianza el momento en que pueda ser realidad…
Mi carta no tiene objeto, como le decía a Ud, que el tratar de borrar algunos malos recuerdos que pueda
tener de mí. Quiero expresarle que he guardado siempre de Ud el recuerdo más grato, como el de uno de
los pocos profesores que en la Universidad de entonces se entregaban seriamente a la labor científica
creadora.

Solo unos días después, Tagüeña recibía la respuesta de Palacios, refiriéndose a él


como «mi querido amigo y compañero». Le decía que se acordaba perfectamente de él

253
como «uno de sus mejores alumnos» y posteriormente se identificaba con algunos
aspectos de su misiva:

Comprendo perfectamente su estado de espíritu, porque yo también sentí mis ideales con el mismo
apasionamiento que usted los suyos, y también la experiencia me ha hecho ver que era excesiva mi
convicción de que toda la razón estaba de parte de los míos. Supe algo de Ud. durante la guerra y,
conociéndolo, no dudé nunca de su generosidad y de sus buenas intenciones. Por eso me ha producido gran
alegría su carta y celebraré muchísimo que logre pronto su propósito de regresar a España. No deje de
informarme de los medios que pone para conseguirlo, pues, aunque mi influencia política es nula, quizá
pudiera darle algún consejo.

El intercambio de cartas se prolongaría varios años. Tagüeña se mostraba agradecido


por el cariño que le brindaba su antiguo profesor. Sus misivas eran para él una «ayuda
moral» que «nunca olvidaría», según llegó a decir a sus allegados. En sus escritos
confesaba que había empezado a hacer algunas «gestiones indirectas» para lograr su
repatriación, pero antes pretendía que Palacios le resolviera algunas dudas. Quería saber
si en España podría continuar sus actividades de enseñanza y de investigación científica
y si encontraría la posibilidad de trabajar en este campo.
En sus cartas posteriores, Palacios se mostró más pesimista de lo normal, afirmando
que todavía había personas que no apostaban por la reconciliación y que denunciaban a
«todo bicho viviente». En sus líneas reconocía que por esa razón había tenido «grandes
disgustos y he sido montejado de protector de rojos por quienes se han valido de esta
insidia para pasar por encima de mí». Le recomendaba que antes de intentar regresar a
España «tanteara» el terreno como lo habían hecho otros científicos en el exilio.
En 1961, Tagüeña recibiría el permiso de Franco de viajar a España unos pocos días
para visitar a su madre enferma. Fue la única vez que viajó hasta nuestro país desde
1939. Aprovechando su desplazamiento, se reencontró con su antiguo profesor, aunque
no hay constancia de aquella reunión en las memorias del comunista. Es posible que
quisiera proteger a Palacios, que seguía muy señalado por el régimen por ser «amigo de
los rojos». Precisamente, este mismo año, el físico publicaba en ABC las memorias que
había escrito durante los meses finales de la guerra como agente franquista, que
permanecían custodiadas en los archivos del SIPM.
En los últimos años de su vida, Julio Palacios recuperó la reputación que había
querido arrebatarle el franquismo. Fue nombrado presidente del Comité Español de la
Unión Internacional de Física Pura y Aplicada, promotor del Centro Internacional de
Ciencias Mecánicas y presidente de la Real Academia de Ciencias Exactas, Físicas y
Naturales. Fruto de todos estos cargos recibiría la Medalla de Oro al Trabajo en 1967,
tres años antes de morir, el 21 de febrero de 1970, a los setenta y nueve años. Solo un
año después fallecería Manuel Tagüeña en la capital de México, donde se encuentra
enterrado en la actualidad.

254
Diego Medina Garijo

Es incuestionable la importancia que tuvo este comandante médico en las


conversaciones secretas de la Quinta Columna con el coronel Casado, pero su imagen
quedó deteriorada enormemente por culpa de un falangista valenciano. El 17 de abril de
1939, solo unas semanas después de que terminara la guerra, el doctor Medina fue
protagonista de un incidente en el Café Gijón con un capitán del Ejército. El militar,
afiliado a Falange, se llamaba Antonio de Betancourt y estaba accidentalmente en
Madrid al mando de la 3.ª Bandera de la FET y de las JONS de Enguera (Valencia).
Medina y Betancourt se conocían desde antes de que estallase la guerra. Cuando se
encontraron en el famoso café madrileño, el médico se dirigió a saludar al militar, y este,
sin mediar palabra, le dio una bofetada en la cara mientras profería la siguiente frase:
«Ahora me pagarás lo del cuartel de la Montaña». Después de inmovilizarle, le
comunicó que estaba detenido y le trasladó hasta la comisaría militar de Buenavista,
donde interpuso una denuncia y quedó detenido.
El capitán declaró ante la policía que Medina fue uno de los primeros «elementos que
entraron en el cuartel de la Montaña con las hordas rojas, yendo de uniforme» y dando
instrucciones a las patrullas marxistas. Según el relato de este capitán falangista que
había participado en la defensa del cuartel, «rogó» a Medina que atendiese a los heridos
del combate, «haciendo caso omiso de este ruego y retirándose rápidamente al interior
del cuartel con las turbas». El quintacolumnista negó todas estas acusaciones,
asegurando que sí que atendió a todos los heridos que pudo y organizó la rápida
evacuación de varios al Hospital de El Buen Suceso, una clínica militar de urgencia.
La justicia franquista no solo le juzgó por este incidente. También le acusó de prestar
adhesión «al régimen rojo, sirviendo a sus órdenes», actuando en la escolta del
presidente de la República, dirigiendo el Hospital Militar número 18, u ostentando la
presidencia de un tribunal médico. Parecía que las autoridades de la «Nueva España» se
habían olvidado de su peligroso trabajo en la sombra en la retaguardia republicana. Por
eso, durante su consejo de guerra recibió un sinfín de apoyos de otros quintacolumnistas
como Julio Palacios o Antonio Bouthelier, y de casi toda la jefatura provincial de Madrid
de la FET y de las JONS. Pese a ellos, el tribunal que le juzgó decidió condenarle a tres
años y un día de prisión menor, que cumpliría escrupulosamente en su domicilio de
Madrid. Le condenaban como «autor» de un delito de auxilio a la rebelión, por lo que
también fue separado del Ejército y apartado «de todo cargo» en su vida civil, así como
de su derecho a ejercer el sufragio.

José Centaño de la Paz

255
Su última misión como agente de la Quinta Columna terminó en Gamonal el 23 de
marzo de 1939, seis días antes de que las tropas sublevadas entraran en Madrid. Tras
participar en las negociaciones de paz con los emisarios de Casado, Centaño regresaría a
la zona centro para reinsertarse en su vida civil. Con la guerra ya terminada se
incorporaría a la Fábrica de Experiencias Industriales de Aranjuez, donde recibiría todos
los años a ministros y otras personalidades del régimen. El propio Franco visitó las
instalaciones en 1951 y departió algunos minutos con el veterano militar.
Como el resto de agentes quintacolumnistas, tras la contienda tuvo que prestar
declaración ante las autoridades nacionales para explicar su papel en la retaguardia
republicana. En ella afirmaba que varias veces intentaron detenerle grupos de milicianos
que efectuaron robos en su casa y que incluso planearon asesinarle. Aseguraba que se
puso a las órdenes del SIPM del Ejército del Centro desde la creación de esta unidad y
para demostrarlo consiguió que Bonel Huici redactara un certificado a su favor. Bonel
decía que en los últimos meses de la guerra «supo poner todas sus grandes dotes de
inteligencia, serenidad y discreción en la difícil labor que se le encomendó por la
Jefatura». También señaló haber facilitado información de gran interés para las tropas
sublevadas, ya que intervino «de manera decisiva» en la consecución de treinta y dos
hojas de cartografía.
Centaño también tuvo que declarar como testigo en algunos consejos de guerra
contra militares republicanos, como el del general Matallana. En julio de 1939 manifestó
que conocía al general desde que coincidió con él antes de la contienda en un curso de la
Escuela Superior de Guerra. Allí ya percibió su «profundo amor al servicio, entusiasmo
por la profesión, vida intachable, profundas ideas religiosas y la convicción de los
destinos de su patria». Afirmaba que durante el conflicto había sufrido una «tragedia
profunda al verse alejado de sus compañeros y encuadrado en constante coacción en
unas filas ajenas a sus principios e ideales». Dijo haber mantenido contacto con él entre
1936 y 1939 por medio del capitán de estado mayor Julián Suárez Inclán, miembro de la
Quinta Columna.
Llama la atención que en su hoja de servicios en el Archivo General Militar de
Segovia no aparezca recogida la actuación de Centaño durante la guerra. Sin embargo,
según relata Ricardo de la Cierva, los servicios de información elaboraron paralelamente
una «Hoja de Servicios Secreta» en la que se consigna con detalle su participación en las
negociaciones con Casado. Este documento, que no hemos podido localizar, fue cedido
por una de las hijas del militar a Ricardo de la Cierva cuando escribía su libro Agonía y
victoria.
Centaño murió en 1963 en Madrid, a los setenta y ocho años, dejando a su mujer y a
sus nueve hijas. En 1986, una de ellas, María Amalia, escribió una carta al periódico
ABC para reivindicar la figura de su padre y desmentir que hubiera apoyado de alguna

256
manera al bando republicano.
Unos años antes de su muerte, fallecía de manera repentina su hombre más cercano
en Lucero Verde, Manuel Guitián. Según una esquela de ABC del 28 de diciembre de
1951, había muerto a los treinta y cinco años y fue enterrado en el cementerio de la
Almudena. Ya era doctor en Medicina y había trabajado durante varios años en la
primera asamblea local de la Cruz Roja de Madrid.

257
QUINTA PARTE. LA QUINTA COLUMNA EN
CATALUÑA

258
Capítulo 14. EL GRUPO TODOS: EL ORIGEN

Como ocurrió en Madrid, la actividad de la Quinta Columna en Cataluña tardó un


tiempo en consolidarse. El fracaso del alzamiento militar de julio de 1936 en Barcelona
provocó que la mayoría de los derechistas que aún estaban libres buscasen refugio a la
desesperada. Algunos consiguieron huir a Francia en barcos con bandera extranjera;
otros trataron de escapar a través de las rutas de montaña que solían utilizar los
contrabandistas. Los que no pudieron abandonar España intentaron sobrevivir buscando
un refugio seguro, o se afiliaron a alguna de las organizaciones del Frente Popular. Hubo
también quienes optaron por pasar a la acción y prefirieron permanecer en su tierra para
combatir desde la clandestinidad a los republicanos. Estos últimos pusieron en marcha
las primeras organizaciones de la Quinta Columna en Barcelona, que empezaron a
despuntar a mediados de 1937. Sus primeras acciones consistían en pequeños sabotajes
contra unidades militares, practicar el derrotismo en los bares y mercados o ayudar a las
familias de sus «camaradas» asesinados. Más adelante, algunos de ellos se atrevieron a
ejecutar tareas más peligrosas, muy próximas al espionaje.
La mayoría de las organizaciones de la Quinta Columna catalana giraban alrededor
de la Junta Política de la Falange barcelonesa, cuyos jefes estaban en prisión o
permanecían escondidos desde el principio de la guerra. También existieron, aunque en
menor número, algunos grupos cercanos al movimiento tradicionalista, que se mostraban
dispuestos a conspirar contra la República. En cualquier caso, solo unas pocas
organizaciones consiguieron contactar con los servicios de información de Franco,
gracias al importante despliegue que hizo el espionaje sublevado en el sur de Francia.
Uno de los grupos más representativos del quintacolumnismo catalán fue conocido
con el nombre de TODOS, por el elevado número de integrantes que tenía entre sus filas.
Llegó a aportar cientos de informaciones al Servicio de Información del Nordeste de
España (SIFNE), el primer servicio de espionaje de los nacionales, que actuaba en
Francia bajo la financiación de Francesc Cambó y José Bertrán y Musitu.
El encargado de poner en marcha TODOS fue José Ferrer Recasens, un falangista de
treinta y dos años nacido en Puigpelat (Tarragona), aunque llevaba media vida viviendo
en Barcelona. Cuando empezó la guerra, residía en un pequeño piso situado en el
número 191 de la calle Mallorca. Hijo de una familia de comerciantes, ingresó en
Falange antes de que estallara la sublevación y participó durante los primeros meses del
alzamiento en algunas reuniones clandestinas de la junta política de Falange. Eran
encuentros secretos, en los que participaban los falangistas que no habían sido detenidos
tras el fracaso de la sublevación. En ellos se preparaban posibles golpes de mano contra

259
las fuerzas de seguridad de la República o sabotajes contra determinadas entidades de la
Generalitat. Estas reuniones se cortaron en seco a mediados de abril de 1937, cuando la
policía realizó una importante redada en una vivienda de la calle Santaló. Detuvieron a
una veintena de jóvenes conspiradores entre los que se encontraba Ferrer Recasens y
otros muchachos vinculados con el partido de José Antonio.
La policía sabía, desde hacía tiempo, que en la calle Santaló se celebraban reuniones
clandestinas de posibles enemigos de la República. Los agentes decidieron ocultar varios
micrófonos en las paredes, para conocer lo que sucedía en cada encuentro. Fue una
operación «brillante», pues tuvo una gran trascendencia en los medios catalanes que
ensalzaron el «inteligente» trabajo de Juan Solans y Dionisio Eroles, los dos máximos
responsables del Orden Público en Barcelona.
Ferrer fue trasladado a la cárcel Modelo junto a otros catorce detenidos en la redada.
Aunque los arrestados fueron puestos a disposición judicial en menos de un mes, algunos
consiguieron la libertad por «falta de pruebas». Fue el caso del fundador de TODOS que,
tras permanecer en prisión unas tres semanas, abandonó la cárcel en mayo de 1937. Eso
sí, durante su estancia en prisión le habían hecho un encargo de lo más arriesgado:
reconstruir las milicias de Falange para que, cuando llegase el momento, estuvieran
preparadas para hacerse con el control de Barcelona.
Este encargo se lo había transmitido Lluys Santa Marina, jefe de la Falange
barcelonesa, que también se encontraba preso en la Modelo. Durante días, Santamarina
le habló de la importancia que tenía «organizarse desde la clandestinidad» para luchar
contra los republicanos y le pidió que se implicase personalmente en la guerra oculta que
se estaba librando en Barcelona. Le indicó que, una vez en la calle, tendría que ponerse a
las órdenes del abogado Enrique Mora, responsable de los falangistas que todavía
permanecían en libertad. Por entonces, Mora había constituido una especie de consejo
clandestino del partido en el que Ferrer Recasens fue nombrado jefe de milicias, junto a
un capitán retirado llamado José Sánchez Gomis.
Durante semanas, nuestro protagonista se encargó de reclutar para sus milicias a
jóvenes de derechas que habían quedado descolgados tras el fracaso del alzamiento.
Algunos de ellos se habían visto obligados a enrolarse en el Ejército popular por estar en
edad militar, pero desde sus unidades se mostraban dispuestos a apoyar a los sublevados
de manera encubierta. Otros, simplemente, decidieron apoyar a los falangistas por el
«odio visceral» que tenían al Frente Popular tras haber sufrido el asesinato de algún
familiar o de ser despedidos de sus trabajos por «desafectos». Al mismo tiempo, Ferrer
también trató de localizar a pequeños grupos contrarios a la República que operaban con
autonomía propia en la retaguardia barcelonesa. Su idea era incorporarlos al consejo
clandestino para que el engranaje de la Quinta Columna siguiera creciendo en la ciudad.
Una de las primeras personas que se unió a sus milicias era Juan Manuel de Benito,

260
un copista de cuarenta y dos años que elaboró, desde su imprenta de la calle Diputación,
cientos de octavillas contra el Frente Popular. También diseñó varios carnés de Falange
para que los dirigentes del partido estuvieran perfectamente identificados cuando Franco
lanzara su ofensiva sobre Barcelona. Como veremos más adelante, la impresión de
aquellos carnés fue un gravísimo error para los falangistas, pues en el caso de ser
descubiertos, representaban una prueba de primer orden.

El nacimiento de TODOS

Los intentos de Falange de organizarse desde la clandestinidad no le parecían


suficientes a Ferrer Recasens, que desde el principio se mostró muy crítico con la
actividad de su partido en Barcelona. Así se lo hacía ver a sus «camaradas» desde el
principio en las reuniones secretas que se celebraban cada semana en la vivienda de
Enrique Mora. Se quejaba especialmente de la falta de arrojo de sus integrantes y del
conformismo que reinaba entre los más jóvenes. Sus críticas le alejaron muy pronto de
Mora. Pero luego se centró en un proyecto que solo él podría llevar a cabo. Su idea era
fundar una organización que tuviera autonomía propia y que pudiera mantener contacto
directo con los servicios de información de Franco instalados en Francia. Su mayor
deseo era «contribuir a la causa nacional», constituyendo una red de espionaje que
obtuviera información que pudiera ser útil para el devenir de la guerra. Así fue como en
el verano de 1937 se empezó a gestar TODOS, una de las organizaciones más eficaces
de la Quinta Columna en Barcelona.
Entre los colaboradores más cercanos a Ferrer se encontraba el capitán de
Carabineros Pascual Ferrando Hernández. Aunque era originario de Cheste (Valencia),
la guerra le había sorprendido en Cataluña, donde ocupaba un cargo de responsabilidad
como ayudante del coronel jefe de la Comandancia de Carabineros de Barcelona. Era un
puesto sensible, pero con gran acceso a información de interés para los
quintacolumnistas. Además, el capitán Ferrando conocía al dedillo los pasos fronterizos
con Francia, al haber estado destinado en el Pirineo de Lérida varios años antes de
instalarse en Ciudad Condal. Cuando se produjo el alzamiento, Ferrando tenía treinta y
ocho años y, aunque se mantuvo unos meses en su puesto, finalmente fue destituido «por
desafecto». Fue expulsado del Cuerpo de Carabineros y como se sentía perseguido por
las autoridades, optó por intentar pasar a Francia a través de un antiguo paso fronterizo.
Estuvo a punto de conseguirlo, pero finalmente la policía redobló la vigilancia en la zona
y tuvo que desistir. No le quedó más remedio que regresar a Barcelona e intentar
sobrevivir casi sin fondos. En estas circunstancias fue reclutado por el líder de TODOS.
Emilio Pouget fue otro de los colaboradores más estrechos de Ferrer Recasens

261
durante la Guerra Civil. Nacido en la Unión (Murcia), aunque de origen francés, llevaba
tiempo residiendo en Cataluña, donde trabajaba como industrial. A sus cuarenta y cuatro
años, «Don Emilio» —como era conocido en la sociedad barcelonesa— se puso
incondicionalmente del lado de los sublevados del 18 de julio. Le hubiera gustado
participar activamente en los combates, pero tuvo que permanecer en un segundo plano a
causa de su endeble salud. En los años veinte una enfermedad pulmonar le había
obligado a abandonar la carrera militar, rompiéndose así un sueño que tenía desde niño.
Pero Pouget era una persona que tenía mucho más que aportar a la Quinta Columna. Su
astucia, su don de gentes y la manera que tenía de anticiparse a los acontecimientos le
convirtieron en un agente secreto fuera de lo común. De hecho, gracias a su testimonio
tras la guerra, hemos sido capaces de reconstruir la historia de TODOS con bastante
detalle.
Tanto Ferrando como Pouget colaboraron desde casi el inicio con Ferrer Recasens,
pues ambos formaron parte de sus milicias falangistas poco después de salir de la cárcel
Modelo. Cuando Ferrer Recasens decidió abandonar el consejo de Falange para poner en
marcha su propia organización, ambos le animaron a crear un grupo con autonomía
propia y que contribuyera a la causa de los sublevados. Lo consiguieron durante casi
ocho meses. En este tiempo, TODOS facilitó una gran variedad de informes al SIFNE
con datos muy relevantes de la situación política y militar de Cataluña. La inteligencia
sublevada recogía periódicamente estos informes a través de enlaces humanos que se
desplazaban de manera encubierta a Barcelona y Gerona para contactar con los
quintacolumnistas.

Los agentes encubiertos

El capitán Ferrando estableció en Cataluña una amplia red de colaboradores militares


que suministraron a TODOS multitud de datos sobre las diferentes unidades del Ejército
Popular. Uno de ellos era el comandante de Infantería Eduardo Ruiz Ramírez, que
simpatizaba con los franquistas por haber militado antes de la guerra en Renovación
Española. Pese a tener un dudoso pasado, fue nombrado inspector del Grupo de
Instrucción Premilitar de Sabadell, un puesto que le permitiría acceder a datos de gran
valor sobre la estructura de las fuerzas republicanas. Desde su posición, suministró
también informes sobre las salidas y entradas de trenes militares a Barcelona, así como
la llegada de algunos buques de guerra cargados de material bélico. También notificó el
tránsito de convoyes por carretera y algunos movimientos de columnas de Carabineros,
Guardia de Asalto e incluso de las Brigadas Internacionales, para que luego fueran
atacadas por la aviación nacional. A sus cincuenta y ocho años, llegó a ser un

262
quintacolumnista de gran valor, ya que también consiguió los planos del aeródromo de
Sabadell, así como de los talleres de reparación y montaje de cazas que había en esta
localidad. Gracias a sus indicaciones, los sublevados también lograrían atacar con éxito
la fábrica de armamento Asland, situada en Montcada i Reixac, que quedó parcialmente
destruida.
Los familiares del comandante Ruiz también formaron parte de TODOS. Sus tres
hijos, Luis, Eduardo y Mario colaboraron con la organización, así como la esposa de este
último —Concepción Bermejo Gil—, que actuó como enlace del grupo hasta que fue
detenida por el SIM. La historia de esta mujer es una de las muchas tragedias
desconocidas de la guerra, ya que su padre y un hermano fueron asesinados durante los
primeros días de la sublevación y ella murió más adelante como consecuencia de las
palizas sufridas durante su cautiverio. Su marido, Mario Ruiz Andoain de Zumalave,
consiguió escapar a zona nacional, pero tuvo que ser internado en un psiquiátrico de
Valladolid para superar la muerte de su esposa.
Otra de las figuras de TODOS se llamaba Juan Ferrer y era el responsable de un
garaje de la Gran Via de les Corts Catalanes, donde varios diplomáticos solían aparcar
sus coches oficiales. Este hombre, que tenía muy buena relación con el consulado de
Suiza, era el encargado de mantener el contacto con los enlaces que enviaba el SIFNE
desde Francia. Él se encargaba de distribuir, entre los miembros de la Quinta Columna,
las directrices del espionaje franquista y al mismo tiempo, recopilaba todos los informes
de sus compañeros antes de entregárselos a los enlaces. Entre las muchas informaciones
que consiguió enviar a territorio sublevado, y por la que fue felicitado por sus superiores,
destacó una por encima de las demás: la identidad de un grupo de espías republicanos
que querían cometer atentados terroristas contra intereses franquistas en el país vecino.
Como puede comprobar el lector, la figura del enlace o correo humano fue tan
importante en Cataluña como en Madrid. Sin embargo, aquellos que actuaron en la
retaguardia catalana tenían una peculiaridad que les hacía diferentes al resto, su
procedencia. La mayoría de los enlaces que contactaban con TODOS eran de origen
francés, por lo que podían acceder a la retaguardia republicana sin demasiadas
dificultades. Venían de Montpellier, donde el SIFNE había montado una especie de
oficina en un chalecito ubicado en la avenida del Pont Juvenal. Su máximo responsable
era José Antonio Batlle, un espía catalán que se encargaba de analizar todas las
informaciones que enviaban los quintacolumnistas antes de trasladarlas a territorio de los
sublevados. Los datos recopilados en Cataluña eran utilizados de dos maneras en la otra
zona: atacando los objetivos militares señalados por los emboscados o usándolos con
fines propagandísticos.

263
Un objetivo demasiado ambicioso

Además de obtener información del enemigo y de transmitirla por medio de correos a


Francia, uno de los objetivos de TODOS era preparar golpes de mano. Ferrer Recasens y
sus hombres planificaron el asalto a la Conselleria de Defensa de la Generalitat, gracias a
un guardia de asalto que estaba destinado allí, pero que colaboraba con la Quinta
Columna. Se trataba del sargento Julián Redondo del Rey, que les proporcionó planos
del edificio, así como un gran número de armas y munición que se utilizarían en al
ataque. El asalto no se pudo llevar a cabo por las detenciones que empezó a practicar el
SIM a finales de 1937. Pero no nos anticipemos a los acontecimientos.
Los colaboradores del grupo fueron muchos y de muy diversa procedencia. Entre
ellos se encontraba un enlace motorizado de Carabineros que se movía con gran
facilidad por los frentes de batalla cercanos a Cataluña. Gracias a la libertad que le daba
su puesto, los quintacolumnistas estuvieron al corriente de movimientos de tropas
republicanas y de la ubicación de determinadas unidades militares. Otros colaboradores
pertenecían al Cuerpo de Telégrafos y ocupaban cargos de responsabilidad en la Oficina
Central de Barcelona y Vilafranca del Penedés. En concreto se trataba de José Voltas y
Pedro Abad, dos funcionarios relevantes que interceptaron telegramas del estado mayor
«enemigo» que serían trasladados por el cauce habitual a la oficina del SIFNE en
Montpellier. También formaban parte de TODOS varios agentes de policía que
trabajaban en ferrocarriles, miembros de la Guardia Urbana barcelonesa, soldados del
Parque de Artillería y un puñado de efectivos de las baterías de la costa.

Las detenciones

El 14 de noviembre de 1937 las provincias de Barcelona y Tarragona se levantaron


sobresaltadas por una redada sin precedentes contra la Falange Clandestina. Centenares
de agentes del SIM se desplegaron por las calles de las principales ciudades y pueblos
para detener a unas cincuenta personas acusadas de «espionaje y alta traición». Muchas
de ellas contaban con un pasado falangista, otras simplemente tenían lazos familiares o
de amistad con ellas. Todo partió del arresto en Tortosa (Tarragona) de un soldado del
regimiento de carros de combate que confesó que formaba parte de una red de espionaje.
Sus captores empezaron a tirar de la manta y, en poco tiempo, descubrieron la existencia
del consejo clandestino del partido de José Antonio en Barcelona, el mismo al que había
pertenecido Ferrer Recasens al principio de la guerra. Los investigadores se percataron
de que algunos de sus miembros celebraban todas las semanas reuniones secretas en un
café del barrio de la Barceloneta. El SIM montó allí un discreto dispositivo de vigilancia

264
que terminó con la detención de algunos falangistas de peso, como el impresor Juan
Manuel Benito Ruiz, José López Pastor, Carlos Carranceja y José Degollada
Cadadevalls. Fruto de esta operación, el SIM también consiguió localizar y poner entre
rejas a Rafael Sánchez Mazas, que se encontraba escondido en un piso de la calle
Muntaner tras haber huido de Madrid.
Las detenciones de la cúpula falangista perjudicaron enormemente la actividad
TODOS. El SIM localizó en casa de uno de los arrestados un fichero con los carnés
falangistas de los tres máximos responsables del grupo. A partir de ese instante, los
servicios secretos de la República comenzaron una persecución sin tregua para dar caza a
Ferrer Recasens, Pascual Ferrando y Emilio Pouget. Los tres eran conscientes de que su
vida podía correr peligro en el caso de ser atrapados, pero solo los dos últimos tomaron
medidas para eludir la detención. El jefe de TODOS se negó a abandonar su domicilio y
fue arrestado el 26 de diciembre de 1937 sin oponer resistencia. Le trasladaron a la checa
de San Elías, situada en el antiguo convento de las Clarisas de Jerusalén, donde fue
interrogado y maltratado por el SIM hasta el punto de perder la movilidad de su brazo
izquierdo. Una de las torturas a las que fue sometido, consistía en aplicarle una fuerte
presión en las articulaciones, lo que le provocó la ruptura de dos tendones del antebrazo.
Malherido, fue llevado en enero de 1938 al buque prisión Villa de Madrid en el puerto
de Barcelona, donde permaneció unas semanas.
Mientras el jefe de TODOS sufría malos tratos, el segundo máximo responsable,
Pascual Ferrando, intentaba ponerse a salvo a la desesperada. Contó con la ayuda de un
colaborador de la Quinta Columna, Fernando Maymo Gomís, que era director de la
Escuela de Radio de la calle Pelayo. El carabinero se hizo pasar por un alumno suyo,
llegando incluso a falsificar una especie de contrato de trabajo en el que aparecía como
administrador de la escuela. A pesar de contar con un buen respaldo, el SIM consiguió
localizarle y fue detenido a comienzos de 1938. También sería trasladado al Villa de
Madrid.
Después del arresto de los dos jefes de TODOS, el único responsable de la
organización que permanecía en libertad era Emilio Pouget. Las autoridades
republicanas estaban tras su pista por lo que tuvo que abandonar de manera precipitada
su domicilio de la calle Bailén para esconderse en la vivienda de unas amigas francesas.
Allí permaneció hasta el 4 de enero de 1938, día en el que logró abandonar Barcelona
después de conseguir en el mercado negro un pasaporte francés falso con el que pudo
salir de España. A finales de mes se presentó en la oficina del SIFNE de Montpellier
para entrevistarse con José Antonio Batlle, su jefe, al que informó de las detenciones de
sus compañeros. Desde ese día, Pouget se incorporó a los servicios de información de
Franco para trabajar directamente a las órdenes de Batlle en la ciudad francesa.

265
Resurge la organización

Recién instalado en Montpellier, Emilio Pouget trató de reorganizar a los miembros


de TODOS que no había detenidos el SIM y permanecían dispersos en Barcelona. Nadie
mejor que él para reconstruir a distancia la organización que él mismo había fundado
junto con Ferrer Recasens y Ferrando. Una de las primeras medidas que tomó fue
nombrar a un nuevo líder para TODOS. Buscaba a una persona carismática, que
conociera los entresijos de la clandestinidad barcelonesa y que estuviera dispuesta a
asumir los riesgos que entrañaba el cargo. El elegido fue José Martí Farell, un «camisa
vieja» de Falange, miembro de la organización desde su creación, pero que se había
mantenido en segundo plano hasta ahora. A sus cuarenta y dos años, este agente
comercial no había sido detenido por el SIM en la operación de diciembre, por lo que no
estaba «quemado». Podía ocupar sin demasiados problemas la dirección del grupo.
En marzo de 1938 se produjo una importante restructuración en los servicios de
información de Franco en la zona nordeste de España. El SIFNE desapareció y todas sus
actividades y agentes pasaron a depender del SIPM (Servicio de Información y Policía
Militar), que se convertiría en la única agencia de inteligencia de los sublevados. El
mando nacional quería unificar en uno solo sus servicios secretos para que trabajaran de
una manera más eficaz y dependieran directamente de los militares. El grupo TODOS,
que estaba resurgiendo poco a poco gracias al trabajo de su nuevo líder, también se vio
afectado por esta restructuración. Sus miembros dependerían, de ahora en adelante, del
SIPM de Irún, aunque mantendrían el contacto con los agentes Pouget y Batlle, que
seguían en Montpellier.
El 17 de marzo de1938 un emisario venido desde Francia entregó a Martí Farell el
siguiente mensaje en el que se hablaba de una manera clara de la restructuración de los
servicios de información de Franco:

Han quedado unificados en el Servicio todos los de Información. De ahora en adelante solo recibirán
instrucciones de esta procedencia. Solo se relacionarán con el servicio por el conducto que recibe esta nota.
En lo sucesivo, las notas enviadas por este Servicio irán firmadas por «Josefa» y las de ese grupo por
TODOS. Conocedores de las detenciones últimamente llevadas a cabo, procurará usted reorganizar su
grupo que tan importantes servicios lleva prestados a la causa. De usted y sus colaboradores esperan el
Glorioso Movimiento Salvador de España los mejores frutos. Firmado en Irún por el Comandante Jefe del
SIPM.

Intercambio de mensajes

A efectos prácticos, la nueva estructura de los servicios de inteligencia no supuso


ningún cambio notable en la manera de actuar de TODOS. Los quintacolumnistas

266
seguían intercambiando información con los correos humanos que llegaban desde
Francia, aunque las medidas de seguridad que adoptaban los emboscados eran mucho
más rigurosas que meses atrás. En el Archivo General Militar de Ávila hemos
encontrado un amplio cruce de mensajes entre Martí Farell y la oficina del SIPM de
Montpellier donde se desvelan detalles de gran interés para comprender el
funcionamiento de la organización. Analicemos, a modo de ejemplo, una carta que
recibió el jefe de TODOS el 22 de marzo de 1938 procedente de Francia. Estaba firmada
por «T» (así se hacía llamar Emilio Pouget) y en ella se establecía la nueva estructura del
grupo, los nuevos procedimientos de trabajo y las prohibiciones a las que estaban
sometidos sus componentes:

Queridos TODOS:
Seré conciso pues no podemos perder ni un minuto y se precisa que dentro de la máxima discreción y
seriedad se desarrolle también en la máxima actividad. Procédase inmediatamente en la forma siguiente,
sin cambiar ni el sentido ni la forma ni la orientación:
DESARROLLO. Nombrar dos jefes (activo y pasivo). Nombrar dos buzones exteriores
(establecimientos al ser posible). Nombrar células (activas y pasivas) en todos los Centros, Cuerpos y
Dependencias, Ministerios, etc. Nombrar dos buzones interiores (activo y pasivo). Las células entregan a
los buzones interiores toda la información que recojan. Los buzones interiores a los jefes. Y los jefes a los
buzones exteriores, a donde irán a recogerla nuestros enlaces (correos humanos).
PROHIBICIONES. Conocer entre sí a los elementos que no forman pareja. Tener conocimiento o
noticia de quiénes son los demás componentes del servicio, con los que ellos no tengan ninguna relación
directa. Bien entendido, que los jefes no pueden ser conocidos de los elementos de información y sí solo de
los buzones exteriores y interiores, que son con los que ellos guardarán estrecha relación. Los buzones
exteriores solo conocerán los jefes y a los enlaces que se envíen desde esta. Los buzones interiores solo
podrán conocer a los jefes y a los elementos que les lleven la información. Y los elementos de información
solo podrán conocer a los buzones interiores. Procurar que dentro de cada grupo de elementos de cinco
parejas haya una pareja de enlace, entre estos y los buzones interiores, a fin de que no sean demasiado
visitados y despierten recelos. Los elementos activos estarán en una actuación continua, pero en cambio los
elementos pasivos, solo deben conocer los nombres y domicilios de las personas con quien se relaciona su
activo y misión de cada uno. Pero le está prohibido actuar, ni saber noticia alguna mientras pueda actuar
activo. El elemento pasivo debe ser ignorado y no debe levantar sospecha alguna, pues es el eslabón de
garantía en caso de faltar el activo por cualquier circunstancia. 2. Interesa al Mando la mayor cantidad de
información, pero solo y exclusivamente de carácter militar. 3. Las informaciones de carácter político
enviarlas en hoja aparte y con la consignación.

Como puede comprobar el lector, el SIPM se estaba tomando muy en serio el


resurgimiento de TODOS gracias, entre otras cosas, a la insistencia de Pouget que
confiaba plenamente en sus colaboradores de Cataluña. El espionaje sublevado apostó
claramente por ellos y les envió importantes cantidades de dinero para que soportaran
mejor las privaciones de la guerra. Con todo, el principal escollo al que tuvieron que
hacer frente los emboscados era la imposibilidad de hacer una vida normal en la
retaguardia catalana. Su papel les obligaba a tomar ciertas precauciones que un

267
ciudadano normal no estaba acostumbrado a adoptar. En una ocasión, uno de los enlaces
que solía contactar con Martí Farell, le dijo que le «resultaba muy difícil» atravesar la
frontera francesa y le pidió que aumentara las medidas de seguridad para evitar sustos.
Ambos establecieron dos nuevos buzones en Barcelona para comunicarse entre sí; uno
estaba en plena Diagonal y otro en la calle Gerona. Solo en casos de «máxima urgencia»,
los espías franquistas acudirían a la vivienda del jefe de TODOS para recoger los
informes que elaboraban sus quintacolumnistas.
El procedimiento que utilizaban los enlaces del SIPM para contactar con Martí Farell
era muy rudimentario, pero al mismo tiempo eficaz. En un primer momento los correos
«nunca» le hablarían de cuestiones puramente informativas, sino que utilizarían una
especie de santo y seña para dirigirse a él. Le tenían que mencionar un «negocio de
plátanos» y si el jefe de TODOS contestaba «a mí lo que me interesa son las naranjas»,
eso quería decir que ambos podrían hablar con libertad. Si no contestaba con esa frase, el
contacto se rompería de manera inmediata ya que podrían estar vigilados.
A medida que avanzaba la guerra, los objetivos de los servicios secretos de Franco en
Cataluña iban cambiando. La balanza se inclinaba poco a poco en favor de los
sublevados, aunque la contienda por estas fechas todavía no estaba decidida. Ante esta
situación, los quintacolumnistas recibieron a finales de marzo una carta muy explícita
por parte del SIPM en la que les pedía una mayor concisión en las informaciones que
enviaban a la otra zona. En esta ocasión, el remitente de la carga era Javier Garriga
Ocharán, otro agente del SIPM de Montpellier, al que conocían con el seudónimo de
Sebastián Elcano:

Estamos en la parte decisiva de las operaciones por lo que comprenderán, que, si desean que su
colaboración sea apreciada, no tienen tiempo que perder. Por mi parte, aun cuando cada día es más difícil
mandar enlaces a esa zona por el gran peligro que corren, si fuese necesario les mandaría dos semanales.
Comprendo que los datos que me facilitó usted en su última carta, fueron recogidos sobre el momento,
pero no me digan nunca «importante fábrica de espoletas y pequeños proyectiles junto al muelle norte».
Un informe en esa forma no tiene ninguna utilidad. Es necesario precisar el emplazamiento exacto, y por
poco que se pueda mandar un croquis sería bueno.
Entre el sin fin de datos que interesa que nos comuniquen continuamente, destacan los siguientes, para
los cuales ruego hagan lo necesario sin pérdida de tiempo: 1) Anuncio de ofensivas rojas, con indicación
de efectivos aproximados, lugar y fecha. 2) Localización de todas las brigadas mixtas, creo que son 230. 3)
Organización y efectivos de las mismas, siguiendo sus numeraciones. Esto podrán obtenerlo con cierta
facilidad, si tiene algo dentro del M.G. 4) Situación y posibilidades de la escuadra roja, estado de todos sus
componentes y posibilidades e intenciones de la misma. 5) Situación de la defensa de Cartagena. 6)
Precisiones sobre los objetivos logrados por nuestros bombardeos, indicando la fecha y el lugar del mismo.
Nos dicen que, se han recibido unos nuevos antiaéreos de fabricación rusa, con un proyectil de reciente
invención que al estallar produce unos efectos mucho más destructivos de los conocidos hasta ahora. Vean
si hay algo de esto, y en caso afirmativo, den todos los detalles técnicos necesarios. En espera de sus
importantes noticias a vuelta de correo, reciban un abrazo de su amigo y compañero. - SEBASTIAN
ELCANO y ahora «JOSEFA».- JAVIER GARRIGA OCHARAN.- Avenida de Pont Juvental. Villa

268
Mercelle, Montpellier

Este mensaje fue uno de los muchos que recibió en la primavera de 1938 el líder de
TODOS con indicaciones sobre objetivos militares. En otra carta enviada, en esta
ocasión por Pouget a sus antiguos compañeros, les pidió que fueran más discretos a la
hora de realizar sus misiones y que aprendieran a compartimentar las informaciones que
conseguían: «Sed activos y reservados, pero al mismo tiempo muy discretos. Cuidado
con los nombramientos y recordar, que la mano derecha no pueda enterarse de lo que
hace la izquierda. Nada de fanfarronadas».
Ya hemos comprobado en qué consistían las cartas que enviaba el SIPM a los
hombres de TODOS. Sin embargo, también tenemos que detenernos en los informes que
enviaban los quintacolumnistas al espionaje sublevado en esta época. A modo de
ejemplo, leamos el fragmento de un mensaje cifrado que envió Martí Farell a los
franquistas el 24 de marzo de 1938.

Antes de llegar a Fabara hay un puente de hierro grande y en la parte hacia los rojos, en unos hoteles, a la
salida del mismo, existe el E.M. del Gobierno rojo. Un poco más atrás hay emplazada Artillería. Operan en
esta zona LISTER-MERA y el CAMPESINO (cierto aun cuando no lo parezca) con 70.000 hombres
traídos de los frentes de Madrid y mayormente de Guadalajara. En Tarragona hay un depósito de
combustible al final de la Rambla donde se divide en dos carreteras. El bombardeo no hizo efecto pues
siguen surtiendo de 8 a 11 y media de la noche. En Tortosa. Situación del E.M. Hotel junto a depósito de
agua. En Gandesa concentrados 2.000 hombres. En Batea existe un E.M. protegido por cinco cañones
antiaéreos de grueso calibre. Información directa de TODOS.

Los fusilamientos del Garraf

Mientras Pouget y el SIPM de Montpellier trataban de reconducir la actividad del


grupo, tuvo lugar un hecho que dejó completamente descolocada a la inteligencia
franquista. El 4 de abril de 1938 se produjo el asesinato en las costas del Garraf de
diecinueve falangistas, la mayoría miembros de la Quinta Columna barcelonesa. El
crimen tuvo lugar en el término municipal de Castelldefels (Barcelona), y entre las
víctimas se encontraban Ferrer Recasens y Pascual Ferrando, los dos primeros jefes y
fundadores de TODOS. Los dos llevaban más de tres meses presos bajo custodia del
SIM.
Fue una ejecución a traición, sin juicio previo y posiblemente sin que la Generalitat
tuviera constancia de que se iba a producir. Una pareja de carabineros de Castelldefels
encontró a las víctimas enterradas en una playa justo cuando terminaban su ronda por la
zona marítima. Los agentes se toparon en el puente de Vallbona con numerosas manchas
de sangre por lo que decidieron seguir el rastro hasta la playa donde había varios

269
montículos de tierra. Al cavar un poco se encontraron con los cadáveres de los
asesinados, que tenían numerosos impactos de bala. El juez popular de Sitges, Josep
Serra Vivó, se hizo cargo de la investigación y ordenó que se iniciasen las diligencias
oportunas para averiguar la identidad de los asesinados. Según la autopsia, llevaban
muertos casi dos días y la gran mayoría presentaba impactos de bala en la zona del tórax
y al menos uno en la cabeza.
Los cuerpos fueron trasladados a Sitges, donde serían enterrados en una fosa común
en el cementerio de San Sebastián. Al principio no pudieron ser identificados y se
inscribió su defunción en el registro civil de esta localidad con un simple número: José
Ferrer era el número 18 y Pascual Ferrando, el 3. El juez comprobó más adelante que
casi todos los cadáveres portaban objetos personales en los bolsillos, lo que permitió la
identificación de las víctimas. Gracias a la administración de Justicia de la Generalitat, se
supo que casi todas las víctimas habían sido sacadas por agentes del SIM de la prisión
flotante Villa de Madrid y trasladadas a Castelldefels.
Según cuentan los periodistas Ricard Conesa y Roland Sierra en una investigación
que publicaron en el Diari de Vilanova, la Generalitat no estuvo al corriente de las
ejecuciones y el propio Lluís Companys escribió el 25 de abril una carta de protesta al
presidente del Gobierno, Juan Negrín. El Ejecutivo catalán apuntaba directamente a
agentes del SIM como los responsables de la matanza, acusándoles de realizar
«fusilamientos ilegales». Aunque estos crímenes no aparecieron publicados en la prensa
catalana, el SIPM se enteró de la muerte de los falangistas un mes después. Gracias a sus
informadores en Barcelona, descubrieron la identidad de los asesinados entre los que
estaban, además de Ferrer Recasens y Pascual Ferrando, otros miembros de la Falange
Clandestina como Carlos Carranceja González, Rafael Degollada Castanys o Jaime Abril
Puig.
Las teorías sobre el fusilamiento de los falangistas todavía siguen hoy repletas de
lagunas. Algunas versiones dicen que fue una represalia por la conquista de Lérida por
los sublevados, el 3 de abril de 1938; otros autores, como Pastor Petit, afirman que
inicialmente los quintacolumnistas asesinados llegaron a un pacto con agentes del SIM,
por el cual los derechistas les ayudarían al final de la guerra a cambio de que respetasen
su vida. Según esta teoría, los republicanos terminarían cambiando de opinión y, para no
dejar cabos sueltos, acabaron ejecutando a los miembros de la Quinta Columna con los
que habían negociado.

Los nuevos miembros de TODOS

La muerte de Ferrer Recasens y Pascual Ferrando fue un duro varapalo para los

270
miembros de TODOS. Sin embargo, lejos de desmoralizarse, Martí Farell continuó
liderando a los quintacolumnistas y les pidió que intensificaran su actividad a la hora de
obtener información del «enemigo». En esta época, se rodeó de varias personas de su
confianza como su mujer, Pilar de Emilio, o el falangista Guillermo Bosque, uno de los
fundadores en los años treinta de la sociedad patriótica España Club. Ambos formaron
parte de su círculo de confianza junto a otros cuatro emboscados que fueron nombrados
subjefes de la organización.
El primero de ellos se llamaba Rodrigo de León Rodríguez y desde antes de la guerra
trabajaba como empleado en el Ayuntamiento de Barcelona. Desde su posición tenía
acceso a datos relevantes de la Ciudad Condal desde el punto de vista político e incluso
de racionamiento. Una de las acciones en las que participó fue en un sabotaje contra la
fábrica de aviones Hispano-Suiza de Alicante, donde se montaban y reparaban los cazas
soviéticos Polikarpov. Gracias a su intervención, hizo desaparecer cerca de 300 kilos de
producto desengrasante para la limpieza de los motores que iban a ser enviados a
Alicante desde Barcelona.
Alfonso Rodríguez Pierret fue otro de los subjefes de TODOS en esta segunda fase
de la organización. Antes de la guerra había sido director de ventas de Ford Motor
Iberia, aunque al estallar el conflicto fue movilizado y destinado a la Subsecretaría de
Armamento, donde creó una pequeña célula de quintacolumnistas. Uno de sus
colaboradores, Luis de la Vela Brehm, adquirió mucho protagonismo durante los últimos
días de la contienda al conseguir poner a salvo todo el archivo de la subsecretaría,
desobedeciendo así las órdenes de destruirlo que le habían dado sus superiores.
Obviamente, todos esos ficheros terminaron en manos de las autoridades franquistas.
Los otros dos subjefes se llamaban Fernando Reverter Romero y Joaquín Helcel
Valdivieso, dos jóvenes falangistas que habían permanecido unos meses en prisión tras
participar en la sublevación militar de julio de 1936. Reverter estaba destinado en el
cuartel de Artillería de Sant Andreu, en Barcelona, donde organizó una red de agentes
secretos, mientras que Helcel trabajaba para el Banco Hispano Americano, donde tenía
acceso a información financiera sensible.
Otro de los hombres cercanos al líder de TODOS era Francisco Rodríguez Yanes, un
marino de cincuenta y un años de un mercante que se desplazaba con mucha frecuencia a
Francia. Gracias a su trabajo, pudo facilitar la evasión de treinta y una personas entre las
que estaba Sixto Cacuna, práctico del Puerto de Barcelona al que consiguió trasladar a
Marsella sano y salvo. Una vez allí, Sixto pudo entregar al espionaje de los sublevados
varios croquis con numerosas fortificaciones republicanas en la costa catalana.
A medida que avanzaba la guerra, los nuevos dirigentes de la organización facilitaron
información cada vez más precisa al SIPM, gracias a la infiltración de sus agentes en las
diferentes unidades del Ejército Popular. Leamos ahora un informe que envió Martí

271
Farell a la oficina de Montpellier, en el que recopilaba algunos de los datos que le habían
suministrado sus colaboradores.

Barcelona, 14 de abril de 1938.


El 28/3 ha salido en dirección Morella seis piezas de 205 de marca francesa. El 29/3, en el bombardeo
último sobre Torredembarra ha sido alcanzada eficazmente la fábrica Pirelli. El 29/3 en Garraf, en el
castillo de Guell y edificio anexo, siguen acuartelados unos 500 hombres. No hay antiaéreos. El 29/3 en el
bombardeo de Gayá solo fue alcanzada la parte alta de la población que tuvo 12 muertos y 20 heridos. En
el tejado de uno de los edificios de la fábrica de radiadores Roca (en donde se fabrica material de guerra)
ha sido instalada una pieza antiaérea, con cañón pequeño o ametralladora. De la fábrica de Gayá y del
castillo de Guell se facilitan croquis. El 29/3, según datos de Gobernación ha desaparecido del frente una
división completa de Guardias de Asalto, se supone que han pasado la frontera o se han entregado a la
España nacional. El 30/3, según manifestaciones de los evadidos vascos, la mayoría de ellos pasan la
frontera por Elizondo donde por lo visto encuentran facilidades. El 31/3 en el pueblo de Celrá, cerca de
Gerona, se están montando aviones llegados desde Francia estos días. El 02/4 en el bombardeo del
aeródromo de Pugver fueron alcanzados buen número de aparatos y provocó la voladura del polvorín.

¿Una misión imposible?

Durante la primavera de 1938 se produjeron algunos cambios en la oficina franquista


de Montpellier. Emilio Pouget dejó de tener peso, posiblemente por problemas
personales, y en su lugar adquirió más protagonismo Javier Garriga, que se convertiría
en una especie de nexo entre el SIPM de Irún y las organizaciones quintacolumnistas de
Cataluña. El 1 de mayo, Garriga encargó a TODOS una misión «muy delicada e
importantísima» para el Cuartel General de Franco. Se trataba de obtener «cierta
cartografía republicana» de la zona del Levante para utilizarla en una ofensiva
inminente. La idea era intentar conseguir los planos que había elaborado recientemente
«el mando rojo» de la zona del Mediterráneo, antes de que los sublevados iniciaran su
avance por el Maestrazgo. Creemos que los miembros de TODOS no pudieron hacerse
con esa cartografía ya que no hay constancia de ello en los archivos militares que hemos
consultado.
Solo unos días más tarde, el 18 de mayo, Garriga volvió a pedir ayuda a la Quinta
Columna barcelonesa. El alto mando franquista quería saber, «lo antes posible», cómo
estaban estructuradas las líneas de defensa del Ejército republicano en Barcelona, ya que
estaba estudiando la posibilidad de lanzar una gran ofensiva sobre Cataluña. Diez días
más tarde, Martí Farell contestó a la petición con un detallado informe, acompañado por
varios planos donde quedaban bien reflejadas las defensas antiaéreas y la ubicación de
las principales piezas de artillería. El SIPM se mostró muy agradecido con la «precisión
de los datos», que también fueron contrastados con otras redes quintacolumnistas.
Por estas fechas el espionaje franquista mostró su preocupación por las rivalidades

272
que existían entre las diferentes organizaciones de la Quinta Columna en Barcelona.
Sabedores de que la guerra estaba tocando a su fin, varios grupos de emboscados
trataron de colgarse más medallas de la cuenta, lo que provocó que algunas redes
compitieran por la obtención de información. Algunos líderes falangistas, entre los que
se encontraba Martí Farell, habían sugerido meses atrás que se «fusionaran» todas las
organizaciones clandestinas en Cataluña para conseguir resultados más precisos y evitar
«choques absurdos» entre gente del mismo bando. Hemos tenido acceso a un mensaje
que la Subcentral del SIPM de Irún envió a TODOS el 21 de mayo en el que pedía al
grupo que evitara «rivalidades suicidas»: «No es criterio de esta dirección el fusionar
grupos, pues siempre es preferible que cada uno trabaje por sí a exponerlos a todos a una
redada general, firmado por JOSEFA (SIPM)».

La segunda desarticulación de la red

En junio de 1938 el espionaje republicano se puso de nuevo tras la pista de TODOS.


Habían pasado solo seis meses del resurgimiento de la red, cuando el SIM se enteró de
sus actividades por medio de una traición. El culpable fue uno de los enlaces del SIPM
que solía viajar a Cataluña desde Montpellier para establecer contacto con Martí Farell y
otros líderes del grupo. Este enlace, del que nos ocuparemos en próximos capítulos,
llevaba meses trabajando para el SIM, proporcionando a sus agentes gran cantidad de
datos sobre las organizaciones clandestinas que operaban en Barcelona.
Debido a esta traición fueron detenidos la mayoría de los integrantes de TODOS:
Martí Farell, Rodrigo de León, Alfonso Rodríguez, Fernando Reverter o Joaquín Helcel,
entre otros. Los jefes fueron trasladados a la checa de Vallmajor donde serían sometidos
a malos tratos antes de ser evacuados hacia Gerona en enero de 1939. Ante la inminente
llegada de las tropas de Franco a Barcelona, el SIM utilizó a varios quintacolumnistas
como rehenes para intentar llegar con seguridad a la frontera francesa. Entre ellos se
encontraban algunos de los líderes de TODOS, como Martí Farell, que consiguió escapar
de sus captores en el santuario de El Collell. Tras esconderse en el bosque varios días
(igual que hizo Rafael Sánchez Mazas), Farell se refugió en una masía y esperó la
llegada de las primeras avanzadillas nacionales para ponerse a salvo. También consiguió
sobrevivir Fernando Reverter, aunque no pudo zafarse de sus captores y fue trasladado
hasta la misma frontera francesa, quedando recluido en el castillo de Amelí-Les Bains.
Rodrigo de León y Joaquín Helcel no corrieron tanta suerte como su jefe y al no
poder fugarse, murieron fusilados en El Collell el 30 de enero de 1939 junto a otros
cincuenta presos. Ese mismo día también fue asesinado otro colaborador de TODOS, el
teniente de Infantería Vicente Costa Blanco, que formaba parte de varios grupos

273
quintacolumnistas de Cataluña. Alfonso Rodríguez, otro de los subjefes de la
organización, ni siquiera pudo ser trasladado hasta El Collell por su delicado estado de
salud. Fue llevado hasta la cárcel del Seminario de Barcelona donde falleció unos pocos
días antes de que entraran las primeras unidades sublevadas. Según la versión de algunos
de sus compañeros de cautiverio, murió como consecuencia de una «inyección
infectada» que le puso un agente del SIM antes de escapar a Francia.
Otros miembros de la organización consiguieron sobrevivir a la guerra sin ser
detenidos. Fue el caso del comandante Eduardo Ruiz Ramírez, que pese a ser perseguido
durante los últimos meses de la contienda, pudo eludir el arresto gracias a que la portera
de su edificio lo protegió en su casa. A partir de 1939 jugaría un papel muy importante
ayudando al SIPM y a los Servicios de Investigación de Falange para dar caza a los
agentes del contraespionaje republicano que se escondían en Barcelona.

TRAS LA GUERRA CIVIL

Cuando la Guerra Civil terminó, los miembros de TODOS que habían sido
asesinados durante el conflicto recibieron un sinfín de homenajes por parte de la Falange
barcelonesa. El 23 de abril de 1939, La Vanguardia publicó una esquela en la que
recordaba a Ferrer Recasens, Pascual Ferrando y a los otros diecisiete falangistas que
murieron fusilados en las costas del Garraf. En 1951, el cuerpo de Ferrer Recasens sería
exhumado de la fosa común de Sitges para ser enterrado en el cementerio Sudeste de
Barcelona «por deseo de la familia». Allí está enterrado junto a otros falangistas en el
panteón 173 de la vía San Jorge. Los restos del carabinero Pascual Ferrando permanecen
todavía en el cementerio de Sitges, aunque se encuentran en un mausoleo junto con otras
personas asesinadas en la guerra.
Como se ha dicho antes, Emilio Pouget fue el único superviviente de la primera
jefatura de TODOS gracias a su huida a Francia. Una vez terminada la guerra regresó
hasta Barcelona donde siguió trabajando como empresario hasta una edad avanzada. En
1941 ocupaba el cargo de secretario del Sindicato de Alcoholes y Bebidas y al mismo
tiempo ostentaba la jefatura de la Falange del barrio de Gracia. Murió en 1969 a los
setenta y seis años. Había tenido seis hijos con su mujer, María Antonia Muñoz Iboleón.
José Martí Farell, máximo responsable de la segunda jefatura de TODOS, regresó a
Barcelona tras la guerra junto a su mujer, que también formaba parte de la Quinta
Columna. Ambos se reunieron con su hija nueve meses después de ser recluida en un
internado tras la detención de sus progenitores en junio de 1938. Su esposa tuvo que ser
internada un tiempo en un psiquiátrico para recuperarse de las torturas psicológicas a las
que fue sometida durante su cautiverio.

274
Martí Farell siguió desarrollando su carrera profesional hasta que en 1960 se presentó
a las elecciones del Colegio Oficial de Agentes Comerciales de Barcelona. Por medio de
uno de sus descendientes, hemos sabido que durante la dictadura envió una carta a un
alto cargo del Régimen en la que pedía «clemencia» para un conocido suyo que había
sido condenado a muerte por repartir propaganda comunista. Durante sus últimos años
de vida trabajó en un laboratorio farmacéutico antes de fallecer en 1975.

275
Capítulo 15. LUIS BESLIER, UN NEGOCIADOR EN LA
QUINTA COLUMNA

Luis Beslier no fue un quintacolumnista al uso. Tenía cincuenta y cinco años al estallar
la Guerra Civil, era francés y trabajaba como arquitecto municipal en Tauste, un pequeño
pueblo de Zaragoza. Con este perfil, pocos podrían sospechar que llegaría a ser uno de
los hombres fuertes de la Quinta Columna de Barcelona, en cuya retaguardia se movía
como pez en el agua. Su historia está estrechamente ligada al falangista Joaquín Aznar
Lóbez, miembro destacado de la organización clandestina Los Almogavares de la que
nos ocuparemos a continuación.
Beslier era un superviviente. Tras su llegada a España en los años veinte, tuvo
diferentes oficios hasta que encontró su sitio en Barcelona. En 1928 se anunciaba en La
Vanguardia como «delineante» y ofrecía sus trabajos «con buenas condiciones
económicas y rapidez» desde una pequeña oficina que había alquilado en la Diagonal.
Ya en los años treinta comenzó a trabajar para Joaquín Aznar, un contratista de obras
que había militado en Acción Popular antes de decantarse por Falange en 1934. Aznar
dirigía una empresa con capital francés —la Compañía Financiera de Obras— con sede
en Barcelona, pero que también trabajaba en otros lugares de España.
El contratista y Beslier sellaron desde entonces una gran amistad que los llevó a
trasladarse juntos hasta Aragón para emprender un nuevo proyecto profesional: hacerse
cargo de las obras del pueblo zaragozano de Tauste. Una vez allí, el francés fue
nombrado arquitecto municipal, mientras Aznar se convirtió en uno de los hombres
fuertes del ayuntamiento, aunque no llegó a ocupar ningún cargo político. Junto a ellos
trabajaba Eduardo Lagunilla de Plandolit, un falangista que se había titulado en la
Escuela de Arquitectura de Barcelona y que tendría cierto protagonismo al empezar la
guerra.
El 18 de julio de 1936, Aznar y Lagunilla se encontraban en Barcelona,
aprovechando las vacaciones de verano para visitar a sus familias. No pudieron regresar
a Tauste por la sublevación, por lo que aceptaron permanecer un tiempo en zona
republicana con el convencimiento de que la guerra terminaría más pronto que tarde.
Beslier, por su parte, estaba en Zaragoza cuando se produjo el alzamiento y se quedó
aislado de su jefe al encontrarse en territorio controlado por los sublevados. Los
primeros meses del conflicto transcurrieron con cierta tranquilidad para el francés hasta
que el 14 de diciembre recibió una terrible noticia. Un conocido que se había evadido de
Cataluña le contó que a Joaquín Aznar le había detenido la policía barcelonesa por sus
relaciones con Falange. Estaba preso en la cárcel Modelo junto a varios falangistas,

276
incluyendo el joven Lagunilla.
La primera decisión que adoptó Beslier tras recibir la noticia fue intentar viajar hasta
Barcelona para visitar a su jefe. Quería conocer por sí mismo la situación del contratista
y para eso se aprovechó de su condición de ciudadano francés. Se desplazó hasta
Toulouse y desde allí hasta la frontera catalana para atravesar la aduana sin problema
alguno gracias a su pasaporte. Llegó a la Ciudad Condal a comienzos de enero de 1937 y
lo primero que hizo fue reunirse con Francisca, la esposa de Aznar, en su domicilio de la
calle Enrique Granados. Ella le contó que su marido había sido detenido por agentes de
la comisaría de Orden Público en el marco de una operación contra Falange. Junto a él,
también fueron arrestados, además de Lagunilla, otros supuestos derechistas, como el
suboficial de Caballería Plácido Nasarre Valero y el abogado Martí Vilanova. Les
acusaban de ser «desafectos al régimen republicano», de «practicar socorro blanco» y de
tratar de «ayudar a escapar» de Cataluña a algunos militares que habían participado en la
sublevación militar.

Reunión en la cárcel Modelo

Gracias a las gestiones realizadas por Francisca, Beslier pudo visitar a Aznar en la
cárcel Modelo en enero de aquel año. Ambos se fundieron en un emocionado abrazo;
tras los saludos de rigor el francés le explicó que había llegado a Barcelona con total
normalidad, gracias a su nacionalidad. Aznar se quedó perplejo al escuchar, en boca de
su amigo, la facilidad con la que había entrado en la España republicana haciendo uso de
su pasaporte francés. Antes de que terminaran de hablar, el falangista le hizo una
proposición que supondría un giro radical a su vida.
La propuesta que recibió de su jefe consistía en actuar como enlace con las diferentes
organizaciones de Falange que empezaban a funcionar de manera clandestina en las
calles de Barcelona. Estaba convencido de que, gracias a su nacionalidad francesa,
pasaría desapercibido y que las autoridades no pensarían en él como un posible
colaborador de la Quinta Columna. Luis aceptó la proposición de su amigo. Era un
apasionado de los riesgos y además, quería sentirse útil. Se comprometió a trasladar a las
autoridades franquistas la propuesta de Aznar, aunque antes debería reunirse con un
general retirado que colaboraba con Falange. Era Pedro Cavanna, un militar de la vieja
escuela, que se encargó de escribir una carta de recomendación que Beslier tendría que
entregar al general Miguel Cabanellas, uno de los cabecillas del golpe militar.
Nuestro protagonista abandonó Cataluña por Gerona con absoluta normalidad. Su
pasaporte francés le permitió atravesar las aduanas sin ser molestado por nadie y, tras
pasar unos días en el país vecino, regresó a la España sublevada, donde se dirigió

277
directamente a Burgos para ver a Cabanellas y su ayudante, el coronel Montesinos.
Ambos leyeron con atención la carta del general Cavanna y escucharon las explicaciones
de Beslier sobre la posibilidad de convertirse en nuevo enlace de la Quinta Columna.
Ambos aceptaron la propuesta y le comunicaron que pasados unos días volverían a
contactar con él.

Liberar a un aviador de la Legión Condor

Tras reunirse con Cabanellas, Beslier regresó Zaragoza, donde esperó la llamada de
las autoridades nacionales. El comandante Andrés, jefe del orden público de Zaragoza,
se puso en contacto con él en febrero de 1937. Quería mantener una reunión para hablar
de un asunto secreto que tenía que tratar con total discreción, ya que la vida de una
persona corría serio peligro. El encuentro se celebró pasados unos días y en él también
participó el comandante Derquí, responsable del orden público en Valladolid. Los dos
militares insistieron en lo confidencial que tenía que ser aquella reunión, ya que el
Cuartel General de Franco en Salamanca quería que se llevara con la máxima cautela.
Los oficiales pretendían que Beslier, antes de trabajar como enlace de la Quinta
Columna, les ayudara a liberar a un prisionero alemán. Le pidieron que gestionara el
canje de un radiotelegrafista de la Legión Condor que había sido hecho prisionero cerca
de Bilbao tras ser abatido su bombardero en enero de 1937. El alto mando franquista le
consideraba la persona idónea para negociar la liberación, no solo por su origen francés,
sino también por su carácter afable y abierto que podría aportar cierta confianza a los
interlocutores republicanos.
El piloto germano se llamaba Karl Gustav Schmidt, tenía veitiún años y era
originario de Rostock, una ciudad a orillas del mar Báltico. Se había presentado
voluntario para la Legión Condor para ganar un buen dinero y tras pasar por Sevilla,
participó en numerosos combates aéreos en Madrid y en el Frente del Norte. Había sido
el único superviviente de los seis tripulantes que viajaban en su aparato cuando fue
abatido en Alonsotegi (Vizcaya). Un compañero suyo consiguió saltar en paracaídas,
pero murió linchado por una turba descontrolada al caer en la zona de Jaro de Arana de
Bilbao.
Durante varias semanas, Beslier negoció el canje del aviador alemán por un preso
francés que estaba en poder de los franquistas en la cárcel de Ondarreta. Se trataba de
Jean Pelletier, un comerciante de juguetes al que los sublevados habían arrestado cuando
viajaba hasta Bilbao desde Bayona (Francia) a bordo de un pesquero llamado Galerna.
Este barco, utilizado por el gobierno vasco como correo con el país vecino, fue
interceptado cuando trataba de romper el bloqueo marítimo sobre Vizcaya. Pelletier

278
viajaba en uno de los camarotes y llevaba consigo, cuando fue detenido, una bolsa de
gran tamaño cargada de aviones de juguete, que iban a ser vendidos entre los niños del
País Vasco. Las autoridades nacionales sospecharon de él desde un primer momento ya
que averiguaron que durante la Primera Guerra Mundial había servido como piloto del
Ejército francés. Estaban convencidos de que estaba negociando la venta de aviones
franceses al gobierno vasco y que los aeroplanos de juguete eran una cobertura para
viajar a Bilbao.
Beslier se tomó muy en serio aquel canje y negoció personalmente las condiciones
con los representantes del gobierno vasco. Mantuvo infinidad de reuniones con el
ministro republicano Manuel Irujo, así como con el embajador francés, Jean Herbette,
que también intentó que las conversaciones llegaran a buen término. Hubo momentos de
gran tensión, como cuando se difundió un bulo que aseguraba que el alemán había sido
asesinado por la muchedumbre bilbaína como represalia por un bombardeo sobre Bilbao.
Aunque luego se confirmó que la notica era falsa, nuestro arquitecto seguía con gran
angustia todas las informaciones que aparecían en la prensa sobre Karl Gustav Schmidt.
Pudo leer una entrevista que le hizo al aviador la periodista Cecilia G. de Guilarte en el
periódico anarquista CNT del Norte, y en la que el joven se mostraba convencido de que
«no saldría» con vida de su cautiverio.
Mientras se producían las conversaciones con el gobierno vasco, Luis tuvo que rendir
cuenta de las mismas al comandante Julio Troncoso, jefe de la Comandancia Militar del
Bidasoa y responsable del SIFNE. El oficial franquista, desde su cuartel general de Irún,
fue uno de los primeros en enterarse del éxito de las negociaciones que se cerraron a
mediados de abril. El canje finalmente se produjo el 22 de abril de 1937 en San Juan de
Luz. Unos días más tarde, Schmidt regresaba sano y salvo a Alemania.

Los boy scouts

Después de lograr el canje del alemán, Beslier fue felicitado personalmente por el
coronel Ungría, que se acababa de hacer cargo de los servicios secretos de Franco de
manera oficial. Le ofreció una buena suma de dinero por el canje de Karl Gustav
Schmidt, a lo que el francés se negó rotundamente. Empezó a gozar de cierta fama entre
los sublevados que le consideraban una persona muy capaz, tanto por su inteligencia
como por su templanza en situaciones extremas. En pocas semanas volvieron a contar
con él para otra delicada misión.
En esta ocasión fue el Cuartel General de Franco el que le pidió negociar el canje de
un grupo de setenta boy scouts de Zaragoza que llevaban más de nueve meses en poder
de los republicanos. El inicio de la guerra había sorprendido a los adolescentes

279
disfrutando de un campamento de verano en el Parque Nacional de Ordesa junto a dos
adultos que ejercían como monitores. Al no poder regresar a su ciudad, el grupo quedó
en poder del Frente Popular que se hizo cargo de ellos. Fueron trasladados hasta
Barbastro, Ainsa, Lérida y Barcelona, donde los más pequeños fueron separados de los
mayores y evacuados hasta Lourdes (Francia) para reunirse con sus padres. Sin embargo,
los scouts de dieciocho años, al ser considerados aptos para el servicio militar, tuvieron
que permanecer en Barcelona a la espera de que se efectuaran las negociaciones de
canje. Solo uno de estos chicos se alistó en el Ejército Popular, el resto tuvo que trabajar
en la cantina de la Unión Internacional Save The Children.
A Beslier le encargaron gestionar la liberación de los veintidós «exploradores» que
permanecían en Barcelona. También participaron en las negociaciones miembros de la
Cruz Roja Internacional, así como varias entidades de escultistas franceses que se
interesaban por la situación de los jóvenes. En junio de 1937, se llegó a un acuerdo para
canjear a los adolescentes por la compañía teatral catalana Iris Park, que había quedado
retenida en Zaragoza al inicio de la guerra. El intercambio se produjo el día 7 en el
puente internacional de Irún y hay una buena muestra fotográfica en el Archivo Central
de la Cruz Roja.

Su etapa como quintacolumnista

Justo después de haber culminado con éxito su segunda misión, Beslier empezó a
tener trato directo con el comandante Alberto Cuartero Logroño, que se convertiría unos
meses más tarde en el jefe del SIPM en Zaragoza. Siguiendo sus indicaciones y
aprovechando una vez más su pasaporte francés, empezó a trabajar por fin como enlace
de la Quinta Columna en el verano de 1937. Durante los meses de julio y agosto se
desplazó varias veces hasta Cataluña para entrevistarse con su antiguo jefe, Joaquín
Aznar, que había salido de la cárcel. El contratista estaba poniendo en marcha una
organización que se denominaría Los Almogavares, en honor a los soldados del siglo
XIV.
A lo largo del verano Aznar le entregó a Beslier informes y croquis militares para
que los llevara al SIPM a su regreso a zona sublevada. Entre los documentos que le dio
destacaba un plano detallado de las defensas en el puerto de Barcelona, así como varios
croquis con la ubicación de fábricas de armamento y depósitos de combustible de la
Ciudad Condal. En poco tiempo, Los Almogavares se convirtieron en una organización
muy valorada por la inteligencia nacional por la veracidad de sus informaciones. Su jefe
decidió afiliarse al Sindicato de Viajantes, Corredores y Representantes de la UGT con
la intención de no llamar la atención de las autoridades.

280
Además de facilitar datos militares sobre los republicanos al espionaje franquista,
Los Almogavares también se dedicaron a la ocultación de las personas que se
encontraban perseguidas por la policía. Aznar utilizó varios locales de su propiedad para
esconder a un gran número de falangistas que salían de la cárcel y corrían el riesgo de ser
«paseados». Al frente de estos locales estaban dos hermanos de su total confianza:
Carmen y Domingo García de las Bayonas. Ambos tenían hilo directo con Julio
Mendoza, una persona muy vinculada a Luis Santa Marina, máxima autoridad falangista,
detenido desde los primeros días de la sublevación militar.
Entre julio y octubre de 1937 Luis Beslier realizó cuatro viajes a la España
republicana. Normalmente llegaba a la retaguardia barcelonesa en avión desde Toulouse,
aunque otras veces accedía por la frontera de Gerona donde mostraba su pasaporte con
naturalidad a los carabineros que la custodiaban. Se movía con total tranquilidad por
Barcelona y los pocos incidentes que tuvo pudo solventarlos mostrando su
documentación francesa. El SIPM estaba tan satisfecho con su papel que el comandante
Cuartero le ordenó que contactara también con otras organizaciones de la Quinta
Columna cuyos enlaces estaban en tela de juicio por indiscrecciones. A partir de este
momento, se convertiría en enlace de otros grupos como Ocharán, Concepción y
TODOS.

El misterio de la emisora de radio

Cada vez que Beslier visitaba Barcelona, Los Almogavares le entregaban un sinfín de
planos, cada vez más exactos. Pero el francés y Aznar tenían un proyecto más ambicioso
para su organización. Querían instalar una emisora de radio de gran potencia para
enlazar directamente con los servicios de información de Franco en la zona de Aragón.
De esta manera, el traslado de los datos se haría de forma «más rápida y eficaz» que
mediante los enlaces humanos, que siempre entrañaban riesgos. El contratista escribió
una carta al SIPM con la propuesta detallada que Luis entregó a sus superiores en
Zaragoza. El comandante Cuartero recibió la misiva con entusiasmo y trasladó el
proyecto hasta el Cuartel General de Franco, donde quedó paralizada para siempre. Otro
enlace del SIPM en Cataluña, el suboficial de Caballería José Gallart, también
secundaría la propuesta de Aznar antes de ser detenido por el SIM que lo asesinaría en El
Collell. Desconocemos las causas, pero el alto mando franquista decidió paralizar el
proyecto. Es posible que los servicios secretos decidieran ser más cautelosos en
Barcelona para prevenir nuevas detenciones, ya que habían aumentado en los últimos
meses.
En septiembre de 1937, la policía descubrió un complot de la Quinta Columna que se

281
conoció con el nombre del «asunto de la Radio Nacional Extranjera». Fueron arrestadas
una veintena de personas. Algunos de los detenidos formaban parte de Los Almogavares,
pero otros eran efectivos de otras organizaciones. Las fuerzas de seguridad descubrieron
que en una tienda de aparatos de radio y máquinas de escribir se diseñaba propaganda de
corte «fascista» para su difusión por la ciudad. Al frente de la tienda estaban los
hermanos Domingo y Carmen García de las Bayonas, dos personas muy vinculadas a
Joaquín Aznar, el líder quintacolumnista. Ambos serían acusados de «espionaje» y
«auxilio a la rebelión».
La prensa calificó a Domingo García de las Bayonas como el «cabeza visible del
complot», y le acusó de «expedir certificados de trabajo falsos» y de captar a «jóvenes»
catalanes para la Quinta Columna. Sobre su hermana Carmen, los periódicos se
limitaban a decir que «almacenaba propaganda fascista» en un taller de costura de su
propiedad, además de señalarle como delegada de Falange del 13.er distrito de
Barcelona. Junto a ellos, también fueron detenidos en la operación otros
quintacolumnistas destacados de Barcelona, como Pedro Romero Ballesta, militante de
Renovación Española; Eugenio Ortega, miembro de la Guardia Nacional Republicana;
María de los Ángeles Ortat, del taller de costura de Carmen; Julio Mendoza, vinculado a
la cúpula de Falange; Eugenio Fuentes, empleado de la tienda de radio y José Somoza
Díaz, trabajador del Hotel Colón.
Como consecuencia del complot de la «Radio Nacional Extranjera», Domingo García
de las Bayonas y otros dos de los arrestados fueron acusados de «alta traición» y
condenados a muerte. Su sentencia se ejecutó en los fosos del castillo de Montjuic en
diciembre de 1937. Su hermana Carmen vivió para contarlo y permaneció en prisión
hasta casi el final de la Guerra Civil.

La huida de Aznar y nuevas detenciones

Las detenciones de los hermanos García de las Bayonas supusieron un importante


revés para Los Almogavares. Tras los arrestos, la policía se puso tras los pasos de los
miembros de la organización que quedaban en libertad, y entre los que se contaban
Joaquín Aznar y Beslier. El primero tuvo que abandonar su casa para marcharse, casi
con lo puesto, al pueblo de montaña Figaró-Montmany, en la Vall de Congost. Su
despacho profesional en el número 94 de la calle Balmes fue requisado pese a estar bajo
la protección del consulado francés.
Gracias a su huida precipitada, Aznar consiguió eludir la detención y desde su nuevo
destino intentó continuar con su trabajo clandestino. Pero era muy complicado. En su
nuevo domicilio siguió recibiendo las visitas de Beslier, que todavía trabajó como enlace

282
del SIPM hasta febrero de 1938. El 28 de este mes fue arrestado por agentes del SIM en
otra operación del espionaje republicano contra la Quinta Columna. También fueron
capturados Eduardo Lagunilla y Plácido Nasarre, por su vinculación con Los
Almogavares. Tras acabar la guerra, Aznar explicaría ante la Causa General que la
detención de Beslier se debió a un chivatazo que le dio al SIM un miembro de la Escuela
de Comisarios de Guerra de Sant Cugat del Vallés.
Beslier fue trasladado a la cárcel de Montjuic y allí esperó a que se celebrara su
juicio. Le juzgó el Tribunal de Guardia Número 3, que le condenó a muerte el 17 de
enero de 1939, nueve días antes de la entrada de los sublevados en Barcelona. Su
fusilamiento no se llevó a cabo ante la inminente entrada de las tropas franquistas a la
ciudad. Su sentencia fue la última condena a muerte dictada por la República en
Barcelona.
Pese a haber sido arrestados casi todos los miembros de Los Almogavares, Joaquín
Aznar logró evitar el arresto gracias a sus compañeros. Ni Beslier ni el resto de los
componentes de la organización le delataron cuando el SIM les interrogó, y gracias a
ello pudo sobrevivir a la guerra. La entrada de los franquistas en Cataluña le sorprendió
en Figaró-Montmany, donde había permanecido casi un año escondido en la vivienda de
otro quintacolumnista. Allí vivió momentos de gran angustia, ya que el SIM había
instalado frente a su casa un destacamento militar que le impedía salir a la calle.

El SIPM intenta reconstruir su Quinta Columna

Casi al mismo tiempo en el que se producían las detenciones de Los Almogavares,


llegaron hasta Barcelona tres agentes secretos enviados por el SIPM. Habían viajado a
Cataluña con una misión clara pero muy peligrosa: reconstruir las organizaciones de la
Quinta Columna que habían sido desarticuladas por la seguridad republicana. Al frente
de ellos estaba Juan Villalta Rodríguez, uno de los mejores agentes de Ungría, al que el
coronel había designado como nuevo responsable de los grupos clandestinos. Los otros
dos eran José Mir Roselló y Miguel Ponsola Millán, dos jóvenes catalanes que habían
sido reclutados por la inteligencia franquista para la ocasión. Este último era mecánico
de profesión, tenía diecinueve años y tras desertar del bando republicano en el frente de
Aragón se había incorporado poco después al espionaje de los alzados.
José Mir y Miguel Ponsola llegaron antes que Villalta a la Ciudad Condal. Tenían
que preparar la llegada de su jefe y para ello deberían buscar un «lugar seguro» donde
instalarse. Lo encontraron en la calle Ancha número 17, en una vivienda propiedad de la
familia de Mir, que decidió acoger a los espías de Franco por afinidad ideológica.
Pasados unos días, Villalta aterrizó en Barcelona. Lo hizo con nombre supuesto y

283
portando consigo un pasaporte diplomático para no desvelar su verdadera identidad. Se
hacía llamar doctor Barchela y su documentación le acreditaba como secretario del
consulado de Chile.
Durante casi tres meses, Villalta y los agentes del SIPM mantuvieron un sinfín de
reuniones con personas de derechas que podían ser útiles para la Quinta Columna que
estaban reconstruyendo. Una de ellas era Magdalena Duque, una mujer que residía en el
número 13 de la calle Muntaner y cuyo hijo se encontraba en territorio sublevado. Tanto
ella como su hija Esperanza se pusieron incondicionalmente al servicio de Franco,
entregando a los agentes las llaves de su casa para que celebraran reuniones. Además, les
presentaron a algunos amigos de la familia de ideología tradicionalista que también se
ofrecieron a colaborar con los tres miembros del SIPM. Uno de estos amigos se llamaba
Nicolás Riera y les facilitó algunas armas cortas y abundante munición que había
adquirido en el mercado negro.
Sabemos que Villalta trató de contactar con Aznar como único elemento de Los
Almogavares que permanecía en libertad, pero no lo consiguió. Era consciente de que el
SIM le pisaba los talones y estaba dispuesto a sacarle de Cataluña con la ayuda de
Lorenzo, un guía que actuaba cerca de Figueres. Tras semanas de búsqueda, el agente del
SIPM renunció a contactar con él y continuó con el trabajo que Ungría le había
encargado: refundar el resto de las organizaciones quintacolumnistas en Cataluña. En
cierta manera lo consiguió. Varios elementos del grupo Concepción se pusieron a sus
órdenes y aceptaron que los dirigiera a pesar de que no le conocían de nada. De hecho,
entabló mucha amistad con uno de los colaboradores de este grupo, el cónsul de Costa
Rica en Barcelona, Francisco Romero Sánchez, que más tarde sería detenido por el SIM
acusado de «espionaje».
Los agentes alzados también incorporaron a su red a César Sánchez Catalinas, un
radiotelegrafista de Transradio Española, que trabajaba en una estación receptora del
Camp de la Bota. Este joven les presentó a Celso Mira Martínez, un ingeniero industrial
especialista en radio, que accedió a montar una estación portátil para contactar con la
otra España. Cuando la estación estaba casi preparada para emitir se produjo una traición
inesperada. Miguel Ponsola, uno de los tres enviados del SIPM, delató a los
quintacolumnistas ante la Brigada de Investigación Criminal, dirigida por el policía
comunista Julián Grimau. Desconocemos el motivo de la delación, pero sí que sabemos
que, desde su llegada a Cataluña, Villalta tenía muchas dudas sobre él. Tanto es así que
decidió asesinarle. Estaba convencido de su traición, así que el 10 de marzo de 1938 le
tiroteó en plena avenida de Carlos III, dejándole mal herido.
El intento de asesinato del confidente de la Brigada de Investigación Criminal
aceleró los acontecimientos. La seguridad republicana decidió detener a Villalta y al
resto de sus colaboradores en otra gran operación que tuvo mucha repercusión en la

284
prensa. Según los periódicos, la policía había capturado a un «enviado de Franco» que
quería reconstruir una amplia red de espionaje. Casi todos los detenidos estuvieron
recluidos unos días en la checa de la plaza de Berenguer el Grande donde fueron
sometidos a horribles torturas para hacerles «cantar». Según relataron a la Causa General
algunos de los supervivientes, Grimau se ensañó especialmente con Villalta al que
«castró» en una silla de barbero. De acuerdo con estos testimonios, en esta silla existían
unas placas eléctricas que le fueron aplicadas en los testículos y le produjeron unas
quemaduras enormes.
Este fue el inicio de su calvario ya que unos días más tarde, Villalta y el resto de los
quintacolumnistas fueron trasladados al Palacio de Justicia de Barcelona. Allí pasaron a
disposición del Tribunal de Espionaje y Alta Traición de Cataluña donde fueron
sometidos a duros interrogatorios por el presidente, Alfonso Rodríguez Dranguet. Un
total de sesenta y dos personas fueron condenadas a muerte y fusiladas en Montjuic el 11
de agosto de 1938. Entre los ejecutados se encontraba el agente del SIPM y sus
colaboradores más cercanos.

TRAS LA GUERRA CIVIL

No hay apenas información sobre Luis Beslier después de ser liberado por los
nacionales en el castillo de Montjuic. Sabemos que se libró milagrosamente del paredón
de fusilamiento, una situación que le dejó marcado de por vida. Unas semanas después
de salir a la calle, el 23 de febrero, prestó declaración jurada ante las autoridades
franquistas de Barcelona explicando sus avatares durante la contienda. Sabemos que tras
la guerra ejerció como arquitecto y durante la década de los cincuenta trabajó en
Marruecos para la compañía Tánger American Textil Corporation. Su nombre figura en
la revista Cortijos y Rascacielos como «arquitecto» de una fábrica textil de Tánger que
se encontraba en construcción en esta época.
Tampoco disponemos de muchos datos de lo que fue de Joaquín Aznar tras la guerra.
Fue nombrado jefe local de FET y de las JONS de Figaró-Montmany antes de volver a
Barcelona para continuar con su profesión de contratista de obras. En el Archivo General
Militar de Ávila hemos localizado un informe suyo de las actividades de Los
Almogavares durante la contienda. Iba dirigido al comandante Cuartero del SIMP de
Zaragoza y pedía que se «tuvieran presentes sus servicios» a efectos de percibir las
recompensas pertinentes por su trabajo. El 20 de noviembre de 1962 moriría en la
Ciudad Condal.
Eduardo Lagunilla, otro de los hombres destacados de Los Almogavares, consiguió
sobrevivir a la guerra pese a haber sido condenado a trabajos forzados en un batallón

285
disciplinario. A partir de 1939 continuó ejerciendo como arquitecto en Aragón y durante
los años cuarenta trabajó para las Regiones Devastadas en las provincias de Zaragoza y
Huesca. Una década más tarde realizó otros proyectos, como el diseño de la iglesia del
Sagrado Corazón de María o el monasterio de la Encarnación, ambos en la capital
aragonesa. Falleció en 1980 a la edad de setenta y dos años.

286
Capítulo 16. MILLÁN JARA, UN DADO DE PÓKER
ENTRE BARCELONA Y MADRID

Los primeros pasos de Millán Jara Cobos como quintacolumnista los dio en Madrid,
pero donde realmente se forjó como agente secreto fue en Barcelona. Pese a su juventud,
fue de las pocas personas que actuó como emboscado en las dos principales ciudades
republicanas, donde fundó la organización del Dado de Póker. Estuvo dos años
trabajando en la clandestinidad antes de huir a Francia, donde consiguió llegar de puro
milagro: su automóvil fue ametrallado a pocos metros de la frontera. Una vez en zona
sublevada se integró en el SIPM y llegaría a ser uno de los hombres más brillantes de sus
servicios de información, pese a tener tan solo veinticuatro años. Era un gran teórico y
uno de sus grandes logros fue elaborar un ambicioso plan de espionaje en Cataluña que
trató de poner en marcha a finales de 1938.
Cuando empezó la Guerra Civil, Millán Jara era un soldado de aviación de veintidós
años que cumplía el servicio militar en el aeródromo de Getafe. Tras cursar la carrera de
Derecho se había instalado en Madrid donde estaba dispuesto a empezar su andadura
como abogado. La sublevación lo truncó todo y aunque se sentía identificado con los
alzados, no participó en los combates del cuartel de la Montaña y Campamento. Sin
embargo, se mostró dispuesto a apoyar a los oficiales de su aeródromo que se habían
rebelado contra la República, como el capitán Ángel Salas Larrazábal, que consiguió
huir a la zona de los sublevados en un Breguet XIX después de que le ordenaran
bombardear Melilla. También se puso del lado del teniente Juan Reus, un aventurero de
Toledo que iba a realizar una expedición por el Amazonas. Reus fue detenido y
asesinado en Carabanchel Bajo por negarse a apoyar al Frente Popular.
Al igual que el resto de los soldados de Aviación, permaneció acuartelado hasta que
la situación en Madrid quedó controlada. Su unidad fue enviada a participar en el asalto
del cuartel de Artillería de Getafe, en el que un centenar de militares se habían levantado
en armas contra el régimen republicano. Consiguió eludir aquel asalto y permaneció
escondido junto a otros soldados en uno de los barracones del aeródromo hasta que
regresaron sus compañeros. Tenía claro que no quería luchar contra los sublevados e iba
a hacer todo lo que estuviera en su mano para evitarlo.
El 21 de julio de 1936 se constituyó un comité popular en el aeródromo de Getafe,
que estaba formado por representantes de las diferentes organizaciones del Frente
Popular. Una de las primeras acciones que llevaron a cabo sus dirigentes fue detener a
Millán, acusado de «desafecto» por sus simpatías hacia los sublevados. Le acusaban
también de celebrar reuniones clandestinas en las que «alentaba» a otros soldados para

287
que se negaran a combatir. Su arresto se produjo tras la denuncia de dos compañeros
suyos que, al ser interrogados por sus superiores, decidieron delatarle por «miedo» a ser
asesinados.
El futuro quintacolumnista fue trasladado hasta el convento de los Escolapios de
Getafe donde permaneció encerrado varios días. Allí se había constituido una especie de
comité revolucionario cuyo objetivo era investigar y juzgar a los posibles «enemigos del
pueblo» dentro de la localidad. El juicio contra Millán Jara nunca llegó a celebrarse,
gracias a las gestiones que hizo un buen amigo suyo que tenía contactos en las altas
esferas militares. Este amigo era Juan Toharía y formaba parte de la secretaría técnica
del general Pozas, por aquel entonces ministro de Gobernación.

Los primeros sabotajes

El 29 de julio de 1936, Millán Jara tuvo que regresar al aeródromo de Getafe para
reincorporarse a los «servicios» habituales del mismo: protección de instalaciones,
guardias nocturnas y mantenimiento de las pistas de despegue. Estuvo muy poco tiempo
en esta situación porque una semana después fue designado para una misión «crucial»
que solo él podía llevar a cabo. Gracias a su dominio del inglés, le nombraron intérprete
oficial del aeródromo, por lo que de ahora en adelante debería acompañar a todas horas a
los pilotos extranjeros que empezaban a llegar a España para combatir del lado de la
República. Ese mes de agosto se convirtió en la sombra de aquellos intrépidos aviadores
ingleses, americanos y franceses que estaban dispuestos a arriesgar sus vidas por unos
ideales y, algunos de ellos, por altas sumas de dinero. Tuvo mucha relación con los
miembros de la escuadrilla España, la unidad que mandaba el intelectual y político
francés André Malraux, que había llegado a Madrid pocas semanas después del golpe
militar.
En la declaración jurada que hizo tras la guerra, Millán aseguró que en su etapa como
intérprete intimó de manera premeditada con muchos pilotos extranjeros, sobre todo con
los británicos. Solía llevarlos a Madrid por la noche y los animaba a que se
emborracharan hasta altas horas de la madrugada para que al día siguiente no estuvieran
en condiciones de pilotar. Según explicaría, pudo «destruir» trece cazas, ya que los
aviadores extranjeros «los estrellaban» al despegar por encontrarse ebrios. Fruto de estos
incidentes, nuestro protagonista tuvo de nuevo problemas con los jefes del aeródromo,
que le tacharon de irresponsable y ordenaron su arresto. En poco tiempo le pusieron en
libertad tras conseguir convencerles de su inocencia.
A medida que pasaban las semanas, las tropas franquistas avanzaban a toda velocidad
rumbo a Madrid para preparar lo que ellos pensaban que iba a ser una entrada triunfal.

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Tras la conquista de Toledo el 27 de septiembre, el avance nacional parecía imparable y,
un mes más tarde, los sublevados ya se encontraban a las puertas de Getafe. El pueblo
estaba mal defendido por una línea de trincheras poco profundas y con escasas
posiciones de artillería. Conscientes de que el aeródromo iba a caer más pronto que tarde
en manos del «enemigo», los republicanos sacaron todos sus aviones para trasladarlos
hasta Barajas y Alcalá de Henares. También trataron de volar las pistas de despegue
colocando cargas explosivas en puntos estratégicos, pero no pudieron llevar a cabo su
propósito. Una vez más, Jara tuvo un papel destacado como saboteador en la sombra. El
joven abogado fue uno de los últimos soldados en replegarse de Getafe y aprovechando
que la retirada de las unidades republicanas se estaba haciendo de una manera
desordenada, aprovechó para inutilizar algunos de los explosivos. Ayudado por un
compañero llamado Jacobo Corsini evitó que el aeródromo madrileño quedara reducido
a escombros.

Colaborando con la Quinta Columna

Getafe cayó en poder de los nacionales durante la noche del 4 de noviembre de 1936.
Millán fue trasladado a Madrid con el resto de la guarnición del aeródromo, aunque solo
permaneció unos meses allí, pues muy pronto lo destinaron a Barcelona. Durante el
tiempo que estuvo en la capital aprovechó para contactar con algunos derechistas que se
estaban organizando, pues creían que la ciudad iba a caer de forma inminente en manos
de los sublevados. En este contexto, Jara puso en marcha de manera improvisada los
cimientos de lo que luego sería la organización quintacolumnista Dado de Póker, cuyos
tentáculos se expandirían a Cataluña pasados unos meses.
Uno de sus colaboradores más cercanos era Vicente Pérez Cremós, un joven
falangista al que conocía desde antes de la guerra y que, pese a estar refugiado en la
embajada chilena, tenía contactos con la inteligencia de los sublevados a través de una
emisora de radio. Su otro hombre de confianza era Ángel Márquez, un estudiante de
medicina afiliado a Renovación Española que al estallar la guerra fue nombrado teniente
médico de la Cruz Roja.
Durante el tiempo que Millán permaneció en Madrid consiguió enviar información a
los nacionales por medio de Pérez Cremós, que tenía contacto con la organización
quintacolumnista Golfín-Corujo. Por lo general, transmitía datos relacionados con la
aviación republicana mediante una pequeña red de contactos en el aeródromo de Alcalá
de Henares. Entre sus colaboradores estaba Agustín Abajo, un soldado conductor que
tenía acceso a mucha información por llevar en su coche a diario a los principales
oficiales republicanos. Otro de sus hombres de confianza era Ángel Fernández, otro

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chófer destinado en las fuerzas terrestres del Ejército Popular como conductor personal
del general Hernández-Saravia.
Jara también recopiló información de interés gracias a Ángel Márquez, su otro
hombre de confianza en Madrid. Como oficial de la Cruz Roja, Márquez solía viajar con
frecuencia al campo de batalla y una vez allí memorizaba la ubicación exacta de las
trincheras y posiciones republicanas. Después elaboraba unos pequeños planos que le
entregaba al quintacolumnista para que los hiciera llegar al espionaje de los sublevados.
Colaboraba con Márquez otro joven estudiante, Emilio Tejedor, que era camillero en el
frente de Somosierra.
La organización Dado de Póker acababa de nacer, pero carecía de autonomía propia.
Casi toda la información a la que tenían acceso los quintacolumnistas llegaba a la zona
de los sublevados gracias al grupo de Golfín-Corujo que tenía hilo directo con la Falange
Clandestina. Sin embargo, todo cambiaría con la llegada del nuevo año.

Espiando desde Barcelona

Millán fue trasladado a Barcelona a comienzos de 1937. Gracias a su formación


académica le destinaron a la Subsecretaría del Aire, donde permaneció un año y medio
ocupando puestos de carácter burocrático. Según la investigación que hizo el profesor
Alfonso López en su artículo «Bombas que nunca mataron», allí se enteró de un extraño
fenómeno del que hablaba todo el mundo en la Ciudad Condal. Al parecer, dentro de la
subsecretaría se decía que un alto porcentaje de las bombas que lanzaba la aviación
franquista sobre la capital catalana no explotaban y lo achacaban a sabotajes
republicanos dentro de la retaguardia nacional.
Al margen del extraño fenómeno, las actividades del Dado de Póker se frenaron en
seco después de que su líder fuera trasladado a Barcelona. Sin embargo, pasados unos
meses Jara consiguió reconstruir su red de agentes con varios quintacolumnistas que
estaban dispuestos a conspirar contra la República desde Cataluña. Algunos de ellos
pertenecían al Ejército del Aire, como Rey del Arco, un sargento joven de Aviación
destinado en el Centro Administrativo de Aviación, en la calle Joan Vinyes. También
participaba en las conspiraciones Antonio Luna Palomares, conductor personal del jefe
de Intendencia de Aviación, que poseía acceso a información muy sensible sobre su
superior.
Junto a ellos realizarían actividades clandestinas otros dos agentes que acabarían
siendo muy valiosos para los servicios de información franquistas. El primero se llamaba
Luis Fernández, tenía treinta y tres años, y se encontraba destinado en la sección de
contabilidad de la Dirección General de Aduanas. Desde su oficina del Paseo de Gracia,

290
conocía muchas de las transacciones económicas del gobierno republicano para adquirir
material bélico en el extranjero. A través de él, Millán pudo informar puntualmente de la
llegada al puerto de Barcelona de numerosos buques cargados de material de guerra
procedente de la Unión Soviética.
El otro agente destacado era un gallego llamado Antonio Bernáldez que trabajaba
como abogado en el Centro de Contratación de la Moneda de Barcelona. A sus treinta y
cinco años se vio obligado a afiliarse a la CNT para no levantar sospechas entre sus
compañeros que le tachaban, en tono de broma, de «fascista» por ser doctor en Derecho
y sus grandes conocimientos de inglés y francés. Su vasta cultura le permitiría entablar
amistad con algunos extranjeros que se movían con libertad por Cataluña y le facilitaban
datos de valor del enemigo.

En contacto con el espionaje franquista

Pese a la distancia con Madrid, Millán Jara enviaba a la capital toda la información
que recababan sus colaboradores sobre la situación de Barcelona. Los mensajes se
trasladaban cifrados hasta el Hogar Español de la CNT de Madrid, donde dos infiltrados
falangistas se encargaban de recibirlos. Después se los entregaban a los dirigentes de la
organización Golfín-Corujo que conseguían enviárselos a la Falange Clandestina. En
mayo de 1937, al ser detenidos por la policía Javier Fernández Golfín e Ignacio Corujo,
el Dado de Póker quedó incomunicado de la zona sublevada. A nuestro protagonista no
le quedó más remedio que abrir una nueva vía de comunicación con el espionaje de
Franco. Lo hizo a través del SIFNE, el servicio de información franquista que llevaba
meses asentado en Francia y contaba con una amplia red de enlaces extranjeros que
actuaban como espías en Cataluña. Uno de ellos era un empresario suizo que, aunque
había nacido en España, tenía pasaporte helvético y se movía entre Barcelona y
Marsella. Aprovechando estos viajes, se reunía con los representantes del SIFNE y les
entregaba los informes que Jara escribía sobre la situación en Barcelona.
Desconocemos hasta qué punto fueron efectivas o no las informaciones que
transmitió el Dado de Póker al bando sublevado. Lo que parece claro es que tras la
guerra su líder se mostraba convencido de que los datos aportados por su organización
fueron claves para acabar con diferentes objetivos militares en Cataluña. Según
declararía en abril de 1939, sus informaciones resultaron fundamentales para que la
aviación italiana destruyera algunos objetivos en Barcelona, Sabadell y Granollers.
Además de los ataques aéreos, Jara aseguraba que su actuación resultó decisiva para
que se descubriera una emisora clandestina republicana en Palma de Mallorca. Había
escuchado en la Subsecretaría del Aire que en la isla existía una pequeña emisora que

291
contactaba con la aviación republicana, marcándole posibles objetivos a los que
bombardear. Millán pudo conocer la ubicación exacta del transmisor e incluso la
identidad de los hombres que la controlaban. Gracias a estos datos, la emisora fue
descubierta por la Falange local y sus responsables detenidos.

La huida a Francia

A comienzos de 1938 el líder del Dado de Póker empezó a sentirse perseguido. Cada
vez que salía a la calle tenía la sensación de que alguien le seguía. Y no le faltaba razón.
No tardó mucho tiempo en descubrir que aquellas misteriosas personas que andaban tras
sus pasos eran agentes del SIM, que por esas fechas se encontraban muy activos en la
lucha contra la Quinta Columna. Llegó a sentir pánico ante su posible detención. Estaba
al corriente de las torturas y malos tratos que sufrían los quintacolumnistas en las checas
barcelonesas y no quería caer en sus manos. Su primera y única opción fue tratar de
escapar a Francia a través de los Pirineos. Para conseguirlo le pidió ayuda a Pedro
Oliver, un comerciante de automóviles de línea de Santa Eulàlia de Riuprimer
(Barcelona), padre de uno de sus colaboradores en el cuartel de Granollers. Aunque
estaba afiliado a la UGT, el hombre apoyaba a los sublevados; de hecho, tenía dos
hermanos sacerdotes que habían sufrido lo indecible durante los primeros meses de la
guerra.
A primera hora de la mañana del 1 de julio de 1938, Millán se presentó en la
vivienda de Pedro Oliver, situada en la carretera al aeródromo de Vic. Le explicó que su
hijo colaboraba con su red de espionaje, lo que ya sabía, pues el chico había organizado
expediciones de evadidos a Francia durante el verano de 1936. Después le contó que
estaba en una situación desesperada ya que el SIM le pisaba los talones y tenía que pasar
a Francia lo antes posible. A pesar de sentir temor, el comerciante se puso a su
disposición y con un mapa de la comarca, le enseñó la ruta que tendría que tomar para
alcanzar la frontera. Oliver, gran conocedor de la zona, también le prestó uno de sus
coches de línea y le señaló los lugares frecuentados por las patrullas de carabineros.
También le dejó pernoctar esa noche en su casa y le dio bastante comida para el largo
viaje que le esperaba.
Millán partió al amanecer de Santa Eulàlia de Riuprimer y consiguió llegar sin
demasiados sobresaltos cerca de la frontera. Casi todo el recorrido transcurrió de una
manera plácida hasta que, llegando a una zona de masías, se cruzó con un Ford negro
con cuatro personas a bordo. El coche dio media vuelta y empezó a seguir al de Millán
haciéndole indicaciones para que se detuviera. El quintacolumnista hizo caso omiso y
entonces se inició una persecución a toda velocidad. Los perseguidores, que resultaron

292
ser agentes del SIM, sacaron sus armas por las ventanillas y dispararon contra el
automóvil que se había dado a la fuga. Gracias a sus dotes de conducción y a su amor
por la velocidad, Jara consiguió despistarles y continuar su ruta hasta una zona boscosa
donde se apeó del coche. Campo a través, caminó durante horas por una zona sinuosa de
barrancos hasta que a la mañana siguiente consiguió llegar a Francia por una antigua
senda de pastores. Estaba a salvo.

Empieza a trabajar para el SIPM

En Perpiñán permaneció una semana a la espera de intentar entrar en la España


sublevada. Finalmente lo consiguió a través de Irún y, al igual que habían hecho otros
evadidos, se presentó en las oficinas de la subcentral del SIPM. Fue interrogado por el
teniente coronel Pérez-Urruti que quería conocer el relato de su fuga y las relaciones que
había dejado en Barcelona y Madrid. Millán le contó los pormenores de su huida y los
detalles de la organización que había formado durante los dos primeros años de guerra.
El quintacolumnista le propuso reactivar a algunos de sus agentes, especialmente
aquellos que «no estaban quemados».
Pérez-Urruti decidió incorporarle a la inteligencia franquista en agosto de 1938.
Millán Jara recibió su primera misión: reconstruir el Dado de Póker en Barcelona. El
SIPM quería relanzar esta red, pero la idea era aislarla del resto de grupos barceloneses.
El espionaje franquista había aprendido de los errores del pasado, ya que meses atrás
varios grupos falangistas relacionados entre sí habían sido descubiertos y todos sus
integrantes detenidos.
Mientras preparaba la restructuración del Dado de Póker, Jara se enteró de las
consecuencias que había tenido su huida a zona sublevada. Tras descubrirse su evasión,
sus padres fueron detenidos en Madrid y en Barcelona también fueron arrestadas otras
dieciocho personas, acusadas de colaborar en su fuga. Lejos de amedrentarle estas
noticias, Millán se tomó muy en serio la reorganización de su red y elaboró un amplio
dosier que entregó a sus jefes del SIPM. Estos quedaron encantados con su propuesta y
le enviaron a Zaragoza para reunirse con el teniente coronel Cores, al que explicó con
detalle su plan.
Los pormenores del proyecto se encuentran custodiados en los fondos del Archivo
General Militar de Ávila. Se trata de cerca de cien páginas, casi todas escritas a mano, en
las que se explica con detalle la restructuración del Dado de Póker. Desde septiembre de
1938, la organización quedaría bajo la dirección del SIPM de Irún, que dirigiría sus
actividades en territorio «enemigo». Millán actuaría como responsable del grupo en zona
nacional y se convertiría en el nexo entre los quintacolumnistas y el espionaje franquista.

293
La nueva estructura dividiría la red en tres grupos, con tres líderes independientes que
contarían cada uno con suplentes para el caso de que fueran detenidos los jefes. El
primero se conocería con el nombre de Grupo Central Informativo y su jefe estaría
instalado en Barcelona y actuaría como responsable supremo de la organización. Este
supuesto líder sería el único que establecería contacto con los enlaces en la aviación
republicana, el Ejército Popular y en puestos destacados de la sociedad civil.
Después estaría el Subgrupo Informativo y de Enlaces Interiores, que actuaría como
un servicio de información independiente, aunque tendría que rendir cuentas al jefe de la
organización. Actuaría como una especie de estafeta receptora de los informes del líder
de la red que distribuiría entre el resto de sus componentes. El tercer grupo se llamaría
Subgrupo de Evacuación y de Enlaces Exteriores y su objetivo sería mantener el
contacto con los correos del SIPM procedentes de Francia.
El proyecto resultaba de lo más ambicioso, pues el Dado de Póker también tendría
sus ramificaciones en Madrid, Valencia y Albacete, gracias a los contactos que Millán
Jara tenía en estas ciudades. Durante dos semanas, el joven abogado se pasó largas horas
redactando los detalles de su iniciativa y escribiendo a mano la ficha con la identidad de
cada uno de los quintacolumnistas. El coronel Ungría, desde el cuartel general de
Franco, estudió la propuesta en septiembre de ese año y aprobó la restructuración del
grupo, dejando claro que tendría que estar «totalmente aislado» del resto de
organizaciones que operaban en Cataluña. El jefe supremo del espionaje franquista
quería evitar la infiltración de agentes del SIM o la penetración de agentes perturbadores
dentro de sus grupos.

Un viaje a la retaguardia republicana

El 12 de octubre de 1938 tres agentes secretos del SIPM abandonaron Irún con la
intención de entrar en Francia y desde allí acceder a Cataluña de manera clandestina.
Eran tres hombres curtidos en materia de espionaje, que ya habían viajado a la
retaguardia catalana a lo largo de la guerra, y que también habían trabajado de manera
encubierta en territorio francés encuadrados en el SIFNE. Ahora tenían la misión de
llegar a Barcelona y reconstruir desde sus cimientos el Dado de Póker siguiendo las
directrices de Millán Jara.
Llevaban consigo 30.000 pesetas republicanas, que distribuirían entre los
responsables de los tres grupos en los que se dividiría la organización. También portaban
unos 3.000 francos para sufragar sus gastos en Francia antes de penetrar a través de un
paso fronterizo muy poco transitado. Además de estos fondos, los tres agentes secretos
llevaban varias cartas que Millán Jara había escrito de su puño y letra, dirigidas a sus

294
antiguos camaradas catalanes. En ellas les informaba de que había llegado sano y salvo a
la España de Franco y les invitaba a seguir luchando contra la República desde las
sombras. Leamos una de estas cartas que iba destinada a Pedro Oliver, el comerciante de
Santa Eulàlia de Riuprimer que le ayudó a escapar a Francia:

Querido Oliver: sus consejos me han valido la libertad. Le estoy agradecidísimo. Estoy en la zona
nacional. El dador de la presente es de total confianza. Le pedirán informes sobre lo que sepa en esa zona.
España necesita sus servicios y he pensado en usted. Sobre sus informes, España le honrará. Para mayor
seguridad, utilizará la contraseña Dado de Póker X-2. No pregunte a nadie ni hable de mí. Estoy bien.
Destruya esta misiva una vez leída. Oirá la radio y quedará seguro. Por Dios y por la Patria. Su amigo que
jamás le olvidará. Firmado: Dado de Póker X-1. Jara.

Jara se había tomado muy en serio las medidas de seguridad para contactar con sus
antiguos colaboradores, y así lo reflejó en sus cartas, en la que asignaba nombres en
clave a cada uno de ellos. También pretendía entregar una consigna en forma de frase,
que sus hombres deberían escuchar a través de la radio franquista para verificar que no
se trataba de una trampa de la inteligencia republicana. La consigna en cuestión sería:
«Atención Jaguar, el abuelo dirige tus pasos. Dado de Póker, adelante».
Los espías sublevados que viajarían hasta Cataluña para entregar las cartas también
tendrían que actuar de una manera amenazante con los quintacolumnistas. En el
momento de entregarles las misivas, les exigirían prudencia y discreción, dejándoles
claro que estarían vigilados las veinticuatro horas por otros agentes del SIPM. En el caso
de que traicionaran al servicio o delataran a sus camaradas, serían «eliminados
violentamente».
Los tres agentes del SIPM llegaron a Hendaya durante la tarde del 12 de octubre.
Poco después de atravesar la frontera tuvieron un fuerte encontronazo con la policía
francesa que a punto estuvo de acabar en un incidente diplomático. Fueron instantes de
gran tensión, ya que los policías galos sospecharon que aquellos «supuestos
comerciantes vascos» en realidad podían ser espías al servicio de Franco. Fueron
sometidos a una especie de interrogatorio en plena calle para conocer sus actividades en
Francia. Las respuestas de los agentes españoles no tuvieron que ser demasiado
convincentes, ya que fueron expulsados de una manera inminente. Por suerte para ellos,
la policía no registró el contenido de sus maletas donde guardaban miles de pesetas
«rojas» y una veintena de cartas que debían entregar al llegar a Barcelona.
La operación para reactivar el Dado de Póker había empezado con mal pie. Sin
embargo, el SIPM realizó un nuevo intento para que sus enlaces pudieran llegar a
Francia sin más contratiempos. En esta ocasión decidieron cruzar la frontera a través de
un paso de alta montaña en el Valle de Arán, desplazamiento que realizaron con éxito
solo unos días después del fiasco de Hendaya. Millán Jara acompañó a los tres espías
hasta su llegada a la localidad francesa de Bagnères-de-Luchon, donde les esperaba otro

295
colaborador del SIPM con un coche. Se trataba de un hombre originario de Narbonne, al
que conocían con el nombre de Mr. Barnoud, y que simpatizaba desde el inicio de la
guerra con los alzados. Los agentes secretos se despidieron en Bagnères-de-Luchon del
líder del Dado de Póker, que les dio las últimas consignas antes de partir hacia
Carcassonne. Desde allí tratarían de acceder a la España republicana con pasaportes
falsos y haciéndose pasar por ciudadanos franceses.
No hay apenas información de la llegada de los tres agentes a Cataluña. Sabemos que
a finales de octubre de 1938 penetraron en la retaguardia republicana, pero
desconocemos si lograron reorganizar con éxito el Dado de Póker. Lo que sí parece claro
es que la organización apenas tendría tiempo para resurgir de sus cenizas, debido a la
rápida ofensiva que lanzó el Ejército franquista sobre Cataluña en diciembre de 1938.
Creemos que no tuvieron demasiado tiempo para reconstruir la red quintacolumnista.

Otros trabajos de Jara

Además de intentar reorganizar el Dado de Póker, Millán Jara tuvo otros cometidos
como agente del SIPM antes de que terminara la guerra. Uno de ellos consistió en
intentar captar para el espionaje sublevado al capitán Nicolás, un joven oficial de la
Fuerza Aérea republicana que estaba destinado en París como secretario del Delegado de
Aviación. El quintacolumnista, que había coincidido con Nicolás en el aeródromo de
Getafe, informó a sus superiores de que era una «excelente persona» y que simpatizaba
con las derechas antes del alzamiento.
Antes de aproximarse a Nicolás y ofrecerle una posible colaboración, el SIPM inició
una profunda investigación sobre él. Gracias a las informaciones que les había aportado
Millán Jara, los espías franquistas confirmaron que se había instalado junto a su esposa,
en un pequeño piso de la avenida Georges V, a pocos metros de los Campos Elíseos.
También descubrieron que uno de sus hermanos era soldado de la Subsecretaría de
Aviación de Madrid, donde también había coincidido con Millán Jara. Su llegada a la
Delegación de Aviación se había producido tras la última restructuración de la embajada
de España en París. Su trabajo le permitía tener acceso a datos muy «valiosos» sobre la
compra de material de guerra, especialmente cazas y bombarderos. También se
encargaba de regular las expediciones de los jóvenes pilotos republicanos que viajaban a
la Unión Soviética para recibir entrenamiento.
La captación del capitán Nicolás se quedó en un proyecto que no pudo llevarse a
cabo. A finales de 1938 el SIPM de Irún tuvo que centrarse en una operación de alto
secreto para intentar apresar a un agente doble del espionaje republicano. Aunque
abordaremos este asunto en el siguiente capítulo, podemos decir que Millán Jara

296
participó tanto en el diseño como en la ejecución de la operación que tuvo lugar a
comienzos de enero de 1939. Sería su penúltima gran misión como agente de Franco
durante la Guerra Civil, ya que también acompañó a las tropas sublevadas durante su
entrada en Madrid y Barcelona.

TRAS LA GUERRA CIVIL

El 12 de julio de 1939, Millán Jara Cobos tuvo que realizar su «declaración jurada»
ante las autoridades franquistas para conseguir las «recompensas pertinentes» por su
trabajo en la Quinta Columna. También tuvo que declarar a favor de varios de sus
colaboradores del Dado de Póker que estaban siendo investigados por la policía y emitir
certificados favorables sobre su actuación durante la guerra.
Ese verano comenzó a trabajar para la agencia de noticias Arco de Madrid, que por
entonces se encontraba en la Avenida de José Antonio, lo que hoy conocemos como la
Gran Vía. No tuvo que estar demasiado tiempo en esta agencia, ya que en 1941 se
encontraba en Suances (Cantabria) trabajando como «industrial» y gestionando sus
«propiedades». Allí residía un hermano suyo, Miguel, un rico ganadero que pudo tener
relaciones durante la Segunda Guerra Mundial con los alemanes, actuando incluso como
testaferro para ellos. De acuerdo con el artículo publicado por Juan Carlos Jiménez de
Aberasturi en la Revista de Estudios Marítimos del País Vasco, el hermano de nuestro
protagonista adquirió un pesquero (Capricornio) que, según el espionaje francés,
«abastecía» a los submarinos alemanes a lo largo de la costa atlántica de Francia. Su
hijo, apodado Currito, también formaba parte de la trama, según la embajada británica en
Madrid.
Desconocemos hasta qué punto Millán estuvo relacionado o no con el asunto del
Capricornio. Sin embargo, hemos averiguado que tuvo problemas con la justicia a partir
de 1946. Según consta en diferentes ejemplares del Boletín Oficial de la Provincia de
Santander, varios jueces le condenaron por «impagos» a sus trabajadores. En un primer
momento le embargaron su coche, un Fiat Topolino descapotable y, más adelante,
incluso una finca de su propiedad. Hay constancia de varias sentencias desfavorables
contra Millán hasta el año 1972. Estuvo en «paradero desconocido» y también le
embargaron otro tipo de bienes como un cuadro «muy antiguo» atribuido a una escuela
flamenca, o electrodomésticos diversos.
En paralelo a estos líos judiciales, Jara regresó a Madrid durante los años sesenta y se
dedicó a la literatura. Escribió varios libros entre los que destacan Hispanismos en
Tagalo, o Rutas hacia España, la Manga del Mar Menor.
La muerte le sorprendió en Madrid un 14 de julio de 1972, según consta en una

297
esquela publicada en el periódico ABC.

298
Capítulo 17. CAZA AL ESPÍA DURET

Charles Duret fue posiblemente uno de los espías más brillantes del bando republicano.
Durante más de dos años consiguió burlar a los servicios secretos de Franco con una
astucia sobrecogedora, lo que propició la desarticulación de una docena de
organizaciones de la Quinta Columna. Su actuación como agente doble en Cataluña ha
pasado desapercibida para casi todos los estudiosos de la Guerra Civil, así como la
operación que puso en marcha el SIPM para darle caza. Una historia de espías que
refleja las miserias de los seres humanos durante la contienda española y el instinto de
supervivencia de aquellos que son descubiertos y sienten que su mundo se desvanece.
Montpellier, diciembre de 1936. La ciudad francesa es un nido de espías. Su
situación geográfica, a solo once kilómetros del Mediterráneo y a doscientos de la
frontera catalana, la han convertido en el punto perfecto de reunión para numerosos
agentes secretos españoles y extranjeros. Como es lógico, entre ellos se encuentran
algunos miembros del contraespionaje republicano y también unos pocos hombres del
SIFNE, que ya ha empezado a desembarcar por el sur de Francia.
Los servicios de información de los sublevados instalaron su centro de operaciones
de Montpellier en Villa Mercelle, un antiguo caserón decimonónico situado en la
avenida del Pont Juvénal. El dirigente de la Lliga Regionalista José Bertrán y Musitu —
uno de los fundadores del SIFNE— tuvo posiblemente mucho que ver con la puesta en
marcha de este centro, ya que había nacido en esta ciudad francesa. Situó como jefe del
mismo a José Antonio Batlle, un próspero empresario catalán que se puso al servicio de
los sublevados poco después de producirse el alzamiento. Su nombramiento para dirigir
la oficina de Montpellier fue una especie de reconocimiento al trabajo que había
realizado como agente secreto en el puerto pesquero de Sète. Allí había demostrado tener
madera de espía gracias a los brillantes informes que hizo sobre los barcos que partían
rumbo a Barcelona. Además, Batlle tenía una destreza fuera de lo común para entablar
relaciones, lo que le permitió obtener mucha información de los ambientes diplomáticos
de la zona.
La Villa Mercelle de Montpellier fue conocida por el SIFNE con el nombre de
«Oficina 108». Mantenía contacto directo con los otros centros del espionaje nacional en
territorio francés en Marsella, Perpiñán o San Juan de Luz. Sin embargo, su cometido era
completamente distinto al que se hacía en estas ciudades. El centro de Montpellier tenía
como principal misión establecer comunicación con las organizaciones de la Quinta
Columna que operaban en Cataluña. Por ello Batlle tuvo que crear, desde sus cimientos,
una red de enlaces que estuvieran dispuestos a atravesar la frontera catalana y adentrarse

299
en la retaguardia republicana para contactar con los grupos quintacolumnistas. No era
una tarea sencilla, ya que los riesgos que podían correr esos enlaces eran enormes en el
caso de ser descubiertos.
Desde comienzos de 1937, Batlle se encargó de manera exclusiva de preparar esta
red de agentes que iban a entrar en la «España roja». Buscaba generalmente a
comerciantes franceses que estuvieran acostumbrados a cruzar la frontera de Gerona y
que supieran moverse por las principales ciudades catalanas. Procuraba seleccionar
hombres discretos y con espíritu aventurero, aunque el principal requisito era que
tuvieran en regla el pasaporte francés para no levantar sospechas en los pasos
fronterizos.
A lo largo de 1937 la «Oficina 108» constituyó una pequeña pero eficaz unidad de
enlaces formada en su mayoría por ciudadanos franceses que tenían vínculos con
España. Algunos se habían criado en nuestro país, otros se habían casado con mujeres
catalanas y unos pocos simpatizaban con los alzados y estaban dispuestos a jugarse el
pellejo por sus ideales. En total fueron ocho los seleccionados por Batlle para actuar
como correos humanos en el territorio enemigo: el SIFNE le puso nombre en clave a
todos. Como veremos a continuación, uno de ellos destacó por encima de los demás.

El fichaje de Duret

Le habían puesto el nombre en clave de Pepe, pero su identidad real era Charles
Joseph Duret Rot. A Batlle se lo había presentado un antiguo colaborador de Sète ya que
cumplía con todos los requisitos que él estaba buscando para su red de enlaces. Se
trataba de un parisino de treinta y nueve años, felizmente casado y padre de una niña
pequeña. Se dedicaba al comercio de productos franceses lo que le obligaba a conducir
un camión ligero para moverse por España y Francia. Vivía con su familia a las afueras
de Montpellier y en principio no se identificaba con ninguna ideología política.
Antes de trabajar para el espionaje franquista, Duret realizó entre julio y diciembre
de 1936 al menos dos viajes a Cataluña para vender sus productos. Era consciente de que
España estaba en guerra, pero sabía que su pasaporte francés le protegía de las patrullas
de milicianos. Pese a los peligros que entrañaba viajar a una zona de conflicto, realizó
estos dos desplazamientos con una gran templanza y seguridad en sí mismo. Sus fines
eran cien por cien comerciales, ya que creía que podría hacer un buen negocio vendiendo
sus productos en un país en guerra. Fue gracias a esa sangre fría por lo que el SIFNE
decidió reclutarle en enero de 1937.
Batlle consiguió entrevistarse con él en un céntrico café de Montpellier y de manera
discreta le propuso empezar a colaborar con la inteligencia de los sublevados.

300
Arovechando sus próximos viajes a Barcelona, debía entregar una serie de cartas a
algunos falangistas que estaban empezando a organizarse contra la República. La
propuesta resultaba muy arriesgada para el comerciante ya que, en el caso de ser
descubierto, podía acabar ante un piquete de ejecución. Pese a todo, aceptó el
ofrecimiento del SIFNE a cambio de una cantidad de dinero modesta, pero suficiente
para tapar algunas deudas. Batlle terminó pletórico aquella primera entrevista ya que su
nuevo enlace también le facilitó algunos datos militares del enemigo, recabados
inocentemente durante sus últimas visitas a la Ciudad Condal.
Los servicios secretos de Franco prepararon con esmero el primer viaje a Barcelona
de Charles Duret como agente secreto, en febrero de 1937. El comerciante viajaría a
Cataluña con la excusa de vender sus productos y, aprovechando sus ratos libres, debería
entregar una serie de cartas a colaboradores de la Quinta Columna. Todas ellas estaban
escritas en un lenguaje convenido por si caían en manos del enemigo. Tenía la
obligación de entregárselas en mano a sus destinatarios sin leer su contenido y recoger,
antes de regresar a Francia, las cartas que los quintacolumnistas dirigían al SIFNE.

Su captación como agente doble

Una de las primeras personas a las que Charles tendría que visitar en Barcelona era
Antonio Sorribas, un ingeniero de montes afiliado a Falange que vivía cerca del Paseo de
Gracia. Se trataba de un incipiente quintacolumnista, fundador de la organización LJRC,
que había establecido contacto con el espionaje sublevado a través de un evadido a
Francia. Solo unas horas después de llegar a la ciudad se dirigió hasta el número 116 de
la calle Enrique Granados, donde residía Sorribas y su familia. Llamó a la puerta varias
veces, pero nadie le abrió. Pasadas cuatro horas, hizo lo mismo, pero nadie respondió a
sus llamadas. Optó por regresar al día siguiente. A los pocos segundos de golpear la
puerta, aparecieron varios agentes de policía que le arrestaron violentamente. Sin
demasiadas dificultades, lograron inmovilizarle y se lo llevaron en calidad de detenido
hasta la checa instalada en el antiguo convento de las Magdalenas Agustinas, en el
número 29 de la calle Vallmajor y que había funcionado como escuela de parvulario de
la Generalitat durante la República. No tenemos la certeza absoluta, pero creemos que
antes se le trasladó a la Jefatura Superior de Policía, en Via Laietana, donde pudo ser
interrogado por miembros del Negociado de Extranjeros, un procedimiento habitual
cuando era arrestado un ciudadano francés.
En la checa de Vallmajor permaneció Duret encerrado varias horas en un sótano
oscuro. Le retiraron todas sus pertenencias y le dejaron completamente desnudo. Tres
miembros del contraespionaje republicano le sometieron a un duro interrogatorio en el

301
que le acusaron de ser un «espía fascista» por haber llevado cartas cifradas a elementos
de la Quinta Columna. Le dijeron que Antonio Sorribas, el falangista al que tendría que
haber entregado la misiva, se encontraba detenido y acusado de «espionaje y alta
traición». Después le explicaron que, para descubrir los contactos de Sorribas con
posibles agentes de Franco, el SIM había montado un discreto dispositivo de vigilancia
alrededor de su casa. Así dieron con él.
Duret cayó en la trampa de los servicios de inteligencia de la República. Con todas
estas pruebas sobre la mesa, al comerciante galo no le quedó más remedio que admitir
que había sido enviado por el SIFNE para entregar una serie de cartas a miembros de la
Quinta Columna. Gracias a su confesión no fue sometido a malos tratos físicos por los
interrogadores, aunque sí se le amenazó con ejecutarle si se negaba a colaborar con el
SIM de ahora en adelante. El responsable de su interrogatorio fue el capitán Alegría, uno
de los dirigentes de Vallmajor, famoso por las torturas que solía aplicar a los detenidos.
Aunque no llegó a golpearle, el oficial republicano se mostró implacable y advirtió al
francés de que tomaría represalias contra su familia si se negaba a ayudarles.

Así se hace un agente doble

Las amenazas del capitán Alegría «atemorizaron» a Duret, como él mismo reconoció
después de la guerra. La posibilidad de que el SIM hiciera daño a su mujer e hija era
algo que le atormentaba porque eran, según dijo, «lo que más quería en este mundo».
Aunque vivían en Francia, sabía perfectamente que podrían correr peligro: en el mundo
del espionaje no hay líneas que delimiten el campo de batalla. Aceptó colaborar con la
inteligencia republicana a cambio de lograr su libertad y permitir que su familia siguiera
residiendo con tranquilidad en Montpellier.
Desde el mismo día que fue interrogado en Vallmajor, el enlace del SIFNE se
convirtió en agente doble al servicio de la República. El capitán Alegría dirigiría de
ahora en adelante su actividad como espía junto con otro oficial de apellido Carrión.
Antes de ponerle en libertad, ambos le explicaron en qué consistiría su trabajo a partir de
ese instante: seguiría simulando que trabajaba para los sublevados, pero en realidad
tendría que suministrar todas sus informaciones al SIM. Debería hacerlo de manera
discreta, sin levantar las sospechas del SIFNE y de la Quinta Columna catalana, que
siempre mantenía una actitud desconfiada.
Una vez en la calle, Charles tuvo que visitar al resto de quintacolumnistas a los que el
SIFNE le había pedido que entregara sus cartas. Como puede imaginar el lector, todos
aquellos contactos fueron controlados por agentes republicanos que verificaron la
identidad de los destinatarios de las misivas: casi todos ellos estaban relacionados con

302
Falange y tras poco tiempo serían arrestados. A los quince días, Duret regresó a
Montpellier con varias cartas escritas por los falangistas con información sobre el
enemigo. Obviamente, todas ellas habían sido controladas por el SIM antes de que el
francés cruzara la frontera.
Una vez en Francia, Duret se reunió con José Antonio Batlle, al que no dijo nada
acerca de su detención por el SIM. Cuando le preguntó por el desarrollo de su misión en
Barcelona, explicó que había sido un éxito, aunque le informó de que Antonio Sorribas
estaba detenido y había sido acusado de espionaje. Su historia como agente doble no
había hecho más que empezar.
Durante 1937 y 1938 Charles se convirtió en un importante valor para la inteligencia
del Frente Popular. Mostró cientos de cartas que el espionaje franquista enviaba a sus
emboscados en Cataluña, lo que propiciaría la desarticulación de una docena de
organizaciones clandestinas, entre ellas el grupo TODOS, del que nos hemos ocupado en
páginas anteriores. Alegría y Carrión las leían con esmero antes de devolvérselas al falso
enlace del SIFNE para que siguiera actuando. De esta manera, el SIM estuvo informado
durante dos años de la identidad de cientos de personas que colaboraban con los
sublevados, muchas de las cuáles fueron detenidas y algunas fusiladas. Creemos que
nuestro protagonista no tuvo demasiados remordimientos de conciencia por su delación.
De hecho, a medida que pasaban los meses, se iba sintiendo más a gusto con su nuevo
papel.
Tras la restructuración de los servicios de información de Franco a finales de 1937,
Duret pasó a depender directamente del SIPM de Irún, aunque seguía desempeñando su
trabajo entre Francia y Cataluña. Como es lógico, la inteligencia republicana estuvo al
tanto, gracias a él, de todos los cambios estructurales que se iban produciendo en los
servicios secretos rivales.

Delatando a otros enlaces

Charles se convirtió en una figura muy respetada dentro de la unidad de enlaces que
había creado José Antonio Batlle, dependiendo al comienzo del SIFNE y más tarde del
SIPM. Tanto es así que llegó a ser el referente de los novatos que se atrevían a atravesar
la frontera francesa por primera vez para adentrarse en la retaguardia catalana. En dos
ocasiones sus jefes también le pidieron que acompañara hasta territorio enemigo a unos
espías franquistas que tenían que realizar misiones de máximo secreto. Uno de ellos se
llamaba Ramón Barjau Andreu y antes de la guerra tenía una huevería en el mercado de
la Plaza de la Libertad de Barcelona. Había colaborado con el grupo Concepción,
vinculado a la Quinta Columna barcelonesa, antes de escapar a Francia donde fue

303
reclutado por Batlle. Al ser un gran conocedor del Pirineo, trabajó durante varios meses
guiando expediciones de evadidos que pretendían salir de la España republicana.
En la primavera de 1938, el SIFNE encargó a Duret que acompañara a Ramón Barjau
hasta Barcelona para intentar recomponer la organización Concepción, que había sido
descabezada por la policía. Ambos entraron en Cataluña por el paso fronterizo de
Portbou y tras identificarse con su pasaporte francés ante un grupo de carabineros,
Charles y su acompañante se dirigieron hasta la Subsecretaría de Armamento de Gerona,
donde se les entregó una hoja de ruta para poder llegar a Barcelona. Creemos que el
agente republicano aprovechó esa gestión en la subsecretaría —un trámite muy habitual
para las personas que querían moverse por Cataluña— para delatar a su compañero de
viaje. Una vez que los dos llegaron a Barcelona, Barjau fue detenido en las
inmediaciones del Arco del Triunfo. Sabemos que más adelante fue juzgado y acusado
de «espionaje». Estuvo a punto de morir asesinado en El Collel al final de la guerra, pero
consiguió escapar en el último momento y presentarse ante las autoridades franquistas en
Olot.
El segundo enlace al que delató Charles se llamaba Jules Brocard, aunque su nombre
en clave era Leblond (El Rubio), debido al color de su pelo. Se trataba de un joven
francés que vivía en Barcelona cuando estalló la sublevación. Tuvo problemas con la
policía, ya que se relacionaba con elementos falangistas, lo que hizo que sus padres le
enviaran a Francia tras pagar una auténtica fortuna a un guía pirenaico. Consiguió pasar
a zona sublevada y, tras ofrecerse al SIPM de Irún para actuar como agente secreto, se
incorporó incondicionalmente a la unidad de enlaces que había montado Batlle en
Montpellier. Durante casi un año trabajó como «correo humano» del grupo
quintacolumnista TODOS, donde se ganó la confianza de sus jefes que le consideraban
uno de los «mejores colaboradores en Cataluña». Pese a tener un arrojo fuera de lo
común, Leblond era un chico muy familiar y no quería bajo ningún concepto que sus
padres se preocuparan en exceso por sus actividades. Por eso, durante meses, les hizo
creer que vivía plácidamente en la zona franquista y que su vida no corría peligro. A
través de otros enlaces del SIPM en zona roja, para tranquilizarles les enviaba una serie
de cartas en las que aportaba detalles cotidianos de su vida completamente ficticios.
En mayo de 1938 el SIPM envió a Leblond a Barcelona para instalar una emisora de
radio clandestina TSH con la que mantener contacto directo con los agentes en Francia.
Encargaron a Duret que le acompañara hasta la Ciudad Condal para dar una mayor
seguridad al joven francés. Según el historiador Armando Paz, los dos atravesaron juntos
un paso fronterizo cercano a Perpiñán en el camión de víveres con el que Charles solía
entrar en España. El día elegido fue el 10 de mayo de este año, coincidiendo
prácticamente con varios bombardeos nacionales sobre Cataluña. Sabemos que los dos
accedieron juntos a la retaguardia republicana, pero Leblond nunca llegaría a su destino,

304
al menos voluntariamente. Si hacemos caso a la versión que ofreció Charles a las
autoridades franquistas un año después, la desaparición del joven rubio está envuelta en
un halo de misterio: «Certifico que pasó perfectamente la frontera y no le denuncié.
Llegamos al acuerdo en que él debía esperarme en un café cercano a la frontera mientras
yo hacía las gestiones de aduanas. Una vez terminadas fui a buscarle para continuar el
viaje, pero nunca lo encontré».

La trampa de la batalla del Ebro

Más allá de estas afirmaciones, la realidad es que el SIM capturó a Leblond, casi con
toda seguridad, gracias a la delación de Duret. Sin embargo, los nacionales tardarían
unos meses más en averiguar que su hombre había sido detenido por el servicio secreto
de la República. El capitán Alegría ideó un plan para hacerles creer que su enlace seguía
trabajando para ellos, con la intención de intoxicar al SIPM con noticias falsas. Un
miembro del SIM —posiblemente el propio Alegría— se hizo pasar por Leblond y puso
en marcha la emisora de radio clandestina para contactar con los franquistas. Los
técnicos republicanos trabajaron varios días en perfeccionar el sistema de transmisión
con Francia y por fin lo consiguieron a mediados de junio. A partir de ese instante, desde
la falsa emisora se empezaron a transmitir cientos de informaciones de «mediano
interés» dirigidas a la inteligencia sublevaba, que creía que su agente (Leblond) estaba
vivo y se encontraba detrás de las mismas. No era así. El joven enlace permanecía preso
en una checa barcelonesa y sometido a duros interrogatorios a la espera de que se
celebrara su juicio.
El día 25 de julio de 1938, el SIPM recibió un mensaje de Leblond en el que
aseguraba de manera rotunda que el Ejército Popular «proyectaba un ataque a fondo» en
Sort (Lleida), y cuyo objetivo era recobrar las centrales eléctricas de la zona. La noticia
era totalmente falsa: los republicanos querían engañar al enemigo para poner en marcha
otra gran operación militar. La verdadera ofensiva del Ejército Popular se realizó por
doce puntos diferentes del río Ebro y los nacionales fueron sorprendidos por el ataque.
La inteligencia franquista cayó en la trampa del SIM y reforzó la zona de Sort a la espera
de una acción de gran envergadura que nunca llegó a producirse. De esta manera, el alto
mando republicano tomó la iniciativa, al menos al principio, en lo que se conocería más
adelante como batalla del Ebro.
La operación para intoxicar al Ejército franquista había sido un éxito gracias a
Charles Duret. De no haber denunciado a Leblond, el SIM nunca habría controlado la
emisora clandestina desde la que partió el engaño ese 25 de julio. A lo largo del verano
de 1938, los espías del Frente Popular siguieron enviando despachos falsos al SIPM, lo

305
que terminaría poniendo en alerta a sus mandos en Irún y Burgos. Las noticias que
enviaba su supuesto enlace a través de la emisora clandestina de Barcelona empezaban a
estar en tela de juicio, sobre todo aquellas relacionadas con la batalla del Ebro. En
septiembre, la inteligencia sublevada le pidió a Duret que viajara de nuevo a Barcelona
para verificar las «actividades de Leblond», ya que empezaban a sospechar de su lealtad.
Ayudado por el SIM, nuestro protagonista hizo un auténtico paripé, haciendo creer a sus
superiores que Leblond seguía estando de su lado. De hecho, se inventó que durante su
estancia en Barcelona había enlazado con él a través de contactos interpuestos en las
calles de la Luna y Francesc Layret.

Otros engaños del falso Leblond

Tras su visita a Barcelona, Charles confirmó al SIPM que Leblond seguía siendo leal
a la causa sublevada y que hacía una vida «completamente normal» en Barcelona.
Aunque ya no gozaba de la confianza del principio, sus despachos radiados seguían
generando una gran expectación en el espionaje de Franco. A lo largo de ese mes
continuó enviando noticias falsas a la otra zona, como la existencia de un topo que se
encontraba muy próximo al general Moscardó, héroe del Alcázar de Toledo. También
hizo referencia a otra posible ofensiva de la República en Andalucía y Extremadura que
contaría con el apoyo de la población civil «roja» en ciudades como Granada o Cáceres.
Ninguno de estos dos despachos tenía un ápice de realidad.
A finales de septiembre de 1938, los alzados llegaron a la conclusión de que Leblond
ya no controlaba la emisora clandestina de Barcelona. En uno de sus mensajes cifrados
informó de una gran operación policial del SIM contra la Quinta Columna en Cataluña.
En esta ocasión, la noticia sí era cierta y así aparece reflejado en la prensa de la época. El
falso Leblond sugirió entonces la «suspensión inmediata» de todo enlace con Cataluña a
excepción de él, ya que su emisora resultaba «imposible de descubrir». Ante su
insistencia, el SIPM empezó a sospechar de su lealtad y decidió tenderle una trampa para
comprobar si alguien estaba suplantando su identidad. Durante todo el mes de octubre,
los espías franquistas le sometieron a un sinfín de preguntas capciosas de las que solo él
podía conocer las respuestas, con el fin de descubrirle. El resultado fue tajante: todos sus
despachos eran «falsos o tendenciosos», por lo que dedujeron que el joven francés
posiblemente se encontraba detenido o había sido asesinado en una cuneta.
En noviembre, los alzados empezaron un nuevo juego. Después de tener la certeza de
que Leblond se encontraba en manos del enemigo, decidieron mantener el contacto con
la emisora clandestina para tratar de intoxicar a los republicanos. Lo consiguieron en
cierta manera, ya que mantuvieron el vínculo hasta prácticamente la entrada de las tropas

306
sublevadas a Barcelona. En este tiempo, el SIPM intentó hacer creer a la inteligencia de
la República que existía un infiltrado nacional en el estado mayor del general Miaja o
que sabían a la perfección dónde pernoctaba cada noche Negrín. Su objetivo era
«aumentar la inquietud en el gobierno rojo» y generar un estado de nerviosismo
permanente entre las altas esferas de la República.
Según el comandante Alfonso Linaje, militar vinculado al espionaje durante la
Guerra Civil, el SIPM envió un último mensaje a la emisora de Leblond en Barcelona a
las 21.00 horas del 25 de enero de 1939, solo unas horas antes de que los franquistas
tomaran la ciudad. El despacho cifrado iba dirigido en tono de mofa a los espías
republicanos que habían manejado la emisora: «El SIPM nacional sintoniza por última
vez con los cándidos manipuladores del falso Leblond agradeciéndoles cordiales los
informes que tomados en sentido contrario han contribuido a los actuales éxitos del
Ejército Español. Arriba España, arriba Franco».

Traicionando a los suyos en Francia

Regresemos ahora a la figura de Duret, al que habíamos dejado en Barcelona


informando falsamente acerca de las actividades de Leblond. Como hemos explicado
anteriormente, el comerciante vivía entre Montpellier y Cataluña, aunque fue en España
donde desarrolló la mayor parte de su trabajo como agente secreto. Sin embargo,
sabemos que también espió para el SIM en su Francia natal gracias al testimonio que
varios de sus compañeros ofrecieron a los sublevados.
En Montpellier, Charles frecuentaba la sede del Círculo Socialista, y solía mantener
allí contactos con M. Deladourie, un veterano activista francés que también trabajaba
para el espionaje republicano. A él le mantenía informado de las actividades de la oficina
del SIPM en Villa Mercelle, así como de la identidad de todos los espías nacionales con
los que mantenía relación en Montpellier. Es posible que Deladourie propiciara más
adelante la expulsión de Francia de José Antonio Batlle y de su hermano Francisco, que
también trabajaba para el SIPM. Ambos fueron detenidos por la policía francesa cuando
viajaban hacia Marsella tras un chivatazo anónimo que les acusaba de realizar tareas de
espionaje en territorio francés. Cuando fueron cacheados, los agentes galos encontraron
dentro de sus equipajes varios documentos confidenciales del SIPM y mapas con la
ubicación de industrias de guerra en Cataluña.
Batlle tuvo que regresar a España. Al SIPM no le quedó más remedio que reconstruir
su oficina de Montpellier y situó al frente de la misma a Javier Garriga, otro importante
agente que se había curtido como miembro del SIFNE en el sur de Francia. Al igual que
Batlle, Garriga tampoco pudo detectar que su colaborador francés era un agente doble y

307
que el SIM estaba muy pendiente de sus pasos fuera de España. Tanto es así, que la
inteligencia republicana había encargado a uno de sus hombres que le siguiera de manera
permanente. Se trataba de un ingeniero agrícola llamado Rosendo Gubert Matas, que
tenía pasaporte español, aunque se había criado en Argelia. Tenía mucha relación tanto
con Duret como con Deladourie. De hecho, residía junto con su madre en casa de este
último. Le estaba muy agradecido ya que había conseguido evacuarle de España con un
pasaporte falso gracias a sus contactos en territorio catalán.
Por medio de las informaciones que aportaba a diario nuestro hombre, Gubert Matas
pudo espiar durante gran parte de 1938 a Javier Garriga, al que seguía con bastante
frecuencia por las calles de Montpellier. Se pasaba largas horas en la puerta de su
domicilio para comprobar con quién se relacionaba y también aprovechaba para
intervenirle la correspondencia. La inteligencia de la República le tenía tan estudiado
que sus agentes en Francia conocían a la perfección el lenguaje cifrado que utilizaban
para comunicarse entre sí los sublevados en Montpellier y sus alrededores.

Un cargo de responsabilidad

En junio de 1938, Duret comunicó a sus superiores del SIPM que las autoridades
republicanas le habían hecho una oferta que no podía rechazar. Dada su condición de
comerciante extranjero, le propusieron incorporarse a una comisión de armamento que se
estaba configurando en Francia para traer material bélico a Cataluña. La oferta era cierta,
pero se trataba de un señuelo para llamar la atención de los sublevados, que comenzaban
a desconfiar de su enlace. El SIPM vio con buenos ojos el ofrecimiento, puesto que
Charles tendría acceso a información sensible del enemigo. Además, sus
desplazamientos a Cataluña estarían perfectamente justificados y no llamaría
especialmente la atención.
Nuestro protagonista se incorporó a la comisión de armamento. Su cometido
consistía en trasladar piezas de aviación y de recambio para automóviles en un camión
desde París hasta España, aunque también traía, en ocasiones, papel de periódico. Las
piezas para los aviones las depositaba en una factoría de Sabadell mientras que los
recambios para automóvil tenían como destino el parque automovilístico de Barcelona.
Otra de sus funciones consistía en descargar mercancías de vapores pequeños que
llegaban a los puertos de Gerona, sobre todo a Rosas, y trasladarlas hasta Figueras,
donde quedaban depositadas en almacenes camuflados. Los traslados solían hacerse de
noche en pequeñas furgonetas con los faros apagados para no ser detectadas por la
aviación rebelde. En uno de estos viajes, Charles sufrió un grave accidente tras chocar su
furgoneta con un camión militar, lo que le obligó a estar varios días hospitalizado con

308
lesiones en el brazo izquierdo y la rodilla.
Fruto de su trabajo en la comisión de armamento, Duret trasladó al SIPM varios
informes relacionados con sus desplazamientos a Cataluña aunque, como veremos a
continuación, lo hacía de una manera muy general y sin aportar datos concretos sobre
objetivos militares. Leamos, a modo de ejemplo, uno de los informes que facilitó al
espionaje franquista por estas fechas:

En Barcelona, la población civil o mejor dicho, una parte de la población civil dice que el Gobierno de
Negrín es un Gobierno de amigos, es decir, que todos los que son más o menos socialistas o son miembros
de dicho partido, son jefes de algo. Además, una buena parte de la población civil no ignora que cada día
sale una camioneta de Barcelona a Francia, para ir a buscar cerveza destinada a los ministros. Esto ocurría
este verano. Desde el punto de vista de abastecimiento de la población civil de Barcelona la situación es
precaria. Es imposible hallar los siguientes artículos: aceite, azúcar, jabón, etc. El tabaco falta por completo
incluso al frente. Los zapatos faltan, se encuentra algún par de contrabando al precio de 350 a 400
pesetas…Todos los hombres hábiles que se hallan en los cuarteles de Barcelona han salido para los
diferentes frentes de Cataluña, carabineros y guardias de asalto inclusive. El puerto de Barcelona, los
muelles y depósitos están totalmente destruidos. Uno de estos estalló a raíz de un bombardeo aéreo y
contenía o mejor dicho había almacenado un millón cien mil kilos de clorato de potasio. Por los
bombardeos fueron hundidos cuatro vapores y un velero. Tres de dichos vapores de matrícula española: el
Lealtad, un Mendi y otro cuyo nombre no recuerdo. El cuarto fue el Stancroft.

Un extraño movimiento

En diciembre de 1938 la Guerra Civil estaba tocando su fin en Cataluña. Los


republicanos habían perdido la batalla del Ebro y el Ejército Popular había quedado
terriblemente dañado por el desgaste de los combates. Franco era consciente de ello y
ultimaba una ofensiva final para entrar en Barcelona lo antes posible. Por estas fechas
Duret realizó un extraño movimiento que todavía hoy nos cuesta comprender. Unos días
antes de que se produjera la ofensiva franquista en territorio catalán, se desplazó hasta
Hendaya con la intención de pasar a la España sublevada. Se alojó en el Hotel du Midi,
cuyo personal era afín a la República, y allí esperó a que llegara Javier Garriga, su
contacto con la inteligencia franquista. Al llegar, le comunicó que deseaba entrar en Irún
para reunirse con el coronel Ungría, el jefe del SIPM.
Garriga le prohibió entrar en la España sublevada sin la autorización de sus
superiores y le ordenó que abandonara cuanto antes el hotel donde se encontraba alojado.
No se fiaba del personal que allí trabajaba y tenía el convencimiento de que estaba
atestado de espías de la República. Le pidió que se marchara a San Juan de Luz en
espera de instrucciones. Duret le hizo caso a regañadientes. Permaneció al menos una
semana en la ciudad francesa, donde escribió una amistosa carta a Ungría en la que le
explicaba que tenía ganas de reunirse con él porque «le habían hablado muy bien de su

309
temperamento».
La reunión no se llevaría a cabo. Los sublevados consideraban una temeridad que
uno de sus enlaces atravesara la frontera, porque podía ser detectado por el enemigo.
Con todo, el teniente coronel Pérez-Urruti, del SIPM de Irún, fue el encargado de
contestar la misiva, agradeciendo a Duret sus servicios y explicándole los motivos por
los que no podía entrar en España. También le entregó un millar de francos por el «buen
trabajo» que estaba realizando como agente secreto. A Duret, no le quedó más remedio
que regresar a Montpellier, donde permanecería otras dos semanas antes de que su vida
cambiara.
El intento de Charles de entrar a la España franquista sigue siendo un misterio. ¿El
SIM le había dado directrices para que atravesara la frontera o la decisión la había
tomado él por iniciativa propia? Por desgracia no tenemos una respuesta clara a estas
preguntas, aunque no descartamos ninguna posibilidad. Sus declaraciones al término de
la guerra también son contradictorias: por un lado manifestó que sus remordimientos de
conciencia le impulsaban a confesar su traición a sus superiores del SIPM; por el otro,
declararía ante las autoridades franquistas que su intento de llegar a Irún obedecía a
órdenes directas de sus jefes del contraespionaje del Frente Popular.

Se desvela la traición

El último mes de 1938 fue quizás el más intenso de toda la guerra para la oficina del
SIPM de Irún. Aunque la ofensiva sobre Cataluña había llenado de optimismo a sus
miembros, varios hechos alterarían la actividad de esta pequeña unidad de inteligencia.
El primero fue la revelación que hizo un joven derechista evadido de Cataluña. El chico,
de nombre Eugenio Carpintero, aseguraba que el enlace del SIPM, Leblond, permanecía
detenido en Barcelona desde mayo de 1938 después de haber sido traicionado por otro
espía franquista. Carpintero, que desconocía el nombre del traidor, aseguró que el delator
era de nacionalidad francesa y trabajaba como chófer de una comisión de armamento.
Los investigadores nacionales tardarían poco tiempo en atar cabos y, aunque con algunas
reticencias, señalaron a Charles como el posible causante de la detención de su
compañero.
El 27 de diciembre, solo unos días después de aquella declaración, las oficinas del
SIPM recibieron otra visita de importancia. Un tío de Leblond acudió hasta la subcentral
de Irún para dar cuenta de una carta que había recibido de su esposa, que permanecía en
Barcelona. En la carta decía que «Julín» (Leblond) se encontraba preso desde el 10 de
mayo en una cárcel del SIM tras ser detenido poco después de cruzar la frontera. Ella
había conseguido visitarle en la prisión gracias a las gestiones del consulado francés.

310
Entre dientes, el joven espía le dijo que su arresto se había producido después de ser
traicionado por Duret que, en realidad, trabajaba para los republicanos.
El SIPM se tomó muy en serio esta segunda declaración que acusaba directamente al
comerciante francés. Mientras tanto, Charles permanecía impasible en Montpellier sin
enterarse de las acusaciones que estaban vertiendo contra él varias personas del entorno
de Leblond. La inteligencia sublevada empezaba a darse cuenta del engaño que se había
prolongado durante casi dos años. Pero lo más grave todavía estaba por llegar.
Justo por estas fechas —finales de diciembre de 1938— un miembro del SIPM de
Montpellier, de apellido Roche, recibió una extraña visita en su domicilio. Un joven
español con rasgos muy finos y acento francés llamó a la puerta de su vivienda y
portando un pasaporte español en la mano, se presentó como Gubert Matas. Se trataba
del espía hispano-francés al servicio de la República en Montpellier y que trabajaba a las
órdenes de Deladouire. Tras los saludos de rigor, Gubert le confesó que era miembro del
espionaje republicano en Francia, pero que tenía remordimientos de conciencia, ya que
sus ideales estaban con los sublevados. Le dijo que Deladouire le había reclutado como
agente del SIM, pues estaba en deuda con él por haberle evacuado desde Palamós, donde
le sorprendió la guerra. También reconoció haberle espiado tanto a él (Roche) como a
Javier Garriga, y que conocía a la perfección las claves que utilizaban los miembros del
SIPM para comunicarse entre sí en territorio galo.
Lo que estaba haciendo Gubert Matas era desertar ante las autoridades franquistas en
Montpellier, delatando a su superior más inmediato. Su confesión dejaría boquiabierto a
Roche, aunque lo más relevante estaba aún por llegar. Leamos un fragmento de esta
declaración de Gubert Matas:

El señor Garriga tiene como enlace al señor Duret, un francés que con su camión hace muchos viajes a
Barcelona. Este individuo os traiciona. Los informes que trae son del SIM. Duret lo sabe todo y alardea. Se
ríe de haber mandado al fusilamiento a más de setenta fascistas en Barcelona y Figueras… Me contó que
en compañía de Garriga había viajado a Burgos y le habían recibido espléndidamente. Me da asco todo
esto y quiero pasarme a la España nacional.

Al término de su confesión, Gubert Matas rogaba ser trasladado de manera urgente a


zona sublevada porque temía por su vida. Pidió que lo llevaran a Irún con nombre falso
para evitar represalias contra su familia (su madre seguía viviendo en la misma casa que
Deladouire). El espionaje franquista no daba crédito a las declaraciones de aquel joven
con gafas redondas y pelo rizado que hablaba español con dificultad por haber residido
gran parte de su vida en Argelia. Sus manifestaciones confirmaban la traición de Duret,
sin embargo, nadie entendía por qué el falso enlace alardeaba ante el SIM de haberse
desplazado hasta Burgos cuando esto no era verdad. Creemos que pudo haberlo hecho
para impresionar a sus jefes.

311
Caza al espía

La declaración de Gubert Matas levantó una gran polvareda entre las altas esferas del
SIPM. Sus palabras tardaron muy poco tiempo en llegar a los oídos del coronel Ungría,
que ordenó poner en marcha una gran operación para detener a Duret. Eso sí, sus
hombres tendrían que tomar todas las precauciones posibles para evitar nuevas
infiltraciones de republicanos en sus filas. De hecho, los espías franquistas sospecharon
que el propio Gubert Matas podía estar representando un papel para intentar introducirse
en el SIPM como agente doble.
Antes de poner en marcha la operación, los servicios de información de Franco
decidieron suspender todos los desplazamientos de sus enlaces a Cataluña «para evitar»
nuevos arrestos. Estaban convencidos de que la red de enlaces estaba «podrida» por
culpa del francés, por lo que decidieron «proyectar nuevos agentes» que no estuvieran
quemados. Apenas tendrían tiempo de reconstruir esta unidad, pues las tropas de Franco
se encontraban a las puertas de Barcelona. Otra de las medidas que tomaron fue eliminar
hasta treinta sistemas de comunicación cifrados y poner en marcha otros mecanismos
para que los agentes del SIPM en Francia contactaran entre sí.
La operación para detener al «traidor» fue diseñada minuciosamente por el teniente
coronel Pérez-Urruti del SIPM de Irún. Él y sus hombres habían sido engañados durante
casi dos años, por lo que se sentían los responsables de su arresto. El plan que trazaron
fue «atraer» a Duret hasta zona sublevada con un pretexto que no podía rechazar. Le
dirían que el mismísimo Ungría quería reunirse con él para expresarle su gratitud,
haciéndole creer que estaba muy disgustado con sus subordinados de Irún por no haberle
permitido entrar en la España sublevada.
Para comunicarle la supuesta invitación de Ungría, se desplazaron hasta Montpellier
dos agentes del SIPM. Los designados para el viaje fueron el capitán Pérez Caballero y
el civil Millán Jara Cobos, el organziador del Dado de Póker, al que conocimos en el
capítulo anterior. Deberían que actuar con sumo cuidado, ya que se trataba de una
operación encubierta fuera del territorio español, lo que podría generar un conflicto
diplomático con Francia que estaba a un paso de reconocer al gobierno de Burgos. El 29
de diciembre de 1938 los dos espías franquistas abandonaron Irún para dirigirse a
Montpellier vía Toulouse. Allí se encontraron con Duret haciéndole creer que estaban
realizando una auditoría de todas las oficinas clandestinas del SIPM en territorio galo.
Aprovechando su visita, le entregaron la carta de Ungría en la que el coronel le ofrecía
reunirse con él en Biarritz o San Juan de Luz. El agente doble aceptó el ofrecimiento sin
dudarlo y, pasados unos días, se desplazó en coche con los dos miembros del SIPM hasta
el País Vasco francés.
Duret había caído en la trampa. Los dos agentes desplazados hasta Montpellier

312
hicieron una actuación memorable y el espía republicano no sospechó en ningún
momento del engaño. Ambos se mostraban cordiales, educados y aparentaban estar muy
agradecidos con el francés por haberse jugado el tipo en territorio enemigo. Una vez en
Biarritz, le dijeron que Ungría estaba teniendo dificultades para entrar en Francia por lo
que le sugirieron reunirse con él en la España sublevada. Para ello tendrían que entrar de
manera clandestina a través del río Bidasoa con el objeto de no levantar sospechas en los
pasos fronterizos.
Nuestro protagonista también aceptó la invitación y, acompañado por los dos agentes
del SIPM, entró en territorio franquista el 5 de enero de 1939. Permaneció unas horas en
Irún, donde continuó el teatro. Allí se reencontró con José Antonio Batlle, que había sido
el encargado de captarle para la oficina del SIFNE en Montpellier, así como con otros
miembros de los servicios secretos franquistas. Un día después, Duret abandonó Irún en
un coche del SIPM para dirigirse a Burgos en compañía de Jara, Batlle y otro integrante
de la organización llamado José Izcué. El espía republicano seguía sin sospechar el
verdadero motivo de su visita a la capital burgalesa hasta que llegó a Villa Delicias, un
chalé ubicado en la carretera a Santander, que solía ser utilizado por los servicios
secretos de Franco. En un telegrama urgente, enviado ese mismo día por Pérez-Urruti al
coronel Ungría, le decía lo siguiente sobre la personalidad del «delator» francés: «Cuesta
trabajo creer que sea un traidor y un criminal, pero reconozco su entereza y decisión por
estar metiéndose en la boca del lobo».

La detención

Pocos minutos después de llegar a Villa Delicias, la actitud de los acompañantes del
francés cambió por completo. De repente, dejaron de actuar amablemente y con tono
amenazante le comunicaron que habían descubierto su traición. Sin que opusiera
resistencia, le pusieron unos grilletes y le dijeron que quedaba detenido a partir de ese
instante, acusado de «espionaje». A los agentes del SIPM les sorprendió la sangre fría de
Duret, que asumió con total tranquilidad su nueva situación como si estuviera esperando
el arresto. Antes de ser interrogado, fue encerrado en el cuartel del Regimiento de San
Marcial con nombre supuesto —Juan Martín Sánchez—, pues el SIPM quería evitar que
se filtrara la detención de un agente doble. Ungría quería reforzar su vigilancia y para
ello apostó por militares en lugar de policías porque, a su juicio, se trataba de un preso
muy relevante desde el punto de vista de la seguridad.
Duret no tardó demasiado tiempo en confesar su verdadero papel durante la guerra.
Además, lo hizo de forma voluntaria mediante una declaración autografiada en francés,
escrita el 8 de enero de 1939. En ella reconocía su pertenencia al SIM, aunque justificaba

313
su colaboración al verse amenazado:

Me amenazaron con ser fusilado y con tomar represalias contra mi mujer e hija que son lo que más quiero
del mundo. Me propusieron dejarme libre a cambio de que siguiera siendo enlace, pero que debería
entregarles a ellos, tanto la llegada como la salida de las cartas. Y desde el segundo viaje fui siempre
seguido hasta Montpellier por dos agentes del SIM, siempre bajo la misma amenaza. Estaba atemorizado.

A medida que pasaban los días los interrogadores franquistas encontraron un sinfín
de contracciones en las declaraciones que iba haciendo Duret. No podían explicarse su
pánico al SIM, ya que su familia residía en Francia, donde podía haber denunciado ante
la policía francesa a los dos supuestos agentes republicanos que le seguían día y noche.
Cuando le cuestionaban por estas contradicciones, él se limitaba a reconocer que había
sido un «cobarde» durante todo este tiempo como consecuencia del «temor» que le
infundían los espías de la República. En relación con los arrestos de Leblond y Barjau,
Charles desmintió inicialmente haberles delatado, aunque más tarde reconocería haber
sido el causante de sus detenciones. Preguntado por su primer intento de entrar en la
España nacional en diciembre de 1938, confesó que pretendía «sincerarse» con el
coronel Ungría por considerarle una buena persona. Dijo también que había tomado esa
decisión desoyendo los consejos del capitán Alegría, del SIM, que le recomendaba no
acercarse a la frontera enemiga porque había «llegado demasiado lejos».
Si al principio de su cautiverio reconoció abiertamente que había trabajado para la
República, a medida que pasaban las semanas su discurso fue variando. Llegó a decir en
uno de los interrogatorios que traicionó a los sublevados porque se sentía identificado
con las ideas «marxistas». También aseguraría más adelante que su colaboración con la
inteligencia republicana estaba relacionada con su condición de ciudadano francés. Esta
es otra de sus manifestaciones escrita en enero de 1939:

Si he sido vuestro enemigo actuando como agente doble o si he continuado trabajando contra vosotros, no
ha sido por lucro o porque sienta odio hacia vuestras ideas o los fines que vosotros perseguís, sino
solamente por ser francés. Y como francés, creí obrar bien pues creía que era de provecho de mi país, en el
sentido, de que según los periódicos franceses de izquierdas o de derechas, Italia y Alemania estaban
comprometidas en España, aportando gran cantidad de dinero y hombres en ayudar a vuestro movimiento.
Si este llegaba a triunfar (siempre según la prensa francesa), España pasaría a ser una tercera potencia
enemiga de Francia.

Pese a la difícil situación que tenía por delante, Duret intentó mantener la calma en
todo momento. En cada uno de los interrogatorios a los que era sometido procuraba
halagar a los responsables del SIPM, destacando su humanidad y el buen trato que estaba
recibiendo en Burgos. Era, posiblemente, uno de los últimos cartuchos que le quedaban
para evitar el pelotón de ejecución:

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Debo confesar que, a pesar del mal que os he hecho bajo el punto de vista militar y con vuestras relaciones
en Barcelona, desde mi entrada en la España nacional no he recibido ningún mal trato y solo puedo alabar
la consideración que se me ha tenido… Por lo poco que he visto de la España nacional y por las
explicaciones que me han sido facilitadas por el capitán Pérez Caballero y el señor Jara, debo reconocer
que iba equivocado y que he tenido una falta interpretación de la realidad.

Los servicios de información de Franco mantuvieron en secreto la detención de


Charles Duret y su encierro en el Regimiento San Marcial. No era muy habitual que un
extranjero permaneciera detenido en un acuartelamiento militar; de hecho, la mayoría de
los miembros de las Brigadas Internacionales que permanecían presos en Burgos eran
enviados hasta el campo de concentración de San Pedro de Cardeña. El caso del francés
era diferente. Le consideraban un espía muy peligroso y tenía que permanecer en
régimen de total aislamiento para evitar posibles fugas o filtraciones.
Todas las diligencias que se habían practicado sobre Duret fueron enviadas al juez
instructor del Juzgado Militar número 12, recomendándole que esos documentos pasaran
«por las menores manos posibles». Mientras tanto, el detenido se mostró dispuesto a
colaborar con sus interrogadores, posiblemente para evitar el pelotón de fusilamiento. Se
ofreció a trabajar para el SIPM, actuando «de la misma manera» que lo había hecho en
su día para el SIM. Es decir, estaba dispuesto a trabajar como agente doble, en esta
ocasión al servicio de los sublevados.
Su ofrecimiento llegó hasta el despacho de Ungría, aunque por lo que parece, el
coronel no le hizo demasiado caso. Duret le envió desde su celda una carta en la que se
mostraba arrepentido por todo el «daño causado en Cataluña» y reconocía que merecía
«ser fusilado». Sin embargo, le rogaba que le mantuviera con vida ya que podría ser «útil
a la causa nacionalista». De esta manera le estaba proponiendo trabajar a sus órdenes,
espiando a los republicanos, tal y como había hecho con el SIPM unos meses atrás. No
hay constancia de que Ungría quisiera darle una segunda oportunidad, de hecho, parece
que no sintió un mínimo de compasión hacia él. En la parte superior de esta carta, que se
encuentra custodiada en el Archivo General Militar de Ávila, hemos podido leer una
posible anotación del coronel, escrita a mano, que pide que «le fusilen cuanto antes».
Disponemos de pocos datos de la vida cotidiana de Duret en San Marcial. Sabemos
que pasaba mucho frío, pues carecía de ropa de abrigo, y que apenas tenía artículos de
higiene para su día a día. Buena parte del tiempo lo pasaba escribiendo cartas a su mujer
Marie y a su hija Gilberta. Al principio les hacía creer que se encontraba en Barcelona de
viaje de negocios, aunque más adelante les confesaría que se encontraba detenido en
Burgos. Desconocemos si esas cartas fueron enviadas realmente a su esposa o la censura
franquista las retuvo. Es posible que no llegaran a su destino, pues el propio Charles se
lamentaba meses más tarde de que no recibía respuesta de su familia. En cualquier caso,
es interesante leer un fragmento de una de estas misivas escritas desde su cautiverio:

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Burgos. 1 de febrero de 1939
Querida Marie y querida Gilberta.
Os escribo desde el cuartel de San Marcial. Este es mi cuartel donde estoy detenido y soy prisionero.
Os digo que estoy con buena salud y que no he sufrido malos tratos. Pienso muchísimo en vosotras, mis
queridas y cada día rezo a Dios y a Santa Teresita del Niño Jesús para que os proteja y que me protejan la
vida… A ti querida mujer te pediría que cuides a Gilberta y que prestes atención a ti y a tu salud para que
no te falte de nada.

Los interrogatorios a Charles fueron muy intensos durante los dos primeros meses de
1939, aunque después sus charlas con los agentes del SIPM se fueron reduciendo.
Hemos sabido que fue careado, al menos en dos ocasiones, con Gubert Matas, el joven
del SIM que le había delatado y que se trasladó a zona sublevada en febrero de este año.
A los franquistas les llamó especialmente la atención la actitud que tuvo Duret con
respecto a su delator, ya que no daba muestras de sentir odio o resentimiento hacia él.

Las conclusiones del SIPM

Con la intención de preparar el consejo de guerra contra Charles, el SIPM elaboró un


extenso informe con varias conclusiones acerca de su actividad como agente doble y una
hipótesis algo sorprendente sobre su relación con el espionaje republicano. La
inteligencia franquista estaba convencida de que Duret había dejado de interesar al SIM,
que realizó una operación para delatarle ante las autoridades sublevadas. Tanto es así,
que estaban convencidos de que le habían buscado un sustituto, que no era otro que
Gubert Matas. Leamos varios fragmentos del informe, fechado el 15 de enero de 1939:

El SIM rojo ha hecho denunciar a Pepe (nombre en clave de Duret). Deladouire está enterado de todo lo
ocurrido. Ni el SIM rojo ni Deladouire harán nada en favor de Pepe. Si en cambio les sale bien la maniobra
urdida, el fusilamiento de Pepe no tendrá repercusión alguna en zona roja. Gubert Matas está al servicio
del SIM rojo. Gubert Matas es el sucesor de Pepe, escogido y preparado a tal fin con toda premeditación.
Gubert Matas debe hacer algunos servicios verdaderos a favor de los nacionales, como ya ha hecho uno
para granjearse la simpatía y la confianza. El fusilamiento de Gubert Matas tendría como consecuencias
horribles represalias del SIM rojo. No hay pruebas suficientes para demostrar la mala fe de Gubert Matas.
Conviene que Gubert Matas regrese cuanto antes a Francia y que esté creído que ahora va a servir él.
Conviene que a Gubert Matas se le encarguen servicios sin importancia para ganar tiempo. Conviene que,
mientras tanto, el SIPM se organice por otros conductos. Conviene que se pidan pruebas de la buena fe de
Gubert Matas y se analicen los servicios prestados por él en un primer momento… El que Pepe no sea
fusilado en el acto, compromete irremediablemente a Gubert Matas, ya que Pepe tratará por todos los
medios de indicar quién le vendió; esta circunstancia demostraría al SIM rojo que se desconfía también de
Gubert Matas —o mejor dicho, que no hay interés en salvar su incognito con este servicio que debe ir a la
tumba con Pepe— y por lo tanto, sin obtener ningún beneficio. Pepe no sirve ni vivo ni muerto para salvar
a nadie que él entregó con pruebas irrefutables a los rojos y que ya están muertos en estos momentos: el
SIM rojo solo les dejó vivir mientras que sus firmas autógrafas podían ser útiles todavía; hace ya tiempo

316
que tal circunstancia no subsiste más.

Solo dos días después de este informe, el coronel Ungría envió un documento al
mismísimo Franco y al general jefe de la VI Región Militar. Les decía que las pruebas
contra Duret «son tan abrumadoras que cabe esperar que el fallo del consejo de guerra
sea la última pena». Sin embargo, consideraba que su ejecución tendría que aplazarse un
tiempo, ya que las represalias contra agentes y colaboradores de la Quinta Columna en
Barcelona podrían ser «nefastas» en el caso de que se diera a conocer su fusilamiento. El
documento también recomendaba que el espía republicano «no fuera canjeado» porque
su liberación podría poner en riesgo a «nuestras organizaciones en la región catalana».
La respuesta no se hizo esperar. En un telegrama postal enviado el 20 de enero desde
el Cuartel General del Generalísimo, se anunciaba que el general Martín Moreno, mano
derecha de Franco, había dado la orden de aplazar la ejecución de Duret, dejando claro
que «no se consideraba ninguna propuesta de canje para el francés». De todas maneras,
el avance nacional sobre Cataluña estaba siendo imparable y solo seis días después de
este telegrama las tropas sublevadas hacían su entrada en Barcelona.
Un mes y medio después, el 3 de marzo de 1939, Ungría volvió a enviar un nuevo
escrito al Cuartel General de Franco en el que aseguraba que ya «habían desaparecido las
causas» que aconsejaban aplazar la ejecución de Duret y sugería que se cumpliera la
sentencia. Por aquel entonces, los franquistas ya se habían apoderado de toda Cataluña y
la guerra estaba a punto de finalizar en el resto de España. Por estas fechas, el topo
republicano seguía preso en San Marcial, lamentándose a diario por no recibir respuesta
a las muchas cartas que le enviaba a su esposa y a su hija. Su angustia era tan grande que
volvió a escribir al coronel Ungría para decirle que tenía derecho a recibir noticias de su
familia.
A medida que iban pasando las semanas, la ansiedad de Duret iba en aumento.
Además de no saber nada de su familia, tampoco le permitieron conocer la sentencia de
su consejo de guerra. El tribunal que le juzgó le había condenado a muerte, pero él no
era merecedor de conocer el dictamen. Mientras tanto, optó por escribir a otras personas
de su entorno para informarles de su situación. No tenemos constancia de que sus padres
o amigos recibieran esas misivas, aunque sí que conocemos su contenido, porque la
censura franquista las retenía A sus progenitores les confesó que «no se hacía ilusiones
sobre su suerte», mientras que a un amigo suyo llamado Lemarie, le pedió que hiciera las
gestiones oportunas para lograr su canje. Todo quedó en saco roto.
El 8 de julio de 1939, solo tres meses después de que terminara la guerra de manera
oficial, se hizo efectiva la condena a muerte de Charles Duret. Fue fusilado al amanecer
en el campo de tiro de Vista Alegre de Burgos junto con un joven de ideología
izquierdista que también había permanecido preso en San Marcial. Justo el día antes de
su ejecución, el embajador de Francia en España, el mariscal Philippe Pétain,

317
permaneció unas horas en Burgos antes de continuar un viaje que tenía programado
hacia San Sebastián. Se reunió en la capital burgalesa con el vicepresidente del Gobierno
franquista y con el ministro de Exteriores, aunque desconocemos si durante ese
encuentro se trató el asunto de Duret. Coincidencia o no, la visita de Petain a Burgos no
impidió el fusilamiento del francés tras seis meses de cautiverio en completo
aislamiento.
Así termina uno de los cientos de relatos, hasta ahora inéditos, de la guerra
clandestina en España. Una guerra que se libraba lejos de las trincheras y los campos de
batalla. Donde los combates se desarrollaron bajo el más estricto de los secretos. Una
guerra entre personas anónimas, víctimas de uno y otro bando, cuyo rastro parecía
haberse perdido para siempre. Historias fascinantes sepultadas entre archivos que,
tirando de cientos de hilos, hemos conseguido sacar a la luz. Por fin dejan de ser
invisibles.

318
Glosario de nombres citados

A
ABAD, Pedro: funcionario del Cuerpo de Telégrafos. Miembro de TODOS.
ABAJO, Agustín: soldado conductor. Colaborador del Dado de Póker.
ABEJÓN, Julián: abogado cercano a la Falange Clandestina en Madrid.
ABRIL VALMORISCO, José Manuel: miembro de las Milicias Pizarro.
ACEVEDO SORIANO, Salvador: enlace del SIPM en Madrid.
AIGUABELLA: policía. Miembro de la organización Rodríguez Aguado.
ALEGRÍA: capitán del SIM de Barcelona.
ALFARO POLANCO, José María: periodista. Uno de los fundadores de Falange.
ÁLVAREZ, Rafael: médico personal del general Miaja. Colaborador de la organización
Golfín-Corujo.
ÁLVAREZ DEL PINO, Sebastián: miembro de la Milicias Pizarro.
ÁLVAREZ ORNE, Hipólito: capitán de la Guardia Civil. Intentó evadirse a zona nacional.
AMAYA RUIZ, Antonio: miembro destacado de España Una. Aparejador.
ANDRÉS: comandante sublevado. Jefe de orden público de Zaragoza.
ANGULO, Jesús: agregado comercial de la embajada de Paraguay.
ARANAZ, Jesús: carabinero. Miembro de la organización Golfín-Corujo.
ARENAL AGUIAR , Tomás: sastre. Miembro de la organización Rodríguez Aguado.
ARÉVALO, Carlos: cineasta y miembro de Auxilio Azul.
ARIZA, Antonio: mecánico. Miembro de Los 195.
ARTIÑANO, José María: agente del SIPM y colaborador de Gustavo Villapalos.
ASENSIO ROJAS, Pedro: profesor. Miembro de las Milicias Pizarro.
AZAÑA DÍAZ, Manuel: presidente de la República.
AZNAR LÓBEZ, Joaquín: contratista de obras. Líder fundador de Los Almogavares.

B
BANÚS Masdeu, José: constructor. Jefe de Los 195.
BAREÑO ESCALANTE, Carlos: estudiante. Enlace del SIPM en Madrid.
BAREÑO ESCALANTE, Margarita: maestra. Hermana de Carlos Bareño, relacionada con
Auxilio Azul.
BARJAU ANDREU , Ramón: enlace del SIPM en Cataluña.
BARNOUD: colaborador francés del SIPM.
BARREDA, Emilio: abogado. Miembro de Los 195.
BARRÓN ORTIZ, Fernando: teniente coronel sublevado.

319
BARTOLÍ BELLA, Juan María: estudiante. Enlace del SIPM en Madrid.
BATLLE, Francisco: agente del SIFNE en Francia.
BATLLE, José Antonio: agente del SIFNE en Montpellier.
BAZÁN BUITRAGO, José: policía. Miembro de la organización Rodríguez Aguado.
BENAVIDES, Juan: médico. Colaborador de las Milicias Pizarro.
BERMEJO GIL, Concepción: integrante de TODOS.
BERMÚDEZ DE CASTRO, José: coronel jefe de la Guardia Urbana en Madrid. Colaborador
de las Milicias Pizarro.
BERNÁLDEZ, Antonio: empleado del Centro de Contratación de la Moneda en Barcelona.
Miembro del Dado de Póker.
BERTOLOTY RAMÍREZ, Ricardo: comandante médico. Miembro de la organización Antonio.
BERTRAN I MUSITU, José: político y abogado. Uno de los fundadores del SIFNE.
BESLIER, Luis: arquitecto francés. Enlace del SIPM en Cataluña.
BESTEIRO FERNÁNDEZ, Julián: catedrático y político socialista.
BIELSA, Carlos: quintacolumnista fusilado en Barcelona.
BJORNSEN, Herta: periodista alemana. Colaboradora de la red de Andrés Révész.
BONEL HUICI, Francisco: teniente coronel sublevado. Jefe del SIPM del frente de Madrid.
BOSQUE, Guillermo: falangista de Barcelona.
BOUTHELIER ESPASA, Antonio: abogado. Miembro destacado de la Quinta Columna en
Madrid.
BROCARD, Jules: enlace del SIPM en Cataluña.
BURGOS IGLESIAS, Gonzalo: militar de Infantería. Miembro de las Milicias Pizarro.
BURGOS IGLESIAS, José: teniente de Infantería. Jefe de las Milicias Pizarro.

C
CABANELLAS FERRER, Miguel: general sublevado.
CABAÑAS CHARRÍA, Francisco: comandante de Cabarineros. Colaborador de las Milicias
Pizarro.
CABEZUELO, Carmen: falangista desaparecida.
CABRERA PERDOMO, Alfonso: empresario de Tánger. Relacionado con Villapalos.
CACCAMANO AMBROSINO , Juan: empresario relacionado con Villapalos tras la guerra.
CACHERO, Francisco: empleado español en la embajada de Finlandia.
CALDERÓN UCLÉS, Pascual: abogado de la familia Ordeig durante el juicio contra el grupo
de San Francisco el Grande.
CAMBÓ BATLLE, Francesc: político y abogado. Uno de los fundadores del SIFNE.
CAMPOS GUERETA-FERNÁNDEZ, Félix: médico. Refugiado en la embajada de Noruega.
Relacionado con la organización Golfín-Corujo.
CAÑIZARES, Víctor: preso que se escapó de la cárcel con Alberto Castilla.

320
CARAZO JIMÉNEZ, Manuel: colaborador de la organización Rodríguez Aguado.
CARLISTA, El: agente forestal. Colaborador del SIPM.
CARMONA, Julio César: sargento de Intendencia. Miembro de la organización Rodríguez
Aguado.
CARPIO CHARAVIGNAC, Manuel: enfermero. Miembro de Los 195.
CARRANCEJA, Carlos: dirigente falangista de Barcelona.
CARRILLO, Wenceslao: director general de seguridad de la República.
CARRIÓN: capitán del SIM en Barcelona.
CASADO LÓPEZ, Segismundo: coronel republicano.
CASTIELLA Y MAIZ, Fernando: político evacuado a zona nacional por Gustavo Villapalos.
Llegó a ser ministro de Exteriores con Franco.
CASTILLA OLAVARRÍA, Alberto: técnico de sonido. Infiltrado de la Brigada Especial.
CASTRILLO, Emilio: teniente de Intendencia. Miembro de la organización Rodríguez
Aguado.
CAZORLA MAURE, José: consejero de orden público de la Junta de Defensa de Madrid.
CEBALLOS, Pilar: modista. Posible miembro del servicio de información nacional.
CENTAÑO DE LA PAZ, José: teniente coronel de Ingenieros. Jefe de Lucero Verde.
CERVERA PÉREZ ULATE, José Luis: miembro de España Una.
CHECA, Fernando: arquitecto. Colaborador de Francisco Ordeig.
CLAVERÍAS, Ricardo: guardia civil relacionado con Gustavo Villapalos.
COLINAS, Luis: policía republicano. Responsable de la checa de Españoleto.
COMPANYS I JOVER, Lluis: presidente de la Generalitat de Cataluña.
CORROCHANO MÁRQUEZ, José: aviador republicano.
CORSINI, Jacobo: soldado de aviación. Colaborador del Dado de Póker.
CORTÉS LATORRE, Manuel: miembro de España Una.
CORTÉS NAVARRO, Antonio: chófer en Tánger. Relacionado con Villapalos.
CORTÉS RUBIO, Miguel: policía. Miembro de Los 195.
CORUJO LÓPEZ-VILLAMIL, Ignacio: abogado y procurador. Jefe de la organización Golfín-
Corujo.
CRUZ CAÑERO, Salvador: teniente de Artillería. Miembro de la organización Rodríguez
Aguado.
CUARTERO LOGROÑO, Alberto: comandante sublevado. Jefe del SIPM de Zaragoza.
CURSI JANER, Pedro: policía. Miembro de España Una.

D
DE BENITO, Juan Manuel: copista. Colaborador de la Falange de Barcelona.
DE BERENA, Raúl Ladislao: estudiante de medicina. Miembro de la red de Andrés
Révész.

321
DE BLAS ARANTEGUI , Carmen: miembro de Los 195.
DE CARLOS ORTIZ, José Joaquín: miembro de España Una.
DE EMILIO, Pilar: colaboradora de TODOS. Esposa de Martí Farell.
DE LA MORA MAURA, Constancia: periodista. Esposa de Hidalgo de Cisneros.
DE LA VELA BREHM, Luis: miembro de TODOS.
DE LA VISITACIÓN VILLA, Emilio: miembro de los Servicios Especiales. Se infiltró en el
grupo de San Francisco el Grande.
DE LEÓN RODRÍGUEZ, Rodrigo: empleado en el Ayuntamiento de Barcelona. Subjefe de
TODOS.
DE LOS RÍOS PORRO, Manuel: militar refugiado en la embajada de Panamá.
DE LUCAS, Crescencio: cabo conductor de Intendencia. Miembro de la organización
Rodríguez Aguado.
DE PEDRO BENÍTEZ, Eugenio: miembro de la Guardia Civil. Asesinado en 1936.
DE PEDRO BENÍTEZ, Francisco: miembro de la GNR. Forma parte del Comité Depurador
del Cuerpo.
DE PEDRO BENÍTEZ, Valentín: capitán de la GNR y uno de los jefes de los Servicios
Especiales. Dirigió la operación contra el grupo de San Francisco el Grande.
DE RÁBAGO, Gregorio: vocal del Colegio de Abogados de Madrid. Posible enlace con la
Falange Clandestina.
DEGOLLADA CADADEVALLS, José: jeje falangista de Barcelona.
DEL ROSAL Y LÓPEZ DE VINUESA, Antonio: estudiante. Líder y fundador de España Una.
DEL ROSAL Y LÓPEZ DE VINUESA, Concepción: hermana de Antonio del Rosal y miembro
de España Una.
DEL ROSAL RICO, Francisco: teniente coronel republicano. Padre de Antonio del Rosal.
DELADOURIE, M: agente del SIM en Montpellier.
DELGADO CROS, Agustín: capitán de Infantería. Miembro de la organización Rodríguez
Aguado.
DERQUÍ: comandante sublevado. Jefe de orden público de Valladolid.
DÍAZ MONTERO, Luis: comandante de Carabineros. Miembro de la organización Golfín-
Corujo.
DOLERA, Francisco: guardia de asalto. Miembro de España Una.
DUQUE, Magdalena: colaboradora del SIPM en Barcelona.
DURÁN GONZÁLEZ, Tomás: policía y espía republicano. Infiltrado en varias
organizaciones de la Quinta Columna como España Una.
DURET ROT, Charles: agente doble del SIM. Estaba infiltrado en el SIPM franquista.

E
ECHEVARRIETA MARURI, Horacio: empresario. Relacionado con José Banús.

322
EGAÑA BARGÉS, Arturo: asesinado al mismo tiempo que María Paz Martínez Unciti.
ERGOYENA, Manuel: estudiante. Miembro del grupo de San Francisco el Grande.
EROLES BATLLO, Dionisio: jefe de los servicios de orden público de Barcelona.
ESCANILLA, Carlos: policía republicano.
ESCARTÍN, Evaristo: enfermero. Colaborador de las Milicias Pizarro.
ESCOY, José: agente del NKVD en Madrid.
ESPEJO IGLESIAS, Asterio: cabo de la GNR. Miembro del grupo de San Francisco el
Grande.
ESPINOSA, Antonio: estudiante. Miembro del grupo de San Francisco el Grande.
ESTÁN, Ricardo: agente del SIM.
ESTRADA, José María: policía. Miembro de la organización Rodríguez Aguado.

F
FEIJOO ALFAYA , Félix: ingeniero de Telefónica. Miembro de las Milicias Pizarro.
FERENCZ, Bela: canciller de la Embajada de Hungría.
FERNÁNDEZ, Ángel: soldado conductor. Colaborador del Dado de Póker.
FERNÁNDEZ, Luis: funcionario de Aduanas. Colaborador del Dado de Póker.
FERNÁNDEZ CUESTA, Raimundo: dirigente de la Falange.
FERNÁNDEZ FOLE, María Luisa: esposa de José Burgos Iglesias.
FERNÁNDEZ GOLFÍN, Javier: arquitecto. Jefe fundador de la organización Golfín-Corujo.
FERNÁNDEZ RODRÍGUEZ, Eduardo: miembro de Los 195.
FERRANDO HERNÁNDEZ, Pascual: capitán de carabineros. Jefe de TODOS.
FERRANT VÁZQUEZ, Alejandro: arquitecto, miembro de la Junta del Tesoro Artístico.
Colabora con Francisco Ordeig.
FERRANT VÁZQUEZ, Ángel: escultor, miembro de la Junta del Tesoro Artístico. Colabora
con Francisco Ordeig.
FERRER, Juan: responsable de taller mecánico. Miembro de TODOS.
FERRER RECASENS, José: comerciante. Primer jefe de TODOS.
FONTELA, Manuel: teniente coronel republicano.
FRANCO BAHAMONDE, Francisco: general. Máxima autoridad del bando sublevado.
FRANCO MANERA, Emilio: joven asesinado en 1936. Iba acompañado por María Paz
Martínez Unciti.
FRÍAS, duque: refugiado en la embajada de Chile. Participó en las negociaciones de paz.
FUENTES, Eugenio: empleado. Vinculado a Los Almogavares.
FULLEDA CASTILLEJO, José: capitán de Infantería. Miembro de la organización Rodríguez
Aguado.

323
GALARZA GAGO, Ángel: ministro de Gobernación de la República.
GALLART, José: suboficial de Caballería. Agente del SIPM.
GARCÍA ATADELL , Agapito: tipógrafo. Jefe de las Milicias Populares de Investigación.
GARCÍA BRAVO, José María: quintacolumnista fusilado en Barcelona.
GARCÍA CASTRO, Conchita: novia de Rodríguez Aguado y miembro de su organización.
GARCÍA DE LAS BAYONAS, Carmen: modista. Miembro de Los Almogavares.
GARCÍA DE LAS BAYONAS, Domingo: miembro de Los Almogavares.
GARCÍA DE MORA, Lorenzo: cabo conductor de Intendencia. Miembro de la organización
Rodríguez Aguado.
GARCÍA MORATO, Joaquín: aviador y as de la aviación franquista.
GARIJO HERNÁNDEZ, Antonio: teniente coronel republicano.
GARRIGA OCHARÁN, Javier: miembro del SIFNE en Montpellier.
GASCÓN SAGARZAZU, Agustín: empleado. Miembro de España Una.
GAZTAMBIDE, Teresa: tía de Alberto Castilla.
GERONA, Rafael: empleado español del consulado de Perú.
GIL ROBLES, José María: abogado y político. Líder de CEDA.
GIL TIRADO, Vicente: magistrado del Tribunal de Espionaje y Alta Traición de Valencia.
GIRAUD, Pedro: intérprete en las Brigadas Internacionales. Colaborador de las Milicias
Pizarro.
GIRAUTA LINARES, Vicente: comisario de policía republicano.
GIRÓN DE VELASCO, José Antonio: político falangista. Ministro de Trabajo en la
posguerra.
GOBAR, Federico: estudiante. Miembro del grupo de San Francisco el Grande.
GÓMEZ OSORIO, José: gobernador civil de Madrid.
GÓMEZ ULLA, Mariano: teniente coronel médico detenido por el SIM.
GONZÁLEZ BERMEJO, Ezequiel: capitán de Oficinas Militares. Miembro de Los 195.
GONZÁLEZ GUARINO, José Gregorio: empleado. Miembro de España Una.
GONZÁLEZ RUIZ DE LA PEÑA, Gabriel: policía de la Brigada Especial. Actuó como
infiltrado.
GONZALO VITORIA, Luis: coronel del Ejército sublevado.
GRANDA ALONSO , José: policía. Infiltrado en las Milicias Pizarro.
GRAÑÉN, Domingo: médico. Colaborador de las Milicias Pizarro.
GRAÑÉN MASIÁ, Francisco: maestro. Jefe de las Milicias Pizarro.
GRAÑÉN MASIÁ, Julio: maestro. Hermano de Francisco Grañén.
GRIMAU GARCÍA, Julián: policía republicano. Jefe de la Brigada de Investigación Criminal
de Barcelona.
GRUBER, José: cocinero en la embajada de Hungría. Miembro de la red de Andrés
Révész.

324
GUARDIOLA SÁEZ, Antonio: protésico dental. Agente del SIPM.
GUARDIOLA SÁEZ, Enrique: empresario. Agente del SIPM.
GUARDIOLA SÁEZ, Ramiro: estudiante. Colaborador del SIPM.
GUBERT MATAS, Rosendo: ingeniero agrícola. Agente del SIM en Montpellier.
GUILARTE, Cecilia G.: periodista del diario CNT Norte.
GUITIÁN BALBÁS, Manuel: médico. Miembro de Lucero Verde.
GUTIÉRREZ MANTECÓN, Antonio: agente del SIPM en Madrid.
GUTIÉRREZ MELLADO, Manuel: teniente de Artillería. Agente del SIPM. Futuro
vicepresidente del Gobierno.

H
HELCEL VALDIVIESO, Joaquín: subjefe de TODOS.
HELFANT, Henry: agregado comercial de la embajada de Rumanía en Madrid.
HERBETTE, Jean: embajador de Francia en España.
HERGUETA LERÍN, Domingo: médico del estado mayor de Miaja. Colaborador de la
organización Golfín-Corujo.
HERNÁNDEZ, Antonio: estudiante. Miembro del grupo de San Francisco el Grande.
HERRERO, Gregorio: policía republicano. Responsable de la checa de Españoleto.
HIDALGO DE CISNEROS Y LÓPEZ DE MONTENEGRO, Ignacio: general y jefe de las Fuerzas
Aéreas de la República (FARE).

I
IBÁÑEZ, Antonio: ex cónsul honorífico de Perú.
IGLESIAS GALA, Enrique: estudiante. Miembro del grupo de San Francisco el Grande.
IRUJO OLLO, Manuel: abogado y político del PNV. Ministro de Justicia de la República
hasta diciembre de 1937.
IZCUÉ, José: agente del SIPM de Irún.

J
JAQUETE, Ezequiel: miembro de la Quinta Columna en Madrid.
JARA COBOS, Millán: abogado. Fundador y jefe del Dado de Póker.
JARILLO DE LA REGUERA, José: capitán de la Guardia Civil, relacionado con la Quinta
Columna.
JIMÉNEZ, Javier: policía de la Brigada Especial.
JIMÉNEZ BOFILL, Matilde: agente del SIPM y colaboradora de Villapalos.
JIMÉNEZ DE ANTA , Joaquín: teniente de Intendencia. Segundo jefe de la organización
Rodríguez Aguado.
JOAQUINA: enfermera del Hospital Penitenciario de la Puebla. Infiltrada de la Brigada

325
Especial.

K
KENT SIANO, Victoria: abogada y política republicana.

L
LAGUNILLA DE PLANDOLIT, Eduardo: arquitecto. Miembro de Los Almogavares.
LAPORTA GIRÓN, Jesús: médico. Enlace con Valdés Larrañaga en el hospital Niño Jesús.
LARGO CABALLERO, Francisco: político. Presidente del Consejo de Ministros de la
República hasta 1937.
LEZAMETA IRAZÁBAL, José María: abogado. Infiltrado del SIM en la embajada de Turquía.
LISSARRAGUE, Salvador: catedrático. Vinculado a la Falange Clandestina.
LÓPEZ, Mariano: sanitario de la Cruz Roja. Miembro de España Una.
LÓPEZ BATANERO, Jerónimo: economista. Fundador de Los 195.
LÓPEZ ESTEBAN, José Luis: miembro de España Una.
LÓPEZ MONCADE, Enriqueta: funcionaria. Colaboradora de Auxilio Azul.
LÓPEZ OCHOA, Eduardo: general asesinado en Madrid en 1936.
LÓPEZ PALAZÓN, José: capitán de Infantería. Miembro de la organización Rodríguez
Aguado.
LÓPEZ SERRANO, Matilde: bibliotecaria del Palacio Nacional y agente del SIPM.
LORIENTE, Pilar: esposa de Alberto Castilla.
LUJÁN, Mariano: juez.
LUNA GARCÍA, Antonio: catedrático. Fundador y líder de la organización Antonio.
LUNA PALOMARES, Antonio: conductor. Miembro del Dado de Póker.

M
MAESTRE, Francisco: infiltrado del DEDIDE en la organización Bandera Alonso.
MAHLAU: colaboradora de la red de Andrés Révész.
MALRAUX, André: político y aviador francés.
MANÓN, Conchita: artista. Novia de Joaquín Jiménez de Anta.
MANZANO MONÍS, Manuel: estudiante. Formó parte de la Falange Clandestina y de varias
organizaciones de la Quinta Columna.
MARINÉ VERDUGO, Francisco: capitán de Intendencia. Miembro de la organización
Rodríguez Aguado.
MÁRQUEZ, Ángel: estudiante de medicina. Colaborador del Dado de Póker.
MARTÍ FARELL, José: jefe del grupo TODOS.
MARTÍNEZ CABRERA, Toribio: general republicano. Gobernador Militar de Madrid.
MARTÍNEZ FRIERA, Joaquín: refugiado en la embajada de Turquía.

326
MARTÍNEZ RAMÍREZ, Francisca: modista. Miembro de Los 195.
MARTÍNEZ UNCITI, Carina: hermana de María Paz Martínez Unciti y jefa de Auxilio Azul.
Funcionaria de profesión.
MARTÍNEZ UNCITI, María Paz: falangista. Fundadora de Auxilio Azul.
MARTÍNEZ UNCITI, María de los Ángeles: hermana de María Paz y miembro de Auxilio
Azul.
MARTÍNEZ UNCITI, Ricardo: militar. Padre de María Paz.
MATALLANA GÓMEZ, Alberto: coronel de la Guardia Civil. Colaborador de las Milicias
Pizarro.
MATALLANA GÓMEZ, Manuel: general republicano.
MAYER, José: mánager de profesionales de la lucha libre. Miembro de la red de Andrés
Révész.
MAYMO GÓMIS, Pedro: director de la Escuela de la Radio. Colaborador con TODOS.
MEDINA GARIJO, Diego: comandante médico. Miembro de la organización Antonio.
MEDRANO, Carmelo: comandante del Ejército sublevado.
MELÉNDEZ CADALSO, Adolfo: militar evacuado a zona nacional por la organización
Rodríguez Aguado.
MÉNDEZ CARBALLO, Javier: comisario de policía republicano.
MENDIZÁBAL, Dolores: empleada de Telefónica. Miembro de Los 195.
MENDOZA, Julio: falangista catalán cercano a Luys Santa Marina.
MERA SANZ, Cipriano: líder anarquista.
MIAJA MENANT, José: general republicano. Presidente de la Junta de Defensa de Madrid.
MIR ROSELLÓ, José: agente del SIPM en Barcelona.
MOLA VIDAL, Emilio: general sublevado.
MOLL CARBÓ, Bernardo: oficial de Intendencia. Miembro de la organización Rodríguez
Aguado.
MOLL CARBÓ, Sebastián: oficial de Intendencia. Miembro de la organización Rodríguez
Aguado.
MONTERO, Marieta: miembro de Renovación Española.
MONTOYA SASTRE, José Antonio: policía. Miembro de España Una.
MORA, Enrique: abogado falangista de Barcelona.
MORENO ARGÜELLES , Pablo: abogado. Confidente del SIM.
MORENO CIGES, José Luis: peluquero. Miembro de Los 195.
MORHACH, Julio: barman. Miembro de la red de espionaje de Andrés Révész.
MORLA LYNCH, Carlos: diplomático de la embajada de Chile.
MORQUILLAS CLUA, Leopoldo: comandante sublevado.
MUEDRA MIÑÓN, Félix: teniente coronel republicano.
MUÑOZ GONZÁLEZ, Exuperio: ex alcalde de Villarta de San Juan. Jefe de España Una.

327
N
NAVARRO, Julián: arquitecto. Colaborador de Francisco Ordeig.
NAVARRO, Manuel: capitán médico. Colaborador de los hermanos Guardiola.
NEBREDA HUERTAS, Lázaro: delineante. Miembro de España Una.
NEGRÍN LÓPEZ, Juan: médico y político republicano. Presidente del Consejo de Ministros
de la República a partir de 1937.
NIN PÉREZ, Andreu: líder del POUM.
NORZA VICENTE, Pedro: carabinero.
NÚÑEZ IGLESIAS, Mateo: estudiante. Miembro del grupo de San Francisco el Grande.
NÚÑEZ MORGADO, Aurelio: diplomático chileno.

O
OJEDA, Mercedes: enlace de la Falange Clandestina en Madrid.
OLIVER, Pedro: empresario. Miembro del Dado de Póker.
ORDEIG OSTEMBACH, Francisco: arquitecto. Responsable del grupo de San Francisco el
Grande.
ORDEIG PASTELLS, Francisco: estudiante falangista. Jefe del grupo de San Francisco el
Grande.
ORLOV, Alexander: jefe del NKVD en Madrid.
ORTAT, María de los Ángeles: costurera. Vinculada a Los Almogavares.
ORTEGA, Esperanza: intentó rescatar a José Banús.
ORTEGA NIETO, Leopoldo: comandante republicano.
ORTEGA ORGAZ, Tomás: sacerdote miembro de Auxilio Azul.
ORTIZ DE ZÁRATE, Rafael: comandante de Ingenieros. Dirigió la sublevación militar en
Guadalajara.
OVEJAS, Pilar: alumna de Alberto Castilla.

P
PALACIOS MARTÍNEZ, Julio: catedrático. Segundo jefe de la organización Antonio.
PALACIOS MARTÍNEZ, Miguel: comandante médico republicano. Hermano de Julio
Palacios.
PANIZO, Leopoldo: dirigente de la Falange Clandestina en Madrid.
PARA ÁLVAREZ, Antonio: capitán de la Guardia Civil. Miembro de las Milicias Pizarro.
PARES, María Felisa: miembro de Auxilio Azul infiltrada en el SIM.
PAZ ZAMARRA, Luis: capitán de Oficinas Militares. Miembro de Los 195.
PEDRERO GARCÍA, Ángel: jefe del SIM de la zona centro.
PELÁEZ: médico del sanatorio de Santa Alicia. Colaborador de las Milicias Pizarro.
PELLETIER, Jean: comerciante francés. Detenido por los sublevados cuando trataba de

328
llegar a Bilbao.
PERAILE SAHUQUILLO, Emilio: policía. Jefe del SIM en Madrid.
PEREDA PELAYO, Miguel: militar del Ejército del Aire. Consiguió escapar a zona nacional
tras ser condenado a muerte.
PÉREZ BERNARDO, Celedonio: director de la cárcel de San Antón. Miembro de la CNT.
PÉREZ CABALLERO: capitán del SIPM de Irún.
PÉREZ CREMÓS, Vicente: refugiado en la embajada de Chile. Colaborador del Dado de
Póker.
PÉREZ URRUTI: teniente coronel sublevado. Jefe del SIPM de Irún.
PONSOLA MILLÁN, Miguel: agente del SIPM en Barcelona.
PORTELA VALLADARES, Manuel: ministro de Gobernación en 1935 y 1936.
POUGET DE PONT, Emilio: industrial. Jefe de TODOS.
POZAS PEREA, Sebastián: general republicano. Director de la Guardia Civil.
PRIETO TUERO, Indalecio: ministro de la Guerra de la República.
PRIMO DE RIVERA, José Antonio: fundador de Falange.
PRIMO DE RIVERA, Pilar: jefa de la Sección Femenina de Falange.
PUIG, José: coronel republicano. Murió en agosto de 1936.
PUIGDENGOLAS Y PONCE DE LEÓN, Ildefonso: general republicano. Asesinado por sus
propios hombres en 1936.

R
RAMAJOS AGUILERA , Ernesto: teniente de Intendencia. Miembro de la organización
Rodríguez Aguado.
RAMOS, Alejandro: comisario político. Amigo de Villapalos.
REDONDO DEL REY, Julián: sargento destinado en la Consejería de Defensa de la
Generalitat. Miembro de TODOS.
REINOSO LÓPEZ, Bonifacio: carabinero. Infiltrado de la Brigada Especial en las Milicias
Pizarro.
RENTERO, Julio: guía de las expediciones de evadidos a zona nacional.
REUS, Juan: aviador. Asesinado en 1936 en Carabanchel.
REVERTER ROMERO, Fernando: subjefe de TODOS.
RÉVÉSZ, Tibor: falangista. Hijo de Andrés Révesz.
RÉVÉSZ SPEIER, Andrés: periodista. Dirigió una red de espionaje húngaro en España.
REY DEL ARCO : sargento de Aviación. Miembro del Dado de Póker.
RIELO, Enrique: miembro del grupo de San Francisco el Grande.
RIERA, Nicolás: colaborador del SIPM en Barcelona.
ROCHE: agente del SIPM en Montpellier.
RODRIGÁÑEZ, Eduardo: ingeniero agrónomo. Miembro de la organización Antonio.

329
RODRÍGUEZ, José: militar. Jefe de España Una.
RODRÍGUEZ AGUADO, Antonio: teniente de Intendencia. Jefe de la Organización Rodríguez
Aguado.
RODRÍGUEZ CANO, José: miembro de la Junta del Tesoro Artístico.
RODRÍGUEZ DÍEZ DE LECEA, José: teniente coronel de la Aviación Sublevada. Más adelante
sería ministro del Aire.
RODRÍGUEZ GARCÍA, Melchor: delegado especial de prisiones de Madrid. Dirigente de la
CNT.
RODRÍGUEZ HUERTA, Antonio: alférez de complemento. Agente del SIPM especialista en
falsificaciones.
RODRÍGUEZ MADARIAGA, Eduardo: comandante del Ejército sublevado.
RODRÍGUEZ OLLERO, Valeriano: funcionario de Justicia. Miembro de la organización
Golfín-Corujo.
RODRÍGUEZ PIERRET, Alfonso: director de ventas de Ford. Subjefe de TODOS.
RODRÍGUEZ YANES , Francisco: marino mercante. Miembro de TODOS.
ROJO LLUCH, Vicente: general republicano.
ROMÁN TARODO, Valentín: estudiante. Miembro de España Una.
ROMERO SÁNCHEZ, Francisco: cónsul de Costa Rica en Barcelona. Colaborador del SIPM.
RONDA, Víctor: policía republicano.
ROSELL COLOMO, Jacinto: policía de la Brigada Especial.
RUBIO, Domingo: empleado del cine Monumental.
RUIZ ANDOAIN DE ZUMALAVE, Mario: miembro de TODOS.
RUIZ DE SALCES, Matilde: profesora de francés. Colaboradora de las Milicias Pizarro. Más
tarde sería confidente de la Brigada Especial.
RUIZ RAMÍREZ, Eduardo: comandante de Infantería. Miembro de TODOS.

S
SALAS LARRAZÁBAL, Ángel: capitán de la Aviación sublevada.
SALGADO MOREIRA, Manuel: dirigente anarcosindicalista. Jefe de los Servicios Especiales
del Ministerio de la Guerra.
SALLA GAYA, Mateo: funcionario de Justicia. Miembro de la organización Rodríguez
Aguado.
SÁNCHEZ ARANGÜENA , Julián: teniente de Intendencia. Miembro de la organización
Rodríguez Aguado.
SÁNCHEZ CATALINAS, César: radiotelegrafista. Colaborador del SIPM en Barcelona.
SÁNCHEZ CUESTA: falangista. Colabora con la red de Andrés Révész.
SÁNCHEZ GOMÍS, José: capitán retirado. Colabora con la Falange de Barcelona.
SÁNCHEZ GUERRA, Rafael: abogado y periodista. Ayudante del coronel Casado.

330
SÁNCHEZ MAZAS, Rafael: dirigente falangista.
SÁNCHEZ RIAÑO, Zapata: policía miembro de España Una.
SÁNCHEZ SIMÓN, Juan: capitán de Intendencia. Espía del SIPM infiltrado en la
inteligencia republicana.
SANJUÁN SALAS, Victoriano: policía. Miembro de la organización Rodríguez Aguado.
SANTA MARINA, Luys: escritor y poeta. Responsable de la Falange en Cataluña.
SANZ MONZÓN, Gerardo: miembro de los Servicios Especiales. Infiltrado en el grupo de
San Francisco el Grande.
SCHMIDt, Karl Gustav: telegrafista de la Legión Condor. Prisionero en Bilbao.
SEGOVIA JORGE, Juan: alférez del Cuerpo Jurídico. Miembro de la organización Rodríguez
Aguado.
SERRA PUIG, Francisca: secretaria de la Junta del Tesoro Artístico. Colaboradora de
Francisco Ordeig.
SERRANO NOVO, Luis: enlace directo con la jefatura de la Falange Clandestina.
SIPO, Carlos: empleado de la Biblioteca Nacional. Miembro de la red de Andrés Révész.
SOLANS, Juan: secretario de la jefatura de orden público de Barcelona.
SOMOZA DÍAZ, José: empleado del hotel Colón en Barcelona. Vinculado a Los
Almogavares.
SORRIBAS, Antonio: ingeniero de montes. Fundador de la organización LJRC.
SUÁREZ DE LA DEHESA: abogado. Enlace con Valdés Larrañaga en la Falange Clandestina.

T
TAGÜEÑA LACORTE, Manuel: teniente coronel republicano.
TEBAR CARRASCO, Juan: funcionario de Aduanas. Secretario del Sindicato de Enseñanza
de la CNT. Colabora con el SIPM.
TEJEDOR, Emilio: camillero en el frente de Somosierra. Colaborador del Dado de Póker.
TIMMERMANS, Carmen: miembro de Auxilio Azul.
TOBARES, Víctor: miembro del grupo de San Francisco el Grande.
TOHARÍA, Juan: ayudante del general Pozas. Colaboró con el Dado de Póker.
TRONCHONI, Carmen: quintacolumnista fusilada en Barcelona.
TRONCOSO, Julián: comandante sublevado. Jefe de la Comandancia Militar del Bidasoa.

U
UNGRÍA JIMÉNEZ, José: coronel sublevado. Jefe del espionaje nacional durante la Guerra
Civil.
URBANO, Federico: miembro del grupo de San Francisco el Grande.
URGOITI, Ricardo: empresario del sector de la radio y el cine.
URIBARRI BARUTELL, Manuel: comandante de la Guardia Civil. Jefe del SIM en todo el

331
territorio republicano.
URZAIZ GUZMAN, Francisco: comandante de inválidos, secretario del coronel Adolfo
Prada. Colaborador del SIPM.

V
VALDÉS LAMBEA, José: médico militar. Colaborador de la Quinta Columna.
VALDÉS LARRAÑAGA, Manuel: jefe de la Falange Clandestina en Madrid.
VALENTÍ FERNÁNDEZ, Fernando: comisario de policía republicano. Jefe de la Brigada
Especial y de la Brigada Z.
VÁZQUEZ QUINTANA, Hermenegildo: chófer de la Posición Jaca. Miembro de Los 195.
VÁZQUEZ VALDOMINOS, David: comisario de policía republicano.
VELASCO OLAVARRÍA, Fernando: falangista. Primo de Alberto Castilla.
VIADA LÓPEZ-PUIGCERVER, Carlos: abogado. Miembro de la organización Rodríguez
Aguado.
VILLALTA RODRÍGUEZ, Juan: agente del SIPM en Barcelona.
VILLAPALOS MORALES, Gustavo: guardia civil y oficial del Ejército del Aire. Agente del
SIPM durante la guerra.
VIZARRO, Blas: comandante de Caballería. Director de la cárcel de San Antón.
VOLTAS, José: funcionario del Cuerpo de Telégrafos. Miembro de TODOS.

W
WALKER, Elena: esposa de Antonio Garrigues y miembro de Auxilio Azul.

X
XARRÍE MARTÍNEZ, Luis: miembro del sindicato de Enseñanza de la CNT acusado de
desafecto.

Z
ZAPATA, Benjamín: farmacéutico. Miembro de las Milicias Pizarro.
ZARAGUA, Joaquín: miembro de la organización Bandera Alonso.

332
Fuentes consultadas

Capítulo 1

Archivos
AGHD. Sumario 48924, legajo 6631 contra Ramón Torrecilla Guijarro.
—, Sumario 559, legajo 4978 contra Luis Colinas Quirós.
—, Sumario 321, legajo 5125 contra Gregorio Cabrero Herrero.
—, Sumario 52615, legajo 3619 contra Tomás Durán González.
AGMS. Expediente Francisco del Rosal Rico.
CDMH. Causa General, 197, 1, Exp. 10.71. Sumario instruido contra varias personas,
entre ellas Antonio del Rosal, por delito de conspiración a la rebelión.
—, Causa General, 305, Exp. 35. Sumario instruido contra Concepción del Rosal López
Vinuesa por delitos de desafección al régimen.
—, Causa General, 1530, Exp. 9. Pieza sobre checas. Complot Del Rosal.
—, Causa General, 1525, Exp. 5. Testimonio del Fiscal Secretario de la pieza sobre el
proceso sumarísimo de urgencia número 48924 contra José Cazorla.
—, Causa General, 1797, Exp. 6. Oficios, notas y extractos de sumarios relativos a
checas y procesados. Checa Alonso Heredia.
—, TERMC, 21955. Investigación de antecedentes masónicos de Francisco del Rosal
Rico.
—, Informe de antecedentes comunistas de Tomás Durán González.

Libros, artículos y testimonios


ALCALÁ, César, Las checas del terror, la desmemoria histórica al descubierto,
Libroslibres, Madrid, 2009.
RUIZ, Julius, Terror rojo, Espasa, Madrid, 2012.
Testimonio oral de una descendiente directa de Antonio del Rosal.

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Euzkadi del 13-03-1937.
Biblioteca Virtual Prensa Histórica (prensahistorica.mcu.es). La Hoja del Lunes, 09-05-
1939.
—, La Hoja del Lunes, 09-12-1939.
Hemeroteca Digital de Castilla-La Mancha. El Pueblo Manchego, 13-03-1937.

333
Hemeroteca Nacional. Solidaridad Obrera. 22-10-1937.
—, CNT. 12.03.1937.

Capítulo 2

Archivos
AGHD. Sumario 132. Legajo 6888 contra Maximiliano Infante Romero.
—, Sumario 865 contra Germán Espiñaira Ruiz.
AHN. FC, Audiencia Territorial de Madrid, Criminal, 111, Exp. 29. Sumario 512/1936
del Juzgado de Instrucción de Alcalá de Henares por hallazgo de varios cadáveres.
—, 137, Exp 7. Sumario incoado por el juzgado de instrucción n.º 17 de Madrid por el
secuestro de Emilio Franco Manera.
CDMH. Causa General, 1536, Exp. 8. Expediente sobre exhumaciones en el término
municipal de Vallecas.
—, 1508, Exp. 3. Partido Judicial de Alcalá de Henares.
—, PS Barcelona. Carpeta 180, Legajo 266. Información ministerial sobre Enriqueta
López.
RAH. Fondos Asociación Nueva Andadura. Carpeta 13. Informes e historiales de
personas condecoradas en 1940.
—, Carpeta 18. Recompensas asesoría jurídica. Historiales de camaradas caídas.
—, Carpeta 12. Asesoría jurídica.

Libros, artículos y testimonios


BORRAS, Tomás, Seis Mil Mujeres, Editora Nacional, Madrid, 1965.
CERVERA, Javier, Madrid en guerra: la ciudad clandestina, Alianza, Madrid, 2006.
COLMENAREJO, Fernando, República y guerra en Colmenar Viejo, La Comarca, Madrid,
1994.
GAHETE, Soraya, La sección femenina de Falange: discursos y prácticas en Madrid
(trabajo fin de máster, inédito), UCM, Madrid, 2013.
MARÍAS, Julián, Una vida presente. Memorias, Páginas de Espuma, Madrid, 2008.
PASTOR PETIT, Doménec, Secretos de la Guerra Civil, Madrid, Robinbook, Barcelona,
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PRIMO DE RIVERA, Pilar, Recuerdos de una vida, Dyrsa, Madrid, 1983.
RUIZ, Julius, El terror rojo, Espasa, Madrid, 2012.
SÁNCHEZ BLANCO, Laura, Rosas y Margaritas, Actas, Madrid, 2016.

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Diario de Burgos, 1-4-1962.
El Día de Palencia, 9-8-1939.
Imperio, 28-11-1948.

Capítulo 3

Archivos
AGHD. Sumario 55889, legajo 2326 contra Valentín de Pedro Benítez.
—, Sumario 1519 contra Valentín de Pedro por la detención de 50 falangistas.
—, Sumario 8385. Expediente contra el Comité Depurador de la Guardia Civil.
—, Sumario 21897, caja 862/1. Expediente sobre la actuación de los miembros de la
Junta del Tesoro Artístico.
CDMH. Causa Géneral, 50, expediente 45. Juzgado Especial de la Rebelión Número 3,
expediente 1344 instruido por delitos de adhesión y auxilio a la rebelión contra
Francisco Ordeig y otros.
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LOPERA, José Álvarez, «Ángel Ferrant en la Guerra Civil», Anales de la Historia del
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SAAVEDRA, Rebeca, Destruir y proteger el patrimonio histórico-artístico durante la
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Testimonio de un descendiente directo de Valentín de Pedro.

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Hemeroteca La Vanguardia, 05-06-1938.
Hemeroteca Nacional, La Hora de Valencia, 20-05-1939.

Capítulo 4

Archivos

335
AGHD. Sumario 100467, caja 291. Expediente sobre López Palazón.
AGMS Hoja de Servicios de Carlos Bareño.
—, Hoja de Servicios Juan María Bartolí Bella.
AHN. Audiencia Territorial de Madrid, 92, Exp. 31 contra Juan Tebar Carrasco.
CDMH. SM. Caja 690. Legajo 5027. Carpeta 2, Exp. 48. Presentación en zona nacional
de Bartolí, Bareño y Tebar.
—, Causa General, 302, Exp. 29. Expediente contra Juan María Bartolí Bella y otros.
—, SE Masonería. Exp. 25, Legajo 118 sobre Juan Tebar Carrasco.
—, TERMC, Exp. 5928 sobre Juan Tebar Carrasco.

Libros, artículos y testimonios


MARTÍNEZ, Miguel Ángel, «La depuración franquista del magisterio en las escuelas
primarias de Carabanchel», Muesca (http:// revista.muesca.es, diciembre 2015, pp.
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RIDRUEJO, Dionisio, Cuadernos de Rusia, Fórcola, Madrid, 2013.
Testimonios orales de los descendientes de Carlos Bareño y Juan María Bartolí Bella.

Prensa e Internet
ABC, 14-09-1994. Esquela sobre Carlos Bareño.
Hemeroteca BOE, 15-10-1938. Ascenso a teniente de Bartolí.
—, 12-12-1951 sobre Pablo Bartolí Barberá.
Hemeroteca La Vanguardia, 12-12-1996. Esquela en memoria de Juan María Bartolí.
Foro Memoria Blau sobre la División Azul. (http://memoriablau.es/).

Capítulo 5

Archivos
AGDF de Madrid, sumario 8375, legajo 2879, relacionado con Francisco Ochoa Luson.
AGHD de Madrid, sumario 1550, expediente 2031 de Gustavo Villapalos Morales.
—, Expediente de Aviación 13387 de Gustavo Villapalos Morales.
—, Sumario 68391, legajo 1972 relacionado con Ricardo Clavería y Agustín Delgado
Cross.
AHEA. Expediente de Gustavo Villapalos Morales.
CDMH. Causa General, 155, Exp. 34. Causa contra varias personas por Alta Traición
entre ellas Gustavo Villapalos.
—, 1539, Exp. 1. Fiscalía del Tribunal Supremo. Sumario 4/1937 del Juzgado Especial
del Tribunal Central de Espionaje nº 1 contra Javier Fernández Golfín y otros.

336
—, PS Serie Militar, Caja 693. Expediente sobre Gutiérrez Mellado.
—, PS Madrid, Caja 21, legajo 85. Expediente sobre Antonio Bouthelier en la CNT.

Libros, artículos y testimonios


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BOUCHÉ, Luis Español, Madrid 1939, del golpe de Casado al final de la guerra civil,
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CIERVA, Ricardo de la, Misterios de la Historia, Planeta, Barcelona, 1990.
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Testimonios orales de los descendientes de Gustavo Villapalos.

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Hemeroteca Nacional, La Libertad, 29-04-1932.
Foro Memoria Blau sobre la División Azul. (http://memoriablau.es/).

Capítulo 6

Archivos
AGHD. Sumario 52615, expediente 3619 de Tomás Durán González.
AGHD de Madrid. Sumario 440, legajo 1540 de Apolinar Robledano Arranz.
CDMH. Causa General, Exp. 1525. Testimonio del Fiscal Secretario de la pieza segunda
sobre el procedimiento militar sumarísimo de urgencia contra José Cazorla Maure.
—, SM. Caja 690. Legajo 5027. Carpeta 2. Llegada de Gutiérrez Mantecón a zona
nacional.
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—, Causa General, 1540, Exp. 1. Juzgado Especial por espionaje y otros delitos contra
la seguridad exterior del Estado contra Rodríguez Aguado y otros. Declaración de
Salvador Acevedo Soriano.

Libros, artículos y testimonios

337
CERVERA, Javier, Madrid en guerra: la ciudad clandestina, Alianza, Madrid, 2006.
Testimonio oral de los descendientes de Antonio Gutiérrez Mantecón (dos hijos).

Prensa e Internet
Hemeroteca Nacional, Diario 16, 03-09-1981.
—, Diario de la Marina, 20-05-1939.

Capítulo 7

Archivos
AGHD, Sumario 2666 / Legajo 3679. Sumario contra Bonifacio Reinoso López.
—, Sumario 10759/ Legajo 6566, Caja 7335. Expediente depuración Agustín Delgado
Cros.
—, Sumario 10365/ Expediente depuración José Burgos Iglesias.
—, Sumario 59741 / Legajo 5100. Sumario contra Fernando Valentí.
—, Sumario 52782/ Legajo 955 y 4920. Sumario contra José María Lezameta.
—, Sumario 2883/ Legajo 5403 y Sumario 16985 contra Juan Sánchez Simón.
AGMAV, C, 2847, Armario 24, Legajo 14, carpeta 16, Expediente Jiménez de Anta.
—, C 2860, Armario 24, Legajo 27, carpeta 11, Expediente Rodríguez Aguado.
—, C, 2924, 13/34, Memoria Jiménez de Anta.
AGMI. Inspección de Personal. Expediente 5544, Victoriano Sanjuán.
AGMS. Hoja de Servicios de Antonio Rodríguez Aguado.
—, Hoja de Servicios de Joaquín Jiménez de Anta.
—, Hoja de Servicios de José María Burgos Iglesias.
—, Hoja de Servicios de Francisco Mariné Verdugo.
CDMH, Causa General, 1541, Exp. 1. Sumario 81/1938 del Juzgado Especial por
Espionaje y otros delitos contra la Seguridad Exterior del Estado. Sumario contra
Rodríguez Aguado y otros.
—, 1542, Exp. 1. Sumario 81/1938 del Juzgado Especial por Espionaje y otros delitos
contra la Seguridad Exterior del Estado. Sumario contra Rodríguez Aguado y otros.
—, 1540, Exp. 1. Sumario 81/1938 del Juzgado Especial por Espionaje y otros delitos
contra la Seguridad Exterior del Estado. Sumario contra Rodríguez Aguado y otros.
—, 1525, Exp. 5. Procedimiento sumarísimo de urgencia n.º 48924 contra José Cazorla
Maure.
—, 1547, Exp. 1. Número 481. Fotografías de la Brigada Especial.
—, 1520, Exp. 2. Procedimiento sumarísimo de urgencia n.º 1549 contra Ángel Pedrero
García.

338
—, 12, Exp. 110. Sumario contra José María Lezameta Irazábal por el delito de
Desafección al Régimen.
—, 1527, Exp. 1 correspondiente a la Pieza Especial de Madrid sobre Embajadas y
evacuación de refugiados de las mismas.
—, PS_ALICANTE, 85.
—, PS_ALICANTE, 87.

Libros, artículos y testimonios


CAMPANARIO, José Miguel, CERVERA, Javier y HERNANDO Carlos Díez, El enigma del
general republicano Matallana, Congreso Internacional La Guerra Civil Española,
1936-1939, Sociedad Estatal de Conmemoraciones Culturales-UNED, Madrid, 28 de
noviembre de 2006 (www.congresoguerracivil.es).
MORAL RONCAL, Antonio Manuel, Diplomacia, humanitarismo y espionaje en la Guerra
Civil, Biblioteca Nueva, Madrid, 2013.
Testimonio oral de un descendiente de Rodríguez Aguado (sobrino).
Testimonio oral de la familia de Jiménez de Anta (hijos).
Testimonio oral de un descendiente de Manuel Manzano Monís (hijo).

Prensa e Internet
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Biblioteca Virtual Prensa Histórica, La Hoja del Lunes, 28-08-1939.
—, La Hoja Oficial de la Provincia de Barcelona, 14-01-1963.
—, Noticiero de Soria, 14-02-1938.
Foro de la División Azul Memoria Blau. (http://memoriablau.es/).
http://labibliotecafantasma.es

Capítulo 8

Archivos
AGGC. Hoja de Servicios de Antonio Para Álvarez.
AGHD. Sumario 10760, legajo 6566. Sumario de Antonio Para Álvarez. AGHD.
Sumario 17766, legajo 5394. Sumario 10375, caja 3075. Sumario de José Burgos
Iglesias.
—, Sumario 1129. Sumario de Gonzalo Burgos Iglesias.
—, Sumario 59741. Consejo de Guerra contra Fernando Valentí.
AGMA. Armario 24. Legajo 5. Carpeta 23.
AGMS. Hoja de Servicios de José Burgos Iglesias.

339
AHEA. Hoja de Servicios de Miguel Pereda Pelayo.
CDMH. Causa General, 1540, Exp. 1. Sumario 81/1938 del Juzgado Especial por
espionaje y otros delitos contra Rodríguez Aguado y otros.
—, 1541, Exp. 1. Sumario 81/1938 del Juzgado Especial por espionaje y otros delitos
contra Rodríguez Aguado y otros.
—, 1542, Exp. 1. Sumario 81/1938 del Juzgado Especial por espionaje y otros delitos
contra Rodríguez Aguado y otros.
—, 1547, Exp. 1, N481. Fotografía del detenido Fernando Valentí.
—, 51782. Juzgado Especial de Contraespionaje contra Fernando Valentí y otros.

Libros, artículos y testimonios


BERLINCHES Barbacid, Juan Carlos, Violencia política en la provincia de Guadalajara
(1936-1945), Aache Ediciones, Guadalajara, 2014.
Testimonios orales de los descendientes de José y Gonzalo Burgos Iglesias.
Testimonios orales de los descendientes de Francisco y Julio Grañén.

Prensa e Internet
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Biblioteca Virtual de Prensa Histórica, La Libertad, 17-02-1934.
—, El Magisterio Español, 29-08-1933 y 29-03-1934.
Hemeroteca La Vanguardia, 05-06-1938 y 23-03-1978.
https://eltorocontraelcaballoguerracivilespaola.wordpress.com

Capítulo 9

Archivos
AGHD. Sumario 51782 / Legajo 955 contra Alberto Castilla Olavarría.
—, Sumario 7074 / Legajo 6004 contra Alberto Castilla Olavarría.
—, Sumario 100151 / Legajo 6133 contra Alberto Castilla Olavarría.
—, Sumario 59741 / Legajo 5100 contra Fernando Valentí Fernández.
—, Sumario 51872 / Legajo 1900 contra varios miembros de la Brigada Especial.
—, Sumario 52615 / Legajo 3919 contra Tomás Durán González.
—, Sumario 51782 / Legajo 5024 contra Javier Jiménez Martín.
AGMAV, 2870, 11. Memoria Organización Golfín-Corujo.
CDMH. PS Madrid. Caja 291, legajo 2216, sobre Alberto Castilla Olavarría.
—, Causa General 77, Exp. 7. Expediente instruido contra Alberto Castilla y Pilar
Ovejas por delito de Espionaje.

340
—, Causa General 1539, Exp. 1. Sumario 4/1937 del Juzgado Especial del Tribunal
Central de Espionaje n.º 1 contra Javier Fernández Golfín y otros.
—, Causa General, 1564, Exp. 18. Expediente sobre el proceso contra Gerardo Sanz y
Javier Fernández Golfín y otros.
—, Causa General, 1564, Exp. 14. Notas y croquis sobre la defensa de Madrid y la
organización del Ejército Republicano. Abril 1937.
—, Causa General, 1564, Exp. 1. Papeletas de comparecencia, plano de Madrid y
documentación relativa a la actuación de tribunales militares.

Libros, artículos y testimonios


CASTILLO, Fernando, La extraña retaguardia. Personajes de una edad oscura (1936-
1943), Fórcola, Madrid, 2018.
CERVERA, Javier, «La radio, un arma más en la Guerra Civil en Madrid», Historia y
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G ARCÍA Muñoz, Manuel, Los fusilamientos de la Almudena, La Esfera de los Libros,
Madrid, 2011.
MORAL RONCAL, Antonio Manuel, Diplomacia, humanitarismo y espionaje en la Guerra
Civil, Biblioteca Nueva, Madrid, 2013.
Testimonio oral de la hija de Alberto Castilla Olavarría.

Prensa e Internet
Genovés, Dolors, Operació Nikolai: el Segrest i assassinat d’Andreu Nin (TV3, 1992).
Hemeroteca Nacional, La Libertad, 30-08-1936 y 15-05-1938.
https://bremaneur.wordpress.com

Capítulo 10

Archivos
AGHD. Sumario 59569, legajo 1598 contra Pablo Moreno Argüelles.
—, Sumario 59569, legajo 1598 contra Emilio Peraile Sahuquillo.
CDMH. Causa General, 159, Exp. 1. Causa 42 instruida contra varias personas por el
delito de Alta Traición.
—, Causa General, 77, Exp. 4. Expediente 42 instruido contra varias personas por el
delito de Alta Traición.
—, Causa General, 79, Exp. 2. Sumario instruido contra varias personas por
«desafección al régimen».

341
—, Causa General, 1547, Exp. 1. Número 476. Causa contra la Inspección Especial del
SIM.
—, SM. Legajo 212. Caja 326.
—, SM. Legajo 212. Caja 328.

Libros, artículos y testimonios


CERVERA, Javier, «La radio, un arma más en la Guerra Civil en Madrid», Historia y
Comunicación Social, 1998, n.º 3, pp. 263-293.
SOLER, Mariano Sánchez, Ricos por la guerra de España, Raíces, Madrid, 2013.

Prensa e Internet
ABC, 11-01-1933 y 03-08-1938.
Hemeroteca Nacional, El Debate, 11-01-1933.
—, La Libertad, 30-06-1938.
—, La Hora, 19-07-1938.
NOGUERA, Javier, «Banús, el espía de Franco que se forró con el Valle de los Caídos y
creó el lujoso Puerto Banús en Marbella», Público, 15 de junio de 2018.

Capítulo 11

Archivos
AGHD. Sumario 922, Caja 256, n.º 8 contra Andrés Révész Speier.
CDMH. Causa General, 5, Exp. 30. Sumario instruido contra Norza, Vicente y Révész,
Andrés por el delito de espionaje.
CDMH.TERMC Legajo 1184, Expediente 22, proceso de depuración Andrés Révész.
Libros, artículos y testimonios
MORAL RONCAL, Antonio Manuel, Diplomacia, humanitarismo y espionaje en la Guerra
Civil, Biblioteca Nueva, Madrid, 2013.
PÉRES, Fernando Díez y SZMOLKA VIDA, Ignacio, Andrés Révész, un puente en la Europa
dividida, Balassi Intézert, Budapest, 2015.
Testimonio oral de la nieta de Andrés Révész.

Prensa e Internet
ABC, 04-04-1939 y 29-03-1940.
Hemeroteca Nacional. La Voz, 23-06-1938.
—, La Libertad, 30-06-1938 y 04-08-1938.
—, La Hora, 30-06-1938.

342
Capítulo 12

Archivos
AGHD, Sumario 7210, legajo 3667 contra Miguel Jareño Hernández.
—, Sumario 10855, caja 2892 contra Cristino Rodríguez Ramírez.
—, Sumario, 8156, contra Faustino Catalán Orea.
—, Sumario 1261, legajo 5785 contra Arsenio Villanueva Jiménez.
AGMAV, 2991. 26/2991. Exp. 26 sobre la actuación de los hermanos Guardiola en la
guerra.
—, 2991, 26 /2991, Exp. 27 sobre la actuación de los hermanos Guardiola en la guerra.
AGMAV, 2485, Cp. 18. Memoria agente del SIPM Julio Palacios.

Libros, artículos y testimonios


CIERVA, Ricardo de la, 1939. Agonía y victoria, Planeta, Barcelona, 1989.
Testimonio oral del hijo de Antonio Guardiola.
Testimonio oral del hijo de Ramiro Guardiola.

Prensa e Internet
ABC, 09-03-1933.
Biblioteca Virtual Prensa Histórica. El Día de Palencia, 17-05-1939.
Hemeroteca BOE, 16-05-1939 y 31-05-1939.

Capítulo 13

Archivos
AGA. Expediente titulación de Antonio Luna en la Universidad de Madrid. Expediente
32/17627.
AGA. Expediente titulación Julio Palacios en la Universidad de Madrid. Expediente
20362.
AGHD, Sumario 883, legajo 7762 contra Ricardo Bertoloty.
—, Sumario 281, legajo 19919 contra Manuel Matallanas.
—, Sumario 20, legajo 671 contra Antonio Garijo.
—, Sumario 9040, legajo 2868 contra José Borus.
—, Sumario 282, legajo 19919 contra Félix Muedra.
AGMAV, C.2485, C. Memoria Julio Palacios.
CDMH. Causa General, 1525, Exp. 14 contra Diego Medina Garijo. Procedimiento
sumarísimo seguido por la Auditoría de Ocupación Nacional.

343
Libros, artículos y testimonios
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Prensa e Internet
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Capítulo 14

Archivos
AGMAV, C 2872, 5. Expediente Grupo TODOS.
—, C 2873, 3. Informe sobre Quinta Columna en Cataluña.

344
—, C 3002, 4. Intercambio de mensajes entre TODOS y el SIPM.
—, C 3011, 5. Expediente sobre el grupo Córdoba de Pascual Ferrando.
—, C 2871, 6. Expediente grupos Ocharán, Santamarina y Doña Sabina.
—, C 2870, 7. Expediente Charles Duret.
—, C 2909, 1. Expediente Leblond.
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Libros, artículos y testimonios


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MOTA MUÑOZ, José F., «Precursores de la unificación: el España Club y el voluntariado
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Testimonio oral de un descendiente de Martí Farell.

Prensa e Internet
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Capítulo 15

Archivos
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—, C2960, 4. Expediente sobre Juan Villalta Rodríguez.

345
—, C2954, 10. Relación de personas fusiladas en Montjuic.
CDMH. PS BARCELONA. Carpeta 797. Expediente 39 sobre Luis Beslier.
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Libros, artículos y testimonios


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Capítulo 16

Archivos
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CDMH. PS Madrid. 1250, 34.
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Libros, artículos y testimonios


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LÓPEZ GARCÍA, Alfonso, «Bombas que nunca mataron», Aportes, vol. 32, n.º 95, 2017,
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REYES LEOZ, José Luis de los, XXXVI Congreso Internacional de la Guerra Civil en
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Testimonio oral de Mauro Torres Carretero.

Prensa e Internet
ABC, 14-07-1982.
Biblioteca Virtual de Madrid, 16-09-1972.
Biblioteca Virtual Prensa Histórica. Boletín Oficial de la Provincia de Santander, 29-09-
1941, 09-10-1942, 20-11-1946, 29-11-1946, 03-04-1946, 17-07-1946, 24-03-1947.

Capítulo 17

Archivos
AGMAV 2870, 7. Expediente referente al asunto Pepe.
—, 2842, 33. Expediente de prisionero rojo de nacionalidad francesa.
—, 2870, 9. Expediente informativo del Grupo Dado de Póker.
—, 2922, 3. Información sobre Ramón Barjau.
—, 3002, 4. Cartas interceptadas por el SIM a Duret.

Libros, artículos y testimonios


GOBERNA FALQUE, Juan R, «Los servicios de inteligencia en la historiografía española»,
Arbor-CSIC, n.º 709 (enero 2005), pp. 25-74.
LINAJE, Alfonso, «Un asunto de espionaje (Recuerdos de la campaña)», Ejército, n.º 8,
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PASTOR PETIT, Domènec, Secretos de la Guerra Civil, Robin Book, 2011.
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PAZ, Armando, Los servicios de espionaje en la Guerra Civil de España, San Martín,

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RILOVA, Isaac, Guerra Civil y violencia política en Burgos, Aldecoa, Burgos, 2016.

Prensa e Internet
La Vanguardia, 22-02-1939.
https://represionfranquistaenburgos.wordpress.com
Prensa Histórica. Diario de Burgos, 8 de julio de 1939.

348
Índice
Siglas utilizadas 4
Agradecimientos 5
Introducción 8
PRIMERA PARTE. LOS INICIOS 11
Capítulo 1. ANTONIO DEL ROSAL, LAS IDEAS POR ENCIMA DE LA
12
FAMILIA
Capítulo 2. LA IMPENETRABLE RED DE LAS HERMANAS UNCITI 28
Capítulo 3. CONSPIRANDO ENTRE OBRAS DE ARTE 39
SEGUNDA PARTE. LOS ENLACES 56
Capítulo 4. LOS PRIMEROS CORREOS HUMANOS 57
Capítulo 5. GUSTAVO VILLAPALOS, UN ESPÍA DE PELÍCULA 69
Capítulo 6. LA CAPTURA DEL AGENTE MANTECÓN 87
TERCERA PARTE. LA QUINTA COLUMNA SALE DEL
98
AGUJERO
Capítulo 7. ANTONIO RODRÍGUEZ AGUADO, EL HOMBRE MÁS
99
BUSCADO
Capítulo 8. LAS MILICIAS PIZARRO Y SU FRUSTRADA CONQUISTA DE
139
MADRID
Capítulo 9. LAS DOS CARAS DE ALBERTO CASTILLA 157
Capítulo 10. DE LA QUINTA COLUMNA A PUERTO BANÚS 181
Capítulo 11. ANDRÉS RÉVÉSZ, LA DELGADA LÍNEA ENTRE
196
PERIODISMO Y ESPIONAJE
CUARTA PARTE. EL FINAL DE LA GUERRA CIVIL EN
207
MADRID
Capítulo 12. LOS NADADORES DEL TAJO 208
Capítulo 13. LA QUINTA COLUMNA Y LAS NEGOCIACIONES
220
SECRETAS DE PAZ
QUINTA PARTE. LA QUINTA COLUMNA EN CATALUÑA 258
Capítulo 14. EL GRUPO TODOS: EL ORIGEN 259
Capítulo 15. LUIS BESLIER, UN NEGOCIADOR EN LA QUINTA
276
COLUMNA
Capítulo 16. MILLÁN JARA, UN DADO DE PÓKER ENTRE BARCELONA
287
Y MADRID

349
Capítulo 17. CAZA AL ESPÍA DURET 299
Glosario de nombres citados 319
Fuentes consultadas 333

350

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